Something Wilder - Christina Lauren

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Créditos
Moderadora
Mimi

Traductora y correctora
Mimi
3
Diseño
Bruja_Luna_
Índice

Créditos__________________________3 Diecisiete ______________________ 145


Sinopsis __________________________5 Dieciocho______________________ 154
Nota de las Autoras ________________7 Diecinueve _____________________ 162
Prólogo __________________________8 Veinte ________________________ 170
Uno ____________________________13 Veintiuno ______________________ 178
Dos ____________________________19 Veintidós ______________________ 185
Tres ____________________________27
Cuatro __________________________37
Veintitrés ______________________ 192
Veinticuatro____________________ 199
4
Cinco ___________________________42 Veinticinco_____________________ 205
Seis ____________________________56 Veintiséis ______________________ 211
Siete ___________________________61 Veintisiete _____________________ 219
Ocho ___________________________67 Veintiocho _____________________ 225
Nueve __________________________71 Veintinueve ____________________ 233
Diez ____________________________80 Treinta ________________________ 241
Once ___________________________94 Treinta y Uno___________________ 245
Doce __________________________103 Treinta y Dos ___________________ 253
Trece __________________________113 Treinta y Tres___________________ 261
Catorce ________________________122 Treinta y Cuatro ________________ 264
Quince _________________________130 Sobre la Autora _________________ 271
Dieciséis _______________________138
Sinopsis

C
recer siendo la hija de un famoso cazador de tesoros y padre
ausente, Duke Wilder, dejó a Lily sin mucha paciencia para la
profesión… o mucho dinero en el banco. Pero Lily es ingeniosa,
y ahora usa los codiciados mapas dibujados a mano de Duke para guiar a
turistas en búsquedas del tesoro falsas a través de los cañones de roca
roja de Utah. Paga las facturas, pero no deja suficiente para cumplir su
sueño de recuperar el amado rancho que su padre vendió hace años, y
definitivamente no es suficiente para lidiar con la vista del hombre que
una vez amó, volviendo a su vida con un grupo variopinto de amigos listos
para ponerse en camino. Francamente, a Lily le gustaría llevarlo a la
naturaleza… y dejarlo allí. 5
Leo Grady sabía que los milagros eran posibles en el desierto, pero
apenas habían dejado la civilización cuando la silueta de su mayor
arrepentimiento se hace visible bajo la luz parpadeante de la hoguera.
Listo para dejar el pasado atrás, Leo no quiere nada más que reconectar
con su primer y único amor. Desafortunadamente, Lily Wilder es toda
eficiencia y trabajo, dibujando una línea clara en la arena: nunca va a
suceder.
Pero cuando el viaje va horrible e hilarantemente mal, el grupo se
pregunta si tal vez la leyenda del tesoro escondido no era un truco
publicitario después de todo. Hay una posibilidad corregir los errores —del
pasado de Duke y los suyos propios—, pero solo si Leo y Lily pueden
enfrentar su historia y trabajar juntos. Solos bajo las estrellas en los
aislados y peligrosos laberintos de Canyonlands, Leo y Lily deben decidir si
arriesgarán sus vidas y sus corazones en la aventura de toda una vida.
Para Violet:
Pediste un libro con caballos.
También incluimos una mujer que es valiente, inteligente y trabajadora, 6
muy parecida a alguien que conocemos.
Te queremos mucho.
Nota de las Autoras

U
n poco más allá de Moab, Utah, el Parque Nacional
Canyonlands es uno de los lugares más espectaculares de los
Estados Unidos continentales, con vistas altas del desierto
unido por el río Colorado, el río Green y un sinfín de serpenteantes
afluentes. Los afortunados visitantes pueden contemplar el amplio cielo
azul y la espectacular vista de la roca roja que se extiende por kilómetros y
kilómetros. Hay áreas dentro del parque que son remotas y casi
intransitables, y hay otras áreas en las que se puede caminar, conducir y
que son muy disfrutables para los turistas.
Después de meses de investigación y visitas, ambas nos
familiarizamos íntimamente con este paisaje y terreno. Incluso
7
contratamos a un guía de expedición experto para que nos dibujara mapas
de una posible búsqueda del tesoro. Pero, querido lector, a veces la
historia debe anteponerse a la precisión y, por lo tanto, a pesar de todo lo
que hemos aprendido sobre la geografía de esta zona... inventamos
muchas cosas de todos modos. En algunos lugares, tenemos distancias
reducidas; en otros, hemos creado escenarios y estructuras donde no
existen.
Todo esto para decir: escribimos este libro para ser un escape
divertido y emocionante del mundo real, no para servir como una guía
para tu propia aventura. (Si sigues nuestra ruta, morirás, lol). Por
supuesto, nos encantaría pensar que la historia de amor de Leo y Lily te
inspirará a salir a la naturaleza y recorrer nuevos caminos, pero incluso si
eres más feliz acurrucado en tu rincón de lectura, esperamos haberte
hecho pasar un buen rato.
Con amor,
Lauren y Christina
Prólogo
Laramie, Wyoming
Octubre, hace diez años

L
as botas de Lily Wilder hicieron crujir la grava suave mientras se
dirigía desde el granero hasta la casa, inspeccionando su lugar
favorito en la tierra. Detrás de ella, los caballos se acercaron
para sorber del tanque de agua, sedientos después de una larga noche en
el pasto. El humo salía de la chimenea de la casa grande hacia el cielo gris
claro. El amanecer era fresco, el sol apenas asomaba sobre las montañas. 8
Ya llevaba horas despierta.
En el porche, una larga sombra la esperaba, sosteniendo dos tazas.
Su corazón dio un fuerte latido enamorado al ver a Leo, despeinado por el
sueño y sonriente, envuelto en un pantalón deportivo y una chaqueta
polar. Sin duda, así era como quería empezar cada mañana; todavía no
podía creer que a partir de hoy lo haría. Lily subió corriendo los tres
escalones desvencijados, estirándose para poner su sonrisa contra la de él,
sintiendo que habían pasado días, no horas, desde la última vez que lo
había tocado. Sus labios eran cálidos, suaves contra los de ella helados
por el viento. El calor de sus dedos en su cadera encendió cohetes dentro
de su pecho.
—¿Dónde está él? —cuestionó Lily, preguntándose si su padre se
había ido del rancho sin despedirse. No sería la primera vez, pero sería la
primera vez que no le importaba.
Leo le puso una taza caliente en la mano y asintió hacia la cabaña del
cuidador al otro lado del río.
—Cruzó el puente hasta casa de Erwin —dijo—. Diciendo adiós.
¿Era extraño que no tuviera ni idea de hacia dónde se dirigía su padre
o cuánto tiempo se iría? Si lo era, Lily no dejó que el pensamiento
penetrara muy profundamente; era más exigente la forma en que su pulso
latía con una canción de celebración: su vida finalmente estaba
comenzando y, de alguna manera, este verano, mientras aprendía a
manejar casi todos los aspectos del rancho, también se había enamorado.
Fue un amor que la sorprendió: anclado y seguro, pasional y febril. Había
pasado los primeros diecinueve años de su vida siendo tolerada y no
tomada en cuenta, pero aquí, con Leo, finalmente era el centro del mundo
de alguien. Nunca había sonreído tanto, reído con tanta libertad o se había
atrevido a desear con tanta ferocidad. Lo más cerca que se había sentido
antes fue ensillar su caballo y correr a través de la tierra de su familia. Sin
embargo, esos momentos eran fugaces; Leo había prometido que estaba
aquí para quedarse.
Inclinó la barbilla para mirarlo al rostro. Había heredado la
complexión de su padre irlandés y los rasgos de su madre estadounidense
de origen japonés, pero el alma interior era toda suya. Lily nunca había
conocido a nadie tan tranquilo y firme como Leo Grady. Todavía no podía
creer que este hombre resuelto estuviera dispuesto a desarraigar todo por
ella.
Le había preguntado “¿Estás seguro?” mil veces. El rancho Wilder era
su sueño; sabía que no debía esperar que administrar un rancho con
huéspedes durante todo el año fuera el de otra persona. Ciertamente no
había sido el de su padre, aunque al menos había puesto lo mínimo para 9
mantenerlo solvente. Para la madre de Lily, el rancho era solo otra cosa
que felizmente dejó atrás. A veces, Lily sentía que había pasado todos los
días de su vida esperando el momento en que pudiera hacer de este
rancho su lugar para siempre. Y ahora estaba aquí, con Leo para empezar.
—Estoy seguro, Lil. —El brazo libre de Leo le rodeó el hombro y la
guió hasta su costado, donde la apretó contra sí y se inclinó para besarle
la sien—. Sin embargo, ¿estás segura de que quieres a un novato como yo
aquí?
—Diablos, sí. —Las palabras sonaron altas en la tranquila mañana.
En la distancia, su nuevo potro relinchó. Leo la miró con ojos de
adoración. Era nuevo en la ganadería, cierto, pero también era un natural
con los caballos, capaz en un millón de formas diminutas, y una altura
conveniente para alcanzar cosas en sitios altos. Pero nada de eso era por lo
que lo quería allí. Lo quería allí porque Leo Grady era innegablemente
suyo, lo primero suyo que había tenido.
Olía a limpio de la ducha, y ella se acurrucó, presionando su rostro
contra su cuello, buscando algún indicio de su sudor, el intenso aroma
masculino que había sentido deslizándose sobre su piel la noche anterior.
—Te hice el desayuno —murmuró en su cabello.
Ella se echó hacia atrás, sonriendo esperanzada hacia él.
—¿Los bollos de tu mamá?
Esto lo hizo reír.
—Actúas como si ella los hubiera inventado. —Se inclinó, cubriendo
su boca con la suya, y habló sobre el beso—. Normalmente nos hace arroz
y pescado. Estoy bastante seguro de que estos son los bollos de Rachael
Ray.
Duke Wilder cruzó la hierba helada y subió al porche, un pequeño
movimiento de su tupido bigote canoso era la única indicación de que
había visto lo apretados que habían estado.
Pero luego pasó el momento y sus ojos se iluminaron. Duke siempre
estaba más feliz cuando estaba a punto de irse. Cuando Lily era pequeña,
su trabajo lo llevó hasta Groenlandia, pero el alcance de sus aventuras se
redujo drásticamente cuando su madre los dejó hace siete años y Duke
quedó anclado con una hija y, al menos en los veranos, el rancho de
huéspedes en Laramie. Ahora ella había crecido y él finalmente era libre
para disfrutar de ser una celebridad de nicho que estaba profundamente
obsesionado con su sueño de la infancia de encontrar las pilas de dinero
que unos forajidos escondieron en el desierto hace más de cien años.

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Lily no era la única que se alegraba de tener finalmente la edad
suficiente para asumir la carga de la tierra de su familia.
Desvió la mirada por encima del hombro de ella y Lily observó el
rostro de Duke mientras mantenía un intercambio silencioso con Leo. A
veces, Lily pensaba que apenas conocía a su padre; otras veces podía
leerlo como un libro. Duke no amaba el rancho Wilder, pero en ese
momento, Lily pudo escuchar sus pensamientos como si los hubiera dicho
en voz alta: Ese niño no parece un vaquero.
Porque Leo no era un vaquero. Era un estudiante universitario, un
genio de las matemáticas, un chico de la ciudad de Nueva York que había
venido al rancho para un trabajo de verano, se enamoró y cambió su vida
para quedarse con ella en temporada baja. Tímido, callado y pensativo, era
todo lo que Duke Wilder no era. Con solo veintidós años, mirando a un
hombre de cincuenta años con la reputación local de Indiana Jones y la
confianza del capitán Jack Sparrow, Leo Grady no se encogió ni se removió
a su lado.
—Estaremos bien, Duke —dijo, cerrando el momento.
—Cuidarás de ella hasta que yo regrese —ordenó Duke, con los ojos
aún fijos en Leo, por lo que se perdió la mueca de exasperación de su hija.
—Lo haré —le aseguró Leo.
—No necesito que me cuiden —les recordó Lily a ambos.
Duke se inclinó hacia delante, alborotándole el cabello oscuro.
—Claro que no, niña. Te dejé una nota en el comedor.
—Genial. —Un acertijo. Un rompecabezas. Algún código para que ella
lo descifrara. Su padre la había criado con los juegos que amaba, siempre
tocándola como un niño pincha a un escarabajo, incapaz de entender
cómo terminó siendo tan diferente a él. Se produciría un combate de lucha
libre entre el resentimiento y la curiosidad hasta que la necesidad los
venciera a ambos, y ella finalmente se sentaría a resolver cualquier
rompecabezas que él le hubiera dejado. Era muy posible que la nota se
tradujera en algo estúpido como Hasta luego o No te comas toda la masa
de galletas de avena, pero también era probable que hubiera dejado
alguna información crítica fuera de su alcance que Lily necesitaría para
operar este lugar. Todo lo que Lily siempre había querido o necesitado,
siempre había estado escondido en algún lugar complicado, a veces a
kilómetros de casa, y si no tenía la motivación para buscar, Duke había
pensado que no lo necesitaba después de todo.
Tal vez hoy no se molestaría. Tal vez ella y Duke finalmente estarían
de acuerdo en que no tenían que amar las mismas cosas, ni siquiera
tenían que amarse el uno al otro, para coexistir. Por primera vez, eso le

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pareció bien. Tal vez Duke regresaría a su mundo, donde buscaba
artefactos y desenterraba tesoros perdidos, y Lily se quedaría en el rancho
con sus caballos, su tierra y su amor, e ignoraría la nota sobre la mesa
para siempre.
La tensión se estiró y luego se rompió cuando Duke echó una última
mirada a la casa, el granero, las colinas ondulantes más allá. Sus padres
compraron esta tierra y criaron a dos niños aquí: Duke y su hermano,
Daniel. Daniel lo había convertido en el rancho Wilder, donde vivía todo el
año y recibía invitados cada verano hasta que murió hace dos años. Lily y
Duke mantuvieron el negocio funcionando, pero nunca fue su prioridad y
siempre fue el sueño de ella estar aquí a tiempo completo, hacerse cargo,
devolverlo a lo que había sido en los veranos dorados de su infancia.
Setenta y ocho caballos y doscientos acres de la resplandeciente belleza de
Wyoming eran su idea de la perfección, pero a Duke le molestaba cada
cerca de la propiedad como si fuera un gato en una jaula.
Su exuberante padre se puso el sombrero de vaquero en la cabeza y
asintió hacia los dos.
—Bien. Me voy.
No hubo abrazos. Leo y Lily ni siquiera bajaron del amplio porche.
Observaron en silencio la forma alargada y fuerte de Duke Wilder, que se
dirigía hacia su vieja camioneta descomunal y se subía.
Lily se volvió hacia Leo, rebotando sobre las puntas de sus pies, la
alegría burbujeando dentro de ella con una fuerza que podría dispararla
hacia el cielo azul grisáceo.
—¿Estás lista para esto, jefa? —preguntó él.
Lily respondió a Leo con un beso que esperaba le dijera las cosas que
a veces todavía le costaba decir.
Lo asimiló todo. En este momento, todo estaba exactamente bien.
Nadie ni nada la apresuraba a pasar este único y perfecto momento. Con
el polvo de la camioneta de Duke todavía arremolinándose a su paso, todo
lo que importaba era el amor a su lado y la enjoyada galaxia de tierra que
la rodeaba. Su galaxia. Tomó aliento para hablar, pero se sorprendió al ver
la tierna expresión en el rostro de Leo mientras la miraba. “Chico
enamorado de la ciudad”, lo habían llamado todos los vaqueros desde el
primer día que la conoció, hacía cinco meses.
Riendo, dichosa, Lily tomó su mejilla y se estiró para besarlo de
nuevo.
—Prométeme que seremos felices aquí para siempre.
Él asintió y bajó su frente para ponerla contra la de ella.

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—Lo prometo.
Uno
Hester, Utah: Bar Archie's
Mayo, actualidad

—E
n retrospectiva —dijo Lily, haciendo una mueca—, sé
que no debo ignorar una pelea de bar detrás de mí.
Archie extendió una mano carnosa, pasándole
un paño goteando lleno de hielo.
—Estoy más preocupado del codazo que recibiste en la parte posterior
de la cabeza y por el que apenas te estremeciste.
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—¿Es eso una broma acerca de que soy testaruda? —Contuvo el
aliento ante el impacto del hielo contra la nuca.
Archie se inclinó sobre la barra.
—Estoy diciendo que eres una pequeña vaquera dura, Lily Wilder.
Lily lo empujó con una carcajada.
—Bésame el culo, Arch.
—Cuando quieras, Lil.
Con un codo apoyado en la madera rayada, sostuvo el hielo en su
lugar y observó cómo la condensación se deslizaba en lentos y gruesos
chorros por su vaso de pinta. Pero tan pronto como pasó un dedo por él, el
vidrio se enturbió. Durante todo el día, el viento forjó el polvo rojo del
desierto en los pliegues de su ropa, en su cabello. Manos, brazos, rostro.
Gracias a Dios por las duchas y el protector solar. Sin embargo, con el tipo
de gente que uno encuentra en Archie's, nunca valía la pena ducharse
antes de entrar, ya fuera que Lily estuviera sentada a la barra con una
cerveza o trabajando detrás de ella en temporada baja. El codo errante en
la nuca era prueba suficiente.
La puerta se abrió, iluminando brevemente la habitación en
penumbra, y Nicole llegó con un destello de cabello rubio desordenado y
una camisa de franela a cuadros rojos y azules. Deslizándose en el
taburete junto al de Lily, Nicole levantó la barbilla hacia Archie en un
saludo silencioso y orden de bebidas. Sirvió una cerveza en un vaso
cuestionablemente limpio y deslizó un bol de maní aún más cuestionable
hacia las mujeres. Más hambrienta que exigente, Lily comió.
Nicole hizo un gesto hacia la bolsa de hielo.
—¿Qué demonios?
—Petey y Lou estaban peleando. Fui un daño colateral.
—¿Necesitas que les patee el culo? —Se movió para ponerse de pie,
pero Lily la detuvo con una mano en el brazo.
Nicole era más alta y más fuerte que Lily, y su lealtad la volvía casi
salvaje cuando la provocaban. Lily apostó a que Petey y Lou tendrían una
pelea bastante justa entre manos. Si Lily le hacía un gesto a Nic para que
lo hiciera, moriría en el intento. Pero Nic era todo lo que tenía, así que Lily
inclinó la cabeza hacia la pequeña pila de papeles en la barra cerca del
brazo de su amiga.
—¿Ese es el nuevo grupo?

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Nicole asintió.
—Llegan mañana.
—¿Hombres? —preguntó Lily. Sus clientes eran casi siempre hombres
que salían a la caza del tesoro y jugaban a ser forajidos. Un grupo de
mujeres se sentía como un soplo de aire fresco. Esos viajes eran más
tranquilos, más despreocupados. Casi hacían que el trabajo valiera la
pena. Casi.
—Sí. Cuatro de ellos.
—¿Despedida de soltero? ¿Cumpleaños?
Nic negó.
—Parece que es un grupo de amigos que simplemente están de viaje.
Ante esto, Lily gimió. Al menos las despedidas de soltero tenían algún
tipo de misión, por lo general beber a escondidas y tener una semana de
libertinaje de la que hablarían en los años venideros. Pero los grupos que
venían a la compañía de expediciones turísticas de Lily, Wilder
Adventures, solo para “escapar”, siempre necesitaban más cuidado, más
estructura. A veces eso estaba bien —ayudar a la gente a disfrutar de unas
vacaciones a caballo había sido la alegría de Lily mientras crecía y lo era
hasta el día de hoy—, pero en este momento estaba agotada.
—¿Todos ellos firmaron la exención? —inquirió Lily.
Nic se rascó la mejilla, vacilante.
—Sí.
Señalando, Lily preguntó:
—¿Qué significa eso?
—Bueno —dijo Nicole—, parece que todas las firmó la misma persona.
Levantando su cerveza a sus labios, Lily murmuró:
—Mierda.
—Dub, es una formalidad.
—A menos que no lo sea —replicó—. No puedo permitirme una
demanda.
—Niña, apenas puedes pagar esta cerveza. —Cuando se inclinó para
captar la mirada de Lily, el cabello salvaje de Nic cayó sobre la mitad de su
rostro, dejando un brillante ojo azul libre para estudiar a su mejor amiga—
. ¿Cómo crees que este será nuestro último viaje?
Lily entrecerró los ojos hacia las espirales de la barra de madera
rayada. A decir verdad, había esperado más que nada que este fuera el
último adiós para Wilder Adventures. Quería que esta fuera la última vez
que llevara a los de la ciudad al desierto para formar un equipo y
“endurecerse” y buscar tesoros falsos. Quería guardar el diario de su padre 15
y no tener que volver a mirarlo nunca más. Quería vivir donde nadie le
preguntara sobre los mapas de Duke Wilder o sus historias y pudiera
olvidarse de Butch Cassidy. Lily no quería volver a ver a un hombre usar
zapatos de vestir pulidos mientras montaba a caballo o escuchar a otra
mujer con una camisa “occidental” de Prada quejarse de lo dolorido que
estaba su culo después de media hora en una silla de montar. Quería
estar al frente de un rancho, montar a Bonnie al amanecer y conducir sus
propios caballos a través de la artemisa y la hierba cubierta de escarcha
que brillaba como diamantes y crujía bajo los cascos. Quería suficiente
dinero para mudarse de la vieja cabaña destartalada de su padre y dejar
este polvoriento pueblo de mierda. Quería que este fuera su último viaje
más que nada.
Pero querer no la llevaba a ninguna parte. Había aprendido esa
lección hace mucho tiempo.
Aun así, abandonar este trabajo consumía todos los pensamientos de
Lily; siete años en este negocio y se sentía atrapada. Subsistía guiando a
los turistas por el desierto, pero los caballos eran caros, y Lily necesitaba
caballos para guiar a los turistas por el desierto para subsistir. Gallina,
conoce al huevo.
—¿Cómo fueron las cosas en el banco? —cuestionó Nic, abordándolo
desde un ángulo diferente.
Lily negó.
—¿Otra vez?
—¿Quién le va a dar un préstamo a alguien como yo? ¿Cuáles serán
mis ingresos si dejo de liderar búsquedas del tesoro?
Nicole se inclinó de nuevo.
—¿Les dijiste que ese era tu plan? ¿Qué saben siquiera?
Lily la miró.
—No lo hice, Nic, pero no son tontos. El tipo dijo: “Entonces, si
compras un terreno y comienzas un equipo nuevo, ¿cómo vas a ganar
dinero hasta que sea solvente?”. Y le dije que tomaría un par de años pero
que conocía el área, conocía el negocio y sabía lo que la gente quería en
unas vacaciones en el salvaje oeste, pero no importó. No importa lo que
diga; no soy una buena inversión.
Nicole resopló y se miró las manos. Fue entonces cuando Lily notó un
sobre con su nombre que sobresalía de la pila de correspondencia y
exenciones de responsabilidad. Reconocería la dirección del remitente en

16
cualquier lugar. Solía ser la suya.
Inmediatamente, quedó sepultada bajo un diluvio de recuerdos: el
roce astringente y crujiente de la artemisa; pastorear caballos mientras el
sol se alzaba sobre la cima de las montañas; galletas de mantequilla
calientes y gordas por las mañanas; el momento preciso en que lo había
visto y, semanas después, el calor y la fiebre de su cuerpo...
Frotándose el dolor debajo de su esternón, Lily cortó esos
pensamientos, señalando el sobre.
—¿Qué es eso?
Nic volvió a guardar el sobre.
—Nada.
—Es del rancho Wilder. Y tiene mi nombre. —Extendió la mano—.
Dámelo.
Pero Nicole le dio una palmada.
—No lo quieres en este momento, Dub, confía en mí.
¿En este momento?
—¿Es sobre el rancho?
—Déjalo, Lil.
Un raro fuego se encendió en las venas de Lily.
—¿Lo abriste? Te lo juro por Dios, Nic, eres la más entrometida... —
Volvió a intentarlo, pero Nicole se hizo a un lado, evadiéndola.
—Dije que no.
La sangre de Lily se convirtió en vapor ante la implicación de que no
podía manejar lo que fuera que había allí. Nic era la exaltada; Lily era la
comedida. Pero de repente, nunca había querido nada más que ver el
contenido del sobre blanco anodino.
Lily empujó el brazo de Nic, pero Nic sabía que venía y se inclinó,
enjaulando los papeles, inmóvil. Lanzándose hacia su cintura, Lily tiró a
Nic del taburete al suelo. Repentinamente palideciendo en importancia, las
exenciones de responsabilidad llovieron a su alrededor, aterrizando entre
las cáscaras de maní desechadas en la capa de cerveza pegajosa en el
suelo. Detrás de las luchadoras, los hombres abuchearon y aplaudieron,
animándolas. Normalmente, Lily se levantaría y llevaría esta discusión a
otra parte, pero tenía un solo enfoque, y era desenterrar ese sobre de
donde Nicole se había puesto bocabajo, cubriéndolo con su cuerpo.
—De ninguna manera —gritó Nic al suelo, incluso cuando Lily golpeó
inútilmente sus hombros, le hizo cosquillas en las costillas y luego
comenzó a golpear su culo.

17
—Tiene mi nombre, idiota.
—¡No lo quieres!
—¡Estás cometiendo un delito grave! —Lily miró por encima del
hombro—. ¡Petey! Eres policía.
—Fuera de servicio —respondió, riendo en su cerveza—. Golpéala en
el culo otra vez.
—Te voy a dar un puñetazo en la polla si no me ayudas.
—Cariño, eres bienvenida a golpear cualquier parte de mí.
Con un gruñido salvaje, buscó con todas sus fuerzas debajo del
cuerpo de su amiga, alcanzando ciegamente el sobre. Lo rodeó con los
dedos, arrancando una esquina mientras lo liberaba. Lily se levantó y se
alejó, escondiéndose detrás de Big Eddie cerca del tablero de dardos en
caso de que Nicole decidiera ir por ella.
—Te lo digo —advirtió Nic—, no lo quieres. —Derrotada, se puso de
pie, limpiándose la suciedad del suelo del bar de la mejilla con el dorso de
la mano. Volvió a su taburete, a su cerveza y al bol de maní—.
Simplemente no vengas haciendo un puchero cuando veas lo que es.
De vuelta en la esquina, Lily sacó la carta. Un bar lleno de ojos
permaneció en ella mientras la leía, al principio sin comprender, las
palabras nadaban en remolinos de blanco y negro, y permaneció pegada a
su rostro mientras volvía al principio para comenzar de nuevo. Las
oraciones tomaron forma, es decir, se fusionaron, y todo el dolor, la
pérdida y la negrura vacía que había acumulado en un sólido ladrillo en su
pecho se liberaron, convirtiéndose en un enjambre de tábanos.
La carta era del hombre que ahora era dueño de la tierra de su
familia. Un hombre al que había visto solo una vez, apenas una semana
después de esa otra angustia brutal. Por mucho que Lily odiara a
Jonathan Cross, había querido leer estas palabras todos los días durante
diez años.
… jubilado… rancho a la venta… quisiera darte la primera
oportunidad…
No importaba lo bueno que fuera el trato que le estaba ofreciendo. No
había nada que pudiera hacer para recuperar el rancho de su familia.
Una vez que algo se había ido, se había ido. Lily pensó que había
lidiado con su pena, su añoranza por ese lugar, pero se sintió herida de
nuevo.
Le tomó cada pizca de fuerza física que tenía mantener la
compostura. Metió su labio inferior entre sus dientes y cerró la mandíbula
con clavos. Se obligó a estabilizar los hombros, esforzándose para evitar
que se levantaran alrededor de su cuello, para evitar que su espalda se

18
curvara. Nadie vivo, al menos, nadie en esta habitación, la había visto
romperse jamás. Finalmente, cuando todos habían perdido interés o se
habían alejado por respeto, regresó a la barra.
Nicole ya le había pedido a su amiga una cerveza fría y la empujó
cuando Lily se sentó en el taburete a su lado.
—Te lo dije —dijo Nic.
—Lo hiciste.
—¿Qué vas a hacer al respecto? —preguntó.
—Voy a hacer un montón de nada —respondió Lily, y llevó el vaso a
sus labios.
Dos
Nueva York
Mayo, actualidad

L
a desventaja de salir para el JFK a las 8:15 a.m.: en los últimos
veinte minutos, la maraña de tráfico de la hora pico de la
mañana no se había movido ni una sola vez a más de dieciséis
kilómetros por hora. Ventaja potencial: Leo era libre de responder la
letanía de preguntas que su jefe podía hacer literalmente a cualquier otra
persona que aún estuviera en la oficina... pero no haría. 19
Cuando su teléfono sonó con el décimo mensaje en cinco minutos,
Leo cerró los ojos, gimiendo.
—Simplemente ponlo en modo silencioso —dijo Bradley, bajando la
ventanilla todo lo posible y luego volviéndola a subir rápidamente contra la
columna de gases del tubo de escape de camión que se dispararon al
interior.
Leo escribió una respuesta rápida.
—Está bien.
El teléfono volvió a sonar inmediatamente.
—Leo, esto sucede todos los años.
Escribiendo, Leo dijo:
—Así es como se pone Alton cuando voy a estar fuera de la oficina.
—Exactamente mi punto. Actúa como si no hubiera nadie más en el
área triestatal que pueda usar una calculadora.
Esta vez, el teléfono sonó en la mano de Leo.
Bradley le lanzó una mirada de advertencia.
—Déjalo.
Encogiéndose de hombros con impotencia, Leo señaló el nombre de
Alton en la pantalla.
—Están tomando decisiones sobre el puesto de vicepresidente la
semana que viene y estoy de vacaciones. No puedo no responder.
—Déjalo.
Leo se llevó el teléfono a la oreja.
—¿Hola?
Bradley gimió y se inclinó hacia adelante para decirle al taxista, a
quien no le importaba en absoluto:
—Nunca deja que su jefe vaya al buzón de voz.
—Sí lo hago —susurró Leo antes de regresar con Alton al otro lado de
la llamada y decirle—: El código para el algoritmo Daxton-Amazon está en
la unidad C debajo de la carpeta llamada “Daxton –Amazon”.
Bradley se giró y lo miró boquiabierto, pero Leo lo desestimó y
continuó con la llamada.
—Así es. Puedes reenviarlo directamente a Alyssa o guardarlo en la
nube…
Bradley arrancó el teléfono de la mano de Leo y se inclinó, apretando
la boca y fingiendo estática.
20
—No puedo… —interferencia—… oír… —interferencia—… túnel… —
interferencia. Presionó finalizar y deslizó el teléfono en el bolsillo de su
propio abrigo con una sonrisa.
Leo lo miró fijamente.
—Amigo, ¿en serio?
—Mi año, mi viaje, mis reglas. Regla número uno: nada de teléfonos.
Leo extendió la mano para agarrarlo de todos modos, explicando:
—Estaba llamando para averiguar dónde...
Bradley apartó su mano de un manotazo.
—Si tu jefe no puede encontrar un algoritmo llamado Daxton-Amazon
en una carpeta también llamada Daxton-Amazon, realmente no tengo ni
idea de cómo terminó en una oficina de alto ejecutivo.
Leo se volvió para mirar por la ventana, incapaz de discutir. De todos
modos, era hora de dejar de preocuparse por el trabajo y comenzar a
preguntarse adónde los llevaría Bradley. Este viaje anual con sus dos
mejores amigos de la universidad era su único tiempo libre, y a medida
que sus vidas se volvían más ocupadas, el statu quo había pasado de Es
mi año para hacer la planificación a Absolutamente ningún detalle se
compartirá hasta que lleguemos a nuestro destino. Saber que volarían a
Salt Lake City no le dijo nada a Leo, y cada vez que era el turno de
Bradley, los otros dos hombres eran justificadamente cautelosos. Bradley
priorizaba contar una buena historia por encima de la comodidad personal
y el sentido común cada vez.
Su teléfono volvió a sonar y Bradley lo sacó, sonriendo cuando vio
quién estaba llamando.
—Es tu otro jefe. —Volteó la pantalla, mostrándosela a Leo.
Cora.
Bradley deslizó el dedo para responder.
—Teléfono de Leo, habla el tío Bradley.
Inclinándose de nuevo, Leo trató de quitárselo.
Pero Bradley puso toda su mano en el rostro de Leo y lo empujó.
—¿Cómo estás, cariño?
Leo no podía oír nada más que la leve insinuación de la voz de su
hermana a través de la línea. Resignado, se desinfló en el asiento. Cora

21
adoraba a Bradley. Incluso si Leo lograba tomar el teléfono, ella
simplemente le diría que se lo devolviera.
—Felicitaciones por graduarte, Cor. Eso es increíble. —Bradley
asintió, sonriendo ante lo que ella había dicho—. ¿Es así? —Se volvió y
miró a Leo—. ¿Y París mañana? No, tu hermano no me dijo en absoluto
que te enviaría a ti y a una amiga a París como regalo de graduación.
Mierda. Bradley sería implacable con esto.
—Apuesto a que sí —dijo Bradley, con los ojos muy abiertos mientras
miraba a Leo con fingida alarma—. Eso suena como una noche especial. —
Hizo una pausa, escuchando—. Definitivamente lo transmitiré. Ten un
viaje increíble. También te quiero, niña. —Terminó la llamada y, con una
sonrisa burlona, finalmente le entregó a Leo su teléfono—. Eso fue
esclarecedor.
Dejándolo caer en su mochila, Leo apoyó la cabeza contra el
reposacabezas.
—Déjalo.
—Cora quería que te dijera que pasó por tu casa y tomó el dinero que
le dejaste. —Bradley hizo una pausa, acariciando su barba incipiente—.
Debo decir que estoy decepcionado de que no me invitaras a su cena de
graduación anoche —dijo arrastrando las palabras—. Ciertamente, una
persona más no habría quebrado el banco si ya habías invitado a doce
personas y le has regalado un viaje a París.
El taxi se detuvo frente a la terminal del JFK, y se bajaron, agarrando
sus maletas del maletero.
—El costo no fue lo que me impidió invitarte —explicó Leo mientras se
dirigían a la terminal—. Fue tu hábito de coquetear con las amigas de mi
hermana pequeña.
—Son legales —razonó Bradley.
Bradley era su amigo más antiguo, el que recogió a Leo cuando su
mundo se vino abajo hace una década y lo apoyó mientras recobraba el
equilibrio. Era el tío suplente bromista y el contrapeso coqueto y alegre de
las tendencias sobreprotectoras y compensatorias de Leo. También era un
jugador desvergonzado.
—Pero todavía diez años más jóvenes que tú —le recordó Leo.
—Diez años significa menos cuando eres mayor.
—Todavía significa bastante, Bradley.
Sonrió a Leo.
—Estás cambiando de tema. La mimas.
—Un hombre con un Rolex y una bandolera de Prada debería ser la
última persona que me dé un sermón sobre mimar a alguien. Tampoco es
que necesites una comida gratis. 22
—No, pero me gustaría una.
Leo se rio de la sonrisa ganadora de Bradley.
—Cora se muda a Boston. Sabes que era mi trabajo ayudarla a
terminar la escuela. —A terminar la escuela, sí, pero también ser su
hermano, padre, madre y benefactor, y compensar cada pizca de adoración
que le había sido robada a su hermana pequeña hace diez años.
—E hiciste eso. Junto con una asignación semanal, sin préstamos
estudiantiles y un apartamento a cuatro cuadras del campus de Columbia.
—Que comparte con otras tres personas —le recordó Leo—. No está
revolcándose en un ático.
Bradley descartó esto.
—A donde vamos, no podrá llamarte. ¿Será capaz de funcionar sin el
Hermano Mayor?
Leo ya estaba harto de esta conversación.
—Estará bien. —Al menos, esperaba que lo hiciera—. Estará
demasiado ocupada disfrutando de París como para preocuparse de llamar
de todos modos.
—¿Pero cómo estarás? —presionó Bradley.
—¿Qué quieres decir?
—Leo, este es el primer viaje que hemos hecho en el que no podemos
consultar el correo electrónico del trabajo ni recibir llamadas.
Esquivando a una familia que estaba rehaciendo una maleta en la
zona de facturación, miró a Bradley.
—No te preocupes por mí. Me he estado preparando mentalmente
para el aislamiento en base a tu horrible lista de empaque.
—¿Horrible? —repitió Bradley, fingiendo ofensa.
Se acercaron juntos al mostrador de billetes y entregaron sus
identificaciones.
—No tengo pantalones cargo —le dijo Leo—. ¿Y las “botas con tacón”?
¿Estamos hablando de Purple Rain o de un trabajador de la construcción?
—Sabes las reglas. No hagas preguntas, solo empaca.
—Conozco las reglas —dijo Leo—, pero cuando vi “sombrero con
cordón”, ni siquiera sabía lo que eso significaba.
De hecho, Leo sabía exactamente lo que significaba, pero la idea de
por qué podría necesitar unas botas con tacón y un sombrero con un
cordón hizo que se le revolviera el estómago. Por eso había aplazado el 23
equipaje hasta esta mañana, cuando finalmente, frenéticamente, metió
todo en su bolsa de lona. Cada uno de los tres amigos tenía un conjunto
de reglas para estos viajes, verbales y tácitas. Por ejemplo, Bradley se
negaba a viajar a Cayo Hueso porque la familia de una mujer a la que le
había propuesto matrimonio en 2012 poseía casi una cuarta parte de los
restaurantes de la ciudad. Walter se negaba a visitar cualquier estado con
una posibilidad real de tornados. La regla tácita de Leo siempre había sido
No caballos. Bradley sabía mejor que nadie por qué.
Así que, incluso si estas vacaciones no los llevaban a Wyoming, estar
cerca de los caballos sin duda llevaría a Leo de vuelta a un lugar mental
que, según varias ex novias, no había desempacado emocionalmente.
La tradición de las vacaciones anuales había comenzado la primavera
después de que regresara de Laramie, vacío y desconsolado. Bradley,
actuando con la misma cantidad de buenas y malas intenciones, había
planeado un viaje de chicos al norte del estado mientras Cora estaba en el
campamento de jóvenes cristianos en Vermont. En ese viaje, Leo se había
reído a carcajadas por primera vez en siete meses.
Al año siguiente, los tres se fueron de nuevo, en un viaje por carretera
a Maine que planeó Walter. Después de eso, a medida que mejoraron sus
ingresos, también lo hicieron los viajes. Hubo cata de vinos en Oregón y
elaboración de queso en Francia. Nadaron con delfines en Ensenada y
navegaron en kayak entre glaciares en Alaska.
Dado que la última escapada de Bradley, hace tres años, fue una
semana en Ibiza, cuando Bradley había puesto “dinero para la fianza” en la
lista de empaque, y menos mal que Leo y Walter lo habían tomado en
serio, habían estado un poco inquietos sobre el plan de este año.
Leo fue interrumpido de contemplar esto más cuando una voz detrás
de ellos exclamó:
—¿Qué pasa, maricas? —Estaban rodeados por al menos un centenar
de otros viajeros, y no había ninguna razón para suponer que estas
palabras estaban dirigidas a ellos, pero Leo no tenía que mirar para saber
que lo estaban. Mientras todos los viajeros de los alrededores se giraban
para ver quién acababa de gritar la palabra maricas en medio de un
maldito aeropuerto, Leo se volvió para mirar boquiabierto acusadoramente
a Bradley.
—¿En serio? —siseó—. ¿Lo invitaste?
Bradley retrocedió de inmediato.
Una mirada reticente por encima del hombro reveló exactamente lo
que Leo esperaba: Terrence “Terry” Trottel, un hombre que nunca había
servido en el ejército, pero que vestía ropa de camuflaje completa y llevaba 24
una mochila de grado militar colgada del hombro, paseando directamente
hacia a ellos. Alto, delgado, tatuado impulsivamente y con una desastrosa
barba, Terry era el tipo de libro que podía juzgarse con precisión por su
portada.
Bradley hizo una mueca.
—Me preguntó directamente. No podía decir que no.
—Sin embargo, podías. Es fácil: “No, Terrence. No formas parte de
esta tradición”.
Terry, el compañero de habitación de Bradley desde el primer año, se
mantuvo débilmente conectado con el grupo, dado que era absolutamente
el amigo por el que uno tenía que disculparse, sin importar la situación.
Aquí estaba un hombre que una vez apareció sin invitación para tomar
unas cervezas con una camiseta que tenía la imagen de una mujer con un
trozo de cinta adhesiva sobre la boca y las palabras Disfruta del silencio.
Pero aunque Bradley podía darle mierda a Leo sobre Cora y su trabajo
y su vida amorosa inexistente, no le gustaba el conflicto; era amigo de
todos. Leo era el centro tranquilo del grupo para que Bradley pudiera
hablar basura con seguridad. Por el contrario, Terry era un exaltado,
encontrando insultos tanto si eran intencionados como si no. Y aquí
estaban, a punto de quedar atrapados con él en algún lugar claramente lo
suficientemente remoto como para requerir la capacidad de vivir sin
servicio celular.
Impresionante.
Fingieron no ver a Terry saludar antes de que se acercara al
mostrador de facturación unos metros más abajo. Mientras el agente
etiquetaba su equipaje mínimo, Leo miró a Bradley.
—No solía ser tan malo —argumentó Bradley en voz baja.
En la universidad, la versión extraña de Terry se había manifestado
como una inclinación por coleccionar chapas de botellas y no lavar su
camisa de la suerte. El Terry actual coleccionaba municiones antiguas y
consideraba que feminista y terrorista eran sinónimos. Bradley no estaba
equivocado en que Terry no siempre había sido tan malo, pero era
discutible, porque Terry definitivamente era terrible ahora. Leo ya había
estado medio temiendo este viaje, y ahora estaba convencido de que sería
interminable.
—Walt me envió capturas de pantalla de algunas cosas aterradoras
que Terry publicó en línea —le dijo a Bradley—. Terry pasa todo el día en
algunos rincones bastante oscuros de internet.
—Lo sé. Pero cuando estamos todos, baja el tono.
Leo dejó escapar una risa de una sílaba.
25
—¿Lo hace?
Su agente entregó los billetes y los dos hombres se alejaron del
mostrador.
Bradley miró a un lado.
—Creo que estará bastante tranquilo.
—¿Porque Terry es así? —cuestionó Leo, señalando donde Terry
parecía estar “educando” al agente de la aerolínea sobre la forma correcta
de etiquetar su equipaje—. ¿Bastante tranquilo?
—¿Vas a decirle que no?
—Bradley, se está registrando para el vuelo. Por supuesto que no le
voy a decir que no ahora.
En voz baja, Bradley murmuró:
—No sé por qué me juzgas. Ni siquiera le dices que no a Cora.
—Escuché eso.
—Por eso lo dije en voz alta.
Se dieron la vuelta para dirigirse al control de seguridad, pero cuando
Bradley se demoró para esperar a Terry, Leo siguió moviéndose y logró
pasar en solo unos minutos. Al final, también se alegró de haber seguido
adelante, porque Walt ya estaba en la puerta y tendría que estar preparado
para las noticias de Terry. Específicamente, si el estrés de que Terry se
uniera al viaje era demasiado grande, Walter querría tiempo para ir al
baño antes de tener que embarcar.
Walter se sentaba con su mochila en el regazo, los auriculares
puestos, meneándose alegremente al ritmo de la música. Un alma amable
que rara vez priorizaba cosas como cortes de cabello o reemplazar
camisetas agujereadas, siempre era el primero en llamar para saber si un
amigo estaba pasando por un momento difícil. En pocas palabras, era el
anti-Terry.
Leo rondó en la periferia, odiando estar a punto de arruinar el buen
humor de Walt. Pero cuando Walt miró hacia arriba y por encima del
hombro de Leo, su expresión derrumbándose, Leo se dio cuenta de que era
demasiado tarde.
Walter tiró de un auricular, mirando con los ojos muy abiertos el
acercamiento de Terry.
—Espera, ¿por qué está Terry aquí?
Leo supuso que había una razón para estar agradecido por la
naturaleza no conflictiva de Bradley: con Terry en el viaje, al menos había 26
algo que a Leo le emocionaba menos que montar a caballo por primera vez
en una década.
Tres

L
eo se despertó bruscamente y se inclinó hacia adelante en el
implacable asiento del autobús, estirando la mano para ahuecar
su cuello.
—¿Qué pasó? —cuestionó Bradley, enderezándose lentamente de su
sueño al otro lado del pasillo.
—Paramos.
Bradley gimió.

27
—¿Dónde?
—Ni idea. —Todo lo que Leo sabía era que el autobús, que apestaba a
tierra y etanol, acababa de detenerse bruscamente, aparentemente en
medio de la nada.
—¿Qué diablos, amigo? —gritó Bradley al conductor del autobús,
cruzando los brazos sobre el asiento frente a él—. ¿Qué tal una pequeña
advertencia la próxima vez?
La respuesta áspera del conductor apenas les llegó:
—Hasta aquí los llevo. Bajen.
Enfocando su mirada a través de la ventana, Leo no pudo distinguir
nada más que formas vagas en la oscuridad negro-azulada. Habría jurado
que el sol había salido hace solo unos minutos, pero se había quedado
dormido en algún lugar fuera de Green River, Utah, agotado por un día de
viaje interminable, incluidas tres horas de retraso en la pista de aterrizaje
del JFK, un vuelo turbulento y lleno de gente, y este viaje en autobús a
quién sabía dónde.
Leo se sentía como si hubiera dormido metido en una caja, pero a
pesar del interminable viaje por las aventuras del salvaje oeste que les
esperaban, Bradley parecía completamente intacto. Para un hombre que
usaba mocasines de cuero y un suéter de cachemira, era
sorprendentemente apto para el aire libre. Al lado de Bradley, recostado
torpemente contra la ventana y vistiendo una vieja camiseta verde que
decía CARRERA ANUAL DE MORDOR EN LA TIERRA MEDIA, Walt
permanecía felizmente comatoso, roncando suavemente.
Detrás de ellos, el rostro perpetuamente sonrojado de Terry se dividió
en una sonrisa inquietante antes de estirarse y golpear a Walter en la
parte posterior de la cabeza, despertándolo con un sobresalto.
—Vamos, hombre —dijo Leo. Cuando Leo conoció a Terry, pensó que
estaba permanentemente quemado por el sol, luego Leo se preguntó si
bebía demasiado. Ahora, por supuesto, Leo sabía que Terry estaba
crónicamente enojado. Molesto todo el tiempo, enojado con las mujeres, los
socialistas, su madre.
Leo se movió y le lanzó a Walt una mirada de conmiseración de Vaya,
odio a Terry antes de dirigir su atención a su teléfono, murmurando:
—¿Ya una barra? ¿Condujimos hasta 1992?
—Debería haber traído un teléfono satelital —dijo Terry, estirándose
en el pasillo—. El servicio celular va a ser incompleto en el mejor de los
casos.
—Vamos, caballeros. —Bradley también se levantó, golpeándose el
pecho. Su espeso cabello rubio caía lejos de su frente en ondas suaves e
inmunes a los viajes—. A donde vamos, no necesitaremos teléfonos.
Bradley condujo al grupo fuera del autobús para recoger sus diversas
28
bolsas. A unos seis metros de donde estaban, Leo pudo distinguir un
pequeño y desvencijado refugio contra el viento en torno a un puñado de
bancos de madera erosionados. Una planta rodadora dio un salto mortal
sobre el cemento seco, un pequeño ciclón de polvo la siguió. Cuando los
ojos de Leo se acostumbraron, el cielo lentamente se volvió púrpura; el
suelo fue tragado por sombras que parecían extenderse
ininterrumpidamente por kilómetros.
El autobús cobró vida de nuevo y el grupo de hombres lo vio alejarse,
las luces traseras desvaneciéndose en la oscuridad.
Las cejas de Walter se fruncieron con preocupación.
—Sabe que estamos... me pregunto si él... —Miró a Leo y dijo lo
obvio—: No estamos en el autobús con él.
—Tal vez ahora es cuando nos dices en qué estamos metidos, Bradley
—sugirió Leo.
—Todo lo que necesitan saber es que nos espera una aventura. No se
preocupen, muchachos, no estaremos aquí solos por mucho tiempo.
Tan pronto como terminó la oración, un coyote aulló y su manada lo
siguió con espeluznantes y pequeños ladridos.
Leo se estiró y el crujido de su espalda sonó como una pila de fichas
de dominó cayendo.
—Me quedé dormido, pero estoy dispuesto a apostar que no hemos
pasado nada por horas. ¿Puedes al menos decirnos dónde estamos?
Terry sacó una unidad de GPS de uno de sus varios bolsillos.
—Estamos a treinta y ocho grados norte y...
—Gracias —dijo Leo secamente.
—Dios, está bien, nadie disfruta del misterio, ya veo. —Bradley sacó
su teléfono y la pantalla iluminó su ceño fruncido, haciendo que su piel
cuidada se viera extrañamente arrugada y espeluznante—. Deberíamos
estar en las afueras de Hanksville, Utah, pero leeré la información del
folleto si puedo encontrarlo. —Giró la pantalla para mirarlos, señalando la
forma en que su ícono de correo giraba inútilmente—. Es una compañía de
guías de aventuras —explicó a la defensiva—. Montaremos a caballo,
acamparemos y buscaremos tesoros. Díganme que eso no suena como
jodida diversión.
Un vago recuerdo nubló los pensamientos de Leo y su estómago se
revolvió con náuseas.
A lo lejos, un par de faros amarillos iluminaron la oscuridad.
—¿Ven? —dijo Bradley, reivindicado—. Ahí está nuestro transporte.
29
Observaron en silencio anticipado cómo un Bronco que era más óxido
que metal se precipitaba por la carretera de dos carriles llena de agujeros.
No mostró signos de desaceleración a medida que se acercaba.
La aprensión hizo que la voz de Leo fuera más fuerte de lo normal:
—Vienen bastante rápido...
La alarma creció en su pecho cuando el conductor saltó sobre el
arcén, dando tumbos sobre la grava y cayendo directamente hacia ellos.
Los hombres se apretujaron contra los bancos, dejando escapar un coro de
exclamaciones de ¿Estamos a punto de morir?, antes de que el vehículo se
detuviera con un chirrido polvoriento a solo unos centímetros de los pies
de Walter.
—Nunca he estado tan cerca de mearme encima —susurró.
Mientras todos se alejaban cuidadosamente unos cuantos pasos del
Bronco, Bradley felizmente saludó a la silueta del conductor.
—Les dije que alguien estaría aquí pronto.
El motor se apagó abruptamente y las notas persistentes de “Jolene”
de Dolly Parton resonaron en la respuesta silenciosa.
Leo entrecerró los ojos cuando el conductor se bajó lentamente y
rodeó la parte delantera del vehículo, sus pasos crujiendo sobre la tierra
pedregosa. El conductor todavía estaba iluminado por los faros, pero Leo
pudo distinguir piernas largas cuando la figura se recostó contra el capó.
Su rostro estaba oculto por un sombrero de vaquero polvoriento, pero
cuando levantó la cabeza, Leo se sorprendió al ver a una mujer, en mitad
de sus veinte y bonita, de casi uno ochenta y dos de alto y con una sonrisa
que sugería que estaría lista para una fiesta o para una pelea de bar, no
había una gran diferencia para ella. Llevaba botas y vaqueros, y su cabello
rubio hasta la barbilla se rizaba sobre el cuello de su desgastada camisa
abotonada.
—Soy Nicole. Deben ser los urbanitas que tengo poner en forma esta
semana.
Al lado de Leo, Bradley extendió la mano, agarró el cuello de la camisa
de Leo con un puño y soltó un gemido feliz. Leo lo empujó lejos.
Todos los demás permanecieron notablemente en silencio, por lo que
dio un paso adelante y le ofreció una mano.
—Soy Leo.
—¿Eres el que inscribió a tus amigos para esto? —preguntó ella en un
tono plano, tomando su mano en su fuerte agarre.
30
—No, ese sería Bradley. —Cuando la soltó, Leo puso la mano sobre el
hombro de Bradley antes de señalar al grupo—. Y este es Walter. —Dudó
antes de hacer un gesto a Terry, quien permaneció un paso fuera de su
pequeño círculo—. Aquel es Terry.
Walt ofreció un pequeño saludo.
—Señorita… uh, ¿es “señorita”? ¿O sería mejor “señora”?
—Es Nicole, pero “señorita” sería un encantador cambio de aire.
“Señorita Nicole” suena particularmente bien.
—Está bien, ¿señorita Nicole? —dijo entonces, mirando alrededor de
la creciente oscuridad—. ¿Dónde estamos, exactamente?
—Estación de autobuses. —Los rodeó, inspeccionándolos—. El
autobús no llega hasta el campamento, así que estoy aquí para recogerlos.
—Dejó escapar un gruñido abrupto y poco impresionado—. ¿Te pusiste
mocasines en el desierto?
—Son zapatos para conducir y son ortopédicos —explicó Bradley—.
Recomendados por mi podólogo.
—¿Un médico de culo?
Leo soltó una carcajada antes de poder contenerla.
Bradley hizo una pausa.
—No importa.
La bolsa de Walter estaba en el banco más cercano, y Nicole miró dos
veces algo visible a través de la solapa abierta, metió la mano y sacó un
dispositivo de plástico azul brillante con una boquilla en un extremo y una
botella en forma de acordeón en el otro.
—¿Qué diablos es esto?
—Es un Tushy —explicó Walter, alcanzándolo y guardándolo—. Un
bidé portátil.
—¿Un bidé? —A la luz de los faros, los ojos de Nicole brillaban
divertidos. Se echó el sombrero hacia atrás y Leo sintió que el susurro de
la conciencia recorría al grupo: era aún más bonita con todo el rostro
visible—. He visto a gente traer cosas locas aquí —dijo—, pero esa es
nueva. Un hombre pensó que podría usar pinzas en los pezones todo el
viaje. Una despedida de soltera trajo al menos una docena de vibradores.
Prometo que ninguna de esas cosas combina bien con una semana a
caballo. —Se inclinó hacia adelante, levantando un pie calzado con una
bota para ponerlo sobre una tabla de madera—. Además, cariño, puedo

31
tirarte al río si te gusta tener tu culo lavado, y eso no ocupa espacio en tu
mochila.
Bradley se atusó.
—Les dije que este viaje iba a ser increíble.
—Lo siento —interrumpió Walter, levantando una mano temblorosa—,
pero parece que acabas de decir algo sobre una semana a caballo.
—Es por eso que están aquí, guapos. Para ser vaqueros. Los llevamos
al Outlaw Trail a caballo. Dejan atrás todos sus teléfonos inteligentes,
mocasines e inodoros inteligentes. Habrá cielo abierto y comidas junto a la
fogata. Juegos y acertijos y, si tienen suerte, tesoros escondidos de la vida
real.
—¿Juegos? —Terry preguntó bruscamente—. ¿Rompecabezas? ¿Qué
mierda de operación es esta?
Serena, Nicole le echó un buen vistazo y luego le guiñó un ojo.
—Del tipo que te mantendrá con vida aquí fuera.

Un largo día de viaje dejó a Leo demasiado cansado y malhumorado


para hablar de trivialidades, pero mientras Terry hablaba en el asiento
trasero sobre mapas topográficos, la formación de cañones y Dios sabía
qué más, Bradley acribilló a Nicole con entusiasmo a preguntas.
—¿A dónde vamos?
—A acampar.
—¿Quién más estará allí?
—El jefe está ubicando a los caballos.
—¿Tú no eres la jefa?
—Lo soy cuando Dub no está cerca.
—¿Hay cabañas?
—Tiendas.
—¿Estás soltera?
Ignorando esto, Nicole sacó lentamente un cuchillo aún envuelto en
su funda de cuero de su costado y lo colocó en su muslo.
Walt se inclinó.
—Solo para aclarar, ¿habrá inodoros en el camino?
Ante esto, Nicole se rio durante mucho tiempo, pero lamentablemente
la respuesta fue no.
Sin inmutarse, Bradley se recostó en su asiento, con el rostro vuelto
hacia el viento.
32
—Huelan ese aire, muchachos. Sin contaminación, sin tubos de
escape. Esta es la vida del aventurero, la vida del hombre en la frontera. —
Se levantó la camisa, golpeándose sus costillas—. El vello de mi pecho está
creciendo. Puedo sentir mis colmillos llegar.
Walter asomó la cabeza por la ventana y soltó un rugido tembloroso
antes de volver a meterla, tosiendo.
—Inhalé un insecto.
—Algunos grandes aquí —confirmó Nicole.
—Se los aseguro —dijo Bradley, ignorando esto y dándose la vuelta en
el asiento delantero para mirar a sus amigos—, esto va a ser increíble. Una
semana sin responsabilidades. Puede que nunca me vaya. Además —se
señaló a sí mismo—, tienen a un Howard Carter de la vida real en su
equipo.
Ante la mirada inquisitiva de Nicole, Leo aclaró:
—El tipo que encontró al rey Tut. Bradley es profesor de arqueología.
Terry se burló y el viento azotó su barba rala.
—Sí, pero no sale al campo. Soy el único aquí que ha pasado tiempo
real en un cañón estrecho.
—¿Qué es un cañón estrecho? —preguntó Walter.
Terry se echó hacia atrás, feliz de hablarle a una audiencia cautiva.
—Son gargantas y canales largos y angostos causados por miles de
años de agua penetrando grietas en arenisca blanda.
Bradley miró de Terry a Walter.
—¿Alguien más pensó que toda la oración era innecesariamente
sugerente?
Nicole se encontró con los ojos de Walter en el espejo y aclaró:
—Como un pasillo muy largo y fino tallado en la roca.
—¡Vaya! —dijo Walter, satisfecho—. Eso podría ser genial.
Terry se aclaró la garganta.
—En fin. Quédense conmigo. Sé lo que estoy haciendo.
—Me quedaré con los guías —respondió Leo con calma.
Nicole le guiñó un ojo por encima del hombro.
—Hombre inteligente.
Leo sabía que incluso si Bradley hubiera elegido un viaje
decididamente fuera de los intereses de Terry (tesoro, descenso de
barrancos y estilo paleto rudo Bear Grylls), Terry seguiría actuando como 33
el experto residente. Al final, ¿era mejor o peor escucharlo hablar y hablar
sobre algo de lo que sabía mucho o algo de lo que no sabía? Leo calmó su
propia ansiedad e irritación con una respiración profunda.
Y no había nada más que hacer, de todos modos, excepto tratar de
convertir su temor relacionado con montar a caballo en la dulce
anticipación de una semana fuera de la oficina; no podían ver mucho
mientras viajaban en la oscuridad. Leo creyó ver unos ojos brillantes en la
maleza cuando los faros parpadearon, iluminando un camino por la
carretera vacía por delante. En un punto particularmente alto, su
estómago se disparó y luego cayó cuando los neumáticos se levantaron del
suelo, conectando de nuevo con un ruido metálico que los sacudió y roció
tierra y grava en el silencio detrás de ellos.
Cuando el Bronco finalmente se detuvo ruidosamente, los hombres
salieron con diversos grados de entusiasmo. El primer paso de Leo fue
vertiginoso y polvoriento; una nube de tierra se elevó cuando su zapato
tocó el suelo. La brisa era fresca y casi incómodamente seca, el aire estaba
cargado de olores a artemisa y humo de leña, a tierra refrescándose en la
dichosa ausencia del sol.
A su lado, Walter dejó caer su bolsa a sus pies y entrecerró los ojos
hacia la distancia, con los puños plantados en las caderas mientras
contemplaba el paisaje. No era probable que pudiera distinguir mucho, el
cielo estaba más negro que púrpura ahora, un morado iluminado desde
atrás con solo un indicio de las montañas más allá, pero lentamente lo
asimiló todo. Una fila de linternas iluminaba el camino hacia donde se
había instalado un pequeño campamento a unos treinta y seis metros de
distancia.
Nicole ya les había dicho que irían a acampar, pero incluso la más
dura de sus excursiones anteriores había incluido, como mínimo, agua
corriente. Mientras la seguían, se instaló una conciencia silenciosa: esto
era rústico. Seis tiendas resplandecientes rodeaban una fogata crepitante;
el suave relincho de los caballos atravesó la oscuridad. Era hermoso.
Cuanto más se acercaban al fuego, mejor podía Leo distinguir un corral de
hierro con un voladizo de metal corrugado, un pequeño edificio y lo que
parecía una letrina cercana.
Habían clavado una gran estaca en el suelo cerca del fuego, y Nicole
alcanzó un portapapeles que colgaba de un clavo doblado.
—Este es el campamento base, por lo que hay más comodidades aquí
de las que tendremos en el resto del viaje. —Aplastó un mosquito y luego
señaló el semicírculo de tiendas—. Disfruten del lujo, niños. Dentro de su

34
tienda encontrarán un paquete con algo de comida y agua para pasar la
noche. Incluso podría haber una cerveza fría allí, pero eso depende de
cuán generoso se sintiera el jefe. Como regla general, no se puede beber a
menos que estemos de regreso en el campamento por la noche, y solo lo
que proporcionamos. No podemos tener vaqueros alborotados.
Su mirada se posó de manera significativa en Bradley, quien se irguió
de golpe ante la atención. A su lado, Walt saltó sobre algo que susurraba
en la hierba seca cercana, aferrándose a Leo. Por instinto, todos menos
Leo y Nicole dieron un paso atrás.
—¿Qué mierda fue eso? —susurró Bradley.
—Solo un zorro o una liebre —dijo Nicole sin apartar los ojos del
portapapeles—. No les va a hacer daño.
Walt no parecía tranquilo. Incluso Leo tuvo que admitir que era difícil
no sentirse expuesto cuando estaba rodeado por nada más que un cielo
negro y un sinfín de estrellas. Lo más cerca que había estado de este grado
de aislamiento fue su verano en el rancho Wilder, y al menos esa
propiedad tenía electricidad y baños. Aquí estaban en medio de la nada
con solo la luna y las estrellas y algunas antorchas para iluminar su
camino. Leo supuso que el campamento era seguro, pero hasta el
momento no había señales del jefe de Nicole, y no diría exactamente que
Nicole parecía demasiado preocupada por su bienestar.
—Sin embargo, les pido que no deambulen. Es plano aquí, pero no
será por mucho tiempo. No queremos que nadie caiga por un precipicio
porque se desorientó al ir a orinar en la oscuridad. —Señaló un pequeño
grupo de edificios—. Por esta noche, el cobertizo de los arreos y la letrina
están en esa dirección, pero manténganse dentro del límite de las
linternas. Si no pueden ver el suelo, no podemos verlos.
Terry se paró con los brazos cruzados.
—¿Cuál es la situación con los pumas por aquí? He leído que cazan
en esta zona. Supongo que tienes algún tipo de valla perimetral instalada.
Nicole reprimió una sonrisa divertida.
—Una valla no los mantendría alejados si realmente quisieran entrar.
—Un arma lo haría —respondió Terry.
—No tengo ningún problema disparando —dijo—, aunque según mi
experiencia, las armas generalmente causan más problemas de los que
resuelven. Pero si estás preocupado, que sepas que los pumas no tienen
mucho interés en nosotros y, de todos modos, generalmente siguen al
ciervo mulo en esta época del año. Solo haz lo que te pedimos y te
mantendremos a salvo.
—¿”Nosotros” son solo tú y tu jefa? —preguntó, y los demás dieron un

35
paso atrás, alejándose de la boca de Terry. Aparentemente no había visto
el cuchillo de Nicole.
—¿Por qué asumes que mi jefe es una chica? —inquirió Nicole,
arqueando una ceja hacia él.
Cuando Terry inhaló para responder, Bradley interrumpió
rápidamente.
—Estoy seguro de que solo quiso decir que no imaginamos que un
hombre te dejaría aquí sola con un montón de chicos.
Nicole se rio de esto.
—Puedo arreglármelas bien.
Leo no tenía dudas de que esto era cierto.
Pero Terry no pudo evitarlo:
—¿Puedes?
Nicole dio un paso adelante, frente a frente e intimidándolo con la
mirada.
—Hemos estado cuidando hábilmente a los turistas durante casi una
década. Hay algunos vaqueros que usan este campamento cuando lo
necesitan, y tenemos un tipo que se adelanta para dejar provisiones a lo
largo del camino, pero no los verás y no los necesitarás. —Hizo una pausa,
mirándolo fijamente—. ¿Eso va a ser un problema? Puedo llamar a alguien
para que venga a recogerte antes de que salgamos mañana.
Terry se rio pero dio un pequeño paso hacia atrás.
—No. Está bien.
—Bueno. —Ella sostuvo su mirada por un momento más—.
Conocerás a Dub por la mañana. —Nicole sonrió—. Te invito a que
también le hagas estas preguntas.
Le dio a cada uno un conjunto de folletos y, bajo la luz parpadeante,
Leo pudo distinguir lo que supuso que era una lista de reglas grabadas en
un breve itinerario de viaje. Todo para que lo mirara mañana. Por ahora,
en la parte superior de la primera página y con un círculo rojo, estaba el
número de su tienda. Nicole les dijo que se fueran a dormir y que el
desayuno se serviría a las siete en punto.
—Duerman un poco —dijo ella con un guiño—. Lo necesitarán.
Leo se movió para seguir al grupo que se dispersaba cuando una
figura junto a la luz del fuego llamó su atención, un espejismo al borde de
la luz de la luna, saliendo del pequeño corral de caballos. El cabello liso
despertó el recuerdo de hojas otoñales y piel desnuda en la orilla del río.
Era un recuerdo borroso, o tal vez ya estaba medio inconsciente, ya

36
soñando. Negando, Leo entró en su tienda y se tumbó en el saco de dormir
que había allí. Ni siquiera se quitó los zapatos. La sensación de déjà vu
desapareció antes de que pudiera controlarlo con firmeza y, en cuestión de
minutos, estaba dormido.
Cuatro

P
ara Lily, no existía tal cosa como dormir hasta tarde. No había
días festivos, solo días especiales de trabajo con vaqueros
limpios, no sucios, a la mesa de la cena. Incluso de niña se
levantaba con el sol. En el verano, era necesario sacar el alimento y llenar
los comederos, preparar las comidas y atender a los clientes. En el
invierno, el trabajo cambiaba, pero sin importar qué, los caballos estaban
primero, los humanos en segundo lugar, y el cuidado personal
específicamente caía en algún lugar mucho más bajo.

