Mirada Satre Vid As

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Noviembre de 2014

Depósito Legal: BI-1788-2014

Autoría: Inmaculada Mujika


José Ignacio Sanchez
Iñigo Bilbao
Amparo Villar

Idea original: ALDARTE y EHGAM

Colaboran: Diputación Foral de Bizkaia y Gobierno Vasco

Se permite copiar, distribuir, y comunicar públicamente esta obra con


liberad, siempre y cuando se reconozca la autoría y no se use para
fines comerciales. No se puede alterar, transformar o generar una
obra derivada a partir de esta obra.
INDICE

Presentación 7
Historias de vida 15
Joaquín 17
Gabriel 22
Empar 31
Mercedes 44
José Ignacio 51
Martín 62
Txema 69
Manuel 76
Xabier 82
Mikel 87
Alberto 94
Imanol 98
Karmele 114
Contexto Histórico 121
Miradas atrevidas: a modo de conclusión 129

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P R E S E N TAC I Ó N
Los inicios de una memoria histórica

En el año 2013 las organizaciones ALDARTE (Centro de atención a gays, lesbianas y


transexuales), y EHGAM (Euskal Herriko Gay Askapen Mugimendua) nos pusimos a la
tarea de recopilar el testimonio de hombres y mujeres que conocieron y vivieron en el
contexto franquista su homosexualidad. Sin embargo, siendo conscientes y sabedoras de
que las dinámicas sociales no entienden de períodos históricos cerrados, en este trabajo de
recuperación de nuestra Memoria Histórica, no hemos limitado los testimonios al período
franquista estricto sino que se alargan también a los primeros años de la transición.

Hemos querido rescatar el testimonio de personas que habiendo vivido los años de su
infancia, su adolescencia y su juventud durante el franquismo, consiguieron vivir su
sexualidad disidente, en un contexto social represivo y profundamente homófobo, misógino
y sexista. Así, en las entrevistas realizadas nos hemos centrado en cómo vivieron esta
época, cómo identificaban su deseo no heterosexual, cómo se camuflaban, qué estrategias
utilizaban para reconocerse y juntarse, cuáles eran los lugares que usaban, los lenguajes
utilizados, las formas grupales empleadas y en general, nos hemos interesado por cualquier
información que nos lleve a conocer cómo, hombres que amaban a otros hombres y
mujeres que amaban a otras mujeres, tuvieron la osadía de divertirse y “pasárselo bomba”
en unos momentos históricos que silenciaba y reprimía con ahínco “las sexualidades no
normativas”.

Hemos tenido la suerte de contar y conocer de primera mano testimonios de quienes con su
trabajo, esfuerzo y vida protagonizaron las luchas para cambiar ese paradigma represivo
por la realidad que hoy vivimos. Así, en este documento presentamos 13 historias de vida a
través de las cuales conoceremos de primera mano la importancia que tenían las miradas
o esos modos gestuales con el que lograban reconocerse y comunicarse y que pocas veces
les llevaban a la confusión; el uso de apodos con el que camuflaban sus identidades; los
calificativos con los que nombraban a los lugares a los que acudían a relacionarse y a ligar

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y que hoy en día ya no existen, como eran las bomboneras o determinados cines; las
maneras en como compatibilizaban sus militancias clandestinas con una sexualidad no
menos clandestina; los primeros pasos que se dieron para crear organizaciones a través
de las cuales en este país se empezaron a reivindicar espacios de diversidad sexual; el
carácter de las cuadrillas en las que se juntaban; y también la confusión, el
desconocimiento, los miedos y el estigma con los que empezaron a vivir la aparición de lo
que en un principio se denominó “el cáncer rosa” y más tarde sería la pandemia del vih-
sida. Conoceremos en definitiva los detalles de un "mundo paralelo" que coexistía, de forma
invisible con el "mundo oficial y normalizado".

No están todas ni todos

Para esta recopilación de historias de vida hemos contado con el testimonio de un grupo de
mujeres y hombres con edades, orígenes y acerbo cultural más o menos similares, y más o
menos dispares. En un pueblo tan pequeño como el nuestro no resulta extraño que algunas
vivencias se repitan. Las entrevistas fueron realizadas entre septiembre de 2013 y enero de
2014 en Bizkaia y en Gipuzkoa.

Somos muy conscientes de que aquí no están ni todos ni todas las que nos hubieran
gustado, máxime cuando la recopilación de las historias se ha centrado, en esta ocasión, en
quienes, pese al contexto represivo, se animaron a hacer posible su sexualidad prohibida.

Sabemos que todavía, hoy en día, a muchas mujeres y a muchos hombres les resulta muy
difícil romper el silencio y el secretismo que durante tantos años les impusieron. Resulta
triste reconocer que pese a las victorias alcanzadas, y que son innegables, para muchas
personas todavía sus deseos sexuales son un estigma que les impide llevar una vida plena
y feliz. Así que con las limitaciones que supone acercarse a un colectivo invisible, hemos
conectado con quienes de manera tan generosa se han ofrecido a relatarnos sus
experiencias de vida.

Hemos ido recogiendo todas estas vivencias tal cual nos las narraron sus protagonistas,
respetando sus modos y formas de expresión, aunque eso sí, nos hemos permitido la
licencia de dar coherencia escrita a los testimonios que fueron grabados. El estigma, el
miedo, la falta de certeza respecto del futuro son realidades que no podemos negar. Por
tanto, las circunstancias de cada quien son las que son y es por eso que a nadie se le ha
forzado a dar su nombre completo o a señalar realidades que pudieran revelar quiénes son.
Preferimos recoger la veracidad de su testimonio a la autenticidad de su identidad. Hemos
querido mantener el rigor a la hora de recoger las historias y testimonios personales tal y
como nos las han contado, asumiendo que en algunos casos, la estructura gramatical no es
la más correcta y fácil de comprender, pero queríamos reflejar lo más fielmente posible las
vivencias de las personas que han participado.

A todas estas personas que se han prestado con sus historias de vida a hacer realidad este
libro les queremos dar las gracias por su esfuerzo y generosidad.

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Esta publicación no es un trabajo acabado.

La intención de quienes hemos elaborado este libro es que éste sea una primera
aproximación a un tema que, siendo como fue tan grave y tan doloroso para demasiadas
personas, no ha llegado todavía a conocerse con la plenitud y la extensión con que a
nuestro entender debería ser abordada por la sociedad.

Es nuestro deseo que esta pequeña


recopilación de historias de vida siga
abierta a quienes vivieron su sexualidad
en el periodo histórico al que nos
remitimos, y a quienes optaron por otras
estrategias para sobrevivir. Sabemos que
es un trabajo arduo y complejo y que
tiene que seguir completándose con las
narraciones de aquellas personas a las
que poco a poco sigamos animando y
convenciendo para que compartan una
época que no puede quedar silenciada ni
olvidada. Por muy pequeña que pueda parecer esta aportación para quien la realiza, lo
cierto es que el esfuerzo habrá merecido la pena. Sería un error enorme olvidar lo acaecido.
Se lo debemos a ellos y a ellas, a quienes un régimen represivo y controlador les robó su
infancia, su adolescencia y juventud obligándoles, por lo general, a vivir su sexualidad en el
secretismo, la clandestinidad, en la doble vida o la en la más pura negación.

Este trabajo es un esfuerzo colectivo realizado en grupo desde la visión propia de quienes
asumimos el activismo lésbico, gay y trans como parte de nuestra propia vida. Ellos hicieron
las entrevistas, él las transcribió, yo di forma al material recopilado y ellas lo corrigieron. Es
decir, éste ha sido desde el principio un trabajo de grupo, pensado desde el grupo y
realizado, sobre todo, para el grupo ya que, como decíamos antes, ésta es sin duda parte
de nuestra historia colectiva.

Creemos que esta publicación es un instrumento más para luchar contra la homofobia y la
lesbofobia de manera que se pueda tomar una posición activa contra la intolerancia y por la
diversidad sexual, conociendo el pasado y relacionándolo con el presente. De igual forma,
este libro ofrece una información muy valiosa para generaciones de personas jóvenes
desconocedoras de una realidad que consideran lejana.

Historias de vida

A la hora de dar forma a todo el material recopilado, grabado y transcrito durante casi dos
años, nos encontrábamos por tanto con la necesidad de elegir un formato que de forma

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sencilla, pero rigurosa y sensible, diera fe de los testimonios de quienes finalmente
accedieron a que se dieran a conocer sus vivencias personales.

El formato elegido ha sido el de los relatos de vida, formato que nos parecía el más
adecuado porque nos permite entender varios hilos conductores o ejes temáticos
(sexualidad, represión, familia, activismo y homofobia, entre otros) y su entramado complejo
en la vida de estas personas. No sólo eso, el relato de vida nos posibilita visualizar la
manera en que las estructuras sociales condicionan determinadas situaciones y acciones
en la vida de estas personas.

Los relatos de vida son también historias sociales que nos posibilitan conocer las relaciones
intrafamiliares y el entorno social, e incluso político, que condicionaron las vidas de las
personas que hemos entrevistado. Los relatos de vida tienen un valor intrínseco por ser
testimonios de personas concretas y de un momento histórico y social, y porque permiten a
las y los lectores ampliar su conocimiento sobre otras realidades humanas.

Tras definir el objetivo de este trabajo, que no era otro que el de recoger un determinado
número de relatos considerados representativos, lo que se hizo a continuación fue recoger
la información a través de entrevistas biográficas más o menos estructuradas, para
finalmente categorizar esta información y hacer comparaciones mediante la acumulación de
relatos.

Miradas atrevidas

Hay una obra de teatro que


habla de El amor que no osa
decir su nombre y que está
basada en De Profundis de
Oscar Wilde. Ese miedo a
nombrar sentimientos
enraizados en lo más profundo
del propio ser puede resultar
una buena metáfora de lo que
los franquistas pretendieron
hacer con el amor homosexual.
La censura impuesta generó,
sin embargo, otras formas de
expresión y comunicación que
facilitaron el contacto entre quienes “entendían” y permitieron a mujeres y hombres seguir
amando, afectiva y físicamente, a sus iguales. La mirada fue, y, sigue siendo, sin duda, la
comunicación no verbal que en tiempos diversos y lugares dispersos ha facilitado este
contacto. Así lo atestiguan casi todas y todos nuestros interlocutores.

Mirada innata o aprendida, pero mirada siempre insumisa, atrevida. Lo es, insumisa, porque
es una mirada que no se somete a ningún control, que no reconoce ninguna moral y que no

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admite imposición ninguna. Frente al amor que no osa decir su nombre, la mirada insumisa
reclama y reivindica ese amor, exige el ejercicio pleno del derecho al goce sexual y se
enfrenta a moralistas de todo tipo y color. De ahí que con este trabajo queremos rendir
homenaje a quienes con su mirada franca y lujuriosa aprendieron a enfrentarse al silencio
que les quisieron imponer desde ámbitos tan dispares como el religioso, el familiar, el social
o el político.

13
H I S TO R I A S D E V I DA

15
J OAQ U I N

• Sin haber hablado jamás del tema, mi madre siempre lo supo


y me respetó
Mi nombre es Joaquín, tengo 70 años y soy de Donostia. Yo descubrí pronto mis deseos
homosexuales, pero empecé tarde a disfrutarlos porque vivíamos en una sociedad tan
machista que no había posibilidad. Además había decidido no hacer nada hasta que no
saliera la oportunidad. Decidí no buscar y no busqué. De hecho, tuve una conversación con
el psiquiatra para que me aclarara esos deseos y ver qué se podía hacer, y me dijo:

- Tú ahí tranquilo, no tienes nada que hacer contra eso.

Luego fui donde un cura y recibí más o menos la misma respuesta. Me dijo que intentara
salir con chicas. En la escuela era obligatorio ir a misa los domingos, pero como empecé a
trabajar a los 14 años, se acabó la escuela y para mí también las misas, y de paso la
iglesia. No me interesaba una Iglesia que no me reconociera como persona. Así pues, pese
a lo que me dijeron el médico y el cura, yo tenía claros mis sentimientos. Tener sexo en ese
momento no era una prioridad para mí. Me decía a mí mismo:

- Ya llegará el momento, tú espérate que algún día llegará.

Me quedé esperando hasta que una vez me surgió una oportunidad y la aproveché. Fue en
1961 durante una ocasión en la que con dos amigos me fui de excursión a Mallorca.
Montamos la tienda de campaña cerca de una playa bastante salvaje, junto a un hotel. Un
día que fuimos al hotel a por agua nos invitaron a una fiesta que iban a hacer esa noche.
Aquella fue una juerga normal en la que había algunos extranjeros: holandesas, suecos y
alemanes, que yo recuerde. Estando sentados en una mesa hablando y tomando copas,
noté que alguien me rozaba con su pierna. Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que la
pierna era de un chico, un alemán del grupo. Yo estaba negro, pensaba que hasta la mesa
se movía y alguien se iba a dar cuenta. Me fui al bar y apareció tras de mí. ¡Así empezó la
cosa! Por desgracia teníamos ya el boleto para al día siguiente coger el barco que nos
llevaría a Valencia y no tuve oportunidad de prolongar aquella noche. Fue una pena porque
yo ya me había enamorado.

Antes que eso sólo había habido alguna paja con otros niños de la escuela. Pero eso no era
lo mismo que tener sexo con un hombre. Si sobre sexualidad se hablaba poco, o casi nada,
de homosexualidad aún menos. La única referencia que teníamos de críos era el insulto
mariquita, que lo usábamos sin saber en realidad qué significaba. No había libros, no había
películas, no había nada entonces. Recuerdo que pensaba mucho sobre esos deseos que
sentía en mi interior y yo mismo me fui construyendo mi realidad porque nadie me ayudó, ni
la medicina ni la iglesia, como he dicho antes.

Conocí a un chico en el barrio cuyos inicios, sin embargo, fueron prematuros. Era más
joven que yo, tenía como 6 años y un señor que trabajaba en el circo le daba entradas a
cambio de ciertos contactos sexuales. También entonces pasaban esas cosas. A mi pareja

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también le pasó. Cuando tenía 7 años ayudaba a un tío suyo que ponía puesto en el
mercado por unas cuantas monedas. Un día el tío le dijo:

- Pon la mano en el bolsillo que ahí están las monedas.

Ni corto ni perezoso metió la mano, y el bolsillo estaba todo destrozado. A mí, sin embargo,
nunca me pasó nada de eso. De crío la única referencia que tuviera algo que ver, aunque
lejanamente con todo esto, fue el hecho de que como yo tenía el pelo muy rizado mi madre
me peinaba con tirabuzones. Recuerdo que una vez en la playa siendo yo muy niño vino un
señor y me dijo:

- Hola niña, ¡qué guapa estás!


- Oiga señor, yo no soy una niña. ¡Soy un niño!

Cruising en Donostia

Para cuando regresamos de las


vacaciones en las que tuve mi
primera experiencia sexual yo
había empezado a oír que
también aquí en Donostia había
sitios donde los chicos se
juntaban para ligar: los jardines
de Alderdi Eder y el paseo de
La Concha, sobre todo.
Empecé a frecuentar este
circuito y fue así como conocí y
tuve sexo con algunos chicos.
Aunque la gente se lo hacía en
los bajos de la Concha, yo
siempre preferí ir a la subida de Igeldo porque tenía grabada la imagen de una pareja a la
que la policía pilló in franganti en los bajos de La Concha. Era a principios de los años 60 y
les dieron una paliza de muerte. Otra vez vi cómo agarraban a un chaval que yo conocía y
lo estaban sacudiendo. No pude contenerme y desde arriba les grité:

- ¡Hijos de puta, cabrones!

Me empezaron a seguir por todo Donostia y a partir de ese día no aparecí más por ahí. Al
poco tiempo me tocó ir al servicio militar, que entonces era obligatorio, y en la mili me
contuve, forcé mi instinto y nunca jamás metí la pata. Cuando regresé del Ejército ya fue
otra cosa, ya me sentía más libre. Pero todo seguía igual en Donostia y el ligue se centraba
en la zona de La Concha. Todavía no había ningún bar de ambiente, ni nada parecido.

En esa época, cuando ya tenía yo 21 años, los chicos de la cuadrilla empezaron a echarse
novia y a casarse, de modo que me empecé a quedar solo. Para cuando regresé de la mili

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me había quedado más solo que la una. En realidad del todo solo no, pues ya para
entonces había conocido a otro chico que entendía y nos hicimos muy amigos. Conocíamos
a una pareja que también entendía y que tenía un bar en el Paseo de Rondo, en Amara.
Por la zona donde se ubicaba el bar, lejos del Centro y lejos de todo, o por lo que fuera,
pero el bar estaba muerto. Les propusimos montar un bar de ambiente donde nos
pudiéramos juntar chicos homosexuales sin tanto problema como el que había en la calle.
Y así lo hicieron. En 1968 abrieron el Jacaré, donde se empezó a juntar gente y a crear
ambiente.

Les costó dar el paso, pero al final lo hicieron y durante las noches empezaron a juntarse
ahí hombres homosexuales. Todo era muy discreto, eso sí, de modo que si entraba alguien
que no entendiera el ambiente era bastante disimulado. No era una locura, pero poco a
poco se fue caldeando el ambiente y todos los hombres que se juntaban en el Jacaré eran
homosexuales.

Tengo una anécdota que contar a cuenta del Jacaré. Yo entonces trabajaba en Corberó y
en el bar la cocina era de esta marca. Un día se les averió y yo mandé al técnico a
repararla:

- Vete al bar Jacaré que son amigos míos.

Se lo dije con toda naturalidad y sin ninguna vergüenza, a pesar de que ya para entonces
era bien sabido que ese era un bar de ambiente. Total que tuvimos un pequeño altercado
en la empresa porque regresó el técnico y no se le ocurrió otra cosa que decirme:

- ¡Mariquita!
- ¡Cabrón!

No le gustó nada que le respondiera así pero se lo tuvo que tragar y la cosa no paso a más.

Surge “La cuesta del culo”

A raíz de la apertura del Jacaré se formó una cuadrilla de gente que entendía y uno de ellos
se hizo con un hotel en lo que después popularmente se conoció como La cuesta del culo,
aunque he de confesar que a nosotros no nos gustaba nada ese nombre, porque nos
parecía ofensivo.

En la misma zona una mujer que había hecho dinero con una pescadería, compró dos
hoteles y en uno de ellos puso bar y restaurante. Los hoteles eran pequeños pero no
estaban nada mal. La cosa es que no le iba muy bien el negocio y lo traspasó. Lo cogió un
amigo nuestro, que trabajaba en la cafetería Kansas. Él abrió el primer bar de ambiente en
la cuesta, el Celmaster, y la zona empezó a despegar. Entonces sí que había ambiente, y
mucho, en la cuesta. Era un ambiente muy explícito y abierto. Ahí se hacían todas las
locuras: la gente cantaba, bailaba y se hacían espectáculos sexuales. No era nada porno, ni
en el bar ni en el wáter permitían que pudiera haber sexo, pero siempre había una
escapada. Como la cosa le funcionó, él mismo se asoció con un amigo y abrió otro bar, el
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Valentino. Enseguida se puso aquello de moda. La noticia corrió de boca en boca y pronto
en Donostia todo el mundo sabía que aquel era el espacio homosexual de la ciudad.

