Conexion Entre El Alma y El Cuerpo ERNST VON FEUCHTERLEBEN 1899
Conexion Entre El Alma y El Cuerpo ERNST VON FEUCHTERLEBEN 1899
Conexion Entre El Alma y El Cuerpo ERNST VON FEUCHTERLEBEN 1899
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CONEXION ENTRE
EL ALN,IA Y EL CUERPO
Con sobrada razón dice eI prolo-
guista que ésta es una obra sin
tiempo y sin embargo se halla en-
clavada a su época. En 1858 el po-
sitivismo ya estaba enseñoreado en
la enseñanza oficial de la meücina.
Este libro es su contrapartida ge-
nial y constituye, además, el pri-
mer intento de estructuración de
la ¡nedicina psicosomdtica, expre'
sión cimera de un católico eminerr'
te. Cómo y en qué circunstancia el
esplritu influye sobre el cuerpo, es
decir, en la fisiologia y en la pa'
¡ologla.
Este gran übro, escrito por el Ba-
rón Dr. Enxst voN FEUcHTERsLE-
rrx, Profesor de la Universidad de
Vieaa, ha s.do recditado 52 ucccs
en Alemania y uaducido a nume-
rosos iüoma§. Cuando ell todos los
Pal¡cs la medicina psicosomática se
oá imponiendo sobre la medici¡ra
cieatffico-natural, Ia presencia ex.
h .-ada de esta obra adquiere una
jerarqula excepcional, sobre todo
freute a la desvirtuación por in.
fluencia eepuria de la sexualidad.
EDITORIAL POBLET
:
ERNST VON FEUCHTERSLEBEN
P¡ofesor de ia Universidad de Viena
EDITORIAL POBLET
BUENOS AIRES
1960
Enxsr t'o¡.- Frucr¡tresLrgrl,
Diátetik der Seele,
.i5, .\uflage, i33?
Traducción del
Dr.. F. Cor.r.roA P¡.srELls
1 Federica Bremer.
7
eso el titulo original de la obra, iDiáretik der Seele, lo
lleuamos a uersión moderna, Conexión entre el alma y
el cuerpo. Es el primer libro de la actual nouísima ten-
dencia médica y fue escrito nada ¡nenos que por un cató-
lico entinente. Hoy en día en que, en todos los paises
la medicina psicosorud,tica se está imponiendo sobre lo
medicina científico-nattLral, la presencia exhumada de es-
ta obra adquiere una jerarquía excepcional. Esta pre-
sencia es más imperatiaa que nunca, si se tiene €n, cuenta
clue esta medicina originariamente católi.ca estd siendo
desuirtuada por la influencia espuria de la líbido. No
son ficticias desuiaciones sexuales lo que interesa sino,
como lo enseña esta obro., el rescate de la criatura hu-
mana. No clebe exístir confusiórt posibLe.
ESBOZO BIOGRAFICO
Ernesto de Feuchtersleben nació el 29 de abril de 1806
e¡t Viena. Prouenía de una familia sajona establecida en
Hildburghau,sen,. En su, primer año de vida perdió a la
rnadre, y el padre, hombre de carticter md.s bien adusto,
al notarlo ton débil lo mandó a la campaña, donde per-
maneció ltasta los 7 años de edad. De regreso ingresó en
e/ Colegio Imperial lfaria Teresa, donde permaneció
ltasta los 19 años. Cuando en 1825 abandonó aquel esta-
blecimiento escribió: "Allí me f ormé para lo que des,pués
he sido, allí aprendi por mí ¡¡tismo que la existencia sólo
de la lucha nace". Mtis adelante agrega: "El gran nú-
mero de libros que en aquella soledad conventual lei,
contribuyó a conf ir?nar mi creencia en la tontería
humana".
\
De tcntprano se manifestó su uocación a la medicina,
,'ontribu»endo a ello stt propensión a conocer la natura-
ie:a humana y el afán de ayudar al prójimo. Desde niño
ttttpezó a leer obras relacionadas con las ciencias biológi-
¡¡¿s. Su cr¡ndición de noble le impedía seguir el estudio
¡nedico y consiguió al fin de su padre el asentimiento.
Lstudió ocho años en la Uniuersidad de Viena y se graduó
en 18)).
Xo rlecayó su dnimo con la nxuerte inesperada de su
parlre; casó con una muclrucha mod,esta y se entregó de
lleno a la profesién. En un comienzo su título de barón
entorpecía la afluencia de pacientes que no se atreuían
a pagarle con dinero. Pronto comenzó a cobrar prestígio;
al poco tiempo consigttió ser nombrado profesor de la
escuela de medicina. Solía impartir enseñanza en idioma
de pttrarlo y cuidaba mucho la exposición clara de la idea.
9
de función tan sóIo cuatro meses y después renunció.
esa
Sus fuerzas se debilitaban y en abril de 1350 se aio obliga'
do a guardar coma. El gran hombre murió el ) de setiem-
bre de ese año, a los 41 años de edad.
POETA Y CRÍTICO
l0
SLr GEI,¡IALIDAD I/ISIONARIA
Su gloria la alcanzó como renouador y uidente de la
ía médica. En contraposición de la medicina del
íilosof
crcso ntatet'ialísmo, que se ocupaba sólo de la enferme-
dad, uon Feuchtersleben sostenía ¿n Conexión entre el
alrna y el cuerpo, que la salud del cuerpo depende de la
energía, de la paz, de la fuerza y de la claridad del alma.
El alma que al perderla puede ser recuperada merced
a la actiaidacl intensa y a la aoluntad inquebrantable.
Su obra completa fue reunida en 7 tomos nada menos
que por Hebbel y editada en Viena por C. Gerald
(ts51-t85)),
II
bre ha conseguiclo hacer un arte hasta de la vida, ¿por
qué no ha de poder hacerlo de la salud, que es Ia vida
de la lida? De la conexión entre el alma y el cuerpo (o
del alma de esta conexión como quiso decir uno de nues-
tros criticos ai comentar esta obra) hemos de ocuparnos.
No nos mueve otro propósito que aportar algo para su
estudio.
E. Kant, en uno de sus profundos escritos, ha tratado
"del poder del alma para dominar las sensaciones mor-
bosas por la simple intención". Nosotros vamos más allá;
queremos dominar, no sólo las sensaciones sino la enfer-
medad misma. Si con tanta frecuencia se puede acuclir
en ayuda del alma con el simple esfuerzo del cuerpo,
¿por qué no hemos de ayudar a éste por medio de aqué-
lla? Quizás los médicos, quizás nosotros mismos (pues
en esto más que en todo debe uno ser su propio médico),
no hemos prestado a este punto de vista toda la aten-
ción que se merece. "¡Dichoso dualismo de la humana
naturaleza! dice una delicada escritora 1. Tú sólo man-
tienes la unidad de nuestra existencia. La materia sos-
tiene al espíritu y el espíritu a la materia. Y sólo por
esta conexión puede vivir el hombre".
Nuesra misión debiera consistir en inclicar a éste
cómo puede preservarse de las enfermedades. Pero sería
exigir demasiado pretender de nosotros que expusiéra-
mos una teoría completa sobre un asunto en el que, como
en la relación de espíritu y cuerpo, tan a menudo nos
quedamos a obscuras cuando más nos regocijamos con
1 Fede¡ica Bteme¡,
LI
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,.. idea de haberlo comprendido. Agradézcasenos, más
.-:en. que sac¡ificando la satisfacción de fundar un sis-
:=na, sigamos otro procedimiento, aun arrostrando e)
:-l,.,bable riesgo de que se nos tache de plagiarios. Hay
::raterias en las cuales se abarca poco cuando se quiere
,,barcar demasiado: la fisiognomia pertenece tal vez a
..¡e númerO.
Pues bien: así como Lavater se contentó con fragmen-
:os fisiognómicos, del mismo modo nosotros con frag-
nentos nos contentaremo§ para nue§tra "conexión del
alma". Pero para que no nos suceda lo que a aquella
-\cademia de Ciencias, que discutia por qué ei agua con
eI pez dentro pesaba lo mismo que sin el pez, sin ha-
berse cuidado de averiguar si realmente era así, séanos
¡rermitido detenernos un poco en el r.¡ué, anres de rne-
ternos en el laberinto del cómo.
El que dude de que tiene un espíritu, que no me lea;
el que atribuya al cuerpo todas las actividades de que
me ocupo como cle hechos consecutivos a Ia experiencia,
que traduzca mi lenguaje de esta suerte: "Poder o fuer-
za de aquella parte del cuerpo que obra sobra todas las
demás y que corresponde a las llamadas fuerzas espiri-
tuales". Por muy falsa que sea esta manera de ver la
cuestión, el hecho es siempre el mismo y las máximas
que de él se derivan no son menos útiles. Y al fin y
al cabo sólo de la verdad fecuncla hemos nosotros de
ocuparno§.
Los hechos de la co¡rciencia requieren un principio
distinto de aquél al cual nos llevan los hechos de la
sensibilidad. Espíritu llamamos al primero, más no ol-
l5
videmos que con esta palabra sólo designamos una abs-
tracción, ya que en el planeta que habitamos el espiritu
naturalmente sólo lo conocemos en cuanto se nos mani-
fiesta en el hombre, es decir, en naturaleza corporal,
En esta conexión, el lenguaje común racional le de-
nomina alma y a Ia materia con él unida, cuerpo. La
: prueba de que el alma ejerce acción sobre el cuerpo no
t!
:
seria, por consiguiente, necesaria, puesto gue a una y
a otro no los concebimos más que en la unidad de ac-
ción, siendo precisa una educación superior para encon-
I trar y explicarse su diferenciación. La risa y el llanto
!
t6
:ereditarias o constitucionales, sino que también algu-
nos estados que quizás no todo el mundo aprecia bas-
raote desde este punto de vista y acerca de ios cuales con
harta frecuencia no se sabe si hay que denominarlos cri-
sis de desarrollo o enfermedades. El médico que piense
notablemente puede utilizar esta advertencia y ver si
le es dado dirigir y hacer prosperar prácticamente en la
vida Ias ideas que sirvieron de punto de partida a Mal-
fatti para su Patogenia de las eaoluciones de la aida.
;Nada ha de poder el espíritu para dominar tales
estados? Ya se comprenderá que al hacer esta pregunta
no nos referimos a aquellos medios profilácticos que
los médicos prescriben para mejorar las aptitudes, para
preservarlas de las influencias que podrían perjudicar-
las; estas prescripciones nacen ciertamente del espíritu,
pero no del espiritu del paciente, nos referimos a los que
puede emplear nuestra propia alma en beneficio de
nuestro se¡ individual.
Los filósofos, y especialmente los poetas filósofos, se
afanan por hacernos ver cómo una disposición moral
individual, una tendencia cuya intensidad aumenta rá-
pidamente, puede ser rechazada, limitada, determinada;
y si esto es así, ¿por qué no hemos de poder hacer lo
mismo en nuestra esfera de acción del alma sobre el
cuerpo? El conjunto de aptitudes de un hombre para
gozar de salud, ¿cómo se manifiesta más patente a los
demás y a sí propio? En mi concepto se manifiesta me-
jor por aquello que concebimos como temperamento,
siempre y cuando tomemos esa palabra en el sentido del
lenguaje popular, y no tal como lo entienden ios filósofos.
t7
Sier':ilo el hombrc r¿:;.:,:- hlr3 ;a ..':; pluralídad
¡ r.'::,'1
(aima \ cuerpo) , nos imaginarnos a^ :e:r¡erei¡ento co-
mo a un conjunto de elementos proporcion¿Cr¡s a una
existencia individual. En cada hombre aisiado, dice
f{erder, se notan, así en la forma de su cuerpo como en
las aptitudes de su alma, unas acertadas proposiciones
naturales individuales e¡1 sentido de las cuales ha de
perfeccionarse, y que en su ilimitada variedad compren-
den desde la morbosa cieformidad que apenas puecle mi-
rarse hasta las formas hermosas del dios griego. Todo
mortal busca esta feliz e individual proporción de sus
fuerzas, no siempre acertadamente, por todos los medios
que están a su alcance; y la busca, porque en ella estriba
el goce supremo de su existencia. Y la condición de su
salud, añadimos nosotros.
Y siendo esto así, ¿cabe suponer que ei hombre, el
único ser de la naturaleza que puede convertirse eu
objeto de su propia observación, no haya de poder con-
seguir el conocimiento de sí mismo? El, a quien Protá-
goras liamó "medida del universo", ¿dejaria de ser la
medida de sí propio? En modo alguno: nadie que,
apartando sus ojos de la confusión del mundo exterior,
mire dentro de sí mismo discutirá esta influencia del
espíritu sobre el propio ser inrlividual y cualquiera ha-
brá de confesar que puede lograrse un poder sobre sí,
y en consecuencia sobre ias enfermedades, en cuanto
éstas arraigan en lo más hondo de la propia naturaleza.
Este hecho, el qué, es lo que en primer término merece
nuestra atención; por 1o que hace al cómo, casi todos
Ios siguientes capítulos son un comentario del mismo,
r8
Parecerá a algunos sosrprendente y dudoso que haya
de concederse al alma una fuerza y un poder que lle-
guen hasta influir, por decirlo así, sobre los objetos que
nos rodean, como si el mundo en que vivimos fuese par-
te de nuestro propio ser. ¿Y qué otra cosa es para nosotros?
Al hombre el mundo le parece varonil, infantil al niño,
risueño al alegre, triste al afligido, r' tal como cacla uno
lo siente, así sobre cada uno obra.
Los cuadros que más intensamente se graban en nues-
tra alma, las imágenes que mejor se fijan en nuestro pen-
samiento son siempre aquéllos que hacen nuestra feli-
cidad o nuestra desdicha. ¿Cómo, pues, hemos de ser
impotentes para dominar su aparición y su desapari-
ción? ¿No ha de estar en nuestro poder al alegrar nues-
tros ojos, cuando tan frecuentemente, por desgracia,
logramos acumular tantos afanes y tantas energías para
entristecerlos y enervarlos? La terrible tempestad que
cala hasta los huesos a los compañeros de Lear, en ia
tragedia de Shakespeare, no impresiona a este inleliz
monarca, en cuya alma se agita otra tempestad, la del
despecho, que ahoga a la que fuera de él se desata.
l9
Cepirur,o sEGUNDo
2t
mós:er.1 de vapores que envuelr.e nues!ra ciudad tienen
m¡.s bie¡r su causa en las costumbres. Del mi-.r:ro modo
que en los cambios de temperatura exterior apenes se
modifica el calor interno del cuerpo, existe en el alma
humana una fuerza interna de resistencia que, puesta
en actividad, basta para mantener ei equilibrio con la
actividad hostil de las fuerzas exteriores. Algr.rnos rné-
dicos nos hablan de mujeres enfermas que mientras se
sentían débiles hasta el punto de no poder andar por su
cuarto, se pasaban la noche bailando sin experimentar
la menor molestia.
"Tan cierto es que el placer favorito despierta las
fibras vitales del cuerpo. Por esto los que más sufren
los efectos de la atmósfera de Londres son los vagos, los
desocupados, los elegantes; el que tiene en constante
actividad su atención y su energia no conoce los efectos
de las indicaciones barométricas. Es cierto que eI oscuro
noviembre es el mes de la melancolia y de los suicidios;
pero el sombrío color del cielo no puede envolver en
tinieblas el campo de un alma radiante de luz. La misma
excitación patológica de Ia mania se pone por encima
de la inlluencia de la atmósfera.
"El hombre, que es inclinado a atormentarse, relaciona
ciertas ideas suyas con los fenómenos del otoño que des-
poja de hojas los árboles. Y aun si las molestias del
hipocondríaco decrecen o aumentan según e[ estado at-
mosférico, en el fondo 1o gue influye decisivamente
sobre su humor y sobre las consecuencias cle éste no es
sino su propia voluntad. EI hipocondríaco es siempre,
aunque sólo lo parezca momentáneamente, un carácter
22
débil: si él se convence formalmente de esta afirmación
v trabaja sin desalentarse para procurar su curación,
será é1 mismo su mejor médico." ¿Qqé médico hay, por
poca experiencia que tenga, que no pueda citar algunas
observaciones análogas hechas por él entre sus pacientes?
¿Por ventura estos casos no son tan frecuentes como pue-
dan serlo cualesquiera otros dentro de la medicina, espe-
cialmente en las grandes ciudades, en las cuales la
atmósfera de vapoles que las envuelve parece estar for-
mada por las pasiones, los cuidaclos r, los pensamientos
de sus habitantes?
El suicidio por más que \A¡erther reclame para sus víc-
timas la compasión que a todo enfermo desdichado le
es debida, según veremos más adelante, ¿no es por ven-
tura la triste herencia de naturalezas excesivamente deli-
cadas, de almas débiles que en la esfera de Ia vida no
se hallan en condiciones de resistir los rigores de la ruda
realidad? Dígalo, sino, Enrique Kleist. ¿Qué médico no
ha experimentado en sí mismo que su abnegación en el
cumplimiento de sus deberes ha sido Io único que en
días nefastos ha podido disipar las nubes que comen-
zaban a formarse en torno de su propia existencia mo-
ral y corporal, y que esa actividad le ha protegido contra
los peligros que ella misma trae consigo, así como en las
heridas que el deber causa, está el bálsamo que las cura?
Goethe, a quien cito porque precisamente en él no
aparece aquel poderoso impulso que comunica la voca-
ción profesional, siendo, por 10 tanto, más sorprendente
en é1 el poder de la simple voluntad, sin el apremio de
la necesidad, dice 1o siguiente: "Estuve expuesto al con-
23
tagio de una fi€bre pútrida 1 sólo con el eslue¡zo de mi
voluntad firme evité Ia enfermdead. ¡F-s increible io
que en tales casos puede la fuerza morall Esta fuerza
penetra en el cuerpo y le pone en un estado de actividad
refractario a toda influencia perniciosa. El miedo es un
estado cle debilidad inerte en el que a cualquier ene-
migo le es dado apoderarse fácilmente de nosotros."
Cuantas citas se hagan de Goethe sobre la vida del
alma, tienen un valor especial, porque cl¡anto él dice 1o
ha experimentado, y son hechos por los cuales él ha
pasado realmente; no como sucede con tantos otros en
quienes esto no pasa de ser una hermosa ilusión. ¿Qué
otra cosa es, pues, la vida sino la fuerza de la voiuntad
del individuo para someter Ios acontecimientos exterio-
res a ul-]a Iey intema y para asirniiar Io que está fuera
de ella y cle esta suerte, en continuo movimiento, variar
constantemente el estado del individuo aunque no su
esencia?
Y esta fuerza de la naturaleza corporal, ¿no habria de
tener su más sólido sostén, sll apo)'o más firme en la ener-
gia espiritual cu1,o rasgo caracteristico constiruye? La
espontaneidad es la condición del propio mantenimiento,
y asi como el desarrollo de las facultades morales es la
condición de la espontaneiclad, cuanto mayor sea el po-
der del pensamiento en un individuo, tanto mayor será
su espontaneidad, y cuanto mayor sea ésta, más vivirá,
rnás será, el hornbre. Cierto que mil distintas infiuencias
acechan al necesitado mortal y que el mundo todo no es
sino una influencia; pero la más poderosa de todas es la
voluntad humana.
Ella es-propiamente lo que nos constituye, porque asi
como todos los seres de Ia naturaleza no son sino fuer-
zas manifestadas, así también el hombre, nosotros mis-
mos, tanto somos cuanta es la energia con que nos mani.
Iestamos. Y aun cuando sea una energía impuesta, que
uno no puede espontáneamente excitar por sí mismo,
puede, no obstante, de una sacudida brusca colocarse en
un estado en que necesariamente ha de querer. De aquí
ia antigua y fundacla observación cle que nadie se muere
viajando o en vísperas o inmediatamente después de
casarse.
"Raras veces, dice el gran pensador Bulrver, casi nun-
ca siendo jóvenes contraeremos una enfermedacl incu-
rable, como nosotros mismos no alimentemos y fomen-
temos la creencia de que 1o es.... ¡Cuántos hornbres
vemos de naturaleza corporal delicaclísima que están en
actividad constante y no tienen tiempo para esta¡ en-
fermos! Dejadlos ociosos, dejadlos que reflexionen y se
morirán. La herrumbe corroe el acero, que, en cambio,
mantiénese brillante si se Ie usa. Y aún cuando esto
fuese falso, aunque la actividad y la indolencia fuesen
igualmente causa de males, fuerza es convenir en que
los males que la prirnera produce f¿icilmente desaparecen
v cuando menos en ella misma se halia noble consuelo."
A pesar de Ia coincidencia de mis ideas con las de tan
excelente escritor, no he dejarme seducir hasta el punto
de hacer más de lo que debo. Aquí se trata de la con-
firmación empirica de una eficacia espiritual para pre-
servarse de las influencias morbosas y creo que para este
propósito más bien he dicho demasiado que poco.
:c
Cepiruro Trp.cr,no
28
tinguía exactamente 'las erupciones cutáneas, descubria
por el mismo sentido las individualidades morales rela-
cionadas con la materia.
Dejando que el lector interprete, iimite o amplíe e[
fragmento que dejo transcrito, vuelvo a emprender el
camino trillado. Lo verosímil adquirirá carácter de cer-
teza cuando lo inverosímil se aproxime a la verosimilitud.
Como tal vez tendrá este libro algunas lectoras, a ellas
dedico el siguiente párrafo, debido a una sabia escritora:
"Las personas como nosotras, sólo pueden sanar cuando
sientan verdadera repugnancia a estar enfermas y cuando
estén perfectamente convencidas de que la salud produce
belleza y amabilidad". De ello nos convenceremos pen-
sando que el aspecto exterior del hombre es la manifesta-
ción del buen estado de su salud, o estado interior.
Uno de los más hermosos capítulos de los fragmentos
fisiognómicos de Lavater es aquel en que trata de demos-
trar que ordinariamente existe una armonia visible entre
la belleza moral y la corporal y entre la fealdad del cuer-
po y la del espíritu, afirmación tan cierta como la de que
la eterna sabiduría ha dado a cada ser forma determinada.
Ya se comprenderá que bajo esta denominación de be-
lleza no deben entenderse los atractivos fugaces, sino el
espíritu que anima todo el ser, y que tampoco entran en
este orden de consideraciones los estragos que infalible-
mente producen las locuras y las pasiones inoculadas.
Pero si lo gue los fisiognomistas se proponen demos-
trar es que las formas de desenvolvimiento del organismo
le son a éste impuestas y de antemano señaladas y que
la consecuencia con que procede la naturaleza es la mis-
29
lll-r Que ia que la ley de nuestro pensamiento determina,
.os.1! ambas difícilmente rebatibles, podremos deducir de
cilo para nuestro objeto que desde el momento en que
ese espiritu posee una fuerza para influir e¡r la conforma-
ción del cuerpo, esta fuerza lo mismo puecle manifestarse
cor¡o belleza que como salud. La costumbre de sentir
y de querer, qlre es la que crea el catácter, origina los
diversos movimientos de los músculos voluntarios y por
consiguiente, Ios llamados rasgos fisiognómicos, que son
los que determinan la belleza o fealdad de un hombre.
Toda acción a menudo repetida e¡1 el rostro, la risa, el
temblor y la burla, el llanto, Ia cólera, deja una huella
en las partes blandas del mismo, un recuerdo de si mis-
ma, una facilidad de reproducción que acaba por influir
de una manera permanente e imprimir una forma espe-
cial en los músculos y en el tejido celular. A su vez las
manifestaciones de fuerza de los primeros han de dejar
también a Ia larga sus huellas en las formaciones sólidas
que debajo de ellos se encuentran. ¿Hasta qué punto el
cráneo puede experimentar modificaciones plásticas a
consecuencia de la acción continuada de los músculos
que ,lo cubren?
Es ésta una cuestión que puede ser importante para la
craneoscopia, que hasta ahora sólo se ha preocupado,
quizás, con sobrado exclusivismo, de las influencias inter-
nas. Los hombres apasionados tienen, al llegar a la vejez,
más arrugas en la cara que los de temperamento tranquilo,
porque con §us gestos la piel de §u rostro se ha contraÍdo
y distendido más a menudo y las arrugas al fin han que-
dado definitivamente fijadas. Pues lo que sucede en las
30
partes clelicadas que contribuyen a formar en Ia cara la
fisonomía, sucede también en tdos los demás órganos
y sistemas. Todo aquel que, libre de cuidados, respire
durante largo tiempo con facilidad y amplitud, verá
ensancharse su cavidad torácica con gran beneficio para
los órganos importantes en ella contenidos.
En cambio, aquellos en quienes por efecto de depri-
mentes afecciones morales la circulación de la sangre lan-
guidece, dificilmente podrán sustraerse a las consecuen-
cias de un estado de tal índole persistente que se traduci-
rán por perturbaciones en las funciones de secreción y
excreción, por retraso en la actividad nutritiva, etc., etc,
Cuanto más pronto se presenten estas impresiones en los
periodos de la vida, cuanto más intensas y violentas sean,
cuanto más coincidan con el carácter innato del indivi
duo y cuanto más se repitan, tanto más inevitable y po-
tente será el sello orgánico que impriniirán en la existen-
cia del hombre.
Todas las partes del organismo humano que representa
un ciclo viviente obran recíprocamente una sobre otres:
1o que revela un semblante pá1ido y arrugado descúbren-
lo también la voz débil, el paso vacilante, Ios inseguros
rasgos de la escritura, la indecisión, la extremada sensi-
bilidad a los cambios atmosféricos, la enfermedad en
suma que poco a poco, pero profundamente, invade al
individuo. El cuerpo se envenena o se conserva o se cura
con frutos, cuyas semillas ha sembrado ei espiritu. La
belleza corporal, hasta cierto punto, no es más que la
manifestación de la salud; la simetria en las funciones
Ileva en pos de sí Ia simetría en los productos, en las for-
3l
mas. Y si la virtud embellece y el vicio afea, ¿quién podrá
negar que aquélla conserva la salud y éste es causa de
enfermedad?
La naturaleza es una especie de tribunal secreto, cuyos
juicios, no por ser silenciosos y lentos, son menos inevita-
bles: conoce arin aquellas faltas que escapan al ojo del
hombre y que a las leyes humanas se sustraen, y su in-
fluencia, perrnanente como todo aquello que en forma de
corriente se aleja del manantial en donde ¡ecibió la pri-
mera fuerza impulsiva, se deja sentir a través de varias
generaciones: de tal suerte que el nieto gue desesperado
ansía conocer el secreto de sus males, puede buscar la
solución del enigma en los pecados por sus abuelos come-
tidos.
La frase de la antigua tragedia clásica "el que lo hizo
que lo sufra", se aplica no sólo a la moral y a lo juridico,
sino que también a lo físico. Lo que los antes citados
místicos han dicho acerca del nacimiento de monstruos y
de la regene¡ación de la raza humana, merece la sanción
de1 naturalista filántropo, pues siempre habrá de reco-
nocerse que la debilídad y las enfermedades, aun de nues-
tros contemporáneos, tienen sus raíces más en io moral
que en lo corporal, y pueden evitarse y quiera Dios ex-
tinguirse también, no sólo con Iavatorios de agua fría, y
llevando el cuello desabrigado y con demás experimentos
de Rousseau y Salzman para endurecer y vigorizar a los
niños, sino también mediante un tratamiento más ele-
vado y de índole muy distinta, gue hemos de comenzar
por aplicarnos a nosotros mismos.
