Qué Cuentas Gaviota
Qué Cuentas Gaviota
Qué Cuentas Gaviota
La presentación
A las gaviotas cuando hay tormenta les gusta apostarse en los tejados de las
casas, pero no siempre en la misma, de la cual acaban echándola por sus
estridentes risas, siempre sus risas. Esto hace que contemplen a las
personas que viven dentro de numerosas casa y así recoger las más
hermosas historias.
Era un prestigioso compositor, sabía colocar las notas de tal manera que
las armonías y melodías, arrancaban sentimientos más íntimos al ser
humano. Pero él no era intérprete. Había escrito unos solos para apiano, tan
bellos, que él mismo al releerlos, en su mente, escuchaba la música de una
manera que le conmovía hasta las mismísimas entrañas.
Pero él no era intérprete, así que cuando tuvo que presentar su obra al
público escogió entre intérpretes de renombre. Los había mejores y menos
mejores, pero él en los ensayos no daba encontrado a las manos capaces de
dar con la nota exacta para su composición. Descartaba a la gente a poco de
comenzar a tocar. Languidecía de tristeza de no poder transmitir toda la
plenitud de su obra.
Entre los intérpretes apareció uno alto y desgarbado. Terriblemente feo,
ocultaba su rostro con cuellos altos, gafas oscuras y una larga melena, que
le ocultaba parte de la cara.
El compositor ya no esperaba nada veía arruinada su obra tal como él la
concebía. Obligado a que cualquiera tocara de cualquier manera la
composición. Cuando el hombre desgarbado comenzó a tocar, los presentes
en la sala sintieron mil emociones. Pasaron de la alegría a la tristeza, de la
tranquilidad al llanto, de lo sublime a lo insulso, en tan solo una hora de
interpretación.
El compositor emocionado, lo contrató inmediatamente. Aunque su aspecto
le repelió desde el primer momento. Pero así medio oculto como iba ¿quién
se iba a fijar en su aspecto’
Valía la pena arriesgarse. Él al fin y al cabo lo que quería era que se
escuchara su música. Su maravillosa y única música.
Se anunció el primer concierto. El renombre del compositor atrajo a
muchas personas que se acercaron al palacio de la música como hormigas
al hormiguero.
Al comenzar la audición, el compositor salió al escenario a dedicar su obra
a sus seres queridos. Conmovió al auditorio que aplaudió a rabiar aún sin
saber cómo era la obra. Comenzó a tocar el intérprete. Entró en éxtasis con
la música. Él y ella eran uno solo. Tocaba como si bebiese agua, y una vez
en su cuerpo, ya uno, bailasen, corriesen sintiesen juntos. La sala
permanecía en silencio, nadie tosía, nadie se movía nadie hablaba por lo
bajo, casi la respiración era suave.
Al terminar la interpretación el auditorio rompió en miles de aplausos. El
compositor de renombre subió al escenario, Nuevamente aplausos, y una
nube de flores lo cubrió, cosa que él ya esperaba. El intérprete, detrás,
medio oculto se inclinó suavemente y se retiró. Envuelto todavía en la
melodía que resonaba aún en sus oídos.
El éxito fue el esperado, lo querían en todos los palacios de la música del
mundo. Querían a aquel compositor, querían que él mismo fuese a
presentar su obra. Querían más composiciones, más emociones. Le llovían
contratos. La fama que ya poseía alcanzó tal extremo que hasta los niños en
las escuelas hablaban apasionadamente de aquel compositor.
Él sabía que no podía separarse de aquel intérprete. Así que le propuso
seguir su circuito de interpretaciones por el mundo. Él no se negó pues
sentía aquellas composiciones en su interior como salidas de su propio
corazón.
A cada interpretación se superaba. Levantaba al auditorio en aplausos, que
recogía el compositor, triunfo de una obra tan bien escrita. Al intérprete no
lo conocía nadie. En realidad nadie sabía cómo era su rostro. Después de
cada audición desaparecía refugiado en alguna habitación de hotel. La
verdad es que nadie se preocupaba demasiado de aquel rostro oculto.
En una de las interpretaciones cuando el pianista abrió su piano, encontró
una bellísima rosa blanca sobre las teclas. Cuidadosamente la colocó a su
lado. Interpretó como nunca. El suceso volvió a repetirse de nuevo. Y cada
vez que se sentaba al piano. Nadie sabía quién dejaba aquella rosa. Nadie
había visto a alguien ponerla allí.
Ciudad tras ciudad aparecía una rosa sobre las teclas.
Pensó en un principio que quizá fuese el compositor, en agradecimiento a
sus interpretaciones. Pero después lo descartó. Porque aquel hombre que
escribía aquellas bellísimas composiciones ni siquiera reparaba en él.
Jamás lo había ido a buscar al hotel. Jamás le había ofrecido algo más que
el dinero que puntualmente ingresaba en su cuenta. Jamás lo había llevado
a las elegantísimas fiestas posteriores a la interpretación. Lo descartó por
completo.
Pero entonces de todas las personas que asistían al auditorio ¿quién era
capaz de seguirlo, de ir a todos y cada uno de sus conciertos, de comprar
para él, el ser más horrible de la tierra aquella rosa blanca?
