El Hablador - Mario Vargas Llosa

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE UCAYALI

FACULTAD DE INGENIERIA DE SISTEMAS E INGENIERIA CIVIL

ESCUELA PROFESIONAL DE INGENIERIA CIVIL

EL HABLADOR

Mario Vargas Llosa

Género Literario: Novela

Estudiante: Nateros Cumapa Shaid Anthony

Curso: Metodología del Estudio Universitario

2023
“Año de la unidad, la paz y el desarrollo”
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1 PROLOGO

En el vasto panorama de la literatura latinoamericana, existen obras que


destacan por su capacidad para trascender fronteras geográficas y culturales,
resonando en lo más profundo de quienes las leen. Una de estas obras inolvidables es
"El Hablador", del renombrado escritor peruano Mario Vargas Llosa.
En este trabajo monográfico, nos adentramos en los laberintos de la selva
amazónica y exploramos las múltiples capas de significado que conforman esta
apasionante novela. A través de un riguroso análisis, nos proponemos desentrañar los
hilos narrativos y temáticos que convierten a "El Hablador" en una obra literaria única y
cautivadora.
En esta historia, nos encontramos con Saúl Zuratas, un antropólogo en busca de
su propia identidad, atrapado entre las rigideces académicas y el deseo de descubrir un
mundo diferente al que conoce. La selva se convierte en el escenario de su
transformación personal, donde los Machiguengas, una tribu indígena aislada, serán
sus guías en un viaje hacia lo desconocido.
A medida que avanzamos en la lectura de "El Hablador", nos sumergimos en los
relatos orales y en la tradición de los Machiguengas, descubriendo la figura central del
hablador. Este personaje mítico y enigmático tiene la capacidad de transmitir
conocimientos, experiencias y sabiduría ancestral a través de la palabra hablada. Es a
través de esta figura que Vargas Llosa nos invita a reflexionar sobre el poder
transformador del lenguaje y su capacidad para forjar identidades y preservar culturas.
A través de este trabajo, nos proponemos adentrarnos en los recovecos de "El
Hablador", acompañando a Saúl Zuratas en su viaje de autodescubrimiento y
explorando los temas universales que esta obra nos plantea. Asimismo, esperamos
que esta monografía sirva como una invitación a los lectores a sumergirse en las
páginas de esta novela y a experimentar por sí mismos la profundidad y el poder de la
palabra escrita.
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CONTENIDO

1 PROLOGO..........................................................................................2

2 INTRODUCCIÓN................................................................................4

3 RESUMEN..........................................................................................5

3.1 Capítulo I...................................................................................................5

3.2 Capítulo II..................................................................................................6

3.3 Capítulo III...............................................................................................10

3.4 Capitulo IV...............................................................................................12

3.5 Capitulo V................................................................................................14

3.6 Capitulo VI...............................................................................................17

3.7 Capitulo VII..............................................................................................20

3.8 Capitulo VIII.............................................................................................23

4 CONCLUSIONES.............................................................................24

5 BIBLIOGRAFIA.................................................................................28
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2 INTRODUCCIÓN

El Hablador es una novela del reconocido escritor peruano Mario Vargas Llosa,
publicada en 1987. Esta obra nos sumerge en una historia fascinante que combina
elementos de la realidad y la ficción, y nos invita a reflexionar sobre la identidad, la
cultura y el poder del lenguaje.
La novela narra la vida de un joven antropólogo llamado Saúl Zuratas, quien se
encuentra en una encrucijada personal y profesional. Saúl, en busca de una identidad
perdida y descontento con su vida académica, decide embarcarse en una expedición a
la selva amazónica peruana. En este viaje, se encuentra con los Machiguengas, una
tribu indígena aislada y enigmática.
El encuentro con los Machiguengas desencadena en Saúl un profundo cambio
en su percepción del mundo y en su forma de entender la realidad. A medida que se
adentra en la cultura y las tradiciones de esta comunidad, Saúl descubre la figura del
"hablador", un personaje mítico y central en la vida de los Machiguengas. El hablador
es aquel que tiene la capacidad de contar historias y transmitir conocimientos a través
de la oralidad.
A lo largo de la obra, Vargas Llosa explora temas como la oralidad, la tradición,
el choque cultural y la búsqueda de identidad. El autor nos invita a reflexionar sobre la
importancia del lenguaje y las narrativas en la construcción de la realidad y en la
preservación de la cultura.
El Hablador es una obra que trasciende las barreras geográficas y culturales, y
nos invita a cuestionar nuestras propias concepciones y prejuicios. A través de una
prosa envolvente y rica en detalles, Vargas Llosa nos sumerge en un viaje fascinante
que nos confronta con nuestras propias ideas sobre la identidad y la manera en que
nos relacionamos con otras culturas.
En esta monografía, exploraremos en detalle los personajes, los temas y las
técnicas narrativas utilizadas por Vargas Llosa en El Hablador, con el objetivo de
comprender más profundamente esta obra y su relevancia en el ámbito de la literatura
contemporánea.
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3 RESUMEN

3.1 Capítulo I

El narrador que es de Perú está de viaje en Firenze para olvidarse por un tiempo
de su país. Planea leer a Dante y Marchiavelli y ver pinturas renacentistas durante
algunos meses, en soledad. En uno de sus paseos, ve una galería que expone
fotografías de los nativos de la selva amazónica peruana. Hasta hace pocos años, la
tribu vivía aislada en la selva, en grupos diseminados, y actualmente comienza a
agruparse en las aldeas que fotografió Gabriele Malfatti, en la región amazónica de los
departamentos de Cusco y Madre de Dios, en el oriente peruano. El nombre de la tribu
castellanizado es machiguenga. El fotógrafo dejó escrito en un papel su pretensión de
mostrar “sin demagogia ni esteticismo” la existencia cotidiana de esa tribu.
En las fotos, el narrador reconoce dos pueblos donde estuvo tres años atrás:
Nueva Luz y Nuevo Mundo. También reconoce caras de hombres y mujeres con
quienes habló durante su visita, con la ayuda de Mr. Schneil, del Instituto Lingüístico.
En particular, reconoce el rostro de un niño que tiene la boca y la nariz deformados por
una enfermedad, y que se muestra ante la cámara con la misma naturalidad e
inocencia con que se había mostrado ante él.
Desde que entra a la galería espera ver una foto, que aparece entre las últimas:
un grupo de hombres y mujeres machiguengas sentados en círculo, con las piernas
cruzadas. Todas sus caras están orientadas hacia una figura masculina ubicada en el
centro de la ronda, que habla moviendo los brazos. El narrador no puede entender
cómo Malfatti ha logrado que lo dejaran tomar esa fotografía.
El narrador quiere conseguir el teléfono del fotógrafo, pero la mujer que está en
la recepción de la galería le dice que el hombre ha muerto a causa de un virus que
contrajo en la selva peruana. Ella le dice que tiene que cerrar la galería y él, antes de
irse, mira una vez más la última fotografía. Ahora no tiene dudas: la figura masculina es
un hablador.
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3.2 Capítulo II

