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LOS DEVORADORES DE HOMBRES:

EL CULTO A ZEUS LICEO Y LA LICANTROPÍA EN ARCADIA ∗

Fernando Lozano
Universidad de Sevilla

En una discusión en torno a la tiranía en su obra La República, el filósofo


griego Platón, que sirve de cicerone de excepción para este artículo, escribió las
siguientes palabras que hacen referencia al culto a Zeus Liceo en Arcadia
(Platón, República VIII 565 D-E):

-¿Y cuál es el principio de la transformación del jefe en tirano? ¿No está


claro que empieza cuando comienza el jefe a hacer aquello de la fábula
que se cuenta acerca del templo de Zeus Liceo en Arcadia?
-¿Qué fábula? –preguntó.
-La de que aquel que ha devorado entrañas humanas mezcladas con las
de otras víctimas se convierte necesariamente en lobo. ¿Acaso no
conoces ese relato?
-Lo conozco.

El texto recoge las tres características principales que se le atribuyeron en


la Antigüedad a este ritual: el sacrificio humano, el canibalismo y la licantropía.


El presente estudio se incluye en el marco del Grupo de Investigación HUM-545 de la Junta de

Andalucía. Quiero aprovechar estas líneas introductorias para agradecer a los profesores E. Ferrer y J. L.

Escacena la invitación a participar en el seminario De dioses y bestias, así como al público de dichas

sesiones que aportaron interesantes reflexiones y comentarios que he intentado incluir en el texto que

sigue.

1
Se trata de rasgos que lo convirtieron en un culto extraño, ajeno al bagaje
cultural típicamente griego.
El primer acercamiento a las pleitesías rendidas al Zeus Liceo debe pasar
por una introducción breve sobre el lugar en el que se celebraron: Arcadia. Esta
región ocupa el lugar central del Peloponeso (véase ilustración 1). Sus ciudades
más importantes son Licosura, la más antigua según la propia tradición griega,
y Megalópolis (JOST, 1985). Otras poleis importantes son Mantinea (TSIOLIS,
2002) y Tegea (PECS, s. v. Tegea: 889-890). El Monte Liceo, actualmente Monte
San Elías, y que en la Antigüedad fue conocido también como la montaña
sagrada, se encuentra en la región sudoeste de Arcadia cerca de Licosura y
Megalópolis.
El sustrato cultural de la región parece ser anterior a las invasiones
dorias; una idea de la que eran conscientes los propios arcadios que se definían
a sí mismos como “más antiguos que la luna” (véase en general BURKERT,
1983). Arcadia es una zona montañosa que se consideraba tradicionalmente
atrasada, como prueba el hecho de que su verdadera urbanización sólo se
produjera con la fundación de Megalópolis en el año 371 a.C. Otra muestra de
este secular atraso e incluso barbarie son sus conocidos rituales ancestrales de
carácter primitivo y terrible como los celebrados para Despona en Licosura y
Zeus Liceo en el monte Liceo.
Despona, "la señora", era hija de Deméter. En Arcadia se la adoraba
junto a su madre, su padrastro Anito y Artemisa (Paus. VIII, 37, 3-9). Había un
altar para su padre, Posidón Hipios. No se conoce el verdadero nombre de la
diosa pues se trataba de cultos mistéricos y la verdadera identidad de la
divinidad sólo era revelada a los iniciados. Como culto mistérico fue
influenciado por Eleusis, sobre todo en la representación de las divinidades
(cesto y cetro). No obstante, los rituales que incluían bailarines con máscaras de
animales y el sacrificio brutal en el megaron de su templo principal en Licosura
convierten al culto de Despona en típicamente arcadio (JOST, 1985: 172-179). La
pervivencia de estos cultos durante toda la Antigüedad queda atestiguada
gracias a su asociación con los rituales de adoración imperial; algo que también
sucedió, como se verá después, con los del Monte Liceo (IG V, 2, 515b, líneas 28-
29; consúltense también: TRUMMER, 1980: 180; JOST, 1985: 541, y TSIOLIS,
1999).

