Ya No Soy Piel
Ya No Soy Piel
Fernanda Palomino
Soy mi parte animal que no se altera, el Extremoduro de una vida. Material sensible. Para
saber lo otro que fui, por favor recuerda los días morados en los que mis hermanas lloraban
por la pérdida de Rufo, el perro que dejaron amarrado en la terraza mientras hacían aseo y,
al que nadie vio cuando este empezó a dar vueltas hasta ahorcarse. Lloraron tanto que al
ponerse de pie no lograban sostener sus cabezas, como si estuvieran inundadas, encerrando
un desastre natural. Se les desprendió el corazón siendo tan jóvenes.
Esto mismo aconteció años después con mi madre, a quien llevarían de urgencias
pensando que era un infarto. No olvides por favor los patios del barrio, los sapos aplastados
en cada calle, las pesadillas de los vecinos al ver un hombre colgado de un árbol y lleno de
hormigas, a mi madre gritando que seguía vivo y a su esposa sin duelo.
Ten presente los sueños de infancia, sueños con brujas (porque no son pesadillas si
no te levantan de golpe)… o abárcalos todos, que son la mitad de mi vida; hace un tiempo
me sostenían en el mar unas orcas amigas; ayer soñé que nadaba en una piscina con un
cocodrilo, pero él nunca subía a la superficie, no tuve miedo; hoy, antes de levantarme, vi a
mi maestra de primaria, bañándose con un elefante en una comunal.
Mi primera obsesión son las piscinas, la segunda corresponde a las tinajas japonesas
para recoger pulpos y la tercera, es un hombre que sabe sonreír, Silvino. La enumeración es
arbitraria, él es una Roma minimalista.
Comenzaré por hablarte de las tinajas japonesas que colecciono. Las vende en su
garaje… Él siempre viaja a China y a Japón, compra cosas en un mercado de pulgas y cada
que se queda sin dinero se ve forzado a vender parte de lo que consiguió. Conmigo la
dinámica es otra, yo he podido entrar a la sala de su casa, ver algunas de sus obras. Cuando
viaja le encargo vasijas de barro y que me cuente alguna historia relacionada a la pesca de
pulpos. Me acostumbré a eso contigo, a escuchar cuentos de cada objeto, de cada libro, de
cada todo. O por lo menos, me habitué a fingir que escucho algo que no dices, tú solo
rasgas lo que tiene y no tiene vida, para ver si tienes suerte o más de siete vidas (tienes
suficiente comida en el platón naranja).
— ¿Qué escribes?
—Hago una mujer (女). Mira, tienes que hacer tres trazos y terminas con los brazos
dispuestos.
Seguramente mientras él hablaba, yo estaba sobando una de las vasijas, que estaban
firmadas con el nombre de una mujer que había muerto hace poco, que se bañaba en una
tina con tres pulpos y a la cual un pescador había visto por la ventana acariciando la cabeza
de uno en su pecho. Como a un hombre, no como si se tratara de un niño. Son las que están
en la cocina, entre el cielorraso y la alacena. El resto están dispuestas en lugares que te son
familiares. Las de colores oscuros son las más antiguas y las de colores claros son recientes.
—Cuando compré esta tinaja mostaza con una estrella dorada, el dueño de la tienda me dijo
que en ella encontraron a un pulpo pálido, sin vida. Tuvo sus crías ahí, en medio de la
oscuridad, pues era una pesca nocturna.
También tengo una colección de cinco, de color negro, muy pequeñas. Ubicadas en
fogata, debajo de una mesa de vidrio circular. En ellas está escrito un poema en japonés que
tiene gran parte de los caracteres chinos que aún conservan en su escritura. Silvino no me
dice qué significa.
Hay una en el baño un poco más grande que todas. La trajo en un viaje en el que
llevó una sola maleta (no guardó nada en ella, era para conseguir ese takotsubo). Escuchó
de unos amigos artistas que era la única y estaba en una casita, de una señora igualmente
pequeña. La había hecho para su esposo, que tenía la maña para recoger pulpos recién
nacidos.
Como sabes, ya no hay más espacio en donde vivo, entonces él tiene varias de mis
vasijas exhibidas en el estudio.
La casa de Silvino tiene más ventanas que paredes, más cuadros que puertas, más
silencios que infiernos. Hay plástico por todo el piso para no manchar de tinta china o de
acuarela. Él solo tiene focos de luz amarilla para su estudio que se extiende por todo el
lugar, excepto la cocina. Cuando lo veo trabajar, se vuelve sepia, porque siempre viste de
marrón. Marrón como las tinajas del poema que no descifra para mí y como el tronco de un
árbol que sembró hace dos años en el patio de tierra que me recuerda a la horca del difunto.
