Responsabilidad en Adicciones - W Vial

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RESPONSABILIDAD EN PERSONAS CON ADICCIONES PATOLÓGICAS

AUTOR: Wenceslao Vial


PUBLICADO ORIGINALMENTE EN ITALIANO: Annales Theologici, 29, 2015, pp. 371-392.
RESUMEN: I. Introducción. II. Aclaraciones conceptuales. III. Incoherencia vital como sus-
trato de las adicciones. IV. Responsabilidad previa a los síntomas. V. Responsabilidad de las perso-
nas adictas al actuar. VI. Responsabilidad en el proceso de curación. VII. Conclusiones.

RESUMEN
La responsabilidad es una característica humana que implica la existencia de la liber-
tad. La etimología del término revela su significado más profundo: la capacidad de responder.
Las adicciones, entendidas como la incapacidad de escapar a la influencia de una determi-
nada sustancia, actividad o persona, constituyen una enfermedad de la libertad y, por lo tanto,
afectan negativamente a la responsabilidad. El artículo destaca las áreas o espacios en los
que todavía es posible encontrar responsabilidad, como respuesta y apertura a la verdad, y
utilizarla para prevenir o cortar con el sufrimiento que causa la esclavitud de las drogas o
la pornografía en internet. Se identifican cuatro objetivos positivos: vivir coherentemente de
acuerdo con los propios ideales, estar atento a lo que podría desencadenar una adicción y
fomentar las virtudes, buscar ayuda para reducir las consecuencias negativas y estar activos
en el proceso de curación.

ENGLISH ABSTRACT
Responsibility is a human characteristic that needs the existence of freedom now
and in act. The etymology of the word shows its deeper meaning: the ability to respond.
Addiction, defined as incapacity to escape the influence of a certain drug, activity or per-
son, is a disease of liberty and therefore adversely affects responsibility. In this article, we
highlight areas or spaces where you can still find responsibility, as an answer and open-
ness to the truth, that can be relied on, in order to rescue one from suffering experienced in
the slavery of drugs or pornography on internet. We identify four main positive goals: liv-
ing according to one’s ideals, alertness to discover what may trigger an addiction and
strive for virtues, seek help to reduce negative consequences of dependence, and be proac-
tive in the healing process.

I. INTRODUCCIÓN

Es complejo hablar de responsabilidad en las adicciones porque, como otros trastor-


nos mentales, pueden considerarse una enfermedad de la libertad y, por lo tanto, de la res-
ponsabilidad. La responsabilidad, de hecho, es una característica humana que implica la
existencia de la libertad en el momento de la acción. El objetivo de este trabajo será ver si
1
todavía hay lugar para la responsabilidad, para la soberanía del ego, frente a la esclavitud
observada en las adicciones, entendidas en un sentido amplio: no sólo las adicciones a las
sustancias, sino también los comportamientos incontrolados, desde los desórdenes alimen-
ticios hasta la pornografía.
El tema es de gran interés para vastas áreas de la teología como la moral, la doctrina
social de la Iglesia y el ministerio pastoral. El fenómeno de las adicciones es ya habitual en
grandes sectores de la sociedad contemporánea. Representa un desafío para la nueva evan-
gelización. No hay que perder de vista que "nuevas formas de esclavitud, como la droga, y
la desesperación en la que caen tantas personas, tienen una explicación no sólo sociológica
o psicológica, sino esencialmente espiritual"1. Por lo tanto, es necesario actuar en el espíritu
para resolver el problema.
El primer punto estará dedicado a las aclaraciones conceptuales. A continuación me
referiré a cuatro áreas: la falta de responsabilidad en la incoherencia vital como sustrato, la
responsabilidad en el inicio de la adicción, en la acción de la persona dependiente y en el
proceso de curación. Este argumento es parte de la controversia entre los que consideran las
adicciones como una enfermedad y los que las ven sólo como una elección.
El interés no es sólo teórico porque la terapia psicológica de las adicciones se apoya
en la responsabilidad tratando de revitalizar la voluntad del enfermo. Los médicos, sin em-
bargo, son reacios a hablar de responsabilidad o imputabilidad. Es significativo que el Ma-
nual de Diagnóstico y Estadística de los Trastornos Mentales (DSM-5) haga una aclaración explí-
cita: "los conceptos clínicos y científicos implicados en la categorización de estas condiciones
como trastornos mentales pueden ser del todo irrelevantes en sede judicial, donde por ejem-
plo se deba tener en cuenta aspectos como la responsabilidad individual, la valoración de
la discapacidad y la imputabilidad"2. Designa dos patologías, para aclarar que los criterios
médicos no se superponen a los principios legales o no médicos: el juego de azar patológico
y la pedofilia.
Es comprensible que un manual descriptivo de enfermedades no quiera profundizar
en estos conceptos, ante el riesgo de repercusiones jurídicas y económicas, pero el médico o
el psicólogo no pueden prescindir de estas nociones. Hoy en día se exalta la libertad, pero
al mismo tiempo se insiste en el condicionamiento psicológico y social, y "algunos, su-
perando las conclusiones que legítimamente se pueden extraer de estas observaciones, han
llegado a cuestionar o negar la realidad misma de la libertad humana"3. A menudo, los pro-
fesionales de la salud sólo se interesan por las drogas, el alcohol, el sexo, los juegos de azar
u otros comportamientos cuando perjudican la salud psicofísica, pero no consideran si se
hace un uso responsable o no.
Sin embargo, es importante que cada persona asuma las consecuencias de sus actos
y se reconozca como responsable. Que reconozca que no es infalible, que está limitada y
condicionada por factores internos y externos, pero que permanece libre para llevar a cabo
su proyecto de vida.

2
La psicología y la neurociencia modernas han dado importantes pasos adelante, pero
aún quedan muchos misterios sobre las acciones de la persona. Se sabe mucho sobre la ubi-
cación en el cerebro de las funciones psicológicas y los predisponentes genéticos. Sin em-
bargo, los datos están lejos de ser totalmente ciertos, como señala Kagan4. No es posible
identificar, en un solo grupo de neuronas o circuitos interneuronales, construcciones psico-
lógicas como la percepción de rostros, la memoria de ciertas palabras, el concepto de nú-
mero, los juicios morales o las emociones. El determinismo genético también ha demostrado
ser insuficiente: no se ha encontrado ningún gen en clara relación con un componente de la
personalidad, un rasgo psicopatológico o un estado de ánimo. Aunque se sabe que los niños
maltratados, pobres o abandonados pueden llegar a ser más fácilmente ansiosos, irritables,
deprimidos o adictos, la investigación sigue centrándose en los factores biológicos. Kagan
señala que con ello se descuida la responsabilidad de la sociedad, que debería ocuparse de
otros factores de riesgo; y se quita la responsabilidad y la culpa a los propios individuos,
porque de esta manera no tienen que controlarse a sí mismos ni rendir cuentas de sus deci-
siones y acciones.
No se puede decir que cada persona adicta haya perdido la responsabilidad, pero
tampoco se puede decir que todos sean totalmente responsables. Debe ser analizado caso
por caso. Veremos la responsabilidad individual, sin olvidar que hay una responsabilidad
colectiva, de la familia, de la sociedad, del estado. Los dos niveles están unidos: el individuo
debe responder a su conciencia, pero también a las personas con las que vive, al mundo.
Uno puede ser engañado por el aparente consuelo de seguir la corriente, de no pensar en
los deberes, compromisos o ataduras, pero "quien no se atreve a tomar en sus manos el
timón de la propia vida, debe saber que la corriente, a la que se abandona, pronto o tarde le
precipitará contra los escollos"5.

II. ACLARACIONES CONCEPTUALES

La etimología de la palabra responsabilidad nos revela su significado más pro-


fundo. Viene del verbo latino respondeo, es decir, responder o poder responder. Además de la
libertad, implica una cierta idea de la ley a la que responder, la capacidad de tomar con-
ciencia de ella y de las propias acciones, y de elegir. La elección tiene como objeto lo que
depende de la persona, es "un deseo deliberado de lo que depende de nosotros"6. Es un re-
quisito para responsabilidad. Dar una respuesta implica que alguien la pida, la espere o la
merezca. Por lo tanto, para descubrir las áreas de responsabilidad en las adicciones, es pre-
ciso admitir que hay alguien a quien se puede responder o dar cuenta de las propias accio-
nes. No se puede decir que la responsabilidad es solo un valor en la conciencia personal,
porque una respuesta, en el sentido más preciso, se origina en la persona entera.