2
Esta imagen de arcaismo no se debe exclusivamente a la moderna
historiografía, sino que fue habitualmente compartida ya en la antigüedad por
los escritores griegos que consideraron a los arcadios atrasados y carentes de
una civilización elevada, una máxima que se plasmaba en su caracterización
como “comedores de bellotas”. Este atraso, real o ficticio, llevó pronto a la
aparición de otro tópico sobre arcadia, el de ser la región del romanticismo
pastoril por antonomasia. Se consolidaba, así, ya en la antigüedad, la dualidad
típica de esta región en la forma en la que se ha transmitido hasta el presente:
por un lado, la zona arcaizante y bárbara, en la que los dioses se aparecían con
frecuencia a los hombres; y en la que los humanos llevaban a cabo rituales
oscuros, lejanos y censurables, como los celebrados en Licosura y, muy
especialmente, en el santuario común a todos los arcadios, el de Zeus Liceo. Por
otro lado, Arcadia, fruto de ese arcaismo, que la hacía ajena y atrasada, se
convertía en el espacio ideal para la vuelta a los orígenes bonancibles de la
humanidad, al pastoreo y el amor inocente entre jovenes, tan del gusto de la
poesía helenística y sus seguidores posteriores en la cultura occidental
(CARDETE DEL OLMO, 2005).
De esta forma, Arcadia se convirtió en un tópico literario, en una región
de características estereotipadas. Imagen que se ha transmitido hasta la
actualidad. Las afirmaciones que se hicieron en la Antigüedad sobre esta
región están marcadas, por tanto, por esta imagen preconcebida y los estudios
historiográficos posteriores están, como se verá más adelante, frecuentemente
influídos, consciente o inconscientemente, por este sesgo de las fuentes
antiguas.

I. El mito de Licaón.

Varias fuentes clásicas transmiten el mito de Licaón. Los relatos, como es


habitual en la mitología griega, ofrecen numerosas variantes tanto de los
personajes protagonistas como del desenlace del mito. Con todo, el argumento
principal es común a todas estas distintas versiones. Higino ofrece una de las
exposiciones de conjunto más breves del mito en una de sus fábulas (Higino,
Fábulas CLXXVI):

3
Se dice que Júpiter visitó la casa de Licaón, hijo de Pelasgo, y violó
a su hija Calisto. De su unión nació Arcas que dio su nombre a esta tierra
[Arcadia]. Pero los hijos de Licaón quisieron someter a Júpiter a una
prueba para saber si era un dios, de forma que mezclaron carne humana
con la de otra victima y se la ofrecieron después en un banquete.
Cuando la divinidad se dio cuenta, tiró furioso la mesa y mató con sus
rayos a los hijos de Licaón [...] Júpiter transformó la apariencia de su
padre en la de un lobo.

El interés de la versión de Higino es que presenta de forma concisa los


elementos comunes que permiten explicar, o ayudan a conocer, los rituales que
se llevaron a cabo en el monte Liceo. Sin embargo, como se indicó antes, las
variantes, así como otros elementos del mito, resultan también del máximo
interés.
Así, por ejemplo, en el relato de Pausanias, Licaón aparece como el rey
civilizador de Arcadia, que llevó a cabo la fundación de Licosura, la primera
ciudad de la región, y los juegos a Zeus Liceo (Pausanias, Descripción de Grecia
VIII, 2, 1):

Licaón, el hijo de Pelasgo, realizó las siguientes invenciones,


todavía más inteligentes que las de su padre: fundó la ciudad de
Licosura en el Monte Liceo, dio a Zeus el nombre de Liceo y fundó los
Juegos Liceos […]

En la versión de Pausanias Licaón no mantuvo su sabiduría en sus


relaciones con los dioses, pues “llevó al altar de Zeus Liceo a un niño recién
nacido, lo sacrificó y derramó como libación su sangre sobre el altar, y dicen
que él inmediatamente después del sacrificio se convirtió en lobo” (Pausanias,
Descripción de Grecia VIII, 2, 3). Sin embargo, en otros relatos, como el
anteriormente citado de Higino, Licaón no diseñó el sacrificio, sino que fue
víctima de la impiedad de sus hijos. Así, por ejemplo, lo relata Nicolás de
Damasco (frag. 43):

Licaón, hijo de Pelasgo y rey de Arcadia, mantuvo las


instituciones de su padre de forma virtuosa. Y deseando mantener a sus

4
súbditos, como había hecho su padre, alejados de la impiedad, decía que
Zeus le visitaba con frecuencia, vestido como un extranjero […] En una
ocasión, como dijo él mismo, al encontrarse a punto de recibir al dios,
ofreció un sacrificio. Sin embargo, algunos de sus cincuenta hijos, que
tuvo, según se dice, de muchas mujeres, estaban presentes en el sacrificio
y, deseando conocer si en verdad iban a ofrecer hospitalidad a una
divinidad, decidieron sacrificar un niño y mezclaron su carne con la de la
víctima en la creencia de que su acción sería descubierta si el huesped era
en verdad un dios. Pero dicen que la divinidad provocó grandes
tormentas y truenos y que perecieron todos los que habían participado
en la muerte del niño.

