Lectura Tema 1
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Tema 1
Y tengo gran alegría al ver en el campo alineados ca-
balleros y caballos armados. Los guerreros y la guerra
1. Las soberanías
Uno de los personajes más peculiares de la Edad Media, para todos nosotros,
es el caballero. La Edad Media se considera un mundo de caballeros, de hom-
bres que partían a la guerra de la misma manera que partían a sus aventuras.
Ahora bien, este caballero fue un invento, el resultado de un proceso cuyo
punto de partida fue el guerrero, aquel hombre que había hecho de la guerra
la actividad más importante de su vida. El caballero fue una invención que se
explica por las profundas transformaciones de las estructuras políticas que
experimento Occidente entre los siglos X y XI.
El modelo antiguo
El punto de partida era un modelo político que podemos llamar antiguo. Hasta
el siglo V el Imperio romano puede definirse como una grandiosa construcción
estatal y un modelo político en el que la soberanía estaba personificada en el
emperador: éste ejercía un cargo (officium) y era cabeza de una entidad es-
tatal y representante de la potestad pública. En tanto que soberano era titular
de unas facultades (propias de toda soberanía) que eran (son siempre) esen-
cialmente tres: la de administrar justicia, la de ejercer la violencia y la de
recaudar impuestos. Estas facultades estaban en manos del emperador y to-
dos los cargos (oficiales) de su imperio las ejercían de manera leal en nombre
suyo (eso era lo que se esperaba, al menos).
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La revolución feudal
Los cambios profundos se produjeron en torno al año Mil como resultado del
colapso del imperio. Este colapso se explica, en parte, por los terribles ata-
ques desde el exterior que sufrió el imperio: desde el norte los escandinavos
(vikingos), desde el este los húngaros y desde el sur los musulmanes, que se
instalaron tanto en el sur de la Gallia como en Sicilia. Pero, más decisivo para
la ruina del imperio resultó ser la deslealtad de muchos de los altos cargos
del imperio. La codicia llevó a los condes, los poderosos del imperio, los que
antaño habían sostenido el gobierno del soberano, a patrimonializar los car-
gos y a usurpar las facultades de soberanía que habían ejercido como repre-
sentantes de la potestad pública. En todas partes estos magnates lograron
hacerse con una parte más o menos importante de las facultades de la sobe-
ranía: administraban justicia por su cuenta, reclutaban ejércitos y recauda-
ban impuestos como si fueran propios. Los conflictos se generalizaron: no
sólo se luchaba contra el soberano sino también contra el conde vecino; y en
el siglo X el colapso del imperio dio lugar a unas mutaciones que llevaron a
crear un modelo político propiamente medieval.
2. La guerra
3. El guerrero
Por otra parte, las cualidades corporales eran esenciales, pero no bastaban.
El guerrero debía poseer unas virtudes propias. Estas virtudes se orientaban
siempre a la guerra, se demostraban en la batalla: la amistad, la liberalidad
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4. El amor a la guerra
Para estos guerreros, la guerra no era sólo un oficio para el cual había que
estar entrenado, también era un modo de vida. Desde luego, un medio de
lograr riquezas. Los regalos (dones) del señor eras importantes. El señor
mantenía al guerrero: le otorgaba un patrimonio, un feudo. Pero tan impor-
tante era el permiso de hacer botín, el principal beneficio de las guerras a
pequeña escala (la faida, la guerra local que enfrentaba un señor con su ve-
cino). Este es un botín doble: en personas (cautivos) y en bienes (saqueo).
De hecho, el secuestro fue una de las maneras preferidas para lograr benefi-
cios de la guerra. Para los cautivos se exigían rescates y estos rescates eran
tantos más importantes cuanto más importante fuera el cautivo.