También en aquella época, el año 66, conocí al que ha sido mi pareja en los últimos 50
años. Nos conocimos al lado del hotel Londres. Yo pasaba en mi coche, lo miré y me di
cuenta de que también él se me había quedado mirando. Regresé, volví a pasar junto a él y
le dije:

- Hola, ¿damos una vuelta?

Y nos fuimos a Igeldo con el coche. Luego quedamos a los 15 días, de nuevo y después a
la semana siguiente. Él es de Lapurdi, y así empezamos a vernos cada fin de semana. Al
principio quedábamos en el bar de algún hotel, y nos íbamos por ahí con el coche. También
solíamos quedarnos en el hotel Londres, o en el María Cristina, hasta que conocimos una
pensión muy agradable que había junto al hotel Londres y que nos resultaba mucho más
barata. Después, lo llevé a casa y le presenté a mis padres, pero como un amigo y ahí nos
quedábamos. Mi madre que me conocía de toda la vida, enseguida se dio cuenta. Cómo
no, si ya entonces que éramos sólo amigos dormíamos en la misma cama. Lo cierto es que,
sin haber dicho nunca nada, para mi madre ambos éramos sus hijos. A mí nunca me
preguntó nada, pero a mi pareja sí:

- ¿Qué te parece Joaquín? Él, ¿qué es para ti?

Pero como digo, a mí jamás me dijo nada. Así estuvimos una temporada, yo pasaba la
frontera e iba a visitarlo, él venía a casa de mis padres y aunque todos suponían, nadie
decía nada. Mis padres tan contentos, porque él trabajaba en una pescadería y todos los
fines de semana traía pescado, mejillones y ostras. Así se ganó a mi padre.

Nuestro grupo de amigos éramos la élite del ambiente, porque por el tipo de trabajo que
teníamos manejábamos más dinero. Estoy hablando del año 71. Normalmente salíamos un
grupo de seis por los bares de la Parte Vieja donde solíamos estar como reyes.
Quedábamos en el Basque o en el Gabiña pero a partir de una hora determinada, nos
íbamos a los bares de ambiente, que eran más divertidos. Ni personalmente ni como grupo
llamábamos la atención, porque no éramos amanerados y vestíamos bastante formales. Yo
trabajaba en una oficina y mi uniforme era el traje y la corbata. Con esas pintas, tampoco
daba yo el cante.

He de confesar que tampoco he sido yo nunca muy afectivo. Esa es una de las quejas que
mi pareja tiene de mí, que no soy propenso a expresar sentimientos en público. Cuando
estábamos en los bares de ambiente y veíamos a otros comerse la boca, yo no sentía esa
necesidad. No puedo olvidar un día que todos los amigos se pusieron a pedir un beso a
gritos en el bar y yo le planté un beso en la mejilla.

De vacaciones también íbamos en grupo, íbamos a nuestro aire a Benidorm, Valencia,


Málaga o Sitges y lo que hacíamos era o alquilar un apartamento, o pillar varias
habitaciones en un hotel. Que la gente pensara lo que le diera la gana.

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Creo que hoy hay los mismos prejuicios que había entones. La gente no ha cambiado por el
hecho de que se haya legalizado el matrimonio, ni mucho menos. No voy a negar que algo
ha mejorado, pero para muchos seguimos siendo los mariquitas.

Lo que sin duda cambiaba entonces, a principios de los 70 con respecto a lo que ocurre
hoy, era la ley. No puedo decir que fuera generalizado pero yo sí conocí a un chico que lo
agarraron y lo metieron en la cárcel por ser homosexual. Estuvo una temporada preso y la
verdad, lo paso mal, muy mal. Lo peor era que no se podía hacer nada. Franco seguía vivo
y no podías decir ni hola.

Empieza la epidemia del sida

¡Si sólo hubiera sido Franco! En los 80 cuando empezó la epidemia del sida también lo
pasamos mal. Hubo muchos amigos que se infectaron y que murieron. Nosotros pillamos
tanto miedo que incluso durante un tiempo dejamos de tener sexo. En la calle ni se nos
ocurría ligar, pero como digo el sida también afectó durante un tiempo al sexo dentro de la
pareja. También es cierto que a nosotros nos pilló aquello ya mayorcitos, ya no éramos
unos chavales y creo que aquello nos ayudó. Los amigos que murieron eran más jóvenes
que nosotros. Lo triste fue que sabiendo que habían muerto de sida, cuando dábamos la
noticia a otros conocidos decíamos que habían fallecido víctimas del cáncer, o algo
parecido.

Mi pareja y yo, durante muchos años, no pudimos estar juntos porque trabajábamos cada
uno en su lado de la frontera, él allá y yo aquí. No podíamos estar durante toda la semana y
nos veíamos los fines de semana y durante las vacaciones. Repartíamos las vacaciones de
modo que dos veces al año teníamos 15 días sólo para nosotros.

Hoy ya es diferente. En 1996 nos jubilamos los dos y nos fuimos a vivir a Lapurdi los dos
juntos. Los vecinos saben que estamos casados y nadie se mete con nosotros. No vamos a
andar con tonterías a estas alturas. Además, alguno de los vecinos vino a Donostia a la
boda.

Gipuzkoa, diciembre de 2013

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GA B R I E L

• Serio, sí… pero también puedo dar clases de pluma


Me voy a presentar nada más como Gabriel. Aunque nací en 1938, quiero empezar mi
relato en el año 75 porque fue entonces cuando yo tomé conciencia de la problemática
homosexual y empecé a ponerme en contacto con gente. En aquella época no había nadie
que se moviera en Bilbao, no conocías a nadie. Era muy difícil ponerte en contacto con
alguien y yo tenía muchas ganas de empezar a trabajar. Esa necesidad me surgió de la
experiencia que yo tenía trabajando en los barrios con las asociaciones de familias y el
movimiento sindical. A través de ahí fui adquiriendo conciencia y quise reafirmarme en mí
mismo, pero yo solo no podía hacer nada. Ese era mi problema, que con 46 años seguía
siendo virgen y mártir. Para cambiar mi realidad lo que hice fue tomar contacto con un
hombre a través de una revista.

Empecé muy tarde, sí. Pero hay que decir que yo venía de un ambiente y de unas
circunstancias muy religiosas. De joven fui monaguillo, anduve muy metido en la Iglesia y
durante un tiempo estuve en el seminario. Yo tenía una formación religiosa muy fuerte.
Aunque más que formación, debiera haber dicho deformación, porque era lo que teníamos
en aquel momento.

Hice dos años de seminario. Primero aquí, en Saturraran, y luego en Zeanuri. Unas cosas
me fueron llevando a otras, y al final tomé contacto con un grupo que se llamaba
Comunidades Cristianas. Aquello era muy novedoso para la época, aunque hoy me parece
terrible. Ahora me parece aquello como un reality show, pues te hacían exponerte ante todo
el mundo, con la verdad por delante. Hoy no lo haría, pero en aquel momento para mí
aquello fue una tabla de salvación, porque te permitía conocer y comunicar con gente que
tenía una visión progresista de la vida.

Las Comunidades Cristianas abrieron muchas puertas en lo político y en lo social. A partir


de ahí fue que logré conectar, de una manera bastante tonta por cierto, con grupos
sindicales. Me invitaron a una reunión clandestina, Franco todavía estaba vivo, en un
colegio de monjas, en San Inazio. Ahí tomamos contacto con gente de una serie de partidos
políticos. Yo quedé muy sorprendido. La verdad, era gente super amable, maravillosa y muy
generosa. De esas cosas que, de repente, descubres y dices:

- Si estos son los comunistas… ¿Qué he estado haciendo yo ahí donde estaba?

Hay que tener en cuenta que estoy hablando de principios de los 70, en plena dictadura
Franquista. A raíz de aquel contacto hubo un grupo que me quiso captar, y yo me dejé
captar. Esa era entonces la única forma de que pudieras entrar en alguna organización y
conocer gente. Estuve con ellos una temporada, pero no me gustó. Me decían lo que podía
y no podía hacer, y a mí eso no me ha gustado nunca. Eso de que me den normas de
comportamiento –ahora tienes que hacer esto, y ahora esto otro–, no va conmigo y preferí
dejarlo. Estuve como tres meses con ellos, pero ya había tomado contacto con otra gente.

En el banco donde trabajaba había servicios de tipo social y para entonces yo me había
puesto en contacto con la gente que los llevaba:

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- Me parece increíble lo que está pasando en este país.

Les dije yo, y me animaron a crear un grupo dentro del banco. Un grupo de tipo sindical.
Una serie de compañeros formamos la estructura, empezamos a trabajar y en un momento
dado me propusieron ir a Madrid porque allí tendría más posibilidades de adquirir
formación. Son los años en los que surgen infinidad de movimientos, de grupos, incluso
revientan huelgas en el sector de la banca.

Contacto vía correo

Estando yo metido en toda esta dinámica, en el año 76 cae en mis manos una revista
llamada Ozono, que para el momento era una revista muy interesante, con una línea
francamente buena. La revista tenía un apartado de contactos y leyendo los contactos veo
uno que pide conectar con gente para crea un grupo de tipo gay. Inmediatamente me puse
en contacto con él a través de correos.

Escribo una carta, la persona que responde me da un número de teléfono y lo llamo. Ya


estábamos en contacto. Para mi aquello era novedoso. Anduve con mucha precaución y
algo de remilgo porque yo no sabía dónde me estaba metiendo en realidad. Hasta entonces
todo lo que tuviera que ver con homosexualidad había estado mal para mí, era malo. Ser
homosexual malo no, era malísimo. Y lo era a pesar de que tuve deseos por otros hombres
desde siempre, desde chaval. De joven siempre deseé que Dios me librara de esos deseos.
Incluso llegué a pensar en ir a Lourdes para que me curaran. También acudí a un médico
en Gipuzkoa, le expuse lo que me pasaba y lo único que me dijo fue:

- Pues mira chico, yo qué quieres que te diga. De estas cosas no te puedo decir nada
porque tienes que tener en cuenta que no las podemos tocar. El gobierno tiene esto muy
prohibido.

Si he de ser sincero, todavía no sabía bien que era eso de la Ley de Peligrosidad Social.
Sabía que había una ley que castigaba la homosexualidad, pero nada más. Luego sí, la
estudié bien. Fue en la época que contacto con ese chico. Él era de Huelva (Andalucía) y
allá me fui. Me interesaba mucho conocer a esa persona, sobre todo para ver si me podía
poner en contacto con alguien. Cuando nos encontramos me dijo que él se iba a Benidorm
(Valencia) a trabajar y me comentó que en Bilbao se estaba organizando una manifestación
de tipo gay.

- Deberías ponerte en contacto con ellos. Creo que hay un grupo que va a empezar a ir a
trabajar en esto, y me dio el nombre de Imanol (Álvarez).

Era el año 1977, la época en que todavía no estaba permitidas las organizaciones
homosexuales ni que éstas se movilizaran, pero se toleraba. Por supuesto, fui a la
manifestación y anduve buscando hasta que di con Imanol. Fue la primera manifestación de
este tipo que se hacía en Euskadi. Para entonces yo ya era delegado sindical en el banco,

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porque sindicatos tampoco había todavía, y les comenté a los compañeros que iba a haber
la manifestación y que esperaba que fueran. Se echaron a reír.

- Pero bueno, ¿no se os ocurre más que reíros? Como sigaís así os saco un panfleto y os
pongo a todos a parir a ver si así nos entendemos. Si vosotros no me respetáis, os
denuncio.

Así les dije, y lo cierto es que unos cuantos sí se animaron y fueron. Fue incluso un
periodista de nuestro círculo y que era miembro del PCE, el Partido Comunista. La
manifestación salió de Zabalburu y bajó por Hurtado de Amézaga hasta El Arenal. Durante
la manifestación yo anduve preguntando por Imanol, hasta que conseguí localizarlo y fui
con él.

- Si quieres, un grupo de gente nos vamos a reunir en un caserío de Durango para


empezar a organizarnos.

Así fue como contacté con quienes en ese momento estaban tratando de formar un grupo
gay en Bilbao. Imanol me explicó que tenían la idea de crear una organización, EHGAM
(movimiento gay de liberación de Euskal Herria), elaborar los estatutos del grupo y empezar
a trabajar.

- ¿Quieres venir?
- Hombre, yo encantado. Si lo que yo quiero es ponerme ya a trabajar. Y veo que esto está
ya muy lanzado.

En aquella primera manifestación nos juntamos unas 500 o 600 personas, muchísimo para
la época. No recuerdo muy bien detalles de la propia manifestación, pero sí me quedó
grabada la alegría con la que marchamos, y también que al final no terminó bien porque la
policía hizo uso de la fuerza contra quienes protestábamos.

En Durango estuvimos unos días encerrados. Elaboramos los estatutos del grupo, y
empezamos a funcionar. En Bilbao no teníamos dónde reunirnos y pusimos la cita en la
cafetería Boulevard, en El Arenal. Para mí fue una gran sorpresa llegar a esa primera
reunión de EHGAM.

- ¡Qué es esto, Dios mío!

La verdad había gente muy joven, plumeras a


tope. Quedé impactado con aquello. Yo venía
del activismo político y sindical y aquello era
demasiado para mí. No lo entendía, no
entendía que hubiera gente que usara la
pluma para reivindicarse. En la reunión yo era
el de más edad. Siempre he sido el mayor en
todo. Pero más que la edad, mi problema era
que yo venía de un ambiente de tipo social y
político concreto y aquello me llamó la
atención. Nunca había visto yo una reunión de

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ese tipo. Hay que entender que por mucho que yo estuviera luchando, no me había quitado
el estigma ese de que la homosexualidad era lo peor.

Estudios de “homosexología” y clases de “pluma”

Empecé a estudiar como un loco todo lo que tuviera que ver con el tema. Me compré todos
los libros que había en todas las librerías. No había nada. Y los pocos libros que había eran
malísimos. Pasado un tiempo, al salir de una de las reuniones uno de estos chavales
jóvenes, muy majo él, una muñeca, me dice que quería hablar conmigo:

- Tío, a ver si te bajas de la nube, y a ver si te empiezas a echar alguna plumita. Porque
vamos, lo tuyo es una cosa escandalosa.
- ¿Pues?”
- Así no te vas a jamar un coco. Pero no porque no vayas a jamarte un tío, sino porque no
te va a hacer caso nadie.
- Pues esto es serio.

Y entonces, tuve clases de pluma. Y terminé echando plumas yo también. Al principio me


costaba muchísimo, pero empecé a admitir y terminé reconociendo que estaban en su
derecho. La verdadera lección fue aprender a comportarme con la gente con respeto. O
sea, a dejar fuera todo tipo de prejuicios. Aprendí a comprometerme en la acción que
estábamos queriendo llevar a cabo, admitiendo que las personas tienen derecho a
expresarse como les dé la gana, porque son libres. Y no fui sólo yo. En el grupo tuvimos un
debate muy serio e interesante sobre si se admitía o no la pluma. Repito lo de antes, hay
que tener en cuenta que estábamos en una época muy difícil. Algunos pensaban que la
pluma nos iba a perjudicar, más que beneficiar. Yo en un principio así lo entendía, desde mi
posición en aquel momento. Yo estaba convencido de que si queríamos transmitir un
mensaje, lo mejor era hacerlo con seriedad y no con ese tipo de actitudes. Pero terminé
dando mi brazo a torcer:

- Si estoy pidiendo que me admitan como soy, no me queda más remedio que admitir que
cada quien se comporte como quiera. Si uno es serio, serio. Pero si no, cada uno que
sea como quiera ser, porque ahí está su libertad personal para manifestarse.

Así estuvo la cosa. Fue bastante bien. Yo me impliqué mucho y empecé también tirando
unas plumitas. Al final creo que podría dar clases de pluma.

Después de aquella primera manifestación en Bilbao y mientras creábamos EHGAM, yo


seguí en contacto con el chaval aquel de Huelva, que para entonces estaba en Benidorm.
A través de él empecé a quedar con gente en Benidorm, y tuvimos varías reuniones con el
fin de crear grupos de liberación sexual. Anduve por allá tres semanas y no sé con cuánta
gente llegué a contactar. Eso sí, fue un montón. La gente reaccionaba muy bien, y sí se
creó un grupo. No sé lo que duraría, pero para cuando regresé a Bilbao había quedado
establecido.

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Ya en casa lo primero que hice fue juntar en el banco a los delegados de los trabajadores.

- ¿Qué tal por Nueva York?


- ¡Uy!, ¿por Nueva York?. ¡No, dios mío!, he estado en Benidorm.

Yo aparecí en el banco hecho un pequeño circo. Iba yo con unas botas enormes, un
taconazo de impresión, con un velo de mi madre y una chaqueta de esas de terciopelo
negra, muy ajustada. Un look marica total. Cuando me vieron se quedaron pasmados.

- Nenas, conmigo tenéis que poneros a hablar de otra manera. No me resisto a que me
comuniquéis vuestras tonterías. Yo soy mariquita, así es que desde este momento con
todos los respetos, porque no os voy a permitir que me digáis nada. ¡Me vais a admitir
como soy!

Y empezaron a reírse.

- No, no es cosa de risa. Quiero que entendáis que esto es denunciable ante cualquiera, y
si vosotros no os comportáis bien no dudaré en hacerlo.

Pues me admitieron no bien, sino excelente. Me defendieron en todo y me acompañaron en


las manifestaciones. De verdad, tuve una suerte impresionante.

Tocando fibras sensibles

Franco estaba recién muerto, y


en EHGAM seguíamos con
nuestro trabajo. Hicimos una
campaña de recogida de
firmas entre los partidos
políticos con el fin de reforzar
nuestro movimiento, y en una
de éstas, el año 77, en una
reunión en el Boulevard yo
comenté que era necesario
salir del ghetto, que no
podíamos estar todo el día ahí
metidos en el Boulevard.
¿Cómo hacerlo?, ese era el problema. Y fue en el banco donde encontré la solución. Piri,
un compañero de Rekaldeberri, un poco anarquista, me propuso:

- Si queréis, se podría convocar en el barrio y podría hacerse una reunión en algún local
de allá.

Dicho y hecho. Organizamos una charla en la iglesia parroquial de Rekaldeberri. Y a


EHGAM la propuesta se la hice yo,

26
- Si no os importa, doy yo la charla.

¡En la que me había metido! Nunca se había dado una charla sobre homosexualidad en
Bilbao. Aquello fue una locura, yo no dormía por las noches. Todo por hacer un panfleto
para la charla, pero un panfleto tan largo que no se acababa nunca. Fue horrible. Hoy ni
loco hubiera enfocado el tema como lo hice entonces, pero como en aquel tiempo todo el
mundo estaba desenfocado con el tema, cualquier cosa era novedosa y no tan
descabellada.

