La Constitucion de La Tierra

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INTRODUCCIÓN

En su libro Por una Constitución de la Tierra: La humanidad en la encrucijada,


el filósofo italiano Luigi Ferrajoli propone la creación de una Constitución de
la Tierra como respuesta a los desafíos globales que enfrenta la humanidad,
es una obra que aborda la necesidad de una Constitución global para
enfrentar los problemas globales que no forman parte de la agenda política
de los gobiernos nacionales, aunque de su solución dependa la supervivencia
de la humanidad. El autor propone la construcción de idóneas garantías
constitucionales a escala planetaria, proyectadas por la razón jurídica y
política, que permitan limitar los poderes salvajes de los estados y los
mercados en beneficio de la habitabilidad del planeta y de la supervivencia
de la humanidad

Ferrajoli sostiene que los problemas globales, como el calentamiento global,


las amenazas nucleares y la desigualdad económica, no pueden ser resueltos
por los Estados nacionales por sí solos. Estos problemas requieren una
respuesta global, coordinada por instituciones internacionales.

Una Constitución de la Tierra, según Ferrajoli, sería un documento jurídico


que establecería los principios y valores que deben regir la gobernanza
global. Este documento establecería los derechos y deberes de los Estados,
las empresas y los individuos, y crearía instituciones internacionales para
garantizar su cumplimiento.
En su libro, Ferrajoli argumenta que la humanidad se encuentra ante una
encrucijada de la historia, seguramente la más dramática y decisiva: sufrir y
sucumbir a las múltiples catástrofes y emergencias globales, o bien hacerles
frente, oponiéndoles la construcción de idóneas garantías constitucionales a
escala planetaria, proyectadas por la razón jurídica y política. El autor
considera que es urgente contar con instituciones mundiales que respondan
con mayor asertividad y rapidez a amenazas como el calentamiento de la
atmósfera, el peligro nuclear, el incremento de la desigualdad y la
corrupción, así como la expansión de gobiernos autoritarios y opresivos.
Argumenta que los actores estatales han demostrado indiferencia y que los
organismos
Esta realidad nos resulta inquietante y no tenemos muy claro cómo
manejarla. Pero lo que es evidente es que no cabe dar marcha atrás al reloj
de la historia. Sería un tremendo error incurrir a estas alturas en tentaciones
autárquicas y aislacionistas, por mucho que parezca conducirnos a ello la
defectuosa gestión nacional e internacional de esta pandemia. Las carencias
que se han puesto de manifiesto (desabastecimiento de material,
incumplimientos contractuales, carencia de transparencia, fraudes, ausencia
de rendición de cuentas…) no se solucionan volviendo a un pasado remoto,
sino avanzando hacia una mayor integración, precisamente en la esfera en la
que es más necesaria y a la que se deben las referidas carencias: la
integración jurídica. La conclusión de que hay que fabricarlo todo en casa
como consecuencia de que los mercados internacionales no han atendido la
correspondiente demanda y los Estados se han comportado de manera
oportunista y poco transparente, es absurda e ineficiente. Pero es verdad
que lo que ha pasado nos muestra bien a las claras que las relaciones
internacionales exigen garantías jurídicas mucho más afinadas y ambiciosas,
pero no solo en el ámbito público de la arquitectura institucional
internacional, sino especialmente en el clásico del Derecho privado, pues en
las relaciones entre Estados soberanos, todo es Derecho privado.

Por eso la visión de Ferrajoli es absolutamente acertada, aunque en el detalle


resulte un tanto equivocada. Es verdad que la contraposición entre
poderosos Estados de Derecho a nivel interno (aunque es cierto que unos
más que otros y casi todos en preocupante declive) y una realidad
internacional próxima al estado de naturaleza hobbesiano (con todo respeto
para los especialistas del Derecho Internacional público) es cada vez más
insostenible. Pero antes que transitar a un súper estado mundial
caracterizado por el monopolio de la fuerza y la capacidad de imponer
impuestos, deberíamos profundizar mucho más en el ius Gentium de los
clásicos, aunque con la particularidad añadida de que este Derecho universal
no obligue solo a los individuos de esos Estados, sino a los propios Estados
como principales actores dentro de la comunidad internacional. Es más, la
dificultad de vincular a los Estados hace difícil en muchas ocasiones perseguir
de manera eficaz a sus nacionales, especialmente en los países sin o con
deficientes Estados de Derecho. No necesitamos solo una estructura vertical,
siempre proclive a la sospecha de captura por los más poderosos o los menos
escrupulosos (véase la reciente polémica en relación la OMS), sino
especialmente una mayor integración jurídica de carácter horizontal, que
solo como natural emanación genere la correspondiente arquitectura
institucional.

