NO DESPERDICIES TU VIDA Resumen Del Libro de John Pipper

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 8

NO DESPERDICIES TU VIDA

(JOHN PIPER, 2003)


I. CAPÍTULO: Mi búsqueda de una única pasión por la cual vivir.

Somos jóvenes, aunque en muchas ocasiones creemos que hemos


desperdiciado la vida, hoy Dios nos dice, que aún podemos aprovechar la vida al
servicio de él y no en cosas pasajeras:
“Solo una vida, y muy rápido pasará. Solo lo que hagamos por Cristo quedará”
(Piper, 2003, p. 9).
El existencialismo era el aire que respirábamos. Y su significado era que «la
existencia precede a la esencia». Es decir, primero existimos y luego, al existir,
creamos nuestra esencia. Uno crea su propia esencia, elige libremente lo que quiere
ser. No hay esencia fuera de nosotros para tomar como modelo. Llamémosla «Dios»,
«significado» o «propósito», no hay nada de eso hasta que uno lo crea mediante su
propia y valiente existencia. (p. 10)
¿Cuántas veces puede un hombre mirar hacia arriba sin ver el cielo? Hay un
cielo allí arriba. Uno puede mirar diez mil veces y no verlo. Pero eso no afecta a la
existencia del cielo. Porque está allí. Y algún día el hombre lo verá. ¿Cuántas veces
tendrá que mirar para poder verlo? Hay una respuesta. La respuesta, la respuesta,
amigo mío, no será algo que nosotros inventemos o creemos. Es algo ya decidido. Algo
que está fuera de nosotros. Es real, objetiva, firme. Y algún día la escucharemos. No
podemos crearla. No podemos definirla. Viene a nosotros, y tarde o temprano
llegaremos a conformarnos a ella… o a reverenciarla. (p.12-13)
El Dios que está allí.[1] El título muestra la sorprendente sencillez de su tesis.
Dios está allí. No aquí, definido y moldeado por mis propios deseos. Dios está allí.
Objetivo. Una realidad absoluta. Todo lo que vemos como realidad depende de Dios.
Hay una creación y un Creador, nada más. Y la creación obtiene su significado y
propósito de Dios. (Francis Schaeffer, 1968)
*El esnobismo cronológico. Es decir, me mostró que la novedad no es virtud, lo viejo no
es vicio. Que la verdad, la belleza y la bondad no se determinan por el momento en que
existen. Que nada es menos por ser viejo, y nada es más por ser moderno. (p.14)
Hizo que mi alma se enterara de que hay maravillas cotidianas que despiertan
adoración con solo abrir los ojos. Sacudió mi alma dormida y echó sobre mi rostro un
balde de agua fría de realidad, para que la vida, Dios, el cielo y el infierno entraran en
mi mundo con toda su gloria y horror. (p. 15-16)