Saúl Zuratas y el narrador se conocieron rindiendo los exámenes de ingreso a la


Universidad y se hicieron amigos. A Saúl le dicen "Mascarita" porque tiene un lunar
morado oscuro que le cubre el lado derecho de la cara y es pelirrojo. El narrador lo
considera la persona más fea del mundo. Es simpático, abierto, desprendido e
instintivo. Es oriundo de Talara. Ahora está en Lima por decisión de su padre Don
Salomón, quien quiso mudarse. Él es judío. En su pueblo natal no era muy religioso,
pero en Lima él y su hijo van todos los sábados a la sinagoga. Mascarita no cree en
Dios pero no le dice nada a su padre para no amargarlo.
Al poco tiempo de conocerse, Saúl invita al narrador a almorzar a su casa,
donde este conoce a Don Salomón y a la mascota de su amigo, un loro con nombre y
apellido kafkianos, que repite todo el tiempo “¡Mascarita!”.
La madre de Saúl había muerto de cáncer dos años después de que la familia
se instalara en Lima. Saúl dice que su mamá era una criollita cristiana a quien la
comunidad judía de Lima nunca aceptó, aunque había hecho la conversión, no tanto
por ser cristiana, sino por ser una mujer sencilla, sin educación. Él cree que los judíos
de Lima se han vuelto burgueses.
Don Salomón no quería que Saúl fuera comerciante como él, por eso había
insistido para que estudiara abogacía en la Universidad de San Marcos, en vez de que
lo ayude en su negocio de abarrotes, La Estrella. Quería que vuelva ilustre el apellido
familiar. Mascarita no sabía qué le interesaba realmente, pero lo descubre durante los
años que en que dura la amistad con el narrador. En 1956 ya no tiene dudas sobre eso.
Para entonces, Saúl está en tercer año de la Universidad, estudia Etnología y Derecho,
y realiza varios viajes a la selva.
Para esa época, Saúl siente fascinación por la cultura de las tribus de la
Amazonía, por esos compatriotas que viven acosados y lastimados. El narrador lo
confirma por un incidente en un billar, sucedido a los dos o tres años de conocerlo. El
narrador se había peleado allí con un borracho que molestaba a Mascarita por su
aspecto. Saúl se lo había tomado con gracia, pero él comenzó una pelea a puñetazos.
Al día siguiente, Saúl le da un hueso blanco con forma de rombo grabado con figuras
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geométricas, y una carta en la que explica que la inscripción simbólica se la dictó


Morenanchiite, el señor del trueno, a un tigre, y este a un brujo amigo suyo de las
Selvas del Alto Picha. Esta simboliza el orden que reina en el mundo. Quien se deja
ganar por la rabia tuerce las líneas que se representan en el hueso y ellas ya no
pueden sostener la tierra. Saúl le dice que no querrá que por su culpa vuelva el caos
original, del que los sacaron, a soplidos, Tasurinchi, dios del bien, y Kientibakori, dios
del mal.
El narrador le pide a Saúl que le cuente más sobre la tribu, y este lo hace con
mucha admiración y emoción. Habla de sus mitos, paisajes, dioses. Le explica que lo
más importante para ellos es la serenidad. El narrador sospecha que Saúl nunca va a
terminar la carrera de abogacía y que su interés por las tribus amazónicas tiene
razones afectivas, y no tanto profesionales, ligadas a su carrera de Etnólogo. Sus
clases de Derecho están completamente descuidadas. Sus lecturas son
exclusivamente sobre antropología, a excepción de la novela La metamorfosis, que
releyó innumerables veces y que sabe de memoria.
El primer contacto de Mascarita con la selva es en un viaje a Quillabamba. Lo
invita un tío chacarero que comercia madera. Entabla buena relación con algunos
nativos (trocheros y cortadores indígenas que trabajan para su tío) y va con ellos a los
campamentos en el interior de la selva, en la región de los ríos Alto Urubamba y Alto
Madre de Dios. Durante toda una noche Saúl le cuenta entusiasmado al narrador las
dificultades que tuvo que sortear para cruzar en balsa el Pongo de Mainique, una parte
del río Urubamba apretado entre dos contrafuertes.
A partir de ese viaje, Mascarita vuelve seguido al lugar. En uno de esos viajes
conoce a Fidel Pereira, que es hijo de un cusqueño blanco y una machiguenga.
Mascarita dice que Fidel se aprovecha de los machiguengas en sus plantaciones de
café y chacras, pero, a pesar de esto, conoce la cultura machiguenga y está orgulloso
de ella. Además, defiende a los nativos si otros quieren abusar de ellos.
Con el paso del tiempo, el narrador piensa mucho en esto, y cree que Mascarita
experimentó una conversión, que “fue atrapado en una emboscada espiritual” (p.9)
desde el primer contacto con la Amazonía, la cual lo obsesionó. En esos años, hablaba
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casi exclusivamente de dos temas: el estado de las culturas amazónicas y la agonía de


los bosques que las hospedan.
Saúl cree que lo que se hace en la Amazonía es un crimen, puesto que se
expulsa a las tribus de sus tierras y se las obliga a ir cada vez más adentro de la selva.
A pesar de esto, los machiguengas siguen resistiendo. El narrador, para provocarlo, le
pregunta a Mascarita si pretende que Perú deje de explotar la Amazonía con
actividades agrícolas, ganaderas y comerciales, para que unos pocos nativos puedan
seguir viviendo “en la edad de Piedra”, o para que los etnólogos puedan estudiar las
costumbres que las tribus practican “casi sin evolución” hace cientos de años.
Mascarita no se enoja y nombra hechos concretos que los serranos y los
viracochas (así llaman los nativos al hombre blanco) hacen y que dañan al lugar, como
la pesca con explosivos o las talas masivas que hacen los madereros. Su preocupación
central es que un día las tribus desaparezcan.
El narrador le pregunta si verdaderamente cree que la poligamia, la reducción de
cabezas y la hechicería representan una forma de cultura superior. Saúl dice que no,
pero que se debe respetar a los nativos tal como son. Aunque no se entiendan sus
creencias y algunas de sus costumbres sean dolorosas, nadie tiene derecho a
exterminarlos. Por otro lado, dice, sus costumbres los ayudaron a vivir muchos años en
armonía con los bosques. Cuenta que la costumbre que más le impacta es “el
perfeccionismo” de las tribus de la familia arawak. A los niños que nacen con algún
defecto físico los echan al río o los entierran vivos. Saúl dice que a él lo hubieran
matado al nacer. Sin embargo, son muy tolerantes con quienes han quedado inválidos
de niños o adultos, o quienes tienen signos de locura.
Saúl cree que no se gana nada queriendo cambiar las costumbres de los
nativos, su lengua y su religión, como pretenden los misioneros. Tampoco haciéndolos
trabajar en chacras como “esclavos” de los criollos. Pone de ejemplo la pobre vida que
llevan los indígenas semi aculturados de Lima. El narrador duda acerca de si la
intervención del hombre blanco es positiva o no para las tribus. Mientras Saúl habla, él
piensa en su lunar. Se pregunta si Mascarita no se habrá identificado con los nativos
por cómo son marginados del resto del país, tratados por muchos como algo anormal.
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Esto es algo que él podría entender muy bien por su defecto físico, que, de alguna
manera, también lo convierte en un marginal.
Le comenta la observación a Saúl. Este se ríe y le cuenta que su padre, Don
Salomón, hizo una lectura basada en el judaísmo. Él cree que su hijo relacionó las
comunidades del Amazonía con el pueblo judío, minoritario y perseguido por sus usos y
costumbres diferentes a las del resto de la sociedad. Mascarita no se toma en serio
ninguna de las dos interpretaciones.
Matos Mar (el director de la carrera de Etnología) cree que Saúl tienen muy
buenas condiciones para la investigación. Raúl Porras Barrenechea, un historiador que
siente horror por la Etnología y la Antropología, y que trabaja por las tardes con el
narrador, quiere pasar a Mascarita a su Departamento.
Saúl pasa los tres meses de sus vacaciones, en el verano del 56, en el
Urubamba. Allí realiza un trabajo de campo entre los machiguengas, que luego
presenta como tesis de bachiller. Don Salomón escucha la presentación, orgulloso y,
una vez terminada, él, Saúl y el narrador van a almorzar. Don Salomón le pide al
narrador que convenza a Saúl de aceptar una beca. El narrador se entera de que
Matos Mar le consiguió una beca para hacer un Doctorado en la Universidad de
Burdeos, en Francia. Don Salomón dice que Saúl no quiere ir a Europa para no dejarlo
solo. El narrador cree en ese momento que aquel motivo es cierto, pero actualmente
sabe que no lo era. Además, está seguro de que su amigo obtuvo el título para darle la
satisfacción a su padre, pero sabiendo que nunca ejercería de etnólogo.
Matos Mar comenta en una oportunidad que Zuratas tenía dudas éticas sobre la
investigación y el trabajo de campo y que, en una discusión en el departamento de
Etnología, había dicho que el trabajo de los etnólogos agredía y violentaba la cultura de
las tribus, que con las grabadoras y otras herramientas de trabajo eran “el gusanito que
entra en la fruta y la pudre” (p.14), de manera que las acciones de los etnólogos eran
similares a las de los caucheros, madereros y otros blancos y mestizos que diezmaban
las tribus.
El narrador, ahora en Firenze, recuerda ese episodio con una nueva
significación. Se da cuenta de que, ya en ese momento, la conexión de Saúl con los
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machiguengas había alcanzo un clímax. Se pregunta cómo pensaba Mascarita; si