Se puede alegar en contra que sin monopolio de la fuerza no hay verdadera


garantía de vincular a los Estados soberanos al Derecho. Son tan libres de
concertar sus tratados como de romperlos con la menor excusa (como decía
Hobbes, sin la espada los acuerdos son meras palabras). Sin embargo, y con
todas sus dificultades, la Unión Europea, el experimento político más
ambicioso y visionario de la historia, ha demostrado lo contrario. Y lo ha
demostrado por la vía de vincular la integración económica con la jurídica,
porque ambas son absolutamente imprescindibles y no puede funcionar la
una sin la otra. Otra cosa es que se encuentre todavía en una fase incipiente
de desarrollo, pero de un desarrollo que no debe ir encaminado a la
construcción de un súper Estado, sino a la sujeción estricta y creciente de los
Estados al Derecho de la Unión. Y es que, por encima de cualquier otra cosa,
la Unión Europea es Derecho. En este sentido cualquier paso atrás (como el
que ha supuesto la famosa sentencia del Tribunal Constitucional alemán
recientemente comentada en este blog o las desmesuradas ayudas de Estado
a sus empresas en este mismo país) debe ser firmemente resistido. Al igual
que en la negociación del Brexit debe resistirse firmemente concertar un
acuerdo con el Reino Unido que pretenda conservar las relaciones
comerciales entre los interesados sin una estricta sujeción de ese país al
Derecho (que a falta de otro mejor o peor, es el de la Unión). Cualquier paso
atrás de este tipo amenaza arrastrarnos a una regresión incontrolada de la
que todos saldremos perdiendo.

El proyecto es ambicioso. El florentino anticipa como grandes barreras la


crisis intercontinental de la democracia, la complejidad de establecer un
pacto constituyente mundial en el cual participen los poderes estatales y
mercantiles, y los conflictos de los pueblos que podrían impedir una
democracia cosmopolita y un ordenamiento legal universal.

Fiel a su estilo creativo y pragmático, en la parte final del libro Ferrajoli


esboza en cien artículos que propone para discusión. La cuidada traducción al
español es del magistrado emérito y jurista español Perfecto Andrés Ibáñez,
autor de prólogos y traducciones del propio Ferrajoli y de otros autores como
Giancarlo Scarpari y Vincenzo Accatatis.

El mundo ha experimentado cambios fundamentales en los últimos años y la


aspiración ferrajoliana de una constitución universal protegería los derechos
humanos y aseguraría la paz y la habitabilidad del planeta para la
supervivencia de las próximas generaciones. Representa una bocanada de
aire fresco en una atmósfera enrarecida por peligros inminentes que la
humanidad no puede seguir ignorando. En suma, se trata de un proyecto
luminoso y lleno de optimismo que en tiempos difíciles debe ser debatido
con la mirada puesta en el futuro.

Internacionales han sido superados por la encrucijada en la que estamos


viviendo. Ferrajoli plantea la idea de una constitución de la Tierra como
instrumento jurídico vinculante que dé respuesta a esta emergencia e
imponga límites a “los poderes salvajes de los Estados y de los mercados
globales en garantía de los derechos humanos y de los bienes comunes
La Constitución de la Tierra, según Ferrajoli, debería incluir los siguientes
principios:
La protección de los derechos humanos: La Constitución de la Tierra debería
garantizar los derechos humanos fundamentales, como el derecho a la vida, a
la libertad y a la seguridad, La igualdad es fundamental para los derechos
humanos y está en el eje mismo de las soluciones necesarias para que
podamos superar este periodo de crisis mundial. Eso no quiere decir que
todos debamos tener el mismo aspecto, pensar igual o proceder de la misma
manera
La protección del medio ambiente: La Constitución de la Tierra debería
proteger el medio ambiente y promover la sostenibilidad, para poder
garantizar y asegura los servicios ambientales, mejor conocidos como
servicios eco sistémicos, que nos brinda la naturaleza por medio de los cuales
satisfacemos nuestras necesidades básicas
La igualdad económica: La Constitución de la Tierra debería promover la
igualdad económica y reducir la desigualdad, En un marco de economía
global, la igualdad ayuda a la expansión de la demanda agregada y reduce la
intensidad de los conflictos internos y externos al promover el desarrollo.
Ferrajoli reconoce que la creación de una Constitución de la Tierra es un
desafío complejo, pero sostiene que es necesario para garantizar la
supervivencia de la humanidad.