Je suis mécontat cuando él escribe mujeres o las pinta con acuarelas pálidas,
muertas como un pulpo que da a luz. Estas se riegan sobre él por sus afanes, dado a que no
espera y levanta la hoja sin que haya sido absorbido el color. Sexo en sus manos o en su
camisa manchada, siempre acaece lo mismo quand Silvino se echa con los sinogramas que
escribe o fantasea con trazos negros. Los cuadros colgados ausentan los rastros de tinta, y la
tinta es finalmente su cuerpo, que es sol (日) o dos torsos de mujer.
La paga por las vasijas de barro son toneladas de papel maché y un disco de Edith
Piaf para su colección. Dice tener un proyecto, que en lo absoluto es une nouveau projet.
Viene gestándose…
No me mires así, con esos ojos de gato encantado o de mucha humanidad. Me pesa
la carne dura, de vaca vieja que me posee en los instantes amargos. No dudo en que has
podido seguirme en el trayecto de nuestra casa a la de Silvino, que ya he hecho tan mía. Y
antes de que olvide de que fui esta vida, si es que viniste a llevarte mi alma —porque sí he
creído que eres magia— apareciendo entre toda esta mierda tan blanco, tan blanco… te
observo convulsionada, con la esperanza de que sabes lo que pienso entre esta locura.
****
—Se llama Ginebra. En estos poemas tradicionales la mayoría de veces se cuenta en grupos
de cuatro, y cada línea pertenece a un intérprete.
—¿Ginebra?
—Unjum… Incluso hay una versión de esta bebida en Japón para un festival en invierno.
Hace días descubrí que el proyecto es una pecera sin agua. Un terrario con dibujos
de papel en su lugar. Ya le he visto allí, a Silvino que todavía me resulta tan extraño, mas le
hice pensar que me iba en cada ocasión. Con él estaba una chica de tres trazos, uno que la
cruza horizonte. Cualquier mujer (女).
—¿Me dejarás? Vas a acabar conmigo, lo sabía. Vas a acabar conmigo —me llama
llorando en la noche.
—Me iré a dormir. No vengas mañana, estaré trabajando en el proyecto de los papeles —
extenuado, se propuso dejarme hablando sola. Se propuso hacerme sentir culpable.
una Virgen desesperada. Fui amor (爱), el número de veces en que levantaba su mano para
dibujar un trazo o escribirme, amor… siendo un boceto que reposa en un mueble, una
corona de laureles, una espada atravesada en la cadera. En su cadera, que duele siempre
antes de dormir.
Fui una rueda (轮), ocho trazos girando en la ilusión de una canica blanca ciega,
como tú en medio de la calle oscura observándonos fuera del ventanal de este nido sin
huevos, en el que hemos corrido hacia a la evolución de la nada.
Fui palabra (词). La ‘i’ tildada, columna de un templo que desconozco. Siete trazos
de un pozo seco y torturado. Una misa que llueve sobre relámpagos y un duende que baila,
que me asusta. Soy un tapete turco en el que me siento a vender collares de piedra
lapislázuli y en el que termino olvidándome como una banca encharcada.
Fui arroz (米). Una estrella efímera de atmósferas extrañas, que aparenta estar en
llamas, que nunca fue una antorcha; seis trazos de raíces de papa hambrienta por alcanzar al
Pessoa de los fósforos. Una tabla de cuchillos sin filo, que simulan cortarme en palos de
gaita hembra. Un punto resaltado reiteradas veces en el mapa de la selva Ranas de fuego.
Fui cinco (五) pinceladas de azufre en el sofá de Silvino. Dos techos vacíos que
encierran nuestros ojos de abeja, los de él y los míos.
Fui una nube (云) arrastrando ruidos de pequeños aviones de papel. Tu casa de gato
en la que reposas todas las tardes. Un túnel azul que nos iguala en espíritu, el escape al
Imperio del rito y de la figura sin precedentes, un tragaluz con goteras.
Fui egoísta (厶), un triángulo roto. Hasta que me convertí en un trazo único (一), un
enlace, un vínculo irremediable que atravesó su cuerpo de manera definitiva. Dos animales.
Un animal. Ya no soy piel, pues me ha creído al transformarme en imágenes que le son
familiares, me ha creído al pintarme sobre él como el primero de los días. Y aun, ni siquiera
he dejado de ser completamente la mujer (女) de las mujeres cualquiera, tanto así que me
he traído como lo que queda de mí, la línea de los brazos dispuestos, para abrazarme a
Silvino en una ilusión de rayas negras que se multiplican sobre su caparazón de escarabajo
de luz amarilla; para ahogarme de alegría en su pecera de papel.