EL ENIGMA Y EL MISTERIO. José Gómez Caffarena

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EL ENIGMA Y EL MISTERIO.

UNA FILOSOFÍA DE LA RELIGIÓN


JOSÉ GÓMEZ CAFFARENA,
¿QUÉ PUEDO SABER, QUÉ DEBO HACER, QUÉ ME CABE ESPERAR?» CON
LA COHERENTE ADICIÓN DE QUE LAS TRES PREGUNTAS PODRÍAN
VERSE RESUMIDAS EN ESTA OTRA: ¿QUÉ ES EL HOMBRE?. EL «¿QUÉ
ME CABE ESPERAR?» ES YA —CASI LITERALMENTE— LA PREGUNTA POR
EL «SENTIDO DE LA VIDA». UNA FILOSOFÍA QUE LE DA CABIDA NO
PUEDE DESENTENDERSE, AUNQUE CRÍTICAMENTE, DE LO
RELIGIOSO ...

El ser humano vive su vida consciente más preocupado de las cosas de


su entorno que de sí mismo; tiende espontáneamente a tenerse por una
de las cosas del mundo y sólo mediante un proceso, tanto filogenética
como ontogenéticamente paulatino y tardío, llega a «apercibirse» de esa
su singularidad de centro consciente capaz de «percibir» todo lo demás,
por la que, antes que «cosa entre las cosas», resulta ser «aquel para
quien hay cosas». Presenté ya antes, en el capítulo tercero, la compleja
vicisitud del «sujeto» en la Modernidad, desde su emergencia con
Descartes a sus varias crisis en los siglos posteriores (idealismos y
contraidealismos). No es cuestión de repetir eso ahora, pero sí de
remitir a lo dicho para que sean comprensibles tanto la presencia y
riqueza del tipo filosófico «humanista» en estos siglos, como no pocas
de las diferencias entre sus representantes.
Tras todas las idas y venidas del pensamiento filosófico moderno, sigue
en pie lo esencial de lo que había originado la relevancia del sujeto.
Caben superaciones; pero difícilmente cabría una vuelta a formas de
realismo premodernas. Un importante reenfoque le ha venido de ese
último paso del «giro lingüístico» que se ha ido imponiendo sólo en la
segunda mitad del siglo XX. El análisis del hecho lingüístico integral no
puede quedar en las dimensiones sintáctica y semántica, olvidando la
dimensión pragmática: hablar es actuar. El lenguaje no es sólo sistema
de signos, sino sistema de comunicación interhumana. Con lo que
retorna como pieza esencial el sujeto: ya que es un sujeto quien dirige
mensajes a otro sujeto. Ello supone —sin negar la relevancia moderna
de la consciencia pero superando lo unilateral de una pura
fenomenología de la consciencia— una esencial intersubjetividad:
«hablo, luego existimos», cabe enunciar, superando así los riesgos del
cogito cartesiano.
Vale la pena ver con algún mayor detalle la solidez de la base lingüística
de esta postura. La plena expresión (objetivada) de ambos «hablantes»
en «lo hablado» ocurre mediante esa insustituible estructura gramatical
que son los «pronombres personales» (yo, tú); que determina todo un
complejo sintáctico-semántico, sin el cual no funciona la lengua. A tal
complejo pertenecen los deícticos (éste, ése, aquél), que reciben su
significación del tipo de alusión que hacen a la primera o a la segunda
persona; el tiempo verbal, etc. Es también particularmente
«personalista» el sistema de los «modos del verbo» (indicativo,
imperativo), que sirven para vehicular algunas de las diversas «fuerzas
ilocucionarias». A este juego del «yo»/«tú», que plasma objetivamente
a los sujetos actuantes que se comunican, se contrapone lo
simplemente objetivo («impersona» llama algún lingüista a la «tercera
persona» de la denominación gramática usual): «ello». (Que es
susceptible de género: «él, ella» para la plena objetivación —descriptiva
— de las personas; en interesante contraste con la situación suprasexual
de éstas en su presentación actuante: «yo»/«tú».)
Este «personalismo» del lenguaje no es, por lo demás, algo
simplemente lingüístico: lo lingüístico es, más bien, signo revelador de
algo vivido más fundamental, que pide ser tenido en cuenta en la
reflexión filosófica. Más que una teorización metafísica —por otra parte,
nada fácil— sobre «el tipo de realidad» que es la humana y se revela en
esa «vivencia personal», lo que ella pide es la adopción de toda una
actitud práctico-valorativa. Tal fue la profunda intuición de Martin Buber
en el que puede tenerse por manifiesto fundacional de la tendencia
«personalista». Contrapuso la relación personal («yo»/«tú») con la
objetivante («yo»/«ello») y llamó «protopalabras» a estos «pares
verbales» que gramaticalmente la expresan6. Más allá del punto de
arranque lingüístico, es perceptible una fuerte llamada ética. Actitud
ética, cabría definir precisamente, es la que toma a la persona como
persona; como lo antiético es su simple objetivación («cosificación»
solemos decir hoy).
Aparece así algo muy típico del temple «idealista de la libertad»: la
relevancia dada a lo ético y a las dimensiones no teoréticas de la vida
humana. Podrá influir en la atención específica que dé a lo religioso. En
la expresión que le dio Immanuel Kant, el cuestionar de la filosofía es:
«¿Qué puedo saber, qué debo hacer, qué me cabe esperar?» Con la
coherente adición de que las tres preguntas podrían verse resumidas en
esta otra: ¿qué es el hombre?. El «¿qué me cabe esperar?» es ya —casi
literalmente— la pregunta por el «sentido de la vida». Una filosofía que
le da cabida no puede desentenderse, aunque críticamente, de lo
religioso.

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