Los principales argumentos a favor de la Constitución de la Tierra son los


siguientes:

La necesidad de una respuesta global a los desafíos globales: Los problemas


globales, como el calentamiento global, las amenazas nucleares y la
desigualdad económica, requieren una respuesta global, coordinada por
instituciones internacionales.

La insuficiencia de las instituciones internacionales existentes: Las


instituciones internacionales existentes, como las Naciones Unidas, no están
equipadas para hacer frente a los desafíos globales.
La necesidad de proteger los derechos humanos fundamentales: La
Constitución de la Tierra garantizaría los derechos humanos fundamentales
en todo el mundo.

La necesidad de proteger el medio ambiente: La Constitución de la Tierra


promovería la sostenibilidad y protegería el medio ambiente.
La necesidad de promover la igualdad económica: La Constitución de la
Tierra reduciría la desigualdad económica y promovería la igualdad.
Los principales argumentos en contra de la Constitución de la Tierra son los
siguientes:
La dificultad de su aprobación: La aprobación de una Constitución de la
Tierra requeriría el consenso de los Estados miembros de las Naciones
Unidas, lo que podría ser difícil de lograr.
La posible pérdida de soberanía: Una Constitución de la Tierra podría limitar
la soberanía de los Estados miembros, lo que podría ser visto como una
amenaza por algunos países.

La posible ineficacia: Una Constitución de la Tierra podría ser difícil de


implementar y hacer cumplir, debido a la desigualdad tanto económica y en
derechos humanos.
El proyecto de una Constitución de la Tierra no es una hipótesis utópica, sino
la única respuesta racional y realista capaz de limitar los poderes salvajes de
los estados y los mercados en beneficio de la habitabilidad del planeta y de la
supervivencia de la humanidad. Ferrajoli propone un conjunto de derechos y
deberes del Estado para cuidar el planeta y prevenir mayores daños. Resulta
particularmente interesante el capítulo sobre la Organización de las Naciones
Unidas, en la que refiere su “grandeza y eventual fracaso” y plantea la idea
de una federación de la Tierra. El proyecto es ambicioso. El florentino
anticipa como grandes barreras la crisis intercontinental de la democracia, la
complejidad de establecer un pacto constituyente mundial en el cual
participen los poderes estatales y mercantiles, y los conflictos de los pueblos
que podrían impedir una democracia cosmopolita y un ordenamiento legal
universal. Fiel a su estilo creativo y pragmático, en la parte final del libro
Ferrajoli esboza en cien artículos que propone para discusión

¿Cómo puede un texto legal solucionar o ayudar a solucionar problemas tan


globales como la crisis climática, las guerras o las amenazas nucleares?

La finalidad de esta propuesta es mostrar que una alternativa es posible y


necesaria. Una Constitución de la Tierra puede sonar utópica, pero la
verdadera utopía es que el mundo pueda continuar así. El mundo no puede
continuar sin hacer nada contra estos desafíos y contra catástrofes
inevitables. Hemos visto la pandemia, ahora la guerra, pero también el
cambio climático, la muerte cada año por falta de alimentos y medicamentos,
la creciente desigualdad, cientos de miles de migrantes que huyen de estos
problemas no resueltos. Son problemas globales que no forman parte de la
agenda política de los gobiernos nacionales, a pesar de que de su solución
depende la supervivencia de la humanidad.

Yo creo que no existen alternativas realistas que no pasen por un salto de


calidad. Es decir, imponer límites y vínculos a los poderes salvajes de los
Estados más poderosos y de los mercados. Y eso solamente se puede realizar
con una constitución rígida a la que estén subordinados estos poderes.
Debemos ser conscientes de que solamente una constitución global puede
resolver estos problemas.

Su idea de una constitución mundial viene de antes, ¿pero la pandemia lo


ha reafirmado en sus teorías?

La pandemia ha sido una confirmación de esta necesidad. El virus no conoce


confines. Lo que pasa en China es relevante en Europa. Esto requiere una
respuesta global, coordinada. La ausencia de una Organización Mundial de la
Salud a la altura de tales desafíos se ha traducido en la falta de previsión y
también en la incapacidad para controlar los contagios.

Solamente una organización mundial podría adoptar soluciones homogéneas


en todo el mundo. Los fallos de esta institución creo que son los responsables
de los millones de muertos que ha ocasionado la pandemia. También la
guerra. Hoy tenemos el peligro real por primera vez desde el fin de la Guerra
Fría del estallido de un conflicto nuclear. Cuando se dice que Putin es el
nuevo Hitler, esto debería ser una preocupación.