De acuerdo con el significado etimológico, la responsabilidad puede entenderse


también como la libertad positiva o para hacer algo. Está enraizada en la libertad como la ca-
pacidad de guiarnos hacia una meta, que nos hace capaces de autorrealización o autodes-
trucción7. Requiere conocer un proyecto y el reconocimiento de una persona que enco-
mienda una tarea. De ahí la posibilidad de ser responsable ante el que da una misión.
3
Si la libertad es una experiencia íntima de cada persona, la responsabilidad es más
la apertura al exterior de esta propiedad. Está en estrecha relación con la capacidad hu-
mana de autotrascendencia o de salir de sí mismo. Requiere esfuerzo, lucha, tensión. Tanto
la libertad como la responsabilidad se refieren a nuestra voluntad e intelecto. Siguiendo a
Philipp Lersch, podemos decir que la función de la voluntad es organizar todo según un
plan, lo que presupone la tensión para eliminar los obstáculos que surgen. Vemos brotar la
responsabilidad en una visión unificada de la persona como cuerpo, alma y espíritu: el
hombre se convierte, como efecto de la voluntad, en un ser portador de responsabilidad8.

Otros conceptos similares son voluntariedad, imputabilidad y culpabilidad. Los sig-


nificados varían en cierta medida según el campo de estudio: filosofía, teología, derecho,
medicina o psicología. La voluntariedad se refiere a la advertencia y el consentimiento en
el querer. Está en relación con el intelecto que presenta el bien, pero también depende de
los sentimientos y situaciones externas.

La imputabilidad se refiere a la posibilidad de atribuir un determinado acto a un


sujeto. La culpa implica la transgresión de un precepto y está relacionada con la pena o el
castigo debido. Sin embargo, es frecuente que el concepto de imputabilidad se utilice en el
sentido de culpa o responsabilidad.

Todos estos términos pertenecen a la esencia del ser humano y admiten la graduali-
dad. La voluntariedad de un acto varía en función de la conciencia, del grado en que se
rige por la razón o se oscurece por las pasiones, por los demás elementos de la afectividad
o por el inconsciente. Ser imputable significa haber cometido un acto como individuo. Ser
culpable está en relación con una ley natural o civil, un código moral de raíces religiosas o
deontológicas. Podemos encontrar actos voluntarios e imputables en ausencia de respon-
sabilidad, cuando se realizan con una voluntad oscurecida por factores internos o exter-
nos. La persona puede ser culpable, sin ser totalmente responsable. Ser responsable im-
plica un acto voluntario, imputable e incluso culpable si se refiere a una transgresión. So-
mos responsables cuando somos dueños de nuestro propio juicio y decisiones libres; se
añade a la idea de imputabilidad, la de ser responsable ante otro. La imputabilidad es un
requisito previo, la responsabilidad es una consecuencia.

Dado que la responsabilidad es una noción compleja, es razonable que la investiga-


ción psicológica tenga en cuenta la opinión de los filósofos y otros expertos. Esto es lo que
un grupo de investigadores de los Estados Unidos ha hecho para desarrollar una herra-
mienta que evalúa las creencias relacionadas con el libre albedrío, el Free Will Inventory
(FWI). La idea de responsabilidad en este estudio se acerca al concepto de imputabilidad.
Hubo siete propuestas específicas sobre la responsabilidad. La primera dice: ser responsable
de las decisiones y acciones actuales implica ser responsable de todas las decisiones anteriores9.

Volviendo a la noción de adicción, la vemos en relación con el hecho de estar ligado


a algo o a alguien de tal manera que se tiene una fuerte necesidad. Algunos sinónimos son
sumisión, subordinación y subyugación... hasta llegar a la esclavitud. En medicina se ha-
bla de un conjunto de fenómenos como la tolerancia, o la necesidad de aumentar progresi-
vamente la sustancia (o comportamiento dependiente) para producir el efecto placentero
4
inicial; la dependencia psicológica, o sentimientos de satisfacción junto con el deseo de repetir
la experiencia y evitar la tensión por no tenerla; y la dependencia física, cuando se producen
síntomas orgánicos causados por la falta de la sustancia o actividad adictiva. En inglés
también se habla de addicction, para hacer hincapié en un uso compulsivo e irresistible; y
de craving o ansiedad extrema por obtener una sustancia o satisfacer un deseo muy fuerte,
aunque se conozcan los efectos nocivos.

Estamos por lo tanto en la dimensión moral de la acción humana. Lo que está en


juego es la perfección o no de la persona, en la que interviene un principio interno funda-
mental de comportamiento: el hábito operativo. El hábito se define como una cualidad es-
table, difícil de quitar, con poder operativo, que dispone para actuar y sentir de una cierta
manera. No cambia sustancialmente al sujeto, sino que lo hace actuar de manera diferente.
Siempre es bueno o malo, orientado hacia el bien o el mal. Solo está presente en el hombre,
porque está dotado de libertad y dominio de sus propios actos10.

Los hábitos facilitan la acción, dan espontaneidad y facilidad para actuar en una de-
terminada dirección: en el caso de los hábitos buenos o virtudes, la capacidad operativa se
desarrolla y crece, porque conduce a un buen proyecto de vida y nos hace más humanos;
la influencia en la libertad es positiva. En el caso de los malos hábitos o vicios, uno se
vuelve menos libre y por lo tanto menos humano. Las virtudes perfeccionan las potencias
y los vicios en cierto sentido las corrompen. Esta corrupción involucra a toda la persona y
sus fuerzas, lo que hace difícil actuar bien. Podemos pensar en el perezoso que es incapaz
de cumplir habitualmente sus deberes, o en el hombre dominado por el odio, que no sabe
amar. El vicio facilita las malas acciones.

Como Aristóteles explicó11, los justos no pueden realizar obras inicuas tan fácil-
mente como los injustos. Santo Tomás dirá que el hombre vicioso tiene una voluntad per-
vertida que no siente el reproche de la inteligencia12. Añade que el vicio " tiene algo de ha-
bituamiento, sin que esto suprima la libertad o la intensidad del acto ni disminuya de or-
dinario la responsabilidad"; y que " el vicioso está esclavizado a sus propias pasiones, pero
con la energía que el uso de la razón y la humana pasión por el infinito le confieren para
saciarlas"13.

Las adicciones se mueven dentro de estas categorías y son prueba empírica de ello:
los alcohólicos, por ejemplo, no pueden escapar de la bebida. Cuanto más fuertes e inten-
sas sean las experiencias con sustancias u otras acciones incontroladas, mayor será la escla-
vitud. ¿Estamos en el origen de un vicio? ¿Cómo afecta a la responsabilidad un hábito ope-
rativo estable? Espero que la respuesta sea más clara al final de estas páginas, en las que se
utiliza el concepto de responsabilidad como apertura y capacidad de responder.

III. INCOHERENCIA VITAL COMO SUSTRATO DE LAS ADICCIONES

La falta de coherencia con los ideales o con el programa existencial es una falta de
respuesta a lo que la vida exige, o una falta de responsabilidad. Puede ser vista como un
camino privilegiado para llegar a la adicción y otras patologías. El programa existencial
5
puede ser en parte recibido a través de la cultura, el medio ambiente o la familia, pero se
experimenta enraizado en lo más profundo de la persona.

La incoherencia actúa como un fuerte factor desestabilizador: las fuerzas del ego no
pueden luchar indefinidamente contra la conciencia sin que se produzca un serio daño. En
un enfoque psicoanalítico, la lucha termina en la represión o en el confinamiento en el in-
consciente de esos contenidos perturbadores. El conflicto también puede ser una conse-
cuencia o un indicio de factores como la depresión, los trastornos de la personalidad o al-
gún síntoma psicótico. Pero la incoherencia también puede ser una elección parcialmente
consciente y deliberada. Para dar algunos ejemplos: el cónyuge habitualmente infiel, el
funcionario insatisfecho que a menudo comete robos o no cumple sus obligaciones, la per-
sona con una vocación religiosa particular o de servicio a los demás que en determinadas
circunstancias no la cumple. No es extraño que las personas que eligen tratar de compati-
bilizar ideales opuestos, viviendo una doble vida de cualquier tipo, terminen asumiendo
conductas más alteradas.

En las adicciones, el conflicto de coherencia se puede percibir desde los primeros


pasos, como un grito de quien reclama una respuesta. Hay tres instancias que exigen esta
respuesta. El "yo": el sujeto interior; los otros que están a su lado: la familia, los padres, los
hijos, los amigos, la sociedad en su conjunto. Y, finalmente, para los creyentes también hay
un orden superior, un Absoluto, un Dios.