creería definitivamente que ya nadie debería entrar a la selva para no contaminar esas
culturas existentes en el lugar.
Saúl y el narrador no se vieron mucho los últimos meses en la Universidad. El
narrador Se pregunta si, en caso de hacerlo, Mascarita le hubiera contado la decisión
que tomó. Pero también piensa que ese tipo de decisión no se cuenta; “se va forjando
de a poco, en los repliegues del espíritu, al sesgo de la propia razón y al resguardo de
las miradas indiscretas” (p.15).

3.3 Capítulo III

Este capítulo comienza narrando el mito machiguenga del origen del mundo. Al
comienzo los hombres vivían en armonía, había abundancia de comida y el sol estaba
fijo (no había día ni noche). El espíritu de las personas que morían volvía y fortalecía a
los mejores de la tribu, haciéndolos aun mejores. Solo los que mueren ahogados o a
causa de un disparo no vuelven. Los machiguengas creen que la vida empezó y
terminará en el Gran Pongo.
Posteriormente, Kashiri (la luna) y el sol se enfrentan, y entonces aparece el
caos. Desde entonces los machiguengas comienzan a andar para ayudar al sol a
levantarse cada día, siguiendo el consejo de un sabio de la tribu (un seripigari).
Una vez los mashcos, una tribu enemiga, atacan a los machiguengas, queman
sus casas y capturan a muchas mujeres. Los machiguengas atribuyen este hecho a
que se habían establecido demasiado tiempo en un mismo lugar, dejando de cumplir su
obligación de andar. Por eso se movilizan nuevamente. Un tiempo después ocurre lo
que llaman “la sangría de los árboles”: una de las peores crisis en la historia de los
machiguengas, ya que los viracochas (hombres blancos) los atrapan y los obligan a
trabajar en la extracción de caucho.
El hablador visita con su lorito a Tasurinchi, el que vive en el codo del arroyo. Él
cree que su mujer es una diabla porque perdió muchos embarazos y lleva muchos
adornos en el cuerpo. Por esta razón amenaza con matarla si vuelve a perder un hijo.
A continuación el hablador visita a Tasurinchi, el que vive en el río Yavero, quien
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le explica que una mujer no es diabla por esos motivos. Comenta que tanto los
seripigaris como el machikanari (brujo malo que sirve al soplador de los
demonios, Kientibakori) usan collares.
Tasurinchi cuenta que tuvo que mudarse de la zona del río Mitaya porque se
habían instalado allí muchos viracochas. Algunos machiguengas del lugar adoptaron la
lengua y la forma de vestirse de ellos y quieren convencer a Tasurinchi de que trabaje
allí. Tasurinchi acepta reunirse con los viracochas, pero enseguida se da cuenta de que
es una trampa, porque el hombre estornuda tres veces seguidas. Esto, para Tasurinchi,
significa que es un diablillo, un kamagarini, por lo que decide escaparse del lugar junto
con su familia.
Tasurinchi cuenta la historia de los primeros Padres Blancos que llegaron al
Gran Pongo. El primero de ellos, luego de un viaje, se convirtió en kamagarini.
Comenzó a estornudar y contagió a personas y animales que finalmente murieron.
Camino a la casa de Tasurinchi, el ciego, el hablador ve sus piernas manchadas.
Se sienta a descansar y comienza a temblar. Luego se queda sin fuerzas y permanece
acostado muchos días, hasta que se acercan unos Ashaninkas y le ponen comida en la
boca. Luego mejora y reanuda el viaje. Tasurinchi, el ciego, le dice que se sintió así
porque un daño entró en su cuerpo y el alma se dividió en muchas para confundirlo. El
daño se llevó algunas de sus almas. Por eso el hablador se sintió débil, pero finalmente
las recuperó y su cuerpo renació.
Tasurinchi perdió un hijo pequeño a causa de la picadura de una víbora. Un
seripigari se contactó con él en una mareada y le pidió que volviera a visitar a su
familia. Cuando regresó, Tasurinchi lo reconoció por el perfume que despedía. También
murieron las dos hermanas menores de la mujer de Tasurinchi. Una de ellas se clavó
una espina de chambira después de que los punarunas, una tribu enemiga, la
secuestraran y abusaran sexualmente de ella. La otra hermana se cayó de un
barranco.
Tasurinchi quiere que sus hijos escuchen las historias del hablador, para que
conozcan las maldades de Kientibakori y sus kamagarinis. Tasurinchi cuenta que una
vez los machiguengas estuvieron cerca de ser destruidos. Un kamagarini los engañó y
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los convenció de que ayudaran a Kashiri (la luna) en lugar de al sol. Ellos empezaron a
hacer de día lo que antes hacían de noche, hasta que, finalmente, casi todos los
hombres se convirtieron en animales. Tasurinchi, el seripigari que vivía por el río
Timpía, les dijo a los sobrevivientes que, al cambiar la manera de vivir, perturbaron el
orden del mundo, y por eso ocurrieron las desgracias.
Luego el hablador visita a Tasurinchi, el que vive por el río Camisea. Él le cuenta
que, cuando vivía en Shivankoreni, un kasibarenini disfrazado de hormiga tomó su
alma. Este diablillo impulsa a los enfermos a hacer maldades. Él sintió el impulso de
quemar las casas de Shivankoreni, y luego tuvo que escapar de allí porque los demás
querían matarlo.