Como pude, ahí me fui a Rekaldeberri. En aquél momento habían tirado la iglesia y aquello
era como una especie de barracón, un barracón atestado de gente. Estaba lleno. Nos
pusimos en la mesa una serie de gente, y yo estaba temblando. Me cagaba de miedo. La
charla era en mi barrio y yo había estado trabajando ahí con la asociación de familias. Todo
el mundo me conocía y tenía muchos amigos allí. Recuerdo que me lancé con el panfleto, y
no podía acabarlo, porque aquello era interminable. De verdad, fue una cosa horrorosa.

En aquel momento traté de tocar la fibra sensible de las personas. Gays y lesbianas éramos
unas víctimas muy claras del sistema. Y no sólo del sistema, porque también la ciudadanía
era partícipe de la marginación que sufríamos. Recuerdo muy bien el silencio tan
impresionante que se apoderó de la sala mientras yo hablaba. Cuando acabé empezaron
las preguntas y yo ni las oía. Al final, la gente respondió muy bien, y empezaron a acercarse
los del barrio,

- Pero Gabriel, ¿cómo no nos habías dicho nada? Parece mentira que hayas tenido tan
poca confianza.

El caso es que en el barrio quedé estupendamente, tuve mucha suerte y me dieron muchos
números de teléfono. Ni recuerdo ya la cantidad de llamadas que tenía por las noches de
gente que quería contactar con nosotros. Llamaban preocupados. Les había parecido todo
muy bien pero querían saber si yo estaba sufriendo una situación como la que había
expuesto en la charla. La gente quería colaborar de alguna forma. Hubo quienes se
sintieron liberados, aliviados, al ver que alguien hablaba en primera persona de las
situaciones que ellos mismos estaban sufriendo en silencio. Hubo gente que, francamente,
lo había estado pasando muy mal.

¡Joder con los “maricones”!

Después tuvimos otra charla en el paraninfo de la universidad. También la di yo, pero ahí
estaba más relajado. Aprendí a manejarlo bien, ya no temblaba. Y empezamos a dar
charlas y a hacer reuniones en los pueblos. De esos años recuerdo un detalle que me pasó
en Eibar con gente de un partido. Tuvo que ser el año 77, porque la charla fue en la sede
del PCE y fue el año que lo legalizaron. Pues bien, allá me fui yo vestido con un kaiku azul
marino, típico de la época. No llevé txapela de milagro. Entré a la sede y estando adentro oí
a uno del PCE comentar:

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- Estos maricones, yo no sé a qué cojones vienen aquí.

Pasé junto a él, lo salude, me senté y empecé con la charla. Cuando acabé, el que hizo el
comentario se levantó y dijo:

- Quiero pedir perdón porque antes he estado haciendo unos comentarios muy
desafortunados. Yo no me imaginaba lo que habíais pasado. Cuando estabas hablando
me has recordado lo que tuvimos que sufrir nosotros. Yo estuve en la Unión Soviética,
estuve preso y la verdad, aunque no es lo mismo, ahora entiendo la persecución que
habéis sufrido.

Pidió perdón a todos, nos mostró su apoyo y se sentó. No hay duda de que en los partidos
políticos, también en algunos partidos de izquierda, había en principio esas actitudes de
rechazo, esas actitudes homofóbicas;
pero dicho eso he de reconocer que
cuando conectaban contigo, era otro
rollo. Y digo algunos porque otros,
como el EMK (movimiento comunista
de Euskadi) por ejemplo, siempre
estuvieron ahí, con nosotros.

Una vez que había dado el salto, no


todo fue política en mi vida. En aquel
momento, con Franco muerto y con la
apertura que se estaba dando, la
gente tenía unas ganas enormes de
conectarse. Y ligar era lo más fácil del
mundo. Al menos lo fue para mí. Puedo decir que estábamos sueltos. Yo podía ir a la calle
Licencia Poza, entrar en un bar tan normal como el Orkonpon, por decir uno, y si veía un
chico que me gustaba le decía directamente:

- ¡Qué ojos más bonitos tienes!

Todos nos atrevíamos y no era necesario meternos en ningún chamizo, a oscuras. La gente
estaba como muy predispuesta. Es más, miraban mal a quien nos rechazara. Mucha gente
estaba muy involucrada en el asunto de la aceptación. Tanto es así que yo creo que
muchos probaron, porque aquello era tan moderno. Aquel era un ambiente tan fácil, que
ligabas en cualquier sitio. Ibas por Licenciado Poza y podía pasar cualquier cosa: mirarte
con uno, sonreírte y decirle cualquier tontería. Y si eso pasaba en Indautxu, no digo nada en
el Casco Viejo, en Barrenkale por ejemplo, donde La Otxoa tenía su bar.

Liberando espacios

El primer bar de ambiente fue ese, el de La Otxoa, pero empezaron a surgir bares y más
bares, y locales por todo el Casco Viejo. Aquello facilitaba el ligue, la comunicación y el

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encuentro. Y hablando de establecimientos no podemos olvidarnos de uno que fue muy
heavy, me refiero a La Ópera, que estaba en los bajos del Arriaga, por la parte de atrás. La
Ópera era un local aparentemente normal, de gente heterosexual, pero que poco a poco fue
siendo ocupado por hombres homosexuales que usaban los baños para ligar. La Ópera se
convirtió en un punto clave del ambiente bilbaíno hasta que los dueños tomaron cartas en el
asunto y cortaron de raíz.

- ¡Esto es intolerable! Tenemos que hacer algo, pero estos tíos no pueden estar aquí.

A todo el que se movía, le iban por detrás. Aquello generó tal malestar que decidimos
buscar por Bilbao otro local que pudiéramos convertir en centro de reunión y encuentros.
Buscando encontramos un bar, el Macumba, en la calle Elkano. Un lugar precioso.
Empezamos a ir en grupo y a invitar a la gente que encontrábamos en La Ópera a que
subieran allá, y poco a poco convertimos el Macumba en un lugar de ambiente. El sitio era
ideal, incluso tenía un reservado muy grande, con sillas y mesas. Luego empezaron a venir
chicas, y al final íbamos todos los días, desde las 4 de la tarde, que íbamos a tomar un café
y hacíamos guardia, de forma que ya teníamos aquel sitio reservado para nosotros. Íbamos
a todas las horas con el fin de que cuando la gente fuera no se encontrara sola. Y a La
Ópera se le hizo boicot, la gente no volvió nunca más por ahí.

En el Macumba estábamos muy bien, pero nos pareció que no era suficiente, y buscamos
otro. Encontramos un bar enorme, el Reala, en pleno centro. Ya teníamos dos locales.
Hablo del año 78. Al poco dimos el salto y decidimos ocupar una discoteca. Al principio fue
El Yois, en Indautxu. Ahí estuvimos muy bien, íbamos después de los bares a bailar, y poco
a poco nos hicimos con el lugar. Prácticamente todos éramos gays y lesbianas. Había más
hombres que mujeres, pero bailábamos todos mezclados. A partir de ahí, la gente empezó a
meterse en Distrito Nueve, y también se tomó, pero ya de otra manera. Con el tiempo
incluso las reuniones de EHGAM las hacíamos en un pequeño sótano que tenía El Olimpia,
antes de que se abriera Txoko Landan.

Sé que para entonces ya había más sitios para ligar en Bilbao, el parque de Doña Casilda y
demás, pero yo no llegué a ir a esos sitios, bastante tenía con los bares. Y no creo que esa
movida que logramos generar en torno a esos bares fuera vivir en ghetto, porque no era
clandestino. La gente vivía de una manera mucho más abierta, ya no era aquel ambiente
cerrado, clandestino, al que íbamos para que nadie nos viera, o nadie se enterara de lo
nuestro.

Y en eso, llegó el sida

Y cuando todo parecía perfecto y todo marchaba a las mil maravillas, llegó el sida. Fue
terrible. A veces no sé ni cómo es que estoy vivo. Fueron muchos los amigos que murieron,
y con algunos de ellos había tenido sexo. Fue un drama, lo vivimos muy mal.
Personalmente lo viví con mucha angustia. Porque era un día sí, y otro también que te
decían que fulano tenía sida, o que mengano había muerto. Sobre todo fueron muy duros
los primeros años, en la década de los 80, porque no teníamos ninguna información de lo

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que en verdad estaba pasando. No sabíamos si besando a alguien, no ya en los labios, sino
en la cara, podíamos infectarnos. Aquello golpeó al ambiente de una forma brutal. Lógico,
encontrar todos los días a alguien, a un amigo, que sabes que está enfermo o enterarte que
ha muerto es insoportable.

Recuerdo una Nochevieja que con un colega empezamos a recordar los amigos que nos
habían dejado, y llegamos a contar hasta dieciséis. Y como yo cuento dieciséis, otro puede
contar otros dieciséis y no tienen por qué ser los mismos. Los muertos estaban ahí, pero es
cierto que no se hablaba de eso, porque no queríamos ni hablar del sida. Era ponerte a ver
una película sobre el tema, y no poder terminar de verla. Y no era sólo yo, a muchos que
estaban conmigo les pasaba lo mismo.

Cómo olvidar además que mucha gente aprovechó la crisis del sida para volver a cebarse
en la homosexualidad y nos culpaban a los hombres gay de todo lo que estaba ocurriendo.
Esta actitud de rechazo e incriminación cambió cuando empezaron a enfermar los usuarios
de drogas, los hemofílicos y mujeres y hombres que en principio no tenían prácticas
homosexuales. Pero hasta llegar ahí, tú decías a alguien soy gay, y la pregunta parecía
obligada:

- ¿No tendrás sida, no?

Sufrías el estigma sólo por el hecho de ser gay. El cambio fue dramático. Pocos años antes,
cuando empezamos a salir a la calle, todo era bonito, todo era libertad, todo era
maravilloso. Llegó el sida y nos acojonamos, no nos atrevíamos a decir nada porque nos
señalaban con el dedo y nos decían que podíamos tener, que podíamos ser portadores de
sida. Era muy fuerte.

Hoy ya todo es diferente, incluso para mí. Ya no tengo nada que ver con aquella época. Hoy
vivo mi vida muy relajado, con mucha tranquilidad y no estoy metido en nada, ni en
movimientos, ni en nada. Incluso puedo decir que desconozco cómo es hoy el ambiente
gay. Ya no salgo como antes de copas. Pero sí puedo decir que por lo que veo a través de
manifestaciones, de escritos y en los medios de comunicación, no me gusta nada la deriva
que ha tomado el tema. Creo que estamos perdiendo terreno y que la sociedad está
recuperando posturas muy retrógradas. Hay que andar con mucho cuidado y no bajar la
guardia. Es necesario seguir luchando, la gente no puede dejar de pelear.

Me preocupan las manifestaciones que últimamente he visto en diferentes lugares de


Europa. La derecha está desatada, y arrastra a mucha gente. Lo que ocurrió en Francia con
el debate sobre el matrimonio igualitario fue muy clarificador: no sólo van contra los y las
mujeres y hombres homosexuales, además nos llaman anormales y enfermos. Todavía hay
gente que insiste en eso y creo honestamente que hemos perdido terreno. Por lo demás, yo
puedo decir que estoy tranquilo. No tengo nada que perder. Llevo once años viviendo con
mi pareja, de forma estable y estoy tranquilo.

Bizkaia, noviembre de 2013

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E M PA R

• Vienen, me dicen que soy una lesbiana de tomo y lomo, me


quedo con los ojos abiertos y con una alegría enorme
Me llamo Empar aunque en Hernani (Gipuzkoa) soy más conocida como la Amparito, la hija
de la carnicera. Nací en 1944, un año, muy importante, porque además de ser por
desgracia el año de la creación del FMI y del Banco Mundial, nací yo que tampoco es
ninguna tontería.

Cursé los estudios en Hernani y en Donostia,


primero en un colegio de pago, luego en el instituto
público Florida y por fin me preparé, para
examinarme por libre, en la universidad de
Zaragoza. En 1964 me fui a Madrid a estudiar la
especialidad en filología románica. Y me fui a
Madrid, entre otras cosas, porque mi hermana
mayor vivía allí. Como no logré congeniar con su
marido, preferí irme a vivir a un colegio mayor, el
más progre de todos los que había por aquel
entonces en Madrid y que, casualidades de la vida,
se llamaba Isabel de España. Allí empecé a
participar en diversas actividades, actividades muy pogres para la época. En aquella época
no había salido todavía del armario. Un día una compañera y amiga de facultad con la que
tenía mucha confianza y a quien había hablado de mis amigas, amigas muy íntimas, me
espetó:

- Anda, déjate de chorradas de amigas íntimas. Tú lo que eres es una lesbiana de tomo y
lomo, ¿eh?

Yo me quedé…

- “¡Ostras, Pedrín! O sea que lo mío no es intimidad… sino lesbianismo.

La verdad me sentó de cine, muy bien porque por fin ponía nombre a algo que yo sentía
como particular, pero que no me atrevía a nombrar. En aquellos años (1964) no había
literatura sobre el tema, no al menos a mi alcance. Ni siquiera sabía que existía la palabra
lesbianismo, aunque de alguna manera me podía identificar con ella; ni por supuesto, que
hubiera lesbianas. Todas habíamos oído hablar de la marimacho del pueblo, pero aquel
término tenía un tono despectivo y yo no me identificaba con él. Yo para entonces ya era
consciente de que me gustaban los juegos de chicos, y que los de chicas no me decían
nada. Sólo jugaba con las chicas de la cuadrilla cuando se les ocurría jugar a médicos, y yo
siempre me apuntaba a ser el médico.

Con los chicos no tenía ningún problema para jugar a los futbolines en los bares y a
chapas. Me acuerdo que un día le fueron a mi madre a la carnicería:

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- Desde luego, tu hija Amparito… el culo más alto que la cabeza tiene. Ahí anda en Plaza
Berri jugando a chapas.

Y, por supuesto, ganándoles a todos y quedándome con las chapas de todos.

Clarificando la identidad

En Madrid, después de que esta amiga me dijera que era una lesbianona de tomo y lomo,
me clarificó bastante la identidad. Me acuerdo que en ese momento, que yo tenía 20 años,
hice un recorrido mental de lo que había sido hasta entonces mi vida sentimental,
recordando a aquellas amigas de mi adolescencia, las mas íntimas. Al final de este
recorrido les dije a todas ellas:

- Oye, que lo nuestro no ha sido una amistad íntima, que lo nuestro era una relación
lésbica.

Algunas se quedaron un poco chocadas pero, en general, tampoco reaccionaron mal, con
lo cual yo me quedé tranquila.

Tras acabar la carrera, ocurrió que me expedientaron por roja en la Universidad


Complutense de Madrid. Me prohibieron volver a matricularme tanto en la Complutense,
como en la Universidad de Barcelona. Acabé la carrera en 1969, en la facultad de Oviedo,
unos años antes de que muriera Franco.

De aquella época recuerdo una librería en Madrid, Fuentecaja se llamaba. Aunque ya no


está en el mismo sitio de antes, todavía sigue existiendo la librería. En la trastienda tenían
un cajón lleno de libros prohibidos. Ahí fue donde encontré un libro de Inés Brouwer:

- Pero este libro, ¿cómo es qué está aquí, entre los libros prohibidos?
- Eso fue un calentón que le debió entrar al censor: “Huy, si esto es sexo, habla de sexo.
¡Venga, fuera!”

Ahí fue donde yo pude hojear libros sobre sexualidad y confirmar que aquella amiga tenía
razón: yo era una lesbiana de tomo y lomo.

Mucha pluma, poca lentejuela

Recién muerto Franco, en los primeros años de la Transición, estuve un tiempo viviendo en
Barcelona. Estando allí tuve que regresar a Madrid a dar una charla en Derechos Humanos
para explicar cómo se vivía el tema del lesbianismo en el Movimiento Feminista. Yo muy
formal expliqué cuáles eran las posiciones dentro del movimiento: que era una opción
sexual más, igual de legítima, igual de digna y de normal. Cuando salgo de la charla se me
acercan tres chicas jóvenes y me dicen:

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- Tú aquí, ¿por qué no dices que eres lesbiana? Si tienes un plumón, que se te ve a la
legua.
- Siendo como eres feminista, ¿Por qué te escondes tras un muro de protección?

Yo me quedé,

- Pero ¿tanto se me nota?


- Sí, se te nota. No te puedes hacer idea, pero se te nota una barbaridad.

Yo era consciente de que, nunca he sido una mujer de características muy femeninas.
Siempre he tenido unos andares más bien tirando a masculinos y una forma de expresión
que tampoco es muy femenina. Cómo no iba a ser consciente de eso si cuando iba a la
plaza en Madrid, estando en la cola pedía la vez y las mujeres decían:

- Atiende a éste, que seguro que tiene más prisa que nosotras.

Nunca supe qué hacer, si colarme o decir (con voz de hombre) “sí, póngame usted esto y
aquello”, o contradecir a las mujeres y decirles “soy mujer”. Eso me ha pasado. Y he ido a
entrar a sanitarios públicos y ha habido señoras que me han llamado la atención:

- Oiga usted, ¡haga el favor! ¿No ha visto lo que pone ahí?


- Pues sí, he visto que pone señoras, y yo soy una mujer.

Ahora que tengo 68 años hace una temporada que no me pasa tanto, pero me sigue
ocurriendo. Sin ir más lejos, el año pasado en el gimnasio un grupo de señoras me quiso
impedir el paso a los vestuarios.

- No se pongan ustedes así, ya les enseño que yo soy una mujer.


- ¿Qué va a ser usted una mujer?

Y les dije:

- ¿Qué quieren, que les enseñe las tetas?

Fue una cosa tremenda. Pero pensándolo bien fue lo mismo que pensaron las chicas que
me entraron al final de aquella charla. Y ellas eran militantes del Frente de Liberación
Homosexual de Castilla (FLOC). De aquel encuentro me quedé muy noqueada, porque una
cosa fue lo de la facultad y otra que, al cabo de tantos años, siguieran en lo mismo.

El poder de la televisión

Aquellas chicas del FLOC me hicieron pensar mucho. Fui consciente de que no me atrevía
a encarar el tema y decidí que ya estaba bien de andar con subterfugios. Fue en ese
momento que se me presentó la ocasión de salir en televisión, como lesbiana. Fue a
principios de los 80 y era la primera aparición de una mujer lesbiana en TVE.

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Ese día entendí de verdad el poder que tiene la televisión, incluso pese a no ser consciente
de lo que se está diciendo desde la televisión. En el debate coincidí con Jordi Petit (líder
histórico del movimiento gay en Catalunya) y tuvimos enfrente a un psiquiatra y un
catedrático de Ética, los dos contrarios al lesbianismo y la homosexualidad. Durante mucho
tiempo Petit y yo fuimos los únicos dispuestos a dar la cara en los medios de comunicación.
Estuvimos más de una hora hablando sobre el particular en uno de los programas con más
audiencia de TVE en esa época. Yo como lesbiana, Jordi como hombre gay, y los otros dale
que te pego, un ataque tras otro.

