3 en 1. La Mafia
3 en 1. La Mafia
3 en 1. La Mafia
Famiglia NY 1
Los gemelos Bianci tienen controlada la Costa Este de
EEUU. Como capos de La Cosa Nostra ejercen todo el
poder en su territorio desde hace años, hasta que llega
Francesco Benutti, capo de otra rama de la mafia
italoamericana en Canadá, la ‘Ndrangheta. Francesco
sabe que es demasiado viejo para estar vivo y, ante un
inminente golpe dentro de su famiglia para arrebatarle el
mando y matarlo, decide hacer un trato con los
hermanos Bianci para cederles el dominio de su familia.
A través de Dante Bianci quiere pasar el poder de la
‘Ndrangheta de Canadá a La Cosa Nostra de Nueva
York, algo sin precedentes. Los hermanos Bianci no
pueden resistirse a la oferta, ya que serían los hombres
con más poder en Norteamérica, pero todo trato tiene
dos caras. Francesco les pide que acojan a su nieta y la
sobrina de su consigliere mientras la transición de poder
se lleva a cabo en Canadá para evitar que las maten.
Parece algo fácil de cumplir, ¿no? Al menos eso creían
hasta que conocieron a una princesa mimada de la
mafia y a la hija de un traidor.
VITO
F
lavio y yo caminamos por el pasillo de nuestro club de
striptease revisando que todo esté preparado para la
reunión. Francesco Benutti no tardará en llegar y
debe estar todo a punto para ese momento. Hay más
seguridad que de costumbre, no es que nos haga falta, pero
esto se trata de demostrar el poder sin sacar el arma.
Una vez tenemos todo listo, vamos a nuestro despacho y
esperamos junto a nuestro ejecutor, Adriano, la llegada del
capo de Canadá de la rama de la mafia denominada
‘Ndrangheta1. La Cosa Nostra2 de la Costa Este ha
colaborado durante años con ellos, aunque jamás nos
hemos visto, ninguno de los dos bandos quería abandonar
su territorio para reunirse. Ahora eso ha cambiado.
—¿Qué creéis que quiere el viejo Francesco? —pregunta
mi hermano Flavio, sirviéndose una copa de whisky.
—No lo sé, pero me queda claro que si es él quién se
arriesga a venir a nuestro territorio, es él quién necesita
nuestra ayuda para algo.
—Mis contactos me han dicho que puede querer hacer una
alianza ahora que está viejo —interviene Adriano, revisando
sus armas.
Un golpe en la puerta nos alerta a los tres. Flavio y yo nos
situamos tras la gran mesa, ambos sentados en un gran
sillón. Adriano ocupa su lugar entre nosotros, de pie,
defendiendo nuestra espalda. Acomodo mis armas en las
fundas que llevo sobre mi chaleco, no las oculto, me gusta
que sepan que no estoy jugando. Mi hermano luce
exactamente igual que yo.
—Adelante.
La puerta se abre y Francesco Benutti aparece tras ella.
Miro al hombre que aterrorizó a Canadá y veo a todo un
capo de la ‘Ndrangheta de la vieja escuela, pero los años no
pasan en balde para nadie, y se nota que él lleva vivo
demasiado tiempo.
—Flavio y Vito Bianci, por fin nos conocemos en persona.
Le indico con la mano que se siente en la silla frente a
nosotros. Sus dos hombres de confianza, que lo acompañan
desde hace cuarenta años, lo flanquean a ambos lados.
—¿En qué podemos ayudarte? —pregunta Flavio,
recostándose en su sillón.
—Directo, como tu padre.
Me tenso, no me gusta que nos comparen con él.
—¿Y bien? —le insto a seguir.
—¿Flavio? —pregunta, mirándome.
Mi hermano y yo sonreímos. Somos gemelos idénticos y
nadie desde nuestra madre es capaz de distinguirnos si nos
lo proponemos. Vestimos igual, nos peinamos igual y
tenemos los mismos tatuajes. Una decisión estratégica que
tomamos hace años y que nos ha servido para llegar a lo
más alto de la Organización, además de ser los primeros
Capo di Tutti3 que gobiernan la familia juntos. Mi padre
pensó que tener gemelos era un lastre, le demostramos que
es una ventaja.
—No importa quién es quién, ambos somos uno —contesta
mi hermano, sonriendo.
—Tenéis razón —toma una larga respiración y continúa—:
El motivo por el que estoy aquí es que me hago viejo.
—Creo que ese tren ya ha zarpado —le corta Flavio.
Me río porque mi hermano es incapaz de contener su
lengua.
—Cierto —sonríe Francesco—. Sé que tanto mis hombres
leales como yo somos demasiado mayores para seguir en
esto, y ya empiezan a llegar noticias de traición a mis oídos.
—¿Quieres que te ayudemos a matar a tus ratas? —
pregunto, alzando una ceja.
—No —niega con la cabeza—, matarías una y saldrían tres.
Esto es así, es ley de vida.
—¿Entonces? —empiezo a impacientarme.
—Creo que me he ganado una jubilación tranquila, aunque
eso no pasará si el que ocupe mi puesto me ve como una
amenaza.
Flavio y yo asentimos.
—He pensado que vuestro primo Dante puede ser mi
sucesor.
Miro a mi hermano confundido. Dante es parte de la
famiglia de La Cosa Nostra de Canadá, pero solo es hijo de
un caporegime4, no está en la línea de sucesión, siquiera
cerca.
—Por vuestras caras veo que no os esperabais algo así.
—No, no entiendo por qué harías que nuestra famiglia
tuviera también el control de Canadá. Controlaríamos La
Cosa Nostra y la ‘Ndrangheta.
—Por mi vida y la de mi nieta.
Ahora las cosas empezaban a encajar.
—Isabella es lo único que me queda de mi hijo. Como
sabéis, él y su mujer fueron asesinados hace años y yo me
hice cargo de mi nieta.
Asentimos. Recuerdo haber estado en el entierro
presentando nuestros respetos, éramos poco más que
niños. Aunque no recuerdo a su nieta.
—Así que si aseguramos su vida y la de su nieta, Canadá
será de los Bianci —trata de confirmar Flavio.
—Sí, pero para eso ella deberá venir aquí hasta que las
cosas se calmen y el traspaso de poder se haya
completado.
—¿Quieres que tu dulce nieta viva con nosotros? —
pregunta Flavio divertido.
—Sé que podéis ser caballeros, aun así, no vendría sola, la
acompañaría Idara Giordano.
—¿Giordano? —pregunta Adriano tras de mí.
Hasta ahora no había intervenido, y no suele hacerlo, por
lo que su pregunta me interesa.
—Sí, la hija del cascittuni5 Alesio Giordano.
—¿Quieres que metamos bajo nuestro techo a la hija de
un traidor de la omertá6? —pregunto confundido. No sé si
reírme o sacar mi arma y pegarle un tiro en la cabeza por la
falta de respeto.
—Él fue quien nos traicionó, su hija, no. Es una buena
chica, se ha criado con su tío Carlo, mi consigliere7, le debo
este favor. Él fue quien destapó a la rata de su cuñado y
parece que quiere a la chica como esposa una vez que todo
esté hecho. Por supuesto, Carlo seguiría en su cargo junto a
vuestro primo hasta que ya no sea válido para llevarlo a
cabo.
—Espera que no me he enterado —interviene Flavio,
sacando su arma y poniéndola sobre la mesa, esto se pone
interesante—. ¿Tu consigliere quiere casarse con su sobrina?
Joder, qué asco.
—No es su sobrina como tal, es la hija del hermano de su
mujer, no son familia por sangre.
—¿Y qué dice su mujer al respecto? —pregunto con
curiosidad.
—Murió hace años.
—Aun así, es asqueroso —sigue diciendo Flavio—. Son
familia, seguro que es algún tipo de incesto.
—No es mi decisión juzgar eso, Dios lo hará. Además, por
lo que sé, no es precisamente una chica inocente, sí sabéis
a lo que me refiero.
—¿Nos estás ofreciendo a la chica para que juguemos? —
pregunta Flavio divertido.
—Si es lo que queréis, no os detendré. Mientras regrese a
casarse con Carlo, lo que pase aquí se queda aquí. Sin
embargo, con mi nieta sí que pido respeto como la mujer de
buena familia que es.
—Tenemos que pensarlo, Francesco, te daremos una
respuesta en el menor tiempo posible —digo, levantándome
del sillón y tendiendo mi mano.
Quiero dar por terminada esta reunión, necesito hablar
con Adriano y Flavio para tomar una decisión sobre esto: si
aceptamos, podríamos cambiar el curso de la historia de
nuestra famiglia8.
—Espero tener noticias vuestras.
Aprieta mi mano y mira a mi hermano, él no es tan
diplomático como yo y no le ha gustado nada esta situación,
así que sigue recostado en su silla con la mano puesta sobre
el arma encima de la mesa.
El capo lo mira y sonríe, se gira y se va. Una vez la puerta
se cierra, mi hermano salta el primero:
—Pero ¿qué cojones estaba diciendo este viejo?
Adriano y yo nos reímos.
—Al menos esta vez ha esperado a que se fuera —se burla
Adriano.
—¿Creéis que la cosa iba en serio?
—Todo apunta a que sí, jefe, las cosas no han estado bien
en Canadá y no dudo que más de uno esté planeando el
asesinato de Francesco en estos momentos.
—¿No lo habéis oído?, ¿casarse con su sobrina? —insiste
Flavio—. Esa gente no es de fiar si se follan a las mujeres de
su familia.
—Cálmate, Flavio, ni siquiera sabes si se la folla; y si lo
hiciera, no es de tu incumbencia. ¿Qué sabemos de las
chicas? —pregunto a Adriano, que ya ha buscado todo lo
que le estoy pidiendo.
Es un genio con los ordenadores y la información es un
arma que maneja igual de bien que su pistola o su cuchillo.
Nosotros no nos movemos en internet, eso es para almas
blandas, nuestro lugar es la darknet, allí ocurre todo lo que
nos interesa y allí está todo lo que buscamos. Nuestra
jerarquía es un tanto diferente a la tradicional, siendo dos
Capo de Tutti no tenemos consigliere, lo somos el uno del
otro, pero si sottocapo9, Adriano, que se ocupa de la parte
militar. Aunque también de la que no lo es, ocupa el cargo
de mano izquierda y derecha a la vez. Ejecutor y consejero.
—Isabella es la única nieta de Francesco, diecinueve años,
toda una dama de la sociedad canadiense. Dejó sus
estudios para dedicarse básicamente a vivir. Delante de las
cámaras es la mujer perfecta.
—¿Y detrás?
—Digamos que Francesco ha tenido que pagar mucho
dinero para evitar que salgan fotos de su niña en muy malas
condiciones.
—Genial —le corta Flavio, rodando los ojos—. Una niña de
papá, tienes claro que intentará atraparnos a uno de
nosotros, ¿verdad?
Sonrío.
—Sí, sería la situación perfecta para su abuelo, lo haría
intocable y a ella la mujer más poderosa de la famiglia.
Seguro que se le ha puesto dura al viejo de pensarlo.
Los tres nos reímos.
—Si está buena, igual me la follo —se burla Flavio.
—Intenta tener a tu amiguito en los pantalones, no
querrás que te obliguen a casarte si le quitas su virginidad.
—Por lo que sé —contribuye Adriano—, en Canadá no les
importa si sus mujeres llegan vírgenes al matrimonio.
—Tendremos que averiguar si la dulce Isabella juega con
los chicos grandes —dice mi hermano, buscando en su
móvil una foto de la chica en cuestión.
Sé el momento exacto en que la encuentra, su cara lo
delata, le ha gustado.
—¿Qué hay de la otra? —pregunto mientras mi hermano
sigue buscando fotos de la nieta de Francesco.
—Idara Giordano tiene casi veinte, fue acogida por su tío
Carlo Calcetti cuando este destapó lo de su padre. Ella no
sabe que fue él quien lo traicionó, era demasiado pequeña.
—¿Edad?
—Diez años.
—¿Qué más sabes?
—Estudia en la universidad la carrera de Historia del Arte,
es la mejor de su clase —lee el informe a la vez que me lo
está contando, pero sus ojos se detienen en algo.
—¿Qué ocurre?
—Cuando pasó lo de su padre, le dieron la oportunidad de
cambiar de apellido como a toda su familia para que la
mancha de su progenitor no cayera sobre ella, es la única
que no quiso, aunque trataron de obligarla.
—¿Cómo? —Flavio había vuelto a nuestra conversación.
—La obligaron a presenciar la tortura y muerte de
Giordano. Solo si accedía a renunciar a su apellido, dejarían
que se fuera: era un castigo para su padre que la adoraba
desde que su mujer murió. La chica se mantuvo firme.
—Por lo que sé, la gente de Francesco no es muy
agradable torturando.
—No, no lo son.
—¿Me estás diciendo que una niña de diez años fue leal a
su apellido a pesar de tener que presenciar la tortura de su
padre?
Estoy sorprendido, las mujeres que conozco ni siquiera
toleran la sangre que traen sus maridos en la ropa cuando
llegan a casa, no imagino a una niña en medio de eso.
—He encontrado un vídeo de la chica en una de las salas
de tortura en la darknet.
Adriano enciende la televisión del despacho y conecta su
móvil por bluetooth, lanza el vídeo y los tres lo miramos
callados. Es de baja calidad, aunque puede verse a una niña
morena, de pelo largo, con un vestido blanco cubierto de
sangre, de pie en una sala llena de plástico. Frente a ella un
hombre en el suelo de rodillas, con la cara deformada y
sangre en cada centímetro de su piel, sujetado por dos tipos
que lo mantienen en su sitio. La niña está llorando y
retuerce sus manos en su vestido.
—Míralo —dice un tipo fuera de cámara—, míralo de cerca.
Ella da unos pasos hasta quedar a menos de un metro del
hombre ensangrentado.
—Él nunca más te oirá llamarlo padre.
Y dicho esto, un hombre se acerca, le gira la cabeza al tipo
y le corta la oreja. La sangre sale disparada hacia la niña
que llora más fuerte, pero no se aparta. El tipo se gira y
sostiene la oreja frente a la cara de la niña.
—¿De quién eres hija? —le pregunta el hombre moviendo
el trozo de carne frente a su cara.
—Mi padre es el Sol y mi madre la Luna10 —llora
desconsolada.
—No me jodas, ¿acaba de recitar la respuesta que se le da
a la policía en los interrogatorios? —pregunta Flavio
fascinado.
—¿Quién es ese hombre? —sigue el tipo, señalando al que
es más cadáver que persona.
—Mi padre, Alesio Giordano.
—¿Y cómo te llamas tú?
—Idara Giordano.
Adriano para el vídeo en su móvil y los tres
permanecemos callados, mirando la pantalla, la imagen
congelada de la niña llorando no es lo que más me llama la
atención sino la duración de la película, cuatro horas y
media.
—¿Nunca rechazó a su padre?
—No.
Adriano apaga la televisión y los tres nos miramos. La
familia es lo más importante, ya sea la de sangre o por
elección, sin ella no seríamos nadie. La lealtad nos une y
nos hace más fuertes. En esta habitación se hallan los
únicos hombres en los que confío mi vida plenamente.
—¿Qué pensáis?
—Tuvo más huevos que muchos hombres que conozco —
contesta Flavio—, pero bien podría ser una trampa.
—Yo también lo creo —se une Adriano—. Una persona tan
leal merece mi respeto, aunque puede que ahora su lealtad
esté con Francesco y la envíen como cebo.
—¿Y qué hay de la supuesta boda con su tío?
—Podría ser todo mentira para tener una excusa para
mandarla aquí, no creo que, aunque no sea virgen, Carlo
accediera a que vosotros os la follarais si la quiere como su
mujer. No sería lógico que hiciera eso —divaga Adriano.
—Quizá él no lo sepa, puede que esa oferta sea de
Francesco y como su consigliere debería aceptarlo —
comento.
—Es otra opción.
—Puede que Carlo lo sepa y le dé igual —interviene Flavio
—. Pensadlo: si mandan a la nieta sola, quedaría mal; no
pueden mandar a una fea con ella porque sería evidente su
plan; sin embargo, mandar a una guapa puede joderles su
propósito. ¿Qué es lo mejor? Enviar a la hija de un traidor
que además está apalabrada para otro, de esa forma la
nieta tiene dos blancos y nosotros solo podemos fijarnos en
una porque la otra está prohibida.
Pienso en las palabras de mi hermano y muevo la cabeza.
—Eres jodidamente retorcido, pero tu explicación tiene
mucho sentido.
—Lo sé —contesta con un aire engreído y una sonrisa que
tiene ensayada para usar junto a ese tono.
—Bien, entonces, ¿qué hemos sacado en claro? —
pregunto, y Adriano contesta rápidamente.
—El viejo Francesco tiene claro que cualquier día se
despierta con un cuchillo clavado en su corazón. Nos ofrece
que nuestro primo Dante herede su posición como capo de
Canadá a cambio de protección para él y su nieta, y que su
consigliere conserve su puesto.
—Eso habrá que verlo, no me fío de un tipo que quiere
follarse a su sobrina, aunque no sea de su sangre —
interviene Flavio.
Asiento porque estoy de acuerdo.
—Bueno, y que está claro que Francesco quiere seguir con
el poder en la sombra a través de su nieta y los pequeños
bastardos que planea que ella tendrá con uno de vosotros…
O con los dos.
Adriano se ríe y Flavio y yo le damos un puñetazo en el
hombro.
—Creo que merece la pena el trato.
—Sí —afirma Flavio—, es una oportunidad única, y nuestro
primo Dante es cercano a nosotros, sé que será leal y que
podrá llevar el peso de la famiglia allí.
—¿Qué haréis con las chicas? —pregunta Adriano mientras
veo a Flavio buscar a Idara Giordano en internet.
—Lo que hemos dicho puede que sean todo suposiciones
vacías, lo primero será descubrir las intenciones de que las
chicas vivan con nosotros, y la mejor forma de hacerlo es
que cada uno de nosotros dedique un poco de tiempo a una
de las señoritas. Si se entregan rápidamente, tendremos
nuestra respuesta.
—Y si no tienen malas intenciones, pues nos habremos
follado a dos preciosidades —se burla Flavio—. Me pido a
Idara, quiero ver este tatuaje de cerca.
Mi hermano me pasa el móvil y veo una foto de un tatuaje
de un sol y una luna enlazados. Están junto a las costillas
dibujados y ocupan todo el costado de la chica. Disminuyo
la foto para ver a la dueña de dicho tatuaje y compruebo
que sigue siendo morena. En la foto tiene un bikini de
triangulo normal y está sobre los hombros de un tipo en una
pelea en el agua, en lo que parece una fiesta en una
piscina.
—Tiene un cuerpo que quiero lamer entero —declara
Flavio, pasando a la siguiente foto donde está de pie
secando su pelo junto a la piscina.
—No te involucres de otra forma que no sea para
descubrir sus intenciones —le advierto.
Puede que mi hermano elija a las mujeres con las que folla
solo por sus físicos, yo también lo hago, pero la mirada que
tiene sobre la foto de esta chica me dice que no es solo
lujuria, hay admiración, y ese es el primer paso hacia los
problemas.
—Tranquilo, dejaré que mi cobra se haga cargo de todo —
me contesta tocando su entrepierna.
Ruedo los ojos y Adriano se ríe.
—¿Qué hacemos, jefes?
—Yo creo que deberíamos aceptar. Si luego vemos que es
algún tipo de trampa, mataremos a Francesco y a toda su
pandilla del asilo —contesta Flavio tranquilamente.
Miro la foto de Idara en el móvil, realmente quiero conocer
a la niña que he visto en ese vídeo, espero que esto no se
convierta en un problema.
—Espera dos días y avisa a Francesco de que estaremos
encantados de recibir a sus chicas en nuestra casa.
1 Es la mafia de Calabria, una entre las más fuertes y peligrosas organizaciones
criminales en Italia con una difusión también al extranjero (desde Canadá a
algunos países europeos).
2 Es la mafia en Sicilia y después en Estados Unidos, donde las familias,
subdivididas jerárquicamente en rangos, dirigían diferentes barrios de Nueva
York.
3 El jefe de todos los jefes. Es el jefe que regula y hace cumplir las normas
establecidas entre distintas familias.
4 Dirige un regime, que es un grupo de soldados. En cada familia hay varios.
5 Es la persona que se salta la omertá. Es el soplón, el traidor.
6 Es el código de honor de la mafia, la ley de leyes.
7 La mano derecha no militar del capo.
8 Se refiere a la mafia no a la familia de lazo sanguíneo.
9 Mano derecha militar del capo.
10 Frase que contestaban los de la mafia calabresa si la policía los interrogaba.
Extenso significa amplio
Idara
M
e despierto sudando como todos los días, desde
hace casi diez años, a las cinco de la mañana.
Cada noche la misma pesadilla, cada noche la
misma angustia. Retiro las sábanas y me levanto, necesito
despejarme y empezar el día. El capo y tío Carlo quieren
verme hoy, pero no me han dicho el motivo. No recuerdo
haber hecho nada por lo que tengan que llamarme la
atención, salvo por el hecho de que uno de sus soldados
decidió que podía tocar lo que quisiera sin mi permiso, le
enseñé que no. Tengo prohibido por mi condición de
Giordano el uso de armas, ya sean de fuego o blancas. Lo
único que me permiten es la pequeña navaja que siempre
llevo conmigo, ya que no es tan grande como para llamarla
arma, aunque sí lo suficiente como para que si se la clavo
en la mano a un tipo que se intenta sobrepasar, le duela.
Me visto con mi ropa de deporte y salgo a correr antes de
desayunar, como todas las mañanas. Mi tío Carlo aún
duerme, y para cuando vuelva, ya se habrá ido. A veces
pienso que debería buscarme mi propio lugar, vivo con él
desde que mis padres murieron. Mis tíos me acogieron,
aunque cuando mi tía murió en un accidente de coche, solo
quedamos tío Carlo y yo. Es muy sobreprotector y no le
gusta que hable con chicos, no es como si eso fuera fácil en
mi situación. En la universidad saben que mi familia
pertenece a la mafia, por lo que no se acercan, y los chicos
de la Organización me miran con asco debido a que aún soy
una Giordano, la última para ser exactos. Lo más sencillo
sería irme de aquí, incluso del país, dejar Canadá y empezar
una nueva vida lejos de todo esto, donde mi apellido pueda
usarlo con orgullo. Pero no es tan fácil, les pertenezco hasta
que decidan que ya no es así, espero que el capo que
sustituya a Francesco me deje marchar.
El Centennial Park está hoy muy tranquilo, las hojas de los
árboles ya anuncian la llegada del otoño y las pocas
personas que me cruzo paseando al perro llevan puesto un
jersey.
Corro durante más de dos horas y luego me voy a casa
para prepararme, la reunión con el capo y mi tío es en una
hora. Me ducho y cambio el vendaje de mi pierna. Cuando le
clavé la navaja al soldado en su mano, me pasé de fuerza y
acabé no solo traspasando su mano, también hundí el filo
en mi muslo. Me pongo algo sencillo, como siempre, unos
vaqueros, camiseta de manga larga y deportivas, cojo mi
bolso y voy a la residencia del capo, donde me han
convocado. Cuando llego, todos me miran mal, para variar,
así que los ignoro. Muchos ni siquiera me conocían en esa
época, la mayoría son demasiado jóvenes como para haber
conocido a mi padre en activo, pero el odio es heredado en
esta famiglia, qué suerte la mía.
—Tengo una cita con Francesco ahora —le comunico al
soldado de la puerta para que me deje pasar dentro de la
casa.
—Habla con más respeto de tu capo —contesta indignado.
El capo Francesco Benutti fue quien dio la orden para todo
lo que pasó con mi padre, su tortura y su muerte, creo que
por eso ha tratado de compensármelo toda mi vida y me ha
tratado como a una sobrina en vez de como a la hija de un
traidor. Aún no sé quién lo delató, sé que está cerca, de otra
forma nunca hubiera sabido todo lo que mi progenitor hizo.
No tengo claro qué pasará el día que me entere de quién es
el culpable, a veces pienso en venganza, otras solo en
olvidar.
—La puta Giordano ha venido a visitarnos por lo que veo
—oigo decir tras de mí a uno de los capitanes de la
`Ndrangheta.
Marco Veluccio tiene un par de años más que yo y cree
que el mundo debe agacharse y chupársela, está tan
encantado de conocerse que no dudo que se la machaca
frente al espejo.
—Deberías aprender más insultos, hay un montón como
para limitarte solo a puta —le contesto con una dulce
sonrisa.
—Perra, zorra, rata. ¿Qué te parecen esos?
Los hombres a su alrededor se ríen.
—Si estuviéramos en primaria, creería que son todo un
logro, pero… Bueno, mejor aplazamos esta conversación
hasta que consigas sacarte el graduado y adquirir un
vocabulario más extenso.
Marco me mira con rabia y sé que me estoy ganando una
bofetada de su parte, no sería la primera ni la última, pero
mi boca es más grande que mi instinto de supervivencia.
—Extenso significa amplio —le aclaro y veo como alguno
de sus hombres se ríe.
Marco levanta su mano y lo miro esperando el golpe, la
puerta tras de mí se abre y los hombres se cuadran, me giro
y veo al capo y a su consigliere, mi tío Carlo.
—Me ha parecido oírte Idara —dice el capo, mirando a
Marco y a mí—. ¿Todo bien?
Veo por el rabillo del ojo cómo Marco baja su mano. Mi tío
me da una mirada de advertencia, no le gusta que me meta
en problemas, y menos en casa del capo.
—Sí, tan solo compartía con tu capitán los beneficios de
recibir una educación adecuada.
Francesco se ríe, así que parece que hoy está de buen
humor. Pasa un brazo por encima de mis hombros y me
conduce dentro de su casa. Es por estas cosas que los
hombres no son más duros conmigo, saben que el capo me
tiene en cuenta, aunque no saben si es por lastima o por
estima hacia mi tío. Yo creo que es una combinación de
ambas.
—Vayamos al salón, Isabella nos espera allí.
Miro a mi tío buscando algo de información, pero él
todavía está hablando con Marco, por lo que me limito a ir
con Francesco hasta donde se encuentra la perra de su
nieta. Nunca nos hemos llevado bien, digamos que es todo
lo que yo debería de haber sido si mi apellido no hubiera
sido tachado de traidores, y le encanta dejarme claro que no
soy más que basura a su lado.
—Isabella, querida, deja el teléfono —le pide su abuelo,
ella le sonríe hasta que me ve.
Me siento en el mismo sofá, pero cada una en una punta,
no quiero ni tocarla si no es necesario. En el pasado hemos
tenido nuestros momentos buenos, aunque las últimas
veces hemos sido más de tirarnos del pelo que de darnos la
mano.
—Abuelo, ¿qué hace esta perra aquí?
—Caramelito, compórtate, necesito pediros algo a ambas
como capo —le advierte, y ella me da una mirada sucia
mientras le saco mi dedo del medio.
—Idara —me reprende mi tío desde la puerta del salón.
—Lo siento —me disculpo de una forma vacía y carente de
emociones.
—Bueno, será mejor que empecemos —dice Francesco,
sentándose frente a nosotras. Mi tío hace lo mismo a su lado
—. Me hago viejo, y sabéis que cuando eso le ocurre a un
capo, la probabilidad de que haya un golpe para
arrebatarme el puesto es muy alta.
—Abuelo, eso no te pasará a ti, eres fuerte y duro, te
tienen miedo.
—He hecho cosas en el pasado que han marcado mi
mandato en esta famiglia —me mira cuando lo dice, todo el
mundo lo recordará siempre por lo sucedido con mi padre y
conmigo—, pero la sangre nueva es más ambiciosa que
temerosa.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo? —pregunto no
entendiendo qué hago en esta conversación.
—He decidido hacer una retirada pacifica de mi cargo y
cedérselo a Dante Bianci.
Frunzo el ceño, insegura de haber entendido bien lo que
ha dicho.
—¿Dante Bianci? —pregunto para cerciorarme.
Tanto mi tío como Francesco asienten.
—¿Quién es? —pregunta Isabella a mi lado.
Ruedo los ojos porque me parece increíble que la única
nieta del capo di Tutti de la `Ndrangheta no sepa quiénes
son las personas importantes de esta ciudad.
—Es el hijo de un caporegime de La Cosa Nostra, de la
rama que tienen aquí en Canadá. Nadie demasiado
importante, pero quienes lo conocen le son leales —le
contesto y luego me giro para hablar con mi tío y el capo—.
No entiendo cómo vas a cederles ese poder a los Bianci,
serían dueños de la Costa Este de EEUU y de Canadá.
—Me dejas impresionado —interviene Francesco—, eres
tan inteligente como tu padre.
Me tenso, es la primera vez que dice algo bueno de él
delante de mí.
—Caramelito, deberías estar más al día de los temas de la
famiglia como Idara.
—Él no es de nuestra famiglia, seguro que ella lo conoce
porque está planeando traicionarnos, de tal palo…
Aprieto mis manos en un puño.
—Si quieres ver qué hago con el palo, te lo enseño.
—Niñas, por favor —media Francesco—, no es el
momento.
—Idara, compórtate —me reprende mi tío.
Lo quiero mucho porque me ha criado cuando los demás
hubieran dejado que muriera de hambre en la calle, aunque
siempre ha dejado claro que la mafia está primero y es algo
que cada vez me molesta más. Mi tía era al revés, siempre
me ponía mí en primer lugar, decía que le recordaba a su
hermano, mi padre.
—Lo que os acabo de decir no puede salir de esta
habitación.
Ambas negamos con la cabeza.
—Sigo sin entender qué hago yo aquí.
Soy impaciente, lo sé, pero es un defecto heredado de mi
padre que no voy a cambiar.
—Hace dos días me reuní con los hermanos Bianci en
Nueva York, ellos han accedido a ayudarme con la transición
y a cambio aseguraran mi vida y las vuestras.
—¿La mía? —pregunto sorprendida.
—Sí, Idara —confirma mi tío—, esto se va a poner
peligroso cuando se enteren de que la `Ndrangheta va a
quedar a cargo de un Bianci.
—¿Cómo nos van a proteger desde Nueva York? Dudo que
dejen su territorio.
—No lo harán —contesta Francesco—. Por eso vamos a
enviaros a ambas con ellos hasta que la cosa aquí esté
tranquila.
—¿Queréis que nos vayamos a Nueva York? —pregunta
Isabella algo emocionada, como si, en vez de para salvar la
vida, este viaje fuera para ir de compras.
—Queremos algo más —murmura mi tío y eso llama mi
atención.
—Los hermanos Bianci van a hacerse cargo de vosotras, y
durante vuestra estadía allí, tendréis una misión. Tú,
caramelito, debes tratar de enamorar a uno de ellos, o al
menos lograr para que te consideren como esposa. —Mi tío
y Francesco se giran hacia mí—. Tú la ayudarás en lo que
sea necesario.
—No puedo ir, mis clases empiezan en una semana, es mi
último año.
—No te lo pido, Idara, te lo ordeno como tu capo.
Y eso lo deja claro, esa orden lleva implícito un castigo si
no la cumplo.
—Por favor, Carlo, acompaña a Isabella a su cuarto y pide
que la ayuden a organizar su equipaje, salís mañana.
Necesito tener unas palabras con Idara.
—Abuelo, ¿son guapos?
Ruedo los ojos, no se puede ser más superficial. Los
hermanos Bianci son guapos, mucho, pero también son
crueles, despiadados y unos asesinos, y vamos a estar
viviendo directamente con ellos.
—Claro, caramelito, búscalos en internet, jamás dejaría
que te casaras con alguien que no fuera apuesto, aunque no
son ni la mitad de guapos que tú.
Isabella se levanta emocionada y busca en su móvil a los
Bianci, su sonrisa no puede ser más grande, seguro que ya
se ve casada con uno de ellos, es la única meta en la vida
que tiene, ser la esposa de alguien importante de la mafia.
No piensa que eso la hace un blanco para sus enemigos; mi
madre lo fue, yo no quiero serlo.
Francesco espera a que mi tío e Isabella salgan de la
habitación para empezar a hablar.
—Nunca hemos hablado de ello, pero quiero que sepas
que tu forma de soportar todo lo ocurrido con tu padre hizo
que te ganaras mi respeto.
Entrecierro los ojos. Esto no me gusta, él nunca diría algo
así en público, y que ni siquiera haya dejado que mi tío, su
consegliere, esté presente, solo hace que se confirmen mis
sospechas: quiere algo y no quiere que me niegue.
—Sé que has tenido unos años difíciles —prosigue y quiero
reírme por el eufemismo del año, no lo hago, sigo impasible
esperando saber qué quiere—, y es el momento de
recompensar tu lealtad. Cuando vuelvas de Nueva York, te
casarás con alguien de la Organización para asegurar tu
futuro.
Me quedo en silencio. No quiero casarme con alguien de la
Organización, y mucho menos con alguien a quien no he
elegido. Si mi padre hubiera seguido vivo, sé que él no lo
hubiera permitido, siempre me dejó ser libre y decidir. No
soy idiota, esto es solo un regalo por anticipado, ahora
viene su petición.
—Como os he dicho, ambas vais a ir allí y quiero que
Isabella consiga casarse con uno de ellos.
—Sería una forma de protegerte, ya que como abuelo de
la mujer del capo que gobernará la Costa Este y Canadá
serás intocable.
Él me sonríe.
—Eres demasiado inteligente a veces.
—Entonces di lo que quieres que haga.
—Tú la vas a ayudar a conseguirlo y les vas a dar a los
Bianci lo que ellos quieran.
Alza sus cejas y no termino de entender lo que me está
diciendo.
—Sé que no eres virgen, todos aquí lo sabemos, por eso
me atrevo a pedirte esto. Si los Bianci quieren desahogarse
con una mujer, espero que seas tú y que entretanto los
convenzas de que la esposa perfecta para uno de ellos es
Isabella.
Me quedo atónita ante su petición.
—¿Me estás pidiendo que me prostituya a cambio de un
matrimonio honorable? —pregunto aún en shock.
—Si quieres, puedes tomarlo como una petición, pero tu
vida depende de ello.
Y aquí está el capo que hace tantos años me llevó hasta
mi padre para que renunciara a su apellido delante de él.
Aunque, como en ese entonces, él no lo sabe todo de mí.
Soy virgen todavía, sé que muchos han contado historias de
cómo me han follado de mil maneras y yo no he desmentido
ninguna. ¿Para qué? No me importa lo que piensen y no
necesito que ninguno me considere para el puesto de
esposa. No me esperaba que eso se girara en mi contra,
poniéndome en el lugar en el que estoy ahora.
Miro a Francesco y asiento.
—Lo haré.
Sonríe complacido y no sabe que estoy mintiendo, no
tiene por qué saberlo.
—¿Mi tío está de acuerdo?
—Preferiría que esto quedara entre nosotros.
Respiro aliviada de que al menos el tío Carlo no esté al
tanto de esta petición.
—Prepara todo lo que quieras llevarte, salís mañana.
Asiento y me levanto. Me abraza como si de verdad le
importara y salgo del salón. Camino hasta la puerta y veo
un coche esperándome.
—El señor Francesco nos ha pedido que te ayudemos en lo
que necesites.
Sonrío meneando la cabeza a Marco. Lo que Francesco
quiere es asegurarse de que no voy a huir, y no lo haré, al
menos no aquí, sería un suicidio, pero en Nueva York es otra
historia, allí puede que simplemente salga un día y no
regrese.
Llegamos a casa y Marco no duda en seguirme hasta mi
habitación, mi tío no está y eso le da el poder que tanto le
gusta. Sus hombres se quedan en la planta de abajo. Saco
la maleta del armario y la abro sobre mi cama, prefiero
mantenerla llena de otras cosas que no sean Marco o yo. Él
me observa desde la puerta con hambre en la mirada,
siempre ha querido follarme y mis negativas lo único que
hacen es que se le ponga dura. Nunca entenderé a los
hombres.
—¿Necesitas comprobar el número de bragas que me
llevo? —pregunto irritada por su implacable vigilancia.
Se acerca hasta mí y me agarra la muñeca, retorciéndola
detrás de mi cuerpo para que me ponga de rodillas.
—Esta es tu posición, no lo olvides.
Trato de soltarme, pero su agarre es demasiado fuerte, va
a dejarme marcas, y le da igual, ya que mañana a estas
horas estaré en Nueva York, y si aquí no hay nadie a quien
le importe, allí menos.
Un carraspeo en la puerta hace que Marco me suelte de
golpe, froto mi muñeca con la otra mano mientras veo a mi
tío en la entrada de mi dormitorio.
—¿Todo bien?
—Sí, señor.
Mi tío me mira, yo aparto los ojos, no tiene caso decir
nada, nunca lo tiene. Marco sale de mi habitación y mi tío
cierra la puerta, dejándome sola. Meto ropa dentro de la
maleta, también lo hago con las pocas cosas que me
importan. No voy a volver aquí, no puedo si quiero tener
una vida normal. Solo espero que no repercuta demasiado
mal en mi tío. No es que haya sido el del mundo, pero me
hizo las cosas más fáciles.
Vito
L
as chicas deberían llegar en una media hora, Flavio ha
pensado que sería bueno para nuestros intereses ir a
recogerlas nosotros mismos, así que he tenido que
dejar a un hombre atado y sangrando en mi sótano para
venir al aeropuerto privado a las afueras de la ciudad.
Hemos traído la limusina, es algo que las mujeres adoran.
—¿Qué sabemos de Isabella? —pregunto a mi hermano
que se ha encargado de leer los informes que Adriano nos
ha conseguido.
—Es la novia perfecta. Rubia, alta, delgada, tetas
operadas, ojos verdes y sabe tocar el piano, bailes de salón
y un sinfín de estupideces más.
—¿Algo importante?
—Nah. Dejó la carrera en su segundo año, mejor dicho, la
echaron porque la encontraron con droga suficiente como
para suministrar a toda su clase. Sus padres murieron hace
años y desde entonces se ha criado como la princesa de la
mafia que es.
Ruedo los ojos, las mujeres de nuestro mundo me aburren.
Demasiado preparadas para ser encerradas en casa y
demasiado emocionadas por llevar hijos en su vientre.
—¿De Idara qué me dices?
Mi hermano sonríe y veo interés en sus ojos, lo que es raro
porque hay pocas mujeres en esta ciudad a las que no nos
hayamos follado, y ninguna le ha interesado más allá de
tenerla con las bragas bajadas.
—Ella es diferente —interesante su adjetivo para
describirla—. Tiene un año más que Isabella y estudia
Historia del Arte.
—Una carrera poco útil —comento.
—Según su carta de admisión, le gusta esa carrera porque
le gusta la belleza de la vida.
Curiosas palabras viniendo de una mujer cuya infancia se
vio marcada por la tortura de su padre.
—¿Algo más?
Flavio sonríe.
—Sabe dos idiomas aparte del italiano y el inglés, no tiene
amigos conocidos y parece que es una paria en su famiglia.
—¿Sabe cuatro idiomas? —Flavio asiente—. Supongo que
la han mantenido cerca como castigo por su rebeldía.
—Eso parece, porque su tío permite que sea golpeada si
es necesario.
Voy a preguntar a qué se refiere cuando Flavio saca su
móvil.
—Llama Adriano.
Miro mi reloj y sé que aún debe estar en el aire, así que
tiene algo importante que decir si nos llama por el teléfono
del avión. Flavio descuelga y pone el altavoz.
—Te escuchamos los dos —contesta Flavio al descolgar.
—Mejor, esto es algo para que ambos oigáis —dice,
riéndose—: tengo una situación un tanto peculiar a bordo.
Flavio y yo nos miramos, en ese avión solo van las chicas,
el piloto, dos de mis hombres y una azafata, aparte de
Adriano.
—He oído un grito y cuando he salido de la cabina, me he
encontrado a uno de nuestros hombres con su polla fuera y
una navaja clavada en ella.
Flavio y yo nos encogemos de dolor.
—¿Qué demonios ha pasado? —pregunto atónito ante esta
situación.
—Según nuestros hombres, Idara se les ha insinuado, pero
luego ha decidido clavarle una navaja justo antes de hacerle
una mamada.
—¿Y la chica qué dice? —pregunta Flavio.
—Nada, esa chica es rara.
—¿Nada?
—Sí, Isabella ha vomitado nada más ver lo ocurrido, pero
la otra —bufa—, cuando le he preguntado, tan solo se ha
encogido de hombros.
—¿Cuánto os falta para aterrizar?
—Estamos iniciando la maniobra de descenso en estos
momentos, no debería llevarnos más de quince minutos
tomar tierra.
—Bien —contesto—. No salgáis del avión, quiero subir y
ver qué ha pasado.
—¿Cómo está nuestro hombre? —pregunta Flavio.
Entrecierro los ojos porque no es de los que se preocupa
por estas cosas.
—Sangrando y con el pene clavado a su pierna, he
preferido no sacar esa cosa por si se desangra.
—¿Y ella?
Sonríe hacia mí y tengo claro que esa era la pregunta que
mi hermano quería hacer.
—La he encerrado en el baño para evitar más líos hasta
llegar a tierra.
—Está bien, nos vemos ahora, ya estamos llegando.
Flavio cuelga y me mira divertido.
—Parece que no va a ser tan aburrido después de todo,
me alegro de haber elegido a Idara para nuestro plan.
Ruedo los ojos porque mi hermano encuentra estas cosas
divertidas, yo espero que no sea un problema.
Llegamos al hangar privado y veo que el avión está
parado. Adriano está en lo alto de las escaleras con su arma
en la mano, pero con una expresión divertida. Nos
acercamos hasta allí y entra al avión mientras subimos los
escalones. Lo primero que veo es a la nieta de Francesco
sentada, es toda una belleza rubia con unos labios que
tienen pinta de saber chupar pollas muy bien. A su lado, la
azafata con una cara de pánico que me dice que sabe
exactamente quienes somos. El piloto está en la cabina con
la puerta abierta haciendo comprobaciones. No me
preocupa, es uno de los nuestros desde hace años y confío
en su lealtad. De pie, junto a la última fila, uno de los
soldados, y cuando avanzo veo que sentado en el lado de la
ventanilla está el otro con la polla fuera y la navaja clavada.
Flavio sisea a mi lado.
—Pinta a que no vas a volver a usarla correctamente —se
burla.
El soldado no dice nada. Adriano abre la puerta del baño y
veo salir a Idara, tiene su pelo algo alborotado y la camiseta
rasgada dejando ver el tatuaje de su costado. Nos mira a los
ojos sin ningún tipo de miedo. Flavio se pone frente a ella y
se agacha a su altura para mirarla a los ojos. Eso ha hecho a
hombres mearse encima, Idara solo lo observa.
—Parece que ha ocurrido un problema con mis hombres —
comienzo —. ¿Qué ha pasado? —Miro a Isabella para que
conteste ella.
—Yo estaba escuchando música cuando he oído un grito,
me he girado y he visto lo que Idara —escupe su nombre
con asco— le ha hecho a ese tipo.
—¿Y tú? —pregunta Flavio a la azafata.
—Estaba preparando un zumo para la señorita —dice,
mirando a Isabella—, cuando he oído un grito, y al salir… —
se calla y yo asiento.
—Adriano, lleva a ambas fuera. Acomoda a Isabella en la
limusina y a la otra déjala ir, supongo que ya sabe que lo
que pasa en el avión…
—Se queda en el avión —contesta la azafata, temblando.
Ambas se levantan y salen. Isabella nos mira de arriba
abajo moviendo sus pestañas. Flavio sonríe porque sabe
que tenía razón en sus locas conjeturas. Una vez estamos
solos y Adriano ha vuelto, me giro hacia mis soldados.
—¿Qué ha ocurrido?
El del pene ensartado apenas puede hablar, así que miro
al otro.
—Esa zorra nos ha provocado, nos ha dicho que si la
manteníamos a salvo nos la chuparía a ambos, pero cuando
Luigi se la ha sacado, la puta loca le ha clavado la navaja.
Flavio se ríe.
—Si eso es verdad, estaría muy avergonzado de que una
chica de este tamaño —dice, señalando a Idara— haya
podido jugárosla así.
Me giro hacia Idara que no muestra ninguna emoción. Es
buena en eso.
—¿Es eso cierto?
Se encoge de hombros. Me acerco y retrocede levemente,
cosa que no ha hecho con Flavio, aunque luego se endereza
corrigiendo su error. La miro de arriba abajo y no puedo
evitar pasar mi pulgar por el tatuaje que lleva en su
costado. Su mirada se endurece.
—¿Por qué está despeinada? —pregunto a Adriano,
ignorándola a propósito.
—Cuando he salido de la cabina la tenía en el suelo cogida
del pelo, supongo que la sacó del lado de su compañero de
esa forma.
Miro por encima de mi hombro, dando una dura mirada a
mi hombre, no me gusta que se maltraten a las mujeres. Mi
mano sigue descansando en el tatuaje de Idara y cuando la
vuelvo a observar, noto que tiene los puños cerrados,
supongo que para evitar darme un manotazo y sacar mis
manos de su cuerpo. Para ser sinceros, me gustaría que lo
hiciera. Observo su muñeca y paso mi mano de su tatuaje a
su brazo. La sostengo frente a mí y veo marcas de dedos a
su alrededor. Flavio llega a mi lado y me arrebata la muñeca
de Idara. Nuestra madre obtuvo muchas marcas como estas
gracias a nuestro padre hasta que ella misma decidió
quitarse la vida.
—¿Ellos te han hecho esto? —pregunta Flavio muy serio.
Niega con la cabeza.
Flavio y yo nos miramos. Sus marcas son recientes, pero
no tanto como para que sean de uno de mis hombres. Sé
que ambos estamos recordando dónde hemos dejado la
conversación sobre el informe de Idara. Doy un paso atrás y
me pongo entre mis hombres y ella, miro a los tres y respiro
profundamente.
—Idara, necesito saber tu versión para poder decidir qué
hacer. No me gusta que la sangre de mis hombres se
derrame en mi territorio.
—Técnicamente, el aire no es tu territorio.
Todos nos giramos y la miramos atónitos ante su descaro.
Flavio tiene una enorme sonrisa en su cara y Adriano trata
de no estar igual.
—El aire que respiras también me pertenece —le aclaro.
—Entonces, sí, he hecho sangrar a uno de tus hombres en
tu territorio —confirma.
—¿Por qué los defiendes? —pregunta Flavio.
—No lo hago.
—Entonces cuéntanos qué ha pasado.
—Para qué hacerlo, simplemente castigadme y sigamos
adelante.
Sus palabras son duras y me pregunto cuántas veces ha
pasado por algo así para que ni siquiera trate de
defenderse.
—Ya no estás en Canadá, aquí las cosas son diferentes, en
esta famiglia no culpamos sin conocer ambas versiones —le
aclaro—, pero si no me convence la tuya, ten claro que vas
a recibir un castigo, no va a temblarme la mano porque seas
mujer.
Mira a Flavio, Adriano y a mí evaluándonos, y eso me
inquieta, me gustaría saber qué está pensando. Suspira y
habla:
—Ellos querían probar cómo de bien la chupo.
—Eso es mentira, zorra —le corta el tipo del pene inútil.
—Si vuelves a hablar, te meto esto por el culo —interviene
Adriano, enseñando su arma.
Asiento hacia él y me giro para mirar a Idara.
—Mira, sé lo que os han prometido respecto a mí, pero no
va a pasar, no voy a dejar que La Cosa Nostra me pase de
soldado en soldado.
—¿Qué has dicho? —pregunta Flavio, llamando su
atención.
—Ellos tenían claro cuando se han acercado que yo he
venido aquí a… Bueno, que voy a ser un juguete, merezco
más respeto que eso.
Sus palabras, acompañadas de un gesto altivo, hacen que
me hierva la sangre.
—¿De dónde os habéis sacado eso? —pregunto furioso a
mis hombres.
—El de la polla fuera estaba en la puerta cuando os
reunisteis con Francesco —comenta Adriano.
Y lo entiendo todo, escuchó la oferta del capo y pensó que
era extensible a todos los hombres de la Organización.
Gruño mientras saco mi arma y desde mi posición le meto
un tiro en la frente. El otro soldado lo mira horrorizado,
antes de que pueda decir nada Flavio le ha metido una bala
en el cerebro también, se desploma en la moqueta.
—Mierda, tendremos que cambiar la alfombra de nuevo —
se lamenta Adriano.
Miro a Idara que está desconcertada ante lo que ha
pasado.
—No sé qué creen haber oído, pero te aseguro que ningún
hombre a mi cargo tiene derecho a tocarte.
Me mira con unos enormes ojos negros y sonríe.
—Gracias.
Solo es una palabra, aunque iba cargada de mucho
sentimiento.
—Mejor nos vamos, aquí ya no hay nada que hacer —digo,
indicando con mi mano a Idara que pase delante de mí.
—Un momento —me pide y todos la miramos.
Se acerca a los cuerpos de mis hombres tratando de no
pisar la sangre y luego se inclina sobre el que está sentado,
alarga la mano y saca su navaja. La mira con disgusto por la
sangre que la mancha, se agacha y la limpia en el cuerpo
del hombre en el suelo. Luego llega a nosotros y va hacia la
escalera. Adriano me mira atónito, Flavio sonriendo y yo…
Bueno, yo no sé qué sentir, desde luego veo que no es
como las demás.
Bajamos por las escaleras y veo a Idara encogerse
ligeramente, no hace frío todavía, pero lleva su camiseta
abierta casi hasta el pecho y por algún motivo no es un
espectáculo que quiero que vean los demás, así que me
quito la chaqueta y la pongo sobre sus hombros desde
atrás. Se tensa un segundo y me mira por encima del
hombro.
—Lamento lo de tu camiseta.
Asiente sin decir nada y me quedo un momento sobre ella,
aspirando su olor. Luego la dejo ir y se mete en la limusina.
Flavio se sienta a su lado y yo junto a Isabella. Cuando
estamos los cuatro, el coche arranca.
—¿Qué ha pasado en el avión? —pregunta Isabella,
rozando su pierna con la mía de forma intencionada—, ¿y
por qué llevas su chaqueta puesta?
—Hace frío —le contesto sin dar más explicaciones.
—Yo también tengo frío —se queja como una niña
pequeña.
Idara rueda los ojos y se quita la chaqueta, la detengo
antes de que termine de hacerlo.
—No sé cómo eran las cosas en Canadá, pero aquí los que
damos ordenes somos Flavio y yo —le aclaro a Isabella—.
Dicho esto, me presento: soy Vito Bianci y él, mi hermano
Flavio.
—Soy el guapo de la familia —se acomoda Flavio de lado,
mirando a Idara. Ella alza una ceja y me saca una sonrisa.
—Sois totalmente iguales —comenta Isabella.
—No lo son tanto —murmura Idara por lo bajo.
La miro tratando de ver si lo que ha dicho es real o solo un
comentario vacío, nadie nos distingue y ella apenas nos ha
visto por primera vez hace unos minutos.
—¿Qué te ha pasado ahí? —pregunta Flavio, señalando el
muslo de Idara que luce una ligera mancha granate.
—La muy salvaje le clavó la dichosa navaja a un soldado
de mi abuelo porque puso la mano en su pierna, y la muy
idiota lo hizo con tanta fuerza que atravesó la mano del
chico y su pierna —contesta Isabella, tratando de hacer
quedar mal a Idara.
—¿En serio hiciste eso? —pregunta mi hermano
entusiasmado.
Se encoge de hombros, parece un movimiento habitual en
ella.
—No me gusta que me toquen o me obliguen a hacer
cosas.
Él coge un mechón de su pelo y lo enrolla en su dedo,
Idara lo mira con cara de disgusto y eso parece que le gusta
más a Flavio que la reacción a la que está acostumbrado
con las mujeres de risa estúpida.
Llegamos a nuestra casa en un cómodo silencio y nos
recibe Adriano que ya ha llegado con su moto. Salimos y mi
gente se encarga de sacar las maletas y llevarlas a las
habitaciones designadas a las chicas.
—Este será vuestro nuevo hogar de momento —indico a
Isabella, que no para de hacer fotos. Adriano le quita el
móvil y las borra.
—Oye —se queja.
—En esta casa no se hacen fotos, es por seguridad —le
aclaro—. No queremos que nadie entre y llegue hasta
vosotras, odiaría que otro hombre llegue hasta ti —susurro
esto último para hacer de esa frase mi entrada en su
cabeza.
Flavio se lleva a Idara por su cuenta para tratar de hacer
su movimiento sobre ella, pero, por la reacción de Isabella,
creo que él lo va a tener más difícil.
—Ven, te mostraré tu habitación.
Cojo la mano de Isabella y la chica finge una sonrisa
tímida. Me cuesta la vida no reírme de tan mala actuación y
no puedo evitar mirar hacia donde se va mi hermano. Veo a
Idara echar un vistazo por encima de su hombro un segundo
y nuestras miradas se encuentran. Flavio tira de ella y se
gira para hacerle caso.
Llevo a Isabella dentro de la casa y le explico que tenemos
cuatro alas en la planta de arriba, una para Flavio, otra para
Adriano, la tercera para mí y la ultima de invitados. No le
cuento que en esa ala tenemos toda clase de cámaras y
micrófonos para ver y oír todo lo que pasa. La planta de
abajo es de uso común y puede moverse por toda ella, pero
las otras están restringidas salvo la de invitados.
—Esta será tu nueva habitación —le indico, abriendo una
puerta y mostrando una enorme estancia con baño y un
vestidor en el que puede vivir una familia—. Una de mis
sirvientas vendrá a acomodar la ropa en el armario en
cuanto tú lo indiques, espero que sea de tu agrado.
Isabella mira la habitación y luego a mí, pone morritos y
contesta mirándome a los ojos:
—Es totalmente de mi agrado lo que veo.
Doy un paso hacia ella y me mira con los ojos de cordero
que debe poner a los hombres normalmente, una cara
fingida y estudiada, reconozco una cuando la veo, estoy
harto de verla en las putas que me follo. Bajo mi cara e
Isabella alza la suya pensando que la voy a besar, pero en el
último momento desvío mis labios y solo rozan la comisura
de los suyos.
—Voy a disfrutar de la estancia, espero que larga, en la
que estés aquí. —Se moja los labios y sé que si ahora
mismo quisiera, me la estaría chupando—. Necesito hablar
con tu abuelo para que sepa que has llegado bien—. Ella
asiente.
La dejo sola en su habitación, me dirijo a la planta baja y
oigo voces venir de uno de los despachos, me acerco y
Adriano está en la puerta con cara divertida.
—¿Qué ocurre?
—Dentro está tu hermano con Idara, ha intentado hacerle
el juego del jefe que hace normalmente, pero no le ha salido
muy bien, parece que la chica lo está poniendo en su sitio.
Adriano se ríe y yo con él, no me aguanto y abro la puerta
justo a tiempo para ver a Idara tirar un jarrón obscenamente
caro a la cabeza de Flavio que no puede parar de reírse.
—¿Se puede saber qué pasa aquí?
Idara me mira y alza su barbilla, luego llega hasta mí y
levanta su dedo en mi cara.
—No os penséis ni tú ni tu hermano que por ser los
todopoderosos Capo di Tutti tenéis un pase libre conmigo.
—No he dicho que lo tengamos.
—Entonces, dile a tu hermano Flavio que aleje sus labios
de mí.
Su comentario hace que suelte una carcajada y ella se
pone roja de la ira. Antes de que pueda decir nada, Flavio la
echa sobre su hombro y la saca de allí.
—¡Suéltame! —grita, retorciéndose.
—Voy a mostrarte tu habitación —contesta mientras lo veo
desaparecer por el pasillo.
Los miro y me cuesta no ir tras de ellos para asegurarme
de que Idara no acaba haciéndose daño.
—Parece que tu hermano ha encontrado a alguien con
quien divertirse que no le tiene miedo —se burla Adriano.
—Eso parece —contesto, mirando hacia donde se han ido.
—Y por tu mirada creo que no es al único de los hermanos
Bianci que le interesa.
Si quieres, te la enseño
Idara
P
ataleo todo lo que puedo mientras Flavio me lleva
escaleras arriba.
—Este ala es la de invitados, las demás son de Vito,
Adriano o mía, la parte de abajo es común —me explica
como si no estuviera encima de su hombro como un saco.
Vito
V
eo a Flavio caminar hasta llegar a mí, claramente
enfadado, con los nudillos enrojecidos, y mira a su
alrededor buscándola mientras recupera su
respiración.
—¿Dónde está Idara? —pregunta preocupado.
—Se ha metido dentro —contesto, todavía mirando la
puerta por la que ella ha desaparecido.
—¿Ha llorado?
—No, ha vomitado.
—¿Está enferma?
—No, ha sido por la rabia con la que ha corrido hasta aquí.
—Vito, mírame.
Me giro y lo encaro.
—¿Te interesa?
—Me da curiosidad.
—Eso no te he preguntado.
—Es todo lo que puedo contestar por el momento.
—Está bien.
—¿Y a ti?
Flavio sonríe.
—¿Has visto cómo le queda la ropa de entrenar? Claro que
me interesa. —Me río porque mi hermano es único. Debo
reconocer que me gusta el tacto de su piel, y no puedo
evitar pasar mis dedos por su tatuaje cuando tengo ocasión,
es como si me llamara.
—¿Qué ha dicho el idiota? —pregunto, señalando con la
barbilla hacia el lugar donde estábamos con mis hombres.
—Que las hijas de traidores no deberían vivir. —Meneo la
cabeza—. Tiene dos costillas rotas y la nariz en varios
trozos, no creo que esto vuelva a repetirse —me aclara
Flavio.
—Sabe que hemos tratado de conquistarlas para sacarles
información.
—¿Cómo?
Me encojo de hombros y sonrío recordando que es un
gesto que Idara hace mucho.
—No lo sé, simplemente lo dedujo.
—Es una mujer interesante, ¿crees que se lo dirá a Isabella
o a su capo?
—Ahora sus capos somos nosotros —contesto algo irritado
sin saber muy bien el motivo.
—Ella es leal, no sé cómo la hija de un traidor puede serlo
tanto. Ni en el avión ni ahora ha querido delatar a los
hombres que la han atacado —recuerda Flavio con un toque
de asombro en su tono.
Estamos acostumbrados a torturar para obtener
información, y cuando los que nos la deben dar no están
habituados al dolor, suelen cantar solo con nuestra mera
presencia, me da la impresión de que Idara no lo haría.
—Es extraño —comento, recordando las palabras de Idara
—. Me dijo que era un monstruo.
—¿Un monstruo? —repite mi hermano extrañado—. Puede
que sea insolente y desde luego no tiene mucho instinto de
preservación contestando a hombres más grandes, pero no,
un monstruo no es lo que veo cuando la miro.
—Hay algo más que no sabemos —murmuro—. Sigamos
con el entrenamiento.
Idara
M
e despierto, como cada mañana, a las cinco tras
una pesadilla. Tengo el cuerpo cubierto de una fina
capa de sudor y me duele un poco la cabeza y el
cuello. Creo que cogí algo de frío en la fiesta de la piscina de
ayer cuando subí a la azotea. No sé en qué demonios
estaba pensando, dejando que Vito me tocara de esa
manera. No es el primer hombre con el que tengo un
momento sexual, pero con él fue diferente. Solo con tocar
mi piel, ya sentí humedad entre mis piernas. Está claro que
sabe lo que hace con sus manos, y el roce de sus labios en
mi cuello aún me provoca escalofríos. Al final todo se reduce
a eso, un momento de placer con la hija de un traidor.
Supongo que lo encuentran excitante y de vez en cuando
me doy el gusto, que soy virgen, pero no de piedra.
Salgo de la cama y me meto en la ducha para despejarme.
Tengo un ligero dolor en todo el cuerpo y me planteo si
meterme entre las sábanas de nuevo o salir afuera. Ganan
las ganas de salir de esta habitación. Abro las ventanas y
me pongo mi ropa de deporte. Por suerte, tengo dos pares
de zapatillas porque Flavio mojó ayer las mías al lanzarme a
la piscina. He que reconocer que me lo pasé bien con él.
Después de mojarlo y arruinarle el polvo con la rubia,
estuvimos jugando a peleas sobre los hombros y ganamos
como equipo. Vito se unió al juego y, finalmente, casi todos
los hombres de la fiesta lo hicieron. Las mujeres animaban
desde fuera para evitar tener ojos de panda por mojar sus
caras maquilladas. Me reí mucho con los chicos y algunas
chicas, las que no estaban mirando con ganas de ver si me
ahogaba. Por suerte, la cena la comí en mi cuarto, ya que
Isabella se quedó con las primas de los Bianci y ellos tenían
negocios que atender.
Salgo de la habitación y me dirijo a las puertas francesas
que dan al jardín. No veo a nadie, así que supongo que hoy
no entrenan. Respiro aliviada, no quiero compañía en este
momento. Estiro un poco y me decido por correr rodeando
la casa. Echo de menos mis cascos, se me olvidaron en
Canadá, espero conseguir unos pronto. Comienzo a un ritmo
bueno que me hace jadear, pero que no me agota muy
rápido. Doy una vuelta completa a la casa y me cruzo con
varios guardias, que me miran y siguen a lo suyo. La tercera
vuelta empieza a costarme y en la cuarta tengo que parar
por un ataque de tos.
—¿Estás bien?
Me sobresalto al oír la pregunta. Me giro y veo a Vito
frente a mí.
—Sí —asiento—. ¿Qué haces por aquí?
Sonríe y se acerca.
—Supuse que saldrías a correr hoy y pensaba unirme, si
no te importa.
—Preferiría que no lo hicieras, me gusta correr sola. —Alza
sus cejas sorprendido.
—No es lo que me pareció ayer. —Ruedo mis ojos.
—Ayer es pasado, hoy es presente. Cada uno obtuvimos lo
que queríamos, pero no hay nada más. —Sonríe como un
gato a su presa.
—¿Qué obtuviste tú?
—Dos orgasmos.
—¿Y yo?
—Un poco de acción con la chica nueva.
Da otro paso frente a mí y recoloca un mechón detrás de
mi oreja.
—Lo que hicimos no es un poco de acción —susurra.
—Te hice una paja, no veas más allá de eso. No voy a
pedirte que grites tu amor por mí a los cuatro vientos, y te
aseguro que no voy a gritar el mío.
Intento mantener mi postura, aunque reconozco que su
cercanía me afecta. Me gustaría besarlo y probar si son tan
suaves sus labios contra los míos como lo son contra mi
piel. Me sonríe y se me acelera el corazón.
—Puedo asegurarte —dice, inclinándose sobre mí,
pasando su nariz por mi cuello— que no fue solo una paja,
no para mí y no para ti. Recuerda que tenía mis manos en
sitios que me cuentan la verdad sobre tu cuerpo.
—Reconozco que tienes cierta habilidad con tus manos,
pero por lo que vi, yo también la tengo con las mías. —Me
mira y se ríe.
—Voy a cambiar de tema un momento, aunque volveré a
este. —Frunzo el ceño confusa—. Lo que pasó ayer con ese
ejecutor no puede volver a ocurrir—. Miro hacia arriba
tratando de recordar, pero no sé a qué se refiere—. El tipo al
que lanzaste a la piscina —me aclara.
—¡Ah! Ese idiota llevaba toda la fiesta molestándome, así
que al final actué —contesto, encogiéndome de hombros.
—A eso me refiero, ese tipo es uno de nuestros mejores
ejecutores; si yo no hubiera estado, las cosas podrían haber
acabado mal para ti.
—Puedo cuidarme sola, gracias.
Coge mi brazo y lo levanta frente a nuestros ojos,
mostrando las marcas de dedos de Marco en mi muñeca.
—¿Así es como te cuidas sola? —pregunta algo enfadado.
Ruedo los ojos y suelto mi mano.
—¿Quieres que tenga cuidado con los hombres malos que
están a mi alrededor porque tú mismo los has puesto? —
Entrecierra los ojos, no dice nada y continúo—: Sé que
cuando me miras ves a la niña que vio cómo era torturado
su padre y sientes pena. —Intenta hablar, pero levanto mi
dedo para que no me interrumpa—. No eres el único, no soy
alguien a quien tenerle pena o cuidar, no conoces la historia
completa.
Si la conociera, no sentiría pena, asco puede, pena no. El
día que mi padre murió comenzó una cuenta atrás, la de mi
muerte, supe en ese instante que no moriría de vieja ni en
una cama tranquila mientras dormía. Nos miramos a los
ojos sin decir nada, él levanta su mano y la pone en mi
mejilla.
—¿Qué es lo que ocultas?
—Ya te lo dije, un monstruo.
Va a decir algo más, pero Flavio aparece y Vito quita la
mano de mi cara.
—Estaba buscándote —dice, dirigiéndose a mí.
—¿Qué he hecho? —pregunto, pensando en algo más
aparte de tirar al idiota de ayer a la piscina.
Él se ríe y me revuelve el pelo de la coleta.
—Quiero invitarte a cenar esta noche.
Amplío los ojos ante la sorpresa.
—¿Sabes que son las seis de la mañana? A estas horas no
se busca a nadie para invitarla a cenar.
—Sí cuando acabas de llegar de tener una noche de
mierda y en lo único que estás pensado es en reírte como lo
hice ayer contigo.
Miro a Vito, que está tenso a mi lado.
—¿Qué le has contado? —le pregunto, tratando de
averiguar las intenciones de Flavio.
Vito se queda callado.
—Si te refieres a lo que pasó entre mi hermano y tú en la
azotea ayer, lo sé, y no me importa.
—Por supuesto que lo sabes.
—Nos contamos todo —aclara Vito.
—Y pensaste: si mi hermano casi la mete en caliente, igual
yo tengo más suerte y acabo el trabajo, ¿no? —pregunto,
cruzándome de brazos frente a ellos.
—No —contesta Flavio—, cuando me lo dijo, me di cuenta
de que no quería seguir con el juego, quiero conocerte de
verdad, aunque eso no implique meterla en caliente al final
de la noche.
Vito sigue tenso a mi lado.
—No vas a aceptar, ¿verdad? —pregunta finalmente
Flavio, mirándome a los ojos muy fijamente.
—No, porque tengo un método para ser feliz: no estar con
dos chicos de la misma familia, trabajo o que se conozcan.
Vosotros cumplís las tres normas que os excluyen.
—Vamos, Idara, solo es una cena, no te pido matrimonio —
suplica sonriendo Flavio.
—No es que pudieras hacerlo —contesto, recordando que
hay alguien esperando que regrese para creerse mi dueño.
—No me lo recuerdes, es asqueroso —responde,
ganándose un codazo de su hermano.
—¿Sabes quién es?
—Sí, pero no podemos decir nada, es parte del trato —
refuta Vito.
Me cabrea sobremanera que todos sepan algo tan
importante menos yo, aunque creo que Flavio es una buena
baza para averiguarlo.
—Muy bien, una cena. —Vito me fulmina con la mirada—.
Y ahora voy a seguir corriendo sola —recalco.
—Te recojo a las siete —grita Flavio mientras emprendo mi
carrera de nuevo con la mirada de Vito clavada en mi nuca.
Vito
S
é que Flavio está en una cita con Idara ahora mismo
por lo que le pido a Adriano que sea él quien lo llame
para que venga al club.
—Listo, viene enseguida, ya habían acabado de cenar.
Asiento y me concentro en las pantallas del ordenador que
tengo delante, desde mi escritorio puedo ver todo lo que
ocurre en el local, así que cuando Flavio aparece, lo sé
inmediatamente. Miro la pantalla en blanco y negro
mientras mi hermano se ocupa de dejar a Idara en la barra
acompañada por Pietro, uno de nuestros soldados que se
ocupa de la seguridad del local. Luego va hacia la puerta
que da a nuestro despacho, dejo en la pantalla la cámara
que apunta hacia donde está Idara sentada.
—Ya estoy aquí. ¿Qué has descubierto? —pregunta Flavio,
entrando y sentándose en un sofá frente a mí.
—¿Qué tal tu cita con Idara? —curioseo, tratando de no
mostrarme demasiado interesado.
—Reveladora.
Es muy escueto en su explicación, Flavio nunca lo es.
«¿Habrá pasado algo entre ellos?».
—He hablado con vuestro primo Dante —comienza a decir
Adriano—, y creo que aquí hay más de lo que sabemos.
—¿A qué te refieres?
Sus palabras han captado mi atención.
—Por lo visto, el capo de Canadá y su consigliere no se
han llevado siempre bien, Carlo acusó a Francesco de matar
a su hijo y su nuera.
—Joder con el viejo —suelta mi hermano, sonriendo.
—Y no es lo raro —continúa Adriano—. Lo raro es que
después de esa acusación, la mujer de Carlo muere en un
accidente de coche en extrañas circunstancias y de pronto
vuelven a llevarse bien.
—Eso no tiene sentido —me quedo pensativo, mirando la
pantalla, y veo como Idara toma un trago de un Martini,
luego va al baño y al salir se limpia la nariz.
—¿Qué creéis que ha pasado? —pregunta Flavio,
sopesando las opciones.
—Según vuestro primo Dante, la relación de esos dos
siempre ha sido así desde que nombraron a Carlo
consigliere, pero ¿sabéis cuando sucedió eso?
Flavio y yo negamos con la cabeza mientras observo a
Idara ir de nuevo al baño y salir limpiándose la nariz. «¿Se
está metiendo mierda en mi puto local?».
—Cuando el padre de Idara murió, era el consigliere de
Francesco.
Sus palabras hacen que mire a Flavio, aquí hay algo raro
que no nos están contando.
—¿Por qué nadie dijo que Idara era la hija del consigliere?
—pregunto algo irritado ante la falta de información.
—Es algo que sepultaron junto con él, es una vergüenza
que la mano derecha del capo le traicione, así que
simplemente hicieron desaparecer esa información, tan solo
unos pocos lo saben.
Veo a Idara ir nuevamente al baño y luego dejarse caer
prácticamente sobre la barra, su comportamiento no es
aceptable en mi club, no me gustan las yonkis ni las
borrachas. Me ha decepcionado mucho descubrir esto de
Idara.
—Deberíamos averiguar algo más de todo este asunto, no
parece una simple coincidencia que Carlo acabara como
consigliere.
—Ni que Idara acabara en su casa, a solas con el tipo, y
que ahora la quiera de esposa —sisea Flavio enfadado—. Si
no hay nada más, me voy, le he prometido a Idara llevarla
donde quiera. ¿Sabíais que trabajó en un club como este?
Estoy deseando que me cuente la historia.
—Flavio, necesito comentar contigo un asunto sobre la
partida de armas que debe llegarnos esta semana —
comenta Adriano.
Me levanto y recoloco las fundas de mis armas.
—Vito, dile a Idara que ahora salgo —me pide y yo asiento.
Salgo del despacho y paso por el pasillo que da al local.
Cuando lo hago, veo a Idara prácticamente tirada sobre la
barra y eso me cabrea. Bueno, eso y saber que trabajó en
un lugar como este. «¿Qué tipo de mujer es realmente?».
Cuando me ve, cojo a una de las bailarinas y la tiro a mis
pies, saco mi polla y se la meto entre los labios. La chica no
protesta, no es la primera vez que hago esto y a ellas les
encanta que las elija. Idara aparta la mirada y yo trato de
concentrarme en la mujer arrodillada ante mí. Agarro su
pelo y la obligo a chuparme hasta el fondo, obtengo alguna
arcada, pero salvo eso, no siento nada. Es una jodida
profesional, me lo ha hecho otras veces, aunque ahora
mismo no me provoca nada más que pereza. La tiro a un
lado y me guardo la polla en los pantalones de nuevo sin
dejar que acabe. Miro a la barra, Idara no está; si ha ido al
baño a meterse mierda de nuevo, juro que voy a hacerle
esnifar un kilo delante de mí.
—¿Dónde está? —pregunto a Pietro, que espera mientras
Jaxon le sirve una copa.
—¿Quién, jefe?
—La chica.
—Se fue con dos soldados fuera, creo que iba a casa.
No me gusta la idea de ella con dos de mis hombres, no
después de lo que pasó ayer entre nosotros. Por algún
motivo, que no comprendo, todavía no quiero compartir eso
con ningún otro hombre.
—¿Cuántas veces ha ido al baño a meterse mierda?
—Ha ido tres veces al baño, señor.
—Perdone, señor Bianci —me llama Jaxon que ha estado
escuchando la conversación.
—Dime.
—Ella no ha estado metiéndose nada en el baño.
—¿Cómo puedes estar seguro?
—Porque no estaba en condiciones.
—Yo la he visto emborracharse —siseo.
—No, no, está enferma, no borracha. No ha tomado nada
de alcohol se lo aseguro.
Tuerzo el gesto, indeciso de si creerlo.
—La he visto con la copa en la mano bebiendo.
—Sí —corrobora Jaxon—, pero era solo agua, limón, pepino
y miel. Lo he preparado yo mismo, es algo que me daba mi
abuela cuando me resfriaba.
Rememoro las imágenes en mi memoria, tratando de
recordar si ha bebido algo que yo pueda reconocer.
—Aun así, ha ido tres veces al baño seguidas, nadie mea
tanto.
—No ha ido a eso, señor, ha estado vomitando.
—Eso es cierto, jefe —confirma Pietro—. Cuando ha vuelto
la última vez, me ha pedido que avise a Flavio de que se iba
a casa porque no se encontraba bien.
—¿Y por qué no lo has avisado?
—Nos dijo que no le interrumpiéramos.
Mierda, Adriano dio la orden de que no lo hicieran.
—¿Con quién se ha ido? —pregunto inquieto a Pietro—.
Mejor, localízalos y que me digan dónde están.
—Ahora mismo.
Pietro saca su móvil y marca, luego se lo coloca en la oreja
y espera. Pasan unos segundos y nada. Prueba con otro
número, pero tampoco obtiene respuesta.
—No contestan al teléfono.
—¿Ninguno? —pregunto extrañado.
Los soldados tienen orden de contestar siempre a un
superior, y en este caso, Pietro lo es, como capitán está por
encima de ellos.
—Avisa a Flavio y Adriano, están en mi despacho, y a
todos los que están aquí, quiero saber dónde cojones se han
metido esos tres.
La sangre me hierve de pensar que están solos con ella y
que Idara les está tocando de la misma forma en que me
tocó a mí ayer.
—Los han visto salir por el acceso al parking, aunque el de
la puerta asegura que no ha salido nadie en coche desde
hace una hora —me informa Pietro.
—Ok. Ve a por mi hermano, yo voy al aparcamiento, diles
a los chicos que no salgan.
No quiero público si voy a encontrar a Idara follándose a
mis hombres. Aunque en mi mente me preocupa que esté
bien, si de verdad estaba tan enferma, no creo que haya
decidido follarse a dos tíos. Por otro lado, el espectáculo que
he dado tampoco le ha gustado por la cara que ha puesto al
verlo.
Salgo al parking, no veo ni oigo nada, es una explanada
amplia y bien iluminada. Me concentro en los sonidos a mi
alrededor y saco mi arma, todo está demasiado tranquilo.
—¡Zorra! —oigo el grito al fondo y corro hacia allí, lo que
me encuentro es algo que va a costarme superar.
Idara está tendida sobre el cajón trasero de la camioneta,
uno de mis hombres tiene su polla metida en su boca y otro
la sujeta por las caderas con el vestido subido. Miro la
escena y no puedo creer lo que estoy viendo.
—Señor Bianci —susurra el que la tiene por las caderas.
Mi pecho sube y baja rápidamente, miro a Idara retorcerse
lentamente mientras abre la boca y libera al tipo que tenía
su polla en ella. Veo la sangre en sus labios y no lo pienso,
le pego un tiro en los huevos al hombre. Se cae contra la
cabina de la camioneta gritando, el otro trata de vestirse.
—¡Qué demonios! —grita Flavio justo a mi espalda.
—¿Qué ha pasado aquí? —pregunta Adriano, observando
la escena.
—Ella se ha ofrecido —se excusa el que aún la tiene
agarrada por la cintura.
Flavio se lanza contra él y lo empotra contra la pared de
piedra, nunca he visto a mi hermano con tanta rabia.
—Ayuda a Idara, yo me encargo del otro —me dice
Adriano, subiendo a la parte trasera de la camioneta.
Incorporo a Idara mientras recoloco su ropa y la cojo en
brazos. Solloza contra mi hombro y tengo que luchar contra
mí mismo para no soltarla y destripar a esos dos ahora
mismo.
—Shhh… Ya está —le susurro.
Mete su cabeza en el hueco de mi cuello y siento la
humedad de sus lágrimas. Veo la limusina parada
esperándome y me deslizo dentro. La sigo sosteniendo
contra mí. Cojo una botella de agua y la vierto sobre un
pañuelo que tengo en mi bolsillo, luego la obligo a mirarme
para limpiar la sangre de sus labios. Se queda quieta,
mirándome a los ojos, y juro que nunca he sentido tanta
impotencia en mi vida.
—¿Estás bien? —pregunto en un susurro, eliminando todo
rastro de ese tipo en ella.
Idara asiente.
—¿Han llegado a…?
Niega antes de que acabe la frase.
—Has llegado a tiempo. Gracias.
Comienza a toser y me doy cuenta del sudor de su frente.
Pongo mis labios sobre su piel y la noto ardiendo.
—Avisa al médico de que vaya a casa ahora mismo —le
ordeno a mi chófer.
—No es necesario.
—No tienes poder de decisión en esto Idara, deja que te
cuide.
Se recuesta sobre mí y paso ambos brazos alrededor de su
cuerpo. Espero que Flavio no los mate, quiero tener mi parte
de diversión con ellos.
Llegamos a casa y salgo del coche con ella en brazos, no
pesa nada y con lo encogida que está parece que quiere
desaparecer. Entro esperando no encontrarme a nadie,
afortunadamente no lo hago y subo directamente a mi
habitación, la dejo sobre la cama y me vuelvo para cerrar la
puerta.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunta, tratando de mantener
los ojos abiertos.
—Esta noche te quedas en mi habitación, necesito tenerte
controlada. —Va a replicarme, pero la corto antes de que
empiece—. Por favor. —Asiente—. ¿Quieres darte una
ducha? —Me mira un instante dudando—. No hay nada que
no haya visto o tocado, puedes estar tranquila conmigo.
Me da una pequeña sonrisa y no puedo evitar pasar mi
dedo por sus labios. La ayudo a llegar a la ducha y no me
molesto en quitarle el vestido, lo rasgo directamente.
Cuando veo que no lleva nada debajo, tiemblo de rabia. Tan
solo hay unas cuantas marcas de dedos, no lleva ni ropa
interior ni bragas.
Paso mi mano por sus marcas, mañana serán hematomas,
y se estremece. La pongo debajo de la ducha, está
demasiado débil y parece que va a caerse en cualquier
momento, así que me quito las fundas de mis armas y entro
junto a ella vestido para sostenerla. Apoya la frente sobre
mi pecho y deja que el agua corra sobre su cuerpo. Joder, sé
que no es el momento, pero tener su piel suave bajo mis
dedos hace que quiera sujetarla contra la pared y hundirme
en su interior. Salimos y la envuelvo en una toalla enorme,
luego le doy una camiseta y unos pantalones que le van
algo grandes, pero no quiero dejarla sola en este momento
para ir a su habitación a por ropa. La meto en mi cama y
beso su frente. Está ardiendo.
—Descansa mientras viene el médico, yo voy a quitarme
la ropa mojada.
Asiente y me meto al baño de nuevo. Tiro la ropa al suelo
y me pongo unos bóxeres limpios y una camiseta. Cuando
salgo, sigue con los ojos abiertos.
—Duérmete —le susurro, sentándome en la cama a su
lado.
—No puedo. Si cierro los ojos los veo, siento sus manos
sobre mí —confiesa, y en su mirada puedo ver que le está
costando luchar contra sus demonios.
Necesito tomar tres respiraciones profundas para
calmarme. Voy a matarlos a ellos y a toda sus jodidas
familias, no va a quedar nadie con su sangre vivo.
Me siento con la espalda contra el cabecero y tiro de Idara
hacia mí para que apoye su cara en mi pecho, comienzo a
pasar mi mano por su brazo y ella traza círculos con su dedo
sobre mi pecho. Oigo la puerta abrirse y tras ella aparecen
mi hermano lleno de sangre y el doctor. Le tapo los ojos a
Idara para que no vea así a Flavio, él me da una mirada
tratando de averiguar qué hace ella aquí y cómo hemos
acabado en esta situación, pero niego con la cabeza y Flavio
asiente. No es el momento de explicarle. Sale y nos deja al
médico, a Idara y a mí solos en la habitación.
—Nena, ya está aquí el médico —llamarla por su nombre
me parece demasiado frío.
Miro hacia su cara, veo que tiene los ojos cerrados, la
muevo un poco, sigue sin abrirlos. La deposito sobre la
almohada y cae su cara hacia un lado.
—Está inconsciente —me confirma el médico al ver los
movimientos de Idara.
Se acerca y le toma la temperatura, tiene casi cuarenta de
fiebre.
—Voy a ponerle un gotero para que no se deshidrate
además de un antitérmico para bajar la temperatura.
Necesito auscultar su pecho para ver si le ha bajado a los
pulmones.
Lo dice y espera mi consentimiento. Cuando se lo doy,
sube lentamente la camiseta de Idara mientras lo miro
fijamente. Si veo un mínimo signo de lascivia en sus ojos,
voy a volarle la tapa de los sesos aquí mismo. Pero no hay
ningún cambio salvo cuando ve los hematomas de los dedos
que comienzan a formarse en sus muslos y caderas.
—Espero que entienda el secreto profesional —le advierto,
no quiero que salga una palabra de aquí.
—Por supuesto, señor.
La ausculta y ve que no hay nada por lo que preocuparse.
Le mete la aguja en el brazo, le bajo la camiseta y vuelvo a
taparla con la sábana.
—Mañana se encontrará mejor, está habiendo muchos
casos similares, es un virus de veinticuatro horas que te
deja un poco cansado, nada más.
—Gracias, doctor.
El médico asiente, recoge sus cosas y sale. Me quedo
junto a Idara, mirando su cara relajada contra mi almohada,
y rozo el dorso de mi mano con su mejilla. Tiene algo que
me atrae. Me siento culpable por pensar mal, creer que
estaba metiéndose mierda y no ir a darle el recado de Flavio
en cuanto salí del despacho. Quizá, si lo hubiera hecho, no
habría pasado por eso. Me recuesto a su lado y me quedo
velando toda la noche su sueño, y cuando el gotero se
termina, retiro la aguja y me meto a su lado. No tardo ni
cinco minutos en dormirme.
—¡No! ¡Dejadlo! ¡Papá!
Me despierto sobresaltado, cogiendo el cuchillo que
guardo debajo de mi almohada, pero cuando veo que es
Idara que está teniendo una pesadilla, lo dejo en la mesita
de noche.
—Despierta, es solo una pesadilla. —La muevo un poco
para que abra los ojos, no lo hace.
—No, no quiero, no me toquéis —solloza y creo que ahora
está recordando los hechos de anoche.
La zarandeo con algo más de fuerza y ella abre los ojos,
mira a su alrededor, respirando de forma agitada, y cuando
me ve, se lanza a mis brazos, se acurruca contra mi pecho y
me abraza fuerte, temblando.
—No les dejes hacerme daño —susurra, y no sé si está
despierta del todo o aún no se ha dado cuenta de que todo
ha sido una pesadilla.
La aprieto contra mí y beso su cabeza. Un sentimiento de
posesión grita dentro de mí mientras paso mi mano por su
espalda.
—Tranquila, estás a salvo. —No dice nada, solo tiembla, y
le hago una promesa—: Te juro que voy a matarlos a todos.
Soy mercancía dañada
Idara
N
ecesito unos segundos para darme cuenta de lo que
está pasando. Noto los brazos de Vito a mi
alrededor, sé que es él, reconozco su olor, aunque
mi mente aún no tiene claro si mi pesadilla con esos
hombres ha sido real o solo parte de mi sueño.
—Perdona —susurro, abriendo los ojos y deslizándome
fuera de los brazos de Vito.
Me mira con el ceño fruncido, pero no dice nada.
—¿Estás bien? —pregunta en un tono dulce mientras pone
una mano en mi mejilla.
—Sí, siento este numerito, normalmente no me cuesta
despertarme de mis pesadillas.
—No te disculpes, es normal dado lo que pasó.
Lo miro un segundo y lo entiendo.
—Entonces, ¿es real?, ¿ayer trataron de…? —Asiente muy
despacio—. No recuerdo demasiado —confieso—, supongo
que eso es bueno, ¿no? —Menea la cabeza con un gesto en
su cara que no logro descifrar—. ¿Qué hago aquí? —
pregunto, mirando a mi alrededor—, esta no es mi
habitación.
—No, es la mía.
Lo miro confusa y sale de la cama. Veo que solo lleva una
camiseta y unos calzoncillos puestos así que aparto la
mirada.
—¿Nosotros…? —me sonríe.
—No, Idara, no pasó nada —suspiro aliviada—, aunque
debo reconocer que no fue por falta de ganas.
Me sonrojo ante su declaración y miro mi regazo. Veo una
tirita en mi brazo y lo contemplo extrañada.
—Anoche tenías mucha fiebre y el médico tuvo que
ponerte un gotero —me aclara Vito, sentándose en una
butaca frente a la cama. No sé si quiere darme espacio o
quiere tenerlo él—. ¿Qué recuerdas? —pregunta, apoyando
sus codos en las rodillas inclinándose hacia delante.
Me rasco la cabeza y pienso.
—Recuerdo que no me encontraba bien, tuve que ir varias
veces al baño a vomitar —Vito se remueve en su sitio—,
también haberle dicho al gigante que Flavio dejó conmigo
que le avisara, pero no os podía interrumpir… y después
recuerdo verte salir de la oficina y…
Me callo rememorando en mi cabeza la imagen de la chica
de rodillas frente a Vito en mitad del local sin ningún tipo de
reserva. Lo miro a los ojos y trago. Él me observa serio.
—Luego reconocí a dos tipos que entrenan aquí y les pedí
ayuda para volver a casa. Después de eso…, empecé a
encontrarme peor… Las imágenes son borrosas, creo que
me llevaron a una camioneta. Recuerdo el metal frío contra
mi espalda. —Vito se tensa—. También recuerdo que se
reían. Y uno… —me callo.
—Continúa, por favor.
—Uno me quitó las bragas… —Vito tiene cara de asesino y
empieza a asustarme, pero continúo tal y como me ha
pedido—, otro… otro…
Trato de centrar mis recuerdos. Tengo imágenes y
sensaciones, aunque no son coherentes.
—¿Qué pasó? —pregunto, tratando de llenar esos huecos
de mi memoria—. Alguien gritó y lo siguiente que recuerdo
es que me llevabas en brazos. —Vito me mira respirando
muy profundamente—. ¿Qué pasó? —insisto.
—Si no lo recuerdas, mejor no contártelo —contesta muy
serio.
—No, no lo recuerdo, pero quiero saberlo.
—Idara…
—No estoy diciéndote que me lo cuentes si quieres, te
estoy pidiendo que lo hagas. —Me mira evaluándome y
asiente.
—Llegué después de oír el grito. No sé si pasó algo más
entre lo que tu recuerdas y eso. Cuando lo escuché
insultarte, corrí hacia donde estabas… —se calla, pero no
deja de mirarme.
—¿Y?
—Al llegar vi que uno de ellos tenía su polla en tu boca. Tú
le habías mordido, por eso gritó, por eso lo oí.
Proceso sus palabras y mis recuerdos vuelven a mí. No
completos, solo fragmentos, sensaciones, olores… Me
muerdo el labio para tratar de calmarme. He empezado a
temblar, pero no quiero que lo vea.
—¿Estás bien? —Asiento—. Idara…
—Estoy bien, de verdad.
Cierro un segundo los ojos para relajarme y tomar una
respiración. Cuando los abro, Vito me mira con una
intensidad que no había visto jamás en nadie antes.
—Lo siento —susurra, mirando al suelo y eso me pilla
desprevenida.
—No entiendo por qué tienes que disculparte.
—Si no hubiera actuado como un idiota, probablemente no
te habría pasado esto.
Frunzo el ceño porque no entiendo a qué se refiere, pero
no le pregunto, espero a que él conteste.
—Durante la reunión con Flavio estuve observándote en
los monitores del despacho. —Su declaración me pilla por
sorpresa—. Te vi ir varias veces al baño y asumí que estabas
metiéndote mierda mientras esperabas a mi hermano. —
Sigo callada, sé que hay más—. Cuando salí, debería haber
ido directamente a ti para decirte que Flavio no tardaría, en
vez de eso… Bueno, ya sabes lo que pasó en vez de eso. —
Asiento—. Si el camarero no me hubiera dicho que no te
encontrabas bien, probablemente ni siquiera te hubiera
buscado.
—Vito, mírame —le pido y él obedece—. Aquí no hay más
culpables que los que me hicieron daño.
—Si yo hubiera…
—¿Llegado antes?, ¿dicho algo? —niego con la cabeza—.
Hubieras evitado que me pasara algo anoche, aunque
probablemente habría acabado pasando. Es parte de mi
vida, me culpé demasiado tiempo por ello. ¿Visto muy
provocativa?, ¿me insinúo al hablar?, ¿sonrío demasiado?
Me lo preguntaba cada día. —Vito me mira muy serio—. No
hay más culpable que quien decide hacer daño y
aprovecharse de la situación.
—¿Te ha pasado antes esto? —pregunta con la mandíbula
tensa y asiento.
—Soy mercancía dañada, hija de un traidor. —Vito cierra
los puños—. Pero nunca llegaron a terminar el trabajo, mi tío
es demasiado importante en Canadá. Te aseguro que no es
la primera vez que alguien se fuerza dentro de mi boca y, si
sigo en este mundo, la de anoche no será la última.
Vito se levanta y patea la butaca.
—No mientras estés bajo nuestro cuidado —me promete
—, yo no soy Carlo.
—Gracias.
Quiero decirle que eso será durante poco tiempo, que
cuando tenga una oportunidad voy a perderme entre la
gente y nadie va a volver a saber de mí. Aunque esto es
algo que no puedo contarle, como capo no me lo permitiría.
—Cuéntame cómo es la relación con tu tío —me pide,
sentándose al borde de la cama.
Su pregunta me extraña, pero creo que quiere cambiar de
tema y a mí me parece bien.
—Es buena, supongo. Siempre pone al capo por delante,
aun así, tengo que agradecerle que cuidó de mí después de
que mi tía muriera.
—¿Eso fue hace mucho?
—Un año después de que lo hiciera mi padre. Mi tía me
acogió y me cuidó como si fuera hija suya. Me contaba cada
día cosas de mi padre, a pesar de que Tío Carlo no estaba
de acuerdo.
—Interesante.
—Cuando ella murió en el accidente, pensé que mi tío me
echaría de casa, al fin y al cabo, no era nada mío, la
hermana de mi padre era mi tía, no Carlo. Pero en vez de
eso se quedó conmigo.
—¿Es cariñoso?
—No en exceso. Me abraza o me besa la mejilla, poco
más. Lo que sí le gusta es verme dormir, creo que le
inquietan mis pesadillas y por eso me observa.
Vito frunce el ceño. Creo que lo oigo murmurar… ¿cerdo?
—¿Tienes pesadillas muy a menudo?
Asiento.
—Cada día.
—¿Tu padre?
—Sí, cada noche rememoro su muerte, supongo que aún
no he podido superarlo.
—¿Qué pasó? —pregunta, acercándose más a mí.
Lo miro un instante callada, no quiero hablar de esto.
—Supongo que aún no tenemos esa confianza —me sonríe
y me relajo.
—Quizá debería empezar yo a contar algo. —Me encojo de
hombros y vuelve a sonreír—: No sé si conociste quién fue
mi padre. —Asiento—. No era bueno como tal. Mi madre
murió cuando éramos pequeños, por lo que Flavio y yo nos
criamos solos con el gran y temido Alonzo Bianci.
—Siento lo de tu madre.
Vito toca mi mejilla con su mano y asiente. Sé lo que es
perder a una madre, pero al menos yo la recuerdo, tengo en
mi memoria los momentos felices junto a ella.
—Mi padre quería un heredero a su trono como capo de La
Cosa Nostra, por eso, cuando supo que éramos dos, se
enfadó muchísimo.
—No tiene sentido, mejor dos que uno.
—No, en esta famiglia a la que pertenecemos el poder se
hereda, si hay dos herederos, normalmente se pelean y
dividen las tropas, haciendo vulnerable a toda nuestra
Organización.
—Entiendo.
—Así que Flavio y yo crecimos con un padre que trataba
que nos odiáramos el uno al otro. Pero nosotros no
podíamos. Somos gemelos, tenemos un vínculo único que
nuestro progenitor no entendió jamás.