Las incoherencias y la falta de autocontrol conducen al sufrimiento y a una caída de


la autoestima que favorece las compensaciones o concesiones que terminan por alterar el
equilibrio. Uno puede buscar formas impropias de relajación sin controlar los instintos.
Debido al desacuerdo con la identidad personal, estas actividades dejan una huella de do-
lor junto con el placer efímero, y conducen a la esclavitud. Es significativo que las perso-
nas adictas refieren que el placer obtenido por la repetición de la actividad o sustancia que
causa adicción nunca es como la primera vez: disminuye el encanto pero aumenta la suje-
ción.

Una forma velada de doble vida puede verse en aquellos que actúan externamente
de manera coherente, pero que siempre están incómodos. Pueden criticar a los que viven
mal, pero en realidad ellos mismos no caen en incoherencias más flagrantes sólo por
miedo. No se mueven por el amor dirigido a los demás, sino por el perfeccionismo o el
amor a sí mismos. Se desprende de aquí que la incoherencia puede ser externa o interna.
También se puede ver en relación con la acedia o tibieza, que Dante definió como escaso y
lento amor al verdadero bien14 que impulsa a vivir en lucha o, al menos, en oposición interior
con los ideales elegidos.

En nuestra sociedad hay numerosos elementos que favorecen una doble vida. Pa-
rece que el comportamiento personal coherente no importa, y por lo tanto la coherencia en
el bien no es un valor. A veces se ve como autenticidad el poder presentarse de diferentes ma-
neras, con distintas máscaras auténticas dependiendo de la situación. El joven y exitoso em-
presario, el fin de semana puede dar espacio a las drogas, una persona casada puede tener
otra pareja, y así sucesivamente.
6
La ruta para escapar del sustrato de la incoherencia, en cualquier grado que se pre-
sente, pasa por la conciencia, el reconocimiento y la voluntad de cambio. La persona nece-
sita la sinceridad, que comienza con un ejercicio clave para la salud espiritual y mental:
enfrentarse a sí mismo para ver si las elecciones y los medios utilizados se adaptan en todo
momento al ideal elegido, al proyecto vital. Este examen de conciencia da luz al mundo inte-
rior. Muchas veces, para tomar conciencia de ello, se necesita el apoyo de los padres, el
cónyuge, un amigo, un sacerdote, un director espiritual o un psicólogo en ciertos casos, o
de algún tipo de coaching. Se trata de otra persona dispuesta a ayudar y a objetivar lo que
preocupa y a señalar las formas de volver a una vida coherente.

Además de la incoherencia operativa, puede haber incoherencia existencial cuando


no se descubre el proyecto, el significado único e irrepetible de la propia existencia, y por
lo tanto ni siquiera se siente la necesidad de actuar, de dar una respuesta. Estas personas
se encuentran inmersas en un vacío existencial y son más propensas a caer en adicciones.
Por los estudios con la prueba de Rotter15, sabemos que las personas internalistas, es decir
aquellas que piensan que los hechos y lo que sucede depende más de ellos que de circuns-
tancias externas irremediables, son menos propensas a los trastornos mentales. También
son más responsables en el sentido de que se consideran capaces de dar respuestas a los
diversos dilemas, y que hacerlo vale la pena porque pueden influir en el mundo.

Los externalistas, en cambio, consideran que casi nada depende de ellos, y sufren
más trastornos psíquicos. Quien considera que todo sucede sin que él pueda intervenir, di-
fícilmente sentirá su responsabilidad: no querrá ni podrá transformar el mundo ni a sí
mismo. Así piensan muchas personas que han caído en la adicción: no intentan cambiar el
mundo, y se contentan con paraísos artificiales, que veremos.

En la base del vacío existencial hay otra incoherencia interna, como un desequilibrio
del corazón: no aceptar los límites de la humanidad y creerse plenamente autónomo. La
persona que no se considera limitada y finita no atribuye ningún significado al dolor o a la
tensión y no sabe esperar lo que quiere. Tal sujeto es presa fácil de las adicciones, del placer
fácil.

Los que no se reconocen sanamente dependientes de otros pueden dejarse llevar por
adicciones patológicas. Los que desean la libertad absoluta se encuentran con frecuencia
sumidos en la esclavitud. De ahí un diagnóstico todavía válido hecho hace muchos años
en el concilio vaticano II: "los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conecta-
dos con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano
(...). A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin em-
bargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicita-
ciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente
hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí
mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad"16 .

Concluye el texto mencionando la incapacidad de muchas personas para reflexionar


sobre estas cuestiones, porque viven en un materialismo práctico, o porque no tienen ni el

7
tiempo ni la manera de pensar en ello porque están oprimidas por la miseria. Son precisa-
mente las personas que tienen demasiados bienes materiales sin referencias espirituales y
las que viven en situaciones socioeconómicas degradantes las que corren un mayor riesgo
de convertirse en adictos.

La coherencia es ver la libertad como apertura, sabiendo que la libertad absoluta no


existe. El psiquiatra español Enrique Rojas dice: " ser libres –no [simplemente] sentirse li-
bres–, lleva aparejado la responsabilidad"17. Ser coherente es usar la libertad con responsa-
bilidad y decidir sin miedo, siguiendo un proyecto, corriendo el riesgo que toda decisión
implica. Los que no actúan en armonía con su lógica interna se rompen. El hombre siem-
pre está llamado a buscar la verdad que "no se impone sino por la fuerza de la misma ver-
dad"18. La obediencia sin libertad sería contradictoria, ya que contradictoria es la búsqueda
de un placer que no libera sino que esclaviza. Las personas adictas pueden no ver la ver-
dad debido a ciertas experiencias de su propia afectividad. Pueden también no querer des-
cubrirla por miedo a las consecuencias, o pensar que es imposible alcanzarla.

Juan Pablo II escribió sobre la drogadicción: "Aun reconociendo la complejidad del


fenómeno y sin pretender hacer un análisis exhaustivo de sus causas, quisiera subrayar
que en su origen suele haber un clima de escepticismo humano y religioso, de hedonismo,
que en última instancia conduce a la frustración, al vacío existencial, a la convicción de la
insignificancia de la vida misma, a la degradación en la violencia"19.

La identificación de la falta de responsabilidad como sustrato de las adicciones po-


dría ser, por lo tanto, una tarea para los clínicos y un medio de prevención. Una cuestión
importante que hay que considerar es el límite de la propia existencia y la muerte como la
llamada última a la responsabilidad: nadie puede escapar de ella y tenerla presente ayuda
a no retrasar las respuestas que hay que dar.

IV. RESPONSABILIDAD AL INICIO DE LOS SÍNTOMAS

Hablar de responsabilidad al principio de la adicción nos sumerge más en la contro-


versia entre considerar estos trastornos como una elección o una enfermedad. Sin preten-
der ser exhaustivos, veremos algunos aspectos de este debate. Parece claro que no se trata
de una enfermedad cualquiera, porque las personas con adicciones pueden decidir, y mu-
chas veces lo hacen, no recurrir a la sustancia o actividad peligrosa. Y así dejan de sentirse
enfermos con un acto voluntario, lo que no es el caso de otras enfermedades como el cáncer o
el cólera.... Esta es la tesis de Heyman20, por ejemplo, que explica las adicciones en que las
recompensas inmediatas tienen prioridad sobre las ganancias a largo plazo.

Por otra parte, como señala Lewis, los estudios de neurociencia sugieren que las
elecciones impulsivas y descontroladas de los pacientes drogadictos se derivan de niveles

8
particulares de dopamina en ciertas áreas del cerebro, debido al fuerte impacto hedonista
que proviene de la experiencia repetida con las droga21. Esos niveles afectan cualquier otro
tipo de recompensa y los procesos cognitivos necesarios para tomar una decisión.

Creo que es cierto, como concluye Lewis, que las adicciones no son un estado mo-
nolítico: ni enfermedad ni elección. A menudo hay una serie recurrente de opciones que
permiten la negociación y a veces la cooperación entre los objetivos inmediatos y los de
largo plazo, pero que terminan alterando la función del cerebro. Los modelos de explica-
ción que se basan en la elección, y diríamos también en la responsabilidad, no son por
tanto incompatibles con la consideración de las adicciones como una enfermedad. Esto es
lo que podría haber afoirmado Aristóteles, quien escribió: "Tampoco el enfermo por sólo
desearlo se pondrá sano. Podemos, en efecto, suponer que esté enfermo voluntariamente
por haber vivido incontinentemente y desobedeciendo a los médicos. Hubo un tiempo en
que estuvo en su poder no enfermarse, pero ya no después de haberse abandonado, como
tampoco puede volver a tomar una piedra el que la ha lanzado, pero en su mano estuvo
tomarla o arrojarla, ya que el principio de la acción en él estaba"22.