Al día siguiente de esta aparición en televisión, en una panadería de Hernani, mi hermana


pequeña y mi madre oyeron a dos mujeres comentar:

- Oye, ¿tú conoces a la del programa de ayer a la noche?


- ¿De qué? ¿cómo la voy a conocer?
- Que sí la conoces, es Amparito, la hija de la carnicera.
- Huy, no me digas. Por cierto, qué fue de ella, ¿se casó?

Una hora entera estuvieron hablando del tema. Me quedé de piedra cuando me lo contaron
en casa. O sea, la emoción de la vida. El caso es que yo he de reconocer que, desde que
asumí públicamente mi lesbianismo, nunca he tenido dificultades en la vida por
manifestarme como tal. Es más el miedo que interiorizamos, que las respuestas que va a
haber después, tanto por parte de la familia como de las amistades y la gente de tu entorno
o en el trabajo. Entiendo que no es fácil. Muchas veces me encuentro con chicas jóvenes
que no se atreven a vivir su lesbianismo en libertad y es en esos momentos cuando de
verdad valoras la tranquilidad y la satisfacción que da no tener que andar ocultándote.

Enamorada de una monja

Y lo entiendo porque recuerdo mi infancia y adolescencia en Hernani. Recuerdo muy bien


que en la cuadrilla había una chica con la que yo empatizaba. No, la adoraba. Y en el
colegio había una monja por la que yo sentía un amor especial. Sé que muchas chicas que
han estudiado en colegio de monjas las odian por como se comportaron con ellas. Yo
mentiría si dijera algo así. Tan enamorada estaba de aquella mujer que solía ir al colegio a
misa de siete, con lo que siempre me ha gustado dormir. Ir a misa a esa hora significaba
que para poder comulgar tenía que ir en ayunas y ella me daba el desayuno. Solíamos
estar las dos solas mientras yo desayunaba y ella me acariciaba, nos hacíamos caricias,
me daba besitos. Besitos en los labios, aunque sin lengua. Era curioso, porque ella conocía
a mi familia y a mi madre.

Con el tiempo la monja comentó con el capellán del colegio nuestra relación y éste vino a
hablar conmigo. Lo cierto es que el señor se portó muy bien. Lo único que me dijo fue que
si yo tenía una cierta relación especial con esa monja, el resto de mis compañeras lo iban a
notar y se podía generar un conflicto. Eso mismo me dijo la propia monja:

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- Mira, creo que tenemos que tener un pacto de cuidado, porque se nos puede notar y
puede generar celos.

Precisamente en mi clase estaba esa compañera que yo adoraba. Y cuando la monja


hablaba de celos, no se refería a celos sexuales, sino al hecho de que las otras chicas
pensaran que a mí me trataba de manera especial. La monja se portó muy bien conmigo,
tanto que antes de que yo me marchara al instituto fue como desapareciendo de mi vida, a
la vez que enfatizaba en mí la imagen de mi madre, a la que hasta entonces yo no había
sentido como algo importante en mi vida. No recuerdo bien cómo fue aquello, pero lo cierto
es que lo consiguió. A partir de ese momento empecé a valorar a mi madre.

Coincidí con la monja años después, tras escribir un artículo para El País en junio de 1984
que se titulaba La dictadura del heterosexismo y en el que yo hablaba como lesbiana. La
monja vino a casa de mis padres y me comentó que no le parecía bien que hubiera firmado
ese artículo; que no le parecía bien porque la situación política podía dar muchas vueltas y
me recordó lo que años antes había pasado en Chile:

- Imagínate tú que aquí, por lo que sea, también cambia. No te libras.

Yo traté de hacerle entender que sí, que hacía falta gente que saliera públicamente. Por
muchas razones, le dije.

- No pretendía airear mi sexualidad. Estoy de acuerdo en que a nadie le gusta airear su


intimidad sexual, pero creo que sí es importante visibilizar la existencia de mujeres
lesbianas; que en los pueblos, en las ciudades pequeñas las mujeres tengan puntos de
referencia. Creo que tener esas referencias es una alegría enorme para las mujeres.

Le conté incluso que habíamos creado el Colectivo de Feministas Lesbianas, y que


empezábamos a sacar algunos números de la revista Nosotras que nos queremos tanto.
Quedé que le mandaba un ejemplar para que viera que había otras cosas, que no se podía
andar por el mundo ocultándose. Personalmente me ayudó mucho mi relación con esa
mujer, me engrandeció mucho. Y tengo que reconocer que, a pesar de todo, yo no me
atreví a dar el salto, a salir del armario, hasta que fui a televisión. A partir de eso no hubo
marcha atrás. Si saltas a la tele, y más cuando sólo había una cadena, pues ya está, ya has
salido.

La fe murió en Salamanca

Recuerdo con cariño a aquella mujer, y el hecho de que fuera monja no me provoca ningún
conflicto. Por supuesto, provengo de una familia católica. Mi padre era un señor muy de
ritos, de ir a misa todos los domingos. En cambio mi madre era justo lo contrario. Era una
mujer con un profundo sentimiento religioso, pero nada amante del paripé, de los ritos y
demás. De ella aprendí que lo importante no era ir a misa los domingos, sino sentirse una
reconfortada interiormente en su relación con Dios. Yo pensaba:

- Si a mí Dios me ha hecho así, no puede estar mal.


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Años después, cuando me expulsaron de la universidad en Madrid, me fui a Salamanca a
seguir con los estudios de Filología Románica. El cambio fue brutal. Madrid estaba en aquel
momento en plena efervescencia, con una lucha estudiantil tremenda, y me encuentro con
que Salamanca era un páramo. No pasaba nada. Por mis propios medios descubrí que
también allí había una zona de suburbios tan brutal o más, que la había conocido en
Madrid, en el Pozo del Tío Raimundo. El de Salamanca era un suburbio espantoso, con
unas condiciones de vida infrahumanas. Además había una antigua cárcel municipal que la
tenían habilitada para que los sin techo pudieran ir a dormir ahí. En aquella ciudad nadie se
movía, nadie protestaba. Esas circunstancias me provocaron un choque interior muy grande
y empecé a poner en duda todas mis creencias. Empecé quitando a la Virgen de mi
estructura mental y me di cuenta que no pasaba nada; luego quité al santo éste, y tampoco
pasó nada; luego al otro, y lo mismo, nada de nada. Es decir, yo en Salamanca perdí la fe.

Ninguna presión en casa

Tampoco eso generó problemas en casa. Lo cierto es que nunca tuve ninguna presión para
casarme o tener hijos. Creo que ya desde antes se lo imaginaban. Es curioso porque yo
tenía una hermana pequeña, y digo tenía porque se suicidó, que se había dedicado a
contarle a nuestra madre que no sólo yo era lesbiana, que también ella lo era, y le contó
cómo eran sus relaciones sexuales desde el punto de vista estrictamente físico. Debió dejar
a la pobre mujer patidifusa, porque nuestra madre era la típica vasca, de no darte un beso
más que cuando ibas de viaje o volvías. Eso sí, amante, celosita y cuidadora. Todo lo que
pueda decir es poco, pero jamás exteriorizaba sus sentimientos. Fue al hacerme mayor que
le pillé. Recuerdo que cuando me iba a acostar, le decía:

- Hasta mañana…

Y le daba un par de besitos. Le encantaba. El día que se me olvidaba, agarraba kasketa


(rabieta). Yo me imaginaba a mi madre con mi hermana pequeña contándole que si se
metía el dedo por la vagina, que si hacía esto o aquello. ¡Pobre mujer!

Yo honestamente nunca me atreví a hablar claro en casa, pero tampoco tuve necesidad de
juntar un día a mi padre y a mi madre y decirles:

- Pasa esto, soy lesbiana.

No hubo necesidad. Primero porque cuando la monja fue a casa a recriminarme por aquel
artículo en El País, mi madre estaba delante y no hizo ningún comentario. Pero después me
hicieron una entrevista en Interviu, con una foto enorme y un título que para qué, Soy
lesbiana porque sí, y tampoco pasó nada. Con mi madre no, pero si con mi tía. Ella tenía un
bar y una noche pilló a dos que estaban hablando de Amparito, es decir de mí. Ella les
preguntó que qué pasaba, y le dijeron, en euskera, claro, que salía en Interviu. A mi tía le
entraron unos sofocos irrefrenables. A esa hora el quiosco estaba ya cerrado, pero allá fue
corriendo a las seis de la mañana a comprar un ejemplar de la revista.

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- Un Interviú.
- Por cierto, que sale tu sobrina Amparín.

¡Ostia! La mujer no podía con los sofocos. Dobló el Interviú, marchó para casa corriendo y
en el portal se acabó su angustia. La pobre como poco se había imaginado que salía en
tetas, o sea en top lest. Todo esto me lo contó mi abuela. Lo curioso es que no le importó
nada lo otro. Mi padre, que solía confesarse con ella, le dijo:

- Pero ¿tú has visto el Interviú?”


- Chico, José Luis –le contestó–, antes lo de separarse un matrimonio era espantoso, era
una cosa horrorosa y ahora lo vemos bien, tan normal. Hay quien se casa, hay quien se
separa y no pasa nada. Pues esto chico, dentro de unos años igual, seguro que es tan
normal como la vida misma.

Y cuando me lo contó a mí, me dijo:

- Pero chica, esos zapatones que te han sacao, ¡esa suela! Pero me quedé tranquila de
ver que no salías con las tetas al aire. No me importó nada, hasta guapa te vi en la foto.

Tampoco mi padre me reprochó nada. Lo único que sí me dijo fue que por qué tenía que
andar hablando esas cosas en revistas, periódicos y demás.

- Vive tus cosas pero no tienes por qué andar aireándolas.

Eso me dijo mi padre, y mi madre ni siquiera eso. Y los dos, hasta que se murieron, no me
dijeron nunca nada, ni un reproche.

Tics lésbicos, no interpretables

De mis primeros escarceos recuerdo una excursión a París con las compañeras, cuando
estaba en Gasteiz en el colegio. Me tocó en la misma habitación con una compañera de
clase que era absolutamente desinhibida en materia sexual. Al principio yo estaba un poco
cortada, pero una vez lanzada nada me paró. Para mí esa noche fue muy especial, me
desbloqueó completamente y aprendí a gozar tocando otro cuerpo. A partir de ese día, no
sé si es porque había menos promiscuidad en aquella época, enseguida notábamos las
mirabas.

He comentado esto con mujeres de mi edad y todas coincidimos en que por el hecho de ser
clandestina nuestra opción sexual, aprendimos a desarrollar una serie de tics, de formas de
mirarnos, de formas de comportarnos, que no eran abiertamente lésbicas pero que sí te
dabas cuenta cuando la otra persona respondía y lo hacía de forma positiva.

No podemos perder de vista que al menos yo había sido educada, o mejor dicho,
maleducada sexualmente en pleno Franquismo. Es decir, la sexualidad de las mujeres no
existía. Pero no existía fueras lesbiana o fueras heterosexual. Para las mujeres la
sexualidad empezaba y acababa en dar satisfacción sexual al varón; dentro del marco

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matrimonial, nunca fuera; y para dar hijos a ese varón. Parecía como que el sexo no nos
interesaba a las mujeres, como si lo del sexo fuera una cosa, como decíamos entonces,
“tan de hombres como el coñac”. Lo nuestro era ser tiernas, cariñosas, muy devotas y muy
entregadas a lo que necesitase la gente de nuestro entorno, la que queríamos. Pero eso de
que te gustara el sexo y que te despertara el deseo sexual, no existía.

De ahí que entre nosotras las lesbianas funcionaran esos mecanismos difíciles de
interpretar por quien no lo fuera. Y por supuesto, no en la calle. A diferencia de los chicos,
las mujeres lesbianas no teníamos ninguna zona pública de encuentro. Eso hubiera ido en
contra de la educación que habíamos recibido. ¿Qué hacíamos nosotras? Teníamos
nuestros propios circuitos de relación, en nuestras casas. En ese circuito privado, no
público, era donde nos conocíamos, donde interpretábamos esos rostros, donde se daba
esa respuesta, o no. Ahí era donde encontrabas una aventura para una noche, o el amor de
tu vida.

Las chavalas jóvenes cuando les contamos cómo vivíamos, como nos relacionábamos en
aquella época, se ríen de nosotras.

- Pero bueno mujer, por favor, ¿cómo vivíais entonces?

Les explicas que no existía eso de una cuadrilla de chicas lesbianas. Para nada. Cuando
nos íbamos de excursión, por ejemplo, todo se camuflaba. Eso formaba parte de la
educación que habíamos recibido las mujeres. Era mucho más fácil ir de excursión entre
mujeres, porque nadie sospechaba que ahí había rollo sexual. Para nada, sólo éramos las
íntimas. Y en esas circunstancias, el grupo de íntimas éramos pocas, muy pocas, salvo que
alguna se echara una canita al aire y conociera a alguna otra.

¿Cómo hacíamos para conocernos? En cualquier sitio lograbas conectar gracias a esos
mecanismos que habíamos aprendido a desarrollar, precisamente fruto de no poder
exteriorizar ni nuestra sexualidad ni nuestro deseo sexual. Esos mecanismos te ayudaban a
saber quién entendía, y quién no entendía. Ojo, el contacto sí lo había, era al cabo del
tiempo. Rarísima era la lesbiana que en una primera toma de contacto tenía sexo. Nos
habían educado que esto de la sexualidad iba poco a poco, muy poco a poco. Por eso
cuando digo que nos echábamos una canita al aire, podía haber sido simplemente haber
visto a alguien que reaccionara a lo que tú habías percibido. Y que reaccionara no quería
decir ir a la cama.

No es fácil explicar cómo eran esos mecanismos, esa antena que se supone que
desarrollamos, y que funciona. No nacimos con eso, aprendimos a percibir unas historias,
unos gestos, unas maneras de estar, que enseguida relacionabas. Y no me refiero a gestos
masculinos, de machorra. Es cierto que entre nosotras sí que había una clasificación que
ha funcionado: la lesbiana femenina de pluma rosa por un lado, y la pluma azul, por otro, es
decir la lesbiana con rasgos más bien masculinos en la pose, en el andar, que no tiene
porqué traducirse en relaciones de opresión. Muchas veces la de la pluma azul, incluso azul
marino, como solemos decir a veces, es a lo mejor la más cocinita, la que tiene más
cuidado de las cosas de la casa. En cambio la femenina, muy femenina, es como un
chicazo. Esos elementos funcionan, pero nadie nace con ellos sino que se van
construyendo.

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Y en nuestro caso, además de la pluma rosa y la pluma azul, está la pluma vasca. Era una
fuente de confusión total. En mis tiempos te podías imaginar que el 90% de las emakumes
vascas eran lesbianas, y además de plumón azul marino. Eso sí es cierto.

La lucha antifranquista

Cuando fui a Madrid me metí en toda la jarana del rojerío, de la lucha contra la imposición
de estructuras fascistas en la universidad y me enrolé con gente que lo que quería era
acabar con todo aquello que era un calco de la Falange Española y de las JONS. A partir de
ahí me abrieron un expediente y como ya he dicho me impidieron continuar en la
Complutense. De ahí, casi sin darme cuenta, di el salto a la lucha antifranquista, a la lucha
por las libertades sin más. Eso sí, estaba metida en la lucha política hasta el cuello pero de
mi sexualidad no hablaba con nadie, ni con mis compañeros ni con mis compañeras de
lucha. Tenía un mundo oculto, un mundo aparte.

No me atrevía a hablar con ellos, no sabía cómo iba a reaccionar sobre ese particular la
gente que estaba a la izquierda del PCE, del Partido Comunista de España. Como yo tenía
mi otra vida en esas redes lésbicas, tenía muy separados lo uno de otro. Yo tenía mi vida
oculta como lesbiana y tenía mi vida política fuera de esas redes, las dos vidas
completamente separadas.

En Madrid me funcionaba de maravilla la red de casas lésbicas. Yo no tenía ningún


problema, no me sentía mal, no me sentía a disgusto para nada. Por eso cuando oigo
versiones victimistas de cómo estábamos las lesbianas en aquella época, y estoy hablando
del año 68, yo tengo que mentir si quiero decir que era una víctima. Yo me lo pasé bomba,
pero bomba, bomba. Nos juntábamos unas 20 o 25 mujeres y hacíamos fiestas en las que,
de verdad, disfrutábamos de la vida. Y en la lucha antifranquista, otro tanto de lo mismo.
Entre lo uno y lo otro, me lo pasaba bien, sinceramente. Siempre he sido en ese sentido
una mujer bastante positiva, entusiasta.

Terminaba yo la carrera en Oviedo cuando de la fusión de la gente de ETA-Berri en Euskadi


y otra gente que estábamos en Madrid, se crea el MCE, el Movimiento Comunista de
España. Un día, me voy a una cita con un compañero y me dice:

- Tú, a Barcelona ¿te irías a vivir?


- Yo sí.
- ¿Cuándo te irías?
- Chico, no sé, cuando haga falta.

Y me dice:

- Mañana, por ejemplo, ¿te irías?


- Pues claro que me iría. Me voy mañana, tranquilamente.

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Me acuerdo que mi hermana Candela, la mayor, se había ido a Londres, y me había dejado
un seiscientos que tenía. Metí todo el piso en el seiscientos, incluso un colchón que até bien
atado y lo tapé con una colcha vasca y me lo puse de copiloto. Así llegué a Barcelona.

Es verdad que en Barcelona el movimiento feminista era mucho más abierto y menos
sectario. Ahí no me costó nada manifestarme como lesbiana en los grupos feministas.
Siempre he sido, hasta la vejez, muy promiscua, eso he de confesar. Enseguida me enrollé
con unas cuantas y me fue muy bien, porque no tenía que andar con amagos ni con
disimulos. Fue estando ahí que me invitaron a Madrid, a dar la charla de cómo el
movimiento feminista veía el lesbianismo.

El movimiento feminista que había en Barcelona me abrió muchas puertas y facilitó que yo
me pudiera convertir en un referente de la lucha político-social, y de visibilidad del mundo
lésbico. Aquel no era un movimiento cerrado, a nadie le preguntaban por su opción sexual y
la gente se manifestaba tranquilamente. Además formaba parte del organismo unitario
antifranquista, la Asamblea de
Catalunya, y ahí estábamos
todos: desde el último mono del
pueblo hasta los partidos
mayoritarios que al final
mandaron a tomar viento la
Asamblea.

