Un Soltero Irresistible - Layla Hagen

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Un soltero irresistible

Cole & Laney ~ Solteros Muy Irresistibles


Layla Hagen

Un soltero irresistible
Copyright ©2023 Layla Hagen
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de
este libro de cualquier forma o medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de
almacenamiento y recuperación de información, sin permiso escrito y expreso del
autor, excepto para el uso de citas breves en evaluaciones del libro. Esta es una obra de
ficción. Los nombres, personajes, negocios, lugares, eventos e incidentes son producto
de la imaginación de la autora o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con
personas reales, vivas o muertas, o hechos reales es pura coincidencia.
Tabla de Contenido
Derechos de Autor

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Capítulo Veintitrés

Capítulo Veinticuatro

Capítulo Veinticinco

Capítulo Veintiséis

Capítulo Veintisiete

Capítulo Veintiocho

Epílogo
Capítulo Uno
Cole
Los viajes de negocios al extranjero eran agotadores, pero tenían muchas
ventajas. Aquel en concreto me había llevado a Roma. Había cogido un
vuelo desde Nueva York una semana antes con el objetivo de firmar uno de
los acuerdos comerciales más importantes de mi carrera. Fueron seis días de
interminables negociaciones, pero había merecido la pena porque ya tenía el
trato en el bolsillo.
Hasta ese momento no había tenido tiempo de disfrutar de la ciudad,
pero pensaba compensarlo entre esa noche y el día siguiente. De todas
formas, ya me había propuesto que regresaría una vez más para pasar unas
vacaciones de verdad. Hasta entonces, disfrutaba de la excelente comida y
del tiempo tan bueno que hacía, al menos en esa época de marzo. Hacía un
calor agradable y no había demasiada humedad.
Aquella noche estaba cenando en un restaurante de la azotea de Piazza
Navona, que se encontraba abarrotado de clientes. Entre el barullo, pude oír
alguna que otra frase en italiano, pero la mayoría de ellos eran turistas.
Por otro lado, no paraba de recibir mensajes. Mis tres hermanos me
felicitaban por haber cerrado el trato. Teníamos un grupo de WhatsApp en
el que compartíamos noticias y novedades... A veces, simplemente
bromeábamos por cualquier cosa.
Tess: Sabía que lo conseguirías.
Skye: No se lo digas mucho o se le subirá a la cabeza.
Tess: Oye, ahora mismo se merece los elogios.
Me reí entre dientes. Me moría de ganas de volver a Nueva York. Mi
familia estaba muy unida. Mis hermanas habían estado en Roma unos años
antes y les había hecho tanta ilusión que yo fuera allí, que habían estado a
punto de acompañarme.
Tess: Además, por si lo habías olvidado, estamos esperando que
traigas regalos.
Skye: Sí, toneladas.
Sonreí mientras contestaba. Ya les había comprado regalos en mi primer
día en la ciudad. No quería arriesgarme a olvidarlos con todas las
negociaciones que tenía por delante.
Cole: Ya lo he hecho.
Tess: Eres el mejor.
Ryker: ¿El mejor qué? ¿Hermano?
Tess: El mejor comprando regalos :-D
Ryker: Bien jugado.
A continuación, escribió Hunter. Era mi primo y socio. Juntos,
dirigíamos una gran empresa de desarrollo inmobiliario: Caldwell Real
Estate. El trato con Delimano marcó el comienzo de nuestra expansión en
Europa. Íbamos a construir un centro comercial en Roma.
Hunter: Buen trabajo. Ahora relájate. Te lo mereces.
Claro que sí. Planeaba hacerlo con creces. En ese instante, me sentía en
la cima del mundo, extasiado por mi éxito y satisfecho de mis habilidades
negociadoras para poner en vereda incluso a un tipo duro como Delimano.
Cuando él presionaba, yo lo hacía con más fuerza. Al final, se había
doblegado a mis condiciones y ya era hora de celebrarlo.
Tess: ¿Ya te has reunido con Laney?
Cole: No, la veré esta noche.
Tess: Isabelle dice que conoce Roma como la palma de su mano.
Tienes suerte.
Isabelle era la cuñada de Hunter y, cuando se enteró de que iba a estar
una semana en Roma, insistió en que me reuniera con su amiga Laney, que
estaba allí en un programa de intercambio médico. Le había enviado un
mensaje en cuanto aterricé en la ciudad, pero no había tenido tiempo de
reunirme con ella hasta esa noche. Se suponía que ya debía haber llegado.
Justo en ese momento, sonó mi móvil con una notificación.
Laney: Llegaré un par de minutos tarde.
Un par de minutos se convirtieron en quince, pero no me molestó. Ya no
tenía horarios. Me relajé en la silla mientras ojeaba el menú. Había estado
comiendo en restaurantes italianos todas las noches, pero no me había
preocupado mucho por la comida. Cuando tenía la mente centrada en los
negocios, me olvidaba de todo lo demás.
—¿Cole Winchester? —preguntó una voz femenina.
Alcé la vista. Laney era muy guapa: alta y esbelta, de ojos azules y con
una abundante y alborotada melena rubia.
—Sí.
—Laney Smith. —Sonrió ampliamente. Me puse de pie, estrechando su
mano. No pude evitar mirarla detenidamente, porque joder, era preciosa.
—Siento mucho llegar tarde —dijo mientras nos sentábamos.
—No te preocupes. Me alegro de que por fin nos conozcamos. ¿Qué
quieres beber? Tienen las especialidades allí. —Señalé la pizarra que había
junto a la barra. Las opciones estaban escritas con tizas de colores.
Laney entrecerró los ojos.
—Humm... la especialidad de la casa parece cosa de turistas. Nunca he
visto que los italianos mezclen limoncello con zumo de naranja.
—He oído que eres una experta en todo lo italiano. ¿Qué me
recomiendas? —Sonreí mientras observaba sus vivaces ojos.
Laney sonrió.
—Bueno, el limoncello es en realidad una bebida para el postre.
Normalmente se empieza con vino... pero podríamos romper las reglas esta
noche.
—Romper las reglas es lo mío. —La miré fijamente. Ella tragó saliva y
bajó la vista hacia el menú, pero yo seguí mirándola.
Acabamos pidiendo limoncello, bruschetta de entrante y espaguetis
como plato principal.
—¿Cuándo vuelves a Nueva York? —preguntó.
—Mañana por la tarde.
—Humm... Entonces no tienes mucho tiempo para explorar la ciudad.
—No, pero espero que me puedas dar algunos consejos para hacer un
tour exprés. Ya que eres una experta y eso...
Se rió.
—¿Eso te ha dicho Isabelle?
—Sí.
—¿Y qué más dijo? —Su rubor me reveló todo lo que quería saber.
—Que estás aquí por un intercambio médico, aunque no he pillado qué
clase de médica eres.
—Soy residente de cirugía en el Liberty.
Era un hospital privado de Nueva York. Me habían hablado muy bien de
él.
—Vaya, ¡qué impresionante!
Se tomó bien mi cumplido, pero me di cuenta de que le daba vergüenza.
—Gracias. En fin... surgió la oportunidad de venir aquí dos meses, y
pensé, ¿por qué no? Es una experiencia única y Roma es increíble. Me
costó un poco, porque mi italiano no es muy bueno y no conozco a nadie
del equipo, pero me alegro de haber dado el salto.
Me gustaba la pasión que desprendían sus ojos, que fuera intrépida y
aventurera. El hecho de que fuera tan valiente me gustó incluso más que su
magnética sonrisa. Cuando nos sirvieron la bruschetta y el limoncello,
Laney bebió un sorbo y se relamió.
Tuve que obligarme a no detener mi mirada demasiado tiempo en su
boca. Su cuerpo era igual de sexy: cuello largo y delgado, y un escote muy
apetecible. Aquel vestido blanco le quedaba ceñido al cuerpo. El resto
estaba oculto por la mesa, pero había podido observar sus curvas cuando
llegó. Me moría de ganas de volver a contemplarlas.
—¿Eres de Nueva York? —pregunté.
—No, me mudé a la ciudad hace dos años para hacer mi residencia.
Antes vivía en Filadelfia. —Desvió la mirada, antes de añadir rápidamente
—: Trabajas con Hunter, ¿verdad?
—Sí.
—Me alegro de que Isabelle haya pensado en ponernos en contacto —
dijo.
—Yo también me alegro. Bueno... volviendo a eso de que eres una
experta...
—La verdad es que no. Simplemente investigué mucho sobre el país
antes de venir. Quería asegurarme de haberlo visto y hecho todo. Isabelle
suele ser demasiado generosa con sus elogios.
—¿De verdad me ha elogiado? —pregunté en tono burlón.
Laney se rió, encogiéndose de hombros.
—No lo llamaría exactamente un elogio...
¿Me estaba tomando el pelo? Pues que empezara el juego. La atracción
mutua era palpable.
—Me gusta crear la primera impresión cara a cara, no de oídas.
Me dedicó una sonrisa burlona en el mismo momento en que el
camarero recogía nuestros entrantes ya vacíos y los sustituía por los
principales. Los dos habíamos pedido espaguetis. Los míos eran
tradicionales, con salsa de tomate y albahaca. Los de Laney tenían marisco.
—¿Por qué, temes que los rumores no sean ciertos?
—Algunas cosas pueden ser exageradas. O sacadas de contexto —
respondí.
—Pues ignoraré cualquier información previa y decidiré por mí misma.
¿Satisfecho?
Las cosas que me satisfarían eran tan inapropiadas que ni yo podía creer
hasta dónde había llegado mi mente, pero asentí.
—Así que, con respecto a esos consejos...
—Bueno, como solo tienes un día, probablemente deberías hacer dos
recorridos a pie. Cada uno dura unas tres horas y te muestran partes
diferentes de la ciudad. Puedes inscribirte en Tripadvisor. También hay un
autobús turístico, pero el tráfico aquí es una pesadilla, así que yo no lo
recomendaría.
—Vale. ¿Tú hiciste todo eso?
—Sí, el primer día. Fue la mejor manera de hacerme una idea general de
las principales atracciones turísticas y decidir en qué orden quería visitarlas.
—Me gusta que hayas elegido visitarlas todas y no solo las principales.
—Soy minuciosa. El ritmo aquí es un poco más relajado que en Nueva
York, pero yo hacía turismo sobre todo los fines de semana.
Tras el intercambio, nos centramos en la comida —todo estaba delicioso
— mientras disfrutábamos de un confortable silencio. Entonces, me contó
de dónde conocía a Isabelle; crecieron en el mismo pueblo de Montana y
habían ido juntas al colegio antes de trasladarse a Filadelfia para ir a la
universidad. No tenía acento, pero al fin y al cabo, Isabelle tampoco lo
tenía. También me dijo que llevaba siete semanas en Roma y que se iba a
quedar una más.
—Estaba buenísimo —dije una vez que vacié mi plato—. Pensé que
este podría ser una trampa para turistas.
Los ojos de Laney se abrieron de par en par.
—¿En serio pensaste que una experta te llevaría a un sitio con mala
comida?
—Mala no, sino solo para turistas.
—Hmm... hasta ahora, no estás causando una muy buena primera
impresión. —Se estaba burlando de mí otra vez. Me gustaba esa mujer.
—La noche aún no ha terminado —señalé.
Laney inclinó la cabeza hacia un lado, tamborileando con los dedos
sobre el cristal.
—No sé, Cole. Ya vamos por el postre.
Ella había pedido profiteroles. Yo pedí tarta de limón y los dos pedimos
otra ronda de limoncello.
Casi como si le hubiéramos llamado, llegó el camarero con las bebidas
y los postres. Maldita sea, me hubiera gustado que tardara más. Laney se
rió, cogió el nuevo vaso de limoncello y luego brindamos.
—Por conocer gente nueva —dijo.
—Brindo por ello. Lástima que ya hayas hecho las visitas a pie. Me
hubiera gustado oír tus comentarios junto con los del guía.
—Isabelle tenía razón.
—¿Sobre qué?
—Uy. Lo siento, no quería decirlo en voz alta. —Sus hoyuelos eran
adorables, y el gesto que hizo con su boca, que adoptó una forma de “O”,
era sumamente sensual.
—Ahora tengo aún más curiosidad.
Se sonrojó y bajó la mirada a su plato. Me incliné un poco sobre la
mesa, deseando estar más cerca. Ella negó con la cabeza, encogiéndose de
hombros.
—No. Soy una tumba.
—Eso ya lo veremos.
Volvió a sonrojarse, esa vez de un rojo más intenso. Me miró con una
expresión divertida mientras devoraba su postre.
—Si quieres, puedo enseñarte algunas cosas de esta parte del centro de
la ciudad cuando salgamos del restaurante. Por la noche, los monumentos
importantes están iluminados. ¿Dónde está tu hotel?
—Por aquí cerca. Solo tardé diez minutos a pie.
—Venga, hagámoslo, entonces.
Maldita sea, era simplemente encantadora, sus manos se unían en señal
de emoción mientras sus ojos estaban abiertos como platos. Nos llevó
varios intentos llamar la atención del camarero y pedir la cuenta. Después
de pagar, nos costó bastante salir del establecimiento, ya que estaba aún
más lleno que cuando había llegado, y la entrada estaba abarrotada de
comensales esperando por una mesa. Debido a la antigüedad del edificio, no
había ascensor, así que tuvimos que descender por las escaleras desde la
azotea hasta la planta baja.
Caminé justo detrás de Laney, contemplando la impresionante vista. Su
ajustado vestido blanco despertaba mi imaginación. Aquella noche había
quedado con ella por cortesía, motivado por la insistencia de una amiga de
la familia, sin embargo, había sido mejor de lo que esperaba. Laney giró la
cabeza para mirarme cuando salimos a la calle, como si quisiera saber si
seguía interesado en hacer el recorrido.
Pues claro que estaba interesado... pero no precisamente en el recorrido.
Capítulo Dos
Laney
—¿Quieres que demos un paseo rápido o uno más largo? —pregunté.
—Lo que tú digas. Yo me adapto.
Vaya, era un peligro que me dijeran eso. Estaba enamorada de esa
ciudad. Había caído bajo su hechizo desde el momento en que había puesto
un pie en ella. Cuando divisé los sicomoros y los adoquines cerca de mi
hotel, y aquellas ruinas milenarias... caí rendida. Había explorado todos los
rincones de Roma, y me habían encantado todos sus monumentos.
Además, con aquel hombre increíblemente sexy a mi lado, mi estado de
ánimo estaba mejor que nunca. No sabía qué se traía entre manos. Isabelle,
por supuesto, me había dado mucha información sobre la familia
Winchester, especialmente sobre Cole. Aunque mi amiga tenía tendencia a
exagerar todo, así que no sabía si las cosas eran completamente ciertas.
¿De verdad le apodaban “El Encantador”?
Todo en su forma de sonreír y actuar demostraba que hacía honor a su
apodo, y él lo sabía. Esa combinación de pelo negro azabache y ojos azules
era simplemente preciosa. Llevaba unos vaqueros negros y una camisa
blanca que resaltaba en la oscuridad del atardecer.
—Ese es un sitio de suvenires muy chulo. —Señalé una pequeña tienda
en la esquina con una estrecha calle lateral.
Bolsos y sombreros de cuero colgaban de un perchero junto a la puerta
de entrada. En el escaparate, una luz azul no muy atrayente iluminaba
agendas encuadernadas en cuero y figuritas de alabastro en miniatura de
dioses romanos.
—Tiene un poco de todo, y los precios no están tan mal. —Me
encantaba esa diversidad de tiendas en Roma. Aquel local de recuerdos
estaba justo al lado de una tienda de lujo que vendía bolsos de grandes
marcas italianas, como Gucci y Valentino.
—Ya he comprado un montón de regalos para todos —dijo.
Vale, Isabelle tenía razón acerca de que los Winchester estaban muy
unidos.
—¿Listo para oír hablar de Piazza Navona? —pregunté.
—Claro. —Su sonrisa era un poco burlona y más encantadora de lo que
podía soportar. Traté de no hacer demasiado contacto visual mientras
hablaba porque parte de ese increíble sex-appeal eran aquellos ojos azules.
Hablé un poco del obelisco egipcio, así como de la arquitectura barroca
que nos rodeaba. Las atracciones estaban muy bien iluminadas. Incluso a
esas horas, la plaza estaba repleta de artistas callejeros que pintaban
caricaturas o rociaban representaciones de monumentos sobre lienzos
metálicos. Los vendedores ofrecían de todo, desde bolsos de diseño de
imitación hasta artilugios fluorescentes que lanzaban al aire y atrapaban una
y otra vez.
—¿Listo para ir a mi lugar favorito? —pregunté.
—Usted manda, doc.
Volvió a ofrecerme esa preciosa sonrisa. Confirmado, Cole Winchester
era indudablemente encantador. Tal como Isabelle lo había descrito. Intenté
recordar todo lo que me había contado sobre él. Estaba muy contenta de que
mi mejor amiga por fin se mudara a Nueva York.
Iba a abrir una consulta como psicóloga y, hasta ese momento, encontrar
el sitio adecuado había resultado todo un reto. Pero Isabelle era optimista y
toda una curranta, y yo quería ayudarla en todo lo que pudiera. Había estado
viviendo en mi apartamento mientras yo estaba en Roma, para ahorrarse el
alquiler, pero se mudaría durante el siguiente fin de semana, había
encontrado un sitio estupendo. Pensaba llamarla más tarde para ver cómo
estaba.
Nos adentramos en una calle llamada “via del Salvatore” hacia otro de
mis monumentos favoritos: el Panteón. La calle era estrecha y estaba
abarrotada; Cole caminaba a mi lado. Cada vez que nuestras miradas se
cruzaban, se me cortaba la respiración. No sabría explicar por qué, pero era
como si un cable de alta tensión nos conectara.
Había restaurantes por todas partes, con mesas alineadas contra las
paredes y ocupando mucho espacio en la acera, por lo que había que tener
cuidado de no chocar con los demás. Había un intenso aroma a ajo y
verduras asadas, junto con el de leña quemada y el queso fundido de los
hornos de pizza. La verdad era que desde que vivía allí, no podía dejar de
comer en cada paseo que hacía por la ciudad. Había deliciosos manjares en
cada esquina y mi fuerza de voluntad era nula.
Doblamos dos esquinas más y llegamos a otra plaza, más pequeña que
la anterior. Allí también había otro obelisco egipcio, pero la pieza central
era, por supuesto, el mismísimo Panteón.
—Es uno de los monumentos mejor conservados de la antigüedad —
dije—. Ha sido restaurado varias veces.
La fachada tenía ocho columnas macizas, pero el interior era aún más
impresionante.
—La cúpula tiene un hueco circular, pero es mejor que la veas de día —
comenté—. Solía ser un templo romano, pero ahora es una iglesia.
—Sabes mucho. Leí una guía de viaje, pero no recuerdo casi nada.
Sonreí.
—Ah, sí. He leído un montón de esas, así que ya tenía mucha
información. Luego, al volver a oírlo todo durante las visitas, se me ha
quedado por completo grabado en el cerebro. Por cierto, antes de que se me
olvide, ¿ves esa vieja tienda de ahí, la que pone Antigua Carnicería? —
Señalé la esquina del edificio a la derecha del Panteón.
Cole se puso a mi lado, siguiendo mi mano con la mirada.
—Sí.
—Tienen unos bocadillos riquísimos, entre otros manjares locales. Es la
mejor de la ciudad.
—¿Recomendado por guías?
—Sí, pero también probada por su noble servidora. Puedo confirmar
que es delicioso. Sigo de cerca a unos cuantos influencers y también lo
recomiendan.
Cole ladeó la cabeza hacia mí y, al instante, respiré profundamente. No
podía creer que su cercanía tuviera ese efecto en mí. Había sido bastante
inmune al encanto masculino en los últimos dos años. Ni siquiera había sido
una elección consciente. Desde que había perdido a Ryan, era como si
hubiera un tupido velo entre los hombres y yo.
—Tú sí que te tomas en serio lo de investigar.
—No salgo mucho, así que cuando lo hago, quiero aprovecharlo al
máximo.
—Estoy tentado de preguntarte sobre Nueva York. Apuesto a que sabes
más que yo, y eso que llevo veinte años viviendo allí.
—La verdad es que no. Mi horario de trabajo en Nueva York es una
locura. Casi siempre duermo en mis ratos libres, así que no tengo mucho
tiempo para ver la ciudad.
Había leído algunas guías antes de mudarme, pero, a decir verdad, me
había mudado a Nueva York porque necesitaba desesperadamente un
cambio de aires, empezar de cero.
—Sé que ya hemos cenado, pero me comería un bocadillo de porchetta.
—Se me hacía la boca agua ante la mera idea. No podía dejar de mirar la
bocatería. Y, por supuesto, estaba abierta, ya que Roma permanecía viva
hasta bien pasada la medianoche.
Las comisuras de sus labios se elevaron.
—Claro, ¿por qué no?
—Te estás burlando de mí.
Negó con la cabeza, pero ese brillo juguetón de sus ojos le delataba.
—Cuidado, señor Winchester. Todavía no he acabado de crear esa
primera impresión.
—Señorita Smith, es usted una clienta difícil. —Dirigió sus preciosos
ojos azules hacia mí, borrando todo pensamiento—. Venga, vamos a por su
bocadillo.
¿Adivina quién pidió comida también? Así es, Cole. Estaba siendo una
mala influencia para él. Su bocadillo era de mortadela. No tenían mesas
libres, así que decidimos quedarnos fuera. Apoyados en una barandilla de
madera, devoramos nuestra comida. La plaza también estaba llena de
vendedores que exhibían artículos fluorescentes, atrayendo la atención de
los turistas.
—¡Joder, qué bueno está esto! —exclamó Cole.
—Pareces sorprendido. ¿Creías que te iba a recomendar algo malo?
¿Otra vez?
—Para nada, hot doc.
Me reí.
—Hot doc, ¿en serio?
—Lo he tenido en la punta de la lengua toda la noche. Al final se me ha
escapado, a pesar de mis esfuerzos por causar una excelente primera
impresión.
—De momento lo estás haciendo bien —aseguré.
—¿Bien? Nunca me conformo con un bien, Laney.
Mi ritmo cardíaco se aceleró. Desvié la mirada y no volví a mirarle
hasta que terminé el bocadillo.
—¿Cuál es nuestra próxima parada? —preguntó.
—La Fontana di Trevi. También será la última.
—¿No quieres darme la oportunidad de causar una primera gran
impresión?
Sonreí.
—No es eso, es que mañana tengo que levantarme temprano.
—¿Tienes que trabajar?
—No, pero haré un recorrido por el Coliseo.
—Pensé que ya habías visto toda la ciudad.
—He dejado lo mejor para el final. Me hace mucha ilusión. Quiero leer
un poco antes de la visita. Es guiada, así que habrá alguien explicándolo
todo, pero si leo sobre ello antes de oírlo, lo recuerdo aún mejor.
—Vaya, qué mona eres. Emocionándote así por una visita guiada.
—Vaya, era cierto lo que decía Isabelle, te gusta derrochar encanto.
—Lo dices como si fuera algo malo.
Me di un golpecito en la sien.
—Lo estoy archivando todo aquí. Más datos para seguir causando esa
primera impresión.
Le brillaron los ojos y yo moví las cejas, señalando a mi derecha.
—Ese es el camino a Trevi —dije.
La calle por la que íbamos era aún más estrecha que la anterior.
Caminamos uno al lado del otro. Por suerte, no estaba demasiado
concurrida en ese momento, aunque sabía que eso cambiaría cuanto más
nos acercáramos a la fuente.
—¿Sabes llegar sin mirar el mapa?
—Es que tengo un muy buen sentido de la orientación.
—Me impresionas más a cada segundo, doc.
—Me alegra saberlo.
—Ahora entiendo por qué mis hermanas adoran Roma —murmuró.
—¿Cuándo estuvieron aquí?
—Hace años. Se emocionaron mucho cuando se enteraron de que venía.
Ahora me pregunto si he elegido bien los souvenirs que les he comprado.
Eso me sorprendió, porque parecía alguien que nunca se cuestionaba
nada. Su lenguaje corporal transmitía seguridad en sí mismo al cien por cien
(y un doscientos por cien de sensualidad).
—Hay un montón de quioscos con souvenirs y vendedores ambulantes
literalmente por todas partes. Si buscas, sin duda encontrarás algo.
Mi cuerpo estaba tan encendido por su proximidad que no sabía cómo
relajarme. Luego, cuando mi talón se enganchó en un adoquín y él me
sostuvo firmemente con una mano fuerte en la espalda, se acumuló una
oleada de calor en mi vientre y se extendió por mis extremidades a la
velocidad del rayo.
Llegamos a la fuente diez minutos más tarde. Estaba aún más llena de lo
que había previsto. Cientos de personas se agolpaban a su alrededor,
haciéndose fotos con palos selfie y tirando monedas al agua. También había
una excelente heladería justo enfrente, en un edificio pintado en un precioso
tono terracota, pero yo estaba decidida a no mirarla durante demasiado
tiempo.
Gruñí mientras nos acercábamos a la fuente entre la multitud.
—Lo mejor es que vengas mañana supertemprano para verla. Está
literalmente vacía a las siete.
Los ojos de Cole se abrieron de par en par.
—No me voy a levantar tan temprano ni de coña. Supongo que es aquí.
Es increíble.
—¿Verdad que sí?
—¿Qué dios es ese del carro? —Señaló la estatua que había encima de
la fuente.
—Neptuno. El dios del mar. Esos son los caballos que tiran del carruaje,
uno calmado y otro furioso.
—¿Por qué uno está furioso?
—Bueno, el mar es muy cambiante, y creo que eso es lo que representan
los caballos. ¡Ah! Y esos de abajo son tritones. Aquel edificio de detrás es
el Palazzo Poli.
—El de estilo barroco —dijo.
—Vaya, ¿has leído sobre ello?
—No, pero como trabajo en el sector inmobiliario, me fijo en los estilos
arquitectónicos. También los materiales, como la piedra de travertino de la
fuente. Por cierto, allí detrás hay una heladería. ¿Quieres un helado? —
preguntó.
Me quedé boquiabierta.
—¿Por qué lo dices?
—He visto que la estabas mirando por el rabillo del ojo. Como si
intentaras resistirte.
—¿Y has pensado que lo mejor era darme un empujoncito hacia el
camino de la tentación?
Dejó caer su mirada hasta mi boca antes de echar un vistazo por encima
de mi hombro, sonriendo como si se le acabara de ocurrir un chiste. ¿Por
qué me estaba consintiendo de esa forma?
—Por decirlo de alguna manera. Además, podemos sentarnos y ver la
fuente desde allí.
Cinco minutos más tarde, estaba comiendo felizmente mi helado de
pistacho con la cucharilla. Fue una suerte increíble que aquellos asientos
estuvieran vacíos. No se podía ver la fuente debido a la multitud, pero no
estaba nada mal. El olor a azúcar flotaba en el aire.
—Esta noche ha sido un festival de comida —murmuré. Estaba muy
llena, pero también muy contenta—. Es muy tarde, tengo que irme a mi
casa. Rodando, muy probablemente. ¿Sabes cómo llegar a tu hotel?
Como Cole no contestó, giré la cabeza para mirarle y me sorprendí por
la intensidad que había en sus ojos.
—Laney, quiero arruinar tus planes de mañana. Me gustaría unirme a tu
visita.
—¿Por qué?
—¿Acaso no acabas de decir que has dejado lo mejor para el final? Si
tuvieras que recomendarme una sola cosa para ver, ¿cuál sería?
—El Coliseo —admití.
—¿Ves?
Su mirada se volvía cada vez más intensa. Inclinado sobre la mesa,
apoyó un antebrazo en ella. Mi ritmo cardíaco se descontroló solo porque
me estaba mirando fijamente. ¿Cómo se suponía que iba a aguantar pasar
tantas horas con él durante la visita?
—Vale —dije—. Bueno, lo primero es lo primero. Tenemos que
inscribirte en el tour.
—¿Cuánto dura?
—Cuatro horas.
Abrió los ojos de par en par.
—No haces nada a medias, ¿verdad?
—Nunca. Ahora déjame comprobar si aún quedan entradas. —Cogí mi
móvil y pulsé el enlace específico de mi visita en la página web de la
empresa.
—Tienes suerte. Todavía tienen un lugar libre.
Compré la entrada de inmediato, casi sin aliento ante la idea de que otra
persona pudiera llevársela. Humm... estaba más deseosa de lo que debía de
que llegara nuestro día juntos.
—Ya está. Mañana puedes pagar directamente al guía —anuncié,
levantando la vista. Había un brillo juguetón en sus ojos, pero debajo de
ello había una intensidad que ni siquiera era capaz de describir.
—Estupendo. Ya tengo ganas de redondear esa primera impresión —
dijo.
—No, lo siento. Solo tenías una oportunidad.
—Entonces, ¿cuál es el veredicto?
—Te lo diré mañana —bromeé—. Suelo ser más objetiva luego de una
buena noche de sueño. No quisiera precipitarme.
—Por supuesto que no.
—Bueno, me voy, entonces.
—Yo voy a quedarme aquí un rato más. Es relajante.
—¿Verdad que sí? Buenas noches —dije mientras me levantaba de mi
asiento—. Solo una cosa: como la visita empieza a la una, quedemos diez
minutos antes delante del Coliseo. No llegues tarde.
—No lo haré. Buenas noches, Laney. —Me miró fijamente con la boca
curvada en una media sonrisa.
Pude sentir la mirada de Cole mientras me abría paso entre la multitud.
Justo antes de que la heladería desapareciera de mi vista, eché un vistazo
hacia atrás y, efectivamente, sus ojos estaban clavados en mí. Me abaniqué
un poco ante aquella situación, mientras me adentraba en una calle lateral.
Era un laberinto de calles estrechas hasta llegar a Via Roma, una de las
principales arterias de tráfico de la ciudad. Podía ir en Uber hasta mi
apartamento, que estaba cerca del Coliseo, pero ¿por qué no aprovechar
aquella increíble noche? Era una caminata de veinticinco minutos, pero
tenía bastantes calorías que quemar, y además me encantaba pasear. Roma
era realmente un museo al aire libre.
Incluso mi apartamento tenía un encanto del viejo mundo, con techos
altos, ventanas enormes y suelos de baldosas. Mi casera era una entrañable
anciana que me traía café siempre que estaba en casa. Vivía justo en la
planta de arriba.
Llamé a Isabelle por el camino porque aún era de día en Nueva York.
Había una diferencia horaria de seis horas.
—¡Hola, guapa! —saludó—. ¿Qué estás haciendo?
—Me dirijo a mi apartamento después de una larga noche con Cole.
—¿Cómo ha ido?
—Me divertí mucho, y... tenías razón. Es definitivamente encantador.
No estoy segura de si está tonteando conmigo o no.
—Pues si tienes que preguntártelo, la respuesta es sí. Sí, lo estaba
haciendo.
—Gracias por aclararlo. ¿Cómo te va con la mudanza?
—Es divertido, y tengo a todos los Winchester ayudándome, menos a
Cole. Pero no cambies de tema.
—No estaba cambiando de tema.
Bueno, más o menos.
—¿Sabes? Apuesto a que, si quisieras, a Cole no le importaría que
hubiera algo de acción bajo las sábanas.
Me reí, mirando instintivamente a mi alrededor, aunque sabía que nadie
más podía oírnos. Solo Isabelle podía decir eso en tono de conversación.
—Isabelle... —murmuré.
—Vale, vale. Eso es complicado para ti. Pero solo quiero que seas feliz.
¿Qué tal un beso?
—Pero si apenas acabo de conocer al muchacho.
—Bueno, yo le conozco y puedo asegurarte que no es un asesino en
serie. Además, probablemente se le dé muy bien todo eso. Tiene muchísima
experiencia. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que las cosas se pongan
incómodas? Pues tiene que coger un vuelo de regreso mañana por la noche,
y Nueva York es lo bastante grande como para que no tengas que volver a
verle... a menos que quieras.
—¿Tenías este discurso preparado?
—No, se me ha ocurrido todo ahora. Cuanto más lo pienso, más sentido
tiene. Es hora de que sigas adelante, cariño. Vuelve a ser feliz. Te lo
mereces.
—No piensas dejar de insistir, ¿verdad?
—Para eso están los amigos. Empieza poco a poco. Con un beso.
—Venga ya, cuelgo antes de que se te ocurran más ideas.
Traducción: antes de que le dijera que iba a volver a verle mañana. No
me cabía duda de que me hablaría hasta por los codos del tema. Amaba a
Isabelle, sabía que quería lo mejor para mí, pero no había tenido intimidad
con un hombre en los últimos dos años, y no estaba segura de que eso
pudiera cambiar a corto plazo. El amor y el sexo formaban parte de un
pasado feliz que, a decir verdad, parecía pertenecer a otra persona.
Pero, ¿un beso? Sonreí, caminando con más ímpetu que antes.
Vaya, pues sí. Eso definitivamente merecía un poco de reflexión.
Capítulo Tres
Laney
A la mañana siguiente, sentía que estaba llena de energía, incluso antes de
que mi casera, Giovanna, me trajera el café espresso de la mañana y mi
desayuno habitual: mozzarella con tomate. Comí en la pequeña mesa
redonda del salón mientras miraba por la ventana. La buganvilla que crecía
a un lado de la fachada estaba empezando a florecer, e incluso podía ver una
de esas preciosas flores rosas desde mi ventana. Tuve que hacer un gran
esfuerzo para quitar la mirada de aquella bonita vista y de esa manera poder
centrarme en la extensa guía de viajes Lonely Planet que tenía en el regazo.
Quedaban tres horas para que empezara la visita.
Mi vida en Nueva York era muy diferente a todo aquello. Salía de mi
apartamento a las cinco y media de la mañana y, cuando volvía a casa,
estaba tan cansada que no podía hacer otra cosa que dormir. Agradecí que
en el hospital no fueran tan estrictos con los practicantes de otras ciudades y
aproveché al máximo mi tiempo libre. El sábado era mi día favorito de la
semana. Ese día estaba aún más animada que de costumbre.
Comprobé mi aspecto antes de salir. Llevaba el pelo recogido en una
coleta, unos vaqueros, un sencillo jersey blanco y unas zapatillas deportivas
apropiadas para un día de exploración.
Me colgué mi mochila de cuero negro al hombro y me detuve cerca de
un minimercado que hacía bocadillos de focaccia y mozzarella. Como la
excursión duraba cuatro horas, era posible que necesitáramos comer algo
durante la misma. También compré agua.
Cuando llegué al Coliseo, Cole aún no estaba allí. Entonces, mi mirada
se posó en una novia. Estaban a punto de hacerle una foto junto al novio,
que se encontraba a su lado. ¡Qué guapos lucían! Ella llevaba un vestido
estilo sirena y el pelo trenzado a un lado y le estaba dedicando una sonrisa
de oreja a oreja a su marido. Él la miraba con absoluta adoración. Apoyé
dos dedos en mi esternón, suspirando. Ryan, mi difunto marido, me había
dejado un enorme vacío en el pecho. Habían pasado dos años desde que lo
había perdido y, sin embargo, ese vacío seguía allí. Como amiga, —y muy
buena terapeuta— Isabelle no paraba de repetirme que tenía que seguir
adelante. Sabía que tenía razón, por supuesto. Quería seguir adelante, pero
era más fácil decirlo que hacerlo.
Había conocido a Ryan en mi primer año de universidad, en Filadelfia.
Era aún más friki que yo y bastante tímido. Tardó cuatro años en invitarme
a salir. Cuando por fin lo hizo, me llevó a ver una reposición de Star Wars,
Episodio III. Me había aburrido muchísimo, pero descubrí que Ryan me
gustaba de verdad. Me había hecho reír y nos habíamos quedado hablando
hasta altas horas de la madrugada, en su cama de la residencia de
estudiantes.
Nos casamos cuando yo estaba en el cuarto año de la carrera de
medicina y vivíamos en un apartamento en el campus. Él se había
licenciado en bioquímica. Durante mi último año de la facultad, empezamos
a mirar casas. Él se matriculó en un programa de doctorado así que
decidimos quedarnos en Filadelfia. Teníamos tantos sueños y queríamos
tener tantos hijos...
Solo llevábamos seis meses casados cuando falleció a causa de un
infarto. Padecía una rara enfermedad cardíaca que nunca le habían
diagnosticado. El shock de toda la situación me había dejado paralizada.
Apenas recordaba aquellos últimos meses en Filadelfia, en los que me había
limitado a cumplir con las obligaciones básicas. Me aferré a la oportunidad
de mudarme a Nueva York como si fuera mi salvavidas. Ya no podía
quedarme en Filadelfia ni comprar una casa allí. Quería estar lejos de todo
lo que me recordara la vida que teníamos, o la que habíamos soñado tener.
Suspiré y aparté la mirada de la pareja. Luego comprobé el perímetro
alrededor de la entrada principal, buscando a Cole. Saqué mi móvil para ver
si tenía mensajes de él y descubrí que la noche anterior Isabelle me había
enviado fotos de su nuevo apartamento. Vaya, estaba tan apenada de no
haber estado allí para celebrar ese logro con ella...
—Buenos días, doc.
Me sobresalté y levanté la vista. Cole estaba justo delante de mí. A la
luz de la mañana, parecía aún más guapo, masculino y... encantador.
Sonreía ampliamente y, de repente, noté que se me levantaban las comisuras
de los labios, a pesar de haber estado melancólica tan solo unos minutos
antes. ¿Cómo podía su personalidad influirme con tanta facilidad?
—¡Hola! Estaba mirando unas fotos que Isabelle me envió de su nuevo
apartamento.
—Ah, sí. Mis hermanos la ayudaron a mudarse ayer. ¿Has hablado con
ella?
—Sí, ayer, de camino a casa. No veo la hora de estar de vuelta en Nueva
York para echarle una mano con todo. Mudarse a una nueva ciudad puede
resultar agobiante.
—Pero tiene a mi familia. Y a ti. Bueno... ¿la has puesto al día? —
Movió las cejas. ¡Qué hombre más tremendo!
—Sí. Le hablé de un tío que conocí anoche. Muy divertido y dispuesto a
complacer mis deseos culinarios.
—Parece que te gusta.
Me reí, ladeando la cabeza de manera juguetona.
—Solo un poco.
—Pobre infeliz. Tiene que esforzarse más, ¿no?
Humm... Esa no había sido la respuesta que esperaba, pero de repente
quise saber lo que eso suponía.
—¿A qué viene esa sonrisa? —preguntó, con los ojos fijos en mí.
—Nada importante.
Se acercó un paso más.
—Dímelo.
Mierda, ¿había querido parecer juguetón? Porque la verdad era que le
había salido bastante autoritario. No había duda de que estaba
acostumbrado a mandar y a hacer que todo el mundo cumpliera sus órdenes.
—Bueno, vale, me habló de tu apodo y quería saber si le haces honor.
—¿Y cuál es el veredicto?
Le guiñé un ojo, sintiéndome de repente un poco peleona.
—Me reservaré la decisión hasta después de la visita.
—Que empiece el juego, señorita Smith.
—No, no. Empieza la visita, no los juegos.
—Eso ya lo veremos.
Su mirada no podía ser más ardiente. Joder, si subía la apuesta de esa
manera antes de que empezara el recorrido, no me quería ni imaginar lo que
sería el resto del día.
Le señalé con el dedo.
—Cole, quiero prestar atención para no perderme nada, así que modera
un poco ese encanto.
—Ah, ¿te estoy distrayendo? Me alegra saberlo.
Le señalé con el dedo.
—Céntrate en la visita. No la sabotees. Después, todo es negociable.
Sonrió triunfante.
—Cuatro horas. Luego yo pongo las reglas.
Riéndome, respiré hondo.
—Vamos a buscar a nuestro guía. Por cierto, ¿dónde está tu equipaje?
—Lo he enviado al aeropuerto con un servicio especial.
—¿A qué hora tienes que estar allí?
—A las seis y media.
—Vale.
Turistas y vendedores de souvenirs se arremolinaban en torno al
Coliseo. Estábamos rodeados de fragmentos de conversaciones, sobre todo
de inglés mezclado con italiano. Encontramos fácilmente al grupo, justo al
lado de la entrada, a la sombra. Era bastante reducido, solo había diez
participantes.
—No voy a hablar todo el rato —dijo la guía—. Os daré la información
completa cuando lleguemos a una nueva planta, y entonces podréis pasear a
vuestro ritmo, empaparos de todo. Solo una advertencia: llegar a la cima
será un reto para quienes no estéis en buena forma. Los escalones son viejos
y muy empinados.
Hice una pequeña mueca de disgusto, porque si bien el frenesí general
del hospital me obligaba a estar siempre en movimiento, escalar no era lo
mío.
—Si quieres, te llevaré en brazos —susurró Cole en mi oído. Le aparté
de un manotazo de manera juguetona.
—Haríamos el ridículo —susurré, pero la idea no me parecía tan mala.
—Eso me trae sin cuidado.
—Podría romperse la espalda, señor.
—Suerte que tengo a una doctora sexy a mi lado. Ella puede cuidar de
mí.
—No tengo los recursos para curar una espalda rota ahora mismo —
dije.
—Estoy seguro de que podemos encontrar algo que funcione. —Tenía
la mirada clavada en mí. Me eché a reír mientras el calor subía por mis
mejillas. No tenía ni idea de cómo podía hacerme sonrojar y reír al mismo
tiempo. Me moría de ganas de descubrir qué más podía hacer. Se me
revolvió el estómago cuando caí en la cuenta de que se marcharía en unas
horas. Todavía me sentía un poco descolocada cuando la guía nos pidió que
nos pusiéramos en fila.
El Coliseo era una de las construcciones más impresionantes que había
visto nunca.
Contemplar algo de ese tamaño con más de dos mil años de antigüedad
era surrealista. Comenzamos por el suelo de la arena y subimos a un tablón
de madera reconstruido mientras nos dirigimos al centro de la misma,
donde tenían lugar las batallas de gladiadores. Estar rodeada de esas piedras
antiguas mientras escuchaba la sangrienta y violenta historia me puso la piel
de gallina.
—Oh, antes de que se me olvide, tengo que enviar un selfie a mis
padres. —Sostuve el móvil de forma que se vieran las tribunas y sonreí
alegremente.
—El Wi-Fi no funciona; ya lo he comprobado.
—Tengo uno de esos módems portátiles en la mochila y ya estoy
conectada. Puedo darte la contraseña.
—No, no me tientes. Prefiero quedarme desconectado, si no, me
enrollaré revisando correos, y solo quiero centrarme en ti.
—Querrás decir en nuestra visita.
—No. En ti. —¡El hombre no paraba! No podía creer que estuviera
coqueteando de manera tan abierta... o que me gustara tanto. Sonrió y,
probablemente percatándose de que yo estaba en un dilema, decidió
cambiar de tema—. ¿Para qué tienes un módem portátil?
—Para enviar fotos en tiempo real, de lo contrario me olvido. Además,
cuando aquí es tarde y estoy dando vueltas por la ciudad es cuando mis
padres están despiertos, y esto nos permite comunicarnos con mayor
facilidad. Les encantan mis fotos, de hecho, creo que les encantaría Roma.
En estos momentos no pueden costearse el viaje, pero en cuanto acabe la
residencia ganaré lo suficiente como para poder pagarles las vacaciones. Ya
se lo dije una vez, pero no quieren ni oír hablar de ello. Al menos por ahora.
—Eres una persona extraordinaria.
—Gracias.
—Lo digo en serio.
Sonrió y añadió:
—Así que les dijiste por ahora, ¿eh? Me gusta cómo piensas.
—La verdad es que no lo entiendo. Si me lo puedo permitir, ¿por qué no
me dejan hacer algo bonito por ellos?
—Algo sé sobre el orgullo de los padres. Entre mis hermanos, mi primo
y yo queríamos comprar un apartamento para mi madre y su marido. Es el
segundo matrimonio de mi madre; una larga historia para contar en otra
ocasión. En fin, ella puso el grito en el cielo. Al final conseguimos
convencerla de que nos dejara colaborar con el pago inicial. Fue una
negociación durísima. Habíamos llegado a la misma conclusión: todos
tenemos buenos ingresos, así que ¿por qué no dejar que nos ocupemos de
ella?
Mi estómago estaba lleno de sensaciones confusas. Isabelle me había
contado algunas cosas sobre los Winchester. Se habían mudado de Boston a
Nueva York muchos años atrás, cuando su padre abandonó a la familia, y
prácticamente se vieron obligados a empezar de cero... más o menos como
yo.
También sabía que tenían una buena posición económica. Las hermanas,
Tess y Skye, tenían una tienda de lencería. Ryker trabajaba en alguna
empresa de Wall Street, y Cole y su primo Hunter estaban al frente de la
inmobiliaria Caldwell. Isabelle había recalcado que eran buena gente, pero
en aquel caso, ese adjetivo se quedaba corto.
La guía nos hizo callar y ninguno de los dos volvió a hablar mientras
seguíamos al grupo. Cuando atravesamos la “puerta de la muerte”; un arco
de piedra por el que los perdedores serían arrastrados a su muerte, se me
erizó la piel.
A continuación, nos dirigimos a la planta subterránea.
—Muy poca gente puede bajar aquí. Reparten un número limitado de
entradas —le susurré a Cole, sintiéndome muy orgullosa. Él se rió y me
rodeó los hombros con un brazo, como si se diera cuenta de que, aunque
admiraba todo aquello, me pesaba la oscura historia inmortalizada en
aquellos muros. Cuando me apretó ligeramente el hombro, me invadió una
corriente de conciencia.
El subsuelo, conocido como las mazmorras, era donde se encerraba a
los gladiadores y a los animales. Como médica, no podía ni imaginarme lo
rápido que se propagaban las enfermedades infecciosas en un lugar como
ese.
Nos rodeaban muros de piedra y caminábamos por un sendero metálico
bajo la arena.
La guía habló, y el micrófono que llevaba enganchado al cuello
amplificó su voz.
—Los romanos tenían tecnologías muy avanzadas. Por ejemplo, podían
inundar completamente la arena para escenificar las batallas. Aún no
comprendemos del todo cómo era posible, pero tenemos descripciones
detalladas de los escritores de la época, así como los restos de algunos de
esos mecanismos, para demostrar que esto era cierto.
Cole golpeó las piedras y se inclinó para susurrar:
—Todavía se desconocen muchas cosas sobre ellos. Como qué
materiales utilizaban para preparar el mortero que mantiene unidas estas
piedras. Es una cuestión legendaria. Dos mil años y varios terremotos
después, sigue en pie.
La guía volvió a mandarnos callar. Apreté los labios y miré a Cole de
reojo. Parecía que a él también le estaba costando reprimir la risa.
Después volvimos a subir a las plantas superiores. Había cinco niveles
por encima de la arena y, joder, la guía no había bromeado cuando dijo que
la subida era empinada.
—Podéis subir a vuestro ritmo —dijo la guía—. También podéis
aprovechar esta parte del recorrido para hacer una pausa y descansar un
poco. Aún nos quedan dos horas. Os esperaré a todos en la cima y luego os
explicaré qué grupos de personas estaban sentadas en cada planta y demás.
—Yo llevaré eso —dijo Cole cuando la guía terminó su explicación,
señalando mi mochila. Se la di con mucho gusto.
—Oh, eres un caballero. No te imaginaba así —bromeé.
—Eso es porque no lo soy. Lo comprobarás muy pronto. Después de
usted, señorita Smith. —Señaló las escaleras. No podía distinguir si el brillo
de sus ojos era juguetón o travieso. Mi corazón se aceleró mientras
subíamos. Caminaba justo detrás de mí y, al igual que la noche anterior, su
proximidad provocó un profundo estremecimiento en mi cuerpo. ¿Qué era
exactamente lo que tenía en mente? ¿Estaba preparada para averiguarlo? Ya
ni siquiera estaba segura de saber cómo coquetear, pero pensaba hacerlo lo
mejor posible.
Capítulo Cuatro
Cole
Confesión total: Los museos no eran realmente lo mío. Mis hermanas eran
fans del Guggenheim y otros museos de Nueva York. Yo las acompañaba
sobre todo porque me daba la oportunidad de pasar tiempo con ellas y
porque me servía para tener un tema más de conversación en las reuniones
de negocios. Pero la verdad era que estaba disfrutando más de lo que
pensaba. El día anterior le había dicho a Laney que quería unirme a su visita
por un impulso. La había visto comerse el helado con tantas ganas que
había pensado: «Quiero pasar el día de mañana con ella».
Se detenía en cada planta, haciendo fotos constantemente y
enviándoselas a sus padres. Maldita sea, era una mujer hecha a mi medida.
La doctora sexy no dejaba de sorprenderme. No solo era inteligente y
divertida, sino también sensible y cariñosa. Me había gustado lo decidida
que estaba a simplificarle las cosas a Isabelle. Era compasiva y cálida, y eso
me gustaba mucho.
Siempre me había enorgullecido de estar en forma, pero esas escaleras
eran un reto.
—Me arden los glúteos —dijo Laney cuando llegamos a la segunda
planta.
Cuando llegamos a la tercera, jadeó.
—Necesito un descanso.
Respiró hondo, miró hacia arriba y luego de nuevo hacia mí. Yo
también estaba jadeando y no intenté ocultarlo. Aquellas escaleras me
estaban matando.
—¿Sigue en pie tu oferta? —preguntó.
—¿Qué oferta?
—La de llevarme hasta la última planta.
Me reí, más aún porque su sonrisa burlona dejaba claro que no lo decía
en serio. Al segundo siguiente, la levanté por los muslos y la cargué
literalmente en mis brazos.
Su risa resonó en todo el recinto. Estaba seguro de que todo el mundo
nos miraba, pero me importaba una mierda. Me esforcé más, porque subir
esos escalones con Laney en brazos estaba a punto de destrozar mis
músculos.
—Estás chalado —murmuró entre carcajadas cuando por fin la bajé, una
vez que habíamos llegado arriba.
—Lo sé.
Siempre había sido espontáneo y no me importaba lo que fueran a
pensar los demás, pero aquello resultaba una locura incluso para mí. Era
posible que no pudiera bajar andando... de hecho, ni siquiera sabía si podía
caminar. Mis muslos estaban realmente en llamas. Me agarré a una
barandilla para apoyarme y respiré hondo.
—¿Qué pasa, señor Héroe? ¿Te duelen los músculos? —Esa boquita
vacilona... Quería reclamarla, besarla con pasión.
—Si digo que sí, ¿prometes ocuparte de ellos más tarde?
Laney se sonrojó de manera intensa y apartó la mirada. Luego frunció el
ceño.
—Cole, hay un guardia acercándose hacia nosotros.
—Nah, solo debe estar echando un vistazo.
Cinco minutos después...
—¿Acabas de sobornar al guardia? —preguntó Laney, desconcertada.
Me había alejado con él unos metros para hablar. No se había tomado a la
ligera nuestra aventura en la escalera, insistía en que habíamos molestado a
los demás visitantes.
—No, he utilizado otros métodos.
Levantó una ceja.
—Ajá, ¿y cuáles serían esos métodos?
—Solo le dije la verdad. Que estoy tratando de conquistar a esta
preciosa mujer, y que si nos expulsaba me haría fracasar.
Los ojos de Laney se abrieron de par en par. Se lamió el labio inferior, y
ese impulso de reclamar su boca volvió a invadirme por completo.
—¿Y se lo creyó?
—Entre tú y yo, creo que se apiadó de mí.
—¿Tú dando lástima? No me parece que esa sea la mejor manera de
describirte.
—¿Qué dirías tú de mí, Laney?
—Creo que eres muy convincente, y lo sabes. Como prueba, hoy estás
aquí conmigo, y ni siquiera sé cómo ha ocurrido.
Moví las cejas.
—Es mi encanto en acción.
Laney echó la cabeza hacia atrás, riendo.
—Ay, Cole. La verdad es que Isabelle se quedó un poco corta con lo que
dijo de ti.
—Ahora estoy intrigado.
—Bueno, tengo hambre. Vamos a comer los bocadillos que he traído.
—¿Qué?
Señaló la mochila. Nos sentamos en la fila superior, en una sección
diseñada para turistas, donde un revestimiento de madera cubría el banco de
piedra original. Observé fascinado cómo sacaba dos bocadillos y unas
botellas de agua.
—¿Cuándo los compraste?
—Esta mañana. Pensé que necesitaríamos algo de sustento ya que el
recorrido es muy largo.
Colocó una servilleta a modo de mantel entre nosotros y abrió nuestros
bocadillos sobre ella. Hacía viento, así que tuvo que fijar la servilleta con
una botella de agua.
—Gracias. Joder, la comida de este país es increíble —dije después de
tragarme un bocado del sándwich de mozzarella y tomate.
—Coincido. Me siento de vacaciones desde que llegué, por más que
esté trabajando.
—Me arrepiento de no haberme quedado más tiempo. Hunter tiene el
gusanillo de viajar. Le gusta escaparse al extranjero siempre que puede.
Empiezo a entender por qué. Es reconfortante experimentar algo
completamente nuevo.
—¿Y qué haces cuando tomas tiempo libre?
—Como mucho voy a los Hamptons, pero la verdad es que no suelo
tomarme vacaciones largas. Me acostumbré a este ritmo de vida. Al
principio, cuando estábamos construyendo el negocio, fue necesario.
—Bueno, entonces... aproveche al máximo este día, señor. Es el día
perfecto, ¿no cree? El sol brinda calidez, y usted ha conseguido la última
entrada para la visita más alucinante del Coliseo. Y ahora estamos sentados
en el mejor sitio. —Se quitó las zapatillas y apoyó las piernas en el asiento
de madera. Me encantaba que estuviera disfrutando al máximo de todo
aquello. También tuvo un efecto positivo en mí. No era que no supiera
divertirme, porque lo hacía; pero no recordaba la última vez que había
estado tan relajado.
—Una de tus hermanas está embarazada, ¿verdad? —preguntó
inesperadamente.
—Sí, Skye. ¿Te lo contó Isabelle?
—Me pidió recomendación de un ginecólogo hace un tiempo y le hablé
de la doctora Johnson de mi hospital. Está tratando a Skye. ¿Cuándo sale de
cuentas?
—Mayo.
—¿Estás emocionado?
—Claro que sí.
—¿Ya han elegido el nombre del bebé?
—Jonas.
—¡Qué nombre tan bonito!
Hablamos de Skye y también le enseñé algunas fotos de la familia.
Luego nos zampamos los bocadillos en dos minutos y los bajamos con
agua. Después, quiso una foto. Laney me tendió el móvil, pero esa vez, en
lugar de hacerle una foto a ella, nos hice un selfie.
—Cuéntame lo que has leído sobre este lugar.
Sonrió.
—¿Seguro? Nuestra guía indicó que solo quedan diez minutos de
descanso.
—Cuéntame.
Por lo general, mi mente siempre estaba haciendo cálculos incluso
cuando me encontraba fuera de casa. En ese instante, Laney captaba toda
mi atención. Era la primera vez que me ocurría. Mi apodo no era una
coincidencia: no salía con nadie en serio y rara vez pasaba tiempo con una
mujer fuera del dormitorio o de una cena. Pero en ese momento me
arrepentía de tener que partir tan pronto, quería pasar más tiempo con
Laney. Esa sonrisa, la pasión en su voz... exigían toda mi atención. Cuanto
más hablaba, más quería acercarme. Joder, necesitaba besarla.
—¿Me estás escuchando? —preguntó en tono burlón.
—En los últimos minutos, no —admití—. Estaba demasiado ocupado
pensando en besarte.
—¡Cole! —Laney se sonrojó al instante. Desvió la mirada, pero se
relamió los labios. Luego me señaló con el dedo—. No quiero que ese
guardia vuelva a llamarnos la atención.
—¿Así que quieres que te bese, pero solo si el guardia no nos ve? —El
rojo de sus mejillas se intensificó. Me incliné, solo para poder estar un poco
más cerca de ella—. Puedo cumplir ese deseo y, si nos ve, volveré a
convencerle de que no nos eche de aquí.
Laney jugueteó con su coleta, sonriendo.
—¡Eres tremendo! No estoy tan segura de que puedas volver a
convencer al guardia de ello. Pero archivaré este exceso de confianza aquí
mismo. —Se dio un golpecito en la sien—. Sospecho que pesará mucho en
mi evaluación.
—¿Todavía no tienes un veredicto sobre mí?
—No.
—Sé lo que podría ayudar a acelerar el proceso.
—¿Qué?
—Besarnos.
Antes de que Laney tuviera tiempo de reaccionar, nuestra guía se acercó
a nosotros.
—Atención a todos, se ha acabado el descanso. Bajaremos las escaleras,
planta por planta. Vamos.
Enseguida, Laney se puso las zapatillas. Todavía estaba sonrojada. No
hubo oportunidad de retomar el hilo de la conversación después de unirnos
al grupo. Pillé a Laney mirando a una pareja con una expresión
extrañamente triste. ¿A qué se debía? En cuanto la guía empezó a hablar, la
atención de Laney se fijó en ella.
—Presta atención —susurró a través de la comisura de los labios.
Me incliné hacia ella, hablándole directamente al oído.
—¿Por qué, acaso piensas hacer un cuestionario después? ¿Entre todos
los besos?
Me dio un codazo juguetón y después decidí mantenerme a unos metros
de distancia, para no caer en la tentación.
La visita terminó fuera, frente al Coliseo.
—Creo que ya ha terminado el tour —le dije a Laney.
—¿Ah, sí? No me había dado cuenta —Su tono era juguetón.
—Creo que teníamos un trato.
Me acerqué hasta que la punta de mi nariz casi tocó la suya.
—Humm... lo recuerdo. Entonces, ¿cuál es el plan, señor?
Le acaricié la mejilla con el dorso de los dedos.
—Vayamos por partes. ¿Tienes una chaqueta en la mochila? Estás
tiritando.
—No, no he traído ninguna, y la verdad es que hace bastante frío.
—Pues entonces vamos a tu casa a por una chaqueta. Has dicho que está
cerca, ¿verdad? Te daría la mía si la tuviera conmigo.
Sonrió, frotándose las manos con más vigor.
—No es por nada, pero eso es algo caballeroso. Y sí, está a solo unas
manzanas. Nos llevará unos diez minutos.
—Entonces vamos.
Sería toda mía... al menos durante una hora, y luego me iría al
aeropuerto.

