Cuadernos Hispanoamericanos 230
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Omefno§i
^Hiépanoamericanc^ 491
Invenciones
y ensayos 7 Boquitas pintadas: narración y sentido
RODOLFO A. BORELLO
O L La caza
HÉCTOR TIZÓN
43 Nueva versión
marino
de El cementerio
EUGENIO FLORIT
Notas
101 El regreso de Berthe Trépat
DANIEL LINK
elaborada, del habla de los personajes de Puig. Hay algo de exageración en esto, y
de esa exageración nace uno de los efectos más usados por el autor: hacer de los
defectos, virtud. Esas transcripciones del lenguaje de la clase baja funcionarán en
distintos niveles y con distintas valoraciones en la obra. Por una parte desencadena-
rán la risa entre los lectores de la clase media alta, que detectarán de inmediato
los errores de sintaxis, de gramática o de buen gusto, que en muchos casos lo son
porque han sido ellos los que legitimaron dichos usos y condenaron los que todavía
perviven en los otros niveles de esa misma sociedad. Cuando el habla del bolero (voca-
bulario, usos estilísticos, cursilería, romanticismo trasnochado) aparece en las cartas
de Boquiías, o en fórmulas amorosas, todos sonreímos. ¿Pero quiénes somos todos...?
Hay un supuesto en esta autotitulada literatura popular y está referido al público
que va a leerla. Ese público debe ser de un nivel social y cultural superior al de
los personajes que ocupan el espacio de sus aventuras... Es ese público el que sonreirá
con numerosas referencias irónicas, con el uso constante de la parodia, con los epígra-
fes de letras de tango, con lo cursi, lo ridículo y lo humorístico que nace de ciertas
inocentadas que definen niveles sociales y culturales muy claros y determinados. No
es el oyente asiduo de radioteatros, él podrá distinguir conscientemente cómo Puig
apela a las fórmulas del género para hacernos reír; no es un habitante de Coronel
Vallejos el que podrá darse cuenta de la verdadera enajenación que producía entonces
el cinematógrafo en esos aburridos y rutinarios habitantes del pueblo, para quienes
el cine de Hollywood se erigía en el único escape posible a la inanidad de una vida
constantemente atada a la costumbre y el hábito. Somos nosotros, los que podemos
recordar muchos de los tics y recursos del radioteatro, los que podemos también leer
con una sonrisa comprensiva estas páginas donde, otra vez, esos recursos son usados
ahora con intención irónica y paródica reinsertados en un contexto distinto y nuevo.
Hay aquí una ambigua situación que combina la ironía y la risa frente a la tontería
de los de abajo, y a la vez la conciencia de que muchas de sus fórmulas nos pertene-
cen. Al reírnos de las tonterías de los personajes, sabemos, ineludiblemente, que esta-
mos riéndonos también de nosotros mismos.
A la vez, esas fórmulas lingüísticas de bajo nivel cultural, el bolero, el tango y sus
inocentadas, el habla de todos los días (que puede muy bien ser situada cronológica-
mente, y que por una expresa voluntad del autor se caracteriza históricamente con
bastante exactitud), asumen valor literario, muestran que pueden servir para la cons-
trucción de una obra literaria con valores propios.
Rechazar entonces el falso calificativo de «literatura popular» o de folletín, dedica-
da a Boquiías. La novela no es ninguna de las dos cosas,, ni un folletín, ni «literatura
popular». La materia, los rótulos («entregas»), la división del relato, pueden engañar
a un observador ingenuo. La realidad concreta de la obra (lenguaje, intenciones estéti-
cas, técnica narrativa) prueban - s i n dudas- que Puig ha empleado esos rótulos, tam-
bién, con intención irónica. Son un guiño al lector inteligente, el que de inmediato
se dará cuenta de que Puig está jugando con palabras que no apuntan exactamente
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tico, que recrea dicho mundo con admirable precisión y, a la vez, sitúa esa evocación
en un alvéolo cálido que suma ironía y un irreprimible amor; y como todo amor,
capaz de comprender, de sonreír y de perdonar...
Distribución narrativa
La novela está dividida en dos partes: «I. Boquitas pintadas de rojo carmesí»; y
II. «Boquitas azules, violáceas y negras». A cada una corresponden ocho «entregas»
tituladas según su orden, desde «Primera entrega» hasta la «Decimosexta entrega»,
que es la última entrega. Cada entrega tiene tamaño variable, pero oscilan entre dieci-
nueve y once páginas, lo que prueba que ha habido una voluntad constructiva cuida-
da, que ha puesto atención aún en la extensión de cada capítulo. Cada entrega tiene
un acápite formado por un fragmento de la letra de un tango (Rubinstein, Le Pera),
excepto la Decimoquinta, que lleva como acápite un trozo de bolero de Agustín Lara
(«Azul, como una oreja de mujer, como un girón azul, azul de atardecer»).
La novela se abre con la noticia de la muerte de Juan Carlos Etchepare, y se cierra
con la desaparición de las cartas de amor que Nene, la amante de Juan Carlos, guar-
daba de este último y solicitó a su marido que fueran cremadas después de la muerte
de ella. La sorpresa, la ocultación del final de la historia, está excluida. El lector
sabe desde el comienzo cuál ha sido el destino del hombre al que varias mujeres
han querido. Pero esto no supone que en el desarrollo de la novela sea imposible
encontrar momentos de verdadero suspenso. Lo que ocurre es que también aquí la
obra trata de convertir en dignos de saberse hechos de la vida de Juan (y de sus
enamoradas) que debieron de ser, que son, los que interesarían a un público idéntico
al de Coronel Vallejos. A ellos, como a los posibles lectores de la novela, les habrían
gustado más los aspectos escabrosos y policiales de la relación, que otros puramente
existenciales. O sea: saber con quién se acostó y con quién no se acostó Juan Carlos
resulta realmente atractivo para este público de medio pelo pueblerino; y ese público
es al que están dirigidos los relatos de la novela. No a otro... Prueba de que nos
parecemos bastante a ese público.
Esta existencia de una especie de justicia inmamente distributiva y sabia, es una
nota del folletín, así como el premiar a los humildes y menos noderosos... que son
los únicos que consiguen la felicidad, de la que están excluidos los a primera vista
más poderosos o ricos. En otras palabras: la riqueza y la altura social no garantizan
la felicidad, idea romántica que sigue aquí funcionando.
Punto de vista
Lo primero que llama la atención en este aspecto, es la mínima aparición de un
sistema de tercera persona, o de un narrador omnisciente. Lo hay, y podríamos seña-
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lar momentos en que éste aparece, pero casi siempre el sistema es el de ia formación
indirecta para llevar al lector datos concretos sobre el desarrollo de la acción. El
lector es más «informado» o «narrado» sobre los sucesos que convertido en especta-
dor de la acción. Pocas veces presencia los hechos, o éstos le son presentados por
el autor. No hay casi ejemplos de escenas o situaciones que ocurren, dramáticamente,
ante los ojos del lector. Puig parece haber preferido más «narrar» que «mostrar»
(más ielling que showing; o, en el vocabulario de Genette, más diéresis que mimesis).
La primera entrega está constituida por un fragmento de una revista de Coronel
Vallejos donde apareció una nota necrológica que narraba la desaparición de Juan
Carlos. Después sigue una serie de cartas que Nene dirigió a doña Leonor, la madre
de Juan Carlos, tratando de rescatar las cartas de amor que Juan Carlos había manda-
do a ella... Ya aquí se adelanta una nota constante en toda la obra: la ocultación,
la mentira, como distintiva de toda una sociedad hipócrita, que obliga a todos y cada
uno de sus miembros a ocultar sus sentimientos, motivaciones, actitudes.
Ya en la nota necrológica y más aún en las cartas de Nene, se hace presente una
disimulada forma de la ocultación: jamás le dice de modo claro a doña Leonor por
qué quiere rescatar esas cartas... La nota necrológica oculta, bajo una suma de elogios
convencionales, las mentiras, piadosas o no, sobre quién era Juan Carlos (un nene
de mamá que jamás trabajó ni hizo nada de útil en su vida...). Escribir que poseía
«ponderables valores» es una forma de elogio falso e inútil.
Cuando Nene envía su primera carta a doña Leonor, la carta se abre con muy cons-
cientes referencias a su dolor; le envía su pésame a doña Leonor; después le dice
quién es y le aclara que «aunque Usted y su hija Celina me habían quitado el saludo»
le expresa su dolor y le pide «Aunque no me quiera déjeme rezar junto a Usted».
En la segunda carta vemos que la madre le ha pedido a Nene que le escriba a una
casilla de correos (otra vez la ocultación), para evitar las críticas de la hija, que odia
a Nene, y le echa la culpa de la muerte de su hermano. Pero nos enteramos de esto
a través de la segunda carta de Nene, porque las de la madre no aparecen. En este
caso (como ocurre después con ciertas formas del diálogo, en el que sólo se transcri-
ben las palabras de uno de los interlocutores), el lector deberá imaginar cuáles fueron
las palabras del hablante silenciado; aquí ocurre eso con las cartas de uno de los
personajes: debemos suponer su contenido por lo que dice el otro.
Obsérvese cómo ya aquí nos encontramos con uno de los métodos narrativos más
reiterados de esta novela: el de entregar informaciones indirectas al lector que a tra-
vés de ellas deberá ir componiendo el dibujo narrativo de la obra. Un sistema siempre
indirecto, en el que a través de un intermediario, recibimos una suma de informacio-
nes jamás totalmente completas y es a través de ellas que debemos ir ordenando los
acontecimientos. Y deduciendo su sentido (orden de los hechos, psicología de los per-
sonajes, actitudes, reacciones, valoraciones, temporalidad).
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En la tercera carta insiste otra vez Nene sobre la religión; quiere, evidentemente,
presentar a la madre una imagen suya como persona respetuosa de la religión, cre-
yente, que amó siempre profundamente a Juan Carlos, temerosa de Dios y de sus
designios. En la tercera carta le dice que «sería un consuelo volver a leer las cartas
que me escribió Juan Carlos» (página 13). Ella quiere tenerlas y leerlas...
Es a través de las cartas por las que retrocedemos en el tiempo y se nos narra
la historia de Nene, y de cómo conoció a Juan Carlos y a su hermana Celina. También
nos muestra Nene cómo piensa de sí y de su familia (su esposo e hijos), y cómo arroja
a la basura una de las cartas y en la siguiente, dice exactamente lo contrario de lo
que ella en verdad piensa: disimulo y mentira. (Cfr. cartas del 25 de julio y la siguien-
te del 12 de agosto, páginas 26 y 31). Además cambia el tono y de comprensiva, buena,
amable, pasa a ser agresiva y denigrante (página 31 y 32).
La tercera entrega está dedicada a describir un álbum de fotografías. Se indica
qué textos hay en cada página y así sabemos que es un álbum que perteneció a Juan
Carlos. No leemos el álbum; lo leemos a través de un narrador que lo lee —e indirec-
tamente, a través de su mirada- nosotros recibimos esa información. Y cuando eí
narrador ve una fotografía, ésta es descripta en palabras (ejemplos páginas 36-37),
y se nos dicen cuáles eran las leyendas al pie de esas fotos y ias dedicatorias (que
se transcriben como una forma de información dirigida a los lectores):
«A Juan Carlos, más que un amigo un hermano, Pancho» (página 37).
Léase, por ejemplo, esta descripción de una foto, que suponemos es la visión de
la misma contemplada por el narrador, que a su vez nos trasmite dicha información
a nosotros que leemos:
con fondo de sierras y álamos, arropado con un poncho, el pulóver colocado bajo
los anchos pantalones blancos de cintura alta hasta el diafragma, el joven de pelo
castaño claro, más delgado pero con la tez bronceada por el sol y su sonrisa caracte-
rística, y dedicatoria «Con el cariño de siempre a mi vieja y hermanita, Juan Carlos,
Cosquín 1937», (página 38)
de la fotografía se lee el siguiente texto: «Mi amor, este fue el día más feliz de mi
vida. ¡Nunca pensé que pudiera hacerte mía! El día de la primavera. Esconde esta
foto hasta que se arregle todo. Te escribo estas indiscreciones a propósito así no po-
des mostrar a nadie, porque en esa pose parezco un pabote y un poco «alegre». Ya
sabes que por ahí me quieren hacer fama de borrachín. En este momento te agarraría
de la mano y te llevaría hasta el cielo, o por lo menos a alguna parte lejos de acá.
¿Te acordás de los sauces llorones al lado de la lagunita? Yo no me los olvido más.
Te quiere más y más Juan Carlos.» 21 de septiembre de 1935. (páginas 4041)
Y la página prosigue:
En el mismo cajón, debajo del papel blanco clavado con tachuelas que cubre el
fondo, están escondidos dos números de la revista «Mundo femenino»...
En lugar de describir, mostrar o analizar a fondo (la técnica de la gran novela rea-
lista del siglo XIX, o de la novela psicológica del XX), Puig hace lo inverso: cargar
el texto de ironía (ironía dirigida y vivida por el lector) que cree descubrir, o que
se ve obligado a co-participar en la disimulada (mal disimulada) sonrisa con que el
lector ha ido armando y comunicándonos una situación dada. Indicios, jamás informa-
ción o presentación directa; teíling (pero telling limitado y abocetado) más que sho-
wing; aludir, más que decir; como el hombre de campo o el habitante de los pueblos
chicos: hablar dando fintas, y jamás aludir directamente a la realidad que se desea
nombrar o describir. Repetimos: algunas líneas breves y contadas, que deberán ser
completadas por el que recibe el mensaje limitado y esquemático.
Esta técnica de boceto, de decir apenas lo suficiente para ser entendido (recordar
lo que dice Martínez Estrada cuando describe la técnica de narrar de Hernández que,
como la del paisano, apenas da los indicios suficientes para ser comprendido, y jamás
se explaya abiertamente en lo que nos quiere comunicar; más todavía si se trata de
algo relacionado con lo erótico, el sexo o las relaciones familiares, a las cuales siempre
ha revestido de un pudor y una privacidad muy peculiar). Esto de dar apenas una direc-
ción de sentido, algunas líneas, es lo que en definitva obliga al lector a la participación,
Veamos un ejemplo; en el pasaje, el ojo inquisitivo y omnisciente del narrador, ho-
jea las páginas de una agenda que perteneció a Juan Carlos (páginas 4649). Como
nos lo imaginamos, Juan es un personaje casi ágrafo, que apenas se limita a dos o
tres líneas cada día; esas líneas sin embargo son el esbozo de un diario y confirman,
amplían y aclaran otras informaciones que recibimos de otros personajes o por otros
medios. Obsérvese que las breves anotaciones van desde el 14 de marzo del 1935,
al 22 de septiembre. Hay saltos que ignoran (eludiéndolos) semanas, días y meses
enteros. Vamos a transcribir apenas una brevísima parte de la misma; no sólo porque
nos da una información concreta sobre Juan Carlos (psicología, valores, actitudes),
también nos informa sobre acciones del personaje y sus relaciones con otros persona-
jes (casi siempre femeninos, claro está...). En ese sentido, debe indicarse que todo
lo que se menciona o a lo que se hace alusión, es importante, y tendrá repercusión
posterior, será confirmado o denegado por otros datos, acciones, recuerdos e informa-
ciones posteriores. Por ejemplo, aquí se da un indicio velado sobre la chica de trece
años a la que Juan Carlos ve con interés; y casi al final de la novela (páginas 211-213)
sabremos que la siguió y la hizo suya... Técnica del folletín, de recoger y completar,
al final, la información adelantada o apenas aludida en un pasaje anterior; interés
prevaleciente por no dejar cabos sueltos desde el punto de vista de la trama novelesca.
Leamos, como modelo de estilo, un pasaje de la agenda de Juan Carlos. Obsérvese
el efecto humorístico que produce el transcribir el nombre del santo del día junto
a las anotaciones desordenadas e infantiles de Juan Carlos, casi siempre referidas
o a mujeres, o a partidas de naipe, o a salidas de paseo con sus amigotes:
Marzo-Martes 14, Santa Matilde reina. ¡Agenda vieja y peluda! Hoy te empiezo con
una viuda.
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Miércoles 15. San César mártir. Pedí adelanto 15 pesos para regalo vesino viuda,
regalo viuda y gastos generales.
Sábado 18, San Gabriel Arcángel. Timba en «La Criolla», pasa Perico con el auto.
Domingo 19, San José. Milonga en el Club, convidé a Pepe y a los hermanos Barros,
dos bueltas. Me la debe para la próxima.
Miércoles 22, Santa Lea, monja. Cita a las 19, Clarita.
Jueves 23, San Victoriano, mártir. Cita en «La Criolla», Amalia, conseguir coche.
Sábado 25, Anunciación de la Virgen María. Viuda, 2 de la mañana, (páginas 46-47).
Otro ejemplo de riqueza narrativa es el de dos pasajes en el que dialogan dos perso-
najes. En uno hablan dos mujeres; después de cada frase, en negrita, se transcribe
lo que cada una piensa de la otra... Ironía y un tono casi farsesco. En otro momento
dialogan Pancho y Mabel, y también se apela a este recurso cómico:
Transfer, se transcriben titulares de los diarios (1939), que sitúan la acción. Puig tam-
bién apela a la técnica del interrogatorio, que convierte a lo relatado en un informe,
encuesta judicial o policial, muestreo sociológico, informe analítico de tipo científico,
formas todas de establecer un marcado distanciamiento entre el narrador y lo narra-
do. O, como ocurre en la página 135, esas preguntas serían las que un periodista
de tercera haría a una mujer en una sala de partos... En este caso hay como una
mezcla de ternura e ironía, pero en otros lo humorístico se sobrepone a todo (páginas
129 y 134), y hay ejemplos del uso judicial (página 132).
Las pesadillas también se transcriben, con un título dieciochesco: «Imágenes y pala-
bras que pasaron por la mente de Juan Carlos mientras dormía» (páginas 113-117),
que muestran el temor a la muerte del protagonista. En otros casos la corriente de
la conciencia no sólo refleja los pensamientos del personaje, también sus apercepcio-
nes, lo que ve, lo que piensa, recuerda y sueña, lo que percibe con su olfato, tacto,
oídos. A través de una serie de palabras que aluden a sucesos, se nos entregan todos
los materiales que afectaron la mente de Juan Carlos. Y este se de voz pasiva imperso-
nal muestra con absoluta claridad la manera distanciada en que la formación nos
es entregada. Este se impersonaliza la acción de darnos la información y, a la vez,
de recibirla; pareciera que quien nos entrega esa información no desea aparecer como
interesado (comprometido, sería el término más exacto), en participar de ella, y noso-
tros, los que la recibimos, la recibimos pasivamente, sin manifestarnos como muy
interesados en recibirla... Se trata de Juan Carlos que realiza un largo y fatigante
viaje en ómnibus desde Córdoba hasta su pueblo de Coronel Vallejos, y la serie de
palabras inconexas reflejan todo lo que sucesivamente va ocupando su conciencia ca-
rente de autocontrol. Copiamos unas pocas líneas:
...el colectivo, el barquinazo, la polvareda, la ventanilla, el campo, el alambrado, las
vacas, el pasto, el chofer, la gorra, la ventanilla, el caballo, un rancho, el poste de
telégrafo, el poste de la Unión Telefónica, el respaldo del asiento de adelante, las
piernas, la raya del pantalón, el barquinazo, las asentaderas, prohibido fumar en este
vehículo, el chicle, la ventanilla, el campo, las vacas, el pasto, los choclos, la alfalfa,
un sulky, una chacra, un almacén, una casa, Bar-Almacén «La Criolla», el campo de
girasoles, «Club Social-Sede Deportiva», los ranchos, las casas, la ventanilla, los faro-
les, la tierra, el asfalto, Martiliero Público Antonio F. Sáenz, consultorio Dr. Aschero,
la vereda de baldosas, las luces, Tienda «Al Barato Argentino», Banco de la Provincia,
Empresa de Transportes «La Flecha del Oeste», ios frenos, las piernas, los calambres,
el sombrero, el poncho, la valija, mi hermana, el abrazo, los cachetes, el viento, el
poncho, el frío, la tos, tres cuadras, la valija, Tienda «Al Barato Argentino», Consulto-
rio Dr. Aschero, Bar «La Unión», el sudor, los sobacos, los pies, la ingle, el picor,
los vecinos, la vereda, la puerta de calle abierta, mi madre, la pañoleta negra, el abra-
zo, las lágrimas, el zaguán, el vestíbulo, la valija, la tierra, el poncho, la tos, la piel
bronceada, cinco kilos más de peso, Cosquín, la intendencia, los aumentos de alquiler,
la licencia, el Hostal, el Presupuesto, el médico, el diagnóstico, el tratamiento, la ra-
diografía, la pieza, la cama, la mesa de luz, la estufa a kerosene, el ropero, el baño,
el agua caliente, la banadera, el lavatorio, el inodoro, la percha, la toalla, la estufa,
el espejo, el tuberculoso, el atleta, el órgano sexual, la piel bronceada, el sudor, el
picor, los calambres, la canilla, el chorro, el agua caliente, el jabón, la espuma, el
perfume, Nene, la enfermera Matilde, Nene, Mabel, Nene, Nene, Nene, anillo de com-
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nromiso, el agua tibia, la rejilla de madera, las chancletas, las gotas de agua, la toalla,
la estufa, las llamas, el escalofrío, la ropa interior, la navaja, el jabón, la barba, el
agua de colonia, el peine, el jopo, la mesa, mi madre, mi hermana, los platos, la servi-
lleta las noticias de Vallejo, el carbunclo, el carbunclo, el escándalo, Mabel, el inglés,
la acusación, la bancarrota, Mabel, la sopa, la cuchara, los dedalitos, el carbunclo,
la estafa, el pan, una cucharada de extracto de carne en la sopa, el compromiso roto,
la estancia, las estancias, el vino, la soda, el agua, el bife con puré, el pan, el vino,
mi madre, la licencia, el sueldo, el presupuesto, el pic-nic, Mabel, los quejidos, las
lágrimas, el cuchillo, el tenedor, el bife, el puré, el vino, la bancarrota, el empleo
de maestra, la estafa, la vergüenza, mi hembrita, el pic-nic, el abrazo, el beso, el dolor,
la sangre, el pasto, los cachetes, los labios, las lágrimas en la boca, el inglés, la denun-
cia, la estafa la bancarrota, la deshonra, la pobreza, el puré, la manzana asada, el
almíbar, mi madre, mi hermana, el café, las nueve y cuarto de la noche, el frío, el
poncho, la vereda, el viento, las calles de tierra, la esquina, el portón, el ligustro,
la rubia, Nene, mi novia, la madre, el padre, la cocina, la mesa, el hule, Cosquín,
el tratamiento, la curación... (páginas 121-122)
Rodolfo A. Borello
íímctobogS)
L ía innovación siempre ha sido materia maleable. Es dudoso que Borges haya errado
al invocar la protección de los clásicos frente al culto contemporáneo de la originali-
dad. Ya con su primera novela, La traición de Rita Hayworth,' Manuel Puig (1932-1990)
llamó la atención de la crítica con un registro narrativo que marcaba una rigurosa
diferencia frente a las insistentes novedades del fervoroso boom. Rápidamente, ciertas
notas hicieron hincapié en la recuperación del folletín - y , a través de éste, de otros
géneros menores- más que en la exaltación o en el desfasaje de juicios estéticos
sobre la «Literatura», para acercarlo al predio del canon académico.2 Es cuestiona-
ble e innecesario interrogar hasta qué punto ello pudo haber sido parte del proyecto
de Puig y hasta qué punto los deseos de los críticos por salvar una obra, que en 1
Buenos Aires, Jorge Alva-
algún momento pudo ser descartada como menor, hizo el resto; hecho este no sólo rez, 1968.
loable, sino válido como componente esencial de la actividad crítica. Ya Borges había 2 Uno de los estudios más
impulsado algo similar al proponer una versión de Evaristo Carriego que elevara a completos hasta la fecha ha
sido realizado por Lucille
su poesía hacia los motivos clásicos establecidos por la formalidad de su época.3 Kerr, Suspended Fictions:
Las tres novelas que precedieron a El beso de la mujer araña —La traición de Rita Reading Novéis by Manuel
Haxworth (1968), Boquitas pintadas (1969) y The Buenos Aires Afjair (1973)— dieron Puig, Urbana, IL, University
of Illinois Press, 1987. Pa-
cuenta de la incorporación definitiva de Puig a una nueva línea de narradores. Se ra una de las señas de iden-
trataba de aquellos que se perfilaban como herederos del núcleo más ceñido del boom tidad de Puig, Norman La-
vers, Pop Culture into Art:
—leídos o no por ellos—,4 de ese núcleo que abrió brechas internacionales para que The Novéis of Manuel Puig,
otros hispanoamericanos merecieran la atención de las editoriales internacionales y Columbia, MO, University
para que los lectores suspendieran todo asombro ante el culto de la novedad. Desde of 3
Missouri Press, 1988.
Evaristo Carriego, Bue-
sus inicios, pues, Puig ha pertenecido a un nuevo establishment. Ha hecho escuela
nos Aires, Emecé, 1955.
entre los que reconocieron nuevas posibilidades de desarrollo en su recuperación de 4
Sobre la formación de
sectores sociales y culturales marginados. Esta ampliación responde desde hace unas Puig véanse sus propios co-
décadas, claro está, al hecho de que ningún tabú escritural puede ser sometido a mentarios en la entrevista
que le hiciera para Hispa-
exclusiones. Con Puig estamos, asimismo, frente a un escritor «de marca» que garanti- méúai, 1, 3 (1973), pp. 6940.
za nuevas aperturas y que anticipa indagaciones en marcos previstos (las películas Ver también Ronald Christ,
«An Interview with Manuel
de los años 40, la novela policial, el lenguaje de tangos y boleros, lo cursi y lo kitsch Puig», Partisan Review, 44
hecho signo de admiración). Cada una de sus novelas ha señalado, además, una madu- (1977), pp. 52-61.
22
das; caben bajo una amplia rúbrica que promueve la vaguedad y una endeble oposi-
ción —por cierto, generosa para una vasta gama de lectores— entre «razón» y «sentimiento».
«Homosexual» y «marxista», «corruptor» y «guerrillero», son los términos en que
se dirimen sus diálogos. La distancia que separa a sus respectivos discursos impide
un acercamiento directo más allá del reconocimiento de que están ai margen de las
leyes sociales establecidas y que sólo un encierro impuesto por otros puede acercarlos
a una acción conjunta. No es ajena a este encierro la crítica a las organizaciones
de izquierda que han excluido la participación de homosexuales y postergado todo
debate sobre ello. El planteo de Valentín, por otro lado, es endeble, y aún ingenuo:
se reduce a un «no hay que dejarse explotar». Cuando Valentín, finalmente, acepta
a Molina como «mujer» ello no exige —así le informa— que ésta(e) deba adoptar el
papel de «mártir» común para tantas otras mujeres. El argumento de Valentín a favor
de una acción política carece de precisión; se limita a desear una sociedad mejor,
más justa. Al compararlos, es evidente que es Molina quien posee un claro sentido
de los mecanismos del deseo. Su alegato amoroso apunta a obtener lo que tiene ante
él: quiere ser amado por el hombre a quien cuida y a quien (aparentemente) protege.
Valentín y Molina revelan paulatinamente que no son un fin en sí el uno para el
otro. Ambos se usan, se cobijan con las defensas propias de su clase, sacan a relucir
los rastros burgueses que su respectiva condición no ha eliminado. El énfasis en los
marcos analíticos y en el deseo sexual, también en la ilusión del amor, apuntan a
diferentes perspectivas y ejercicios de poder. En el espacio de la cárcel denotan la
necesidad de sobrevivir apelando a hábitos ya trajinados y al ejercicio de la posesión
y del dominio del otro. Huir de la realidad mediante las películas, afincarse en una
realidad teórica mediante lecturas de textos políticos, son actos que se cancelan ante
un hecho evidente e insuperable: son apenas dos presos. Esta es su circunstancia con-
creta. Ambos están sometidos a una voluntad ajena y totalitaria; aún su propia mani-
pulación está regida por controles ajenos a su voluntad.
Si bien sólo al terminar la primera parte de la novela, la conversación entre Molina
y el director del penal alerta al lector sobre la carencia inicial de datos fundamentales
—es decir, que Molina debe obtener informes sobre la célula subversiva de Valentín
a cambio de su salida—, los conatos de control entre los presos se manifiestan en
niveles pedestres pero que sugieren una relación mucho menos pueril. Uno de ellos
posee la información que proveerá la libertad condicional; el otro es dueño de un
archivo de la memoria que ofrece otra libertad condicional, la del imaginario que
se instala en la celda. Narrar o callar son los recursos de control de Molina; oír y
corresponder con ciertas «gentilezas», los de Valentín. En el marco de los silencios
prolongados se dan las ansias por lo que está fuera, por la madre y la compañera,
índices, además, de relaciones sociales y sexuales aparentemente inalterables.
Las películas que cuenta Molina subrayan mutaciones físicas u otros cambios me-
nos drásticos en la conducta oficial, nacional o social de los personajes. En cada caso,
y con algunas variantes, los cambios obedecen al amor, al ansia incontenible por sa-
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ciar o tan siquiera por satisfacer los deseos del otro. Sin embargo, es fundamental
registrarlo, estos cambios aparecen minando el orden imperante o apuntando a algún
posible cuestionamiento de sus imposiciones normativas. Las angustias y ansiedades
de la pareja burguesa, por ejemplo, conducen a la transformación y muerte de la
mujer pantera. Si más allá de otros factores, allí importa el suspenso que marca la
relación entre relator y oyente al acabar el primer capítulo, también anuncia —en
una recuperación del «Axolotl», de Cortázar— que al finalizar el texto la transforma-
ción en pantera y su muerte como tal, se transmutará en términos homólogos: será
justamente la transformación de Molina en contacto para la célula guerrillera la que
le acarrerará la muerte. En este caso se trata de un paso radical hijo del deseo y
no de una súbita concientización política ni la adopción de una causa política. Leni
y Molina se enfrentan en un espejo distorsionado por el amor: el deseo femenino en
un cuerpo de mujer se nazifica; el femenino en un cuerpo de hombre se vuelve revolu-
cionario.5 La transformación produce el fin que dentro de ese mismo plano social
sólo será lamentado por un reducido núcleo de familiares y amigos.
Es esta misma reducción de todo móvil a una relación de simpatía, y no de convic-
ción ideológica, lo que le permite a Molina desmontar un film de propaganda nazi
en los segmentos que lo traducen en obra de arte. A él le importa que esté «bien
hecha» (p. 63), signo de toda obra de arte; para su propio régimen, Valentín requiere
que cada ejemplo posea un alcance social. De este modo se enfrentan el recorte indivi-
dual y el impacto político; nada queda en cuanto film o versión narrada del film.
Al igual que en su relación personal, los valores que portan al ingresar a la celda
permiten la existencia de una zona gris que tolera cierto diálogo y compenetración,
y una zona negra que da paso al silencio hasta la siguiente matinée. Tanto los ideales
de justicia social expuestos en términos generales y vaporosos por Valentín, como
el sueño de Molina de tener al mozo Gabriel como amante dispuesto a compartir
su vida y la de su madre, son argumentos de otros tantos films idealizados. Molina
expone el sueño del placer, su dedicación de esposa y madre a un mozo para que
éste ingrese en un nivel profesional que ponga fin a su tristeza (p. 76). Valentín le
propone otro principio de realidad: ejercer una lucha política para que aún siendo
mozo no deba sentirse disminuido (p. 76).
Frente a grados de irrealidad se impone ía voluntad de Molina: huir de ia realidad,
cancelarla mediante la invención. Pero también se impone la experiencia de Valentín,
arquitecto que no por ello deja de luchar por su versión de la justicia social. Y frente
a ambos, el informe del servicio publicitario que cubre las páginas centrales del film
nazi Destino. En un tono deliberadamente «imparcial», la nota informa sobre los cam-
bios ideológicos de la heroína Leni, a medida que ésta incorpora los elementos que
le provee la propaganda nazi. Su propia Francia es vista al final «innegablemente
negrificada y judía» (p. 94). Esta aceptación de una versión totalitaria del mundo se
yuxtapone a la concretización del plan de debilitamiento de Valentín. El sometimiento
de Molina-mujer a las necesidades corporales más precarias del guerrillero (valiente)
25
den a la intimidad y a su mutua posesión. Sin embargo, cada uno de ellos permanece-
rá fiel a su conducta anterior. Hay aperturas y comprensiones y aceptaciones por
ambos lados. Pero cuando Molina sale a la calle se reintegra a su ámbito familiar,
a sus ¡ocas y a la reconquista de su mozo. Por su lado, reducido a la celda y luego
de los interludios y el impacto de goces inesperados que intentará superar, Valentín
permanecerá fiel a su causa para reintegrarse al que siempre fue. Sin embargo, más
que diálogo de sordos, éste ha sido el intercambio de compañeros de ruta. A pesar
de que uno de ellos ha pagado con su vida la entrega a la causa de «su hombre»,
su figura desaparecerá con el transcurso de luchas y absurdos desencuentros; queda-
rán recuerdos de amistad, de solidaria compañía y, lo cual no es desdeñable, de super-
vivencia frente a la represión.
Es precisamente este último aspecto el que acerca a los bandos que estos persona-
jes podrían representar. Tanto en el nivel de lucha política por la justicia social, así
como en el planteo cotidiano y menos ensalzado de una «señora burguesa» que sólo
exige ser aceptada por lo que es, los argumentos de Molina y Valentín se despojan
de sus diferencias y asumen un frente común contra la represión como doctrina de
poder. Sin embargo, cabe subrayarlo, el interés de Puig está centrado en la defensa
de la homosexualidad como libre ejercicio que debe ser aceptado por la sociedad.
En tal práctica está fundado el discurso científico, de tono objetivo y aparentemente
desinteresado por toda expresión partidaria, que caracteriza a las notas al pie —notas
que no están integradas al nivel de la narración. Estas responden a la curiosidad
inquisitorial que despliega Valentín cuando impugna la homosexualidad de Molina.
Desglosadas y recargadas de entonaciones didácticas, las notas esgrimen argumentos
que Molina sería incapaz de articular frente a los esquemas analíticos de Valentín.
También suplen los datos necesarios para salvar las distancias de la incomprensión.
