Enmilpedazos
Enmilpedazos
Enmilpedazos
pInternacional
Anna Todd
Traducción de
Vicky Charques y Marisa Rodríguez
Impreso por:
Prólogo
Hardin
Tessa
10
11
12
13
14
15
Tessa
Permanecí bajo el agua todo cuanto pude, dejando que ésta cayera so-
bre mí. Quería que me purificara, que me diera confianza. Pero la du-
cha caliente no me ayudó a relajarme como esperaba que lo hiciera. No
puedo pensar en nada que vaya a calmar el dolor que siento por dentro.
Parece infinito. Permanente. Como un organismo que se ha aposenta-
do en mi interior y a la vez como un agujero que poco a poco se va ha-
ciendo más grande.
—Siento mucho lo de la pared. Me he ofrecido a pagarla, pero Ken
se niega —le digo a Landon mientras me cepillo el pelo húmedo.
—No te preocupes por eso. Ya tienes bastante —repone frunciendo
el ceño mientras me pasa la mano por la espalda.
—No entiendo cómo mi vida ha acabado así, cómo he llegado a
este punto —explico mirando al frente porque no quiero ver los ojos
de mi mejor amigo—. Hace tres meses todo tenía sentido para mí.
Tenía a Noah, que nunca me habría hecho nada parecido a esto. Es-
taba muy unida a mi madre y tenía una idea clara de cómo iba a ser
mi vida. Y ahora no tengo nada. Nada en absoluto. Ni siquiera sé si
debería volver a las prácticas porque Hardin puede aparecer por allí
o tal vez convencer a Christian Vance de que me despida simplemen-
te porque sabe que puede hacerlo. —Cojo la almohada que hay en la
cama y la sujeto con fuerza—. Hardin no tenía nada que perder, pero
yo sí. He permitido que me lo quitara todo. Mi vida antes de cono-
cerlo era muy sencilla y lo tenía todo muy claro. Ahora..., después de
él..., es sólo... después.
Landon me mira con los ojos muy abiertos.
—Tessa, no puedes dejar las prácticas, ya te ha quitado bastante. No
dejes que también te quite eso —dice casi suplicando—. Lo bueno de la
16
17
18
digo sin poder disimular mi entusiasmo y el alivio que siento. Por fin
me sucede algo bueno.
—¡Genial! Kimberly te dará todos los detalles y te explicará cómo
va lo de los gastos... —prosigue, aunque yo tengo la cabeza en otra parte.
La idea de asistir al congreso alivia un poco el dolor. Estaré lejos de
Hardin pero, por otra parte, Seattle ahora me recuerda a cuando Har-
din hablaba de llevarme allí. Ha dañado todo en mi vida, incluyendo el
estado de Washington. La oficina se hace más pequeña y el aire más
denso.
—¿Te encuentras bien? —pregunta el señor Vance frunciendo el
ceño preocupado.
—Sí, sí... Sólo es que... no he comido y anoche tampoco dormí mu-
cho —le digo.
—Anda, vete a casa. Puedes acabar lo que estés haciendo allí.
—No pasa nada, puedo...
—No, vete a casa. Aquí no hay emergencias. Nos las arreglaremos
sin ti —me asegura con un gesto, y se marcha.
Recojo mis cosas y me miro en el espejo del baño. Sí, sigo estando
hecha una pena. Estoy a punto de subir al ascensor cuando Kimberly
me llama.
—¿Te vas a casa? —me pregunta, y asiento—. Que sepas que Har-
din está de mal humor. Ten cuidado.
—¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
—Porque me ha dicho de todo cuando no he querido pasarte sus
llamadas. —Sonríe—. Ni siquiera la décima vez que lo ha intentado.
Me figuro que, si quisieras hablar con él, te habría llamado al celular.
—Gracias —le digo, y se lo agradezco también en silencio por ser
tan observadora. La voz de Hardin por el auricular habría hecho diez
veces más grande el agujero que tengo en el pecho.
Consigo llegar al auto antes de echarme a llorar de nuevo. El dolor
sólo parece ir a peor cuando no tengo con qué distraerme, cuando me
quedo sola con mis pensamientos y mis recuerdos y, por supuesto,
cuando veo las quince llamadas perdidas de Hardin en la pantalla de mi
teléfono y los diez mensajes de texto que no voy a leer.
Me recompongo lo suficiente para poder conducir y hago lo que
tanto miedo me da hacer: llamar a mi madre.
19
20