En ambas posiciones hay elementos de verdad. Las personas adictas pueden carecer
de una visión de las consecuencias de sus acciones y pueden buscar una compensación in-
mediata, según un modelo de recompensa como el de Skinner. Pueden incluso dejar atrás
los malos hábitos si están pensando en metas futuras como un matrimonio feliz, un trabajo
donde se sientan realizado, etc. Hay varios estudios científicos sobre la importancia de los
hábitos o conductas saludables para disminuir el abuso de sustancias. Entre los factores
que promueven los hábitos saludables, la unión matrimonial parece importante y hay di-
ferencias con otras uniones23.

No obstante, cuando se buscan las razones del comportamiento adictivo, no es co-


mún hablar de responsabilidad. Se consideran los factores genéticos y el temperamento
hereditario, las influencias ambientales, los mecanismos de desinhibición24. Parece que la
elección y la capacidad de respuesta de uno es muy limitada. Sin embargo, los rasgos de
carácter son a veces más modificables que otras causas ambientales, y algunos, como el
optimismo y la conciencia, sinónimo de responsabilidad, favorecen la vida matrimonial, el
trabajo y la longevida2526.

Por lo tanto, hay elementos internos y externos que preceden al comienzo de la


adicción. Pero normalmente queda el espacio para elegir, para orientar la conducta y el ca-
rácter de uno. La falta de esfuerzo para superar ciertas características de la personalidad
podría dar lugar a una sintomatología clínica. La responsabilidad puede reducirse en gran
medida cuando la persona no es consciente, no ha reflexionado sobre los riesgos de su
comportamiento o no ha sido capaz de luchar, o no ha tenido buenos consejeros. Puede
que haya recibido consejos erróneos o contra-ejemplos, pero también puede haber elegido
el camino equivocado o rechazado el remedio en las primeras manifestaciones. Está claro
lo importante que es la formación de la personalidad, donde las virtudes y los ideales jue-
gan un papel clave.

9
No se puede vivir la libertad de forma irresponsable, sin límites, aunque hay mo-
mentos en los que todo parece posible. Tarde o temprano descubres los límites. Uno de los
personajes de la novela de Aleksandr Solženicyn, Un día en la vida de Iván Denísovich, pri-
sionero en un lager de la Unión Soviética, recuerda con nostalgia un viaje suyo en el tren
Vladivostok-Moscú. Estaba lleno de militares y de algunas estudiantes, aparentemente fe-
lices, con las cuales bromeaba y hablaba con gusto. Ahora, obligado a trabajar a 30 grados
bajo cero, comenta con cierta amargura, que esos jóvenes viajaban al borde de la vida, y
que para ellos todos los semáforos estaban en verde27." Más allá de las circunstancias ex-
tremas, cada día nos confirma que no todos los semáforos están en verde. Por lo tanto, no es
extraño que una persona que no está dispuesta a respetar las normas, en cierto sentido es-
critas en su naturaleza, se encuentre con patologías.

En un estudio reciente se identifican cuatro características estructurales del inicio de


la adicción: la transición del consumo ocasional de sustancias a la adicción, la vulnerabili-
dad individual, lo que perpetúa el problema y la forma en que se adueñan del comporta-
miento, a pesar de las graves consecuencias negativas28. Los autores sostienen que el pro-
ceso sigue los mismos principios de motivación en general, que se ponen en marcha
cuando se enfrenta a algún objetivo a alcanzar. El primer principio es que, por lo general,
las metas u objetivos tienen un significado único. El segundo es que una meta valorada
como más importante puede implicar la inhibición de otros objetivos para favorecer el pri-
mero (esto se llama shielding principle).

El tercer fenómeno que puede ocurrir es la transferencia emocional de la meta, o trans-


formar los medios en la meta misma. Este último mecanismo sería fundamental en el
inicio de la dependencia. Las sustancias o conductas dependientes adquieren un carácter
instrumental para lograr objetivos. Luego, de medios se transforman en una meta en sí
misma, y esta suplantación se hace más fuerte con el tiempo. Sería similar a lo que sucede
con los que empiezan a correr para perder peso, pero continúan haciéndolo después de al-
canzar el peso ideal, porque correr se ha convertido en algo deseable en sí mismo. Dado
que el instrumento en este caso es único (la sustancia u otro comportamiento dependiente
destinado a socializar, aumentar la autoestima, el estado de ánimo o el rendimiento, etc.),
la transferencia emocional es más fácil. Si tienes más intereses fuera de ti mismo, como
amigos, familia, amor e intimidad, el riesgo se reduce. La adicción causa una polarización
de la atención, que actúa como un impulso para perpetuarla. Los recursos autorregulados
sólo se dedican a ello, transformados en una meta, y quedan menos fuerzas para repeler la
tentación.

En muchos casos el camino de la adicción es similar a la adquisición de un vicio. Se


sabe que las actividades o experiencias que provocan placer físico o psíquico atraen al ser
humano, y son capaces de disminuir la voluntariedad. Las sustancias u otras actividades
que ofrecen un placer fácil fortalecen el deseo y quitan poder al juicio intelectual. El condi-
cionamiento puede estar relacionado con la experiencia de placer o recompensa, con una
disminución de la ansiedad. Cuando el efecto placentero desaparece, como sucede des-
pués de la anestesia, el dolor aumenta y se necesitan dosis mayores... Se pierde el control
de los impulsos. Hechos similares pueden aparecer en actividades muy diferentes, como la
10
sexualidad descontrolada y el juego excesivo o la ludopatía29. Aunque estas personas no
tienen los efectos químicos de la droga en el cerebro, experimentan un sufrimiento similar.
Se habla del ansia sexual como algo más parecido a las drogas, porque los actos relaciona-
dos con la sexualidad son muy vigorizantes y, en el momento culminante de la experien-
cia, se liberan sustancias químicas similares en el cerebro.

El efecto agradable o a veces anestésico fomenta el consumo repetido y se hace difí-


cil detenerlo aunque se sabe que causa daños. Por lo tanto, los responsables son aquellos
que conscientemente empiezan a consumir sustancias con la capacidad de provocar adic-
ción. También lo son los políticos o los médicos que no hablan de los conocidos riesgos del
llamado uso de sustancias recreativas, que puede llevar a un aumento de la adicción30.

Las personas adictas recurren a menudo, pero no siempre, a la sustancia nociva o a


la actividad incontrolada como algo ajeno que suprime la ansiedad vital y llena el vacío
debido a la falta de sentido de la existencia. Desde esta perspectiva, Frankl y otros psicólo-
gos han hablado de los paraísos artificiales que buscan los drogadictos como consecuencia
del vacío existencial31. En lugar de poner sus energías en la transformación del mundo
real, en la ayuda de los demás, en el crecimiento de sus propias capacidades, las desperdi-
cian en paraísos de corta duración, lo que perjudica seriamente su salud y la sociedad. La
escalada observada en las adicciones peligrosas puede verse en relación con la crisis de valo-
res de la sociedad y la cultura, combinada con el activismo, la competitividad exagerada y
la superficialidad en las relaciones32. Una persona puede ser responsable de todo esto.

Una adicción en particular, en la que quizás se ve más responsabilidad al principio,


es la de Internet. Es un ejemplo paradigmático de no querer responder antes, y no poder res-
ponder después. Se presenta a algunas personas como un medio para expresar sus ideas sin
riesgo aparente, para ofrecer sus emociones a otros y para probar nuevas experiencias. Se
convierte, como han observado los psiquiatras, "en un fiel espejo de la realidad y la psico-
logía de sus usuarios, pero tiene algunas peculiaridades relacionadas con la peculiaridad del
medio"33. Constituye un "lugar" que se percibe como extremadamente cercano e íntimo en
la medida en que la sensación de distancia se desvanece y todo, incluidas las relaciones in-
terpersonales, parece suceder "justo debajo" de la pantalla en un espacio controlado y con-
trolable con la punta de los dedos"34.