II. LA REVELACIÓN: La belleza de Cristo, mi gozo.

«Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene
de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15).
Y así fue como el existencialismo se metió con la Biblia: la existencia precede a
la esencia. Es decir, no encuentro un significado, sino que lo creo, lo invento. La Biblia
es arcilla, y yo soy el alfarero. La interpretación es un acto de creación. Mi existencia
como sujeto crea la «esencia» del objeto. No te rías. Hablan en serio. Y siguen
haciéndolo, aunque hoy lo llaman con nombres diferentes (p. 18).
Hirsch defendía lo obvio. Sí, exponía que hay un significado original que el
escritor tuvo en mente cuando escribió. Y sí, la interpretación válida busca esa
intención en el texto y provee buenas razones para defender lo que ve (p.18).
la cortesía común, o la regla de oro, indica que leamos lo que otros escriben
como nos gustaría que leyeran lo que nosotros escribimos (p.18-19).
Así que la afirmación suicida de que Dios ha muerto siguió repitiéndose. Y
cuando muere Dios, muere el significado de los textos. Si la base de la realidad objetiva
muere, lo dicho y escrito sobre esta muere también. Todo va junto. (p.20).
me enseñó a leer la Biblia con lo que Matthew Arnold llama «la severa
disciplina». Me mostró lo obvio: que los versículos de la Biblia no son perlas en un
collar, sino eslabones en una cadena (p. 20).
La pasión de mi vida estaba allí. Una de las semillas estaba en la palabra
«gloria»: el objetivo de Dios en la historia era mostrar su gloria por completo. Otra
semilla estaba en la palabra «deleite»: el objetivo de Dios era que su pueblo se
deleitara en Él con todo su corazón. La pasión de mi vida ha consistido en entender,
vivir, enseñar y predicar el modo en que estos dos objetivos de Dios se relacionan
mutuamente. En realidad, son una misma cosa. Me parecía cada vez más claro que si
quería llegar al final de mi vida sin decir: «¡La he desperdiciado!», tendría que insistir,
seguir, continuar, hasta alcanzar el propósito final de Dios y unirme a Él. Si mi vida iba
a tener una pasión unificadora, única y de recompensa total, tendría que ser la pasión
de Dios. Y si Daniel Fuller tenía razón, la pasión de Dios era la demostración de su
gloria y el deleite de mi corazón. (Sal. 37:4).
Dios glorificado y Dios disfrutado por nosotros son lo mismo. Se relacionan (…)
como frutas y manzanas. Las manzanas son una clase de fruta. Disfrutar de Dios de
manera suprema es un modo de glorificarlo. Disfrutar de Dios hace que Él sea valioso y
supremo. (p. 21).
NOTA: leer Jonathan Edwards.
Y en cuanto a buscar su propia felicidad, recordemos que Edwards estaba
absolutamente convencido de que ser feliz en Dios era el modo en que lo glorificamos.
Fuimos creados para eso. Deleitarse en Dios no era una preferencia ni una opción de
vida; era su gozosa obligación y debería ser la única pasión en nuestras vidas. Por lo
tanto, la decisión de maximizar su felicidad en Dios era la de mostrarlo a Él más
glorioso que toda otra fuente de felicidad. Buscar la felicidad en Dios y glorificar a Dios
era lo mismo. (p. 22).

Mi meta: (1 Juan 3:2)


Finalmente tiene sentido: el fin de la creación es que Dios pueda comunicar
felicidad a la criatura; porque si Dios creó el mundo para ser glorificado en la criatura,
Él lo creó para que las criaturas se regocijen en su gloria: hemos demostrado que son
lo mismo. (p.23).
El propósito de Dios para mi vida era que tuviera pasión por la gloria de Dios y
que tuviera pasión por mi gozo en esa gloria, y que ambas eran una misma pasión. (p.
23).
Dios me creó a mí, y a ti, para vivir con una pasión transformadora, abarcadora,
única: la pasión por glorificar a Dios al disfrutar y demostrar su suprema excelencia en
todas las esferas de la vida. Las acciones de disfrutar y demostrar son cruciales. Si
intentamos demostrar la excelencia de Dios sin gozo, mostraremos una cáscara de
hipocresía y crearemos desprecio o legalismo. Pero si afirmamos disfrutar de su
excelencia y no la demostramos para que otros la vean y admiren, nos engañaremos
porque la marca registrada del gozo de Dios debe desbordarse y expandirse,
extenderse hacia el corazón de los demás. La vida desperdiciada será la vida sin
pasión por la supremacía de Dios en todas las cosas y por el gozo de todas las
personas. (p. 23-24).

Dios nos creó para su gloria. Así dice el Señor: «Diré al norte: Da acá; y al sur:
No detengas; trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, todos los
llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado…» (Isaías 43:6-7).
Desperdiciamos nuestra vida cuando no vivimos para la gloria de Dios. Y me refiero a
toda la vida. Por eso la Biblia incluye detalles como comer y beber: «En conclusión, ya
sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de
Dios» (1 Corintios 10:31, NVI). Desperdiciamos nuestras vidas cuando no incluimos a
Dios en nuestra comida o bebida, y en toda otra acción, cuando no disfrutamos de Él y
no demostramos su gloria. (p. 24).
¿Qué significa glorificar a Dios? Puede ser un giro peligroso si nos movemos sin
cuidado. Glorificar es como embellecer. Pero embellecer significa «mejorar la belleza,
hacer algo más bello de lo que ya es». Esto, decididamente, no es lo que queremos
decir con glorificar a Dios. Dios no puede ser más glorioso ni más bello de lo que es.
No podemos lograr mejorarlo: «Ni es honrado por manos de hombres, como si
necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas»
(Hechos 17:25). Glorificar no significa agregar más gloria a Dios. (p.24).
Desperdiciamos nuestras vidas cuando no oramos, ni pensamos, ni soñamos, ni
planificamos ni trabajamos para magnificar a Dios en todas las esferas de la vida. Dios
nos creó para esto: vivir nuestras vidas de modo que hagan que se vea más la
grandeza, la belleza y el infinito valor que Él tiene en realidad. (p.25).
PARA PREGUNTAR POR EL INTERROGANTE DEL AMOR (no entendí la parte
final)
¿Amar significa engrandecer el objeto de nuestro amor? Para muchas personas
esto no es un acto de amor. No se sienten amados cuando se les dice que Dios los
creó para su gloria. Se sienten manipulados. Esto es comprensible debido a que el
amor se ha distorsionado casi por completo en este mundo. Para la mayoría de las
personas, ser amado significa ser objeto de la adulación, de la exaltación del otro. Casi
todo lo que hay en la cultura occidental sirve a esta distorsión del amor. Se nos enseña
de mil maneras que el amor implica aumentar la autoestima de alguien. El amor es
ayudar a que alguien se sienta bien consigo mismo. El amor es darle a alguien un
espejo y ayudarle para que le guste lo que ve.
Esto no es lo que la Biblia quiere decir cuando habla del amor a Dios. Amar es
hacer lo mejor por alguien. Pero hacer que el propio ser sea el objeto de nuestro mayor
afecto no es lo mejor para nosotros (porque cuesta). En verdad es una distracción letal.
Fuimos creados para ver y saborear a Dios. Para saborearlo hasta satisfacernos por
completo y esparcir en el mundo el valor de su presencia. Si no les mostramos a las
personas el Dios que nos satisface por completo, no las amamos. Hacerlas sentir bien
consigo mismas cuando fueron creadas para sentirse bien al ver a Dios es como
llevarlas a los Alpes y encerrarlas en un salón lleno de espejos. (p. 25).

