TEMA 11. Conclusion Del Proceso. La Sentencia y Sus Efectos. Oct.18

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TEMA 11.

CONCLUSIÓN DEL PROCESO: LA SENTENCIA Y SUS EFECTOS

1. Conclusiones e informes.
2. Diligencias finales.
3. La sentencia: concepto, forma y contenido.
3.1 .La formación interna de la sentencia.
3.2. Congruencia y motivación de la sentencia.
4. Efectos de la sentencia: la cosa juzgada
4.1. La cosa juzgada
4.1.1.Los límites de la cosa juzgada.
4.1.2. Tratamiento procesal de la cosa juzgada.
4.2. Otros efectos de la sentencia

Conclusión del proceso: la sentencia y sus efectos

1. Conclusiones e informes.- Una vez que se ha practicado la prueba, y antes


de que se dicte sentencia, la LEC (art 433, 2 y 3) prevé en el juicio ordinario dos
actuaciones orales realizadas por cada una de las partes: las conclusiones y los
informes. Respecto del juicio verbal, el art. 447 LEC señala que una vez practicadas
las pruebas el tribunal podrá conceder a las partes un turno de palabra para formular
oralmente las conclusiones.

Practicadas las pruebas, las partes han de formular oralmente sus conclusiones
sobre los hechos controvertidos, y han de referirse de forma ordenada, clara y concisa
a si los hechos relevantes han de considerarse como admitidos o bien probados o
inciertos. Para ello deberán realizar un breve resumen de cada una de las pruebas
practicadas sobre los hechos, con remisión pormenorizada a los autos del juicio. En
ese momento deben manifestar si algún hechos debe quedar como cierto en virtud de
una presunción, y también alegar cual sea el resultado de aplicar las normas de carga
de la prueba sobre los hechos que puedan considerarse como dudosos.

En conexión con lo anterior, esto es, con la aplicación de las normas sobre la
carga de la prueba y presunciones y del resultado de la prueba, las partes comenzaran
sus conclusiones refiriéndose en primer lugar a los hechos que basen sus
pretensiones y a continuación a los hechos formulados por la parte contraria, sin que
quepa en este momento introducir ningún hecho nuevo, sin perjuicio de lo que luego
se dirá a propósito de las diligencias finales.

Una vez se hayan expuesto las conclusiones sobre los hechos, de ahí que se
refieran al aspecto fáctico del proceso, la LEC (art. 433.4) prevé que cada una de las
partes pueda informar sobre los argumentos jurídicos en que basen sus pretensiones,
por lo que los informes se refieren a los aspectos jurídicos del objeto del proceso. Lo
que no pueden hacer las partes en ningún caso en este trámite es alterar dichas
pretensiones, es decir, que rige la prohibición de mutatio libelli o cambio de objeto que,
de realizarse por alguna de las partes, pondría a la otra en situación de indefensión.

En cuanto al papel que pueda tener el tribunal en este trámite, la LEC (art.
433,4) le concede la posibilidad, si no se considerase suficientemente ilustrado
respecto de las conclusiones e informes, de conceder la palabra a las partes cuantas
veces estime necesario para que informen sobre las cuestiones que les indique.
2. Diligencias finales.- Después de las conclusiones y los informes de las partes,
lo normal es que no exista ya actividad alguna en el juicio y el tribunal dicte sentencia
en los veinte días siguientes a su terminación (art. 434 LEC). Sin embargo, la LEC
prevé todavía otro posible trámite al que denomina diligencias finales y que está
relacionado con la prueba, como se verá a continuación.

Las diligencias finales vienen a sustituir a las antiguas diligencias para mejor
proveer de la LEC de 1881 que eran muy comunes en los procesos regulados por
aquella ley y que, a menudo, suponían un abuso y una dilación injustificada del
proceso y del plazo para dictar sentencia. Ahora, tanto la Exposición de Motivos como
la regulación en la nueva LEC (art. 435), la configuran como un trámite excepcional
muy apegado a los principios dispositivos y de aportación de parte que rigen en el
proceso civil, y solo muy excepcionalmente asumirá el Juez la iniciativa probatoria en
este trámite.

A estos efectos, la LEC regula dos supuestos distintos, aunque ambos afectantes
a la prueba. En primer lugar, la ley subraya (art. 435) que “solo a instancia de parte
podrá el tribunal acordar, mediante auto, como diligencias finales, la práctica de
actuaciones de prueba…”, siempre que se den determinadas circunstancias, esto es,
que por causas ajenas a la parte que la hubiese propuesto, no se hubiera practicado
alguna de las pruebas que en su momento, (audiencia previa o vista del juicio verbal),
fueron admitidas. Lógicamente, no podrán considerarse como tales aquellas pruebas
que hubieren podido proponerse en tiempo y forma por las partes, ni tampoco las que
hubieren propuesto a propósito de la manifestación del tribunal a que se refiere el art.
429,1 LEC. También cabrá la admisión y la práctica de las pruebas que se consideren
pertinentes y útiles, en los supuestos en que se trate de hechos nuevos o de nueva
noticia a que se refiere el art. 286 de la LEC.