A veces al interpretar echaba miradas furtivas a las primeras filas.
Intentando descubrir a la persona que tanta deferencia tenía con él. No la
encontraba, cada vez había en las primeras filas gente diferente. Se sentía
inquieto, cada vez tenía mayores deseos de descubrir a aquella persona.
Llegó un momento que no pudo más, la curiosidad no le dejaba dormir.
¡Eran ya tantas las rosas que guardaba!
Una noche después de la interpretación y a sabiendas de que a la noche
siguiente tendría que interpretar de nuevo allí, se quedó toda la noche
esperando en el auditorio. El sueño le venció, y al despertar fue
inmediatamente a abrir la tapa del piano. Allí como siempre se veía una
hermosísima rosa blanca.
Le turbó completamente ¿acaso aquella persona sabía que él estaba allí
esperando? ¿Acaso había esperado a que el sueño lo venciese para no ser
descubierta?
Sentía una tremenda atracción por alguien que ni tan siquiera conocía.
Las actuaciones se sucedieron en New York, Sídney, Roma, Japón... Y
cada vez religiosamente la rosa aparecía sobre las teclas.
Él, él no lograba ver a aquella persona. No sabía que rostro tenía, no sabía
su nombre, no sabía nada más que era un alma sensible como la suya. Que
era capaz de tanta pasión como para seguirle por todo el mundo, que era tal
su unión por medio de la música que nada podría separarlos.
Su mente se tranquilizó. Plenamente amado aún en la soledad. Plenamente
querido. Él era un ser completo, porque allí donde estuviera estaba aquel
otro ser, el que le amaba, el que esperaba cada noche su interpretación. El
que depositaba un amor simple, una rosa sobre las teclas de su piano.
Ansias de ver
En el aire todo es un poco lejano. Cuando una gaviota vuela, ve las cosas
pequeñas minúsculas. Si subiera tan alta como un águila las vería todavía
más chiquitas, miniatura. Aquí abajo, todo parece grande, las cosas
chiquitas se convierten en gigantescas. Para una hormiga en monstruosas.
Entonces parece que la relatividad del tiempo también es aplicable al
tamaño. Solo variando un poco la óptica.
A veces cuando se mira no se ve el objeto o a la persona en cuestión con el
tamaño adecuado. Pues este no es solo relativo con respecto a la óptica,
influye también la importancia, y el valor intrínseco que la persona o el
objeto poseen.
¿Y a qué viene esto?
La gaviota me contó un día un cuento extraño.
En una pequeña ciudad vivía un hombre con unas ansias enormes de saber,
de viajar, de conocer. Así que en un momento de su vida salió de su casa, y
fue caminando por el estrecho camino que le condujo a la carretera. En
todo ese camino no vio nada que le pareciese interesante. Que le dijera
nada o de lo que aprendiera nada. A su lado y de casualidad caminaban una
mujer y una niña. Ambas madre e hija caminaban con rumbo al mercado de
la gran ciudad. La mujer iba cargadas con mercancías para vender. Llevaba
la vista al frente pensando si sería buena o no la venta. Al llevar la vista tan
fija tropezó una o dos veces en el camino, en una de esas veces al mirar al
suelo descubrió tirada una moneda que recogió. Introdujo la moneda en su
bolsillo y continuó camino, siempre mirando en la distancia sus ventas. Eso
fue lo único que la mujer vio.
La niña jugaba, saltaba y cantaba. Vio unas pequeñas flores en la orilla del
camino, azules como el cielo claro que los cubría. Vio una mariquita que
posada en una hoja correteaba por ella, también una mariposa. Vio como
una mariquita se escapaba rauda a su escondite. También reparo en los
árboles, que cubrían con su sombra parte del camino. Recogió piedras de
colores que se distinguían perfectamente de la amarilla arena del camino.
El hombre seguía absorto en los pensamientos de cuantas cosas nuevas
vería, de cuantas cosas nuevas aprendería.
Cuando llegaron al final del camino se separaron. La mujer y la niña
siguieran hacia el mercado. El hombre iba a un lugar más alejado. ¿Qué
sería lo que vería ¿ ¿qué cosas aprendería?
El árbol del fondo del mar
Existen jardines tan cuidados que los pájaros no dejan de visitar. Las
gaviotas no suelen ir a ellos, pero suelen parlotear con pajarillos que si los
conocen. Este es el caso de un jardín muy cuidado.
Había en un lugar de la tierra de muy difícil localización, una mujer muy,
muy amante de su jardín. Y además muy voluntariosa.
Cada mañana aún no rompía el sol, ella se levantaba, y antes que ninguna
otra tarea bajaba al jardín.
Regaba sus plantas y sus flores, recogía las hojas secas, recortaba setos.
Componía pequeños parterres.
Las flores y las plantas al sentirse cuidados, “cosa que les enloquece”,
florecían como locas. Abrían sus capullos con tanto furor, que los olores se
derramaban por el jardín, como si se derramase un frasco del mejor de los
perfumes.
Los árboles frondosos sonreían, a su manera, no podían por menos que
obsequiar a su cuidadora con la mejor fruta posible. Después descansaban
extenuados, cogiendo de nuevo fuerzas, para en la primavera, ser el más
esplendoroso árbol de la zona.