La guerra era un medio para lograr riquezas, pero también era mucho más:
El guerrero era un hombre que amaba la guerra, la guerra era una verdadera
pasión para el guerrero. Esta pasión se describe en la poesía, por ejemplo, la
de los trovadores.
heridos a la vez, y por allí errando a la ventura los caballos de los muertos y
de los heridos. Y cuando se habrá entrado en combate, que ningún hombre
de buen linaje piense más que en romper cabezas y brazos; pues más vale
muerto, que vivo y vencido. Os aseguro que no tengo ganas de comer, de
beber o de dormir, mientras no oigo gritar: '¡A ellos! desde los dos lados y
mientras no oigo relinchar a los caballos sin caballeros bajo los árboles, y
mientras no oigo gritar: ¡Auxilio! ¡Auxilio!; mientras no veo caer a los fosos
a los grandes y a los pequeños rodando sobre la hierba, y mientras no veo a
los muertos atravesados por la madera de las lanzas adornadas con sus pen-
dones.
Este texto nos permite observar que los guerreros eran hombres acostum-
brados a utilizar la fuerza bruta de manera espontánea y directa. Estamos
ante hombres que vivían sin restricciones sus impulsos violentos; ante hom-
bres que manifestaban un desprecio a la vida y al sufrimiento humano: que
se divierten viendo huir a la gente presas del miedo. Se constata una indife-
rencia hacia las acciones crueles (masacres, mutilaciones, muerte del inde-
fenso…) y hacia la destrucción de los bienes ajenos (destrucción de casas,
quema de las cosechas… el humo y la sangre de las crónicas).
Los guerreros eran hombres que rechazaban la paz: el guerrero era indife-
rente a los modos de vida que requerían la paz (actividad intelectual, trabajo
administrativo). La paz (la convivencia con su esposa y sus hijos) le aburría
de manera angustiosa: el guerrero vivía a la espera de la primavera (el alegre
tiempo de Pascua), cuando el buen tiempo le permitía transitar los caminos
y reunirse con sus amigos y señores. Para combatir el aburrimiento buscaba
oportunidades para dar rienda suelta a sus impulsos violentos. Es lo explica
el amor por los torneos, la pasión por las justas y los demás juegos de gue-
rra.
El guerrero temía a la paz; la paz la sentía como una amenaza. La paz hace
vivir a los que no manejaban las armas y a los que despreciaba: esto incluía
a todas las mujeres; pero incluía también a las otras clases de la sociedad:
aquellos burgueses, hombres gordos y cobardes, incapaces de manejar las
armas; aquellos que necesitaban la paz para su supervivencia; aquellos mon-
jes que huían cuando se acercaban los batallones. Pero, la paz amenazaba
también porque hacía fuerte a los príncipes. En el siglo XII y en todas partes
éstos habían descubierto que postularse como garantes de la paz de sus tie-
rras, les permitía castigar a los malhechores que la infringían, a todos aque-
llos que participaban en la competición que definía la guerra medieval. La paz
era una manera de situarse por encima de las batallas y de controlar las
violencias en beneficio propio. La construcción de los estados por parte de los
príncipes resulta ser una manera de domesticar la violencia.
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5. El caballero cristiano
Los impulsos violentos del guerrero eran algo que se vivía sin restricciones
no solo en la guerra: también en la mesa, en la casa y en la cama. Ello quiere
decir que esta manera de vivir los impulsos también se verifica para su en-
torno social más próximo, incluyendo su propia familia y en especial su es-
posa. La violencia verbal y corporal era algo habitual en el trato entre el
hombre guerrero y su mujer. Las fuentes de las que disponemos están llenas
de ejemplos para esta peculiar manera de vivir la masculinidad. El maltrato
era algo cotidiano. Y el desprecio de todo lo que puede considerarse un com-
portamiento femenino.
La domesticación
Ahora bien, este guerrero, tal como lo hemos descrito, será sometido a unos
procesos de domesticación que acabarían por convertirlo en lo que llamamos
el caballero medieval. Al respecto hay que distinguir dos procesos: la conver-
sión del guerrero en caballero cortés y la conversión del guerrero en caballero
cristiano. Sea advertido de entrada: estos dos procesos no pueden separarse.
Su producto final sería lo que llamamos el caballero medieval, un caballero
que era tanto cortés como cristiano.
