¿Qué Significa Hoy La Palabra Cultura'
¿Qué Significa Hoy La Palabra Cultura'
¿Qué Significa Hoy La Palabra Cultura'
JAVIER GOMÁ
13/01/2018 00:05 | Actualizado a 13/01/2018 16:53
Cultura es, sin duda, una de esas palabras trascendentes y ambiguas. Cuando
hablamos de cultura, ¿qué queremos decir? Observamos que el contexto puede
hacer mutar el uso del vocablo, muchas veces sin elevar esa mutación a un
plano consciente entre los hablantes, lo que es fuente de muchos
malentendidos o de acuerdos sólo aparentes. Parece útil, en consecuencia,
enunciar sus principales usos. Son cuatro.
1. Imagen e interpretación
Miramos las cosas a partir de una imagen del mundo, una constelación mental
de evidencias inconscientes, históricas y de origen social. La imagen del
mundo de los hombres de la antigüedad no coincide con la imagen del mundo
moderna. Los antiguos griegos, de mentalidad mítica, contemplaban la Vía
Láctea y creían ver manchas de leche derramada por Hércules al mamar del
seno de su madre, mientras nosotros, los modernos, de mentalidad científica,
vemos allí ciertas formaciones de materia que llamamos galaxias. Aunque se -
enfrenten a la misma realidad, el francés, con toda la persuasión de una
evidencia no problemática, ve un mundo distinto del que ve el chino y esa
disparidad obedece a unas lentes –la cultura– que crean para él una óptica
particular. Y como ocurre con las gafas para el miope, la cultura no es algo que
nosotros veamos sino precisamente la condición de posibilidad de la visión,
aquello que, siendo invisible para nosotros, nos faculta para ver las cosas,
incluyéndonos a nosotros mismos.
No otra cosa sucede con el mundo real en el que vivimos, nos movemos y
existimos. El mundo entero –desde los minerales al ser supremo pasando por
los estadios intermedios– se parece a uno de esos libros ocasionados a una
pluralidad de interpretaciones posibles. Y nosotros estamos condenados a
conocerlo no directamente –no existe un conocimiento auténtico, puro o
directo de los hechos–, sino a través de ese rodeo que son las palabras que lo
interpretan. Y las palabras del lenguaje natural y cotidiano, a las que están
adheridos sentidos y significados con los que construimos nuestra
interpretación –palabras como justicia, dignidad, valentía, verdad o belleza–,
no las hemos creado nosotros individualmente, las tomamos prestadas de
nuestra lengua materna: el francés, el chino. De manera que nadie conoce en
rigor la realidad desnuda que experimenta cada día (la cosa misma), sino que
la lee y la interpreta, y ambas operaciones las realiza dentro del universo
lingüístico de su lengua materna, la cual enmarca el número limitado de
interpretaciones posibles del mundo para un individuo de esa comunidad y de
ese tiempo (un francés de hoy, un chino de hoy). Decimos cultura francesa o
cultura china y con ello nos referimos, pues, a esa interpretación general del
mundo que la mayoría de los franceses y de los chinos comparten por el hecho
de usar la misma lengua para comunicarse entre ellos y para comprenderse a sí
mismos.
2. Las obras
Las obras más perfectas producidas por esta minoría atraen, con el paso del
tiempo, a veces no sin vacilaciones iniciales, la admiración de las personas de
buen gusto y, después, suscitan la aclamación general de la sociedad, que las
recibe como modelos y las integra con orgullo en el glorioso canon patrio. La
metáfora lingüística de la primera acepción de la cultura presentaba esta como
una interpretación del mundo formada por palabras del lenguaje natural que
cada individuo toma en préstamo de la sociedad. Ahora bien, este lenguaje se
halla en permanente mutación, como la sociedad misma. ¿Quién promueve
esa renovación? Esos pocos hombres y mujeres dominados por una vocación
inútil, que enriquecen el caudal del lenguaje común fundando nuevas palabras
o inventando nuevos significados para estas. A través de esa labor innovadora,
dicha minoría contribuye a actualizar la futura interpretación del mundo de la
comunidad: definen el diccionario de las palabras que tomarán en préstamo
las generaciones venideras.
Como escribe Mallarmé en Le tombeau d’Edgar Poe , el cometido del poeta es,
en último término, “dar un sentido más puro a las palabras de la tribu” (
donner un sens plus pur aux mots de la tribu). Pureza entendida aquí como
palabras despojadas de anacronismo. Pureza, en fin, como contemporaneidad.
3. La industria cultural
Al saltar del taller al mercado, la obra soporta la tensión entre dos polos
antagónicos: por un lado, la fidelidad del autor a la vocación y su devoción a la
perfección de la obra; por otro, la ley del mercado, los usos del negocio y el
máximo beneficio empresarial. La tensión, en fin, entre lo que tiene dignidad y
lo que tiene precio.
A fines del siglo XIX, por ejemplo, sólo una minoría letrada y cultivada podía
leer una novela y era potencial compradora de ella. A fines del XX, la serie de
Harry Potter se ha vendido en todos los rincones del mundo, después de una
campaña publicitaria a escala planetaria que recurre a todas las formas
imaginables de mercadotecnia, incluidas costosísimas y espectaculares
producciones de Hollywood. Dickens ganó dinero con sus novelas mientras
que J.K. Rowling con las suyas se ha convertido en una de las mayores fortunas
de su país y ha disparado los beneficios de múltiples empresas que han
negociado los derechos de su obra.
4. Política cultural
He aquí, pues, las cuatro formas principales de decir cultura. Por descontado,
son formas ideales y en la experiencia nos encontramos personas o
instituciones que encarnan con gran pureza alguna de esas cuatro formas,
pero más frecuentemente una hibridación de varias de ellas. Todos conocemos
maestros en una de las bellas artes que demuestran serlo adicionalmente en el
arte de ganarse la vida y de autopromocionarse como el más industrioso de los
empresarios lo haría con uno de sus productos en venta. Hay quienes sienten
su vocación, pero esta no les interpela con una intensidad tal que absorba la
totalidad de sus energías y en consecuencia llenan su vida con otras
ocupaciones que no redundan en obra propia sino que giran en torno a la de
terceros. O aquellos otros que sí experimentan una vocación totalizadora, pero
su fidelidad a esta se resfría por la seducción de un éxito rápido, una
notoriedad mediática pasajera o la ansiedad de un buen contrato mercantil.
Puede ocurrir que una obra, fruto excelente de una genuina vocación, obtenga
un éxito sensacional de ventas: la dignidad se alía entonces con el precio y la
industria explota la vocación hasta casi extenuarla. Una alianza de esta clase se
observa, por ejemplo, en la incesante reedición de los clásicos de la literatura
universal, que se definen por ser auténticos long sellers. Por último, no debe
faltar la mención, como expresión eminente de ese mestizaje de formas, de la
actividad que llevan a cabo las fundaciones culturales y otras instituciones
análogas del sector no lucrativo: participan de las técnicas de gestión
industrial pero idealmente les anima un interés general, no privado, análogo al
que, por ley, han de seguir las administraciones de la política cultural.
l.
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