Este documento discute la importancia del sujeto en la filosofía moderna y cómo el giro lingüístico del siglo XX reafirmó la intersubjetividad. Explica que el lenguaje humano se basa en pronombres personales como "yo" y "tú" que objetivan a los sujetos que se comunican, mientras que la tercera persona objetiva lo impersonal. También argumenta que esta personalización lingüística refleja una dimensión vivida más fundamental de la experiencia humana, lo que lleva a una ética basada en tratar
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Este documento discute la importancia del sujeto en la filosofía moderna y cómo el giro lingüístico del siglo XX reafirmó la intersubjetividad. Explica que el lenguaje humano se basa en pronombres personales como "yo" y "tú" que objetivan a los sujetos que se comunican, mientras que la tercera persona objetiva lo impersonal. También argumenta que esta personalización lingüística refleja una dimensión vivida más fundamental de la experiencia humana, lo que lleva a una ética basada en tratar
Este documento discute la importancia del sujeto en la filosofía moderna y cómo el giro lingüístico del siglo XX reafirmó la intersubjetividad. Explica que el lenguaje humano se basa en pronombres personales como "yo" y "tú" que objetivan a los sujetos que se comunican, mientras que la tercera persona objetiva lo impersonal. También argumenta que esta personalización lingüística refleja una dimensión vivida más fundamental de la experiencia humana, lo que lleva a una ética basada en tratar
Este documento discute la importancia del sujeto en la filosofía moderna y cómo el giro lingüístico del siglo XX reafirmó la intersubjetividad. Explica que el lenguaje humano se basa en pronombres personales como "yo" y "tú" que objetivan a los sujetos que se comunican, mientras que la tercera persona objetiva lo impersonal. También argumenta que esta personalización lingüística refleja una dimensión vivida más fundamental de la experiencia humana, lo que lleva a una ética basada en tratar
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EL ENIGMA Y EL MISTERIO.
UNA FILOSOFÍA DE LA RELIGIÓN
JOSÉ GÓMEZ CAFFARENA, ¿QUÉ PUEDO SABER, QUÉ DEBO HACER, QUÉ ME CABE ESPERAR?» CON LA COHERENTE ADICIÓN DE QUE LAS TRES PREGUNTAS PODRÍAN VERSE RESUMIDAS EN ESTA OTRA: ¿QUÉ ES EL HOMBRE?. EL «¿QUÉ ME CABE ESPERAR?» ES YA —CASI LITERALMENTE— LA PREGUNTA POR EL «SENTIDO DE LA VIDA». UNA FILOSOFÍA QUE LE DA CABIDA NO PUEDE DESENTENDERSE, AUNQUE CRÍTICAMENTE, DE LO RELIGIOSO ...
El ser humano vive su vida consciente más preocupado de las cosas de
su entorno que de sí mismo; tiende espontáneamente a tenerse por una de las cosas del mundo y sólo mediante un proceso, tanto filogenética como ontogenéticamente paulatino y tardío, llega a «apercibirse» de esa su singularidad de centro consciente capaz de «percibir» todo lo demás, por la que, antes que «cosa entre las cosas», resulta ser «aquel para quien hay cosas». Presenté ya antes, en el capítulo tercero, la compleja vicisitud del «sujeto» en la Modernidad, desde su emergencia con Descartes a sus varias crisis en los siglos posteriores (idealismos y contraidealismos). No es cuestión de repetir eso ahora, pero sí de remitir a lo dicho para que sean comprensibles tanto la presencia y riqueza del tipo filosófico «humanista» en estos siglos, como no pocas de las diferencias entre sus representantes. Tras todas las idas y venidas del pensamiento filosófico moderno, sigue en pie lo esencial de lo que había originado la relevancia del sujeto. Caben superaciones; pero difícilmente cabría una vuelta a formas de realismo premodernas. Un importante reenfoque le ha venido de ese último paso del «giro lingüístico» que se ha ido imponiendo sólo en la segunda mitad del siglo XX. El análisis del hecho lingüístico integral no puede quedar en las dimensiones sintáctica y semántica, olvidando la dimensión pragmática: hablar es actuar. El lenguaje no es sólo sistema de signos, sino sistema de comunicación interhumana. Con lo que retorna como pieza esencial el sujeto: ya que es un sujeto quien dirige mensajes a otro sujeto. Ello supone —sin negar la relevancia moderna de la consciencia pero superando lo unilateral de una pura fenomenología de la consciencia— una esencial intersubjetividad: «hablo, luego existimos», cabe enunciar, superando así los riesgos del cogito cartesiano. Vale la pena ver con algún mayor detalle la solidez de la base lingüística de esta postura. La plena expresión (objetivada) de ambos «hablantes» en «lo hablado» ocurre mediante esa insustituible estructura gramatical que son los «pronombres personales» (yo, tú); que determina todo un complejo sintáctico-semántico, sin el cual no funciona la lengua. A tal complejo pertenecen los deícticos (éste, ése, aquél), que reciben su significación del tipo de alusión que hacen a la primera o a la segunda persona; el tiempo verbal, etc. Es también particularmente «personalista» el sistema de los «modos del verbo» (indicativo, imperativo), que sirven para vehicular algunas de las diversas «fuerzas ilocucionarias». A este juego del «yo»/«tú», que plasma objetivamente a los sujetos actuantes que se comunican, se contrapone lo simplemente objetivo («impersona» llama algún lingüista a la «tercera persona» de la denominación gramática usual): «ello». (Que es susceptible de género: «él, ella» para la plena objetivación —descriptiva — de las personas; en interesante contraste con la situación suprasexual de éstas en su presentación actuante: «yo»/«tú».) Este «personalismo» del lenguaje no es, por lo demás, algo simplemente lingüístico: lo lingüístico es, más bien, signo revelador de algo vivido más fundamental, que pide ser tenido en cuenta en la reflexión filosófica. Más que una teorización metafísica —por otra parte, nada fácil— sobre «el tipo de realidad» que es la humana y se revela en esa «vivencia personal», lo que ella pide es la adopción de toda una actitud práctico-valorativa. Tal fue la profunda intuición de Martin Buber en el que puede tenerse por manifiesto fundacional de la tendencia «personalista». Contrapuso la relación personal («yo»/«tú») con la objetivante («yo»/«ello») y llamó «protopalabras» a estos «pares verbales» que gramaticalmente la expresan6. Más allá del punto de arranque lingüístico, es perceptible una fuerte llamada ética. Actitud ética, cabría definir precisamente, es la que toma a la persona como persona; como lo antiético es su simple objetivación («cosificación» solemos decir hoy). Aparece así algo muy típico del temple «idealista de la libertad»: la relevancia dada a lo ético y a las dimensiones no teoréticas de la vida humana. Podrá influir en la atención específica que dé a lo religioso. En la expresión que le dio Immanuel Kant, el cuestionar de la filosofía es: «¿Qué puedo saber, qué debo hacer, qué me cabe esperar?» Con la coherente adición de que las tres preguntas podrían verse resumidas en esta otra: ¿qué es el hombre?. El «¿qué me cabe esperar?» es ya —casi literalmente— la pregunta por el «sentido de la vida». Una filosofía que le da cabida no puede desentenderse, aunque críticamente, de lo religioso.