***
Laney
Cole era sin duda el mayor ligón que había conocido. Antes de que
saliéramos del Coliseo, compró algunos regalos más en una tienda de
recuerdos, insistiendo en que necesitaba asegurarse en caso de que sus
compras anteriores fueran una mierda. Cole Winchester podía ser el más
seductor del mundo, pero también era una persona muy atenta a la que
quería conocer mejor.
Cuando llegamos a la puerta de mi apartamento y comencé a buscar la
llave en la mochila, empecé a temblar en serio. Había sido un poco tonta al
no llevar chaqueta. Cole me pasó un brazo por los hombros, prácticamente
apretando mi costado contra el suyo.
—Solo estoy intentando mantenerte caliente —dijo con tono juguetón.
—Ajá, así es como lo llamas.
Acercó su boca a mi oído.
—Laney, cuando quiero algo, hablo sin rodeos.
Su tono de voz era grave y directo, en verdad exquisito. De repente, el
aire entre nosotros se volvió denso y cargado de tensión. Finalmente
encontré la llave y la metí en la cerradura, esperando que esa vez no se
trabara, pero, por supuesto, eso fue justo lo que ocurrió.
—¿Quieres intentarlo? —le pregunté a Cole—. Se traba cada dos por
tres.
—Claro. —Cole ejerció una fuerte presión contra la puerta, luego la
levantó un poco, pero se atascó un poco más. Por último, la empujó con
más fuerza.
—¡Aaay! —exclamó, apretándose la mano derecha.
—¿Te has cortado? —pregunté, cogiéndole inmediatamente la mano e
inspeccionándola. Tenía marcas en el dedo índice, pero solo era un rasguño.
—Es muy superficial. Pero puedo desinfectarlo. Tengo todo lo que
necesito arriba.
—Me estás tomando el pelo.
—No, en serio. Solo serán unos segundos.
—Claro, doc.
Una vez dentro, Cole miró a su alrededor con curiosidad. El piso era
enorme, y como solo tenía un dormitorio, un salón y una cocina, cada uno
de los espacios era grande.
—Vamos, el botiquín está en el baño.
Era el único espacio realmente pequeño. Nos apretujamos entre el
lavabo y la pared mientras yo aplicaba el antiséptico.
Cole gruñó un poco.
—¿Te escuece? —pregunté.
—Sí.
—¿Sería un mal momento para burlarme de ti?
—Pésimo...
—Vale, pues entonces ya he acabado.
Al levantar la vista, me quedé sorprendida por la forma en que me
miraba. De repente, me percaté de lo cerca que estábamos. Cuando dejé de
atenderle, empecé a notar el intenso calor de su cuerpo. Apoyó su mano
hábil en la pared, justo al lado de mi oreja, como si apenas se abstuviera de
tocarme. Pues yo ya no quería que se abstuviera, sino que me besara. No
importaba que le hubiera conocido el día anterior, o que supiera tan poco de
él. Isabelle le conocía y tenía debilidad por su familia. Me bastaba con eso.
Se inclinó aún más, y entonces posó su boca sobre la mía de una manera
ardiente e implacable. Una sensación de placer me recorrió de los pies a la
cabeza. El beso fue inesperadamente delicioso y salvaje. No podía
saciarme. Cada latigazo de su lengua avivaba el fuego en mi interior. Mi
cuerpo vibraba por el calor que me recorría. Sentía un hormigueo en los
dedos de las manos; me puse de puntillas y luego volví a apoyarme sobre
los talones mientras intentaba acercarme. Quería más. Como si conociera
mi intención, sus manos se dirigieron a mi cintura, ayudándome a
mantenerme en mi sitio mientras profundizaba en su exploración.
¡Vaya beso! Dios mío. De repente, me sentí más ligera, casi flotando,
como si hubiera liberado algo muy dentro de mí. Por primera vez en años,
volví a ser consciente de las sensaciones en mi cuerpo.
Retrocedió una fracción de centímetro. Cole no decía nada, pero no
tenía que hacerlo. La intensidad que se desprendía de él hablaba por sí sola.
El modo en que me miraba...
Sonreí, tocando su mandíbula.
—He tomado una decisión sobre ti, Cole Winchester.
—Te dije que besarme inclinaría la balanza a mi favor.
—¿Quién ha dicho que es a tu favor?
—Debería besarte otra vez, para que te quede claro.
Le di un manotazo juguetón en el hombro.
—Ahora entiendo por qué te haces llamar el líder de la pandilla de
solteros.
—¿Isabelle te dijo eso?
—No, lo escuché de Ian y Dylan. —Eran los hermanos de Isabelle—.
Tú eres un soltero empedernido, y mi vida en Nueva York gira básicamente
en torno al hospital, así que... ¿Lo que pasa en Roma se queda en Roma?
Hice una mueca de disgusto. ¿Sonaba mal? Por lo general, no tenía
problemas de confianza, pero las relaciones se me estaban dando fatal. Ni
siquiera había intentado ligar después de perder a mi marido; estaba
haciendo el ridículo. Bajé la mirada. Cole deslizó dos dedos bajo mi
barbilla, inclinándola hacia arriba. Tenía una enorme sonrisa dibujada en su
precioso rostro.
—Estoy más que de acuerdo con eso.
Dejé escapar un suspiro de alivio, pero en cuanto calculé cuánto tiempo
nos quedaba, lo único que quería era prolongarlo.
—Vale, has dicho que tienes que estar en el aeropuerto a las seis y
media, ¿no? Eso significa que tienes que coger un taxi dentro de una hora.
No nos deja mucho tiempo para ir a un restaurante. ¿Qué me dices de
comprar pizza en el local de comida para llevar que está al lado de este
edificio? Está muy buena. Podríamos comer aquí... y charlar. Maldita sea,
¿acaso eso pareció como un intento de ligue? No es lo que quería decir.
Cole me miró fijamente durante unos segundos antes de soltar una
carcajada.
—¿Crees que esto es un ligue? No tienes mucha experiencia en eso,
¿verdad, doc?
—Lo admito. Quiero decir, no quería que esperaras que...
Cole me hizo callar besándome el costado del cuello y, antes de
erguirse, entrelazó sus dedos con los míos a los lados de mis muslos.
—Laney, relájate. No espero nada. Hablemos, comamos pizza y veamos
qué pasa.
Sonreí.
—Y quizás besarnos un poco más.
—A su servicio, doc. Y lo que pasa en Roma, se queda en Roma. Lo
prometo.
Capítulo Cinco
Cole
Por lo general, me gustaban los vuelos de larga distancia, en los que tenía
tiempo para disfrutar del servicio y dormir. Esa vez fue diferente, estaba de
mal humor. En lugar de dormir, saqué mi portátil. La conexión a Internet no
era la mejor, pero era suficiente para lo que tenía que hacer: redactar los
siguientes pasos de la asociación con Delimano. Me gustaba establecer
términos, condiciones y una hoja de ruta para los nuevos proyectos.
Oficialmente, yo era el Director de Operaciones de la empresa, pero en
realidad me encargaba un poco de todo, y me sentía a gusto así. El objetivo
de aquella asociación era abrir las puertas al otro lado del océano. Delimano
iba a supervisar nuestro primer proyecto de construcción en Europa; era un
gran paso para nuestra expansión en el extranjero. Tenía todos los motivos
para estar alegre y darme palmaditas en la espalda.
Pero mi estado de ánimo no mejoró ni siquiera tras unas horas de sueño,
cuando ya estábamos aterrizando en Nueva York.
Pasé la aduana y recogí mi equipaje en un tiempo récord. Al salir a la
zona de llegadas, estaba a punto de pedir un Uber cuando vi tres caras
conocidas que me saludaban: Tess, Skye y Ryker.
No podía creer que mis hermanos estuvieran allí. Yo sí que era un tío
afortunado.
Tess era la que más destacaba. Llevaba el pelo castaño claro recogido en
un moño y sostenía un cartel de neón que ponía “Bienvenido a casa”. Ryker
estaba de pie detrás de nuestra hermana mayor, señalándola con los dos
dedos índice y murmurando: “Ha sido idea suya”.
Skye se limitaba a sonreír, sujetando su enorme barriga con ambas
manos. Mi sobrino estaba creciendo muy bien, y aún le quedaban dos meses
más.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —pregunté cuando llegué hasta donde se
encontraban.
—Dándote una sorpresa, como no podía ser de otra manera —respondió
Tess, batiendo las pestañas—. ¿Nos hemos pasado? Espera... mejor no
contestes a eso. Es que te hemos echado de menos.
Me reí y abracé a mi hermana mayor. Sí, el cartel era un poco
exagerado, pero los Winchester eran así. No hacían nada a medias tintas, y
yo compartía plenamente el lema de la familia.
A continuación, abracé a Skye y estreché la mano de Ryker.
—Lo siento, hermano. Intenté disuadirla del cartel, pero estaba como un
niño en una tienda de juguetes.
Tess fulminó a Ryker con la mirada.
—¿Qué? Me pareció que era un detalle bonito.
—Lo es —dije con rapidez.
Ryker sacudió la cabeza.
—Tío, si sigues consintiéndola, la próxima vez traerá también un osito
de peluche.
No me hubiera extrañado eso de Tess. Ella tenía su propia forma de
hacer las cosas. Sin duda, había echado de menos a mi familia.
—Venga, compremos un gran desayuno y comámoslo en mi casa —
sugerí.
—Eso ya lo tenemos cubierto. —Ryker levantó una bolsa en la que no
había reparado antes.
Tardamos un rato en salir del aeropuerto con todo el tráfico, pero
llegamos a mi loft rápidamente. Una vez dentro, pusimos el desayuno en la
mesa de centro del salón y nos sentamos alrededor, devorándolo.
Tess sonrió, cerró los ojos y bebió un sorbo de su taza de café.
—Háblanos del viaje —dijo.
—¿Qué tal Laney? ¿Te dio buenos consejos? —preguntó Skye.
—Sí. Acabamos haciendo una visita guiada en el Coliseo.
—¡Qué guay! Espera... ¿A qué viene esa expresión? —preguntó Tess.
Tanto ella como Skye me estaban mirando en ese momento.
Me sentía como si me estuvieran examinando bajo una lupa. Controlar
mis gestos no ayudaría en nada, sino todo lo contrario. Se darían cuenta de
que intentaba ocultarles algo.
—No está tan animado como de costumbre —comentó Skye.
—Humm... tienes razón —añadió Tess, ladeando la cabeza.
Me encantaba mantenerlas en vilo cuando se ponían así. Además, tenía
mucha curiosidad por saber si lo acabarían adivinando. Por mi parte, estaba
seguro de que no lo harían... es que ni siquiera yo podía creerme que
estuviera tan confundido.
—Quizás esté triste por no haber podido ver más de Roma —teorizó
Skye.
—O tal vez el trato no resultó como estaba previsto —dijo Tess.
Vaya, para mi sorpresa, se me daba muy bien disimular. Si seguían así,
nunca lo adivinarían... Aun así, disfruté del proceso. Estaba haciendo un
gran esfuerzo para no reírme.
—A lo mejor solo os está tomando el pelo —sugirió Ryker. Aquello fue
la gota que colmó el vaso. Me eché a reír. Nadie sabía leerme mejor que él.
—Eres muy malo —se burló Tess, empujándome de manera juguetona.
Skye se quedó boquiabierta.
—Espera, ¿de verdad nos estabas vacilando?
—Más o menos —respondí, porque no me gustaba mentir.
—No puedes hacerme eso. ¡Estoy embarazada! —exclamó Skye.
—Cole Harry Winchester —dijo Tess. Gruñí. Nada bueno sucedía
cuando alguien de mi familia usaba mi segundo nombre—. A mí no me
engañas. Estoy notando unas sospechosas arrugas en tu entrecejo. No tiene
nada que ver ni con el jet lag, ni con los negocios.
Bostecé, sacudiendo la cabeza. De hecho, había planeado contarle a mi
familia sobre Laney, para conocer su opinión y porque creía en nuestra
política de no guardar secretos. Era algo que se le había ocurrido a Tess
después de que nuestro padre nos abandonara, insistiendo en que teníamos
que hablar entre nosotros, que era mejor que guardárnoslo todo, y yo estaba
de acuerdo al cien por cien. Me gustaba poder hablar de lo que fuera con
mis hermanos. Poder contar con su punto de vista siempre resultaba útil.
Lo que sí, había planeado ponerlos al corriente luego de superar el
desfase horario, o al menos, después de dormir bien en mi propia cama.
Aunque, por otro lado, los planes mejor trazados nunca funcionaban en mi
familia. Era una norma no escrita, pero me divertía probar suerte de vez en
cuando.
—Me gustó pasar tiempo con Laney —empecé. Nadie reaccionó—.
Bueno, fue muy divertido y... —No terminé la frase porque eso era
básicamente todo. No sabía cómo poner el resto en palabras.
—Y joder, si todavía estás pensando en ella ahora, es que te ha
impresionado —dijo Tess.
Ryker se quedó pasmado.
Skye le señaló con el dedo a Ryker.
—Que no se te ocurra darle la lata.
—No iba a hacerlo —respondió mi hermano despacio, todavía con cara
de asombro.
Vale, me sentía un poco gilipollas por haber provocado esa reacción en
primer lugar. Sí, podía ser un eterno soltero, pero no un imbécil. Era simple
y sin complicaciones, y nadie salía herido. Por lo general, las relaciones
eran complejas e impredecibles, y podían desmoronarse incluso después de
décadas, como había ocurrido con nuestros padres. No estar atado a nadie
simplemente era más fácil, y a mí me funcionaba. El grupo de solteros solía
ser más numeroso: Hunter y Ryker habían sido mis hermanos de armas,
pero luego Hunter se casó con Josie, la hermana de Isabelle. Ryker también
se había casado el año anterior con Heather. Estos últimos organizaron una
boda doble con Skye y su prometido, Robert, ya que ellos deseaban
contraer matrimonio antes de que naciera el bebé. Tess y yo éramos los
únicos solteros de la familia.
—Vale, intuyo que no nos vas a dar muchos detalles, pero está bien.
Podemos volver al tema cuando ya haya pasado el efecto del jet lag.
—Vaya, gracias por ser tan considerada, hermana —dije con tono
burlón. Tess se limitó a mover las cejas. Me reí, centrándome en ellas—.
¿Alguien tiene noticias?
—Heather y yo estamos pensando en darle un hermano a Avery —dijo
Ryker.
Me quedé de piedra. Sabía que mi hermano estaba felizmente casado y
que acababa de finalizar los trámites de adopción de la hija de su mujer,
pero eso era un notición.
—Enhorabuena por decidirte a dar ese paso —le dije. Tess le abrazó.
Skye se acarició la barriga.
—Nuestros hijos podrían jugar juntos. Sería estupendo.
Estaba de acuerdo con Skye. Me parecía fantástico que la siguiente
generación Winchester creciera junta. Recordaba haber sentido desde muy
pequeño que podía contar con mi familia pasara lo que pasara, excepto con
mi padre, claro. Pero siempre había tenido la extraña habilidad de centrarme
en lo que tenía y no en lo que me faltaba, y de esa manera siempre había
sido muy feliz. Tenía doce años cuando nuestro padre nos abandonó. A mí
me pareció como si todo hubiera sucedido de un día para otro. La noche
antes de que nos mudáramos a Nueva York, encontré a mi madre sollozando
en un rincón de la casa. Intentó disimularlo cuando notó mi presencia, pero
no pude evitar ser testigo de ese hecho. Aquella noche me hice la promesa
de no darle a mi madre más motivos para estar triste. Además, no dejé de
insistirle a Ryker hasta que estuvo de acuerdo conmigo.
El clan Winchester vivía a base de políticas y pactos, y a mí me gustaba
que fuera así. Tess había hecho hincapié en que no hubiera secretos entre
nosotros. Ryker y yo, a su vez, habíamos acordado que siempre nos
cubriríamos las espaldas mutuamente.
No pude evitar soltar una risa al recordar esa noche, lo determinados
que estábamos Ryker y yo a cuidar de nuestras hermanas, a pesar de ser más
jóvenes que ellas.
Cada uno se las apañaba a su manera. Mamá se apoyó en su trabajo
como profesora, aceptando todos los trabajos adicionales de la escuela que
estaban disponibles para llegar a fin de mes.
Tess y Skye también ayudaban: trabajaban de camareras después del
colegio. Yo conseguí mi primer trabajo a los trece años, cortando césped
después de clase. Había sido bastante agotador, sobre todo en los húmedos
días de verano, pero me enseñó el valor del trabajo duro. Cuando tuve edad
suficiente para trabajar en restaurantes, encontré un puesto como camarero.
Incluso en ese momento, cuando me encontraba trabajando en mi oficina a
altas horas de la noche, gestionando proyectos o revisando las estructuras
de costes, no me resultaba para nada desagradable.
Mamá había insistido en que todos nos centráramos en los estudios y en
aprender para poder conseguir buenos empleos en el futuro. La verdad era
que probablemente lo habríamos hecho de todos modos, pero queríamos
que ella sintiera que podía contar con nosotros, que no tenía el peso de toda
la familia sobre sus hombros.
Incluso a esas alturas, quería asegurarme de que mamá nunca volviera a
pasar por dificultades económicas. No las tenía, por supuesto, entre su
pensión y sus ahorros. A ella y a Mick les había ido bien, pero ese impulso
de protegerla seguía dentro de mí. Tal vez me acompañaría por siempre.
También se extendía a mis hermanas, lo quisieran o no; la mayoría de las
veces no era así, pero había cosas que no se podían evitar.
Eso era lo que significaba tener una familia para nosotros, y podía
percibir cómo esa dinámica se transmitiría a la siguiente generación. Y de la
nada, Laney apareció de nuevo en mis pensamientos...
—¿Alguna otra noticia? —pregunté, tratando de distraerme.
Tess asintió.
—Sí. La buena noticia es que la próxima gala benéfica de baile será la
más concurrida. Es probable que sea la última de esta temporada.
¡Fantástico! Organizábamos esos eventos con fines benéficos, y el
hecho de que asistiera mucha gente significaba que recaudaríamos mucho
dinero. La temporada de galas duraba de septiembre a junio, y el número de
eventos dependía siempre de la rapidez con que reuniéramos los fondos
necesarios.
—¿Y la mala noticia?
—Pues que necesitamos tu aprobación para ultimar algunos detalles de
inmediato.
—Ya veo. Trajiste el cartel para compensar el hecho de obligarme a
trabajar —bromeé.
Skye sonrió.
—No, para eso está el desayuno.
—¿No puede esperar hasta el próximo almuerzo de trabajo? —
Teníamos uno el miércoles siguiente—. El evento es a mediados de mayo.
Faltan dos meses.
—Tenemos que poner las cosas en marcha de inmediato —explicó
Ryker.
—He pasado la noche en el avión, así que soy todo tuyo durante unas
horas, y luego probablemente me desplome. —Solo había seis horas de
diferencia horaria, pero la falta de sueño empezaba a pasarme factura. Me
levanté y me dirigí a mi equipaje de mano para coger el portátil. Al
acercarme, las bolsas de regalos captaron mi atención.
—Por cierto, ¿alguien quiere sus recuerdos antes de que empecemos a
trabajar?
—¡Síííí! —exclamó Tess. Los otros dos asintieron.
Mientras repartía los regalos, no podía evitar pensar en Laney. Había
comprado los últimos con ella después de nuestra visita. Me reí entre
dientes, recordando su bonito pero incómodo discurso de “Lo que pasa en
Roma, se queda en Roma”. Solo nos habíamos besado y apenas hacía dos
días que la conocía, pero no había dejado de pensar en ella desde que había
subido al avión. Me gustaba pasar tiempo con Laney. Había sido la primera
vez que me había enganchado tanto con una actividad que no fuera el
trabajo o reunirme con mi familia, y sabía que todo se debía a ella. Su
entusiasmo había sido cautivador. Laney había sido cautivadora. Había
estado tentado de enviarle un mensaje desde mi aterrizaje, pero ella había
dejado claros sus límites...
Cuando Tess sacó su iPad, giré los hombros y fijé la vista en la pantalla.
Era justo lo que necesitaba para volver a centrarme y apartar de mi mente
cualquier pensamiento sobre Roma y Laney. Una vez superado el desfase
horario, volvería a ser el de siempre: enfocado y de buen humor. Estaba
completamente seguro.
Capítulo Seis
Cole
Una semana después, quitarme a Laney de la cabeza resultó no ser más que
un deseo. No era mi estilo ir por ahí frunciendo el ceño o vociferando
órdenes. La mitad de mi equipo me miraba con recelo cada vez que se
cruzaban conmigo; la otra mitad me evitaba. No me gustaba nada.
¿Era implacable cuando la situación lo ameritaba? Por supuesto que sí.
Pero también era el tipo de jefe que siempre tenía la puerta abierta y
estaba lo suficientemente cerca de su equipo como para saber cuándo
alguien tenía problemas personales o quería asumir un nuevo reto. Podía
decirse que era un considerado... tirano.
Justo antes de irme a Roma, había ascendido a uno de nuestros
empleados del departamento de operaciones al de finanzas. Incluso él me
estaba evitando. Muy bien Cole, estupendo...
El jueves por la tarde, Tess me sorprendió visitándome en mi despacho.
—Tess, ¿pasa algo? —pregunté en cuanto entró.
—¿Por qué? ¿Acaso no puedo visitar a mi hermano?
—Claro que puedes. Es que por lo general no vienes sola. ¿Necesitas
algo? ¿Ocurre algo con la tienda?
Su tienda estaba en el Soho y mi oficina en el Upper West Side, no
precisamente de camino a su casa. La única otra vez que Tess había ido a
verme a solas había sido para pedirme mi opinión sobre la posibilidad de
dejar su trabajo para dedicarse a tiempo completo a la tienda. Estaba
desesperada, muy agotada y había admitido que ya no podía hacer las dos
cosas. De alguna manera, me sentí orgulloso de que confiara en mi consejo.
Habíamos hecho números y parecían alentadores. Suponía todo un
riesgo, pero no dejaba de ser calculado. Entonces habló con Skye sobre ello,
y las dos dejaron sus trabajos.
En ese momento estaba intentando adivinar de qué se trataba, cómo
podía ser útil.
Tess se sentó en la silla frente a mi escritorio, mirándome a los ojos.
—Hermano querido, la tienda va muy bien, y yo también estoy bien.
Creo que quien no está bien eres tú.
La miré fijamente.
—¿Qué? ¿Por qué dices eso?
—Humm... veamos, ayer estuviste muy callado durante el almuerzo,
cuando a menudo sueles pelear con los demás por tener la palabra.
—Tal vez solo estaba cansado, ya sabes, el jet lag y todo eso.
Levantó un dedo como diciendo, ‘‘eso no es todo’’.
—Además, he escuchado comentarios preocupantes de varias de tus
compañeras, dicen que te has estado comportando un poco... como un
imbécil esta semana.
Gruñí, bajando la cabeza.
—Si hubiera sabido que te ibas a hacer amiga de todas y cada una de las
compañeras que enviamos a tu tienda, no lo habría hecho.
—Sí, lo habrías hecho de todos modos, porque eres un hermano
increíble.
Enviarles clientas había sido una muy buena idea. Cuando abrieron la
tienda, se lo contamos a nuestros empleados en una reunión general. Les
dejamos claro que no debían generarse grandes expectativas, obviamente,
pero yo quería aprovechar cualquier oportunidad para promocionar el
negocio de las chicas. También habían ofrecido un “descuento para amigos
y familiares” para la ocasión. Acudieron más de la mitad de nuestras
empleadas, y Tess se había hecho amiga de bastantes de ellas. Así era ella.
Era imposible que alguien conociera a Tess sin que le cayera bien al
instante. Sin embargo, eso también le permitía enterarse de cosas como las
que me había ido a plantear.
—¿Qué has hecho, has interrogado a todo el mundo? —bromeé.
—Lo creas o no, no le he tenido que preguntar a nadie por ti.
Simplemente me lo contaron.
De hecho, no tenía ninguna duda de que había sido como ella decía.
—Así que, vayamos paso a paso para poder llegar al fondo del asunto
—dijo.
Me reí, solté el bolígrafo y puse las manos sobre la mesa, imitando la
pose de mi hermana.
—Te escucho.
Tess asintió y levantó un dedo.
—Primero, ¿cuánto tiempo llevas actuando de este modo?
—Como si no lo supieras ya. Seguro que tus espías te lo han contado
todo.
Tess sonrió.
—Claro que lo han hecho... pero quiero oírlo de ti.
—Toda la semana —admití—. Llevo una semana con un humor de
mierda.
Tess sonrió, como si eso fuera algo de lo que sentirse orgullosa.
—Sí, de hecho, noté que no eras el mismo de siempre cuando te vimos
el domingo. Entonces, ¿empezó después de que volvieras? ¿O también
estabas malhumorado en Roma?
—Empezó cuando volví.
—¿Hay algo relacionado con el trato que te esté molestando?
—No.
—¿Crees que podrías haber hecho algo mejor?
Negué con la cabeza, abriendo la boca para decirle que aquello no
estaba yendo a ninguna parte, pero Tess levantó una mano, probablemente
intuyendo por mi expresión, que estaba perdiendo la paciencia.
—Sé paciente, hermanito. Estamos eliminando causas.
—Ah, vale. Me alegra saber que hay un método detrás de toda esta
locura y que no estás intentando torturarme.
Tess jadeó, agarrándose el pecho.
—Jamás haría algo solo para torturarte. Siempre trato de ayudar. Ahora
bien, si algunas cosas te parecen una tortura y sientes que tu padecimiento
va en aumento... ¿sabes a lo que me refiero?
No tenía ni idea de lo que quería decir, pero la experiencia me había
enseñado que era conveniente escuchar a mi hermana, por más que su
método fuera un poco cuestionable a veces.
—Sip, creo que ya sé lo que te pasa. Todas las señales apuntan a que
echas de menos a Laney.
Me quedé mirando fijamente a Tess, esperando a que continuara, pero
no dijo nada más.
—¿Eso es todo?
Ella asintió, y yo gruñí.
—Sé que la echo de menos, lumbrera. Esperaba que tuvieras una
solución para que pueda volver a ser el mismo de siempre.
—Pues la tengo.
Eso captó mi atención. Volví a erguirme.
—Dispara.
—Deberías ponerte en contacto con ella —dijo Tess con una sonrisa.
—Eso no fue lo que acordamos.
—Pero la echas de menos.
—Sí.
—Quizás ella también te eche de menos, y nunca lo sabrás si no la
llamas. Tengo una regla de oro: nunca ignoro a mi corazón.
Reprimí una respuesta a duras penas, porque no sería para nada
agradable. Tess había seguido su corazón más veces de las que podía contar,
y se lo habían roto con la misma frecuencia. Pero eso no le impedía ir
siempre a por lo que quería. No tenía ni idea de cómo lo hacía.
—Pues yo no sigo esa regla, Tess.
—Tal vez deberías. ¿Qué es lo peor que puede pasar? —Se echó hacia
atrás, ladeando la cabeza—. Vaya, hermano, te gusta mucho de verdad, y
tienes miedo de que te rechace.
—No tengo miedo. —Ese había sido siempre mi lema. Si quería algo,
iba a por ello. Entonces, ¿por qué no estaba yendo tras Laney?
Tess sonrió.
—Todo esto es la prueba de que sí. Quizás ella también te eche de
menos. ¿Ha vuelto ya?
—Su vuelo de regreso fue esta mañana. Aterrizó a las nueve y cuarenta
y cinco. —Justo antes de volver, Laney me había comentado cuál era el
horario de su vuelo de regreso.
—¿Has memorizado el número de vuelo también? —se burló—.
Hermano, llámala. Aunque solo hayáis tenido una aventura de una noche.
—Eso no fue lo que pasó.
—Espera un momento. Estás así de gruñón, ¿y ni siquiera te acostaste
con ella? —Dio una palmada, sonriendo de oreja a oreja—. Joder, creo que
estás preparado para abandonar tu soltería.
Me reí, tamborileando con los dedos sobre la mesa.
—No es por nada, pero teniendo en cuenta que ella e Isabelle son
mejores amigas, tal vez podamos invitarla a algunos eventos familiares y de
ese modo juntaros accidentalmente. —Tess estaba casi temblando de
emoción. Llevaba unos minutos queriendo decir aquello.
Levanté una ceja.
—No necesito ningún tipo de intervención externa.
—¡Ja! Por un milisegundo, has dudado. Eso significa que no te
importaría mucho que lo hagamos.
—Tess, ¿necesitabas algo más? —No es que estuviera intentando
cambiar el foco de atención lejos de mí. Estaba genuinamente interesado en
saber. Tess solía ser muy comunicativa, así que si tenía algo en mente que
decir, ya lo habría hecho. Pero nunca estaba de más insistir. Aunque a veces
guardaba ciertas cosas y solo las compartía cuando se sentía vulnerable.
—¿Quieres decir que aconsejar a mi hermano no es motivo suficiente
para que me pase por aquí? —Batió las pestañas.
—Supongo que sí. —Me reí, levantando las manos en el aire, pero su
expresión me dio la pista de que algo la estaba preocupando. No era que
estuviera paranoico.
—¿Recuerdas a Gabriel Lyons?
—Sí. —Era uno de los donantes de las galas. Había ido a la universidad
con él, y siempre había sido un cabrón ostentoso, pero cada vez que
mostraba interés en donar, yo no decía que no.
—Bueno... se está convirtiendo en un grano en el culo. Insiste en que
tenemos que ponerlo como patrocinador en cualquier material relacionado
con el evento.
—¿Pero quién coño se ha creído? No hacemos eso por nadie. Las
donaciones son donaciones. No patrocinios.
—Lo sé. Él también lo sabe así que creo que solo intenta presionarnos.
—Hablaré con él.
—Cole, tratar con los donantes existentes es responsabilidad mía. La
tuya es conseguir nuevos.
Me sentía responsable de todos modos. Le había captado yo y no iba a
dejar que Tess se hiciera cargo sola. Más que nada porque en ese momento
ella se estaba ocupando de la mayor parte del trabajo de la tienda, ya que
Skye se encontraba en los últimos meses de su embarazo.
—Si necesitas que te eche una mano con algo, dímelo. Lo digo en serio.
Lo que necesites, llámame. O pásate por aquí.
Volvió a sonreír.
—¿Estás seguro? Antes estuviste a punto de echarme.
—Eso es porque pensé que solo habías venido aquí a darme el coñazo.
Mi hermana se levantó de la silla, se acercó a mí y me acarició la
mejilla.
—Estaba cuidando de ti. Así es como yo cuido de ti, hermanito.
Yo también me levanté de la silla.
—Bueno, me voy a la tienda. Buena suerte con ya sabes qué. —Juntó
las manos con entusiasmo y me guiñó un ojo.
—Gracias.
Cuando se fue, conseguí centrarme en el trabajo. Solíamos trabajar en
varios proyectos al mismo tiempo, pero en los próximos meses iba a dar
prioridad a dos.
El primero era el centro comercial de Roma. Delimano se encargaría de
conseguir todos los permisos de la administración local, y nosotros
levantaríamos el edificio.
El segundo proyecto era el llamado “Centenario”. Había sido
encomendado por el alcalde de Nueva York; se trataba de un edificio en
pleno centro de Manhattan. Aún tenían que elegir una inmobiliaria a la que
entregarlo y había varios competidores interesados. Se acercaba la fecha
límite y teníamos que presentar una propuesta de costes para que la revisara
el alcalde.
Hunter y yo sabíamos que ese negocio no iba a ser rentable, pero
aportaría mucho prestigio. Aun así, no queríamos tener pérdidas, así que me
puse a hacer números para ver cuánto costaría construirlo.
Por la tarde, fui a la oficina de Hunter para que pudiéramos decidir cuál
sería el siguiente paso con respecto al Centenario.
—Los números pintan bien, como esperaba —dijo Hunter, mirando el
papel que había impreso. Contenía las cifras clave del proyecto.
—Yo también lo creo. Deberíamos llevarlo a cabo. Creo que tenemos
una excelente oportunidad de ganar la puja. Pondré a todo el mundo a
trabajar en esto hasta la fecha límite para poder presentar nuestro proyecto.
Hunter me miró y volvió a centrarse en el papel.
—¿Qué tal ha ido la visita de Tess? —preguntó.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo sabes que ha estado aquí?
Hunter se encogió de hombros, mostrándome su mejor cara de póquer,
pero no consiguió engañarme.
—¿Tú llamaste a Tess? —pregunté.
—Sí.
—¿Por qué?
—La mitad de la plantilla ha estado irrumpiendo en mi despacho,
quejándose de que estabas dándoles por culo. No sabía qué te estaba
pasando, y se me ocurrió que Tess podría echarme una mano con eso.
Me lanzó una mirada crítica, pero yo no dejé de mirarle. Cuando Tess
me había contado que había hablado con varios de mis colegas, no me había
percatado de que también se refería a Hunter.
—Estás frunciendo el ceño. Eso significa que yo tenía razón.
—¿Cómo lo sabes?
Se reclinó en la silla y puso los dedos sobre la cabeza.
—Si no, te habrías jactado de que estaba equivocado.
Maldita sea, me conocían demasiado bien.
—Vale, Tess tenía razón.
Hunter se echó a reír.
—¡Vaya, así que esa mujer que conociste en Roma te ha dejado
impactado, eh! Qué gracia me hace. Tú que me diste tanto el coñazo por
salirme de la pandilla de solteros... Ahora estoy gozando al máximo
devolviéndote la jugada.
—Aun así... ¿Era necesario que llamaras a mi hermana?
—¿Recuerdas cuando pensaste que estaba mal y llamaste a un consejo
de familia para saber qué pasaba? Pues yo he hecho lo mismo.
¿Lo mejor de la familia? Estábamos muy unidos. ¿Lo malo? No se les
escapaba ningún detalle y nadie olvidaba nada. Cuando menos te lo
esperabas, te lo echaban en cara.
Sí, había hecho exactamente lo que dijo Hunter. De hecho, yo era quien
había convocado al Consejo, pero no había podido averiguar qué le había
entrado a mi primo. Debería haber sabido que lo que iba, volvía. Así era
como siempre funcionaban las cosas en mi familia.
—¿Seguimos adelante con el Centenario? —pregunté.
En lugar de volver a lo suyo, Hunter me dedicó una sonrisa burlona.
—Sí. Solo un consejo: ignorar el problema no lo resolverá. Actúa.
Como si yo no lo supiera... “Pasar a la acción” era mi segundo nombre.
Incluso me habían llamado impulsivo por ello. Por lo general, no sopesaba
los pros y los contras. Seguía mis instintos e iba tras lo que quería. Así que
eso era justo lo que iba a hacer.
Capítulo Siete
Laney
No estaba nada preparada para volver a Nueva York. Había aterrizado hacía
seis horas, pero una parte de mí seguía en Italia. Tenía turno en el hospital
al día siguiente, así que aquel era mi último día de descanso. Planeaba
pasarlo con mi mejor amiga, me hacía ilusión ver por fin su casa. Le había
comprado un regalo muy bonito y me moría de ganas de ver su cara cuando
lo viera. Era una cafetera express profesional de una famosa marca italiana.
Mi amiga era incluso más adicta al café que yo.
Podía afirmar con certeza que durante mi estancia en Roma había
llegado a olvidar lo increíblemente pequeño que resultaba ser mi
apartamento. Tenía un dormitorio pequeño y un espacio un poco más
grande que hacía las veces de recibidor y sala de estar. La cocina estaba
empotrada. Cuando llegué, estaba muy agradecida de haber podido
mudarme a ese pequeño cubículo. Acababa de desocuparlo un médico y
estaba completamente amueblado, así que lo único que tuve que hacer fue
llevar mi equipaje. Lo mejor del apartamento era que tan solo estaba a dos
manzanas del hospital. El Liberty se encontraba en el East Village. Me
alegré de no tener que desplazarme, en especial considerando lo temprano
que debía estar en el hospital.
Antes de irme, llamé a mis padres para saber cómo estaban. A ellos
también les había comprado una cafetera express y se la había enviado por
correo desde Roma unos días antes, aunque todavía no la habían recibido.
—Cariño, las fotos que nos has enviado son increíbles —dijo mamá.
—Te encantaría la ciudad. En realidad, Italia en su totalidad.
—Por cierto... no pude evitar ver a un hombre superfuerte en una de
ellas.
De inmediato, percibí cómo mis labios se curvaban en una amplia
sonrisa. Había compartido la foto que nos hicimos después de almorzar en
el Coliseo. Aunque sabía que mi mamá me preguntaría al respecto, decidí
enviarla de todos modos.
—Es un amigo de Isabelle. Le enseñé la ciudad.
—Qué fuerte está —dijo mamá.
—¡Gloria! —amonestó papá.
—¿Qué? Solo digo lo que veo.
—Cariño, te queremos. Cuando estés lista para seguir adelante, lo harás
por tu cuenta. Sin presiones de nadie.
Prácticamente podía sentir a mi padre fulminando a mi madre con la
mirada. Me reí, pasándome una mano por el pelo. Alrededor de un año
después de perder a Ryan, mamá empezó a insistir en que saliera y
conociera gente... que continuara con mi vida. Adoraban a Ryan, se habían
encariñado con él desde el principio. También les gustaría Cole. De hecho,
estaba segura de que hasta a Ryan le habría gustado Cole.
En el fondo de mi corazón, sabía que ella tenía razón, pero al mismo
tiempo, no sabía cómo seguir adelante. ¿Cómo lo hacía la gente? Todavía
tenía ese dolor sordo en el pecho. Durante mucho tiempo, ni siquiera me
fijé en los hombres de esa manera... hasta que conocí a Cole.
—Papá, no te preocupes. Sé que los dos queréis lo mejor para mí.
—Así es.
Estuvimos hablando un rato sobre Isabelle y, después de colgar, me
quedé mirando la foto en la que aparecíamos Cole y yo. Me trajo a la
memoria nuestra alocada subida por las escaleras y el encontronazo con el
guardia, lo cual me sacó una inevitable sonrisa. Y ya que estaba
adentrándome en terreno peligroso, ¿por qué no revivir también aquel beso?
Me humedecí los labios. De repente, noté que todo mi cuerpo había
entrado en calor. Acaricié mi labio inferior con dos dedos e inspiré
profundamente. Joder, ¿cómo era posible que el recuerdo de un beso fuera
tan real?
Justo cuando estaba a punto de abrir la puerta de mi casa, escuché el
tono de mi móvil dentro del bolso y decidí echar un vistazo, por si acaso era
Isabelle, pidiéndome que recogiera algo para ella.
Cole: Hola, doc. ¿Cómo ha ido tu primer día de vuelta al trabajo?
Parpadeé uun par de veces. ¡Vaya! Si antes pensaba que estaba un poco
aturdida, no era nada comparado con lo que sentía en ese instante. Me
temblaban un poco los dedos al responder y mi corazón latía a mil por hora.
Laney: Empiezo mañana. Hoy quería descansar.
Cole: ¿Tienes tiempo para hablar ahora? Quiero oír tu voz.
No imaginé que los latidos de mi corazón pudieran acelerarse aún más,
pero así fue. Respiré hondo, sin dejar de sonreír. Cole quería charlar. Sentía
que estaba a punto de desmayarme solo de pensar en su mensaje.
Quiero oír tu voz.
Me sentía indefensa ante todas las sensaciones. Yo también me moría de
ganas de oír su voz.
Laney: Sí.
No podía creer que estuviera tan eufórica solo porque iba a hablar con
él, pero vaya si lo estaba. Cole, Cole, Cole. ¿Cómo podía afectarme tanto?
Le llamé enseguida.
—¡Hola, Laney!
Le bastó con un simple saludo para conquistarme
—¡Hola!
—¿Cómo fue el resto de tu semana en Roma?
—Estupendo. Me tomé otro helado en ese sitio de la Fontana di Trevi
justo antes de irme. ¿Cómo... estás? ¿Cómo han ido las cosas desde que has
vuelto?
—Liadísimo, y el jet lag no ha ayudado, pero ya he recuperado mi ritmo
normal.
—¿Le gustaron los regalos a tu familia?
—Sí, mucho.
Sonreí, cautivada por el tono de afecto que había en su voz.
—No esperaba que llamaras —dije. Me mordí el labio, con la mirada
ausente, fija en el pomo de la puerta.
—Bueno, técnicamente sí. —Su tono era burlón, pero intuí que quería
añadir algo más, así que no respondí—. He estado pensando mucho en ti,
Laney. Lisa y llanamente.
Dios mío. Eso sí que no me lo esperaba.
—¿Tú no has pensado en mí? —preguntó.
—Un poco —bromeé—. Muy, muy poco.
—Ya veo. ¿Así que echas de menos que me cuele en tus fotos o que te
lleve en brazos por las escaleras cuando te dan calambres?
—Humm... ahora que lo mencionas... —Me atravesó una sensación de
calor solo de recordarlo.
—La cuestión, Laney, es que no puedo dejar de pensar en ti. Apareces
en mi mente en los momentos más inoportunos, ya sea cuando debería estar
concentrado en hacer cálculos, entrenando en el gimnasio o incluso
cruzando la calle.
Una sonrisa enorme volvió a dibujarse en mi cara.
—Pues al parecer soy muy, muy peligrosa para ti. —Luchaba por
mantener un tono de voz serio, pero estaba al borde de la risa.
—Desde luego que lo eres. Pero tu ausencia es aún más peligrosa.
Derretida. Sí. Estaba oficial y completamente derretida.
—Cole...
—Sé que dijimos que lo que pasaba en Roma, se quedaba en Roma,
pero quiero volver a verte.
Se me cortó la respiración. No estaba preparada para esa conversación.
Jugueteé con los dedos, tirándome del labio inferior. Los dos teníamos
sobradas razones para no hacer planes después de volver a Nueva York.
Cole era un espíritu libre y yo prácticamente vivía en el hospital. Mi
inquietud no se debía solo a mi horario, pero Cole no lo sabía. Si aceptaba
volver a verle, al final tendría que contárselo todo. No podía hacerlo. No
estaba preparada.
—Cole —dije en voz baja—. Tengo una historia complicada...
—¿Quieres contármela?
—No es algo de lo que pueda hablar con facilidad. El hecho de que tú y
yo salgamos... no sé si es una muy buena idea.
—Por supuesto que no lo es. —La convicción en su voz me hizo reír a
carcajadas.
—¿Por qué hacerlo entonces?
—Porque no puedo dejar de pensar en ti. Y aunque no lo admitas, tengo
la intuición de que ocupo más espacio en tus pensamientos de lo que
aparentas.
—¿En serio? Vaya, eso es un poco presuntuoso por tu parte, ¿no crees?
—bromeé.
—Oh, puedo demostrarlo.
No me cabía duda de que era así. Me estremecí por completo al notar la
promesa en su voz.
—Además, le harías un favor a todo el mundo —prosiguió.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, veamos, la mayor parte de mi equipo me evita o me tiene
miedo. Mi socio está haciendo de árbitro porque, al parecer, he estado
actuando como un gilipollas desde que volví de Roma. El hombre estaba
tan desesperado que le pidió a mi hermana que averiguara qué me pasaba.
Solo hacemos esas cosas en circunstancias extremas.
—En cierto modo me lo había imaginado. —En ese instante tenía una
sonrisa de oreja a oreja. Cole me había sorprendido desde la noche en que
lo conocí, pero aquello era algo de otro calibre. Me llevé una mano al
vientre, donde sentí un extraño zumbido. ¿Eran mariposas? Hacía años que
no las sentía. Cole estaba despertando una parte de mí que había
permanecido dormida durante mucho tiempo.
—Necesito volver a verte. Besarte, explorarte...
Jadeé, enderezándome. Una oleada de calor se disparó a través de mí,
directamente entre mis muslos.
—Cole...
—Avísame cuando tengas tiempo para tomar algo o cenar.
—Déjame ver... Tengo que trabajar cuatro turnos de doce horas esta
semana... y una noche el fin de semana.
—Pues parece que te vendría bien que alguien te ayudara a despejarte.
—Bueno, sí, pero después de un turno, por lo general cojo algo de
comida para llevar y me duermo en cuanto llego a casa.
—Me aseguraré de cuidar muy bien de ti.
Su voz tenía un tono salvaje increíblemente exquisito. Y así, sin más,
comencé a arder. Quería verle. Había despertado tantas cosas dentro de mí
en los dos días que pasamos juntos que no podía evitar preguntarme qué
pasaría si volvía a verle. Tenía que dejar de tener miedo. Quería hacerlo.
—Vale, señor Winchester. Reúnase conmigo en la entrada trasera del
hospital mañana a las seis de la tarde. Puede que me retrase, pero espero
poder enviarle un mensaje si se diera el caso. Luego podemos hacer lo que
usted desee.
—Será un placer.
Después de haber dado ese salto tan importante, estaba impaciente por
verle. El día siguiente iba a ser muy duro en el hospital, pero no quería
alargarlo, ya que podía llegar a echarme atrás.
Después de finalizar la llamada, estaba aún más eufórica, pero no pude
permitirme divagar en ensoñaciones sobre el día siguiente, ya que iba justa
de tiempo para llegar a casa de Isabelle.
El conductor del Uber me miró mal cuando insistí en dejar la cafetera
express a mi lado en lugar de meterla en el maletero. Estaba impaciente por
ver a mi mejor amiga y contárselo todo. Ya le había hablado de mi día con
Cole en Roma, pero aquello era diferente. Necesitaba todos los consejos
posibles.
El apartamento de Isabelle estaba en el barrio de Parkchester, en el
Bronx, a cuarenta minutos en coche del mío. Era muy bonito. En su
mayoría, los inmuebles eran de ladrillo rojo, y solo tenían entre seis y diez
plantas. Los pasajes que conectaban los edificios estaban llenos de arbustos
y árboles que empezaban a reverdecer con la llegada de la primavera.
Agarré la cafetera express con las dos manos y presioné el timbre con el
codo.
Cuando abrió la puerta, sus ojos se abrieron de par en par al ver la caja.
—Dios mío. ¿Has traído eso contigo desde Italia?
—Sí, señora.
—¿Alguna vez te he dicho que te quiero? —Isabelle estaba preciosa,
como siempre. Su cabello rojo como el fuego caía hasta su cintura. Sus
ojos, de color verde, eran muy vivaces, y el rímel que llevaba los resaltaba
de maravilla. Vestía una camisa blanca con pequeñas flores negras y unos
vaqueros. Mi amiga siempre mantenía una apariencia impecable incluso
cuando estaba en casa, deshaciendo las maletas.
—Vaya, qué bonito es. —El interior del apartamento era muy acogedor,
con paredes de color crema y algunas lámparas de araña de metal de estilo
antiguo que colgaban de los altos techos.
—Lo sé. He tenido mucha, mucha suerte. Los antiguos inquilinos
incluso dejaron algunas de sus cosas aquí.
Le gustaba mezclar y combinar estilos y lo hacía de maravilla. Algún
día le pediría que también renovara mi piso.
Dentro del salón, me sorprendió encontrar también a sus hermanos.
Bueno, esperaba que Josie estuviera presente, pero no Dylan e Ian, teniendo
en cuenta que no vivían en Nueva York.
—¡Mirad quién está aquí! —exclamó Isabelle, sonriendo.
—Vaya, hacía años que no os veía. Estáis igual que siempre. —No
había otra forma de decirlo, los hermanos Gallagher eran unos auténticos
cachas. Ambos tenían el pelo rubio oscuro y unos músculos muy marcados.
Los ojos de Ian eran azules, los de Dylan marrones.
—Mejoramos con la edad —corrigió Dylan.
—Como George Clooney —coincidí.
Ian resopló.
—Elige a alguien más joven, As.
Ese había sido el apodo que me había puesto de pequeña porque era una
verdadera empollona. Los abracé a los dos y luego también a Josie, quien
mantenía el mismo aspecto que yo recordaba. Su cabello castaño estaba
cortado en un elegante corte recto que llegaba en forma lisa y seductora
hasta su cuello. No llevaba maquillaje. Ella e Isabelle siempre habían sido
polos opuestos. Era reconfortante saber que algunas cosas no cambiaban.
Yo era más amiga de Ian y Dylan que de Josie, porque ella se había ido
de Montana cuando aún éramos niños y había asistido al instituto allí en
Nueva York. Mientras crecía, solía fingir que Ian y Dylan eran mis
hermanos. Me resultaba muy útil en ciertas situaciones: nadie se metía
conmigo. Me cubrían las espaldas e incluso, cuando la situación lo requería,
se ofrecían a decirle a la gente que yo era su hermana. Nos separamos en la
universidad. Isabelle y yo nos fuimos a Filadelfia, y los chicos a
Washington, donde todavía vivían.
—Me alegro de verte, Laney —dijo Josie—. Estos dos han venido a
ayudar a montar las cosas que Isabelle tenía guardadas.
—Nos quedaremos hasta el domingo —explicó Ian—. Para entonces
deberíamos haber terminado de montarlo todo.
—Y así será —dijo Josie con confianza—. Considerando que Hunter y
todos los Winchester dijeron que ayudarían el sábado.
Se me revolvió el estómago al oír hablar de los Winchester, porque eso
quería decir que Cole estaba incluido.
—Bueno, venga. Dame algo que hacer. —Señalando una pila de cajas
de IKEA, añadí—: Puedo empezar con eso. Se me da bien montar cosas de
IKEA.
—Buena idea —dijo Dylan—. Empecemos con esas mesitas de noche.
Nos pusimos a trabajar juntos en ello mientras Josie, Isabelle e Ian se
ocupaban de la enorme cómoda.
—Qué bien se te da esto, As —dijo guiñando un ojo.
—Es que tuve un gran maestro. —Ian y Dylan iban a menudo a casa de
mis padres para ayudar a mi padre con las reparaciones. Papá siempre decía
que eran como los hijos que nunca habían tenido. Cuando Isabelle y yo nos
mudamos a nuestro primer piso compartido en Filadelfia durante la
universidad, sus hermanos nos habían ayudado a montarlo todo. Estaba
muy contenta de que estuvieran allí, celebrando ese momento tan especial
con Isabelle.
Después de terminar de montar las mesitas de noche, ayudamos al resto
del grupo con la cómoda. Humm... supe que sería difícil hablar con Isabelle
en privado aquel día, dado todo el alboroto en el apartamento, pero
realmente necesitaba su consejo antes de ver a Cole.
Aproveché la oportunidad dos horas más tarde, cuando hicimos un
descanso. Estábamos montando la cafetera express en su cocina, que estaba
separada del salón y del resto del grupo por una pila de cajas.
—He recibido una llamada de Cole antes de venir —susurré mientras
leía con cuidado las instrucciones para poner en marcha la máquina por
primera vez.
—¿Qué quería?
—Humm... invitarme a salir.
Isabelle me levantó ambos pulgares en señal de aprobación.
—¡Sí! Por eso me gusta ese tío. Reconoce lo bueno en cuanto lo ve.
¿Qué le has dicho?
—He aceptado. Y ahora estoy aterrorizada.
—Ya es hora de que lo hagas, Laney. Y tú lo sabes.
—Es que... no estoy segura de cómo hacer esto. Me sentí tan incómoda
en Roma.
—Bueno, te ha llamado y te ha invitado a salir, así que parece que la
incomodidad no le ha afectado mucho. —Su expresión se volvió seria y me
acarició la mejilla con una mano.
—¿Alguna vez hablaste con los Winchester sobre mí? Quiero decir,
¿saben lo de Ryan?
—No, no me corresponde a mí contar esa historia. Tómatelo con calma,
Laney. No es que haya una lista de comprobación que cumplir.
—Aunque no me vendría mal.
Se rió entre dientes y miró en dirección al salón, donde estaban los
demás.
—¿Sabes lo que ayudaría? —susurró—. Contar con información
privilegiada sobre Cole. Estoy segura de que Josie sabe algo.
Josie conocía a Cole desde que había conocido a Hunter, ya que todos
habían ido al mismo colegio.
—¡Sí, sé muchas cosas! —dijo Josie en voz alta desde detrás de las
cajas.
—¡Nosotros también! —añadió Dylan. Me reí, pulsando el botón de
arranque de la máquina. Obviamente nos habían oído.
Bueno, ya que se había descubierto el pastel, ¿por qué no iba a seguir la
corriente? Preparé café para todos menos para mí, porque necesitaba dormir
bien.
—Menos mal que Cole te ha invitado a salir. Hunter dice que ha estado
bastante irritable en el trabajo —dijo Josie mientras yo le tendía una taza.
—Ah sí, eso ha dicho. No sabía si lo estaba diciendo en serio.
—Créeme, lo decía en serio. Conozco a Cole desde hace unos quince
años. Estoy tratando de encontrar la mejor manera de estructurar toda esa
información. Humm...
—Pues Dylan y yo podemos empezar con la historia más reciente —
dijo Ian.
Dylan asintió.
—Como algunas cosas que hizo en la despedida de soltero de Ryker.
—¿Estáis seguros de que a Cole no le importará que me contéis cosas
sobre él? —pregunté. Yo no iba a soltar prenda de todos modos.
—Estoy seguro de que no le importará —dijo Dylan.
Josie fulminó con la mirada a sus hermanos.
—Empecemos por lo bueno.
Sonreí al grupo, frotándome las palmas de las manos, sintiéndome de
repente un poco menos asustada por lo del día siguiente.
—No, no. Quiero toda la información. No dejéis nada fuera. Soy toda
oídos.
Capítulo Ocho
Laney
La vida de un residente de cirugía era cien por cien menos glamurosa de lo
que la gente creía. Tenía que estar en el hospital a las cinco y media de la
mañana, por lo que me levantaba a las cinco. En cuanto llegaba, el
practicante del turno nocturno me entregaba el reporte de los pacientes.
Tenía tiempo de estudiarlo todo solo hasta que el jefe llamaba a las rondas,
que solían durar una hora. Realmente no estaba mucho tiempo en el
quirófano. Pasaba gran parte del día en la planta, controlando a los
pacientes y dando altas.
Sin embargo, después de haber sido interna, aquello suponía una mejora
importante. Solo tenía recuerdos muy borrosos de ese año. Las horas
parecían aún más largas, ya que el trabajo era bastante más aburrido. En ese
momento contaba con mis propios practicantes y, en cuatro años, sería
cirujana general, a menos que eligiera una especialidad que requiriera más
formación, pero no creía que fuera a hacerlo. Como parte de mi residencia
en cirugía general, había tenido que pasar unos meses en cada una de las
especialidades, y me gustó bastante hacer un poco de todo.
El vestuario estaba lleno cuando llegué. En aquel lugar no existía la
vergüenza. Cada uno tenía una pequeña taquilla; hombres y mujeres
compartíamos espacio para cambiarnos. Al ponerme el uniforme quirúrgico
y las zapatillas, volví a sentirme bien conmigo misma. Deslicé mis manos
por la ropa y no pude evitar sonreír al sentir lo acogedor que me resultaba el
contacto de la tela. Me recogí el pelo en un moño apretado y metí tanto el
móvil como el mensáfono en los bolsillos de los pantalones.
Cuando me enteré de que aún se utilizaban los mensáfonos, quedé
realmente sorprendida, pero desentrañé el misterio con rapidez. Su señal era
más fiable que la del teléfono. Como las paredes de los hospitales tenían un
aislamiento extra debido a los rayos X y otras cuestiones, había ciertas
plantas en las que ni siquiera había señal.
Después de que el practicante me entregara el listado de pacientes, le
comuniqué que me gustaría ponerme al día con él y los otros tres. Había
estado fuera demasiado tiempo y no quería pasar nada por alto. Aunque ya
estaba fuera de su horario de trabajo, él no lo cuestionó. Todos cumplíamos
con nuestras obligaciones.
—Claro. Hablaré con el resto y encontraremos un hueco —dijo.
—Gracias.
Las rondas pasaron rápido. Sentía un inmenso respeto por el jefe de
cirugía. Era eficiente, justo y era transparente con los residentes: a menudo
nos pedía que asistiéramos a cirugías complicadas. Había aprendido mucho
de él.
Como de costumbre, el resto del día fue un auténtico caos. Además de
la carga de trabajo habitual, tuvimos un gran flujo de pacientes de
urgencias: dos accidentes de coche y un infortunio en una obra. Apenas
tuve tiempo para respirar. La mayoría de los días eran así, por lo que yo ya
estaba acostumbrada. Lo curioso era que, cuando me encontraba a solas con
un paciente, no sentía cansancio ni dolor de pies, ni siquiera hambre. La
adrenalina me mantenía enfocada. El paciente era lo único que importaba.
Por la tarde, recibí una llamada de Urgencias para atender a una joven
que había sido atropellada. Afortunadamente, su situación resultó mucho
menos grave que los dos casos previos: el coche arrancó cuando el
semáforo aún estaba en rojo y la golpeó en la cintura con el retrovisor
exterior. Como consecuencia, la chica perdió el equilibrio y su cabeza
impactó contra el pavimento. Las radiografías no revelaron lesiones, pero
tenía una herida bastante fea en un lado de la cabeza que requería sutura.
—Ya casi hemos terminado, créeme. —Mantuve mi voz firme y suave,
pero no fue hasta que hice una pausa y apreté una de sus manos para
tranquilizarla que parte de la tensión de su cuerpo se disipó—. Te pondrás
bien —susurré, apretando de nuevo su mano antes de centrarme en las
suturas—. Listo, estás como nueva —dije una vez que terminé, dando un
paso atrás.
Sonreí, aliviada al notar que el temor en sus ojos se había reducido de
manera considerable. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, entró un
nuevo paciente y lamentablemente no pude quedarme a su lado. A partir de
ese momento, las enfermeras tomaron el control de la situación.
Cuando terminé mi turno, me asaltaron todas las emociones que había
reprimido.
En el corto trayecto desde Urgencias hasta los vestuarios, tropecé dos
veces y me sobrevino un ataque de náuseas. Me apoyé en la pared, con la
mirada fija en el techo. Humm... ¿cuándo había sido la última vez que había
tomado un trago de agua o comido algo? No podía recordarlo, lo cual era
una clara señal de que había pasado más tiempo del debido. No era raro que
estuviera mareada. Me separé de la pared y caminé con pasos cautelosos.
No veía la hora de llegar a casa y ducharme para quitarme el olor a
desinfectante. Era una de las cosas a las que no podía acostumbrarme, más
allá de que formara parte de mi vida cotidiana. Algunos de mis compañeros
juraban que ya no lo olían, pero lamentablemente yo sí.
Me fui nada más cambiarme, echándome el bolso al hombro sin
mirarme al espejo siquiera.
Cama, allá voy.
Una vez fuera del edificio, respiré hondo, disfrutando del aire fresco del
atardecer. La entrada trasera del hospital era exclusiva para el personal. Las
ambulancias aparcaban a la vuelta de la esquina, pero esa parcela era solo
para nosotros. Era como un parque en miniatura, en el que había un enorme
roble con un banco debajo, ambos rodeados de césped y rosas.
—Buenas noches, doc.
¡Mierda!
—Cole, lo siento mucho. Se me ha pasado por completo que habíamos
quedado.
Estaba de pie a unos metros de la entrada, bajo el enorme roble. Cuando
le vi, me dejó completamente sin aliento. Llevaba un traje azul oscuro y una
camisa blanca. Apoyé mi mano en mi vientre y esa vez no tuve ninguna
duda. En efecto, eran mariposas, y estaba claro que Cole Winchester las
había provocado.
Solo le había visto en vaqueros y camisa en Roma, y entonces también
estaba muy guapo. Pero en ese momento, algo en su traje provocaba que se
me hiciera la boca agua. Resaltaba su delgado y tonificado cuerpo. Se
acercó con pasos largos y decididos. Sus ojos se clavaron en mí, eran
intensos y ardientes. En un instante, mi cuerpo pasó del agotamiento a la
excitación. Cada célula en mí parecía encenderse. Mierda, Cole estaba
afectando a mis sentidos de un modo indescriptible.
—Parece agotada, doctora —dijo con una sonrisa, deteniéndose frente a
mí.
Entrecerré los ojos y me puse una mano en la cadera.
—¿Acaso estos son tus supuestos dotes de encantador?
—Nah, esperaré a que estemos solos para usarlos. —Bajó su mirada
poco a poco por mi cuerpo, y luego volvió a recorrerlo hacia arriba con
mayor lentitud todavía. Estaba ardiendo. ¿Cómo podía encenderme solo con
mirarme? Me mordí el labio. Madre mía, qué hombre...
—Siento muchísimo haberme olvidado. Ha sido un día de locos. ¿Qué
hora es?
—Las siete.
Dejé caer la barbilla sobre el pecho.
—Aaay, tío.
Había estado tan emocionada esa mañana... y luego el día se me había
esfumado por completo.
—No importa, Laney. Ahora estás aquí. —Me levantó la barbilla con
dos dedos. El mero contacto me chamuscó. Joder, su mirada era realmente
intensa. Mi corazón se aceleró y su tacto me resultó tan familiar que no
pude evitar sorprenderme. Estaba un poco asustada, pero quería pasar
tiempo con él. Ni siquiera estaba segura de lo que temía: ¿acercarme a
alguien, permitirme volver a amar o tal vez afrontar una pérdida? Recordé
sus hermosas palabras por teléfono y quise seguir el impulso que me había
llevado a quedar con él aquella noche en lugar de esconderme dentro mi
caparazón.
—¿Cuál es el plan? —pregunté.
—Iba a sugerir que fuéramos a un restaurante. Según recuerdo, eres de
buen comer.
Me reí. Dios, había olvidado lo que era estar cerca de él. Desprendía
una energía que lo hacía adictivo.
—Estoy un poco cansada para ir a un restaurante —dije. Seguramente
lucía como si me hubiera atacado un gato. Pasé un par de horas con el gorro
de plástico en el quirófano, y mi pelo era un desastre.
—¿Qué tal si compramos algo de comida para llevar y vamos a tu piso?
—Vaya. Ya te estás invitando a ti mismo, ¿eh? Qué rápido va todo esto
—bromeé. Me daba un poco de pánico la idea de invitarle. Nunca había
invitado a nadie a mi apartamento de Nueva York. Pero Cole me hizo sentir
tan a gusto que me parecía surrealista.
—Te invitaría al mío, pero mañana tienes otro turno y tienes que estar
aquí a las cinco y media. Dijiste que vivías cerca del hospital. Mi casa está
más lejos.
Se acordó de que tenía que trabajar al día siguiente. Me hizo sentir muy
especial.
—Bueno, si lo pones así, es imposible decir que no —dije.
Me guiñó un ojo.
—Contaba con que dijeras eso. Vámonos. ¿Está cerca o quieres que
llame a un Uber?
—Podemos ir andando. —Nos dirigimos hacia una pequeña calle detrás
del hospital—. Así que... has estado toda esta semana en modo gruñón, ¿eh?
—Soy un hombre sincero. Tal vez recurra a algún truco de vez en
cuando, pero mentir no es lo mío. Puedo llamar a mi hermana ahora mismo
si quieres. Ella te dará todas las pruebas que necesites.
Riendo, negué con la cabeza.
—Bueno, en realidad eso no será necesario. Ayer estuve en casa de
Isabelle, y Josie también estaba allí. Me lo confirmó. —Le miré y continué
—: Solo decía cosas buenas sobre ti. En cambio, Dylan e Ian...
—Esos dos... No creas todo lo que dicen.
—Parece que hemos vuelto al punto en el que tienes que esforzarte para
causar una buena primera impresión, ¿no? O mejor dicho, la segunda.
Deslizó su mano a la mitad de mi espalda y acercó su boca a mi oído.
—Ya me encargaré de ello. En cuanto estemos solos...
—¿Por qué es necesario que estemos solos?
Se echó un poco hacia atrás.
—Por ahora, solo confía en mí.
—No sé yo. Puede que necesite más información. —Intentaba
juguetear, pero la verdad era que mi respiración ya se había acelerado.
—¿Roma no fue prueba suficiente? —preguntó.
—Puede que necesite algunos recordatorios.
—Los tendrás... en cuanto estemos solos. —Sentí su exhalación en mis
labios, y mis piernas flaquearon un poco. Apenas habíamos pasado unos
minutos juntos, y ya estaba completamente entregada a él. Su mirada era
ardiente, al igual que su lenguaje corporal.
Compramos hamburguesas y patatas fritas en un food truck al lado de
mi edificio. Mi apartamento parecía aún más pequeño con Cole allí. No
había terminado de hacer la colada y el desorden hacía que el espacio fuera
aún más pequeño. Coloqué la bolsa con comida en la silla junto a la
entrada.
Cole estaba detrás de mí. Me agarró por la cintura y me acercó a él.
—Como has visto, mi apartamento es bastante pequeño. —Me sentí tan
bien de tener a Cole allí. Se adaptó a la perfección, mostrando aquella
encantadora sonrisa.
—Solo quiero pasar tiempo contigo, Laney. No me importa ni dónde ni
cómo.
Su cálido aliento en mi oreja y su agarre posesivo en mi cintura estaban
haciendo estragos en mí. Dejé escapar un gemido. Instintivamente, cubrí su
mano con la mía, apretando sus dedos contra mi cintura. Necesitaba
tocarle... Más que eso, necesitaba que me tocara.
Al instante, me dio la vuelta y reclamó mi boca. Sentir sus labios contra
los míos era estimulante. Volví a gemir al primer contacto con su lengua.
Una sensación de calor me recorrió poco a poco todo el cuerpo, hasta que se
tornó insoportable. Reaccioné apretándole su camisa. Entonces profundizó
el beso y me hizo retroceder hasta que sentí el borde de un mueble contra
mi trasero. Cole me levantó sobre el trasto al segundo siguiente. En ese
momento, quedé ligeramente situada encima de él. Me encantaba ese nuevo
ángulo. Deslicé mis manos hacia su cuello para mantener el equilibrio. Olía
de maravilla. A diferencia de cuando estuvimos en Roma, aquel día había
usado colonia: una mezcla fresca de ciprés y limón.
Los dedos de Cole rozaron la parte superior de mis muslos y se posaron
en mis caderas. Deslizó un pulgar bajo mi camisa. Se me puso la piel de
gallina. Gemí contra su boca, apretando las rodillas a los lados de su torso.
Cuando aquel roce sobre mis muslos se convirtió en una caricia, volví a
gemir.
—Joder, me encanta besarte —susurró contra mi boca. Enrosqué las
manos en el cuello de su camisa y tragué saliva. Yo también había echado
de menos besarle. Cole dio un paso atrás, observándome atentamente, lo
que me hizo sonrojar.
—Estás guapísima ahí encima del mueble. Qué bien te sientan mis
besos.
—Quién lo diría. Apenas unos minutos contigo y ya nos estamos dando
el lote contra mi zapatero. Ni siquiera recuerdo cómo he llegado aquí.
Puse las manos en sus mejillas y sonreí contra sus labios. Me sentía tan
liviana, como si el beso de Cole hubiera liberado algo dentro de mí. Me
estaba sacando de mi caparazón. No tenía ni idea de cómo estaba
ocurriendo, pero quería seguir avanzando por ese camino. Me parecía
incluso más acertado que antes que estuviera allí, en mi apartamento. Me
bajé de un salto y me alisé la falda con las palmas de las manos. De repente,
mi estómago rugió.
—Vamos a comer —dijo Cole.
Bostecé al entrar en el salón. Corría el peligro de quedarme dormida en
cuanto me sentara.
Me invadía una intensa sensación de cansancio.
—Siéntate. Yo me encargo de todo —dijo Cole.
Increíble.
—Vale.
Volvía a estar en peligro, aunque de otro tipo. Estaba a punto de
desmayarme. También estuve a punto de sufrir una combustión espontánea.
No tenía ni idea de cómo aquel hombre podía hacerme sentir tantas cosas al
mismo tiempo, pero era justo reconocerle el mérito.
Me senté en el sofá, metiendo los pies debajo de mí, mirando cómo
Cole ponía la comida en los platos. La cocina era diminuta, y él lo tenía
todo al alcance de la mano.
—¿Es un mal momento para admitir que estoy a punto de desmayarme?
—pregunté mientras me entregaba un plato, sentándose a mi lado. Respondí
a mi propia pregunta—. Lo es. Te estoy dando demasiadas armas.
Se inclinó más hacia mí y me rozó la frente con los labios.
—Siéntate y relájate.
Prácticamente devoramos las hamburguesas y las patatas fritas, sin
pronunciar palabra hasta que los platos estuvieron vacíos. Los dejamos en
la mesita junto al sofá.
—Eres sin duda merecedor del apodo de encantador —le informé.
—¿Ah, sí? ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
—Toda esta actitud de tomar las riendas... es muy sexy. —Me tapé la
boca—. No debería haberlo confesado todavía.
—No estoy de acuerdo. —Sus ojos se volvieron juguetones, al igual que
sus dedos, que no dejaban de moverse por mi brazo. Cuando nuestras
miradas se cruzaron, me mordí el labio inferior. La tensión entre nosotros
aumentaba a cada momento y no sabía qué hacer al respecto.
—Me pregunto qué otras habilidades hacen falta para ser un encantador.
—Mi voz era pausada mientras las contaba con los dedos—. Ya he
experimentado algunas: flirtear, elogiar, besar. Hacerme reír. ¿Qué más?
—Ya lo verás. No puedo jugar todas mis cartas sobre la mesa a la vez.
Me apoyé en el reposabrazos, cruzando los dedos sobre la barriga.
—Es cierto.
—Te aseguro que soy un encanto en todos los sentidos.
—Estás teniendo pensamientos atrevidos.
—Así es.
Mi vientre se contrajo y se me entrecortó la respiración. Joder, su
confesión no hizo más que aumentar la tensión entre nosotros. Me aclaré la
garganta y rompí el contacto visual.
—Bueno, cuéntame, ¿qué hermana fue la que te acorraló en tu
despacho? —pregunté, no solo para cambiar de tema. De verdad quería
saberlo.
—Tess. Mañana desayunaré con ella y Skye, así que tendrá la
oportunidad de preguntarme si puse en práctica su consejo.
—¿Qué consejo?
—Insistió en que te llamara.
Me reí entre dientes.
—Cole Winchester. ¿Me estás queriendo decir que si no fuera por Tess,
no habrías llamado?
Acortó la distancia que nos separaba en una fracción de segundo,
acariciándome el labio inferior con el pulgar.
—Por más que no me lo hubiera aconsejado, habría llamado. Estás tan
grabada en mi mente que no puedo dejar de pensar en ti.
—Vaya. —Le miré directamente a los ojos, armándome de valor. Era
justo advertirle—. Cole... tengo una historia muy complicada.
Sonrió, sin dejar de tocarme el labio inferior.
—De alguna forma me lo suponía.
Tragué saliva, echándome un poco hacia atrás.
—¿Cómo es posible?
—No sabría decirlo. Solo tuve esa sensación en Roma.
—Y aun así llamaste.
—Como he dicho... te he echado de menos. Y no tienes que contarme
nada ahora mismo. Solo cuando estés lista... si quieres.
Asentí, casi derritiéndome por el alivio. Todavía no estaba preparada
para hablar de ello, ni siquiera estaba segura de cómo hacerlo. Temía
sentirme abrumada por los recuerdos y la tristeza, pero sabía que pronto
tendría que abrirme.
Se reclinó un poco y me guiñó un ojo.
—Tess solo me dio un pequeño empujón. Y sé que mañana me hará
algunas preguntas.
—¿Dónde habéis quedado?
—En su local. Tienen una tienda de lencería en el Soho.
—¿Cómo se llama?
—Lencería Soho.
—Es fácil de recordar. Le echaré un vistazo.
—Les va muy bien. Se lo han currado mucho. Skye ahora lo lleva con
más calma y solo viene a la ciudad una vez a la semana. El resto del tiempo
trabaja desde casa en su tienda online.
—¿Y Tess va a la tienda todos los días?
—No, está tratando de ir con menos frecuencia. Solían estar allí siete
días a la semana, Tess dice que le gusta observar a los clientes. Pero la
verdad es que no quiero que se sobrecarguen tanto de trabajo.
Era capaz de quedarme toda la noche escuchándole hablar sobre su
familia. Se notaba que había un montón de orgullo y cariño en su voz. Me
acomodé un poco más en el sofá, estirando los pies. Cole agarró mis
tobillos, llevándolos hacia su regazo antes de ejercer presión con sus
pulgares en todos mis puntos doloridos.
—Vaya, no sé si eso es buena idea —murmuré.
—¿Por qué no?
—Porque podría ser que después no te deje marchar por esa puerta.
Era una broma a medias. ¿Y cuando empezó a masajearme los pies?
¡Dios mío, qué gozada! Era como estar en una nube, en el mismísimo
séptimo cielo. No quería sobreanalizar nada de lo que estaba pasando. Tan
solo me dejé llevar por lo bien que me sentía, por la adrenalina que recorría
mis venas por el mero hecho de estar en la misma habitación que Cole... y
definitivamente no quería pensar en cuántas veces se había acelerado mi
corazón desde que lo había vuelto a ver aquella noche.
En el fondo, sabía que él querría más. No de inmediato, pero sí con el
tiempo. Podía notarlo en sus besos, en cómo me tocaba. No sabía si estaba
preparada para ello. De hecho, no sabía si estaba preparada para nada en
realidad, pero me sentía tan bien y la noche había sido tan increíble que no
podía evitar desear un poco más de lo que Cole quisiera darme.
Me acomodé un poco más, encontrando una posición cómoda. Cerré los
ojos y dejé que sus hábiles manos acariciaran mis pies... hasta que me
quedé dormida.
Capítulo Nueve
Laney
Bip. Bip. Bip.
Busqué a tientas, encontré el móvil y silencié la alarma. Abrí primero
un ojo y luego el otro. La habitación estaba medio a oscuras, apenas eran
las cinco de la mañana y yo había dormido en el sofá. Al girar de un lado a
otro sobre mi espalda, ¡me topé con Cole! Aún estaba allí. Recordé
vagamente que por la noche me había quedado dormida y que, cuando él
intentó marcharse, lo atraje hacia mí con determinación, negándome a
dejarle marchar. Era la primera vez en dos años que no me despertaba sola,
y lejos de sentirme asustada o incómoda, lo único que deseaba era estar aún
más cerca de él. Con una sonrisa, me giré despacio hacia el otro lado para
poder contemplarle. Solo quería admirarle antes de meterme en la ducha.
Para mi sorpresa, Cole ya estaba despierto.
—Buenos días.
—No pensé que te levantarías tan temprano.
—Me ha despertado la alarma.
—Lo siento. Olvidé que estabas aquí.
—Vaya. ¿Tan fácilmente olvidable soy?
—Para nada. Es solo que... tenía mucho sueño anoche. Aunque sí
recuerdo que te arrastré al sofá.
—Y no me dejaste ir. Ni de broma. Básicamente me usaste como
almohada.
Oculté la mitad de mi cara en el reposabrazos porque estaba segura de
que había terminado encima de él.
—Eres preciosa —susurró.
—Dios, ¿siempre eres así de encantador, desde que te levantas hasta que
te acuestas?
—Sí. Es un servicio de veinticuatro horas. —Su voz era seria, pero su
mirada juguetona. Me reí, me acerqué un poco más a él y moví los dedos de
los pies.
Sus labios se curvaron en esa sonrisa que tanto me gustaba y no pude
evitar acercarme un poquito más. Cole inclinó la cabeza, acercó su boca a la
mía, separó mis labios y deslizó su lengua en mi boca en un lento y relajado
beso matutino. El cosquilleo comenzó en mis labios, pero se expandió por
todo mi cuerpo como un chispazo que encendía cada parte de mí. Fue
distinto de los besos que habíamos compartido antes, pero igualmente
cautivador. No creía que Cole pudiera besar de otra manera. Con una mano,
me agarró de la cadera y apretó su pecho contra el mío. Mis pezones se
endurecieron y se volvieron increíblemente sensibles. Luego, deslizó su
mano por mi trasero, descendió por mis muslos y, al volver a subir con sus
dedos, el contacto fue tan íntimo que todas mis terminaciones nerviosas
parecieron activarse. Por instinto, giré las caderas hacia delante y sentí su
erección presionando entre mis muslos. Jadeé y mi piel se erizó por
completo. Sentí que mi respiración se entrecortaba.
Cuando volvió a sonar la alarma, me sobresalté, y enseguida me giré
hacia el otro lado, cogí el teléfono y volví a presionar el botón de
repetición.
Noté que Cole estaba mirando mi móvil por encima de mi hombro.
—Tu turno empieza a las cinco y media, ¿no?
—Sí.
—Entonces ve a ducharte, preciosa. —Su voz tenía un aire juguetón, al
igual que su mirada. Básicamente me echó del sofá. De pie, le miré de
reojo, con un sentimiento repentino de energía y avidez. Quería pasar unos
minutos más con él. Me estremecí ante el brillo ardiente de sus ojos y luego
me dirigí corriendo al baño. La verdad era que no me quedaba mucho
tiempo. Me duché con rapidez y me vestí a toda velocidad.
Encontré a Cole en mi salón. Como ya estaba un poco más despierta,
me di cuenta de que su camisa y sus pantalones estaban superarrugados por
haber dormido con ellos puestos. A pesar de eso, seguía viéndose
increíblemente atractivo. Mis mejillas se encendieron al recordar cómo me
había tocado...
Cole observó mis mejillas con detenimiento antes de centrarse en mis
ojos.
—¿A qué viene ese rubor?
—A nada.
Su risita me indicó que sabía muy bien lo que ese nada significaba. Me
dirigí a mi pequeña cocina y abrí un cajón.
—¿Quieres café? Solo tengo estas cápsulas de café instantáneo... —dije
con rapidez, mordiéndome el labio inferior.
—¿Por qué estás nerviosa?
—Ni idea. —Era la pura verdad. Había comenzado el día bastante
tranquila, pero en ese instante, mis manos estaban casi cerradas en un puño,
luchando contra los nervios. Unos segundos después, sentí que estaba detrás
de mí. Su mano se posó en mi cadera y me hizo girar. Nuestras miradas se
cruzaron y, de repente, parte de mis nervios se desvanecieron.
—Tengo una proposición. —Me pasó el pulgar de una comisura de los
labios a la otra, con sus ojos fijos en mí—. Déjame mimarte un poco más en
alguno de estos días, como es debido. No dejemos pasar mucho tiempo
hasta la próxima vez.
—Diría que tu magnífico masaje de pies y la cena fueron increíbles. Lo
único inapropiado fue haberme quedado dormida sobre ti.
—No me importó ni un poco. De hecho, tuvo algunas ventajas.
—¿Como cuál?
—Me acaricias mientras duermes.
Me quedé boquiabierta.
—No me lo creo.
Aunque en realidad... podía ser verdad.
—Diría que lo siento, pero no pareces descontento.
—Para nada. Intento sacar lo mejor de cada situación.
Inhalé de manera profunda.
—No he tenido una cita en mucho tiempo. Ni siquiera estoy segura de
saber ya cómo hacerlo.
Cole sonrió, tomando mis dos manos entre las suyas, besándolas, y
luego simplemente sosteniéndolas.
—Estoy más que preparado para recordártelo, pero no quiero
presionarte. Podemos llevar las cosas a tu ritmo.
Me bajó las manos, se inclinó y comenzó a besarme en la comisura de
los labios, luego avanzó hacia la mejilla y descendió por el lado derecho del
cuello. Todo mi cuerpo se tensó, cada músculo se contrajo. Me gustaba
cómo rozaba mi piel con sus labios, casi con reverencia. No tenía ni idea de
cómo conseguía tranquilizarme tan rápido, ya fuera con palabras o besos,
era liberador. Sentía el pecho más ligero, como si estuviera aprendiendo a
respirar correctamente de nuevo con Cole. Las mariposas me recorrían el
vientre y una sensación de vértigo se apoderó de mí.
—¿Esta es tu manera de ir despacio? —bromeé.
Aclarándose la garganta, se incorporó y dijo:
—Esto no lo había planeado. Solo quería besarte la mejilla.
—¿Y de alguna manera terminaste en mi cuello?
Activó su modo encantador y esbozó una de sus irresistibles sonrisas.
—¿Qué puedo decir, doc? Es difícil controlarme a su lado. Así que,
¿qué me dice?
Los latidos de mi corazón se aceleraron, la adrenalina corría por mis
venas.
—Sí. Pero hagámoslo en mi día libre, para no volver a dormirme
encima de ti.
—Como he dicho, no me importó. A fin de cuentas, lo único que quería
era pasar más tiempo contigo. ¿Cuándo es tu día libre?
—El domingo.
—Genial.
Aquellas mariposas estaban absolutamente fuera de control en ese
momento... al igual que mi sonrisa. La velada del día anterior había sido
increíble, pero a juzgar por el intenso brillo de los ojos de Cole, aún no
había visto nada.
Capítulo Diez
Cole
Aquel había sido un buen día... exceptuando el peor caso de pelotas azules
que había tenido desde que era adolescente. La ducha fría que me había
dado no arregló las cosas, pero mi mano derecha sí. Llegué a mi
apartamento después de dejar el suyo y trabajé desde casa durante unas
horas. Como había quedado con Skye y Tess en el Soho, no tenía sentido ir
a la oficina.
Hice algunas llamadas para la presentación del proyecto Centenario y
luego comprobé los permisos de una obra anterior, que había sufrido
contratiempo. Como jefe de operaciones, me gustaba involucrarme en todos
los proyectos. Hunter prefería encargarse de las decisiones estratégicas,
limitándose a controlar los indicadores clave de desempeño financiero, pero
eso no era para mí. Me encantaba estar en el meollo de cada cuestión,
siempre me había gustado. Resolver problemas era mi especialidad; me
apasionaba encontrar soluciones, sobre todo en asuntos que otros
consideraban demasiado difíciles o complejas.
Entre llamadas y correos electrónicos, mi mente no paraba de evocar a
Laney. No podía dejar de pensar en ella ni queriendo, y no lo hacía, sino
todo lo contrario. Era una mujer divertida y despreocupada, pero había
momentos en que aparecía una profunda tristeza en sus ojos. Quería
averiguar de qué se trataba, intentar ayudarla si era posible... o directamente
borrar esa tristeza por completo. Podía preguntarle a Isabelle, pero prefería
hablarlo con Laney. Ya sabía algunas de las cosas que le gustaban e iba a
ser muy minucioso a la hora de escudriñarla para averiguar más.
Me reí para mis adentros. Ryker me daría mucho la lata con todo
aquello. No negaba que me sorprendí abiertamente al principio cuando
Hunter y luego mi propio hermano abandonaron nuestro grupo de solteros
para asentarse. Nunca había sentido el impulso de conocer en profundidad a
una mujer. Pero en ese momento, sentía que era como una fuerza motora
interior que no podía detener. Laney era cautelosa y no mostraba mucho sus
cartas. No sabía si era porque no quería abrirse en general, o solo conmigo.
Estaba decidido a averiguarlo.
Después de hacer unas cuantas llamadas, abrí el renderizado 3D de un
proyecto que acabábamos de terminar. Había observado algunas
discrepancias que quería que nuestro equipo resolviera.
Estaba escribiendo una serie de observaciones para el equipo cuando
llamó Tess. Me reuniría con ella y Skye dos horas más tarde, así que quizás
necesitaban algo. Contesté enseguida. Tenía una regla de oro: nunca ignorar
una llamada de la familia. Normalmente nadie llamaba sin motivo en horas
de trabajo. Las llamadas sin sentido para fastidiarnos unos a otros eran
aceptables en la familia Winchester, pero teníamos la sensatez de hacerlo
solo en nuestro tiempo libre.
—Buenos días, hermanita.
—Cole.
Pasé de la relajación a la tensión en una fracción de segundo. Su voz era
tensa.
—¿Qué pasa?
—Estoy con Skye... no se encuentra bien.
Me quedé helado, como si alguien me hubiera dado un puñetazo en el
estómago.
—¿Está... está viniendo el bebé?
Por favor, di que no.
Por favor.
Salía de cuentas en mayo, lo que significaba que nacería dos meses
antes de tiempo. Tenía cero conocimientos médicos, pero incluso yo sabía
que aquello no debía ser bueno.
—No lo sé. Se desmayó y ahora está tumbada, todavía muy
somnolienta. Está empapada de sudor frío. Ya hemos llamado a una
ambulancia, estamos esperando. Solo quería que lo supieras.
—¿Adónde la llevarán?
—Al Liberty, pero he recordado que su ginecóloga está de vacaciones,
así que no puede ayudarla. También he llamado a Rob, se reunirá con
nosotros allí.
A Tess le temblaba la voz. Me obligué a respirar hondo y a fingir que
estaba tranquilo. No quería que se preocupara aún más.
—¿Sabes qué? Llamaré a Laney, trabaja como médica allí, ella sabrá
qué hacer.
—¿Laney? ¡Ah, sí! Laney de Isabelle. Sí, por favor.
—Te llamaré después de hablar con ella. —Solo rogaba que tuviera su
móvil con ella. Laney no contestó la primera vez, pero volví a marcar su
número y esa vez contestó al primer tono.
—Cole... —Empezó, pero la interrumpí enseguida, ya que tenía la
necesidad de explicarle la situación lo más rápido posible.
—Skye se ha desmayado esta mañana, ahora Tess está con ella. Dice
que está sudorosa pero no tiene fiebre. Ya han llamado a una ambulancia, y
la van a llevar al Liberty, pero su médica está de vacaciones.
—La ambulancia contará con paramédicos y tenemos otros
ginecobstetras aquí. Mándame el número de tu hermana para poder
ponerme en contacto con ellas.
—¿Crees que el bebé vendrá antes de tiempo? —pregunté.
—No, creo que podemos descartar esa posibilidad.
Joder, fuera lo que fuera, el panorama no pintaba mucho mejor.
—Vale. Te mando el número de mi hermana. Os veré en el hospital.
—¿Tú también vendrás? —preguntó sorprendida.
—Por supuesto que sí.
—Ve directo a la sala de espera de Urgencias y dile al personal que eres
pariente de Skye.
—Entendido. Gracias.
En ese instante mi voz temblaba y no hice el intento de ocultarlo, tal y
como había hecho con Tess.
—Todo va a salir bien, Cole. Vamos a cuidar de Skye y Jonas.
Me sorprendió que recordara su nombre, aunque de alguna manera y
por una razón que no podía explicar, eso hizo que la sensación de peligro se
volviera más tangible.
Cogí un Uber para ir al hospital y simultáneamente le mandé un
mensaje a mi asistente informándole que ese día no iba a estar en la oficina.
No podía ni siquiera recordar si tenía alguna reunión programada. De
hecho, no podía centrarme en nada. En general, se me daba bien lidiar con
situaciones de estrés, pero en ese momento solo necesitaba saber que iban a
estar bien.
Lo más habitual era que hubiera atascos. No entendía por qué me había
parecido que coger un coche en Manhattan era una buena idea. Pensé que
coger el metro hubiera sido una mejor idea.
—Gracias, a partir de aquí seguiré a pie —le dije al conductor,
prácticamente saltando del coche. La estación de metro más cercana estaba
a diez minutos. Hice todo el trayecto a pie y, tras salir del metro, recorrí
trotando el último tramo hasta el hospital. Seguí las señales que indicaban el
lugar donde tenían que aparcar las ambulancias, que estaba situado justo a
la vuelta de la esquina de la entrada principal.
Busqué a Tess cuando entré en la sala de espera, pero no estaba.
—Mi hermana está a punto de ser ingresada. ¿Puedo rellenar algún
papel para acelerar el proceso?
—Me temo que no. Los paramédicos nos dan toda la información al
llegar.
—Ya he hablado con una de las doctoras. Laney Smith.
La mujer asintió.
—Entonces no tienes nada más que hacer que sentarte y esperar.
El tono de su voz era tranquilo y amable, pero aun así me ponía de los
nervios. Necesitaba hacer algo, sentirme útil.
Rindiéndome ante la situación, me senté y comencé a observar mi
entorno. Fue la primera vez que realmente pude asimilar la escena. La sala
estaba repleta de pacientes esperando, y ni siquiera estaba incluyendo a los
que llegaban en las ambulancias, que sin duda estarían en un estado aún
más delicado.
¿Cuántos médicos había por turno? Sabía que Laney no estaba sola,
pero aun así, su trabajo era muy estresante. Sentía un gran respeto por ella y
su labor. Entonces, entendí por qué se había dormido tan rápido la noche
anterior.
Me puse de pie de un salto cuando Tess apareció en la sala de espera a
través de una puerta que antes no había notado. Miró a su alrededor y sus
hombros bajaron un poco cuando establecimos contacto visual.
—¿Dónde está Skye? —pregunté cuando la alcancé, llevándola hacia un
rincón desocupado.
—Se la han llevado para un chequeo, me dijeron que esperara aquí, nos
avisarán cuando podamos verla. Rob me acaba de llamar, está atascado en
el tráfico, pero llegará pronto.
Tess estaba temblando. Tenía las mejillas marcadas por la presión que
había ejercido con los dedos.
—Venga, vamos a sentarnos. —Le pasé un brazo por encima de los
hombros y la conduje hasta unas sillas vacías.
—Está en buenas manos, Tess —dije finalmente.
—Es que no la has visto —susurró Tess—. Estaba tan pálida y sudorosa
que apenas podía centrarse en mantenerse despierta.
Agarré el borde de la silla con mi mano libre.
—¿Laney dijo algo?
—Van a hacer una serie de pruebas y nos informarán de lo que ocurre lo
antes posible.
Nos quedamos callados. No tenía fuerzas para animar a nadie. Estaba
tan nervioso que era yo quien necesitaba que alguien me tranquilizara. Le
rodeé los hombros con un brazo y la acerqué aún más cuando empezó a
temblar de manera más intensa. A Tess y a mí nos gustaba hablar hasta el
hartazgo, así que el silencio nos estaba agobiando.
Rob llegó veinte minutos después. Entró corriendo sin fijarse en
nosotros.
Me levanté de un salto y me acerqué a él.
—¿Dónde está? —preguntó nada más verme.
—Todavía con los médicos. Le están haciendo pruebas.
—¿Por qué se desmayó?
—Todavía no nos han dicho nada.
Se dio la vuelta y me di cuenta de que quería ir a la recepción. Le agarré
del brazo, manteniendo la calma.
—Rob, ellos no saben nada. Todo lo que sé es por Tess.
Hice un gesto con la cabeza hacia mi hermana. Miró a Tess, pero lejos
de relajarse, su ceño se frunció todavía más. Poniéndome en su lugar,
comprendí inmediatamente por qué. Tess estaba nerviosa.
—Skye está en buenas manos. Está con Laney —dije.
—¿Conoces a la doctora?
—Sí. La conocí en Roma.
Vi un destello de agradecimiento en sus ojos, pero se limitó a asentir.
—Quiero oírlo todo de Tess.
Nos dirigimos hacia mi hermana y nos sentamos a su lado. Enseguida,
Tess relató todo lo sucedido y luego los dos se pusieron a discutir sobre cuál
podía ser el problema. Me alejé unos metros, tratando de no escuchar lo que