A veces las personas dicen que no pueden creer que, si hubiera un Dios, este
pueda interesarse por el diminuto punto de realidad llamado humanidad sobre el
planeta Tierra. El universo, dicen, es tan vasto que el hombre es insignificante en
comparación. ¿Y por qué se habría tomado Dios la molestia de crear un punto
microscópico llamado planeta Tierra, y a la humanidad, si no fuera a interesarse por
nosotros? Bajo esta pregunta, hay una carencia fundamental de comprensión acerca
de lo que es el universo. Se trata de la grandeza de Dios, no de la importancia del ser
humano. Dios hizo al ser humano pequeño y al universo grande para decirnos algo de
sí mismo. Y nos lo dice para que lo aprendamos y lo disfrutemos: Él es infinitamente
grande, poderoso, sabio y hermoso. Cuanto más nos descubra el telescopio Hubble
sobre las inexplicables profundidades del espacio, tanto más debiéramos sentirnos
admirados por lo que es Dios. La desproporción entre lo que somos nosotros y lo que
es el universo es una parábola que nos muestra la desproporción entre lo que somos
nosotros y lo que es Dios. Y ni siquiera hace falta mencionarlo. Aquí no se trata de
anularnos a nosotros mismos, sino de glorificarlo a Él. (p. 26).
Toda buena obra debiera ser una revelación de la gloria de Dios. Lo que hace de
una buena obra un acto de amor no es el acto en sí mismo, sino la pasión y el sacrificio
de dar a conocer a Dios en su gloria. Si no buscamos mostrar a Dios, no hay amor,
porque Él es lo que más necesitamos. Y tenerlo todo, sin tener a Dios, es morir al final.
La Biblia dice que uno puede dar todo lo que tiene y entregar el cuerpo para ser
quemado, y no tener amor (véase 1 Corintios 13:3). Si a las personas no les señalamos
a Dios para su gozo eterno, no las amamos. Estamos desperdiciando nuestra vida.

INTERROGANTE: ¿Qué quiere decir el autor con la expresión:


Dios nos ama al darnos la vida eterna al precio de su Hijo, Jesucristo. Pero ¿qué es la
vida eterna? ¿Es la eterna autoestima? ¿Es un cielo lleno de espejos? ¿O de campos
nevados, o de campos de golf o de vírgenes de ojos oscuros?