32
Con harta frecuencia, y no siempre sin razón, se nos
ha acusado a los médicos de sensualismo exclusivista,
movidos por el cual sólo vemos en el hombre un conjun-
to cle l¡uesos, cartilagos, músculos, entrañas y membranas
que se mueve a impulso del oxígeno del aire que penefta
en nuestra sangre. En el presente libro, sin embargo,
penetramos en un terreno desde el cual nos será posible
rechazar tal acusación; en é1, el médico ve e indica la
salvación allí mismo donde el moralista y el sacerdote
la señalan. El autor predilecto de nuestro pueblo, aquél
a quien se ha denominado el artista virtuoso 2 escribia
en su juventud: "¿Quién no comprende que aquella fa-
cultad del alma que sabe hallar placer en todo suceso y
disipar cuaiquier dolor, en el perfecto conjunto del hom-
bre, ha de ser también la más útil para las funciones del
organismo? Pues esta facultad es la virtud".
¿Y no está unánimemente reconocido, desde hace mu-
cho tiempo, que hay genios morales como los ha1' artisti-
cos, por ejemplo, Nfarco Aurelio, Sócrates, Howard y
Penn? Pues en el hombre en que la bondadosa natura-
ieza sale al encuentro del esfuerzo moral, facilitando por
medio de un feliz organismo su desenvolvimiento, la ar-
monía entre el cuerpo y el espíritu será más patente y
más agradable que en aquél en que, sólo a fuerza de
dolorosas luchas, pueda el espíritu arrancar unas poca§
flores y algún fruto al duro suelo de la materia.
En cambio, estas pocas victorias, como rayos perdidos
de una luz divina, brillarán en este segundo más intensa-
2 F. Schiller,
il,i)
mente, como relámpagos en noche obscura, e iluminarán
su envoltura carnal como i,luminaron en otro tiempo la
fisonomia de Sócrates, y la frase de Apolonio "aun entre
las arrugas hay una flor" se cumplirá cada día más. Por-
que, ¿qué es propiamente la belleza humana más que el
espiritu irradiando su claridad sobre el cuerpo? y ¿qué es
la salud sino Ia belleza en las funciones? Cuando el alma
encuentra un instrumento en armonia con é11a, no puede
apreciarse en toda su magnificencia su poder por la faci
lidad con que practica Ia virtud, porque parece que no
cabe que otra cosa sea,
Por el contrario, cuando tiene que luchar para obtener
de disonancias un acorde, entonces se califican de milagro
sus efectos. Y del mismo modo que a menudo, en un
momento solemne, resplandece en el semblante del bue-
no la belleza escondida, a menudo también el don her-
moso de la salud se logra con un solo propósito atrevido,
intenso. "No imaginéis, dice Lavater *, el sabio y pro-
fético fisiognomista, embellecer al hombre sin mejorar-
le". Y nosotros añadirnos con el convencimiento más pro-
fundo: no penséis sin mejorarle conservarle sano.
34
Cerfru¡-o Cuenro
IMAGINACION
35
Pero estas formas son harto claramente diferenciables
entre sí y esta diferenciación es de gran utilidad práctica;
y como el diferenciar ha causado .en todos tiempos menos
daños que el con{undir, hemos de agradecer por nuestra
parte a aquella antigua escuela que nos haya enseñado a
analizar al hombre en vez de contemplarlo embobados
como una maravilla y, siguiendo la advertencia que nos
hace, queremos, ai mismo tiempo que contemplamos y
admi¡amos la energía espiritual humana, estudiar la va-
riedad de sus acciones.
Para esto podemos seguir tantas direcciones como ra-
dios cabe trazar desde el centro de nuestra esencia más
íntima hasta la circunferencia de 1o infinito; más todas
ellas pueden, en el fondo, resumirse en tres principales: la
de Ia facultad de pensar, ,ia de la facultad de sentir, en la
que corren unidas la fantasia y el sentimiento, y la de
la facultad de querer. Estas tres facultades forman juntas
el hombre, todo su ser, sus tendencias todas, cuanto el
lenguaje vulgar, siempre filosófico, denomina "su pensa-
miento, su imaginación, sus esfuerzos". Las ideas son el
alimento, los sentimientos el aire vital y los actos de la
voluntad los ejercicios de fuerza de la vicla del espíritu.
¿Cómo puede el aln-ra por estos tres modos inlluir contra
,.1os males que atacan ai cuerpo? Esto es lo que vamos a
36
fantasea, el adulto ansía, el hombre piensa, y si es cierto
que la naturaleza procede en sus funciones de menor a
mavor, aquella clasificación queda demostrada. En su
proceso evolutivo comienza la naturaleza por Ia fantasía;
comencemos también por ella nosotros.
La imaginación es el puente de paso entre el mundo
corporal y el del espíritu; es un ser sorprendente, mutable,
misterioso, del que no se sabe si hay que atribuirlo al
cuerpo o al alma, si nos domina o le dominamos. Lo que
si se sabe es que por esta situación misma es eminente-
rnente apto para transmitir al cuerpo las acciones del al-
ma, y que precisamente por €sta condición de interme-
cliario ha de tener gran importancia para nosotros. En
efecto, si fijamos nuestra atención en Io que pasa en nues-
ro interior, observaremos que ni el pensamiento ni el
cleseo toman inmediatamente cuerpo en nosotros, sino
que siempre aparecen por el contacto de la imaginación,
observación cle bastante trascendencia para el fisiólogo y
para el médico.
La imaginación es Ia intermedia¡ia entre los distintos
miembros del organismo espiritual, la que los alimenta,
la que los mueve. Sin ella todas las ideas se estancan, y
por grande que sea su número, las acciones permanecen
rigidas, muertas, y los sentimientos son groseros, materia-
les. De aqui eI encanto vivificador de los sueños, esos
deliciosos hijos de la fantasia; de aqui el poder palpable
del genio, de la poesía y de todo 1o elevado, que siempre
tiene algo de poético. "La imaginación, según ha dicho
JI
un pensador ilustre 3, es generalmente la menos explo-
rada y tal vez la más impenetrable de todas las fuerzas
del alma humana, pues estando como está en íntima
conexión con la esüuctura total del cuerpo, y particular-
mente con el encéfalo y los nervios, según .lo prueban
tantas enfermedades, parece ser, no sólo Ia base de todas
las delicadas energías anímicas y el lazo que nos une, sino
que también el nudo de cohesión entre el espíritu y el
cuerpo, siendo al propio tiempo la flor que brota de todo
el organismo moral para que luego la utilicen las fuerzas
pensantes",
Y ei mismo Kant, * el filósofo egregio que mucho me-
nos que su antes citado adversario era hombre a propó-
sito para entonar un himno "a la diosa Fantasía siempre
mutable, siempre nueva", hace, sin embargo, obse¡var
que su Íuerua motriz es mucho más íntima que cualquier
fuerza mecánica del organismo, y solía decir que un hom-
bre dominado por una plácida alegría come con más
apetito que el que ha paseado dos horas a caballo, y que
la lectura cle un libro ameno es más sana que el ejercicio
corporal.
38
En este sentido considerabael soñar como un ejercicio
promovido por la naturaleza durante el sueño para man-
tener vivo el mecanismo del organismo humano, y en la
más profunda de sus obras declaraba que el. placer de
una agradable compañia es simplemente efecto de los
acelerados movimientos peristálticos del intestino a y
que la salud, con ello aumentada, es el verdadero y me-
jor objetivo de tantas sensaciones delicaclas y de tantos
pensamientos ingeniosos como tienen lugar en aquélla.
Bien puede permitirse ese poquito de expansión al filó'
sofo, mientras nos da tan buenos consejos.
Otro pensador llamaba acertadamente a ia imaginación
"el clima del espíritu". En ella solamente tienen sus rai-
ces y su asiento, digámoslo así, las verdaderas enfermecla-
des del alma, porque si los tuvieran en la inteiigencia,
serían erores o vicios, pero no enfermedades, 1' si los
tuviesen en el cuerpo no sería¡r males clel alma. Unica-
mente en el admirable punto de co¡rtacto clel alma y del
cuerpo, en la región del crepúsculo misterioso en que el
cuerpo impone la sombra a la luz del aima, únicamente
alli surge esa enferuredad dei espíritu, esa figura espan-
tosa de la humanidad que se burla de nosotros; de la cual
nos apartamos hondamente horro¡izados y cuyo perpetuo
alejamiento de nosotros constituye la misión propia y fi-
nal de la higiene clel alma.
La imaginación es siempre una potencia que impera
sobre lo que está fuera de lo real y con esta potencia
39
Ilevamos dentro de nosotros el germen de la felicidad y
de la desgracia: si su actividad se excita de una manera
clesmedida, hácenos soñar despiertos y entonces nos en-
contramos en el primer escalón de la locura. Y hasta "el
ojo del poeta moviéndose a impu,lsos de un bello delirio",
¿no evoca algunas veces, como por virtud de siniestro
hechizo, Ios terribles demonios que sólo logra disipar
cuando permanece constantemente fijo en la estrella eter-
na de la belleza?
En el mismo estado normal de la existencia, ¿acaso no
ejeice la fantasía un poder plástico lento, pero incesante?
¿Por ventura no hemos de buscar en la fantasía del padre
y de Ia madre (y quién sabe si únicamente en ella), un
germen de excepcional influencia para determinar la
forma vital del hijo que de ellos ha de nacer? Y supo-
niendo que hubiéramos de llamar al hombre hijo de la
fantasia, lno es ésta algo muy innato en nosotros? Puede
clecirse qr.re la imaginación está dentro de nosottos antes
de que seamos nosotros mismos v cuando apenas 1o so-
mos va, v su hechizo se cleja sentir más potente en todos
aquellos estados singrrlares en Ios cuales la reflexión libre
se halla dominada por un oscuro despotisrno, por ejem-
plo, en Ia infancia, en el sueiro, en la locura y en el pe-
riodo poético que es una mezcla de los tres primeros.
Lo que para el hombre externamente considerado es el
rnundo exterior que nos rodea, con todas sus poderosas
influencias, es para el hombre en su interior la imagina-
ción, este mundo interno de imágenes que envuelve el
núcleo de la vida. Y siendo esto así, ¿cómo no han de
ser sus actos decisivos para Ia salud y la enfermedad? Dice
40
Lichtenberg hablando de sí mismo: "A menudo me he
entregado horas enteras a toda clase de fantasías; sin esta
cura por la imaginación, que generalmente empleaba en
Ia época ordinaria de las temporadas lluviosas, no habría
llegado a 7a avaozada edad que tengo."
Cuando antes he dicho que en la fantasia se juntan las
sensaciones y las imágenes, no Io he dicho para ahorrarme
una distinción más precisa, sino porque realmente la
sensibilidad y la lantasía no son otra cosa que el estado
pasivo o activo de una sola y misma facultad, porque sen-
timos cuando fantaseamos y sentimos, además, aquello
que nos irnaginamos: asi también la fantasía, que en el
caso anterior funcionaba activamente, ocúpase en función
pasiva de las impresiones que el mundo exterior ,le envia
en forma de sensaciones.
El que sea experto en meditar sobre sí mismo compren-
derá en seguida que en esa obsen,ación que dejamos he-
cha hay algo más que un simple juego de palabras. Su-
friremos si oponemos ai mr.lnclo la superficie sensible de
nuestra existencia; pero nos veremos iibres de padeci-
mientos si ponemos en frente de é1 una fantasía en acti-
vidad. En esto, pues, como en todo, el hombre recibe el
sufrimiento y el placer de una misma fuente. Y si todos
sabemos hasta Ia saciedad que las narraciones y los ejem-
plos infunden en la fantasía durante los estados morbosos
un poder grande, así para agravar como para mejorar
éstos: ¿Por qué lo que pue e curar enfermedades no ha
de poder evitarlas? ¿Por qué lo que puecle hacerlas mor-
tales no ha de poder producirlas? ¡Cuán intensos y peli
grosos son ,los padecimientos de aquellos infelices que se
4l
abandonan a la idea fija de un mal cualquiera que les
amenaza o de que se imaginan amenazaclosl Tarde o
temprano los que de esta suerte proceden atraerán el
mal sobre si. La causa fisioló.qica de tal lenómeno está
en una corriente de inervación constantemente dirigida
hacia un órgano determinado, coriente que no puede de-
jar de traer a su jurisdicción la nutrición del ór¡lano mis-
mo. Conocido es el caso de aquel discipulo de Boerhave *
que estudió medicina en las condiciones más terribles,
puesto gue en é1 se presentaban uno tras otro los estados
morbosos que el elocuente profesor explicaba con los más
vivos colores: aquel estudiante que en eI invierno pade-
ció fiebres e inf,lamaciones y neurosis en verano, estimó
prudente abandonar un estudio que le habia conducido
al borde del sepulcro.
He aquí otro ejemplo: un criado de una fonda le1'ó en
un periódico, en septiembre de 1824, \a descripción de la
muerte de un cierto Santiago Drew a consecuencia de la
mordedura de un perro rabioso: después de esta lectura,
sintióse atacado de hidrofobia, y sólo a fuerza de cuida-
dos pudieron salvarle de ,la muerte en el hospital Guy
(Blitannia, Abril de 1825). Los infelices gue se sienterr
interiormente atormentados por los remordimientos de
una juventud disipida y que temen las consecuencias ma-
teriales de su pasada vida, imprimen tan profunda y repe-
tidamente en su alma la imagen del mal que les amenaza,
q
que al fin se presenta en ellos aquel estado que \&'eikard
caracterizaba como tabes imagínariai y que es una triste
mezcla de aprensiones y de padecimientos reales por ias
aprensiones producidas.
Todo médico de alguna práctica ha tenido, especial-
mente en nuesftos días de cultura refinada, ocasión fre-
cuente de observar análogo5 fenómenos en si mismo o en
los demás. Durante el estudio de la oftalmología muchos
jóvenes ven moverse delante de sus ojos las moscas vo-
lantes y su vista llega a debilitarse mientras el espectro
de la gota serena amenaza su fantasía. ¡Cuántas veces du-
rante Ia terrible epidemia que en estos últimos años ha
asolado a Europa 6, hemos oído citar casos de personas
que después de haber conversado durante un rato sobre
aquel tema han experimentado sensaciones molestas en el
vientre hasta presentarse en ellas los verdaderos síntomas
del temido mal!
Con toda intención escojo los ejemplos más inmediatos
a nosotros; si fuese a enumerar los que en muchos libros
se citan, su número aumentaría de una manera asombrosa,
Si Ia imaginación puede causar al hombre tantos males,
¿qué razón hay para negarle poder suficiente a reportar
beneficios? Si enfermo con sólo figurarme que enfermo,
¿no he de mantenerme sano con sólo imaginarme que lo
estoy?
Dediquemos nuestra atención a aquellos casos que pue-
den servir de respuesta afirmativa a esta pregunta. No
43
repetiré ios milagros que todos iremos pre.enciado, pro-
duciilos en Los enfermos por la confianza. la esperanza. los
sueños, Ia simpatía y la música, ) me -i:r.i:'.::¡ a indicar
que todo cuanto puede influir para c'.1rtr: ll {rli:ino en-
íelmo tentlrá necesariamcnte ma\or e:i..,.':, i:-.:r rl .D?rá
conservar los órganos sanos. Todos a.;;e.. r) r-medios
pertenecen a la esfera de la imaginación. r --,, ::¡g:esos
de la humanidad enseñarán a nuestros :rie:,¡. ti:e ¡ esta
esfera corresponden también ciertos proce.l:niiri:.:o: cLrrA-
tivos, cuyos fundamentos buscamos hor en ¡e::eirL¡ de
muy distinta clase.
Esta consideración, sin embargo, en ¡lada a:r=ilua el
valor de tales remedios, porque si la imaginacio:r me ha
sanado, ¿es acaso imaginación la salud? Un enier::'r,¡ '¡edia
con insistencia a su médico que le administrar¡ crertas
píldoras, a lo cual se negaba el doctor; por fin co:-.siguió
que éste, obrando con gran acierto, y fingiendo querer
complacerle, le recetara pildoras de pan, que disirazo con
una ligera capa de polvos dorados. ¡Cuán asombreCo no
se quedaría al dia siguiente el bueno del médico ai rer
que eI enfermo le daba las gracias por la eficacia del nle-
dicamento, que no sólo le había producido el efecto cle-
seado sino que además le había promovido abundantes
vómitos! Por el hecho de ser este efecto hijo de la imagi-
nación, ¿dejaba de ser real y verdadero?
Un médico inglés quiso ensayar en un enfermo que
padecía de parálisis de la lengua, y a7 cual nada habia
podido hasta entonces aliviar, un instrumento de su in-
vención, del que se promeda grandes resultados: a fin
de enterarse primero de la temperatura de la lengua co-
44
locó clebajo de ésta un pequeño termómetro de bolsillo,
r el paciente, firmemente convencido de que éste era el
instrumento en cuestión, aseguró lleno de asombro al cabo
cle unos minutos que ya podia mover aquel miembro (So.
bernheim, Higiene, 1835). Y pregunto yo, ¿acaso pudo
moverlo menos porque le había curado la imaginación?
No es este lugar oportuno para estudiar hasta gué punto
pueden influir en esto los fenómenos del magnetismo ani-
mal *. La observación de la acción que sobre el cuerpo
puede ejercer una fantasía expresamente encaminada a
ello es una de las más antiguas de las ideadas por
los hombres. Fontanier, un sabio que viajaba por el
Asia, escribía desde Teherán, en agosto de 1824, a -[aubert,
que se encontraba en París, lo siguiente: "¿Qué diría
usted si yo le comunicase que la teoría de 1o que deno-
rninamos magnetismo animal era conocida de los ha-
bitantes de Oriente mucho antes de que en Europa se
hablara de ella; que hay en Asia gentes que hacen cle la
práctica de esta teoría un verdadero oficio y que por ello
son objeto de Ia persecución de los mollahes?".
Ahora bien: los hijos del Oriente están más familiariza-
dos y mejor educados que nosotros en el mundo de la
fantasía; por consiguiente debieron conocer mejor que
nosotros los misterios del mundo de lo maravilloso, pues-
to que con ellos hicieron sus primeros experimentos. To-
das las influencias que a diario vemos que ejercen 1as
45
naturalezas vigorosas y bien dotadas sobre otras delicadas
v vacilantes, corresponden al parecer al terreno que ex-
ploramos y se realizan probablemente mediante operacio-
nes de la fantasla. Hasta ,la razón de un hombre supe-
rior no influye sobre la nuestra si antes la fantasia no Ie
ha abierto camino; por esto muchos hombres de impor-
tancia no deben su influencia sobre el público ai hecho
de que éste les comprenda desde luego (exempla odiosat)
sino a la aureola que les rodea v gue atrae a su atmósfera
la fantasia de los demás.
Estos fenómenos son sÍn.rbolos de muchas cosas. de las
más grandes )' trascendentales gue en el munrlo aconte-
cen. El mundo está envuelto como en una atmósfera
espiritual (como lo está en una atmósiera nr.iterial) . cada
una de cuyas partes rodea el siglo v ro,.iea el clia: en
ella todas las actividades vivientes del indrr irllro se ex-
tienden formando un todo desde el cual vueLr en a obrat,
sin él darse cuenta de ello, sobre ei rnclivicluo mismo.
Ideas, sensaciones, imágenes flotan invisibies en Ia atmós-
fera y nosotros las aspiramos, las asimilamos r las
comunicamos sin percatarnos claramente de tal proceso.
A esta atmósfera pudiéramos llamarla alma exterior
del mundo; el espiritu del siglo es su reflejo y el no-
table fenómeno de la moda es una fatalidad de este
circulo aéreo que también rodea los círculos pequeños
de Ia sociedad y en el cual, como sutil contagio, se di-
suelven las ideas que influyen en los pensamientos por
nosotros considerados como más propios y personales.
Y siendo esta atmósfera, como es, €1 resultado natural y
necesario de las acciones orgánicas de un todo, el ob
46
sernador atento no tarda en ver cómo la energia vitai
de un individuo determina su modo de ser y hace que
csre se üansmita e infiltre en los que le rodean.
El valor del héroe se comunica como éter vivilicador
a las huestes casi paralizadas que le acompañan; el tem-
blor del miedo se contagia involuntariamente; una car-
cajada alegre, espontánea, signo de buen humor a toda
prueba, comunícase suave, pero irresistiblemente a toda
una reunión, y hasta el hombre más adusto, entre aver-
gonzado y enfadado, no es dueño de dominar la sonrisa
que asoma a sus labios. Y el bostezo de aburrimiento de
una persona ¿no produce acaso una epidemia de bos-
tezos entre las que están con ella? ¿Acaso no causa el
mismo efecto que la presencia de un traicloí en un corro
de amigos? ¿Y hay todavía quién pregunra (como vo
me he preguntado tantas veces) cómo es posible que un
número de hombres sanos, imparciales y sinceros ase-
guren haber realmente oído y visto los espíritus con-
jurados por un exorcista?
En contestación a ésto, diremos que lo mismo para
1o bueno que para lo malo existe un poder omnipotente,
el poder de la fe, y que todavía se realizan milagros allí
donde vive y actúa esa fuerza que cambia de sitio las
montañas. Considera bueno a tu hermano y 1o será;
confía en el que sólo es bueno a medias y lo será del
todo; atribuye aptitudes a tu discípulo y las veras des-
arollarse en él; tenlo por ineducable y de él nada sa-
carás. ¡Declárate sano y podrás estarlo! La naturaleza
toda no es más que el eco del espíritu, y la suprema
ley que en ella se descubre es la siguiente: el ideal en-
47
gendra io real; la idea rnodela graduahnente el mundo
a su propia imagen. Con esto no queremos afirmar una
acción fisica, sino solamente cierta influencia moral.
Sobre este punto podrían escribirse muchos libros; pero
hora es ya que dejemos esta digresión, añadiendo única-
mente a lo dicho, que aquellos cuya fantasía es clemasia<lo
débil para penetrar en mis planes de higiene del alma
trarán bien en adherirse a la fantasía de otro que §ea
más poderosa, bebiendo en ella el aliento y el goce de
la salud espiritual. Hippel, ese sabio no apreciado to-
davia en torlo su valor, decÍa: "Tísico del alma es todo
aquél cuya potencia imaginativa carece de vigor: la fan-
tasía es ei pulmón clel alma".
La fantasia es de naturaleza femenina; la vida de la
mujer es en conjunto más duradera que la del hombre,
v cle la fantasía puecie ser resultado aqrrella extraordina-
ria fuerza vital que, según experiencia, va unida a la
clelicadeza y a la castidacl. ¡Cuántas veces no hemos
visto natulalezas, tan clelicadas gue Parecen comPuestas
de éter r. 1uz de luna, consen'arse v defenderse con
asombro de ellas nrismas v de sus al)egados, sin nutrirse
de otra cosa que de dulces v m:iqicos etrsueñosl
iPor ventura, en opinión clel mismo Kant, el más
sensato de los evaugelistas cle la razón, no es la espe-
ranza, después del sueiro, la que nos ProPorciona los
ensueíros verdaderos, la protectora y el genio tutelar de
la humana existencia? Y la esperanza, ¿qué otra cosa es,
la más de las veces, que la hija de la Iantasía, la her-
mana del sueño de oro? Hufeland tiene razón cuando
incluye en el número de rnedios Para prolongar la vicla
48
I.
49
ción, que con sus regocijados compañeros el buen humor
y la jovialidad, ejerce el benéIico poder del ridiculo y nos
libra muy a menudo de la fatuidacl, de Ia pequeñez de
espíritu, de la pedanteria, de las grandezas fatuas y de
melancólicas inquietudes. Ante su ligero, pero robusto
cero huyen avergonzadas la pena, la preeminencia hin-
chada por el orgullo, la preocupación martirizadora. El
ingenioso buen humor es un bálsamo dulce que se de-
rrama sobre el espíritu enfertno, es un consuelo precioso,
aun en los casos en que los demás consuelos son inefi-
caces. ¿Quién, pues, no querrá aprender a preparar o
.por lo menos a emplear este bálsamo?
Entre las aspiraciones gue constituyen la vida espiri-
turl del hombre en nuestro planeta hay una, el arte, que
pertenece a la esfera que precisamente nos ocupa, esto es,
Ia fantasía. Así como en los sueños una agradable fun-
ción puramente orgánica suspende la lucha del espíritu
co¡r el munclo corporal, y, uniendo fraternalmente el alma
v el cuerpo, regenera la existencia, así también el arte
crea, en e1 estado despierto, sueños que mantienen la
r,ida, amenazacla de srrcumbir en ias contiendas de la re-
alidad. La música, las artes pkisticas r la poesia hablan
mitad al cuerpo v mitad al alma.
. IJn profundo observador que se ha impuesto la tarea
tle buscar en cada cosa su fin primordial. ha clicho ha-
blando rle la música, que en eila torlo se ¡educe en últi-
mo término a salud, puesto que nos encontramos sanos
cuando nos sentimos intimamente con todas nuestras
fuerzas y con todos nuestros impulsos. El canto y la mú-
sica engendran una vivificación armónica de todos los
50
órganos; el movimiento vibratorio se comunica a ro.lo r^
sistema nervioso y el hombre en toda la plenitucl cle slr
ser se pone al unÍsono de aquellos sonidos, descubrién-
donos con sus voces su modo de ser movido por su im-
pulso innato. En realidad, ieué otra cosa es eI sentimiento
que una constante música de la vida, una vibración in-
terna que el arte cle los sonidos no hace más que exterio-
rizar dándole cuerpo en el aire?
¿Y acaso las demás artes no descansan, lo mismo que
la música, en el sentimiento de las relaciones armónicas?
Por esto podrán todas llegar a ser el paladín de la salud
y del buen humor si. conforme a io que llevamos dicho,
presididas y dirigidas por un espíritu varonil cooperan
a la paz y a la conciliación. En este caso un ambiente
agradable dejará sentir su acción consoladora sobre toda
nuestra existencia y hasta en la hora de nuestra muerte,
como se cuenta de Jacobo Bóhme, nos sentiremos en-
vueltos en armonias, y con incomparable grandeza emi-
graremos a la inmensa Y eterna armonía de las esferas
sobrenaturales.
Al Ilegar a este punto acométenos la tentación de expo-
ner algunas ideas sobre estética y de preguntar si el es-
tado actual del arte corresponde a este hermoso y aglra-
dable objetivo; si las obras de nuestros pintores nos
traen la salud del espiritu como el Apolo del Vaticano;
si las de los poetas están escritas y son a propósito para
regocijarnos, instruirnos, animarnos y mantenernos sanos.
Todas estas cuestiones entran, mucho más de lo que suele
creerse, en la esfera del alma.
5r
Cepíruro QurNro
JJ
médico y el psicosomatista (que es el que aquí nos in-
teresa), sobre todo en su autoanálisis, han de procurar
poner en acción si quieren obtener la soberanía del es-
píritu, de la cual tanto nos prometemos. Tenemos aquí
el alma transfigurada de Stahl, desde el momento en
que llega a la luz de la conciencia, por efecto de aquella
energía tomada como voluntad, de Ia cual Éste profundo
pensador tantos milagros anuncia, mientras todavía está
sepultada en la noche del instinto.
¿Y es concebible que esa energía no realice los mismos
y aun mayores prodigios en aquel estado rnás perfecto?
En vano se intentará iluminar la inteligencia del extra-
viado o demostrar la falta de valor de la rdea fija que
ese desdichado persigue; pero se logrará curarle si se
excita su actividad, si se despierta en él la energía de
querer, de obrar. ¡Cuánto mayor y más beneficiosa sería
Ia influencia de esta acción en el cuerpo ,v en el alma
de los débiles y enfermos de espíritu si éstos supieran, o
mejor clicho, si quisieran preparar en su ánrmo este bál-
samol Y ciecimos si quisieran, porque también la volun-
tad puede en cierto modo ser formacla v educada; afir-
mación ésta nunce miis necesaria de ser tenida en cuenta
que en nuestros días, cuando la imaginación v la inteli-
.la
gencia gozan de ia más exh¡-rbera¡rte cultura, mientras
verclaclera energ^ia para obrar y pera vivir yace en la-
mentable abandono.