decían, porque la conversación me estaba poniendo incluso más nervioso.
No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado hasta que salió una
enfermera preguntando:
—¿Familia de Skye Dumont?
Parpadeé unos segundos antes de darme cuenta de que se refería a mi
hermana. Aún no me acostumbraba a que el apellido de Skye ya no fuera
Winchester.
—¡Sí! —exclamé. Rob y Tess estaban justo detrás de mí.
—Ya podéis verla.
Skye estaba en una sala de la segunda planta. Me pregunté por qué.
Supuse que estaría en uno de los cubículos de Urgencias.
Laney estaba con ella, y solo verla me tranquilizó. Instintivamente supe
que cualquier demostración pública de afecto estaba descartada delante de
la enfermera.
—Hola —dijo Skye. Se me erizó el vello de la nuca al oír que su voz
era tan débil. Estaba pálida y el pelo se le pegaba a las sienes. Rob acudió
corriendo hacia ella y se sentó en el borde de la cama.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó.
—Mejor. Por favor, no te preocupes.
Era imposible no hacerlo. Parecía haber estado enferma de gripe durante
muchos días. Tess se sentó al otro lado de la cama, mordiéndose el labio
inferior.
—Laney, ¿puedes decirnos qué está pasando? —Estaba orgulloso de lo
calmado que sonaba.
—Claro. En primer lugar, yo no soy la doctora que la está tratando. Uno
de nuestros ginecólogos está a cargo. Le pedí permiso para venir a daros el
informe. Todavía le están haciendo pruebas, pero el problema es su tensión
arterial. Es común en los embarazos, aunque suele ocurrir en el primer
trimestre.
—¿Por qué le están haciendo más pruebas? —preguntó Rob.
—Es la forma más fácil de descartar ciertas cosas.
—¿Qué intentan descartar exactamente? —prosiguió.
—Preeclampsia o placenta previa. No hubo hemorragia, lo cual es una
excelente señal, pero no puedo asegurar...
—¡Quizás otro médico pueda decírnoslo con seguridad! —gritó Rob.
—¡Rob! —dije de modo enérgico—. No puedes hablar así.
Laney se limitó a negar con la cabeza, sonriendo.
—No os preocupéis, sé que es un momento difícil. Os garantizo a todos
que ni Skye ni Jonas están en peligro.
Hubo una pausa, y entonces Tess preguntó:
—¿Cómo sabes que se llama Jonas?
—Por mí —le dije. Se lo había contado en Roma.
Tess y Skye intercambiaron miradas. Rob parecía confuso. El hecho de
que nada parecía atenuar la percepción de mis hermanas me dejó perplejo.
—En cualquier caso, la doctora ha dicho que prescribirá reposo en cama
durante los próximos dos meses —añadió Laney.
—¡¿Qué?! —exclamó Skye—. Eso no es lo que me dijiste en
Urgencias.
Las comisuras de los labios de Laney se inclinaron hacia arriba.
—Bueno, no. Pensé que sería mejor esperar hasta que tu familia
estuviera contigo. Isabelle describió muy bien a cada uno de los miembros
de la familia. Mira, la hipertensión en el tercer trimestre puede ser
peligrosa. Reducir el movimiento ayudará mucho.
—Hay una gran diferencia entre el reposo en cama y la reducción del
movimiento —dijo Skye, impulsándose sobre ambos codos—. La última
vez que estuve con mi ginecóloga, no mencionó eso.
—Bueno, el primer paso para controlar la tensión arterial es reducir la
actividad. Si eso no funciona, hay que guardar reposo.
—Skye, estaremos bien —dijo Rob con firmeza—. Es solo por unos
meses.
—¿En cama?
Aquello era tan típico de mi hermana. Una vez fuera de cualquier
peligro inmediato, volvía a convertirse en la Mujer Maravilla.
Rob la fulminó con la mirada.
—¡Sí! Te encadenaré a ella si peleas conmigo por esto. —Mis hermanas
eran una fuerza de la naturaleza, y se necesitaba a alguien igual de terco
para razonar con ellas.
—Me gustas aún más, Rob —dije con aire jovial. Puesto que sabía que
no corrían peligro inmediato, podía volver a calmar las tensiones y a gastar
bromas.
—Mira, sé que no es fácil, pero realmente es lo mejor que puedes hacer
por ti y por tu hijo durante los próximos dos meses —dijo Laney.
El semblante de Skye cambió al instante, su mirada se suavizó. Estaba
impresionada por la capacidad de Laney para resumir los hechos más
importantes en una frase.
No me cabía duda de que en parte se debía a su experiencia como
médica, pero por el tiempo que había pasado con ella en Roma, sabía que
también era una persona perspicaz.
—Pasando al siguiente punto, me gustaría que por esta noche te
quedaras aquí, Skye.
La expresión de derrota en el rostro de mi hermana dejaba claro que
aquello era nuevo para ella, pero que no iba a oponerse.
Rob y Laney se estaban ocupando muy bien de Skye. Pensé que iba a
tener que hacer algo de trabajo de campo para convencerla de que se tomara
las cosas con calma ese día, ayudado también por Tess.
Por lo visto, mi aportación fraternal no era necesaria cuando se trataba
de Skye. Tess, en cambio, estaba muy callada. Alternaba entre recoger
pelusas invisibles de la funda de Skye y alisar el pelo de nuestra hermana.
—Cole, ¿puedo hablar contigo? —preguntó Laney, señalando el pasillo.
—Claro.
La seguí fuera de la habitación.
—Voy a intercambiar el turno con una compañera. Ella hará el fin de
semana, y yo trabajaré esta noche en su lugar.
—¿Por qué?
—Me pareció que te sentirías más cómodo si yo hacía mi turno mientras
Skye permanecía aquí. Como soy residente de cirugía general, no suelo
estar en la planta de obstetricia, pero he pedido permiso para ver cómo está
Skye —dijo. No tenía ni idea de cómo había deducido que me sentiría más
aliviado si se quedaba cerca de mi hermana, pero estaba profundamente
agradecido por ello.
—Tienes razón. Estaría más tranquilo —dije—. ¿Pero no acabarás muy
agotada?
—Sí, pero tendré mi día libre mañana en lugar del domingo. Depende
de usted que me relaje, señor Winchester. —Su tono tenía un aire de
exagerada formalidad, pero me dedicó una sonrisa socarrona.
—Me gusta su forma de pensar. Y puede contar conmigo. —Mi tono era
igualmente formal, incluso cuando me acerqué más a ella, añadiendo—:
¿Cuál es su postura sobre demostraciones públicas de afecto, señorita
Smith?
—¿Qué? —Sus cejas se fruncieron.
—Es que tengo unas ganas locas de besarte.
—Cole. No delante de mis colegas —dijo en un susurro.
—Entonces vayamos a una habitación privada.
Cerró los ojos, como si necesitara toda su concentración para darme una
respuesta. Cuando abrió los ojos, estaban llenos de picardía, pero también
de pesar.
—No hay ninguna en esta planta.
Solo necesitaba el contacto: su suave boca, su cuerpo caliente contra el
mío, pero comprendí que Laney tenía que mantener su profesionalidad.
—¿Sabes? Es la primera vez que lamento no saber dónde está cada
almacén de servicio del hospital.
—¿Quieres que vayamos a buscarlo juntos? —Era una broma a medias.
Laney se rió, sacudiendo la cabeza.
—Vuelve con tu hermana. Solo quería comentarte lo del turno de esta
noche.
La mención de Skye me llevó de vuelta a la cuestión principal.
—No lo estás suavizando para nosotros, ¿verdad? —pregunté, de
repente temiendo que solo estuviera intentando tranquilizarnos.
Ella negó con la cabeza.
—Los doctores no hacemos eso. Os he transmitido toda la información
de la que dispongo.
—¿Y no tienes la menor idea de lo que mostrarán las pruebas?
De nuevo, negó con la cabeza.
—No sirve de nada especular.
Tomó mis manos entre las suyas. Estaba claro que no se trataba del beso
profundo y salvaje que había imaginado, pero me sorprendió lo mucho que
me calmó su contacto.
—Te aseguro que cuidaremos muy bien de ella. Ahora tengo que irme,
pero volveré más tarde. —A regañadientes, dio un paso atrás y luego se dio
la vuelta.
—Averigua dónde están esos almacenes de servicio —le recordé
mientras se alejaba. Giró la cabeza y me miró, sonriendo. Sabía de primera
mano lo cansada que había estado el día anterior por la tarde, lo mucho que
necesitaba esa noche de sueño. Sin embargo, estaba dispuesta a trabajar
durante aquella noche solo para tranquilizarme.
No me avergonzaba admitir que, en el pasado, nunca había pensado en
otra cosa que no fuera la compatibilidad en la cama. Sin embargo, en ese
momento quería descubrir todas las formas en que Laney y yo
encajábamos. Desde nuestra primera cena, algo en ella me había atraído.
Después de ver cómo había actuado ese día con Skye y el resto de mi
familia, quería pasar cada momento con ella. Sabía que, al día siguiente,
tendría la oportunidad de tenerla completamente para mí.
Capítulo Once
Laney
A menudo, Isabelle había mencionado que los Winchester estaban muy
unidos, pero aun así me sorprendió que, en el lapso de unas pocas horas, la
mitad de su familia acudiera al hospital.
Además, eran tremendamente protectores entre ellos. Cuando la
ginecóloga responsable, la doctora Jackson, fue a la habitación de Skye para
darle el diagnóstico oficial y las instrucciones, la acompañé.
La habitación estaba en silencio al principio, pero solo duró unos
segundos, hasta que ella dijo:
—Tenemos los resultados de las pruebas.
Hubo un coro de “¿Qué dicen?” y “¿Ella está bien?” y “¿Está bien el
bebé?”.
No pude evitar sonreír. Eran absolutamente adorables. Levanté una
mano y la sala volvió a quedar en silencio.
—No hay preeclampsia ni ruptura hepática. Solo hipertensión. Y
cuando digo solo, quiero decir que no hay ninguna afección subyacente
potencialmente mortal, pero es imprescindible que guardes reposo en cama
durante el resto del embarazo. La hipertensión ya es peligrosa por sí sola,
por lo que reposo en cama significa que solo puedes levantarte para ir al
baño. Nada más. Nada de caminar para estirar las piernas ni nada por el
estilo —explicó la doctora Jackson.
Skye asintió, pero detecté un atisbo de tristeza en sus ojos. Volvieron a
hablar todos a la vez, bombardeándonos a mí y a la médica con preguntas.
Después de que la ginecobstetra les asegurara una vez más que todo iba
bien, empezaron a discutir sobre quién se iba a quedar a pasar la noche.
Luego, la doctora Jackson dejó a un lado su papel de mediadora y me pidió
que me quedara a hablar con la familia mientras ella atendía a su siguiente
paciente.
Rob seguía allí, y Tess ya estaba de regreso. Se había ausentado por
unas horas para ocuparse de su tienda. Su madre, Amelia, también había
ido, así como Ryker, Hunter y sus parejas. Cole me había enseñado algunas
fotos de la familia, y como yo tenía memoria fotográfica —me había
salvado la vida en la facultad de medicina—, podía recordar sin problemas
quién era quién.
Sin embargo, Cole ya no estaba en la sala, y mis hombros cayeron
decepcionados. Maldita sea, esperaba volver a verle ese día, tal vez incluso
darnos un beso apasionado. Ya había comprobado dónde estaba el almacén
de servicio en esa planta.
—¡Hola a todos! Soy Laney. No soy oficialmente la doctora de Skye, ya
que trabajo como residente de cirugía, pero estoy al tanto del caso.
—Eres amiga de Isabelle, ¿verdad? —preguntó Ryker.
—Sí.
—Y la chica de Cole —añadió.
—Ryker —Amelia le hizo callar—. No es el momento más adecuado.
Ryker levantó una ceja.
—Cualquier momento es el adecuado. Además, quién sabe cuándo
tendremos la oportunidad de hablar con ella sin Cole presente. Necesitamos
que saque todos los trapos sucios.
Todo el mundo se echó a reír, yo incluida. Sentí que se me calentaban
las mejillas, pero nadie pareció darse cuenta. Por la forma en que Ryker
miraba de manera disimulada alrededor de la habitación, supuse que había
sido una táctica para que todos se relajaran. No me cabía duda de que quería
descubrir todos los trapos sucios, pero no en ese momento.
Me volví hacia Skye, observándola a través de las lentes de una médica.
La palidez antinatural de aquella mañana había desaparecido, lo que
significaba que su tensión arterial había vuelto a la normalidad. Lo sabía
por su historial, por supuesto, pero siempre era una buena señal que el
paciente no solo estuviera sano sobre el papel, sino que además tuviera
buen aspecto.
—No estoy de acuerdo, Ryker. Centrémonos en Skye. Tenemos
enfermeras las veinticuatro horas del día, y yo también estoy de turno hoy.
Además, habrá una ginecobstetra aquí durante la noche. Te lo aseguro, no te
faltará nada. Dicho esto, entiendo si quieres que un familiar se quede
contigo, pero solo podemos permitir una persona.
—Yo —dijo Rob al instante.
Skye jugó con un mechón de su pelo.
—Amor, tu sobrina se quedará a dormir hoy en casa, ¿recuerdas? Le
hace mucha ilusión. No puedes cancelar su plan, se pondrá triste. Tess
puede quedarse conmigo.
Tess asintió con aire tranquilizador.
—Si pasa algo, te lo haré saber de inmediato.
—No pasará nada —le dije a Rob directamente, con firmeza. Me
compadecía del pobre hombre, pero lo cierto era que pensaba que era mejor
que no fuera él quien pasara la noche allí. Los hospitales ponían nerviosos a
todo el mundo, y más aún a los futuros papás.
A continuación, dejé al clan Winchester a su aire. Tenía ganas de
quedarme un rato más porque eran entrañables, pero tenía que hacer mi
ronda.
Compré un café barato en la máquina expendedora porque no tenía
tiempo de bajar a la cafetería. Probablemente contenía más azúcar que café,
pero, para ser sincera, en ese momento necesitaba las dos cosas. Me lo tomé
rápido mientras inspeccionaba el historial del siguiente paciente,
memorizando el nombre y las constantes vitales más importantes. Me
gustaba hacer eso siempre que el tiempo me lo permitía. Sentía que, si
entraba con la cabeza alta, en lugar de tenerla hundida en su expediente, los
tranquilizaba.
También comprobé el móvil y sonreí al ver que Cole me había enviado
un mensaje.
Cole: ¿Qué es eso que he oído de que has puesto a Ryker en su sitio
Y que Skye no ha opuesto resistencia?
Le contesté enseguida.
Laney: Humm en realidad no tuve la intención de hacer ninguna de
las dos cosas, pero me alegro de que haya servido :-)
Cole había descrito a Skye como una persona obstinada, así que quizás
había sido mejor que avisara a toda la familia de la indicación de reposo en
cama.
Cole: ¿A qué hora termina tu turno? Iré a recogerte.
Laney: Quizá sea mejor que me vaya a casa a dormir primero y nos
veamos por la tarde. Dormiré la mitad del día de todos modos.
Cole: Puedo trabajar hasta que te despiertes.
Laney: ¿Y luego qué?
Cole: Ya lo verás mañana ;) Te aseguro que te gustará.
Sentía un hormigueo en las puntas de los dedos. Mi estómago estaba
revolucionado. Ay, ese hombre...
Laney: Mi turno finaliza a las ocho.
Después de terminar mis rondas, la sien derecha me latía con fuerza.
Había olvidado cenar y la cafetería estaba cerrada, lo que significaba que
mis opciones eran patatas fritas, M&M’s o unos horribles bocadillos de la
máquina expendedora. Probablemente optaría por patatas fritas y M&M’s.
Sin embargo, antes de darme el lujo de comer aquella cena de
campeones, quería volver a comprobar cómo estaba Skye. Se había
mostrado entera y tranquila mientras su familia había estado presente, pero
no sabía si seguiría manteniendo la compostura en ese momento, incluso
con Tess a su lado.
Cuando me acerqué a la habitación de Skye, oí risas al otro lado de la
puerta. Bueno, las cosas parecían ir bien, pero aun así quise volver a
comprobarlo.
Llamé a la puerta antes de entrar. Tess y Skye tenían cara de pasmarote
y cada una tenía un shawarma en la mano. Un delicioso olor impregnaba el
ambiente. Me rugió el estómago.
Skye sonrió con timidez.
—Hum... Tess... hum... nos ha comprado unos shawarmas.
Me reí entre dientes.
—Ya lo veo.
—La comida del hospital era malísima y en la cafetería solo había unos
sándwiches que parecían haber estado allí durante al menos una semana.
Así que fui al food truck más cercano. —El tono de Tess era de disculpa.
—Traer comida no va contra las normas del hospital —dije.
Tess agitó la mano en el aire, señalándome con el dedo.
—Ya, ya, pero es que te notamos una mirada de prejuicio.
—Para nada. Solo que no me lo esperaba.
Lo que en realidad no esperaba era que Skye estuviera de tan buen
humor. En lenguaje médico, cuando un paciente tenía buen apetito,
significaba que estaba bien, al menos a nivel psicológico. Quizás el hecho
de que toda su familia acampara en su habitación todo el día tenía algo que
ver. Sin duda habían mejorado el humor de Skye e incluso el de Tess, que
había estado apagada y callada por la mañana. En ese momento estaba
sonriente y llena de energía. Estaba deambulando frente a la cama de Skye,
disfrutando de la comida.
—¿Estás ocupada? —preguntó Skye.
—Acabo de terminar la ronda nocturna, así que estaba a punto de
dirigirme a la sala de médicos con unos M&M’s.
Tess alzó la bolsa que tenía en la mano.
—Sobra un shawarma. ¿Quieres comer con nosotras?
—¡Claro! Puedo quedarme unos diez minutos. Gracias, me estaba
muriendo de hambre. ¿Pero por qué has comprado tres?
—Bueno... esperábamos que pudieras unirte a nosotras. Y si no hubieras
podido, hubiéramos hecho el esfuerzo de comerlo nosotras —dijo Tess.
—Cierto. Al fin y al cabo, yo estoy comiendo por dos —comentó Skye.
—Y yo solo te estoy siguiendo la corriente —dijo Tess con solemnidad.
No pude evitar soltar una carcajada mientras agarraba la bolsa. Me
apoyé en la pared y la abrí intentando no derramar nada. Vaya, tenía más
hambre de lo que imaginaba.
Ya había devorado la mitad del shawarma cuando me percaté que las
dos estaban en silencio, mirándome.
Después de tragar lo que tenía en la boca, sonreí con timidez.
—Lo siento, es que a veces se me olvida comer.
—Gracias por hacer el turno esta noche, Laney —dijo Skye—. Y
también por aguantar a nuestro hermano. Parece que ha estado de mal
humor en el trabajo últimamente.
—Puedo dar fe de ello —respondió Tess—. De mal humor total.
—Sí, Josie lo mencionó. Conseguí un montón de información sobre tu
hermano de ella, Ian, Dylan e Isabelle.
—Vaya, eso te da una ventaja injusta, ¿no? —preguntó Tess de manera
juguetona—. Él no tiene tanta información confidencial sobre ti.
—¿Qué quieres saber? —pregunté con cautela. Hacía tanto tiempo que
no estaba en un grupito, que mis habilidades de comunicación estaban
oxidadas. No tenía ni idea de qué compartir y qué evitar. Le contaba todo a
Isabelle, pero ella había sido mi mejor amiga durante dos décadas y, a pesar
de eso, rara vez hablaba de Ryan. No era un secreto ni nada, pero me
entristecía, lo cual afectaba a aquellos que me rodeaban. Solo llevábamos
seis meses casados, pero su bonito y peculiar amor, así como todos los
sueños que habíamos compartido, habían dejado un vacío enorme.
—Bueno, mogollón de cosas —dijo Tess—. Pero esta noche estás
trabajando, así que no sería justo interrogarte.
—Sí, te necesitamos bien descansada para eso —dijo Skye.
Me reí mientras alternaba la mirada entre las hermanas.
—¡Ajá! —exclamó Skye, señalándome con el dedo— ¡Esa es una
expresión de ilusión!
Ni siquiera intenté contener mi sonrisa. Hacía mucho tiempo que no
tenía una sensación de ensueño, y era maravilloso.
—Es de ensueño —confirmé.
Comprobé mi reloj y suspiré.
—Tengo que irme.
—¿Estás segura de que no podemos convencerte de que te pases de
nuevo por aquí más tarde? —Tess dijo—. Puedo salir y comprar más
delicias.
Negué con la cabeza, apretando mi carpeta con las historias clínicas de
los pacientes contra mi pecho.
—Por desgracia, no puedo.
El turno no estuvo exento de desafíos, pero alrededor de las once las
cosas se calmaron un poco. Como tenía algo de tiempo libre, fui a ver cómo
se encontraba Skye.
Para mi sorpresa, estaba completamente despierta, mirando al techo.
Tess estaba dormida, acurrucada en la cama para visitas.
—Skye, ¿cómo te sientes? —susurré. Todas sus constantes vitales eran
normales, pero se estaba mordiendo el labio inferior. Parecía más
preocupada de lo que la había visto en todo el día, salvo cuando la habían
traído. Me agarró la muñeca izquierda con una mano y alzó ligeramente la
cabeza.
—Si cumplo con el reposo, mi bebé estará sano y salvo, ¿verdad?
—Solo tómate las cosas con calma y deja que tu marido y toda tu
familia te mimen. Se les da muy bien.
—No quiero que nadie más se preocupe por mí.
Era por eso que se había mostrado tan indiferente a todo ese día. Apenas
conocía a esa mujer, pero quería darle un fuerte abrazo.
—Deja que te mimen —repetí—. Ahora duerme. Has tenido un día
duro, Skye.
—Gracias por venir a verme —susurró.
Me apretó la mano antes de acomodar la almohada y girarse de lado,
cerrando los ojos. Salí de su habitación de puntillas y me dirigí
directamente a la pequeña sala donde podíamos tumbarnos durante los
turnos de noche. Me acurruqué bajo las sábanas con una taza de té y envié
un mensaje a Cole.
Laney: Creo que Skye necesita que la animen más de lo que
aparenta.
Cole: Siempre es así con Skye, pero gracias por confirmarlo. ¿Cómo
está mi doctora?
Laney: Disfrutando de un té caliente.
Cole: ¿Quieres que te lleve comida?
Laney: Tus hermanas ya se han encargado de eso.
Me llamó al segundo siguiente.
—¡Hola! —respondí. ¿Qué me pasaba? ¿Cómo era posible que ya
tuviera una sonrisa dibujada en la cara?
—¡Qué tal! Espero que Tess y Skye no hayan sido demasiado...
curiosas.
Solté una risita.
—No, dijeron que me necesitaban bien descansada para un
interrogatorio a fondo.
—Joder. Pensé que para mañana ya contaría con algo de información
privilegiada sobre ti.
—No has tenido suerte. Parece que tendrás que hacer todo el trabajo por
tu cuenta.
Mi tono era burlón, pero me llevé la palma de la mano al estómago.
Sabía que no podía posponer hablarle acerca de Ryan. Quería que lo supiera
todo sobre mí. Una fina capa de sudor cubrió mis palmas al pensarlo, pero
sabía que era capaz de hacerlo. Se aproximaba el día D.
—No veo la hora de afrontar ese reto —dijo Cole. Ese tono autoritario
dejaba claro que estaba acostumbrado a mandar, a ganar todos los desafíos.
Me sorprendió lo mucho que me gustaba eso de que tomara el mando. Pero
no quería reconocerlo, porque no sabía qué otras ideas se le ocurrirían.
—Entonces será mejor que te vayas a dormir, señor Encantador.
Mañana vas a necesitar que ese encanto tuyo esté más afilado que nunca.
—Será un placer.
Capítulo Doce
Cole
A la mañana siguiente, llegué al hospital a las ocho en punto. Esperaba
encontrar a Laney en modo zombi, o al menos con aspecto cansado. Para mi
sorpresa, tenía los ojos muy abiertos y parecía estar llena de energía. Habían
dado el alta a Skye media hora antes y Rob la había llevado a casa
inmediatamente. Lamenté no haberla visto —se me daba mejor animar en
persona—, pero confiaba en que mi cuñado cuidaría bien de ella.
—¿Cómo es posible que estés tan despierta? —pregunté.
—Puede que me haya bebido cinco cafés en las últimas dos horas. —Su
sonrisa era contagiosa.
—Alguien estaba ansiosa de que llegara este día.
Asintió, pasándose la lengua por los labios.
—Prometiste mimarme como es debido en alguno de estos días. ¿Quién
necesita dormir? Venga...
Riéndome, la acerqué a mí, evitando a duras penas besarla.
—¿Quieres echar un vistazo a ese almacén de servicio ahora mismo?
Apenas me di cuenta de que no estaba actuando como siempre cuando
me rodeó la cintura con los brazos y me miró de manera seductora.
—O puedes besarme aquí mismo.
Tomé sus manos entre las mías.
—Te preocupaba que te vieran otros colegas, ¿recuerdas?
Parpadeó y asintió.
—Vaya, tienes razón, lo había olvidado. Muy atento por tu parte,
queriendo salvar mi reputación. Creo que me gustas un poco más.
—¿Tú crees?
—Sí. Tendré que reflexionar cuando esté bien descansada y no me
encuentre bajo los efectos de la cafeína.
—Pues resulta que me gustas así. Eres... corrompible.
Se sonrojó.
—Cuando me quite la bata, estaré lista para marcharnos.
Acercándome más, le susurré al oído.
—Estás muy sexy con esa bata.
Me empujó de manera juguetona.
—Ay, por favor, deja de ser tan encantador. Me vuelvo supervulnerable
cuando no duermo.
—Vulnerable y corrompible. Creo que empezaré a visitarte en tus turnos
nocturnos.
—Dios mío, eres tremendo. Voy a cambiarme. Espérame fuera.
Moví las cejas, acercándome de nuevo.
—O... puedo quedarme a observarte mientras te cambias.
Laney se echó a reír.
—No, no puedes. Vaya, y yo que creía que eras todo un caballero, que
estabas cuidando de mí... Al final, lo único que estabas haciendo era esperar
el momento oportuno para aprovecharte de mi vulnerabilidad y
corruptibilidad.
—Siempre será así —aseguré.
—Me alegra saberlo. —Me guiñó un ojo, sonrió y se dio la vuelta.
Esperé a Laney fuera, aprovechando ese rato para hacer llamadas de
trabajo. Motivar al equipo para un nuevo proyecto era una de mis cosas
favoritas. En parte, su entusiasmo era lo que me impulsaba. Normalmente,
no trabajaban los sábados, pero teníamos un plazo de entrega muy ajustado.
Aún se mostraban reticentes conmigo después de aquella intensa
semana. No era un idiota ni mucho menos, pero no me había mostrado muy
accesible y además los estaba sometiendo a un horario implacable. No
podía permitirme ser demasiado flexible con ellos en las etapas iniciales,
nos estábamos acercando a la fecha límite para presentar nuestra propuesta
para el proyecto Centenario.
—Tenemos plazos muy estrictos para esto, Perry.
—Claro, jefe.
—Gene, envíame la actualización del presupuesto del Centenario para
esta tarde, por favor.
—¿Qué hay acerca de los gráficos que me pediste ayer?
—Prioriza esto.
—De acuerdo. —Su tono era cortante, pero no me contradijo. Una de
mis principales tareas como jefe de operaciones era asegurarme de que
todas las partes se movieran de forma coordinada. Eso requería que fuera
implacable con respecto a las prioridades.
Laney salió mientras yo seguía charlando con el equipo, pero corté de
inmediato la llamada, me guardé el teléfono en el bolsillo y silbé con
fuerza.
—Estaba equivocado, doc. Estás aún más sexy con este conjunto tan
bonito.
—Llevo chaqueta, vaqueros y botas de montar —dijo escéptica.
Eso de montar hizo que mi mente se dispersara un poco.
—Créeme. —Fue todo lo que dije.
Fuimos a una cafetería cerca del hospital. El camarero nos condujo
hacia el fondo, a un rincón donde había un cómodo sofá y una pequeña
mesa. Éramos los únicos en la parte de atrás. Los sábados, los neoyorquinos
tenían la costumbre de tomarse un brunch, o al menos un desayuno tardío.
En ese momento eran las ocho y media de la mañana.
—Qué bonito es este lugar —dijo, mirando a su alrededor—. ¿Así que
este es el primer paso para mimarme como es debido?
—Sí. El desayuno es la comida más importante del día. —Le quité la
chaqueta y la dejé a un lado del sofá, luego acaricié sus mejillas con el
dorso de los dedos, rozándolas ligeramente de arriba abajo—. Gracias por
cuidar de Skye. —Ya se lo había dicho antes, pero merecía la pena repetirlo.
Quería que supiera cuánto lo apreciaba. Se quedó sin aliento cuando la cogí
por la nuca para acercarla. Le di un profundo y apasionado beso. Su sabor
era increíble. Tenía la sensación de que podía besarla durante horas y aun
así no sería suficiente. Todo aquello era jodidamente perfecto. Ella gimió,
tirándome del pelo y luego de la camisa. Le besé el cuello antes de
enderezarme y hablar contra su boca.
—Laney, sé lo que dijimos en Roma, pero me gustas muchísimo. Estar
contigo, hablar contigo, haber estado sentado en aquel sofá junto a ti,
servirte vino y darte un masaje en los pies. No puedo ignorar todo esto, y no
quiero hacerlo. Exploremos esto juntos.
Los ojos de Laney se abrieron de par en par, se mordió el labio inferior
y bajó la mirada hacia mi hombro. Se me revolvieron las tripas.
—Bueno, mi trabajo no es la única razón por la que dije eso en Roma.
—Vale. Dijiste algo sobre una historia complicada, lo recuerdo.
¿Quieres sentarte?
Asintió, y apretó los labios con fuerza. Esperé pacientemente con la
mano en su cintura, pues sabía que quería decir algo más.
—Estuve casada durante seis meses —susurró, y sentí como si alguien
acabara de golpearme la parte posterior de las rodillas con un bate de
béisbol—. Mi marido falleció de un ataque al corazón hace dos años. Desde
entonces, no sé si puedo... —Sacudió la cabeza como corrigiéndose a sí
misma—. Ni siquiera he tenido una cita ni he besado a nadie... hasta ahora,
contigo.
Casi me derrumbo por el peso de lo que acababa de decir. Apreté con
más fuerza su cintura, tratando de encontrarlas palabras adecuadas.
Su bello rostro estaba lleno de preocupación, pero seguía sin mirarme.
—¿Estás enfadado porque no te lo he dicho antes? Perdóname. No es un
secreto ni nada, es... no es algo que surja naturalmente y hablar de ello me
entristece.
—No estoy enfadado contigo —dije para tranquilizarla, luego subí las
manos para acariciarle la cara y la miré directo a los ojos. Su profundo
estado de tristeza me estaba matando. Joder, quería remediar eso, quitarla
de sus ojos, de su corazón, de su mente.
No estaba enfadado, pero me sentía un poco excluido. Sabía lo
irracional que eso era. En Roma solo habíamos decidido pasárnoslo bien,
¿por qué iba a compartir algo tan personal? A fin de cuentas, me alegraba
que se hubiera abierto conmigo.
—No sé muy bien cómo manejar todo esto —murmuró.
Le dediqué una sonrisa, manteniendo mis manos sobre sus hombros.
—Tengo un plan para hoy.
Ella me devolvió la sonrisa.
—Y empieza con el desayuno. Tal vez deberíamos pedir.
—Tú eliges.
Nos sentamos y ella cogió el menú, frotándose el estómago mientras lo
leía. En ese momento, me di cuenta de que estaba observando a aquella
increíble mujer desde una perspectiva completamente diferente.
—Vale, quiero el desayuno premium. Pone que es una fuente con una
mezcla de sus platos estrella. Todos tienen buena pinta.
—Vamos a ordenar.
El camarero fue rápido y eficiente, tomó nuestra orden y volvió
enseguida con café y una cesta con pan. Laney se comió una rebanada al
instante.
—No sé por qué tengo tanta hambre. El shawarma de anoche era
enorme. Skye y Tess realmente me salvaron con eso.
—¿En serio no intentaron interrogarte? Eso no es propio de mis
hermanas.
—Bueno, lo consideraron, pero la verdad es que estaban agotadas. Se
me pasó por la cabeza ofrecerme como cebo para distraerlas de todo lo que
estaba pasando... a los dos, porque siendo sincera, Tess tampoco estaba en
su mejor momento. Pero prefería hablar contigo primero de todo.
Su preocupación por mis hermanas me pilló totalmente por sorpresa, en
especial el hecho de que hubiera notado cómo se sentía Tess. No solo lo
percibió por ser médica, sino también por su intuición y su naturaleza
cariñosa.
—¿Quieres saber más? —preguntó.
—Solo si estás preparada para hablar.
—Normalmente no lo estoy, pero quiero desahogarme. —Dio un sorbo
a su café, sujetando la taza con ambas manos—. Ryan y yo nos conocimos
en la universidad. Nos casamos cuando yo estaba estudiando medicina.
Nunca supimos lo del problema cardíaco hasta que... ocurrió. Fue justo
antes de que tuviera que decidir dónde hacer mi residencia.
—Y después de eso decidiste mudarte a Nueva York.
Asintió.
—Me habían aceptado en un hospital de Filadelfia y en este para hacer
la residencia, y necesitaba cambiar de aires, ¿sabes? Un nuevo comienzo.
Me daba miedo venir aquí sola, pero para ser sincera, quedarme allí me
asustaba aún más.
—Lamento tu pérdida, Laney.
Cubrí sus manos con las mías. Ella asintió, con una sonrisa triste.
—Fue una época dura, pero tenía a Isabelle y a mis padres. También
hice terapia y eso me ayudó.
—¿Con Isabelle?
—No, ella dijo que por lo general es recomendable que el terapeuta sea
un desconocido. Ha sido... me he sanado, ¿sabes? A través de mi trabajo y
las sesiones de terapia. He hecho las paces con lo que pasó, pero avanzar,
abrirme a nuevas experiencias, salir con alguien... eso es diferente. Es más
complicado. Tengo miedo, y ni siquiera sé por qué. Perder a alguien deja
cicatrices muy profundas...
Tomé su cara entre mis manos y me acerqué.
—Cariño, iremos a tu ritmo. Avanzaremos poco a poco.
Sonrió, mordiéndose el labio.
—Eso me parece genial. Creo que puedo hacerlo.
Justo en ese momento, el camarero vino con el desayuno,
interrumpiéndonos, y colocó seis pequeños platos de comida sobre la mesa.
Laney se zampó la comida con el mismo entusiasmo que en Roma. No
podía ni asimilar que aquella persona tan positiva y optimista hubiera
sufrido una pérdida tan devastadora. El camarero seguía trayendo platos
nuevos en cuanto vaciábamos los que teníamos delante. Devoramos el
enorme banquete con relativa rapidez.
—Bueno, creo que prometiste mimos para hoy. Mimos como es debido.
—Se rió y sus ojos volvieron a alegrarse.
—Soy un hombre de palabra. Voy a cumplirlo.
Batió las pestañas, sonriendo.
—¿Te importaría contarme cuál es el plan para después del desayuno?
—Eso es justo lo que estaba pensando. Tengo que cambiar el plan.
—¿Por qué?
Me acerqué de nuevo a ella, rozando su mandíbula y luego ascendiendo
hasta su mejilla.
—Porque inicialmente consistía en llevarte a casa y darte un masaje de
pies.
Sus pupilas se dilataron.
—Continúa.
—Bueno, es que estaba pensando en ampliar esa oferta para incluir un
tratamiento de cuerpo entero.
—Perfecto. ¿Cuándo podemos empezar?
—Laney...
Hizo pucheros.
—No me gusta ese tono. Me siento como si estuvieran a punto de
quitarme un hueso después de haberlo puesto delante de mí.
—Es solo que no quiero que las cosas... se nos vayan de las manos.
—Entiendo. —Se sonrojó al instante, humedeciéndose el labio inferior.
No pude contenerme y reclamé su boca, explorándola a fondo. Enredé mis
dedos en su pelo, deleitándome con cada suspiro que emitía. Con cada
latigazo de mi lengua, la respiración de Laney se volvía más agitada, más
rápida. Sabía a miel y fresas, y no podía saciarme de ella. Sin embargo,
detuve el beso.
—Sé a qué te refieres con eso de que las cosas se nos vayan de las
manos —dijo Laney.
—Estás cansada. —Recordé lo cautelosa que había sido en Roma.
—Y corrompible. —Su mirada era cálida—. Aprecio que estés
cuidando de mí.
—Claro. Quiero que te sientas segura, que confíes plenamente en mí. —
Deseaba tocarla y explorarla, pero primero quería asegurarme de que estaba
preparada para todo eso.
Enredé un mechón de su pelo en mis dedos, y hablé contra su mejilla.
—Sabes a miel, me encanta. No puedo dejar de fantasear con untarte de
miel, lamerte por todas partes.
Se estremeció contra mí. Apenas pude evitar reclamar de nuevo su boca.
—¡Cole! ¿Esa es tu idea de ir despacio?
—No. Lo siento, me he pasado de la raya. ¿Te apetece quedarte aquí?
Estoy seguro de que podemos encontrar otras cosas interesantes para hacer.
Puedo empezar con un masaje de pies.
—Y ni siquiera puedo dormirme encima de ti porque estamos en un
lugar público, eres un genio. —Noté su sonrisa antes de que escondiera la
cara en mi pecho—. Me gustas, señor Encantador. Mucho.
—Ni siquiera he empezado a encantarte.
Estaba acostumbrado a hacer siempre las cosas a mi ritmo, a que el
mundo se acomodara a mí, al menos en lo relativo a los negocios, y no al
revés. Pero en ese momento todo giraba en torno a ella. Quería darle
exactamente lo que necesitaba.
Capítulo Trece
Cole
—Atención todos, si seguimos esforzándonos así, conseguiremos tenerlo
todo listo para la fecha límite establecida para la entrega.
Mis palabras fueron recibidas con miradas escépticas de mi equipo.
Desde que habíamos decidido seguir adelante con la presentación del
proyecto Centenario, mi equipo estaba sometido a un nivel de estrés
adicional.
—Yo estaré a vuestro lado en cada una de las fases del proceso.
Cualquier cosa sobre la que tengáis dudas, reenviármela de inmediato,
tenemos que movernos rápido. Estaré siempre a vuestra disposición, incluso
cuando no me encuentre en la oficina.
Me gustaba predicar con el ejemplo. Cuando teníamos una agenda
apretada, me quemaba las pestañas como todo el mundo, pero a veces lo
hacía desde mi loft, porque pasar demasiadas horas en el mismo sitio me
volvía loco.
Asintieron a regañadientes y luego salieron de mi despacho. Acto
seguido, me dirigí a casa de Hunter. Me detuve en el umbral y llamé a la
puerta, que estaba abierta.
—He hablado con el equipo. Van a trabajar hasta tarde esta noche.
—¿Les diste uno de tus discursos motivacionales?
—No ha sido uno de mis mejores, pero funcionó de todos modos.
—Se te dan bien. Mejor que a mí.
Hunter y yo teníamos estilos de liderazgo diferentes, y no solo eso,
también teníamos diferentes motivaciones. Él quería limpiar el nombre de
su padre. Décadas atrás, había dirigido un negocio inmobiliario que acabó
quebrando. Era una de las razones por las que habíamos decidido llevar a
cabo proyectos que no eran muy rentables, como el Centenario. Yo
respetaba eso, pero mi motivación era más simple: quería construir algo de
lo que pudiera sentirme orgulloso y asegurarme de que todos los que me
importaban pudieran tener seguridad financiera.
—Voy a trabajar desde mi loft esta tarde, supervisaré cada detalle del
proyecto hasta la fecha límite, esta medianoche. ¿Quieres venir?
—No puedo —dijo—. He reservado esta noche para Josie.
—No te preocupes. Yo me encargo, vayamos a la sala de reuniones.
Ryker, Josie y Tess llegarán en unos minutos para almorzar.
Levantó una ceja.
—¿Qué? ¿No me vas a echar la bronca?
—Vámonos.
En el pasado solía gastarle bromas cada vez que me decía eso, pero en
ese momento entendía la necesidad de hacerse un hueco para la vida
personal. Antes de conocer a Laney, había pensado que los analistas de Wall
Street tenían horarios draconianos. Sin embargo, a esas alturas sabía que, en
realidad, quienes tenían los peores horarios de trabajo eran los médicos.
Desde nuestro desayuno del sábado anterior, Laney y yo nos habíamos
comunicado principalmente a través de mensajes, y solo había podido ir dos
veces al hospital durante sus breves descansos para comer. De vuelta a la
sala de reuniones, le envié un mensaje, sabiendo que era la hora de su
almuerzo.
Cole: ¿Qué vas a comer hoy?
Laney: Voy a saltarme el plato principal. Solo tarta de chocolate.
Cole: Me encantaría probar eso... en ti.
Laney: ¿Cualquier comida te hace pensar en cosas traviesas?
Cole: No es la comida. Eres tú.
Laney: NO PUEDES HACERME SONROJAR DURANTE MI
TURNO.
Cole: Ahora estás en tu descanso ;)
Laney: Ya se ha acabado el descanso, PERO si quieres escribir
guarradas, hazlo. Me alegrará el día cuando revise mi móvil más tarde.
Cole: A tu servicio. Puede que sean textos guarros o... muy guarros.
Guardé el móvil en el bolsillo trasero mientras Hunter y yo entrábamos
en la sala de reuniones. Aquel almuerzo de trabajo tuvo una estructura
diferente de la habitual: como Skye no podía unirse a nosotros físicamente,
se había conectado mediante FaceTime. Debíamos discutir algunos temas
importantes sobre la próxima gala. Además, todos pensamos que a ella le
vendría bien contar con nuestra compañía, a pesar de que fuera a través de
una cámara. Hunter y yo comenzamos repasando la lista de donantes
adicionales a los que habíamos convencido de participar en el último
momento. Atraer a los peces gordos era nuestro trabajo principal. Mientras
que, Ryker, Tess y Skye se encargaban de organizar los eventos.
—Vale, tengo que modificar la disposición de los asientos, pero ya
tenemos suficientes nuevos participantes como para montar una mesa nueva
—dijo Skye. Apenas había pasado una semana desde que le habían dado el
alta y obligado a hacer reposo, pero ya estaba impaciente.
—¿Es necesario que estés haciendo todo esto? —pregunté.
—¿Qué quieres decir? —respondió Skye.
—Hay un montón de cosas que pueden hacer que te suba la presión.
Como enfadarte. Eso puede ocurrir incluso sin levantarte de la cama. Con tu
portátil basta. O tu móvil. —Solo quería asegurarme de que mi hermana y
mi sobrino estarían bien. Ese era mi único deseo.
—Vaya, ¿por qué no me confiscas todos los aparatos directamente?
—Voy a hablar con Rob.
—No, ni se te ocurra. Está dando vueltas como un león enjaulado.
—Me cae incluso mejor que antes.
—Mira, he hablado con mamá y me ha dicho que tuvo este mismo
problema en los cuatro embarazos, así que es cosa de familia.
Estupendo, iba a tener que hablar con mamá. Conociendo a mi madre,
probablemente le diría a Skye que no se preocupara. Me encantaba que las
mujeres de mi familia fueran fuertes y tenaces, pero esperaba que
aprendieran a relajarse cuando un médico se lo recomendara.
—De todos modos, dijo que no siguió el consejo.
Gruñí. Maldita sea. Lo sabía.
—Skye, por favor dime que tú sí lo seguirás.
—Por supuesto que sí. Es diferente. Soy un poco mayor de lo que era
mamá durante cualquiera de sus embarazos. Además, siempre que tengo
dudas sobre algo, consulto a Laney.
—¿Estás en contacto con ella? —No lo sabía.
Skye asintió.
—Es muy maja. Cuando entro en pánico, responde a mis mensajes sin
importar cuándo los envíe. Me dijo que podía escribirle en cualquier
momento, pero estoy segura de que la pobre mujer no se imaginaba que lo
haría literalmente todo el tiempo.
¿Laney había hecho eso por Skye? No lo había mencionado. Dios mío,
aquella mujer era una caja de sorpresas.
—Aaay... ¡mira qué expresión tan mona tiene en la cara! —dijo Tess—.
Nunca la habíamos visto antes, ¿a que no? Te sienta bien.
—No soy mono —dije seriamente.
—Bueno, me parece que Laney no está de acuerdo contigo —replicó
Skye. Todos en la mesa tenían sonrisas burlonas.
—¿Dirías que eso de mono significa que ha dejado atrás su condición
de soltero eterno? —preguntó Tess a Josie en un falso susurro.
—Yo voto que sí. —intervino Hunter.
—Yo también —añadió Ryker.
Hunter se cruzó de brazos, mostrando una expresión de suficiencia.
—Tío, estoy disfrutando mucho de todo esto. ¿Recuerdas cuánto te
burlaste de mí cuando me fui de la pandilla de solteros?
—Como si fuera ayer.
—No seáis malos con él —dijo Josie—. Las circunstancias cambian. La
gente cambia.
Hunter miró a su mujer con el ceño fruncido. Josie no se echó atrás ni
un ápice.
—Lo siento, marido, estás atacando al pobre Cole. Siento la necesidad
de ponerme de su lado. Alguien tiene que hacerlo.
—Me encanta saber que puedo contar contigo, Josie. A diferencia de los
de mi propia sangre.
—¿Quién ha hablado de bandos? Simplemente nos estamos divirtiendo
un poco —dijo Tess.
—A mi costa.
Miré a Josie, apenas capaz de reprimir una sonrisa.
—En defensa de ellos, admito que en cierto modo me lo merezco. Por
cierto, ¿alguien más piensa que pasamos demasiados almuerzos de trabajo
sin trabajar en las galas? Van como la seda. Quizás necesitemos un nuevo
reto, ¿no os parece?
Hubo un coro de noes. Incluso Skye se unió, y todos nos echamos a reír.
Sí, las cosas en mi familia solían funcionar así. Nos reuníamos para una
cosa y nos desviábamos hacia otro tema que, de alguna manera, iba
creciendo como una bola de nieve. Pero aquellos almuerzos eran muy útiles
para asegurarnos de no perder el contacto entre nosotros.
Resultaba demasiado fácil dejarse llevar por la rutina diaria y hablar por
teléfono de vez en cuando. Reunirnos para comer era una excelente
oportunidad para entrometernos en la vida de los demás. No a todo el
mundo le gustaba, pero yo lo apreciaba. A veces, uno podía estar demasiado
encerrado en sus propios problemas como para analizar las cosas con
claridad; ayudaba tener la perspectiva de la familia. Nos conocíamos tan
bien que incluso las señales no verbales bastaban para detectar si algo no
iba bien.
En ese momento, por ejemplo, Skye nos estaba contando cómo estaba
ocupando sus interminables horas. Su tono era extra alegre, lo que me dio la
pista de que estaba tratando de convencerse a sí misma tanto como a
nosotros.
Después de colgar, intercambié una mirada con Tess. Estaba claro que
no había sido el único en notar la inquietud de Skye. Eso se traduciría en
sufrimiento muy pronto. Skye era una hacedora. Tenía una constante
necesidad de ser productiva.
—¿Qué os parece si trasladamos estos almuerzos de trabajo a casa de
Skye? —pregunté de la nada—. Se va a agitar rápido. Quiero decir... creo
que sería mejor hacer cenas de trabajo, porque no podemos interrumpir
nuestras actividades e irnos en medio del día, pero quizá podamos encontrar
una tarde en la que todos tengamos tiempo.
—Claro, podríamos hacer eso —dijo Ryker—. Así Heather y Avery
también podrían venir.
Hunter miró a Josie, que asintió.
—Nos apuntamos. Tuve la impresión de que Skye estaba hastiada —
dijo Hunter—. Bueno, ¿pedimos la comida?
Normalmente comíamos en cuanto empezaba el almuerzo de trabajo,
pero esa vez habíamos decidido terminar de preparar los detalles de la gala.
Enseguida, nuestros ayudantes se encargaron de traer una selección de
comida de los restaurantes más cercanos.
Tess se enderezó y se pasó una mano por el pelo.
—Por cierto, quería decirte algo con respecto a la Gala. Gabriel Lyons
quiere una reunión de mediación.
—¡¿Qué?! —exploté. Yo no era el único: Hunter y Ryker estaban igual
de cabreados. La semana anterior, Tess nos había informado a todos sobre
el asunto por correo electrónico, así que ya estaban al tanto de que estaba
haciendo demandas irracionales, pero sinceramente, nunca habíamos
pensado que tendría la audacia de seguir adelante con su petición.
—Voy a ir en representación de todos nosotros —dijo Tess—. Os
mantendré informados, pero no creo que debamos ir todos. Nos haría
parecer demasiado ansiosos.
—Estoy de acuerdo —dijo Hunter—. Pero tampoco vayas sola.
—Yo también iré —dije.
Vaya cabrón. Aquello había sido obra mía, yo había llevado a ese tío, y
de repente nos estaba dando dolores de cabeza. Quería zanjar el asunto lo
antes posible.
—Yo también asistiré —dijo Josie.
—¿Creéis que necesitamos un abogado para una mediación? —
preguntó Tess.
—Será mejor que cubramos todas las posibilidades —dije.
Josie asintió.
—Exacto. Además, sabrá que estáis preparados para lo que sea si os
acompaña un abogado.
—Pues entonces ya está todo arreglado —dijo Tess—. No hay razón
para seguir enfadándose por esto. Disfrutemos del almuerzo.
Ni siquiera había tocado mi comida. Abrí la tapa del recipiente y
empecé a comer de manera automática, pero ya no tenía hambre, solamente
estaba cabreado.
En el ínterin, le envié un mensaje a Laney.
Cole: Acabo de oír que Skye te ha estado mandando mensajes.
Gracias por cuidar de ella.
Cuando levanté la vista del teléfono, Tess estaba sonriendo de oreja a
oreja.
—Bueno, ya que lo de la gala está resuelto y hemos terminado con la
comida, ¿podemos pasar a la fase de dar la lata a Cole? —preguntó.
Hunter asintió.
—He olvidado un dato muy importante. Cole no me echó ninguna
bronca hoy cuando le dije que tenía la noche reservada para mi mujer.
Josie silbó con fuerza.
—Vaya. No pensé que llegaría este día.
Me acomodé en mi asiento y, apartando de mi mente el tema de la
mediación, sonreí al grupo. Aquello formaba parte de nuestra dinámica y
me divertía muchísimo.
Después de nuestro almuerzo de trabajo, volví directamente a mi
despacho. Laney no había contestado, pero eso no era ninguna novedad,
comprobaba su teléfono muy esporádicamente, así que me sorprendí
cuando llamó apenas una hora después.
—Hola. Tengo unos minutos libres y pensé en llamar en vez de mandar
un mensaje.
—Siempre es un placer saber de ti. Gracias de nuevo por cuidar de
Skye.
—No te preocupes. Mejor preguntarme a mí que a Google. Eso siempre
lleva al pánico. Me cae bien Skye.
—A ella también le caes bien.
—He descubierto que hablar de ti es la forma más rápida de distraerla
cuando está preocupada.
—Aprendes rápido. ¿Qué le dijiste exactamente?
Tenía mucha curiosidad.
—Como si te lo fuera a decir. Mua, ja, ja, ja.
Me recosté en la silla.
—¿De verdad no me lo vas a decir?
—No.
—Eres consciente que te lo voy a sacar la próxima vez que te vea,
¿verdad?
—No lo dudo. Cuantos menos detalles te doy, más creativo te vuelves.
—Joder. Eso me hace querer ir a buscarte a ese hospital, cargarte en
brazos y llevarte directo a mi loft.
—¿Por qué no lo haces?
Tragué saliva, completamente sorprendido por su sugerencia. Ya podía
sentir el contacto de su suave cuerpo mientras la cargaba. Mi palma
encajaría a la perfección en su firme y redondo culo mientras la sujetaba.
—Tengo una entrega importante programada para esta noche. Necesito
centrarme.
—¿Y crees que mi presencia sería... contraproducente?
—Desde luego que sí.
Soltó una risita al teléfono.
—¿El hecho de disfrutar con eso me convierte en mala?
—Para nada, pero cuando pasemos tiempo juntos, quiero que mi mente
esté centrada solo en ti.
—Ay, Cole, las cosas que dices. Espera un segundo, acabo de recibir un
mensaje. Tal vez sea una enfermera... no, es el servicio de entrega. Mierda,
mierda, mierda.
—¿Qué pasa?
—Es el cumpleaños de mi madre y quería enviarle flores, siempre lo
hago. Y ahora el servicio de entrega dice que no ha registrado mi pedido.
Tengo que encontrar otro de manera urgente, pero debo reunirme con mi
jefe en cinco minutos...
Era demasiado adorable, preocupándose de esa forma.
—Dame su dirección. Yo me encargo.
—Vaya. ¿En serio? ¿Harías eso?
—Por supuesto. No puedes dejar que tu madre piense que te has
olvidado.
—Te la envío ahora mismo. Gracias, gracias, gracias. Me ha salvado el
día, señor. Quiero compensárselo. ¿Se le ocurre algo que pueda funcionar?
—Muchas cosas. Muchas. —Me aclaré la garganta, pero eso no disipó
las traviesas imágenes de mi mente.
Laney se dio cuenta porque oí cómo se le cortaba la respiración.
—Vale. Quizás quieras compartir eso conmigo esta noche después de mi
turno...
—No puedo. Debo entregar ese proyecto esta noche, pero quiero verte
pronto, Laney. Estar contigo de verdad. Algo más que las pausas de quince
minutos para comer.
—Yo también quiero verte. —Parecía jadeante—. Mi turno de mañana
es más corto. ¿Quieres que nos veamos después?
—¡Claro que sí!
Se rió al teléfono.
—Me encanta ese entusiasmo. Oye, tengo que colgar, estoy a punto de
entrar en la oficina del jefe.
—Ve a por él. Nos vemos mañana. Me estoy entusiasmando aún más
solo de pensar en esas tantas cosas con las que quisiera ser recompensado
por salvarte el pellejo.
Capítulo Catorce
Laney
Durante el resto del día, Cole y yo nos mensajeábamos cada vez que tenía
un momento libre. No podía evitar sentir ese vértigo que me recorría la piel
cada vez que recibía un nuevo mensaje suyo. Había temido que, después de
nuestra salida de la semana anterior, mi poco confiado corazón levantara
algunos muros. Sin embargo, estaba ocurriendo justo lo contrario.
Necesitaba verle. Esa vez, estaba decidida a estar bien despierta y llena de
energía cuando me encontrara con él, así que me alegré de que nos
viéramos después de un turno más corto.
Desde que había empezado en el hospital, solía trabajar horas extra de
manera voluntaria, así que mis compañeros me miraron con curiosidad
cuando les anuncié que ese día no me quedaría después de mi turno de ocho
horas.
Había soñado con ser médica desde que era pequeña. En primero de
primaria, nuestra profesora nos preguntó qué queríamos ser de mayores, y
yo dije con toda la convicción del mundo que quería ser médica. Esa
respuesta nunca había cambiado. Nunca había dudado de mi elección, ni
siquiera en la facultad de medicina, cuando me di cuenta de lo difícil que
era.
No obstante, en los días malos, me preguntaba si realmente estaba hecha
para aquella profesión. Un mal día en el hospital consistía en no poder
salvar a todos mis pacientes, que fue justamente lo que ocurrió al final de
mi turno.
No solo estaba triste por el paciente que había fallecido, sino también
por los seres queridos que había dejado atrás. No lo sabía con certeza, pero
quizás la pérdida de Ryan me había sensibilizado en ese sentido. Siempre
me empeñaba en hablar con la familia, en decirles unas palabras amables.
No estaba segura de si ayudaba o no, pero quería que contaran con mi
apoyo. Por alguna razón, hablar con la familia de aquel chico me resultó
especialmente difícil. Su madre y su hermana estaban en estado de shock,
una sensación que yo comprendía muy bien.
Inspiraba y espiraba, parpadeando con rapidez. Me ardían los ojos y
sentía una opresión en el pecho. Necesitaba llegar a un lugar donde
estuviera sola para poder desahogarme.
Caminé a buen ritmo, centrándome en cada paso, en mantenerme fuerte.
No podía derrumbarme delante de los pacientes. Un médico llorando era
algo totalmente inaceptable. Los haría dudar de la competencia del personal
del hospital, y yo no quería incomodar a ningún paciente ni a sus familiares.
Me dirigí directo a la ducha de los vestuarios. Abrí el grifo a máxima
presión, me quité la bata y la ropa interior y me metí bajo el chorro.
Entonces por fin dejé salir un sollozo y todas las lágrimas que había
retenido antes.
Pasé el doble de tiempo de lo habitual en la ducha, justo hasta que mi
respiración volvió a un ritmo normal y el pecho ya no me pesaba. Cuando
salí, estaba mareada de haber pasado tanto tiempo bajo el agua caliente.
Me vestí con cuidado antes de secarme el pelo. Fue entonces cuando me
di cuenta del aspecto que tenía. Estaba hecha un desastre. No solo tenía los
ojos rojos, sino que toda mi cara estaba hinchada. ¿Cómo iba a ver a Cole
en semejante estado?
No parecía preparada para una cita, y tampoco me apetecía. Lo que
necesitaba era una taza de chocolate caliente con nata montada, unos
calcetines peludos y una comedia romántica. Me gustaba lamerme las
heridas a solas.
Laney: ¡Hola! He tenido un día duro en el hospital. ¿Te importaría
que quedáramos otro día?
Cole: ¿Qué ha pasado?
Laney: He perdido un paciente :-(((((
Me dieron ganas de añadir un millón de emojis tristes en el mensaje,
pero me contuve.
Cole: Lo siento mucho.
Laney: Me iré a casa.
Cole: ¿Estás segura de que no quieres que vaya? No es por nada,
pero puedo ser una gran compañía. Creo que ya lo he demostrado unas
cuantas veces.
Las comisuras de mis labios se levantaron en una sonrisa.
Laney: ¿Vas a conquistarme con un masaje de pies otra vez?
Cole: Sí. Y mi oferta para un masaje de cuerpo completo sigue en
pie.
Me reí, a pesar de todo. No podía creer que hubiera conseguido hacerme
reír. La sola idea de verle me hacía sentir más ligera, y de esa manera, por
primera vez desde que había empezado la residencia, no quería estar sola
después de perder a un paciente. Quería estar con Cole.
Laney: Aunque estoy un poco desanimada.
Cole: Una razón más para quedar: mi estupenda compañía te
animará.
En ese instante solté una carcajada. Aunque ya no llevaba la bata y los
pacientes no podían saber que era médica, agaché la cabeza al salir del
hospital. No había riesgo de que volviera a llorar, pero mi cara me delataba
y no quería que mis compañeros me vieran de esa forma.
Una vez fuera, corrí hacia el cruce donde había quedado con Cole. Me
reí al pasar junto a dos mujeres que discutían sobre la última moda en
postres: tarta de queso con galletas Oreo espolvoreadas. Había mucha gente
por las calles, disfrutando del día soleado. La energía de la ciudad me ayudó
a evadirme un poco, pero cuando vi a Cole, todo mi cuerpo pareció más
ligero.
Me detuve frente a él, admirando su encanto masculino. Sin decir una
palabra, tomó mi cara entre sus manos y apoyó sus dedos en mi mejilla.
—Has estado llorando.
Se me encendieron las mejillas. Esperaba que no se diera cuenta.
—Un poco. Es muy triste cuando perdemos a alguien.
—Jo, qué adorable eres. —Me dio un abrazo de oso y me perdí entre
sus brazos en la acera. Olía increíblemente bien. Enterré la nariz en el
pliegue de su cuello, inhalando su aroma. Me sentí, si cabía, aún más ligera.
Los latidos de mi corazón se ralentizaron, como si su proximidad fuera lo
único que necesitaba para calmarme. Me sentía segura allí, contra su
cuerpo, envuelta por él. Entonces se me aceleró el pulso y me dominaron
otros instintos...
—¿Qué quieres hacer? —preguntó sin despegar su boca de mi pelo.
—No tengo muchas ganas de salir, pero tampoco tengo ganas de volver
a casa.
Asintió, se apartó un poco, cogió mi mano y la puso sobre su pecho.
—Tengo una idea. Vayamos a mi casa.
—Vale.
Cole vivía en un precioso loft en Manhattan. Miré a mi alrededor,
observándolo todo. El blanco era el color predominante, junto con tonos
azules y negros.
—Es precioso. ¿Contrataste a un diseñador profesional?
—La verdad es que sí, pero el resultado final tenía pinta de hotel:
elegante, pero frío e impersonal. Se lo comenté a mi familia y en la fiesta de
inauguración aparecieron todos con baratijas y objetos decorativos que lo
transformaron al instante en un hogar.
—Puedo imaginarme esa escena. Es tan elegante, hasta tienes un
conserje, y suelos de mármol, y enormes ventanas con muchísima luz.
Guau. Nada que ver con mi pequeña caja de zapatos.
—¿Por qué no te mudas?
—Pienso hacerlo cuando acabe la residencia y gane más. Además, no
tengo tiempo de buscar otro sitio. Un compañero residente acababa de
desalojar mi piso cuando firmé el contrato en el hospital, y lo cogí porque
me venía bien.
—Eres bienvenida aquí cuando quieras.
—Vaya. ¿De veras?
—Te acabas de iluminar. Deberías vivir en un lugar que te haga feliz. —
Me tocó la cara, apoyando el pulgar en una de las comisuras de mis labios.
—Guau. Cada vez que pienso que no puedes ser aún más encantador,
me demuestras que estaba equivocada.
Su sonrisa cambió de juguetona a seductora, revelando un hoyuelo.
—Y eso que todavía no has visto nada.
Me estremecí cuando movió lentamente su pulgar por el arco de mi
labio. Su mirada se clavó en mi boca. Cuando se apartó y me guió hasta el
interior del salón, eché de menos su presencia y su contacto; me gustaba
tenerle cerca.
—¿Sabes? Había planeado irme a casa, ver una película y comer
comida basura, pero esto es mucho mejor.
Cole se rió.
—Y está a punto de ponerse aún mejor.
—¿Ah, sí? ¿Qué tienes en mente?
—Nada. Hoy improvisaremos.
Me senté en el sofá, moviendo los dedos de los pies.
—Bueno, estoy preparada para cualquier cosa. —Suspiré, moviendo los
dedos en patrones aleatorios sobre el mullido sofá.
—Esa es una afirmación peligrosa.
—Vaya... eres perverso.
—Aún no has visto mi lado perverso, Laney. —pronunció las palabras
casi en mi oído. Todo mi cuerpo se estremeció. Me acarició la cara, rozó mi
boca y me lamió el labio inferior una vez. Estaba ardiendo. Cuando se
apartó, hice pucheros.
—Todo a su debido tiempo.
—¿Y cuándo es eso exactamente?
—Ya veremos. —Sonrió, irguiéndose. Miré a mi alrededor y suspiré.
—Estoy tan contenta de no haber ido sola a casa. Tu loft es mucho más
cálido y acogedor. Ya me siento más relajada.
—¿Mi loft...? ¿Así que yo no soy un factor contribuyente?
Me encogí de hombros de manera juguetona.
—El jurado aún no se ha pronunciado al respecto.
Cole se sentó en el reposabrazos sin dejar de mirarme.
—¿Quieres hablar de lo de hoy? ¿Hay algo en lo que pueda ayudar?
—No lo sé. Nunca he tenido a nadie con quien hablar.
—Tú decides.
—Cuando los médicos dicen que es parte del trabajo... no lo dicen en
serio. Sospecho que es solo una forma de evitar que la gente haga más
preguntas. Al menos, eso es lo que suelo decir cuando la gente pregunta por
ello. Me afecta, pero he aprendido a aceptarlo. Intento recordar cuánta gente
sale sana y... no sé. Siempre me afecta, aunque no siempre lloro. De hecho,
nunca he visto a otros compañeros llorando, salvo algún becario que acaba
de empezar. Es el único momento en el que me cuestiono si estoy hecha
para esto.
—Eres una persona sensible, Laney. Y has pasado por muchas cosas.
No significa que no seas fuerte, simplemente sientes todo con mucha
intensidad. —Su voz era cálida, al igual que su mirada.
—Gracias por tus palabras.
—Lo digo en serio. Me gusta eso de ti. No tienes miedo de sentir las
cosas.
Tragando con fuerza, susurré:
—Tengo miedo de algunos sentimientos.
—Es comprensible.
Asentí, sonriendo. Sus palabras eran justo lo que necesitaba oír. La
confirmación que quería tener de que estar angustiada no significaba que no
estuviera hecha para el trabajo. Tenía derecho a sentirme mal, incluso
siendo médica. Tener miedo no significaba ser cobarde.
Deslicé los dedos por su muslo y luego por su pecho, trazando pequeños
círculos con el dedo corazón alrededor de cada uno de los botones de su
camisa. Cuando levanté la vista, su descarada mirada me hizo arder.
—¿Por qué no te sientas a mi lado? —pregunté.
—¿Acaso la señora necesita un ángulo diferente para acariciarme?
Batí las pestañas.
—Así es. Las mentes traviesas piensan igual. De hecho, ¿por qué no te
tumbas? Tu sofá es lo suficientemente ancho para que me tumbe a tu lado.
A menos que eso no encaje con tus meticulosos planes.
—Soy adaptable; estoy en condiciones de superar esta situación.
También puedes subirte encima de mí. Tendrías las dos manos libres para
manosearme.
—Esa sí que es una oferta que no puedo rechazar.
Me reí y entonces Cole se deslizó hasta quedar tumbado. Yo estaba
tumbada a su lado, a horcajadas sobre él con una pierna. Mi boca se
encontraba a centímetros de la suya. Levantó la cabeza y me dio un
profundo y apasionado beso y entonces me coloqué completamente encima
de él, necesitaba más contacto físico.
Sujetándome la nuca con una mano, profundizó el beso hasta que me
estremecí. Bajó la otra mano por mi espalda, me agarró por el culo y me
apretó contra él. Me sentí como si estuviera volando. Gemí en su boca
cuando noté lo duro que estaba y empapé mis bragas en ese mismo instante.
Cuando nos detuvimos para respirar, me di cuenta de que estaba temblando
de verdad.
—Así que en realidad lo que querías era que yo estuviera encima de ti
para poder manosearme. —Intenté burlarme de él, pero mi voz también
temblaba.
—Pues sí.
Su voz era aún más temblorosa que la mía, además de salvaje. Envió
una oleada de calor directo hacia mi centro. A continuación, inicié nuestro
siguiente beso, tirando de su labio inferior, antes de centrarme en el otro.
Cole tomó el relevo al segundo siguiente, aquel beso fue aún más profundo
que el anterior e infinitamente más ardiente.
Besarle fue como aprender a respirar de nuevo. Tocarle hacía que me
sintiera más viva que nunca. Necesitaba más de todo. Quería a Cole, todo
de él.
—Laney, cariño, espera. Detente. —Agarró el respaldo del sofá con
tanta fuerza que me pregunté si no estaría arrancando la tela—. Dijimos
iríamos despacio.
—Lo sé, pero...
—Puedo ir a darme una ducha fría.
—Cole, te deseo, y deseo todo esto.
—¿Estás segura? Puedo ser paciente. Puedo esperar. Has tenido un día
duro y estás vulnerable.
Se agarró al sofá con las dos manos. Le temblaba el pecho por el
esfuerzo que estaba haciendo para no tocarme.
—Sé lo que quiero. A ti.
El brillo de sus ojos se volvió feroz, como si hubiera mantenido a raya
la pasión que llevaba dentro hasta ese momento y por fin la estuviera
liberando. Llevó sus manos a mi cara y acercó mi boca a la suya.
—Joder, Laney. ¿Qué hago contigo?
Apreté los muslos al percibir el deseo que había en su voz. Cuando
volvió a besarme, el placer se apoderó de mí por completo, lo que hizo que
se me escapara un gemido. Los minutos siguientes fueron un tanto borrosos.
Cole salió de debajo de mí, se arrodilló en el suelo y me atrajo hacia él. Yo
estaba encima suyo, pero no por mucho tiempo. Hizo un movimiento
giratorio, haciendo que mi espalda quedara apoyada en la mullida alfombra.
—Si cambias de opinión, solo dímelo —dijo entre besos—. ¿Vale?
Asentí, pero en el fondo sabía que no cambiaría de opinión. Me besó en
el cuello y luego se acercó a la parte superior de los vaqueros, subiéndome
la camisa. Me la quité con impaciencia, y entonces sonrió contra mi piel
mientras se deshacía de mis vaqueros. Allí mismo, sobre la mullida
alfombra, me separó los muslos.
Necesitaba sus labios sobre mí, así como su lengua. Ni siquiera tuve que
pedírselo, la avidez con la que tiraba de la alfombra me delató. Cole me
separó las piernas y me besó el interior de un muslo, sintiendo su aliento
contra mis empapadas bragas, antes de pasar a besarme el otro muslo. A
esas alturas estaba temblando por el deseo.
—Vamos, te quiero en mi cama, Laney.
***
Cole
Quería darle la oportunidad de cambiar de opinión. Cuando llegamos al
dormitorio, tardé más de lo necesario en quitarme la chaqueta del traje. Bajé
la persiana blanca manualmente, aunque también podría haberlo hecho con
el mando. Estaba a punto de estallar, más que nada porque Laney solo
llevaba sujetador y bragas. Joder, no podía dejar de mirarla. Sus curvas eran
perfectas. Tenía unas piernas delgadas y musculosas y un culo
increíblemente redondo y firme. La piel de su vientre era más clara que la
del resto de su cuerpo, como si no fuera una parte que expusiera con
frecuencia al sol. Sus pechos casi rebosaban del sujetador, lo que provocó
que se me hiciera la boca agua solo de imaginar el momento en que
quedarían al descubierto.
—Quítate el sujetador.
Cayó a sus pies al segundo siguiente. Era aún más guapa de lo que había
imaginado.
—Ahora, túmbate en mi cama. Abre las piernas para mí.
Respiró hondo, siguiendo mis instrucciones.
—Joder, eres preciosa.
Me quité rápido la camisa, luego los pantalones y los calzoncillos. No
quería que nada estorbara. Me subí encima de ella y reclamé su boca. Todo
en ella era adictivo: el sabor de sus labios, la suave piel bajo mis dedos, los
sonidos que emitía cada vez que tocaba un punto sensible. Deslicé una
mano desde su cuello a su pecho, acariciando en círculos su pezón hasta
que se endureció. Entonces lo rocé con mi boca, presionando mi lengua
contra él y noté cómo se arqueaba contra el colchón. Sonreí contra su piel,
continuando la exploración hacia abajo. Quería descubrirla. Cuando mi
boca llegó a su ombligo, movió lentamente las caderas hacia delante y hacia
atrás, y eso fue todo el estímulo que necesitaba. Pasé los dedos por encima
de sus bragas, justo por su abertura. Los moví despacio, viéndola retorcerse
y respirar cada vez con más dificultad.
La mancha húmeda de sus bragas se extendió, y entonces aparté la tela,
deslizando mis dedos por su desnuda piel.
Joder, estaba tan mojada... Deslicé mi dedo desde su abertura hasta su
clítoris, rodeándolo con suavidad.
—¡Cole! —Su voz temblaba mientras clavaba los talones en el colchón,
como si ya fuera demasiado; pero yo planeaba darle mucho más. Me incliné
para besarla, entrelazando nuestras lenguas, exigiendo todo lo que tenía
para dar. Moví los dedos y la lengua a un ritmo bien pausado y disfruté de
cómo su respiración se iba convirtiendo en jadeos. Estaba tan empalmado
que apenas podía soportarlo. Cuando apretó los muslos, atrapando mi mano,
dejé de mover los dedos. Volví a abrirle las piernas y descendí hasta que mi
cara quedó a la altura de su centro. Aparté sus bragas con los dedos y
presioné su clítoris con la lengua.
—¡Cooole!
Me deshice de sus bragas antes de agarrarle el culo con ambas manos,
elevándola para buscar un mejor acceso. La masturbé con la boca hasta que
le temblaron las piernas y alcanzó el clímax.
Luego recorrí su cuerpo con mis labios, impregnándome del aroma de
su piel.
—Cole, te necesito —susurró. Seguí besándola mientras subía.
—Te necesito ahora —insistió. Mis labios se curvaron en una sonrisa
contra su piel.
Joder, ese tono suplicante y desesperado me volvió loco. Me arrodillé,
cogí un condón de la mesilla y me lo puse. Laney tenía la piel enrojecida y
aún respiraba de manera entrecortada. Me gustaba que estuviera tan ávida y
desesperada por mí, quería darle todo lo que necesitaba.
Puse una de sus rodillas sobre mi brazo antes de penetrarla. Necesité
toda mi compostura para hacerlo despacio, para darle tiempo a adaptarse.
Apreté los dientes y la miré fijamente; no quería perderme ninguna de sus
reacciones. Cuando entré hasta el fondo, sus músculos internos se
contrajeron.
—¡Jooooder!
Una oleada de placer recorrió mi columna vertebral y se extendió por
mis extremidades. Mis músculos se tensaron. Moví las caderas adelante y
atrás, manteniendo un ritmo lento y pausado al principio. Ver su rostro
inundado de placer fue lo más bonito que había experimentado nunca. Ella
me entregaba tanto su confianza como su satisfacción, y en ese momento
supe con un cien por cien de certeza que no me cansaría de aquello, de ella.
Jamás.
Cada vez estaba más desesperado, necesitaba moverme más deprisa.
Aumenté el ritmo de mis embestidas, mirando entre nuestros cuerpos
mientras entraba y salía, mientras Laney movía las caderas de manera
frenética.
—Mira entre nosotros, cariño. Mira.
Ella inclinó la cabeza, siguiendo mis instrucciones, y luego me apretó
tan fuerte que casi me corro. Cambié de posición, ansiaba que Laney
estuviera encima de mí. Ella arqueó su espalda con gracia, impulsando sus
pechos hacia el frente. Agarré sus caderas mientras se balanceaba hacia
adelante y hacia atrás. Me tocaba por todas partes. Luego se inclinó
completamente, acercando su lengua a mi pezón. Se me apretaron las
pelotas. Joder.
Volvió a enderezarse y jadeó cuando sus músculos internos se
contrajeron. Le acaricié el clítoris con el pulgar, deseando
desesperadamente que se corriera antes que yo. No solo antes, sino con el
tiempo suficiente para poder centrarme de lleno en su placer y de esa forma
no llegar primero al orgasmo y acabar perdiendo la cabeza.
Alcanzó el clímax gritando mi nombre. Arqueó la espalda y se inclinó
hacia delante, apoyando las palmas de las manos a ambos lados de mi
cabeza. Todo su cuerpo estaba temblando. La sujeté por las caderas para
estabilizarla. Luego las levanté unos centímetros, penetrándola desde abajo,
en búsqueda de mi propio clímax.
Fue un auténtico maremoto, nunca me había corrido así. El placer fue
brutal y me consumió por completo. No dejé de moverme hasta que todos
mis músculos ardieron, quedándome sin aliento. Entonces permanecí
completamente inmóvil. Instantes más tarde, extendí las piernas y Laney
hizo lo mismo, de modo que quedó tumbada sobre mí.
—¿Cariño? —murmuré. Ella se limitó a acariciarme el cuello con los
labios y la punta de la nariz, zumbando en voz baja—. ¿Estás bien?
El tono de mi voz era más urgente en ese momento. Había empezado
con bastante suavidad, pero joder, había sido muy brusco al final. Tenía que
saber si estaba adolorida.
—¿Te he hecho daño?
—No. —pronunció aquella palabra en un leve susurro, pero parecía
feliz. Saciada. Sus labios se curvaron en una sonrisa contra mi cuello.
Rodeé su cintura con los brazos y la abracé fuerte, sin intención de soltarla
a menos que me lo pidiera explícitamente.
Todavía estaba dentro de ella. Cuando Laney movió el culo,
contrayendo sus músculos internos alrededor de mi polla, gemí. Ella estaba
recorriendo mis brazos con sus dedos.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—No lo sé. —Incorporándose, me miró con una gran sonrisa—. Solo
intento disfrutar al máximo de... esto. Aprovechar al máximo. ¿Te parece
mal?
—No te lo impediré.
Se impulsó hasta quedar sentada sobre mí y recorrió mi pecho con los
dedos. Intenté agarrarla por las muñecas para tumbarla, pero me apartó las
manos.
—No te metas.
La solté, llevándome las manos a los lados de la cabeza.
—Vaya... qué músculos —murmuró, trazando una línea recta sobre mi
pecho y luego sobre mis abdominales. Me había esforzado mucho para
conseguirlos y me gustó que ella lo apreciara.
—Es una pena que tengas que cubrirlos.
—Puedo ir sin camisa para ti —sugerí.
Sonrió de manera pícara.
—Esa sí que es una gran idea.
No pude posponer más el deshacerme del condón, así que nos dirigimos
a mi cuarto de baño para refrescarnos. Después, acabamos de nuevo en la
cama.
Laney intentó volver a sentarse a horcajadas sobre mí, pero yo tomé el
control y la coloqué boca arriba. Sus ojos se abrieron de par en par.
—Ahora soy yo quien va a explorarte a ti.
Recorrí el lateral de su cuello con la punta de la nariz y luego bajé hacia
sus pechos.
—Tu piel es tan suave. Tan jodidamente tentadora.
Su estómago rugió. Dejé de besar su piel y levanté la vista.
Hizo pucheros y se palmeó la barriga.
—Mi estómago es un aguafiestas.
Riendo, besé justo encima de su ombligo.
—Venga, vamos a comer algo.
Cogí su mano y la ayudé a levantarse de la cama. Me puse unos
vaqueros y le di a Laney la camisa que llevaba antes.
—Ponte esto.
—No cubrirá del todo mi trasero.
—Esa es la idea.
Quería deleitar mis ojos con su precioso culo, pero al final el tiro acabó
saliéndome por la culata, pues se puso la camisa riendo y la abotonó solo
hasta la mitad. También podía ver el contorno de sus senos y la silueta de
sus pezones a través de la tela. Joder... el hecho de que tuviera el culo y los
pechos al descubierto era demasiado tentador.
Acorté distancias y abotoné la camisa hasta arriba. Laney me observaba
mientras sonreía con suficiencia.
—Vamos. Te daré algo de comer.
La agarré por los hombros para darle la vuelta y rodeé su cintura con
mis brazos. Caminamos así hasta el salón. No era el camino más rápido,
pero sentir el roce de ese culo contra mi entrepierna a cada paso lo
compensaba con creces. Tropezamos con los pies del otro, casi chocando
contra una pared, y enseguida estallamos en carcajadas.
—Se suponía que tenías que cuidarnos.
—Es que estaba demasiado ocupado tocándote.
—Sí, ya me he dado cuenta.
—¿Cuál es tu excusa?
—Pues que estaba demasiado ocupada disfrutando de tus caricias.
—Buena respuesta.
—Bueno, ya me has dado ese masaje de cuerpo completo, ¿y ahora me
vas a dar de comer? Solo para que lo sepas, cada vez me gustas más.
—Eres mi chica. Quiero cuidar de ti.
Se estremeció entre mis brazos. Le besé el cuello y la solté cuando
llegamos a la cocina. Era de última generación, pero los únicos
electrodomésticos que utilizaba eran la nevera, el microondas y la cafetera.
—No soy muy buen cocinero, pero siempre tengo un montón de comida
para llevar. Desde que Skye se casó con Rob, prácticamente me he suscrito
al servicio a domicilio de sus restaurantes.
—Por mí está bien. La mitad del tiempo como mierda de la máquina
expendedora y el resto comida de cafetería. Esto sin duda es una mejora.
Comimos bocadillos de beicon y ensalada, de pie junto a la encimera.
—¿Por qué decidiste que querías ser médica? —pregunté.
—No recuerdo ningún momento en el que no quisiera dedicarme a ello.
Sinceramente, nunca me planteé otra cosa. Llegó a ser bastante alarmante
en mi último año de universidad, cuando no tenía un plan B en caso de no
aprobar el examen MIR. ¿Y tú? ¿Siempre supiste que querías trabajar en el
sector inmobiliario?
—Para nada. Para ser sincero, solo quería ganar dinero. Lo sé, es
superficial.
—No, en absoluto. Querer tener una vida cómoda es una razón más que
válida cuando uno se plantea los objetivos.
Me gustó que no fuera prejuiciosa.
—Cuando Hunter me pidió que trabajara con él, no lo dudé. Era joven y
tenía hambre de probarme a mí mismo, hambre de tener un empleo bien
pagado. Mis hermanos y yo queríamos ayudar a mamá en todo lo que
pudiéramos.
—¿Ah, sí?
—Allí en Boston, vivíamos en una casa enorme. Justo después de que
papá nos abandonara, ella pensó que al menos se quedaría con la mitad de
la casa. Mi padre le había ocultado que había puesto la casa como garantía
de un préstamo personal, solo estaba a su nombre, así que no necesitaba su
firma. Yo sabía lo mucho que deseaba ser propietaria del lugar donde vivía.
Tenía un vago recuerdo de escuchar a mi madre hablando por teléfono
con su hermana.
“Ni siquiera tendremos un techo. ¿Qué voy a hacer? Ahora nunca
podré comprar un lugar al que llamar hogar”.
Eso me había atormentado durante años. No quería que mamá volviera
a sentirse tan desesperada o insegura.
En cuanto estuvimos todos trabajando y dispusimos de buenos ingresos,
aportamos más que suficiente para el pago inicial. Hunter se había ofrecido
en redondo a comprar el piso de mamá, pero ella le había soltado un
discurso tan duro que los dos hacíamos muecas cada vez que lo
recordábamos. Al pronunciarlo, había usado su segundo nombre, y eso
hablaba por sí solo.
—Y lo habéis conseguido —dijo con una sonrisa.
—Sí.
—Eres un hombre extraordinario. ¿Ya he mencionado que me gustas?
—Varias veces, pero me encanta oírlo, así que puedes repetirlo tantas
veces como quieras. Ahora, hora de responder algunas preguntas.
—¿Qué?
—Quiero conocerte, Laney. Las cosas que te gustan, las que no...
—Me gusta el rumbo que está tomando esto.
—Cuéntamelo todo. Comida favorita, ciudad, color... lo que te apetezca.
—Podrías llegar a saturarte con tanta información.
—No me importa.
—Vale. Pero a cambio, quiero lo mismo de ti. Entonces, ¿yo primero?
—Sí, señora.
—Favoritos... veamos. Color: verde; película: Pretty Woman; comida:
patatas fritas con kétchup. Ahora tú.
—Azul, James Bond, hamburguesas de cerdo.
Esbozó una amplia sonrisa.
—Me está gustando mucho este día. Normalmente no me gusta hablar
de cosas personales, excepto con Isabelle o con gente que conozco desde
hace años... pero quiero que sepas todo lo que hay que saber sobre mí. Y
también quiero saber de ti. Antes, estas cosas no me importaban, me
conformaba con trabajar y dormir, no sentía que me estuviera perdiendo
nada. Pero ahora, siento que me estoy perdiendo todo si no descubro tus
más profundos y oscuros secretos. —Movió las cejas de arriba abajo. Me
gustó que quisiera sincerarse conmigo.
—Ya veo. Voy a considerarlo.
Hizo pucheros.
—Pero quiero saberlo ahora. Si no, ¿cómo podré saber lo que necesitas?
—Me gusta que te preocupes tanto por todo y por todos.
—No sé si esto es un intento de cambiar de tema o de engatusarme para
que te haga un cumplido, pero me gusta que me hagas reír con tanta
facilidad. Me siento tan ligera cuando estás cerca, con esa sonrisa sexy y
ese increíble encanto.
—Ten cuidado, se me está subiendo todo a la cabeza.
—Bueno, entonces encontremos algo con lo que atormentarte. ¿Por qué
te han apodado “El Encantador”?
—Nunca he tenido una relación seria.
—¿Por qué?
—No sabría decirlo. Creo que simplemente no me veía con nadie más
que para unas pocas citas... hasta ahora.
—Has estado rápido...
—Lo digo en serio.
Se rió, tocándome los labios. Desabroché los botones de la camisa,
empezando por arriba. Tras desabrochar el primero, hice una pausa para
acariciar su descubierta piel y luego besar ese mismo lugar.
—¿Qué estás haciendo?
—Te estaba explorando cuando tu estómago nos interrumpió.
Reanudaré esa misión, y planeo hacer que dure todo el día.
—Estoy más que de acuerdo.
Su voz se volvió temblorosa cuando descendí por su abdomen y, cuando
moví los dedos alrededor de su ombligo, soltó una risita. Aquel sonido era
inexplicablemente gratificante. No solo quería proporcionarle placer, sino
también felicidad y alegría. Se merecía todo eso, e iba a ser yo quien se lo
diera.
Capítulo Quince
Cole
La reunión de mediación con Gabriel Lyons tuvo lugar en la primera
semana de abril. Josie, Tess y yo estábamos en el despacho del mediador en
el Bajo Manhattan, sentados frente a Lyons y su abogado.
Yo no tenía ni un pelo de tonto. Tenía una reputación de tío
despreocupado y algunos lo malinterpretaron, como el imbécil que estaba
sentado frente a mí. Su expresión de suficiencia me sacó de quicio. Su
abogado era igual de engreído. No podía creer que fueran tan descarados. El
tío primero había presionado a Tess para que le diera publicidad y luego
decidió demandarnos por “tergiversación de información”. En el acuerdo
que habían firmado para donar ponía bien claro en blanco y negro que no
aparecerían en ningún material de marketing. No era así como funcionaban
las galas. La atención se centraba en las causas, no en los donantes. Como
no tenía forma de ganar el pleito, supuse que lo hacía para presionarnos.
Cabrones.
Pensaron que claudicaríamos, que preferiríamos ceder a sus demandas
para que no nos difamaran. ¡Vaya si se equivocaron! Yo no era así. Nunca
cedía y no transigía. Pero no estaba solo en aquel asunto. Josie pidió un
breve receso en la reunión para poder consultar con el resto de la familia.
—¡Llevemos a este cabrón a los tribunales! —exclamé en cuanto nos
quedamos solos en la sala de reuniones.
Josie levantó un dedo.
—Escuchemos lo que cada uno tiene que decir.
Les habíamos dicho a todos que tuvieran sus teléfonos cerca porque
podríamos llamar. Hunter contestó primero, Ryker y Skye unos segundos
después.
Me alegré de que Josie fuera la que hablara. Admiraba su actitud fría y
tranquila. Era una profesional hasta la médula, aunque se tratara de un
asunto familiar. Mientras tanto, yo daba vueltas alrededor de la mesa,
incapaz de sentarme.
—Tess, Cole, ¿qué opináis? —preguntó Hunter.
—Llevémoslo a juicio —dijo Tess. Mi hermana siempre había sido una
fuerza de la naturaleza, pero cuando se enfadaba era directamente peligrosa.
Había mantenido las manos apretadas sobre su regazo durante toda la
reunión, señal inequívoca de que apenas se contenía para decir lo que
pensaba.
—¡Joder, voto que sí a eso! —exclamé.
—Estoy de acuerdo —dijo Hunter—, ¿Skye, Ryker?
—¡Sí! —dijeron al unísono.
—Perfecto. —Josie terminó la llamada y luego abrió la puerta—.
Hemos tomado una decisión.
Gabriel, su abogado y el mediador entraron y, a continuación, nos
sentamos todos.
—Espero que hayáis tenido tiempo de entrar en razón —dijo Gabriel—.
La adhesión a las galas depende del buen nombre que hayáis forjado.
—Aceptamos tu desafío. Dijiste que nos llevarías a juicio, pues
hagámoslo —dijo Josie con total naturalidad. Gabriel se quedó de piedra.
—No podéis estar hablando en serio.
—Gabriel, déjame hablar a mí —dijo su abogado—. Veamos, vosotros
tenéis una reputación impecable. Una demanda la empañaría.
Josie negó con la cabeza.
—No, para nada. —Volviéndose hacia el mediador, dijo—: Esta reunión
ha terminado. Me encargaré del papeleo necesario y me mantendré en
contacto con todas las partes implicadas. No hay razón para prolongar todo
esto.
—Estoy de acuerdo —dijo el mediador—. Puesto que han decidido
llevar esto a un tribunal, mi participación no será necesaria más allá de hoy.
Gabriel y su abogado salieron furiosos de la habitación. Tess les hizo la
peineta a sus espaldas, pero el mediador fingió no ver la acción. Yo seguía
cabreadísimo cuando nos marchábamos del edificio. Gabriel todavía estaba
delante de nosotros mientras salíamos.
—Cole, será mejor que no te enfrentes a ellos —dijo Josie.
Me importaba una mierda. Los gilipollas me ponían de los nervios, en
especial los que intentaban pasarse de listos. Estaba acostumbrado a
toparme con esa clase de gente en el negocio inmobiliario, pero era la
primera vez que alguien se ponía en plan gilipollas con los eventos
benéficos. Lo sentía como algo personal.
—Te vas a arrepentir de esto. Nadie se mete con mi familia.
Gabriel puso los ojos en blanco.
—Supongo que eso ya lo veremos, ¿no?
Cuando abrí la boca, Tess ya estaba a mi lado. Tenía los puños cerrados.
—¡Cole! ¡Tess! —dijo Josie enérgicamente—. Vámonos.
—Discrepo —dijo Tess.
—No, en serio. ¡Vamos, ha llegado nuestro Uber!
Menos mal que apareció Josie, porque de lo contrario iba a estrangular a
ese imbécil. Prácticamente nos obligó a meternos a Tess y a mí en el coche.
Primero dejamos a mi hermana en el Soho y luego a Josie en casa de un
cliente y, después, el conductor me llevó a la oficina.
Fui directo a ver a Hunter.
—Tienes un aspecto horrible —me dijo nada más verme. Estaba
sentado en su silla, parecía relajado, como si no hubiera pasado nada.
—Gracias.
—¿Quieres salir a tomar una copa esta noche?
Por lo general, conseguía dejar atrás los asuntos laborales sin
problemas. Lo compartimentaba con facilidad. Hunter era todo lo contrario,
por lo que, en los inicios de la empresa, a menudo lo llevaba a tomar unas
copas después de las horas de trabajo, para que pudiera relajarse y despejar
la cabeza. Y en ese momento me ofrecía hacer lo mismo. Así caían los
poderosos.
—No, voy a repasar el plan de operaciones que he redactado para
Delimano.
—¿Acaso estás ahogando las penas en el trabajo? No es tu modus
operandi habitual.
—Este no es el tipo habitual de imbécil.
—¿Sabes qué ayudaría?
—¿Qué?
—Invitar a salir a Laney.
Le miré fijamente.
—¿Qué? No es para tanto.
Ladeé una ceja y añadí:
—¿Así que ahora debo seguir el consejo del tipo que vivió tanto como
un gruñón que podría dar clases sobre ello?
—¡Era solo un comentario!
—Estaré en mi despacho —dije, sin ganas de continuar la conversación.
Sin embargo, tampoco estaba siendo muy productivo. Tras leer la
misma página por tercera vez, aparté la vista de la pantalla del ordenador y
miré por la ventana. Seguía intentando llegar al fondo de por qué me
molestaba tanto aquella situación. Era algo que había construido con mi
familia, una fuente de orgullo y alegría para todos, y no quería que se viera
empañado.
La sugerencia de Hunter se me pasó varias veces por la cabeza. Sin
duda, pasar tiempo con Laney me levantaría el ánimo. Solo nos habíamos
visto un par de veces desde que habíamos intimado por primera vez la
semana anterior, y cada una de ellas había sido increíblemente divertida.
Pero quería darle lo mejor de mí. La verdad era que aquel día no estaba al
cien por cien, y cuando eso ocurría, prefería estar solo.