Por otra parte, y en segundo lugar, también prevé la LEC (art. 435,2) que,
excepcionalmente, el tribunal pueda acordar de oficio o a instancia de parte, que se
practiquen nuevas pruebas sobre hechos relevantes, si las anteriores no hubieren
resultado satisfactorias por motivos ya desaparecidos e independientes de la voluntad
y diligencia de las partes, y siempre que pueda suponerse, en virtud de motivos
fundados, que las nuevas actuaciones probatorias permitirán adquirir certeza sobre los
referidos hechos. En estos supuestos la ley exige una motivación detallada de
aquellos motivos, en el auto del tribunal por el que se acuerde la práctica de las
citadas diligencias.
Incluso se han llegado a admitir diligencias finales de oficio en segunda instancia si
los presupuestos que son requeridos en primera instancia también concurren durante
la sustanciación del recurso de apelación (Auto del Tribunal Constitucional de 24 de
marzo de 2009 y Sentencia del Tribunal Supremo de 30 de noviembre de 2010).

En cuanto al procedimiento de adopción de las diligencias finales, la LEC (art.


436) establece que, una vez que se acuerden según lo especificado anteriormente,
han de llevarse a cabo en el plazo de veinte días, en la fecha que se señale y en la
forma establecida en la ley para las pruebas que correspondan. Practicadas las
pruebas, las partes pueden presentar, en el plazo de cinco días, un escrito en que
resuman y valoren el resultado de las diligencias practicadas. Lógicamente, el plazo
para dictar sentencia quedará suspendido, y solo se reanudará cuando haya
transcurrido el otorgado a las partes para presentar el escrito a que nos hemos
referido.

3. La sentencia: concepto, forma y contenido.- La sentencia es un acto, un


acto del tribunal que se pronuncia sobre la pretensión deducida en la demanda (o en la
reconvención), estimándola o rechazándola, y que constituye uno de los tres tipos de
resoluciones judiciales que prevé la LEC (art. 206,1). Dicha norma establece en la
regla 3ª de su apartado 1 que “se dictará sentencia para poner fin al proceso, en
primera o segunda instancia, una vez que haya concluido su tramitación ordinaria
prevista en la Ley. También se resolverán mediante sentencia los recursos
extraordinarios y los procedimientos para la revisión de sentencias firmes”.

Por consiguiente la forma normal de poner fin al proceso en primera instancia


es mediante una sentencia que, también de ordinario, será de fondo, es decir,
resolverá sobre la tutela solicitada por el actor en la demanda o por el demandado en
la reconvención, sin perjuicio de referirse también a la oposición que hayan formulado
las partes. Al contrario de lo que ocurría con la LEC de 1881, con la actual regulación
es muy difícil que la resolución que termine el proceso sea una sentencia de
absolución en la instancia, esto es, una sentencia que no entre en el fondo y lo deje
imprejuzgado por la falta de un presupuesto procesal, ya que la LEC vigente ha
establecido un sistema para evitar precisamente eso tanto en el juicio ordinario con la
audiencia previa, donde se resuelven las excepciones procesales que se hayan podido
plantear en la contestación a la demanda (art. 416 LEC), como en el juicio verbal, en
donde las excepciones deberán plantearse en la contestación a la demanda y
resolverse al comienzo de la vista (art. 443,2 LEC).

En cuanto a la forma y contenido de la sentencia la LEC, después de exigir


que se indique el tribunal que la dicta, expresando el Juez y los Magistrados que lo
integren, su firma e indicación del ponente, en el caso de que sea colegiado, así como
la motivación mediante párrafos separados y numerados donde consten los
antecedentes de hecho, los fundamentos de derecho y el fallo, establece unas reglas
especiales sobre su forma y contenido (art. 209 LEC), en las que se exigen diversas
cuestiones:

a) El encabezamiento de la sentencia debe contener los nombres de las partes y, en


su caso, la legitimación y representación con base en las que actúen, el objeto del
juicio y los nombres de los abogados y procuradores.

b) Los antecedentes de hecho han de consignarse con claridad y concisión en


párrafos separados y numerados donde han de constar las pretensiones de las partes,
los hechos en que se funden y que hubieren resolverse, las pruebas que se hubiesen
propuesto y practicado y los hechos que se consideren probados.

c) Los fundamentos de derecho deberán contener, en párrafos numerados y


separados, los puntos de hecho y de derecho fijados por las partes y los que ofrezcan
las resoluciones controvertidas, expresando las razones y fundamentos legales del
fallo y las normas jurídicas aplicables al caso.

d) El fallo deberá contener, numerados, los pronunciamientos correspondientes a las


pretensiones que hayan formulado las partes, sin perjuicio de que la estimación o
desestimación de todas o de parte de aquéllas pueda deducirse de los fundamentos
jurídicos, el pronunciamiento sobre costas y la cantidad objeto de la condena, cuya
determinación no podrá reservarse para la ejecución de la sentencia.