37
Mientras el resto del campamento aún dormía, Lily salió de su tienda
a tiempo de captar la primera chispa de luz en el cielo. Le encantaba la
ubicación del campamento base del tour. En el borde de Horseshoe
Canyon, era lo suficientemente remoto como para sentirse salvaje, pero lo
suficientemente cerca de la ciudad en caso de que un cliente sintiera el
verdadero aislamiento al que se enfrentaría y se acobardara. Sin
mencionar que era hermoso. La gente de la ciudad siempre esperaba que
el desierto estuviera quemado y yermo, pero aquí estaba tan vivo como
cualquier jardín. Había pictogramas en las paredes de roca y grupos de
álamos que crecían con sus raíces en el arroyo intermitente en el fondo
arenoso del cañón. Los líquenes se aferraban a la arenisca en grupos de
color rojo brillante y naranja, amarillo y verde. Los cactus se extendían a
través del suelo brusco; las flores silvestres destacaban y los pastos se
tragaban los senderos, reclamando. La afilada salmuera del enebro llenaba
el aire.
La mañana era fresca y húmeda debido a una rara racha de lluvia
primaveral durante la noche. Era un bienvenido descanso del calor de los
últimos días, pero la lluvia podía ser preocupante aquí. Los cañones de
paredes altas enviaban agua a toda velocidad, por lo que no era la
tormenta de arriba lo que era necesariamente peligroso, sino la lluvia que
caía a kilómetros de distancia sobre un terreno más alto. Lily enseñaba a
la gente a prestar atención a las señales evidentes de las inundaciones y
también a observar las más pequeñas: corrientes repentinamente llenas de
palos y ramitas, ríos que antes eran cristalinos y se volvían fangosos. La
lluvia de anoche no fue mucha, pero cualquier lluvia significaba lodo y un
fuego apagado. No fuego significaba que no había comida, y cualquier guía
estaría de acuerdo con que los clientes restarían importancia a un culo
dolorido y una cama rígida, pero no pasarían por alto una barriga vacía.
En el rancho para turistas, el padre de Lily solía decir: “Tienes que
mantenerlos cansados y llenos”. Había sido cierto allí y era aún más cierto
aquí.
Volvió a avivar el fuego, mirando las brasas parpadear y brillar antes
de finalmente prenderse. Cuando el humo subió en espiral por encima de
su cabeza, Lily puso el agua a hervir y preparó el café.
Los caballos fueron alimentados e inspeccionados, sus cascos limpios.
Lily poseía ocho en total, cada uno con sus propias peculiaridades y
temperamento, lo que facilitaba asignarlos a jinetes de cualquier nivel de
habilidad, y cada uno mucho más mimado que la propia Lily.
Bonnie, su yegua baya de diez años, estaba de muy buen humor,
tolerando el peine a través de su cola pero pateando el suelo con
impaciencia, lista para comenzar. Era un terreno accidentado, pero estos
caballos estaban preparados para montarlo, prefiriendo el ritmo más lento

38
y el terreno variado, y las delicias adicionales, que venían con un día en el
sendero en lugar de un día tranquilo en los pastos en la cabaña de Lily.
Algunos equipos usaban tracción en las cuatro ruedas y vehículos
todoterreno para viajar por Outlaw Trail donde era transitable, pero la
mayoría de los mapas que dibujó Duke Wilder solo se podían seguir a pie o
a caballo. “Si era lo suficientemente bueno para los forajidos —solía decir—,
es lo suficientemente bueno para mí”.
El padre de Lily había estado obsesionado con estos cañones y pasó
años persiguiendo los mismos mitos y leyendas que ella ahora explotaba
para llevar a los grupos a visitas guiadas y falsas búsquedas del tesoro.
Sin embargo, a diferencia de Duke, los aspirantes a guerreros de fin de
semana que contrataban a Lily se iban a casa al final del viaje, de vuelta al
trabajo, la familia y la realidad. Duke podría haber cruzado físicamente la
puerta al final de una búsqueda, pero nunca estuvo realmente con su
familia, siempre soñando con encontrar tesoros enterrados durante mucho
tiempo mientras el resto de su vida (su esposa, su salud y el rancho de su
familia), finalmente se derrumbaba.
Los pasos crujieron a través de la maleza, y Bonnie relinchó
suavemente al acercarse Nicole.
—¿Está Bossy Bonnie lista para ir? —arrulló, acariciando el suave
morro de la yegua.
—Alguien sabe que va a recibir una menta al final del día.
Nicole había venido a Utah desde Montana, en busca de un trabajo y
una vida lejos de una familia mala y un novio más malo. Lily la conoció
mientras trabajaba como camarera en Archie's; Nicole fue contratada en la
pequeña cocina para lavar los platos y preparar comida grasosa para el
bar. Había estado durmiendo en su camioneta en ese momento, y Lily la
arrastró a casa, le dio un lugar para quedarse. Ambas estaban arruinadas
y totalmente solas, y rápidamente se unieron de una manera que solo dos
mujeres pueden hacer cuando han tenido suficiente de que sus vidas se
vean trastornadas por los impulsos y las malas decisiones de los hombres.
Cuando Archie sugirió a Lily como guía para un equipo que buscaba
sitios de filmación en Moab, no había nadie más en quien confiar para que
viniera sino Nicole. Ese primer viaje condujo a otro, y cuando alguien
preguntó sobre la historia y los mitos de la zona, sobre Butch Cassidy y su
pandilla usando estos senderos para huir de la ley y esconder su botín, y
si todavía podría estar por ahí, fue como el fantasma de Duke regresando
para perseguirla. Lily había pensado inmediatamente en su maldito diario
de anotaciones, lleno de notas al azar, acertijos, historias y mapas. Era
una de las pocas cosas suyas con algún valor, y decidió que, diablos, algo
bueno debería salir de crecer a la sombra del Duke Wilder. ¿Quién diría
que tanta gente quería jugar al vaquero?
Pero ahora había estado en esto durante siete años, que era mucho
tiempo para estar en algo que había comenzado por necesidad y que 39
apenas le gustaba al principio. El dinero fue suficiente para dejar de ser
camarera de mayo a septiembre, volver a comprar algunos de los caballos
que había tenido que vender y pagar a Nicole, pero todavía estaba
intentando no hundirse. La camioneta y el remolque de caballos de Lily
eran antiguos, y Bonnie no se estaba haciendo más joven. Francamente,
Lily tampoco. Le encantaba este lugar salvaje, pero quería una casa de
verdad con niños y terrenos para que corrieran los caballos. Quería echar
raíces, pero echar raíces no era fácil en el desierto.
—¿Qué tal el nuevo grupo? —preguntó Lily.
Nicole tomó un balde y lo llenó con granos libres de malezas. Ante el
sonido, los cascos golpearon la tierra mientras un caballo paint blanco y
negro trotaba alegremente hacia ellas, con la cabeza echada hacia atrás
mientras sacudía la crin. Sería un cliché decir que los caballos son como
sus dueños, pero mira a Snoopy o Nicole de la manera equivocada y te
tirarían de culo con una conveniente rama de árbol sin pensarlo dos veces.
—Nada que no hayamos visto antes. —Nicole ignoró a Snoopy
mordisqueándole la camisa antes de que agachara la cabeza para comer
del balde—. Hay uno ruidoso, uno dulce, un rarito y un…
Lily se detuvo, peine en mano.
—¿Rarito? —Ella y Nicole podían valerse por sí mismas, pero una vez
que salieran al sendero, estarían verdaderamente solas—. No fue un
problema, ¿verdad?
—Nah. —Nic sacó un puñado de cebada y se lo ofreció a Bonnie—.
Simplemente molesto. También hay uno tranquilo, y es muy lindo.
Lily levantó una ceja, haciendo que Nicole soltara una carcajada.
—Me gusta el tranquilo ocasional —dijo—, pero se veía un poco
demasiado manso para mí. Pasó la mayor parte del viaje mirando el cielo
por la ventana.
Antes de que pudiera detenerlo, un recuerdo llenó la cabeza de Lily:
un dulce, sudoroso y enamorado chico de ciudad moviéndose con
determinación sobre ella, un montón de heno cubierto por una manta
debajo de su espalda, las estrellas visibles a través de una grieta en el
techo del viejo granero. Leo le susurró que estuviera callada, pero no se
detuvo. En todo caso, fue más duro, tragándose sus sonidos y reprimiendo
los suyos.
—Tranquilo no significa necesariamente manso.
Fue el turno de Nicole de parecer escandalizada.

40
—¿Hora de una historia? No he escuchado esta antes.
—Sí, lo has hecho —replicó Lily, y arrojó el peine de Bonnie en su caja
de arreos.
—¿Cuál de ellos era tranquilo y no manso? —Nic se tocó los labios
con un dedo, sus manos ya cubiertas de tierra.
—Ninguno en el que estés pensando.
—¿El contador de Quebec? —Levantó una mano—. Espera. Ese
arquitecto de Oregón.
Lily negó, apartando las imágenes.
—Está saliendo el sol y tenemos que preparar el desayuno.
Nicole hizo una pausa cuando cayó en la cuenta.
—Oh, te refieres a él.
—Sí.
Con la conversación temporalmente estancada, ambas se movieron
sin decir palabra hacia el fuego para cocinar. Los pájaros seguían en su
mayoría silenciosos, más fríos que hambrientos al amanecer, pero el canto
de un chochín del cañón llenaba el aire.
Se sirvieron un poco de café, se limpiaron nuevamente y comenzaron
a preparar el desayuno, sabiendo que el olor a tocino sería suficiente para
despertar a los campistas soñolientos de sus tiendas, incluso si no fuera
suficiente para atraer el sol sobre las cimas de las montañas.
—Entonces, ¿cuál es el plan si dejamos de hacer esto? —preguntó
Nicole, redirigiendo, pero no necesariamente en la dirección que prefería
Lily. Sabía que el dinero y la perspectiva de un futuro sin ninguno pesaban
mucho en la mente de Nicole; francamente, era todo en lo que Lily podía
pensar también.
—Todavía no lo sé. Siempre podemos trabajar en Archie's hasta que lo
averigüemos.
Un poco de mantequilla chisporroteó cuando cayó en la plancha
caliente.
—¿Qué hay del rodeo? —cuestionó Nicole—. Para el rancho. Solía
ganar más en carreras de barriles que en una semana trabajando en
Archie's. ¿Podría entrar, solo para intentarlo?
—No sé si Snoopy sigue teniendo esa habilidad —le dijo Lily con una
mueca de dolor—. Pero te quiero por pensarlo.
Nicole gruñó, descargando sus frustraciones en las patatas frente a
ella.
—Es por eso que la gente en las películas hace cosas estúpidas por
dinero. Tal vez Cassidy tenía razón y deberíamos robar un banco.
41
—No funcionó tan bien para él —le recordó Lily.
—Porque no era una mujer. Los hombres son idiotas.
Lily se rio, dejando caer un puñado de cebollas picadas en la sartén
de hierro fundido caliente.
—Aunque tengamos que servir cervezas y estafar a todos los
aspirantes a vaqueros que pasen por el lugar, lo resolveremos. Somos tú y
yo, ¿recuerdas? —Nicole asintió—. Solo terminemos esta semana y
partiremos desde ahí.
El crujido de las lonas de las tiendas de campaña cortó el sonido de
Nicole tarareando sobre la estufa de campamento. Cuando Lily levantó la
vista, su mirada cayó en la forma de un hombre viajando en el tiempo.
Se quedó sin aliento.
Lily sabía todo acerca de los espejismos en el desierto, cuando la luz
se doblaba, se refractaba y se movía a través del aire más cálido, haciendo
que el ojo viera algo que no estaba allí. Había visto este espejismo en
particular antes, así que le tomó un momento orientarse y darse cuenta de
que esta vez era diferente. Esta vez, no era un truco de la luz o el aire, o
incluso una ilusión.
Esta vez, Chico Enamorado de la Ciudad caminaba directamente
hacia ella.
Cinco

E
ntonces, ella salió corriendo.
Sin una palabra de explicación, Lily arrojó la cuchara de
madera sobre la mesa y corrió hacia donde Bonnie pastaba
perezosamente. Agachándose detrás del animal, Lily se
escondió de la vista, apoyó el antebrazo en el suave flanco de su yegua y se
esforzó por controlar su pulso.
¿Qué diablos?
Leo Grady estaba aquí.
Leo, el hombre que le había hecho creer en felices para siempre y
luego desapareció sin decir una palabra, ¿estaba aquí?
42
Necesitando confirmación, se asomó por encima del lomo de Bonnie y
su corazón saltó hasta su tráquea. Era él, sin duda.
Alto, delgado, suave cuello color miel visible por encima del cuello de
su forro polar North Face. Reconocería ese cuello en cualquier parte;
reconocería esa postura y esa larga zancada a medio kilómetro de
distancia. El resto de él se llenó en su memoria, y Lily cerró los ojos con
fuerza, alejando otro diluvio de imágenes. Le había tomado años sacarlas y
aquí estaban, rugiendo como una inundación repentina, sin ser invitadas.
Rezaría a un dios si creyera en uno. Se marcharía en su camioneta si
no le importara dejar a Nicole sola. Una mirada a sus vaqueros reveló cuán
gastados y polvorientos estaban; su camisa era de cambray azul desteñido,
con una gran mancha de lejía en una manga. Inmediatamente, Lily se
sintió desaliñada. Llevaba el cabello trenzado por practicidad, no por
estilo, y llevaba más bloqueador solar que maquillaje. Parecía joven para
su edad, pero no en la forma en que la mayoría de la gente se refería
cuando decía eso. Si su rápido vistazo le dijo algo, fue que Leo se había
convertido en un hombre completo. Mientras tanto, aquí estaba ella, con
un aspecto pobre y sin pulir y exactamente igual a la chica que él había
dejado hace tantos años.
Es decir, si siquiera la recordaba. Cinco meses juntos habían sido
borrados en una sola mañana. Un minuto estaba sobre ella, envuelto en
una manta junto al río, con los ojos fijos en su boca, su labio inferior
atrapado con fuerza entre los dientes, y al siguiente estaban adentro,
mirando el viejo contestador automático del rancho con un 29 rojo
destellando en mecánico e insistente pánico.
El resto de ese día transcurrió como un borrón: su madre había
tenido un accidente. Ella estaría bien, decían los mensajes, pero estaba en
el hospital y Leo necesitaba volver a casa. Leo salió disparado hacia el
dormitorio, tirando cosas en una maleta. Solo logró empacar la mitad de
sus cosas antes de que fuera hora de irse, antes de poner su boca con
fuerza contra la de ella, prometiéndole que volvería.
Sus últimas palabras para ella esa mañana habían sido “Te llamaré
cuando aterrice”.
No lo había hecho.
Con su madre en el hospital, indudablemente las cosas habían estado
ocupadas, supuso. Su hermana, Cora, diez años menor que él, solo tenía
doce años; su madre tenía una carrera importante y muchas
responsabilidades que manejar. Pero cuando Lily llamó a Leo tres días

43
después, no había ni rastro del hombre cariñoso y de voz suave que había
llegado a conocer. En cambio, había sido brusco con ella por primera vez.
“No puedo hacer esto ahora, Lily. Te llamaré en unos días”.
Esa había sido la última vez que había oído su voz.
Una patética búsqueda nocturna en Google hace unos años le dijo
que Leo Grady se había graduado en la universidad de Nueva York un año
después. Que lo contrataron rápidamente en una pequeña empresa de
tecnología en Queens, y luego en una empresa más grande en Manhattan.
No tenía Facebook. No tenía Instagram. Ni siquiera tenía una foto en el
perfil de su empresa. No sabía si se había casado o tenido hijos. Lily
amaba y odiaba lo imposible que había sido acechar a Leo en línea.
Ahora, cuando el fantasma de su pasado desapareció dentro de la
pequeña letrina de madera, corrió hacia donde Nicole estaba atendiendo la
cacerola de patatas.
—¿Qué fue eso? —preguntó Nic—. ¿Te han mordido?
—Sí. Gran... cosa mordida —respondió Lily vagamente—. Oye,
¿quieres hacer la orientación esta mañana?
Frunciendo el ceño desconcertada, Nicole miró a Lily por debajo del
ala de su sombrero. Nic siempre recogía. Lily siempre hacía orientación. Ni
una sola vez habían intercambiado estos papeles.
Nicole puso una gran pila de patatas y cebollas crujientes en una
bandeja de aluminio y dijo:
—Dub, sabes que lo único que me gustaría menos que hacer la
orientación es poner mi rostro directamente en esta sartén caliente.
Con un suspiro, Lily alcanzó el portapapeles. Una de las otras
responsabilidades de Nicole era emparejar a los invitados con los caballos
en función de la información que proporcionaron sobre la altura, el peso y
la experiencia de montar. Desafortunadamente, las dos habían estado
haciendo esto durante tanto tiempo que Lily rara vez miraba los nombres y
asignaciones de los invitados hasta que los estaba reuniendo alrededor de
la mesa del desayuno para comenzar la orientación. Ahora miró hacia la
hoja de asignaciones.
Jinete: Bradley Daniels
Caballo: Bullwinkle
Jinete: Walter Gibb
Caballo: Dynamite
Jinete: Leo Grady

44
Caballo: Ace
Jinete: Terrence Trottel
Caballo: Calypso
Lily dejó escapar un tranquilo:
—Bueno, mierda.
Tal vez sea un cuello diferente, un conjunto diferente de hombros
anchos, un Leo Grady diferente. Frenéticamente, hojeó la carpeta de
formularios de invitados. Solo en la segunda página su mano se congeló en
el aire; la foto y el formulario grapados de un hombre llamado Bradley
revolotearon hasta el suelo mientras Lily miraba fijamente el rostro del
hombre que solía conocer.
Cerró los ojos para absorber el golpe final. Un instinto de
supervivencia profundamente arraigado la hizo buscar una forma legítima
de salir de esto. ¿Podrían cancelar esta excursión, mencionar una
tormenta avecinándose? ¿Podrían afirmar que uno de los caballos estaba
cojo? ¿Podría fingir una enfermedad?
Podrían... pero hace mucho tiempo que Lily había aprendido que era
una pérdida de tiempo para todos falsificar cualquier cosa.
Mirando la foto, Lily se preguntó cómo sería él ahora. Y se preguntó
por qué estaba aquí. Su compañía se llamaba Wilder Adventures, por el
amor de Dios. Lily no se estaba escondiendo exactamente.
—¿Recuerdas lo que dijiste antes? —cuestionó, mirando a Nic—.
¿Sobre los invitados? ¿Dijiste que había uno ruidoso, uno dulce, un rarito
y...?
Nicole miró a un lado, pensando.
—¿Uno tranquilo?
El tranquilo… ¿y qué más había dicho Nicole? ¿Que era lindo? Lily
volvió a mirar su foto. Leo, de veintidós años, había sido lindo. Había sido
tímido y dulce y siempre perdido en sus pensamientos, pero este Leo,
ahora debía tener treinta y dos años, era devastador. En la foto, parecía
estar parado en un balcón en alguna parte, sosteniendo una cerveza y
riéndose del fotógrafo. Su cabello seguía siendo el desorden suave y oscuro
que ella recordaba, siempre despeinado por la mañana, cayendo hacia
adelante por sí solo. Ojos oscuros brillantes. Su rostro había perdido la
suavidad de la juventud y se había agudizado en los años que habían
estado separados, a la vez más delicado y más masculino. Sus pómulos
eran más afilados, su mandíbula más angulosa, su cuello tan largo como

45
un día de verano, sus labios tan llenos como los recordaba.
Mierrrrda.
Nicole se inclinó, mirando por encima del hombro de Lily lo que la
tenía tan paralizada, y Lily cerró la carpeta de golpe y la arrojó sobre la
mesa. Agresivamente, tomó un trozo de tocino y comenzó a cortarlo en
rebanadas gruesas. Cada una cayó en la sartén de hierro fundido con un
chisporroteo satisfactorio.
—¿Estás bien, Dub?
Ni siquiera un poquito.
—Sí, estoy bien.
El grupo comenzó a aparecer uno por uno, estirándose mientras
salían de sus tiendas y deteniéndose para disfrutar de la vista que no
habían podido ver cuando llegaron.
—Oh, hombre, es hermoso aquí.
Desde cerca de la fogata, la voz de Leo voló hacia Lily y se le erizó la
piel en cada centímetro de su cuerpo.
Él la vería. La vería y ella tendría que reaccionar, y Lily Wilder era una
mujer que se esforzaba al máximo en todo, incluso en mantenerse al
menos a un brazo de distancia de cualquier enredo emocional. Leo estaría
en su espacio durante la próxima semana, y no tenía ni idea de cómo
manejar nada de eso.
Así que mantuvo la cabeza gacha, escondiéndose bajo el ala de su
sombrero de vaquero mientras llevaba humeantes bandejas de patatas,
huevos y tocino a la mesa de picnic de madera en el centro del
campamento. Nicole tocó la campana de la cena y unos pasos se
arrastraron soñolientos sobre la tierra seca. Cuando una risa ronca resonó
detrás de ella, el estómago de Lily cayó absolutamente a sus pies. Sabía
cómo sonaba una serpiente de cascabel en los arbustos del rancho y el
graznido áspero de un cuervo que pasaba. Conocía el goteo del agua en un
manantial y el resoplido impaciente de Bonnie cuando terminaba el día. Y
Lily conocía, incluso después de todo este tiempo, el sonido profundo y
vibrante de la voz de Leo Grady por la mañana, la forma en que se
calentaba lentamente, de rocas a grava a una piedra lisa y pulida.
Respirando hondo, se recompuso antes de girarse para mirar a los
hombres que hacían fila para el desayuno.
—Buenos días a todos.
Lily no tenía que estar mirándolo directamente para sentir los ojos
muy abiertos de Leo en su dirección.
Él contuvo el aliento, con los ojos atónitos, y ella necesitó toda su

46
practicada indiferencia para parecer inconsciente.
—Adelante, llenen sus platos. Una vez que estén asentados, repasaré
el plan de juego. —Sonrió tan naturalmente como pudo, ajustando la
sartén y enderezando una pila de tenedores—. Tenemos unos días
importantes por delante y hay comida más que suficiente para todos.
Tres hombres se apiñaron alrededor de la mesa, exclamando sobre la
comida y la vista. Todos menos Leo. Lily ni siquiera estaba segura de que
se hubiera movido todavía. Después de varios segundos, volvió a la vida,
encontró un lugar en el otro extremo de la mesa de picnic y se dejó caer
lentamente sobre el banco. No se molestó en servirse comida; simplemente
se sentó allí, poniéndose una gorra de béisbol y usándola para protegerse
los ojos mientras miraba hacia la madera.
Dios, era insoportable. El latido del corazón de Lily era como un
martillo neumático sobre cemento.
—Todos ustedes conocieron a Nicole anoche —dijo, encontrando
lentamente su equilibrio en las palabras que había dicho al menos cien
veces antes. Nic saludó con la mano desde donde se estaba sirviendo una
taza de café, y Lily se alegró de ver que la postura de todos se enderezaba
en respuesta.
—Soy Lily Wilder, “Dub” para Nicole. Bienvenidos a Wilder
Adventures. Espero que estén listos para una buena comida, excelentes
caballos, una aventura única y algunos de los paisajes más hermosos que
jamás han visto.
El invitado que Lily supuso que Nicole había etiquetado como “el
ruidoso”, un tipo blanco, bronceado y en forma, con cabello de
preparatoria y dientes perfectos, golpeó la mesa con la mano y los
cubiertos resonaron.
—¡Vamos!
—Están aquí para una visita guiada por algunas de las tierras de
cañones más remotas y hermosas del mundo. A fines del siglo XIX,
forajidos como Butch Cassidy utilizaron un largo camino que se extendía
por todo el oeste para evadir la ley. En ese sendero estaban Hole-in-the-
Wall, Brown's Park y Robbers Roost. Montarán a caballo por parte de ellas
tal como lo hicieron ellos —dijo—. En el camino tendremos algunos juegos
divertidos, algunas comidas caseras, un poco de historia y geografía, y al
final podrán usar sus nuevas habilidades con el terreno para encontrar
tesoros escondidos.
Un hombre alto y tatuado soltó una carcajada burlona y Lily lo miró
mientras se pasaba la mano por el bigote fino y la barba rala. Debía ser el

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rarito.
Ignorándolo, ella continuó.
—He estado entrando y saliendo de estas montañas toda mi vida.
Conozco cada sendero, cada punto de referencia y planta aquí. Mientras
hagan lo que le decimos, les prometo que estarán a salvo y tendrán el
mejor viaje de su vida. Dicho esto, yo estoy a cargo del camino, y cuando
no estoy cerca, Nicole lo está. Se habrán dado cuenta de que somos
mujeres. Si tienen algún problema para seguir a una mujer, recibir
nuestras instrucciones, ser respetuosos o mantener sus manos quietas,
deben decir algo ahora mientras aún podemos llamar a alguien para que
vengan a buscarlos.
Nicole colocó su cuchillo cómicamente grande sobre la mesa y sonrió
a cada uno de ellos demasiado tiempo para parecer completamente
cuerda.
—¿Alguien tiene un problema con eso?
Todos menos uno negaron, murmurando cortésmente. El único que
Lily solo podía suponer que era el “dulce” (rizos suaves y oscuros, enormes
ojos verdes y mejillas sonrosadas y llenas) tragó audiblemente,
susurrando:
—No, señoras.
El solitario reticente se cruzó de brazos, se echó hacia atrás y soltó
una sola risa seca.
—¿Pregunta? —cuestionó Lily. Estaba relativamente en forma, treinta
y tantos años, con una expresión de abierto desdén. Casi siempre tenían al
menos uno de estos: hombres que venían aquí pensando que lo sabían
todo, que ella y Nic eran solo dos linduras que jugaban a ser rudas.
Superaban estos conceptos erróneos al final del viaje.
—Estoy bien. —Se chupó los dientes y le dio una breve ojeada—.
Simplemente sentado aquí siendo respetuoso, cariño.
—Me alegra oírlo. —Lily aplaudió, deseando poder saltarse la
siguiente parte. Por instinto, miró a Leo, sorprendida de encontrar su
mirada oscura y directa clavada en ella. El contacto visual era un rayo de
fuego brillando a través de ella de la cabeza a los pies. Sintió que le ardía
el cuello.
Maldita sea.
Parpadeando, miró al dulce, que vestía una camiseta naranja brillante
con letras verdes en negrita que deletreaban ¡HOLA!
—Por qué no hacemos una ronda y me pueden decir sus nombres —
dijo Lily—, un poco sobre su experiencia montando y lo que esperan

48
obtener de este viaje, para que podamos asegurarnos de que suceda.
¿Walter? —Miró a su alrededor a cada uno de ellos—. ¿Por qué no
empiezas?
—Ese soy yo —dijo el dulce, levantando una mano y luego secándose
la boca con la esquina de una servilleta de papel—. Walter Gibb. Un poco
de experiencia montando cuando era un niño, pero no he montado a
caballo en mucho tiempo. —Se aclaró la garganta—. Soy géminis y soltero,
y trabajo como facilitador de salud y bienestar de mascotas…
—Dirige una Petco —interrumpió el de la barba con una mueca.
—¿Te llamas Walter? —preguntó Lily.
Él la miró, molesto pero confundido.
—¿No? Soy Terry.
—Entonces te sugiero que dejes de interrumpir y esperes hasta que
diga el nombre de Terry. ¿Suena bien? —Le dirigió a Lily una mirada
áspera, pero, imperturbable, ella se volvió hacia Walter—. Continúa.
Cuéntanos un poco sobre tus pasatiempos.
—Tengo una pequeña parcela en un jardín comunitario —dijo,
encogiéndose de hombros—. Principalmente lechugas y flores. Tomates. —
Miró hacia el cielo, pensando—. Tomo el brunch con Leo y su hermana,
Cora, los domingos, pero por lo demás no tengo muchas actividades
regulares.
El corazón de Lily se encogió dolorosamente ante esta mención de la
vida de Leo en Nueva York, pero lo superó.
—¿Y qué esperas obtener de este viaje?
—Mmm. Bueno, cuando era niño, solía ir a un campamento todos los
veranos y lo odiaba. Pasaba más tiempo temiendo el día en que mis padres
me dejarían que el que pasaba físicamente en el campamento. Era un niño
ansioso, así que nunca fui en canoa ni hice la carrera de obstáculos... ni
nada más que cerámica y canciones de fogata, en realidad. Anoche,
realmente no quería estar aquí. Pero después de dormir, estoy pensando
en esto como una nueva versión del campamento. —Miró a los demás
antes de hacer una pequeña reverencia en su asiento—. Gracias.
Nicole resopló. Tenía debilidad por los suaves y serios. Ya la había
conquistado.
—¿Terry? —dijo Lily—. Ahora es tu turno.
Se tomó su tiempo para dejar el tenedor, doblar la servilleta y ser el
centro de atención.
—He estado aquí varias veces —dijo, levantando la manga de su
camiseta de camuflaje para rascarse el hombro y exponer sus bíceps
relativamente poco impresionantes—. Dependiendo de hacia dónde nos
dirijamos, podría tener algunas sugerencias sobre rutas más eficientes. En 49
mi día a día dirijo un Cabela's en Newark.
—Trabaja en el almacén —intervino el ruidoso.
—… con un floreciente negocio paralelo propio.
El ruidoso de nuevo:
—Vende iPhones pirateados.
Lily estuvo tentada de recordarles a todos que tendrían su turno y
que dejaran de interrumpir, pero Terry ya estaba en su lista negra;
simplemente los dejó hacer.
Por su parte, Terry ignoró fácilmente las interrupciones y se echó
hacia atrás como si captara su atención absorta.
—Me considero un aventurero en general. Un cazador. Me gusta salir,
deshacerme de las tonterías de la sociedad. Últimamente es demasiado
homo todo y neutral en cuanto al género. Jesucristo. En la naturaleza, al
menos puedo abrazar lo que significa ser un hombre.
Lily sintió que sus puños se curvaban instintivamente por la ira.
—Hasta ahora, admito que es mi menos favorito —dijo Nicole,
expresando los pensamientos de Lily, sin ningún intento de bajar la voz.
Leo se atragantó con un bocado de tocino.
Lily le dirigió una mirada de advertencia y Terry continuó.
—Asistí al curso de vida primitiva Ultimate Man de catorce días en
Boulder, remé unos cientos de kilómetros río arriba por el río Colorado e
hice puenting desde el puente Bloukrans en Sudáfrica.
—¿Todos ustedes hicieron esto juntos? —inquirió Lily con
incredulidad.
El ruidoso retrocedió alarmado.
—¿Estás bromeando? Diablos, no.
—No —aclaró Terry—. Estos maricas no habrían logrado salir del
estacionamiento. Estos fueron viajes que organicé con los chicos de
Cabela’s.
—Terry no suele venir a estos viajes —murmuró Walter.
Ignorándolo, Terry miró a Lily.
—Lo siento, ¿puedo decir “maricas”, jefa?
—¿Tú qué crees? —replicó ella.

50
Lily no se perdió la forma en que los otros tres chicos parecían querer
desaparecer en el éter.
—¿Cómo puedo saber lo que le gusta a una chica? —dijo, riéndose
con arrogancia.
El ruidoso soltó una carcajada. Lily miró boquiabierta a Terry,
preguntándose si el mundo alguna vez había sido testigo de una auto-
humillación tan fuerte. No parecía haberlo oído, pero por el rabillo del ojo,
pudo ver a Leo llevarse las manos al rostro. Observó a Terry
pensativamente.
—¿Vas a ser un problema?
Él le sonrió.
—No estaba planeándolo.
—Me alegra que estemos de acuerdo en eso. —Y Lily estaba
oficialmente lista para seguir adelante—. ¿Rubio? —dijo, girándose hacia el
ruidoso—. Te toca.
De la misma edad que los demás y bien parecido, con cabello rubio
ondulado y ojos azules, se puso de pie, sonriendo dramáticamente sexy. Él
también lo sabía. En otro mundo y en la noche correcta en Archie's, Lily
podía imaginarse yendo a casa con él, principalmente porque
generalmente elegía a los terriblemente sexys.
—Soy Bradley. No respondo a “Brad”. Soy profesor de arqueología en
Rutgers. —Un profesor de arqueología. Interesante. Lily había conocido a
una buena cantidad de ellos a través del trabajo de Duke en el pasado, y
Bradley no encajaba en el tipo. En lugar de usar prendas de North Face o
Patagonia desgastadas de pies a cabeza, Bradley vestía una camisa
abotonada de temática occidental con la palabra BURBERRY estampada
en el pecho y botas hechas de cuero negro suave con ganchos y ojales
pulidos. Qué imbécil. Esas botas estarían tan cubiertas de Dios sabía qué
al final de la semana que sin duda serían dejadas atrás—. He montado a
caballo una o dos veces —continuó—, pero no en años, e incluso entonces,
estoy seguro de que era terrible en eso. Juego softbol los fines de semana,
soy el mejor tío del mundo para la señorita Cora y corro de vez en cuando
con ese perdedor de ahí. —Señaló a Leo—. Básicamente, estoy aquí porque
solo quiero ser un maldito vaquero por una semana. ¿Paso la prueba? —
Metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros muy nuevos, muy azules.
—Funciona para mí —dijo ella encogiéndose de hombros, y Walter dio
un dulce hurra cuando Bradley se sentó.
La enormidad de la situación realmente la golpeó cuando miró el
portapapeles y se dio cuenta de que solo quedaba un nombre. Lily inhaló
lentamente, calmándose.

51
—Supongo que eso deja a... Leo —dijo con tanta firmeza como se lo
permitía su pulso palpitante.
Asintiendo con resignación, se puso de pie y Lily le suplicó
mentalmente a su corazón que detuviera sus latidos renovados y
frenéticos.
Él se aclaró la garganta y ella esperaba que no dejara entrever que se
conocían. No estaba orgullosa de lo que le había hecho su partida. No
necesitaba que esa fea cicatriz fuera exhibida hoy.
—Mi nombre es Leo. Tengo treinta y dos años. —Hizo una pausa,
evitando su mirada—. Tengo experiencia con caballos. —El silencio pareció
tragarse el aire a su alrededor por unos momentos antes de continuar—.
Vivo en Manhattan y trabajo en tecnología de la información.
Después de un momento en el que claramente todos esperaban más,
Bradley se echó a reír.
—Fascinante, amigo. No seas tímido.
Si bien el trabajo de TI no la sorprendió, esta manifestación sí lo hizo.
Esta versión de Leo parecía más remota y distante que dulcemente tímida.
El Leo que ella conocía había sido un fanático de los números, pero los
respetaba con delicadeza como un pintor lo hace con el arte. Había hecho
todo lo posible para que ella se enamorara de las matemáticas. Tenía una
ecuación favorita, por el amor de Dios, algo sobre cortar la superficie de
una esfera que Lily estaba segura de que todavía no entendería incluso si
él hubiera pasado la última década explicándolo.
Buscó los pequeños indicios de que él era real, que era el mismo
hombre que había conocido en esa otra vida, un antiguo amante con piel,
huesos y músculos justo delante de ella. Cuando alargó la mano para
ajustarse la gorra, Lily pudo ver callos en el interior de sus palmas. No la
piel áspera de alguien que trabajaba con sus manos para ganarse la vida,
sino el tipo que se obtiene después de horas en un gimnasio o en el
proyecto ocasional de remodelación de la casa. El color rojizo de sus
mejillas significaba que no pasaba todo el día en una oficina;
probablemente salía en bicicleta todos los fines de semana o corría en el
parque. Su reloj era voluminoso y caro, y no solo le indicaba la hora, sino
también la fecha, la dirección y la altitud. Lily se preguntó con qué
frecuencia realmente necesitaba saber algo de eso en su vida cotidiana. No
llevaba anillo, y el hecho de que ella lo notara, así como la oleada de alivio
que le produjo, hizo que quisiera romper algo.
Leo hizo una pausa, como si estuviera decidiendo cuán honesto ser.
La versión anterior de él había sido un libro abierto, al menos para ella. No
tenía ni idea de lo que este estaba pensando.
—Pasatiempos… leo mucho. Me gusta ir en bicicleta, correr…
—Trabajar —interrumpió Bradley con una risa aguda.
52
—Correcto. —Leo asintió con una mueca—. En cuanto a lo que espero
obtener de esto...
Cuando se calló, ella se concentró en la madera maltratada de la
mesa. Se había desgastado con el paso de los años, rayado y quemado en
algunos lugares y combado por el peso del tiempo en otros. Lily podía
identificarse.
—Supongo que estoy buscando aventuras. Mi día a día es bastante
rutinario. —Dio la vuelta a su gorra de béisbol en sus manos y pareció
notar que el estado de ánimo se había vuelto solemne—. Pero tal vez
pongamos el listón bajo de simplemente no morir —añadió, y sus labios se
curvaron en una pequeña sonrisa cuando los demás se rieron de esto.
Incluso este pequeño atisbo de su sonrisa de ojos arrugados hizo que el
corazón de Lily cayera como un peso en su estómago.
Walter volvió a aplaudir, esta vez más fuerte.
—Está bien, bueno. —Lily se tambaleó un poco y le indicó a Nicole
que se acercara con una pequeña caja de metal—. Necesito sus teléfonos.
—Si habían leído el material de orientación antes de tiempo, todos sabrían
que esto se avecinaba. Pero Lily descubrió que no importaba cuánto
advirtieran a los clientes; una ola colectiva de quejas y gemidos siempre
repercutía en el grupo. Nicole caminó a lo largo de la mesa, agradeciendo a
cada hombre mientras colocaba de mala gana su dispositivo dentro de la
caja—. Pueden quedarse con cualquier medicamento que tengan, por
supuesto —continuó—. Y si hay algo más que necesiten, dentro de lo
razonable, hágannoslo saber. Se supone que nos estamos endureciendo; el
punto es que sea difícil.
Terry dejó escapar una risita burda. Este iba a ser un problema.
Ella asintió hacia donde vio una pequeña unidad de GPS que
sobresalía de un bolsillo en su complicado chaleco.
—Tal vez quieras guardar eso bajo llave en el cobertizo de los arreos.
No te hará ningún bien.
Terry cerró los ojos, suspirando.
—Es un sistema de posicionamiento global, cariño. Funcionar en
medio de la nada es literalmente su trabajo.
—Bueno, quienquiera que te lo vendiera no preguntó dónde lo
usarías.
Se pasó una mano por la barba.
—¿Entiendes cómo funciona el GPS?
Lily señaló hacia donde se podían ver agujas de roca roja en la
distancia.
53
—Iremos allí. Las baterías se agotan, la cobertura de telefonía celular
es inexistente, las paredes del cañón bloquean los satélites, ¿y ahí fuera
bajo el sol? Esas diminutas pantallas digitales son casi imposibles de ver.
Tienes un mapa de papel en tu mochila. Tendrás que prestar atención a él
y a mí. No a un GPS. ¿Está claro?
—Ella da miedo, pero me gusta —le susurró Walter a Leo, quien, notó,
logró ocultar cualquier reacción a esto.
Tomando una mochila idéntica a las que había dejado en cada una de
sus tiendas la noche anterior, Lily comenzó a descargarla.
—A cada uno de ustedes se les ha dado un paquete lleno de cosas que
necesitarán. Pueden usar la que se les proporciona o la suya propia, pero
si usan la suya, asegúrense de mover todo, incluido el saco de dormir de
su catre. Lo necesitarán todo. Todo lo que quieran dejar atrás se guardará
bajo llave en el cobertizo de los arreos.
Alisó un mapa sobre la superficie de la mesa. Una mirada a su
alrededor le aseguró que tenía la atención de todos, incluida la de Leo. Era
una copia impresa ampliada de una de las docenas de mapas que Duke
había dibujado durante su vida. Su padre conocía el suroeste de los
Estados Unidos mejor que nadie, y su experiencia había sido muy
solicitada. Lástima que rara vez había sido lucrativo. Al menos, no para él.
Los museos se beneficiaron, las tierras nativas recuperaron sus artefactos,
pero Duke nunca se interesó por el dinero. Era posible que hubiera
recibido una pequeña tarifa de búsqueda para ayudar a pagar las facturas,
pero era la emoción de la persecución lo que lo entusiasmó, desenredando
pistas y desenterrando lentamente la historia. Era la caza.
Lily tocó la copia impresa cerca de la cresta donde Duke una vez
había escrito cuidadosamente la palabra Herradura.
—Aquí es donde estamos ahora. —Deslizó el dedo por el camino,
señalando algunas de las paradas—. Esta noche, acamparemos al borde
del espolón en Robbers Roost, luego continuaremos hacia French Spring
debajo de Hans Flat. Ahora, esta parte es importante. —Sacó otro mapa
del área con líneas de elevación; había muchas de ellas—. Manténganse
alejados del borde de cualquier cañón. Les garantizo que no es tan sólido
como parece, y no son tan atléticos y estables como creen. No aprendan de
la manera difícil.
Con los ojos muy abiertos con leve terror, Walter asintió con seriedad.
—A lo largo del viaje, podrán resolver algunas pistas y usar sus
mapas para encontrar el camino y, finalmente, encontrar el tesoro. —Se

54
enderezó—. Hablaremos más sobre el resto a medida que avancemos, pero
lo primero es lo primero, los vamos a familiarizar con sus caballos. Quiero
que todos enrollen sus tiendas y empaquen mientras limpiamos el
desayuno, y luego nos reuniremos en el corral. ¿Alguien necesita un buen
par de botas?
Los hombres negaron, murmurando no en voz baja. Solo una persona
permaneció notablemente en silencio.
Leo se pasó las manos inquietas por los muslos de sus vaqueros y
finalmente admitió:
—Yo sí.
Lo último que Lily quería desde el principio era una razón para hablar
con él a solas.
—Bien. —Su voz era aguda; Leo sabía lo importantes que eran unas
buenas botas aquí—. Empaca tus cosas y reúnete conmigo en el cobertizo
cerca de los caballos.
Él parpadeó, sin duda escuchando el filo en su tono.
—De acuerdo.
Lily comenzó a meter todo de nuevo en la mochila y notó que todos
estaban charlando, demorándose con su café frío.
—¿Qué están esperando? ¿Necesitan que los lleve?
Se dispersaron, pero Nicole se quedó allí, estudiándola en silencio.
—¿Quieres decirme qué está pasando?
Lily la miró y luego desvió la mirada.
—¿“Pasando”?
Los ojos azules de Nic se abrieron como platos y se apartó el cabello
de la frente.
—Oh, ¿estamos jugando el juego de las mentiras?
No valía la pena tratar de ocultárselo.
—Lo conozco.
—El tranquilo. —Ni siquiera era una pregunta.
—Sí. Leo. —Se miró las botas y trazó una línea en la tierra.
Sorprendida, Nic se enderezó y miró por encima del hombro.
—Mierda. ¿Ese es él? ¿Es ese Leo? ¿Del rancho?
—Sí.
—¿Te rastreó?

55
Lily ya estaba negando.
—Apostaría a Bonnie a que no él tenía ni idea de que yo estaría aquí.
Nic la evaluó en silencio.
—¿Debería preocuparme?
—¿Qué? No, estoy bien —le aseguró Lily—. Fue hace una eternidad.
Está bien. De verdad, estoy bien.
—Suena como que está bien —dijo secamente.
Ambas sabían que era mentira, pero Nic no se molestó en volver a
preguntar.
Seis

L
eo caminó hacia su tienda aturdido, con el corazón acelerado y
las palmas de las manos sudorosas. Con cada paso, sus pies
aterrizando inestablemente en el suelo, se sentía como si
hubiera caminado sobre una plataforma móvil o dentro de un agujero de
gusano. Ver a Lily no fue diferente a ser transportado de regreso a ese
primer día en el rancho Wilder, cuando ella había salido del granero y su
mundo se había puesto patas arriba instantáneamente.
Excepto que esta vez no había anticipación, no había un sueño

56
inmediato de que esta mujer algún día podría quererlo, solo el recuerdo
crudo de que él había tenido el amor perfecto una vez y la había apartado.
Se suponía que debía estar empacando, pero en cambio se sentó
pesadamente dentro de su tienda, conmocionado. Leo no había escuchado
su voz desde la mañana en que ella lo llamó para ver cómo estaba cuando
él no lo había hecho. Odiaba lo brusco y grosero que había sido, había
tratado de llegar a ella más tarde, tratado de arreglarlo, pero para entonces
ya era demasiado tarde.
Ahora ella estaba aquí y su sangre se sentía eléctrica por primera vez
en una década, su cabeza inundada de anticipación y culpa... y algo más.
Dolor. Confusión tardía. ¿Por qué ella nunca le había devuelto la llamada?
Después de años de trabajar activamente para no obsesionarse con
dónde estaba y qué estaba haciendo, envidiando a un hombre imaginario
que llegó a amarla y vivir la vida que él quería, aquí estaba, frente a frente
con su primer amor, en la naturaleza en medio de la nada. Leo no tenía ni
idea de cómo proceder como si todo estuviera bien.
Minutos más tarde, cuando el zumbido en sus oídos se alivió y confió
en que sus piernas no se doblarían, Leo metió sus cosas en la espaciosa
mochila de expedición que le proporcionó Wilder Adventures y salió de su
tienda. Los restos del desayuno habían sido retirados y Bradley estaba
intentando averiguar cómo empacar su tienda en una bolsa del tamaño del
bolsillo de un abrigo. Casi todo el mundo vestía vaqueros y camisas de
manga larga, pero cuando Terry salió de su tienda, se había cambiado y se
había puesto otros pantalones de camuflaje estilo militar —los bolsillos
delanteros abultados con quién sabe qué—, y un chaleco con velcro y tiras
y, de alguna manera, incluso más bolsillos.
—¿Estás listo para hacer esto? —le preguntó Bradley a Leo, quien
miraba hacia el cobertizo, sintiéndose profundamente no preparado para
los próximos diez minutos de su vida.
—Tengo que agarrar las botas.
—Si hubieras prestado atención a la lista de empaque —dijo Terry—,
no estarías en camino a ver a la instructora en este momento.
Bradley lo golpeó en el estómago.
—¿Has visto a la instructora? Puede inclinarme sobre sus rodillas en
el granero cuando quiera.
En ese momento, Nicole pasó, con los ojos entrecerrados, y Bradley se
enderezó de inmediato, murmurando:
—Mi culpa.
Walter, que acababa de salir de la letrina, no parecía saber qué hacer
con los brazos y decidió hacer algún tipo de saludo.
—Ya basta —murmuró Leo a Bradley antes de dejar su mochila a un
57
lado con los demás y dirigirse al extremo opuesto del campamento.
El cobertizo de los arreos era un edificio de madera de seis por seis al
lado de un corral lleno de un puñado de caballos excitados que claramente
sabían que era casi la hora de irse. Leo extendió la mano, acariciando una
nariz suave al pasar, y se detuvo en la puerta. El cobertizo se inclinaba
levemente a la sombra de un olivo ruso larguirucho, un puesto de lavado
con una camioneta antigua y un remolque estacionados justo detrás. La
puerta era lo suficientemente ancha como para acomodar sillas de montar
o bolsas de alimento de veintitrés kilos y estaba provista de lo que parecía
ser una cerradura resistente para cuando estuvieran en el camino. Era
meticuloso por dentro, y lo golpeó una nostalgia agridulce por el aroma
embriagador de la alfalfa y el cuero.
Lily estaba en la parte de atrás, trabajando en algo junto a un gran
anzuelo pesado con cabestros de nailon, y Leo se aclaró la garganta,
preguntándose si se imaginó la forma en que ella se puso rígida. Deseaba
poder acceder a las palabras correctas, la forma correcta de iniciar la más
imposible de las conversaciones, pero su cerebro era un enredo. ¿Por qué
estaba ella aquí? ¿Por qué Lily Wilder, de todas las personas, estaba
liderando búsquedas de tesoros falsas cuando había resentido más que
nada la relación de Duke con las verdaderas?
—¿Necesitas algo más que botas? —No se dio la vuelta, sino que
buscó un encendedor para derretir el extremo de un trozo de cuerda de
nailon.
Leo miró fijamente su espalda, observándola. Su cabello trenzado era
más largo que cuando la había conocido, apenas más allá de sus hombros.
Sus mangas estaban arremangadas, exponiendo los mismos brazos
tonificados, esas manos perfectas y callosas. Lily tenía unas manos
preciosas; dedos largos, casi delicados. Pero capaces y fuertes. Recordó lo
amables que eran cuando ella acariciaba la cabeza de su caballo castrado
favorito, lo firmes que eran cuando manejaba un caballo asustado. Su
hábito de tamborilear con los dedos ansiosamente cuando estaba perdida
en sus pensamientos.
Recordó la forma en que se sintió cuando esos dedos bailaron sobre
su piel desnuda.
Ola tras ola de comprensión dejó a Leo preguntándose si alguna vez
superaría el hecho de que se trataba de Lily. Justo ahí. Lily Wilder estaba

58
justo ahí.
Pero, notó, ella parecía no tener ninguna reacción hacia él.
—Me doy cuenta de que esto puede ser algo extraño que preguntar —
dijo—, pero, ¿me recuerdas?
—Por supuesto que te recuerdo, Chico Enamorado de la Ciudad. —Se
dio la vuelta, y la inexpresividad de sus ojos color avellana decía que le
faltaba tiempo y paciencia. Era una expresión que Leo había visto docenas
de veces... pero nunca dirigida a él. Con él, había sido distante al
principio, alejándolo, casi —se había dado cuenta en retrospectiva— para
probar la fuerza de su atracción. Pero una vez que se rindió, había sido tan
vulnerable y abierta como el cielo exterior. Le había dado todo sin dudarlo:
su cuerpo, su inocencia, su confianza—. ¿Y? —incitó, impaciente—.
¿Necesitas algo además de botas?
Tuvo que tragar antes de poder responder uniformemente.
—No.
Lily arrojó la cuerda y caminó hacia un armario, abriéndolo para
revelar una ordenada colección de botas en varios estados de desgaste.
Ella no le había preguntado qué talla necesitaba, pero Leo pensó que
tomaría lo que tuviera. Lily se estiró en busca de un par en el estante
superior y luego se acercó para dejarlas a sus pies. Una pequeña nube de
polvo se levantó a su alrededor.
—Esas deberían funcionar. —Ya había vuelto a lo que estaba
haciendo.
Se inclinó para recogerlas y se quedó helado a mitad de camino.
Jodida mierda.
—¿Guardaste estas?
—Quien guarda siempre halla.
Ella era tan difícil de descifrar como la hipótesis de Riemann.
Se enderezó, se movió para sentarse en un baúl polvoriento y se quitó
las zapatillas. Después de unos momentos de tenso silencio, se arriesgó.
—No sabía que este era tu negocio. —Leo hizo una pausa,
intentándolo de nuevo—. Quiero decir, ni siquiera sabía a dónde nos
dirigíamos hasta que llegamos al aeropuerto. Nosotros nunca…
—Confía en mí, Leo —interrumpió en voz baja—, creo que no tenías
intención de volver a toparte conmigo.
—Eso no es… —Cerró la boca, sin confiar en lo que podría salir. ¿Qué
estaba pasando aquí? Siempre había sabido que ella estaría herida porque
él no había regresado, pero, ¿qué esperaba ella que hiciera?
Sin palabras, tomó la primera bota y la miró fijamente. El cuero
marrón era suave en su mano, el talón rayado pero aún sólido. Hace años, 59
tal vez un mes antes de que hubiera visto a Lily, cuando Duke le dijo por
teléfono que le gustaría comprarse unas botas de montar, Leo no tenía la
menor idea de qué diferenciaba unas botas de montar de unas botas de
montaña. En la ciudad, Duke echó un vistazo a las Timberlands de Leo y
lo envió a Martindale's, donde la mujer dijo que un buen par de botas
podía durar diez años si las cuidaba.
Cuando Leo deslizó su pie en una ahora, pudo ver que ella tenía
razón. Evidentemente, estaban desgastadas, pero cuando se paró, el
empeine se agarró como debería y el talón estaba lo suficientemente
ajustado para no resbalar.
—Todavía encaja perfectamente.
Ella tarareó en la esquina: reconocimiento, no interés.
La postura familiar y obstinada de los hombros de Lily abrió con un
crujido una cápsula del tiempo enterrada debajo de las costillas de Leo,
enviando un dolor punzante a través de él. Levantó la mano, frotando el
lugar justo al lado de su esternón. Había amado a Lily tan profundamente
que cambió su biología. De pie aquí ahora, parecía que su amor por ella no
se había ido, solo había sido sellado al vacío y almacenado. De vuelta en
su presencia, el recuerdo físico de su enamoramiento se liberó en un
diluvio, jadeando a la vida, y la adrenalina inundó su torrente sanguíneo.
Sabía que había sido excusado, pero sus pies no se movían. Un
pesado y cómplice silencio se extendió entre ellos.
—¿Cómo has estado? —cuestionó finalmente.
—No vamos a hacer eso, Leo —replicó, sin molestarse en darse la
vuelta—. No somos amigos que no se ven hace mucho tiempo. Soy la guía
y eres el cliente. Solo estamos hablando en este momento porque me estás
pagando.
Bien entonces. Se tragó una respuesta, sabiendo que no serviría de
nada; había un cañón de dolor entre ellos en ambos lados, y cinco minutos
en un cobertizo de herramientas no iban a salvarlo.
Además, estaban en una habitación llena de afiladas herramientas de
rancho. La Lily que recordaba sabía cómo usar cada una de ellas: había
una horca junto a ella, por el amor de Dios.
Y sin embargo, tenía tantas preguntas. Lily siempre había odiado
estas historias, este sendero, odiaba la palabra tesoro. Duke podría haber
sido un vagabundo, pero la Lily que había conocido tendría que haber sido
enterrada en el granero en el rancho Wilder antes de que dejara que
alguien más se hiciera cargo de las cosas. Nunca se iría voluntariamente.
—Solo me preguntaba qué estabas haciendo aquí —dijo con
dificultad, finalmente. Algo feo se asentó en sus entrañas—. ¿Por qué estás 60
aquí en lugar de preparar el rancho para la temporada?
Lily se volvió hacia él y el instinto lo impulsó a retroceder un paso.
—Ya no es mi rancho. —Levantó la barbilla—. Ahora ponte las botas y
sal. Hemos terminado aquí.
Siete

D
espués de una breve orientación sobre el equipo que usarían,
Lily llevó al grupo a conocer a los caballos. Dynamite era lo
suficientemente paciente como para mantenerse firme
mientras Walter se armaba de valor para subirse a la silla. Bullwinkle, tan
bromista como su jinete, tiró a Bradley sobre su culo dos veces antes de
que salieran del corral. En un golpe de ironía, Terry fue emparejado con
Calypso, una yegua malhumorada y mordedora, y después de solo un
momento de vacilación, Leo logró montar rápidamente el caballo más
sensible de Lily, un hermoso caballo castrado negro llamado Ace.
Lily contuvo un destello de irritación. Le hubiera gustado verlo caer
de culo también.
61
Trabajaron en dirigir, detener y desmontar. Una vez que todos
estuvieron lo suficientemente cómodos para caminar, intentaron trotar.
Leo y Bradley incluso intentaron galopar, todo en la seguridad de la
pequeña arena cercada.
Pero una vez que las guías y los clientes estuvieron en el sendero, el
paisaje se tragó el campamento detrás de ellos, y los muchachos
parecieron darse cuenta de que cada paso los alejaba más y más de la
seguridad de su vida cotidiana. Sin teléfonos, sin computadoras, nadie
más de quien depender excepto Lily y Nicole.
Lily tenía la sensación de que iba a ser una semana muy larga.
Porque sin importar lo que hiciera, sin importar cuán fuerte
pestañeara, o cuán salvajemente se pellizcara el muslo o mirara al sol para
quemar algo más en su visión, parecía que no podía dejar atrás la
asombrosa realidad de que Leo Grady había vuelto a aparecer en su vida.
Después de un par de horas de viaje, podría aceptarlo sin que se le
encogiera el estómago. Todavía era delgado, pero sutilmente más
corpulento en la forma en que lo son los nadadores: espalda ancha,
extremidades largas, tonificado. Mirándolo ahora, no podía ver nada del
joven desgarbado de antes. Este Leo era un hombre que se movía con
soltura en su cuerpo. Su postura al montar era instintivamente tan sólida
como siempre: las caderas hacia delante, la espalda recta pero relajada, los
talones apoyados en los estribos, con una mano apoyada en el muslo y la
otra sujetando las riendas sin apretar.
El Leo ansioso y muy atento de veintidós años se desvaneció en un
sueño febril infantil, palideciendo en comparación con este hombre.
Ese verano, le había tomado una eternidad darse cuenta de que la
forma en que él la perseguía no era normal para él. Durante semanas, ella
había asumido que él era un jugador, un coqueto que fingía ser tímido.
Nadie que se viera así y persiguiera a una chica con intenciones tan
desnudas podría ser tan sincero como él parecía.
Pero lo era. Y cuanto más lo conocía, más se daba cuenta de que por
lo general era reservado hasta el punto de un silencio estoico. Que Leo les
confiaba solo a las personas más cercanas a él el flujo tranquilo y áspero
de sus pensamientos. Y en este momento, al recordar lo cuidadosamente
controlado que era, cómo ese mismo control significaba que pasaría horas
descifrando su cuerpo de una manera que ella ni siquiera había entendido
todavía, cómo ese control significaba que cuando había decidido quedarse

62
en el rancho con Lily, ella sabía que había pensado en ello desde todos los
ángulos, pero cómo ese control también debía haber sido lo que le permitió
desaparecer por completo, como un fantasma en la niebla, hizo que Lily
quisiera derribarlo de Ace sobre su culo.
—Es apropiado que esté montando un árabe —dijo Terry de la nada,
pasando dos dedos sobre su bigote polvoriento. Seguía moviendo su
caballo al frente del grupo, y Lily seguía diciéndole que retrocediera en la
fila.
—Calypso es un cuarto americano —interrumpió Nicole
despreocupadamente.
—Dado que en la antigüedad —continuó Terry, ignorándola—, los
árabes estaban reservados solo para que los montaran los hombres.
—¿Te inventas tonterías todo el día? —preguntó Nic. Claramente, ella
ya había entrado en la fase Cansada de la Basura de un Cliente. Apenas
habían pasado doce horas; un nuevo récord.
—No es una tontería. —Terry hizo una larga pausa para aclararse la
garganta y escupió una espesa bola de flema a un lado—. La línea de
sangre árabe es la única línea de sangre pura que queda.
—Eso es... no. —Era lo primero que decía Leo en horas—. Hay
muchas otras razas de sangre pura, Terry.
—Tiene razón —dijo Nicole, impresionada.
Walter se inclinó en la silla para mirarlo.
—¿Aprendiste eso cuando trabajabas en el rancho, Leo?
Los ojos de Leo se posaron brevemente en Lily y luego se apartaron.
—Yo… bueno…
—Afloja las riendas de Calypso, Terry —interrumpió ella, salvándolos
a ambos. Pero se sintió aliviada al descubrir que Leo no había advertido a
sus amigos de lo que había pasado entre ellos años atrás. Sospechaba que
era solo cuestión de tiempo antes de que los otros tres se dieran cuenta,
pero cuanto más tiempo tuviera sin que chismorrearan sobre ella,
mirándola diferente, mejor.
Terry resopló molesto.
—Calypso es una yegua que necesita mano dura.
—Es mi caballo —le recordó Lily—, y, o te relajas o caminarás el resto
del viaje.
—Hoy es nuestro día más corto a caballo —dijo Nic, mirando
nerviosamente entre Lily y Leo antes de dirigir su atención al resto del
grupo—. En parte porque estarán doloridos. Llegaremos al campamento de

63
esta noche en aproximadamente kilómetro y medio.
—¿Otro kilómetro? —gimió Bradley e intentó encontrar una posición
cómoda en la silla—. Ya no puedo sentir mis bolas.
Justo cuando lo dijo, giraron en una curva y el campamento de la
segunda noche apareció en una impresionante vista a la distancia: un
espectacular afloramiento de roca ondulada de color rojo brillante que
abrazaba un pequeño prado abierto de tierra rojiza y matas de artemisa
verde puntiaguda. Lily entrecerró los ojos para ver los cuatro fardos de
heno con blancos frescos para la competencia de tiro con arco y otros
cuatro con megáfonos de hierro que sobresalían para el lazo. En un cofre
cerrado cercano, habría cuatro juegos de cerraduras para abrir, cuatro
libros con código para resolver y cuatro rompecabezas deslizantes.
Por lo general, este era el día favorito del viaje de Lily. Era el primer
día completo en el aire fresco y el paisaje irreal. Todos estaban
emocionados de montar pero felices de bajarse del caballo después de solo
un par de horas. Los clientes se estaban acostumbrando a la idea de que
habían hecho esto por diversión, listos para la aventura hasta el final. La
cena de esta noche, chili y pan de maíz, era la especialidad de Lily. Le
encantaban los juegos, le encantaba ver a los clientes con su nueva
confianza, le encantaba la competencia generalmente amistosa. Pero esta
vez, estaba llena de un temor vago porque, fuera lo que fuera lo que Terry
pensó que iba a pasar cuando se llevaran a cabo los juegos, estaba
equivocado. Probablemente nunca había visto a Leo en este elemento.
Llegaron al campamento en una sola fila perezosa y arrastrada, los
caballos fingiendo estar cansados para poder conseguir sus golosinas, los
hombres realmente doloridos y acalorados. Todos excepto Leo, cuya
postura se mantuvo recta y equilibrada encima de Ace. Maldición si no se
veía como si estuviera hecho para montar ese caballo.
Mientras Lily desmontaba y se dirigía a recuperar los artículos del
almuerzo de la nevera que les habían dejado, Nicole los guió hacia la cerca
corta donde los caballos estarían atados por la noche y tendrían fácil
acceso a la sombra, el pasto y el agua. Los hombres descendieron con
diversos grados de gracia; Leo se deslizó fácilmente de Ace y lo ató sin
apretar al poste. Lily apartó los ojos justo a tiempo para atrapar a Terry
cayendo y aterrizando sobre su culo con un impacto satisfactoriamente
duro. Fingió haberlo hecho intencionalmente mientras arrancaba un trozo
largo de hierba y se lo metía entre los dientes.
—Los caballos orinan allí —le dijo Lily—. Solo para que lo sepas.
Terry dejó caer la hierba.
Su atención fue atraída como un imán hacia la izquierda, donde Leo
estiraba sus músculos adoloridos y se le subió la camisa. Quería mirar

64
hacia otro lado, realmente lo intentó, pero era como si esa pequeña franja
expuesta de piel melosa tuviera sus ojos bajo un agarre mortal. Cuando se
volvió para empezar a quitarle la silla a Ace, la tela de su camisa se tensó
sobre los músculos de su espalda.
Ese cuerpo solía pertenecerme, se maravilló Lily. Ese hombre era mío.
—¡De acuerdo! —gritó, extrañamente fuerte. Todos se sobresaltaron y
se giraron para mirarla por encima del hombro. Agitando una mano,
señaló los ingredientes para sándwich que había comenzado a descargar,
el almuerzo que debían devorar antes de que comenzaran los juegos—. A
comer.
Ignorando su tono abrupto, descendieron sobre la mesa como si no
hubieran visto comida en una semana. Absolutamente no miró los
antebrazos de Leo cuando alcanzó un trozo de lechuga para ponerlo en su
sándwich, o el gesto tenso de su mandíbula mientras tomaba un enorme y
voraz bocado.
—¿Quién puede hablarme de Butch Cassidy? —inquirió, redirigiendo
su cerebro lejos de cosas sexys y hacia el trabajo, y el profesionalismo, y el
hecho de que Leo la había abandonado, por el amor de Dios. Lily levantó
una mano preventiva—. Alguien que no sea Terry.
Él se rio de esto, agarrando un montón de jamón en el puño.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de que sepa más que tú?
Lily parpadeó, reprimiendo una respuesta cortante.
—Era un ladrón de bancos —gritó Walter, claramente el pacificador—.
También robaba trenes. Y tenía una pandilla. El Wild Bunch.
—Así es —dijo Lily, poniendo un par de rodajas de pavo sobre su pan.
Bradley se limpió la boca con una servilleta de papel.
—Entonces, si este es el sendero real, ¿lo estaban usando para huir
de la ley? ¿Aquí mismo?
—Así es —dijo Lily—. Y nos dirigimos a uno de los lugares donde
Cassidy supuestamente escondió dinero para volver más tarde. Mucha
gente dice que todavía está aquí.
—Eso es porque lo está, cariño.
—Gracias por probar mi punto, Terry —dijo tranquilamente—. Walter,
¿recuerdas lo que dije sobre Outlaw Trail?
—Que se extendía por todo el oeste. ¿Hole-in-the-Wall, Brown's Park y
Robbers Roost?
—Exactamente. —Lily asintió—. Ahí es donde estamos, cerca de
Robbers Roost. Un lugar utilizado por muchos bandidos para pasar
desapercibidos entre atracos o esconderse durante el invierno. El objetivo 65
de este viaje es pasar un buen rato juntos, disfrutar de uno de los lugares
más hermosos de este país y seguir pistas para encontrar el tesoro
escondido al final. —Se encogió por dentro, odiando lo cursi y fabricado
que sonaba todo esto. Nunca antes le había sonado así, pero antes no
existía Leo, que sabía mejor que nadie que Lily pensaba que el dinero aún
escondido de Butch Cassidy era una de las leyendas más estúpidas de
aquí. Walter levantó la mano—. ¿Sí, Walter?
—Si muchos bandidos sabían venir aquí, ¿cómo nadie más encontró
este lugar?
—El código de los forajidos —respondió.
Bradley habló alrededor de un bocado de sándwich.
—Honor entre ladrones.
Lily asintió.
—Si se corría la voz, estaría arruinado para todos.
—Supongo que eso tiene sentido —dijo Walter—. Oye, si encontramos
un tesoro, ¿lo dividimos?
—No, todo lo que encuentren es suyo —dijo Lily.
Él frunció el ceño.
—Yo digo que lo dividamos. Eso parece más acorde con el código.
—Me gusta eso —dijo Bradley.
—Excelente. Pero para hacer eso —continuó ella—, necesitarán
resolver códigos y rompecabezas, forzar algunas cerraduras y tal vez
incluso ver si pueden dar en el blanco. Vamos a practicar todo eso hoy.
—¿Tiro al arco? —El pecho de Terry se hinchó—. Una vez derribé un
ciervo con una sola flecha.
Ignorando esto, Walter levantó una mano de nuevo.
—Dijo rompecabezas. Elijo a Leo.
Bradley se inclinó hacia adelante, casi lanzando la corteza de su
sándwich a Nicole en su prisa por discutir esto.
—Vete a la mierda. Elijo a Leo.
—Van a hacerlo solos —interrumpió Lily, alzando la voz por encima
de sus disputas—. Es una competición amistosa. Sin equipos.
En medio de sus protestas superpuestas “Pero nunca he disparado un
arco y una flecha”, “Todo el mundo sabe que Leo es el experto en códigos”,
“No estés tan seguro, Walt”, “¿Rompecabezas como Survivor, quieres

66
decir?”, Lily se puso de pie y despejó el almuerzo, evitando la forma en que
su cerebro quería recordarles a todos que sin importar quién lo reclamara
hoy, Leo había sido suyo primero.
Ocho

—H
ay cinco puestos —explicó Lily mientras se paraban
frente al campo lleno de juegos—. El rompecabezas
deslizante, el descifrado de códigos, el lazo, el tiro
con arco y la apertura de cerraduras.
—¿Qué pasa con hacer un fuego? —preguntó Terry—. ¿Me estás
diciendo que eso no es importante aquí?
Lentamente, volvió sus ojos hacia él.
—¿Quieres que cuatro aficionados prendan fuego en el desierto,
Terry?
Él se movió sobre sus pies, quedándose en silencio, y ella continuó.
67
—Hay un juego de herramientas en cada puesto. —Los guió a través
de los conceptos básicos, sabiendo que el tiro con arco tendría que ser un
poco más práctico. Con un movimiento de la barbilla, Lily les indicó que se
acercaran a la instalación de tiro con arco y les mostró a cada uno cómo
sostener el arco, cómo colocar la flecha, cómo apuntar y soltar. Solo Terry
y Leo parecían tener alguna experiencia con eso; siempre y cuando Walter
y Bradley no dispararan la flecha directamente sobre la cabeza o entre
ellos, estarían bien.
—¿Qué obtenemos si ganamos? —preguntó Terry.
Nicole sonrió alrededor de un palillo de dientes.
—Una oportunidad de morir como un hombre.
—Una pista extra —corrigió Lily—. Y una cerveza extra esta noche.
Eso captó su atención. Reuniéndolos al comienzo del recorrido, Lily
hizo sonar su silbato y los hombres saltaron a la acción hacia los
rompecabezas deslizantes. Todos menos Leo. Se acercó con cuidado a su
rompecabezas, observándolo, pero no lo tocó. Mientras los otros tres
cambiaban piezas frenéticamente, girando el tablero en varios ángulos, Leo
se quedó ahí, mirando.
—¿Qué está haciendo? —susurró Nicole por un lado de la boca.
—Resolviéndolo.
Como era de esperar, Leo dio un paso adelante, inclinándose, y
después de diez movimientos decisivos, dio un paso atrás.
—Listo.
Lily se acercó; la imagen del paisaje de roca roja se había ensamblado
perfectamente. Por supuesto. Asintió con rigidez.
—Continúa.
Con una pequeña sonrisa, estaba ante el código. Leo se inclinó,
bolígrafo en mano, examinando de nuevo. Esta vez, probó algunas cosas,
pero Lily fue testigo del momento en que hizo clic.
—Oh, lo entendió —dijo Nicole.
Lo vieron escribir la respuesta y luego voltear su papel para que
Bradley, que acababa de terminar el rompecabezas, no pudiera ver.
—¿Quieres revisarlo? —preguntó, mirándola con diversión en sus
ojos.
Lily apretó la mandíbula, desviando su atención hacia un lado
mientras reprimía la inquietante combinación de irritación y atracción.
—Sigue adelante.
68
Luchó un poco con la cerradura, pero logró acabar antes de que
Bradley resolviera el código. Terry resolvió el código rápidamente, pero no
había esperanza para nadie más. Lily no creía que nadie en la historia de
Wilder Adventures hubiera terminado la secuencia de desafíos más rápido
que Leo. Tuvo el lazo hecho y envuelto alrededor de los cuernos de su buey
con pacas de heno en menos de un minuto, y sorprendió incluso a Lily
cuando acertó su tercer blanco en el tiro con arco y luego se giró
lentamente, bajando el arco en su brazo mientras la miraba.
—¿Eso es todo? —inquirió.
—¿Estás presumiendo? —replicó ella.
Levantó la mano, rascándose la ceja y entrecerrando los ojos hacia
ella, iluminado por el sol.
—Tal vez un poco. —Su mirada ardió brevemente, solo un parpadeo
de calor, pero ella lo captó—. Tuve que recordarme a mí mismo que alguna
vez fui bueno en algo más que sentarme a un escritorio.
La inesperada vulnerabilidad de su tono la golpeó como un puñetazo
en el estómago.
—¿Y? ¿Estás satisfecho?
—¿Satisfecho? —Finalmente, una verdadera sonrisa—. No todavía.
Su aliento se congeló en su pecho. Lily había estado completamente
equivocada; le preocupaba que las partes de Leo que lo diferenciaban de
cualquier otro hombre desaparecieran, silenciadas de alguna manera en
los años intermedios. Pero el Leo actual no era frío, solo se había quedado
atónito con su reunión inesperada. Esa conmoción estaba disminuyendo.
Podía ver con sus propios ojos que él seguía siendo el brebaje paradójico
de apasionado y comedido del que se había enamorado años antes.
Y que el cielo la ayudara. Hacía calor y él era todo físico masculino y
testosterona. Leo se había cambiado a una camiseta negra y las mangas
abrazaban sus anchos hombros. Sus vaqueros colgaban bajos en sus
caderas, muy gastados y suaves. Las botas que Lily le había arrojado esa
misma mañana eran de cuero marrón polvoriento y suave.
Lily no pudo evitar la risa que salió de ella como una celebración.
Quería odiarlo. Quería resentir a este hombre para siempre. Pero, ¿cómo
podría? Ya sea que él fuera consciente de ello o no, la estaba mirando
como si ella fuera el premio al final.

69
Volvió a hacer sonar el silbato y, a su alrededor, la actividad se
detuvo.
—Caballeros, tenemos un ganador.
Walter dejó escapar una risa encantada. Pero Terry entrecerró los
ojos, arrojando su cuerda.
—No revisaste su código.
—No era necesario —dijo Lily, y volvió los ojos hacia Leo—. ¿Cuál es
la respuesta?
Levantó un lado de su boca en una sonrisa.
—“Lo que diga Lily Wilder, lo hacemos”. Es un cifrado ROT.
—Maldita sea —dijo Bradley—. ¿Cómo sabes todo eso?
—Eagle Scout —dijo, todavía mirando directamente a Lily.
Estaban mirándose el uno al otro. Probablemente por demasiado
tiempo. Entonces definitivamente fue por demasiado tiempo, pero algo
sucedió en lo más profundo. Una atadura, conectándolos a través del
tiempo.
—¿Hola? —dijo Walter en voz baja, agitando una mano confusa en el
aire.
Cuando no pudieron apartar la mirada, un murmullo de conciencia
recorrió el grupo.
—Espera. —Oyó susurrar a Walter—. Bradley, su nombre es Lily
Wilder. ¿No era...?
—Oh, mierda —susurró Bradley—. Tienes razón. Era la dueña del
rancho en el que él trabajaba, ¿no?
—Por supuesto que sí —dijo Lily. La ira, la atracción y la confusión
crearon fricción en su torrente sanguíneo. El gato estaba fuera de la bolsa,
y fue su culpa. Lo sabía. Pero, ¿qué podía hacer? Se había deshecho por
completo al ver a Leo en su elemento de esta manera—. Leo y yo nos
conocemos desde hace mucho tiempo, ¿no es así?
Leo asintió lentamente, exhalando.
—Sí.
E incluso con su pasado a la vista de todos, el momento acalorado no
se interrumpió de inmediato. Desafortunadamente, por su propia cordura,
necesitaba hacerlo.
—Está bien, entonces —dijo ella, apartando la mirada—. Ya leyeron el
código. El tiempo de los chismes ha terminado y Lily Wilder quiere que se
limpien y armen sus tiendas.