***
Laney
Laney: ¿Cómo ha ido?
No estaba en un descanso, pero me colé en una habitación vacía después
del almuerzo para enviar un mensaje de texto a Cole. Me había dicho que
ese día tenía una reunión de mediación. Se suponía que había terminado
media hora atrás y estaba ansiosa por saber cuál era el resultado. Lo había
mencionado varias veces, así que sabía lo importante que era para él.
Cole: Aún no ha terminado. Estoy cabreado.
Laney: :-( Lo siento. ¿Te puedo ayudar?
Cole: No. Me quedaré en la oficina hasta tarde hoy.
Un momento... ¿no hizo ningún chiste o insinuación? Joder, eso
significaba que estaba muy cabreado. Me apoyé en la puerta, mordiéndome
el labio inferior, ideando un plan. Cole siempre me mimaba cuando estaba
cansada y me consolaba cada vez que lo necesitaba. Yo quería hacer lo
mismo por él, pero no tenía ni idea de por dónde empezar.
Lo medité hasta que terminé mi turno y por suerte ya tenía una idea de
lo que quería hacer, aunque no una imagen del todo clara. Les había
prometido a mis padres que los llamaría, así que me senté en mi banco
favorito del jardín trasero del hospital y los llamé con FaceTime.
Contestaron de inmediato, con sus cabezas apoyadas entre sí. Mi madre se
subió las enormes gafas de montura negra por la nariz, señalando a papá de
manera juguetona. Enseguida me di cuenta de que se estaba burlando de su
corte de pelo. Se lo había cortado al estilo militar.
—¿Qué te parece, cariño? —preguntó.
—Oye, me gusta.
Mamá puso los ojos en blanco.
—Dile lo que realmente piensas.
—Lo digo en serio, mamá.
—¡Ja! Al menos una de mis dos chicas está de mi lado. ¿Cómo estás,
cariño?
—Acabo de terminar mi turno.
—¿Algún plan para esta noche?
—Bueno, de hecho... sí. ¿Te acuerdas de Cole, el chico de Roma? —No
les había contado a mis padres lo nuestro hasta ese momento porque las
veces anteriores solo habíamos hablado de manera muy rápida y breve, pero
ya era hora de compartirlo con ellos.
—¡Por supuesto! —exclamó mamá. Papá asintió estoicamente.
—Bueno, llevamos un tiempo saliendo.
Mamá aplaudió, sonriendo de felicidad.
—Ay, estoy tan feliz por ti, Laney. Me pareció que había algo diferente
en ti cuando me enviaste todos esos enlaces.
Sonreí, asintiendo. Le había estado enviando enlaces de varios sitios
web de decoración con cosas que me gustaban, como lámparas y cuadros,
pidiéndole su opinión. Cuando me mudé por primera vez a mi piso, no me
había preocupado por darle un aspecto hogareño. A decir verdad, ni siquiera
podía imaginar que un lugar pudiera considerarse mi hogar sin Ryan en él.
Había sido un lugar para dormir entre mis turnos del hospital, nada más.
Pero en ese momento quería que fuera acogedor, quería disfrutar del lugar y
que Cole se sintiera bienvenido.
—Háblanos de él —dijo papá.
—Es muy inteligente y cariñoso y me hace reír mucho. Os caería bien.
—Solo le habían visto en la foto que les envié desde Roma, pero quería
presentárselo, quizás por FaceTime.
—Seguro que sí, cariño —añadió mamá—. Me alegro mucho de que
salgas con él. Ryan querría que fueras feliz, lo sabes.
—Sí, lo sé. —De hecho, habíamos hablado de ello una vez antes de
nuestra boda... de lo que queríamos para el otro en caso de que uno de los
dos muriera antes de tiempo, y los dos habíamos hecho la promesa de que
volveríamos a enamorarnos. Pero eso había sido infinitamente más difícil
de lo que había previsto, y en realidad no había pensado que quisiera nada
de eso... hasta que conocí a Cole.
Estar con Cole me resultaba muy natural. En Roma ya me había dado
cuenta de que él era diferente. Y en ese momento estaba preparada para
hacerle feliz, de disfrutar de todo lo que teníamos.
—Es que no creí que iba a querer hacerlo hasta ahora —susurré.
—Bien por ti —dijo mamá. Pude ver el alivio en sus ojos—. Entonces,
¿dónde te va a llevar esta noche?
—Le voy a llevar a algún lugar, solo que no sé dónde todavía. Está un
poco de mal humor y quiero animarle. ¿Alguna sugerencia?
—Bueno, no conocemos Nueva York, cariño. ¿Por qué no le preguntas a
Isabelle? Seguro que ha explorado todas las calles de esa ciudad.
Mi madre conocía muy bien a Isabelle. Hablamos unos minutos más, en
los que mi padre me hizo un resumen de cómo estaba construyendo un
pequeño invernadero en el jardín trasero.
Tras terminar la llamada, busqué en mi teléfono los diez lugares más
románticos de Nueva York. Quería hacer algo especial para Cole.
Finalmente lo reduje a dos opciones que pensé que serían de su agrado. Le
envié un mensaje a Isabelle para pedirle su opinión, ya que había estado
recorriendo la ciudad en su tiempo libre. Incluí el enlace en mi mensaje.
Laney: Quiero sorprender a Cole con una salida romántica. ¿Tal
vez un picnic? Se me ocurre por la zona del High Bridge y el parque, o
el Jardín Botánico de Brooklyn. A menos que me recomiendes otro sitio
de la lista...
Isabelle: Lo he visto todo en ese artículo. Ve por el puente. El Jardín
Botánico es precioso a principios de abril, cuando florecen los cerezos,
por lo que esta época no es la mejor para ir.
Laney: No me puedo creer que ya hayas visto tanto.
Isabelle: Bueno, tú trabajas mucho. Yo tengo pocos clientes y
mucho tiempo libre. De hecho, estaba pensando en trabajar como guía
turística hasta que consiga más clientes. #ESFUERZO.
Laney: Va a mejorar, ¡confía en mí!
Necesitaba organizar algo para animar también a Isabelle. Era una
persona trabajadora y positiva, pero cualquiera podía perder su optimismo
cuando aparecían piedras en el camino. Sin embargo, tenía que hacer una
cosa a la vez. Esa noche debía ocuparme de Cole, y también al día
siguiente. Tamborileé con los dedos en el móvil mientras me decidía.
Quería librarme del turno voluntario para el que me había apuntado la
mañana siguiente, de modo que me dirigí directamente al jefe de personal.
Era la primera vez que iba a hacer algo así.
—Vale... le pediré a uno de tus practicantes que venga en tu lugar —dijo
Celia, con los ojos muy abiertos.
—Gracias. Solo necesito algo de tiempo libre, sabes a lo que me
refiero...
Desde mis comienzos en el hospital, me había ganado la reputación de
ser una persona que siempre estaba disponible para hacer trabajo extra.
Como practicante, aquello era algo habitual, pero incluso como residente
pasaba más tiempo del necesario en el centro. Dedicarme de lleno al trabajo
suponía no tener tiempo para pensar en otra cosa. Lo cierto era que había
sido una excusa muy simple para no hacer cosas como... salir con alguien.
Sonrió y se pasó una mano por su oscuro y rizado pelo.
—Quién lo diría. Nuestra chica por fin está despegando la nariz de los
libros y del hospital para explorar un poco Nueva York. Bien por ti.
Le devolví la sonrisa. En realidad, explorar a Cole era una explicación
más precisa. Los latidos de mi corazón se aceleraron; mi sonrisa se amplió.
Ya no quería dejar que la vida me pasara por encima, y sabía que todo se
debía a Cole.
Me había apuntado a esos turnos voluntarios justo antes de irme a
Roma, y cancelar a última hora de esa manera no estaba bien. Tenía que
pensar con antelación qué turnos podía pasar a mis practicantes. Joder,
nunca me había planteado hacer eso.
Fui rápido a cambiarme. Me temblaban un poco las manos mientras me
maquillaba en el baño del personal. Sí... nada de delinearme los ojos. Dios,
estaba nerviosa. Sonriendo, me puse una mano en el estómago y respiré
hondo. Entonces supe exactamente lo que necesitaba para calmar mi pulso
acelerado. Puse mi canción favorita en el móvil y empecé a mover las
caderas al ritmo casi de manera instintiva. Después de deshacerme de parte
de esos nervios, me centré de nuevo en la operación maquillaje. Vale,
Laney, puedes hacerlo. Vamos, Laney. Muéstrale a Cole lo mejor que
tienes.
Acabé aplicándome únicamente máscara de pestañas y un ligero
colorete. Llevaba el pelo suelto sobre los hombros.
Perfecto, eso era todo. Ya estaba lista para sorprender a Cole. Bueno...
al menos físicamente. Mis emociones seguían siendo un torbellino y ni
siquiera podía entenderlas todas. Sentía una pizca de miedo ante la
perspectiva de exponerme, pero era muy fácil disiparlo. Todo lo que tenía
que hacer era imaginar a Cole en mi mente. Literalmente, mi cara se estiró
en una sonrisa. Por supuesto, también tenía mariposas en el estómago.
Me eché el bolso al hombro y salí corriendo del vestuario en dirección a
la puerta trasera. Al salir del hospital, respiré hondo. El aire era fresco y
agradable, por lo que era una buena ocasión para ir de picnic. Había hecho
un plan para aquella tarde. Junto al hospital había un Dumont Gourmet así
que compré algo para picar: patatas fritas y una bolsita de malvaviscos.
Veinte minutos después, estaba delante de su despacho, llamando a su
puerta.
—Adelante.
Su tono era cortante y no levantó la vista cuando abrí la puerta. Su
despacho era enorme, con una ventana triple a la izquierda. Estaba sentado
detrás de un escritorio de cristal en una silla de terciopelo verde oscuro.
Había otras dos sillas idénticas al otro lado del escritorio.
—Hola, señor Encantador.
Capítulo Dieciséis
Laney
Levantó la vista con gesto de sorpresa y, al instante, se levantó de su
escritorio, dirigiéndose hacia donde me encontraba. Sentí cómo mis palmas
comenzaban a sudar un poco.
—¿Qué haces por aquí?
—Parecía que necesitabas un poco de ánimo.
—Totalmente.
—Así que... pensé en echarte una mano. Tengo un par de opciones. Si
aún tienes trabajo que hacer, puedo ocupar la silla de enfrente, mantenerme
en silencio y zamparme todas las delicias que he traído.
—¿Y cuál sería la otra opción?
—Podemos dar un paseo por un lugar que tengo en mente y comernos
las delicias allí. Tengo la corazonada de que te va a gustar.
Cole se acercó, deslizando un mechón de pelo detrás de mi oreja. Su
pulgar rozó un poco mi labio inferior.
—No puedo centrarme en el trabajo contigo cerca, Laney. Eres una
tentación a la que no me puedo resistir. —Su mirada intensa se clavó en mí.
Me quedé sin aliento, sintiendo cómo cada fibra de mi ser reaccionaba
cuando recorrió mi cuerpo con la mirada, de arriba abajo y luego de nuevo
hacia arriba.
—¿Tienes una fecha límite para algún proyecto? No recuerdo que me
hayas mencionado algo al respecto. No estaba segura si te quedabas hasta
tarde para liberar el estrés de la reunión de esta mañana o... Mejor me callo.
Si prefieres, puedo irme.
—Ni de coña, Laney. ¿Por qué estás tan nerviosa?
—No lo sé.
Tomó mi mano y la apretó con suavidad antes de llevarla a sus labios y
besarla.
—Vámonos.
—Vaya... qué caballero —bromeé. El fuego que ardía en su mirada
delataba que sus pensamientos eran de todo menos caballerosos.
—Por ahora. —Su voz resonaba profunda y exquisita, convirtiendo el
hervor de mi interior en un incendio desenfrenado.
Asentí con aprecio.
—Así que puedo añadir paciencia a tu lista de cualidades.
Cole se rió.
—¿Acaso tienes una lista?
‒Por supuesto.
—¿Te importaría compartirla?
—Humm... Prefiero que no. Temo que te haga pensar que puedes salirte
con la tuya en cualquier situación...
Me dedicó una sonrisa que solo podría describir como... descarada.
—El hecho de que tengas una lista significa que ya lo he conseguido.
—Espera un momento... ¿eso significa que tú no? —Apreté mis labios
en un gesto de falsa rebeldía.
—Pues claro que la tengo. Y a diferencia de la señorita Misteriosa, yo
estoy más que dispuesto a compartirla. Me encanta que seas valiente,
inteligente y luchadora.
Suspiré y le rodeé el cuello con las manos.
—Vaya. ¿Cómo puedes esperar que una mantenga su guardia en alto
cuando dices cosas así?
—No necesitas mantener la guardia en alto conmigo, Laney. Te lo
aseguro.
Me humedecí los labios, mirándole directo a los ojos.
—Lo siento... es solo la costumbre.
—¿Confías en mí? —murmuró.
Asentí.
—Completamente.
—Entonces no te esfuerces demasiado en mantener la guardia alta,
¿vale?
Asentí de nuevo, sintiendo un nudo en la garganta debido a las
emociones. Dios mío, ¿cómo sabía exactamente qué decir para calmarme?
No experimentaba miedo ni inquietud en absoluto, solo sensación de
felicidad por estar allí con él.
Nos dirigimos fuera del edificio y me esforcé por evitar sonrojarme al
notar lo cerca que me tenía, con el brazo rodeándome la cintura. Por
fortuna, solo nos cruzamos con una persona que estaba concentrada en su
teléfono y no pareció darse cuenta de nuestra presencia.
—¿Adónde vamos? —preguntó una vez que estuvimos fuera.
—Al parque High Bridge en Washington Heights.
—Tú nos guías.
De acuerdo a Google Maps, el parque estaba a quince minutos del
Upper West Side, así que fuimos en Uber. Estuve a punto de preguntarle
sobre la mediación de esa mañana, pero luego decidí que hablaríamos de
eso solo si él lo deseaba. Sostuve su mano en mi regazo, con la palma hacia
arriba, mientras tamborileaba suavemente con mi dedo sobre su piel.
Cuando le miré de reojo, me sorprendió ver que me estaba observando con
atención. En un principio, mi intención era ayudarle a relajarse, pero sentía
que ardía de deseo.
En cuanto salimos del coche, Cole me atrajo hacia él con fuerza. Sus
labios se posaron sobre los míos en un beso ardiente. Deslizó el pulgar por
debajo de mi barbilla y sus demás dedos acariciaron mi cuello. Luego su
mano ascendió hasta mi nuca, manteniéndome cerca. Exploró mi boca con
una pasión voraz, como si quisiera devorarme. Nuestras lenguas se
enlazaron una y otra vez, haciendo que me balanceara hacia delante y hacia
atrás. Dios, la tensión acumulada en mi interior se estaba volviendo
insoportable, así que apreté los muslos para aliviarla, ya que gran parte de
ella se concentraba allí. La manera en que me besaba llegaba a lo más
profundo de mí, traspasando cualquier barrera y defensa. Oh, qué hombre.
Sentía en mis huesos que iba a transformarme por completo. Desde aquel
instante en que lo había conocido en Roma, había querido hacer las cosas
de manera diferente con él.
Nuestras risas resonaron mientras ambos recuperábamos el aliento. Él
mantenía una mano en mi cabello y la otra en mi cintura, sus labios rozaban
mi frente. Cada rincón de mi cuerpo vibraba con una sensación de
electricidad.
—Vamos —dije. Di dos pasos antes de detenerme, frunciendo el ceño al
mirar alrededor—. Espera... Creo que estamos en la dirección equivocada.
A mi lado, Cole volvió a esbozar aquella sonrisa descarada.
—¿O sea que podrías ubicar la calle más oscura de Roma sin un mapa,
pero perderte en Nueva York?
—Tu beso me ha dejado...
—¿Desorientada? —sugirió. Le pellizqué el brazo y me reí cuando me
atrajo cariñosamente hacia él.
—Sí. Ese beso ha sido tan ardiente que me ha hecho perder mi sentido
de la orientación.
—Sé dónde está la entrada al puente. Vamos.
El High Bridge era el más antiguo de Nueva York, antaño un acueducto.
Resultaba aún más romántico en persona que en las fotografías, con su
barandilla de hierro forjado a lo largo y las farolas de época. Al otro
extremo se encontraba el parque, un mar de vegetación con una torre de
agua en lo alto. Cuando llegamos, buscamos un banco que estuviera un
poco apartado. Teníamos una vista preciosa del parque.
—Bueno, voy a sacar las golosinas. —Coloqué los dulces en el banco.
—¿Los snacks saludables no son lo tuyo no, doc?
—La verdad es que no. Además, parecías un poco desanimado cuando
me mandaste el mensaje, así que opté por algo reconfortante.
Hinqué el diente a los malvaviscos. Cerré los ojos y me metí uno en la
boca, disfrutando de su exquisito sabor. Solo los abrí cuando Cole dejó
escapar un ronco sonido en la garganta... como si hubiera intentado
contener un gemido o un gruñido. Sus pupilas estaban ligeramente
dilatadas. El agarre de su propio malvavisco era tan fuerte que había
cambiado de forma. Mi cita sexy estaba que ardía. ¿Acaso lo había logrado
simplemente con el sonido de placer que emití mientras disfrutaba de mi
malvavisco? Hmm... bueno, al menos había descubierto una táctica sencilla
para alejar su mente de la desagradable reunión que había tenido. Quiero
decir, había planeado llevarlo a su apartamento después de cenar (no me
cabía ninguna duda de que él tenía el mismo plan) y darle uno de esos
masajes de cuerpo completo. Estaba segura de que sería suficiente para
distraerlo de absolutamente todo. Pero si podía empezar a distraerlo durante
el picnic, mejor aún. Solo necesitaba invocar a la loba que llevaba dentro.
Claro, era más fácil decirlo que hacerlo, ya que estaba acostumbrada a
llevar la bata y no a coquetear. Pero en ese momento, llevaba vaqueros y un
top negro con un escote pronunciado. Podía ponerlo en práctica.
—¿Quieres que hablemos de tu día? —pregunté, tratando de inclinarme
hacia delante y presionar los lados de mis brazos en mi sujetador de manera
un tanto torpe. La intención era realzar un poco mi pecho.
Cole tragó saliva.
—Laney, si sigues haciendo eso, no habrá conversación que valga.
¡Dios mío, mujer! ¿Acaso quieres volverme loco?
Un calor intenso me invadió. Relajé los brazos al instante. Estaba claro
que mis técnicas de flirteo y seducción necesitaban perfeccionarse.
—Bueno, sí. Pero quizá no ahora mismo —dije, reaccionando de
manera rápida.
Cole soltó una risita y su expresión se iluminó ligeramente. Bueno, al
menos había logrado mi objetivo. Con eso me daba por satisfecha.
—Nah, está bien. Ya se me ha pasado. Gabriel es un gilipollas, y
digamos que no me gustan los abusones —dijo.
—Lo entiendo. Entonces, ¿qué va a pasar ahora?
—El imbécil pensó que cedería a sus demandas para evitar todo el jaleo
de ir a juicio. Se equivocó.
Apretó la mandíbula y sus hombros se tensaron.
—Vaya, parece que te estás poniendo tenso de nuevo. Mi intención era
ayudarte a relajarte.
—Créeme, Laney. Estar aquí me ayuda a relajarme. Ese día en Roma
fue la primera vez que desconecté completamente mi cerebro de los
negocios. Siempre que estoy contigo, me olvido de todo lo demás.
—Me gusta cómo suena eso. A ver si yo también puedo hacerlo. Tengo
una idea. ¿Por qué no te tumbas? Puedo darte de comer —dije con
confianza.
Estaba recostado en el banco, con la cabeza en mi regazo,
observándome. Sonreí y le metí un malvavisco en la boca. Lancé el
siguiente al aire, pero no conseguí atraparlo. Cole se echó a reír.
—Puede que no haya sido una muy buena idea después de todo —
murmuré.
—Me gusta a dónde va esto. Cuando te lanzas a por ellos, me pones los
pechos justo sobre mi boca.
—¡Ey! Pensé que no querías que te tentase.
—Lo sé, pero los has puesto justo delante de mi boca. ¿Qué se supone
que debo hacer?
Dejé escapar una risita, sacando más malvaviscos y acordándome
también de la bolsa de patatas fritas que había comprado. Me encantaba ver
cómo Cole se relajaba en mis brazos y dejaba atrás sus preocupaciones.
Permanecimos en ese banco hasta que el sol se puso, pero luego
comenzó a refrescar.
—¿Nos movemos un poco? —propuse. Cole se levantó de mi regazo y
se puso en pie.
—Tengo una idea mejor. Te voy a secuestrar —declaró, extendiendo
una mano para ayudarme a levantar. Su voz era una exquisita mezcla de
seducción y conspiración.
—¿Dónde?
—Vamos a un lugar increíble conocido como mi apartamento. Está muy
cerca.
—¡Es verdad! Ni siquiera me había dado cuenta.
—Parece que ese beso realmente te ha nublado el sentido de la
orientación, ¿eh? —Bromeó, dándome un toque juguetón en la sien.
Le di un ligero pellizco en el hombro.
—No te hagas el creído.
—No puedo evitarlo.
Capítulo Diecisiete
Laney
Cuando Cole dijo que su loft estaba cerca, no me había percatado de que
estábamos a solo cinco minutos en Uber. Maldita sea, mi brújula interna no
solo estaba confundida, estaba completamente rota.
Me condujo al interior con una mano en la parte baja de mi espalda.
Estaba a punto de revelar mi plan de utilizar la seducción como técnica de
relajación cuando se me ocurrió una idea mejor.
—Voy a ir a tu baño principal. Y quiero que vengas en diez minutos.
Levantó una ceja.
—Estaré esperándote —aclaré.
—¿Me estarás esperando desnuda?
Sonreí, moviendo las caderas con un ligero vaivén al dar la vuelta.
—Eso ya lo sabes.
Casi esperaba que me siguiera, pero se quedó atrás. Una vez dentro del
cuarto de baño, abrí el grifo de la bañera y conecté una lista de Spotify de
música jazz relajante al sistema de sonido integrado. Me quité la ropa con
rapidez. Justo cuando me incliné para comprobar la temperatura del agua, oí
que se abría la puerta.
—Estás haciendo trampa. Han pasado solo ocho minutos, no diez.
—Venga, dame un poco de crédito. Hace ocho minutos ya quería entrar.
Sonreí, enderezándome despacio. Todo mi cuerpo vibró cuando sentí su
presencia detrás de mí. Se rió con suavidad en mi oído y deslizó lentamente
las yemas de sus dedos sobre el dorso de mis manos.
—¿Has planeado tú todo esto? —preguntó.
—Sip. Lo ideé cuando me mandaste el mensaje sobre la reunión. Por
cierto, estoy libre mañana.
Dejó de mover los dedos.
—Joder, cariño. Es la mejor noticia que he escuchado en todo el día.
¿Por qué no lo dijiste desde el principio?
—Era como la guinda del pastel. Lo estaba preparando todo para
decírtelo después. Y ahora lo he fastidiado. Pero el orden no importa,
¿verdad? Aún puedo darte ese masaje completo. ¡Lo primero, metámonos
en la bañera! Puedo comenzar con el masaje mientras la llenamos.
—Me mola esa idea.
Rozó mis nalgas con la punta de sus dedos, dibujando pequeños
círculos, avanzando hacia la parte exterior de mis muslos, acariciándolos
hacia arriba hasta llegar a mis costillas. Cuando llegó a mis pechos, me
pellizcó un pezón con los dedos. Deslizó la otra mano por mi vientre, más
allá del ombligo. Un roce apenas perceptible en mi clítoris bastó para que
mi cuerpo reaccionara por completo. Dejando escapar un gemido, apoyé las
manos en el borde del lavabo. No podía creer lo excitada que estaba ya en
ese momento.
—Me encanta verte así. Preparada para todo lo que quiero darte. Me
miras como si fuera lo único que deseas.
Mi pecho se llenó de emoción y mi voz tembló mientras susurraba:
—Lo eres.
Había descubierto lo que había en mi interior y no le asustó lo que
encontró. Sabía leerme muy bien y yo no tenía intenciones de ocultar nada.
Tragué saliva con fuerza, presionando mi trasero contra él. Sus dedos se
movieron en círculos con tal precisión que hizo que me flaquearan las
piernas.
Cada vez que tocaba mi punto más sensible, un escalofrío recorría todo
mi cuerpo. Sentía que mis piernas aún temblaban. Cada vez me acercaba
más al clímax, estaba a punto de llegar, pero todavía faltaba, y eso era
insoportable.
—Joder, me encanta sentir lo mojada que estás para mí.
—Cole, por favor. No puedo... Necesito... —No era muy coherente,
pero él entendió lo que quería decir. En lugar de complacerme, deslizó un
dedo a lo largo de mi abertura. Estaba a punto de protestar, de exigir que me
liberara, cuando presionó la palma de la mano contra mi clítoris. Estaba
completamente desbordada. Exploté, sintiendo cómo todos mis músculos se
tensaban y mis dedos se curvaban. Cole me rodeó la cintura con un brazo,
manteniéndome cerca de él. Cuando mi pulso empezó a calmarse, apoyé la
nuca en su pecho. Mi respiración seguía entrecortada.
—Joder, eres tan guapa. Tan, tan preciosa y perfecta.
Le sonreí en el espejo antes de darme la vuelta para mirarle.
—Te deseo —dijo, lisa y llanamente—. Ahora mismo.
Incliné la cabeza hacia la bañera.
—El agua se va a enfriar.
—Podemos volver a llenarla más tarde. —Cerró el grifo.
—¿Y el masaje de cuerpo entero? —bromeé.
—Más tarde. —Su voz no era más que un gruñido. Me encantaba.