3.4 Capitulo IV

El narrador conoce la selva amazónica a mediados de 1958. Lo invita su


amiga Rosita Corpancho, quien trabaja en la Universidad de San Marcos. Van a una
expedición al Alto Marañón organizada por el Instituto Lingüístico.
Hay muchas personas que están en contra de este Instituto, como las
agrupaciones de izquierda, que lo acusan de trabajar para el imperialismo
norteamericano, haciendo un trabajo de “penetración cultural neocolonialista” (p.28)
entre las tribus amazónicas. También hay, entre sus opositores, antropólogos que
piensan que el Instituto trata de occidentalizar a las tribus para incorporarlas a una
economía de mercado.
El narrador cuenta que el viaje lo ayuda a entender mejor el deslumbramiento de
Saúl, pero, a su vez, reafirma las discrepancias que tiene con él. Considera que querer
preservar a las tribus tal como son es imposible. Por un lado, la mayoría de ellas ya
tiene influencias occidentales y mestizas. Por otro, el estado primitivo en que viven
actualmente los convierte en víctimas de despojos y crueldades.
En la aldea aguaruna encuentran al cacique Jum, quien ha sido torturado
recientemente por las autoridades civiles de otro poblado por organizar una cooperativa
entre los pueblos de la zona. Su intención era comercializar caucho y pieles
directamente en las ciudades, a un precio mejor que el que establecían sus patrones.
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Una de las historias que más cautiva al narrador es la de un prisionero al que la


tribu de los shapras tienen en libertad. Los captores no encerraron al hombre sino a su
perro, pues confían en que la fidelidad con su animal será inquebrantable y le impedirá
abandonarlo.
Una pareja de lingüistas, los esposos Schneil, le cuenta que los machiguengas
viven diseminados en la región del Pongo de Mainiqui. Son una tribu pacífica. Es
probable que nunca hayan vivido en comunidad. Siempre fueron desplazados por tribus
más poderosas como los Incas, o por los blancos, quienes iban ocupando sus tierras
en busca de caucho, oro, o producción agrícola. Esto hizo que se desplazaran hacia
regiones donde la tierra no era muy fértil y había escasez de animales, condiciones que
hacían imposible la supervivencia en grupos numerosos de personas. No tenían
caciques. Sus únicas autoridades eran los padres de cada familia. Se cree que cada
dos años aproximadamente se mueven en busca de zonas más fértiles y con mayor
cantidad de animales. Explican que usan tabaco, ayahuasca y otras plantas
alucinógenas para sus sesiones, a las que llaman “mareadas”.
Los machiguengas no tienen nombres propios. Sus nombres son
circunstanciales y dependen de acontecimientos o actividades que hacen. Entre ellos
hay numerosas muertes voluntarias. Una enfermedad leve suele matarlos. Además,
una vez enfermos, se niegan a tomar medicinas o dejarse curar. Si alguien estornuda
frente a ellos se van, espantados.
El objetivo principal que tienen los Schneil es traducir la Biblia al machiguenga.
La señora Schneil comenta que hay un personaje entre los machiguengas al que
podrían llamar “el hablador”. Ellos nunca lo vieron, pero comentan que los
machiguengas se refieren a él con mucho respeto. Los lingüistas piensan que el
hablador o los habladores son como “los correos de la comunidad” (p.37). Se mueven
en el territorio por donde están dispersos los machiguengas, contando sobre muertes,
nacimientos y otros sucesos de la tribu. El señor Schneil cree que el hablador también
relata historias acerca del pasado de la comunidad y funciona como una “memoria”
(p.37) de la misma. Al narrador lo conmueve esta figura que recorre grandes distancias
para recordarles a los miembros de la comunidad que, a pesar de estar dispersos,
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comparten creencias y tradiciones, y que forman una comunidad.


A su regreso, el narrador se reúne con Saúl y le cuenta sobre los habladores. Él
muestra desinterés por el tema. Saúl expresa su desacuerdo con el Instituto Lingüístico
de Verano. Afirma que los lingüistas destruyen las creencias y el espíritu de los
machiguengas y los acusa de querer cambiar su modo de ser al traducir la Biblia al
machiguenga. Cree que intentan borrar su cultura, sus dioses y sus instituciones, como
hicieron en su país, Norteamérica, con los pieles rojas, para que se vuelvan así
sirvientes de los blancos. Saúl cree que lo mejor es no tocar las tribus. Comenta que
los machiguengas tienen una relación profunda con la naturaleza y con Dios, y que la
cultura occidental hizo de Dios algo prescindible. Para las tribus amazónicas, Dios es el
aire, el agua, la comida, es decir, una necesidad vital. Por eso cree que el Dios
abstracto que quieren inculcarles los lingüistas no les servirá para nada en su vida
diaria. Esta es la última vez que Saúl y el narrador se ven. En los años posteriores, el
narrador le escribe tres cartas a Saúl, pero no recibe respuestas.
El narrador empieza a escribir un relato sobre los habladores. Busca información
sobre la lengua y el folklore de la tribu en el convento de los dominicos en Madrid,
leyendo artículos y conversando con Fray Elicerio Maluenda. También descubre en
Firenze, leyendo la Divina Comedia de Dante, similitudes entre la cosmovisión
machiguenga y la que se plasma en la obra dantesca. Para la tribu machiguenga, la
tierra es el centro del cosmos. Hay dos regiones arriba y dos regiones abajo. Cada una
con su sol, su luna y sus ríos.
A fines de 1963, Matos Mar le cuenta al narrador que Saúl se fue a vivir a Israel
unos años atrás. Su padre, Don Salomón, quería morir allí y él lo acompañó. Matos Mar
cree que pudo adaptarse bien a la vida en Israel. Dice que en Lima ya no hacía nada;
la Etnología lo había decepcionado y dejó sin terminar su tesis doctoral.

3.5 Capitulo V

El narrador visita a Tasurinchi, el del Mishahua, de quien se dice que ha robado


una mujer yaminahua. Él afirma que la obtuvo a cambio de algunos alimentos. También
sostiene que desde que lo picó un kamagarini tiene que cumplir las órdenes de ese
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diablillo, y que el canje de la mujer fue una de ellas.


El hablador cuenta que Kashiri (la luna) bajó a este mundo para casarse con una
machiguenga. Según el mito, en el mundo hay comida y masato gracias a que él le
enseñó a la mujer cómo sembrar la yuca y el plátano. Ella se fue a vivir con él después
de tener “la primera sangre” (p.45), y parió al sol. En la casa de Kashiri había una mujer
que era un diablillo y estaba celosa de los regalos que él daba a los parientes de la
mujer machiguenga. Para que todos contemplen su rabia, se pintó la cara de rojo y
esperó a Kashiri en un rincón del camino por donde debía pasar. Allí defecó, y cuando
él apareció, se abalanzó y le refregó la cara con la materia fecal. Kashiri supo entonces
que no se le borrarían las manchas y se quedó en el Inkite. Su luz se apagó por esas
manchas, pero su hijo, el sol, sigue brillando. El narrador repite la frase “Eso es, al
menos, lo que yo he sabido” (p.45).
El seripigari de Segakiato cuenta la historia de la luna de otra manera: Kashiri
bajó a la tierra y vio a una muchacha en el río. Le tiró un puñado de tierra y ella quedó
embarazada. Ella y el hijo murieron en el parto. Los machiguengas se enfurecieron y
obligaron a Kashiri a comerse el cadáver. Él comenzó a comerse a la mujer por los pies
y cuando llegó al vientre, los machiguengas lo dejaron marcharse. Desde entonces
Kashiri está en el Inkite y sus manchas son los restos del cadáver que no se comió.
El sol, enojado por lo que los machiguengas le habían hecho a su padre, se
quedó inmóvil, produciendo grandes desastres en el mundo. Un seripigari subió al
Inkite y lo convenció de que volviera a moverse. Entonces el sol dijo: “andaremos
juntos”. El hablador concluye diciendo que la vida es así desde entonces, y por eso los
machiguengas continúan andando.
Luego, el hablador va camino a la casa de Tasurinchi, el amigo de las
luciérnagas, y comienza a llover fuertemente. Hay una crecida del río y él se resbala y
cae en él. El loro que lo acompaña se escapa y él se aferra a un tronco en el que se
queda dormido. En el sueño nota que está aferrado a un lagarto. Un pájaro le dice que
la única manera de salir de allí es volando. Entonces una garza que se posa sobre la
cola del lagarto lo hace coletear, rabioso. El hablador se sujeta al pescuezo de la garza
y vuela con ella. Luego empieza a hacer fuerza para que el ave descienda, y cuando
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está a la altura de las copas de los árboles, se deja caer. Cuando abre los ojos,
Tasurinchi le dice que durmió durante muchos días y que su lorito lo está esperando. Él
también le explica que lo salvó no tener rabia durante la aventura. El hablador comenta
que la rabia es un desarreglo del mundo, y que la vida sería mejor sin ella.
El seripigari comenta que la rabia es la culpable de que haya cometas en el
cielo, a los que llaman Kachiborérine. El hablador cuenta que este era un machiguenga
que perdió a su mujer. Él cría a su hijo y toma una nueva esposa, hermana menor de la
anterior. Un día, ve a su hijo teniendo relaciones sexuales con ella y decide conseguirle
una esposa. Para eso, va a la región de los chonchoites, quienes lo atrapan y se
comen sus intestinos. Él consigue escapar, pero se entera de que su esposa quiere
envenenarlo. Sin dejarse llevar por la rabia, envía un mensajero para que le diga a su
mujer que le prepare cocimiento, así puede reponer sus intestinos. Cuando
Kachiborérine llega a su casa, la mujer le da chicha de maíz. Él bebe, pero su cuerpo
no retiene el líquido, porque está vacío. Entonces siente rabia. Quiere matar a la mujer,
pero ella escapa. Kachiborénine se vuelve un diablillo y comienza a subir al cielo con
una caña de bambú prendida fuego en el ano. Se convierte en cometa. Por eso, cada
tanto, en el Inkite, se ve la llama de la caña de bambú.
Tasurinchi se refiere a su interlocutor como “hablador”. En la zona donde vive
hay muchas luciérnagas, y estas hablan y escuchan. Él afirma que es importante saber
escuchar. A pesar de que él perdió a su familia, pudo resistir el dolor gracias a su
capacidad de escuchar. En una mareada supo que las luciérnagas estaban cerca de él
para hacerle compañía. Entonces él comenzó a hablarles y consiguió escucharlas.
Sabe que no están contentas, porque son todas machos. Las hembras son las estrellas
del Inkite. Se las llevo Kashiri cuando fue expulsado del mundo. Cuando cae una
estrella, las luciérnagas enloquecen, pensando que quizás sea una de sus mujeres que
logró escapar.
El hablador aprende la historia de Tasurinchi y, cuando viaja solo, se dedica a
escuchar lo que dice la tierra. Hablan los huesos, las espinas, las hojas y el resto de las
cosas. Ahora sabe que, en el pasado, todos los animales fueron hombres. Los creó el
primer hablador, Pachakamue. Él hablaba y de sus palabras surgían todas las cosas.
17