Esto último constituye una novedad de la LEC frente a la regulación anterior


que indudablemente va en pro de la celeridad y economía del proceso, aunque ha de
anotarse la excepción que supone las sentencias con reserva de liquidación a que se
refiere el art. 210 LEC donde, en todo caso, habrán de establecerse las bases de tal
manera que la liquidación consista en una mera operación aritmética.
Por otra parte, interesa destacar que la sentencia es la resolución definitiva
por antonomasia en cuanto pone fin a la primera instancia y a los recursos que puedan
interponerse frente a ella (art. 207,1 LEC). Sin embargo el ser definitiva no debe
confundirse con ser firme, solo son firmes aquéllas resoluciones contra las que no
cabe recurso alguno bien por no preverlo la ley o bien porque estando previsto, las
partes hayan dejado pasar el plazo legalmente establecido para interponerlo. Como
pone de relieve GOMEZ ORBANEJA, cuando la sentencia sea inimpugnable o no sea
impugnada, convirtiéndose en firme, cierra la relación jurídico procesal y se produce el
efecto de cosa juzgada, como veremos después.

3.1 La formación interna de la sentencia.- Podría pensarse en principio que el


orden formal en que la sentencia viene motivada ,según se ha visto, es el que se sigue
en el juicio lógico que el Juez realiza al dictar la sentencia. Es decir, que habría que
considerar primero los hechos (antecedentes de hecho), después los razonamientos
de derecho (fundamentos de derecho) y por último extraer la conclusión (el fallo). Sin
embargo, como ya expusiera CALAMANDREI en su famoso trabajo (“La génesis
lógica de la sentencia civil”), tal juicio lógico no sigue en la mente del juzgador el orden
formal de la motivación de la sentencia sino prácticamente el contrario, es decir, de
una premisa mayor constituida por la ley aplicable al caso y de una premisa menor
integrada por los hechos en que se funden las pretensiones de las partes, el Juez
extrae una conclusión lógica: el fallo. Siguiendo en este punto, el profesor GOMEZ
ORBANEJA, puede decirse que, en la génesis lógica de la sentencia, el proceso
mental del Juez no va del hecho al derecho; el primer problema que el Juez plantea no
es si los hechos alegados son ciertos, sino si la tutela concreta que se pretende tiene
base en el derecho objetivo, porque si no la tiene (v.gr. pretender la celebración de un
matrimonio) el juzgador deberá desestimar la demanda, y esto sin perjuicio de que se
haya invocado o no por la parte que pretende la tutela una determinada norma (iura
novit curia).

Pero para considerar a la demanda como fundada, no basta con que la tutela
que se pretenda tenga su base en el derecho objetivo, sino que es necesario que esos
supuestos de hecho abstractamente formulados por la norma coincidan con el acaecer
concreto alegado en las partes. Esta operación, esto es, la de comparar los hechos
alegados con los supuestos legales, consiste en una calificación jurídica a la que se
denomina en la teoría de la sentencia subsunción, en cuanto que el Juez “subsume
hechos concretos bajo supuestos abstractos para ver si coinciden, porque si esa
coincidencia no se da deberá desestimar la demanda.

Finalmente, la actividad del Juez habrá de referirse a la valoración de los


hechos alegados por las partes, si han quedado probados por medio de la actividad
probatoria, o han sido fijados como dados por ser admitidos o notorios o por no
necesitar prueba. En definitiva, si el Juez llega a la convicción de que la tutela
pretendida por la parte está amparada en abstracto por la ley; que los hechos
alegados como fundamento de la pretensión coinciden con los supuestos legales que
la amparan y que esos hechos han quedado probados o fijados como ciertos, sin que
haya otros hechos alegados por el demandado que, en virtud de una contranorma,
vengan a impedir, extinguir o excluir el efecto jurídico pretendido, entonces podrá
estimar la demanda o si , en el caso contrario, habrá de desestimarla.

3.2. Congruencia y motivación de la sentencia.- La LEC se refiere a los


requisitos internos de la sentencia en el art. 218, no sin antes (art. 216) haber hecho
referencia al principio de justicia rogada en el proceso civil, es decir, al principio
dispositivo y el de aportación de parte, en cuanto que imponen la necesidad de que los
tribunales decidan los asuntos con base en las aportaciones que las partes hagan de
los hechos y de las pruebas y ateniéndose a las pretensiones que hayan planteado, lo
que, lógicamente, no quiere decir que hayan de estimarlas necesariamente como
veremos a continuación.

Junto con el deber genérico del Juez de resolver en todo caso los asuntos que
se le planteen con arreglo al sistema de fuentes establecida (art. 1,7 del CC), han de
añadirse otros deberes que la ley les impone y a lo que denomina requisitos internos
de la sentencia. Más concretamente el mencionado art. 218 se refiere a la
exhaustividad, a la congruencia y a la motivación de la sentencia, conceptos que, a
efectos de claridad y de su distinción, deben exponerse por separado, no sin decir que
tales requisitos no solo pueden suponer una infracción procesal (v.gr. art. 469, 1,2º
LEC), sino también una infracción de garantías constitucionales, caso del derecho a la
tutela judicial efectiva (art. 24 CE).