Las primeras elecciones fueron


un mazazo para los partidos de
izquierda. No sabíamos que la
gente, cuando toca ir a votar no
se arriesga y vota la moderación
de las moderaciones. A mí me
tocó encabezar la lista para la
alcaldía de Barcelona y
recuerdo que hasta Lidia Falcón salió diciendo que las mujeres tenían que votarme porque
era la única mujer candidata. Entre eso y que era de las pocas que no tenía problema para
salir públicamente como lesbiana, yo creo que se fue creando la leyenda, o como se le
quiera llamar a esto. También es verdad que recorrí muchas ciudades y pueblos de toda la
geografía española dando charlas sobre lesbianismo, sobre sexualidad, sobre derecho al
aborto, sobre los derechos que nos correspondían a las mujeres. Siempre que hablaba de
sexualidad, siempre lo hice desde el lesbianismo. Me imagino, que el hecho de haber
recorrido tantos pueblos y ciudades dando la murga, algo queda.

Creando movimiento lésbico

Al calor de la celebración en la Costa Brava de una reunión de la IGA, entonces


International Gay Association, ya que la L se incorporó después, se reunieron las lesbianas
de los grupos del Estado español y acordaron organizar unas primeras jornadas de

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lesbianas. Se fijó fecha y lugar, y se facilitó que pudieran venir todas las lesbianas que
pudieran a Madrid. Se llamó a todas, a las que eran militantes de los grupos mixtos, y a las
que militaban en el movimiento feminista aunque no se hubieran manifestado como
lesbianas, puesto que en el movimiento feminista, en aquel momento, no había grupos de
lesbianas.

Nos reunimos en la calle Barquillo. Cuando acabaron las jornadas, quedamos en volver a
juntarnos otra vez en Valencia. Las de Madrid pensamos:

- ¿Por qué no nos juntamos y así preparamos una ponencia para el encuentro de
Valencia?

Quedamos en reunirnos los viernes en el local del FLOC, y de ahí el nombre con tanto
“contenido ideológico”: las LUVI, Lesbianas Unidas los Viernes. También fue un poco para
darle en los morros a la Santa Madre Iglesia Católica, por aquello de los viernes de
Cuaresma. Empezamos a juntarnos los viernes pensando en Valencia, en las segundas
jornadas, y las militantes del FLOC plantearon:

- Nosotras estamos muy hartas de la misoginia que se ve en el FLOC. Seríamos


partidarias de crear una organización nueva, distinta, que nos englobara a todas, a las
que estamos militando en grupos mixtos y que tenemos voluntad de no volver, a las que
estáis en movimientos feministas y a las que no están ni en un sitio ni en otro.

Recuerdo que a algunas nos daba pena que rompieran los lazos con el FLOC. Si el riesgo
era la misoginia, pensábamos que como mejor podía combatirse era desde dentro. Nos
dijeron que no, que estaban hasta el gorro. Y ese fue el origen del Colectivo Feminista de
Lesbianas de Madrid. Nos fijamos tres objetivos: ayudarnos a vivir con orgullo nuestro
lesbianismo, servir de instrumento para el conjunto del movimiento feminista y dedicar
algunos esfuerzos, pero en este orden de prioridades, al ambiente, a lo que era el ambiente
en Madrid, que estaba muy separado del movimiento feminista, del FLOC y de todo. Nos
quedamos francamente satisfechas de haber elegido estos puntos. Nos sirvió, desde luego
el Colectivo, para vivir con orgullo nuestro lesbianismo, y nos empeñamos en sacar la
revista Nosotras que nos queremos tanto. Salieron hasta ocho números. El tercer punto fue
un fracaso, no conseguimos incidir en el ambiente. Luego fuimos conscientes de que le
habíamos dedicado muy poco esfuerzo a entrar en contacto con las mujeres que se movían
ahí. Nunca hubo una buena relación. Nosotras desconocíamos que nos veían como las
puristas: más que las políticas, éramos las rebuscadas, las que no podían mezclarse con la
turba.

Por nuestra parte hubo una selección muy clara de los objetivos. Nos parecía primordial
ganar al conjunto del movimiento feminista. O lo lográbamos, o habríamos fracasado. Pero
no supimos cómo dedicar al mismo tiempo esfuerzos al ambiente, no supimos conectar con
un sector de mujeres lesbianas que nos entendían bien poco, o nada. Nosotras
formábamos una élite, aunque no fuera esa nuestra voluntad. Fue años después que
reconocimos que fueron ellas, las lesbianas no activistas, las que facilitaron la visibilidad del
lesbianismo y de las lesbianas en este país, incluso en la época Franquista.

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Lesbianas visibles

Hoy no tengo duda de que esas


mujeres lesbianas, con esas
características de pluma azul marino,
porque eran pluma azul marino todas,
y viviéndose así con satisfacción, lo
que hacían era visibilizar la existencia
de mujeres lesbianas. Porque si de
nosotras hubiera dependido, de
visibilidad nada. Me refiero a nosotras
antes de que surgieran los Colectivos,
que lo único que hacíamos era
maldisimular, por vivirlo ocultamente.
Precisamente por eso el primer
objetivo del grupo era ayudarnos a
vivir con orgullo nuestro lesbianismo,
y eso se consiguió.

Hubo una época, en la década de los


80, que sí se consiguió esa visibilidad.
Hubo un florecimiento en todos los
ámbitos de la existencia lesbiana.
Otra cosa es que no se rompiera con
cierta invisibilización. Pero no hay
duda de que la existencia de los
Colectivos y de los movimientos feministas ayudó a que esa existencia lesbiana apareciera.
Sin negar, por supuesto, que la visibilidad de lesbianas sigue siendo una asignatura
pendiente.

Creo que a nadie se le escapa que los hombres gays están mucho más presentes en el
mundo social. No hay más que ver a gente famosa que no tiene reparo en manifestarse
como tal. En cambio lesbianas requeteconocidas en su entorno o en un sector más amplio,
y cuyo posicionamiento en tanto que lesbianas ayudaría a muchas mujeres, siguen
calladitas sin decir ni Pamplona. Por suerte a nivel más de base, más popular, en los
barrios, sí se han roto barreras y las lesbianas jóvenes, las chavalas jóvenes, no tienen
esos reparos que teníamos nosotras.

A partir del año 81, empecé a ir a América Latina, a los encuentros feministas de América
Latina y del Caribe. Recuerdo que volví espantada de uno de esos encuentros. Espantada
por el impacto tan brutal que había en esos países por el sida, y el vih. La preocupación era
enorme, incluso en el movimiento feminista. No sólo porque muchas de ellas tenían amigos
gays que habían muerto. Las mujeres estaban muy preocupadas de cómo el vih podía
repercutir físicamente en ellas. Me acuerdo que llegando aquí lo conté y me miraron como
si fuera un bicho raro.

42
“No me puedo quejar”

La única pena que tengo de todo esto es que ninguno de mis padres pudo ir a mi boda. Los
dos habían muerto para entonces. Pero de casa, vinieron todos: tíos, primos, incluso un
hermano de mi madre que nunca había venido a Madrid, ni había montado en avión. A
todos les encantó la boda. La comida la celebramos en un hotel, el más barato que
encontramos, en una especie de hall enorme.

Ahí estaba Mikel Martín, (de EHGAM). Me acerco y le pregunto:

- ¿Zer moduz? (¿qué tal?)


- Bueno, es que estoy encantado. ¡Lo que me he podido reír hoy!

Sólo de recordar a todas cantando Lesbiana, yo soy lesbiana porque me gusta y me da la


gana, estaba encantado. La verdad no me puedo quejar, no tuve nunca ninguna presión,
ninguna dificultad, ni un entorno hostil ni nada de nada. Y en el trabajo, en todos los sitios
donde he trabajado siempre iba con la verdad por delante y no he tenido, de verdad, ningún
problema.

Gipuzkoa, noviembre de 2013

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MERCEDES

• Con 10 años empecé a ser consciente de que me gustaban las


chicas y eso jamás me generó ningún problema
Me llamo Mercedes, nací en Bilbao en 1952 y en estos momentos tengo 62 años. Pese a
que durante algunos años estuve viviendo en Barakaldo, siempre he trabajado en Bilbao de
administrativa. Tenía yo 10 años cuando empecé a ser consciente de que me gustaban las
compañeras del colegio, y eso jamás me ha generado problema alguno. Siento no ser
original, pero en ese sentido no me salgo de la norma porque mis vivencias se parecen a lo
que han vivido el 99% de las mujeres lesbianas.

Siendo adolescente me
gustaron chicos y chicas,
pero con 15 años caí
perdidamente enamorada de
una amiga. Aunque era muy
consciente de que aquello
no era normal y sabía que
no lo podía contar porque
estábamos en el año 68,
aquellas sensaciones las viví
de la forma más natural y no
me sentí especialmente
culpable por eso. Mi vida ha
girado en torno al deporte –
balonmano, voleibol y
frontón– y fue en este
ambiente deportivo donde empecé a conocer chicas que a mí me parecía que podían sentir
como yo. Lo intuía por sus miradas y por las cosas que hacían. Yo sabía que era distinta,
pero como siempre había sido distinta a las niñas que me rodeaban, tampoco le di mayor
importancia. No lo comenté en casa, por supuesto. De esas cosas no se hablaba nunca.

A los 16 años conocí a una chica con la que tuve más o menos una historia, una relación,
pero en ese momento se dio un paréntesis de un año y medio en mi vida, ya que marché a
Irlanda. Allí conocí a más chicas, pero también a un chico que me gustó. No llegamos a
tener nada, ningún compromiso ni nada parecido, pero me lo pasaba muy bien con él. Que
no me llamaran la atención a nivel sexual, no quiere decir que no me gustaran los hombres
como amigos o como compañeros de viaje. Pero sólo hasta ahí. En Irlanda tampoco tuve
relaciones con ninguna chica, porque no me atreví. Entre que no dominaba bien el idioma y
que estaba fuera de casa, me acobardé, esa es la verdad.

En el instituto Bertendona jugaba a balonmano y ya desde esa época fui muy atrevida. Si a
mí me gustaba una chica, iba derecha a por ella. Directa, pero con cuidado. Tampoco
avasallando, pero si me gustaba había algo dentro de mí, una fuerza interna que me
empujaba a expresar a esa otra persona mis sentimientos. ¿Cómo? Trataba de ser
agradable con ella, y la colmaba de halagos.

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Conocí chicas en el equipo deportivo

Cuando finalicé los estudios en el instituto me quedé sin equipo. En aquellos años sólo en
los colegios privados tenían la posibilidad de jugar todo el año, pero no en el instituto. Por
suerte leí en el periódico que en
Barakaldo había un equipo de fútbol
femenino y un domingo que había
partido me presenté en los vestuarios y
hablé con el entrenador. Así empecé a
jugar a fútbol y en el equipo conocí a
dos chicas, una de las cuales me
encantó. Tenía yo 18 años y empecé a
acercarme a esa chica tratando de
conquistarla. Ella tenía novio, pero
andaba con dos a la vez. Tuve suerte
con esta chica porque conectamos y
empezamos a tener relaciones. Llegó un
momento en que nos juntamos siete chicas, todas del deporte, y formamos nuestra propia
cuadrilla. Eso sí, las amigas de nuestro grupo nunca formamos parte de ninguna
asociación, ni de la Asamblea de Mujeres ni de ningún otro grupo similar.

A principio de los 70, coincidiendo con los últimos años del Franquismo estuve de los 17
hasta los 23 años en un equipo de balonmano y balonvolea donde éramos 12 chicas. La
mitad de las chicas eran lesbianas, aunque casi ninguna era consciente de serlo. Eran
chicas con actitudes y con una estética muy masculina, casi chicos diría yo, a las que les
gustaban otras chicas, pero no lo decían, no se decían lesbianas. Simple y llanamente les
gustaba una chica, y punto.

Todas las del grupo trabajábamos y teníamos un poder adquisitivo que nos permitía viajar.
Solíamos ir mucho a Biarritz, a una discoteca donde ya entonces chicos bailaban con
chicos, y chicas con chicas. Nosotras que llegábamos como provincianas, estábamos ahí
en nuestra propia salsa. El miedo que vivíamos aquí era tal, que alguna de las chicas se
escondía allá en Biarritz temiendo que algún conocido de Bilbao la viera.

En la oficina nunca permití críticas

No está bien que yo lo diga, pero yo era la más osada del grupo, la que menos miedo tenía.
Incluso en el trabajo siempre que alguien en la oficina sacaba el tema para criticar o atacar
las relaciones homosexuales, yo siempre defendía a gays y lesbianas. Algunos se podían
llegar a molestar, pero nunca nadie llegó a preguntarme directamente si yo era una de esas
lesbianas, o no.

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Un año, en la cena de Navidad de la empresa ya con cuatro copas de más, una compañera
me dijo acerca de mi sexualidad lésbica:

- Pero si todos sabemos que te gustan las chicas, no hace falta que lo digas.

La gente que me ha rodeado a lo largo de mi vida siempre se ha tomado mi forma de ser de


un modo muy natural y sin problemas. Yo no decía nada, pero tampoco hacía falta. En casa
tampoco lo dije, y si llegado el caso alguien hubiese sacado el tema, que no llegó, no sé
como hubiera reaccionado yo. No creo que hiciera falta decir nada, yo al menos no sentía
esa necesidad y nadie nunca me puso en la tesitura de tener que decirlo. Teníamos buena
relación en la familia, pero era mi vida y yo la vivía libremente, tanto para lo bueno como
para lo malo. A alguna de mis amigas sí le llegó a pasar que su madre le llamó la atención
porque andaba demasiado con el grupo. A mí nunca me echaron nada en cara. En eso, la
verdad, tuve mucha suerte.

En aquellos años las chicas que estaban metidas en rollos políticos habían formado ya la
Asamblea de Mujeres y solían organizar eventos y fiestas. Nosotras siempre nos
mantuvimos al margen. Cuando salíamos del trabajo quedábamos e íbamos a cantidad de
sitios donde seguramente coincidiríamos con las mujeres lesbianas que sí estaban metidas
en esas historias, pero nosotras íbamos a nuestra bola como grupo de amigas que éramos.
Eso sí, cuando hacíamos fiesta en casa de alguna de las chicas, ahí sí nos explayábamos,
éramos nosotras mismas y la verdad, sí nos divertíamos, y mucho. Pero en la calle y en los
bares, no. Ahí hacíamos vida normal. Nadie sospechó nunca que entre nosotras hubiera
algo más que simple amistad.

Sin interés por el activismo

Todavía hoy somos amigas, aunque la mayoría no quiere saber nada del tema. Una se casó
en cuanto se aprobó la ley. Pero creo que lo hizo más por su compañera, que es abogada,
que por convicción. Insisto en esta idea, nunca tuvimos nosotras ningún interés ni por la
política ni por el activismo. Nos gustaba divertirnos, y nos divertíamos, pero fuera de todo lo
que tuviera que ver con movimientos como las Asambleas de Mujeres Feministas o los
Colectivos de Lesbianas.

No es que tuviéramos nada contra ellas. Simplemente no nos interesaba ese ambiente. Yo,
por ejemplo, como ya tenía pareja nunca tuve necesidad de meterme en nada. Recuerdo
que solía ir a Barcelona porque allí tenía unas amigas y sí es verdad que estando fuera
salía más por el ambiente y como que me desmadraba un poco más. Pero nada de militar
en ningún grupo. Eso no quiere decir que alguna vez no fuera a alguna charla o que no
respetara y valorara el trabajo que hacían las feministas y las lesbianas activistas. Pero si
iba a una charla o a una manifestación, iba sola porque mis amigas no querían saber nada
de ese mundo, les asustaba y llevaban la clandestinidad a rajatabla.

Cuando se hicieron las primeras manifestaciones del orgullo en Bilbao, llegué a ir a alguna
pero fue más bien porque una amiga me obligó. Las chicas que yo conocía no iban porque

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tenían pavor de que alguien las vieras. Muchas eran profesoras y temían que algún alumno,
o la madre de alguno de ellos pudiera reconocerlas en la manifestación.

Tampoco es que anduviéramos camuflándonos. No era eso. Simplemente no cuidábamos


en exceso nuestro aspecto, y mucho menos vestíamos como lo hacían entonces las
lesbianas activistas que parecía que iban todas de uniforme. Algunas del grupo eran algo
más femeninas y sí cuidaban un poco su apariencia externa, pero como cualquier chica, sin
querer aparentar nada especial.

Recuerdo que alguna vez hablamos sobre guardar las apariencias, y alguna decía que si en
casa o en el trabajo le llegaran a preguntar si era lesbiana, ella inmediatamente lo negaría:

- ¿Qué estas diciendo? Yo no soy lesbiana.

Yo les decía que eso era ridículo, que debíamos estar conformes y contentas con nuestra
forma de ser y con nuestras preferencias, porque ese era nuestro sentimiento y nuestra
vida. Pero no, todas ellas tenían mucho miedo a que alguien pensara o sospechara siquiera
que podían ser lesbianas. Y eso que en casa de alguna seguro que algo ya sospechaban
porque con sus parejas tenían relaciones largas. Sólo hubo una que tuvo problemas con su
madre. Una vez algo le echó en cara, pero se lo dijo un día y ya nunca más se volvió a
tratar el tema en aquella casa. Era un tema tabú del que no se hablaba.

Yo cortaba cualquier discusión sobre homosexualidad

Tampoco es que tuviéramos presiones familiares para casarnos o formar familia. Tuvimos
suerte y todas empezamos a trabajar muy jóvenes, con 16 años, y eso nos permitió ser
económicamente suficientes y no depender de la familia. Por tanto, tampoco nos podían
exigir nada, y mucho menos que nos casáramos.

Quizás era por mi actitud y mi forma de vivir la vida, no permitiendo que nadie se metiera en
ella, que nadie nunca osó preguntarme por mis preferencias sexuales. Si hubiera sido más
condescendiente es posible que alguien se hubiera atrevido, pero siempre fui tajante y a
nadie di pie para preguntar. Si en casa o en la oficina alguien sacaba el tema de la
homosexualidad, yo cortaba de raíz cualquier discusión:

- ¿No podéis ser más respetuosos?

En la calle tampoco llamábamos la atención especialmente. Nos comportábamos como lo


podía hacer cualquier otra chica con sus amigas. Una de mis parejas, por ejemplo, era muy
cariñosa y le gustaba besarme o abrazarme en la calle, pero como lo podía hacer otra
amiga, sin salirnos de lo que podía ser normal entre dos chicas.

Hace unos 25 años tuve una relación con una chica que sí tenía serios problemas en casa.
Vivía con pánico que alguien sospechara y su madre la atosigaba para que se echara
novio. Era impresionante ver como sus familiares la acosaban para que se casara. Lejos de
imponerse un poco y decir, ama, ya me estás cansando, ella como que se arrinconaba. A
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esa mujer le costó una barbaridad romper el cascarón, pero al final lo logró y en la
actualidad la encuentras en cualquier sitio viviendo plenamente su sexualidad.