El caballero cristiano
La violencia de los guerreros la sufrían los pauperes, esto es, los que no tenían
poder, los inermes, los que no se podían defender por si mismos y dependían
de terceros que los defendieran. Entre estos inermes podían incluirse los bur-
gueses y los campesinos; pero también los hombres de la Iglesia: los monjes,
por ejemplo. Serán precisamente los religiosos los que denunciarán a los que
ellos llaman latrones y tyrannos. Serán ellos los que acusarán a los guerreros
de las violencias contra los inermes y sus bienes: de robar a los mercaderes,
de quemar las cosechas, de invadir las iglesias, de robar el ganado, de des-
trozar las casas… Bajo la dirección de los obispos se convocaron asambleas
de paz para frenar las violencias y se proclamaron los primeros estatutos de
la Paz y de la Tregua de Dios.
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La manipulación
Serán también los hombres de religión los que propondrán nuevos compor-
tamientos y nuevos valores a los guerreros. Estamos ante una manipulación:
en el sentido que se transforma algo ya existente en algo diferente, con unos
propósitos bien definidos: dar un sentido cristiano a la existencia de los gue-
rreros; o como se diría, recurriendo a un juego de palabras: convertir la ma-
litia en militia. Esta manipulación es sobre todo evidente a la hora de redefinir
el comportamiento y las virtudes propias del guerrero. Estamos hablando de
un programa de domesticación, cuyo resultado será lo que llamamos el ca-
ballero cristiano. Un guerrero que ha asimilado las virtudes cristianas tal como
las enseñaban los hombres de la Iglesia en los tratados de caballería que
dedicaron a los hombres de guerra.
Un tratado
En su tratado Ramon Llull enseña que la guerra requiere unos fines, unos
fines que se contienen en aquello que califica como oficios. Y entre estos
oficios el primero que enumera es el de la defensa de la religión cristiana y
de la institución Iglesia: Oficio de caballero es mantener y defender la santa
fe católica, por la cual Dios Padre envió a su Hijo a tomar carne en la gloriosa
Virgen, Nuestra Señora Santa María, y para honrar y multiplicar la fe sufrió
en este mundo muchos trabajos y muchas afrentas y penosa muerte. De
donde, así como Nuestro Señor Dios ha elegido a los clérigos para mantener
la santa fe con escrituras y probaciones necesarias, predicando aquélla a los
infieles con tanta caridad que desean morir por ella, así el Dios de la gloria
ha elegido a los caballeros para que por fuerza de armas venzan y sometan
a los infieles, que cada día se afanan en la destrucción de la santa Iglesia.
Por eso Dios honra en este mundo y en el otro a tales caballeros, que son
mantenedores y defensores del oficio de Dios y de la fe por la cual nos hemos
de salvar. Sigue el oficio de defender a la persona de su señor: Oficio de
caballero es mantener y defender a su señor terrenal, pues ni el rey, ni prín-
cipe, ni ningún alto barón podría sin ayuda mantener la justicia entre sus
gentes. Es su oficio defender a los inermes: Oficio de caballero es mantener
viudas, huérfanos, hombres desvalidos; pues, así como es costumbre y razón
que los mayores ayuden y defiendan a los menores, así es costumbre de la
orden de caballería que, por ser grande y honrada y poderoso, acuda en so-
corro y en ayuda de aquellos que le son inferiores en honra y en fuerza. El
caballero ha de perseguir a los malhechores: Traidores, ladrones, salteadores
deben ser perseguidos por los caballeros; pues, así como el hacha se ha he-
cho para destruir los árboles, así el caballero tiene su oficio para destruir a
los hombres malos. El caballero ha de imponer la justicia: Por los caballeros
debe ser mantenida la justicia. Además: Oficio de caballero es mantener la
tierra, pues por el miedo que tienen las gentes a los caballeros dudan en
destruir las tierras, y por temor de los caballeros dudan los reyes y los prín-
cipes en ir los unos contra los otros. Finalmente, el caballero ha de procurar
el ordenamiento del mundo. Oficio de caballero es tener villas y ciudades para
mantener la justicia entre las gentes, y para congregar y juntar en un lugar
a carpinteros, herreros, zapateros, pañeros, mercaderes y los demás oficios
que corresponden al ordenamiento de este mundo y que son necesarios para
conservar el cuerpo en sus necesidades. Porque más adelante se explica que
este ordenamiento se relaciona con algo que llama bien común (un término
con el que volveremos a encontrarnos): Al caballero le conviene ser amador
del bien común, pues para comunidad de gentes fue establecida la caballería,
y el bien común es mayor y más necesario que el bien particular.
