Este documento es la portada de un libro titulado "Lorenzo y el secreto del arenal" de la autora Flor Sánchez Zúñiga. La portada incluye información sobre la editorial, ilustraciones, edición y detalles de impresión del libro. El libro trata sobre las vacaciones de Lorenzo y su familia en una playa secreta, donde Lorenzo cree ver luces extrañas en el mar que podrían ser ovnis.
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Este documento es la portada de un libro titulado "Lorenzo y el secreto del arenal" de la autora Flor Sánchez Zúñiga. La portada incluye información sobre la editorial, ilustraciones, edición y detalles de impresión del libro. El libro trata sobre las vacaciones de Lorenzo y su familia en una playa secreta, donde Lorenzo cree ver luces extrañas en el mar que podrían ser ovnis.
Este documento es la portada de un libro titulado "Lorenzo y el secreto del arenal" de la autora Flor Sánchez Zúñiga. La portada incluye información sobre la editorial, ilustraciones, edición y detalles de impresión del libro. El libro trata sobre las vacaciones de Lorenzo y su familia en una playa secreta, donde Lorenzo cree ver luces extrañas en el mar que podrían ser ovnis.
Este documento es la portada de un libro titulado "Lorenzo y el secreto del arenal" de la autora Flor Sánchez Zúñiga. La portada incluye información sobre la editorial, ilustraciones, edición y detalles de impresión del libro. El libro trata sobre las vacaciones de Lorenzo y su familia en una playa secreta, donde Lorenzo cree ver luces extrañas en el mar que podrían ser ovnis.
ISBN: 978-612-4299-85-8 Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2016-08654 Registro de Proyecto Editorial Nº 31501401600684
Primera edición: julio 2016
Tiraje: 2 500 ejemplares
Impreso en el Perú - Printed in Peru
Metrocolor S.A. Los Gorriones 350, Lima 9 - Perú
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma y por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la Editorial. 1
Ni bien se detuvo la camioneta, Lorenzo y Fermín ba- 7
jaron de un salto y corrieron sobre las arenas ardien- tes de aquella playa escondida. A toda prisa fueron sacándose las camisetas, las zapatillas, las medias… Todo quedó regado sobre la arena mientras entraban al mar en medio de gritos, chapoteando y tirándose agua mutuamente. —¡Ahhh…! —Ja, ja, ja… —¡Basta, locooo, yaaa! Finalmente, se abandonaron al vaivén de las aguas. Esto era lo máximo. Después de tantas postergaciones, preparativos y varias horas de viaje hacia el sur de la capital, estaban en la playa. —Mira, lo logré, floto de espaldas con los brazos abiertos —gritó Fermín. —Ya, pero abre los ojos, pues… ja, ja, ja… Mira el cielo, cómo brilla, sin una nube… ¡qué bacán! —contestó Lorenzo. —Tu voz suena bien chistosa. Anda, prueba, haz como yo. Con el agua cubriéndote las orejas y con los ojos cerrados, parece que estás en otro planeta… blub. Todos los ruidos del mundo se habían detenido. Solo estaban ellos y el borboteo del mar en sus oídos. Más allá, las gaviotas retozaban con el viento. —¡Ayyy! ¡Una malagua me ha quemado, una 8 malagua gigante! ¡Ayyy! —gritó de pronto Lorenzo—. Corre, Fermín, ¡¡¡escapaaa!!! —¡¿Dónde, Lorenzo, dónde?! ¡Ayyy! —chilló Fermín luchando contra el agua para salir más rápido. —¡Ayyy, cómo quema! ¡Coorrreee, que te alcanza una malagua enorme! —clamó Lorenzo a todo pulmón. —¡Aayyy! ¡Socorrooo! —volvió a gritar Fermín haciendo extraños movimientos para alcanzar la arena. —¡Se acerca, correee! —urgió Lorenzo mientras Fermín corría al fin sobre la playa dando saltos desesperados. —¡¿Dóndeee?! —volteó agitado y escudriñó las olas. —Aquí, aquí mismo, directamente desde el fondo del océano, con ustedes, ¡la malagua gigante!, ja, ja, ja —dijo Lorenzo desternillándose de risa, con los brazos levantados como un fantasma. —¡Pucha… tú te pasas, oye…! 