La ubicación de las notas puede y debe ser vista desde la perspectiva de una narra-
ción editorial que supervisa la conducta de Molina y eleva la chatura de su represen-
tación grupal a una escala científica. El desconocimiento de Valentín de gente de esas
«inclinaciones» provee la entrada de tres teorías de D.J, West sobre el origen físico
de la homosexualidad, que son inmediatamente refutadas por él mismo. Es decir, el
desconocimiento de Valentín no debe ser motivo de sorpresa; la comunidad científica
también sigue explorando teorías que no han logrado hacer escuela. Por ello la nota
siguiente (pp. 102-03) explora las nociones del vulgo y da una cabida inicial a las
teorías psicoanalíticas de Freud. A partir de ese momento, otras notas inauguran ex-
plícitamente el uso de la represión como modo para adecuarse a las exigencias socia-
les. Por ello, las notas siguientes circunscriben las propuestas freudianas, las críticas
de Fenichel, la expansión hacia lo social formulada por Marcuse, la legislación antiho-
mosexual dictada por Stalin, a pesar de los desvelos de Lenín por la libertad sexual,
y su incorporación como «degeneración burguesa» en las doctrinas de los partidos
comunistas (p. 200).
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Luego de presentar los postulados de la doctora danesa Anneli Taube, la nota final
(pp. 209-11), resume los fundamentos ideológicos que articulan a esta novela: la acti-
tud imitativa de modelos heterosexuales basados en las etapas de aprendizaje durante
la niñez es trasvasada a los roles homosexuales junto con los modelos «burgueses»
que acompañan las etapas formativas. Agrega la nota: «Este prejuicio y observación
justa sobre los homosexuales hizo que se los marginara en movimientos de liberación
de clases y, en general, en toda acción política. Es notoria la desconfianza de los
países socialistas por los homosexuales.» Esto, continúa, ha comenzado a cambiar
en los años sesenta con el surgimiento de los movimientos de liberación femenina
que han enjuiciado los roles establecidos para los sexos, y termina diciendo: «La for-
mación posterior de frentes de liberación homosexual sería una prueba de ello» (p.
211). Esta nota está ubicada en momentos en que Valentín ha comenzado a cuestionar
sus propias creencias sobre la homosexualidad a partir de la amistad, protección y
cariño que le ha prodigado su compañero de celda. En poco tiempo las barreras socia-
les erigidas por su propia formación burguesa y posterior politización comienzan a
ceder. Sin dejar de ser una loca, cree, si Molina merece su sexo también merece su confianza.
Al referirme antes a la seducción mutua de Molina-Valentín, no descarté la rapidez
de la concientización —el progreso acelerado, dirán otros— de Valentín con respecto
a la homosexualidad. Considerando sus perspectivas intelectuales y los modelos analí-
ticos que requiere para solventar cada decisión, las notas parecerían cumplir con una
función de trasvasamiento que se desarrolla de forma paralela al encuentro de los
cuerpos. Sentimiento y razón, entonces, o si se prefiere, amor y experimentación científica.
A pesar de su trágico fin, Molina no cambió radicalmente. Si murió como heroína
de sus propias películas o por dedicación a una «buena causa», su vida no dejó de
ser la de la Molina encarcelada por corrupción de menores. Más que exaltar su vida,
en el texto se enuncia su decisión de llevar a cabo una sola misión, más bien de
cumplir con un encargo de confianza. Valentín, por su lado, tampoco está exento de
cierta dosis de mediocridad. Si bien su militancia es respetada, sus cuestionamientos
ideológicos y declaraciones políticas retumban con los ecos de claustros llenos de
humo. En diferentes planos, ambos establecen una relación homologa frente a sus
prácticas. Ambos tratan de conquistar a un adepto, de cambiar en el otro tan siquiera
su actitud, de limar algunas de las asperezas que separan a sus visiones de mundo:
un guerrillero de tendencias marxistas goza la relación homosexual; un homosexual
ajeno a toda politización y a todo interés social muere en un único acto de militancia.
Muerte y tortura son el legado final. También lo es la sensación de un sueño que
incorpora el lenguaje y las huidas algodonadas de las pantallas de cine a la realidad
concreta e ineludible de la cárcel. El beso de la mujer-araña ha atrapado al hombre;
el beso que Valentín le ha dado a la mujer-araña también ha atrapado a la mujer.
Y en esa relación nuevamente repitieron esquemas de sumisión y mando, el consabido
juego por el poder sobre el otro cuerpo; juego que en una escala siniestra los carcele-
ros llevaron a cabo al subvertir el concepto mismo de «subversión».
30
Saúl Sosnowski
La caza
A
i j L q u e l día de otoño, en las vísperas, estaba solo. Tres años atrás había visto por
última vez a su padre, en la galería que daba al naciente, sentado en su hamaca de
mimbre. En el fondo, el viejo nunca le perdonó que hubiese preferido irse al sur
y regresar al cabo de los años con su diploma de abogado y desde entonces estuvo
convencido de que ya nada valía la pena, ningún esfuerzo ni trabajo ni ambición que
para dar frutos requiriese más tiempo que el de sus propios días. Tampoco los demás
estaban, salvo la anciana Etelvina, cohibida por la lumbalgia y dos o tres sirvientes
innominados, El fundo sólo daba un diezmo de maíz y otro de alfalfa y en la casa,
donde alguna vez había dormido la siesta el general Pezuela, reinaban la penumbra
y la nostalgia.
II
Ahora él desde su despacho miraba a través de los gruesos cristales del ventanal,
biselados y perfectos, traídos de Inglaterra en tiempos de su bisabuela, y contemplaba
las calles a esa hora casi desiertas que, también en tiempos de su bisabuela, estaban
empedradas y entoces, como ahora, la naturaleza era tan fecunda que los sirvientes
de las casas (sólo había una decena de empleados municipales) debían de vez en cuan-
do arrancar el pasto que crecía entre las piedras.
Desde que la vio no pudo sino pensar en el suave, imperceptible apretón de su
mano. Sus dos edades no superaban, sumadas, el medio siglo, casi equivalentes a
la edad de su marido, capitán retirado, virilmente cordial y rechoncho, cuyas dos
pasiones parecían ser las barajas y las putas, que consumían sus noches en el Club
y los amaneceres en el burdel de los aledaños, cerca de la aceña abandonada, regenta-
da por una madama remota y exageradamente rusa llamada Sonja.
32
Él, hasta entonces, un flamante abogado sin clientes y sin preocupaciones comenzó
a sentir algo nuevo, insólito y ambiguo. Aceptó el cargo de fiscal del tribunal sólo
tal vez porque creía compartir así las amistades de personas que eran comunes al
grupo dentro del cual ella vivía. Ni el crimen ni el derecho le importaban sino en
función de la mirada de aquellos ojos oscuros, de aquellos hombres caballerescos
y brutales, también ajenos al derecho y a los códigos pero prójimos a ella, para los
cuales la ley, las pasiones o infortunios sólo eran como una anécdota de clase, como
una historia marginal y destinada al olvido.
Cuando no estaba ella buscaba la compañía de quienes la conocieran de alguna
manera, inmediata o remota, de sus amigos, parientes lejanos o allegados. Creyó amar
la mera existencia de esa gente, los días comunes, las mañanas soleadas o lluviosas,
la soledad aséptica y anticuada de su despacho de fiscal, la contigüidad accidental
o buscada en el Club donde el capitán, sonriente y generoso con sus iguales y aún
con los camareros, era como uno más. Luego de las horas de despacho en la fiscalía,
antes de que finalizara el atardecer y estuviese abierto el Club, había comenzado a
dar largos y demorados paseos por la ciudad, un mero pretexto para caminar frente
a su casa, y en aquellos momentos sentía como un marasmo o como una borrachera
trémula que lo dejaba a la vez lúcido y confuso y entonces, por un instante, se daba
cuenta de qué manera las cosas cotidianas, la calle, los muros, las piedras, los venta-
nales, la asombrosa objetividad del mundo, lo que no cambia o aparenta no cambiar,
roza los misterios de la vida.
También por entonces trataba de buscar la compañía de otras mujeres respecto
de las cuales no tenía propósitos ni proyectos ni fantasías y que buscaba con el solo
fin de que hablaran de ella, de que mencionaran su nombre o la aludieran, puesto
que casi siempre nos enamoramos por lo que otros dicen. Y después, como siempre
regresaba a su despacho, entre los cuatro muros, que eran para él su distancia y
su refugio, pero a la vez sus límites, donde volvía a encontrarse consigo mismo como
con un cuchillo desnudo; donde, sin embargo, había una ventana que daba al campo
abierto, que era como todos los campos y que a esa hora era como todas las tardes,
aunque en realidad nada de eso le importara o sólo le importara lo que no sabía
o lo que aún no había sucedido y esperaba intranquilo, preso, como el relámpago
añorando un vago incendio.
III
Ningún paisaje, ninguna llanura o montaña, ni valle con laguna y árboles desiguales
está en su solo sitio; son inagotables porque estuvieron y estarán en los ojos de cada
quien se llevó consigo la visión de esta tierra, de este país salvaje y doblegado.
Cuando él llegó a la casa, y aún antes de llegar, mientras recorría el camino que
a trechos se confundía o se juntaba con el cauce del río o ancho arroyo ahora seco,
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ya sabía de qué manera aquella soledad o el vacío le pesaba. Allí estaban, más viejos
o ignotos, los sobrevivientes, agrupados en fila —cuatro o cinco- para recibirlo ,
y todo era como una desleída memoria, una mecánica costumbre, los gestos somno-
lientos de un viejo y equívoco vasallaje, niebla o humo de la memoria. Qué decirles,
si es que acaso esperaban una palabra. Todos eran otros, y él venía a ser para los
otros y para consigo mismo sólo un recuerdo, un mero ademán, una vaga ilusión.
Y entonces quiso que al menos lloviera, puesto que había perdido quizá los viejos
atributos del señorío, es decir, preocuparse por los demás; si al menos lloviese y to-
dos, los otros y él, tuvieran el pretexto para buscar refugio y apartarse.
Después, solo, adentro, en la penumbra apenas esclarecida por el quinqué de quero-
sén con pantalla de enaguillas, volvió a preguntarse si valía la pena el riesgo del
encuentro; pero ya no había lugar para estas dudas, y además, ahora sabía que sin
amor el hombre se endurece y pierde su sutileza y ambigüedad; sin mujer el hombre
sobrevive en un mundo maniqueo y envejece sin remedio ya que para un hombre
la mujer es la ilusión de la vida. Observó su vieja cama contra el muro, donde había
estado siempre y junto a la cual una mañana remota vio a su padre que lo esperaba
como nunca antes lo había hecho, el armario cerrado, la mesa y la única silla junto
a la mesa, el solado de viejos listones de madera. Todo olía vagamente a encierro.
Sólo tenía que mirar a los ojos de estos sobrevivientes que quedaban en la casa para
saber quiénes habían sido su padre y su madre a la que nunca vio porque el doctor
había llegado demasiado tarde o nunca fue llamado, y ver otra vez el viejo feroz orgu-
llo de una independencia no propuesta ni siquiera defendida, inconscientemente ocul-
ta como un pecado común a este pueblo que asumió los gestos de una grandeza sin
humildad antes de haberla tenido ni perdido. Pero él, se dijo, no tenía orgullo ni
pasado, su padre no era el pasado, era sólo como un gran vacío o como una piedra
y él era como un bastardo de esa piedra o de esa oscuridad, o de ese gesto oscuro
y permanente. No tenía a nadie, ni siquiera este caserón ruinoso, nunca había sido
un niño o un muchacho que crece para dudar o para tener secretos y aprender lo
que podrían haber sido la tolerancia o el rencor, el amor o las ganas, o el miedo
al espacio, en el campo, donde resplandecían las estrellas nítidas y frías y de este
modo sentía que había nacido demasiado tarde para estos tiempos, sin haber conocido
a sus abuelos, todos premuertos y remotos, únicos interlocutores de un niño, sin ges-
tos ni pasiones ni grandes palabras.
IV
Él, en ese atardecer de otoño que ya era casi noche, había permanecido absorto,
acodado en el cerco del gran corral, observando cómo se apareaba su yegua blanca
y joven y de ojos colorados con un garañón renegrido, vigoroso y de crines entreca-
nas, ágil y agresivo como un toro felino. Ella lo dejaba hacer, temblorosamente conté-
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nida, y él observaba con estupor pero también con inconsciente culpa o temor aquello
que era inevitable como un hecho de la naturaleza.
Tenía las manos húmedas, los ojos dilatados y quizá la boca entreabierta y la gar-
ganta seca, cuando el padre, que a su vez lo observaba, con el talero colgante junto
a su bota izquierda, de pie en el portón trasero, el que daba a los corrales, dijo creo
que va siendo hora, palabras dichas para sí, tal vez, o en realidad pronunciadas para
que lo supiera el mestizo Marcelo, su entenado más adicto, aunque ni siquiera en
ese momento lo veía o no sabía siquiera que estuviese allí como siempre, como una
sombra para mandar, a su lado o en la conveniente cercanía. Y cuando el padre dijo
creo que ya es tiempo, Marcelo dijo que sí, aunque tal vez ni siquiera hablase. Des-
pués el patrón y padre y el entenado, cada quien por su lado, desaparecieron casa
adentro y el niño, que no los había visto ni había visto a nadie y estaba solo, cuando
la yegua quedó desocupada, nerviosa y como triunfante corrió hacia ella y trató de
abrazarla por el cogote y ella sorprendida o asustada dio un relincho enseñando sus
dientes poderosos y levantó sus patas delanteras amenazadoramente, esquivándolo pa-
ra huir al trote hacia las sombras porque ya era la noche, de luna creciente pero escasa.
Él nunca se enteró de lo que hablaron su padre y el entenado Marcelo cuando,
dos horas después, revolviéndose en la cama no alcanzaba a entrar en el sueño, asalta-
do por la imagen de los ojos dilatados y rojos de la yegua, de su temblor, de la visión
del caballo azul oscuro o negro, temiblemente vigoroso y reluciente de sudor, monta-
do en ella porque una confusa sensación de piedad y de odio le impedía conciliar
el sueño y así fue hasta el anuncio del alba.
Pero el padre, aún con el sombrero puesto y el entenado Marcelo, el padre sentado
a la cabecera de la mesa de madera resobada por los años y sólida, en la cocina,
y Marcelo de pie conjeturaron o sólo el padre lo hizo y el otro sólo dijo que sí, que
ya era tiempo y para mejor, coincidía, el tiempo, con la estación seca, cuando las
corzuelas y las vicuñas y aún los demás montaraces acudían a las aguadas, mucho
más allá del confín del fundo.
A la mañana siguiente, al alba, fue que el padre, cuando ya Etelvina y la otra donce-
lla india habían acudido a su cuarto para recordarlo y vestirlo, que el padre irrumpió
en la habitación y íes ordenó con la mirada que se fueran.
- Y a todos los hombres están de pie. Y desde ahora lo harás sin que ninguna mujer
te vista.
En la cocina, Marcelo y dos o tres o cuatro hombres más, le dejaron sitio y una
sirviente gorda y oscura en silencio puso en su sitio el tazón de cuajada y el café.
Después todos salieron menos el padre, que dijo:
- E l tiempo te ha llegado, como a todos —al decir esto no lo miraba. Estaba de
pie, dándole la espalda y parecía mirar a la llanura o a lo lejos, hacia las montañas
más confusas— Y hay que hacer lo que hemos hecho todos. Aquí está tu carabina
-dijo, enseñándosela—. Fue la mía y la de tu abuelo, que en paz descanse. Será el jueves.
Él lo miró y el padre dijo:
35
v
Ella había llegado sólo para decirle que no iba a ir, o para decirle que había ido
porque no pudo advertirle que no iría, Estaban los dos de pie, mirándose, en el cuarto
que había sido siempre la habitación de las mujeres y que sólo se abría, desde cuando
no había mujeres en su familia, para limpiarlo y ventilarlo, dejando todo sin mover,
las cosas y los muebles como estuvieron siempre, incluso aquel bastidor con asiento
donde algo como una flor de grandes pétalos bordada en lana, una flor que nunca
nadie había visto ni sabía su nombre, yacía a medio terminar en el lienzo que había
perdido la tensión que alguna vez tuvo, amarillento por el polvo acumulado y el tiem-
po; y se miraban, él la veía y también ella lo veía a él sin haberse puesto de acuerdo
para mirarse así, como dos niños temerosos y en silencio y a escondidas y alertas
no como dos cazadores sino como dos presas furtivas, estrujándose las manos tal
vez, ella sin aún quitarse el sombrero que era como una capelina con sus alas abati-
das que le ensombrecían las mejillas calientes y quizá con los labios levemente torci-
dos por el llanto o por algo que era la represión de un gesto de llanto dichoso, como
una debilidad contenida y por un momento en los ojos de los dos apareció el resplan-
dor de una intensa felicidad y la agitación de ambos, juntas, fue como la de los niños
que de pronto paran de correr. Él había amanecido allí, en la casa antigua y en aquel
cuarto y había visto transcurrir la noche y llegar el día, la media mañana cenicienta
a través de los cristales aún con los mismos visillos de cuando había mujeres en
la familia, con el alma afligida y dichosa deseando que todo llegara y que pasara
y que todo fuera como un episodio de la imaginación al que llamáramos realidad,
que todo fuera como la realidad intensa de un sueño de quien ama la vida y que
por eso no quiere comenzar a vivir, como una gracia impotente o muerta o paralizan-
te. La atrajo de pronto y quiso acariciarle los cabellos torpemente, pero ella dijo que
no estrechándose junto a él. Y él dijo «Nos iremos de aquí. Nos iremos lejos de aquí».
Pero ella dijo que no podrían irse de aquí; que nadie puede irse. Ella dijo que todo
lo que miraba o tocaba pertenecía a este lugar, sus abuelos, sus padres y las ruinas
y todos los que nacieron y están muertos.
—Y los fantasmas -murmuró él—. Vamonos —dijo él y la apartó como para que
sus palabras se entendieran mejor—. No es posible vivir en una casa donde aún se
mudan las sábanas todas las semanas en las camas donde hace mucho nadie duerme
ni dormirá nadie porque todos han muerto.
En ese momento, a lo lejos, dos o más perros comenzaron a reñir, unos perros
furiosos y nuevos, sustitutos de los oíros, éstos, que no había visto nacer ni crecer.
Ella fue a sentarse en el sillón junto al viejo bastidor.
36
vi
Únicamente los tres: un hombre enjuto y demasiado parlanchín para este país y
él, que apenas había comenzado a tener dos cifras de edad y un padrino sólo para
esto, con más un fox terrier indómito y egoísta. El padre le había ordenado a Marcelo,
el entenado, que fuera su padrino para esto. Entonces Marcelo lo había observado
con sus ojos oscuros y sin brillo, como la superficie de un pozo de aguas densas.
El padre nunca puede ser el padrino, había dicho el padre; porque está el padre para
todo lo de padre, y ya cuando no lo está, estará el padrino. Y aunque sólo para esto,
has de servir, Debes tener cuidado de que no se malogre y que empiece a ser como
todos. El deberá hacerse solo. No lo ayudes, sólo debes mirarlo y evitar que haga
tonterías. «Nunca lo hice yo», dijo entonces el entenado Marcelo. «No» —había dicho
el padre—. Pero él sí.» «Nunca mandó usted que yo lo hiciera entonces». «No —dijo
el padre—. Pero él sí. Él es hijo de padre y madre. Ya deberán salir» —agregó—.
Parecía amanecer cuando partieron en aquella camioneta que trepidaba, separados
por un padre de por medio, del tiempo en que estos caminos no estaban trazados
ni existía siquiera la voluntad o la idea de trazarlos, puesto que entonces como ahora
no llegaban a ninguna parte. En aquel momento hacía frío y todo estaba en silencio,
como antes. El entenado Marcelo y el otro que iba de chofer hablaban. El chofer
era el hombre enjuto, viejo y de talla exigua, que no parecía tan viejo desde muy
cerca y que, a cierta distancia, parecía sólo un muchacho envejecido.
Hacia el oeste, en la dirección en que iban, el horizonte ahora abierto y la visibili-
dad confusa, pero la alta llanura era sólida, pareja y ancha. Cualquier amanecer impo-
ne silencio. Pero apenas despuntó el sol, que fue primero como el airón de un gallo
o como un brochazo colorado, dijo Marcelo, que iba sentado junto al chofer:
—El viejo hijo de perra sólo nos ha dado tres balas. Lo dijo sin importarle que
el muchacho oyera o no. El hombre enjuto no dijo nada pero él sí llevaba su arma,
aunque sólo era una francot, con una caja de balas para disparar cuando quisiera
a blancos menores o deleznables, aunque no a los caranchos aquí llamados cuervos,
en los que no se debe gastar balas ni siquiera para ejercitarse a probar puntería.
Al mediodía acamparon al pie de un chaflán y encendieron una fogata con raíces
y ramas secas, no porque sintieran frío o la necesitaran sino para contemplar las
llamas. Llevaban ya varias horas de recorrido aunque no en dirección recta sino dan-
do rodeos, impuestos por las dificultades de buscar huellas propicias, por los frecuen-
tes zanjones y barrancos o simplemente por la indiferencia de seguir un rumbo deter-
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-Dicen que un tipo estuvo dormido durante once años y luego se despertó y ni siquie-
ra se asombró de que la gente estuviese tan vieja.
- E s muy temprano para escuchar a embusteros —dijo Marcelo sin mirar al otro—
- N o es mentira. Se lo oí decir a un sacristán.
—Es peor que eso, entonces —dijo Marcelo— Vamonos, de no, perderemos otro día.
Y éste ha de ser.
—¿Lo estás creyendo, Marcelo? ¿Crees que ha de ser? ¿Lo estás oliendo? Yo tengo
arruinado el olfato por estos cigarros de mierda.
-Vamonos ya —dijo el entenado.
Es posible que hubieran recorrido no menos de veinte kilómetros cuando, a la dis-
tancia, avistaron a la tropa. No eran menos de cinco. Y echaron pie a tierra.
Desde aquel momento, marchando agazapados, cautelosamente, ya no hablaron; él
y el entenado con la carabina en los brazos y el hombre enjuto a varios pasos por detrás.
—No hay que apresurarse —dijo Marcelo con voz contenida— Él lo sabe y vendrá.
Ambos estaban en cuclillas al borde de un peñasco, cuando, a un tiro de piedra,
separándose del resto, avanzando con cautela apareció el guanaco; de pronto parecía
pequeño y de pronto a sus ojos se agrandaba; era un poco más oscuro que el color
de su camisa. Él, el niño, sentía que sus venas palpitaban, las venas de los dos, que
sus manos estaban mojadas y su boca seca, cuando el padrino Marcelo le tocó el
hombro con su mano dura y perentoria. El sentía dolorosamente sobre su clavícula
la culata del fusil contundente y pesada, la lengua seca y torpe y ajena en su boca
y sentía que no era él mismo y que el fusil no era él mismo, que era ajeno y más
fuerte que él mismo y no era la proyección de su cuerpo ni de su ojo, ni de sus
ganas; alcanzó a ver por un segundo, o menos, que el guanaco lo miraba y que el
guanaco tenía los ojos rojos y él quiso mirarlo con odio, quiso mirarlo como una
impedimenta a su propia vida, o como un obstáculo para crecer, para transformarse
en el que debía ser o para ser otro y de pronto en ese instante lo vio enorme y fuerte
e indefenso, como quien observa desde atrás a un hombre descuidado no alerta o
dormido, y la figura del animal, que era como su propio futuro, como todo el sentido
de la vida que a él le quedaba por delante, se agrandó hasta cubrirlo todo, que aquel
cuerpo peludo y oscuro, ágil y fuerte, era como todo el horizonte y que así esta bala
del tamaño de todo su dedo y pesada y tan veloz como su propio pensamiento no
iba a ser suficiente, pero sentía también la mano dura del padrino para eso, sobre
su propio hombro y tan perentoria como la figura del animal inmensa como su propio
destino, de ese animal sin sexo y le vio la humedad maternal de su hocico, su viril
mansedumbre, sus ojos y entonces fue cuando cerró sus ojos y sonó el disparo, el
balazo como un relámpago, que separó su vida.
Al mismo tiempo que el disparo sonó como un trueno, el guanaco se quebró, pero
no inclinó su cogote ni su cabeza, se echó hacia delante y cayó como un árbol. Él
ahora volvía a recordarlo, solo ya, en la sala donde reinaba imaginaria como una
reina muerta en el bastidor con la imagen marchita y estéril aquella supuesta flor
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de grandes pétalos que quizá hubiera sido como el afán enfermo de su madre. Y
recordó que entonces se abalanzó para abrazar a golpes al entenado Marcelo y que
este hermano fuerte de media sangre le detuvo los brazos y le golpeó hasta contenerlo
contra el suelo mientras le gritaba junto a su oído que sin embargo no quería oír,
que sólo él lo había hecho, que fue él, el niño, quién lo había hecho, que con la bala
pesada, de plata, largamente guardada por su padre de ambos, de la carabina, lo
había hecho.
Ya estaban calmados y en silencio los dos, el que a partir de ahora era un hombre
y el otro que lo había sido quizá desde siempre, cuando llegó corriendo con aspavien-
tos el hombre enjuto que era el chofer. Después los tres arrastraron el animal hacia
el vehículo para destrozarlo. Y con la sangre que aún manaba del cogote le hicieron
la cruz en la frente, mientras aquel padrino lo miraba, quizá para siempre.
Atardecía, o anochecía, cuando regresaron despreocupados a la casa. El hombre
enjuto, dicharachero y ajeno, el entenado Marcelo, las patas con las cernejas ensan-
grentadas del guanaco adulto, y él, que ya jamás sería un niño. En el último recodo
del camino, cuando si no fuese la noche se vislumbraría la casa, el chofer —el hombre
enjuto- dijo:
—Bueno, ahora sí, y de noche, ya podrá ir por lo otro.
Los demás no dijeron nada. Pero él insistió: —¿Qué les pasa a ustedes?... Yo digo
que quisiera estar en su lugar... Y también digo que sólo levantaría las cobijas para
ver quién pudiera ser mi hermana. Y aún así.
VII
Únicamente viven los que se han quedado solos, solos de verdad, y los moribundos.
Los demás ni se dan cuenta. En esto pensaba él, ahora, todavía de pie, observando
a través de la ventana el callejón que a poco se perdía, pero donde ella había venido
y regresado. Estos instantes serían la gloria de su desilusión. Todo lo que la vida
le dejó. Ni siquiera en este momento tenía el consuelo de la claridad del sol, el día
iluminado por el sol, sino esta vaga sombra del atardecer, la ambigüedad de una tarde
de otoño, el silencio de la casa olvidada y vacía y, afuera, el celaje y el polvo. Él
también había nacido un corto día de otoño. ¿Pero, él era él? Sintió de pronto que
era también ella, que ambos eran uno solo, o se pertenecían como un sueño, con
esa posesión intransferible y absoluta que son nuestros propios sueños. Comenzó a
sentir que él era también ella, o que ella era asimismo él, o que ninguno de los dos
era el otro. Pero a la vez sabía que amar era entregarse ¿Cómo entregarse al otro,
siendo uno mismo y el otro? El amor era así también lo imposible, la renuncia, la
muerte y el olvido.
No supo en qué momento se quedó dormido y sólo despertó con los aldabonazos
y el furor de los perros, que sin embargo no se atrevían a atacar.
41
Dos hombres pálidos de traje oscuro, que a él le parecieron como uno solo, aunque
vagamente recordó —no en ese momento sino después— haberlos visto en el Club,
se presentaron como padrinos del Capitán. Él, que se esforzaba por alisarse los cabe-
llos enmarañados por el sueño, y por abotonarse la chaqueta y llamar dando gritos
a la vieja sirvienta, les ofreció asiento y un café o lo que fuere. Pero los otros, con
gravedad no exenta de timidez, dijeron que no podían. Entonces comprendió.
VIII
Al amanecer del día siguiente lo vinieron a buscar sus propios padrinos, con equiva-
lente gravedad y atuendo. Estaba oscuro aún y esperaron en la sala. Dijeron que po-
dían esperar todo el tiempo, siempre y cuando llegara a la hora convenida, al claro
del bosque, no lejos del burdel.
El decidió bañarse y Etelvina llenó de agua tibia el tonel en el centro del cuarto
y lo ayudó, como lo había hecho siempre hasta aquel día en que su padre ordenara
que no debían acudir las mujeres en su ayuda. Con el agua hasta más arriba de la
cintura no sentía frío. La anciana Etelvina tenía ahora las manos tan torpes como
sus ojos y oídos y a él le pareció que lloraba en silencio, sin saber por qué y también
le pareció que ni siquiera lo veía. Sus padrinos de ahora, mientras tanto, esperaban
en la sala, como antes Marcelo y el otro habían esperado en la cocina. Nunca antes
ni después nadie había esperado por él, por eso io recordaba.
Cuando estuvo vestido bajó a la sala. Ninguno había logrado tomar un trago calien-
te. El día comenzaba a aclarar y los tres, sin hablar, se encaminaron al lugar del
encuentro. Los innumerables perros de la hacienda los vieron partir sin ladrar, fríos
y medianamente distantes, sin comprometerse en un adiós.
El automóvil negro u oscuro lustroso y bruñido era conducido por uno de los padri-
nos y el otro iba a su lado; él, solo en el asiento de atrás, observaba a trechos el
camino y a ratos el cielo de otoño, de un gris plomizo apenas veteado, en el horizonte,
que daba al poniente por unos brochazos de rojo muy pálido o amarillento. Tenía
en esos momentos la sensación de no saber dónde estaba, a dónde iba ni por qué,
ni quién era y sentía, también, un vago malestar, una especie de pudor por esas pre-
guntas, por estas evocaciones ante testigos o terceros extraños.
Ensimismado en tales pensamientos ni se dio cuenta cuando estalló un neumático
y el automóvil quedó cruzado en el camino, que era tan sólo un callejón de hondas
huellas. No se movió de su asiento. Sus dos padrinos descendieron y, en mangas de
camisa, cumplieron con la tarea de levantar el automóvil y cambiar la rueda averiada;
después, limpiándose las manos con prolijidad, con un trapo que pasó del uno al
otro, abordaron el coche, pero antes uno de ellos, sacando una licorera con estuche
de plata del bolsillo dio un trago, después de ofrecérsela a él y al otro. Él la rechazó
con un vago ademán. Después, ambos se calaron otra vez los guantes y continuaron la marcha.
42
Héctor Tizón
Nueva versión de
El cementerio marino
A la memoria de
Mariano Brull y
de Jorge Guillen
. L i a obra del traductor no es más —no debe ser más— que un intento de aproxi-
marse lo más amorosamente posible a la obra original que está frente a nosotros,
en el idioma en que fue escrita. Muchos pormenores de fondo y forma se nos presen-
tan al leer el texto. En poesía, especialmente, lo que atañe al ritmo y a la rima —al
sentido interior de las palabras— a su música allí donde fue sentida y a la que trata-
mos de imitar en nuestra lengua.
Yo no he querido nunca buscar las consonancias presentes en la obra original, por-
que allí es en donde se produce más la famosa traición del traductor. El verso blanco
nos ofrece mayor libertad para lograr un resultado menos «traidor». Por ello, en esta
presentación del poema de Valéry no me he permitido - a l igual que muchos de sus
traductores—, el forzoso buscar de vocablos consonantes según en la forma francesa
aparecen. Creo que para conservar del modo más honrado la idea poética de su autor
es preferible —como ya lo han pensado así muchos de mis admirados colegas— ceñir
el trabajo a la conservación de la idea y, hasta en muchos casos, las palabras origina-
les cuando así conviene. Un modo respetuoso de mostrar nuestra devoción a su autor.
Como el acto de traducir el verso no se termina nunca, se advertirán en esta publi-
cación de El cementerio marino algunos cambios, que después de su primera edición
he ido pensando en mi deseo de hacer mi trabajo menos imperfecto de lo que pueda ser.
De mis simpatías con los versos de Valéry puedo ahora recordar que ya en mi libro
doble acento, escrito entre 1930 y 1936, y publicado en La Habana al año siguiente
con el conocido prólogo de Juan Ramón Jiménez, ya, digo, hay unos versos titulados
«Elegía distante» (ocho estrofas de cuatro versos alejandrinos cada una, y de rima
Invenciones
y Ensayos 44
libre, que llevan el epígrafe del comienzo del poema de Valéry). Lo conocía ya po^
la traducción que mi grande y buen amigo Mariano Brull me regaló en 1931, al año
siguiente de su publicación en París. En aquellos versos míos recordaba yo el pequeño
cementerio de Port-Bou (Gerona) que conocía, alto sobre un risco de aquellos montes
y no tan cerca, aunque sí sobre el Mediterráneo que saltaba sobre las tumbas del
de Séte. De suerte que ahora, al ocurrírseme esto de la traducción del poema francés,
no fue nada lejano o improvisado, sino que lo que en ella funcionó fue el recuerdo
y amor de aquel pueblo catalán en el que transcurrieron mi infancia y primera juven-
tud. Puede, así, verse cómo el mar aquel de tales años míos no se me quedó, por
Gracia de Dios, en la sombra del olvido.
Agradezco mucho a mi amigo Ladislao F. Duranza las fotocopias de algunas de las
traducciones al español de este poema -Jorge Guillen, Alfonso Rubio, Emilio Gaseó—
con otros importantes documentos sobre el mismo, todo lo cual me ha servido para
atreverme a hacer esta versión que ofrezco.
Eugenio Floril
El cementerio marino*
Techo tranquilo, senda de palomas,
Que palpita entre pinos y entre tumbas;
El Mediodía exacto en él se enciende
El mar, el mar que siempre en sí comienza.,
¡Qué recompensa, tras un pensamiento,
Es contemplar la calma de- los dioses!
m
¡Oh, mi silencio... Edifica en mi alma,
Mas, Techo, colma de oro las mil tejas!
Paul Valéry
Las máscaras del mar
Al mar no lo conoce nadie que no haya
visto a Neptuno
Ernst Jünger
X JLay dos tipos de hombres: los que han soñado con aventuras a través del mar
y los que no. Unos y otros son irreconciliables. Nunca podrán entenderse pues les
separa una barrera mucho más sólida que cualquier diferencia de ideología, moral
o estética. Los que ni por un solo instante han soñado con travesías marinas pueden
ser dueños de muchos atributos y posesiones, pero están incapacitados para compren-
der la excitación de la libertad. Mentirán cuando afirmen que la comprenden ya que,
por más esfuerzos y abstracciones que se propongan, están desprovistos de la materia
prima necesaria. Simularán, porque no han soñado. Construirán castillos en la arena
—es decir, vana palabrería— porque jamás han intentado adentrarse en el mar. Por
el contrario, para los que sí se han adentrado, aunque sólo sea con la imaginación,
aunque haya sido en un momento ya lejano y corrompido por la monotonía sedenta-
ria, para éstos perdurarán siempre una imagen y una definición de esto tan reacio
a definiciones e imágenes que nos empeñamos en llamar libertad. Para ellos la liber-
tad nada tiene que ver con lo que se denomina libertad política, o religiosa, o de
conciencia, o de prensa. Pues en los sedimentos de la memoria saben que con lo único
que tiene que ver la libertad es con aquel día mágico en que, consciente o inconscien-
temente, se embarcaron para perseguir la línea del horizonte.