***
Cole
¡Aquella mujer, maldita sea! No podía dejar de besarla. Tenía un delicioso
sabor, pero quería probar algo más que su boca. Quería lamer cada uno de
sus puntos sensibles. Era como una diosa, y estaba dispuesto a adorarla toda
la noche.
La besé con lentitud. Ella giró sus caderas hacia mí, gimiendo mientras
presionaba contra mi erección. Gruñí y las sostuve firmemente,
manteniéndola cerca. Mi viaje de exploración sería bastante breve si seguía
moviendo sus caderas así. Me incliné hacia sus pechos, recorriendo su
curva ascendente antes de presionarle el pezón con mi lengua. Jadeó y
agarró mi pelo.
—Cole.
Deslicé una mano hasta su clítoris y volvió a jadear. Sus piernas
temblaban un poco. Me arrodillé, y casi me volví loco cuando ella colocó
un pie en el borde de la bañera. En cuestión de segundos, presioné mi
lengua contra su descubierta piel. Laney gimió, agarrándome del pelo. Moví
mi lengua despacio alrededor de su clítoris y luego ascendí besando su
cuerpo, introduciendo mis dedos en ella antes de moverlos en círculos.
Ella se contrajo alrededor de mis dedos. Entonces, agarró mis vaqueros,
desabrochó el botón y me bajó no solo la cremallera, sino los pantalones y
los calzoncillos hasta dejar mis glúteos expuestos.
Mi erección presionó contra su vientre. El simple roce de su piel
desnuda y cálida contra mi miembro me estaba volviendo loco.
—El condón —murmuró. Agarré uno del cajón junto al lavabo. Laney
abrió el paquete que lo contenía y lo deslizó a lo largo de mi polla.
—Joder, cómo me gusta.
Estaba tan hambriento de ella que deslicé mis manos bajo su trasero,
levantándola. Ella apoyó las manos en mis hombros. Mi intención era
llevarla al dormitorio, pero estaba tan desesperado que no pude hacer otra
cosa que cerrar la puerta del baño y presionar a Laney contra ella.
Mi erección seguía colocada contra su cuerpo. La presioné a lo largo de
su entrada, frotando hacia adelante y hacia atrás lentamente. Era una
tortura, pero me encantaba ver cómo ella se dejaba llevar: la boca abierta, la
cabeza apoyada en la puerta, los ojos cerrados...
Echándome un poco hacia atrás, me deslicé dentro de ella.
—Ah, jooooder. —Sentí un placer tan intenso que me incliné hacia
delante, apoyando la cabeza en el hueco de su cuello. Respiré de manera
profunda, pero no pude recuperarme. La forma en que se contraía a mi
alrededor era surrealista.
Me enderecé.
—¿Estás bien?
Asintió con los ojos cerrados, clavándome las uñas en los hombros.
Moví las caderas hacia delante y hacia atrás, observando cómo cambiaba su
expresión a medida que el placer la invadía también a ella.
—Cole. ¡Cole! —susurró.
Apoyé los dedos en sus nalgas, apretándolas. Ella se contrajo de nuevo
a mi alrededor y yo apenas podía aguantar. Los músculos de mis muslos
ardían y necesitaba moverme más rápido. Quería penetrarla aún más. Laney
no dejaba de mover las caderas, pasándome los dedos por los hombros y el
pecho, volviéndome loco.
Era una sensación gloriosa, sus músculos internos me apretaban con
fuerza, sus nalgas llenaban mis manos. La transpiración se acumulaba en su
piel y su rostro se fruncía en señal de concentración. El placer atravesaba
mi cuerpo como flechas, cortaba mi respiración y me nublaba la vista.
Empezó en la base de la columna vertebral, deslizándose hacia arriba.
Me incliné un poco hacia atrás para que hubiera más espacio entre
nosotros.
—Tócate —gruñí—. Quiero verte. Quiero sentir cómo te corres en mi
polla.
Laney jadeó y su cuerpo se sacudió con fuerza. Se sonrojó y colocó una
mano entre nuestros cuerpos. Estaba completamente dentro de ella,
sosteniéndola contra la puerta. ¿Una simple orden la hizo sonrojarse?
Era única.
Rozó su clítoris con los dedos y las sacudidas de su cuerpo se
intensificaron. Se corrió casi de inmediato, contrayéndose tanto en torno a
mí que se me entrecortó la respiración.
—¡Joder! —exclamé, sintiendo cómo se corría. Ella gritó, sin dejar de
mover las caderas, hasta que llegué al clímax con una violenta sacudida de
todo el cuerpo. Todo me ardía: los pulmones, la piel, los músculos.
Mantuve sus caderas alejadas de la puerta, embistiéndola con toda la
fuerza que tenía, persiguiendo hasta la última oleada de liberación. Luego
me detuve, apoyando la cabeza en el hueco de su cuello, disfrutando del eco
del orgasmo.
Mi polla seguía palpitando. En ese momento, ella contrajo un par de
veces sus músculos internos, y reaccioné soltando un gemido.
—¡Laney!
—Mmm... sí. Estoy... —murmuró. Me gustaba que ni siquiera fuera
capaz de formar frases. No es que yo pudiera hacerlo mejor. Maldición,
apenas recordaba cómo respirar.
Salí de ella y la bajé despacio hasta que sus pies estuvieron en el suelo.
Se apoyó en la puerta con los ojos cerrados. Rápidamente, me deshice del
preservativo antes de volverme hacia ella. Acababa de tenerla y, sin
embargo, ansiaba tocarla de nuevo. Tamborileé con los dedos sobre su
pecho. Su piel era suave y sedosa.
—¿Qué tal si nos damos un baño? ‒‒pregunté.
Se rió y me miró.
—Bueno, mi consejo médico sería que nos tumbáramos en la cama unos
minutos. Si no, corremos el riesgo de marearnos con el agua caliente.
—Ya veo. Acerca de tu consejo médico... ¿estás segura de que no es un
tanto interesado? ¿Ni un poquito?
—¿Por qué iba a hacer eso?
—Para que puedas tocarme.
Sus ojos se abrieron de manera juguetona. Su boca formó una O.
—¿Yo? ¿Interesada? Jamás.
—¿Y qué hace tu mano sobre mi pecho entonces?
—Solo estoy comprobando lo rápido que late tu corazón. Ya sabes... con
fines médicos.
—Evalúe, doc.
Intentó contener su sonrisa, manteniendo la palma de la mano justo
encima de mi corazón.
—¿Cuál es la conclusión? —pregunté.
—Aún no es posible afirmarlo.
—¿Considera que necesito un chequeo más exhaustivo?
—Definitivamente. Incluso podría necesitar algo más minucioso que
mis dedos.
—¿Cómo qué?
Ella movió las cejas.
—Mi boca.
Mi polla se crispó. Volvió a mover las cejas.
—Supongo que te gusta mi plan.
—Claro que sí.
—Bien.
Aunque me moría de ganas de que me tocara, ansiaba aún más probarla.
La atraje hacia mí, besándola de manera fuerte y profunda hasta que gimió
contra mi boca. Entonces, me di cuenta que lo hizo en señal de protesta.
Se echó hacia atrás, negando con la cabeza.
—Esto no funciona así. No puedes sabotear mi chequeo.
—Ya veo. ¿Te gustaría ir a la cama para terminarlo?
—¿Sabes qué? Puedo examinarte en la bañera también. Puedo hacer
varias cosas a la vez. —Pasando por delante de mí, se dirigió a la bañera—.
Tenemos que asearnos de todos modos.
—¿Quieres ayudarme a limpiarme, doc?
—Claro que sí.
El agua estaba tibia, pero era bastante agradable. Laney se encontraba
de rodillas frente a mí, moviendo sus manos por mi torso y masajeando mis
hombros. Sus pechos estaban justo en mi cara. No pude resistir la tentación
de lamerle un pezón.
Ella jadeó.
—¡Eh! ¿Qué acabo de decir sobre no sabotearme?
Con una leve sonrisa, recosté mi espalda en la bañera y posé mis manos
en los bordes.
—Mantenlas ahí —dijo Laney con severidad.
—Entendido, doc.
—Cierra los ojos.
Apoyé la nuca sobre el borde de la bañera, con los párpados cerrados, y
esbocé una sonrisa al escuchar que Laney se echaba gel de ducha en las
manos. Acto seguido, comenzó a frotarme el torso y los hombros.
—Me gusta —murmuré.
—Me gusta cuidar de ti —dijo. Sin abrir los ojos, me acerqué a ella, la
apreté contra mí y le di un beso en la cabeza. Hasta donde podía recordar,
mi vida se había centrado únicamente en cerrar el próximo trato, en ganar el
siguiente proyecto. Aquella sensación de satisfacción era completamente
nueva para mí; nunca la había experimentado antes. Los latidos del corazón
de Laney resonaban contra mi pecho, como si quisieran compartir su propia
emoción. Era evidente que para ella era un gran paso, pude percibirlo por la
ternura y emoción en su voz.
Quería reclamarla un poco más, hasta poseerla por completo. Estaba
decidido a conseguirlo, costara lo que costara.
Capítulo Dieciocho
Cole
A la mañana siguiente, me desperté con el sonido de una melodía tarareada.
Caminé por el apartamento y encontré a Laney en el baño de invitados.
Llevaba una de mis camisetas, no tenía bragas y estaba con los cascos
conectados. Su iPhone se encontraba apoyado en la encimera, junto al
lavabo; reproduciendo una rutina de baile.
Laney imitaba los movimientos —algunos con más éxito que otros— y
tarareaba la canción. No notó mi presencia de inmediato, aunque podía
verme en el espejo, pero cuando lo hizo, soltó un chillido. Al darse la
vuelta, su pierna derecha se deslizó sobre las baldosas y un EarPod voló al
suelo. La agarré por los brazos y la sostuve. Tenía las mejillas sonrojadas y
los ojos abiertos de par en par.
—No se rompa el cuello, doc.
Soltó un suspiro y se incorporó. Sonrió con descaro mientras se quitaba
el otro dispositivo.
—Lo estaba haciendo perfectamente hasta que me has asustado. Es el
único entrenamiento que puedo seguir.
—¿Por qué lo estás haciendo en el baño?
—No quería despertarte. —Parpadeó—. Pero lo he hecho de todos
modos, ¿verdad? Mierda.
—Te oí tararear, pero no te preocupes. Solo tienes que hacer una cosa
para que te perdone.
—¿Qué?
—Dúchate conmigo.
Laney echó la cabeza hacia atrás, riendo. Le tiré del cuello de la camisa
y ella movió las cejas.
—¿Te estás ofreciendo a quitarme la ropa?
—Sí —dije seriamente—. Siempre que necesites que te ayude con eso,
llámame. Estaré disponible.
Levantó los dos brazos, manteniéndolos en el aire. Le subí la camisa por
la cabeza y luego le besé el hombro y la clavícula.
—Ya veo. Es una misión doble. Obtengo besos extra.
Besé de nuevo su piel desde una clavícula hasta la otra, acariciándola
con la lengua.
—Cole —murmuró—. A la ducha.
Me enderecé y puse las manos en alto, junto a la cabeza.
—Tú primero, doc.
No tenía preservativos en el baño de invitados, así que descarté
rápidamente cualquier plan de tontear con aquella sensual doctora. Al
menos esa había sido mi intención. Una vez que estuvimos bajo el chorro
de agua, no podía quitarle las manos de encima. Empujándola contra los
azulejos, exploré su boca en un profundo beso hasta que gimió.
—Buenos días.
Sonrió y me rodeó el cuello con los brazos.
—Ah, sí. Muy buenos días.
Después de la ducha, Laney volvió a ponerse mi camiseta. Podía
resistirme a su desnudo y perfecto trasero solo durante un rato. Mi
autocontrol disminuía a cada segundo.
—Creo que voy a tener que ponerme unos pantalones —dijo Laney,
interpretando correctamente mi mirada.
—Coincido.
Nada le iba bien, así que al final optó por un bañador.
—Parezco ridícula. —Se miró al espejo con el ceño fruncido.
—No, pareces mía.
Me gustaba muchísimo. Rodeé su cintura con un brazo y la miré a
través del espejo.
—Qué bueno que hoy tengas el día libre.
—Me dio la impresión de que ayer estabas muy alterado, así que pensé
que hoy también te harían falta algunas de mis técnicas de relajación.
Eso me cogió desprevenido. ¿Lo había hecho por mí? Besé su mano,
apretándola ligeramente.
—Joder, la verdad es que sí, las necesito.
—Prometí que compartiría todo contigo y ahora siento que estoy
preparada. ¿Qué quieres saber?
—Lo que te sientas cómoda contándome. En serio.
—Bueno... Conocí a Ryan en la universidad. Es cierto que en muchas
cosas no éramos compatibles. A él le gustaba Star Wars, a mí no. También
era más empollón que yo, pero de alguna manera congeniábamos, ¿sabes?
Cuando nos casamos en mi último año de medicina, tuvimos una boda
superpequeña, simplemente firmamos los papeles en el juzgado. Yo quería
organizar una gran fiesta, pero ninguno de los dos ganaba dinero suficiente,
así que descartamos esa opción y nos centramos en otras cosas; como
ahorrar para comprar una casa. Era lo primero que queríamos hacer cuando
me graduara, pero seis meses después de la boda, él... —Su voz se quebró.
Sacudió la cabeza, como si se estuviera armando de valor. Sujeté sus manos
con firmeza—. Tuvo un infarto fulminante, nadie sabía que tenía un
problema cardíaco preexistente. Creo que desde entonces solo hice las cosas
por inercia hasta que me mudé a Nueva York. Tras ello, me refugié en el
hospital y en mis pacientes.
—Lo siento, cariño. —La rodeé con mis brazos, estrechándola contra
mí. Ella suspiró, relajándose sobre mi pecho.
—Había tantas cosas que ya no me importaban, que no me veía
haciendo...
—¿Y ahora? —Mi corazón latía desbocado.
Se apartó unos centímetros y me sonrió.
—Ahora, quiero salir de esta coraza en la que me he estado
escondiendo, y todo es obra tuya.
—Acepto el mérito con mucho gusto.
—Pero, al mismo tiempo, me da miedo imaginar el futuro —susurró—.
De soñar y luego, quizás, ver mis sueños desvanecerse una vez más.
—Vivamos el presente, cariño. No te preocupes por nada más, ¿vale?
—Vale.
La besé despacio, saboreándola y atesorando ese momento. Estaba a
punto de mover mi boca a su cuello cuando su estómago rugió con fuerza.
Laney hizo una mueca de fastidio.
—Mi estómago no puede ser más inoportuno.
Riendo, la conduje a la cocina.
—¿Vamos a comer sobras deliciosas de nuevo? —preguntó.
—Puedo preparar algo. Los sándwiches de queso a la plancha son mi
especialidad.
—Mmm...qué bueno. Yo me ocuparé del café.
Hacía tiempo que no lo preparaba, pero no podía ser tan complicado.
No podía buscar tutoriales en YouTube, especialmente después de presumir
ante Laney.
Diez minutos después, Laney y yo estábamos apresuradamente abriendo
todas las ventanas, ya que no paraba de salir humo negro de la sartén. Al
menos no había saltado la alarma de incendios. Yo tampoco había sido el
único en dañar la cocina. Laney había intentado limpiar una pieza de
plástico de la cafetera con agua hirviendo, deformándola al instante.
En ese instante, ella estaba luchando por contener la risa, y si se
esforzaba un poco más, era posible que acabara con una costilla rota.
—Vamos, ríete de mí. Me lo merezco —dije.
—Pensaba que era tu especialidad...
—“Era” es justamente la palabra clave. Hace por lo menos un año que
no lo preparo.
—Ya veo. Y creíste que lo mejor era experimentar conmigo.
Se acercaba a mí, balanceando las caderas. Quería verla así, con mi
camiseta y mi bañador, durante el resto del día, o incluso más.
—Siento lo de la cafetera. Buscaré la pieza en Internet y, si no la
encuentro, te compraré una nueva.
—No te molestes. Me compraré una nueva y ya está.
—Cole...
—De verdad, no pasa nada.
—Vale. Por lo visto, tu especialidad son los sándwiches de queso
quemados y la mía arruinar tu cafetera.
—Claramente, estamos hechos el uno para el otro.
Ella se echó a reír y yo mantuve el contacto visual, atento a cualquier
signo de inquietud o tristeza, pero no pude detectar ninguno. Sentí un gran
alivio.
—Vale, ya que hemos comprobado que he olvidado cómo cocinar el
único plato que se me daba bien, y tienes hambre, ¿qué tal si desayunamos
fuera? —pregunté.
—Me apunto. Aunque voy a parecer un poco ridícula con mi top negro.
Es bastante revelador...
—Qué va, vas a parecer muy sexy. —Acercándome más, pasé el dorso
de mis dedos por sus mejillas—. Me encanta ese atuendo. Al igual que este.
Cualquier cosa que muestre mucha piel tiene un rotundo sí de mi parte.
—Este no muestra nada.
—A primera vista no, pero si te fijas bien, cosa que hago a menudo, se
puede ver el contorno de tus pechos, sobre todo cuando tienes los pezones
duros... como ahora.
Respiró hondo.
—Además, me gusta que sea de fácil acceso. —Para demostrárselo,
metí las manos en la pretina del bañador y le apreté el culo. Se estremeció y
sus rodillas cedieron un poco. Al segundo siguiente se me puso dura como
una piedra. Luego, cuando le pasé el pulgar por el labio inferior, sus ojos se
abrieron un poco.
—Hay una gala dentro de cinco semanas. Ven conmigo. Habrá amigos y
socios, y quiero que te conozcan.
Maldición, no había planeado soltar eso. Sería la primera vez que iría
con una cita. Era plenamente consciente de que acababa de asegurarle que
estábamos viviendo el presente, pero quería que estuviera allí, que fuera
parte de mi mundo.
Mis hombros se pusieron rígidos mientras la observaba con atención.
¿Y si decía que no?
—Son eventos elegantes, ¿verdad? —preguntó de manera pausada.
Asentí. Cuando sonrió, la tensión entre mis omóplatos empezó a
desaparecer gradualmente.
—Sería un honor, pero voy a tener que ir de compras, porque nada de lo
que tengo en mi armario es adecuado para una gala.
—Voto por algo muy sexy. Espera, no, retiro lo dicho. Prefiero que
lleves cosas sexys cuando estemos los dos solos.
Se rió, me agarró las manos y las bajó por su cuerpo.
—¿Es solo mi impresión o te estás volviendo cada día más territorial?
—Cada minuto. —Mis palabras fueron casi un gruñido, porque en ese
momento tenía su cuerpo contra mi erección.
—Ya veo. No me gustan estos términos, señor Winchester.
Se puso de puntillas, me rodeó el cuello con los brazos y añadió:
—Usted hace que me sienta muy sexy. —Me dio un pico.
—Es que joder, lo eres.
—Y feliz y valorada... y segura.
Apretó los labios contra los míos, pero esa vez no la dejé marchar con
un simple pico. Profundicé el beso, fue mi forma de decir que sí a todo eso
también. Cuando nos separamos, tenía una cálida y vulnerable mirada, y
volví a besarla hasta que se mostró dócil ante mí. Al volver a mirarla, su
sonrisa era de felicidad, luego se frotó el vientre y me dedicó una más
tímida.
—Cierto. Aún no te he dado nada de comer. Vamos a vestirnos. Hay un
lugar a una calle de aquí donde preparan muy buenos desayunos.
—¿Podemos ir sin reserva? Isabelle y yo intentamos desayunar en uno
de esos sitios de forma espontánea y no tuvimos suerte.
—Haré una llamada. Nos harán un hueco. Siempre que necesites algo,
dímelo y moveré algunos hilos.
Se rió entre dientes, dando un paso atrás.
—¿De verdad? Gracias. Es útil tenerte cerca, Winchester.
—De todas mis habilidades, ¿mover hilos es la única que me hace digno
de estar a tu lado? —bromeé.
—Bueno, tus habilidades de seducción también. Además de tu
capacidad de encanto en general. —Contaba con los dedos frunciendo el
ceño con exageración—. Claramente no por tus habilidades culinarias.
—Ven aquí, diablilla.
—Atrápame.
Se alejó de mí antes de que la alcanzara. La perseguí y la alcancé justo
cuando estaba a punto de abrir la puerta del dormitorio. Estaba jadeando y
tenía una sonrisa de oreja a oreja. Me encantaba ver esa expresión de pura
alegría en su rostro. Apreté las manos contra la puerta, manteniéndola
cautiva entre mis brazos.
—Te tengo.
—Así es. ¿Qué vas a hacer ahora, follarme contra la puerta? Se te da
muy bien eso. —pronunció las últimas palabras en un susurro.
—¿Otro punto que añadir a mi lista de habilidades?
—Definitivamente. Uno enorme. Dicho en doble sentido.
—Primero, te invitaré a comer. Luego... exploraremos todas las puertas
de este lugar. Algunas de las paredes también. Y quizás el sofá. —Se lamió
los labios, respirando hondo. Después di un paso atrás y señalé el
dormitorio—. Ahora ven, vamos a cambiarnos.
—Me gustan tus prioridades, Cole. —Abrió la puerta de la habitación y
entró contoneando las caderas de forma sexy.
—¿Qué sueles hacer los fines de semana? —preguntó mientras nos
cambiábamos.
—Depende. Juego al tenis o salgo a reunirme con amigos en los
Hamptons. A veces estoy con la familia, comprobando si alguien necesita
algo. Comencé a hacerlo cuando mis hermanas abrieron la tienda,
prácticamente vivían allí, y yo estaba pendiente de ellas de manera
constante. La mayoría de veces les llevaba comida y hacía pequeñas
reparaciones o las ayudaba con algunas tareas administrativas. Ahora
delegan mucho más y ya no me necesitan, pero ya he creado el hábito.
—¿Te has pasado esta semana por allí?
—No ha hecho falta. Recibí una foto de Tess. La mitad de la familia
está instalada en casa de Skye. Isabelle también está allí. Creo que mi
hermana se está volviendo un poco loca por verse obligada a reposar en
cama.
—Pobrecilla. No es fácil. Oye, si tú también quieres ir a casa de Skye
me apunto.
—¿Lo dices en serio?
—Claro. Me encantaría volver a verla. Y a Tess también.
—Les mandaré un mensaje para avisarles de que iremos, pero
desayunaremos algo de camino porque la casa de Skye queda a unos
cuarenta minutos de aquí. También compraremos helado. Le encanta.
Laney se rió y rodeó mi cuello con sus brazos.
—Piensas en todo.
—Todo sea por hacer felices a las mujeres de mi vida.
—Vamos, Winchester. Tenemos un deber familiar que cumplir.
Capítulo Diecinueve
Cole
Fue un fin de semana increíble. Me había despertado con la noticia de que
habíamos ganado la licitación del Centenario. La construcción empezaría el
año siguiente, pero habíamos ganado la licitación. Además, en ese mismo
momento, Laney me acompañaba a casa de mi hermana. Cuando llegamos,
tenían montada una pequeña fiesta en la habitación de Skye. Tess bailaba al
ritmo de una canción pegadiza que había puesto en su móvil. Isabelle estaba
tumbada a los pies de la cama, moviendo los hombros al ritmo de la música
y Rob estaba sentado en una silla. Skye nos saludó con mucho entusiasmo
cuando entramos.
—¡Hola chicos! Me alegro mucho de que hayáis venido. ¡Ahh! Pero si
has traído helado... qué buen hermano eres.
—Te dije que estaría más contenta por el helado que por vernos —le
susurré a Laney.
—Oye, eso no es verdad —dijo Skye, sonriendo—. No del todo. Pero
me muero de ganas de hincarle el diente.
—Yo me encargo —dijo Rob—. Lo serviré en cuencos.
—Yo te ayudo —dijo Tess, echándome una mano con las bolsas—.
¿Todos queréis helado?
Hubo un coro de síes. Solo Laney y yo nos negamos, ya que
acabábamos de terminar nuestro desayuno.
Cuando salieron de la habitación, Laney se sentó a un lado de la cama,
junto a Skye. Isabelle estaba situada en el otro lado.
—Estás muy guapa, hermanita —dije.
—Ay, hermano, no hace falta que seas tan encantador. Parezco una
ballena.
—Lo digo en serio, Skye. Estás estupenda.
—Estoy superfeliz de que esto se haya convertido en una fiesta. Lástima
que Josie y Hunter no hayan podido venir.
De hecho, ese día Josie estaba ocupada con nuestro asunto, se había
encargado de todas las audiencias y el papeleo del caso contra Gabriel. Por
suerte, hasta ese momento, no habíamos tenido que involucrarnos
personalmente.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Laney.
Skye se acarició la barriga.
—Simplemente esperando a que este pequeño crezca y se ponga en la
posición correcta. No le queda mucho tiempo.
—Vaya, ¿viene de nalgas? —inquirió Laney.
—Sí. La doctora Johnson dice que aún le queda un poco de tiempo, pero
tengo miedo. Del parto, de la posible cesárea, de todo. No me gusta que
haya tantas incógnitas.
Laney sonrió, tomando una de las manos de Skye entre las suyas.
—Si quieres, puedo estar contigo cuando des a luz, sea de la manera que
sea. He estado en muchos partos cuando hice mi rotación en ginecología y
obstetricia. Estoy segura de que a la doctora Johnson no le importará.
—¿En serio harías eso? ¡Sería genial! ¡De verdad que sería genial!
—Pues ya está. Hablaré con la doctora Johnson y le diré que me llamen
si te llevan cuando no esté de turno. O mejor aún, tú o Rob podéis
llamarme.
—Gracias, Laney. Muchísimas gracias. Eres increíble.
Yo estaba completamente de acuerdo. Laney había intuido que poder
contar con una cara conocida allí tranquilizaría a mi hermana. Nunca había
conocido a una mujer como ella, tan dispuesta a intervenir y ayudar, a hacer
que todo el mundo se sintiera cómodo. Me moría de ganas de estar a solas y
mostrarle mi agradecimiento de la forma que mejor sabía. Isabelle nos miró
a los dos, moviendo las cejas de arriba abajo.
—Bueno... —dijo—, entiendo que la cita de ayer fue genial, teniendo en
cuenta que habéis pasado la noche juntos.
Laney se sonrojó al instante.
—Eeeh... Isabelle.
—¿Qué? ¿Acaso era un secreto? Aaah... es que no quieres descubrir el
pastel delante de Skye.
—Claro.
—¡No, esperad! ¡No reveléis ningún secreto hasta que yo llegue! —
gritó Tess desde el pasillo.
—¿Soy yo o su oído es cada vez más agudo? —pregunté.
—Lo es. Sobre todo cuando se trata de detalles jugosos —dijo Tess,
entrando con varios cuencos de helado. Rob la seguía con más cuencos—.
Tengo un talento especial para captarlos.
—¿No teníamos un trato acerca de no compartir más información de la
necesaria? —pregunté.
—Oye, no estamos pidiendo ningún detalle íntimo —dijo Tess con
vehemencia. Skye asintió.
—Solo información general —murmuró Tess.
En ese momento, estaba esperando a ver si Tess se pondría en modo
detective delante de Laney. Yo apostaba a que sí, pero evidentemente me
había equivocado, pues no dijo nada más y se centró en su helado. Parecía
que Tess podía contenerse cuando la ocasión lo requería. Tomé nota de ello.
—¿Alguien tiene noticias? —preguntó Skye, como solía hacer durante
los almuerzos de trabajo.
—¡Ay, es verdad! No os hemos contado la nuestra —dijo Tess—.
Hemos estado experimentando en la tienda con lencería personalizable y la
cosa ha tenido mucho éxito.
—Creo que vamos a tener que volver a plantearnos buscar un inversor.
Ya veremos —añadió Skye.
—¡Vaya, qué buena noticia! —dije.
—¿Sí, no? —respondió Skye—. No puedo esperar para ponerme manos
a la obra después de que nazca el bebé. Bueno, ¿alguien más tiene noticias?
—Laney nos acompañará en la próxima gala, y...
—¡Sííí! —exclamó Tess, cortándome en seco. Me reí ante el entusiasmo
de mi hermana.
—Me encantan las galas —añadió Isabelle—. Creo que a ti también te
gustarán.
Skye hizo pucheros.
—Bueno, no podré estar en la próxima, pero te lo pasarás muy bien.
Laney se frotó las palmas de las manos, emocionada.
—Creo que tendré que ir de compras. ¿Queréis acompañarme?
—¡Sí! —respondieron Tess e Isabelle al mismo tiempo.
—Ahora sí que me estáis dando envidia —dijo Skye.
—¿Qué tal si te enviamos fotos de los vestidos que me pruebe? —
sugirió Laney.
Skye suspiró.
—Laney, puede que sean las hormonas las que estén hablando, pero te
quiero. Tienes unas ideas increíbles.
—¿Puedo hacer fotos también? —pregunté—. Ni siquiera tienes que
estar vestida.
Laney giró la cabeza y me clavó la mirada. Apenas pude captar su
sonrisa antes de percatarme de que me estaba lanzando una almohada. La
atrapé al vuelo y se la devolví.
—¡Oye! —dijo Rob—. Ten cuidado, no vayas a golpear a Skye.
—Cariño, no te ofendas, pero dudo que una almohada pueda hacerme
daño.
Rob me miró fijamente.
—No más lanzamientos. Lo prometo.
—Mi opinión médica es que una almohada no hace daño, pero también
he aprendido que no hay que interponerse entre un futuro papá y su mujer.
—No preveo que esto cambie una vez que llegue el bebé —dijo Skye,
dándose palmaditas en la barriga.
Todos se rieron... excepto Tess. Bajó la mirada hacia su cuenco, pero
tenía la sospecha de que sus ojos estaban llorosos. Esa sospecha aumentó
cuando se excusó diciendo que quería más helado. La seguí escaleras abajo
y la alcancé en la isla de la cocina.
—Hermana, ¿te encuentras bien?
Tess giró los hombros y me dedicó una sonrisa, pero yo la conocía lo
suficiente como para saber cuándo estaba realmente contenta o estaba
fingiendo. Lo preocupante era que, en realidad, Tess nunca fingía delante de
la familia.
—No finjas, Tess. No conmigo. ¿Qué pasa?
Apretó los labios y se encogió de hombros.
—Como sabes, siempre he querido ser madre...
—Sí. —Eso no era ninguna sorpresa, pero no podía entender por qué
estaba tan agustiada por eso.
—Siempre me gustó la idea de poder formar una familia, incluso
cuando las cosas estaban difíciles, o incluso cuando veía cómo le pasaba
factura a mamá.
—Vas a tener una familia —afirmé con determinación.
—Bueno... eso es discutible. Sigo soltera y ya no soy tan joven...
Joder. Eso me pilló por sorpresa
—Tess, apenas estás en la mitad de la treintena.
—Sip.
—¿Y eso no es tiempo suficiente?
—Humm... ¿quieres un resumen detallado de lo que han sido mis citas
en estos últimos años?
Sacudí la cabeza. Hay cosas que no quería saber.
—Estoy contenta con mi vida, no quiero parecer desagradecida. Skye y
yo tenemos un negocio increíble, me paso el día entero haciendo algo que
me encanta, y lo valoro mucho. Es que... —Sacudió la cabeza, sirviendo
más helado en su cuenco. Por primera vez en años, no sabía cómo consolar
a mi hermana.
Por lo general, se me daba bastante bien. Incluso cuando estaba
preocupada por la tienda y por los números, yo conseguía distraerla.
Llevarla a cenar solía funcionar y, si no, sufrir con películas como “Lo que
el viento se llevó” era una estrategia que no fallaba. Pero aquella situación
era diferente y, a decir verdad, sentía que me venía grande.
—Vamos, volvamos al grupo. No quiero que nadie sospeche.
—Tess...
—Estoy bien, de verdad.
No lo estaba, pero ni siquiera estaba seguro de si necesitaba consuelo o
ánimo. Solo sabía que odiaba verla así, sin su chispa y alegría habitual. Sin
tener idea de cómo ayudarla, la seguí escaleras arriba.
Durante nuestra ausencia, el baile se había vuelto más movido. Isabelle
y Laney bailaban como locas al ritmo de una música horrible. Rob seguía
en su silla, observando a Skye como un halcón, como si estuviera pensando
que se le iban a ocurrir ideas si veía demasiado movimiento. Tess se unió de
inmediato a la fiesta
Acabamos pasando la mitad del día en casa de Skye. Mamá y Mick
también habían ido. Mi madre había conocido a Laney cuando Skye estaba
en el hospital, pero en esa ocasión pude presentarlas como era debido.
—Muchas gracias por cuidar tan bien de Skye. Y por hacer entrar en
razón a Cole.
—Un placer —dijo Laney, sonriendo de manera nerviosa.
—¿Os quedáis a cenar también? —preguntó mamá.
—No, somos muchos. Me parece que son demasiadas emociones para
Skye —expliqué.
—Tienes razón —dijo mamá—. No había pensado en eso. Voy a
preguntarle a Rob qué le parece mejor.
Desde que Skye se había quedado embarazada, mi madre no había
dejado de preocuparse por ella, y aún más después de que le ordenaran
reposo. Rob estuvo de acuerdo en que no podíamos cenar todos en su
habitación, de modo que solo se quedarían mamá y Mick. Laney y yo
fuimos los primeros en marcharnos.
—Me lo he pasado muy bien —comentó Laney mientras caminábamos
hacia la estación. Skye vivía en un suburbio y el ritmo era muy diferente al
de Manhattan. Yo no estaba acostumbrado a la tranquilidad y a ver a la
gente pasear con calma por las calles. Me encantaba la energía del centro de
la ciudad, la velocidad y el frenético estilo de vida.
—Las chicas son una pasada. Ya me lo había dicho Isabelle varias
veces, pero aún así...
—Gracias por ofrecerte a estar con Skye durante el parto.
—De nada, para mí es un placer. Voy a hablar de esto con la doctora
Johnson a primera hora cuando la vea. Ya hice mi rotación en ginecología y
obstetricia el año pasado, pero no creo que le importe que esté allí.
Le rodeé los hombros con un brazo, la arropé y le besé la cabeza. Su
pelo olía a mi champú. No podía explicar por qué, pero me encantaba.
De repente, sonó la alarma de su móvil y se sobresaltó. Se zafó de mi
abrazo y lo sacó de su bolso.
—Vaya, prometí a mis padres que los llamaría por FaceTime en dos
minutos. —Levantó la vista, ladeando la cabeza de manera juguetona—.
¿Te importa si lo hago ahora? ¿Quieres unirte? Les encantará conocerte.
Ese fue el momento exacto en que supe lo especial que Laney era para
mí. En el pasado, esa frase me hubiera hecho salir corriendo y, sin embargo,
en ese momento tenía ganas de conocerlos.
—Claro. Busquemos un sitio cómodo para sentarnos. ¡Mira! Hay un
banco en la esquina siguiente.
—Vale. Ve tú primero. Yo voy a empezar la llamada. —Tenía una
enorme sonrisa mientras se llevaba el móvil a la oreja, explicando a sus
padres que encendería la cámara en cuanto se sentara y que tenía una
sorpresa preparada.
—¿Estás preparado? —susurró en cuanto nos sentamos. Asentí y ella
activó la videollamada.
—¡Mamá, papá, éste es Cole! —exclamó. Su madre sonrió al instante, y
su sonrisa se parecía un poco a la de Laney. Su padre solo asintió, abrió
bien los ojos y dijo:
—Encantado de conocerte, Cole.
—Igualmente —respondí.
—Chicos, no queremos interrumpiros —dijo su madre.
—¡Qué va! Hemos ido a visitar a su hermana y ahora estábamos de
camino a la estación —explicó Laney—. Estamos volviendo a la ciudad.
—Vale, vale —dijo su padre. Solo hablamos durante unos minutos, y
luego su madre repitió que no quería interrumpir nada.
—Humm, qué raro —dijo Laney después de colgar—. Normalmente no
paran de hablar. Creo que les ha impactado mucho el hecho de que
estuvieras en la llamada. Cuando se les pase, tendrán un millón de
preguntas. Pero creo que les has caído bien.
—¿Cómo lo sabes?
—En realidad no lo sé, es solo un presentimiento. Además, mi padre no
te ha fulminado con la mirada.
Me reí y le besé la sien. Por lo que me había contado aquella mañana,
sospechaba que nunca se había imaginado que iba a querer presentarle otro
chico a sus padres y, sin embargo, allí estábamos los dos.
—Ni siquiera pude desplegar mi encanto sobre ellos.
—Créeme, esa sonrisa ha causado una gran impresión en mi madre. Lo
noté por esa mirada soñadora en sus ojos.
—Confío en lo que dices. Vayamos a la estación. Hemos perdido el tren
anterior, pero el próximo sale en quince minutos.
—Vale.
De camino, empecé a pensar en Tess otra vez.
—¿Estás preocupado por algo? —preguntó Laney de la nada.
—¿Qué te hace pensar eso?
—No lo sé. Parecías preocupado.
—Hablé con Tess cuando estábamos en la cocina. Estaba muy
angustiada: dijo que siempre había deseado tener hijos, pero que dudaba de
que eso le fuera a ocurrir a ella.
—Vaya, qué pena. Humm... déjame pensar. Isabelle estaba un poco
desanimada también porque no está consiguiendo captar nuevos clientes.
Las dos necesitan ánimo. Tal vez pueda organizar una salida.
—Eres jodidamente increíble.
—Ya se me ocurrirá algo. Esto es algo muy nuevo para mí: planear
cosas para mi tiempo libre. No he tenido fines de semana libres desde que
me mudé a Nueva York. —Sin embargo, se había tomado tiempo libre para
mí—. Siempre me ha resultado tan fácil centrarme en mis pacientes y en la
investigación, y simplemente olvidarme de mis problemas...
Apreté su mano y la llevé a mis labios.
—¿Y ahora? —La miré de reojo, observándola atentamente.
—Ahora, señor Winchester, me hace querer vivir la vida. Explorar
Nueva York... a usted.
¡Sí! ¡Joder, sí! Nunca había querido dejar que nadie me conociera en
profundidad pero en ese momento todo lo que quería era explorarla.
—Ni siquiera sé qué hacer con todo este tiempo —continuó. Capté el
tono burlón de su voz.
—Tengo algunas ideas sobre cómo ocuparlo. —La acerqué más a mí,
inclinando la cabeza. Para mi sorpresa, me puso dos dedos en los labios.
Levanté una ceja.
—No, no. Basta de besos en la calle.
—¿Desde cuándo?
—Desde que establecimos que eso altera mis sentidos.
Señalé hacia atrás con el pulgar.
—Bueno, allí está ya la estación, y lo que estás diciendo es una tontería.
—Bueno, vamos a poner algunas reglas...
—Déjame mostrarte cuáles son las reglas para besar... —dije, justo
antes de besarla de manera salvaje, allí mismo, en la acera. Retrocedió y
noté que su mirada reflejaba asombro y felicidad a la vez.
—Usted es un peligro para mí, don Winchester.
Sonreí contra sus labios.
—¿Esto te parece peligroso? Te advierto que aún no has visto nada.
Capítulo Veinte
Laney
En el transcurso de las dos semanas siguientes, me di cuenta de que tener
una vida personal siendo residente de cirugía resultaba tremendamente
difícil. Mi respeto por aquellos compañeros con familia se multiplicó por
diez. En aquella época me dedicaba intensamente a cumplir tres objetivos.
El primero: hacer cosas traviesas con Cole; el segundo: intentar levantar el
ánimo de Isabelle; y el tercero: hablar con Skye con regularidad porque a
medida que se acercaba la fecha del parto se ponía más ansiosa.
—Este es un buen espacio —comenté.
—Coincido, tiene la energía adecuada —dijo Isabelle. Estábamos
mirando locales para su consulta. Era una habitación de sesenta metros
cuadrados en un edificio alto de Brooklyn. No tenía muy buenas vistas,
pero las ventanas eran lo bastante grandes como para que entrara mucha luz
natural.
—Solo necesitas un escritorio, unas sillas y un sillón, ¿verdad?
Isabelle asintió, dando vueltas con una extraña expresión.
—Isabelle, ¿qué pasa? Si no te gusta, podemos irnos.
—Lo único que no me convence es el precio del alquiler, pero eso me
pasa con todos los que he visto.
—Estaré encantada de ayudarte con unos meses de renta.
Isabelle giró la cabeza en mi dirección y me miró.
—Gracias, pero no. Josie también se ofreció, al igual que Ian y Dylan,
pero no es así como quiero empezar las cosas. Ya soy una mujer adulta.
—Nueva York es caro.
—Pero yo soy quien ha elegido mudarse aquí.
Apreté los labios para no insistir. No me gustaba ver a Isabelle así.
Llevaba su rojizo pelo recogido en un moño poco típico de ella, incluso
parecía menos pelirroja de lo habitual. Tenía que hacer un último intento.
—Cariño, sé que tú harías lo mismo por mí. Así que no dejes que nada
te impida cumplir tus sueños, ¿vale?
—No lo haré. Es que soy un poco supersticiosa; ya me conoces. Mi
madre siempre dice que la forma en que empiezas un camino determina tu
éxito.
—Quiero mucho a tu madre, pero ese dicho es una mierda. Cuando me
mudé a Nueva York, estaba muy triste, y mírame ahora.
Isabelle sonrió animada.
—Sí, mejor hablemos de eso. Es mucho más emocionante que hablar de
todas las propiedades que no puedo permitirme. Aunque voy a añadir esta
en mi lista, tiene un precio justo. Voy a pedirle a la empresa de turismo que
me dé más trabajo hasta que consiga un buen número de clientes.
Siempre me asombró su capacidad para adaptarse y luchar por lo que
quería. Había encontrado ese trabajo en una semana y ya había hecho
algunos tours. Isabelle señaló la puerta y salimos del piso de alquiler. El
agente inmobiliario que nos había enseñado el lugar nos estaba esperando
en el pasillo. En ese momento estaba hablando por teléfono y, cuando
Isabelle se llevó la mano a la oreja y musitó “te llamaré”, solo se limitó a
encogerse de hombros.
El chico no había mostrado ningún interés desde el momento en que
Isabelle le había dicho que esperaba poder negociar una rebaja del alquiler.
La mamá osa que llevaba dentro quería darle un rapapolvo. Isabelle debió
leerlo en mi expresión, porque tiró de mi brazo y me llevó hacia el ascensor.
—¿Quieres coger un Uber o prefieres pasear un poco?
—Tengo tiempo. Vamos a explorar un poco. —Nunca había estado en
esa parte de la ciudad, pero ya me veía quedando con Isabelle en alguno de
los bares de moda de la zona cuando terminara sus consultas.
—Así que... de repente has vuelto a ser la Laney de antes...
—¿Qué quieres decir? —Mantuve los ojos entrecerrados hasta ponerme
las gafas de sol. Hacía calor y sol ese día, y definitivamente no me había
vestido para ello.
—Ya sabes lo que quiero decir. Por fin estás... viviendo un poco.
Durante los últimos dos años solo te has limitado a existir. No es una
crítica. Necesitabas ese tiempo para hacer el duelo, por supuesto. Cada uno
se cura a su propio ritmo, pero yo no veía ningún cambio... hasta hace poco.
¿Tiene que ver con cierto hermano Winchester?
—Tiene todo que ver con él —confirmé. Sentía que estaba saliendo
adelante y que ese agujero en mi pecho ya no era tan grande.
—Sí, lo sabía. Le has cazado bien.
Sonreí de oreja a oreja.
—Él me cazó a mí, más bien.
—Bueno, he investigado un poco y parece que está bastante colado.
—¿Cómo lo has hecho exactamente?
—Le pedí a Josie que prestara atención si Hunter decía algo sobre
Cole... y al parecer habla de ti bastante a menudo y, además, ha mostrado
cero interés en ir a tomar alguna copa los viernes después de hora con los
colegas, lo cual según Hunter es señal de estar enrollado.
Me reí.
—Isabelle...
—¿Qué? ¿De qué sirve tener una hermana si no puedo pedirle que haga
de espía para nosotras?
—Solo tú puedes decir eso con cara seria.
—Me tomo el espionaje muy en serio. ¡Ah, mira, helado! ¿Quieres un
poco?
—¡Claro!
Llegamos frente a un moderno local que, además de contar con asientos
en el interior, disponía también de un mostrador en el que se podía pedir
comida para llevar. Decidimos comer sobre la marcha y seguir explorando
la zona. Ofrecían sabores únicos. Como había algunos que ni siquiera podía
pronunciar, opté por uno de avellana y menta.
Después de pagar, bajamos por una calle lateral llena de grafitis que me
parecieron geniales. Uno de ellos representaba un enorme búho con las dos
alas abiertas. Era de un blanco níveo brillante.
—¿Te gusta estar compartiendo tu vida con alguien otra vez?
Me quedé helada.
—Lo siento, es la costumbre del terapeuta de escarbar y superar los
límites. Olvida que te lo he preguntado.
—Olvidado.
—No tienes que decirme nada, pero es importante que lo pienses.
—Por favor, vuelve a ser mi amiga y no una terapeuta.
—Tienes razón, lo siento.
Claro que me gustaba. Me encantaba. Cole era muy divertido y guapo, y
encontraba formas ingeniosas de despertarme. Sus métodos favoritos
incluían masajes de cuerpo entero, besos en todo el cuerpo o simplemente
hacerme cosquillas a primera hora de la mañana. Me encantaban todas esas
cosas (quizás un poco más el masaje corporal).
Pero había tardado tanto en aceptar que estaba sola que, sinceramente,
me aterraba lo mucho que me gustaba tener a Cole en mi vida.
Justo cuando decidimos aventurarnos por una calle llena de tiendas de
arte, sonó mi móvil.
—Es Skye —murmuré antes de acercarme el teléfono a la oreja.
—Laney, soy Rob. Skye ha roto aguas. Estamos de camino al hospital.
¿Estás de turno?
—No, pero voy a coger un taxi y llegaré unos minutos antes que tú. Se
lo diré a la doctora Johnson. Por favor, que no cunda el pánico. Sé que se ha
adelantado un mes, pero os cuidaremos bien. —Se suponía que daría a luz a
finales de mayo, y estábamos en la tercera semana de abril.
—¿Viene el bebé? —preguntó Isabelle.
—Sí. Me voy al hospital.
—Pondré al corriente a la pandilla. No sé si Rob está en condiciones de
hacerlo.
Me reí entre dientes.
—Probablemente no. He visto muchos partos y algunos padres se
estresan más que las madres.
—Apuesto a que ese será el caso de Rob.
Sonriendo, pedí un taxi y me despedí de Isabelle.
En cuanto entré en el hospital, me puse en modo médica. Justo después
de la visita a casa de Skye, le pregunté a la doctora Johnson si podía asistir
al parto a pesar de que mi rotación de ginecología y obstetricia había
terminado, y me dijo que no había ningún problema. Me puse la bata a la
velocidad del rayo y me reuní con la doctora Johnson en la unidad
quirúrgica.
—Su bebé aún no se ha dado vuelta —dijo la doctora Johnson—. Así
que haremos una cesárea.
—De acuerdo.
—Puedes realizarla bajo mi supervisión, si quieres.
—Vaya, eso sería genial. —Los latidos de mi corazón se aceleraron.
Dios, estaba tan ilusionada por conocer al bebé Dumont.
—Pero te advierto que no es fácil operar a alguien conocido, así que, si
sientes que la situación te supera, dímelo y yo me haré cargo.
—Puedo hacerlo —dije con confianza.
Media hora después, me di cuenta de que no podía. Por mucho que
quisiera ser la doctora Laney en ese momento, en realidad era solo Laney.
Mi pulso estaba alterado y mis manos temblaban. No podía operar bajo
ningún concepto, pero podía asegurarme de que Skye estuviera relajada y
cómoda y no tuviera ni una pizca de miedo. Corrección: Skye y Rob.
Estábamos los tres en el quirófano, junto con el equipo habitual. Como
Skye había recibido anestesia raquídea, era plenamente consciente de todo
lo que ocurría.
—Todo irá bien. La doctora Johnson es la mejor. Además estaré aquí
todo el tiempo. A menos que quieras que me vaya...
—No, por favor, quédate —dijo Skye.
—Quédate —dijo también Rob. Estaba pálido y el sudor le salpicaba la
frente, pero lo estaba haciendo muy bien. Le levanté el pulgar cuando Skye
no estaba mirando, y él me dedicó una pequeña sonrisa a cambio. Las
unidades de operaciones incomodaban hasta al más valiente de nosotros;
eran frías y austeras, y olían a antiséptico y otros medicamentos.
Rob sostenía una de las manos de Skye. Cogí la otra entre las palmas,
frotándola un poco para que no tuviera frío.
—Espera, tu pelo se ha salido un poco del gorro. —Lo volví a acomodar
bajo el elástico, sonriéndole. La fui guiando a través del procedimiento,
explicándole cada paso. Normalmente lo explicaba la persona que realizaba
cada tarea, pero Skye parecía muy relajada mientras yo hablaba, así que
continué haciéndolo. Veinte minutos después, había llegado el bebé
Dumont.
—Dios mío, es tan pequeño —susurró Skye.
Rob apretó más fuerte la mano de su mujer. Todo fue un poco confuso
mientras el médico cerraba la incisión y la enfermera evaluaba al bebé.
Después, los trasladaron a todos a la sala de posparto.
¡El bebé era adorable! Pequeño y sonrosado. Lloró a moco tendido
hasta que sintió la piel de su madre y se calmó un poco. Rob miraba a su
hijo y a su mujer con ojos llorosos. La verdad era que a mí también se me
estaban cayendo las lágrimas. Agradecí a Dios que la doctora Johnson
hubiera estado al mando.
—Es precioso —le susurré a Skye.
—¿Verdad que sí? Se parece a mi marido. —Se rió y miró a Rob—.
Aaay, cariño. ¿Quieres abrazarlo tú también? Puede hacerlo, ¿verdad?
—Por supuesto —le dije—. Solo acomódate la ropa para que tenga
contacto piel con piel.
Los tres parecían tan perfectos que no pude evitar preguntarles:
—¿Queréis que haga fotos?
—Sí. Por favor —dijo Rob, sacando su móvil del bolsillo trasero y
entregándomelo. Todavía me temblaban un poco las manos por la emoción,
así que las dos primeras fotos salieron muy borrosas. Lo conseguí al tercer
intento. Podía jurar que mi corazón suspiró cuando miré la foto y luego a
los modelos de la vida real.
—Humm... ¿Qué piensas? ¿Deberíamos optar por Jonas? ¿O Richie es
mejor? —preguntó Rob.
—¿Y eso? —pregunté.
—Bueno, teníamos varios nombres en nuestra lista —dijo Skye—.
Estábamos casi seguros de que elegiríamos Jonas, pero pensamos en esperar
a que estuviera aquí para comprobar si... encajaba.
Me reí, sintiendo que mi corazón volvía a suspirar. Ya no necesitaban
que les explicara lo que estaba pasando, así que no había otra cosa que
hacer más que acompañarlos en su alegría por el bebé.
—¿Qué te parece entonces? ¿Jonas o Richie?
Miré al pequeño, centrándome en su cara.
—Creo que me gusta más Jonas.
Algo me oprimió el pecho. Me escocían los ojos al imaginar lo que
debía de sentir al sostener a un bebé, a su bebé. No me había permitido ese
tipo de pensamientos en los últimos dos años. Cada vez que asistía a un
parto, había reprimido mis sentimientos con todas mis fuerzas. En ese
momento ya no quería luchar contra ellos. Al contrario, quería dejar que esa
sensación de asombro y alegría me invadiera.
—Bueno, hola, pequeñín. Puede que te llames Richie. Aún se puede
debatir —susurró Skye. Le acarició la nuca con los dedos. Rob seguía
sujetándolo y, por la expresión de su cara, no pensaba soltarlo pronto.
—Vale, gracias, Laney. Por venir aquí, por mantener a Skye tan
calmada. No tienes idea de lo estresada que estaba en el camino.
—Me alegra haber podido ayudar.
Había dicho que yo había calmado a Skye, pero tenía la impresión de
que él también estaba más relajado cuando yo estaba cerca.
Aquel día estaba dedicada de lleno a los Winchester. Dios mío, me
gustaba tanto como sonaba...
Por alguna razón, esperaba que la mitad del clan fuera de visita, pero
transcurrida media hora, solo Tess y Amelia se habían hecho presentes.
—¿Dónde están los demás? —pregunté.
—Skye dijo que prefería que no viniéramos todos a la vez —dijo
Amelia.
—Tengo miedo de que el bebé se agobie —dijo Skye.
Vale, tenía sentido, pero había estado tan segura de que Cole acabaría
apareciendo que no pude evitar sentirme desanimada. Como quería ser útil
y, de repente, sentí que me estaba entrometiendo en un momento familiar,
me dirigí a una máquina expendedora porque quería llevar bebidas para
todos. Mientras tanto, no pude resistirme y le envié un mensaje a Cole.
Laney: Tanto tu hermana como tu sobrino están muy sanos. Y son
SUPERADORABLES.
Quizás me había excedido con las mayúsculas, pero estaba tan
emocionada que no podía controlarlo. Esa inmensa alegría necesitaba una
válvula de escape... y, en aquel momento, eran las mayúsculas.
Cole: ¡Hola! Isabelle me ha dicho que estás allí con ellos.
Laney: Pensé que vendrías tú también. Y ahora estoy triste :-(
Cole: Mi hermanita dejó instrucciones claras para que no fuéramos
todos al mismo tiempo a su habitación. Yo haría lo mismo. Pero puedo
recogerte.
Laney: Sí, por favor.
Laney: De hecho, espera. Voy a preguntar a Skye y Rob si les
gustaría que me quede por la noche.
Cole: Avísame. Puedo colarme y llevarte comida, también puedo
buscar un almacén de suministros para un... masaje.
Laney: Ya que no estoy oficialmente de turno... ¡ME APUNTO a eso
también!
Cole: ¿Por qué eres tan corruptible?
Laney: Ni idea. Supongo que tiene algo que ver con los bebés. Tengo
tanta energía que no puedo quedarme quieta.
Cole: Tomo nota.
Laney: Te mantendré al tanto.
Cuando regresé con las bebidas, todos estaban extasiados admirando al
bebé. Yo también quería hacerlo, incluso sostenerlo en mis brazos, pero
temía que eso pudiera parecer una intromisión.
—Rob, ¿quieres que me quede esta noche? —pregunté.
—No, está bien. He organizado todo para quedarme aquí con Skye.
—Vale, perfecto. Me quedaré aquí un rato más, para asegurarme de que
todo esté bien.
También estaba esperando poder abrazar un poco a su hijo. En ese
instante, Tess lo tenía en brazos y su mirada era puro amor.
Capítulo Veintiuno
Laney
Tres horas más tarde, llegó la hora de irme. Skye se sentía bien, y la joven
familia seguramente necesitaba su privacidad. Fiel a su palabra, Cole me
recogió. En cuanto salí del hospital, sufrí una especie de colapso. Había
tenido un subidón de adrenalina durante el parto y mientras atendía a Skye
en la habitación, y en ese momento estaba procesándolo todo. Seguía
sumida en mis pensamientos cuando el taxi se detuvo frente a su loft. Una
vez dentro, clavó sus ojos en mí.
—¿En qué estás pensando, Laney? —preguntó, acariciándome el labio
inferior con el pulgar.
—En un montón de cosas... quizás demasiadas. No estoy segura de
cómo interpretarlas.
—Cuéntamelas, tal vez pueda ayudar.
—No lo sé —bromeé—. Están todas relacionadas contigo. Podrías
darme respuestas sesgadas.
—Es verdad que podrían ser parciales. Pero también serían ciertas al
cien por cien.
Sonreí mientras me conducía de espaldas por el ático hasta que sentí el
borde de la isla de la cocina a mi cuerpo. Cole me subió enseguida, su
mirada me invitaba a hablar.
—Todo es tan intenso cuando estamos juntos. Tan desbordante... y
especial. Estoy cambiando.
—¿Y eso te preocupa?
—No, es que antes me aterrorizaban ciertas cosas... como permitirme
ser feliz cuando nacen los bebés, entregarme a esa alegría. Sin embargo,
hoy fue tan diferente... Me sentí inmensamente feliz. Estoy divagando, lo
siento.
—No tienes nada por lo que disculparte, Laney. Nada. Es normal estar
asustada. Puedes hablarme de cualquier cosa. No me ocultes ninguna faceta
tuya. Quiero conocerte a fondo.
El corazón me retumbó en el pecho al oír sus palabras. Tenía tantas
mariposas en el estómago que apenas podía estarme quieta.
—Cole... ¿lo dices en serio? —Me reí, y él me devolvió la sonrisa,
posando sus labios sobre los míos.
—Me haces sentir cosas que no sabía que existían, Laney. Y no tengo
ningún problema en reconocerlo. Me estás cambiando, cariño.
—Tú también me estás cambiando —confesé—. Pasé de estar
aterrorizada a solo tener miedo.
Me pasó la punta de su nariz por la sien, y luego bajó hasta mi mejilla.
—Eso es positivo. Quiero que te entregues a mí por completo, Laney. Y
no me cansaré hasta que eso suceda.
—Puede que tarde un poco. Esa sensación de que te arranquen la mitad
de tu vida es aterradora —susurré, porque yo también deseaba eso con todas
mis fuerzas, pero no quería prometer nada. ¿Y si ese temor a amar y a
perder nunca desaparecía del todo? No sería justo que se hiciera ilusiones.
—Yo estaré aquí a tu lado. ¿Confías en mí?
—Sí. Solo que todavía no soy capaz de confiar en mí misma.
—Cambiaré eso, ya verás.
—Dios, haces que me sea imposible no soñar.
Sonrió de manera pícara.
—¿Sobre qué?
—Sobre tener una familia enorme y una bonita casa donde reunirnos
todos cuando queramos. Algo así como la de Skye. Parece algo muy lejano,
pero tú me das ganas de alcanzarlo.
—Tenemos todo el tiempo del mundo.
—¿Cómo logras mantener tanta tranquilidad frente a todo esto?
—Cariño, te dije que no es en vano que me llamen “El encantador”.
Hasta hace un año, o en cualquier momento antes de conocerte, no solía
pensar en el futuro. Por eso, creo que cada cosa tiene su momento.
Me besó la mejilla derecha, descendiendo hasta una comisura de la
boca. Luego lamió mi labio inferior hasta que gemí y tiré de su camisa. Ese
lametón se extendió en dirección a mi centro.
—¿Has cenado? —preguntó.
—La verdad es que no.
—Pon tus manos sobre mis hombros —ordenó. Ni siquiera dudé en
hacerlo, me encantaba sentir su fuerte cuerpo bajo mi contacto. Grité
cuando me levantó de la isla. Luego, en un mismo movimiento, me bajó al
suelo y me llevó hacia el sofá.
—Oye, ¿no vas a darme de comer? —pregunté.
—Tengo algunas sobras en la nevera. Podemos divertirnos un poco
antes de cenar. —Sus manos pasaron de mi cintura a mi trasero.
—¿Diversión rápida y atrevida? —Moví las cejas.
—Nunca rápida, siempre atrevida.
—Me gusta la idea.
Acto seguido, nos tumbamos en el cómodo sofá, uno al lado del otro.
—Estoy esperando la parte atrevida —susurré.
—Tendrás que esperar hasta después de la cena.
—¿Entonces por qué tienes tu mano en mi culo? —Hice pucheros,
batiendo las pestañas.
—Porque es mío —dijo con seriedad.
Sonriendo, le besé la punta de la nariz.
—No lo cuestiono... pero me estás enviando mensajes contradictorios.
Volvió a subirla hasta mi cintura, mofándose de mí con una sonrisa.
—¿Feliz?
—Para nada. —Al segundo siguiente, moví su mano de nuevo al
cachete de mi culo—. Aceptaré las caricias, con mensajes contradictorios y
todo.
Me besó despacio, provocándome, pero yo quería más de su contacto.
Quería estar conectada a él de todas las formas posibles. Ya me sentía tan
unida a Cole emocionalmente que todo mi cuerpo vibraba de pura alegría y
felicidad, pero también necesitaba esa conexión física, de inmediato.