Si el cenÁcrER es, como decia Hardenberg, una volun-
tad perfectamente desarrollada, no cabe tiuda alguna
acerca de lo que hay que hacer para formar el carácter.
La inteligencia determinada por las primeras causas, va-
I
5{
riará tal vez de rumbo influida por las posteriores; el
sentimiento movido por una primera impresión se deja
dominar con iguai facilidad por una segunda, contraria
a aquélla. ¿Es que la voiuntad ha de funcionar sin Ia
inteligencia y sin el sentimiento o contra una y otro?
Nada de esto; la cuestión estriba en hacerla flexible sin
debilidades, fuerte sin rigideces. El hombre moral es, en
último térrnino, una unidacl, una fuerza; enderezar esta
fuerza v vigorizarla en la justicia, he aquí lo que hay
que hacer.
"Ll rNo¡crsróx, podríamos ciecir con Coethe, cs una
enfermedad del alma y siempre ha sido causa de actos
funestos. Estarás libre de todo mal, si quieres. De todos
los estados, el más miserable es el de hallarse privado
de toda energia para querer." El alma v también el cuer-
po están sujetos por cien ligaduras al parecer indestruc-
tibles; pero que una sola cleterminación basta a romper
ligaduras que, en su mayor parte, nos imponemos nos-
otros mismos y que disculpamos con las denominaciones
tradicionales en la sociedad de indecisión, distracción,
mal humor y fastidio. La prevención psicosomática es
precisameute la llamada a designar por sus verdacleros
nombres a estos espíritus maléficos de la salud.
!La rN»Bcrsróu, convulsión funesta del alma que harto
fácilmente termina en parálisis! No es la muerte cruel
con los hombres; únicamente lo es para sí mismo el
hombre que la mira pestañeando y con la rnsegura ima-
gen en los medio cerrados ojos, mueve sus vacilantes
pasos unas veces yendo hacia ella y otras apartándose de
su lado. No hay ejemplo más elocuente para demostrar
55
fl
el poder destructor de la incertidumbre y la fuerza ven-
cedora de la resolución que aquel enfermo de quien nos
habla M. Herz. EI tal enfermo estaba en el último perio-
do t-le una fiebre hética: la esperanza que el médico se
creia en el deber de inculcarle, en Iucha constante con la
idea que él tenia de Io desesperado .de su situación, ali-
mentaba y ar¡mentaba la fiebre.
En vista de ello, resolvió flerz intentar una última
v arriesgada prueba; anunció al paciente que estaba
irremisiblemente perdido; por el momento prodújose na-
turalmente en aquél una gran excitación, a Ia que no
tardó en suceder una profunda y triste calma. Por la
tarde, el pulso estaba normal y la noche fué más tran-
quila que ias anteriores; la fiebre disminuyó de día en
clia y a Ias tres semanas el enfermo se había restablecido.
Cierto que Herz debia conocer muy a fonclo a aquel hom-
bre para atreverse a hacer con é1 ese experimento (r) ;
pero la causa fundamental en virtud de la que at'entu-
róse a hacerlo encuéntrase en el desprecio de la funesta
idea, honda l firmemente arraigada en 1a r.tatlrraleza
humana, de que "es demasiado tarde. o la no vale la
pena", que suele ser motivo harto frecuente cle la fatal
indecisión que nos aqueja.
Esta idea precisamente debiera hacer aj hombre re-
suelto, porque si realmente es demasiado tarde, la re-
solución es más fácil por lo mismo que es necesaria; y
si todavía es tiempo conviene resolverse pronto, porque
56
el logo de un empeño es la mejor recornpensa de los
mayores cuidados. La antigua leyenda de que el caba-
llero que quería alcanzar el tesoro no debia mirar a su
alrededor, encierra una hermosa enseñanza.
La »rsrneccróN, gue puede calificarse de indecisión de
la facultad de atender, es en 1a vida del alma un estado
equivalente al temblor de los músculos en la vida del
cuerpo: una oscilación 8 que indica que la energía aní-
mica no es suficiente para obrar con fijeza en una sola
clirección, haciendo necesario a cada momento un des-
canso, una interrupción, un cambio. Si la experiencia
nos enseña ya en los estados corporales que por un im-
pulso poderoso toda debilidad puede ser vencida tem-
poraimente y a fuerza de constancia hasta de una ma-
nera definitiva, bien poclemos esirerar los mayores pro-
digios del movimiento de Ia voluntad, que es el más inti-
rno y más individual de todos los impuisos.
En mí mismo he observado que ios fugaces fenómenos
conocidos con el nombre de moscas aolantes, lo propio
que el movimiento tembloroso de las ietras en el papel,
desaparecen en cuanto clavo la mirada con fijeza en los
objetos que a mi vista oscilan. Del mismo modo una
resolución firme comunica firmeza y energia aun a la
tendencia interna. Por este motivo he considerado siem-
pre la tan decantada distracción como medio curativo
y profiláctico, de eficacia muy dudosa contra las enfer-
medades del espíritu y he creído, por el contrario, que
el recogirniento (la voluntad fijada en la actividad pro-
57
tl
pia) era 1o único que podia prevenir tales situaciones y
en su caso curarlas, porque la vida obra de denro afuera
y la muerte, como la enfermeclad, obra cle fuera adentro.
Si alguien me objetase que el fijarse en una dirección
Ie quebranta extraordinariamente las fuerzas, le contes-
taria que en este caso debe colocarse uno en la situación
forzosa de obrar, cosa que puede hacer cualquiera: la
cuestión está en empezar; lo demás viene por sí solo.
Supongamos que no tengo ninguna ocupación determi-
nada ni ganas de tenerla; pero por mi salucl bien puedo
resolver ofrecerme al Estado o a cualquier otro de tal
manera que, después de estipular ciertas condiciones,
me vea obligado a trabajar. Triunfo asi de mis'r'acilacio-
nes acogiénclome al primero que pasa 1 abrevio Ia elec-
ción, r destruvo la melancólica acción de los pensamientos
dolorosos hundiendone. aun contre mis aficiones, en el
océano de una vicla agitada v agradable en rlontle el deber
de sociabilidad, arrancándome cle mis vanos sueños y lan-
zándome al circulo de Ias relaciones, empieza por causar-
me una satislacción superficiai que al fin se convierte en
satisfacción y contento vercladeros.
"Para ctrrar los males del espiritu, escribe un profundo
conocedor de estas rnaterias, la inteligencia no puede
nada, la razón puede algo, aunque poco, el tiempo mu-
cho, Ia resignación y la actividad 1o pueden todo." Este
tratamiento profiláctico o realmente curativo fúndase en
la }ey de que el estímulo menor cede ante un estímulo
mayor. De aquí que si yo puedo infundir en el alma y
por ella en el cr-rerpo el más clifusible, por decirlo así, v
58
mds potente de los estímulos, el de la voluntad, Ios demás
menos intensos que aquéI, no podrán causar gran daño.
Mantener constantemente la atención desviada de todo
lo que perjudica, lesiona o mortifica en la región de la
materia del pensamiento, no es posible; pelo el encami-
narla en una dirección determinada ya, trae consigo el
desvío de todo lo demás, sobre todo cuando aquella di-
rección es activa, no contemplativa. Pero hasta esta última
obra iguales milagros cuando el alma se abisma ¡,'or
completo en lo más hondo de sí misma, cuando el tiem-
po y el espacio dejan de ser para ella v vive eternidades
en un instante; cuando, por ejemplo. Semler no advierte
el incendio de su casa, o Arguimecles le dice al guerrero
que blande sobre su cabeza la espada: "No me destruyas
este círculo."
Mer, nurron se llama el repugnante demonio que ha
sabido deslizarse y tomar puesto y voto en la sociedad
con el más estético nombre de "humor" simplemente.
¡Desgraciados de aquellos a quienes este humor les tiene
presos! Si una ingeniosa escritora recomendó al poeta
que hiciera con su humor lo que el escultor con el már-
mol, ¿por qué lo que se aplica al poeta no ha de poder
aplicarse al hombre? Un buen régimen ¿no es, por ven-
tura, una obra de arte de la vida? Si no lo es, por lo
menos debiéramos intentar elevarlo a ia categoría de tal,
y entollces la calobiótica e se convertirá quizás, como
entre los alegres y sanos griegos, en macrobiótica 10.
59
Lavater ha escrito un sermón moral contra el mal hu-
mor. También procedería escribir un sermón médico.
Nadie puede resistirse a la tristeza; pero todo el mundo
puede reprimir el fastidio o mal humor. En la tristeza
hay todavía cierto encanto, cierta poesía; el fastidio
carece de todo atractivo, es Ia verdadera prosa de la vida,
el hermano del aburrimiento y de la pereza, esos dos
envenenadores que matan lentamente. Puede con razón
denominársele pecado contra el Espíritu Santo. Si inves-
tigamos el origen de este veneno, la observación de la
vida ordina¡ia nos demostrará que radica en Ia costum-
bre, "la nodriza del hombre", )' cle sus vicios.
Si ciesde nuestra infancia nos hubielan acostumbrado
a no permanecer ociosos. a ocupar en cosas agradables
las horas que nos dejan iibres los trabajos serios, hasta
que el sueño apacible nos venciera imponiéndonos sanos
ensueños, nunca estaríamos malhumorados. Si clesde ni-
ños nos hubieran acostumbrado a no estar en la cama
durante las hermosas horas de la mañana, no co¡roceria-
rnos aquella indolencia y aquel mal humor que la más
de las veces no son sino consecuencia de la sensación
desagradable que experimentamos al ver lo tarde que
es cuando despertamos.
, Si desde nuestros primeros años nos hubieran acos-
tumbraclo a tener en orden cuan,to nos rodeaba, este
orden se reflejaría también en nuestro interior por una
disposición armónica del alma. En una habitación bien
aseada siente complacencia el espíritu. Pero lo capital
en el arte de ponerse en guardia contra el mal humor,
estriba en la distribución oportuna de todos los momen-
60
ios. El hombre no puede estar siempre dispuesto a todo,
¡>ero está siempre dispuesto a algo: pues bien, que haga
este algo y se contente con la idea de que en este mundo
sublunar la variedad es ley.
"Si en las horas malas has descansado, las horas bue-
nas lo serán doblemente para ti", ha dicho el poeta. La
soledad hace al hombre perezoso y, según Platón, testa-
rudo; el trato con las gentes también puede producir
iguales efectos: la alternación prudente de soledad y de
trato llevará al espiritu el buen humor, la alegría y la
salud. La religión, el conocimiento verdadero del Amor
lue nos acompaña y nos sostiene en tdos nuestros pasos,
será para nosotros el medio más seguro para preservarnos
de malos humores.
Un espiritu abierto a todo lo bueno soportará más
fácilmente Io malo. Y si un mortal hubiere, tan desgra-
ciaclo que hubiese traído a este mundo tencbroso el mal
humor como dote de un organismo mal dispuesto, que
no se considere, según sucede frecuentemente, como sa-
bio. . . sino como enfermo y haga cuanto sea preciso para
librarse de su tormento, apelando, si es preciso, a las
medicinas más amargas.
Pero dejemos ya el mal humor y ocupérnonos de los
medios que lo curan, del poder que la voluntad ejerce
sobre estados cuyas raíces están fuertemente adheridas
a los nervios del organismo corporai. N{ultitud de ejem-
plos pueden citarse en demostración de la eficacia de
esos medios. He leido, no sé dónde, que cierto sujeto
hacía aparecer, en cuanto lo quería vivamente, una in-
flamación de un color rojo azulado en cualquier parte
6t
t
(ie su cuerpo. En los fenómenos de la visión es notable
la inlluencia de la voluntad. Hay hombres en quienes
el corazón, ese músculo involuntario, ha ilegado a ser
volun'.ario.
Los individuos de una tribu salvaje americana cuando
creen haber llenado suficientemente su misión, aunque
se hallen en la plenitud de su vida, se echan ai suelo,
cierran los ojos, se forman el propósito de morir y en
realidad se mueren. Los esfuerzos co¡onados por el éxito
que sobre sí mismo hizo Demóstenes son bien conocidos.
En los escritos póstumos del americano Brown refiere
el ventrilocuo Carwin cómo aprendió el arte que le dió
tanto renombre: el proceso que descubre su reiato es muy
notable desde Ios puntos de vista fisiológico, psicológico
y ético, como simbolo de toda aspiración humana.
Primero un presentimiento despertado por la casua-
lidad, luego una ligera tentativa, un éxito aparente se-
guido de un desencanto; después un nuevo esluerzo para
lograr otra vez el momento dichoso y un segundo éxito,
esta vez real; finalmente el ejercicio incesante practicado
alegremente, Ia habiliclad ,v la costumbre. Estos experi-
mentos realizados en sí mismo inspiraron a aquei hom-
bre pensador las siguientes reflexiones: "Si tenemos en
cuenta que el movimiento muscular está sometido a
muchas modificaciones; gue en nuestros días son muy
pocos los que tal movimiento ejercitan y que el imperio
de la uoluntad es ilirtitado, veremos que nacla tiene de
milagros o (milagroso) lo que he realizado.
"Hay hombres que de tal manera esconclen la lengua
que ni un anatómico logra encontrarla, y esto obedece
62
a movimientos musculares que casi ningún hombre co-
noce, pero que todos podrían desarrollar con sólo que-
rerio. Cuando descubri en mi la rara aptitud, observé
cuidadosamente todas las circunstancias que acompaña-
ban al nuevo fenómeno, las someti a mi fuerza muscular
y 1o que al principio me era muy difícil acabó por pa-
recerme, a fuerza de ejercicio y de costumbre, un juego."
Es verdad; en el admirable organismo humano dor-
mitan fuerzas no sospechadas que una voluntacl de hierro
y perseverante puede despertar y hacer patentes. El ver-
daclero estoicismo, Ia más pura, la m¿is elevada, la más
eficaz de las doctrinas preceptivas clel paganismo y la
que mayor número de discipulos prácticos se conquistó,
nos enseña palpablemente lo que puede una I'oluntad
enérgica. Porque nadie se imagina que los fríos silogis-
mos de la escuela fueron los que templaron el ánimo de
Ios discípulos del Pórtico; fue la fuerza de t'oluntad la
que hizo surgir en ellos la más moral cle todas las doc-
trinas paganas, la que realizó aquellos milagros que hoy
son la admiración de una generación impotente.
El razonamiento viene después de la experiencia y to-
davía no se ha dado el caso cle que ésta haya sido en.
gendrada por aquél, a menos de que se quiera llamar
experiencia a cualquier experimento raquítico, muerto
antes de nacer. Cuando aquel filósofo estoico de quien
habla Cicerón quiso clemostrar en presencia clel gran
Pompeyo el principio de que "el dolor no es un mal",
y se lo demostró por sí mismo dominando un violento
ataque de gota que a la sazón sufria, ¡fué el simple
raciocinio o fué, más bien, el sentimiento intenso de la
63
trascendencia que tendría una tal demostración, lo que
realizó aquel milagro?
Lo primero que Zenón enseñaba con grandes ejem-
plos a los jóvenes discípulos eÍa a querer; luego viendo
éstos que podían querer, hicieron consideraciones sobre
ello, y finalmente nos dejaron la sencilla y sublime má-
xima de que "el espíritu quiere y el cuerpo obedece."
La doctrina, la reflexión, el enrusiasmo no pueden por
sí solos dar al hombre la luerza para obrar y la felicidad,
como lo hace la luz desde lo alto; él mismo es el que
desde su interior debe con su voluntad darsc el impulso.
La larva no se convierte en mariposa porque ha1,a li-
baclo el néctar de las flores, sino que. clespués cle haberse
'cont'ertido en mariposa, se alimenta clel jugo de ]a miel.
Después cle la metamorfosis viene la felicidad. Lo que im-
porta ahora es que. mediante una resolución lirme y
perseverante, podamos conver[ir en carne y en sangre
Ias hermosas reflexiones que dejamos consignadas, tales
como las hemos aprendido de los grandes modelos. ¡Dios
lo haga!
64
C¡.rÍru¡-o Srxro
6;
¡
Para el investigador profundo no hay quizás fenómeno
más notable en la existencia del hombre que la posibili-
dad de la acción de las ideas abstractas sobre el organis-
mo concreto, corporal, mediante aquel eslabón interme-
dio que se puede denominar "sensaciones del
pensamiento." Es precisamente una prerrogativa del
hombre el que las ideas puedan en él despertar sensacio-
nes y que merced a éstas influya el espiritu sobre el
cuerpo en sentido de arriba abajo, acción psicosomática
del mismo modo que el cuerpo influye de abajo arriba
sobre el espíritu por meclio de las sensaciones propia-
mente dichas, actividad somatopsíquica. En esta posibili-
dad de una sensación inteiectual. como también moral-
religiosa, raclica la sr¡erte de la humanidad. Los seres
inferiores a1 hombre no piensan: las inteligencias puras,
o sean los ángeles, no tienen ninguna relación que haga
posibies en ellos sensaciones como ias nuestras; piensan,
pero no sienten: únicamente en nosotros cxiste esta re-
lación co¡no hecho de ia conciencia, podemos sentir pen-
sando. El que está educa(lo para eilo siente el poder del
pensamiento, sobre todo su ser v otorga la supremacía
a la inteligencia.
El que en sus investigaciones psicológicas se haya acos-
tumbrado según lo exige un gran conocedor del corazón
humano, a considerar intimamente unidos el interior y
el exterior del hombre como la inspiración y expiración
de un ser viviente, fácilmente apreciará y comprenderá
la opinión que aquí exponemos. Todo lo contrario le
acontecerá al que se ha habituado a mirar el espíritu y
el cuerpo como dos elementos contradictorros y violen-
66
:imente unidos y al que participe de la opinión tan
¡eneralizada, de que cada placer de la naturaleza sensible
:s un asesinato en la naturaleza superior y de que sólo
.L costa del cuerpo puede educarse el espiritu. ¡Triste
leoria, en virtud de la cual aguella fuerza creadora que
engendró en el alma humana todos los deseos y aspira-
ciones, sólo dejaria a los infelices mortales la libertad de
elegir entre dos clases de muerte! Y sin embargo, los múl-
tiples ejemplos de sabios enfermizos y de ignorantes sa-
nos y gordos ¿no confirman, en apariencia, esta opinión?
¿No parecen abonar esta doctrina la salucl de que goza el
campesino y la debilidad que caracteriza a los habitantes
de las ciudades?
Para apreciar estas preguntas en todo su valor, es
preciso formarse idea exacta de lo que es la educación.
Aquel sabio enfermizo quizás ha pasado la mitad de su
vida estudiando problemas de geometría y se ha olvidaclo
de estudiar eI del hombre; ha explorado las venas de la
historia y ha despreciado el oro de la humanidad actual;
ha querido lxnetrar el fondo de las cosas sin tocar la
corteza de las mismas. Aquel ignorante gordo tal vez no
es tan pobre de espiritu como pudo parecerie al sabio y
ha hecho grandes estudios sobre el arte de gozar. Aquel
campesino sabe lo suficiente para cumplir sus deberes
morales y civicos, lo cual no es poco que digamos, tra-
tándose del hombre. Aquel ciudadano, en cambio, no
sabe nada de esto y marcha al encuentro cle su suerte
fatal que él mismo se ha trazado.
La verdadera eclucación y cultura intelectual consiste
en un desenvolvimiento armónico de nuestras energías:
67
sólo ella nos hace felices, buenos y sanos; ella nos indica
la misión que, conforme a nuestras facultades, clebemos
llenar; ella nos enseña a conocer nuestras fuerzas ha-
ciendo que las ejercitemos conscientémente, y nos permite
subordinar, sin desruirlas, la fantasia de la niñez y la
voluntad rápida de Ia juventud a la clara luz de la región
de ia eclacl viril. Forma, por consiguiente, la verdadera
educación aquella parte del alma cuyo perfeccionamiento
en la propia iniiiviclualidad corresponde a la edad de la
madurez, al apogeo de la vida.
¿Cabe esperar la educación de la voluntad, de la edu-
cación del sentimiento? Voluntad y sentimiento, clolor
y goce internos no sorl sino resultaclos del punto de vista
desde el cual consideramos el mundo, y este punto cle
vista es resultado de nuestra educación. En nosotros
mismos están el consuelo y la desesperación, el paraíso
y eI infierno. Si nuestros ojos son claros, claro es tambión
el mundo; y si la manera de pensar, si el conocimiento
es 1a base de nuestro humor, lo es asimismo de nuestro
bienestar: tanto puecle un sistema cle icleas cuando está
bien meditaclo v l,r¡ma una sola cosa con todo nuestro
sc1.'
68
de los humanos esfuerzos, y la ausencia de este aplauso
nos atormentará menos.
"Piénsese bien que a veces lo que a un individuo
produce aflicción es necesa¡io, útil para la totalidad de
elios. Si e1 egoísta siente el mal más que nadie, es porque
le las cosas solamente bajo su mezquino punto de vista;
1, así en esto mismo tiene el egoismo su castigo." *
;Apréndase, pues, a ensanchar este punto de vista y a
tener grandes pensamientos! ¡Apréndase a considerar que
la vida es un don, ciertarnente, pero que es sobre todo
una misión que hay que crrmplir, un poclcr omnímodo
para ejercitar los derechos, pero sólo con la condición
de cumplir con los deberesl
Si la causa primordial de un estaclo enfermizo es la
exagerada atención que se consagra a cllanto afecta al
cuerpo amado, como de ello puede convencerse cualquier
experto que estudie la generación de nuestros contem-
poráneos, ¿qué remedio más seguro para ese mal que
aquél levantaclo esfuerzo espiritual que nos eleva apar-
tándonos de toda aspiración material? Causa verdaclera
lástima observar cómo aquellos espíritus pequeños, aten-
tos incesantemente a su, para ellos, preciosa existencia
material, trabajan, sin saberlo, de una m¿nera lamen-
ir enterrando poco a poco esta misma existencia.
table, en
El médico mismo, a quien de continuo consultan, ha
de despreciar a esos individuos que mueren precisamente
victimas del ansia de vivir. ¿Y a qué es debido esto? A
que carecen de esa cultura intelectual, única cosa que
puede arrancar al hombre de tales miserias, por lo mis-
* El original silenció al autor de esta cita.
69
1
mo que desenvuelve la mejor parte de su propio ser y le
presta energia para sobreponerse a su parte puramente
terrenal. No quiero hablar de Ios fenómenos dignos de
alto respeto del estoicismo, gue hemos atribuído más a
la voluntad que a los fundamentos que servian de base
a aquella doctrina; pero ¿quiénes han disfrutado de ia
permanencia en la tierra, concedida al mortal con más
sana alegría, que los espíritus serios dedicados a las ideas
supremas, desde Pitágoras a Goethe?
La miracla serena sobre el universo todo proporciona
salud y únicamente la inteligencia permite que miremos
serenamente ese conjunto. Un pensaclor profundo, un
hombre hundiclo en la admirable sima de la abstracción
y qlle, merced a una contemplación tranquila, ha sabido
prolongar una vida que la Parca se clisponía a cortar:
el pensador que ha sido siemirre considerado como el
más soliaclor v acaso ei más sombrio de t.¡dos los pen-
sadores, Spinoza, enunció la siguiente admirable máxi-
ma que según su costumbre, demostró por medio de
fórmulas matemáticas: "La felicidad no puede tener ex-
ceso, sino que siempre es buena; la infelicidad, en cam-
bio, es siempre mala. Cuando más entiende nuestra
inteligencia, tanto más felices somos."
El poder de la verdadera filosofía, tan sil.cncioso como
grande, consiste precisamente en que a ella es dado in-
dicar al hombre un punto de vista, una altura tranquila,
desde la cual contempla con interés, pero sin luchar, la
mudable corriente de los fenómenos, corrieute en ia que,
por la plenitud de su alma, dotada de múltiples facul-
tades, pero educada para Ia unidad, aparecen ante él el
70
pasado como un iegado santo, el porvenir como objetivo
rico en esperanzas de una misión conocida y el presente
como patrimonio heredaclo cuyo valor sólo él sabe apre-
ciar y cuyos intereses sólo él sabe guardar y disfrutar con
humor juvenil siempre alegre y siempre igual.
Tal es el pocler de la filosofía, pero no de aqueila que
calienta la cabeza y enfría el corazón, sino de la que sale
de lo intimo del pensador y se apodera de todo su ser;
de la que no quiere ser aprendida sino vivida, y comienza
y acaba por el examen y Ia comprensión de uno mismo.
¡Oh felicidad que no conoce las alabanzas locas ni las
envidias! La feliciclad no puede ]rallarse más que en la
inteligencia, porque por el presente no es otra cosa gue
una idea. EI que ha aprendido a comparar el estado del
placer puramente material con el sentimiento de la se-
renidad intelectual, sabe de sobra que io que decimos no
es un simple juego de palabras. ¡Que la serenidacl de
inteligencia sea, pues, la defensa y el remedio de nuestra
vida!
El resultado más importante de toda educación inte-
lectual es el conocimiento de sí mismo. La Divinidad
ha dado a cada hombre una determinada medida, una
proporción determinada de fuerzas que se mueven en
un círculo limitado: esta medida cumplida sin excesos,
pero también sin defectos, determina la integridad, la
salud del individuo como tal, porque cada ser es lo que
es por virtud de esa proporción. Haber realizado exac-
tamente este conocimiento de si mismo constituye el
surnmum de la sabiduría humana; de aquí nadie pasa,
y la inscripción del templo de Delfos no cxige más. El
7t
,l
que sabe ilenar esta medida de su existencla individual
con aquella verdadera educación, que es una propiedad
y no una simple posesión, conservar'á su vida y su salud;
viyirá en un estaclo libre, sin trabas; no pertenecerá más
que a sí mismo y, corno dice Goethe, e¡1 su Egmont,
podrá ordenar a la naturaleza que expulse de su sangre
)as gotas extrañas y enfermas.
"El mayor bien gue toclas las criaturas racionales han
podido ¡ecibir de Dios fué y sigue siendo su propio co-
nocimiento; poseerse a si mismas." Si esta frase de Her-
tiei es cierta, la eclucación intelectual es la llave que abre
este supiemo tesoro, pues así como la naturaleza nos ha
asegurado por su parte ia duración c1e ia existencia física,
rnerced a una fuerza en nosotros innata cle resistencia y
de autorrenovación. asi nosotros poclemos. ¿ nuestra vez,
Ilegar a poseer con rna\.or estabilidad este clon por la
luerza cle la inteligencia ron nuestro propio esfuerzo
conquistacla. La irref iexión, esta alegre manifestación
de la elasticiclad del carácter', tiene una fuerza de con-
servación admirable ,v, cual bálsamo de un éter suave,
llena de vida todo nuestro ser. Y siendo esio así, ¿puede
admitirse que el sentimiento de nuestro propio ser, la
reflexión completa y evidente sob¡e nosotros mismos, no
ejerza una acción más intensa y más constante que aqLle-
lia clistracción inconscie'nte y pasajera?
Si el hombre que ha cultivado su inteligencia ha lle-
gado al perfecto conocimiento de si mismo, débese úni
camente a que ha aprendido a considerarse como parte
de un todo y a vivir en cohesión con las demás partes
de éste. Y aun puede decirse que con esta noción comien-
19
I
T
i
I
;a la verdadera educación intelectual y con ella un estado
tle satisfacción corporal y espiritual. Si se observa im-
:arcial y detenidamente a los hipocondriacos, se verá
ion sentimiento que su mal consiste propiamente en un
iombrío y triste egoísmo.