Su hermana era Pareni, la primera mujer. Un día fue a visitarla y le preguntó dónde
estaba su hija. Ella le dijo que estaba encerrada en un refugio. Pachakamue afirmó: “La
tienes encerrada como una sachavaca” (p.52), y la hija se convirtió en este animal.
Pareni y su esposo, Yagontoro, decidieron matar a Pachakamue por el desorden que
generaba en el mundo. Yagontoro lo mató, pero no le cortó la lengua. Ese error aún lo
pagan los machiguengas, porque la lengua todavía habla y desarregla las cosas.
Por último, el hablador visita a Tasurinchi, el hierbero. Él vivía antes en una
región del río Tikompinía, que se pobló de viracochas en busca de oro, por lo que tuvo
que alejarse. El hablador se esconde, inquieto por la presencia de viracochas en el
lugar, y luego huye y duerme en un refugio.
Al despertarse, el hijo de Tasurinchi, el hierbero, está al lado suyo. Lo lleva hasta
el nuevo lugar en donde vive su familia, río arriba, en un monte muy tupido. Tasurinchi
dice que por más difícil que sea el acceso y la supervivencia en los lugares alejados,
los viracochas siempre consiguen llegar. Cree que esto es positivo, pues ayuda a los
machiguengas a cumplir su destino, que es andar. Dice que las tragedias del pasado,
como la de la época de la extracción de caucho, pueden volver a suceder. Pueden
regresar, como las almas. Por eso hay que ser cuidadoso y tener la memoria activa
para que no ocurran.
El hablador se queda varios días con el hierbero, quien le ofrece una mujer y
ayuda para armar una chacra monte arriba. El hablador acepta, pero la mujer que iba a
ser su esposa se suicida bebiendo veneno, porque no quiere que rabien contra ella por
haber dejado sin hablador a los machiguengas. El hablador lo toma como una señal de
que debe seguir andando, cumpliendo su obligación y su destino: el de ser un hablador.

3.6 Capitulo VI

En 1981, el narrador está a cargo de un programa de televisión durante seis


meses: La Torre de Babel. Se lo ofrece el dueño del canal, Genaro Delgado. Su idea es
elevar el nivel de los programas televisivos que, durante los doce años previos, durante
la dictadura militar, llegaron al límite de la vulgaridad. Junto con él trabajan Luis Llosa,
el director de cámaras; Moshé dan Furgang, el editor; y Alejandro Pérez, el
18

camarógrafo.
El programa tiene una gran variedad de contenidos. El narrador recuerda
especialmente un pequeño documental que filmaron en la selva sobre la muerte del
poeta y guerrillero Javier Heraud, para el que tuvieron la oportunidad de entrevistar a
un compañero del poeta.
Pese a que el programa se hace generalmente con dificultades técnicas, resulta
ser exitoso. Rosita Corpancho le pide al narrador dedicar un programa al Instituto
Lingüístico de Verano, en ocasión de uno de sus aniversarios. El narrador acepta y
aprovecha el viaje a la selva para investigar sobre los machiguengas, y en especial,
sobre los habladores. Su proyecto de escribir sobre los habladores había quedado
inconcluso por no encontrar la forma adecuada de hacerlo. El narrador se había
propuesto representar lo más fielmente posible la manera de hablar de un hombre
primitivo, con una mentalidad distinta a la de él, pero fracasó en todos sus intentos,
porque le parecían inverosímiles.
Cuando llega a la Amazonía, lo reciben los esposos Schneil. Van a ser sus guías
y traductores. Ellos lo ponen al tanto de la situación de los machiguengas. Ya no viven
tan dispersos y han aceptado la idea de formar aldeas, criar animales, trabajar la tierra
y comerciar con el resto de Perú. Hay seis poblados. El narrador visita dos de ellos:
Nuevo Mundo y Nueva Luz. En las aldeas hay escuelas bilingües y cooperativas
agrícolas.
El narrador consigue hacer algunas entrevistas en español, por ejemplo, al
cacique o gobernador de Nueva Luz, quien lo habla con fluidez. Antes los
machiguengas no tenían una organización jerárquica; no tenían jefes ni caciques.
Ahora, dado que viven en una comunidad, necesitan autoridades. El cacique de Nueva
Luz es graduado en la Escuela bíblica de Mazamari. Es protestante. Además, los
lingüistas ya han conseguido su propósito de traducir la Biblia al machiguenga.
El narrador recuerda la última conversación con Saúl. Se pregunta si tendrán
razón los Schneil en creer que todos estos cambios representan un beneficio para la
comunidad, o si, más bien, los machiguengas están convirtiéndose en caricaturas de
occidentales o zombies, según la expresión de Mascarita.
19