Por lo que se refiere a la exhaustividad la LEC (art. 218,1) establece que las
sentencias deberán hacer las declaraciones que exijan las pretensiones de las partes
condenado o absolviendo al demandado y “decidiendo todos los puntos litigiosos que
hayan sido objeto del debate”. Precisamente la exhaustividad se refiere a esto último y
conviene no confundir ese concepto con el de incongruencia por omisión de
pronunciamiento, aunque sobre ello exista debate doctrinal. En puridad una sentencia
que no decida algún punto de debate no es una sentencia incongruente -solo un
concepto muy amplio de incongruencia podría amparar la omisión de pronunciamiento
ni tampoco, según se verá después, integraría la categoría de incongruencia infra
petita, esto es, el Juez da menos de lo pedido, sino más bien una sentencia
incompleta cuyo tratamiento procesal es distinto al que merecería una sentencia
incongruente.

Así lo ha entendido la LEC cuando establece en su art. 215,2 un remedio


rápido para completar una sentencia, sin perjuicio de los recursos que luego puedan
caber contra la misma. Así cuando se hayan omitido de forma manifiesta en la
sentencia pronunciamientos relativos a las pretensiones oportunamente deducidas por
las partes en el proceso caben dos posibilidades de subsanación:

a) Que la parte a quien interese plantee un escrito en el plazo de cinco días


planteando la omisión, escrito del que se dará traslado a las demás partes para que
hagan las alegaciones que consideren oportunas, también en el plazo de cinco días,
resolviendo posteriormente el tribunal por medio de auto, bien completando la
resolución, bien declarando no haber lugar a dicho complemento. b) De oficio por el
tribunal si aprecia alguna omisión y completa la sentencia mediante un auto,
resolución que no podrá modificar en los demás lo acordado en aquélla. En ambos
casos, contra la resolución que acuerde o deniegue el complemento de la sentencia no
cabrá recurso alguno sin perjuicio de los que quepan contra la sentencia.

También se refiere la LEC (art. 218,1) a la congruencia cuando establece que


“las sentencias deben ser claras, precisas y congruentes con las demandas y con las
demás pretensiones de las partes, deducidas oportunamente en el pleito”. La
congruencia exige pues una correspondencia entre lo que es objeto del proceso, tanto
desde el punto de vista subjetivo como objetivo y la sentencia, así como con las
demás pretensiones de las partes. Al tratar del objeto del proceso ya precisamos que
para su identificación ha de atenderse a los sujetos que actúen como partes (y no a
otros), a lo que se pide y a la causa de pedir, por eso una sentencia que altera alguna
de esas identidades es una sentencia incongruente. Más concretamente, en lo que
concierne a la causa de pedir, la LEC (art. 218,1,II) faculta al tribunal para que
resuelva según las normas aplicables al caso aunque no hayan sido alegadas o
citadas correctamente por las partes (iura novit curia), siempre que no se aparte de la
causa de pedir teniendo en cuenta fundamentos de hecho o de derecho distintos a los
que las partes alegaron.

La doctrina distingue tres tipos de incongruencia: la infra petitum, la ultra


petitum y la extra petitum.

En hipótesis, la incongruencia infra petitum se produciría cuando el tribunal dé


menos de lo pedido, lo que ocurre es que no siempre ni en la mayoría de las
ocasiones si se da esa circunstancia estaremos ante una incongruencia de esta clase,
puesto que el Juez si puede dar menos de lo pedido. Así, por ejemplo, si el actor
solicita 200 euros y el demandado demuestra que solo le debe 100, el Juez dará, con
razón, menos de lo pedido en la demanda y la sentencia no será incongruente. Por
eso este tipo de incongruencia es muy poco frecuente en la práctica y, desde luego, no
debe confundirse con la omisión de pronunciamiento.

La incongruencia ultra petitum es aquella que se produce cuando en la


sentencia se da más de lo pedido. Esta es una hipótesis mucho más real que la
anterior y entraña que en la sentencia se da por ejemplo 250 cuando realmente los
que pidió el actor fue 200. Sin embargo, no se incurre en este tipo de incongruencia
cuando se da algo distinto a lo solicitado, como veremos a continuación.

Precisamente la incongruencia extra petitum se produce cuando la sentencia


otorga algo distinto a lo que solicitan las partes. Deben pues diferenciarse también
claramente entre lo que es conceder algo distinto de lo solicitado, lo que es una
omisión de pronunciamiento y lo que es conceder más de lo pedido.

La sentencia que incurre en alguno de los tipos de incongruencia a que se han


aludido es nula y recurrible en apelación y, en su caso, a través del recurso
extraordinario por infracción procesal a través del motivo específico previsto en el art.
469,1, 2º de la LEC. Además, y sin perjuicio de lo anterior, una sentencia incongruente
también podría motivar un recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional por
infracción del derecho a la tutela judicial efectiva (art. 24 CE).

La motivación de la sentencia es una exigencia constitucional que recoge el


art. 120.3 de la CE y que integra también el contenido del derecho constitucional a la
tutela judicial efectiva (art. 24 CE). Por su parte la LEC se refiere a la motivación de la
sentencia en el apartado 2 del art. 218 estableciendo el deber del tribunal de motivar
las sentencias “expresando los razonamientos fácticos y jurídicos que conducen a la
apreciación y valoración de las pruebas, así como a la aplicación e interpretación del
derecho”. Además ese precepto también exige que la motivación se refiera a los
elementos fácticos como jurídicos, considerados tanto individualmente como conjunto,
sujetándose siempre a las reglas de la lógica y la razón. En el supuesto que hayan
sido varios los temas objeto del litigio, el pronunciamiento del tribunal deberá referirse
a cada uno de ellos con la debida separación (art. 218,3 LEC).