Sonrío y se acerca un poco más, estamos muy cerca.
—Mi hermano y yo sabíamos que nuestro tiempo se
acababa. Mi padre no iba a dejar que los dos siguiéramos
vivos, fue en nuestro décimo sexto cumpleaños cuando hizo
su movimiento.
Por instinto agarro su mano entre las mías y Vito las mira
un instante antes de continuar.
—Nos llamó a Flavio y a mí, nos dio un arma a cada uno y
nos dijo que solo uno de los dos saldría con vida de esa
habitación junto a él.
Abro los ojos atónita. Mi padre no era un buen hombre, era
un asesino, pero sé que si hubiera estado en esa situación,
jamás me hubiera ordenado matar a sangre fría a mi
hermana.
—Supongo que las cosas no salieron bien para él —
susurro.
Sé que ellos lo mataron, la historia de cómo llegaron al
poder tan jóvenes es algo que todos los que pertenecemos
a la mafia, ya sea a una famiglia o a otra, sabemos. Aunque
nadie sabe qué ocurrió realmente en ese despacho. Vito
sonríe.
—Mi padre no contaba con algo, mi hermano y yo somos
leales el uno al otro y por eso nunca nos dispararíamos.
Cuando ambos teníamos el arma en la mano, apuntamos a
nuestro padre y disparamos. Al pecho y a la cabeza.
Corazón y cerebro.
Acaricio su mano, tratando de hacerle llegar algo de
consuelo. Aunque ese tipo se lo mereciera, aunque fuese
cuestión de vida o muerte, no dejaba de ser su padre.
—Al final, el único monstruo que hay aquí soy yo —
susurra, apoyando su frente sobre la mía.
Cierro los ojos un momento y niego levemente.
—Espero que algún día puedas contármelo —murmura con
sus labios a milímetros de los míos—. ¿Sabes una cosa? —
Niego con la cabeza.
—Todavía no nos hemos besado.
Saca su lengua y la pasea por mis labios sin dejar de
mirarme. Pone su mano en mi mejilla y sé que va a
besarme.
—¿Estás despierto, Vito? —se oye a Flavio al otro lado de
la puerta. Vito suspira sin apartarse y coge mi labio inferior
entre sus dientes—. ¿Vito? —insiste Flavio y sonrío.
—Quizá debería haberle pegado un tiro cuando tuve
oportunidad —susurra en tono burlón.
Vito se aparta de mí, se levanta y abre la puerta. Flavio
aparece con una enorme sonrisa que desaparece cuando
mira a su hermano y me mira a mí. Entrecierra los ojos y
alza las cejas.
—¿Interrumpo?
—No —respondo a la vez que Vito dice que sí.
—Me quedo con la respuesta de Idara —contesta y pasa
delante de Vito que lo mira con cara de asesino.
Flavio llega hasta la cama y se sienta a mi lado, luego me
da un beso en la frente y quita el pelo de la cara que me ha
caído mientras tenía mi momento con Vito.
—¿Estás mejor? —pregunta, poniendo su mano en mi
frente a la vez que Vito gruñe, y asiento—. Perdóname por
dejarte sola anoche.
Sonrío, es adorable verlo pedir perdón. Es curioso cómo
siendo idénticos por fuera me hacen sentir cosas totalmente
diferentes. Flavio es como un amigo, alguien en quien
confiar. Vito, por otro lado…, me atrae, me enciende con
solo tocar mi piel, pero no sé si fiarme de él, al menos, no
todavía.
—No es culpa tuya nada de lo que pasó, ni de Vito, ni mía.
Mira a su hermano y sé que están teniendo una
conversación sin palabras, luego se gira y me sonríe de
nuevo.
—¿Qué te apetece hacer? —pregunta animado.
—Debería descansar —advierte Vito, que ahora está
sentado en la butaca de antes.
—Tiene razón, debería descansar un poco. Me duele el
cuerpo como si me hubiera pasado un tren por encima. —
Vito y Flavio se miran un instante—. ¡Eh! —grito, llamando
la atención de ambos—. Nada de miraditas de compasión
por mí, os lo advierto.
Ellos vuelven a mirarse y me cabreo. Quito las sábanas y
me pongo de pie, demasiado rápido, me tambaleo y me
siento de nuevo.
—¿Estás bien? —pregunta Flavio sentado a mi lado. Vito
está de rodillas frente a mí con cara de preocupación.
—Sí, supongo que me levanté demasiado rápido.
Miro a Flavio, que ahora ya no tiene sus ojos puestos en
mí, sino en mis piernas. Bajo la vista y veo algunas marcas
de dedos en mi piel.
—Voy a matarlos —sisea Flavio a mi lado, levantándose.
Me pongo de pie, pero Vito no se aparta, sigue de rodillas
frente a mí, mirándome a los ojos mientras con su mano
sube un poco mi camiseta. Sé que está pidiéndome permiso
y yo asiento porque no hay nada que tenga que esconder.
Lo ayudo y levanto mi camiseta para ver más marcas de
dedos en mi cadera. Vito pasa sus dedos con suavidad
sobre ellas a la vez que Flavio está gritando y me baja la
camiseta. Se pone de pie y besa mi frente.
—¿Los mataste a ambos? —pregunta enfadado.
—No, supuse que querías jugar un poco con ellos, aunque
al que le pegaste el tiro en la polla ha necesitado una
transfusión esta noche.
Sus palabras me dejan helada, ¿han matado a esos tipos?
¿Por mí? No lo entiendo.
—Hazte cargo de ella mientras me divierto un poco.
—¿Adónde vas? —le pregunto a Vito, agarrando su
muñeca. Se gira y me mira.
—Te lo dije, no tienes nada que temer, desde ahora estás
con nosotros.
—¿Por qué? —No sé cómo ellos, que apenas me conocen
de unos días, cuidan de mí más de lo que lo ha hecho mi tío
Carlo toda mi vida.
—He decidido que eres mía.
Se va y me quedo de pie confundida por sus palabras.
¿Suya? No lo entiendo. Flavio me mira desde el otro lado de
la habitación, ha suavizado su mirada y ahora sonríe.
—¿Quieres que te lleve a tu habitación? —Asiento, y antes
de que pueda decir nada se acerca a mí y me alza en
brazos.
—No era necesario.
—Disfrútalo. Pocas mujeres pueden tocar este cuerpo sin
habérmela chupado antes. —Ruedo los ojos y él se ríe.
—No sé cómo siquiera logras meterla en algún sitio.
—Te sorprendería lo que les gusta a las mujeres como las
trato, y a algunos hombres —contesta, guiñándome un ojo.
Me río cuando me lleva en brazos por el pasillo. Isabella
nos intercepta cuando pasamos por su puerta y las primas
de los Bianci aparecen a su lado.
—Vaya, parece que has pasado una buena noche —sisea
Isabella.
—¿Ya sabes cuál de nuestros primos te gusta o te da igual
en la cama de quién te metes? —pregunta Lirio, la prima
pequeña por lo que supe en la fiesta.
—¿Necesitáis que os recuerde en casa de quien estáis,
perras? —pregunta Flavio en un tono agresivo.
Las tres sueltan un pequeño grito de asombro ante sus
palabras y la rudeza de su tono.
—Da igual —le susurro bostezando.
—Dad gracias de que llevar a su habitación a Idara es más
importante que enseñaros educación —gruñe, pasando
junto a ellas hacia mi cuarto.
—Gracias por defenderme.
—Son unas perras malcriadas.
—Le contaré a mi abuelo todo esto —se oye a Isabella tras
nosotros.
Flavio se detiene con intención de volver, pero le cojo de
la barbilla para que me mire.
—No, es lo que busca, quiere atención, no se la des.
—Lo que le voy a dar es una buena patada en el culo, a
ver si saca la cabeza de ahí. —Me río y sigue caminando—.
¿Por qué lo soportas? —pregunta Flavio confundido y me
encojo de hombros.
—No es algo que me importe, estoy acostumbrada a que
me traten así.
—No deberías estarlo.
Abre la puerta de mi habitación y parece que fue hace un
siglo cuando estuve la última vez y no ayer. Aún hay un
vestido sobre la cama, era la alternativa al que me puse.
Este es mucho más corto y con escote pronunciado.
—Supongo que al final da igual lo que lleves, ¿no?
Lo oigo gruñir y me deja en la cama. Coge el vestido y lo
cuelga en el ropero. Me recuesto sobre la almohada
mientras Flavio me tapa con una manta que ha sacado de la
parte superior del armario.
—Duerme un poco, voy a estar aquí cuando despiertes —
me dice, viendo mi boca abrirse para bostezar de nuevo.
—No sé qué me pasa, normalmente no duermo tanto —me
quejo.
—Después de lo de anoche, es normal. Estás agotada, y si
a eso le añades la fiebre… Necesitas descansar.
—No es necesario que te quedes.
—La última vez que te dejé sola te hicieron daño.
—Eso no fue aquí, ni tu culpa, ni porque estuviera sola.
Las cosas malas pasan, no puedes fustigarte por eso, yo no
lo hago.
—No sé cómo lo haces, pero de verdad que te admiro. En
tu lugar, querría matar a esos cabrones con mis manos.
Le sonrío. Me gusta que sea tan protector, es agradable
que alguien se preocupe por mí.
—¿Quién te dice que no quiero hacer eso? —pregunto,
sonriendo.
—¿Quieres?
Lo miro pensativa.
—Sí, aunque ya tengo demasiada sangre en mis manos —
contesto en un susurro.
—Vito me dijo que crees que eres un monstruo.
—Supongo que no tenéis secretos entre vosotros.
—Ninguno.
—Eso es bonito. Ojalá hubiera tenido una hermana con la
que compartir todo.
—Ahora me tienes a mí, puedo ser tu hermano —me
sonríe Flavio, y creo que eso me gustaría—. Pero tengo una
condición —continúa.
—No voy a chupártela, Flavio. —Me mira con los ojos
abiertos y se ríe.
—Me encantas, no sé si te lo he dicho. —Ruedo los ojos y
me acurruco. El sueño empieza a vencerme.
—¿Qué condición es? —pregunto casi sin poder abrir los
ojos.
—Resulta que ha llegado a mis oídos que cierta chica de
Canadá tenía un negocio de narcotráfico en la universidad
bajo las narices de su capo y él no sabía nada. —Abro los
ojos un instante y lo veo sonreír—. ¿Sabes de quién te
hablo? —pregunta, acomodando la manta sobre mis
hombros.
Le sonrío y asiento. Cierro los ojos y toso. Voy a dormirme,
pero antes le contesto: —Sí, ella es la hija del Sol y de la
Luna.
Cuidado con las escaleras
Idara
H
an pasado cinco días desde que vi a Vito la última
vez. Tuvo que irse a Canadá el día después de mi
ataque con Adriano, por lo que me quedé sola con
Flavio. Ha pasado muchas horas conmigo viendo películas y
he podido conocerlo un poco más. Le gustan las que en la
escena final te hacen darte cuenta de lo que ha pasado en
todo momento en tus narices y no has sospechado. También
le encantan las series de instituto, dice que para ver tías
buenas, pero yo creo que en el fondo le gustaría haber
tenido una adolescencia normal como la que sale en la tele.
Aunque debería saber que eso es ficción. La realidad es
mucho más cutre y deprimente.
Miro mi cuerpo en el espejo, ya no quedan marcas del
ataque. Paso mis dedos por donde estaban y respiro
profundamente mientras recuerdo la conversación de Flavio
de anoche.
Me río de lo asombrado que está Flavio por cómo se
comportan en la serie de niños ricos que estamos viendo, se
nota que él no ha tenido que ir a un instituto como el mío.
—Los adolescentes pueden ser horribles, no había semana
que no llegara a casa con el labio partido o la nariz
sangrando —me río.
Flavio me mira serio con una cuchara de helado a medio
camino de su boca.
—¿Eras de las que se metía en problemas?
—Más bien, era el saco de boxeo del instituto.
Mete la cuchara en la boca y me mira pensativo. La saca y
la clava en el bol de helado.
—Si siempre te han atacado, ¿por qué nunca has
aprendido a defenderte?
Le sonrío, es una pregunta obvia dada mi situación y mi
historial, yo en su lugar también la haría.
—Cuando pasó lo de mi padre, querían que yo muriera,
pero matar a una niña nunca está ni estará bien visto, por
suerte para mí —sonrío—. Así que como no se fiaban de que
al crecer quisiera tomar venganza, me prohibieron aprender
a pelear, defenderme o incluso a llevar armas de cualquier
tipo.
—¿En serio? —pregunta un poco incrédulo y asiento—.
¿Qué mierda de capo tenéis en la ´Ndrangheta que le teme
a una niña de diez años?
Me encojo de hombros.
—¿Has pensado alguna vez en vengarte? —pregunta y no
sé si contestar, es algo muy personal—. No te hablo como el
capo de La Cosa Nostra de Nueva York, lo hago como el
hermano mayor que no tuviste.
Sus palabras son sinceras, por lo que asiento y le
contesto.
—Lo pensé durante un tiempo, matar a Francesco, no sería
difícil, estaba cerca debido a mi tío —me mira en silencio—,
aunque le prometí a mi padre que no lo haría. —Frunce el
ceño—. Mi padre no quería que me mataran, quería que
viviera, que fuese libre y feliz, y que…
—Continúa —me pide.
—Que me alejara de la famiglia. No quería que fuera parte
de la ´Ndrangheta.
—Pero no has sido feliz, ni eres libre.
—Supongo que él pensaba que me alejarían, que me
dejarían en el sistema de adopción. Para ese momento, no
se hablaba con su hermana, mi tía.
Flavio me mira y siento como si supiera en lo que estoy
pensando.
—¿Y si te ayudara a vengarte? —pregunta, mirándome
fijamente.
No sé si aún sigue siendo mi amigo o el capo. Hablar de
matar a Francesco no es algo que pueda hacer a la ligera,
tampoco es algo que quiera hacer.
—No me interesa, lo único que lograría sería más sangre
en mis manos, y no quiero que eso pase. Prefiero lo de ser
libre y feliz que ser vengativa y asesina.
—¿Planeas irte?
Pienso en la respuesta, ser sincera o mentir, pero en este
caso sí que tengo claro que es mi amigo el que pregunta, no
el capo.
—Sí, quiero irme lejos, no estoy dispuesta a volver a
Canadá para que me casen con un tipo al que no conozco y
que creerá que es mi dueño. —Flavio bufa.
—No creo que Vito esté por la labor de dejar que eso pase.
—Arqueo una ceja—. ¡Oh, vamos!, le interesas, seguro que
lo has notado —me sonríe.
Pienso en lo último que me dijo: «Eres mía». Le di muchas
vueltas a la cabeza, aunque tengo claro que fue más un
acto de posesión del tipo macho Alfa que por interés hacia
mí.
—Estoy en su casa, bajo su protección y tiene acceso libre
conmigo según Francesco. No veas donde no hay Flavio, no
le intereso, solo soy un juguete que no quiere prestar, de
momento.
Decirlo en voz alta me duele un poco, pero no voy a ver
cosas donde no existen. Vito es un capo y ellos no se
enamoran, se casan con la persona adecuada para tener
hijos adecuados a los que heredar el cargo. No soy
apropiada para ese cargo ni tampoco quiero serlo, creo que
podría llegar a enamorarme de Vito, y vivir junto a él sin ser
correspondida no es algo que quiera experimentar.
—Vito es imbécil, aun así, te aseguro que contigo es
diferente —insiste.
—¿Podemos cambiar de tema? —le ruego.
Flavio sonríe y asiente.
—Si no quieres hablar de mi hermano, entonces
hablaremos de tus clases de defensa personal. —Arqueo
una ceja—. Ya estás bien, así que mañana empezaremos las
lecciones de «cómo patear las bolas de cualquier tipo que
quiera propasarse».
Me río y él revuelve mi pelo.
—Me encantaría ver el anuncio de ese curso —me burlo.
Sonrío mirando mi aspecto algo desastroso en el espejo
del baño, apenas he dormido y tengo de todo menos cara
de ir a entrenar.
—Y así es como he llegado a esto —digo en voz alta,
mirando de arriba abajo mi reflejo.
Me pongo la ropa para entrenar y recojo mi pelo en una
coleta alta. Flavio está esperándome en la habitación, por lo
que me doy prisa y salgo del baño preparada para aprender.
—Vale, luciendo así no puedo sacarte al gimnasio a
entrenar, tendría que patear demasiados culos —se queja
Flavio y yo ruedo los ojos.
—Eres demasiado exagerado, no me ven así, solo tú lo
haces y porque eres un pervertido.
—Idara, eres caliente y ese tatuaje no ayuda, créeme.
Niego con la cabeza.
—Entonces, ¿anulamos las lecciones?
—Por supuesto que no, las daremos en otro lugar —
contesta con una gran sonrisa.
Salimos de la habitación y lo sigo. No he deambulado
demasiado por la casa, pero soy buena orientándome. Me
lleva por el pasillo que da a las escaleras desde donde se
accede a las diferentes alas de la casa. Al pasar por la
puerta de Isabella, contengo la respiración esperando que
no salga y Flavio me mira.
—No te preocupes por ella, le he dejado claro que no la
quiero cerca. No saldrá, aunque nos oiga.
Le sonrío agradecida por un poco de paz mental mientras
bajamos las escaleras y nos encaminamos hacia la cocina,
pero antes de llegar, abre una puerta marcando: uno, dos,
dos, uno, y me hace pasar, ni siquiera la había visto, está
algo escondida tras unas cortinas.
—Cuidado con las escaleras —me advierte.
Bajo un tramo de escalones bien iluminado y observo ante
mí una sala casi tan grande como la casa, llena de botellas
de vino.
—Guau —murmuro, viendo las cientos de botellas que hay
ante mis ojos. Algunas están en neveras, otras tumbadas en
estantes.
—Bienvenida a la bodega Bianci —murmura en mi oído
orgulloso.
Pasa delante de mí y le sigo por entre los pasillos que
crean las estanterías de madera.
—¿Cuántas botellas hay aquí? —pregunto, observando y
tratando de no perder detalle.
—Dejé de contar a partir de las mil —contesta
despreocupado.
Camino tras él hasta llegar al final, hay una enorme
alfombra en el suelo, debe medir al menos cinco metros, y
sobre ella hay algunos cojines de colores.
—¿Qué es este sitio? —pregunto, tratando de encontrar la
lógica de tener un lugar así siendo el dueño de la mansión.
—A Vito no le gusta que las mujeres que nos follamos
suban a las habitaciones. —Sus palabras me molestan más
de lo que me gustaría—. Así que cuando quiero estar con
alguien, la traigo aquí.
—¿Vito también las trae aquí? —pregunto,
arrepintiéndome de hacerlo en el mismo instante en que
pronuncio la última palabra.
—No, él no trae mujeres a casa, lo que hace, lo hace fuera,
es muy celoso respecto a su vida personal y no deja que
nadie se acerque a sus cosas. —Frunzo el ceño.
—No tienes que decirme eso para no hacerme sentir mal,
no me gusta que me mientas —Flavio me mira confundido
—. Vito me llevó a su habitación la noche que… Bueno, ya
sabes cuándo.
—Sí, y me sorprendió que lo hiciera. No te miento ahora ni
antes, ya te he dicho que eres especial.
—Lo que sea —contesto, no sabiendo si creerme o no lo
que dice Flavio, que se ríe y aparta los cojines.
—Empezaremos por lo básico —dice y asiento—. ¿Qué
obtengo yo de enseñarte?
Lo miro con la boca abierta porque es lo último que
esperaba que dijera.
—¿Eso es lo básico? —pregunto, entrecerrando los ojos.
—Sí, de hecho, es lo primero que debes aclarar cuando te
apuntas a un curso.
—No me he apuntado, me has apuntado —aclaro.
—Detalles.
Flavio se cruza de brazos y arquea una ceja, sabe que yo
quiero esto demasiado, así que no peleo.
—¿Qué quieres? —pregunto, esperando que no sea nada
que no pueda o quiera darle.
—Información. —Su respuesta me pilla desprevenida—.
Con cada movimiento que te enseñe vas a contarme algo
que no sepa de ti —aclara.
—Especifica.
—No necesito saber nada morboso, solo quiero que
confíes en mí, Idara. —Sopeso la idea y asiento—. Muy bien,
para enseñarte la primera lección debes contarme cómo es
posible que tuvieras un negocio de venta de drogas en la
universidad sin que Francesco lo supiera.
No es la primera vez que me habla de esto, pero tenía la
esperanza de que se hubiera olvidado. Ya veo que no es así.
—Como soy parte de la ´Ndrangheta, nadie me contrataba
y tenía necesidades económicas, por eso las cubrí
montando mi propio negocio —resumo y Flavio menea la
cabeza.
—No me vale con eso, quiero detalles.
Ruedo los ojos y le cuento cómo fueron las cosas:
—Cuando entré en la universidad no tenía a nadie. Los que
eran parte de la famiglia me veían como a una traidora, y
los que no, me temían por formar parte de ella. Nadie me
daba un trabajo, ya fuera por traidora o mafiosa, así que
decidí montar un negocio.
—¿Y tú tío?
—Me daba una paga con la que apenas podía pagar los
libros, y soy demasiado orgullosa para pedir más.
Flavio asiente y pregunta de nuevo:
—¿De dónde sacaste la droga?
—Salía a escondidas con un chico durante el instituto, era
hijo de un capitán de Francesco al que le gustaba mucho,
aunque no lo suficiente como para hacer lo nuestro público.
Durante un tiempo, lo vi como algo romántico; luego,
descubrí que tenía otra novia, una a la que sí mostraba en
reuniones familiares, y me di cuenta de que solo era su
sucio secreto.
—Qué imbécil.
—Sí, Marco Veluccio me rompió el corazón, pero también
fue lo suficientemente estúpido como para enseñarme
dónde trabajaba su padre, el almacén donde Francesco
guardaba las drogas. —Flavio asiente y continúo—:
Entonces, cuando necesité mercancía, no dudé en ir y
entrar por el hueco que solo Marco y yo conocíamos, el
mismo donde nos habíamos jurado tantas veces amor
eterno y el cual daba directamente a la parte trasera del
depósito.
—Eso es sacar algo bueno de algo malo y lo demás son
tonterías. —Me encojo de hombros.
—Llorar no es lo mío.
Flavio se ríe y prosigo:
—Cogía poca cantidad de lotes diferentes, eran pérdidas
asumibles, seguramente pensaron que se había extraviado
o se había contado mal. Así que, con ayuda de Google,
cortaba la coca pura y convertía un kilo en miles de dosis.
—Vaya, no me esperaba que también fueras cocinera —
contesta Flavio sorprendido—. ¿Lograste hacer dinero?
—Sí, aunque cuando la cosa salió de la universidad, se me
fue de las manos. Marco, que ya era capitán de Francesco,
se enteró y vino a por mí.
—¿Te hizo daño? —pregunta preocupado.
—No demasiado, pero me quitó todo el dinero.
—¿Lo dejaste?
—Era eso o morir. Realmente, pensaba que iba a morir
porque si se enteraban de cómo había descubierto yo dónde
guardaban la droga, Marco estaría fuera de la Organización
y eso hubiera sido mi final, él no lo hubiera dejado pasar.
Parece ser que le dio pena matarme o que se alegró
demasiado del dinero que había conseguido gracias a mí.
—¿Cuánto dinero conseguiste?
—Un millón de dólares en un año —contesto orgullosa.
Flavio silba y sonrío.
—Quizá debamos contratarte.
—Estoy retirada y no trabajo para otros, solo da problemas
—me río.
Va a contestarme, pero su móvil suena y lo coge. Escucha
atentamente antes de hablar.
—Sí, Veluccio. —Frunzo el ceño, ¿con quién habla?—. Sí —
afirma Flavio de nuevo—, creo que es el mismo del que
hablaba Dante.
Lo miro en silencio cuando me tiende el teléfono.
—Quiere hablar contigo.
Lo cojo confundida y veo el nombre de Vito en la pantalla.
—¿Qué quiere? —pregunto sin entender qué está pasando.
—Ha oído nuestra charla y necesita hablar contigo —
contesta despreocupado.
—¿Cómo que ha oído nuestra charla? —pregunto, casi
gritando.
—Ya te lo dije, no hay secretos entre nosotros. Tenemos
cámaras instaladas en toda la casa que se pueden ver en
nuestros teléfonos en cualquier momento y desde cualquier
lugar —contesta, señalando encima de una viga un aparato
pequeño que no se ve si no sabes que está ahí.
Flavio se acerca y lleva mi mano sobre mi oreja, haciendo
que el teléfono quede pegado a mi oído.
—Idara —oigo la profunda voz de Vito al otro lado.
—¿Qué quieres? —susurro.
—Primero, dime cómo estás, Flavio me ha informado cada
día de tu progreso, pero hasta ahora no he podido hablar
contigo.
«¿Cada día?», pienso.
—Bien, ya no tengo fiebre desde hace dos días —contesto
finalmente.
—Lo sé, pero ¿estás bien?
Su pregunta no se refiere a mi estado físico, sino al
mental.
—Sí, estoy bien.
—Me alegra saberlo. Ellos no. —Permanezco en silencio
aguardando a que cuelgue cuando habla de nuevo—: He
oído todo lo que acabas de contarle a Flavio.
—Eso me ha dicho.
—¿Es cierto? —Su pregunta me ofende.
—Claro que lo es, ¿no crees que sea capaz de montar algo
así? —contesto indignada.
Puede que no tenga un físico espectacular del que pueda
alardear, pero mi cerebro es algo que sé que es mejor que
el de muchos que conozco, y que lo menosprecien es algo
que me hierve la sangre.
—No quería ofenderte, es bastante difícil de creer que
alguien que es poco más que una niña haya sido capaz de
ganar un millón de dólares en un año.
Estoy a punto de colgar, en vez de eso le lanzo el teléfono
a Flavio. Él lo atrapa en el aire y se lo pone en el oído
—Vito, soy yo. —Escucha algo que le dice—. Ella me lo ha
lanzado. —Llega hasta mí y me lo pone en la mano de
nuevo—. Parece que no ha terminado de hablar.
—Está encantado de conocerse, y es probable que si lo
dejaras, nunca terminaría de hablar —me quejo enfadada y
Flavio suelta una carcajada enorme que me hace sacar una
ligera sonrisa.
Me pongo el teléfono en la oreja de nuevo y espero a que
hable, sé que aún está viéndome por la cámara.
—¿Estoy encantado de conocerme? —pregunta Vito en un
tono casi de burla.
—¿Qué más necesitas?
—No quería ofenderte.
—Lo disimulas muy bien —le contesto—, y para tu
información, no soy una niña.
—Créeme, lo sé.
—Idiota —le insulto y oigo una risa al otro lado.
Soy consciente de que no debería hablarle así, por muy
amable que haya sido conmigo, sigue siendo el capo de
Nueva York y podría hacer desaparecer mi cadáver sin
siquiera moverse del sofá de su casa.
—¿Qué sientes por Marco Veluccio? —Frunzo el ceño ante
su inesperada pregunta.
—Nada. Bueno, rabia y asco, pero poco más.
—Bien, este tipo me cabrea y no estoy seguro de no
acabar pegándole un tiro cuando vaya pasado mañana a
Nueva York.
—¿Va a venir? —pregunto algo inquieta.
Marco es alguien que no me gusta tener alrededor, está
acostumbrado a hacer lo que quiera por su posición y no
estoy segura de que yo valga lo suficiente como para que lo
detengan cuando venga aquí.
—Sí, viene a comprobar la situación, por lo visto Isabella
se ha quejado. —Ruedo los ojos, estúpida niña.
—Me portaré bien —le digo para que sepa que por mi
parte no voy a buscar problemas con Marco.
—No necesito que lo hagas, no eres tú quien debe
comportarse. —Su contestación me pilla desprevenida—.
Idara —su voz ronca me enciende—, te lo dije, estás bajo mi
cuidado y eso incluye a mis hombres y a los de Francesco.
—Asiento, mirando la cámara—. Ah, y otra cosa —me
murmura—, voy a averiguar si lo que has dicho es cierto, y
si es así, voy a obligarlo a devolverte cada centavo.
—¿Por qué?
—Ya te lo he dicho: eres mía.
Mañana lo tendrás en tu territorio
Vito
M
i primo Dante me mira sonriendo. Tengo que
reconocer que somos muy parecidos, ambos
morenos de ojos grises, altos y con horas de
gimnasio en nuestro cuerpo, pero su piel es un poco más
clara que la mía.
—¿De verdad esa chica ganó un millón de dólares con
droga robada? —pregunta después de contarle lo que le oí
decir a Idara ayer en la bodega.
—Eso parece, me gustaría que lo confirmaras. —Dante
asiente—. Si es cierto, voy a hacer que Marco le devuelva
hasta el último dólar.
—Ojalá lo sea y se resista, es un imbécil al que le tengo
ganas. —Vaya, parece que Marco no cuenta con el apoyo de
su nuevo capo—. Si descubro algo, te aviso.
—Gracias, Dante.
—¿Has podido averiguar algo de lo que hablamos? —
pregunta Adriano, cerrando la puerta del despacho de mi
primo.
—Oh, sí —contesta Dante—, y lo que voy a contaros es
algo que va a dejaros alucinados.
Adriano le pidió que investigara el tema de Carlo como
consigliere y todo lo relacionado a eso. Tanto Flavio, como
Adriano, como yo nos quedamos algo desconcertados al
descubrir que Idara era la hija del consigliere antes de que
este fuera asesinado y Carlo obtuviera el puesto.
Me recuesto en la silla y Adriano se sienta a mi lado,
ambos frente a Dante que está tras su mesa de madera,
sentado en un butacón.
—Tuve que buscar a un policía que llevaba el caso y que
se jubiló hace un año, el tipo estaba retirado en una villa en
uno de los lagos de las afueras.
—No sabía que en Canadá se pagara tan bien a sus
agentes —comento.
—No lo hace —afirma Dante, confirmando mis sospechas
de que estaba comprado por la ‘Ndrangheta.
—¿Qué te dijo? —pregunta Adriano curioso.
—Sabéis que el hijo y la nuera de Francesco murieron. —
Asentimos —. Y poco después la mujer de Carlo. —Volvemos
a asentir—. Pues ninguna de las tres muertes fue accidental
como trataron de hacer ver, fueron asesinados.
Francesco lo dijo, que su hijo había sido asesinado, pero
pensaba que se refería a que el asesino era el que provocó
el accidente no a que realmente un profesional hubiese
hecho su trabajo.
—¿Cómo es eso posible? —pregunto confuso, en ningún
informe aparece eso, los he leído todos personalmente.
—Tras interrogar al policía y hablar en privado con algunas
personas más —sonrío ante la descripción de mi primo de
torturar—, mis hombres han descubierto que Francesco se
enteró de que su hijo estaba tratando de quitarle el puesto.
—Adriano y yo asentimos.
—Por eso se lo quitó de encima —afirmo.
—Sí, pero no solo eso, Carlo lo descubrió y lo acusó —
continúa Dante.
—Eso lo sabíamos —comenta Adriano—, aunque ¿cómo
pasa Carlo de acusar a Francesco de asesinato a ser su
consigliere?
—Aquí es donde la cosa se complica. Francesco le ayuda a
asesinar a su mujer, la tía de Idara, para que guarde
silencio, y le da el cargo que el propio Carlo ayudó a que
estuviera disponible.
—¿A qué te refieres? —pregunto, incorporándome de la
silla interesado, tenía mis sospechas por lo que Adriano
había podido averiguar, no una confirmación.
—Fue Carlo quien acusó a Alesio Giordano, él fue quien
traicionó al padre de Idara.
Adriano silba a mi lado. Mi primo continúa hablando al ver
mi cara de confusión.
—Carlo y Alesio no se llevaban bien.
—Idara no me dijo nada de eso cuando le pregunté —
interrumpo.
—Supongo que era muy pequeña y no sabía la relación
real entre su padre y su tío, de hecho, es por culpa de Carlo
que Alesio y su hermana no se hablaran.
—Eso sí lo dijo, pero no parecía saber el motivo.
—Carlo estaba celoso de todo lo que Alesio tenía —
prosigue Dante —: su posición, el respeto que todos le
tenían, incluso su mujer, algunos dicen que estaba
enamorado de ella en secreto.
—¿Crees que por eso quiere casarse ahora con Idara? —
pregunta Adriano a mi lado.
—Creo que sí —afirma mi primo—. Por las fotos que he
visto, Idara es idéntica a su madre cuando era joven. Estoy
deseando poder deshacerme de él como consigliere.
Las palabras de Dante me desconciertan. Carlo no me ha
gustado cuando lo he conocido hace unas horas, y desde
luego no me pareció normal que quisiera casarse con su
sobrina. Ahora que sé sus motivos el tipo me molesta, que
esté vivo me molesta, que piense que siquiera tiene un
mínimo de derecho sobre Idara me molesta.
—Muchas gracias, primo, por toda la información —le digo,
levantándome—. Ojalá pudieras venir mañana a Nueva York,
he mandado organizar una buena fiesta para recibir a la
familia de Canadá.
—Me encantaría, pero de momento no puedo alejarme.
Aunque la mayoría han aceptado que alguien de La Cosa
Nostra ahora esté al frente de la ‘Ndrangheta, aún quedan
algunos a los que hay que mantener a raya.
—Avísame si necesitas ayuda —le ofrezco con sinceridad.
—Gracias, Vito, aunque en esto nos parecemos, me gusta
encargarme de mis problemas personalmente.
Sonrío y asiento. Sé a lo que se refiere, disfruta como yo
torturando a los hijos de puta que intentan algo contra mí o
mi famiglia.
Adriano y yo nos despedimos, hoy regresamos a casa para
tener todo listo para la reunión de mañana. Lo hemos
disfrazado de fiesta, pero en realidad es una estrategia para
alejar a Carlo y Francesco de aquí. Aproveché que Isabella
se había quejado de su estancia en Nueva York para hacer
el ofrecimiento. Hoy nos han confirmado que no vendrá solo
Marco Veluccio, Francesco y Carlo llegarán con él mañana.
Caminamos por la mansión que antes era de Francesco y
que ahora es de Dante, ha decidido trasladarse y, aunque el
anterior capo aún vive aquí, todo el mundo sabe que ahora
es la casa de Dante Bianci. Salimos hacia el aparcamiento
cuando oigo a unos guardias hablar. Están retirados de la
vista fumando, entre ellos puedo reconocer a Marco
Veluccio. Le hago un gesto a Adriano para que se detenga,
quiero oír de qué hablan, así que nos ocultamos para
escuchar la conversación.
—¿Crees que se alegrará la zorra Giordano de verte? —se
burla un pelirrojo.
—Siempre lo hace —se jacta Marco—. Goza como una
perra cada vez que decido empalarme en su culo. —Me
tenso al oírlo hablar así de Idara.
—Es la mejor mamada que me han hecho en la vida, y su
coño es muy calentito, me encanta —comenta un moreno
haciendo gestos obscenos con su polla.
Todos se ríen y comentan lo zorra que es y lo que ha
hecho con unos cuantos que no están presentes, pero que
han contado sus hazañas con ella. La sangre me hierve y mi
respiración está agitada.
—Le daré recuerdos tuyos, Celio, cuando la vea, aunque lo
mismo no tiene nada que decir ya que tendré mi polla en su
boca —se burla Marco.
Pongo la mano en mi pistola, dispuesto a pegarle un tiro
allí mismo, pero Adriano me detiene.
—Mañana lo tendrás en tu territorio —susurra Adriano y
miro a Marco de nuevo.
—¿Y el otro?
Adriano saca un silenciador y me lo entrega, me conoce
bien. Lo monto en mi pistola y esperamos que se disperse el
grupo, lo cual sucede un par de minutos después. Para
suerte de los imbéciles que solo se han reído, ninguno
acompaña a Celio, que se dirige directamente hacia donde
estamos Adriano y yo. No me molesto en decirle nada, tan
solo lo miro, apunto y le meto una bala en la cabeza. El
soldado cae con los ojos abiertos contra el suelo. Saco mi
móvil y llamo a mi primo.
—Quería avisarte que le he pegado un tiro a uno de tus
soldados, un tal Celio, su cuerpo está en la parte trasera,
aproximadamente llegando al estacionamiento.
—Supongo que tenías una buena razón —contesta Dante
en un tono casi burlón.
—Sí.
—Ok. Mandaré a alguien para que limpié el desastre.
Cuelgo y nos vamos de allí sin que nadie sepa lo que ha
pasado.
Ya de vuelta en nuestro jet privado, observo pensativo por
la ventanilla el cielo. Paso la mano por mi cara y miro el
vídeo de la bodega en el que Idara está aprendiendo a
defenderse. Flavio me ha dicho que es bastante hábil y que
lo pilla todo rápido. Me encanta mirarla, está relajada y
disfruta aprendiendo. Reconozco que no me gusta la
complicidad que veo entre esos dos. Mi hermano me ha
asegurado que no hay nada más que amistad entre ellos,
pero, aun así, no me gusta.
—Parece que la chica te interesa —dice Adriano,
sentándose en el sofá frente a mí.
Él y Flavio son mis mejores amigos, es mi hermano de
otros padres, como solemos decir, así que hablo
abiertamente.
—Me causa curiosidad —le confieso.
—Creo que es algo más.
Sonrío.
—Hay algo que me atrae, algo que me hace querer saber
más y protegerla.
—Tengo una teoría —comenta mientras se recuesta.
—Adelante.
—La lealtad entre Flavio y tú es lo que os ha mantenido
vivos desde el asesinato de tu padre hasta hoy. —Asiento de
acuerdo con sus palabras—. Idara es la persona más leal,
aparte de vosotros, que conozco. Has tratado a otras
mujeres guapas e inteligentes, pero tiene algo que las
demás no han demostrado tener.
Pienso en sus palabras y creo que quizá sé la razón por la
que me interesa.
—Así que no es que me guste, sino que la admiro, ¿eso
dices? —Adriano niega con la cabeza.
—Creo que eso hizo que te llamara la atención, aunque
por como la miras y por el tiro que le has pegado al soldado
de Dante hace un rato, ahora creo que te gusta, tienes
sentimientos por la chica.
Adriano se levanta para ir al baño y yo aprovecho para
cerrar los ojos y meditar sus palabras. No puedo negar que
Idara está en mis pensamientos más de lo que cualquier
otra mujer haya estado. Ni tampoco puedo negar que solo
tocar su piel hace que me ponga duro. Ni el hecho de que
he matado a varios hombres por ella, nunca había
terminado con la vida de nadie por una mujer.
Llegamos bien entrada la noche a Nueva York, una
limusina nos espera y Adriano informa a Flavio que ya
hemos aterrizado. Puedo oír a Idara reír de fondo a la vez
que contesto algunos emails. Por lo visto, están viendo
algún tipo de película en la que no puede dejar de reírse. Me
tenso pensando en las palabras de Marco y sus amigos.
«¿Realmente han hecho con Idara todo lo que han dicho?».
No puedo evitar tener esa duda, ya que a mí me ha dejado
tenerla con mi mano y, joder, me la he cascado varias veces
en la ducha recordando ese momento. No es considerada
honorable como para un matrimonio, por lo que no ha
tenido necesidad de guardarse para su marido. Gruño en
voz alta pensando en Idara siendo tocada por otros. Adriano
me mira con la ceja enarcada y yo me encojo de hombros.
Es un gesto que no sé si hacía antes, pero del que ahora soy
muy consciente, lo hace a menudo y me encanta.
Llegamos a casa y subimos las escaleras. Adriano va hacia
su ala mientras que yo me encamino hacia la mía cuando
veo a Idara salir de la habitación de mi hermano de
puntillas, cerrando muy despacio la puerta. La espero junto
a las escaleras, apoyado en la pared y cuando pasa, camino
hasta ella susurrándole al oído.
—¿Adónde vas a estas horas?
Idara grita sobresaltada:
—¡Joder!
Me río, ella me mira con una mano en su pecho.
—¿En qué estabas pensando? —pregunta enfadada—.
Podría haberme dado un infarto.
—Eres tú la que salía a hurtadillas de la habitación de mi
hermano a altas horas de la noche —me burlo.
—Se quedó dormido antes de que acabara la peli y no
quería despertarlo —contesta, recogiendo su pelo con una
goma que lleva en la muñeca.
Cuando se estira para girar la goma sobre su pelo, la
camiseta de su pijama se levanta y veo un atisbo de su
tatuaje. Lo observo y la miro, doy un paso y pongo mi mano
sobre su piel, debajo de la camiseta. En ese momento
recuerdo las marcas de dedos y me tenso.
—Ya no me queda ninguna marca —contesta, como si
supiera en lo que estaba pensando.
Eso hace que me relaje un poco y comience a acariciar su
costado. Veo cómo se le eriza la piel y la atraigo hacia mí,
me mira y traga sin decir nada.
—¿Sabes? —susurro, bajando mi cara hasta tenerla a
milímetros de la suya y paso mi lengua por su labio inferior
—. Hoy he vuelto a asesinar por ti.
Mi confesión la pilla desprevenida, abre la boca
sorprendida y aprovecho el momento para lanzarme contra
ella y besarla. Me pongo duro en cuanto mi lengua toca la
suya y saqueo sus labios sin piedad. Paso una mano por su
culo y la levanto contra mí, me rodea con sus piernas y
gime cuando se roza contra mi erección. Joder, quiero estar
dentro de ella.
—Ven a mi habitación —le suplico con mis labios pegados
a los suyos.
Duda un instante, pero aprieto su culo para que mi polla
roce el punto exacto que la hace gemir. Sonríe y creo que
estoy en el puto cielo cuando contesta:
—Sí.
Entonces, hazlo
Vito
N
os llevo hasta mi habitación sin romper el beso.
Joder, lo que hicimos en la azotea me gustó, pero
besarla… Dios, esto es increíble. Sus labios son
suaves y la forma en que se aprieta contra mí me tiene duro
hasta el punto de dolerme. Llego hasta la cama y sin
separarnos, apoyo su espalda contra el colchón. Cojo sus
manos con las mías y se las subo por encima de la cabeza
mientras me balanceo contra ella. Idara gime cuando rozo el
punto exacto y se arquea contra mí. Llevo años follando,
pero nunca me he corrido sin siquiera quitarme la ropa, y si
no paro, es exactamente lo que va a ocurrir. Es sexy como
el infierno y los ruiditos que está haciendo con cada una de
mis embestidas están llevándome al borde.
Bajo mi boca contra su cuello y gira la cara para darme
acceso. Su piel es deliciosa y no puedo evitar morderla.
Quiero hundirme en su interior y de pronto las palabras de
los imbéciles que hablaron de Idara vienen a mi cabeza.
—Los mataré a todos si vuelven a decir algo así de ti.
—¿Qué has dicho? —pregunta Idara y me doy cuenta de
que lo he dicho en voz alta.
—Que mataré a cualquiera que hable de ti sin respeto —le
contesto, mirándola a los ojos.
Frunce un segundo el ceño confundida, al instante el
entendimiento atraviesa su cara.
—¿Qué dijeron?
—Cosas —contesto sin dejar de mirarla a los ojos.
—Siempre dicen cosas, te pregunto qué cosas.
Vacilo un momento, pero finalmente respondo:
—Hablaban de cómo te han tenido, de cómo han follado tu
culo y tu boca y de cuánto has disfrutado.
Me mira con los ojos entrecerrados.
—¿Qué te molestó? ¿Que lo dijeran o que fuera verdad?
—¿Lo es?
—¿Importa?
—Sí —contesto y me arrepiento en ese mismo instante.
Idara sale de debajo de mí y yo la dejo hacerlo, se levanta
y me mira.
—Ese es el problema de ser parte de la famiglia —bufa
enfadada, recolocándose el pijama—: para vosotros es más
importante lo que el resto piense sobre tu mujer que como
ella se sienta.
—¿Mi mujer? —pregunto en un susurro, no porque me
moleste que haya usado el término, sino porque me ha
gustado demasiado oírselo decir.
—Perdona, fallo mío, no es lo que quería decir, no soy tu
mujer, ni la de nadie. Y si me follo a otro o cómo lo hago,
solo es problema mío. —Sus palabras me cabrean y
contesto sin pensarlo.
—Tienes razón, no debería preguntarte sobre los hombres
que pasan por tu cama, no tengo tanto tiempo para oír la
historia completa.
Veo un rayo de dolor pasar por sus ojos y quiero
disculparme, pero no me deja, se da la vuelta y sale de la
habitación. Pienso en seguirla, aunque ahora mismo ambos
estamos demasiado cabreados como para que esto acabe
bien, así que decido que mejor hablarlo mañana.
Tomo una ducha fría y me meto a la cama, estoy cansado
del viaje relámpago a Canadá y mañana tengo que recibir a
muchos idiotas que no aguanto. Entre ellos a Marco
Veluccio. No me gusta que respire y menos que vaya a estar
cerca de Idara. Me planteo si obligarla a permanecer en la
habitación para evitar que se crucen, pero tal y como están
los ánimos, seguramente, eso solo empeoraría las cosas.
¿Será verdad todo lo que dijeron esos tipos? La pregunta no
abandona mi cabeza y que Idara no la haya contestado me
preocupa más. Aunque sé que es algo hipócrita de mi parte,
he follado a mujeres durante años, así que pedirle a Idara
que no haya hecho lo mismo es algo estúpido.
—No te importa.
—Oh, sí me importa, me acaba de patear las pelotas solo
porque me parezco a ti.
—¿Te ha confundido conmigo? —pregunto extrañado, ella
es la única que nos distingue sin problemas desde el primer
momento, y es algo que me gusta demasiado como para
que deje de hacerlo.
—No, imbécil. En el entrenamiento de esta mañana no se
ha cortado un pelo. Al final he podido sacarle que es por ti.
Respiro aliviado de que aún nos distinga. Pensar que
puede entregarse a Flavio pensando que soy yo me cabrea
sobremanera.
Me levanto de la cama ignorando a mi hermano y voy al
baño. Cuando salgo, sigue plantado mirándome con cara de
pocos amigos.
—Ayer le dije algunas cosas que puede que no fueran muy
acertadas.
Me mira entrecerrando los ojos y menea la cabeza.
—Hermanito, Idara es una mujer increíble que va a
casarse con otro. Si no vas en serio, aléjate, porque no se
merece que le compliques la vida por un poco de diversión.
El recordatorio del compromiso de Idara me revuelve el
alma. No sé cómo manejar lo que siento al pensar en ella
volviendo a Canadá y siendo la mujer de su tío.
—Tenemos que hablar sobre su tío —digo, poniéndome
ropa mientras veo que Flavio va hacia su habitación a
través de la puerta que hay en la mía.
Decidimos que estuvieran comunicadas por si sufríamos
un ataque, juntos somos más fuertes.
—¿Qué se cuenta el tío Carlo? —pregunta con sorna desde
su habitación.
Cuando ve que no contesto, regresa a mi cuarto y cierra la
puerta. Lo bueno de ser gemelos es que no hacen falta
palabras para entendernos.
—Escúpelo —pide, sentándose en una butaca.
—Dante averiguó algunas cosas muy interesantes. Resulta
que el bueno de Tío Carlo sí que fue quién denunció al padre
de Idara frente a Francesco. —Flavio me mira atónito.
—¿Lo sabe Idara? —Niego con la cabeza—. Tenemos que
decírselo —declara ante mi asombro.
A Flavio nunca le ha importado nadie que no seamos
Adriano o yo.
—Se lo diremos una vez se hayan ido los de Canadá, no
quiero comenzar una guerra en mi casa. —Flavio me mira
enfadado, no le gusta la idea—. Si ella lo descubre, puede
tratar de hacer algo y eso provocaría un problema. Dante ya
tiene suficiente con lo que lidiar. —A mi hermano parece no
importarle—. Además, recuerda que parte del acuerdo era
que Idara sería para Carlo, si Francesco la quiere de vuelta,
no podríamos hacer nada.
No estoy seguro de que pudiera dejarla marchar en estos
momentos, a Flavio parece que mi argumento le convence y
asiente.
—Bien, pero en el momento en que ellos estén en el avión,
se lo diremos. Tiene derecho.
Ahora soy yo el que asiente de acuerdo.
Le pongo al día con lo que hemos hablado Adriano y yo
con Dante, también le cuento lo sucedido con Marco fuera
de la villa y está de acuerdo en que era mejor esperar a
tenerlo aquí. Aunque me ha sorprendido que recalcara que
no podíamos matarlo, es muy respetado entre sus hombres
y puede traernos problemas. Sin embargo, eso no quiere
decir que no vaya a sangrar, me acaba aclarando mientras
sonríe. Eso es lo que lo caracteriza, conmigo puedes esperar
una reacción lógica, pero Flavio es un puto psicópata con
una sonrisa en su boca del que no esperas que te destripe a
la vez que te cuenta un chiste.
Paso el día fuera organizando a nuestros soldados para la
fiesta de esta noche. Va a estar gente importante de
nuestra famiglia y de la de Canadá. No he visto a Idara
desde anoche, a la que sí he tenido que soportar es a
Isabella. Sigue tratando de entrar en la familia a través de
mis primas y mis tíos. Cree que ganándoselos llegará a
ocupar un lugar a mi lado o al lado de Flavio, pero está
totalmente equivocada, ninguno de nosotros está
interesado en una mujer como esa, capaz de vendernos y
quejarse por unas pocas malas palabras. Si hubiera tenido
que pasar por lo mismo que Idara, seguramente hubiese
acabado tirándose de un puente. Aunque pensándolo mejor,
esa no es tan mala idea.
Flavio me avisa de que a las siete debemos estar en la
escalera para bajar juntos a recibir a los invitados, ya que
hemos decidido lucir idénticos esta noche, lo que no me
dice es que también estarán Idara e Isabella. Aunque por la
cara divertida de Adriano y él creo que lo tenían preparado.
Voy a matarlos.
—Buenas noches —saludo al llegar junto a los cuatro.
Todos contestan y los miro uno a uno hasta llegar a Idara.
Necesito tomar aire cuando la veo. Lleva un vestido negro
largo sin escote que se ciñe a sus curvas. Su pelo recogido
en un moño despeinado que deja algunos mechones caer
sobre su cara. El maquillaje resalta sus ojos, y sus labios
tienen un aspecto tan apetecible que tengo que morderme
el mío para evitar ir hasta allí y probarlos. Sin embargo,
Isabella luce completamente diferente. Está preciosa, ella lo
es, el vestido verde botella que luce es corto y tiene un
escote que poco deja a la imaginación. Su pelo está
recogido en un moño estirado y su maquillaje es demasiado
recargado. La observo y la veo vulgar junto a Idara. Y si
hablamos de las joyas que luce… Isabella va cargada con
pendientes, collar, pulseras y reloj todos de brillantes
enormes. Deben costar miles de dólares, pero en ella
parecen baratos. Por el contrario, Idara luce unos
pendientes de bola negro diminutos, un collar que solo es
una cadena plateada, y cuando miro sus manos, veo que
tiene puestas las pulseras que siempre lleva de colores, con
piedras y cuero. Es curiosa la combinación y me gusta que
no se las haya quitado.
—¿Vas a babear mucho más tiempo? —pregunta Flavio,
riéndose.
Isabella también lo hace creyendo que es por su cuerpo
por quien me estoy poniendo duro. Idara, por el contrario,
me ignora mirando sus pulseras como si mi presencia fuera
innecesaria. Meneo la cabeza y sonrío.
—Flavio —dice Idara, mirando a mi hermano junto a ella—.
¿Puedes ayudarme con el collar? Creo que se me ha
enganchado en un lateral.
Flavio asiente y me mira sonriendo. Miro a Adriano y él
también tiene una estúpida sonrisa en la cara. «¿Qué
pasa?». Vuelvo la vista a Idara, que ahora está de espaldas
y lo entiendo. El vestido que lleva no tiene escote por
delante porque lo lleva todo detrás. Lo que yo creía que era
una simple cadena es un collar que cae por su espalda
totalmente desnuda hasta la base de la misma. Se ve parte
de su tatuaje y necesito tragar para no soltar un gemido
cuando veo el perfecto culo que le hace ese puto vestido.
—Yo lo haré —digo, apartando a Flavio que ahora se ríe—.
Tú puedes ir bajando con Isabella.
Frunce el ceño y ahora es mi turno de sonreír hasta que
Idara me mira con mala cara. Quiere protestar, pero desiste
al ver que Flavio, Adriano e Isabella están bajando.
—Date prisa —me ordena y se gira para no mirarme.
Me acerco y cojo el final de la cadena que efectivamente
está enganchado en un hilo que sobresale. Lo desenredo,
me agacho y con los dientes corto el hilo. Idara se queda
muy quieta al notar mi nariz contra su espalda y mis manos
en sus caderas. No lo pienso y comienzo a levantarme
trazando con mi boca y con mi lengua un camino por toda
su espalda. Está tensa, aun así, su piel responde a mí como
siempre, y me encanta. Una vez llego a su cuello, pongo mi
mano sobre su tatuaje y lo acaricio mientras beso su cuello.
Se recuesta ligeramente sobre mí y sonrío.
—Estoy a punto de mandar a todo el mundo a su puta
casa —murmuro.
Idara se aparta, se gira y me mira.
—No es necesario, las mujeres como yo no merecemos
tanto.
Se vuelve y baja las escaleras sin esperarme. Está claro
que sigue cabreada. La alcanzo al final de las mismas donde
los demás nos esperan, se agarra de Flavio y le murmura
algo al oído que hace que mi hermano asienta y comience a
caminar hacia el salón donde están todos. Adriano rueda los
ojos e Isabella se cuelga de mí con una gran sonrisa triunfal.
La velada pasa de una forma tranquila, más o menos. No
puedo evitar mirar a Idara durante toda la noche. Siempre
trata de estar cerca de Flavio y eso me cabrea. También
tengo localizado a Marco y a Carlo. Cuando Idara habla con
su tío, tengo que contenerme para no sacarla de allí sobre
mis hombros. El tipo es un puto asqueroso que no duda en
pasar sus manos por ella como si le perteneciera. Idara ni
siquiera es consciente de sus intenciones, y eso me hace
replantearme si fue acertada la decisión de no decirle nada
sobre su tío. Flavio me mira desde el otro lado de la sala y
sé que piensa lo mismo.
Trato de concentrarme en Francesco y la conversación
acerca de lo maravillosa que es su nieta, pero me es
imposible. Mis ojos siempre buscan a Idara que ahora está
sola y parece algo incomoda. Cuando un grupo de soldados
va a acercarse se gira y camina hacia una puerta que da a
un despacho que usamos poco.
—Disculpa, Francesco —le interrumpo cuando veo que los
soldados de Francesco parecen barajar la idea de entrar tras
Idara—. Necesito hacer una llamada, voy al despacho un
segundo.
Francesco asiente e Isabella pasa una mano por mi brazo.
—Te esperamos aquí mismo.
Pongo una sonrisa falsa y asiento. Me encamino hacia
ellos y los paso golpeando a varios con el hombro. Me miran
y bajan la cabeza. Saben que conmigo no se juega. Luego
entro al despacho y cierro tras de mí poniendo el seguro. Me
giro y veo a Idara de pie frente al enorme escritorio de
madera con los brazos cruzados y una ceja arqueada.
—¿Qué haces aquí? —pregunta en un tono que me dice
que aún está enfadada.
—Eso debería preguntarte yo, la última vez que lo
comprobé esta era mi casa —le contesto en tono burlón.
Bufa y se encamina a la puerta, pero la detengo.
—Lo siento —le susurro, atrayéndola contra mí—. No debí
decir lo que dije.
Paso mis manos por su espalda y noto cómo se eriza su
piel. Alza su cabeza y me mira.
—Sientes decirlo, no pensarlo —murmura. Voy a contestar
que no es así cuando prosigue—: Quizá debes tener lo que
se supone que ellos tuvieron.
Sus palabras me confunden, pero no me da tiempo a
pensar cuando se lanza a mi boca a besarme. Pone sus
manos en mi cuello, tira de mi pelo para acercarse más y
eso me enciende. Retrocedemos hasta la mesa y la siento.
Su vestido tiene una falda amplia y puedo levantársela sin
problema. Saca los brazos del vestido dejando sus pechos
expuestos ante mí y sin pensarlo bajo mi boca sobre uno de
ellos. Meto su pezón entre mis dientes y paseo mi lengua
por él. Se endurece por la excitación mientras jadea. Se
arquea contra mí y paso mi otra mano por sus piernas para
que las abra. Lo hace y rasgo sus bragas para hacerme
paso. Cuando deslizo un dedo entre sus pliegues y noto lo
húmeda que está, no puedo evitar gemir con su pezón aún
en mi boca y las vibraciones hacen que ella jadee. Coge mi
cabeza con sus manos y me lleva hasta sus labios para que
la bese. Mete su lengua y muerde la mía mientras acaricio
su clítoris cada vez más rápido.
—Joder, nena, necesito follarte —susurro contra sus labios.
—Entonces, hazlo —contesta y eso me enciende todavía
más.
Idara desabrocha el cinturón y los pantalones y saca mi
polla con su mano. Tengo que respirar profundamente para
no correrme con solo notar sus dedos alrededor de mi polla.
La guía hacia su entrada cuando la beso y la pasa por su
centro varias veces, haciéndonos gemir a ambos. Cuando
no aguanto más, me preparo en su entrada lamiendo su
cuello, y cuando comienza a besar el mío, me vuelvo loco
con la sensación y me empalo dentro a la vez que muerde
mi hombro.
Me quedo quieto un segundo porque he notado algo que
no es posible. Trato de separarme para mirarla, pero no me
deja. Comienza a mover sus caderas y el placer recorre mi
cuerpo. Acompaño sus movimientos y disfruto de lo
apretado y caliente que está.
—Joder —siseo, nunca he sentido algo como esto.
Cuando nuestros movimientos aumentan de velocidad,
bajo mi boca sobre la suya y esta vez me deja. Agarro sus
caderas para mantenerla en el sitio mientras ambos
jadeamos entre besos y cuando noto que sus paredes
empiezan a contraerse, agarro su culo y la empujo contra
mí para llegar más profundamente dentro, haciendo que me
corra. Ella traga mi grito de placer con su boca y yo hago lo
mismo con el suyo.
No he dejado de mirarla en ningún momento y cuando sus
ojos se encuentran con los míos lo sé. Lo que he sentido era
su barrera. Era virgen.
—¿Por qué no me lo has dicho? —le pregunto con algo de
reproche en mis palabras.
Me empuja y salgo de entre sus piernas. Se muerde el
labio cuando me pierde y yo hago lo mismo para evitar
quejarme por salir de su calor.
Se baja de la mesa, recoge sus bragas y se limpia con
ellas los restos de sangre y semen que ahora resbalan por
sus piernas. Luego las tira a una basura junto a la puerta sin
preocuparse de si alguien las verá y me mira.
—No me has contestado —le insisto.
—¿Me hubieras creído?
—Sí —contesto sin dudarlo.
—Supongo que ya nunca lo averiguaremos. Al menos,
ahora ya sabes cuantos hombres han pasado por mi cama.
Abre la puerta y se va dejándome medio desnudo y con un
sentimiento de posesión que jamás he conocido. He sido el
primer hombre en su vida, ahora necesito vestirme para ir a
buscarla y que entienda que voy a ser el único.
Y tú demasiado idiota
Idara
S
algo de allí y me dirijo directamente a un baño que
hay en la planta de abajo. No quiero arriesgarme a
que Vito me siga hasta mi habitación. Entro y cierro
el seguro. El baño es de invitados y se nota, hay varios
objetos de tocador y me alegra que entre ellos se
encuentren toallitas húmedas. Levanto mi falda y me limpio
las piernas. Hay un rastro de sangre y semen que me
recuerda lo que acaba de pasar. «Mierda, ¿cómo he hecho
eso?». He perdido mi virginidad con Vito Bianci encima de
un escritorio en medio de una fiesta como una puta
cualquiera, joder, ni siquiera se ha puesto preservativo. «¿Y
si me contagia algo? ¡Maldita sea!». Meneo la cabeza
pensando lo idiota que he sido por dejarme llevar, me atrae,
más de lo que ningún otro hombre ha hecho. Y si a eso le
añado la rabia que he sentido por lo que me dijo antes… No
soy demasiado lista me parece a mí. Aprovecho para mear y
reorganizar mis ideas. Sé que no debería haberme
entregado a Vito, no ha significado nada, solo soy una más,
pero aun sabiéndolo no me arrepiento. Quizá sí que esté
más jodida de la cabeza de lo que pensaba.
Salgo del baño y sopeso la idea de ir a hablar con él. No
quiero que debido a esto me mande de vuelta a Canadá.
Tengo que dejarle claro que no voy a pedirle nada, ni que lo
que ha pasado va a cambiar la forma en que me comporto.
Voy camino del despacho cuando oigo la risa de una chica
que es como un taladro para mis oídos. Me giro para ver a
Flavio con una morena con muy poca ropa. Es la hija de uno
de los capitanes más antiguos de ‘Ndrangheta, Rossi creo
que se llama. Si su padre la viera en estos momentos, les
pegaría un tiro a ambos. Recuerdo cómo le hablaba a mi tío
de mí con desprecio cuando me vio besando a un chico
cuando tenía dieciocho años. Es un antiguo.
—Vito, eres demasiado adulador —se ríe y ruedo los ojos.
Ni siquiera sabe con qué hermano está. Aunque a Flavio
parece no importarle porque sigue susurrándole cosas en el
oído. Levanta la vista y cuando me sonríe, me meto un dedo
en la boca como si me provocara una arcada. Él se ríe y me
lanza un beso. Sigo mi camino de vuelta al despacho y entro
sin llamar. Veo a Isabella con los brazos alrededor del cuello
de Vito besándolo.
—Lo siento —me disculpo antes de salir de allí, dándome
patadas mentales en el culo por ser tan idiota.
Oigo la puerta del despacho abrirse, pero no miro atrás.
Tomo largas respiraciones para calmar las ganas de llorar
que tengo. Soy idiota. Sé que no somos nada, aun así, no
puedo evitar sentirme como una mierda al ver que no ha
tardado ni diez minutos en saltar a la siguiente.
—Idara —oigo a mi tío Carlo llamarme y voy hacia donde
se encuentra.
Me tropiezo al andar tan rápido con estos tacones, pero
una mano me coge del brazo y evita que caiga. Cuando
levanto la cabeza, es Vito quien me mira de cerca.
—¿Estás bien? —pregunta en un tono bajo demasiado
cerca de mí.
Asiento, pero un pinchazo en mi centro hace que contraiga
mi cara levemente en una mueca de dolor.
—¿Estás bien, querida? —pregunta mi tío que también ha
visto mi gesto.
—Sí, tío, cosas de chicas —contesto, deshaciéndome del
agarre de Vito.
—Necesito hablar con mi sobrina en privado un momento,
¿puedo? —le pregunta a Vito, que no se ha separado de mí
un milímetro.
—Claro —contesta sin apartar su mirada de la mía—.
Hazme saber cuando acabes, tengo un tema que tratar con
ella también.
«Mierda, ¿está enfadado porque lo he interrumpido?».
—Vamos, Idara —me dice mi tío, llevándome por un pasillo
en el que no hay nadie salvo algún soldado armado.
Cuando se asegura de que no hay nadie lo
suficientemente cerca, me susurra en un tono serio.
—Isabella nos ha contado lo que has estado haciendo
aquí. —Ruedo los ojos y me agarra del brazo y me zarandea
—. No estoy jugando, Idara, estás aquí para ayudar a
Isabella a pillar a uno de ellos, no para que tú te metas a
calentar sus camas.
Si supiera que en realidad Francesco me dijo que hiciera
eso mismo, creo que le daría un infarto.
—Debes comportarte mejor, por la memoria de tu madre y
la de tu tía. No ensucies con tus actos su recuerdo.
Sus palabras me descolocan. «¿Qué demonios le ha dicho
Isabella que he hecho?».
—Tranquilo, Tío Carlo, ellos no me quieren de esa manera,
no están interesados, no ha pasado nada —trato de
calmarlo mintiendo.
—Sí lo hacen, al menos el Bianci con el que has hablado
hace un momento, el que ha evitado que cayeras.
No dice su nombre porque no sabe cuál es. Me resulta
curioso que a los demás les cueste tanto distinguirlos
cuando para mí es obvio.
—¿Vito?
—Supongo —contesta mi tío enfadado—. No los distingo
cuando se visten igual. Aunque te aseguro que la forma en
que estaba a tu alrededor no era la de alguien a quien no le
interesas.
Estoy a punto de decirle que después de follarme lo he
encontrado besando a Isabella, pero no creo que esa
información lo tranquilizara.
—Prométeme que vas a guardarte pura para el
matrimonio —me suplica.
—¡Tío Carlo! —me quejo algo avergonzada.
—No, Idara, es el regalo más puro que una mujer puede
hacer y debe ser a su marido la noche de bodas. Sé que en
nuestra famiglia esa tradición se ha relajado un poco,
aunque tú no eres como ellos, tú debes demostrar que eres
mejor de lo que piensan.
Asiento porque no sé qué otra cosa hacer. Él me besa la
frente y volvemos a la fiesta. Nada más regresar, Francesco
se lleva a mi tío para hablar con Flavio, que está en la parte
izquierda del salón. Escaneo el sitio con la mirada y veo a
Vito a mi derecha, hablando con unos tipos que me suenan,
pero sin dejar de mirarme fijamente. Voy hacia el fondo para
intentar pasar desapercibida. Oigo algunos comentarios a
mi paso: zorra, puta, traidora… Esto es como estar en casa.
Suspiro y me apoyo en la pared observando a todos cuando
Marco Veluccio se planta frente a mí.
—Hola, preciosa —dice, poniendo voz seductora.
Ruedo los ojos, demostrándole que me parece imbécil no
sexy.
—¿No tienes a nadie a quien robar, Marco? —le pregunto.
Sé que no debo cabrearlo, pero él me hizo tanto daño que
tengo derecho a tocarle los huevos si quiero. Si a cambio
recibo algún golpe, no me importa, merece la pena solo por
humillarlo, aunque sea un segundo.
—Eres demasiado rencorosa —se burla.
—Y tú demasiado idiota.
—No decías eso cuando metía mis dedos en tu coño —
susurra, acercándose.
Me incorporo de la pared y le contesto pasando por su
lado.
—No sabía cómo eran los hombres cuando estuve contigo.
Ahora sé que tú no catalogas como uno de ellos.
Me coge del brazo y me gira. En este momento la gente
empieza a mirarnos. «Mierda, no quería ser el centro de
atención».
—Quizá deba meterte la polla para que veas lo hombre
que soy, aunque por lo que sé, debes tenerlo ya bastante
entrenado con todos los tipos que han pasado entre tus
piernas —se burla.
Los que están pendientes de nuestro intercambio de
lindezas se ríen de mí.
—Podría dejarte que me metieras la polla, pero si no
siento nada cuando me meto un Tampax, dudo mucho que
con el tamaño que tienes ahí note algo —digo, mirando mi
mano levantada con mi pulgar e índice abiertos unos cinco
centímetros para ilustrar mis palabras.
Los espectadores se ríen de nuevo y eso enfurece a Marco,
su orgullo es algo que no soporta que le toquen y acabo de
hundirlo en la mierda frente a los hombres de los Bianci. Le
sonrío y sin previo aviso me da una bofetada que me gira la
cara. Cuando lo miro, tiene los ojos abiertos como platos y
lo siguiente que oigo son dos disparos directos a sus
piernas, una bala en cada muslo.
Miro hacia atrás y veo a Vito y Flavio con sus armas, cada
uno en una zona del salón. Ambos caminan hacia mí y miro
a Marco en el suelo sangrando.
—De rodillas, así es como debes estar para disculparte por
lo que acabas de hacer —le dice en un tono de orden Vito—.
¿Necesitas otro tiro?
Marco me mira enfadado como jamás lo había visto
mientras se sujeta las heridas con sus manos.
—Lo siento —sisea.
—Podéis llevároslo —ordena Flavio a sus soldados, que
levantan a Marco y desaparecen con él.
—Quiero que quede algo claro —ahora es Vito quien habla
mirando a todos los allí presentes—. Idara está bajo nuestra
protección, y no vamos a tolerar que nadie se le acerque.
Esto ha sido el primer aviso.
Francesco se acerca y me susurra enfadado.
—Parece que has hecho bien tu trabajo.
Genial, ahora todos creen que me follo a los hermanos
Bianci.
—¿Qué has dicho, Francesco? —pregunta Vito con la
mandíbula apretada.
Ambos hermanos se colocan entre Francesco y yo para
encararlo. Todos me miran con asco y no lo soporto. Me doy
la vuelta y me dirijo a mi habitación, dejo a los hombres y su
testosterona atrás, no quiero ser parte de todo esto.
Llego, cierro, me quito el vestido y cuando voy a deshacer
el recogido suena la puerta.
—Idara —me llama Vito, reconozco su voz.
—Vete.
—No, abre.
Me acerco a la puerta, aunque no le obedezco, él podría
entrar si quisiera, las puertas no tienen seguros, pero me
está dejando decidir a mí.
—Por favor —me pide—, tenemos que hablar.
—Déjalo, Vito, no quiero ver a nadie. —Permanece un
instante en silencio.
—¿Cómo sabes que soy yo? —Me encojo de hombros
como si pudiera verme.
—Acabas de encogerte de hombros, ¿verdad? —pregunta
y miro a mi alrededor buscando una cámara—. Te conozco
más de lo que crees.
—Si lo hicieras, me dejarías tranquila.
Oigo un golpe suave y creo que ha apoyado la cabeza en
la puerta.
—Bien, te dejo… Al menos abre y toma la bolsa de hielo
para tu mejilla.
Pienso si abrir o no un instante, pero finalmente me pongo
una bata y lo hago. Vito me mira y pone su mano en mi
cara, debo tenerla roja porque noto algo de ardor.
—Toma —dice, tendiendo una bolsa azul helada—. Ponlo
para que no se te hinche.
—Gracias.
Me mira un instante y aparta su mano de mi cara.
—Idara…
—No, Vito, por favor —le suplico.
Asiente y me da un beso en la frente.
—Descansa, mañana hablaremos.
Asiento y cierro la puerta. No sé si Vito se ha ido y no
quiero comprobarlo. Ahora mismo solo quiero meterme en
la cama y dormir.
Me preparo, me coloco el pijama y me meto entre mis
sábanas con la bolsa de hielo contra mi mejilla.
Tardo, pero acabo durmiéndome, recordando el momento
entre Vito y yo en su despacho.
Vito
E
n cuanto dejo a Idara en la habitación del pánico voy
en busca de los hijos de puta que han entrado en mi
casa. Tengo que apartar de mi cabeza que Francesco
la había dejado fuera sin importarle si ella pudiera ser
herida o incluso asesinada.
Me dirijo por el pasillo hasta el ala de Adriano, él me está
esperando en la sala donde tenemos todas las armas para
un ataque, además de los chalecos antibalas.
—¿Has podido localizar a Flavio? —pregunto, pasando un
chaleco por encima de mi cabeza.
—No, espero que esté bien.
Adriano muestra una cara preocupada que no me gusta.
No es propio de Flavio no aparecer y mucho menos estar
incomunicado. Trato de no pensar demasiado en eso y me
pongo un auricular en el oído. En estas situaciones, Adriano,
mi hermano y yo nos comunicamos por medio de morse.
Damos golpes al auricular para evitar hablar y ser
descubiertos.
—¿Ya están todos en la habitación del pánico? —pregunta
Adriano, colocándose el chaleco ajustado contra el pecho.
—Sí, todos los cobardes de la ‘Ndrangheta corrieron sin
dudarlo a esconderse en la habitación —escupo—. Ni
siquiera pensaron en llevarse a Idara con ellos. —Adriano
menea la cabeza—. Les he dicho a los hombres de
Francesco que se queden a su lado protegiéndolo, no me fío
de que uno de ellos esté metido en esto.
—Yo también tengo dudas de que alguien de ellos haya
ayudado a entrar a los intrusos —concuerda Adriano.
—¿Las luces están todas apagadas?
—Las de este piso sí, abajo creo que he visto alguna
iluminada, pero no estoy seguro.
Asiento, y sin más dilación salimos a encargarnos de los
estúpidos que han pensado que pueden salir vivos de mi
casa.
Recorremos el pasillo juntos, en silencio, cada uno pegado
a una pared y con los silenciadores colocados en nuestras
armas. Fuera se oyen disparos, mis soldados están bien
entrenados, así que espero no sufrir muchas bajas. Vamos
puerta por puerta del pasillo del ala de invitados.
Encontramos a dos hombres que caen muertos antes
siquiera de que noten nuestra presencia. Aldo, uno de mis
mejores caporegime 11,aparece tras nosotros con tres de
nuestros soldados.
—Este ala está despejada, deja a uno de tus hombres
vigilando al principio del pasillo para evitar que alguien
acceda a ella —ordeno.
—Leonardo, quédate tras esa cortina, y si alguien que no
conozcas aparece, pégale un tiro sin preguntar —dice Aldo a
uno de los chicos que lo acompañan.
—El resto, con nosotros —manda Adriano y volvemos
sobre nuestros pasos para ir hacia el ala de Flavio.
Repetimos la misma operación con cada una de las cuatro
alas del segundo piso de la casa. Encontramos varios tipos
más que caen muertos no sin antes herir a uno de mis
soldados. El chico es relativamente nuevo. Se llama Alonzo.
Tanto mi hermano, como Adriano y yo conocemos a todos
los hombres que nos sirven, no puedes dirigir un ejército si
no conoces a tus soldados.
Bajamos por las escaleras, apartando a un tipo en medio
de ellas que está llenando de sangre mis escalones. Gruño.
Nos dividimos entonces en tres grupos. Adriano, Aldo y yo
vamos a la cabeza de cada uno de ellos acompañados de
dos hombres más. Todavía no sabemos nada de Flavio.
Recorremos toda la casa y lamento encontrar a mi cocinera
y a la sirvienta en un charco de sangre en la cocina. Esos
hijos de puta no respetan nada.
La planta de abajo está despejada. Mis hombres han
hecho bien su trabajo y ahora están recogiendo los cuerpos
para ver qué podemos sacar en claro. Hay algún
superviviente del que vamos a obtener información de una
forma u otra.
—¿Sabemos algo ya de Flavio? —le pregunto a Adriano,
niega con la cabeza—. Joder, ¿dónde cojones se ha metido
mi hermano?
Estoy preocupado, hemos recorrido la casa en menos de
media hora y no hay rastro de él. Subo las escaleras y voy a
la habitación del pánico. Quiero a toda esa gente fuera de
mi casa en estos instantes. Y si descubro que alguno de
ellos ha tenido que ver con lo ocurrido, esta noche no va a
tener Canadá para esconderse.
—Un coche os estará esperando para llevaros al jet, lo
mejor es que regreséis a casa, no es seguro que estéis aquí
—digo sin saludar mientras entro en la habitación,
observando a todos los cobardes que tengo delante de mí.
Giro sobre mis pies buscando a Idara, pero no está, no la
veo. Encuentro a su tío para preguntarle.
—¿Dónde está tu sobrina?
Carlo mira a Francesco y contengo la respiración.
—Salió minutos después de que la dejaras —contesta
finalmente Carlo.
—¿Cómo que salió? —pregunto, tratando de mantener la
calma.
—Vio a tu hermano en el monitor y fue en su busca —
responde Francesco esta vez en un murmuro.
Paso empujándolos, nadie hace nada por ello. Llego hasta
las pantallas y las veo apagadas salvo el de la cámara que
apunta a la puerta y el pasillo desde donde se accede a la
habitación en la que estoy. Los muy cerdos las han apagado
salvo las que les convenían, si hubiéramos muerto todos, les
hubiera dado igual.
Enciendo todas las pantallas, las quince, y busco en ellas a
Idara y a mi hermano. Cuando veo la imagen, me congelo
un segundo. Flavio está en el suelo e Idara está a unos
pasos llena de sangre mirando a sus pies descalzos junto a
dos cuerpos. Reconozco el lugar y salgo corriendo sin
pensarlo. En la planta baja, Adriano me ve y corre junto a
mí, no sabe qué ocurre, pero no duda en ir conmigo.
Llegamos a la bodega y camino rápido hasta donde he visto
que estaban en las imágenes. Cuando llego, me paro en
seco ante una mancha de sangre en el suelo, parece que
alguien ha arrastrado un cuerpo. Un momento después, una
lluvia de balas cae sobre nosotros, aunque es desordenada.
Me asomo y veo que es Idara quien nos dispara.
—¡No vais a llevároslo! —grita, disparando tantas veces
como puede sin apuntar a nada en particular, solo en
nuestra dirección.
Sé que no debería salir y delatar mi posición en caso de
que haya alguien más, el lugar es demasiado grande, pero
ahora mismo lo único que tengo en mente es llegar hasta
ella antes de que pueda hacerse daño. Cuento hasta tres en
mi cabeza y me lanzo contra Idara que lucha para librarse
de mi agarre.
—Nena, soy yo —le repito varias veces hasta que parece
oírme.
—¿Vito? —la oigo llamarme en un sollozo, algo dentro de
mí quiere asesinar a quien la ha dejado venir sola.
Adriano suelta el aire, y cuando miro hacia él, veo por qué.
Flavio está tumbado, con una herida en la cabeza y otra en
el torso. Levanto a Idara y la reviso, lleva demasiada sangre
en su cuerpo y no sé si está herida. La cara, el pelo, las
piernas, el pijama, los pies… Parece que se ha revolcado en
un charco de plasma rojo. Está temblando, el arma en sus
manos se mueve a pesar de que veo sus nudillos blancos
por la fuerza con la que está sujetándola. Las lágrimas se
derraman por sus mejillas mientras se muerde el labio
inferior, creo que está en shock.
Le quito el arma, comprobando que no está herida y
respiro calmado. Adriano llega hasta Flavio y le toma el
pulso.
—Sigue vivo —confirma para mi alivio, y entonces me
dedico a Idara.
La atraigo contra mi pecho y se derrumba en mis brazos,
la sostengo varios minutos hasta que mis hombres recogen
a Flavio y lo sacan de allí.
—Lo siento —solloza Idara cuando la aparto de mí para ver
su cara—. No quería volver a matar a nadie, pero ella… ella
quería hacerle daño a Flavio… Y luego iba a gritar… Y nos
iban a matar… Tenía que silenciarla… Salió mucha sangre…,
demasiada…
Miro a la mujer en el suelo a la cual Adriano ha dado la
vuelta y veo la raja en su cuello. Mi mano derecha me mira
y también a Idara, sé que está pensando lo mismo que yo:
¿ella ha hecho esto?
—Salió mucha sangre… ¿Quién sabe que tenemos tanta
sangre? —sigue divagando y no la corto porque necesita
soltarlo todo—. Quiero decir, sé que hay unos cinco litros de
sangre…, he visto antes la sangre…, pero Rossi es
pequeña… ¿Cómo podía tener tanta? Y caliente…, la sangre
de ellos es caliente… ¿Sabías que la sangre de un hombre y
una mujer son iguales?
Me mira, esperando mi respuesta y asiento, ella prosigue:
—Tengo sangre de ambos sobre mí. —Ahora miro el
cuerpo junto a la mujer y la cantidad de agujeros de bala
que tiene en su cuello y pecho—. Aunque no puedo
diferenciarla… No sé de quién es la sangre que tengo en mi
piel…
Comienza a temblar e hiperventilar, necesito sacarla de
aquí antes de que enloquezca. La levanto en brazos y apoya
su cara en el hueco de mi cuello. Sigue murmurando cosas
sobre la sangre que no logro entender. Paso junto al soldado
de la ‘Ndrangheta que debía proteger a las personas dentro
de la habitación del pánico, saco mi arma y le pego un tiro
entre los ojos. Afortunadamente, llevo el silenciador todavía
puesto e Idara no se da cuenta. Noto que está helada y la
llevo hasta mi habitación. La dejo de pie en el suelo y le
pido que me espere un momento. No sé si me oye porque
sigue murmurando sobre que es un monstruo, sobre la
sangre y sobre lo caliente que está.
Abro la puerta que da a la habitación de mi hermano y
entro para ver cómo está él. Desde mi posición puedo ver a
Idara de pie mirando sus pies y sé que está a punto de
enloquecer, pero necesito comprobar a mi hermano.
—Le han cosido la herida del costado; si Idara no la
hubiese taponado, hubiera muerto desangrado —me
informa Adriano—. El golpe en la cabeza es lo que más le
preocupa al doctor, puede tener un hematoma subdural.
—Lo mejor sería hacerle una tomografía, me temo que
moverlo ahora pueda causar más daños —declara el
médico, que está poniéndole una serie de cables y tubos a
mi hermano.
—Consigue un tomógrafo y tráelo —le ordeno.
—Son caros —me advierte el doctor.
—Me importa una mierda el dinero, tráelo, me da igual si
se compra o si entramos en un hospital para robar uno, lo
quiero en menos de media hora aquí, ¿queda claro?
Mis hombres asienten y veo a dos salir de la habitación
para cumplir mis órdenes.
—Ve con Idara, yo me quedo con Flavio —susurra Adriano
a mi lado, señalándola con un gesto de cabeza.
Me giro y voy hasta ella, que no se percata de mi cercanía
hasta que la cojo en brazos y nos meto en el baño. Cierro la
puerta y dejo a Idara de pie en la alfombra, la sangre
mancha el tejido blanco de la misma pero no me importa,
no quiero que esté más en el frío suelo. Enciendo la ducha y
me quito las fundas de mis armas, el pantalón y los bóxeres.
Idara sigue de pie mirando hacia el suelo. Me acerco, y sin
pensarlo, le quito toda la ropa, tirándola al suelo en un
montón. La tengo desnuda delante de mí, llena de sangre, y
en mi mente retorcida necesito respirar para no excitarme.
Pongo mi mano en su piel y se estremece. No puedo evitar
recordar que hace unas horas la he hecho mía y que he sido
su primer hombre. Joder, solo pensarlo me pone duro. Me
acerco a la ducha y compruebo la temperatura, luego
vuelvo a ella y la arrastro dentro de la mano.
—Déjame que te lave —le murmuro mientras cojo una
esponja y pongo jabón.
Idara me deja pasar por todo su cuerpo con mi esponja y
mantiene las manos sobre mi pecho, como si tocarme la
mantuviese en este mundo. La sensación que su confianza
me produce es algo que nunca había experimentado.
Cuando necesito que abra las piernas, lo hace sin que tenga
que pedírselo, pero al lavar su centro suelta un pequeño
jadeo. Detengo mi mano y respiro varias veces antes de
continuar, entonces desliza una mano de mi pecho hasta mi
polla y la agarra. Me quedo quieto, mi pecho sube y baja
rápido con cada respiración.
Trato de mantener la calma, pero cuando Idara comienza a
acariciar mi polla con su mano, suelto un jadeo que la hace
detenerse. La miro y pongo mi mano en su mejilla, recuesta
su cara y cierra los ojos. Estamos bajo el agua caliente y su
pelo mojado cubre los preciosos ojos que tiene, así que
deslizo mi mano de su cara a su pelo y lo aparto para verla
mejor. Me mira sin decir nada y bajo mis labios sobre los
suyos. La beso despacio, tomándome mi tiempo. Esto no va
de sexo salvaje, quiero cuidar de ella. Paseo mi lengua por
su labio y comienza a mover su mano logrando que me
ponga duro como una roca en menos de un minuto. Mis
dedos se deslizan por su pequeño cuerpo sin dejar de besar
sus labios y se arquea contra mí sin soltarme. Estos
movimientos lentos me están excitando más que todas las
putas juntas con las que he estado y eso está volviéndome
loco, quiero sentirla alrededor de mí, pero no sé si lo de
hace unas horas le habrá dejado algo dolorida.
—¿Te duele mucho? —pregunto sobre sus labios a la vez
que balanceo mis caderas al ritmo que ella sube y baja su
mano envuelta alrededor de mi polla.
—Solo estoy algo incomoda —contesta, jadeando cuando
alcanzo sus pliegues con mi mano—. No pares, Vito.
Sus gemidos son tan eróticos que me cuesta mantener la
calma lo suficiente como para no correrme.
—Sí —jadea en mi oído mientras beso su cuello—. Dios, sí.
Necesito poner mi mano libre sobre la suya para detener
el movimiento, Idara me mira algo confundida.
—Si sigues hablándome así al oído, voy a correrme en tu
mano como un puto adolescente —le confieso.
Una pequeña sonrisa aparece en su cara y sé que necesito
estar dentro de su cuerpo en este instante. Pongo mis
manos en sus caderas, con la derecha toco el tatuaje con el
pulgar, y la alzo para que me rodee con sus piernas. Lo hace
y apoyo su espalda contra las baldosas. Apenas pesa para
mí, por lo que no me cuesta manejarla. La beso, el agua nos
cae como lluvia caliente y logra posicionarse de tal manera
que mi erección se frota directamente contra sus pliegues,
haciéndonos gemir a ambos. Me separo un poco y coloco mi
punta en su entrada, la beso en los labios y poco a poco
comienzo a meterme en su interior. Lo hago despacio, no
quiero ser tan bruto como hace unas horas, pero su
estrechez me está costando la cordura. No deja de besarme,
despacio, sensual, mordiendo mi labio, como si eso le
hiciera olvidar cualquier incomodidad que siente al tenerme
atravesándola. Cuando estoy enterrado en ella hasta la
empuñadura, dejo de besarla y apoyo mi frente en las
baldosas.
—Necesito un momento —le pido.
No me lo da y comienza a moverse de arriba abajo y yo la
dejo hacerlo.
—Joder, nena, qué gusto —susurro, apoyando mi frente
sobre la de ella.
—¿Lo hago bien? —pregunta un poco insegura por su falta
de experiencia.
Y lo que en otra me molestaría, en Idara me hace sentir
posesivo. Quiero ser el que le enseñe todo lo que necesita
saber en la cama y fuera de ella.
—¿Que si lo haces bien? Nena, tengo suerte de que no
tengas con quien comparar porque estaría terriblemente
avergonzado de lo poco que voy a durar —le contesto sobre
sus labios.
Me sonríe y yo la embisto un poquito más fuerte y un poco
más rápido.
—¿Bien? —pregunto, comprobando que no estoy
haciéndole daño, y contesta mordiendo su labio mientras
asiente.
Vuelvo a repetir el movimiento y suelta un jadeo. Lo hago
varias veces más y noto su humedad a pesar de que
estamos en la ducha, está más resbaladiza.
—¿Puedo probar algo? —me pregunta tímida y yo asiento
sonriendo.
Me gusta que tenga confianza para intentar algo conmigo
por primera vez. La embisto un par de veces sin saber qué
es lo que quiere probar, y cuando me introduzco una tercera
vez noto los músculos internos de ella contraerse y suelto
un gemido. Repito el movimiento y vuelve a hacerlo.
—¿Te gusta?, ¿se siente bien? —pregunta, sigo
penetrándola en busca de cada apretón de sus músculos.
—¿Bien? —jadeo—. Estoy en el puto paraíso, nena.
Sonríe y se lanza a mi boca. Comienzo a aumentar la
velocidad y mis embestidas cada vez son más profundas.
Mantiene el ritmo y logra contraerse, haciendo que mi polla
se apriete en su interior. Es una puta locura. Mis manos no
han dejado su culo en ningún momento, pero necesito
sentirla más cerca, así que la aprieto más contra mí y suelta
un grito que me estremece, el placer que está sintiendo
hace que el mío aumente. Mi polla crece en su interior y
cuando se corre, sus espasmos hacen que la siga con un
gemido que me sorprende hasta a mí, jamás me he corrido
de una forma tan intensa como acabo de hacerlo ahora
mismo.
Sigo balanceándome en su interior mientras el placer
continúa entre nosotros, alargo el momento todo lo que
puedo hasta que finalmente paro y la miro.
—¿Estás bien? —le pregunto, saliendo de su interior.
—Sí.
Nos aclaro el poco jabón que aún nos queda y salgo de la
ducha para coger una toalla, enrosco una a mi cintura y
espero a Idara con otra abierta para ella. Camina hacia mí y
deja que la rodee hasta tenerla bien cubierta, luego la giro
para que vea nuestro reflejo en el cristal. La imagen me
gusta. Está envuelta en una toalla blanca y yo tengo mis
brazos rodeando su cuerpo desde atrás. Admiro esa imagen
un poco más y luego cojo otra toalla para secarle el pelo. Me
deja cuidarla sin decir nada, pero cuando ve su ropa llena
de sangre en el suelo se tensa.
—Ya ha pasado —le susurro al oído.
Una vez que he secado lo suficiente su pelo, la cojo en
brazos de nuevo y salgo a mi habitación. La puerta que
comunica con la de Flavio está cerrada, así que me deshago
de la toalla que envuelve su cuerpo y la visto con una de
mis camisetas y uno de mis pantalones. Le queda grande y
largo, aunque lejos de parecer ridícula la encuentro
adorable. Me pongo un pantalón y recojo la funda de las
armas del baño, vuelvo a colocármela bajo la atenta mirada
de Idara y beso su frente.
—Acuéstate, quiero comprobar a Flavio.
Coge mi mano y me mira queriendo decir algo, pero sin
hacerlo.
—¿Qué ocurre?
Veo la duda en su mirada, suelta mi mano y finalmente
habla:
—¿Puedo ir contigo? —pregunta, mirando al suelo—. No
quiero quedarme sola.
La abrazo contra mí, besando su cabeza. Está asustada.
—Claro, podemos ir juntos a ver a Flavio.
Me da una tímida sonrisa y mi pecho se hincha al verla.
Cojo su mano y entramos a la habitación de Flavio. Está en
la cama lleno de tubos y monitorizado por varios aparatos.
Adriano está junto a él. Cuando me ve aparecer, el médico
se acerca.
—La tomografía demuestra que hay un hematoma que
podría dar problemas, de momento vamos a mantenerlo en
un coma inducido unos días para que su cuerpo se cure —
me explica.
Miro a mi hermano y siento cómo se escapa la mitad de mi
alma. Noto un ligero apretón en la mano de Idara, la miro y
veo que está observando a Flavio. Si no fuera por ella, él
quizá no estaría aquí, hubiera muerto desangrado.
—¿Puedes darle algo para que duerma? —pregunto al
doctor, señalando a Idara.
—Por supuesto, si me dice dónde va a acostarse, le
inyectaré algo para que descanse.
Idara se tensa a mi lado, no quiere estar sola y no voy a
dejarla. Cojo una butaca que hay en un lado y la pongo
junto a la cama de Flavio, luego me siento y le pido a Idara
que venga. Obedece y tiro de su mano para sentarla en mi
regazo. La obligo a recostar su cuerpo contra el mío y me
maravilla la forma en la que encaja. Es como si mis brazos
estuvieran hechos para sostenerla. El médico se acerca e
inyecta algo en su brazo. Idara tiene la cara metida en mi
cuello, por lo que no le veo los ojos, pero noto cuando sus
músculos se relajan y le pido a Adriano que me traiga una
manta para taparla cuando siento que finalmente se ha
dormido.
—He visto el vídeo de la bodega —susurra Adriano,
colocándole la manta a Idara encima—. Tienes que verlo por
ti mismo.
Saca su móvil, teclea y lo vuelve hacia mí en posición
horizontal. Observo el vídeo que se reproduce sin decir una
sola palabra. No puedo evitar abrazarla más contra mí
cuando lucha contra la otra mujer, y me tenso cuando el
otro tipo aparece y ella comienza a disparar. Pero cuando
Idara se lanza contra el cuerpo de mi hermano para
protegerlo, ahí es donde me doy cuenta de que es única.
—Flavio le debe su vida —murmura Adriano una vez el
vídeo acaba.
Me aparto un poco y beso la frente de Idara.
—Lo sé, mi mujer ha salvado a mi hermano.
Idara
M
e despierto acurrucada en el regazo de Vito. No
necesito abrir los ojos para saber que es él. Como
si notara que ya no duermo, pasa una mano por mi
cara y le dejo que me acaricie un poco antes de
incorporarme y mirarlo.
—Buenos días —susurra, besándome despacio.
Oigo los pitidos y me giro. Veo a Flavio tumbado en la
cama, conectado a una maquina, con los ojos cerrados.
—No ha sido un sueño —murmuro triste.
—No.
Noto que tengo una manta a mi alrededor que me
mantiene caliente y Vito me mira con una intensidad que
me asusta.
—¿Qué ocurre? —pregunto, tratando de que deje de
mirarme así.
—Tú —contesta sin más.
Frunzo el ceño confundida, pero cuando voy a preguntarle
de nuevo, la puerta se abre y Adriano entra con una bandeja
de desayuno.
—Esto es lo único que he conseguido hacer —se queja,
poniendo un plato con tostadas quemadas y un par de
vasos de zumo.