Lo mismo sucede con la versión de Apolodoro que enfatiza el puesto que


ocuparon los hijos de Licaón en la trama del engaño a los dioses (Apolodoro,
Biblioteca III, 8, 1-2):

Volvamos ahora a Pelasgo, que según Acusilao era hijo de Zeus y


Níobe […] De Pelasgo y la oceánide Melibea, o según otros de la ninfa
Cilene, nació un hijo, Licaón, que siendo rey de los arcadios engendró
cincuenta hijos en muchas mujeres […] Éstos superaban a todos los
hombres en orgullo e impiedad. Zeus, deseoso de probar su impiedad, se
les presentó bajo el aspecto de un jornalero. Ellos le ofrecieron su
hospitalidad, y habiendo degollado un niño de los nativos, mezclaron
sus entrañas con la víctima de los sacrificios y se lo ofrecieron, instigados
por Ménalo, el hermano mayor. Zeus, asqueado, derribó la mesa en el
lugar que ahora se llama Trapezunte, y fulminó a Licaón y a sus hijos
[…]

Según estas leyendas, en el pasado original de Grecia los dioses bajaban a


la tierra y honraban en ocasiones a los hombres, como es el caso de Licaón, con
su visita. En uno de esos encuentros, se produce el intento de engaño. La
divinidad, con todo, descubre la farsa y tira por tierra la mesa en la que se iba a
celebrar el banquete. De esta forma, pone fin tanto física como simbólicamente
a la comensalidad entre dioses y hombres, y, por tanto, quiebra
ineluctablemente el fundamento básico de la sociedad humana. Como recoge

5
Pausanias: “En efecto, los hombres de entonces por su justicia y su piedad eran
huéspedes y compañeros de mesa de los dioses y, cuando eran buenos, los
dioses manifiestamente los honraban, y de la misma manera, cuando pecaban,
caía su ira sobre ellos” (Pausanias, Descripción de Grecia VIII, 2, 4). Como castigo
a la transgresión, Zeus convierte a Licaón en lobo y elimina a la mayor parte de
sus hijos.
Pero la ruptura de la comunión entre dioses y hombres no fue suficiente
en algunos relatos para limpiar la impiedad de los arcadios, de forma que se dio
un castigo general a la humanidad: el diluvio en época de Deucalión. Así, en
efecto, se pronuncia Apolodoro que recogió la tradición según la cual “hay
quienes aseguran que se produjo [el diluvio] por la impiedad de los hijos de
Licaón” (Apolodoro, Biblioteca III, 8, 2).
De esta forma, la historia de Licaón y su desgraciado final, entronca
directamente con otros ciclos de leyendas, en especial, los relativos a sus
descendientes que se encuentran también en la base de la identidad arcadia. En
efecto, en algunas versiones no todos los hijos del rey fueron exterminados.
Gea, por ejemplo, en Apolodoro, salvó a Nictino de la cólera de Zeus y permitió
que reinara sobre los arcadios en vez de convertirse en lobo como su padre y
sus hermanos. Sin embargo, el superviviente más interesante es Arcas, hijo
nacido de la unión de Níobe, convertida en osa, y Zeus. Este personaje fue,
según algunos relatos (Eratóstenes, Catast. 8; Higino, Astron. II, 4, y schol.
German. P. 64, 15), la propia víctima que sirvió Licaón al primero de los dioses.
El final del ciclo mítico de Arcas es también trágico, pues tras ser resucitado de
la muerte sacrificial por su padre divino, fue criado por un cabrero hasta que se
hizo mayor y pudo reinar sobre los arcadios, a los que da nombre. Sin
embargo, su afición a la caza lo llevo a perseguir a una osa, que no era otra que
su propia madre, en las montañas que rodean al monte Liceo, y a darle caza;
convirtiéndose, de esta forma, en matricida involuntario. En otra versión Arcas
no mata a su madre, sino que se aparea con ella. En cualquier caso, el acto se
produce en una zona prohibida del santuario del monte Liceo, sobre la que se
discutirá más abajo, y tanto Arcas como Níobe son sacrificados para expiar su
transgresión.
Además de la importancia obvia del mito para la explicación de los
rituales, es necesario destacar que estas leyendas han sido, junto al epíteto de la
divinidad, las mejores guías con las que han contado los investigadores para