Internet puede fomentar la gratificación de tendencias que, en la vida real, no serían


aceptadas por la persona misma o por la sociedad. En particular, los impulsos de la sexua-
lidad encuentran una salida fácil detrás de la protección de la pantalla. La adicción a la
pornografía ha aumentado enormemente con el uso de la Internet, debido a su facilidad de
acceso, su bajo costo o accesibilidad y su anonimato35; y existen herramientas psicológicas
para evaluar la magnitud del problema36.

En el trastorno de adicción a internet (IAD) las personas llegan a pasar días enteros
frente a la computadora, reducen la actividad física, descuidan la familia, los amigos, el
trabajo y otras obligaciones. Las causas subyacentes son con frecuencia la disminución de
la responsabilidad personal37. El uso de esta herramienta sin moderación, así como de los

11
videojuegos y similares, puede, por lo tanto, dar lugar a una perturbación y sería de espe-
rar que todos fueran más responsables: los proveedores de servicios, las empresas de soft-
ware de videojuegos, los padres, etc. Es urgente además una mejor reglamentación, que pro-
teja en particular a los niños. Tantas actividades inofensivas en la red que forman parte de
nuestras vidas, como enviar mensajes, leer noticias, comprar, etc., pueden ser experimen-
tadas para bien o para mal.

Mucho antes que cualquier red informática, Philipp Lersch escribió: "Es una defi-
ciencia de la voluntad interior la entrega desenfrenada a las imágenes y ensueños acucian-
tes de una fantasía desiderativa exagerada, en la que los instintos y tendencias se desaho-
gan de un modo ilusorio sin poderse realizar38. Y esta actitud interna de la voluntad debe
ser educada en la apertura a la verdad, a otros intereses, es decir, con responsabilidad.

Como prevención de las adicciones y otras actividades incontroladas, sería deseable


fomentar una vida virtuosa, es decir, un buen hábito de trabajo que tienda a la verdadera
felicidad y no a los paraísos artificiales. En particular, merece ser mencionada la virtud de la
templanza: "El hombre moderaddo", escribió Juan Pablo II, "es el que es dueño de sí.
Aquel en que las pasiones no predominan sobre la razón, la voluntad e incluso el “cora-
zón”. ¡El hombre que sabe dominarse! Si esto es así, nos damos cuenta fácilmente del valor
tan fundamental y radical que tiene la virtud de la templanza. Esta resulta nada menos
que indispensable para que el hombre “sea” plenamente hombre. Basta ver a alguien que
ha llegado a ser “víctima” de las pasiones que lo arrastran, renunciando por sí mismo al
uso de la razón (como por ejemplo un alcohólico, un drogado), y constatamos que “ser
hombre” quiere decir respetar la propia dignidad y, por ello y además de otras cosas, de-
jarse guiar por la virtud de la templanza"39.

Adquirir la virtud implica esfuerzo, tensión, distanciarse de las ocasiones contra-


rias. Ser responsable al principio de la dependencia significa también buscar ayuda en los
demás y, para los que son cristianos, en la gracia de Dios, recibir la fuerza para mejorar.
Esta petición va unida a la confesión del propio límite, de la propia debilidad, fundamen-
tal para no caer en la arrogancia o en la presunción de poder permanecer libre de cual-
quier limitación o defecto sólo con la propia energía. Reconocer la vulnerabilidad de la na-
turaleza humana nos hace más claramente conscientes de los peligros de las decisiones
equivocadas, que pueden convertirnos en esclavos.

Con nuestras limitaciones, también descubrimos lo que Lersch llama una superes-
tructura personal, formada por la voluntad y el pensamiento, que nos permite tomar una
posición frente a los condicionamientos internos, la esfera endotímica de los sentimientos,
impulsos y tendencias inconscientes. El hombre no puede abandonarse pasivamente a es-
tos procesos y estados que sufre, sino que debe regularlos. Así, alcanza el significado más
alto, su desarrollo supremo. Y en este esfuerzo encuentra su dignidad, su libertad y su res-
ponsabilidad40.

La fuerza de voluntad es la capacidad de organizar la resistencia del mundo interno y


externo hacia una meta: " donde no hay que superar ninguna resistencia no existe un ver-
dadero querer"41. La fuerza de tensión de la voluntad hace que uno mire a los extremos más
12
lejanos de la vida y la profesión. Esto implica tenacidad, persistencia, constancia y firmeza,
porque apunta hacia adelante. Diferente es la fuerza del impulso, que comienza pero se
agota y se paraliza inmediatamente. Podríamos decir que la persona dependiente carece
sobre todo de esta fuerza de tensión.

V. RESPONSABILIDAD EN EL ACTUAR DE LAS PERSONAS ADICTAS

La responsabilidad de la persona adicta cuando actúa, es considerada por los juris-


tas, la evalúa también la teología moral, interesa a los expertos en derecho matrimonial,
etc. Se pueden estudiar los actos materiales de la persona adicta, como el consumo exce-
sivo de alcohol o la conducta sexual desordenada; u otros actos, a veces delictivos, cometi-
dos por una persona bajo la influencia del alcohol o las drogas, o cegada por la pasión.

De particular interés práctico es también determinar si un adicto es capaz de asumir


la responsabilidad. A veces es necesario evaluar a posteriori si un determinado contrato era
válido o no. El derecho canónico, por ejemplo, considera que la drogadicción y el alcoho-
lismo crónico pueden afectar al consentimiento matrimonial. Se recurre a expertos y se in-
tenta comprender si los cónyuges tenían las condiciones mínimas para evaluar adecuada-
mente la responsabilidad de la procreación, la educación, la fidelidad mutua o para com-
prender la indisolubilidad. Es necesario verificar si la persona actuó el momento de la elec-
ción dominada por otras circunstancias, hasta tal punto de hacerla involuntaria42.

Cabría mencionar una amplia casuística en los diferentes escenarios de las acciones
emprendidas por los individuos adictos. La pregunta básica es muy similar: ¿la adicción
anula la responsabilidad en sus acciones o en sus elecciones libres? La respuesta también
nos lleva a una dimensión común. Se trata de examinar si la persona quiere libremente lo
que hace, si tiene esa experiencia de autodeterminación que se manifiesta en poder decir:
puedo, pero no tengo que43.

Para Aristóteles, un acto es involuntario cuando se hace por fuerza o por ignoran-
cia. Pero cuando se hace por miedo, como cuando los marineros tiran su carga por la
borda para salvar el barco durante la tormenta, la duda permanece, porque se ha hecho
una elección, aunque está claro que no lo harían excepto por necesidad. Para decidir en ta-
les casos, concluye, hay que mirar las circunstancias. Lo mismo ocurre con los actos de las
personas adictas y el Filósofo nos ofrece sugerencias útiles en la Ética Nicomachea. Es dife-
rente, dirá, actuar ignorando que actuar por ignorancia. Pone el ejemplo de la persona borra-
cha o enojada, que no actúa por ignorancia sino por embriaguez o furor, pero sin saber lo
que hace, por tanto, ignorándolo. Esta ignorancia de lo que se debe hacer lleva al vicio. Su
conclusión es nítida: "ciertamente no dice bien quien afirma que los actos realizados a
causa de la impetuosidad o del deseo son involuntarios"44.

Los pacientes con adicción parecen estar de acuerdo con Aristóteles cuando se dan
cuenta de que actúan en parte voluntariamente. La creencia en un factor genético puede
ayudar a reducir el sentimiento de culpa y fracaso personal que se desencadena cuando se
13
piensa en una elección personal. Sin embargo, en muchos casos, las personas no quieren
que su comportamiento se atribuya únicamente a los genes, sino que necesitan y ven un
espacio de responsabilidad. En algunas enfermedades mentales, se sabe que la situación
subjetiva empeora cuando se insiste en la genética o en la ausencia total de elección por
parte de los pacientes. Aumenta la sensación de impotencia ante síntomas más peligrosos
o impredecibles. Por lo tanto, sentir excesivamente el peso de la responsabilidad por las
propias acciones puede ser un tormento que debe ser aclarado; pero atribuirlo todo a la
genética podría obstaculizar la mejora de los pacientes, fomentando el fatalismo causal y
las excusas para permanecer en el "yo no puedo hacer nada"45.