70
Nueve

D
espués de la cena —demasiado chile, demasiado pan de maíz,
una cerveza extra para Leo y el delicioso chocolate caliente
picante de Lily para todos los demás—, el grupo se levantó
lentamente, crujiendo, gimiendo. A la luz del fuego y encorvados por el
dolor de la silla de montar, todos parecían diez años mayores.
Walt caminó hasta donde Lily y Nicole estaban repasando notas para
la ruta del día siguiente.
—Quería darles las buenas noches y ver si hay algo en lo que pueda
ayudarlas antes de acostarme. —Sus ojos escanearon el área,
deteniéndose en el viejo cuaderno de cuero, el diario de Duke, sobre la
mesa—. Genial —dijo, agachándose y toqueteando la correa de cuero
71
amarillo desteñido que se usaba para mantenerlo todo unido—. Eso parece
vintage.
—Ni genial ni vintage, lo prometo —le dijo entre risas—. Simplemente
viejo.
Terry dejó caer su taza en la jofaina y asintió hacia el libro.
—Ya no se encuentran así.
—Claro que no —dijo Lily, cerrando el diario y deslizándolo en su
bolso. No sentía un profundo amor por las palabras y los dibujos que
llenaban las páginas, pero de todos modos se sentía protectora con el
diario—. Y gracias por la oferta, Walt, pero no hay nada más que hacer.
Chicos, deberían irse a la cama.
Walter murmuró un agradecido “Buenas noches” y se alejó exhausto,
arrastrando los pies. Bradley y Terry parecían listos para tomar unas
cuantas cervezas más, pero miraron a Lily y luego a Leo, sentados solos
junto a la hoguera, y parecieron aceptar en silencio irse.
Solo Nic se quedó. Cuando llamó la atención de Lily, levantó una ceja
hacia el cielo y ladeó la cabeza, preguntando en silencio si Lily quería que
se quedara o se fuera.
Lily inclinó la barbilla hacia las tiendas y dijo un tranquilo:
—Buenas noches, Nic.
Lily supuso que era hora de hacer esto.
Una vez que Nic se fue, se sentó junto al fuego, sin saber por dónde
empezar. Había iniciado esta conversación en su cabeza tantas veces, pero
nunca fue satisfactoria. Su imaginación nunca lo hacía bien. El equilibrio
de comprensión y dolor, de consuelo y castigo.
Afortunadamente, él no la obligó.
—No tenemos que hablar de eso, ya sabes.
Lily soltó una risa ronca e irónica.
—No veo cómo hay alguna forma de evitarlo. Vamos a estar metidos
en los asuntos del otro durante la próxima semana. Acabemos con esto de
una vez.
Había sido terrible para tener conversaciones emocionales antes de él.
Pero para ser justos, Lily había sido la única hija de un hombre con la
profundidad emocional de una cucharita y una mujer que no podía
soportar el aislamiento de vivir en medio de la nada con un marido que

72
nunca estaba presente, incluso cuando lo estaba. Su tío Dan enseñó a Lily
todo lo que sabía sobre caballos y ganadería, pero su cubo de sensibilidad
era solo un poco más profundo que el de Duke. Los sentimientos nunca
fueron una prioridad.
Lily sabía que había crecido dura, pero Leo la había suavizado.
Durante los cinco meses que habían pasado juntos, Leo la había
desglosado día a día hasta que ella le había dicho prácticamente cualquier
cosa. Le había costado un poco de insistencia, pero con él, Lily abriría la
boca y todo saldría a relucir.
A decir verdad, no había hecho eso en mucho tiempo.
—De acuerdo. —Leo dejó pasar unos cuantos segundos pensativos y
luego fue directo al asunto—. Entonces, ¿qué pasó? Después de que me
fui, quiero decir.
Lily echó un vistazo a su taza de hojalata antes de tomar un sorbo del
chocolate caliente que se había enfriado hace rato.
—Empezando despacio, ya veo.
—No pensé que quisieras hacer eso de los amigos que llevan mucho
sin verse —dijo, mirándola—. Pero tal vez sería mejor si empezara con
“¿Cómo estás?”.
Lily mantuvo su atención fija en el fuego, pero la presión de su
mirada la desconcertaba. Se giró y lo miró a los ojos. Oscuro y buscando.
Tan familiar que dolía.
—En realidad, sí. Tal vez eso sea más fácil.
—Está bien, Lily —dijo, y su sonrisa juguetona golpeó contra un
pequeño y vulnerable pozo de sentimientos dentro de ella—. ¿Cómo estás?
—He estado mejor. —Lily se rio con fuerza, haciendo retroceder la
pesada oleada de ira y tristeza que subió a su garganta—. Creo que estaba
equivocada. “¿Cómo estás?” no es un lugar más fácil para comenzar.
Su mirada recorrió su rostro, desde el nacimiento del cabello hasta su
boca, deteniéndose allí. Ese pozo vulnerable comenzó a volcarse,
derramándose peligrosamente, y Lily se dio la vuelta.
Cuando volvió a hablar, la voz de Leo estaba tan tensa que sonó como
un susurro.
—Entonces tal vez simplemente comience donde realmente quiero:
¿Qué pasó con el rancho?
Ella clavó su mirada en la de él cuando respondió, queriendo ver
cómo lo afectaría.
—Duke lo vendió justo después de que te fueras.

73
Leo se quedó inmóvil.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Alrededor de una semana después, de hecho, entregó las llaves. —
Lily dirigió su atención a sus manos, donde sus dedos estaban
entrelazados—. No estoy segura si recuerdas que aquella mañana Duke se
dirigía a las afueras de la ciudad.
—Lo recuerdo —dijo Leo—. Para una excavación.
—Resulta que no iba a hacer una excavación —le dijo—. No puedo
decirte cuántas veces intenté recordar si me dijo eso, o si simplemente
asumí. Iba a firmar papeles en una compañía de títulos. Vendió el rancho
a un tipo local llamado Jonathan Cross.
—Yo no… —Leo se interrumpió, comprensiblemente confundido—.
¿Ya había planeado esto cuando se fue esa mañana? Se sentía como si
estuviera dejando todo en tus manos.
—Lo sé —replicó Lily, recordando lo ingenua que había sido. Lo
emocionada que había estado de verlo partir—. También pensé lo mismo.
Pero, ¿recuerdas que me dejó una nota en la mesa?
Leo hizo una pausa y luego asintió lentamente.
—Era uno de sus estúpidos acertijos. Ni siquiera pudo decirme a la
cara que lo estaba vendiendo. Me tomó una hora descifrarlo cuando lo
saqué de la basura y la nota decía que tenía planes para el dinero.
Probablemente alguna gran expedición que le daría otra portada en el
National Geographic. —Se limpió las manos sudorosas en los muslos—.
Estaba tan enojada que me mudé ese día.
Leo se inclinó, poniendo su cabeza entre sus manos.
—Jodida mierda. No mencionó nada de esto.
Estaba a punto de continuar cuando sus palabras se estrellaron
contra ella.
—¿Qué quieres decir? ¿Cuándo hablaste con Duke?
—Cuando te devolví la llamada. —Leo dijo esto claramente,
declarando un hecho—. ¿Los mensajes que dejé?
Lily, muda por la confusión, negó.
—Cuando me llamaste… lo siento —dijo, con el cuello enrojecido—.
Estaba organizando la cremación de mi madre. Yo… no fue un buen día
para mí, y sé que fui brusco contigo, pero…
—¿Qué…? ¿La qué de tu madre…?

74
—… cuando volví a llamar, ni siquiera saltó el contestador. Llamé a la
cabaña y Duke dijo que no estabas en el rancho y que te dejara un
mensaje.
La palabra cremación resonaba una y otra vez en su cerebro. Su
madre había muerto
—¿Le dejaste un mensaje a mi padre?
Asintió.
—Sí, algunos, en realidad.
La mandíbula de Lily se abrió con un crujido, las palabras salieron
con rotundidad:
—Nunca recibí un mensaje. Todo lo que sabía era lo que me dijiste la
mañana que tenías que irte, que tu madre había tenido un accidente pero
estaba bien.
León frunció el ceño.
—Le dije a Duke que mi madre había fallecido inesperadamente a
causa de sus heridas y que no podría dejar a Cora y regresar a Wyoming.
Las palabras aterrizaron como un meteoro cayendo del cielo; el
impacto sacudió todos sus cimientos. Había estado enojada, actuado
impulsivamente. Pero ese breve momento de furia significó que no solo
había perdido la llamada de Leo, sino también los mensajes de Duke de
que la madre de Leo había muerto.
Había sido tan estúpida.
—Lo siento —dijo ella, con la voz apagada—. Oh, dios mío. No tenía ni
idea, Leo. —Lentamente, se enderezó y lo miró. La culpa golpeó con un
fuerte trueno en su pecho cuando pronunció las siguientes palabras—: No
sabía que habías llamado. No sabía que tu madre había muerto.
—Yo… —Interrumpiéndose, buscó sus ojos—. Sí.
Se sintió desplazada, desorientada cuando su recuerdo de esos
sombríos meses después de que Leo se fuera de repente fuera como una
ventana limpia.
—Estaba enojada con Duke por vender el rancho —explicó—, pero no
me sorprendió. Nunca se preocupó por mis sentimientos. No respondía a
sus llamadas porque no quería escuchar el plan de mierda o la excusa que
había inventado, y cuando pasaron los días y no supe nada de ti... —Se
encogió de hombros—. Supuse que habías vuelto a tu vida de ciudad y te
habías olvidado por completo de mí. Yo, bueno, tiré mi teléfono al río.
Leo tosió con un sonido de horror, pasándose una mano temblorosa
por el cabello. Los suaves mechones negros inmediatamente cayeron sobre

75
su frente.
—¿Entonces todo este tiempo? —farfulló—. ¿Todo este tiempo
pensaste…?
—Que simplemente nunca me devolviste la llamada.
Su exterior tranquilo se rompió y se alejó de ella, dejando escapar un
suspiro que parecía haber estado atrapado en algún lugar de su pecho
durante los últimos diez años. Quería enterrarse en el desierto. Había
estado tan herida, tan joven, tan reactiva, tan sola.
—No es de extrañar que estuvieras tan enojada en el cobertizo. —Leo
se inclinó, apoyando su cabeza en sus manos y soltando una risa irónica—
. Vaya, está bien, esto explica muchas cosas.
Sintiéndose mareada, soltó un lento suspiro.
—Ojalá lo hubiera sabido. Siento mucho lo de tu madre.
—No. —Se volvió para mirarla—. No puedo imaginar una peor
combinación de circunstancias. Odio que pensaras que me fui.
Ella asintió, tragando para poder hablar. Su garganta estaba
repentinamente tan seca.
—Lo sé.
—Mamá aguantó alrededor de una hora después de que llegué allí —
dijo, con los ojos en el fuego—. Siempre estaré agradecido por haber
podido despedirme. Había empeorado cuando yo estaba en el avión.
Después de eso, yo solo… no sé. Probablemente me olvidé de todo lo
demás durante unos días, incluso de ti. Lo siento, lo veo en retrospectiva.
Yo... creo que algo dentro de mí se rompió, pero no podía desmoronarme
porque... —Negó—. Cora había estado con mamá cuando la atropelló el
auto y estaba histérica.
El silencio cubrió la fogata; incluso las brasas parecían apagarse. Las
versiones alternativas de su pasado se ramificaron en caminos nuevos en
su mente, y por un momento, Lily se permitió vacilar: Si me hubiera
quedado con mi teléfono, o si Duke hubiera ido a la ciudad a buscarme, o si
lo peor de todo no hubiera sucedido y Duke no hubiera…
No. Lily cerró esos pensamientos. ¿Si hubieran hablado? No hubiera
importado. Diez años mayor, Lily Wilder comprendió ahora que ella y Leo
nunca habrían funcionado. Era una verdad brutal, pero era lo que era.
Eran de realidades diferentes.
Lo miró.
—¿Supongo que tu padre nunca regresó? —Todo lo que podía
recordar que le dijo fue que su padre se fue cuando Cora era pequeña, que
no había estado en la foto desde entonces.
Leo negó.
—Uno de los primos de mi madre en Japón lo localizó y básicamente
76
dijo: “¿Leo no tiene la edad suficiente para manejarla?”.
—¿“Manejarla” refiriéndose a su hija? —preguntó ella, boquiabierta—.
Qué pedazo de mierda.
Leo asintió, moviéndose a su lado.
—Exactamente.
La quietud, la comprensión, se instaló en el aire cálido. Con solo
veintidós años, a Leo se le había encomendado la tarea de criar a su
hermana pequeña por su cuenta.
—¿Te quedaste en Nueva York?
—Brooklyn. Nuestro casero fue genial. No aumentó nuestra renta,
creo que en realidad la bajó y luego la mantuvo así durante años. Estoy
seguro de que hubiera sido más barato mudarse, pero mamá se había ido.
No podía dejar el único lugar en el que habíamos vivido con ella. No podía
hacerle eso a Cora. Mamá tenía algunos ahorros y el dinero del seguro de
vida ayudó. Terminé la escuela y conseguí un trabajo tan pronto como
pude.
Ella soltó el aire lentamente.
—Y la criaste.
Una sonrisa orgullosa apareció en su rostro.
—Sí.
—Eso debe haber sido tan difícil. Para los dos.
—Ella es lo mejor que he hecho con mi vida. Se graduó de Columbia
la semana pasada, ¿te lo dije? Comienza la escuela de medicina en Boston
en el otoño.
Lily silbó, impresionada.
—Vaya. Bien por ella. —Lo miró—. Hay muchas cosas en el medio que
no contaste sobre ti, ¿te diste cuenta de eso?
—Sí. —Leo la miró y se encogió de hombros, como si su propia vida
fuera tan intrascendente que fuera solo una ocurrencia tardía—. Se siente
un poco como si recién ahora estoy saliendo de la niebla, para ser honesto.
—Esa es una niebla larga.
—Desde luego. —Se rio suavemente—. La otra noche me di cuenta de
que durante los últimos diez años solo tenía un objetivo: cuidar de Cora, y
no he hecho nada para planificar lo que viene después. Me enfrento a eso
ahora: ¿Cómo va a ser mi vida?

77
Ella no podría ser de ayuda. Lily ni siquiera sabía lo que su propia
vida estaba destinada a ser.
Leo se inclinó, recogió un palo y lo golpeó contra una de las rocas en
el círculo alrededor del fuego. Podía sentirlo seguir adelante, recordó el
gesto, cómo cambiaba de tema con el movimiento antes que con las
palabras. Su voz tenía una nueva ligereza cuando habló.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Por supuesto.
Su sonrisa insegura fue un asalto de crecimiento lento a su libido.
—¿Qué vamos a encontrar exactamente al final de este viaje?
Esto no era en absoluto lo que ella esperaba que dijera.
—Se van a encontrar a sí mismos —dijo con exagerada sinceridad—.
Su amor por el aire libre y el sentido de la aventura.
La expresión juguetonamente escéptica de Leo la hizo reír.
—El tesoro es principalmente cosas que donan las empresas locales
—confesó—. Pero para cuando los invitados lo descubren y descifran los
códigos finales, están tan orgullosos de sí mismos que no importa lo que
haya en la cueva.
—Entonces, estás diciendo que está en una cueva —murmuró como
un detective, fingiendo escribir esta información en la palma de su mano.
Lily se rio más fuerte.
—Eso podría no ser lo exclusivo que crees que es. Hay un millón de
cuevas diminutas por todas partes.
—Sé honesta —dijo—. Habrá collares de Mardi Gras y joyas falsas
dentro de un cofre del tesoro de plástico, ¿verdad?
Sus miradas bailaron juntas.
—Podría haber yoyós y pelotas anti estrés de marca.
Finalmente, ella rompió el contacto visual, sintiendo demasiado calor,
y se quitó la capa exterior, ignorando la forma en que sus ojos siguieron
sus brazos desnudos.
—Está bien —dijo—, bueno, prometo ser un buen chico y mantener a
Terry a raya tanto como sea posible.
—¿De qué va, de todos modos?
—Fuimos juntos a la escuela, pero él es más un amigo de un amigo,
alguien a quien veo en bodas y esas cosas. Nunca suele ser invitado a
estos viajes, por razones obvias. Si llega a ser un problema, lo manejaré.
Ella asintió, se reclinó y apoyó los pies en una gran roca que
bordeaba el fuego. 78
—Una última pregunta —dijo—, si todavía estamos aclarando las
cosas.
Lily tarareó. El fuego era suavemente cálido y de alguna manera
igualaba la energía entre ellos. Calmante. Derritiéndose. Nada estaba
explotando y lanzando chispas calientes al cielo.
—Adelante.
—¿Qué pasó con Duke? —inquirió—. ¿Ustedes dos alguna vez lo
solucionaron? ¿Dónde está él?
Riendo irónicamente, Lily presionó una mano en su frente. ¿Cuántas
latas de gusanos abrirían esta noche?
Pero las primeras palabras de su respuesta fueron ahogadas por el
sonido abrupto de Nicole gritando:
—¿Qué demonios estás haciendo?
Antes de que siquiera se diera cuenta de que se había movido, Lily se
levantó, trotando hacia las tiendas de campaña justo cuando Terry
gritaba:
—¡Meando, princesa!
Lily se detuvo, relajándose aliviada antes de rodear un pequeño grupo
de rocas para llegar al círculo de la tienda. En las sombras, Terry estaba
de pie entre su tienda y la de Nic, con el pantalón colgando de sus caderas
y su…
—¡Oh, Dios! —Rápidamente apartó la mirada.
—Este tonto estaba meando en el costado de mi tienda —dijo Nic
furiosa, señalando donde estaba Terry con la polla en la mano—. ¿Estás
jodidamente loco? ¡Súbete el pantalón!
—Es tarde —le recordó Terry sarcásticamente—. Nos dijeron que no
nos alejáramos en la oscuridad, ¿no?
—¡Sí, pero puedes dar diez malditos pasos para orinar!
Decidiendo que esta no era una crisis que las requería a ambas, Lily
se alejó, respirando profundamente. Se sentía agotada. A su izquierda
estaba Terry siendo Terry; a su derecha persistían las estelas emocionales
de su conversación explosiva con Leo.
Contando hasta tres, dejó que la adrenalina se disipara en su sangre.
Pero tardó en difundirse, e incluso después de varias respiraciones

79
profundas, sus dedos temblaban; todavía se sentía inestable. Estaba
asimilando la verdad ahora. Ella había pensado que se había ido para
ayudar a su madre a recuperarse de una pierna rota, tal vez una
conmoción cerebral. En el mundo de Lily, la gente se lastimaba todo el
tiempo, pero cuando ella era joven, nadie que conociera había muerto en
un accidente. Nunca se le había pasado por la cabeza que cuando Leo se
había ido a casa, todo podría haber sido mucho más terrible de lo que
habían entendido. Se había visto a sí misma como la parte herida durante
tanto tiempo, pero ahora se dio cuenta de que todos habían sido
simplemente víctimas de circunstancias de mierda.
Leo estaba cerca, una presencia muda e inmóvil. Podía darse la vuelta
y volver a su lugar junto al fuego y responder a la enorme pregunta que él
acababa de plantear: ¿Qué pasó con Duke? Pero una parte aún mayor de
ella sabía que podían tener la conversación y no importaría. La verdad
sobre la tragedia era que una vez que ocurría, nada en esta amplia tierra
verde podía mejorarla. Leo había sido su chispa, había traído un atisbo de
amor, risas y seguridad a su vida, pero su partida solo había probado lo
que ya sabía: las cosas buenas no se quedan.
El aire lejos del fuego era fresco y seco, y cuando Lily lo miró por
encima del hombro, vio en sus ojos que él también lo sabía: su momento
había pasado.
Él sonrió, liberándola.
—Duerme bien, Lily.
Diez

N
i siquiera siete días a la semana de la clase más dura de
Tabata en el Upper East Side Equinox podría haber preparado
a Leo para el dolor que lo recibió todas las mañanas de este
viaje. Para el cuarto día, fue un poco más fácil, pero ese primer paso fuera
de la tienda seguía siendo insoportable. Durante los primeros veinte
minutos de cada día, apenas podía caminar, y no era solo dolor en el culo,
las piernas y la espalda; incluso respirar hondo era doloroso. Doblarse
para escupir su pasta de dientes le provocaba un espasmo frenético en el
costado. No estaba seguro de si culpar al frío, al aire seco, a las horas a
caballo o a las noches pasadas durmiendo en el suelo, pero se despertaba
sintiéndose como si hubiera envejecido una década. 80
Habían pasado dos días completos desde que él y Lily habían hablado
en la fogata, y ella estaba haciendo todo lo posible para evitarlo. Claro, ella
le había preguntado si quería más ensalada de patatas en el almuerzo y le
dijo que dejara de permitir que Ace pastara por el sendero mientras
cabalgaban, pero no habían hablado de nada significativo desde entonces,
nunca habían vuelto al tema de si ella y su padre alguna vez se
reconciliaron. Se sentía como un código medio descifrado.
Desde cerca de un pequeño grupo de rocas donde Nicole había
construido un puesto de lavado de manos improvisada (una jarra de agua
fresca, jabón, un par de toallas de mano limpias), Leo miró hacia la
mañana que se iluminaba lentamente, hacia las agujas de roca apiñadas
en la distancia. Habían pasado algunos signos de civilización en los
últimos días (un pedazo de basura ocasional, una rueda de bicicleta rota o
un marcador a lo largo del camino), pero era fácil ver lo aislados que
estaban, incluso a unos pocos kilómetros de distancia. Este era un terreno
desolado, pero impresionante, que alternaba entre suelo arenoso plano,
pendientes empinadas y torres de paredes rocosas de color zanahoria. Los
matorrales de alambre verde salvia crecían espesos y exuberantes donde
se había erosionado el suelo y se había acumulado agua. Los árboles
larguiruchos mostraban la persistencia de la vida, encontrando apoyo
dondequiera que podían. El amanecer golpeaba la roca roja desde todos los
ángulos, iluminando el paisaje con sorprendentes tonos mandarina, óxido,
carmesí y vino. En un par de horas, el cielo sería casi sorprendentemente
azul. Ya era intensamente brillante, el aire tan reseco que le picaban los
ojos.
Con el suave relincho de los caballos y el olor del humo del
campamento llenando el aire, Leo casi podía imaginar a los vaqueros
corriendo a través de este pasaje, el polvo y la cacofonía de las manadas de
ganado y caballos.
Hasta que un gruñido se elevó del suelo, y Leo bajó la mirada para ver
a Walter medio dentro y medio fuera de su tienda, la camisa subida
alrededor de sus costillas, el rostro presionado contra la tierra roja.
Leo dejó caer su cepillo de dientes en su neceser.
—Hola, Walt.
Miró a Leo, ojos caídos y lamentables.
—Mi culo está llorando.
Y la columna vertebral de Leo se sentía soldada en su lugar.
—Me tomó diez minutos ponerme la camisa.
—¿Volveré a sentarme como una persona normal? —cuestionó Walt,
su voz débil—. Ni siquiera recuerdo cómo se siente acercarse a una silla
81
sin temor.
Haciendo una mueca, Leo se inclinó lentamente para ayudar a su
amigo a levantarse.
—Me gustaría quitarme la espalda y golpear a Bradley con ella. —
Juntos cojearon hacia el fuego.
Nicole, que ya estaba trabajando en el desayuno, observó divertida
mientras intentaban sentarse con gracia en una losa de arenisca.
—Se vuelve más fácil, lo prometo.
Walter parecía traicionado.
—Dijiste eso ayer.
Leo levantó la vista a tiempo para ver a Lily acercándose con un par
de mantas en los brazos y, al igual que en los últimos días, evitó sus ojos.
Su cabello estaba trenzado debajo de su Stetson, sus vaqueros ya estaban
polvorientos. Probablemente había hecho más antes de las seis que lo que
la mayoría de la gente hacía en todo el día, y solo verla a la tenue luz de la
mañana hizo que su corazón diera un vuelco doloroso.
—También podrían querer tomar un poco de ibuprofeno —dijo Lily—.
Tenemos un viaje de seis horas hoy.
Walter exhaló un aterrorizado:
—Seis.
Nicole apareció, entregándole una humeante taza de café, y él la
aceptó con una rígida reverencia. Le dio la segunda taza a Leo antes de
regresar a la mesa. De repente, se sintió ridículo que la vida pudiera seguir
así. Hace unos días, había estado en su vida segura pero aburrida,
sentado en reuniones o respondiendo correos electrónicos durante nueve
horas al día; hoy se sentía como si lo hubieran arrancado y vuelto a
plantar en la tierra boca abajo y del revés. En contraste, Lily se movía con
más facilidad que antes de su charla, como si hubieran cubierto lo
suficiente de su historia para simplemente cerrar la puerta y seguir
adelante.
Leo no estaba seguro de querer cerrar la puerta. Todavía tenía tantas
preguntas sobre los años intermedios, y una parte de él, ciertamente una
parte nueva e inestable, pensaba que tal vez quisiera que la puerta se
abriera de golpe.
Quería terminar su conversación. No iba a dejar que ella lo evadiera
hoy.

82
Sus ojos se demoraron cuando ella arrojó otro trozo de leña al fuego y
llevó un horno holandés al lugar donde las llamas se habían reducido a
carbones. Cuando se enderezó, lo atrapó mirándolo fijamente, pero él no
apartó la mirada.
—¿Qué mierda es esto? —Nicole sostenía una colilla de cigarrillo
quemada—. Turistas idiotas fumando aquí. —Pisoteó hacia el contenedor
de basura designado—. Van a prender fuego a todo este maldito cañón.
—¿Alguien escuchó crujidos anoche? —preguntó Walt—. Parecía que
alguien caminaba afuera.
—Probablemente solo animales buscando comida —le dijo Lily—.
Somos los intrusos aquí, acampando en su mesa de la cena.
La taza de Walter vaciló en su mano.
Se abrió la solapa de una tienda y salió Bradley. Se estiró bajo el sol
naciente, un poco más desaliñado que cuando llegaron, pero
definitivamente con los ojos más brillantes que cualquiera de los demás.
—Maldita sea, dormí bien. —Cuando se levantó la camisa para
rascarse el estómago, Leo notó la forma en que Nicole y Lily se detuvieron
para mirar y sintió una oleada de irritación en el estómago. Bradley
caminó hacia uno de los salientes de arenisca más grandes, apoyando una
bota en el borde de una grieta empinada, con los puños en las caderas
mientras examinaba la vista—. Me siento vivo aquí. Mi corazón está
acelerado, mi sangre bombeando.
Terry se unió a ellos unos minutos más tarde, viéndose solo un poco
mejor de lo que se sentía Leo.
—Tengo algunas sugerencias para las rutas de hoy —dijo, recogiendo
una manzana.
—Ya nos encargamos, Terry —replicó Lily, ignorando su decepción—.
Empaquen sus tiendas y estén listos para partir después del desayuno. Va
a ser un día largo.

Ella no había estado bromeando. El calor del día había minado a los
jinetes de cualquier entusiasmo restante cuando finalmente llegaron al
campamento. La sombra de Ace se extendía a lo largo del suelo,
distorsionada por los pinos piñoneros y los ralos parches de enebro que
crecían allí en el suelo árido.
Aseguraron los caballos, luego todos se reunieron a una distancia
segura desde el borde de la mesa que dominaba el vasto cañón de abajo.
—Jesucristo, esto es profundo —dijo Bradley, tratando de ver por

83
encima de la caída total. Se llevó una mano a la frente—. Estoy mareado
con solo mirarlo. ¿Dónde estamos de nuevo?
—Mirador del laberinto. Y cuidado —advirtió Lily con un brazo
extendido—. Si te caes, te mueres.
Obedientemente, Bradley retrocedió.
Leo estudió la sección del cañón en la distancia muy por debajo, con
sus intrincadas formaciones serpenteantes.
—No parece real.
—Realmente no lo hace —dijo Lily en acuerdo—. ¿Pueden creer que
todo eso fue hecho por el agua de lluvia buscando el mar?
—Eso me entristece un poco —dijo Walter.
Leo nunca había deseado poder volar, pero lo hizo en ese momento.
Había algo en el cañón que lo hacía querer explorar, descender en picado
desde la parte superior de un pilar de roca roja a otro y bajar al laberinto
literal de ranuras cruzándose. Era a la vez exquisito y siniestro.
—No vamos a bajar allí, ¿verdad? —preguntó Walt.
—De ninguna manera —dijo Terry—. Ustedes, maricas, no durarían
ni un día ahí fuera.
Walter lo miró fijamente.
—¿Tú lo has hecho?
Terry extendió los brazos como si esto fuera obvio.
—Amigo.
—¿Alguna vez llevas gente allí? —le preguntó Leo a Lily.
Ella metió la mano en su bolsillo en busca de su omnipresente
protector solar para labios, y se necesitarían atizadores al rojo vivo para
apartar los ojos de él mientras se lo aplicaba.
—Claro, pero solo para excursionistas experimentados y solo en
ciertas áreas. Esa zona es realmente remota. Algunas personas llegan por
río o en vehículos todoterreno de gran altura, pero las carreteras solo te
llevan hasta cierto punto y tienes que hacer el resto a pie. —Apretó los
labios, extendiendo el bálsamo. Leo tragó saliva, apartando la mirada.
Bradley soltó una risa tranquila a su lado y le dio un codazo en las
costillas.
—¿Estás bien ahí?
—Algún día podrías hacerlo, Walt —dijo Nicole—. Necesitarías una
buena guía, pero no es imposible. Mírate con Dynamite. Apuesto a que
nunca pensaste que estarías aquí cabalgando como un verdadero vaquero.

84
Walter seguía estudiando ansiosamente el laberinto.
Lily se volvió hacia una extensión de tierra detrás de ellos.
—Vamos a establecer un campamento allí. Pero primero. —Se giró
hacia una caja de suministros que había dejado delante y buscó dentro,
sacando una pequeña caja de madera—. Mientras Nic y yo alimentamos y
damos de beber a los caballos, quiero que trabajen juntos en esto. Van a
necesitar lo que hay aquí dentro si quieren comer.
Walt miró fijamente la pequeña caja en su mano.
—¿Nuestra cena está ahí?
Terry puso los ojos en blanco.
—Sí, Walter, planea alimentarnos con gránulos que se expanden en
comida real en nuestros estómagos.
—Genial —murmuró Walt, emocionado.
Leo inclinó el sombrero de Walt sobre sus ojos.
—Creo que quiere decir que hay una llave o algo dentro.
—Eso es exactamente lo que quiero decir. —Sin mirarlo, Lily le
entregó la caja a Leo—. La llave de la caja de la cena de esta noche está
aquí. Pero es bastante complicado, así que manos a la obra.
Bradley ya parecía presumido.
—No quiero decepcionarte, Lily, pero ese rompecabezas del otro día
fue solo la punta del iceberg. Nuestro Leo aquí puede resolver cualquier
cosa.
—Me he quedado fuera de mi apartamento cuatro veces, y Leo
siempre me ayudó a entrar —coincidió Walter.
Leo se enderezó, calentándose tímidamente bajo el enfoque silencioso
de Lily.
—Deberías verme jugar al Tetris —bromeó torpemente.
Sus cejas se levantaron divertidas.
—Apuesto a que es fascinante.
—Fascinante. —Una tierna enredadera verde de enamoramiento se
extendió a través de sus costillas y apretó. Se golpeó distraídamente el
pecho, como si pudiera deshacerse de ello. Lily era hermosa, inteligente e
incluso más capaz de lo que había sido hace tantos años, pero él sabía
mejor que nadie que sus vidas eran piezas de un rompecabezas cortadas
de dos imágenes diferentes.
Pero cuando dejó que su mirada se detuviera en él por un momento
más, la vid apretó de nuevo, ahora con más fuerza.

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Ella asintió hacia la caja en sus manos.
—Bueno, bien. Porque hablo en serio cuando digo que no comerán
esta noche hasta que lo hayan resuelto.

—Realmente te odio. —Leo fulminó con la mirada a Bradley al otro


lado del rompecabezas de madera en el que habían estado trabajando
durante casi media hora.
—¿Podemos acordar con anticipación lavar los platos de la cena para
ganar la llave? —gritó Walter a las guías—. Mi estómago se está comiendo
a sí mismo.
—Oh, cariño, también van a lavar los platos —le dijo Nicole,
sonriendo dulcemente.
—Si tan solo te concentraras —siseó Bradley—. Tenemos que estar
cerca.
Cerca no tenía sentido. La caja del rompecabezas medía solo quince
por quince centímetros y estaba hecha de tablones de madera con un
pequeño laberinto incrustado en la superficie de cada uno. Cada laberinto
contenía una barrita de metal, y el objetivo era descubrir cómo deslizar
cada barrita para poder quitar su tablón correspondiente. El problema era
que tenían que trabajar juntos para colocar cada barrita en su posición
correcta, y aunque Leo podía ver exactamente cómo tenía que hacerlo, con
tres de sus grandes manos metidas en el pequeño espacio, era un desafío.
Después de más de seis horas en la silla de montar y con la proximidad de
la cena haciendo que sus estómagos rugieran, desafiante se convirtió en
un eufemismo.
Lo cual, se dio cuenta, era el punto.
La ventaja, al menos, era que con solo ellos tres, estaban trabajando
relativamente bien juntos; Terry se había marchado solo, haciendo quién
sabe qué.
—¿Qué vas a hacer con...? —Bradley se calló, inclinando la barbilla
hacia donde Lily y Nicole estaban revisando los caballos—. Te conozco
desde hace trece años y nunca te vi mirar a una mujer así.
Con una risa seca, Leo le dijo:
—No creo que esa vaya a ser la vibra entre nosotros esta semana.
—¿De qué estás hablando? Ustedes dos estuvieron hablando por un
rato la otra noche. Estrellas, fogata, tiendas. La escena se escribe sola.
—Solo estábamos aclarando las cosas. —Negó—. Nunca recibió

86
ninguno de mis mensajes. No sabía lo de mi madre. Pensó que me había
ido y me había olvidado de ella.
—Pobre Lily —dijo Walt.
Bradley descartó esto.
—No puedes hablar de la muerte de tu madre si estás tratando de
anotar. No tienes juego, Leo.
Leo se estiró para liberar uno de los dedos de Walt de donde se había
atascado.
—Ella vive en Utah, yo estoy en Nueva York. Si dibujaras un diagrama
de Venn de nuestras vidas, los círculos no se tocarían.
—No estoy hablando de realizar una ceremonia de compromiso aquí
—dijo Bradley—. Solo un poco de diversión.
—Sería... complicado.
Miró a su alrededor para asegurarse de que Lily y Nicole realmente no
pudieran oírlos.
—Podríamos pedirle a Nicole que nos lleve a dar un paseo mañana
por la mañana para que tú y Lily puedan untarle un poco de mantequilla a
la galleta.
—Bradley.
—Limpiar la alfombra. Revisar el aceite. Subir al asta de la bandera.
—Entendí la metáfora de la galleta. —Leo sostuvo una barrita con el
dedo índice y rodeó la caja para empujar otra con el pulgar—. Solo te estoy
ignorando.
—Pelar el plátano —dijo Bradley, y Leo hizo una mueca cuando
Walter jadeó.
—Ese es asqueroso.
—Pensé que me estabas ignorando.
—Cállate, creo que lo tengo. —Enfocándose, Leo usó el lado de su
pulgar para colocar uno de las barritas en su lugar con un clic, y la tabla
de madera se deslizó hacia un lado para revelar una pequeña abertura.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Bradley, poniéndose de pie de un salto—.
¡Leo, jodidamente lo hiciste!
Leo se asomó a la ranura y apenas pudo distinguir el destello de una
pequeña llave adherida a uno de los lados. Intentó alcanzarla, pero no
pudo. La abertura era demasiado pequeña.

87
—¿Puedes agarrar eso? —dijo, mostrándole a Walter.
Walt lo intentó, pero fracasó.
—Necesitamos las manitas de Terry.
—¿Dónde está Terry? —inquirió Lily, acercándose en el momento
perfecto.
Walter se encogió de hombros.
—Deambulando.
—¿Qué? —Lily se molestó de inmediato—. Se supone que ustedes
deben permanecer juntos.
Bradley no estaba preocupado.
—Probablemente solo caminó un kilómetro para orinar esta vez para
hacer un punto.
—Relájense —gritó una voz. Pasos crujieron a través de la tierra y
todos se giraron para ver a Terry saliendo de detrás de una roca
irregular—. Estaba explorando un poco.
—Se supone que no debes dejar el campamento solo —dijo Nicole—.
Si un puma te atrapa, no llevaré lo que quede de tu cuerpo de regreso a la
ciudad.
—¿Si me atrapa un puma? —Se rio, siseando—. Vamos, Nicky, aún
no eres tan vieja.
Nicole hizo una pausa y luego dio un paso adelante. Lily la bloqueó
con un brazo extendido.
—Terry, ¿necesitamos revisar las reglas?
También se rio de esto, se sentó en una roca ancha y asintió hacia
Bradley.
—Amigo, ¿compraste el paquete de esposa regañona de la expedición
o qué?
Lily se congeló, dejando escapar un “¿Disculpa?”.
Pero la atención de Nicole había ido a la mochila a los pies de Terry.
—Terry —dijo con cuidado—, ¿qué es eso en tu mochila?
Walt, feliz de distraer la atención de la tensión, aplaudió.
—Sí, Terry, ¿qué hay en tu…? —Cuando se dio cuenta de que Nicole
no estaba jugando, su expresión se puso seria—. Espera. ¿Qué es eso en
tu mochila? ¿No es ese el diario de la señorita Lily?
Todos los ojos se dirigieron a la mochila a los pies de Terry. Enredado
en la cremallera estaba muy claramente el hilo de cuero amarillo que
envolvía el cuaderno que Leo había visto ocasionalmente sostener a Lily en
los últimos días.
Terry se inclinó, intentando apartarlo de la vista, pero era obvio para
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todos lo que había sucedido: se había llevado el diario de Lily.
—¿Estás loco? —preguntó Walter, dejando escapar una risa confusa.
Lily dio un paso adelante, pero Terry se enderezó abruptamente,
agarró la mochila y se alejó unos pasos arrastrando los pies.
—Espera.
El lugar quedó en completo silencio mientras todos luchaban con lo
que estaba ocurriendo. El polvo se levantó alrededor de las piernas de
Terry, y lentamente deslizó la correa de la mochila sobre su hombro.
Apartó la mirada, como si fuera a huir.
—Uh —murmuró Bradley, mirando a los demás—, ¿qué diablos está
pasando?
—Terry —dijo Lily, frunciendo el ceño—, ese es mi diario.
—Es el diario de tu padre —corrigió.
Al oír el tono siniestro de la voz de Terry, Leo dejó el rompecabezas,
ignorando el clic metálico de las barritas al volver a colocarse en su lugar.
La inquietud se extendió en una ráfaga mareante a través de él.
—Bueno, ahora es mío —dijo deliberadamente pero con calma—, y me
gustaría que me lo devolvieras.
La expresión de Terry era una paradoja espeluznante: ojos planos,
mandíbula tensa, sonrisa rígida, fosas nasales dilatadas.
—Lo estaba leyendo.
—Correcto. —Ella asintió lentamente—. Sin mi permiso.
—Todavía no veo cuál es el problema. —Se encogió de hombros—.
Estaba mirando algunos de los mapas de Duke. No creo que ni siquiera los
uses, ¿verdad?
—¿Quién es Duke? —susurró Walt.
—Su padre —susurró Bradley en respuesta.
—Chicos —siseó Leo.
Walt ignoró esto y le preguntó a Bradley:
—¿Cómo supiste eso?
—Terry me lo dijo.
—Chicos.
—¿Cuándo...?
A la mitad de la pregunta de Walt, Terry dejó escapar un burlón
“Idiotas” y se movió para pasar junto a ellos.
Luchando por comprender si Terry hablaba en serio con esta tontería,
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Leo se lanzó hacia adelante y lo sujetó con una mano alrededor de su
hombro.
—Oye. No hemos terminado aquí. Devuélvele a Lily su diario.
Pero en lugar de obedecer, Terry se volvió hacia Leo y le dio un
puñetazo en la mandíbula. El dolor atravesó un lado del rostro de Leo, y se
tambaleó hacia atrás, aguantando la conmoción y el impacto del puñetazo.
Voces sorprendidas brotaron de todos lados, y Leo entró en acción,
dando un paso adelante y empujando el pecho de Terry.
—¿Qué demonios fue eso?
—Jesucristo —dijo Terry—. Ninguno de ustedes tiene ni idea de
cuánto dinero hay aquí, ¿verdad? Solo continúen con este falso…
Walt sorprendió a todos cuando apareció corriendo, le quitó la
mochila del hombro a Terry y, como si estuviera en llamas, se la arrojó a
Bradley, quien se la arrojó a Leo.
Terry cargó hacia adelante, pero Bradley y Nicole lo detuvieron
mientras Leo se alejaba varios pasos. Abrió la cremallera y su estómago se
disolvió en el momento en que vio qué más había allí, justo debajo del
diario.
—Terry —dijo Leo rotundamente, pasándole el diario a Lily y mirando
a Terry con atónita confusión—. Hombre, ¿por qué necesitas un arma?
—¿Trajiste un arma? —chilló Walter—. ¡Ni siquiera pude traer mi
bidé!
Cuando Bradley se inclinó para mirar, Terry se soltó y se abalanzó
sobre Leo. Arrancando la mochila de las manos de Leo, Terry retrocedió,
sacando el arma. Mirando a su alrededor como un loco, alcanzó a Nicole y,
antes de que Leo pudiera procesar lo que estaba sucediendo, Terry la
agarró bruscamente del brazo y la atrajo contra su pecho.
Lily dejó escapar un grito entrecortado y un destello de pánico en
espiral atravesó a Leo.
—Espera, espera, espera —dijo Bradley, con las manos en alto y la
voz alta por la sorpresa—. ¿Qué está pasando?
—Terry —dijo Lily, su voz temblaba violentamente. Inmediatamente
arrojó el cuaderno al suelo polvoriento entre ellos—. Terry. Oye. Tómalo.
Puedes tener el diario. Está bien. Solo baja el arma.
Leo levantó las manos. El miedo subió por su pecho como una hoja de
hielo irregular.
—Vamos a calmarnos. Solo queríamos saber qué está pasando.
—Lo que está pasando es que estás siendo una pequeña perra
90
entrometida. —La saliva salió volando con las palabras de Terry, quedando
atrapada en su bigote—. Ve a perseguir a la hija sexy un poco más, Leo, y
olvídate de esto.
—Que alguien despelleje vivo a este hombre —bramó Nicole,
apretando los dientes contra la presión del arma.
—Nic —susurró Lily—, cállate, cariño.
—No vas a dispararle, vamos —dijo Bradley—. Esto es solo un gran
malentendido. Lo dejarás y seguiremos con el viaje como antes. Fingiremos
que esto nunca sucedió. ¿Verdad, Lily?
Lily tragó saliva.
—Por supuesto.
—No es tan simple —dijo Terry. Sus ojos recorrieron la escena: sobre
sus rostros, a través del paisaje, detrás de él donde el borde del cañón se
cernía demasiado cerca. Moviéndose hacia adelante, se inclinó torpemente
alrededor del cuerpo de Nicole y agarró el diario antes de alejarse del resto
de ellos.
—Lily —murmuró Walt—, ¿qué diablos hay en ese libro?
—Son solo las notas de mi padre —dijo, y tragó—. Puede quedárselo.
Está bien.
—Está bien —dijo Leo conciliador—. Terry, tienes el diario. Deja ir a
Nicole.
—Me la llevo conmigo —dijo, con la voz tensa—. Si nos siguen,
dispararé.
La ira y el pánico eran una marea salada que subía por el pecho de
Leo. No podía dejar que Terry se fuera con ella.
Se preocuparía más tarde por lo que había en el diario, por el loco en
el que Terry se había transformado, por lo que todo esto realmente se
trataba. Ahora mismo, tenía que apartar el arma del rostro de Nicole. Sus
ojos se movieron hacia donde el cañón presionaba la suave piel de su
mejilla. Tenía los ojos cerrados con fuerza, el pulso acelerado en el cuello.
Sin pensarlo, Leo explotó hacia adelante, arrebatándola del agarre de Terry
y lanzándola detrás de él. Inmediatamente, envolvió una mano alrededor
de los dedos de Terry en el arma, luchando hacia el cielo.
Sonó un disparo, y todos excepto Leo y Terry se agacharon para
ponerse a cubierto, gritando.
Terry ganó el arma y retrocedió unos pasos más. Si era posible, su
piel se puso más roja, el rostro enrojecido por la ira cuando apuntó con el 91
arma temblorosa a Walt, luego a Leo y finalmente a Lily agachada con
Nicole en sus brazos, a un lado.
—¡Solo… relájense, joder! —gritó.
—Terry —dijo Bradley, con voz temblorosa—. Hombre, baja el arma.
No estoy jodidamente bromeando.
—Debería haber sabido que sería así —dijo Terry furioso—. Rodeado
de un montón de cobardes. No deberíamos haber venido aquí como grupo.
—No hagas esto —dijo Bradley en voz baja—. ¿Por qué estás haciendo
esto ahora? No arruines el viaje, hombre.
Pero Leo sabía que ese barco había zarpado hace mucho tiempo.
Levantando sus manos temblorosas donde Terry pudiera verlas, Leo, con
el corazón en la tráquea, dio un paso cauteloso hacia adelante, y luego
otro.
—Terry. Voy a alcanzar el arma, y vamos a dejarla. Puedes tomar el
libro e irte. Lo que sea que necesites. No vale la pena esto.
Leo extendió la mano, envolviéndola alrededor del cañón, pero tan
pronto como lo inclinó hacia un lado, Terry se dio cuenta de que estaba
jodido. Presa del pánico, estiró la otra mano para intentar arañar el rostro
de Leo, y antes de que Leo supiera exactamente lo que estaba pasando, los
dos estaban luchando con un arma cargada entre ellos. Escuchó a Lily
gritar su nombre. Su corazón estaba en su cráneo ahora, golpeando,
golpeando; todo a su alrededor era polvo, pánico y ruido.
Walt agarró el brazo del arma de Terry, intentando ayudar a Leo a
apartar el cañón del agarre de Terry. El arma salió libre, cayendo al suelo
en el tumulto. Bradley fue por el otro brazo de Terry y finalmente logró
alejarlo. Furioso, Bradley envolvió sus puños en la camisa de Terry,
llevándolo hacia atrás.
—¿Estás loco? —le gritó Bradley. Su expresión normalmente plácida
estaba tensa por la adrenalina y la furia—. ¿Qué demonios te pasa?
Se había levantado polvo rojo, dejándolos a todos desorientados; Leo
no tenía ni idea de si el borde rocoso del cañón estaba frente a él o detrás
de él, por lo que se arrodilló con cuidado, tanteando alrededor para
recuperar su orientación. En algún momento de los últimos treinta
segundos, los gritos habían dejado de sonar como palabras individuales y
ahora eran solo un estruendo. Entrecerrando los ojos hacia la nube
arenosa, Leo se adelantó para agarrar la pantorrilla de Bradley, gritándole

92
desesperadamente que dejara ir a Terry y se agachara.
Entonces, Bradley lo hizo.
Terry abrió la boca por la sorpresa, los ojos muy abiertos y los brazos
agitándose cuando el polvo se disipó y los seis parecieron darse cuenta al
unísono de que solo la punta de uno de sus zapatos tenía contacto
restante con el frágil borde del cañón. E incluso eso se esfumó cuando el
peso y la fuerza de Terry lo impulsaron hacia atrás.
Sobre el borde, por solo un latido, Terry parecía estar corriendo en el
lugar sobre nada más que aire. Leo extendió la mano, aferrándose al
vacío…
Pero Terry se había ido.
Leo estaba asombrado de lo rápido que podía caer un cuerpo
humano. Nunca, ni una sola vez en su vida, había oído tal silencio. Fue
como si Terry se hubiera llevado todo el sonido con él cuando se desplomó.
Durante dos.
Cinco.
Diez segundos palpitantes, se quedaron mirando el espacio vacío que
acababa de ocupar el cuerpo de Terry.
Delicados remolinos de polvo bailaban a su alrededor en la luz
mortecina.
—De ninguna manera eso acaba de suceder —dijo Bradley con voz
áspera.
—Tal vez… —se preguntó Walter—, ¿tal vez sobrevivió?
Arrastrándose hasta el borde y mirando juntos hacia abajo, el grupo
luchó por recuperar el aliento. La caída fue tan grande que era imposible
ver claramente desde donde estaban, pero los cinco hicieron una mueca
cuando una pequeña nube de tierra se elevó desde el suelo distante.
Incluso si nadie lo dijo en voz alta, todos sabían que no lo había
hecho.

93
Once

N
adie se movió.
El entumecimiento comenzó en los dedos de Lily,
extendiéndose por sus brazos con una velocidad sorprendente
mientras asimilaba lo que acababa de suceder.
—¿Qué acabo de ver? —preguntó Nic, con la voz alta y débil—. ¿Qué
estoy viendo ahora mismo?
Bradley se giró con ojos salvajes e histéricos y, como si su caja de
cristal de emergencia se hubiera hecho añicos, gritó:
—¡TERRY SE CAYÓ POR EL PUTO PRECIPICIO!
Como mantequilla en una sartén, los pensamientos de Lily se
94
derritieron. El rostro de Nic, los rostros de Leo, Bradley, Walter… todos
contaban la misma historia. Realmente habían visto a Terry caer por el
borde del cañón.
Su culo golpeó la tierra. El temor la llenó como la corriente fría y
violenta del agua del océano en una cueva, y algo se desató en el grupo.
Estalló el caos: Bradley seguía gritando. Leo le gritó a Bradley que dejara
de gritar. Walter gritó que sus intestinos inferiores eran muy sensibles al
estrés. Nic comenzó a gritarles a todos que se callaran y se calmaran. Cada
uno se asomó y gesticuló por encima del borde del acantilado.
Pero para Lily, todo eso sonaba como si estuviera sucediendo a
muchos, muchos kilómetros de distancia. Un ruido blanco rugía en sus
oídos. Esto no era caerse de un caballo o romperse una pierna. Una
persona había muerto en una de sus excursiones. Un hombre estaba
muerto.
Recomponte, Wilder. Jodidamente levántate.
Se puso de pie con torpeza, avanzó los últimos pasos y alejó a todos
del precipicio. Cuando lo alejó, Bradley rodó y se detuvo de costado. Se
pasó una mano por el cabello y gimió.
—Mierda, mierda, nunca he visto morir a alguien antes.
La voz de Lily era aterradoramente tranquila.
—Respira.
—No puedo creer esto —balbuceó Walter—. Todo era tan loco y
caótico y… no puedo creer…
—Espera —interrumpió ella, su estómago tensándose. Los últimos
momentos antes de la caída de Terry eran una maraña confusa de polvo,
miembros y gritos—. ¿Alguien lo empujó?
Walter señaló y tartamudeó:
—Bradley lo hizo.
—¡Fue un accidente! —gritó Bradley—. ¿Por qué dirías eso?
—¡Ella preguntó! —gritó Walter en respuesta—. ¡No quería ser
grosero!
—¡Tenía un arma! —gritó Bradley—. ¿Qué diablos estaba haciendo
con un arma?
—¡Tú eres el único que quería que viniera!
—¡No es verdad! Pero él…

95
—¡Todos, cállense! —Lily casi no podía considerar lo que la había
llevado a este momento: Terry con el diario de Duke, planeando llevárselo
y a Nicole con él al desierto. Lo único en lo que podía pensar era en la
forma en que había estado allí un segundo, suspendido en el aire, y se
había ido al siguiente. No había manera de que hubiera sobrevivido—. Ni
siquiera puedo oírme pensar.
—Bueno, bien. De acuerdo —balbuceó Bradley—. Podemos manejar
esto. Esto es lo que va a pasar. Todos vamos a dar la vuelta e irnos a casa,
¿verdad? Terry se fue. Terry nos dejó. Ha estado diciendo todo este tiempo
que no nos necesita para sobrevivir aquí. ¿Y si se fue? ¿Y si se fue y no
tenemos ni idea? Es posible, ¿verdad?
—Oh, eso no va a suceder —le advirtió Nicole—. ¿Quieres que le
mienta a la policía y diga que Terry sigue vivo en alguna parte? Chico,
tendría que entregarme a Dios antes de poder hacer eso.
—Bradley —dijo Leo con calma—, va a estar bien. Vamos. Le diremos
a la policía exactamente lo que pasó. Terry tenía un arma. Lo acercó a la
cabeza de Nicole. Todos estábamos peleando y era confuso. No hiciste
nada malo.
—¡Y una mierda que no! —gritó Nicole frenéticamente—. Si Walt dice
que Bradley lo empujó, entonces eso es suficiente para mí. El resto de
nosotros no tomaremos la culpa por él. ¡Caso cerrado!
Lily se dobló por la cintura, apretando con fuerza sus manos contra
sus ojos. Esto era malo. Tan malo. Nunca saldría de este agujero. Se
acercaba una demanda por homicidio imprudente, tal vez cargos por
negligencia criminal. Incluso si todos decían que Terry los apuntó con una
pistola, se suponía que ella debía garantizar la seguridad de todos los
clientes. Eso significaba nada de armas de fuego, nada de sustancias
ilegales. Nunca había sido un problema; había dejado de buscar bolsas
hace años. ¿Qué mierda iba a hacer? Aparte de llevar un rancho y ser
camarera, esto era todo lo que sabía. Lily había querido renunciar antes,
pero ahora ni siquiera sería una opción. ¿Cómo demonios sobreviviría?
Pero, pensó sombríamente, llegar a fin de mes es el mejor de los casos.
Tal vez estaré en prisión.
La discusión a su alrededor pareció aumentar de volumen, pero antes
de que registrara lo que estaba sucediendo, una mano la rodeó por el codo
y la acercó hacia el lado de Leo.
—¿Bradley? —La voz de Leo contenía una rara vacilación a su lado—.
Bradley, ¿qué estás haciendo, hombre?
El arma se sacudía salvajemente en la mano temblorosa de Bradley
cuando apuntó a Nicole, Lily y luego a Nic nuevamente.
—Eso no es lo que pasó, Nicole.
—Bradley. —Ahora las palabras de Leo eran aceradas y bajas—.
Piénsalo bien.
96
La conciencia llegó a ella como un tren cuando el cañón volvió a girar
en su dirección.
—¡Pero no lo empujé! —bramó Bradley.
—Sí, estás actuando muy inocente, ¿no es así? —gruñó Nicole.
—Nic —murmuró Lily—, no estás ayudando.
A unos pocos metros de distancia, Walter se inclinó, agarrándose el
abdomen y gimiendo.
—Oh, Dios, me voy a cagar encima.
Lily dio un paso más cerca, con las palmas hacia abajo.
—Bradley. Baja el arma.
—Fue un accidente —dijo, con la voz alta y presa del pánico.
—¡Y todos lo sabemos! —exclamó Leo—. No empeores esto.
—¡Solo déjenme pensar! —gritó Bradley—. Mierda, déjenme pensar.
—Empezamos por calmarnos, hombre —dijo Leo lentamente—.
Cálmate y deja el arma en el suelo. Tú no eres así.
—¿Sabes siquiera cómo usar un arma? —cuestionó Walter.
—¡Por supuesto que sé cómo usar un arma!
Walter frunció el ceño.
—Sin embargo, el seguro está puesto.
Se oyó un pequeño clic seguido del bajo “Ups” de Walter y Lily observó
cómo Nic desenvainaba su cuchillo y, para horror de Lily, se colocaba
detrás de Leo para apretarlo contra su nuez de Adán.
—¡Nicole Michelle! —gritó Lily—. ¿Qué demonios?
La ignoró.
—Déjalo, Brad.
—¡Es Bradley! —espetó.
—De hecho, se pone muy raro sobre que lo llamen Brad —dijo
Walter—. Si quieres que baje el arma, no...
—Si no cierran la boca y le quitan esa pistola de las manos a Brad —
gritó Nic—, voy a abrir a este hombre desde la barbilla hasta los testículos.
El estómago de Lily se marchitó cuando se encontró con los ojos de
Leo. Estaban fijos, inquebrantables, en su rostro. Ahora no era el
momento de decirle que Nicole fue criada por padres dueños de una
carnicería.
—Eres responsable aquí —le dijo Bradley a Lily.
97
—Ella no es la que empujó a un hombre por un precipicio —replicó
Nicole.
—¡Ustedes son nuestras guías!
—¡Firmaron una exención!
Bradley se congeló.
—¡No firmamos una exención por muerte!
—¡Eso es literalmente lo que es! —gritó Nicole. Lily se estremeció
cuando una pequeña línea de sangre corrió por el cuello de Leo.
—Nic —dijo Lily con la mayor firmeza posible—. Lo estás cortando,
cariño.
—¿Quién dice que no lo empujaste tú? —gruñó Bradley—. Odiabas a
Terry.
Nicole se alteró.
—¡Todos odiaban a Terry!
Sin inmutarse, Bradley siguió adelante.
—Tenemos más testigos que ustedes. Podríamos decir lo que
quisiéramos.
—Bradley —dijo Leo, con las manos extendidas, las palmas hacia
abajo—, cálmate, joder. Terry nos retuvo a punta de pistola. Nos
estábamos defendiendo. No vas a dispararle a nadie, y tampoco las vas a
culpar de esto. No empeores esto. Vamos, sé razonable. ¿Cómo le
explicaría esto a Cora?
Bradley respiró hondo antes de dejar caer el arma como si estuviera
en llamas. Inmediatamente se echó a llorar.
—Mierda. Lo siento mucho. —Se derrumbó sobre sus rodillas—. Estoy
enloqueciendo. Lo siento, lo siento. Yo nunca...
Nicole corrió inmediatamente, agarró el arma y le dio la vuelta con
manos temblorosas, intentando poner el seguro.
Leo se pasó una mano por el cuello.
—Nicole… solo… —Se acercó, quitándosela, y con calma volvió a
poner el seguro—. ¿Todos están bien? —Hubo un murmullo de respuesta y
se volvió hacia Lily. Sus ojos buscaron los de ella, y levantó una mano
para ponerla sobre su rostro—. ¿Lo estás?
Necesitó todo su ser para no arrojarse a su cuerpo, para no envolver

98
sus brazos alrededor de él y aferrarse hasta convencerse de que estaba a
salvo. Lily asintió y se obligó a alejar el ardor que amenazaba la superficie
de sus ojos. Nunca lloraba a menos que estuviera enfadada, y ahora
mismo estaba ardiendo de rabia.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—Sí.
—Bien. —Se volvió hacia Bradley—. Tú. Siéntate. —Lily señaló una
roca a unos nueve metros de distancia, y él inclinó la cabeza,
escabulléndose, secándose las lágrimas del rostro.
Nicole lo miró fijamente.
—Dime que no lo ate.
—No lo ates —dijo Lily rotundamente—. Tenemos que empacar y dar
la vuelta o llamar o… Mierda. No puedo pensar.
Estaban en medio del desierto, a horas de distancia de la civilización,
con una muerte con la que lidiar. Estaba casi oscuro.
Observó a Leo mientras se acercaba al borde, se inclinaba y
recuperaba con cuidado el diario de un montón de tierra. Le quitó el polvo
y se lo acercó.
—Me preocupaba que esto hubiera caído con él.
Agradecida, lo tomó, recordando la forma en que se sintió como si su
corazón hubiera evacuado silenciosamente su cuerpo cuando vio a Leo
correr hacia Terry y el arma, arrojando a Nic a un lugar seguro. Alejando el
recuerdo, bajó la mirada hacia el diario gastado y suave en sus manos,
sintiendo a Leo acercarse detrás de ella.
Después del caos, la adrenalina la había dejado débil y temblorosa.
No pudo evitarlo. Se recostó contra la solidez de su pecho. Sin dudarlo, Leo
levantó la mano, envolviéndola firmemente alrededor de su cadera,
estabilizándola.
—Está bien —dijo él en voz baja—. Te tengo.
—¿Tenemos que bajar y buscar el cuerpo? —preguntó Bradley desde
la periferia. Cuatro cabezas giraron en su dirección, cuatro pares de ojos
enojados se entrecerraron.
—Quiero decir —dijo, con las manos en alto—, él está ahí abajo. Yo...
no sé qué hacer, ¿de acuerdo? Lo siento.
Un escalofrío recorrió a Lily por un segundo y Leo se presionó con
más firmeza contra ella.
—¿Alguien puede explicar cuál es el problema con este cuaderno? —

99
preguntó Walter, su voz se elevó—. ¿Y traer un arma aquí? ¿Es esa la
razón? ¿Estaba planeando robarlo todo este tiempo? ¿Por qué tendría que
hacer eso?
—Duke era famoso en los círculos de cazadores de tesoros. —Lily giró
el diario en sus manos—. Guardaba todo lo que sabía aquí. Lo había
estado rellenando durante años. Mapas, apuntes, acertijos, códigos.
—¿Cómo diablos lo sabía Terry? —preguntó Walter.
—Llevo esto conmigo todo el tiempo porque sé que la gente piensa que
es valioso. —Ella respiró hondo—. Realmente no lo supe hasta después de
la muerte de Duke. Aparentemente, tenía muchos seguidores en línea y
sus fanáticos asumieron que se lo dejaría a otro cazador de tesoros. Pero
no lo hizo.
Lily sintió que Leo se quedaba quieto detrás de ella. Cierto, no habían
terminado esa charla; él no había sabido que su padre murió.
—La gente me ha contactado a lo largo de los años queriendo
comprarlo o tratando de convencerme de que se lo dé a alguien en esa
comunidad —dijo—. Pero en realidad nadie ha venido a buscarlo antes.
—¿Entonces hay información sobre el tesoro allí? —preguntó Walt—.
¿Crees que Terry estaba tratando de averiguar dónde escondió su tesoro
Butch Cassidy o algo así?
—Su padre sabía todo sobre Wild Bunch —dijo Bradley desde un
costado—. Cada historia, cada rastro.
Nicole le lanzó una mirada feroz y él se encogió de nuevo con aire de
culpabilidad, pero agregó:
—Solo estoy ayudando a explicar por qué creo que Terry hizo lo que
hizo. —Miró a Walt—. En cierto momento, Duke Wilder fue uno de los
guías arqueológicos más buscados en el suroeste. Salió en la portada de
National Geographic.
—¿Sabías que Lily era su hija cuando reservaste este viaje? —le
preguntó Walter a Bradley.
Él asintió, mirando la tierra entre sus botas.
—Terry me lo dijo, pero solo de pasada. No sabía sobre el diario. —
Levantó la vista y se encontró con los ojos de Leo por encima del hombro
de Lily—. Y juro por Dios que no sabía que esta era tu Lily. —El grupo se
quedó en un silencio helado, y una incómoda conciencia calentó los
puntos de contacto entre el cuerpo de Leo y el de ella. Hizo ademán de
alejarse antes de que Lily lo detuviera con su mano sobre la suya. Ella oyó
su respiración atorarse.
Con la tranquilidad del cuerpo de Leo detrás de ella, el caos en su
cabeza comenzó a calmarse lentamente. Miró el diario que tenía en las

100
manos, dejando que se abriera libremente. Habían arrancado dos páginas
del final y luego las habían vuelto a meter, arrugadas en el interior, como
si hubiera planeado llevárselas pero hubiera decidido quedarse con todo.
—¿Qué demonios? —murmuró, tocándolas.
La primera de las dos era un mapa. Era uno de los dibujos aéreos de
cañones de Duke; formados por el agua que fluía a través de la piedra
arenisca durante millones de años, los cañones eran serpenteantes,
intrincados, a veces tan anchos como un río, otras veces tan angostos
como el brazo de un hombre, y mortales. Sin un mapa, era fácil perderse y
nunca lograrlo. Pero cada vena principal, cada ranura en este mapa
dibujado a mano estaba etiquetada con un pequeño número o letra.
—¿Reconoces dónde es esto? —inquirió Leo, tomando suavemente la
página para poder ver mejor.
Lily negó.
—Tenía unos veinte de estos dibujos aquí, y cada uno cubre un área
demasiado pequeña para que sepa exactamente dónde está —admitió—.
Es una sección del laberinto, estoy segura de eso.
—Tal vez Terry pensó que es donde Duke escondió algo —ofreció
Bradley, acercándose un poco más al grupo.
Nic lo fulminó con la mirada.
—Cállate, Brad.
La siguiente página rota era un acertijo escrito a mano por Duke, y el
corazón de Lily se hundió en su estómago.
—¿Qué es eso? —preguntó Leo en voz baja cerca de su oreja.
Ella respiró para tranquilizarse.
—Un acertijo de Duke Wilder.
—¿Has visto este? —le preguntó.
—Lo he visto, pero no me importó —dijo—. El diario está lleno de
divagaciones, y nunca he tenido una razón para descifrar cada una de
ellas. Esta y el mapa son las últimas páginas.
Leo volvió a mirar por encima de su hombro mientras lo leían juntos.
Al final, la respuesta es sí.
Tienes que ir; lo he hecho.
Odias ir, pero lo harás.
Tendrás que ir, pero nunca allí.
Pero ya sea que lo hagas o no,
Te puedo asegurar que no sufrirás.
Si nada más, eres libre,
Así que busca el tocón del árbol de Duke en el vientre de los tres.
101
Leyó las palabras una y otra vez, murmurando:
—Este no es el momento para un maldito juego, Duke.
—La mitad rima, la otra mitad no —murmuró Leo.
—Ese es Duke para ti. —Finalmente, Lily exhaló un frustrado—: Qué
mierda.
Leo repitió las líneas crípticas, descifrando esto. Lily pudo escuchar la
vacilación en la forma en que él parecía estar a punto de hablar, pero
luego contuvo la respiración.
Volviéndose, lo miró. Su rostro estaba tan cerca, a solo unos
centímetros de distancia.
—¿Qué estás pensando?
—Que Terry estaba buscando estas páginas específicamente —dijo en
voz lo suficientemente baja como para que solo ella pudiera oírlo.
—Estoy de acuerdo. —Lily volvió a mirar la página—. ¿Pero por qué?
¿De los cientos de páginas que hay aquí?
—Eran las del final, ¿verdad?
Ella asintió.
—Pero no son diferentes a cualquier otra. Un mapa y un acertijo, eso
es literalmente como cualquier otra página aquí.
Él la miró fijamente, con los ojos desenfocados mientras pensaba en
esto.
—Me pregunto cuáles son las probabilidades de que Bradley tenga
razón —susurró—, y Terry realmente creyera que Duke escondió algo
aquí… o sabía que había algo aquí y lo dejó para que alguien más lo
descubriera. Quizás estas páginas eran lo que Terry necesitaba para
encontrarlo.
—¿Cómo sacas eso de este acertijo?
Leo la giró para mirarlo.
—Lee la primera línea de nuevo.
Repasó las palabras. Al final, la respuesta es sí.
—Si la respuesta es sí —dijo Lily, comprendiendo—, ¿entonces cuál es
la pregunta?
—Exactamente.
Por supuesto. Aquí sería donde él querría que ella comenzara. La
aprobación de Duke resonó en sus pensamientos: Eso es lo primero que yo
también preguntaría, niña. Lily cerró los ojos, pensando. ¿Qué era lo único 102
que la gente le preguntaba a Duke todo el tiempo?
La respuesta era tan clara como el agua: si alguna vez había
encontrado el tesoro de Butch Cassidy.
Cuando Lily volvió a levantar la vista, Leo la estaba mirando
fijamente. La comprensión iluminó sus ojos de la misma manera que la
encendió a ella. Un zumbido agudo comenzó en sus oídos, claro como una
campana. Nunca había sido una mujer religiosa, pero una inquietante
conciencia se extendió como estática por su piel.
—¿Son las páginas tan importantes en este momento, Dub? —Nicole
se acercó y agitó una mano frente a su rostro—. Está casi oscuro, y
tenemos un hombre muerto en el fondo del cañón y otro hombre a quien
sigo pensando que sería mejor que atáramos.
Lily se tambaleó, mirando a Nicole.
—Creo que Bradley tiene razón.
—¡Ven! —gritó Bradley desde su roca, pero inmediatamente se
encogió cuando todos se volvieron para mirarlo.
—Creo que es posible que Duke encontrara el tesoro y lo escondiera
en el desierto de nuevo. —Lily tragó saliva y volvió a mirar a Leo, quien
asintió. Las páginas rotas se agitaron en su mano temblorosa—. Y si lo
hizo, estoy bastante segura de que esto nos dice dónde encontrarlo.
Doce

H
ubo un largo momento de silencio, y se tensó más y más como
una banda elástica a medida que se asimilaba lo que Lily
había dicho.
—¿Te refieres al tesoro real? —dijo Walter finalmente—. ¿El… el
dinero de Butch Cassidy?
Lily asintió, la cabeza le daba vueltas.
—Creo que estas páginas tienen una búsqueda escrita para
quienquiera que Duke planeara darle este libro. No conocí a ninguno de
sus amigos en ese círculo. Así que no tengo ni idea de quién.
Bradley miró alrededor del grupo, se pasó una mano por el cabello y
103
luego clavó la mirada en su rostro, moviendo la mandíbula.
—Los que lo encuentran se lo quedan, ¿verdad? Incluso si no fue su
intención que lo tuvieras, lo haces ahora.
Eso dolió más de lo que quería admitir. Era la bala que había estado
evitando, porque si Duke había encontrado el tesoro y lo había
escondido... entonces, por definición, se lo había escondido a ella. No le
había dejado específicamente el diario; tampoco se lo había dejado a nadie
más, pero si hubiera querido que Lily lo tuviera, seguramente se lo habría
dicho en algún momento.
—Hay algo en la redacción aquí —les dijo Lily, recobrando la
compostura—. Dice: “La respuesta es sí”. Si no me equivoco, entonces la
pregunta es: “¿Encontraste el dinero escondido?”.
—¿Qué dice el resto? —preguntó Bradley, estirando el cuello.
Lo leyó en voz alta, volvió a guardar las páginas y se lo pasó todo a
Nicole, encogiéndose de hombros.
—No tengo ni idea de lo que significan las otras cosas. —Lily se volvió
hacia Leo—. ¿Qué más hay en esa mochila?
—Oh, eh. —La abrió de nuevo, mirando dentro—. Parece un teléfono
celular. Sin señal.
—Apágalo para ahorrar batería —sugirió Lily.
—Buena idea. —Lo hizo, y luego se lo entregó a Lily antes de regresar
a la mochila—. Cargador. Un cuchillo muy grande. —Hizo una pausa y
miró con los ojos muy abiertos a los de ella—. Bridas de plástico.
Nicole se acercó, tomó las tiras de plástico blanco duro en su mano.
—Estas no están destinadas a evitar que los cables de su televisor se
enreden; son esposas de plástico.
—Jesucristo —murmuró Lily, y un escalofrío los recorrió a todos.
—Vaya —dijo Bradley, y parecía que podría vomitar—. ¿Para qué las
necesitaba?
—Él era tu amigo —dijo ella acusadoramente—. Dímelo tú.
—Lo de antes realmente no fue propio de mí —insistió Bradley,
arrastrándose un poco más cerca—. Me entró el pánico. Lo siento…
—Bien, de acuerdo. Vamos a calmarnos. —Lily esperaba sonar más
convincente de lo que se sentía. Empezaba a parecer que Terry no solo
había sido un imbécil, sino que había sido peligroso. Asintió para que Leo

104
continuara.
—GPS —dijo, entregándole el elegante aparato Garmin sobre el que
había discutido con Terry al comienzo del viaje—. Algunas raciones de
comida, agua. Condones… —Hizo una mueca.
—¿Disculpa? —espetó Nicole—. ¿Quién diablos pensó ese hombre…?
Leo cortó esta línea de conversación, sacando más cosas.
—Teléfono satelital.
—Al menos eso es útil —dijo Lily—. ¿Algo más?
Leo rebuscó por un segundo antes de finalmente entregarle la
mochila.
—Nada que el resto de nosotros no tengamos.
Bradley se acercó poco a poco.
—¿Qué mierda estaba pensando?
—Ya sabes cómo es Terry —dijo Leo, y luego corrigió torpemente—,
o… era. Siempre estaba metido en un agujero de conejo o alguna teoría de
conspiración de mierda. Sabía que era asqueroso, pero nunca pensé que
fuera violento.
—La pregunta es, ¿qué vamos a hacer al respecto? —comentó
Nicole—. El fuego está apagado, e incluso si usamos el teléfono satelital
para pedir ayuda, no podrán hacer nada hasta la mañana.
Lily negó, luchando con una vaga sensación de que estaba flotando,
desequilibrada.
—Nic tiene razón —dijo finalmente. Lily lo odiaba, pero era cierto. Con
la puesta del sol, la temperatura había bajado. No tener fuego significaba
que solo se volvería más frío y más difícil de ver. Lo último que necesitaba
era que todos los demás tropezaran en el borde de un acantilado en la
oscuridad. Llamarían a primera hora de la mañana; mantendría a todos
los demás a salvo esta noche—. El fuego es lo primero —anunció Lily—.
Podemos resolver el resto después.