Cuando el sol ya apretaba, y las otras tareas la reclamaban. La mujer dejaba
su regadera y su jardín hasta el días siguiente.
A esa hora más o menos. Su vecina, la de la casa de al lado se levantaba.
Asomaba la nariz por encima de su valla y una envidia corrosiva la invadía.
Su jardín era mayor, más hermoso, mejor orientado, con mejores árboles,
con plantas más caras. Pero no florecía ni la mitad. No estaba reluciente,
las flores apenas si olían, y los parterres se resecaban torrados al sol.
No lo entiendo, no lo entiendo- se decía- Ahora tengo que hacer las tareas
de la casa y no puedo ocuparme del jardín. No lo entiendo.
Un día madrugaba para atender el jardín. Pero después le parecía tan
grande el esfuerzo que dormía los días siguientes hasta que el sol ya estaba
en lo alto.
Así su enorme jardín se veía seco, desaliñado, lleno de flores secas y
marchitas.
Las hojas sin recoger vagaban por los senderos con el viento. Era la imagen
del descuido.
Los pajarillos y las mariposas buscaban el hermoso jardín, el cuidado. Le
regalaban su canto y sus vuelos. Jugaban allí hasta entrada la noche. Ella ya
cansada se sentaba a contemplarlos y sonreía alegre, “que bello era su
jardín”
Al anochecer, cuando ella se retiraba, la vecina acrecentada la envidia por
la noche que toso lo acrecienta, saltaba la valla para robar plantas y flores.
Pero al día siguiente las flores esplendorosas abrían en mil colores, al
sentir en sus tallos el agua de la mujer voluntariosa.
Pasaban los años y las cosas seguían igual. Una con su tarea y la otra con
su envidia.
Un día no se sabe bien porque la mujer voluntariosa no bajó al jardín. Se
quedó tumbadita en su cama, cerró los ojos y no los abrió más. Aunque
según cuenta la golondrina, cuando cerró los ojos vio el más hermoso
jardín jamás visto. Con enormes árboles verdes y flores a miles. Yo no sé,
si esto será cierto, pero lo que sí debe de ser cierto, es que en el último
aliento, evocas aquello o aquellos a los que más has amado en tu vida.
La otra mujer se quedó sola.
El jardín continuó siendo bello mucho más tiempo. Pues habían sido tantos
los cuidados que le haba dispensado que hasta las malas hierbas tenían
reparo en invadirlo. Finalmente venció la naturaleza y poco a poco el jardín
se fue inundando de maleza.
La mujer envidiosa sonreía por encima de la valla. ¿Quién tiene el jardín
más hermoso ahora? ¿Quién ¿ se decía?
El jardín
Existen jardines tan cuidados que los pájaros no dejan de visitar. Las
gaviotas no suelen ir a ellos, pero suelen parlotear con pajarillos que si los
conocen. Este es el caso de un jardín muy cuidado.
Había en un lugar de la tierra de muy difícil localización, una mujer muy,
muy amante de su jardín. Y además muy voluntariosa.
Cada mañana aún no rompía el sol, ella se levantaba, y antes que ninguna
otra tarea bajaba al jardín.
Regaba sus plantas y sus flores, recogía las hojas secas, recortaba setos.
Componía pequeños parterres.
Las flores y las plantas al sentirse cuidados, “cosa que les enloquece”,
florecían como locas. Abrían sus capullos con tanto furor, que los olores se
derramaban por el jardín, como si se derramase un frasco del mejor de los
perfumes.
Los árboles frondosos sonreían, a su manera, no podían por menos que
obsequiar a su cuidadora con la mejor fruta posible. Después descansaban
extenuados, cogiendo de nuevo fuerzas, para en la primavera, ser el más
esplendoroso árbol de la zona.
Cuando el sol ya apretaba, y las otras tareas la reclamaban. La mujer dejaba
su regadera y su jardín hasta el días siguiente.
A esa hora más o menos. Su vecina, la de la casa de al lado se levantaba.
Asomaba la nariz por encima de su valla y una envidia corrosiva la invadía.
Su jardín era mayor, más hermoso, mejor orientado, con mejores árboles,
con plantas más caras. Pero no florecía ni la mitad. No estaba reluciente,
las flores apenas si olían, y los parterres se resecaban torrados al sol.
No lo entiendo, no lo entiendo- se decía- Ahora tengo que hacer las tareas
de la casa y no puedo ocuparme del jardín. No lo entiendo.
Un día madrugaba para atender el jardín. Pero después le parecía tan
grande el esfuerzo que dormía los días siguientes hasta que el sol ya estaba
en lo alto.
Así su enorme jardín se veía seco, desaliñado, lleno de flores secas y
marchitas.
Las hojas sin recoger vagaban por los senderos con el viento. Era la imagen
del descuido.
Los pajarillos y las mariposas buscaban el hermoso jardín, el cuidado. Le
regalaban su canto y sus vuelos. Jugaban allí hasta entrada la noche. Ella ya
cansada se sentaba a contemplarlos y sonreía alegre, “que bello era su
jardín”
Al anochecer, cuando ella se retiraba, la vecina acrecentada la envidia por
la noche que toso lo acrecienta, saltaba la valla para robar plantas y flores.