—¿Se han despedido las chicas del servicio? —pregunto
extrañada de que la pelirroja pechugona no esté cerca,
tratando de empujar sus tetas en la cara de un Bianci.
Vito me mira, aunque no contesta. Adriano tampoco. Miro
a Flavio y luego a Vito de nuevo. Y entonces lo entiendo.
—Están muertas —afirmo, no pregunto. Ambos asienten—.
¿Alguien más?
No quiero que los nombres de alguna persona que
conozca salgan de sus labios, pero prefiero saberlo de él.
—No —niega Vito—, solo alguno de nuestros soldados, tu
tío está a salvo—. Respiro aliviada, aunque Vito tiene cara
de enfado.
—¿Ha pasado algo con mi tío?
—¿Te parece poco que te dejara salir de la habitación del
pánico? —contesta Vito claramente cabreado, aunque no sé
si conmigo, con mi tío o con ambos.
—No le di mucho tiempo para detenerme —trato de
defenderle.
—Pudo haberte acompañado —me rebate, y tengo que
callarme porque sé que es verdad.
Si sabe que salí, también sabe por qué lo hice. Nadie de la
famiglia de la ‘Ndrangheta me acompañó para ayudar a
Flavio.
—No sé cómo puedo empezar a agradecerte que
mantuvieras a mi hermano con vida, pero no vuelvas a
hacerlo, no vuelvas a exponerte así —me dice Vito y me
besa.
—Idara —me giro para mirar a Adriano—, fuiste muy
valiente, te has ganado mi lealtad para toda la vida.
Le sonrío porque me parece graciosa la solemnidad con la
que se están tomando todo.
—¿Cómo está Flavio? —pregunto a la vez que bajo del
regazo de Vito, me siento en la cama junto a su mano y se
la agarro.
—El médico ha dicho que tiene un hematoma subdural y le
ha inducido el coma —contesta Vito—. Esperamos que
cuando le retire la medicación y despierte no haya afectado
a ningún órgano…, incluido el cerebro.
Sus palabras me rompen un poco por dentro. Flavio
siempre está riendo y gastando bromas. Me ha tratado con
respeto y lo considero mi amigo, no, algo más profundo que
eso. Verlo ahora así, postrado en una cama, con la
posibilidad de que cuando despierte ya nunca más vuelva a
ser el mismo…, es algo que no sé si puedo soportar
Cierro los ojos mientras acaricio su mano y oigo a Vito
hablar con Adriano, pero no les presto atención. En vez de
eso, rememoro los momentos de anoche. Desde que me
sacaron de mi habitación hasta que el médico me inyectó
algo y todo se volvió negro. Hay vacíos en mi mente, no
recuerdo con exactitud lo que ocurrió en la bodega, lo que sí
que recuerdo es mucha sangre, a Rossi al teléfono, la pistola
disparando una y otra vez.
—Idara —oigo mi nombre y abro los ojos.
Vito me observa con cara de preocupación, acerca su
mano a mi cara y me limpia una lágrima que ni siquiera
sabía que había derramado.
—¿Estás bien? —Asiento y entonces me viene un recuerdo
a la mente.
—Hay una foto —digo de pronto. Adriano y Vito me miran
—. Rossi, la chica de la bodega, dijo al teléfono antes de
verme que había enviado una foto de Flavio.
No sé por qué me ha venido ese instante a la cabeza, pero
sé que es importante. Adriano saca un teléfono de su
bolsillo y comienza a teclear en la pantalla. Vito se acerca y
miro a ambos desde la cama.
—No hay nada —concluye Adriano, mirándome.
—¿Es el teléfono de ella? —Ambos asienten.
—Estoy segura de que la oí decírselo al tipo que vino
después…, el que… —me cuesta decirlo.
—Al que mataste para sobrevivir —acaba Vito por mí—. No
te avergüences, eres una luchadora.
Me rasco la cabeza tratando de ordenar mis ideas. Sé que
ese recuerdo es real, algo me dice que lo es.
—Déjame el teléfono —le pido, tendiendo mi mano.
Adriano mira a Vito en busca de una confirmación, y
cuando este asiente, pone el teléfono en mi mano. Miro la
foto del fondo de pantalla y tiemblo ligeramente. Rossi
aparece en un selfie sonriendo. Las imágenes de su
garganta rajada aparecen en mi cabeza y necesito cerrar los
ojos un instante para guardar esos recuerdos al fondo de mi
mente.
Tomo una larga respiración y reviso sus últimas fotos. No
hay nada. Voy a la papelera de reciclaje y tampoco. No
desisto. Abro el Play Store y descargo una app que he usado
mucho, Recover Photo, y la instalo. Vito y Adriano no me
quitan la vista de encima. La aplicación se descarga e
instala rápido. La abro y busco el directorio raíz, luego acoto
las fechas y pulso «Iniciar Búsqueda».
—Cuando inicié mi negocio de venta de droga en la
universidad, necesité hacer chantaje a algunas personas —
explico mientras la app se ejecuta—. Hacía fotos
comprometedoras con las que luego amenazaba para
conseguir mis objetivos. —Vito me sonríe con orgullo—. La
cuestión es que, una vez lograba lo que quería, borraba
esas fotos delante de los interesados. Lo que ellos no sabían
es que las fotos permanecen en el directorio raíz del
sistema operativo unos días. —Adriano me mira atónito—.
Así que una vez que llegaba a casa, pasaba esta aplicación
en mi móvil y recuperaba el archivo, lo sacaba de mi
teléfono y lo guardaba a buen recaudo.
Miro el aparato entre mis manos y veo que ha terminado
el análisis. Busco entre las ultimas fotos y veo la de Flavio
tumbado en el suelo con la herida abierta del costado y la
cabeza ensangrentada.
—Esta es, supongo.
Les entrego el teléfono y ambos miran la pantalla
estupefactos.
—Ahora mismo me pongo con esto —dice Adriano,
saliendo de la habitación.
Vito sigue mirándome sin decir nada. Se acerca, se
arrodilla frente a mí y me besa muy despacio. Pasamos
varios minutos así hasta que se separa y susurra «Gracias»
contra mis labios.
—Necesitas descansar —le digo, cogiendo su cara entre
mis manos, la fatiga se registra en su rostro.
—Estoy bien.
—Yo me quedo cuidando de Flavio. —Veo la duda
atravesar su mirada y eso me hiere un poco—. ¿No confías
en mí? —Sonríe y menea la cabeza.
—Nena, junto con Flavio y Adriano sois las únicas personas
a las que les confiaría mi vida en estos momentos—. Sonrío
agradecida y veo cómo se levanta, se estira y cruje el cuello
—. Tomaré una siesta si te echas junto a mí —me propone.
Miro a Flavio y él me besa.
—Dejaré la puerta abierta por si necesita algo, además
está a punto de llegar una enfermera para cuidarlo.
—Está bien.
Coge mi mano y tira de ella hasta que llegamos a su
habitación. Me parece increíble cómo es posible que
estando en dos alas diferentes de la casa ambas
habitaciones estén comunicadas. Abre la cama y nos
metemos dentro. Vito se acomoda y yo me estiro a su lado
algo incomoda, sin saber qué hacer. Oigo su risa y lo miro.
—¿Me dejas estar dentro de ti, pero te alejas para dormir
conmigo? —pregunta con sorna.
Noto que me pongo roja y se ríe más fuerte, envuelve sus
brazos a mi alrededor y me arrastra hasta que mi cabeza
descansa en su pecho. Pulsa un botón junto a la mesita de
noche y las persianas bajan automáticamente, estamos
totalmente a oscuras salvo por la luz natural que llega de la
habitación de Flavio.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —su voz suena en un
susurro contra mi pelo y yo opto por asentir en vez de
hablar para contestar—. ¿Por qué no me dijiste que eras
virgen?
Mierda, esperaba que se hubiera olvidado de ese detalle.
Me encojo de hombros y siento un beso en mi sien, creo que
está sonriendo cuando me lo da.
—No lo sé —contesto sinceramente—, supongo que había
llegado el momento y que tú lo supieras no era relevante.
—Vaya, gracias por la parte que me toca.
—¿Qué hubiera cambiado?
—Todo, te hice daño.
—Créeme —contesto, sonriendo—, lo disfruté.
—Y yo. Aún así, no debiste ocultarlo.
Suspiro.
Idara
V
ito se ha dormido después de nuestro encuentro, yo
no puedo, estoy acurrucada en su cama a su lado
oyendo su respiración. Esto es demasiado rápido,
demasiado intenso, me hace sentir cosas que me dan
miedo, pero por otro lado me gusta sentirlas. Oigo una
puerta en la habitación de al lado y decido levantarme para
estar con Flavio un rato. Si estuviera despierto, podría
hablar con él y dejar que se riera de mí, no resolvería nada,
aunque haría todo más fácil.
—Hola —saludo al entrar a una chica joven, que tendrá
unos cinco años más que yo, que está terminando de poner
la sábana sobre el cuerpo de Flavio, debe ser la enfermera.
—Hola, debes ser Idara. —Frunzo el ceño sin entender por
qué sabe quién soy—. El señor Adriano me dijo que solo hay
un hombre y una mujer que pueden acceder a esta
habitación aparte de él. Supongo que eres Idara, no tienes
cara de Vito —explica, sonriendo.
Asiento y me acerco a la cama. Flavio está algo pálido,
pero parece más que está dormido a enfermo, supongo que
es la pinta que tienen los comatosos, nunca he visto a uno.
—¿Cómo sigue? —pregunto sin saber si puedo sentarme a
su lado en la cama.
La enfermera ve mi vacilación y me saca de dudas:
—Está bien, puedes sentarte a su lado. En mis años de
enfermera, siempre he creído que nos oyen.
—Te ves joven —comento, ya que no la veo con edad
suficiente para decir esa frase.
Se ríe por mi sinceridad y contesta.
—Lo soy, todavía, tengo el titulo desde hace solo unos
meses. Cuidé a mi abuela durante diez años y te aseguro
que ella me oía. El día que no podía contarle nada, sus
constantes bajaban y parecía que estaba triste. —La miro
atentamente—. Lo sé, parezco una loca diciendo esto, pero
es lo que siento.
—Entonces le hablaré para que quiera volver con nosotros.
—La fuerza de voluntad del paciente pesa más que su
condición física —contesta la enfermera—. He visto milagros
médicos basados en esto y muertes por abandono de las
ganas de vivir cuando debería haberse ido a casa en tres
días.
Sus palabras me calan hondo.
—¿Qué le cuento? —No tengo muy claro qué decirle.
—Lo que le dirías normalmente, o lo que aún no le has
dicho, pero te arrepientes de no haberlo hecho. Así si…
Bueno, de esa forma él lo habrá escuchado. —Asiento,
entendiendo lo que dice—. Voy a ir a darle el informe al
señor Adriano y vuelvo en un rato; si pasa algo, pulsa ahí —
dice, señalando un botón rojo en la máquina que pita— y
vendré corriendo.
—Muchas gracias.
La chica se va y me doy cuenta de que ni siquiera le he
preguntado el nombre. Debo parecer una malcriada sin
preocuparme de saber cómo se llama la persona que va a
cuidar a Flavio. En fin, luego me presentaré como es debido.
Me subo a la cama, aprovechando que voy descalza y me
siento junto a Flavio como los indios. Cojo su mano y la
aprieto entre las mías.
—Es muy raro verte tan callado —murmuro—, casi estoy
esperando que despiertes y me preguntes si quiero hacerte
una mamada.
Lo miro con ganas de verlo sonreír, pero no hace nada.
Pienso en las palabras de la enfermera y en las preguntas
de Flavio. Siempre ha tratado de sacarme cómo fue lo de mi
padre y, aunque sabía que algún día se lo contaría, no había
llegado a hacerlo. Puede que ahora sea el momento para
ello. Tomo una larga respiración y comienzo:
—No sé si llegaste a conocer a mi padre, supongo que no,
somos de famiglias distintas, incluso de países distintos. Era
el mejor padre que existía, desde que mi madre murió, vivía
solo para mí. Llamaba a mi madre reina y yo era su
princesa, y cuando ella faltó, me dejó ocupar su lugar y
comenzó a llamarme su pequeña reina. Quería hacerme
saber que era la mujer más importante de su reino.
Sonrío recordando esos momentos. Nuestra casa era
nuestro castillo, él era mi caballero de brillante armadura y
yo la reina que gobernaba a nuestros súbditos. Viéndolo
jugar conmigo, nadie hubiera dicho que era capaz de
asesinar, pero lo era.
Noto un ruido tras de mí y al girarme veo a Vito apoyado
en la puerta con los brazos cruzados sobre su pecho.
—¿Puedo? —pregunta, señalando la butaca en la que ha
pasado la noche conmigo en su regazo.
Miro el sillón y tengo dudas de que quiera que oiga esto,
de que me conozca de una forma tan íntima, finalmente
accedo porque con él me siento segura. Vito se sienta sin
decir nada más y yo continúo.
—Mi padre era el consigliere de Francesco —miro a Vito de
reojo para ver si esa información es nueva para él, su
pasividad me dice que es noticia vieja—, y era muy
respetado. Siempre me decía que nuestro apellido se decía
con orgullo: «Mi pequeña reina, ser una Giordano es un
título que solo puedes mantener a través del honor y la
lealtad».
»Para mi padre, la lealtad era la base de su vida, por eso
cuando fue acusado de traición, no podía creerlo. Una noche
se lo llevaron, dejándome sola en casa. No había nadie a
quien llamar, no se hablaba con mis tíos, así que
simplemente me quedé en la cama llorando mientras
esperaba que lo volvieran a traer. —Meneo la cabeza
negando—. Si hubiera sabido que aquella noche iba a ser la
última en la que mi caballero de brillante armadura y yo
íbamos a vivir una aventura juntos, le hubiera pedido que
durmiera conmigo. Pero creí que ya era demasiado mayor y
le dejé irse a su cama tras mi beso de buenas noches.
Tengo que limpiarme una lágrima del ojo antes de que
caiga. Han pasado muchos años y aún me cuesta recordar
esa noche sin llorar. Noto cómo la cama se hunde tras de mí
y los brazos de Vito me rodean desde atrás. Me da un beso
en la cabeza y yo me recuesto sobre su pecho.
—Aunque no todo es triste —continúo, reponiéndome de
mi momento de autocompasión—, recuerdo que me llevaba
a sus reuniones y me dejaba jugar junto a su silla mientras
hablaban de cosas importantes. Puede parecer
irresponsable hablar de muertes delante de una niña, pero
al hacerlo logró que entendiera el mundo a una temprana
edad. Además, yo era una niña muy tenaz y no paraba
hasta que sus soldados me dejaban pintarles las uñas o
hacerles trenzas si llevaban el pelo largo. Salían muy
guapos de esas reuniones. —Siento la risa de Vito contra mi
pelo y sonrío—. Hubiera podido convencerte a ti también —
le digo, mirándolo por encima de mi hombro.
—No lo dudo. Si eras la mitad de guapa que ahora, no
hubiera podido decirte que no a nada.
Su contestación me desconcierta y antes de que pueda
pensarlo demasiado me besa. Cuando se separa, me mira
de la forma intensa en que lo hace a veces y me descoloca
totalmente. No sé qué esperar de él.
—No pienses tanto —dice, sacándome de mi
ensimismamiento.
Vito
M
e levanto de la cama cuando oigo la voz de mi
hermano y veo por encima de Idara que está
despierto. Respiro aliviado y me acerco al botón
para que venga la enfermera. Aparece en menos de un
minuto junto con Adriano, que se le ilumina la cara al ver
que Flavio ha vuelto.
—Llamaré al médico —dice la enfermera mientras Adriano
me choca el puño.
—¿Quién era esa mujer? —pregunta Flavio con claras
intenciones de verla desnuda.
Idara se ríe y no puedo evitar hacer lo mismo. Mi hermano
ha vuelto con nosotros. La puerta se abre y el doctor
aparece con un maletín. Ha permanecido aquí desde la
primera noche, quería que estuviera cerca por si fuese
necesario.
—Si se aparta, señorita, veré cómo se encuentra nuestro
amigo.
—Perdone, doctor —contesta Idara, levantándose de la
cama.
Veo cómo mi hermano no deja de mirarla y siento una
punzada de celos. La observa de una forma diferente y
quiero preguntarle por qué, pero hay demasiada gente
delante y dudo que me conteste.
—Parece ser que todo está bien, necesitará reposo porque
lo que ha pasado es algo delicado, aunque es un hombre
fuerte, así que pronto podrá volver a sus tareas habituales
—explica el doctor para alivio de todos—. Os dejo estos
calmantes para que los inyectéis en la vía que he puesto en
su brazo en caso de que le duela o si no puede dormir. Con
uno de estos se quedará KO en un minuto.
Asiento y veo cómo el médico y la enfermera salen de la
habitación.
—Nos has dado un susto de muerte, tío —le reprocha
Adriano con una sonrisa.
—¿Qué recuerdas? —le pregunto, situándome junto a
Idara, poniendo mi mano en su cadera.
Mi hermano me observa y no le pasa desapercibido mi
gesto.
—Estaba con esa tal Rosita.
—Rossi —le corta Idara.
—Lo que sea, estaba con ella cuando me dijo que iba a
sacar un preservativo de su bolso, en vez de eso me clavó
un cuchillo. Después tropecé y caí contra algo. Creo que me
desmayé.
—Sí, vimos las imágenes de la cámara —confirma Adriano.
—¿Tú estabas allí? —le pregunta Flavio a Idara algo
confuso—. Creo que oí tu voz, aunque no sé si fue real o lo
he soñado.
Idara no contesta y lo hago yo por ella.
—Estuvo allí. De hecho, es gracias a Idara que aún sigues
vivo.
Mi hermano frunce el ceño y Adriano continúa con la
explicación.
—Casi nos dispara a Vito y a mí —se ríe.
—Pensaba que era alguien que quería hacernos daño —se
defiende mi chica y yo beso su pelo.
«Mi chica».
—¿Qué hacías allí? —pregunta curioso Flavio.
Idara se encoge de hombros, adoro ese gesto tan suyo.
—Sufrimos un asalto y te vio en las pantallas de la
habitación del pánico —le explico—, y salió sola a buscarte.
Podría haberle pasado algo— digo esto último con un tono
de reproche que no quería dejar salir.
—¿Qué opción tenía? —pregunta Idara—. No podía
quedarme mirando cómo lo mataban o se lo llevaban o algo
peor.
—Ven aquí, Idara —le pide Flavio y obedece.
Se acerca a la cama y cuando está junto a mi hermano él
hace un movimiento rápido cogiéndole la muñeca, tirando
de ella y logrando que aterrice sobre su cuerpo. Flavio emite
un gruñido de dolor por el impacto contra su herida, pero,
aun así, envuelve a Idara en sus brazos.
—Gracias, pequeña.
—¡Flavio! —le grita—. Suéltame, vas a hacerte daño.
Mi hermano se ríe y quiero ir y arrancarle a Idara yo
mismo de sus brazos, pero me contengo.
—Lo digo en serio, si no me sueltas, te juro que te pego un
tiro en el culo.
Todos nos reímos y finalmente hace lo que le pide. Ella
sale de su alcance y lo mira entrecerrando los ojos.
—Creo que no has terminado de contar la historia, ¿no? —
pregunta Flavio con una gran sonrisa.
—¿Me has oído?
—Sí, y no solo a ti, esta mañana también oí lo que me dijo
Vito. Estaba consciente, a pesar de que no lograba abrir los
ojos —explica mi hermano, mirándome.
Meneo la cabeza y sabe que tiene suerte de estar
convaleciente, si no, estaría pateando su trasero en estos
momentos. Todo este numerito con Idara es debido a lo que
le he contado esta mañana. Idara me mira y sé que quiere
que le diga lo que hemos hablado, pero todavía no es el
momento.
—Voy a avisar a todos de que tenemos que seguir
aguantándote —dice Adriano, saliendo de la habitación.
Es lo que me gusta de él, no hace falta que le digamos
nada, se ha dado cuenta de que Idara tenía algo que contar
y le ha dado su espacio. Aunque luego se lo vamos a
detallar, es algo que necesita saber para lo que tengo en
mente.
—Ahora que estamos solos, ¿continúas? —le pide Flavio
con cara de niño bueno y voz dulce.
Idara se ríe y me mira, aún la tengo agarrada de la cintura
y rozo con mi pulgar encima de su tatuaje.
—¿Por dónde me he quedado? —pregunta mientras me
siento en la butaca y tiro de su cuerpo para que caiga en mi
regazo.
Idara se incorpora incómoda por la postura frente a Flavio,
la envuelvo con mi brazo y la echo hacia atrás hasta que
tiene su espalda apoyada en mi pecho. Mi hermano nos
mira y el brillo en sus ojos me dice que está disfrutando.
—La descarga después de gritar como William Wallace que
eras una Giordano —contesta mi hermano animado.
—Cierto, bueno, no hay mucho más que contar. Después
de eso estuvieron varias horas torturándolo delante de mí.
Me dejaron en ropa interior para tratar de hacerle daño,
pero no les dejé ver lo mucho que me afectaba, eso era
dejarles ganar.
Me tenso al oírla hablar, ¿qué clase de monstruos harían
eso?
—Ver la sangre en mis pies la otra noche me transportó a
ese momento —revela en un susurro. Mi hermano me mira y
niego con la cabeza para que no la interrumpa—. Por un
momento, volvía a estar en un charco de sangre con diez
años, sangre de mi padre. No recordaba que fuera tan
caliente.
Beso su nuca y ella suspira.
—Siempre he creído que alguien cercano lo delató,
¿sabéis? Mi padre era inteligente, nunca confiaría en una
persona fuera de la famiglia.
—Fueron unos putos monstruos —le digo al oído—. No
debieron haberte hecho pasar por eso, nena, eras solo una
niña que no tenía nada que ver con la mierda que estaba
pasando.
Niega con la cabeza y mira su regazo.
—Yo soy el monstruo, ellos no son peores que yo —
confiesa en un susurro.
Mi hermano y yo nos miramos, ambos con el ceño
fruncido.
—¿Por qué dices que eres un monstruo? —pregunto, pero
niega con la cabeza, no quiere hablar.
—¿Y si te dijéramos algo que quieres saber? —pregunta mi
hermano—, ¿nos lo dirías?
Eso llama la atención de Idara y levanta la cabeza. Pasea
su mirada entre ambos y espera a que mi hermano hable.
—Sabemos quién delató a tu padre —declara Flavio.
Idara se tensa tras oír a mi hermano y noto cómo su
respiración aumenta de ritmo. Está pensándolo y yo le doy
lo que necesita para acceder a contarnos el resto de la
historia.
—Te diremos quién fue y te ayudaremos a matarlo.
Me mira y sé que la he convencido.
—Está bien, pero prometedme que no cambiaréis de
opinión cuando os cuente todo, que seguiréis ayudándome
a matar al traidor.
Lo que dice me confunde, no hay nada que me pueda
decir que haga que incumpla mi palabra. Aun así,
simplemente asiento y mi hermano hace lo mismo. Ella
toma una gran respiración y continúa con la historia.
—Pasamos horas en ese cuarto. Tenía frío, hambre, estaba
temblando y me costaba respirar. A ellos les daba igual.
Cada vez que yo me negaba a dejar de ser una Giordano,
ellos le hacían algo a mi padre que me miraba con una
sonrisa, orgulloso de no dejarme vencer. Esa sonrisa es la
que me mantuvo en pie en todo momento.
Aparto el pelo de su cuello y pongo mis labios sobre él,
quiero que sepa que estoy aquí.
—Cuando vieron que no podrían lograr convencerme,
fueron a por mí. Rompieron la promesa a mi padre de no
hacerme daño. La primera patada en el costado me dejó sin
aliento, pero me levante. Mi padre gritaba y luchaba por
liberarse como un loco. No sé de dónde sacó las fuerzas
para ello, era todo sangre y golpes.
Respira hondo de nuevo.
—Las siguientes fueron a parar al mismo sitio.
Ella toca su costado y me doy cuenta de que es donde
tiene su tatuaje. Escogió ese lugar para recordarles a todos
que era una Giordano y se sentía orgullosa de ello. Joder, no
puedo evitar quererla un poco más por eso.
—Cuando ya no podía ponerme en pie, uno de ellos se
arrodilló a mi lado y yo aproveché el momento para coger el
arma que tenía en una funda de su tobillo, me levanté y
apunte girando sobre mí misma. Todos dieron un paso atrás
y mi padre soltó una carcajada.
—¿Cómo es posible que fueran tan idiotas? —interrumpe
mi hermano incapaz de estar callado por más tiempo.
—Supongo que no tenían miedo de una niña de diez años,
medio desnuda y pateada —contesta, encogiéndose de
hombros.
Beso su piel de nuevo y veo cómo se estremece. Amo
cuando su cuerpo reacciona a mí de esa manera.
—Fui hasta mi padre dispuesta a sacarnos de allí a punta
de pistola, pero me dijo que no, que no podíamos salir, que
si lo hacíamos acabaríamos muertos ambos y no podía
permitirlo.
Noto algo húmedo en mi mano y me doy cuenta de que
está llorando. La estrecho más contra mí y ella se deja.
—Así que pidió que hiciera lo único que se podía hacer en
ese momento.
Mi hermano y yo nos miramos totalmente perdidos, lo
lógico hubiera sido matar a Francesco, pero sigue vivo.
«¿Qué demonios le pidió su padre?».
—Me pidió que lo matara —susurra.
—¿Qué has dicho? —pregunta mi hermano, esperando,
como yo, haber oído mal.
Idara respira hondo y lo repite:
—Me dijo que lo matara…, y yo lo hice.
Flavio y yo nos quedamos helados ante su confesión.
—Nena —la llamo para que me mire a los ojos—,
cuéntanos qué pasó exactamente.
Asiente y se muerde el labio para evitar llorar.
—Mi padre me dijo que le pegara un tiro porque era la
única forma de que todo eso acabara, recuerdo sus palabras
—suelta un sollozo incapaz de contener sus lágrimas—. Lo
amaba, lo amaba y, aun así, lo maté.
La abrazo atrayéndola hacia mi cuerpo y se hace una bola
en mi regazo. La sostengo mientras llora y Flavio me mira
desconcertado. Pasamos así un rato hasta que finalmente
sorbe su nariz y se incorpora.
—¿Estás bien? —le pregunto, limpiando sus lágrimas.
—Sí, lo siento.
Verla tan triste me está enloqueciendo, no sé qué hacer
para que se sienta mejor.
—¿Aún me ayudaréis?
Cojo su cara entre mis manos y la beso, me da igual que
esté mi hermano y que se burle más tarde de mí.
—Nena, no eres un monstruo —le aclaro—, eres una jodida
superviviente.
—Maté a mi padre…
—Él te quería tanto que sabía que la única forma de que
tú no murieras era matándolo. Dio su vida por la tuya.
Me mira con esos enormes ojos que adoro y atrapo sus
labios de nuevo. Joder, podría besarla todo el día y no me
cansaría.
—Nadie mata a su padre —murmura.
—Idara, estás con las dos personas que más pueden
entenderte en estos momentos —le dice mi hermano,
sonriendo.
Se pone roja al darse cuenta de lo que acaba de decir y
beso la punta de su nariz.
—Nosotros matamos a mi padre a sangre fría, éramos
adultos y sabíamos lo que hacíamos —le digo—. Tú eras una
niña asustada rodeada de cobardes, no, rodeada de
monstruos.
—Voy a disfrutar matando al tipo que delató a tu padre —
comenta Flavio e Idara lo mira.
—¿Quién fue? —pregunta, levantándose y quedándose de
pie frente a la cama.
Flavio me mira y yo asiento para dejarle que él se lo diga.
—Tu tío Carlo.
—¿Por qué? —susurra, dándonos la espalda mientras
camina hacia la ventana.
—Estaba celoso de tu padre —le explica Flavio—, siempre
lo estuvo, quería su vida, su puesto, su familia…, su mujer.
Idara se tensa, pero sigue sin mirarnos.
—Estaba enamorado de tu madre, nena, por eso hizo todo
esto y por eso…
No sé si decirle toda la verdad.
—Merece saberlo —dice mi hermano y sé que tiene razón.
Idara se gira al oír esas palabras y yo le cuento todo.
—Él mató a tu tía con ayuda de Francesco.
Idara me mira confusa por mis palabras.
—Quería deshacerse de ella para quedarse solo contigo…
El hombre con el que quiere casarte Francesco es Carlo.
Idara abre los ojos atónita por lo que acabo de contarle. En
su cabeza está pensando si lo que digo es cierto, y por la
expresión de sus ojos, sabe que es verdad.
—Oh, Dios mío —comienza a susurrar, empezando a
respirar de forma agitada—. No puede ser… Oh, Dios mío…
Parece que le falta el aire y acudo a su lado en un
instante. Está teniendo un ataque de ansiedad y es probable
que acabe desmayándose si no se relaja.
—Nena, respira, estás hiperventilando.
Parece que no me oye, así que la obligo a sentarse en la
cama y poner la cabeza entre las piernas. Me arrodillo a su
lado para hablarle al oído.
—Nena, escúchame, necesitas calmarte, respira conmigo.
Uno, dos, tres.
Me mira y comienza a calmar su respiración, continúo con
los ejercicios de relajación hasta que estoy seguro de que el
momento de ansiedad ha pasado. Levanta la cabeza y me
mira.
—¿Estás bien? —pregunta Flavio preocupado desde la
cama y ella asiente.
—¿Cómo no me di cuenta? —se reprocha.
—No había forma de que lo supieras —trato de consolarla.
—Estaba preparándome. Toda la vida me ha dicho que
debo reservarme para el matrimonio, que tengo que
entregar mi virginidad a mi marido. Que así lo hicieron mi
madre y mi tía. Joder. Me estaba preparando para quitarme
la mía.
La rabia se apodera de mí y quiero matar a Carlo, ver su
sangre en mis manos y hacerlo gritar durante horas.
Idara se levanta y pasea por la habitación.
—Necesito pensar —dice finalmente—, necesito estar sola.
Quiero ofrecerle mi habitación, estos últimos días ha sido
nuestra, ve mis intenciones y se adelanta.
—¿Puedo irme a mi cuarto?
Miro a Flavio y asiente. Conoce mejor a las mujeres que
yo, y aunque me gustaría que se quedara conmigo, sé que
necesita su espacio en este momento para procesar todo lo
que le hemos dicho.
—Sí —contesto, acercándome a la puerta con ella, la abro,
sale, se gira y me mira—, pero vuelve.
Ella asiente.
—Prometo venir a buscarte y hablar contigo, solo necesito
procesar todo esto sola.
Eso es lo que quería oír, doy un paso, beso su frente y
luego la abrazo un instante. Ordeno a uno de mis hombres
que la acompañe hasta su habitación, sé que es algo
paranoico de mi parte, pero desde el otro día me siento algo
intranquilo si no la tengo a la vista.
Cuando desaparece por el pasillo, entro de nuevo y veo a
mi hermano sonreír.
—Vaya, sí que te ha dado fuerte —se burla.
—Cállate, idiota. —Flavio se incorpora un poco y me
observa—. ¿Qué?
—¿Es en serio lo que has dicho esta mañana? —pregunta
en tono serio.
Lo miro sin hablar.
—Vito, sabes que nunca me he metido con tu forma de
tratar a las mujeres. Somos iguales en eso. Las follamos y
las olvidamos. Idara es diferente, es importante para mí y
no quiero que juegues con ella.
Respiro hondo y me sincero:
—Sí, Flavio, lo que te he dicho esta mañana era en serio.
Puede que antes tuviera alguna duda, pero después de oír
toda su historia ahora estoy seguro, me he enamorado de
Idara.
Mi hermano sonríe feliz como hacía tiempo no lo veía
hacerlo.
—¿Cuándo se lo dirás?
—Primero hay que solucionar algunas cosas, entre ellas
hay que avisar a nuestro primo de que voy a matar a su
consigliere.
Flavio se ríe.
—¿Y si no tienes su permiso para ello? Carlo es parte del
trato y Francesco no va a estar feliz de saber que su nieta
no ha logrado conquistarnos —se burla.
—Eso no es problema mío, Carlo está muerto y si intenta
hacer algo con Idara, no va a haber infierno en el que pueda
esconderse. Lo cazaré y le haré pagar cada puta lágrima
que mi mujer ha derramado por su culpa.
—Me encanta pertenecer a esta familia —contesta mi
hermano con una sonrisa.
Pasamos las siguientes horas hablando. Mi mente no
puede evitar vagar de vez en cuando pensando en si estará
bien Idara. Sé que no ha salido del cuarto todavía. Pongo al
día a mi hermano y Adriano nos cuenta las últimas
novedades sobre lo que ha descubierto respecto al ataque
del otro día. Sabemos que fue alguien de la ‘Ndrangheta
ahora solo nos falta averiguar quién. Por nuestra parte, le
contamos a Adriano lo que pasó con Idara de pequeña, voy
a empezar una guerra por ella si es preciso, así que necesito
que él, como mi sottocapo, esté al tanto de todo.
Adriano le muestra a Flavio el vídeo de la bodega, de
cómo Idara lo protegió y mató a dos personas. Si mi
hermano quería antes a mi mujer, ahora la adora. Es
increíble que existan personas como ella y tanto Adriano
como Flavio creen que no debería esperar para dejarle
claras mis intenciones. Ya les he explicado que no es
necesario, porque si algún tipo se acerca, es hombre
muerto, y si se niega, voy a pasar mi vida tratando de
convencerla. Es la primera vez que me enamoro, y sé que
quiero que sea la última. Es mía ahora y siempre.
Miro el reloj y me doy cuenta de que Idara no va a venir.
Flavio se ha dormido y yo me dirijo a mi habitación para
hacer lo mismo. Me meto en la ducha y siento que me falta
algo, extraño compartirla con Idara. Cuando me meto en la
cama, la noto fría, grande, solitaria. He dormido solo toda
mi vida, pero en estos pocos días ha logrado hacerse un
hueco. Joder, quiero ir a su cama y meterme a su lado,
abrazarla y besarla hasta que se olvide de toda la mierda de
este mundo, pero necesita espacio y se lo concedo, solo
hoy, solo esta noche. Mañana, si no ha venido a mí, iré a por
ella.
Tardo en dormirme porque no encuentro la posición y al
hacerlo sueño con Idara. Recorro mis labios por su cuerpo y
ella se estremece. Siento su boca por mi pecho y cómo baja
dejando un camino de besos hasta mi entrepierna. Mi polla
se pone dura cuando la besa por encima de los pantalones.
Me mira desde abajo y casi me corro pensando en lo que va
a pasar. Saca mi polla y, sin pensarlo, la mete hasta el fondo
de su garganta. Joder, esto es perfecto. Sabía que con ella lo
sería. Sube y baja y yo acaricio su pelo. Oigo un ruido que
me despierta y noto que la boca de Idara está en mi polla.
No era un sueño, es real.
—Nena, estás volviéndome loco —susurro en la oscuridad
—. No sabes lo mucho que me gusta que hayas vencido tus
miedos por mí.
Creo que escucho voces en la habitación de al lado.
—Me parece que mi hermano habla en sueños, voy a ir a
comprobarlo.
—No, nene, quédate conmigo —contesta una voz que no
es la de Idara.
Me siento contra el cabecero de la cama y enciendo la luz.
—¿Isabella?
¿Has disfrutado con el espectáculo?
Idara
E
n cuanto entro a mi habitación, corro hasta el baño y
vomito, saco todo lo que tengo dentro y después sigo
con lo que ya no hay. Paso media hora entre arcadas
sentada en el suelo, llorando como la niña de diez años que
una vez fui.
Cuando acabo, me lavo la cara y los dientes, salgo y me
tiro en la cama. Necesito pensar. Mi cabeza comienza a
vagar entre mis recuerdos y cierro los ojos para
rememorarlos.
—Tienes que dispararme, pequeña reina —me dice mi
padre con dulzura.
—No, papi, tengo el arma, nos vamos de aquí.
El niega con la cabeza.
—Nunca lo lograríamos, aunque mataras a todos los que
hay aquí, aún quedan los de fuera, y después salir de la
propiedad, de la ciudad, del país…
—Escucha a tu padre —dice Francesco y lo apunto un
instante con ganas de dispararle.
Miro a mi alrededor y sé que tiene razón, pero no quiero
que la tenga.
—Francesco —grita mi padre—, si me mata, estará en paz,
la dejaréis tranquila.
—A nadie le interesa que se sepa que ella lo ha hecho —
contesta Francesco—, te doy mi palabra de que si te mata,
no morirá.
—¿Me das tu palabra de capo? —insiste mi padre.
—La tienes, Alesio, por los viejos tiempos te juro que la
tienes.
Mi padre sonríe y me mira.
—Acércate —me pide, pero niego con la cabeza—,
pequeña reina… —Comienzo a llorar, y le obedezco—. Ahora
vas a poner el cañón justo en mi corazón, vas a apoyarlo,
vas a mirarme a los ojos y vas a disparar.
Aprieto mis labios para evitar tragar las lágrimas que
están cayendo por mis mejillas y niego.
—No, por favor… —suplico, mirando primero a mi padre y
luego a Francesco.
Este último aparta la vista y cuando miro a los demás allí
presentes hacen lo mismo.
—Escúchame, ya estoy muerto, estoy sangrando mucho,
por dentro tengo todo roto, lo único que vas a hacer es que
deje de sufrir —me susurra.
Miro el arma en mis manos y lamento haberla cogido. La
noto más pesada que antes. Respiro varias veces y observo
a mi padre, está sangrando por todos lados, le cuesta
respirar y apenas puede abrir los ojos. Está sufriendo.
Sorbo mi nariz y me acerco hasta quedar a pocos
centímetros de él, apoyo el cañón en su corazón como me
ha pedido y la culata en mi piel, está fría. Pongo las dos
manos para sujetarla firmemente y comienzo a llorar de una
forma descontrolada.
—Pequeña reina, te amo, más de lo que jamás creí que
podía amar —dice mientras me da un beso en la frente—.
Eres lo mejor que he hecho en mi vida y estoy deseando
llegar junto a tu madre para contarle la preciosa niña que
hemos creado juntos. —No puedo dejar de llorar y apenas
puedo verlo—. Hazlo y no te culpes.
—No puedo.
—Sí puedes, eres una Giordano, hija del Sol y de la Luna,
estoy orgulloso de ti. Prométeme que vas a ser feliz y que
no vas a pensar en este día nunca más.
Lo miro y él insiste.
—Te lo prometo.
—Muy bien, preciosa, ahora hazlo —dudo y sabe cómo
ayudarme—. ¿Juntos?
Asiento.
—Una —comienza a contar mi padre—, dos y, te amo mi
pequeña reina…, tres.
Cierro los ojos y aprieto el gatillo. La sonrisa de mi padre
es lo último que veo antes de que todo se vuelva negro.
Me duele el estómago y estoy llorando como hice aquel
día. Pero no es el único recuerdo que me asalta.
—Idara, tu tía Marta ha muerto en un accidente de coche
—me susurra mi tío Carlo mientras me abraza llorando.
No puede ser, mi tía… Hace solo un año que perdí a mi
padre y ahora… Ella era la única persona viva de mi familia,
ahora no tengo a nadie. Comienzo a llorar y abrazo a mi tío
para consolarlo.
—¿Necesitas que haga algo? —le pregunto.
Me mira y niega con la cabeza.
—No, voy a recoger sus cosas en cajas yo mismo, creo que
esta casa me traerá demasiados recuerdos… Lo mejor es
que la venda.
Me quedo helada ante sus palabras.
—¿Qué va a pasar conmigo? —pregunto en un susurro.
Tío Carlo no es mi familia de sangre, no tiene por qué
hacerse cargo de mí.
—Mi dulce Idara, eres parte de esta familia y siempre será
así, nunca vas a alejarte de mí. —Respiro aliviada—. Nos
iremos juntos a empezar una nueva vida, ¿quieres?
Asiento con una sonrisa triste y besa mi cabeza. Esa
noche, al despertarme de mi pesadilla, lo veo en la puerta
velando por mis sueños. Me siento querida, tengo a alguien
que se preocupa por mí y eso me ayuda a quedarme
dormida de nuevo. Parece que no estoy sola en este mundo.
No puedo creer que él la matara. Mi tía era la mujer más
dulce y cariñosa que jamás he conocido. No pudo tener hijos
y cuando llegué a su casa, me trató como el tesoro más
preciado de su vida. Cada día me contaba algo sobre mi
padre, y eso hacía que todo fuera un poco más fácil. Nunca
pude contarle que fui yo quien apretó el gatillo, fui una
cobarde, pero no podía ver en sus ojos, los mismos que los
de mi padre, el desprecio al saber lo que hice.
Rememoro cada recuerdo con mi tío, ¿cómo pudo pensar
en mí de esa manera? Joder, me ha criado, me ha bañado,
ha estado conmigo cuando estaba enferma y vino a mi
graduación.
Podía recordar cómo mi tío me machacaba cada vez que
podía con la idea de llegar virgen al matrimonio. Una vez
estuvo como una hora y media hablándome de ello solo
porque el padre de Rossi me vio besando a un chico. Tío
Carlo insistía en que debía seguir los pasos de mi tía y de mi
madre, aunque yo no podía dejar de pensar en que
estábamos en el siglo veintiuno y eso era algo ridículo.
Aunque, ridículo o no, consiguió lo que quiso y yo me
guardé para entregarme por primera vez en mi noche de
bodas. Al menos esa era la idea hasta que Vito apareció.
Otra arcada me viene y corro al baño, ya solo me queda
bilis, el recuerdo de mi tío hace que quiera vomitar hasta el
alma si fuera posible. Una vez que parece que mi estómago
se ha calmado, me meto a la ducha y trato de relajarme.
Echo de menos a Vito, en estos días me he acostumbrado a
tenerlo cerca en todo momento. Necesito aclarar las cosas
con él, estoy enamorándome demasiado duro y sé que va a
destrozarme cuando tenga que irme. Quizá lo mejor sea
alejarme, o no. Quizá lo mejor sea disfrutar de lo que pueda
porque cuando vea a mi tío, voy a matarlo y puede que yo
acabe igual. Sonrío, de una forma tétrica, no es un mal plan,
así me ahorraría el mal trago de recomponer los pedazos
rotos de mi corazón. Porque sé que Vito ha sido el primero
en mi vida como hombre y siempre va a ser con quien
compare a todos los demás y, en el fondo de mi corazón, sé
que ninguno estará a la altura.
Me pongo un pijama de ositos y voy a la habitación de
Flavio. Quiero echarle un vistazo antes de ir a dormir con
Vito, cada noche a su lado he despertado sin pesadillas, en
sus brazos me siento segura. Dudo si alguno de los soldados
que hay apostados por toda la casa vaya a decirme algo,
pero cuando me ven, solo asienten con la cabeza y yo
sonrío. Ha cambiado la forma en que me miran. Entro
despacio y veo que está todo apagado. Las cortinas están
abiertas, así que la luz de la luna llena hace que no me
mate en mi camino hacia la habitación de Vito. Flavio
duerme relajado, veo que no ha hecho falta inyectarle nada,
ya que en la mesita están todas las dosis que dejó el doctor
más temprano. Respiro aliviada de que esté bien, lo quiero
como al hermano que me hubiera gustado tener. Es curioso
cómo dos personas físicamente iguales me causan
sentimientos tan diferentes.
Giro el pomo despacio para no despertar a ninguno de los
dos y cuando asomo la cabeza me quedo paralizada. Vito
tiene los ojos cerrados y los brazos cruzados detrás de la
cabeza con una expresión de placer que conozco muy bien.
Y justo sobre su polla los labios de Isabella que sonríe al
verme sin sacársela de la boca. Retrocedo y cierro dando un
pequeño portazo.
—¿Idara? —oigo a Flavio tras de mí que enciende una
pequeña luz. Me giro y se asusta al verme llorar—. ¿Qué
ocurre?
Miro hacia la puerta de Vito y sé que lo va a llamar si le
cuento lo ocurrido. La verdad es que lo va a avisar de
cualquier modo, necesito pensar rápido.
—Acabo de ver a Isabella en la habitación de Vito —le
explico—. Ella… Ella estaba… Tenía la boca sobre su polla.
Flavio frunce el ceño y mira la puerta de su hermano.
—No es posible.
Cojo uno de los inyectables y lo pongo en la vía
aprovechando su despiste.
—¿Qué haces? —pregunta, me ha visto dejar el vial vacío.
—Me he enamorado de Vito, no puedo remediarlo,
pensaba que podría aprovechar todo el tiempo que me
quedara hasta que me echara de su lado…, pero no puedo.
Flavio comienza a notar los efectos del medicamento.
—Seguro que hay una explicación —dice con dificultad.
—Sí, que yo le dije que no puedo darle una mamada e
Isabella parece que sabe lo que hace. —Flavio va a hablar y
le corto—. Te prometo que me pondré en contacto contigo
en cuanto tenga las cosas claras. No vas a librarte de mí. Te
quiero.
Frunce el ceño sin entender mis palabras y cierra los ojos
incapaz de mantenerlos abiertos por las drogas que acabo
de suministrarle.
Salgo de la habitación y corro a la mía. Saco la maleta y
tiro dentro todas mis cosas, solo las que traje. Todo lo que
me han comprado aquí lo dejo atrás. Me cuesta apenas diez
minutos tener todo metido, es increíble lo rápido que
puedes preparar el equipaje cuando tienes el corazón roto.
Me limpio las lágrimas y me visto, arranco un trozo de papel
de mi libreta y dejo una nota. Salgo de la habitación y veo a
Isabella en el pasillo ir hacia la suya.
—¿Has disfrutado con el espectáculo? —pregunta antes de
ver mi maleta—. ¿Adónde vas?
—Me voy, ¿qué más da el sitio?
—Tienes razón, me alegra saber que por fin has entendido
que aquí sobras.
Asiento de acuerdo con ella y entonces tengo una gran
idea, no puedo disponer de mi dinero porque me rastrearían
las tarjetas, pero a Isabella no, y con suerte tendrá efectivo.
—¿Cuántas ganas tienes de que me vaya?
—Todas.
Sonrío.
—Para hacerlo necesito dinero, ¿puedes darme algo?
—¿No vas a volver?
—Jamás.
Mi respuesta parece que le satisface y corre a su
habitación mientras la espero en el pasillo, en unos minutos
saca un fajo de billetes que me impresiona hasta a mí.
—Vete y no vuelvas.
—Un último favor. —Ella tuerce el gesto—. No creo que me
dejen salir sin más, ¿puedes ayudarme con eso?
Me mira un instante y asiente. Coge el móvil de su cuarto
y llama por teléfono. No sé con quién habla, solo me dice
que vaya a la puerta, que en cinco minutos alguien vendrá a
buscarme.
Asiento y me planteo darle las gracias, ella se va y cierra
la puerta antes de que pueda hacerlo. Voy hacia las
escaleras y un soldado entrecierra los ojos al verme con la
maleta.
—Emergencia familiar, los Bianci lo saben, alguien viene a
recogerme.
Asiente sin decir nada y me ayuda a cargarla hasta la
puerta. Al salir, la noche fría hace que me encoja un poco,
pero no tarda mucho en aparecer un coche por el camino
principal de la casa. Se para, y el mismo soldado que no se
ha movido de mi lado me acompaña. Se agacha para ver
quién es y compruebo que es una de las primas de Vito y
Flavio.
—Gracias —le sonrío al soldado, que mete la maleta atrás,
y me subo en el lado del copiloto.
La chica arranca y salimos de la propiedad.
—¿Adónde? —pregunta con voz seca.
—Aeropuerto. —Asiente y mira al frente—. Gracias por…
—No me des las gracias. Te he querido fuera de la vida de
mis primos desde el primer día. Eres basura, escoria, la hija
de un traidor, la última de tu especie. No vales nada y me
da vergüenza que hayas estado cerca de personas con
honor como somos los Bianci.
Sus palabras me dejan sin habla, demasiado rencor para
alguien que no me conoce.
—Isabella es la mejor opción, y si hago esto, es solo para
asegurarme de que no cometas el error de creer que tienes
una oportunidad de cambiar ese asqueroso apellido tuyo
por uno mejor.
Respiro profundamente con ganas de agarrarle de la
cabeza y darle contra el volante hasta que le rompa el
cráneo. Pero es mi medio de transporte, la forma más rápida
de conseguir mi objetivo, y no voy a perder mi oportunidad
por una rabia inútil.
Pasamos el resto del viaje en silencio. Al llegar, no se baja,
no esperaba que lo hiciera. Apenas saco la maleta y cierro
el portón, arranca y se va. Entro en la terminal y busco el
punto de información. Allí una chica muy amable me explica
que hay un vuelo a Canadá que sale en una hora y media.
Voy hasta el mostrador y compro un billete con un
pasaporte falso. Llevo varios siempre encima por si acaso.
Uso el que pone Luna Doe en la casilla del nombre. No
tengo ningún problema y la chica se muestra muy amable
metiendo mi maleta ella misma para que vaya al avión en la
parte baja con el resto de equipaje. Me avisa de que el
vuelo saldrá antes y me alegro por ello. No quiero estar ni
un minuto más de lo necesario en Nueva York.
Voy al baño y me lavo la cara. Salgo y veo que hay un
mostrador donde están facturando los pasajeros con destino
a París, que sale casi a la misma hora que el mío. Me acerco
y compro un billete con mi nombre, Idara Giordano. No
tengo maletas que declarar, así que no me ponen ningún
problema por la poca antelación con la que contrato el
vuelo. Siempre he querido ir a París, supongo que algún día
podré hacerlo.
Oigo la llamada de mi vuelo a Canadá y acudo a embarcar.
Veo a parejas felices besándose y me cuesta contener las
lágrimas. ¿Cómo he podido ser tan idiota? Espero mi turno y
al subir al avión maldigo porque me ha tocado junto a unos
recién casados que están de luna de miel. «¡Mierda! Si
quieren contarme que su boda o su vida es de ensueño, es
probable que abra la puerta del avión a diez mil pies y me
tire».
Saco mi móvil del bolso y lo enciendo. Hacía mucho que
no le prestaba atención y espero que tenga batería para una
llamada. Cuando está conectado busco en la agenda el
nombre de mi tío y pulso para llamar. No me lo coge y
maldigo, no esperaba esto, marco de nuevo, lo haré las
veces que haga falta hasta que conteste.
Las azafatas comienzan a explicar lo de los chalecos, las
salidas y todo lo que nadie escucha, pero que llegado el
momento podría sernos útil. Bueno, yo siempre he creído
que si el avión se cae, mejor ponerse el pasaporte en la
boca, hay que ayudar a la tarea de identificar cadáveres.
—¿Idara? —la voz de mi tío al otro lado hace que se me
revuelva el estómago.
—Hola, Tío Carlo —contesto, respirando hondo.
—¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
Empiezo a llorar, así que bajo la cara para que el pelo tape
las lágrimas que no puedo contener.
—Estoy en un avión de vuelta a casa.
La línea se queda en silencio un segundo y aprovecho
para limpiarme con la manga la cara.
—¿Qué ha pasado?
De camino al aeropuerto he pensado qué decirle, cómo
hacer para volver y solo se me ha ocurrido algo que puede
hacer que logre mis objetivos.
—Sé que eres tú a quien me ha prometido Francesco.
Otra vez el silencio invade la línea y tengo que mirar la
pantalla para comprobar que no se ha cortado.
Las azafatas han acabado y están comprobando que
estamos todos atados. Me queda poco tiempo antes de que
tenga que apagar el móvil.
—¿Sigues ahí? —pregunto en un susurro.
—Sí…
—Quiero que sepas que siento lo mismo —le digo de
carrerilla, tratando de sonar real—. Pensaba que jamás
podría tenerte de esa manera, aunque yo… te amo… No sé
cómo ocurrió, pero quiero pasar mi vida junto a ti.
—Idara…
—Ya sé que es repentino, que nunca lo he demostrado, me
avergonzaba pensar en eso, eres mi tío…
—No de sangre —me corta y sé que está picando.
—Lo sé…, pero la gente lo verá raro.
—Podemos irnos a otro lugar.
Se lo ha creído.
—Sí, y quiero que sea ya, no quiero pasar un minuto más
sin ser tu esposa… Quiero que seas el primer hombre en mi
vida…
Cuando lo digo oigo un jadeo y mi estómago se revuelve.
Es un cerdo hijo de puta al que le tengo asco, aunque
necesito que crea mi mentira para lograr mi objetivo.
—Lo haremos, voy a organizarlo todo.
—Pero Carlo —es la primera vez que no lo llamo tío—, no
quiero que los Bianci lo sepan, ellos han tratado de ser los
primeros y… he tenido que salir de allí. No quiero que
Francesco me obligue a volver, sé que él les dio carta
blanca para usarme como quisieran.
—Hijo de puta —sisea—. Sabía que me había escondido
algo.
Sonrío porque no solo estoy haciéndole creer que lo amo,
también que Francesco, su capo, a quien debe ser leal, le ha
traicionado.
—No te preocupes, mi niña —ese apelativo me da asco—.
Nadie sabrá que regresas, dime a qué hora llegas y estaré
esperándote.
Miro el billete y le doy la información. Cuelga diciéndome
las ganas de besarme que tiene y cuando la azafata me
indica que apague el teléfono, simplemente lo rompo
estrellando la pantalla contra el reposabrazos. La pareja a
mi lado se queda atónita y me miran como si estuviera loca.
Mejor, así no querrán hablar.
Me recuesto en el asiento, cierro los ojos y me despido de
los días felices que pasé junto a Vito y a Flavio. Mi vida aquí
ha terminado y ahora tengo que seguir adelante. Jamás
podré agradecerles a los Bianci lo que me han dado, saber
que Carlo fue el culpable de la muerte de mi padre me ha
proporcionado un objetivo en la vida. Respiro
profundamente y miro por la ventanilla la noche oscura que
nos envuelve. Suspiro y murmuro en voz baja para que solo
yo pueda oírlo:
—Voy a matarte, Carlo.
Y decirlo en voz alta me hace sentir que esto está
pasando, que esto es real.
Hay algo más
Vito
M
e despiertan los gritos de mi hermano llamándome
y salto de la cama asustado con el arma en la
mano, cuando lo veo mirándome con rabia, estoy a
punto de matarlo.
—¿Sabes el susto que me has dado? —le pregunto
enfadado, el corazón me late a mil por hora.
—Un tiro debería darte, te lo dije, Idara es importante para
mí y…
—Espera —le corto, sin entender qué demonios está
diciéndome—, ¿a qué viene esto?
Flavio pasa una mano por su cara exasperado y respira
hondo para tranquilizarse, no sé qué mierda pasa, pero
empiezo a ponerme nervioso.
—¿Qué hacía anoche Isabella en tu habitación?
—Ella entró cuando dormía y decidió agarrase al micrófono
para cantar un solo —le explico.
—Y tú la dejaste.
—¿Cómo sabes que vino a mi habitación?, ¿nos oíste?
Él niega con la cabeza.
—Yo no. —Lo miro con el ceño fruncido—. Idara os vio.
Sus palabras me paralizan un instante.
—Vino después de que me durmiera, no la oí entrar, me
despertó el ruido que hizo al cerrar tu puerta —explica
mientras el corazón empieza a desbocarse dentro de mi
pecho—. Estaba llorando.
—Mierda, no sabía que Isabella vendría. El soldado que
acompañó a Idara a su habitación me dijo que cuando
regresaba aquí lo interceptó y le preguntó si yo estaba solo.
—Meneo la cabeza—. No le di mayor importancia, joder.
—Le dije a Idara que debía haber una explicación, pero me
contó que hablasteis sobre que te hiciera una mamada y
que ella no puede, por eso creyó…
No me gusta que tengan tanta confianza como para hablar
de esas cosas.
—Joder. Le dije que lo haríamos juntos, ha tenido
problemas con algunos que la han obligado a chupársela.
Flavio se tensa.
—¿Nombres? —pregunta mi hermano con una clara
intención asesina en sus ojos.
—Estaba en ello, no va a quedar ninguno vivo —le aseguro
—. Mierda, Idara debió pensar que había buscado en
Isabella lo que ella no podía ofrecerme. —Doy un puñetazo
a la pared—. No es así —le explico—, estaba soñando con
Idara, anoche la eché de menos en mi cama…, y cuando me
di cuenta de que no era ella, la saqué literalmente del
cuarto de una patada.
—Deberías ir a hablar con Idara.
—¿Por qué no me llamaste? —pregunto algo enfadado.
—Me puso lo que el médico dejó por si no podía dormir,
me drogó tan rápido que apenas pude oírle decir…
—¿Qué?
—No me corresponde contártelo, aunque te aseguro que
debe estar muy dolida en estos momentos.
—Joder.
Salgo de la habitación y prácticamente corro hasta la de
Idara. Llamo, no me contesta. Debe estar enfadada. Sigo
tocando su puerta, no pienso irme, voy a derribarla si es
necesario. Llamo otra vez con mi frente apoyada en la
puerta cuando uno de mis hombres se para tras de mí.
—Señor… —Gruño en respuesta, no me giro—. La señorita
Giordano no está. —Sus palabras hacen que me dé la
vuelta.
—¿Cómo que no está?
—Ella se fue anoche, una emergencia familiar, yo mismo
le ayudé a llevar la maleta hasta el coche de su prima.
Lo que me dice no tiene sentido. Si hubiera tenido una
emergencia familiar, hubiera sido el primero en enterarme.
Además, aunque fuera real esa emergencia, el único
pariente que tiene es Carlo, y después de lo de ayer dudo
que acudiera preocupada a su lado. No tiene sentido. Me
aparto de la puerta y le doy una patada para abrirla, sé que
no tiene seguro, pero necesito descargar mi rabia.
Prácticamente la desencajo del marco y paso dentro. Miro
alrededor, cajones abiertos, armarios con perchas vacías…
No hay nada de lo que trajo, lo que sí que veo es todo lo
que se le compró.
—¡Mierda! —grito.
—Señor, hay una nota —indica el soldado, apuntando
hacia la cama.
La tomo y la abro, es una hoja arrancada de un cuaderno.
Veo algunas marcas de agua… No, no es agua, son
lágrimas.
Siento irme así, pero es lo mejor. Gracias, Flavio, por
hacerme sentir parte de tu familia, te considero mi hermano
mayor, no creas que vas a librarte de mí, solo necesito
alejarme. Recupérate pronto para que vengas a verme,
cuando crea que es el momento de ponerme en contacto
contigo, quiero que me visites.
Gracias, Vito, por este tiempo juntos tan bonito. Has
logrado que ahora tenga recuerdos felices que voy a llevar
conmigo, pero tranquilo, no es tu culpa que yo haya visto
cosas donde no las hay.
Os estoy muy agradecida a ambos por todo y, además,
espero que, dentro de un tiempo, me ayudéis a deshacerme
de la persona que delató a mi padre.
Miro la nota y grito frustrado, Flavio aparece apoyado a
duras penas en el marco de la puerta y ve cómo esta está
tirada por la patada que le he dado.
—¿Dónde está?
Le lanzo la nota arrugada entre mis dedos, la abre y la lee.
—Mierda —sisea.
—Tenemos que encontrarla.
—No puede estar muy lejos. ¿Cómo salió?
La pregunta de mi hermano me hace darme cuenta de
algo importante.
—Voy a matar a Isabella —gruño, saliendo de allí como un
torbellino directo hasta su dormitorio.
No llamo, abro la puerta, al igual que la habitación de
Idara no tiene seguro. Ninguna habitación de este ala lo
tiene.
—¿Dónde cojones está? —pregunto mientras veo a
Isabella en el suelo. Ha debido caerse de la cama
sobresaltada por mi entrada.
—¿Quién?
—Idara.
Sus ojos se abren un segundo y luego pone cara de póker,
o lo que cree que debe serlo, porque se nota a la legua que
va a mentir.
—No lo sé.
Me acerco hasta ella, me agacho y rodeo su cuello con mi
mano. Aprieto y la levanto hasta que apenas está de
puntillas, asustada y llorando.
—Voy a preguntártelo solo una vez más.
—No puedes hacer esto, mi abuelo…
Aprieto más y sé que si sigo así, acabaré matándola. Pero
ahora mismo lo único que la mantiene con vida es que
puede saber algo de mi mujer.
—¿Qué ocurre? —pregunta Flavio que está claramente
agotado por el esfuerzo de ponerse en pie.
—Una de nuestras primas fue la que sacó a Idara de casa
—le digo sin dar más explicaciones, no hace falta—. ¿Y
bien? —pregunto, mirando a Isabella con los labios de un
color que me indican que está a punto de perder el
conocimiento.
—Avión —dice a duras penas, así que la suelto y se
desploma en el suelo.
Tose llorando mientras trata de recuperar el aliento, me
mira como un perro apaleado buscando mi lastima, no la va
a tener, con suerte obtendrá mi indulgencia y no la mataré.
—Cuéntame todo desde el principio o te juro que tú misma
vas a pedirme que te mate para cuando acabe contigo —la
amenazo.
Ella se queda blanca, nadie le ha hablado como acabo de
hacerlo yo. Mira detrás de mí hacia mi hermano buscando
ayuda.
—No me mires así, yo voy a ayudarle si no empiezas a
hablar —dice Flavio enfadado.
La cara de Isabella es un mar de lágrimas, pero cuando
gruño comienza a hablar; veo que está entendiendo lo que
está pasando aquí.
—Cuando salí de tu habitación, fui a la mía. Idara estaba
saliendo con una maleta —solloza—. No me dijo adónde se
iba, solo que necesitaba dinero.
Se levanta y se sienta en la cama mirando su regazo.
—También necesitaba una forma de irse y se me ocurrió
ayudarla avisando a una de tus primas. Me dijo que era una
emergencia familiar, supuse que su tío Carlo había tenido
un accidente o…
—Basta —siseo. Ella me mira—. No soy imbécil, en tu puta
vida la ayudarías, no me digas que lo hiciste como un favor,
querías deshacerte de Idara después de que te diera una
patada y te lanzara fuera de mi habitación. —Me mira con el
labio inferior temblando—. Te lo dije anoche y te lo repito
ahora —respiro para no sacar mi arma y dispararle—, ella es
a la única que quiero en mi cama, y si no estuviera, tú no
serías una opción porque me das asco.
Salgo de allí cabreado como jamás lo he estado y veo que
Flavio me sigue a un ritmo agónicamente lento. Sé que no
quiere que le ayude, no delante de nuestros soldados, así
que simplemente camino junto a él mientras volvemos a la
habitación para que descanse.
—Debiste matarla —se queja Flavio, agarrando su costado
— o dejarme que yo lo hiciera.
—Créeme, quiero volver ahí para pegarle un tiro entre ceja
y ceja, pero no es posible, de momento.
—De momento —repite mi hermano, sabiendo que esto
solo significa que Isabella está muerta, solo que aún no lo
sabe.
Una vez dentro de la habitación, ayudo a Flavio a meterse
en la cama de nuevo y relee la carta.
—Quizá podemos esperar a que se ponga en contacto
conmigo. No creo que tarde mucho, aunque sea para saber
de mi estado —dice Flavio convencido.
—No pienso quedarme esperando a saber noticias de ella.
Quiero a todos buscándola, revisaremos todos los vídeos
que hay del aeropuerto para ver qué vuelo ha cogido.
La puerta se abre y Adriano aparece hablando por
teléfono. Da instrucciones y cuelga.
—Idara ha cogido un vuelo con destino a París, debe estar
llegando en breve al Charles de Gaulle13 —dice, chocando el
puño conmigo—. Ya tengo a algunos hombres allí esperando
para interceptarla.
—Gracias.
Es mi mejor amigo y la persona más eficiente que
conozco, ni siquiera le he avisado de lo que ocurre, pero ya
ha movido ficha para ayudarme.
—Voy a llamar a su tío —suelto de repente—, puede que
sepa algo.
—¿Después de lo que sabe de él? —pregunta mi hermano
poco convencido.
—Idara es inteligente, sabe que si su tío se entera de que
ha huido, no va a poder volver a Canadá, y si quiere
vengarse, tendrá que hacerlo en algún momento. Si apela a
las ganas de Carlo de tenerla, puede que le ayude a huir de
mí.
Parece que mi contestación tiene sentido porque coge su
móvil y llama a Carlo, pone el altavoz y lo deja sobre la
cama para que los tres oigamos al puto cerdo canadiense.
—Hola —responde al tercer tono.
—Hola, Carlo —habla mi hermano—. Quería saber si has
hablado con Idara.
La línea se queda un segundo en silencio antes de que
conteste.
—No, no desde que estuvimos en vuestra casa. ¿Va todo
bien?, ¿está bien?, ¿y tu hermano?
El tono en que lo dice lo delata, no está preocupado, ni por
ella ni por mi hermano, al cual vuelve a confundir conmigo
como siempre. Miro a Adriano y a Flavio y ellos opinan lo
mismo.
—Está todo bien, estoy preocupado por la salud de mi
hermano, creo que no va a salir de esta, solo quería saber si
Idara os había comentado algo.
Flavio miente, haciéndose pasar por mí y sobre su estado
de salud, no entiendo el motivo.
—Lamento oír eso, pero no, Idara no me ha contado nada,
es una chica muy reservada.
—Como consigliere de mi primo quería que estuvieras al
tanto, no le digas nada a Dante, yo mismo voy a llamarlo en
un rato para darle las malas noticias.
—Muy bien.
Doy un paso y cuelgo el teléfono sin despedirnos. Solo de
oír su voz se me revuelve el estómago.
—Sabe algo —declara Adriano sin ninguna duda.
—Sí, la cuestión es qué sabe —pregunto, no entendiendo
bien el motivo de Carlo para ocultarnos esto.
—Creo que Idara sí habla con él, por eso le he dicho que
estoy en las últimas, en cuanto lo sepa, llamará, estoy
seguro.
Yo también lo creo. Si se entera de que Flavio está en
peligro, se pondrá en contacto. Espero que no tarden
demasiado en hablar.
Pasamos las siguientes dos horas revisando los datos que
Adriano tiene referente al ataque de la otra noche. Ha ido
descartando a gente y todo apunta a que alguien de los
invitados, aparte de Rossi, les ayudó a entrar. Aunque esto
no es todo lo que hemos encontrado. Adriano ha
descubierto que hay un frente opositor a mi primo Dante
que está haciéndose fuerte a sus espaldas. Aún no sabemos
quiénes son los cabecillas, pero están en contacto con la
facción de la ‘Ndrangheta de Calabria, la más fuerte de
todas ellas. Si logran su apoyo, todos nuestros planes se
pueden ir a la mierda y empezaríamos una guerra en la que
habría mucha sangre derramada en ambos bandos.
El teléfono de Adriano suena y lo coge sin salir de la
habitación, sus palabras son un indicio de que algo no ha
salido según lo esperado. Al colgar, nos lo cuenta a Flavio y
a mí:
—El vuelo en el que iba Idara ha aterrizado, ella no iba en
él.
—¿Cómo que no iba en el avión?, ¿la han perdido de vista?
—pregunto intranquilo.
—No la han perdido de vista. Por lo que han averiguado
mis hombres, el asiento de Idara ha estado vacío todo el
vuelo. No cogió ese avión.
—Mierda —sisea Flavio—, ¿por qué tiene que ser tan lista?
Me siento orgulloso y enfadado con ella a partes iguales.
—Hay algo más —dice Adriano—. Al darse cuenta mis
hombres, han ido a revisar las cintas del aeropuerto para
ver qué vuelo cogió realmente o si no cogió ninguno, pero
los vídeos de las cámaras de dentro han desaparecido.
—¿Cómo?
—Hay grabaciones del exterior, por lo que sabemos que se
subió a un avión, el resto, todo lo que pasa dentro del
aeropuerto, es un punto negro, no hay nada.
—¡Joder! —grito—. ¿Cómo ha podido hacer eso? No tiene
los contactos o el dinero necesario.
—Alguien ha tenido que ayudarla, ¿nuestras primas quizá?
—pregunta Flavio, pero niego con la cabeza.
—Son demasiado idiotas como para que se les ocurra algo
así —contesto—. ¿Tenemos las listas de pasajeros?
—Sí, las han comprobado, con ese nombre no ha cogido
nadie ningún vuelo.
—¿Y si ha volado con un pasaporte falso? —planteo ante
mi hermano y Adriano.
Ambos lo piensan y asienten.
—Sí —afirma mi hermano—, creo que es posible que
tuviera pasaporte falso, es inteligente, no le gusta dejar
nada al azar.
—Dadme un minuto —pide Adriano y sale de la habitación.
—¿Adónde demonios habrá ido? —pregunto preocupado al
saber que está sola en algún lugar del mundo, lejos de mí.
—Donde sea que esté la encontraremos.
Mi hermano es optimista, a mí me cuesta un poco más
confiar en que ella va a aparecer.
—Debí haceros caso —susurro—, tendría que haberle
dicho lo que significa para mí.
—No es momento de lamentarse —me reprocha Flavio,
pero luego suaviza su gesto—. Además, ella siente lo
mismo, solo está confundida.
—¿A qué te refieres? —pregunto algo confuso.
—Me lo dijo antes de dormirme por lo que me inyectó, se
ha enamorado de ti. Por eso le dolió ver… Vamos a
recuperarla para que entienda que no está sola.
—Joder, joder, joder.
Si la tuviera delante, la encerraría en la habitación hasta
que entendiera que es la mujer que quiero a mi lado. No es
solo preciosa, es simplemente perfecta y no tenerla cerca
hace que tenga una presión en el pecho que no me deja
respirar.
Adriano entra de nuevo con una tablet y moviendo algo en
la pantalla.
—Tengo el listado de pasajeros de todos los vuelos que
salieron anoche del JFK, creo que deberíamos empezar por
revisar uno en concreto… —Flavio y yo nos miramos en
silencio—. Anoche, casi a la misma hora que salía el de
París, despegaba un avión con destino a Canadá.
—No puede ser —murmuro.
Adriano me tiende la tablet con un listado abierto en la
pantalla.
—¿Reconoces algún nombre? —pregunta—. He revisado
buscando si había alguno que coincidiera con alguien de su
familia o cercano, pero no hay nada.
Miro el listado y cuando lo leo lo sé, es ella.
—Este, Luna Doe —digo sin ninguna duda.
«Si alguna vez hallaban a una Jane Doe a quien no
pudieran enterrar con un nombre, al menos quería que mi
apellido perdurase en mi cuerpo». Las palabras de Idara
resuenan en mi cabeza.
—¿Seguro? —pregunta Flavio.
—Sí.
Mi tono convence a ambos y Adriano busca imágenes del
aeropuerto de Canadá, y, efectivamente, no hay ninguna,
como en el de Nueva York. Demasiada casualidad. Saco el
teléfono y llamo a mi primo Dante mientras Adriano sale de
nuevo de la habitación. Pongo el altavoz.
—¿Cuál de los dos me llama? —pregunta en tono burlón.
—Ambos —contesto serio.
—¿Qué ocurre? —El tono de su voz ha cambiado, sabe que
necesito algo.
—Idara se ha ido y sabemos que anoche voló a Canadá —
le explico.
—No tengo ninguna noticia de ello, pero le voy a pedir a
mis soldados que investiguen.
—Gracias —dice Flavio—. ¿Has visto a Carlo hoy?
—Sí, de hecho, estaba en una reunión con él y con
Francesco en estos momentos.
—Haz que lo sigan cuando se vaya, no le digas nada de
Idara, solo que te he llamado para contarte que mi hermano
está más muerto que vivo.
—¿Qué no estáis diciéndome?
—No puedo contártelo ahora, precisamos que confíes en
nosotros, solo necesito que sepas que Idara ya sabe que
Carlo fue el culpable de todo —le pido, apelando a la
familia.
—De acuerdo, cuando sea el momento me lo contaréis. En
cuanto sepa algo, os digo.
—Gracias —contestamos mi hermano y yo a la vez antes
de colgar.
Adriano entra de nuevo a la habitación.
—Hay una grabación de Carlo entrando anoche al
aeropuerto de Canadá, cuando sale del parking, no se ve
que Idara vaya con él en el coche, aunque no puedo
asegurarlo, ya que las ventanillas traseras están tintadas,
parece que solo se ve a su chófer, a un soldado y a Carlo,
pero podría haberla metido en el maletero.
Me levanto y grito frustrado.
—Si la toca, voy a rajar cada centímetro de su piel —siseo.
—¿Por qué iría con Carlo después de lo que le dijimos? —
pregunta Flavio algo confuso.
Y yo sé el motivo, la conozco demasiado bien, mi pequeña
guerrera.
—Venganza, cree que está sola y quiere venganza, no le
importa qué le pase… Joder… Es culpa mía.
Golpeo la pared con fuerza una y otra vez hasta que noto
la mano de Adriano sobre mi hombro.
—Cálmate.
Doy un último puñetazo mientras Adriano coge el teléfono
que suena. No sale, apenas tiene treinta segundos de
conversación y no me gusta la cara que tiene.
—Me acaban de confirmar que Marco Veluccio es uno de
los cabecillas que hay contra Dante… Él y Carlo.
—Hijos de puta —siseo—. Debería haberle pegado un tiro
en la puta cabeza en vez de en la pierna.
—Voy a llamar a Dante ahora mismo —comenta Flavio con
el móvil ya en la mano.
—Vuestro primo está al tanto de todas las investigaciones
que he hecho —declara Adriano.
Mi hermano y yo asentimos conformes con esa
información.
—Dante, Marco Veluccio es el topo —dice mi hermano sin
darle tiempo a decir nada a mi primo.
—No me jodas.
—Sí —confirmo—. Él y Carlo están detrás de todo el
ataque a nuestra casa y del intento de sacarte a ti del
poder, ¿aún sigue ahí?
—No, se fue justo después de colgar contigo. Y envié a
Marco a seguirlo. Mierda—. Esto no es bueno—. Voy a
mandar a mis hombres a casa de Carlo, os digo algo cuando
sepa si están allí.
Cuelga y pasamos los siguientes veinte minutos
repasando cada una de las pruebas de Adriano en contra de
Carlo y Marco, por lo visto esto no es solo un juego, hay
fotos de uno de los confidentes de Marco hablando con los
calabreses en Italia. Suena el móvil de Flavio y lo descuelga
en modo altavoz directamente.
—Ya no estaban en la casa, han matado a todos los que
supongo que me eran leales… Uno dijo algo antes de
morir…
—¿Qué? —pregunto ansioso.
—Idara estaba allí y Marco se la ha llevado después de
pegarle un tiro, mi hombre no estaba seguro de que ella
siguiera viva cuando salieron de la casa de Carlo.
Idara
C
uando bajo del avión, las piernas me tiemblan.
Pensar en volver a encontrarme frente a Carlo me ha
mantenido despierta todo el vuelo. Salgo con mi
maleta y enseguida veo a los soldados de mi tío, no, de
Carlo, acercarse a cogerla. Llega decidido y me besa en la
boca. Tardo un momento en reaccionar y apartarme, y tengo
que apretar los dientes para no vomitar. Carlo me mira con
el ceño fruncido ante mi actitud.
—No quiero que nadie que nos conozca pueda vernos —le
susurro, mirando a los hombres de Carlo. —Sonríe y asiente.
—Ellos son de confianza, aunque tienes razón, de
momento es mejor que nadie sepa que estás aquí. Al menos
hasta que seas mi mujer legalmente y ya nadie pueda
apartarte de mí.
Oírlo decir eso revuelve mi estómago, pero voy a llegar
hasta donde haga falta para conseguir mi objetivo.
Vamos al parking del aeropuerto y Carlo me asegura que
nadie sabrá que estoy allí, se ha encargado de que las
grabaciones de este aeropuerto y del de Nueva York
desaparezcan. Llegamos a su coche y nos subimos junto a
uno de sus hombres y el chófer. Carlo se sitúa detrás y me
pide que yo haga lo mismo, solo que me siente a los pies
para evitar que nadie pueda verme hasta que lleguemos a
casa.
Casa…
Es curioso pensar cómo he crecido allí e incluso quise
considerarla mi hogar, ahora sé que nunca lo fue, siempre
sentí que había algo que no me dejaba considerarlo de esa
manera, y ya entiendo por qué: Carlo no me veía como
familia.
Entramos al garaje y salimos del coche. Subo a mi antigua
habitación y no puedo evitar pensar que viví allí en otra
vida, o que fue otra Idara la que estudiaba con esos libros
que ahora están llenos de polvo encima del escritorio.
—Por fin a solas, mi niña —dice Carlo, cerrando la puerta
de la habitación.
Se acerca a mí, acechándome como la presa que soy, y
antes de que pueda hacer nada se lanza a besarme de
nuevo. Le dejo hacerlo, tengo que hacerlo, pero me da
muchísimo asco el sabor de su boca, el tacto de sus manos
sobre mi piel… Todo.
—Estoy deseando que seas mía —murmura y se me eriza
la piel.
Lo toma por el lado equivocado, cree que yo también
estoy deseando serlo. Besa mi cuello y necesito
concentrarme para no apartarlo.
—Carlo —susurro cuando ya no puedo aguantar más—, me
gustaría que fueras el primer hombre al que me entregue en
mi noche de bodas.
Siento cómo se pone duro debajo de sus pantalones, se
aprieta más contra mí. Cierro los puños con fuerza para
aguantar la situación hasta que se separa y me mira.
—Sí, es lo que más deseo, en cuanto seas mi mujer te voy
a follar de todas las formas posibles Valeria.
Valeria. No se ha dado cuenta, me ha llamado por el
nombre de mi madre. Besa mis labios una vez más y se va,
dejándome sola en la habitación. Corro a la ducha y
restriego mi cuerpo con fuerza, incluso pongo algo de jabón
en mi boca para quitarme el sabor de su lengua. Pasa un
rato hasta que decido salir, ponerme el pijama e irme a
dormir, faltan un par de horas solo hasta que amanezca y el
sueño empieza a vencerme.
Vito
N
o puedo dejar de pensar en las palabras de Dante.
Si está muerta… No puede estarlo. Dispongo todo lo
necesario para el viaje. El avión está siendo
preparado para salir lo antes posible a Canadá.
—Está viva —afirma mi hermano en la puerta de la
habitación.
—No lo sabes.
—Si no lo estuviera, la habría dejado allí.
Sus palabras tienen sentido, pero no puedo hacerme
ilusiones, no cuando se trata de Idara. Hasta que no la vea,
sé que no voy a poder volver a respirar.
—Hay algo que no le has oído decir a Dante ya que has
salido antes —dice Flavio, llegando hasta mí—. En la casa
han encontrado el cuerpo de Carlo con un disparo en el
pecho, con su propia arma. —Frunzo el ceño—. Estaba en la
habitación de Idara, la que debía ser de ella —continúa—.
Tenía los pantalones bajados y la polla fuera. —Mi corazón
está latiendo muy rápido ahora—. Había signos de lucha y…
—No pares ahora, Flavio.
—Y ropa desgarrada de ella, además de unos vaqueros en
el suelo.
Grito frustrado y doy un puñetazo a la pared.
—No han encontrado ropa interior —continúa—. Adriano
cree que fue Idara quien mató a Carlo y por eso le pegaron
el tiro.
Mi jodida reina guerrera. Me siento orgulloso de mi mujer
y, aunque no hay pruebas, sé que ha sido ella la que ha
matado a Carlo. Joder, nunca imaginé que echaría tanto de
menos a alguien, ni que la amaría de esta manera.
—Ya está todo preparado —dice Adriano, asomándose a la
habitación.
—Vamos —contesta mi hermano.
—¿Adónde vas? —pregunto, viendo cómo se sujeta el
costado.
—A Canadá.
—Aún no estas recuperado.
—No te atrevas a decirme que no voy a ir. Si no es por
ella, no estaría herido, estaría muerto.
La voz firme de mi hermano me hace entender que no hay
forma de que él se quede aquí, así que asiento y nos
dirigimos fuera para ir hacia el jet que nos espera.
Salimos de la casa rodeados de mis soldados, algunos me
han pedido venir, mi mujer se ha ganado la lealtad de mis
hombres con su forma de ser y yo me siento jodidamente
orgulloso de eso.
Abro la puerta del todoterreno que nos llevará hasta el
aeropuerto cuando veo el coche de mis primas aparecer por
el camino de la entrada. Sé que Isabella se ha ido corriendo
con ellas después de lo de esta mañana, espero que no
vengan a recriminarme nada porque no sé si sabría
contenerme. No se me olvida que una de ellas fue la que
llevó a Idara lejos de mí.
—Qué cojones querrán ahora —sisea Flavio, viendo el
coche parar al lado del nuestro.
Miro y veo que dentro está Isabella llorando. Ruedo los
ojos.
—No tengo tiempo para esto —gruño.
Voy a subir al coche, pero mi prima mayor sale y me
llama.
—Primo, por favor, es importante.
«Primo», sonrío. Han crecido con nosotros, y aún no nos
distinguen. Mi mujer lo hace desde el primer día.
—Tienes treinta segundos, aunque te advierto que si vas a
reclamarme por Isabella, es muy probable que te pegue un
tiro.
Mi prima abre los ojos horrorizada porque sabe que voy en
serio.
—No… No… —tartamudea—. No es eso, ella… ella ha
hablado con Idara y…
Al oírla voy hasta el coche, abro la puerta y saco a Isabella
sin ningún cuidado.
—¿Has hablado con Idara? ¿Cuándo? ¿Cómo? —pregunto
mientras ella solo llora.
La tiro al suelo y veo cómo las otras se apartan. Isabella
busca ayuda, pero mis primas son unas putas arpías
consentidas que se dan la vuelta y ni siquiera la miran. Si no
fuera porque mis hombres ahora rodean el coche con el
arma en la mano, estoy seguro de que hubieran subido al
vehículo y salido de aquí pisando el acelerador a fondo.
Flavio se acerca a Isabella, agarra su pelo y tira de él para
que lo mire.
—Responde —sisea.
—Esta mañana, me llamó, no sé de dónde, era un número
fijo de Canadá, no sé más —llora.
Adriano agarra el móvil que tiene en la mano y se lo quita
sin ningún cuidado. Lo desbloquea con la huella de su mano
antes de darle la espalda y revisa el número. Llama y
espera.
—¿Tatuajes? —dice Adriano al teléfono—. Lo siento, me he
equivocado.
Se guarda el teléfono en el bolsillo y nos mira.
—Es de un estudio de tatuajes.
—No tiene sentido —murmuro.
—Voy a tratar de averiguar algo más —indica Adriano,
metiéndose en el todoterreno.
—¿De qué hablasteis? —pregunto, mirando a Isabella y
empezando a impacientarme.
—Quería saber cómo estaba Flavio, le dije que bien,
aunque parecía sorprendida —solloza, limpiándose en la
manga de su camiseta.
Mi hermano me mira, ambos sabíamos que Idara
preguntaría, nunca creímos que lo haría a través de Isabella.
Joder, se nos escapó ese puto detalle.
—Le dije que todo había sido un montaje mío —lloriquea
Isabella—, que lo que vio era mentira, que la quieres, te lo
juro, ya sabe la verdad, me ha perdonado, va a decírtelo.
Sus palabras me reconfortan de alguna manera, al menos
Idara sabe que no la traicioné, pero, entonces, ¿por qué no
me llamó?
—¿Cuándo hablaste con ella? —pregunto enfadado y
confundido.
—Hace unas dos horas —contesta.
Hace dos horas ella estaba en un estudio de tatuaje viva y
ahora puede que esté muerta.
—¿Por qué cojones no nos lo dijiste antes? —le grita mi
hermano, estirando de su pelo tanto que grita del dolor.
—Tenía miedo de que me hicierais algo, no quiero morir —
suplica.
Puta cobarde egoísta.
—Ya he tenido suficiente de esto —siseo, sacando mi arma
y pegándole un tiro.
Mis primas gritan, aunque no se acercan a Isabella. Ella
agarra su mejilla con las dos manos, no la he matado,
quería hacerlo, pero no era suficiente. Ahora tendrá la
marca en su perfecta cara que le recordará cada vez que se
mire al espejo que no se jode con un Bianci.
—Nos vamos —ordeno.
Veo a mis primas llorar agarradas la una a la otra, sin
moverse del sitio. Tienen suerte de haber traído a Isabella,
si me hubiera enterado después, habrían sufrido un destino
peor que la nieta de Francesco. Nos montamos en el coche
con Adriano y el chófer arranca.
—¿Has averiguado algo más? —pregunto y él niega con la
cabeza.
—Por lo que sé, el dueño del local es un motorista parte de
un club que tiene algunos negocios en la zona. No están
relacionados con la famiglia canadiense.
—Marca de nuevo y pon el manos libres —ordeno y
Adriano me obedece. Suena tres veces antes de que la voz
de un hombre conteste.
—Estudio de tatuajes A.J.
—Hola, llamo para ver si puedes decirme algo sobre una
chica que ha estado hace un par de horas y que ha usado
este mismo teléfono —contesto.
La línea se queda en silencio.
—Lo siento, no puedo dar información sobre mis clientes.
Adriano, Flavio y yo nos miramos.
—Ella es mi mujer —le aclaro—, y puede estar en peligro,
por favor.
Quiero amenazarlo con meterle mi arma por el culo y
disparar, pero sé que no conseguiría nada con eso, por lo
que opto por ser amable.
—Me dijo que me llamaría y aún no lo ha hecho —miento,
tratando de que me diga algo.
—¿A ti iba a llamarte? —pregunta y miro a Adriano con el
ceño fruncido.
—Sí —afirmo un poco dubitativo.
—¿Cómo te llamas?
—¿Por qué debería decírtelo?
—Porque si no, voy a colgarte y olvidarme de esta
conversación —contesta enfadado.
—Vito —respondo al instante sin decir mi apellido, no es
relevante.
Se oye un bufido.
—Así que tú eres Vito.
—¿Nos conocemos? —pregunto extrañado.
—No, pero ella debe confiar en ti si se ha tatuado tu
nombre junto al apellido de su padre.
Su respuesta me deja sin palabras.
—¿Cómo?
—La chica vino pidiéndome hablar por teléfono, luego
quiso un tatuaje. Bueno, poner tu nombre oculto en uno que
ya lleva. Sé quién es, la conocí cuando apenas tenía cinco
años, vino con su padre a mi club.
—¿Conociste a Alesio Giordano? —pregunto, tratando de
entender lo que dice.
—Sí, parecía nerviosa y me pidió poder hacer otra llamada
al acabar, pero le sonó un busca y se fue. Si te cuento esto,
es porque parecía estar en problemas y tú debes ser
importante para ella.
—Gracias —contesto antes de que Adriano cuelgue.
Nos quedamos en silencio tras la llamada. No puedo creer
lo que ese tipo ha dicho. «¿Se ha tatuado mi nombre?».
Siento que podría llorar de felicidad ahora mismo y estoy
deseando besar cada una de las letras sobre su piel.
Entonces me doy cuenta de algo, sus palabras vienen a mi
cabeza de nuevo.
«Si alguna vez hallaban a una Jane Doe a quien no
pudieran enterrar con un nombre, al menos quería que mi
apellido perdurase en mi cuerpo».
—Es un mensaje para mí —murmuro, empezando a notar
que no puedo respirar.
—¿Qué dices, Vito? —pregunta Adriano.
—Cree que va a morir y quería que yo supiera que me
quiere.
—¿Cómo sabes eso? —pregunta Flavio a mi lado.
—En el tatuaje que lleva en su costado está escondido el
apellido Giordano —les explico—, me dijo que creía que
alguna vez la matarían por ser hija de quien era, y que si no
podían reconocerla en la morgue, al menos su cuerpo sería
el que dijera al mundo quién era.
Flavio y Adriano me miran atónitos.
—Ahora lleva mi nombre, quería asegurarse de que me
llegara el mensaje en caso de que su cadáver no fuese
reconocible o no pudiera reclamarlo.
Paso las manos por mi pelo y grito frustrado.
—Vamos a llegar a ella antes de que eso pase —me
reconforta mi hermano, pero lo único que quiero es ver la
sangre de cualquiera que la haya tocado en mis manos.
Llegamos al avión y ponemos rumbo a Canadá. Allí nos
esperan dos coches y algunos hombres de mi primo. Nos
llevan directamente a su casa, él nos está esperando junto a
Francesco. No lo miro, no puedo.
—¿Has averiguado algo más? —pregunto, ignorando al
viejo que gruñe a mi lado.
Mi hermano y Adriano lo ignoran también, colocándose
junto a mí y dándole la espalda. Francesco nos rodea hasta
ponerse al lado de Dante.
—No, es como si se los hubiera tragado la tierra. Marco y
algunos hombres leales han desaparecido.
Cojo un jarrón que tengo a mano y lo lanzo contra la
pared.
—No es posible, no pueden esfumarse —siseo.
—Por supuesto que pueden —se burla Francesco—. Mis
hombres han sido bien entrenados, no como los vuestros.
—Sigue hablando viejo y acabarás abonando el jardín de
esta casa —le advierte Flavio a mi lado.
—No podéis hacer eso, ese no es el trato —susurra.
Nadie le contesta y Francesco saca un arma en un intento
de amenaza, le tiemblan las manos, puede que en su día
fuese alguien, pero ahora no es más que un viejo que se
escuda detrás de sus soldados. Las imágenes de Idara
vienen a mi mente. Él fue quien la obligó a mirar mientras
torturaban a su padre, él fue quien permitió que la tocaran a
ella, él… él no merece vivir.
—Este es mío —murmura Flavio a mi lado.
Lo miro y asiento. Mi hermano saca su arma y le pega un
tiro en la cabeza.
—Joder, primo, avísame que me ha salpicado —se queja
Dante—. Mierda, ahora voy a tener que dar explicaciones.
—Si alguien pregunta, diles que se tropezó y se cayó
contra mi arma —le contesta Flavio, encogiéndose de
hombros.
Los cuatro sonreímos, el mundo no va a echarlo de menos
y nosotros tampoco.
Pasamos el día revisando cualquier cosa que pueda darnos
una pista de dónde puede estar Veluccio, pero no hay nada
de dónde tirar. Los hombres de Dante, junto a los míos, han
registrado cada una de las propiedades de Marco y de Carlo,
así como de cualquiera con quien estuvieran relacionados.
Idara
M
e despierto cuando me cae agua helada y con solo
moverme noto un pinchazo en mi tripa. Me
retuerzo en el suelo tratando de aplacarlo, pero no
sirve de nada.
—Levanta —me ordena uno de los soldados de Marco.
Lo miro con odio y se ríe. Es el mismo que me ha mordido
para probar lo que Marco les ha prometido que será suyo
cuando consiga su objetivo.
—He dicho que te levantes, zorra, ¿o prefieres que lo haga
yo?
Apoyo mis manos en el suelo y trato de incorporarme, no
puedo, me fallan las fuerzas y me doy de bruces contra el
suelo. El tipo se ríe y yo vuelvo a intentarlo. Esta vez logro
ponerme de rodillas y entonces veo la sangre de mis
piernas. Frunzo el ceño extrañada de verla. No recuerdo
tener ninguna herida. Me fijo bien y veo que el rastro rojo
empieza dentro de mi ropa interior. Comienzo a temblar.
«¿Me han violado mientras estaba inconsciente?».
—¿Qué ha pasado? —pregunto asustada ante la cantidad
de sangre y el dolor punzante en mi interior.
El tipo suelta otra carcajada tratando de recordar algo en
vano.
—¿No lo sabías? —pregunta Marco, entrando en ese
momento.
—¿Qué?
—Oh, esto es mejor de lo que pensaba —dice en voz alta
—. Estabas embarazada.
Sus palabras me desconciertan. Miro hacia abajo y luego a
él. Veo las marcas del táser en mi cuerpo y la sonrisa de su
cara. No lo sabía, no tenía ni idea.
—Por lo visto, tenías a un Bianci bastardo dentro de ti —
prosigue Marco—, pero tranquila, ya te he quitado el
problema de encima.
Lo que antes era miedo ahora se convierte en rabia, no
sabía que estaba embarazada, no me dio tiempo a
descubrirlo, voy a matarlo por haber asesinado a mi hijo.
Con una fuerza que no sé de donde saco, me levanto y me
abalanzo sobre él, por desgracia mi cuerpo está demasiado
dañado y me esquiva fácilmente, haciendo que caiga contra
el suelo.
—Idara, por favor, no seas ridícula —se burla—, y
agradece que te ayudara a deshacerte de él antes de que
Bianci lo hiciera. ¿Al menos sabes cuál de los dos era el
padre?
Me sonríe y quiero hundir mis uñas en sus ojos, nunca he
sentido esta rabia ni este odio por nadie.
—Voy a oírte gritar mientras suplicas por tu vida —escupo
con una furia en la mirada que hace que por un instante me
mire serio.