***
Cole
Laney estaba guerrera esa noche. Se puso de pie, mostrándome una sonrisa
pícara antes de quitarse toda la ropa. Qué espectáculo.
Caminó hacia el dormitorio y yo la seguí con impaciencia. Tenía una
vista privilegiada de su precioso y redondo trasero. Todo su cuerpo era
exquisito. Me encantaba su pequeña cintura, sus muslos curvilíneos... pero
ese culo era mi kryptonita. Me encantaba lo segura que estaba ante su
desnudez, y tuve que hacer un esfuerzo inhumano para no arrinconarla
contra la pared. Inspiré y espiré lentamente por la nariz, con la intención de
calmar mi acelerado pulso. Dentro del dormitorio, la atraje inmediatamente
hacia mí, apretando su precioso trasero contra mi entrepierna.
—Jooder.
Se dio la vuelta, relamiéndose los labios.
—Necesito desnudarte.
—No te detendré. —Levanté las manos, dejándola tomar la iniciativa.
Me desabrochó los botones con rapidez y, luego de quitarme la camisa, me
besó los hombros y el brazo derecho. Una vez que la prenda estuvo en el
suelo, miró hacia abajo y me acarició la erección por encima de los
pantalones.
—¡Dios, Laney! —gemí, agarrando su muñeca. Ella sonrió con
picardía, pero yo estaba demasiado necesitado de sus caricias como para
jugar. Estaba ávido de lo real. Me desabroché el cinturón con la mano libre,
bajé la cremallera y metí su mano en mis bóxers. Me rodeó la erección con
los dedos.
Joder, joder, joder. Acaricié su cara, observando sus labios, antes de
mirarla directamente a los ojos.
—Eres muy importante para mí —dije.
Su expresión se iluminó, pero eso fue lo último que registré, porque
apretó con fuerza mi erección y entonces el instinto se impuso a la razón.
Me quité los pantalones y los calzoncillos antes de agarrar sus caderas y
alinearlas con las mías. Ejercí presión sobre su entrada con toda la longitud
de mi polla, pero sin penetrarla. Solo quería ese contacto carnal.
Mis pelotas se tensaron y solté un gemido. La balanceé hacia delante y
hacia atrás, sujetándola por las caderas, hasta que empezó a gemir.
Retrocedió y se dio la vuelta, subiéndose a la cama a cuatro patas y
girando su cabeza para mirarme. Joder, estaba preciosa así, exigiendo lo que
quería. Yo estaba más que feliz de complacerla, pero bajo mis condiciones.
Me coloqué detrás de ella y me incliné para besarle los lados del cuerpo,
desde sus pechos hacia las costillas y luego hasta la cadera. Le pasé mis
dedos desde su rodilla hasta su culo. Se le puso la piel de gallina, más aún
cuando metí una mano entre sus piernas. Cuando introduje dos dedos en su
interior, gimió. Los apreté contra su sensible tejido y ella me recompensó
con un grito largo y profundo antes de enterrar la cabeza en la almohada.
Mi erección presionaba la parte exterior de su muslo y me resultaba casi
imposible contenerme.
—Cole, por favor.
—Por favor, ¿qué?
—Tócame. Fóllame. Por favor.
Su voz temblaba, al igual que sus piernas, pero yo no había terminado.
—Quiero que te corras así, Laney. Después, te prometo que te follaré
tan bien que haré que te corras.
Mis palabras la estimularon. Deslicé mis dedos fuera de ella para poder
presionar su clítoris, y explotó. Joder, estaba preciosa, agarrando las
sábanas y extendiendo una pierna hacia atrás.
Gritó contra la almohada y, cuando la tumbé boca arriba, noté que todo
su cuerpo estaba temblando. Me coloqué un preservativo antes de colocar
una de sus piernas sobre mi hombro. La penetré cuando aún no había
terminado de correrse, pero quería sentir esa tensión alrededor de mi
erección. Era exquisita.
—Joder, ¡jooooder! —Moví las caderas hacia delante y hacia atrás,
viendo cómo su cara se retorcía de placer y su respiración se volvía más
frenética.
Estaba tan contraída que no podía respirar, no podía hacer nada más que
contemplar su precioso rostro y su cuerpo respondiendo ante mí. Miré hacia
abajo y, por alguna razón, ver cómo me deslizaba dentro y fuera no hizo
más que intensificar el placer. Bajó la pierna que había puesto sobre mi
hombro a la cama, impulsándose contra mí.
Me apoyé sobre los codos y le besé el pecho y el cuello. Enredé los
dedos en su pelo, manteniendo su cabeza inclinada hacia un lado, y mi boca
en su cogote, saboreando su piel.
—Joder, joder. —Mi pene se expandió dentro de ella y me corrí tan
fuerte que se me nubló la vista.
Cuando Laney se contrajo a mi alrededor, acercándose de nuevo al
clímax, el placer se apoderó por completo de mí, haciéndome perder el
control sobre mis miembros. Mi cuerpo se sacudió hacia adelante. Todos
mis músculos ardían, pero no aflojé, no bajé el ritmo hasta que ambos
llegamos al orgasmo.
Me aparté hacia un lado y la mantuve pegada a mí hasta que murmuró:
—Creo que ya no necesito la cena. Solo esto.
—Me gusta como suena eso, cariño.
Me miró, sonriendo.
—Si quieres mimarme con tu famoso masaje de cuerpo entero, me
apunto.
—Será un placer. Solo necesito recuperar el aliento.
Mi polla palpitó cuando me deshice del condón. Laney me estaba
observando atentamente, con una almohada bajo la cabeza. Me tumbé de
espaldas a ella y enseguida bajó sus dedos hacia mis abdominales.
—Me ha gustado estar con Skye hoy —dijo.
—Qué bien, cariño. ¿Qué tal hoy con Isabelle?
—Le gusta el local, pero primero tiene que hacer números y ver si
puede permitírselo. Dice que pedirá que le asignen más tours. Le está
costando más de lo que esperaba. —Su voz se llenó de preocupación.
—Isabelle es fuerte. Encontrará algo que le encaje.
—Lo sé. Ojalá me dejara prestarle dinero para que no tuviera que andar
contando cada céntimo, pero...
—Creo que lo único que podemos hacer es apoyar a las personas que
nos importan en todo lo que nos permitan.
—Tienes razón.
—Me gusta esto —dije.
—¿Qué?
—Tenerte en mi cama, compartir cómo nos ha ido el día, intercambiar
ideas.
Ella sonrió, dándome golpecitos con los dedos en el esternón.
—A mí también me gusta. Tú me gustas. Haces que me resulte muy
difícil salir de la cama.
—Pues no lo hagas, tengo una propuesta peligrosa.
Abrió la boca, pero la cerró enseguida.
—¿Así que tu idea de darme de cenar es... matarme de hambre?
—Cariño, mi idea es que tú seas mi cena, pero podemos volver a eso
después de darte algo de comer. Te iba a preguntar si querías que te trajera
una bandeja a la cama.
Sonrió.
—Vaya, me encanta esa propuesta, pero lo primero es lo primero.
Quiero mi masaje de cuerpo entero. Si es que estás listo.
—¡Claro que estoy listo! Túmbate boca abajo.
—Sí, señor.
Me puse semiduro cuando ella rodó sobre su estómago, poniendo ese
precioso culo justo delante de mí. La cena todavía podía esperar...
Capítulo Veintidós
Laney
Después de investigar un poco sobre las galas de los Winchester, tuve un
pequeño ataque de pánico. Los eventos eran mucho más importantes de lo
que había imaginado, no solo por el número de asistentes, sino por el
código de vestimenta exigido. Isabelle y Tess se habían ofrecido a
acompañarme a ir de compras, pero, sinceramente, cada vez me resultaba
más difícil encontrar un hueco para hacerlo.
Después de ver unos cuantos vestidos en Internet, me di cuenta de que
no podía gastarme tanto dinero en algo sin antes probármelo. Eso
significaba que tenía que encontrar tiempo para ir de compras del modo que
fuera. Además, hacer un pedido por Internet y tener que devolverlo si no me
quedaba bien era aún más complicado, así que al final decidí emprender la
aventura con Isabelle y Tess. Después de intercambiar mensajes, decidimos
que sería esa misma noche. Tampoco nos quedaba mucho tiempo, ya que la
gala se celebraría dos días más tarde, pero yo no solía ir de compras y había
olvidado que necesitaba un vestido.
De camino, me sorprendí al recibir una llamada de Ian y Dylan.
—¡Hola, chicos! —saludé.
—¡As! —dijo Ian.
—Hola, Laney —añadió Dylan.
—¿A qué debo el placer de que me hayáis llamado los dos?
—Solo queríamos ver cómo estabas —dijo Ian—. Y preguntarte cómo
está Isabelle.
—Parecía estar un poco desanimada por teléfono —añadió Dylan.
Se me derritió el corazón.
—Se está esforzando, pero creo que es más difícil de lo que imaginaba.
No es por nada, pero creo que se pondría muy contenta si fuerais a visitarla.
—Planeábamos hacerlo de todos modos. Iremos a la gala —dijo Dylan.
Los chicos dirigían su propia empresa en Washington así que tenían
flexibilidad horaria.
—Genial. Creo que echa de menos a sus amigos. Me reúno con ella
siempre que puedo, y Tess y Josie también, pero cuantas más caras
conocidas mejor. De hecho, he quedado con ellas ahora, me van a ayudar a
comprar un vestido.
—Vale, te dejaremos con ello, entonces —dijo Ian.
—Pásatelo bien y... Laney, cuida de ella, ¿sí?
—Así será, te lo prometo. Me tengo que ir.
—Hasta ahora.
Me reuní con Isabelle y Tess justo delante de su tienda del Soho. Tess
ya estaba allí cuando llegué, e Isabelle llegó dos minutos después que yo.
—Tess, me encantan tus zapatos —dijo Isabelle, con la mirada clavada
en los zapatos de tacón de Tess. Eran absolutamente preciosos: unos peep
toes rojo brillante con un tacón de diez centímetros.
—Gracias —dijo Tess, sonriendo mientras me cogía del brazo.
—Vamos a vestirte, guapa.
—¡Claro! Estoy lista.
No iba mucho de compras, ya que en el trabajo llevaba bata y cuando
estaba fuera del hospital prácticamente vivía en vaqueros y camisetas de
tirantes sencillas. La última vez que había hecho compras había sido antes
de Roma, en H&M y Zara, pero las galas eran algo muy distinto.
La tienda tenía el suelo de madera oscura y los ambientadores de la
mesa redonda de mármol desprendían un aroma a jazmín.
La dependienta, Danielle, se acercó a nosotras con una gran sonrisa.
—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó.
—Necesito un vestido para una gala —le expliqué.
Danielle miró a Tess con complicidad.
—¿Por casualidad se trata de una de tus galas?
—Así es —respondió Tess.
Danielle me miró de arriba abajo.
—Yo diría que eres una talla treinta y seis. Tal vez treinta y cuatro en el
caso de algunos diseñadores europeos. ¿Te gustaría que te trajera una
amplia variedad solo por diversión? Podría incluir una mezcla de estilos y
colores ¿O tienes en mente algo específico?
—Preferiría que trajeras una amplia selección.
Cuando miré vestidos en Internet, estaba un poco obsesionada con los
vestidos corte A, pero tenía la sensación de que me estaba perdiendo otras
opciones.
Danielle nos condujo a la parte de atrás, donde había una zona de
asientos muy elegante frente a los probadores. Tenía un sofá de terciopelo
con dos mesas de mármol idénticas a la de la entrada.
—Skye y yo solemos venir aquí a por vestidos —comentó Tess—.
Adoramos a Danielle. Tiene un don para elegir cosas que hacen que una
parezca una supermodelo. Es un gran estímulo para el ego.
Diez minutos más tarde, Danielle apareció con vestidos de estilos muy
diferentes. Uno me recordaba a un vestido de flapper de los años 20, otro a
un vestido corte princesa y el último era de estilo romano. No sabía si
alguno de esos estilos me quedaría bien, pero estaba loca por probármelos
todos.
—Chicas, ¿queréis champán? —preguntó Danielle después de que entré
en el probador.
—¡Vaya, ¿el servicio incluye champán?! —exclamó Isabelle—. Yo
también compraré aquí.
—Como de costumbre, acepto —dijo Tess.
Abrí la cortina y asomé la cabeza.
—¿Podría tomar champán también? Y, si es posible, ¿podría tener una
cereza encima, por favor? Prometo que no lo derramaré sobre los vestidos.
Danielle guiñó un ojo.
—Por supuesto. Vuelvo enseguida con tres copas y una botella.
Sonreí mientras cerraba la cortina. ¿Una botella para las tres? La cosa
iba a desmadrarse rápidamente. Mucha gente no entendía por qué el
champán te emborrachaba con mayor velocidad que el vino, pero era
debido a las burbujas.
Primero me puse el vestido de estilo romano y no podía creer lo que
veían mis ojos, a pesar de que aún no había terminado de subir la
cremallera.
Hacía que mi cintura pareciera pequeña y mi escote enorme, pero sin
perder la clase. También era perfecto para un evento a mediados de mayo,
no demasiado veraniego.
Salí del probador dando vueltas. Tess aplaudió, hizo fotos y se las envió
a Skye.
—Este se lleva mi voto —dijo Isabelle.
—No, no, no. Espera a que se los pruebe todos. Os lo digo, Danielle
tiene un talento especial.
Para cuando me puse el segundo vestido, de color verde oscuro con un
hilo de plata en el borde, Danielle había vuelto con el champán y lo había
servido generosamente en tres copas. Brindamos y sonreímos al dar el
primer sorbo.
—Puedes tomar asiento y mantenerlos puestos durante un rato —
comentó Danielle. Aprecié que no me metiera prisa. Cuando me preguntó
qué tipo de zapatos prefería, me sonrojé.
—Los tacones no me resultan muy cómodos, así que algo elegante pero
lo más plano posible.
—No te preocupes, tengo justo lo que necesitas.
Volvió con unos preciosos zapatos de terciopelo negro con la puntera
redondeada y tacones finos de cinco centímetros.
Volví a entrar en el probador. No importaba qué vestido me probara, me
quedaba como hecho a medida. Parecía una actriz en la gala de los Oscar.
Al menos, así me sentía yo.
—Vale, tengo un serio problema —dijo Isabelle—. Me encantan todos.
—Ese también es mi problema. —Hice pucheros, balanceándome de un
pie a otro. Me estaba probando el vestido romano por segunda vez.
—Tess, ayuda.
—Bueno, yo voto por éste. Te lo has probado por segunda vez, lo que
significa que te has decidido por él. A menos que quieras comprar más de
uno...
—No, no, no. No me tientes. Ni siquiera tengo espacio en mi armario
para más de uno.
Tess me miró fijamente.
—Cariño, quema ya ese armario y compra uno nuevo.
Solté una risita.
—Tengo que mudarme. Mi apartamento es muy pequeño.
Guiñándome un ojo, Tess rellenó su copa y la de Isabelle. Pensé en
contenerme, pero ¿por qué negarme ese placer?
Ya había escogido el vestido, tenía el día siguiente libre y estaba en la
ciudad con dos mujeres increíbles. Era hora de divertirse. ¿A quién le
importaba si estaba achispada? Le tendí la copa a Tess para que me la
rellenara y me bebí la mitad de un trago.
—Necesito cortar unos centímetros —comentó Danielle—. Puedo
hacerlo esta noche si quieres. Solo dame veinte minutos. Parece que aún os
queda media botella por beber.
—¡Claro que sí! —exclamó Tess.
—Veinte minutos está perfecto —dije.
Dejé la copa sobre la mesita y volví al probador para quitarme aquel
precioso vestido y entregárselo a Danielle.
Ya me había puesto los vaqueros y la camiseta de tirantes cuando oí a
Isabelle susurrar:
—Laney está taaaan contenta.
Me asomé de nuevo por el probador.
—¿Estáis hablando de mí? —pregunté.
—No —respondió Tess sospechosamente rápido.
Isabelle estaba evitando mi mirada. Vale, ¿realmente pensaban que
podían engañarme con tanta facilidad? Ni siquiera estaba achispada aún.
Algunos de mis sentidos aún estaban en alerta. Otros estaban claramente
adormecidos, como pude deducir al tropezar con la cortina al salir del
probador, casi rasgándola.
—No tengo duda de que he oído mi nombre —dije. Isabelle suspiró y se
encogió de hombros.
—Bueno, estábamos hablando de ti. Nada malo, en serio.
—No pensé que fuera algo malo. Solo quiero participar.
Tess se rió.
—Usted, señorita, es muy valiente. Por lo general, cuando alguien de la
familia se da cuenta de que estamos hablando de él, sale corriendo en
dirección contraria.
Me senté junto a ellas en el sofá de terciopelo, sorbiendo de mi copa.
—¿Y bien? ¿Cuál de vosotras confesará? —pregunté.
—¿Debemos ser cien por cien sinceras? —le susurró Isabelle a Tess,
que asintió entusiasmada.
—Bueno, le estaba diciendo a Tess que pareces muy feliz. Y que como
te conozco desde hace mucho tiempo, puedo afirmar que, en una escala de
felicidad del uno al diez, estás alrededor del veinte.
—Has dado en el clavo —confirmé, tomando un poco más de champán.
Me lo estaba pasando de maravilla.
—Se pone tan eufórica cuando habla de Cole. Su voz adquiere un tono
un poco más agudo y no puede dejar de sonreír. Se percibe claramente en su
voz —añadió Isabelle.
Tess levantó su copa hacia mí, guiñándome un ojo.
—Definitivamente has pasado la prueba.
Sentí que mis ojos se abrían de par en par.
—¿Estaba en período de prueba?
—Bueno, no exactamente, pero estaba tratando de determinar cuánto te
gusta Cole.
—Mucho, mucho —le aseguré.
—Qué noche más bonita, tan llena de confesiones —dijo Tess en un
susurro.
—¿Tú también tienes algo que confesar?
—Bueno, ahora que hemos establecido que estás supercolada por Cole,
puedo cogerte más cariño. Ya no tengo que contenerme.
La abracé y las dos nos echamos a reír. Sentía un gran afecto por Tess.
Nunca había conocido a nadie que llevara el corazón en la mano como ella.
—Supe que me caerías bien desde la primera vez que te vi —confesé.
Se incorporó, sonriendo.
—Te portaste como una campeona, calmando a Skye y Rob, aguantando
el pánico de toda la familia. —Dirigiéndose a Isabelle, añadió: —Es muy
fuerte.
—¿Y crees que no lo sé?
Danielle volvió con el vestido y me preguntó si quería probármelo otra
vez. Como solo le había cortado unos centímetros y le había hecho un
dobladillo, no fue necesario. Estaba a punto de ir a pagar justo cuando sonó
mi móvil. Cole me había enviado un mensaje.
Cole: ¿Cómo están mis chicas?
Le mostré el mensaje a Tess.
—¿Qué os parece? ¿Debería sincerarme y decirle que nos encantaría
que nos recogiera? —pregunté.
—Por supuesto —asintió Tess. Pulsé el botón y me alejé un poco de
Isabelle y Tess. Estaba segura de que Cole diría algo inapropiado por
teléfono. Apostaba a que lo haría en menos de dos minutos.
Cole respondió enseguida.
—Estaba esperando que me enviaran fotos —dijo en lugar de saludar.
—Tú las pediste; yo nunca accedí a enviar ninguna.
—Laney... —Hmm, su voz parecía un poco gruñona, y muy seductora
—. Todavía estás a tiempo de enviarme algo.
—¡Cole Winchester! La única forma en la que me verás desnuda es en
persona. No voy a enviarte fotos sin ropa.
—En realidad me refería a fotos tuyas probándote vestidos, pero me
gusta cómo piensas.
Sentí que mis mejillas se calentaban y, al instante, mis orejas.
—Todavía puedes enviarme fotos del vestido ganador.
—Ya está empaquetado. Estaba por pagar.
—Vale. ¿Cómo están mis chicas?
—Nos estamos divirtiendo. Pero nos encantaría que nos recogieras. De
hecho, me encantaría.
—¿Dónde estáis?
—En una tienda en el Soho. Se llama Fashion After Dark.
—Buscaré la dirección en Google y os recogeré a todas en unos veinte
minutos.
—Vaya... creo que me gustas aún más que antes —susurré.
—¿Cuánto? —preguntó.
—Humm, te lo demostraré cuando estemos solos.
—Me gusta ese plan. —Después de un instante, añadió—: Acabo de
buscar la dirección de la tienda. Estaré allí en quince minutos.
—Genial. Gracias.
Después de pagar, esperamos a Cole fuera de la tienda. Llegó
enseguida, en un elegante BMW negro con chófer. Salió del coche y nos
observó a las tres detenidamente.
—Parecéis muy felices.
—Pues lo estamos. Ha sido una tarde muy productiva y bastante
informativa. He descubierto que tu chica está perdidamente enamorada de
ti.
Gruñí.
—Tess, te lo dije en confianza.
Tess se tapó la boca, haciendo una mueca de arrepentimiento.
—Lo siento. No era mi intención.
Cole nos ofreció una cálida mirada a las dos.
—Venga. Os llevaré a todas a casa.
—¡Vaya, has venido en un coche de la empresa, me siento tan
distinguida e importante! —exclamó Tess mientras Cole nos ayudaba a
sentarnos en el asiento trasero. Él iba delante, junto al conductor.
—No sabía que teníais coches de empresa —dije.
—No los uso a menudo, debido al tráfico. Quien a veces los usa es
Hunter. Sobre todo, los guardamos para los clientes que requieren un
tratamiento de realeza cuando tenemos una reunión.
—Lo entiendo perfectamente. Me siento como de la realeza —dije,
deslizándome hacia abajo en el asiento de cuero.
—Así que, Tess... ¿antes estabas diciendo que mi chica estaba
locamente enamorada de mí? —Cole lo preguntó con tanta naturalidad que
no pude evitar reírme. Pero miré a Tess con una ceja levantada para que no
se le escapara otra vez.
—Mis labios están sellados —dijo Tess con seguridad.
—Los míos también —declaró Isabelle, como si sospechara que Cole
iba a centrarse en ella a continuación.
Se rió entre dientes y se dio la vuelta para mirarnos brevemente a las
tres.
Primero dejamos a Isabelle y luego a Tess. Acto seguido, Cole se situó a
mi lado en el asiento trasero. Apoyé la cabeza en su hombro y tamborileé
con los dedos sobre su pecho, después le desabroché el botón superior de la
camisa e introduje la mano.
—Te quiero —le susurré al oído. Vale, tal vez no fuera el mejor
momento, pero quería decírselo y no estaba dispuesta a esperar ni un
minuto más—. Sé que las chicas me han delatado, pero quería que tú
también lo escucharas de mí.
—Cariño... —Echó la cabeza un poco hacia atrás hasta que tuvimos
contacto visual y luego me sostuvo la nuca—. ¿Lo dices en serio? Porque te
quiero con toda mi alma y no sabía si decírtelo era buena idea.
Tragué con fuerza.
—Tengo miedo de lo mucho que te quiero, pero te quiero.
Presionó sus labios contra mi frente y sentí cómo se curvaban en una
sonrisa.
—Joder, cariño. Me muero de ganas de que estemos a solas.
Los dos hablábamos en susurros, pero aun así... era mejor esperar. Unos
minutos más tarde, el coche se detuvo frente al edificio de Cole y
prácticamente corrimos hacia su puerta. Una vez dentro, acarició mi rostro.
—Dilo otra vez.
—Te quiero, Cole Winchester. Te quiero.
—Cariño, yo también te quiero. ¿Qué voy a hacer contigo?
No tenía ni idea de cómo lo hacía, pero podía jurar que algunos de mis
miedos se derretían al ver esa alegría tan pura en sus ojos, al sentir sus
manos en mis caderas.
—Estoy a su merced, señor Winchester. Haga lo mejor que pueda.
Capítulo Veintitrés
Laney
—Esto es increíble —murmuré cuando entramos en el salón de baile,
contemplándolo todo. El alto techo con sofisticados dispositivos de
iluminación dorados era simplemente exquisito, al igual que los pequeños
balcones estilo ópera repletos de mesas. Había alrededor de una docena de
mesas más repartidas por la sala, rodeando la pista de baile.
—Gracias —dijo Cole.
Solo había visto eventos como aquel en películas o series de televisión.
A pesar de su majestuosidad y elegancia, la sala no intimidaba en absoluto.
Me sentí bienvenida.
Tess nos saludó desde la mesa familiar junto al escenario. En ese
momento se encontraba sola. Nos dirigimos hacia ella, pero nos detuvimos
un par de veces en el camino para que Cole saludara a los invitados y me
presentara. Me encantaba ir de su brazo y conocer un poco mejor su mundo,
formar parte de él.
—¿Cómo se os ocurrió la idea de organizar estos eventos? Son
grandiosos. Incluso tenéis servicio de traslados y aparcacoches... ¡Y tu
familia es tan humilde! Al menos, por lo que he visto.
—Hunter y yo nos codeamos con muchos de los clientes de nuestro
negocio y gracias a eso hemos podido descubrir lo que les mueve. O, en
este caso, lo que les hace desprenderse de su dinero para beneficencia.
Nosotros iniciamos la donación aportando una enorme suma de dinero y
luego ellos nos siguen.
—Bien pensado —dije cuando llegamos a la mesa de los Winchester.
—¡Estás preciosa, Laney! —exclamó Tess.
Hice un gesto para que se levantara de la mesa.
—Quiero ver bien tu vestido.
Se puso en pie, dio una vuelta y yo asentí. Tess estaba absolutamente
radiante. Llevaba un vestido rojo brillante con escote en forma de corazón.
Parecía tener más mechones rubios que la última vez que la había visto. Su
cabello caía en unas ondas muy elegantes.
—Estás increíble —le dije.
—¿Qué te has hecho en el pelo? Me encanta.
—Un blowout con un cepillo.
—Se te da muy bien. Yo parezco un gato electrocutado cada vez que lo
intento.
—Tienes que ver un pequeño tutorial en YouTube. Te enviaré el enlace.
—¡Gracias!
Por suerte, había sido bendecida con un pelo naturalmente grueso y
brillante que, de alguna manera, resistía el maltrato diario de estar atado y,
en ocasiones, cubierto con un gorro de plástico. Aquella noche, había
utilizado uno de esos enormes cepillos redondos para alisarlo y darle
volumen al mismo tiempo. Me encantaban los tutoriales en todas sus
variantes. Por supuesto, podía haber ido a la peluquería, pero era más rápido
hacerlo yo misma. Después de que Cole y yo nos sentáramos, Josie y
Hunter se unieron a nosotros. Ryker, su mujer, Heather, y su hija, Avery,
llegaron poco después.
—Heather, sé que acabamos de conocernos, ¡pero tienes que decirme
dónde has conseguido tu vestido! —exclamé. Era azul oscuro, estilo
princesa, con un lazo plateado en la cintura.
—Gracias. Te enseñaré su página web más tarde. Por cierto, aquella
niña enérgica que acaba de correr al rincón de los niños es Avery.
—Encantada de conocerla también.
—Sentémonos todos —dijo Ryker.
Un rato después, Isabelle, Ian y Dylan se unieron a nosotros. Los chicos
me abrazaron y Dylan me susurró al oído:
—Gracias por cuidar de Isabelle.
Le apreté ligeramente el hombro y sonreí al retirarme.
—Vale, chicos. Ya que estamos todos, repasemos el plan de esta noche.
—Tess tocó el iPad que tenía delante, encendiendo la pantalla—. Bueno, yo
voy a participar en el sorteo. ¿Quién más se apunta?
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Si uno se apunta en la rifa, los invitados pujan por cada uno de sus
bailes —explicó Cole—. Normalmente participamos todos los de la familia.
Un momento... ¿Eso quería decir que Cole iba a estar bailando con otras
mujeres toda la noche? Ni de broma. Apreté los labios, observando el
entorno. Vale. No quería ser egoísta, sobre todo porque era por una buena
causa, pero aun así... Joder, eso no.
Estaba pensando la mejor manera de sacar el tema cuando Hunter se
echó a reír.
—¡Tu chica se está poniendo un poco territorial! —exclamó. Mirando
de reojo, me di cuenta de que Cole me había estado observando. Sentí calor
en las puntas de las orejas y también en las mejillas. Maldita sea,
probablemente pareciera un tomate.
Ryker sonrió.
—Bienvenida al club, Laney. No te preocupes, una de las señales en
este grupo de que alguien va en serio con su pareja es ser territorial.
Asúmelo. Vívelo.
Hunter se rió entre dientes.
—Así es. Por eso, de todos nosotros, Tess es la única que sigue
participando en el sorteo. Suerte que Isabelle, Ian y Dylan han accedido a
sustituirnos.
Isabelle movió las cejas de arriba abajo.
—Incluso he traído zapatos de baile. Preveo mucha diversión.
Ian y Dylan intercambiaron una mirada.
—Aunque era más divertido cuando teníamos más competencia —dijo
Ian, mirando a su hermano—. Ahora sabemos que vamos a conseguir el
mayor número de boletos.
—Todavía podéis competir entre vosotros —señalé.
Dylan asintió.
—Cierto. Pero cuantos más, mejor.
Dejé escapar una risa, pero me incliné ligeramente hacia Cole,
siguiendo el consejo implícito de Ryker. Sip, tenía mi parte territorial y no
me importaba admitirlo. Cole soltó una risita y me rodeó la cintura con su
brazo.
—Solo bailaré contigo esta noche, Laney. Iba a decirle a Tess que me
sacara de la rifa y que ni se le ocurriera pedirte que participaras.
Tess le hizo un gesto de aprobación a Cole levantando un pulgar.
—Joder, Hunter, ¡tienes toda la razón! Eso de ser territorial cuando se
trata de los bailes es una movida. Siento que es casi un rito de iniciación.
Transformarse de soltero autoproclamado a... bueno, aún estoy buscando la
palabra correcta.
—¡Oye! —protestó Dylan—. No te burles de los solteros.
Tess dramatizó su reacción, llevándose la mano al pecho, y abrió la boca
en expresión de asombro.
—Jamás se me pasaría por la cabeza, pero... espera un momento.
¿Desde cuándo estás soltero?
—Desde que mi novia decidió que ya no me quería.
Vaya, tío. Pobre hombre.
—Lo siento mucho —dijo Tess—. Pero, bienvenido al club. Perdemos a
uno, ganamos a otro. —Le guiñó un ojo a Cole—. Nunca pensé que diría
esto, pero noto algo de madera de marido en ti.
Todos los comensales rieron entre dientes. Un repentino escalofrío
recorrió mi espalda. Apreté con fuerza las manos sobre mi regazo. La
garganta se me cerraba, tuve que luchar para poder respirar. Con una mueca
de dolor, intenté serenarme. Esperaba que Cole no se hubiera dado cuenta
de mi exagerada e inexplicable reacción, después de todo, era solo una
broma. Le eché un vistazo y se me revolvió el estómago. Se había dado
cuenta. Maldita sea, mi cuerpo entero se tensó, y estaba segura de que lo
había notado.
El brillo juguetón de sus ojos se había desvanecido. Cubrí la mano que
descansaba en mi cintura con la mía, dándole un suave apretón. Vaya, no
quería que se sintiera herido por mi reacción, ni siquiera un poco incómodo.
Sin embargo, no tenía ni idea de qué hacer o decir, especialmente estando
rodeados de su familia y otros invitados. Su mirada parecía penetrante,
como si intentara leer mis pensamientos. Apreté aún más su mano,
esbozándole una sonrisa. Antes de que pudiera decir algo, el maestro de
ceremonias interrumpió el momento, pidiendo silencio a todos. Fue
entonces cuando Hunter subió al escenario para dar el discurso de apertura.
A decir verdad, solo le escuché a medias. Estaba demasiado perdida en mis
propios pensamientos, intentando encontrarle sentido a mi reacción. ¿Cómo
iba a explicarle a Cole algo que ni yo misma comprendía del todo? De
repente, la sala estalló en vítores y aplausos, sacándome de mis
ensimismamiento. Hunter había concluido su discurso.
—Bella dama, ¿qué tal un baile? —susurró Cole en mi oído.
—Será un placer. Aunque te advierto que no soy muy hábil bailando.
—Déjalo en mis manos.
—¡Vaya creído! —bromeé. Soltó mi cintura y retrocedió un poco.
—Siempre. Es parte de mi encanto. —Movió las cejas.
Sonreí, contenta de que el seductor y presumido Cole hubiera vuelto.
Estaba decidida a mantener su ánimo en alto, ya que no me había agradado
en absoluto esa expresión preocupada anterior.
—Hipotéticamente, si te dijera que me gusta tu lado chulesco... ¿Se te
subiría a la cabeza?
—¿Hipotéticamente? Sí. ¿En la práctica? Pues claro.
Reí suavemente mientras nos levantábamos de la mesa y nos
encaminábamos hacia la pista de baile.
—Puedes decirme qué otros lados te gustan. —Susurró en mi oído con
esa voz tan atractiva a la que nunca podía resistirme.
—Señor Winchester. No puede usar su voz insinuante en público.
Parpadeó varias veces antes de reírse.
—¿Mi voz qué?
—Ya sabes lo que quiero decir. —Volví a sentir calor en las puntas de
las orejas.
—No, no lo sé. Explícate, por favor.
—Es la voz que tienes cuando... —Con una rápida mirada pude
comprobar que estaba sonriendo de oreja a oreja. Le di un golpecito
juguetón en el hombro.
—Te estás burlando de mí.
—Me gusta hacerte sonrojar, Laney. Eres tan jodidamente preciosa.
Me sonrojé aún más cuando me acercó y empezamos a bailar. Bueno,
aquello no estaba nada mal. Mientras le dejara guiar, no tropezaría con mis
propios pies.
—La verdad es que nunca había querido que terminara una gala, pero
joder, ahora no veo la hora de que acabe.
—¿Por qué?
—Para llevarte a casa, que te sonrojes un poquito más, y finalmente
escucharte gemir y gritar mi nombre.
¡Dios mío! Había pasado de hacer que me ruborizara a soltar guarradas
en menos de un minuto.
—Me dieron ganas de quitarte este vestido en cuanto lo vi —continuó.
—Lo sospeché por la forma en que me besaste cuando abrí la puerta,
pero no quise hacer suposiciones.
—En caso de duda, te sugiero que siempre supongas que tengo
intenciones traviesas —susurró. Me reí entre dientes y apreté mi mejilla
contra la suya mientras nos movíamos al ritmo de la música.
—Pero me alegro de que estemos aquí, compartiendo esta velada con
mi familia. Gracias por aguantar sus bromas —añadió.
Esa era mi oportunidad. Quería hablar de mi desafortunada reacción de
antes, pero no tenía ni idea de cómo o qué decir.
—Me encanta su rollo. Especialmente cómo Tess dice lo que piensa sin
temor alguno.
—Ya, somos todos iguales. Solo que esta noche Tess parece tener más
cosas que decir que el resto de nosotros.
—Estoy tan feliz de que nos hayamos conocido en Roma. Te quiero
mucho —le dije, jugueteando con su corbata. Tragó saliva y su nuez subió y
bajó. Noté que esperaba que añadiera algo más, pero no sabía qué decir, y
cuando terminó el baile se puso tenso. Moví las palmas de las manos desde
los hombros hasta el cuello, solo para palpar su pulso y su calor. Quería
empaparme de todo. Le besé la barbilla e incluso conseguí darle un beso en
el punto de pulso del cuello antes de que se apartara unos centímetros.
—Cuidado, en el cuello no.
Entrecerré los ojos, plenamente consciente de que ese lugar en
particular era uno de sus puntos sensibles.
—¿Me lo dice el tío que se me ha insinuado hace unos minutos?
—Eso ha sido diferente, todavía estábamos bailando. Ahora tengo que
socializar. No puedo andar por ahí con una erección, Laney.
Hice pucheros, sintiéndome orgullosa en silencio por haber logrado
afectarle de esa manera.
—¿Eso significa que no bailaremos más?
—Te veré más tarde. —Me besó la mejilla, acercándose de nuevo a mi
oreja—. Solo unas horas más y te tendré toda para mí, haré que te
sonrojes... y algunas cosas más.
Di un paso hacia atrás y le empujé el hombro de manera juguetona. Me
dedicó una de esas sonrisas que me hacían flaquear las piernas antes de
marcharse. Qué hombre. Definitivamente tendría que aclarar las cosas entre
nosotros cuando estuviéramos solos más tarde, pero en ese momento no
tenía ni idea de cómo hacerlo.
Capítulo Veinticuatro
Cole
Aquella gala en particular tuvo muchas primicias. Fue la primera en la que
no participé en la rifa, ya que decidimos que también se sortearan los bailes
de los hombres.
Asimismo, fue la primera vez que nuestros invitados nos preguntaron si
estábamos en problemas en lo que a las galas respectaba. Se habían
enterado de la disputa legal con Gabriel. Tendríamos una audiencia cara a
cara una semana más tarde, y el tío había tenido la osadía de correr la voz al
respecto. Además, fue la primera en la que me emborraché. Aún no estaba
del todo borracho, pero había notado que mi tiempo de reacción era un
tanto extraño cuando unos minutos antes había cogido una copa y estuve
casi a punto de derramarla. Fue por eso que decidí sentarme en una mesa
detrás de un tabique junto al escenario. Era donde íbamos cuando
necesitábamos tiempo para reponer fuerzas, lejos de los invitados. Antes de
dirigirse hacia allí, había buscado a Laney por la sala y la había encontrado
en el rincón de los niños con Avery y Heather. Avery estaba sentada en el
regazo de Heather, mientras Laney se estaba recogiendo el pelo en una
coleta. El hecho de darme cuenta de que quería tenerlo todo con esa mujer
me golpeó de lleno en el pecho. Otra primicia... Laney despertaba instintos
dentro de mí que nunca antes había experimentado.
Tess se unió a mí en la mesa, sentándose a tres sillas de distancia.
—¿Estás borracho, hermano?
—Un poco.
—¿Cuántas copas de vino es “un poco”?
—No me acuerdo.
—Joder, eso lo dice todo. —Ladeó la cabeza, inspeccionándome con
una mezcla de preocupación y curiosidad—. Esto no es propio de ti —
murmuró mientras Hunter y Ryker también se sentaban.
—¿Qué está pasando? —preguntó Ryker, alternando la mirada entre
Tess y yo.
—Estoy tratando de entender por qué nuestro hermano está rompiendo
el código de anfitrión. Está un poco achispado.
Ryker y Hunter me miraron fijamente.
—No lo haría sin una buena razón —dijo Hunter.
—Exacto —concordó Ryker. No había valorado hasta entonces lo genial
que era que nos conociéramos tan bien como para no tener que dar
explicaciones.
—Solo quiero entender por qué —dijo Tess con cautela. Tenía razón.
Aunque quizás no esperaran una explicación detallada, compartir
información era una política familiar. El desafío consistía en saber por
dónde empezar.
—¿Tiene que ver con la estúpida broma sobre la soltería? —preguntó
Tess en voz baja.
Hice girar la copa vacía en mi mano, evitando mirar a mi hermana a los
ojos.
—No es por la broma en sí... sino por la reacción de Laney.
—Sí, claramente la hice sentir incómoda. Lo siento mucho, no me di
cuenta. Simplemente... lo pasé por alto. Pensé que sería mejor no darle
demasiada importancia.
—Estuviste bien —le aseguré—. Es solo que... ya no estoy tan seguro
de poder hacer que Laney baje la guardia, que me permita llegar hasta el
fondo de su corazón.
—¡Joder, tío, es obvio que has bebido mucho vino! —exclamó Ryker.
Me reí entre dientes y me pasé una mano por la cara. Tenía razón, no solía
admitir que me sentía inseguro. La confianza era mi sello distintivo, y
estaba orgulloso de ello. Me servía de mucho, no era solo un rasgo, era una
estrategia.
—Cole, no digas eso —dijo Tess—. Siempre sales ganando. Se te da de
maravilla conseguir lo que quieres.
—Sí, no lo admitimos muy a menudo porque ya tienes demasiada
confianza en ti mismo, pero se te da genial —añadió mi hermano.
Le miré levantando una ceja.
—Creo que es la primera vez que te oigo decir eso.
—Joder —dijo Ryker en voz baja—. Supongo que estoy muy
acostumbrado a darte la lata... La verdad es que no soy muy bueno para
soltar palabras alentadoras.
Me reí con desgana. Si Ryker se estaba absteniendo de darme la lata, mi
estado era penoso de cojones. Vaya, eso sí que era un récord negativo
completamente nuevo.
—¿Qué te parece si ponemos ejemplos de situaciones en las que has
tenido éxito? —sugirió Tess.
Hunter golpeó el aire con el puño en señal de aprobación.
—¡Bingo! Gracias por salvarnos, como siempre, Tess. Deja que
empiece yo. ¿Eres consciente de que triunfas en todos los proyectos que te
propones? ¿Incluso aquellos en los que considero que no tenemos la más
mínima posibilidad de ganar? Es increíble.
—Esos son negocios, son habilidades muy diferentes —respondí.
—¿Recuerdas cómo nos convenciste a Skye y a mí para que creyéramos
en nuestro sueño? No hubiéramos abierto la tienda online de no ser por ti.
Las dos teníamos miedo de aventurarnos en el mundo empresarial después
de que el negocio de papá fracasara. Pero tú nos ayudaste a superar ese
miedo, nos hiciste analizarlo desde diferentes ángulos. Se te da realmente
bien.
Sonreí, rememorando aquellos meses incluso en medio de mi
borrachera. Mis hermanas me habían comentado la idea y yo las animé a
trazar un plan de negocio. Incluso después de haberlo terminado, seguían
inseguras acerca de dar el paso, pero yo había analizado todas las
posibilidades con ellas, las había ayudado a racionalizar su miedo con
argumentos sólidos.
—Sí. Ese es uno de mis mayores logros.
—El mejor consejo que nos diste fue el de ir poco a poco. Pienso que
podrías aplicarlo en este caso también.
—Exactamente —dijo Hunter.
—Me encanta la confianza que tenéis en mí.
Hunter puso su mano en mi hombro.
—Tío, siempre fuiste el maestro de la confianza, incluso cuando éramos
niños. Lograbas persuadir a Amelia de cosas que el resto de nosotros ni
siquiera se atrevía a plantear.
—Gracias por las palabras de ánimo —dije. Tess me dedicó una sonrisa
con aire de suficiencia.
La señalé.
—¿A qué viene esa actitud tan creída?
—Bueno, puede que la broma no haya sido oportuna, pero tenía razón.
Tienes madera de marido.
Hunter asintió con aprecio.
—Míralo. Ni siquiera ha fruncido el ceño al oír la palabra. Eso es un
progreso.
—¿Ya puedo volver a darle la lata con eso? —le preguntó Ryker a Tess.
Hunter fue el que contestó:
—Eso. Yo me apunto.
—Por supuesto, adelante —respondí, animado por el hecho de que
pensaran que estaba preparado para aguantar sus bromas de nuevo.
Laney se acercó antes de que Ryker pudiera decir algo.
—¡Vaya, estáis todos aquí! ¿Qué es esto? ¿Una reunión secreta? ¿Puedo
unirme? Bueno, ya lo estoy haciendo, ¿no?
Tess se levantó de su asiento.
—Solo nos estamos tomando un breve descanso, pero chicos,
deberíamos volver a socializar. No podemos tener a la mitad de los
anfitriones huyendo de los invitados.
Se levantaron de la mesa y se retiraron, dejándome a solas con Laney.
—No viniste a buscarme después de tus rondas —dijo haciendo un
adorable puchero.
Me aclaré la garganta.
—Puede que haya necesitado un descanso más largo que el resto.
Sus ojos se abrieron de par en par y, al instante, su puchero dio paso a
una sonrisa.
—Señor Winchester, ¿acaso está un poco pasado de copas?
—Puede ser. ¿Quieres comprobarlo?
Riendo, se acercó a mí. Me miró las pupilas y me tomó el pulso.
—Estás mucho más sexy en tu papel de doctora cuando estás desnuda.
—Pues es difícil que pueda hacer eso aquí, ¿no te parece, traviesillo?
Pero la noche aún es joven.
—Tengo grandes planes para nosotros cuando lleguemos a casa. Me
gusta esto —murmuré mientras besaba su cuello. Ella se estremeció contra
mí al instante.
—Te gusta acariciarme todo el tiempo.
—Es verdad. Es que cada vez que lo hago descubro nuevas formas de
que te ruborices.
—Gracias por traerme contigo esta noche. Me encanta conocer tu vida
un poco mejor, formar parte de ella.
—Me alegro de que lo disfrutes. —No añadí más porque sabía que si
empezaba a hablar, no pararía. Quería que ella estuviera presente en todas
las galas, en cada momento importante de mi vida.
Laney sostuvo mi cara entre sus manos.
—Te quiero, Cole. A veces, eso todavía me asusta. No sé por qué, y
estoy luchando contra ello, pero quiero que sepas que me importas
muchísimo. No sé qué es lo que me estás haciendo, pero quiero más de ello.
Cubrí sus manos con las mías. Sentía que temblaba un poco, por lo que
descendí nuestras manos hasta su cintura, abrazándola con firmeza. Quería
que se sintiera segura y amada, esperando que gradualmente entendiera que
no tenía motivo para temer.
—Estoy aquí para hacerle feliz, señorita Laney.
Le di un largo y profundo beso, moviendo una mano por su espalda y
deslizando la otra bajo el vestido, acariciando su muslo.
Había muchas preguntas rondando en mi cabeza, pero la más candente
era cómo se imaginaba nuestro futuro. Me había dicho que soñaba con tener
una gran familia y un hogar, pero que también tenía miedo de pensar
demasiado en esos sueños. ¿Acaso había cambiado algo? Le había
asegurado que teníamos todo el tiempo del mundo, y lo mantenía, pero al
menos quería saber si se imaginaba a mi lado en los años venideros.
Sin embargo, ese no era el momento más oportuno para preguntárselo.
Ella me quería, y eso ya era más que suficiente.
Siempre había sido una persona que prefería mantener las cosas sin
compromisos y no atarse a nadie, pero en ese instante lo único que quería
era ayudar a Laney a superar sus miedos, a hacer realidad sus sueños y
anticiparme a sus necesidades. Ella se había convertido en una parte
esencial de mi vida, y deseaba que siguiera siendo exactamente así.
Capítulo Veinticinco
Cole
La audiencia del pleito con Gabriel iba tal y como queríamos. Tess, Josie y
yo estábamos en una pequeña sala del East Village. La jueza que había
revisado el expediente había pedido a todas las partes implicadas que
estuvieran presentes cuando diera el veredicto. Tenía alrededor de cincuenta
años, lucía cabello negro y corto, y su habilidad para detectar gilipolleces
estaba bien entrenada.
Sentía que hacía demasiado calor en la sala, así que me desabroché el
botón superior de la camisa. Me había vestido con un traje de dos botones
para causar una buena impresión. Tess, que se encontraba a mi lado, parecía
estar relajada. Mi hermana rara vez llevaba traje, pero en ese momento
llevaba uno de color morado intenso y estaba ocupada quitando pelusas de
su falda.
—En conclusión, he decidido desestimar el caso por completo. Es un
pobre intento de desacreditar una base sólida en beneficio propio. Según mi
experiencia como jueza, esto solo ocurre cuando una de las partes espera
que la otra ceda a cualquier exigencia en un mero intento de evitar cualquier
molestia.
La actitud altanera de Gabriel parecía haberse desvanecido.
—Por último, ordeno al señor Lyons que emita un cheque por concepto
de daños y perjuicios. Encontrará la suma en el documento impreso.
Considérese afortunado de que no esté ordenando una investigación por
extorsión en su contra.
—¡Joder, no! —exclamó Gabriel, levantándose de su asiento.
—Eso mismo le acaba de valer una multa adicional por insultar y
levantar la voz en un tribunal. señorita Winchester, señor Winchester, se le
reembolsarán los honorarios de su abogado. Eso es todo.
—Gracias. —Estreché su mano. Tess y Josie hicieron lo mismo.
Conocía a mi hermana y sabía que estaba controlando su impulso de
ponerse a bailar de alegría.
Sí, en ese momento yo también tenía una sonrisa socarrona. Y sí, me
estaba regodeando mientras miraba a Gabriel. Ese cabrón se lo merecía.
Nadie se metía con mi familia y se iba de rositas, no si yo podía evitarlo.
Cuando la jueza nos ordenó desalojar la sala, pensaba acercarme al abogado
contrario y regodearme un poco más, pero Tess y Josie me detuvieron.
—Me alegro tanto de que no hayamos optado por llegar a un acuerdo —
dijo Tess una vez que estuvimos fuera—. Estuviste magnífica, Josie.
—Muchas gracias —dije—. Has hecho un gran trabajo.
—También tuvimos suerte con la jueza. No quiso alargar el proceso y se
dio cuenta de sus mentiras. Podría haber tardado muchos meses más si nos
hubiera tocado otro magistrado.
—No minimices tu papel —dije—. ¿Vamos a celebrarlo?
—No puedo —dijo Josie—. Tengo un compromiso con un cliente.
Tess negó con la cabeza.
—Quizás un poco más tarde. Nuestra dependienta me acaba de mandar
un mensaje diciendo que tenemos una entrega enorme y no hay sitio en el
almacén.
—Bueno, yo tengo ganas de celebrarlo.
—¿Sabes? Nunca te había visto tan cabreado —dijo Tess.
—Es verdad —añadió Josie.
—Es que no me gusta que se metan con la familia.
—Claramente —dijo Tess—. Bueno, me voy o mi dependienta entrará
en pánico.
—Tess, podemos compartir un Uber —dijo Josie—. Yo también tengo
que ir al Soho.
—Genial.
Cuando las chicas se fueron, me debatí sobre qué hacer. Pensé en volver
a la oficina. Con toda honestidad, tal vez era lo que debía hacer, pero no me
apetecía estar encerrado en mi despacho.
Solo quería celebrarlo, y sabía muy bien con quién quería compartir esa
victoria: Laney. Su turno no terminaría hasta bien entrada la tarde, pero si
no recordaba mal, empezaría una hora después.
Decidí enviarle un mensaje.
Cole: Estoy en la cima del mundo. La jueza falló a nuestro favor.
Laney: ¡Vamos! Enhorabuena.
Cole: ¿Sigues en casa?
Laney: Estoy con Isabelle en la cafetería del hospital. Estaba
demasiado nerviosa para quedarme sola en casa durante vuestra
audiencia.
Dios mío, ¡qué mujer! La manera en la que se preocupaba por mí me
derritió.
Laney: ¿Quieres venir al hospital? Google Maps indica que tardas
unos cuarenta minutos. Eso aún nos dejaría veinte minutos para estar
juntos. Suficiente para unos cuantos besos apasionados.
Cole: Mujer, acabo de salir de un juzgado. Me merezco más que
eso. ¿Qué tal un almacén de suministros para liarnos?
Laney: Podrías intentar convencerme :-D ¿Crees que es suficiente
incentivo para que traigas tu perfecto cuerpo a la cafetería?
Cole: Ya estoy de camino.
Josie y Tess tenían razón. Nunca había estado tan cabreado por algo, ni
tan eufórico por un resultado. Aquello era importante para mí. Mientras me
dirigía al hospital, me di cuenta de por qué: no se trataba solo de un asunto
familiar. Se podía decir que las galas eran nuestro legado, y yo quería que
nuestro legado quedara intacto para las generaciones futuras. El hecho de
llegar a comprenderlo me sorprendió, porque nunca había pensado en ello,
y supe sin duda que tener a Laney en mi vida me había hecho plantearme
cosas que antes ni siquiera había considerado.

