Lorenzo: y El Secreto Del Arenal

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 6

LORENZO Y EL SECRETO DEL ARENAL

© 2016, Flor Sánchez Zúñiga


© De esta edición:
2016, Santillana S. A. Lorenzo
Av. Primavera 2160, Lima 33
y el secreto del arenal
Loqueleo es un sello editorial de Santillana S. A.
Flor Sánchez Zúñiga
Ilustraciones: Kike Riesco
Edición ejecutiva:
Ana Loli
Edición:
Catherine Lozano
Ilustraciones:
Enrique Germán Riesco Piccone “Kike Riesco”
Diagramación:
Juan José Kanashiro

ISBN: 978-612-4299-85-8
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional
del Perú Nº 2016-08654
Registro de Proyecto Editorial Nº 31501401600684

Primera edición: julio 2016


Tiraje: 2 500 ejemplares

Impreso en el Perú - Printed in Peru


Metrocolor S.A.
Los Gorriones 350, Lima 9 - Perú

Todos los derechos reservados.


Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en,
o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma
y por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico,
por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la Editorial.
1

Ni bien se detuvo la camioneta, Lorenzo y Fermín ba- 7


jaron de un salto y corrieron sobre las arenas ardien-
tes de aquella playa escondida. A toda prisa fueron
sacándose las camisetas, las zapatillas, las medias…
Todo quedó regado sobre la arena mientras entraban
al mar en medio de gritos, chapoteando y tirándose
agua mutuamente.
—¡Ahhh…!
—Ja, ja, ja…
—¡Basta, locooo, yaaa!
Finalmente, se abandonaron al vaivén de las aguas.
Esto era lo máximo. Después de tantas postergaciones,
preparativos y varias horas de viaje hacia el sur de la
capital, estaban en la playa.
—Mira, lo logré, floto de espaldas con los brazos
abiertos —gritó Fermín.
—Ya, pero abre los ojos, pues… ja, ja, ja… Mira el
cielo, cómo brilla, sin una nube… ¡qué bacán! —contestó
Lorenzo.
—Tu voz suena bien chistosa. Anda, prueba, haz
como yo. Con el agua cubriéndote las orejas y con los
ojos cerrados, parece que estás en otro planeta… blub.
Todos los ruidos del mundo se habían detenido.
Solo estaban ellos y el borboteo del mar en sus oídos.
Más allá, las gaviotas retozaban con el viento.
—¡Ayyy! ¡Una malagua me ha quemado, una
8 malagua gigante! ¡Ayyy! —gritó de pronto Lorenzo—.
Corre, Fermín, ¡¡¡escapaaa!!!
—¡¿Dónde, Lorenzo, dónde?! ¡Ayyy! —chilló
Fermín luchando contra el agua para salir más rápido.
—¡Ayyy, cómo quema! ¡Coorrreee, que te alcanza
una malagua enorme! —clamó Lorenzo a todo
pulmón.
—¡Aayyy! ¡Socorrooo! —volvió a gritar Fermín
haciendo extraños movimientos para alcanzar la
arena.
—¡Se acerca, correee! —urgió Lorenzo mientras
Fermín corría al fin sobre la playa dando saltos
desesperados.
—¡¿Dóndeee?! —volteó agitado y escudriñó las
olas.
—Aquí, aquí mismo, directamente desde el fondo
del océano, con ustedes, ¡la malagua gigante!, ja, ja, ja
—dijo Lorenzo desternillándose de risa, con los brazos
levantados como un fantasma.
—¡Pucha… tú te pasas, oye…! 2
—Ja, ja, ja, te la creíste, ja, ja, ja. Hubieras visto qué
chistoso saltabas en el agua, ja, ja, ja, como un canguro
marino, ja, ja, ja —dijo Lorenzo llorando de risa—. Va-
mos, hombre, no te molestes, estamos inaugurando el
campamento, ja, ja, ja.
—Mmmm —gruñó Fermín y empezó a caminar
10 hacia la camioneta. Un feriado largo había hecho la magia del paseo con- 11
Lorenzo lo vio alejarse. Luego, distraídamente, em- junto de las dos familias. Y ahí estaban ahora los dos
pezó a mover uno y otro pie sobre la arena húmeda. chicos, felices, corriendo a saltitos bajo el sol del me-
Levantó la vista y observó aquel mar que por momen- diodía mientras la arenilla les soasaba la planta de los
tos parecía encresparse, y un escalofrío lo sacudió. pies.
—¡Vengan, chicos! —los llamó Valeria, la mamá
de Fermín, mientras su esposo Sebastián abría
paquetes—. Primero hay que armar las carpas antes