El hipocondríaco sólo vive, piensa y sufre por el mise-
rable yo, a quien tantos enetnigos amenazan; alejado
cle todo 1o beilo v de todo lo grande que la naturaleza
v Ia humanidad ofrecen a un corazón abierto; insensible
a las alegrias y, lo que es más terrible, a los sufrimientos
cle sus hermanos, acecha con torturadora tenacidad la
menor sensación en los obscuros rincones de su temeroso
-vo y vive muriendo en meilio cle los mavores tormentos.
I-os demás son para él objeto de enviclia v es para sí
mismo una fuente de terrores que sólo se agota con su
propia existencia.
La vicla, tras la cual ancla siempre v a la que siempre
ahuyentan sin conocerlo, acaba por serle incliferente ,r, al
fin quédase sumido en un estado cle tacitrrrniclad v em-
brutecimiento. Entonces ya no puecle clecir con el hom-
bre puro y sano: "No sov ajeno a nada de cuanto al
hombre afecta", ilorque todo io humano es extraño para
é1, y con la inconsciente desesperación de un Orestes, a
quien los dioses vengadores alrebatan poco a poco lo que
hay en é1 de más elevado, el conocimiento de sí mismo,
se agarra al miserable trozo de tierra que él llama su
yo, y con él cae exánime en la fosa que él mismo se
ha cavado. ¿Qr:é son para él el mundo, la naturaleza,
la humanidad, la civilización?
Hipocondría es egoísmo y egoísmo es brutalidad. Im-
IJ
primid en el espíri¿u de este desdichado, si todavía es
tiempo, una dirección hacia el todo, abrid su corazón
y sus ojos enturbiados a la suerte de su raza, en una
palabra, educadle, y el demonio, que no huye ante nin-
guna pócima reconstituyente de los nervios o del estó-
mago, se esconderá ante la luz del amanecer de la inteli-
gencia. Y si la curación es ya imposible, búsquese con-
,suelo diciendo con el desventurado poeta: "Todo el
rmundo sufre ¿y sólo yo he de elevarme por encima cle
'los dolores y he de ser feliz entre sepulcros?"
Si al abrir el corazón a la totalidad de los hombres es
tan provechoso al enfermo ¡cuánto más útii será para
evitar qr-re el mal sobrevenga! Los inmensos resultados
prácticos que puede conseguir el hombre v que son los
.unicos que producen la salucl. en cuanro esta es obra del
hombre nismo, nacen de estos clos sentimientos: triun-
fo sobre si rnismo v abnegación. \', como compañera de
una ,y otra, la ¡noderación, en ia que tanta parte tienen
ambos. Si es algo grande demostrar oportunamente la
'energia de una voluntad vigorosa, es alqo n-rás grande
,todavía desistir de ella en el momenro opor[uno; reso-
üución esta última que sólo puede rnadur:rr la educación
elevando la inteligencia a la idea de Ia justicia, ante la
,cual toda arbitrariedad se convierte en locura.
La voluntad, vivamente excitada, obra cle una manera
rnás evidente en los estados transitorios;la razón, en los
males crónicos del alma. Del mismo rnodo el placer exal-
ta momentáneamente el proceso de la vida y repetido
con frecuencia lo agota, mientras que la alegria ranquila
,lo mantiene suave, pero constantemente ejerciendo, por
l't
decirlo asi, una influencia nutritiva. "La elevación, ha
dicho un hombre de gran talento 11, es el mejor medio
para salir bien de todas las colisiones, así sociales como
f .naturales." El hombre sólo puede elevarse por la refie-
xión, hija de la razón. El pensamiento de Dios da vida
a todo el universo, y el hombre que desarrolla sus pen-
\ §amientos, se une a Dios y toma parLe en la vida que
circula por la creación infinita.
El bracmán sumergido en el océano de la contem¡rla-
ción, dejándose llevar por sus ilusiones sobre io eterno,
frugal y contento, vive lleno de salud un período de
años que no alcanza a vivir ningún europeo constante-
mente desocupado. Poco favo¡ecido por la naturaleza,
Kant supo, sin embargo, proporcionarse una salutl cons-
; tante sacando para ello energias de los grandes pensa-
* mientos y confirmando así la hipótesis clei sabio que
ii
r mucho tiempo antes habíase esforzado en demostrar la
i existencia de afinidades enrre indosranos y alemanes.
No puede decirse que Nieland, ese ejemplo de vida
armónica, a pesar de ser poeta, realizara el miiagro de
su hermosa existencia merced a la fantasia o a Ia inten-
ción vehemente; el desenvolvimiento uniforme de sus
fuerzas intelectuales y la tendencia de su inteligencia
clara hacia lo justo en el curso de la naturaleza fueron,
junto con su excelente organismo, lo que le permitió
Ilegar sano y alegre a una edad que aparece como un
mito agradable en la historia de la literatura alema¡ra.
El pensar es, en sí y por sí, una ocupación verdadera-
mente apropiada al hombre, una ocupación saludable
11 Mavzhoffer.
'lb
I
que proporciona Ia felicidad, constituye un provechoso
término medio entre la distracción y la fijeza y dirige
suavemente al hombre hacia sus altos fines armonizándo-
los con sus fines terreuales.
¡Cuánto bien produce considerar el encadenamiento
ctre las fuerzas del mundo, todas las cuales se enlazan
entre si indicanclo una uniclad final que inunda el alma
tie un bienestar inefablel ¡Cuánto p;oza el ánimo pudien-
do seÍialar con veneración aquellas individualidades es-
plendentes que, como testimonios del poder de la inte-
ligencia, se elevan por encima de Ia negativa estabilidad
terrena, a modo de encanecidas imágenes de deidades
en el templo de Ia historia! Platón a los ochenta años en-
s€ñaba y todavia aprendia; viejo ya, compuso Sófocles
en Kolonos stt Edipo; Catón, a igual edad, no sentía Ia
irenor saciedad cle Ia vida; Isócrates brillaba como ora-
<io¡ a los nol,enta y cuatl'o años y Fleury como hombre
de Estado a los noventa; London, según dice un biógrafo,
mosiróse tan per\])icaz en Belgrado como se había mos-
trado t¡einta erio: antes en Domnrstácltl, 1' Goethe, a
rina edad mucho más avanzacla cle Ia que constituye el
iimite normal de la licla humana. \'ertió pensamientos
de esos que sorprenclen el secreto de Ia natr.rraleza orgá-
nica en el prototipo de sus criaturas.
Nadie diga que nuestra época oflece una triste con-
tradicción al hablar de la elicacia clel perfeccionamiento
de la inteligencia sobre el del cuerpo, cuando parece
más bien que con el re{inamiento de aquélla, con la
civilización, aumentan la debilidad y las enfermedades
de la especie humana. A los que tal dijesen les pregun-
76
tariamos: ¿por ventura el refinamiento cle Ia inreiige;rs:r
es la verdadera educación intelectual? ¿Acaso ésta, don-
dequiera que ha existido durante nuestro siglo, no ira
producido los frutos más saludables?
Y aun ajlí clonde una excitación, quizás prematllra y
exagerada, de la vida intelectual ha ejercido realmente
una influencia perturbadora en la vida fisica, ¿no ha
traido ella misma consigo el bálsamo para las heridas
que produjera? Las lecturas, Ias conversaciones, el pro-
pio pensar, ¡no han abierto los maravillosos manantiales,
en los cua.les sabemos que hemos de refrigerarnos y en-
contrar nueva vida? Ni queremos decir que la cultura
intelectual obre Ia transformacitin de un organismo po-
bre: estos milagros los hacen solamente la fantasía o
la fe y no entran en la esfera de acción de la inteligen-
cia; pero si observamos a los hombres dotados de pers-
picacia ,v claro talento, veremos que se quejan mucho
menos cle mal humor y de malestar, que aquellos otros
cle entendimiento limitado para quienes el vientre es
el sírnbolo de todo el universo; aquellos que, cuando
la fortr¡na ciega los coloca en el sillón del juez, deciclen
en un momento de la suerte de su tembloroso hermano
y fallan sobre su vida o muerte, según que sus funciones
corporales se realicen o no a la medida de sus deseos.
Si por medio del arte hemos fortificado nuestra ima-
ginación, por medio de Ia moraliclad templado nuestro
carácter y por la educación intelectual ensanchado y da-
do satisfacción a nuesua existencia, fácilmente resisti¡e-
mos las violencias que diariamente y desde todos los
rirrcones del universo lanzan los elementos incultos sobre
nosotros para metamorlosearnos y destruirnos, y con ín-
tima satisfacción aseguraremos que todos los esfuerzos
y actividades, así espirituales como corporales, cooperan
a un solo fin, el de perfeccionarnos y hacernos dichosos;
que la vida, el arte y la ciencia son rayos de un mismo
sol, cuyas sonrisas traen la prosperidad a todos los seres.
Si echamos una mirada retrospectiva sobre las rap-
sódicas consideraciones que hasta ahora llevamos con-
signadas, observaremos que, en realidad, no hemos hecho
más que tres variaciones sobre un mismo tema, que he-
mos tocado una misma melodia en tres instrumentos dis-
tintos, cuando hemos tratado de descomponer, por lo
menos para Ia observación, al hombre, que es eterna-
mente uno. Pero esta repetición en que hemos incurrido
no 1o es, según como se la considere: porque así como
la proporción de fuerzas v cle tendencias es ciiferente en
cada inclividuo, asi también los que consicleren dignas
de atención nuestras obsenaciones sabrán. cacla cual a
su manera, el uso que de ellas havan cle hacer, desper-
tando unos r, refrenando orros. den¡¡o de si. la facultad
que siente o la que quiere o Ia que piensa: o bien ensa-
yarán el método que en los siguientes capÍtulos vamos
a proponer como base de un estado sano v alegre tz.
78
Ceriru¡-o SÉprnto
TEN{PERAMENTOS - PASIONES
79
{
vida a qlle pertenecen. De no hacerlo asÍ tendríamos que
intercalar en este libro un tratado completo. En el fondo
sólo existen dos temperamentos: los cuatro universal-
mente conocidos y los millones menos conocidos que no
son sino modificaciones y combinaciones de aquéllos.
Esos dos temperamentos son: uno activo y pasivo el
otro 13,
Así como el carácter abarca el conjunto de las energias
de la voluntad educada, así ei temperarnento no es otra
cosa que el conjunto de las inclinaciones innatas. La
inclinación es materia sobre que obra la voluntad; clomi-
nada por ésta se convierte en carácter; ltero si es ella la
que a Ia voluntad clomilta conviértese en pasión. El tem-
peramento es, pues, 1¿r raiz de 1as pasiones, r' así como
sólo ha1' dos grupos cle temperamentos asi también for-
man 1a' pasiones únicamen¡e dos grupos. Los psicólogos
profund()s r los meclicos pensadores a:i lo han compren-
dido siempre, cliridiendo aquellos los temperamentos en
activos r' ¡rasivos, r éstos las pasiones en excitantes y cle-
primentes 1a.
80
I
i
15 Bórne.
8l
De poco nos importa aquí saber que el odio no es
más que una misteriosa vida; nos basta con que las dos
manifestaciones de nuestra individualidad, atracción y
repuisión, afecten a su salud. El mal humor es también
un elemento de acción viviente y tan indispensable para
la salud espiritual como indispensable es Para la salud
corporal la bilis. Las pasiones son fuerzas, tanto Para
el alma como para el cuerpo. Nadie puede darse cuenta
de su valor; pero el más pequeño grado de indignación
lo excitará. No hay gue descuidar las fuerzas naturales
ni mucho menos matarlas; por el contrario, hemos de
procurar estudiarlas, reprimirlas, aumentarlas, orclenar-
las y dominarlas. Y nada más.
¿No nos habia, por ventura, el circunspecto Lessing
de una pasión por la verdad? El entusiasmo ¿no es un
afecto, no es la llama que aiimenta y conserva la vida
dei hombre, asÍ la del cuerpo como la de1 espíritu? El
ent,¡sia.mo salr a 1os mii escollos ante los cuales el frio
cálculo se estrella, e infunde un calor por cu)a acción
desenvuelvense poderosas v no ,.oslxchadas energías de
conservación v de curacion. Cualquiera que asi mismo
se observe sentirá cuán saludable es para é1 favorecer el
movimiento vir.ificante del alma. Los grar.rdes hombres,
más que nadie, gustan cle las excitaciones en el mundo
interior de si mismos como en el mundo exterior; así
Catón el Viejo, según refiere su biógrafo griego, sólo
era feliz cuando Júpiter dejaba oir sus truenos.
Pero, me diréis, una vida exenta de pasiones, ¿no es
el mejor preservativo contra el propio agotamiento? ¿no
se conservan insectos durante años dentro de las paredes
E2
que envuelven la crisálida? Las plantas encerraclas en in-
lernaderos, ¿no viven más tiempo que las que se crian
al aire libre y cuya savia, por efecto del calor marernal
de ia tierra, mantiénese en continuo movimiento?
¿eué
dirán de las marmotas en su prolongaclo sueño y de los
sapos escondidos debajo de una piedra? pues diré senci_
Ilamente que una vida larga, no por ser iarga ha de
ser necesariamente sana y gue los hombres no son sapos.
Las pasiones, es decir, las inclinaciones exageraclas, aun-
que para otra cosa no fuesen buenas, Io serían por lo
menos para combatir y vencer otras pasiones.
La reflexión sola no podrá nunca ciestr-uir un alecto,
apenas si llegará a calmarlo; en cambio, una inclinación
vehemente puede ser por otra contrabalanceada y un
afecto, sofocado por otro afecto; el amor por el orgullo
y viceversa, el despecho por la amistad, Ia cólera por la
risa, etc. La naturaleza misma, la más sabia y se.qura
maesfta, dirige al hombre por medio cle inclinaciones,
y ella mejor gue nadie sabe cómo clebe el hombre ser
.tratado. Una alegría brusca excita y
con Ia excitación
produce agotamiento; la alegria plácida y continuada
sostiene el bienestar de Ia vicla; aquélla obra como re-
rnedio estimulante, ésta como remedio tónico nuritivo.
1,
Lo propio que con estas dos clases de alegría acontece
respectirramenre con la cólera imperuosa y la indigna-
ción noble.
También en esro coinciden admirablemente la moral
y Ia prevención psicosomática; Ia llama de Ia cólera in-
fluye funestamente en la estructura del organismo, al
paso que a menudo ejerce en ella influencia saludable
83
el fuego tranquilo de la indignación. ¿Y acaso estos gra-
dos de una pasión no dependen las más de las veces de
los objetos y de Ios caracteres, es decir, de circunstancias
morales? La cólera es una excitación vulgar sobre algo
vulgar también y nos hace descender hasta el nivel de la
Per§ona que nos contraría; cuando nos encolerizamos,
nuestro adversario ha conseguido su propósito, estamos
en su poder. La indignación es un movimiento moral,
una pasión noble que nos eleva por encima de lo vulgar
y haciéndonos despreciable la vulgaridad nos preserva
de caer en ella; es la irritación suave y elevada que, como
signo inerte de la divinidad, anima los labios del Apolo
de Belveclere.
Platón denominaba a las pasiones "las fiebres del al-
ma", porque son manifestaciones de crisis que, Io mismo
que los arraigaclos males del espiritu, merced a una puri-
ficación, a un ploceso supurativo. Y lo que se rlice de las
pasiones reconociclamente malas, no necesita ser demos-
trado respecto de las buenas; por esto di¡é únicamente
que de todos los afectos la esperanza es el más vivificante
y en consecuencia el que tiene mavor importancia para
la psicosomática. Este celestial presentimiento no es otra
cosa que una parte delicada de nuestro propio ser, un
encantador )o que no quiere nunca dejarse destruir.
A fin de que no se crea que salimos a la defensa de
las pasiones, añadiremos que todo lo bueno que les atri-
buimos sólo puede esperarse de ellas mientras se man-
tienen dentro de cierto grado, es decir, mientras son
activas; porque las pasiones activas, cuando traspasan
la línea de la moderación, se convierten en pasivas. Ac-
84
tivo es todo aquello que se asocia a la parte racional del
hombre, porque éste sólo en esta esfera puede ser activo
como hombre; pasivo es todo lo gue sucumbe a la sen-
sibilidad, pues entonces el ser humano queda pasivamen-
te sometido a las rudas fuerzas naturales.
El enternecimiento es vivificante, mientras es admira-
ción; pero cuando degenera en compasión nos hace des-
cender y se convierte en debilitante. La cólera violenta
no es activa como podría creerse; el que es presa de ella,
como de un demonio, padece en lo que hay en él de su-
perior y la más violenta cólera es pasiva en sus manifes-
taciones. Plutarco, hablando del silencio de Coriolano,
dice: "No era tranquilidad, era exceso de cólera que los
ignorantes consideran como ausencia de aflicción. Las
pasiones intensas, por muy paradójicas que a primera
vista parezca, lo que vamos a decir, son más propias de
Ia debilidad que de la fortaleza. Las más de las veces
las excita la desgracia, que deprime la más propia y más
intima de nuestras energias, la inteligencia.
El niño llora, rabia y quiere romperse la cabeza contra
las paredes en las mismas circunstancias que el hombre,
mirando seriamente al porvenir, afronta sereno. Las pa-
siones suaves alegran el horizonte de la existencia, emo-
cionan sin fatigar, calientan sin abrasar y hacen que la
ilama que en todos ios pechos arde sea luz apacible,
pródiga en frutos y bendiciones; son las insignias de
Ia verdadera fortaleza que nunca abandonan su cetro
de la soberania del espíritu.
Quizás Kant hízose in mente análogas consicleraciones
cuando quiso saber distinguir sus "afectos en vigorosos
85
I
y tiernos". A propósito de esto hace una observación de-
masiado bien pensada, para que hagamos caso orniso de
ella, observación inspirada en las palabras de Saussure:
"en las montañas de Bonhomme reina cierta tristeza
insípida". De modo, dice Kant, gue Saussure conoce otra
clase de tristeza, una üisteza interesante que quizás in-
funde la vista de una soledad, a la cual ha dado vida
el hombre con la energía cle su ser: existe, pues, una
tristeza que pertenece al número cle los a{ectos vigorosos
y que es a los afectos tiernos io que Io sublime a 1o bello.
¡Cuán profunda es esta observación y cómo nos permi-
te mirar hasta más allá cle la vida! EI dolor de un akna
grande, ya sea por Ia misma pérdida del objeto querido,
de la que dijo el poeta que es "el rayo que ilumina
aquello mismo que nos arrebata", ya sea por la misma
impotencia que siente de recobrarlo, no es un sentimiento
deprimente, sino un sentimierlto vigoroso, que eleva 1'
ennoblece. Es una especie de orgullo pasivo, único que
r.ence el pocler del clestino.
Y en esto 1a naturaleza ha manifestado también su
conformidad, prescribienclo como salndables los suaves
movimientos del ánimo al sexo femenino r' los vigorosoi
al masculino. En esta actividad o pasividad clel senti-
miento está la base para la diferencia de relaciones en
la vida interna de ambos sexos, pues el 'pettsamiento v
su mundo son uno solo para cada uno en particr-rlar.
Las indicaciones que dejamos apuntadas llos parecen
suficientes para nuestro objeto. En este capítulo he que-
rido, con toda intención, ser conciso, porque de entrar
86
en detalles sobre esta materia, traspasaríamos conside-
lablemente los límites que nos hemos fiazado.
¿Habré de insistir todavía en la influencia que sobre
el cuerpo ejercen los movimientos del ánil¡o? ¿Podemos
impedir por voluntad reflexiva las modificaciones de
nuestro organismo, que con harta frecuencia y sin pedir-
nos permiso procluce en é1 la violencia del afecto? ¿Hay
alguien que no haya experimentado en sí mismo esa
influencia? ¿Quién no distingue la mirada clara y bri-
llante, elpulso rápido, la respiración libre, el rostro
radiante, ia frente tersa dei que está alegre; el temblor,
el balbuceo, el [rio, la contracción de ia piel, el cabello
erizado, los laticlos del corazón, la angustia, Ia respira-
ción corta, la palidez, el pulso deprirniclo, las náuseas del
que tiene miedo; la respiración lenta y a menudo difícil,
siempre dispuesta a convertirse en sollozos, la piel fria,
pálida, arrugada, el paso flojo y vacilante, el pulso tardío
del desesperado; el rubor tenue o vioiento del pudor,
ia lividez de la despreciable envidia, el semblante tur-
gente del dichoso, la cara lánguida del amor no corres-
pondido, el sufrimiento concentraclo y sofocante de los
celos que oprime el pecho desde el diafragma hasta la
garganta, la agitación violenta en las venas, el enrojeci-
do semblante, el pulso precipitado, la respiración anhelo-
sa, la salvaje mirada, y, en una palabra, toclos los pró'
dromos de la a¡roplejia en e1 encolerizado?
i
87
I
Lli
de la circulación de la sangre es siempre el primer stgno
del poder físico de las mismas.. La influencia que sobre
el cuerpo ejerce una esPeranza fn¡strada, ha sido expli'
cada en sus obras por muchos médicos pensadores. Ra-
fnadge, en su tan conocido libro sobre la consunción,
atribuye una gran parte de las tisis pulmonares tan
frecuentes en Inglaterra a los desengaños sufridos en
proyectos y esperanza§ que §e producen allí mucho más
a menudo que en otra cualquier ciudad del mundo' Se
comprende también que las congestiones ocasionadas por
una tristeza crónica hagan que este lamentable mal poco
a poco se fije y se desarrolle en el pecho. EI arrepenti-
miento, o pesar natural, el más amargo y estéril de los
sentimientos, deprime extraordinariamente al que por
él se halla atormentado; Ia verdad cle este aserto Ia conoce
todo el munclo, por experiencia, lo bastante Para guardar-
se de tal estado.
Los temperamentos v las pasiones pueden ser contra'
balanceados de t¡es maneras. según hernos va indicaclo:
por Ia costumbre, por la razón v por las pasiones mismas'
La aptitud para acostumbrarse a algo es la disposición
más cariñosa de cuantas la Providencia ha adoptado para
asegurar larga vida a sus criaturas: es la fuerza vital que
rros permite con§ervarnos y convertir suavemente en nues'
tro lo que es extraño a nosotros. Acostumbrarse a l<¡
justo, he aquí el compendio de toda la moral y al mismo
tiempo de la higiene del alma, en conexión con el cuerPo'
La razón no obra en el momento del afecto; pero,
aleccionando al hombre, deja sentir su acción, evitando
anticipadamente que tales momento§ §e Presenten, some-
88
tiendo gradualment€ a una costumbre culta las inclina-
ciones que empiezan, Ios gérmenes delicados de las pa-
-.iones. El verdadero reposo no es ausencia, sino equilibrio
de movimientos.
Ya hemos dicho cómo las pasiones recíprocamente se
amortiguan. Pero también recíprocamente se excitan, las
activas a las demás activas, y las pasivas a las pasivas; así es
que basta hacer vibrar en un d.eterminado individuo una
sola, Ia que mejor convenga a su carácter en aquel momen-
to dado, y poco a poco irán vibrando las cuerdas de las
otras hasta que todo el instrumento se ponga al tono que
le permita ejecutar el verdadero canto de su existencia;
porque lo que de él se exige no es silencio, sino armonía.
Y si es Iícito citarse uno a sí mismo, terminaré este capi-
tulo reproduciendo las palabras que escribi en otros tiem-
pos: la inmutabilidad divina y la indiferencia animal se
confunden con demasiacla frecuencia; ésta €s el estado
de larva, aquélla el de mariposa.
Antes de seguir adelante, entiendo que proporcionaré
un gran placer a mis lectores completando mis escasas
indicaciones acerca de las pasiones en conexión con el
cuerpo, con el siguiente capitulo, gue es un arreglo de
un antiguo tratado sobre eI mismo asunto, que pocos de
nuestros lectores conocerán en su forma original.
89
i
l
I
I
I
I
\ Cepíruro Ocravo
AFECTOS
...5i quid nouisti rectius istis,
Candidus ímperti, si non, his utere mecunt,
Si nttiximas mejores que éstas tienes
Ex|onlas con franqueza; de otro modo,
De las mías cual yo serairLe puedes,
Hor:icio, epist. VI, ad \trmicit¡ur.
9l
Nos convertimos en agentes cuando, dentro o fuera
cle nosotros, acontece algo cuya verdadera causa somos
nosotros: es decir, cuando de nuestro ser se deriva algo
que por este ser puede ser comprendido. sor¿os pacien-
les, si dentro de nosotros sr¡cede algo cuya causa sólo
en parte somos nosotros mismos. Afecto es lo que im-
presiona nuestro cuerpo, aumentando o disminuyendo
su energía: cuando nosotros somos la verdadera causa
cle los afectos, el afecto es acción; cuando no, es estado
pasivo. De suerte que nuestro espíritu en unas cosas
obra y dirige; en efecto, cuando es verdadero dueño de
sí mismo, es decir, cuanclo tiene irleas claras, es activo;
cuando se extravía, es pasivo; de lo cual se deduce que
se verá tanto más sometido a las pasiones cuanto más
incurra en error, y que cuanto más eduque en la verclad
será tanto más activo.
La alegría es el afecto que eleva al espiritu a mayor
grado de perfección; lo que le roba su energia es risteza,
El amor no es más que alegría acompañada de Ia idea
de una causa externa; el odio no es otra cosa que tristeza
producida por una idea de una causa exterior. La seme-
janza de un objeto con otro gue en alguna ocasión nos
causó alegria o tristeza, excita en nosotros amor u odio,
afectos cuyas causas en aquel momento no nos explica-
mos con entera claridacl y que luego llamamos simpatía
y antipatía.
A la impotencia en que se constituye el hombre para
moderar y dominar sus afectos la denomino yo servidum-
bre: entonces el espíritu ha cedido sus derechos a las
cosas exteriores de suerte que se ve obligado a aprobar
o9
el bien y a seguir el mal. Y como el espiritu y el cuerpo
han de considerarse íntimamente conectados, también el
segundo se verá abandonado al poder de la naturaleza
exterior, de la que él es una parte. Por esto he puesto
mi espíritu al unísino con la alegría, porque las lágrimas,
los suspiros, el miedo y sus similares son signos de un
alma impotente y al propio tiempo obstáculos para la
virtud y para la salud. Cuanto más sano es el cuerpo, tanto
más inclinaclo a suministrar aI espíritu materiales gue
le permitan educarse y ensanchar su poderío. Pronto ex-
plicaré a qué clase de alegría me refiero.
Obrar conforme a la razón natural no es más que hacer
aquelio que se deriva de la necesidad de nuestra natu-
raleza considerada en si misma. La naturaleza de cada
ser esfué¡zase por mantener§e en su existencia: u¡r hom-
bre libre en nada pensará menos que en la muerte y su
sabiduría será reflexionar, no sobre ésta, sino sobre la
vida; porque un hombre libre, es decir, un hombre que
vive conforme a la razón natural, no se ve dominado
por el miedo sino que lucha para conservar la existencia
por medio de su actividad, y procura comprender las
cosas como en si son y destruir los obstáculos que se
oponen al conocimiento verdadero, tales como el odio,
la cólera, la envidia, el orgullo, el amor propio, a Iin
cle poder obrar y estar alegre.
Todos nuestros esfuerzos e impulsos se derivan nece-
sariamente de nuestra naturaleza, de tal manera que
unos se derivan de ésta, como de su causa inmediata,
mientras otros sólo se derivan de ella como de causa me-
diata, pues no pueden ser concebidos en sí mismos, sin
93
i,
I
I
relación a otros individuos. Los primeros están bajo el
dominio de nuestra inteligencia; los segundos no. Por
esto el poder de tales impulsos no puede llamarse huma-
ro pcrque depende de cosas que €stán fuera de nosotros.