No hay línea de horizonte más perfecta que la que proporciona el mar. Únicamente
el desierto se aproxima a tal perfección, sin alcanzarla. Los demás escenarios no po-
seen esta capacidad. Las selvas pueden parecer impenetrables y las montañas inacce-
sibles, pero en ningún caso dibujan, como el mar, la línea, pura y poderosa, que repre-
senta la limitación y el enigma de la existencia. Por eso la razón última de la travesía
del mar, aun ignorándolo quien la realiza, es la atracción que genera el gran dibujo
del horizonte. Cuando Hermán Melville, al defender apasionadamente la vida marine-
ra,, escribe, en White kcket, «nunca ha habido un gran hombre que haya pasado toda
su vida en tierra», no sólo certifica la existencia de dos estirpes humanas —la que
ha sido fascinada por el mar y la que no— sino que sitúa la osadía del conocimiento
en sus más desnudos términos: por un lado, el hombre; por otro, la línea del horizon-
50
te, Entre ambos, el mar como expresión múltiple de los caminos y las posibilidades,
desde ü gran mare del essere del que hablaba Torquato Tasso hasta la «nada del mar»
que el propio Melville evoca en varios personajes de Moby Dicí Perseguir la línea
del horizonte es enfrentarse cara a cara con los distintos rostros del Ser. Y si no
hay Ser, o el ser no tiene rostros, sencillamente o, más bien, grandiosamente, con
las distintas formas de ser.
Puede argumentarse que perseguir ia línea del horizonte es una pretensión vana.
Sin embargo, es precisamente gracias a la vanidad de esta pretensión que el mar
constituye el espacio más radicalmente idóneo para ¡a prueba dé hombre. No hay
otro espacio que asuma con tal apariencia simultánea mutabilidad e inmutabilidad.
Así lo ha entendido, con particular penetración, Paul VaJéry, en El cementerio mari-
no, al presentar el mar como potencia numinosa ante la que se desarrolla el drama
indagatorio de la propia identidad. Rememorando las tumbas familiares del cemente-
rio y, mediante ellas, la colina que domina la ciudad de Séte, el poeta trata de trasla-
dar a su pensamiento el paisaje, físico y metafísico al unísono, del Mediterráneo como
mar -según sus palabras— «permanentemente recomenzado». En el poema de Valéry
el mar se erige en teatro privilegiado donde, en tres escenas sucesivas, se evalúan
los resortes de la conciencia humana. La obertura, presidida por la luz inmovilizadora
de Midi le juste, nos introduce en el mar del Mediodía como símbolo del Ser inmuta-
ble de Parménides. A la diferencia y calma ensimismada de los dioses se corresponde
la presencia pasivamente inconsciente del hombre. En tal estado únicamente el sueño
es conocimiento: «le songe est savoir». Sin embargo, con ia caída dei sol y el sonido
agitado de las olas se desvanece el punto puro del Absoluto, rompiéndose la férrea
identificación entre Ser y No-ser. En el seno de esta ruptura, el hombre, oncológica-
mente calificado como «defecto en la pureza del No-ser», empieza a habitarse a sí
mismo en tanto que sujeto de conciencia, reconociéndose en la continua transición
entre vacío y acontecimiento. Ahora todo, mar y hombre, es movilidad y cambio. Todo
fluye, heraclitianamente, aunque, en Valéry, «todo fluye» es aceptado como «todo hu-
ye». La conciencia es sólo posible como conciencia de k fugacidad. Pero, como contra-
partida, Ja asunción de lo efímero es el único marco de la creatividad humana. El
horror al absoluto es el horror a la imposibilidad de movimiento. Si fueran ciertas
las metáforas de Zenón, si la flecha no saliera del arco o Aquiles no alcanzara a la
tortuga, el hombre sería incapaz de rasgar el sortilegio dei horror. El desenlace del
poema intenta mostrar una vía de escape, El cuerpo obliga al alma a quebrantar el
éxtasis pasivo y aniquilador: el hombre quiere sumergirse en el mar como nadador
para deshacer el espejismo de la inmutabilidad que es, en última instancia, la condi-
ción para vivir.
El cementerio marino de Valéry juega con algunas de las máscaras del mar. Se
trata de un juego reiterado en la literatura: mar-cosmos en contraste con mar-caos,
mar-absoluto al lado de mar-vacío. Pero, a menudo, las máscaras se intercambian
y una tenue frontera, tan frágil como la que separa los estados extremos dé espíritu,
51
técnica y de las máquinas la línea del horizonte permanece tan inalcanzable para el
hombre moderno como lo era para el antiguo. Mientras esto suceda persistirá el mar
como gran metáfora, con su horror vacui y su promesa de lo desconcorido.
A causa de ello la épica moderna del mar guarda estrecha relación con la antigua,
aunque el universo mítico, metamorfbseado e interiorizado, se haya transformado en
introspección psicológica. En este sentido si los alemanes se reclaman sucesores de
la filosofía griega es justo otorgar a la literatura anglosajona la función que le corres-
ponde como albacea de la antigua épica helénica del mar.
Junto a los dos grandes clásicos de la reflexión marina, Hermán Melville y Joseph
Conrad, no es posible soslayar a escritores como Robert Louis Stevenson, Jack Lon-
don y, más contemporáneamente, Ernest Hemingway, en particular por su El viejo
y el mar. No sólo anticipan muchos de sus enfoques sino que significan una auténtica
inflexión en el tratamiento moderno de los terrores del mar. Se trata de La oda del
viejo marinero, concluida por Samuel Taylor Coleridge en 1797 y Un descenso en el
Maelstrom, escrita por Edgar Alian Poe en 1837. Ambos textos guardan una estrecha
relación entre sí, siendo el de Coleridge un magnífico preludio para ese vertiginoso
episodio de Divina Comedia marina que es el de Poe.
La oda del viejo marinero propone una extraña circularidad narrativa que acaba
por atrapar al oyente o lector, inevitablemente identificado con ese invitado a bodas
que, ignorando la ceremonia, ha quedado plegado a la voluntad del viejo marinero.
El equívoco es cada vez más completo a medida que avanza el poema: pronto ignora-
mos si la historia que se relata transcurre en la memoria del anciano, en la imagina-
ción del invitado o en nuestra propia mente, sometida al recuerdo de algo que, en
un tiempo ya lejano, nuestros oídos han escuchado de boca desconocida. Transfigu-
rando lo mitológico en psicológico, Coleridge propicia un transvase de la ansiedad
rememorada por el marinero, de modo que se produzca una yuxtaposición permanen-
te entre los terrores provocados por el mar y los terrores alojados en la conciencia
humana. No en vano, el narrador, lejos de ser un narrador ocasional que cuenta lo
que le ha sucedido, es una voz errante a la búsqueda de oyentes a quienes contar
su historia. El viejo marinero es una voz que persigue con la misma constancia con
que persigue la voz de la conciencia.
Por lo demás lo que explica el anciano podría en gran parte ser un pasaje apócrifo
de la Odisea o los Argonautas, si exceptuamos el hecho esencial de que, sin dios del
mar, sin Poseidón y su cortejo, se ve obligado a referirse a un «mar sin Dios». Tam-
bién en el poema de Coleridge aparecen monstruos y prodigios, aunque, a diferencia,
de los antiguos, sean productos de un desbordado caudal onírico. También los marine-
ros que participan de la aventura se ven abocados a un linde abismal, lugar de la
muerte, o más idóneamente del roce de la muerte, desde el que no es probable el
regreso a la vida. En este punto es interesante anotar el viraje en las coordenadas
del temor. En el mundo antiguo la geografía terminal se sitúa en poniente. Allí, en
la extremidad occidental, se hallan las columnas de Hércules y el dominio de Medusa.
53
Para los navegantes del mundo moderno, posterior a la época de los descubrimientos
renacentistas, la frontera del pánico se halla en las zonas polares, especialmente en
la que conduce al Polo Sur. Hacia ésta se ve arrastrado el barco del personaje de
Coleridge, pero asimismo, entre otros muchos, el de Benito Cereño en la narración
de Melville o el del protagonista de El manuscrito hallado en una botella de Poe.
Este último hallará refugio, precisamente, en las aguas polares, en la crepuscular
nave de los ancianos que surca el océano entre la vida y la muerte.
Dejando de lado este cambio de coordenadas, los marineros de Coleridge, al igual
que los de Homero o Apolonio de Rodas, se verán enfrentados a la temida alternancia
del mar-caos y el mar-vacío. La calma no es mejor que la tempestad y en multitud
de ocasiones resulta más terrorífica al poner al descubierto la burla insondable del
mar. En palabras del anciano, una «borrasca, gigantesca y despótica» empujó la nave
maldita hacia la ruta del Sur. El carácter destructivo de la tormenta planea sobre
varios versos del poema. Pero más numerosos e intensos son aquellos dedicados a
resaltar la malignidad de la bonanza que obliga a los marineros a permanecer inmóvi-
les «como en una nave pintada». Sólo el cuadro de Caspar David Friedrich El mar
de hielo logra reflejar en imágenes pictóricas lo que Coleridge obtiene con imágenes
literarias. La tiranía del frío y del estatismo, unida a la fuerza espectral de «aquel
mar de silencio», suscitan la percepción de un escenario limítrofe donde la naturaleza
se desvanece para dar paso a sombrías presencias sobrenaturales. Melville sumergirá
a su enfermizo Benito Cereño en una inmovilidad semejante y, en La línea de sombra,
Conrad llevará la impasible quietud del mar a su máxima exasperación. La índole
demoníaca de las calmas marinas, al revelar la impotencia del hombre ante el espacio
vacío, parece hacer deseable, tanto para los marineros antiguos como para los moder-
nos, la inminencia de tormentas.
El poema de Coleridge termina con versos memorables. Condenado el viejo marine-
ro a seguir vagando por el mundo a la búsqueda de oídos elegidos para escuchar
su historia, se nos dice que el receptor de ésta, el frustrado invitado a la boda,
gradas acuosas son «murallas deí mundo». El espacio empírico se disuelve para que
el Maélstrom lo ocupe todo, incluidos los pensamientos.
Tampoco el tiempo es empírico, encadenado a las manecillas del reloj. El tiempo
interior del Maélstrom, al igual que el tiempo de Dante durante su peregrinaje por
los tres ultramundos, se dilata violentamente. Dante completa su extensísimo recorri-
do en el estrecho margen de veinticuatro horas, de Viernes Santo a Sábado Santo
del año 1300. Para el protagonista de la historia de Poe el descenso por el Maélstrom
dura, según el reloj, seis horas. Pero el tiempo transcurrido es extraordinariamente
mayor.-El suficiente para pasar de la plena juventud a la extrema ancianidad: «En
las seis terribles horas que duró, mi cuerpo y mi alma se quebrantaron. Usted me
cree muy viejo, pero no lo soy. Ha bastado la cuarta parte de un día para blanquear
mi cabello, antes negro como el azabache».
No hay duda de que hay una experiencia que Poe ha querido diseccionar en la per-
sona del viejo-joven pescador noruego. Y esta es la experiencia del horror. Pero para
ello no ha elegido un relato meramente psicologista sino que ha recurrido a la estruc-
tura clásica de la aventura para analizar los recovecos interiores de la mente. Según
esta estructura el protagonista, el pescador que junto con sus dos hermanos se ve
atrapado por la corriente que mata, seguirá el ciclo de desafío, riesgo y superación
que exige el comportamiento heroico. No es un héroe épico, sino un modesto pesca-
dor, pero según indica con orgullo, ha tenido «el valor necesario para arrastrar la
aventura» y la suficiente ambición para arriesgar la vida en busca de la «pesca más
abundante». Como consecuencia de su osadía se ve enfrentado a la más brutal de
las pruebas: el Maélstrom. Sin embargo, gracias a su habilidad y lucidez logra salvar-
se y, aunque sea a costa de acarrear las más graves heridas físicas y espirituales,
accede a un conocimiento muy superior de sí mismo. Cumple, pues, la trayectoria
deseable para el aventurero según la concepción tradicional.
Poe, desde luego, no se detiene aquí. Ha utilizado el marco clásico para poner de
relieve lo que para él es fundamental: el Maélstrom como escena limítrofe del espíri-
tu. Al correr hacia el centro del horror, el pescador, que ve cómo su barco se destroza
y cómo mueren sus dos hermanos, siente miedo, luego pánico y, finalmente, la más
absoluta desesperación. Pero después, cuando ha renunciado a toda esperanza, su es-
tado cambia: «En la boca misma del abismo comencé a serenarme, mirándolo todo
con más sangre fría que antes; había renunciado a toda esperanza y quedé libre de
una gran parte de aquel terror». En tal estado, desentendiéndose de lo que da por
perdido, el pescador sólo parece interesarse por el mundo desconocido que le propor-
ciona la percepción del horror. El espanto se vuelve curiosidad: «Pocos instantes des-
pués me sentí dominado por la más ardiente curiosidad respecto al torbellino; experi-
menté verdaderamente el deseo de explorar sus profundidades, aun a costa del sacrifi-
cio de mi vida».
Poe, a través de lo que él mismo ha llamado «el vigoroso placer del terror», coloca
a su personaje en la trastienda de la conciencia, haciéndole experimentar el desborda-
56
Rafael Argullol
Bajo un mismo sol
Crónica
El día ruge:
sílaba blanca,
redoble de pies
sobre la página.
Te oigo llamar
desde el otro lado,
y yo, desde este lado,
te respondo.
Buenos días,
decimos en silencio,
mientras compartimos
el pan, la risa,
Mundo
L'espace est notre milieu
Et le temps notre horizont
Paul Eluard
A Carmen
¡
Mientras tú te desvistes
la hora es cada vez menos tiempo:
rescoldo del día sobre la arena
de mi alfabeto.
La tarde se desvanece
en un morado intenso.
En los cristales el día se despide.
Pies desnudos a la orilla de mi deseo.
Todo es cuerpo.
//
el universo se expande
Costado remoto
Ahora que se ha marchado me pregunto
quién fue aquella muchacha.
Algo sabía de su vida,
edad, estudios, profesión
y el calor de su cuerpo entre mis manos.
En algún momento me hice ilusiones:
oía el mar en sus oídos
y caminábamos por las calles
camino del encuentro
bajo la palpitación del verano.
No sé qué pasó
ni en qué palabra enfermó nuestro cuerpo,
pero un día volví a verme solo,
preguntándome quién fue aquel
que unió su costado remoto
al lejano costado de otra vida.
Persona
Tenía un hueco en su cuerpo,
su hueco era la forma de un cuerpo,
un vacío habitado por pájaros
y un vacío vacío,
el no de los síes, el otro lado
63
Juan Malpartida
Patio del Ayuntamiento.
San Juan de Puerto Rico
La masonería de obediencia
francesa en Puerto Rico
de 1821 a 1841
del GOF se designaba a Pierre Blaquer «muy sabio» (o presidente) del Cuarto Capítulo
de Burdeos, al que se le enviaban instrucciones y dinero para las gestiones pertinentes.
El capítulo en instancia procedió también, en aquella fecha, al nombramiento de
sus principales cargos que recayeron: el de «Muy Sabio» (o presidente), en Bertrand
Lange, natural de Bayona, de 50 años de edad, de profesión negociante; el de primer
vigilante, en Antoine de Vincenty, natural de la isla de Córcega, de 49 años, propieta-
rio; y el de segundo vigilante y secretario, en Simón D. Mezes, nacido en Santo Domin-
go, de 40 años, de profesión negociante también. Se trataba sin duda, en los tres
casos, de emigrados de la vecina isla de Santo Domingo. Todos estaban en posesión
del grado 18 de Caballero Rosa Cruz, lo que indica su paso por distintas logias y
capítulos masónicos de otros lugares antes de llegar a Puerto Rico. La acumulación
de dos cargos —el de secretario y segundo vigilante- en uno de ellos indica que
la logia contaba con pocos miembros o bien que eran pocos en ella los que estaban
en posesión de los denominados grados capitulares.
El único cuadro de miembros que se conserva del Capítulo lleva fecha de 24 de
noviembre de 1823, y en él aparecen relacionados trece masones, la mayoría proce-
dente de Santo Domingo, aunque sólo tres figuraban como naturales de esta isla; cin-
co eran franceses metropolitanos (uno de ellos corso), dos españoles peninsulares, dos
puertorriqueños y uno de Barbados. Como presidente del capítulo seguía apareciendo
Lange, como primer vigilante De Vincenty y como secretario Mezes, pero el cargo
de segundo vigilante recaía ahora en el español de Mallorca, Agustín Mangual, de
54 años, negociante y propietario, quien constaba también como venerable en ejercicio
de la logia.
Hasta pasados tres años, exactamente el 9 de septiembre de 1824, el Supremo Con-
sejo del GOF no emitió un decreto accediendo a la solicitud de 1821, en los tres artícu-
los siguientes;
Articulo 1.
Se ha erigido en el seno de la Respetable Logia la Restauración, Oriente de Maya-
güez, isla de Puerto Rico, un Capítulo Rosa Cruz bajo el título distintivo de la Restauración.
Arí. 2
Este Capítulo se situará en los cuadros masónicos a partir del día de la solicitud.
Art. 3
La instalación la llevará a cabo él mismo.
Cuando este decreto se envió a Puerto Rico, tres meses después de su promulgación,
la logia y el capítulo Restauración se habían disuelto. Durante algo más de una déca-
da, hasta 1835, dichos organismos permanecerán «en sueños», rotas sus relaciones
exteriores y en suspenso las interiores.
En 1835 se inició la que hemos considerado segunda época de la masonería de obe-
diencia francesa, cuya vigencia se va a extender a lo largo de un trienio. Es el período
más activo de los organismos puertorriqueños y también el mejor documentado.
69
y entre mayo y julio de este año se llevó a cabo la instalación de la Logia y el Capítulo
en el Rito Escocés y se remitió acto seguido a París el proceso verbal del mismo
y la certificación del acto.
El acuerdo para solicitar también al Gran Oriente la instalación de organismos su-
periores fue tomado a finales de 1835, y remitido a París a principios del año siguien-
te. Se pedía la constitución en Puerto Rico de un Consejo de Caballeros Kadosch y
de un Consistorio10, ambos también con el título distintivo —en este caso, indistinto—
de Restauración de la Verdad. El objetivo de su creación, se decía, era «recompensar
a los Hermanos del taller que por su celo y su dedicación mereciesen ser recompensa-
dos, e impedirles por ese medio de recurrir a Orientes extranjeros».
El Gran Oriente accedió a lo solicitado, también en este caso, el 4 de enero de
1837. Pero hasta el 2 de julio de ese año no se procedió a la instalación del Consejo
de Caballeros Kadosch del grado 30 Restauración de la Verdad n° 9476, en San Juan.
La comisión instaladora designada por París estaba compuesta por los hermanos capi-
tulares Juan Bautista Bertrés, Simón D. Mezes y Franc,ois Burtheau, pero en ausencia
de ese último se eligió a López Medrano para sustituirle. Estos procedieron, en pri-
mer lugar, a la exaltación al grado 30 de algunos hermanos, y después se declaró
solemnemente instalado a «perpetuidad» el Consejo. Por último, se celebró la elección
de cargos, recayendo estos en:
Simón D. Mezes — Soberano Gran Maestro
Andrés López Medrano — Muy Gran Primer Juez
Antonio de Vincenty — Muy Gran Segundo Juez
Emilio Castro — Gran Orador, Tercer Juez
Sampson Clark Russell — Gran Secretario
Louis Dieudonné — Gran Introductor
Juan Bautista Bertrés — Gran Preparador
rios y profesionales, siguiendo en cierto modo la tónica que había marcado la primera
agrupación,
La distribución de los masones de obediencia francesa por organismos, indicaba,
según apuntábamos antes, una cierta macrocefalia; de 45 (si excluimos a un ausente)
sólo 18 {un 40%} no superaban los grados simbólicos, y nutrían la logia; 13 (casi un
29%) ostentaban grados capitulares y por lo tanto pertenecían también al Capítulo
Rosa Cruz; 7 estaban en posesión de grados filosóficos y eran miembros natos del
Consejo de Caballeros Kadosch, y el mismo número alcanzaban los grados sublimes,
necesarios para formar parte del Consistorio.
Hasta finales de 1837 la vida de estos diversos organismos masónicos había sido
relativamente tranquila, ya que crecieron y pudieron reunirse sin grandes sobresaltos.
Pero, desde 1838, la situación va a cambiar. Tras el gobierno del tolerante mariscal
Francisco Moreda Prieto, su sucesor en el cargo Miguel López Baños se verá sorpren-
dido por una intentona militar, al parecer de carácter independentista, instigada por
algunos destacados civiles —Andrés y Juan Vizcarrondo, Buenaventura Valentín Qui-
ñones...—. Abortado a tiempo el conato rebelde, por una delación, se abrió causa en
julio de 1838 a los principales implicados y se tomaron más estrictas medidas para
salvaguardar el orden público, que van a afectar a los grupos masónicos.
Ya en 1838 se reunió la logia Restauración de la Verdad con la ausencia de sus
tres primeras dignidades, el venerable y los dos vigilantes, y se hizo constar que eí
taller no había celebrado las preceptivas elecciones en diciembre del año anterior
debido a «los temores del Hermano Medrano fundados en ía opinión de algunas perso-
nas, entre las cuales masones respetables». Desde el mes de septiembre López Medra-
no no había aparecido por la logia, «a pesar de ios deseos repetidos, por carta y
a viva voz, de la mayoría de los miembros, amantes y celosos masones, que no com-
prendían los pretendidos obstáculos a sus inocentes y virtuosos trabajos». En amen*
cia de los dirigentes del taller, ocupó la presidencia Simón D. Mezes y se procedió
a celebrar las elecciones. La veneratura recayó, por mayoría absoluta, en á irlandés
Sampson Clark Russell, de 34 años, negociante, ex-cónsul americano, que ostentaba
eí grado 32 de la Orden.
Poco después se recibía en el Capítulo Rosa Cruz una carta de López Medrano,
en la que éste presentaba su dimisión en todos los organismos masónicos «por moti-
vos políticos». Una comisión enviada para hacerle desistir de su propósito no había
tenido éxito por lo que los miembros del Capítulo expresaban «la pena que les causa-
ba la separación de este Hermano», fundada, según se decía en el acta, «en temores
anticipados».
Por las causas antedichas, también se retrasaron las elecciones en el Capítulo Rosa
Cruz, que debían haber tenido lugar en enero; se celebraron el I o de junio, y obtuvo
asimismo la mayoría absoluta en ellas, para el puesto de «muy sabio», el irlandés
Russell En la misma reunión, y a propuesta de éste, se acordó expulsar del Capítulo
75
a dos de sus miembros que no asistían nunca a las reuniones: el sacerdote Manuel
García Cazuela y el propietario puertorriqueño Rafael Mangual, ambos con el grado 32.
En junio de 1838 los dos organismos informaron por separado al GOF, aunque los
cargos principales coincidían, de los acontecimientos recientes ocurridos. La logia se
disculpaba por el retraso de las elecciones, perdonable, decía, «vistos los elementos
de la sociedad en general en este país, en relación con nuestra institución». Se pasaba
después a exponer la forma de actuar del taller, que no tenía nada que ver con la
política, aunque todavía existían desconfianzas y reticencias, fuera y dentro de la logia:
Incluso entre los mismos masones —se decía—, exceptuados siempre los de nues-
tros talleres, que acostumbraban a trabajar la Masonería política, los hay que no pue-
den convencerse que unos hombre se ocupen constantemente de las virtudes, de la
beneficencia, y de la mejora de sus semejantes. Había alguno de ellos de nuestra Lo-
gia que pensaban así, pero que se han convencido de sus errores y cuya crudeza de
carácter ha cedido ante nuestras lecciones. Hay todavía algunos entre los de nuestros
cuadros, pues ningún acuerdo de la Logia hasta el presente ha autorizado suprimir
sus nombres, que se hacen los indiferentes o que no quieren comprender el fin de
nuestros trabajos.
Por último los dirigentes de la logia daban cuenta también de la baja de los Medra-
no, padre e hijo, y de dos miembros más, del fallecimiento del querido hermano Dieu-
donné, y se quejaban de la lejanía de la metrópoli que hacía que no se recibiesen
consignas o papeles emanados de la Orden. Las contribuciones y gastos de patentes
por exaltaciones de grado correspondientes a 1837 y 1838 eran enviados a través del
negociante Víctor Courchets, en el Havre, que tenía instrucciones para hacerlos llegar
también a ellos la correspondencia de Francia.
El informe de los dirigentes del Capítulo al GOF era más escueto. Se limitaba a
consignar que «la tolerancia hacia nosotros en este país no es todavía completamente
manifiesta, motivo que nos impide ser exactos en el envío de nuestros cuadros, pero
esperamos que ese día se acerque».
El cuadro de miembros de la logia que se conserva, de abril de 1838, todavía no
acusa las deserciones que comenzaron a producirse en los meses posteriores. Incluso
refleja un ligero incremento de efectivos, pasando de 46 a 49 los masones inscritos,
si bien dos estaban ausentes en Europa y tres con permiso de la logia. Las solicitudes
al GOF de exaltación de grados de miembros del Consistorio siguieron cursándose
también a buen ritmo; algunas patentes expedidas al respecto por el Supremo Consejo
no llegarán a Puerto Rico hasta principios de 1840, cuando ya los talleres habían
cesado, de nuevo, en su actividad.
Efectivamente, desde mediados de 1838, los organismos masónicos puertorriqueños
de obediencia francesa iniciaron un nuevo período de silencio que va a durar hasta
principios de 1841, casi tres años.
En marzo de 1841, el Consistorio masónico puertorriqueño reanudó sus comunica-
ciones con el GOF, comenzando la que hemos denominado antes «tercera época» —una
corta época, por otra parte, ya que abarca sólo unos meses de ese año, no sabemos
76
Hace ya tres años —decía— que hemos estado privados de dirigirnos al Senado
Masónico, pues por prudencia suspendimos nuestros trabajos casi inmediatamente después
de nuestro último envío de Cuadro (9-3-38), y no los hemos reanudado hasta muy re-
cientemente. Un acontecimiento político fue la causa de ello, no porque el gobierno
nos indicase suspenderlos, sino porque malévolos y amigos deí desorden trabajaban
solapadamente para inculpar a nuestra logia, de la que ellos conocían demasiado bien
la fuente, ía regularidad y la pureza de sus principios.
Parecía deducirse, pues, del escrito que habían sido cuestiones internas de la logia
o rivalidades con otros grupos, más que las circunstancias políticas externas, las cau-
santes de la inactividad del taller.
En cualquier caso un feliz acontecimiento político va a alegrar sobremanera a los
masones de Puerto Rico, y fue causa, quizá, del resurgir de sus talleres: el nombra-
miento, como gobernador de Ja isla del general Santiago Méndez Vigo, convencido Jibe-
ral, y considerado por la masonería como uno de sus hombres. Uno de los miembros
deí Consistorio, audazmente, se dio a conocer él como masón, y tras preguntarle el
general por los fines del grupo, le dio seguridades de que no se opondría a sus reunio-
nes, siempre y cuando ¡o hiciesen con «oíros fines que los políticos».. El Consistorio
anunciaba al Gran Oriente su intención de visitar al gobernador -«sin saber si el
Sr. Méndez Vigo es masón o no»— «para agradecerle oficialemte, en nombre de la
Orden, la general aunque pasiva protección» de que gozaban.
Después de la larga inactividad masónica, algunos ex-miembros del Consistorio no
volvieron a reanudar trabajos y, en consecuencia, este organismo se encontraba sin
el número suficiente de afiliados para poder reunirse. Se pidió al GOF, pues, también
al principio, la exaltación de varios hermanos a los grados 31 y 32 para poder comple-
tar el cuadro. Uno de los más destacados individuos de la etapa anterior, Simón D.
Mezes —«padre de la masonería en este Oriente»—, había fallecido, y al comunicar
la noticia se apostillaba, a modo de epitafio: «Su memoria durará mientras exista
uno entre nosotros que haya recibido sus sabias lecciones».
La logia, según cuadro enviado a París, junto con otros documentos, dinero y algu-
nas peticiones, a través de uno de sus miembros - e l negociante Méndez Maganto—
también había disminuido sus efectivos, pasando de 49 a 34 hermanos. Como Venera-
ble de la misma seguía figurando Sampson C. Kusstll
El Gran Oriente, en su respuesta a los talleres puertorriqueños, les felicitaba por
la nueva actividad emprendida, pero Íes llamaba también la atención por algunas irre-
¿ImoicoígS)
77
sospechosas en el medio. Ello explica el carácter intermitente que tuvieron los talle-
res masónicos constituidos.
No parece, sin embargo, que los masones de la Restauración actuasen con fines
políticos de ningún tipo. Los documentos que se conservan —escritos para circular
internamente y no para ser publicados o hechos públicos— expresan bien a las claras
los objetivos filantrópicos o de mejora humana o social que se proponían, aunque
hablaban también de una «masonería política» en la isla (que no era la de ellos) y
de las actividades en este sentido —a título personal, no institucional— de algunos
de sus miembros.
En total pasaron por los diversos talleres de obediencia francesa, en los siete u
ocho años de actividad efectiva que tuvieron, sesenta y cuatro masones conocidos,
un número no muy elevado, pero sin duda importante en una ciudad como Mayagüez
en la primera mitad del siglo XIX. Alguno de los nombres de esta época aparecerán
después, ya en la década de los 70, con avanzada edad, en las logias de obediencia
española que proliferaron en la isla12. Unos pocos de entre ellos ocuparán los prin-
cipales cargos, a veces de manera simultánea, y obtendrán los más altos grados, con
un gusto bastante ostensible por las distinciones: Simón D. Mezes, considerado el pa-
dre de la masonería isleña, López Medrano, Sampson C Russeli, Jum Bautista Ber-
trés, etc.
Aunque la mayor parte eran antiguos habitantes de Sanio Domingo, y esto fue lo
que les unió, destacaban, de una manera general, por sus lugares de procedencia:
Naturaleza Número %
Francia 15 23,4
Puerto Rico 15 23,4
Santo Domingo 8 12,1
de la mayor parte de los masones considerados era media, o media-alta, con solo
un pequeño porcentaje de pequeña burguesía o autónomos (un sastre, un tonelero,
un mecánico, dos mercaderes, etc.). Entre los miembros sin clasificar, hay que men-
cionar los casos siempre excepcionales, de un cura masón, un estudiante, un ex-piloto,
un rentista, etc.
Por último, cabe insistir, aunque ya hemos aludido a ello en el texto, en el factor
de insularidad que condicionó la trayectoriaa de los diversos talleres masónicos puer-
torriqueños. El medio cerrado de la isla y, sobre todo, la lejanía de la metrópoli,
les desconectó en ocasiones de los centros de decisión internacionales y se vieron
reducidos a sobrevivir por sus propios medios, y a su manera, en un territorio que
tenía sus propias leyes y particularidad.
Apéndice onomástico
Lista alfabética de los miembros conocidos de la logia Restauración de La Verdad,
de Mayagüez (1821-1841)*
AGOSTINI, JERÓNIMO: De Córcega. Propietario. 1841 (gr. 3).
AGOSTINI, MIGUEL: De Córcega. Negociante. 1836 (gr. 3), 1837 (gr. 4), 1838 (gr. 18),
1841 (gr. 31). Guarda Sellos Capítulo, 1838. Tesorero Capítulo, 1841. Orador Conse-
jo, 1841.
AIBAR, FRANCISCO DE: De Sto. Domingo. Rentista, 1835, 36, 37 (gr. 3), 38 y 41. Guarda
sellos logia, 1835-36. Orador logia, 1838.
ANGLERO, AMBROISE: De Epaux (Francia), Propietario. 1836 (gr. 18).
ANGLERO, AMBROSIO ANTONIO: De Puerto Rico. Propietario. 1836, (gr. 1), 1837, 38, 41.
AROYE, RAFAEL: De Santiago de los Caballeros (Santo Domingo). Secretario Registro
Hacienda. 1821, 1823 (gr. 18). Tesorero Capítulo, 1823.
BERTRÉS, JUAN BAUTISTA: De Francia. Negociante de café. 1835 (gr. 18), 1836, 37 (gr.
* Reseñamos aquí sólo los
33), 1838, 1841. Secretario Capítulo, 1835. Orador logia, 1835, 36. Preparador Con-
nombres de los miembros
sejo, 1837. Ministro Estado Consistorio, 1837. Primer Vigilante Capítulo, 1838. Mi- de la logia, para evitar la
nistro Estado Consistorio, 1838. Primer Juez Consejo, 1841. repetición con los del capí-
BURTHEAU, FRANCOIS: De Berlín (Prusia). Doctor en Medicina. 1835 (gr. 33), 1836, 37, tulo, consejo y consistorio;
38, 41, Maestro de Ceremonias Capítulo, 1835. sin embargo, en el peque-
CASTELLS, ANTONIO: De España. Abogado, 1841 (gr. 31). Orador logia, 1841. Orador ño currículo que hacemos
Capítulo, 1841. Orador Capítulo, 1841. Gran Maestro Consejo, 184. de cada masón, se puede ave-
CASTRO, EMILIO DE: De El Ferrol (España). Director y adm. de Aduana. 1836, (gr. 31),
riguar si perteneció a cual-
quiera de estos organismos
1838, 184. Primer Vigilante logia, 1837. Segundo Vigilante Capítulo, 1837. Tercer
simplemente por los grados
Juez Consejo, 1837. Canciller Consistorio, 1837. Primer Vigilante logia, 1838. Teso- que ostentaba: capitulares
rero Capítulo, 1838. Canciller Capítulo, 1838. —del 4 al 18—, filosóficos
CESTERO, FRANCISCO: De Santo Domingo. Oficial Aduana, 1835, 36, 37 (gr. 3), 1838, -del 19 al 30- y los su-
41. Maestro ceremonias logia 1835, 36, 38. blimes —31 y 32— que co-
DELORISSE, ZENON: De Francia. Vicecónsul francés y negociante. 1835 (gr. 3), 1836, rrespondían, estos últimos,
37, 38, 41. Director banquetes logia 1835, 36. al Consistorio.