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establecer cuáles fueron las características propias y el carácter original de la
divinidad honrada en el santuario del Monte Elías. Se trata de una cuestión
compleja que supera los límites propuestos para esta publicación, que se
circunscriben en concreto a los rituales practicados en el santuario. No
obstante, antes de centrarme más detenidamente en este asunto, estimo que
puede ser conveniente mencionar, aunque sea brevemente, las interpretaciones
principales que se han realizado sobre la deidad y su función.
Como se ha señalado, las características de la divinidad honrada en el
monte Liceo se han inferido a partir del mito y la etimología del epíteto de
Zeus. Con todo, existen varias interpretaciones distintas sobre el carácter de la
deidad. Así, para algunos investigadores, el Zeus Liceo era un dios de la luz y,
por tanto, una advocación meteorológica. Otros historiadores, piensan que se
trataba de un dios de la fecundidad (COOK, 1914, vol. 1, págs. 63-68). Se basan
para llegar a esta conclusión en un texto de Plinio que explica los extraños
rituales llevados a cabo en las inmediaciones del santuario (Plinio, Historia
natural VIII, 34):

Evantes, que merece crédito entre los autores de Grecia, escribe


que los arcadios cuentan que un miembro de la familia de un tal Anto,
elegido a suertes de entre su pueblo, es llevado a una laguna de la región
y que, tras colgar sus vestidos de una encina, se echa a nadar y se dirige a
unos parajes solitarios y se transforma en lobo, uniéndose con otros de la
misma especie durante nueve años. Y añaden que, siempre que se haya
mantenido alejado de los hombres, vuelve a la misma laguna y, tras
cruzarla a nado, recobra su forma, habiéndose añadido a su anterior
aspecto el envejecimiento de nueve años; e incluso que recupera la
misma ropa. ¡Es pasmoso hasta donde llega la credulidad griega!

La versión de Plinio es el fundamento para afirmar que el santuario era


de la encina. Piccaluga desarrolla en estas mismas líneas su propia
interpretación, pero concluye que el mito de Licaón se articula en torno al agua
y la génesis y reproducción del mundo (PICCALUGA, 1968, págs 68-84).
Por último, la interpretación más extendida consiste en la identificación
de Zeus Liceo con un dios lobo. Desde el punto de vista etimológico, con todo,
no es sostenible la noción de que Lycaios derive en última instancia de Lukos.

7
Sin embargo, como queda patente en el mito, la centralidad del lobo resulta
clara, y, por este motivo, gran parte de los historiadores que se han centrado en
el estudio de la divinidad tutelar del santuario arcadio, unen al dios Zeus con el
lobo. No obstante, esta valoración positiva de la vinculación entre el animal y la
deidad tampoco se ha plasmado en un acuerdo general en la valoración
concreta del carácter último de la divinidad, pues, nuevamente, las
interpretaciones oscilan desde la asignación de un valor ctónico hasta la
asociación de las prácticas con un dios-grano de esencia fecunda (véanse en
última instancia BURKERT, 1983, y CARDETE DEL OLMO, 2005, sección
5.3.2.a).
Esta divinidad de carácter tan discutido se adoraba en un santuario que
presenta unas particularidades sumamente interesantes y, en buena medida,
ajenas a la tradición típica de Grecia. De esta forma, desde el punto de vista
arquitectónico y espacial, el santuario del monte Liceo también resulta
excepcional, y, al igual que los rituales que se llevaban a cabo en él, el propio
lugar sagrado estaba rodeado de muchas leyendas y tabúes.
La importancia del santuario del monte Liceo en el imaginario religioso
de los arcadios radica en dos extremos: por un lado, su protagonismo se debe a
que fue en este lugar en el que se llevaron a cabo las transgresiones de Licaón
que originaron, según el mito, los rituales posteriores; pero, por otro lado, una
leyenda muy extendida hacía del monte Liceo también el hogar primitivo en el
que dos ninfas criaron a Zeus (BURKERT, 1983).
El santuario consagrado al Zeus Liceo se dividía en dos zonas. La zona
alta estaba reservada al altar y el temenos de la divinidad, mientras que la parte
baja incluía el conjunto de edificios y espacios destinados a la celebración de las
fiestas sagradas, las liceas, que acompañaban al culto al primero de los dioses.
En la parte alta había, a decir de Pausanias, “un montón de tierra que es un altar
de Zeus Liceo desde el que se ve el Peloponeso en su mayor parte. Delante del
altar hay dos columnas hacia la salida del sol, y sobre ellas había antiguamente
unas águilas doradas” (Pausanias, Descripción de Grecia VIII, 2, 7). Junto al altar
y las columnas, un camino procesional formado por 10 basas cuadradas unía la
cima con el temenos de la divinidad (para el santuario, véase CARDETE DEL
OLMO, 2005, sección 5.3.1.a).
Los hombres tienen prohibida la entrada a este espacio sagrado, pues es
el lugar en el que según los arcadios se producía la epifanía de la divinidad: un