A 1os primeros se les denomina acciones y a 1os segundos
pasiones, porque aquéllos clemuestran nuestra energia y
éstos nuestra debilidad y nuestra ignorancia: los unos
son siempre buenos considerados en sí mismos, los otros
unas veces buenos y otras malos.
Para la vida es, pues, porvechoso ante todo educar la
razón para el ejercicio de las acciones, y en esto estriba
toda la felicidad dei hombre, que no es otra cosa que
aqueila paz del espíritu que emana de la contemplación
de Dios. Educar 7a razón, a su vez, no es rnás que apren-
der a reconocer la divi¡ridad en las leyes necesarias de la
naturaleza. El fin supremo a que ha de tender el hom-
bre que vive conforme a la razón, el afecto más vivo que
ha de sentir y al cual ha de procurar someter toclos los
demás, consiste en aprender a formarse una noción clara
de si ¡nismo v de todas las cosas que le roclean.
Un afecto que se ha convertido en pasión, deja de
serlo en cuanto nos formamos clara idea de é1, porque
toda pasión es una idea confusa. \o irav ningún afecto
del cual no podamos Iorma¡nos una iclea clara. Clara-
mente comprendemos aquello que concebimos en cohe-
sión con las leyes del universo )' de la eterna justicia.
De esto se desprenden dos enseñanzas: primera, hasta qué
punto puede el homb¡e disminuir sus padecimientos, en
cuanto éstos son hijos de las pasiones; y segunda, que Ia
actividad y el estado pasivo nacen en el hombre de un
94
solo y mismo impulso. La naturaleza de los mortales
está, por ejemplo, hecha de tal manera, que cada cual
desea que los demás vivan conforne a 1o que a él le
Ilarece bueno: este deseo, en el hombre que no vive ajus-
ránrlose a la razón, será un mal que se llama amor propio
excesivo; en cambio en el que vive conforme a aquélla,
ser'á una virtud que se manifestará en esfuerzos activos.
Así, pues, todos los impulsos son pasiones mientras
searr Irijos de ideas apartadas de la razón, y serán accio-
nes cuanilo estén alumbrados por ella. No hay, por con-
siguiente, medio más eficaz y más maravilioso para do-
mar los afectos o pasiones que conocerlos; a lo menos
dentro de la esfera de nuest¡as facuitades no se descubre
otro, pues el poder de nuestra inteligencia consiste úni-
camente en formar ideas claras.
Cuanto más la razón concibe todas las cosas bajo la
iclea de la necesidad, tanto mayor poder adquiere sobre
las pasiones y por ende tanto menos nosotros sufrimos,
y cuanto más claramente ilumina este conocimiento en
nosotros mismos cada relación aislada, tanto más aquel
poder aumenta. Así Io confirma Ia experiencia, pues todos
hemos visto que el dolor ocasionado por una muerte dis-
minuye cuando ¡eflexionamos gue no había medio de
salvar la vida de aquel ser querido. Vemos asimismo que
nadie compadece al niño porque no puede hablar ni
anclar o porque viva tantos años sin conciencia de sí
mismo. Por el contrario, si los hombres al venir al mundo
fuesen en su mayoría ya adultos, y sólo naciese alguno
que otro verdaderamente niño, todo el mundo compade-
cería a estos últimos, porque entonces Ia infancia no
95
seria una necesidad sino una triste excepción de las leyes
de la naturaleza.
Por consiguiente, lo mejor que podemos hacer, mien-
tras no hayamos llegado al conocimiento claro de nues-
tras inclinaciones, es establecer y fijar en nuestro interior
un modo justo de obrar, ciertos dogmas de la vida que
iremos aplicando a cada uno de los estaclos que en nues-
ra existencia se presenten a fin de que nuestro ser se
vaya poco a poco penetrando de ellos y los vaya depu-
rando. Entre los dogmas de la vida figura, por ejemplo,
el de que el odio debe ser dominado por el amor, y para
tener siempre dispuesta esta ley, podemos pensar en las
berrdiciones que sobre nuestra raza el amor ha derramado
y tener en cuenta que los hombres obran en virtud de
impulsos invariables de la naturaleza: si asi lo hacemos,
las injusticias que los hombres cometen y que excitan
nuesfa cólera sólo ocuparán un espacio muy reducido
en nuestra imaginación.
Lo que debo recomendar es que en este orden de ideas,
hemos de tener siempre delante cle nuestros ojos lo que
cada cosa tiene de bueno, a fin de que en todas las oca-
siones obremos impulsados por el sentimiento de la ale-
gría. Si alguno observa que la celebridad le gusta, piense
en lo que en la celebridad hav de bueno y de verdadero
y en cómo se obtiene Ia fama legítirla y no piense en los
abusos que de ella pueden hacerse, ni en su inestabilidad
ni en otras cosas análogas que sólo a una inteligencia en-
ferma martirizan. Estos pensamientos apenan al ambicio-
so cuyos planes han fracasado, y que quiere parecer sabio
derramando por doquier la bilis que le ahoga. Creedme,
96
ios que eternamente declaman contra la fama y la cali-
fican de vana y frívola, son los que más ardientemente
la codician. El avaro empobrecido no cesa de perorar cort-
tra el mal uso del dinero, contra los vicios de ios ricos;
el amante desgraciado laméntase de continuo de la in-
constancia del sexo femenino, y uno y otro no hacen co¡t
ello más que aumentar sus propios males y demostrar
que no sólo no saben soportar sus desdichas sino que
miran con malos ojos Ia felicidad ajena.
Un afecto solamente puede ser dominado por otro
afecto más intenso; los más intensos son los activos que
se refieren al espíritu del hombre. Cua¡ito más abarca el
espiritu tanto más apto es para referir todo Io aislado a
una unidad y tanto más vivos son los afectos que le per-
tenecen. El espíritu humano puede llegar tan allá, que
las formas de todas l¿s cosas aisladas se refierren en él a
la iclea de Dios, la más alta que le es daclo alcanzar. De
ello nace el amor a Dios, el más puro, el mejor y más
intenso de los afectos: en é1 d,esaparecen todos los demás;
el que lo siente muévese y obra clentro de un mundo de
luz clara; con él queda dicho todo cuanto decirse pueda
acerca del dominio cle las pasiones.
Pero también este afecto tiene sus raíces en el conoci-
miento, como todos los afectos actil'os que de é1 se deri-
van: cuanto más aprendemos a conocer todas las cosas
aisladas, tanto más nos acercamos al conocimiento de lo
más elevado. Y de este conocimiento nace luego la satis-
facción espiritual más intima gue puede imaginarse, a
C:
saber, la alegría de que antes he hablado. El amor, he
dicho, no es más que una alegría acompañada de la no-
ción de su causa; asi es que la alegría con la que todo
io abarcamos, porque en Dios reconocemos la causa de
toclo, ha de engendrar en nosotros un amor eterno. Esa
aiegría vence todo porgue ella misma es invencible.
De 1o dicho se desprende claramente cuál es la base
de tocla nuestra dicha, de nuestra felicidad, de nuestra
iibertad, de nuestra salud, a saber, el amor persistente e
inmr.¡table a Dios. La multitud, sin embargo, piensa de
mu1, distinto moclo: clce ser libre cuancLo puede obede-
cer a sus apetitos )' entiende qr.ie cede algo de sus dere-
chos cuando tiene qr,re someterse a ieyes eternas; y no
sabe que la lelicidad supi'ema no es el ptemio del arnor
sino el anror mismo y que no participamos de ella por-
que dominemos nuestras pasiones sino que dominamos
éstas porque somos felices.
Con esto queda consignado todo cuanto pensaba decir
acerca del poder cle la inteligencia sobre las pasiones, y
de ello se cleduce cuánto más puede el sabio que eI igno-
rante, porque éste se ve dominado por las cosas exteriores
que le rodean; nunca obtiene la satisfacción en si mismo;
ama a Dios, al mundo y se ama a si propio inconsciente-
mente, y cesa de ser en el mismo momento en que cesa
su estado pasivo. En cambio ei sabio no se ve combatido
por ninguna tempestad interna, ,v teniendo presente en
el espíritu a Dios y la eterna necesidad, nunca deja de
ser, nunca deja de obrar. Y aun cuando el camino que
lre trazado para llegar a este resultado parezca difícil,
creedme que es posibie encontrarlo y seguirlo. Cierta-
mente que debe ser difícil 1o que tan rara vez se encue,n-
¡ra, porque si la dicha estuviera siempre a nuestro alcan-
ce y pudiera lograrse sin esfuerzos, ¿cómo se comprencle-
ría que casi todo el mundo la dejara escapar? pero ya
es sabido que todo lo hermoso es difícil y es raro.
99
lú
C,rpirulo NovrNo
CONTRADICCIONES
l0r
¡
tencia esun completo movimiento circulatorio impues-
to por estas oscilaciones, y cuanto más vigorosa es una I
102
,4
/
Si la vida se inclina con constancia hacia un solo lado,
tlesa¡>arece aquella sucesión de momentos contrarios, sin
ia cual la existencia es irnposible, puesto que ella cons-
tituye la existencia misma. La cuestión estriba, pues, en
saber tratar esas antítesis y bien puede decirse que es
lcliz el hombre que ha conseguido, cuando la paz del
celnenterio amenaza a la vicla qlle se extingue, despertar
rr,entro de sÍ el deseo cle la lucha, que rejuvenece, o cuan-
c1o, tenienclo en peligro las fue¡zas de su vida por efecto
cle esta lucha, logra dominarla _y, merced a cierta energía
Perseverante y a una tranquiliclad cle ánimo, puede esta.
blecer dentro de sí mismo el equiiibrío y la reconci-
liación.
Es posible refrenar o aumentar Lrn momento por me-
clio de otroi en esto consiste la ley fundamenlal de toda
preuención psicosomdtica. Pero nadie puede cumplir, ni
siquiera comprender esta ley si antes no procura aprender
a conocerse y a dominarse a sí mismo. No basta tener
cuidado con los manjares y con las bebidas, ni calcular
debidamente el movimiento y el descanso, ni aprenderse
de memoria la segunda parte cle la macrobiótica de Hu-
feland, ni leer nuestras rapsodias sobre la influencia que
el sentimiento, Ia voluntad y' la inteligencia ejercen en
el bienestar del hombre.
Exigimos más que esto, exigimos que el hombre se
violente voluntariamente, que aprencla a conocerse, que
se perfeccione moral e intelectualmente: entonces sabrá
lo que son la salud y la integridad humanas. Naclie diga:
"Tal esfuerzo no me es posible; estas fuerzas no me han
sido dadas": porque una vida interna, en cuya hipótesis
103
t
un espíritu apto o
se basan todas nuestras exigencias,
que puede recibir aptitud para dominar al cuerpo, son
dones qr.re poseen todos los que están en condiciones de
leer estas páginas y de oponerse a lo que en ellas deci-
mos: todo individuo puede lo que debe.
A nadie hay que explicar la necesidad de la alegria
y del reposo después de los períodos de actividad seria
y de resignación, ni el impulso gue mueve al hombre a
satisfacerla: esa necesidad se anuncia por sí sola cuando
la bondadosa naturaleza, después de repetidos esfuerzos,
invita al sueño reparador y provoca éste con suavidad,
pero irresistiblemente. A lo sumo necesita esta excitaciólr
a la obediencia de los mandatos de la naturaleza y de la
vida, que nunca se infringen impunemente, el sabio que
incesantemente revuelve en sus investigaciones el polvo
de la ciencia. Si Nlefistófeles no hubiese prestado al doc-
tor Fausto otro servicio que el de haber levantado para
é1 el manto de la sabiduria, el doctor no se hubiera vis-
to sumido en la clesesperación.
Pero con el despei tar no siempre pasa lo que con el
sueño; en é1 hácese a menuclo precisa Ia mano de la vio-
iencia. La vicla inclica con un bastón de hierro a cada
uno el camino que ha cle seguir: ¡feliz aquel que ve este
bastón, sigue con firme paso ia sencla qr.re le señala y no
espera a que caiga pesada e inelitablemente sobre sus
ensangrentaclas espaldas! El sentir en medio del tumulto
rle los placeres Ia necesidad de lo serio y aun del dolo¡,
exige un graclo sui;erior de cultura interira o un delicaclo
tacto a muy pocos concedido. El ingenioso Salvandy, el
más moral de todos los poetas modernos, se pregunta:
104
"¿Cuál es este poder misterioso gue. hace siempre sr.rgir
una aflicción en medio de nuestras más vivas alegrías,
como si al gustarlas luese el hombre infiel a su misión?"
Lo que un espíritu delicado reconoce aqui en cuanto
a la moral, debe reconocerse también desde el punto de
vista de la higiene. EI dolor no es sólo el perfume sino
la condición de un verdadero placer vivificante; clel rnis-
mo modo que se hace de noche y que es preciso que se
haga para que el día se desenvuelva y mantenga su vivi-
ficante sucesión. La naturaleza, gue sabe siemprc 1o que
hace y todo lo dispone amorosamente, ha puesto junto
a las rosas las espinas; y el que quisiera librai'nos cle todo
clolor nos arrebataría al misrno tiempo toda alegria.
El pesar es la levadura en la mezcla total del hombre,
el elemento del movimiento sin cuyo estímulo acabaría-
mos por enmohecernos; una pequeña contrariedad pro-
ducida por una causa fortuita nos libra a menudo de
una tristeza que, durante iargo tiempo, ningún medio fue
bastante para disipar. Los hor.nbres ricos, saciados, ocio-
sos, embriagados en la plenitud de los placeres a quienes
algunos locos consideran feIices, son los que más pronto
sufren las torturas cle Ia iripocouciria. Una intimación
que llevan profundamente escondicl¿r dentro de sí mis-
mos les impulsa sin cesar a atormentarse a sí propios,
porque en su existencia hay un vacio que ei placel por
si solo no puede llenar. El sabio se alrticipa a esros c1olo-
rosos sentimientos y busca voluntariamente las sombras
que a nadie es dado evitar durante la tormentosa pere-
grinación por esta vida. E1 crepúsculo es el destino del
hombre, bajo toclo concepto.
105
Entre los brillantes resplandores de la felicidad, como
en las tinieblas cle la clesgracia, la tentación nos acecha:
el que ha aprendido a conocerla admirará profundamen-
te a la Proviclencia, y er) vez de sutilizar inútilmente
acerca de las causas del mal, en medio del tumulto de
ios placeres, no sólo aceptará voluntaria y resueltamente
el misterioso aviso del dolor, sino que lo llamará desde
lo nrás lrondo de su ser. Este es el summum del arte de
la vida, la cumbre de la higiene del alma, Ia rnás dificil
de escalar, pero también Ia qr"re más pródigamente re-
compensa al que ha logrado llegar hasta ella.
Cuandr¡ apareció por vez primera ei presente libro,
este capítulo motivó algunas protestas, aun de aquellos
a quienes satisfizo Ia obra en su conjunto y que acep-
taron ia intención que la misma enüañaba. "¿Por qué
son los países rnericlionales, preguntábame una dama do-
tada de tanto talento como corazón, tan hermosos y tan
sanos, sino por l:r iclea que nos ofrecen de una primavera
etern¡ii ;Oué nrejor existencia poder.nos imaginarnos que
esa con que nos brincla ese cuadro cle estabilidad y Iimpi-
dez? ¿No es Llna opiniirn triste v monacal la que cuenta
enre los elementos de vida el clolor'1, el mal como si la
humaniclad estuviera conrlenacl:r a etelna aflicción? ¡No,
no! Estamos en este rntrndo para gozar, para ser felices:
propagar por toda Ia tierra lo bello y lo bueno; hacer
que poco a poco uno y otro dominen sobre ella hasta
hacerlos en ella permanentes, tal es el destino de la hu-
maniCad, si ésta no ha de ser un sueño; y todos los deseos
delicados de las almas beilas han de realizarse un día,
i06
si no han sido una burla de demonios chanceros y sí
promesas de un Dios de amor."
¡Cuán gustoso escuché la halagadora pbjeción que pro-
venía de un alma verdaderamente bella! ¿Y quién no
acarició con ésta el ensueño, sin el cual 1a vida es una
superficie incolora? Pero llega un momento en que des-
pertamos y entonces se hace preciso ser y vivir en el
munrlo tal como es, y olvidar por un tiempo aquel her-
moso ensueño, a fin de que éste se conserve siempre tan
bello y tan verdadero y pueda siempre reproducirse. Por-
que el deseo ardiente y el presentimiento le han sido
dados al hombre para elevarle hasta 1o más alto, no para
que lo más alto, descienda hasta Ia realidad terrena. Si
queremos realizar el icleal, 1o destruiremos, como nos en-
señaron los griegos por medio del mito de Semele y del
dios a quien quiso contemplar. Si el culto de lo supremo
es el deber más sagrado del hombre, es también un deber
de este deber no abusar de é1, no empequeñecerlo con
la costurnbre: que sólo hay un domingo en la semana.
Si examinamos tranquilamente nuestra existencia con
la reflexión, no con el deseo, nos resignaremos a tomarla
tal como es y dejaremos el cuadro del alegre cielo oriental
para aquel que pueda pintarlo con 1uz pura, sin som-
bras. Si otros mundos más perfectos han de recibirnos
en su seno, estaremos organizaclos de mane¡a mu,v dis'
tinta; pero dada nuestra organización actual el placer
no puede existir sin el dolor )' éste es \a raíz profunda de
la vida y de Ia actividad. Y los manifiestos deseos de me-
joramiento iQuién los realizará mejor, el hombre que
tenga en el corazón el deseo no satisfecho o el que tenga
107
en Ia cabeza el convencimiento de la realidad? ¿Y quién
disfrutará más contento, que es lo que propiamente se
refiere a Ia prevención psicosomática, el que exige un
mundo distinto del mundo en que vivimos o el que con
resignación concibe este mundo tal como es? Atengámonos,
pues, mientras lo contrario no se demuestre, a la antigua
r,erdad y a los famosos principios del conde Veri:
"Nuesüa vida consiste en actividad; el sentimiento
cle un obstáculo puesto a esta actividad es el dolor; el
sentimiento de su estímulo es el placer. Pero no puede
haber estímulo si antes no ha habido impedimento, en
mayor o menor grado. Asi, pues, el placer presupone el
rlolor. Si queremos aumentar nuestra actividad vital de
una manera excesiva, este exceso produce un impedi-
mento. La medida, el justo meclio es la saiud. Si nos
obse¡r'ar:ros atentamente. \'eremos que ha1' cientro de
nosotros r.rn impr.rlso qu€ constantemente nos excita a
salir del estado en que flo: €ncoDtramos; este impulso
no puede ser el goce en el estaclo presente, así es que el
hombre se encuentra en un perperno doior y este dolor
de la vida es el aguijón cle la actividacl en la humana
naturaleza. En nuestro destino no hal duradero más que
el dolor, y el placer no es algo positivo, sino simplemente
ia mitigación de aquél."
Esta opinión, aunque parece sornbria, en el fondo no
tro es; no es sino la imagen fiel de nuestro estado y un
admirable rayo de luz de nuestra suel'te. Las profundas
ideas que engendra merecen ser seguidas en todas direc'
ciones y descubren al que se dedica a estudiarlas los se-
cretos de la vida moral y de la vida de la naturaleza. L,a
108
naturaleza misma con sus leyes evidencia que éstas se
)a1lan subordinadas a un algo superior. La confusión
Ce dolor y placer en el laberinto de la vida clel hombre
es, humanamente hablando, el símbolo cle ios designios
de Dios. Sin dolor no se forma ningún carácter; sir-r
¡rlacer ninguna inteligencia; de modo que el hombre
debe madurarse en uno y otro. Y lo mismo la humanidad.
No la satisfacción del hombre sino su deber es ei
objeto a que todo tiende y en el cual tiene la satisfacción
su primera garantía. La insípida monotonía del placer
enseña por la saciedad el valor del trabajo, enseñanza
que para el hombre irreflexivo llega demasiado tarcie;
y el deseo inmoderado que la tierra ni ei cielo bastan
a satisfacer, conduce a los locos a la desesperación y a lcs
cuerclos a la templanza.
La existencia del hombre es una vicla de fastidio, una
hoja de papel en blanco, una noción sin substancia,
mientras en lo más íntimo de su ser no siente aquél
el aguijón que le impulse a escribir con el sudor de
su rostro: "I{e sufrido, es decir, he vivido". En escribir
esto estriba su felicidad, o¡a lo escriba con hechos o con
palabras, 1o que escriba serán los intervalos de sus
penas. No tenemos otra idea cle la felicadad I' no e¡
poco que con ella seamos dichosos.
Si esta consideración (que ciertamente no infundirá
en e1 joven muchas ilusiones y qlle ei hombre desen-
gañado se habrá de seguro hecho sin necesidad de que
la hiciéramos nosotros) ha sido causa de que la vida
pierda aparentemente en valor; en cambio a ella se
debe que haya ganado en importancia, <1ue es su valor ver-
r09
1
lt0
li
T
Irara la armonia de Ia vida y por esto se hace preciso
limitarla.
Finalmente, Ia misma r.egla prevalece en la esfera
más material del organismo humano. La excesiva nutri-
ción se compensa con Ia frugalidad, y el excesivo gasto
cle fuerzas con la moderación. Es más, hasta en las más
elevadas regiones del movimi€nto y de la acción del
hombre, en las del pensamiento, hácese indispensable
una oscilación conservadora; los pensadores más sutiles
que se esfuerzan, aunque en vano, en meditar acerca del
pensamient<.,, acaban poi' ir a parar a esa afirmación v
tienen que aplicar aI hombre lo que una escritora dotada
cle gran perspicacia ha dicho cle los poetas, a saber: que
su felicidad se basaba en una sucesión de conciencia e in-
consciencia.
Sería una pedantería querer conseguir por medio de
la inteligencia este equilibrio interno, diciéndose a si
mismo, teniendo a la mano estos u otros preceptos higié-
nicos, en cada momento fugaz de esta existencia mutable:
"¡hasta aquí y no más allá|" y tratándose uno a sí mismo,
como a las agujas cle un reloj, a las que se pueden
hacer avanzar o retroceder a capricho. Nadie puecle por
un acto de la conciencia sustraerse a ésta; pero sí le es
clado a cualquiera despertar denro de sí mismo una dis-
posición y abandonarse a ella.
El estado más favorable para manrener la satisfacción
y Ia salud es aquel estado reflejo, pero semiinvoluntario,
que nos hace ver Ia vida en su aspecto agradable, estaclo
que es un término medio entre Ia atención sostenida v
la clistracción indolente, que incesante y simultáneamente
tt!
111
nos ocupa y y que hace gue nuestra atención
descansa
en nosotros mismos no degenere en pesimismo, puesto
,que de continuo la enlaza y concilia con la que pres-
tamos al mundo exterior; estado gue sólo puede alcanzar
;el hombre ilustrado que a la vez sepa sentir el lenguaje
lde los delicados fenómenos vitales; estado que difícilmen-
te puede explicarse con palabras porque, como todos los
estados animicos, tiene algo de místico y que Schelver
<lenomina instinto sagraclo cle la vida y describe, en el
estilo poético que le es propio, en los siguientes términos:
"Consulte ei hombre con su propia experiencia dónde
y cuándo ha disfrutado de la plenitud del bienestar, y
verá que goza de él cuando está activo, cuando, insen-
siblemente anastraclo por la ¡ueda de la existencia, flota
en la atmósfera de la constante evolución. Entonces
ap€nas se pertenece a sí mismo, puesto que se pierde en
la felicidad suprena de la vida; entonces goza de ésta
v no sabe cle qué goza y el único sentimiento que de este
estado se desprende es la apacible emoción clel corazón,
en si mismo incomprensible. Sus obras sut'gen de su ca-
¡ácter como brotan las flores v los frutos de la dura
madera, )' no son en é1 intencionadas o artificiosas, como
pueden parecerlo a 1os clemás, sino naturales, fáciles,
ingenuas y ordinarias: así es verdaderamente dichoso.
el qlle con violenta avidez se
"¿Acaso no sabemos que,
apodera de los objetos y guiere retenerlos, en el mismo
momento va perdiendo los que primero encontrara? El
que asi obra yerra, porque pretende tomar violentamente
aquello mismo que ha de recibir. Todo está allí y sólo
falta que esté para él: si lo acepta tranquilamente cuando
112
se lo den arte él se abrirán las puertas del mundo. Por
csto tiene tanta memo¡ia el niño que transita por Ia
tierra sin incurrir en usurpaciones, y por esto en la
eclad ¿rvanzada, cuando la voluntad interna se hace más
inoder:,.da, r'eaparecen en el corazón las satisfacciones y
los recuerdos. Tras la lucha erltre el deseo y la privación
vuelve el hombre a ese sagrado instinto de la vida cuya
conservación sólo a é1 incumbe."
La misión suprema clel alte <le vivir y en consecuencia
de la psicosomática, es tener siempre conocimiento claro
de sí mismo sin pol' esto dedica¡ a sí mismo u¡ra atención
inquieta, conselval'una objetividad serena para todos los
{enómenos externos e iirteriros, clejar que toilo obre sobre
uno mismo, asimilarse toda acción y conservar constante-
mente Ia propia indiviclualidad en medio de todas las
transformaciones. Digámosle de una vez: el que esto con-
sigue lo es toclo para sí, maestro, amigo, aclversario, de-
fensor, médico. La vida se manifiesta por pulsaciones
o sean interrupciones cle vicla.
Del mismo modo que nnestro andar es una continua
caída, rle derecha a izquiercia y viceversa, e1 progreso
armónico de nuestra existencia consiste en el hermoso
equiiibrio de antitesis que se sucerien ultas a otras, equi-
Iibrio distinto para carla inrlivicluo, pero que todos pode-
mos encontrar ejercitanclo nuestras fuerzas mejor que
apelanclo a nuestra re{iexión. Cuando el hombre observa
que ninguno cle ios ór-ganos de su activid¿rci fnnciona
aisladamente con preponclerancia y sólo sienie, por el
conffario, la libertad de esta actividad como expresión
total de su propio yo, entonces está verdaderamente ín-
lrJ
tegro y sano. Exp€rimentar sensacionesen el estómago
equivale a tenerlo enfermo; no sentir en una parte del
organismo más gue en otra significa estar sano.
El siguiente capitulo nos permitirá estudiar más dete-
nidamente esta experiencia aplicada a un fenómeno
doloroso.
lt4
C.A,i,íruro DÉclrrro
HII'OCONDRIA
Lo pequeño conligura nues¿Ía infelicidad, Peno-
sos cu.irludcs del dia, que caris(rgramos ul cuerpo, nos
aniqttilan. Nutrid, por lo rnisno. lo parte dititn
de nuestra naturaleza, la propensiórt a la adnti-
t ación.
lluL\rER.
115
insultado llamándole egoísmo; pero esto no Ie irnpre-
siona, porque, habiéndose mocle¡nizado, sabe que hoy
en día, egoismo, tilento y libre pensamiento son consi-
deraclos como sinóni¡r:os. Lo mejor sería demostrarle que
no es ¿ndc I esio es lo que tratarernos de hacer con la
serieda.<l debida.