—Traedla, vamos a grabar el tercer vídeo —ordena a la
vez que el tipo me coge del brazo y me arrastra con ellos.
Subimos por unas escaleras de cemento y llegamos hasta
el lugar donde han grabado los últimos días. No sé el tiempo
que llevamos aquí, cuando me desperté hace dos días tenía
la herida del brazo cosida y parecía que había empezado a
cicatrizar.
El tipo me lanza al suelo, delante del trípode, en tanto
comienza a conectar todo junto a otro soldado que está allí.
Marco juega con su móvil como si delante suyo no hubiera
una persona, sino un perro al que puedes apalear y
maltratar sin que nadie te diga nada.
—¿Por qué? —pregunto, mirándolo.
Puede parecer una pregunta estúpida, pero quiero saber
en qué momento el chico del que me enamoré se convirtió
en el hombre al que odio.
Me mira y se ríe.
—Siempre quise que fueras mía —confiesa—, incluso
cuando tu padre fue declarado traidor lo quise.
—No lo entiendo.
—¿Cómo podrías? Tú solo tenías que ser tú, pero yo soy el
primogénito de mi familia, tenía deberes que cumplir.
Lo miro triste por ver lo que el poder hace con las
personas. Conocí a Marco siendo niños y era maravilloso,
educado, justo… El poder supongo que corrompe, te hace
cambiar lealtades, incluso herir a quien quieres.
—¿Puedo preguntarte algo? —dice Marco serio y asiento.
—¿Me quisiste?
Su pregunta me pilla desprevenida, pero no voy a
mentirle:
—Sí, la niña que te conoció se enamoró del niño que eras.
—¿Cuándo dejaste de amarme?
—Cuando me humillaste al tener una novia a la que
presentar en público mientras que a mí me escondías como
tu sucio secreto. Me hiciste elegir entre quererte a ti y
quererme a mí, y me elegí.
—Fuiste tú quien me traicionó primero —me reclama—. Sé
que estabas viéndote con Luciano.
Me río de una forma triste, recordando esos momentos de
mi juventud que ahora parecen sacados de la vida de otra
persona.
—Nunca te engañé, jamás hice nada con él, fuiste tu el
que decidiste creer que sí porque era lo que necesitabas
creer. —Marco frunce el ceño—. Querías que yo no fuera la
mujer a quien amabas porque eso te hacía débil ante los
ojos de tu padre y te alejaba del poder que tanto te gusta.
La prueba la tienes delante, te has convertido en un
monstruo que mató al niño del que me enamoré.
Veo por su cara que me cree. ¿Para qué mentir? Nunca lo
engañé, pero los celos fueron más fuertes que nuestros
sentimientos. Quizá, si no hubiera creído todo eso sobre mí,
él no hubiera sido así; quizá nos hubiéramos escapado
juntos, hubiéramos sido felices, lejos de todo lo que nos
hacía daño. Lo pienso mejor y me alegro de que no me
creyera, porque si lo hubiera hecho, jamás hubiera conocido
a Flavio, no me hubiera enamorado de Vito ni me habría
vengado de Carlo.
Marco se gira mientras los tipos me levantan del suelo y
atan mis manos con una cuerda. Me izan y un dolor recorre
mi cuerpo entero. Trato de no llorar, aunque no puedo
evitarlo, me duele demasiado y me cuesta la vida no
suplicar que me mate. Pero no lo haré, necesito salir de aquí
y decirle al mundo entero que mi padre no fue el traidor que
todos creen, tengo que limpiar su nombre.
—Empecemos —dice Marco, girándose con una sonrisa en
su cara.
Si nuestra conversación le ha afectado en algún momento,
ya no hay rastro de ello. Supongo que ha decidido que es
mejor tener poder a tener amor. Triste.
—Antes de comenzar a grabar necesito que se te vea algo
más… No sé… ¿Desesperada por seguir viva? —se burla.
Odio sentir el miedo que tengo en estos momentos, la
forma en que dice esas palabras y el brillo de su mirada me
asustan. Siempre he creído que Marco en el fondo me
apreciaba de alguna forma, me ha demostrado que no es
así. Ahora soy el medio para un fin y él va a hacer lo
necesario para conseguirlo.
Veo cómo uno de los tipos que me han atado le entrega un
bate de aluminio y Marco lo mueve en sus manos con
soltura. No es la primera vez que usa eso como arma y
parece que le gusta sentir su peso, tiene una sonrisa
espeluznante.
—Lo he pensado mejor, enciende la cámara y graba —
ordena a uno de los soldados.
Este le obedece y veo como el led rojo se enciende. Sin
mediar palabra, Marco se acerca y cogiendo impulso me da
con el bate en el muslo derecho. Grito de dolor por el
impacto. Él se ríe. Va hacia el otro lado y vuelve a darme
otra vez con el bate en el otro muslo.
—No te quejes tanto, un tiro ahí duele más —sisea
enfadado.
Esto es una venganza por lo que hicieron Vito y Flavio en
la fiesta. No le hago falta, podría simplemente grabar varios
vídeos seguidos para mandarlos en varios y días y matarme,
pero está disfrutándolo. La humillación por la que pasó por
mi culpa es el motor que mueve a Marco ahora mismo.
—Sabes, siempre me ha gustado el tatuaje que te hiciste.
Aunque creo que deberías haber renunciado a ser una
Giordano, no merece la pena pasar por tanto por un
apellido.
Me río y eso le desconcierta.
—Puede que tú no lo entiendas, Marco, porque no conoces
la lealtad, pero en mi piel llevo con orgullo de donde soy y
adonde voy, y eso, ni tu ni nadie podrá quitármelo nunca.
Lo veo desaparecer tras de mí y trato de ver donde está,
antes de que logre girar la cara el bate impacta sobre mis
costillas y grito de dolor. Noto que me cuesta respirar y he
oído un hueso crujir en mi interior. Vuelvo a sentir otro golpe
en la parte alta de mi espalda y siento que voy a
desmayarme, el dolor es insoportable. No puedo enfocar la
vista, solo veo movimiento a mi alrededor. Hombres
corriendo. Trato de entender lo que pasa, pero mi cabeza
vaga entre la consciencia y la inconsciencia. Oigo disparos.
«¿Los oigo?». No sé si estoy despierta. Alguien choca contra
mí y grito por el dolor del golpe. Cuelgo moviéndome como
un péndulo hasta que unas manos me detienen. Sé que
alguien habla, pero no me llegan sus palabras, suenan
lejanas. El dolor es insoportable, y cuando decido que no
quiero seguir sintiéndolo, cierro los ojos y todo se vuelve
negro.
Te lo juro, no lo sabía
Vito
E
ntramos al edificio abandonado donde tienen a Idara.
Adriano lo ha localizado y hemos llegado con los
helicópteros. No han tenido tiempo para reaccionar,
hemos descendido de ellos en cuerdas y para cuando los
soldados de Marco se han dado cuenta de que el aparato no
estaba solo de paso, nosotros ya estábamos sobre ellos.
Franqueamos habitación por habitación, matando a todo el
que nos encontramos. No quiero rehenes, no los necesito.
Flavio ha accedido a quedarse en el helicóptero como
francotirador. Tiene una mirilla con visión nocturna y la
orden de matar a todo el que salga del edificio corriendo.
Dante va a mi lado y Adriano cubriendo mi retaguardia.
Avanzamos hasta que oigo el grito de Idara, un grito que me
hiela la sangre. Entonces corro hacia donde creo que lo he
escuchado y la encuentro colgada de la cuerda, moviéndose
como un péndulo. Veo algunos hombres cerca de ella, pero
los míos se encargan de cada uno de ellos.
—Mierda, ¿qué te han hecho? —murmuro, parando el
movimiento de su cuerpo con mis manos.
—Dante, quédate con él —ordena Adriano—, yo sigo con
los demás.
—De acuerdo —contesta mi primo.
—Quiero a Marco Veluccio —siseo, y Adriano asiente, sabe
que el tipo es mío y que le tengo algo especial preparado.
La orden a mis soldados ha sido clara, todos muertos menos
el hijo de puta que ha jugado con Idara.
Dante me ayuda a bajar el cuerpo de mi mujer y veo que
está inconsciente. Tiene la ropa mojada al igual que el pelo,
hay sangre en sus muslos y aprieto la mandíbula al recordar
el motivo. Tiene golpes en todo su cuerpo y está demasiado
pálida.
—Flavio, desciende, hay que sacar a Idara de aquí —
ordeno por el intercomunicador que llevo puesto.
—Ok —contesta mi hermano.
Alzo a Idara y su peso inerte me tiene aterrado. No puedo
perderla, no puede morir entre mis brazos. Vuelvo por
donde hemos entrado, los cuerpos de los soldados de Marco
están esparcidos por todo el camino y veo cómo los
nuestros han asegurado el perímetro. El ruido del
helicóptero me indica que han ido al jardín delantero de la
casa, voy hasta él y me cruzo con Adriano que con un
asentimiento me dice que están todos muertos salvo Marco.
Flavio nos espera con la puerta abierta, y cuando ve el
estado de Idara, se queda blanco. La coge de mis brazos
para subirla, pero en cuanto me siento dentro, me la
entrega de nuevo. La cubro con una manta mientras mi
hermano cierra. El aparato alza el vuelo y yo la sostengo
contra mí, susurrándole al oído para que no me deje, para
que luche. Mi jodida reina guerrera.
Llegamos al hospital en veinticinco minutos. Nos están
esperando en el helipuerto, y en cuanto deposito el cuerpo
de mi mujer en la camilla, más de cinco médicos comienzan
a examinarla. Le colocan una vía en cada brazo, ponen
tubos a su alrededor y una mascarilla de oxígeno. No la dejo
sola en ningún momento. Tengo mi arma en la mano. Si
alguien no hace su trabajo, no va a salir vivo de aquí.
Le hacen pruebas, le sacan sangre y exploran su cuerpo
bajo mi atenta mirada. Ella parece dormida, relajada, al
menos la mueca de dolor ha dejado su cara.
Pasa una hora hasta que finalmente se van retirando y
solo queda uno de los médicos en la habitación. Flavio y
Adriano están fuera junto con Dante, esperando noticias y le
pido al último doctor que sale que les diga cuál es el estado
de Idara.
—Bien —comienza la doctora frente mí—, la situación de
la señorita Giordano es delicada. —Agarro la mano de Idara
y me preparo para lo peor—. Pero saldrá de esta. Tiene
heridas que tratar, aunque nada que nos haga temer por su
vida.
Respiro aliviado y noto cómo la esperanza vuelve a mí.
—¿Quiere saber cuáles son esas heridas? —pregunta la
médica con cautela y asiento—: Tiene tres golpes en el
torso y las piernas que le han provocado unos hematomas
del tamaño de un balón de rugby, por la forma podrían
haber sido hechos con un palo o algo similar. —Tomo una
profunda respiración—. Hay un cuarto golpe similar que ha
provocado una rotura de la tercera y cuarta costilla,
afortunadamente no atravesaron el pulmón. —Miro a Idara y
toco su mejilla—. Tiene marcas de lo que parece ser un
táser y de mordiscos humanos —la doctora se detiene un
segundo y la miro a los ojos—, también hemos detectado lo
que puede ser un posible aborto. —Aprieto la mandíbula—.
Necesitará una exploración más profunda para
determinarlo; si es eso, tendremos que hacerle un legrado
cuando despierte.
—Está bien, hablaremos de eso en otro momento —le
interrumpo.
No puedo seguir escuchándole decir todo esto, creía que
podía, pero no. La doctora sale y me deja a solas con ella.
Ahora está limpia y puedo ver todos los golpes de su cara y
sus brazos, me siento a su lado y beso su frente. No quiero
que nadie nos moleste y doy orden de que solo el personal
imprescindible acceda a la habitación.
Una vez dejo a Idara metida en la cama del jet que Flavio
ha comprado para el traslado, salgo de la habitación para
hablar con mi hermano y Adriano antes de despegar.
—Ponedme al día —les pido, y nos sentamos en tres sofás
color crema que dan un aspecto de salón al interior del
avión.
—Dante se ha hecho cargo de dos soldados de Marco para
interrogarlos, estamos coordinados para dar con todos los
que nos han traicionado, tenemos constancia de que en las
filas de nuestra propia famiglia hay algunos renegados —
expone Adriano.
—Quiero todos los nombres, también necesito que hagas
una lista de todo aquel que alguna vez se burló de Idara o la
tocó de cualquier manera.
—Eso está hecho.
—Gracias, amigo.
—Tenemos que decirte que he mantenido conversaciones
con los Genovese —explica mi hermano—. Dante y yo
hablamos con el capo de la famiglia italiana.
—Adriano me lo comentó —le corto.
—Sí, pero después de eso hemos vuelto a hablar, ayer,
para ser exactos —comenta Flavio—. Necesitamos la ayuda
que pueden ofrecernos para acabar definitivamente con los
que quieren sacarnos de en medio.
—Sí —afirmo—, tener el apoyo de la famiglia italiana sería
clave para evitar que los de la ´Ndrangheta intenten algo de
nuevo. ¿Habéis podido convencerlos? Adriano me dijo que
no querían colaborar.
—Así es, a Dante se lo ocurrió algo que los Genovese
podrían querer y que solo un Bianci puede ofrecer, más
exactamente uno de nosotros dos.
Miro a mi hermano con la ceja alzada esperando saber la
propuesta.
—El viejo italiano no tuvo hijos varones, así que quiere que
me case con una de sus hijas —suelta Flavio y me quedo sin
palabras.
—De esa forma, su nieto tendría el poder de controlar
prácticamente el noventa por ciento de los negocios de la
familia, ya que serían suyos por derecho —concluye
Adriano.
—¿Qué le has dicho?
—Aún nada —contesta Flavio.
—No es necesario que te cases, podemos tratar de
conseguir su apoyo de otra manera —le aseguro a mi
hermano.
—Lo sé —me sonríe—, aun así, voy a aceptar. No tengo
nada que perder y no creo que esté destinado a encontrar a
una mujer de la que me enamore.
—Yo tampoco lo creía, entonces apareció Idara.
—Nah, hermanito, no me veo follando a la misma mujer el
resto de mi vida, creo que me suicidaría.
—Sabes que el matrimonio es exactamente eso, ¿no? —
pregunto en tono burlón.
—El viejo Genovese solo ha dicho que quiere que me case
y le dé un nieto, pero no me ha pedido que sea fiel ni
monógamo. Él mismo tiene amantes —se ríe Flavio—. Así
que si lo que hace falta para acabar con esos cerdos de la
´Ndrangheta, es firmar un papel ante Dios, que así sea.
Ruedo los ojos porque mi hermano es único en su forma
de ver la vida. Siempre tiene algo positivo que sacar,
aunque no sé si estoy de acuerdo en este matrimonio por
conveniencia. Me gustaría que pudiese llegar a tener algún
día lo que tengo yo con Idara.
—Respecto a Marco —interviene Adriano—, se le ha
aplicado el escafismo tal y como pediste, Pietro se ha
quedado con varios hombres para llevar todo el proceso a
cabo.
Sonrío, este método de tortura del Imperio Persa es uno
de los peores que conozco y tardará días en morir.
—Debo reconocer que es jodidamente retorcido el final
que le estás dando —se ríe mi hermano.
—Sí, amigo —interviene Adriano—. Espero no llegar a
enfadarte nunca tanto como para que te tomes tantas
molestias.
Los tres nos reímos y yo me levanto para ir junto a mi
mujer. Paso el vuelo junto a ella, y cuando llegamos a casa,
la instalo en mi habitación, de donde nunca debió salir. Una
vez que estamos a solas, me tumbo a su lado y la beso, es
un sueño tenerla aquí otra vez y no pienso dejar que se me
escape de nuevo.
—¿Cómo te encuentras? —le pregunto, pasando mis
nudillos por su cara.
—Como si me hubieran usado de saco de boxeo —sonríe,
pero sus palabras hacen que tense la mandíbula.
—¿Qué pasó? Quiero que me cuentes todo, nena.
Toma una larga respiración y comienza a hablar:
—Cuando te vi con Isabella…, mi mundo se derrumbó,
sentí que no podía seguir aquí, y pensé que ya que nadie
me echaría de menos si me mataban, que al menos fuera
tratando de vengar a mi padre.
Beso sus labios y apoyo mi frente en la suya.
—Lo siento, nena, fue culpa mía, no debí dejar que
Isabella se acercara tanto, te juro que no sabía que era ella
hasta que tú ya nos habías visto.
—Lo sé, me lo dijo, pero ya había empezado mi plan y no
podía parar.
—Si me hubiera dicho que la habías llamado, podría
haberte localizado antes —siseo—, aunque ahora tiene lo
que se merece. —Idara frunce el ceño—. Digamos que su
cara ya no será nunca la misma y ya no tiene un abuelo
vivo al que llorarle —contesto a la pregunta que no me ha
hecho para que no le quede ninguna duda.
—Oh.
Es jodidamente adorable, la beso de nuevo, aunque quiero
que continúe.
—¿Qué pasó después de la llamada?
—Carlo vino a buscarme y me llevo a casa, allí me dijo que
él… —se calla un instante—. Sabía que yo estaba al tanto
de que delató a mi padre. Dante mandó a Marco seguirlo y
se lo contó. Luego trató de forzarme, pero pude hacerme
con el arma, y entonces oí disparos.
—Sí, Veluccio mató a todos los soldados que no le eran
leales. Fue uno de ellos el que antes de morir le dijo que te
había visto medio muerta en brazos de Marco.
—Lo sé, como también que las acusaciones contra mi
padre fueron falsas.
—Hijos de puta —siseo.
—Mi padre no tendría que haber muerto —solloza, y yo la
atraigo contra mi pecho y dejo que llore, como la niña que
fue y a la que hicieron crecer.
Estamos unos minutos así hasta que ella se separa y sigue
hablando de lo sucedido.
—No sé el tiempo que llevo fuera, solo recuerdo los dos
últimos días. Cuando desperté, tenía la herida del brazo
cosida y estaba tirada en un sótano. Tuve miedo, estar ahí
abajo me recordó a cuando lo estuvo mi padre.
Beso su frente y su nariz.
—No es necesario que me lo cuentes —le digo para que se
detenga si no se siente cómoda contándomelo.
—No, quiero hacerlo. —Sonrío y la beso de nuevo. No me
canso de hacerlo—. Solo sé que hacía frío y que siempre
estaba mojada; me despertaban con cubos de agua helada
y luego me subían a una especie de salón abandonado
donde grababan unos vídeos.
—Los enviaba para hacernos chantaje, te dejaría libre si lo
hacíamos capo en vez de a Dante —le confieso—. Lo siento.
Espero que entienda que no es más importante un cargo
que ella, pero entonces habla y me sorprende de nuevo.
—No lo sientas, si hubierais hecho lo que quería, yo
estaría muerta. —Le sonrío porque es tan jodidamente
preciosa como inteligente—. Lo siguiente que recuerdo —
continúa— es que Marco me dio con un bate de aluminio, y
ya luego todo es confuso. Sé que estabas allí, sentí tus
manos en mi cuerpo y sabía que eras tú. Luego pude oír tus
palabras y me aferré al sonido de tu voz. No sé si fue real o
me lo he imaginado.
—Era real, llegué hasta ti cuando te oí gritar, y juro que
nunca he tenido tanto miedo como cuando te vi inerte en
mis brazos.
—Pero me salvaste —murmura y me besa.
—Siempre lo haré —susurro contra sus labios. No creo que
nunca haya sido más feliz que en este momento—. Bueno,
hay algo que no me has contado —le digo después de pasar
mi lengua por sus labios.
—Creo que te he contado todo —contesta, pensando en si
se ha dejado algo por contarme.
—Alguien me ha dicho que mi nombre está en tu cuerpo…
Se sonroja, y si no fuera porque está adolorida, le haría el
amor ahora mismo.
—Se supone que no debías saberlo.
—¿Por qué?
—Porque no quería que pensaras que era una puta loca.
Me río relajado a su lado y la beso de nuevo.
—Lo único que pensé en cuanto me enteré es que quería
pasar mis labios por tu piel.
Se muerde el labio y paso mi lengua por su cuello hasta
llegar a su oreja y darle unos pequeños mordiscos.
—Vito —gime y me aparto ante su sorpresa.
—No sabes las ganas que tengo de hundirme dentro de ti,
pero ahora mismo no puedes hacer nada, así que mejor
paramos aquí, te doy tus medicinas y esperamos a que te
recuperes.
Arruga la nariz y no puedo evitar reírme.
—No me dolerá.
—Nena, no sabes cuánto te he echado de menos, te
aseguro que cuando te tenga debajo de mí, no voy a ser
suave, al menos no las tres primeras veces de la noche.
Abre los ojos atónita ante mi confesión y me levanto de su
lado para poder comportarme; si estoy tan cerca durante
más tiempo, es posible que acabe haciendo una estupidez.
—Toma —le digo, alcanzándole dos pastillas para el dolor y
un vaso de agua que estaba en mi mesita de noche—. Voy a
darme una ducha fría.
Ella se toma la medicación sonriendo y yo me doy la
ducha más fría que un ser vivo se ha dado en la vida.
Cuando salgo, está dormida y me quedo mirándola, dando
gracias por tenerla conmigo de nuevo.
Me acuesto a su lado y le mando un mensaje a Adriano,
necesito que haga algo por mí, y cuando veo su respuesta,
dejo el teléfono y me acerco a Idara, paso mi brazo por
debajo de su cuello y la atraigo hacia mí con cuidado para
no hacerle daño. No tardo ni cinco minutos en dormirme.
Tenerla junto a mí es lo que necesitaba para poder
descansar tranquilo.
Flavio
E
s increíble lo rápido que se está recuperando Idara de
todo lo sucedido, apenas ha pasado un mes y ya está
andando sola. Bueno, sola no, mi hermano la
persigue y la levanta en brazos cada vez que puede. Los
veo aparecer por el pasillo y no puedo evitar reírme.
—Te he dicho que no me cojas de nuevo, no soy una niña
—le regaña.
Pero mi hermano hace caso omiso, y cuando le da
alcance, la coge en brazos, haciendo que patalee.
—Nena, como te hagas daño, vas a verme cabreado —le
gruñe.
—A mí no me gruñas, Vito Bianci.
No puedo dejar de reír al verlos, y cuando se dan cuenta,
ambos me miran con la misma cara, lo cual hace que me ría
todavía más.
—¿Preparados? —pregunto cuando Adriano se reúne con
nosotros.
—Sí, Dante nos espera ya allí —contesta mi hermano sin
soltar a su mujer.
No quiero pensar cómo serán las cosas el día que se
quede embarazada. Sé que hace un par de semanas tuvo
que someterse a un legrado para limpiar lo que quedaba del
aborto que tuvo, y ni aun así, ella ha dejado de sonreír. Es
una mujer fuerte y única. Es por eso que lo que voy a hacer
tiene sentido, nunca voy a encontrar a alguien que sea tan
especial como mi cuñada.
—No mires así a mi mujer —me sisea Vito.
Me río. Mi hermano es muy posesivo con ella, aunque sabe
que no la veo de esa forma. La admiro, sí, pero para mí es la
hermana pequeña que nunca tuve, no la imagino de
ninguna otra manera.
—Trátala bien, hermanito, puede que se canse de jugar
con un niño y busque a un hombre —me burlo para
cabrearlo.
—Por supuesto que va a tratarme bien, y por supuesto que
si no lo hace, me buscaré un hombre —contesta ella con la
barbilla levantada—, aunque si eso ocurre, tendré que salir
de esta casa porque no veo a ninguno cerca.
Adriano y yo reímos mientras Vito frunce el ceño.
—Si algún hombre se acerca a ti, lo mataré, nena, y me da
igual que sea porque tú lo has llamado o porque él se ha
aventurado. Está muerto. O mía o de nadie.
La besa y unas puertas francesas se abren ante nosotros,
Dante está esperándonos al otro lado, en un balcón que da
a un salón lleno de gente de la famiglia tanto de la de aquí
como la de Canadá. Vito baja a Idara y la coloca delante de
él, pasando un brazo por su cadera protectoramente.
Cuando las puertas se cierran, los allí presentes nos miran
murmurando. No saben lo que les espera y me encanta.
Levanto una mano y todos se callan.
—Os hemos pedido que vengáis para anunciaros dos
cosas —comienzo—: la primera es mi próxima boda con una
de las hijas de Giancarlo Genovese.
El murmullo generalizado hace que sonría, Idara me mira
frunciendo el ceño, ella tampoco lo sabía y creo que está
cabreada. Bueno, no lo creo, lo está. Bajo nosotros no solo
hay personas que se alegran de esto, también están
aquellos que nos traicionaron y pensaron que se habían
librado. Hemos matado a todos los implicados en el golpe
de poder que trató de dar Marco Veluccio, a todos los que
estaba claro que eran parte de él. Pero para los que creen
que se han librado, los que nos han puesto buena cara y se
han burlado de nosotros…, para ellos es esta fiesta.
—La segunda… —dice mi hermano, haciendo que todos se
callen—. La segunda os la explico viendo este vídeo.
Las luces se atenúan y en una enorme pantalla que hay en
una de las paredes se proyecta, haciendo que la imagen sea
de unos tres metros de ancho. En él se ve a Marco Veluccio
siendo metido en un cajón de madera, desnudo. Sus
extremidades son sacadas fuera y untadas con miel y leche.
Se ve a Pietro ordenando a nuestros soldados bajar dicho
cajón a un foso enorme excavado en la tierra y tirar insectos
sobre la madera.
—Lo que estáis viendo se llama escafismo —explica mi
hermano —, es un método de tortura persa muy antiguo.
Consiste en dejar que los insectos se alimenten de él
durante días, haciendo que las larvas sean depositadas en
su piel y en… Bueno, en los orificios de su cuerpo.
Las imágenes ahora pasan rápido para ver la evolución,
francamente asquerosa, que está sufriendo el cerdo de
Veluccio.
—Como veis, es un método lento y doloroso. Notas cómo
invaden tu cuerpo y, llegado el momento, incluso empiezan
a comerte desde dentro —continúa, diciendo Vito,
disfrutando de las imágenes mientras Idara cierra los ojos y
se gira para abrazar a mi hermano.
La gente empieza a murmurar asqueada por el vídeo que
están viendo, algunas mujeres incluso vomitan, pero, aun
así, no lo paramos, estamos dando un mensaje y va a ser
claro. Una vez que el cuerpo de Marco, comido por las larvas
y en un estado irreconocible deja de moverse, la película
concluye. La pantalla se apaga y las luces suben. Durante la
emisión, nuestros hombres han ido entrando y situándose
estratégicamente junto a cada persona de la sala que nos
ha traicionado.
—Esto es lo que les pasa a los traidores que quieren
hacernos daño, y esto otro —digo, haciendo un gesto con mi
mano para dar la orden y matar a todos los traidores— es lo
que pasa por ayudar con ello.
Se oyen los silenciadores. Los cuerpos de hombres y
mujeres caen al suelo y quedan menos de la mitad de
invitados en la sala, de pie, mirando estupefactos la
alfombra de cuerpos que ahora cubre el suelo.
—Esto es lo que le espera a todo aquel que se meta con
un Bianci —proclama mi primo junto a nosotros.
—Y por si no ha quedado claro —concluye Vito—, eso
incluye a mi mujer, cualquiera que se atreva a hacerle algo,
incluso a mirarla mal, está muerto.
Salimos de allí por las mismas puertas que hemos
entrado, dejando un reguero de sangre a modo de
declaración. El reinado de los Bianci se va a extender
quieran o no, la cuestión es saber si quieren ser parte de él
vivos o muertos. Nada más cerrar las puertas, Idara se echa
sobre mí.
—¿Qué es eso de que te vas a casar? —pregunta—. ¿Con
quién? ¿Cómo se llama? ¿Cómo se te ocurre hacer eso sin
decirme nada? Pensaba que éramos amigos, no, familia…
Está muy muy enfadada y Vito sonríe disfrutando de que
es a mí contra quien dirige su ira y no contra él.
—Vito lo sabía —contesto, haciendo que le mire mal y
provocando que yo suelte una carcajada.
—Traidor —sisea mi hermano.
—No creas que no sabía que tú estabas al tanto, contigo
hablaré a solas —le recrimina, apuntándole con el dedo—, y
tú, Flavio, quítate la camiseta ahora mismo para que pueda
ver el nombre de mi futura cuñada.
Trata de levantar mi camiseta y Vito la aparta de mí.
—Hermano, ¿estás haciendo bien tu trabajo en la cama
con mi cuñada? La he visto con ganas de sacarme la ropa —
me burlo.
Vito se hizo un tatuaje de un árbol con el nombre de Idara
sobre su pecho, como ambos tenemos los mismos tatuajes
yo me hice el mismo, pero en él no tengo puesto ningún
nombre oculto, y nunca lo va a haber.
—Nena, deja de tratar de quitarle la ropa a mi hermano —
le suplica Vito.
—Quiero ver el nombre —se queja ella.
—No hay ninguno —le aseguro.
—Mientes.
—No, de hecho, ni yo sé cuál es —le confieso.
—¿Cómo que no sabes cuál es? —pregunta escandalizada.
—No —niego con la cabeza—, todavía no he decidido con
quién voy a casarme.
—¿Qué demonios estás diciendo, Flavio? —grita, creyendo
que le miento.
—Idara, esto no es por amor, es un trato comercial —le
explica Vito sin que ella deje de mirarme.
—Eso es absurdo —contesta, cruzándose de brazos y me
río.
—Es práctico —le respondo.
—¿Y cómo vas a decidir? —sigue preguntando sin
entender que pasa.
Miro a Adriano y a mi hermano, los tres siempre hemos
sido libres para follar a quien quisiéramos, y si algo
teníamos claro, era la forma de tomar la decisión sobre qué
mujer de un grupo se venía a la cama con nosotros.
—Chicos, ¿podéis decirle a mi cuñada qué regla romántica
rige mi vida para elegir a quién me follo, por favor?
Adriano y Vito se miran un instante y sonríen antes de
contestar a la vez.
—¡Que sean grandes!
LA AUTORA
A
cabamos de aterrizar en Génova y ya quiero volver a
subirme y largarme a Nueva York. Hace un par de
meses negocié la ayuda de los Genovese a cambio
de una boda con una de sus hijas. No sé en qué demonios
pensaba, ahora me parece una idea estúpida, pero ya no
hay vuelta atrás. Tendré que llamar señora Bianci a una
buena chica italiana. Matadme.
—¿Ya te estás arrepintiendo? —pregunta Adriano a mi
lado con una mirada divertida mientras conduce.
—Desde el minuto uno.
Suelta una carcajada y yo con él.
—¿Crees que podrás hacerlo, o acabaremos a tiros en
casa de Giancarlo Genovese?
—Trataré de ser un buen chico, aunque no voy a hablar
muy alto.
—No has sido un buen chico en tu vida.
—Se lo prometí a Idara —me quejo.
Y cumplo las promesas que le hago. La mujer de mi
hermano se ha convertido en familia, antes de que siquiera
lo fuera de verdad. Es una mujer fuerte, inteligente, leal y
preciosa. Lástima que entre nosotros nunca haya existido
esa química necesaria para ser una pareja, porque es la
única persona a la que puedo ver como la madre que me
gustaría para mis hijos.
—Tu hermano ahora la tiene muy entretenida tratando de
embarazarla.
Sonrío y pienso en Vito. Cuando se enteraron de que
Marco Veluccio mató al hijo que Idara llevaba dentro a base
de descargas, sé que el mundo se le vino encima. Sin
embargo, ninguno de los dos se ha derrumbado. Han
esperado el tiempo que el médico les ha dicho que era
necesario para volver a intentarlo, y ahora parecen perros
en celo por toda la casa. Asqueroso.
Adriano entra en una finca enorme con el deportivo que
hemos alquilado. Nos ofrecieron coche y escolta, pero
hemos preferido hacerlo por nuestra cuenta. No
necesitamos nada de esta gente, salvo la ayuda contra la
‘Ndrangheta calabresa. Y esto es únicamente porque me di
cuenta de que ya no solo estamos Adriano, Vito y yo.
También Idara y los hijos que tengan juntos. Por ellos
necesito que el mundo sea un lugar seguro en el que vivir.
Por ellos me voy a casar.
—Vaya con el señor Genovese, no es tímido enseñando lo
que tiene —silba Adriano mientras llegamos por un camino
lleno de flores y guardias armados hasta la entrada
principal. Una enorme villa italiana nos recibe y allí, de pie,
Giancarlo Genovese junto a su comitiva.
—Esa es su hija Bianca —me dice Adriano señalando con
la cabeza a la chica junto a él.
Es una rubia pequeña, con el pelo perfectamente peinado
cayendo por sus pechos y con una sonrisa encantadora.
Mierda, me he metido en La casa de la Pradera y me voy a
tener que follar a su protagonista.
Bajamos del coche y enseguida alguien viene a hacerse
cargo de él para aparcarlo. No vamos a quedarnos más de
un día, no es necesario, y, si pudiera, esta misma noche
estaría volando de vuelta a Nueva York. Tanto aire libre me
está jodiendo el cerebro.
—Flavio, Adriano, un placer teneros en mi casa —dice
Giancarlo bajando unos escalones a la vez que nosotros los
subimos.
Nos damos la mano cordialmente y me doy cuenta de
cómo repara en las armas colgadas en mi pecho. No las
escondo, nunca, si alguien tiene un problema con eso
puede decírmelo y yo le explicaré con detalle porque no
debe ser tan curioso.
—Esta es mi hija pequeña.
—Bianca —le corto sonriendo y viendo cómo Adriano
rueda los ojos.
—Veo que has investigado —dice el viejo Genovese
complacido porque sepa quién es su hija.
Necesito tapar mi risa con un beso en la mano de la chica
para no estallar en carcajadas. No he visto fotos de ninguna
de ellas, sé por Vito que se llaman Bianca y Chiara, pero no
me ha interesado absolutamente nada de todo esto hasta
que ha sido necesario y he tenido que meter mi culo en un
avión para venir hasta aquí. Lo que viene siendo hace doce
horas.
—No sabes cuánto —le contesto y veo cómo Adriano tiene
que disimular su risa con una tos improvisada.
—Pasemos dentro para hablar —nos invita Giancarlo y veo
cómo toda la comitiva espera a que entremos para
seguirnos.
Incluso su hija va por detrás nuestro de una forma callada
y sumisa. Me aburro solo de pensar en ella y la acabo de
conocer. Aunque debo reconocer que está muy buena y me
la follaría.
Nada de meterla en una buena chica italiana, recuerda
que para ellos la virginidad es sagrada.
Escucho la voz de mi hermano en la cabeza. Se ha
cansado de decirme que me comporte y que no trate de
follármela antes del matrimonio. Como si alguien pudiese
obligarme a casarme si la desvirgo y luego paso. Resoplo.
Para no mentir, estoy atrapado, así que podría simplemente
empezar a disfrutar y entrenarla para la noche de bodas.
Llegamos a una sala enorme con sillones
estratégicamente colocados. Adriano me mira porque
piensa lo mismo que yo. Giancarlo se sienta en una butaca
central, la más grande, junto a él su preciada hija, y a sus
espaldas tres hombres armados. Parece el rey y su corte
recibiéndonos en la sala del trono. Creo que este episodio
lo vi y alguien acababa con su cabeza en una pica, ¿no?
—Supongo que querrás que el matrimonio se celebre lo
antes posible —comienza Giancarlo—, mi preciosa hija
Bianca será una estupenda esposa. Ha sido educada desde
pequeña para ello.
Me acomodo en mi sitio y sonrío. Miro a la chica y
ciertamente es de las que me follaría sin dudarlo, se me
pone dura solo de pensar en sus enormes ojos azules
llenarse de lágrimas porque no puede respirar con mi polla
en su boca.
—Tiene una hija preciosa —concuerda Adriano siendo
políticamente correcto.
Sonrío.
—Sí —contesto—, me ha dejado maravillado con esos ojos
azules tan claros como el cielo de verano en la Toscana.
Se sonroja y yo le doy mi sonrisa bajabragas que no falla.
Esto va a ser fácil. Entonces, caigo en la cuenta.
—¿Dónde está Chiara? —le pregunto mirando a mi
alrededor.
Por alguna razón, quiero conocerla y ser yo quien decida,
no el viejo Genovese.
—Ella no está educada de la misma manera que Bianca,
pensé que no era necesario que la conocieras ya si tan solo
la verás el día de la boda —contesta Giancarlo y sonrío.
—Llámame curioso, pero me gustaría conocerla, quién
sabe, quizás sea la próxima señora Bianci.
Me rio como si hubiera hecho una broma y todos conmigo.
Aunque creo que ellos se ríen como si lo que acabo de decir
no fuera viable.
—La haré llamar, no veo que mal puede hacer que
confirmes tú mismo que Bianca es la mejor opción.
—Gracias.
Veo cómo le indica con un gesto de la mano a un tipo que
la vaya a buscar, y yo me relajo un poco. Quieren colaborar,
lo cual es bueno para nosotros.
—Háblame un poco de ti, pequeña Bianca —le pido con
voz seductora.
Ella se vuelve a sonrojar y tengo que contenerme para no
rodar los ojos.
—Tengo diecinueve años, he estudiado piano y costura. La
cocina es uno de mis lugares favoritos y adoro a los niños.
Adriano me mira pensando lo mismo que yo: ¿esto es un
anuncio de los años cincuenta?
—¿Algo más que quieras decir? No sé, aficiones o gustos
por la música —le insisto.
—Me gusta la moda y tratar de estar siempre bien vestida
para no avergonzar a mi familia. En cuanto a la música, soy
partidaria de la moderna, aunque los grandes clásicos
siempre hacen que me conmueva.
Me incorporo para ponerme junto a Adriano y susurrarle.
—¿Esto es una broma?
Él tiene que contener una sonrisa y yo asiento mientras
escucho a la esposa perfecta decir todo lo que un hombre
debería querer oír de la mujer con la que se va a casar.
—Merda, gli americani.1
Oigo la voz de una chica detrás de mí y me giro para
saber de dónde ha venido ese descaro.
—Perdón —se disculpa pasando al frente, pero no
sentándose junto a su padre como Bianca. ¿Ella es Chiara?
—Como ves, no te he mentido —dice Giancarlo dándole
una mala mirada a la mujer—. Esta es Chiara.
La observo y sonrío. Es mayor que Bianca, rubia y
menuda, aunque sus ojos no son azul claro, sino azul
eléctrico, como el cielo de una tormenta. Veo a un tipo
situarse detrás de ella. Por cómo se comporta, debe ser su
guardaespaldas, aunque la mira con cariño a pesar de ser
su jefa. No me gusta.
—Encantado, Chiara —le digo levantándome y besando su
mano igual que he hecho con la de su hermana.
Me mira con la ceja alzada, como si lo que acabase de
hacer fuese sacar el culo y no un gesto cortés.
—Tu hermana estaba hablándome un poco de ella, ¿qué
puedes contarme de ti? —le pregunto recostándome de
nuevo en el sofá.
Mira a su padre, confundida. Desde luego, no es de las
que oculta sus pensamientos detrás de una máscara. Eso
me gusta.
—Adelante —le indica su padre, y la chica suspira antes
de contestar.
—No sé, tengo casi veintitrés años, he estudiado
Dirección de Empresas, me gusta la ginebra y la música
latina.
No ha mencionado nada que pueda salir en un libro de
buena conducta para señoritas del siglo pasado.
Interesante.
—¿Sabes tocar algún instrumento? —pregunto curioso.
—Ni aunque me fuera la vida en ello —contesta con
sinceridad y sonrío.
—¿Y la cocina? —continúo.
—Si quieres bizcochos, soy tu chica, pero no me pidas
nada más porque solo sé calentar en el microondas.
—Interesante. ¿Cómo es que no has estudiado solfeo o
cocina como Bianca? —le pregunto y veo que endurece la
mirada mientras que su hermana pequeña se yergue un
poco más orgullosa.
—¿Y porque quieres que tu futura cuñada sepa cocina o
solfeo? —contesta ella con una sonrisa falsa muy divertida.
—Chiara —la reprende su padre.
Adriano me mira divertido. Él también está disfrutando de
esta mujer tanto como yo.
—Creo que aquí hay algún tipo de error —digo mirando a
los Genovese, padre e hijas—, tengo que casarme con una
de sus hijas, pero yo soy el que decido con cuál.
Veo cómo todos en la sala se sorprenden y frunzo el ceño
confundido. No entiendo porqué no la ven como una
candidata. Es hermosa, quizás demasiado descarada, pero
eso puede ser algo divertido.
—Flavio —comienza Giancarlo—, si hemos dado por
sentado que sería Bianca la elegida no es por pasar por
encima de ti, pero creemos que es la más adecuada.
Sigo sin entender nada, entonces se levanta de su silla y
comienza a quitarse el jersey que lleva.
—Déjame, padre, que le explique las cosas —dice
quedándose en camiseta interior.
La miro y se me pone dura. Tiene un cuerpo espectacular.
Unas tetas perfectas y una cintura que estoy seguro puedo
abarcar con mis dos manos. Entonces se gira del todo para
ponerse frente a mí y lo veo. Tiene su hombro derecho,
parte del brazo e, intuyo, espalda, quemados.
—Esto es a lo que mi padre se refiere, soy mercancía
defectuosa. Bianca es perfecta, deberías ver su piel, es
como tocar seda —dice sin ningún tipo de odio o maldad.
Ella de verdad lo piensa y no se avergüenza de su cuerpo.
—Chiara, vístete —le ordena su padre.
Se encoje de hombros y lo hace. Giancarlo me mira
esperando una reacción, pero no ofrezco ninguna.
—¿Puedo irme ya? —pregunta Chiara rompiendo el
incómodo silencio—. Tengo que presentar el trabajo final
del máster mañana y voy algo justa de tiempo.
—Creo que lo mejor es que os vayáis las dos. Flavio y yo
tenemos que hablar —dice su padre.
Chiara se levanta, se despide con la mano y sale de allí,
con su guardaespaldas detrás. Bianca, por su parte, besa a
su padre en la mejilla y luego me dedica una tímida sonrisa
antes de salir con otro guardaespaldas. Miro hacia la
puerta por donde se han ido y me sorprende que dos
hermanas sean tan sumamente diferentes. Esperamos a
que no se oigan sus pasos antes de seguir hablando.
—Como ves, Bianca es la mejor opción —insiste Giancarlo.
—No veo ninguna objeción con Chiara —le aclaro.
—Ella puede meterte en problemas, además, está casi
apalabrada con uno de mis capitanes.
Adriano se tensa a mi lado, pero le pongo la mano en el
brazo. Esto me toca los huevos.
—¿Quieres decir que has ofrecido un trato y ahora no vas
a cumplirlo? —pregunto interesado—. Porque lo que
hablamos fue que me casaría con una de tus hijas, no con la
que tú elijas o la que te sobra.
—Créeme, Flavio, te ofrezco a la mejor, la otra va a ser un
dolor en el culo del hombre al que atrape.
Se ríe y, con él, toda su corte. Adriano y yo no lo hacemos.
—No sé si sabes la historia de cómo acabó con el cuerpo
quemado —dice Giancarlo.
Niego con la cabeza.
—Ella siempre ha sido una niña rebelde, desde pequeña.
Mi primera esposa, que en paz descanse, decía que era un
espíritu libre, pero la verdad es que nuestra hija era más
un demonio liberado. Por suerte para nosotros, llegó
Bianca.
Lo miro impasible y él continúa.
—Bianca era dulce y cariñosa, jamás se portaba mal, era
como un ángel.
Adriano me mira y asiento. Creo que este tipo no tenía ni
idea de lo que era ser padre. Parece que todos los Capo de
la Cosa Nostra son unos incompetentes en esto de la
paternidad. Espero que Vito sea la excepción, o si no se va
a llevar más de una patada en el culo de Idara. Sonrío ante
mi pensamiento y vuelvo a la conversación.
—Cuando Bianca tenía siete años y Chiara diez, hubo un
incendio. Yo estaba fuera en ese momento. Mi esposa sacó
a las niñas, entonces Chiara se empeñó en regresar a por
una muñeca dentro y, cuando volvió a entrar, mi mujer la
siguió. La niña logró salir con algunas quemaduras, pero
ella murió dentro por la inhalación de humo.
—Lo lamento, Giancarlo, tuvo que ser un mal momento —
le digo con sinceridad.
—Lo fue, aunque ya han pasado muchos años, y Dios me
trajo una nueva esposa que me quiere y me consiente —
dice con una enorme sonrisa mirando a la mujer sentada en
un sofá cerca de él.
La miro y veo que es bastante más joven y su cara grita
ambición por todos lados. Quiere venderme un matrimonio
lleno de amor, sin embargo sé que tiene su polla en una
puta todas las noches que puede. Y, si yo lo sé, seguro que
su mujer también.
—¿Es por eso que no sabe tocar el piano o cocinar? —
Pregunta Adriano a mi lado, que hasta ahora había
permanecido en silencio.
Asiento mirándolo. Interesante pregunta. Me giro hacia
Giancarlo para oír qué contesta.
—Ella nunca estuvo interesada realmente, y el tiempo que
permaneció en el hospital hizo que para cuando estuvo
totalmente recuperada ya fuese demasiado mayor para
aprender. Ya la habéis oído, no tiene facilidad para la
cocina o la música, hubiera sido perder el tiempo.
Miro a Adriano, que tiene una cara impasible, pero los
ojos llenos de tensión. No le gusta este tipo y, para ser
sinceros, a mí tampoco. Bastante duro tuvo que ser crecer
sin una madre como para hacerlo también con un padre
que no te quiere.
—Veo que Bianca es la mejor opción —le concedo
haciendo que sonría—, aunque debes entender que mi
posición quedaría comprometida si saben que ni siquiera
yo, el Capo de Nueva York, ha sido capaz de decidir quién
va a ser su esposa.
Adriano me mira y asiente levemente. Entiende lo que
estoy diciendo. Le estoy dando la razón al viejo para que
crea que estoy aceptando sus ideas, que soy fácil de
convencer, pero lo que en verdad estoy haciendo es llevarlo
a mi terreno. Y, conmigo, a sus dos hijas.
—¿Qué sugieres entonces? —pregunta Giancarlo
complacido por mi respuesta.
—Creo que deberían venir ambas a Nueva York, les
enseñaré la ciudad y decidiré quién será mi esposa —
contesto con tranquilidad.
—¿Quieres llevarte a mis hijas a Estados Unidos? —
pregunta algo incrédulo.
—Sí, allí es donde estaba Nueva York la última vez que lo
comprobé —contesto algo exasperado.
—No lo sé, no creo que sea adecuado que dos jóvenes
casaderas estén alojadas en un hotel en esa gran ciudad.
—Estarían en nuestra mansión, por supuesto —le corto—,
y pueden llevar a uno de sus hombres de confianza para
proteger su virtud.
Giancarlo mira la puerta por donde han salido las chicas
antes y se queda pensativo.
—Además, te prometo que no tocaré a mi futura esposa
hasta el día de la boda —miento.
Él sigue dudando.
—Entiende que voy a darte un nieto que será el heredero
de la Cosa Nostra en Italia y en Estados Unidos, además de
que estamos controlando Canadá desde hace poco. ¿Qué
importa retrasar la boda de tu hija con otro hombre un
poco a cambio de ser el abuelo del hombre que gobernará
el mundo?
Mis palabras se la ponen dura.
—Di que sí, por favor —interrumpe Chiara de pronto en la
sala.
—Chiara, no escuches detrás de las puertas —le reprende
la mujer de Giancarlo mirándola con rabia.
—Padre, sabes que mi sueño es conocer Nueva York, y
una vez casada no voy a poder ir —le suplica.
—¿Tu sueño es ir a Nueva York? —le pregunto interesado
por esa revelación.
—Claro, es la ciudad del cine y la televisión, estoy loca por
conocer las escaleras del MET o la terraza de Bethesda en
Central Park.
—¿Gossip Girl? —pregunto sonriendo.
Ella amplía los ojos sorprendida y Adriano rueda los
suyos. Tengo una cosa por las series y películas de
instituto, y reconozco que Gossip Girl es una de mis
favoritas.
—Muy bien —accede finalmente Giancarlo—, viendo que
pareces más receptiva con la idea del matrimonio, no veo
porqué no puedes ir allí hasta que se celebre la boda.
Parece que Chiara no estaba colaborando con su propia
boda. Sonrío. Va a ser divertido. Pasamos el resto del día
relajados, comiendo y bebiendo. Por la noche nos asignan
habitaciones contiguas y nos retiramos temprano. Le he
mandado algunos mensajes a mi hermano y a Idara para
contarles cómo ha ido, y mi cuñada está deseando conocer
a las chicas.
Me ducho y trato de dormir, pero nunca puedo hacerlo
cuando estoy en una casa que no conozco, y menos en un
país que no es el mío. Pasadas las doce, decido salir e ir a la
biblioteca; Giancarlo me ha dicho que allí tiene su mejor
whisky, y voy a hacerle un pequeño destrozo. Me coloco la
funda de las armas sobre mi pecho y voy directo. Veo luz
por debajo de la puerta y llamo antes de entrar por si hay
alguien, aunque espero que sea que se han olvidado de
apagarla. No tengo ganas de fingir amabilidad con nadie
más por hoy.
—Adelante —escucho una voz femenina al otro lado y
paso.
Chiara está en una butaca con un libro en su regazo.
Lleva un pijama de manga corta y pantalón largo de ¿Barrio
Sésamo?
—Lo siento, no quería molestar —le digo con sinceridad.
Sonríe y saca de debajo del libro un vaso con líquido
ámbar. Alzo una ceja y sonríe.
—Supongo que has venido también por esto, ¿no? —
pregunta moviendo el vaso frente a su cara.
—Me has pillado.
—El bueno está en el decantador de la bola azul —me
susurra.
Llego hasta el carrito con las bebidas y localizo la botella.
Me sirvo y bebo un trago. Ciertamente, es uno de los
buenos. Relleno el vaso y me siento en una butaca frente a
ella.
—¿Vienes mucho a beber a escondidas en mitad de la
noche? —pregunto curioso en tono burlón.
—¿Y tú tienes por costumbre saquear bares de casas
ajenas en mitad de la noche?
Sonrío.
—Siempre.
Suelta una carcajada y se cubre la boca.
—Supongo que no estás especialmente ilusionado por
casarte con alguien a quien has conocido hoy, ¿no?
—Ese podría ser mi motivo, ¿y el tuyo?
—No tengo, simplemente me gusta ver enloquecer a mi
padre cuando nota que ha bajado su tan adorado whisky.
Nos reímos por lo bajo y me relajo mientras bebo.
—Mi hermana puede parecer algo estirada, pero será una
buena esposa. Se ha preparado para eso como… desde
siempre.
—¿Por qué todos asumís que elegiré a Bianca? —pregunto
curioso.
Pone una expresión divertida mientras menea la cabeza.
—Te he buscado en Google y no hay una solo foto tuya con
una mujer que no sea simplemente perfecta.
—¿Y quién dice que tú no lo seas? —pregunto sacando mi
lado seductor.
Ella se ríe como si fuera una broma. Cuando ve que lo he
dicho en serio, menea la cabeza de nuevo.
—Por esto —dice alzando su brazo quemado en parte
como si fuera obvio.
No la corrijo, así que continúa.
—La verdad es que no es algo que me importe, ser la
princesa de la mafia en Italia ya es bastante duro, no quiero
ser la reina en Estados Unidos —explica—. Mi hermana lo
hará mucho mejor, a mí se me da fatal ser políticamente
correcta, es probable que la primera semana después de
nuestra boda hubiese iniciado dos o tres guerras por decir
algo inapropiado a alguien.
Mueve la mano en el aire.
—Demasiado estrés, yo prefiero algo más tranquilo.
—¿Como un capitán de tu padre?
Ella bufa.
—No me lo recuerdes, llevo meses tratando de retrasar
esa estupidez, pretenden casarme con un tipo que solo
busca ascender en la famiglia.
—¿Por qué me cuentas todo esto? —pregunto fascinado
por su facilidad de palabra.
—Porque este es el tercer vaso —contesta riendo.
Se lo termina de un trago y luego se levanta. Se
desequilibra un instante, pero logra andar más o menos
recta hasta la puerta.
—Será mejor que me vaya antes de que revele algún
secreto de Estado —dice—. Buenas noches, señor Bianci.
Hace una torpe reverencia y sonrío. Me despido con la
mano y me quedo mirando el vaso vacío y el libro junto a él.
Lo cojo y veo que es Utopía, de Tomás Moro. Interesante
lectura. Dejo el libro en un estante tratando de borrar las
huellas del delito y luego voy a mi cuarto de nuevo. Me
siento en la cama y miro el móvil que tengo cargando en la
mesita junto a mí. Tengo un mensaje de mi hermano, que
acaba de enviar ahora mismo. Allí es por la tarde aún.
Vito: ¿Volvéis mañana?
Yo: Sí, ya está todo hablado por aquí.
Vito: He revisado a ambas chicas y creo que Giancarlo
tiene razón, Bianca es la mejor opción, ya que va a ser un
matrimonio sin amor.
Le mando un sticker de un Mickey sacando el dedo del
medio.
Vito: Muy maduro.
Y me envía un pene con unos ojos, una boca y unos brazos
pintados. Sonrío.
Vito: Ahora en serio, ¿por qué quieres traer aquí a las dos?
Pienso en su pregunta antes de contestar. Bianca es una
mujer deliciosa, con algo de entrenamiento puede ser
buena en la cama, se le ve esa mirada de querer darlo todo
por su marido. Por otro lado, Chiara es una mujer
interesante. Si bien es cierto que su piel quemada no es
nada atractiva para mí, puedo decir que me gusta cómo
piensa: ¿es posible ponerle el cerebro de una al cuerpo de
la otra? Me rio de mi gracia antes de contestarle para
ponerlo nervioso.
Yo: Es probable que me quede con las dos.
E
stoy agotada. Esta semana ha sido especialmente dura por los
partidos que se han retransmitido en el bar, hemos tenido el doble
de clientela. Me siento en el autobús de las once de la noche y trato
de dormir un rato. Las oficinas se encuentran a casi una hora de donde vivo,
pero, al menos, en el trayecto puedo descansar. Cuando llego, todo está
oscuro, como siempre; enciendo varias luces, saludo a mis compañeras y
me pongo a limpiar.
Mañana me toca turno en la cafetería, así que hasta el domingo no podré
ir a ver a Frankie, espero que no se enfade demasiado porque no he podido
avisarlo; aunque si lo hace, se le pasará pronto con el regalo que le llevo.
Termino cerca de las dos de la mañana y camino de nuevo hasta la
estación de autobuses para coger el de regreso a casa. Tengo algo de
tiempo, por lo que entro y cojo un sándwich de la máquina. Para ahorrarme
el agua, llevo una botella vacía y me dirijo al baño dispuesta a llenarla.
Miro el espejo y veo cómo cae una gota de sangre de mi nariz. Me la limpio
antes de que manche mi uniforme y no puedo evitar quedarme observando
mi reflejo. Tengo veintitrés y debería estar estudiando en la universidad,
viajando o, simplemente, disfrutando de fiesta en fiesta. En vez de eso, me
tocó la vida que tengo. Intento no sentir lástima de mí misma, aunque hay
momentos en los que me permito algo de autocompasión, regodearme un
poco en mi mierda, y hoy mi imagen me grita que va a ser uno de esos días.
Cuando era pequeña, soñaba con ser una gran chef, como las que salen en
la tele. Quería saber hacer comidas deliciosas que las familias que vinieran
a mi restaurante disfrutarían. Era un bonito sueño, hasta que me di cuenta
de que alguien que vive en un parque de caravanas y, aun así, tiene deudas
no tiene derecho a tener esos sueños.
Miro en mi reloj que el bus está a punto de salir, así que meto el sándwich
en mi bolso junto con el agua y voy directa al andén. Una vez dentro, me
siento y, como estoy sola, dejo que mis lágrimas salgan. Por hoy voy a
permitirme llorar, pero solo hasta que llegue a casa; cuando baje en mi
parada, tendré que ponerme los pantalones de niña grande y seguir
luchando.
El sábado pasa en un suspiro y la noche aún más; tengo demasiado
cansancio acumulado, y cuando suena el despertador, estoy tentada a
apagarlo y dormir todo el día. Pero no puedo, Frankie me espera, ya
dormiré cuando sea millonaria o muera, lo triste es que sé que es la segunda
opción la que va a ocurrir antes.
—¡Sia! —grita mi hermano feliz cuando me ve.
Estaba en las escaleras de la puerta sentado esperándome. No puedo
evitar sonreír y pensar que todo lo que hago merece la pena por él.
—¿Has vuelto a crecer? —le pregunto, abrazándolo muy fuerte —. ¿Qué
te he dicho de que crezcas sin mi permiso?
Él se ríe y es el sonido más bonito del mundo.
—Tengo que crecer, voy a ser un hombre grande y fuerte que va a
protegerte.
Mi pequeño y dulce hermano se convertirá en un hombre que toda mujer
querrá tener a su lado.
—De momento, deja que sea yo la que te cuide, y para de crecer tan
rápido, quiero a mi pequeño bichito siento tan adorable como eres ahora
durante mucho más tiempo.
Su risa invade el aire y es como si recargara mi energía. Me lleva dentro
de la mano. Oigo el ruido de más niños en la cocina, algunos aún están
desayunando mientras que otros corretean por el pasillo. Me da pena que
haya tantos pequeños sin familia. Al menos, tienen suerte de haber acabado
con la señora Meller.
—Buenos días, Abby —saludo a la dueña de la casa de acogida y ella me
sonríe.
—Menos mal que ya has venido, Frankie ha estado preguntándome la
hora cada cinco minutos desde hace más de una hora y media —me cuenta
y mi hermano me mira feliz.
—¿Necesitas que te ayude?
—No, ve con tu hermano y luego hablamos.
Asiento y vamos a la habitación de Frankie. Es grande, en ella caben
cuatro literas. La de mi hermano es una de las de abajo, las alturas no le
gustan demasiado. Sus compañeros de habitación tienen todos entre siete y
diez años, así que él está a gusto con niños de su edad. Me encantaría
tenerlo en casa conmigo, pero ni siquiera eso tengo, aquí está mucho mejor
atendido.
—¿Puedes coger un paquete de pañuelos que tengo en mi bolso? —le
pido a Frankie, y él lo hace sin protestar.
Es un niño obediente y educado, en eso ha debido salir a su familia
paterna, porque en la de nuestra madre la educación es algo que brilla por
su ausencia.
Sé exactamente el momento en el que ve el regalo. No es muy grande, lo
saca y me mira, asiento y él grita como loco mientras destroza el papel.
Cuando ve el pequeño coche de bomberos con luces, salta por toda la
habitación. Esto es lo que me gusta de él, es un coche del bazar, apenas un
par de dólares, pero mi hermano lo valora como si fuera uno de colección.
—Gracias, Sia —me dice, dándome un beso.
Lo veo jugar con el coche como si fuera el tesoro más caro del mundo y
no puedo evitar sentirme orgullosa de él, bueno, y un poco también de mí,
no lo estoy haciendo tan mal de madre después de todo.
Salimos a jugar con los demás y Frankie enseña su regalo, no duda en
dejárselo a sus amigos para jugar con él, parece ser que se está criando bien
a pesar de las circunstancias. Los niños aquí son como una pequeña familia,
algunos se llaman hermanos, sobre todo, los que llegaron tan pequeños que
no recuerdan a nadie de su vida pasada. Trato de traer algunos juguetes que
recojo en la cafetería de niños que ya no los usan, la mayoría se quedan
nuevos; supongo que cuando no te hace falta el dinero para comer, puedes
usarlo para comprarle a tu hijo todo lo que quiere.
—¡Sia! —me llama la dueña de la casa de acogida desde la ventana de su
despacho que da al jardín—. ¿Puedes venir un momento?
Asiento y voy hacia allí. De camino, me intercepta Lacey, una pequeña
niña un año menor que Frankie que es tan adorable que podría comérmela a
besos.
—Hola, Zia —me saluda, extendiendo sus brazos hacia mí. Le cuesta
pronunciar la ese, lo que la hace aún más mona.
La cojo en brazos y le doy un enorme beso.
—Hola, pequeña, ¿cómo te ha ido la semana?
—Muy bien, ya voy zolita al baño por la noche —me dice orgullosa de sí
misma—. Desde que me explicaste que los monstruoz que hay en la
oscuridad zolo quieren jugar, ya no tengo miedo.
—Me alegro muchísimo de oír eso, la semana que viene voy a traerte una
cosita como te prometí.
Los ojos de Lacey se iluminan y lamento no tener más dinero para
regalarle el mundo solo por ver esa carita feliz cada minuto del día. Su
historia es triste, como la de muchos niños en este país. Fue abusada por un
padre alcohólico y los servicios sociales la trajeron aquí. Desde el primer
día, ella y Frankie han sido inseparables, la señora Meller dice que
conectaron de alguna manera que solo ellos entienden. Supongo que el que
nuestra madre fuera drogadicta y alcohólica ayudó. Llevan más de dos años
siendo gemelos y no hay quien los separe. Ella no lo sabe, pero si para
cuando pueda hacerme cargo de Frankie todavía no ha sido adoptada,
pienso llevarla con nosotros.
Le beso sus mejillas regordetas una vez más y la bajo al suelo mientras le
pido que vaya a ver el juguete nuevo de Frankie. Cuando la veo desaparecer
por la puerta del jardín, llego hasta el despacho y entro sin llamar, ya que la
puerta está abierta.
—Ya me ha dicho Lacey que se le ha pasado el miedo a ir de noche al
baño sola —digo, sentándome en la silla frente al escritorio.
—Sí, no sabes lo que te agradezco que hablaras con ella —contesta la
señora Meller—. Hacerlos gemelos fue la mejor decisión.
Sonrío porque opino lo mismo. La señora Meller tiene un sistema por el
cual empareja a niños de una edad similar para que se ayuden entre ellos,
normalmente, cambian un par de veces al año, aunque con Frankie y Lacey
han hecho una excepción porque se compenetran tan bien que no quiere
romper ese vínculo. Además, a pesar de ser tan pequeños, son capaces de
organizarse para ayudar a otros niños; es increíble.
—Supongo que me has llamado por el cheque.
Veo en sus ojos algo de vergüenza y no puedo evitar sonreír. Esta mujer
se vuelca con todos estos niños por igual, los mantiene a salvo, les hace
estudiar y juega con ellos. Lo menos que deberíamos hacer todos es
ayudarla para que no acaben en algún hogar de acogida donde los adultos
solo se preocupan de cobrar el cheque del Estado, en el mejor de los casos.
—Abby, no te preocupes, entiendo que tienes cuentas que pagar, así que
no te dé pena pedir lo que es tuyo.
—Pero no es mío, no solo aportas dinero para Frankie, cada mes nos das
dinero para que use en todos los niños de aquí.
—¿Cómo no iba a hacerlo? Con lo que te da el Estado, no llegas.
—Ese no es tu problema.
—Ese debería ser el problema de todos.
El agradecimiento que veo en sus ojos para mí es más que suficiente.
—¿Cuánto te queda para poder reclamar a Frankie a Protección de
Menores?
—Calculo que al ritmo que voy, y si no me surge ninguna cosa, unos dos
años. En dos años podré mudarme a un apartamento pequeño con Frankie y
subsistir con solo el trabajo de la cafetería.
—Ese niño tiene mucha suerte de tenerte, cualquier otra hubiera
desaparecido, sin embargo, tú te hiciste cargo de la situación, a pesar de
tener apenas dieciocho años.
—Es mi hermano, nunca jamás podría abandonarlo.
Lo que la señora Meller no sabe es que tengo otro, uno mayor al que le
pedí ayuda cuando los servicios sociales se llevaron a Frankie, pero él pasó
de nosotros, no éramos su problema, ni yo, ni mucho menos mi hermano, ya
que no es nada de él. Frankie lo ha visto un par de veces solo y no sabe
nada, solo que somos familia, que vive muy lejos y por eso no lo vemos
más. Mentira, vive en San Francisco, a unas cuarenta y cinco millas de
Santa Clara.
Paso el resto del domingo jugando con todos los niños, y cuando cojo el
bus de regreso a casa, me desplomo en el asiento exhausta. «Solo dos años
más y podré descansar», pienso para darme ánimos, aunque me deprime
aún más.
La semana empieza mal, los del teléfono me han cortado la línea por falta
de pago, por lo visto, han subido la cuota de nuevo y en mi cuenta no había
suficiente dinero. Nunca lo hay, prefiero tener mi capital guardado en otro
sitio para evitar que recibos indeseados me arruinen el mes. Me paso el
resto de la semana tratando de hacerle entender a la operadora que no puedo
ir a hacer el pago a una de sus oficinas, porque el horario que tienen de
atención al público es tan reducido que tendría que dejar de ir a uno de mis
trabajos un día, y eso es algo que no puedo permitirme. Llamo a la señora
Meller desde la cafetería y le aviso de que si necesita contactarme, lo haga a
ese número. El sábado libro, así que podré explicarle lo ocurrido y ver si
ella puede enviar a alguien a arreglar lo de mi línea, tiene un sobrino que
está en la universidad que le hace este tipo de recados, espero que pueda
ayudarme o estaré otra semana sin teléfono.
Cuando llega el sábado, voy de nuevo a la casa de acogida, en mi bolso
está el regalo para Lacey, espero que le sigan gustando las muñecas Tiny;
bueno, la imitación de las muñecas Tiny. Miro a mi alrededor y hay mucha
gente de mi edad, todos enfrascados en sus móviles. Sonrío. Yo no tengo a
nadie que me escriba o se preocupe por mí, no tener teléfono una semana ha
sido igual que tenerlo.
Cuando llego, me extraña que Frankie no esté en la entrada esperando, él
sabía que hoy venía. Llamo a la puerta y paso. Como siempre, la señora
Meller está en la cocina dando de desayunar a los más rezagados.
—¡Hola, Abby! ¿Has visto a Frankie?
Ella levanta la cabeza y me mira frunciendo el ceño.
—Está con su hermano —contesta.
—¿Qué hermano?
—Salvatore dijo que se llamaba, Frankie lo conoce, él vino esta mañana y
dijo que estaba de visita en la ciudad y que tú le habías pedido que
recogiera a Frankie. Es más, el niño lo saludó con un gran abrazo.
Frankie es demasiado cariñoso, incluso con extraños.
—¿No es su hermano? ¿Tengo que llamar a la policía?
Por un instante, estoy tentada a decir que sí, pero cuando se trata de
Salvatore es mejor no mezclar a la policía, normalmente, o la tienen
comprada o la compran si la necesitan.
—No, no, no, perdona, Abby, es mi culpa, no recordaba que era hoy
cuando Salvatore venía —trato de explicarme.
—¿Estás segura?
—Sí, sí, de verdad, es que Salvatore no es hermano de Frankie, él es mi
hermano solo, aunque adora al niño —miento, tratando de sonreír.
—Eso me ha parecido —contesta para alivio mío—, me dijo que lo
llamaras en cuanto llegaras, puedes usar mi oficina.
—Genial, muchas gracias.
Voy lo más calmadamente que puedo a su despacho para no levantar
sospechas y marco el número de Salvatore. Estoy tan nerviosa que mi
teléfono móvil se cae varias veces de mis manos mientras busco su nombre.
—Salvatore, soy Sia —le digo en cuanto oigo que descuelga.
—Hola, hermanita —responde en tono burlón—. Supongo que llamas
para saber de mí y de cómo me va la vida, ¿no?
—Corta la mierda y dime por qué te has llevado a Frankie y dónde puedo
ir a recogerlo.
—Qué palabras más bonitas tienes siempre para mí, te pareces tanto a tu
madre —trata de ofenderme; esto ya es algo viejo y me da igual.
—Dónde está Frankie —insisto.
—Verás, necesito que vengas a San Francisco y supuse que no estarías
muy por la labor si te lo pedía amablemente, así que me he tomado la
libertad de invitar al pequeño Frankie para que estés más receptiva.
—Eres un cerdo.
—Puede ser, pero ahora vas a salir de esa casa y te subirás al coche que
está esperándote fuera. Uno de mis hombres te traerá hasta mí.
—¿Y si me niego?
—No es una opción.
—Siempre hay una opción.
—Voy a ponértelo fácil. Tengo a mis abogados trabajando en la adopción
de Frankie ahora mismo, calculo que para el final de la tarde el niño será
oficialmente mío.
—No puedes…
—Claro que puedo.
—¿Para qué quieres adoptarlo?
No entiendo cuáles son las intenciones de Salvatore, pero no me gusta
nada que Frankie esté a solas con él.
—Cuando vengas, hablaremos —contesta y cuelga.
Me despido rápidamente de la señora Meller y salgo para buscar el coche
que me ha dicho Salvatore. En la calle de en frente, lo veo, es
inconfundible, un todoterreno con los cristales tintados y un hombre con
cara de pocos amigos me esperan. Cuando llego, ni siquiera me habla, abre
la puerta trasera, subo y me acomodo. El viaje dura apenas unos cincuenta
minutos. No hay ni una sola palabra en todo el trayecto, así que me dedico a
mirar el paisaje y disfrutar de este cómodo asiento, normalmente, voy
sentada en los de plástico duro del autobús, y el cambio es agradable.
Llegamos a una enorme casa en la playa rodeada de un equipo de
seguridad que da miedo. Salvatore siempre fue así de previsor. Entramos
por un camino empedrado y para justo en la entrada principal. Allí trato de
bajarme, la puerta no abre, tengo que esperar a que otro de los gorilas de mi
hermano me deje en libertad para poder salir de ese coche.
—Acompáñame, el señor Mancini la espera en la parte de atrás —dice un
tipo que parece un mayordomo sacado de una mala serie de los ochenta.
Asiento y lo sigo. Dentro de la casa, puede verse el lujo en cada rincón.
No sabría decir si es de buen gusto, no tengo ni idea de lo que es vivir en
una casa que no tenga ruedas. Pasamos por varias estancias antes de llegar a
un enorme jardín trasero que acaba en la arena de la playa. Sabía que
Salvatore tenía dinero, aunque no tanto como para tener su propia playa
privada.
—¡Sia! —grita Frankie mientras corre hacia mí con un lápiz rojo en la
mano.
Abro mis brazos para recogerlo y subirlo en mi cadera.
—¿Has visto? —me dice, señalando el mar—. ¡Estamos en la playa!
Frankie nunca antes había visto la playa y yo solo lo hice una vez. Me
paro un instante a mirarla y a respirar ese olor a salitre, que me recuerda a
un momento en mi infancia donde fui feliz, ignorante pero feliz.
—¿Te has portado bien? —pregunto a Frankie mientras miro a Salvatore.
—Sí, ahora estoy pintando, ¿quieres verlo?
—Termina primero para que hable con Salvatore y después lo veo —le
contesto, bajándolo al suelo de nuevo.
—¡Vale! —contesta feliz, más de lo que lo he visto jamás.
—A mis brazos, hermanita.
De pronto, Salvatore me rodea como si fuera algo habitual y yo no puedo
evitar quedarme rígida en mi sitio, aunque pinto una sonrisa en mi cara para
que Frankie no sospeche.
—Vamos dentro —le digo cuando me suelta.
Desde el salón, puedo ver a Frankie, pero él no puede oírnos.
—¿Qué quieres? —pregunto en cuanto estamos dentro.
—Siempre tan directa.
—Y tú siempre tan gilipollas.
Suelta una carcajada y Frankie nos mira, yo me río también como si
estuviéramos bromeando para que no sospeche nada.
—No viniste al funeral de nuestro padre —me dice finalmente.
—Ese hombre no era mi padre, solo el que la metió en caliente y se
olvidó de protegerse.
—En eso voy a darte la razón, él siempre pensó que no eras suya, aunque
no puedo negar el parecido que tienes con mi nonna.
—Yupi —contesto seria.
—Aunque a ti no te interese, nuestro padre no murió, lo asesinaron.
No me inmuto, no es algo raro que pase en el mundo en el que se
mueven, son parte de la camorra, así que morir de forma violenta es su pan
de cada día.
—¿Qué tiene eso que ver con nosotros?
—Nada y todo.
Ruedo los ojos. Algo que le encanta a Salvatore y que yo odio de él es
que le da mucho dramatismo a las cosas.
—Su muerte no tiene nada que ver con vosotros, sin embargo, la
venganza por ella sí.
Frunzo el ceño porque no entiendo lo que dice.
—Nuestro padre no solo fue asesinado, también fue mutilado y colgado
en la puerta de uno de nuestros clubs de la forma más humillante con una
nota clavada en su polla.
Jadeo porque eso sí que es algo que me sorprende.
—¿Estamos en peligro? —pregunto algo asustada.
La forma en la que ha muerto mi padre es claramente una venganza, y
puede que no se quede solo en él. No lo he visto en años, pero cuando se
trata de la mafia, no sé si les importa que no haya vínculos sentimentales,
quizá quieran acabar con todos los Mancini y, aunque bastarda y no
reconocida, soy una de ellos.
—No, nadie sabe que existes.
Respiro aliviada.
—¿Entonces?
—Precisamente porque nadie te conoce y porque te pareces a tu madre —
dice, sujetando un mechón de mi pelo entre sus dedos—, eres la persona
perfecta para ayudarme con mi plan de venganza.
El parecido con mi madre, a pesar de haber heredado rasgos de la nonna
de Salvatore, es asombroso para algunos, al menos, de la mujer que era
antes de que la droga la consumiera por completo. No obstante, a lo que se
refiere mi hermano es a la atracción que causo por mi aspecto inocente. Yo
no veo nada de eso cuando me miro al espejo, sin embargo, en más de una
ocasión me han dicho que mi belleza natural es como la de una dulce niña
que necesita un hombre que la rescate. Y, por lo visto, eso hace que los
instintos básicos de un tío afloren. Bueno, eso y que me salieron las tetas
antes que los dientes.
—No voy a hacerlo, no sé qué quieres que haga, pero desde ya te digo
que me niego.
—Piénsalo bien, hermanita, Frankie va a pasar a ser mi hijo y ya sabes lo
que pasa con estos niños sin hogar, la mayoría acaban escapándose y
aparecen muertos en alguna cuneta.
Me quedo paralizada por su amenaza implícita, no es una vacía, sé de lo
que es capaz, y matar a un niño no es algo que ni siquiera le quitara el
sueño un solo día de su vida.
—No sé cómo crees que puedo ayudarte.
—Vas a ayudarme a vengarme.
—No pienso dejar que Frankie se ponga en peligro.
—Tranquila, él se quedará aquí conmigo mientras tú vas a Nueva York.
—¿Para qué demonios voy a ir yo a Nueva York?
—Para matar a los hermanos Bianci.
La de mayo
Adriano
M
e siento en mi despacho en el club, reviso que todo esté en su
sitio antes de encender el portátil y coloco un bolígrafo que se
había salido de su lugar. Ahora sí puedo empezar.
—¿Interrumpo? —dice Vito, abriendo la puerta sin llamar.
Es mi capo, para él no existen las puertas cerradas, aunque en la mansión
siempre toca, allí, de algún modo, no somos los capos y su sottocapo1, allí
somos los tres amigos que nos conocemos de toda la vida.
—Estaba a punto de revisar los pedidos para comprobar que no ha vuelto
a faltar nada.
Una de las chicas italianas ha dado en el clavo con lo que estaba pasando.
Jaxon ha confirmado todo lo que Chiara ha descubierto. He de decir que si
tuviera que elegir yo, sin duda, sería a ella, su hermana es una estirada con
un palo en el culo que se cree un regalo del cielo.
—Acuérdate de contratar a alguien pronto, de momento estamos tirando
de las chicas de los otros clubs, pero necesitamos tener una nueva plantilla
aquí.
—En un rato comienzo con la última ronda de las entrevistas, no es tan
fácil, las chicas que necesitamos son de un perfil específico —le contesto
para que se dé cuenta de que sustituir a casi toda la plantilla de caja no va a
ser algo que se haga de un día para otro. Solo me queda un puesto por
cubrir, aunque dudo mucho que todas funcionen bien a la primera.
Vito menea la cabeza mientras toma asiento frente a mí.
—¿Cómo lleva Idara el embarazo?, ¿tiene algún síntoma?
—De momento, no; alguna nausea matutina y poco más. Tiene que ir a
una cita con el médico en estos días.
—Me alegro mucho de que vayáis a ampliar la familia.
Vito me sonríe feliz como nunca antes lo había visto. Para mí, es mi
hermano, y yo soy lo mismo para él. Ambos sabemos que va a ser difícil,
aunque ese bebé va a estar más que protegido.
—Flavio está ahora con su futura mujer eligiendo vestidos de novia —se
ríe.
—¿Crees que se ha dado cuenta de que Chiara no le es indiferente? —le
pregunto sonriendo.
Flavio es un mujeriego que no quiere atarse, pero la forma en la que mira
a esa chica, y por cómo habla de ella, está claro que no es una más. Incluso
rechazó quedar ayer con las gemelas, eso no había pasado nunca.
—Claro que no, y estoy disfrutando de esto —se burla Vito y ambos
acabamos riendo.
Siento mi móvil vibrar en el bolsillo, lo saco y veo un mensaje de la
Camorra de la Costa Oeste, hace unos meses matamos a alguien de los
suyos que trató de robarnos una puta y desde entonces estamos en un raro
acercamiento.
—Gio quiere que nos reunamos en unas semanas para hablar del tema de
las putas —le digo, leyendo el mensaje.
—Es curioso cómo nuestros padres se mataban sin escrúpulos y sus
descendientes incluso estamos haciendo negocios juntos —murmura Vito.
—Eso es gracias a ir de frente con ellos. Antes de dejar el cuerpo del
idiota que trató de robarnos a la prostituta, tuvimos la deferencia de
avisarlos. Ese gesto nos ha abierto el mercado.
Puede que seamos unos asesinos, no obstante, la educación para nosotros
es primordial, sin eso no seríamos mejores que los rusos.
Vito asiente mientras se lleva el móvil a la oreja y se va sin decir nada; si
no me equivoco, es Idara, que lo tiene comiendo de su mano como un
gatito, al gran Vito Bianci. Increíble. Y por cómo mira Flavio a Chiara, creo
que está a punto de caer en la misma situación que su hermano.
Busco los archivos en el portátil para ver cómo están las cosas en el
negocio de las chicas. Cuando el padre de los gemelos vivía, se dedicaba a
la trata de blancas, pero, por suerte, Vito y Flavio decidieron que no querían
esa mierda en sus vidas. La prostitución es uno de los negocios más
lucrativos que existen, sin embargo, no es necesario usar a mujeres en
contra de su voluntad. Uno de los primeros cambios fue liberar a las
jóvenes que quisieron irse, y solo se quedaron con las que querían trabajar
de forma voluntaria. El salario es mucho mejor de lo que podrán conseguir
fuera de aquí y saben que nuestros chicos las protegen. No es raro ver
mujeres esperando su oportunidad de ser parte de nuestro rebaño, aunque
no todas valen, ni de lejos.
Abro el documento en el cual tengo los recibos de cobro y veo el nombre
de la prostituta que quiso marcharse con Lorenzo Mancini. La muy estúpida
se creyó que el viejo se había enamorado y que iba a darle una vida mejor
en California. No puedo evitar rodar los ojos. Ese tipo era un experto en
embaucar mujeres y robarlas de los clubs en los que trabajaban. Su modus
operandi era sencillo; las vigilaba unos días, se acercaba a una amiga para
comprar información y luego se «tropezaba» con ella de forma casual,
entablando así una primera conversación que llevaría a otra, a una cena, una
cita y…
El error de Mancini fue querer robarse a una de nuestras chicas con
deuda. Aquí tenemos dos tipos de trabajadoras: las que lo hacen por un
sueldo, como una cajera de un supermercado cualquiera, y las que tienen
una deuda que saldar y lo hacen con su cuerpo. Ambas se prostituyen de
forma voluntaria; las que tienen una deuda, una vez firman resolverla
haciendo esto, no pueden irse hasta que ese dinero ha sido pagado en su
totalidad. Es simple. Si Lorenzo hubiese escogido a otra de las chicas, la
hubiera advertido, me gusta cuidar de ellas en cierta manera, aunque podría
haberse ido libremente en cualquier momento. Escoger a una que nos debía
dinero acabó con la vida de ambos.
—¿Se puede? —escucho al otro lado de la puerta tras unos leves golpes.
—Pasa, Jaxon.
No necesito que se identifique, sé perfectamente quién es por su voz, y si
no, siempre puedo mirar una de las cámaras que tengo apuntando
directamente a la puerta de mi despacho. Es sorprendente la de cosas que
veo a través de ella cuando estoy aquí sentado.
—Buenas tardes, solo quería decirte que las chicas ya están llegando. Las
he colocado en el lado del club que me dijiste.
Enciendo una de las pantallas que tengo a mi derecha y compruebo que
hay unas diez mujeres, todas con escasa ropa, sentadas en la zona que hay
junto a las barras.
—Enseguida salgo.
—Una cosa más —dice Jaxon, abriendo del todo la puerta—, sé que vas a
contratar a chicas nuevas para estar con los clientes y atendiendo el bar
conmigo, y me preguntaba… No sé si es posible…
—Suéltalo.
—¿Hay alguna posibilidad de que pueda hablar con las chicas que se
queden conmigo en la barra? Quiero decir, si puedo hacerles algún tipo de
entrevista.
Alzo la ceja divertido.
—¿Quieres decir que vas a hacer mi trabajo mejor que yo?
—No, no, no, por supuesto que no quería decir eso.
Veo cómo está igual de pálido que asustado. Jaxon lleva muchos años con
nosotros y tiene permiso para tutearnos, pero eso no quita que él sepa cuál
es su lugar. Conoce las cosas que pasan en el sótano, al menos por encima,
y tiene claro que no quiere bajar allí por algún error cometido.
Sinceramente, no creo que eso pudiera pasar en algún momento, Jaxon nos
ha demostrado su lealtad de sobra en los años que lleva con nosotros.
—Explícate entonces —le pido, recostándome en mi asiento.
—Cuando Carlo decidió no volver a aparecer…, justo antes de su
accidente.
No puedo evitar sonreír, no desapareció, lo desaparecí. Apenas su cuerpo
se estará enfriando. He de decir que el accidente de coche me quedó
espectacularmente creíble, tanto que me deshice de Carlo, Lisbeth y
Jennifer y la policía no me hizo ni una triste pregunta. Sonrío. Los tres
traidores viajaron al infierno juntos.
—Sigue —le insto.
—Bueno, me he quedado solo en el club para la caja, ya que Jennifer y
Lisbeth iban con él en el coche, y me gustaría saber un poco más de la
persona que va a trabajar conmigo.
Frunzo el ceño porque no termino de entender lo que pasa.
—Jaxon, por favor, simplemente suelta lo que estás pensando.
—Verás, me he dado cuenta de que me libré por poco de ir en ese coche.
Jamás haría nada de forma consciente para ganarme un hueco en ese viaje,
pero ¿y si no sé que soy parte de algo y…?
—Alto —lo detengo, alzando la mano—. Confiamos en ti. Si alguna vez
estuvieras metido en algo de forma involuntaria, se te exculparía, es parte
de mi trabajo encontrar esa información.
—Gracias —contesta aliviado.
—No tienes por qué preocuparte, antes de dejar que subas a ningún
coche, estaremos seguros de que te has ganado el viaje. Ahora, también te
digo, si alguna vez descubres algo o tratan de chantajearte, necesito que
seas sincero desde el minuto cero. Una mentira por miedo es igual a una
traición.
—Por supuesto, muchas gracias.
—Vuelve a tu puesto y dime si oyes algo de las chicas —le digo a modo
de despedida.
Él asiente y sale de mi despacho sonriendo. Es fácil hacer feliz a este
hombre.
Sigo mirando las cuentas antes de ponerme a revisar una última vez los
currículos. Hay tres puestos para las barras con final feliz y dos para estar
en la sala con las bebidas. Ya están cubiertos todos menos uno de barra,
aunque no he avisado todavía a las chicas, prefiero que empiecen todas a la
vez y así tratar de hacer equipo. De momento, hemos decidido que Jaxon
seguirá solo manejando la caja en los turnos importantes, el resto del día,
cuando hay poca clientela, será May quien lo haga. Eso sí, hemos
implantado una nueva rutina en la que si algo no cuadra, el siguiente turno
se da cuenta antes de empezar.
Miro las hojas de las chicas y me quedo con la última en la mano. Vissia
Miller. Un nombre un tanto peculiar. Estoy enganchado a su foto desde que
la vi por primera vez. No sé qué me ocurre con ella, pero la necesidad de
conocerla está creándome cierta ansiedad y miedo; mis expectativas son
altas, aunque no puedo olvidarme de que está aquí para conseguir un puesto
como prostituta del club.
Saco mi móvil y aviso a Jaxon de que haga pasar a la primera, Penélope.
Espero y oigo unos golpes en la puerta antes de ver cómo Jaxon abre y deja
que entre la chica. La miro un instante, he preferido no ver las cámaras
donde estaban esperando para no hacerme una idea preconcebida, bueno,
por eso y porque si lo hago, mi interés estaría centrado en una única mujer.
Es algo que no puedo permitirme, tengo un trabajo que hacer.
—Pasa —le digo, con un gesto de la mano.
Veo a una pelirroja espectacular pararse delante de mí. Tiene unas piernas
kilométricas de esas que te estrujan mientras te las follas, y sus labios,
aunque son de plástico, parecen ser una jodida aspiradora.
Le hago una serie de preguntas rutinarias. Físicamente, da el perfil que
buscamos y la experiencia que tiene es más que suficiente. Una vez acabo,
le pido a Jaxon que haga pasar a la siguiente. Todas y cada una de ellas son
un jodido sueño húmedo. En otro momento, les haría una prueba de sus
«habilidades», pero ahora mismo no tengo tiempo, quiero llegar a la última
candidata lo antes posible.
—La de mayo —dice la aspirante número cuatro, Winnie.
—Perdona, ¿puedes repetirme?
Por un instante, mi mente ha volado a la foto de la chica número cinco.
Necesito centrarme y dejar de pensar en el pasado y en cuentos de niños
pequeños.
—Fui conejita de Playboy el pasado mayo en el especial Vecinitas de al
lado.
La miro bien y creo que la vi en la fiesta de la mansión, los Bianci y yo
fuimos amigos de Hugh durante muchos años, y ahora lo somos de su hijo.
Aunque nunca habrá jamás otro Hugh Hefner, para mí fue el jodido Walt
Disney de los adolescentes cachondos de EE. UU., bueno, del mundo
entero.
—Muy bien, puedes salir ya, vuelve con las demás. Solo me queda una
chica más y os diré si alguna es la elegida para el puesto.
Ella se levanta y me regala una buena vista de su escote, puedo verle el
ombligo desde donde estoy. Su culo también está prácticamente asomando
debajo de esa falda, supongo que ser una conejita hace que enseñar tu
cuerpo sea algo cotidiano en tu día a día, es más, creo que para ser conejita
debes disfrutar de toda esa atención que genera tu anatomía y no pensar en
que tu cerebro les trae sin cuidado.
Me remuevo en mi asiento inquieto, esto es completamente impropio en
mí, nunca, jamás, en toda mi vida he tenido esta sensación, y no sé cómo
gestionarla. Así que antes de llamar a Jaxon para que traiga a Vissia, llamo
a mi abuela. Puedo parecer un niño por hacer esto, pero es la mujer más
inteligente que he conocido jamás, también la que dice más tacos y suelta
mejores sopapos.
—Nonna —le digo cuando escucho que se descuelga el teléfono—,
necesito un consejo.
—Caro panino2, ¿qué necesitas?
—Sabes la vida que llevo.
—Sí.
Ella conoce todo lo que hago y no me juzga, mi familia ha sido parte de
la mafia desde que llegaron a este país generaciones atrás.
—Me refiero a las mujeres.
—Sí.
Esta vez su respuesta me hace sonreír, no por lo que dice, sino por cómo
lo dice. Ella me quiere ver casado y rodeado de hijos antes de morir.
—He visto la foto de una chica y me recuerda a la principessa Gia, la del
cuento que solía contarme mamá antes de dormir.
—Oh, caro panino, ¿vas a casarte?
—No, no, no, nada de eso. Pero me resulta raro. He conocido a muchas
mujeres en mi vida y ninguna me ha causado esta impresión, creo que por
eso me desconcierta y me pone algo nervioso.
Oigo la risa de mi nonna antes de contestar.
—Creo que mi panino acaba de descubrir un mundo nuevo.
—¿Qué hago? Tengo que hacerle una entrevista ahora mismo.
—Caro, conócela, en el peor de los casos, puede que solo se parezca a tu
querida principessa en foto, aunque quizá, en el mejor escenario, Gianna ha
llegado a tu vida para quedarse.
—Gracias, nonna —contesto y cuelgo.
Tiene razón, creo que estoy siendo estúpido e irracional, solo he visto a
esta mujer por foto y de ella conozco lo que hay en estas hojas, bueno,
quizá algo más porque la he investigado, no puedo dejarme llevar por mi
imaginación y su parecido a la dulce niña que ocupaba mi mente cuando era
un crío. Creo que he dejado que la nostalgia de tiempos mejores se apodere
de mí, hace unos días fue el aniversario de la muerte de mis padres.
—Jaxon, pasa a la última —digo al teléfono y cuelgo.
Coloco los papeles de su formulario delante de mí y espero a que la
puerta suene. Cuando lo hace, me pongo tenso. Jaxon abre y veo a una
pequeña morena entrar algo tímida. Sonrío. No es para nada el perfil de
mujer que ha estado entrando aquí para hacer la entrevista.
—Siéntate, por favor —le pido.
Ella asiente levemente y camina despacio, como asustada, hasta la silla
frente a mí.
—Vissia Miller, ¿no?
—Sia, prefiero que me llamen así.
—Muy bien, Sia —digo, saboreando su nombre en mi boca—. Cuéntame
por qué crees que serías la adecuada para trabajar en nuestro club.
—Bueno, tengo experiencia como camarera y soy rápida aprendiendo.
—¿Cómo te metiste en la prostitución? —la interrumpo ansioso por saber
eso de ella.
—¿Perdona?
—En tu solicitud no he visto los clubs en los que has ejercido antes, ¿o es
que hasta ahora te has dedicado solo a la calle de manera independiente?
Su cara es de auténtico shock, lo cual es raro.
—¿Ocurre algo?
—¿Para qué es este puesto?
Su pregunta me desconcierta.
—Ahora mismo solo tengo una vacante en una de las barras de stripper,
tranquila, no es dónde más se gana, sin embargo, cuando vas a los
reservados con los clientes para su final feliz, suelen dejar buenas propinas.
La veo quedarse totalmente paralizada. Sus ojos se mueven como si su
cerebro estuviera procesando toda esta información por primera vez. No lo
entiendo.
—¿Todo bien?
—Eh, sí, bueno, no sé, no tengo experiencia como desnudista, pero si es
lo que se necesita…
Interesante.
—Así que si te pido que ahora mismo te quedes tal y como viniste al
mundo, no tienes ningún problema, ¿no?
Ella traga duro y se muerde el labio. Mierda. Respira hondo, se lleva sus
manos temblorosas a la camisa que trae puesta y comienza a desabrocharse
los botones lentamente. Cuando el sujetador asoma un poco, veo que está
totalmente sonrojada.
—Para —le ordeno—. Podemos hacer eso en otro momento, sigamos con
la entrevista.
Ella me mira con los ojos de un jodido cordero y las mejillas rojas por la
vergüenza, y algo me queda claro: voy a tener que hablar con los hermanos
Bianci porque he encontrado a mi princippessa Gianna, y no estoy
dispuesto a dejar que nadie salvo yo vea lo que hay debajo de su ropa. El
único problema es que sé que ha venido a engañarme, y solo por eso ya
debería tener un agujero de bala en su frente.
1 La mano derecha militar del Don, y normalmente su posterior sucesor. Normalmente suele ser el
hijo del don u otro familiar y, en caso de que este muera o lo encarcelen, el subjefe sería el nuevo
Don.
2 En italiano: querido bollito.
No necesito pagar para follar
Adriano
S
ia se remueve incómoda en su asiento, está claro que este no es su
ambiente y se le nota a leguas.
—¿Por qué solicitas aquí el puesto de trabajo? —le pregunto,
recostándome un poco en mi silla.
Me mira y me cuesta mantener mi cara de póker, ¿qué demonios me pasa
con ella?
—Necesito dinero para pagar la operación de mi madre.
Sonrío, sé que miente. La he investigado y sé que su madre, Daisy Miller,
murió hace unos cinco años por sobredosis.
—Vaya, eso es que educó bien a su hija. ¿Tienes muy buena relación con
ella?, ¿y con tu padre?