Pero al día siguiente las flores esplendorosas abrían en mil colores, al
sentir en sus tallos el agua de la mujer voluntariosa.
Pasaban los años y las cosas seguían igual. Una con su tarea y la otra con
su envidia.
Un día no se sabe bien porque la mujer voluntariosa no bajó al jardín. Se
quedó tumbadita en su cama, cerró los ojos y no los abrió más. Aunque
según cuenta la golondrina, cuando cerró los ojos vio el más hermoso
jardín jamás visto. Con enormes árboles verdes y flores a miles. Yo no sé,
si esto será cierto, pero lo que sí debe de ser cierto, es que en el último
aliento, evocas aquello o aquellos a los que más has amado en tu vida.
La otra mujer se quedó sola.
El jardín continuó siendo bello mucho más tiempo. Pues habían sido tantos
los cuidados que le haba dispensado que hasta las malas hierbas tenían
reparo en invadirlo. Finalmente venció la naturaleza y poco a poco el jardín
se fue inundando de maleza.
La mujer envidiosa sonreía por encima de la valla. ¿Quién tiene el jardín
más hermoso ahora? ¿Quién ¿ se decía?
La tierra cansada.
La gaviota sabe que los cuervos cuentan historias de tierra, a veces les
gusta saber las cosas de las siembras, de los granos y las cosechas.
Sucedió en el año 2025 o por ahí. La verdad es que los cuervos no saben de
números y las gaviotas se equivocan siempre, porque cuando empiezan a
pensar mezclan letras y números al tun-tun.
La tierra se sintió tan cansada, tanto, que ya no quiso hacer nada bueno
para el hombre. Hasta el momento había sido como la llamaban “la madre
tierra”. Pero se cansó.
Algunos hombres se esforzaban en conseguir cosechas que no se lograban.
Los árboles morían cansados como extenuados. Probaron con hormonas y
germinadores, con abonos y con minerales. Estudiaban la calidad, le
median la humedad. Todo parecía correcto, solo que no se daba nada de
nada.
Las esperanzas de los hombres disminuían, la tierra no respondía, y ellos
no sabían que hacer. La tristeza lo inundaba todo, crecía de tal forma que
hacía difícil la vida.
Suele ocurrir, que en todos los cuentos aparece un hombre que sabe
escuchar a las cosas animadas y a las inanimadas, y eso fue lo que ocurrió
en este cuento también. Había un hombre especial en alguna parte. Vivía
solo, en un país recóndito, en el que por no existir ni existían las sombras
de los objetos.
Un millón de exploradores partieron de todos los puntos de la tierra en su
busca. Pero es difícil preguntar por un hombre al que no conoces, en un
país desconocido, en un continente que no se sabe. Como la tenacidad del
hombre es asombrosa, lograron encontrarlo. Allí estaba sentado a la puerta
de su casa.
Entraron a saco, el problema era tan acuciante que no podían esperar:
- No sabemos lo que le pasa a la tierra. No tenemos cosechas. La gente
está triste, lo perdemos todo y no sabemos porque.
Él los escuchó paciente, uno por uno relataban las penalidades de sus
propios países. Él callado, los miraba tristemente.
Se levantó, y fue a dentro de su casa. En su mano traía un puñado de
semillas, y en la otra una jarra con agua.
- Cuando lleguéis a vuestras casas plantad una de estas semillas, y
echarles una gota de esta agua.
Los hombres se miraron incrédulos, no podían entender. Habían recorrido
medio mundo para que un hombre les diese semillas y agua. Eso ya lo
habían intentado ellos, con sus propias semillas, y con su propia agua. Así
que algo especial tenían que tener aquellas semillas, algo diferente a las de
ellos.
Insistentemente le preguntaron al hombre de que estaban hechas aquellas
semillas. Y que agua era esa capaz de resolver un problema tan grave.
- Estas semillas son las semillas de vuestros propios sueños. El sueño
de la belleza, la justicia, la ilusión, la bondad... y el agua, son en
realidad las lágrimas acumuladas de los seres que con vosotros
habitan la tierra.
Cuentan los cuervos, que una vez plantadas aquellas semillas, las cosas
comenzaron a ir mejor. Los hombres comenzaron a respetar a la tierra y a
sus habitantes, los sueños eran tan intensos, que no había huerto que no
fructificara. La vida se volvió vida para todos.
Nadie sabe el camino hacia aquel país, dicen que intentaron volver y que
jamás lo encontraron. Unos dicen que ese hombre jamás existió, otros que
se mezcló con los seres inferiores, y que ahora como pájaro sobre vuela los
sembrados, y otros dicen que es un león y vive en las selvas tropicales.
Nunca se llegará a saber, porque forma parte de una leyenda de hace
muchos años.
El castaño.
Las historias de los hombres fascinan a las gaviotas, porque los hombres
andan y corren y ellas según ellas mismas dicen solo vuelan. No saben ellas
cuanta envidia despiertan en los hombres con sus vuelos imposibles...
Pero hay otra cosa que envidian enormemente las gaviotas de los hombres
y es la capacidad de pensar.
Las gaviotas no saben de qué sustancia están hechas los pensamientos, ni
tampoco lo saben las golondrinas, ni los mismos hombres, nadie.