Cuestión distinta y de cierta dificultad es el determinar cuando una sentencia


está suficientemente motivada. Es un hecho que el Tribunal Constitucional ha venido
flexibilizando esa exigencia legal y constitucional, no requiriendo una motivación
exhaustiva pero sí suficiente para permitir la exteriorización de los criterios que
llevaron al tribunal a adoptar su decisión a los efectos de los recursos que puedan
interponer las partes. Como en el caso de la incongruencia, una sentencia
insuficientemente motivada, es susceptible de los recursos ordinarios y extraordinarios
por infracción procesal, y también del recurso de amparo ante el Tribunal
Constitucional.
4. Efectos de la sentencia: la cosa juzgada.-

4.1. La cosa juzgada.- Sin duda el efecto más importante de la sentencia firme de
fondo es la cosa juzgada, aunque interesa hacer desde el principio algunas
precisiones conceptuales que eviten posibles confusiones y errores.

Por lo pronto, y como se verá después, aún siendo el efecto más importante de
la sentencia, la cosa juzgada no es el único sino que pueden existir otros que no cabe
confundir con la cosa juzgada, caso, por ejemplo, del efecto ejecutivo de algunas
sentencias. A ellos dedicamos después un epígrafe, no si antes haber abordado el
tema de la cosa juzgada. Como puso de manifiesto J. GOLDSCHMIDT (“Principios
generales del proceso” I) la finalidad práctica y la causa de actividad jurisdiccional,
deben contemplarse en la formación de la cosa juzgada, basando su propio concepto
de jurisdicción en este concepto. Sin embargo la cosa juzgada puede tener distintas
acepciones aunque pueda aplicársele un concepto unitario. En general se habla de la
cosa juzgada tanto como el estado al que llega un asunto como al efecto que se deriva
de la sentencia de fondo y que evita nuevos enjuiciamientos sobre lo ya resuelto.

Por consiguiente la cosa juzgada tiene su fundamento en la necesidad de dar


certeza y seguridad jurídica en las relaciones controvertidas, de tal manera que,
llegado un momento, se cierre la relación jurídico procesal y no pueda volver a
debatirse lo que ya ha sido juzgado. En definitiva nos estamos refiriendo a la cosa
juzgada material según veremos después, aunque haya de distinguirse de la cosa
juzgada formal, términos ambos que utiliza la propia LEC (arts. 207 y 222) según cual
sea el efecto al que quiera referirse.

A la cosa juzgada formal se refiere el art. 207,3 de la LEC como un efecto de


las resoluciones –de cualquiera y no solo de las sentencias- firmes: “Las resoluciones
firmes pasan en autoridad de cosa juzgada”. Por tanto la firmeza es un presupuesto de
la cosa juzgada formal pero no cabe confundirla con ella. Como es sabido
resoluciones firmes son aquellas contra las que no cabe recurso alguno, bien sea por
no estar previsto en la ley o bien porque haya transcurrido el plazo previsto legalmente
sin que ninguna de las partes haya presentado el recurso (art. 207,2 LEC). Pero como
se ha dicho no cabe confundir la firmeza con la cosa juzgada formal que hace alusión
al deber de respetar y de cumplir en el propio proceso donde ha recaído la resolución,
lo dispuesto en ella. Por dos veces se refiere el art. 207, apartado 3 y 4 al deber del
tribunal “de estar en todo caso a lo dispuesto en ella”, es decir, en la resolución que
pasa en autoridad de cosa juzgada. A diferencia de la cosa juzgada material, el efecto
de cosa juzgada formal es un efecto ad intra, esto es, interno respecto del propio
proceso donde la resolución ha recaído y que se puede predicar tanto de las
providencias, como de los autos y de las sentencias.

En cambio, el efecto de cosa juzgada material es un efecto ad extra, es decir,


la vinculación que se produce respecto de otros futuros posibles procesos a lo ya
resuelto en el proceso donde se produce el efecto, siempre que se den determinadas
condiciones. Como se desprende de la LEC (art. 222,1) la cosa juzgada material se
deduce de las sentencias (definitivas) firmes sean estimatorias o desestimatorias de la
demanda, y la vinculación a la que nos hemos referido puede ser en sentido negativo
o en sentido positivo.

El efecto negativo o excluyente de la cosa juzgada es el que se basa en el


principio non bis in idem (art. 222,1 LEC) y supone la exclusión de ulteriores procesos
siempre que, como dice la norma, el objeto sea idéntico al del proceso donde ha
recaído la sentencia de fondo firme. Esto implica también que no se puede condenar a
la misma persona por los mismos hechos, ni tampoco condenar al que ya ha sido
absuelto, ni por supuesto absolver al que ya ha sido condenado, bien sea ante el
mismo a ante otro tribunal.