Nicole se dejó caer en el lugar vacío donde todos se habían reunido


alrededor del fuego que ahora ardía, observando sin decir palabra cómo el
humo se elevaba hacia el cielo cobalto salpicado de estrellas. Una estrella
fugaz se arqueó sobre su cabeza y ni siquiera Walter la señaló. El estado
de ánimo era tenso mientras cada uno se marinaba en su propio pánico.
Incluso los grillos parecían estar conteniendo la respiración.
Finalmente, Leo dio el primer paso en la conversación que todos

105
sabían que tenía que suceder
—¿Estamos de acuerdo en lo que le diremos a la policía?
—Terry retuvo a Nic a punta de pistola —dijo Lily robóticamente—.
Cuando fueron a ayudar, se cayó por el precipicio.
Nadie habló. Para sorpresa de Lily, la voz que surgió del silencio era la
de Walter.
—Me pregunto si deberíamos decir que cayó en la oscuridad —dijo,
con palabras temblorosas—. Me preocupa que la historia real suene
inventada.
—El dulce tiene razón —dijo Nic, y miró a Lily—. Podríamos decir que
se alejó en contra de las reglas, desapareció.
Lily asintió, resignada.
—Bien.
Frente a Lily, Bradley comenzó a inquietarse.
—¿Deberíamos hablar sobre la posibilidad de que haya un mapa del
tesoro real en tu mochila, Lily? —Miró alrededor del fuego y, lentamente,
Leo asintió.
—Él sabía quién era tu padre —dijo Leo—. Trajo una pistola y bridas.
¿Nos tomamos esto del tesoro en serio? ¿O es este un momento de Terry-
es-un-chiflado?
—No estoy segura —admitió Lily—, pero Terry no fue la primera
persona que vino aquí pensando que sabía algo importante. La gente ha
estado buscando este dinero durante más de cien años. Mi padre era local,
lo que le dio una ventaja, y había trabajado con varios arqueólogos e
historiadores durante décadas, por lo que tenía tanta información interna
como cualquiera sobre este asunto.
—¿Qué es este asunto exactamente? —inquirió Bradley—. Dinos la
historia completa, no la versión del folleto.
Lily exhaló, sin saber por dónde empezar.
—Duke comenzó a perseguir tesoros cuando era niño. Pasó casi cada
momento libre aprendiendo sobre Butch Cassidy. Trabajó con algunos
equipos arqueológicos bastante famosos, pero su primer amor siempre fue
esa historia en particular. —Mirando fijamente al fuego, intentó poner las
palabras en algún tipo de orden—. Les conté un poco sobre Butch Cassidy
antes, pero ese no era su verdadero nombre. Era Robert LeRoy Parker.
Nació aquí en Utah en 1866. Cuando era un adolescente, tomó un trabajo
en un rancho donde un vaquero llamado Mike Cassidy le enseñó a montar
a caballo, disparar y robar. Los padres de Robert eran granjeros mormones

106
que trabajaban sin parar y no tenían nada. Mike Cassidy sabía cómo salir
adelante, y eso era lo que quería Robert.
Lily miró a cada uno de ellos y se preguntó si alguien estaba
parpadeando. Incluso Nicole, que probablemente había oído hablar de
estas cosas más de lo que le hubiera gustado, parecía saber que algo era
diferente esta noche.
—Avance rápido hasta 1889 —continuó Lily—. La fiebre del oro llega,
atrae a hombres de todo el país. Robert está en Telluride, Colorado,
llamado “To Hell You Ride 1” debido a los bares, burdeles y juegos de azar.
Trabaja cargando el mineral de oro en mulas para bajar la montaña. Y al
igual que sus padres, no tiene nada que mostrar. Pero allí mismo, en la
esquina, está el banco del valle de San Miguel, y como es donde se lleva el
oro, Robert sabe que va a estar cargado. Piensa en cuándo se guardará la
mayor cantidad allí y quién estará trabajando. Pero lo que es más
importante, ha pensado en cómo escapar. —Lily tomó un palo y lo arrastró
en pequeñas espirales a través de la tierra a sus pies—. Robert era un tipo
carismático. Había estado conociendo a gente fuera de la ciudad, haciendo
amigos, pasándoles dinero y escondiendo caballos en sus casas. Entonces,
el día del robo, él y su amigo Matt Warner esperan hasta que solo haya un
cajero trabajando. Matt apunta con un arma al tipo mientras Robert limpia
la caja fuerte. Se escapan y estalla la noticia sobre el robo. Robert está
obsesionado ahora, pero no quiere avergonzar a su dulce mamá mormona.
Empieza a llamarse Butch Cassidy.
—Entonces, espera —dijo Walter—. ¿Matt era Sundance?
1 Algo así como Montas hacia el infierno.
—No. Sundance Kid era Harry Longabaugh. Era de Filadelfia. Como
todos los demás niños de esa época, soñaba con ir al oeste. Se mudó a
Colorado, fue peón en un rancho hasta que una extraña tormenta acabó
con el noventa por ciento del ganado y los trabajos, y lo atraparon robando
un caballo, una silla de montar y un arma en las afueras de Sundance,
Wyoming.
—Entonces, ¿cuándo se juntó con Cassidy? —preguntó Bradley.
—En 1896 —respondió Leo, y miró a Lily a los ojos a través del fuego.
Se había preguntado cuánto de todo recordaba él. Cuánto había
escuchado durante su breve tiempo en el rancho Wilder o recogido de los
libros que Duke guardaba. Recordó acostarse sobre el estómago de Leo, los
dos leyendo juntos en la cama con un fuego crepitando cerca.
También recordó haber dejado su libro una noche, persuadiendo a
Leo y perdiéndose en él durante horas.
Como si también lo estuviera recordando, Leo parpadeó, cerrando sus
pensamientos.
—Se conocieron en Outlaw Trail —añadió.
—¿Es cierto que nunca dispararon a nadie? —preguntó Walter.
107
Lily asintió.
—No era necesario. Pasaban dinero a personas que estaban en peligro
de perder sus granjas a manos de los bancos. Entonces, en lugar de
entregar a la pandilla a la policía, estas personas los alimentaban, se
quedaban con sus caballos, mentían por ellos.
Bradley silbó, bajo e impresionado, avivando el fuego con un palo
largo.
—Sí, y los bancos y los ferrocarriles estaban enojados —agregó Leo—.
Involucraron a los Pinkerton y tenían un montón de agentes e informantes
en todo el país.
Walter parecía realmente preocupado.
—Oh, no.
—Todo salió mal cuando Butch y sus muchachos robaron un tren de
Union Pacific en Wilcox, Wyoming —dijo Lily—. Hicieron estallar el vagón
con dinamita y en veinticuatro horas casi todos los hombres en la nómina
de Pinkerton estaban en la caza. Pero no solo estaban explorando los
senderos. Los Pinkerton rastrearon cada número de serie en cada billete
que la pandilla de Butch había robado y pasaron la información a bancos,
ferrocarriles, hoteles y tiendas generales. La recompensa por su captura
era de cuatro mil dólares. Luego cinco mil. Ocho mil. En 1899, Butch
sabía que era cuestión de tiempo antes de que los atraparan. —Hizo una
pausa para mirar alrededor de la fogata. Nadie se movió.
—¿Y? —dijo Bradley con urgencia.
—La historia es que escondieron su dinero en algún lugar a lo largo
de Outlaw Trail —prosiguió Lily—, sabiendo que si gastaban un solo dólar,
los llevaría directamente a ellos. Luego huyeron a Argentina.
—Espera un minuto. —Bradley arrojó una ramita al fuego—. En la
película, ambos murieron en un tiroteo allí. ¿Estás diciendo que
escondieron ese dinero, pero nunca regresaron por él?
—Algunas personas piensan que sí.
Walter se inclinó hacia delante para captar su mirada.
—¿Y crees que tu padre lo encontró, y en lugar de aprovecharlo, lo
escondió todo de nuevo?
—O eso —dijo Lily, encogiéndose de hombros—, o está conduciendo a
quienquiera que hubiera planeado darle el diario a la ubicación del tesoro

108
original. —Inclinó la cabeza, mordiéndose el labio mientras pensaba en
cómo cualquiera de estas posibilidades la hacía sentir mal del estómago—.
Vendió nuestra tierra en Wyoming y probablemente esperaba vivir de esa
ganancia, así que dependiendo de cuándo, y si, encontrara el efectivo de
Butch Cassidy, es posible que nunca haya esperado necesitarlo. Duke
solía decir: “Sé aventurera, niña”. Para mi cumpleaños, me hacía resolver
un código para encontrar un paquete de chicles que había envuelto o me
llevaba de excursión y me preguntaba sobre puntos de referencia y me
decía que el conocimiento era mi don.
Bradley miró alrededor de la fogata.
—Que alguien busque en Google cuánto fue el robo de Wilcox.
—¿Google? —dijo Nicole—. ¿Con qué? ¿Esta piedra y un tenedor?
—Robaron unos sesenta mil dólares —dijo Lily, haciendo un gesto con
la mano—. Estoy segura de que gastaron algo en alguna parte, así que
digamos cincuenta mil, más o menos.
—¿Eso es todo? —dijo Walter—. ¿Terry iba a matarnos a todos por
cincuenta mil?
—Pero eso fue en 1899, ¿verdad? —cuestionó Bradley, mirando a
cada uno de ellos en busca de confirmación—. Valdría mucho más ahora.
—Además —dijo Lily en voz baja—, eso fue solo un atraco.
Leo la miró fijamente.
—¿Cuánto pensó Duke que escondieron?
—¿En total? Unos ciento cincuenta mil dólares.
—Ciento cincuenta mil dólares en 1899 —dijo Bradley, asombrado—.
Y apuesto a que algunas de las monedas de oro son tan raras que es casi
inaudito. Eso valdría millones en dinero de hoy.
—Por lo menos diez millones, pensó Duke —dijo Lily, con los ojos en
el fuego.
Walter parpadeó.
—Es gracioso porque sonó como si hubieras dicho diez millones.
—Lo hizo —respondió Leo, y todos se quedaron muy, muy quietos.
—Puta mierda. —Bradley se puso de pie y comenzó a caminar por el
campamento—. Puta mierda.
Nicole se interpuso en su camino.
—Siéntate. Todavía no confío en ti.
Obedeció de inmediato.
—Lo que es una locura —dijo Walter lentamente—, es que Terry sabía

109
que debía llevar un arma y un GPS y todo eso con él. Y que estuviera tan
metido en esta búsqueda del tesoro. —Miró a Bradley con expresión
perpleja—. ¿Pero no era tu año para planear este viaje?
Todos miraron a Bradley ahora también. Sus hombros se encorvaron.
—Así que, está bien, no se enojen. —Sonrió nerviosamente—. Pero le
dije que podía venir si elegía el lugar y lo planeaba todo.
—Jesucristo, Bradley —dijo Leo—. Eres el idiota más grande que he
conocido en mi vida.
—¡Estaba muy ocupado! —protestó.
Leo lo miró fijamente.
—¿Ocupado como cuando se suponía que ibas a planear mi trigésimo
cumpleaños, y terminamos en el Golden Krust? ¿O la promoción de
Walter?
Lealmente, Walter intervino para decirle a Bradley:
—De hecho, creo que las magdalenas del supermercado son mejores
de todos modos.
—¿Podríamos simplemente tirarlos por el borde? —le preguntó Nicole
a Lily—. Sería mucho más tranquilo.
—Pero si el tesoro es real —dijo Walter, enfocando a todos de nuevo
en el tema en cuestión—, y Terry necesitaba tu diario para encontrarlo,
¿no significa eso que tenemos el mapa del tesoro real?
—Hipotéticamente —dijo Lily.
Bradley miró alrededor del fuego a cada uno de ellos.
—Lo vamos a hacer, ¿verdad? Vamos a seguir las pistas de Duke
sobre el dinero de Butch Cassidy.
—¿Y qué te hace pensar que obtendrías algo de eso? —dijo Nicole,
mirándolo—. Es el mapa de Lily.
—Porque teníamos un código —dijo Walter—. Como los forajidos.
¿Recuerdan?
Bradley sonrió.
—Así es, Walt.
—Creo que nos estamos alejando del asunto —dijo Leo—. Terry está
muerto. Si volvemos y les decimos a las autoridades que se cayó, hay
muchas posibilidades de que no seamos sospechosos en un caso de
asesinato. Salir a la búsqueda del tesoro da muy mala imagen.
—Pero si nuestro plan es decirles que Terry se alejó de todos modos,
¿por qué nuestra historia no puede ser que se alejó y fuimos a buscarlo?

110
—Bradley hizo una pausa, como si esperara una disidencia inmediata.
Ante el silencio de Lily, Bradley continuó, más audaz ahora—: Ya
estábamos planeando hacer una falsa búsqueda del tesoro durante los
próximos tres días. ¿Por qué no hacer una de verdad?
—Dub —dijo Nicole en voz baja—. Está en mi lista negra, y Dios sabe
que odio admitirlo, pero Brad tiene un buen punto. ¿Por qué no
simplemente ir y ver?
Los ojos de Lily volaron hacia los de ella.
—Pensé que habías dicho que no podías mentirle a la policía.
—Son diez millones de dólares. —Ella se encogió de hombros, como en
Lo siento, pero sabes que tengo razón. Y luego miró a su alrededor al resto
del grupo—. Lo que diga aquí se queda aquí, ¿de acuerdo? Solo estoy
tirando ideas, pero... podríamos continuar como si fuéramos a buscarlo.
¿Cuántas veces dijo que conocía este lugar mejor que cualquiera de
nosotros? Tal vez se fue y se cayó. Tal vez pueda engañar a mi cerebro
para que piense eso. Tal vez —dijo, ahora con la voz cargada de emoción—,
vamos a buscar el dinero.
—¿Cuánto tiempo sería? —preguntó Walt—. ¿Ida y vuelta?
Lily estudió el mapa dibujado a mano, la sangre latía en sus oídos
mientras se golpeaba nerviosamente la pierna con un dedo.
—¿Si cabalgamos hasta Maze y luego vamos a pie? ¿Tres días? Tal vez
cuatro. Pero este es un terreno realmente traicionero. No es divertido para
la familia ni para turistas. Necesitas un permiso con tu itinerario para que
puedan encontrar tu cuerpo si no regresas. Tendríamos que parar y
conseguir suministros.
—Si nos guías, podemos hacer cualquier cosa —alardeó Bradley, con
la confianza en auge—. Solo llamaremos a la policía al otro lado. Con el
dinero. Te apuntas, ¿verdad, amigo? —Miró a Walter.
Después de un momento de vacilación, Walter asintió.
—Esta es mi segunda oportunidad, ¿recuerdas? —Miró a Leo
significativamente—. De todos nosotros. ¿Cuándo volveremos a tener una
oportunidad como esta?
—No es como hacer una caminata por la tarde, Walter —dijo Lily—.
Es peligroso. Lo que hemos hecho es la parte fácil.
—¿Eso fue fácil? —dijo.
Lily lo miró a los ojos.
—Eso no fue nada.
El crepitar del fuego era el único sonido.
Esperaba que alguien insistiera de nuevo. No esperaba que las
palabras que surgieran de la oscuridad fueran las de Leo:
111
—¿Pero crees que podríamos hacerlo?
—Leo. ¿Me estás diciendo que realmente quieres hacer esto?
—No sé lo que estoy diciendo —admitió—. Pero ese acertijo se siente
como algo, Lil. Sé que tú también lo sientes. —Ella parpadeó, pasando una
mano por la piel erizada en su brazo. Lil. Nadie la había llamado así en
años.
Y tenía razón; sentía algo en lo profundo de sus entrañas que le decía
que no ignorara esto. Leo insistió:
—Sé que todos pensamos que era un imbécil, pero Terry lo creyó lo
suficiente como para traer un arma. Para tomar a Nicole como rehén. ¿Iba
a dispararnos? ¿Iba a hacer que Nicole lo llevara al cañón?
—No olvides las bridas —dijo Bradley—. No traes bridas para pelear
con gatos monteses y pumas.
Leo caminó alrededor del fuego para arrodillarse frente a ella. Puso su
mano en el diario.
—Terry necesitaba lo que había aquí. Y lo tienes.
Había una brasa de esperanza parpadeando débilmente debajo de sus
costillas; él la avivó con el inesperado hambre en su expresión. ¿Qué
quería que ella dijera en este momento? Todo parecía demasiado para
procesarlo a la vez. Dejando a un lado la muerte de Terry... sentía en sus
huesos que el acertijo era más que un simple juego.
Y, sin embargo, Duke no le había dado este diario. Tampoco le había
dicho que había encontrado el tesoro. Estaba bien vendiendo su lugar
favorito en el mundo, dejándola pobre y sola. Estaba cansada de que Duke
Wilder decidiera su vida.
Aun así. ¿Valía la pena solo... buscar?
—Walt y yo estamos con Nicole —dijo Bradley—. Nos apuntamos.
—Estoy con Dub —aclaró Nicole—. Me apunto a lo que ella diga.
Somos un equipo. —Después de un segundo, agregó—: Quiero decir, sí
creo que hay una manera de seguir adelante con el acertijo y no meterse
en problemas con Terry.
Bradley se volvió hacia Leo.
—¿Qué piensas, hombre?
Leo todavía estaba agachado frente a ella, pero su mirada se posó en

112
la tierra a sus pies. El fuego lamió las sombras de su rostro, haciendo
brillar los ángulos de su mandíbula y pómulos. Después de un momento,
levantó la barbilla para mirarla a los ojos de nuevo.
—Haré lo que diga Lily.
Lily intentó apagar la pequeña chispa en su pecho. Volvió a mirar el
mapa y las palabras escritas a mano por Duke.
La respuesta es sí.
—Vamos a consultarlo con la almohada —dijo—. No podemos hacer
nada hasta la mañana de todos modos.
Trece

L
eo no estaba seguro de cómo logró dormir tan profundamente,
pero se despertó en su quinta mañana en el desierto con un
hombro tan rígido que sugería que apenas se había movido en
toda la noche. No recordaba haber soñado, no recordaba un solo segundo
de conciencia entre el momento en que cerró sus ojos secos y agotados y
ahora. Agradecido, dada la alternativa, se incorporó sobre un codo,
despejando el sueño de su visión. Con un pinchazo en el estómago, todo se
derrumbó: el desconcertante descubrimiento del arma, la vista de Terry
deslizándose por el borde del cañón, el mapa que sugería que allí podría
haber un verdadero tesoro.
Se preguntó si Lily había dormido algo.
113
No había habido sonidos de animales la noche anterior, ni criaturas
moviéndose alrededor del campamento. Ningún canto de pájaro saludó el
día ahora. Eran poco más de las cinco y media, y a través de las suaves
paredes grises de la tienda pudo ver que el cielo tenía el azul marino de
una mañana aun considerando la luz del día.
Y entonces, un dulce gemido atravesó el aire fresco, un sonido que
había escuchado cien veces en la realidad y mil veces en su memoria: Lily
estirándose mientras se levantaba para comenzar el día. Incluso separado
de ella por la tela de su tienda, podía imaginárselo perfectamente: sus
brazos alzándose sobre su cabeza, la forma en que su cuerpo se retorcía,
como el de un gato, de izquierda a derecha. Ella inclinaba el rostro hacia el
cielo, con los ojos cerrados, y dejaba escapar ese sonido bajo y sexy que,
más de una vez, hizo que él se acercara para llevarla de vuelta a la cama.
Instintivamente, su cuerpo se tensó, respondiendo con una oleada de
sangre tan intensa que lo mareó. Era salvaje que, dadas las circunstancias
y el absoluto lío en el que se encontraban, su cerebro no tuviera ningún
problema en ir directamente a lo bien que se sentiría tener su cálido
cuerpo junto al suyo.
A decir verdad, pensó que podría enfrentar cualquier cosa con ella a
su lado nuevamente.
Estaba despierta, comenzando el día, y él estaba a punto de hacer lo
mismo cuando escuchó otra voz a solo unos metros de su tienda, más
cerca de la fogata.
—¿Dormiste algo? —preguntó Nicole.
El gorgoteo del agua siendo vertida en la tetera, el roce metálico de la
tetera sobre la parrilla del fuego.
—Poco. ¿Tú?
—Un poquito.
Se quedaron en silencio y él volvió a sentarse, apoyando la cabeza en
la mano, escuchando descaradamente. Culpa a la irrealidad nebulosa
persistente de ayer o a la forma en que Lily parecía a la vez tan familiar y
tan inesperada; quería saber cómo estaba y no sabía si sería honesta con
él.
—Está bien, Dub —dijo Nicole—. ¿Qué estás pensando?
La respuesta de Lily fue baja, como si estuviera preocupada de que

114
alguien pudiera oírla.
—Di vueltas y vueltas toda la noche.
—Yo igual.
—No podemos simplemente ignorar la situación. —Una pausa
tranquila, y luego—: Terry, quiero decir.
—Por supuesto que no. Eso no es lo que estoy sugiriendo.
—Pero tenías razón. Regresar directamente no hará que esté menos
muerto.
—Claro que no. —Permanecieron en silencio durante unos segundos,
y él se preguntó si se habrían alejado más, hasta que Nicole volvió a
hablar—: Así es como lo veo: puedes tener solo mierda, o puedes tener oro
y mierda.
—Nic, ni siquiera estoy segura de que Duke encontrara algo, y si lo
hizo… quiero decir, eso es mucho en lo que pensar.
—Lo sé.
—Pensé que había terminado de ser decepcionada por él. —La forma
en que la voz de Lily se volvió débil, quebrándose al final, hizo que a Leo le
doliera el pecho.
—Lo sé, cariño, pero aquí hay una oportunidad de sacar algo de todo
lo que hizo —dijo Nicole suavemente—. Digamos que Duke no encontró
nada. Digamos que es un juego, o que nos equivocamos con el acertijo. ¿Y
qué? Estamos hablando de un par de días, como mucho. Ir y volver. No
encontramos nada, regresamos y le decimos a la policía que Terry se fue y
fuimos a buscarlo, pensamos que sabíamos a dónde se dirigía, pero fue un
fiasco.
—Con el tiempo encontrarán su cuerpo en el fondo del cañón debajo
de nuestro campamento —le recordó Lily.
—Bueno, ¿y qué les decimos a los clientes el primer día? Que no
deambulen. Todos podemos testificar que lo hizo antes. ¿Quién puede
decir que no echó a volar en la oscuridad? Ni un alma cuestionaría eso.
—Lo sé.
—En el peor de los casos, no obtenemos el tesoro, pero sí un par de
días más de esperanza y de vivir un sueño. Y puedes mirar fijamente a ese
sexy nerd por unos cuantos más…
—Nic. Cállate.
Espera. ¿Qué?
Leo casi tuvo que asfixiarse con la almohada. Si pudiera sacarse los
globos oculares y girarlos hacia donde estaban sentadas las dos mujeres

115
para observar la expresión de Lily mientras decía esto... estaría ciego
voluntariamente por el resto de la eternidad.
Apenas oyó su susurrado:
—No lo estoy mirando.
—¿De verdad? —replicó Nicole, decididamente en voz más alta—. Eres
peor mentirosa que yo.
—¡No es verdad!
—Bueno, él lo hace. Ese chico te mira con ojos muy ardientes.
El calor se arrastró hasta su cuello. Estaba seguro de que Nicole tenía
razón.
—Está bien, ahora: imagina si es real —dijo Nicole, redirigiendo la
conversación—. Imagina encontrar incluso un poco de dinero en efectivo.
Incluso si crees que hay, como, un cinco por ciento de posibilidades de que
Duke lo haya encontrado, Dub, incluso una fracción del dinero de Butch
Cassidy es suficiente para volver a comprar tu tierra. Podría cambiar
nuestras vidas, chica. ¿No es esto el destino? Justo cuando tu tierra sale a
la venta, ¿esta oportunidad aterriza en su regazo?
Leo se quedó mirando el techo de la tienda, sorprendido. ¿El rancho
Wilder estaba a la venta?
Pasaron varios largos segundos, y luego:
—Lo sé.
—Eso es todo lo que siempre has querido, cariño.
Esta vez, el “lo sé” fue más bajo.
Leo se acomodó en su almohada. Su corazón se retorcía tan
dolorosamente en su pecho que no podía respirar profundamente.
Eso es todo lo que siempre has querido, cariño.
Todo lo que él realmente había querido era a ella.
Se sentía descorchado, como si lo hubieran empujado a un pequeño
espacio y estuviera burbujeando, demasiado grande para su vieja piel. Lo
habían arrancado de su realidad, arrancado de la monotonía, la rutina y la
soledad de su vida en Nueva York, y a pesar de todo lo que había sucedido
ayer, a pesar del hecho de que no tenía ni idea de lo que traerían los
próximos días, no había manera en el infierno de que estuviera listo para
regresar.

No se sorprendió al ver que él era el primer cliente en levantarse, pero

116
tampoco se sorprendería si supiera que todos los demás estaban acostados
bocarriba como él acababa de estar, mirando el techo de su tienda,
tratando de descifrar cómo sentirse. Sus pensamientos eran una maraña
de gomas elásticas, pero tenía que encontrar a Lily.
Estaba en el fatídico lugar al borde del cañón, mirando hacia la
distancia, sosteniendo una taza de hojalata de café. Su cabello oscuro no
estaba trenzado; colgaba suave y liso entre sus omoplatos. Su cuerpo era
delgado, nervudo, y tal vez era la conversación que acababa de escuchar,
pero para Leo había una curva vulnerable en su columna que le hacía
desear abrazarla. Temeroso de sobresaltarla, se aclaró la garganta a unos
metros de distancia y la observó volver a la conciencia, el más mínimo
movimiento de sus hombros.
—Hola. —Llegó a pararse a su lado, luchando contra el impulso de
acercarse aún más.
—Hola.
—A riesgo de hacer una pregunta estúpida —dijo—, ¿cómo estás?
Dejó escapar una risa seca, llevándose la taza humeante a los labios.
—Jodidamente desconcertada.
—Sí —dijo en acuerdo, sonriendo con cautela ante la vista—. Yo diría
lo mismo.
—Esta no es una situación que esperaba tener que enfrentar —
admitió.
—Estoy seguro.
—No solo la parte de Terry. —Ella inclinó su rostro hacia el cielo—. Lo
cual es trágico, por supuesto, pero decía en serio lo que dije sobre la gente
que muere aquí.
—¿A qué otra parte te refieres? —bromeó.
Ella se rio, una sola sílaba aguda y sorprendida, pero su sonrisa se
desvaneció rápidamente.
—Es raro, ¿sabes? Porque por un lado, por supuesto que encontró el
dinero de Cassidy. Tiene sentido. Él era el Duke Wilder, después de todo.
Si alguien lo encontró, fue él. Y por otro lado, pensar que lo encontró y no
me lo dijo es tan terrible que es difícil de comprender.
—Absolutamente lo entiendo. —Leo entrecerró los ojos hacia su taza
mientras trataba de poner en palabras su próxima pregunta. Pero al final,
fue bastante simple—. ¿Cuándo pasó?
—Hace unos siete años.
Dejó escapar un silbido bajo.

117
—Vaya. Ha pasado un tiempo, entonces.
Ella tomó un sorbo, asintiendo.
—Tuvo un derrame cerebral. —Él sintió su atención en un lado de su
rostro y se giró para encontrarse con su mirada fija—. Unas pocas
semanas después de que te fueras —dijo—. Pocas semanas después de
que se vendiera el rancho.
El corazón de Leo aterrizó en su estómago con un ruido sordo. Todo a
la vez, y ella solo había tenido diecinueve años. Era demasiado.
—Le tomó un tiempo al hospital comunicarse conmigo —dijo—,
porque no estaba en el rancho y no tenía teléfono. —Se rio sin humor, una
fuerte exhalación—. No podía caminar ni hablar. Lo llevé a nuestra cabaña
en la ciudad y lo único que pudo decir a partir de ese día fue “Lily”. “Lily”
para agua, “Lily” para ahuecar sus almohadas. “Lily” para cambiar de
canal. Teníamos una enfermera que venía algunos días a la semana para
ayudarme para que pudiera trabajar; de lo contrario, probablemente lo
habría matado. —Se rio para que él supiera que estaba mayormente
bromeando—. Supongo que un lado positivo de que vendiera el rancho
cuando lo hizo es que teníamos dinero para las facturas médicas. Duró
poco menos de tres años. —Lily lo miró e intentó sonreír, casi como si
escuchara en su propia voz lo plana y disociada que sonaba, como si
estuviera recitando su pedido para cenar en lugar de sincerarse sobre el
desgaste de su padre.
—No estoy seguro de qué es peor —dijo con simpatía—, perder a
alguien repentinamente o después de una enfermedad prolongada.
—Perder a uno de tus padres al que estás unido —respondió de
inmediato—. Sin embargo, sucede. Sé lo unidos que estaban tu madre y
tú. Cuidarlo fue difícil, y estoy segura de que él y yo nos arrepentimos
mucho al final, pero Duke ni siquiera me conocía lo suficientemente bien
como para saber cuánto significabas para mí. Estuve pensando: podría
haberme hecho llegar tu mensaje si realmente lo hubiera intentado. Puede
que no haya cambiado nada, pero al menos habría sabido lo que te pasó.
No sabía qué decir, así que dejó escapar un sonido apagado de
acuerdo, asintiendo. También habría significado algo para él saber que ella
no lo había olvidado.
—Supongo que todavía estoy intentando averiguar cómo terminaste
organizando búsquedas del tesoro y expediciones —admitió finalmente
Leo.
—Estaba trabajando en un bar en Hester —explicó—, pero estaba tan
arruinada. El dueño conocía a algunas personas que necesitaban un guía
y yo conocía la zona. Hice el viaje como un favor, pero se lo pasaron bien,

118
supongo, y se lo contaron a sus amigos. El boca a boca y todo eso. Fue
hace unos siete años ahora. Definitivamente no era el trabajo de mis
sueños, pero era una forma de ganar dinero y recuperar mis caballos.
Pensé, ¿por qué no usar la loca reputación de Duke para algo? —Se movió
sobre sus pies—. ¿Sabías que siempre imaginé esto?
—¿Imaginar qué? —La miró, conteniendo la respiración. Su tono
había cambiado a algo más bajo, más reservado.
—Verte de nuevo.
El corazón de Leo golpeó su garganta.
—Yo igual.
—A veces me imaginaba yendo a Nueva York con Nicole y
encontrándome contigo en la calle o algo así.
—Pensé que si sucedía, estaría de viaje en algún lugar con los
muchachos —dijo, y fue tan fácil recordar esta fantasía, las palabras
simplemente salieron de él—, y aparecerías con un marido y algunos hijos.
Me moriría por ponerme al día contigo pero tendría que acompañar al
borracho Bradley de vuelta al hotel y perdería mi oportunidad. Pero
siempre pensé que estabas viviendo muy bien en el rancho.
Ella negó, riéndose hacia el suelo. Con la punta de su bota, dibujó un
círculo en la tierra roja frente a ella.
—Recibí una carta un día antes de que ustedes llegaran aquí. De
Jonathan Cross, el tipo que compró el rancho. Se jubila y quería darme la
primera oportunidad de volver a comprarlo.
—¿Vas a hacerlo?
Lily soltó una carcajada por la nariz.
—¿Con qué dinero?
Quería decirle, tengo algo ahorrado, no es suficiente, no es ni de cerca
suficiente, pero es un comienzo, y luego se dio cuenta de que la idea era
una locura. Apenas habían pasado cuatro días. No podía ofrecer comprarle
un rancho.
—En fin —dijo torpemente—. No estoy diciendo que todo esté bien. Es
un desastre, francamente. Pero me alegro de que estés aquí conmigo por
todo esto. Te extrañé mucho, Leo.
En el chirriante silencio que siguió, Leo se quedó inmóvil.
Lily permaneció enfocada en el cielo frente a ellos y él se alegró por
ello. El contacto visual directo en este momento acabaría con él. Después
de todo, su mirada firme y confiada fue lo que lo hizo enamorarse de ella
ese primer día hace diez años. El peso acalorado de su atención había

119
enviado sus manos más cerca, buscando la piel desnuda más veces de las
que podía contar. Sabía que él había sido la única persona a la que alguna
vez había confiado sus pensamientos más tiernos. Así que ella admitiendo
este sentimiento en voz alta lo agitó con adrenalina.
—Hice todo lo que pude para olvidarte —continuó, y cuando él la
miró, vio que tenía los ojos cerrados—. Me convertí en una persona
diferente. Bebía o me acostaba con otros hombres o trabajaba horas
interminables. No importaba.
Leo tuvo que contar sus respiraciones. Era todo tensión y anhelo; no
había espacio para las palabras. Finalmente, pudo decirle:
—Extrañarte fue físicamente debilitante.
Ella se volvió y lo miró a los ojos.
Leo la miró un momento más y luego bajó la vista, estudiando sus
manos, frotándose los nudillos con el pulgar.
—Tuve que llegar a un lugar mental donde no quería nada. Tuve que
casi —dijo, exhalando lentamente—, apagar todo. Pero estoy aquí ahora.
Contigo. No quiero decir... quiero decir, me importas. Aunque ya no nos
conozcamos. Lo que sea que necesites, estoy aquí para ti.
Ella se volvió hacia el precipicio de nuevo.
—Toda mi vida he asumido que Duke estaba lleno de mierda —dijo—.
Y ahora, parece que mi única oportunidad de recuperar mi rancho se basa
en la suposición de no estaba, de hecho, lleno de mierda.
—¿Es eso lo que quieres? —le preguntó—. ¿El rancho?
Inhaló lentamente, golpeando un ritmo ausente en su taza de café.
—Quiero eso, sí. Quiero mi rancho y una familia, y no preocuparme
de no tener dinero para alimentar a mis caballos y pagarle a Nicole. Quiero
lo que yo quiero, para variar. ¿Qué hay de ti? —cuestionó—. ¿Qué quieres?
Cuando sonrió, estaba seguro de que ella no tenía ni idea de lo que se
suponía que era divertido, pero su respuesta fue casi la opuesta a la de
ella.
—Quiero que mi vida se ponga patas arriba.
Ella se giró para mirarlo de nuevo.
—¿Qué significa eso?
—Me apunto si tú lo haces.
Los ojos color avellana de Lily adquirieron un brillo dorado bajo el sol
naciente.
—¿Sí?

120
—Sí. —Podría seguirte a cualquier parte, pensó.
—Necesitaría tener el control completo —dijo, buscando sus ojos—.
Yo llevaría el arma. Yo sería la única teniendo los mapas. No confío en
nadie excepto en Nicole. —Hizo una pausa—. Y en ti. —Otra pausa—.
Creo.
Ante eso, sus costillas formaron una caja de Faraday alrededor de un
corazón eléctrico crepitante.
Ella lo miró fijamente durante varios largos segundos.
—Está bien, entonces —dijo en voz baja.
—Está bien, entonces —repitió—. ¿Necesitamos resolver el acertijo?
—Podemos pensar en ello mientras nos dirigimos hacia el laberinto —
dijo—. No estoy segura de que tengamos tiempo para descifrarlo, a veces
me tomaba semanas desentrañar sus acertijos. —Lily lo miró—. Pero si
hay un árbol, sé que estaría cerca del río, y conozco algunos de sus
lugares favoritos allí abajo. Y definitivamente sabemos que está en el
laberinto. Tendremos que conducir hasta allí. No estoy dispuesta a
arriesgar los caballos, y de todos modos tendríamos que ir a pie en algún
momento.
La piel de sus brazos se erizó.
—De acuerdo.
—Hay un tipo que conozco que puede ayudarnos, un pequeño pueblo
no muy lejos de aquí. Pero decía en serio lo que dije acerca de que la
caminata es peligrosa —le advirtió.
—Lo resolveremos —dijo, y ella dejó escapar un largo y lento suspiro.
—A la mierda —susurró ella—. Vamos a hacerlo.
Una explosión detonó en su sangre. Sus dedos ansiaban alcanzar y
retorcerse con los de ella. Leo quiso puntuar este acuerdo con un grito
dirigido al cielo, su boca sobre la de ella, sus manos sobre su piel. Siempre
había sido así: su corazón en la manga para que cualquiera lo viera. Se
sintió completamente enamorado de nuevo.
—Esto se siente como una segunda oportunidad. —Ella inclinó su
taza de café hacia sus labios, vaciándola—. Al menos, no encontrar nada
aquí no empeorará mi vida.
Esto tenía que ser suficiente por ahora. Porque burbujeando en sus
venas estaba la comprensión de que si esto era real, ella podría tener todo
lo que siempre quiso, y tal vez él también podría.

121
Catorce

—¿E
s malo que realmente no me sienta mal? —
Bradley ajustó las riendas de Bullwinkle en sus
manos enguantadas, y Leo se preguntó cómo
reaccionaría si se viera a sí mismo en este momento. Su mandíbula estaba
cubierta de vello, sus gafas de sol manchadas y había una cantimplora en
su cadera. Francamente, se veía el peor por el cansancio.
Leo ciertamente se sentía diferente. En cierto modo, parecía que no
había pasado tiempo entre que se bajó de un caballo por última vez en

122
Laramie y cuando montó a Ace en su primer campamento aquí. En otros,
se sentía como si hubiera estado dormido durante toda la década, sin usar
ninguno de sus sentidos, ninguno de estos músculos.
—Me siento mal. —Walter se enderezó en su silla—. No me gustaba
Terry, pero no quería que muriera.
Bradley se quitó la gorra de béisbol y la usó para rascarse la parte de
atrás de su rebelde cabello.
—Lamento que haya muerto, pero ya no me siento culpable.
Leo miró a su amigo, silenciando su sorpresa. Bradley se había
disculpado de nuevo y todos estaban de acuerdo en que las emociones
eran justificadamente altas, pero Nicole le había dicho que lo destriparía si
intentaba algo así otra vez. Tendría que ponerse en fila detrás de Leo.
Cabalgaron en silencio mientras los caballos continuaban el descenso
hacia el cañón. Los diez kilómetros de camino en zigzag eran relativamente
anchos, pero el borde aún era lo suficientemente afilado como para que se
pegaran al interior del sendero, muy conscientes de que solo cinco de ellos
viajaban esta mañana en lugar de seis.
Lily les aseguró que los caballos habían hecho esto antes y que para
ellos era una especie de juego. Tenía razón. Relincharon y se llamaron casi
todo el camino hacia abajo y alrededor de la montaña, con las orejas hacia
adelante y las colas hacia arriba. Calypso parecía ser la más entusiasta.
Leo no estaba seguro de si era porque no tenía el peso de un jinete que
cargar o porque estaba específicamente feliz de deshacerse de Terry, pero
Lily y Nicole le gritaron que bajara un poco el ritmo al menos dos veces
antes de que hubieran llegado al lavado arenoso de abajo.
Obviamente, el viaje se había salido del guión, así que después de un
descanso en el que los muchachos prepararon el almuerzo y Lily y Nicole
cuidaron de los caballos, pasaron al menos otras tres horas antes de que
se detuvieran justo en las afueras del pueblo donde se encontrarían con el
amigo de Lily, Lucky.
Había usado la palabra pueblo con generosidad.
—¿Eso es todo? —inquirió Leo cuando finalmente se detuvieron en el
vago comienzo de un camino de tierra. No eran más que dos caminos
polvorientos paralelos entre sí y unos pocos edificios pequeños y
desvencijados.
—Parece la ciudad Radiator Springs 2 en versión redneck —murmuró
Bradley.
Leo miró a su alrededor.

123
—Eso es un insulto para los redneck.
Desanimado, Walter admitió:
—Cuando dijiste “pueblo”, esperaba que pudiéramos recibir masajes.
—Podrías bajarte de tu caballo —dijo Nicole—, y te pisaré el cuello
gratis.
Walter se sonrojó acaloradamente y Bradley los miró sin comprender.
—Este es el coqueteo más extraño que he presenciado.
—Bienvenidos a Ely. Población… no lo sé. ¿Dos? —Lily ignoró la
conmoción detrás de ella y señaló una caravana marrón de dos secciones
con un toldo de hojalata en el frente—. Ese es el puesto de guardabosques.
Si vamos a seguir adelante con esto, entonces querremos mantenernos
alejados. —Ante la continua evaluación del pueblo con los ojos muy
abiertos por parte de Leo, agregó—: Restablece tus expectativas, chico de
ciudad.
—Al igual que con la “estación de autobuses” —recordó Bradley—. O
lo que llaman “papel higiénico” aquí.
Lily se inclinó hacia adelante, instando a Bonnie a caminar, y Leo se
enderezó en la silla, indicándole a Ace que la siguiera.
—¿Quién es Lucky?
Pasaron por otro edificio viejo y torcido con la palabra COMER
pintada en un tablero de madera afuera. Un par de vehículos todoterreno

2 Ciudad ficticia de la película Cars.


estaban estacionados al azar, dudaba que hubiera lugares de
estacionamiento reales en cualquier lugar, y un par de bicicletas de
montaña se apoyaban contra un asta de bandera vacía.
—Era un buen amigo de Duke.
Los cascos de los caballos resonaron en el suelo polvoriento.
—¿Y él estará de acuerdo con que solo pases por aquí?
—Eso espero, porque no había manera de pedir una cita. —Ella lo
miró, sonriendo, y sintió un escalofrío en la espalda al ver que el viejo
fuego cobraba vida dentro de ella—. Él está principalmente presente para
los idiotas que traen sus camionetas gigantes aquí y terminan con el techo
en el suelo en un sendero o en una zanja.
Efectivamente, al final del “camino” había otra caravana. El terreno a
su alrededor parecía un cementerio de 4x4. También había un granero
pequeño que era mucho más bonito que la caravana y un potrero con un
puñado de caballos adentro. Bonnie inmediatamente les relinchó, lo que
hizo que los demás también se agitaran.
—Supongo que ha estado aquí antes —dijo, asintiendo hacia Bonnie.
—A esta yegua le encanta estar aquí —dijo Lily arrastrando las
124
palabras con una voz que implicaba que no compartía el sentimiento.
—¿No es tu lugar favorito?
—No. —Lily lo miró y dejó escapar una risa burlona—. Este pequeño
pueblo representa lo que temo que será todo mi futuro: seco, polvoriento y
decrépito.

Una hora más tarde, se apiñaron alrededor de una mesa en el edificio


destartalado con el letrero COMER en el frente. Era más un bar que una
cafetería, pero tenía cerveza, una máquina de discos, un par de baños
pequeños pero reales en la parte de atrás, y muchas, muchas fotos de
Duke Wilder en las paredes: la portada enmarcada de National Geographic
de Duke; él con un equipo de Princeton, apiñados alrededor de una gran
lona sobre la que había una colección de artefactos polvorientos;
fotografías de él a caballo, en moto, caminando en Moab, sentado en una
fogata bajo las estrellas. Incluso había una con una Lily de cinco años sin
dientes frontales a su lado sosteniendo un enorme par de cuernos de
venado.
—Vaya, Lily —dijo Walt con intensa admiración—, tu padre realmente
era famoso.
Lo contemplaron todo durante un minuto largo y silencioso. La
magnitud de la historia de Duke pareció llenar la habitación cuando se
sentaron en las primeras sillas reales que sus culos habían visto en días y
bebieron cervezas heladas en vasos que no coincidían. Gracias a Lucky, el
vaquero envejecido por excelencia, nervudo, con bigote y escéptico con los
hombres, los caballos ahora masticaban felizmente heno en sus establos, y
los buscadores de tesoros tenían un Jeep prestado estacionado en el
frente. También tenían agua fresca y suministros en sus mochilas, algunos
pares de botas más adecuadas para terreno rocoso y un puñado de mapas
de papel repartidos entre ellos.
Lily se quedó mirando un dibujo topográfico de Canyonlands. Más
específicamente, estudió el laberinto, un rompecabezas de piedra arenisca
sin senderos de cañones entrelazados con callejones sin salida y la
amenaza de muerte por ahogamiento y/o desmembramiento en cada
esquina. Era la parte más remota de cualquiera de los distritos del parque
nacional Canyonlands, y debido a que los rescatadores podían tardar días
en llegar a alguien si había problemas, cada grupo que se dirigía hacia allí

125
debía tener su itinerario aprobado con un permiso. Obviamente, querían
que la menor cantidad posible de personas supieran lo que estaban
haciendo, por lo que se arriesgarían a descender a los cañones sin uno.
Leo observó cómo Lily y Nicole repasaban el mapa. Lily tomó notas y
esbozó rutas, haciendo referencia a algo en el diario de Duke o recordando
algún hecho aleatorio que sacó de la nada. Sabía que Lily podía manejar
casi cualquier cosa, ya fueran los caballos o administrar un rancho entero
sola o conocer cada planta, roca o animal que había. Incluso hace una
década, nunca había necesitado a Leo para nada, pero quería que ella lo
quisiera de todos modos.
Todos se inclinaron sobre la mesa, siguiendo el dedo de Lily mientras
se movía a lo largo de la línea ondulada de Green River.
—El mapa tiene que ser de una sección en algún lugar por aquí.
Desafortunadamente, esto son kilómetros y kilómetros de tierra no
explotada. —Ella gruñó con frustración.
—Siento como si estuviera mirando una de esas cosas Magic Eye que
solían tener en el centro comercial —dijo Walter, sin parpadear—. Ya
saben, ¿dónde miras un montón de líneas y de repente es una imagen de
un gato?
—Un autoestereograma —le dijo Leo—. Una imagen dentro de una
imagen.
—¿Cómo sabes eso? —dijo Lily, captando su mirada.
Bradley resopló.
—Porque es un maldito nerd.
Leo asintió hacia los papeles esparcidos frente a ella.
—¿Cómo sabes algo de eso?
Se recostó en su silla y se frotó las sienes.
—Siento que no sé nada en este momento.
—¿No reconoces nada aquí? —preguntó Walter—. ¿Un lugar que
podría haber sido importante para Duke?
Nicole dibujó un círculo imaginario sobre el mapa con la punta del
dedo.
—Si voláramos por encima, diríamos que la ubicación en el mapa de
Duke es probablemente por aquí. Se ve pequeño en su dibujo, pero es un
área grande.
Leo tiró la hoja con el acertijo sobre la mesa.
—Veamos si algo aquí te refresca la memoria.
—“Al final, la respuesta es sí” —leyó Lily, y levantó la vista para captar

126
su mirada—. Entonces, asumimos que eso significa que sí, Duke encontró
el tesoro. A continuación, “Tienes que ir; lo he hecho”. Una vez más —dijo—
, creo que eso significa que ya se ha ido de cacería, y ahora es el turno del
lector.
—Correcto —dijo él en acuerdo—. Pero luego, “Odias ir, pero lo harás”.
¿Qué podría ser eso?
Lily negó confundida.
—Si escribió esto para uno de sus amigos, podría ser una broma
interna y no tendríamos forma de saberlo.
—A menos que sea para llevar a cualquiera que encuentre esto al
escondite de Butch. Podría ser universal.
Ella asintió lentamente.
—Está bien, entonces, ¿cuál es un lugar al que todos odiamos ir, pero
iremos? —Después de un segundo, Lily volvió a negar—. Y luego, “Tendrás
que ir, pero nunca allí”. Esas dos líneas... no estoy segura. —Tocó la parte
inferior de la página—. Siento que deberíamos poder averiguar dónde está
esto. Dice “árbol de Duke”.
Todos se dieron cuenta al mismo tiempo y alzaron la mirada,
buscando las fotos en las paredes. Después de unos momentos, volvieron
su atención al acertijo. Ninguna de las fotos mostraba un árbol.
—¿Qué significa “vientre de los tres”? —preguntó Bradley,
inclinándose.
—Duke solía llamar “vientres” a las curvas de los ríos —dijo Lily
lentamente—, y esta parte aquí —señaló de nuevo el mapa completo de
Canyonlands—, definitivamente parece un tres. —Pasó su dedo a lo largo
de una serie de curvas en Green River—. Pero incluso si este es el lugar
correcto, llegar a él no será como caminar hasta una caja de seguridad. Es
literalmente un laberinto ahí abajo. Siento que me estoy perdiendo algo. —
Desanimada, se puso de pie y se dirigió a la máquina de discos.
Leo la vio irse y consideró seguirla. A veces, Lily quería compañía
cuando estaba resolviendo algo, pero la mayoría de las veces no. Resistió el
dolor en su pecho y el impulso de ponerse de pie y moverse hacia ella.
Levantando su cerveza a sus labios en su lugar, miró alrededor del
espacio, preguntándose cuántas cervezas había bebido Duke en este
mismo lugar. Al anciano le debía haber encantado ver fotos de sí mismo en
todas partes.
Sus ojos se clavaron en el camarero, un tipo apuesto de unos treinta
años, y luego siguió el camino de su enfoque acalorado... directo a Lily.
Definitivamente no la estaba mirando como un hombre que se pregunta si
un cliente necesita una recarga. Arrojando un trapo, empezó a caminar
alrededor de la barra hacia ella. Antes incluso de registrar su propia 127
decisión, Leo se apartó de la mesa, los celos y la posesividad
expandiéndose a través de él. La silla raspó contra el suelo de madera
maltrecha y en tres pasos estaba de pie detrás de ella.
Cerca detrás de ella.
Leo no estaba seguro de cuál de los dos estaba más sorprendido por
su repentina aparición, pero Lily dejó escapar un suave “Oh, hola” y ahora
estaba atrapado allí en su momento auto infligido de machismo. Pero el
calor de ella, la conciencia de su cuerpo tan cerca del suyo, hizo imposible
alejarse. Apoyó una mano en el cristal amarillento de la máquina y pasó
un dedo por la lista de canciones.
—Esta —dijo, golpeando el plexiglás sobre “Rock You Like a
Hurricane”—. Todos los viejos dicen que es un éxito.
Con una risa traviesa, Lily hizo clic en F y luego en 4, y las notas
iniciales de “Go Your Own Way” de Fleetwood Mac sonaron en su lugar a
través de los pequeños altavoces.
—Ay —dijo, pretendiendo estar herido—. Quema.
—Parecía más apropiado. —Su pequeña sonrisa hacia la máquina de
discos le dijo que lo decía más como un guiño que como una bofetada, y se
encontró mirando la diminuta peca en la parte posterior de su cuello.
Tenía dos pecas: una allí, otra justo encima del hueso de la cadera
izquierda.
Un recuerdo lo asaltó, de una tarde libre bañada por el sol, con Lily
tendida desnuda en su cama. Como si hubiera sucedido solo unas horas
antes, Leo recordó el rayo de sol a través de la ventana, cálido a lo largo de
la parte posterior de sus muslos desnudos, la sensación del hueso de la
cadera de Lily debajo de sus labios mientras besaba esa pequeña marca.
De repente, los latidos de su corazón eran demasiado pesados para su
cuerpo.
Leo no pensó que se había dado cuenta de lo cerca que estaban
cuando ella se inclinó hacia adelante, presionando su culo contra su
entrepierna, pero por instinto él alcanzó sus caderas, agarrándola con un
quedo “Lily”.
Ella se enderezó, sobresaltada, volviéndose hacia él y apoyándose
contra la máquina de discos. Sus ojos se entrecerraron con sospecha.
—¿Qué estás haciendo, Leo?
Miró hacia atrás por encima del hombro. El camarero estaba detrás
de la barra y los observaba con una sonrisa estúpida en su rostro.
—Vine a ver si estabas bien. Parecías frustrada con el mapa y el
acertijo.
128
—¿Porque recuerdas cuánto me encanta cuando alguien me pregunta
si estoy bien? —preguntó ella, mirándolo fijamente.
No.
—O —dijo en voz baja—, ¿es que no querías que me quedara sola
frente a la máquina de discos?
Ella podía verlo en todo su rostro, y no había nada que Leo pudiera
hacer para controlarlo; los recuerdos fluían ahora a toda velocidad por su
mente: las noches que había pasado acostado en la cama en el rancho,
antes de que ella le diera la hora del día, preguntándose cómo sentiría
contra él. Cerraba los ojos y se imaginaba besándola, tocando su piel,
saboreando el agua que le corría por el cuello cuando salía del conjunto de
duchas al aire libre. Y, con la misma nitidez, recordó el vertiginoso alivio
de ese primer toque: la palma de ella deslizándose debajo de su camiseta,
presionando como un hierro candente contra su estómago.
Estaban todos cubiertos de polvo, tenían un hombre muerto a su
estela y estaban a punto de descender a uno de los lugares más peligrosos
de los Estados Unidos en busca de un tesoro que podría o no estar ahí
fuera, pero Leo no se había sentido tan vivo desde que Lily había deslizado
esa mano debajo de su camiseta y lo había arrastrado hacia las sombras
con ella. Con un sorprendente golpe de claridad, decidió justo en medio de
un bar de mala muerte en un pueblo de ninguna parte que no la dejaría ir
tan fácilmente esta vez. Si había un uno por ciento de posibilidades de que
ella lo aceptara, lo intentaría.
—Sí, lo has entendido bien —dijo, mirándola directamente a los ojos—
. No te quería sola en la máquina de discos.
Puso una mano plana sobre su pecho y vaciló por unos cuantos
segundos conflictivos antes de obligarlo a retroceder un paso.
—Bueno, déjalo ya.
Lily lo rodeó, pero para su alivio no caminó hacia la barra; fue a su
mochila, buscando más monedas. Lentamente, exhaló. Eso podría haber
ido mucho peor. Sin embargo, sabía que era mejor no seguirla de nuevo, y
pensó que no estaría de más calmarse. Con la sonrisa de complicidad de
Bradley detrás de él, pasó junto a la mesa y se dirigió al baño de hombres.
Estaba oscuro dentro de la pequeña habitación, desde la madera
veteada hasta la bombilla tenue que brillaba en lo alto, y sus ojos tardaron
unos segundos en adaptarse. Un tubo expuesto colgaba del techo
combado. El lavabo goteaba y se alzaba torcido en la melancólica media
luna de una mancha de color óxido en el suelo. El urinario estaba en un
rincón desconcertantemente húmedo, parecía que podría ser arrancado de 129
la pared con solo la vibración de un camión pesado que pasaba
retumbando, con una foto solitaria enmarcada encima. Se tomaría un
momento para apreciar el lujo de la plomería interior, pero no estaba muy
seguro de que realmente funcionara. Con sus pensamientos enredados
llenos de Lily y el renovado y familiar fuego ardiendo en su sangre, miró,
aturdido, la pared frente a él.
Lentamente, la foto se enfocó. Era vieja y amarillenta en los bordes,
con escritura garabateada en la esquina. Una estructura... árboles ralos...
un hombre. Leo arqueó una ceja, divertido; Duke debió haber causado una
gran impresión en el dueño del bar si incluso el retrete era un santuario
para él. En esta foto, era mucho más joven que cuando Leo lo conoció,
pero el bigote, el cabello oscuro aplastado por el sombrero Stetson de
marca, la inclinación arrogante: definitivamente era Duke, claro como el
día.
La comprensión se sintió como una inyección de adrenalina cuando
las palabras del acertijo se estrellaron contra los pensamientos de Leo: Así
que busca el tocón del árbol de Duke en el vientre de los tres.
Se inclinó aún más cerca. Abajo, en la esquina, casi demasiado
débiles para distinguirlas, había tres palabras garabateadas con lápiz.
Árbol de Duke.
Jodida mierda.
Quince

L
ily alzó la mirada de la máquina de discos para encontrar a Leo
Grady, cuya personalidad extrañamente posesiva la había
dejado hace solo unos minutos luciendo cincelado y hermoso en
vaqueros desgastados y una camiseta blanca, emergiendo del baño de
hombres con el aspecto de uno… uno de esos malditos anuncios que la
gente llevaba colgados que eran dos tablas grandes. Y mojado.
—¿Qué demonios? —murmuró, tratando de descifrar el objeto metido
debajo de su camiseta húmeda.
Con el cabello chorreando, Leo corrió hacia ella, sonriendo mientras
abría su billetera y arrojaba dinero más que suficiente para cubrir varias
cervezas.
130
—¿Qué hiciste…? —Empezó ella.
—Chicos, Nicole —llamó al grupo, caminando rápidamente—. Nos
vamos. Rápido.
Suavemente, hundió su mano en el bolsillo delantero de los vaqueros
de ella y sacó las llaves del auto, girándolas en su dedo y guiñando un ojo
como si supiera exactamente que la breve intrusión en su pantalón envió
un escalofrío eléctrico entre sus piernas. Arrojando las llaves a la palma de
la mano de Bradley, Leo la agarró de la muñeca y tiró de ella detrás de él
hacia la salida.
Mientras la arrastraba hacia la puerta, Lily miró hacia atrás por
encima del hombro a tiempo de ver un rastro de agua que se filtraba
silenciosamente por debajo de la puerta del baño de hombres.
—Leo, ¿qué hay debajo de tu ca…?
—Sube al auto —dijo, interrumpiéndola de nuevo—. Todos ustedes.
Ahora.
Dándose prisa, empujaron a un desconcertado Walt al área de carga
trasera y se desplomaron en el asiento trasero mientras Nicole y Bradley
saltaban al frente.
—¿Qué pasa…? —Bradley comenzó cuando el camarero salió
corriendo, gritando.
—Solo conduce —instó Leo, golpeando la parte posterior del
reposacabezas del asiento del conductor—. ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!
Sin necesidad de más instrucciones, Bradley encendió el motor y se
alejó con un rugido.
—¡Eso es! —gritó, bajando la ventana—. ¡Esta es la mierda por la que
vinimos!
Motas de tierra se arremolinaron en el Jeep, orbitando como polvo de
estrellas, y una energía salvaje se hizo cargo. Nicole alargó la mano para
encender la radio poniendo chirriante honky-tonk.
—No sé de qué fue eso —dijo—, pero maldita sea si no me siento como
una forajida.
Lily se giró en su asiento para mirar a Leo, lista para exigirle que le
explicara con precisión de qué diablos se trataba todo eso, pero él se le
adelantó y sacó el artículo de su camiseta empapada. Por varios segundos,
las palabras se desvanecieron, y se apartó el cabello azotado por el viento
de su rostro mientras miraba la foto enmarcada en su mano. El cristal del
marco estaba manchado de agua, pero la imagen del interior estaba
protegida. Era una fotografía de su padre, parado afuera de una pequeña 131
cabaña de una sola habitación. La estructura de madera inclinada estaba
flanqueada por dos árboles, y un Duke de cabello castaño y bigote tupido
estaba apoyado contra el árbol a la izquierda, sosteniendo una cerveza y
sonriendo fácilmente a la cámara.
—El árbol de Duke —dijo Leo con orgullo, tocando las palabras
garabateadas debajo del cristal con el dedo índice—. “Así que busca el
tocón del árbol de Duke en el vientre de los tres”. Si podemos averiguar
dónde se tomó esta foto, ni siquiera tendremos que molestarnos con el
acertijo. ¡Es esto!
Lily habría jurado que el aire estaba siendo sacado lentamente de sus
pulmones.
—Sé dónde está esto.
Leo la miró fijamente.
—Espera… ¿en serio?
—Creo que sí —dijo ella, asintiendo—. Las pocas veces que Duke me
llevó con él en salidas de cartografía, nos deteníamos en esta pequeña
cabaña en los cañones. Bueno, más choza que cabaña y no he estado allí
desde que era pequeña, pero… —Se mordió el labio, la mente dando
vueltas—. Creo que generalmente sé dónde está.
Bradley gritó, golpeando el volante.
—¡Sí!
Negando, Lily dijo:
—Nunca había visto esta foto.
—Para ser justos —respondió Leo—, estaba colgada en el baño de
hombres.
Ella lo miró, parpadeando con conciencia.
—¿Así que decidiste robarla?
—En ese momento parecía más fácil que preguntarle a tu amigo en el
bar si estaba dispuesto a deshacerse de su arte de urinario. —Hizo una
pausa—. Hubo, sin embargo, un pequeño percance con la plomería
cuando la quité.
—¿”Un pequeño percance con la plomería”? —repitió ella, con el
estómago hundido.
—Cuanto menos sepas, mejor —le dijo—. Creo que este marco fue
clavado en una tubería real. Ese baño definitivamente no estaba a la
altura del código. —Levantando la parte inferior de su camiseta, Leo la usó

132
para limpiarse el rostro. Los ojos de Lily se posaron en los duros planos de
su vientre, la línea de vello suave y oscuro justo por encima de la cintura
de sus vaqueros—. Es posible que no quieras volver allí por un tiempo.
—¡Podrías simplemente haber sacado la foto!
—Me emocioné. —Leo la miró y esbozó esa sonrisa temeraria de
nuevo—. Además, pagué de más por su cerveza aguada de mierda. Si lo
piensas, también pagué por esto, solo que indirectamente. —Ante su
mirada, él cedió—. Le enviaré un cheque, ¿de acuerdo?
—¿Por qué no simplemente —dijo, estupefacta y enunciando cada
palabra para el aparente hombre niño frente a ella—, tomarle una foto?
Soltó una carcajada.
—¿Con qué? ¿Un vaso? Te llevaste nuestros teléfonos.
—Esto es increíble —dijo Walter detrás de ellos, con las rodillas
pegadas a la barbilla—. Siento que estamos en Los Goonies.
Lily inclinó la cabeza hacia atrás para ordenar sus pensamientos. Si
tenía razón y la foto se tomó frente a la pequeña cabaña, era posible que
tuvieran la pista más grande hasta el momento sobre a dónde tenían que
ir. Una vez que su temperamento se calmara, tal vez podría agradecerle a
Leo por simplemente agarrarla y salir corriendo. Después de todo, ¿por
qué perder el tiempo?
Nicole bajó la ventanilla y el aire caliente azotó deliciosamente el Jeep.
Lily miró la foto de nuevo, tratando de construir un plan en su mente. Los
puntos de entrada al laberinto se enredaron en un borrón. Estaba
demasiado entusiasmada con Leo, el ladrón de fotografías, el ladrón de
llaves, el posesivo de la máquina de discos y el destructor de baños, el
hombre tranquilo desmoronándose justo en frente de sus ojos. Apenas
había dicho diez palabras esa primera mañana, pero ahora parecía vivo, y
verlo salir de su caparazón era pura dicha. Como el tiempo derritiéndose.
Su sangre se tiñó de blanco con la adrenalina al recordar la forma en
que sus manos se habían curvado en sus caderas y atraído contra él. No te
quería sola en la máquina de discos.
Ella le lanzó una mirada sucia. Sí, necesitaban esta pista, pero había
muchas otras formas de hacerlo, además de simplemente arrancar el
marco de la pared. Si Leo no podía mantener la cabeza fría, ¿qué
esperanza había para el resto de ellos?
—¡No quería dejarlo al azar! —gritó Leo por encima del viento, leyendo
correctamente la expresión de Lily.
—¡Pero Axl es un loco! —gritó ella en respuesta—. ¿Tal vez notaste el
par de escopetas sobre la barra?
Bradley volvió a golpear el volante.
—¿Por qué todos tienen un arma?
133
—¿Su nombre es Axl? —La expresión de Leo se aclaró—. ¿Ese tipo?
¿El camarero?
Lily hizo una pausa, buscando en sus ojos para entender.
—Sí, ¿por qué?
—Solo estoy… —Su rostro se tensó de nuevo con una extraña mezcla
de diversión y violencia—. Estoy tratando de entender la idea de que te
liaste con un tipo llamado Axl.
Su boca se cerró, los ojos se abrieron como platos cuando la
conmoción la recorrió.
—¿Que acabas de decir?
Se pasó una mano por el rostro.
—Olvídalo.
—¿Cómo…?
—¿Qué quieres decir con “cómo”? —interrumpió, tosiendo una
carcajada—. Te miró como si tuviera derecho a hacerlo.
—Eso fue… —Comenzó, furiosa, antes de comenzar de nuevo—. No
fue nada. Fue hace una eternidad… y olvidable.
—Uh, chicos —murmuró Walter desde atrás—. No es por interrumpir,
pero creo que estamos a punto de morir.
Al unísono, todas las cabezas en el Jeep, excepto la de Bradley, se
giraron justo a tiempo para ver una camioneta negra gigante que se
precipitaba por la carretera detrás de ellos. Redujo la velocidad,
zigzagueando y flotando, apenas a quince centímetros de su parachoques
trasero, mientras el conductor presionaba intensamente el claxon. Bradley
dejó escapar un grito de guerra y levantó un puño para golpear el techo
metálico del Jeep.
—¡Nací para este momento! —gritó al cielo.
Elevada sobre neumáticos del tamaño de una casa, la camioneta tenía
focos en el capó y un techo personalizado adornado con un águila calva
pintada a mano, con las alas extendidas y las garras sujetando una
bandera estadounidense. Detrás del volante, para completa falta de
sorpresa de Lily, estaba Axl. Uno de sus amigos idiotas se asomó por la
ventana del lado del pasajero, gritando algo.
Leo dejó escapar una risa encantada.
—¡Tienes que estar bromeando! ¡Mira esa camioneta!
—Absolutamente vamos a morir —se quejó Walter.
—¡No puedes inventar esta mierda! —exclamó Leo—. ¡Esa es la
134
camioneta exacta que habría elegido para él!
Pero Bradley no iba a darse por vencido. Aceleró el Jeep, que
respondió con un resoplido antes de seguir adelante, lo que provocó que
Axl pisara su propio acelerador con ganas. Ambos autos se precipitaron
por el camino lleno de baches y rotos; un movimiento en falso, y el Jeep
sería aplastado por el tributo vehicular de Axl a los penes pequeños en
todas partes.
—¡Está tan enojado! —gritó Bradley, encantado—. Jesucristo, Lily,
¿qué le hiciste? ¿No sabe que eres la hija de su héroe?
—¡Sí, pero sabían que nunca me importó una mierda el tesoro! —gritó
por encima del rugido del viento.
Bradley extendió un brazo por la ventanilla del lado del conductor y
levantó el dedo medio, gritando:
—¿Quieren recuperar su foto? ¿Qué tal si me chupan la polla?
Los rostros de Axl y Amigo Idiota se pusieron rojos y chirriaron hacia
delante, cortando frente a Bradley y frenando de golpe. El Jeep cruzó la
carretera dando saltitos, tartamudeando cuando Bradley reaccionó,
girando hacia la izquierda para evitar golpear el parachoques trasero de la
camioneta. Sonó un claxon y Bradley gritó, girando con más fuerza hacia
la izquierda para evitar un auto que se aproximaba y desviándose por una
carretera lateral que estaba aún más plagada de baches que en la que
habían estado.
Axl giró en un tornado de polvo antes de volver a enderezar su
camioneta y salir disparado tras ellos. Sonó un disparo, y otro, y la tierra
delante del Jeep explotó con los perdigones.
—¡Nos están disparando! —chilló Nicole.
Leo alcanzó a Lily, protegiendo su cabeza con sus brazos y
atrayéndola hacia su pecho.
—¿De verdad trajeron un arma?
—¡Tengo la mochila de Terry! —gritó Walter por encima del caos. Sacó
la pistola, agitándola—. ¡Chicos! ¿Quieren que les dispare?
—¡NO! —gritaron todos al unísono, y Leo se inclinó sobre el asiento
trasero, apartando con cuidado el arma de Walter. Lily se llevó las manos
al rostro, luchando por no vomitar.
La fría mano de Leo le rodeó el cuello y ella dejó de lado la forma en

135
que quería golpearlo en el estómago y se dejó persuadir. Apoyó la frente en
su muslo y se concentró en respirar, en ignorar los violentos empujones
del Jeep y la bocina detrás de ellos y la realidad de que este camino
probablemente terminaría en un kilómetro y estarían mirando el cañón de
una escopeta, todo por una foto que Leo robó de un bar.
Suavemente, él alisó el cabello de su rostro antes de llegar a su nuca,
masajeando. Lily quería gritar de lo bien que se sentía.
La voz de Leo sonó cerca de su oreja.
—Todo va a salir bien.
—Estoy tan enojada contigo.
—Respira ahora. Enójate más tarde.
—Lo haré.
Sintió presión en la parte superior de su cabeza y se dio cuenta de
que él le había dado un beso allí. Lily instintivamente se agarró a su muslo
cuando se oyó otro disparo.
—Estos idiotas son tiradores terribles —dijo Nicole—. ¿Cuán difícil es
acertarle a un auto?
Bradley les gritó a todos que aguantaran, y Nicole chilló justo cuando
el Jeep dio un giro brusco a la derecha, rebotando por un campo,
sacudiéndolos por lo que pareció una eternidad hasta que las ruedas
saltaron sobre un bache y finalmente golpearon el asfalto liso de nuevo.
—¡Los estamos perdiendo! —gritó por encima del hombro.
Se escuchó el grito del metal y la carretera, y Lily se enderezó de golpe
mientras todos vitoreaban, mirando hacia atrás, hacia donde la camioneta
de Axl había aterrizado en una zanja y rodado sin fuerzas hacia un lado.
Bradley redujo la velocidad del Jeep a algo razonable cuando Axl y su
amigo saltaron, persiguiéndolos sin entusiasmo durante varios metros
antes de detenerse en medio del camino para gritar.
Walter se estiró hacia delante para sacar la cabeza por la ventanilla
del lado del pasajero de Lily.
—¡Él les enviará un cheque por el marco de la foto! —les gritó.
Axl y su amigo se hicieron cada vez más pequeños en la distancia, y
Bradley aflojó el acelerador del Jeep.
—Mierda, eso fue una locura —dijo Leo, pasándose las manos por el
cabello—. ¿No hubiera sido mejor para él, no sé, quedarse y cerrar el agua?
—He visto esos baños —comentó Nic—. Probablemente le hiciste un
favor.