Tuve que explicarle a mi amiga que los pensamientos no son todos iguales.
Hay por ejemplo pensamientos insustanciales, otros que son muletillas
mentales. Hay también pensamientos fortuitos, auténticos pensamientos, y
pensamientos ocasionales. (Esta es una clasificación cualquiera, porque
debe de haber más.)
Hay pensamientos que son como una flor, alegres, de fuerte color, y
frágiles. Producen esa misma buena sensación de un perfume, o una
caricia, o un beso. Esos son los pensamientos agradables.
Otros son neutros. Pensamientos sobre el trabajo, la economía cosas en fin
que produce un rin tintín mental. Algo repetitivo y monótono. Como mirar
pasar los postes cuando avanzas por una carretera.
Hay también pensamientos que son como una losa. Pensamientos tristes,
amargos. Esos oprimen como si faltara el aire. Son de color gris. Algo
similar a esas nubes plomizas cuando el cielo está a punto de estallar en
una de sus peores tormentas.
La gaviota dice que es una suerte poder elegir los pensamientos, -hay un
gran surtido-dice.
Creo que las gaviotas jamás podrán comprender los pensamientos humanos
hasta que no sean un hombre.
¿Cómo le voy a explicar por ejemplo que es un pensamiento universal? Sin
embargo yo en la historia he estudiado eso del pensamiento universal.
Esto sucedió una vez en toda la tierra a la vez. Nació un pensamiento. Este
pensamiento era como un ser vivo, nació, creció, se multiplico y también
murió.
No hubo un punto de inicio del pensamiento, ni localización geográfica
exacta, ni ser humano identificado como el autor de aquel pensamiento.
Parecía como si ese pensamiento estuviese ahí flotando en el aire, y que
solo el hecho de abrir la mente hacia él, entrase en la mente de las personas
para hacerse un pensamiento universal.
Era un pensamiento de los agradables, capaz de hacer sonreír a la gente con
solo dejarle entrar en su mente. Cuando nació este pensamiento comenzó
por hacer sentir al hombre capaz único y especial. Cuando creció fue
desarrollando la idea de una hermandad humana de seres que comparten un
mismo fin y un mismo origen, cuando se multiplico se hizo general en
todos los hombres la maravillosa idea de ser capaces de amar, de poder
amar a los que les rodeaban y aún a ellos mismos. No se sabe cómo fue
que el pensamiento se olvidó, o por así decirlo, como es que murió. A lo
mejor la gaviota cuando me contó esta historia se equivocó, y todavía está
ese pensamiento latente en las mentes de los hombres, y es solo el ruido de
los otros pensamientos el que no deja aflorar ese. Puede que aún no esté
muerto de todo.
Pero según cuenta mi gaviota así sucedió.
Un punto en el mar.
Dice mi gaviota, que hace muchos, muchos años. Entre todos los
navegantes de la tierra se sabía que había en el mar puntos, o zonas
extremadamente peligrosas. Cuando pasaba un navegante con éxito por ese
punto, solía colgarse un pequeño aro en la oreja como símbolo de su
hazaña. Algunos sitios ya daban miedo por su nombre como cabo de
Hornos, otra no como Buena esperanza. Pero, todos eran tan temidos que
había marinos que se negaban a hacer el viaje, si en el recorrido estaba
incluido uno de esos puntos.
El punto peor, a decir verdad, pues se sabe muy poco de las personas que
lograron pasarlo con éxito, era una zona del mar en la cual el hombre
lograba verse a sí mismo.
Parece una tontería sin embargo según cuenta mi amiga resulta
extremadamente peligrosa.
Una vez oyó este relato en un barco.
Era un viejo marino el que contaba la historia. “Yo sé de un hombre que
logró salir con vida de la zona espejo- así comenzó- ¡con vida! ¿Os
imagináis? Nadie sabe lo duro que puede llegar a ser. Yo iba con él en el
barco. Pero al llegar a una latitud, y longitud que no voy a confesar, me tiré
al agua. Tuve un miedo horroroso de verme a mí mismo, porque me sabía
un mal hombre. En aquel momento pensé. Si logro verme tal cual soy
moriré de tristeza, veré todo lo ruin que he sido, todo lo infame, todo lo
malvado, no seré capaz de ver el reflejo de todo eso en mi rostro.
Él sin embargo continuó, mantuvo en el timón firme en el barco y se
adentró en la terrible zona. No parecía tener miedo alguno. No lo entendí,
ni lo entiendo ahora, ¿cómo puede haber un hombre con tanta serenidad?
Tan seguro de sí mismo.
Lo vi perderse entre una bruma que envolvió al barco entero, como
engulléndolos a los dos.
Se oyeron horribles gritos, Tan aterradores que los animales marinos se
alejaron de allí rápidamente. A veces una risa histérica rompía el silencio,
que me ponía los pelos de punta. Yo temía nadar para cualquier punto,
sabía que no quería entrar en aquella zona y sabía que no habría barco de
rescate para mí que quisiera aproximarse ni tan siquiera a aquellas
coordenadas.
Desesperado y helado permanecí allí y debió de ser por la proximidad a la
zona, que mientras mi cuerpo se aletargaba por el frio, mentalmente mi
vida fue pasado ante mí, tal era mi cercanía a la muerte.