Usted plantea en uno de los artículos de su constitución la supresión de los


ejércitos nacionales; la creación de un Estado Mayor de la Defensa Mundial
que vaya desarmando a las tropas de cada país. Justo cuando los países se
vuelven a blindar.
Es la vieja idea de Thomas Hobbes de esa naturaleza salvaje de los hombres.
Hoy la situación es mucho más peligrosa. Es una sociedad no de lobos
naturales, como los hombres, sino de lobos artificiales, como los Estados y los
mercados, que son dotados de una capacidad destructiva incomparable con
la capacidad destructiva de los hombres en el siglo XVII, cuando Hobbes
desarrolló sus ideas. Y sobre todo las catástrofes, el cambio climático, el
peligro de un conflicto nuclear. Son catástrofes irreversibles. Esto significa
que sería urgente y necesario, no solamente posible, una refundación de
estos pactos, porque existe el peligro de que no haya tiempo de un nuevo
nunca más.

¿En qué se concretan los límites a los poderes privados y estatales que
menciona?
En nuestra tradición filosófica, jurídica y política, la idea fundamental es que
el poder debe residir únicamente en el Estado y el mercado es un lugar
solamente para las libertades. Aquí existe un equívoco que se remonta a
[John] Locke: la identificación de propiedad, de iniciativa económica y de
libertad. Naturalmente, la iniciativa económica es un derecho fundamental.
Sin embargo, es un derecho que es también un poder. No podemos
considerar el mercado como un lugar únicamente de libertad. Es un lugar
también de poder.
El problema es dramático porque el mercado es global y la política es todavía
sobre todo local. Esta asimetría entre el carácter global de los mercados y el
carácter local de los Estados ha producido una inversión de la puerta entre
política y economía. No son los Estados los que gobiernan la economía,
garantizando la competencia entre las empresas, sino que la política se ha
subordinado a la economía, que es quien maneja la competencia entre
Estados, para ver quien propicia mejores condiciones para explotar a los
trabajadores, no pagar impuestos, devastar el medioambiente o plegarse a la
corrupción. Pasa igual con el rearme: lo provoca el lobby de las armas, que ha
corrompido gobiernos como el de Estados Unidos, donde no se puede
regular el comercio de armas. La producción de armas es una de las
actividades más criminales y yo creo que solamente una Constitución global
puede identificar y perseguir ilícitos.

Hay que volver a la idea de Hobbes del monopolio público de la fuerza, no


para crear bombas atómicas o misiles. Se trata simplemente de mantener la
fuerza necesaria para la actividad de las unidades de investigación de la
Policía, de la seguridad.
Conclusión
La Constitución de la Tierra es una propuesta ambiciosa que podría tener un
impacto profundo en el mundo. Si bien es una propuesta desafiante, también
es una propuesta necesaria si queremos afrontar los desafíos globales que
enfrentamos. Existen problemas globales que no forman parte de la agenda
política de los gobiernos nacionales, aunque de su solución dependa la
supervivencia de la humanidad: el calentamiento global, las amenazas a la
paz mundial, el crecimiento de las desigualdades, la muerte de millones de
personas todos los años por falta de agua potable, de alimentación básica y
de fármacos esenciales, o las masas de migrantes que huyen de las
condiciones de miseria y degradación de sus países.

Pero estas tragedias no son fenómenos naturales, ni tampoco simples


injusticias. Por el contrario, son violaciones masivas de los derechos
fundamentales estipulados en las diversas cartas constitucionales vigentes,
tanto nacionales como supranacionales. La humanidad se encuentra hoy ante
una encrucijada de la historia, seguramente la más dramática y decisiva:
sufrir y sucumbir a las múltiples catástrofes y emergencias globales, o bien
hacerles frente, oponiéndoles la construcción de idóneas garantías
constitucionales a escala planetaria, proyectadas por la razón jurídica y
política.
Solo una Constitución de la Tierra que introduzca un demonio planetario
para la tutela de los bienes vitales de la naturaleza, prohíba todas las armas
como bienes ilícitos, comenzando por las nucleares, e introduzca un fisco e
instituciones idóneas globales de garantía en defensa de los derechos de
libertad y en actuación de los derechos sociales puede realizar el
universalismo de los derechos humanos. El proyecto de una Constitución de
la Tierra no es una hipótesis utópica, sino la única respuesta racional y
realista capaz de limitar los poderes salvajes de los estados y los mercados en
beneficio de la habitabilidad del planeta y de la supervivencia de la
humanidad.

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