Dios nos ama al liberarnos de la esclavitud del propio ser, para que podamos
disfrutar al conocerlo y admirarlo para siempre. (p.27).
«Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los
injustos, para llevarnos a Dios…» (1 Pedro 3:18). ¿Por qué envió Dios a Jesús para
que muriera por nosotros? «Para llevarnos a Dios»… a sí mismo. Dios envió a Cristo a
morir para que pudiéramos volver a casa, al Padre que lo satisface todo. Esto es amor.
El amor de Dios por nosotros es Dios haciendo lo que debe hacer, a un alto precio para
sí mismo, a fin de que podamos tener el placer de verlo y saborearlo para siempre. Si
esto es cierto, como dice el salmista: «…en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias
a tu diestra para siempre» (Salmos 16:11), ¿qué debe hacer el amor? Debe
rescatarnos de nuestra adicción al propio yo y llevarnos, transformados, a la presencia
de Dios. (p. 27-28).
¿Te sentirías más amado por Dios si hiciera mucho por ti o si, a un gran costo
para Él, te liberara de la esclavitud de la autoestima, para que pudieras disfrutar de
alabar a Dios para siempre? (p. 28) que buena pregunta…
Él es más glorificado en nosotros cuando más satisfechos nos sentimos en Él.
(p.28).
Dios es el único ser del universo para quien la autoexaltación es el acto de
mayor amor. Todo el que se exalte a sí mismo nos distrae de lo que necesitamos: Dios.
Pero si Dios se exalta a sí mismo, llama la atención sobre lo que más necesitamos para
sentir gozo. Si los grandes cuadros de los maestros pudieran hablar, y nos vieran
caminando por el museo mirando el piso, gritarían: «¡Mírame! ¡Soy la razón por la que
viniste aquí!». Y cuando miráramos y disfrutáramos de la belleza de los cuadros,
nuestro gozo se vería satisfecho. No nos quejaríamos de que las pinturas hablaran.
Habrían evitado que desperdiciáramos la visita. Del mismo modo, ningún hijo se queja:
«Me está manipulando», cuando su padre se deleita en hacerlo feliz con su presencia.
(p. 28).
El propósito para nuestra existencia fluye de lo que Dios es en sí mismo. La
pasión de Dios por su propia gloria da lugar a la nuestra. Es la razón única, integral,
transformadora del ser: la pasión de disfrutar y demostrar la supremacía de Dios en
todas las cosas para gozo de todas las personas. (p. 29).
Dios nos creó para que vivamos con una única pasión: disfrutar
gozosamente y demostrar su suprema excelencia en todas las esferas de la vida.
La vida sin pasión es una vida desperdiciada. Dios nos llama a orar, pensar,
soñar, planificar y trabajar no para que nos exaltemos, sino para que lo
exaltemos a Él en cada esfera de nuestra vida.
Dios en Cristo, ese es el único Dios, el único camino al gozo. (p. 29).
la Biblia dice: «…todo fue creado por medio de él y para él» (Colosenses 1:16)
¡Para Él! Eso significa para su gloria. Y además representa que todo lo que hemos
dicho hasta ahora sobre Dios, que nos creó para su gloria, también significa que nos
creó para la gloria de su Hijo. (p. 30).
No hay otro camino hasta el Padre, sino por medio de su Hijo. Todas las
promesas de gozo en la presencia de Dios, y los placeres a su diestra, nos llegan solo
mediante la fe en Jesucristo. (p.30).
Si pudiéramos ver y saborear la gloria de Dios, deberíamos entonces ver y
saborear a Cristo. Porque Cristo es «…la imagen del Dios invisible…» (Colosenses
1:15). Para decirlo de otro modo: para abrazar la gloria de Dios, debemos abrazar el
evangelio de Cristo. La razón no es solo que seamos pecadores y necesitemos un
Salvador que muera por nosotros, sino también que este Salvador es en sí mismo la
más completa y hermosa manifestación de la gloria de Dios. Compra nuestro placer
eterno e inmerecido, y se convierte en nuestro eterno y merecedor Tesoro. (p.31).
El evangelio es la buena nueva de la belleza que todo lo conquista. O para
decirlo como lo dice Pablo: es la buena nueva de «la gloria de Cristo». Cuando
recibimos a Cristo, recibimos a Dios. Vemos y saboreamos la gloria de Dios. No
lograremos saborear la gloria de Dios si no la vemos en Cristo. Él es la única ventana
por la que un pecador puede ver el rostro de Dios sin quemarse. (p. 31).
O vemos la gloria de Dios «en la faz de Jesucristo», o no la vemos jamás. Y «la
faz de Jesucristo» es la belleza de Cristo que llega a su máxima expresión en la cruz.
(p.31).
Desperdiciamos nuestra vida si no aceptamos la gloria de la cruz, si no la
atesoramos, si no la ponemos en el lugar del más alto precio por todo placer y del
mayor consuelo en los momentos de dolor. (p. 31).

III. GLORIARSE SÓLO EN LA CRUZ, EL CENTRO REFULGENTE DE LA


GLORIA DE DIOS.

También podría gustarte