Sia se muerde el labio nerviosa, quiero ver hasta dónde llega con su
mentira, así que no dejo de empujarla al borde, me gusta ver cómo trabajan
las personas bajo presión, dice mucho de ellas.
—Ella está en coma en un hospital cerca de donde vivía, Santa Clara, no
acabamos en buenos términos antes de que el accidente la dejara así, es por
eso que quiero hacer lo posible para traerla de vuelta y recuperar el tiempo
perdido.
Lo dice de forma automática, como si lo hubiera leído en un guion y se lo
supiera de memoria.
—Lo siento, ¿en qué hospital está?
—El St Mary´s.
Me apunto el nombre y asiento. Tengo el presentimiento de que si busco
en la base de datos, encontraré el nombre de su madre, incluso si llamo, me
dirán que está allí, la cuestión es: ¿por qué tomarse tantas molestias?
La he investigado y sus datos son correctos. De veintitrés años y natural
de Santa Clara. Madre muerta y padre desconocido. Tiene dos trabajos, los
cuales ha dejado de pronto sin dar los días correspondientes, y en ambos
han dicho que eso era «raro» en ella. Su cuenta está al mínimo a pesar de
sus ingresos, solo tiene lo justo para pagar y vivía en una de las casas
rodantes de un barrio marginal desde que nació. Sé que hay una casa de
acogida en la zona que recibe cheques mensuales a su nombre, lo que me
hace preguntarme si no tiene un hijo allí. Aunque he investigado los niños,
y no hay ninguno relacionado con esta mujer.
—¿Sabes? Me resulta raro que una chica como tú, de la Costa Oeste,
acabe en un club como este al otro lado del país.
Ella traga y, por cómo mueve sus ojos, sé que está pensando en cómo
salir de esta.
—Tengo una amiga que vive aquí y me dijo que viniera a Nueva York a
probar suerte. Cuando una conocida de ella me habló de lo que se puede
llegar a ganar en un sitio como este, no me lo pensé dos veces. Fue
casualidad encontrarme con el anuncio de que buscabais gente.
Asiento. Está claro que aquí pasa algo, porque no hemos puesto ningún
anuncio. No somos un burdel de carretera. Eso ella no lo sabe, entonces,
¿quién la ha mandado aquí?, ¿será una amiga despechada que quiere
vengarse?, ¿será conocida de una de las chicas a las que estamos
reemplazando? No, no es posible que conecten el accidente donde murieron
Jennifer, Lisbeth y Carlo. Incluso les hemos pagado sus funerales. Necesito
encontrar la información, pero es como si no existiera en la red. No tiene
Snapchat, ni Instagram, ni siquiera Facebook.
Por un instante, la miro pensando que puede ser una federal, y lo descarto
al instante, ni de lejos ella podría serlo.
—Creo que no eres adecuada para el puesto —suelto de pronto, tratando
de presionarla para que cometa un fallo y me dé una pista de por qué está
aquí.
—Lo soy… Puede que no tenga experiencia, aunque le aseguro que
puedo hacer lo mismo que las demás, aprendo rápido, me quedaré horas
extra para ensayar —contesta nerviosa.
—Podría conseguirte un trabajo en una tienda de complementos cerca de
aquí.
—No —me corta—, tiene que ser aquí.
Alzo una ceja en pregunta.
—Aquí sé que puedo conseguir el dinero que necesito, en una tienda no
podría antes de que…
—Sigue.
—Tengo un plazo, así que lo necesito pronto.
Bien, parece ser que necesita trabajar aquí, ni siquiera ha preguntado el
sueldo de la tienda, está claro que miente en eso.
—De todas formas, no te veo como una de nuestras chicas, no das el
perfil para subirte a las tarimas y desnudarte.
Se queda paralizada, como si le hubiera dado una bofetada en vez de
haberla rechazado para follar hombres. Si ella supiera que me está costando
no levantarme, cogerla, sentarla en la mesa y hundirme en su interior, no
estaría así.
De pronto, veo que se pone de pie y sigue desabotonando su camisa.
—¿Qué haces? —pregunto tenso.
—Creo que doy el perfil perfectamente y voy a demostrártelo.
Se quita la camisa y veo un sujetador rosa básico, de esos de tela de los
que te compras en Walmart tres por diez dólares. Tiene unas tetas
jodidamente perfectas. Luego desabrocha sus vaqueros y se agacha a
quitarse las botas que lleva. Fuera está helando, pero aquí la temperatura es
lo suficientemente buena como para que ella no tenga frío.
Una vez se saca los zapatos, baja sus pantalones y me muestra unas
bragas a conjunto con el sujetador. Puede que sea la ropa interior más fea
que he visto en la vida, aunque sobre ella es simplemente espectacular.
Acaba, me mira y da una vuelta sobre sí misma para enseñarme que tiene
razón.
Me muerdo la lengua para tratar de relajarme y ella parece que lo
interpreta de otra manera, porque rueda los ojos y de pronto veo que lleva
sus manos a la parte delantera del sujetador y se lo desabrocha, dejando al
aire dos jodidas tetas perfectas que me apuntan. «Mierda, mi polla va a
salirse de mis pantalones».
—¿Y bien? —pregunta ella, poniendo sus manos en la cadera.
Respiro hondo y me levanto, ella hace un gesto como si quisiera
retroceder, pero se queda parada donde está.
—Tienes unas tetas bonitas, eso te lo reconozco. —Y también muy
mordibles y follables, aunque eso me lo guardo para mí—. Sin embargo,
esto no va solo de quitarte la ropa como si tuvieras que hacer la colada.
Me acerco y ella clava sus dedos en la piel, está tensa, pero ni se mueve
ni deja de mirarme. La miro de arriba abajo, luego camino por detrás y me
recoloco la polla sin que se dé cuenta. Ver su culo no ayuda, quiero
ponerme de rodillas y morderlo.
—También tienes una bonita piel —le digo mientras paso mis dedos por
su brazo y veo cómo se estremece y todo el vello de su cuerpo se eriza.
Joder, me encanta que reaccione así a mí.
Noto que a ambos nos cuesta respirar de manera normal. Retiro el pelo de
su nuca y me acerco hasta que prácticamente tiene su espalda apoyada
sobre mi pecho. Ella permanece inmóvil y, por un instante, me siento un
bastardo por aprovecharme, pero cuando pongo mi mano en su estómago y
ella jadea, entiendo que no le soy indiferente.
Bajo mis labios sobre su cuello y dejo que mi lengua trace un camino que
luego mordisqueo. Tiro su cuerpo contra el mío para que sienta en su culo
lo duro que me tiene y suelta un leve gemido que me enloquece. La giro
sobre sí misma y estampo mi boca contra la suya. Ella echa los brazos
alrededor de mi cuerpo y tira de mi pelo para acercarme más, está tan
jodidamente cachonda como yo y eso me encanta. Con una sola mano, la
alzo y camino hasta el escritorio, la dejo y bajo mi boca a sus pezones. Los
muerdo mientras Sia agarra mi pelo sin ningún cuidado y emite una serie de
ruidos que me llevan al límite; si esto sigue así, voy a perderlo antes
siquiera de sacarla de mis pantalones. Bajo la vista, veo una mancha de
humedad en la tela de sus bragas y me relamo, quiero probarla y quiero
hacerlo ahora. Desciendo lamiendo toda su piel y cuando bajo la goma,
noto que tiene una cicatriz. Me separo un poco para mirarla y ella, que se
había recostado sobre la mesa, se alza sobre sus codos para ver por qué me
he parado. En un instante todo cambia. Me empuja y casi me caigo de culo.
Se levanta, recoge su ropa y comienza a vestirse.
—¿Qué haces? —le pregunto mientras veo que se viste a la velocidad de
la luz.
—Lo siento, esto es un error, necesito el trabajo y follarme al jefe en la
entrevista no creo que sea lo más adecuado.
—Quizá no para trabajar en una oficina, pero podrías tomarlo como un
casting —le contesto, y parece que mi respuesta no le gusta, porque su cara
cambia de la vergüenza al odio en un segundo.
—Supongo que esto no es más que algo rutinario para ti… No lo es para
mí.
—No quería decir…
—Da igual —me corta—, si quieres a una puta, la pagas.
—No necesito pagar para follar.
—Enhorabuena por ti.
—Lo que acaba de pasar no era parte de la entrevista —le aclaro.
—¿Quieres decir que no te follas a las mujeres que contratas?
—Quiero decir que no contrato a todas las que me follo —le contesto
algo alterado.
—Eres un imbécil, no te preocupes, que este no es el único club para
follar por dinero que hay en Nueva York —suelta cabreada.
Tal cual dice eso, sale de mi oficina y estoy tentado a ir tras de ella, pero
eso sería un error. Necesito tranquilizarme primero. Peino mi pelo y arreglo
mi camiseta mientras veo por mis cámaras cómo Sia accede de nuevo al
club y se dirige a la puerta. Si sale, voy a cazarla, no va a escapar tan
fácilmente de mí. En el último momento, con la mano en el pomo, se
detiene, respira hondo, se da la vuelta y llega hasta donde está el resto de
candidatas. Se sienta algo apartada de ellas, Jaxon le pone un vaso de agua
y ella le sonríe. Ahora soy yo el que respira hondo antes de ponerme mi
portaarmas y salir.
Paso primero por un espejo para ver que esté presentable antes de
dirigirme a las chicas. Cuando me ven, todas se ponen en posición de
modelo menos Sia, ella evita mirarme, pero yo no puedo evitar clavar la
vista en su cuerpo y en su cara, en la forma en la que todavía tiene las
mejillas rojas y en las ganas que tengo de volver a tenerla sin ropa debajo
de mí.
—Bueno, ya he visto a todas y, como sabéis, solo hay un puesto.
Ellas asienten.
—Me encantaría poder contrataros a todas, el club tendría suerte de ello,
sois auténticas profesionales.
Miro a Sia y en sus ojos veo que opina que lo que acabo de decir reafirma
su creencia de que me las he follado. Sonrío.
—La afortunada es Winnie, las demás no os preocupéis, me quedo con
vuestras hojas de vida, y si en un futuro necesitamos más chicas, seréis las
primeras de la lista. Winnie, te llamo mañana para el tema del contrato.
Una a una salen del local, Sia es la última, parece que Jaxon le guardaba
su bolso, por lo que para cuando lo recupera, ya todas se han ido.
—Supongo que no he cumplido con tus expectativas —dice enfadada.
Me gusta que tenga ese fuego en la mirada cuando lo suelta.
—Puedes estar segura de que has cumplido mis expectativas con creces
—le contesto—, de hecho, es por eso mismo que no has conseguido el
puesto.
—No lo entiendo.
Me acerco y bajo mi boca hasta su oído para que solo ella oiga lo que
tengo que decirle.
—Que no pienso permitir que te folles a otro que no sea yo.
Ella jadea sorprendida.
—Necesito el trabajo, no puedo permitirme ser tu puta particular.
—Ya te he dicho que no pago por follar.
Me mira y veo en sus ojos el debate que hay en ellos ahora mismo, me
encantaría saber qué está pensando.
—Mira, no soy nada especial, cualquiera de las chicas que no han sido
elegidas estarían más que felices de pasear de tu brazo o chuparte la polla o
lo que tú quieras, yo no quiero, por lo que me gustaría que me tuvieras en
cuenta para el trabajo.
Sonrío.
—No es decisión tuya, principessa.
Maldice por lo bajo y sé que si no quisiera trabajar aquí, por un motivo
que aún no conozco, ya me hubiera dado una bofetada.
—Así que no te interesa que te folle, ¿no?
—No —contesta rotundamente.
Esto es curioso, cualquier mujer que se acerque a uno de nosotros sería
feliz aceptando lo que le propongo, Sia no. Entonces, lo de la venganza por
despecho no es una opción, ella hubiera aceptado en ese caso. Con cada
palabra, no hace más que provocar que quiera conocerlo todo de ella.
—Tienes una oportunidad de trabajar aquí como camarera, solo como
camarera —le aclaro—, Jaxon necesita ayuda. Pero si te veo haciendo
trabajitos con alguno de los clientes, me da igual aquí que fuera de tu
horario laboral, estás despedida.
—Gracias, gracias, gracias —dice feliz y sonriéndome; me gusta esa
sonrisa, no es solo de agradecimiento, también es de ¿alivio?
No sé, creo que si hubiera aceptado que trabajara aquí como prostituta, no
hubiera estado tan feliz. Y eso me gusta todavía más.
—Empiezas esta noche.
Ella asiente feliz y yo me largo a la mansión a hablar con los Bianci. Sé
que está aquí por algo que no es el trabajo, y lo más probable es que tenga
que ver con alguno de los gemelos.
Voy directo al despacho de Vito, a estas horas sé que estará ahí. Llamo y
espero. En cuando me da permiso, entro.
—Jefe, tenemos que hablar.
Vito frunce el ceño y me indica que me siente frente a él.
—Tú dirás.
—Ya te hablé de una de las chicas que estaba anotada para hacer la
entrevista para el club, ¿recuerdas?
—Sí, la princippessa Gianna —contesta en tono medio burlón. No
debería de haber contado eso, va a darme mierda una larga temporada.
—Esa misma. Hoy ha venido, y si antes tenía dudas, ahora estoy
totalmente seguro de que no está aquí con buenas intenciones.
—Encárgate de ella —responde sin más.
—Esa es la cuestión, no quiero deshacerme de ella, no de momento, la
quiero conservar.
Vito me mira confundido.
—Para mí.
Ahora su mirada cambia de confundida a sorprendida.
—¿Y cómo vas a hacerlo?
—Había pensado en contratarla en el club de camarera, para tenerla
cerca, de hecho, le acabo de decir que el puesto es suyo, pero puedo
hacer…
Flavio entra como un huracán al despacho.
—Necesito que hablemos —dice, sirviéndose un whisky.
—Muy bien, después hablamos de la contratación de esa mujer —me
dice Vito, asiento y ambos nos centramos en Flavio, que se bebe de un trago
el licor que se acaba de echar y se sirve otro.
—Vaya, ¿día duro? —se burla Vito.
—No puedo dejar que Chiara se case con Orfeo Romano —suelta sin
más.
Vito y yo nos miramos y sonreímos, ya era hora de que se diera cuenta.
Nos ponemos una copa y los tres nos sentamos en los sofás del despacho.
—¿Quieres cambiar de hermana? —pregunto curioso.
Flavio niega con la cabeza.
—No, no voy a casarme con Chiara.
—Estoy perdiéndome algo —dice Vito—, no quieres que se case con ese
tipo, pero tampoco la quieres para ti, ¿correcto?
—Correcto —contesta.
—No lo entiendo —dice Vito.
Flavio grita frustrado. Tengo que respirar para no reírme, es curioso ver al
Bianci despreocupado en esta situación.
—No puedo manejar verla caminar hacia el altar con otro hombre —
explica Flavio.
—No vayas a la boda —suelto sin más.
—Da igual que no vaya, la imagen ya está en mi cabeza y no estoy
llevándolo bien.
Vito respira hondo, bebe y lo mira un segundo antes de hablar.
—No sé qué ha pasado para que te hayas decidido por Bianca, para mí
está claro que sientes algo por Chiara.
—Sí, lo hago, pero ella no es lo que parece.
—¿Es por el tipo al que se folló en la caseta? —pregunto, tratando de
averiguar por qué demonios no se queda con Chiara si está claro que la
quiere.
—No, bueno, en parte, no sé.
—Entonces, explícanoslo, hermano, porque no lo entiendo.
—Estoy bastante seguro de que me he enamorado —confiesa en voz alta,
Vito y yo asentimos—. ¿No os sorprende?
—Idara ya nos dijo que lo estabas, creo que eres el único que no lo sabía
—explico con calma.
—Si es así, ¿por qué has elegido a Bianca? —pregunta Vito.
Toma un par de largas respiraciones y bebe otro trago antes de contestar.
—No sé quién es ella realmente. Me juró que no era Gianni con quien se
acostó en la caseta, pero es mentira.
—¿Cómo lo sabes? —interrumpe Vito.
—El día que anuncié mi boda, escuché una conversación que tenían
Gianni y ella. No fue demasiado, aunque sí lo suficiente.
—¿Qué oíste? —pregunto.
—Ella estaba con Gianni a solas en la sala de cine, le dijo que haría lo
que hiciera falta para que no los separaran, aunque eso significara acostarse
con quien fuese necesario.
Vito se recuesta en su sofá y lo mira pensativo.
—No la veo haciendo eso —dice.
—Ni yo —agrego.
—No importa lo que haga, sino lo que está dispuesta a hacer por no
separarse de él.
Lo miramos en silencio hasta que Vito habla.
—No me cuadra, no sé, hay algo raro en toda esta historia.
Flavio frunce el ceño.
—Sí, hermano, piénsalo, si ellos tuvieran algo más, ¿crees que él estaría
tranquilo sabiendo que va a follarse a otros?
—¿Qué dijo ella exactamente? —pregunto, tratando de ver qué lo tiene
tan convencido de la culpabilidad de Chiara.
—No lo sé, voy a probar suerte con todos los hombres que haga falta, y si
es necesario, me acostaré con ellos, pero nadie nos va a separar. Nunca. Nos
vamos a quedar aquí.
Las palabras que dice suenan raras viniendo de esa chica, la he
investigado y no he encontrado indicio de que ella sea así.
—Sigo pensando que algo no cuadra —dice Vito.
—Estoy de acuerdo, y después de oír esas palabras, aún más —confirmo.
Flavio nos mira confuso y es casi cómico.
—Por favor, explicadme qué cojones estáis pensando, porque yo solo veo
que Chiara es una mentirosa que se folla a Gianni.
—Si fuese tan sencillo, ¿para qué tratar de acostarse con todos los
hombres que pueda buscando quedarse aquí? —pregunto.
—Sí —interviene Vito—, en Italia pueden estar juntos, quizá, el tal Orfeo
no use a Gianni de escolta personal para Chiara, pero eso no les impediría
verse si quisieran, tú mejor que nadie sabes que puedes follarte a la mujer
de otro en su propia casa sin que este se entere.
Flavio asiente y veo en su cara que está empezando a entender que se ha
equivocado.
—¿Crees que Gianni ha encontrado aquí a alguien y por eso Chiara
quiere quedarse? —pregunto, barajando posibilidades.
—Lo dudo, siempre están juntos, y no los he visto con más mujeres
alrededor. Si fuera Matteo, el de Bianca, podría decir que sí, ella ha estado
viendo a nuestra famiglia casi al completo. Sin embargo, Chiara y Gianni
han estado aislados —contesta Flavio.
—Idara dice que no están juntos y creo que tiene razón —suelta Vito.
—Les contó sobre su embarazo —murmura Flavio.
Vito y yo lo miramos sorprendidos, Idara es muy reservada con sus cosas,
y desde lo ocurrido con su primer embarazo, todavía más.
—Para mí es prueba más que suficiente, mi mujer tiene un sexto sentido
para estas cosas. Si confía en Chiara, es que esa chica no miente, al menos,
no en lo que nosotros creemos. Aunque sí que pienso que oculta algo.
Suena el teléfono de Vito y nos enseña la pantalla, es Giancarlo
Genovese. Descuelga y pone el altavoz.
—No es buen momento —dice Vito a modo de saludo.
—Lo siento, no nos llevará mucho, no he podido localizar a Chiara y
necesito que me diga la medida de su dedo para el anillo de compromiso.
Orfeo está ansioso por hacer esto oficial.
Flavio gruñe y cuelga el teléfono. Vito y yo lo miramos expectantes. El
teléfono vuelve a sonar, pero no lo coge. Deja que se vaya al buzón de voz.
—Flavio —le llama Vito—, piensa qué es lo que quieres y ve a por ello,
nosotros te apoyaremos sea lo que sea.
Me mira y asiento. Siempre estaré junto a ellos en lo que decidan.
—Bien, porque necesito encontrar una forma de arreglar esto. Chiara es
mía y voy a reclamarla delante del mundo.
—Genial, empezaremos una guerra tratando de arreglar otra —se burla
Vito y los tres nos reímos.
—Voy a cambiarme de ropa y vuelvo para ver qué hacemos con esta
situación —dice Flavio.
Cuando sale, Vito y yo nos miramos y nos reímos de nuevo.
—Al menos ha sacado la cabeza del culo —le digo, y él asiente conforme
conmigo.
—Volvamos al tema de tu principessa.
No puedo evitar rodar los ojos.
—Sé que no es peligrosa, al menos, no he encontrado nada que lo
demuestre, aunque ha mentido y se ha comportado de una forma que me
asegura que esconde algo.
—Sabes que no quiero que Idara corra ningún peligro, no quiero a nadie
que pueda siquiera estornudar en su dirección.
—Lo sé.
—Mañana va a ver al ginecólogo para comprobar que está todo correcto.
—No me gustaría ser ese médico contigo en la consulta.
Vito entrecierra los ojos y gruñe.
—Idara me ha prohibido ir.
Suelto una carcajada y Vito pone su arma sobre la mesa, lo que me hace
reír de nuevo. Él, finalmente, se une.
—Esta mujer hace lo que quiere conmigo.
—Y lo sabes —contesto de acuerdo con él.
—¿Qué crees que pasa con la chica? —pregunta, volviendo a Sia.
—No lo tengo claro, he descartado algunas cosas, me falta información,
hay una pieza del puzle que estoy seguro de que si la encuentro, me dará
todo lo que necesito.
Vito asiente pensativo.
—Bien, en otra situación querría a esa mujer en otro Estado, pero si te
interesa…
—Me interesa.
—Perfecto, vigílala y mantenla lejos de Idara.
—¿Se lo contamos a Flavio?
Vito niega con la cabeza.
—De momento, tiene ya demasiadas cosas; cuando la situación con
Chiara se aclare, hablaremos los tres.
—De acuerdo.
Vito me observa y conozco esa mirada perfectamente.
—Suéltalo —le digo.
—¿Cómo es posible que con solo una foto y una entrevista estés
dispuesto a correr riesgos por ella?
Sonrío.
—Cuando tenga la respuesta a esa pregunta, te lo haré saber.
Ambos nos reímos.
—¿La quieres?
—¿Me lo pregunta mi capo o mi amigo?
—Siempre seré tu amigo antes que tu capo —contesta, y asiento porque
yo siento lo mismo por ellos.
—No la conozco, como bien has dicho, tan solo la he visto en foto y
apenas he estado con ella un rato en mi despacho.
Me guardo lo que allí ha pasado porque eso es algo entre ella y yo.
—Esa no es una respuesta —insiste Vito sonriendo.
El cabrón me conoce.
—No puedo poner nombre a este sentimiento, pero sí que puedo
asegurarte que no voy a esperar a que ella se comprometa con otro para
decirle al mundo entero que me pertenece, no sé en calidad de qué, pero,
definitivamente, ella me pertenece.
Sia, mi nombre es Sia
Sia
V
eo cómo Adriano sale del club con un casco que el de la puerta
acaba de entregarle, yo necesito unos minutos para recomponerme.
Ya había visto la foto de él y la de los Bianci, así como la de la
mujer de uno de ellos, Idara, pero este primer encuentro en persona me ha
dejado descolocada. Adriano no es para nada como esperaba, no es como
los hombres de la mafia a los que estoy acostumbrada. Él no te mira con
aire de superioridad ni trata de imponerte nada a la fuerza, no, él no lo
necesita, todo su cuerpo exuda poder y lo sabe. Su cuerpo. Mierda, ¿cómo
he podido ser tan idiota de dejarme llevar por mis instintos? Ha pasado
demasiado tiempo desde que un hombre me tocó por última vez y, bueno, si
tengo que contar el número de tipos que lo han hecho de la forma en la que
Adriano ha paseado sus manos por mi cuerpo…, la respuesta es cero.
Mierda.
Saco el móvil que me dio Salvatore y lo llamo tal y como me exigió al
entregármelo.
—¿Y bien? —pregunta en cuanto descuelga.
Podrían haberme descubierto, podría estar medio muerta, y a él le
importaría menos que nada, está claro que soy solo un medio para un fin y,
lo que es peor, no soy el único medio, soy prescindible, y eso deja mi valor
como ser humano vivo a cero.
—Estoy dentro.
—Sabía que ibas a lograrlo, esas tetas tuyas son de categoría, dudo que
por allí tengan a chicas dispuestas a desnudarse con algo tan natural como
lo que tú tienes.
—No voy a desnudarme.
La línea se queda en silencio.
—Deberías haberme dicho que el trabajo era de prostituta —le reclamo.
—Sia, no es momento de joderme, te dejé claro que necesitaba que
trabajaras en el club.
—El trabajo es en el club, de camarera.
—¿No tienes que chupar pollas? —pregunta incrédulo.
—Lo siento, pero no.
Se oye un gruñido y tengo ganas de mandarlo a la mierda. Desde que lo
conozco, ha tratado de castigarme porque su padre fuera un bastardo infiel
que se follaba a otras, esta vez no le ha salido bien la jugada.
—Sigue con el plan y haz lo que te pido o ya sabes las consecuencias.
Tal cual lo dice, cuelga y grito frustrada. Todos alrededor me miran como
si estuviera loca, aunque por aquí debe ser algo bastante normal porque
ninguno lo hace con cara sorprendida y, al momento, todos vuelven a lo
suyo.
Regreso a la estación central de autobuses, donde he dejado mi maleta.
Para que todo fuera creíble, he tenido que venir desde Santa Clara a Nueva
York en autobús, han sido tres días y medio de viaje. Para Salvatore era otra
forma de castigo, para mí han sido unas buenas vacaciones, solo he
dormido y comido, creo que incluso he engordado un poco porque ya no
noto hueso en algunas zonas.
Una vez he recuperado mis cosas, voy a la dirección que me ha dado mi
hermano, es un edificio antiguo en Hell´s Kitchen, cuyo acceso está justo en
un callejón de esos que no entrarías ni aunque tu vida dependiera de ello.
Suspiro, agarro la maleta y camino hasta la puerta; toco el timbre cuatro
veces como me han dicho y esta se abre. Miro el rellano y compruebo que
el ascensor está averiado, fantástico, solo son seis pisos cargada.
Al llegar arriba, veo que hay varias puertas en un largo pasillo. Huele a
marihuana toda la escalera, yo no consumo, ya no, pero ese olor es
reconocible a la legua.
—Entra —escucho cuando una se abre lo justo para que se vea que hay
luz dentro.
Cojo la maleta, paso y cierro. El apartamento que tengo ante mí es
pequeño y está bastante desordenado.
—Supongo que tú eres Lia —dice una mujer rubia tirada en el sofá.
—Sia, mi nombre es Sia.
—Me da igual.
Genial, me ha tocado la compañera simpática.
—Deja tus cosas por ahí —dice, señalando una pared detrás de ella donde
veo una ventana y una esterilla con un cojín en el suelo.
Frunzo el ceño tratando de entender la situación, ella me mira, rueda los
ojos y escupe el chicle a la mesa que tiene delante. Asqueroso.
—Mira, este apartamento es de solo una habitación, por lo que tendrás
que apañártelas con ese trozo de suelo.
Miro el sofá en el que está sentada esperando que me lo ofrezca y ella
comienza a negar con la cabeza.
—Oh, no, paleta, ni lo pienses, necesito estar relajada en casa para poder
tener este aspecto, y no pienso dejar que tu olor a pueblo se quede pegado a
mis muebles.
Tengo que respirar tres veces para no ir allí y tirar del pelo postizo que
lleva hasta que me quede con las extensiones en mi mano. Odio a la gente
que se cree superior por haber nacido en un sitio u otro, ¿son tan imbéciles
que no entienden que no eliges dónde naces?
—El sitio que me has dejado es perfecto, gracias —contesto con una
sonrisa forzada que ni mira.
Dejo mis cosas en el suelo y abro la maleta apoyándola contra la pared,
no es que tenga demasiado, así que el espacio no es un problema. Cojo la
cajita que pone «Fotos con mamá» y la meto debajo de todo. Dentro hay un
par de instantáneas viejas de esas que vienen en los marcos cuando las
compras, de pequeña me gustaba pensar que yo era la niña que aparece feliz
disfrutando con su madre. Lo importante no es ese recuerdo falso, sino el
dinero que hay escondido debajo. Ahí tengo todos mis ahorros, no tengo
intención de convertirme en asesina por nadie, así que he decidido
permanecer aquí hasta que pueda pensar cómo recuperar a Frankie y huir
con él. Una de las opciones es pedir ayuda a los Bianci, pero para eso
primero necesito saber si son de fiar o si me matarán antes de que pueda
terminar de explicarme.
—Y tú, ¿cómo de bien te llevas con Salvatore? —me pregunta de la nada
la chica que ni siquiera me ha dicho su nombre.
—Lo justo.
Ella asiente.
—¿Cómo te llamas? —le pregunto, viendo que no va a decírmelo ella.
—Brooke.
—Encantada.
—Ajá.
Ruedo los ojos y suspiro.
—¿Te lo follas? —suelta de pronto, mirándome.
Abro los ojos sorprendida por la pregunta. Pensaba que esta chica era
alguien cercano a Salvatore, pero si me pregunta esto, está claro que no
sabe quién soy y no voy a ser yo quien se lo diga.
—No, es como mi hermano, nunca jamás lo he visto de esa manera, y él a
mí tampoco.
—Mejor —contesta, haciéndome saber que ella sí se lo ha follado.
Decido probar suerte tratando de sacarle información porque no creo que
esta chica se dé cuenta de que no tengo ni idea de la relación que tiene con
Salvatore.
—Y tú, ¿hace mucho que conoces a Salvatore?
—Desde que empecé en el negocio.
¿Negocio?
—Ah, así que ¿tú también estás dentro? —miento como si supiera de qué
demonios habla.
—Sí, fui una de las que tuvo la idea de probar suerte aquí en el club
Bianci.
Interesante.
—¿Y no te da miedo que puedan hacerte algo si te descubren?
Ella suelta una carcajada.
—Esos no se enteran de nada, se creen la gran cosa y no le llegan a la
suela de los zapatos a mi capo.
Trato de no parecer sorprendida. Desde luego, no tiene pinta de italiana,
pero está tan operada que podría ser de la mismísima Roma y no darme ni
cuenta.
—Hasta donde sé, ellos son los capo di tutti de esta costa, ¿no? —
pregunto algo perdida por su respuesta.
Ella sonríe como si fuera superior.
—Son solo unos críos jugando a ser jefes. El auténtico capo de este país
era Lorenzo Mancini, ahora su hijo, Salvatore Mancini, es quien de verdad
tiene poder. Y no va a dejar que me pase nada.
Trato de que mi cara no delate lo que de verdad pienso, mejor dicho, la
confusión mental que tengo en estos momentos. Mi padre no era capo, ni
siquiera estaba cerca de la línea sucesoria. Casi tendrían que morir todos los
italianos de la Costa Oeste para que él pudiera haber sido algo así.
—¿Cómo os conocisteis? Si se puede saber, claro, no sé cómo va esto de
ser… algo del capo.
Ella se gira y me mira, está deseando contármelo, su cara lo dice todo.
—En realidad, al que conocí es a su padre, Lorenzo, un hombre
encantador y que se le notaba la clase solo con mirarlo.
Tengo que hacer acopio de todas mis fuerzas para no rodar los ojos.
¿Lorenzo con clase? Ese hombre no tendría clase ni aunque se la comiera
para desayunar.
—Parece que era un hombre importante, aunque es raro que viniera por
aquí, ¿no? Es la otra punta de su territorio, supongo que lo hizo por el
negocio.
Trato de ver si pica el anzuelo y vaya si lo hace.
—Verás, él vino aquí buscando prostitutas para sus clubs de lujo. En
cuanto me vio, dijo que yo era perfecta para ser la cara visible del más
importante —dice orgullosa—. Me llamó un día para ofrecerme un contrato
de muchísimo dinero, y cuando quedamos para firmar, se dio cuenta de que
no soy solo una cara bonita.
Alzo una ceja porque no entiendo y ella sonríe.
—Lorenzo me contó que tiene a algunas chicas repartidas por el país en
diferentes clubs, y cuando una ve a alguna prostituta que merezca la pena,
entonces se hace su amiga y le saca información; luego, él venía a
comprobar la mercancía, y si se la conseguía, le daba una suma de dinero
muy, muy, muy suculenta.
—Como un tipo de red de comerciales de prostitutas.
Ella asiente.
—Cuando hablé con él, le dije el tipo de club en el que bailaba y a quién
pertenecía. En ese momento, me hizo una propuesta mejor, captar chicas
para él de los Bianci.
Asiento sin hablar porque no quiero cortarla. Sé que mi padre despreciaba
a todos los de esta costa, decía que eran demasiado blandos, así que
supongo que robar a los capo para él era un regalo de navidad anticipado.
—Logré que una preciosa chica que estaba pagando una deuda, según me
dijo ella, accediera, pero la muy tonta se enamoró y la pillaron antes de irse.
Por su culpa, Lorenzo fue asesinado por los Bianci y mi dinero se esfumó.
—Tienes suerte entonces de que no te descubrieran.
Ella mueve la mano en el aire quitando importancia.
—Para ese momento, Salvatore ya estaba interesado en mí, y con solo
una llamada hubiera tenido su jet privado esperando para sacarme de aquí.
—¿Por qué no te has ido con él? —suelto, tratando de entender lo que
ocurre aquí.
—Me dijo que al ser el nuevo capo debía reorganizar todo y que, como
no soy una buena chica italiana, tenía que ganarme la aceptación de los
suyos.
—Y eso vas a lograrlo ayudando a vengarte de la muerte de Lorenzo
Mancini —confirmo.
Ella asiente.
—Sí, de esa forma, mi futura suegra me amará antes de conocerme.
Tengo que morderme el labio para no soltar una carcajada. Antonella
Mancini era una perra del infierno que no aceptaría a esta chica como nuera
ni aunque el futuro del universo dependiera de ello. La vi un par de veces
cuando mi madre aún estaba viva y puedo asegurar que no dejaría a Brooke
entrar en su familia perfecta. No dudó en decirme, cada vez que me veía,
que no era más que la vulgar hija de una prostituta y que mi futuro era
similar al de ella, que haría bien en dejar que mi madre me enseñara todo lo
que sabía porque, al menos, le reconocía que en eso era buena. Palabras
duras si tenemos en cuenta que me las dijo con apenas siete años.
—¿En cuál de los clubs de los Bianci trabajas?
—En el que acaba de contratarte, idiota —contesta, rodando los ojos
como si fuera obvio—. Soy una de las strippers de barra, pero ni se te
ocurra decir que nos conocemos.
Trata de amenazarme, aunque no soy capaz de tomarla en serio después
de lo que me ha contado. Mi cabeza trabaja a mil por hora con toda la
información que acabo de recibir y llego a la conclusión de que mi hermano
ha engañado a esta pobre chica. Está claro que mi difunto padre le hizo
creer que era alguien poderoso y que iba a sacarla de este agujero. ¡Ilusa! Si
supiera el tipo de antros que regentaba, gritaría del miedo. Mi madre trabajó
en alguno y a mí me tocó hacer los deberes allí mientras los hombres le
metían billetes para quitarse la ropa. No tiene nada que ver con el
establecimiento en el que he estado antes, ese parecía un club de caballeros
elegante en el cual no dejarían entrar a una chica como yo si supieran de
dónde vengo.
—Lo dicho, ni te me acerques allí, bueno, aquí tampoco. Y tú eres
responsable de tu comida, te he dejado un cajón en la nevera, ni se te ocurra
coger mis cosas o tendré que llamar a Salvatore y no va a gustarte. Tienes
una llave en la entrada.
Tras soltarme esto, se levanta y se va hacia una puerta que supongo es su
dormitorio, ya que el baño está justo al otro lado según veo. Me encojo de
hombros y decido pensar en lo que tengo que hacer para poder salir de esta
sin matar a nadie. No me fío de Salvatore, no soy una asesina, y sé que si
hiciera lo que me pide, de alguna manera me haría cargar con las culpas por
completo y él saldría, como siempre, bien parado. El dinero compra tu
honradez y fiabilidad.
Decido dejar todo recogido en mi maleta, por si tengo que salir corriendo,
y salgo a ver qué hay por aquí. No tardo en encontrar un súper ecológico
que no puedo pagar, aunque la comida se ve deliciosa. Continúo andando
hasta un deli que ofrece por un par de dólares bocadillos variados, así que
compro uno para comer ahora y otro para la cena.
Mi teléfono suena y veo en la pantalla un número desconocido que me ha
mandado un mensaje, lo abro y me sorprende lo que veo.
A las ocho empieza tu turno, no llegues tarde, y no se te ocurra hacer algo
más que servir copas. Me enteraré.
Sin duda, es de Adriano. ¡Idiota! Se cree que tiene algún tipo de derecho
porque le he dejado meterme mano. Voy a tener que dejar claro que la única
dueña de este cuerpo soy yo.
Cuando llega la hora, me cambio de ropa a algo más sugerente y salgo sin
decirle nada a Brooke, ya no he vuelto a verla, no sé si sigue en casa o no.
Por suerte, el club está cerca y puedo ir andando, aunque hay un autobús
que en dos paradas me deja allí. Entro y me parece fascinante lo que
encuentro. El lugar que era de día se ha transformado en una auténtica sala
de espectáculos llena de luces, brillo y mujeres impresionantes moviendo
sus cuerpos de una forma sensual pero no vulgar.
Voy hasta la barra y espero a que Jaxon se desocupe. Esta mañana,
cuando lo he conocido, me ha parecido un hombre encantador. En cuanto
me ve, sonríe y me hace un gesto con la mano para que entre.
—Hoy será una noche tranquila, así que es un buen momento para
enseñarte cómo funciona todo —me dice, guiándome hasta una puerta al
fondo de la barra—. Aquí puedes dejar tus cosas y cambiarte si lo necesitas.
Es el almacén, aunque tienes taquillas allí.
Miro mi ropa y luego a él.
—¿Lo que llevo no es adecuado?
—No si quieres conseguir propinas —se ríe—. Aunque puede que esto
llame la atención, eres guapa con ropa, y no se te ve operada o lo han hecho
bien.
—No hay nada que no sea mío.
—Lo dicho, vas a gustar.
Paso las siguientes dos horas aprendiendo todo lo que necesito. La caja
solo la toca Jaxon, lo que me dice que tiene toda la confianza de los Bianci.
No me cuesta hacerme con el puesto, es como la cafetería, pero con tragos
sofisticados en vez de café y tostadas. Todo es organizarse. En cuanto a
saber qué lleva cada combinado, tengo que agradecer a la alcohólica de mi
madre que me obligara a aprenderme todo un libro de coctelería para poder
hacerle lo que ella quería. «Gracias, mamá, por tu gran sabiduría».
Entro al almacén a coger una botella de ginebra que se ha acabado y oigo
la puerta cerrase tras de mí. Cuando me giro, Adriano me mira en silencio
apoyado en la pared.
—Hola —saludo al ver que no dice nada.
Sigue sin hablar y veo cómo me mira de arriba abajo, yo aprovecho y
hago lo mismo. Me gusta que no sea el típico mafioso de traje como mi
hermano; en lugar de eso, viste unos pantalones de diseñador con una
camiseta que se ajusta a su cuerpo y las pistolas a la vista en el portaarmas
negro que lleva.
—¿Qué tal lo llevas? —me pregunta una vez termina su escrutinio.
—Bien, Jaxon es muy bueno como profesor y la gente aquí es muy
amable y paciente, tienes unos clientes que son un sueño.
Sonríe.
—Principessa, el sueño húmedo eres tú, por eso te dejarían que les
clavaras un alfiler en la polla si con eso consiguen que los toques.
Ruedo los ojos y vuelve a reír.
—No eres consciente de lo jodidamente hermosa que eres, ¿verdad?
—¿En serio todavía se llevan esas líneas para ligar?
Menea la cabeza sonriendo.
—Mira… Eeeh…
—Adriano —continúa por mí.
—Adriano.
Hasta ahora no me había dicho cómo quería que lo llamara, me gusta que
no quiera formalismos.
—Sé que no he dado muy buena impresión al dejar que me tocaras de esa
manera esta mañana.
Veo cómo se muerde el labio inferior y, por un instante, hace que me
olvide de lo que estaba diciendo.
—Quiero decir —prosigo—, que no soy de fácil acceso, no voy a ser un
juguete para ti o tus socios, yo solo necesito trabajar para ganar dinero,
mucho.
Sigue callado mirándome. Continúo al ver que no dice nada.
—Puede que viniera para un puesto de prostituta, pero eso no quiere decir
que el bufet sea gratis. Vamos, que no estoy ofreciéndome, y si lo hiciera,
no sería por gusto, que no digo que no seas guapo y eso, simplemente, no
quiero que haya malos entendidos sobre lo que voy a hacer con mi cuerpo o
con quién.
—¿Has terminado? —pregunta, cortando la sarta de estupideces que
estaba diciendo.
—Sí.
—Bien, ahora me toca a mí.
Avanza hasta donde estoy y se detiene a escasos centímetros. Puedo notar
el calor de su cuerpo, y el olor a limpio que emana me encanta. Mierda, Sia,
céntrate, este tío es alguien importante de la mafia de la Costa Este, si
quiere hacerte desaparecer, ni siquiera tiene que sudar para que eso suceda.
Y si descubre lo que estás haciendo aquí de verdad, no va a quedar de ti ni
el aire que respiras.
—Puede que vinieras aquí a por el puesto de prostituta —dice en un tono
que no parece estar convencido de ello—, pero la cuestión es que eso fue
antes.
—¿Antes?
—Sí, antes de que me cruzara en tu camino. Ahora tienes dos opciones.
Frunzo el ceño y me cruzo de brazos.
—Puedes entregarte a lo que pasa entre tú y yo, sé que lo sientes, no me
mientas, la química que tenemos es brutal.
No contesto porque tiene razón, nunca me había pasado esto con nadie.
—¿O? —pregunto, tratando de mantener mi postura de mujer libre
independiente que no quiere follarse a este hombre en cada superficie de
este bar.
—O decides que vas a engañarte a ti misma sobre que no te intereso y
entonces tendré que cazarte, principessa.
—¿Por qué me llamas así? —Ya lo ha hecho en varias ocasiones y no
encuentro el motivo.
—Esa es una historia para otro día, ahora tengo algo más interesante.
—¿El qué?
Me agarra la cara con ambas manos y estampa sus labios contra los míos.
No es dulce, no es romántico ni tranquilo. Me está devorando, noto sus
dientes morderme y su lengua saquear el interior de mi boca. Es el beso más
brusco que jamás me han dado y el mejor. Cuando tiene suficiente, se aparta
sin dejar de tocar mi cara, apoya su frente contra la mía y susurra:
—Comienza la caza, principessa.
Lirio, ponte la ropa
Adriano
C
inco días, cinco jodidos días llevo sin ver a Sia. Bueno, sin verla
personalmente, a través de las cámaras la he tenido localizada en
todo momento. Después de la primera noche en el club, se desató la
furia Bianci cuando secuestraron a Idara y a Chiara. Puedo decir que hasta
yo tuve miedo de lo que pasaría si a alguna de ellas les ocurría algo. Nunca
había visto así a Vito ni a Flavio. Este último se dio cuenta de que la quería
y de que la había perdido en el mismo día. Mierda, puede parecer el
hermano simpático, pero está loco cuando se trata de la familia. Y no
hablemos de Vito, Idara embarazada de nuevo y tratan de… Al menos,
podemos respirar tranquilos ahora, me he asegurado de que no ha quedado
ningún cabo suelto. Gracias a Gianni, tengo todo controlado. Quién iba a
decir que el tipo que no pintaba que fuera a sobrevivir cerca de Flavio,
ahora es parte del equipo con pleno derecho.
—¿Dónde está? —le pregunto a Jaxon en cuanto cruzo las puertas del
club.
No necesito decir por quién pregunto, ya he dejado claro que ella me
pertenece y que espero que todos la cuiden mientras yo no estoy cerca.
—En el almacén de la barra.
Sonrío porque el último día que la vi fue allí, el mismo día que la
contraté, que la conocí y que decreté que la quería para mí. No sé qué me
pasa con ella, aunque no voy a luchar como han hecho los Bianci, yo quiero
encontrar algo como lo que ellos tienen, como lo que mi nonna tuvo.
Después de lo que ha pasado con las chicas, tengo claro que ellas no son
una debilidad, son lo que ha hecho esta familia más fuerte.
—¿Sia? —la llamo abriendo la puerta.
—¡Ah, no! Esta vez, no —dice, empujando mi pecho con una mano, ya
que con la otra sujeta varias botellas de licor caro—, no vamos a estar en un
lugar cerrado.
No puedo evitar reírme al ver cómo me saca de allí. Está preciosa con la
ropa que lleva. Cuando la vi la primera noche, lucía guapa, pero su ropa se
notaba de muy baja calidad, le di órdenes a Jaxon de que la convenciera de
renovar su vestuario y, por supuesto, a cargo del club, mejor dicho, de mí.
—Veo que me has echado de menos —suelto al ver que se da la vuelta y
comienza a colocar las bebidas sin mirarme.
A mi alrededor apenas hay clientes, aún es temprano, y los que hay no se
acercan. Mejor, la quiero para mí en estos momentos, no tengo demasiado
tiempo como para perderlo con idiotas salidos.
—La verdad es que quería comentarte algo —dice de pronto, volviéndose
con los brazos colocados en su cintura.
—Tú dirás.
—No es algo que quiera gritar por encima de la música —contesta y
sonrío.
—Al final eres tú la que me pide ir a un lugar privado.
Alzo las cejas y ella rueda los ojos. Le indico que me siga hasta el
despacho y ella accede más obediente de lo que esperaba. Cuando pasamos
junto a Pietro, baja la cabeza. Lo hace con disimulo, pero me he dado
cuenta y sé el motivo. No ha dejado de preguntar a todos desde que empezó
a trabajar, hasta que Pietro le paró los pies y le dijo lo que se les hacía por
aquí a los que meten las narices en asuntos que no son suyos. Lo que ella no
sabe son dos cosas: ya tengo otra pieza del puzle sobre el motivo de su
aparición en mi vida y que yo mismo le dije a Pietro que si volvía meterle
miedo a Sia, estaría cagando hierro un mes de todas las balas que le metería
en el culo.
Entramos y le indico que se siente en la silla frente a mi escritorio. Yo, en
vez de hacer lo mismo en mi sillón, opto por apoyarme en el canto de la
mesa justo frente a ella.
—¿De qué quieres hablar? —pregunto al ver que no se anima a empezar.
Toma una respiración y lo suelta sin más.
—Quiero subir a las barras.
—No.
—Pero…
—No, la respuesta es clara y sencilla: ene o.
Me mira y veo en sus ojos como su mente está pensando con rapidez.
—Necesito el dinero, por favor —me ruega—, no puedo ganar lo
suficiente estando solo en la barra. Y las otras chicas me han dicho lo que
se sacan una noche allí arriba, puede que yo no sea tan explosiva como
ellas, sin embargo, estoy segura de que puedo conseguir mucho más que
donde estoy ahora.
La observo un instante, ahora que sé uno de sus secretos, no me cuadra
que quiera ganar más dinero. Sacar información de mis empleados sí,
trabajar quitándose la ropa cuando es evidente que no es lo suyo, no.
—Te dije que no hay más opción aquí para ti que servir copas.
Veo la derrota en su cara y eso me descoloca, no es lo que esperaba.
Puede que necesite el dinero, pero ¿para qué? Ser parte de la plantilla de
chicas le dará información, aunque la miro y no veo una estrategia en sus
ojos, realmente quiere ganar más dinero.
—Puedes limpiar el club cuando estemos cerrados —le digo como
alternativa.
—Acepto.
—Espera —la corto—, eso significa limpiar baños, zonas comunes y las
salas privadas donde… Bueno, donde tendrás que usar guantes por higiene.
Se lo he pintado peor de lo que es. El club se mantiene bastante decente
después de cerrar, aquí viene gente con dinero y clase, no dejamos entrar a
jóvenes cachondos que lo único que harían es alterar el ambiente. Necesito
saber si de verdad quiere ganar más dinero o es algún tipo de farol con una
finalidad oculta.
—Acepto. Si el sueldo es bueno, entonces, acepto.
—Ganarás lo mismo que cualquiera de las chicas de las barras —contesto
para que se quede tranquila.
—No lo entiendo, ¿porque vas a pagarme más?
—No te estoy pagando más, eso es lo que cobran las que limpian, puedes
preguntarle a Jaxon.
—Entonces, ahora sí que no lo entiendo, ¿por qué quitarse la ropa cuando
limpiando consigues lo mismo?
Sonrío.
—Bueno, tu sueldo lo vas a ganar en varias horas y ellas en tres pases de
veinte minutos lo tienen. Sin contar lo que ganan en la parte privada.
—¿Y?
Meneo la cabeza, desde luego, ella no es una stripper, es una trabajadora.
Cada vez me cuadra menos lo que sé con lo que descubro al conocerla.
—Eres única, ¿sabes?
Ella me mira frunciendo el ceño confusa y se encoge de hombros.
—¿Cuándo empiezo a limpiar? ¿Después de este turno?
—No es necesario que corras, además, tienes que entender que hay un
pago por conseguir el puesto sin entrevista.
Ella entrecierra los ojos y no puedo evitar sonreír de nuevo, lo hago
mucho a su alrededor.
—¿Y ese pago incluye que de alguna manera yo pierda mis bragas?
Esta vez la carcajada que suelto es sonora.
—Podría gustarme ese pago, pero no, cuando te entregues a mí, y lo harás
—le aclaro—, será por propia voluntad.
—Estás demasiado encantado de conocerte —murmura, aunque lo
suficientemente alto como para que lo oiga—. Muy bien, ¿qué es lo que
quieres?
—Diez besos.
Ella me mira y se sonroja, está acordándose del último que le di. Joder,
me pongo duro solo de recordarlo.
—Pero…
—Diez besos antes de irme y te prometo que no vas a perder las bragas.
Eso la deja intrigada. No le digo que, aunque me gustaría arrancárselas yo
mismo con los dientes, ahora tengo que estar en otro sitio. De hecho, Vito
va a cortarme las pelotas si no voy ya.
—¿Y bien?
Se lo piensa un momento y finalmente asiente. Se pone en pie y espera,
pero no, no es lo que quiero, no ahora, no de esta forma. La cojo de la mano
y la guío fuera de nuevo, hay más clientes y las chicas ya están en las
barras. Disfruto del calor de su piel sobre la mía y acaricio el interior de su
muñeca con mi pulgar. Cuando llegamos más o menos al centro de la sala,
me detengo, me giro y cojo su cara entre mis manos. Bajo mis labios, ella
cierra los ojos y comienzo a darle besos cortos por toda la cara.
—Uno.
En su mejilla izquierda.
—Dos.
En su mejilla derecha.
—Tres.
En la punta de su nariz.
—Cuatro.
En su pómulo derecho.
—Cinco.
En su pómulo izquierdo.
—Seis.
Sobre su ojo derecho.
—Siete.
Sobre su ojo izquierdo.
—Ocho.
En la frente.
—Nueve.
En la barbilla.
—Y diez.
En sus labios. Corto, rápido y suave. Cuando abre los ojos de nuevo, veo
confusión en ellos. Sonrío, es lo que quería.
—Hasta luego.
La suelto y me voy de allí sin mirar atrás, porque si lo hago, es probable
que se me olvide la estrategia de caza que tengo y acabe cargándola sobre
mi hombro para llevarla a mi cama.
Me subo a la moto y salgo picando rueda en dirección a la fiesta en la que
me esperan. Cuando llego, aparco en la puerta y ajusto las armas a mi
pecho. No me gusta llevar abrigo ni en invierno, prefiero las camisetas
térmicas que nos hacen exclusivamente a nosotros, aunque en sitios como
este, no puedo simplemente quitarme la ropa si tengo calor. Le doy la
chaqueta al tipo de la entrada, que me hace un gesto de asentimiento, sabe
quién soy. Entro al salón donde se celebra la fiesta y busco a Vito. Veo a sus
primas, entre ellas a Lirio, es una chica guapa de buena familia y demasiado
pesada, tiene un punto de acosadora que me hace esquivarla como a la
peste.
—Ya era hora —se queja Vito al verme llegar.
—Estaba atendiendo una cosa.
Sonríe porque sabe a lo que me refiero.
—Vosotras estáis preciosas, como siempre —les digo a Chiara y a Idara
ganándome una gran sonrisa de ambas.
—Pensaba que moriría del aburrimiento, estas cosas deberían estar
prohibidas —refunfuña Vito. Odia las reuniones familiares, pero son un mal
necesario.
—¿Qué sabemos de Flavio?, ¿ha logrado cabrear ya a alguien
importante? —pregunto, haciendo que Chiara ruede los ojos.
—Gianni me ha llamado ya para quejarse de que no es capaz de seguirle
el ritmo. De verdad, porque lo amo, si no, le daría los azotes que no le
dieron de pequeño para educarlo.
—No serviría, conociendo a Flavio, estaría encantado de que lo hicieras
—se burla Idara y todos nos reímos.
Flavio ha ido a Italia con Gianni y nuestro primo Dante para cerrar los
términos del acuerdo con el viejo Genovese. La boda con Chiara era lo que
necesitaban y, a pesar de que fue por el juzgado, ya están casados. Aunque,
claro, Flavio está empeñado en casarse por la iglesia, no por creencia, sino
porque quiere ver a su mujer con un vestido de novia, el cual, palabras
textuales, va a quitarle con la boca.
—Vito me ha contado sobre tu principessa —suelta Idara sonriendo.
—No debí decirle nada.
—Oh, no, me parece adorable —agrega Chiara, haciéndome saber que
también está al corriente.
—Sois una panda de viejas chismosas.
Todos nos reímos y por un instante imagino que Sia está aquí y es parte
de esto, de mi mundo, de mi familia, y me gusta.
—¿Cuándo vamos a conocerla? —pregunta Idara curiosa.
—De momento no va a pasar, no estamos seguros de las intenciones con
las que ha venido y no voy a ponerte en riesgo —contesta Vito—. Y lo
mismo para ti, Chiara.
Ambas mujeres fruncen el ceño y sé que se avecina una tormenta. Sonrío,
me encanta.
—¿Crees que ella es peligrosa? —me pregunta Idara, y yo miro a Vito.
Él es mi capo, pero puedo decir que ella me da más miedo.
—No lo es cara a cara, no sabemos qué o quién hay detrás —respondo,
tratando de satisfacer a todos.
—Así que no es que sea peligrosa, sino que igual hay alguien que la hace
peligrosa porque quiere utilizarla, ¿no? —cuestiona Chiara.
—Algo así —contesta Vito.
—Así que ella igual está pasando por un mal momento porque está sola y
siente amenazas que no puede contar porque aquí nadie le ha tendido la
mano, ¿verdad? —continúa Chiara.
Vito y yo asentimos, sabiendo que no nos gusta por dónde va esta
conversación.
—Entonces, creo que está claro —suelta Idara y Chiara asiente —, si va a
ser parte de esta familia, necesita saber que no está sola.
—A ver, que no he dicho que vaya a ser parte de nada —la corto—.
Apenas la conozco.
—Adriano, en esto voy a estar con las chicas —suelta Vito—. En todos
los años que nos conocemos, nunca has hablado de ninguna mujer que no
sea para follar o quejarte por ser pesadas después de follar. Sin embargo,
con esta hasta yo veo la diferencia.
—Todavía no te he puesto al día de lo último que he descubierto.
—Cuenta —pide Idara.
—Hazlo, sabes que no hay secretos en nuestra familia —determina Vito.
Y tiene razón, una vez eres parte de nuestro pequeño mundo no hay
secretos; los secretos son las debilidades que nos pueden hacer caer y, por
eso, por mucho que duelan, nunca tenemos de esos entre nosotros. Miro
alrededor y compruebo que tenemos a nuestros hombres haciendo un
circulo de seguridad que nos da algo de privacidad, no es que vaya a gritar,
pero no quiero oídos indiscretos fuera de nuestro círculo de confianza.
—¿Recuerdas al tipo que trató de robarnos a una de nuestras putas hace
un tiempo? —pregunto a Vito, y él asiente.
—Sí, ese día fue la fiesta en la piscina donde disfruté de unas
maravillosas vistas de Nueva York en la azotea mientras hacía que…
—Si acabas esa frase, no vas a meterla en caliente en mucho tiempo —le
amenaza Idara y todos nos reímos.
Sabemos lo que pasó, lo dicho, no hay secretos.
—Me ordenaste regresar a ese tipo a California y dejarlo en su club para
que todo el mundo viera que con nosotros no se juega. Así es como
empezamos a entablar conversaciones con la Camorra.
Todos asienten.
—Bien, le pedí a Gio, el brazo derecho del capo de la Costa Oeste, que
investigara a Sia y ha encontrado que ella es hija del tipo al que asesinamos.
Las chicas ponen cara de sorpresa, pero Vito sabe manejar mejor las
emociones.
—Entonces, está claro el motivo por el cual esa chica está aquí, quiere
algún tipo de venganza por la muerte de su padre —murmura Vito.
—Eso sería lo lógico —le explico—, Gio me ha dicho que es hija
bastarda, que nunca la reconoció ni tuvo trato con ella. La madre era una
zorra de un camping de caravanas que trató de atraparlo, y lo único que
logró fue una buena paliza que la mandó unas cuantas semanas al hospital.
Ni siquiera lleva el apellido Mancini.
—No lo entiendo, ¿por qué alguien iba a tomarse la molestia de vengarse
por la muerte de un padre que nunca actuó como tal? —inquiere Idara.
—Esa es la cuestión que aún no he averiguado —le contesto—. Tiene que
haber un motivo por el cual una chica como ella deja todo y se muda al otro
lado del país para infiltrarse en un club que pertenece a unas personas que
pueden matarla sin pestañear. No tiene sentido. Me falta, al menos, una
pieza del puzle.
—¿Estás seguro de que no la mueve la venganza? —pregunta Chiara algo
desconfiada.
Niego con la cabeza.
—Si la conocierais, os daríais cuenta de que no es una mujer avariciosa,
ni con malas intenciones, al menos por naturaleza. Le he puesto en bandeja
de plata poder aprovecharse de la situación y no ha aceptado, incluso ha
podido obtener más información con lo que le he ofrecido, pero no quiere,
solo quiere dinero rápido.
—Eso no cuadra —suelta Idara—, si lo que quiere es venganza, lo mejor
es estar cerca de personas importantes, lo lógico sería ir a por ti, Adriano,
ya que eres el ejecutor, y si no has sido tú el que mató a su padre, sabes
quién fue.
Todos asentimos dándole la razón.
—Adriano —escucho la voz de una mujer que me llama y cuando me
giro, veo a Lirio, la prima de los Bianci, fuera del circulo de seguridad.
Mierda.
—Vas a tener que hablar con ella tarde o temprano —dice Vito.
—Muy bien, pero no va a ser bonito.
Los tres se ríen a mi costa. He tratado de ser amable con esta chica, no
parece entender las palabras si no son directas, así que allá voy.
—Hola, Lirio.
Ella me da una dulce sonrisa encantadora y muy ensayada.
—¿Podemos hablar? —me pide y yo asiento.
—Vayamos a un lugar más privado.
Sus ojos se iluminan y yo trato de no fruncir el ceño. Vamos por una
puerta lateral hasta un despacho que hay junto a los baños. Sé que allí nadie
nos molestará. Entramos y me siento tras la mesa para poner distancia.
—Muy bien, ¿de qué querías hablar? —le pregunto, tratando de salir de
esto lo más rápido posible.
Ella se muerde el labio y me mira de forma inocente. Es una buena chica
italiana criada para ser la esposa de alguien, a mí no me interesa ser ese
alguien.
—Tú… Tú fuiste el primero para mí…
—Te di un beso y sin lengua, no consideraría eso ser el primero de nada
—la corto.
—Antes de ti, nadie me había besado; después de ti, nadie lo ha hecho.
—Supongo que tu marido tendrá ese privilegio —le contesto.
Sé que proviene de una familia tradicional de las que ya no quedan en
este país, es por eso que a Flavio se le ocurrió la brillante idea de retarme a
besarla en una fiesta. Claro, yo iba borracho y cachondo y acepté la apuesta.
Un error del que voy a arrepentirme toda la vida, lo sé.
—La cosa es que me he enamorado de ti —suelta y yo me quedo sin
palabras un instante antes de reaccionar.
—Lirio, creo que eres una mujer preciosa, pero estás viendo cosas donde
no las hay. No puedes estar enamorada de mí, no me conoces, puedes
haberte enamorado del hombre que crees en tu mente que soy, aunque te
aseguro que no soy como el caballero de brillante armadura que has
dibujado en tu cabeza.
—Yo sé cuáles son mis sentimientos y, por eso —dice, levantándose y
dejando que su vestido caiga al suelo, quedando ella en ropa interior frente
a mí—, quiero que seas el primer hombre en mi vida.
Mierda, sabía que esto no iba a acabar bien.
—Lirio, ponte la ropa.
—No, sé que te gustan las mujeres decididas y quiero que veas que yo lo
soy, que no vas a cansarte, que podemos estar una vida entera juntos y
jamás te aburrirás o tendrás queja de mí.
Me froto la mano por la cara frustrado, joder, ya estoy aburrido solo de
oírla y ella lo que quiere es que la haga mi esposa. Mi mente vuela a la
pequeña morena que tiene mi cabeza ocupada, Sia está empezando a ser
algo más que el recuerdo de la infancia que guardo con cariño.
—No creo que tú y yo seamos compatibles.
—¿Por qué no me das una oportunidad? —pregunta a punto de llorar.
Me levanto, recojo el vestido y se lo coloco de nuevo en su sitio antes de
contestarle.
—No dudo de que vas a ser una esposa magnifica, pero alguien como yo
necesita a una persona que no sea tan perfecta como tú, mi mundo es
oscuridad, no soy tierno, ni dulce, ni llego a las ocho a casa para cenar. Mi
vida es sangre, destrucción y sexo; si me casara contigo, acabaría follando a
otras mujeres y no te mereces eso. Lo siento.
Dicho esto, salgo del despacho y vuelvo donde están Vito y las chicas.
—¿Y bien? —pregunta mi amigo.
—Un desastre, luego te cuento, creo que he logrado que entienda que no
hay un nosotros ni ahora ni nunca.
Vito suelta una carcajada.
—Voy a tener a su padre llamándome para quejarse, ¿verdad?
—Yo diría que sí —sonrío—. Aunque cuando te cuente lo que ha pasado,
estoy seguro de que vas a poder callarle con facilidad.
—Hemos estado hablando de tu principessa —suelta Idara.
—Hablar no diría que es la palabra correcta, más bien, me han hostigado
y amenazado hasta que han conseguido lo que querían —gruñe Vito.
—¿Y qué es?
—¿Confías en ella? Me refiero a si crees que no es mala, sino que actúa
así por un motivo que aún no conoces —pregunta Chiara.
—Sí, confío en ella.
Idara sonríe y lo suelta.
—Entonces, queremos que ella sea parte de la organización de la boda de
Chiara.
No lo toques
Sia
L
a primera noche en el club había sido dura, tenía todo controlado,
pero con el viaje, los días que estuve sin trabajar y el maldito
Adriano en mi mente la jornada se me hizo eterna.
Brooke no ha dejado de hacer su vida normal a mi alrededor, aunque yo
siga durmiendo en el suelo. Por suerte, es de las personas poco
madrugadoras, por lo que esta noche he conseguido unas buenas horas de
sueño antes de despertar definitivamente con el sonido del teléfono junto a
mi oído.
—¿Sí? —contesto a Salvatore cuando veo el número en la pantalla. No lo
he guardado bajo ningún nombre, me lo he aprendido de memoria para
evitar riesgos.
—¡Sia! —grita mi hermano pequeño al otro lado del teléfono—. ¡Estoy
en la arena!
Una enorme sonrisa se dibuja en mi cara y me incorporo rápidamente
para hablar con él.
—Frankie, ¿cómo estás?, ¿comes bien?, ¿estás haciendo los deberes?
—Sí, y por eso Salvatore me ha traído a la playa —contesta feliz.
Lo que él no sabe es que está ahí porque yo conseguí el trabajo. Salvatore
fue muy claro, él iba a tratar al niño bien si yo iba superando metas, por eso,
a pesar de tener playa a unos metros, no lo había llevado todavía. Pero todo
esto es algo de mayores que el niño no tiene por qué saber.
—Me alegro mucho de que estés pasándotelo bien, yo iré a por ti lo antes
que pueda.
—Sia, ¿podremos traer aquí a Lacey? —pregunta entusiasmado.
Oigo una voz masculina de fondo, no entiendo las palabras, solo escucho
lo que mi hermano pequeño contesta.
—Sí, Lacey es mi mejor amiga del mundo mundial, somos familia.
—¿Quién está ahí contigo? —le pregunto.
—Es Salvatore, quiere hablar contigo.
Respiro hondo, mierda, no quería que supiera de la existencia de Lacey.
Es un tema que no sé cómo manejar llegado el momento de huir con
Frankie. No sé qué es lo que ha hecho Salvatore, pero no he tenido noticias
de la señora Meller después de que él dijera que estaba todo arreglado.
—Pórtate bien, ratoncito, muy pronto estaremos juntos. Te quiero mucho.
Apenas me da tiempo a escuchar que él también cuando Salvatore le
quita el teléfono y habla.
—Como puedes ver, el niño está perfectamente porque tú estás haciendo
lo que te dije. Ahora, necesito seguir obteniendo información para que la
posición de Frankie Jr. no cambie.
Respiro hondo porque lo que quiero hacer es gritar. Estoy en medio de
una guerra que no me corresponde por un tío que solo puso su polla dentro
de mi madre por diez segundos.
—Y, bien, ¿has conseguido algo para mí?
—No, de momento el personal a su alrededor es muy hermético y tengo
que andar con cuidado, uno de los de seguridad me llamó la atención por
curiosa.
No le cuento que casi me meo encima del miedo cuando el tipo grande de
la puerta, Pietro, me llevó a una sala en la bodega y me dejó claro que no le
gustan los curiosos.
—Eso no es lo que quería oír hermanita —dice en tono amenazante y
defraudado a la vez.
—Aunque no he conseguido información, he logrado que Adriano me dé
un puesto de limpieza —suelto tratando de ofrecer algo.
—Sigue.
—Le pedí que me diera otro empleo más para poder pagar las cuentas de
mi supuesta madre enferma, y él me ha puesto a limpiar el club en el cierre.
—Interesante —murmura.
Me quedo callada esperando a que diga algo y mientras oigo a Frankie
reír de fondo, lo cual me hace sonreír a mí.
—¿Le pediste ser de la limpieza? Porque eso no es algo usual, puede que
hayas levantado sospechas.
—No, no, no —me apresuro a contestar—, le pedí ser parte de las chicas
de barra, pero él no quiere que yo me desnude.
—¿Adriano no quiere que te desnudes?
—No.
Otro silencio, esto me pone de los nervios.
—¿Estás follándotelo? —pregunta de pronto.
—¡No!
—Una pena, aunque sería buena idea para poder acercarte más a él.
—¿Estás empeñado en que me prostituya a toda costa?
Oigo una carcajada y yo me contengo el insulto que tengo en los labios.
—Hermanita, eso lo llevas en los genes, estoy seguro de que es tu don
natural y solo quiero ayudarte a descubrirlo.
Quiero decirle que no voy a hacer nada de lo que me pida, que no voy a
ser una asesina, y entonces él habla de nuevo y mis planes de no ser una
mala persona vuelven a romperse.
—He pensado que quizá necesitas un pequeño empujón, no sé, igual si
cada día golpeo a Frankie tú te motivas más.
—No lo toques —siseo.
—Espera, mejor aún, voy a darle un golpe hoy, dos mañana, tres
pasado…, y así hasta que consigas algo bueno, ¿qué te parece?
—Que el infierno tiene una sección solo para tipos tan horribles como tú.
Su carcajada me enfurece, pero no hay nada que pueda hacer.
—Ya lo sabes, Sia, en veinticuatro horas tu hermano va a empezar a saber
lo que es la vida real.
Cuelga y yo grito frustrada.
—¿Qué demonios te pasa? —pregunta Brooke, saliendo del baño
enfadada.
—Nada —contesto de mala manera.
Se oyen unos golpes en la puerta y ambas nos quedamos mirando.
—¿Esperas a alguien? —me pregunta.
Estoy tentada a contestarle: «Sí, claro, he pensado que puedo invitar a
mis amigos imaginarios a tomar café en la esterilla en la que duermo». En
vez de eso, niego con la cabeza.
—Sia, sé que estás ahí.
La voz de Adriano desde el otro lado de la puerta nos deja a las dos
paralizadas. No puede saber que la conozco.
—¿Por qué demonios le has dicho que venga? —sisea por lo bajo
Brooke.
—No le he dicho nada, ni siquiera que vivo aquí.
Aunque claro, eso es fácil de averiguar, sobre todo, porque ha estado
haciendo que alguien me acompañe a casa cada noche al salir. Pero yo
llegaba a otro edificio cercano para despistar. Supongo que no soy tan lista
como creía y, desde luego, él no es tan tonto como me convendría.
—Si no abres, voy a tirar esa puerta abajo —amenaza.
—Enciérrate en la habitación —le digo a Brooke y espero a que lo haga
antes de ir a la puerta y abrir.
—¿Por qué has gritado? —pregunta, abriéndose paso dentro del pequeño
apartamento y examinando todo a su alrededor.
—No pasa nada, estoy sola, a veces grito para descargarme —le miento,
tratando de quedar de loca; es más fácil ser una loca que una asesina.
—¿Estás sola?
Asiento, aunque veo que no deja de observar la puerta de la habitación de
Brooke.
—Mi compañera está ahora en clase —vuelvo a mentir para dejarlo
tranquilo—. ¿Qué haces aquí?
—Necesito que vengas conmigo.
—¿Adónde?
—Te lo diré al llegar.
Me cruzo de brazos y espero otra respuesta que me guste más. Sonríe.
—Por favor, ven conmigo, te prometo que no es nada malo.
Su forma de pedirlo me provoca un sentimiento extraño, accedo y voy a
mi maleta a coger un jersey. En esta ciudad hace un frío horrible y no quiero
gastar dinero en un abrigo, así que me pongo capas de ropa con guantes y
gorro y trato de no morir congelada.
—¿Duermes ahí? —pregunta, mirando el lío de mantas y almohada que
hay en el suelo.
—Sí, bueno, es algo temporal.
—¿Por qué no duermes en el sofá? —continúa.
—Es por mi espalda, prefiero camas duras y ese sofá es una tortura —
bromeo, tratando de que quite la cara de asesino que ahora mismo tiene.
Asiente, pero no veo que se haya quedado conforme. Me coloco rápido
mis tres jerséis y camisetas de manga larga, los guantes y mi gorro.
—Cuando quieras.
—¿No necesitas tu bolso?, ¿y tú abrigo? —pregunta, mirando a todos
lados.
—Llevo siempre todo encima —le digo, señalando los bolsillos de mis
vaqueros—, y abrigo, de momento, no tengo, estoy buscando uno que no
cueste más que mi riñón.
Me río de mi broma, él no lo hace.
Salimos del apartamento y bajamos andando a buen ritmo las escaleras.
Al llegar, veo una moto preciosa en la puerta, no es la que llevaba el otro
día.
—¿Es tuya? —pregunto cuando se para a sacar las llaves de su pantalón.
—Sí, una de ellas, me gusta ir en moto.
—No he ido nunca y no sé si quiero empezar ahora.
—Espérame un momento —me pide, y yo lo hago mientras veo que llega
a su moto y coge uno de los cascos que hay en el asiento.
Me parece curioso que no los tenga atados, eso solo demuestra que o es
muy idiota, cosa que lo dudo, o no tiene miedo de que se lo roben porque
los ladrones saben que no es un tipo con el que se jode.
Entra de nuevo al portal y gruñe algo de que la seguridad de mierda del
edificio tiene que ser revisada. Luego se quita la sudadera que lleva y deja
al descubierto sus pistolas y una camiseta negra de manga larga que se le
ciñe al cuerpo.
—Cuando termines, nos vamos —dice, haciendo que me dé cuenta de
que me ha pillado dándole un repaso.
—Vamos.
Me detiene y, de pronto, pasa la sudadera por mi cabeza y me la pone
como si fuera una niña.
—Hace frío y no voy a dejar que te congeles en la moto.
—Llevo cuatro capas de ropa y guantes —me quejo.
—Eso que llevas dudo que se pueda llamar algo más que trapo —le
pongo mala cara—. No te ofendas, no hablo del estilo, sino de la calidad del
tejido.
Y me callo porque tiene razón, he lavado tantas veces la ropa que apenas
es la mitad de lo que solía ser cuando la compré en la tienda de segunda
mano en Santa Clara.
—Le dije a Jaxon que necesitabas ropa, le di dinero para ello.
—Y compré ropa para trabajar.
—Deberías haber comprado ropa para cuando no estás en el club.
—No soy la buena obra del día de nadie, acepté lo de la ropa del club
porque entiendo que allí tenéis un estándar que es demasiado caro para mí,
pero la ropa que lleve fuera de mi horario laboral no es problema de nadie
más que mío.
Sonríe y besa mi mejilla demasiado rato antes de separarse, coger el
casco y colocarlo en mi cabeza.
—Oye, no he dicho que fuese a montar contigo.
—Principessa, no lo niegues, tu quieres montarme, quiero decir, montar
conmigo.
Me río por su actitud juguetona y dejo que tire de mi mano hasta llegar a
la moto. Me ayuda a subir después de haberse acomodado él y me indica
donde colocar los pies. Estoy asustada y se nota porque Adriano no para de
decirme lo bueno que es conduciendo a través de un comunicador que hay
integrado en el casco. Cuando arranca, suelto un gritito y él se ríe. Idiota.
Me pego a su cuerpo como un bebé koala y trato de no chillar cuando
serpentea por entre los coches de la Quinta Avenida. ¡Dios mío!, vamos a
morir.
Llegamos a una hermosa iglesia y para en la puerta, creo que está pisando
alguna lápida centenaria, pero eso parece no importarle. Me ayuda a bajar y
nos metemos dentro. Cuando me quito el casco y los guantes, compruebo
que el lugar es cálido, pensaba que las iglesias eran frías por su estructura,
supongo que esta debe tener calefacción porque en un minuto ya está
sobrándome ropa.
—Si quieres quitarte lo que llevas, tienes ahí detrás la sacristía, te espero
en el altar mayor —me dice como si me leyera la mente.
Asiento y me meto en ese sitio, tiene un pequeño armario abierto y se ven
túnicas de varios colores. Estoy tentada a coger una y probármela, no creo
que tenga más oportunidades y me encanta aprovechar las ocasiones que
surgen en la vida, pero en el último instante decido que no es momento.
Una vez que me quito la sudadera y dos jerséis, me peino un poco con los
dedos mi pelo liso tabla y salgo.
Oigo risas al fondo, y cuando estoy en el pasillo central, veo a dos chicas
junto a Adriano. Bueno, y a unos veinte hombres armados alrededor que no
dejan de vigilarme. Me siento intimidada, aunque sigo andando hasta llegar
a ellos.
—Toma —susurro a Adriano, tendiéndole su sudadera.
Él coge toda mi ropa y la deja en un banco.
—Sia, ellas son Chiara e Idara. La mujer de Flavio y la de Vito.
Miro a las chicas y compruebo que son las mismas que salían en las fotos
que me dio Salvatore para saber quiénes eran mis objetivos. Observo que
Idara toca su vientre de una forma muy particular, maternal, apenas se nota
la redondez, está claro que está embarazada.
—Encantada —contesto tímidamente.
—Teníamos ganas de conocerte —dice Idara, y yo frunzo el ceño porque
no entiendo nada.
—Jaxon me contó que te organizas muy bien y por aquí necesitan ayuda,
son buenas chicas, aunque no tienen idea de cómo organizar una boda —me
explica Adriano.
—No sé qué os habrán dicho, pero yo no he organizado una en la vida, ni
mucho menos una de la magnitud que imagino será esta.
Los tres sonríen y se echan miradas cómplices que me desconciertan.
—Somos un desastre en cuanto a cómo llevar un orden y seguro que tú,
con tu experiencia en un restaurante, sabes cómo priorizar pedidos para que
todo esté listo en su momento —dice Idara.
—Era una cafetería —aclaro.
—Nos viene bien también —sonríe Chiara.
—Por supuesto te pagaran por tus servicios —especifica Adriano, y
entonces las cosas me quedan algo más claras. Está ayudándome a
conseguir dinero.
Por un momento, pensé que esto era algún tipo de trampa; no es más que
caridad, aunque a mí me viene muy bien, necesito reunir dinero pronto para
irme con Frankie.
—Entonces, soy vuestra chica —suelto y todos se ríen.
—Adriano —llama Idara al hombre que tengo justo en mi nuca
respirando y haciendo que todo mi cuerpo vibre—, déjanos solas, eres una
distracción.
—Eso no es lo que hablamos con Vito —contesta.
—Yo me encargo de mi marido, estaremos bien.
Me mira a mí y a las chicas varias veces sopesando si irse o quedarse, no
sé qué cree que puedo hacer o que pueden hacerme ellas, está claro que no
quiere irse.
—Estaré en la entrada, no hagáis estupideces —suplica más que ordena.
—Lo intentaremos —contestan Chiara e Idara a la vez.
Una vez que Adriano está fuera de la vista, las chicas me llevan hasta el
primer banco y me sientan. Chiara en frente, en la escalera del altar mayor,
e Idara a mi lado.
—Bien, cuenta, ¿qué te traes entre manos con nuestro chico? —pregunta
Idara, levantando las cejas en modo burlón.
—No sé a qué te refieres.
—Oh, vamos, si hasta yo, que lo conozco de apenas unos días, he notado
que pierde el culo por ti —insiste Chiara.
Me río y niego con la cabeza.
—Creo que os estáis equivocando, no niego que haya cierta atracción
física, como para no haberla, ¿habéis visto qué culo tiene? —Ambas
asienten con entusiasmo—. Pero, salvo eso, lo que él tiene es ganas de
hacer su buena obra del día.
—Yo no veo eso.
—Ni yo.
Me encojo de hombros y sonrío.
—Vito también fue un poco idiota al principio —dice Idara.
—Flavio todavía lo es —agrega Chiara, y las tres nos reímos.
—Contadme un poco de vuestras parejas, no los conozco en persona y me
causan curiosidad.
Ellas se miran un instante y comienzan a hablar. Me cuentan cómo
conocieron a los hermanos Bianci y se enamoraron. Es curioso, Salvatore
me habló de unos tipos despiadados y sin alma que destrozaron el cuerpo de
mi padre. Me enseñó las fotos y, gracias a que no tenía nada en el estómago,
no vomité, es asqueroso lo que hicieron. Pero los hombres de los que ellas
me hablan no son los tipos que yo imaginaba que eran.
Una vez acaban de contarme eso, comienzan con el tema de la boda, me
hablan con una facilidad que cualquiera que nos viera desde fuera pensaría
que somos viejas conocidas o amigas. Resulta que en cinco días quieren
casarse, me parece algo increíble, y supongo que el dinero que tiene es el
pase exprés para que todos les digan que sí. Eso y que son los dueños de
esta ciudad. Comemos de unas bolsas que nos tren los guardias, unas
hamburguesas deliciosas de un lugar escondido y secreto según Idara, me
ha prometido llevarme en algún momento. Les digo a todo que sí porque, de
alguna manera, me gusta sentir esta normalidad y que, en un mundo
diferente, podríamos haber sido amigas.
—Es hora de irse —escucho a Adriano recorrer el pasillo con el móvil en
la mano—, necesitas descansar un rato antes de entrar a trabajar al club.
Miro el reloj y asiento, todavía quedan más de cuatro horas, pero tiene
razón, necesito volver a casa para reorganizar mis ideas.
Me despido de las chicas y quedamos en que Adriano me dará sus
contactos para lo que pueda necesitar. Vuelvo a vestirme con todas las
capas, me pongo el casco y subo a la moto de nuevo. Esta vez disfruto del
trayecto y estoy más relajada, aunque todavía conduce demasiado rápido
para mí. Cuando llegamos al callejón, veo a unos tipos con un mono azul
instalando un panel eléctrico.
—¿Qué hacéis? —pregunto al bajarme.
—Colocamos un videoportero con teclado para que solo los residentes
tengan acceso por clave a este sitio.
Asiento y miro a Adriano. «¿Ha sido él?». Me da una medio sonrisa que
me dice que sí, y no le pregunto directamente, prefiero vivir en mi
ignorancia.
—Muchas gracias por el trabajo extra.
—Solo quiero que sepas que esas mujeres son familia para mí; cuídalas,
por favor.
Sus palabras implican algo más que no tengo claro qué es, pero asiento
igualmente, no tengo intención de hacer daño a nadie y menos a esas chicas
que han sido tan amables conmigo.
—Si te parece bien, vamos a posponer el inicio del trabajo de limpieza
hasta después de la boda para que puedas organizarte mejor.
Asiento y él sonríe.
Entramos al portal y veo que va a subir cuando me detengo en el primer
escalón, casi estamos a la misma altura y él lo aprovecha para poner sus
manos en mis caderas por debajo de la ropa tocando mi piel.
—Mi compañera es algo rara, prefiero que no me acompañes —me
excuso.
—Cuéntame algo que nadie más sepa —suelta de pronto muy cerca de mi
boca.
No sé por qué lo hago, pero le cuento algo mío.
—Cuando era pequeña, pensaba que solo se podía hacer el amor de
noche. —Él sonríe—. No sé, creía que era algo que solo se hacía antes de
dormir, y solo pensaba que nunca podría estar con un chico porque mi
mamá no iba a dejarme pasar la noche fuera.
—Eso es adorable.
—Sí, bueno, hasta que me hago mayor y acabo en una muy mala
situación con apenas catorce años —suelto de golpe, y me doy cuenta un
instante después de lo que acabo de decir.
—¿Te refieres a esto? —pregunta, pasando su pulgar por la cicatriz.
—Supongo que sabes qué significa.
—Sí, y no debes avergonzarte por ello.
—Es fácil decirlo cuando tienes pene.
Me sonríe y por un momento dejo que el tiempo se pare.
—Es parte de quien eres. Las malas decisiones, los errores, los fracasos y
las caídas son parte del camino, la cuestión es volver a levantarse y seguir
adelante.
Noto que se oprime mi pecho porque cuando lo dice lo hace mirándome a
los ojos, no me juzga, cree en lo que acaba de decir y eso me gusta, mucho.
—¿Algún día me lo contarás? —pregunta casi en un susurro.
—No hay mucho que decir. Junta dos adolescentes cachondos hijos de
madres alcohólicas que viven en un camping de caravanas, con más tráfico
de drogas que de coches, y obtienes la fórmula perfecta para el desastre.
—¿Él te trató bien?
Asiento.
—Quería que lo tuviera, yo le dije que dos niños no podían criar un hijo.
Me dejó cuando le confirmé que había abortado.
—¿Te arrepientes?
—Nunca lo he hecho, fue lo mejor, quizá me arrepiento de no haber
buscado ayuda más profesional, me practicaron el aborto en una casucha de
mala muerte en la que podría morir más fácilmente de una infección que de
un disparo en la cabeza. Pero de no tenerlo, no.
—¿Volviste a ver al chico?
—Sí, hace un par de años vino a buscarme para darme las gracias.
Resulta que es bueno con el rugby y ganó una beca para la universidad.
Ambos sabemos que si hubiéramos sido padres, eso no hubiera sido posible.
—Tienes razón, fue muy maduro de tu parte tomar esa decisión.
—Ahora, cuéntame algo de tu infancia —le pido para aligerar el
ambiente.
—Mis padres murieron cuando yo era pequeño.
—Lo siento.
—Gracias. Fue en un accidente de coche, me crio mi abuela y ella solía
contarme el cuento de una niña llamada Gianna, hija de los reyes de las
hadas, que concedía deseos a los niños que los pedían antes de irse a
dormir.
—Es una historia bonita.
—Pasé años pidiendo que trajera a mis padres de vuelta hasta que a mi
nonna le dio un infarto. Entonces, deseé que ella se salvara, no había casi
posibilidades, Gianna la salvó.
—Eso es muy tierno de tu parte.
Él se encoge de hombros y le doy un beso en la mejilla.
—Otro —me pide, y cuando lo hago, él gira su cara y mis labios caen
sobre los suyos.
Se queda quieto, esperando que sea yo la que decida qué hacer, y no sé si
es por el momento íntimo que acabamos de vivir o porque tiene sus manos
sobre mi piel, pero comienzo a mover mi boca lentamente y él sonríe sin
apartarse. Saca su lengua y la pasa por mis labios mientras con sus dedos
traza círculos en mi cadera. Es algo sencillo, tierno y lento. Jamás he sido
besada así por un hombre.
Permanecemos unos minutos de esta forma hasta que oímos cómo
alguien baja las escaleras y el momento se rompe.
—Lo siento, no debería…
—No lo sientas —me corta—, ha sido el mejor beso de mi vida.
Sonrío porque sé que no es verdad, Salvatore me contó el sinfín de
mujeres que circulaban por su cama, al igual que por la de los Bianci, y
dudo mucho que mi inexperta boca sea mejor que la de la mayoría de ellas,
pero decido no decírselo y simplemente disfrutar del piropo.
—Sube antes de que decida que quiero volver a repetirlo —dice, dando
un paso atrás y rompiendo el contacto que tenemos.
—¿Vendrás esta noche al club?
—Siempre que tú estés, yo estaré —contesta, y yo, como una tonta,
sonrío.
Se acerca de nuevo, se inclina y me besa la mejilla.
—Nos vemos en un rato, principessa.
En ese momento, un chico pasa por nuestro lado en la escalera y Adriano
aprovecha para irse. Yo me quedo mirando como sube a la moto y se va
mientras mis dedos tocan mis labios recordando lo que acaba de pasar.
Subo, y en cuanto entro, Brooke me mira con cara de asco, saca su móvil
y se lo pone en la oreja.
—Sí, acaba de llegar.
En cuanto cuelga, escucho mi móvil sonar, no necesito mirar para saber
quién es.
—Dime, Salvatore —contesto al descolgar.
—¿Qué quería Adriano?
Miro a Brooke y ahora entiendo lo que hago en su casa, me vigila para
que mi hermano no se pierda nada.
—Quería que hiciera un trabajo extra. Quiere que organice la boda de
Chiara y Flavio.
La línea está en silencio, odio esa manía que tiene de no hablar.
—Si lo piensas, es bueno, voy a poder estar cerca de gente que conoce a
los Bianci y que estará borracha, así que podré sacar algo de información, y
así tú no tienes que golpear a Frankie.
Oigo como mi hermano habla, pero ha debido tapar el auricular porque
no entiendo sus palabras.
—Lo has hecho muy bien, hermanita, tanto que es probable que puedas
reunirte con Frankie dentro de nada.
Sus palabras me animan, quizá haya cambiado de opinión respecto a lo
que yo tengo que hacer, está claro que no soy la indicada ni la más
preparada para este trabajo.
—¿Cuándo podré volver? —pregunto esperanzada.
—¿Cuándo es la boda?
—En cinco días.
—Entonces, si todo va bien, en cinco días volverás.
—No lo entiendo.
—Es fácil, en cinco días vas a envenenar a todos los asistentes a la boda
de Flavio.
Sí, moriría y mataría
Adriano
G
ianni entra al club temprano, hoy es la boda de Flavio y quiero
saber cómo están las cosas con el encargo que le hice antes de ir a
la iglesia con Sia. Por las cámaras, veo cómo viene directo y le
dice algo a Pietro al pasar, esos dos tienen mal rollo por algo que debió
ocurrir con Chiara. Flavio no ha querido especificar más, tiene pinta de que
van a acabar con un tiro en el culo, la cuestión es quién lo dará primero.
—Pasa —grito cuando tocan a la puerta.
Gianni entra y se sienta despreocupado en la silla frente a mí.
—¿Qué tal por Italia?
Flavio ya nos ha puesto al día a Vito y a mí pero siempre viene bien saber
qué más cosas han pasado que no nos hayamos enterado.
—Un drama todo. Bianca ya está casada con Orfeo, fue algo muy íntimo.
Nos pidieron que asistiéramos, aunque preferimos coger el avión de vuelta.
Flavio todavía no puede mirar a su cuñada sin ganas de matarla —se burla.
—¿Y qué pasa con Dante?, ¿lo recibieron bien?
—A medias, ya conoces cómo de estirados son allí en Italia. Aunque tal y
como prometieron, en cuanto Flavio y Chiara estén casados a los ojos de
Dios, enviarán ayuda para Dante.
—¿Crees que cumplirán su palabra?
—Creo que podrían intentar jugárnosla. Hablé con mi padre y parece ser
que si Genovese no cumple el trato, hay otros en Italia dispuestos a hacerlo
por él.
Interesante.
—Si oyes algo más…
—Serás el primero en saberlo —contesta sonriendo.
—Ahora necesito que me hables del encargo que te hice. ¿Has podido
hacer algo?
Gianni asiente.
—En cuanto me bajé del avión, me puse al día con los que vigilaban a
Jeremy e hice mi primer encuentro con él y una chica llamada Rose.
—Me informaron de que Jeremy vive con Rose y su hermano Gray.
—Sí, por lo que he visto, es uno más de la familia. Aunque Gray es
desconfiado y no quiere que ande cerca de su hermana, cree que tengo
malas intenciones, que oculto algo.
—Bueno, no va desencaminado —sonrío.
Cuando Idara y Chiara fueron secuestradas, hubo un chico un tanto
especial que las ayudó. En cuanto supe de él, lo busqué para asegurarme de
que estaba todo bien y de que no iba a aparecer alguien más a reclamar las
muertes de los imbéciles que creyeron que podrían llevarse a las mujeres de
los Bianci sin tener consecuencias.
—¿Crees que podrás estar cerca por el momento?
—No hay problema, Rose ya me adora por cómo trato a Jeremy, y el
chico realmente es genial.
—¿Y Gray?
—Bueno, a ese me va a costar más que me acepte, pero me gusta el reto
que me plantea.
La forma en la que lo dice y la chispa en sus ojos delata que no tiene solo
intención de ser su amigo. Sonrío, me gusta este tío, y que a él no le gusten
las mujeres le encanta a Flavio.
—Ahora me marcho, que tengo que ir con Jeremy, le prometí que hoy le
llevaría a ver el encendido del nuevo cartel de Times Square y ya voy tarde.
Miro el reloj porque, aunque es temprano, aún no lo es lo suficiente,
Gianni va con ropa de calle y es el padrino.
—No llegues tarde si no quieres que Flavio muerda tu culo.
ÉL sonríe.
—Me encantaría que Flavio mordiera mi culo.
Ambos nos reímos y él sale con aire despreocupado dejándome allí solo
de nuevo. Solo y sumido en mis pensamientos sobre Sia. He estado
investigando sobre ella y cada vez las cosas me cuadran menos. Aunque
lleva el nombre de su abuela paterna, jamás la aceptaron en la familia, de
hecho, su madre se casó con otro tipo, Frank Sthenton, con el que tuvo un
hijo, aunque no aparece nada de ese niño. Supongo que al morir la madre de
Sia, se quedó con la familia de su padre.
Ella ha sido una buena chica, confirmé la historia del novio adolescente
que la preñó y me he asegurado de que él no va a venir a buscarla. Ahora, el
chico está viviendo el sueño americano en una de las universidades de la
Ivy League y no parece tener intención de volver.
Miro el reloj y decido que ya es momento de ir a la iglesia con Sia para
que siga con los preparativos de la boda. Mi ropa está en la capilla para no
tener que usarla antes de tiempo y mancharla.
Salgo al club, que a estas horas de la mañana está cerrado, y la veo en una
mesa revisando unas hojas. Me paro un instante a observarla, parece que
disfruta lo que está haciendo porque la sonrisa que tiene en su cara es
genuina.
—Sia, cuando quieras, nos vamos —le digo asustándola.
—Deberías llevar un cascabel —murmura enfadada por el susto.
—No eres la primera que me dice algo así —sonrío, y ella me saca la
lengua.
Recoge lo que tiene en la mesa y lo mete en un bolso que se nota que es
de una vida pasada, pero no le digo nada, ya me ha dejado claro que no
quiere limosna de nadie y, de momento, voy a dejar que se salga con la suya
en ese aspecto.
—¿Está todo bien?
—Sí, ya he terminado de hablar con todos los proveedores y están
esperando que lleguemos para empezar a montar el catering que quería
Chiara al fondo de la iglesia.
—Parece que te llevas bien con las chicas.
Sonríe y asiente.
—Son geniales.
—Sí, Flavio y Vito tienen suerte de haber encontrado mujeres como ellas.