Puerta del castillo del
Morro. San Juan de
Puerto Rico
81
DEVINS, JOHN: De Islas Barbados. Negociante. 1821, 23 (gr. 18). Segundo Experto Ca-
pítulo, 1823.
DIEUDONNÉ LouiS: De Santo Domingo. Teniente coronel retirado. Negociante café.
1823 (gr. 18), 1835, 36, 37 (gr. 32), 1838. Experto Capítulo, 1835. Tesorero Capítulo,
1837. Introductor Consejo, 18.7, Guarda Sellos Consistorio, 1837, 38.
DOMINIQUE, ANTOINE: De Isla Guadalupe. Tonelero. 1837 (gr. 1), 1838 (gr. 3), 1841.
DUPERROI, JACQUES: De Santo Domingo. Propietario. 1836 (gr. 3), 1837, 38, 41. Hos-
pialario logia, 1841.
DURAN, RAMÓN: De Puerto Rico. Profesor público. 1836 (gr. 3), 1837 (gr. 4), 1838. Ora-
dor logia, 1837.
EGUILUZ JUAN DE: De Vizcaya (España). Negociante. 1837 (gr.4), 1838 (gr. 18), 1841.
Tesorero logia 1837, 38. Secretario Capítulo, 1838. Maestro de Ceremonias logia, 1841.
FACHOU, JEAN: De Avignon (Francia). Mecánico. 1823 (gr. 33). Primer Experto Capítu-
lo, 1823.
PEÑA, SEBASTIÁN DE: De Puerto Rico. Abogado y juez municipal. 1837 (gr. 14), 38 (gr.
18), 41. Orador adjunto logia, 1837.
PREVÉ, FRANCISCO: Negociante. 1841 (gr. 3). Preparador logia, 1841.
PREVOST, JACQUES MAURICE: De Francia. Farmacéutico. 1837 (gr. 1), 38.
PRIETO TENORIO, JOSÉ: De Cartagena (España). Oficial artillería. 1837 (gr. 4), 38.
RAMIRES, MARCELINO: De Puerto Rico. Farmacéutico. 1836 (gr. 3), 37 (gr. 4), 38, 41.
Hospitalario, 1837, 38.
REQUENA, DIONISIO: De Puerto Rico. Profesor cirugía. 1836 (gr. 3), 37 (gr. 4), 38, 41.
Primer diácono logia, 1837, 38.
ROSELLO, AGUSTÍN: De Puerto Rico. Propietario. 1836 (gr. 3), 37, 38, 41.
ROSELLO, ANTONIO: De Puerto Rico. Propietario. 1836 (gr. 3), 37 (gr. 4), 38, 41. Segun-
do Maestro de Ceremonias, 1837.
RUSSELL, SAMPSON CLARK: De Belfast (Irlanda). 1835, 36, 37 (gr. 32), 38, 41. Secreta-
rio logia, 1835, 36, 37. Secretario Capítulo, 1837. Segundo Vicecomendador Consis-
torio, 1837. Venerable logia, 1838. Muy Sabio Capítulo, 1838. Segundo Vicecomen-
dador Consejo, 1838. Venerable logia, 1841. Muy Sabio Capítulo, 1841. Segundo
Juez Consejo, 1841.
SAINT HILAIRE, JEAN BTE.: De Bayona (Francia). Negociante. 1836 (gr. 1), 37, 38.
SAINT JUST, FREDERIC: De Avignon (Francia). Coronel infantería. 1823 (gr. 18).
SOLAUN, ANDRÉS: De Madrid (España). Segundo jefe Aduana. 1835 (gr. 18), 36, 37, 38,
41 (gr. 31). Guarda Sellos Capítulo 1835, Segundo Vigilante logia, 1835, 36.
TERREFORTE, FRANCOIS: De Sto. Domingo. Negociante. 1823 (gr. 18). Maestro Ceremo-
nias Capítulo, 1823.
VIGO, JOSÉ: De Puerto Rico. Propietario. 1836 (gr. 17), 37, 38.
VIGO.LORENZO: De Puerto Rico. Capitán milicia. 1835 (gr. 18), 36, 37, 38, 41. Experto
logia, 1835, 36. Segundo Vigilante, 37. Maestro Ceremonias Capítulo, 37. Segundo
Vigilante logia, 38. Segundo Vigilante Capítulo, 38. Primer Vigilante logia, 41. Pri-
mer Vigilante Capítulo, 41.
VINCENTY, AGUSTÍN DE: De Córcega. Artista. 1837 (gr. 3), 1838.
VINCENTY, ANTOINE DE: De Córcega. Propietario. 1821, 23 (gr. 18), 35, 36 (gr. 30), 37
(gr. 32), 38, 41. Primer Vigilante Capítulo, 1821-23. Segundo Vigilante Capítulo,
35. Hospitalario logia, 35-36. Segundo experto logia, 37. Primer Vigilante Capítulo,
37. Experto Capítulo, 38. Maestro de Ceremonias Consistorio, 38.
VINCENTY, FRANCOIS DE: De ¿Córcega? Propietario. 1837 9gr. 3), 38, 41.
82
VINCENTY, JOSÉ M.3 DE: De Sto. Domingo. Subteniente milicias y artista. 1836 (gr.
17), 37 (gr. 18), 38, 41. Primer experto logia, 38. Maestro de Ceremonias Cap. 38.
VINCENTY, MANUEL DE: De Sto. Domingo. Propietario. 1836 (gr. 17), 37, 38 (gr. 18),
41. Segundo diácono logia, 1837. Hospitalario Capítulo, 38. Experto Capítulo, 41.
XIMENEZ, ANTONIO: De Puerto Rico. Mercader. 1837 (gr. 3), 38 (gr. 18), 41. Primer
experto logia, 1841. Guarda Sellos Capítulo, 41.
Para matar el rato
descubrir la pólvora. Pues sí hubiese estado mal, qué hacíamos alií en la mitad deí
día. Para no hacer lo que se debe están los amparos de la noche. Entre que no se
le oía y lo que se le oyó, mejor ía dulzaina, aunque parezca malo decirlo, que también
desafinaba. Peluquero y de la capital el músico.
Bueno, vamos a la cuestión del porrazo. Andaba yo agarrada a la verja, con la cabe-
za entre los barrotes, que por nada del mundo quería perderme el milagro, y a pique
si me mata una señora, caminante al trote, que se mostraba cebada. Tropezó con
algo, sería, o bien la venció el pesamen del magro, pudiera, pero el caso fue que
me cayó encima, derrumbada en plan piedra, pegándome por sus culpas el porrazo
del siglo contra los hierros. Me puso turulata y después, al mirarme en el espejo,
me encontré con la cabeza tan crecida como la del santo, pena me da recordarlo.
Ni me ofreció disculpas, no se dejó caer ni el perdona que no se les niega a las lagarti-
jas. Daba saltos para no perdérselo y gritaba milagro a destiempo, antes de la inmer-
sión, que tal se dice, fíjense. De no estar medio aturdida le estampo una patada en
mitad de las peras. Aunque lo mismo fue mejor que no, porque a saber.
A lo que íbamos. El negro, me refiero al cura de la Guinea, invitado a ello por
el Obispo, extrajo la cabeza de San Valentín de la urna metiéndola los dedos por
los ojos. No sé si se le escaparía, pero la dejó caer a plomo, ¡piad, en el agua. Menos
mal que sólo hay dos palmos; de lo contrario nos quedamos sin ella o contratamos
un buzo para buscarla. Milagro, otra vez, chilló mi agresora.
Y coincidiendo con ello se levantó un tumulto. Era la gente del tren, que bajaba
a la carrera y dando voces por el camino. «Hemos pagado», decían esgrimiente el billete.
Lo de los trocitos de Santa Engracia corrió a cargo del cura de Caballar, que se
manejó con bastante ringorrango. Tomaba un cachito y lo elevaba con las dos manos,
dando dos pasos hacia atrás; musitaba una oración, dejaba caer los brazos y se iba
para el agua. Así nueve veces, componiendo figura de torero.
Allí fue cuando metió la pata mi hermano. Lo de cojones le salió del alma, nunca
le he oído nada tan auténtico. Cojoncitos con él, me dije.
Lo soltó tal cual, oigan, con el vozarrón recio que desde niño luce. Decía padre,
y el hombre se daba un susto de los de aupa. Era como si el grito saliese de una
caverna. Del corazón falleció padre, claro. Madre se salvó porque es sorda. «Me estoy
curando; ya oigo algo», decía en la guerra cuando los bombardeos.
Nos heló el aliento con sus cojoncitos, Y es que ya les he glosado las propiedades
del niño, al filarmónico le salió la gracia en plan trueno, agrandadas las oes y arras-
trada ía ese: ¡Cooojooones!, que parecía el alguacil gritando ¡por ooorden! Su novia,
que además de boba es nueva, se pegó el gran susto. Más de un catarro le aguarda
si no aprende a quitarse de las corrientes.
Devueltos los cabezos a la urna, procesión de hormigas hasta la iglesia, y luego,
cada quisque hizo ademán de marcharse a su avío. El cura negro se encasquetó la
casulla dispuesto a cantarnos por su cuenta una misa que ningún parroquiano le pe-
día. Pero lo que son las cosas, pasado el primer momento de estupor, el mujerío se
85
le coló por la puerta en fila de ovejas. Y yo también, oigan. Que de repente me asalta-
ron ganas de averiguar si el moreno sabía los latines.
Pero a poco de iniciada la misa se preparó el revuelo. No sé quién entró dando
voces con el cuento de las nubes y unas gotas de agua. Para que se le creyera llevaba
las palmas de las manos extendidas, y decía «están mojadas». Nos salimos al galope
de la iglesia seguidos por el cura negro, que abandonó el cáliz sobre el altar, porque
la noticia le pilló en medio de la consagración, y se fue con los monaguillos refunfuñando.
Enormes nubes negras, proyectadas desde un horizonte sin fondo, representaban,
a ratos, escenas de olas lanzadas al asalto de la inmensa playa del cielo azul. Venían
de la sierra y desde allí descendían como gigantescos caracoles de movimientos pesa-
dos. Con las bocas abiertas y los ojos cerrados nos dejamos acariciar por las primeras
gotas entretanto los chiquillos, dando brincos y palmadas, rompían en vivas. Golpeada
por el agua, sonaban a corcho las entrañas de la tierra.
Y en la vaguada se formó enseguida un débil cauce por el arroyo seco. Poca cosa,
tres meadas juntas, pero fue suficiente.
Llovía, pues, en Caballar cuando nos subimos a los coches, nos llovió luego por
la carretera y nos continuó lloviendo al llegar a Turégano, donde había gente bailando
en la plaza. Pero no paramos. El homigueo de la felicidad nos llenaba de prisas.
A la salida del pueblo hay que tomar la desviación del medio, la que pasa junto
al cuartel, o sea, la general de Segovia. Luego, en un santiamén, el primer cruce a
la derecha, y ya todo seguido, en línea recta de no ser por los baches, mucho mejor
conservados que el firme. Que no los arreglan, quiero decir. El de la segunda curva
lo conozco desde pequeña.
Bueno, pues tirando por allí no hay pérdida. En tren tampoco, «Pero tendrían que
saltar en marcha, porque no para».
II
Sí, no hay pérdida, les decía. Ni pérdida ni carteles indicadores. Los arrancó quien
yo me sé, porque se le puso en sus partes llevárselos para Alcorcón de recuerdo.
Y aquel día, para colmo, tampoco hubo agua, ¿les parece bonito?
Las nubes se plantaron en el cruce, detenidas allí por un aire dado a soplar de
repente en sentido traidor y contrario. Plantadas a estilo poste. O, más que poste,
estilo surtidor de piñón fijo. Lo que es hartarse es que se hartaron a descargar agua.
Nueve horas duró la primera tromba, se paró por la tarde y a continuación empalmó
noche con madrugada sin darse tregua. Del cruce para allá, un pantano; del cruce
para acá, e! secarral de antes. Las nubes, tercas en reventarnos, no se movieron ni
un milímetro.
A perro flaco todo son pulgas o las desgracias nunca vienen solas, les quiero decir
que la bromita se completó por la tarde. «Señor, se mueven las nubes», me soltó
86
cojoncitos, ojo avizor el pobreto tras los visillos, acobardado y como encogido, sin
atreverse a pisar la calle, donde todo cristo le miraba con aire hostil. «He pedido
un mosto y el tabernero me ha puesto vinagre», se lamentó al mediodía,
Majestuosamente las nubes avanzaron sobre el pueblo, majestuosamente superaron,
cubriéndolas con sus sombras, las primeras casas; majestuosamente se posaron sobre
la plaza, deteniéndose allí su avance.
Se entoldó la tarde.
Se contuvo el viento.
Una extrañísima calma se apoderó de la atmósfera.
Mi hermano, entonces, se puso la chaqueta de los domingos, y silbando, con aire
de fiesta, enfiló dirección a la puerta. Puso la mano en el pomo, y antes de hacerlo
girar se volvió para sonreimos a madre y a mí. Fue en ese preciso momento: sonó
un chasquido, cual si reventase la tierra, y los cristales de las ventanas se llenaron
de golpes.
Por el hueco de la chimenea comenzaron a caer granizos del tamaño de un puño.
Golpeadas por ellos, las campanas de la iglesia empezaron a tañer por su cuenta.
No me creerán, seguro, pero hubo granizo que, puesto en balanza, superó el cuarterón
y aún se cuenta de alguno que alcanzó la libra, Hombres y mulos que andaban por
el campo guardaron por largo tiempo un molesto recuerdo de chichones. Desde enton-
ces padece de la cabeza Germán, Será o no por eso, pero ahí está el dato. A un par
de perros desprevenidos les tundieron el lomo; el gato de Angora de la tendera se
quedó bizco. Y eí expreso de Soria llegó con la chimenea áobhád, y el único pasajero,
representante de jabones, refugiado con el interventor en el retrete; dos cobardes.
El maquinista, que se las tuvo tiesas, está propuesto para un ascenso.
Mi hermano, aterrorizado, emprendió a toda mecha la fuga para Segoyia. Puso la
moto a trescientos y en menos que canta un gallo se perdió en el cruce. Le estuvimos
oyendo gritar durante un buen rato. Y es que el pedrisco se cebó con él.
Pero le salió barato, porque, si se queda, lo linchan. Aquella misma noche vinieron
a buscarle. Y su novia, por cierto, figuraba a la cabeza del grupo. «Hacerme eso a
mí», se quejaba, «me ha puesto en evidencia».
La cosecha, imagínense. Tras de quemada, tundida. El vecino menos aperreado tuvo
para llenar un saco de los pequeños. Era como si por el campo hubieran pasado tanques.
III
El Adelantado de Segovia dedicaba al día siguiente la primera página al suceso:
«LLOVIÓ, Y LLOVIÓ Y LLOVIÓ EN CABALLAR. ¡Agua, santos benditos!, clamaba
el pueblo, y agua bendita dieron al pueblo sus queridos sanios, Editorial y declara-
ción del Excmo. Sr. Obispo en páginas interiores. Se transcribe, en exclusiva, el acta
firmada por el Rvdo. párroco de Caballar».
87
Hasta que un buen día se deshizo el misterio. Eso sucedió cuando el de la Caja
se acercó a preguntarnos cuándo pasaríamos a cobrar.
—A cobrar, ¿qué? - l e respondí algo mosca.
-Lo del desastre, claro.
—¿Lo del desastre?
—Sí, la cosecha. Resulta que las piedras les han puesto en casa, cono, tu novio
te lo habrá contado, ¿pues no era él quien llevaba lo de la Aurora, eso de los seguros?
Ya ven, Manolo convenció a los de la cooperativa para suscribir un seguro colectivo
y ahí descansaba el quid del negocio. «Dios aprieta, pero no ahoga», se ha dicho siem-
pre. «EL SEGUNDO MILAGRO DE LA MOJADA», titulaba la noticia El Adelantado.
«Editorial y declaraciones del Excmo. Sr. Obispo en páginas interiores. Se transcribe,
en exclusiva, la homilía que mañana domingo predicará el Rvdo. párroco de Otones,
don Pedro Montarela».
Sí, el mismo, ese calvatruenos que luego se nos salió, ahorcó los hábitos, que deci-
mos aquí, y se metió a maestro en la capital, liado anda, según cuentan, con una
maestra, menudo escándalo, que con su pan se lo coman, tan espiritual que se aparen-
taba entonces, los pecados de todas sabe, porque a todas nos entró la manía de ir
a confesamos con él, ¡que no hay derecho!, más de una se pone roja cuando lo ve.
En fin...
—Queridos hijos -empezó, con su típica voz de flauta—, la omnipotente miseri-
cordia-
Bueno, resumiré, el patatín o el milagro consistió en que, al ser declarada la zona
de catástrofe nos pagaron la cosecha entera, y no sólo la mitad, que eso fue lo que
salvaron los pueblos beneficiados por la lluvia, porque la otra mitad ya la había que-
mado la calorina.
Vivir para ver, me dirán.
Y vamonos para el andén, ¡Jesús!, que ya es la hora.
Gonzalo Santónja
Una crítica de la sociología
en América Latina
II
Entendemos que la sociología en América Latina aparece con ía así llamada «Socio-
logía de Cátedra» hacia comienzos del siglo XX. Es, aproximadamente, en el mismo
momento en que la sociología es recibida en las universidades de las sociedades domi-
nantes de Europa y de los EEUU. Es el momento en que la sociología, como ciencia
de la sociedad, encuentra su primer reconocimiento social tanto en las sociedades
dominantes de Europa y de los EEUU, como en las sociedades nacionales de América
Latina. Con anterioridad, sin embargo, en Europa existieron las así llamadas «teorías
enciclopédicas» (Comte, Tocqueville, Marx, Spencer, etc.) y en América Latina el así
llamado pensamiento social tratando de dar respuesta a la realidad social de que
emergían. A este pensamiento social de América Latina se lo ha denominado «realis-
mo social», precisamente, por ser una respuesta a los problemas sociales de las socie-
dades nacionales de América Latina. Estas respuestas estaban instrumentadas teórica-
mente en el pensamiento positivista muy en boga en la Europa de entonces. Estas
respuestas, en la primera mitad del siglo XIX, aparecieron como necesarias ante la
situación social de las sociedades nacionales de América Latina después de la inde-
pendencia política de los países latinoamericanos; pero también enfrentándose a ía
experiencia romántica del liberalismo revolucionario inspirado en el pensamiento de
la ilustración que tenían los forjadores de la independencia latinoamericana. En efec-
to, la experiencia de la política liberal y romántica de los primeros años de la inde-
pendencia por organizar politicamente a las sociedades nacionales latinoamericanas,
inmediatamente mostró la resistencia que ofrecían las estructuras sociales heredadas
del periodo hispánico por adecuarse a ese modelo político y social que, desde afuera
y desde arriba, se pretendía imponer. La estructura de la estratificación social pre-
clasista (estamentaí), especialmente del interior de las sociedades nacionales, resistía
el proceso de organización institucional que imponían las incipientes burguesías co-
merciales, a través de legistas y generales, provenientes de las capitales y de las ciu-
dades portuarias. Con ello se creó un conflicto social entre un sistema de estratifica-
ción social de tipo clasista que se importaba de Europa. Como consecuencia de ello
se dio todo un proceso de anarquía y desintegración regional que se sintetizaba en
la expresión de Sarmiento: «barbarie» y «civilización». No es el momento de analizar
esta situación, porque no es eí objeto de este trabajo. Sin embargo, conviene destacar
que el desarrollo del comercio en las capitales y en los puertos permitió fortalecer
91
a las burguesías comerciales e incentivar a los legistas y generales como para enfren-
tarse con éxito a las aristocracias tradicionales y a los caudillos del interior. Sólo
los terratenientes vinculados a ese comercio aceptaron las nuevas leyes del juego que
imponían lentamente las burguesías comerciales y los legistas y generales liberales.
Y es precisamente en este momento cuando aparece en América Latina, hacia media-
dos del siglo XIX, el así llamado pensamiento social. Y aparece como una necesidad
por descubrir todos esos factores de resistencia al modelo de desarrollo que querían
imponer desde las capitales y los puertos la incipiente burguesía comercial y el ro-
mántico pensamiento progresista del liberalismo decimonónico. Por eso, este pensa-
miento social, al margen de la intención que lo guiaba, fue una auténtica respuesta
a la realidad social de América Latina; fue el que descubrió esta realidad social pro-
pia de América Latina. Y lo hizo basándose en las teorías progresistas muy en boga
en Europa. De cualquier manera, a partir de mediados del siglo XIX, ese pensamiento
social comenzó a imponerse y con ello iniciar el proceso de organización institucional
de las sociedades nacionales de América Latina. Sin embargo, y dada la tendencia
que se pretendía imponer, todo ese interior comenzó a retraerse y a resistir, hasta
el punto de que nunca el proceso de organización nacional alcanzó a integrar social-
mente en el sistema de estratificación social clasista a las sociedades nacionales lati-
noamericanas. La inmigración extranjera cumplió un papel fundamental en este con-
flicto coadyuvando al proceso de integración social, especialmente en ciertas áreas
geográficas perfectamente delimitadas en las zonas del litoral o de la costa, así como
en las capitales y los puertos. Con esta ayuda extranjera, las sociedades nacionales
latinoamericanas —y donde se dio— consiguieron organizarse politicamente, es decir,
institucionalmente, pero no alcanzaron nunca a integrarse socialmente, es decir, cla-
sistamente. El pensamiento social fue una respuesta muy valiosa a todos los factores
de resistencia al proceso de integración social que se trataba de imponer, desde afue-
ra y desde arriba, mediante el proceso de organización social. Este pensamiento so-
cial, y tratando de ser estricto con el término, no fue nunca sociología, aunque fue,
de alguna manera, una conciencia social de la auténtica realidad social de América
Latina, Aquí es donde reside su riqueza y la contribución que puede hacer para el
desarrollo del pensamiento sociológico en América Latina. Pretender otra cosa es equivocar
el camino. Y lo hecho es bastante y valioso. Vuelvo a repetir: no está en la intención
de este trabajo hacer un análisis más profundo de este pensamiento social; nos propo-
nemos otra cosa. De cualquier manera fue necesario hacer esta alusión quedando el
tema como objeto de la meditación de los analistas del pensamiento social en América Latina.
III
Como dijimos, hacia comienzos del siglo XX aparece la sociología en América Lati-
na en las universidades. Este es el tema que nos interesa. En consecuencia, la sociolo-
gía en América Latina aparece com contenido educativo para la formación de los pro-
92
logia apenas si eran incipientes en las sociedades nacionales; se veían visos de las
mismas sólo en las capitales y en los puertos. El interior continuaba integrado en
otro sistema de estratificación social, y con ello desintegrado de la unidad nacional.
La verdad es que la sociología no tenía respuesta para esa realidad social de América
Latina porque quizá no pudo dar respuesta dada la misma realidad social de América
Latina. Por eso se concentró en las universidades donde, como contenido educativo,
cumplía una función de ampliación de la formación general de las élites dirigentes
de América Latina. Y precisamente porque se daba este hecho es que permitía, como
«Sociología», el ensayismo social en todo este periodo que se extiende hasta después
de la Segunda Guerra Mundial. Este hecho es una característica de la sociología en
América Latina en este periodo: la existencia conjunta y superpuesta de dos sociolo-
gías: una, como ciencia y otra, como conciencia social más o menos racional. Este
fenómeno no se daba en las sociedades dominantes: estas dos sociologías eran dos
etapas de madurez científica de las sociologías sucesivas y, a veces, excluyentes. En
América Latina se daban conjunta y superpuestamente. La causa de ello se encuentra
en las distintas etapas de desarrollo de las sociedades nacionales en América Latina
y en las sociedades dominantes de Europa y de los EEUU. El sistema mundial impli-
caba que ciertas sociedades dominantes crearan conocimientos sociológicos como res-
puestas científicas y racionales a su propia realidad y que ciertas sociedades naciona-
les dependientes importaran conocimientos sociológicos como «ideario» de desarrollo
de esas sociedades; por eso se dirigían a las élites dirigentes: los ilustrados como
mecanismo de enlace del sistema mundial. Las teorías analíticas eran teorías para
sociedades consolidadas, es decir, integradas socialmente: esto no se daba en América
Latina: se debía dar. Por eso, en Europa y en los EEUU la sociología era tanto ciencia
como conciencia social; pero en América Latina era sólo ideología, era instrumento
para lograr la consolidación e integración nacionales. Con todo, y a fin de no ser
injusto, la sociología en América Latina cumplió funciones latentes de importancia,
como ser la divulgación del conocimiento sociológico y la preparación de una nueva
recepción en la sociología: la recepción de la sociología empírica de los EEUU. Este
será el próximo tema que analizaremos.
IV
Hacia mediados de la década del cincuenta se produce en América Latina una nueva
recepción de la sociología: la de la sociología empírica de los EEUU. Este fenómeno
nuevo de recepción también se da en Europa. Es sabido que la así llamada «Sociolo-
gía Científica» de los EEUU se desarrolla en ese país ya en la década del treinta,
como un reclamo que le impone la realidad social de la investigación empírica como
una necesidad de la expansión de las sociedades nacionales y que sólo se da en los
EEUU. Durante las décadas del treinta y del cuarenta se produce el auge de este
94
tipo de sociología, muy criticada por la misma sociología europea de esos años, la
cual, en Europa, continuaba la línea de su tradición analítica ya que todavía continua-
ba el proceso de consolidación de las sociedades nacionales. Parecería que los EEUU
habían entrado, ya a comienzos de 1930, en otra etapa de desarrollo de su sociedad
nacional, lo que no ocurría en Europa. Y fueron precisamente los problemas de post-
guerra los que reclaman la nueva sociología que se había desarrollado en los EEUU
durante casi fres décadas.Esta sociología se caracterizó por la investigación empírica,
olvidando en parte, la sistematización de la sociología. Implicó un gran desarrollo
de la conceptualización y de las técnicas de investigación social; a su vez, tenía un
gran sentido pragmático: servía para la planificación social. Como consecuencia de
ello, esta sociología empírica de los EEUU reclamó la formación específica y sistemá-
tica del sociólogo, y se crearon ias Escuelas y Departamentos de Sociología y, sobre
todo, los Centros de Investigaciones Sociológicas. La sociología comienza a institucio-
nalizarse. Se le reconoce un valor social para la expansión de las sociedades naciona-
les. El sociólogo, ahora, es un profesional universitario que tiene un título que lo
acredita como tal, como cualquier otra profesión. Y la sociología tiene que orientarse
en función de la investigación social empírica. Esta sociología americana fue recibida,
y casi al mismo tiempo, tanto en las sociedades nacionales europeas que estaban con-
solidadas como en las sociedades nacionales latinoamericanas que ni siquiera estaban
todavía consolidadas. Por esta razón, la sociología americana es recibida como una
necesidad del mismo proceso de desarrollo de las sociedades latinoamericanas. La
teoría del desarrollo económico aparece de la mano de la sociología empírica y de
la reconstrucción europea de posguerra. En ambos casos aparece como una necesi-
dad, pero fundada en distintas causas. Mientras en Europa es insertada dentro de
la tradición de las teorías analíticas, por ello es sometida a una aguda crítica, en
América Latina no se inserta en una tradición que impone la madurez científica de
la sociología, sino que se coloca al lado de las dos otras «sociologías» anteriores,
es decir, al lado del ensayismo social que sólo es conciencia social y al lado de la
Sociología de Cátedra que sólo es contenido educativo (una ciencia del espíritu o de
la cultura).Con ello se complica más el proceso de institucionalización de la sociolo-
gía, ya que subsisten, conjunta y superpuestamente, tres sociologías con tos mismos
derechos; por eso no se presentan como etapas de madurez de la sociología sino somo
sociologías diferentes y conflicíivas entre sí. Por eso, ser socióh^o en América Latina
es tanto escribir sobre problemas sociales, como enseñar sociología en una universi-
dad o investigar la realidad social. Esta recepción de ia sociología americana tkm
un ritmo veloz y apresurado; las necesidades del desarrollo económico lo imponen
y lo reclaman. Hay que investigar los así llamado «aspectos sociales del desarrollo
económico», es decir, los factores de resistencia al crecimiento económico. Se fundan
los centros de investigaciones sociológicas y se crean las escuelas y departamentos
de sociología. Hay que capacitar técnicos en la investigación social. Y nuevamente
desde afuera y desde arriba, se impone una sociología. En esta tarea colaboran, ade
95
más de los organismos internacionales (CEPAL, UNESCO, OEA, etc.), las fundaciones
americanas (Rockefeller, Ford, Guggenheim, etc.) y los planes de ayuda al desarrollo
(Alianza para el Progreso, etc.) en América Latina. Las universidades americanas cola-
boran en este proceso capacitando gente para la investigación, organizando becas de
estudio y haciendo planes de investigación para los países en vías de desarrollo. Sin
dejar de lado la llegada, a veces masiva, de profesores americanos a América Latina
para enseñar sociología y para investigar esta nueva realidad social mediante estudios
comparativos. Todo esto es muy conocido. La realidad social y política de América
Latina se ve sacudida, en este periodo, que llega aproximadamente hasta la década
del setenta, por una serie de golpes militares y de gobiernos de jacto que se imponen
como obligación política aplicar la teoría del desarrollo. No hay que olvidar que
los militares son muy propensos, hasta por razones profesionales, a la planificación.
Las fuerzas armadas pretenden, con ello, ser las instituciones que pueden conducir
y promover las políticas de desarrollo y de planificación. Por eso, durante una década
o década y media, la sociología empírica tiene un inusitado auge en América Latina.
Este auge se manifiesta por la creación de oportunidades ocupacionales para los so-
ciólogos en los ministerios, municipalidades y oficinas públicas. Los ingresantes en
las escuelas y departamentos de sociología son numerosos, a veces excesivos, para
las posibilidades ocupacionales; pero una conciencia de las necesidades de conocer
los aspectos sociales del desarrollo económico moviliza a la juventud a elegir esta
carrera. Y como era de esperarse, se produce a continuación una crisis de esta socio-
logía entre otras razones por la incapacidad de la estructura ocupacional para absor-
ber esta nueva mano de obra especializada. Y las escuelas y departamentos de sociolo-
gía comienzan a transformarse en centros politicamente peligrosos, especialmente pa-'
ra los gobiernos militares. Distintos hechos históricos coadyuvan en este proceso de
desconfianza hacia la sociología y de crítica a la sociología empírica elaborada y pro-
movida desde afuera y desde arriba. Esta sociología cumple una función importante
en muchos aspectos de la realidad social, pero sólo queda regionalizada en algunos
centros y en algunas regiones.Y precisamente, en las más desarrolladas. Es un tipo
de sociología que respondía a esa realidad social Frente a los aspectos sociales del
desarrollo muestra su impotencia, especialmente de orden teórico. En sí, lleva implíci-
ta la admisión de un modelo de desarrollo, ya que América Latina, a partir de esta
teoría, está en una etapa atrasada con respecto a las sociedades así llamadas desarro-
lladas. Por eso, cuando se pone en duda la validez para América Latina de la teoría
del desarrollo económico, se pone en duda también la misma sociología empírica ame-
ricana. Este fenómeno se da como consecuencia de que se importaban teorías elabora-
das y creadas para las sociedades dominantes, especialmente en los EEUU. En última
instancia: eran teorías que daban respuesta a la condición de subdesarrollo en la me-
dida en que se admitiera la teoría del desarrollo que se aplicaba en las sociedades
dominantes. Pero puesta en duda esta teoría, las teorías empíricas aplicadas en Amé-
rica Latina mostraban la escasa cobertura explicativa de las mismas. Estas teorías
96
respondían, desde el punto de vista estructural, a una etapa de desarrollo de las socie-
dades nacionales a la que denominamos de expansión, es decir, cuando empiezan a
aparecer nuevos estratos sociales que se fundan en el estatus ocupacional; un sistema
de estratificación social que emerge del sistema clasista y como una contradicción
del mismo. Esta situación estructural, sólo en escasa medida tiene vigencia en Améri-
ca Latina; sólo se advierte en las capitales y en algunas ciudades grandes especialmen-
te de origen portuario. Por eso, esta sociología empírica adquiere, también, la forma
de una ideología, en la medida en que está fundada en la teoría del desarrollo que
explica el proceso de las sociedades altamente desarrolladas. Este modelo de desarro-
llo no ha seguido ni sigue la realidad social de América Latina. En América Latina,
el sistema de estratificación social estamental tiene todavía vigencia al lado, y conflic-
tivo con él, del sistema de estratificación social clasista y, en parte, con ciertos estra-
tos propios de otro sistema de estratificación social fundado en los status ocupaciona-
les. Pero estos sistemas de estratificación social no se dan como etapas del proceso
de desarrollo tal cual se presenta en las sociedades dominantes, sino como elementos
desintegrantes de la unidad de las sociedades nacionales. Por eso, las sociedades na-
cionales de América Latina no han alcanzado nunca a integrarse socialmente en un
sistema de estratificación social clasista y con una tendencia a superarlo. Esto ha
llevado a la conformación social de regiones dentro de las sociedades nacionales lati-
noamericanas, Pero, y como condicionante de la sociología, estos sistemas de estratifi-
cación social, conjuntos y superpuestos en las sociedades nacionales latinoamerica-
nas, han dado origen a la presencia, también conjunta y superpuesta en la sociología,
de teorías arcaicas (ensayismo social), residuales (Sociología de Cátedra), emergentes
(teorías empíricas) y, en los últimos años, incipientes (teoría crítica). Peoro esto será
objeto de análisis posterior. Lo que se pretende destacar en esta oportunidad es que
la recepción de la sociología empírica americana aparece como impuesta desde afuera
y desde arriba reclamada por una realidad social que es vista desde una teoría del
desarrollo. La sociología es ciencia, pero no es conciencia social racional.