2 —Ja, ja, ja, te la creíste, ja, ja, ja. Hubieras visto qué chistoso saltabas en el agua, ja, ja, ja, como un canguro marino, ja, ja, ja —dijo Lorenzo llorando de risa—. Va- mos, hombre, no te molestes, estamos inaugurando el campamento, ja, ja, ja. —Mmmm —gruñó Fermín y empezó a caminar 10 hacia la camioneta. Un feriado largo había hecho la magia del paseo con- 11 Lorenzo lo vio alejarse. Luego, distraídamente, em- junto de las dos familias. Y ahí estaban ahora los dos pezó a mover uno y otro pie sobre la arena húmeda. chicos, felices, corriendo a saltitos bajo el sol del me- Levantó la vista y observó aquel mar que por momen- diodía mientras la arenilla les soasaba la planta de los tos parecía encresparse, y un escalofrío lo sacudió. pies. —¡Vengan, chicos! —los llamó Valeria, la mamá de Fermín, mientras su esposo Sebastián abría paquetes—. Primero hay que armar las carpas antes que avance más el día. —Cierto, nos demoramos muchísimo buscando la entrada a la playa. No sé cómo me extravié, otra vez pido disculpas —dijo Aníbal, el padre de Lorenzo, con una sonrisa avergonzada. En medio de bromas, «miren, soy un piloto del Dakar», Aníbal había dado círculos sobre la arena con la camioneta, hasta que perdió la orientación y se extravió en medio del desierto. Aun así, había seguido jugando. —Nos perdimos… nos perdimos… —había dicho al De pronto, Lorenzo se detuvo. detener el auto. —Mira, Fermín, mira hacia el mar, ¿ves las luces? —Ya, déjate de bromas, Aníbal, y avanza, que se —¿Dónde?… Ah, no, ya no quiero ver nada, esta hace tarde —había respondido su esposa Cati. Y el vez no me engañas. frustrado piloto del Dakar había sacado su brújula y —Allá, hombre, allá. enrumbado hacia el mar. —No veo nada. Y ya párala, ¿no? —Bueno, pero encontramos una playa distinta, —Es cierto lo que digo. Mira, sigue mi brazo, ¿las 12 escondida detrás de este cerro de arena y roca. Es ves? —insistió Lorenzo. 13 preciosa —reconoció Cati mientras agitaba su —Mmm, sí, ya… qué raro, ¿no? —respondió al fin sombrero para llamar a su hijo Lorenzo. su amigo. —Quizás mañana lleguen más campistas… —sus- —Seguro que son ovnis, parecía que venían del cie- piró Aníbal—, por ahora somos dueños de esta playa lo y llegaban hasta el mar. Y ahí están, mira, luces en desconocida y… brrrr… solitaria. ¡Muchachos, vengan, medio del mar. Vamos a mostrarles a todos lo que está hay que levantar las carpas y almorzar!… ¡Sobre todo pasando —dijo agitado Lorenzo y echó a correr hacia almorzar! las carpas. Y el grupo trabajó entusiastamente hasta armar —Papá, todos, miren las luces en el mar… ¡seguro el campamento y dar cuenta del almuerzo que Cati que son ovnis! —gritó. y Valeria habían preparado. Luego, chicos y grandes —Calma, hijo, calma, deben de ser pescadores ar- jugaron fútbol y paleta, se dieron un buen chapuzón tesanales. Ellos salen en la noche a pescar para vender y, al caer el sol, se reunieron alrededor de una lámpara muy temprano sus productos en los mercados. a devorar lo que quedaba del almuerzo. Finalmente, —Pero… bajo los acordes de la guitarra de Aníbal, las dos —Nada, hijo, son pescadores o alguna bolichera. parejas cantaron a toda voz. Más allá, sus hijos Además, los ovnis, si los hubiera, se verían en el cielo, correteaban tras la pelota. Tenían casi la misma edad: no sobre el agua, ¿no te parece? Bueno, creo que ya es Lorenzo, doce años, y Fermín, once, pero parecía tarde, hemos tenido un día largo, así es que hay que menor aún. descansar. En la carpa, Lorenzo continuó tratando de conven- 3 cer a sus padres por un rato. En la otra tienda, Fermín tampoco logró persuadir a Valeria y a Sebastián sobre el origen extraterrestre de las luces avistadas. Así, en medio de la oscuridad, el pequeño campamento se lle- nó de protestas y murmullos hasta que poco a poco sus voces se fueron apagando, vencidas por el rumor 14 del mar. Lorenzo despertó transpirando. El sol abrasaba la car- 15 pa. No estaban sus padres y solo se escuchaba el ince- sante ruido de las olas. Se paró de un salto, se vistió y abrió la puerta de lona de la tienda. Allí estaban Cati y Valeria tomando café. Miró hacia el mar. No había nadie más a la vista. —¿Dónde están…? —Tu papá y Sebastián fueron en la camioneta a buscar agua. No sabemos cómo pasó, pero los bidones de agua que trajimos estaban vacíos. —Pero anoche estaban llenos… —Sí, trajimos agua suficiente para cuatro días… y no hay ni una gota. Con las justas quedaba la del ter- mo —dijo Valeria. —Quizás los bidones tenían huecos… —Quizás… pero en todo caso tu papá y Sebastián comprarán nuevos bidones. Bueno, son cosas que pa- san, son parte de la aventura, ¿verdad? A tomar desa- yuno, chicos.