Cuando ya no sentía mi cuerpo, el barco apareció de nuevo entre la bruma.
Pensé que a lo mejor alguna corriente lo arrojaba hasta mí, creyendo
muerto a su único tripulante. Pero no, él permanecía en el timón. Me
rescató de las aguas. Nos miramos en silencio. Su rostro había envejecido.
Había perdido toda su juventud.
Al llegar a puerto desembarcamos en silencio, dándome yo entonces
cuenta, que habíamos permanecido en absoluto silencio durante todo el
viaje de regreso. Nos abrazamos fuertemente, lo vi perderse entre los
estibadores, sé que lloraba, lloraba lágrimas amargas.
No nos volvimos a ver porque dejé la mar para siempre.
Pero yo, conociéndome, a sabiendas de cómo soy, no querría ver el rostro
de mi alma, sé que no lo resistiría, sé que moriría de dolor.
Las gaviotas dicen que esas coordenadas no existen. ¿Pero que saben las
gaviotas de latitudes y longitudes?
Las letras.
Añoranzas
El oftalmólogo.
La gaviota vino a contarme una historia, dice que se la contó una gaviota
portuguesa. Pero dudo que sea cierto ¿acaso las gaviotas no hablan todas el
mismo lenguaje? Pero ella dice que la historia viene de una gran ciudad de
la costa de allí, de Portugal.
El tiempo
Para las gaviotas no existe el tiempo. Eso creen ellas, porque yo sé muy
bien que en un tiempo nacen, y en un tiempo mueren. Que tienen un tiempo
para comer, y un tiempo para volar. Es más creo que todo es tiempo. Una
vez un filósofo por contradecirme me explicó. Que el tiempo como
nosotros lo conocemos no existe, que el presente no existe. Yo no lo podía
comprender. Pero él decía que cuando se empieza a decir un sonido, este ya
está pasando. Que entonces el instante presente no existe, que todo
absolutamente todo se compone de pasado y de futuro.
Yo no sé muy bien si eso es así. Porque él es filósofo y yo una persona de
pensamiento torpe. Claro que, al fin y al cabo, cada uno ve las cosas de una
manera. Porque también hay quien dice que todo es presente.
Había una vez un hombre obsesionado con el tiempo. Era pequeño y
menudo y miraba constante y obsesivamente su reloj. Como si quisiera
atesorar los segundos, como para que no se le escapase ninguno de ellos.
En su casa había varios relojes. En la sala un enorme reloj de péndulo. En
la cocina uno hermoso dorado y plateado. En las habitaciones tenía relojes
de todos los tipos. De cucú, sin cuco, despertadores y relojes de mesa. Él
creía que si los miraba constantemente tendría más tiempo para hacer las
cosas. Acortaba horas al sueño, y soñaba cuando dormía en el tiempo
pasado y en el tiempo futuro.
Entonces sucedió algo que como siempre solo ocurre en los cuentos. Hubo
una gran explosión de minutos acumulados. De esos minutos que quedan
perdidos o que van a destiempo. Esa explosión provocó la ruptura de todos
los relojes de la tierra.
El hombrecillo se quedó también sin sus relojes. Al principio lloró
desesperadamente por ellos, porque no podía medir el tiempo que dedicaba
a cada cosa. No podía medir sus actos, en definitiva.
Pero poco a poco, a pesar de intentos fugaces de intentar medir el tiempo
con aparatos de su invención, poco a poco, se fue acostumbrando a dedicar
ratos a las cosas. Ratos de medio día, ratos de una semana, o de un día.
En fin, que relativizó el tiempo. O quizá el tiempo siempre había sido
relativo y él se dejó llevar por su relatividad.
Para que eso no me suceda, para que no me pase como a él he ideado una
manera de medir mí tiempo. Es algo diferente, yo lo mido por satisfacción.
Tiempo satisfactorio, y tiempo no satisfactorio. Así relativizo mi tiempo.
Mi amiga la gaviota lo entiende de otra manera, tiempo para volar, tiempo
para reír, tiempo para comer, y no sabe nada de minutos ni de presente, ni
de futuro ni nada de eso.
A las gaviotas les encanta el rumor del mar, les encanta el sonido
estrepitoso de la ola cuando rompe su fuerza contra las rocas, disfruta con
ello.
Al hombre moderno le gusta el ruido, quizá se acostumbró a no oír el
silencio. Los sonidos de la ciudad, tan fuertes, radio, televisión coches,
acallan sonidos más tenues, como el rumor de la mies mecida por el viento,
el cantar de los árboles, el sonido alegre de los pájaros. Pero sobre todo, el
silencio se va perdiendo, envuelto en ese tropel de sonidos fuertes. Así el
hombre va olvidando su propio silencio.
Había una mujer capaz de permanecer en silencio largo rato. Se había
acostumbrado tanto a él, que en medio de una conversación era capaz de
escuchar lo que se callaba, a veces mucho más importante que lo que se
dice.
Podía recoger del viento mil historias traídas de todas las partes de la tierra.
Recogía magnificas historias del norte, que el viento frio traía envuelto en
ráfagas de hielo. Recogía historias que el viento del sur traía envuelto en
ráfagas ardientes.