IV
En los últimos diez años, vuelve a darse en América Latina una recepción de origen
americano y de origen europeo. Se trata de una recepción de la así llamada teoría
crítica de la sociedad. Como es sabido esta nueva teoría sociológica tiene tres fuentes
de inspiración: por un lado, la radical sociology que se desarrolla en EEUU (W. Wi-
lliams, W. Mills, Riesman, etc.); por el otro, el neomarxismo que se desarrolla princi-
palmente en Francia; y, por último, la teoría crítica que se desarrolla en Frankfurt,
Alemania (Horkheimer, Adorno, Habermas, Marcuse, etc.). Esta teoría crítica es reci-
bida en América Latina cuando el pensamiento sociológico advierte la crisis de las
sociedades nacionales en las sociedades dominantes. Una nueva estructura de la estra-
97
tificación social clasista que tiende a superar las sociedades nacionales. Como conse-
cuencia de ello, aparece el así llamado «tercer mundo» como un elemento estructural
de las sociedades dominantes. Surge entonces la conciencia de la independencia; y
el tercer mundo como posibilidad revolucionaria de las así llamadas sociedades alta-
mente desarrolladas. América Latina encuentra, por fin, una justificación y una expli-
cación de su presencia social como realidad social dependiente. Pero esta teoría críti-
ca surge y emerge de la crisis que sufren las sociedades nacionales dominantes como
consecuencia de la superación de la sociedad clasista. Se trataba de la nueva respues-
ta que los sociólogos daban a una nueva realidad social: la crisis de las sociedades
nacionales. Y nuevamente, los sociólogos reciben estas teorías para explicar, ahora,
la situación de dependencia de su situación social frente a las sociedades dominantes.
Sin embargo, siguen siendo teorías importadas. Pero unas teorías que tienden a mos-
trar la situación de dependencia. Y también una conciencia de la imposibilidad de
liberarse de esa situación. Con ello, estas nuevas teorías tienden a ser una conciencia
social racional de las sociedades dependientes, pero a la vez una demostración de
la impotencia para liberarse de esa situación dependiente. Se inicia una crítica acerba
y drástica contra la así llamada sociología científica. Y surgen los primeros trabajos
sobre la sociología de la dependencia (la explotación). Pero por ser todavía teorías
elaboradas sobre la base de las conclusiones que emergían de la crisis de las socieda-
des dominantes y por ser todavía teorías que no permiten un proceso de transforma-
ción de las sociedades nacionales dependientes, las mismas comienzan a ser una con-
ciencia desgraciada que lleva, inmediatamente, a la búsqueda de la acción política
o de la praxis. La teoría crítica, con ello, toma conciencia de su realidad en América
Latina, pero muestra los caracteres de una conciencia desgraciada, para usar una
feliz expresión de Hegel. Dependencia y conciencia desgraciada son las características
de las teorías sociológicas críticas de América Latina. Esta nueva recepción vuelve
nuevamente a falsear la propia realidad social de América Latina; pero, de alguna
manera, abre el camino para la sociología, como ciencia, también pueda ser una con-
ciencia social racional de su propia realidad. El hecho de la dependencia y la imposi-
bilidad de superarlo, hacen que esa conciencia todavía sea una conciencia desgracia-
da. Creemos que lo que le falta a la sociología latinoamericana, en este momento,
es el uso de un método sociológico para explicar su función; y este método no puede
ser otro que la sociología de la sociología latinoamericana. Camino que queremos en
este momento abrir ante la riqueza que ofrece el momento presente, Ahora bien, este
nuevo camino implica que la teoría sociológica latinoamericana lo primero que tiene
que hacer es superar las teorías sociológicas disponibles, precisamente, por ser teo-
rías de las sociedades nacionales y concentrarse en las teorías que pueden ser una
ciencia y también una conciencia social de esas realidades sociales. La forma de acce-
so a ello es por el método sociológico y el objetivo es encontrar una teoría sociológica
que sea analítica, empírica y crítica a la vez que explique tanto la situación social
de las sociedades dominantes como la situación social de las sociedades dependientes.
98
i
Julio Cortázar •
El regreso de Berthe Trépat'
claridad (que a veces hasta se vuelve irritantemente didáctica) para exponer y poner
en cuestión los límites de las vanguardias históricas y para interrogarse sobre los
modos en que la literatura puede inscribirse en los grandes proyectos de la modernidad.
II
Pero Rayuela es también un «kibbutz deí deseo», es decir, un espacio, un territorio
que pone a andar el deseo, o lo mezcla con las demás pasiones que Horacio ha leído
en Spinoza, esas pasiones que Spinoza separa y clasifica con prolijidad geométrica
y que Rüyuela mezcla riesgosamente: el deseo, el amor, la atracción y la melancolía,
Rayuela no funciona, como tanto se ha insistido, sobre la base de pares, sino a partir
de triángulos: Horacio/La Maga/Pola; Casip/LucíaiHoracio; Talita/Traveler/Horacio y
así infinitamente, la figura amorosa que la novela dibuja es el triángulo, figura cerra-
voces. Buenos Aires, Suda-
mericana, 1986; Schmuckr, da y abierta a la vez, que delimita un territorio, establece pasajes y conexiones hetero-
Héctor. «Rayueía: juicio a géneas, pone a la interioridad de los sujetos fuera de sí. La figura queda asi completa,
la literatura», Pasado y pre-
sente, /// (Córdoba: abril-
sin aberturas, pero a la vez abierta a otras figuras. Si se quisiera dibujar el sistema
septiembre 1965) y Tambo- derelacionesentre los personajes se comprobaría que ese dibujo es imposible precisa-
rema, Mónica. Todos los fue- mente porque carece de centro. Los triángulos de Rayuela son un mero proceso, una
gos el fuego. Buenos Aires,
Hachette, 1986, deriva, y es por eso que los pares no funcionan bien salvo en relación con un otro,
Las cuestiones teóricas un tercero. Lo sabe Horacio (cfr, pg. 27), lo sabe La Maga (cfr. pg. 109), io saben
pueden leerse, a veces lite- Traveler (pg, 318) y Talita (pg. 318).
ralmente, en Barthes, Ro-
lana. Fragmentos de un dis- Lo que ocurre es muy sencillo: en la novela eí amor es «ía raíz á^dt donde se
curso amoroso. México. Siglo podría empezar a tejer una lengua» (p, 483), Esa lengua desprecia el binarismp de
XXI, 1982 y El susurro dei
lenguaje. México, Paidós,
la cultura occidental, tal como se observa repetidas veces.
1987; Deíeuze, Gilíes. Rizo- Oliveíra deshace su subjetividad en varios lugares (el texto mismo es un triángulo
ma. México, Premia edito- de lugares). La identidad, la subjetividad, la textualidad SOÜ en Rayuela un proceso
ra, 1983; Foucault, Micheí.
El pensamiento del afuera. sin fin. Oliveira, literalmente, se deshace de amor y de melancolía: «No estás en
Valencia, Pre-Textos, 1988;mí, no te alcanzo», clama en el capítulo 93. Tristezas de la macaón y la desesperación.
Kristeva, Mia. Historias de Narcisos melancólicos, los personajes de Rayueía no pueden sino verse reflejados
amor. México, Siglo XXI,
1987; Link, Daniel. «La no- unos en otros, armar figuras complicadas, perderse en la imposibilidad de amar al
che postmoderna», Filología, otro porque el otro nunca es todo,
XX1U: 1 (y toda la biblio-
Si algo es Rayuela es esa melancolía por la totalidad perdida. Por eso intenta re-
grafía allí citada); Masotta,
Osear. Sexo y traición en construir una lengua sin separaciones y un amor intolerablemente múltiple: contra
Roberto Arlt. Buenos Aires, la separación de los lenguajes, contra el muro de la antítesis, contra la sedimentación
Jorge Álvaret, 1969 y Son-
tag, Susan. Bajo el signo de del matecito frío pero también contra el dualismo occidental (el dualismo que la nove-
Saturno. Barcelona, Edha- la atribuye a Occidente). Rayuda viene a decir, como Puig y como Perlongher más
sa, 1987. El carácter obvio tarde, que el ser no es posible. También, entonces, contra el sujeto racional, la novela
de las referencias permitió
no incluirlas en el cuerpo vacía sus personajes de toda interioridad, los pone literalmente fuera de sí.
del trabajo, lo que hubiera En el momento en que la interioridad es atraída fuera de sí, un afuera se hunde
entorpecido la lectura. en el lugar mismo en que la interioridad tiene por costumbre encontrar su repliegue
103
Podría suponerse que Rajuela habla con obsesión de las ciudades, París y Buenos
Aires. Sin embargo, el espacio urbano desaparece prácticamente o aparece sólo bajo
la forma del anacronismo o la alucinación.
104
Sabemos que las ciudades que Rayuelo, construye son ciudades muertas, restos de
un pasado estético y político, las ruinas de la modernidad. Las calles, los recorridos,
los personajes que La Maga y Horacio encuentran en sus vagabundeos por París están
marcados por la experiencia de las vanguardias históricas: una visión literaria de la
ciudad, filtrada por los surrealistas.
Buenos Aires, por otro lado, aparece sólo bajo la versión prácticamente teatral, prác-
ticamente escenográfica, de un minúsculo fragmento de barrio porteño. Un Buenos
Aires atemporal que no parece haber llegado más allá de los años cuarenta.
Las ciudades, la percepción de las ciudades íal como son hacia fines de la década
del cincuenta y comienzos del sesenta resultan imposibles para Rayuela.
Durante el peronismo, precisamente, se dan tales cambios demográficos, étnicos y
hasta lingüísticos que ciertas capas medias de Buenos Aires, entre las que Horacio sin
duda se cuenta, comienzan a sentirse extranjeras en su ciudad. «¿De qué hablan los
muchachos en mi país? No lo sé ya, ando tan lejos» (p. 113), reflexiona Horacio en
París. Pero ese tan lejos no es tanto geográfico como político: Horacio ha sido puesto
en crisis por la política, o mejor; su relación con ella es crítica. Es por zso por h
que no conoce el habla de «los muchachos» y tampoco reconoce el espacio urbano del
que se siente expulsado. Lo que no puede decirse es la experiencia de las masas peronistas.
Sabemos que es precisamente la experiencia de la muchedumbre vivida como shock
lo que funda la literatura moderna. Es el horror a la anomia y a la pérdida lo que
constituye la literatura de nuestro siglo. En Argentina, ese horror tiene dos momen-
tos: la década del veinte y la década del cincuenta. A fines del cincuenta, Rayuela
sufre igualmente mal la experiencia de la muchedumbre y el temor a perderse: en
Buenos Aires los personajes se encierran en un circo y en un manicomio (metáforas
transparentes de lo real), donde pueden construir relaciones espaciales específicas:
la topología siempre se organiza alrededor de un arriba y un abajo antes que el afue-
ra/adentro que la noción de encierro permitiría suponer.
Para Horacio, Talita y Traveler el ajuera resulta inconcebible (para Gekrepten, esa
especie de pareja de Oíiveira, no, pero eíla no cuenta) porque es el único territorio
posible que ellos mismos delimitan con sus cuerpos, su memoria y su deseo. Buenos
Aires es en Rajuela un espacio privado, el puro afuera de la subjetividad.
Mientras están en el circo, los Traveler y Horacio juegan con juego y montan un
acto de equilibrio, simetría y exhibicionismo: la escena del tablón. Cuando se trasla-
dan al manicomio, Horacio y Traveler construyen sus delirios paranoicos, cada uno
es el psicópata del otro. No hay exactamente una evolución de la personalidad sino
más bien un cambio de lugares: Horacio enloquece porque está en el lugar de la locu-
ra. Esíructuralmente, la melancolía que lo constituye pudo llevarlo al suicidio o al
arte. Pero como lo que se dice es que la conciencia es una pura exterioridad {exacía-
mente lo contrario del espacio como proyección del Yo), Horacio Oíiveira termina loco:
¿Te crees que no admiro que no te hayas suicidado? (p. 314), le pregunta Traveler.
Por eso siento que sos mi Doppelganger, le dice Horacio, porque todo el tiempo estoy
yendo y viniendo de tu territorio al mío, si es que llego al mió (p. 400).
105
Y sin embargo, detrás de los puentes, patios y plazoletas hay otro espacio urbano
al que Rayueia mira con horror: el espacio masificado, la ciudad del capitalismo tar-
dío, ordenada de acuerdo con las leyes del consumo, lo que es vivido como pérdida:
el Angst de la modernidad. Precisamente Berthe Trépat, es decir: el capítulo-espejo
de toda la novela.
En ese capítulo, Horacio observa una ciudad fragmentada, donde las posiciones,
los lugares sociales funcionan como cajas de cristal, vidrieras. La ciudad como conti-
nuidad de lenguajes reificados: «Los albañiles, los estudiantes, el clochard, la vende-
dora de lotería, cada grupo, cada uno en su caja de vidrio, pero que un viejo cayera
bajo un auto y de inmediato habría una carrera general hacia el lugar del accidente,
un vehemente cambio de impresiones, de críticas, disparidades y coincidencias hasta
que empezara a llover otra vez y los albañiles se volvieran al mostrador, los estudian-
tes a su mesa, los X a los X, los Z a los Z. Sólo viviendo absurdamente se podría
romper alguna vez este absurdo infinito» (p. 123). Lo que Horacio observa es que la
división de los lenguajes, que enfrenta sistemas y no individualidades, se recorta so-
bre un fondo de comunicación aparente: el idioma nacional; podría decirse: una prác-
tica liberal del lenguaje.
Desde que se convirtió al realismo, la novela se ha topado fatalmente en su camino
con la copia de los lenguajes colectivos. En Los Premios, Cortázar ha mostrado hasta
qué punto se pueden diferenciar las lenguas y hasta qué punto permanecen en mutua
ignorancia, aún cuando deban coexistir necesariamente. En Rayueia, en cambio, la
mimesis de lenguajes no tiene fondo, no tiene topes: los lenguajes culturales están
citados pero gracias al mecanismo extremadamente sutil de la ironía el autor que
copia permanece de alguna manera ilocalizable: el narrador no deja nunca leer con
certeza si se está o no manteniendo definitivamente exterior al discurso que toma
prestado.
En Rayueia se comprende siempre mal quién está hablando: ¿el narrador? ¿Hora-
cio? ¿La Maga? Rayueia es un habla interminable porque quiere decirlo todo y con
todas las voces y en ese sueño borra todos los límites.
Lo que se hace con el lenguaje hay que entenderlo como una protesta contra el
mundo o, lo que es lo mismo: Rayueia construye un espacio textual que es solidario
del espacio urbano que elige representar y contradictorio respecto del que la horroriza.
El concierto de Berthe Trépat se realiza en la Salle de Géographie y Horacio lo
elige entre la siguiente oferta:
-Una conferencia sobre Australia, continente desconocido
—Reunión de los discípulos del Cristo de Montfavet
—Concierto de piano de madame Berthe Trépat
-Inscripción abierta para un curso sobre los meteoros
—Conviértase en judoka en cinco meses
—Conferencia sobre la urbanización de Lyon.
No deberíamos reírnos demasiado: todo «Centro Cultural» produce un achatamiento
semejante. Nosotros mismos, convocados por un Foro de Literatura Contemporánea,
107
estamos aquí sin saber qué sucede en la sala de al lado y sin saber exactamente quién
de nosotros es Berthe Trépat.
Lo que Rayueia introduce con ironía es el tipo de experiencia cultural que la ciudad
nos ofrece, un tipo de experiencia alienada por la yuxtaposición y la simultaneidad:
efecto de cosificación producido por un mecanismo típico de la vanguardia, el monta-
je, llevado a escala de dispositivo social.
El concierto de Berthe Trepa; incluye «Tres movimientos discontinuos» de Rose
Bob, «Pavana para el General Lecierq» de Alix Alix y la «Síntesis Delibes-Saint-Saéns»
de Delibes, Saínt-Saéns y Berthe Trépat. Las piezas, de acuerdo con la presentación
al concierto, utilizan «restringidamtnte los más modernos procedimientos de escritura
musical», la «Síntesis» introduce «profundas innovaciones» dentro de la música con-
temporánea. Su estética, que se opone al «exceso de individualismo de Occidente»
puede resumirse, siempre de acuerdo con la presentación, en la mención ¿e «cons-
trucciones antiestructurales» y «células sonoras autónomas».
Rayueia viene a decir que Trépat es imposible y no, como se ha dicho, porque carez-
ca de talento, sino porque Trépat está fuera de lugar: en la Salle de Géographie, en
una ciudad ya íecnocrática aunque los personajes de Rayueia se nieguen a verla de
ese modo, en un escenario cultural reificado, dominado por los mass media y refracta-
rio a las «aventuras individuales del espíritu».
Y también Rayueia está fuera de lugar: es una novela utópica y es una novela ana-
crónica, y no tanto porque mira desesperadamnte hacia atrás sino porque se proyecta
hacia adelante: sus preguntas adquieren hoy estatuto teórico y sus temas se pueden
mezclar sin demasiado esfuerzo con las ideas de Foucault, Kristeva, Deleuze o Carlos
Mangone (y así Rajuela deviene en clásico).
Y su melancolía es también la nuestra porque ya sabemos qué cosas no podemos
intentar para cumplir nuestros proyectos inconclusos: Rajuela es el luto de ía van-
guardia en un universo irremediablemente pop, y habla de nuestros terrores, de nues-
tros deseos y nuestras perplejidades políticas. Los personajes de Rajuela sueñan, co-
mo nosotros, «un tiempo en que los hombres podrían encontrarse entre sí en una
relación abierta que pasara por los cuerpos, donde el cuerpo no fuera el instrumento
del extrañamiento de sí mismo en el otro, sino el vehículo de una relación auténtica
de cada uno consigo mismo y con cada uno de todos los otros y con todos los otros»
(Masotta).
Es, pues, un enamorado de Rayueia el que habla y se pregunta; ¿Seguirá tocando
el piano Berthe Trépat?
Daniel Link
m|
Martin Heidegger
SÑOEBS
H .usserl, cuya palabra sirve de epígrafe a este trabajo, muestra con claridad có-
mo la filosofía, en cuanto nacida de la decisión de fundamentar de modo racional
todos y cada uno de nuestros actos, se origina «a partir de unos pocos tipos extraños
que habitaban en Grecia»', cuya singular actitud motiva una entera transformación
de la existencia y la cultura, primero dentro de los estrechos límites de la propia
comunidad, irradiándose luego a las naciones vecinas más cercanas, Pues, en efecto,
más allá de diferencias de escuelas y de métodos, la filosofía instaura «la idea de
una humanidad, que, desde entonces, simplemente quiere vivir y puede vivir en la
libre configuración de su existencia, de su vida histórica, a partir de ideas de la razón,
a partir de tareas infinitas».
De todos modos, esta irrupción de la antinatural actitud filosófica —contraria a
la natural inclinación a aceptar sin crítica los usos, creencias, saberes y normas transmitidos—
más de una vez ha causado grandes conflictos (de lo que bien pudo dar fe su precur-
sor, Sócrates) y no pocas veces ha sido absorbida o confundida con otras esferas de
la cultura, como lo muestran los conocidos reduccionismos teológicos, positivistas,
psicologistas, etc. Ha sido más extraña, sin embargo, la confusión de la actividad teó-
rica con la acción política; es decir, la trasmutación de la prudente afirmación de ¡
Husserl, Die Krisis der
Husserl: «Somos ¡uñáonarios de la humanidad», en la soberbia consigna; «El filósofo europáíschen Wissenschaf-
en cuanto tal establece los modelos del orden que ha de regir la coexistencia social ten... Hua VI. Den Haag: Nij-
y política de la ciudad, y los pone en práctica». hoff, 1962. p. 319; cfr. p. 336.
ÍNofeg 110
Pero ni aún esta apresurada reseña de tales ideas platónicas puede dejar de subra-
yar el hecho de que, de todos modos, la propia actitud filosófica, vivida con seriedad
y autenticidad —como reclama el mismo Platón— aminora los riesgos de la aventura-
da propuesta del rey filósofo. En efecto, someterse a la disciplina del filosofar signifi-
ca ya admitir un límite del poder arbitrario: implica reconocer la primacía de lo objeti-
vo que escapa al capricho del soberano y determina sus convicciones y acciones qua
2
El marco de este traba- filósofo y también, por añadidura, qua soberano. La famosa alegoría de la caverna
jo está dado por el nuevo —expuesta en la misma obra— sugiere efectivamente esc arduo camino del filosofar:
libro de Danilo Cruz Vélez,
El mito del rey filósofo. Pla- desde las tinieblas y el engaño de las creencias admitidas sin crítica, hasta la luz
tón, Marx, Heidegger. Bo- del sol, la contemplación de la Idea del Bien, «que se percibe con dificultad en los
gotá: Planeta 1989. No está últimos limites del mundo inteligible, pero que no podemos percibir sin llegar a la
de más recordar que Dani-
lo Cruz Vélez es autor de conclusión de que es la causa universal de cuanto existe de recto y de bueno;.., y
uno de los mejores libros, que, por tanto, debemos tener fijos los ojos en ella para conducirnos sabiamente, tan-
a mi juicio, escrito en His- to en la vida privada como en la pública» {Rep. 517 \yc)K
panoamérica, sobre el tema
Heidegger: Filosofía sin su- Más aún: Sócrates hace observar a su interlocutor Glaueón, que habría que obligar
puestos. De Husserl a Hei- a quienes se han liberado de tos engaños del mundo de las sombras y han llegado
degger. Buenos Aires: Su-
damericana, 1970. a la contemplación, a que desciendan otra vez a ocuparse de los asuntos políticos
3
Cfr. El mito del rey filó- entre los demás «prisioneros», para contribuir precisamente a su liberación. De tal
sofo, pp. 133. modo, aquellos a quienes el Estado ha cultivado como «jefes y reyes, como en las
111 ^NotaS
t.
colmenas», se han vuelto «capaces de unir la filosofía a la política»; a ellos hay que
exhortarlos; «Debéis descender por turno a la morada de vuestros conciudadanos y
acostumbrar vuestros ojos a las tinieblas que allí reinan; una vez que os hayáis fami-
liarizado nuevamente con la oscuridad, veréis en ella mil veces mejor que sus morado-
res, y reconoceréis la naturaleza de cada imagen y del objeto que representa, porque
habréis contemplado ya lo bello, lo justo, y lo bueno en sí. De tal modo, la organiza-
ción de la ciudad será para vosotros y para nosotros una realidad y no un sueño,
como ocurre en la mayoría de las demás ciudades cuyos jefes luchan entre sí por
sombras vanas y se disputan encarnizadamente la autoridad como si fuese un gran
bien» {Rep. 520 c-d).
Así, pues, el largo rodeo del pensamiento disciplina y delimita la acción del gober-
nante de acuerdo con la Justicia, que es objetiva; y por ello funda las leyes y las
normas del rey filósofo, quien a su vez puede exigir su cumplimiento incondicional
a todos los miembros de la comunidad. El gobernante no es entonces un dios capri-
choso y arbitrario; ha aprendido que el poder ya no puede basarse en la mera fuerza,
sino que, por el contrario, debe legitimarse racionalmente, como todas las acciones
que merecen ser llamadas ¡usías y buenas.
Por eso Husserl aludía a la instauración del telos de una humanidad autorresponsa-
ble; porque la actividad de filosofar consiste en definitiva en responder con la razón,
en la responsabilidad por nuestro ser individual y «la responsabilidad por el verdade-
ro ser de la humanidad, el cual sólo podrá llegar a su realización medíante la filoso-
fía, mediante nosotros, si somos filósofos en serio»4.
Marx: la revolución
Las pistas que examina Danilo Cruz Vélez y que aquí simplemente recapitulamos
como guías, sin ánimo de exponer exhaustivamente sus ideas, llevan luego a examinar
la repercusión del mito del rey filósofo en el joven Marx. Aquí solamente resumimos
este punto con el objeto de destacar la mutación de esa idea desde Platón hasta Marx,
y de mostrar luego su total negación (incluida la negación de la misma filosofía) implí-
cita en escritos y actitudes de Heidegger en su época de compromiso con el régimen
nacionalsocialista, como se verá en los siguientes apartados.
En el joven Marx aparece transformada la figura del rey filósofo. Ello —según Marx—
sólo produce ficciones (entre ellas: el mismo Estado) para ocultar los aspectos negati-
vos de las relaciones sociales, económicas y políticas existentes en determinado mo-
mento histórico. Así, pues, el Estado, lejos de ser el ámbito ideal de la convivencia 4
Krisis, p. 15. Cjr. Mario
humana, es más bien un instrumento de dominación y de perpetuación de la injusti- A. Presas, «Acerca del pro-
grama de la fenomenología»,
cia. Debe ser destruido para ganar una sociedad justa, sin clases y sin propiedad privada.
Revista Latinoamericana de
En esta nueva concepción de las relaciones humanas, el filósofo asume el papel Filosofía, Bs. As., X/3 (nov.
de precursor de la revolución, en la medida en que ejerce su actividad crítica. En 1984), pp. ¡55 ss.
ÍNótaS 112
sus escritos juveniles Marx sostiene que «la crítica compara la realidad con la Idea»;
y es esta «búsqueda de lo Ideal en lo real» —según otra formulación del mismo Marx
en la «Carta al padre»— «el preludio de la destrucción de la sociedad injusta e irra-
cional. Después de este preludio debía venir otra clase de crítica, cuya destrucción
no sería teórica, sino real; la «crítica de las armas», como dirá poco tiempo después
en su trabajo sobre la Filosofía del Derecho de Hegel5.
Mediante la filosofía ya no se busca —como aún sostenía Platón— promover el cam-
bio de las instituciones políticas vigentes y construir un Estado ideal; por el contra-
rio, se busca destruir el Estado mismo, entendido ahora como inesencial al hombre,
como «la forma mediante la cual los individuos de una clase dominante hacen valer
sus intereses comunes y la sociedad burguesa se mantiene unida»6. La crítica des-
cubre las construcciones ideológicas que disfrazan esa injusticia básica, y aún la filo-
sofía misma es vista ahora como sucedáneo de otra ideología, la religión. En conse-
cuencia, cuando se imponga la nueva sociedad desaparecerá el filósofo —y por tanto
el mito del rey filósofo—. Ya no habrá una «clase» de guardianes filósofos, ni un
Estado que regir... Pero aún esta utopía del joven Marx mantiene vigente, por algún
tiempo, la idea tradicional de la filosofía como crítica de lo establecido; precisamente
en esta figura del filósofo como especie a punto de extinguirse —según cree Cruz
Vélez— «reaparece el mito platónico del rey filósofo gozando de cabal salud. Porque
aquí el filósofo no tiene otra tarea que la de luchar por la justicia y la felicidad
de los hombres en la polis, en vista de lo cual construye una ficción de una comuni-
dad ideal, tan quimérica y utópica como el Estado de Platón. (...) La utopía del joven
Marx es un eco del mito del rey filósofo, si lo consideramos como el símbolo de la
5 arraigada convicción de los filósofos de que ellos son los encargados de establecer
Cit. por D. Cruz Vélez, El
mito del rey filósofo, p. 208. los modelos para organizar del mejor modo posible la coexistencia de los hombres
7
6
La ideología alemana, dentro de la polis».
cit, ibid. anterior, p. 211.
7
El mito del rey filóso-
fo, p. 217.
8
Epistolario Croce-
Heidegger: La fascinación del poder
Vossler. 1899-1949. Prólogo
de G. Marone. Buenos Aires: ,.,he leído por completo el discurso inaugural de Heidegger, que es un cosa estúpida
Kraft, 1956. Traigo a cola- y al mismo tiempo servil. No me sorprende el éxito que tendrá por algún tiempo
ción este epistolario —que su filosofar: lo vacío y genérico siempre tiene éxito; pero no genera nada. También
circulaba ya en la década creo que en política, él no puede tener eficacia alguna: pero deshonra a la filosofía,
del cincuenta en Buenos y este es un mal también para la política, al menos para la futura. Carta de Croce
Aires— pues allí se ve có- a Vossler. 9/11/1933.8
mo ya en 1933 muchos in-
telectuales estaban al tan- En Heidegger nos encontramos con una curiosa conversión que da lugar a una nue-
to de lo que en verdad su-
cedía en Alemania. No era va confusión de filosofía y política —y al desprecio final de la filosofía en aras de
pues necesario esperar a las la política—: es algo así como si un Zaratustra bajara de pronto «inspirado» de su
últimas revelaciones para es- sereno refugio en las alturas de Todtnauberg, se comprometiera inequívocamente con
tar informado acerca de la
actitud de Heidegger en esa un régimen a todas luces nefasto, y al cabo de unos meses volviera a sus meditaciones
época. sobre el ser... guardando un obstinado silencio sobre esta ráfaga de inspiración en
113 Notas
los siguientes años —¡casi medio siglo!—. Quizás esta imagen obsesionó también a
su gran amigo Karl Jaspers, quien desde entonces esperó «aclarar la existencia» de
ambos en una comunicación sin condicionamientos, y esperó en vano: «Así como Zeus
lanza sus rayos desde las nubes, así también Heidegger emite sus sentencias autorita-
rias. Pero sólo es humo y fuego de artificios»9
A diferencia de los «casos» anteriores -Platón, Marx- no hay en el «caso» Heideg-
ger antecedentes que hicieran sospechar esa irrupción en la vida política; aún sus
más cercanos amigos —como Jaspers, con quien compartía un filosofar similar y un
asiduo trato de más de diez años— desconocían por completo hasta fines de marzo
de 1933 que Heidegger tuviera la más mínima inquietud política; menos aún que sim-
patizara con el naciente «movimiento». Ni antes, por tanto, ni después de 1933, hay
referencias a la vida política; por eso intriga tanto este hecho en la vida del pensador.
Danilo Cruz~Vélez apunta en cierto modo a desconectar la filosofía publicada hasta
ese entonces por Heidegger -Sein und Zeit, Kant und das Problem der Metophysik,
etc.— de su extraño compromiso político. Pero, con esa estrategia se enfrenta —comenta
Ezequiel de Olaso10— a un dilema: «Si la filosofía de Heidegger ya contenía primi-
cias del nacionalsocialismo, entonces no habría oportunismo alguno en el compromiso
político de Heidegger, sino una coherencia innegable entre la filosofía y su conducta 5
Karl Jaspers, Notizen zu
(independientemente de que la coherencia no es por sí sola una condición suficiente Martin Heidegger. Hrsg. v.
para la moralidad). En cambio, si la filosofía de Heidegger (anterior a 1933) nada Hans Saner. München Zu-
rich: Piper, 1978, p. 92.
tenía que ver con el nacionalsocialismo, entonces resulta inevitable concluir que su 10
Ezequiel de Olaso, «Una
compromiso político con él fue puramente oportunista». vindicación de Heidegger»,
Tanto Croce, en Italia, como Jaspers, en la cercana Heidelberg, parecen haberlo ABC, Madrid, 24/2/1990.
u
Epistolario Croce-
visto precisamente como un oportunista, o quizá como un poseso. El primero sostiene
Vossler, p. 271. Vossler co-
haber previsto lo que iba a suceder; y se basa en su experiencia con su compatriota menta, en su carta del
Gentile, con la salvedad de que «quizá Heidegger no sabrá atender a lo práctico con 25/8/1933 que «Heidegger y
junto con él Karl Schmitt,
su filosofía pura, como Gentile ha hecho con el acto puro. En esta política práctica autor de libros de derecho
el italiano es siempre superior con mucho al alemán: es menos ingenuo», escribe a público y político, discípu-
Vossler el 10 de agosto de 1933". Jaspers describe la conmoción que le produjeron lo hasta cierto punto de
Georges Sorel,se van reve-
la actitud y las palabras con que Heidegger «des-veló» por vez primera ante el amigo lando como los desastres
su simpatía por Hitler y por el «movimiento»: parecía un hombre embriagado {Rauschj, intelectuales de la nueva Ale-
mania». Croce, responde el
veía como algo «irresistible», «sublime» (Hinrreissendesj al hombre carismático en el
30 del mismo mes, conclu-
poder —«¡las manos de Hitler!»—, como aún veremos12. yendo que «Alemania se va
Los hechos que desencadenó esa embriaguez son harto conocidos: su afiliación al idiotizando con Heidegger»,,
pp. 272 s.
partido poco antes de asumir el rectorado de la Universidad de Freiburg; la toleran- 12
Cfr. Jaspers, Notizen zu
cia, como Rector, de disposiciones incompatibles con la dignidad académica, etc. Por Martin Heidegger, p. 233.
eso podía celebrar un pasquín partidario: «Por primera vez en el acto de posesión Ver también Mario A. Pre-
sas, «Jaspers contra Heideg-
de un Rector pudieron desplegarse libremente las banderas de combate de Adolf Hi-
ger», Criterio, Bs. As.,
tler y las camisas pardas dieron a la escena un nuevo carácter». El nuevo Rector LUÍ/1838 (26/7/1980), pp. 357
dispuso: «Los estudiantes, al comenzar las horas de clase, saludarán poniéndose de 55.
¡NótaS 114
« Cfr. El mito del rey fi- pie y levantando el brazo derecho. Los profesores, por su parte, saludarán desde la
lósofo, p. 235. Refiriéndo-
se a esta misma situación,
cátedra en la misma forma»13.