136
—No puedo creer que salieras con él —murmuró Leo, sus ojos
oscuros se clavaron en Lily con una profundidad acalorada.
—Nunca dije que salí con él.
Él sonrió y ella le dio una palmada en el hombro, pero el contacto
visual se prolongó. Estaba tan celoso.
Jesús, ¿por qué a ella le gustaba tanto?
Walter siguió mirando por la ventana trasera.
—¿Creen que deberíamos ir a ver cómo están?
—Literalmente nos estaban disparando hace treinta segundos —le
recordó Nicole con incredulidad.
—El servicio celular funciona aquí —le aseguró Lily a Walter—.
Podrán pedir ayuda. —Observó cómo la camioneta se hacía más y más
pequeña detrás de ellos, y finalmente desapareció de la vista. Lily se
inclinó entre los asientos delanteros, señalando al frente a Bradley—.
Sigue por este camino —indicó—. Otros dieciséis kilómetros más o menos,
y gira a la izquierda justo después de que pasemos un cañón a la derecha.
Él hizo un saludo militar, mirándola a los ojos en el espejo antes de
parpadear hacia adelante. Estaba resplandeciente, y Lily apostaría a que
nunca había sido tan feliz. Cuando miró a Leo, su cabeza estaba inclinada
hacia atrás, los ojos cerrados mientras el viento pasaba en cálidas ráfagas
sobre su rostro.
Respira ahora. Enójate más tarde, había dicho.
Fue lo que se prometió a sí misma que haría incluso cuando él
extendió la mano y con dulzura cubrió sus dedos tamborileando
ansiosamente, poniendo su mano sobre su muslo.
—Maldita sea, estoy tan contento de estar aquí —dijo.

137
Dieciséis

P
ara el momento en que llegaron a su campamento para pasar la
noche, el aire era eléctrico. Tenían un mapa, tenían la pista de
Duke para el siguiente paso y Lily sabía a dónde tenían que ir.
El pecho y las extremidades de Leo flotaban, y todos salieron a
trompicones del Jeep, llenos de energía.
Leo y Bradley descargaron las mochilas y las tiendas. Nicole y Lily
trabajaron para cavar un lugar seguro para hacer una fogata mientras
Walter se iba en busca de algo parecido a la leña. Cuando el fuego

138
finalmente crujió bajo el sol poniente, se reunieron alrededor de una roca
plana cercana y colocaron todos los materiales, planeando su ruta más
profundamente en el laberinto a la mañana siguiente. Lily trazó su camino
con la punta de un bolígrafo, indicando cuánto tiempo debería tomar cada
sección, dónde se detendrían para descansar y dónde acamparían antes de
dar el paso final hacia las cavernas más traicioneras. Con suerte
encontrarían lo que todos esperaban desesperadamente que todavía
estuviera escondido allí.
—Necesito que todos me prometan que harán exactamente lo que les
diga —les dijo Lily.
—Lo haremos —le aseguró Leo.
Ella frunció el ceño y él solo pudo adivinar que se había tomado en
serio su consejo de enójate más tarde. Se sentiría mal por robar la foto si...
bueno, no estaba seguro de qué lo haría sentir mal después de que un tipo
con el que se había liado los persiguiera fuera de la ciudad con una
escopeta cargada. Francamente, Leo también deseó haber bebido algunas
botellas de alcohol.
—Bajaremos aquí —dijo, indicando un lugar en el mapa que parecía
estar a una vida de distancia de donde estaban acampados actualmente—.
Si no me equivoco, la cabaña solo debería estar a unos tres kilómetros río
arriba una vez que estemos ahí.
Santo cielo. De repente, su vida en Manhattan se sintió remota hasta
el punto de la ficción. Sus días pasados en un escritorio, sentado todas las
mañanas para crear un nuevo algoritmo imposible de piratear, en casa
todas las noches en su pequeño apartamento, el constante estruendo y el
zumbido de una ciudad bajo sus pies, todo eso no podría sentirse más
extraño. Miró el perfil de Lily y una cuerda se tensó desde su garganta
hasta sus entrañas. No se había sentido tan presente en mucho tiempo. El
aire golpeó su piel de manera diferente, aterrizó en sus pulmones con más
fuerza. Era consciente de su pulso acelerado y de las muchas veces que se
había reído a carcajadas en los últimos días. Aquí había color, sonido y
calor. Ella estaba aquí. No estaba seguro de cómo lograría dejarla al final
del viaje.
Pero cuando tomó aire para calmar sus nervios, se dio cuenta de que
el aire era realmente eléctrico ahora: un relámpago brilló en la distancia, y
la oscuridad pesada de una tormenta se cernió, inquietantemente baja,
flotando como una nave espacial alienígena hinchada. Era increíble ver el
impulso real de una nube: la masa gris tapando el sol mientras se
acercaba, dejando caer la lluvia como una cortina plateada del cielo a la
tierra.
Lily también lo había notado.

139
—Mierda. Esa nos va a pegar fuerte. —Miró a Nicole y luego al resto
del grupo—. De acuerdo. Preparen sus cosas y entren en sus tiendas de
campaña. No vamos a poder cocinar esta noche, así que tomen algunas
barras energéticas del Jeep, pero no se vuelvan locos. Lo que tengamos
nos tiene que durar dos días más.
Se apresuraron a ponerse de pie y se dispersaron para encontrar sus
mochilas, abrir sus tiendas y comenzar a levantarlas. Lily ayudó a Walter
y, cuando Leo terminó, ella estaba alcanzando su propia tienda. Corrió
hacia ella, ayudándola a sacarla de su mochila.
—Yo puedo —dijo ella, sacándola de su agarre. Aplastó la tienda en el
suelo, tirando el estrecho saco de estacas de metal. Recogiendo su
pequeño mazo, comenzó a anclar las esquinas de su tienda en la tierra
seca.
Agachándose a su lado, él tiró de una esquina con fuerza y usó su
propio mazo para clavar una segunda estaca, alcanzando rápidamente
otra.
A su lado, sintió que Lily se había quedado quieta, y miró dos veces
cuando echó un vistazo para encontrarla fulminando con la mirada.
—¿Qué? —preguntó.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy ayudando —respondió, confundido.
Ella se inclinó hacia adelante, tirando de la estaca en su mano.
—¿Parezco alguien que necesita ayuda para montar una tienda de
campaña?
—Por supuesto que no. —Con cuidado, alcanzó la última estaca.
Cuando hizo una pausa, sus ojos se encontraron y tuvo que reprimir el
anhelo en su voz—. Solo estoy ayudándote a hacerlo más rápido.
Lentamente se puso de pie y lo miró fijamente. Había un olor
extrañamente cargado en el cielo; se sentía como si la humedad
chisporroteante de la tormenta se asentara directamente sobre ellos.
—¿Puedo hablar contigo en privado?
Miró a su tienda, que todavía era solo un montón de telas y postes en
el suelo, y luego a las nubes grises que se abalanzaban sobre ellos.
—¿Ahora?
—Ahora.
Sin esperar, Lily dio media vuelta y se alejó, desapareciendo en la
oscuridad detrás de una gran formación rocosa.
Corrió tras ella, doblando la esquina para encontrarla más lejos de lo
que esperaba, caminando en el espacio entre dos enormes rocas rojas. Se 140
detuvo cuando él se acercó, girando hacia él.
—¿Qué crees que estás haciendo?
Él hizo una pausa. De alguna manera, sospechó que ya no estaban
hablando de la tienda.
—¿Qué quieres decir?
—¿El momento en la máquina de discos? —dijo—. ¿Frotarme el cuello
en el auto? ¿Venir a ayudarme con mi tienda?
—¿Es tan inaudito que alguien te ayude?
—Sabes que eso no es lo que estoy diciendo. Es la forma en que estás
ayudando. ¿Qué estás haciendo, Leo?
La tensión de su mandíbula y la enojada vulnerabilidad en sus ojos le
dijeron que sabía exactamente lo que estaba haciendo. Bien podría
admitirlo.
—Quiero estar cerca de ti. —Ella lo miró boquiabierta y él agregó—:
Todavía siento algo por ti.
Lily negó.
—No.
—¿No?
—No —repitió—. Para.
Su corazón se hundió.
—Lily…
—¿Sabes lo difícil que fue seguir adelante? —Sus fosas nasales se
ensancharon, y captó un pequeño vistazo de su barbilla temblando antes
de que pudiera controlarlo.
Asintiendo, él le aseguró:
—Por supuesto que lo sé…
—Me doy cuenta de que llamaste, lo entiendo ahora, pero no lo sabía
entonces. La esperanza que tenía de que pudieras volver no desapareció en
un día, Leo. Fue un dolor constante. —Apretó un puño hasta que sus
nudillos se pusieron blancos contra su pecho—. Durante años. —Apretó la
mandíbula con fuerza, mirándolo con dolor desenmascarado,
inmediatamente reflejado en su propio pecho—. Esas promesas que
hicimos significaron algo para mí. Entiendo que lo que pasó fue igual de
desgarrador para ti. Lo entiendo. Pero cuando haces este tipo de cosas,
¿hablar de sentimientos, tocarme? Para ti, tal vez sea solo un romance de
vacaciones, pero me lleva directamente al momento más difícil de mi vida.
Si hubieras estado allí para mí, incluso desde Nueva York, podría haber 141
resistido cualquier cosa. Pero no lo estabas. Y no puedo volver a pasar por
eso.
Leo dio un paso hacia ella, pero retrocedió cuando una gruesa gota de
lluvia le golpeó en la frente.
—Quiero tener esta conversación —dijo suavemente—. Pero,
¿podemos hablar en mi tienda? Está a punto de empezar a llover.
—Y entiendo que tu vida también se fue a la mierda por un tiempo —
continuó, ignorándolo—. Pero la mía ha sido terrible desde que te fuiste. —
Se le enrojecieron los ojos y se le humedecieron cuando dijo en voz alta la
siguiente dolorosa verdad—: Odio mi vida. Joder, la odio. Con la excepción
de mis caballos y Nic, no tengo nada. —Respiró hondo varias veces por la
nariz y negó—. Entonces, qué te da derecho a volver a mi vida y tocarme, y
mirarme así… como si no fuera completamente presuntuoso…
El cielo se abrió con un estallido ensordecedor, tragándose el resto de
su frase.
—Lily —gritó por encima de la cacofonía de la tormenta en la roca—.
¡Volvamos! —Grandes cortinas de lluvia fría caían en su estrecha grieta, y
él dio un paso adelante, levantando los lados de su cazadora para cubrirla,
pero ella lo empujó.
—No necesito que me protejas de la lluvia, Leo. —El agua le corría por
el rostro y empapaba su camisa de cuadros azules, dejando su sostén
visible, cada curva definida. Él movió sus ojos hasta los de ella. Su cabeza
era un borrón, las emociones rodando en él como rocas—. No te necesito
—insistió de nuevo, pero esta vez con menos calor.
—Está bien—, dijo suavemente—. No hago nada de esto porque crea
que me necesitas. Lo hago porque quiero. —Miró a su alrededor, buscando
las palabras correctas y encontrando solo las más simples—. Te quiero.
—No quiero que me quieras.
Cerró los ojos y levantó la mano para limpiar la lluvia de su rostro.
Cuando volvió a abrirlos, la lluvia la empapaba totalmente, desde las
puntas de su cabello hasta sus pestañas, sus mejillas, sus labios.
Bajo la presión de su atención, lamió el agua, pero el movimiento y la
forma en que lo miró solo empeoraron su anhelo. Espontáneamente,
recordó la primera vez que la hizo correrse. Mucho después de que sus
gritos se disolvieran, Lily había mirado hacia abajo, donde él había estado
tendido entre sus piernas, sin aliento. Sus ojos eran color avellana, con un
anillo café oscuro alrededor del iris, pero en ese momento, sus pupilas se
los tragaron, oscureciéndolos con lujuria. Su cabello oscuro había sido un

142
halo caótico alrededor de su cabeza. Camiseta y sujetador levantados
sobre su pecho, pantalón corto suelto alrededor de un tobillo. Había lucido
como una estrella que había caído y atravesado el techo: abierta y agotada,
pero aún iluminada desde el interior.
—Basta —dijo ahora, leyendo el hambre en su expresión.
—Lo siento. —Cerró los ojos con fuerza, inclinando la barbilla hacia el
campamento—. Vamos… vamos a regresar.
Pero ella no se movió.
—¿Por qué siempre me miras así?
Leo no sabía qué decir. No sabía cómo la estaba mirando, pero
obviamente no podía ocultar el enamoramiento de sus ojos. Se estaba
enamorando de nuevo. Nunca había dejado de estarlo. Leo apartó su
mirada de la de ella.
—Lo siento.
Se congeló cuando ella levantó la mano y movió la yema de su pulgar
por su labio inferior, mirando su boca como si quisiera comérsela. El
anhelo lo invadió, pero luego ella parpadeó, disipando el calor de su
mirada.
—No —dijo en voz baja, y luego, con más fuerza—: No voy a hacer
esto.
Estaba congelado, su corazón escalando la longitud de su tráquea.
—Lil —dijo—. ¿Qué se supone que debo hacer ahora?
Ella inclinó su rostro hacia el cielo, exhalando un devastador:
—Joder. No lo sé.
Se inclinó hacia adelante, apartando un mechón de cabello de su
labio.
—Está bien.
—No lo está.
Si ella no los llevaba al campamento, él lo haría. Pero tan pronto como
él se volvió, ella lo agarró por la muñeca, tirando de él hacia atrás, y en un
movimiento relámpago, capturó su rostro entre sus manos y tomó su boca
con la suya.
Una explosión detonó en su sangre, impulsándolo hacia adelante,
forzando una ráfaga de aire a escapar de su garganta cuando su espalda
chocó contra la pared de roca. Su beso fue ardiente y enojado, pero
cuando inhaló, atrajo aire fresco a través de sus labios y lengua, y la
sensación fue como un látigo restallando, triplicando su deseo. No podía

143
tener suficiente. Su suavidad, el sonido que hizo en la parte posterior de
su garganta, su sabor. Toda su vida no había deseado nada de la forma en
que la deseaba a ella, y la sensación de su beso salvaje disolvió cualquier
restricción que tuviera. Estaban bebiendo agua de lluvia de la piel,
besándose tan profundamente que podía sentir su gemido vibrar a través
de él.
Sus manos formaron puños en su camisa, manteniéndolo cautivo por
el salvaje roce de sus dientes en su labio inferior, la caricia hambrienta de
su lengua. Él gimió, dándole todo, sus labios, barbilla y cuello, para
morder y chupar; sus manos se deslizaron por su torso, moviéndose
dentro de su camisa. Debía sentirse como fiebre cobrando vida contra sus
palmas frías. Ella jadeó, sus uñas arrastrándose por su pecho, sobre sus
pezones; la sensación como de convertirse en un diapasón golpeó. Sus
manos frenéticas se movieron sobre sus mejillas, cuello y abajo,
ahuecando las suaves curvas de sus senos. Él lamió el agua que caía de su
piel, le chupó la mandíbula y la garganta, liberando fragmentos de sus
frenéticos pensamientos sobre desearla, extrañarla, perderse en la forma
en que ella agarraba su cuello como si fuera a castigarlo si se detenía.
Leo desabrochó los botones de su camisa, abrió el algodón y besó la
piel suave que exponía centímetro a centímetro húmedo, el cuello, la
clavícula, el esternón y abajo, enrollando un dedo alrededor del tirante de
su sujetador y retirándolo del hombro para dejar su pecho desnudo. Con
su cordura acumulada en el agua a sus pies, su palma se posó sobre ella,
sintiendo, recordando; sus dedos se cerraron alrededor del pico en un
pellizco provocador.
Los sonidos de Lily atravesaron la tormenta, su cuerpo respondió
impotente, sus uñas se clavaron en sus hombros, instando a su boca a
donde ella quería su beso y sacudiéndose de placer cuando el calor se
cerró alrededor de su pezón. Cambió al otro, frenético, perdido en el sabor
de ella, pensando que se ahogaría en esta lluvia antes de apartar los labios
de su piel. Con un grito, Lily tiró de él, con los puños en su cabello,
reclamándolo de nuevo con la boca febril y jadeante, los labios y la lengua
refrescados por la lluvia.
Los besos se hicieron más lentos, lánguidos y profundos, y él tomó su
rostro entre sus manos, mordisqueando suavemente su labio inferior antes
de regresar por…
Lily sacudió la cabeza bruscamente hacia un lado.
—Mierda. —Ella cerró los ojos con fuerza con una dura mueca y
presionó sus palmas contra su pecho, empujándolo lejos—. Mierda.
El aire se enfrió y su estómago se hundió. Agarró su camisa con un
puño tembloroso.
—Lily…
Sin otra palabra, ella se volvió, pasó corriendo junto a él y regresó al
144
campamento.
Diecisiete

L
a lluvia llegó y se fue con la misma rapidez, pero cuando Lily
salió de su tienda a la mañana siguiente, todo era un desastre,
incluida ella misma. El fuego estaba apagado, sus botas estaban
mojadas y había besado a Leo. Ávidamente. Agresivamente.
Descaradamente.
Y temía verlo hoy.
Deslizándose en un par de botas secas, inspeccionó los daños
alrededor del campamento. La tierra estaba endurecida por el sol y no
podía absorber fácilmente mucha lluvia. Armaron las tiendas en un
terreno lo suficientemente alto como para que la mayor parte del agua se
escurriera y se acumulara en depresiones resbaladizas o se precipitara a
145
elevaciones más bajas, pero su equipo estaba mojado y casi todo estaba
resbaladizo con barro rojo. Una mañana que se suponía que iba a ser
rápida y ordenada sería el doble de trabajo.
El cielo brillaba detrás de las chimeneas de las hadas gigantes, los
suaves rosas y dorados una tímida disculpa por el aguacero inesperado de
la noche anterior. Lily volvió a encender el fuego y colocó sus botas tan
cerca de las llamas como se atrevió, colocando su ropa sobre las ramas de
un enebro retorcido para que se secara. Estaba preparando el café cuando
escuchó los pasos apagados de alguien que caminaba por el barro.
Lily supuso que vería a Leo primero esa mañana. Demonios, no se
habría sorprendido de encontrarlo esperando fuera de su tienda por una
explicación. Dios sabía que merecía una. Afortunadamente, solo era
Nicole.
—Bueno, bueno —dijo Nic, pasándose una mano por sus salvajes
rizos rubios—. Casi esperaba escuchar que la tienda de Leo
derrumbándose anoche.
La imagen envió una sacudida de conciencia directamente a través de
ella, pinchando partes de su cuerpo que dolían por ser tocadas. Podría
haber ido a la tienda de Leo. Definitivamente había querido hacerlo. Él la
habría dejado entrar, además. Lily sabía que habría dicho o hecho lo que
ella le pidiera. Siempre lo había hecho.
—Gracias por montar la mía —le dijo—. No sé lo que estaba
pensando.
—Oh, sé lo que estabas pensando. —Nicole pasó una pierna por
encima de una roca ancha y se sentó frente a ella—. Y normalmente te
diría que fueras por ello y montaras a ese chico como un bronco, pero
pensé que nos estábamos enfocando en esto. —Señaló los cañones y el
paisaje salvaje y serpenteante que sin duda necesitaría toda su atención
durante los próximos dos días.
Lily midió cuidadosamente el café molido, evitando los ojos de Nic.
Nicole estaba arriesgando tanto como Lily. Ambas serían responsables si
algo salía mal. Leo era una distracción que no necesitaban.
—Estamos haciendo esto —le aseguró Lily. No tenía la cabeza bien
puesta anoche, eso era todo—. De todos modos, nunca funcionaría entre
nosotros.
—No sé nada de eso. —Nicole inclinó la cabeza—. Cualquiera que diga
que el dinero no puede resolver los problemas siempre ha tenido dinero. —

146
Levantó la olla de agua hirviendo y la vertió lentamente sobre el café
molido—. Si encontramos este tesoro, cambiará toda tu perspectiva.
Demonios, tal vez compre la propiedad al lado del rancho. ¡Imagina la
extensión!
A Lily le gustó mucho este plan. Demasiado para considerarlo
directamente.
—¿Y si no está a la venta?
Nic guiñó un ojo.
—Cuando tienes dinero, todo está a la venta.
Una garganta se aclaró detrás de ellas, y se giraron para ver a Leo
agarrando un montón de ropa mojada. Los tres sabían exactamente por
qué esa ropa estaba mojada, y las mejillas de Lily ardían.
—¿Está bien si pongo esto aquí? —Señaló con la cabeza el pequeño
árbol donde Lily había colgado su propia pila empapada.
Nicole se puso de pie, con los labios estirados en una sonrisa de
suficiencia.
—Voy a empacar mi tienda y despertar a los demás.
Leo se encargó de la ropa y Lily le entregó una taza de café cargado.
—¿Podemos hablar de ayer? —preguntó.
—Preferiría no hacerlo.
Tomó un sorbo y se quedó mirando el líquido oscuro.
—De acuerdo. Por supuesto.
Pero ella sabía que no estaba bien. Ella lo había hecho retroceder. Ella
lo había besado.
—Necesito que no… —Se calló. Me mires así. Parpadeó hacia el fuego,
buscando las palabras—. No debería haberte besado. Lo siento.
—No creo que te arrepientas de haberlo hecho. —Ella lo miró,
sorprendida—. Y no lamento que lo hayas hecho. Si lo hicieras de nuevo,
no te detendría.
—No lo haré —le dijo con firmeza—. Ya no somos adolescentes, Leo.
—Yo no era un adolescente cuando trabajé en el rancho. —Sonrió,
pero levantó las manos cuando ella apretó la mandíbula y lo miró—. De
acuerdo. He terminado.
Con una llama salvaje de ondas doradas sobre su cabeza, Bradley se
acercó, todavía bostezando.
—Jesús. Eso fue una tormenta anoche. —Se sirvió una taza de café,
ajeno a la tensión que se cernía sobre la pequeña fogata—. Pensé que

147
seríamos arrastrados.
—No. —Ella descartó esto—. Eso no fue nada.
Walter también se unió a ellos, desaliñado y arrastrando los pies
adormilado. Parecía que pertenecía aquí. La apariencia robusta
funcionaba. Lily le sirvió un café mientras buscaba un lugar para sentarse.
—¿Qué pasa cuando bajemos hoy? —cuestionó Bradley—. ¿Podemos
esperar más lluvia?
—Ni siquiera sabía que llovía en el desierto —dijo Walter.
—Obtenemos unos veinticinco centímetros al año —les dijo Lily—.
Sobre todo en primavera. —Miró hacia donde el cielo había pasado de un
color sorbete a un azul brillante. El aire se sentía en calma. No había una
nube a la vista—. El pronóstico de diez días tenía alrededor de un treinta
por ciento de posibilidades de lluvia ayer, pero normalmente estaríamos
bastante arriba, así que no estaba preocupada. Sin embargo, debería estar
despejado el resto del camino.
—Simplemente resbaladizo como la mierda, así que tengan cuidado —
agregó Nicole.
—¿Puedo hacer lo que podría ser una pregunta tonta? —inquirió Leo,
con la mirada baja mientras pasaba un palo corto por el dorso de sus
dedos.
—Dispara —respondió Nicole.
—Ahora que tenemos esta fotografía y tenemos una idea de hacia
dónde nos dirigimos, ¿qué estamos esperando exactamente? —Alzó la
mirada, entrecerrando los ojos hacia Nic y luego hacia Lily bajo el débil sol
de la mañana—. Una vez que lleguemos allí, digamos que encontramos la
cabaña. Ojalá encontremos el tocón. ¿Creemos que ahí es donde Duke
escondió todo?
—Es posible, pero supongo que no. —Lily hizo una mueca—.
¿Recuerdas cómo mi padre vivía para los rompecabezas y los juegos?
Bueno, si un código o acertijo cerca del tocón no nos dice a dónde ir para
encontrar el dinero, con suerte al menos nos indicará nuestro próximo
paso. Te apuesto mi brazo izquierdo a que si esta búsqueda del tesoro es
real, dejó cifras por todas partes.
Si es fácil, susurró Duke en su memoria, entonces no vale la pena.
Bradley se inclinó.
—Pero, ¿dónde estamos ahora en relación con el lugar al que nos
dirigimos hoy?
Sacó su gran mapa y señaló el lugar donde había marcado un
cuadrado gigante.
—Aquí es donde estamos ahora. —Movió un dedo varios centímetros
más—. Y esto es Jasper Canyon. Nos dirigimos allí.
148
—Todo se ve muy... ondulado —dijo Walter con una mueca.
—Sí. Esas son las líneas de elevación. Bajaremos al nivel del río. —
Todos habían visto el río a lo lejos; sabían cuánto les quedaba por
recorrer—. Tendremos que dejar el Jeep pronto e ir a pie. No va a ser fácil.
Los chicos se miraron y Lily miró a Nicole. Iba a ser un par de días
duros.
Bradley fue el primero en romper el silencio.
—Entonces será mejor que empecemos —dijo—. Comamos y salgamos
de aquí.
No había mucha variedad (avena instantánea, nueces y bayas), pero
saborearon lo último de su comida fresca, sabiendo que sus próximas
comidas tendrían que ser livianas, no perecederas y ricas en proteínas.
Nadie mencionó la ropa de Lily y Leo, en su mayoría seca ahora por el
calor del fuego, pero colgaba allí como sombras culpables.
Desmontaron las tiendas de campaña y cargaron todo en el jeep,
conduciendo unas pocas horas lentas en el camino cada vez más lleno de
baches y traicionero antes de decidir que era hora de recorrer el resto a
pie.
Revisaron sus mochilas y determinaron lo que absolutamente
necesitaban tener. De ninguna manera Lily dejaría el arma en el Jeep, así
que junto con el cuaderno de Duke, lo guardó, su teléfono satelital y los
teléfonos de Terry en una bolsa de plástico del tamaño de un galón.
Leo puso su mano sobre el teléfono de Terry en la bolsa.
—¿Deberíamos tomar esos? ¿Se verá mal?
—No. Crecí con todos los guardabosques del condado. Son buenos
muchachos, pero no es el cuartel general del FBI.
Los que lo necesitaban se cambiaron el calzado, y cada uno empacó
una muda de ropa y suficientes barritas energéticas, carne seca, agua y
raciones para un par de días. Nic tomó el botiquín de primeros auxilios y
todos tenían su saco de dormir y tienda de campaña atados a su mochila
de senderismo, pero...
—Manténganlo lo más liviano posible —les recordó—. Sé que quieres
llevártelo todo, Bradley, pero te prometo que no necesitarás cachemir en el
laberinto.
Pareció discretamente insultado, pero luego sacó un bulto de su

149
mochila y lo volvió a poner en el Jeep.
Y luego, partieron en relativo silencio. El estado de ánimo estaba lleno
de esperanza y aprensión... pero tal vez la energía tranquila que Lily
percibió en el grupo también era concentración. Nunca habían hecho algo
como esto en sus vidas, y aquí había un montón de piedras intermitente
para guiar el camino, pero no un camino obvio.
—¿Recuerdas lo mal que iba el servicio celular en el rancho? —dijo
Leo, sorprendiéndola con lo cerca que estaba.
Lo miró por encima del hombro, confundida.
—¿A qué viene eso?
—No sé. Estaba pensando en lo enojados que se pondrían los clientes
cuando se dieran cuenta de que básicamente había una zona diminuta de
espacio en toda la propiedad donde ocasionalmente podíamos tener señal.
Me recordó que no he revisado mi teléfono ni mi correo electrónico ni nada
durante días. Creo que ese verano fue la última vez que estuve tan
desconectado.
—¿Qué crees que está pasando en línea? —dijo Walter, frunciendo el
ceño a sus pies.
—Lo mismo que todos los días —respondió Leo—. Alguien está
enojado. Alguien está dando una conferencia. Memes de gatos.
—Alguien está publicando un selfie sin camiseta en un baño en
Instagram —dijo Bradley.
Leo soltó una carcajada.
—La mitad de tu feed son selfies sin camiseta en el baño.
Bradley lo fulminó con la mirada.
—No la mitad.
—Esos rectángulos infernales los han convertido en zombis —dijo
Nicole—. ¿Instagram? ¿Twitter? Si los odian tanto, bórrenlos.
—Por supuesto que los odiamos. —Bradley se rio—. Ese es el punto.
Vamos allí para sentirnos superiores y enojados.
—No Walt —dijo Leo—. Tiene casi un millón de seguidores en TikTok;
no pueden obtener suficiente de su contenido puro de animales. —Miró a
Walter mientras avanzaban por una sección relativamente plana—. ¿Cuál
fue el primero que se volvió viral?
—El de la propiedad responsable de hurones —dijo Bradley, riendo.
Walt negó.
—No, fue el de los hábitos de apareamiento del común de… —Sus
palabras fueron interrumpidas por un grito agudo cuando perdió el
equilibrio, se derrumbó en el suelo y se deslizó unos metros por una pared
rocosa. 150
—¡Mierda! —Nicole se acercó, arrodillándose para revisar la zona del
tobillo que se agarraba, rodando de dolor—. ¿Qué sucedió? ¿Estás bien?
Hizo una mueca, señalando un montón de piedras sueltas escondidas
detrás de las ramas enredadas de un enebro caído.
—Me resbalé con esas rocas —dijo, con la voz tensa y los dientes
apretados.
Lo trasladaron a un terreno más plano y Leo se arrodilló a su lado,
quitándole con cuidado la bota y el calcetín.
—Oh, mierda —susurró Bradley mientras todos miraban su tobillo
hinchándose rápidamente. Un moretón púrpura ya estaba floreciendo
debajo de la piel pálida de Walter.
—¿Cuán malo es? —preguntó Lily.
Leo palpó la planta del pie de Walter. Aspiró con dolor y soltó una
maldición cuando Leo presionó cerca de la parte superior de su tobillo.
Presionó de nuevo y el dolor pareció hacer perder color a Walter,
haciéndolo lucir sudoroso y pálido.
—No presiones ahí de nuevo, por favor —dijo débilmente.
Leo miró a Lily, su expresión derrumbándose.
—Creo que está roto.
—¿Puedes moverlo? —le preguntó Lily a Walter.
Intentó girar el pie e inmediatamente jadeó bruscamente.
—No.
Lily se sentó sobre sus talones, el temor arrastrándose como dedos a
lo largo de su piel.
—Bueno, eso es todo, entonces.
—¿Qué? ¿Qué significa eso? —preguntó Bradley.
—Walter está herido —dijo—. Tendremos que dar la vuelta.
Bradley se quitó el sombrero y lo tiró al suelo.
—Maldita sea.
—Brad —espetó Nicole—. No seas un idiota.
—Chicos, lo siento mucho —dijo Walter—. ¿Tal vez podemos
envolverlo y ver cómo está en la mañana? Ayúdenme a levantarme.
Lo ayudaron a ponerse de pie, comprobando si podía poner algo de
peso sobre él. Gritó casi de inmediato. Lily miró a Nicole a los ojos. Ambas
sabían lo que significaba: no expedición. No dinero.
No rancho. 151
Y un cadáver en el cañón.
La decepción se sintió como un puñetazo en el estómago de Lily, y
buscó en la mochila de Nic el botiquín de primeros auxilios mientras Leo y
Nic volvían a sentar a Walt.
—Tenemos que regresar —dijo Lily, apretando la compresa fría hasta
que reventó y el contenido se enfrió. La colocó con cuidado contra su
tobillo—. Ya estaba preocupada por llevar a todos allí. Es cuestionable si
podrían hacerlo con ambos pies, sin hablar de uno. —Lily le dedicó una
sonrisa triste, sabiendo lo culpable que debía sentirse—. Más vale prevenir
que lamentar.
Leo y Bradley miraron a Walter mientras Nicole le entregaba a Lily la
venda elástica y trabajaban para estabilizar y vendar su pie.
Bradley se aclaró la garganta.
—Leo y yo seguiremos adelante con la caza de Duke.
—¿Lo haremos? —dijo Leo con una risa incrédula, y Nicole resopló.
—¿Estás jodidamente loco? —le preguntó a Bradley—. Apenas podías
encontrar una letrina.
—Está bien —dijo, considerando—. Si te preocupa cómo funcionaría,
qué tal esto: Leo y Nicole llevarán a Walter. Avisarán a la policía de que
Terry desapareció, pero que Lily y yo fuimos a buscarlo. Mientras tanto,
seguiremos buscando el dinero.
—No —dijo Lily—. No vamos a separarnos.
—¿Después de todo esto vamos a renunciar? —preguntó, elevando la
voz.
—Brad —advirtió Nicole.
—Bradley —corrigió Walter en voz baja.
—De ninguna manera. —Bradley empezó a caminar—. Hay algo ahí
fuera. —Señaló el laberinto, mirando a cada uno de ellos—. ¿Cuántas
veces en nuestra vida podremos decir que hicimos algo así? ¿Algo atrevido
y arriesgado con una gran recompensa potencial? —Se volvió hacia Lily—.
¿Simplemente vas a vivir tu vida sin saber si tu viejo encontró alguna vez
el tesoro más famoso en la historia de Estados Unidos? Esta es, chicos,
nuestra gran aventura. No podemos dar marcha atrás ahora.
—Podrías hacer esto, Dub —le dijo Nicole a Lily, en voz baja.
Lily levantó el rostro.
—¿Qué?
—Has estado allí. Conoces el diario, conoces los juegos, conoces a
Duke. Tienes que ser tú. 152
—Correcto —dijo Bradley—. Como dije. Nicole y Leo, llévense a
Walter, y Lily y yo podemos seguir adelante.
Lily se quedó mirando la venda del pie de Walter, pensando. No
importaba cuánto deseara esto (el dinero, su rancho y una respuesta
definitiva sobre si su padre le ocultó la mayor victoria de su vida), ¿podría
hacerlo? ¿Simplemente... enviar a Walter a un hospital y seguir adelante?
¿No era ya bastante terrible que hubieran dejado a Terry en el fondo del
cañón?
Pero... hacer que regresaran y contactaran a las autoridades al menos
mostraría que habían tratado de hacer lo correcto. No era una idea
terrible...
—Leo —dijo abruptamente.
Bradley parpadeó, confundido.
—¿Leo?
—Iré con Leo. —Ella se enderezó, con la mandíbula apretada en falsa
confianza con esta decisión.
Bradley se resistió a esto.
—¿Por qué no los dos?
—Menos excursionistas sin experiencia significan menos riesgos. Leo
era un Eagle Scout y tiene más experiencia al aire libre que cualquiera de
ustedes. —Ella hizo una pausa—. Y, francamente, no creo que pueda
hacerlo sin él. Duke no lo habría hecho fácil, y necesitaré que Leo resuelva
los códigos que nos ha dejado.
Leo la miró a los ojos y ella parpadeó. Ella le había preguntado una
vez cómo había resuelto las cosas tan rápido. Le había explicado que veía
códigos y acertijos como imágenes en su cabeza. Cambiaba las cosas,
deslizando mentalmente piezas o números juntos y separados hasta que
tenía una visión sólida de la solución. Luego, dijo, lo examinaría,
verificaría y volvería a verificar su conclusión. Si era un código,
confirmaría la traducción de cada número, letra o símbolo. Si era un
rompecabezas, era más fácil: averiguaría dónde mover cada pieza y sabría
que tenía razón cuando lo hiciera manualmente.
A Lily le parecía magia. No entendía cómo funcionaba su cerebro sin
la ayuda de sus manos, pero no necesitaba entender. Lo había visto, y
ahora mismo necesitaba ese cerebro.
—No puedes dejarme atrás —dijo Bradley.

153
—Tú no tomas las decisiones aquí. Y para ser honesta, no confío en ti
bajo presión. Ya nos apuntaste con un arma a la cabeza y nos metiste en
una persecución de autos a alta velocidad.
—Técnicamente, Leo nos metió en la persecución de autos a alta
velocidad —se quejó Bradley.
Leo la miró, sus manos agarrando las correas de su mochila. Lily
sabía que era la única manera de avanzar, pero su corazón tartamudeaba
con adrenalina al pensar en estar a solas con él y tratar de mantener la
cabeza en su sitio.
—Ustedes lleven a Walter de regreso. Leo y yo necesitamos dos días —
le dijo a Nicole significativamente—. Díganles a los guardabosques que
Terry quería probar diferentes rutas y se alejó solo, y Leo y yo fuimos a
buscarlo.
Nic asintió, sus ojos intensos.
—Esperen nuestra llamada —dijo Lily—. Procuraremos estar dentro
del rango de servicio.
—¿Qué pasa si no llaman? —preguntó Walter.
—Lo haremos. —Ninguno de ellos lo expresó, pero todos estaban
pensando lo mismo: llamarían... a menos que terminaran como Terry.
Dieciocho

P
ara el momento en que llevaron a Walter de regreso al Jeep, su
tobillo tenía aproximadamente el doble de su tamaño normal y
se estaba poniendo de un azul enfermizo. Bradley
definitivamente no estaba contento con el cambio de planes, pero a pesar
de su culpa y necesidad de aventuras, Walter parecía algo aliviado de
regresar.
Honestamente, Leo no estaba seguro de cómo se sentía. La distancia
entre la seguridad de su cubículo y el lugar donde se encontraba podía

154
medirse en galaxias, no en kilómetros. El peligro al que se enfrentaban era
real. Terry estaba muerto. Lo más probable es que Walter tuviera un pie
roto. Leo y Lily podrían ahogarse fácilmente o morir aplastados y nunca
más saberse de ellos. Su mente se desplazó brevemente hacia Cora,
preguntándose qué estaba haciendo, cómo lo manejaría si algo le
sucediera.
Y, sin embargo, el zumbido en su sangre era anticipación, no miedo.
La adrenalina de la aventura y la perspectiva de estar de nuevo con Lily lo
invadieron. Podía sentir la guerra dentro de ella, la atracción, el miedo, y
sabía que esta tenía que ser su elección. Casi todo en su vida le había sido
impuesto. Quería que ella lo eligiera a él.
Desempacaron las mochilas, reevaluando lo que realmente
necesitaban para consolidar los suministros en dos paquetes. La mochila
de Terry era una especie de equipo de montaña caro y de alta tecnología,
así que Lily se la quitó a Bradley y la cargó. Leo la vio vacilar cuando sacó
la bolsa Ziploc con el diario, los teléfonos y la pistola.
—Todavía lo tomaría —dijo—. No lo necesitarán.
Con un suspiro de resignación, lo metió todo en el centro de su muda
de ropa.
Cuando todo estuvo listo, Leo ayudó a acomodar a Walter en el
asiento trasero.
—¿Estás seguro de que sabes lo que estás haciendo? —le preguntó
Bradley con una mezcla de preocupación y envidia.
—Creo que sé lo que estoy haciendo —dijo Leo con cautela—. Pero
incluso si no lo hago, Lily sí. —Miró hacia atrás, donde ella y Nicole
estaban hablando en voz baja a unos metros de distancia—. Alegrémonos
de que esté dispuesta a seguir adelante.
—Estás tan metido —dijo Walter con una risa dolorosa.
—Sí, sí, es adorable, pero vamos —dijo Bradley—. Si tengo que volver
con mamá y tú puedes seguir jugando, será mejor que mantengas la
cabeza en el juego. —Hizo un gesto entre los tres—. Estamos dividiendo
esto, ¿verdad? Así que no te distraigas porque estás ocupado mojándote tu
polla.
Leo se echó hacia atrás, sintiendo que su temperamento se
desplomaba, un pulso pesado justo en sus sienes.
—Bradley, ¿qué mierda?
—¡Lamento ser grosero, pero esto es serio! —Bradley se alejó del Jeep
y se pasó una mano frustrada por el cabello—. Walt y yo necesitamos
saber que puedes hacer esto.
—Sé lo que tengo que hacer —dijo Leo—. ¿Tú? —Marcó las
instrucciones con los dedos—. Lleva a Walt al hospital. Ve a la policía y
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diles que Terry se fue y que lo estamos buscando. Si encontramos el
dinero, conseguiremos todo lo que podamos llevar y llamaremos en cuanto
tengamos señal. —Leo sostuvo su mirada y luego apoyó las manos en los
hombros de Bradley—. Tienes que confiar en mí. ¿De acuerdo?
De mala gana, Bradley asintió.
Todos se enderezaron cuando Lily y Nicole se les unieron de nuevo.
Nicole ajustó la bolsa de hielo alrededor del tobillo de Walter.
—¿Cómo estás?
—Bien —dijo—. Lo siento de nuevo por estropearlo todo.
—No hay necesidad de disculparse —dijo Lily—. Podría haber sido
peor. —Sus palabras resonaron por un instante—. Obviamente. —Cerró
los ojos con fuerza y respiró hondo para tranquilizarse—. Todos ustedes
fueron verdaderos vaqueros esta semana —dijo, mirando cuidadosamente
a cada uno de ellos, y un filamento tierno en el pecho de Leo ardió por lo
buena que era como anfitriona, incluso ahora—. Estuviste brillante en tu
segunda oportunidad. Deberías estar orgulloso.
Lily y Nicole intercambiaron una mirada y luego Nicole se acercó para
abrazarla.
—Mantente a salvo. —Nicole se volvió hacia Leo—. Y tú. Tráela de una
pieza o te cortaré todos tus miembros.
—Anotado —dijo, y se volvió hacia Lily—. ¿Tenemos todo?
Lily revisó su mochila una vez más.
—Creo que sí.
—¡Esperen! —gritó Walter. Con una mano cubierta de polvo, levantó
la mano y se apartó los rizos oscuros de la frente—. Solo quería decirles a
las señoritas Nicole y Lily que este ha sido uno de los mejores viajes que
hemos hecho. —Miró a Bradley y Leo—. ¿Verdad, chicos?
—Excepto por la muerte —dijo Leo en acuerdo—, ha sido genial.
—Correcto —dijo Walter, riendo nerviosamente—, obviamente excepto
por eso. Entonces, solo quería decir gracias. Nunca olvidaré esta
experiencia.
Con una sonrisa renuente, Lily se inclinó y lo abrazó.
—Eres un amor, Walt. No dejes a Nicole meterse en tu pantalón.
—Oye. —Con el ceño fruncido, Nicole subió al asiento del conductor y
Leo vio a Bradley entrar en el lado del pasajero. El motor rugió y Nicole los
miró por la ventana—. Nos vemos en unos días, Dub.
A su lado, Lily asintió con expresión intensa. Los muchachos
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saludaron con la mano y observaron cómo Nicole intentaba guiarlos
suavemente por el camino lleno de baches.
Finalmente, el Jeep desapareció de la vista.
—¿Crees que estarán bien?
—Estarán bien. —Se subió la mochila de Terry a los hombros—.
Somos nosotros los que me preocupan.

Reanudaron el viaje, volviendo sobre sus pasos, esta vez más


conscientes del camino y los obstáculos. No habían hablado, pero parecía
haber una tregua tácita entre ellos, un reconocimiento de lo que había
sucedido la noche anterior y un entendimiento de que no volvería a
suceder. Simplemente se concentraron en el viaje frente a ellos.
Sin embargo, después de aproximadamente media hora, la realidad de
que estaban realmente solos pareció aflojar algo. Abrieron la conversación,
advirtiéndose sobre cosas que debían evitar o señalando lugares de interés
en el camino. Leo le preguntó sobre una planta con flores (arbusto de
creosota), y el cloqueo de un pajarito con un sombrero gris (perdiz chucar),
y ella le preguntó un poco más sobre Cora: cómo era ella, tenía una pareja,
en qué rama de la medicina pensaba que se especializaría. La marcha fue
más rápida con solo ellos dos, y hablaron mientras caminaban sobre tierra
roja suelta suavizada por bultos de hierba y arbustos. Cuando Lily giró a
la derecha, el sendero improvisado se convirtió en más roca que tierra y
comenzó a descender abruptamente, lo que requirió la mayor parte de su
concentración. Caminaron por kilómetros, sus muslos ardiendo en la
empinada cuesta abajo.
—Pisa directamente sobre mis huellas aquí —dijo ella por encima del
hombro.
Él lo hizo, cambiando su ritmo para que sus pasos reflejaran los de
ella.
Ella apuntó.
—¿Ves dónde la tierra es más oscura allí?
Asintió. Justo fuera de su camino, la tierra estaba llena de baches,
cubierta de algún tipo de materia orgánica.
—¿Qué es eso?
—Suelo criptobiótico. Retiene la humedad cuando llueve y ayuda con

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la erosión, pero puede tardar cientos de años en crecer y es muy frágil.
Nunca querrás caminar sobre eso.
Tuvo cuidado de seguir sus pasos mientras avanzaban por un terreno
que se convirtió en más grava que tierra, luego más roca sólida que grava.
Gradualmente, el terreno se estrechó hasta convertirse en un cañón de
ranura. Frentes escarpados de roca se elevaban sobre ellos, formando un
túnel, bloqueando el sol. Le recordó estar en la ciudad y entrar en un
espacio estrecho entre los edificios.
Extendió la mano, dejando que sus dedos se arrastraran a lo largo de
la pared de roca. Algunas partes eran planas, otras curvas como olas. La
superficie estaba casi rayada, con capa tras capa de roca sedimentaria
tallada por las inundaciones durante millones de años. No se sentía como
si debiera ser real.
—¿Alguna vez has oído hablar de Manhattanhenge? —le preguntó,
girando hacia un lado para pasar por una sección particularmente
estrecha.
—¿Manhattanhenge? —Ella rio—. Suena inventado.
—En la ciudad realmente no ves salir o ponerse el sol porque los
edificios bloquean el horizonte. Pero dos veces al año, la puesta de sol se
alinea con las calles este-oeste, y si te paras en el lugar correcto, a mí me
gusta la cuarenta y dos y cuarenta y tres este, puedes verlo.
Se detuvo y se volvió con una mirada lejana en los ojos, como si
estuviera tratando de imaginar un día sin puesta de sol. Lily negó,
aclarándose.
—No puedo decidir si eso suena horrible o extrañamente mágico.
Leo levantó la vista hacia la delgada franja de cielo sobre su cabeza,
una carretera azul que se extendía entre tejados de roca roja.
—Probablemente ambos. Fui a una fiesta con Bradley una noche, y
justo cuando estaba listo para mentir acerca de por qué tenía que irme a
casa, él me llevó afuera. Había una gran multitud, y fue como si toda la
ciudad se quedara en silencio por un segundo mientras veíamos la puesta
de sol juntos.
—¿La extrañas? —inquirió—. ¿La ciudad?
Leo tarareó, pensando.
—No me malinterpretes, amo Nueva York. Es donde crecí, donde
estaba mi madre y donde está Cora. Al menos por otro mes o dos. Pero
estoy tan inquieto allí. Estoy preparado para un gran ascenso en el trabajo
y, sinceramente, si no lo obtengo, no sé qué haré. Tal vez cambiar de
empresa.

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Leo pensó en el último Manhattanhenge que había presenciado.
Había estado en una cita, ni siquiera podía recordar el nombre ahora.
¿Maggie? ¿Margie? Había quedado claro desde el primer momento que no
había química. Y aunque la puesta de sol de esa noche había sido
hermosa, no se parecía en nada a las puestas de sol aquí: el cielo
derramando fuego sobre el borde torcido, todo con espacio para respirar.
Tenía sentido por qué Lily nunca querría irse.
—¿Crees que lo conseguirás? —preguntó ella.
—¿El ascenso? Probablemente.
Esto la hizo reír.
—No suenas particularmente emocionado. ¿No es algo bueno?
Él se encogió de hombros, sonriéndole.
—Más dinero, menos diversión.
—El dinero es bueno —razonó.
—Supongo.
Sintió que Lily lo miraba y supo cómo sonaba. Pero admitirle que un
ascenso de repente se sentía como una trampa, que desde que había
venido a este viaje casi no podía imaginarse trabajando en interiores
nunca más, y que estar aquí afuera lo hizo ver cuán rutinaria y estéril era
su vida en Nueva York, también sería admitir el papel de ella en esta
epifanía. Gran parte se trataba de volver a estar cerca de ella, y le había
pedido explícitamente que se guardara esas cosas para sí mismo. Así que
lo hizo.
Pasaron la hora siguiente trepando por encima y por debajo de las
piedras encajadas entre las paredes verticales. No era claustrofóbico, pero
lo desorientaba no poder ubicarse con la ayuda del sol, el cielo o las
montañas. La aguda severidad del terreno rocoso aquí hizo que el avance
fuera lento. No lo indujo exactamente al pánico, pero la incomodidad de
tener solo una salida combinada con el esfuerzo físico había comenzado a
desgastarlo cuando la ranura se abrió nuevamente. ¿Cómo hacía Lily para
que esto pareciera tan fácil? Ambos respiraban con dificultad cuando se
detuvo para revisar el mapa, pero por lo demás parecía completamente
tranquila. No se había dado cuenta de lo fresco que estaba a la sombra
hasta que volvieron a estar bajo el sol, y agarró su cantimplora. El aire
estaba seco y lleno de polvo.
Ella levantó la mano para pasarse el dorso por la frente. Estaba
inundada de color y luz, su piel reflejaba el tono dorado de las rocas a su
alrededor. Era tan hermosa que casi le quitó el aliento.
—¿Listo?

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Leo asintió, mirando hacia atrás antes de tomar un largo trago y
guardar su cantimplora en su mochila.
—Sí.
—Todavía vamos hacia abajo, pero tomaremos el camino más fácil.
Creo que estás demasiado cansado para hacer rappel. —Dobló el mapa.
—No estoy cansado —mintió.
Ella ignoró esto.
—Sigue mis pasos —le recordó—. Y no te pares al borde de las rocas.
Desafortunadamente, Leo no tenía el equilibrio de Lily, y necesitó sus
manos y pies para avanzar parte del descenso.
—¿Esta es la manera fácil? —inquirió.
—No si te vas a quejar de eso todo el camino.
Abrió la boca para decir algo sarcástico, pero cuando una lagartija
salió disparada de su mano, se echó hacia atrás sorprendido y su pie
resbaló. Un segundo estaba allí, y luego se había ido, en caída libre, y
preguntándose si esto fue lo que sintió Terry.
El suelo desapareció, la gravedad lo envió por un tobogán moteado de
esquisto y grava en menos de un segundo, el grito de Lily ya parecía
imposiblemente lejano. Alcanzó todo lo que pudo encontrar: plantas,
ramas, rocas, sus dedos arañando la tierra mientras el mundo se volteaba
y luego otra vez derecho una y otra vez. Su estómago se revolvió; sus
piernas se sentían desconectadas de su cuerpo. Algo le cortó la palma de
la mano y le raspó el rostro. El aire salió de sus pulmones cuando
finalmente aterrizó sobre su mochila en el fondo de... algún lugar.
Le zumbaban los oídos; la suciedad y la gravilla le quemaban los ojos
y nublaban su visión. No estaba seguro de dónde estaba hasta que Lily
estuvo allí, sin aliento y pasando manos frenéticas sobre su pecho, sus
piernas, su rostro.
—Leo… —Su voz se cortó abruptamente cuando empujó la mochila de
sus hombros, palpando sus brazos, apretando, presionando sus dedos en
su cuello para sentir su pulso—. Pensé que habías muerto.
Intentó sentarse, pero todo le dolía. Especialmente su culo.
—Ojalá lo hubiera hecho —dijo, gimiendo.
—¿Notas algo roto?
Se miró la mano; se cortó con algo, pero no demasiado. Trazó lo que él
imaginó que era un rasguño en el pómulo y frunció el ceño. Probó todo lo
demás: codos, muñecas, rodillas, pies. Todo parecía moverse.

160
—Parece que no.
Ella se hundió en el suelo, atrayéndolo hacia ella.
—Realmente pensé que habías muerto —dijo de nuevo, con la voz
sospechosamente espesa. Lily sostuvo su cabeza contra su hombro,
presionando su rostro contra su cuello, y el calor sudoroso de su piel lo
mareó de nuevo.
—Lil, estoy bien. —Intentó retroceder, pero ella lo agarró con más
fuerza y sus sospechas se profundizaron—. Oye —murmuró, envolviendo
sus brazos alrededor de ella, frotando lentamente su espalda—. Mírame.
Estoy bien.
Finalmente, le permitió inclinar su barbilla hacia atrás y mirarla al
rostro. Su corazón dio un vuelco brusco y delicioso en su pecho. Esta
mujer acerada y cautelosa estaba llorando. Por él.
Él levantó la mano, pasando el pulgar por su mejilla mojada, y ella de
mala gana levantó sus ojos llorosos hacia los de él. Leo se caería
voluntariamente por esa colina una docena de veces más si eso significaba
que ella lo miraría así cada vez.
—¿Ves? No muerto. No me falta ningún diente, ¿verdad? —Él sonrió.
Ella frunció el ceño ante esto, no lista para bromear todavía.
—¿De verdad estás bien?
Su sonrisa se amplió a pesar del dolor.
—De verdad estoy bien.
—De acuerdo. —Ella respiró entrecortadamente y asintió, sus ojos
buscando sus rasgos para tranquilizarse—. ¿Leo? —dijo suavemente.
Él miró sus labios, inclinándose hacia adelante.
—¿Sí?
Ella golpeó ligeramente la parte superior de su cabeza.
—Te dije que vigilaras tus pasos.

161
Diecinueve

L
ily tardó unos buenos veinte minutos en calmarse y, cuando lo
hizo, el poderoso rugido del río le recordó que se suponía que la
caminata hacia el laberinto sería la parte fácil. Podía oír la voz
grave de Duke: Esto es Canyoneering 101, amiga. No me digas que no estás
preparada para esto.
Leo se detuvo cojeando detrás de ella, expresando sus pensamientos.
—Vaya. Eso es más agua de lo que esperaba.
Mirando hacia el río, Lily sintió que se le encogía el estómago. Había
olas espumosas, chocando unas contra otras, enredándose. Pequeños
remolinos giraban en gráciles espirales; gordos y brillantes cojines de agua 162
empujados contra obstáculos desconocidos. Y por la forma en que el agua
corría plana justo en el medio, Lily supo que era profunda.
No, Duke, no estoy absolutamente preparada para esto.
Ningún cruce de río vale tu vida, respondió su padre arrastrando las
palabras. ¿Empacaste tus cosas herméticamente?
Respiró hondo para calmar sus nervios. Sus mochilas eran resistentes
al agua, en el mejor de los casos, pero ella había esperado agua tranquila
hasta sus espinillas. Era parte de la razón por la que había planeado el
descenso donde lo hizo, para cruzar aquí. Dejando de lado la posibilidad
de mapas arruinados y teléfonos satelitales inundados, si sus cosas se
mojaran y no pudieran encender un fuego, no pudieran cambiarse y
ponerse ropa seca...
Lily no terminó el pensamiento. Nunca en toda su vida había
imaginado su propia muerte, pero si le insistían, diría lo que
probablemente diría cualquiera que fuera al menos en parte optimista:
esperaba morir cuando fuera vieja, después de una vida larga y feliz.
Absolutamente no esperaba morir en Green River, persiguiendo el sueño
lunático de su padre.
Leo se quitó la mochila, revisando las cremalleras y los amarres,
asegurándose de que la tienda y el saco de dormir estuvieran sujetos con
las correas. Lily dejó caer la suya para hacer lo mismo.
Él miró a su alrededor.
—También es más verde de lo que esperaba.
La mayor parte de la vegetación aquí nunca sobreviviría a las
condiciones secas del desierto circundante. El río creaba su propia zona
ribereña, una donde los álamos de Fremont y los olivos rusos ofrecían una
sombra moteada, donde densos grupos de arbustos y brotes de hierba
crecían en el agua torrencial.
—Ha sido un año húmedo. Puede que no se vea así la próxima
primavera.
—Esperemos que todavía estemos aquí para verlo. —Él asintió y soltó
un suspiro tranquilizador—. De acuerdo. Podemos hacer esto —dijo,
entrecerrando los ojos mientras miraba río arriba. Podía verlo llegar a la
misma conclusión que ella: sería peor cuanto más se acercaran a la
confluencia—. Solo tenemos que ir despacio.
Agarró una rama y la arrojó, midiendo la velocidad de la corriente.
Inmediatamente, se sumergió, balanceándose unos pocos metros río abajo
antes de girar rápidamente en un pequeño y ansioso remolino. Lily gimió.
—Aun así, deberíamos cruzar aquí —dijo—, y luego acampar cerca
para secar nuestros zapatos. —Rápidamente la miró, anticipando su 163
discusión—. Podemos usar algunas horas, Lil. No podemos caminar con
botas mojadas, y no podemos cruzar un río como este descalzos.
Tenía razón, pero ella lo odiaba. Odiaba lo complicado que se estaba
volviendo esto, odiaba cómo había fallado en planificar todo, y odiaba aún
más que su deseo de seguir adelante superara su deseo de dejarlo todo.
—Hace que la caminata de mañana sea más larga, pero no estoy
segura de qué podemos hacer al respecto. —Ella le echó un vistazo.
Parecía firme y apenas cojeaba, pero aun así—. ¿Estás seguro de que estás
listo para eso? Tuviste una caída bastante grande.
—Estoy bien. —Leo se inclinó y comenzó a subirse la pernera del
pantalón. Era caro (nylon-spandex ligero) y se estaba abofeteando a sí
misma por no llevar algo así. Por otra parte, ¿cuándo habría imaginado un
desvío como este?
Hábilmente, se las arregló para llevarlos a la mitad del muslo, y Lily
sintió que sus pensamientos llegaban a una polvorienta y tosida parada.
Se había olvidado de sus piernas. O, más probablemente, se había
obligado a no recordarlas tan vívidamente. Sus muslos eran irreales:
definidos y gruesos; la parte más sorprendente de un cuerpo que por lo
demás era delgado. Hombros anchos, cintura estrecha, luego muslos que
podrían aplastarla como una nuez. Jesús, Lily había amado esos muslos.
Levantando su cerebro de la caída libre, miró sus vaqueros. No sería
capaz de enrollarlos lo suficientemente alto para mantenerse seca, pero
cruzar este río en ropa interior, con Leo a su lado, sonaba como el número
noventa y nueve en su lista de cien cosas que no quería hacer, solo por
encima de clavarse un tenedor en la pierna.
Aun así, a la mierda.
Sin mirarlo, se quitó los zapatos, se desabrochó el cinturón, se bajó la
cremallera de los vaqueros y se los quitó. Intentó no pensar en sus propios
muslos ni en el aspecto que tenían la última vez que Leo los había visto.
Ya no tenía diecinueve años. Trabajaba duro y comía mucho cuando
podía, pero a diferencia de Leo, nunca había puesto un pie en un
gimnasio. Enrollando sus vaqueros en una bola, Lily los empujó
profundamente en su mochila junto con la energía desperdiciada por
preocuparse por su cuerpo. Verse bien en ropa interior no la ayudaría a
cruzar el río más rápido. Volvió a ponerse las botas de montaña y luego se
enderezó, colocándose la mochila sobre los hombros y ajustando las
correas como si hiciera esto todos los días.
Lily registró que se había quedado sospechosamente callado.

164
—¿Qué? —dijo bruscamente.
Leo se aclaró la garganta.
—Inteligente. —Se detuvo de nuevo, y cuando ella lo miró,
rápidamente apartó la mirada—. ¿Te sentirías mejor si también me quitara
el mío?
Su “NO” salió disparado de ella, demasiado rápido.
Demasiado rápido.
Leo sonrió.
—Entonces vamos.
Juntos, se acercaron al borde y miraron hacia su punto de entrada.
El agua estaba inquietantemente turbia y oscura.
—Desabrocha las correas de la cintura y del esternón —le recordó.
Si alguno de ellos tropezaba, el peso de sus mochilas gigantes podría
volcarlos y arrastrarlos hacia abajo. Las mochilas podrían engancharse en
un obstáculo y atraparlos. Sí, con la mochila desabrochada, Lily podría
perder fácilmente todo lo que había allí, incluido el pantalón, pero
considerando la alternativa, lo tomaría.
Había cruzado este río antes, muchas veces, pero nunca cuando
estaba tan lleno o tan rápido. Era el peligro de estar en lo profundo de un
cañón bajo: la lluvia podía inundarlos rápidamente. La tormenta de la
noche anterior había sido breve, pero furiosa. Cuando Lily miró hacia
arriba, pudo ver algunas cascadas diminutas cayendo sobre el borde de la
roca roja justo desde donde estaba parada. No iba a ser más fácil si se
quedaban allí y miraban.
Lily metió un pie, de frente a la corriente que se aproximaba, y se
metió de lado en el agua. Y luego, una vez que encontró el equilibrio,
mantuvo los ojos en la orilla opuesta, con cuidado de no marearse mirando
el río que se arremolinaba alrededor de sus piernas.
—Trata de quedarte en el banco de arena —dijo.
A su derecha, Leo entró ligeramente río arriba, y su corazón dio un
vuelco insistente al darse cuenta de que él la estaba protegiendo
rompiendo la corriente. Extendió la mano, agarrando la de ella, y juntos se
movieron en pequeños pasos arrastrando los pies a través del agua hasta
las rodillas.
Y luego, a solo metro y medio de profundidad, cayeron abruptamente
hasta la cintura. Leo respiró hondo ante la gélida temperatura, y ella lo
miró, con el estómago hundido. Ni siquiera estaban en el medio todavía.
—Vamos a tener que sostener nuestras mochilas —le dijo—.
Tendremos que esperar que no caiga mucho más en el medio.
Los desequilibraría, pero si se movían lentamente, deberían estar
165
bien. Quitándose las mochilas, las levantaron con cuidado por encima de
sus cabezas.
—Solo un paso a la vez —dijo, mirándola fijamente a los ojos—.
¿Estás bien?
Lily asintió, su enfoque en la orilla opuesta, permitiéndose solo
pequeños vistazos al río a pesar de que ya no podía ver el fondo. El agua
helada corría por su cintura, sus costillas. Sus pies resbalaron entre la
roca, las ramas pequeñas y los detritos llenos de juncos. Cada paso era un
proceso lento de extender una pierna solo unos centímetros, palpar
alrededor, encontrar un punto de apoyo sólido, mover cuidadosamente su
peso hacia adelante. Sintió el mismo enfoque cuidadoso en Leo.
Todo iba bien hasta ahora. Pero aun así... Lily se sentía inquieta.
Había un instintivo y oscuro zumbido en su sangre.
—Esto se siente como una mala idea —dijo.
—Podemos hacerlo —murmuró él, con los ojos en el otro lado—. Un
paso a la vez. Estamos casi a la mitad.
Llegaron al centro profundo y tranquilo y, para su sorpresa, el agua
subió solo unos centímetros por sus torsos. Leo la miró triunfante.
—¿Ves? —dijo Leo—. Casi ahí.
Ella sonrió, pero un sonido agudo salió de su garganta cuando su
siguiente paso aterrizó mal, su pie se deslizó por el borde resbaladizo de
una roca irregular. Lily gritó, luchando con los brazos para sostener su
mochila por encima de su cabeza bajo el peso cada vez más exigente. Leo
echo un vistazo, con los ojos muy abiertos.
—¿Estás bien?
Un sí estaba en sus labios, pero luego, de repente, no estaba bien. Su
equilibrio se desvió hacia un lado, y para compensar, Lily dio un paso
lateral rápido, pero todo lo que hizo fue llevarla a un pequeño remolino; se
inclinó para estabilizarse, tropezando con un obstáculo invisible. Su pie
fue barrido debajo de ella, y cayó hacia atrás, sumergiéndose
completamente por un impactante y jadeante segundo.
La corriente le torció el torso, le volteó las piernas y la arrastró río
abajo, dejándola aterrorizada, pateando para recuperar el equilibrio.
Lily volvió a levantarse, tosiendo, parpadeando ante el sol brillante,
desesperada por orientarse. El agua era castigadora e indolente, corriendo
a su lado en un alegre torrente. De repente, su mochila empapada era la
menor de sus preocupaciones. Cuando perdió el equilibrio y se deslizó río

166
abajo, su pie resbaló en una maraña de ramas y rocas... quedó atrapado.
No tenía nada a lo que agarrarse, nada a lo que aferrarse, alcanzar, con lo
que levantarse. Leo dio unos pasos precarios hacia ella, estirando un
brazo, pero no podía sostener su mochila con firmeza con una sola mano.
Casi dejándola caer, inmediatamente echó el brazo hacia atrás, luchando
por mantener el equilibrio. Que ambos dejaran caer sus mochilas al agua
sería catastrófico.
—Lily —dijo, con voz firme—. Dime qué está pasando.
—Mi pie está atascado. —Intentó mantener el pánico alejado de su
voz, pero lo sintió crecer de todos modos, caliente e hinchado, haciendo a
un lado la razón. Cuando tiró de la pierna hacia atrás, tratando de
liberarse por pura fuerza, descubrió que no era solo que había pisado una
maraña de ramas. Algo estaba enganchado alrededor de su tobillo, y no
podía girar para salir sin perder el equilibrio de nuevo. Lily podía
agacharse y liberarlo, pero tendría que sacrificar su mochila y aún no
estaba lista para hacerlo—. No puedo liberarme sin tirar mi mochila al
agua.
Él la miró y luego a la otra orilla, a solo unos cinco metros de
distancia. Sus ojos oscuros volvieron a su rostro, buscando. El caos de la
mañana ya había retrasado su salida, y ahora el sol colgaba bajo, un globo
perezoso en el cielo nublado. Incluso si sacrificaban ambas mochilas y
nadaban hasta la orilla, incluso si por algún milagro lograban salir del
cañón antes del atardecer, todavía tendrían kilómetros que caminar en la
oscuridad, empapados, antes de llegar a un teléfono.
—¿Estás estable allí? —preguntó.
—Si me quedo quieta —dijo, castañeteando los dientes—, eso creo.
—Voy a acercarme lo suficiente como para tirar mi mochila a la orilla
y luego regresaré por ti, ¿de acuerdo?
Lily asintió, aferrándose a su mirada como una cuerda. El agua
empujaba sus caderas; luchar con el peso de su cuerpo le dejó la
sensación de que aceleraba, que el río intentaba luchar contra ella. El
exterior de su mochila ya estaba empapado, pero la posibilidad de que algo
dentro todavía pudiera estar seco (el teléfono satelital, el arma, Dios mío, el
diario), la hizo decidirse a sostenerla, sus manos temblando mientras el
agua goteaba por sus cansados brazos.
Necesitaba que se diera prisa, pero su corazón se retorció ante la idea
de él apresurándose para ir y volver, de él atascado, de ambos atrapados e
incapaces incluso de alcanzarse el uno al otro. La abofeteó el frenético
recordatorio que había sentido antes: que si algo le pasaba a él, no sabía lo
que haría. Levantando la barbilla, ignorando su pulso atronador, Lily lo
instó a moverse.