Un aspecto clave cuando se trata de la responsabilidad en las acciones de las perso-


nas adictas es comprender hasta qué punto las reacciones emocionales pueden afectar a la
propia adicción. Sin duda, la ansiedad, la depresión y la obsesión afectan a la libre acción
de la persona y cambian su responsabilidad. Pueden considerarse en cierto sentido como
algunas pasiones que, según Santo Tomás, influyen totalmente en el hombre y preceden a
su voluntad. Debido a nuestra naturaleza limitada, la fuerza de estas pasiones que prece-
den al acto, en lugar de estar integradas positivamente, pueden en algunos casos llevar a
actuar con menos libertad: los actos entonces quizás no sean realmente actos humanos -con-
trolados por la voluntad, por el espíritu- sino actos actos involuntarios del hombre46. Sin
embargo, la influencia de las pasiones en general no es tan grande como para que los actos
humanos se vuelvan involuntarios. Determinar con certeza el grado en que el condiciona-
miento psíquico disminuye la responsabilidad queda fuera de las posibilidades de la ra-
zón humana. Pero la conciencia del individuo puede decir mucho, porque el síntoma psí-
quico no siempre extingue esta voz del corazón o excluye la culpa.

Existen numerosas circunstancias que pueden reducir o anular la voluntad y, por


tanto, la responsabilidad de una acción, como la inadvertencia, la violencia, el miedo, los
hábitos (y esto afecta más a las adicciones), los afectos incontrolados y otros factores psico-
lógicos y sociales47. No todos actúan de la misma manera. Santo Tomás distingue la in-
fluencia de la violencia de la del miedo. La violencia puede provocar actos absolutamente
involuntarios porque se hacen sin el consentimiento de la persona y contra su voluntad;
pero los que actúan por miedo, aunque se muevan en su voluntad con el fin de evitar el
mal que temen, y por lo tanto un fin distinto del de la acción, podrían incluso fortalecer la
voluntad: como los marineros, del citado ejemplo de Aristóteles, que, por miedo, tiran
toda la carga del barco al mar48. La ansiedad, una reacción emocional vinculada al miedo,
puede reducir en gran medida, pero probablemente no anular, la voluntariedad y por lo
tanto la responsabilidad. Los trastornos mentales más graves, en cambio, no dejan espacio
para la libertad o la responsabilidad, pero incluso en ellos hay grados y puede quedar algo
de voluntariedad49.

Los procesos psicológicos y psicopatológicos pueden influir en el juicio moral de


una acción, pero nunca convierten en buena una mala acción y no siempre quitan o redu-
cen la responsabilidad. Una persona adicta puede ser capaz de sentir el riesgo en el que se
encuentra ella y los que la rodean, y buscar un tratamiento para curarse. Un adulto que

14
abusa sexualmente de un niño, impulsado por sus impulsos incontrolados, puede estar en-
fermo, pero, si se confirma su culpabilidad, probablemente tendrá que ser confinado en
una estructura especial donde, además de recibir la terapia que pueda necesitar, será de-
clarado imputable, culpable y responsable. Es claro que los pacientes peligrosos, si real-
mente están enfermos, no deben ser castigados, pero la sociedad debe tomar medidas de
precaución e intentar curarlos.

Dar espacio a la responsabilidad en las acciones de las personas adictas implica la


posibilidad de considerarlas culpables, una condición profundamente arraigada en la na-
turaleza humana. El culpable pierde la libertad, la libertad de no hacer lo que hizo en el
pasado, de cambiar lo que ocurrió; pero aún tiene la capacidad de adoptar una actitud
constructiva arrepintiéndose y cambiando él mismo. Hasta el último momento de su vida
el ser humano conserva esta capacidad de reacción: con la contrición final puede dar sen-
tido a muchas acciones y elecciones equivocadas del pasado. El arrepentimiento se con-
vierte, dirá Max Scheler, en una forma de autocuración del alma, de hecho la única manera
de recuperar su fuerza perdida50. Cuando uno se equivoca, no basta con querer mejorar,
hay que arrepentirse.

VI. RESPONSABILIDAD EN EL PROCESO DE CURACIÓN

Hemos dicho que los médicos y psicólogos rara vez se refieren a la responsabilidad
cuando hablan del momento inicial de la adicción. En el proceso de curación, sin embargo,
consideran que es clave para la recuperación51. Para algunos grupos de Alcohólicos Anóni-
mos, por ejemplo, el alcoholismo sería una enfermedad del cuerpo y del espíritu, pero la
persona sólo sería responsable de la terapia y no del comienzo o del desarrollo de la adic-
ción.

Hay suficientes pruebas de que para tratar las adicciones es clave fomentar el deseo
de cambiar, la confianza para hacerlo y la responsabilidad de la tarea. A menudo se reco-
mienda un cambio de estilo de vida o ejercicios psíquicos para modificar una forma de
pensar o una actitud, y todas las sugerencias requieren el compromiso del paciente, en la
medida en que sea capaz de hacerlo. La recuperación total, por lo tanto, puede llevar al su-
frimiento, porque significa aceptar humildemente alguna deficiencia de carácter y cambiar
considerablemente el estilo de vida de uno.

Fomentar la responsabilidad depende de la capacidad de aprovechar lo que Frankl


llama la fuerza de resistencia del espíritu52. El ser humano es una unidad y la persona espiri-
tual es el núcleo que organiza todo el organismo psicofísico. Lo transforma desde el princi-
pio de la existencia en algo propio y lo convierte en un organum, un instrumentum. Hay, dirá
Frankl, como una analogía entre lo que pasa entre el músico y su instrumento. Si el instru-
mento está desafinado, no habrá ningún músico capaz de tocar algo. Si el organismo se en-
ferma, el espíritu no puede expresarse bien.

A diferencia del binomio músico-instrumento, el cuerpo y el espíritu no están en la


misma dimensión del ser. Por esta razón, el espíritu permanece invisible y lo espiritual en
15
el hombre no puede enfermarse, sino que será lo que permita al enfermo una relación -tal
vez mínima- con la evolución de la enfermedad. La adicción, como hemos visto, compro-
mete al organismo psicofísico y puede llegar a desorganizarlo o destruirlo. Las propieda-
des espirituales del hombre, su intelecto, su voluntad y por lo tanto su libertad y responsa-
bilidad pueden ser perturbadas.

En la enfermedad, el cuerpo puede negar sus servicios al espíritu, pero muchas veces
es posible al menos cambiar la actitud. No es tarea de los profesionales de la salud interve-
nir directamente en la dimensión espiritual y, sin embargo, debido a la unidad del ser hu-
mano, muchas veces lo hacen. Cuando se toca esta dimensión, la grandeza de la relación
médico-paciente o psicólogo-paciente se manifiesta plenamente: por ejemplo, en el con-
suelo de los que sufren o en la ayuda para afrontar las dolorosas circunstancias de la enfer-
medad, promoviendo nuevas actitudes. De esta manera la persona se hace más consciente
de su espíritu, de su responsabilidad como fundamento de su existencia. Por lo tanto, la
intervención en la dimensión espiritual es importante en el proceso de curación de las
adicciones. Es necesario ayudarles a decidir responsablemente, a descubrir que su vida,
como escribió Karl Jaspers, está en tensión hacia lo trascendente y " la tarea del espíritu es de-
jar que lo verdadero se manifieste y encuentre un lenguaje"53.

Para alcanzar la meta se necesita energía y una tensión dirigida hacia el exterior,
que trate de dar una respuesta. El hombre madura mirando a las metas futuras, se encuen-
tra en un "campo polar de tensión entre el ser y el tener que ser, y por lo tanto frente a sig-
nificados y valores, cuya realización se requiere"54. Frankl menciona tres categorías de va-
lores. Los valores de la creación: cuánto da el hombre al mundo, trabaja, crea o produce. Los
valores de la experiencia: lo que recibe como regalo, en encuentros personales u otras expe-
riencias. Y los valores de la actitud: la actitud que toma frente a situaciones ineludibles y
frente al sufrimiento55.

Las personas adictas pueden ser incapaces de trabajar o realizar los valores creati-
vos. Quizá tampoco pueden expresar plenamente los valores de la experiencia, admirar la
belleza, amar, disfrutar de una obra de arte..., porque están condicionados por la bús-
queda ilimitada y compulsiva del placer. En cambio, los valores de actitud permanecen:
pueden cambiar la forma en que se enfrentan o actúan ante la adicción. Esto es una prueba
de una cierta capacidad de respuesta, de responsabilidad y de la utilidad de estimularla.

En el proceso de curación, además de ayudar a las personas a identificar los desen-


cadenantes de las recaídas, como la soledad, la rabia, el nerviosismo..., es necesario ani-
marles a abandonar las amistades que les proporcionaron las drogas, a evitar los lugares y
situaciones en los que es más fácil caer en el vicio: en definitiva, a poner en práctica las me-
didas que les permitan escapar de las ocasiones. Es importante que estén ocupados en otras
actividades, que piensen menos en el comportamiento perjudicial y que no permanezcan
aislados.