Husserl escribía a Ingarden,
el 1111011933: «¿Podrá usted
comprender por qué yo me
he llamado a silencio? El La universidad y el partido nacionalsocialista
destino de los no-arios en
el Tercer Reich —su trage- El discurso rectoral del filósofo Heidegger14 versó sobre «La autoafirmación de la
dia íntima y exterior— no
requiere explicación como universidad alemana»; no escasean en él términos de su propia filosofía, pero teñidos
causa de mi silencio. (...) Aho- ahora por una rara proximidad a la jerga propia de Hitler y de la propaganda del
ra Heidegger se ha conver-
«movimiento». De todos modos, Heidegger insiste aún en un escrito justificatorio de
tido en rector nacionalso- 5
cialista en Freiburg (de acuer- 1945 y en la entrevista que concedió a la revista alemana Der Spiegel - c o n la ex-
do con el principio del Füh- presa condición de que no fuera publicada hasta después de su muerte—, que en
rer) y al mismo tiempo dirige
desde allí la reforma de las
ese discurso se resumía su decidida apuesta por salvar a la universidad de las garras
universidades en el nuevo del Estado. A pesar de estas afirmaciones en contrario, la lectura de ese discurso
Reich. La vieja universidad rectoral da la impresión de que oficialmente se expresa la voluntad de poner a la
alemana ya no existe; de aho-
ra en más su sentido es ser universidad al servicio del Estado —o, peor aún, del «partido»—. Envuelta en una
uníverddad «política». Briefe retórica bastante oscura, con referencias a la misión de los profesores, al saber, a
an Román Ingarden. Hrsg. la unidad de «servicios» de los estudiantes (servicio del saber, servicio militar y servi-
v. R. Ingarden. Den Haag:
Nijhofi 1968, p. 83. cio del trabajo) y tras una aparente fundamentación filosófica de la libre vida acadé-
14
mica, asoma más bien la consolidación de un programa de movilización de todas las
A este discurso, «Die
Selbstbehauptung der deuts-
fuerzas de la nación, tal como lo proponía el nacionalsocialismo. Al final, desemboza-
chen Universitát (Breslau: damente, aparece la exaltación precisamente de la «revolución nacionalsocialista», en
Korn, 1933), se refiere Cro- una tramposa traducción de un pasaje de La República. Las palabras de Platón aluden
ce en la carta que sirve de
epígrafe al apartado ante- aquí a las dificultades que trae consigo precisamente la gran tarea de educar a los
rior del presente trabajo. filósofos, a los futuros reyes; en una versión corriente rezan: «Todas las cosas impor-
15
La entrevista concedida tantes son peligrosas» (Rep. 497 d). Heidegger apunta a despertar asociaciones con
por Heidegger a Rudolf la electrizada atmósfera de esa peligrosa y nueva edad heroica que inauguraba el
Augstein y Georg Wolfj, de
la revista Der Spiegel, ha-
«movimiento», y traduce: «Todo lo grande se encuentra en medio de la tormenta»16.
bía tenido lugar el mes de
septiembre de 1966; pero no
se publicó hasta el 31 de ma-
yo de 1976, en el N° 23, cum- Hitler es la ley
pliendo así el requisito de
publicarla luego de la muerte
Jaspers, en sus anotaciones para el futuro diálogo con el amigo, abreviadamente
del filósofo... que había fa-
llecido apenas unos días an- consigna que el lenguaje de los discursos de Heidegger durante esos meses, aunque
tes de esta edición de Der similar al de su filosofía, se ve «confrontado con la realidad»; y entonces «se muestra
Spiegel. La entrevista fue
titulada «Sólo un dios puede
como hueco, como recordando desde una lejanía a Hitler; haciendo suyos giros de
todavía salvamos», según Hitler; reproduciendo así, en esa línea, una constante falsedad»17.
una frase dicha en ella por Jaspers quedó estupefacto al asistir a la conferencia que el flamante Rector Heideg-
el filósofo. Heidegger justi-
ficó su negativa a autori- ger vino a pronunciar en la Universidad de Heidelberg, donde sostuvo: «Ahora tene-
zar la publicación mientras mos el nuevo Reich y una universidad que debe recibir su misión y sus tareas de
él viviera, con estas pala- la voluntad de existir del Reich. En este nuevo contexto histórico, el estudio —sigue
115 íÑofes
pontificando el señor rector— «debe convertirse nuevamente en una aventura peligro-
sa y dejar de ser refugio de cobardes, (...) hay que ponerse al sevicio de la patria
con las fuerzas que va a crear Hitler, Canciller del pueblo alemán».
El documento de la ruptura total de la filosofía política - e n nuestro contexto: del
mito del rey filósofo- es una breve alocución dirigida a «Estudiantes alemanes», pu-
blicada en un diario estudiantil de Freiburg el 3 de noviembre de 1933, que dice entre
otras cosas:
La revolución nacionalsocialista trae consigo la total transformación de nuestra existencia bras: «No se trata de orgu-
{Dasein) alemana. (...) Ya no podéis seguir siendo tan sólo «oyentes». Estáis obligados llo ni de testarudez, sino úni-
a participar en el saber y en el obrar para la creación de la futura casa de estudios camente del cuidado (Sor-
superiores del espíritu alemán. ge, preocupación) por mi tra-
Cada uno de vosotros debe ante todo probar sus dones y sus preferencias. (...) bajo. Cuya tarea ha llegado
Que cotidianamente y en el futuro se confirme la fidelidad de la voluntad de segui- a ser con los años cada vez
miento. (...) más simple; lo que, en el
Que ininterrumpidamente crezca en vosotros el valor para ser ofrenda de la salva- campo del pensar, signifi-
ción de la esencia y de la elevación de la más íntima fuerza de nuestro pueblo en un Estado. ca, cada vez más pesada,
Que las reglas de vuestro ser no sean principios ni «ideas». El Führer mismo, y única- más difícil», Der Spiegel, ed.
mente él, es la actual y futura realidad alemana y su ley. (...) cit, p. 3. La entrevista ocupa
Heil Hitler! Martin Heidegger. Rektor. 18 las pp. 193 a 219.
16
Jaspers alude a esta «ar-
En esta inequívoca proclama, el filósofo y rector Heidegger traiciona de un modo bitraria traducción», a esos
total la esencia de la filosofía como intento de fundamentar racionalmente el conoci- «gestos patéticos y carentes
de verdad» en Notizen zu
miento, la acción, la entera existencia del hombre; peor aún: aconseja a los jóvenes M. Heidegger, p. 45. Cruz
no preocuparse por buscar dichas normas, dado que ahora uno ya no tiene que hacer- Vélez, El mito del rey filó-
lo: hay ahora un hombre que encarna el destino y se hace cargo de la responsabilidad sofo, 11
p. 254.
de uno. El Führer reemplaza al rey filósofo; pero con el agravante de qut i o reconoce Karl Jaspers, Notizen zu
M. Heidegger, p. 236; Cruz
por encima de sí norma, valor ni objetividad alguna, de suerte que Hitler aparece Vélez, El mito del rey filó-
—tanto en la vida de Alemania como las ideas que en ese entonces expresa Heidegger— sofo, ¡s
p. 257.
«como una forma de lo Absoluto, pues no admite ninguna instancia sobre si, ni siquie- Der Spiegel, Hamburg
n° 23 (31/5/1976), p. 198. Cfr.
ra los dioses o el Dios que admiten los reyes»19 Cruz Vélez, cit. p. 257.
19
El mito del rev filósofo,
p. 259.
La salvación o el peligro 20
Karl Jaspers, Philosop-
hische Autobiographie, Er-
weiterte Neuausgabe mit
Como habíamos dicho, al dictar su conferencia en la Universidad de Heidelberg, dem Kap. Über Heidegger.
el ñamante Rector de Freiburg volvió a encontrarse en aquella ciudad, como tantas München: Piper, 1977, p. 100.
En un lenguaje coloquial,
veces anteriormente, con su amigo y colega Karl Jaspers. Éste se sorprendió mucho la frase de Heidegger sig-
—ya dos meses antes de esta última visita— porque Heidegger, que le había traído nifica «hay que meterse»,
de regalos discos de música gregoriana, que habían estado escuchando, aludió de pronto «hay que intervenir», «hay
que conectarse», etc. Por la
al incontenible avance del nacionalsocialismo (estamos en marzo de 1933) y concluyó reacción del propio Jaspers
abruptamente, abandonando inclusive la ciudad antes de lo previsto: «Man muss sich y por el mismo contexto, es
obvio que Heidegger no alu-
einschalten». «Yo —comenta Jaspers- me asombré; y no pregunté nada»20. de a intervenir en contra de
Discretamente Jaspers inclusive omitió esta dolorosa y enigmática Kehre de su ami- esa nueva corriente, ano más
go en la primera edición de su Autobiografía filosófica, escrita a fines de la década bien a favor de ella.
116
Mario A. Presas
«...y recuerdo una brisa triste
por los olivos».
García Lorca
La sangre derramada.
163X137 cm. óleo
sobre tela
El pintor Gustavo del Río
A
¿ M Gustavo del Río se le hace una proyección social presentándolo como hombre
de mundo, incluso mundano, debido a sus relaciones con élites internacionales, pro-
yección que empaña, a veces, su categoría de pintor. Yo he conocido a Gustavo del
Río en una época de su vida más sosegada, menos desparramado soeialmente, más
concentrado en torno a su pintura. Aunque no ío parezca, esto es mejor.
Jorge Luis Borges —ciego, no se olvide— dijo de la pintura de Gustavo del Río:
«Ha pasado de las mitologías de los suburbios a los juegos con el tiempo y el infini-
to». A Borges le bastaba una simple explicación sobre lo que tenía delante para encon-
trar el quid de las cosas. El mismo aclaraba: «Mis ojos no pueden ver la pintura,
pero mi yo la siente y la traduce».
Departo con Gustavo del Río en su estudio, frente a sus cuadros. Algunos ya los
conozco. Otros son nuevos, al menos para mí. Pertenecen a su última etapa, etapa
que podríamos llamar clásica, aunque sólo fuera por darle una definición. De algunas
de sus obras ya hablé en anterior ocasión y repetiré sus conceptos. No importa. Él
se está tomando un café; yo una aspirina efervescente, que era con lo que me drogaba
hasta que me produjeron úlcera gastroduodenal.
Gustavo del Río nació en Bahía Blanca (Argentina) el 23 de agosto de Í948. Su signo
del zodiaco es Leo, Esto último no sé por qué lo escribo. Pero ahora es como una
rutina inevitable el preguntarle a uno su fecha de nacimiento y añadir a continuación:
¿de qué signo eres?
Uno de los cuadros que observo se titula «El amigo». En él aparecen dos figuras,
dos. ¿Cuál es el amigo? ¿Ambos lo son de ambos? ¿0 uno es del otro y el otro no
lo es? ¿Quién gana y quién pierde en este reto de la amistad? Observo el cuadro
con detenimiento. Me pierdo en conjeturas, «El amigo es uno, pero las personalidades
son dos», ha dicho Gustavo del Río. Sabe que es subjetivo, pero no desea abandonar
este subjetivismo. Las dos figuras tienen la misma cara, una está de medio perfil
y la otra de frente. Se trata de dos hombres jóvenes. Uno tiene el torso desnudo y
los brazos cruzados, el otro está en mangas de camisa y con un brazo atrae hacia
sí al amigo. Otra vez la pregunta y la incógnita. ¿Quién es el amigo de quién? La
pared del fondo del cuadro muestra dos resquebrajaduras hiperrealistas. La pintura,
120
los temas de Gustavo del Río, siempre tienen un raro misterio, un sentido profundo
de lo insondable. No te quedas inerme, como frente a lo abstracto, sino con ganas
de indagar, como ocurre con Leonardo da Vinci, con Zurbarán, con Rembrandt...
A los doce años, Gustavo del Río entra en la Escuela Superior de Bellas Artes en
Bahía Blanca. A los dieciséis expone en Buenos Aires. Le presenta el crítico de arte
Jorge Romero Brest, crítico conocido no sólo en Argentina, sino en Estados Unidos
e Italia. Conoce entonces al galerista estadounidense Leo Castelli, que le introducirá
en su país.
Yo he dicho que resulta curioso lo que tiene de española la pintura de Gustavo
del Río, siendo como es él argentino y habiendo residido tanto tiempo en Italia. «La
pintura de Gustavo del Río es dramática, como dramática es la de Velázquez, Ribera,
el Greco, Goya, Zuloaga y Romero de Torres; dramática y conturbadora». Sin embar-
go, y entre las diversas etapas que ha pasado su pintura, antes de estilizarse y entrar
en el dramatismo y misterio, y quizá durante su estancia italiana - e n Italia permane-
ció unos veinte años, con excursiones expositoras en Nueva York, Buenos Aires, Lon-
dres, París, Berlín...—, tiene momentos de un barroco surrealista, con figuras anató-
micamente musculosas, miguelangelianas..., porque Gustavo del Río, y como se ve
y se verá, es inquieto y no estático, aunque por su pintura parezca a veces lo contrario.
En el año 1968, Gustavo del Río participa en la Bienal de Venecia. Expone fuera
de concurso porque lo que expone no es ningún cuadro, puesto que se expone él mis-
mo como obra. El argumento es que él no necesita pintar porque todo está encerrado
en él. Es una actitud exótica y excéntrica aparte de filosófica y a muchos debió de
parecerle una boutade. Es también un gesto de ruptura con lo establecido, un ademán
transvanguardista. Más tarde comprende que las actuales vanguardias no son más
que retroguardias. Todo ha sido dicho ya, en pintura todavía más. La vanguardia no
hace otra cosa que imitar a la vanguardia, como la célebre pescadilla que se muerde
la cola; imitar a la vanguardia y no saber pintar, y en pintura hay que pintar más
que filosofar, pues es un oficio que no se acaba de aprender nunca. Él había hecho
pop-art en sus inicios. Bajo esa tendencia había expuesto en Nueva York con Andy
Warhol, Rauchemberg, Jasper Johns...
Más tarde, su figura —viva aunque tenga el gesto pasajero— la inmoviliza en el
lienzo y la eterniza en una composición surrealista: él, UP pavo real azul en segundo
término, un cuerpo masculino tendido en el suelo, unos sombríos nubarrones al fon-
do... La expresión del autorretratado oscila entre el hieratismo y lo provocativo. En
otro autorretrato, repite símbolos y suprime y añade otros. Diríase, lo dice él, que
envuelve sus figuras, en estos casos «su» figura, uterinamente: gorguera cervantina
al cuello —representa su amor a una herencia o cultura española—, en uno de los
dedos de las manos, el anillo de ónice negro que le regaló Luchino Visconti, y que
yo interpreto como una deuda de fidelidad a los bellos recuerdos y a lo bello en
sí, enmarcado, todo él, como la placenta que hace cómoda la cuna del útero, por
dos lirios románticos.
121
Pietro Bianchi, crítico de cine amigo de Visconti, se interesó por Gustavo del Río
al ver sus obras de arte en casa de Visconti. Son obras de su época italiana, las
del barroco miguelangeliano, expresionistas, desgarradoras, dramáticas, sociales, reli-
giosas, místicas y torturadas. Los títulos de los lienzos están en esas direcciones y
tesituras: Una de las tentaciones de Cristo, El Cristo del trabajo, vigorosamente panfle-
tario, La tentación o piedad de San kan, he visto una buen reproducción y es un
cuadro precioso...
En Italia conoció, entre otra gente, al crítico Ginsburg, al escritor Diño Buzzati,
un escritor por el que yo, personalmente, siento una extraña devoción, como extraña
es su literatura, a Paloma Picasso... Su romance, o los rumores de ese romance con
la hija de Picasso, llevaron y siguen llevando a Gustavo del Río a las revistas del
corazón tanto o más que las de literatura y arte. Antes había conocido a Picasso por
mediación de su marchante, marchante que también trataba con Pablo Picasso por
cuestiones relacionadas con la pintura. Picasso impresionaba. En seguida, con él, se
produjo la anécdota. La literatura sin anécdota no es nada, dijo Josep Pía, y yo lo
repito constantemente. La pintura tiene mucha anécdota, pero puede carecer de ella.
La vida y la obra de Picasso son una sucesión de anécdotas, Picasso le pidió a Gustavo
del Río que le dibujara una mano. Las manos son lo más difícil de manejar. Las
manos, siendo imprescindibles, siempre estorban, tanto en arte, que no sabes cómo
realizarlas, como en la realidad —cuando hablas, cuando recitas, cuando posas, cuan-
do te miran-, que no sabes dónde colocarlas. Gustavo del Río es un buen anatomista,
La mano le salió bien. No me cabe la menor duda. Yo tengo un par de ellas enmarca-
das en casa, que me regaló Gustavo, que son el colmo de la expresión. El dibujo
de la mano fue como un examen. Picasso le invitó a comer con él. Decía que un artis-
ta, para ser artista, tenía que saber dibujar bien una mano. A partir de ahí podía
considerarse como tal, A Gustavo del Río le gusta Picasso porque fue un artista que
siempre contestó a su propio reto.
Entre los cuadros de Gustavo del Río que llevo contemplando existe uno —La san-
gre derramada- que, como se dice de algo, cuando algo es de tu complacencia, me
tienes robada el alma. Yo había escrito sobre esta impresión. Dije que para sacralizar
a Lorca, no había necesitado el fácil recurso de retratar al poeta, ni siquiera retratar-
lo emblemáticamente. Le había bastado un vasto lienzo de sangre donde el lagarto
y la lagarta —sí, aquellos lagartos que lloraban porque habían perdido sin querer
su anillo de desposados—, contemplaban atónitos desde su pequenez el drama de unos
cuerpos baleados, «cuatro figuras tendidas, una ocupando el espacio principal, tres
incompletas, como entrando en el cuadro, mantenida la atrevida composición de un
corro, uno de esos corros al que a veces juegan las niñas en las plazoletas lorquia-
nas». Las resquebrajaduras o grietas no están en las paredes como otros cuadros
de Del Río, entre otras cosas, porque en este cuadro no hay paredes, sino en el suelo,
donde la sangre derramada forma charco, esa sangre que «ya viene cantando:/ cantan-
do por marismas y praderas,/ resbalando por cuerpos ateridos,/ vacilando sin alma
122
por la niebla,..» Lorca fue un gran premonitorio. El calzado de uno de los fusilados
es de suela de esparto. Yo he mirado con detenimiento ese cáñamo que aparece despe-
lechado en el borde de las suelas y correctamente trenzado en sus plantas. Sí. Diríase
que el mágico pincel de Gustavo del Río ha trabajado más minuciosamente esa suela
alpargatera que el propio cordelero que en hipótesis debió trenzar el esparto o el
cáñamo y coserlo con su lezna. ¡Fascinante!
Gustavo del Río se lanzó a la aventura española — radicarse y radicalizarse entre
nosotros— ante la perentoria necesidad de buscar y encontrar sus raíces, esas raíces
sin las cuales el tronco de tu vida y el follaje de tus obras notas que permanecen
incompletos. Sus abuelos, tanto paternos como matemos eran españoles. A la Argenti-
na no le apetecía volverse después de tanto tiempo fuera de ella. Por si faltara poco,
Argentina, políticamente, andaba demasiado desbarajustada y lo que estaba ocurrien-
do en ella hería su sensibilidad.
Gustavo del Río, que harto de falsas vanguardias volvió a la pintura con un rigoris-
mo clásico, pintura bien cocinada técnicamente, con un discurso y una problemática
actuales, que no cree en la vanguaráa irreflexiva, en la vanguardia gratuita de tantos
artistas que la exhiben y practican por una simple cuestión de mercado, que cree
en la pintura sin adjetivos, en la pintura y en el pintar y basta, ha llegado a la conclu-
sión de que la mayoría del arte de vanguardia moderno es una repetición de estilos
que cuentan menos años que lo clásico... Existe la belleza, la belleza que te acompaña
siempre, incluso en su reverso, ese reverso que muchos llaman fealdad, una belleza
no solamente exterior y completa, sino deforme, interior, espiritual..
Paradigmáticamente, desde un cuadro intitulado Daniel, nos contemplaba un perso-
naje llamado del mismo modo, completamente desnudo, naufragando en un amplio
sillón frailuno. Tenía un hombro más alto que el otro, las costillas marcadas y un
rostro muy bello. Mira serenamente, parece que va a hablar y que va a rubricar estos
paradójicos conceptos sobre la belleza. Siendo un ser deforme, te vas olvidando de
su deformidad...
No quisiera acabar estas sencillas divagaciones sobre Gustavo del Río y su pintura
sin señalar algo que ya he escrito en otra ocasión, pero no me parece lo suficiente-
mente importante como para repetirlo. Gustavo del Río sabe darle a su pintura una
calidad que sólo concede la pátina del tiempo, pero que él la consigue sin que haya
pasado ese tiempo prudencial. ¿Cómo? Los esotéricos dirían que es cuestión de alqui-
mia. Uno cree que debe ser un don especial. Por eso yo decía: «...esa calidad que
la pátina del tiempo sólo otorga al oro viejo y a los buenos cuadros y que sólo conce-
de ese mismo tiempo, menos en este caso —dejadme que me repita—, en que lo consi-
guió el buen hacer y el talento de este pintor...»
Francisco Candel
¿Cisnes y rebeldes?
J ^ a más reciente poesía mexicana parece haber tomado una acción doble: por un
lado, ha asumido la idea de que el presente es un proceso de reconstrucción, y que
todo pensamiento y toda experiencia puede tener, por ello, un efecto referencia!. Por
el otro lado, está elaborando una visión donde la incertidumbre es una oportunidad
de clasificación y de gozo. Es decir, todo indica que la nueva poesía mexicana ha
encontrado en los espacios de la negatividad brutal de la crisis económica y del énfa-
sis de los discursos políticos el camino inmejorable de un proceso no sólo de volver
a pensar sino también de volver a una escritura significativa. Esto quiere decir que
hay un alejamiento tanto de la destrucción del sentido como del significado subordi-
nado a las ideologías. El elemento abstracto y expresionista que predominó en las
décadas pasadas ha disminuido considerablemente y las «finalidades» que distorsio-
naron escritura y lectura prácticamente ya no existen. La escritura como rezongo
maldito o como poesía social es ahora el índice de un error. El Baudelaire que intere-
sa tiene hoy un aspecto menos anecdótico; es el que está asociado a la conciencia
crítica, y el Neruda que resplandece es el que presenta en una forma abundante y
con un lujo irrepetible la realidad. Precisamente por esta clase de intereses, la nueva
poesía mexicana piensa, entre otros, en Pound, Apollinaire, Perse, Jorge Guillen, Cer-
nuda, Eliot, Pellicer, Huidobro, Paz y más lejos en Rimbaud y todavía más lejos en
Hólderlin. El hilo conductor en esta red tan diversa son los ojos y, por tanto, la luz.
En la remota y fundamental lucha entre la oscuridad y la claridad, la mayor parte
de la nueva poesía mexicana ha elegido el bando de la luz. A la pregunta de Hólderlin
«No será la sombra la patria de nuestra alma» casi todos responderían «con un nega-
tiva apasionada y con una fervorosa adoración de la luz» -como dice Béguin que
respondió el propio Hólderlin. Y no es que la nueva poesía mexicana tenga la preten-
siosa idea de alguna forma de pureza. No es cuestión de moral o de una estética
incorruptible. No hay caíarismo. Se trata más bien, y de un modo más sencillo de
lo que podríamos imaginar, de un gusto por lo manifiesto, de un gusto o una preferen-
cia por lo que sucede ante nuestros ojos. Una especie de fenomenología tomada sin
énfasis pero con entusiasmo verdadero y sobre todo con un placer muy grande por
la dimensión inmediata pero sorprendente de la parte física de la realidad. Esta pre-
124
ción sobre las posibilidades de establecer relaciones de simpatía entre factores que
pueden aparecer como opuestos.
De la misma manera que Juan Ramón Jiménez impulsó a la generación del 27 y
Enrique González Martínez a la de Contemporáneos y del mismo modo que estas dos
generaciones modificaron y volvieron a concebir a sus maestros, la nueva poesía me-
xicana ha sido modificada por Paz y, a la vez, éste o su poesía ya están siendo modifi-
cadas por aquélla. Esta metamorfosis es más que ninguna otra cosa una relación críti-
ca: la poesía es, como escritura y como lectura, un diálogo y, por tanto, unión y dife-
rencia. Esto es, un pensamiento en comunicación que nos junta y que nos separa
no sólo con respecto a los otros sino también con respecto a nosotros mismos. Este
diálogo que en el pasado clásico tenía una forma dramática y, por ende, exterior y
visible, ahora es un diálogo silencioso e invisible, no escenificable en un espacio pero
sí representable en el cielo despejado o nubarroso de la conciencia. Tal vez uno de
los motivos por los que la poesía moderna plantea dificultades de lectura provenga
del hecho de que en el continuo del poema resuena más de una voz. Una sola escritura
muestra varias personas; una persona enseña diversas escrituras. El poema es un
espacio teatral hacia adentro. Por esta razón, el poema muchas veces vibra en una
risotada o en la parodia de una comedia o se estremece árido y trágico. La reapari-
ción, como ingrediente técnico o de puntuación, del diálogo en la poesía moderna
es sintomática. Los poemas «Una noche con Hamlet» de Vladimir Holán y «Cuervo»
de Ted Hughes muestran muy bien esta recuperación. En uno y otro poema, hay una
estructura de enfrentamiento de puntos de vista, preguntas y respuestas dirigidas al
yo y al tú, aunque en ambos textos siempre predomina una voz sobre las otras. En
el poema de Holán, al que recuerda la conversación con Hamlet y, en el de Hughes,
al narrador que cuenta cómo Dios intentó hacer decir la palabra amor a Cuervo. En
el primero, diálogo consigo mismo pero también con la literatura y, en el segundo,
diálogo escéptico que parodia la muerte de Dios y la miseria del hombre. En realidad,
en más de una ocasión influencia, intertextualidad, paráfrasis o «plagio» son operacio-
nes dialógicas, actos de desdoblamiento.
En este sentido, es necesario señalar que Octavio Paz no es el único influjo. Sin
embargo, sí podemos decir que él constituye la fuerza poética ante la cual la nueva
generación de escritores ha tenido que realizar un acto de conciencia. La influencia
de Sabines es grande y reconocible. Él es un poeta importantísimo ligado con una
genealogía que tiene como punto nodal la figura de Vallejo. La originalidad de Sabi-
nes es infrecuente. No obstante, su poesía sólo despide energía en una dirección. No
nos propone convertir la lírica en ensayo o el ensayo en contradiscurso político o
éste último en demonología o diálogo fáustico sobre la cultura y las civilizaciones.
Sabines nos propone, por el contrario, reducir el diálogo a su expresión mínima: nues-
tros nombres comunes. Es decir, lo que caracteriza el influjo de Sabines es una inten-
tar hablar de las cosas de todos los días con las palabras de todos los días y no
con todas las palabras sino con aquellas que están más cerca de nuestra forma de
126
Poema que despedaza la imagen pero que al mismo tiempo reunifica el cuerpo de
esa imagen. Y todo ello ocurre casi siempre en el ritmo predilecto de los modernistas:
el compás bimembre del alejandrino y la simetría. Este movimiento formado por la
fragmentación, el ritmo y la recuperación de la unidad produce una rara perfección.
El texto tiene la atmósfera absurda y angustiada de una buena parte de la literatura
moderna; también tiene un aire irónico. Sin embargo, como en El licenciado Vidriera,
lo real es irreal, todo sucede en la fantasía o en el sueño. En el código del poema,
no hay un signo de igualdad entre deseo y realidad. Las acciones del «Nocturno de
la estatua» no pertenecen al mundo de las acciones. Pertenecen a un estado: el sueño.
Al mismo tiempo, ese texto posee una inteligibilidad fuerte: la redondez de la imagen.
En Pellicer volvemos a encontrar esta reunión de modernidad y tradición. Los colo-
quialismos, la manera de hablar corriente y el entusiasmo futurista por la acción
amalgamados con un lirismo modernista y un dulce estilo, a veces místico y a veces
panteísta, cargado de azules, dioses, ángeles, diamantes y sol. De otra manera halla- * Me refiero a los poetas
mos el mismo equilibrio en muchos textos de Paz. Por ejemplo, en Pasado en Claro que tienen que ver directa-
o en Árbol Adentro. Octosílabos, endecasílabos y alejandrinos como vehículo de refle- mente con el planteamien-
to que se viene realizando.
xiones y reflejos de cosas y seres reales. 0, de nuevo, en «Piedra de sol». Este poema Por ello, no me he referi-
va del movimiento a la quietud, del río al árbol, y a la inversa, a través de fracturas. do a otros autores que en
Sin embargo, como también ocurre en Villaurrutia, la destrucción desemboca en la un contexto diverso habría
que mencionar. Tal es el ca-
construcción de un nueva estabilidad donde el ritmo clásico juega un papel principal. so de Efraín Huerta, José
Apollinaire y Garcilaso engarzados en las repeticiones de una piedra de sacrificio. Emilio Pacheco, Jaime Gar-
cía Ierres, Ramón Xirau,
Otro tanto podemos apreciar en las soluciones de Rubén Bonifaz Ñuño, Tomás Sego-
Gabriel Zaid, Margarita Mi-
via, Ulalume González y Eduardo Lizalde*. Una poesía con disparos y esguinces pero chelena y algunos poetas
que no renuncia a la coherencia general del poema. Tal vez una de las razones por más.
128
las que Marco Antonio Montes de Oca, José Carlos Becerra, Homero Aridjis y Gerardo
Deniz ocupan un lugar relevante es el hecho de haber roto, por lo menos temporal-
mente, ese juego de tensiones entre tradición y modernidad. Desde su primer libro,
Montes de Oca puso en acción una estética de desorganización como nadie había he-
cho en la poesía mexicana. Una imagen tras otra, sin coherencia, en retahilas y des-
truyendo escrúpulos clásicos y sonetos cortados en flores de maceta. En la poesía
mexicana, Montes de Oca ventiló muchos cuartos irrespirables. Becerra y Aridjis aumentaron
más tarde este ventarrón. El primero con una suntuosidad negra y el segundo con
celebraciones encendidas. Ambos con un mundo propio lleno de asociaciones inespe-
radas. El equilibrio casi perfecto de Contemporáneos y el amplio reordenamiento que
significa la poesía de Paz o de Bonifaz Ñuño, en estos poetas no existe. En ellos todo
corre hacia el desequilibrio o mejor dicho ellos festejan los poderes de la inestabili-
dad, del sentido contrario, de la profusión o del verso que se transforma en prosa.
Ellos desmontaron con una espontaneidad verdadera ese delicado mecanismo predo-
minante de la mayor parte de la poesía mexicana. Fragmentaron y dispersaron el
lenguaje con discursos expansivos.
Sin embargo, esta manera de proceder oscureció la poesía. Si añadimos la hiperpro-
filaxis de la poesía pura y la destrucción de las cadenas lógicas del surrealismo, escri-
bir o leer un poema significaba no buscar un sentido sino eludirlo, escamotearlo,
romper o por lo menos distanciar la relación entre significante y significado. El exce-
so de alumbrado en la poesía de Montes de Oca no produce una iluminación; crea
por el contrario enceguecimientos y la descripción prolongada de Aridjis tampoco nos
entrega una red de entendimiento sino un deshilado impresionante (hay que decir
aquí que una parte de la obra de Aridjis ha evolucionado hacia el poema breve de
corte conceptual y hacia la narrativa y el teatro). Probablemente la exacerbación de
esta forma fue una reacción contra la poesía de mensaje. Las anécdotas y la claridad
imaginativas estaban o parecían encarceladas en el arte de compromiso de los discur-
sos fundamentalistas y combatientes.
En este contexto surge lo que podemos llamar la poesía más reciente mexicana
que no es otra que la que aparece por primera vez entre finales de los sesenta y
principio de los ochenta. Esta poesía brotó en medio de dos polos de atracción: la
admiración hacia el buen primitivo y la fascinación hacia la euforia encendida y roja
del héroe revolucionario. En el fondo, el arquetipo que subyacía en esta polaridad
estaba encarnado en el carbonario, con su camisa blanca ensangrentada, del relato
Vanina Vanini de Stendhal: el joven rebelde que desdeña el amor por seguir su pasión
indócil y total; la conciencia que ve en la negación de la persona , en favor de la
comunidad materializada en los conspirados, el principio de la solidaridad. Sin em-
bargo, el fin del sueño al que aludió John Lennon y el carácter policiaco innegable
de los estados socialistas, erosionó rápidamente la figura del salvaje ideal y del cons-
pirador. En unos pocos años, una generación vivió lo que otras generaciones vivieron
a lo largo de una vida. Quizás uno de los hechos espirituales más importantes de
129
esta generación (y ésto probablemente no sólo vale para México) sea haber asimilado
en un comprimido varias de las experiencias fundamentales de este siglo. Lo que quie-
re decir haber vivido, en la catacumba de una secta, en la nomenclatura de un partido
o en la cueva de una comuna, como grandes ideas servían para armar silenciosas
e inmensas historias de terror. Todo sucedió en un tronar de dedos. El camino de
la izquierda hegeliana se invirtió: se pasó de-la filosofía de la miseria —y eso es
la crítica de la economía política— a la miseria de la filosofía. También es probable
que esta inversión de términos sea, por lo menos para la generación en cuestión, uno
de los problemas fundamentales sobre los que tendrá que reflexionar: la crueldad
de las ideas. No obstante ese choque y desengaño generó la liberación del sentido.
De la misma manera que el discurso fascista había despedazado el lenguaje, como
George Steiner señalaba a propósito de la Alemania de la posguerra, el mito del socia-
lismo científico había magnetizado los significados, los había llenado de estática, los
había transformado en «mensajes». Ahora la crítica del «socialismo científico» dejó
en libertad al sentido o a la posibilidad de imaginar otros sentidos. Hace diez años
esta liberación no era tan obvia, pero la más reciente poesía escrita en México la
asumió, como dijimos al principio, con una acción doble: reconstrucción y multiplica-
ción de los significados y recuperación de la realidad. Este proceso no es uniforme
ni exclusivo, pero es un fenómeno que podemos observar. Tampoco es posible afirmar
si continuará bajo la forma de estos elementos o si se trasmutará en otra clase de
acción. Lo que si podemos decir es que una buena parte de la poesía escrita en los
últimos años no sólo es clara sino que posee una anécdota y, a veces, una idea no
codificada por un concepto programático.
Esta liberación del sentido es un espacio problemático o un lugar donde la poesía
formula diversos ensayos. Este nuevo forcejeo con el significado no es un camino
sino algo como un plasma. No hay paradigmas o no hay sólo un paradigma. Es, por
ello, un espacio de comunicación. También es un espacio de referencia: el significado
refleja la realidad. La liberación del sentido representa asimismo una liberación de
los objetos. El mundo no avanza al apocalipsis ni al paraíso. El mundo sólo ocurre.
En este contexto, podemos hallar poemas que multiplican y dispersan el sentido, pro-
liferaciones excesivas, o poemas elípticos e irónicos con silencios y puntos suspensi-
vos, o poemas que buscan crear una relación donde imagen y cosa producen una
transparencia. En todas estas opciones circula una fuerza de atracción: lo que podría-
mos llamar una simpatía inevitablemente limitada pero franca. De algún modo es posi-
ble decir que el modernismo se abandonaba a un afecto ilimitado por toda clase de
mitologías (la razón por la que Ramón López Velarde ya no es un modernista de
cuerpo entero es su reserva frente a esa coincidencia de espectro amplio y ia creación
de una mitología personal). La vanguardia, por el contrario, es una entrega de sentido
opuesto: confianza excesiva en las facultades de la suspicacia. En la poesía más re-
ciente vemos un distanciamiento de las monomanías y telepatías de los modernistas,
pero también un alejamiento de las fobias vanguardistas. Lo que queda es un diálogo
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fuera de los discursos excesivos. En muchos poemas escritos en la década de los se-
tenta y, sobre todo, en los ochenta, el diálogo implícito con otros textos, que toda
escritura plantea, comenzó a transformarse en un diálogo abierto con simpatías y,
a la vez, con candados de seguridad. El influjo no como preparativo sino como parte
constitutiva y hasta como primer acto de aparición. Asimismo, el influjo como punto
de riesgo. En David Huerta con Perse y con Lezama; en José Luis Rivas- con Eliot:
en Elsa Cross con la poesía provenzal y, al mismo tiempo, con el hinduísmo; en Ma-
nuel Ulacia con Proust, Paz y con Cernuda; en Luis Miguel Aguilar con Eliot, la poesía
beat y Pavese; en Efraín Bartolomé con Whitman y Darío y en Javier Sicilia con San
Juan de la Cruz. Al mismo tiempo, esta operación de diálogo ha llevado a plantearse,
como señal ante la cual hay que tomar una posición, las relaciones entre prosa y
poesía y entre verso libre y verso clásico. Ejemplos de este hecho son Morabito, Javier
Sicilia, Eduardo Hurtado, Luis Miguel Aguilar, Marco Antonio Campos, Francisco Hernández,
Hilda Bautista, Manuel Ulacia, Alberto Blanco, Verónica Volkow y Vicente Quirarte.