"Cuando el hombre, así se expresó una pet-sotialidacl iius-
tr'e junto a la tumba de \t'ieland, medita acet'ca de su
estado corporal 1, c1e su estado espiritrial, generalmente
encuentra que está e[fermo. ¿Cómo no, si todos ios que
vivimos padecemos?" Tal es el verdaciet'o concepto cle
ia hipocondria a que ?vo me refiero v que pertenece a
la higiene del alma, asi como hav otra cuvo tratamiento
corresponde al médico. De Ia primera, cie la que aqui
estu¡liamos, r.ro se <lice lo basi¡nte cuat.tclo se la cleclara
enfermeclad imaginaria. Es preciso no imaginar nacla,
pues harto teneü1os con la rerliclacl. Toilos los que en
este mundo subluner r.ivir.¡ror. eitslnos solo relativamente
sanos: cada cual ile'r'a trazacio er1 sti sel' el camino, en
eL que precisameute l.ra de rnorir, ',' cou sólo contemplarse
interiormente, poniéndose en torlo caso ios lentes de Ia
semiciencia en los ojos de1 alua. encontrará cualquiera
este camino para seqtrirlo más rápidamente.
I\fientras tengamos salud sr¡iiciente para ejecutar rtues-
tra labor diaria y para gczar c1e1 bienestar del reposo
después de realizado et trabajo, ntlestro deber, y empleo
esta palabra en el sentido civil r' en el higiénico, es no
cuidarnos para nacia más que cle lo que a nuestro cuerpo
afecta. El dolor es utta nada presuntuosa que sólo 1lega
a ser algo cuaniio rtosGtros se 10 reconocemos; por esto
l lu
Cebiéramos avergonzarnos del honor que le concedemos
:.cariciándolo, mimándolo y educándolo hasta que se no§
:ube a las barbas. Bien puede afirmarse de él que sólo
es grande en cuanto no§otro§ nos acurrucamos €n su
presencia. ¿Quién puede imaginarse a Temístocles oa
Régulo mirándose ia lengua delante de un espejo o to-
mándose el pulso? Pero aun voy más allá, puesto que apelo
li t¡ismo miedo, origen de este mal, para curarlo. El mie-
cio, ¿rnejora los males o, por el contrario, los agrava? Nada
cn el mundo hace envejecer tan pronto como eI temor a
volverse viejo. Hace muchos siglos, muchísimo antes que el
plan de la macrobiótica de Hufeland empezala a formarse
en el cerebro de los más remotos antepasados de éste, el
sabio persa Attar cleclaró quc cirrco ccsas acortaban ia vida:
Una, no tener los elementos necesarios para vivir, como
sucecle en un hombre viejo; otra, una larga enfennedad;
la tercera, un largo viaje; la cuarta, tener constantemente
fijos los ojos en la sepultura; la quinta, que te destruye
suavemente antes de tiempo y que te inquieta hasta lo
más profundo del corazón. La quinta es el paso del ángel
de la muerte.
Con esta última, hace referencia el sabio principal-
ilente al mieclo. ¿Y ha;" hipoconclria sin mieclo? ¿Acaso
el hipocondríaco no se muere cliariamente por miedo de
morirse? Estos son los mezquinos desdichaclos cle quienes
he dicho en otro capitulo que debiera clespreciarlos hasta
ei mismo médico a quien eternamente consultan; los can-
didatos voluntarios a la medicina, los que se aprenden
toda la patología, los que se recetan copiando los for-
mularios, aquellos a lrno de los cuales \farco Herz decia,
rt7
elfamoso enernigo de todas las extravagancias: "Amigo
mio, el mejor día se morirá usted por haber notado una
Iaita de imprenta".
Los hipocondríacos son aquella casta de hombres que
el divino Platón arrojaba de su repúbiica, lo cual indica
que ya entonces eran conocidos, ¿y cómo no habían cle
serlo en Atenas, gue era a la vez el París y el Londres
de Ia antigiiedad? "Tener que refugiarse en la medicina,
dice aquel sabio por boca de su Sócrates, Sileno, por
haber caiclo, no a consecuencia de hericlas o de enferme-
dades inevitables, sino de la ociosidad y cle la lujuria,
en un estado para el cual hui¡ic¡on de inventar un nom-
bre los sabios descendie¡rtes iie Esculapio, ¿no es por
venttrra une vergtieltzri'
Cuanclo un maestro carpintero enfermo acude al mé-
dico para que le libre del mal, sea por medio de repug-
nantes depurativos, sea cor'.ando o quemanclo ei miem-
bro dañado. Pero si el médico 1e prescribía un régimen
de vida pesado, si le recomendaba rnil nimias preven-
ciones para toclcs los dias, el bue¡r hombre cliria que no
tenía tiempo para estar enfermo v que le reportaba muy
pocas utilidades el tener que ocupar constantemente su
pensarniento en la enfermedad y abanclonar por ello la
ocupación que ie convenía. Y el carpintero en cuestión
mandaría al tal méclico a paseo, r'olveria a su vida ordi-
naria, sanaría, vivitia ,v trabajaria; o en el caso de no
tener las fuerzas suficientes para levantarse de su pos-
tración, se conformaría con su suerte y la muerte vendria
a librarle de un estado tan rniserable.
ll8
Si así procedería un humilde obrero, ¿por qué ha
de tener ideas más pequeñas el gue ejerce una profesión
más elevada? Nada hay en el mundo que irnpida tanto
pasar clignamente la vida como ese cuidado excesivo d.el
propio cuerpo, que dificulta la gestión de los asuntos
domésticos, ia acción del guerrero y el cumplimiento de
ios deberes del ciudadano, dentro del Estado, y que priva
de toda aptitud para las artes y ciencias, sean de la clase
que fueren, haciendo imposibles la comprensitln y la
reflexión, porque e1 que a él se entrega sueirir cou males
que él mismo se imagina, dor-rdequiera que se encltentre.
Este cuidado, en suma, impide que el hombre sea bue-
no, ireprochable.
Héroes fueron aquellos a quienes Esculapio curó las
heridas; pero nunca se dio el caso clc que intentara
¡>rolongar por medio cle tratamientos largos la desrli-
chada existencia de los hombres gue se quejaban siem-
pre de enfermedades y que cle habérseles alargado aquélla
habrían podido engendrar una segunda generación de
seres como ellos, míseros y Ilenos de sufrimientos. Aquel
sabio creía que Ia vida de los que habían nacido débiles
o perdido la salud a consecuencia de los excesos no apro-
vechaba ni a él mismo ni a sus conciudadanos y que
el arte de prolongarla no se había hecho para ellos, si-
quiera fuesen más ricos que Midas".
Aun cuando para nosotros, hijos de un mundo que
poco a poco ha llegaclo a ser muy distinto de aqr-rél, es
una antigualla tratar de estas teorías, es lo cierto que
algo y aun bastante tenemos que aprender en ellas. Los
liombres dotados de claro entenclimiento dicen que la
ll9
r
r20
\.. l
121
principio de locura, pues todo esto es y mucho más
siendo su nombre legión y procediendo del generalísimo
de los males, llamadle como mejor os plazca, siempre
t
resultará que la actiaidad es el ángel de flamigera espada
ique le impide entrar en el paraíso donde moran los
.hombres que han permanecido fieles a ia naturaleza y al
deber. El descanso no es conveniente ni se obtiene hasta
que se necesita. Desde el momento en que tales hipo-
condríacos que ninguna enfermedacl real sufren (o u
quienes sólo una nimiedad atormenta), no excitan o lro
merecen compasión, no comprendo por qué no se les
declara inciviles, como en realidacl Io son, y por qué una
vez marcaclos con este estigma no se les excluye, para
vergüenza suya, de la sociedad. Esto quizá sería, para el
propio bien de los interesados, un remedio más rápido
que todas mis discusiones filosóficas y las de otros sobre
el particular. Así se les mortificaria para curarios, y si
en algún caso tiene la socieclad el tlerecho cle hacer
sufrir es precisamente en éste. Ya lo dice el poeta: "La
hipocondría está pronto curada cuando la vicla te hace
sufrir de verdad".
Y propiamente la hipocondría no puede existir en el
hombre que adopte los preceptos higiénico-morales que
en los anteriores capitulos he trazado. Yo quisiera ver
al hombre acariciado por alegres fantasias, caminando por
la senda de la vida con voluntad tranquila y firme, pues-
tos los ojos en el ancho mundo y uniendo en hermosa
armonía sus energías todas, la actividad y el goce puro;
es imposible ver al hombre así vigoroso y educado interna'
rnente y al propio tiempo hipocondríaco. El deseo de
199
7
r 9.{
objeto a qrre sin intención coadyuvan. Y el que menos
se 1o figura, el fatr-lo cle salón, que sólo encuentra at-
mósfera respirable entre el buen. tono, la etiqueta, la
moda, y todas esas pequeñeces que el falso juicio cle
una costumbre ha elevaclo, desde ia categoría de medios
<le un trato social necesario o conveniente-a la de fines
con substancialidad propia, esc es el pedante más ridícu-
1o, ese es ei vercladero peclante. Ha tornado en serio la
comedia y en cambio considera comedia 1o más serio.
Ai ilegar a este punto he de dirigir mi atención al
epígrafe con que he encabezaclo este capítulo para qlle
se comprenda por qué hablo aquí clel pedantismo. ¿Qué
más pequeñeces que las molestias corporales en cuya
eterna y siempre renovada consideración disipa el hitro-
condríaco la mejor parte de su yo? A la iripoconciría
podría con razón llamársela la vanidaci del estado cle
salucl. Y esta loca y extravagante contelnplación propia
lleva hasta la muerte espiritual, a medid.a que con terror
infantil ocúpase en ahuyentar el fantasma terrible de
la muerte corporal que incesantemetlte flota ante sus
ojos. Pero la hipocondría se complace en su propia debi-
lidad, 1, en nlrestro sislo cle írívolo ¡efinamiento se ha
inventado un ídolo en el cual puecle excusarse y aun
adorarse a sí mismo. Ocupémonos un poco cie este ídolo.
Se habla frecuentemente de la melirncolía de perso-
najes célebres: la frase del Estagirita, de que los hombles
superiores inclínanse generaimente a la tristeza, parece
Iegitimarla. Camoens, Tasso, Young, Lord Byron se llos
aparecen envueitos en una atmósfera idealmente lúgubre,
y a los dos primeros les hemos llevaclo a la escena para
12.1
glorificar la hipocondrÍa; en sus sufrimientos nos edifi-
camos y aun afectamos coinpartir los de los dos últimos.
Pe¿o todo esto corresponde a otro capítulo. cuá1. sea el
estaclo de ánimo de los grandes hombrés, sólo ellos rnis-
rnos pueden decirlo y ponerlo en claro; en cuanto a la
moderna poesía, séanos permitido decir acerca de ella
clos palabras.
En la poesía no se trata de grandes hombres sino de
estados patológicos; digámoslo francamente: la hipocon-
dría, la insensible, la mal irumoracla, la insípida hipo-
condría, es la nodriza de ia literatr"ir¿r moderna, y antes
cle poco, para juzgar debidamente a nllestros rnris recien-
tes poetas, no serán precisos críticos sino rnédicos. Un
joven eclucaclo, o mejor dicho, viciaclo por él mismo, ai
Iado cle su maclre, sin experiencia, sin estu(lios, sin una
dirección determinacla, sin energia par¿r el trabajo o para
los goces verdaderos, clescubre que llota miserablemente
entre el ser y el no ser, entre el no haber siclo v el no
haber de ser;lee novelas y va a1 teatro, compárase con
Poetas y hérces y hace verso§.
Entonces comprende clararnente que su lamentable
estado cle aburrimiento no es sino un abismo no colmaclo,
un ansia no satisfecha, y echa mano riel caudal de las
frases melancólicas con que nos han inundaclo las co-
u'ientes poéticas de tantas décadas, bihiase en esas asuas
y se ve rellejado en elias. Camoens y Byron son sus
compaireros de sufrimiento, con la sola diferer:cia cle
que su dolor es más interesante que el cie aquélios, poroue
los tiempos han progresado, y por lo mismo espel-a que
en breve se agotará J.a primera edición de sus poesías.
r9x
Asi pasa el desdichado su juventud, y si la vicla, que
ha descuidado, le agarra en un momento dado por la gar-
ganta, si le sube hasta el cuello un agua clistinta cle su
ag¡ra poética, entollces se acabaron para siempre sus mi-
serias: é1, que no ha aprendido a conocer al mundo ni
a conocerse a sí mismo, acud€ en vano a sus cuadros
poéticos, que de nada ie sirven, ni siquiera de consuelo,
y con todas sus grandezas rimadas se hunde trágicamentc
en el fondo de aquel océano.
Esto sucede a los que sin tener condiciones para ello
se consagran a la poesía; pero también les acontece lo
propio, y a veces peor, a los hombres dotaclos de ver-
dadero talento, a los que están llamados a se¡ pcetas;
éstos comienzan por perclerse en la espantosa sima de su
yo, que es a la vez grancle y pequeño; se imaginan poe-
tizar entreteniéndose en hipoconrlríacas sutilezas, y se
ocasionan realmente la enfermedad más grave de la vida,
la lucha interna, que aquellos otros sólo tienen en la
imaginación. Estos poetas arrastl-an naturaiineilte en pos
de si a su público ), toclo el mundo quiere hablar y en-
tender la literatura, se comprencle cuán necesario es
hablar de esos intereses literarios en una obra cle higiene,
si se quiere salvar a una parte del público de los horrores
de la hipocondria.
Ffacemos, pues, higiene del alma cuanclo, ya que casi
no podernos convencer a los soidisarifs Youngs y Byrons
de nuetsros días de la necesidad cle que aprendan lo que
es justo, por lo menos los presentamos como seres dignos
de lástima. ¡Ojalá puedan, rumiando agradablemente
gozar del triste sentimiento de su insuficiencial Nosotros
r25
queremos conservar la vida y tratar de procurar valor
en vez de desesperación, Hippel, dice: "Naila ran cierto
como que el hombre_,Que sabe leer tiene por esre sólo
hecho una medida más de valor y que el que sabe cantar
tiene dos."
Ya hemos dicho que la lectura es uno cle los medios
para mantener fresca y sana nuestra vicla interna y en
consecuencia también la vida corporal; pero hay, además
de Ia actividad, que en esto es el alfa y la omega, otros
clos por 1o menos para los mencionados candi<iatos a la
hipoconclria, más importantes que todo cuanto puerle
encontrarse en los libros. De ellos me ocuparé en el si-
guiente capitulo a fin de que en el intervalo el lector
tenga tiempo para averiguar de qué manera puede un
huevo sostenerse sobre su punta, o dicho en otros térmi-
nos, cómo puede resolverse el conocido problema del
huevo de Coión.
127
C¡rpÍruro UN»Écrlrt-r
NATURALEZA, _ VERDAD
129
No ha,r, más que una moraiidad, la verdad; no hay más
que una corrupción, la mentira: en aquélla germinan
la vida y la salud, en ésta se agosta la descomposición.
La mentira constante, esa imposición dolorosa que nos-
otros mismos ejercemos sobre ias energías más íntimas de
nue§tro ser, roe y consume como un yeneno; sin embargo,
con enfermiza complacencia nosotros mismos alimenta-
mos el gusano que nos devora.
Tal no había llegado nunca al grado cle
desviación
prosperidad que en nuestros días ha alcanzaclo, y el
hecho de que hagamos alarde de nuestra falta de salud, co-
mo las casquivanas hijas de la ciudad hacen alarde de
la palidez cie sus mejillas, demuestra que consideramos el
graclo de refinarniento, gracias a nosotlos alcanzado por
la confusi/rn de falsas relaciones, como el sumntum de la
civilización a que nos vanagloriamos de haber llegado.
El enfermo incurable, el que está irremisiblemente per-
diclo, se jacta de la disminución de sus dolores creyendo
que ha desaparecido el mal pol'que ya no lo siente; su
semblante respira satisfacción y esperanza y con sus amar-
gas ironías aumenta la pena de sus deuclos y de su mé-
dico, que saben mejor que él cu¿il es su verdadero estado.
Este mismo cuadro nos ofrece el munclo: naclie tiene
el valor cle ser quien es, y sin embargo, toda salud se
basa en la afirniación del propio yo contra todo 1o que
tiencle a acorralar al individuo. Los pensadores no ig-
noran este mal: "Vuestra salvación, dicen a sus contem-
poráneos, está en la verdad; sed sinceros siempre." Y 1o
que ellos dicen a Ia generación, lo recomienda el médico
al individuo. Representar durante toda Ia vida uua
130
comedia y exclamar al final con el mismo derecho que
Augusto "plaudite" ha cle agotar premaruramente todas
las fuerzas, Hulelancl coiltpara este estaCo con una co[-
rulsión continua del alma, con una fiebre nerviosa lenta.
Y¿ por qué nos sometemos a él? ¿No es, por ventura,
¡lucho más cómodo ser sinceros? ¿Exige tan gran esfuer-
zo ostentarnos tales ccll1o nos ordena el impulso innato
ri:ás hondo?
A los hombres les digo: no hay energía sin verdaci,
y a las mujeres: sin verdad no hay gracia. Y si queréis
que os clescubra un secreto, que está tan cerca de nos-
otros y que es tan difícil cle encontrar como la solución
del citado problema del huevo, sabed que lo que admi-
ráis como genio no es sino. . . verclad. Resulta original
todo aquel que antes de tomar la pluma, en vez de con-
,sultar libros, se consulta a si misr:ro li 5e contesta con
tocla franqtreza: el que asi procecie prociirce cosas que
los hombres más estudiosos no acier-tan, en sn envicliosa
acfuniración, a comprender de dónde lits ha sacado, y
las produce con una frescura y una espontaneidad que
todos los poetas 1e envidian. Si no somos nada, débese
esto a que estamos enfermos, a que somos faisos.
La vergüenza y el arrepentimiento son las consecuen-
cias enervantes v paralizantes que siguiendo este camino
nos salen al encuentro. Sin embargo, podemos por este
lado sustraernos a la muerte si nos revestimos de valor;
de valor para no mentir a los demás ni mentirnos a
nosotros mismos, valor para ser 1o que somos. ¡Tener
uno en sí mismo la felicidad, siempre y en todas partesl
¿Cabe otra dicha mayor que ésta? ¡Qué don tan precioso
1.li
éste, por virtud del cual la inteligencia da siempre y en
todas partes rnateria para que el hombre halle consigo
mismo el vigor poético de imágenes y la existencia ancho
campo a los sentimientos y al más puro bienestarl
¿Quién, empero, nos salvará de Ia mentira que por
fuera nos envtrelve? El amor a la naturaleza: el goce y
el estuclio de la misma nos proporcionan el éter del cual
Jra nacido y en el cual halla alimento ia parte más
profunda de nuestro ser. Cllando la tiema planta que
denominamos espíritu se rnalogra y está a punto de pere-
cer en el invernadero de Ia sociedacl, si queréis salvaria
trasplantadla a un lugar agreste y solitario y veréis córno
¡evive. El más aficionado a los placeres, el más epicúreo
de cuantos han existido, clespués de haber disfrutado de
toda clase de goces, acabó por afirmar: "que los placeres
supremos son aquellos que no turban la paz del alma".
Esta afirmación, por ser de quien es, ha tenido para mí
grandísima importancia.
¿Y qué cosa son los placeres? Yo sólo conozco dos: la
contemplación del espíritu y la contemplación de la
naturaleza. Es realmente un hecho hermoso y notable,
que produce en los pensadores serios presentimientos
misteriosamente profunclos, el cle que la belleza y la
granrliosidad de la naturaleza no pueden manif'estarse a
sus sentidos recreados sin que a1 mismo tiempo su esPíritu
se ensanche y eleve dentro de sí mismo. Decid Io que
queráis en favor de la socieclad: ésta enseña al hombre
su saber, que es lo más que de ella puede decirse; pero
la felicidad humana únicamente la soledad puede pro-
porcionarla. Ei hombre, fijanilo la vista en el infiníto
t?2
t
::lll del éter o contemplando la exuberante y variada
'oelieza clela tierra, no percibe las miserias que le con_
¡Lirban y cor.rfunden en el mundanal bullicio.
La naturaleza inspira en alta voz ideas grandes, y los
pensamientos clel hombre, imitando a éstas, aprenden a
emplificarse y acaban por ser análogos a las mismas. El
diminuto yo se acostumbra a considerarse como átomo,
! a pesar de esro, e¡r medio del espectáculo de lo infinito,
se goza en su existencia, porque advierte Ia armonía del
conjunto. La justicia se aprende en las inquebrantables
leyes de la naturaleza; ésta ama hasta cuando clestruye
v sólo en ella están la verdad, el reposo y la salud. .,La
resiclencia en el canrpo, escribia una mujer clotada de
gran talento, tiene para mí algo de encantadorl allí tengo
más cerca cuanto amo y más lejos toclo lo que me causa
Pena."
Todos los espíritus sanos que hicieron gustar a Ia hu-
n¡anidad los frutos de una soledad hermosa, prosperaron
alentando estos sen,timientos y, como aquel conociclo mé-
dico, pronunciaron siempre con cierta veneración la pa-
Iabra naturaleza, "del mismo modo que el creyente se
inclina cuando en el templo se pronuncia el nombre del
Altísimo". La supuesra insensibilidad de Lessing para la
naturaleza es una fábula, hija de una de esas maliciosas
paradojas que se suelen lanzar a un necio importuno
para librarse de sus impertinencias.
Entre los naturalistas encontramos que la mayoría de
Ios sabios que han alcanzado eciacl más avanzada y más
alegre, asi como el esturlio ver<ladero, intimo, de la
traturaleza, exige, para obtener de éi relacioires profundas,
133
sentimientos infantiles (como los tuvieron Holvard y
Novalis), así también resucita una verdadera infantilidad
en aquellos que a él se cleclican devolviéndoles su juven-
tud. Todo esfuerzo del espíritu es, en el fondo, investi-
gación de la naturaleza y únicamente tendrá y conservará
sano y ieliz su espíritu aquei que tenga energía y pene-
tlación suficiente para tratar por el procedimiento de la
fhistoria natural todo cuanto dentro de él o fuera de
él exista.
Con ei paso lir-me y silencioso con que eternamente
lse sucede la noche y el día, su vida intet'na seguirá 1a
órbita de una legalidad establecida por la costumbre, y
advertirá con entusiasmo que su sentimiento de esta
armonía es precisament€ esta armonía misma de la cual
su espíritu, que la ,concibe, es sólo una parte. Para que
se persuadan de esto ha dado la naturaleza al salvaje y
al niño el sentimiento de su belleza; a esta persuación
y no rnás allá llegó el reflexivo Newton después de haber
estucliado profundamente e1 universo. De este modo se
consigue el primero y más inrnediato fin de la creaciór'r.
cual es el que la criatura aprenda a contentarse con su
situación y en este contentamiento encuentre su bienestar.
Estos puntos de vista derraman sobre todo nuestro ser
un bálsamo rnaravilloso que hace circular por todas nues-
tras venas una fuerza vital sagrada. El que no haya
experimentado esto considerará como pura paiabrería lo
qr-re decimos; pero cualquiera que intente la prueba com-
prenderá en seguida por qué hemos puesto esas indica-
ciones al frente de nuestras advertencias psicosomáticas.
Cada hombre es un Anteo, a quien Ia rnaclre tierra vigo-
r31
ríza y vrvifica hasta hacerle invencible si él la ama y
Ie guarda fidelidad. La naturaleza afftma y ratifica a cada
uno en su particularidad ca¡acterística, que es en último
'término tmbién ,la base de su salud: no excita pasión
alguna; es más, ante ella se estrellan y se hacen ridículas
todas las pasiones, que en último térrnino son causa de
todas las enfermedades del humano espíritu. La natura-
leza educa suave y gradualmente, pero de un modo seguro
e inevitable; y ¿qué es toda higiene del alma sino una
segunda educación?
El trato con la naturaleza proporciona todo lo que a
ia energía del hombre hemos exigido en nuestras ante-
riores observaciones. La acción de la naturaleza se deja
sentir en todo el hombre, puesto que habla a todos los
órganos del mismo; 'llena su fantasía de imágenes impor-
tantes, grandes, refrigerantes, y traza a su voluntad lími-
tes {ijos, barreras de hierro, en tanto que interiormente
la consolida y endurece; su silencio educa, sus activida-
des grandes, sencillas, ajustadas a una ley y que abarcan
hasta lo infinito, despiertan en nosotros excelentes y vivi-
ficantes ideas; el curso constante de sus inmutables acon-
tecimientos nos mantiene en un saludable equilibrio; su
belleza, que con pródigo amor y en toda clase cle mani-
festaciones, en flores y en estrellas, esparce por los mun-
dos animados, hace desaparecer las arrugas que los cr.ri-
dados, que la mezquina hipocondría han trazado en
nuestro rostro; su grandiosidad nos eleva por encima de
nosotros mismos, y todos nuestros sentimientos, pensa-
mientos y deseos se pierden finalmente en una contem-
plación univelsal que nos obliga a someternos a la ciirec-
r35
ción suprema y nos arroja en brazos de la religión, la
cual, profundamente comprendida y sentida con intensi-
dad, constituye Io más elevado, lo último que el hombre
puede alcanzar.
Al ilegar a este punto en que la reflexión se detiene,
hemos de hacer punto final en nuestro estudio, a fin de
que la nota que hemos emitido resuene suave, pero persis-
tentemente en las aimas sensibles y despierte en ellas
sonidos armónicos, que acompañándose y respondiéndose
mútuamente embellezcan y santifiquen ia vida sorda"y sin
resonancia. De todo lo clicho se desprende claramente
que todas las aspiraciones, morales e intelectuales, la
lilosofía, el arte, la moral, la cultura social y la preven-
ción psíquica, todas tienden, voluntaria o involuntaria-
mente, a un solo fin, todas van a parar a un solo objeto.
Esta afirmación ha de ser siempre importante para
nosotros como impresión final y no hemos de perderla
nunca de vista; sin embargo, no ha de impedir que, así
en la vida como en la ciencia, nos dediquemos constan-
temente a Ia especialidacl, que cultivemos amorosamente
el círculo reducido del detalle, que, como el labrador,
trabajemos siempre en el mismo campo, pequeño, pero
fértil, porque cacla hombre sólo puede atender a lo suyo,
y al fin y al cabo todas ias pequeñas esferas conciértanse
por sí mismas en aquel movimiento y en aquella armonía
universales que representan la imagen y la idea cle un
rnundo. In singu,lis et minimis salus mundi.
Si quisiera extender mis consideraciones a todos los
irrclenes rle cosas, forzosamentetendria que incurrir en
repeticiones; por esto prefiero dejar algo al criterio del
136
l
t
I
t
lec¡o¡'. para que Io desenvt¡elva y rlesarrolle,
indic:indole
irnicamente como comentario a este capitulo
aquel libro
que parece escrito por Ia religión, la verdad Ia natu-
_v
raleza mismas: Ios pensantientos de lIarco Aurelio.
En
el resto cle la presente obra concretaremos la parte prác-
tica de nuestros resultados en unas cuantas máximas, la
mitad de las cuales tienen cle seguro bastante apiicación,
tal vez demasiada, en la vida del autor y cle los lectores.
137
C¡píruro DuooÉcrlro
RESUN,fEN
Sé dueíto de ti ntis¡no y conserüa el buen hu¡nor
en los días próspeios y en los adt,ersos.
N{.lnco -{unrI-ro.
r39
biiidad de tal dominio. Los teóricos podrán tratar cle de-
mostrar esta posibilidad esforzándose en hacer ver cómo
se explican tales misterios, pero a nosotros nos parece
más práctico probarla por medio de la realidad, hacieldo
constar históricamente que tales milagros de la vidh se
realizan a nuestros ojos.
A los ejemplos que dejamos citados en el curso de
esta obra pueden añadirse otros muchos, algunos de los
cuales vamos a consignar a {in de robustecer de un modo
definitivo nuestras afirmaciones, l\{ead refiere que una
señorita, después de padecer durante largo tiempo de
hidropesia abdominal complicada, con un marasmo de
las articulaciones, es decir, aquejada de un mal real, no
imaginario, se curó fijando sus pensamientos con volun-
tad fir-rne en un solo objeto. Cuenta también de otra
que en el periodo más aflictivo de la tisis se vio libre de
los más tristes síntomas de esta enfermedad echando una
violenta ojeada retrospectiva a una existencia que al pa-
recer había de ser para ella causa de eterno arrepenti-
t
miento.