El efecto positivo o prejudicial de la cosa juzgada es la vinculación que se


produce en proceso posterior donde la cuestión ya juzgada aparezca como
antecedente lógico de lo que sea su objeto (art. 222,4 LEC), es decir, cuando
constituya una cuestión prejudicial conexa con el objeto del nuevo proceso y que, a
diferencia del anterior, no exige que el objeto sea idéntico aunque si conexo.
Normalmente la cosa juzgada en sentido positivo juega como prejudicial en otro
proceso, es decir, que en el segundo proceso, se partirá como dado de lo ya
enjuiciado en el primero, de lo que hay que partir para resolver la cuestión planteada.
Tal sería el caso, por ejemplo, en que fuera necesario saber la relación de parentesco
entre las partes, con objeto de conceder alimentos al actor, y que dicha cuestión ya
hubiera sido decidida en un proceso anterior y con fuerza de cosa juzgada.

Por otra parte, para que el efecto negativo o excluyente y, en otras condiciones,
el efecto positivo o prejudicial se pueda producir es necesario respetar los límites de la
cosa juzgada.

4.1.1. Los límites de la cosa juzgada.- Ha de partirse en primer lugar de que no


todas las resoluciones producen el efecto de cosa juzgada material, ni siquiera todas
las sentencias de fondo firmes. Aunque dicho efecto se predica de estas resoluciones
(art. 222 LEC), también han de anotarse algunas excepciones.

Por supuesto que las resoluciones que finalizan un proceso sin entrar en el
fondo por la falta de un presupuesto procesal o la existencia de un óbice procesal, no
producen el efecto de cosa juzgada ni siquiera en la infrecuente hipótesis de que se
tratara de una sentencia de absolución en la instancia.

Por otra parte, tampoco cabe deducir el efecto de cosa juzgada material en sus
dos funciones (positiva y negativa) de las sentencias de fondo firmes recaídas en los
procesos sumarios, esto es, en aquellos procesos donde está limitada la cognición, los
medios de ataque y de defensa y por tanto los actos de alegación y prueba, que
permiten que con posterioridad pueda plantearse un proceso plenario sobre aspectos
no contemplados en el proceso sumario. Estas excepciones son recogidas por la
propia LEC (art. 447,2) en la que se exceptúan de ese efecto las sentencias recaídas
en los juicios verbales sobre tutela sumaria de la posesión, las que decidan sobre la
pretensión de desahucio o recuperación de finca rústica o urbana, dada en
arrendamiento, por impago de la renta o alquiler o por expiración legal o contractual
del plazo, y en general las que recaigan sobre otras pretensiones a las que la ley ni
gue ese efecto. A todo ello cabe añadir también el supuesto contenido en el art. 787
LEC a propósito de la sentencia recaída en el proceso para la división de la herencia.

No obstante y aunque recaiga una sentencia firme que produzca el efecto de


cosa juzgada material, interesa saber hasta donde se extiende su efecto vinculatorio,
para lo cual ha de atenderse a los limites subjetivos, objetivos y temporales de la cosa
juzgada, y saber en definitiva cuales son las identidades requeridas para que dicho
efecto pueda darse.

En cuanto a los límites subjetivos (art. 222.3 LEC) lo lógico en principio es


que la cosa juzgada se extienda a aquéllos que han comparecido como partes en el
proceso. También se extiende la cosa juzgada por razones obvias, en cuanto existe
identidad jurídica, a sus herederos y causahabientes que en su momento puedan
suceder al sujeto que haya intervenido como parte, a aquéllos que sean titulares de la
relación jurídica objeto del proceso pero cuyos derechos los hacen valer estando
legitimados para ello los que actúan como parte (art. 11 LEC), como son los supuestos
de legitimación extraordinaria o indirecta caso del sustituto procesal (art. 1111 CC), de
los procesos de consumidores y usuarios, o de los procesos que tengan por objeto la
impugnación de acuerdos societarios.

Excepcionalmente, desde el punto de vista subjetivo, la cosa juzgada puede


tener efectos frene a todos (erga omnes) en los procesos civiles no dispositivos
relativos al estado civil, el matrimonio, a la filiación y paternidad (o maternidad), a la
incapacitación y a la reintegración de la capacidad, desde el momento de su anotación
o inscripción en el Registro Civil, dada su naturaleza.

A los límites objetivos de la cosa juzgada se refiere la LEC (art. 222.2) cuando
exige la identidad de objeto respecto del ulterior proceso para que se siga el efecto
vinculatorio que le es propio. Por tanto, habrá que atender, según vimos con
anterioridad, a los criterios de identificación del objeto del proceso. A estos efectos, y
sin necesidad ahora de repetir lo dicho, habrá de tenerse en cuenta que sea lo que se
pide (petitum ) y la causa de pedir (causa petendi ) para establecer los términos de
comparación, sin olvidar que, a tenor de lo preceptuado en el art. 400 LEC y a los
efectos de cosa juzgada, “los hechos y los fundamentos jurídicos alegados en un litigio
se considerarán los mismos que los alegados en otro juicio anterior si hubiesen podido
alegarse en este”.

En cuanto al alcance objetivo de la cosa juzgada la LEC (art. 222.2) prevé que
se extienda tanto a las pretensiones de la demanda como a las de la reconvención, si
es que esta se ha planteado a las excepciones a que se refieren los apartados 1 y 2
del art. 408 de la LEC, es decir, a lo que resulte de decidir las llamadas excepciones
reconvencionales como las de compensación y de nulidad del negocio jurídico que el
demandado haya podido plantear.