Los poemas de todos ellos crean una tensión entre esas dos fuerzas. Otro aspecto
que llama la atención es la elaboración de una imagen redonda: el poema no como
trasposición pero tampoco como dispersión, mas bien como la presencia de una reali-
dad: una mujer recostada en la arena de una playa como en el soneto de Morabito;
una excursión a la selva empinada de un monte como en Rivas o un hombre que
escribe en su cuarto mientras llueve como en Ulacia. Una buena parte de la nueva
poesía tiene un carácter muy acusado de representación. El poema «Papalote» de Del
Toro quiere acercarnos a la comprensión del papel que vuela como un halcón. El
poema «Bacantes» de Elsa Cross nos da la visión de un grupo de mujeres extasiadas
alrededor de un hombre con marihuana en los bolsillos en un cerro de Tepoztlán
y el poema «Hotel pescaditos» de Eduardo Hurtado la precariedad del deseo entrevis-
ta en el olor que despiden los cuerpos cuando están juntos. Es decir, en todos ellos
hay un denominador común: una simpatía abierta o por lo menos una atención espe-
cial hacia la realidad y, por esta misma razón, hacia la dimensión donde la realidad
aparece con mayor relieve: la luz. En este sentido, la nueva poesía mexicana, aunque
ha echado mano de los recursos modernistas y de las bombas vanguardistas, también
ha rechazado la transposición y, en menor medida, la dispersión y con ellas ha recha-
zado el escamoteo de los significados y sus referentes. La escritura de José María
Espinasa y de Carmen Boullosa es un juego en el margen de esa simpatía, un corte
en la representación; un acercamiento pero también una duda con respecto ai valor
del mismo; su estilo elíptico tiene que ver con esta operación de estar cerca y estar
lejos. Asimismo habría que decir que la poesía religiosa de Elsa Cross, Hilda Bautista
y Javier Sicilia halla en lo sensible un camino espiritual. Poesía de la carne y de
las bodas con Dios. En cambio, en David Huerta y en Coral Bracho, la escritura en
un barniz pulido y grueso que abrillanta la realidad pero que, al mismo tiempo, la
vela. La forma hiperbólica y acumulativa de sus poemas representa más bien la crea-
ción de otra realidad; aglomeraciones que sepultan el sentido del texto, un crecimien-
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to que crea una obesidad fascinante y difícil de entender. Quizás, en Coral Bracho
vemos un nuevo objetivismo: una minuciosa observación microscópica del cuerpo y
de las cosas; y en Huerta una memoria formada con impresiones en fuga. En los
dos una operación de dispersión de la imgen de la realidad. En muy buena medida,
ellos son continuadores de Montes de Oca, Becerra y Aridjis. No obstante, en algunos
de los mejores poemas de esa generación podemos observar un «simbolismo antisim-
bolista», una visión donde lo suprasensible no es una puerta alternativa sino camino
hacia y sobre lo sensible. La nueva poesía mexicana más que haber invocado el gnosti-
cismo de Borges, se ha resuelto o ha coincidido con una física espiritual. Una buena
parte de la mejor nueva poesía escrita en México podría suscribir perfectamente bien
los versos, que ya citamos al principio, de Paz que dicen No es la luz de Plotino,
es luz terrestrejluz de aquí, pero es luz inteligente. Este proceso de reconstrucción
sólo puede suceder a través de la formación de los significados, y esto implica, a
su vez, crear un nuevo acercamiento entre significante y significado, vínculo roto por
los discursos ideológicos del realismo y por la subversión de la imaginación antirrea-
lista. La asunción de la anécdota, de la narrativa y de un tiempo lineal abierto junto
con los transportes vanguardistas y posmodernos son la suma de esta operación. Ba-
cantes de Elsa Cross, Origami para un día de lluvia de Ulacia, Fragmentos de ventana
de Gloria Gervitz, Hoy no mido mis versos de Fabio Morabito, Medio de Construcción
de Luis Miguel Aguilar, Jueves de Antonio Del Toro y El cerro del palomar de José
Luis Rivas son poemas de mutación. En este punto es necesario hacer una aclaración:
la transformación que implican todos estos poemas, la vuelta al significado, no es
un realismo. No lo es porque el pensamiento que guía estos textos plantea un ejercicio
crítico en contra de los discursos de la «totalidad» o de la «esencia» o del «reflejo»
e imagina al mundo no como «unidad en la diversidad», descubierta o por descubrir,
sino como un ámbito de fragmentos con muchas preguntas y con algunas respuestas
provisionales. Uno de los libros de Antonio Del Toro formula muy bien esta postura.
El título es el siguiente: ¿Hacia dónde es aquí? y lo mismo el poema «Figura entre
dos océanos» donde Flores Castro afirma «Despertar: he ahí la igualdad de los seres».
No se trata, pues, de una certeza. Lo que encontramos planteado es el encuentro y
la simpatía o la atención despierta como forma de relación con el mundo. Todos estos
elementos muestran —creo— una situación compleja y muy interesante, que aunque
sólo sea como proyecto o como fenómeno efímero vale la pena observar. Sin embargo,
habría que agregar algunos factores más: en primer término una abundante produc-
ción editorial realizada en su mayor parte por poetas; en segundo término, un ejerci-
cio cada vez más rico de traducción de poesía, también realizado en su mayor parte
por los propios poetas; y en tercer término, un proceso de crítica en expansión. Ade-
más, habría que agregar la influencia creciente de los libros de Gonzalo Rojas, de
Roberto Juarroz, de Alvaro Mutis, de Severo Sarduy y de Haroldo de Campos; tam-
bién hay que mencionar la recuperación de poetas mexicanos que habían permanecido
en el margen como son los casos de Guillermo Fernández y Gerardo Deniz; y el valor
132
de esa experiencia la hace decir sin actuar. Son, y fue- Hombres como José María Arguedas o como Josafat
ron aquella noche de homenaje a Arguedas, represen- Roel son para el foklore símbolos de esfuerzo y de pro-
tantes de dos manifestaciones de nuestro folklore: la del fundo amor; trabajaron, casi sin apoyo, en la investiga-
fiel intérprete de su comunidad y la del artista folklóri- ción de las manifestaciones de la cultura popular, cuyo
co que, viajando por el país, ha aprendido otras formas número fue siempre infinitamente superior a las posibi-
de cantar y otros ritmos y cómo hacerlos llegar al público. lidades abarcadoras de unos pocos investigadores. En
También sonaron tremendamente distintos, más allá la actualidad, las cosas no han variado de modo decisi-
de sus diferencias constitutivas, el violín en las manos vo respecto a la investigación, al registro y la conserva-
de Máximo Damián y el charango tocado por Jaime Guardia. ción de estas expresiones musicales; siguen siendo po-
Ayacuchanos ambos, el primero de Ishua y el segundo cas las personas dedicadas al estudio de los ritmos, las
de Pausa, las piezas que éste hizo surgir del charango danzas y los cantos autóctonos, y menos aún aquellos
se hallan más próximas a la sonoridad y a la escala oc- que tienen oportunidad y arrojo como para llegar hasta
cidentales, mientras que el violín, siendo un instrumen- apartadas zonas del país declaradas en emergencia, en
to no originario del Perú como el charango {aunque éste donde nadie garantiza la vida de las personas y en don-
tenga parentesco con la guitarra y la bandurria), gime de un folklorista sería un sospechoso. En el Perú no se
de una manera más primitiva y menos virtuosa, casi es- forma a folkloristas y esta es, sin duda, una enorme cul-
tridente a veces, menos melodiosa y más rítmica, menos pa para un país cuya riqueza folklórica es tan vasta. Pe-
dulzura y más golpe. Sobre el arraigo y las variedades ro no es (¡cómo habría de serlo!) la única culpa vincula-
del charango, Arguedas escribió unas líneas en las que da al folklore; de culpas e indiferencias sabemos mu-
el lirismo del hombre andino se entromete en el discur- cho. La falta de apoyo y el desprecio generalizado son
so explicativo: «El charango es ahora el instrumento más también algo antiguo, nunca nos enorgulleció lo creado
querido y expresivo de los indios y aún de los mestizos. por nuestra raza indígena, nunca tuvimos ni un flaco
Cada pueblo lo hace a su modo y según sus cantos; le interés por comprenderlo; hablo de un Perú oficial, re-
miden el tamaño, la caja, el cuello, y escogen el sauce, presentado por la organización estatal, un Perú preten-
el nogal, el cedro, según las regiones. Por eso el charan- didamente occidental, católico y plagado de pobladores
go de Ayacucho no sirve para tocar el wayno de Chum- mestizos que insisten en su piel blanca y consideran lo
bivilcas. Y mientras el charango del Koílao tiene quince folklórico «cosa de indios». Las instituciones que hoy
cuerdas de acero, de tres en tres y templadas en Mi, prestan su ayuda para el mejor conocimiento de la cul-
La, Mi, Do, Sol, el de Ayacucho sólo tiene cuatro cuer- tura andina son pocas y actúan aisladamente; el Estado
das gruesas de tripa. (...) El charango de Ayacucho es sigue sin demostrarles un real interés. No se puede ne-
más chiquito, de unos 40 centímetros; sus cuerdas grue- gar que la música foklórica accedió al mercado disco-
sas tienen voz grave y pastosa. Y mientras el del Kollao gráfico, pero ha debido pagar este privilegio; el afán co-
tiene doce trastes, el de Ayacucho sólo tiene seis. Este mercial ha contribuido a torcer su sentido y a recortar
charango casi nunca se toca «punteando»; rasgan todas a una duración standard piezas que, interpretadas en su
sus cuerdas y, al mismo tiempo, en las cuatro cuerdas contexto natural, se extienden sin ninguna restricción
y con los seis trastes se da la melodía. Es para música y, por otro lado, las grabaciones desataron una ola de
de quebrada, no es para esos waynos de la gente de pu- apropiaciones de autoría o propiciaron la confusión de
na, bravios o desesperados. Es para canto dulce, y cuan- registrar como autor al recopilador de la versión.
do es de tristeza, no es tan tremenda ni de tocarla fuer- Como el panorama del Perú y el de Lima respecto al
te como para que lo oigan todos los pueblos que hay Perú han cambiado, muchos intérpretes populares viven
en la pampa. La quebrada repite el wayno y, junto al hoy en Lima, lejos de sus pueblos donde acecha la mise-
río, en medio de los maizales o de los sauces que cabe- ria y merodea el terror; la capital, tradicionalmente de
cean mojándose en el agua, no hay necesidad de gritar espaldas a los Andes, acoge hoy todas las voces y los
tanto, ni para decir la pena ni para cantar la alegría estilos. Los artistas folklóricos, ante la carencia de esce-
o el amor que nace». narios que los reciban, se han organizado convirtiéndo-
^(Cartas^
137 de'América
se, en muchos casos, en sus propios empresarios. Los decidan dedicarse a este estudio llegan a él desde estas
clubes departamentales, estratégicamente repartidos a lo especialidades y desde la de musicología.
largo y ancho de Lima, son los locales más socorridos Tocar el tema del folklore es poner el dedo en el bor-
(pues rara vez algunos de ellos logran acceso a teatros de de una herida muy profunda y que involucra a mu-
como el Municipal) y, al parecer, se ha producido una chos órganos vitales. La enumeración desordenada de
especie de tácito reparto. Como quiera que sea, la abun- algunos de sus aspectos problemáticos hecha aquí, a partir
dante afluencia provinciana en Lima ha hecho que esos de la huella dejada por el contacto directo con algunos
espectáculos sean más requeridos que en otros tiempos de sus intérpretes en aquella reunión arguediana, no es
y que las resistencias del medio capitalino hayan dismi- más que un tímido asomo a la enorme extensión de su
nuido. Sin embargo, forma parte del proceso de difu- realidad fascinante y en peligro. Siendo tal vez el Perú
sión el peligroso fenómeno de la transformación de las el país con el acervo foklórico más rico de América, es
expresiones y cada vez son más las formas transcultura- probablemente también el que más lo descuida, pero la
das que pueden apreciarse en un ciudad como Lima. resistencia de tantos seres anónimos y conocidos a que
En 1989, el gobierno «populista» de Alan García creó sus expresiones se olviden acusa calladamente a todos
por decreto supremo la Escuela Nacional de Folklore aquellos que lo siguen mirando con indiferencia.
«José María Arguedas», dentro de la jurisdicción del Mi-
nisterio de Educación y sobre la base de lo que fuera
una dependencia del Instituto Nacional de Cultura. Su Ana María Gazzolo
creación apresurada, sin contemplar las formas para hacerla
no sólo sobrevivir sino producir, la han convertido en
una institución más agobiada por la crisis económica
e imposibilitada de cumplir todas sus funciones. Eüa debería
estar a la cabeza de una serie de entidades del mismo
tipo repartidas en provincias y orientadas a estudiar y
difundir el folklore local, pero por 'el momento esta es
una aspiración imposible de realizar; la Escuela, centra-
lizada en Lima, no tiene filiales y, navegando en la tor- Carta de Venezuela
menta de los problemas administrativos, hace lo que puede.
Por ahora, forma profesores de música y danza tradicio-
nales de todas las regiones del país y cuenta con tres
investigadores a quienes no puede dotar de gran capaci-
dad de movimiento, pues no cuenta con recursos para
La nueva Monte
financiar programas de investigación, viajes, publicacio-
nes ni grabaciones. Lo que estas personas logran hacer
es gracias a esfuerzos y conexiones particulares, pero
Ávila
por lo general deben aguardar que la información les
llegue aunque presientan el peligro de desaparición de
muchas expresiones folklóricas. Tampoco ha podido concretar
- la Escuela convenios con las universidades de Lima y
del interior del país que, a través de sus departamentos
de proyección social, hacen labor de folklore pero en-
tendido libremente y quizá contribuyendo sin proponér-
F
JLJl observador reciente de la vida cultural venezolana
selo a su corrupción; esas universidades incluyen unas
pocas materias sobre folklore en las especialidades de podría creer en un súbito, sorprendente y soberbio re-
antropología, etnología y sociología, por eso aquéllos que nacer de su mundo editorial. Así, en septiembre de 1990
se celebró en Caracas la Primera Reunión de Expertos
x^CartasL
derAmérica
sobre el Mercado Común del Libro Latinoamericano y, racas de un Feria Internacional del Libro —sería, sin
apenas apagados sus ecos en la prensa, tuvimos, en di- más, la primera— para 1991.
ciembre, el Encuentro Regional del Libro. En ambos eventos, Por aquí, podríamos delimitar el alcance del eventual
con el inevitable tono triunfalista de este tipo de actos renacimiento editorial venezolano. Pues, pese al innega-
(se llegó a hablar de desbancar a España ante los lecto- ble esfuerzo de sellos como la Biblioteca Ayacucho (que
res del continente), se tomaron las medidas de rigor — prosigue el proyecto de Ángel Rama de ofrecer una es-
seguramente tomadas otras tantas veces— para crear ese pecie de catálogo esencial de autores latinoamericanos,
«mercado común del libro» en Hispanoamérica, supri- pero cuya escasa promoción dentro y fuera del país con-
miendo las barreras entre los diversos países. Ya con vierte en invisibles sus títulos), Fundarte {resucitada prác-
acentos más realistas, se insistió en lo que sería, desde ticamente en los últimos meses y dedicada por vocación
luego, el punto de partida: fomentar la lectura, erradi- a escritores nacionales), la Universidad Central de Vene-
car el analfabetismo, tratar el libro como producto eco- zuela, (tan paralizada editorialmente hasta hace unas se-
nómico además de como bien cultural y obtener el reco- manas que pudo estar un par de años sin director de
nocimiento del sector editorial como industria. publicaciones) y de empresas comerciales como Alfadil,
El año se ha cerrado, igualmente, con la «toma» del Planeta Venezolana, Pomaire y alguna otra (que en 1990
metro de Caracas por catorce editoriales, que primero han puesto en circulación, entre todas, poco más de me-
regalaron libros bastante desordenadamente en una jor- dio centenar de títulos de autores venezolanos), la que
nada y luego instalaron un especie de feria subterránea pudiéramos llamar con suficientes razones «nueva» Monte
a lo largo de una semana, ofreciendo tres mil títulos Ávila, reina holgadamente por encima de sus competidores.
con descuentos. No sabemos —no se han publicado cifras- Después de unos cuatro años en que el equipo ante-
Ios resultados de esta inmersión literaria en el metro rior llevó a la editorial del Estado venezolano práctica-
seguramente más pulcro, aséptico, vigilado y prohibiti- mente al nirvana (en 1989, se publicaron 22 títulos, más
vo —pero también barato— del mundo, cuya fría y casi 5 en coedición), el nuevo Ministro de Cultura, José Anto-
deshumanizada eficacia es contrastada una y otra vez nio Abreu, quiso imprimir una dinámica excepcional —
por columnistas sin tema con la turbulenta cotidianei- por no decir faraónica— a un sello tan decaído. El cam-
dad de la superficie caraqueña. bio de equipo, realizado a finales de 1989, se vio acom-
La Feria del Libro de Monte Ávila Editores, culminan- pañado de un incremento sustancial del presupuesto. De
do en los espacios abiertos del complejo cultural «Tere- hecho, éste no había dejado de disminuir desde la crea-
sa Carreño» una veintena de ferias similares celebradas ción de Monte Ávila en 1968: comenzó en ese entonces
por todo el país durante 1990, es otro de los hechos ca- con un millón de dólares, terminó siendo de cien mil
paces de atraer la atención. Con envidiable sentido del dólares en 1988, por la devaluación del bolívar, la mone-
espectáculo, Monte Ávila ha logrado superar la noción da venezolana. Monte Ávila cuenta ahora con un presu-
habitual en el país de mera exposición y venta de libros, puesto similar al de veinte años atrás, (un millón de dó-
organizando en paralelo todo tipo de conferencias, reci- lares para 1990, un millón cuatrocientos mil para 1991).
tales, foros y hasta sesiones de boleros... Si ya resultaba Hay que decir que el nombramiento de los actuales
interesante ofrecer 700 títulos de su fondo «a precio vie- gestores de la editorial causó bastante sorpresa. Después
jo» —es decir, con el mismo con el que salieron al mer- de tener a su cabeza y en los cargos directivos a intelec-
cado hace cinco, diez y hasta viente años—, además del tuales de larga trayectoria como Juan Liscano, Oswaldo
centenar de títulos que ha lanzado en 1990, la concen- Trejo, Guillermo Sucre —todos previos, por cierto, a la
tración de un centenar de escritores en múltiples actos etapa de decadencia— y de haber sido fundada por un
durante dos semanas ha sido un elemento clave del éxi- editor tan experimentado como el español Benito Milla,
to de estas jornadas. Monte Ávila quedaba en manos de lo que aquí se ha lla-
Galardonada por la Cámara Venezolana del Libro co- mado «la generación de relevo», con un edad media de
mo «Editorial del año 1990», Monte Ávila ha coronado treinta años y un breve curriculum de revistas y suple-
su festejada trayectoria anunciando la celebración en Ca- mentos culturales: el poeta Rafael Arráiz Lucca como
.partas)
139 (ac^AméfiQ^
director general, el periodista y narrador Sergio Dahbar Este balance impecable necesita, sin embargo, algu-
como gerente de producción y la crítico de cine Silda nos matices. Las malas lenguas —de la competencia, desde
Cordoliani como gerente editorial. Cabía la duda. luego— aseguran que, vaciados los depósitos, han vuelto
Por otra parte, y pese a su mortecina andadura de a irse llenando con los nuevos libros no vendidos, Y mi-
la segunda mitad de los ochenta, Monte Ávila era una rando de cerca las cifras proclamadas por la misma Monte
editorial con historia, con relevancia continental, con un Ávila, resulta desconcertante el que, cuadruplicados los
catálogo de casi un millar de títulos —equivalente, casi, títulos en un año, las ventas sólo se hayan duplicado
a lo publicado por la mayoría de los demás sellos nacio- (1989: Bs. 6.400.000; 1991 -hasta noviembre inclusive-:
nales en los últimos veinte años—. Bs, 12.000.000). ¿Hasta qué punto, entonces, resulta ló-
Sin embargo, el balance de la nueva gestión ha resul- gica esa brusca expansión, de 27 a 106 títulos, que llega-
tado más que satisfactorio. A la retahila de quejas y la- rán a 150 este mismo año? ¿Responde a alguna necesi-
mentos que aparecían periódicamente en la prensa año- dad del mercado nacional, súbitamente descubierta, o
no es más que otro gesto voluntarista y desproporciona-
rando los fastos perdidos, hay que oponer una cantidad
do del gobierno o el ministro de turno? ¿Y hasta cuán-
mucho mayor de elogios —y ni una sola crítica— publi-
do puede «inflarse» Monte Ávila, sin reventar propiamente,
cados a lo largo de 1990. No en balde, una de las prime-
sometida a tal ritmo?
ras medidas del nuevo equipo fue pagar los derechos
de autor retenidos desde hacía tiempo... Por lo demás, la uniformización de colecciones —redu-
cidas a 14— y de formatos —de 11 han pasado a ser
4—, la efectiva modernización de las carátulas, el inne-
•
gable nuevo estilo gerencia!, no han ido acompañados
de un cambio similar en la oferta de títulos. Es un he-
La nueva Monte Ávila Editores tiene en su haber, ade-
cho que Monte Ávila hereda, más de una serie de con-
más de la veintena de ferias nacionales —cuyas ventas
tratos que ha tenido a bien cumplir, un catálogo esen-
han permitido vaciar un par de enormes depósitos—, la
cialmente literario y desbalanceado. Valga este ejemplo:
participación en 25 ferias internacionales del libro; con-
150 títulos de poesía contra 2 dedicados a cine. Si está
tratos de distribución —y el comienzo, sobre todo, de
presente un centenar de autores internacionales y unos
su efectiva circulación— en varios países (México, Co-
doscientos latinoamericanos, sigue siendo mayoritaria-
lombia, Argentina, Chile...); la reaparición de la revista mente venezolana. A la hora de volver a proyectarse —o
Folios, bimestral informativo; la reestructuración y re- de hacerlo por primera vez efectivamente— a escala con-
mozamiento de sus colecciones, que habían llegado a ser tinental, acorde con su nuevo nombre de Monte Avila
39, con poco o ningún criterio respecto al contenido de Latinoamericana, y de alcanzar incluso eventualmente
muchas de ellas; y, sobre todo, el lanzamiento de 106 el mercado español, el abanico de 1990 resulta insufi-
títulos en un año. ciente. Cierto que la excelente traducción de La ciencia
Del lado de los proyectos, ya mencionamos la primera jovial («La Gaya Scienza») de Nietzsche, alabada por El
Feria Internacional del Libro, a celebrarse en Caracas País madrileño, la de El Cancionero de Umberto Saba,
en 1991; existe un plan de condiciones con toda una se- de Crítica de la crítica de Todorov o de La escritura del
rie de instituciones nacionales (desde la central sindical desastre de Blanchot son apreciables en el marco de nuestra
obrera, CTV, hasta la Universidad Central de Venezuela, lengua. Pero aparecen como excepcionales ante el lector
pasando por el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo extranjero —al que se quiere declaradamente llegar-
Gallegos, CELARG, y el Banco del Libro, especializado en un conjunto en el que predominan autores naciona-
en ediciones infantiles) y se estudia la misma posibili- les, muchos de ellos cor su primer libro, y algunos de
dad con sellos extranjeros; se va a crear, en París, una los inevitables consagrados, de los que se han publicado
librería hispanoamericana; y, de nuevo, lo impactante este año dos y hasta tres títulos seguidos.
es la cantidad de títulos programados para 1991: 150.
• Julio E. Miranda
140
El conflicto del Golfo por principio esté a favor de la resolución de los con-
flictos internacionales por la via del diálogo diplomáti-
co. Me respondió diciendo: «Póngale bigotes a Cuahuté-
BASES
1 El Premio se otorgará para distinguir a aquellas • Seis personalidades, españolas e iberoamerica-
personas o instituciones que hayan destacado en la nas, con especial y significada sensibilidad hacia el
defensa del entendimiento y concordia con los pue- mundo indígnea.
blos indígenas de Iberoamérica, en la protección de • El ganador.del Premio en la convocatoria ante-
sus derechos y el respeto de sus valores, en armonía rior.
con el espíritu que anima la conmemoración del
Quinto Centenario. 5 Presidirá el Jurado el Secretario de Estado para
la Cooperación Internacional y para Iberoamérica,
2 Podrá ser candidato al premio cualquier perso- que tendrá voto de calidad y designará a un Secreta-
na o institución, del ámbito iberoamericano, propues- rio, sin voto.
ta de acuerdo con estas bases.
6 El Premio podrá declararse desierto, en cuyo ca-
3 Podrán proponer candidatos al Premio las Univer- so su dotación no podrá ser acumulable. No podrá
sidades, Academias, Organizaciones no Gubernamen- concederse a título postumo.
tales e Instituciones de España e Iberoamérica vincu- El fallo del Jurado será inapelable.
ladas al mundo indígena. También podrán proponer
candidatos cada uno de los miembros del Jurado. 7 El Premio consistirá en una dotación, en metáli-
Las propuestas, convenientemente documentadas, co, de cinco millones de pesetas, y una medalla de
deberán remitirse al Instituto de Cooperación Iberoa- la efigie de Bartolomé de las Casas.
mericana, antes del 15 de agosto de 1991, haciendo
constar en el sobre la mención PREMIO BARTOLO- 8 La entrega del premio se realizará el 11 de no-
MÉ DE LAS CASAS. viembre de 1991, aniversario del nacimiento de Bar-
tolomé de Las Casas, en un acto que se celebrará en
4 El Jurado estará formado por los siguientes Madrid y que consistirá en una intervención por par-
miembros: te del premiado sobre un tema de su especialidad, al
• El Secretario de Estado para la Cooperación In- que seguirá la entrega de la medalla.
ternacional y para Iberoamérica.
• El Presidente de la Agencia Española de Coope- 9 Tanto la actuación del Jurado como todos los de-
ración Internacional. más aspectos de procedimiento se regirán por un Re-
• El Director General del Instituto de Cooperación glamento interno, elaborado y aprobado por el ICI
Iberoamericana. a estos efectos.
c AGENCIA ESPAÑOLA
DE COOPERACIÓN
INTERNACIONAL
<nf>
QUINTO CENTENARIO
LECTURAS
r - - «
4¿-
)Egcturá§
nos, y así lo entiende y explica Martínez. Se perdió el
otra gran parte fue conservada y estudiada, se creó un sis una práctica curativa, capaz de tomar a un neuróti-
tercer espacio de mestizaje y se incorporaron porciones co y convertirlo en un sujeto sometido al paradigma de
de la cultura dominante. Este proceso arrojó un resulta- normalidad que se pacte, un hombre sano que, a partir
do en parte armónico y en parte descabalado, sobre to- de su sanidad, puede llegar a ser un buen hombre.
do por los sectores indígenas que no se incorporaron Hay, no obstante, una manera excelente de pervertir
a la europeización del continente, ni en tiempos del do- estas certezas: oponer a Freud lo que se lee en los tex-
minio español ni luego. tos de Freud. Posponer, para siempre, el encuentro de
La distancia de la metrópoli y la necesidad de resol- los hombres con su salvación terrenal, o sea, con el fi-
ver el dominio en el lugar, crean a favor de Cortés un nal de los tiempos. Un modo infalible de matener viva
poder autónomo que él ejerce con arrogancia de adelan- a la vida es conservando su peligro de muerte. Aquí, Freud
tado, dejando a una parte las ordenanzas regias. Se legi- es rescatado de su parálisis cientificista y su medicali-
timiza y hace cumplir sus normas, pero la fuente de la zación por medio de su puesta en abismo, su inmersión
legitimidad es la conquista y no la Corona. Esto le aca- en las fuentes románticas.
rreará problemas de por vida, la final marginación y una Braunstein apela a Lacan en su auxilio, para pervertir
serie de pleitos y juicios de residencia que no se resol- y romantizar a Freud, introduciendo en su discurso la
verán nunca y lo tendrán como postulante inocuo y co- noción de goce, que no es estrictamente freudiana, salvo
mo fallido conquistador de nuevas tierras en América y Asia. que admitamos que Freud no la menciona porque la es-
Cortés siempre propuso respetar el asentamiento de tá señalando a cada rato. Ello obliga, sin disgusto, a que
los indios y conservó buena parte de sus construccio- el psicoanalista deje su papel de médico de almas y se
nes. Creyó que sólo el arraigo hacía posible la domina- asuma como un perverso, como alguien que no soporta
ción y, en este sentido, dando el ejemplo con sus nume- las vacuidades del mundo y se propone gozar del mismo
rosas e ilegítimas coyundas, fundó el mestizaje mexica- como plenitud, como espacio lleno. También nos sugiere
no. Ligado a él, el orgullo patriótico de contar con la una relectura de Freud a partir de sus predilecciones
más bella y populosa ciudad del mundo. literarias, los mitos clásicos y los dispersos fragmentos
Aparte de la historia pormenorizada del personaje y confesionales de cierto romanticismo. En efecto, uno de
su entorno histórico, Martínez examina, al final, la pos- los temas románticos por excelencia es la recurrencia
teridad de Cortés. Desde la novelesca historia de sus huesos, del origen, lugar del supuesto goce, ligado a la insacia-
ocultos y exhumados por unos republicanos españoles bilidad del deseo, el querer schopenhaueriano. El deseo,
en los años de 1940, hasta su fama entre los historiado- roedor del mundo, hace la historia, en tanto su meta
res europeos y americanos, y su obra de escritor. Es es inalcanzable y exterior a todo presente: la total reali-
probable que en este tomo y en sus apéndices documen- dad de lo real. En la oposición del goce y del deseo ins-
tales, el lector halle lo que siempre quiso saber de Cor- cribe Lacan un posible campo psicoanalítico, que pone
tés, todo lo cognoscible de este personaje, y lo que nun- en escena al inconsciente como estructura de lenguaje
ca se atrevió a preguntar. inaccesible que aparece en el discurso, o sea en la pala-
bra dirigida al Otro.
Ética del imposible goce y tratamiento en escucha de
Goce su aparición en el discurso del deseo, el psicoanálisis
Néstor Braunstein apela a lo indecible del cuerpo, su inmediataz inefable,
el úiiimo significado de toda palabra, que no es verbal,
Siglo XXI, México, 1990, 245 páginas.
sino gestual e ipexpreso. En torno a ello, la deriva de
Seguramente, Freud murió creyendo haber practicado las palabras, encadenadas y encadenantes en una red de
una ciencia, tal como la hubiera imaginado un episte- metáforas (meta-feros: ir más allá), hace a lo decible y
mólogo positivista de su juventud: un sistema cerrado a su instantánea aparición/desaparición. Un saber «bo-
de normas destinado a dar cuenta de la química del al- rromeo», un objeto minúsculo (la pequeña letra a) indi-
ma. Algunos de sus seguidores han hecho del psicoanáli- ca el lugar del conocimiento psicoanalítico, en el pasaje-
ro topos donde confluyen los tres registros: el símbolo, Más allá de estas propuestas teóricas, el libro se abre
lo imaginario y lo real. Saber y no conocimiento, en ri- a una definición de ciertas entidades características de
gor, ya que no se trata de un objeto formalizable, conti- la clínica (la neurosis, la histeria, la perversión, la psi-
nuo, ni siquiera formulable. cosis) sin pretender una enciclopedia casuística. Por fin,
Esta perversión (versión en otra dirección, desviación como no era para menos, se plantean algunos de los más
de la doxa freudiana) del psicoanálisis permite abrirlo duros temas del psicoanálisis. El de la libertad no es
al universo de los saberes, sacándolo de su confinamien- el menor: ¿puede el hombre querer lo que desea, que-
to curativo y del encierro de la jerga, del sociolecto. En rerlo «libremente» como resultado del tratamiento, que
efecto, al centrar la búsqueda en el goce, se conecta con le permite identificar el deseo que lo demanda y encon-
la antropología existencial, también de cuño romántico. trarse con él? ¿Es el psicoanálisis una ética de la autog-
Kierkegaard ya se propuso una ciencia del pecado origi- nosis a través del otro y del Otro, del psicoanalista y
nal como estudio de la falta, de la carencia primigenia, del inconsciente, por medio de la cual llegamos a la rea-
a partir de la cual el hombre se define como animal an- lidad fronteriza del ser con la muerte y asumimos el
gustioso, que siente como ausente aquello que nunca tu- «doloroso sentir» que es la vida?
vo y jamás recuperará. Lo junto, lo unido, lo sagrado El psicoanálisis no cura al hombre, porque el hombre
(la Cosa: das Ding, das Ting de los antiguos germanos, es un ser incurable que desea lo imposible y no se resig-
el sagrario de la aldea tribal), el mito (lo que nunca ocu- na a dejar de desear, al menos en nuestra cultura occi-
rrió y se recuenta perpetuamente), la absoluta alteridad dental de la identidad y la historia, es decir del decir.
(aquello que no tiene historia), la madre, tal vez Dios Esta recuperación de la herencia freudiana para la con-
(materno, en este caso y en otros), el paraíso donde no dición trágica del animal deseante obliga a repensar no
trabajábamos ni enfermábamos ni moríamos, pero tam- sólo al psicoanálisis como institución, sino, simplemen-
poco hablábamos, salvo Eva cuando dijo «manzana», etc. te, como práctica personal. Lo que ocurre en una con-
sulta, a solas los dos, se convierte en el teatro de la his-
En el fundamento de las religiones está el sacrificio
toria universal. Nada menos que eso viene a decirnos
(ver pág. 37) y el sacrificio es consustancial al goce. A
Braunstein, si es que eso se puede decir. Mientras tanto,
su vez, al prohibirse el goce, se instaura la ley. Queda,
este libro tan comedido y provocador, acaba ilustrándo-
por tanto, en la memoria mítica del sujeto, la Cosa, esa
se con un escena supuesta: Sigmund Freud recibe en su
huella de lo que nunca habrá. Aquí los caminos se bifur-
consulta de Buenos Aires al marqués de Sade y éste,
can: la pulsión lleva a la muerte y se compensa con el
tumbándose obscenamente en el diván, dice: «Lo escu-
narcisismo del yo; el amor produce la alucinación de
cho, mon cher.»
la unidad cuando, en rigor, es dación de lo que no se
tiene (ofrenda de la castración). Pero, al menos, en esta
instancia, según observa Lacan, el amor permite, con in-
El merodeador. Tentativas sobre filosofía y literatura
termitencias, hacer deseable el goce.
