Alla Afuera
Alla Afuera
Los
parlantes anunciaron que la huelga seguiría en pie toda la noche, que perdonaran,
quizás mañana a las ocho. Mejor era no amargarse. Total, el lío era por una buena
causa.
El hotel del aeropuerto estaba lleno. Por todo el transito que había no
podía ir a la ciudad. Todo estaba en mi contra. En un locker encerré a mi maletín.
Si me quedaba dormido no quería encontrarme con la sorpresa de que algún
atrevido me hubiera robado. Escondí bien la llave y compre el diario local. Me
instale en una silla de plástico a esperar.
El recinto estaba repleto, apestado de pasajeros que ya habían
perdido las esperanzas de llegar adonde pensaban llegar. De los ventanales
chorreaban gruesas gotas que luego caían al gastado suelo. Ahí se formaban
charcos que los viajeros esparcían con sus zapatos por todo el lugar, dejándolo
todo mojado. El calor reinante parecía un chiste, espeso y hediondo, una mezcla
del rancio olor del hedor de cansadas axilas con desodorante. El piso de la sala de
espera estaba cubierto de todo tipo de mugre. En todos los rincones había gente:
durmiendo, conversando, cortándose las uñas, resolviendo crucigramas. Los
distintos acentos latinos luchaban por imponerse.
Decidí dar una vuelta.
Tenia la camisa enteramente pegoteada. Me acerqué a un puesto
donde vendían jugos. Ahí un negro me ofreció prepararme uno bien especial; no
pude decirle que no. Dos pomelos y una banana. Después de pelarlos los puso
adentro de una juguera junto con agua mineral, un huevo, hielo y azúcar. La
espuma se expandió en el brebaje. Vertió la mezcla en un vaso y me lo tome.
Había partido de Buenos Aires en la mañana con la energía que debe
sentir un fugitivo que escapa del guardián. Ahora toda mi ansiedad estaba en
suspención; el sueño me estaba pesando y me asustaba eso de estar en la mitad
del mundo, solo, con otro horario, otro clima. Paula – mi chica – fue a despedirme
a Ezeiza. Feliz de verme contento. Ella partiría tan pronto terminase con todos sus
parciales. Por fin me había ganado una beca para estudiar en la NYU. Varios años
más tarde de lo que me había presupuestado, por cierto. Pero igual era una gran
oportunidad. Mi suegro me consiguió este puesto donde estoy escribiendo: cerca
del Central Park que tanto esperaba conocer. Una editorial que traduce escritores
latinoamericanos. Podría estar peor, supongo.
Tenía apuro de llegar a Nueva York y me molesto quedarme
estancado en Panamá. Pero después de esperar tanto pensé: Manhattan can wait
y así fue. Decidí jugar en unos tragamonedas instalados en los pasillos del
aeropuerto. No gané. Mejor. Era una estafa que no voy a explicar.
No vale la pena.
Lo encontré en el baño. Al principio no lo reconocí. Estaba al fondo,
mirándose la cara en el espejo. Se veía bien Andrés, un poco loco y desarreglado,
pero bien. Mucho más joven que yo, en todo caso. Andaba con el pelo no muy
corto, parado adelante, largo hasta los hombros atrás. Tenía puestos unos lentes
espejos con el marco verde fluorescente, bastante alternativo. Parecía un artista
que deseaba ser reconocido. Bien bronceado andaba Andrés, color mate, una
barba a medias que le daba un aspecto de “desordenado a propósito”.
Andaba con una camisa que yo jamás compraría: anchísima, llena de
estampados, palmeras, gaviotas, olas. En los pies unas zapatillas rojo intenso.
Dio vuelta la cara, me miró fijo y comenzó a sonreír. A medida que
avanzaba hacia mí, más se reía. Se sacó los lentes. Sus ojos estaban marrones
pero brillosos, medio extraviados. Me llamó la atención un atractivo aro, una
especie de lagrima emplumada que le bailaba desde su oreja. Traté de acordarme
de cuál era la decisiva, si la izquierda o la derecha, pero no pude. Andrés ya
estaba encima mío, abrazándome, levantándome en el aire, gritando por todo el
baño.
- Sí, esta buena, ¿No es cierto? Me la compré en Miami, muy loca esa ciudad,
todo artificial y falso.
- ¿Casarme? No me jodas, No thank you, no way, vos sabes, allá en USA todas
las minas se encaman al toque. No como en Buenos Aires. Llegar y llevar. Me
eche cada polvo, loco. La vas a pasar de puta madre, espera. Vas a acordarte
de mí. No vas a querer seguir con Paula.
- Recorrí todo el continente , saque fotos, bien buenas. Las expuse en una
galería del SoHo. Me va bien.
- ¿La novela? No es muy larga. Mi editor cree que se va a vender. Las dos
páginas de Las Hormigas Asesinas se transformaron en 234. ¿Me entendes?
- Ahora estoy en otra. Por algo me fui. Buenos Aires se puede aguantar sólo por
un tiempo. Si no, corres peligro de acostumbrarte y considerar de todo lo que
pasa allá es normal.
- Duró poco, la facultad...Imagínate, así son las mujeres. El otro día me acorde
de ella.
- No, si lo que pasa es que....Te queda bien el pelo corto, el perfume, ¿a dónde
fue a parar tu barba, loco?
- Voy a volver a Buenos Aires, en serio, voy a dar una vuelta, a ver a los amigos.
Especialmente a vos, que sos mi debilidad. Sos muy cómico, boludo. No corre
ningún peligro, te juro. Digamos que en todo caso, vos sabes, de entre todos
mis malos amigos, sos el peor. Te eche de menos. Poco, pero te eche.
- Supongo que también voy a ver a mis viejos, ver Caballito, el Vieytes,
¿Todavía es Vieytes? No sé, tratar de ver si soy de allá, ver si aun pertenezco.
Vos sabes... a veces pienso que nunca me ubique en Buenos Aires, mi vida
nunca tuvo dirección, que siempre estuve de paso, como en libertad
condicional.
Cómo podía decir que no. Nos sentamos en la butaca, colocando los
ojos a la altura indicada. Apreté el botón. Esboce una sonrisa. Salieron bien. Yo
me quedé con una. Andrés con dos. Él pagó.
- ¿Querés café?
- Te lo prometo.
- Ok, cuidate.
- ¿Yo? En todo caso, vos en Nueva York. Es una selva, te puede comer si no
estas atento.
- Yo también. Hecho.
- Chau, loco!
- Yo también!
“Si sos la que andaba con una campera verde y rosa de cuero, tomando un
helado el sábado a las cuatro, leyendo Life, llámame, creo que te quiero.”
Puse un aviso:
Finalmente se abrió.
¿Esta claro? ¿Me escuchaste? ¿Contento? ¿Es mejor allá arriba que
acá abajo?
¿Es verdad que uno ve la película de su vida pasar frente a sus ojos?
¿Y cómo es? ¿Para premio? ¿Taquillera?
...Con un final abierto...
ME bajé del metro y las nubes todavía no soltaban gotas. Entré a un
bar y pedí un cortado. Fui al baño a mear. Bajé el cierre y frente a mis ojos, en la
pared, una letra temblorosa decía: Is There Anybody Out There?. Abajo, con una
letra negra, gruesa, segura, alguien respondía: NO. Tiré la cadena y salí.
Miré a mi alrededor y, efectivamente...no había nadie...