—¿Las tratan bien? Chiara e Idara me han contado historias, no sé si es
cosa de los ojos de enamorada, ya sabes, desde dentro se ve de otra forma.
Sonrío porque las chicas ya me han advertido que Sia piensa que los
Bianci son terribles, bueno, ellos lo son, los tres, aunque con sus mujeres
son como cachorritos.
De camino al coche le cuento que son hombres peligrosos pero que
morirían por ellas sin pensarlo ni un instante. Y le aclaro que nunca les
serían infieles, sé que el ser una hija bastarda puede hacer que pierdas la fe
en los hombres, aunque parece que no termina de creerme.
—¿Tú también morirías por ellas? —pregunta una vez estamos de
camino a la iglesia.
Hoy he dejado la moto, no podía llevar a Sia con ese vestido subida en
ella sin tener que asesinar a alguien por mirar.
—Sí, moriría y mataría. Son famiglia.
Ella se queda en silencio y sé que por su cabeza está rondando algo, y
también sé que tiene que ver con que acabo de decirle que soy capaz de
matar. Puede que no hayamos tenido una charla sobre el mundo en el que se
ha metido, básicamente porque ya lo sabe, aunque me haga creer que no,
quiero que me conozca tal y como soy. Y soy el ejecutor de La Cosa Nostra
de Nueva York.
—¿En qué piensas? —le pregunto finalmente.
—De donde vengo también había mafias, no es algo nuevo —me explica,
y por primera vez reconoce algo de su procedencia que me hace tener la
esperanza de que puede haber algo de verdad entre nosotros.
—¿De qué tipo?
—No entiendo mucho de esto —me reconoce—, nunca me interesó estar
cerca de nada que estuviera relacionado con mafias, me da igual la italiana,
la rusa o la mejicana, todas son peligrosas y no tengo buenos recuerdos de
tratar con ninguna de ellas.
Asiento sin decir nada. Sé que su madre fue prostituta de tipos peligrosos
cuando ella era una niña, espero que ninguno le hiciera nada de lo que
tengan que arrepentirse ahora.
—¿En eso pensabas?
Ella niega.
—Pensaba que habláis de la muerte a la ligera, como si quitar una vida
fuera tan fácil como sacar la basura.
Paro en un semáforo y cojo su mano, me la llevo a la boca y la beso.
Luego la dejo sobre mi pierna, la quiero ahí, y espero que después de lo que
voy a decirle siga en el mismo sitio.
—No es fácil, no la primera vez o la segunda, ni la tercera. Llegas a casa,
vomitas y te duchas. Recuerdas el frío de sus ojos y tratas de dormir,
aunque tardas mucho en volver hacerlo.
—Quiero preguntarte algo y quiero que seas sincero conmigo. Sé que los
Bianci son los capo de La Cosa Nostra de esta costa, pero ¿qué papel juegas
tú en la organización?
—Supongo que conoces algo de la jerarquía de las famiglias.
Ella asiente.
—En cualquier otro lugar del mundo, solo hay un capo y su mano
derecha, su consigliere, es quien hereda el cargo llegado el momento. En
nuestro caso, al ser dos, no existe ese rango.
—¿Se llevan tan bien entre ellos como dicen?
—Mejor que eso, son la mitad el uno del otro y por eso la organización
funciona.
Asiente.
—Al no tener ese rango, el siguiente es el mío, sottocapo, me encargo de
la parte militar.
Me mira un instante, pero sigue teniendo la mano debajo de la mía en mi
regazo.
—¿Militar?
—Soy el Ejecutor de la Famiglia —le confirmo y noto su mano tensarse
un instante.
Acaricio con mi pulgar el dorso y espero a ver si se aparta, no lo hace.
—¿Me tendrás miedo a partir de ahora?
Ella duda y mi corazón se para un instante.
—Debería, aunque, por alguna razón, no puedo. Me pasa algo raro
contigo —confiesa.
Llegamos al parking de la iglesia y cuando aparco, apago el motor y me
giro para seguir con esta conversación.
—Define algo raro —le pido.
Ella sonríe y siento que podría mirarla el resto de mi vida. Mierda. Esto
se me está yendo de las manos demasiado rápido y aún no sé si tendré que
asesinarla.
—Sé que debo mantenerme alejada, no puedo crear lazos, necesito el
dinero para poder emp… para lo de mi madre y después me iré de aquí,
para siempre.
Esto no me gusta.
—Y aun así no puedo evitar contarte cosas que nadie más sabe y sentirme
segura cuando una persona sensata se sentiría aterrorizada. Das miedo.
—¿A ti?
Ella niega.
—No, a las personas normales.
—Suerte que ninguno de los dos lo somos.
Suspira.
—A veces me gustaría ser normal, haber tenido una vida normal y no
tener que preocuparme. Me siento vieja, cansada de la vida.
Sus palabras revelan más de ella por lo que no dice que por lo que me
cuenta. La miro y quiero aligerar su carga de alguna manera, pero todavía
no sé cómo. No me lo pienso, echo para atrás el asiento y la levanto del
suyo para colocarla en mi regazo.
—¿Qué haces? Alguien podría vernos —murmura, mirando en todas
direcciones.
—¿Te avergüenzas de mí? —me burlo.
—Tú deberías hacerlo de mí —suelta, mirando a todos lados, y yo me
tenso con su respuesta.
Cojo su cara entre mis manos y hago que me mire a los ojos.
—No sé qué mierda ha pasado en tu vida, pero nunca, nadie, podría
avergonzarse de ti.
—No sabes nada de mí.
—Sé lo suficiente como para poder afirmar esto.
—No, no soy como crees, ni tan buena ni tan… nada.
Veo en sus ojos que quiere contarme algo, no se atreve, no voy a forzarla,
quiero que venga a mí por propia voluntad, creo que vamos por el buen
camino. Presiono mis labios sobre los suyos de forma tierna al principio y, a
medida que profundizo el beso, soy más descuidado, agresivo y posesivo.
Ella me deja y eso me encanta.
—Disculpe —escucho unos golpes en la ventanilla y mi mano va directa
a una de mis armas, desenfundo y apunto.
Bajo la ventana y un chico vestido de camarero, y blanco como el papel,
mira el cañón que ahora está apuntando directamente a sus pelotas.
—Me… Me han dicho… que la señ… la señorita Sia venía en este coche
y… y hay un repartidor que la busca.
Sia se tensa en mi regazo un instante y luego se lanza al asiento del
copiloto para salir del coche. Coge su bolso y le pide al chico que le diga
dónde está el repartidor que la busca.
—Luego nos vemos —se despide sin mirarme y eso me parece extraño.
En ese momento llegan Flavio y Vito y decido que después indagaré más,
ahora es momento de reunirme con mis jefes y amigos para celebrar una
boda.
—No entiendo por qué no puedo ver a la novia antes de la boda —
escucho a Flavio quejarse y a Vito reír.
—Cosas de mujeres, te aseguro que si tratas de hacerlo, Idara va a pegarte
un tiro en los huevos, palabras textuales.
Llego hasta ellos riendo y los tres vamos hacia la capilla para vestirnos.
—¿Todo bien? —susurra Vito, preguntando de forma implícita si va a
haber algún problema con Sia.
Asiento y él hace lo mismo. Sé que Flavio está al tanto pero no sabe que
ella está aquí, ha estado demasiado ocupado con el tema de Italia y la boda.
Sia me mira un instante y luego al pequeño paquete en su mano antes de
guardarlo en su bolso rápidamente.
Entramos a la capilla que ahora está acondicionada como un vestidor y
comenzamos a cambiarnos de ropa. Puede que para otros esto fuese raro
pero nosotros somos familia y, aunque no hay duda de que Flavio tratará de
meterme mano o de burlarse de lo pequeña que la tiene Vito, esto es algo
que me encanta.
—¡Qué culito, Adriano! —se ríe Flavio, pellizcándome y lo empujo de
broma.
—Si quieres, le digo a Chiara que te gusta mi culito —lo amenazo.
—Hazlo, te dirá que a ella también le gusta.
Los tres nos reímos y disfrutamos de la confianza que tenemos. De
pronto, Flavio se gira, nos da la espalda, bueno, su culo al aire, y al
volverse, veo que se ha puesto la pajarita en la polla.
—Hola, soy don Pito Corleone —dice con voz grave.
Vito y yo rompemos a carcajadas. Conseguimos meter al señor Corleone
en los pantalones antes de que decida enseñarlo al resto de invitados que,
por lo que oímos, ya están llegando.
Después de la criba que hicimos tras descubrir que teníamos algunas ratas
que apoyaron a Marco Veluccio para derrocar a los gemelos, han quedado
pocos familiares, pero, al menos, quedan los leales.
Cuando es la hora, los tres salimos y caminamos por la alfombra roja
hasta el altar. No dejo de mirar a Sia en todo momento. Noto que está
diferente. Parece que ya no disfruta de lo que está haciendo y no para de
tocar su bolso para asegurarse de que algo sigue allí. Supongo que el
paquete que le han entregado. Saco el móvil y pido a uno de mis hombres
que averigüe la procedencia de ese envío.
Miro a Flavio pasearse de arriba abajo en el altar esperando a que Chiara
aparezca y no puedo evitar reírme. Vito también lo hace.
—¿Crees que habrá entrado en razón y habrá huido? —se burla Vito.
—Eso espero, me decepcionaría que no lo hiciera —le contesto.
—Ja, ja, ja. Muy graciosos —nos gruñe Flavio y no podemos evitar reír.
Sé que Chiara no va a dejarlo plantado, se adoran más allá de lo posible,
pensaba que lo de Vito e Idara era único, ahora me doy cuenta de que no.
—¿Habéis encontrado al chico? —pregunta Vito y yo asiento.
—Sí, se llama Jeremy y ahora mismo está viviendo con una chica que se
llama Rose y con su hermano. Gianni los ha estado vigilando —contesto,
mirando por encima de los invitados de forma disimulada.
—Cuando vuelva de luna de miel, quiero que veamos qué hacer con él —
interviene Flavio—. Chiara me ha contado lo que hizo y le debo mucho,
aunque ni siquiera lo conozca.
—Yo también —agrega Vito—, asegúrate de que Gianni se encarga de
que tienen todo lo que necesitan hasta que podamos hablar con ellos.
—Tranquilos, tengo eso cubierto. Además, parece que Gianni está un
poco más que interesado en el hermano de Rose —les informo.
Ambos me miran sonriendo, les encantan los cotilleos, son como dos
viejas. Me guardo para otro momento contarles cómo Gianni ya es parte de
la vida de Jeremy y cómo ha mentido para conseguirlo.
—¿Esa de ahí es quien yo creo? —pregunta Vito, mirando al fondo.
Observo el sitio al que apunta con su mirada y sonrío.
—Sí, lo es —contesto.
—¿Qué me he perdido? —interviene Flavio, curioso como siempre—.
¿Quién es esa muy follable mujer?
Ruedo los ojos.
—No te hagas el hombre delante de nosotros hermanito, Chiara te tiene
por las pelotas —se ríe Vito.
—Oh, sí, nunca voy a olvidar cómo te dijo delante del juez que os iba a
casar que se follaría a otro si le fueras infiel, ese momento fue épico —
agrego.
Flavio gruñe, aunque insiste.
—Entonces, ¿quién es ella?
—Trabaja en el club —le contesto.
—¿Has traído a mi boda a una stripper? —pregunta sorprendido—.
Pensaba que tu polla servía para conseguir una cita decente, de haber sabido
que no era así, te hubiera concertado una.
—Vete a la mierda, Flavio.
—Hermanito, es la principessa de Adriano.
Ruedo los ojos, mierda, no debí haberle dicho nunca a Vito que ella me
recordaba a una dulce princesa de los cuentos que leía de niño.
Flavio amplia los ojos y luego me sonríe. No la ha visto porque ha
dedicado el tiempo a estar con Chiara, pero por supuesto está al tanto de
todo.
—Tienes buen gusto, desde luego, sin embargo, ¿la tienes trabajando de
stripper?
—No, está en la limpieza y en la barra con Jaxon, tengo pensado dejarla
meter mano a la caja —le explico.
—¿Crees que es lo correcto? —pregunta Vito y asiento.
Miro a mi principessa, que está terminando de organizar un pequeño
catering al fondo de la iglesia antes de que todo empiece, y no puedo evitar
sonreír.
—Amigo, lo tienes mal —dice Flavio mirándome.
La música nupcial comienza y volvemos a nuestros puestos. Flavio al
frente, mientras que Vito y yo nos quedamos a un lado viendo cómo Chiara
avanza del brazo de Gianni hacia el altar. En este último mes, ha hablado
con su padre, pero, de momento, no tienen una relación suficientemente
buena como para que él la entregue. Mejor, no nos gusta a ninguno ese
hombre, puede que le mintieran, aunque era su deber como padre proteger a
sus dos hijas. Ya hemos barajado la posibilidad de matarlo.
No puedo evitar desviar la mirada de Chiara al fondo, ella se mueve
grácilmente y es tan sutil que nadie se ha dado cuenta de que está allí desde
que todos se han sentado. Vito me da un codazo y lo miro.
—¿Sabe que lo sabes? —susurra a mi lado.
Sonrío, me giro y contesto mirándola.
—No, primero tiene que entender que ella es mía.
—Confío en ti —contesta y sonrío agradecido.
Puede que no sepamos aún que hace Sia aquí, pero quiero que sea mía.
No solo siento algo físico, no, es algo más allá. La miro y lo único en lo que
pienso es en tenerla justo donde Flavio tiene ahora a Chiara: a su lado, de
blanco y prometiendo estar juntos para toda la vida.
Soy el padrino, me esperarán
Sia
M
e tiemblan las piernas cuando bajo del coche de Adriano, no solo
por el beso, también por lo que me ha confesado. Sabía que era
alguien de los importantes porque Salvatore se encargó de que
supiera un poco de cada uno de ellos, pero no imaginaba que era el asesino
de la mafia. No da esa impresión, al menos no conmigo. Aunque cuando ha
apuntado al chico que ahora me lleva junto al repartidor, he de reconocer
que sí que daba miedo.
—Ese es el que la buscaba —señala el camarero a un mensajero.
—Gracias, y perdona por… Bueno, nos has asustado.
El joven sonríe tímidamente y se va. Llego hasta el hombre que sostiene
un pequeño paquete en sus manos, y cuando veo el remitente, necesito
respirar hondo. Frankie Jr., mi hermano pequeño. Esto no puede ser otra
cosa que el veneno que Salvatore me dijo que me haría llegar. Me indicó
que, como igual me registraban antes de entrar al recinto, no podía llevarlo
conmigo. Él todavía no sabe que hay algo entre Adriano y yo, bueno, yo
todavía no sé lo que hay entre Adriano y yo.
Veo como los Bianci y Adriano se dirigen a la puerta principal, lo miro un
instante antes de guardar rápidamente el paquete en mi bolso. Es de apenas
un par de centímetros, pero me pesa como si llevara una tonelada. Trato de
concentrarme en mis tareas. Tengo que revisar que todo esté correcto, no
obstante, no paro de pensar en lo que llevo encima. Con lo que hay ahí, a
pesar de su pequeño tamaño, puedo matar a todas las personas que vienen a
este enlace. No dejo de mirar a las parejas felices, las familias unidas, los
niños revoloteando, y tengo ganas de vomitar. Salvatore fue muy claro, o
ellos o Frankie y yo.
—Señorita Sia —me llama un tipo enorme de seguridad armado hasta los
dientes.
—¿Sí?
—Acompáñeme.
Tiemblo asustada, estoy segura de que me han descubierto y este día se
va a convertir en el episodio de la Boda Roja, solo que todo lo rojo va a
salir de mí, lento y muy agónicamente. Trago duro y asiento. El tipo se gira
y yo lo sigo. Miro a todos lados tratando de ver si alguien va a notar que
desaparezco, aunque no me conocen aquí, y dudo mucho que les interese si
vuelvo de donde quiera que me esté llevando, o no.
Llego a la carpa que han montado en la parte trasera de la iglesia, allí es
donde está la novia arreglándose y me siento algo desconcertada, supuse
que si iban a hacerme algo, serían los Bianci, o Adriano, no sus mujeres.
—¡Sia! —grita Idara feliz y corre a abrazarme.
—Acércate, que yo no puedo, aún estoy atrapada —dice Chiara,
mirándome a través de un espejo y rodeada de maquilladoras y peluqueras.
Avanzo arrastrada de la mano por Idara y respiro aliviada, no me han
descubierto, creo que necesitan algo y, como parte de la organización,
puedo ayudar. Ahora me siento tonta.
—Estáis preciosas —les digo a ambas y me sonríen.
—Por supuesto, yo más —suelta Chiara riendo.
—Por supuesto —le confirmo—. ¿Para qué me habéis llamado? ¿En qué
puedo ayudaros?
Idara palmea un lugar a su lado en un banco rodeado de flores blancas y
yo tomo asiento allí.
—¿Ya habéis terminado? —pregunta Chiara algo molesta, supongo que
no es chica de las que disfrute con este tipo de atenciones. Yo tampoco.
Aunque nunca las he tenido, así que no sé si soy sincera diciendo eso.
—Sí, señorita.
—Dejadnos solas por favor —pide Idara con educación, pero en un tono
que hace notar su posición.
Las chicas desaparecen y nos quedamos solas las tres en la tienda. Idara
sirve unas copas de champán de dos botellas diferentes y dudo un instante,
cuando ella es la que se queda la copa con el líquido un tono más claro, me
relajo de nuevo.
—Queríamos brindar contigo ya que imagino que estarás ocupada en
cuanto toda esta locura comience —dice Chiara.
—¿Tú puedes beber? —pregunto a Idara y ella me frunce el ceño confusa
—. Por tu estado.
Ambas se miran un instante y veo en sus caras que no es algo de dominio
público.
—Lo sé por cómo actúas, mi madre tenía también la costumbre de frotar
su tripa.
Durante un instante se quedan calladas hasta que Idara rompe el silencio.
—¡Te lo dije! Se me nota lo gorda que me estoy poniendo.
Chiara rueda los ojos y niega con la cabeza.
—No se te nota, es que aquí, la principessa, tiene buen ojo —se burla.
—¿Vosotras también estáis con eso? —pregunto—. No sé de dónde se ha
sacado Adriano ese mote, os aseguro que no sería princesa ni aunque
muriera el noventa por ciento de la cadena de descendencia real.
Las chicas se ríen y yo con ella.
—Ya te lo contará —dice Idara feliz.
—Entonces, ¿para qué soy buena?
—Queríamos que nos contaras cómo van las cosas con Adriano.
Las miro a ambas algo confundida, me caen bien y creo que son unas
mujeres fantásticas, pero no somos amigas como para que se interesen por
cómo va o no va lo mío con Adriano.
—Porfisss —me pide Chiara—, como regalo de boda.
Sonrío y me doy cuenta de que no hay un interés oculto, sino que de
verdad les interesa saberlo.
—No hay mucho que contar —accedo finalmente—, en realidad apenas
han sido un par de besos y poco más.
Lo hago sonar banal porque quiero guardarme para mí los momentos más
íntimos que hemos tenido.
—No me lo creo —suelta Idara—, la cara de idiota que se le pone a él
cuando te nombramos no es de un par de besitos tontos.
—Ni la tuya —agrega Chiara.
Suspiro profundamente y decido sincerarme todo lo que mi mentira me lo
permite porque, de alguna manera, creo que es lo más cerca de unas amigas
que voy a tener.
—Me gusta, mucho, me hace sentir cosas que no sabía ni que existían. Y
no me refiero solo al aspecto físico, es algo raro, no nos conocemos, pero a
la vez sí lo hacemos. Como si al mirarlo a los ojos viera en ellos todo lo que
necesito saber.
—¿Sabes lo que hace dentro de la organización? —pregunta Idara.
Asiento.
—Hace un rato me lo ha contado.
—¿Y qué piensas? —cuestiona Chiara.
—Que debería estar corriendo en dirección contraria pero no quiero.
Ambas me sonríen.
—No os emocionéis, lo nuestro no puede ser, quizá en otro tiempo, en
otro lugar, en otra vida…, pero no ahora, no en esta.
Lo digo triste porque me doy cuenta de que es cierto, de que si Adriano
descubre el motivo por el que estoy aquí, tendrá que asesinarme, y lo hará,
porque yo solo soy la última chica de la que se ha encaprichado y quiero
hacer daño a las personas importantes de su vida. Si algo he aprendido de él
es la lealtad que tiene hacia la gente que ama.
—Quiero que sepas que estamos aquí para ti —dice Idara cogiendo mi
mano.
—Sí —agrega Chiara—. Hay veces que te encuentras en la tesitura de
hacer algo que no quieres porque crees que no hay más salida, pero la
tienes, nos tienes.
Las miro confundida. ¿Qué saben ellas? Voy a preguntar a qué se refieren
cuando de pronto la puerta de la carpa se abre y entra un hombre que podría
quitarle el puesto a más de un actor de Hollywood.
—Chicas, ha llegado la luz, ha llegado la fiesta, la alegría y si quieres,
Chiara, el chófer para salir de aquí si no quieres casarte.
Idara y Chiara se ríen mientras yo me quedo sin saber qué hacer. No sé
quién es, aunque debe ser cercano, ya que ni ha llamado para comprobar
que no estuviera la novia desnuda, y encima se ha atrevido a decir en voz
alta que se la lleva si no quiere casarse.
—Gianni, ella es Sia, la de Adriano —dice Chiara—. Sia, este idiota es
algo así como el hermano que nadie quiere tener pero que al final aguantas,
Gianni.
El chico saca la lengua y me río. Llega hasta mí y me besa la mano.
—Una pena que batee del otro lado —suspira Idara.
—Si Vito te oye decir eso, va a querer morderme el culo —se ríe Gianni
—, y me encantaría, así que, por favor, luego repítelo cerca de él.
Los cuatro nos reímos.
—¿Sabes que la boda empieza en un par de minutos y tú no te has vestido
aún? —le recrimina con cariño Chiara.
—Soy el padrino, me esperarán —contesta arrogante.
—Bueno, voy a ver si hace falta algo más —les digo y voy hacia la
puerta.
—Sia —me llama Idara—, piensa lo que te hemos dicho, no estás sola.
Asiento sin saber muy bien qué está pasando y me voy a la iglesia. Es
impresionante el día tan bueno que ha salido. Hace frío, es invierno, no hay
aire y el sol brilla en lo más alto, apenas llevo un vestido de manga larga y
un pequeño blazer y no noto la baja temperatura.
Entro a la iglesia y voy al fondo, donde está el catering. Es una idea de
Chiara para que mientras se hacen las fotos pertinentes con los invitados,
los demás puedan ir comiendo algo. Aunque el restaurante está justo detrás
y han hecho un pasillo de telas y flores precioso y calefactado. Es increíble
todo lo que puede conseguir el dinero.
Veo a Adriano y los Bianci aparecer, los tres vestidos de una forma
elegante aunque moderna, y cada uno de un color, por supuesto, Adriano de
negro, todos dirigiéndose hacia el altar. Hasta que no se sitúan no sé quién
es Flavio y quién es Vito, son idénticos, me parece increíble que Idara y
Chiara los distingan. Chiara tarda un poco en llegar y el novio parece
inquietarse, pero cuando la música suena y todos se colocan en posición,
una enorme sonrisa le aparece en la cara. Me da un poco de envidia, me
gustaría tener algo así algún día. Toco mi bolso de nuevo para comprobar
que el paquete sigue ahí, por instinto miro a Adriano y descubro que tiene la
mirada puesta fijamente en mí mientras Chiara avanza por el pasillo. Me
pongo nerviosa y decido ir al restaurante para comprobar que todo sigue su
orden. Tienen personal de protocolo y una veintena de personas encargadas
de eso, realmente creo que este trabajo me lo han dado por pena, para que
pueda conseguir algo de dinero, lo que hace que todavía me sienta peor por
lo que tengo que hacer.
Oigo la puerta abrirse y veo a una chica joven con un bebé en brazos
acompañada de su pareja, se dirigen hacia unos sillones que tengo a mi lado
mientras organizo las copas y se sientan para darle de comer al bebé.
—No quería hacerlo en la iglesia, Idara podría vernos —dice ella
mientras saca su pecho.
—Tienes razón, fue muy duro que ese loco asesinara a su hijo. Da igual
que no hubiera nacido, si te llega a pasar a ti…
—Yo no me hubiera recuperado —le contesta ella.
Él le da un beso en la sien y se queda a su lado mientras el bebé, pequeño
y precioso, come de su madre. Y es en ese instante en el que decido que no
puedo hacerlo. Que mi vida y la de mi hermano no vale más que la de toda
esta gente, que la de ese bebé, que la del bebé de Idara que aún no ha
nacido. Voy al baño y saco el paquete, quito el envoltorio y miro un instante
el vial antes de abrirlo y derramarlo en el váter. Con esto sé que estoy
sellando mi destino y el de Frankie, pero es lo correcto, aunque no por eso
puedo evitar derramar algunas lágrimas.
Cuando salgo del baño, Adriano está esperándome, me mira y sé que ve
que he llorado. Avanza hacia mí, Gianni lo intercepta y yo decido huir a
otro lugar para evitar que me haga preguntas que no puedo responder.
Consigo esquivarlo, sin embargo, su mirada me dice que esto no se queda
así.
Paso las siguientes horas tratando de no cruzarme con él, aunque siento
en todo momento su mirada en mi nuca. Las chicas me buscan varias veces
y brindamos como si fuéramos amigas, por un momento me dejo llevar por
la ilusión de que eso es posible y disfruto.
—¡Sia! —me llama una de las camareras, Sandy—. Me han pedido que
vaya a la bodega a por un vino que quieren los novios, un Montrachet
Domaine de la Romanée Conti de 1978.
—Baja, no hay problema.
—Sí que lo hay, Marcel me necesita también para empezar con los
canapés del postre, así que ¿puedes, por favor, bajar tú?
—No sé qué vino es ese.
—Es uno que hay justo donde antes hemos cogido los vinos blancos, es el
primero de la fila de abajo.
—Muy bien, yo voy.
—Gracias.
Me dirijo a la bodega que está bajando unas escaleras fuera del salón. Veo
por un ventanuco que está a pie de calle que ya es de noche. Creo que no
tardaré en decirle a las chicas que me marcho y, con suerte, podré hacer lo
mismo con un mensaje a Adriano y así evitar verlo. Abro la enorme puerta
de madera y entro en la sala. Es una vinoteca increíble con unas neveras
espectaculares. En cuanto doy tres pasos dentro, la puerta se cierra de golpe
y, al girarme, veo a Adriano apoyado en ella.
—Hola, he venido a por un vino que…
—Que he pedido yo que vinieras a buscar —completa.
Me quedo callada mientras retrocedo un poco, necesito mantener las
distancias.
—Has estado evitándome todo el jodido día. Te he dejado un poco de
espacio, pero después de ver el video de seguridad de la carpa de la novia
necesito que me respondas algo.
Trato de recordar si dije alguna cosa que pudiera delatarme, mi mente
está en blanco.
—¿Qué quieres?
—Que me digas por qué no en este tiempo, en este lugar o en esta vida.
Sus palabras son las mismas que las mías, solo que yo estaba alejándome
y él quiere saber por qué no nos acercamos.
—¿Es por Frankie Jr.?
Me quedo paralizada hasta que habla.
—Sé que fue quién te envió el paquete que recibiste.
Respiro hondo un instante antes de contestar.
—No es nadie, y no me gusta que me espíes, ni lo que recibo ni lo que
hablo en la intimidad con otras personas.
Él asiente y se quita la americana, debajo lleva sus pistolas colgadas del
pecho. Se desabrocha el porta armas y lo deja a un lado mientras avanza.
—¿Qué haces?
—Reclamar lo que me pertenece —contesta antes de llegar hasta mí y
estampar sus labios contra los míos.
Esta vez tiene un objetivo claro, empieza a bajarme la cremallera del
vestido y yo le dejo. Cuando consigue hacerlo, quita el sujetador y muerde
mis pezones haciéndome casi caer, pero antes de que eso pase, nos lleva
hasta una pared de piedra y mete su pierna entre las mías haciendo una
pequeña fricción en mi centro que está volviéndome loca. Sube su boca a
mi cuello y lo muerde mientras sigue pellizcando mis pezones.
—Dime si quieres que pare —me susurra con voz ronca en el oído
enviando un escalofrío por todo mi cuerpo.
—No —jadeo, y él gruñe en respuesta.
Oigo la cremallera de sus pantalones y vuelve a saltar mi boca mientras
rompe mis bragas dejándome totalmente expuesta. Separa mis piernas con
la suya y en un solo movimiento se mete dentro de mí rápido, duro y hasta
el fondo. Su boca ahoga el grito que se me escapa de placer.
—Estás jodidamente apretada.
—Ha pasado un tiempo —contesto, y él comienza a moverse dentro de
mí agarrándome el culo para que con cada embestida lo note más adentro.
Sus gruñidos se mezclan con mis jadeos mientras nuestros cuerpos se
mueven al mismo ritmo, no sé el tiempo que pasamos de esta manera
porque mi cabeza no puede pensar ahora mismo, pero cuando noto que su
polla comienza a crecer dentro de mí, él baja su mano entre nuestros
cuerpos y al masajear mi botón, estallo en un vergonzoso grito acompañado
de mis uñas clavándose en su espalda.
—Mierda, esto ha sido memorable —jadeo mientras trato de recuperar el
aliento. Adriano me mira, sonríe y me besa.
—No, principessa, ha sido perfecto.
Lentamente sale de mí y ambos nos quejamos, es en ese momento en el
que me doy cuenta de que no hemos usado preservativo y me asusto.
—¿Qué sucede?
—No hemos usado protección.
—Ups —contesta para nada sorprendido.
Frunzo el ceño tratando de saber si lo ha hecho a propósito y si es así, el
motivo, pero el teléfono de Adriano comienza a sonar y él, todavía desnudo,
lo atiende.
—En dos minutos estoy allí —dice y cuelga —. Me necesitan arriba.
Comienza a vestirse rápido y yo con él. Mis bragas están destrozadas, así
que me limpio y las tiro en un cubo de basura que hay allí. Una vez abrocha
las armas a su pecho de nuevo, me coge la cara con ambas manos y me
besa.
—Siento tener que largarme ahora, quería continuar en un lugar menos…
—¿Público?
Él se ríe y asiente. Me coge la mano y salimos de allí; Adriano, como si
no hubiera pasado nada, y yo, avergonzada por si alguien se ha dado cuenta.
—Gianni —dice Adriano, llamando al padrino de la boda —. Llévala con
las chicas y luego reúnete con nosotros. Tenemos trabajo.
—Sí, jefe.
—Vuelvo por ti lo antes posible —suelta Adriano antes de darme un beso
delante de toda la famiglia.
—Vaya, parece que nuestro ejecutor ha sido visitado por Cupido —se
burla Gianni, lanzando flechas imaginarias al aire.
Adriano rueda los ojos y se marcha.
—Ven —me pide Gianni y le sigo.
Las chicas están rodeadas de más mujeres jóvenes.
—Aquí te dejo, son las mujeres por casar de la familia, así que me largo
corriendo de aquí antes de que alguna decida que no soy gay, solo que no la
he conocido a ella.
Me río y asiento. Gianni desaparece y me quedo observando lo que
parece una tradición. Idara está junto a Chiara, la cual abre algunos regalos
de índole íntima entre risitas.
—Parece que conoces a Adriano —escucho a mi lado.
Me vuelvo y veo a una hermosa joven con un porte que no puedo soñar
tener ni volviendo a nacer.
—Solo es mi jefe.
Ella alza la ceja y sonríe, pero no de forma amistosa.
—¿Y te follas a todos tus jefes? —pregunta de golpe y la vergüenza me
inunda.
—Yo…
—Bueno, no importa, hasta que nos casemos, él es libre.
—¿Cómo has dicho?
—Sí, supongo que no hablará contigo de estas cosas, soy Lirio, la futura
mujer de Adriano.
Quiero que el mundo se abra, me trague y me escupa a miles de
kilómetros de aquí.
—Yo no sabía… —murmuro.
—Eso dicen todas, pero no me preocupa, de todas se cansa y tú no serás
una excepción.
—No lo dudo —contesto para sorpresa de Lirio.
—Sia, ven —me llama Idara.
Llego hasta donde están y vuelvo a decirle a Chiara lo guapa que está.
—Vengo a despedirme, ya me voy.
—Oh, no —se queja Chiara.
—Lleva todo el día trabajando, se lo ha ganado.
—Sí —sonrío.
—¿Tienes coche?
Niego con la cabeza.
—Adriano me trajo más temprano —le cuento y miro a Lirio un instante.
—Ahora los chicos están haciendo cosas de hombres, eso ha dicho
Flavio, yo creo que están midiéndosela a ver quién la tiene más grande —
suelta Chiara y no puedo evitar reírme.
—Si te vas, coge uno de los taxis que hay fuera, están para eso.
—No quiero molestar.
—No es una molestia, es una orden de la novia —se ríe Chiara.
Creo que ha bebido un poco demasiado. Me despido y voy a la salida.
Allí una de las chicas del guardarropa me entrega el bolso y el blazer y
salgo. Ya es de noche y hace frío, así que decido coger uno de los taxis que
hay en la puerta haciendo fila. Me subo y le indico la dirección, me
acomodo en el asiento y pienso en la chica, Lirio. ¿Habrá dicho la verdad?,
¿por qué iba a mentirme ella? Mil preguntas me asaltan hasta que llego al
edificio y el taxista, muy amable, espera a que llegue y entre al portal antes
de irse. El callejón a estas horas da miedo.
Subo las escaleras y mi móvil comienza a sonar, miro quién llama,
Adriano, le cuelgo y sigo subiendo. Insiste un par de veces más hasta que
oigo el sonido de un mensaje.
Descansa, mañana hablamos. Y, recuerda, si quieres correr, yo estoy
deseando cazarte.
No contesto y abro la puerta, Brooke está en el sofá tirada con cara de
asco. Cuando me ve, coge su móvil y teclea algo. La ignoro y voy directa al
baño a desmaquillarme, no es que me haya pintado mucho y tampoco queda
demasiado después de todo el día, pero me gusta ir a dormir con la cara
limpia. Salgo dispuesta a tirarme en mi esterilla para descansar cuando
Brooke me intercepta con la bolsa de la basura en la mano.
—Hay que sacarla.
—Mañana lo hago, hoy ha sido un día largo.
—Ahora si quieres dormir aquí hoy.
Estoy a punto de soltarle un puñetazo, pero me contengo, asiento, y cojo
la bolsa. Antes de bajar, me cambio los tacones por unas deportivas.
Desciendo trotando y cuando salgo, voy hacia el fondo del callejón que es
donde se encuentran los cubos de basura, abro el contenedor y lanzo la
bolsa. Al girarme para irme, veo una silueta y me asusto.
—Salvatore —respiro después de ver que es mi hermano el que está ahí
de pie.
—¿Sabes?, hermanita, hoy me ha pasado algo raro.
Me quedo callada porque su tono no es amistoso.
—Llevo todo el día esperando en mi hotel, justo frente a la iglesia donde
se celebra la boda del año, con una botella del mejor champán francés, y se
me ha calentado.
Sigo sin hablar y él avanza dos pasos.
—Quería ser el primero en ver las ambulancias sacar los cuerpos de los
Bianci, pero, en vez de eso, he visto a gente feliz, viva y feliz.
Se acerca hasta estar justo a un paso de mí.
—¿Puedes decirme qué ha ocurrido?
—Lo siento, no he podido, había mucha gente inocente, bebés,
embarazadas…
Menea la cabeza y suspira.
—Sia, ya sabes la consecuencia.
Asiento y eso a él le enfurece, sé que prefiere que suplique, que llore, que
le ruegue, y no voy a hacerlo. Ahora ya no lamento haberme acostado con
Adriano, es lo último que he hecho en este mundo y lo he disfrutado.
—Si estás de acuerdo, entonces no hay más que pueda decirte.
Acaba la frase, me mira, sonríe de una forma tétrica y lanza su primer
puñetazo a mi estómago. Pensaba que me pegaría un tiro en la cabeza, pero
parece que va a recrearse en esto. Con el segundo puñetazo caigo al suelo y
el me da una patada, oigo crujir mis costillas y grito cuando vuelve a
golpear la misma zona. Miro hacia las ventanas que hay en el edificio, no
parece que nadie vaya a asomarse a ayudarme, así que me acurruco y lloro
porque duele, mucho. Respiro entre golpes y trato de llevar mi mente hacia
un lugar feliz y, entonces, descubro algo, en mi lugar feliz está Frankie, está
Lacey y, para mi sorpresa, está Adriano.
¿Lo ponemos en su sitio?
Gianni
M
e cuesta abrir los ojos, la boda ayer se me fue de las manos. Miro
a mi lado y veo a uno de los camareros, desnudo, con el culo en
pompa. Sonrío porque anoche me lo pasé bien y puede que esté
listo para otra ronda. Busco el reloj y todo lo que había subido baja de
golpe.
—Despierta, tengo que irme —le digo al chico, que gruñe algo pero no se
mueve.
Lo zarandeo un poco más antes de simplemente empujarlo hasta que cae
al suelo.
—¿Qué mierda te pasa? —pregunta, asomando la cabeza por encima del
colchón.
—Perdona, tenía que estar en otro sitio hace diez minutos, así que si eres
tan amable de marcharte, yo voy a ducharme y a salir cagando leches.
El chico me mira como si no supiera si estoy diciéndole la verdad.
Finalmente, le indico con la mano que se largue, y él me insulta un poco
mientras se viste y desaparece.
Salto a la ducha y me quito todo el olor a sexo. Me visto en un minuto
con una sudadera, vaqueros y unas deportivas, y cojo las llaves del coche.
Casi olvido el paquete que hay en la puerta, y en el último instante me
acuerdo, me agacho y lo llevo conmigo. Conduzco a toda velocidad
atravesando la ciudad para llegar a mi cita y aparco en un carga y descarga,
luego llamo a mi contacto de la policía para que no se me lleven el coche ni
me multen. Me encanta tener media ciudad comprada y la otra media
trabajando para los mismos que yo.
Entro al centro cívico y busco a Rose, la veo enseguida; es una chica
preciosa y siempre anda rodeada de hombres. En cuanto me acerco, les
echo una mirada asesina a todos y desaparecen, cobardes, ella merece a un
hombre que no se vaya, que tenga huevos y se quede.
—¡Has venido! —grita Jeremy y se lanza a mis brazos.
Es enorme y casi me tira. Logro mantener el equilibrio y lo abrazo con
fuerza, él se ríe como un niño grande que es lo que en realidad es.
—¿Cómo vas? —le pregunto cuando se separa.
—Bien, soy casi el primero —dice orgulloso.
—Está haciéndolo muy bien — me dice Rose, llegando hasta mí y
besando mi mejilla.
Apenas nos conocemos desde hace un par de días, pero es una chica con
la que es fácil sentirse cómodo. Es todo dulzura y amor, como una madre
perfecta.
Miro el arreglo floral de Jeremy y he de reconocer que está quedando
precioso. Rose me dijo que, para los chicos que sufren el mismo problema
que Jeremy, el trabajar con las manos les ayuda a concentrarse, además de
que tienen creatividad innata, por lo que todo esto se les da genial.
—¡Terminé! —grita Jeremy entusiasmado y aplaude.
Entonces, me acerco y veo cómo ha hecho un arreglo florar alrededor de
un pedestal en el que ha colocado un muñeco que encontró en una tienda de
Chinatown que es igual que él, bueno, eso le dijo el chino porque no se
parece ni en el color del pelo.
—Creo que ese muñeco no se parece a ti —le digo y él lo mira.
—Es lo más parecido que he encontrado —dice triste.
—¿No te he dicho que puedes contar conmigo cuando necesites algo?
Él me mira desde abajo y asiente, luego mira el muñeco y veo que ahora
no le gusta. Sonrío y le entrego el paquete. Me observa sorprendido y lo
abre con cuidado. A pesar de lo grande que es, me impresiona lo delicado
que puede llegar a ser para abrir las cosas.
—¿Es para mí?
—Sí, para que te lo comas cuando ganes —le confirmo.
Termina de abrir el paquete y ve un pequeño pastel de chocolate, su
favorito, con una figura de azúcar que es idéntico a él. Lo encargué con una
foto que tenía de su archivo.
—¡Rose! ¡Rose! Mira lo que me ha traído Gianni.
Rose se acerca y me sonríe cuando lo ve.
—¿Lo ponemos en su sitio?
Jeremy asiente feliz y yo me gano una enorme sonrisa de todas las chicas
a mi alrededor. Lástima que solo me gusten los hombres, sé que si fuera
hetero follaría con cada una de ellas sin tener ni que llamarlas por su
nombre.
—Ha sido un detalle, Gianni —dice Rose mientras apoya su cabeza en mi
brazo y yo lo paso alrededor de sus hombros.
—Por supuesto que ibas a estar aquí.
Me giro y veo a Gray, el hermano de Rose, mirándome con cara de
asesino.
—Yo también te quiero —contesto, guiñándole un ojo.
—Comportaos, ahora van a anunciar los ganadores —dice Rose.
Miro a Jeremy que se coloca junto a todos sus compañeros y compañeras
detrás de una mesa larga, delante de cada uno está el arreglo que ha hecho
y, mirando todos, el de Jeremy es de los mejores. Espero que gane, sé que le
haría mucha ilusión.
—Gracias a todos los participantes por venir, ahora vamos a anunciar a
los tres mejores, pero tenéis que saber que todos son preciosos, por eso,
aunque no estéis entre los tres elegidos, recibiréis un diploma.
El sitio estalla en aplausos y todos están más que felices de recibir un
trozo de papel que no sirve para nada. Me encanta.
—El tercer premio es para Jude Lineh —dice la chica del micro y todos
aplauden.
La tal Jude se acerca y coge un pequeño trofeo, se hace la foto y sonríe
como si hubiera ganado un Oscar.
—El segundo premio es para Jeremy Simons.
Oh, mierda. Observo a mi chico y lo veo correr feliz hacia donde tienen
su estatuilla. No para de mirarnos y enseñárnosla emocionado.
—El primer premio es para Lisbeth Cavage.
Todos aplauden y mi chico la abraza feliz, pero feliz de verdad, no como
en esos certámenes de Miss Universo en los que ponen una cara ensayada.
Se alegra por ella como si lo hubiera ganado él.
Se hacen cientos de fotos, todos felices, se dejan los premios, Jeremy
reparte su minipastel y no pueden estar más contentos. Los observo de
lejos, me da miedo acercarme y que todo acabe, mi mundo no es este, no es
el de las risas y la felicidad por participar; en mi mundo, si participas, es
para ganar.
—¡Mira, Gianni, he ganado! —grita Jeremy, corriendo hacia mí.
Abro los brazos y lo recibo.
—¿No te importa no haber ganado? —le pregunto cuando se separa.
—Pero sí que he ganado.
—Has quedado segundo.
—¡Eso es el primero después del campeón! —me dice sonriendo, y
entonces entiendo su mundo, todo es bonito y nada lo empaña, por un
instante tengo envidia de él.
—Vamos a comer para celebrarlo —le digo—, al sitio de las
hamburguesas que te gusta.
—¡Sí! Vamos al Shake Shacks, ¿pueden venir Rose y Gray?
—Claro.
Veo cómo va corriendo donde está Rose y se lo dice, ella me mira y
sonríe. Comienza a despedirse del resto de personas de allí, la mayoría son
las madres, ella es la única que no tiene relación de sangre, aunque
oficialmente está a cargo de Jeremy y, por lo que sé, está tramitando una
especie de adopción. Es una mujer fantástica.
—Tu dinero no va a impresionarla —escucho a Gray a mi lado.
—No es más que una simple hamburguesa, si quisiera impresionar, la
llevaría a otro tipo de restaurantes —le pico.
—Mi hermana es buena, tú no, y no me gustas.
Gray me ha mirado mal desde que entré en sus vidas hace unos días, no
sé qué le he hecho, pero su actitud, lejos de joderme, lo único que hace es
ponerme cachondo.
Vamos a la hamburguesería y dejo que Jeremy pida todo lo que quiere. Es
más de lo que podemos comer, lo que sobre se lo llevará a casa feliz, le
encanta almorzar hamburguesa del día anterior. Sonrío.
—Háblanos un poco de ti —me pide Rose cuando ya estamos sentados y
con nuestra comida delante.
Sé que lo hace para que Gray confíe en mí. Es un hermano protector,
Rose me contó que tuvo una mala experiencia con un hombre antes de mí y
por eso es así. Ella me ha pedido que le aclare que soy gay, pero confieso
que me encanta este juego que tenemos de odio y sexo, porque él puede
negar lo que quiera, pero cuando estamos cerca, el ambiente se vuelve
cachondamente sexual.
—Nací y crecí en Italia. Somos una familia enorme, pero siempre he sido
algo diferente de lo que pedían.
—La oveja negra —susurra Gray y Rose le da un codazo.
—Algo así. Por eso, cuando mi mejor amiga vino para aquí, no dudé en
instalarme con ella.
—¿Cuándo podremos conocerla? —pregunta Jeremy.
—Muy pronto, estoy seguro de que vas a caerle muy bien.
—¿Dónde está ella? —pregunta Gray, que no termina de creer que Chiara
existe.
En su lugar también estaría mosqueado, he sido parco en mis
explicaciones porque Jeremy les contó lo sucedido con Idara y Chiara, no
sería difícil hilar y acabar viendo que no soy todo lo que digo ser, aunque
trato de mentir lo menos posible, esta familia me gusta.
—Se casó ayer, así que ahora estará follándose a su marido —contesto
con una enorme sonrisa.
Rose le tapa los oídos a Jeremy, que me mira sonriendo.
—Ha dicho follar, follar, follar, ¿puedo decir follar? —pregunta Jeremy y
yo no puedo evitar soltar una carcajada mientras Rose me reprende y Gray
me da una mala mirada.
—No está bien decir esa palabra —le explica Gray—, solo los idiotas la
usan.
—¿Gianni es idiota? —pregunta inocente.
—Sí —contesta Gray, y Rose le da un codazo que me hace sonreír.
—Hoy duermo con Jude —me dice Jeremy feliz.
—La mamá de Jude se encarga de ellos esta noche, ha dicho que se los
lleva a todos a celebrar el premio a su casa —me explica Rose—. Es una
mujer que tiene una casa enorme y mucho servicio que la ayuda, todos
especializados en cuidar personas como Jeremy y Jude.
—Parece buena gente.
—Lo es. Al principio, era un poco estirada; cuando llegó a la asociación,
se creía mejor que las demás, pero no tardó en darse cuenta de que al final,
sin importar el dinero que tengamos, todas estamos allí por la persona que
queremos.
—Así que hoy tienes la noche libre —afirmo y ella asiente.
—Ni se te ocurra —gruñe Gray.
—No voy a dejar pasar la oportunidad de invitarla a salir —le pincho y
Rose rueda los ojos—. Puedes venir con nosotros a bailar, bueno, si sabes.
¿En la aldea Pitufo te han enseñado?
Mi burla lo cabrea, es algo más bajito que yo, y como siempre está de mal
humor, lo llamo Pitufo Gruñón; a Rose y Jeremy les hace gracia, a él no
tanto. Sonrío.
—Me encantaría salir a bailar contigo, Gianni.
—No vas a ir con él a bailar —le suelta Gray como si fuera su padre.
—Mira, si tú estás amargado, me parece bien, sin embargo, yo necesito
sentirme una chica de veintitrés, al menos, una vez al año.
Parece que esas palabras golpean duro a Gray porque se relaja y asiente.
—Bien, iré con vosotros.
Rose sonríe feliz y de verdad parece una chica de su edad, creo que lleva
demasiada carga encima. Acabamos de comer y quedamos en que nos
veremos en la puerta del club a las ocho. Me hubiera gustado invitarlos a
cenar, pero no puedo, tengo que encargarme de un par de cosas antes. Una
vez en mi coche, llamo a Adriano.
—Hola, culito sexy —le digo cuando descuelga y oigo una risa.
—¿Qué tienes para mí?
—Acabo de estar con los hermanos y Jeremy, el chaval, ha quedado
segundo en una competencia de arreglos florales.
—¿Has podido saber algo más de esa prima que tiene?
—No, esa chica vive en la frontera con Canadá y, que yo sepa, no se
conocen. Por lo que me ha contado Rose, ella ya le ha enviado la renuncia
para que pueda hacerse cargo de forma oficial.
—¿No te parece raro que una chica tan joven quiera hacerse cargo de
Jeremy?
—Tuve mis dudas hasta que los conocí. Rose y Gray perdieron a sus
padres jóvenes. Él se hizo cargo de su hermana, pero ella creció de golpe y
es muy madura. Si la conocieras, verías que es todo dulzura. Es como la
definición perfecta de madre.
—Vaya, sí que te tiene impresionado.
—Deberías verlo con tus propios ojos —le recomiendo.
—No tengo tiempo todavía, me fío de ti. Sigue atento por si notas algo
raro.
—Sí, jefe —contesto, y él se ríe y cuelga.
Paso el día haciendo encargos para los Bianci, hay que ajustar un par de
cuentas y a mí me encanta hacerlo. Cuando llega la hora, me doy una ducha
y me preparo para ir a bailar con mi amiga Rose y el petardo de su
hermano. Llego al club y los veo en la entrada, siempre son puntuales, a
diferencia de mí.
—Estás preciosa —le digo, cogiendo su mano y haciéndola girar sobre sí
misma.
Ella sonríe, luego trato de coger la mano de Gray para hacer lo mismo,
pero él se la mete en el bolsillo. Rose y yo nos reímos y entramos. Este club
pertenece a los Bianci, así que no necesitamos ni hacer fila, ni pagar, ni
mucho menos estar en la zona común, tengo un palco reservado para
cuando venimos.
—Vaya, sí que debes ser importante si tienes un sitio como este —dice
Rose alucinada por el lugar.
—Es de mis jefes, me dejan usarlo cuando quiero.
Una camarera se acerca y comenzamos con los tragos. Gray permanece
callado mientras Rose no deja de contarme todos los proyectos que tienen
en la asociación, le dije que quería invertir y que me dijera el dinero que le
hacía falta. Puede que haya sido el guardaespaldas de Chiara toda mi vida,
pero no dejo de ser el hijo de uno de los hombres más importantes de La
Cosa Nostra italiana: el Contable. Y, por lo mismo, mi cuenta bancaria está
llena como para vivir dos vidas gastando y no preocuparme de quedarme
sin blanca.
—Quiero bajar a bailar —dice Rose feliz.
—Yo te acompaño —se ofrece Gray, y ella niega con la cabeza.
—Quiero bajar sola, he visto a dos chicas que conozco y no quiero que
me hagáis de carabinas.
Sonrío y asiento. Desde el palco que estamos, se ve el club entero, así que
puedo vigilarla y darle espacio. No la conozco de mucho, pero siento que
debo protegerla, me inspira eso.
—Ahora que estamos solos, quiero que seas sincero —me suelta Gray
apenas Rose sale de allí.
—He sido sincero hasta ahora.
Más o menos.
—Me parece muy extraño que por casualidad estuvieras en ese
supermercado el día que conociste a Rose y a Jeremy.
—¿Por?
—Mírate, se te nota el dinero en cada respiración, y ese súper es para
gente como nosotros, gente que apenas llega a fin de mes después de pagar
el alquiler, las clases especiales de Jeremy y el teléfono.
Sé que no están demasiado bien económicamente y estoy tratando de ver
cómo hago para darles dinero sin que ellos se nieguen, porque son del tipo
orgulloso, lo cual hace que me gusten aún más.
—Ya te dije que tenía una cita de negocios cerca y entré a por agua.
—No me lo creo.
—¿Qué necesitas que haga para que te des cuenta de que no tengo malas
intenciones?
—El último que dijo esa frase nos jodió la vida bien a ambos.
Frunzo el ceño porque es la primera vez que me dice algo así, hasta ahora
no había dado ningún detalle de ese hombre que sé que hizo daño a Rose.
—Ven —le pido para que se acerque a la cristalera desde la que se ve
todo el club.
Él se pone a mi lado, aunque mantiene las distancias.
—Rose es una mujer preciosa, mírala. Si la comparas con el resto de
mujeres que hay a su alrededor, ninguna le llega a la suela de los zapatos,
por no hablar de su personalidad.
—Lo sé.
—¿Ves a ese hombre de allí? —le señalo a un chico que no deja de
observar a Rose —. No creo que sea lo suficientemente bueno para ella, y
es uno de los tipos más ricos de la ciudad.
Frunce el ceño porque no entiende lo que estoy diciendo. Saco mi móvil
y le pido a uno de los chicos que me traigan al tipo aquí arriba. Gray
observa todo en silencio hasta que llaman a la puerta y uno de seguridad
entra acompañado de Lion Maxsfold.
—Lion, te presento a mi amigo Gray —le digo acercándome.
—Hola —contesta asustado.
—Él es el hermano de la chica a la que estás mirando desde hace un rato.
Se llama Rose. Preciosa, ¿verdad?
Lion asiente.
—Verás, resulta que ella es especial para mí, es como mi hermanita
pequeña, ¿me sigues?
Asiente de nuevo sin hablar.
—Así que he pensado que estaría bien que supierais que si tú o a alguno
de tus amigos se les ocurre acercarse con una intención que no sea el
cortejarla como la dama que es, no tendré más remedio que cortaros la polla
y metérosla por la boca.
Lion se queda blanco y Gray a mi lado me mira sorprendido, no había
visto esta parte de mí, solo la de las risas y bromas.
—Por lo que si tú o alguno de tus amigos tiene los huevos suficientes
para intentarlo, espero que la trate bien, o aquí Gray y yo le haremos una
visita, y no será agradable, ¿entendido?
El chico asiente y, con un gesto de cabeza, hago que el de seguridad lo
saque.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta Gray en cuanto nos dejan solos.
—Quiero a tu hermana; la quiero como a una persona, no como a una
mujer, no la veo así. Y este tipo y sus amigos son de los que se dedican a
jugar con chicas bonitas de bajos recursos; las seducen y luego las dejan
como si fueran basura cuando la única basura son ellos, por mucho dinero
que tengan.
—Gracias.
Y lo dice en un tono que me llega al alma.
—Supongo que Rose no te lo ha contado porque es algo de lo que se
avergüenza, yo también, pero creo que es justo que lo sepas si quieres
acercarte a ella.
Su forma de dirigirse a mí ha cambiado, es más, creo que está dándome
su beneplácito para que salga con su hermana. Sonrío, no sabe lo perdido
que está.
—Hace dos años hubo un chico, Thomas Livingsthe. Se acercó a nosotros
de una forma casual, como tú. Al principio, íbamos los tres a todos lados
juntos, hasta que se me declaró y fuimos pareja.
Me mira esperando que me sorprenda al decirme que es gay, ya lo sabía,
tengo un radar para eso y lo he visto ponerse duro mirándome.
—Éramos felices, él tenía dinero, y prefería mantener lo nuestro en
secreto, así que Rose era su tapadera para la sociedad y yo su amante para
las noches.
—Menudo imbécil —murmuro y Gray me sonríe.
—Comenzó a pasar tiempo con mi hermana, ella lo veía como a una
chica y no dudaba en cambiarse de ropa o en ducharse delante de él, yo no
lo veía mal hasta que un día…
—No hace falta que me lo cuentes —le digo, poniendo mi mano en su
brazo.
Me sonríe y mira hacia la cristalera, me pongo a su lado y él continúa.
—Un día salí antes de trabajar, qué típico, ¿no? —se ríe triste—. Y, al
llegar a casa, encontré a mi hermana desnuda, atada en la cama y con una
cámara enfocando mientras Thomas se la estaba meneando.
—Joder —suelto incapaz de callarme.
—Conozco a Rose, no es de esas, así que cuando vi la escena, respiré
hondo y miré bien lo que sucedía. ¿Sabes?, cuando estás enfadado, te
pierdes muchas cosas; entonces, me di cuenta de que Rose tenía una
mordaza en la boca, que sus ojos estaban rojos de llorar y que su pelo
parecía que lo habían enmarañado por haberla cogido de él.
Esta vez no puedo ni pronunciar palabra.
—Le di un puñetazo a Thomas y llamé a la policía. Él huyó mientras
desataba a mi hermana. Rose me contó que ese día Thomas había estado
como loco por una conversación de su padre, iba a desheredarlo porque se
había enterado de que era gay, por lo que decidió que violar a mi hermana
delante de una cámara era una buena prueba que enseñarle al viejo para
demostrar lo hombre que era.
—Hijo de puta, espero que se pudra en la cárcel.
Gray niega con la cabeza.
—La gente con dinero no va a la cárcel. Thomas se llevó la cámara
cuando huyó, así que solo era la palabra de la que en ese momento era su
novia contra la de él. Lo hizo pasar por una denuncia por despecho y el caso
se archivó sin más.
—Me estás jodiendo.
Niega con la cabeza.
—Fue mi culpa, por eso soy tan protector con Rose, pero creo que
contigo podría ser feliz, ahora sé que te preocupas por ella.
—Entonces, me das tu aprobación para salir con ella, ¿no?
Asiente.
—La cuestión es que hay dos problemas: a Rose le falta algo y me gusta
otra persona.
—A Rose no le falta nada —contesta a la defensiva.
—Siento decirte que sí.
—Ya sabía que eras de los que creen que si no tienes dinero o posición
social te falta algo en la vida.
Niego con la cabeza sonriendo, avanzo hacia él hasta que queda atrapado
contra el cristal y me inclino hacia delante.
—Lo que le falta es esto —susurro, cogiendo su paquete con mi mano—,
y quien me gusta eres tú.
No le hagas daño
Adriano
L
a mañana después de la boda es una tortura. Me despierto a
mediodía y quiero pegarme un tiro en la cabeza. Tuvimos un trabajo
en medio de la noche y después lo celebramos a lo grande, como
cuando nos enteramos del embarazo de Idara. Joder, me duele hasta el alma.
Me tiro de la cama y voy a la ducha para tratar de quitarme el alcohol que
aún parece que tengo en mi cuerpo. Cuando me froto la polla, recuerdo
dónde ha estado y sonrío. Mierda, he follado mucho y con muchas, pero
con Sia ha sido algo totalmente diferente, brutal, perfecto.
Voy con la toalla alrededor de mi cintura a coger el móvil, lo dejé
cargando en el salón sin volumen, necesitaba descansar, y si alguien me
necesita, sabe cómo encontrarme, y si no lo sabe, es que no necesita
saberlo. Miro la pantalla y veo varias llamadas del club y un mensaje de
Jaxon.
Cuando lo leas, llámame.
Lo dejo de nuevo cargando, primero necesito algo de café y comida para
poder hablar con nadie. Una vez que ya estoy operativo, me pongo en
marcha, llamo a Gianni para comprobar cómo van las cosas con Jeremy;
después, a Vito, pero me contesta Idara, por lo visto su marido aún tiene el
culo metido en la cama, y, por último, a Jaxon. Supongo que hay algún
problema de proveedores ya que a esta hora el club está cerrado y solo hay
llegada de cargamento de bebidas o de otras cosas menos legales.
—¿Cuál es el problema? Espero que no sea demasiado complicado
porque mi cerebro no está ahora mismo para muchos trotes.
—Es Sia.
Esas dos palabras me despejan la mente, me levanto y recojo las llaves de
la moto y el casco mientras mantengo el teléfono en mi oreja.
—¿Qué ocurre?
—No ha querido contarme nada… Ha venido a recibir pedidos y no la
veo bien.
—¿Está enferma?
—Creo que alguien le ha puesto la mano encima.
Miro mi teléfono incrédulo, no es posible, no a ella.
—Estoy de camino.
Cuelgo y salgo para allí disparado. Recorro la ciudad a ciento veinticinco
millas, lo cual hace que casi mate a varias personas y tenga como tres
accidentes, pero no me importa; tengo que llegar al club y ver a Sia con mis
propios ojos. Dejo la moto en la puerta y entro lanzando el casco a Pietro,
que está vigilando la entrada. Busco a Sia con la mirada y la veo sentada en
uno de los taburetes del bar, repasando cuentas; no tiene buena cara. La
observo un instante, y cuando se le cae al suelo un bolígrafo, veo cómo se
baja de la silla de una manera que me hace saber que tiene al menos una
costilla rota.
—Toma —le digo, cogiendo el boli y entregándoselo antes de que tenga
que doblarse.
—Gracias —contesta de una forma seca, y eso me confunde.
—¿Qué te ocurre?
—Nada.
—Nada conmigo y nada con tus costillas supongo, ¿no?
Ella me mira un instante y asiente.
—Así es, nada.
Vuelve a su trabajo y estoy tentado a tirarla sobre mi hombro y llevarla al
despacho, pero en su estado no puedo. Saco el móvil y llamo al doctor
Morgan, le pido que venga y sé que en cinco minutos estará aquí, siempre
deja todo por atender cualquiera de nuestras necesidades.
—Ven a mi despacho —le ordeno.
—Tengo trabajo —contesta sin mirarme.
—No te lo pido como amigo, sino como jefe.
Levanta la vista y me mira mal pero asiente. Deja el papel que tenía en la
mano y se baja lentamente de su asiento, tratando de no hacer ninguna
mueca de dolor. Quiero ayudarla, aunque si lo intento, puede acabar
haciéndose más daño por alejarse. Una vez abajo, camino hacia mi
despacho con ella detrás, y cuando llego a la puerta que da a las oficinas,
me giro y veo que ella aún está casi en la entrada. Camina despacio, lenta y
adolorida. Me tenso y espero a que llegue mientras me hierve la sangre.
Mierda. Voy hasta a ella y la detengo.
—Va a dolerte solo un segundo —le digo antes de cogerla en brazos.
Ella emite un pequeño grito y esconde su cara en mi cuello para ahogarlo.
Joder.
—Lo siento —susurro mientras la llevo hasta mi oficina y la dejo encima
de la mesa.
Saco mi móvil y pregunto por qué demonios todavía el doctor Morgan no
está aquí. No pasa un minuto que suena la puerta y aparece.
—¿Dónde demonios estabas? —pregunto en un tono que le asegura la
muerte si no me gusta la respuesta.
—Disculpa, estaba atendiendo a una niña y he tenido que acabar de
vendarla.
Asiento porque me vale esa excusa, espero que sea cierta. Lo averiguaré.
—¿Es a ella a quien tengo que examinar?
—Sí.
—No —contesta Sia a la vez.
—No estoy de humor, vas a dejar que te revise, va a hacer lo que pueda
para aliviar tu dolor y a continuación vas a contarme qué cojones ha pasado
para que estés así y por qué mierda me tratas con esa indiferencia después
de lo de anoche.
Ella me da una mirada asesina y se cruza de brazos provocando otra
punzada de dolor que refleja su cara.
—O te dejas por las buenas o te juro que te corto el puto jersey y te
amarro hasta que acabe.
Ella respira agitada, enfadada, pero no estoy jugando; está mal y no
pienso dejar que, por un capricho que ni siquiera comprendo, siga pasando
dolor. Me observa unos instantes, y cuando ve mi determinación, asiente.
—¿Puedes quitarte el jersey? —pregunta el médico y ella asiente de
nuevo.
Lo hace despacio, mordiéndose el labio en cada movimiento, pero lo
logra. Debajo lleva una camiseta, también de manga larga, que cuando la
mira, la hace temblar; y lo entiendo, es estrecha y va a doler quitársela. No
lo pienso y agarro la tela desde abajo y la rasgo. Y, entonces, veo algo que
me paraliza. Tiene todo su torso lleno de moretones verdes y morados, el
más grande en su costado derecho. La miro y ella trata de respirar hondo
para no llorar. Cojo su cara entre mis manos y la beso.
—No le hagas daño —ordeno al médico, aunque sé que es imposible
viendo cómo está.
Examina su cuerpo lo más delicadamente que puede, aunque eso no evita
que sienta dolor. Se encoge con cada toque, sin embargo, aguanta sin gritar.
Una vez acaba, le entrego una camisa que tengo en mi armario del despacho
y le ayudo a ponérsela. La abotono sin dejar de mirar cada golpe y trato de
no temblar de la rabia porque todo esto le ha pasado mientras yo estaba
borracho o dormido.
—Tienes dos costillas derechas fisuradas, sin un escáner no puedo
asegurar que no estén rotas —aclara el doctor.
—¿Puedes darle algo para el dolor?
—Sí, ahora mismo hago la receta.
—Te acompaño a la puerta. Ahora vuelvo.
Sia asiente sin mirarme, todavía subida en mi mesa. Salgo con el doctor
hasta el club y lo paro.
—Quiero algo que la deje fuera de combate varios días.
—¿Qué quieres hacerle?
—No es de tu incumbencia, solo necesitas saber que la voy a llevar a tu
clínica y que va a estar allí hasta que se recupere.
El doctor asiente y me entrega un vial de su maletín.
—Con eso estará fuera de combate el tiempo suficiente para que la lleves
a mi clínica, una vez allí, puedo inducirle el sueño para que se recupere
mucho antes que despierta.
—Muy bien, espérame allí.
Se va mientras yo vuelvo junto a Sia. Se ha bajado y mira unas
fotografías de mi familia que tengo en la pared.
—Esa es mi nonna, me ha criado como si fuera su hijo —le explico.
Pienso que no he hablado con ella desde que la llamé el día de la
entrevista de Sia y me anoto hacerlo antes de que acabe la semana.
—¿Puedo irme ya? —pregunta sin mirarme, odio que no me mire.
—No sin antes decirme qué demonios ha pasado desde que te dejé con
Gianni.
—Nada que pueda interesarte.
Gruño frustrado y ella entrecierra los ojos.
—Si no me lo dices tú, entonces iré a ver a Gianni y le cortaré tantas
veces como sea necesario hasta que descubra qué está mal.
—Él no tiene nada que ver.
—Estábamos bien antes de dejarte con él.
—No es su culpa, es tuya, bueno, tampoco, es mía por ser una idiota.
Sus palabras me desconciertan por completo.
—Explícate.
Me mira y se cruza de brazos son cuidado de no hacerse daño.
—Lirio.
Ruedo los ojos y meneo la cabeza.
—¿Qué ha hecho esa puta loca ahora?
Ella frunce el ceño y contesta.
—Me aclaró quién era ella.
—¿Y eso es?
—Tu futura mujer.
Suelto una carcajada que no hace otra cosa que cabrear más a Sia.
—Esa niña está jodida de la cabeza, cree que porque le di un beso voy a
casarme con ella.
—No me lo dijo como si solo estuviera en su imaginación.
—Mira, ella es de una buena familia que todavía sigue la tradición de
querer vírgenes a sus mujeres hasta el matrimonio. Incluidos los besos.
—¿Eso aún existe?
—Ya ves. Flavio tuvo la mala idea de retarme y yo de aceptar. Solo fue
un beso casto, sin lengua, ni siquiera lo recuerdo, pero ahora ella cree que
tengo que casarme, que soy el amor de su vida y no sé qué cantidad de
gilipolleces más.
Me mira dubitativa y yo me acerco hasta bajar mis labios sobre los suyos
y besarla de una forma tierna, dulce y que demuestra que ella es única.
—¿Me crees? —le susurro contra su boca y ella asiente.
Sonrío y beso su mejilla.
—Ahora necesito saber quién te ha hecho eso para desmembrarlo y
repartir su cuerpo por todos los estanques del condado.
—No puedo hablar, es algo de mi pasado que ha regresado a mi presente.
—Confía en mí, voy a ayudarte.
Niega con la cabeza.
—No puedes, él… Simplemente, no puedes hacer nada. Anoche cuando
pasó lo que pasó, sellé nuestro destino.
Sus palabras son crípticas y sé que no va a decirme nada.
—Necesito que confíes en mí, principessa.
—No es cuestión de confianza, si pudiera, te prometo que lo haría, pero
hay en juego algo importante para mí, algo que cuido desde hace años y
tengo que…
Niega con la cabeza.
—Tú no lo entiendes, Adriano, crees que me conoces, pero no es así, no
soy buena, no merezco que me mires y te aseguro que es probable que
acabes matándome si antes no lo hace otro.
—¿Qué estás diciendo?
Sus palabras me dejan helado, lo que acaba de decir casi es una confesión
sobre sus intenciones, me niego a creer que ella me haría daño a mí o a
cualquiera. No está en su naturaleza, sí en la mía, y voy a cazar al hijo de
puta que le ha hecho esto, que está haciéndole dudar de nosotros y voy a
hacer que ruegue por su muerte durante días.
—Si quieres ayudarme, déjame ir, dame dinero y olvídate de que alguna
vez he existido.
Ahora todavía estoy más confundido. La Sia que conozco, de la que me
he enamorado, no me pediría dinero. Nunca. Mierda. ¿Acabo de reconocer
que me he enamorado?
Se oye la puerta del despacho y Pietro entra con una pequeña bolsa de la
farmacia.
—El doctor Morgan ha enviado esto para ella.
La cojo enfadado por la interrupción y cierro de golpe.
—No te vas a ir —le aclaro.
—Por favor —me pide con lágrimas en los ojos.
Sé que no hay más que pueda sacarle, está aterrorizada, lo veo en su
mirada y yo estoy ardiendo por dentro de rabia. Un ataque repentino de tos
la tiene casi gritando mientras se sujeta las costillas. Llego a ella y la abrazo
para que se mueva lo menos posible hasta que se le pasa.
—Déjame que te dé lo que ha mandado el médico para que no te duela.
Ella asiente y la ayudo a sentarse en el sofá, después voy hasta la nevera
y cojo zumo, abro la bolsa y veo una medicación que reconozco, es un
antiinflamatorio potente. Saco el vial y lo vierto en la bebida, espero que no
note el sabor. Después, me acerco a ella y le tiendo la pastilla y el vaso, me
siento a su lado y espero a que se lo beba.
—Déjame que cuide de ti.
Ella niega con la cabeza apoyada en mi hombro.
—No puede ser, Adriano, no en este tiempo, no en esta vida, no siendo
quienes somos.
Bosteza y sé que el somnífero está haciendo efecto.
—Perdóname —le susurro.
—¿Por qué? —me pregunta ya más dormida que despierta.
—Porque voy a cuidar de ti, de nosotros y voy a hacerte mía, aunque tú
no quieras.
No sé si escucha lo último porque su cuerpo cae laxo sobre mí. Beso su
frente y la acomodo a mi lado, saco el móvil y llamo a Vito.
—Necesito unos días —le digo en cuanto descuelga.
—Es por tu principessa.
No pregunta, confirma.
—Creo que está metida en algo más jodido de lo que pensaba en un
principio y voy a ir a Santa Clara en persona para descubrirlo.
—Cuenta con nosotros, lo que necesites, el avión lo tendrás preparado en
una hora para que te lleve.
—Gracias.
Cuelgo y aviso a los chicos de que quiero un coche en la puerta en cinco
minutos. Después me levanto muy despacio y le coloco a Sia una de las
chaquetas que guardo en el armario, me inclino y la recojo con cuidado.
Salgo al club y cuando veo a Jaxon mirarme preocupado le pido que guarde
todo lo que tiene Sia en su taquilla y se lo dé a Pietro, él se encargará de
llevarlo a la clínica.
Dejo a Sia en el asiento y le abrocho el cinturón, la clínica del doctor está
a unos quince minutos en coche, por suerte, su consulta está en un edificio
al lado del club y por eso siempre acude con tanta rapidez.
—Yo mismo la llevaré —le digo a uno de los enfermeros que ha sacado
una camilla para llevar a Sia, no quiero que nadie la toque.
El doctor Morgan está esperando dentro y me guía hasta una habitación
con una cama de matrimonio, otra más pequeña contra la pared, un sofá, un
escritorio, un armario, una televisión y un cuarto de baño grande. Es más
una suite que una habitación de hospital. En cuanto la dejo en la cama,
comienzan a insertarle una vía.
—Le administraremos un inductor al coma, es algo flojo, pero suficiente
para mantenerla aquí —me explica el doctor.
—¿Cuánto puede tardar en recuperarse?
—Con el reposo absoluto, en una semana debería estar bien.
Veo a Pietro aparecer por la puerta con una bolsa con las cosas de Sia,
miro que su móvil esté dentro y lo apago.
—Quiero a alguien con ella en todo momento —le ordeno, y él afirma
con un movimiento de cabeza—. Voy a ausentarme un par de días, pero
estaré pendiente.
Tanto el doctor como Pietro asienten. Me acerco a la cama y vuelvo a
pedirle perdón por hacer esto sin su consentimiento, no me ha dejado
elección. Beso sus labios y salgo de allí directo al hangar de los Bianci. De
camino, llamo a Gianni.
—Tengo que salir del Estado unos días, vigila el teléfono de Sia por mí
—le pido—. Si alguien deja algún mensaje, me lo envías.
—Claro, jefe, ¿puedo hacer algo más?
—No, ¿todo bien con Jeremy?
—Oh, sí, ahora estoy disfrutando más de este encargo.
Sonrío porque, conociéndolo, eso significa que hay un hombre implicado
en la ecuación porno de su mente. Solo espero que no la cague en su
cometido.
—Céntrate, Gianni, esto es importante —le aclaro.
—Jefe, puedo hacer varias cosas a la vez, te lo hubiera demostrado, pero
te empeñas en ser heterososo.
Me río y le cuelgo. Me gusta Gianni, es un tipo leal, y a la vez divertido,
me recuerda a Flavio, supongo que por eso Chiara y él congenian tan bien.
Llego al hangar y compruebo que Vito se ha encargado no solo de preparar
el avión, sino también de mandarme una pequeña bolsa de viaje con lo
necesario para estar un par de días fuera. Me subo y abro el portátil, tengo
unas siete horas por delante, por lo que bien puedo trabajar un rato, necesito
revisar unos envíos de armas que están por llegar a la Camorra. En cuanto
aterrizo, una moto está esperándome con las llaves puestas. Me subo,
cuelgo la bolsa cruzada en mi pecho y voy camino de Santa Clara, a la
cafetería donde trabajaba Sia.
Llego en treinta y cinco minutos y aparco en la puerta. El lugar es el
típico establecimiento de la zona donde puedes comer comida de todo
menos saludable. Hay partido y el local está lleno. Entro y me siento en un
sitio al fondo de la barra, desde donde no se ve la televisión, supongo que
por eso está vacío.
—¿Qué puedo ponerte, guapo? —pregunta una mujer de mediana edad
llamada Mindy que no para de mascar chicle mientras muerde el lápiz con
el que va a anotar mi pedido.
—Una cerveza y unos aros de cebolla.
—Marchando.
Tarda unos veinte minutos en traerme el pedido, y cuando lo hace, le
tiendo un billete de cincuenta.
—Quédate la diferencia.
Me mira sorprendida, es más de lo que cuesta la comida.
—¿Qué quieres a cambio?
Sonrío.
—Solo algo de información de una amiga común que tenemos.
—Dudo que un tipo como tú y yo tengamos amigos en común.
—¿Sia?
—¿Está bien?
Asiento.
—Desapareció de la noche a la mañana, muy raro, sobre todo, porque era
una chica responsable. Pensé que le había pasado algo grave cuando llamó
para que le diéramos su paga a la casa hogar de la señora Meller.
—¿Qué casa de acogida?
—Una a la que iba cada semana, la verdad es que nunca nos dijo la razón,
pero no había un finde que no fuera.
—¿Sabes dónde está?
—No exactamente, solo que la lleva una tal señora Meller y que debe
estar cerca de alguna parada de la línea veinte, que es la que ella cogía.
—Gracias, Mindy —le digo, deslizando otros cincuenta.
Saco mi móvil y busco lo que necesito mientras me acabo los aros de
cebolla, los cuales saben a que esa freidora ha tenido tiempos mejores.
Cuando termino, salgo y voy directo a la dirección que he encontrado.
Llego pasado el mediodía y aparco en la acera de enfrente. La casa se nota
que necesita arreglos con solo mirarla una vez. Camino a la puerta y toco.
Me abre un niño de unos doce años.
—¿Quién eres?
—Un amigo de Sia, ¿puedo hablar con la dueña?
—¿Zia? —escucho una pequeña voz que se escabulle entre las piernas de
este niño que me ha abierto—. Yo soy la gemela de Frankie.
Miro a la niña algo desconcertado y sin entender qué quiere decirme.
—Avisaré a la señora Meller. Lacey, vigila que no entre.
La niña asiente y me mira.
—¿De qué conoces a Zia? —me interroga.
—Somos amigos.
—Mientes, Zia no tiene amigos, zolo a Frankie y a mí, ella me lo dijo.
Esta niña es demasiado sabionda, es como una versión pequeña de Idara.
—Te prometo que ella y yo somos amigos.
—Enséñame una foto con ella —me pide y me doy cuenta de que no
tengo. Increíble.
—Lacey, ve adentro —ordena una señora que se acerca por el pasillo—.
¿En qué puedo ayudarle?
—Soy amigo de Sia.
—Miente —se oye de fondo a la pequeña.
—No miento, ella ahora está en Nueva York y tiene algunos problemas,
pensé que viniendo aquí podría descubrir cómo ayudarla.
—¿Cómo sé que eres su amigo y que no mientes como dice Lacey?
—Porque sé sobre la cicatriz que tiene en su abdomen —me aventuro y
acierto, porque ella asiente y me deja pasar.
La sigo por un largo pasillo hasta su despacho, entra y cierra la puerta.
Me siento frente a ella, y cuando se posiciona detrás de la mesa, me mira y
me toma una foto.
—Por si tengo que ir a la policía.
Asiento porque antes de subirme a la moto puedo entrar en su móvil por
remoto y borrarla, pero eso ella no lo sabe.
—Muy bien, ¿qué necesitas saber?
—Lo que puedas contarme de ella y de este sitio.
—La conozco desde que su hermano pequeño acabó aquí.
Asiento como si lo que acaba de decirme lo supiera. Sabía de la
existencia de ese niño, aunque supuse que vivía con su padre.
—Ella quería su custodia… Con dieciocho recién cumplidos, sin trabajo
y viviendo en la casa rodante, no era buena candidata. Desde el primer día,
buscó varios trabajos para poder aportar en esta casa, lo que nos da el
Estado no es suficiente y no quería que le faltara nada a su hermano
Frankie.
—Frankie Jr. —confirmo.
—Sí.
Algo no cuadra, ese niño no pudo enviarle el paquete a la boda a Sia.
—Cuando comenzó a venir, se dio cuenta de que aquí hay muchos niños
que necesitan ayuda y comenzó a dar más dinero. Tuvo tres trabajos durante
medio año para poder aportar y ahorrar.
—¿Ahorrar?
—Sí, para poder comprar una casa y llevarse a Frankie con ella. La
última vez que hablamos, me dijo que aún le faltaban dos años para
conseguirlo.
Joder, cinco años trabajando tanto y aún le faltaban dos más.
—La niña de antes me ha dicho que era la ¿gemela?
La mujer se ríe.
—Sí, aquí designamos lo que llamamos gemelos. Son parejas de niños en
las que se ayudan mutuamente. Lacey lo es de Frankie desde que llegó. Son
muy buenos amigos y, por lo que sé, Sia tenía pensado adoptar también a
Lacey.
Increíble. No solo iba a hacerse cargo de su hermano, sino que también
quiere salvar a una niña que no es nada para ella.
—Supongo que cambió de parecer cuando adoptaron a Frankie.
—¿Lo han adoptado?
—Sí, más o menos a la vez que ella dejó de venir.
—¿Quién lo ha adoptado?
La mujer se revuelve nerviosa y eso me hace pensar que hay algo más
que no está contándome.
—Eso es algo que no puedo decirle. El chico ahora está en un buen hogar
y supongo que Sia estará viviendo la vida como se merece, después de todo,
es una niña y tenía demasiado peso sobre su espalda.
Charlamos un rato más sobre lo que necesitan en ese hogar de acogida y
me anoto todo mentalmente. Quiero primero comprobar que la mujer no es
una estafadora, y si todo está bien, yo mismo aportaré el dinero que
precisen para arreglar todo en nombre de Sia.
—Si no puedo ayudarle en nada más, necesito volver con los niños.
—Ha sido de gran ayuda, gracias.
Me dirijo a la puerta y ella cierra en cuanto salgo. La pequeña Lacey está
esperándome sentada en el césped.
—¿De verdad conoces a Zia?
—Sí.
—¿Puedez preguntarle algo cuando la veas?
—Claro, dime qué quieres que le diga.
—Me gustaría que le preguntases qué hice mal.
—¿A qué te refieres?
—Algo hice mal para que Frankie y ella ya no me quieran —dice con su
pequeño labio temblando y a mí se me parte el alma.
Me agacho hasta tenerla cara a cara y cojo su manita.
—Voy a contarte un secreto, pero no puede saberlo nadie —ella asiente
intrigada—. Sia es una agente especial y está de misión, y su hermano está
ayudándola; en cuanto puedan, van a venir a verte.
—¿De verdad? —pregunta entusiasmada.
—Sí, pero, shhh, guárdame el secreto.
Ella asiente efusiva y se marcha feliz. Llego a mi moto y miro en mi
móvil la dirección de donde vivía Sia. Pongo rumbo allí, me cuesta una
media hora, está a las afueras, en una mala zona de la ciudad. Es un enorme
camping de caravanas, las primeras filas podrían ser más o menos normales,
pero tal y como me adentro, la cosa empeora. Al llegar a la de Sia, me
cuesta no ponerme a pegar tiros a la tumba de su madre por haberla criado
en un lugar así. Hay tipos con mala pinta alrededor, jeringuillas en el suelo
y alcohol de todo tipo. Bueno, las botellas vacías. Me bajo y entro en la
caravana. Está limpia y ordenada, huele a ella y me siento en la cama. A un
lado hay una foto de ella junto a un niño de un par de años, supongo que es
de su hermano. Sia se ve más joven, aunque está igual de hermosa. Cojo el
marco y suspiro. Ha tenido una mierda de vida y pienso cambiar eso.
Saco mi móvil y llamo a mi nonna.
—Hola, caro panino.
—Hola, mi nonna bella.
—Llamas para hablarme de mi futura nieta, ¿no?
Me río, me conoce demasiado bien.
—No tiene sentido, nonna, no la conozco apenas, pero no puedo evitar
sentir lo que siento.
Oigo su risa y me gusta.
—Los jóvenes de hoy lo llaman instalove —me dice, asombrándome de
que conozca esa palabra—, yo creo que, simplemente, cuando dos almas
gemelas se reconocen, no pueden evitar querer estar juntas.
—Así que no crees que estoy loco si te digo que me he enamorado de ella
en unos pocos días.
—Me defraudaría si fuera de otra manera —me contesta para mi sorpresa
—. Caro panino, sabes que siempre has sido mi debilidad, pero me asustaba
la idea de que no encontraras a ese alguien que hace temblar tu mundo antes
de que yo muriera, ¿ella hace eso?
Sonrío y miro la foto de Sia.
—Es más que eso, tiembla todo el universo cuando sonríe.
—Entonces, ahí tienes tu respuesta, da igual el tiempo, un segundo puede
parecer una hora y una hora un instante si estas con la persona adecuada.
—Gracias, nonna.
—¿Qué vas a hacer?
—Supongo que tengo que resolver algunas cosas, pero voy a convertir a
mi principessa en la jodida reina de mi mundo.
Hay algo que deberías saber de mí
Gianni
R
eviso de nuevo el móvil de Sia, Adriano me ha dejado al cargo y no
quiero que nada se me escape, aunque no estoy muy centrado.
Desde que le dije la otra noche a Gray que quien me interesaba era
él, ha estado evitándome. Mierda, creo que es la primera vez que alguien lo
hace de una forma tan descarada.
—¿No vas a decirme qué te tiene así? —pregunta Chiara sentándose a mi
lado.
Suspiro antes de contestar.
—La vida.
Ella se ríe y rueda los ojos.
—Qué filosófico estás últimamente, cualquiera diría que alguien...
Espera, no, no puede ser, ¿hay alguien y no me lo has dicho? —pregunta en
un tono entre el asombro y el enfado.
—A ver, no es que no te lo haya contado, es que de momento es parte de
un encargo que no puedo decirte.
Sus ojos se entrecierran y sé que va a darme con algo en la cabeza.
Efectivamente, un instante después noto cómo un cojín me golpea y no
puedo evitar reírme.
—¿Desde cuando eres tan leal a los Bianci? —pregunta ofendida.
No es que le moleste que lo sea, al revés, ahora somos un equipo, pero
nunca le he ocultado nada a ella.
—No te enfades, dentro de poco lo sabrás y entonces querrás besar mi
culito perfecto.
—Ni aunque volviera a nacer haría eso.
Suspira porque entiende mi situación. Por mucho que su marido sea el
poderoso Flavio Bianci, yo no dejo de ser uno de sus subalternos.
—¿Y no puedes contarme nada? —insiste, y como es Chiara, pues yo
cedo.
—Si luego uno de los gemelos me muerde el culo, será tu culpa.
—Oh, vamos, estarías cantando como una adolescente si eso llegara a
ocurrir —se burla y ambos nos reímos.
—Digamos que este chico es algo diferente, no es de nuestro mundo, ni
siquiera sabe que yo estoy en esto.
—Oh.
—Sí, oh. Pero me atrae de una forma que nunca antes otro lo había
hecho, es como si ahora...
—Todas las canciones country tuvieran sentido, ¿no? —me corta y
asiento.
—Aunque no tengo muchas expectativas, me ha odiado desde que lo
conozco y hace unas noches, que conseguí caerle algo mejor, pues... tuve la
brillante idea de dejarle claro que me gustaba, y desde entonces pasa de mí.
Chiara me mira y de pronto comienza a reírse, la miro indignado y a ella
aún le provoca más risas, hasta el punto de que le corre una lagrima por la
mejilla.
—¿Se puede saber qué es tan gracioso para tener así a mi mujer? —
pregunta Flavio apoyado en la puerta.
Genial, ahora no solo mi mejor amiga va a reírse, también mi jefe.
—No es nada —asegura Chiara, tratando de dejar de reír.
—Ah, no, me lo prometiste, nada de secretos con Gianni que yo no pueda
saber —se queja Flavio como un niño.
Sabe que soy gay y que Chiara no me interesa más allá de ser mi
compañera de Gossip Girl, pero es demasiado posesivo y no soporta no
saber todo de ella, es algo intenso en ese sentido.
—Esto no te lo puedo decir si él no me da permiso —contesta Chiara
muy firme. Puede que él sea el todopoderoso mafioso, pero mi chica los
tiene bien puestos.
Flavio frunce los labios haciendo un mohín y provoca que me ría, junto
con Chiara.
—No es que sea un secreto como tal, es solo que he conocido a alguien
mientras hacía un trabajo que Adriano me encomendó y las cosas no están
como me gustarían.
—¿Y cómo te gustarían? —pregunta Flavio.
—Pues con él y yo desnudos y sudando —contesto sonriendo.
Flavio se ríe mientras Chiara pone cara de que es demasiada información
para su mente.
—Cuando has entrado, justo acababa de contarme que el chico que le
gusta pasa de él —le cuenta Chiara.
—¿Pasa de tu culito perfecto? —se burla Flavio.
Vale, sí, puede que diga alguna que otra vez que mi culito es perfecto e
irresistible y ahora esté pagando las consecuencias.
—¿Quieres un consejo? —me pregunta Flavio en un tono serio.
—Claro.
—No le des opción, si tú crees que él siente algo, haz un acoso y derribo
digno de una orden de alejamiento.
—Un gran consejo —suelta con ironía Chiara—, que acose a un tío que
pasa de él.
Rueda los ojos y Flavio se encoje de hombros.
—¿Él se ha interesado en ti? —pregunta Flavio.
—Sí, hay una tensión sexual brutal entre nosotros.
—Pues con eso es suficiente —dice mi capo—, al menos de momento.
No le des opción, acoso y derribo; si él, aun así, pasa, entonces déjalo
porque no está interesado y todo está en tu pequeña y perversa mente.
Pienso en sus palabras y puede que tenga razón, hasta ahora le he
mandado algún mensaje o me he pasado por su casa cuando sé que está ahí,
pero huye en cuanto entro por la puerta. Le he dado espacio y no ha
funcionado, voy a probar a quitárselo a ver qué pasa.
—¿En qué estás pensando? —pregunta Chiara.
Sonrío.
—Voy a hacer caso a tu marido.
—Mierda —suspira.
—Oh, sí, mierda.
Me levanto y salgo decidido. Rose ya ha notado que algo pasa entre
nosotros, así que decido involucrarla del todo. Si me ayuda, todo será más
fácil. La llamo y la pongo al día de lo que pasó la noche de la discoteca.
Ella fue la que nos interrumpió cuando tenía la polla de su hermano en mi
mano y por eso ya no pude continuar como quería, follándomelo contra el
cristal.
Le pido que lo envíe a mi piso de soltero. Vivo en la mansión junto a
Chiara, fue una de las cosas que ella dejó claro a Flavio que iba a suceder,
pero me compré un apartamento para tener un espacio propio. Voy directo
hacia allí y pido algo para cenar, nada extravagante, Gray no necesita
langosta, es una de las cosas que me gusta de él. Me ducho y me pongo mis
vaqueros de ligar, la camiseta más ajustada que tengo y me dejo el pelo sin
peinar. Gray nunca me ha visto de esta manera, voy a enseñarle lo que
tengo que ofrecerle y ver si está interesado.
A las siete suena el timbre y veo por el portero que es él. Según Rose, lo
ha enviado a casa de un benefactor a recoger un cheque porque a ella le
daba escalofríos el tipo. La determinación con la que lo veo atravesar la
puerta de abajo me hace sonreír, está en modo hermano mayor y no dudo
que, si de verdad fuera un benefactor espeluznante, me dejaría claro que su
hermana está fuera de los límites.
Dejo la puerta abierta y voy a la cocina, la comida que he encargado está
en el horno para que no se enfríe. Saco un par de copas de vino y una
botella de Vega Sicilia importada que tengo en mi vinoteca.
—¿Disculpe? —oigo la voz de Gray en la puerta y sonrío.
—¡Pasa! —grito, mirando dentro de la nevera para que se distorsione
algo la voz.
Escucho cómo entra y cierra la puerta. Sus pasos me indican que está
parado en la isla de la cocina y dejo unos segundos más que permanezca ahí
a ver qué hace.
—Supongo que esperaba a mi hermana —comienza a decir, desde donde
está solo puede ver la puerta de la nevera abierta y mis piernas por debajo
—, aunque siento decirle que ella no va incluida en ningún tipo de trato que
crea que un buen vino puede comprar.
Sonrío, me encanta que sea así.
—Siento decirte que no esperaba a tu hermana —suelto, cerrando la
puerta y dejando a Gray atónito.
—¿Tú?
—Yo.
—¿Qué se supone que significa esto?
—Es mi forma de hacer acoso y derribo —contesto, sonriendo mientras
él frunce el ceño extrañado—. El otro día nos quedamos a medias en una
conversación, y como tú no estás ayudando a terminarla, pues he tenido que
utilizar algún truquillo para ello.
—No hay nada a medias entre tú y yo —contesta.
Me acerco hasta que estamos a escasos centímetros.
—Yo creo que sí.
Su respiración agitada me dice que tenía razón, entre él y yo hay algo. Da
un paso atrás y se dirige hacia la puerta, soy más rápido y llego antes, giro
la llave, la saco y la meto en mis pantalones.
—Acoso y derribo —le recuerdo.
Espero que se enfade, aunque, en lugar de eso, veo deseo en sus ojos y
una sonrisa en sus labios. Voy al salón seguido por él de cerca y me siento
en el sofá.
—¿Hablamos? —pregunto, palmeando el lugar a mi lado.
—No sé de qué quieres hablar —se rinde, finalmente, sentándose.
—Yo creo que sí lo sabes.
Suspira.
—Gianni, te conté lo que ocurrió con Rose, todavía no estoy preparado
para volver a intentarlo con nadie.
Sabía que eso tenía algo que ver, no le cuento que ya me estoy
encargando del tipo que les hizo sufrir, él no sabe de lo que soy capaz y, de
momento, no quiero que lo sepa.
—No puedes dejar que eso te frene, entre tú y yo hay algo —le digo de
frente, sin tapujos, nunca he creído que decir estas cosas te haga menos
hombre, o mujer, creo que lo que te hace es valiente.
—Quizá en otro momento, en un futuro, no sé.
Las palabras de Flavio resuenan en mi mente: «Acoso y derribo». Así que
decido ir a por todas.
—Entonces, supongo que si me acerco no pasa nada, ¿no? —pregunto,
inclinándome hacia él que se queda muy quieto.
—No —murmura.
—Y si hago esto —susurro, mordiendo su labio inferior—, para ti no es
nada más que algo que ahora no te interesa.