De un verdadero triunfo de la sabidurÍa, que difícii-
mente podríamos lograr nosotros hombres prácticos, nos
ofrece elocuente testimonio Conring, el cual, por el placer
cle conversar con Meibon, vióse curado de unas tercianas.
Estos resultados pueden ser atribuídos a la casualidad
y no al poder de la previsión humana; pero en cambio,
en la inapreciable obra de M. Herz sobre el vértigo en-
contramos multitud de ejemplos, en los cuales un éxito
no menos brillante que aquéllos coronó los designios del
sabio médico. Cuando, al principio de este libro, llegué
140
]iasta el extremo de reconocer al espíritu un derecho,
por lo menos mediato, de fallar sobre la vida y la muerte,
fue porque me acoldé de un caso que tiene algo de las
más ma¡avillosas narraciones por la imaginación conc€-
,bidas
y que ha sido referido por el doctor Chevne en
los Anuarios de Medicina del Estado Austríaco (XIV, 4).
El coronel Townshend podía, cuando se lo proponia,
echarse y no dar la menor señal de vicla; el doctor Cheyne
tomaba su mano, ysentía cómo el pulso debilitaba len-
tamente y veía cómo un espejo puesto delante de la boca
de arlrrél iro se empañaba en Io nrás urinirno. .\ tal plr¡rto
llegó la cosa que el doctor acabó por creer que la broma
se habia convertido en terrible verdad. Pero al cabo de
medie hora se reanucló el movimiento, el pulso y los Ia-
tidos del corazón fuéronse poco a poco levantando, y el
coronel no tardó en platicar cle nuevo con su médico como
si natla hubiese pasaclo.
NIas pongamosfin a las clemostraciones y recapitulemos,
Cuando el hombre, en lo más íntimo de su ser, se ha
educado y acostumbrado a creer en ei poder dei espiritu,
io que tiene que hacer es objetivarse, tarea muchísimo
más dilicil de lo que se pudiera imaginar. El que está
siempre en acecho, por lo que a su estado de salud se
refiere, se convierte en verdugo de sí mismo cuando no
se vlrelve imbécil; el que en absoluto no se cuida de sí
mismo nunca llegará a dominarse a si propio. Lo que
en es[e punto se requiere es aquella serena contempla-
ción clel propio yo, sin egoísmo ni indiferencia, que es
el ahna de la protlucción artística, la verdadera substan-
l4l
cia en toda filosofía verdadera y el resultado bello de
una existencia legítimamente moral.
Si nos examinamos desapasionadamente, no movidos
por ese perezoso pesimismo que denominamos casi sistema
o ciencia, sino impulsados por nuestra actividad, distin-
guimos en nosotros algo que percibe imágenes y senti-
mientos, algo que quiere y algo que piensa. Siguiendo
estas huellas hemos encontrado principios fundamentales
de gran trascendencia: dirijamos la fantasía a io bello
y agradable; nutramos el sentimiento con 1o grande y
alegre; edúquense sentimiento y Iantasía haciendo que
se interesen por el arte; robustezcamos purifiquemos, en-
noblezcamos nuestra voluntad y enderecémosla a nuestro
propio yo, fonnémosla mediante una moral sana y ver-
dadera. El dominio cle si mismo, tal es la eterna y ele-
vada doctrina que preclican al hombre 1a vida, el cleber
y la higiene del alma; su palanca más poderosa es Ia
palabla que el hombre se da a sí rnismo eii 1o más recón-
dito de su alma de perseverar en Io justo y en 1o clara-
mente conocido.
El que quiera conserval' el espiritu, y por consiguiente,
el cuerpo sano, es preciso que en un momento de seria
reflexión se haga el firme propósito cr,e dominarse y que
permallezca durante torla su vida fiel a esta regla cle con-
clucta; y auirque al principio tenga algunas recaídas, que
ciertamente las tendrá, la resoh-rción enérgica, <le continuo
renovada, ejercita y robustece la facultad de querer y
acaba por conseguir una victoria segura. Conviene, pues,
que el hombre se recuerde a sí mismo esa palabra de
lhonor que se ha dado en su conciencia cie ajustarse a
t+2
ias leyes de la moral, sin vacilaciones, sin apelación, de
una manera categórica.
Opóngase a la indecisión este nuevo yo por él mismo
oeado; y a la distracción, a ese clesdichado desvio del alma,
la concentración; al nralhumor, causa de las enlermedades
rrorales, una decisión vigorosa. El que es hijo de la
costumbre que se aparte "de esa nodriza de toclo el mun-
clo", y e) que es veleidoso que aprenda a acostumbrarse
a 1o justo. Esforcémonos por desenvolver en nosotros la
fuerza clel pensamiento; dirijamos nuestra inteligencia a
nuestro propio yo, y lo que ratándose de la vch¡ntacl era
clominio, será conocimiento de nosotros mismos. Edúque-
se también esa parte del hombre por medio de la ciencia
la ciencia viva, a elevarse, por meilio del
velclaclera, cie
estudio de los seres creados, al conocimiento clel Ser
Suprerno.
El suprerlro conoci¡liento, al enseñarnos a uegar la
iroción cle nuestro yo en Ia iclea de uu todo, nos empuje
hacia la religión, en cuyo seno participamos cle aquella
sensación de un completo y general renunciamiento, úni-
ca fuente cle una alegría interna permanente, del mismo
modo que ésta lo es de un estado sano. Só1o aquel que
se ha hecho pequeño ante si mismo, puede sentir v
conseguir lo grancle: repitan, pues, todos la hermosa or¿r-
ción que picie "un corazón puro y elevarlos pensamien-
tos". La üanquilidaC, así interior coDlo e>;terior, es el
primer remeclio imprescindible en tocios los males huma-
nos, tanto en los del cuerpo cuanto en los del espíritu,
relledio que en la mayoría de los casos por si solo cura,
que en los clemás constituye auxiliar poderoso de los
143
¡l
otros qrre pue(ian emplearse, y qlle en toclos resulta de
valor inapreciable como medida profiiáctica.
Esta tranquiliclad nace del espiritu, y de todos los estlr-
dios y ciencias ninguno mejor ¡rara producirla que el
estudio de Ia naturaleza, mucho más conveuiente, desde
el punto de vista cle la higiene del alma, que el de la
historia, estuclio a menudo reft'actario y aun peligroso
para los caracteres delicados, que tantos tlolores y tan
apasionada excitación nos causa cuando sobre ella refle-
xionarnos. Procúrrese contt'abalancear aquello qlle se siellte
dentro de uuo mismo colno femperamento, mediante una
actividad dirigida en sentido contrario, o poniendo al
temperamento activo una actividacl intelectual y al tern-
peramento pasivo una actividacl práctica.
No queramos matar las pasiones, Pues con ellas mata-
ríamos ios misteriosos gérmenes y 1as fuerzas impulsivas
de la vicia, sepamos, por el contrario, compensarlas tecí-
proc¡nlenie, moderarlas, dominarlas, haciendo que las
activas prevalezcan y relegando a irltimo térmirlo las de-
primentes. Que el valor, la alegría v la esperanza consti-
tuvan la triniclad que no pierda nunca el hombre de
vista. Eclúquese éste a sí mismo concordando y dirigiendo
sus inclinaciones, pues por meclio de inclinaciones nos
educa la Divinidacl. Y ¿qué es la higiette clel alma, sino
una eclucación del cuerpo por ésta? Aquella concordancia
se obtiene mediante el carnbio de estaclos que corresponde
a la ley de oscilación de nuestra existencia y que consti-
tuye el principio fundamental de la higiene del ahna.
Como el pintor sus colores, sabe el sabio atenuar y relres-
car u¡los con otros el placer v ei dolor, la tensión y el des-
r44
.anso, el pensamiento y la locura (clulce est desipere in
l,,tcc) 1' diIícilmente sentirá los electos ponzoñosos de las
enfermedades del espíritu, esto es, fácilmente se librará de
los sufrimientos morales aquel que en sLl tratamiento pro-
{iláctico ha llegado hasta el punto de llamar a sí, en de-
terminados momentos, las reflexiones serias y los recuer-
clos dolorosos de la inquietud misma. Ahora seria ocasión
oportuna de ocuparnos de aquellas oscilaciones a que está
sujeta nuestra existencia corporal por virtud de nuestra
conexión con el universo, por la sLlcesión cle los días y
de las horas: [éngase, pues, en cuenta qué disposiciones
de ánimo producen y exigen Ia mairana, el mediodía y
la tarde. Y esto, que en tesis general clecimos, basta a
nuestro objeto, porque cleja en el ánimo clel lector un
saludable estímulo para desarrollar por sí mismo la cou-
sideración apunta<la.
Por último, al que ha sido vencido por el terrible
demonio de la hipocondría, sólo podemos clarle Lln corl-
sejo que vamos a repetir una vez más: que aparte su
sombria mirada de las pequeñeces del afligido y ator-
mentado yo y la dirija al espectáculo infinito de la hu-
maniclad que padece y que goza; y que en su interés por
el todo halle consuelo a su dolor o por lo menos se
haga digno de la compasión de los demás. Tarea es ésta
que los gratrcles movimientos evolutivos de 1a época actual
facilitan y aun convierten en deber sagrado para Ios que
quieren ser dignos de su tiempo. Tarea más fácil de 1o
que pueda parecer al estragado egoísta esclavo de la
costumbre. Porque ¿acaso no sentimos, según expresión
115
4--
de un delicioso poeta y médico, nuestro propio estado
cuando sentimos el de otro?
En suma: en la magnificencia de la naturaleza, que
eternamente se renueva y que a todo da vida, puede el
desgraciado descubrir y aprender a preParar el bálsamo
que a todas las üiaturas es dado Procurarse, y en el
conjunto de caracteres y destinos humanos puede hallar
la medida que a su propio ser le ha sido, desde su
origen, clestinada. Y cuando esto haya conseguido, que
rno aspire a ser otra cosa que é1 mismo y a con§ervarse
como tal viviendo en la pureza y en la verdad, como Pa-
labra directamente emanada de Dios y por nadie falseada.
Porque salud no es más que belleza, moralidad, verdad.
Véase cómo hemos terminado con lo mismo que nos
sirvió de punto de partida; cómo hemos recorrido en el
campo de nuestro estudio la órbita del procedimiento
refiexivo humano. El sentimiento vivificante, la confian-
za y claridad íntimas con que hemos escrito este libro
tean la bendición que le acompañe para que viva próspe-
ramente y produzca los más hermosos resultados'
146
MAXIMAS Y PENSANfIENTOS
Condo et compone?, quo ,nox d.epromere possim.
Guardo y pongo en orden Io que luego podré
utilizar.
Honecro
I
Las obras de los escritores, novelas y obras dramáticas,
tienen sobre los iibros puramente didácti cos la uentaja
de no decirlo totlo, lo que produce aburrimiento. Pero
lo mismo estimulan asi al lector, ante quien plantean un
problema, para que haga sobre el asunto consideraciones
propias. Si en las anteriores páeinas hemos lastidiado a
los que nos han leido, en las siguientes imaginamos par-
ticipar de Ia ventaja que, como decimos, alcanzan las pro-
ducciones de los escritores, porque las reflexiones hechas
en forma de aforismos más bien excitan que satisfacen,
más bien impulsan que dan.
II
La aida siembra por tdas partes problemas y para los
hombres observadores principios fundamentales (en sim-
bolos): Io propio hacen los buenos libros y las personas
de experiencia. En todas parte debemos, pues, observar
r47
atentamente de donde hemos de esperar el reposo y el for-
talecimiento. Lo que de este modo nos asimilamos, cuando
encontramos 1o que nos es más conveniente y lo conver-
timos en algo nuestro, es propiedad nuestra, tanto como
aquello que creemos haber inventado, pues ei hombre no
puede inventar nada, y al pensar no hace sino confirmar
la ley del pensamiento que rige en él como en todos.
La atmósfera de la verdad le envuelve y en ella aspira
y expira el aire que da vida a su inteligencia.
III
En este sentido puede aplicarse perfectamente y con
fruto a todo aquel que en nuestra tarea se ocupa, Ia frase
de Goethe: "[Jna conciencia excesivamente delicada, a]
€xagerar el valor del propio yo, puede engendrar la hipo-
óondria si no se halla compensada por una gran acti-
tidad".
IV
También pueden aplicársele estas otras palabras de un
escritor alemán: "El que quiera conservar completamente
'§anos su espiritu y su cuerpo ha de interesarse desde
muy joven en las c¿¿esriones generales de la humanidad."
V
Hemos de trabajar pata conseguir un equilibrio con lo
que está fuera de nosotros y con io que existe en nuestro
interior. Este equilibrio, en cuanto puede lograrse por la
voluntad, es, respecto de Ia vida orgánica, templanza,
148
con relación a la vida irritable o irritabilidad, oscilación
entre descanso y movimiento, y por lo que toca a la
vida sensitiva, satisfacción. En esto estriba nuestra ley.
VI
Sólo ai hombre de espiritu vigoroso y de moral per-
Iectamente educada le es dado mantener dentro de sí
mismo cterta apacible calma que aún en los momentos
y épocas agitadas, ofrece, cual otro punto de apoyo de
Arquímedes, asilo a la reflexión: esta calma da al yo
por compañero el pensamiento, que es la verdadera feli-
cidad del hombre.
VII
El estado pasiao (las pasiones) poclría toierarse si fuese
siquiera comensurable (si pucliésemos medirlas).
VIII
Me he observado a mí mismo a menudo y profunda-
mente y he encontrado que, hasta en las cabezas menos
despejadas el pensamiento es puro y libre como aigo que
acosado desde fuera se retira por ser infinitamente invio-
lable, es decir, huye cuando se le apura demasiado. Pero
entonces únicamente su acción se halla impedida: no
puede, por decirlo asi, ser sentido.
IX
Hay pensamientos que enfrían como ]os hay que abra-
san: la relación entre unos y otros no es la misma que
119
exisfe entre los tristes y alegres, puesto que pueden
coexistir.
x
"La duda, el más pusilánime de los sentimientos, se
resuelve por la desesperación, que a menudo es un ver-
dadero remedio."
IX
Hay momentos, momentos felices, de los cuales puecle
decirse que en ellos e/ cue\po se ha sometido al espíritu
hasta el punto de olvidarse de sus necesidades. EI libre
impulso de nuestras energias corre como un mar entre
una región visible y otra invisible. I
XII
"La naturaleza curd las mismas heridas que produce;
pero cuando el hombre atenta contra sí mismo, ¿debe
aquélla, como la madre del niño mal acostumbrado, hacer-
le más orgulloso con su compasión? Esa fanquilidad, ese
arroyo que §erpentea apacible, ese bosque silencioso, ese
firmamento azulado, esa armonía general de Ia belleza
eterna ¿no son bálsamos bastante para tu alma?"
r50
¿Y no es más noble y más natural extinguir la pequeña
disonancia del yo ante el armónico acorde, gue destruir
éste con la acentuación de aquélla?
XIII
¿Un arte para prolongar la existencia?. . . Enseñad más
bien al que ha aprendido a conocer la vida el arte de
soportarla.
XIV
"Todo el secreto para prolongar la existencia consiste
en no acortarla."
XV
Tres cosas hay que tener en cuenta respecto de la acti-
vidad, si se quiere que ésta sea fuente de felicidad:
l. Ha de contenerse dentro de justos limites, "ejer-
citándose sin descanso, pero también sin precipitación".
2. Ha de ocuparse con afición del objeto convenienre
en la hora oportuna, no inuita Minetva.
3. Ha de alternar con el descanso y ha de variar de
objetos. La naturaleza del humano espíritu es de tal
índole que las más de las veces reparamos mejor nues-
tras fuerzas con la variación que con el reposo mismo.
XVI
Fácilmente se observa que la noción de la vida que
hace la apoteosis del placer produce menos goces gue
151
aquella otra que en§eña a apreciarlo con me§ura y a e§ti-
mar, en consecuencia, aún los placeres insignificantes:
la primera es causa de esa saciedad de Ia vida que sólo
la segunda pu€de curar.
XVII
Para ]os verdaderos hombres el co¡rsuelo no es saludable
porque debilita. Su verdadero consuelo es el deber. El
ansia de 1o infinito es desconocitniento de lo finito;
dolerse de ser mal conociclo es desconocer el lin del l-rom-
bre, que no está fuera de é1. Los padecimientos del alma
no son con harta frecuencia sit'ro castigos, es decir, con-
secuencias naturales de sentimientos contrarios a la na-
turaleza,
XVIII
Si algr.rnos honlbres ilustrados prescinden de la activi-
dad espiritual, débese esto a que se atienen a aquel punto
de vista superficial en virtud del cual todo lo que vive,
tvive por algo que está fuera de é1. Así se ha hecho de
la vida una nada abstracta que una escuela médica ha
denominado irritabilidad. Sin embargo, la vida ob¡a de
.<Jentro a fuera. l'Iens agitat molem.
xIx
Lo que corporalmente hacemos para vivir, o sea asimi-
lar y expeler, inspirar y expirar, debemos hacerlo también
espiritualmente. La vida interior ha de ser una sístole
t52
y una diástole r¡ para conservarse sana. Apenas nos
dilatamos, aprendemos, gozamos, obramos, salimos y nos
manifestamos, y ya el eter,no pulso del destino nos empuja
de nuevo dentro de nosoros mismos y nos obliga a con-
centrar todas nuestras energías en un solo punto para
desde alli anegarlas de nuevo en el espacio. El que siem-
pre se dilata s¿ disuelue; el que siempre se concenff?
dentro de si mismo se petrifica.
xx
Observar siempre, pensar siempre, aprender siernpre;
en esto estriba la parte que tomamos en la ueidr¿, arro .t
1o que mantiene la corriente de nuestra existencia y nos
preserva de la putrefacción. Y del mismo modo que
del "amar y del errar" puede deci¡se: "el que no trabaja,
el que no estudia, que deje que lo entierren".
xxI
O what a noble mind,is here ouertl¿t'oun! tB No conoz-
co clolor moral más profundo que el que expresan estas
palabras. ¡La negación de lo eterno! ¡No esperar nada
más! Y sin embargo, ningún dolor nos olrece con más
frecuencia esta nuestra época. ¡Ojalá que las naturale-
zas buenas y delicadas pudieran desenvolver dentro de
sí aquel vigor material que tan indispensable es ahora
en la lucha contl'a las potencias terrbnales!
t5J
XXII
La paciencia ha sido destinada a servir de apoyo al
débil; la impaciencia es a menudo causa de la ruina del
fuerte.
XXIII
¡La paciencia, hermana de la esperanza, bálsamo be-
néfico que sana las almas, admirable fuerza comu,nicada
a la voluntad del que no quiere, que obra por la pasi-
vidacl! ¿Qué enfermo no ha sentido la acción de tus en-
cantos cuando ha sabido, en un momento dichoso, evo-
carte? ¿Qué médico no sabe que los paroxismos de la
fiebre desaparecen a tu presencia y se recrudecen cuando
te separas del lecho del que sufre; que ayudas a reprimir
los más intensos dolores y a acelerar las curas más difi-
ciles? Tú sola eres fuerte en la debilidad; tú sola eres
la revelación más completa, más delicada, más bella del
alma como fuerza curativa del cuerpo.
XXIV
Hipocondría es egoísmo. Los poetas acostt¡mbrados a
escudriñar las profundidades de su propia conciencia, a
disecar sus sentimientos y sus estados intirnos, a conside-
rarse como el centro del mundo, sucumben en su mayo-
ría ante ese demonio. He conocido a uno de esos hom-
bres, dotado de cualidades tan hermosas como tristes,
que sólo podía librarse momentáneamente de tales tor-
mentos consagrándose al estudio de la historia, es deci¡
interesándose de una ma'nera pura por el r¡niverso todo.
l5{
Esta afición habríale infaliblemente curado por comple-
to, si no hubiese sido ya demasiado tarde para ello.
t
xxv
En el seno de todo hombre duerme un germen horrible
de locura. ¡Luchad con todas vuestras fuerzas serenas y
activas para que no se despierte!
XXVI
El el sombrío y mezquino escepticismo
escepticismo,
del espíritu mundano, es debilidad. El escéptico se ami-
lana cuando encuentra dificultades que el hombre ani-
moso combate con perseverancia y gue sólo la fe puede
esperar vencer. La mitad de los médicos son por punto
li
general escépticos.
rll
l
XXVII
No se trata de entregarse a la apatía; lo que precisa es
encender y mantener vivas las pasiones más puras y más
nobles.
XXVIII
Aférrate a lo bello. De lo bello vive en el hombre lo
bueno, la salud inclusive.
xxlx
La actividad en eI ejercicio de una profesión es la
madre de una conciencia pura y una conciencia pura es
155
la madre de ia tranquilidad. Y sólo en la tranquilidad
crece ia delicada planta dei bienestar terrenal.
xxx
No importa tanto manten€rse siernpre en el pleno
goce de sus facultades intelectuales (¿ quién logra esto
tácilmente?) como consertar la paz del alma y tener algo
que permita levantarla ct¡ando quiera decaer.
xxxl
"El saber da al espiritu una disposición y le quita
otra."
xxxli
A los caracteres atolonclrados oblígueseles a anclar y a
escribir poco a poco; a los indecisos a obrar rápidamente;
a ios que se abisman en sí mismos, a los soñadores, acos-
túmbreseles a tener siempre levantar'la la cabeza, a mirar
de frente a los demás, a hablar en aita voz y tle modo
que se les entienda. Parece increíble, pero yo rriismo he
observado hasta qué punto estos hábitos influyen sobre
el alma y sobre el cuerpo.
XXXIII
No basta considerarse como objeto, sino que, además,
es preciso tratarse como tal.
r56
xxxnv
Busca aquelias compañias que te comr-rniquen vigor,
que te pongan en mejores condiciones cle proseguir la
l:bor de la vida; huye, en cambio, coülo de ia peste de
aquellas otras que dejen en ti un vacío y una detriliCad.
xxxv
Representarnos los sufrimientos como pruebas a que
no§ vemos sometidos, constituye el más hermoso 1' [e-
cundo antropomorfismo: este estudio nos moraliza y nos
cla fuerzas.
xxxvi
I-a naturaleza ha dado al hombre la actividad resuelta
y acornetedora y a la mujer vida e impulsos pasivos.
Ninguna de estas dos leyes pueden ser quebrautada iurpú-
nemente.
xxxvnl
Los libros son anteojos al través de los cuales se estlr-
dia el mundo: los ojos débiles necesitan de ellos para
ayuda y conservación de la vista.
XXXVIII
"No una moral enfermiza sino una moralidad robusta
es para nosotros provechosa".
tb7
xxxlx
"Lo que se espera vigorosamente, se realiza. Es ésto
una máxima algo atrevida, pero que nos proporciona
maravilloso consuelo".
XL
La tisteza proviene de dentro y va minando desde lo
más hondo nuestro organismo: una contrariedad proce-
dente de afuera es el mejor remedio para restablecer el
equilibrio.
XLI
Aun más seguramente pierden su intensiclad la tristeza
interior y el dolor externo, cuando el que los padece
consigue concentrar su atención en un punto determi-
.nado, bien sea por medio de la conversación con un
amigo o de la lectura de un iibro, bien sea merced a los
¡ecuerdos y ai sentimiento del deber. Pero todavla es
más segura la desaparición de aquellos males cuando no
es el mismo paciente sino otra persona quien, sin él
notarlo, imprime a sus ideas la nueva dirección.
XLII
Mediante la rellexión profunda, dice Hippel, acostum-
bramos a nuestra alma a una especie de existencia fuera
del cuerpo: con estas excursiones prepárase aquélla para
otra vida más grande, en la que todos debemos entrar.
158
XLIII
El no sirve para
abstraerse, vulgar-rnente "distraerse",
nada: cuando constantemente me propongo abstraerme
del objeto A o B y no ceso de formularme este propósito
a mí mismo, por este solo hecho precisamente me fijo
en el objeto A o B con lo cual queda frustado mi inten-
to. En cambio, si concentro mi atención en C, aquellos
otros desaparccen ipso facto.
XLIV
lJna cosa sólo es verdaderamente negada cuando se ia
sustituye por otra. Esta es una ley que surte trascenden-
tales efectos, no solamente en punto a la higiene del
alma sino que también en la vida toda. Lo vulgar, lo
malo, Io falso, lo repugnante únicamente son negados
de una manera positiva, cuando se pone en su lugar lo
noble, lo bueno, lo verdadero y lo bello. El que consi-
dera aquellos males como cosas reales y quiere como
tales combatirlos, está perdido: hay que tratarlos como
nada y crear algo.
xLv
Un moderado optimismo, tal como lo engendra una
verdadera filosofía de la vida, entra de lleno en la hi-
giene del alma. El que no está contento del mundo no
lo estará tampoco de sí mismo, y el que está contento de
sí mismo ¿no se verá acaso devorado por el mal humor?
¿podrá, por ventura, conservar la salud del espíritu?
r59
XLVI
No hay ningún hombre que no haya disfrutado en
eu vida de algo bueno inesperado. Ten esto Presente y
rno desesperarás del porvenir. El recuerdo será, corno ha
rlicho un poeta, el que alirnentará la esPerat)za'
XLVII
Hemos de tratarnos a nosotros mismos como Reil, se-
gún se dice, trataba a sus enfermos: los incurabl€s Per-
clÍan la vida, pero la esperanza no.
XLVIII
En la energia estriba Ia posibilidad de resistir como
individuo aislado las fuerzas del universo; y toda la ener-
gía que nosotros podemos a nosotro§ mismos darnos se
basa en la educación intelectual. Energías conforme de-
muesua la experiencia, las hay de diversas clases: indo-
lente (uis inertitae) , tenaz, firme, perseverallte, la que
procede por sacudidas, paciente, delicacla, salvaje, alegre y
además las que reunen varias de estas cualidades'
XLIX
No estar nunca de rnal humor es una exigencia que ni
este libro ni ningún deber puede imponer al hombre'
Las cuerdas de un piano se desafinan con los cambios
atmosféricos y se desafinan Por su propia condición: y
esto es inevitable. Tocar bien en un instrumento a§í, es
en verdad. cosa difícil; y sin embargo, un pianista de ta'
160
,¡l
lento lo consigue durante un buen rato hasta que la
desafinación se ha extendido a todas las cuerdas y el
piano ya no responde.
L
Recientemente he hecho un experimento de gran fuer-
za sobre la influencia que en el curso de las ideas ejerce
¡la luz del día. La lámpara que clurante la noche arde
en mi dormitorio despedía mucha claridad: desperté, y
no supe qué hora era; entonces se apoderaron de mi fan-
tasía las imágenes que de noche suelen asaltarnos, graves
en su mayor parte y algunas hasta sombrías. Pero en
aquel momento dio el reloj las cinco y hube entonces de
comprender que la claridad que creía provenir de la
lámpara no era otra cosa que la luz del dia. Instantánea-
mente cambió la disposición de mi espiritu; aquellos mis-
mos objetos que antes se me aparecieron tétricos, los ví
alegremente iluminados y al punto recobré el valor. Este
cambio me produjo la impresión de una sacudida en el
cerebro.
LI
EI enternecimiento es como la luz roja de una puesta
de sol o como un cristal de dolor, a t¡avés del cual vemos
el mundo más bello, transformado por una varita mágica.