A veces estos vientos seducen a las personas con sus historias, de la misma
manera que Ulises fue seducido por los cantos de las sirenas. Unas veces se
resisten a partir tras el canto, y otras el canto los arrastra y aleja de sus
tierras.
Cuando los vientos del norte bajan hasta las del sur, y algunos hombres
escuchan ese canto de sirenas, se dejan seducir por ellas, y arrastrados
cruzan mares y tierras, para ir hasta esas lejanas tierras. Perdidos algunos
en las brumas del mar, y otros que logran tocar tierra, esperan alcanzar con
sus manos el canto de las sirenas.
La mujer que escucha el viento, que escucha todos los silencios sabe
cuántos nombres repite el viento, nombrando a los que se fueron. También
escucha en los vientos, los cantos de esperanza, los alegres cantos de los
niños con sus juegos. Los sonidos fuertes de cuando se encuentran los
vientos, y parlotean amigables intercambiando sueños, cuentos e historias
que quedan suspendidos en el aire esperando ser recogidos y contados.
Animales marinos
Las gaviotas saben mucho de los animales marinos dice que aunque
parezcan todos tan distintos, tienen un elemento común entre todos ellos,
que les permite de alguna manera entenderse entre ellos.
El mar además de ser un hervidero de vida, aunque a veces presenta un
aspecto amenazador, es en realidad ese elemento calmante, amortiguador, y
templado que permite que es mundo sea tal cual es.
Hay todo tipo de animales-dice la gaviota- a unos los conocerás y a otros
no, pero hay tanto que comer. Todo se cómo, personalmente me gustan más
los peces, pero no le hago ascos a una estrella de mar o a un cangrejo, todo,
todo.
Hay entre todos los animales marinos unos más bellos y otros muchísimo
más feos. Algunos simpáticos, y otros tremendamente ariscos. Por ejemplo
tienes el pulpo, nada hermoso, que a sabiendas se esconde casi todo el
tiempo en recovecos de las rocas. En cambio, los calamares, no hacen más
que jugar en grupo. No son hermosos, pero se envalentonan entre ellos.
También hay caballitos, de mar, babosa, medusas, inmensos bosques de
algas, paraísos de corales. En fin de todo.
Entre todos ellos un animal resultó especialmente feo. Viscoso y deforme.
Era una especie de gusano, de color marrón grisáceo, sin atractivo de
ningún tipo. Se ocultaba dónde podía, bajo una roca, detrás de un alga,
siempre escondido.
Lloraba amargamente por ser gusano, arrastrase de forma vil, mientras los
otros seres tan atractivos como los peces disfrutaban de toda su belleza.
Alguien le dijo que en el fondo del mar había un Dios Neptuno que allí
todo lo puede. Ni corto ni perezoso comenzó una larga búsqueda no exenta
de peligros. Su cuerpo alargado y blando era presa fácil de hábiles
depredadores. Demasiado riesgo quizá para un objetivo que parecía
incierto. Atravesó mares y océanos. Lo engañaban y volvía a comenzar,
incansable en su penosa búsqueda. Pasaba el tiempo y continuaba ansioso
su búsqueda como el primer día. Entonces el Dios del mar, que sabe cada
cosa que sucede allí, se presentó delante de él:
- ¿Qué es lo que quieres de mí?
- Es que soy tan feo, tan desprotegido, tan poca cosa, tan apetecible
para todos.
- Pero ¡qué dices! Eres tan hermoso como cualquier otro, a mí me
pareces hermoso, ¿cómo podría yo cambiarte?
- Hermoso ¿crees que soy hermoso? ¿Mira los peces? Y ni siquiera
tengo como protegerme de los otros animales.
Hablaron de las cosas del mar largo y tendido. Le contó todas las peripecias
que había pasado hasta llegar a verle. Las veces que había estado a punto
de ser devorado, y las veces que a punto estuvo de desistir.
Entonces el Dios compadecido le dijo.
- Cambiar no te voy a cambiar pero te voy a dar una casa donde vivir.
El cuerpo de aquel feo gusano, y de todos los suyos, se fue cubriendo de
una hermosa caracola de colores. Con mil formas diferentes.
- Ten por seguro- le dijo Neptuno_ que por haber confiado en mí, y
por haber perseverado, todos los hombres de la tierra se acordaran de
ti.
Y así fue, aunque ya nadie recuerde esta historia ¿quién no recogió,
coleccionó o guardó alguna vez una hermosa caracola?
Pero lo sorprendente de todo es que de todas las cosas del mar son las más
apreciadas y las más bellas.
Mi gaviota se quiere marchar, se quiere ir tras un barco a encontrar nuevos
cuentos nuevas historias. Sabe más, lo sé. Porque me mira con su cara
torcida y se ríe, como si dejase tanto por contar como lo que me ha contado
o más, pero no puedo retenerla, ella al fin y al cabo ansía volar. Ha estado
mucho tiempo a mi lado contándome historias. Le dejo la ventana abierta,
porque si a su regreso me quiere contar, yo la esperaré paciente.