***
Laney
—Laney, esto ha sido una gran idea. ¡Estoy tan contenta de que vayamos a
comer juntas! —exclamó Isabelle. Había tenido un arrebato de genialidad
esa mañana, cuando intentábamos encontrar un hueco después de mi turno
que nos viniera bien a las dos, y me había preguntado, ¿por qué no antes?
Almorzar en la cafetería del hospital era el plan perfecto. Isabelle volvía a
estar animada y alegre, y su optimismo era contagioso. Su pelirroja melena
estaba peinada con rizos sueltos que le rebotaban alrededor de la cara.
—Yo también.
—Estoy muy emocionada por haber firmado el contrato para mi
consulta. La compañía de turismo me ha contratado para más tours, así que
todo está yendo bien. Incluso ya tengo mi primer cliente en Nueva York.
Necesito unos treinta más para permitirme la vida aquí, pero pasito a pasito.
Es un gran día para las dos.
De hecho, uno magnífico. Yo iba a asistir a una cirugía muy difícil con
el jefe, y estaba supernerviosa.
—¿Quién te envía tantos mensajes? —preguntó Isabelle.
—Cole. Se va a colar en nuestro almuerzo.
—Bien por él. Sabía por qué me gustaba Cole.
Cole: Voy a llegar tarde. Hay mucho tráfico.
Laney: ¿Mucho más tarde?
Cole: Diez o quince minutos.
Laney: Jo, eso solo nos dejará 5 minutos. Solo me dará tiempo a
darte un pico.
Cole: Podrías cambiarte ya para ganar unos minutos.
Laney: Ya lo he hecho, llevo mi bata y tengo el mensáfono encima.
Cole: Deja de insinuarte.
Sonriendo, aparté el teléfono y volví a centrarme en Isabelle.
Me estaba sonriendo.
—Vaya, se nota que Cole te hace bien, guapa.
—Coincido al cien por cien.
—¡Ah, he olvidado decírtelo! Lisa se ha casado.
Lisa había sido una de nuestras mejores amigas de la infancia, pero nos
habíamos distanciado en la universidad.
—¡No me lo puedo creer! ¿Tienes fotos?
—Hay un montón en Instagram.
—He olvidado mi contraseña, así que no puedo acceder. Y restablecerla
es un follón, tengo muchas preguntas de seguridad y no sé qué coño puse
como respuesta. —Miré a mi amiga con cara enfurruñada porque era
verdad. Era malísima con las redes sociales.
Isabelle sacó su móvil, compadeciéndose de mí, y comenzó a tocar la
pantalla antes de girarla para que pudiera ver.
—Vaya, qué guapa está. Y los dos parecen tan felices. —Lisa siempre
había sido preciosa, pero con el vestido blanco y las flores, no hacía más
que irradiar felicidad.
—¿Recuerdas cuando nos colábamos en las casas de los demás y la
liábamos?
—Cómo olvidarlo.
Dimos un paseo de unos diez minutos por el camino de los recuerdos y
quedamos sorprendidas ante la gran cantidad de detalles que recordábamos.
—Déjame ver más fotos —dije, sosteniendo su teléfono y
desplazándome hacia la derecha. Me alegré muchísimo por nuestra amiga.
También me sentí aliviada de que su precioso vestido blanco no me dejara
paralizada, aunque sí me produjo una extraña sensación en el estómago que
no podía identificar—. Mirar todas estas fotos me pone muy nerviosa —
comenté.
—¿Qué es lo que te pone nerviosa, preciosa? —preguntó Cole,
sentándose en el asiento de al lado.
Di un pequeño respingo porque no le había visto venir e Isabelle me
quitó el móvil de la mano. El movimiento llamó la atención de Cole, y sus
ojos se abrieron de par en par en cuanto vislumbró la pantalla.
—Hola, Cole. Me voy, no quiero robaros vuestro tiempo juntos. Os
quedan muy pocos minutos.
—¿Seguro? Me alegro de verte, Isabelle —dijo.
Después de que se marchara, esperaba que Cole se me echara encima, o
al menos bromeara sobre encontrar un almacén de servicio cerca de la
cafetería.
—¿De qué estabais hablando?
—Una de nuestras amigas de la infancia se ha casado, y estábamos
mirando fotos, recordando algunas travesuras que hicimos de niñas. —Di
media vuelta hacia él. Tomó mis manos y las juntó.
—Cuando dijiste que te ponía nerviosa... ¿te referías a la boda?
Me mordí el labio.
—Yo no...
Sacudió la cabeza y se llevó mis manos a la boca, besándolas.
—Laney, espera, quiero desahogarme. Había planeado esperar un poco
antes de decir esto, pero cuanto más espero, más me pesa. —Me apretó un
poco más las manos y me miró fijamente. Se me hizo un nudo en la
garganta. Por más que hubiera querido hablar, no hubiera podido—. Lo
último que quiero es ponerte en un aprieto. Sé que tienes una operación
importante en la que debes centrarte. No es un ultimátum ni nada parecido,
pero quiero que sepas que... —dijo con la voz entrecortada. Le devolví el
apretón de manos, agarrándolas con fuerza— siento algo muy profundo por
ti. Me he enamorado hasta las trancas y muy rápido, y no cambiaría nada de
eso, te has convertido en una gran parte de mi vida estos últimos meses.
Creo que empecé a enamorarme de ti cuando Skye tuvo aquel susto y la
trajimos aquí. Y sí, soy consciente de lo loco que es todo esto. Cuanto más
nos conocíamos, más me imaginaba cómo podrían ser nuestras vidas en
unos meses, y luego en unos años... Tengo una imagen muy vívida en mi
mente. Muy detallada. Quiero... —Se le quebró la voz y respiró hondo—.
Sé que has dicho que sueñas con ciertas cosas, pero también te da miedo.
Solo quiero saber si crees que existe la posibilidad de que desees lo mismo
que yo. Si no es ahora, en algún momento. —Sonrió, pero sus ojos seguían
llenos de emoción—. En un futuro no muy lejano. Mi miedo más profundo
es que no lo hagas, y yo... solo quiero que te lo pienses.
—Cole, te quiero...
Sacudió la cabeza y me pasó dos dedos por los labios.
—No hace falta que digas nada ahora. Quiero que te lo pienses.
Piénsalo de verdad, ¿vale?
Mi garganta seguía obstruida y sentía como si tuviera una piedra.
Empecé a asentir cuando Magda, la encargada de la cafetería, me llamó.
—Señorita Laney, ¿qué cree que está haciendo? Su turno va a empezar
ya.
Una fracción de segundo después, sonó mi mensáfono. Cole se puso en
pie. Quería decirle que volviera a sentarse o, mejor aún, que me quería ir
con él. Se limitó a besarme la frente y a susurrarme:
—Buena suerte con la cirugía. —Acto seguido, se marchó.
¡De ninguna manera quería cumplir con mi maldito turno! Lo que
realmente quería era ir tras Cole.
—Señorita, hoy no es el mejor día para decidir llegar tarde. El jefe te ha
pedido que lo acompañes en la cirugía.
—Por favor, Magda, dame un respiro. Ya lo sé.
Incinó la cabeza hacia atrás, con la mirada fija en la puerta por la que
Cole acababa de salir.
—Las jóvenes de hoy en día... —murmuró Magda, lo suficientemente
alto como para que yo la oyera. La mayoría de los residentes le temían más
a ella que al jefe. Era la policía oficiosa del hospital y se aseguraba de que
nadie anduviera holgazaneando (como si tuviéramos tiempo para eso). Yo
estaba muy nerviosa y tenía el estómago revuelto, casi como si estuviera a
punto de vomitar.
¡Ay, ay, Cole!
Ya era demasiado tarde para cambiar turnos, y en circunstancias
normales, le pediría a uno de mis practicantes que hiciera la ronda de
revisión inicial por mí. Sin embargo, justo ese día, tenía que estar presente
para una cirugía a primera hora, y ni más ni menos que con el jefe. No
había forma de que pudiera salir del hospital en ese momento. Maldita sea,
nunca había deseado tanto salir de allí.
Con una sensación desagradable en el estómago, me dirigí rápido a la
unidad quirúrgica, apenas era capaz de concentrarme en la tarea que se
avecinaba. Era una operación complicada y tenía que estar muy atenta.
Duraría al menos tres horas.
Sin embargo, mi mente seguía dando prioridad a mi asombroso y
divertido hombre, que además había demostrado ser muy valiente al
exponer sus emociones por completo frente a mí. No estaba preparada para
todas aquellas bonitas palabras. Me conmovieron de una manera tan
profunda que mis ojos se empañaron en lágrimas. ¿Qué le iba a decir
exactamente cuando lo viera, aparte de lo mucho que le quería?
Capítulo Veintiséis
Cole
Salí del hospital pensando que podría sumergirme en el trabajo y olvidarme
de todo, pero una calle más tarde, quedó claro que no estaba de humor para
lidiar con la rutina de oficina, los clientes o los plazos. No, en ese momento
necesitaba a mi familia.
Saqué mi móvil y llamé a Tess.
—Necesito compañía —dije en cuanto contestó.
—¿Ahora mismo o esta noche?
—Ahora mismo.
—Entiendo. ¿Un almuerzo? ¿Una copa?
Me reí entre dientes. Mi hermana estaba en modo detective, como
siempre.
—Una copa no me vendría nada mal.
—Ufff, bebiendo de día... estás en problemas. Cuenta conmigo —dijo
Tess de inmediato.
—Gracias.
No era la primera vez que me sentía profundamente agradecido por
tener la familia que tenía, porque estábamos dispuestos a dejar lo que
estuviéramos haciendo cuando alguno necesitaba algo. Había veces en que
se trataba de un problema grave, y otras veces solo requería apoyo moral,
como en ese día.
—¿Quieres que vea si alguien más de la familia puede unirse? —
preguntó.
—Claro, ¿por qué no?
—¿Dónde nos encontraremos?
—¿Puede ser en mi casa? No estoy de humor para estar fuera con más
gente.
—Sí, mejor. Además, de esa manera evitaremos todas esas miradas
prejuiciosas por beber durante el día.
Me reí, sintiéndome un poco mejor. La verdad era que podía haberme
saltado lo de las bebidas. Solo necesitaba a mi familia.
Llegué al apartamento media hora más tarde. Mi primer instinto al
entrar fue buscar a Laney. Joder. Tal vez reunirnos allí no había sido mi
mejor idea. Me estaba abrumando.
La veía por todas partes. En el sofá, en la encimera de la cocina, sobre
la mesa. Ni siquiera quería pensar en el dormitorio. Mis mejores recuerdos
en mi apartamento eran con ella. Tragué saliva, mirando al suelo.
Durante un insoportable instante, me imaginé cómo sería volver a casa
si Laney me decía que no veía un futuro para nosotros, y simplemente no
pude soportar esa idea. Tuve que apartar mi mente de eso porque la
sensación de opresión estaba aumentando. Era como un peso físico sobre
mi pecho, que se extendía hasta mi garganta. Me apoyé en el espejo de la
entrada, sintiéndome completamente perdido por primera vez en mi vida.
Volví a recorrer el apartamento con la mirada y me fijé en la isla de la
cocina, que a veces también funcionaba como un bar. Maldita sea, ¡no! No
podía quedarme allí aquella noche. Llamé a Tess al segundo siguiente.
—He cambiado de opinión. No quedemos en mi casa —dije.
Hubo una pausa antes de que mi hermana contestara.
—Vale, ¿qué tal en la mía? Podemos reunirnos allí.
—Me parece bien.
—Skye no puede venir, pero Ryker y Hunter se han apuntado.
—Perfecto.
Bien, la situación iba mejorando con cada segundo que pasaba. Iba a
estar rodeado de mi pandilla.
Me dirigí en Uber a casa de Tess, no estaba de humor para lidiar con los
trenes, y menos en hora punta. Claro que, estar atrapado en el tráfico no era
de mi agrado, pero en ese momento lo prefería. Para olvidarme del mundo,
conversé con el conductor durante todo el trayecto, escuchando atentamente
la historia de su vida.
Tess ya estaba en su apartamento cuando llegué. Llevaba el pelo
recogido en una coleta. Sus ojos marrones estaban fijos en mí y me afectó
ver la preocupación que reflejaban.
—Entra, hermano. Los chicos están de camino. Les he pedido que
trajeran refuerzos, pero mira lo que he encontrado. ¿Te acuerdas?
Levantó una botella de José Cuervo con una sonrisa de oreja a oreja. A
pesar de mi profunda tristeza, me eché a reír recordando aquella noche.
Todos habíamos ayudado a Tess a mudarse, abriendo cajas y acomodando
los muebles. A eso de las siete, yo había manifestado que necesitaba un
refuerzo del señor Cuervo para seguir.
Por la boca muere el pez...
El resto de la pandilla se tomó una copa conmigo, pero estábamos tan
cansados que, después de dos chupitos, nos quedamos dormidos.
A la mañana siguiente nos despertamos con la espalda y el cuello
agarrotados, y todavía nos quedaban mogollón de cajas por abrir, pero había
sido sin duda una noche memorable.
—¿Estás segura de que no está caducado? —bromeé. Al fin y al cabo,
se había mudado hacía entonces cuatro años.
Agitó la mano.
—Es alcohol. Estará bueno de todos modos.
Entré y respiré hondo.
—Gracias por hacer un hueco para mí.
—Para eso está la familia. —Levantó aún más la botella, meneándola
un poco—. ¿Prefieres una cena temprana primero o pasamos directo a don
Cuervo?
—Hoy he almorzado tarde.
—Ya, yo tampoco tengo mucha hambre.
Me senté en el sofá, sintiéndome aún fatal. Ryker y Hunter llegaron a
los pocos minutos. Ryker traía consigo una botella de vino, mientras que
Hunter optó por champán.
Tess suspiró.
—Gracias por las provisiones, chicos, pero el vino y el champán no
serán suficientes esta noche. Esto requiere tequila.
Entraron al salón y todos los ojos se dirigieron hacia mí.
—¿Por qué brindaremos esta vez? —preguntó Ryker.
Hunter se limitó a observarme, entrecerrando los ojos. Estaba sentado
en una esquina del sofá.
—No creo que estemos aquí para celebrar. ¿Acaso esto es una reunión
para ahogar las penas?
Gruñí.
—No.
Tess me dedicó una pequeña sonrisa.
—En cierto modo lo es. Pero no te preocupes, puedo hacer que
cualquier fiesta sea divertida.
Volviéndose hacia Hunter y Ryker, los señaló con el dedo.
—Nada de fastidiarle ni bombardearle a preguntas —advirtió mi
hermana con voz severa.
Ryker se rió.
—¿Estás diciendo que tú no lo has hecho aún? —Su sonrisa se esfumó
en cuestión de segundos—. Joder, ¡no lo has hecho!
—Bueno, está claro que este tema nos supera. Tess, será mejor que te
encargues tú —dijo Hunter.
Mi hermana asintió complacida.
—Me parece bien.
—Aunque somos buenos compañeros de copas —dijo Ryker—. Así que
empecemos a tomar chupitos y no digamos nada.
Una hora después...
—Joder, primo, no quisiera estar en tus zapatos —comentó Hunter.
—Yo tampoco quiero.
En algún momento entre el tercer y el cuarto chupito, me había
desahogado. Para mi desgracia, todos empezaron a ofrecerme consejos.
La verdad era que no quería más consejos, sino olvidarme del asunto
por un rato.
Me dirigí hacia Tess.
—Por favor, ¿puedes hacer que paren?
Mi hermana hizo un gesto de resignación.
—No creo que pueda. Perdí mi autoridad después del tercer “José”.
—Mira, tío, tener a alguien con quien compartirlo todo... te cambia la
vida —dijo Ryker.
—Sin duda —añadió Hunter.
—¡Esperad! —dijo Tess en voz alta—. Creo que ya es consciente de
todo eso. No echéis más leña al fuego.
Hunter asintió lentamente.
—Sí, es cierto, tienes razón. Sabía que por algo te habíamos nombrado
capitana de barco.
Sentía el sabor del tequila en los labios y me ardía la garganta. Mis
sentidos y mi mente estaban un poco nublados por el alcohol, lo cual era
reconfortante. Sin embargo, esa extraña presión en el pecho que aparecía
cada vez que pensaba en Laney seguía presente.
—Pues no tengo idea a qué barco te refieres, porque el mío acaba de
hundirse —declaré.
Tess agarró mi mano derecha, mirándome fijamente.
—Hermano, está claro que ella significa mucho para ti. No todos
encuentran en su vida a alguien que los mire como tú miras a Laney. —Su
voz se entrecortó en la última sílaba, lo que me indicó que se estaba
refiriendo a sí misma—. Y ella te mira de la misma manera. —Hizo un
mohín y sacudió la cabeza—. Esto no va por buen camino. Lo que tú
necesitas es que te animemos. Propongo que recordemos algunas tonterías
de nuestra juventud. Siempre es divertido.
Ryker se estiró en el sofá, con una sonrisa en su rostro.
—Si hubiéramos sabido en aquellos años que nuestras estúpidas
ocurrencias acabarían siendo útiles en el futuro, habría tenido una respuesta
cada vez que mamá preguntaba: «¿Por qué has hecho esto?».