167
—Ten cuidado.
—Lo haré. —Con una última mirada hacia ella, se volvió hacia
adelante, un pie afuera, luego otro, más rápido ahora, asumiendo riesgos
que no había tomado antes. Un par de veces, su pie resbaló, pero logró
recuperar el equilibrio. Lily observó los músculos tensos de sus brazos
usando la mochila para equilibrar su peso. Tenía una bola de plomo en la
garganta. Leo tropezó, casi cayendo hacia adelante, y ella gritó su nombre;
el pánico se sentía como si la estuviera invadiendo, fría y aterrorizada
cuando sus brazos cedieron y tuvo que descansar la mochila sobre su
cabeza para no dejarla caer por completo.
Inhala, exhala.
Mirarlo no estaba ayudando; la estaba poniendo más aterrorizada.
Todo lo que puedo controlar es a mí misma, pensó. Leo es capaz, está
tranquilo bajo presión. Solo quédate quieta y él vendrá por ti. Lily trató de
relajarse, empujando contra la forma en que sus pensamientos retrocedían
ante la dependencia. Abrió los ojos cuando escuchó que su mochila
aterrizaba a salvo en una maraña de artemisa, y él se giró de inmediato,
usando sus brazos para impulsarse rápidamente sobre el lecho irregular
del río.
Debajo de ella, algo se movió, y en un instante su pie estuvo libre,
pero no tenía una postura sólida; el río la arrastró victorioso hacia
adelante, derribando sus piernas de nuevo, arrastrándola lejos de Leo. Lo
último que vislumbró fue que sus ojos se abrían conmocionados, la forma
de su nombre en sus labios. El agua helada llenó su boca, sus ojos, y ella
estaba luchando por permanecer en la superficie, farfullando y tosiendo
antes de estrellarse bruscamente contra una roca. Con un estallido de luz,
el impacto la dejó sin aliento. El agua se elevó con una fuerza aplastante,
llegando a su cuello, inmovilizándola contra la piedra.
Lily no podía ver nada, no podía pensar en nada excepto que tal vez
así era como moría. Espero que Leo encuentre el dinero, pensó. Espero que
lo encuentre y compre el rancho en mi honor y viva allí solo con los caballos
y Nicole. Espero que nunca me olvide. Una risa burbujeó y salió de su
garganta, pero se convirtió en un sollozo cuando Leo surgió del agua frente
a ella, el cabello pegado a la mitad de sus ojos, pequeñas estrellas de sol
brillando en las puntas de sus pestañas. Extendió la mano hacia adelante,
arrastrándola lejos de la roca y levantándola a ella y su mochila empapada
sobre su espalda mientras avanzaba con dificultad, un paso a la vez contra
la fuerte corriente, decidido.
Llegaron a la orilla dando tumbos, y Leo hizo rodar a Lily sobre la
hierba, arrastrándose tras ella y acariciando su rostro mientras tosía agua.
Se sintió histérica ahora que estaban en tierra, hipando y jadeando

168
mientras la conmoción se disipaba y comprendía: si Leo no la hubiera
alcanzado cuando lo hizo, se habría ahogado.
Él estiró sus brazos hacia atrás, quitándose su camiseta empapada y
usándola para limpiarla con cuidado.
—Lily —dijo suavemente—. Respira, cariño. Está bien. Estás a salvo.
Cediendo al choque de emociones, ella lo alcanzó, tirando de él hacia
abajo y sobre ella. Su torso aterrizó sobre el de ella, sólido y cálido a través
de su ropa mojada, y ella extendió sus manos sobre su espalda desnuda,
estirando los dedos para cubrir la mayor parte de la amplia extensión que
pudo. El fuerte bum-bum-bum de su corazón latía con vitalidad
tranquilizadora contra su esternón. Lily se preguntó si él también podría
sentir su corazón. Se preguntó si él estaría recordando la primera vez que
hicieron el amor, la primera vez de Lily, y la forma en que se derrumbó
sobre ella después, justo así. Esa noche, su corazón parecía como si
estuviera tratando de salir de su cuerpo y entrar en el de ella.
Todo podría haber terminado allí en el río, ¿y para qué? ¿Algo de
dinero?
—¿En qué estamos pensando? —dijo con dificultad—. Esto es tan
tonto.
Leo se apartó, pasándole la mano por la mejilla, por el cabello.
—Estamos pensando que una oportunidad de recuperar tu rancho
merece luchar un poco con un río.
A pesar de sí misma, tosió una risa irónica.
—Por un segundo allí, realmente pensé que iba a morir.
Por la forma en que él la miró, la mirada recorriendo cada uno de sus
rasgos, Lily supo que había pensado lo mismo.
—Tuve que dejarte ir una vez —le dijo—. ¿Crees que voy a dejar que
eso suceda de nuevo?

169
Veinte

P
asó un largo momento, las palabras de Leo resonando entre
ellos antes de que él hiciera una mueca y se alejara.
—Deberíamos secarte —murmuró.
Subieron a la orilla y Leo inmediatamente comenzó a juntar palos y
ramitas para hacer fuego. Lily quería ayudar, pero se sentía como si
hubiera estado paralizada. Por su confesión, por la experiencia cercana a
la muerte en el río, por la realidad de sus circunstancias presentes. Por
segunda vez ese día, la adrenalina descargó un diluvio de alivio en su
torrente sanguíneo, y de repente estaba temblando tan fuerte que apenas
podía dar otro paso adelante. Cerró los ojos, apretando la mandíbula,
intentando ordenar su mierda cuando sintió que el cuerpo de Leo se
170
acercaba.
Sostuvo su saco de dormir entre ellos, protegiéndola.
—Quítate el resto de tu ropa. Tendrá que secarse durante la noche.
Puedes ponerte mi ropa seca.
Lily lo miró por encima de la bolsa.
—Leo, tú no…
—Estás temblando tan fuerte que te vas a caer. Sabes que va a hacer
frío tan pronto como se ponga el sol. —Se dio la vuelta, con la mandíbula
apretada—. Te prometo que no miraré.
—No me importa si miras. —Lily se quitó su camisa empapada,
sintiéndose débil e inestable. Se quitó los calcetines exponiendo sus pies
pálidos y empapados. Después de una breve vacilación y una mirada hacia
él, él todavía estaba mirando a otro lado cuidadosamente, se desabrochó el
sujetador y se quitó la ropa interior.
—Está bien —dijo en voz baja.
—Toma. —Con los ojos cerrados y el rostro vuelto hacia otro lado, se
movió para entregarle el bulto enrollado de su ropa extra—. Ponte esto.
Su cuello estaba rojo, las mejillas manchadas por el calor. Una vena
en su cuello latía.
—Está bien —dijo de nuevo una vez que estuvo vestida—. Estoy
decente.
Leo dio un paso adelante, colocando el saco de dormir alrededor de
sus hombros. Y luego se inclinó, recogió la pila de ropa mojada y su
camiseta, y se alejó varios metros para esparcirlas sobre una piedra plana
todavía caliente por la rápida puesta del sol. Sacó la tienda y el saco de
dormir de sus correas, colocándolos sobre cálidas superficies rocosas.
Alineó sus botas de montaña, rebuscó en su mochila y le mostró que,
aunque la carne seca estaba húmeda, los teléfonos, la pistola y el
cuaderno, guardados sabiamente en el medio de todo, todavía estaban
secos dentro de la bolsa Ziploc.
—Gracias a Dios —dijo ella en voz baja.
—Sí.
Lily observó mientras él se quitaba el pantalón y los calcetines
despreocupadamente y los colocaba junto a todo lo demás. Debería haber
estado más sorprendida por la vista de su piel, o por el hecho de que de

171
repente estaba viendo un montón de la misma. Sus anchos hombros,
cintura afilada, muslos gruesos estaban todos desnudos para ella; suave y
definido. Leo era más musculoso en este cuerpo adulto. Pero su cuerpo
seguía siendo suyo, y mirarlo ahora, especialmente con el pánico
desapareciendo, hizo que un dolor enorme creciera dentro de ella.
Se dejó el bóxer puesto mientras caminaba descalzo con cautela por
su campamento improvisado, volviendo a recoger ramas, ramitas, hierba
seca.
Una vez que sus piernas volvieron a funcionar, ella se trasladó a su
mochila, la seca, y sacó su tienda.
—Tendremos que compartir esto, supongo —dijo.
—Yo me encargo. —Leo le sonrió desde donde estaba agachado sobre
la leña, sosteniendo el pedernal—. Tu trabajo es sentarte ahí y mirarme.
El calor inundó sus mejillas y trató de averiguar si él se estaba
burlando de ella por enojarse con él anoche o insinuando que era una
dificultad de alguna manera tenerlo haciendo una ruda rutina de hombre
de la montaña en nada más que ropa interior negra y húmeda.
Y luego decidió que no le importaba. Lily se acomodó en una roca,
permitiéndose esta pequeña ventana para disfrutar viéndolo. Con cuidado,
encendió un fuego, rodeándolo con un pequeño anillo de piedras. Una vez
que estuvo funcionando y estuvo satisfecho de que no se apagaría, se
sentó frente a ella, extendiendo las manos para calentarlas.
—¿Quieres esto? —inquirió, refiriéndose al saco de dormir.
—No, estoy bien. —La miró a los ojos y agregó—: De verdad.
Probablemente todavía estaban a unos quince grados, y sin una brisa
el aire no estaba nada mal. Pero aunque su cuerpo había detenido los
violentos escalofríos, todavía se sentía levemente febril. Lily se apretó más
el saco de dormir sobre los hombros.
—¿Te gustaría una barra de proteína o una barra de proteína para la
cena? —preguntó Leo, riendo.
Ella se inclinó para hurgar en su bolso.
—Afortunadamente tenemos setecientos de estas. —Sacó un par de
barras para cada uno de ellos, arrojándolas de una en una sobre la parte
superior del fuego que crecía rápidamente.
Él las atrapó y le dio una mirada juguetona de incredulidad con los
ojos muy abiertos.
—Viviendo al límite.
—Ya sabes como soy. Casi muero, nada puede estremecerme ahora.

172
¿Y tú? Hoy te lastimaste bastante.
Leo abrió un envoltorio y tomó la mitad de una barra de un solo
bocado. Miró los cortes y rasguños.
—Me curaré.
—Lamento haber dejado caer mi mochila en el río.
Negó, terminando la barra de proteína.
—Estás viva. Eso es solo material, y se secará.
—No para la hora de dormir.
Leo se inclinó hacia adelante, avivando el pequeño fuego.
—Podemos compartir mi saco de dormir.
Mientras miraba las llamas, Lily lo miró a él. ¿Podemos?, se preguntó.
Siempre era tan tranquilo, siempre adaptable. Ella se dio cuenta,
observándolo, de que enfrentaba desafíos como si fueran una parte
esperada de su camino. Por el contrario, a ella le molestaba cada pequeño
obstáculo.
Tal vez no le haría daño tratar de disfrutar la aventura en lugar de
arder en silencio ante la posibilidad de que su padre le escondiera un
tesoro. No podía cambiar el pasado, después de todo.
—¿Estás realmente bien? —cuestionó ella—. ¿No te duele mucho?
Ahora que estaba prácticamente desnudo, Lily pudo ver algunos
rasguños en su brazo izquierdo y un moretón floreciendo en sus costillas.
Él asintió, sonriendo al fuego.
—Ese fue un maldito día loco.
Esto la hizo reír, y él la miró, complacido con el sonido. Su corazón
dio un vuelco. Lily podía simplemente mirarlo y saber cómo se sentía. Qué
locura que, al menos de esta manera, no hubieran cambiado en absoluto.
No te vuelvas a enamorar de él, pensó.
—Sin embargo, realmente estoy intentando imaginar cómo vamos a
caber los dos en el saco —dijo él, levantando la barbilla—. Tendrás que
mantener tus manos quietas.
Arrancando un trozo de su barra de proteínas, se lo arrojó.
Pero en lugar de golpearlo en la frente como ella había planeado, Leo
se agachó y lo atrapó en la boca.
Lily gritó, señalando.
—¡Cállate!
Estaba tan orgulloso, era gracioso.

173
—¡Viste eso!
—Está bien —dijo—, pero, ¿puedes hacerlo dos veces? —Lanzó otro
pedazo, pero el arco era plano. Ese lo golpeó en la barbilla.
Leo negó, golpeándose los muslos con las manos.
—Ese fue un mal lanzamiento. No cuenta.
—Bien, de acuerdo.
Lo intentó de nuevo. Era alto y tuvo que inclinarse hacia la derecha,
pero lo atrapó, masticando con orgullo.
—¿Quién sabía que tenías talento en el arte de atrapar comida
voladora? —preguntó, inclinándose para tomar un bocado—. Esta debe ser
una nueva habilidad.
Él asintió, abriendo su segunda barra.
—Estoy lleno de sorpresas.
No es esa la verdad. Lily lo miró fijamente, largamente. Sus nervios
zumbaron. Se preguntó cuán bien se sentiría tener esa piel suave y melosa
presionada a lo largo de su frente. Lo quería como manta.
Sin embargo, Lily tenía que tener cuidado: mantener su enfoque, no
hacer esto sobre estar a solas con Leo en medio del desierto. Después de
todo, no estaban allí solo por ellos mismos. Sus amigos confiaban en ellos.
Su futuro dependía de esto.
Pero cuando él la miró, sonriendo tímidamente, cada pensamiento
coherente salió volando de su cabeza y se encontró soltando:
—Me gusta cómo te sientas allí casi desnudo como si fuera totalmente
normal.
Él le sonrió, completamente a gusto en su cuerpo.
—Bueno, alguien está usando mi ropa y mi saco de dormir.
—¿Ya tienes frío?
Negó.
—Estoy bien.
Honestamente. Lily lo miró fijamente, preguntándose si realmente era
tan tonto como para dejar pasar esa oportunidad.
Hizo una doble toma cuando captó su expresión.
—¿Qué?
Ella negó, sonriendo.
—Nada. Bueno. —Volviendo su atención a su comida, dijo—: Me
alegro de que no tengas frío.
—Espera. —Hizo una pausa—. ¿Me estabas invitando a compartir ese
saco? 174
—Demasiado tarde.
Se rio con incredulidad.
—Justo anoche me besaste como si estuviera regresando de la guerra
y no lo has reconocido ni una sola vez.
—Lo sé —dijo rápidamente—. Tienes razón. Ignórame. Simplemente
me dejé llevar por el momento.
Bajó la mirada, recogiendo su barra, pero podía sentir la presión de
su enfoque en ella. Finalmente, dijo su nombre:
—Lily.
—¿Mmm?
—Pregúntame otra vez.
Ella rio.
—No.
—Sí.
—No.
Se puso de pie y se acercó, inclinándose para captar su atención.
—Lily, me estoy congelando. —Sus ojos bailaban, brillando
juguetonamente bajo la puesta de sol—. Tengo tanto frío. Por favor,
ayúdame.
—Mentiroso. —Sin embargo, no pudo resistirse a él y abrió el saco de
dormir, conteniendo la respiración mientras él se acomodaba a su lado.
Cálido como el sol, suave y sólido. Lily no pudo evitarlo: se inclinó hacia él
y él le rodeó los hombros con el brazo.
La voz de Leo era un murmullo suave.
—Mmm. Esto está mejor. —Apoyó la barbilla en la parte superior de
su cabeza—. ¿Te sientes bien?
Ella asintió, mordiéndose el labio. No había sentido este tipo de dulce
dolor físico en una eternidad. Cambiando de tema, dijo:
—Estos calzoncillos que me diste tienen pequeñas rebanadas de pizza
por todas partes. ¿Tienes doce años?
—Oh, lo siento, ¿preferirías usar mi otro par? —preguntó—. ¿Los
invisibles?
Lily se rio, lo miró, y el instinto de prolongar la broma desapareció
cuando una bombilla estalló en alguna parte y sus sonrisas se

175
enderezaron. Oh, no, estaban pensando lo mismo. Específicamente: qué
extraño era que estuvieran aquí, acurrucados bajo un saco de dormir, en
esta loca aventura, solos.
Ella extendió la mano, apartando el cabello de su frente.
—Gracias por salvarme el culo en el río.
—Gracias por patearme el culo antes cuando me caí —dijo, y luego le
sonrió, con los ojos en su boca.
Sonriendo, Lily le preguntó:
—¿Quizás estás sugiriendo que fui demasiado dura contigo?
Él asintió, inclinándose hacia adelante, y ella lo encontró a mitad de
camino, presionando sus frentes juntas. Lily levantó su mano a un lado de
su rostro; su barba era suave, y a ella le encantaba que raspara
suavemente. Levantó la mano, ahuecando su mandíbula y enviando sus
dedos a su cabello. El simple toque en la nuca envió una sensación voraz y
drogada a través de la superficie de su piel. Sus labios flotaban apenas a
un centímetro de los de él.
—No hagas esto si te sentirás como una mierda mañana —dijo.
La solicitud envió una comprensión refrescante a través de ella. Esta
noche, Lily quería esos labios carnosos sobre los suyos. Pero la Lily de
mañana podría despertarse sintiéndose inestable e inquieta nuevamente.
Según su experiencia, el hambre nocturna nunca había sido una buena
combinación con el pensamiento racional diurno.
Ella se alejó.
—De acuerdo. Lo siento.
A su lado, su decepción se manifestó en un silencio, una respiración
contenida, y luego Leo se encogió de hombros fuera del saco de dormir.
—Debería preparar el campamento.
Sabía que debería ayudarlo, pero la puesta de sol era un rayo de color
naranja pastel y púrpura, el fuego crepitaba pacíficamente y Leo estaba
prácticamente desnudo; la vista ahora estaba firmemente plantada en
fantasías que nunca supo que tenía.
Tan pronto como Leo instaló la tienda y colocó su petate y su saco de
dormir adentro, el cuerpo de Lily se hundió. Sus huesos se sentían como si
se estuvieran ablandando dentro de ella; todo lo que quería era meterse en
una cama real y perderse en el olvido. Se dedicaron a la tranquila
normalidad de prepararse para dormir: cepillarse los dientes, volver a
llenar las cantimploras con agua. Revisó su ropa y le aseguró que todo
estaría seco por la mañana. Y cuando el sol dio su último guiño sobre el
borde del cañón, la temperatura pareció descender de inmediato. Leo abrió

176
la tela de la pequeña tienda y le hizo un gesto para que entrara.
Lo hizo y se detuvo en seco cuando se enfrentó a la realidad de la
situación del saco de dormir. Era una bolsa de una sola persona, en todas
las dimensiones. Ambos encajarían, pero apenas.
—¿Podríamos abrirlo y usarlo como una manta? —preguntó ella.
Leo levantó la mano, rascándose la nuca.
—Podemos intentarlo. Solo me preocupa que no nos mantenga
calientes. Especialmente si vuelve a bajar la temperatura. —Leo hizo una
pausa, intentando leer su silencio—. No intentaré nada.
Un peso rodando por su interior la dejó muda por un segundo. Quería
que intentara algo. Si estaba siendo honesta, quería que cada momento de
inactividad que tuvieran lo pasaran tocándose. Pero eso era el
enamoramiento hablando, y Leo tenía razón: no debería hacer nada si no
sabía lo que significaba. Porque, ¿qué podría significar? ¿Qué iba a hacer?
¿Rechazar un ascenso, dejar Nueva York y mudarse aquí? ¿Cómo se
adaptaría a eso? La idea de tenerlo en su vida todos los días, de volverse
dependiente de esa conexión, le aceleraba el pulso, su cuerpo rebelándose
instintivamente.
—No estoy preocupada por eso —dijo—. Yo, uh… —Ella hizo un gesto
hacia su cuerpo, en su ropa. Los vaqueros eran holgados, y estaba segura
de que con los dos allí dentro, de todos modos haría demasiado calor en
ellos.
Ella se los quitó y él se ocupó de meterse en el saco primero,
moviendo su cuerpo hacia un lado lo más que pudo y manteniéndolo
abierto para ella.
¿Había una palabra que significara tanto perfecto como terrible? Era
este momento. Leo en nada más que bóxer negro. Lily con una camiseta y
calzoncillos con pequeños trozos de pizza por todas partes. Se metió en la
bolsa junto a él y la realidad de lo cerca que estarían toda la noche los
golpeó a ambos, ya que esencialmente significaba que ella se deslizaba
sobre su torso desnudo. No pudo evitar la risa que se le escapó, y los ojos
de Leo se cerraron con fuerza, sus labios atrapados entre sus dientes.
—Genial —dijo, y se rio—. Esto está bien.
Trató de averiguar qué sería peor: ¿frente a él o presionar su culo
contra él? Ambos parecían estar de acuerdo sin discusión en que estar
frente a frente era mejor; de esa manera, al menos podrían mantener unos
centímetros de espacio entre sus caderas. Mientras ella ponía los brazos
entre ellos, Leo se esforzó por maniobrar los suyos a su alrededor. Su

177
brazo izquierdo se convirtió en su almohada, el otro se enroscó alrededor
de su torso, y luego lo terrible se disolvió y fue... solo perfecto.
Se preguntó si él también estaría recordando cómo solían dormir así,
por elección. Cómo su tendencia a rodar hacia la sección fresca de
sábanas fue erosionada lentamente por las tendencias de ella de aferrarse
mientras dormía y él finalmente cedió y la sostuvo en la apretada jaula de
sus brazos.
Lily dejó escapar un suspiro irregular contra su cuello.
—Esto es acogedor.
Su garganta estaba tan cerca de sus labios que ella sintió la vibración
de su voz.
—Seguro que lo es.
—¿Estás bien?
Él asintió, poniendo la barbilla sobre la parte superior de su cabeza.
—Estoy bien.
Se quedaron en silencio, y por un lado, ella oía el estrépito y el fluir
del río, y por el otro, el tamborileo constante de su pulso. Lily esperaba
que el sueño tardara una eternidad en llegar, pero un instinto profundo se
disparó y se sintió drogada por su calidez, proximidad y seguridad. Se
quedó dormida casi de inmediato, cayendo dulcemente en la oscuridad, y
los zarcillos de un sueño acariciaron el borde de sus pensamientos justo
cuando sintió los labios de Leo moverse contra su cuero cabelludo.
—Te amo —dijo en su sueño—. Creo que nunca dejé de hacerlo.
Veintiuno

L
ily se despertó con el rostro pegado al cuello de Leo. Sus brazos
la rodeaban con fuerza, su respiración lenta y uniforme. Todo
dentro de ella se sentía tenso y hambriento. Su pecho era ancho
y cálido, la piel tan cerca de sus labios que se le hizo la boca agua. El olor
de él la golpeó como un lujurioso martillo y echó la cabeza ligeramente
hacia atrás, necesitando aire, mareada por la repentina ola de deseo.
Pero solo podía retroceder hasta cierto punto; el saco de dormir
estaba apretado, y eso significaba que en realidad solo podía mover la

178
cabeza. En el segundo que lo hizo, sintió que él tampoco estaba dormido.
Su barbilla se inclinó hacia abajo, reaccionando a su movimiento, su
cálido aliento sobre sus labios. Incluso en la oscuridad total, sabía que sus
bocas estaban separadas apenas un centímetro.
—¿Estás despierto? —susurró.
Su voz, cuando surgió de la oscuridad, era profunda y grave.
—Sí.
—¿Qué hora es?
—Supongo que alrededor de la medianoche.
—¿Has dormido algo?
Lily lo escuchó tragar.
—Lo estoy pasando mal.
—¿Por mí? —preguntó en voz baja, pero él no dijo nada—. ¿Leo?
¿Debido a esto?
—Sí —admitió.
Ella levantó la cabeza.
—¿Tu brazo está bien?
—Está bien. —Tragó saliva e intentó reírse—. El brazo no es el
problema.
Correcto. No había manera de pasar por alto la forma en que se había
puesto duro en el segundo en que ella se despertó, tan rápido, casi como si
se hubiera concentrado únicamente en no hacerlo.
—Lo siento —agregó.
¿Estaba bromeando?
—No lo sientas —dijo ella—. Es difícil ignorar que estamos, como —se
rio entre dientes—, presionados juntos. —Se tragó un gemido silencioso
cuando su mano se extendió sobre su espalda baja.
La forma en que su pulgar se movía en un círculo constante y sensual
se sentía practicada, experimentada. Encendió una luz de advertencia
celosa en sus pensamientos.
La oscuridad le dio valentía.
—¿Tienes novia? —El pensamiento se oscureció—. ¿O esposa?
Se quedó quieto.
—¿En serio? Lily. No.
Al instante, se sintió como una idiota. Sabía que él no era el tipo de
persona infiel.

179
—Lo siento. Esa fue una pregunta estúpida.
Él rio.
—Sí. —Pero luego dejó escapar un pequeño carraspeo en su garganta,
cayendo en la cuenta—: ¿Tienes a alguien?
—No. —Ella giró una mano y apoyó la palma en su pecho—. Es difícil
tener citas en esta línea de trabajo. La mayoría de mis... lo que sea han
sido clientes.
—¿”Lo que sea”?
—Sexo casual —dijo ella. La sangre se apresuró a su rostro. Dios,
sonaba tan sórdido. No quería tener que admitir lo patética que había sido
su vida amorosa.
Pero Leo se había vuelto pétreo y silencioso.
—¿Qué hay de ti? —preguntó ella—. ¿Sales mucho?
—¿De verdad me estás preguntando esto ahora mismo?
—¿Sí?
Exhaló un lento suspiro por la nariz.
—He salido un poco.
—Oh. Genial.
—Bradley estará más que feliz de decirte que tengo fobia al
compromiso, pero no es eso. —Se quedó en silencio, y sin nada más que
notar, era imposible pasar por alto cómo su pulso se había acelerado—.
Creo que el problema es que no soy el tipo de persona que se enamora y se
desenamora.
Y ahora el pulso de ella latía con fuerza. La implicación aterrizó
fuertemente.
Pero preguntó de todos modos:
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que me enamoré una vez y me quedé allí.
—Leo…
—No tienes que sentir lo mismo. Solo estoy explicando dónde estoy.
Me parece importante no dejar nada sin decir. —Haciendo una pausa,
agregó—: Aunque admito que tal vez cuando estás atrapada conmigo en
un saco de dormir… después de que ambos casi hayamos muerto, podría
no ser el mejor momento. Mierda, lo siento.
Su cuerpo tomó el control, respondiendo a la idea de él acostado aquí,
deseándola, abrazándola mientras dormía, haciendo todo lo que ella le

180
había pedido que hiciera cuando la verdad era que deseaba esto tanto
como él.
Deslizó las palmas de sus manos por su pecho desnudo, provocando
una explosión de necesidad en su sangre, y Leo respiró hondo,
quedándose muy, muy quieto. Debajo de sus manos, el pulso de él latía
con tanta fuerza que ella lo sintió reverberar a lo largo de su piel. Sus
dedos se elevaron sobre la curva de su pecho, sumergiéndose en el hueco
de su clavícula. Dio gracias a la oscuridad, porque sentirlo sin poder verlo
realzaba cualquier otra sensación. Lily notó la definición de cada tendón
en su cuello, cómo la longitud de su garganta se estiraba increíblemente
bajo su toque. Su mandíbula era un borde afilado contra la punta de sus
dedos, sus labios carnosos y suavemente separados, jadeando cuando ella
pasó su dedo índice sobre ellos.
Ella susurró:
—Ven aquí.
Hizo una pausa, pero sintió que la lucha en él se desvanecía.
Hundiendo sus dedos en su cabello, se inclinó, abriendo su boca sobre su
cuello, chupando. Un gemido escapó de su garganta; sabía tan bien que la
hizo sentir salvaje, hizo que su cuerpo se apretara contra el de él,
hambriento, soñoliento y caliente.
—No juegues conmigo —dijo, y su voz vibró contra sus labios—. ¿Lily?
No puedo decir que no, pero no lo hagas por lástima u obligación.
—Creo que me conoces mejor que eso.
—Sabes lo que quiero decir.
Su cabeza estaba nublada, su cuerpo tan tenso que era difícil sacar
adelante un pensamiento coherente. Pero incluso si hubiera estado fresca
al amanecer con una taza de café en la mano, no estaba segura de saber
las palabras correctas para decir. ¿Qué pensaba él que era posible entre
ellos? Estaba en Nueva York. Lily estaba aquí. Vivir en una tierra amplia
era tan natural como existir dentro de su propia piel, y nunca volvería a
tallar la forma de su vida alrededor de un hombre.
Pero estar tan cerca de Leo se sentía igual de natural. Se sentía bien
compartir su cuerpo con él. E incluso más que eso... se sentía bien dejarlo
entrar en su mundo. Hacía años que no quería averiguar cómo construir
algo duradero con un amante, pero la idea de que podría intentarlo con
Leo parpadeó como una luciérnaga en los bordes de sus pensamientos,
burlándose.
—Estoy acostado aquí en la oscuridad —dijo—, tratando de imaginar
volver a mi vida como era la semana pasada, y no puedo. Ni siquiera
puedo imaginar cómo sería eso.

181
—¿Qué significa eso?
—No sé qué significa exactamente. Supongo que depende de lo que
quieras.
—No sé. —Ella dibujó círculos ausentes en el lado de su cuello—. ¿En
este momento? Te deseo. Justo en este segundo, quiero sentirte. Pero
supongo que si necesitas algo más permanente que eso, entonces... no me
beses.
Por favor, bésame, pensó. Su pulso estaba acelerado. Su aliento era
cálido y todavía dulce con la menta de su pasta de dientes y enjuague
bucal. El beso bajo la lluvia, contra la roca, había sido doloroso y enojado,
pero en ese momento recordaba cualquier otro tipo de beso que Leo podía
dar y los quería todos. Dulce, profundo, inquisitivo, frenético. Su
respiración parecía flotar en su garganta mientras pensaba en ello.
Y entonces, justo cuando Lily pensó que podría gritar de frustración
necesitada, su boca llena se acercó lentamente a la de ella. Como si un
fósforo hubiera sido arrastrado por las paredes de sus venas, un fuego
explotó en su sangre, y ella no lo dejó alejarse, persiguiendo sus labios,
abriéndose a él, suave y flexible. El beso no se parecía en nada a la última
vez; nada de ira y dolor, solo placer que prometía estirarla hasta el punto
de ruptura. Dios, se había olvidado de la dicha pura de besar a Leo, de
concentrar cada gota de energía en la forma en que se sentían sus labios,
el deslizamiento húmedo y el arrastre de ellos, las lamidas provocativas y
la invasión profunda y dulce de su lengua.
No podía mantener las manos quietas; había demasiado para tocar y
sentir. Todo, desde la forma de su boca hasta el calor de su piel y sus
sonidos suaves y perfectos, se sentía hecho a medida para ella. Afuera se
oía el murmullo del río, el remolino del viento a través de la artemisa, los
insistentes chasquidos y chirridos de los insectos. Pero aquí solo había
aliento, el sonido y la sensación de besarse, los suaves ruidos que no
podían contener.
Tal vez solo se besarían así hasta la mañana. Tal vez saldría el sol, y
todavía estarían aquí, incapaces de tener suficiente de cómo se sentía
lamer, saborear y chupar. Lily sospechó que besar a Leo la satisfaría para
siempre, pero entonces él le agarró el cabello con un puño, lamió un
camino ardiente por su cuello y algo se revolvió en ella. Su cuerpo le
advirtió que sin un alivio más profundo, podría abrirse y derramar fuego
por todas partes.
Una campana de advertencia sonó, temblando en sus arterias,
golpeando cada miembro. Lily lo deseaba con intensidad. Sus manos eran
codiciosas, deslizándose por todas partes al alcance, las palmas planas,
las yemas de los dedos un resplandor de sensaciones. Los brazos de Leo se
apretaron, pegándola contra él, y él leyó su postura, rodando hacia
adelante cuando ella rodaba hacia atrás, y dentro del apretado saco de
dormir se acercó a ella, moviendo las caderas entre sus piernas, 182
arqueándose hacia adelante cuando ella se levantó, y el alivio de él allí, la
dicha compuesta de su peso y la presión de él, desesperadamente fuerte,
justo donde lo necesitaba, la hizo gritar. Ella no era más que un dolor
hueco. Si bajaba la mano y la tocaba, sabría sin palabras que nunca había
habido nadie que la excitara como él. Leo bajó la mano, pero no para eso.
Él subió su camiseta por su cuerpo y sobre su cabeza, arrojándola en
algún lugar a un lado. Quería llorar por lo bien que se sentía cuando volvió
contra ella, el deslizamiento, el calor y la solidez de su pecho desnudo
sobre el de ella.
Empujó hacia adelante, meciéndose contra ella, y su boca descansó
sobre la de ella, abierta y vencida, y cuando le preguntó en voz baja “¿Se
siente bien?” quiso inclinarse en agradecimiento al universo porque, sin
importar lo que le sucediera a él cuando estuvieron separados, estos
elementos esenciales de Leo, dulces, atentos e inquisitivos, no se habían
desvanecido.
Su cerebro brilló, ¿Cómo terminamos alguna vez? ¿Cómo no me subí al
primer avión a Nueva York o le exigí que subiera al primer avión de regreso
a mí? Lo que había sentido por Leo, lo que todavía sentía por él, era
demasiado grande para nombrarlo o domarlo, demasiado grande para
devolverlo a una caja cuando él se fuera a casa. Y si él se quedaba, ella ni
siquiera podía prometer que no lo jodería, pero no sería porque no lo
quisiera.
Su boca lamió su cuello, sus caderas se movieron hacia adelante y
hacia atrás, apretando tan bien, e incluso a través de la ropa interior, la
que él usaba, la que ella usaba, era suficiente. No, no solo suficiente. Era
perfecto, era exactamente lo que ella recordaba, exactamente lo que
necesitaba. Moviéndose juntos así, Lily sintió que el placer se extendía y
metió las manos debajo de la tela de su bóxer, ahuecando su culo,
acercándolo e instándolo con más fuerza, más rápido, y su boca se acercó
a la de ella, abierta, suave y distraída. ¿Podría algo más que el amor
romperla en pedazos tan rápido? Con un rubor en su piel, el placer la
atravesó, cálido y metálico, inundando su visión con puntos de luz hasta
que se detuvo sin aliento debajo de él.
Leo se quedó inmóvil.
—¿Acaso tú…?
Asintiendo, tiró de él, instando, y el aliento de Leo era cálido en su
barbilla, sus sonidos volviéndose entrecortados y tensos. Lily alargó la
mano, hundiendo sus manos en su cabello, arrastrando sus dientes a lo

183
largo de su mandíbula, y su profundo gemido atravesó la tienda, vibrando
en sus huesos. Él se alejó, alcanzando entre ellos, corriéndose con un
gemido tembloroso.
En el profundo silencio que siguió, su cabeza estaba llena de gas
hilarante; su corazón se sentía como si una criatura salvaje hubiera
engendrado en su cavidad torácica. Leo se apoyó sobre ella, sin aliento, y
ella le pasó las manos perezosas por los costados, contando las costillas
con las yemas de los dedos.
Él dejó escapar una carcajada áspera, agachándose para descansar
sobre sus codos, la mitad de su cuerpo fuera del saco de dormir.
—Jodida mierda. —Alcanzó su mochila, buscando. Lily se limpió con
la toallita desechable que le entregó mientras él desabrochaba un poco el
saco de dormir, dejando que un poco de aire fresco lavara su piel caliente.
—Eso fue un pensamiento rápido —dijo ella, tirando la toallita en
algún lugar de la tienda.
—Tengo dos pares de calzoncillos, y tú estás usando uno de ellos —le
recordó, recuperando el aliento—. De alguna manera, esa comprensión
penetró en el momento crítico.
Con el saco de dormir abierto, tuvo espacio para colapsar sobre su
espalda y se pasó una mano por el pecho, gimiendo.
—¿Estás bien? —inquirió ella.
Con los ojos cerrados, murmuró un sonido tranquilo y feliz, rodando
hacia ella y pasando un pesado brazo alrededor de su cintura, atrayéndola
contra él.
—Ven aquí.
Pero Lily estaba repentinamente muy despierta. ¿Cómo se suponía
que manejaría este sentimiento que crecía como una enredadera por
dentro? Estaba eufórica y asustada y ansiosa y aliviada y todavía
profundamente, profundamente excitada. La forma de él moviéndose
contra ella se sentía como un eco físico. De repente se sintió insaciable,
presionando su rostro contra su cuello, sintiendo el latido de su pulso,
deseando entrar en él de alguna manera. Queriéndolo dentro de ella.
Leo.
Chico de ciudad enamorado.
Una vez más, no podía creer que él estuviera realmente aquí. Olía a
sudor y jabón, como el aire lleno de artemisa de los cañones. Quería sus
manos sobre su piel, su boca moviéndose frenéticamente por todas partes.
Era consciente de todos los puntos de contacto entre sus cuerpos: su
rostro contra el cuello de él, sus pechos desnudos apretados, sus caderas,
su pierna enrollada alrededor de su musculoso muslo. El recuerdo del

184
sonido que hizo cuando se corrió resonó en su cráneo. ¿Y había algo más
sexy que la forma en que su respiración dificultosa se expandía y contraía
la amplia extensión de su caja torácica?
Dios, ella era un desastre.
Lily se echó hacia atrás, pasando una mano por su pecho. Siempre
había estado listo para la segunda ronda.
—Oye —susurró ella, esperando. Y luego—: ¿Leo?
Sus labios se separaron y ella sintió crecer su deseo, anticipando el
sonido de su voz.
Pero en cambio, un ronquido silencioso retumbó en su garganta.
Veintidós

L
eo se despertó con la sensación de Lily saliendo del saco de
dormir y susurrando frenéticamente:
—Mierda, mierda, mierda.
Rodó sobre su estómago, ojos borrosos pero no tan borrosos como
para perder la vista de ella luchando por encontrar la camiseta que le
había quitado y tirado a un lado.
—Hola —farfulló.

185
Sorprendida, puso un antebrazo sobre su pecho y luchó por ponerse
la camiseta. Su cabello estaba loco, como si acabara de envolver una
palma alrededor de una lámpara de plasma. Su mejilla derecha estaba de
color rosa brillante por donde había estado presionada contra él, y su
respuesta, “Hola”, fue abrupta y estresada.
—¿Qué ocurre? —preguntó él.
Lily levantó la barbilla.
—Mira tu reloj.
Sacó un pesado brazo del saco de dormir y parpadeó.
—Mierda.
—Sí.
De alguna manera, la mañana se les había pasado volando. Eran más
de las nueve y media.
—No tengo ni idea de cómo dormimos tanto tiempo —dijo.
—Cálido y cómodo.
—Estabas inconsciente. —Puso su cabello detrás de sus orejas—. Qué
tipo. —Y luego salió de la tienda.
Él la siguió y se estiró bajo el sol de la mañana. Vistiendo nada más
que el bóxer, sumergirse en el aire del desierto en su piel desnuda se
sentía jodidamente increíble.
Su pantalón hecho una bola lo golpeó directamente en el rostro y Leo
lo atrapó antes de que cayera al suelo.
—Parece que te gustaría que me los ponga —dijo secamente.
—Tenemos que ponernos en marcha. —Ella tiró de sus rígidos
vaqueros antes de quitarse la camiseta y arrojársela también. Observó sus
pechos justo... justo ahí, frente a él, como si no hubiera pasado una
década desde la última vez que los vio.
Alcanzó su sujetador, ahora seco sobre la roca.
—Pon tus ojos de nuevo en tu cabeza —dijo, riendo—. Se supone que
llegaremos a treinta grados hoy, y tenemos que caminar casi seis
kilómetros y medio.
—Seis kilómetros y medio es una hora, tal vez dos si paramos por
agua —le dijo.
—No, aquí abajo no lo es.
Se puso la camiseta e inmediatamente fue golpeado por un deseo tan
embriagador que hizo que sus ojos se cerraran. La camisa olía a Lily.
Todavía estaba caliente de su cuerpo. Bajándola sobre su torso, Leo miró

186
hacia donde ella estaba sentada en las rocas, poniéndose los calcetines y
las botas.
Pero supongo que si necesitas algo más permanente que eso,
entonces… no me beses. Qué broma. Como si hubiera sido capaz de
detenerse a sí mismo.
Había tantas cosas que no había dicho y, a la luz del día, se alegraba.
Cosas como que estaba considerando renunciar a su vida para estar cerca
de ella. Además, su vida ahora era diferente; no estaba atado a Nueva York
como lo había estado desde que murió su madre. Todavía estaba
averiguando cómo se vería, qué podría hacer para ganarse la vida si se
mudaba para estar cerca de ella. Era organizado y trabajaba duro; en
verdad, si quisiera un trabajo y no una carrera, Leo probablemente podría
encontrar algo con relativa facilidad. No lloraría dejar atrás la vida de
oficina; tratar continuamente de burlar a algunos de los mejores piratas
informáticos del mundo había sido un desafío divertido al principio, pero
en los últimos años, la realidad de que incluso si creaba el código perfecto,
tendría que escribir uno nuevo la semana siguiente significaba que el
trabajo había perdido parte del brillo inicial. Aun así, incluso eso le había
permitido algo de creatividad; si conseguía el ascenso, estaría en reuniones
diez horas al día. Y el objetivo de mudarse sería estar cerca de Lily, se
recordó a sí mismo. Un trabajo era un medio para un fin, un medio para
llegar a fin de mes. Una vida era lo que podía tener con ella.
Sacudió un poco de tierra de un calcetín y luego se detuvo. Cálmate,
Leo. Incluso Walter probablemente le diría que se calmara. Lily estaba
empacando todo rápida y metódicamente mientras Leo estaba allí de pie,
poniéndose la ropa lentamente y pensando en cosas suaves sobre cómo
podría ser su para siempre. Ni siquiera sabía si ella querría eso.
Como si fuera una señal, preguntó:
—¿Puedes empacar la tienda? —Con solo una débil capa de
exasperación.
En minutos, la tenía desarmada y guardada. Lily extendió el mapa
sobre una roca.
—Habrá algunas rocas bastante complicadas aquí —dijo, señalando
una sección a kilómetro y medio de distancia—, pero eso no es lo que me
preocupa.
Él esperó, pero ella no dio más detalles. Finalmente:
—¿Qué te preocupa?
Lily respiró hondo por la nariz, mirando el mapa.
—Me preocupa que la cabaña ya no esté allí. Era vieja entonces, y eso
fue hace veinte años. La foto es incluso antes de eso.
—Aunque la cabaña se haya caído —dijo—, el tocón seguirá allí. Al
menos presumiblemente, ¿verdad?
187
—Correcto, pero un tocón es mucho más difícil de encontrar de
memoria que una cabaña.
—Buen punto.
Se metieron unas cuantas barritas de proteínas en la boca, bebieron
café instantáneo tibio y partieron. Inmediatamente, Leo entendió por qué
Lily había tenido tanta prisa. A las 10:15, hacía un calor infernal literal.
Seco, también, de una manera que hizo que su piel se sintiera demasiado
tirante. Lo bueno: cada vez que encontraban un poco de sombra, podían
pararse y sentir que la temperatura bajaba al menos diez grados
completos. Desventaja: simplemente no había mucha sombra en esta parte
del laberinto, y cuando llegaran a la parte donde había, el sol sería la
menor de sus preocupaciones. Algunas secciones eran tan intrincadas y
estrechas que podían entrar y morir de sed o de un golpe de calor antes de
encontrar el camino de regreso.
Alrededor de una hora completa en la caminata lenta, sobre rocas,
encontrando senderos estrechos a través de la maleza áspera, Lily se volvió
para hablar por encima del hombro.
—¿Deberíamos hablar de eso?
Leo sonrió a su espalda. Ella sabía que él no volvería a sacar el tema.
Ahora se preguntó si le había llevado a Lily toda la hora pronunciar esa
sola pregunta.
—Podemos, seguro.
—No quiero hacerte daño —dijo ella directamente, y su estómago se
revolvió. Gran comienzo—. Así que, si lo que sucedió anoche te molestó un
poco, quiero decir que lo siento.
Sus hombros se hundieron y flexionaron mientras trepaba por encima
de una roca y luego se estiraba para ayudarlo. Pero Leo era lo
suficientemente alto como para llegar a la cima y levantarse.
—Estoy bien —le dijo—. Gracias.
Se detuvo para recuperar el aliento en la parte superior,
entrecerrando los ojos hacia él con el sol a su espalda.
—¿Estabas respondiendo a lo que dije o era por la roca?
—La roca —dijo—. Estoy pensando en la otra parte. —Leo sacó el
agua de su mochila, bebió un largo trago y luego admitió—: No estoy
seguro de adónde quieres llegar con esto, así que tal vez sácalo todo. Ya te
dije dónde estaba parado.

188
—¿Así que eso es verdad, entonces? —cuestionó ella—. ¿Lo que dijiste
anoche?
—¿Qué parte?
Incluso sonrojada por el calor, sus mejillas se sonrojaron. Tuvo que
darse la vuelta y seguir caminando antes de poder responder.
—Eso que dijiste sobre cómo te enamoraste hace diez años y nunca
seguiste adelante —respondió ella.
—Sí. —Saltó a través de algunas rocas para alcanzarlo—. ¿Podemos
parar, por favor?
Ella cedió, agachándose en la sombra entre dos grandes pilares de
arenisca roja.
—Quiero que podamos mirarnos cuando tengamos esta conversación
—dijo Leo, siguiéndola al espacio oscuro y fresco. Lily se recostó contra un
lado y él se reclinó contra el otro, frente a ella—. Quiero dejar muy claro
que está bien si no sientes lo mismo.
Se mordió el labio y, por un breve segundo, sus ojos se llenaron de
lágrimas. Parpadeó para alejar la humedad.
—Creo que podría.
Su pecho adquirió una sensación de euforia y hundimiento. Leo luchó
contra el impulso de levantar los puños en señal de victoria.
—De acuerdo.
—Pero no es tan simple como lo era entonces.
—Probablemente no —dijo en acuerdo—. Pero he vivido mi vida de la
manera más responsable y aburrida imaginable durante la última década.
—Leo miró a su izquierda, fuera de su pequeña grieta en la roca y hacia
una de las vistas más hermosas que jamás había presenciado, piedra roja
y cielo azul brillante—. Creo que he terminado con eso. Las cosas son más
fáciles ahora que Cora ha crecido y no tengo miedo de dar un gran salto.
Cuando tenía veintidós años, con cada hueso de mi cuerpo, quería
quedarme en Laramie contigo. Pero no podía. —Hizo una pausa,
estudiándola, esperando que ella entendiera la sinceridad de sus
palabras—. Ahora puedo.
Ella hizo una mueca, buscando en sus ojos.
—Todavía te amo —le dijo—. En retrospectiva, si nunca hubiera
venido aquí, si no te hubiera vuelto a ver, habría seguido avanzando con
una vida a medias. —Leo dio un paso más cerca, llenando suavemente su
espacio—. Te veo haciendo lo mismo, Lil. Solo estás tratando de pasar
todos los días.

189
—Leo…
—Probablemente no haya una vida para mí en Hester, pero hay una
vida para nosotros en otro lugar si quieres intentar encontrarla.
Ella lo miró fijamente durante varios latidos silenciosos.
—Esto es una locura. Me conoces desde hace una semana.
—Cinco meses más una semana, con un pequeño intervalo en el
medio.
Cerró los ojos, inclinando el rostro hacia arriba.
—Necesito que entiendas que no puedo moldear mi vida en torno a
otra persona nunca más. Todos los días han sido dictados por las
elecciones de mierda de otra persona, o mis propias circunstancias como
resultado de las elecciones de mierda de otra persona. Me doy cuenta de
que estoy siendo rígida aquí, pero tengo que serlo. No puedo doblarme
para adaptarme a lo que funciona para ti.
—Entonces déjame hacerlo —le dijo.
Lily lo miró fijamente.
—¿Y eso que significa?
—Significa que descubres exactamente cómo quieres que sea tu vida,
y yo encuentro una manera de encajar en ella. —Extendió la mano hacia
adelante, retirando un mechón de cabello de donde estaba pegado a su
labio—. Tal vez consigas un trabajo en un rancho más grande, y yo…
—No puedo trabajar para el negocio de otra persona de esa manera.
—Ella pareció escuchar el borde obstinado de su voz y se suavizó—. Me
conozco a mí misma, Leo. Estaría frustrada todo el tiempo.
—Entonces nos fijamos una meta y trabajamos para conseguir
nuestro propio rancho.
—Leo, estás a punto de conseguir un ascenso.
—Exactamente. Ahorraremos más rápido.
Apretó la mandíbula, negando.
—Tenemos que encontrar este dinero.
—¿Por qué es esa la única manera?
—Sin hablar de toda la situación del cadáver —dijo
intencionadamente—, Es la única forma que puedo imaginar en este
momento. Si no encontramos este dinero, estés aquí o no, tendré que
seguir haciendo alguna versión de esto. Y esta no es la vida de alguien en
una relación.
Leo asintió, pensando en esto. Si era capaz de seguir dirigiendo sus
excursiones, estaría fuera la mayor parte del tiempo. Estaría solo en 190
Hester, o en algún pueblo cercano, trabajando por horas solo para tener el
privilegio de verla un par de días a la semana. No estaba diciendo que no
lo haría, pero vio su punto.
Él tomó su rostro y apoyó sus labios sobre los de ella.
—Creo que será mejor que encontremos ese tesoro, entonces.

Reanudaron el camino, hablando de vez en cuando y señalando cosas


de vez en cuando, pero en su mayor parte su atención se centró por
completo en no romperse un tobillo en el paisaje cada vez más traicionero
y alzar la mirada de vez en cuando en busca de esta pequeña cabaña en el
medio de la parte más remota de Utah. Leo sintió que la ansiedad de Lily
comenzaba a florecer cuanto más se acercaban a donde ella esperaba que
estuviera, cuanto más tiempo literalmente no había señales de que otros
humanos hubieran puesto un pie tan lejos.
El viaje a la cabaña debería haber sido la parte fácil, pero ahora se
estaba dando cuenta de que esta aventura realmente podría terminar
rápido. Una noche bajando y luego saliendo de este cañón, cancelando
todo, quedando con las consecuencias de Walter enyesado y Terry muerto.
De repente, el cielo se oscureció y la temperatura bajó
perceptiblemente.
Lily aceleró el paso cuando llegaron a un tramo plano, justo antes de
una curva en el río, y Leo escuchó su agudo “¡Oh, Dios mío!” justo antes
de que la primera bola de granizo lo golpeara en la nuca.
Los primeros pedazos que cayeron eran pequeños, tal vez del tamaño
de un guisante, pero luego un granizo del tamaño de un cubo de hielo cayó
cerca de su pie, y Lily recibió uno del tamaño de una pelota de golf en el
hombro. Pero no importó, porque su exclamación no era sobre el granizo
de todos modos.
Era sobre una cabaña a solo treinta metros de distancia.

191
Veintitrés

T
odo lo que podían hacer era cubrirse la cabeza y pasar por la
puerta oxidada y desmoronada. Estallaron dentro, riendo y sin
aliento.
—¡Dios mío con este clima! —Lily se secó el rostro—. Me rindo.
Pronóstico claro, mi culo.
Leo se rio. El techo de hojalata de la diminuta cabaña estaba intacto,
en su mayor parte; las paredes estaban combadas y torcidas, pero sin
brechas importantes. El granizo volaba de lado a través de una ventana
reventada, golpeando con una amenaza espeluznante en el suelo hasta que
lograron sacar una de las tiendas y colgarla alrededor del marco irregular.
La luz del interior se volvió de un extraño y suave azul. Lily giró en círculos
192
lentos, asimilando todo.
—Mierda, se ve exactamente como lo recuerdo —gritó por encima de
la tormenta de granizo.
Realmente era más una choza que una cabaña, con una sola
habitación, tal vez tres por tres metros, con una estufa de leña vieja y
oxidada en una esquina, un baúl polvoriento en otra, y... eso era todo. No
había mesa, ni silla, y mucho menos algo para dormir. Era, en diseño y
ubicación, solo un lugar para brindar refugio, no comodidad. En la
esquina directamente frente a la puerta, el suelo de madera se había
podrido, dejando un agujero con tierra y rocas visibles debajo.
Ni siquiera tenían nada que explorar, así que se volvieron y se
miraron, con sonrisas jubilosas y salvajes. Habían encontrado la cabaña.
De alguna manera estaban un paso más cerca, y con cada paso, este plan
estúpido, loco, increíble e inverosímil parecía más y más posible.
Lily miró más allá de él y su expresión se aclaró, luego se acercó a la
pared, pasando la mano por las fechas grabadas allí. Había al menos
treinta talladas en la madera, que iban desde fechas demasiado antiguas
para distinguirlas hasta hace unos diez años, y al lado de cada una había
iniciales.
La mayoría eran WRW.
—William Robert Wilder —dijo, trazando con un dedo. El granizo
había cesado y ahora la lluvia caía suavemente sobre el techo de
hojalata—. Ese es Duke.
Tocó unas LFW torcidas.
—¿Eres tú? —inquirió Leo, recordando—. ¿Liliana Faith?
Ella asintió.
—Comenzó a explorar cuando tenía alrededor de once años, creo. —
Ella dejó caer su mano—. Aunque más cerca de donde creció. Cerca de
Laramie. Sus padres le decían que saliera al amanecer y volviera a cenar.
—Se rio—. Se fue de viaje de mochilero a Moab cuando tenía unos catorce
años, se reunió con un grupo de investigadores de Princeton y empezó a
quedarse todo el verano hasta que finalmente le permitieron ayudar con
sus excavaciones. Perdió un dedo cuando tenía quince años y ni siquiera
llamó a sus padres. Simplemente abandonó la excavación en silencio y se
dirigió a la sala de emergencias.
Leo dejó escapar un silbido bajo.
—Me dijo que lo perdió cortando zanahorias en el rancho.
—Él estaba absolutamente jodiendo contigo. —Ella sonrió—. En fin, él
193
y mamá se conocieron en la escuela en Salt Lake. Él estaba estudiando
historia y arqueología, y ella estaba estudiando ciencias marinas. ¡Ciencias
marinas! —Lily exhaló una risa seca—. Luego la llevó al desierto.
—Ay.
—¿Verdad? —Estuvo de acuerdo—. Se mudaron a Hester después de
casarse y ayudaron a mi tío a trabajar en el rancho en Laramie la mitad
del año. ¿Qué se suponía que ella hiciera en cualquiera de esos lugares?
Duke se unió a todo tipo de equipos que salían en expediciones. Su vida se
mantuvo interesante y plena; la de ella se hizo pequeña, y él no estaba
todo el tiempo. Sin mencionar que estaban arruinados. —Tocó una de las
fechas, 1987, grabadas allí—. A veces realmente no puedo culparla por
irse.
La madre de Lily: el único tema sobre el que nunca se había
sincerado. Quería ir con cuidado.
—Creo que puedes culparla por dejarte.
Lily se encogió de hombros, arrastrando los dedos por la pared.
—Sí.
—¿Qué edad tenía Duke cuando murió?
Ella pensó por un segundo.
—Bueno, fue hace siete años, así que... cincuenta y tres.
—Tan joven.
Miró estas tallas durante unos segundos más.
—Sí. Vida dura.
—¿Tienes algún contacto con tu madre?
Lily negó.
—Vino de visita un par de veces. Pero nunca me pidió que fuera con
ella. Creo que solo necesitaba empezar de nuevo.
Esta última frase se sintió como un viejo eco polvoriento y encendió
una chispa de ira en el pecho de Leo.
—Esa también era la línea de mi padre —le dijo—. Es una mierda.
Una vez que tienes un hijo, no tienes una segunda oportunidad.
—Honestamente —admitió—, a quien estuve más unida fue a mi tío
Dan. Amaba los caballos como yo. Vivía los veranos en el rancho con él.
Fue más difícil cuando murió, pero para entonces yo tenía diecisiete años
y podía ver el futuro donde el rancho era mío y podía hacer lo que quisiera
por el resto de mi vida.
Se quedaron en silencio, mirando las tallas en la madera, hasta que
194
un pequeño tirón en su respiración lo hizo mirar más de cerca,
inclinándose hacia adelante para poder ver su rostro. Rápidamente, se
secó una lágrima.
—Eh, oye —dijo Leo, intentando girarla hacia él—. Háblame.
Su rostro estaba rojo y enojado, y dio un paso hacia sus brazos.
—¿De verdad creemos que Duke encontró el tesoro? —murmuró en
su pecho—. ¿Qué clase de monstruo hace eso? ¿Sabes cómo ese dinero
podría haber cambiado nuestras vidas? ¿Pensar que logró encontrarlo y
convertirlo en una especie de juego? Me hace sentir loca.
Apretó sus brazos alrededor de ella.
—Lo sé.
—Lo digo en serio. —Miró su rostro—. Estamos haciendo esto,
estamos avanzando y persiguiendo esta cosa, pero aquí… —se tocó la
sien—… estoy cambiando constantemente entre “Esto es exactamente algo
que mi padre habría hecho” y “Ahí no hay forma de que encontrara el
dinero y lo escondiera de nuevo; ni siquiera Duke era tan imbécil”.
Lily negó.
—Pensé que todos sus viajes y búsquedas del tesoro y estúpidos
acertijos eran una pérdida de tiempo, y estaba resentida con él por eso.
Pero mírame ahora: estoy en una cabaña en el fondo de un cañón,
buscando sus pistas en el tocón de un árbol. ¿Cuán jodido es eso?
—Lil —dijo Leo en voz baja—, está bien querer esto e ir tras esto, y
aun así estar enojada también. —Alzando la mano, ahuecó su
mandíbula—. No tienes que elegir uno u otro.
—¿Estoy loca? —cuestionó.
—Si lo estás, yo también.
Ella asintió y sus ojos se posaron en su boca, su expresión se suavizó.
Abruptamente, apartó la mirada, miró más allá de él hacia la ventana
cubierta por la tienda.
—Me pregunto si deberíamos seguir adelante.
Leo le tocó la mandíbula y le volvió el rostro.
—Me parece recordar que alguien dijo que la lluvia podría ser
peligrosa.
Parecía que inconscientemente se apretó más contra él incluso
cuando dijo:
—Pero Nic y los chicos esperan reunirse con nosotros mañana.
—Nicole revisará el tiempo —le dijo Leo, calentándose bajo su
resolución vacilante—. Gritará al respecto, pero sabrá que la tormenta nos
195
retrasó.
Él se inclinó para besarla justo cuando ella ponía de puntillas,
encontrando su boca con labios suaves y ansiosos. La lluvia afuera se
sentía como si estuviera centrada en esta pequeña sección del cañón,
atrapada entre picos, y ambos sabían que la exploración adicional era
inútil hasta que amainara.
O tal vez ambos estaban felices de tener una excusa.
—Supongo que tienes razón —dijo entre besos—. Y mira qué oscuras
son esas nubes.
Él tarareó contra ella.
—El sol se pondrá pronto… —dijo.
No lo haría, pero él no estaba dispuesto a corregirla.
Así que Leo asintió, chupándole el labio inferior, la mandíbula,
pasando las manos por debajo de su camiseta para ahuecar sus pechos.
—También podríamos encontrar otra forma de matar el tiempo.
Apresuradamente extendió el saco de dormir y Lily dio un paso atrás,
desnudándose mientras él miraba. Era bien entrada la tarde, pero las
paredes del cañón ensombrecían el interior de la cabaña. Lily lo miró al
rostro y él siguió el camino de sus manos mientras ella se quitaba cada
prenda de ropa con deliberada lentitud. Apenas podía aspirar una
respiración completa, mirándola.
La vista de ella provocándolo de esta manera significaba que su
desnudez era mucho menos seductora: una camisa descartada lo más
rápido posible para no perder de vista sus dedos coqueteando con el
tirante de su sencillo sujetador de algodón; los vaqueros se los quitó en un
esfuerzo por no tropezar cuando enganchó su pulgar en la cintura de su
ropa interior y la deslizó por sus piernas.
No la había visto desnuda en mucho tiempo, y por un tiempo, mirar,
tocar y saborear era todo lo que podía hacer. Pero cuando pasó su lengua
sobre ella y su espalda se arqueó desde el saco de dormir y sus manos se
hundieron en su cabello, Leo sintió como si estuviera despertando, como si
los diez años intermedios hubieran sido una pesadilla, como si acabara de
cerrar sus ojos en el rancho y toda una vida de angustia pasara detrás de
sus párpados, y entonces los abrió de nuevo y encontró a Lily exactamente
igual: la piel enrojecida, los muslos suaves abiertos, los talones hundidos
en la cama, deseándolo.
Dentro de su diminuta cabaña, la amó con su boca y sus dedos hasta
que ella gritó, atrayéndolo sobre ella. Había olvidado la amplitud de su
196
sonrisa y la picardía en sus ojos color avellana, la forma en que su beso
podía pasar de saciado y suave a buscar y morder, la forma en que rodaba
sobre él, sujetando sus manos sobre su cabeza, moviéndose por su cuerpo
para probar y lamer, para volverlo loco.
Sus manos se hundieron en su suave maraña de cabello, tocando,
tirando y rogando con las yemas de sus dedos, y ella volvió a escalar su
cuerpo, haciéndolo rodar sobre ella. Envolviendo sus brazos y piernas
alrededor de él en una espiral salvaje de miembros entrelazados y caderas
arqueadas, pidiéndole con palabras y gestos que la tocara y le dijera lo que
sentía.
Ella le preguntó si quería, por supuesto que quería, y rebuscaron,
encontrando los condones en la bolsa.
—Aquí hay una broma sobre los condones de un hombre muerto —le
dijo Leo, sacando la caja que Terry había empacado.
Lily presionó dos dedos en sus labios.
—Hagámosla más tarde.
No podía creer que le temblaban las manos cuando abrió el paquete y
se puso el condón, pero así era. Sexo era sexo, pero el amor era un idioma
diferente, y Leo no lo había hablado en diez años. Se sentía oxidado.
Susurrando mientras se concentraba en la tarea en cuestión, dijo:
—Quiero señalar que están estriados para su placer.
—Literalmente, a ninguna mujer le importa esto.
—Bueno, no le digas a Terry. Fue la única cosa reflexiva que alguna
vez trató de hacer.
—Leo, lo juro por Dios.
Se sentó sobre sus talones mirándola, pasando sus manos por sus
espinillas y sobre sus rodillas.
—Te quiero sobre mí —dijo, tan simple. Leo entrelazó sus dedos con
los de ella y los levantó sobre su cabeza. Ella deslizó sus piernas alrededor
de sus muslos, acercándolo más, y luego, con un movimiento perfecto
hacia adelante, él estaba allí.
Te quiero sobre mí, había dicho ella, como si él pudiera olvidar lo que
funcionaba muy bien para ella. Todo lo que quería hacer era ver cómo se
deshacía. Se preguntó si, al bajar la mirada, las estrellas se sentirían
alguna vez como cayendo, enamoradas, sobre los planetas. El instinto
estaba en él cuando estuvo sobre ella, moviéndose, incapaz de creer que
ella fuera real y que sus suaves sonidos fueran reales y la forma en que lo
miraba fuera real. Solo cae. Está bien. Ella tenía que ver esta verdad
tatuada en sus ojos y garabateada en cada uno de sus rasgos: que él 197
siempre la había amado, que todavía la amaba. Leo amaría a Lily Wilder
para siempre.
Se dio cuenta, después de dejarla, después de lograr levantar la
cabeza y regresar a clase y seguir los movimientos para terminar su
educación, que cuando aprendía una nueva acción, su cerebro usaría
señales espaciales: girar a la izquierda aquí, tomar estas escaleras, tocar
esto, profundizar. Y luego una parte diferente del cerebro tomaría el
control; los movimientos ya no estarían guiados por el entorno sino por el
sentido innato del espacio, de hacia dónde girar porque se sentía correcto;
la izquierda contra la derecha era un hábito, las direcciones eran instintos
y los músculos reaccionaban.
Supongo que nunca olvidamos esos, pensó Leo, viendo cómo se
sonrojaba su cuello y se abrían sus labios. Redujo la velocidad, subiendo
más su pierna, inclinándola. Sus ojos eran codiciosos, recorriendo su
rostro, sus hombros, entre ellos, de regreso a su boca. Podía notar todo
esto porque hacer el amor con Lily era innato.
Arqueó el cuello y le clavó las uñas. Leo reconoció la tensión en su
expresión, la esperanza de que el momento fuera inminente y el miedo de
que no lo fuera. Bajó la mano, recordando, acariciándola con la yema del
pulgar, y fue testigo de cómo se disipaba la tensión cuando el placer la
golpeó como un torrente. El revelador sonido salió de ella, agradecida,
superada y asombrada; su cuerpo debajo de él era un derroche febril de
temblores, aferrándose al alivio. Podría haber terminado allí, de verdad,
con ella colapsando y saciada, pero no fue así. Ella no lo hizo. Lily quería
lo que él acababa de tener: la misma vista, pero desde abajo: planetas
mirando hacia las estrellas.
Qué alivio descubrir que estaba programada de la misma manera, no
había ni izquierda ni derecha para ella, solo caderas y ritmo y el calor
irreal de sus manos. Solo calor y la delirante humedad de su beso hasta
que Leo estaba agarrando el saco de dormir debajo de su cabeza, arañando
el suelo, empujándolos con desesperación sobre la cama improvisada
hasta que se convirtieron en una locura de lucha. Fuertes piernas
apretaron y ella estuvo sobre él, inmovilizándolo, rematándolo, mirando
hacia abajo con victoria al desastre en que lo había convertido.

198
Veinticuatro

M
ientras su respiración se calmaba y sus cuerpos se
enfriaban, hablaron de todo. Sobre el bar Archie’s y el
puñado de personas en su vida que importaban un poco, y
sobre Nicole, que importaba más; sobre el pequeño restaurante cerca del
apartamento de Leo donde Cora y él comerían okonomiyaki los jueves por
la noche porque sabía igual que el de su madre. Habló de cuánto quería a
su hermana y de lo desorientador que era enfrentarse a un futuro en el
que ella no tenía que ocupar el primer lugar en cada uno de sus
pensamientos.
Habló de lo boba que era Cora de una manera que él nunca lo había
sido, de que nadie lo hacía reír con tanta facilidad ni con tanta fuerza, de 199
que era maravillosa con los amigos pero pésima con el dinero, lo cual era
totalmente culpa suya. Él la describió: cabello largo y negro, postura de
bailarina, cuello largo y una risa sorprendentemente fuerte. Hablaron
tanto que para cuando finalmente se quedaron dormidos, Lily sintió que
conocía a Cora, podía escuchar sus risitas, podía imaginarse a Leo
observándola con adoración. Lily podía imaginar a esta hermana pequeña
a la que llevaría a dar un paseo por las colinas cubiertas de artemisa de
Wyoming; ella quería hacer que la chica de la ciudad se enamorara de la
naturaleza.
En realidad, Lily y Cora probablemente no tendrían nada en común
excepto Leo y, sin embargo, de alguna manera, imaginó que eso sería
suficiente.
La conciencia llegó con fuerza, una luz tenue cerniéndose fuera de la
cabaña. Al mirar su rostro soñoliento, una parte de ella sabía que debería
tener más cuidado. El primer instinto de Lily siempre era alejarse y saltar
al peor de los casos, que, siendo honesta, generalmente era su vida. Pero
estaba cansada. ¿No podía tener esto? ¿Aunque solo fuera por unos días
más?
Dándose la vuelta en los brazos de Leo, Lily besó el centro de su
pecho, sus mejillas, sus labios. Él se sobresaltó un poco, su sonrisa
tomando forma contra la de ella.
Sus ojos se abrieron.
—Hola.
—Buenos días.
Él la besó de nuevo, antes de mirar su reloj.
—Déjame adivinar —dijo, y luego levantó el rostro, fingiendo oler el
aire—. Son las siete.
Él rió.
—Seis cuarenta y tres. Nada mal.
Las manos de Leo se deslizaron por sus costillas y a lo largo de su
cintura, descansando suavemente en sus caderas. Él tarareó con aprecio,
besando su camino hacia su cuello, deteniéndose para mordisquear
suavemente la piel allí. Su mente se volvió borrosa a lo largo de los bordes
mientras imaginaba lo fácil que sería pasar el resto del día así.
Desafortunadamente, su vejiga tenía otras ideas, y nada en el camino
era tan simple como correr por el pasillo hasta el baño. Lily gimió, dejando
caer la cabeza sobre su pecho.
—Más tarde —dijo, con la palma de la mano plana y caliente sobre su
esternón. 200
Sintió que los ojos de Leo la seguían mientras se arrastraba desde el
calor del saco de dormir hacia donde su ropa estaba esparcida por el suelo
de madera combado. Escuchó movimiento y miró para verlo apoyado en su
codo, observándola sin una pizca de vergüenza.
—¿Vas a ir a la caza del tesoro así? —Se puso la ropa interior, se
deslizó los tirantes del sujetador sobre los hombros, ya sin timidez.
—Quizás. —Levantó la barbilla, indicándole que continuara.
Se subió los vaqueros hasta las caderas y la mano de él se deslizó tan
despreocupadamente por debajo de la tela del saco de dormir que se
preguntó si se daría cuenta de que lo estaba haciendo. Quería catalogar la
forma en que él la miraba, el calor de su mirada, la forma en que se sentía
casi ebria con el peso de su atención.
Y por mucho que le gustaría que continuara, le recordó por qué
estaban allí:
—Ese tocón no se va a encontrar solo.
Con un gemido, salió del saco de dormir. Se separaron y se
apresuraron a realizar sus rutinas matutinas. Afortunadamente, Lily había
perfeccionado el arte de orinar afuera y lavarse con nada más que un poco
de agua y jabón biodegradable.
Limpios y empacados nuevamente, se encontraron en el frente, donde
la decepción descendió de inmediato. La hierba, las malas hierbas y las
matas de artemisa llenaban el pequeño edificio, pero estaba claro que no
había tocones.
—Esto no puede estar bien. —Lily apartó las ramas de un arbusto de
creosota para llegar al suelo. Enderezándose, se dio la vuelta en un
círculo, golpeando un dedo contra su muslo.
—Sabemos que es el lugar correcto —dijo él—. Las iniciales de tu
padre están ahí. Esta cabaña también está justo en un recodo del río. ¿No
es eso lo que dijiste que quiere decir con “el vientre de los tres”?
—Podríamos estar en el vientre equivocado, pero, ¿por qué el “árbol de
Duke” estaría en otro lugar? —se preguntó—. Él estuvo aquí todo el
tiempo, y no es como si hubiera un montón de cabañas por todas partes.
¿Qué estoy pasando por alto?
Se adentró más en el claro y sus pasos sorprendieron a un chochín
del cañón que buscaba entre la maleza. Alcanzó su mochila.
—Vamos.

201
Leo no dudó antes de ponerse su propia mochila y ponerse a su lado.
—¿A dónde vamos?
Señaló los cañones que tenía delante.
—Arriba.
Él siguió su mirada.
—Ah.
—Para que lo sepas —dijo, escaneando visualmente el paisaje en
busca del camino más fácil—, nunca dejaría que un grupo de turistas
hiciera nada de esto, pero necesito un mejor punto de vista.
—Me aseguraré de no mencionarlo en mi reseña de Yelp.
Afortunadamente, el camino se curvaba hacia arriba con muchos
puntos de apoyo para manos y pies, y suficientes repisas para que
lograran llegar a la cima sin demasiados problemas. Solo estaban a unos
quince metros en el aire, pero podían distinguir parte del río y los cañones
serpenteantes que lo rodeaban.
—¿Obtendrías servicio aquí arriba? —preguntó Leo.
—A veces —respondió.
—Me pregunto si podemos cargar un mapa satelital.
Sacó la bolsa Ziploc, guardándose el arma en la cintura por el
momento, y sacó su propio teléfono satelital. Después de algunos intentos
de encenderlo, se dio cuenta de que la batería estaba agotada. Debía haber
olvidado apagarlo en su prisa por mover todo a una mochila nueva.
—Mierda.
Sus cejas se juntaron en un ceño fruncido y luego:
—¿El de Terry todavía tendrá batería?
—Oh, Dios mío. —Lily lo encontró y presionó el botón de encendido.
Ninguno de los dos respiró hasta que la diminuta imagen satelital se cargó
en la pantalla. Ambos susurraron maldiciones de celebración y
rápidamente chocaron los cinco.
—Creo que ahora entiendo el amor de Bradley por las apuestas —dijo
riendo—. Cada pequeña noticia alentadora es como una inyección de
dopamina directamente a mi cerebro.
—No queda mucha batería —replicó ella, colocando una mano sobre
la pantalla para bloquear el sol—. Los mapas tardarán un segundo en
cargarse. —Señaló hacia el río—. ¿Ves esas dos curvas muy
pronunciadas? ¿En la confluencia y luego allí, justo encima?
Él siguió su atención y asintió de inmediato.