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espacio reservado en exclusividad para los dioses. Los castigos para aquellos
que infringían esta norma eran terribles. Considerese, en este sentido, las
noticias que recoge Pausanias en su Periegesis (Pausanias, Descripción de Grecia
VIII, 2, 6):

El monte Liceo presenta, entre otras cosas dignas de admiración,


especialmente la siguiente. En él hay un recinto sagrado de Zeus, al que
los hombres no pueden entrar. El que descuide la ley y entre, es
totalmente inevitable que no viva más de un año. También se decía los
siguiente: que todo lo que hay dentro del recinto sagrado, tanto hombres
como animales, no tiene sombra; y por esto, cuando un animal se refugia
en el recinto sagrado, el cazador no pretende caer sobre él, sino que le
aguarda afuera, y aunque ve al animal, no ve ninguna sombra.

La parte baja del santuario reunía los espacios para los juegos que
acompañaban, como se indicó antes, los rituales de Zeus. Se trata de un
hipódromo y un estadio, cuyos restos pueden ser observados todavía en la
actualidad. Junto a ellos se encontraba un santuario de Pan.

II. El culto a Zeus Liceo: sacrificio humano, canibalismo y licantropía.

Una vez presentado tanto el mito fundacional de los rituales, como la


divinidad protagonista y su lugar de morada entre los hombres; me detengo a
continuación a explicar de forma más detallada los rituales que conformaron el
culto en la cima del Monte Liceo y a exponer una breve relación histórica de la
evolución del culto. Como se mostró al principio, siguiendo la información
transmitida por Platón, los rituales contaban con tres elementos que los hacían
ajenos, o al menos singulares, en la tradición ritualística griega. Se trata del
sacrificio humano, el canibalismo y la licantropía. Estos tres aspectos eran
muestras terribles de la relación de los hombres con sus dioses y solían ser
prácticas que los propios griegos asignaban a los pueblos atrasados y bárbaros.
La sensación de alienidad de los cultos arcadios se ve acrecentada, además, por
su unión en un solo ritual, es decir, por la suma de tres comportamientos
divergentes en una sóla ocasión.

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Los primeros restos arqueológicos que constatan la actividad cultual en
la cima del monte Liceo son del s. VII a. C., aunque esto no quiere decir, por
supuesto, que los rituales en la cima no fueran anteriores. Es en estos
momentos, durante el arcaismo griego, cuando el santuario se dotó de la
fisonomía con la que nos ha llegado a nosotros.
Entre el siglo VII y el IV a. C. el santuario estuvo controlado por las
poblaciones del sudoeste arcadio, los parrasios, aunque pronto pasó a
considerarse un lugar de culto común a todos los arcadios. Durante este
período aparecen las primeras menciones a las grandes fiestas sagradas que se
empleaban para adorar a Zeus. Se trata de las fiestas Liceas, de carácter
principalmente deportivo. Estas fiestas gozaron de gran prestigio entre los
griegos e incluso fueron las que, en opinión de los propios romanos, se copiaron
para crear las lupercalias en Roma.
El siglo IV a. C. supuso un cambio importante en los rituales, pues fue
cuando se fundó Megalópolis (371) y, con el fin de prestigiar el nuevo centro
político, los espacios cultuales del monte Liceo se duplicaron en la ciudad,
donde pronto empezaron a celebrarse fiestas idénticas a las que se llevaban a
cabo de forma tradicional en la cumbre del monte. Poco a poco, el santuario
gemelo de Megalópolis fue tomando preemiencia sobre el espacio cultual
original situado en la cumbre del monte Liceo. El resultado final es que las
fiestas dejaron de realizarse en el Liceo y se traspasaron definitivamente a
Megalópolis a lo largo del período helenístico. Con seguridad antes de la
llegada de Augusto al poder imperial.
Pero las fiestas liceas no terminaron aquí su andadura. La recuperación
de las tradiciones, en una reinvención consciente del pasado, llevó a los
emperadores a dar un nuevo impulso a las fiestas pretéritas que gozaban del
favor de los griegos. Así, ocurrió que las fiestas liceas, ya asentadas en el
santuario de Megalópolis, siguieron realizándose, pero con la innovación de la
incorporación al culto de Zeus de unos compañeros de excepción, los propios
emperadores romanos. Este hecho queda atestiguado por la aparición de varios
epígrafes en los que se menciona a los ganadores en estos festejos (LOZANO,
2007, cáp. 4).
A partir de la aparición de Megalópolis y el traslado del culto a la ciudad,
el interrogante principal que se plantea es qué ocurrió con el santuario original
del monte Liceo. Desgraciadamente las fuentes con las que contamos para