Llegamos a ser 20 en el grupo

Del grupo original de seis amigas que nos conocimos a través del deporte, al final llegamos
a conformar un grupo más amplio, como de 20 mujeres, gracias a que las amigas que cada
una de nosotras hacíamos fuera del grupo las íbamos sumando a éste. Los fines de
semana, por ejemplo, solíamos ir a cenar y luego nos íbamos a discotecas como Wendolín
o Holiday, en Deusto, o nos íbamos a una discoteca en Castro. Bailando conocíamos a
otras chicas y algunas también se llegaron a sumar al grupo. Aunque como digo, el grupo
fuerte que se ha mantenido hasta hoy, seguía siendo ese original de seis. A veces íbamos a
los bares de ambiente que podía haber en el Casco Viejo, sobre todo a donde La Otxoa, en
Barrenkale, y otro que estaba en la calle Amistad, el Holl donde actuaban muchas travestis.
Estoy hablando del año 85. Pero íbamos muy pocas veces a bares de ambiente porque
como digo, entre que no nos entusiasmaba demasiado el entorno porque era muy de
chicos, y que mis amigas preferían guardar el anonimato, no tenía mucho sentido que nos
moviéramos por esos sitios. Posteriormente sí, cuando abrieron El Convento y Lamiak, eso
ya fue diferente. Para mí Lamiak fue un referente, aunque más de día que de noche.

Ni muy masculina, ni muy femenina

Personalmente no he sido una mujer ni muy masculina ni muy femenina. No era ésta una
actitud forzada, simplemente yo era así y así me salía. Eso me provocó broncas con una
amiga que era excesivamente masculina. Aquella mujer tuvo problemas con todas sus
parejas porque siempre quería marcar ese rol tan de macho:

- Aquí yo soy el tío, yo soy el chico y tú la chica.

Le gustaban las señoras-señoras y siempre andaba tratando de enrollarse con mujeres


casadas. Nunca conseguí llevarme bien con las lesbianas que adoptan ese rol, tan de
macho. Por supuesto, a esas mujeres el movimiento feminista o el lesbiano les importaba
un comino, pasaban absolutamente de cualquier reivindicación, mientras que yo aunque
mantenía mis distancias podía ir a una manifestación. En ese sentido yo tenía muy claro
que yo era una mujer, una mujer lesbiana que no tenía ningún problema en saber qué
quería, y por eso nunca me he sentido atraída por ninguna mujer que no supiera lo que
quería. Me parecía que era perder el tiempo. Aunque reconozco que si la vida hubiera
hecho que se cruzara en mi camino fulanita, casada y con hijos, no sé lo que hubiera
hecho. Quizás yo también hubiera perdido la cabeza en un caso así. Es muy fácil juzgar
cuando no te ha ocurrido.

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Cómo nos llamábamos y reconocíamos entre nosotras

Cuando hablando entre nosotras nos referíamos a otras chicas que también pudieran ser
lesbianas, jamás utilizábamos términos que nos parecían soeces como lesbianorra o
bolleras, nunca me han gustado ese tipo de expresiones. Cuando hablábamos decíamos o
bien lesbiana, o bien:

- Mira qué pluma tiene esa, es como nosotras.

¿Y cómo hacíamos para reconocer a otras lesbianas? Sobre todo en la forma de mirar.
Cuando entre dos mujeres las miradas se cruzaban y se observaban mutuamente, se daba,
si era el caso, un reconocimiento mutuo que a la vez podía expresar un deseo sexual. No
es fácil explicar cómo era esa mirada, aunque sí puedo decir que era insistente, insinuosa y
nada agresiva. Al menos así era como a mí me funcionaba. Yo trataba de ser directa y tras
la mirada, si la chica me gustaba, hacía el esfuerzo por iniciar una conversación y un
acercamiento más próximo. Si sólo había sido un te miro, me miras y nada más, pues
seguía adelante por mi camino, y tan contenta.

En el cine surgía la magia

Yo era mucho de ir al cine, solía ir a los Urrutia donde daban cine de ensayo. Cuando
conocía alguna chica que me gustaba y ella permitía ese acercamiento, la solía invitar a ver
una película. En principio no era una cita, sino dos amigas que iban al cine. Ahora bien, una
vez dentro, cuando se apagaban las luces, ahí todo era como más íntimo y un pequeño
roce llevaba a otro, y terminaba agarrando su mano. El cine servía para que la magia se
diera. Y si como alguna vez me ocurrió, en ese primer roce no pasaba nada, no había un
segundo roce y ella no daba pie a que hubiera un contacto físico, yo ahí lo dejaba. Tampoco
es que yo lo viviera como un fracaso, habíamos visto la película y quedábamos como
amigas.

El cine era como el primer contacto y si había resultado y de los roces se pasaba a la magia
porque ambas nos gustábamos, quedábamos para otra vez. El problema solía ser que
normalmente todas vivíamos en casa con la familia y en aquellos años a los hoteles todavía
no se podía ir. Si alguna de las dos teníamos coche, nos íbamos a Artxanda y ahí hacíamos
manitas mientras oscurecía. Aunque la cosa no llegaba a más, era bonito porque permitía
mantener viva la magia. Por suerte, en el grupo de amigas casi todas tuvimos coche y ahí
nos arreglábamos cuando había necesidad. Más adelante sí pudimos ir a algún hotel, pero
tratábamos de no entrar juntas a la habitación, para no llamar la atención.

A mí no me gustaba correr, no me gustaba andar con prisas en la relación. Prefería volver a


verla otro día bien por la mañana, bien por la tarde, bien para ir al cine, o para tomar algo, o
simplemente para pasear. Si el sexo tenía que llegar, ya llegaría. Tampoco era yo mucho de
insistir, porque enseguida se veía si había interés mutuo, o no. Si había química, continuaba
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con la relación y podían ser seis o siete citas antes de que hubiera nada en el plano sexual.
Si en ese tiempo yo veía que aquello no avanzaba, tiraba la toalla. No era de andar
persiguiendo a nadie. Tampoco había en Bilbao tantas lesbianas a las que yo podía llegar y
llegó un momento en que más o menos ya todas nos conocíamos. Por eso yo creo que las
relaciones perduraban, o por eso al menos a mí me duraron tanto.

En aquellos años no llegué a vivir con ninguna de mis parejas. Con la última sí, estuve
viviendo con ella 4 años. Pero en los 80 ni nos lo planteábamos. No veíamos la necesidad
ni de contarlo a la familia ni de ahorrar para comprar un piso ni de vivir juntas. No nos salía
nada de eso. Todos los días nos veíamos, los viernes y sábados salíamos por la noche,
solas o con las amigas, y con eso nos bastaba. Yo creo que tenia más emoción, porque era
ese continuo hoy puedo, ahora no puedo, ahora vamos y, de verdad, eso era vivir en pareja
para nosotras.

Bizkaia, octubre de 2013

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J O S E I G N AC I O

• Lo que los curas hicieron conmigo fue abuso; yo tenía que


haber hecho ese recorrido solo, no empujado por ellos
Me llamo José Ignacio y nací en Cuba hace 66 años, en el seno de una familia de origen
vasco. En la isla hice poco tiempo, diez años nada más, pues con motivo de la Revolución,
debido a la situación política convulsa, mi familia decidió emigrar a los Estados Unidos. Ahí
estuve estudiando durante cuatro años y de ahí pasé a Madrid antes de regresar al lugar de
origen de mi familia, Bilbao, en pleno Franquismo. Acabé el bachillerato superior, hice
preuniversitario y entré a la Universidad. Pero como me tiraba más el Mayo Francés que
estudiar, dejé la Universidad. Afortunadamente era bilingüe y enseguida pude conseguir
trabajo como traductor. Empecé en Altos Hornos, y después vinieron otras fábricas y otros
puestos.

De Cuba siempre se habla de la precocidad sexual de sus habitantes, de que viven con el
erotismo a flor de piel, porque es el Caribe. Será o no será, lo que sí es cierto es que yo con
7 años, el año 53, cuando estaba en segundo de Primaria en el colegio de los jesuitas de
Belén, yo notaba que a mí, todo eso que tanto interesaba a los amigos –estar fuerte,
trabajar los músculos…–, a mí todo
aquello no me interesa absolutamente
para nada. A mí lo que me interesaba,
me llevaba y me atraía era ver al
profe en bañador en la piscina. No sé
si era el vello del pecho, no sé…
sabía que era una admiración que no
era la que yo veía en mis
compañeros. Recuerdo
especialmente la playa. En Cuba,
como en El Marítimo del Abra aquí,
que tenía su propia playa, los
vestuarios eran abiertos, no
individuales. Eran unas taquillas corridas que abrías, tenías ahí tus cosas y todo el mundo
se desnudaba y se duchaba delante de todos. A mí me encantaba ir ahí. Me encantaba
ducharme, cambiarme, volver a cambiarme y estar ahí por estar. Me atraía muchísimo el
cuerpo masculino. Ahí empecé a dudar, a pensar que esa inclinación que yo tenía no era
normal, porque no lo veía en los demás amigos.

Cuando tenía como unos 10 años en el colegio hacíamos por la tarde tareas de
voluntariado para repartir comida entre los necesitados. Había un cura vasco que me
propuso que le ayudara a repartir las meriendas entre los mediopensionistas. Abrían una
especie de ventana donde llegaba la gente y les dábamos la comida. Cuando llevábamos
ya un tiempo con estas labores, un día el cura me propuso llegar antes para ir preparando
las meriendas. Era un cura conocido de la familia. Un día, sin más, me sentó encima de sus
piernas y ocurrió lo que suele ser habitual en estos casos. Me besaba y me decía:

- Qué guapo eres…

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Yo pensaba que lo decía y lo hacia porque me quería mucho, porque era amigo de la
familia. La última temporada fueron sólo caricias en la cara, un besito en la mejilla y cosas
así, hasta que empezó ya con palabras mayores: A tocar mi miembro, y a poner mi mano
sobre el suyo. Hasta que me asusté y dejé de ir. Me asusté mucho, porque no se lo podía
contar a nadie. ¿A quién se lo contaba? A mi madre no se lo podía contar, era su amiga.
¿Qué me iba a decir?

- Es que te quiere mucho.

El cura me pidió que regresara, pero no fui. Hace cuestión de unos 7 años, me encontré en
Miami con Oscar, un amigo y compañero de clase en Cuba. Entonces supe que a él le pasó
lo mismo, exactamente lo mismo, y también es homosexual. Por eso creo que aquel
hombre vio que en nosotros ya estaba la semilla del deseo homosexual, y se aprovechó.

Así empecé yo, con aquel cura y con algunos toqueteos con amigos. Con un amigo de mi
abuelo también: mucho besuqueo y mucha historia, queriéndome demasiado. Y esa semilla
quedó ahí, la semilla de la duda. Porque aunque tenía mi grupo de amigos, donde también
había chicas, y jugábamos con ellas en el parque, aquello no era para mí. Yo veía que no
me llenaba aquello, que no iba detrás de lo que iban los otros chicos.

Abuso, es abuso

En EEUU me tocó una academia militar, con toda su parafernalia castrense y donde se
aplicaban castigos corporales. Aunque la academia la llevaban militares, la parte escolar
estaba a cargo de los hermanos de La Salle, y como yo era bastante rebelde y tenía el
inconveniente de que no entendía el inglés al cien por cien, tuve problemas con ellos. Para
dormir teníamos unos dormitorios donde convivíamos tres o cuatro chicos. Uno de los
curas, el que llevaba el departamento de inglés y cuidaba uno de los dormitorios, me
protegió. No sé si fue porque yo era el más joven, o porque todavía tenía que aprender bien
el inglés. Fue una cosa bastante curiosa. Una noche salí del dormitorio sin permiso y se
enteró. Allí la disciplina era muy estricta. El cura me llamó a su habitación, que estaba junto
a la nuestra y me dijo:

- Has cometido una infracción y ya sabes cuál es el castigo.

¡Claro que lo sabía! Normalmente te pegaban con una regla en la espalda. Pero a mí me
hizo bajarme los pantalones y me dio dos o tres azotes en las nalgas. Y aprovechando la
ocasión, tocó. Empezó a tocarme primero aquí, luego ahí y siguió. En resumidas cuentas,
esa fue mi primera experiencia. Por supuesto tuve que quedar callado. No pude decir nada.
Y ese hombre me tocó durante el primer año como unas 3 o 4 veces.

Debo dejar clara una cosa. Creo que hay que separar lo que es el abuso de esa persona
hacia mí, que me tocara sin pedir mi consentimiento, y otra cosa muy diferente es que yo lo
pasaba bien. Fueron dos cosas completamente distintas. Yo lo que le achaco a ese hombre,
igual que le achaco al otro cura, es que no me hubieran dejado descubrir mi sexualidad

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espontáneamente. Es decir, para entonces yo ya tenía mis dudas, tenía mis maneras de
pensar..

- ¡Coño! –me decía yo–, esto no está bien, pero es lo que me gusta. No comprendo bien
pero ésta es mi inclinación.

Ellos me sacaron del grupo y me dijeron:

- Tu sitio realmente está aquí.

Lo que más me fastidia de todo esto es que yo tenía que haber hecho ese recorrido por mí
mismo. Lo que no me gustó, nunca me ha gustado y me cabrea, es que yo tenía que haber
hecho ese recorrido solo, no empujado por ellos. Ahora no ocurre tanto pero en los años 50
y 60, pasaba mucho en los colegios. Ellos sabían perfectamente de quiénes sí podían
abusar, y de quiénes no. A mis amigos heterosexuales, que son íntimos amigos desde los
años de Cuba, nunca los tocaron. Pero fueron a tocar a Oscar, fueron a tocar a Rafael, a
José Ignacio, que éramos los que ellos adivinaban teníamos ya, conscientes o no, esos
deseos homosexuales. Sabían muy bien a quién tocar y a quién no podían tocar.

¿Cómo lo sabían? Puede ser que porque cuando los otros chavales estaban jugando, yo
estaba leyendo; o porque me gustaba ir a los conciertos, o era el que sabía qué película
acababan de poner. Si a mí me preguntaban por un jugador de futbol, no tenía ni idea. Era
mi carácter, mi forma de ser. Por ejemplo, en Navidades Oscar y yo éramos los primeros en
apuntarnos al voluntariado, los primeros en hacer paquetes de Navidad para los pobres.
Ese tipo de cosas, daban pauta a los curas para meterse con nosotros. Y claro, con el
tiempo yo mismo llego a ser consciente de que soy homosexual.

Dios los cría, y ellos se juntan

La famosa frase esa de que “Dios los cría y ellos se juntan” es una verdad como un templo.
Con 14 años yo llego a Madrid y ya soy consciente de lo que soy. Claro, era el año 63 y
había que empezar a buscar. Mi colegio de entonces se llamaba El Buen Consejo, que
llevaban los Agustinos. Allí tuve la inmensa suerte de que me pusieron en un curso en el
que no tenía prácticamente nada que estudiar, porque todo lo había visto en EEUU. Sacaba
unas notas de maravilla y me dediqué a la buena vida.

Empecé a contactar con gente. No con gente de mi edad, sino con señores de 30 años para
arriba, que me llevaban como mínimo 15 años. Los contactaba en unos billares que había
cerca de la escuela. Pero había que tener mucho cuidado. Todo aquello debía ser muy
discreto, y yo muy cuidadoso. Era una situación difícil porque la policía siempre estaba
vigilante, sobre todo en los billares. Pero, como he dicho antes, Dios nos cría y nosotros
nos juntamos… ¿Por qué lo digo? Porque sigo manteniendo la amistad, con Arman, con
Eloy y con Simón. Aunque nos perdimos de vista durante muchos años, volvimos a
encontrarnos años después por una de esas casualidades de la vida. Nos reunimos en
Madrid y aunque nunca antes lo habíamos hablado, dio la casualidad de que Simón

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también es gay. Eloy no, pero Simón sí. Con el tiempo me he dado cuenta de que amigos
míos de aquella época muchos eran gays. El problema era que no lo decíamos. Ni se decía
ni se comentaba. Había un miedo terrible. Si te ponían el sambenito de “maricón”, ¡pobre de
ti! De eso ni se hablaba, y se suponía que ni tú ni nadie lo podía ser.

En casa mi madre siempre dijo que yo era el hijo de su vejez. Eso quiere decir que ella
tenía que intuir que algo no muy normal estaba pasando conmigo. Mi padre, nunca dijo
nada. Cuando con 18 años salí del armario y les dije que soy como soy, mi padre siempre
miró para otro lado. La familia se dividió. Curiosamente las mujeres –madre, abuela, tías,
primas, etc.– todas me defendieron. Mi hermano, mi padre y mi abuelo, no. Mi abuelo no
estaba en contra pero tampoco me defendía. No le entraba en la cabeza. Pero era normal
que un hombre de 80 años no pudiera entender.

Mi padre jamás lo aceptó. Tampoco hizo nada en contra, pero jamás lo aceptó. Algunos
miembros de la familia fueron a hablar con él para que cambiara de actitud, pero no lo hizo.
Hasta un chiste de maricones llegó a contar en la casa en la que yo vivía con mi
compañero, el que murió, José Manuel. Y eso que mi padre era el típico machista cubano
que se tenía que tirar a todo lo que hubiera a su alrededor. La única frase que tuve de él, de
comprensión, fue:

- Tú te llevas bien con él y yo creo que hacéis un buen equipo.

No dijo pareja, no dijo tándem, no dijo


matrimonio, no dijo nada de eso. Sólo dijo
“un buen equipo, y os acompañáis
mutuamente”. Y llegado a este punto
quiero rendir homenaje a la mujer que más
confió en mí, mi abuela. Cuando José
Manuel murió, nadie de la familia me dio el
pésame, en el sentido de pésame, de lo
que es el pésame. Sin embargo ella, con
98 años, me agarró, me abrazó y me dijo:

-¡Qué solo te has quedado hijo mío!

Esas son cosas que pasan en todas las familias. Creo yo. En aquella época aunque todos
en casa lo sabían, yo no había salido del armario fuera de casa. La familia lo sabía y por lo
menos hubo el respeto de no decir palabras despectivas hacia los homosexuales, ni de no
contar ningún tipo de chiste ofensivo. Pero eso era dentro de casa. Fuera ya era otra cosa.

Verdadera vida gay

Yo llegué a Bilbao hace 47 años, en 1967, y es aquí donde empieza ya mi verdadera vida
pública gay. No era un hombre abiertamente homosexual, pero sí tenía conciencia de lo que
era. Mi filosofía siempre ha sido nunca pregonarlo. Pero si me lo preguntan, lo digo. Si no

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quieres saber, no preguntes. Se vive muchísimo mejor fuera del armario que dentro. Y eso
que en aquel entonces teníamos una ley tan maravillosa como la Ley de Peligrosidad
Social. Había que tener mucho cuidado.

A Bilbao yo llego a vivir a casa de una tía mía, mejor dicho de una mujer que yo llamaba tía,
tía Emilita, que vivía en Colón de Larreategui. Tía Emilita era como de la familia para
nosotros. Llegué a Bilbao con trabajo y arropado por todos los vasco-cubanos que ya vivían
aquí. Entrar en sociedad no me costó mucho trabajo porque ya venía conectado a través de
mi familia y de amigos de mi familia. Mi problema era ubicar a quienes eran como yo.
¿Dónde? ¿Cómo? Al final mis primeros contactos fueron con compañeros de trabajo y con
amigos de la familia que me conquistaron con la mirada.

