El Dorado
El Dorado
H ace mucho tiempo los europeos creían que en algún lugar del Nuevo Mundo, había una ciudad de oro.
Después de muchas expediciones, concluyeron que dicho lugar lleno de riquezas debía estar localizado
en alguna parte en lo que es hoy, Colombia. Los rumores decían que una tribu de nativos realizaba un
increíble ritual para apaciguar a una diosa. Vertían ofrendas de joyas preciosas en las aguas de un lago.
En la antigua tierra de los Chibchas, en las altitudes donde los Andes se dividen en la cordillera oriental y
central, el Lago Guatavita descansa. Bajo sus aguas vivía una serpiente, la diosa del lago, quien se decía alguna
vez había sido una mujer, llamada Chie.
Chie, era la esposa de un Zipa. Un jefe Chibcha quien estaba muy ocupado con su trabajo, sus planes y sus
otras esposas. Sintiendo el abandono de su esposo, Chie se enamoró de un guerrero. Al darse cuenta el Zipa
organizo un banquete en honor de su esposa.
Todos los asistentes festejaban hasta que el plato principal fue servido. Cuando Chie bajo la mirada vio la
cabeza de su amado servida en el plato. La mujer salió corriendo en llanto. Poco después sumida en la tristeza
caminó hacia las profundidades del lago Guatavita donde ahogo su angustia y se convirtió en una serpiente.
La diosa del lago.
El Zipa sintió remordimiento. Fue tras su esposa, pero ella ya se había ido. Los sacerdotes, conocidos como
Xeques dijeron que Chie estaba bajo las aguas, seguramente muerta. El Zipa los envió a recobrar el cuerpo,
pero la serpiente les dijo: ¡No se molesten!
Después de eso, el arrepentido esposo inicio una ceremonia en su honor que fue realizada desde entonces.
En la cual el suplicante marido cubierto en polvo dorado navegaba hacia el centro del lago en una balsa
cargada de ofrendas. Una vez allí, vertía los regalos en las aguas y se zambullía con la esperanza de
encontrarla. Pero siempre regresó sólo. Ya sea porque no la pudo encontrar o ella se rehusó a regresar. Nunca
se supo, él jamás lo dijo. Y así continuó el Zipa hasta el final de sus días.
Ese ritual que se había iniciado con el propósito de apaciguar a una afligida esposa, con el tiempo evolucionó
alrededor de la ceremonia de coronación del nuevo Zipa. Ahora se creía que la diosa del lago podía pesar el
corazón de un hombre y decir si era el adecuado para gobernar o si debía morir
La ceremonia se llevaba a cabo sobre una gran balsa de juncos. Alli se ubicaba el Cacique, lo untaban con un
barro pegajoso, o rociaban de pies a cabeza con oro en polvo. Así, completamente cubierto del metal
precioso, a sus pies colocaban incontables ofrendas de oro y esmeraldas, tan brillantes al sol que
encandilaban a la multitud apostada en las orillas de
la laguna.
La mayoría de los hombres que salieron en busca de este extraordinario lugar, murieron. Algunos fueron
muertos bajo las flechas de nativos, los mosquitos, el hambre o las balas. Otros se suicidaron o terminaron
una existencia miserable. Razón por la cual muchos asumieron que solo un valiente o un necio podría
encontrar El Dorado.