cuerpo. A la nobleza del cuerpo corresponden unas virtudes propias del ca-
ballero en cuanto al cuerpo: el caballero debe cabalgar, justar, correr lanzas,
ir armado, tomar parte en torneos, hacer tablas redondas, esgrimir, cazar
ciervos, osos, jabalíes, leones, y las demás cosas semejantes a éstas que son
oficio de caballero; pues por todas estas cosas se acostumbran los caballeros
a los hechos de armas y a mantener la orden de caballería. Por ello, menos-
preciar la costumbre y el uso de aquello por lo que el caballero aprende a
usar bien de su oficio, es menospreciar la orden de caballería.
A la nobleza de corazón corresponden lo que llama las virtudes que son raíz
y principio de todas las buenas costumbres, que son las virtudes teologales
(fe, esperanza, caridad) y las virtudes cardinales (justicia, prudencia, forta-
leza, templanza). A estas virtudes propiamente cristianas Ramon Llull añade
otras que podríamos llamar profanas: la belleza, la riqueza y la cortesía: al
caballero le conviene hablar bellamente y vestir bellamente, y llevar bello
arnés, y tener casa grande, pues todas estas cosas son necesarias para hon-
rar caballería. Cortesía y caballería convienen entre sí, pues villanía y feas
palabras están en contra de caballería. Correspondientemente Ramon Llull
establece los criterios por los que un candidato (escudero) ha de ser excluido
de la caballería: el escudero demasiado joven; escudero sin armas y que no
posea la suficiente riqueza como para poder mantener caballería; hombre
contrahecho, o demasiado gordo, o que tenga otro defecto en su cuerpo que
le impida cumplir con el oficio de caballero; el escudero que ha cometido falta,
el adulador; escudero orgulloso, mal educado, sucio en sus palabras y en sus
vestidos, de cruel corazón, avaro, mentiroso, desleal, perezoso, iracundo y
lujurioso, borracho, glotón, perjuro.
El caballero debía rechazar tanto estos vicios profanos como los vicios capi-
tales, que incluían la gula, la lujuria, la avaricia, la acidia, la soberbia, la
envidia y la ira.
La lectura de estas citas nos lleva constatar que a la moral tradicional del
guerrero que se ha desarrollado de manera relativamente espontánea en un
mundo en el que la guerra ocupaba un lugar central, se asimila una nueva
moral con sus normas de comportamiento específicas. Los antiguos valores y
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Recapitulemos
Lecturas para profundizar en el tema de la sesión: Para la Antigüedad Tardía: Peter Brown, El
mundo en la Antigüedad Tardía, Madrid: Gredos 2012; Averil Cameron, El mundo mediterráneo
en la Antigüedad tardía. 395-600, Barcelona: Crítica, 1998; Chris Wickham, El legado de roma,
Una Historia de Europa de 400 a 1000, Barcelona: Pasado y Presente, 2017. Para el tema del
caballero: Joachim Bumke, Courtly Culture. Literature and Society in the High Middle Ages,
Berkeley: University of California Press, 1991; John W. Baldwin, Aristocratic Life in Medieval
France. The Romances of Jean Renart and Gerbert de Montreuil, 1190-1230, Baltimore y Lon-
don: The Johns Hopkins University Press, 2000; Linda M. Paterson, El mundo de los trovadores.
La sociedad occitana medieval, entre 1100 y 1300, Barcelona: Península, 1997. Para el tema
de la guerra y del guerrero: Philippe Contamine, La guerra en la Edad Media, Barcelona: Labor,
1984. Para el tratado de Ramon Llull: Ramon Llull. Libro de la orden de caballería, Madrid:
Alianza y Enciclopedia Catalana, 1986. Para el tema de la domesticación de los impulsos: Nor-
bert Elias, El proceso de civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México:
Fondo de Cultura Económica, 1989