que avance más el día.
—Cierto, nos demoramos muchísimo buscando la
entrada a la playa. No sé cómo me extravié, otra vez
pido disculpas —dijo Aníbal, el padre de Lorenzo, con
una sonrisa avergonzada.
En medio de bromas, «miren, soy un piloto del
Dakar», Aníbal había dado círculos sobre la arena
con la camioneta, hasta que perdió la orientación y se
extravió en medio del desierto. Aun así, había seguido
jugando.
—Nos perdimos… nos perdimos… —había dicho al De pronto, Lorenzo se detuvo.
detener el auto. —Mira, Fermín, mira hacia el mar, ¿ves las luces?
—Ya, déjate de bromas, Aníbal, y avanza, que se —¿Dónde?… Ah, no, ya no quiero ver nada, esta
hace tarde —había respondido su esposa Cati. Y el vez no me engañas.
frustrado piloto del Dakar había sacado su brújula y —Allá, hombre, allá.
enrumbado hacia el mar. —No veo nada. Y ya párala, ¿no?
—Bueno, pero encontramos una playa distinta, —Es cierto lo que digo. Mira, sigue mi brazo, ¿las
12 escondida detrás de este cerro de arena y roca. Es ves? —insistió Lorenzo. 13
preciosa —reconoció Cati mientras agitaba su —Mmm, sí, ya… qué raro, ¿no? —respondió al fin
sombrero para llamar a su hijo Lorenzo. su amigo.
—Quizás mañana lleguen más campistas… —sus- —Seguro que son ovnis, parecía que venían del cie-
piró Aníbal—, por ahora somos dueños de esta playa lo y llegaban hasta el mar. Y ahí están, mira, luces en
desconocida y… brrrr… solitaria. ¡Muchachos, vengan, medio del mar. Vamos a mostrarles a todos lo que está
hay que levantar las carpas y almorzar!… ¡Sobre todo pasando —dijo agitado Lorenzo y echó a correr hacia
almorzar! las carpas.
Y el grupo trabajó entusiastamente hasta armar —Papá, todos, miren las luces en el mar… ¡seguro
el campamento y dar cuenta del almuerzo que Cati que son ovnis! —gritó.
y Valeria habían preparado. Luego, chicos y grandes —Calma, hijo, calma, deben de ser pescadores ar-
jugaron fútbol y paleta, se dieron un buen chapuzón tesanales. Ellos salen en la noche a pescar para vender
y, al caer el sol, se reunieron alrededor de una lámpara muy temprano sus productos en los mercados.
a devorar lo que quedaba del almuerzo. Finalmente, —Pero…
bajo los acordes de la guitarra de Aníbal, las dos —Nada, hijo, son pescadores o alguna bolichera.
parejas cantaron a toda voz. Más allá, sus hijos Además, los ovnis, si los hubiera, se verían en el cielo,
correteaban tras la pelota. Tenían casi la misma edad: no sobre el agua, ¿no te parece? Bueno, creo que ya es
Lorenzo, doce años, y Fermín, once, pero parecía tarde, hemos tenido un día largo, así es que hay que
menor aún. descansar.
En la carpa, Lorenzo continuó tratando de conven- 3
cer a sus padres por un rato. En la otra tienda, Fermín
tampoco logró persuadir a Valeria y a Sebastián sobre
el origen extraterrestre de las luces avistadas. Así, en
medio de la oscuridad, el pequeño campamento se lle-
nó de protestas y murmullos hasta que poco a poco
sus voces se fueron apagando, vencidas por el rumor
14 del mar. Lorenzo despertó transpirando. El sol abrasaba la car- 15
pa. No estaban sus padres y solo se escuchaba el ince-
sante ruido de las olas.
Se paró de un salto, se vistió y abrió la puerta de
lona de la tienda. Allí estaban Cati y Valeria tomando
café. Miró hacia el mar. No había nadie más a la vista.
—¿Dónde están…?
—Tu papá y Sebastián fueron en la camioneta a
buscar agua. No sabemos cómo pasó, pero los bidones
de agua que trajimos estaban vacíos.
—Pero anoche estaban llenos…
—Sí, trajimos agua suficiente para cuatro días… y
no hay ni una gota. Con las justas quedaba la del ter-
mo —dijo Valeria.
—Quizás los bidones tenían huecos…
—Quizás… pero en todo caso tu papá y Sebastián
comprarán nuevos bidones. Bueno, son cosas que pa-
san, son parte de la aventura, ¿verdad? A tomar desa-
yuno, chicos.

También podría gustarte