En Nuevo Mundo, el narrador entrevista a la maestra de la aldea. Es la única


que viste a la manera occidental y que puede expresarse en español. Él le pregunta por
los habladores, pero ella no entiende qué le está preguntando. Más tarde, el narrador
viaja a Nueva Luz. Allí, solo Martín, el gobernador y maestro de la escuela bilingüe,
viste camisa, pantalón y zapatos, y tiene los cabellos cortados a la manera occidental.
Se muestra extremadamente cortés. El narrador le pregunta dos veces por los
habladores, pero él evade la pregunta y habla sobre la Biblia.
A la noche, el narrador camina por la aldea y conversa con los Schneil. Hay una
luz tenue de una fogata y algunas personas merodeando los alrededores. El narrador
les comenta a los lingüistas cómo sus entrevistados evitaron el tema de los habladores.
Al principio, los Schneil tampoco saben de qué habla, pero luego lo entienden, aunque
no recuerdan haberle mencionado nunca el tema. A la señora Schneil no le sorprende.
Explica que los machiguengas hablan de todo con ellos, menos de ese asunto.
Edwin escuchó dos veces a un hablador. En la primera ocasión, el hablador era
viejo y hablaba muy rápido, por lo que a él le resultó difícil seguir el monólogo. Hablaba
con mucha energía de todo tipo de cosas: del cosmos machiguenga, las hierbas
mágicas, los dioses, los diosesillos, la gente que había conocido. Él cree que los
habladores son para los machiguengas un entretenimiento, como para nuestra
civilización son las películas, la televisión, los libros, los circos.
La segunda vez que Schneil escuchó a un hablador fue en un asentamiento
cerca del río Timpía. Cuando llegó el hablador, al que le decían el “gringo” o el “albino”,
los machiguengas y él discutieron sobre si Edwin podía quedarse. Finalmente se
quedó, pese al desacuerdo del hablador, quien no le dirigió la mirada en ningún
momento.
El narrador le pregunta cómo era el hablador. Edwin contesta que tenía un gran
lunar y pelos colorados, y que era lo que los machiguengas llaman un “serigórompi”, es
decir, alguien distinto de lo normal. Con gran ansiedad, el narrador le vuelve a
preguntar para confirmar esas características, y luego pregunta por la edad. Edwin
contesta que tenía aproximadamente la misma que él (la del narrador). También dice
que hablaba bien el idioma machiguenga. El hecho sucedió hace tres años y medio.
20

El narrador cree entender por qué los machiguengas ocultan información sobre
el hablador. Cree que lo hacen a pedido de Mascarita, y que de esa manera lo
protegen. Esto significa, según el narrador, que lo consideran uno de ellos.
Ya en Lima, el narrador le pregunta a Moshé, el editor del programa, que es
judío, si puede averiguar dónde residen dos miembros de la comunidad que hace años
se fueron a Israel: Don Salomón y Saúl Zuratas. Una semana después, Moshé le
informa que Don Salomón nunca se fue de Lima, y murió en 1960. De Saúl, nadie sabe
nada.

3.7 Capitulo VII

El hablador les dice a los machiguengas que la sabiduría de la comunidad se


está perdiendo y que quedan pocos seripigaris. El más sabio que conoció, Tasurinchi,
el del Kompiroshiato, decía que lo importante era no impacientarse, porque si el
hombre se adelanta al tiempo, genera confusión en el mundo y en los hombres que
andan. El hablador agrega que, para no perder la serenidad, hay que comer lo debido y
respetar las tradiciones. De lo contrario puede ocurrir lo que le pasó a Tasurinchi, el
cazador, quien comenzó a comer venados, que son animales prohibidos. Como
consecuencia de esto, un día se convirtió en uno.
En otra oportunidad, el hablador le preguntó a Tasurinchi, el del Kompiroshiato,
por la costumbre machiguenga de pintarse el cuerpo con tintura de achiote. El seripigari
le contó entonces la historia del pájaro moritoni, que era antes un niño machiguenga.
Su madre era Inaenka, una diabla con apariencia de mujer que cojeaba, como todos
los diablos. Ella mataba a las personas rociándolas con agua hirviendo. Una planta de
achiote, llamada Potsotiki, viendo el daño que provocaba Inaenka, le habló a su hijo. Le
indicó que comiera sus frutos para que su madre no lo reconociera, y que luego la
llevara al Oskiaje con la promesa de que allí se volvería perfecta. Inaenka aceptó, y
una vez en el lugar se dio cuenta de que se trataba de un engaño y de que quedaría
atrapada allí. El niño, para escapar, renuncia a su cuerpo de hombre y se convierte en
el pájaro el moritoni. Por esto, los machiguengas se pintan el cuerpo con tintura de
achiote, buscando la protección de Potsotiki, y nunca matan al moritoni.
21

El hablador comenta que le hubiera gustado ser seripigari. Cuenta la historia de


una mala mareada que tuvo: despertó y estaba convertido en un insecto, una chicharra
machacuy. Su nombre era Tasurinchi-gregorio. Su familia lo encerró en una cabaña y
él empezó a sentir hambre y miedo. Comió unas larvas de la madera y luego una
lagartija se lo comió a él. Desde adentro del reptil alcanzó a ver que su familia entró a
la cabaña y sintió alivio al ver que él ya no estaba.
El hablador le preguntó a Tasurinchi, el seripigari, por el significado de esa mala
mareada. Él no lo sabía, pero le aconsejó que la olvidara, porque lo que se recuerda
puede volver a ocurrir. Él le preguntó luego por el significado de su gran lunar. El
hablador sugiere en su relato que esta particularidad no tiene una causa, y en ese
momento los oyentes se escandalizan, pues para ellos todo tiene una causa, aunque
sea desconocida.
El hablador les cuenta que antes le preocupaba mucho su lunar, pero dejó de
importarle el asunto desde que notó que ellos no le daban importancia. Recuerda que
cuando vivió con una familia por el río Koshireni, Tasurinchi le dijo: “Lo que las
personas hacen y lo que no hacen, importa (…). Si andan, cumpliendo su destino,
importa” (p.82).
El hablador se convirtió en lo que es sin proponérselo. Llegó a ser hablador
porque primero escuchó. Recorría grandes distancias en la selva y se quedaba un
tiempo con cada familia machiguenga. Así aprendió sobre sus formas de vida y sus
costumbres. La primera vez que oyó la historia de Morenanchiite se quedó muy
impresionado y luego empezó a repetir esta y otras historias, hasta convertirse en un
hablador. Un día escuchó que lo llamaban “hablador” y se quedó asombrado. Desde
entonces cree que encontró su destino.
El hablador comenta que escuchó la historia de una mujer qué ahogó a su hija
en el río porque había nacido con un defecto físico. Los machiguengas le explican que
eso ocurrió porque Tasurinchi sopla únicamente a mujeres y a hombres perfectos, y
que a los “monstruos” (p.83) los sopla Kientibakori. Al hablador le cuesta entender su
creencia, porque él nació con un gran lunar en la cara. Los machiguengas se ríen de su
desconcierto y no le creen cuando afirma que tiene ese lunar desde su nacimiento.
22