Las miradas siempre han funcionado. Por ejemplo, vas por la calle y de casualidad miras a
una persona directamente a los ojos. Normalmente, en el 99% de los casos, la persona
retira la mirada. Si la mantiene, ya has dado un pasito. No sé, es química pura. Cuando
alguien te mantiene la mirada, tú la retiras y si al volver a mirar te está mirando, ahí hay
interés. Puede ocurrir lo que me ocurrió una vez, que un señor me mantuvo la mirada y yo
pensé:

- Éste es del gremio.

Pues no, resultó ser alguien que me conocía de una empresa en la que yo estuve
trabajando. Esas cosas ocurren, pero son las mínimas. Se da más la mirada de quien busca
un encuentro. Y si además hay una sonrisita, olvídate: has ligado. En aquellos años
funcionaba así. Tú mirabas, y si te mantenían la mirada, bebías tu copa de vino y salías a la
calle. Si había interés, te seguían. O puede que la otra persona fuera al cuarto baño, y
entonces tú ibas detrás. Puede ser que lo hiciera porque de verdad tenía una urgencia y ahí
tú tenías que inventar cómo salir del apuro. Había sitios que ya eran emblemáticos para
eso, aunque los bares de encuentro vinieron en una época posterior.

Estoy hablando de los años 70, cuando de alguna forma este país había progresado. Ya
comíamos todos los días y la gente tenía dos camisas en vez de una. No había que andar
dándole la vuelta al cuello de la camisa para que pareciera nueva. Con la mejora
económica las actitudes sociales empezaron a cambiar. No digo que se tolerara o aceptara
la homosexualidad, pero sí que las actitudes empezaron a cambiar. Algo de movimiento sí
que había en la zona de La Palanca, en los bares de prostitutas. Pero claro, ¿qué pintaba
yo ahí? Me sale una chica, una profesional y ¿qué hago yo?

Para nosotros, hombres homosexuales, en aquella época había varias zonas en la ciudad
donde podíamos ligar. Uno era la pérgola del Parque de Doña Casilda, donde sigue
habiendo ligue, aunque hoy es mucho más peligroso. Cerca de ahí, junto al Museo, antes
de que lo reformaran, también se podía ligar en unos wáteres que había ahí al lado, o en
los que había en la Gran Vía, junto a El Corte Inglés, o en los que estaban debajo del
puente del Ayuntamiento. Había ligue en los wáteres de toda la ciudad. Y no digo nada
cuando se inauguró El Corte Inglés. Aquello era exagerado, se ligaba hasta con los mismos
empleados.

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De correrías por aquel Bilbao

En esos sitios anduve de flor en flor, hasta que me hice con un grupo de amigos, con los
que salía, con los que iba a sitios o nos reuníamos en casa de alguno de ellos. El problema
era que no todos tenían casa, ni coche. En la cuadrilla éramos ocho y sólo uno tenía coche.
Por eso, mucho del sexo había que hacerlo en los lugares públicos. Además, en aquel
entonces, en Bilbao, a las 23:30 de la noche sólo había ladrones o mariquitas en la calle.
No había otra cosa.

Yo tenía la suerte de contar con medios para tener un piso porque ganaba bien con las
traducciones. Pero también es cierto que estaba muy cómodo en casa de mi tía por lo que
sólo tenía la casa para mí cuando ella se iba a misa, o a algún funeral. ¿Cómo iba yo a
subir a nadie a casa? Si llega a aparecer mi tía ¿qué hubiera pasado? Y hoteles no había.
Bueno, haber había, pero había que mostrar el carnet de identidad y por tanto, sólo
podíamos acceder a ellos cuando por la calle ligabas con alguien que ya estaba hospedado
ahí. Hasta que empezó a haber alguna que otra pensión en el Casco Viejo que hacía la
vista gorda, no hubo nada.

La veda del casado

Los hombres casados en aquel tiempo, eran tema aparte. La veda empezaba en junio y
terminaba en septiembre. Era entonces cuando mandaban a las mujeres a veranear a
Plentzia, y los pobres se tenían que quedar en Bilbao a trabajar. Un chaval malagueño que
trabajaba en El Corte Inglés solía decir:

- Nenas, ya empieza la veda del casado.

Yo me ligué a un hombre casado en El Dragstor y estuve todo el verano con él. La verdad,
era una bellísima persona, un tío fantástico. Eso sí, con muchos problemas en su cabeza
generados por la culpa. También conocí muchísimos hombres casados que a la vez que
guardaban apariencias con la esposa y los hijos, tenían su novio de planta. A muchos de
ellos te los encontrabas en el cine Ideal, teniendo sexo en lo oscurito donde nadie los veía.
Para nosotros los hombres casados eran presa fácil porque venían con hambre. Hambre de
nueve meses de abstinencia sexual con otros hombres. Eran los hombres más fáciles de
ligar y encima no querían compromiso alguno. Eran de lo mejor.

La cuadrilla que “entiende”

Llegan los años 70 y empieza a haber una serie de sitios donde la gente se reúne y la vida
cambia, cambia la manera de hacer la carrera (el ligue). Ya no se emplea tanto el parque,

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porque ya empieza a haber sitios más o menos seguros donde poder conocer gente. El
más emblemático era La Ópera, una cafetería que estaba detrás de El Arriaga. Era una
preciosidad de lugar, con un ambiente maravilloso. Todo dios que entendía (que tenía
deseos homosexuales) en Bilbao, pasaba por ahí. Ahí se forjaron amistades. Yo mismo,
después de 40 años sigo teniendo grandes amigos que conocí ahí. En este lugar empiezan
a formarse las primeras cuadrillas de gente homosexual. Cuando los de mi cuadrilla
entrábamos en La Ópera, nos llamaban Las chicas del vals. En esa época todo el mundo
tenía mote, no sé por qué razón pero todos teníamos mote: que si la Maripatxis, que si la
Metra o la Onasis. Todo el mundo tenía. Quiero pensar que no era una falta de respeto, sino
que era una manera de no decir el nombre de la persona.

Y hablando de La Ópera y de falta de respeto, cómo olvidar la hipocresía de la Santa Madre


Iglesia con respecto a todo esto. ¡La cantidad de curas que había en el ambiente! Todavía
me acuerdo de uno que frecuentaba los alrededores de La Ópera como el que más. Era
una muy buena persona y dejó buen recuerdo en el ambiente. Era párroco de una de las
parroquias más importantes de Bilbao. Se pasaba horas sentado en una esquina de La
Ópera, junto a una floristería que había allí. La gente lo respetaba, y le respetábamos su
esquina.

De los años de La Ópera también recuerdo la acogida que allí dábamos a los jóvenes que
iban con ganas de romper el cascarón. En mi cuadrilla siempre nos esforzamos por acoger
a los nuevos que aparecían por el lugar. Bastantes problemas tenían ya aceptando su
homosexualidad para que nosotros también les pusiésemos la zancadilla. Seguro que
muchos habrán pensado:

- Mmm… ésta es nueva. Voy a ver cómo me la follo.

Ni yo ni mis amigos pensamos nunca así. Siempre tratamos de dar una oportunidad a la
gente, de ofrecerle una mano y de hacerle partícipe de toda la experiencia que nosotros
teníamos ya acumulada. Estoy convencido de que el ambiente, por muy pequeño y semi-
clandestino que fuera en aquella época, era mucho más acogedor de lo que es ahora. Hoy
el 95% de la gente va a lo suyo. El cambio se dio en los años 80, cuando empieza a haber
cuarto oscuro en los bares. Soy de la opinión de que el cuarto oscuro ha echado por tierra
la comunicación, no la sexual, que antes había en los lugares de ambiente. Se ha dejado de
hablar, se ha dejado de tener amistad, se ha dejado de hacer vida social por culpa del
cuarto oscuro.

El problema no era que el sexo fuera más o menos anónimo. De hecho el sexo que hacías
en el coche, el sexo que hacías en el parque o en la playa, también era bastante anónimo.
Pero incluso en esas circunstancias se hacían amistades y sabías el nombre de la persona
con la que estabas. No llegarían a ser tus amigos, pero sí eran conocidos y muchos todavía
lo son, y los saludas cuando te los cruzas en la calle:

- Hola, ¿qué tal?, ¿cómo estás?, ¡cuánto tiempo sin vernos!

Y a lo mejor sólo han sido dos polvos ahí en el parque. Hoy eso es inconcebible.

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Continuando con lo que ocurría en los años 70, he de reconocer que una cosa que me
llamó mucho la atención era que siendo Bilbao una ciudad muy clasista, extremadamente
clasista, en las cuadrillas gays se daba un ambiente verdaderamente democrático. Te
podías encontrar al hijo del multimillonario con el hijo del obrero.

El sexo unía a la gente. En nuestra cuadrilla, por ejemplo, teníamos a un chico que vivía en
un adosado en la Campa del Muerto y ahí hacíamos las fiestas y nos juntábamos hombres
de todas las clases sociales. Al principio eran fiestas solo de hombres homosexuales, pero
después ya empezaron a venir chicas lesbianas, amigas nuestras. De verdad que lo
pasábamos muy bien todos los sábados. Siempre dentro de la total y absoluta discreción.

Miedo a la represión

En el año 74 había muy poca gente fuera del armario. Estaban sí, La Charcu, La Ochoa o
La Medalla, entre otros. Pero eran muy pocos los que estaban fuera. La gente tenía miedo,
tenía mucho miedo porque no hay que olvidar que te podían aplicar La Ley de Vagos y
Maleantes antes, y la de Peligrosidad Social después. Y sin embargo, había ese ansia de la
libertad, un ansia de libertad que no sabíamos expresar. La llevábamos dentro, pero no
sabíamos o no nos atrevíamos a expresarla. No podíamos.

Y sin embargo, ya en aquellos años había un lenguaje de signos que dejaba entrever ese
ansia de libertad: una camisa de color rosa, el pelo un poquito más largo, alguno que se
maquillaba un poco, o algo de manicura en las manos. Eran cosas que ya se empezaban a
dar y que si bien no podíamos disfrutar en libertad, ésta por algún resquicio iba saliendo.
Claro, siempre era entre nosotros. A nadie se le ocurría, si pensaba vestir de lagarterana en
una fiesta, ir por todo la Gran Vía vestido de lagarterana. Eso tampoco.

A las fiestas nuestras cada vez venía más gente. La gente de la cuadrilla avisaba a otros o
bien por teléfono, o bien en persona cuando se los encontraban en la calle:

- Oye, si vienes tráete una pamela, que vamos de pamelas.

Ese tipo de cosas siempre eran de boca a boca. No lo podíamos anunciar en El Correo:
“Fiesta de mariquitas en tal sitio”. No lo iban a permitir. Y con el correr de los años empieza
un poco lo que es la libertad, que yo no llamaría libertad, sino permisividad por parte de las
autoridades. Franco estaba en total decadencia. De 1973 a 1975 hay una serie de
elementos políticos que nos empiezan a definir como son el Proceso de Burgos o los
fusilamientos de Txiki y Otaegi.

Recuerdo que para mí la verdadera concienciación de la lucha en el movimiento gay me


vino en una reunión con un profesor de la facultad de Sarriko. Todavía no existía la
Universidad del País Vasco. Era cuando empezaba todo aquello de la Junta, o la Platajunta
(estructuras unitarias de organizaciones antifranquistas ligadas al PSOE y al PCE). Me dijo:

- Te voy a decir una cosa, la última prioridad que tiene este país son los maricones.

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Ahí fue cuando yo tomé conciencia de que si no lo hacíamos nosotros, nadie lo iba a hacer
por nosotros. Y empecé a militar en el único grupo gay que había en aquellos años:
EHGAM, el movimiento de liberación gay de Euskal Herria. Fue en esa época, además,
cuando la gente se atrevió a abrir bares abiertamente homosexuales: el High, o el Golar
Fruit, entre otros. Ahí empezó la cosa a moverse. Para cuando La Otxoa cantó aquello de
Libérate en la Aste Nagusia (Semana Grande) ya mucha gente estaba liberada y con ganas
de luchar.

Y es en este contexto que cambia el concepto. Es decir, ya no era necesaria la


clandestinidad; ya había sitios a donde ir, aunque se seguía usando mucho la calle para
ligar. Y cambia también el concepto de compromiso.

Compromiso de pareja

Parejas en aquella época había, pero no vivían juntas. Las parejas de entonces hacían vida
los fines de semana. De lunes a viernes, lo normal era que cada uno viviese en su casa. Yo
mismo, cuando en 1981 empecé a salir con José
Manuel, vivía solo y él vivía con su tía. Nos
veíamos por las tardes, y los fines de semana.
Algunos sábados se podía quedar por la noche,
pero sólo algunos porque tenía que cuidar a la tía.
Las parejas entonces funcionaban así.

Precisamente por eso pienso que muchas parejas


no duraron, porque en esas circunstancias no
tenían un proyecto de vida en común. Algunas sí lo
hicieron y conozco parejas que han durado toda la
vida, hombres que llevan 50 años, ya estaban en
aquel entonces juntos.

Hoy consideramos pareja a quienes comparten


casa, comparten gastos, comparten vida,
comparten todo. Pero en aquellos años sólo
compartías cierta vida, a ciertas horas del día,
porque la noche no estabas con tu pareja, ni a la
mañana te levantabas con ella al lado. No era el concepto de pareja que tenemos ahora. No
había ni las obligaciones ni los derechos que hay ahora. Y no hablo de matrimonio, sino del
compromiso y el derecho que adquieres con una persona, aunque no haya papeles de por
medio. De eso en aquellos años había muy poco, y si había era gente muy escondida, que
no se mezclaban.

Muchas cosas han cambiado con los años. Hasta el lenguaje ha cambiado. Nosotros
siempre decíamos hermanas, porque lo nuestro era una hermandad. Y no creo que la
palabra la utilizásemos mal. Podíamos haber dicho:

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- Mira, ahí viene otro homosexual, otro “maricón”.

Y sin embargo la palabra homosexual se usaba muy poco; maricón era el término que
usábamos con más frecuencia. Es una palabra que a mí jamás me ha gustado, nunca la he
querido. Me parece ofensiva, incluso cuando se usa entre hombres homosexuales:

- Oye “maricona”, ven aquí.

Sé que no implica ninguna ofensa y que incluso puede ser un detalle de cariño, pero no me
gusta esa palabra. No me ha gustado nunca. Yo prefiero hermana, o entendido, aunque
entre nosotros, con los amigos siempre nos hemos llamado más como hermanas.

La maldición del “cáncer rosa”

No quisiera terminar sin recordar cómo la irrupción del sida cambió y dio un vuelco de 180
grados a nuestras vidas. Como es sabido, todo empezó a principios de la década de los 80.
Algunos amigos y conocidos empezaron a enfermar. Fue justo después de la crisis de la
neumonía atípica, provocada por la venta para consumo humano de aceite de colza
desnaturalizado. Aquello fue una masacre, una crisis sanitaria que anunció lo que poco
después generaría el virus de inmunodeficiencia humana, el vih. La información que nos
llegó en un principio era que esos amigos y conocidos habían enfermado de una neumonía
o de alguna otra afección bastante rara. Un conocido, por ejemplo, acababa de regresar de
un viaje por un país del Lejano Oriente.

Poco después la prensa empezó a hablar de cáncer rosa,


y en el imaginario social quedó grabado que lo que
estaba ocurriendo, y que todavía nadie sabía qué era
exactamente, era una enfermedad de maricas. El miedo
se generalizó. Yo mismo empecé a tenerlo y por
precaución me alejé del ambiente, o cuando iba lo hacía
con mucha aprensión. Sólo hasta que saltó la noticia de
la enfermedad del actor estadounidense Rock Hudson y
su traslado a París al Instituto Pasteur, empezamos a ser
conscientes de que era algo nuevo, de lo que no
sabíamos absolutamente nada.

Las primeras noticias con algo de fuste hablaban de que


la enfermedad se propagaba por medio de los fluidos
corporales. Pero claro, también antes nos habían dicho
que el síndrome tóxico de la neumonía atípica lo habían
propagado pericos y canarios, y nada pudo frenar la
histeria colectiva. Nadie tocaba a nadie. Lo cierto es que
fueron meses de mucho miedo, angustia y desorientación. La “buena noticia”, si es que se
puede utilizar tal término, es que empezaron a surgir los primeros casos en población que
no era homosexual y se pudo dejar de hablar de cáncer rosa, o cáncer homosexual.

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Pasó un tiempo hasta que supimos que el virus se transmitía a través de la sangre y el
semen. Aún así quedamos marcados: hasta hace bien poco los hombres homosexuales
teníamos prohibido donar sangre, por ejemplo. Cuando en los años 90 se empezaron a
distribuir los medicamentos antirretrovirales entre los enfermos, la cosa se calmó. Quizás se
calmó demasiado y los datos nos dicen hoy que los jóvenes se han confiado demasiado y
han perdido el miedo al sida. De todos modos el sida fue la última excusa de un sistema
homofóbico para estigmatizar, una vez más, a todas aquellas personas que no
comulgábamos con el orden y la moral para enviarnos, esta vez, a la hoguera mediático-
social: por promiscuos, antinaturales y embajadores del diablo. Nos hicieron mucho daño,
sí, pero jamás lograron anular esas ansías de libertad que tan sólo dos décadas antes
encendieron la llama de la revolución sexual.

Bizkaia, septiembre de 2013

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MARTIN

• Me he dejado querer, nunca me he esforzado en tratar de


enamorar a nadie
Me llamo Martín y nací en 1950, en un pequeño pueblo de las Islas Canarias. No recuerdo
bien mis primeros años de vida pero supongo que ser homosexual en aquellos momentos
no sería nada fácil. Sexualmente me inicié voluntariamente a los 12 años con un primo que
tenía 15 y al que yo provoqué. Con él se dieron mis primeros contactos sexuales, de él me
enamoré por primera vez y fue a partir de esa relación que yo empecé a ser consciente de
que algo pasaba conmigo, de que yo era diferente al resto de chicos con los que convivía.
Siempre quise mucho a este primo, lo admiraba y él se dejaba querer. Aunque no recuerdo
muy bien los detalles, sé que teníamos una gran complicidad. La tuvimos hasta que se echó
novia, se casó y nuestra historia acabó.

De niño fui monaguillo porque de mayor quería ser misionero. En aquellos años oí algún
comentario en el pueblo de que el cura metía mano a los chavales, pero a mí nunca me
hizo nada. Pienso que quizás se dio cuenta de que yo era homosexual y le gustaban más
los otros chicos. No lo sé, tampoco lo vi jamás hacer nada a nadie.