LII
"No sé por qué, pero me inspiraría más horror un ve-
neno negro, que una agua transpalente como ésta", clice
I6i
¡{
en el droma de Clara Gazui una muchacha que, a punto
de envenenarse, contempla una corriente límpida. Esas
palabras contienen para nosotros una lección provechosa.
Ifodo depende de ios colores que piestamos a las cosas
que nos están destinadas.
LIII
En la vida del hombre ha cle haber una aurora: cuando
ésta ha desaparecido, es de día y ya aquélla no necesita
ninguira lámpara. Todo el que merece el nombre de
hombre ha pasado por esta época de nacimiento espiri-
tual y la ha sentido, porque tenía conciencia de sí mis-
mo. Permanecer ocioso sin más tlabajo que irse aclap-
tando a cada uno de los clientes del sistema de ruedas
que nos impulsa, es contra la naturaleza, Yo no soy sola-
mente ceretrro; soy también, ] €n mayor grado, corazón,
mano, pie. Cuando los ojos se han formado perfecta idea
de su objetivo el cuerpo no necesita el auxilio de la
rellexión par-a moverse en el sentido del mismo. Las
rosas brotan y se abren inconscientemente y del mismo
moclo maduran los frutos.
LIV
El vicio capital del hombre la pereza que, en cien
es
formas distintas, destruye nuestro bienestar. En los hom-
bres ilustrados se presenta bajo el disfraz de aquella ma-
nera de considerar el mun<lo, sombria, escéptica que se
Ia quiere llamar filosófica y que podemos denominar
Itantletisn'tc, para calificarla con toda precisión, segírn
r62
podrán apreciar ios que conozcan al personaje de Sha-
kespeare. Es un abandono de si mismo, una enfermerlad
l una muerte voluntarias. La propia excitación a la acti-
r iciacl es salud y es vida.
LV
Si todo lo pudiese la inteligencia no poseeriamos la
facultacl de sentir ni la de imaginar.
LVI
Ei cuerpo y eI alma se endurecen y se templan con las
violentas alternativas de hielo y calor, de alegría y de
tormento. Asi cria la naturaleza a sus más hermosos hi-
jos; así procede la poesía, por meclio de la vercladera
catarsis.
LVII
La ciencia no puede infundirnos interés alguno por 1a
vida, puesto que más bien nos la muestra en su nulidad.
La fantasía y el sentimiento, en cambio, hacen que nos
interesemos por los efímeros fenómenos de Ia misma y
con ello nos dan Ia dicha. Desde este punto de vista el
arte es un esfuerzo más sano que la filosofia.
LVIII
Una idea no llena al hombre, no le hace obrar, no le
calma: todo esto sólo lo consigue el sentimiento, ese no
sé qué que no puede designarse con un nombre, pero qlre
163
poclemos apreciar en los demás y aprender y ejercitar en
nosotros mismos. De las poesías de Hafisen se ha dicho
con razdn que vivifican tan maravillosamente, no por el
sentido de las palabras, sino por la placidez que de ellas
se desprende y que envuelv€ a cuantos las leen.
LIX
Ninguna defensa mejor contra el terrible espectro de
Ia vejez y contra la osificación de nuestro s€r que le pre-
cede o le acompaña, que un alegre escepticismo, no de
üas verdades eternas, sino de nosotros mismos. Vivir siem-
,pre alerta contra el exclusivismo del propio individuo,
he aquí la juventud eterna.
LX
Un hombre apto debe estar siempre ocupado en una
obra adecuada, en una tarea gue exija Ia cooperación
de todas sus energías. Esta vida no es otra cosa que una
tensión más o menos violenta: cualquier relajamiento
significa enfermar y morir.
LXI
El escribir, aun cuando no se piense en dar a la im-
prenta 1o que se €scribe, es un buen medio higiénico cle
vigorización, clel cual puede servirse casi todo el mundo
en nuestra época de excesiva cultura. Para librarse de
un pensamiento doloroso o de un sentimiento molesto,
lo mejor es escribirlo claramente, exponerlo en toda su
164
pureza: con ello cesa el espasmos del alma y se evita Ia
recaída.
LXII
La filosofía que se dedica al estudio exclusivo de la
muerte es una falsa fiiosofia; la verdadera es una sabi-
duría de la vida. Para esta última la muerte no existe.
LXIII
La verdadera virtud y el bienestar verdadero se fun-
dan en la dirección que el hombre se da a sí mismo.
LXIV
El que seha ocupado en meditar sobre sus propios es-
tados físico-espirituales, que se pregunte a si mismo si
no ha observado que los sentimientos se acomodan a las
ideas más bien que éstas a quéllos.
LXV
La pasión es el verdadero estado pasivo; la vida sensata
es la verdadera actividad, pues con aquélla nuestro ser
intimo es paciente y con ésta es agente. Cuanto más la
actividad se convierte en costumbre, en elemento, tanto
más nos defiende contra la pasividad. La pasividad nos
deprime, la actividad nos eleva y la elevación nos da
vida, al paso que falta parcial o total de la misma cons-
tituye la enfermedad y ia muerte.
165
LXVI
Los defectos de los primeros años, asi los físicos como
Ios morales, dejan sentir su influencia en los posteriores
'periodos de la vida. Lo mismo sucede con las virtudes
adquiridas en edad temprana.
LXVII
Debo querer y quiero deber: el que ha comprendido
bien lo uno y ha aprendido a ejercitar 1o otro, conoce
toda Ia higiene del alma.
LXVIII
El que quiera conservarse sano y llegar hasta muy lejos
ha de saber tener oportunidad. El aislamiento es muy
saludable, pero estando en sociedad no se ha de querer
estar aislado.
LXIX
"¡Si se pudiesen juntar la elasticidad de la juventud
y Ia maclurez de la ancianidacl, estariamos salvadosl" Tra-
baja por conservar la primera, pues como la seguncla vie'
ne por si sola, llegará un día en que tu deseo se verá
cumplido.
LXX
El que dedica todas sus fuerzas a conseguir una cosa
la consigue, porque el deseo arcliente no es más que la
expresión de aquello que es conforme con nuestro ser.
166
El que llama a una puerta logra que le abran: la vida nos
olrece diariamente ejemplos de ello en aventureros, en
ricos, en hombres ansiosos cle gloria y en agentes de aspi-
raciones nobles. ¿Por qué no ha de ser 10 mismo tratán-
close de la salud?
lr
i
LXXI
En la primera época de nuestra concie¡rcia del yo hemos
de sacrificar nuestro ardor juvenil y la frescura de nues-
tros sentimientos; pero sólo aparentemente y por un
tiempo determinado para que más tarde podamos aco-
gerlos cle nuevo, afirmados uno y otra sobre bases sóli-
das merced al conocimiento y a la experiencia.
LXXII
Si se te prepara algún dolor o si ,va lo sufres, considera
que apartanclo los ojos de él no lo destruyes. Nfírale, por
el contrario, frente a frente como un objeto de tu estuclio
hasta ver claramente si debes dejarlo donde está o si has
de cuidarlo algo y utilizarte de é1. Es preciso dominar
por completo una cosa antes de poder despreciarla. Aque-
Ilo que se deja a un lado sin hacer de ello caso, vuelve
a importunarnos con mayor tenacidad. Só1o la luz del
dia disipa los fantasmas nocturnos, porque los ilumina.
LXXIII
La educación intelectual es necesaria, no para que la
voluntad obre, sino para que obre con lucidez. Mientras
el hombre está ocupado en educar su propio yo y antes
167
de dar por terminada esta tarea, es preciso que sea apto
para fomentar su propio bíenestar despertando todas sus
energías. La inteligencia está muy encima de la voluntad,
pero ésta debe ser educada antes que aquélla para qrie
pueda desempeñar sus mandatos.
LXXIV
Sin embargo, me dirás, yo no puedo qu€rel sin querer
algo, y este algo he de saberlo antes. Perfectamente;
pero para saber este algo no es preciso entenderlo. Sabes
1o que quieres en general; pero en sentido estricto las
¡nás de las veces no lo sabes. No hay noción sin expe-
riencia, externa o interna; y en cambio hay experiencias
anteriores a las nociones y por consiguiente sin éstas.
LXXV
El vacío del alma, por lo mismo que es una negación,
no puede propiamente sentirse. Algunas veces, no obs-
tante, ese vacío se condensa y entonces nace el sentimien-
to del mismo. Este es el principio de la curación, por-
que el esfuerzo llega a hacerse necesidad.
LXXVI
"El alma de los que son excesivamente ricos, cuyo
espiritu inculto no comprende el gran arte de vivir di
chosamente empleando noblemente sus riquezas, ni co-
noce ninguna ocupación noble, se agota en el placer y en
el deseo y suspira vagamente por objetos que puedan opo-
ner suficiente resistencia a su actividad".
168
LXXVII
Así como en el ojo del hombre hay un punro que no
ve, así también hay en el alma humana un punto obscuro
en donde se encierra el germen de todo aquello que
Cesde fuera puede destruirnos. Importa, pues, restringir
a toda costa €ste punto por medio de la lucidez, del buen
i'¡t¡mor y de la moralidad, a fin de que sea invisible mien-
tras vivamos. Si en vez de obrar así, se le consiente que
se ensanche, no tardará en agrandarse; entonces se pro-
vectará sobre nuestras almas una sombra y las tinieblas
de Ia locura acabarán por envolvernos completamente.
LXXVIII
Pero hay también en nuestra alma un punto luminoso,
un rinconcito muy hondo, muy escondido, en donde
residen la calma y la claridad y en donde no logran pe-
neffar las tempestades ni los poderes nocturnos. Allí po-
demos y debemos refugiarnos; allí podemos y debemos
vivir como en nuestra verdadera patria. Este punto po-
demos y debemos procurar salvarlo, conservarlo y ensan-
charlo. Hasta la locura, como dijo Richter, respecta en
el alma este punto eternamente luminoso,
LXXIX
I
I
No seha determinado aún en qué grado de perturba-
ción del alma empieza la locura.
169
LXXX
La energía ha sido confundida con sobrada frecuencia
con el sentido: éste, que se desarrolla con la delicadeza
enfermiza, es objeto de especial cultivo en nuestros tiem-
pos; en cambio aquélla que es el germen de la salud, está
completamente descuidada. Tenemos senticlo para todo,
pero no tenemos energía para nada.
LXXXI
"Aunque la refiexión se empeñe en demostrarnos que
no existe, nunca lograremos suprimir el dualismo del ser
humano. Por esto estimamos preferible no contrariarlo
y gozat de las horas serenas en las cuales presentimos una
suprema unidad de acción o de amor."
LXXXII
El hombre puede, con el tiempo, vencer todas las situa-
ciones, sea por medio de Ia inteligencia, sea, criando esto
¡esulte imposible, por la asimilación, clel mismo modo
que el organismo se acostumbra a los venenos.
LXXXIII
"Sólo en el silencio de la meclitación germinan y cre-
cen los recuerdos. La mejor manera de conseguir que un
objeto nos sea indiferente consiste en hablarnos nosotros
mismos de él continuamente a fin de que no sintamos el
deseo de pensar en él en la soledad."
170
A
LXXXIV
El hombre puede también mantenerse en un estaclo
sano, sabiendo apreciar y desenvolver las ventajas que ca-
da edad trae consigo: la frescu¡a y la vigorosa inconscien-
cia de la juventud, la prudente moderación de Ia vitalidad
y el tranquilo examen de la vejez. La reflexión lenta
hace enfermar al joven y la vehemencia propia de la
juventud al anciano. La naturaleza bondadosa ha dado
a cacla periodo de la vida sus flores y sus frutos especia-
les.
LXXXV
De igual modo es saludable una atención constante ya
agradecida sobre los millones de placeres inadverticlos v
siempre ¡enovados que nos ofrece e] curso de las horas.
¡Cuántas sensaciones agradables desprecia diariamente el
hombre €n su necia indiferencia, sensaciones que, de
experimentarlas, le proporcionarÍa un constante bienes-
tar! Hombres de clara inteligencia y de sensibilidacl deli-
cada se han hecho a menudo esta reflexión. Es preciso
aprender, como Richter, a colocar en el platillo de 1a
balanza todo éxito, todo logro, toda consecución de un
objeto deseado; como aprendió Goethe a estimar a la na-
turaleza que a cacla soplo infunde nueva vida; como apren-
dió Hólderlin a bendecir la dicha de pocler clisfrutar del
sol; como aprendió Hippel a considerar los dias como
otros tantos beneficios a que no tenemos ningún derecho.
r7l
LXXXVI
Un egoísmo puro y noble es indispensable para con-
y sano. El que no trabaja y ama y vive
servarse alegre
por amor y agradecimiento a sí mismo lo pasará mal,
porque raras veces o nunca llega hasta nosotros de§.de
fuera, es decir, de los demás, una satisfacción pura. To-
dos los actos del hombre producen infaliblemente sus
frutos, buenos o malos, y ellos mismos los nutren.
LXXXVII
El alma humana no puede dejar de reconocer que su
ielicidad sólo consiste, en último término, en ensanchar
su esencia y patrimonio más intimos. Cualquier homb¡e
ilustrado que se pregunte cuándo se ha sentido verdade-
ramente feliz, habrá de contestarse necesariamente que
en aquella época hermosa cle desarrollo juvenil, porque
en ella cada día abríanse a su espíritu nuevos mundos y
nuevas esferas dei pensamiento. A medida que se ayanza
en la existencia, los goces hácense más raros: Ios conoci-
mientos terrenales tienen, al fin y al cabo, límites visibles
v por esta razón el anciano más experto, al llegar a las
postrimerías de su vida, ¿qué otro sostén, qué otra dicha
puede encontrar que Ia perspectiva que más allá de aqué-
llos se Ie ofrecen?
LXXXVIII
El signo característico para distinguir al homb¡e vulgar
del hombre superior, es el siguiente: ei primero sólo en-
cuentra Ia felicidad olvidándose de sí mismo, mientras
172
que el segundo encuéntrala tan sólo cuando a sí mismo
vuelve; aquél es feliz cuando se pierde, éste cuando se
Posee.
LXXXTX
Cuando veas a tu alma enferma y falta de guía, cuando
sientas inquietudes y dudas, busca el trato social: alli una
palabra dicha al azar ha iluminado muchas veces como
un relámpago las noches más tenebrosas.
XC
Algunas veces te cuesta soportar aún a las personas más
allegadas y para ti más queridas. Pues ten la seguridad
de que a ellas les sucede lo propio contigo. Piensa bien
y a menudo en esto; no hay medio profiláctico mejor .
XCI
Nuestro objeto es dar al espíritu, en 1o general, la di-
rección sana y verdadera y proporcionarle en estas pági-
nas, ensanchándolo y libertándolo con nuestras conside-
raciones, un r€curso gue, tantas cuantas veces se adopte,
dejará siempre sentir, más o menos intensamente, su
fuerza saludable y estimulante.
XCII
Demostrar minuciosamente toda la influencia que la
voluntad puede ejercer en las Iunciones y en los estados
más comunes y vulgares de la vida corporal, sería pedan-
173
¡,.[
teria y lejos de favorecerlos haría fracasar nuestros pro-
pósitos.
XCIII
Los médicos observadores consignan en sus obras que
Ia cólera influye en el sistema bilioso de tal modo que
en ias deposiciones o en los vómitos encuéntrase la bilis
en gran cantidad o alterada, como cuando se toma un
emético. Dicen también que el terror influye en los
nervios que se dirigen al corazón o a los grandes vasos,
etc.; que el miedo y el odio producen enfriamiento; y la
aiegría y la inquietud calor; que Ia espera, así de cosas
alegres como de cosas tristes, es causa de palpitaciones;
que la repugnancia y el asco ocasionan síncopes y que la
risa y el llanto son <lisposiciones adoptadas por la previ-
sora naturaleza para nuestro bienestar físico, siendo el
Ilanto a menudo una verdadera crisis de muchos y com-
plicados sufrimientos. Los estornudos, los bostezos, los
suspiros están sometidos a nuestro poder, por Io menos
negativamente. P€ro lo más delicado, 1o más notable, y
al mismo tiempo lo más común en tdas estas acciones,
apenas puede expresarse con palabras; sin embargo, con
gran sorpresa suya la sentirá todo aquel que quiera in.
tentar con llerseverancia la experimentación práctica de
lo que hernos dicho acerca del poder del propósito sobre
el cuerpo.
XCIV
P¡eténdese haber observado que la contemplación de
lo bello, como el color verde cle los prados o el azul in-
174
tenso del firmamento, ejerce una influencia saludable
sobre el órgano de la visión.
XCV
La hipocondria y el histerismo eran males ignorados
por los antiguos. Procuremos ser como ellos fuen:on, no-
bles como los griegos, fuertes cuai los romanos y tal vez
volverán a ser (lesconocidas aquellas enfermedades.
XCVI
La hipocondría consiste, no sólo en imaginarse un mal
que no se tiene, sino que también en observar con aten-
ción males que realmente se padecen.
XCVII
Los que tienen un alma enferma debieran consignar
en su dietario únicamente aquellos pensamientos que les
proporcionan consuelo y que hacen surgir ante su espí-
ritu cuadros risueños, a fin de poder tenerlos presentes
en las horas de tristeza. De esta suerte el libro podría
representar el papel de un amigo, que es para tales en-
fermos tan necesario, por lo menos, como un médico.
XCVIII
Al prescribir un régimen para el alma, es preciso apre-
ciar y tomar muy en cuenta la edad, porque cada periodo
de la vida humana tiene en punto a deseos y a cleberes
su ii.leal propio, que no conviene con el clel período si-
\i -c
I
I
XCIX
¿Qué es el pasado? Tú mismo. Nada puedes retener
de él; nada te queda de él más que los gérmenes que en
tu ser ha depositado y que con éste paulatinamente se
desenvuelven y confunden. ¿Qué es el porvenir? Para
ti no es otra cosa que tír mismo. Solamente puede afec-
tarte en cuanto es tu misión imaginártelo como el objeto
de tus esfuerzos. Los ¡ecuerdos y las esperanzas, en cual-
quier otro sentido, no son sino ilusión de un sueño; aban-
donarse a éste es ser sobrado complaciente con el senti-
miento.
17C
¡
t
fl
I
I
CI
Hulelancl cree que la vida matrimonial es la más a
propósito para vivir muchos años; I(ant, por el contrario,
entiencle que es el celibato. Uno y otro invocan la expe-
riencia, aquél citando los ejemplos de mayor longevidad
conocidos, éste haciendo observar el buen aspecto de vie-
jos solterones. La solución del enigma está en que du.
rante la primera mitad de la existencia, el celibato man-
tiene la energía de la vitalidad y en la segunda, o sea en
la decadente, los cuidados domésticos conservan por más
tiempo la vida del ser débil.
üI
La vicia no es ul1 sueño. Conviértese en sueño única-
mente por culpa del hombre, cuya alma no responde al
llamamiento que se le hace para que despierte.
CIII
Alimentar de cuando en cuanclo una disposición cle
¿inimo suave, melancóiica, tiene algo de vivificante como
la contemplación de la luna. Los que tienen el carácter
sombrío y agrio debieran tratar de convertirlo en t¡istc:
hasta las lágrimas derramadas con moderación ser.iar.t
b¿ilsamo que suavizaría las heridas más induradas.
CIV
¿Quión que piense honcla y lealmente estri jamás satis-
fecho? Sin embargo, el descontento de sí mismo soca\:a
)77
¡¿
las energias, que son io único que permite al hombre con-
i
seguir srr objetivo. Por esto es preciso saber poner más
a nuestro alcance hasta lo más elevado, los deberes, a fin
cle poder cumplirlos con más seguridacl.
CV
r78
ú
irrofanos deben seguir este consejo; los méciicos han de
Denetrar su sentido.
CVI
CVII
Hemos ponderado mucho las excelencias cle la fuerza
cle la voluntad; pero más a menudo serh esta fuerza pro-
vechosa al enfermo del alma en la dirección contraria a
ella misma. Me refiero a la fuerza de no querer cuando
ia violencia no haría mhs que lastimar a la fuerza de
adoptar una resignación calmante, de no acariciar plan
alguno y cle no rlejar que el porvenir se presente a los
ojos del ahna en otra forma que en Ia cle la esperanza.
(Se laisser aller.)
CVIII
Con frecuencia, y aun casi siempre, 1as icleas ol¡sc¡,nat
son de acción miis enérgica que las claras; por epempio,
el clespertar del sueño a la hora que uno se ir.r.rpnso cl
día antelior, el poder de las pasiones, etc. Pero aqr-re1 en
quien son más poten,tes las icleas claras atiencle mejor a
su bienestar corporal y espiritual.
i79
CIX
Con gran conocimiento de la materia denomina Kant
a la imaginación en funciones, movimiento del espíritu
conveniente a la saluci. Ln efecto, consiclerada estricta-
rnente, la actividad aislada de la inteligencia es una acti-
vidad debilitante y la reflexión abstracta hace del alma
un agua estancada que refleja los objetos, pero que poco
a Poco se corromPe.
CX
Con igual acierto explica el propio filósolo la causa
por la cual es de tan perjucliciales efectos la vigilia antes
de media noche; en aquellas horas la fantasía llega al
máximo de su activic"acl 1, ejerce una acción demasiado
excitantes sobie el :i;iernu rrervio:o.
CXI
Lichtenberg, e1 que con más cl.elicadeza ha pintado los
estados del alma, e1 Co1ón de ia hipocondría, nos sumi-
nistra acerca de ésta las más provechosas indicaciones. "A
menudo, dice, nuestro cuerpo está acostado en una posi-
ción tal que experimentamos vivo dolor en las partes
sobre Las cuales descansa el peso total clel mismo; pero
en realidad sentimos muy poco este dolor porque sabe-
mos que cuando queramos podremos variar de postura".
Para Ia hipocondria encuentra las palabras más gráficas,.
llamándola unas veces "egoísmo patológico" y otras "pu-
silanimidad". "Mi cuerpo, dice en otro lugar, es aquella
parte dei mundo que mis pensamientos pueden modifi-
180
.ar. Fn todas ias clemás cosas del universo, mis hipótesis
no pueden turbar el orden para eilas estabiecido". "Cuan-
r-lo el 18 de diciembre, durante mi enfermedad nerviosa,
:le tapé los oídos con los declos, experimenté gran alivio
porque consideré el zumbido que aquélla me producía,
collo un síntorna simulaclo". Asi como el hipocondriaco
no extrae más que veneno de todas las reflexiones, de
las que hace Lichtenberg puede extraerse el bálsamo
curativo.
CXII
Hay una hipocondria inv<¡luntaria y es la que algunas
veces paclecemos los médicos: porque sierrdo la hipocon-
dría el microscopio al través dei cuai se ven los más pe-
queños sulrimientos del cuerpo propio, que de otra suer-
te serían invisibles, nosotros tenemos este microscopio en
nuestra ciencia que nos muestra todas las calrsas, enca-
denamientos y consecuencias posibles de cualquier mal.
CXIII
Si, cr-¡mo dicen los sabios, el arte de ser feliz es una
misma cosa que el arte de olvidarse de sí propio, rambién
es Io mismo que el esfluerzo y la acción encaminados a
un objeto que nos llena por completo.
CXIV
Si analizamos los momentos del placer, cle la sr-rprema
felicidad, veremos que aquéI, como todos los estados hu-
manos, es un estado doble (homo duplex), a saber: un
181
olvido y a la vez una posesión plena clel propio yo, una
exaltación al par que una evasión cle la vida. Parece con-
tradicción, y sin embargo, no hay en el fondo contradic-
ción alguna, porque io que se olvida son las cadenas y
lo que se siente realizado es la libertad de la vida.
CXV
"¿Cómo he de querer, estimaclo doctor, si precisamen
te la fuerza para querer es Io que me falta?"
CXVI
Si lo que a usted le falta, querido enfermo, es usted
mismo, iqué otra receta puedo darle qr-re usted mismo?
CXVII
El "dolor del munrlo", si ha de significar el sentimien-
to de las miserias de esta tieua. es una obra de la Provi-
dencia que ha querido estimularlos para que las reme-
diernos desarrollando para ello nuestras energias y nue.s-
tra actividad. Que tengan esto mu\. eu cuenta los que
a tal clolor se entregan.
cxvili
El que interiormente se cleclara enfcrmo ser'á desgla-
ciado por hipocondría; el que obrando con ligereza y
terquedad se declara sano, puede ser desdichado por ne-
gligencia. Entre ambos extremos se encueütra el deber
en que estamos de t¡atarnos como valetudinarios, pues {
r82
n
I!
§
.l
todos lo somos y hemos de vivir contentos con este esr::;
observando las debidas reglas de la previsión.
CXIX
El impulso para mover Ia actividad espiritual curativa
sobre nuestros cuerpos, en muchos casos en que no hay
que contar para nacla con la pasividad, debiera partir
cle otros que habrian de conducirse como médicos. Exigir
este impulso de los propios pacientes sería quizás exigir
clemasiado. Y sin embargo, ;quién conoce tu enfermedad
mejor que tú mismo? ¿Quién mejor que tú conoces la
dosis del medicamento y el momento oportuno para pro-
pinarlo? Es, pues, indispensable reunir todas las fuerzas
y ver qué es 1o que se puede hacer.
ú
cxx
Hay en conjunto, así en 1o que toca a la higiene del
alma como en 1o referentc a todos los esfuerzos y accio-
nes humanas, dos maneras de considerar y ttatar la vida.
El hombre, o se sitúa en el centlo y procura conservar la
vida interna en la lucha contra el mundo exterior y ro-
bustecer las fuerzas de la misma lnediante la educación
clel carácter, moclo de pensar que pudiera llamarse sub-
jetivo o moral (Kant); o bien se abandona al mundo 1'
trata de asimilarse los objetos; consicleránclose asi propio
como uno de éstos y tratándose como parte del todo, mo-
rlo de pensar que 1;oclrí:lr¡los ti¡;iolitina-r obll:tilc poé-
tico (Goethe) . La gran unidad de la naturaleza y Ia ler
que en ésta obliga a los polos opuestos a solicitarse reci-
183
procamente hacen que aquellos dos modos de pensar an-
tagóniccs concurran a un mismo fin, pues sólo aquel que
cultiva verdaderamente slr sujeto responde al objeto del
toclo y el que refleja fielmente los objetos ilegará a cono-
cerse clararnente a sí mismo y al sacrificarse volverá a ser
corl tanta más seguridacl io que antes fue. Ningún punto
de vista es lalso; cada ul-lo corresponde a un carácter es-
pecial conro, por Io general, clel carácter clel hombre nace
su manera de pensar. Y si aparentement€ se contladicen
tales o cuales consejos de los que este libro contiene, por
lo menos resulta clara la intención que me ha movido a
formularlos, que no es otra que ayudar y hacer bien a to-
dos según sus lespectivas necesidades.
CXXI
Cada hombre tiene cle antemano señalado el camino
por el cual él y no otro llegará a la meta común. A mi
me ha parecido conveniente considerar las cosas trajo su
aspecto moral y por esto han resultado estas consideracio-
nes higiénicas más morales de lo que en su esencia pare-
cen ser. Ahola 1o que precisa es ver lo que hace falta a
cada uno.
184
INDICE
{
Pdg.
Prólogo
MÁx¡lres Y PENsAMTENTos . t a:
\
.
Este libro
se terminó c1e imPrimir
en eI
nles de diciembre de 1 tr60
en los
Ta1l. Gráf. Buschi S. R. L',
Cochalramba 2271
Buenos Aires.
fl
OTRAS OBRAS
DE ACTUALIDAD
Ec¡s MoN¡z: EI abate Faria en la
historia d,e la hípnosis. Prólogo,
notas y revisión de José Torres
Norry. Con un grabado de épo-
ca. lls. Aires, 1960"
EDITORIAL POBLEl'
ñ