202
—Realmente se ven como tres. Pero, ¿qué curva es el “vientre”?
—Estamos en el exterior de la parte inferior de los tres. Me pregunto
si tenemos que estar allí arriba, en esa curva pronunciada.
Él rio.
—¿Me estás diciendo que tenemos que volver a cruzar?
Lily gimió.
—Lo sé. Pero no se ve tan mal. —Se mordió el labio, pensando—. No
recuerdo haber visto nada allí, pero, ¿qué más podemos hacer?
—Lo comprobamos —dijo—. ¿Deberíamos llamar a Nicole y pedirle
que mire en Google Earth? Sé que no nos queda mucha batería, pero…
El teléfono satelital de Terry cobró vida en su mano, vibrando como
un borrón de notificaciones cargadas, todas para mensajes de texto en un
hilo grupal llamado Lost Boys.
Se quedaron mirando la pantalla.
—¿Quiénes son los Lost Boys? —preguntó Lily.
León negó.
—Ni idea.
—Algunos de estos se enviaron hoy —dijo, inquieta.
¿Quién estaba tratando desesperadamente de contactar a Terry en
medio de sus supuestas vacaciones?
Hizo clic para abrir el hilo. Había cuatro personas en el grupo: Terry,
de quien quedó claro que estaba usando el alias Rufio, junto con Pockets,
No Nap y Latchboy.
—Peter Pan —dijo. Pero la conversación que cargó no eran mensajes
llenos de preocupación. Había gifs de Game of Thrones y bromas sucias,
algunos mensajes en los que Terry hablaba sobre el camino, y luego
algunos comentarios sobre Nicole y Lily...
—Oh —murmuró, asqueada, y se desplazó rápidamente antes de que
Leo pudiera verlos.
Demasiado tarde.
Leo le arrancó el teléfono de la mano.
—Qué…
—Está bien. Era un cerdo. Esto no es una revelación.
Apoyó la barbilla en el hombro de Leo, leyendo.
—Están hablando del viaje —dijo, desplazándose—. Estaba
manteniendo a alguien al tanto de dónde estábamos. Hombre, esto es tan
raro. —Negó. 203
Hace tres días, cuando cambió el plan del grupo, los mensajes de
texto se volvieron más frenéticos.
No Nap: Rufio
Pockets: Rufio, amigo.
Latchboy: Terry, ¿dónde estás?
No Nap: Perdimos tu rastro hombre, repórtate.
—¿Perdieron su rastro? —dijo Leo—. ¿Qué diablos significa eso?
Señaló la fecha.
—Es del día después de su caída. Sus amigos obviamente no saben
que está muerto.
Leo continuó desplazándose.
Pockets: Amigo, pensé que nos atraparon esa noche en el granero.
¿Dónde fuiste?
No Nap: TERRY, amigo, contesta tu teléfono.
Latchboy: Simplemente ha desaparecido, qué mierda.
Pockets: ¿Conseguiste el libro?
Leo se demoró en ese mensaje, su pulgar flotando.
—¿Están hablando del diario de Duke?
La ansiedad subió por la columna vertebral de Lily y estiró la mano
alrededor de él, moviendo el hilo hacia arriba, desplazándose para leer el
resto y ver dónde terminaba.
No Nap: Terry, dinos lo que tenemos que hacer.
Latchboy: No contesta. Vamos con el plan B.
No Nap: Reunámonos donde lo planeamos. Entendido sobre el plan
B.
Pockets: Terry, te juro que será mejor que no nos traiciones o estás
tan muerto como ellos.
No Nap: Pasemos a otro tema. A la mierda este tipo.
La conciencia aterrizó como una explosión. Se miraron el uno al otro,
dándose cuenta de que se habían estado tomando su tiempo los últimos
dos días, completamente inconscientes de que alguien había estado
trabajando con Terry y los había estado siguiendo.
—No entiendo. —Pero a Lily le preocupaba que, de hecho, lo

204
entendiera. Ya sabían que Terry vino a buscar el diario de Duke. ¿Pero
pensar que Terry tenía cómplices? ¿Que su grupo estaba siendo seguido?
Un escalofrío la recorrió al recordar la colilla, el susurro de la noche. Había
estado tan distraída con Leo y la posibilidad de lo que había hecho Duke
que había bajado la guardia—. Hijo de puta.
Leo negó, atónito mientras leía los mensajes de nuevo.
—Piensan que Terry los ha traicionado —dijo. Alzó la mirada y luego
escudriñó el vasto cañón de abajo—. Cualquiera que sea el plan B, podrían
estar en cualquier lugar.
—Si nos estuvieran siguiendo… —dijo—. Si hay alguna manera de
que sepan a dónde nos dirigimos…
—Entonces ya podrían estar allí —terminó, girándose para mirarla.
Sus ojos se posaron en los de ella. La carrera estaba en marcha.
Veinticinco

S
i habían tenido prisa antes, no era nada como esto. La fiebre
competitiva que los invadió era palpable, nubló la visión de Leo
mientras descendían por el acantilado. Tobillos, rodillas y codos
chocaron con rocas y arbustos espinosos: malditas fueran la piel y las
articulaciones. Habían pasado por demasiado para perder, y saber que
alguien los estaba siguiendo, saber que alguien más creía con el mismo
fervor que había un tesoro por encontrar, encendió un fuego candente
debajo de sus traseros.

205
No hablaron mucho. Leo trabajó en memorizar la foto y Lily miró
mucho alrededor y detrás de ellos. Parecía tener un mapa sólido del río en
mente ahora que lo había visto desde arriba. Intentaron permanecer en la
mayor parte del terreno rocoso plano que pudieron, pero finalmente
tuvieron que ir más abajo, hacia el paisaje más variado y verde cerca del
agua. Llegaron a la orilla del río y caminaron sobre pequeñas rocas, a
través de parches pantanosos, dejando la menor cantidad de huellas
posible, y una vez que Lily comenzó a buscar un buen lugar para cruzar,
supo que debían estar cerca. Delante de ellos había una curva ancha, que
se curvaba lo suficientemente pronunciada hacia la izquierda como para
ocultar el río corriente arriba de la vista.
Lily se detuvo justo delante de él, en una sección con aguas rápidas,
pero relativamente poco profundas.
—Esta es probablemente nuestra mejor apuesta —dijo—. Vientre de
los tres. —Miró el agua con los ojos entrecerrados—. No puedo creer que
no pensé en esto antes. He estado aquí cien veces y no recuerdo haber
visto una cabaña. Pero debe haber una en esa curva.
Leo recordó la sección a la que se refería, recordó haberla mirado en
un mapa y preguntarse cómo parte de la tierra intermedia no había sido
completamente arrasada en los años de marea alta. Las curvas del río en
ese punto eran el sueño de un practicante de rafting, y los cañones de
ranuras abrazando el río allí habían sido tallados una y otra vez durante
siglos en intrincados laberintos parecidos a encaje. Era el lugar perfecto
para esconder algo: sin instrucciones detalladas y específicas, sería casi
imposible encontrar el camino de entrada, y aún más difícil en la casi
oscuridad encontrar el camino de regreso. La urgencia y la emoción eran
mazos gemelos: Más rápido. Más rápido.
Lily miró hacia el agua con una cautela contra la que Leo podía verla
intentando luchar.
—Tómate tu tiempo —le recordó.
—No tenemos tiempo.
—Tenemos absolutamente tiempo para cruzar con cuidado.
Con su primer paso, el agua helada se precipitó sobre sus tobillos,
sumergiendo sus botas.
—Supongo que los pies secos están descartados —dijo Leo.
En su punto más alto, el agua le llegaba a las rodillas, pero aun así la
corriente era rápida y fuerte. Se aferró a la mano de Lily y, con los ojos en
la orilla opuesta, cruzaron sin incidentes.
Ella no se molestó en consultar un mapa de nuevo, simplemente
cargó río arriba, agachándose en una maraña de álamos, abrazando la
línea de la roca roja a su derecha. Después de otro kilómetro más o menos,
la preocupación creció en el pecho de Leo. Sin la distracción de la 206
conversación o los besos, la realidad de lo que estaban haciendo parecía
presionar su cerebro, como alfileres en un alfiletero. En realidad, ¿cuáles
eran las probabilidades de que quedara algo ahí fuera? ¿Con quién
trabajaba Terry y cuántos de ellos estaban allí? ¿Por qué Terry trajo a
Bradley, Leo y Walter cuando podría haber organizado un viaje con Wilder
Adventures por su cuenta? Incluso si Leo y Lily tenían medio día de
ventaja, ¿cuánto tiempo les llevaría descifrar el código? ¿Cuánto tiempo
hasta que pudieran…?
—Estás demasiado callado —dijo Lily, sujetando un grupo de ramas
espinosas hacia atrás para que no le azotaran la pierna al pasar—. ¿Estás
enloqueciendo?
—Sí.
Ella se rió, mirándolo por encima del hombro.
—Yo también. Pero estamos demasiado metidos.
—Demasiado profundo —dijo en acuerdo.
Aun así... no podía imaginar dónde habría siquiera una estructura.
Donde el paisaje era abierto, lo era de par en par: rocas, artemisa baja. Y
donde era estrecho, era angosto: cañones de paredes altas y sombras
claustrofóbicas. Así que casi chocó contra su espalda cuando Lily se
detuvo abruptamente.
—Ahí.
Recuperó el equilibrio aferrándose a sus hombros y tratando de ver
qué la había detenido en seco. Vio lo mismo que había estado viendo: el
río, álamos, tierra, rocas, rocas y más rocas. Pero entonces las formas se
enfocaron. No estaba mirando un montón desorganizado de rocas rotas.
Estaba mirando una chimenea de piedra derrumbada cubierta con capa
tras capa de polvo de roca roja. Estaba mirando tablones de madera
desmoronados y podridos enterrados bajo marañas de artemisa salvaje y
arbustos espinosos. Estaba mirando, muy claramente, un tocón de árbol
cubierto de polvo y oscurecido por la maleza.
—Jodida mierda —dijo—. Árbol de Duke.
Muy conscientes y al unísono, observaron detrás de ellos y alrededor:
nadie. Escuchó atento a sonidos de gente: nada. Solo el río rugía cerca,
cayendo en cascada sobre un pequeño grupo puntiagudo de rocas y
chocando contra un tramo poco profundo de lecho de guijarros.
Lily corrió hacia el tocón, cayó de rodillas y le sacudió el polvo.
—Date prisa, Leo.
Se unió a ella, dejó su mochila en el suelo y la ayudó a limpiar la
superficie irregular. La suciedad había estado allí demasiado tiempo sin 207
ser tocada, asentada en los agujeros y grietas. Maldiciendo, se rascó con
una uña roma.
Claramente la pensadora de los dos, Lily vertió agua sobre la parte
superior, lavando las últimas capas de suciedad. Al principio, el patrón
parecía nada más que agujeros quemados en la madera, pero algo se
disparó en su cerebro.
Se inclinó por la cintura, examinándolo de cerca. Había una serie de
marcas carbonizadas perfectamente redondas, cada una un poco más
pequeña que el diámetro de un borrador de lápiz.
—¿Es uno que reconoces? —preguntó.
Ella negó.
—Realmente no. Usó sobre todo códigos de letras conmigo. Caesar.
Cifrado ROT. Atbash.
Volvió su atención a la tarea que tenía entre manos. Había siete
agrupaciones distintas, separadas unos cinco centímetros de distancia. El
primero era una serie de tres puntos, apilados verticalmente, con un solo
punto a la izquierda en la parte inferior, como una L invertida. Al lado
había dos puntos, uno al lado del otro, horizontales. A continuación, había
un solo punto, en la parte baja de la línea del patrón. El siguiente eran dos
puntos apilados uno encima del otro verticalmente nuevamente. Los
quintos volvieron a ser dos pero colocados en diagonal. El sexto eran dos
puntos apilados verticalmente, y luego un tercero colocado en diagonal
desde el punto superior izquierdo. El séptimo grupo era el mismo que el
quinto.
Su cerebro se apresuró a través de patrones y cifras relacionadas con
números, posiciones, formas.
Cuatro, dos, uno, dos, dos, tres, dos.
¿Es un cifrado de dados? ¿Rosacruz?
No. La posición es claramente importante.
Cuanto más miraba, más se frustraba su capacidad de pensar por la
pesada y retumbante sensación de un reloj que hacía tictac. Sintió que la
comprensión estaba fuera de su alcance; irritante. Era posible que solo
tuvieran unos minutos para descubrirlo, cubrir el tocón y salir en busca
de lo que fuera que hubiera codificado allí.
Leo se frotó los ojos.
—Joder.
A su lado, Lily dejó escapar un pequeño gruñido.
—¿Qué pasa si hay más? —preguntó—. ¿Estamos pasando algo por
alto o esto es todo?
208
—Quemarlo fue inteligente. —Estirándose hacia adelante, trazó los
siete grupos distintos con la punta de un dedo—. Creo que está
deletreando algo. Solo tenemos que averiguar si es un código numérico o
algo más.
Ella se desplazó al otro lado del tocón para verlo desde un ángulo
diferente.
—Tal vez lo estamos mirando mal.
—Cuanto más miro —le dijo él—, más siento que no puedo ver nada.
Su aliento escapó en una ráfaga audible.
—Oh, Dios mío. Leo. Eres un genio.
—¿Qué dije?
—Dijiste que no puedes verlo. —Ella sonrió—. Es plano, pero está
escrito en braille. Duke no lo usaba a menudo, pero lo conocía. Me enseñó
hace una eternidad.
Ella dejó escapar un pequeño chillido y él miró hacia abajo, dándose
cuenta de que tenía razón. Rebuscó en su cerebro, tratando de recordar el
braille que había aprendido para una insignia de Eagle Scout.
—De acuerdo. —Señaló el primer grupo—. Esta primera, la L al revés.
Significa que sigue un número. Entonces, creo que el segundo patrón es
un tres.
Él miró a los demás.
—Correcto, ¿y este punto no significa una letra mayúscula?
—Sí —dijo Lily, asintiendo emocionada.
—Estoy casi seguro de que esto es B —le dijo—. Esto es e. Y estoy
bastante seguro de que esto es s.
—Creo que tienes razón, pero… —Señaló el último—. Eso significa
que esto es e otra vez.
Frunciendo el ceño, Lily lo pronunció.
—¿Tres-Bese? “Bese” no es un lugar. Ni siquiera es una palabra. —
Ella lo miró dudosa.
Se pasó una mano por el rostro.
—Lo sé.
—Espera. —La voz de Lily era tan fuerte y contundente que lo
sobresaltó. Buscó el diario en su bolso y lo sacó, extrayendo la otra página

209
suelta que Terry había arrancado: el mapa intrincadamente dibujado y
etiquetado de una sección de los cañones. Parecía una densa red de
capilares—. Ahí. —Lo dejó sobre el tocón y lo golpeó con la mano—. Mira.
Se inclinaron y lo estudiaron cuidadosamente. El comienzo del mapa
era un único punto de entrada: una grieta abierta de par en par en una
roca. De esta primera abertura brotaban unas diez arterias más pequeñas,
y cada una de esas ramas secundarias tenía numerosos caminos terciarios
y cuaternarios que se hacían cada vez más pequeños a medida que se
ramificaban. La primera serie de vías estaba etiquetada con números, y los
caminos que se separaban de la vía uno estaban etiquetados como A, B y
C. La segunda tenía seis vías angostas etiquetadas de la A a la F. Y la
tercera, etiquetada con el cuidadoso 3 de Duke, era más profunda y tenía
vías etiquetadas hasta J.
—Tres B —dijo—. Aquí mismo.
—¿Qué es e, s, e, entonces? —Casi tan pronto como las palabras
salieron, volvió a golpear el tocón con la mano—. ¡Este, sur, este! Leo,
estos son los giros dentro del cañón Tres-B. —Ella extendió la mano,
agarró su brazo—. Estas son las auténticas indicaciones.
Se inclinó sobre el tocón, pegando sus labios a los de ella, sintiendo
su sonrisa curvarse contra la suya. La adrenalina se derramó en sus
venas. Realmente iban a encontrarlo.
—¿Estás lista? —susurró, apoyando su frente en la de ella.
Ella asintió, besándolo de nuevo, tentando. Su sangre se convirtió en
helio, las estrellas aparecieron detrás de sus párpados cerrados. Las
palabras te amo flotaron en la punta de su lengua.
Pero algunos sonidos eran tan distintos que Leo los reconocería en
cualquier lugar. El sonido de la voz de su madre, por ejemplo. Una sirena
de policía. Un huevo rompiéndose. Antes de que su cerebro catalogara el
sonido, su cuerpo se tensó.
Pies crujiendo sobre ramas secas.
Una pistola siendo amartillada.

210
Veintiséis

—H
ola, tortolitos —dijo una voz arrastrando las palabras
detrás de Leo—. Manos donde pueda verlas.
Lily miró a su alrededor, con los ojos muy
abiertos, para encontrar a dos hombres parados en las sombras.
El que sostenía el arma era más alto, grande y sucio, con un desgarro
ensangrentado en el pantalón y cortes y rasguños en cada uno de sus
carnosos bíceps. Al otro no le estaba yendo mucho mejor. Era nervudo y
bajo, su cabello rubio estaba enmarañado con sangre seca cerca de su
sien. Un vendaje sucio colgaba del dorso de su mano. Ambos vestían el
mismo estilo de camuflaje que le gustaba a Terry. 211
Los Lost Boys, supuso.
Parpadeando hacia el otro lado del tocón a Leo, captó su asombro. Sin
dejar de mirarla, levantó lentamente las manos, imitando sus propios
movimientos. Era una locura, pero su primer pensamiento fue preguntarse
si, antes de este viaje, alguna vez lo habían apuntado con un arma. La
vida de Leo era normal. Trabajaba en un cubículo y realizaba visitas de
cata de vinos. Hizo queso en Francia, por amor de Dios.
Una semana con ella, y tenía un amigo muerto, otro con un pie roto.
Tenía un corte profundo en la mejilla y una pistola apuntando a su cráneo.
Bíceps usó su arma para hacerle un gesto a su amigo.
—Jay —dijo—. Agarra sus mochilas.
—Parece que estás sangrando, Jay —dijo, sintiéndose orgullosa de
que al menos ella y Leo no les hubieran facilitado el seguimiento—. ¿Te
resbalaste?
Él la fulminó con la mirada y le quitó la mochila de la espalda con
tanta fuerza que ella se tambaleó hacia delante y se sujetó justo antes de
tocar el suelo. Leo cargó enojado, empujando a Jay hacia atrás, y en la
conmoción, ella se estiró para…
Metal frío presionó contra su frente.
—Yo no haría eso —dijo Bíceps.
Jay la ayudó a ponerse de pie mientras Bíceps sacaba el arma de
Terry de su cintura. Mierda.
Los ojos de Leo se agrandaron.
—¿Tuviste eso en tu pantalón todo este tiempo?
—No todo el tiempo —dijo.
Jay hizo un trabajo rápido de buscar en sus bolsillos mientras Bíceps
revisaba sus mochilas, tirando descuidadamente todo lo que no le
interesaba al suelo.
—Déjenme adivinar —dijo Lily con los dientes apretados cuando Jay
la agarró del culo mientras buscaba en sus bolsillos traseros—. ¿Amigos
de Terry? Nos dejó hace días, saben.
—Sí. —Jay pasó a Leo, cacheándolo.
—¿Saben a dónde fue? —preguntó ella, haciéndose la tonta—. Nos
despertamos y había desaparecido.
Ignorando esto, Jay levantó la barbilla hacia su amigo.
—Kevin. ¿Ya lo encontraste?
Bíceps —Kevin— sacó el diario de Duke de su bolso y lo levantó
212
victoriosamente.
—Sí. —Pasó las páginas antes de guardarlo en su bolsillo trasero y
asentir hacia el tocón—. Tres B-e-s-e, muy útil. Gracias.
—De nada. —Leo se aclaró la garganta—. Pero odio decírtelo: el código
es una pista falsa.
Lily intentó mantener su expresión neutral.
Jay frunció el ceño, acercándose más.
—¿Disculpa?
—El código en este tocón —dijo Leo—. Crees que corresponde a un
mapa que revela la ubicación del tesoro, pero apuesto a que no será así.
Terry... —Se interrumpió bruscamente, estremeciéndose un poco—. Terry
es muy inteligente y tuvo muchas oportunidades de llevarse el diario.
Probablemente estudió todo y se dio cuenta de que Duke realmente no
dejó nada importante.
—¿No dejó nada importante? —repitió Jay, limpiándose un rastro de
sudor manchado de sangre que corría desde su sien hasta su ojo—. ¿Por
qué lo piensas?
—¿Por qué otra razón Terry lo dejaría con nosotros? —inquirió Leo, y
Lily finalmente se dio cuenta. Si estos imbéciles tomaban el diario, ella y
Leo estarían completamente jodidos—. Viendo que ustedes están aquí sin
él... él debe saber algo que nosotros no.
—¿Cómo qué? —preguntó Kevin, frunciendo el ceño—. ¿Qué sabría
Terry?
Lily se encogió de hombros y se unió.
—Si supiera eso, no estaría parada aquí.
Kevin parpadeó durante varios segundos en silencio.
—Eh. —Y luego su expresión se aclaró—. ¿Por qué están aquí,
entonces? ¿Si están tan seguros de que es inútil?
—¿Por qué… estamos aquí? —Luchó por una respuesta—. Bien.
Estamos... estamos aquí...
—Estamos trabajando en las pistas de Duke por un cierre —
interrumpió Leo—. Esta es Lily Wilder, saben. ¿Lily Wilder? Estamos
encontrando la manera de que finalmente pueda despedirse de su amado
padre.
—Así es. Cierre. Es difícil para mí hablar de eso.
Los ojos de Jay se entrecerraron mientras la estudiaba.
213
—Cierre. No me lo creo. —Aspiró entre dientes y negó—. Están
intentando que dejemos el diario. Váyanse a la mierda.
Interiormente, ella gruñó con frustración.
Los dos hombres inclinaron sus cabezas, discutiendo, pero el intento
de mantener el secreto se deshizo por completo cuando Jay dijo en voz
baja:
—O Terry ya está ahí dentro, o le ganamos aquí. —E inclinó la
barbilla hacia las ranuras, como en: Vamos.
Kevin miró por encima del hombro y asintió hacia Leo y Lily.
—¿Qué hay de ellos?
—Podrían llevarnos con ustedes —ofreció Leo rápidamente—. Lily es
mejor que nadie para descifrar los códigos de Duke.
—Como si no fueran a intentar golpearnos en la primera oportunidad
que tengan.
Leo hizo una inclinación de cabeza que decía: Eso es justo.
—Además —dijo Kevin, agitando el diario—, ya tenemos las
instrucciones. Ya no los necesitamos. Así que supongo que aquí es donde
nos despedimos. —Metió la mano en su mochila y sacó un juego de bridas
exactamente como las que tenía Terry.
Con Jay apuntando con el arma a Lily, Kevin se acercó a Leo, tirando
de sus manos detrás de su espalda y asegurándolas con una
desconcertante serie de clics. A continuación, le indicó que se sentara y le
ató los pies por los tobillos. Cuando fue el turno de Lily, hizo lo mismo y
los puso espalda con espalda en el claro cubierto de hierba.
Por un breve momento, Lily se preguntó si los dos hombres planeaban
dispararles de todos modos, pero Jay metió la mano en su mochila, tomó
una barra de proteínas y arrojó sus mochilas fuera de su alcance.
Mordiendo la barra, arrojó el envoltorio al suelo a sus pies.
—Espero que no tengan hambre.
Kevin resopló.
—Eres un idiota, ¿lo sabías?
—Pero no soy un asesino. —Jay se encogió de hombros—. Pase lo que
pase ahora es entre ellos y la naturaleza.
Kevin sacó el diario de Duke de su bolsillo y lo agitó hacia ella.

214
—Gracias de nuevo. Si ves a Terry, dile que se atragante. —Dando
una última mirada a sus pertenencias esparcidas por el suelo, les dio otra
patada a las mochilas. Con una pequeña sonrisa, Kevin agregó—: Buena
suerte, Lily Wilder.

El sol estaba alto en lo alto. Ni siquiera habían intentado resolver su


situación de mierda todavía, y Lily ya estaba sudando.
—No puedo creer que eso acaba de suceder —dijo Leo—. Creo que los
dos humanos más tontos del mundo nos acaban de robar y atar.
—¿Todavía puedes verlos? —Miró en la dirección en la que esos dos
idiotas se habían marchado.
—Sí. —Leo se inclinó hacia un lado—. Pero apenas. Todavía están
caminando a lo largo de la pared de roca.
—Dime cuando ya no puedas verlos. —Su mente se aceleró,
clasificando todas las rutas de escape posibles. Odiaba a Terry por traer a
esos tipos con él. Si no hubiera estado ya muerto, ella misma lo habría
empujado por ese precipicio.
—De acuerdo. —Leo se quedó en silencio por un momento antes de
hablar de nuevo—. ¿Lily?
—¿Sí?
—Quiero que sepas que anoche fue la mejor noche de mi vida.
Hizo una pausa, frunciendo el ceño.
—Sabes que no vamos a morir aquí, chico de ciudad enamorado.
Una risa.
—Lo sé. Pero podía oírte haciendo esa intensa respiración rabiosa y
quería distraerte.
—Estoy viendo rojo —admitió, su corazón latía tan fuerte que parecía
hacer temblar su esqueleto—. No puedo creer que consiguieron el diario.
No puedo creer que estemos atados aquí mientras ellos…
—Lily.
—… van allí y usan todo a lo que mi padre dedicó su vida…
—La primera vez que tuve sexo con alguien después de ti —dijo
alegremente, interrumpiéndola—, le pedí que me llamara “cowboy”.
A pesar de la situación, se echó a reír.
—Disculpa, ¿qué?
Detrás de ella, él asintió.
—Estábamos... ya sabes, y no estaba funcionando para mí por 215
razones obvias.
—¿Que eran? —Un cordón de celos se enroscó a través de su caja
torácica.
—¿Ella no era tú? —dijo, con una sonrisa en su voz—. Me sentí
culpable, horrible y triste, y simplemente lo solté. “¡Llámame cowboy!”.
Lily se inclinó hacia adelante, riéndose, sorprendiéndose a sí misma.
—Nunca te llamé cowboy.
—¡Lo sé! —Se recostó contra ella—. Había pasado tanto tiempo desde
que me fui, y estaba desesperado por demostrarme a mí mismo que
todavía podía, pero Dios, quiero decir, esa pobre mujer. Probablemente
contó esa historia a sus amigas cientos de veces.
—Si te hace sentir mejor —dijo—, le vomité al primer chico con el que
estuve después de ti.
—¿Estabas tan triste que realmente vomitaste?
—Estaba tan triste que me emborraché, y luego vomité. —Hizo una
pausa, dándose cuenta de lo que acababa de hacer—. Me distrajiste.
Cowboy.
—Te di un segundo para calmarte. —Lo sintió inclinarse hacia un
lado de nuevo—. Los idiotas se han ido. Y tenemos que encontrar una
manera de salir de esto antes de que regresen. —Tiró de sus ataduras.
Era su turno ponerse seria.
—Nadie me conoce como tú.
Se quedó en silencio, el aire cálido y pesado a su alrededor.
—Recuérdalo más tarde cuando estés tratando de decirme por qué no
funcionamos. Pero primero…
Un enjambre de ansiedades aleteaba salvajemente en su pecho. Lo
aplastó para enfocarse.
—Bien. Tengo un par de ideas.
—¿Como por ejemplo?
—Si podemos empujarnos para ponernos de pie, puedes intentar
romperlas.
—¿Romperlas? ¿Con la fuerza de mi amor por la libertad?
Ella rio.
—¿Nunca antes te habían arrestado?
—¿Es esa una pregunta seria? Creo algoritmos de inversión.
Normalmente estoy en la cama a las nueve. ¿En qué situación habría sido 216
arrestado y retenido con bridas?
—Está bien, entonces eso es un no.
—¿A ti sí? —preguntó incrédulo.
Lily ignoró esa lata de gusanos y volvió al problema en cuestión.
—Es más fácil con las manos al frente, pero aún es posible hacerlo
desde atrás. No estoy segura de ser lo suficientemente fuerte para
romperlas, pero probablemente tú lo seas. Bajas los brazos con tanta
fuerza que rompes la restricción cerca del punto más débil.
Hubo una larga pausa sin respuesta.
—¿Y la siguiente opción?
—Esos dos idiotas no buscaron el cuchillo en mi bota.
—¿Tienes un cuchillo?
—Me olvidé de eso cuando estaba enojada y tramando la muerte de
Terry —le dijo—. ¿Ves? Es bueno que me hayas calmado.
Le tomó más de unos pocos minutos de trabajo, pero finalmente Leo
logró ponerse de lado mirando en la dirección correcta y maniobró hacia
abajo para que sus manos estuvieran cerca de sus botas.
—¿Puedes desatarlas? —preguntó ella.
—¿Creo que sí? Se siente como si tuviera diez pulgares. —Con las
manos atrapadas detrás de él, buscó mucho antes de lograr desatar y
aflojar una bota.
—Está bien, voy a tratar de sacarlo —dijo—. ¿Pero si puedes ayudar?
—Sí… de acuerdo…
—Pero empuja eso…
—¿Puedes apretar un poco tu pie?
—¿Cómo diablos aprieto mi pie?
—No lo sé, solo… trata de sentirte pequeño en tu bota.
—¿Qué mierda significa eso?
Con el sol pasando por su punto más alto en el cielo, estaban
sudorosos cuando lograron sacar el pie lo suficiente como para que el
cuchillo cayera al suelo. Leo trabajó para recogerlo con la boca y luego
sujetarlo con las manos, y se arrastró de regreso contra ella.

217
—Está bien —dijo Lily, soplando el cabello de su frente húmeda.
Apenas se había movido de su lugar, pero estaba exhausta—. Sácalo de la
funda y con cuidado trata de cortar mi atadura.
Negando, le pasó el cuchillo.
—Hazlo tú. Algo me dice que eres mucho más hábil con un cuchillo
que yo.
Respiró hondo antes de palpar con cautela las ataduras, decidir
dónde cortar y mover con cuidado los dedos hasta el filo de la hoja.
—Quédate quieto —le dijo.
Se rio nerviosamente.
—Confía en mí, no iré a ninguna parte.
Pasaron unos minutos de ella serrando ligeramente, comprobando el
progreso, tratando de no cortarlo demasiado mientras también intentaba
evitar que sus dedos se adormecieran y dejaran caer el cuchillo.
—Lily, en caso de que no salgamos de aquí…
—Lo haremos.
—En caso de que no lo hagamos —repitió—, realmente te amo.
Ella reprimió una sonrisa, pero se mantuvo concentrada.
—Eres bastante genial también.
—Vaya. Cálmate, mi corazón.
—Solo quédate quieto. —Él siseó de dolor y ella se congeló—. Mierda,
lo siento.
—Sigue. Es solo una herida superficial.
Ella respiró hondo y continuó.
—Creo que estoy... casi... allí... —Y con un pequeño chasquido, la
tensión en los hombros de Leo desapareció, sus brazos se aflojaron.
—¡Oh, Dios mío! —Se movió, sacudiendo sus manos antes de agarrar
su rostro, acercándola para besarla—. ¡Lo hiciste!
La adrenalina y la euforia inundaron su torrente sanguíneo.
—Rápido, rápido.
Con manos temblorosas, Leo cortó las ataduras de sus tobillos y luego
de los de ella. La sangre se agolpó en sus dedos como alfileres y agujas. Le
dolían los músculos cuando se esforzó por ponerse de pie, con las piernas
hormigueando y los pies casi entumecidos. Ambas manos estaban
manchadas de sangre, pero nada parecía grave. Con un estallido final de
energía, cojearon hasta donde estaban sus mochilas, guardaron todo y
trotaron lo más rápido que pudieron de regreso por donde habían venido,

218
escapando a la sombra del cañón.
Veintisiete

A
vanzaron con dificultad a través de maleza seca y rocas
irregulares, trotaron a lo largo de la orilla del río y, mirando con
frecuencia por encima de sus hombros, se escondieron en las
sombras más frescas, donde Leo esperaba que estuvieran ocultos, fuera de
peligro, mientras decidían qué diablos hacer a continuación.
Después de un rato parados, doblados por la cintura y recuperando el
aliento, Lily se enderezó y colapsó contra una pared de roca. La euforia
claramente se había desvanecido, y lo que quedaba en su postura era solo

219
el pesado peso de la derrota.
—Esto apesta.
Si alguna vez hubo un tesoro, alguien más acababa de tomar todas
las pistas de Duke y su arduo trabajo y se lo arrebató justo debajo de sus
narices. Por mucho que su cerebro tomara la línea de la historia
alimentada con testosterona y corriera con ella —¡ve tras ellos, recupera lo
que es legítimamente nuestro!—, Leo sabía que eso no era realista. Por un
lado, había dos hombres armados y claramente emanando esa vibra
desquiciada de Terry. Pero lo más importante, Lily también estaba a punto
de perder la cabeza por completo, y al menos uno de ellos tenía que
mantener la cabeza fría.
Francamente, no le importaba tanto el dinero. Bueno, obviamente sí,
no era un idiota, pero sobre todo estaba luchando por ellos justo cuando
Lily parecía que no tenía más lucha en ella. ¿Una ganancia inesperada de
efectivo haría todo más fácil? Dios, sí. Pero más que nada, estaba
desesperado por ayudar a Lily a tener una vida que le diera verdadera
alegría. Pocos sentimientos eran peores que la desesperanza. Él lo sabía.
Había una inclinación marchita en la postura de Lily mientras se
sentaba en el suelo, comiendo una barra de proteína sin entusiasmo y
mirando fijamente la roca frente a ella. Leo no necesitaba ser un lector de
mentes para ver que estaba en medio de una espiral fatal. No hace ni diez
días, había estado sentado en la cena de graduación de Cora, dándose
cuenta cada vez más de que ella ya no lo necesitaba y no tenía ni idea de
cómo sería vivir su vida por sí mismo.
—Si pasan veinte años antes de que vea otra barra de proteínas —dijo
Lily, masticando y tragando con esfuerzo—, será demasiado poco.
—Justo.
Aparentemente despreocupada por la tierra sucia debajo de ella, Lily
se recostó y miró hacia el cielo cristalino, enjaulado por las rocas que se
cernían sobre su cabeza.
—Entonces, para recapitular, no solo no tengo dinero, no solo nos
robaron a punta de pistola, sino que mañana tendré que llamar a la policía
y lidiar con un cadáver y no sé ni por dónde empezar.
—Realmente creo que todo saldrá bien —dijo él—. Y al menos
podemos terminar de una vez y seguir con nuestras vidas.
Cerró los ojos, exhalando lentamente.
—¿Es ahora un buen momento para recordarte que te conozco mejor
que nadie?
—Leo, yo no...
—Solo escúchame —dijo—. Tengo un apartamento pequeño pero
bonito en Nueva York. Sé que no es lo ideal, pero esta vez, podrías volver 220
conmigo. Solo por un tiempo, hasta que podamos descubrir qué sigue para
nosotros. He sido bueno en cuanto a ahorrar dinero. No es suficiente para
volver a comprar tu tierra, pero es probable que obtenga ese ascenso, y tal
vez si trabajo un año más y ahorramos cada centavo, podemos mudarnos
al norte del estado donde podemos conseguir caballos.
—¿Qué haría yo en Nueva York hasta que podamos mudarnos?
—Fingirás que estás de vacaciones.
—¿Qué pasa con Bonnie?
—Nicole podría cuidar de ella y de los demás hasta que podamos
llevarlos a donde sea que terminemos. Yo cuidaría de ti.
La expresión de Lily decía: ¿Qué de mí te hace pensar que quiero que
me cuiden?
—Solo estoy tratando de encontrar una manera en que podamos estar
juntos —dijo, sucumbiendo a la frustración—. Si no quieres eso, entonces
es imposible.
—Lo hago. —Cerró los ojos de nuevo, tomó su mano y la colocó sobre
su corazón, cubriéndola con la suya—. Lo siento. Pero tienes razón. Estoy
sentada aquí tratando de imaginar mudarme a algún lado. No puedo. No
puedo dejar a Nicole. Y, Leo, tengo unos trescientos dólares a mi nombre.
Dependería por completo de ti y... no puedo —repitió en voz baja.
—Ahora que la matrícula de Cora está pagada, gano lo suficiente para
mantenernos. No me importa el dinero.
—Pero a mí sí. —Ella frotó su pulgar sobre el dorso de su mano—.
Pasarías de apoyar a una mujer en tu vida a apoyar a otra. No quiero que
tengamos ese tipo de relación.
—No lo veo de esa manera en absoluto.
Ella continuó, ignorando esto.
—Podría vender la cabaña de Duke, pero, ¿quién diablos va a comprar
terrenos en Hester? —Ella lo miró—. Solo puedo hacer esto por mis
propios medios. No puedes arreglar esto por mí.
Inclinándose sobre ella, le echó el sombrero hacia atrás y se inclinó
para besarla, solo una vez.
—De acuerdo. No insistiré.
—Confía en mí, me gusta que estés insistiendo —dijo en voz baja—.
Simplemente no hay una respuesta fácil.
—Lo resolveremos —le dijo—. Pero probablemente no hoy. Vamos a
caminar. 221
Estaban de pie, doloridos, magullados y sucios, pero aun así. Y, al
menos por ahora, seguían juntos.
Mañana, pensó sombríamente, podría tener que despedirme.

Encima de un pequeño saliente de la cornisa, se sentaron con las


piernas colgando y los dedos entrelazados. Era por la tarde, poco después
de las tres, pero se sentía como si hubieran estado despiertos durante un
año. Frente a ellos, el cielo era una joya impecable. La mochila de Lily
estaba abierta a su lado, e incluso con su ropa dentro, parecía vacía sin el
diario.
Sacó el teléfono satelital de Terry y lo encendió. Leo supuso que
debería estar agradecido de que Jay y Kevin no se lo hubieran llevado
durante el allanamiento de mochilas.
—Voy a avisar a Nic para que nos recoja mañana.
Él asintió, observándola marcar el número de memoria. Con un
sonido metálico, el ruido del teléfono sonando lo alcanzó.
—¿Hola?
—Hola. Soy yo. —No escuchó más que el sonido fuerte y amorfo de la
voz de Nicole. Lily negó—. Es un fracaso. —Otra pausa—. Lo explicaré todo
más tarde, pero Terry estaba trabajando con algunos muchachos. Nos
siguieron hasta aquí y tomaron mi arma, nos ataron. —Hizo una pausa y
Leo pudo escuchar el sonido incorpóreo de Nicole gritando—. Sí, lo digo en
serio. Nic… Nic… solo escucha. Si pudieras recogernos a Leo y a mí en el
lugar donde bajamos, intentaremos llegar alrededor de las dos de la tarde
de mañana. —Hizo una nueva pausa y lo miró, diciendo—: Nicole dice que
Bradley tuvo que volar a casa y Walt se está recuperando en un hotel en
Moab. —Volvió su atención a Nicole—. Supongo que serás tú quien nos
recoja, entonces. Prepárate para una gran noche en Archie's antes de que
enviemos a Leo de vuelta a Nueva York.
Ay.
Lily se despidió y apartó el teléfono de su oreja, presionando finalizar
llamada antes de dejarlo en su mochila. Miró hacia abajo durante unos
segundos y luego dejó escapar un gruñido enojado.
—Odiaba ese diario —dijo—, pero es peor que los amigos imbéciles de
Terry lo tengan ahora. Era todo lo que tenía de Duke.

222
No sabía qué decir. Su relación con el diario era complicada como el
infierno, y Leo no podía pretender entender el alcance de la misma. En su
lugar, le apretó la mano.
Sacó la foto de Duke apoyado contra el árbol, soltando la mano de Leo
para sostener la fotografía entre las suyas. Algún día, cuando la decepción
no fuera tan reciente, tal vez podrían hablar sobre su padre y cómo este
viaje cambió sus sentimientos sobre su historia. Pero hoy no era ese día.
—Estoy tan enojada —dijo en voz baja—. Y estoy desesperada por
saber si esos imbéciles encontraron algo.
Las palabras explotaron de él.
—Dios, yo también. Me está matando.
Ella rio.
—Por un lado, pienso, “Que se jodan esos tipos. Espero que no haya
nada”. Pero también: quiero pensar que estábamos cerca.
—Estoy de acuerdo.
Tamborileando sus dedos en su muslo, Lily se inclinó más cerca de la
foto, entrecerrando los ojos. Alzó la mirada, frunciendo el ceño, y luego la
bajó, ahora con más intensidad.
—Espera.
Había algo en su voz que atrapó su corazón en un gancho, lo envió a
un charco de adrenalina.
—¿Espera qué? —preguntó.
Ella señaló.
—¿Estoy viendo lo que creo que estoy viendo? —Lily le entregó la foto
y cerró los ojos con fuerza—. Describe esto. Dime todo lo que ves. Cada
detalle.
—¿Por qué?
Ella negó.
—Solo sígueme la corriente. —Él la miró inexpresivamente durante
unos instantes, sin comprender, sin querer aferrarse a la extraña punzada
de esperanza en su pulso hasta que ella estiró la mano a ciegas y tocó la
imagen de nuevo—. Hazlo, Leo.
—Bueno, está bien. Es, uh, una foto en blanco y negro —dijo—. Es
una foto de una cabaña en el cañón. Es diminuta, de madera, parece tener
unos tres metros de frente como máximo. Hay dos ventanas, pequeñas,
idénticas. Y entre ellas hay una chimenea. Y Duke está apoyado en el árbol
de la izquierda, sosteniendo una cerveza, sonriendo. —Exhaló
lentamente—. El árbol de Duke, el tocón que encontramos.
—¿Nuestra izquierda o la suya?
Leo parpadeó hacia ella, confundido.
223
—El lado izquierdo de la foto. Está apoyado contra el árbol con su
brazo derecho.
—¿Qué mano sostiene la botella de cerveza?
Volvió a mirar.
—Su izquierda.
—Exactamente. ¿Cuántos dedos ves?
Su estómago pareció salirse de su cuerpo y caer por el precipicio.
—Oh, mierda.
Él la miró y vio que ya estaba negando, ahora con los ojos abiertos y
sonriendo.
—Es imposible, ¿verdad? Solo tiene cuatro dedos en su mano
izquierda.
—Entonces, ¿cómo…?
Ella la tomó de vuelta.
—Es una pista falsa. Es intencional. Solo alguien que conociera a
Duke podría averiguarlo. Leo: esta foto es una imagen especular.
Una imagen especular.
Duke no estaba apoyado en el árbol de la izquierda. Estaba apoyado
en el de la derecha, y ni siquiera lo habían buscado.
—¿Pero viste otro tocón? —Leo no había visto nada más que madera
podrida y piedra desmoronada.
—No. —Lily le sonrió—. Pero no lo habríamos hecho si estuviera
enterrado debajo de la chimenea derrumbada.
Leo dejó escapar un jadeante:
—Oh, Dios mío. Tenemos que regresar.
Lily se giró, hurgando frenéticamente en la mochila.
—Dame los números de Bradley y Walter. —Él los recitó y miró por
encima de su hombro mientras ella enviaba un mensaje al grupo: La foto
era una imagen especular. No vengan por nosotros todavía. Llamaremos
cuando sepamos más.
Lily presionó enviar antes de volver a meter el teléfono en su mochila.
—¿Toma dos? —dijo ella, con una sonrisa tan amplia que él podía
contarle los dientes.
—Toma dos.
224
Veintiocho

E
l claro se abrió frente a ellos y, una vez que estuvieron seguros
de que nadie más permanecía cerca, Lily y Leo corrieron hacia
la chimenea derrumbada, justo donde habían estado hace
apenas dos horas. Aunque sus manos estaban cubiertas de cortes y
rasguños, apenas se dieron cuenta mientras excavaban en la pila para
desenterrar un tocón que estaba en mucho peor estado que el del otro
lado.
Años de estar cubierto por rocas y otros escombros significaba que no

225
se había secado ni envejecido de la misma manera. Parte de la veta estaba
hinchada; secciones de la corteza se habían podrido y se habían
desprendido. Con suerte, lo que quedara seguiría siendo legible.
Leo se inclinó para estudiarlo mientras Lily se cernía detrás de él, con
el corazón en la tráquea.
—¿Ves algo? —preguntó—. ¿Es braille otra vez?
—Definitivamente hay algo aquí. —Metiendo la mano en su mochila,
sacó su cantimplora y vertió agua sobre la superficie, tal como lo había
hecho ella la última vez—. ¿Bien? ¿Ves esos puntos?
Se agachó junto a él y, aunque las marcas no eran tan pronunciadas,
estuvo de acuerdo en que eran similares a las que habían visto antes.
Pero estaba cansada, y cuanto más miraba, más parecían nadar
frente a ella, convirtiéndose en masas anodinas y grumosas.
—Mirar esto hace que mi cerebro funcione mal.
Leo tomó un palo, aplanó un área de la tierra, la despejó de hojas y
comenzó a dibujar los patrones en la tierra. Después de unos minutos, se
retiró.
—¿Eso se ve bien?
Ella comparó los dibujos con lo que había sido quemado en la
madera.
—¿Creo que sí?
Debajo de los dibujos, escribió lentamente 2, F, e, n, w, e.
—Tengo menos confianza esta vez —murmuró.
Ella señaló la última serie de puntos.
—Pero si este es un punto intencional y no una mancha de
descomposición en la madera, eso convertiría esta e final en una o.
—Correcto —dijo en acuerdo—. Pero si el dos es el cañón de ranura, y
la F es la grieta en la que giramos, entonces las siguientes cuatro letras
son giros direccionales más profundos en el laberinto, una o no tendría
sentido.
—La forma en que lo has dibujado me parece correcto. —Alzó la
mirada, muy consciente de cada sonido.
—¿Realmente pensamos que el primer código fue un señuelo? ¿Es eso
algo que haría Duke?
—Es absolutamente algo que él haría. Casi me siento estúpida por no
haberlo anticipado.
Él miró la tierra y el tronco, de un lado a otro, para confirmar.
—Si la foto de Duke es una imagen especular, entonces este es
definitivamente el tocón correcto. 226
—Vamos a seguir con eso —dijo Lily, tirando de su manga. Miró hacia
atrás por el camino hacia los cañones de ranuras, paranoica e incapaz de
sacudirse la sensación de que no estaban solos—. Esos dos idiotas pueden
no ser las estrellas más brillantes del cielo, pero suponiendo que tengamos
razón sobre el árbol, es solo cuestión de tiempo antes de que se den
cuenta de que las direcciones anteriores estaban equivocadas. Y si nos
encuentran, no creo que nos aten de nuevo.
Pies crujieron a través de las hojas detrás de ellos y esta vez Lily supo
que no se lo había imaginado. Se dio la vuelta, cuchillo en mano, y vio a
un hombre a contraluz bajo el sol poniente, parado a unos diez metros de
distancia. Ambos se pusieron de pie, Leo empujándola detrás de él,
protegiéndola.
Lily se movió para empujarlo detrás de ella cuando escuchó la voz
aliviada de Leo:
—Amigo.
—¿Bradley?
—Maldita sea, ahí están. —Riendo mientras observaba sus
expresiones, Bradley negó—. Ambos se ven tan asustados. Solo soy yo.
Leo y Lily intercambiaron una mirada breve y confusa.
—¿Cómo… qué estás haciendo aquí? —preguntó Leo—. Nicole dijo
que habías vuelto a Nueva York.
Bradley pareció momentáneamente sorprendido.
—Hablaron con... Oh, cierto. Le dije que volaría a casa, pero
realmente no podía soportar saber que ustedes dos continuarían sin mí. —
Hizo una mueca de auto-desprecio—. Esto fue lo más divertido que he
hecho en mi vida, y no podía perdérmelo. ¡Así que díganme qué ha pasado!
Apuesto a que ha sido una locura. —Lanzó un grito salvaje de hombre de
las montañas de Bradley y les sonrió.
Lily imaginó que, en cualquier otra circunstancia, Leo se acercaría y
abrazaría a su amigo. Pero no se movió de su lado y ella no bajó el
cuchillo. Tampoco podía sacudirse la extraña sensación que se enroscaba
en sus entrañas como una serpiente de cascabel. ¿Por qué se arriesgaría
Bradley a entrar solo en el cañón? ¿Por qué, si confiaba en Leo, no se
reuniría con ellos en Hester, como estaba previsto?
Ajeno al ambiente, Bradley se acercó e hizo un gesto hacia el tocón.
—¿Es el mismo árbol que en la foto? Mierda, chicos. ¡Lo encontraron!
Lily notó que Leo usó su pie para borrar sutilmente el código en la
tierra y se le cayó el estómago. Definitivamente algo estaba mal. ¿Cuándo
dejó Bradley a Nicole y cómo los encontró tan rápido? 227
Desafortunadamente, Bradley también lo notó, y una sombra se
movió sobre sus facciones.
—¿Qué? No seas así, hombre.
—Es raro —dijo Leo en voz baja—. ¿Apareces aquí? Solo lo estoy
pensando.
La risa de Bradley fue forzada.
—Vamos. ¿Qué es raro? Soy yo. Vengo para ayudar. Trabajo en
equipo, ¿verdad? ¿No es eso sobre lo que Lily nos dijo que se trata todo
esto? ¿Cuál es el código?
Leo se rascó la mandíbula y miró hacia otro lado, haciendo una
mueca.
—¿En serio? —dijo Bradley, herido—. Soy yo. ¿En qué hay que
pensar? —Extendió la mano para golpear jovialmente el brazo de Leo—.
Este tesoro ya se ha metido en tu cabeza.
—No es eso. —Leo miró por encima del hombro, hacia la dirección en
la que los otros hombres habían desaparecido antes—. A los tipos que nos
retuvieron a punta de pistola hoy no les sorprendió que solo fuéramos dos
aquí abajo. Estoy intentando resolver eso.
—¿Qué tipos? —inquirió Bradley, negando.
Leo ignoró esto.
—Sabíamos que no les sorprendería saber que Terry se fue, porque
leímos sus mensajes. Pero, ¿cómo supieron que nos separamos si Terry no
les había respondido desde entonces? ¿Quién les dijo que nos separamos?
—Lo siento, ¿de qué estás hablando? —Bradley se inclinó para mirar
a Leo a los ojos—. ¿Alguien los retuvo a punta de pistola? ¿Fueron los
chicos del pueblo? —Arrugó la frente—. ¿El novio cantinero de Lily?
La inquietud invadió aún más el estado de ánimo de Lily, haciendo
que su pulso se acelerara.
—Estás trabajando con ellos —dijo en voz baja.
Bradley palideció.
—¿Qué? ¿Con quién?
—Había cuatro personas en ese hilo de mensajes. —Leo inclinó la
cabeza. Su expresión se aclaró—. ¿Cómo habrían sabido Jay y Kevin que
tenían que venir aquí si no les hubieran dicho acerca de la foto de Duke?
Los mensajes decían que nos perdieron la pista después de irnos del

228
mirador.
—Bradley debe haberlos llamado —dijo Lily—. Tal vez cuando llevaste
a Walt al hospital. A menos que... nadie se haya molestado nunca en mirar
en tu mochila. Podrías haberlos llamado la noche de la tormenta.
Bradley pareció genuinamente sorprendido por un segundo.
Y luego su expresión se rompió, y se echó a reír, doblándose por la
cintura.
—Mierda, no pude contenerlo. —Se enderezó, pasándose una mano
por el rostro—. Así no es como quería que esto sucediera. No sé por qué
me estoy riendo, amigos.
Inquieta, Lily entrelazó sus dedos con los de Leo, dando un paso
hacia atrás.
—Leo. Vamos.
Pero Leo se mantuvo firme, mirando a Bradley.
—Te enviamos un mensaje. —Tragó saliva, dolorido. Una mirada a él
le dijo que su expresión estaba descolorida, enferma por la conmoción—.
Enviamos un mensaje al grupo y dijimos que la foto era una imagen
especular. —Leo miró a su alrededor y Lily se dio cuenta de que los
sonidos anteriores no eran su imaginación. Jay y Kevin estaban cerca,
escondidos en la sombra, habían estado parados allí todo el tiempo,
esperando ver cómo se desarrollaría esto—. Lo que no entiendo es cómo
recibiste el mensaje si ya estabas aquí. No hay señal.
—La hay si está reenviando todo a un teléfono satelital —dijo Lily.
Bradley metió la mano en su bolsillo con un profundo suspiro y sacó
el pequeño dispositivo.
—Maldita sea. No pensé que lo captarías. —Él sonrió—. Es fácil
esconder mierda en una mochila si nadie la revisa. Jesús, Lily, ¿de qué
sirve tener reglas si no las haces cumplir?
Lily dio un paso adelante con ira, pero Leo la detuvo con su brazo
sobre su pecho.
—Has estado aquí todo el tiempo —dijo—. Empezaste a bajar la noche
que dejaste a Nicole, ¿no?
Bradley volvió a guardar el teléfono en el bolsillo y levantó las manos.
—Chicos, en serio, esto no tiene que ser tan trágico. Dejen el cuchillo
y solo váyanse a casa. Déjennos ir por el dinero. Nos reiremos de todo esto
más tarde.
El rojo inundó su visión, cubriendo todo a su alrededor con un
resplandor ardiente.

229
—¿“Solo… váyanse a casa”? —repitió ella—. ¿“Nos reiremos de todo
esto”? ¿Me estás jodiendo?
Miró a Leo, que parecía incapaz de desviar su atención del rostro de
Bradley.
—Empujaste a Terry —dijo sin tono.
Jay y Kevin salieron al sol moteado de la tarde.
—¿Qué dijo?
Bradley los despidió.
—No se preocupen por eso.
Jay sacó su arma, apoyándola significativamente contra su pierna.
—¿Qué significa eso, Brad? ¿“Empujaste a Terry”?
La piel de gallina se extendió como dedos helados a lo largo de su piel.
—Bradley. Y no lo empujé —dijo Bradley irritado—. Dejó que la
situación se saliera de control cuando sacó un arma a plena luz del día.
Fue culpa suya que se cayera por el precipicio.
—¿Pero Terry está muerto, hombre? —Kevin, para su crédito, parecía
realmente molesto por esto.
—Lo está —dijo Bradley—. Y como dije, fue su propia culpa.
Kevin apenas se había movido, claramente incapaz de procesar esto.
Finalmente, miró a Leo y Lily.
—Terry murió, ¿y ustedes nos mintieron?
—¿Mentirles...? —interrumpió Leo, tosiendo una risa incrédula—. Nos
retuvieron a punta de pistola y nos ataron con bridas. No sentí
exactamente que estuviéramos traicionando su confianza.
La paciencia de Bradley se rompió.
—¡Esta es una fijación estúpida! Superen la parte de Terry. Ni
siquiera estaban allí para ver el desastre que fue. Estaba tratando de
alejarlo del borde y él estaba enloqueciendo. ¿Lo empujé? ¡Quizás! ¡Es todo
un borrón! Les hice un favor. Ahora hay una persona menos con quien
dividir el dinero.
—Ni siquiera estaríamos aquí si no fuera por él —dijo Jay furioso.
—¡Ustedes lo conocen de Reddit, por el amor de Dios! —gritó
Bradley—. Lo conozco desde hace años. Terry no era el tipo súper
resistente que creen que es. Usar un chaleco con setenta bolsillos no lo
hace capaz, solo lo hace demasiado vestido. Sí, sabía más sobre Duke
Wilder que cualquiera de nosotros, pero solo sobre el papel. ¡Ni siquiera
pudo mantener la boca cerrada y ser simpático durante cuatro días! Y

230
hubo tantas oportunidades de tomar el diario, pero él era tan sigiloso como
un oso pardo en una fábrica de campanas de viento. Ni siquiera podía
cerrar bien la maldita mochila.
Lily estaba tan enojada que prácticamente estaba levitando del suelo.
Asintió hacia el arma de Jay.
—Es mejor que su puntería sea buena porque si llego a ti primero, voy
a alcanzar tu garganta, agarrar tus bolas y mostrártelas.
—Lily —susurró Leo en advertencia.
Bradley le sonrió con auténtico deleite, mostrando una hilera de
dientes nacarados. Se apartó el cabello dorado de la frente.
—Eres tan diferente a cualquier mujer con la que haya visto a Leo. —
Dio un paso adelante—. Sé que no me creerán, pero estoy genuinamente
molesto por cómo va todo esto. No tenía que ser así, ¿saben? —Hizo un
gesto detrás de él, como si la decisión que condujo a todo esto estuviera
justo más allá de donde podían ver—. El plan original era tomar el diario y
pasárselo a estos muchachos. Pero Terry lo dejó sobresaliendo de su
mochila, y Nicole se dio cuenta, y todo se fue a la mierda. Solo estoy aquí
por el dinero. No estoy aquí para todo este drama.
—¿El dinero? —dijo Leo—. No lo necesitas. Tienes…
—El salario de un profesor adjunto y una tonelada de deudas. Es
imposible salir de debajo —admitió Bradley, viéndose vulnerable por un
momento.
—Amigo. Cuánto…
—Suficiente —interrumpió Bradley a Leo—. Hemos estado planeando
esto durante mucho tiempo, me molesta mucho que se haya vuelto tan
complicado.
El calor subió a la superficie de la piel de Lily.
—¿Estás insinuando que tienes algún derecho sobre este dinero
porque has pasado mucho tiempo planeando robar el diario de mi padre?
¿De verdad estás diciendo eso en este momento?
—Como dije, es una situación de quien lo encuentra se lo queda,
querida —le dijo—. Esas eran claramente las reglas de Duke también. Ni
siquiera puedes decirme que estás segura de que él quería que lo tuvieras.
—Lily hizo ademán de lanzarse de nuevo, pero Leo la detuvo. Bradley se
rio—. Eres tan fiera. Me gustas, Lily Wilder. Creo que yo también te gusto.
Luego le guiñó un ojo.
Ella levantó la barbilla para encontrarse con su mirada.
—Come mierda, Brad.

231
Esto solo lo deleitó más.
—Lo entiendo, Leo. Entiendo por qué estuviste tan obsesionado con
ella durante tanto tiempo.
A su lado, a Leo no le hizo gracia.
—¿Por qué nos trajiste a Walter y a mí aquí? —preguntó Leo—.
Podrías haber venido con Terry y haberlo hecho por tu cuenta. No tenías
que arrastrarnos a esto.
—¿De verdad crees que Lily no se daría cuenta si su diario
desaparecía? —Sonrió con orgullo a Leo—. Terry fue quien investigó todo el
pasado de Duke Wilder. Él fue quien me convenció de que el dinero todavía
está por aquí. Pero fui yo quien pensó en distraerla con su ex novio.
Leo, finalmente, parecía genuinamente herido en lugar de enojado.
—Dijiste que no sabías que Lily era la chica del rancho.
Bradley se encogió de hombros.
—No fue tan difícil de reconstruir, amigo.
—Esto es aburrido como el infierno. —Jay apuntó su arma a Lily, y
Leo se tensó a su lado—. ¿Podemos volver al punto aquí? Las primeras
direcciones eran erróneas. Suelta el cuchillo y llévanos al lugar correcto.
Cuando ella no se movió, apuntó con el arma a Leo.
—Piénsalo bien, Lily Wilder.
Lily calculó cuánto tardaría en llegar a Bradley y supo que no serviría
de nada. Abriendo el puño, dejó caer el cuchillo al suelo.
—Bien —dijo Bradley, y se inclinó para recogerlo—. Ahora dime las
direcciones correctas.
—Sí, no lo creo —dijo Leo.
Bradley sonrió, se acercó y levantó la mano para apartar un mechón
de cabello del rostro de Lily. Leo extendió la mano, agarrando la muñeca
de Bradley, mientras un arma era disparada hacia un lado.
—Leo —dijo Bradley en voz baja—. Hermano. Llévanos allí o déjanos
toda la información, pero no hagas esto peor de lo que tiene que ser.
—¿Por qué estás arriesgando tu trabajo, nuestra amistad, todo por
esto? —preguntó Leo—. ¿Por qué simplemente no hablaste conmigo? No lo
entiendo.
—No lo entenderías —dijo Bradley simplemente—. El señor
Responsable nunca se metería en esta situación, y admiro eso, pero me
mezclé en algunas cosas que no entenderías y estoy tan metido que estos
tipos me van a matar directamente si no pongo mis manos en un montón
de dinero. ¿Quieres salvar mi vida? Ayuda a tu mejor amigo.
Leo negó, mirando hacia otro lado. Bradley le indicó a Kevin que
avanzara.
232
—Él necesita aliento, supongo.
—Está oscureciendo —dijo Lily, y Kevin se detuvo. El sol había
comenzado su empinado descenso; las sombras se hacían más largas por
segundos, y en el cañón, el cielo pasó de tenue a oscuro en un santiamén.
En una hora, podrían saltar fácilmente de un acantilado o caminar
directamente hacia un grupo de nopales. Había una buena razón por la
que no paseabas de noche por el desierto—. No seremos capaces de ver
una jodida cosa.
—Menos mal que estamos preparados —dijo Bradley.
Kevin abrió su bolso y sacó tres linternas de alta resistencia.
—¿Qué? —dijo en reacción a la expresión de Lily—. ¿Crees que vamos
a tener una jodida fiesta de pijamas y empezar de cero por la mañana?
Vamos ahora.
Jay agitó su arma hacia Leo.
—Lidera el camino, mi hombre.
Veintinueve

P
ara el momento en el que siguieron la curva del acantilado
rocoso desde el tocón hasta la entrada de los cañones, la última
luz se había apagado en el cielo. Lily ni siquiera podía apreciar
cómo parecía que las estrellas se derramaban en un manto de brillantina
sobre su cabeza. La luna estaba oculta detrás de una espuma de nubes,
pero los rayos de tres linternas se balanceaban de un lado a otro a través
del camino, Bradley y sus dos imbéciles flotando justo detrás de ellos.
Más fuerte que el arrastrarse de sus pasos a través de la maleza eran

233
sus propios pensamientos acelerados. Lily repasó un posible escape tras
otro. ¿Quizás podrían correr? Tal vez podrían esconderse detrás de una de
las paredes del cañón y perderlos en la oscuridad. Pero, ¿podrían perder a
los tres y por cuánto tiempo? No tenía ni linterna ni pistola. ¿Qué pasaría
si cooperaban y Bradley no encontraba lo que estaba buscando al final?
Encontrar la entrada correcta era una cosa; todavía tendrían que tomar
las curvas correctas a través de estrechos pasajes llenos de piedras y
charcos y Dios sabía qué más, en la oscuridad total. Podrían salir
fácilmente con las manos vacías. ¿Entonces qué?
No estaba más cerca de una respuesta cuando Leo se detuvo frente a
lo que parecía un estrecho pasillo excavado en la pared de arenisca.
—¿Puedo reiterar lo increíblemente estúpido que es esto? —dijo—.
Todos podríamos morir allí.
Bradley se inclinó, mirando más allá de él hacia la oscuridad.
—No te equivocas, ¿pero no fue el otro día cuando Lily nos recordó
que eras un Eagle Scout y que tenías más experiencia al aire libre que
cualquiera de nosotros? ¿Que te necesitaba para resolver los acertijos?
Información realmente útil. —Golpeó a Leo en el hombro—. Vas primero.
La mandíbula de Leo se apretó mientras miraba hacia la ranura.
—Necesitaré más luz. —Miró hacia atrás—. Y el mapa.
Después de un momento de consideración, Bradley abrió una de las
mochilas y le entregó el mapa arrancado y una pequeña linterna para la
cabeza. Bradley era más inteligente de lo que parecía; si hubiera tenido la
oportunidad, Lily definitivamente lo habría golpeado en la cabeza con una
de las linternas.
—No te hagas el héroe, hombre —advirtió Bradley en voz baja.
—Sí. —Fue todo lo que dijo Leo antes de encender la linterna.
El rayo de luz atravesó la oscuridad, y cuando él extendió la mano
hacia atrás para apretar la suya, ella le devolvió el apretón, más fuerte.
Con una respiración profunda, dio su primer paso adentro.
2… F… e… n… w… e.
Caminaron unos sesenta metros, esquivando, en fila india en la
oscuridad claustrofóbica, antes de que el estrecho camino se abriera y, tal
como predecía el mapa de Duke, se dividiera en al menos diez direcciones.
Era como un atrio circular con pasillos que se bifurcaban. Leo los condujo
al segundo de la izquierda.
—Dos —dijo. Se deslizaron por la estrecha grieta, que
afortunadamente se ensanchó después del primer par de fisuras, cada una

234
de las cuales Leo marcó en voz alta—. A… B…
Y así continuaron. Treparon por rocas y avanzaron por ranuras
increíblemente estrechas, siguiendo cada abertura hasta que llegaron a la
sexta, F. Leo miró la brújula de su reloj y localizó la dirección de la primera
vuelta: este. Tropezaron una y otra vez en su camino hacia el este, y luego
hacia el norte, y luego hacia el oeste, adentrándose más en el
desorientador laberinto con solo oscuridad y posible muerte frente a ellos.
A pesar del frío, Lily estaba sudando cuando Leo se detuvo frente a un
estrecho agujero en la roca. Inclinó su linterna hacia el interior.
—¿Es esto? —inquirió Bradley, y era imposible pasar por alto el toque
de euforia en su voz exhausta.
Leo volvió a mirar la página.
—Debería serlo.
La voz de Kevin llegó desde atrás.
—Mejor que lo sea.
Bradley se movió al frente para pararse al lado de Leo.
—Es muy estrecho —murmuró—. Tenemos que arrastrarnos.
Para sorpresa de Lily, no envió a Leo primero. En cambio, Bradley fue,
desapareciendo en la oscuridad. Su voz resonante los alcanzó.
—Mierda.
Leo lo siguió, luego Kevin, y luego Jay apuntó con el arma a la cabeza
de Lily, obligándola a gatear delante de él.
El túnel era lo suficientemente estrecho como para que Lily tuviera
que arrastrarse como en el ejército durante metro y medio, con el corazón
en la garganta y ahogándose con pánico. Y entonces el aire frío le golpeó el
rostro y cayó sobre suelo blando. Leo se acercó corriendo, ayudándola a
levantarse mientras ella miraba alrededor de un espacio de unos seis
metros de diámetro.
Una habitación secreta, desgastada por los elementos durante cientos
de años, en medio de una roca sólida. El suelo a sus pies era un lavado
arenoso; una delgada franja de estrellas era visible en lo alto. Las paredes
eran lisas y secas, con un estrecho estante tallado en la pared de piedra
frente al túnel de entrada.
—Chico del código —le dijo Jay a Leo—. Ve a ver eso.
Leo se acercó vacilante. La linterna de su cabeza barrió la parte
delantera de la plataforma rocosa, la mayor parte de la cual estaba oculta
en la oscuridad. Lily tenía miedo de respirar ya que su cerebro le
proporcionaba inútilmente cada escena de trampa explosiva en cada

235
película que había visto. Leo se inclinó de mala gana para palpar
alrededor.
—Oh, Dios mío.
Todos se acercaron más.
—¿Qué es? —preguntó Bradley.
Jay dio un paso justo contra la espalda de Leo, flotando.
—Amigo, ¿es grande?
—Dame un poco de espacio. —Lo que fuera que Leo encontró parecía
encajado allí, y dio algunos tirones antes de sacar una caja de madera.
Lily tosió por el polvo. Era del tamaño de una caja de zapatos, sencilla
y enmarcada en metal con un candado endeble que la mantenía cerrada.
Bradley inclinó la cabeza hacia atrás y gritó triunfalmente:
—¡Joder, sí! —Su voz era casi ensordecedora mientras resonaba a su
alrededor, pequeños guijarros cayendo por la vibración—. ¡Duke, nunca
nos defraudas!
Leo lo dejó en el suelo y retrocedió. Lily corrió hacia él.
Jay dio un paso adelante y lo empujó con la punta de su bota.
—No es muy grande.
—Podría tener una llave dentro —reflexionó Bradley, agachándose
frente a ella.
Jay alzó la mirada, entrecerrando los ojos por el haz de luz de la
linterna de Kevin.
—Ábrelo, Brad.
Bradley temblaba de emoción cuando sus palmas se deslizaron sobre
la madera, pero hizo una pausa en su exploración para hablar con los
dientes apretados.
—Soy Bradley.
Justo más allá del haz de luz de la linterna, la mano de Leo encontró
la suya y retrocedieron hacia las sombras. Bradley usó su linterna para
romper fácilmente el candado y abrió la tapa, mirando.
—¿Qué? —dijo Kevin, acercándose—. ¿Es…?
Se quedaron en silencio y Bradley se inclinó lentamente para recoger
un fino trozo de papel.
—¿Qué mierda es esto?
Jay se lo arrebató y gruñó.
—¿Es solo un montón de números? ¿Es esto un código? —Se lo acercó
a Lily y se lo puso en el rostro—. ¿Qué es esto?
Observó la larga cadena de números, sin espacios en blanco.
Negando, admitió:
236
—Duke nunca hizo códigos como este conmigo. No… no lo sé.
Kevin le quitó el papel a Jay, se acercó y agarró a Leo por el cuello de
la camiseta. Lo arrastró hacia atrás, golpeándolo contra la pared de roca.
Al oír el gruñido de dolor de Leo, Lily se dirigió hacia él, pero Bradley le
rodeó el brazo con una mano fuerte y la sujetó.
—¿Piensas que esto es una broma? —dijo Kevin, ahora en el rostro de
Leo. Empujó el papel contra su pecho—. ¿Qué diablos significa esto?
Leo lo miró fijamente.
—Hice lo que pidieron. Los traje aquí. —Hizo un gesto con la cabeza a
Bradley—. Él es el arqueólogo. Joder, resuélvanlo ustedes.
Jay sonrió y se pasó una mano por el cabello.
—Kevin, haz lo tuyo.
Bradley sujetó los brazos de Lily detrás de su espalda mientras Kevin,
el doble del tamaño de Leo, lanzaba su puño gigante en el estómago de
Leo. Cuando Leo se inclinó para protegerse, Kevin fue a por su rostro, el
golpe lo suficientemente fuerte como para hacerlo caer de rodillas. Leo
trató de defenderse, pero sus golpes apenas parecían aterrizar, y Lily gritó,
su voz resonó pero no lo suficientemente fuerte como para bloquear el
sonido de los puños de Kevin aterrizando en el rostro de Leo, su estómago;
de su bota dando patadas en las costillas de Leo una y otra vez.
Finalmente, Bradley gritó:
—¡Suficiente!
Lily intentó lanzarse hacia adelante de nuevo, pero esta vez Bradley la
agarró del cabello y le obligó a echar la cabeza hacia atrás con violencia.
Podía ver a Leo desplomado en el suelo, escuchar cada una de sus
dolorosas respiraciones.
—Leo, di algo —le rogó.
Él escupió sangre y la miró a través de un ojo hinchado, tratando de
sonreír.
—Probablemente elegirías una barra de proteínas para cada comida
en lugar de esto, ¿verdad?
—Esto no va a funcionar —dijo Bradley—. Solo necesita la motivación
adecuada, eso es todo. —La arrastró hacia donde Leo podía ver y le habló
como si fuera un niño pequeño—. Leo, son números. Los números son tu
cosa. Solo tienes que averiguar lo que significan. ¿De acuerdo?