***

Al día siguiente, me desperté con la cabeza sorprendentemente despejada.


En realidad tenía sentido, ya que no habíamos bebido en exceso, solo unos
pocos chupitos. Me encontraba en la habitación de invitados en casa de
Tess. Hunter y Ryker se habían marchado tarde la noche anterior.
Al comprobar mi móvil, descubrí tres llamadas perdidas de Laney y
alrededor de diez mensajes. Apagué rápido la pantalla, sin leerlos.
Maldición, estaba empezando a parecer un cobarde.
Aunque si lo pensaba bien, no era exactamente eso. Solo tenía miedo de
cómo pudiera responder. No tenía problema en admitirlo.
Me levanté de la cama y fui directamente al salón. Tess ya estaba allí,
tumbada boca abajo en el suelo, tecleando en el portátil con una mano y
sosteniendo el móvil contra su oreja con la otra.
—Tengo que colgar. Te llamo luego —dijo tan pronto como me vio
entrar.
—Tess, no tienes que dejar de lado todo por mí. Vuelve a tu llamada.
Ya me sentía bastante culpable por haber acaparado casi todo su día
anterior.
—Mmm, no. La misión “Cuidar de Cole” sigue en marcha. —Se
levantó y alisó su vestido rosa con las manos. Acto seguido, señaló con su
pulgar la mesa del comedor.
—Me levanté temprano y horneé pan de plátano. ¿Te apetece un poco?
—Claro.
—Comamos. Yo ya he desayunado, pero nunca digo que no a una
ración extra de pan de plátano. Oye, espera un momento. Hoy estás
diferente. —Después de sentarnos, apoyó la barbilla en la mano,
mirándome atentamente. Estaba en modo detective otra vez. Y aunque sabía
que eventualmente descubriría lo que estaba pasando, sentí ganas de
compartirlo.
—Me desperté y vi que tenía algunas llamadas perdidas y mensajes de
Laney —dije.
—¡Vaya! ¿Y qué decían?
Tragué saliva, tratando de ganar tiempo.
—Todavía no los he leído.
Me sonrió con empatía.
—¿Te dan un poco de miedo, tal vez?
Una de las mejores cualidades de Tess era su extraña intuición para
saber cuándo debía bromear y cuándo debía ser realmente compasiva. No
pude hacer más que asentir, no me avergonzaba admitirlo. Aquello no era
un negocio que pudiera juzgar basándome en números y hechos, dejando
las emociones de lado.
—¿Te gustaría que los lea por ti? —me ofreció.
Durante unos segundos, consideré la opción, antes de decidir que era
una pésima idea. Si las noticias eran malas, lo último que quería era ver
primero la reacción de mi hermana.
—No, me comportaré como un hombre y lidiaré con ello.
—Primero tómate un café. No hay nada peor que intentar analizar una
situación con la mitad de las neuronas aún dormidas.
Después de beber dos tazas de café, finalmente me armé de valor y
revisé los mensajes.
Laney: Llámame cuando veas mi llamada perdida.
Laney: Acabo de intentar llamarte otra vez.
Laney: Por favor, llama.
Laney: Si ignoras la llamada a propósito TE ARREPENTIRÁS.
Me reí entre dientes, sabiendo que Laney solo usaba mayúsculas en
situaciones realmente críticas.
Cole: Acabo de ver todo. ¿Cuándo termina tu turno?
—Esa sonrisa... —dijo Tess, señalándome con el dedo—. Lo tomo
como una buena señal.
—Quiere hablar conmigo.
—Eso es otra buena señal —dijo con entusiasmo. ¿Lo era? No estaba
tan seguro. Había temores que no quería expresar. No me cabía duda de que
mi hermana era capaz de percibir mi inquietud de la misma increíble y
aterradora manera en la que siempre adivinaba todo. La miré fijamente.
Aunque la noche anterior había sido un tanto borrosa, había un momento
que destacaba en particular.
—Tess... sobre lo que dijiste anoche... ¿hay alguien en particular a quien
deba darle una paliza? —Mantuve mi voz firme para que ella supiera que
no estaba bromeando.
Echó a reír y puso su mano sobre la mía en la mesa.
—No dejas de estar en modo hermano ni cuando tú mismo estás
agobiado, ¿verdad?
—Una cosa no quita la otra —aseguré.
—No te preocupes, si en algún momento necesito que le des una paliza
a alguien, te lo haré saber, como siempre.
—Sí, aunque la última vez fue cuando estaba en el instituto.
Tess sonrió.
—Si no recuerdo mal, tampoco te lo pedí aquella vez. Decidiste
intervenir por tu cuenta.
—Parecía lo correcto en ese momento.
Tess soltó una risita.
—Bueno, parece que la cafeína está surtiendo efecto. Tu memoria está
funcionando bien y tus instintos también, especialmente los protectores.
Asentí. Estaba listo para afrontar el día.

A continuación, salimos de la casa de Tess y compartimos un Uber a


Manhattan. Como Laney aún no había contestado, dejé primero a mi
hermana en el Soho. No pude evitar pasar por mi apartamento; necesitaba
cambiarme. Aún llevaba la ropa del día anterior y era evidente que había
dormido con ella. Necesitaba darme una ducha y lavarme los dientes.
Después de asearme y ponerme una nueva camisa y un traje limpio, me
sentía revitalizado. Cuando revisé mi móvil, descubrí que Laney me había
enviado un mensaje.
Laney: Mi turno termina a las dos. ¿Puedo ir a tu apartamento
después? ¿O tienes alguna reunión?
Cole: Te veré cuando acabe tu turno.
Lo último que tenía en mente eran las reuniones. Por más que lo
deseara, no conseguía concentrarme en nada.
Acto seguido, llamé a Hunter.
—¡Qué tal, tío!
—Hoy no podré ir a la oficina —dije.
—Me lo imaginaba. Dime que no es porque sigues compadeciéndote de
ti mismo.
—No. Ya me he duchado y cambiado.
—Bien. De lo contrario, habría tenido que empezar a tratarte un poco
peor.
—Me pareció que estabas un poco sensible anoche...
—No se hace leña del árbol caído. Necesitabas tiempo para recuperarte,
desahogarte.
—¿Y doce horas te parecen suficientes?
—No hay nada que una buena noche de sueño no pueda resolver.
—¿Puedes encargarte de las reuniones que tengo? He quedado con
Laney a las dos y no estoy en condiciones de estar en la oficina. Le pediré a
mi asistente que reprograme todo lo que pueda y te avise si algo es urgente.
A pesar de estar orgulloso de mi capacidad para recordar mi horario, en
ese momento me quedé en blanco. Aquel día, solo tenía a Laney en mi
mente.
—Ve a por tu chica, todo lo demás puede esperar.
—Gracias, tío.
Después de colgar el teléfono, empecé a dar vueltas por el apartamento.
Joder, no podía soportar estar allí dentro hasta las dos. Apenas eran las diez
de la mañana.
No tenía ningún plan, pero sabía que necesitaba salir. Y necesitaba
hacerlo rápido.
En cuanto salí de mi edificio supe con absoluta certeza a dónde
dirigirme: el hospital. No tenía ni idea de por qué. No podía entrar
corriendo y coger a Laney en brazos, por más tentadora que fuera la idea.
Fui hacia la parte trasera del hospital, el lugar donde la había esperado
la primera vez que la vi después de mi regreso a Nueva York. Me senté bajo
la sombra de aquel enorme roble y decidí esperar allí hasta las dos.
Era posible que la noche anterior hubiera querido olvidarlo todo —
incluso quizás lo necesitaba—, pero ese día quería hacer todo lo contrario.
No estaba en mi naturaleza huir de nada. Afrontaba los desafíos de frente,
haciendo lo que fuera necesario para seguir adelante.
La fase autocompasiva había terminado, una noche había sido
suficiente. Aquel día estaba en modo ganador.
Capítulo Veintisiete
Laney
Al entrar en la cafetería, respiré de manera profunda. Las piernas me
flaqueaban un poco y me dolía la espalda. Había sido un turno largo.
Después de la operación del día anterior con el jefe, tuve que sustituir a un
compañero que estaba enfermo. Acabé durmiendo la mayor parte de la
noche en el hospital, pero esa mañana había tenido que ir directamente a
una nueva cirugía. El jefe estaba contento con mi desempeño en la otra
intervención.
Compré un croissant de chocolate y un café espresso y me dirigí a mi
mesa favorita en la cafetería. Era una esquina acogedora junto a la ventana.
No dejaba de comprobar el reloj, deseando que fueran las dos para
poder irme. Me había pasado toda la tarde intentando convencer a algún
compañero para que hiciera el turno de ese día, pero no lo había
conseguido.
Tenía el corazón en un puño y me temblaban las manos.
En ese momento, al no tener una cirugía que requiriera toda mi
atención, no podía evitar pensar en Cole.
Necesitaba hablar con él. Se me partía el alma solo de recordar la
angustia que había en sus ojos. No se lo merecía y tenía que poner las cosas
en su sitio. Mordiéndome el labio inferior, miré por la ventana hacia el lugar
donde solía esperarme después de un turno.
¡HOSTIA!
¿Era Cole el que estaba bajo el árbol?
Parpadeé rápidamente y me levanté tan deprisa que empujé la mesa
unos centímetros hacia delante, causando un chirrido.
Con una sonrisa de disculpa dirigida a los demás clientes, salí corriendo,
dejando atrás mi croissant a medio comer y mi espresso sin tocar.
Solo disponía de quince minutos hasta la reunión obligatoria de la tarde,
pero pensaba aprovecharlos al máximo. Cada paso que daba hacía que los
latidos de mi corazón se intensificaran. Sentía las piernas más ligeras, el
cuerpo también. Observé a Cole mientras me acercaba a él, aún no se había
percatado de mi presencia. Sentado en el banco, tenía la mirada fija en la
pequeña fuente justo en frente de la entrada. Lucía recién afeitado y, para el
ojo inexperto, parecía ser el mismo de siempre. Llevaba uno de sus trajes
que parecían decir “estoy listo para conquistar el mundo”.
Sin embargo, noté que estaba un poco pálido y había unas arrugas en su
frente que no eran típicas de él. Dios, amaba a ese hombre. Tanto, tanto. No
quería que sufriera, y mucho menos por mi culpa. Era demasiado
maravilloso para estar pasando por eso.
—Hola —dije. Entonces me di cuenta de que mis palabras habían salido
ahogadas porque tenía la garganta cerrada. Había muchas emociones
bullendo dentro de mí...
Aclarándome la garganta, hice un segundo intento.
—Cole.
Al segundo siguiente, giró la cabeza en mi dirección y se levantó del
banco.
—¿Desde cuándo estás aquí? —pregunté al mismo tiempo que él decía:
—No podía esperar más en casa, así que decidí venir aquí.
Sonreí y llevé una mano a mi vientre, sintiéndome de repente tímida.
Llevaba el uniforme de quirófano y el pelo recogido en el moño que
siempre usaba durante las operaciones. Apestaba a desinfectante. A Cole no
parecía importarle nada de eso. Se limitó a observarme atentamente, sin
decir una palabra. Los latidos de mi corazón resonaban en mi garganta;
sabía que era yo quien tenía que hablar. Me acerqué y tomé sus manos entre
las mías, agarrándolas con fuerza.
—Siento muchísimo que estés pasando por esto, que hayas tenido que
llevar todo eso en tu pecho. Te quiero, pero ya lo sabes. Ver ese vestido
blanco en la foto me puso nerviosa, pero en el buen sentido. Cole, me veo
contigo dentro de diez, veinte, treinta años. Eres mi futuro. No... no creía
que pudiera volver a sentirme así, que fuera posible superar mi miedo, pero
lo has conseguido, cariño.
Apreté los labios y respiré hondo. ¿En qué estaría pensando? Quería
saberlo.
—Laney, mírame —dijo—. Y ya puedes soltarme las manos si quieres.
Creo que me estás cortando la circulación.
Riendo, liberé sus manos y las uní detrás de mi espalda. Me sudaban las
palmas.
—Así no es exactamente como funciona la circulación sanguínea —
balbuceé.
Cole se rió y me puso una mano en la rabadilla, apretándome más
contra él. Me encantaba cuando me tocaba en ese punto, de esa forma tan
posesiva.
—Te quiero. Eres todo para mí, Laney. Y yo soy todo tuyo. Quiero... —
Su voz tembló antes de quebrarse por completo.
—Te daré todo lo que tú quieras —dije y asentí, sintiendo cómo esas
emociones volvían a bullir. Mis ojos también estaban un poco llorosos. Me
acercó aún más, hasta que nuestras caderas se tocaron. Entonces, puse las
manos sobre sus hombros y pude notar que estaba temblando ligeramente.
—Vayamos a mi casa —murmuró—. Quiero hacerte tantas cosas...
El temblor de mi cuerpo se intensificó. Hice pucheros.
—No puedo. Tengo una reunión en... ¡joder, cinco minutos! Estaba en
un descanso. —respondí, todavía haciendo pucheros. Cole me pasó el
pulgar por el labio inferior y me miró a los ojos.
—Voy a besarte, Laney. —El tono de su voz era autoritario y decidido.
Mis piernas flaquearon un poco.
—Sí, por favor.
Riendo, me puse de puntillas hasta que mis labios estuvieron casi contra
los suyos. Él inclinó la cabeza. Cuando capturó mi boca, apoyé las palmas
de las manos en sus hombros, buscando un punto de apoyo, y mis piernas
volvieron a debilitarse.
La forma en que me exploraba me hacía olvidar cualquier otro
pensamiento. Me abrazaba de aquel modo posesivo que tanto me gustaba,
poniendo una mano en la nuca y la otra en la rabadilla, apretándome contra
él. Vibré sobre sus labios, explorándolo con la misma pasión.
Cuando nos detuvimos para respirar, me tambaleé hacia atrás. Con los
ojos aún cerrados, disfruté del encanto del beso unos segundos más antes de
abrirlos.
—Sus besos son muy peligrosos, señor Winchester —bromeé—. Me
hacen perder el rumbo, la noción del tiempo. De hecho, todo en ti es
peligroso. Llevas este traje a propósito, ¿no? ¿Para resultar irresistible?
Su labio se curvó hacia arriba.
—Nunca vayas a una reunión sin estar preparado. Ése es mi lema. ¿Y
desde cuándo necesito un traje para resultar irresistible? Mis mayores
logros los he conseguido desnudo.
Solté una carcajada, sacudí la cabeza y retrocedí otro paso al ver ese
brillo seductor en sus ojos. Por lo general, eso anunciaba problemas.
—Tengo que volver a entrar. Termino en una hora —dije con voz
temblorosa.
—Bien. Después de eso, eres toda mía. Me muero de ganas por llevarte
a casa y cuidar de ti. Hacer que desaparezca la tensión de tus hombros... —
¡Madre mía! Me estaba derritiendo por completo. Se acercó más a mí, llevó
su boca a mi oreja y deslizó sus dedos por el dorso de mi cuerpo—.
Hundirme dentro de ti.
Una oleada de calor atravesó mi cuerpo. Me estremecí por completo y
mi estómago se revolvió. Me humedecí los labios y retrocedí unos metros
antes de darme la vuelta. Le sonreí al mirar hacia atrás y luego entré en el
edificio.
Uf, menos mal que ya no tenía más operaciones ese día. No era que no
pudiera concentrarme (ignorar el mundo exterior era mi especialidad), sino
que no quería hacerlo. Quería disfrutar de todo aquello, y vaya si lo hice,
mientras el doctor Blackwell hablaba sobre un programa de investigación.
Solo intervenía cuando necesitaban que les proporcionara algún tipo de
información; en cuanto a lo demás, me limitaba a soñar despierta acerca de
la tarde que pasaría con Cole.
Había cambiado tanto con respecto a la persona que solía ser cuando me
había unido al equipo dos años antes. A decir verdad, no solo se trataba de
un cambio a nivel profesional, sino también a nivel personal, en
comparación con la mujer que era antes de conocer a Cole. Tenía una
felicidad inmensa dentro de mí todo el tiempo y una insaciable necesidad de
hacerle feliz a él también.
Aquel cambio dentro de mí fue tan radical que resultaba difícil de
explicar, incluso a mí misma. Simplemente lo sentí. Anteriormente, esa
tristeza formaba parte de mí, la había relegado al fondo de mi mente, pero
seguía ahí. En ese momento, mi pasado era solo un grato recuerdo.
Cole era mi vida.
Una vez terminada la reunión, les sonreí a mis compañeros y decliné de
manera amable la propuesta de uno de ellos de ir a la sala de médicos para
hablar de los últimos ensayos clínicos.
—Mi turno ha terminado —dije, lo cual fue un poco innecesario, porque
todos lo sabían.
—Eso no te ha detenido en otras ocasiones —comentó el doctor
Blackwell. Éramos adictos al trabajo del equipo.
Anthony, otro de los cirujanos, se echó a reír.
—Tiene a alguien especial esperándole, doc. Dele un respiro.
Mis mejillas se sonrojaron. Casi se me cayó la mandíbula de la sorpresa.
El doctor Blackwell simuló un saludo al estilo militar.
—Entendido. Parece que hoy seré el único adicto al trabajo presente.
Sonriendo, me apresuré a cambiarme.
Cole acababa de verme en bata y con “Eau de désinfectant”, y estaba
decidida a reemplazar todo eso con una versión de “Seductora Laney”.
Me cambié rápidamente, tomé una ducha en la unidad especial y me
apliqué gel corporal dos veces para asegurarme de que oliera a fresas.
Me apresuré a salir, secándome rápidamente, y me puse la ropa: un
vestido veraniego y sandalias blancas. Comprobé mi teléfono y me quedé
boquiabierta al darme cuenta de lo tarde que era.
Cole: Son las dos y veinte.
Laney: Saldré corriendo.
Cole: Ya hablaremos de corridas, y durante toda la tarde. Ahora,
date prisa.
Mierda, mis mejillas ardían. ¡Qué hombre más tremendo! Solo para
burlarme de él, le respondí rápidamente.
Laney: Voy a pasar por la cafetería primero. Necesito comer algo.
Cole: Ya me he encargado de eso, he comprado dos croissants: uno
con chocolate y otro con mermelada de fresa.
¡Dios mío!
Apreté una palma contra mi pecho, sonriendo de oreja a oreja. Sip, mi
corazón estaba palpitando. A decir verdad, no me importó lo más mínimo si
se trataba de una imposibilidad médica. Su preocupación por mí no dejaba
de abrumarme.
Al salir, noté que aún seguía sentado bajo el roble, sonriendo radiante
cuando me acerqué. Había un bocadillo en un plato de papel sobre el banco.
—Mmm ese traje... —dije con un suspiro—. Y esos croissants...
Cole se rió, pero sus ojos echaban fuego.
—Me gustan tus prioridades.
Sonriendo, le quité el plato de papel y me senté en el banco.
—Bueno, voy a necesitar mucha energía para poner todas mis...
prioridades en acción.
Sonrió, pero no dijo nada. Bueno, en realidad ni siquiera necesitaba
hablar. Su lenguaje corporal bastaba para hacerme estremecer. Sus hombros
estaban ligeramente encorvados, su mirada era ardiente y decidida. ¿Cómo
causar ese efecto tan poderoso sobre mí?
Me quité los zapatos y me apoyé en el respaldo. Acto seguido, Cole
levantó mis pies y ejerció presión sobre mis plantas con los dedos.
Dios mío. ¿Había algo más perfecto que comer croissants mientras ese
magnífico hombre me daba un masaje en los pies?
Media hora después, tenía mi respuesta. Definitivamente había algo
mejor: estar a solas con Cole en su loft.
Cuando llegamos, monté un pequeño numerito para quitarle la chaqueta,
tirando de ella lentamente por encima de los hombros y bajándola aún más
despacio por los brazos. Luego la coloqué alrededor de una de las sillas de
la mesa del comedor y volví junto a él.
Su mirada era aún más ardiente y decidida que antes, y esa combinación
me ponía cachonda.
Besó mis manos antes de levantar la vista y acercarse a mí.
—Te quiero —dijo contra mis labios antes de descender por mi cuello y
mi pecho—. Prometo cuidarte. —Descendió hasta mi ombligo, mirándome
—. Y adorarte. Toda mi vida.
Se me puso la piel de gallina y mi respiración se volvió irregular. Puse
ambas manos en sus mejillas antes de colocarme a su altura,
arrodillándome. Bajé las manos por sus fuertes hombros y las apoyé en sus
exquisitos brazos.
—Te quiero, Cole. Y siempre lo haré. Esa es mi promesa. Mi voto —
dije con voz temblorosa. Inclinándose, rozó sus labios contra los míos antes
de desviarse hacia el lado de mi cuello. ¡Vaya hombre! Le quería tanto... Mi
piel se sensibilizaba en cada punto donde su boca y sus manos me tocaban
y, en poco tiempo, me convertí en una máquina de desear. No lo oculté,
empujé mis caderas contra las suyas y le desabroché el botón superior de la
camisa. Sonrió contra mi boca y llevó sus manos a los botones. Las aparté.
—Quiero hacerlo yo.
Levantó los brazos en señal de defensa durante un instante antes de
acariciarme el culo por debajo del vestido. Sentir las yemas de sus dedos
subiendo y bajando por cada cachete estaba afectando mis sentidos... y mi
concentración.
Tras deshacerme de su camisa, le empujé hacia el sofá. Se sentó en él,
apoyándose sobre sus codos, con los ojos llenos de alegría... y deseo. En ese
instante, supe que no iba a dejar que lo explorara durante demasiado
tiempo.
Dándole un empujoncito hacia atrás, dibujé una línea recta de besos
desde su cuello hasta su ombligo, y luego de vuelta hacia arriba. Mmm...
todos esos músculos. Acaricié sus brazos con mis dedos y sonreí al sentir
cómo se contraían.
—Laney —gruñó. Levanté la vista e instintivamente apreté los muslos.
Aquel calor en sus ojos... Dios mío.
—¿Acaso está protestando, señor Winchester? —Me burlé.
—Solo ha sido una advertencia.
—¿Ah, sí? ¿Y de qué me está advirtiendo, exactamente?
—De esto.
Antes de que me diera cuenta de lo que estaba haciendo, se puso de pie
y me levantó con un brazo, colocándome contra su hombro en un
movimiento estilo bombero como el que había hecho en el Coliseo.
Me reí, inclinando la cabeza hacia atrás.
—He echado mucho de menos esto. Me recuerda a Roma.
—Podemos volver cuando quieras, cariño. El centro comercial que
estamos construyendo con Delimano ya está en obras. Puedo usar la
inspección como excusa para un viaje a Italia.
—Me encantaría. ¿Y dónde has aprendido a cargar sobre los hombros a
la gente de esa manera?
—Fui voluntario en el cuerpo de bomberos en la universidad.
—Siempre aprendo cosas nuevas sobre ti.
Continué riéndome mientras me llevaba al dormitorio.
—Oye, ¿estabas en uno de esos calendarios de bomberos? —pregunté.
—No.
—Jo, me hubiera encantado ver eso.
Me puso de pie frente a la cama y me miró con una sonrisa juguetona.
—Me tienes en carne y hueso. No necesitas ningún calendario.
—Bueno... podría haberlo puesto en mi taquilla del hospital. Así tendría
algo con lo que deleitarme la vista.
Movió las cejas.
—Como ya he dicho, estaré encantado de visitarte durante tus turnos de
noche.
—No lo dudo...
Me besó de manera profunda, deslizó las manos por mi cuerpo y bajó la
cremallera de mi vestido. Nunca me había desnudado tan rápido. En el
breve instante en que nos separamos para recuperar el aliento, me ocupé de
la parte inferior de su cuerpo hasta despojarle de su ropa.
Tragué saliva, tratando de asimilar todo. No podía creer la suerte que
había tenido y lo mucho que todo había cambiado. Había descubierto cada
parte de mí y me amaba intensamente.
Me había entregado a aquel hombre por completo y estaba rebosante de
afecto hacia él.
—¿En qué estás pensando? —preguntó.
—Humm... En muchas cosas.
—Intuyo que son cosas buenas, por la forma en que sonríes.
—Por supuesto.
—Date la vuelta. —Sus ojos brillaron y me agarró la cadera de manera
posesiva. Me di la vuelta lentamente y, cuando rocé la parte exterior de mi
muslo con su erección, todas mis terminaciones nerviosas se activaron. Me
pareció oírle decir “mía” en voz baja, y casi me desmayo.
Su pene estaba caliente y duro. Realmente lo quería dentro de mí.
Estaba completamente encendida por la expectación.
Colocando una mano en medio de mi espalda, me empujó con suavidad.
Me incliné hacia delante, apoyando las manos en el colchón. Cuando
me pasó tres dedos por una nalga y luego rozó mi entrada con ellos, el
placer se apoderó de mí.
Al segundo siguiente me puse de puntillas y luego me balanceé sobre
los talones.
Mirando de reojo, vi que se ponía en cuclillas, y entonces sentí cómo
me daba lujuriosos besos en la parte posterior de los muslos, avanzando
hacia mi centro. Apoyé las rodillas sobre la cama, exponiéndome aún más.
Cuando me introdujo la lengua, me temblaron los brazos y estuve a punto
de caer de bruces sobre el colchón. Luego me provocó con la polla,
deslizándola a lo largo de mi entrada y rozándome el clítoris con la punta.
Se me escapó un sonido gutural.
Rodé sobre mi espalda, hambrienta de él. Cole se echó hacia atrás,
sonrió de manera pícara, separó mis piernas y hundió la cabeza entre ellas.
Me acarició el clítoris con los labios hasta que me sentí tan excitada que no
pude evitar presionar mi cuerpo contra su cara.
—Cole. —Me incorporé hasta quedar medio sentada, aparté su mano de
mi muslo y lo atraje hacia mí. Con su pícara sonrisa, se subió encima de mí.
Su erección estaba presionando mi bajo vientre y mi clítoris. Cole entrelazó
nuestras manos, rozó mi mejilla con la punta de su nariz y se acercó a mi
oreja.
Se retiró unos centímetros para ponerse un condón y luego colocó su
erección en mi entrada. Acto seguido, se deslizó lentamente dentro de mí.
Yo palpitaba enloquecida, deleitándome con cada centímetro que llenaba.
Me lamí los labios, doblé las rodillas, clavé los talones en la cama y moví
las caderas hacia delante y hacia atrás. Mi clítoris chocaba con su pelvis en
cada movimiento, y esa fricción me estaba volviendo loca. Cada embestida
me provocaba pequeñas réplicas que se intensificaban y se extendían a
través de todo mi cuerpo, haciéndome estremecer. Estaba muy cerca, pero
quería cambiar de postura para poder verle mejor.
Apoyando las manos en sus hombros, lo empujé hacia un lado, dándole
la vuelta hasta que quedó boca arriba. Recorrí su pecho con las manos,
moviendo las caderas hacia delante y hacia atrás, deseando proporcionarle
el mayor placer posible. Tenía el ceño fruncido y mantuvo el contacto
visual justo hasta que los cerró con fuerza, conteniendo el placer como
podía. Soltó un fuerte gemido y luego, apretando los dientes, echó la cabeza
hacia atrás. La piel de su cuello se enrojeció; sus venas se abultaron.
Mientras se ensanchaba dentro de mí, sus gruñidos de placer
retumbaban en la habitación. Instantes más tarde, se me cortó la respiración
y, al sentir que el placer recorría todo mi cuerpo, mi espalda se arqueó. A
pesar de estar aturdida por esa intensa sensación, noté que las manos de
Cole me agarraban por las caderas, moviéndome hacia arriba y hacia abajo
por su miembro hasta que los dos llegamos al clímax.
Cuando me tumbé encima de él, sentí como si no tuviera huesos,
estirando las piernas sobre la parte exterior de sus muslos.
—Te quiero, cariño —dijo. Levanté la vista, puse una mano sobre su
pecho y la barbilla encima.
—Hoy te voy a mimar mucho —declaré.
—¿Cómo?
—Voy a intentar darte un masaje de cuerpo entero otra vez, y así
celebrar el resultado de la demanda. No hemos podido hacerlo todavía.
—Cierto. O tu participación en la cirugía. ¿Qué tal ha ido?
—Fue un éxito, pero muy agotadora la verdad. Puedo contarte todos los
detalles morbosos durante el masaje.
—¿Eso es todo lo que tienes planeado?
Moví las cejas.
—Tengo algo más en mente. Después de todo, soy una experta en Cole.
—Me gusta cómo suena eso.
—Entonces prepárese para quedar boquiabierto, señor Winchester.
Capítulo Veintiocho
Laney
Cuando llegó el 4 de Julio, nos reunimos todos en casa de Skye y Rob para
celebrarlo. Y por todos me refería a la totalidad de los hermanos Winchester
y sus parejas; más los niños, Hunter y Josie, y Amelia y su marido. ¡Dios,
adoraba a esa gigantesca familia! Solo con verlos discutir y bromear entre
ellos se me dibujaba una enorme sonrisa en la cara. Hacía un día estupendo,
soleado y caluroso, y todos estaban en un estado de ánimo festivo. El
ambiente estaba lleno de alegría.
Había terminado mi turno esa mañana y solo había dormido cinco horas
antes de llegar allí. Había bebido tantos cafés por el camino que tenía un
ligero colocón de cafeína.
Estaba realmente feliz de tener el día libre para disfrutar de la jornada
con aquellas maravillosas personas. Cole y yo habíamos hablado por
FaceTime con mis padres cuando estábamos de camino hacia la casa, y
ellos también lo estaban celebrando por todo lo alto en la comodidad de su
hogar.
Estábamos reunidos en el jardín trasero de Skye. Decidí sentarme en el
cómodo columpio que tenían, simplemente para observar al clan
Winchester haciendo lo que mejor sabían hacer: reír y pasárselo bien, al
tiempo que comprobaban discretamente si todos estaban bien. A algunos se
les daba mejor eso de ser sigilosos, como a Tess, que cumplía su cometido
simplemente observando a su familia. Me sorprendió mientras la miraba e
intercambiamos una sonrisa de complicidad. Le di una palmadita al sitio
vacío que había a mi lado y Tess se unió a mí en el columpio. Llevaba un
plato con tarta de queso. Rob había organizado el catering de la fiesta con
Dumont Foods.
—Aclárame una cosa —susurré.
—¿Sobre qué?
—¿Cuándo es que te limitas a observar a todo el mundo sin decir nada y
cuándo decides ponerte en modo detective?
—¿Cole te habló de eso?
—Sí, y con todo lujo de detalles.
Frunció el ceño y se dio golpecitos en la barbilla.
—La verdad es que no lo sé. Supongo que simplemente me adapto a lo
que requiera la situación.
—Tiene sentido.
—Es un talento de familia, ¿sabes?
—Más o menos lo imaginaba. Pero entre tú y yo, tu habilidad es la más
impresionante con diferencia —dije.
—¡Vaya, gracias!
Ryker y Cole también intentaban ser discretos, pero no siempre daba
resultado. En su caso, lo que mejor les funcionaba era ir a por todas. Me
sentía muy afortunada de haberlos conocido y de formar parte de sus vidas.
Estaba encantada de que Skye se encontrara tan bien. Se movía con
energía por el jardín, charlando con todos los presentes y deteniéndose
ocasionalmente para buscar al pequeño Jonas. Ese día, el bebé era el más
feliz con diferencia, ya que todos hacían cola para abrazarle. Yo también
esperaba con expectación.
—¡No sabes lo increíble que es poder volver a ver mis dedos de los
pies! —exclamó Skye, de pie frente al columpio—. Y además, poder
aplicarme yo misma el esmalte de uñas.
—De todos modos, yo siempre estaré encantado de ayudarte con eso —
dijo Rob, despeinando cariñosamente el cabello de su mujer.
Cuando Cole tomó al bebé Jonas de manos de Rob, no pude evitar
suspirar. Tess, que estaba a mi lado, se rió entre dientes.
—Vaya, qué atractivo está con su sobrino en brazos —declaré,
observando a Cole hasta que Amelia cogió a Jonas y mi apuesto hombre
entró en la casa.
—Claro que sí. He visto cómo le miras. No es por nada, pero cuantos
más seamos, mejor, así que si te pones a ello, me ofrezco voluntaria para
hacer de niñera.
Eché la cabeza hacia atrás, riendo.
—Ay, Tess.
La verdad era que había pasado años sin pensar en tener una familia
propia, pero en ese momento, las cosas habían cambiado. Y todo se debía a
aquel hombre tan magnífico.
—No es por presumir, pero creo que soy una tía muy guay, ¿no? —le
preguntó a Avery, quien estaba jugando junto al columpio.
—¡Eres la mejor, Tess! —exclamó Avery.
—¡Ja! —exclamó alegremente Tess—. ¿Ves? La mejor. Que sepas que
no se trata de una competición... —continuó con tono entusiasta. Al
instante, en voz más baja, susurró—: Pero si lo fuera, estoy segura de que el
pequeño Jonas lo confirmaría.
En honor a la verdad, Jonas había parecido estar muy feliz cuando Tess
le había cogido en brazos un rato antes.
—¿Cómo estás? —le pregunté—. Cole me comentó que estás
superliada en tu negocio.
—Y te quedas corta... Las cosas están creciendo de una manera que
nunca hubiera imaginado, y estamos buscando la mejor forma de manejar
esa expansión. La cantidad de trabajo que tenemos es una locura, pero en el
buen sentido.
Mi estómago empezó a rugir mientras veía a Tess devorar su tarta de
queso.
—Bueno, es hora de comer —dije, frotándome la barriga.
—Te recomiendo encarecidamente que pruebes la tarta de queso —
afirmó Tess—. Y también la hamburguesa con queso.
—Lo tendré en cuenta.
El bufé era tan extenso que el equipo de catering había colocado
cuencos, fuentes y calientaplatos en la cocina, en el pasillo que conducía a
la parte trasera y hasta en el propio jardín.
Cole se encontraba dentro de la casa, rodeado por Hunter, Josie, Ryker y
su mujer, Heather, y Rob.
Decidí sorprenderle con un besito sigiloso, acercándome de puntillas al
grupo. Hunter advirtió mi presencia y susurró algo que claramente no debía
llegar a mis oídos:
—Ahí viene Laney.
Todos se callaron al mismo tiempo. Humm... eso era sospechoso.
—¿Qué está pasando? —pregunté, rodeando la cintura de Cole desde
detrás.
Todos permanecieron callados. Fui mirando a cada uno de ellos. Hunter
examinaba con falso interés su botella de cerveza, Josie estaba
inspeccionando sus uñas; Heather esbozó una sonrisa culpable, Rob se
excusó diciendo que saldría al jardín y Ryker simplemente sonreía.
—¿Alguno va a confesar? —pregunté.
Ryker negó con la cabeza.
—No, gracias. Creo que le cederé el honor a Cole.
Cole le fulminó con la mirada. Ryker palmeó el hombro de su hermano
con una sonrisa pícara.
—Mejor dejemos solos a estos dos tortolitos —dijo Ryker. El grupo se
separó en cuestión de segundos, dirigiéndose al exterior. Claro, porque eso
no era para nada sospechoso...
Cole giró lentamente hacia mí, con una mirada pícara y ardiente.
—Así que... —dije.
—Así que —respondió, curvando los labios en una sonrisa.
—No tengo la más mínima idea de cómo es eso de entrometerse, pero
aprendo rápido. Puedo descubrir muchas cosas solo observando a la gente.
—¿Como qué?
—Como el hecho de que estabais conspirando en grupo. No creas que
no me he dado cuenta.
—Nunca se me ocurriría tal cosa, mi observadora y preciosa doctora.
Reí y lo llevé hacia el sillón al otro lado de la isla de la cocina. Cuando
se sentó, me subí a su regazo.
—Ahora intentas distraerme con cumplidos.
—¿Funciona?
Rodeé su cuello con mis brazos.
—Estoy dispuesta a pasar por alto todo esto.
—Muy amable de tu parte.
—Pero quiero algo a cambio de mi generosidad. Un beso. Uno muy,
muy apasionado.
Al segundo siguiente, posó sus labios sobre los míos y, vaya, el beso fue
tan ardiente y sensual que me retorcí en su regazo. Sus labios eran
apasionados, su lengua salvaje. Dios mío. La vida con ese hombre no
tendría ni un momento aburrido. Tenía aquella certeza. Apreté los muslos,
meciéndome sobre él y tirándole suavemente del pelo. En el fondo, sabía
que no podíamos besarnos de esa forma cuando cualquiera podía vernos,
pero bueno, ¡qué más daba!
Me lo merecía por haber pedido un beso superardiente. Cuando nos
separamos para recuperar el aliento, todo mi cuerpo palpitaba.
—¿Por qué me miras así? —pregunté. Sus ojos destilaban felicidad.
También había mucho calor en ellos, sin embargo, estaba segura de que
nunca me había mirado de esa manera.
—Es que me encanta esto... que estemos tan unidos. Que nuestras vidas
estén tan entrelazadas. —Tragó saliva con fuerza y besó mi mano—.
Bueno, deberíamos volver a salir antes de que aparezca alguien,
especialmente Avery.
Me reí y bajé de su regazo. Me resultaba increíblemente entrañable que
se preocupara por Avery. A continuación, cogí un plato y me serví ensalada
César y pan de pizza, además de una hamburguesa con queso, antes de
volver al jardín.
Una vez fuera, me separé de Cole con el pretexto de querer ponerme al
día con todo el mundo.
La razón por la que lo había dejado pasar era simple: planeaba sacarle
información a otra persona del grupo. Observé que todos estaban de nuevo
reunidos, aunque esa vez Cole no se encontraba con ellos; había vuelto a
entrar en la casa con Tess.
Uff... decidir quién sería mi víctima no fue fácil. Tess y Skye eran mis
principales candidatas, ya que tenía una relación más cercana con ellas.
Pero había un problemilla: ninguna de las dos había estado presente antes.
Eché un vistazo al resto del grupo... y finalmente apunté a Ryker. Era
obvio que no podía plantearle la pregunta frente a todos, pero tal vez podría
encontrar una excusa para apartarlo. Me acerqué sigilosamente al grupo y
me quedé de piedra al oír con total claridad las palabras “La proposición de
Cole”.
Se me cortó la respiración. Ryker soltó un gruñido y dejó caer la
barbilla hacia el pecho en gesto de advertencia.
—Hunter, Laney está justo detrás de ti.
Hunter se giró tan rápido que salpicó parte de su cerveza.
—¡Mierda! Uff... no se lo cuentes a Cole.
Desplacé mi mirada de él al resto del grupo, sintiendo cómo mi corazón
latía con tanta intensidad que no podía articular ni una sola palabra.
Palpitaba con fuerza en mi pecho y, como si eso hubiera sido poco, sentía
que se me estaba cerrando la garganta. Me llevé las manos a la espalda, y
comencé a respirar hondo, inhalando por la nariz y exhalando por la boca.
¡Vamos, estúpido corazón!¡Cálmate de una vez!
Sonriendo de oreja a oreja, pregunté:
—¿Qué no le diga qué?
Hunter asintió, mostrando un evidente alivio en su rostro.
Ryker sonrió y dijo:
—Esa es nuestra chica. Gracias por cubrirnos.
Sonreí, lista para seguir el ejemplo de Tess y bombardearlos a
preguntas, pero antes de que pudiera hacerlo, Cole se acercó.
Nuestras miradas se cruzaron y, al instante, me quedé sin aliento y mi
corazón pareció subir hasta mi garganta. Normalmente, podía mantener la
calma incluso en condiciones extremas durante una operación o, en general,
durante una emergencia. Pero fingir que no sabía que Cole quería declararse
era la mayor prueba que jamás había enfrentado.
El resto de la tarde, mi expresión iba y venía entre risa y sonrisitas, en
especial cuando le miraba. Decidí no preguntar los detalles al grupo; porque
ya me estaba costando bastante mantener la calma con la información que
tenía.
Había pensado en ello, sin duda. Sabía lo que quería, que estaba
preparada para ello... incluso lo había mencionado en una llamada con mis
padres. Pero a pesar de todo, la certeza de que estaba a punto de suceder me
produjo enormes ganas de ponerme a bailar de alegría.
Hacia el final de la fiesta, nos dividimos en grupos para ayudar a
limpiar. El personal del catering se encargó de los contenedores de comida,
pero aún quedaban muchos adornos y muebles por recoger.
Estaba desatando los globos atados a la parte superior del columpio
cuando Cole me rodeó la cintura desde atrás. Me sobresalté.
—Laney, estás nerviosa. ¿Qué te pasa?
—No pasa nada.
—Sí que pasa.
—Es que ha sido un día muy emocionante.
—Date la vuelta.
—Pero el globo...
—Doc. Date. La. Vuelta.
Me di la vuelta lentamente, humedeciendo mis labios. Su mirada me
estaba escrutando de una manera intensa e implacable, y además, su agarre
a mi cintura era firme.
El aroma de su colonia era embriagador.
—Vale... me alegra que estemos los dos solos aquí.
Todos los demás estaban ocupados dentro de la casa. Dios mío. Era el
momento. Iba a hacerme la gran pregunta.
No podía fingir por más tiempo. Simplemente no podía.
—¡SÍ! ¡Me casaré contigo! —exclamé, casi sin aliento.
Los ojos de Cole se abrieron de par en par. Frunció el ceño y abrió la
boca.
—¿Cómo te has enterado?
Pasé de nuevo la lengua por mis labios, me balanceé sobre los dedos de
los pies y luego de nuevo sobre los talones.
—Oí sin querer la conversación del grupo hace un ratito.
Cole me rozó el cuello con una mano, sujetándome un lado de la cara.
—¿Qué has oído exactamente?
—No oí ningún detalle, solo las palabras “La proposición de Cole”.
Dios mío. Se me paró el corazón de golpe. ¿Y si se referían a otra cosa?
Una proposición para una propiedad o algo así. Mierda, ¿y si me había
precipitado? Me ardía la cara y el cuello. Y encima lo había puesto en un
aprieto. Dejé caer la mirada hacia mis manos. Mi estómago se contrajo casi
hasta el punto de provocarme dolor.
Me mordí el labio, armándome de valor para preguntar:
—Vaya, ¿acaso se estaban refiriendo a otra cosa?
—No, tontorrona. Lo has entendido bien, perfectamente bien. —En ese
momento, su voz era un poco temblorosa—. Solo que ahora me has pillado
con la guardia baja. Tenía todo este plan, y... ahora mismo ni siquiera tengo
un anillo.
—No importa.
—Está reservado en Tiffany's. No quería comprarlo todavía para que no
lo encontraras por accidente. Lo tenía todo tan bien planeado, maldita sea...
Y ahora no tengo anillo. Te lo pediría, pero ya has dicho que sí.
—Pídemelo de todos modos —susurré.
Cole tomó mis manos entre las suyas y las besó, apretándolas mientras
nos mirábamos.
—¿Quieres...? —Se le entrecortó la voz. Se aclaró la garganta y todo mi
cuerpo entró en calor—. ¿Quieres casarte conmigo, Laney? Quiero...
prometo estar a tu lado todos los días. Prometo construir nuestra vida
juntos, de todas las maneras posibles. Prometo cumplir cada sueño que
tengas. Una casa bonita y una gran familia. Todos ellos.
—¡Sí a todo! Es una promesa preciosa, Cole —susurré. De repente,
comencé a sentir cómo la emoción crecía dentro de mí ante la idea de ser
una mujer casada, de querer una familia y de imaginar mi vida con Cole.
Antes de conocerlo, mi visión del futuro era superficial y se limitaba a una
perspectiva profesional. Sin embargo, en ese momento podía visualizarlo
todo con lujo de detalles. Me moría de ganas de disfrutar cada segundo de
nuestras vidas juntos.
—He estado pensando en la mejor manera de hacer esto durante
semanas. Quería asegurarme de que fuera un momento feliz, que fuera
perfecto para ti.
—No siento más que pura alegría —le aseguré. Coloqué mis manos a
ambos lados de su rostro, enlazando nuestras miradas. Quería que supiera
que hablaba en serio.
—Te quiero. Y será un honor ser tu esposa, amarte y respetarte cada día.
Eres mi mundo, Cole Winchester.
Me besó en la frente, sujetándome en un fuerte abrazo con las dos
manos.
—¿Qué oíste decir exactamente al grupo?
—Nada más, de verdad.
—No puedo creer que me hayan delatado.
—No les eches la bronca. —Me aparté un poco, mirándole expectante.
—No te preocupes. —Dio un paso atrás, señalando con la cabeza hacia
la casa—. Vamos, llevemos dentro los adornos que ya están guardados en
cajas.
—Vale.
Cole levantó una de las cajas pesadas, y aproveché un instante para
admirar cómo se contraían todos aquellos impresionantes músculos. Cogí
una más ligera y me coloqué frente a él, sonriendo ampliamente. En cuanto
entramos en el salón, todas las miradas se posaron en nosotros.
—Bueno... ¿a quién de vosotros se le ha escapado que planeaba
declararme? —preguntó Cole en voz alta.
Epílogo
Laney
Un mes después
—Las vistas son increíbles —dije mientras hacía algunas fotos.
Nos encontrábamos en una cabaña junto a un lago del norte del estado
de Nueva York con toda la pandilla. Había sido idea de Isabelle, y resultó
ser fantástica. El aire de finales de verano era refrescante sin llegar a ser
frío. La imagen del lago con las montañas de fondo parecía sacada de otro
mundo, especialmente porque el sol se estaba poniendo y el cielo estaba
teñido de tonos amarillos y naranjas.
—Deberíamos hacer esto más a menudo —comentó Cole.
—Voy a decirle al resto que la hoguera está lista —dijo Ryker,
dirigiéndose al interior. Se había autoproclamado el maestro de las
hogueras, y había que reconocer que se le daba bastante bien.
Tenía una bolsa llena de malvaviscos listos para asar a mi lado. Me
encantaba aquel sitio. La cabaña de madera a dos aguas era lo
suficientemente grande para acomodarnos a todos, y el espacio de la
hoguera incluso contaba con bancos dispuestos alrededor. Al escuchar
pasos, volví la mirada hacia atrás. Eran Ian y Dylan, que se estaban
acercando a nosotros. Me alegré mucho de que hubieran ido también.
Isabelle siempre estaba más feliz cuando estaba rodeada de todos sus
hermanos, y además, ellos eran muy divertidos.
Sin embargo, en ese momento no estaban exhibiendo su característico
lado divertido. Estaban callados, casi parecían estar tristes. Cole les hizo un
gesto seco con la cabeza cuando se sentaron en el pequeño banco junto al
nuestro. Eso me llamó la atención y me dejó preguntándome qué podría
estar sucediendo.
—Chicos, ¿todo bien? —pregunté de manera general.
—Claro —dijo Dylan.
Los miré a los dos, comenzando a tener sospechas.
—¿Acaso le habéis hecho pasar un mal rato a Cole?
—No, solo hemos tenido una conversación seria —respondió Ian.
Oh no.
—¿Qué? ¿Por qué ahora? Llevamos meses saliendo.
—Pensábamos que solo os estabais divirtiendo. Ahora que vais en serio,
las cosas han cambiado. Tiene que saber que no dejaremos que te haga daño
—explicó Dylan.
Cole se rió.
—Lo habéis dejado clarísimo.
Gruñí, escondiendo la cara entre las palmas de las manos.
—No me lo puedo creer.
Entonces, sentí que Cole me rodeaba la cintura con un brazo,
atrayéndome contra él.
—Yo sí. Me lo esperaba. En realidad, pensé que lo harían cuando
empezamos a salir. Luego creí que me había librado, pero ahora me doy
cuenta de que en realidad pensaron que solamente querías pasar un buen
rato conmigo.
—Tú eras quien no paraba de decir que estarías soltero de por vida. Me
lo tomé al pie de la letra —dijo Dylan. Al instante, bajé las manos.
—Ay, Dylan, echo de menos los días en que eras más romántico y
optimista. ¿Qué te ha pasado? —Había sido una pregunta retórica, pero
supe que me había equivocado en cuanto terminé de hablar. La expresión de
Dylan se volvió más sombría.
—Mi novia me ha dejado. Nunca más iré por ese camino.
Lo sentía profundamente por Dylan. Era como un hermano para mí.
Había conocido a su novia, de hecho me caía muy bien. No me explicaba
por qué había decidido romperle el corazón, pero sabía que iba a llevarle un
buen tiempo rehacer su vida.
Dirigiéndome a Cole, dije:
—Te compensaré por esto.
—No es necesario que lo hagas, pero nunca diré que no a una oferta
como esa.
Claro, por supuesto que no. Definitivamente sabía cómo aprovechar una
oportunidad cuando se presentaba. Estábamos a punto de irnos a vivir
juntos, lo que significaba que esas oportunidades eran muy frecuentes. Aún
no habíamos fijado una fecha para la boda, pero lo íbamos a hacer pronto.
Tan solo unos meses atrás, ni siquiera podía imaginarme rehaciendo mi
vida, y en ese momento, cada vez que pensaba en el día de nuestra boda, me
invadía un torbellino de emociones. Iba a ser una gran celebración; me
moría de ganas de que llegara el día.
Me acerqué a él en el banco, me cubrió con una manta polar sobre las
piernas y luego se tapó él también. Las habíamos sacado por si hacía más
frío, pero hasta ese momento la temperatura del ambiente era agradable. Un
instante después, me di cuenta de que Cole no se había puesto la manta
porque pensó que yo tenía frío. En realidad, la necesitaba para ocultar la
forma tan posesiva en que me agarraba el muslo.
Volví a escuchar unos pasos detrás de nosotros. Hunter, Josie, Isabelle,
Heather y Ryker se reunieron alrededor de la hoguera. Me encantaba estar
rodeada de este grupo, hiciéramos lo que hiciéramos. Siempre tenía una
sonrisa en la cara cuando estábamos todos juntos.
Isabelle y Josie soltaron una risita, observando la hoguera y la enorme
bolsa de malvaviscos. Mientras se sentaba, Isabelle miró a Ian y a Dylan.
—Jo, ya le habéis dado la chapa a Cole, ¿no?
Dylan parpadeó.
—¿Cómo lo sabes?
—Bueno, sois mis hermanos y yo soy terapeuta. Estaría preocupada si
no me diera cuenta.
Todos nos echamos a reír,
—Oye, ¿crees que podemos convencer a estos dos para que se muden a
Nueva York también? —le preguntó Isabelle a Josie con un aire de
conspiración.
Josie entrecerró los ojos.
—Bueno, podríamos sobornarlos con todas las ventajas que ofrece
Nueva York, o tal vez con la idea de un posible sobrino o sobrina.
Los ojos de Isabelle se abrieron de par en par al mirar el vientre de su
hermana.
—¿Qué? —preguntó Ian.
—¿Por qué no nos lo dijiste? —añadió Dylan.
—No, no. No estoy embarazada. Perdón por la falsa alarma. Pero
Hunter y yo hemos estado hablando y siento que por fin he conseguido
encontrar un buen equilibrio que me permite no tener que trabajar las
veinticuatro horas del día, así que tendría tiempo para un chiquitín.
Isabelle abrazó a su hermana con fuerza.
—¡Pues claro! Ahora mismo apenas tengo tiempo para respirar, pero ya
verás cuando tenga a un sobrino entre mis brazos.
Hunter besó la frente de su mujer.
—A juzgar por el caso de Jonas, creo que nuestro bebé tendrá más
familia de la que necesita.
—Nunca se tiene suficiente familia —dijo Tess.
Ryker comenzó a darle pequeños codazos a Heather, moviendo las
cejas.
Heather se rió.
—Vale, supongo que es el momento perfecto para anunciarlo... ¡Estoy
embarazada! Queríamos contároslo a todos este fin de semana.
Hubo un coro de felicitaciones justo antes de que Tess, Isabelle y Josie
abrazaran fuertemente a Heather. Los chicos estrecharon la mano de Ryker.
Cuando volvimos a sentarnos, Cole me apretó la mano bajo la manta. Yo le
devolví el gesto sonriendo.
—Bastó con un solo disparo —dijo Ryker con orgullo.
Tess gruñó.
—Hermano, eso entra en la categoría de “demasiada información”.
—Lo siento, tienes razón. —A juzgar por su sonrisa, no estaba ni un
poco arrepentido.
—Dijiste que te lo estabas pensando hace unos meses. ¿Cómo que un
solo tiro? —preguntó Cole.
La sonrisa de Ryker se amplió.
—Ha habido una brecha entre el hecho de pensarlo y el de intentarlo
activamente.
—¡Enhorabuena, brindemos por ello! —exclamó Tess, aplaudiendo.
Tenía los ojos llorosos, llenos de emoción—. ¡Ah! Por eso insististe en que
compráramos champán —le dijo a Heather.
—¡Sí! Quiero decir... obviamente es para vosotros, no para mí, pero me
pareció que todos lo disfrutaríamos.
Ryker entró y volvió con una botella helada y copas de plástico, porque
era lo único que teníamos. Pero bueno, estábamos tan emocionados que, si
no, habríamos compartido la botella.
—Por la nueva generación —dijo Ryker.
—Y fines de semana de relax con la familia —añadió Hunter.
Tess levantó su copa un poco más.
—Y por todos los solteros que no podemos encontrar pareja.
Ian y Dylan negaron vehementemente con la cabeza.
—Bueno, entre los tours, las sesiones online y las sesiones presenciales,
ni siquiera tengo tiempo para echar de menos las citas y nunca pensé que
diría esto, —dijo Isabelle— pero en cuanto las cosas se calmen, volveré al
ruedo.
Tess le guiñó un ojo.
—Cariño, te lo dice alguien que ha pasado por unos años difíciles.
Comenzar algo requiere mucho tiempo y energía, pero mejorará.
—Sin duda —aseguró Josie.
—Y siempre se puede hacer un hueco para las citas —dijo Tess con
alegría—. Siempre lo he encontrado. Casi siempre sin éxito, pero ¿qué más
da? Hay que seguir intentándolo, ¿no?
—No —dijo Dylan en un tono tan serio que todos nos echamos a reír.
Tess era tan diferente a todas las personas que conocía. Era abierta y
optimista, siempre llevaba el corazón en la mano.
Mientras vaciábamos las copas y empezábamos a asar los malvaviscos,
observé al grupo con atención. Dylan aún tenía algunas heridas que
cicatrizar e Ian era un soltero empedernido. Lo supe desde que éramos
niños, incluso antes de conocer el significado de la palabra soltero. A
Isabelle le iba a llevar un tiempo hasta que las cosas se asentaran, pero eso
sí, no tenía ninguna duda sobre quién sería el siguiente miembro de la
familia en encontrar a su pareja. Por alguna razón, sabía que sería Tess.
Este es el final de la historia. La serie continúa con la historia de Tess.
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La Familia Bennett
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