El hablador les cuenta a sus oyentes que antes pertenecía a otro pueblo, el cual
habitaba un territorio que también fue ocupado por viracochas. A su pueblo lo había
creado Tasurinchijehová. Un día nació en el pueblo un niño distinto, un serigórompi.
Había ido a cambiar las costumbres ya que, según él, la gente se había corrompido.
Iba de un sitio a otro hablando y las personas creyeron que era un hablador. Tenía
poder y magia, y las personas se preguntaron si era un machikanari o un seripigari. Él
realizó milagros y algunas personas comenzaron a seguirlo. Los seripigaris se
preocuparon por la situación. Pensaron que desaparecerían como pueblo si olvidaban
sus tradiciones, y concluyeron que Tasurinchi era un impostor y que debían matarlo.
Entonces lo crucificaron. Sin embargo, el hombre resucitó.
A partir de entonces el pueblo de Tasurinchijehová sufrió muchas desgracias.
Fue expulsado de su tierra y sus miembros se vieron obligados a andar, como los
machiguengas. Al igual que ellos, las familias de este pueblo se vieron obligadas a
separarse para conseguir ser aceptadas en algunos sitios. Sin embargo, pese a todas
las dificultades, lograron sobrevivir, mientras que otros pueblos más poderosos
desaparecieron. Según el hablador, esto se debe a que los otros pueblos se alejaron
de su destino y dejaron de cumplir sus obligaciones. El pueblo soplado por
Tasurinchijehová, en cambio, permanece vivo porque cumple con sus obligaciones,
respeta las prohibiciones y conserva sus tradiciones.
El hablador cuenta que visitó a Tasurinchi, el que vive por el río Timpinía. La
mujer de Tasurinchi había perdido una gallina a causa de un temblor de la tierra, pero
su esposo no le creyó y empezó a golpearla. Más tarde la tierra volvió a temblar.
Entonces Tasurinchi golpeó nuevamente a su mujer diciendo que temblaba a causa de
su mentira. Un día después Tasurinchi decidió echarse a andar con su familia. Todos
partieron sin protestar. Tasurinchi se sintió tranquilo después de eso porque creía que,
de esa manera, andando, cumplía con su obligación.
Cuando el hablador se separa de Tasurinchi empieza a caminar por el río
Timpinía y se clava una espina de ortiga. Al detenerse nota la presencia de muchos
loros y ve que cada vez llegan más y que hablan permanentemente. Recordando
a Tasurinchi, el amigo de las luciérnagas, intenta entender qué dicen. Comienza a
23

imitar sus ruidos y, de a poco, consigue entenderlos. Los loros le dicen que no le harán
daño. Serán su compañía hasta que pueda volver a andar, y luego seguirán
acompañándolo. Afirman que lo siguen desde hace mucho, pero que él ha tenido que
clavarse una espina para descubrirlos. Los loros son también habladores, por eso lo
siguen. El hablador, por su parte, siempre sintió afinidad con los loros. Ahora viaja
tranquilo, sabiendo que está acompañado.
El hablador les cuenta finalmente a los machiguengas el motivo por el que lleva
un lorito en su hombro. Cuando estaba yendo al Cashiriari, en el camino vio un nido
donde había un loro recién nacido. Su madre lo picoteaba, intentando matarlo. Lo hacía
porque tenía la pata torcida y los tres deditos en muñón. Él no sabía lo que sabe ahora,
lo que le enseñaron los machiguengas, que los animales matan a las crías que nacen
distintas. El hablador rescata al lorito y desde entonces viaja siempre con él. Lo llama
Mascarita.

3.8 Capitulo VIII

Al término del verano empiezan a cerrar los negocios en Firenze, entre ellos, la
galería que exhibía las fotos de los machiguengas. El narrador ha ido muchas veces a
verla y está seguro de que en una de ellas está retratado el hablador. Se pregunta
cómo el fotógrafo ha conseguido presenciar ese momento. Piensa que tal vez ha
dejado de existir el misterio que envolvía a los habladores, o estos han perdido su
función y se han convertido en una pantomima organizada para turistas. Pero duda de
que así sea, puesto que la zona de la Amazonía no ha crecido turísticamente.
Actualmente, allí se explotan pozos petroleros y se ha instalado el tráfico de cocaína.
El narrador cree que el pueblo machiguenga, como lo hizo en la época de la
invasión incaica, en la del caucho, del oro, o de las conquistas españolas, habrá
continuado su marcha permanente. Se pregunta si su amigo Saúl estará con ellos y
decide creer que el hablador de la fotografía es él. Cree haber notado una sombra más
oscura en el lado derecho de la cara del hombre fotografiado y un bulto en su hombro,
que podría ser un lorito.
Imagina que Mascarita, desde el primer contacto que tuvo con los
24

machiguengas, experimentó una lenta conversión. Viendo los resultados adversos de


los avances de la civilización en la selva, se identificó cada vez más con los
machiguengas, quienes convivían armoniosamente con su entorno. Luego de que
muriera su padre, ejecutó la decisión que ya había tomado unos años atrás. Cambió
definitivamente su identidad. El narrador cree que el hecho de ser judío lo ayudó a
identificarse con los machiguengas, porque ellos también son una comunidad “errante y
marginal” (p.95). Otro factor decisivo fue la existencia de su gran lunar, el que lo
convertía en “un marginal entre los marginales” (p.95).
El narrador cree comprender a Saúl, aunque su conversión implica retroceder en
el tiempo, cambiar de lengua, de religión y de forma de pensamiento. Pero le resulta
casi inverosímil que haya conseguido hablar como lo hace un hablador. Lo exalta la
idea de que su amigo haya decidido quedarse en la selva, en contra de las nociones de
modernidad y progreso, para prolongar el linaje de los contadores ambulantes de
historias y para dar a los miembros dispersos de la tribu un sentido de comunidad.
Por último, piensa que puede salir del cuarto de la pensión, caluroso y atestado
de mosquitos, en busca de distracciones en los alrededores, pero sabe que no va a
conseguir apartar de su mente la voz del hablador.

4 CONCLUSIONES

En el primer capítulo de la novela se presenta al narrador anónimo y el motivo


que despierta el anhelo de escribir su relato: una exposición de fotografías de la tribu
machiguenga en una galería de “Firenze” (Florencia, Italia), llamada «I nativi della
foresta amazónica» (“Los nativos de la selva amazónica”). Como sabremos más
adelante, es el año 1985, y su viaje transcurre durante el verano europeo. Este capítulo
y el capítulo final funcionan como marcos del relato sobre el hablador.
Este breve capítulo funciona además como una introducción en la que el
narrador presenta el contexto en el que escribió su relato. Él está de viaje en Italia,
dice, “para olvidarme por un tiempo del Perú” (p.3). Esto resulta paradójico porque es
justo allí donde comienza a escribir la novela que vamos a leer, en la que tienen una
importancia central los mitos y costumbres de una tribu de una región amazónica de
25

Perú, situada en los departamentos de Cusco y de Madre de Dios.


Es interesante notar además la inclusión de palabras en italiano, sobre todo en
este capítulo y el último. Muchas frases y palabras aparecen escritas en Italiano,
algunas entre comillas, como el nombre de la exposición fotográfica. Pero la mayor
parte de ellas están incluidas en el discurso sin comillas ni bastardillas, es decir, sin
ninguna marca que señale la pertenencia a otro idioma.
En el segundo capítulo se presentan más datos sobre el narrador-escritor.
Sabemos que ingresó en la Universidad de San Marcos en 1953 y que estudió Letras,
igual que el autor de la novela. Podemos ver también sus intereses en aquel momento:
“Sartre, Malraux y Faulkner, mis autores preferidos de aquel año” (p.7), y “Tolstoi, la
lucha de clases o las novelas de caballerías” (p.9), como revela su amigo. Vemos que
sus intereses están fuertemente ligados al mundo occidental y académico, a diferencia
de los de su amigo Saúl Zuratas, quien comienza a interesarse cada vez por los nativos
de las tribus de la Amazonía peruana, su cultura, sus mitos y su preocupante situación
social.
El narrador describe a Saúl con rasgos extraordinarios, no solo por su aspecto
físico, cuyo rasgo particular es un lunar morado oscuro que le cubre el lado derecho de
la cara. También tiene un carácter fuera de lo común: “él no se enojaba nunca por nada
y con nadie” (p.10), siempre da una buena impresión y se toma con gracia incluso las
ofensas hacia él: “reaccionaba siempre a las impertinencias con alguna salida
chistosa.” (p.6). Además, se refiere a él como un “arcángel” (p.4). Con esto comienzan
los motivos religiosos asociados a este personaje. Más adelante, el narrador habla de
una “conversión” (p.9) que experimenta el personaje, “En un sentido cultural y acaso
también religioso” (p.9).
En el tercer capítulo encontramos un nuevo narrador anónimo, que habla
dirigiéndose a los miembros de la comunidad machiguenga. En la novela se intercalan
capítulos narrados por el narrador-escritor (1, 2, 4, 6 y 8), con capítulos a cargo de otro
narrador (3, 5 y 7), al que vamos llamar “narrador-hablador” para diferenciarlo del
primero. A medida que avancemos en la novela, se irá revelando el sentido del
entramado de estas dos narraciones.
26