La veo marcharse planeando. Miro al suelo con pena, en el suelo hay una
pluma la recojo, miro a mi niña y le digo “le escribiré un cuento” y se ríe,
porque solo ella sabe, que si es posible escribir un cuento de una pluma del
suelo.
Es una pluma pequeña. Apenas algo más que un plumón, y menos que una
pluma de cola, de las que ahora no recuerdo el nombre. No es una pluma de
gavilán, ni de gorrión ni de avestruz, imposible ¿cómo iba a serlo? Es una
pequeña pluma de paloma. Pero esta no es una paloma mensajera, de esas
de las que casi ya no hay. Ahora los mensajes llegan por e-mail, o por
móvil. Las palomas ya no surcan el cielo enviando hermosos mensajes de
enamorados. Ni hacen el heroico recorrido para ganar una guerra. Es una
pluma de paloma de ciudad, encadenada a una plaza de la que no se marcha
por miedo a perder las migas de pan, por miedo de volar.
Una vez había una paloma que añoraba enormemente salir de la ciudad.
Recorrer tierras llanas, bosques y montañas. Deseaba llevar un mensaje a
todos los rincones, ir de un país a otro, de un mar a otro, de un océano a
otro. Pero no tenía la menor idea de que mensaje podría llevar.
Conocía muy bien la ciudad, y a sus personajes, a todas sus gentes. A los
que acudían a la plaza; a los que no acudían y se quedaban tras las
ventanas, encerrados como ella en el centro de la ciudad.
Pensó que el mensaje que debía de llevar lo debía de escribir un hombre
muy sabio. Lo fue a buscar sabía dónde vivía y como apenas salía de su
despacho podía encontrarlo allí. Voló en su busca y le pidió que le
escribiese el mensaje más importante del mundo, y ella lo llevaría a donde
él le dijera.
Aquel hombre se quedó pensando, después ágilmente escribió algo en un
papel. La paloma lo leyó, pero no entendió nada. Tendría que llevarlo al
centro científico más importante de la tierra.
La paloma miró al hombre, y como lo consideraba sabio lo llevó. Voló
incansable por montes y valles, atravesó ríos y mares. Cuando llegó estaban
esperándola. Otro hombre recogió el mensaje lo leyó y exclamó: ¡ah! Era
eso.
La paloma sintió tristeza, pues no era el tipo de mensaje que quería llevar,
aquel hombre no le había dado ninguna importancia.
Volvió a la ciudad en la que siempre había vivido. Fue a buscar a un
hombre de letras. Este ante la oferta le escribió unas cuantas letras, y le
pidió que la llevase a la más importante casa de las letras del mundo.
La paloma voló rápida, veloz. Esquivo a halcones y gavilanes hasta su
destino. Cuándo la persona de destino lo recogió miró las letras y dijo: ¡ah!
Bien, bien, es eso.
Y volvió a sentir que aquel mensaje no era lo mejor que ella pudiera llevar.
Ya de regreso buscó a otra persona diferente. En la plaza había una mujer
que siempre se sentaba en el mismo banco quizá ella supiera cual era el
mensaje más importante. Le escribió unas letras musicales, y le dijo que lo
llevase al mejor especialista en frases musicales. La paloma lo hizo, pero
no estaba satisfecha.
Buscó a alguien más. Ella no dudaba que aquellos mensajes fueran
importantes, pero quizá no era el lugar al que había que llevarlos, tenía la
sensación que faltaba un sentido que uniese todo aquello.
Encontró a un joven de mediana edad, este estaba locamente enamorado de
una muchacha. Con el ofrecimiento de la paloma le mandó un hermoso
poema.
La paloma voló y voló. Cuando llegó a la ventana de la joven y entregó el
poema vio algo en los ojos de ella que le conmovió.
Pero no estaba de todo complacida. Sus mensajes hasta ahora solo habían
emocionado a una persona sola, no era el mensaje que ella quería llevar.
Bajó a su plaza, había un niño jugando, el niño que siempre le llevaba
miguitas de pan. Se acercó y le contó lo que quería hacer, que quería llevar
el mensaje más importante de la tierra. El niño se quedó mirando a la
paloma y le dijo que él no sabía escribir. Se quedaron los dos muy tristes
sin saber qué hacer.
El niño se levantó cogió una ramita del suelo y se la puso en el pico y le
dijo:
- Ahora tienes que ir a cada rincón de la tierra y la gente que te vea
sabrá cuál es el mensaje. Pero tienes que ir a todos, todos.
Ese era el encargo que la paloma esperaba.
Aún continua volando la paloma, pues es una ardua tarea, llegar a todos los
rincones de la tierra. Quizá en su vuelo escuche un poema, o una hermosa
canción, o alguien diga eureka, o alguien escriba una novela, pero ella
vuela con su ramita de con fin a con fin de la tierra.
Índice
1-La presentación.
2-El pastor.
3-El amor.
4-Sueños.
5-El intérprete.
6-Ansias de ver.
7-El árbol del fondo del mar.
8-El jardín.
9-El sabio.
10-La tierra cansada.
11-El castaño.
12-Los pensamientos.
13-Un punto en el mar
14-Las letras.
15-Añoranzas.
16-El oftalmólogo
17-El tiempo.
18-Las historias del viento
19-Animales marinos
20-Mi gaviota se quiere marchar.