Cuando se habla de límites temporales de la cosa juzgada no ha de


entenderse que ésta tiene un plazo de prescripción o caducidad, sino a los hechos
nuevos que se produzcan con posterioridad a la preclusión de los actos de alegación
en el proceso donde se produce dicho efecto (art. 222.2.II LEC). Como ya se a
expuesto, los hechos conformadores del objeto del proceso han de introducirse en los
actos alegatorios iniciales (demanda y contestación), o, si se producen con
posterioridad en la audiencia previa, en el juicio o, como última oportunidad, a través
de las diligencias finales.

Por tanto, una vez que se cierra la relación jurídica procesal con la sentencia, a
los hechos que se produzcan con posterioridad no podrán alcanzarle el efecto de cosa
juzgada material y con base en los mismos podría iniciarse un nuevo proceso con un
nuevo objeto.

4.1.2. Tratamiento procesal de la cosa juzgada.- El tratamiento procesal de la cosa


juzgada va a depender de que se pretenda la aplicación del efecto negativo, es decir,
el non bis in idem o se pretenda que la cosa juzgada despliegue su eficacia positiva o
prejudicial. Por lo pronto ya se puede apreciar una diferencia de partida, y es que
mientras la alegación del efecto negativo habrá de realizarla el demandado a través de
la excepción de cosa juzgada , es decir, que tal alegación solo interesa al
demandado, la posible aplicación en otro proceso del efecto positivo o prejudicial
puede interesar tanto al demandado como al propio demandante.

La excepción de cosa juzgada ha de alegarse por el demandado en los escritos


de contestación a la demanda del juicio ordinario y del juicio verbal respectivamente,
resolviéndose sobre ésta en el primer caso, en la audiencia previa y en el segundo, al
inicio de la vista del juicio verbal. Al tratarse de un tema de orden público puede ser
apreciada de oficio por el propio tribunal en el caso improbable de que conozca la
existencia de un proceso anterior idéntico y terminado por sentencia de fondo firme. La
estimación de la excepción de cosa juzgada, esto es, de su efecto negativo o
excluyente, es el sobreseimiento del proceso por medio de un auto (art. 421,1 LEC).
En cambio, si la excepción no es estimada el tribunal mandará que el proceso siga
adelante y, en el caso del juicio ordinario se realizarán los restantes actos que implica
la audiencia previa (art. 421,2 LEC). Incluso en los supuestos en exista especial
dificultad o complejidad de las cuestiones suscitadas a propósito de la cosa juzgada,
podrá proseguir la audiencia previa para las otras cuestiones y el tribunal dictará auto
en los cinco días siguientes a la terminación de la audiencia (art. 421,3 LEC).

Por lo que concierne al tratamiento procesal del efecto positivo o prejudicial, sin
perjuicio que pueda ser apreciado de oficio por el tribunal, la parte a quien pueda
interesar (actor o demandado) ha de formularlo en sus escritos alegatorios (demanda,
reconvención o contestación) y no se resolverá sobre ello previamente sino en la
sentencia. Así lo prevé la LEC (art. 421, 1, II) cuando establece que el proceso no se
sobreseerá cuando el efecto de una sentencia firme anterior haya de ser vinculante
para el tribunal que este conociendo de un proceso posterior.

4.2 Otros efectos de la sentencia.-

Como se ha dicho antes, puede afirmarse que el efecto jurídico fundamental de


la sentencia y, por tanto, del propio proceso es el de la cosa juzgada, hasta el punto de
que algunas concepciones de la jurisdicción se han basado en dicho efecto (v.gr. J.
GOLDSCHMIDT). Sin embargo esa afirmación no excluye que, junto con ese efecto, y
a veces sin necesidad de que el mismo se haya producido, esto es, sin que la
sentencia sea firme, se produzcan otros efectos importantes también de la sentencia y
del proceso que interesa distinguir del de cosa juzgada.

Alguno de estos efectos no identificables con la cosa juzgada son propios de


cierto tipo de sentencias, caso de efecto ejecutivo, por ejemplo, pero otros no se
deben a la voluntad del Juez expresada en la sentencia, sino que son más bien
efectos colaterales o reflejos de la misma. Respecto de estos últimos, como señala
GOMEZ ORBANEJA, estos efectos colaterales (incluyendo los que suelen llamarse
“reflejos”) no tienen nada que ver con lo que la sentencia es conceptualmente. La
sentencia los produce, pudiéramos decir, como por “añadidura”, y a ellos nos
referiremos después.

En cuanto al efecto ejecutivo, de la dicción literal del art. 517,2 1º LEC (“solo
tendrán aparejada ejecución… 1º la sentencia de condena firme”) pudiera
desprenderse que, al menos en su aspecto formal, el efecto ejecutivo o la eficacia
ejecutiva de la sentencia tiene como presupuesto la cosa juzgada. Sin embargo, no
cabe confundir el efecto ejecutivo con el efecto de cosa juzgada. En primer lugar, el
efecto ejecutivo sólo lo producen las sentencias estimatorias de condena y no
cualquier sentencia de fondo que, aun siendo firme, fuera estimatoria o no de la
pretensión, como sucede con la cosa juzgada. Por supuesto que no son susceptibles
de ejecución las sentencias meramente declarativas o las constitutivas, como se
deduce claramente del art. 521.1 de la LEC, sentencias que, llegando a firmes, si
producirían el efecto de cosa juzgada.