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solucionar este enigma no son muchas, pues este espacio sagrado ha sido
excavado sólo una vez, a principios del s. XX, por una expedición griega, que
aportó escasa información y centrada, además, en el período arcaico y clásico
del yacimiento.
Las fuentes históricas también son parcas en detalles, aunque dos
noticias permiten concluir que el santuario había dejado de tener una afluencia
importante de personas y que los objetos principales del culto habían sido
trasladados, como se indicó antes, a Megalópolis. La primera de estas
menciones es Estrabón que indicó casi de pasada que el templo de Zeus Liceo
en el monte San Elias seguía siendo honrado aunque sólo ocasionalmente
(Estrabón VIII, 8, 2). La segunda mención expresa al santuario nos llega
nuevamente del periegeta Pausanias. Su descripción es sumamente interesante
pues informa, por una parte, de la pérdida de esplendor del santuario, pero, por
otra parte, menciona que el tradicional espacio sagrado seguía siendo lugar de
culto de los fieles arcadios. Por último, Pausanias deja entrever que los rituales
que se llevaban a cabo en el monte Liceo conservaban su carácter terrible y
transgresor (Descripción de Grecia VIII, 38, 7): “Sobre este altar hacen sacrificios a
Zeus Liceo en secreto. No era agradable para mí preguntar indiscretamente
sobre este sacrificio. Sea como es y como lo fue desde el principio”. El relato de
Pausanias nos pone en relación con un conjunto de rituales, que ya hemos
mencionado, sobre los que era, “mejor no hablar” y dejar que se llevaran a cabo
“como venían realizándose desde tiempo inmemorial”.
El elemento central de los rituales mencionados por el autor griego es,
por tanto, el sacrificio humano. Sin embargo, la historiografía no es unánime a
la hora de dar una definición sobre qué puede considerarse como tal. Algunos
historiadores afrontan la cuestión aportando un catálogo pormenorizado de las
distintas formas de muerte humana en contexto sagrado. Dentro de esta
corriente explicativa, la situación intermedia es la de los estudiosos que
diferencian entre el “ritual killing” funerario, así como otras formas de muerte
humana por causas diversas, como pueden ser las penales; frente al sacrificio
humano propiamente dicho que ellos entienden como el ritual en el que la
muerte de la víctima se ofrece a alguna divinidad o poder sobrenatural. Frente a
estos investigadores se encuentra otra corriente interpretativa que defiende que
toda muerte humana en ámbito religioso puede y debe considerarse sacrificio

11
(véase en especial MARCO SIMÓN, 1999. Sobre el sacrificio humano en Grecia
véanse HUGUES, 1991, BONNECHERE, 1994).
Dejando a un lado, por tanto, las consideraciones generales sobre el
sacrificio humano, en el caso del monte Liceo, el ritual ofrecido a la divinidad,
al menos en la forma en la que se nos ha transmitido, entraría claramente en las
dos definiciones de sacrificio humano. Se trata de un tipo de sacrificio que se
aleja de las prácticas tradicionales y más comunes en Grecia, que consistieron
en el sacrificio animal y la realización de ofrendas vegetales o libaciones en
honor de la divinidad (véase ilustración 2). Tanto la muerte ritual de un ser
humano como el sacrificio animal, tienen una representación iconográfica
análoga, como queda patente en la ilustración 3. Esta cercanía plástica se
plasma en un mismo desenlace, en especial en el caso de los rituales del Monte
Liceo, ya que en ambos casos los sacrificios concluían en la ingesta de la
víctima. Y es precisamente el canibalismo, ineludiblemente ligado al sacrificio
humano en el caso del monte Liceo, la causa mítica de la transformación en lobo
de los hombres que participaban en los rituales.
Varios textos atestiguan esta relación, como por ejemplo el de Porfirio en
el que se relaciona el sacrificio humano con el canibalismo y la consiguiente
transformación en lobo de los participantes. En el De Abstinencia se presenta
una evolución en la que los hombres pasan de un origen bucólico en el que
realizaban sacrificios no cruentos a un estadio intermedio en el que se llevaban
a cabo sacrificios humanos; un paso que se vió superado por el paso a las
víctimas animales, salvo en Arcadia, y que debía completarse, según su
pensamiento, con el retorno a los rituales no sangrientos.