Gray respira agitado y asiente.
—Y, por supuesto, si meto mi mano en tus pantalones —suelto mientras
deslizo mis dedos dentro de su ropa y agarro su polla—, tú no sientes nada.
Gray me mira muy fijamente. Está quieto, pero la dureza entre mis manos
me dice todo lo que necesito saber.
—Dime que no quieres esto y no volverás a verme —le susurro mientras
subo y bajo mi mano lentamente.
—No quiero que me hagan daño.
—Daño no es precisamente lo que quiero hacerte.
—No puedo arriesgar a Rose.
—Ella no me interesa —le contesto confuso.
—No es que te interese, es que ella te quiere, y Jeremy. Si esto no sale
bien, serán ellos los que lo sufran.
Y, entonces, lo entiendo todo. No es solo lo que le pasó, es que también
estoy involucrado en la vida de Rose y Jeremy y teme que lo nuestro no
funcione o desaparezca. Mierda, acabo de decirle que lo haría, pero no me
refería a Jeremy o a Rose.
—No sé qué hay entre nosotros —le confieso—, solo sé que me gustas,
que eres el hombre que me hace pensar que, quizá, haya un mañana. Te
prometo que esto se queda aquí, que si algo sale mal solo nos
distanciaremos el uno del otro.
—¿Estás seguro de que serás capaz?
—Estoy seguro de que no quiero dejar pasar la oportunidad de intentarlo.
Me mira un instante y después se lanza contra mi boca. Mierda, sí. Le
dejo o que me devore y trato de quitarle la ropa en cuanto puedo, pero se
aleja.
—¿Qué ocurre? —pregunto confundido.
—Hay algo que deberías saber de mí.
En ese momento me llega un mensaje al móvil y sé que es de Adriano por
el tono.
—Joder, tengo que mirarlo —me disculpo y él me sonríe.
Cojo el teléfono y veo la orden clara de que me quede con Sia cuando
vaya a quitarle la medicación que la tiene en coma, no quiere que despierte
sola. Le contesto que allí estaré y vuelvo a lo que estábamos.
—¿Qué debería saber de ti? —pregunto retomando su confesión.
—¿Has acabado con el teléfono?
—Sí.
Se pone de pie, se desabrocha los pantalones y me mira de una forma que
me excita más allá de lo imaginable.
—Entonces, ponte de rodillas y chúpamela —suelta en un tono
autoritario.
—¿Perdona? —pregunto confundido por esta situación.
No es posible que Gray sea...
—A partir de ahora solo contestarás: sí, señor, o no, señor —dice,
confirmando algo que me hace ponerme duro como una piedra.
Joder, Gray es un dominante y a mí me ha tocado la puta lotería.
Ella ya ha vuelto
Sia
M
e siento algo mareada, no logro abrir los ojos y mi cuerpo me
pesa. Respiro hondo y el olor que me llega es como a
desinfectante mezclado con algún tipo de flor. Oigo la lluvia
golpear el cristal de una ventana, no puede ser la que tengo encima de mi
esterilla en casa de Brooke, esta está frente a mí, no encima. Comienzo a
mover lentamente mis piernas y después mis brazos, noto mi boca seca y
mis músculos entumecidos. Quiero despertar, pero no puedo, así que me
vuelvo a dormir esperando poder hacerlo la próxima vez.
—Debería empezar a despertar en las próximas horas —escucho a un
hombre mayor cerca de mí.
—¿Lo has oído, jefe? —dice una voz joven que me resulta familiar—. Sí,
en cuanto abra sus ojos, te aviso.
Parpadeo y aprieto los párpados, la luz me molesta.
—Vale, ya puedes venir, la Bella Durmiente está despertando.
Respiro hondo varias veces más y por fin logro mantener los ojos
abiertos. Lo primero que veo es la cara de Gianni demasiado cerca de la
mía.
—Ya valdrá de dormir, ¿no? —se ríe y me acerca un vaso con una pajita.
Cuando bebo y noto el agua fría corriendo por mi garganta, estoy a punto
de gemir, pero, por suerte, me contengo.
—Voy a avisar al doctor Morgan de que ya has vuelto con nosotros.
Asiento porque no estoy segura de poder hablar y trato de incorporarme y
quedarme recostada contra la pared. Comienzo a recordar la paliza de
Salvatore, la conversación con Gianni, la advertencia de mi hermano…
Respiro y no noto dolor, una leve molestia solo. Palpo mis costillas y no
duelen. Levanto la camiseta del pijama blanco que llevo y veo que los
moretones no son verdes, ahora tienen un tono negro y algunos, los más
pequeños, han desaparecido. No lo entiendo. La puerta se abre y el mismo
doctor que me examinó en el club aparece.
—Bienvenida, espero que estés mejor que cuando te trajeron aquí.
—¿Qué ha pasado? —pregunto finalmente recuperando mi voz.
—Eso te lo contestará Adriano —responde Gianni.
El médico revisa con una linterna mis pupilas, después mi boca, mis
costillas, mi corazón y mi pulso. Veo una tirita en mi brazo donde parece
ser que tenía una vía. No entiendo nada, la paliza de Salvatore dolía, pero
no como para llegar al extremo de acabar en un hospital.
—Chiara me ha dicho que si puede, mañana viene a verte —dice Gianni
mirando su móvil.
—No es necesario que corte su luna de miel por venir, estoy bien.
Frunce el ceño un instante y luego sonríe.
—Ya ha vuelto.
—¿Ha pasado algo?
—No, ¿por?
—Ella me dijo que se iba unos cinco días y apenas ha pasado uno desde
la boda.
Gianni sonríe y niega con la cabeza.
—Siento decirte que la boda se celebró hace ocho días. Hoy es catorce.
Cuando las palabras entran en mi cerebro, prácticamente salto de la cama,
mis piernas no responden como deberían, y si no llega a ser por Gianni,
ahora estaría chupando el suelo.
—Espero que haya un buen motivo para que tengas a mi mujer en tus
brazos, Gianni —oigo la voz de Adriano tras de mí, en la puerta, me giro y
me falta el aire.
«Joder, ¿es legal estar así de bueno?».
—Solo tratando de que no se rompa el cuello antes de que acabe mi turno
—contesta sonriendo.
Adriano llega hasta mí, coge mi cara entre sus manos y me besa delante
de todos sin ningún pudor. Le dejo que lo haga y cuando acaba me abraza.
—Te he echado de menos, principessa —susurra contra mi pelo.
Esas palabras son las que me hacen recordar que han pasado siete días
desde que estoy aquí, me separo y voy a la cama de nuevo.
—¿Todo bien? —le pregunta al doctor y él asiente.
—Dime qué ha pasado porque no entiendo nada —le pido.
—Dejadnos solos —ordena, y en un segundo ya no queda nadie en la
habitación.
Se sienta a mi lado en la cama y coloca un mechón de pelo detrás de mi
oreja, me besa la frente y me sonríe.
—No va a gustarte demasiado lo que te diga, pero debes entender que era
por tu bien.
Sus palabras me ponen en alerta.
—Suéltalo.
—Estabas muy mal cuando te vi en el club y no querías dejar que te
cuidara, así que le pedí al doctor que me diera algo para traerte aquí y
mantenerte dormida para que te recuperaras más rápido.
Tardo unos instantes en procesar sus palabras y mi mente vuela cuando lo
hace.
—¿Estás diciéndome que me has drogado y me has mantenido en contra
de mi voluntad en esta clínica por ocho días?
—Dicho así, suena bastante peor de lo que es.
Respiro hondo y hago acopio de toda mi fuerza de voluntad para no
clavarle algo en el ojo a Adriano.
—Sia, estabas mal y ahora ya ni lo notas, ¿o no?
Sus palabras me hacen estallar.
—¿Y? ¡Eso no te da derecho a utilizar mi cuerpo a tu antojo! —Me paso
las manos por la cara y grito frustrada—. No me lo puedo creer, ¿cómo has
sido capaz?, ¿quién te ha dado el derecho a hacerlo?
Va a decir algo, pero levanto una mano y lo corto.
—No contestes alguna mierda como que tenemos algo que te otorga ese
derecho porque no, déjame decirte que ni aun si fueras mi marido tendrías
el derecho de hacer lo que has hecho. Mierda.
Me levanto y voy a un armario de dos puertas, lo abro y veo mis
pantalones, una sudadera y unos zapatos. También está mi bolso colgado.
Me quedo paralizada. Salvatore. Frankie. Joder, mi hermano pequeño estará
muerto y yo durmiendo en una puta suite de una clínica para gente con
demasiado dinero y mucho tiempo libre.
—Déjame que me disculpe —me pide tocando mi brazo y me lo quito de
un manotazo.
—No, no te perdono, no sabes lo que has hecho, por tu culpa he perdido
algo que no voy a poder reemplazar.
—Dime qué es y te juro que encontraré uno igual.
Las lágrimas me salen sin que pueda hacer nada por evitarlo, Adriano me
mira atónito, como si no esperara que mi reacción fuera esta. Comienzo a
quitarme la ropa y la pateo lejos.
—¿Qué haces? —pregunta detrás de mí.
—Me largo, de aquí, de Nueva York, de tu vida, de toda esta mierda.
—Sia…
—No, Adriano, no lo entiendes, he repetido la historia de mi madre. Me
he dejado llevar por sentimientos estúpidos que lo único que han hecho es
herir a alguien inocente. No sé en qué momento creí que juntarme con
alguien de la mafia era buena idea. Sois todos iguales. Os da lo mismo lo
que los demás quieran, vosotros solo ordenáis y el mundo se arrodilla a
chupárosla.
—Sé que estás enfadada, pero no digas cosas de las que puedas
arrepentirte.
Termino de ponerme la sudadera y los zapatos mientras limpio las
lágrimas de mis ojos. Siento que no puedo respirar, Frankie está muerto,
murió solo, asustado, lejos de mí, de su familia, pensando en que lo
abandoné.
—No vas a irte a menos que el médico diga que puedes hacerlo.
Lo miro y cruzo los brazos sobre mi pecho cabreada, no soy idiota, sé que
si él no me deja, no hay manera de que salga de aquí. Y, por lo que veo
desde la ventana, debemos estar a más de veinte pisos de altura, así que
salir por ahí no es una opción, no quiero matarme.
—Muy bien, ve a decirle al doctor que me dé el alta y no vuelvas sin ella.
—Sia.
—No, Adriano, necesito estar sola.
Me mira con una intensidad que asusta, luego asiente y se va. En el
momento en que cierra la puerta, me siento en la cama y saco el móvil del
bolso. Está apagado. Espero que si se ha quedado sin batería, al menos, me
deje encenderlo unos minutos para ver qué ha pasado con mi hermano
pequeño. Pulso el botón de encendido y compruebo aliviada que el móvil
han debido de apagarlo a propósito porque tiene la batería casi completa.
Espero a que se cargue la red y siento como vibra en mi mano con cada
mensaje y llamada perdida. Todos de Salvatore. Todos los mensajes con
palabras poco agradables, hasta que de pronto veo un video y tiemblo. Le
doy y veo a mi hermano pequeño con el labio partido.
Si quieres que siga respirando, más te vale ponerte en contacto conmigo
antes de cuarenta y ocho horas; si no, despídete de él porque voy a hacerlo
trozos tan pequeños que no vas a poder encontrarlo ni aunque te dijera
dónde los he tirado.
Veo a Frankie llorando mientras sujeta su brazo, tiene una posición rara
su mano, creo que se lo ha roto el animal de Salvatore. Reviso cuándo ha
llegado el mensaje y es del día trece, y hoy Gianni ha dicho que es catorce.
Respiro aliviada porque mi hermanito aún está vivo. Las lágrimas me caen
de nuevo, esta vez de alivio. Marco el número y espero a que me lo coja,
pero me cuelga. Nunca ha hecho eso. Marco de nuevo y lo mismo. La
tercera vez me envía directamente al buzón de voz, por lo que dejo un
mensaje:
Después de la paliza que me diste, he estado hospitalizada y acabo de
despertar. Por favor, no hagas nada contra él, llámame y lo solucionaremos.
Cuelgo y espero a que me llame, no lo hace. Cuando Adriano entra, meto
mi móvil en el bolso y voy hacia él.
—¿Y bien?
—Dice que estás recuperada y que puedes irte, así que vámonos.
—No voy contigo a ninguna parte.
—Sí, lo harás.
Grito frustrada y él me mira como si esto fuera lo más normal del mundo.
—Necesito espacio —le pido, cambiando de estrategia.
—Puedes tenerlo en un lugar en el que yo pueda vigilarte.
Respiro hondo y trato de calmarme, necesito manejar esto de otra manera
o acabaré secuestrada por este hombre y entonces Salvatore matará a
Frankie. Por un instante, barajo la posibilidad de contarle lo que pasa, pero
la descarto al momento, ese fue el error de mi madre, confiar en hombres de
la mafia, ellos no cambian. Son lo que son y no voy a dejar la vida de mi
hermano en manos de alguien que normalmente las sesga, no las salva.
—Adriano —le hablo en un tono calmado—, por favor, sé que no crees
que hayas hecho las cosas mal, pero para mí esto que ha pasado, el meterme
en un hospital sin mi consentimiento, es algo que va más allá de lo que
puedo soportar.
—Lo siento —susurra, cogiendo mi cara—. Lo siento, principessa, solo
podía ver tu dolor, un dolor causado por mi culpa, y necesitaba arreglarlo.
Frunzo el ceño confundida.
—No fue tu culpa.
—Sí, lo fue, no estaba allí para evitarlo.
Sus palabras tan tiernas y la culpabilidad de sus ojos provocan en mí un
sentimiento que hace que necesite consolarlo. Lo beso y él se queda quieto,
me deja hacer, con sus manos en mi cara abre su boca y juega con mi
lengua cuando introduzco la mía. Por un momento me dejo llevar y disfruto
de algo que no es mío, de un momento robado a una mujer que podría haber
sido yo en otra vida, en otro tiempo, en otro lugar…
—Dame unos días, por favor —le pido contra sus labios—, después
hablaremos.
—No puedo dejar de verte durante dos días.
—Iré al trabajo.
—No hace falta, necesitas descansar.
—Llevo ocho días haciendo solo eso —le recuerdo.
Me sonríe de medio lado y siento que estoy cerca de conseguirlo.
—Esta noche iré a trabajar, necesito despejar la mente.
—¿Y me contarás quién te hizo daño?
Asiento. Miento, pero creo que solo necesito unos días más para poder
acabar con toda esta farsa y después huir con mi hermano.
—Muy bien, tienes dos días, Sia, dos días y volveré a por ti.
—Gracias —le contesto, abrazándolo y dejando que me abrace.
Salimos de la clínica y hay un coche esperando por nosotros, esta vez
tiene chófer. Nos subimos detrás y Adriano me coloca en su regazo, no
intenta nada, solo me mantiene allí, rodeada por sus brazos, hasta que
llegamos al edificio de Brooke. Espero que todavía estén allí mis cosas.
Cuando paramos, se baja y abre la puerta para mí.
—Dos días —me recuerda antes de pasar su brazo por mi cintura y
atraerme a su cuerpo con dureza mientras estampa sus labios contra los
míos.
Cuando el beso termina, me da otro más tierno y me deja ir. Siento frío en
el momento en que me alejo y lo miro una vez más por si esta es la última
vez que lo veo de esta forma, mirándome como si yo fuera algo especial.
Entro al portal y subo despacio los seis pisos. Estar tantos días en el hospital
han hecho mella en mi fondo físico. Al llegar arriba, toco y espero a que
abra. Oigo tacones y después la puerta se abre, pero solo lo que la cadena de
dentro permite.
—Soy yo.
Brooke pone cara de fastidio, cierra, descorre la cadena y vuelve a abrir.
La veo entrar a su habitación y dar un portazo.
Voy al baño y miro mi aspecto, necesito una ducha, aunque no huelo mal,
supongo que se han encargado de mi aseo personal en la clínica, lo que hace
que me sienta un poco incómoda pensando en personas tocándome sin estar
yo consciente. Cuando termino de bañarme, salgo y voy a mi esterilla.
Brooke sale vestida de una forma elegante y maquillada como una Bratz.
—Gracias por guardar mis cosas —le suelto para rellenar el silencio
incómodo en el que se mueve.
—No podía tirarlas, Adriano me dijo que estabas ingresada, pero que ibas
a volver a por ellas.
—Espera, ¿sabes que he estado hospitalizada?
—Sí —contesta sin más.
—¿Se lo has dicho a Salvatore?
—No.
—¿Por qué no se lo has dicho?
—Porque no soy tu recadera.
Mi cara de asombro debe ser de primera porque ella se enfada.
—Mira, bastante con que todavía te dejo quedarte aquí. Te dije muy
claramente que no quería que en el club supieran que vives conmigo.
—Yo no he dicho nada.
—Ya, entonces, ¿cómo lo sabían?
—Porque son mafiosos con contactos hasta debajo de las piedras, y este
edificio tampoco es que sea clase A, seguro que el dueño ha dado con gusto
tu nombre.
Bufa y me da la espalda para coger su abrigo.
—Esta noche trabajo en el club —suelta mientras se ajusta la melena—.
Me voy a comer y después iré directa allí, no toques nada mío mientras no
estoy.
—Yo también trabajo en el club hoy, entro en el segundo turno.
—Mejor, no me gusta tenerte cerca de mis cosas.
Ruedo los ojos y dejo que se vaya sin decir nada más. Se cree que es un
regalo de Dios y yo no seré la que le diga lo contrario, algún día se mirará
al espejo y verá que la edad la ha rebajado de regalo a souvenir.
Me siento en el sofá porque sé que no va a regresar y me dedico a mirar
el móvil, los mensajes que no he visto, todos son amenazas de Salvatore, y
el video de Frankie. Lo reviso como cien veces, veo sus golpes, pero no
puedo dejar de sentirme feliz porque aún está vivo. Aunque no sé por
cuánto tiempo seguirá así. Un paso en falso y lo matará. Lo hará si yo no
mato a los Bianci, si no mato a sus mujeres, incluso si no mato a Adriano,
quiere acabar con esta famiglia.
Cierro los ojos y lo pienso, por primera vez, lo pienso de verdad, es hora
de tomar las riendas y una decisión, no quiero ser más una marioneta.
Respiro hondo y pienso en Vito y Flavio Bianci, esos hombres no me
provocan nada, sus muertes no es algo que lamentara, seguramente ellos
han matado a mucha gente y no han pestañeado. Sin embargo, sus mujeres
son otra cosa. Chiara es una chica muy alegre, que, a pesar de esa
quemadura en su piel, no se esconde. E Idara va a ser una gran madre, ya la
veo una gran líder. Ambas se han portado genial conmigo, y no puedo
olvidar que Idara está embarazada, si la matara no lo haría solo a ella,
también estaría asesinando a un ser inocente que no tiene la culpa de nacer
en medio de esta guerra.
Y, por último, está Adriano. ¿Qué siento por él? Rememoro cada
momento a su lado, cada toque, cada beso, cada palabra y lo único que
pienso es que lo siento todo por ese hombre. Es una locura, no lo conozco
tanto, sin embargo, es como si hubiera sido parte de mí en otra vida. Suena
a que soy una demente, una jodida loca. Es el ejecutor de la famiglia, un
asesino, mata gente por orden de sus jefes y no parece importarle, y a pesar
de todo, no me veo capaz de hacerle daño. Simplemente no puedo soportar
la mirada de decepción que me daría.
No puedo olvidar que si ellos no mueren, lo hará Frankie, y él es el único
de todos nosotros que no ha elegido estar aquí, que no ha tomado malas
decisiones, que tiene toda la vida por delante para ser feliz.
Respiro hondo y trato de imaginarme matando a Adriano; si es el que más
va a costarme, tengo que empezar por él. Veo su cuerpo sin vida en el suelo
con una herida en el pecho, la sangre le rodea y sus ojos se clavan en mí
fijamente, unos ojos que están sin esa emoción con la que me miran. Noto
que se me revuelve el estómago y corro al baño a vomitar, pero no hay nada
en mi estómago, hace días que me alimento por vía intravenosa, aun así, las
arcadas no cesan. Me siento en el suelo del baño y lloro, no quiero hacerlo,
no quiero hacerles daño, así que solo me queda una opción, engañar a
Salvatore para recuperar a Frankie y huir de aquí, de este país, de este
continente, y empezar una nueva vida con nuevas identidades lejos de lo
que ahora conozco.
Decido que eso es lo que voy a hacer. Tengo que asegurarme de que
Salvatore crea que lo haré, que los mataré a todos, y después quedar en
algún sitio para enseñarle las pruebas y que me entregue a Frankie. Solo
que no habrá tales pruebas. Salvatore está tan seguro de si mismo que
cuando viene a verme nunca trae a nadie con él, no le doy miedo y esa va a
ser mi baza. Voy a pedirle un arma para asesinar a los Bianci y así usarla su
contra.
En algún momento de la tarde, oigo mi teléfono y corro a cogerlo, por un
momento, creo que va a ser Brooke para recriminarme que me he comido
parte de su ensalada y un yogur, pero eso es imposible. Es Salvatore.
Respiro para calmarme, no puede notar que estoy a punto de mentirle, mi
mano tiembla cuando descuelgo.
—Me alegra saber que sigues viva.
—¿Cómo está? —le pregunto algo nerviosa.
—No te he llamado para eso.
Oigo como carga un arma y me tenso, aunque trato de que no se me note.
—Quiero un arma —le suelto de golpe.
—¿Para qué la quieres?
—Para matar a Flavio, a Vito, a Chiara, a Idara y a Adriano.
—Vaya, vas a pasar de blanca paloma a asesina en serie.
—No te burles, lo digo en serio, quiero acabar esto ya y largarme de aquí.
—No me fío, no después de que tiraras el veneno que debía matarlos en
la boda.
—Fue un error de juicio, pensaba que me caían bien, pero al final son
todos unos asesinos y malas personas.
—¿Ellas también?
—Sí, si están casadas con esos monstruos, está claro que no son buena
gente.
—¿Y Adriano?
—¿Qué pasa con él?
—Me ha llegado que sois algo más que amigos.
—Es todo mentira, una fachada para poder acercarme a ellos. Estoy a
punto de que me invite a la mansión donde viven todos y allí podré
matarlos.
—¿Cómo vas a lograr que te dejen entrar allí?
—Todavía no lo sé, pero voy a conseguirlo cueste lo que cueste, a
cambio, tú cumple tu promesa.
—Siempre cumplo mis promesas.
Me cuesta no reírme de esa mentira. Es un cerdo egoísta sin palabra ni
honor, igual que nuestro padre.
—Bien, ¿me conseguirás un arma?
—Te la haré llegar esta noche por mensajero, no falles esta vez.
—No lo haré, te prometo que en menos de un mes estarán muertos.
—No tienes un mes, te doy de plazo diez días o ya sabes cómo va a
acabar la cosa.
—Pero no sé si en diez días lograré que me inviten a la mansión.
—Eso es problema tuyo.
Suspiro.
—Muy bien, en diez días la famiglia Bianci estará muerta.
Los Bianci
Gianni
S
algo de la clínica camino de mi casa, Gray está allí esperándome, en
apenas unos días nos hemos hecho inseparables, tanto que le he dado
las llaves de mi apartamento de soltero para que vaya allí cuando
quiera. Ese apartamento es para follar y que no me molesten después, pero
con él me planteo que mi época de playboy ha terminado, me gusta verlo en
la cocina por la mañana o dormido en el sofá después de la cena. Es
demencial.
—Dime qué necesitas del dios del sexo —contesto en el coche con el
manos libres del volante.
—Eres idiota —responde Flavio entre risas.
—Pero no niegas que sea una deidad.
Se oyen más risas y sé que Vito está cerca. Esos dos son una misma
persona. A mí me vuelve loco no poder diferenciarlos y Chiara se lo pasa en
grande riéndose de mí porque para ella es como distinguir el día de la
noche.
—Queremos concertar una reunión con Jeremy, ya va siendo hora de que
lo conozcamos.
Me quedo en silencio demasiado tiempo.
—¿Me has oído Gianni? —pregunta Flavio.
—Sí, jefe. ¿Es necesario que sea ya?
—Sí, ¿algún motivo por el que no pueda ser hoy mismo?
Lo pienso un instante y niego con la cabeza a pesar de que no me ve.
—Ninguno bueno.
—Te mando la ubicación.
—OK.
Cuelga y suspiro. Mierda. Sabía que este día iba a llegar pronto, pero
esperaba haber tenido tiempo para ser sincero con Gray. No va a hacerle ni
puta gracia que le haya mentido. Para él todavía soy gestor de comercio.
Enfilo al apartamento para hablar con él y tratar de que la cosa no se me
vaya de las manos. Me gusta, mucho, y no quiero que el trabajo lo arruine
todo. Cuando bajo del coche, me llega una notificación de una llamada de
Sia, Adriano me pidió que la tuviera vigilada y le instalé un programa que
graba las conversaciones y me manda una copia sin que ella se dé cuenta.
Me pongo el teléfono al oído y escucho:
Después de la paliza que me diste, he estado hospitalizada y acabo de
despertar. Por favor no hagas nada contra él, llámame y lo solucionaremos.
Joder, ella ha hablado con el tipo que la jodió. Guardo el audio para
enviárselo a Adriano más tarde y ver si quiere que siga monitorizándola.
—¡Ya estoy en casa! —grito cuando entro y escucho la ducha.
No obtengo respuesta, así que decido que, antes de que todo se joda, voy
a aprovechar un último encuentro. Me quito la sudadera y los pantalones
mientras camino hacia el baño, cuando entro estoy completamente desnudo.
Gray tiene la música a todo volumen, por lo que no me escucha y yo
aprovecho para admirar ese culo unos instantes antes de acompañarlo.
—¡Joder! —dice cuando se gira y me ve ahí parado—. Me has asustado.
—Tú me provocas otra cosa —contesto, sujetando mi polla dura entre
mis manos.
Él sonríe y abre la mampara invitándome a entrar y yo no lo dudo. Me
lanzo a sus labios y lo empujo contra la pared hasta que su espalda queda
contra el azulejo de la ducha. Noto mi polla rozarse con la suya con cada
movimiento y eso me pone más cachondo. Me pongo de rodillas y lo
introduzco entero en mi boca haciéndome tener una arcada por ello, y él lo
disfruta; le oigo un pequeño grito de placer cuando comienzo a succionarle.
Miro hacia arriba y veo que tiene los ojos cerrados y se muerde el labio para
no gritar. Chupo, muerdo, juego con mi lengua y con mi mano aprieto sus
pelotas. Noto que está creciendo dentro de mi pero no quiero que acabe así.
Lo saco de mi boca, me pongo de pie, lo giro y aplasto mi cuerpo contra el
suyo. Su cara queda de lado contra la baldosa mientras yo sitúo mi polla en
la entrada de su culo y le susurro al oído.
—¿Preparado?
Él asiente porque no puede hablar y yo le hago caso. Voy empujando
lentamente dentro de él y Gray acoge mi polla en su culo apretándola de
una forma que me vuelve loco. Cuando estoy enterrado muy profundamente
en él, respiro hondo para calmarme, pero entonces se mueve y envía un
latigazo de placer que me recorre y me enciende. Muerdo su hombro a la
vez que empiezo a empujarme dentro y fuera, a un ritmo frenético que nos
tiene a ambos gritando. Cojo su pelo con una mano y con la otra busco su
polla, la envuelvo y comienzo a bombear. Sé que esto le vuelve loco y así
me lo demuestra cuando aprieta su culo y jodidamente me ordeña. No tardo
ni tres embestidas más en derramarme dentro de él y Gray lo hace sobre mi
mano unos segundos después.
—Hola a ti también —dice por encima de su hombro y ambos nos
reímos.
Salgo de su culo y casi me pongo duro otra vez, pero no puedo pasarme
la tarde follándolo, ahora tengo que enfrentar las cosas y no va a ser bonito.
Sale de la ducha y yo aprovecho para darme un agua. Sé que estoy
alargando lo inevitable, aunque por primera vez quiero que esto funcione y
no sé cómo estarán las cosas después de hablar con él.
Cuando salgo, me pongo unos vaqueros y una camiseta, él me mira
extrañado porque sabe que en casa me gusta estar cómodo y eso significa
desnudo o con unos calzoncillos.
—¿Tienes que volver a salir?
Asiento.
—Vaya, quería pasar el día tirado en el sofá viendo películas.
—Tenemos que hablar —le suelto y se queda blanco.
—No hace falta, entiendo que esto no era algo serio y supongo que he
pasado demasiado tiempo por aquí los últimos días. Rose ya me dijo que
podrías agobiarte y…
—No es eso —le corto.
—Has usado la frase típica de la conversación que puedes titular «No
eres tú, soy yo, aunque podemos ser amigos».
—No, Gray, no quiero ser tu amigo, quiero ser mucho más que eso, pero,
por desgracia, antes de conocerte ya era alguien que no creo que te guste.
Frunce el ceño confuso y le pido que se siente a mi lado en el sofá.
—Mira, no sé cómo decirte esto, así que simplemente voy a soltarlo y que
sea lo que Dios quiera.
Él asiente y no puedo evitar besarlo por si es la última vez que me deja.
—Verás, cuando conocí a Rose y a Jeremy tenías razón, no fue
casualidad, estaba allí porque sabía que ellos estarían, llevaba días
vigilándolos.
—Pero tú dijiste que…
—Mentí —le corto—. Mis jefes me habían encargado que me hiciera
amigo de Jeremy y de Rose.
—No lo entiendo, ellos no tienen nada que pueda interesarle a nadie
como para tomarse tantas molestias, ¿quiénes son tus jefes?
—Ahora llego a eso. La cuestión es que debía investigarlos a ambos, lo
que no esperaba era encontrarte a ti.
—¿Quiénes son tus jefes? —insiste.
—Los Bianci.
Veo en sus ojos que sabe perfectamente quiénes son y no le gusta.
—Dime que es solo algo puntual, que ya lo has dejado y que no vas a
volver a juntarte con ellos.
Sonrío.
—Ojalá fuera así de simple, pero las cosas son algo más complicadas.
—Son mafiosos.
—Un poco, aunque no son mala gente.
—Eso dicen los mafiosos de otros mafiosos.
Entonces veo que algo se le viene a la cabeza y corre a la cocina, abre un
cajón y saca un periódico, lo trae y me lo lanza a la mesa de café que tengo
frente a mí.
—¿Tuviste algo que ver?
Miro la portada y veo la noticia principal del New York Times:
Thomas Livingsthe es hallado muerto con su miembro cortado y metido
en su cavidad bucal.
—No voy a contestarte a eso —le digo sonriendo, y sé que sabe que se lo
estoy admitiendo, pero no de forma abierta.
—No sé cómo sentirme con esto.
—Siéntete feliz de que un hijo de puta menos joderá a mujeres en esta
ciudad.
—¿Eso es lo que hacen tus jefes?
—No, no somos tan buena gente, hay excepciones, pero por norma
general no vamos haciendo el bien como superhéroes urbanos.
—Eso significa que quieren hacerle daño a Jeremy o a Rose —murmura.
—No, Gray, aunque no lo creas, les he cogido cariño y no dejaría que les
pasara nada, ellos no se merecen nada malo.
—¿Entonces? No lo entiendo, ¿por qué los jefes de la mafia de este lado
del país están interesados en mi hermana y en Jeremy?
—Es por algo que hizo Jeremy.
—Él no es consciente de sus actos, es como un niño de ocho años, tú lo
sabes.
—Tranquilo, lo que hizo es bueno. Hace algún tiempo, apareció en tu
casa y os contó que su hermano y una mujer habían retenido a dos chicas y
que él las había ayudado a escapar, ¿verdad?
—Sí, no recuerdo sus nombres, dice que son sus amigas. Siempre he
creído que su hermano simplemente lo abandonó y él se inventó esa historia
para justificarlo. Miré los periódicos durante días y no aparecía ninguna
historia de ese tipo.
—No intervino la policía, nos ocupamos nosotros.
—Entonces, ¿es cierta la historia?
Asiento.
—Las chicas en cuestión eran las mujeres de los Bianci.
—Mierda —murmura.
—Sí, la cosa fue peliaguda, pero gracias a Jeremy ellas salieron ilesas de
algo que podría haberse convertido en una tragedia. Evitó que las calles de
Nueva York se tiñeran de rojo.
—¿Qué quieren entonces de ellos?
—Darles las gracias. Os he estado vigilando para ver que erais buenas
personas y que Jeremy no fingía, además de que no tenía parientes que
fueran a buscar venganza por la muerte de su hermano.
—Hasta donde sé, encontraron el cuerpo de su hermano en Nuevo
México.
Sonrío.
—Una gran ciudad con gente encantadora —le digo para que entienda
que fui parte de los que se ocuparon de hacer eso.
—Explícame qué quieren exactamente.
—Quieren que lleve a Jeremy a un sitio esta noche para conocerlo
personalmente.
—No pienso dejar que Rose vaya allí.
—No han pedido que vaya ella.
—Jeremy se asustará.
—No, yo estaré con él en todo momento.
—No voy a dejarlo solo, si él va, yo también.
Lo miro orgulloso de cómo es y creo que me gusta un poco más que
antes.
—Deberías tener miedo —le advierto—. Los Bianci no son gente con la
que jodas.
—Si es verdad que Jeremy ayudó, entonces no tienen por qué hacerle
daño, y yo no puedo dejarlo solo. Vive desde hace unas semanas con
nosotros, pero lo conocemos desde hace algunos años, es un chico
fantástico y gracias a él Rose y yo volvimos a unirnos como familia. Para
mí, él es familia.
Asiento porque lo entiendo, la sangre no es la única que te hace familia.
—Muy bien, voy a avisar de que iremos los tres.
—Gracias.
—Ahora voy a hacerte la pregunta que me hace estar aterrorizado.
—Espero que no pidas matrimonio ahora porque te juro que te tiro por la
ventana.
—Al revés, quiero saber si eres capaz de perdonar que te haya mentido y
aceptar quién soy en realidad.
Me mira, respira, coge mis manos entre las suyas y sonríe. Creo que en
este instante se me acaba de parar el corazón.
—Gianni, tú no eres tu trabajo, tu trabajo es algo que haces. A mí no me
gustas por lo que haces sino por lo que eres y por quién soy cuando estoy
contigo.
Me quedo en silencio sin saber qué decir.
—No me gusta lo que haces, ni tus jefes, no te voy a engañar, pero si has
sido capaz de encargarte de alguien que la policía dejó libre, no seré yo
quien te juzgue. Solo prométeme una cosa.
—Lo que quieras.
—Nunca le hagas daño a una persona inocente.
—Nunca le haríamos daño a alguien que no se lo merece.
—Entonces, por mí está todo más o menos bien. Entiendo por qué
mentiste y no me entusiasma, pero me gustas, mucho, y no voy a dejar que
esto acabe tan pronto.
Suspiro y me lanzó contra su boca, él se ríe mientras caemos sobre el sofá
y decido que podemos celebrar que he conocido al hombre de mi vida
mientras espero instrucciones.
Por desgracia, no nos dejan demasiado rato para divertirnos, recibo una
ubicación y tengo media hora para ir. Nos vestimos y vamos a buscar a
Jeremy. Gray decide que es mejor no contarle nada a Rose de momento para
no preocuparla.
—¿Adónde vamos, Gianni? —pregunta Jeremy cuando se monta en el
coche.
—Quiero que conozcas a unos amigos.
—¡Bien! Me gusta conocer personas y hacer nuevos amigos.
Sonrío porque su inocencia es algo que me enamora, ojalá todos viéramos
el mundo con sus ojos. Conduzco hasta las afueras, a unas naves que son
propiedad de los Bianci. Sé que nos han citado aquí para que nadie pueda
vernos con Jeremy, saben que si alguien descubre que se conocen, pueden ir
a por él por mucho que las chicas quieran defenderlo.
—¿Estás seguro de que no quieren matarnos y hacer desaparecer nuestros
cuerpos? —pregunta Gray nervioso cuando nos bajamos del coche.
Sonrío.
—Puedes estar tranquilo, si ese fuera el caso, yo lo sabría.
—¿Te cuentan todo?
—No, pero soy el que se encargaría de que no volvierais a aparecer.
Mi broma no le hace gracia, yo no puedo evitar reírme y Jeremy
conmigo, aunque no sabe cuál es el chiste. Entramos en la nave abandonada
y voy hacia las oficinas del fondo, allí veo a través de las cristaleras a
Flavio, Vito, Adriano, Idara y Chiara.
Cuando salen, veo cómo los chicos se ponen delante de las chicas con su
mano en una de sus armas. Puede que esto sea un encuentro feliz, pero estos
hombres no se fían de nadie cuando se trata de sus mujeres.
—¡Amigas! —grita Jeremy en cuanto ve a Chiara y a Idara y corre hacia
ellas.
Las chicas no lo dudan y salen de detrás de los Bianci para acudir al
encuentro de Jeremy. Este las abraza fuerte y ríe feliz.
—Mira, Gray, son mis amigas, las que te dije que estaban en casa de mi
hermano, él quería hacerles daño —explica ilusionado sin darse cuenta de
la cara de Vito y Flavio al recordar eso.
—Jeremy, estás muy guapo —le dice Chiara.
—Sí, te hemos echado de menos, nadie es tan simpático como tú donde
vivimos.
Jeremy nos mira feliz y vuelve a la conversación con las chicas.
—Supongo que este es el famoso Gray —dice Flavio, examinándolo de
arriba abajo.
Doy un paso a su lado para que entiendan que es importante. Los tres me
miran y, sin decir nada, asienten y sonríen.
—Encantado —susurra algo asustado Gray.
—Si te parece bien, puedes ir con Jeremy y las chicas a la oficina para
que podáis hablar un poco —le digo a Gray, que me sonríe agradecido de
no tener que estar en este ambiente de testosterona mafiosa.
Desde donde estamos, podemos ver a los cuatro, así que es el momento
de hablar sobre lo que va a pasar con Jeremy y Rose.
—Como podéis ver, no es ninguna amenaza, es como un niño grande —
les digo, y todos asienten de acuerdo.
—Creo que ha quedado claro que él las ayudó de forma desinteresada,
por eso vamos a darle una cuenta bancaria que va a hacer la vida de este
chico más fácil —dice Flavio.
—Sí, también vamos a agilizar los trámites de la adopción para que
oficialmente Rose pueda manejar todo ese dinero —agrega Vito.
—Gracias, no os hacéis una idea de lo que va a ser para ellos —les digo,
mirando con una sonrisa a mi chico y a Jeremy que no para de gesticular
feliz contándoles algo a las chicas.
—Parece que Jeremy no es el único que ha sacado algo de provecho de
esta situación.
—Tuviste tu oportunidad, Flavio, y me dejaste marchar. Ahora deberás
vivir con eso.
Los cuatro nos reímos.
—¿Qué tal va Sia? —pregunto y Adriano niega con la cabeza.
—Está muy cabreada.
—Normal —interviene Flavio—. Si yo le hiciera eso a Chiara, me
cortaría la polla.
—Idara haría lo mismo —admite Vito.
—¿Cómo van los envíos nuevos a Chicago? —pregunta Flavio a
Adriano.
Este le cuenta el plan que tiene de inversión mientras yo reviso mi
teléfono. Acabo de recibir otra conversación del móvil de Sia. Miro a los
tres y decido escucharlo primero y después contarles de este audio y del
anterior. Pongo el aparato en mi oreja y escucho.
—Me alegra saber que sigues viva.
—¿Cómo está?
—No te he llamado para eso.
—Quiero un arma.
—¿Para qué la quieres?
—Para matar a Flavio, a Vito, a Chiara, a Idara y a Adriano.
—Vaya, vas a pasar de blanca paloma a asesina en serie.
—No te burles, lo digo en serio, quiero acabar esto ya y largarme de
aquí.
—No me fío, no después de que tiraras el veneno que debía matarlos en
la boda.
—Fue un error de juicio, pensaba que me caían bien, pero al final son
todos unos asesinos y malas personas.
—¿Ellas también?
—Sí, si están casadas con esos monstruos, está claro que no son buena
gente.
—¿Y Adriano?
—¿Qué pasa con él?
—Me ha llegado que sois algo más que amigos.
—Es todo mentira, una fachada, es para poder acercarme a ellos. Estoy
a punto de que me invite a la mansión donde viven todos y allí podré
matarlos.
—¿Cómo vas a lograr que te dejen entrar allí?
—Todavía no lo sé, pero voy a conseguirlo cueste lo que cueste, a
cambio, tú cumple tu promesa.
—Siempre cumplo mis promesas.
—Bien, ¿me conseguirás un arma?
—Te la haré llegar esta noche por mensajero, no falles esta vez.
—No lo haré, te prometo que en menos de un mes estarán muertos.
—No tienes un mes, te doy de plazo diez días o ya sabes cómo va a
acabar la cosa.
—Pero no sé si en diez días lograré que me inviten a la mansión.
—Eso es problema tuyo.
—Muy bien, en diez días la famiglia Bianci estará muerta.
Me quedo paralizado al oír este audio y decido escucharlo de nuevo para
cerciorarme de que he entendido todo bien. Las voces son claramente de Sia
y de un hombre. Una vez más, lo oigo, no queda ninguna duda. Llego hasta
los chicos y los interrumpo.
—Lo siento, hay algo importante que debemos hablar ahora mismo.
Los tres me miran y yo pongo el móvil en el altavoz.
—Esto es un audio del teléfono de Sia, le dejó este mensaje esta mañana
a alguien, no sé a quién, iba a mandártelo para que revisaras el número —le
digo a Adriano.
Después de la paliza que me diste, he estado hospitalizada y acabo de
despertar. Por favor, no hagas nada contra él, llámame y lo solucionaremos.
—Hijo de puta —sisea Adriano—. En cuanto averigüe quién fue, voy a
darle a la palabra tortura un nuevo significado.
—Puedes contar con nosotros —agrega Vito.
—Esto no es lo único que he oído. Acaba de llegarme otro audio y este
no os va a gustar. A ninguno.
Esto último lo digo mirando a Adriano mientras le doy al play. Todos
escuchamos las palabras de Sia. Cuando dice que quiere matarlos a ellos, a
las chicas, a Adriano, que por él no siente nada, que todo es una farsa, veo
tensarse a todos y, al terminar, nos quedamos en silencio.
—Vuelve a ponerlo —me ordena Flavio y yo obedezco.
Lo escuchamos nuevamente, y cuando acaba, nos quedamos mirando a
Adriano.
—Envíame los archivos —me ordena Vito y lo hago.
—Deben de haberla coaccionado —trata de defenderla.
—Nada denota que sea así —contesto—. Lo siento, creo que ella nos ha
engañado a todos.
Y de verdad que lo siento porque me pareció una mujer encantadora, con
los ojos apagados por una tristeza que desconozco, pero, aun así,
encantadora.
—Si no me decís lo contrario, esta noche lo hago —suelto, y Adriano me
mira con la mandíbula apretada.
—¿Qué estás queriendo decir? —sisea.
—Adriano, lo siento, tú lo has oído también, y este es mi trabajo —le
digo, viendo cómo su cara se tensa cada vez más—. Las reglas son claras,
después de oír esto, Sia debe morir.
Lo mismo va para ti
Adriano
E
n cuanto Gianni pronuncia las palabras morir y Sia en la misma
frase, algo se enciende en mi interior y sin pensarlo le lanzo un
puñetazo que lo tira al suelo. Me tiro encima y comienzo a asestarle
golpes que no puede esquivar tratando de sacar la rabia que siento ahora
mismo. Noto unos brazos que me sacan de encima de Gianni y me retienen.
Trato de soltarme, pero solo logro sacar una mano que uso para amenazar.
—¡En tu puta vida vuelvas a decir que vas a matar a Sia! —grito mientras
Gray y Flavio ayudan a Gianni a levantarse.
—Cálmate —me susurra Vito mientras mantiene firme su agarre sobre
mí.
Me revuelvo un par de veces más, pero me detengo al oír los gritos de
Jeremy.
—¡No! Pupa a Gianni, no —llora mientras llega a él y lo abraza.
Cuando ve la sangre correr por su cara, trata de venir a por mí, Gray lo
intercepta e intenta tranquilizarlo, aunque no puede. Jeremy entra en un
bucle de llanto y gritos que me dejan perplejo.
—Llévatelo —ordena Flavio.
—Lo siento —le digo a Gray mirando a Jeremy. Sus ojos me dicen que
no le caigo muy bien en este momento.
—Luego hablamos, Gianni —dice Vito, instándole a que se marche con
Gray y Jeremy.
—¿Qué demonios ha pasado? —pregunta Idara al ver todo el espectáculo.
—¿Por qué le has pegado a Gianni? —me recrimina Chiara hasta que
Flavio la abraza por detrás y le susurra algo al oído.
—Siento haber saltado de esa manera, pero lo que ha dicho…
—¿Qué ha dicho? —insiste Idara.
—Que Sia debía morir —repite Vito y la sangre mi hierve de nuevo.
—Necesitamos calmarnos —dice Flavio—. Creo que lo mejor es que
regresemos a casa y allí lo hablemos tranquilamente.
Asiento porque ahora mismo necesito coger la moto y meter puño hasta
que la carretera apenas se dibuje delante de mí. Salgo de allí, subo a ella,
me pongo el casco, respiro hondo, enciendo y arranco a toda velocidad.
Doy un ligero rodeo para poder estar durante más tiempo a una velocidad
alta, voy tan rápido que incluso cogiendo el desvío llego antes que los
demás.
Voy directo a mi habitación y decido darme una ducha. En mi móvil Vito
me ha mandado el audio de las dos conversaciones y los pongo en bucle
mientras me meto debajo del agua. No dejo de oírla una y otra vez decir:
Después de la paliza que me diste, he estado hospitalizada y acabo de
despertar. Por favor, no hagas nada contra él, llámame y lo solucionaremos.
—Es todo mentira, una fachada, es para poder acercarme a ellos. Estoy
a punto de que me invite a la mansión donde viven todos y allí podré
matarlos.
La voz pertenece a Sia, aunque son dos mujeres diferentes las que hablan.
La mía es la primera, a la segunda no la conozco, suena fría, calculadora, no
es mi mujer.
Salgo y me seco mientras trato de pensar en cómo solucionar esto, no
puedo dejar que la maten, si ella ha dicho todo eso, seguro que ha sido
coaccionada por alguien. Algo me falta en el puzle y sé que es el hombre
del primer audio. Suena muy preocupada cuando suplica por él, pero ¿quién
demonios es? Aquí no ha conocido a nadie, en Santa Clara no hay rastro
alguno de que haya tenido un novio. No tiene redes sociales en las que vea
fotos con él. Mierda, ¿de dónde lo conoce? No saberlo está volviéndome
loco.
Bajo al salón principal y veo que ya están allí todos. En cuanto entro, me
doy cuenta de que las chicas han oído los audios, su mirada las delata.
—Ella no lo haría —aclaro.
—Pensamos lo mismo —me dice Idara—. Ella no es de esas, no está en
su naturaleza, no siento que sea así.
—Yo opino lo mismo —se une Chiara.
Vito y Flavio me miran con cara de que no están en mi bando.
—Has escuchado los audios, Adriano, la evidencia es clara, ella misma se
ha delatado —dice Vito con cautela.
—Iba a envenenar a todos los invitados de mi jodida boda —agrega
Flavio en el mismo tono.
—Pero no lo hizo, eso también lo habéis oído, no lo hizo y por eso estoy
seguro que recibió la puta paliza. Le dieron una paliza que le jodió dos
costillas y dejo su cuerpo cubierto de moratones porque no fue capaz de
matar a nadie con veneno. ¿No os dais cuenta? —pregunto algo alterado.
—¿De qué? —interviene Chiara.
—El veneno es un arma muy sencilla, lo echas en la comida o la bebida,
lo distribuyes y para cuando se quieren dar cuenta, tú estás lejos y ellos
muertos —le explico.
—No lo entiendo —dice Idara.
—Pues que si no fue capaz de asesinar de una forma tan impersonal,
¿creéis que puede mirarnos a la cara y pegarnos un tiro? Yo os digo que no,
no es tan fácil.
—Tienes razón, no es tan fácil, aunque se lo merezcan, eso te persigue —
murmura Idara, recordando como ella mató a su tío Carlo.
Chiara asiente, sin embargo, los Bianci me miran de un modo que sé que
no están convencidos.
—Creo que estás dejándote llevar por lo que puedes sentir por ella —dice
Vito.
—Sí, hermano, ella te ha manipulado para que creas que tenéis algo, pero
solo es para acercarse a nosotros. Te está utilizando.
Saco mi móvil y le enseño a todos las fotos de Sia cuando la llevé al
hospital del doctor Morgan, tomé fotos de su cuerpo, nada sexual, quería
tener la prueba de lo que le había pasado para cuando encontrara al hijo de
puta que le puso la mano encima hacerle pagar por todos y cada uno de los
golpes.
Las chicas jadean al ver el estado de su cuerpo y los Bianci se miran,
están dudando.
—Ella podría haber venido a mí, podría haberse quejado y yo la hubiera
protegido, la hubiera traído aquí, y no lo hizo. Si no llega a ser por Jaxon,
que me avisó, ni siquiera me hubiera enterado.
Esto es un poco exagerado, ya que, en el momento en el que la hubiera
visto, me habría dado cuenta. Lo que sí es verdad es que no hubiera sido
atendida tan rápidamente.
—Muy bien, supongamos que estás en lo cierto y que ella no quiere
matarnos, pero hay algo que la obliga.
—O alguien —añade Flavio a lo que ha dicho su hermano.
—O alguien, de acuerdo. ¿Qué sugieres que hagamos?
Su pregunta me pilla desprevenido y no sé qué contestar. Lo único que
quiero ahora mismo es ir al club, cogerla y llevármela a casa, a mi cuarto,
atarla en la cama y no dejarla salir de allí hasta que me aclare todo.
—No sé qué responder a eso —digo con sinceridad—. Tampoco sé quién
es el hombre al que quiere proteger con tanto ahínco.
Puede que no seamos familia de sangre, pero lo somos de alma y juramos
no mentirnos jamás, y no voy a empezar ahora.
—¿Y si es un amante? Alguien a quién ella ama de verdad —suelta
Flavio y yo niego con la cabeza.
—No he encontrado indicios de eso ni aquí ni en su casa de Santa Clara.
—Puede haberlo escondido muy bien —insiste Vito.
—No puedo explicarlo, sé que no le soy indiferente, que no me ha
mentido en eso.
Chiara e Idara me miran y asienten.
—Yo creo que está enamorada de ti —dice Chiara—. Cuando vino a la
carpa el día de mi boda, se le notaba en los ojos un brillo especial.
—Sí —afirma Idara—, el mismo que tenemos nosotras al hablar de
Flavio y de Vito.
Sonrío porque quiero creer que están en lo cierto.
—Tengo una idea —dice Chiara sonriendo—. Podríamos dejar que se
quedara aquí y comprobar si realmente nos asesinaría.
—¿En serio? —pregunta Flavio a la vez que Vito dice un no rotundo.
—No es mala idea —concuerda Idara.
—Así que vuestro plan maestro es dejar que venga a nuestra casa, nuestro
santuario familiar y esperar a que asesine a uno de nosotros para corroborar
que esa era su intención desde un primer momento —resume Vito y ambas
chicas asienten.
Flavio rueda los ojos y no puedo evitar mirarlas agradecido por intentar
salvar a Sia poniendo sus vidas en peligro.
—Muchas gracias por la oferta pero no es una opción poneros en peligro
a ninguna de vosotras. Amo a Sia, sin embargo, vosotras sois mi familia y
eso es sagrado.
—¿La amas? —pregunta Vito sorprendido.
—Pensaba que era un capricho pasajero —murmura perplejo Flavio.
—No sé cómo ha pasado, si os soy sincero, me reiría de alguien que me
contara una historia como la mía, pero no puedo negar que estoy enamorado
de esa mujer con todas las consecuencias.
—Mierda, hermano, entonces esto cambia las cosas —suelta Vito.
—Totalmente, tenemos que descubrir qué ocurre y protegerla si es lo que
necesita —agrega Flavio.
Su cambio de actitud me desconcierta, entonces veo como miran a sus
mujeres y lo entiendo. Si ellos estuvieran en mi situación con ellas,
pensarían lo mismo.
—Entonces, está decidido, que se venga a vivir aquí —dice Idara feliz.
—No —vuelve a negar Vito enfadado—. Tu vida y la de nuestro hijo no
va a ponerse en riesgo bajo ningún concepto.
—Oye, puede que seas el capo di tutti La Cosa Nostra de la Costa Este de
Estados Unidos —le regaña Idara—, pero que ni por un momento pienses
que eso te da derecho a soltarme órdenes como si fuera uno más de tus
soldados.
—Lo mismo va para ti —dice Chiara mirando a Flavio.
—Somos mujeres adultas y capaces que pueden tomar decisiones que
afectan a sus vidas, y por el bebé no te preocupes, no va a pasarle nada. No
pienso permitirlo.
—Chicas —intervengo—, en esto vuestros maridos tienen razón.
—¿Qué tan difícil es interceptar el arma y manipularla para que no salga
la bala si dispara? —pregunta Chiara, golpeando con un dedo su labio.
Pienso en sus palabras un momento antes de contestar.
—Sabemos que lo va a enviar por mensajero, y si usa el mismo que el día
de la boda, sé qué compañía va a traerlo —expongo—. Tendríamos que
hacernos pasar por el repartidor una vez hayamos manipulado el arma y
entregarla como si todo fuera normal.
—Sigue siendo un no a lo de venir a vivir aquí —suelta Vito.
—Solo vendría si el arma que trae no es peligrosa —replica Idara.
—Ella puede conseguir otra, o veneno, o no sabemos qué más —insiste
Flavio.
—La única opción es que me mude —suelto y todos me miran.
—Llevamos años viviendo juntos —murmura Vito sorprendido.
—Sería solo un tiempo hasta que descubra cómo están las cosas.
—Eso te deja a ti solo con esa mujer, acordamos vivir juntos para no estar
solos —me recuerda Flavio.
Sé que en estos momentos tienen una enorme controversia. No quieren
exponer a sus mujeres, yo tampoco lo haría, pero no abandonarme a mi
suerte.
—Dejadme que lo piense, tiene que haber alguna manera de solucionar
esto —les digo—. De momento, me voy al club, ella trabaja esta noche y le
pediré a Jaxon que revise su bolso sin que Sia lo sepa para comprobar si
lleva el arma, y a partir de ahí veré qué hacemos.
Todos asienten y veo que Vito y Flavio me miran intensamente.
—Chicos, no me estáis abandonando, yo tomo la decisión porque creo
que ella vale la pena, y cuando lo demuestre, podréis venir a besar mi culo
arrepentidos de no creerme.
Mis palabras aligeran el ambiente y todos reímos. Decido coger el coche
porque han dado tormenta eléctrica para esta noche y, aunque adoro
conducir la moto bajo la lluvia, la gente es demasiado torpe para hacerlo y
acabo teniendo que reventar alguna cabeza. Hoy necesito centrarme, así que
mejor ir sobre cuatro ruedas.
Me subo al Escalade y pongo rumbo al club. Mientras aparco, me entra
una llamada de Dante, por lo que decido cogerla en el coche mientras reviso
algunas cosas en mi móvil.
—Hola, señor capo de Canadá —suelto en cuanto descuelga.
—Todopoderoso señor capo de Canadá para ti —bromea.
Nos conocemos desde niños y que ahora sea capo es algo con lo que no
puedo evitar bromear.
—¿Para qué soy bueno? —pregunto a la vez que miro los archivos que
tengo de Sia en mi móvil.
—Supongo que estás al tanto del viaje de Flavio, Gianni y yo a Italia.
—Sí, fue, como poco, interesante.
—Digamos que sí. El viejo Genovese acaba de llamarme para decirme
que va a enviar a alguien que es experto en detectar ratas y exterminarlas.
Un tal Vel, ¿te suena?
Pienso un instante y niego con la cabeza.
—No, aunque puedo investigar.
—Te lo agradezco, por aquí las cosas están tensas y ya está empezando a
salirse de madre.
—¿Quieres que vayamos?
—No, no puedo parecer débil, si viene ese tal Vel desde Italia, demuestra
que tengo apoyo; sin embargo, si venís vosotros, parece que sigo siendo el
primo pequeño al que hay que cuidar.
—Sigues siendo el primo pequeño del que hay que cuidar —me burlo.
—Idiota.
—Pero no mentiroso.
Ambos reímos.
—Entiendo lo que dices, Dante, pero si ves que no puedes manejarlo,
avísame, de verdad, somos familia por algo.
—Lo sé, por eso te he llamado, no quería molestar a mis primos para
hacerles esta pregunta.
—¿Cuál?
—¿Qué debo hacer si comienzan a aparecer algunos de mis hombres
muertos? Sé que son los nuevos afiliados a la organización los que llevan
esto a cabo, pero no quiero joderla.
Sonrío, Dante es una persona muy segura de sí mismo, aunque toda esta
guerra le hace dudar.
—Te voy a decir algo con lo que sé que tus primos están de acuerdo.
—Te escucho.
—Jode a quien te joda, así de sencillo, eres el capo, no rindes cuentas a
nadie, ni siquiera pienses en Vito o Flavio, ellos puede que estén por encima
de ti, jerárquicamente hablando, aunque te consideran su igual. Actúa como
si el mundo fuera tu puto parque de atracciones y aplasta a todo el que se
monte sin avisar.
—Te confieso que hasta ahora he estado actuando como un crío asustado
porque sé que esto es importante para mis primos y no quiero defraudarlos.
—Dante, sé de lo que eres capaz, los que te conocen lo saben. Si ahora
mismo no eres el líder que ellos necesitan, los vas a perder. Vito y Flavio no
necesitan de ti para controlar Canadá, te aseguro que si quisieran, ahora
mismo cogeríamos un vuelo y nos presentaríamos allí para matar a todo el
que nos mirara mal, pero eso solo es más trabajo y por ello confían en ti
para que actúes como ellos lo harían. Eres un Bianci, no lo olvides.
—Muy bien, cuando empiece a actuar como un Bianci, no quiero quejas
—contesta en un tono que me dice que algo ha cambiado en su mente.
—Estoy deseando verlo.
—Cielo, ¿vienes ya a la cama? —escucho a una mujer de fondo.
—Vaya, no sabía que tenías compañía.
—Sí, bueno, esto es un tema del que te quería hablar a ti antes de hacerlo
con mis primos.
—¿Quieres contarme a quién te follas? No es necesario, demasiada
información, amigo —me burlo.
—No es solo a quién me follo, hacemos algo más, ella es algo más.
—Oh, entonces sí que me interesa si vas a decirme que has encontrado a
alguien para que reine a tu lado.
—La cuestión es que no sé si os va a gustar mucho mi elección.
—Créeme, ahora mismo cualquier elección va a parecerles buena.
No le digo que comparado conmigo, que mi mujer quiere asesinarnos a
todos, la chica que él ha elegido es seguro perfecta para el puesto.
—No estaría yo tan seguro.
Dejo mi móvil a un lado porque aquí hay algo que me estoy perdiendo.
—¿Por qué dices eso?
—La conocéis.
—¿Quién es? ¿Es de Nueva York?
—No, de aquí, aunque pasó una temporada por allí.
Sus pistas no me aclaran nada, no a menos que sea…
—No me jodas, Dante.
—Te lo dije…
—No, ella no, dime que no es esa puta loca.
Oigo un suspiro que para mí es lo mismo que una confirmación.
—Isabella no es tan mala, después de lo que pasó ha cambiado. La
cicatriz de su cara le hizo ver las cosas de otra manera.
Ruedo los ojos porque ese tipo de personas no cambia.
—Isabella Benutti está podrida por dentro y espero que te des cuenta
antes de que sea demasiado tarde.
—Supongo que si a ti no te ha parecido bien, a mis primos no va a
gustarles.
—Eso es un eufemismo, te van a cortar las pelotas por esto.
—Bueno, se lo diré uno de estos días.
—No lo demores demasiado, no me gusta saberlo yo y que ellos no, y,
sobre todo, no querrás que se enteren por otras personas. Ahí sí que estarías
jodido.
—Lo sé. Solo necesito unos días más y se lo diré.
—Muy bien, pero no hagas proposiciones hasta entonces.
Oigo su risa y cuelga.
Suspiro, si no teníamos ya demasiados problemas hasta ahora, la cosa se
complica más. Espero que lo cuente pronto o yo mismo tendré que decírselo
a Vito y Flavio.
Entro al club y veo que esta noche están en las barras principales Brooke,
Melody y Hope. Tengo en el punto de mira a la supuesta amiga de Sia, no
creo que sean tan buenas amigas si la deja dormir en el puto suelo. Llego a
mi despacho y enciendo el portátil, necesito revisar lo que tengo de Sia para
ver si encuentro algo que me diga qué demonios está ocurriendo porque no
la veo siendo una asesina por algo tan trivial como el dinero. Releo todo
tres veces y no entiendo qué se me está pasando por alto. No tiene familia
con la que se relacione, su hermano mayor es el único hijo legítimo que
tuvo Lorenzo Mancini. Él nunca reconoció a Sia ni mantuvo relación, ni
Lorenzo ni nadie de su familia. Y el tal Frank, el padre de su hermano
pequeño, tampoco se hizo cargo, estuvo entrando y saliendo de la cárcel
hasta que murió. El crío se fue a un hogar de acogida, así que por parte
paterna no tiene tampoco a nadie. Solo a Sia, ella sí que se ha preocupado
por él. Hasta que lo han adoptado. Aunque ella quería adoptarlo. Según la
señora Meller, estaba ahorrando. Alguien no hace planes a futuro para luego
simplemente desaparecer sin más.
Busco el archivo de la adopción del chico y lo examino. Frankie Jr. ha
sido adoptado por una corporación. ¿Quién demonios deja que un niño sea
adoptado por una corporación? Tecleo el nombre de esa empresa y me salen
paraísos fiscales en diferentes lugares del país, también en las islas Caimán
e incluso en Suiza, todas son de una misma persona. Pero no sale el nombre
por ningún lado. Solo un nombre común que aparece una y otra vez:
Gamurra SP3. No lo pienso y llamo al único que puede darme la
información que necesito: Gio.
—Buongiorno4.
—Gio, necesito algo de ayuda con un tema de la Camorra.
—Dime.
—Tengo que localizar al dueño de una corporación.
—¿Cómo sabes que es de la Camorra?
—Sus empresas están bajo el nombre de Gamurra SP.
—Entiendo.
Claro que lo hace, Gamurra es el nombre inicial de la Camorra, no mucha
gente lo sabe, desde luego pocos fuera de este mundo, y si algo pasa en la
Camorra americana, Gio lo sabrá seguro.
—¿Ha pasado algo de lo que deba estar al tanto?
—De momento, no puedo decirte, pero no es contra vosotros, más bien al
revés.
—No hay ninguna orden contra alguno de vosotros.
—Lo sé —contesto —. Esto puede que sea algo que están haciendo de
manera unilateral.
—Si es así, necesito saberlo para informar a mi capo.
—Te doy mi palabra de que en cuanto tenga claro qué está pasando, te
informaré.
—Bien, dame un momento que me pongo en el ordenador.
Permanezco en silencio en la línea mientras oigo teclear a Gio al otro
lado. He visto su trabajo y es igual de bueno que yo, al menos eso cree él.
Yo opino que todavía puedo darle una paliza en la intranet.
—Tengo un nombre —dice unos minutos después—. Pero necesito saber
si él es una amenaza.
—De momento, solo es una pieza, nada indica que sea algo más.
—Bien. El nombre que buscas es Salvatore, Salvatore Mancini.
Me quedo callado un instante, en mi mente comienza a encajar todo, esta
era la pieza que me faltaba.
—¿Te sirve de algo?
—Tanto que te debo una cuando quieras.
—Bien, mantenme informado.
—Lo haré —contesto y cuelgo.
Respiro hondo y miro mi reloj, no falta mucho para que Sia llegue, ahora
ya sé que todo esto gira en torno a Lorenzo Mancini.
Vuelvo llamar a Gio, necesito hacerle saber algo.
—¿Se te ha olvidado algo? —pregunta al descolgar.
—Sí, de avisarte de que seguramente vaya a tu territorio a exterminar a
un apellido entero.
E
spero ansiosa la entrega del paquete, debería estar entrando a
trabajar a esta hora, pero como no me ha dicho Salvatore cuándo
será la entrega, no puedo arriesgarme a irme y que lo tome como
que me he rajado al final. Estoy tentada a escribirle a Adriano para decirle
que no me encuentro bien y que me quedo en casa, aunque sé que si lo
hago, va a presentarse aquí y eso sí que no puedo permitirlo.
Escucho la puerta y las llaves girar, supongo que Brooke ha salido antes
porque aún no es su hora de llegada, al menos, no hasta dentro de casi una
hora. Miro por encima del sofá y a quien veo no es a mi compañera de piso,
sino a mi hermano Salvatore. Me pongo de pie rápidamente mientras él
entra y cierra con la cadena. Mis nervios me asaltan en ese momento, no me
gusta estar a solas con él.
—Hermanita —saluda.
—Hola, Salvatore. Si vienes a ver a Brooke, ella está trabajando.
—Lo sé.
La forma en la que lo dice hace que se me erice la piel.
—He venido a traerte el arma, ¿o ya te has arrepentido?
Niego con la cabeza. Se quita el abrigo y saca de su funda una pistola
negra. Es pequeña, al menos en su mano, me la tiende y yo la cojo. Noto su
peso entre mis dedos y trato de no temblar pero lo cierto es que ahora
mismo estoy aterrada. Me gustaría ser más valiente, ser de esas que ahora
mismo levantarían el arma y le pegarían un tiro, aunque eso es sentenciar de
muerte a Frankie.
—Supongo que nunca has disparado un arma, hermanita.
—Nunca he tenido que hacerlo.
—Entonces, déjame que te enseñe.
Se coloca tras mi espalda, pasa sus brazos por encima de los míos y me
hace agarrar el arma firme frente a mí, apuntando directamente a la única
ventana del apartamento.
—Primero, debes asegurarte de que está cargada —me susurra en el oído.
Con su mano sobre la mía me enseña cómo mirar eso.
—Luego, quitar el seguro.
Vuelve a hacer lo mismo solo que esta vez no se retira de mi oído y siento
su respiración en mi mejilla.
—Después, tienes que separar las piernas para encontrarte lo más estable
posible.
Pone su rodilla entre mis muslos y los abre hasta que estoy en la posición
que él quiere.
—Y, por último, enfocarte en tu objetivo, en su cabeza o en su corazón.
Nunca dispares para herir, solo para matar, y nunca empuñes un arma si no
estás dispuesta a hacerlo —sigue susurrándome—. Cabeza y corazón.
Señala con un dedo mi sien y después pone su mano sobre mi corazón,
envolviendo mi pecho. Me quedo muy quieta esperando que se retire, pero
no lo hace.
—¿Sabes?, hermanita, he pensado en ayudarte con eso de entrar en la
mansión Bianci —continúa hablándome al oído.
—¿Cómo? —murmuro.
—Me ha llegado cierta información, una muy valiosa, en la que dice que
tú y el ejecutor de los Bianci estáis bastante unidos.
—Ya te dije que era todo una tapadera.
—Supongo que para ti lo es, aunque me parece interesante que para él sea
real, así es más fácil hacer que entres en su casa.
Frunzo el ceño confusa hasta que noto que la mano sobre mi pecho
comienza a bajar hasta la cinturilla de mis pantalones. Contengo la
respiración y espero que sea todo una broma, pero cuando comienza a
deslizarse dentro de mi ropa interior me aparto de él y le apunto con el
arma.
—¿Qué estás haciendo, Salvatore? —le pregunto mientras él tiene una
enorme sonrisa maquiavélica.
—¿Vas a dispararme?
—Vete, lárgate y no te dispararé —le amenazo y en respuesta suelta una
carcajada.
—Querida hermanita, no lo harás.
Comienza a acercarse lentamente y yo a retirarme poco a poco, hasta que
llego a la pared.
—Es tu última oportunidad —le repito.
Abre los brazos y sonríe.
—Dispara entonces.
Me tiembla el pulso y agarro más fuerte el arma entre mis manos.
Salvatore avanza y decido disparar justo cuando el cañón casi apoya en su
pecho, pero no ocurre nada. De pronto, y sin esperarlo, un puñetazo me tira
al suelo dejándome algo desorientada y haciendo que la pistola se suelte de
mi mano y caiga en mi maleta abierta en el suelo.
—Deberías haberme escuchado, así te hubieras fijado en que he vuelto a
poner el seguro antes.
Empieza a quitarse la americana y la deja sobre el sofá. Después se quita
el cinturón.
—¿Qué vas a hacer? —pregunto asustada.
Su respuesta es otro guantazo. Se pone de rodillas frente a mí, coge mis
manos, las enrolla con el cinturón y las ajusta tanto que noto como la correa
corta mi piel.
—Voy a darte la excusa perfecta para entrar en casa de los Bianci; cuando
acabe contigo, Adriano no tendrá más remedio que llevarte a su casa.
—Otra paliza, no, por favor.
Se ríe y menea la cabeza, me arrastra del cinturón de mis manos por el
suelo hasta la habitación de Brooke, me lanza a la cama y, con un mando
que no sé de dónde ha salido, pone música country a todo volumen. Nunca
he estado aquí dentro. Tiene unos postes altos en cada pata de la cama con
un dosel que lo cubre todo. En el cabecero, veo dos pares de esposas
colgando, son de peluche con manchas de leopardo. Trato de alejarme lo
más que puedo de él, pero me coge por un pie y me arrastra hasta el borde,
consigo darle una patada y eso solo logra que me gane otra bofetada. Se
sube encima y lucho por quitarlo, pero es demasiado pesado. Coge mis
manos y les quita el cinturón sin dejar de aprisionarme con sus piernas
haciendo que me cueste respirar, una vez que esto libre de ataduras, agarra
la camiseta que llevo y la rasga por la mitad, lo mismo con el sujetador.
Comienzo a gritar, aunque, con lo alta que está la música, dudo que alguien
pueda oírme. Me tapo las tetas con las manos y, entonces, él me da con el
cinturón un latigazo en ellas que me hace gritar. Luego una bofetada fuerte
me deja casi inconsciente hasta que noto que retira mis manos de mi cuerpo
y siento el cinturón de nuevo mordiendo mi piel, sobre mis pechos. Lo hace
un par de veces y el dolor es tan intenso que quiero vomitar. Solo escucho
su risa y la música country, no sé si he dejado de gritar, si ya no me oigo o
si simplemente me he quedado sin voz.
—Solo estoy ayudándote, hermanita —dice cerca de mi oído.
Se levanta de encima y siento algo de alivio, si ya ha terminado, se irá;
nada más lejos, aún no ha empezado. Me gira para tenderme sobre mi
estómago. Coge mis manos y las ata a la cama, levanta mi cadera y me
quita el pantalón junto con mis bragas. Me da una palmada en una nalga y
trato de escapar de la siguiente, me tiene casi inmovilizada. Sube la
camiseta hasta mi cuello y desliza su mano desde mi nuca hasta el culo, y
cuando menos lo espero, mete su dedo en mi agujero a la vez que me da un
latigazo. Grito y me encojo; él se ríe.
—Salvatore, por favor —lloro—. Ya basta.
Su respuesta es otro latigazo. Me da dos más antes de notar que se hunde
el colchón y se sube a la cama detrás de mí. Escucho el sonido de papel
rasgado y después una cremallera. Miro por encima de mi hombro, entre los
mechones de pelo que caen sobre mi cara, y lo veo colocándose un condón.
—¡No! —me revuelvo y lucho—. ¡Somos hermanos!
Su risa se oye por encima de la música, o al menos a mí me llega de esa
manera, creo que ya no está tan alta, o puede que se haya parado o… no lo
sé, mi mente está confusa en estos momentos.
—¿Sabes? Mi madre sabía que la tuya existía, era una de muchas —me
dice al oído mientras se saca los pantalones del todo—. La oía llorar y
maldecir a todas las putas que se ponían en el camino de su marido, así que
un día encaré a nuestro padre.
Noto la punta de su polla acariciar mi entrada y la arcada me llega en un
segundo, pero no hay más que bilis.
—Le pregunté: ¿Por qué mamá no es suficiente? ¿Sabes lo que me
contestó?
Se queda callado como si de verdad creyera que está teniendo una
conversación y no a punto de violarme.
—Me dijo que mi madre era de las mujeres a las que llevabas al altar, de
las que mostrabas ante todos y a las que les hacías el amor, a oscuras y
únicamente en una posición.
Se ríe, pero yo no veo la gracia. Empieza a empujarse dentro de mí y yo
aprieto para impedirlo a la vez que me muevo para que no lo haga, pero me
da dos latigazos seguidos que me dejan tirada en el colchón. Trato de
recuperarme para seguir luchando mientras mete su mano entre el jergón y
mi cuerpo y levanta mi culo, separa mis rodillas y me escupe. Siento su
saliva resbalar y quiero morirme.
—Por eso buscaba mujeres como tu madre, como tú, porque a ellas se las
folla como uno quiere, las veces que quiere y cuando uno quiere.
Sin previo aviso se introduce dentro de mí y grito de dolor, estoy
totalmente seca y ahora me arde hasta el alma.
—Muévete como tu madre lo hacía —me ordena.
—¡No! —grito entre lágrimas, quedándome tan quieta como el asco me
lo permite.
—Te he dicho que te muevas —insiste esta vez más enfadado.
—¡Nunca!
Me da un latigazo y me encojo de dolor, lo oigo gemir y sé que mi
contracción le ha gustado, tanto que lo repite de nuevo. El aire se llena de
sus gemidos y mis gritos, una y otra vez hasta que clava sus dedos en mi
culo y se estrella contra mí fuerte, tanto que noto una enorme punzada en
mi interior y después siento las pequeñas contracciones de su polla que me
dice que se ha corrido.
Se retira y escucho como se quita el condón y lo tira.
—De nada, ahora ya tienes una excusa para entrar en esa casa y matar a
todos los hijos de puta que se cargaron a nuestro padre.
Miro por encima del hombro y veo que se viste como si no hubiera
pasado nada, me sonríe y se va. Se larga y me deja atada, desnuda, violada
y sola.
Grito por ayuda ahora que ya no hay música pero no parece que nadie me
escuche. En ese instante me derrumbo y lloro, lloro de tal forma que casi
siento que no puedo respirar, que el mundo no es lo suficientemente bueno
como para seguir viva. Me quedo tirada en esa degradante posición hasta
que escucho la puerta abrirse.
—¿Qué demonios haces en mi cama? —pregunta Brooke y lloro aliviada
de que alguien venga a ayudarme.
—Suéltame, por favor —le suplico llorando.
Ella se acerca a la mesita de noche, coge un juego de llaves y me abre las
esposas.
—Maldita zorra, te dije que no entraras en mi cuarto y mucho menos que
te dejaras follar por tu novio en mis sábanas. Vas a comprarme una cama
nueva y te advierto que no va a ser barata.
La miro desconcertada y me miro a mí misma en el reflejo del espejo que
tiene en su cuarto. Mi aspecto no es de alguien que esté disfrutando de sexo
sucio, estoy despeinada, con golpes en la cara y el cuerpo, y los ojos rojos
de llorar.
—Salvatore me ha violado —le confieso mientras quita todo lo que hay
encima de la cama con cara de asco.
—¿Que te has follado a Salvatore? —me pregunta enfadada.
—No, escúchame bien, él me ha violado.
Durante un instante me mira y pienso que va a abrazarme, ahora mismo
hasta me sentaría bien un abrazo de ella, pero en vez de eso me empuja.
—¿Cómo has podido follarte a mi novio en mi cama?
La sorpresa me deja tan aturdida que no veo cuando ella me coge del pelo
y me arrastra hasta la puerta de entrada, la abre y me lanza al suelo. Luego
se vuelve dentro, coge mis cosas y me las lanza a la cara.
—No ha sido consentido —sigo diciendo para que entre en razón, pero no
lo hace. Me cierra la puerta dejándome tirada en el suelo, casi desnuda y
con todas mis cosas esparcidas por el pasillo.
Trato de meter todo dentro de la maleta entre lágrimas cuando veo el
arma. La sostengo en mi mano y ya no tiemblo. Miro a mi alrededor y veo
varias cabezas asomadas, aunque ninguna hace nada, bueno, uno al fondo
creo que está grabándome con su móvil. Nadie va a ayudarme, está claro,
en esta ciudad no voy a encontrar eso que necesito, aquí solo vale la ley del
más fuerte y solo tengo una salida. Me levanto y busco algo de ropa, todo es
demasiado veraniego o es parte del vestuario para trabajar en el club, así
que me pongo una sudadera, unas bragas, unos pantalones anchos de yoga y
busco la cajita donde tengo mi dinero. Cuando lo encuentro, lo meto en el
bolsillo de mi sudadera junto a la foto que tengo con Frankie y me voy,
pistola en mano, dejando todo lo demás atrás.
Salgo a la calle principal y decido meter el arma en los pantalones cuando
veo una patrulla unos metros por delante hablando con el del puesto de los
perritos calientes. Me coloco la capucha y agacho la cabeza al pasar por su
lado. No tengo móvil, pero si no recuerdo mal, hay una armería a unas
calles de aquí. La noche es fría y se pueden ver y oír truenos y relámpagos
que iluminan el cielo por completo. Habían anunciado tormenta eléctrica y
parece ser que la voy a ver en primera fila. Camino rápido, no tengo abrigo
y las tiendas ya están cerradas como para comprar uno. Cuando veo el
cartel de la armería, al final de la manzana, casi corro. Entro justo antes de
que la lluvia caiga como una cortina húmeda sobre la ciudad.
—Buenas noches —me saluda el dependiente.
Cuando levanto mi cara y ve mi estado, se preocupa.
—¿Estas bien?, ¿quieres que llame a alguien?, ¿a la policía?
Niego con la cabeza porque no, no estoy bien; no, no tengo a nadie a
quien llamar, y no, no confío en que la policía no esté comprada por mi
hermano tal y como pasa en el lugar del que procedo.
—Necesito balas para este arma —le digo, colocando la pistola sobre el
mostrador.
La mira y asiente.
—Un momento, las tengo atrás.
Veo cómo desaparece por una puerta abierta y me asomo ligeramente
para comprobar que no está haciendo alguna tontería como llamar a la
policía. Cuando veo que está buscando lo que le he pedido, decido echar un
vistazo a la tienda. Está llena de armas, todas detrás del mostrador y con
candados. Hay carteles que advierten que están descargadas y que llevan
alarma que avisa a la policía si tratan de sustraerse por la fuerza. Miro los
chalecos antibalas y algunos accesorios más. Cuando veo el portaarmas, no
puedo evitar acordarme de Adriano. ¿Debería llamarlo?, ¿pedirle ayuda?
No, esto tengo que solucionarlo yo. Si le digo la verdad, estaré muerta antes
de que pueda rogar que al menos ayuden a Frankie. Son la mafia, no puedo
olvidarme de eso.
—¿Cuántas quieres?
—Una caja —contesto y veo un cartel, detrás del chico, que informa de
que tiene sala de tiro detrás.
—¿Puedo disparar?
—Solo con balas compradas en este establecimiento.
—Muy bien, entonces, dame diez cajas.
El dependiente sonríe como si hubiera hecho una broma, pero cuando me
ve sacar el dinero, se da cuenta de que voy muy en serio. Me cobra y me
indica por dónde tengo que ir, la sala tiene tres pasillos para disparar, estoy
sola y me sitúo en el último. El chico me dice que me ponga los cascos para
el ruido y que si necesito algo, está en la tienda. Asiento y dejo el arma
junto a las cajas de balas. Lo primero que hago es sacar el cargador.
Comienzo a quitar las balas que hay y soy torpe, algunas se me caen de
entre los dedos varias veces, pero practico unos minutos hasta que soy
capaz de cargarla casi sin mirar. Luego quito el seguro. Cierro los ojos y
escucho el sonido, quiero conocerlo, ese sonido es la diferencia entre haber
evitado la violación o no. Y es mi culpa. Por no ser más fuerte, por no estar
atenta, por ser yo.
Por último me pongo en posición y comienzo a disparar. Con cada bala,
un recuerdo de Salvatore viene a mi mente. Sus labios cerca de mi oído. Sus
manos sobre mi piel. Su correa cortando mi espalda.
Disparo tantas veces como es posible y recargo, así una y otra vez, grito,
lloro y saco la rabia hasta que ya solo me queda una caja y decido que es
momento de irse. Guardo todo en mi sudadera y salgo sin decir adiós.
Llueve y la gente va como loca debajo de un mar de paraguas que
amenazan con sacarme un ojo si no tengo cuidado. Veo a una chica en el
suelo a dos pasos de mí y, por instinto, le tiendo la mano. Ella la coge y
cuando aprieta, noto el dolor de los cortes, no han sido profundos y no
sangro pero sí que duelen. Mucho.
—¿Sia? —escucho la voz de la chica, y cuando la miro, compruebo que
es Hope, una de las chicas del club—. Oh, Dios mío ¿qué te ha pasado?
—¡Hope! —otra mujer la llama, es Winnie, una de las camareras también
del club.
—Win, ven, es Sia, creo que necesita ayuda.
—Estoy bien —le digo, tratando de alejarme, pero no me deja.
—No, no lo estás, sé que cuando alguien tiene este aspecto, no está bien.
—Voy a llamar a Jaxon —dice Winnie.
—No, por favor, no es necesario, voy a estar bien.
No sé si me hace caso, porque Hope está arrastrándome hasta una
cafetería y me sienta en una mesa que está más o menos escondida de las
miradas.
—¿Quién te ha hecho esto?
—No es nada, de verdad.
—Mira, no hay ningún hombre que merezca la pena que pases por esto.
Ella cree que esto ha sido un amante despechado o algo así, y le sigo el
juego para que me deje tranquila sin avisar a nadie. Veo a Winnie salir del
baño y me siento aliviada de que no haya llamado a Jaxon.
—Ya se ha terminado. Supongo que no le ha gustado y por eso he
acabado así —miento.
—Los hombres son unos cerdos, deberíamos ser todas lesbianas y que se
casquen pajas ellos solos.
Sonrío porque por un instante esto parece una conversación casi normal,
entonces, me apoyo en la silla y siento el dolor que me trae de vuelta a la
realidad.
—Tengo que irme —le digo a Hope, que no quiere soltar mi mano.
—Entre nosotras nos ayudamos, ven a casa con Winnie y conmigo —me
ofrece y yo niego con la cabeza.
—Necesito hacer algo y no sé cuánto tiempo va a llevarme.
Quiero volver al hotel donde me dijo Salvatore que estaba alojado el día
de la boda, con suerte, estará allí y podré meterle tantas balas como veces
me ha follado.
—¿Estás segura?
Asiento y salgo de allí antes de que puedan detenerme. Vuelvo a la calle y
pienso un instante hacia dónde tengo que caminar, quizá es mejor coger un
taxi, tengo dinero suficiente en mi bolsillo y decido hacerlo. Me acerco a la
orilla de la calle para llamar a uno cuando escucho un coche frenar en seco
en el tercer carril de la avenida, haciendo que todos los que lleva detrás se
detengan y piten. Hay un momento de confusión hasta que veo a Adriano
correr hacia mí. Mierda. No, no puedo verlo, no puedo derrumbarme, no
quiero hacerlo. Pero lo hago, porque con él me he sentido segura, porque
quiero que me abrace y me diga que todo ha sido una pesadilla.
—Joder —suelta en cuanto ve mi aspecto.
Me tira contra su pecho y me sostiene fuerte contra él.
—Dime qué necesitas, principessa, por favor, dímelo y te lo cumplo.
Me separo un poco y lo miro a los ojos.
—Ayúdame a matarlo, quiero ver su sangre en mis manos.
Besa mi frente y asiente.
—Te entregaré su alma, porque voy a bajar al puto infierno para no dejar
que nadie más que yo lo castigue el resto de la eternidad.
Para matarlo
Adriano
P
ongo a Gio al tanto de todo lo que está pasando sin entrar en detalles
de mi relación con Sia. Me ha dicho que tenemos carta blanca para
actuar en nuestro territorio contra cualquiera de la Camorra que esté
yendo por libre, pero si la cosa se traslada a su costa, entonces hay que
hablar cómo hacerlo. Por mí está bien, cualquier tipo que esté detrás de Sia
no va a salir vivo de esta ciudad.
No dejo de mirar la hora y las cámaras. Le he pedido a Jaxon que en
cuanto llegue Sia, la envíe para aquí; voy a enfrentarla y espero que me
cuente todo para poder ayudarla. Llamo a Samuel para comprobar si ya ha
llegado el repartidor, de momento no ha habido ninguna entrega en el
edificio. Será fácil de detectar, no es muy común que se hagan entregas a
estas horas.
Miro el reloj y ya debería haber llegado. Que no esté aquí no es propio de
ella, siempre llega antes, ¿se habrá arrepentido de venir? No, lo más
probable es que se haya quedado dormida, su cuerpo todavía no ha
terminado de recuperarse. Busco su número en mi agenda al menos veinte
veces, aunque decido que tengo que respetar el espacio que me ha pedido.
—Jaxon, manda a Brooke a mi despacho —le ordeno y cuelgo.
Veo cómo la chica se baja de su barra y viene contoneando sus caderas.
Lleva un bikini dorado que hace resaltar el tono de su piel. En otro
momento, me hubiera puesto duro solo de verlo, ya no, ese poder ahora solo
lo tiene Sia.
—Pasa —le digo cuando toca la puerta.
—¿Me has mandado llamar?
—Sí, quería preguntarte sobre Sia.
Ella palidece y eso me pone alerta.
—No sé qué te habrá dicho, pero apenas nos conocemos, es más amiga de
una amiga a la que estoy ayudando.
Vaya, eso no es lo que me había contado Sia, supongo que una de las dos
miente, o ambas. Aunque por cómo ha tratado a Sia, dejándola dormir en el
suelo, está claro que su versión es la más factible.
—Ella no me ha dicho nada.
—Ah.
Se queda callada y decido ser directo porque su sola presencia me toca
los huevos.
—Quería saber si la has visto antes de venir a trabajar.
—La vi antes de comer.
—¿Sabes si se encontraba bien?
Ella se encoge de hombros.
—Yo la vi bien.
—Debía haber entrado hace media hora, pero no ha aparecido.
—Ella me dijo que vendría, quizá se ha arrepentido o le ha surgido algo.
—¿Algo como qué?
—No sé, no la conozco tanto.
Necesito respirar hondo porque esta mujer me está sacando de quicio.
—¿Puedes llamarla?
—No tengo aquí el móvil, lo tiene Jaxon en la barra.
Llamo a Pietro para que lo traiga y en tres minutos está sobre mi mesa. Se
lo tiendo y ella me mira algo nerviosa.
—¿Qué ocurre?
—Es que no sé su número.
Ruedo los ojos desesperado por esta imitación de mujer.
—Dame.
Cojo el móvil y marco, me sé su número de memoria, le doy a llamar y se
lo paso. Me mira mientras escucho el tono una y otra vez hasta que se
cuelga.
—Inténtalo de nuevo.
Ella me obedece y repite la misma acción tres veces más. No lo va a
coger, quizá no le guste responder la llamada a números desconocidos.
—Vete a casa —le ordeno.
—Aún me queda media hora —se queja.
—No me importa, te vas a ir a casa y vas a llamar a Jaxon en cuanto
llegues para decirle por qué Sia no está aquí. Si ella te pregunta, le dices
que es él y no yo el que quiere saberlo.
—¿No puedo quedarme hasta acabar el turno? Solo es media hora más.
—No, te compensaré lo que no ganes. Coge un taxi, yo lo pago.
Ella sonríe, asiente y se va.
La próxima media hora es en la que suelen obtener las mejores propinas,
hacen sus números especiales y los clientes eligen a las que quieren para
tener un encuentro más privado. La veo a través de las cámaras recoger sus
cosas y despedirse de demasiada gente. Está poniéndome de los nervios,
necesito que se vaya a casa y necesito que lo haga ya. Cuando veo en las
cámaras exteriores que coge el taxi, le aviso a Jaxon para que en cuanto
reciba la llamada de Brooke, venga cagando leches aquí y me diga lo que
sabe.
Pasan los minutos como horas. Miro algunas transacciones en el
ordenador para distraerme, pero no lo logro. Pasan veinte minutos, luego
treinta y finalmente mando llamar a Jaxon.
—¿No has recibido la llamada de Brooke?
—No, todavía nada —contesta, enseñándome el móvil.
—Llámala —le ordeno.
Asiente y lo hace.
—Pon el manos libres.
Tarda cuatro tonos en contestar.
—¿Se puede saber por qué cojones no has llamado a Jaxon como te
ordené?
La línea se queda en silencio un segundo.
—Lo siento.
—¿Cómo está Sia?
—Esa perra no merece nada.
—Me estás cabreando, no la llames perra.
—Es una maldita zorra, he llegado a casa y me la he encontrado atada en
mi cama, con mis esposas de peluche y encima la muy cerda me ha
reconocido que se ha follado a mi novio. ¡En mi cama!
—Pásamela —le ordeno, no me creo una mierda de lo que acaba de decir.
—No está aquí, la he echado.
Gruño y lanzo el teléfono contra la pared.
—Mierda, lo siento.
Jaxon me da una sonrisa escueta mirando su móvil. Saco de mi cajón el
nuevo iPhone, en su caja, sin desembalar, y se lo lanzo.
—¿Perdonado?
Los ojos como platos de mi empleado me dicen que sí. Salgo de allí
dirección a la casa de Brooke para que me explique de qué demonios está
hablando. De camino, trato de llamar a Sia pero no contesta. Abro el
localizador en uno de los semáforos y veo que está en el apartamento al que
me dirijo. Esto significa que está mintiéndome o que se lo ha dejado allí. En
cualquier caso, voy a averiguarlo ahora mismo.
Subo los escalones de dos en dos. Al llegar al pasillo, veo frente a la
puerta de Brooke la maleta de Sia tirada y alrededor algunas prendas que
reconozco. Aporreo la puerta como un poseso hasta que me abre. Cuando lo
hace, entro sin pedir permiso y sin tener cuidado; ella da un grito ahogado
cuando me ve.
—¿Dónde está?
—Ya te he dicho que la he echado, se ha follado a mi novio —contesta
asustada.
—No me lo creo, ella no es así.
—Te aseguro que el preservativo que hay tirado en mi cuarto dice lo
contrario.
Grito frustrado y ella pone distancia entre nosotros.
—¿Dónde puede haber ido?
—No lo sé, creo que aquí no conoce a nadie.
Recorro el diminuto apartamento buscándola, pero no hay rastro de ella,
lo que sí veo es su móvil y me lo guardo en el bolsillo. Suena mi teléfono y
veo que es Jaxon.
—¿Ha llegado Sia?
—No, acaba de llamar Winnie, ella y Hope se la han encontrado y están
en un café a unas calles de allí, el Svenson. Les he dicho que esperen allí
con ella hasta que llegues.
—¿Qué hacen allí?
—No lo sé. Winnie dice que la han encontrado en un estado bastante
malo, cree que su novio ha podido hacerle algo.
Le doy una mirada asesina a Brooke y cuelgo.
—Vas a contarme qué ha pasado y corta la mierda esa de que se ha
follado a tu novio, porque aquí hay algo que no estás diciéndome.
Ella retrocede unos pasos asustada, mira a su alrededor, supongo que
busca algo con lo que defenderse, no va a encontrarlo.
—¿Qué ha pasado? —insisto, empezando a perder la paciencia. Quiero
llegar junto a Sia lo antes posible.
—He llegado y he ido a mi habitación como siempre, he entrado y ella
estaba con las esposas puestas en las muñecas que uso yo con mi novio.
Tenía algunas marcas en su espalda, la camiseta rota y no llevaba nada en la
parte de abajo.
Respiro profundamente.
—¿Qué te ha dicho ella cuando la has encontrado así?
—Ha tratado de engañarme, pero yo sé que miente.
—¿Qué te ha dicho?
Saco mi arma para que vea que soy de mecha corta y ahora mismo estoy
bailando sobre una hoguera.
—Decía que no había sido consentido, que la había violado, pero no es
verdad, estoy segura de que ella se le ha ofrecido y él es hombre.
No me contengo y le doy un golpe con la culata tan fuerte que pierde el
conocimiento. La dejo allí tirada y salgo disparado al coche dirección al
Svenson. En cuanto sepa que Sia está bien, me encargaré de ella y de su
novio. Si lo que ha dicho es cierto, voy a follarlo con todo tipo de cosas
hasta que sangre por todos los jodidos agujeros de su cuerpo.