La ambivalencia de las personas adictas, que se dan cuenta de antemano de los ma-
los efectos de sus acciones, de la posibilidad de perder su trabajo, su familia e incluso su
vida, pero que aún así buscan cada vez más una salida e la adicción, que ya no les gusta
16
como antes, podría resolverse, si fueran capaces de mirar hacia fuera, hacia una meta que
unificara sus deseos y su mundo interior dividido. Conviene animarles a apreciar la be-
lleza, la autenticidad de una vida libre y feliz, con muchos intereses y amigos off-line a los que
puedan responder.

VII. CONCLUSIONES

Creo que se confirma que es apropiado tratar la responsabilidad en las dependen-


cias desde una perspectiva multidisciplinar, con una visión global de la persona56. Hemos
visto que la persona adicta está llamada a responder y lo constructivo que es fomentar esta
capacidad. La intervención en todas las áreas de responsabilidad podría ayudar a curar
pero también a prevenir los trastornos.

Se ha identificado un sustrato de las adicciones en la inconsistencia vital, entendida


como vacío existencial, falta de sentido de la vida o ausencia de valores estables a los que
referirse. Si nada tiene sentido, todo lo que queda es el aburrimiento y la desesperación. Si
todo es relativo y no hay ideales o no se actúa de acuerdo con ellos, no se puede dar una
respuesta: se vive en la irresponsabilidad, en la infelicidad. Es significativo que los hábitos
peligrosos se desencadenan generalmente en momentos de tristeza, cansancio y sentimien-
tos negativos, y son menos probables cuando la persona está feliz, tratando de divertirse,
disfrutando de la lectura de un buen libro, escuchando música o haciendo deporte y com-
partiendo sus intereses con los demás. Estas actitudes de apertura requieren una cierta
tensión, que uno debe aprender a tolerar. La existencia humana no puede ser vista como
una búsqueda autónoma de equilibrio personal.

Un objetivo importante para estas personas será redescubrir el sentido de la existen-


cia; poder no buscar paraísos artificiales y recuperar la confianza en la vida cotidiana, en la
posibilidad de trabajar, de tener ideales. Para que la terapia tenga éxito, deben encontrar
fuertes razones para no continuar con su actividad dañina. Una vida espiritual dinámica,
el amor a Dios y a los demás, y la belleza de la naturaleza dan razones valiosas para des-
pertar el deseo de volver a la vida.

En el comienzo de la adicción, las virtudes juegan un papel fundamental, particu-


larmente la templanza. El que no es moderado sufre, es empujado por fuerzas contrarias y
"sufre, tanto cuando logra lo que quiere como cuando lo quiere"57. Por esta razón es más
fácil ayudarle a descubrir los aspectos negativos. Si se da cuenta y acepta que este compor-
tamiento dañino no es una fuente de verdadero placer y le quita su autonomía, es capaz
de empezar a curarse. Muchos consejos prácticos están relacionados con la responsabili-
dad, la capacidad de respuesta. Se suele sugerir que se haga una lista de todos los benefi-
cios que se derivarán de dejar esa sustancia o hábito peligroso58. Cuantas más razones
puedas encontrar, mejor. Hay que escapar del relativismo, que hace que se pierda la no-
ción de hábito operativo, porque no considera nada objetivamente bueno o malo, y enton-
ces no se deja lugar ni a la virtud ni a los vicios y por lo tanto ni siquiera a la responsabili-
dad.

17
La responsabilidad como la capacidad de responder, de salir de sí mismo, se pierde
a medida que aumenta la dependencia, lo que cierra la apertura al mundo. Todo perma-
nece atrapado en los estrechos márgenes de una sustancia, una imagen o un clic. Cuando
uno no admite la posibilidad de ser responsable, sale aún menos del ego. No hay ninguna
instancia externa a la que responder. Uno sólo puede responder a su propia conciencia, lo
que causa remordimiento. El remordimiento y el cierre llevan a la desesperación y a la
continuidad del vicio. La responsabilidad como apertura lleva al arrepentimiento y al
cambio.

Es claro que siempre se debe escuchar la voz de la propia conciencia. Pero, si esto se
refiriera a no escuchar nada más, a no pedir consejo, a no experimentar la necesidad de
responder a alguien fuera de nosotros, escuchar la propia conciencia podría convertirse en
una trampa y en una falta de responsabilidad. La persona que sólo quiere responder a sí
misma no responde en realidad. Permanece asfixiada por los remordimientos, como los
que inician el camino de las adicciones, donde el sentimiento de asfixia llama a una mayor
adicción aún, para intentar inútilmente respirar.

La persona adicta, en vez de amar, de salir de sí misma, de satisfacer la sed del otro
con el sacrificio, signo del verdadero amor, trata de satisfacer su propia sed de sentido, el
sentimiento de vacío. Paradójicamente, si deja este intento inútil y ofrece a la otra persona un
trago, apagará su sed personal. Por este camino puede descubrir una misión, y no pregun-
tarse tanto qué espera de la vida, sino qué espera la vida de él: saber dar una respuesta.

Como hemos visto, los profesionales de la salud se inclinan más a aceptar que la
responsabilidad es útil para curar las adicciones, pero menos para prevenirlas. Tal vez
piensen que la responsabilidad es una especie de aspirina, que uno sólo se debe tomar
cuando los síntomas se han manifestado59. Sin embargo, la responsabilidad es mucho más
que la aspirina y sería útil fomentarla en los diferentes ámbitos de la vida cotidiana, no
sólo de los enfermos, sino de la población en general. Seguramente se lograría una reduc-
ción significativa de las adicciones. Los estudios apoyan esta afirmación. De hecho, es bien
sabido que con pequeños cambios en el estilo de vida de la población en general se logra
una mayor reducción de los trastornos que si se concentran los esfuerzos sólo en los gru-
pos de riesgo o en los enfermos60.

Quedan muchas posibilidades de trabajos futuros. Entre ellas, el análisis de la res-


ponsabilidad social, la responsabilidad familiar, la de las figuras públicas que fomentan la
buena o mala conducta, del Estado y de los políticos, de los industriales que promueven
los casinos, de los pequeños empresarios de un bar donde se fomenta el uso indiscrimi-
nado de las máquinas de juego, etc. Tal vez incluso el desarrollo de una herramienta de
evaluación que considere la responsabilidad y nos permita comprender la gravedad, el
pronóstico y la evolución de las adicciones y el comportamiento impulsivo incontrolado.

Espero vivamente que haya más trabajos teóricos y experimentales, que partan de
una noción de responsabilidad como respuesta y apertura, y que podamos definir mejor
cómo ayudar más a las personas adictas en esta dimensión esencial.

18
19
1 BENEDICTO XVI, CARITAS in Veritate, 29 de junio de 2009, en AAS 101 (2009) 641-709, n. 76.
2 Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fifth Edition (DSM-5) APA Press, Washington DC
2013, 25.
3 JUAN PABLO II, Veritatis splendor, 6 de agosto de 1993, en AAS 85 (1993) 1133-1228, no. 33.
4 J. KAGAN, A Trio of Concerns, en "Perspectives on Psychological Science" 2 (4) 2007, 361-376. Jerome
Kagan, profesor de psicología en Harvard.
5 F. KÜNKEL, Psicoterapia del carácter (Die Arbeit Am Charakter), Marfil S.A., Valencia 1966, 20.
6 ARISTÓTELES, Etica Nicomachea, trad. y notas de C. Natali, Laterza, Roma-Bari 1999, Libro III, 1113a,

n. 5, 93.
7 Cfr. J. BURGGRAF, voz Libertad en C. IZQUIERDO (dir.), J. BURGGRAF, F.M. AROCENA, Diccionario de Teo-

logía, Eunsa, Pamplona 2006, 567-575.