Desde un principio, pues, los sacrificios a los dioses se hicieron


con los frutos de las cosechas. Pero con el tiempo nos desentendimos de
la santidad y, porque también las cosechas resultaron escasas, ante la
falta de un alimento normal, los hombres se lanzaron a comerse entre sí.
Entonces suplicaron a la divinidad con abundantes plegarias y
ofrendaron, a los dioses, en primer lugar, sacrificios de ellos mismos,
consagrándoles no sólo lo más hermoso que había en ellos, sino también
añadiéndoles en la ofrenda lo que, de su especie, distaba de ser lo más
hermoso. Desde entonces hasta nuestros días se realizan sacrificios
humanos en los que todo el mundo participa, no ya en Arcadia, durante

12
las fiestas en honor de Zeus Liceo, y en Cartago, en honor de Crono, sino
que periódicamente, recuerdo de los usos tradicionales, rocían los altares
con sangre de su misma especie, aunque entre ellos mismos la ley divina
prohiba estos ritos sagrados, por medio de las aspersiones y mediante la
proclama de los heraldos a cualquiera que sea culpable de
derramamiento de sangre humana en época de paz (Porfirio, De
Abstinentia II, 27, 2).

Esta explicación de los rituales del monte Liceo, que ya vimos expuesta
por Platón, aparece corroborada asimismo en Pausanias y las otras menciones
del mito. Se trata, además, de una exégesis de los rituales que se aplica a varias
historias contadas sobre atletas, tanto en Plinio, como en el mismo Pausanias y
San Agustín, que habían vivido como lobos durante nueve años conseguían
retomar a su forma humana después de pasar un período igual de tiempo sin
consumirla, y después fueron victoriosos en las competiciones. Según el
periegeta (Descripción de Grecia VI, 8, 2) :

Respecto a un púgil, un arcadio de Parrasia, de nombre Damarco,


no puedo creer, con excepción de su victoria en Olimpia, todo lo que
cuentan hombres charlatanes acerca de cómo se transformó en lobo en el
sacrificio de Zeus Liceo, y cómo diez años después de esto se convirtió de
nuevo en hombre. Tampoco me parece que los arcadios cuenten esta
historia sobre él, pues habría sido registrada en la inscripción de
Olimpia.

San Agustín se hizo eco de la misma historia en su Ciudad de Dios


(XVIII, 17):

Varrón […] relata otras cosas no menos increibles acerca de esa


famosa bruja, Circe […] y también sobre los arcadios que, tras echar
suertes, cruzaban a nado una poza y en la otra orilla se convertían en
lobos y vivían entre esas bestias en los parajes solitarios de esa región.
Pero si no comían carne humana, tras cruzar de vuelta la poza al cabo de
nueve años, recuperaban su forma humana. Incluso este autor mencionó
el nombre de un tal Demeneto, que participó en el sacrificio de un joven

13
que los arcadios llevaban a cabo en honor de Zeus Liceo, y se transformó
en lobo. A los diez años recuperó su propia forma y se entrenó en el
boxeo, consiguiendo vencer en los juegos olímpicos.

En relación con la licantropía como resultado del sacrificio humano y la


ingesta de la carne de la víctima, es necesario realizar algunas puntualizaciones,
pues se trata de un término que se aplica a dos cuestiones distintas (BUXTON,
1987, ). Por un lado, licantropía es el nombre que recibe una patología psicótica
que se caracteriza por la creencia del paciente en que se había convertido en un
lobo. Aunque esta patología se conoció en la antigüedad (véase la literatura al
respecto en BUXTON, 1983, págs. 67-68), fue mucho más abundante en la edad
media. Y, de forma marginal, ha perdurado hasta nuestros días. En España el
caso más famoso de licantropía fue el de un buhonero de Galicia a finales del
siglo XIX que creía convertirse en lobo y, movido por la pasión animal de la
fiera, asesinó a varias personas hasta que fue detenido (esta historia fue
novelada y llevada al cine, posteriormente, con el título de El bosque del lobo).
Los síntomas de la enfermedad durante la Antigüedad fueron que los pacientes
solían enfermar de noche (en especial en febrero) y lo hacían frecuentemente en
el entorno de los cementerios. Una vez en este contexto se comportaban como
lobos. Por otro lado, licantropía es también el término que se utiliza para
denominar la creencia en que los hombres podían convertirse en lobos, es decir,
para denominar la creencia en que una transformación como esta que van a ver
a continuación podía llevarse a cabo. Se trata, asimismo, de una creencia muy
extendida tanto en la Antigüedad como en la Edad Media y Moderna
(BUXTON, 1983, passim).
Como conclusión al presente artículo, es necesario detenerse en la
valoración que la historiografía ha realizado de este conjunto de rituales que
unían el sacrificio humano, el canibalismo y la consiguiente conversión en lobo
de los transgresores. La literatura académica del s. XIX y primera mitad del XX
osciló en su interpretación de los rituales desde la negación rotunda de la
propia posibilidad de su existencia, cuyo máximo exponente es G. Murray
quien afirmó que “human sacrifice is barbaric, not greek”, hasta la aceptación
claudicante y sólo basada en el arcaismo propio de Arcadia. Un ejemplo de esta
segunda aproximación se encuentra en La rama dorada de Frazer quien, pese a
aceptar los rituales, afirmó en dicha obra que el sacrificio humano era más