En segundo lugar, no es necesario que la sentencia condenatoria sea firme,


para que pueda ser ejecutada puesto que cabe la ejecución provisional de las
sentencias de condena no firmes (art. 524,2 LEC) y, como es sabido, la LEC vigente
apuesta decididamente por la primera instancia facilitando una ejecución provisional
sin fianza, y esto sin perjuicio de decir que aunque no se hubiera introducido
legalmente esa posibilidad, en ningún caso podría confundirse el efecto ejecutivo con
el efecto de cosa juzgada. Por tanto lo que no cabe incluir en ésta es el efecto
ejecutivo propio de las sentencias de condena, esto es, las que producen un deber
para el condenado que, si no cumple espontáneamente la prestación, deberá
someterse, a instancia del actor, a un proceso de ejecución llevado a cabo por el
tribunal que es el que tiene la potestad constitucional de hacerlo (art. 117 CE).

Distintos son los efectos colaterales o, más precisamente, efectos reflejos de


la sentencia que no se pueden incluir en la cosa juzgada y que no dependen de la
sentencia como acto, sino más bien, y como destacara CALAMANDREI, de la
sentencia como “hecho jurídico”. Tales efectos no deben confundirse con el de cosa
juzgada, entre otras cosas porque a menudo no coinciden ni en su contenido o ámbito
objetivo ni en su extensión subjetiva con los límites de la cosa juzgada, ni siquiera con
su efecto positivo o prejudicial que conceptualmente pudiera estar más cercano. Es
más, según veremos, esos efectos pueden ser debidos a una resolución civil y tener
su aplicación en una norma penal, o en una resolución penal y venir contemplado el
efecto en una norma civil, por lo que sería muy difícil encajar esos efectos que se
producen en un orden jurisdiccional distinto con la función positiva de la cosa juzgada.

Se trata en definitiva del fenómeno que se produce cuando una norma de


derecho material puede considerar una sentencia o una resolución como supuesto de
hecho de una norma al cual anuda también un efecto jurídico o la toma como
condición para la creación modificación o extinción de una relación jurídica material.

En estos casos no se considera la declaración de la sentencia, sino el hecho de


la sentencia, es decir, la sentencia como hecho jurídico. Un par de ejemplos podrán
ilustrar el tema. Cuando el art. 260.1 del CP, a propósito de la insolvencia punible,
establece determinadas penas para el declarado en concurso que haya causado o
agravado dolosamente la situación de crisis económica o la insolvencia, está tomando
una resolución civil –el auto que declara el concurso- como uno de los elementos del
supuesto de hecho de la norma penal, sin que para nada esa haya sido la voluntad del
Juez plasmada en la resolución civil y sí la del legislador que toma dicha resolución
como un hecho que integra la norma penal, necesario con otras, en su caso, para
extraer la consecuencia jurídica, esto es, la pena. Desde una perspectiva contraria el
art. 756.2 del CC, prevé como una de las causas de incapacidad para suceder por
razón de indignidad, al que fuere condenado en juicio por haber atentado contra la
vida del testador, con lo que en este caso es una sentencia penal de condena la que
integra el supuesto de hecho de una norma civil y, dándose tal “hecho”, cabrá extraer
la consecuencia jurídica, es decir, la pérdida del derecho a heredar del autor del
atentado. Está claro que en uno y otro caso el efecto que se produce, incluso en
jurisdicciones distintas, no es la función positiva de la cosa juzgada, ni cabe
confundirla con ella.

Finalmente, tampoco debe confundirse con ninguno de los efectos de la


sentencia anteriormente estudiados el que puede denominarse efecto constitutivo
propio tan solo de las sentencias constitutivas, es decir, el de aquellas que producen
un cambio jurídico mediante la creación, modificación o extensión de una relación
jurídica material, a diferencia de las sentencias meramente declarativas, y de las
sentencias declarativas de condena que, según lo visto, si producen el efecto
ejecutivo.

A diferencia de la cosa juzgada, y sin perjuicio de que la sentencia constitutiva


firme pueda producir ese efecto, esta incide en la relación jurídica de derecho civil
cambiándola (GOMEZ ORBANEJA) y también se diferencia de los otros efectos
reflejos en que el cambio que opera la sentencia de esta naturaleza es un efecto de la
propia declaración de la sentencia y no de una norma que la toma como supuesto de
hecho. Tampoco debe confundirse el efecto constitutivo con el ejecutivo, y aunque en
ocasiones se haya hablado de “ejecución impropia” de las sentencias constitutivas, la
LEC (art. 521) deja bien claro que las sentencias constitutivas firmes “podrán permitir
inscripciones y modificaciones en Registros públicos, sin necesidad de que se
despache ejecución” (art. 251.2 LEC). Eso no obsta a que los pronunciamientos de
condena de una sentencia constitutiva, si sean susceptibles de ejecución por el
procedimiento establecido en la LEC.

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