8 Cfr. P. LERSCH, La estructra de la personalidad (Der Aufbau des Charakters), Scientia, Barcelona 1966 (4ª)

pp. 465-468.
9 Cfr. T. NADELHOFFER et al, The free will inventory: Measuring beliefs about agency and responsibility en

"Consciousness and Cognition" 25, 2014, 27–41. Un 78 % de las personas estuvo de acuerdo con la propuesta
citada; un 11 % estuvo en desacuerdo y un 11 % se mostró indiferente.
10 Ver R. GARCÍA DE HARO, La vita cristiana. Corso di teologia morale fondamentale, Ares, Milán 1995, 442-

447.
11 Cf. ARISTÓTELES, Ética Nicomacheana, Libro V, 1137a, n. 13, 211-213: Sobre la Virtud de la Justicia.
12 Ver TOMÁS DE AQUINO, In II Sent., d. 25, q 1, a 4, a 5.
13 R. GARCÍA DE HARO, La vita cristiana, 445.
14 Véase DANTE ALIGHIERI, La Divina commedia, RadiciBUR, Milán 2007, Purgatorio, Canto XVIII, 337-

343.
15 Cfr. J.B. ROTTER, Generalized expectancies for internal versus external control of reinforcement in "Psycho-

logical Monographs" 1966, 80, 1-28.


16 Ver Vaticano II, Gaudium et spes, 7 de diciembre de 1965, n. 10.
17 E. ROJAS, Una teoría de la felicidad CIE, Madrid 1998 (25ª) 252.
18 Ver Vaticano II, Dignitatis Humanae, 7 de diciembre de 1965, n. 1.
19 JUAN PABLO II, Discurso a un grupo de ex drogadictos recibido con ocasión del Día Mundial contra la Droga,

24 de junio de 1991, Nº 2, en "Insegnamenti" XIV, 1 (1991) 1783-1785 (en italiano).


20 Cfr. G.M. HEYMAN, Addiction: A disorder of choice, Harvard University Press, Cambridge 2009.
21 Cfr. M.D. LEWIS, Dopamine and the Neural ‘‘Now’’: Essay and Review of Addiction: A Disorder of Choice

in "Perspectives on Psychological Science" 6, 2011, 150-155.


22 ARISTÓTELES, Ética Nicomacheana, Libro III, 1114a, No. 7, 97.
23 Véase C. RECZEK, The promotion of unhealthy habits in gay, lesbian, and straight intimate Partnerships in

"Social Science & Medicine" 75, 2012, 1114-1121. El artículo aborda la responsabilidad personal de un cónyuge
por la salud del otro, pero no aborda las cuestiones antropológicas subyacentes.
24 Cfr. J.B. HIRSH, A.D. GALINSKY, C. ZHONG, Drunk, Powerful, and in the Dark: How General Processes of

Disinhibition Produce Both Prosocial and Antisocial Behavior in "Perspectives on Psychological Science" 6, 2011,
415-427.
25 Cfr. B.W. ROBERTS et al, The Power of Personality. The Comparative Validity of Personality Traits, Socio-

economic Status, and Cognitive Ability for Predicting Important Life Outcomes in "Perspectives on Psychological
Science" 2/4, 2007, 313-345.
26 Cfr. D.A. CHARNEY, E. ZIKOS, K.J. GILL, Early recovery from alcohol dependence: factors that promote or

impede abstinence "Journal of Substance Abuse Treatment" 38, 2010, 42-50.


27Cfr. A. SOLGENITSYN, Un día en la vida de Iván Denísovich, Tusquets, Barcelona 2008, p. 68.
28 Cfr. C.E. KÖPETZ y otros, Motivation and Self-Regulation in Addiction: A Call for Convergence en "Per-

spectives on Psychological Science" 8, 2013, 3-24.


29 Cfr. P.A., FRUCTUOSO, Conductas adictivas, en J. CABANYES, M.A. MONGE (editori), La salud mental y

sus cuidados, Eunsa, Pamplona 2010, pp. 387-394; J.R. VARO, Adicción al alcohol y a drogas, in ibidem, 395-405.
30 A. HIGUERA-MATAS y otros, La exposición de los adolescentes a los cannabinoides altera el sistema dopami-

nérgico estrial e hipocampal en el cerebro de ratas adultas en "Neuropsicofarmacología europea" 20 (12) 2010, 895-
906.
31 Sobre el tema de la drogadicción en Frankl, véase: W. VIAL, La antropología de Viktor Frankl. El dolor

una puerta abierta, Editorial Universitaria, Santiago de Chile 2000.

20
32 Cf. PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PASTORAL DE LOS AGENTES SANITARIOS, Carta de los Agentes Sanita-
rios, Ciudad del Vaticano 1995 (4ª) (primera edición: octubre de 1994), nn. 92-103, 74-79.
33 F. BOLLORINO, Psichiatria e virtualità, in F. GIBERTI, R. ROSSI, Manuale di psichiatria, Piccin, Padova 2009

(VI edizione aggiornata) 564.


34 Ibid.
35 En inglés, AAA: Access, Affordability and Anonymity; cfr. A. COOPER, Sexuality and the Internet: Surfing

into the new millennium en "Cyber Psychology and Behavior" 1, 1998, 181-187.
36 Cfr. A. KOR et al, Psychometric development of the Problematic Pornography Use Scale in "Addictive Be-

haviors" 39, 2014, 861-868.


37 Cfr. D.J. KUSS, M.D. GRIFFITHS, J.F. BINDER, Internet addiction in students: Prevalence and risk factors en

"Computers in Human Behavior" 29, 2013, 959-966.


38 P. LERSCH, La estructura de la personalidad, 473.
39 JUAN PABLO II, AUDIENCIA General, 22-XI-1978, n. 3.
40 Ver P. LERSCH, La estructura de la personalidad, 464-479.
41 Ibidem, 470.
42 Cfr. J.M. FERRARY OJEDA, voz Drogadicción, in J. OTADUY, A. VIANA, J. SEDANO (editori), Diccionario

general de Derecho Canónico, Vol. III, Universidad de Navarra, Aranzadi, Pamplona 2012, 492-496. Se hace refe-
rencia al canon 1095.
43 Cf. K. WOJTYLA , Persona y ación, Palabra, Madrid 2011, 163.
44 ARISTÓTELES, Étca Nicomachea, Libro III, 1111b.
45 Véase M.M. EASTER, Not all my fault: Genetics, stigma, and personal responsibility for women with eating

disorders en "Social Science & Medicine" 75, 2012, 1408-1416. El impacto en los pacientes de considerar la en-
fermedad como genética es diferente dependiendo del diagnóstico.
46 Cf. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theol., I-II, q. 24, a. 3; q. 77 a. 2; D. BIJU-DUVAL, La profondità del cuore.

Tra psichico e spirituale, Effatà, Cantalupa (Turín) 2009, 81-85.


47 Ver Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1735.
48 Ver TOMÁS DE AQUINO, Summa Theol., I-II, q. 6, a. 6.
49 C. CAZZULLO, La libertà nell’interpretazione della struttura e della dinamica della personalità. Prospettiva

psicobiolo-gica, en F. RUSSO, J. VILLANUEVA (ed.), Le dimensioni della libertà nel dibattito scientifico e filosofico, Ar-
mando, Roma 1995, 37-48; J. CERVÓS-NAVARRO, S. SAMPAOLO, Libertà umana e neurofisiologia, en ibid., 25-34.
50 M. SCHELER, L'eterno nell'uomo, Fabbri, Milán 1972, 143; véase el capítulo Pentimento e rinascita, 139-

171.
51 Cfr. T.A. STEENBERGH y otros, Neuroscience exposure and perceptions of client responsibility among addic-

tions counselors en "Journal of Substance Abuse Treatment" 42, 2012, 421-428.


52 Véase V. FRANKL, La presencia ignorada de Dios. Psicoterapia y religión, Herder, Barcelona 1991 (8ª), pp.

27-32.
53 K. JASPERS, Verità e verifica. Filosofare per la prassi, Morcelliana, Brescia 1986, 173.

54 V. FRANKL, Logoterapia e analisi esistenziale, Morcelliana, Brescia 1972, 99.

55 Véase Ibidem, 83-86.


56 Cfr. N. PARK, C. PETERSON, Achieving and Sustaining a Good Life en "Perspectives on Psychological

Science" 4/4, 2009, 422-428.


57 Cf. ARISTÓTELES, Ética Nicomacheana, Libro III, 1119a, n. 14, 121.
58 Cfr. D. BURNS, Feeling good. The New mood therapy, Harper Collins, Nueva York 2009, 119-121.
59 Cfr. N. PARK, C. PETERSON, Achieving and Sustaining a Good Life, 422-428.
60 Cfr. F.A. HUPPERT, A New Approach to Reducing Disorder and Improving Well-Being en "Perspectives

on Psychological Science" 4/1 2009, 108-111; ID., Positive mental health in individuals and populations en F.A.
HUPPERT, B. KEVERNE & N. BAYLIS (editori), The science of well-being, Oxford University Press, Oxford 2005, 307-
340.

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