Me subo al coche y salgo como alma que lleva el diablo. Voy mirando los
locales cuando la veo. A Sia. Está parada en la acera, clavo el coche y me
bajo a pesar de estar en el tercer carril. Sé exactamente el momento en el
que me ve porque veo en sus ojos como se rompe y mi alma grita.
—Joder —suelto en cuanto veo su aspecto. Lleva el pelo enredado y la
cara llena de golpes.
La abrazo con fuerza contra mi pecho y trato de respirar hondo para no
asustarla porque ahora mismo quiero sangre. Mucha.
—Dime qué necesitas, principessa, por favor, dímelo y te lo cumplo.
Se separa un poco de mí y me mira con sus preciosos ojos llenos de
lágrimas.
—Ayúdame a matarlo, quiero ver su sangre en mis manos.
Beso su frente y asiento.
—Te entregaré su alma, porque voy a bajar al puto infierno para no dejar
que nadie más que yo lo castigue el resto de la eternidad.
Vuelvo a abrazarla y paso mis manos por su espalda, ella se arquea
cuando lo hago. La miro y sé que está herida, no sé la gravedad, mas sé que
lo está. Miro sus manos y veo líneas rojas, como latigazos de unos cuatro
centímetros de ancho. A nuestro alrededor el mundo está mirando, pero me
importa una mierda. Meto mis manos debajo de sus rodillas y la alzo contra
mi pecho. Solloza y con cada lágrima me estoy ganando un escalón en el
infierno por todo lo que voy a hacerle al hijo de puta que la ha tocado.
La meto en el coche y abrocho el cinturón con cuidado. A nuestro
alrededor los pitidos del resto de conductores llenan el aire. Deberían ser
más cautos, estoy en el borde y me falta poco para sacar mi arma y
comenzar a disparar.
Me meto detrás del volante y arranco directo a la mansión. Llamo al
médico para que acuda allí, pido que venga una mujer y el doctor Morgan
acepta sin preguntar el motivo. Sia no deja de tocarme, tiene su mano sobre
mi pierna en todo momento, está de medio lado mirando hacia abajo y veo
sus lágrimas caer en silencio.
—Principessa, voy a arreglarlo, te lo prometo, sea lo que sea que ha
pasado voy a solucionarlo.
Ella llora sin decir nada. Llego a la mansión y la saco en brazos. Cuando
entro, me encuentro a Vito y a Idara.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Idara preocupada, pero Vito la detiene y
la pone detrás de él.
—¿Qué hace ella aquí?
—Ahora no, Vito, por favor, confía en mí, no es peligrosa.
—Llevo un arma —susurra y todos la oímos.
Vito echa manos de su pistola.
—Está en el bolsillo de mi sudadera, y una caja de balas.
—¿Para qué las quieres? —pregunta Idara, escabulléndose de detrás de
Vito.
—Para matarlo.
—¿A Adriano?
Sia niega con la cabeza y se aferra más a mí.
—¿Puede Vito coger el arma de tu sudadera? —le pregunto con calma,
porque no quiero dejarla en el suelo ahora mismo. Ella asiente sin sacar la
cara de mi cuello.
Vito se acerca con cuidado y saca el arma y las balas. También hay un
fajo de billetes. Sé que va a ponerlo todo a buen recaudo, así que no me
preocupo.
—He llamado a un médico, cuando llegue, envíala a mi cuarto.
Vito asiente.
—Si necesitas algo, solo dímelo, ¿vale? —se ofrece Idara y yo asiento
por los dos.
Subo las escaleras y voy hacia mi ala. Abro la puerta y cierro con la
pierna. La dejo con cuidado en la cama y me retiro para darle espacio. Ella
se mira las manos en silencio.
—Principessa, necesito que hables, que me cuentes qué ha pasado.
Ella niega levemente.
—Por favor, Brooke me ha dicho algo que no sé si es verdad.
—No me lo he follado —susurra.
—¿Qué? —pregunto y ella lo repite.
—Que no me lo he follado, no se lo he consentido; si no lo consientes, no
puedes decir que te lo has follado, supongo que él sí puede decir que me ha
follado.
Necesito respirar muy hondo porque ahora mismo quiero romper cosas,
muchas, pero no creo que ella aprecie mi arranque de violencia. Llaman a la
puerta y voy a abrir mientras Sia se queda sentada donde está. Vito y la
doctora están allí.
—Quiero a Brooke, la stripper del club, en el sótano —le pido a Vito, que
asiente sin hacer preguntas —. Pasa por aquí, ella está dentro.
La doctora pasa y yo cierro dejando a Vito fuera.
—Quiero que la examines, es posible que… que haya habido sexo sin
consentimiento —digo de la forma más cauta posible.
—Hola, soy Norma —se presenta la doctora—. Necesito que te desnudes
para poder hacerte una exploración.
Sia niega con la cabeza.
—No quiero.
Me pongo a su lado y la abrazo con cuidado.
—Amor, es necesario.
Ella levanta la vista y veo sus ojos rojos de tanto llorar.
—No soy tu amor, no lo soy de nadie, solo soy la hija de una prostituta,
no tengo valor alguno, y lo poco que tenía, me lo han robado.
Apoyo mi frente contra la suya y respiro hondo su olor.
—No es el momento para aclararte ciertas cosas, pero te aseguro que eres
mi mujer, y que yo no elijo a mujeres sin valor.
—Si has sido agredida de alguna manera, tengo que revisarte para
asegurarme de que no haya alguna herida que pueda provocar algo grave —
dice la doctora con dulzura.
—Si quieres, os dejo solas —le digo, levantándome de su lado, pero Sia
me coge la mano y niega.
—Si tengo que hacer esto, quiero que sea contigo a mi lado.
Beso su mejilla evitando tocar un golpe que lleva y la ayudo a ponerse de
pie. Ella sube los brazos con trabajo y yo le quito la sudadera. Debajo tiene
una camiseta y un sujetador rotos por la mitad. Veo unos latigazos en sus
pechos y me muerdo la lengua para no empezar a gritar. Después, me pongo
de rodillas y le bajo lentamente los pantalones. Veo un rastro de sangre en
sus muslos y respiro hondo. Quito su braguita y la ayudo a subirse a la
cama para que la doctora la examine. Cuando se gira, me muestra su
espalda, está llena de marcas como las de sus manos y su pecho. No hay
sangre, pero la piel está enrojecida y a punto de romper.
Se acomoda en la cama con las piernas abiertas y los pies sobre el
colchón, me tiende la mano y me siento a su lado. Ella mete la cabeza
contra mi cuerpo, no quiere ver lo que va a hacerle.
—Ahora vas a notar mis dedos —dice la doctora—, voy a ir lento; si te
duele, me lo dices, voy a ser lo más rápida que pueda. ¿Preparada?
Sia asiente y veo cómo la doctora se pone unos guantes y se echa un
líquido sobre sus dedos, luego abre las piernas de Sia un poco más y
comienza a introducirlos. Me aprieta la mano con mucha fuerza y yo, con la
otra, le acaricio la cabeza para que sepa que no está sola. La doctora hace
algunos movimientos y no tarda mucho en sacar sus dedos y quitarse los
guantes. Luego se levanta y examina los latigazos del pecho, y yo giro a Sia
para que pueda ver los de su espalda. La cara de la doctora me dice que esto
es horrible.
—Muy bien, ya hemos acabado. Voy a recetarte unos óvulos
cicatrizantes, tienes unos pequeños desgarros en tu vagina.
—Estaba seca —murmura Sia.
La doctora asiente entendiendo a lo que se refiere.
—Para los demás golpes, voy a darte una crema que te aliviará el dolor,
no son profundos, así que deberías sentir alivio desde la primera aplicación.
Y para la inflamación de la cara, te pongo unas pastillas que hacen
milagros, te prometo que en un par de días esto solo será un mal recuerdo.
La doctora recoge todas sus cosas y yo me levanto para acompañarla
fuera, pero antes tapo a Sia con una manta, lleva el pelo mojado de la lluvia
y no quiero que tenga frío.
—Dime qué has visto —le pido a la doctora.
—Tiene desgarros propios de una violación. Ella misma ha confirmado
que al estar seca todavía ha sufrido algo más de raspado.
Gruño y ella salta.
—No sé con qué le han dado esos latigazos, pero apostaría por un
cinturón, no es la primera vez que veo algo así. El que lo ha hecho debe
saber cómo usarlo, porque ha ejercido la fuerza justa para que duela,
aunque para que no sangre.
—¿Crees que se curará rápido con lo que le has dado?
—Su cuerpo, sí. Su mente tardará más, te recomiendo que busque terapia.
—Gracias, doctora.
—Cualquier cosa que pueda necesitar, avísame, a la hora que sea.
Dejo que se vaya y vuelvo con mi mujer dentro. Ella me mira triste y se
me rompe el alma.
—¿Me ayudas a darme una ducha?
Asiento. Le quito la manta de encima y la llevo al baño. Tengo una ducha
doble y una bañera lo suficientemente grande para los dos. La dejo encima
del lavabo y me quito toda la ropa mientras la lleno de agua caliente.
—¿Quieres saber qué ha pasado?
—Solo si tú quieres contármelo —le contesto.
—Quiero hacerlo, aunque no quiero que dejes de mirarme como lo haces
cuando lo sepas.
Sonrío y llego hasta ella. Cojo su cara entre mis manos y la beso
lentamente. Luego me separo y sin quitar mis manos de su cara apoyo mi
frente sobre la suya.
—No hay nada que puedas decirme que me haga mirarte de otra forma,
principessa.
—No hagas promesas que no vas a cumplir.
—Te amo —le suelto y ella amplía los ojos sorprendida—. Es por eso
que sé que digas lo que digas no voy a mirarte de otra manera que no sea
como la mujer de mi vida.
—¿Me amas? ¿Por qué?
—Porque alguien me dijo una vez que somos almas gemelas que nos
hemos encontrado, y ya no tengo más remedio que amarte por el resto de mi
vida.
Una lágrima cae por mis dedos y la lamo.
—Yo también te amo, no sé cómo ha pasado ni cómo es posible. Mi
mente me dice que corra, pero mi corazón se siente seguro a tu lado.
—Lo estás, junto a mí no tienes nada que temer.
La beso tiernamente de nuevo y esta vez es diferente, ambos hemos dicho
lo que sentimos y ahora lo noto en sus labios.
—Lo que te he pedido antes… ¿Vas a ayudarme?
Frunzo el ceño porque no sé a qué se refiere.
—Cuando me has encontrado bajo la lluvia buscando un taxi —me
recuerda.
—Sí, voy a ayudarte a matarlo, pero antes necesito saber de quién se
trata.
—¿Cambiaría algo saber si es una persona u otra?
Niego con la cabeza.
—Va a morir, solo quiero saber el nombre del hombre que va a gritar por
tu perdón hasta quedarse afónico.
—Vamos a la bañera.
Apago el grifo y la cojo o en brazos, la siento con cuidado y después me
meto detrás de ella. Me pongo duro con solo sentir su piel. Mierda.
—Lo siento, es instintivo, tú me provocas con solo mirarte.
Ella me mira por encima del hombro con una dulce sonrisa y mi corazón
late más deprisa. La empujo de los hombros para que su espalda quede
contra mi pecho, lo hago despacio para que no le duela, aunque el contacto
con el agua la sobresalta levemente.
—¿Vas a decirme el nombre al que tengo que dirigir mi sentencia de
muerte? —le susurro al oído y ella se estremece.
Asiente y se acurruca contra mí. Beso su pelo y dejo que hable cuando
esté preparada. Tarda unos instantes pero finalmente suspira y suelta algo
que hace que se me revuelva el estómago y quiera salir de allí ahora mismo
para derramar sangre.
—El hombre que me ha violado es Salvatore Mancini, mi hermano.
Mejor que nunca
Sia
E
n cuanto le digo quién ha sido, noto todo el cuerpo de Adriano
tensarse detrás de mí. Tengo miedo a mirarlo, porque ahora mismo
no estoy preparada para ver la cara de asco que sé que me va a
poner. Permanecemos en silencio unos minutos hasta que ya no puedo
soportarlo más y le pregunto lo que está rondando en mi mente.
—¿Ya te has dado cuenta de que has elegido a una mujer sin valor?
—¿Qué demonios estás diciendo? —pregunta enfadado mientras coge mi
barbilla para obligarme a mirarlo.
—La verdad, yo misma siento asco.
Se acerca, me besa tiernamente unos segundos y luego me coge con
cuidado para hacerme quedar acurrucada contra su pecho. Me mira a los
ojos y niega con la cabeza.
—Siento asco por lo que te ha hecho, no por ti, es él el puto cerdo, tú no
tienes culpa de nada.
—Sí la tengo, podría haberle disparado, pero soy tan idiota que no supe, y
es por eso que me merezco lo que me ha pasado.
Me abraza con fuerza y con cuidado al mismo tiempo.
—No eres idiota, eres humana, alguien que no ha tenido que crecer
sabiendo disparar, y eso no es malo. Lo malo es perder esa humanidad y
acabar violando a tu hermana.
Besa mi frente y me acurruco en su pecho mientras él acaricia mi cuerpo
con sus dedos muy despacio.
—Ahora que te he encontrado, principessa, no voy a dejarte escapar —
susurra contra mi pelo.
—¿Por qué me llamas principessa? Cuéntamelo, por favor.
Noto cómo sonríe y asiente.
—Te hablé de Gianna, la hija de unos reyes que cumplía deseos.
—Sí, lo recuerdo.
—El cuento se llamaba La principessa, es por ella que te llamo así.
—Sigo sin entenderlo.
—Al principio, cuando vi tu foto, no me lo podía creer. Eres igual que el
dibujo del cuento, la versión adulta, claro, eres físicamente ella. Después fui
conociéndote y me di cuenta de que no solo cumplías deseos, sino que tú
eras mi deseo cumplido, mi propia principessa, no podía llamarte de otra
manera. Bueno, solo de una.
Espero que la diga pero no lo hace.
—¿De qué otra manera podrías llamarme?
Noto su pecho vibrar por una risa.
—Mia moglie.
—No entiendo el italiano —le digo algo avergonzada, ya que
supuestamente provengo de una familia italiana, al menos, por el lado
paterno.
Entonces retira el pelo de mi oído, se acerca y, con los labios tocando la
piel de mi oreja, me susurra:
—Mi esposa.
Lo miro sorprendida y él se ríe.
—Estás loco —le digo.
—Solo por ti —me contesta y me besa.
Le dejo lavarme el pelo y disfruto de sus caricias, no estoy preparada para
llegar más lejos que esto, no sé cómo voy a sentirme cuando quiera tener
intimidad con él y me aterra haberme roto.
—Deja de pensar —me suelta como si pudiera leerme la mente—. Y
cuéntame sobre tu hermano.
—No quiero hablar de Salvatore.
—Ese cerdo muerto no es tu hermano, hablo del de verdad, al que
quieres, Frankie.
—¿Cómo sabes?
—Lo sé todo de ti, más o menos, pero me gustaría que tú me contaras lo
que me falta.
—Siento haberte mentido.
—Yo siento que no confiaras en mí.
—No podía.
—Sé que Frankie está por medio de la ecuación de alguna manera,
averigüé que lo había adoptado una corporación de la que es jefe tu
hermano.
—Sí, necesito recuperarlo, él es un niño fantástico.
—Te voy a ayudar, y estoy seguro de que mis jefes también lo harán.
—No estoy tan segura cuando les confiese que he estado a punto de
matarlos, y a sus mujeres.
No me atrevo a mirarlo cuando se lo digo y él se limita a besar mi pelo.
—Ya lo saben —murmura.
Lo miro y él vuelve a acomodarme en su pecho.
—Todo a su tiempo, ahora háblame de Frankie.
Me siento algo confundida por sus palabras, que sepan todo no es bueno
para mí, aunque quizá logre apelar a sus sentimientos y que me castiguen de
una manera que no sea dejando a Frankie con Salvatore.
—Frankie tiene siete años, pero es un niño muy maduro e inteligente,
supongo que los padres que le tocaron provocaron que tuviera que crecer
antes de tiempo.
—¿Fue una mala madre?
Me encojo de hombros.
—Mala no es la palabra; ausente, alcohólica y descuidada, pero no era
cruel. Supongo que no supo ser de otra manera. Traía comida a casa, no era
demasiado, al menos hambre no pasábamos, aunque para ello vendiera su
cuerpo a tipos que la golpeaban a su antojo.
—¿No estás enfadada?
—No, durante años lo estuve, después entendí que ella no había tenido
mucha más opción al decidir traerme al mundo. Ahora, lo que siento es
lastima por la mujer que pudo haber sido y nunca fue.
Me abraza y me besa susurrándome cosas en italiano que no entiendo
pero que hacen que mi pecho se apriete.
—Cuando ella murió, Frankie era poco más que un bebé. Con dos años
quería quedármelo, tuve suerte de que me asignaran a una buena
trabajadora social que me hizo ver que esa no era una opción. En vez de
eso, me ayudó a meterlo en la casa de acogida del pueblo, una maravillosa,
y así poder trabajar para romper el ciclo de pobreza que tenía desde mi
infancia.
—Tuvo que ser duro.
—Sí, porque sentía que le estaba fallando al dejarlo allí. Él lloró mucho
durante las primeras semanas hasta que se dio cuenta de que no lo había
abandonado, solo que estaba allí mientras yo trabajaba. Por suerte, los niños
a esa edad no tienen el concepto del tiempo de los adultos, y para él un día
era una jornada laboral normal.
Nos reímos y el ambiente relajado me hace olvidarme por un momento el
motivo por el cual estoy ahora aquí.
—Con el tiempo, ese se convirtió en su hogar. La señora Meller es como
una tía para él, y el resto de niños algo así como sus primos. Bueno, todos
menos Lacey, ella es su gemela. Deberías conocerla, es una niña especial.
—La conozco.
Lo miro sorprendida y él sonríe.
—Quería saber de ti y fui a Santa Clara la semana que estuviste
recuperándote en el hospital.
—¿Quieres decir que la semana pasada fuiste a mi ciudad y no me has
dicho nada? —Él asiente—. ¿Qué hiciste allí?
—Estuve en tu antiguo trabajo, el de la cafetería. Allí me hablaron de la
casa de acogida, sin la tal Mindy nunca hubiera descubierto eso, no aparece
nada en tus papeles o en los registros bancarios.
—No quería que alguien pudiera enterarse, soy hija de un imbécil que ha
jodido a mucha gente. Al menos, hasta que murió.
—Sí, tu padre se creía el rey del mundo, pobre iluso.
No ahondo en el tema de que sé que ellos lo mataron porque me da igual,
para mí no era nadie que mereciera respirar.
—Cuando fui a la casa hogar conocí a Lacey, de verdad es especial, no
paraba de decir que mentía sobre que te conocía. Da miedo la habilidad de
esa niña de calar a la gente.
—No te haces una idea.
—Por cierto, ahora eres agente especial encubierto.
Lo miro riendo y él se encoge de hombros.
—La niña estaba triste pensando que Frankie y tú la habíais abandonado
y tuve que contarle una pequeña mentira.
Me siento fatal por ella, no me di cuenta de que podría pensar así.
—Nunca podría abandonarla, mi idea es adoptarla a ella también, quiero
darle una vida que, en ese lugar, por muy buena que sea la señora Meller, no
podrá tener.
—Así que… ¿vas a hacerme padre tan pronto?
—No, yo soy la que va a adoptarlos.
—Como mi esposa, si tú los adoptas legalmente, yo también.
—¿Quieres? —le pregunto sorprendida de que hable tan a la ligera de
este tema.
—Sí, quiero todo contigo.
—No lo entiendo, quieres cargar conmigo, con mi hermano y con una
niña que apenas conoces.
—Estoy bien con amarte a ti y a los pequeños, y cargar contigo hacia la
cama cada noche —se burla—. No, ahora en serio. He vivido de fiesta en
fiesta follando a mujeres sin preocuparme de nada más, pero ahora que veo
lo que los Bianci tienen, quiero eso, y lo quiero contigo.
Me quedo perpleja por sus palabras y él sonríe y me besa.
—El agua está quedándose fría, es momento de salir —anuncia.
Se levanta y coge una toalla con la que se seca un poco y se enrolla en la
cintura, luego coge otra y la abre para mí. Me levanto con cuidado ayudada
de él y salgo. Me envuelve en la toalla más mullida que he tenido el gusto
de usar en la vida. Me seca el pelo y deja ambas en el suelo. Me lleva de la
mano a la habitación y veo que hay una bolsa blanca colgada en el
picaporte de la puerta.
—He pedido que nos dejaran aquí todo lo que te ha recetado la doctora
—me explica cuando él la ve.
Coge la bolsa y saca las tres cajitas.
—Voy a ponerte la crema en las marcas para que dejen de doler.
—El baño ha ayudado mucho, ya casi no me duele por fuera ni por dentro
—le cuento algo avergonzada.
Sonríe y me sienta en la cama. Empieza a darme con cuidado la crema y
yo decido contarle cómo me ha hecho Salvatore las marcas. Le narro desde
que le abro la puerta hasta que me encuentra en la calle. En todo momento,
se queda callado, no me interrumpe y lo agradezco, tenía que soltarlo, y si
hubiera cortado mi narración, es probable que no la hubiera retomado. Una
vez que ambos terminamos, me da la pastilla y un vaso con agua. La trago y
me mira con la última caja en la mano, la de los óvulos.
—Si te parece bien, te ayudaré a ponértelos —me dice, esperando que yo
acepte o no.
Creo que es algo íntimo, pero, a la vez, que si dejo que él lo haga, de
alguna manera será un paso hacia sentir que mi cuerpo me pertenece de
nuevo. Asiento y me tumbo en la cama, como con la doctora, y espero.
—Si te hago daño, me lo dices, por favor.
Escucho el plástico del envoltorio y me repito que estoy en casa con
Adriano, no en esa habitación con Salvatore. No dejo de mirarlo en ningún
momento y me enfoco en él tanto como él en mí. Cuando noto el ovulo en
mi entrada, me tenso un instante, luego respiro hondo, asiento y dejo que lo
meta. Es rápido y delicado, no me ha dolido y yo siento que he tenido un
pequeño triunfo.
—Toma —me tiende una camiseta y unos calzoncillos tipo bóxer para
dormir.
Me los pongo y él hace lo mismo, después abre la cama, se mete y
palmea a su lado para que vaya junto a él. Le hago caso, me tumbo y apoyo
mi cabeza en su pecho. Escucho los latidos de su corazón y el rítmico
sonido me relaja de tal manera que acabo durmiéndome sin darme cuenta.
Miro el reloj proyectado en el techo y veo que son las nueve de la
mañana, la habitación está a oscuras y yo necesito ir al baño. Comienzo a
salir del abrazo de Adriano cuando escucho que él gruñe y me agarra más
fuerte.
—Necesito ir al baño, es urgente —le pido, y él se ríe. Abre sus brazos
después de darme un rápido beso y yo salto hacia la puerta del aseo.
Una vez termino y me lavo las manos, veo mi reflejo en el espejo, es
horrible, mi cara tiene varios tonos diferentes de verde y amarillo; ya no
hay mucha hinchazón, por lo que no me molesta cuando hago alguna
mueca. También he sentido que mi interior ya no duele, esos óvulos son
milagrosos. Me levanto la camiseta y veo las marcas, ahora rosadas, del
cinturón de Salvatore, me giro para observar mi espalda y descubro que
algunas, las más pequeñas, ya no están. Necesito preguntarle a Adriano
cómo contactar con la doctora para darle las gracias.
—¿Todo bien? —pregunta Adriano preocupado y salgo para que vea que
no estoy volviéndome loca o algo así.
—De verdad que lo que me ha dado esa mujer es milagroso, me siento
muchísimo mejor.
Vuelvo a la cama junto a él y disfruto de la paz que me trae estar a su
lado.
—¿Qué tal has dormido? —le pregunto, sabiendo que yo he tenido varias
pesadillas que me han hecho despertar gritando.
—Mejor que nunca.
Ruedo los ojos porque sé que miente, cada vez que he tenido una
pesadilla él me ha despertado y me ha acariciado hasta que me he quedado
dormida de nuevo. Oigo el sonido de un móvil vibrar y Adriano se tensa.
—Es tu teléfono —dice mirándome–, lo cogí anoche de casa de Brooke.
Me pongo nerviosa al mirar la pantalla cuando lo saca del cajón de la
mesita y me lo entrega.
—¿Reconoces el número?
Asiento.
—¿Es él?
Asiento de nuevo.
—Dámelo.
Me levanto de la cama y niego con la cabeza.
—Sigue teniendo a Frankie —le explico para que entienda por qué no se
lo doy.
—Contesta, pero pon el manos libres.
Afirmo con un ligero cabeceo mientras me meto de nuevo a su lado y
coloco el móvil entre los dos, le doy a descolgar y al altavoz.
—Hermanita, me alegra saber que mi ayuda ha hecho que ahora estés en
la mansión Bianci.
Miro a Adriano sorprendida. ¿Cómo sabe que estoy aquí?
—Sí, gracias —contesto en un murmuro.
—Oh, vamos, no me digas que no disfrutaste.
Tiemblo ligeramente y noto que Adriano se tensa, pero sigue en silencio,
con su mano sobre la mía dándome fuerza.
—No, no lo disfruté, me das asco —suelto más enfadada que nerviosa.
—Supongo que no querrás repetir.
—Que yo no quisiera no te ha impedido hacerlo.
Suelta una carcajada y tengo que contenerme para no gritar.
—Me encanta tu sentido del humor, supongo que si hablas tan
libremente, es que estás sola, ¿no? He visto por el GPS del móvil de
Adriano que tu amorcito está en la cocina de la casa.
Miro a Adriano coger su móvil y comenzar a teclear, no digo nada y
continúo.
—Quiero hablar con Frankie —le pido.
—No puede ponerse, resulta que con el labio partido por tres partes no
puedes vocalizar bien. ¿Quién lo hubiera dicho?
Oigo el crujido del teléfono de Adriano al ser apretado por este. Tiene la
mandíbula tensa y sé que en cualquier momento va a explotar.
—Quiero que los mates esta noche.
Adriano me enseña la pantalla de su teléfono con un mensaje para mí.
Dale largas, gana tiempo. Diles que Vito sale de la ciudad esta tarde.
Asiento y vuelvo a la conversación con Salvatore.
—No puede ser, si lo hago hoy, no estarán todos.
—¿A qué te refieres?
—Escuché que Vito sale de la ciudad esta tarde y no sé cuándo regresa.
Se escucha silencio al otro lado de la línea.
—Si estás mintiéndome, Frankie pagará las consecuencias.
—¡No! —grito—. De verdad que no va a estar. Si quieres, asesino a
Adriano y a Flavio, y a Chiara, Idara creo que se va con él, no lo sé, pero si
quieres ellos mueren y Frankie queda libre.
De nuevo silencio en la línea. Odio su manía de hacer esto y odio tener
que oírlo. Me pica la piel y quiero ducharme, me siento sucia solo de
escuchar su voz.
—Está bien, puedo comprobarlo, de momento no hagas nada, gánate su
confianza y quédate cerca. Quiero a todos esos hijos de puta muertos.
—Déjame hablar con Frankie —le ruego—, por favor.
Otro silencio y luego un llanto en la línea.
—¿Frankie?
—¿Sia?
—Sí, mi niño.
El llanto aumenta y quiero estar a su lado para abrazarlo. Adriano ha
dejado el teléfono y veo en sus ojos que le preocupa la situación.
—Necesito que seas fuerte por mí, solo un poco más, luego te prometo
que tú y yo estaremos juntos para siempre y nunca más nadie te hará daño.
Escucho los sollozos y lo que creo que es un sí, pero cuando voy a
preguntarle, Salvatore ya lo ha quitado del auricular.
—Mantén el teléfono cerca en todo momento —me ordena y cuelga.
En cuanto la línea se queda en silencio, Adriano se levanta y da un grito
que me asusta.
—Maldito cabrón hijo de puta, voy a joderlo tan mal que ni siquiera el
puto Lucifer va a saber qué hacer con lo que quede de él.
No puedo evitar soltar alguna lágrima y veo cómo el rostro de Adriano
palidece, salta a la cama y coge mi cara entre sus manos.
—Lo siento, mi amor, no quería asustarte.
Niego con la cabeza.
—No me has asustado, lloro por Frankie, mi niño, es tan pequeño y está
tan asustado… No entiendo por qué está haciéndole esto. Hasta ahora,
Salvatore era alguien en quien confiaba, está destrozándole su pequeño
corazón.
Me besa y me abraza.
—Tranquila, vamos a recuperarlo y a enseñarle a superar cualquier cosa
que le haya pasado.
—¿Cómo es posible que sepa que estoy aquí? ¿Tiene a alguien
vigilándome? —pregunto sintiéndome insegura en esa casa.
—No, usa el móvil, se cree muy inteligente y ha instalado un sistema de
rastreo que ha descargado del Apple Store como un puto aficionado.
—¿Seguro?
Asiente.
—Si algo se me da bien es esto. Me he metido con mi móvil en el tuyo y
lo he encontrado en la carpeta raíz. Lo cual es bueno porque así podré
hacerle creer a través del teléfono que estás donde él quiere que estés.
—Vale, ahora tenemos que decirle a Vito que tiene que salir de la ciudad.
Niega con la cabeza.
—No será necesario.
—Pero…
—Ha caído en la trampa, cuando alguien trata de rastrear nuestra posición
por el móvil, lo que hago es que envíe una posición falsa, en mi caso suelo
alternar estar en la cocina con estar en la sala de té. Son sitios que jamás
visito, por lo que si alguien trata de hacer algo, nunca va a pillarme allí.
Además de que en el momento en que hacen algo así me llega una alerta al
móvil dándome el aviso.
—¿Sabes hacer todo eso?
Sonríe y asiente.
—No solo soy una cara bonita y un culo de escándalo.
Sonrío y ruedo los ojos.
—Lo que sí necesitaremos es poner al corriente a Flavio y a Vito, ellos
deben estar al tanto de todo esto.
—¿Es necesario?
—Sí, en esta casa no hay mentiras ni secretos.
—Entonces, será mejor que me vaya, porque básicamente mi vida es una
mentira y un secreto.
Me lleva a su regazo y quita un mechón de pelo de mi cara.
—A ver, entiende algo, todo lo que haya pasado ha sido para tratar de
salvar a tu hermano, eso lo respeto, y ellos también lo harán. La familia es
lo primero.
—Me dan miedo.
—Deben dártelo, no se jode con ellos y mucho menos con sus mujeres.
—¿Crees que me harán algo?
—Nunca permitiría que te hicieran daño, ni ellos ni nadie.
Asiento algo insegura.
—Solo necesito que me aclares algo antes de ir en su busca.
—Lo que tu quieras.
Pone su móvil entre nosotros, busca un archivo y le da a reproducir.
—Me alegra saber que sigues viva.
—¿Cómo está?
—No te he llamado para eso.
—Quiero un arma.
—¿Para qué la quieres?
—Para matar a Flavio, a Vito, a Chiara, a Idara y a Adriano.
—Vaya, vas a pasar de blanca paloma a asesina en serie.
—No te burles, lo digo en serio, quiero acabar esto ya y largarme de
aquí.
—No me fío, no después de que tiraras el veneno que debía matarlos en
la boda.
—Fue un error de juicio, pensaba que me caían bien, pero al final son
todos unos asesinos y malas personas.
—¿Ellas también?
—Sí, si están casadas con esos monstruos, está claro que no son buena
gente.
—¿Y Adriano?
—¿Qué pasa con él?
—Me ha llegado que sois algo más que amigos.
—Es todo mentira, una fachada, es para poder acercarme a ellos. Estoy
a punto de que me invite a la mansión donde viven todos y allí podré
matarlos.
—¿Cómo vas a lograr que te dejen entrar allí?
—Todavía no lo sé, pero voy a conseguirlo cueste lo que cueste, a
cambio, tú cumple tu promesa.
—Siempre cumplo mis promesas.
—Bien, ¿me conseguirás un arma?
—Te la haré llegar esta noche por mensajero, no falles esta vez.
—No lo haré, te prometo que en menos de un mes estarán muertos.
—No tienes un mes, te doy de plazo diez días o ya sabes cómo va a
acabar la cosa.
—Pero no sé si en diez días lograré que me inviten a la mansión.
—Eso es problema tuyo.
—Muy bien, en diez días la famiglia Bianci estará muerta.
Me quedo paralizada al oír la conversación que tuve con Salvatore sobre
matarlos a todos.
—Puedo explicarlo.
—No hace falta, solo quiero que me digas si el veneno lo tiraste antes o
después de nuestro encuentro en la bodega del restaurante.
—Antes, te lo juro.
—Te creo.
Respiro aliviada.
—Ahora vamos a vestirnos porque vas a ir con mis hermanos y vas a
contarles con detalle cómo ibas a asesinar a sus mujeres.
No es tu culpa
Sia
M
e quedo paralizada en el sitio, sé que tengo que enfrentarme a
ellos en algún momento y que lo haré junto a Adriano, pero eso
no hace que tenga menos miedo.
—¿Sia? —me llama Adriano, y cuando me ve, rompe a reír—. Era una
broma, bueno, más o menos, hay que hablar con ellos, aunque no va a pasar
nada.
Le doy un puñetazo en el brazo por hacerme ese tipo de bromas.
—No juegues con esto, me dan mucho miedo, ¿sabes?
—Son unos hijos de puta para los demás, eso no voy a negártelo; yo soy
familia y, ahora, tú también.
Asiento sin llegar a creerlo.
—¿Por qué querías saber si tiré el veneno antes?
—Porque hubiera odiado saber que querías asesinarme a mí y a los míos
mientras te hacia el amor por primera vez.
—Te aseguro que eso no es la definición de hacer el amor, Adriano,
follamos, como dos animales.
—Como dos animales enamorados —me corrige—. La cuestión no es el
modo en el que lo hagamos, te aseguro que quiero hacértelo de todas las
formas posibles, la cuestión es que siempre te haré el amor porque te amo.
Me acerco y lo beso porque me ha gustado mucho lo que acaba de decir.
Cuando quiero retirarme, no me deja, y con nuestros labios rozándose y sus
ojos clavados en los míos me hace una declaración:
—Soy consciente de que lo que te ha pasado ha podido cambiar algo
dentro de ti, y vamos a arreglarlo, juntos, cueste el tiempo que cueste. Esto
es real, principessa, real y para siempre.
Me deja un momento sola en la habitación para ir a por ropa. Las chicas
van a dejarle algo para que no ande en calzoncillos por la mansión, pero me
ha asegurado que va a comprarme un armario entero. Esto es de locos, todo
lo que ha pasado entre nosotros ha sido demasiado rápido y, aun así, siento
que es como él dice: real y para toda la vida.
Cuando regresa, lleva unos vaqueros, unas camisetas y unas deportivas,
todo en varios tamaños para ver cuál me encaja. Por lo visto, Idara y yo
tenemos la misma talla de pantalón y con Chiara de camiseta y zapatos. Me
visto y me peino el pelo en una coleta alta, al mirarme al espejo veo los
hematomas y me cabreo por haber dejado que me hicieran esto.
—¿Lista? —pregunta Adriano cuando ya he terminado.
—Todo lo lista que puedo estar.
Él me besa, coge mi mano y me dirige por la mansión hasta un salón con
dos sofás largos en los que están las chicas sentadas, que me sonríen en
cuanto me ven. Vito y Flavio están de pie detrás de ellas y no tienen la
misma cara amistosa que sus mujeres. Me paro un poco detrás de Adriano,
realmente estos tipos me dan miedo, y lo que tengo que decir no creo que
les haga demasiada gracia.
—No tengas miedo, no van a hacerte nada —me susurra Adriano.
—Acércate —me ordena uno de ellos, no sé cuál es cuál así que asiento
sin decir nada y voy.
—No nos gusta las intenciones que has venido trayendo hasta ahora —
dice el otro y yo retrocedo un paso.
Noto a Adriano detrás de mí y me siento más segura, pasa un brazo por
mi cintura y me recuesto en su pecho.
—Lo siento —les digo a ellos y mirando a ellas lo repito—. Lo siento
muchísimo.
—Bah, no es nada nuevo que alguien quiera matarnos por esta panda de
hombres sobrecargados de testosterona —dice Chiara.
—Piccola strega5, habíamos quedado en ser duros con ella —se queja el
que supongo es Flavio por la forma cariñosa en que la ha llamado.
—Oh, vamos, no es necesario, bastante ha pasado ya la pobre chica —
agrega Idara—. No voy a seguiros en vuestro juego de capos
supermalvados.
—Nena —se queja ahora el que supongo es Vito.
Siento el pecho de Adriano moverse por la risa y cuando lo miro por
encima del hombro, trata de contenerse, pero falla y acaba soltando una
carcajada. Me separo confusa por toda la situación y, entonces, veo que Vito
y Flavio también se ríen mientras Idara y Chiara ruedan los ojos.
—No les hagas caso, son como niños —me dice Idara.
—¿Alguien me lo explica? —pido mosqueada.
—Querían hacer el papel de mafiosos contigo para darte una lección por
haber intentado matarnos —explica Adriano—. No te enfades con ellos, es
su forma de ser.
—Entonces, ¿no están enfadados?
—Oh, sí, lo estamos —contesta el que he supuesto es Vito—. Aunque no
contigo, tú has hecho lo necesario para mantener a salvo a tu hermano, eso
lo entendemos.
Miro a Flavio que asiente y tengo ganas de llorar por la forma en la que
están tratándome. En vez de castigarme, están entendiendo que no soy así y
aceptándome en su círculo.
—Os prometo que no quería haceros daño, si habéis oído la grabación,
puedo explicarlo. Le dije eso para que me diera un arma y matarlo a él o, al
menos, herirlo para poder recuperar a Frankie e irnos lejos.
—Otra independiente —se burla Vito y miro a las chicas porque no lo
entiendo.
—Digamos que Chiara y yo no somos de las que necesitamos a nadie
para que nos rescaten —sonríe Idara.
—Ven, siéntate —me dice Adriano, llevándome a uno de los sofás—.
Necesitamos que nos cuentes todo para poder ir a por Frankie.
—¿Vais a ayudarme a recuperar a mi hermano? —pregunto sorprendida.
—Claro, Adriano te ha elegido, así que ahora eres famiglia y nosotros la
cuidamos, la nuestra y la de los hermanos.
—Muchas gracias.
No sé qué más decir, y cuando Adriano besa mi sien, siento que soy feliz,
no completamente, porque me falta mi hermano, pero sí más de lo que lo he
sido en mucho tiempo. Respiro hondo y comienzo.
—Yo vivo en Santa Clara.
—Vivías —me corrige Adriano y todos se ríen.
Ruedo los ojos y continúo:
—Yo vivía en Santa Clara, tenía varios trabajos para poder dar dinero a la
casa de acogida de mi hermano y ahorrar para llevarlo a vivir conmigo en
un futuro. En una de mis visitas, me encontré con que Salvatore se lo había
llevado.
—¿Lo hizo sin más? —pregunta Chiara, y asumo que si no necesita saber
quién es Salvatore, es porque están al tanto.
Es sorprendente que todos sepan todo aquí.
—Frankie lo conocía solo de cosas buenas, lo ha visto poco y no quería
envenenar el alma de mi hermano, no vi ningún mal en hacerle creer que
Salvatore era bueno. Eso hizo que cuando se lo llevara, la señora Meller,
que es la que tiene la casa de acogida, no sospechara puesto que Frankie se
fue feliz.
—Ese cabrón lo tenía todo bien atado —murmura Idara.
—Cuando me di cuenta, él me dio solo una opción, así que me subí a un
coche que me llevó a San Francisco, a una casa en la playa propiedad de
Salvatore. Allí él me dijo que nuestro padre había muerto y que quería
venganza por ello.
—¿Qué sientes tú sobre eso? —pregunta Flavio.
—Sobre saber que nosotros matamos a tu padre —me aclara Vito. Los
miro un instante y me impresiona lo iguales que son, incluso los tatuajes
que asoman, solo sé quién es cada uno por cómo han hablado con sus
mujeres, si no, sería imposible.
—Ese hombre fue la perdición de mi madre. Nunca ejerció de padre y
jamás le interesó serlo. No me gusta que la gente inocente muera, pero él no
lo era.
—Gracias por ser sincera —dice Vito—. Continúa.
—Me enseñó fotos de vosotros, me dijo quienes eráis y que me había
conseguido una entrevista en el club. Supongo que fue Brooke la que lo
hizo.
—Sí —me confirma Adriano—. He investigado y fue ella la que a través
de las otras chicas consiguió meterte en la selección.
—Eso supuse. Yo no sabía la relación de Brooke con Salvatore hasta que
llegué a su apartamento. Según ella, Salvatore es el capo de la Costa Oeste
de la Camorra.
—¿Puedes explicarnos eso? —me pide Adriano.
—Veréis, por lo que ella me dijo, mi padre la contactó para que captara
chicas para sus clubs. Según ella, Lorenzo Mancini era el capo de la
Camorra, y al morir, lo es Salvatore.
—Esto va a encantarle a Gio —murmura divertido Adriano y los Bianci
asienten.
—Mi padre y Salvatore la engañaron, sé el tipo de clubs que tienen y no
son para nada lo que ella cree. No sabe la suerte que tiene de no haber caído
en ellos.
—Se lo haremos saber —dice Vito, y veo muerte en sus ojos.
—Sabíamos que tenía que haber alguien, aunque no pensaba que sería
una de las propias chicas —aclara Flavio.
—Es solo una zorra interesada que va a conseguir exactamente lo que se
merece —concluye Adriano, y el tono en el que lo dice hace que se me
erice la piel.
Las chicas me dan una mirada que me confirma que lo que tengo en la
cabeza es lo que está pasando, Brooke tiene los días contados. Y puede
parecer egoísta de mi parte, pero no me importa, no después de cómo se ha
comportado.
Les hablo de cómo me hizo llegar el veneno y que me deshice de él. Lo
que le hizo a Frankie, les muestro el video de mi móvil y finalmente lo
sucedido ayer, cuando le pedí un arma y me la trajo él mismo.
—No esperaba que la trajera, me dijo que iba a enviarla por mensajero.
La idea era decirle que ya os había matado, y cuando fuera a entregarle
pruebas, dispararle y coger a Frankie. De verdad, nunca pensé en mataros,
no podía, ya estaba enamorada de Adriano y él os quiere, no podría haceros
daño.
Las chicas asienten y sonríen. Me parece increíble lo comprensivas que
están siendo, sobre todo, Idara, que está embarazada.
—No entiendo por qué te violó —dice Chiara—. Es algo perverso, ¿tenía
algún tipo de obsesión contigo o algo así?
Niego con la cabeza y recuerdo las palabras de Salvatore: «¿Sabes?,
hermanita, he pensado en ayudarte con eso de entrar en la mansión Bianci».
—En su cabeza, estaba ayudándome para entrar aquí.
—¿Cómo que estaba ayudándote? —me pregunta Adriano encarándome.
—Él se enteró de que te gustaba, por lo que pensó que si hacía algo que
provocara que necesitara tu ayuda…
—¿Estás diciéndome que te violó para que yo te trajera a casa?
Asiento y el gruñe.
—Maldito cabrón hijo de puta —sisea.
—No es tu culpa —le aseguro al ver la culpabilidad en sus ojos.
—En cierta forma lo es.
Me levanto y me quito la camiseta para enseñar las marcas de mi cuerpo.
Las chicas jadean y los Bianci me miran muy serios.
—Esto me lo hizo con su cinturón, no quería moverme cuando se metió a
la fuerza, así que con los latigazos conseguía que me encogiera y de esa
forma menearme. Esto no lo hiciste tú, lo hizo él y su mente enferma.
Las chicas se levantan y me abrazan.
—Vamos a hacer pagar a ese cabrón —me aseguran.
Vuelvo a ponerme la camiseta y termino de contarles todo, incluida la
conversación de hace un rato. Adriano les explica lo mismo que a mí y
deciden que van a aprovechar eso a su favor. Vito está de acuerdo en
esconderse en casa para que Salvatore crea que no está en la ciudad, al
menos, por dos días más, Adriano quiere que me recupere antes de hacer
nada.
Paso los siguientes días con las chicas. Adriano entra y sale de la mansión
como siempre pero no me deja hacerlo a mí. No soporta la idea de que sea
uno de los motivos por los que Salvatore me violó y por eso lo odio todavía
más. El tercer día, cuando supuestamente regresa Vito, Salvatore me llama.
—Hermanita —solo con oír su voz quiero vomitar, Adriano y los Bianci
están conmigo y me siento segura, sin embargo, el asco sigue ahí—, te
llamaba para saber cuándo vas a hacerlo.
—Esta noche. Lo haré solo con la condición de que lleves a Frankie al
punto en que acordemos.
—No estás en condiciones de darme órdenes.
—Si no lo veo, no te entregaré las pruebas de que están muertos.
—No quiero pruebas que puedes falsificar, quiero sus cuerpos.
Miro a los chicos y ellos asienten. Adriano escribe algo en un papel y me
lo pasa, lo leo y asiento para que sepa que lo he entendido.
—Bien, necesito que me ayudes a moverlos.
—Puedo enviarte a algunos hombres para eso.
—Muy bien, voy a hacerlos ir a un almacén alegando que Idara o Chiara
se han hecho daño y que necesitamos ayuda, no dudaran en venir, y cuando
aparezcan, les pegaré un tiro. A ellas no las pienso matar, son inocentes, no
tienen culpa.
—¿Matarás incluso a Adriano?
—Incluso a él —contesto con frialdad—, nadie es más importante que
Frankie.
—Muy bien, si traes los cadáveres, podrás irte con tu hermano; si tratas
de engañarme, el cadáver que verás será el de este mocoso. Las chicas me
dan igual, lo cierto es que quizá les haga una visita cuando sus hombres
hayan muerto y les enseñe lo que es follar de verdad.
Cuelga y tengo que respirar varias veces profundamente para no llorar.
—Ese hijo de puta va a comerse su propia polla —sisea Vito.
—Solo por haber fantaseado con mi mujer va a recibir una buena follada
de mi bate de béisbol —suelta Flavio.
—¿Cómo vamos a hacerlo? —pregunto, viendo que están demasiado
sumidos en su cabreo para darse cuenta del problema—. Quiere muertos.
¿Os vais a hacer los muertos?
—No, ese tío no es de fiar y es probable que acabara pegándonos cuatro
tiros en el suelo, incluso aunque creyera que estamos muertos.
—¿Entonces?
—Él mismo va a proporcionarnos los cuerpos —dice Adriano.
—¿Cómo?
—Los hombres que mande para ayudarte serán los que caigan —me
explica Vito sonriendo.
Pasamos el resto del día afinando detalles. Adriano no quiere que yo
vaya, pero al final cede porque no hay manera de sustituirme sin que
Salvatore se dé cuenta. Además, quiero ir, Frankie estará muy asustado y no
voy a dejarlo solo, no otra vez. Cuando le digo a Salvatore el almacén al
que tiene que mandar a sus hombres, nosotros ya estamos allí. No estamos
solos, todo un equipo que va armado hasta los dientes se encuentra
rodeando el edificio y controlando las comunicaciones. Hay una cámara que
emite un video con audio en el que se me oye a mí hablando, pidiendo
ayuda, y después a Flavio, Vito y Adriano preguntar dónde estoy. Lo hemos
grabado, tras eso se oyen diez disparos. Nadie se creería que con tres
disparos iba a matar a cada uno. Es impresionante cómo tienen calculado
hasta el último detalle. Cuando los dos hombres de Salvatore llegan, los
atrapan con la guardia baja, no esperan la emboscada. Los atan y les hacen
grabar un audio en el que dicen que ya está todo y que van al punto de
encuentro. Después de eso, unos tipos sacan unos maletines con una serie
de maquillajes y pelucas que les pegan a la cabeza. Cuando acaban con
ellos, parecen los Bianci, incluso les dibujan los tatuajes. Si los miras bien,
está claro que no lo son, pero, para lo que necesitamos, sirven
perfectamente.
—¿Quién va a hacerse pasar por Adriano? —pregunto, y con un gesto
sacan a un hombre de un maletero.
Ya está caracterizado como Adriano, incluso lleva sus armas en el pecho.
Sacan dos pares de portaarmas más y se los colocan a los otros. Ponen a los
tres hombres en fila, y cuando los miro, sé que si no se fija demasiado en la
cara, van a pasar por ellos sin duda.
—Si logramos que no les mire la cara, Salvatore va a creer que sois
vosotros —les digo–—. ¿Quién es el tercero?
—Un cabrón que cree que follar niños está bien.
Lo miro asqueada y veo que está llorando. Asustado hasta tal punto que
tiene una mancha en sus pantalones, creo que se ha meado.
—Ya está todo listo —dice Vito.
—Es mejor que ahora te vayas fuera a esperar a que saquemos el coche
—me pide Adriano.
—¿Por qué? ¿Cómo vais a lograr que parezcan muertos? ¿Los vais a
drogar?
Niega y veo que Flavio saca su arma.
—No van a parecer muertos, van a estarlo.
Me quedo paralizada por la confesión de Adriano y no puedo evitar mirar
hacia donde están los tres hombres.
—Sal.
Niego con la cabeza.
—No, estoy en esto como vosotros, tengo que dejar de ser la mujer débil
que llora en vez de hacer algo. Si ellos deben morir para que Frankie viva,
estoy de acuerdo.
—Vaya, parece que has elegido a la mujer correcta —dice Flavio con una
sonrisa.
—¿Estás segura? —me pregunta Adriano, y yo asiento.
Veo cómo los Bianci y Adriano se ponen a unos metros de los tres
hombres y comienzan a dispararles, aciertan varios en su cara, por lo que
quedan irreconocibles, ahora sí que va a creérselo sin ninguna duda.
—Bienvenida a la familia —suelta Vito al pasar por mi lado con una
enorme sonrisa.
Menos mal que no se han vestido igual y que Adriano me ha dicho quién
era cada uno, porque no dejo de mirarlos y son tan idénticos que parece
imposible.
—Es el momento de llamar a tu hermano —dice Adriano, y nos
movemos a una zona del almacén donde han montado una serie de
ordenadores.
Adriano se pone a teclear y enchufa mi móvil a uno de los portátiles.
—Silencio todo el mundo —grita Vito, y se hace un mutismo sepulcral.
Increíble.
—Ahora vas a hablar con él para que te dé el punto de entrega —me dice
Adriano y asiento.
Marca el número y el segundo tono suena justo cuando lo coge.
—¿Y bien?
—Ya está hecho —contesto con frialdad.
—¿Has sido capaz?
—Sí, has logrado convertirme en una asesina.
Se le oye reír y me cuesta no decir una barbaridad.
—Me gusta más haberte convertido en una puta.
La mandíbula de Adriano se aprieta y yo le toco el hombro para que se
calme, no quiero que diga algo y esto acabe mal.
—¿Dónde quieres que te los entregue?
—Primero quiero que mis chicos me confirmen que todo está correcto.
Veo como Adriano teclea y se oye el audio que han grabado antes.
—Todo bien jefe, tenemos los cuerpos, nos vemos en el punto de
encuentro.
Contengo la respiración esperando que no les pregunte nada.
—Muy bien, que te traigan, estamos esperándote. —Cuelga.
Me quedo paralizada, mierda, no esperaba eso.
—¿Qué vamos a hacer? No ha dicho donde es.
—Tranquila, ya lo sabemos —contesta Adriano, sonriendo—, tenemos a
un equipo ya de camino para disponer todo. Ahora necesito prepararte a ti.
—¿A mí?
Veo a Vito sacar un chaleco antibalas y me lo tiende.
—No vas a ir allí sin ponerte esto, debajo de la sudadera no debe notarse
demasiado.
Me ayuda a colocármelo mientras veo cómo meten los cuerpos en un
coche envueltos en unos plásticos.
—¿Dónde es la reunión?
—En el Percival, es un hotel de las afueras que tiene una sala de juntas en
el último piso. Es listo. Es un lugar aislado, pero a la vez público, no
podemos llegar allí con armas como si nada y lo sabe.
—¿Quién va a subir conmigo?, ¿cómo vamos a llevar tres cuerpos a lo
largo de un hotel sin que nadie llame a la policía?
—Nosotros iremos contigo, Flavio y yo —me dice Adriano—. No voy a
dejar tu seguridad en manos de nadie, no pienso quitarte el ojo de encima.
—Ya tengo gente esperando en la entrada de servicio con tres carros de
lavandería que usaremos para llevar los cuerpos —me explica Flavio.
—Sí, y ahora mismo nuestros hombres están tomando el lugar de cada
uno de los de Salvatore, puede que crea que es jodidamente bueno, pero
nosotros somos los dueños de esta ciudad, ha contratado un equipo al que
estamos dando la opción de retirarse tranquilamente y dejar que uno de los
nuestros ocupe su puesto, o los retiramos por las malas.
No deja de sorprenderme el poder que tienen estos hombres. Van un paso
por delante en todo momento y eso me tranquiliza, me da la esperanza que
necesito para creer que todo va a salir bien y que Frankie no va a acabar
muerto antes de que pueda llegar a él.
Una vez está todo listo, me meto en el coche, Adriano conduce, los
cristales tintados ayudan a que no se vea lo nerviosa que estoy, no dejo de
mirar a todos lados. Ambos llevan gafas de sol y una gorra para tapar lo
máximo posible sus caras. Entramos y un tipo armado comprueba que
somos nosotros. Es el primero al que han sustituido. Nos dirigimos hacia la
zona de carga y allí veo los tres carros que nos han dejado. Adriano y Flavio
cargan a los tres cadáveres y empujamos hasta un ascensor de servicio.
Trato de no pensar que estoy llevando a un muerto y contengo la
respiración todo lo que puedo. El olor que emana es desagradable, no sé,
como si pudiera alcanzarme la muerte que he provocado si lo inhalo.
Llegamos arriba y veo un pasillo con seis hombres apostados a ambos
lados, pasamos y veo un leve gesto que me indica que son de los nuestros.
Al parecer, es cierto que los Bianci son los dueños de esta ciudad. La puerta
del fondo está custodiada por otros dos tipos armados que nos abre una vez
que llegamos, paso la primera dejando a Flavio y Adriano detrás, medio
escondidos para evitar que los reconozca antes de tiempo. Dentro veo una
enorme sala de juntas. Una mesa gigante para más de treinta personas y, al
fondo, mi hermano sentado con Frankie a su lado, de pie, llorando y
amordazado.
—Vaya, vaya, hermanita, parece que al final lo has hecho —dice
sonriendo sin siquiera mirar a los hombres que me acompañan. Está tan
seguro de sí mismo que no es capaz de creer que lo he engañado.
—Suéltalo —le digo, señalando a Frankie que está amarrado como un
perro.
—Primero, los cuerpos.
Tal y como hemos hablado, volcamos los carros y los cuerpos caen. Mi
hermano se asoma y sonríe triunfal.
—Perfecto.
—Suéltalo —le repito.
Hemos quedado que en cuanto Frankie esté conmigo saldré corriendo sin
mirar atrás. Abajo nos espera un coche para sacarnos de aquí mientras ellos
solucionan lo que tengan que solucionar con Salvatore.
—¿Sabes?, podrías ser mi reina —suelta de pronto —. Ahora que los
Bianci han muerto, voy a hacerme con esta ciudad y necesitaré a una mujer
a mi lado.
—No.
—Piénsalo, no sería de forma oficial, claro, no puedes serlo, no vales
para ello. Pero no puedo sacarme de la cabeza tu culo mientras te follaba,
has sido una diosa con diferencia, se nota que aprendiste de la mejor.
—No, este no es el trato, deja a Frankie libre y no volverás a vernos.
—Creo que voy a cambiar de planes ligeramente —dice, sacándose el
cinturón y golpeando la mesa con él.
Comienzo a temblar y trato de respirar hondo, pero no puedo.
—Las cosas serán así, vas a inclinarte sobre la mesa para que te folle
hasta que decida que ya es suficiente, y después podrás irte con tu hermano.
En ese momento noto cómo Flavio y Adriano se colocan ambos delante
de mí haciendo un muro humano de protección.
—Las cosas serán de otra forma —dice Adriano, quitándose la gorra y las
gafas a la vez que saca su arma y apunta a Salvatore—. Vas a soltar al chico
y yo voy a enseñarte lo que sucede cuando tocan a mi mujer.
5 Pequeña bruja
Hagamos un trato
Adriano
V
eo a Flavio a mi lado quitándose las gafas y la gorra tal y como
acabo de hacer. Salvatore agarra a Frankie y le coloca una pistola
en la cabeza.
—¡No! —grita Sia detrás de mí.
—Suelta al chico, no tienes mucho más que hacer ahora. Déjalo ir y te
pegaré un tiro aquí mismo, será limpio y rápido.
Miento, su muerte no va a ser aquí, no va a ser rápida y jodidamente no
va a ser limpia. Él lo sabe y aprieta el cañón contra la sien del niño. Este
llora desconsolado y quiero matar a ese hijo de puta por hacerle algo así a
una criatura como esta. Lo miro y le sonrío, quiero que sepa que estamos
aquí, que vamos a ayudarlos. Tiene los ojos de Sia.
—Frankie, tranquilo, no voy a dejar que nada te pase —le prometo, pero
el niño no me conoce, no tiene por qué creerme.
—Sia, sal de aquí —ordena Flavio.
—No, no me voy sin mi hermano.
—Mierda, Sia, haznos caso.
—No —se reafirma.
Flavio me da una mirada que entiendo perfectamente, ella puede joder las
cosas sin querer.
—Principessa, por favor.
—Oh, que tierno, ¿la llamas princesa? No sabía que las putas podían
serlo —se burla Salvatore.
—Vuelve a insultarla y te pegaré un tiro en los huevos.
—No creo, si lo haces, el niño muere y ella no te lo perdonará jamás —se
ríe.
Este tío es un puto perturbado.
—Mancini, no tienes forma de escapar, no hay nadie que te respalde, así
que hazlo fácil —le dice Flavio.
—No podéis matarme, la Camorra se os vendrá encima si lo hacéis —se
jacta.
—No eres nadie dentro de la organización, eres un fracaso de hombre,
¿por qué iban a mover un dedo por ti? —le provoco.
—No tienes ni idea de con quién hablas, soy uno de los más importantes,
el capo de la Camorra os rebanará si me tocáis.
—¿Te refieres a Alessandro Belucci?
—Sí, él me necesita.
Me río y eso le desconcierta. Flavio está apuntándolo con el arma, así que
me tomo la licencia de bajar la mía, sacar el móvil, marcar, poner el altavoz
y dejarlo encima de la mesa. Suenan varios tonos antes de que Gio lo coja.
—Últimamente hablamos mucho, Adriano.
—Cierto —contesto—. Quería saber si tienes cerca a tu capo o si podrías
responder una duda que tenemos aquí.
—Alessandro está a mi lado, pongo el altavoz.
—Gracias.
Miro la cara de Salvatore y su incredulidad se refleja en toda ella. Tengo
que contener la risa, las cosas no van como él esperaba, no tenía ni idea de
que estamos en tratos con la Camorra, eso solo confirma que no es ni de
lejos importante para Belucci.
—Te escucho, Adriano.
—Bien, tengo aquí a uno de tus hombres, Salvatore Mancini. ¿Te suena?
—Vagamente.
Sonrío.
—Estamos apuntándolo con un arma, voy a matarlo de hecho, pero él
afirma que si eso sucede, vendréis buscando venganza. ¿Es así?
Se oye una carcajada.
—Salvatore, ¿me oyes? —pregunta Alessandro.
—Sí, capo.
—¿Qué te hace pensar que movería un dedo si eso sucede?
Miro al imbécil que tengo delante de mí y está pálido.
—Soy uno de los que más dinero aporta a la organización, mis clubs son
los que más beneficios obtienen de toda la Costa Oeste —dice, tratando de
darle una razón para que lo protejan.
—Así que crees que el dinero es motivo suficiente para que te mantenga a
salvo.
Mancini se queda en silencio.
—Hay algo que deberías saber, en la Camorra nos gusta el dinero, por
supuesto, pero nos gusta más la lealtad y el respeto, cosas que brillan en ti
por su ausencia.
—¿Por qué dices eso, capo? Mi padre y yo te somos leales, ellos mataron
a mi padre. Aunque lo nieguen, sé que lo hicieron y merecen morir por eso.
—Yo no he negado en ningún momento que matáramos a Lorenzo Llorón
Mancini —se burla Flavio—. Aunque fue Vito el que decidió cortarle las
manos, deberías haber visto como lloraba, patético.
—¿Has oído Alessandro? Acaba de confesarlo —se alegra Salvatore.
—Ya lo sabía —contesta, y eso lo deja paralizado un instante.
—¿Cómo que lo sabías?
—Sí, el propio Adriano me avisó de que iba a morir, el motivo y que iba
a dejar su cuerpo como muestra de lo que pasa a tipos como él.
—¿Y lo permitiste?
—Por supuesto, tu padre era una deshonra para la organización, al igual
que lo eres tú. No solo has intentado hacerte pasar por mí, además has
mancillado el honor de la palabra familia con lo que le has hecho a tu
hermana.
Oigo el jadeo de Sia a mi espalda, pero ahora no puedo explicarle que era
necesario que ellos lo supieran. Espero que me perdone.
—Ella no es mi hermana, su madre era una vulgar prostituta.
—Es hija de tu padre, por lo tanto, lleva sangre italiana, de la Camorra, y
deberías haberla respetado y tratado como se merece, haberle dado un
puesto en tu familia, ya que tu padre no fue lo suficientemente hombre
como para hacerlo.
—Nunca —sisea Salvatore—. Todavía necesitáis mi dinero.
—Te equivocas, necesitamos que alguien de tu apellido nos ceda el
negocio y estoy seguro que, en cuanto Vissia herede, nos la venderá de muy
buena gana.
—Podéis quedároslo, no quiero nada —dice Sia tras de mí.
—Ves, ella tiene más honor que tú.
Sonrío porque veo en la cara de Mancini que no esperaba esto. Él creía
que el dinero lo compra todo y está equivocado, la lealtad es mayor si no
hay dinero de por medio, solo respeto.
—Adriano, puedes hacer lo que quieras con él, por nuestra parte
Salvatore Mancini ya no forma parte de la Camorra —y tras decir eso
cuelga.
—Vaya, parece que te has quedado un poco colgado, ¿no? —se burla
Flavio.
Escucho el sonido de un helicóptero y su cara se ilumina. Sonríe y saca
una navaja.
—Parece ser que mi trasporte ha llegado —dice mientras corta la cuerda
que mantiene a Frankie atado en la mesa.
—¡No te lo lleves! —le pide Sia.
—Es mi seguro, si él va en el helicóptero, no lo derribaréis.
—¿Lo soltarás después?
Se encoje de hombros.
—¿Quién sabe?
Ha recuperado la ventaja y está disfrutando de ello. Que lo haga mientras
pueda, en cuánto lo atrape, está jodido.
—Llévame a mí —suelta Sia mientras se escabulle de nuestra espalda y
va hacia donde está Salvatore y Frankie.
—Sia, vuelve aquí —le ordeno.
—No, no voy a dejar que se lo lleve de nuevo.
Mierda.
—Llévame a mí, Salvatore, sabes que soy más valiosa —dice, caminando
lentamente.
Flavio me mira preguntando qué hacer. No lo sé, no había pensado en
esta situación. Joder.
—Parece ser que las tornas han cambiado, me llevo a la chica finalmente.
—No te atrevas a salir de aquí con ella.
Mi amenaza le hace reír. Sia llega hasta donde está su hermano pequeño y
lo abraza mientras Salvatore se pone detrás y le apunta a la cabeza.
—Ahora vas a correr hasta donde están mis amigos, ellos van a ponerte a
salvo.
—No quiero, Sia, no quiero que vayas con él, es malo, va a hacerte daño
—llora el pequeño.
—No te preocupes por mí, voy a estar bien y me reuniré contigo muy
pronto —le dice, besando su pequeña cabeza.
El helicóptero se escucha encima de nuestras cabezas y sé que el tiempo
se agota. Una puerta al fondo se abre y un tipo armado, con chaleco, casco
y pasamontañas aparece haciendo señas a Salvatore.
—Bueno, me encantaría quedarme, pero tengo algunas cosas que hacer,
como follarme a esta mujer —dice, cogiéndola del pelo y tirando de ella
mientras camina hacia atrás para no darnos la espalda.
—Corre con ellos —le dice Sia a Frankie, el niño está indeciso;
finalmente, le hace caso y llega hasta nosotros.
Lo coloco detrás de mí, en el suelo, voy a protegerlo a toda costa. Veo
cómo la puerta se cierra y le pido al niño que se meta debajo de la mesa y
espere a que vuelva a por él. Flavio y yo avanzamos, con el arma apuntando
hacia la salida, cada uno por un lado de la mesa. Abrimos con cuidado, y
cuando nos cercioramos de que no van a dispararnos, salimos. Hay unas
escaleras metálicas blancas que dan a un helipuerto. Subimos y cuando
llegamos arriba, veo que ya es tarde. El helicóptero ha despegado, apunto,
aunque no disparo, Sia va dentro, Salvatore nos saluda con la mano
sonriendo y espero hasta que no puede vernos para hablar por el pinganillo
que llevamos todos los del equipo.
—Ahora, bajad a por nosotros —ordeno.
Un segundo helicóptero desciende de las alturas. La noche y que había
quitado las luces han facilitado su ocultación. En cuanto toca suelo, Flavio
y yo nos lanzamos dentro, y antes de que hayamos cerrado, ya está
elevándose. Me coloco los cascos para poder hablar con el piloto.
—Gracias, Gianni.
—Cuando quieras, culito sexy.
Sonrío y me siento agradecido de que Chiara trajera a alguien tan especial
como él a nuestras vidas. Sobrevolamos la ciudad siguiendo a Salvatore,
guardamos distancia y vamos avisando en todo momento a las autoridades
para que sepan que somos nosotros los que estamos encima de la ciudad.
Desde el 11S, el espacio aéreo de Nueva York está restringido, por eso, en
cuanto vi un permiso para hacerlo desde este edificio, supe cuál era el plan
de escape de Salvatore.
Pasan los minutos y me impaciento, sé hacia donde van, pero eso no hace
que esté menos nervioso. Sia va con ese puto loco y podría dispararle, o
tratar de lanzarla al mar, con estas temperaturas y a esta altura, ella sentiría
miles de cuchillos clavarse en su piel en cuanto tocara el agua, es una
muerte horrible. Quizá sea la que Salvatore reciba en cuanto le ponga la
mano encima.
—Tranquilo, vamos a recuperarla sana y salva —me dice Flavio y trato
de ser positivo y creerle.
Seguimos en silencio observando cómo la ciudad se aleja de nosotros,
bueno, cómo nosotros nos alejamos de ella. Cuando diviso las luces del
barco y veo que son blancas, respiro aliviado. Es una señal, una que
acordamos con Vito para saber que estaba todo controlado, aunque me doy
cuenta de que no parpadean; la señal completa era que debían ser blancas y
parpadear.
—Algo no anda bien —digo y Flavio asiente, él también se ha dado
cuenta.
Llegamos hasta allí y veo al otro helicóptero marcharse, esta vez está
vacío. Mientras Gianni aterriza, veo que Salvatore tiene a Sia cogida por el
cuello desde atrás con su pistola metida en la nuca. Hay una veintena de
nuestros hombres apuntándole, y a la cabeza está Vito. Salto del aparato en
cuanto puedo y voy hacia la popa, donde están todos.
—¿Qué ha pasado? —le pregunto a Vito en cuanto llego a su lado.
—Todo iba según el plan, pero ha debido de darse cuenta antes de tiempo
porque le ha pegado un tiro al que iba con él y ha tomado a Sia de rehén.
Por cierto, ¿qué demonios hace Sia siendo su rehén?
—No preguntes, solo te diré que van a ser tres las que nos hagan
envejecer antes de tiempo —le contesta Flavio.
Miro a Sia, está aterrorizada, y ya solo por eso quiero romperle el cráneo
a este tío.
—No os acerquéis o ella muere —amenaza Salvatore.
—Si ella muere, tú también. Eres consciente de eso, ¿no? —le contesto
harto de jugar al gato y al ratón con él.
—No tengo nada que perder.
Y eso es lo más peligroso que alguien puede decirte.
—Hagamos un trato —le sigo para tratar de zanjar el asunto—. Me subiré
contigo al helicóptero, desarmado, y te llevaré adonde quieras. Podrás salir
vivo de aquí, solo si la dejas ir.
—No mientas, quieres matarme.
—Claro que quiero matarte, pero tendrás algo de tiempo para poder
esconderte, aunque ya te advierto que voy a encontrarte.
Mis palabras suenan sinceras, aunque no lo son. No hay forma de que
abandone este barco si no es amarrado como un perro.
Veo que se lo está pensando y finalmente asiente.
—Bien, acércate y ponte de rodillas —ordena como si pudiera estar al
mando de todo esto—. La dejaré ir cuando lo hagas, y si te mueves, te
dispararé.
—Muy bien.
Me quito las armas y las dejo en el suelo. Vito y Flavio me miran y me
dan un leve asentimiento para que sepa que me cubren. No hace falta que
me lo digan, lo sé, ellos siempre lo hacen. La noche es fría y se ha
levantado un poco de aire. Avanzo hasta casi donde se encuentran y me
coloco de rodillas con las manos en la nuca. No necesito un arma para
vencerlo, y voy a demostrárselo dentro de unos minutos.
—El resto retroceded hasta detrás del helicóptero —grita.
Veo cómo todos nuestros hombres, incluidos Vito y Flavio, retroceden tal
y como lo ha pedido. Me quedo yo solo en la cubierta, de rodillas y
esperando mi oportunidad. Cuando se cerciora de que está todo a su gusto,
deja ir a Sia. No deja de apuntarla en ningún momento y eso me tiene algo
inquieto, un paso en falso y puede agujerear su cabeza sin que yo pueda
hacer nada. Respiro hondo y le sonrío cuando pasa por mi lado. Está
llorando.
—No quiero dejarte aquí —solloza.
—Voy a estar bien, principessa, te lo prometo.
Veo que ahora, que Sia está a mi lado, a quien apunta es a mí. Matarme
haría más daño a la organización que acabar con ella, y me alegro de que así
sea.
—¿Sabes?, creo que mientes —dice Salvatore—. Prefiero que mueras.
En cuanto lo dice, dispara y espero el impacto, pero lo que recibo es un
cuerpo que bloquea la bala. Miro y veo a Sia recibir el disparo en su
espalda, a la altura de mi cabeza. Cae a mis pies mientras oigo dos disparos
que dejan a Salvatore en el suelo. En un instante, mis hombres lo acorralan
mientras yo cojo el cuerpo de Sia entre mis brazos.
—Principessa, no, por favor, no me dejes —lloro.
—Chaleco —murmura ella y sonríe. Levanto su sudadera y entiendo lo
que me ha dicho, la obligué a llevar un chaleco antibalas y eso la ha
salvado. Miro al cielo agradecido y después la abrazo contra mí.
—No vuelvas a hacer eso —la regaño y después la beso.
—Joder, qué susto nos has dado, Sia —se queja Flavio detrás de mí.
—Sí, pequeña —confirma Vito—, pero gracias por ponerte en medio,
ahora sabemos que lo amas de verdad.
La ayudo a levantarse y a quitarse el chaleco, me guardo la bala como
recuerdo de su amor y trato de no enfadarme con ella demasiado cuando
veo el golpe del proyectil en sus riñones, esto va a dejarle un enorme
hematoma durante algunas semanas.
—No sabía que dolía tanto recibir una bala —se queja mientras toca la
zona adolorida.
—No estás muerta, así que creo que merece la pena —se burla Flavio.
Nos reímos mientras ponemos rumbo a casa. De camino, Sia no deja de
hacer preguntas.
—¿Cómo sabías que iba a escapar en helicóptero?
—Cuando supimos que iba al Percival, busqué todas las reservas
recientes para saber qué podía estar tramando. Al ver una solicitud
aprobada para sobrevolar la ciudad, entendí que era su plan.
—Sois muy listos —dice asombrada y casi nos ofende con su tono, pero
nos reímos.
—Por favor, si te digo que hagas algo, hazlo —le regaña Flavio.
—No sabía que teníais todo tan controlado —se queja Sia.
—Vas a ser un jodido dolor de cabeza como mi mujer y mi cuñada,
¿verdad?
Se encoje de hombros y todos nos reímos.
—¿Lo que dijo ese tal Alessandro es verdad? —pregunta de pronto.
—¿Qué de todo?
—Que yo sería la dueña de todo lo de mi padre y mi hermano en cuanto
Salvatore muera.
—Sí, te corresponde, eres la única descendiente que le queda.
—Está su mujer.
—Por lo que sé, ella se buscó a otro antes de dejar a tu padre y no la
tienen en muy buena consideración en la organización.
—Me alegro de que a ella no le toque nada, es mala.
—¿Qué vas a hacer con tantos millones? —pregunta Vito mientras nos
subimos al coche que nos esperaba en el puerto.
—Lo que dije es cierto, no quiero nada que venga de ellos.
Beso a mi mujer porque he visto dónde vivía y, aun así, prefiere tener
principios a dinero.
—Los clubs y negocios puedes cederlos a la Camorra, sería un buen
acuerdo para que nuestras negociaciones progresaran —le digo.
—Perfecto. Por mí, genial —contesta.
Veo a Vito y Flavio asentir, y no puedo estar más orgulloso de la mujer
que he elegido.
—El efectivo y las propiedades son otra cosa.
—Tampoco lo quiero, es dinero ganado con las lágrimas y la sangre de
otros.
—Puedes hacer cosas buenas con él, como ayudar a cierta casa de
acogida —le sugiero.
De pronto, me besa y yo dejo que lo haga, sonríe contra mis labios y al
mirarla creo que la amo un poco más.
—Haré eso, donaré todo a la casa hogar, o crearé una nueva, o varias, no
sé, necesito ayuda. ¿Es mucho dinero?
—He visto las cuentas y puedes montar una casa de acogida en cada
Estado y no preocuparte por si llegan a fin de mes.
Me da un enorme abrazo y me susurra gracias. La mantengo así hasta que
llegamos a la mansión, es de madrugada, pero todas las luces están
encendidas, nos esperan. Bajamos y entramos cogidos de la mano. En
cuanto traspasamos la puerta, se oye un grito de alegría.
—¡Sia!
Frankie corre hasta ella y Sia se tira al suelo de rodillas para recibirlo con
los brazos abiertos. Le llena la cara de besos y caen al suelo felices de
haberse reencontrado.
—Sia, cuida tu espalda —la regaño, pero me ignora; el dolor es menor
que la felicidad.
Idara y Chiara se reúnen con sus maridos y observan la escena. Una vez
que acaban de saludarse, Sia se pone en pie y les presenta a los Bianci a su
hermano.
—Ellos son Vito y Flavio —le dice, señalándolos al revés.
—Flavio y Vito —le corrige este último.
—Ups.
Nos reímos y el niño nos mira divertido.
—Y él es Adriano.
Le tiendo la mano y él me mira como si no se fiara de mí. Me resulta
gracioso, pero trato de mantenerme serio.
—¿Qué intenciones tienes con mi hermana? —suelta de pronto, haciendo
que todos nos riamos, cosa que no le agrada.
—Todas. Tengo todas las intenciones que pueda.
—Espero que la merezcas porque ella es especial.
—Oh, lo sé, amigo. Y tú eres especial para ella, tanto que he pensado que
primero debo preguntarte a ti.
—¿Qué quieres preguntarme?
—Si me darías la mano de Sia.
Las chicas jadean y Frankie las mira sin entender nada.
—¿Para qué quieres una mano?
Está claro que no lo ha entendido, es demasiado pequeño.
—Para poder llevarla al altar y casarme con ella.
Cuando lo entiende, se tapa la boca, la mira, sonríe y asiente.
—Gracias —le digo, revolviendo su pelo.
Me acerco a Sia y la beso, luego cojo su mano y le pongo un anillo que
me entrega Flavio. Le pedí que lo mandara hacer por si algo salía mal,
quería que ella pudiera decir al mundo que era mi mujer.
—Entonces, ¿qué dices?, ¿quieres ser mi principessa?
Ella sonríe y asiente emocionada.
—Sí, quiero serlo en este tiempo, en este lugar y en esta vida.
Epílogo
Dante
3 meses después
C
ojo la bolsa de viaje que he preparado y reviso que tengo todo lo
que necesito. He comprado varios regalos que espero aplaquen un
poco el cabreo que van a tener mis primos cuando les cuente que
estoy con Isabella y que tengo intención de convertirla en mi esposa.
—¿Ya te vas, cielo? —pregunta Isabella, contoneando sus caderas delante
de mí.
Esta mujer es todo lo que un hombre podría desear, incluso con la cicatriz
de su mejilla es preciosa.
—Sí, el avión me espera en el hangar y Fabrizio ya está allí.
Se levanta de puntillas y me besa tiernamente, le devuelvo el beso y la
abrazo.
—Te quiero —le susurro en su pelo.
—Yo más —contesta y le doy un último beso antes de retirarme.
—No pasaré más de dos o tres días, el tal Vel está a punto de llegar, si lo
hace antes de mi regreso, por favor, hazle sentir cómodo.
—¿No prefieres que te acompañe?
Niego con la cabeza.
—Es mejor que vaya solo, no sé cómo van a tomárselo.
—Espero que puedan perdonarme por todo lo que pasó.
Reviso con un par de mis capitanes algunos temas pendientes mientras
me dirijo al coche. Estoy pensando en mudarme de aquí, la mansión del
abuelo de Isabella es demasiado grande para nosotros, aunque si hubiera
críos… Mierda, no puedo estar pensando en algo así ya, ¿no?
En cuanto llego al hangar veo a mi sottocapo6 y primo, Fabrizio. Sonríe
cuando me ve y sé que va a seguir dándome mierda sobre Isabella, no le
gusta y no deja de dejármelo claro.
—Veo que Medusa te ha dejado venir solo, no querrá que le salpique tu
sangre cuando Flavio y Vito se enteren de que estás con ella.
—Fabi, corta la mierda, y no la llames así, podría ser mi mujer en un
futuro y se merece un respeto solo por eso.
—La llamo así porque cuando te mira se te pone dura como una piedra —
me explica y no puedo evitar reírme—, y espero que lo de casarte sea una
broma.
—Ya lo hablaremos.
—Joder, no puedes hablar en serio —suelta mientras nos acomodamos
dentro listos para el despegue—. Sabes que ha estado viviendo con los
Veluccio, eso tiene que decirte algo, no es de fiar.
—Los padres de Marco Veluccio no son Marco Veluccio, tú mismo los
has investigado y no has encontrado nada.
—Sí he encontrado, pero no he podido demostrarlo —me corrige.
—Vamos a aprovechar el vuelo para ponernos al día —le digo para dejar
el tema y parece aceptar, porque saca su tablet y comienza a explicarme
cómo se están llevando las cosas ahora.
Desde que tuve una conversación con Adriano, en la que me dejó claro
que debía comportarme como un Bianci, las cosas han cambiado. He sido
mucho más duro y parece que va asentándose todo, aun así, mis primos han
decidido que es mejor que el tipo que mandan los Genovese desde Italia, el
tal Vel, venga y lo compruebe todo. Supongo que necesitan ver que lo tengo
todo controlado.
Cuando llegamos, un coche está esperándonos y veo a Gianni en la puerta
jugando con su móvil. Fabi y yo vamos hasta él, que no se ha enterado de
que nos acercamos, y le lanzo la bolsa a la cabeza haciendo que casi se
caiga.
—Oye —se queja—, muchos han muerto por menos que eso.
Su amenaza nos hace reír.
—Deja de jugar al móvil como una colegiala y no te darán con la bolsa en
la cabeza nunca más.
Me saca la lengua y Fabi suelta una carcajada. Entramos al coche y yo me
siento de copiloto junto a Gianni.
—¿Todo bien por aquí? ¿Qué tal está Black?
Lo conocí hace unos meses cuando viajé a Italia con Flavio y reconozco
que me encanta este tipo.
—Se llama Gray —me corrige—, lo sé, pero supuse que después de todo
este tiempo contigo ya estaría un tono más oscuro.
Fabi y yo nos reímos mientras Gianni acelera amenazando estrellarse
contra un muro antes de romper a reír él también.
—No te voy a engañar, no sé cómo me soporta, pero mientras lo haga, a
mí me vale —contesta, guiñándome un ojo.
Llegamos a la mansión Bianci y vamos directamente adentro, escucho
unas risas infantiles y de pronto veo a una niña con dos coletas correr hacia
donde estamos, y justo antes de chocarse contra mis piernas, Gianni la
alcanza y la alza en brazos.
—Mira por dónde vas si no quieres hacerte daño —le regaña Gianni.
—Sí, tío sexy —contesta, y no puedo evitar reírme.
—¿Haces que la niña te llame tío sexy en vez de tío Gianni?
—Hay que enseñarle desde pequeña a diferenciar lo bueno.
Suelto una carcajada y la niña me mira frunciendo el ceño.
—No te rías de mi tío o te las verás conmigo —dice levantando el puño
—. Soy una Bianci, y nadie se mete con una Bianci.
—Yo también soy un Bianci —le contesto sorprendiéndola.
—Tío sexy, ¿es también un Bianci?
—Sí —responde Gianni—, pero lejano, no cómo tú.
Ruedo los ojos y veo aparecer a una hermosa mujer con un niño de la
mano.
—Frankie —llama la niña al chico—, este señor es un Bianci, como yo,
bueno, menos que yo.
—Lacey —le regaña la mujer mientras veo a Chiara e Idara aparecer
riéndose al escuchar lo que acaba de decir.
—Soy Sia, supongo que tu eres Dante y tu Fabrizio —dice,
recordándome que mi primo está detrás de mí. Doy un paso a un lado para
quedar todos a la misma altura.
—Y yo supongo que ellos son tu hermano y la nueva hija de Flavio —
especulo, mirando a ambos niños que asienten felices.
—Él es mi gemelo también —suelta la pequeña, descolocándome.
—Cosas de aprendizaje —explica Chiara.
—Aún no me puedo creer que Flavio y tú decidierais adoptarla, no por ti,
por mi primo. ¡Padre! Si no me hago a la idea de que Vito lo será dentro de
poco —digo, mirando la tripa de Idara—, menos de Flavio y de una niña.
Pobres chicos.
—¿Por qué dices pobres chicos? —pregunta Lacey, que ahora ha pasado
a los brazos de su madre.
—Porque tu papá no va a dejar que ninguno se te acerque, no vas a
casarte nunca —me río.
—Yo no quiero que los chicos se me acerquen —contesta arrugando la
nariz—, y sí que voy a casarme, con Frankie.
—Vaya —dice Fabi sorprendido—. ¿No sois demasiado jóvenes para
tenerlo ya tan claro?
—No me hagas hablar —se queja Sia—, queríamos adoptarla Adriano y
yo, pero se negó porque entonces Frankie sería algo así como su tío y su
hermano, y, claro, no puedes casarte con tu tío o tu hermano.
—También hay que decir que, desde que llegó la niña, Flavio se volvió
loco por ella.
—Es una versión mini de Idara —murmura Gianni y sonrío.
Mi primo Flavio adora a su cuñada, entiendo que si esa niña se parece en
carácter a ella, lo tuviera alrededor de su dedo desde el minuto cero.
—Ahora, niños, tenemos que ir a comer, después podéis seguir
interrogando a Dante —dice Idara.
—Si os coméis todo, podré daros lo que he traído —les suelto y ambos
niños me miran ilusionados.
—¡Vamos, mami! —grita y echa a correr hacia el comedor la pequeña
Lacey.
—Van a acabar conmigo —se ríe Chiara, refiriéndose a su hija y su
marido.
—¿Dónde están los hombres de la casa? —pregunto y Gianni me da con
el dedo, lo miro y levanta una mano.
Ruedo los ojos.
—Los chicos están en el sótano haciendo sus cosas —responde Sia.
—Vamos, os acompaño —dice Gianni.
—¿Estás seguro que es sensato decirles lo de Medusa en el sótano? —
murmura Fabi en mi oído y me río.
Nos dirigimos hacia el sótano, de camino Gianni nos habla de Jeremy, es
el chico que han adoptado su pareja y la hermana de este, es tremendamente
especial y lo adora. Sé que gracias a ese chico Idara y Chiara se salvaron de
algo muy jodido, por eso no me sorprende cuando me habla del colegio al
que ahora acude y de cómo los Bianci le han puesto una cuenta corriente sin
límite, para lo que pueda necesitar el resto de su vida. Me gustaría
conocerlo alguna vez. Quizá en otro viaje, uno en el que venga con más
calma, y puede que acompañado de Isabella.
Gianni no oculta el teclado cuando marca el código para entrar, los tres
sabemos lo que pasa aquí abajo y, aunque todavía no he necesitado usarlo,
sé que lo tengo a mi entera disposición. En la mansión Benutti también hay
algo parecido, más arcaico y desde luego mucho más antiguo, allí murió el
padre de Idara y, por respeto a ella, no he vuelto a usar el lugar donde todo
ocurrió. Aunque viendo este sitio, creo que si me quedo en la mansión, voy
a reformarlo y convertirlo en el parque de juegos que tienen aquí montado.
Entramos en una habitación enorme con una mesa para diez personas,
Vito y Flavio están sentados comiendo una hamburguesa mientras veo a
Adriano tras la pared de cristal, haciendo algo que casi se me sale el
desayuno por la boca.
—¿Cómo podéis comer viendo esto? —pregunto asqueado.
—Pues yo tengo hambre —dice Fabi, y mis primos me miran sonriendo.
—Si quieres, tienes una hamburguesa allí, hemos traído de sobra, sírvete
—contesta uno de mis primos.
—Primero, quién es Flavio y quién es Vito —pregunto para que luego no
me jodan con que he dicho algo al hermano equivocado.
—Vito —levanta la mano el gemelo de camiseta azul.
—Flavio —sonríe el de camiseta verde.
Bien, una vez los tengo diferenciados, me siento frente a ellos. Fabi y
Gianni han ido a por una burguer y traen cervezas de una nevera, que no
había visto, para todos.
—Supongo que ese es Salvatore Mancini —digo, mirando al tipo que hay
dentro de la cristalera con Adriano.
—Así es —contesta Gianni.
—¿Y ella? —pregunta Fabi, mordiendo su hamburguesa.
—Brooke, una stripper del club que lo ayudó.
Miro la escena ante mí y es espeluznante. La chica está sobre una mesa,
desnuda, atada y muerta. Su piel denota que falleció hace al menos un mes,
supongo que serán casi dos, si tuvo algo que ver con todo lo que sucedió
hace un par de meses. Salvatore también está desnudo y con la polla dura,
metida dentro de la chica, llorando, y Adriano detrás con un cinturón en la
mano.
—¿Alguien me lo explica? —pido no muy seguro de que sea una buena
idea.
—Él pensó que violar era algo divertido, y si la chica no colaboraba, pues
le daba con su cinturón para que se encogiera y así su pequeña polla
disfrutara. Así que ahora Adriano lo obliga a follar a esa chica muerta, que
era su novia y una puta arpía, y si no quiere moverse, le da con el cinturón
hasta que se corre.
—¿Cómo demonios lográis que se le ponga dura? —pregunta Fabi
sorprendido.
—La química es nuestra amiga —contesta Vito sonriendo.
Miro la escena y veo cómo el hombre lleva el culo lleno de sangre por la
hebilla del cinturón con el que le da Adriano, también veo algunos objetos
colgados en un armario con llave y me imagino en qué lugar oscuro han
estado. Asqueroso. Está claro que no se jode con los Bianci ni con Adriano.
Cuando el tipo finalmente se corre entre lágrimas, Adriano sale, le da a
un botón para que el cristal quede opaco y se lava las manos.
—Bienvenidos —nos saluda como si no acabara de obligar a un hombre a
follarse a un cadáver putrefacto—. Espero que hayáis dejado una para mí.
Va hacia la bolsa de comida y coge una hamburguesa y una cerveza, va a
comer como si nada.
—Muy bien, ahora que estamos todos, y si no te importa que mi carga
por amar a Chiara esté presente —dice Flavio, refiriéndose a Gianni que le
saca el dedo del medio—, ¿qué es tan importante que has venido a
decírnoslo en persona?
Miro a Fabi que está sonriendo, sabe que esto es jodido y está disfrutando
el no haberle hecho caso cuando me dijo que me alejara de Isabella.
—Bueno, es un tema algo delicado —comienzo.
—Te escuchamos —suelta Vito, dejando la comida y centrándose en mí.
—Veréis, hace unos meses, cuando ocurrió todo el asunto de Marco
Veluccio, tuve que asumir el cargo de capo en Canadá.
Flavio y Vito asienten.
—Las cosas estaban tensas porque los de la ‘Ndrangheta no estaban
demasiado felices con eso de ser de La Cosa Nostra.
—Sí, todo eso ya lo sabemos —me corta el impaciente de mi primo
Flavio—. Ve al grano.
—La cosa es que debido a todo eso he tenido trato con una mujer en
concreto de la que me he enamorado.
—Te daría la enhorabuena —interviene Gianni—, pero por la cara de
estos dos y la tuya creo que va a ser mejor el pésame.
—Sí —afirma Fabi—, mejor el pésame, y apártate un poco para que no te
salpique la sangre.
Estos dos son unos cabrones a los que voy a patear el culo.
—Suéltalo —ordena Vito.
—La mujer es Isabella, la nieta del anterior capo de la ‘Ndrangheta
Francesco Benutti.
Los miro y espero a que el infierno se desate, pero en vez de eso me
miran meneando la cabeza, muy tranquilos y serenos. Esto no me cuadra.
—¿Por qué no estáis tratando de pegarme un tiro? —me aventuro a
preguntar.
—Agradéceselo a Adriano —suelta Flavio.
—Sí, ya sabíamos esto desde hace casi dos meses, él mismo nos lo dijo
unos días después de que tú se lo confesaras.
—Se supone que ibas a dejar que yo lo hiciera —le recrimino a Adriano.
—Sabía que no lo harías en un corto periodo de tiempo y ya te lo dije, ni
les miento ni tengo secretos con ellos, y tú tampoco deberías, así empieza la
mierda.
—Eso le he dicho yo —agrega Fabi—, es una arpía vestida de señorita de
la que no me fío.
—Fabi —le regaño.
—Quiero dejar clara mi posición, por si finalmente deciden sacar el arma
—contesta sonriendo.
—Si Adriano no nos lo hubiera contado, eso sería exactamente lo que
estaría pasando ahora mismo —suelta Flavio—. Tuve que detener a Vito de
coger un avión e ir a partirte las piernas.
Miro a mi otro primo, que asiente.
—Nos ha dado tiempo a calmarnos y a asimilarlo, pero queremos que
estés seguro de que quieres meter a esa mujer en la familia.
—Ella ha cambiado.
—Esa perra no cambiaría ni aunque el infierno se congelara —sisea Vito
—. Habrá aprendido a ocultar mejor cómo es.
—Dadme un voto de confianza y os lo demostraré, estoy tan seguro que
hasta que no me deis vuestra aprobación, no voy a casarme con ella.
—Perfecto, eso nunca sucederá —suelta Flavio sonriendo.
Ruedo los ojos y veo a Vito asentir de acuerdo con su hermano.
—Bueno, ¿y cuál va a ser mi castigo por ocultaros esto? —pregunto,
sabiendo que los Bianci son como la tercera ley de la física: toda acción
tiene una reacción.
—Bastante castigo es soportar a esa perra cada día —suelta Vito—.
Aunque Adriano te ha ocultado algo a cambio de que tu hayas hecho lo
mismo.
Frunzo el ceño confuso porque no entiendo qué puede haberme ocultado
y lo veo sonreír.
—Recuerdas que cuando hablamos me pediste que buscara información
sobre el tal Vel, ¿no?
—Sí, recibí tu informe unos días después.
—Era falso.
—¿Cómo que era falso?
—Bueno, lo que ponía allí era todo verdad, su currículo es espectacular,
en lo que mentí fue en la foto que te mandé.
Recuerdo la foto de un hombre de mediana edad bastante ajado y con
marcas por toda la cara.
—¿Por qué demonios iba a importar algo que la foto no corresponda?
Los tres sonríen mientras Adriano saca su móvil, busca una foto, pone el
teléfono en la mesa y lo desliza hasta mí. Lo cojo y miro la pantalla, en ella
sale una pelirroja de ojos azules, con unas pecas sobre la nariz y unos labios
gruesos que podría ser el sueño húmedo de cualquier hombre con polla.
—¿Quién es esta?
—Velia Moretti, la que va a atrapar las ratas que te quedan.
Mi polla se pone dura. Mierda.