Enrique Lynch
Alejado infinitamente del origen y de la meta, el hom-
Anagrama, Barcelona, 1991, 228 páginas
bre es, en la perspectiva lacaniana de Braunstein, ese
animal imposible que no admite su imposibilidad y, por Ya en La lección de Scheherazade (Anagrama, 1987),
ello, dice. Su elocuencia es el sistema de su impotencia el filósofo argentino Lynch planteaba la reivindicación
y la fantasía de su omnipotencia. De ahí que me parezca del saber narrativo (mítico, si se prefiere) como enrique-
perverso (dicho sea con todo respeto por la felicidad de cedor frente a la tradición, propensa al raquitismo, de
cualquier perversión) este proyecto de situar al psicoa- ia filosofía occidental, consistente en reducir la varie-
nalista en el lugar donde él espera y se deja demandar dad de lo que ocurre a la estrechez del concepto. Ahora,
por la espera ajena, en dirección, ambas, a la plenitud a este matiz se añade la proclamación de un radical (y
mítica del goce, aquello que nunca se tuvo y se da por provocativo) escepticismo: «...no hay razón, verdad tam-
perdido. poco, ni posibilidad de acuerdo entre verdades que se
148
digan racionales. Sólo quedan los gestos, cuando son de va convirtiendo, como corresponde, en la autobiografía
buena voluntad, y el rumor de las querellas que, a ve- de alguien que piensa a partir de una cultura recibida
ces, sirven de motivo para un cuento». y sospechosa de no haber dicho todo.
Lynch reflexiona que le han quedado, a pesar de los
años y de la fallida apuesta de su generación latino-
americana (identificar el saber con el quehacer históri- B. M.
co, político), dos cosas: el acento porteño y el culto por
la filosofía como dificultad. Misteriosamente, ambos se
confunden en la identidad extrañada del emigrante, del
que carece de referencias fijas y piensa a partir de «no- Como vino al mundo
saber-dónde-está». Néstor Bondoni
En esta encrucijada, nuestro autor se encuentra
Vinciguerra, Buenos Aires, 1991
con los planteamientos del nihilismo contemporáneo, a
veces epígono de Nietzsche y Heidegger, a veces Debería comenzar refiriéndome a la entrañable trans-
amablemente posmoderno. Tener razón, diseminar parencia, de humanismo y lenguaje, que ofrece a todo
verdades es, cuando menos, de mal gusto. Y, a partir lector digno Como vino al mundo, ese nuevo libro del
de esa errancia, el panorama de la vida humana se trans- argentino Néstor Bondoni que acaba de aceptar para su
forma en una comedia de las equivocaciones en clave publicación la editorial porteña Vinciguerra. Porque es-
de tragedia, cuyo paradigma ve Lynch en el Ótelo sha- casas novelas de hoy logran exhibir una prosa como és-
kespiriano. ta, de ley, cuya diafanidad y tersura mal esconden a la
Pero queda la posibilidad de los obstáculos secretos, vez una honda experiencia de la literatura, que no es-
y eso es lo que puede aún hacer la filosofía. Merodear quivó inclusive en su momento compartir las exigentes
estos obstáculos, como propone el título de esta misce- barricadas de la vanguardia, pero que consigue ahora
lánea, e internarse en alguna de las perplejidades mayo- —como debe ser— presentarse con aire corriente y na-
res de la modernidad en crisis. Descartes sirve de guía tural, saludable y maduro, sin maquillajes, sin excesos,
cuando nos cuenta cómo llega a saber y este cuento se pero también con honda densidad, con grave carga. Diá-
convierte en un calidad del saber. Canetti reflexiona so- logos logradísimos, por ejemplo, cuyo origen no es otra
bre la cuantificación abstracta de nuestras sociedades escritura sino la vida misma, se integran aquí límpida-
industriales y democráticas. Ortega se debate en el in-
mente con el fluir del texto, sin llegar a perder su reso-
cierto lugar de la historia, donde la razón y la vida jue-
nancia ni su soberanía.
gan a entenderse mutuamente y, quizás, a reconciliarse.
Freud, con gusto o a su pesar, nos propone la narración Y hay algo más, aquí, no menos poco desdeñable. Sin
como hermenéutica de la narración, en una suerte de grandilocuencia pero sí con elocuencia innata, de rango,
narración proliferante e infinita cuyo modelo puede es- aquí nos habla y se habla de un universo que sólo rara
tar en Las mil y una noches (el sueño, acicate fundamen- vez habita hoy (por desdicha) legítimamente los libros
tal de una posible/imposible hermenéutica freudiana, sue- argentinos: la llanura bonaerense, sin embargo uno de
le ocurrir de noche). Shakespeare, ya se dijo, aporta su los ámbitos indudablemente fundacionales de nuestra li-
modelo trágico de comedia de errores. Y, a partir de teratura. Nacido precisamente en Capilla del Señor, autén-
la agonía de Kant narrada por Quincey sobre Wasianski ticamente hombre de campo, aunque afincado desde ha-
y releída por Lynch en dos momentos de su historia co- ce no poco tiempo —por razones que luego se veran-
mo lector, la reunión de la filosofía y la literatura en en la gran ciudad, Néstor Bondoni nos introduce en sus
un mismo campo de lectura, preocupación de muchos dominios (dominios que, como toda patria de una infan-
pensadores actuales. cia, son a la vez de la memoria y de la imaginación)
No obstante su carácter misceláneo, este libro contie- no sólo con cultura sino también con solvencia.
ne unas insistencias que le dan unidad y, sobre todo, Sabiamente alejado tanto del apabullante color local
un tono sostenido de narración amena y aguda, que se como del no menos riesgoso regionalismo a priori, que
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sólo en muy altos casos consigue trasponer las aparien- que aquí se anima, humilde pero orgullosamente, a pre-
cias, no resultará entonces sorprendente conocer que el sentarla ante los buenos lectores a quienes va dirigida.
autor fue activo participante de nuestras ya legendarias
vanguardias estéticas. Junto con su hermano Osmar for-
mó parte, durante la década de los cincuenta, del grupo Rodolfo Alonso
nucleado alrededor de la revista Poesía Buenos Aires y,
justamente con dicho sello, dio a conocer uno de sus
dos únicos libros aparecidos hasta ahora: Travesía, rela-
tos, publicado —como el otro— en 1957, pero el segun- Orígenes
do: La boca sobre la tierra, su novela inicial, por vía de
(La Habana, 1944-1956), VII volúmenes,
aquellas beneméritas Ediciones Doble P de Carlos Pre-
El Equilibrista (México)
looker capaces de lanzar, por ejemplo, la opera prima
de un David Viñas. Ediciones Turner y Quinto Centenario, Madrid, 1991.
Así se entiende, para quien se alarme por la aparente- Edición facsimilar con una introdución e índice de auto-
mente sorpresiva irrupción de este escritor formado, ca- res de Marcelo Uribe.
bal, pleno, que a muchos pudiera parecer surgido de la
Cuando uno oye —por aquí y allá— que el Quinto Cen-
nada, la indudable calidad que alcanza esta nueva nove-
tenario no se debería celebrar, arguyendo variopintas razones,
la suya: Como vino al mundo. Porque además de una
uno encontraría en esta misma edición facsímil motivos
vivencia honda, auténticamente afectiva, de su medio y
para ello. La proliferación de ediciones coeditadas por
de su gente, nunca superficial apenas, se desprende de
Quinto Centenario es una de las formas más inteligentes
ella (como ya dijimos) también una no menos honda, autén-
y duraderas de celebrar no sólo el inicio del descubri-
tica y efectiva experiencia de la mejor literatura, Y todo
miento del mundo americano sino su desarrollo poste-
ello se apoya además sobre una sólida dimensión ética,
rior; lo que políticos, poetas y escritores diversos han
discernible a través de una anécdota que no sólo explica
ido creando en una lengua común, el español. Una de
ese largo silencio de décadas, en este escritor de raza,
me abstendré totalmente de soslayar. Después de aque- esas magnas creaciones está en esta revista, primorosa-
llos dos libros publicados simultánea y tempranamente, mente editada ahora al cuidado de Marcelo Uribe quien,
enfrentado con la agria disyuntiva de dedicarse a escri- en un extenso prólogo del que sacaré las noticias que
bir o mantener dignamente a su familia, Néstor Bondo- siguen, hace la historia de ese grupo de escritores cuba-
ni decidió —a conciencia— optar por el silencio. Lo que nos que, reunidos en el espacio de Orígenes, publicaron
no deja de implicar también una evidencia de su fanáti- no sólo lo mejor de su país sino a varias de las voces
co respeto por la tarea literaria. más singulares de América :(incluida Norteamérica) y Europa.
Esta novela, entonces, Como vino al mundo, lograda Orígenes se inicia en 1944 en Cuba cuando esta nación
y tocante como es, no ha surgido de la nada, no brota contaba unos cinco millones de habitantes. En La Haba-
de repente. Madurada, junto con su lenguaje y los mun- na se distribuyeron unos veinte ejemplares y nunca al-
dos que inviste, a lo largo de años y años de voluntaria canzó una tirada mayor de 300 ejemplares. Como algún
afasia, ella representa y, es más, de algún modo culmi- barroco (el Quevedo poeta o el brasileño Gregorio de Mattos)
na (esperemos que por el momento) una trayectoria ar- el referente fue exiguo aunque su influencia eximia. La
tística y humana a la que signan, para mi modesto en- revista la codirigieron José Lezama Lima y José Rodrí-
tender, una contenida devoción, un encendido decoro, una guez Feo. Éste último se había criado y estudiado en
limpia y serena dignidad. Me enorgullece entonces, a mí, Estados Unidos y fue decisivo, no sólo porque se impri-
que siendo un muchacho tuve la oportunidad de com- mía con su dinero sino también por sus traducciones,
partir el trato más que afable del autor y presentir de sobre todo del inglés. Recordaré ahora sólo las de Eliot
antemano esta eficaz obra futura que habría de cuajar, (pertenecientes a Cuatro cuartetos) y a Stevens. Obvia-
que hoy se ha hecho presente, poder volverme el mismo mente Lezama fue el espíritu de la revista, el «maes-
150
te, el jardín resulta ser, aunque abrumado por la deco- El Renacimiento matiza el jardín al sacarlo del ámbi-
ración vegetal y el olvido, una cifra de las delicias incestuosas. to estrictamente privado y darle cierto carácter público.
Los romanos añaden al jardín, la gruta, espacio que Los jardines de algunos señores renacentistas se sitúan
tanto apunta al sepulcro como al origen claustral de la en puntos elevados de la ciudad, balcones naturales, te-
vida. Entre los árabes, el claustro deviene patio, la abierta rrazas o miradores (los belvederes), con el nombre del
intimidad de la casa. Es un lugar privado, que no pene- propietario en el pórtico. Así los describe León Bautista
tra la mirada exterior, pero que se abre a las figuracio- Alberti, uno de los principales doctrinarios de la arqui-
nes cósmicas del cielo. tectura humanista. El hecho de que, ya desde el siglo
En los jardines medievales y renacentistas aparece el XII, se confíe a los arquitectos el diseño de los jardines,
laberinto, lo cual supone la incorporación de cierto es- indica que se concede al jardín la dignidad de un edifi-
cio, algo que se exhibe ante la sociedad. El jardín es
pacio de itinerario dentro del mismo jardín. El laberin-
patrimonio y obra. Es lugar de reunión para iguales (por
to es un camino de ida que es, al tiempo un camino de
ejemplo: los Mediéis y los neoplatónicos florentinos) pe-
vuelta. No se puede salir de un laberinto sino volviendo
ro no ya para aislarse y ensimismarse. La belleza del
sobre los pasos, retornando a la entrada (salida). En ciertos
mundo se considera desde una perspectiva privilegiada.
códigos herméticos, es emblema del mundo como cos-
Es, justamente, el belvedere: el cosmos como algo bello
mos, como orden. Si tomamos el juego de la oca, por
a la vista.
ejemplo, advertimos que la casilla 42 se denomina justa-
mente, laberinto, y que duplica al número 21, que en El manierismo transforma el jardín en espacio escéni-
co basado en especulaciones visuales de la perspectiva
el tarot es emblema del cosmos. El laberinto, hacha do-
y acudiendo a la arquitectura del agua (ejemplo culmi-
ble, es un doble mundo, donde ir es venir. De algún mo-
nante: el «teatro de agua» de la Villa d'Este en Tivoli).
do, el jardín monástico es también un emblema, el del
La naturaleza —nichos y grutas— se torna, paradójica-
huerto concluso, una de las advocaciones de la Virgen
mente, falsa. El sonido alcanza la misma importancia
en sus letanías. El jardín con la fuente de la vida en
que el espacio y el volumen de muros de piedra o verdu-
medio se duplica en nostalgia del origen perdido y espe-
ra. El espacio circunscrito por paredes de agua crea lu-
ranza de la meta recuperada, el Paraíso celestial.
gares de aislamiento dentro del encierro del jardín. Hay
Durante el Renacimiento irrumpe un nuevo contorno un jardín dentro del jardín, el llamado jardín secrete-
de jardín, el redondo (ejemplo: el jardín botánico de Pa- Dioses paganos y figuras legendarias o históricas de
dua). Se dice que su inspiración está en alguna literatu- la antigüedad clásica pueblan el jardín humanista. A menudo,
ra esotérica, como el Sueño de Polifilo de Francesco Co- los habitan los mismos hombres de la Iglesia contrarre-
lorína (1467), donde Citeres, reino de Venus, tiene un jardín formista, que han prohibido al vulgo todo contacto con
circular. La Virgen María es desplazada, en la imagine- imágenes de la paganía. Se eligen, normalmente, lugares
ría neopagana del humanismo, por Venus: a la diosa te- elevados para su instalación (la villa Caprarola, en el
lúrica sucede la diosa marina. A la quietud del feudo, Lacio), montañas que contienen secretos y que dotan al
la movilidad del océano, cruzado por aventureros y co- conjunto de un carácter simbólico iniciático. El jardín
merciantes. El jardín venusino se abre a los caminos del está cruzado de senderos que construyen un camino de
viaje iniciático y renuncia a toda virginidad y encierro. perfección, cuya meta está oculta y es accesible a unos
Es el cosmos, siempre, pero un cosmos múltiple y de pocos elegidos.
zonas inexploradas, codiciables. Una variante curiosa del retorno al origen es el jardín
María-Venus plantea, con sus jardines alternativos, la como escenografía infernal, cuyo ejemplo máximo suele
duplicidad de la constante figura materna: el adentro señalarse en Bomarzo. Vicinio Orsini lo mandó construir
del útero y el afuera del mundo en el momento del par- a mediados del XVI y Mario Praz lo «descubrió» con
to, la madre que retiene al hijo junto a sí y la madre un artículo de 1949, atrayendo la mirada literaria de Cocteau,
que lo arroja al mundo (a la historia), la inhibición del Dalí y Mujica Láinez.
incesto en la fantasía de la madre virginal y la promis- El barroco instaura una dialéctica entre naturaleza y
cuidad del placer en la madre universal e iniciática. artificio. La falsa gruta, la rocalla, la caída del agua ta-
152
liada en la piedra, el chorro acuático dirigido capricho- comedias pastoriles o se disfrazan de ermitaños, en Er-
samente, incorporan la naturaleza circundante al meca- mitages como el de Bayreuth o Petrogrado. El teatro es,
nismo del artilugio. El agua sirve para narrar la fábula finalmente, como el carnaval, un ejercicio de nostalgia
del Diluvio Universal, enésima narración del origen del por el perdido origen: el hombre siempre se disfraza de
hombre, según puede verse, por ejemplo, en los jardines lo que (no) es. Y así lo hace la naturaleza cuando se la
de Boboli (Florencia) y del Pratolino (Toscana). Las aguas convierte en jardín.
arrastran unas piedras que se convertirán en seres hu- El recorrido iniciático tiene su versión «a lo divino»
manos, como en la intimidad húmeda de la madre, la en los jardines sagrados del catolicismo, como el Bom
masa informe del embrión da lugar a la forma corporal Jesús de Braga y el Bosque de Belén en el hospicio de
definitiva del nonato. Kuks (Bohemia). Se talla la roca viva, símbolo del alma,
En 1599, Buotalenti, en el citado Pratolino, propone como en Bomarzo.
una innovación morfológica que da lugar al jardín ba- Durante el siglo XVIII se construyen jardines celebra-
rroco: se suprime el eje y la traza se convierte en irre- torios. Blenheim, en Woodstock, recuerda la batalla ho-
gular. Desaparece toda simetría: un siglo más tarde, los mónima, librada en 1704 y que valió al propietario el
ingleses empezarán a denominar romantic a este tipo de ducado de Marlborough. Sus árboles reproducen el or-
jardín. El origen se traduce en gozosa promiscuidad, en den cerrado del regimiento vencedor. El siglo ilustrado,
Edad de Oro (ejemplo: el casino de Parma). valga la redundancia, ilustra sus jardines con anécdotas
El jardín barroco acaba siendo un teatro, alegoría de eruditas y enciclopédicas. Ruinas griegas, pagodas, pirá-
un mundo sin origen, ya que la fábula original es tam- mides egipcias, templetes más o menos clásicos anecdo-
bién una ópera cortesana provista de autómatas, órga- tizan didácticamente estos jardines. Son como la mamá
nos musicales ocultos y pabellones de verdura que, su- que enseña al niño los rudimentos de la civilización y
gestivamente, se denominan «salones». El hombre de la el imperio que colecciona antigüedades depredadas en
corte, disfrazado de pastor, se interna en una naturale- sus lugares de origen (el emperador Adriano lo había
za que la cultura ha vuelto para siempre irrecuperable, ya intentado en su villa de Tívoli). En estos jardines di-
algo meramente supuesto. dácticos la busca del origen consiste en desandar el ca-
El poder del absolutismo restaura la simetría del jar- mino de la historia hasta la gruta donde habitó el pri-
dín (Versalles) y pone en escena la magnificencia de los mer troglodita. Más allá sólo cabe la muda naturaleza
reyes que, como Luis XIV, son, a un tiempo, déspotas, del buen salvaje, otro invento dieciochesco. En rigor, se
arquitectos, jardineros, jinetes, actores y bailarines. La halla lo contrario: el presente como resultado de la his-
corte del Rey Sol asiste a los asedios del mariscal Vau- toria. El jardín es el cosmos histórico del cual surge el
ban como si de espectáculos teatrales se tratase. tiempo indetenible, derramándose hacia el futuro. A fi-
Monstruos y laberintos insisten en el carácter iniciáti- nes del siglo XVIII, no casualmente, aparece la idea de
co del jardín como símbolo. Punto de sutura entre el historia universal.
hombre y su modelo es el espejo de agua, el estanque. El siglo XIX construye unos jardines públicos, multi-
La escala de Jacob abre el jardín barroco hacia el cielo, tudinarios y democráticos. Hay en ellos paisajes de imi-
hacia el supuesto infinito. Estamos en un teatro que ale- tación y esuifas donde prosperan, aclimatadas, especies
goriza el Gran Teatro del Mundo, figura barroca del or- vegetales de países remotos. La historia deviene la his-
den cósmico, un montaje que flota en el vacío sin lími- toria natural del positivismo, Los millonarios norteame-
tes: Atlas sostiene el orbe. Hércules cumple sus doce ha- ricanos, como Henry Huntington y Randolph Hearst, in-
zañas y deviene rey absoluto, la Tierra Madre ofrece sus sisten en su enciclopedia privada. Así ha ocurrido con
aguas y Apolo se refugia en unas grutas que son como el jardin occidental que, en busca del origen, se ha en-
cuartos de baño donde irradia su luz solar y oculta. El contrado con la historia.
agua también resulta teatral. En ella, los personajes jue- En cambio, en Oriente, el jardín taoísta chino es el
gan con delfines, nadan o bañan a las diosas, como en símbolo del cosmos como unidad (Tao). La roca es el
la Granja de San Idelfonso. Los cortesanos representan yang y el estanque de agua, el yin. Las flores sirven de
contorno, de dibujo. En los monasterios, el jardín es un El ojo platónico (punto de sutura entre el fuego exterior
espacio de contemplación o meditación. Es seco y mine- del mundo y el interior del alma) es un espejo doble
ral. No se recorre, sino que se considera desde el inte- donde se forman las imágenes. El ojo sereno simboliza
rior de las habitaciones. Es un espacio considerable e la verdad platónica: la contemplación estática y desapa-
intocable, similar a lo sagrado. El monje se concentra sionada de las formas que reflejan, como un espejo, a
en la naturaleza (el vehículo) como esencia, o sea como los eternos arquetipos. La vista y lo visto tienen homo-
abstracción. Un jardín sin historia, sin intervención hu- logías, según retomará Goethe. Ya San Pablo (cuyo eco
mana, próximo e intangible. De nuevo, como al comien- frecuente es Borges) advirtió que sólo vemos el enigma
zo, la madre. en un espejo, pero que lo vemos cara a cara: el rostro
que vemos en el espejo es también un enigma y el cono-
cimiento es el reflejo de algo enigmático,
Die Machí der Spiegel. Das Spiegelmotiv in Literatur und Imagen'sin cuerpo, el espejo es el espacio del fantas-
Ásthetik des Zeitalters von Klassik und Romantik ma. La imagen pura, el espíritu. Pero su vacuidad cor-
Erik Peez poral vale por la plenitud imaginaria: hay en el espejo
Peter Lang, Frankfurt, 1990, 463 páginas una ilusión de identidad por la cual el Selbst colma el
mundo, dividido en Yo y No-Yo. Nada es hueco en la
«El poder del espejo» resulta más grande de lo que superficie especular. La mirada autocomplaciente del sujeto
este constante compañero de nuestra civilización parece también resulta colmada. Por ello, el espejo expresa más
poseer. Así lo advertimos en este libro de Erik Peez, donde a la subjetividad que al sujeto, la institución más que
se hace una amplia y minuciosa batida por textos litera- al individuo. Al reflexionar sobre sí mismo, cada sujeto
rios y filosóficos que van desde el neoclasicismo del XVIII, produce un objeto inalcanzable, como es intocable la imagen
con sus antecedentes propiamente clásicos, hasta plan- que se forma en el espejo. En él se consolida una ence-
teamientos realistas y surrealistas, deteniéndose, sobre rrada, prisionera auto-objetividad que convierte al mun-
todo, en el mundo del romanticismo alemán. Manejando do en una cámara de espejos, que reflejan reflejos de
diversos códigos (etimológico, histórico, filosófico), Peez otros espejos, sin que demos nunca con el objeto origi-
examina con detalle, expone con inteligencia, sintetiza nal, el que produjo el primer reflejo «auténtico y fiel».
con maestría y organiza la materia del libro con un ex- E.T.A. Hoffmann convierte en mágico este espejo que
tremo conocimiento panorámico de su asunto, Por fin, nos permite ver como exterior al mundo interior de imágenes
muestra hasta qué punto es cardinal ¡a noción de que subjetivas. Una magia que se coagula en el punto donde
todo imaginario y todo discurso requiere de un espejo, colisionan dos miradas que son la misma y no lo son,
de algún tipo de reflejo, de una reflexión y una especu- o son la oblicua divergencia de un solo y supuesto suje-
lación. El espejo se alza como una de las metáforas fun- to que (se) mira.
damentales de nuestra cultura. También la poesía, para los románticos, es un espejo
El espejo es, por ejemplo, metáfora puntual de la auto- mágico donde puede recuperarse la perdida unidad del
conciencia, de la capacidad espiritual de duplicar la con- origen. La puesta en escena de esta ilusión produce la
ciencia y convertirla en objeto de sí misma. También leyenda (Marchen).
es la puesta en escena de la identidad peculiar sexual Opuesta al espejo es la máscara, que completa el ci-
de cada sujeto, lo que abre un campo segundo, que dis- clo. En ella no se reflejan el sujeto ni el yo, sino el rol
tingue al Yo del Mismo (Ich, Selbst), lo que está fuera social. Detrás de la máscara está el otro espejo, el dioni-
y lo que está dentro de cada individualidad. Finalmente, síaco, el yo personal en la vacilación del deseo. Y de
el hombre, espejo puro, refleja a Dios y deviene espejo todo este complejo surgen los distintos usos que las teo-
del universo, microcosmos. rías estéticas han hecho del espejo (la mimesis del rea-
Como parte de la visualidad, el espejo cumple una función lismo, la imitatio naturae neoclásica, que une-lo imitado
especialmente importante en la cultura clásica, basada y la imitación por un vínculo abstracto). Siempre ha tentado
en la nitidez de las distinciones que surgen de la vista. a la teoría considerar que la obra de arte era una crea-
feturag)
ción segunda, un heterocosmos, simbolizado por la do- mundo visible, en el cual se pierde el yo propio, se vuel-
ble figura del espejo y la lámpara (véase el libro homó- ve siniestro y se aliena, Es la vacilación entre aforismos
nimo de M.H. Abrams). Supuesta un imagen original (Urbild) que tensan una línea del siglo XIX: «Yo soy un Yo» (Jean-
surge la imitación primera, segunda, enésima (Abbildj. Paul) y «Yo es un Otro» (Rimbaud). El yo «propio» como
De nuevo Platón: el eikon es la correcta imitación de doble (Doppelgánger: el acompañante que no deja de es-
la idea y el eidolon o phantasma es la engañosa imita- tar a nuestro lado) causa horror. Se dice que Jonathan
ción hecha por los sentidos. El espíritu será, pues, como Swift, a punto de morir en el delirio, exclamó: «Yo soy
un doble espejo, que recoge una imagen primaria de la yo y filosóficamente ya es bastante». Wells y Borges re-
naturaleza y la devuelve embellecida. Así discurre el neo- cogen esta imagen del hombre que se encuentra con su
clasicismo de inspiración platónica en el XVIII (Gottsched, identidad sólo al expirar. Mientras tanto, el espejo como
lugar del doble, es un laberinto.
Mendelssohn, etc}. Ya Aristóteles, por si algo faltaba, sostuvo
que el hombre es un animal caracterizado por su facul- El romanticismo, en tanto filosofía de la identidad, es
tad de imitación. filosofía del yo y, en consecuencia, de la soledad. Todo
Pero si los neoclásicos consideran que la imitación es lo que rodea al yo es negatividad mundana, no-yo. Fíen-
te es quien más ha tratado este aspecto del «individua-
una fuente secundaria de la creación poética (la prima-
lismo» romántico y su solipsismo en la exterioridad ne-
ria es la actualización de la facultad de conocer), los ro-
gativa del mundo. En este contexto, ei espejo deja de
mánticos cuestionan el hecho de que la poesía sirva de
ser la expresión de la libre subjetividad humana y resul-
instrumento al saber, que es producido por intuición en
ta ser una mera repetición que no alcanza ningún lugar
la creación poética misma como sujeto.
trascendente. Fichte intenta salir de este encierro por
A su vez, como la infinita totalidad no puede reflejar-
medio del «pensar el pensamiento» (no tan sólo lo pen-
se, todo espejo romántico es fragmentario, está roto. To- sado por el pensamiento), helicoide sin final que consti-
do espejo es fragmento del espejo total e imposible. En tuye uno de los desafíos característicos de la reflexión
cada trozo, no obstante, aparece la entera naturaleza co- romántica.
mo sistema de mágicas correspondencias. «Lo bello es
Reaparece Jean-Paul para describirnos el arte como
una representación simbólica de lo infinito», aforiza Wilhelm
un espejo platónico, ese punto de indiferencia entre los
Schlegel. O, si preferimos el vocabulario hegeliano: re-
polos objetivo y subjetivo, suerte de reconciliación ideal
presentación de lo absoluto en un momento determina- entre el yo y el mundo. Pero la síntesis vuelve a mover-
do de la historia. En términos figurativos, Schiller afir- se, pues los románticos intuyen (nada menos) la existen-
ma que la poesía es una síntesis de ojo, mirada y espejo. cia del inconsciente, un instinto o impulso que da senti-
Si el hombre conoce al mundo al reconocerse en él do al futuro, que empuja hacia «adelante».
(Goethe una vez más), el espejo asume aquí la figura del La paradoja del espejo es que no se puede reflejar a
doble y dialéctico conocimiento. La experiencia es el «res- sí mismo, como ocurre con el Selbst. La poesía, mágica-
plandor estético» que ilumina la escena y hace posible mente, es el espejo de lo inexistente, expresión de una
su reflejo especular. Aparece, en este punto, la posibili- esperanza utópica, conformación imaginaria del funda-
dad de que el espejo sea el otro, salvo en el caso del mento. Es un espejo, por fin, pero de agua que fluye.
individuo único, o de la porción única de cada cual, que El yo es un espejo, a su vez, sí se lo considera como
no aparece reflejada en ningún artefacto vivo o mecáni- síntesis que refleja, momentáneamente, la infinita reali-
co. El otro me hace yo con el espejo de su mirada, aun- dad (así lo quiere Novalis). Pero aquí no vamos hacia
que sea un total extraño, o un mero ente imaginario (la lo que no se puede reflejar, sino, apenas, postular: la
amada lejana del romanticismo), en cuyos casos el espe- filosofía como actividad infinita, el yo absoluto, la natu-
jo se torna superficie que oculta un abismo, dando lu- raleza como Dios. Un espejo (de nuevo) ilimitado y, a
gar a la coincidencia, otra vez romántica, entre Eros y la vez, roto. En cada fragmento podemos tomar ejemplo
Caos (Brentano, Stifter, C.F. Meyer). El espejo, en tanto de algo, autoeducarnos.
que yo, se coagula en la mirada del otro, se torna un Friedrich Schlegel dibuja el acto de la creación poéti-
espíritu extraño y atemorizante (Jean-Paul), o réplica del ca como un sujeto puesto entre dos espejos enfrentados,
155 L^tíTras
o sea entre dos infinitas series de una misma imagen, felizmente sus entregas en España, bajo la dirección constante
que se alejan infinitamente de su original. de Rafael Gutiérrez Girardot y Ernesto Garzón Valdés.
¿Qué es, por fin, el artista romántico? ¿Narciso o Pig- En esta miscelánea del profesor Koppen (Universidad
malión? ¿Vive enamorado de su propio fantasma o de de Bonn) se agrupan distintas líneas de estudio: la esté-
la cosa que inventa y dota de cuerpo? Sólo está seguro tica de Croce, las relaciones fotografía-literatura, el com-
de que «ve», en tanto su oponente, el filisteo, está ciego paratismo, el Quijote, Thomas Mann (sus escenarios ita-
ante el espejo de Dios que es la Creación. lianos, su lectura de Cervantes), el cine y la narrativa,
Para complicar y sutilizar las cosas, a partir de Kant, etc. En todos ellos está presente la categoría de literatu-
tenemos al lenguaje y la conciencia categorial como es- ra comparada, en el sentido de la literatura del mundo
pejo del sujeto. Es decir que la conciencia que percibe que nos propuso Goethe: un poso ecuménico de imáge-
los fenómenos y organiza las percepciones concibiendo nes y mitos que los hombres rumiamos, sin agotarlos,
las categorías por medio del lenguaje, obstaculiza a la
a lo largo de la historia.
vez que viabiliza, el contacto terso entre sujeto y objeto.
El espejo sostiene siempre su calidad de intermediario,
prueba que la relación hombre-mundo es, de movida, im-
posible. De ahí la importancia de los mitos románticos Cartas de un joven español
que narran la historia de un hombre que no arroja som- José Ortega y Gasset
bra (Chamisso) o que pierde su imagen especular, su «alma»
Edición y notas de Soledad Ortega. Prólogo de Vicente
(Hoffmann). El artista es aquel hombre capaz de proyec-
Cacho Viu
tar en el mundo una interioridad que él mismo descono-
ce. El espejo se transforma en el lugar donde parece El Arquero, Madrid, 1991, 785 pp.
objetivarse el deseo, el operístico specchio delle mié bra- Recoge este volumen una cantidad de piezas epistola-
me. Así puede contar la historia original como leyenda, res suscritas por Ortega entre 1891 y 1908, es decir des-
fingir, en el cristal, el agua primordial de la ¡Jrquelle,
de que era un niño estudioso de los jesuítas hasta que
Confundirse con la naturaleza en la tersura homogénea
volvió de Alemania para iniciar su trabajo docente en
de la superficie azogada.
la Escuela de Magisterio. Los destinatarios son muy di-
Shelley irá hasta sostener que el poema es el espejo versos: su familia, su novia Rosa Spottorno (a la cual
de la verdad, un reflejo especular e imaginario que constituye envía algunos textos sobre el amor realmente antológi-
al poeta en indeliberado legislador del mundo. Su tarea cos), Francisco Navarro Ledesma, Julio Cejador, hasta
es hacer bella la dispersión, diseminar entre sus frag-
una para Joaquín Costa.
mentos el Eros que constituye un mundo a partir de los
Para el lector de Ortega, estas páginas confesionales,
añicos del universo, como si fuera un espejo roto. Más
autorreflexivas, de formación, constituyen un tesoro in-
que reflejar, revela, quita el velo, elemento que cubre
comparable, ya que encierran la prehistoria intelectual
el espejo al tiempo que lo señala. Luego vendrán los rea-
del filósofo madrileño, a la vez que descubren la penum-
listas con su teoría del fiel reflejo de la realidad en el
bra de su intimidad, tantas veces velada por sus esplen-
arte, pero una realidad a la que, no pudiendo acceder
dores cívicos y profesorales, y tan difícil de exhibir en-
inmediatamente, se llega por medio de las ideas. Y en
el espejo, de nuevo, aparece entonces la cara de Platón. tre la gente de nuestra cultura meridional.
El estudio de Cacho Viu nos narra, en paralelo, lo que
ocurre en la vida intelectual de Ortega y de la Europa
Thomas Mann y Don Quijote contemporánea, mientras estas cartas son escritas. Un
Ervvin Koppen índice onomástico nos permite brujulear en el mar de
Traducción de Rafael de la Vega noticias que todo epistolario nutrido comporta.
Gedisa, Barcelona, 1990, 261 pp.
La Colección de Estudios Alemanes, iniciada por la editorial
Sur de Buenos Aires hace un cuarto de siglo, retoma B.M.
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