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propio de la barbarie oriental que de la humanidad que caracterizaba a los
griegos. (Sobre la adscripción apriorística de los rituales a Oriente, véase el
interesante artículo de STEEL, 1995.)
Este estado poco desarrollado del debate terminó con la renovación del
interés académico por el sacrificio humano en la década de los 80. Dicho
resurgir se produjo como consecuencia de la aparición del libro de Arens, The
Man-Eating Myth. Con posterioridad, ya en el ámbito de la Antigüedad, tres
autores, Henrichs, Hugues y Bonnechere, publicaron obras en las que
retomaban con nuevo interés el asunto. Los tres negaban con vehemencia la
posibilidad de que los griegos hubieran llevado a cabo sacrificio humano.
Bonnecher llega incluso a afirmar que “el sacrificio humano fue considerado
por los griegos como una práctica propia de los bárbaros y que se encontraba,
por tanto, en oposición radical al ideal helénico” (nótese, en este sentido, la
cercanía con los postulados anteriores de Murray y Frazer). Unas líneas
argumentales muy parecidas siguieron los otros dos autores.
En la actualidad, se vislumbran dos tendencias en relación con el
sacrificio humano en Grecia en general y los rituales del monte Liceo en
particular. Por un lado, una aproximación muy extendida consiste en analizar a
los griegos como a las demás sociedades del Mundo Antiguo, de forma que
muchos estudios apuntan a que es un sesgo en las investigaciones sobre
sacrificio animal aceptar sin dificultad los sacrificios de los cartagineses pero
negar las mismas fuentes cuando nos hablan de los rituales griegos (STEEL,
1995; véase también WIEDEMANN, 1986).
Por otro lado, el influyente historiador W. Burkhert ha orientado sus
investigaciones en una nueva línea de aproximación que busca más explicar el
contexto social del ritual que su veracidad concreta. Para Burkhert el sacrificio
humano, el canibalismo y la licantropía tuvieron un carácter iniciático y
marcaban el paso de la infancia a la edad adulta de los adolescentes arcadios, en
una manifestación análoga a las Krypteia espartanas.
Para este autor, por tanto, la veracidad de las prácticas pierde gran parte
de su sentido; es más, el historiador afirma que el sacrificio y el canibalismo no
fueron reales desde un punto de vista físico, sino que sólo pueden considerarse
reales en el ámbito imaginario. Su importancia radica, de esta forma, en la
creencia compartida en la eficacia de los rituales y en la participación colectiva
en unas prácticas que entrañaban la ingesta de un miembro del grupo como

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procedimiento para el paso de una etapa vital a otra. La noción según la cual los
rituales del monte Liceo eran en última instancia constituyentes de una
hermandad secreta de hombres-lobos, que propugna Burkert, ya fue esbozada
por Frazer y retomada con posterioridad por Gernet (1980, págs. 136-150; hay
varios ejemplos antropológicos que sirven de modelo para la sociedad de lobos
arcadios, véase ALMAGRO GORBEA, 1996).
La opinión de Burkert goza actualmente del favor de la mayor parte de
los investigadores (véase, por ejemplo, CARDETE DEL OLMO, 2005, sección
5.3.2.a). No obstante, la prestigiosa historiadora M. Jost, que está de acuerdo con
el carácter iniciático que se le ha atribuido a los ritos del liceo, niega la
adscripción al plano de lo imaginario de los rituales bestiales; para ella, el
sacrificio humano se llevó a cabo y apoya su opinión en datos arqueológicos
recientemente encontrados (BAMMER, 1998). La propia alienidad de los cultos,
sentida tanto en la Antigüedad como en nuestros días, dificulta el consenso: el
monte Liceo, como en época de Pausanias, sigue guardando celosamente sus
secretos.

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