237
Leo lo miró fijamente, con el rostro ensangrentado, la sonrisa
desaparecida y los ojos llenos de rabia.
Bradley volvió a tirar de su cabello, obligándola a arrodillarse y
blandiendo un arma. Inclinándose, susurró en voz alta:
—Caramba, Lily, perdón por el déjà vu. —Se volvió hacia Kevin—.
Levántalo.
Kevin arrastró a Leo para que se pusiera de pie y le arrojó el papel.
Leo se levantó la camiseta, se secó los ojos, la frente; la camiseta acabó
manchada de rojo. Sus manos temblaban mientras miraba la escritura con
una intensidad que Lily nunca había visto antes.
—¿Qué dice? —cuestionó Bradley en un gruñido bajo.
—Son veinticinco números sin espacios —dijo Leo—. Podría llevar
semanas descifrarlo.
—Qué fastidio que no tengamos semanas, entonces. —Bradley levantó
la barbilla—. Siéntete libre de tomar asiento y usar el diario para
resolverlo. No nos iremos hasta que hayas terminado.
Todo lo que Lily podía hacer ahora era esperar.

Una persona podía pensar mucho en unas pocas horas.


Bradley se sentó junto a Lily con la espalda contra la pared, el arma
descansando ociosamente contra su muslo mientras observaban a Leo
trabajar. Durante minutos, y luego horas, Leo no escribió nada, no usó el
diario. Se limitó a mirar, murmurando para sí mismo, calculando
secuencias y códigos antes de parecer ignorarlos casi con la misma
rapidez.
Kevin y Jay se paseaban y hablaban en voz baja y finalmente se
desplomaron para dormir en el suelo. Bradley se sentó en silencio,
mirando a Leo, luego mirando a Lily mirar a Leo, perdido en sus propios
pensamientos.
Lily nunca había sido una persona confiada. De hecho, a excepción de
Nicole, no había un solo humano al que confiaría sus caballos, sin
importar su vida. Pero se le ocurrió que cuando escucharon la voz de
Bradley en ese tocón, nunca había considerado que él y Leo podrían estar
juntos en esto. En cambio, temía por Leo, y más allá del peligro evidente,
temía por su corazón y por lo que significaría que el hombre al que
consideraba familia lo traicionara tan profundamente.
Hasta ahora, él estaba haciendo exactamente lo que ella esperaba que

238
hiciera: permanecer tranquilo y estoico ante el peligro, pero después de
esto, y Dios, ella esperaba que hubiera un después de esto, sabía que el
dolor de esta traición llegaría, y con fuerza. Lo odiaba incluso más que le
quitaran el diario de su padre y que los obligaran a ayudar a alguien más a
encontrar este tesoro. En ese momento, se sentía como si fueran ella y Leo
contra el mundo. Lily habría hecho cualquier cosa para mantener a salvo a
su hombre, pero en ese momento solo podía sentarse y confiar en él. Su
competencia no podía salvarlos en este momento.
—Deja de golpetear tus dedos —dijo Bradley, sorprendiéndola al
detener su mano en su muslo—. Dios, es como un martillo en mi cráneo
en este momento.
No se había dado cuenta de que lo había estado haciendo.
—Lo siento. Es solo un hábito.
—Bueno, es jodidamente molesto.
Ella lo miró, deseando arrancarle el rostro.
—Arruinaste una amistad de una década con el mejor hombre que
conoces —le susurró—. Por dinero.
—Él y yo estamos dañados pero no rotos —le aseguró Bradley—. Toda
relación tiene un momento bajo.
Ella se rio con tristeza.
—Un momento bajo. Estás delirando.
—Mírense a ustedes dos —dijo, engreído—. ¿Estás tratando de
decirme que no pasó nada aquí contigo? Si no fuera por mí, tú y Leo
nunca se habrían vuelto a encontrar, por lo que en realidad él debería
estar agradecido.
—Vete a la mierda.
Bradley giró la cabeza para ver a Leo inclinado, mirando el código.
—Cuando salgamos de aquí, él y yo lo hablaremos.
Ella quería golpearlo. Quería arrebatarle el arma y golpear con la
pistola a cada uno de ellos antes de bloquearlos allí con su estúpida caja y
este estúpido…
—Respira, Lil —murmuró Leo, mirándola—. No dejes que te enfade.
Una oleada de emoción subió desde su pecho hasta su garganta,
salada y caliente, al darse cuenta de que incluso cuando estaba herido y
concentrado intensamente en una tarea urgente, Leo todavía la cuidaba.
Ella asintió y le respondió en voz baja:
—No lo haré. Estoy bien.

239
Bradley rio suavemente.
—Estás tan azotado, Leo.
—No te haces una idea. —Leo se echó el cabello hacia atrás y se
inclinó más cerca del papel de nuevo.
Lily no sabía cuántas horas habían pasado, pero tenía la garganta
seca y estaba exhausta. Hacía mucho frío, e incluso la lenta aparición del
amanecer a través del hueco en el techo de la cueva no prometía mucho
calor. Realmente tenía ganas de orinar. Levantó la vista justo cuando los
ojos de Leo se abrieron de par en par. Sus cejas se levantaron, la
esperanza se disparó en su pecho, antes de volver a enderezarse
lentamente. Había encontrado algo.
Unos quince minutos después, simplemente dijo:
—Creo que lo tengo.
Jay y Kevin se despertaron de golpe. Leo logró ponerse de pie y Lily se
puso de pie. Bradley tiró de ella hacia atrás cuando hizo ademán de
moverse hacia Leo.
—¿Bien? —preguntó Bradley—. ¿Qué dice?
Leo sostuvo la mirada de Lily antes de parpadear hacia Bradley.
—No te va a gustar.
Bradley lo miró fijamente durante un largo momento.
—Léelo de todos modos.
—Dice “Te gané aquí”.
Bradley corrió hacia el código y Leo corrió hacia ella, aplastándola
contra él, respirando.
—¿Qué quieres decir? —dijo Bradley, recogiendo el trozo de papel que
Leo había puesto encima de la caja—. ¿La nota solo dice “Te gané aquí”?
¿Me estás jodiendo?
Ignorándolo, Leo puso sus manos a los lados del rostro de Lily y se
inclinó para mirarla.
—¿Estás bien?
—Sí. —Ella agarró sus muñecas, necesitando sentir su pulso bajo la
punta de sus dedos. Fuerte y vivo—. ¿Tú?
—Estoy bien. —Estaba mintiendo. Ella había visto la forma en que
distraídamente había ahuecado una mano sobre las costillas de su lado
derecho durante toda la noche. Incluso ahora, liberó una de sus muñecas
de su agarre, bajando una mano para sostener su costado. Tenía rasguños
por todas partes en su rostro, un feo corte sobre su frente, e incluso en la
oscuridad persistente, podía ver moretones floreciendo bajo sus ojos.
Leo fue apartado y Bradley le puso el papel en el rostro.
—Explica cómo resolviste esto.
240
Lentamente, Leo explicó el código, que se llamaba Fougère, llamado
así por el espía francés que lo inventó, que era una forma de agrupar
números para formar letras. Escribió el código y explicó cómo obtuvo la
respuesta, aunque Lily estaba bastante segura de que Bradley no entendió
nada. Leo dijo que revisó todos los códigos alfanuméricos que se le
ocurrieron, y ninguno de ellos deletreaba nada más que tonterías. Este
código, sin embargo, deletreaba una frase específica. Y el Fougère era
definitivamente un código que Duke Wilder habría conocido.
Las palabras exhaustas de Leo fueron interrumpidas por el sonido de
alguien que lanzaba una linterna contra la pared de piedra.
—¿Qué diablos hacemos ahora? —dijo Kevin.
Bradley caminó a lo largo de la habitación.
—Duke se está burlando de nosotros. Todo es un juego para él. —
Dejó de pasearse para mirar a Lily con los ojos entrecerrados—. “Aventura
sobre lo demás”, ¿no es eso lo que dijiste que era su lema? El santurrón
hijo de puta realmente pensó que la gente estaría satisfecha con la
emoción de la persecución y que él mismo podría quedarse con el dinero.
—Se pasó una mano por el cabello y miró a Jay y Kevin—. Consiguió el
dinero. Los llevamos con nosotros. Regresaremos a la casa de Duke y la
destrozaremos si es necesario.
Treinta

A
rrastrarse fuera de los estrechos confines de los cañones
significó que les tomó unos segundos adaptarse a la brillante
luz de la mañana. El sol relucía, el cielo sin nubes y casi
cegadoramente azul. Pero incluso ensangrentado y medio ciego, Leo
todavía podía distinguir las formas abultadas de cinco personas a menos
de diez metros de distancia.
Una de las figuras se adelantó. Leo se sobresaltó, empujando
protectoramente a Lily detrás de él antes de darse cuenta de que el cuerpo

241
que corría hacia ellos era Nicole. Sin embargo, no se dirigía a Lily. En lugar
de eso, pasó como una exhalación por delante de ellos, embistiendo a
Bradley y dándole un puñetazo brutal en el estómago. El golpe sonó como
si hubiera arrojado un bate de béisbol contra una bolsa de harina.
Literalmente sorprendido, Bradley dejó escapar un gemido agudo,
doblándose.
Jay y Kevin fueron por sus armas, pero otras cuatro armas fueron
amartilladas en advertencia antes de que pudieran alcanzarlos.
—¿Guardabosques? —dijo Lily, justo cuando los uniformes se
registraron en el cerebro de Leo.
—Cabrón —dijo Nic furiosa, agarrando el cabello de Bradley y
estrellando su rostro con su rodilla. La sangre brotó de su nariz, y el viejo
instinto de Leo se mantuvo, avanzar hacia su amigo, proteger a uno de los
suyos, antes de que recordara. Bradley ya no estaba incluido en ese
círculo. Finalmente, otra figura trotó hacia adelante, arrastrando a Nicole
mientras maldecía y pateaba en el aire.
Leo observó cómo una mujer guardabosques apuntaba con su pistola
y se movía con determinación hacia el hombre que Leo pensó que había
sido uno de sus mejores amigos.
—Veamos esas manos en tu cabeza, chico.
Bradley hizo lo que le indicó, pero retrocedió un par de pasos.
—Oye, espera. Solo estoy aquí con estos dos… —señaló a Leo y Lily—
… siguiendo la misma información que todos…
—Pon las manos en la cabeza —repitió la guardabosques con calma—
, y ponte de rodillas. Puedes contarme todas tus historias en la estación.
—Con la mano libre, sacó unas esposas de su cinturón y las abrió.
—¿Qué? —gritó Bradley, los dientes ensangrentados con su propia
sangre—. Espera. Espera. Leo. Diles. Estoy con…
La voz de Leo era tranquila pero firme:
—Él no está con nosotros.
Decir eso se sintió como un cuchillo en su estómago.
—Tienes derecho a permanecer en silencio —le dijo a Bradley,
extrayendo el arma de su cintura y entregándosela al cuarto
guardabosques—. Cualquier cosa que digas puede y será utilizada en tu
contra en un tribunal de justicia. Tienes derecho a hablar con un
abogado…
Leo se alejó de la imagen de su amigo más antiguo siendo arrestado y
observó cómo Lily corría hacia Nicole. Las dos mujeres se abrazaron, y

242
ante el sollozo de alivio de Lily, toda la tensión se disipó del momento. De
repente, Leo sintió que podía respirar de nuevo, sin contenerse más,
luchando por mantenerse firme el tiempo suficiente para llevar a Lily a un
lugar seguro.
Sin embargo, con el indulto vino el tormento, y ahora sentía cada
puñetazo, cada patada brutal, cada onza de traición y decepción. Debajo
de él, sus piernas parecieron transformarse en una sustancia diferente, ya
no de carne y hueso, sino de mala calidad y goma. Cayó sin gracia
mientras los policías conducían a Bradley, Jay y Kevin hacia el río, donde,
en la distancia, un helicóptero cobró vida zumbando, rociando agua por
todas partes.
—Leo —llamó Bradley—. ¡Amigo, diles que estamos bien!
Leo lo ignoró, poniendo sus rodillas contra su pecho, presionando las
palmas de sus manos contra sus ojos.
—Mierda —murmuró una y otra vez, tratando de respirar más
profundamente. Su cabeza palpitaba, su mente lidiaba con esta nueva
realidad.
Voces se alzaron a su alrededor: Lily contándoles a los guardabosques
lo que había sucedido, Nicole explicando que le había parecido sospechoso
que Bradley se fuera, que la persona que estaba más entusiasmada con
cada parte de este viaje simplemente desaparecería justo al final.
—Estaba sentada en Archie's —dijo, con la voz amortiguada por el
zumbido bajo constante en sus oídos—, y pensé: “¿Por qué seguía
preguntándome cuánto dinero pensaba que habría y cómo lo
dividiríamos?”. Le había gustado mucho la aventura, pero de repente fue:
“¿Cómo vamos a dividirlo?” y “¿Vamos a tener que darle algo al gobierno?”.
¿Por qué estaba tan obsesionado con eso un minuto, pero voló a Nueva
York al siguiente? No cuadraba.
Cuando Bradley se fue, ella pensó que tal vez solo quería evitar las
preguntas sobre lo que le sucedió a Terry, pero luego Lily llamó y le dijo
que los Lost Boys los habían retenido a punta de pistola. Fue entonces
cuando Nicole lo juntó todo.
—Pero, ¿cómo nos encontraron aquí?
—Rastrearon su llamada desde el teléfono satelital —dijo Nicole—.
Pero, sinceramente, sabíamos que debíamos buscar un rastro, y estos
imbéciles son jodidamente descuidados.
Las voces de los guardabosques se desvanecieron, los pasos se
acercaron y sintió que dos brazos lo rodeaban.
—Eh, tú. —Lily lo persuadió para apoyarse en ella—. Ven aquí.

243
Sus labios presionaron su cuello, su mejilla. Pasó una mano
cuidadosa por su cabello.
—Eres un desastre, cariño, mírate.
—Todavía no puedo creerlo —le dijo—. Bradley.
—Lo sé. —Ella puso su boca contra su sien—. Lo odio por esto. Dios,
espero que alguien le dé una paliza. —Moviéndose rápidamente para
quedar arrodillada frente a él, Lily captó su mirada—. ¿Estás bien?
Él asintió, pero el movimiento lo hizo estremecerse.
—Me preocupa que tenga una conmoción cerebral —le dijo a alguien
por encima de su cabeza—. ¿Leo? —Ella besó su mejilla—. Cariño, ¿crees
que puedes caminar?
—Sí. —Pero cuando lo intentó, sus piernas no querían cooperar. Nada
se sentía sólido. Todo dolía.
Nicole llegó a su otro lado y las dos lo ayudaron a ponerse de pie. Una
ráfaga de sangre hacia su cabeza lo golpeó como un huracán, y se movió
en el lugar, tan mareado que su visión se volvió negra.
—Calma —murmuró Lily—. Tómate su tiempo. Solo están ubicando a
los idiotas allí. Nos esperarán.
Cerró los ojos, inclinándose para descansar su frente en el hombro de
Lily mientras se orientaba. Leo sintió como si estuviera cayendo hacia ella,
pero Lily era firme y fuerte contra él.
—¿Cómo te las arreglaste para conseguir un helicóptero? —La voz de
Lily era una suave vibración contra su cráneo. No sabía cómo estaba tan
tranquila en ese momento. Tal vez porque era su turno de ser firme y el
turno de Leo de perderse.
—Me acosté con ese tipo, Joe, ¿recuerdas? —dijo Nicole—. Él vuela
esa cosa.
—Oh, Dios mío, ¿ese Joe? —Lily se rio—. ¿Por qué echaste a ese
hombre sexy de la cama? Pensé…
—Oye —gruñó Leo—. Estoy parado justo aquí.
—¡Estás haciendo bromas! —cantó Lily—. Eso tiene que ser una
buena señal. Tratemos de caminar, ¿de acuerdo?
Ella puso su brazo alrededor de su cintura. Dio un paso, luego uno
más, y lentamente, apoyado en dos mujeres que eran más fuertes que
cualquier hombre que conociera, caminó la distancia hasta el helicóptero.
Estaba feliz de que Lily estuviera bien. Se alegraba de que Nicole se
hubiera acostado con un piloto de helicóptero, de haber llevado a los
guardabosques a tiempo. Se alegraba de haber agarrado la única cosa
importante de la cueva. Se alegraba de que estuvieran vivos, pero era
difícil celebrarlo: le dolían las sienes, le gritaban las costillas. Pero solo de
pensar en lo que pasó... se sentía como si su corazón se hubiera partido 244
por la mitad.
Logró entrar en el helicóptero y se colocó en un asiento cerca de una
ventana. Lo último que recordaba antes de desmayarse era preguntarle a
Lily si tenía algo en el bolsillo.
Treinta y Uno

L
eo se perdió todo lo que siguió que porque estuvo prácticamente
en coma durante seis horas.
Bueno, no realmente comatoso; los médicos dijeron que no
tenía una conmoción cerebral pero que estaba conmocionado. Lily se
alegró de que no sufriera a los raros compañeros del tedio y el estrés por
este reingreso a la sociedad. Mientras lo llevaban al hospital del condado, a
unos cincuenta kilómetros al oeste de Hester, Nicole, Lily y un apagado
Walter dieron sus declaraciones en la comisaría. Dado que ya le habían

245
dicho a la policía que estaban buscando a Terry, se apegaron a esa
historia. Afortunadamente, Bradley quería evitar los cargos de asesinato y
dio la misma versión de los hechos.
Resultó ser bueno que Terry hubiera firmado las exenciones de
responsabilidad para todos. Sin embargo, Bradley tuvo menos suerte
porque no pudo evitar los cargos penales por completo.
Walter, saliendo de su conversación final con su antiguo amigo
esposado, usó sus muletas para mantener el equilibrio mientras se
sentaba pesadamente en una de las sillas de plástico al lado de Lily y
Nicole. Les dijo a lo que se enfrentaba Bradley: dos cargos de secuestro,
dos cargos de conspiración para cometer asalto agravado, dos cargos de
amenaza de violencia y un cargo de robo agravado.
—Está enfrentando, como mínimo, de tres a cinco años.
Con un murmurado “Gracias”, Walter tomó su mochila de las manos
de Nicole.
—Me negué a cubrir su fianza, pero le dije que podía escribirnos
cartas de disculpa desde la cárcel. —Se aclaró la garganta—. También le
dije que se ve terrible en naranja.
Nic soltó una carcajada sorprendida, mirándolo con cariño.
—Eso es, dulzura. Que se pudra.
—No quiero que se pudra —corrigió Walter—, pero no me importaría
saber que tiene tiempo para pensar realmente en lo que le hizo a Leo. No
estoy seguro de poder perdonarlo alguna vez. No respetó el código de los
forajidos.
Lily dio un paso adelante entonces, envolviendo sus brazos alrededor
de sus hombros, consciente de su pie enyesado.
—Pero tú sí.
Cuando Joe y la guardabosques, la oficial Pochuswa, regresaron
varias horas más tarde para decirles que habían recuperado el cuerpo de
Terry, Lily no sabía por qué empezó a llorar. La finalidad de todo esto la
golpeó duro. El alivio también, tal vez. Pero también la comprensión de
que, incluso después de todo lo que pasó, nada cambiaría realmente.
Incluso después de la muerte de Terry, su intento fallido de encontrar el
tesoro, la forma salvaje en que ella y Leo chocaron juntos, y el hecho de
que la habían retenido a punta de pistola tres veces en cuestión de días,
tendría que seguir llevando a gente de excursión para poner comida en su
mesa y cuidar de sus caballos.
Nada de lo que habían hecho en la última semana había hecho
ninguna diferencia. De hecho, solo había empeorado las cosas. Porque a
partir de ese día, ya fuera la próxima semana o dentro de diez años,

246
siempre imaginaría a Leo ahí fuera: sus grandes manos sujetando las
riendas sin apretar mientras persuadía a Ace para que diera un paso
suave; mirando a Lily a sabiendas por encima de su taza de café de
hojalata, flirteando incluso en el frío de la mañana; escalando sobre ella en
los dulces confines de una cabaña, besando todo su cuerpo.
Lily asumió que su crisis ayudó a convencer a la policía de que la
noticia la tomó por sorpresa, porque la oficial Pochuswa puso a Lily en su
camioneta y la llevó personalmente al hospital para estar con Leo.
La dirigieron a una sala de emergencias con cinco camas, las otras
cuatro vacías. La luz brillante entraba a raudales a través de las ventanas
altas, y todo el espacio daba la sensación de ser un hospital del pasado,
puesto en medio de un pueblo tranquilo. Leo todavía estaba dormido
cuando ella llegó. Significaba que Lily podía tomar su mano y
simplemente… mirarlo.
Como era de esperar, tenía puntos en la sien, algunos más en la
mejilla. Tendría un moratón impresionante debajo del ojo derecho, y su
labio inferior estaba cortado e hinchado. Le habían quitado la camisa y
tenía las costillas magulladas pero no vendadas; afortunadamente nada
parecía estar roto. Había cables pegados a su pecho y conectados a
monitores. Tuvo que asumir que era por precaución, porque su ritmo
cardíaco sonaba constante, su presión arterial era uniforme 110/70. A
pesar de la paliza que había recibido, se veía sano y bronceado. Ella
amaba este rostro. Lo amaba. No podía imaginarse encontrar otro rostro
en cualquier lugar que amara tanto.
Miró sus manos en su lugar. Eran fuertes: dedos largos, musculosos,
con tendones prominentes que la hacían querer inclinarse y morder.
Girando la palma de su mano hacia arriba, pasó las yemas de los dedos
por los caminos de las líneas allí. Excepto por cortes y rasguños al azar, su
piel estaba mayormente intacta y suave. Sus manos estaban ligeramente
callosas, las uñas limpias. No había daños por el sol, ni cicatrices. Eran
manos de ciudad. Estas manos pertenecían a un hombre que vivía en un
rascacielos y hacía jogging en un parque urbano y obtendría un ascenso
cuando regresara a casa.
Ella y Leo eran de dos mundos diferentes.
Se inclinó, apoyó los labios en sus nudillos y comenzó el proceso
mental de despedirse. Su terquedad le había servido bien, incluso si era
una espada de doble filo. Significaba que era inflexible, pero también
significaba que era una superviviente.
Así que le dijo, mientras él dormía, que lo sentía. Sabía que era
intransigente, pero no podía mudarse a Nueva York. Y tampoco quería que

247
él se mudara a Hester, no quería que fingiese que podía ser feliz en un
pueblo que tenía una tienda general, una cafetería y un bar. Podría pensar
que recordaba lo que era estar en medio de la nada, pero la única vez en
su vida que estuvo cerca, se estaba enamorando de un hermoso rancho
con una cocina bien surtida y la lujosa apariencia de “rústico”. Leo Grady
no tenía ni idea de lo que se sentiría tener que conducir ciento sesenta
kilómetros hasta llegar a un Target.
Pero incluso cuando expuso la justificación para alejarse, se dio
cuenta, objetivamente, de que no era saludable estar tan poco dispuesta a
intentarlo. Escuchó los argumentos de Leo en su cabeza, diciendo que
podían resolverlo, que había un camino a seguir. Sabía que Nicole le
gritaría que si se sentía tan miserable sin él, ¿por qué no encontrar una
solución? Pero Lily no quería, y cuando Leo abrió los ojos y parpadeó
adormilado hacia ella, y luego sonrió aliviado, ella supo exactamente por
qué: porque cuando él la había dejado antes, lo más difícil fue la forma en
que dejó que una vocecita se apoderara de su mente, diciéndole que no
valía la pena. No había sido suficiente para que su madre se quedara, no
fue suficiente para que su padre se quedara por mucho tiempo. Y Leo
nunca había vuelto por ella. Lily había sobrevivido a todo eso, pero no
creía que pudiera sobrevivir tratando de hacer que las cosas con Leo
funcionaran de nuevo solo para que él se diera cuenta de que no valía la
pena vivir en medio de la nada.
—Oh-oh —dijo Leo, extendiendo la mano soñolientamente para
colocar un mechón de cabello detrás de su oreja—. Ella se ve seria.
Intentó reírse, pero le salió espeso como un sollozo. No se había dado
cuenta de que sus ojos se habían llenado hasta que el húmedo calor de las
lágrimas corrió por su rostro. ¿Qué pasaba con ella y llorar últimamente?
No era una fan.
Leo frunció el ceño y se inclinó para tocarle la mejilla con el pulgar.
—Lily, hay... una sustancia acuosa saliendo de tus globos oculares.
Ella apartó sus manos de un golpe, riendo entre lágrimas.
—Cállate.
Él la miró. Sus ojos eran tan dulces y adoradores, que sacaron un
brusco defensivo “¿Qué?” de ella.
Pero Leo se rio.
—Todavía no, cariño.
—¿Todavía qué?
—Todavía no puedes romper conmigo.
Apartándose, ella le recordó:
—Ni siquiera estamos juntos.
Él sonrió ante esto, con los ojos brillantes.
—Vaya, estás delirando. Dos personas que “ni siquiera están juntas”
248
no hacen el amor como lo hicimos nosotros.
—Leo, ya hablamos…
—Sé lo que hablamos. —Extendió la mano, capturando dulcemente
su barbilla entre el pulgar y el índice—. No me doy por vencido.
El calor llenó su pecho, y apartó su mano de nuevo.
—No puedes decidir por mí.
—¿Pero puedes decidir por mí? —preguntó, pero suavemente.
Tan gentilmente, de hecho, que ella se quedó mirándolo mudamente
sorprendida.
—En fin —dijo, moviéndose en la cama—. No estoy decidiendo por ti.
Acabo de decidir, por mí, no renunciar a nosotros. —Sereno, volvió a meter
la mano debajo de la mejilla—. Para mí, a menos que me digas que me
vaya de tu vida y que nunca vuelva a contactarte, estaré aquí. —La miró
fijamente—. ¿Quieres que me vaya de tu vida y nunca más te contacte?
Cuando ella no pudo sacar una respuesta de la nube de niebla en su
mente, él asintió.
—Bien, porque todas esas voces en tu cabeza que te dicen que no
sería feliz contigo a largo plazo o que no vale la pena renunciar a mi vida
por ti, son solo pensamientos, Lil. El hecho de que los pensamientos sean
ruidosos o constantes no significa que sean correctos.
—Me dejaste —dijo ella crudamente—. Sé por qué, pero aun así.
Prometiste antes que estaríamos juntos para siempre, y no puedo volver a
sufrir así.
—Ninguno de nosotros sabía lo que prometíamos. Éramos niños. —Se
inclinó hacia adelante, limpiando otra lágrima—. Me conociste cuando era
más feliz. Mi madre estaba viva. Tenía todo lo que necesitaba. Nunca había
conocido la tristeza. —Su mirada oscura sostuvo la de ella—. Ahora lo
hago. Soy un adulto que perdió a su madre, perdió los veinte años, perdió
al amor de su vida. Mi vida en Nueva York no tiene alma. No sabes lo que
es estar contigo de nuevo. —Le acarició la mandíbula—. No tienes ni idea
de lo vivo que me siento con solo mirarte desde la cama de un hospital
mientras tengo puntos en el rostro y un dolor de cabeza monstruoso.
Lily tragó saliva, incapaz de alejarse, ahogándose en sentimientos
acuosos que no pudo reprimir. Ella sabía lo vivo que se sentía.
—Entonces, ¿estás dispuesta a dejarme descubrir un escenario que
funcione para nosotros, intentarlo?

249
—Intentarlo —repitió lentamente—. ¿Te refieres a intentar estar
juntos?
Él asintió, tarareando.
—Solo estoy pidiendo permiso para pensar en algunas ideas para
comentarte. —Guiñó un ojo juguetonamente—. Usted puede optar por no
hacerlo en cualquier momento.
Esto la hizo sonreír.
—Bueno, esos términos son bastante difíciles de rechazar.
—Bien. —Leo se inclinó hacia adelante, presionando con cuidado su
boca magullada en su mejilla—. Tengo fe en que podemos hacer esto. Te
amo. No tienes que decírtelo de vuelta. Pero lo hago. Te amo.
Observó sus manos perfectas y su rostro magullado y sus ojos que
parecían ver directamente a través de ella. Sería una mentira retenerlo.
—Yo también te amo.
Sus ojos se suavizaron y habló en voz baja.
—Son excelentes noticias.
Finalmente, bajó la mirada, sin saber cómo decirle la siguiente parte.
—Encontraron el cuerpo de Terry.
Leo se quedó inmóvil.
—Me alegro.
—No creo que haya un problema ahí. Para nosotros, quiero decir. —
Ella se movió en su silla, estirando la mano para juguetear con la esquina
de su sábana de hospital—. Pero Bradley… —Lo miró a los ojos de nuevo,
y su corazón se retorció por el dolor allí—. Está en un montón de
problemas.
Parpadeando, Leo fijó su mirada en el monitor que emitía un pitido.
—Me imagino.
Ella se inclinó, descansando sus labios en su sien ilesa.
—Tomará algún tiempo superar eso —dijo en voz baja—. La búsqueda
del tesoro fue un fracaso, pero tal vez salgamos de la ciudad por un
tiempo. Solo nosotros dos.
Ante esto, pareció recordar algo.
—¿Puedes pasarme mi chaqueta?
Miró en la mesa al lado de su cama, donde su chaqueta y camisa
estaban cuidadosamente dobladas. Extrayendo la chaqueta de la pila, se la

250
entregó y lo vio quitarse los monitores de la piel con indiferencia. Ella
había estado alrededor de su cuerpo por más de una semana; no sabía por
qué la vista de su torso en una cama de hospital la enviaba
repentinamente a un territorio ondulado y acalorado.
Leo buscó en un bolsillo, frunciendo el ceño cuando su mano salió
vacía, luego buscó en el otro. Soltó un pequeño “Ah”, y le entregó un
familiar trozo de papel sepia.
—Lee esto.
Ella lo tomó, ya sabiendo lo que era.
—¿Por qué estamos haciendo esto de nuevo? —preguntó, preocupada
de que la herida de su cabeza fuera peor de lo que pensaba.
—Dime lo que ves —dijo, recordando sus palabras de ayer en la
cornisa, diseccionando la foto de su padre. Bajó la mirada.
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—Números —le dijo sin comprender.
—Léelos. —Ella lo miró con incredulidad, pero él solo asintió hacia el
papel que tenía en la mano—. Sígueme la corriente. Por favor.
Entonces, recitó los números:
—Siete, seis, uno, uno, uno, siete, nueve, uno, cero, siete, seis, cinco,
uno, uno… Jesús, Leo, ¿cómo sacaste algo de esto?
—Termina —dijo en voz baja.
Miró hacia abajo.
—Seis, siete, dos, uno, uno, uno, uno, cero, nueve, seis, nueve. —Ella
los contó—. Veinticinco números. No hay espacios.
—Duke no tenía forma de saber que encontraría esto, pero tienes
suerte de que lo haya hecho.
Ella vaciló.
—¿Por qué?
—Porque es un código de computadora.
—Espera. ¿Duke usó un código de computadora?
—Parece que lo hizo. Al menos un poco. Es viejo. Ahora usamos
Unicode, en su mayoría, pero ASCII se usó para los sistemas informáticos
de entrada de pedidos durante años. Tu padre podría haber sido un perro
viejo y tradicional, pero era lo suficientemente astuto como para usar todo
tipo de códigos que pudo encontrar. Incluso podría haber anticipado que
ASCII estaría obsoleto algún día, si es que no lo estaba ya, lo que haría
aún más difícil resolverlo. —Frunció el ceño—. En realidad, no sé cuándo

251
habría escondido esto en la cueva.
—Entonces —dijo, tratando de seguirlo—, es un viejo código de
computadora que se traduce como ¿“Te gané aquí”? Porque eso es
absolutamente algo que mi padre habría dicho.
Leo asintió.
—En ASCII, hay números que corresponden a letras mayúsculas,
minúsculas, números, símbolos. El hecho de que no hubiera espacios
entre la cadena de números dificultó al principio saber lo que estaba
mirando —explicó—. Quiero decir, podría haber sido cualquier cosa,
incluso un código que inventó él mismo. Pero como estoy acostumbrado a
ver números agrupados por código, primero los miré en dobletes. —Señaló
el papel—. El hecho de que hubiera un número impar me dijo que tal vez
mezcló letras mayúsculas con minúsculas para hacerlo más complejo: las
letras mayúsculas son dos dígitos; las minúsculas son en su mayoría tres.
Estaba perdida
—No entiendo.
—Está bien. Lo único que debes comprender es que la mayoría de
gente probablemente tampoco lea ASCII, por lo que en muchos sentidos
fue perfecto. Bradley no lo sabía, y sus amigos definitivamente no lo
sabían.
Ella sonrió suavemente.
—Bueno, buen trabajo para ti por resolverlo, supongo.
Él rio.
—¿Realmente no ves lo que esto significa?
—No.
Leo apoyó dulcemente la mejilla en sus manos cruzadas y le sonrió.
—Significa que podía decirles lo que me diera la gana.

252
Treinta y Dos

L
ily aspiró por la nariz, pasando una mano por su rostro antes de
acercar su silla a la cama.
—Leo —dijo ella con calma forzada.
—Sí.
—¿Me estás diciendo que les mentiste?
Él asintió, ignorando la forma en que su mejilla palpitaba de dolor.
—Síp.
Su expresión se aplanó con incredulidad.
—¿La nota no dice “Te gané aquí”?
253
—No.
—No es el…
—¿Fougère? —añadió él, y negó—. Eso no es algo real.
—¿Inventaste un código para engañarlos? —preguntó.
—¿Algo así? Realmente no. Lo fingí.
—¿Qué hubieras hecho si Nicole no hubiera estado allí con la policía?
Se encogió de hombros.
—Ese era un problema para el Leo del futuro.
—Entonces, ¿sabes lo que dice? —La mandíbula de Lily se había
puesto rígida, los tendones sobre su clavícula se tensaron—. Leo, deja de
joder.
—Estoy tentado a darte la satisfacción de resolverlo tú misma.
Ella resopló.
—Te prometo que nunca necesité esa satisfacción.
Cediendo con una sonrisa, dijo:
—El verdadero truco fue tratar de recordar ASCII sin escribirlo. Una
vez que me di cuenta de lo que era, no quería que me vieran resolverlo.
Tuve que hacer cada letra en mi cabeza.
—Impresionante.
—Yo también pensé lo mismo. Entonces, mientras pretendía
resolverlo y escribir letras incorrectas, chocaba los cinco mentalmente con
tu padre por usar una combinación de mayúsculas y minúsculas.
—¿Por qué?
—Porque si por casualidad pensaron que mi código Fougère falso era
un código doble o triple, entonces las dos E en Te gané aquí deberían
haber sido el mismo número. Pero…
—Leo —dijo con paciencia forzada—, te juro por Dios que si no me lo
dices...
—Mira en casa —dijo en voz baja.
Ella arrugó la nariz.
—¿Qué?
—Eso es lo que dice. —Observó su reacción, cómo su expresión se
llenaba con incredulidad—. Dice “Mira en casa”.
—¿En casa de quién?
Él la miró fijamente.
254
—¿En... en mi casa?
—Quién sabe —dijo—. Pero si tu padre realmente fue quien escribió
esto y lo ocultó, ¿no tendría sentido que se refiriera a su hogar?
—Que también es mi hogar —dijo con una exhalación.
—Exactamente.
Ella se inclinó, ahuecando su cabeza.
—Si me estás diciendo que Bradley tenía razón esta mañana… que
este dinero ha estado justo debajo de mis narices todo este tiempo…
—Vale la pena mirar, ¿no?

Leo podía sentir la aprensión de Lily cuando se acercaron a su casa.


Su vieja camioneta aceleró por la carretera e intentó manejar las
expectativas. Ella le recordó que la cabaña no era muy impresionante, que
nunca estaba allí y que cuando estaba allí, nunca tenía tiempo ni dinero
para arreglarla. Después de todo por lo que habían pasado,
comprensiblemente, su estado de ánimo estaba alterado. Estaba
esperanzada y pesimista, vertiginosamente incrédula y ansiosa.
Por dentro, Leo también era un desastre, pero tenía décadas de
experiencia ocultando sus emociones. Cada una de ellas tenía una
montaña de terapia en el futuro, pero en ese momento, esta tendencia le
estaba sirviendo bien. ¿Quería salirse de su propia piel? Por supuesto. ¿Se
estaba perdiendo ante la posibilidad de que el tesoro todavía estuviera allí?
Absolutamente. ¿Le preocupaba enfrentarse a otra decepción devastadora?
Oh, sí. Así que se concentró en Lily en su lugar, en asegurarle que no le
importaba cómo se veía su casa, asegurándole que incluso si el dinero no
estaba allí, él todavía estaba totalmente interesado en ella.
Pero cuando se detuvieron, miraron por el parabrisas, sin decir
palabra, durante varios tictac silenciosos de su motor.
—¿Lo ves? —Ella estudió su reacción tan de cerca que tuvo que
controlar cuidadosamente su expresión.
Porque, de hecho, la cabaña estaba tan mal como ella la había
descrito.
Desde la distancia, parecía una dulce cabaña de troncos anidada en

255
un grupo de álamos. La hierba del desierto, que llegaba hasta las rodillas,
llegaba hasta los cimientos. Un pequeño riachuelo sonaba cerca. La valla y
el pequeño establo eran viejos pero se mantenían con mucho cariño.
La casa, sin embargo... bueno, se inclinaba, mucho, asentándose de
manera desigual en la tierra. El techo necesitaba ser arreglado como
mínimo, probablemente reemplazado por completo. Uno de los escalones
de su porche se había derrumbado, podrido y desmoronado. Faltaba tela
metálica en las ventanas. La puerta de entrada estaba dañada por el agua
y tenía que ser golpeada con un hombro decidido para poder abrirla.
Pero por dentro, era limpia, diminuta y sorprendentemente dulce. Sus
muebles eran un sencillo sofá azul marino, dos sillas, una mesa de café
maltrecha pero cuidadosamente pulida. Lo que parecía una alfombra tejida
a mano con tiras de tela decoraba el suelo de madera rayado frente a la
chimenea, dando a la habitación una sensación hogareña. El comedor era
pequeño; la mesa de pino de cuatro plazas parecía hecha a mano. Su
cocina estaba ordenada y luminosa, los electrodomésticos viejos pero
limpios, el refrigerador zumbaba ruidosamente.
—Es agradable, Lil.
Ella resopló una risa tranquila.
—Estoy segura de que no es nada comparado con tu apartamento de
soltero de Manhattan.
—Esto es al menos el doble de grande.
—Son sesenta y cinco metros cuadrados —respondió rotundamente.
—Dos veces y media más grande, entonces —bromeó.
Ella puso los ojos en blanco, pero una sonrisa tiró de las comisuras
de su boca.
—¿Qué pasa con las paredes? —inquirió, esperando que la pregunta
no fuera grosera.
Que la casa había sido construida por alguien que no estaba
empleado en la construcción parecía casi cómicamente evidente. Las
paredes estaban salpicadas de cabezas de clavos redondas y planas,
martilladas al azar a intervalos aleatorios como si solo ellos mantuvieran
toda la estructura unida.
—Diablos si lo sé —dijo con un pequeño borde en su voz—. Dejé de
tratar de entenderlo hace mucho tiempo. Construyó este lugar para mi
mamá, que no quería quedarse en una vieja caravana durante los meses
de invierno. Terminó siendo una pérdida de tiempo, ya que al final ella se
fue de todos modos.
—¿Y lo cuidaste aquí también? ¿Después del derrame cerebral?
—Sí. No es mucho espacio, pero éramos solo nosotros dos y una
enfermera cuando tenía que trabajar. Pasó mucho tiempo en su silla junto
256
a la ventana, mirando las montañas.
Por mucho que odiara imaginarse a Lily sola cuidando de Duke,
odiaba aún más la idea de que viviera sola en esta cabaña en ruinas.
Lily lo dejó mirar alrededor, pero inmediatamente se puso a trabajar.
Y en lo que supuso que era uno de los dos pequeños dormitorios, escuchó
a Lily sacar cosas de su armario, abrir y cerrar cajones, golpear las
paredes para sentir dónde algo podría estar hueco o lleno de algo que no
fuera madera. Pisoteó a lo largo del suelo, revisando cada superficie, cada
pared, cada suelo para ver si se movía. Él se unió, quitando alfombras,
buscando fondos falsos en los armarios de la cocina.
—¿Dónde crees que escondería algo? —preguntó Leo.
Lily hizo una pausa en su trabajo golpeando cada ladrillo en la
chimenea para darle una expresión dramáticamente emocionada.
—Oh, mierda, ¿crees que debería considerar eso?
Él ignoró su tono. Esta era Lily en modo defensivo; ella estaba
tratando de no tener esperanza.
—Quiero decir —dijo Leo pacientemente—, hagamos una lluvia de
ideas sobre lo que él podría haber pensado que sería un lugar en el que
nadie pensaría jamás en mirar. De hecho, él era brillante, Lily. Habría
sabido que cualquiera que sospechara que guardaba el dinero aquí habría
buscado en el armario. Pensarían que lo escondió en el suelo en alguna
parte. Buscarían en los armarios. Entonces, si Duke pensó que había una
posibilidad de que fueras tú quien llegara a la cueva y te dejara esa nota, y
te enviara de vuelta aquí a tu propia casa, ¿cuál es el lugar donde pensaría
que nunca habías mirado antes y en el que solo tú mirarías?
Se sentó en el sofá, poniendo sus manos entre sus rodillas.
—No sé.
—Vamos a dejarlo reposar —dijo—. Mira alrededor. Piensa en el
espacio, si hubiera algún lugar significativo aquí.
—Leo, solo hay cierto espacio a considerar.
—Exactamente —dijo—. Eso lo hace más fácil y más difícil. Duke
tendría que ser muy creativo para esconder algo aquí.
Se recostó, mirando a su alrededor como si tuviera nuevos ojos. Como
de costumbre, sus dedos tamborilearon contra sus muslos, y ahora, él
había escuchado el ritmo tantas veces que se encontró golpeando junto
con ella. Se sentaron juntos: rápido, lento, rápido, rápido, rápido, rápido.

257
Rápido, lento, rápido, rápido, rápido, rápido… y luego todo pareció
detenerse dentro de él.
—Lily.
Ella hizo una pausa.
—¿Qué?
—¿Qué es eso? —preguntó, señalando su mano—. ¿Cuál es ese ritmo
que siempre haces? ¿Es una canción?
Miró hacia abajo, casi como si no se diera cuenta de que lo estaba
haciendo.
—No. Es solo la llamada de mi padre —dijo—. Era nuestro toque
secreto. De cuando era más joven. Él se iba mucho, y yo estaba sola aquí.
Así sabía que era Duke quien llamaba a la puerta. Por supuesto, podría
haber usado su llave como una persona normal, pero siempre le gustó
hacer una entrada.
Leo la miró fijamente, con el corazón atronando con ira protectora... y
comprensión.
—Hazlo otra vez.
Lo hicieron juntos una vez, y luego otra vez, y él corrió hacia el
escritorio, encontrando un papel y un bolígrafo para escribirlo mientras
ella lo repetía: corto, largo, corto, corto, corto, corto.
Siguiendo una corazonada, abrió el navegador de su teléfono y
escribió una búsqueda.
—Es el código Morse —dijo.
—¿Qué deletrea? —Ella se acercó a él, mirando fijamente el trozo de
papel.
LILILILI… Lili.
—Lily —dijo—. Pero con una I, no una Y. Solo una repetición de Lili
una y otra vez.
—¿Crees que es importante?
—¿Quizás? Así se escribe Liliana… Pero tal vez no. No es un lugar —
dijo—. No es una señal o dirección espacial.
Él la miró, pero su atención había sido atrapada por algo. Ella estaba
mirando hacia la pared.
La pared, las paredes, cubiertas de clavos.
Lo vio ahora. Los clavos no estaban al azar; estaban en patrones,
patrones en todas partes. Clavos sueltos, o líneas cuidadosas de tres de
ellos seguidos. Puntos y guiones por todas partes.
Las palabras estaban clavadas literalmente en cada centímetro de la
cabaña.
—¿Estos siempre han estado aquí?
258
Ella negó.
—Lo hizo el año después de que mi madre se fue. Supuse que
finalmente había perdido la cabeza o simplemente estaba trabajando en
algo. —Lily dejó escapar un grito silencioso, se tapó la boca con la mano y
luego habló detrás de la misma—. Mi nombre. Después de su derrame
cerebral, era todo lo que podía decir. ¿Crees que estaba…?
—¿Intentando decirte algo? —preguntó Leo, con la voz tensa por la
emoción—. ¿Diciendo Lily una y otra vez? —La miró boquiabierto—. ¿Dado
que su llamada secreta era tu nombre, y no podía hablar después de su
ataque excepto para decir tu nombre? Sí. Creo que lo hacía.
Ella presionó una mano en su frente.
—Ay, Dios mío. El acertijo.
—¿Qué?
Ella recitó la sección de memoria:
—Odias ir, pero lo harás. Leo, Duke sabía que odiaba ir a Ely. Cuando
era niña, nunca había nadie con quien pasar el rato; Duke me llevaba con
él y pasaba horas en el bar, hablando con los lugareños que lo adoraban, y
yo estaba en la máquina de discos echando monedas, eligiendo de la
misma selección de canciones una y otra vez. —Levantó una mano, sus
dedos temblando contra su sien—. Y tendrás que ir, pero nunca allí. La
fotografía estaba en el baño de hombres, yo usaría el baño de mujeres. —
Su expresión se congeló en estado de shock mientras miraba a Leo—. Ese
acertijo era solo para que yo lo resolviera. Duke me dejó esto Todo esto
termina con mi nombre.
Permanecieron en un silencio atónito durante unos instantes antes de
estallar y correr hacia las paredes opuestas, buscando frenéticamente Lili
en los clavos, palpando troncos, gritando patrones.
No necesitaban memorizar el código Morse, solo necesitaban
encontrarlo en los patrones de las cabezas de los clavos: dos rondas de un
punto, una raya y cuatro puntos más. Acercó una silla de comedor a la
pared de la sala de estar y se paró sobre ella para poder ver cerca del
techo, escaneando meticulosamente. Leo hizo lo mismo en la parte
delantera de la casa, desde el techo hasta el suelo, desde la chimenea
hasta la puerta principal, los troncos más cortos debajo de la ventana
donde a Duke le gustaba mirar las montañas, y…
Allí.
Debajo de un gancho para ropa, debajo de su abrigo de invierno y su

259
bufanda, a la altura de la mitad de la cintura, había un tronco que estaba
un poco torcido, sobresaliendo un poco más que los demás, y en él, el
patrón revelador clavado.
Punto, guión, punto, punto, punto, punto. Punto, guión, punto, punto,
punto, punto.
—¡Lily!
Ella corrió, pasando los dedos por la hilera de pequeñas cabezas de
clavos de hierro.
—Esto es —susurró ella.
Leo dio un paso adelante y palpó a lo largo de toda la longitud. Este
tronco estaba en la unión entre la puerta principal y la pared, y solo tenía
unos noventa centímetros de largo.
—Ha sido cortado —dijo ella, mirándolo, asombrada—. Fue
cuidadosamente cortado. ¿Ves la veta? —Lily se inclinó, mirando más de
cerca—. Nunca supe que esto estaba aquí.
—Nadie lo haría.
Su corazón se había convertido en un animal salvaje, lanzándose
contra el confinamiento de su esternón. El martilleo del pulso hizo eco del
código de su nombre a lo largo de sus brazos. Leo pasó su mano por su
espalda, necesitando esa conexión.
—¿Sale el tronco?
Ella curvó las yemas de los dedos alrededor de él, buscando un buen
lugar para agarrarlo. Cuando movió la mano hacia adelante y hacia atrás,
el frente cedió un poco. Lily empujó con más fuerza, tirando hacia abajo
del borde superior donde la curva se unía con la veta justo arriba, y con
un suave chasquido, la parte delantera se desprendió, revelando un
espacio hueco en el interior.
Lily jadeó, mirando hacia la oscuridad antes de extender la mano.
—No veo ningún… oh. —Echó el brazo hacia atrás, sus dedos
agarrando un sobre viejo y arrugado. En el frente, escrito con letra que Leo
reconoció como de su padre, estaban las palabras:
Para Lily,
Montas hacia el infierno.
Y dentro había una llave y una sola moneda de oro.

260
Treinta y Tres

A
las 8:43 de la mañana siguiente, Lily se paró frente a Elk Ridge
Bank, el sitio actual de lo que alguna vez fue el San Miguel
Valley Bank, respirando entrecortadamente.
Había una placa:
EDIFICIO MAHR
1892
SITIO DEL SAN MIGUEL VALLEY BANK
EL PRIMER ATRACO A UN BANCO DE BUTCH CASSIDY
24 DE JUNIO DE 1889 261
—Está bien si no es nada —dijo robóticamente—. No sabemos si
siquiera lo encontró.
Ya había dicho esto antes, unas quince veces durante el viaje desde
Hester, Utah, a Telluride, Colorado. Podía decirlo cien veces más, y Leo no
la envidiaría ni por un segundo. Ninguno de los dos había pegado ojo la
noche anterior; la anticipación y los “y si” fueron una granada tanto para
la concentración como para el descanso.
La esperanza era una droga peligrosa, y Lily estaba al borde del
precipicio entre dos mundos: uno que prometía todo lo que siempre quiso
en la vida y otro en el que tendría que descubrir cómo convertir la vida que
tenía en la vida que deseaba.
Ella entrecerró los ojos en el cristal polarizado.
—¿Qué pasa si aún no están abiertos?
—Abrieron a las ocho y media —respondió él.
Dio un paso más cerca detrás de ella, envolviendo sus brazos
alrededor de su cintura. Podía sentir la forma en que su cuerpo luchaba
con cada respiración, forzando el aire a salir tan pronto como inhalaba. No
había lugar dentro de ella para nada excepto esta tensión.
—Incluso si no hay nada para ti ahí —dijo él, presionando los labios
contra la suave piel debajo de su oreja—, no tienes que volver a la forma
en la que era antes.
Ella asintió, rápidamente, distraídamente.
—Estoy aquí ahora. No estás sola.
Exhaló un poco más y finalmente pudo respirar más profundamente.
—Lo sé.
—Te amo. Nunca voy a dejarte.
Lily se recostó contra él.
—Dilo otra vez.
—No me voy a ir. —Volvió a besar su cuello—. Y me quedaré aquí
contigo durante una semana si eso es lo que necesitas, pero si estás lista,
todo lo que tienes que hacer es abrir la puerta y entrar.
Se inclinó hacia adelante, envolvió su mano alrededor del mango de
latón y abrió la pesada puerta de cristal. El aire refrigerado los golpeó
como una ráfaga, una refrescante pared de frío. Ambos necesitaban un
baño y una comida completa; Leo no se había dado cuenta de la verdadera
profundidad de su desaliño hasta que estuvo de pie en el reluciente
vestíbulo con la misma ropa desgarrada que había usado para salir del
hospital solo diecinueve horas antes. 262
Y no había que hacer ninguna entrada encubierta: un lunes, y con
internet en la palma de la mano de todos, el banco estaba tranquilo. Fue
fácil detectar el momento en que un hombre se levantó de un escritorio
más allá de la zona de cajeros, mirándolos directamente mientras se
alisaba la corbata por la parte delantera de la camisa.
Caminó tranquilamente, con una sonrisa misteriosa; el chasquido del
tacón y la punta de sus zapatos de vestir parecía resonar en todos los
lados del amplio vestíbulo.
En el agarre de Leo, la mano de Lily se puso sudorosa, sus dedos se
apretaron alrededor de los de él, y él le devolvió el apretón tranquilizador.
—Está bien —dijo en voz baja.
—Bueno, muy bien. —El hombre, alto, delgado, con una línea de
cabello en retroceso y una frente que brillaba como el mosaico de mármol
que acababa de cruzar para alcanzarlos, sonrió más ampliamente,
revelando un conjunto de dientes de gran tamaño. Con la mirada fija solo
en Lily, dijo—: Podría aventurarme a adivinar, pero solo para estar seguro,
creo que será mejor que me digas tu nombre.
Leo se giró para observar su reacción, preguntándose si podría ver la
respuesta a todas sus preocupaciones desarrollándose en este mismo
segundo. Con el ceño fruncido en desconfiada sorpresa, la barbilla tensa a
la defensiva, Leo vio la forma en que estrangulaba esa esperanza con un
puño apretado.
—Lily Wilder —dijo—. ¿Y usted es?
—Ed Tottenham. —Extendió una mano para que Lily se la
estrechara—. Cristo en una galleta, Lily Wilder, estaba empezando a
pensar que nunca aparecerías.

263
Treinta y Cuatro
Laramie, Wyoming
Dos meses después

L
as cuatro copas chocaron en un tintineo de celebración, pero la
copa de Nicole llegó con fuerza, chapoteando y derramando
champán por su mano.
—Mierda. —Sin inmutarse, se inclinó, lamiendo un largo hilo desde
su muñeca hasta el dorso de su pulgar.
Walter siguió esto con sus ojos antes de encontrarse con la mirada de
264
Lily, tuvo un colapso interno breve pero visible, y luego bebió su vaso
lleno.
Lily se llevó su propia copa a los labios y cerró los ojos cuando la
bebida gaseosa le hizo cosquillas en la nariz y estalló ácida y brillante en
su lengua. Nunca le había gustado el champán, para ser justos, rara vez
había tenido la oportunidad de probarlo, pero Leo había ido a la ciudad a
comprar específicamente para la cena de esa noche y trajo a casa una caja
de lo que prometió que serían buenas burbujas. Estaba decidida a
entender lo que todos los demás saboreaban.
Como de costumbre, Nic expresó lo que Lily ya estaba pensando:
—Sabe a jarabe para la tos carbonatado. —Nic puso su lengua contra
el techo de su boca, frunciendo el ceño—. Puaj.
Leo les sonrió, encantado y sin quejarse.
—Tomaré el tuyo —dijo, comenzando a alcanzarlo.
Nic se agachó, inclinó su vaso hacia atrás y lo vació.
—Nunca dije que tenía un problema con el jarabe para la tos—
Riendo, Leo se puso de pie y se dirigió a la cocina para tomar una
botella nueva. Felizmente había gastado quinientos dólares en una caja de
champán que su novia y su mejor amiga no apreciarían. La mayoría de las
noches eran solo ellos dos. Leo cocinaba mientras Lily terminaba las
tareas de la tarde en los establos, y chocaban los cuellos de sus botellas de
cerveza sobre la mesa larga y veteada en el amplio comedor, se
acurrucaban con libros o una película después de que todo el trabajo
estuviera hecho. No importaba lo que dijeran ahora sus extractos
bancarios, Leo había abrazado total y felizmente la vida simple.
Sin embargo, esta noche era especial. En algún momento harían la
transición a la cerveza (todas las señales apuntaban al libertinaje por
delante), pero para una reunión como esta, se requerían burbujas. Walter
había volado desde Nueva York esa mañana; Nic había conducido desde…
bueno, desde la puerta de al lado. La semana anterior había cerrado el
trato sobre los cincuenta acres de artemisa y la orilla del río contiguas al
rancho Wilder.
—Por Nicole, que es propietaria de tierras —dijo Lily, llenando sus
copas para un brindis como era debido.
Chin-chin.
—Por Leo y Lily reabriendo el rancho Wilder —agregó Walt.
—El próximo verano —aclaró rápidamente Leo, su voz un poco tensa
bajo la conciencia de todo lo que aún quedaba por hacer. Comprar
caballos, adiestrarlos, equipar la casa y las cabañas para los invitados, 265
contratar personal. Y, por supuesto, hacer un par de viajes al extranjero.
Era el compromiso que habían hecho con su padre muerto: al menos
dos meses al año dedicados a hacer su mundo más grande.
Chin-chin.
La sonrisa de Leo se suavizó, y eso que había estado anudado dentro
de Lily desde su primer recuerdo pareció aflojarse un poco más. Te amo,
decía su expresión. No voy a dejarte nunca. Tal vez para cuando llegara el
próximo verano, se daría cuenta de que esto era real y que ese nudo
ansioso dentro de ella sería una cuerda suelta, o incluso mejor, una
madeja de cachemira, una suave hebra de seda.
—¿Vas a dejarnos ver esa carta? —inquirió Walt, y ante su
asentimiento, Leo se puso de pie, desapareciendo en la oficina y
regresando con la hoja amarillenta doblada.
Walter tomó el papel de él.
—¿Cuántas veces lo has leído?
—Probablemente mil. —Lily se mordió el labio por un segundo antes
de agregar—: Tomará un tiempo para que todo se sienta real.
—Lo apuesto. —Observó a Walter leerla, sintiendo que conocía el
contenido lo suficientemente bien como para seguir las palabras mientras
sus ojos se movían por la página.
Querida Lily,
Si estás leyendo esto, significa que hemos terminado el viaje y estás a
punto de abrir una caja con tu futuro dentro. Espero que hayas disfrutado
de esta aventura. Me tomó algunos años hacerlo bien, y ahora que lo estás
leyendo, espero que podamos decir que pasamos el mejor momento de
nuestras vidas.
Pero sabiendo cuánto llegaste a odiar mis acertijos y viendo que
probablemente estoy justo detrás de ti mientras lees esto, también espero
que no te des la vuelta y me golpees por obligarte a hacerlo. A este viejo
perro le encantan sus trucos familiares, y no puedo decirte lo orgulloso que
estoy de que hayamos hecho esto juntos.
Creo que es la primera vez que te dejo una nota que no tuviste que
descifrar. ¡Ja! Incluso yo no quiero pasar tanto tiempo traduciendo algo.
Además, si has encontrado esto, te has ganado el derecho a una lectura
fácil. (E incluso si pudiera decir todo esto en persona, sabes que no soy muy
bueno en eso).
¿Recuerdas cuando eras pequeña y te llamaba Saltamontes? Saltabas

266
de un lugar a otro en el patio delantero, jurando que tenías que aterrizar en
un palo o te derretirías en la lava. En ese entonces, también te gustaba la
caza del tesoro. Eras mi pequeña compañera.
Creo que dejó de gustarte todo eso cuando tu madre se fue. Lo
entiendo. Tal vez habría sucedido de todos modos a medida que crecías,
pero imagino que su partida tuvo mucho que ver con la razón por la que
comenzaste a odiar lo que amo. Siempre te encantaron los caballos, pero
alguna vez también te encantaron las caminatas y la búsqueda de tesoros.
Quería que volvieras a hacerlo, pero entiendo por qué no lo hiciste. Alejó a tu
madre y me alejó a mí también de ti. Sin embargo, nunca pude resistirlo, y
sé que tienes algo que amas mucho, así que espero que algún día lo
entiendas.
Encontré la mayor parte de este dinero un mes después de que tu
madre se fuera. Estabas en el rancho con tu tío Dan. No tenía un plan.
Deambulé por lugares en los que nunca había estado antes. Incluso me
perdí una o dos veces. Me dirigí a esa cueva final, y allí estaba, todo este
dinero en efectivo, todas estas monedas viejas, empacadas en unas quince
cajas de madera polvorientas. Lo juro por Dios. La primera vez en mi vida
que salí al desierto sin sed de tesoros fue cuando encontré lo único que
había estado buscando toda mi vida.
Me tomó algunas semanas sacarlo todo de allí, y luego no supe qué
hacer con él. Una parte de mí pensó: “Aquí es cuando Lily y yo comenzamos
una nueva vida de nuestra propia elección”, pero incluso para entonces, creo
que habríamos elegido cosas diferentes. Hubiera querido seguir buscando
en la tierra algo que me sorprendiera. Hubieras querido quedarte con tus
caballos.
Pero eso también me hizo pensar: “¿Alguna vez ha tenido elección? ¿Es
esto lo que elegiría si hubiera visto el mundo más allá de esta frontera?”.
Espero que todo esto te haga entender por qué vendí el rancho. Ese
lugar nunca me hizo sentir nada más que atrapado. Sé que te encanta
aquello, pero ya no quiero sentirme atado a esa tierra, y no quiero que
simplemente caigas en tu destino. Esa es mi decisión y la mantengo. Quiero
decirte algo importante, y tal vez si hemos superado esta loca cacería juntos
y todavía estás leyendo, existe la posibilidad de que lo escuches.
Apenas eres adulta. No te ates a un lugar o a una persona todavía. No
dejes que tu mundo sea pequeño hasta que hayas visto más de él.
Sé que te encanta ese rancho. Pero significará algo diferente cuando
salgas al mundo real y lo elijas. Eso es lo que te estoy dando. Con este
dinero, quiero que viajes. Hay caballos por todo el mundo, Lil. Ve a
montarlos. Quiero que explores, expandas horizontes y seas valiente. Si, al
cabo de un año, todavía quieres el rancho, entonces compra tu propia tierra
y hazte un nombre de esa manera.

267
Veo cómo podrías regresar a Laramie y estar allí para siempre, y nunca
entender por qué no pude hacerlo, por qué no pude quedarme en un solo
lugar. Tal vez después de viajar, también te apetezca seguir haciéndolo y
quieras hacer de eso parte de tu vida como lo he hecho yo. O tal vez lo odies,
pero al menos sabrás cómo está construido tu corazón y podrás decirme que
lo deje con verdadera sabiduría. Al menos tendrás opciones frente a ti, que
es lo único que quiero para ti.
Sobre todo, no quiero que termines con una vida a medias.
Así que. Abre esta caja de seguridad.
Y vive.
Duke.
—Les diré qué. —Walt se secó los ojos disimuladamente antes de
devolverle el papel a Leo—. Esa cacería habría sido mucho más fácil si
Duke hubiera estado allí.
—Él no habría ayudado, ¿estás bromeando? —Lily tomó su champán,
tragando su risa con un sorbo de burbujas—. Y ni siquiera puedo imaginar
lo homicida que me habría hecho el código ASCII al final. Me hubiera
llevado semanas, ¿y luego descifrar una nota diciéndome que buscara en
casa? Homicida. Gracias a Dios por Leo.
—Pero solo tú habrías descubierto dónde está la llave —le recordó
Leo—. Solo tú tenías el patrón correcto… LILI.
Nicole alcanzó la botella, se inclinó sobre Walter y lo distrajo
momentáneamente con una teta presionada contra su antebrazo.
Fingiendo no darse cuenta de la forma en que sus ojos la siguieron cuando
ella se enderezó, llenó su copa hasta el borde, inclinándose para sorber
cuando el champán fluyó por el borde de la copa.
—No puedo olvidar que él quería hacer esto contigo. —Se pasó una
mano por el labio superior espumoso—. Creo que es dulce.
—Por supuesto que sí —dijo Lily—, porque todo salió bien.
A su lado, Leo se recostó en su silla, deslizando su mano sobre su
hombro, hundiendo los dedos con inconsciente familiaridad en el cabello
de su nuca.
—Sin embargo, se siente extraño estar un poco agradecido con
Bradley y Terry. Si no nos hubieran arrastrado allí, nunca lo hubiéramos
sabido.
Murmullos de acuerdo recorrieron la mesa.
Más que nada, más que el crimen, la magnitud del tesoro o la
improbable banda de inadaptados que lograron sacarlo todo adelante, a

268
los medios les encantaba hablar de cómo su padre escondió todo lo que
desenterró en Telluride, la ciudad donde Butch Cassidy robó su primer
banco. Billetes, monedas, joyas, documentos. Qué sinvergüenza, pensó con
una risa aguda, y luego estalló en un sonido terrible. Se había derrumbado
justo en medio del banco después de que ese buen hombre le tomara la
mano, dándose cuenta de que Duke realmente había encontrado el dinero
hace años, años antes de su derrame cerebral, ciertamente antes de que
vendiera el rancho. Y entonces la caja de seguridad se abrió y la carta
revoloteó sobre el suelo de mármol a sus pies.
Quince millones de dólares en moneda actual. El número todavía no
se sentía del todo real. Después de negociaciones con las autoridades, una
parte se destinó a parques nacionales, sociedades históricas y tierras
tribales del sudoeste. El resto se repartió entre ellos. Walter estaba
buscando lugares, pero aún sopesando sus opciones, y señaló que había
mil quinientas ubicaciones de Petco en los Estados Unidos continentales,
México y Puerto Rico. Lily esperaba que hubiera estado esperando para ver
dónde terminó Nicole, y ella, por supuesto, usó su dinero para comprar el
rancho de al lado.
El resto del dinero permitió a Leo y Lily volver a comprar el rancho
Wilder a Jonathan Cross, pero fue la atención de los medios lo que ya lo
tenía reservado para los próximos tres años. Y solo porque ahora era lo
suficientemente sabia como para saber lo que quería, no significaba que
no seguiría honrando los deseos de su padre, por equivocados que fueran.
El interés era lo que usarían para viajar. Primero: un viaje con Cora a
Japón para encontrarse con parientes que ella y Leo nunca habían
conocido.
—Qué historia más loca —dijo Walt.
Podría estar hablando de Butch, o de Duke, o de lo que todos habían
pasado en mayo. Pero cuando Lily miró a Leo, pensó que la historia más
loca podría ser esta: que se enamoró cuando tenía diecinueve años y vivió
una década de soledad y lucha solo para terminar aquí, salvada por la
historia que había pensado que era su maldición, viviendo felizmente con
el hombre que se había convencido que había perdido para siempre.
Terminaron la botella, y otra, y luego salió la cerveza, junto con las
cartas. Hubo gritos (Nicole) y peleas (nuevamente, instigadas por Nicole), y
todo se convirtió en risas, caos y promesas de amistad para toda la vida.
Planearon su primer viaje de grupo nuevo y Nicole se burló de Walter por
afirmar que llevaba su camiseta “elegante”. Acosaron a Nic y Walter para
que simplemente se besaran, y lo hicieron, las mejillas de Walter
adquirieron el color de un amanecer sobre una roca roja cuando sus labios
se encontraron bajo la celebración de los detestables vítores de sus
amigos.

269
Pero cuando la pequeña manecilla del reloj se cernió sobre las dos,
Leo le dirigió a Lily esa mirada, la que le decía que había terminado de
compartir por esa noche. Se puso de pie y la levantó del suelo, guiándola a
su dormitorio.
De vuelta en el pasillo se escucharon aullidos y gritos, lo cual no
estaba mal. Lily les diría que se callaran, pero en secreto le gustaba
presumir: de este rancho y este hombre y este amor brillante e insaciable
que una vez pensó que era solo para otras personas. Leo le dijo que la
felicidad era su mejor accesorio. La seguridad no era fácil, ella era un
trabajo en progreso, y eso significaba que pasaba tantos días
preguntándose cuándo todo se derrumbaría como dándose cuenta de que
el sueño era real, pero esta noche, quería expresar este sentimiento, quería
gritar su euforia en el eco serpenteante del laberinto.
Leo le quitó la ropa en la oscuridad total de su paraíso en medio de la
nada y besó todo su cuerpo, desde las rodillas hasta la boca, llegando a
ella con una sonrisa que encajaba con la de ella.
—¿Le diste el grano a Bonnie? —preguntó—. Dejé la bolsa en el barril
del granero.
Ella asintió.
—Como si ella me dejara olvidarlo. ¿Guardaste las sobras?
Él rio.
—¿Qué sobras? Nic se comió todo.
Leo le preguntó si había cerrado la puerta lateral, lo había hecho. Lily
le preguntó si le había devuelto la llamada a su hermana, lo había hecho;
venía de visita antes de que comenzara su primer semestre. ¿Programó la
cafetera para funcionar a las cinco de la mañana? Sí, Lil.
A los caballos no les importaría la resaca que tendrían mañana.
Y luego volvió a ella, concentrado, con las manos hambrientas y
vagando, el cuerpo moviéndose sobre ella, luego dentro de ella en la
oscuridad.
Y en esa noche a mediados de julio, con sus mejores amigos en el
pasillo y sus caballos alimentados y durmiendo en el pasto, no había nada
más que necesitaran hacer. Todo lo que había que pensar era en esta
versión de su para siempre. Leo se detuvo ante el bajo sonido de felicidad
que se le escapó. Se cubrió la cabeza con las mantas e hicieron el amor allí
mismo, justo donde empezaron.

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Sobre la Autora

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C
hristina Lauren es el pseudónimo combinado de las
compañeras de escritura/mejores amigas Christina Hobbs y
Lauren Billings. El dúo escribe tanto para jóvenes adultos
como ficción adulta, y juntas han producido dieciocho de las novelas mejor
vendidas del New York Times. Sus libros han sido traducidos a más de
treinta idiomas. (Algunos de estos libros tienen besos. Algunos de esos
libros tienen MUCHOS besos).
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