Los capítulos narrados por el narrador-hablador tratan especialmente sobre los


mitos machiguengas que explican el origen del mundo y de los astros, y algunos de los
usos tradicionales de la tribu, como su costumbre de trasladarse regularmente de un
sitio a otro e instalarse en chozas por periodos breves. En estos capítulos, el lector
tiene la oportunidad de conocer un poco acerca del pensamiento y los mitos
machiguengas. Pero también representan un desafío para el lector, porque la forma en
que están narrados simula el lenguaje oral y además incorpora construcciones y
expresiones ajenas al castellano.
El cuarto capítulo está narrado nuevamente por el narrador-escritor. Acá
comienzan a aparecer los primeros datos enigmáticos sobre el hablador, la figura
central de esta novela. Se dice de él que no es curandero, sacerdote ni brujo, y que su
función parece ser, como indica su nombre, hablar (p.36). El narrador se queda
cautivado con esta figura durante mucho tiempo. Le atrae la idea de que el hablador
pueda ser esencial para la cultura machiguenga, dada la condición de aislamiento en
que viven. El hablador sería entonces quien liga a los miembros dispersos de esta
comunidad: “Sus bocas eran los vínculos aglutinantes de esa sociedad a la que la
lucha por la supervivencia había obligado a resquebrajarse y desperdigarse a los
cuatro vientos. Gracias a los habladores, los padres sabían de los hijos, los hermanos
de las hermanas, y gracias a ellos se enteraban de las muertes, nacimientos y demás
sucesos de la tribu” (p.37).
Al mismo tiempo, el narrador advierte que la función del hablador no es
meramente informativa o recreativa. Contar historias resulta vital para esta tribu, porque
gracias a ellas mantienen vivo el recuerdo de sus mitos y el sentido de sus
costumbres. El hablador es “la memoria de la comunidad” (p.37), como sostiene
Schneil. Al narrador lo conmueven las grandes distancias que este recorre para contar
las historias que mantienen con vida a los machiguengas, recordándoles que
comparten creencias y tradiciones y que forman una comunidad.
En el quinto capítulo todos los relatos pueden pensarse a partir de un tema en
común: los perjuicios del sentimiento de rabia. El narrador-hablador relata dos
versiones mitológicas que explican por qué la luna tiene manchas: la suya y la del
27

seripigari de Segakiato. Ambas narran el descenso de un ser mitológico, la luna


(Kashini), al mundo de los machiguengas. Las historias son completamente distintas,
pero comparten un elemento común: la rabia que mueve a alguno de los personajes
provoca daños irreparables.
Por otra parte, en este capítulo el hablador aprende que todos los seres de la
naturaleza “hablan”: “Hasta el piojo del pelo que uno parte en dos con la uña, tiene una
historia que contar” (p.52). El sonido de sus voces se hace ostensible para los que
saben escuchar, como para el seripigari de las luciérnagas y más tarde para el
hablador, que aprendió de él.
Por último, en este capítulo el narrador se refiere a sí mismo como “el hablador”
por primera vez en la novela: “Ahí se iba Tasurinchi, el hablador, volando” (p.47).
También el seripigari se dirige a él llamándolo “hablador” (p.50). Así sabemos que este
narrador es el hablador. Además, aparece un nuevo dato sobre él: viaja acompañado
por un lorito.
En el sexto capítulo, el narrador-escritor indaga en su propio lugar como
contador de historias y el compromiso que asume. Se propone dar a la televisión
peruana un contenido cultural, del que fue vaciado durante la época de la dictadura
militar. La necesidad de contar historias para mantener viva la memoria de un pueblo
se revela como una necesidad universal. Tanto para el hablador en la cultura
machiguenga como para los que están a cargo del programa en la televisión peruana
ese propósito está presente, aunque no es el único. Lo vemos en este caso, por
ejemplo, con el programa dedicado al poeta peruano Javier Heraud, opositor de la junta
militar de Ricardo Pérez Godoy y Nicolás Lindley López, asesinado por la Guardia
Republicana en 1963.
También en este capítulo se muestran los cambios que empieza a experimentar
la tribu machiguenga a partir de la implantación de las aldeas Nueva Luz y Nuevo
Mundo, organizadas por el Instituto Lingüístico. En primer lugar, la forma de vida
tradicional machiguenga era seminómade: ellos se identificaban con la actividad de
andar, y por eso se autodenominaban “los hombres que andan”. El establecimiento en
aldeas representa una ruptura de sus tradiciones. Además, esta tribu se caracterizaba
28

por carecer de autoridades, exceptuando la del padre de cada familia. Con el


establecimiento en aldeas también surge entre ellos la figura de un líder.
En el séptimo capítulo el hablador relata su propia transformación. No se trata
de una transformación física, como en los relatos anteriores, sino más bien espiritual.
Antes de descubrir su destino, él era como un cuerpo sin alma: “Era envoltura nomás,
una cáscara, cuerpo del que se fue su alma por el alto de la cabeza” (p.82). No fue una
transformación premeditada. Él se convierte en hablador cuando la comunidad lo
reconoce como tal. Desde entonces asumió su destino, que es también su obligación.
Alguna vez ha imaginado ser un seripigari, pero Tasurinchi, el seripigari del
Kompiroshiato, le explica que eso no es posible, y que cada uno debe ocupar su lugar:
“Tendrías que nacer de nuevo, más bien. Pasar todas las pruebas. Purificarte. Tener
muchas mareadas, malas y buenas, y, sobre todo, sufrir. Llegar a la sabiduría es difícil.
Ya eres viejo, no creo que la alcanzarías. Además, quién sabe si será ése tu destino.
Márchate, ponte a andar. Habla, habla. No tuerzas el orden del mundo, hablador”
(p.77).
El octavo capítulo, junto con el capítulo 1, funcionan como marcos de la historia
principal. El narrador-escritor se encuentra nuevamente en Florencia, reflexionando
sobre la cultura florentina, mientras que recibe tantas picaduras de los “zanzare”
(mosquitos) como en la selva peruana. Una vez más, la imagen de los mosquitos
revoloteando alrededor del narrador se asocia a los pensamientos sobre el hablador
que invaden su mente. Han pasado cuatro años desde su última visita a Amazonía, en
el año 1981, y también reflexiona sobre los cambios que pudo haber experimentado la
comunidad machiguenga. La idea de que su amigo sea el hablador no está confirmada,
pero sigue obsesionándolo. Si antes, en el capítulo 6, se preguntaba cómo podía
representar en la literatura lo más fielmente posible la manera de hablar de los
hombres primitivos, de pensamiento mágico-religioso, ahora se pregunta cómo pudo su
amigo llegar a hablar como ellos.

5 BIBLIOGRAFIA

 https://blog.bettyboop.cat/wp-content/uploads/2013/11/Hablador.pdf
29

 file:///C:/Users/LENOVO/Downloads/1839-Texto%20del%20art

%C3%ADculo-6740-1-10-20180226.pdf

 https://es.wikipedia.org/wiki/El_hablador

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LaOralidadEnElHabladorDeMArioVargasLlosa-58792%20(1).pdf

 http://www.hispanista.com.br/artigos%20autores%20e%20pdfs/EL

%20HABLADOR.pdf

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