Yo e r a d i f e r e n t e a m i s
hermanos, pero no sólo por
mis preferencias sexuales. A
mí me encantaba oír música
clásica. No tenía ninguna
educación musical, pero
ponía la radio y estaba todo el
día oyendo música clásica.
Para mis padres y mis
hermanos, yo era el loco de la
familia. No sólo por la música.
Había otra serie de facetas en
mí que me marcaron para el
resto de mi existencia: me gustaba leer, me gustaba estudiar y me gustaba la Historia. Ya
de pequeño hacía pueblos con la arena y también se me pasó por la cabeza ser arquitecto.
Para jugar prefería niños más pequeños que yo, pero para compartir, conocer y aprender,
me gustaba la gente mayor. Era como una esponja que quería absorber todos sus
conocimientos, aprender me encantaba.

En casa nunca se habló del tema

En mi familia nunca jamás se tocó el tema. Nadie preguntó, nadie comentó y yo a nadie di
cuenta de mis deseos homosexuales. Incluso hoy cuando mi hermana con la que me llevo 3
años viene a limpiar mi casa, ve que convivo con mi pareja pero nunca lo hemos

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verbalizado. Lo acepta de una forma implícita en la que hay un respeto mutuo, yo la respeto
a ella y ella a mí. Del resto de los hermanos sólo el más pequeño lo sabe, porque yo se lo
dije. Sabía que era el único que iba a comprenderme e iba a aceptar mis preferencias
sexuales. El resto de mis hermanos, o si en su día se lo hubiera dicho a mi madre, hubieran
dicho que estoy loco. Ahora bien, cuando he tenido amigos íntimos que más o menos
fueron mis parejas y que estuvimos juntos durante un cierto tiempo, mi madre los adoró.
Por eso creo que implícitamente mi madre tenía que saberlo. Además mi padre, murió
cuando yo tenía 15 años. Nunca fue una figura importante en nuestra vida: siempre estaba
borracho, nunca estaba en casa y mi madre tuvo que ocuparse ella sola de 6 hijos.
Bastantes problemas tenía la mujer para preocuparse por si el hijo le había salido mariquita.

Tampoco era un secreto lo mío. Ya de pequeño me gustaba jugar con muñecas. Aunque me
duró muy poco tiempo, era muy religioso. Liaba a amigos y hermanos y hacíamos
procesiones en las que yo era el cura, o los ponía a hacer las figuras del belén con barro.
Eran mis otras facetas de loco, pirado y extraño. Supongo que entre ellos lo comentarían,
pero nunca delante de mí. Ni me han llamado maricón jamás ni he sentido su rechazo.
También es cierto que yo era muy zalamero y hacía caso a la gente mayor. Me gustaba
hacerles caso, oírles hablar del pueblo, de las personas o de lo que había pasado. Todo eso
me enriquecía.

Estuve en una escuela nacional hasta segundo de Bachiller. Siempre competía con otro
compañero por ser el primero de la clase. Nunca jugué al fútbol, ni nada parecido, y no
recuerdo que jamás me llamaran maricón en la escuela. Cuando vinimos a vivir a Bizkaia,
continué mis estudios en Santurtzi por un año, y los finalicé en Bilbao cuando nos vinimos
aquí a vivir. Avancé en la vida, de un pueblo menor a una ciudad. Empecé a trabajar a los
16 años y no recuerdo que nadie se haya metido conmigo ni en la época de estudiante ni
en el mundo laboral.

Tampoco es que yo me hiciera notar demasiado. Siempre mantuve la boca cerrada, sin
hacer ningún comentario. A medida que fui creciendo y madurando, fue diferente. Pero no
en aquella época. El rechazo a la homosexualidad yo lo veía en la calle cuando vine a vivir
a Bilbao, aunque no conmigo directamente. Curiosamente no en el pueblo donde pasé mi
infancia. Teóricamente podía haber sido mas duro porque pasaba menos desapercibido,
pero no recuerdo ningún rechazo. Sólo uno, y muy difuminado. Fue un comentario sobre
otro chico del pueblo que decían que era maricón y que un montón de gente le había dado
por culo debajo de un árbol. Eso y lo del cura, es lo único que recuerdo como reproches de
aquella época. De todos modos he de reconocer que aunque yo pudiera tener 18 años, mi
edad mental era de 14, porque era muy ingenuo y no vivía la realidad.

Los problemas vinieron después, cuando yo ya tenía veintitantos años y los policías se
metían conmigo cuando me pillaban en el parque:

- ¿Qué hace usted aquí?

Recuerdo que un día en los años 80, cuando yo tendría unos 28 años, sí me encaré a ellos
y les respondí. Me tuvieron retenido durante un montón de tiempo porque, decían que les
había contestado de un modo muy soberbio.

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Empecé de crió, con los chicos de la escuela

Empecé mis primeros contactos sexuales con chicos en el pueblo, siendo un crío. Me
gustaba hacer mis cosas con algunos de los amigos. Me acuerdo, por ejemplo, de un
compañero de clase que era muy bruto: nos poníamos en la parte de atrás de la clase, él se
levantaba un poco la pernera de aquellos pantalones cortos que entonces eran obligatorios,
y yo le metía mano. Tuve escarceos con otros chicos del pueblo, pero no eran como con mi
primo, que eran constantes. Yo estaba enamorado de él. Cuando dijo que se casaba tuve
una depresión espantosa. Cuando nos vinimos a vivir a Santurtzi sin embargo, ahí me sentí
perdido. Sólo estuve un año allá y no tengo el recuerdo de ninguna vivencia homosexual.
Ya en Bilbao sí las tuve, pero nunca en el trabajo. Nunca se me ocurrió pensar en tener
algo sexual con ningún compañero. Tampoco me ha gustado nunca exteriorizar mis
sentimientos ni mi condición. Sabía cómo provocar el deseo en alguien que me gustara,
aunque nunca era yo el que daba el primer paso. Me dejaba querer, nunca me esforcé en
tratar de enamorar a nadie.

Fue con 25 años que decidí dar el paso y empezar a buscar chicos con los que poder tener
sexo. Era el año 72 y tenía la intención de hacer un viaje a Grecia con dos compañeros,
que eran hermanos. A última hora sus padres no les dejaron ir y cuando parecía que el viaje
se chafaba, un amigo me comentó que acababa de salir un billete especial de tren llamado
InterRail. Compré el billete, a mi madre le dije que me iba con los dos amigos y marché solo
a Italia. Tenía 25 años, sí, pero mi edad mental era mucho menor, porque seguía siendo un
ingenuo. Monté en Atxuri hasta Donostia y allí agarré El Topo hasta la frontera. Casi me
quedo ahí porque en el pasaporte no tenía un sello militar que los chicos precisábamos
para salir del país. Había que demostrar que ya habías cumplido con el servicio militar y yo
todavía lo tenía sin hacer. Logré convencer a los policías de la frontera y así partí hasta
Roma, todo derecho. Cuando llegué no tenía ni alojamiento ni contacto alguno. Me fui a las
bravas.

Sabía que había albergues para jóvenes en todas las ciudades, pero no encontré ninguno.
Traté de dormir en la estación de tren, donde coincidí con todo tipo de gente: sobre todo
chulos, macarras y putas. A medianoche nos echó de ahí la policía italiana y me acomodé
en un parque que había frente la estación. Me costó, pero de repente me di cuenta de lo
que estaba pasando a mi alrededor: yo era un joven muy mono, y muy joven. Primero me
vino un señor mayor y después otros hombres que empezaron a hacerme proposiciones.
Me fui con un chico con gafas, por la pinta que tenía de intelectual. Era una tontería, pero
en ese momento más que deseo sexual lo que yo necesitaba era compañía. Me fui con él a
su casa y ahí fue donde tuve mi primera experiencia sexual lejos de casa, lejos de mi primo,
y lejos de todo lo que había vivido hasta entonces.

En Florencia me fui a una pensión donde la dueña me preguntó si me importaba compartir


la habitación con otro chico. Recuerdo que no pude dormir en toda la noche de la excitación
que tenía. Y no pasó nada, el chico vino y se durmió. Pero a partir de ese día me busqué el
alojamiento sin pagar, buscándome la vida. Recuerdo que en Venecia conocí a 2 albañiles
que me llevaron a su casa y dormí en medio de ellos, como el jamón de un sándwich. El
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viaje fue toda una aventura: huelga de trenes en Francia, me quedé sin dinero en mitad del
viaje y no tenía ni para comer, aunque eso sí conocí a un montón de hombres.

¿Dónde encuentro en Bilbao lo que he visto en otras ciudades?

Cuando regresé a Bilbao pensaba para mí, ¿dónde tengo aquí todo eso que he visto en
todas y cada una de las ciudades por donde he estado? No tenía a quien preguntar, porque
no tenía ningún amigo del ambiente. Tuve que aprenderlo por mi cuenta. Como en
Florencia todo el ligoteo se daba en las estaciones de tren, me fui a Atxuri y empecé a
recorrer toda la estación y claro, no pillé nada. Era junio de 1972, porque recién había
cumplido los 22 años en Venecia. Me fui al parque de Doña Casilda y ahí sí, ahí tuve más
suerte. Gracias a las miradas empecé a conocer gente, a darme cuenta de cómo
funcionaba todo aquello
en Bilbao. Fue en
aquella época que
seduje a un amigo de la
cuadrilla que luego me
anduvo buscando un
montón de años, pero
no quería saber nada
más de él. Yo tenía
demasiada curiosidad
acumulada y en cuanto
tenía sexo con un chico,
se acabó con él. Quería
más, porque tenía
ansias de conocer y
conocer.

Pero mi vida no giraba


en torno a mi sexualidad,
ni al hecho de ser homosexual, o de no serlo. Seguía estudiando, y me eché una cuadrilla
en Bilbao. De lo único que me arrepiento de aquella época es de haber dejado plantado a
un buen amigo en Santurtzi, un amigo que no era homosexual y que abandoné sin decir
nada. Toda mi vida me arrepentiré de eso. Y es que, Bilbao me sedujo, ya no podía seguir
en un pueblo, ni siquiera en Santurtzi. Necesitaba más aire y más espacio para mí. Con
aquella cuadrilla tampoco hablé jamás de mi sexualidad. Yo era el benjamín del grupo y
siempre me trataron como el especial. Pienso que todos se imaginaban algo. Es más, hace
poco uno de los amigos me comentó que ya en su día otro le pregunto por mí:

- Y éste, ¿carne, pescado o qué?

Yo estaba convencido de que era evidente para todos. Aunque no decía nada, tampoco
hacía ningún esfuerzo por ocultarlo. Todos me veían con algún compañero, con gente del
trabajo, gente muy conocida en la empresa y de la que todo el mundo sabía de sus

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preferencias sexuales. Yo ya no tenía cuidado en guardar las apariencias. Aquella fue mi
etapa más revolucionaria en mi despertar político, aunque en mi otro despertar, el sexual,
tardé mucho más. Cuando teniendo una mentalidad tan infantil como la mía llegas a una
empresa con cientos de trabajadores, con movimientos sindicales y protestas de todo tipo,
quedas sorprendido y no es difícil que todo aquel batiburrillo te atrape. En lo político sí, pero
en lo sexual no sentía ninguna presión del entorno y del mismo modo que otros no decían si
eran de derechas o de izquierdas, católicos o agnósticos, yo decidí que no me daba la gana
dar explicaciones a nadie sobre mis preferencias sexuales. Esa fue mi pauta. Además,
como digo, no tenía ninguna presión para hacerlo, ni en el trabajo ni mucho menos por
parte de la cuadrilla. Ninguno tenía novia y alguno ni siquiera se ha casado.

Donde rompí con todos los prejuicios fue en el servicio militar. La mili la hice en Las Palmas,
bastante tarde porque conseguí varias prórrogas por estar estudiando y aquello fue el
paraíso para mí. Allí sí me desmelené completamente. Dentro del cuartel mantenía la
compostura, pero al salir solía ir a un bar de ambiente en Las Palmas, el Fifhty-Fifhty creo
que se llamaba. En el cuartel yo pedía permiso para llegar más tarde a la noche y decía que
era para ir a la ópera. El teniente me soltó:

- Que nadie se entere que pides llegar tarde por esa razón. Lo lógico sería que pidieras
para ir de putas.

Siempre he sido el raro.

Con 26 años, cuando tuve mi primera pareja, me sinceré con un amigo del trabajo y su
esposa, con los que me llevaba muy bien. En Bilbao ya no hacía vida familiar para nada. Mi
madre estaba muy disgustada con mi actitud. En el edificio donde vivía todos los vecinos
me apreciaban porque era muy tranquilo y no generaba problemas. En una ocasión una
vecina me alertó de los chismes que otra estaba propagando:

- ¡Si supiera las barbaridades que dice de usted!!


- Pues créaselas todas.

Así le contesté. Mucho después, ya siendo un hombre adulto, si alguien me ha hecho algún
comentario grosero sí le he contestado de forma muy cruda:

- ¿Yo te pregunto si tienes sexo con tu señora en la bañera? Pues tú no me preguntes


nada sobre mi vida sexual.

Siendo más joven nunca me hubiera atrevido. Estaba completamente solo y no tenía ni idea
de a quién recurrir ni a quién preguntar nada de nada. Hubo una temporada que hice el
bachiller nocturno para terminar mis estudios, porque por la mañana trabajaba. Fui a
Gaztelueta, un centro que lo gestionaban los del Opus. Allí tenía un profesor de religión que
me caía muy bien. Era yo tan inocente que le comenté que tenía un diario y me pidió que se
lo dejara. No me lo devolvió. Un compañero que supo de lo sucedido me convenció de que
se lo reclamara y recuerdo que sufrí muchísimo para pedirle mi diario a aquel cura. Cuando
me lo devolvió lo quemé. Estoy convencido de que se lo pasó muy bien a costa mía.

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El sida y lo nuevos tiempos

A principios de los años 80 llegó el sida. Aquello provocó un gran desconcierto en mí. No se
me murieron amigos, pero sí empezaron a faltar amigos de mis amigos. El pánico fue
bestial. Yo llegué a obsesionarme y tomaba precauciones extremas: o no tenía sexo para
no contagiarme, o si caía en la tentación era sólo con la mano y rápidamente. Era muy
consciente de que de joven, cuando regresé de Italia, yo venía desenfrenado y había pillado
de todo: sífilis, purgaciones (gonorrea), ladillas y todas esas maravillas. Por eso cuando
llegó el sida me entró el pánico. Por suerte, en esa época tenía pareja y no tenía costumbre
de buscar sexo fuera de casa.

Recuerdo bien una anécdota de esos años que me dolió mucho. Una persona conocida que
estaba en una etapa muy avanzada de la enfermedad empezó a tontear con mi pareja. Un
amigo que vio lo que había pasado me comentó después que actuaba como enloquecido,
que decía:

- Como yo voy a caer, cuántos más caigan ¡mejor!

Yo me indigné de un modo terrible. Dejé incluso de saludarle. Nunca supe si hablaba en


serio o en broma, pero aunque hubiera sido sólo una broma me pareció fatal.

Aprendiendo con los mayores

No he sido activista jamás, pero algunos de mis mejores amigos sí lo eran y yo iba mucho
con ellos. No voy a negar que me incomodaba que mis compañeros del trabajo me vieran
con gente tan escandalosamente clara en su estilo de vida, con tanta pluma. Desde chaval
he tratado de mantener siempre un perfil muy bajo. Quizás porque en la infancia nunca
supe que hubiera otra gente como yo. Pero también he de reconocer que he tenido
vivencias maravillosas, que he conocido a gente fantástica y que tengo mucho que
agradecer a hombres que eran mayores que yo y con los que aprendí mucho. A medida que
fui madurando me fui dando cuenta que más importante que el físico de un hombre es su
empatía, lo que vale como persona y lo que te puede aportar.

Aunque alguien se pueda escandalizar, soy de los que piensan que los chavales jóvenes
debieran emular a los efebos de la Grecia antigua, que se iniciaban sexualmente con sus
mayores. Mi primer beso en la boca me lo dio mi primo que era mayor; con él tuve mi
primera eyaculación, cuando me dijo:

- Ya eres un hombre.

Tampoco estoy hablando de abusos. En mi caso, por ejemplo, aprendí con hombres que
eran mayores que yo, pero no mucho. Cuando tenía 20 años me iba con hombres de 35 o
40. Para hablar sí, prefería que fueran mucho mayores con el fin de aprender, pero para

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tener sexo, no. Curiosamente todas mis parejas han sido más jóvenes que yo. Tengo mis
contradicciones, pero insisto en que conectaba mejor con la gente mayor.

Ahora hay odio, lo de antes era desconocimiento

Yo que viví la década de los 70 estoy impresionado de cómo se vive hoy la


homosexualidad. Siempre pensé que con el tiempo se viviría con mucha más naturalidad
que en aquellos años de prohibición, y me da la sensación de que era más natural antes
que ahora. Hace mucho que no coincido con gente muy joven, ni voy por bares de
ambiente, pero la sensación que tengo es de que es muchísimo menos divertido ahora que
antes. No voy a negar que ahora un hijo le puede decir más fácil a sus padres que es
homosexual, pero veo un montón de gente que sigue sin querer reconocer que sus hijos lo
son. Me ha pasado recientemente con un amigo. Yo creo que su hijo es homosexual y él
sabe que yo lo soy, se lo he preguntado y él lo niega, o cambia de tema.

Lo que sí me da mucha envidia es que ahora puedas llamar a un teléfono para aclarar tus
dudas, que hay libros, películas y servicios de todo tipo y para todo tipo de personas, que la
propia Administración te ayuda dentro de tu singularidad sexual, o que si tienes un
problema en el trabajo lo puedes denunciar. Nosotros no tuvimos referencia ninguna. En los
cines no te daban una película de homosexuales, ni por casualidad. Hoy tienes Internet,
puedes mirar quién eres, qué te pasa y ver que sí hay más gente como tú. Los jóvenes en
la actualidad pueden tener algún compañero que sea como ellos y con quien poder hablar.
Eso a mí me ocurrió muy tarde, cuando tenía casi 30 años. No puedo negar que ha habido
avances, pero considero que, así como hemos avanzado en todos esos instrumentos a
nuestro favor, la sociedad sigue siendo igual de burra y de machista con respecto a la
homosexualidad. Así lo percibo yo. En estos momentos hay gente mucho más cafre y
mucho más visceral de lo que podía ser antes. Ahora hay odio, lo de antes era
desconocimiento.

Bizkaia, enero de 2014

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TXEMA

• No soy “gay”, ni “homosexual”, yo soy “maricón” de cuerpo


entero
Me llamo Txema, nací en 1952, con lo cual tengo ahora 60 y soy maricón desde que tengo
uso de razón. Con decir que hice la primera comunión en Ortuella, en la iglesia de San Félix
de Cantalicio, con novio. Comulgué de la mano del chico con el que me satisfacía, y lo
satisfacía. Comulgamos, pero no nos confesamos ninguno de los dos; no confesamos ni los
tocamientos ni los amarres que nos hacíamos. En realidad, no teníamos idea de si éramos
novios o no, pero sí sabíamos que nos queríamos mucho. Y sólo teníamos 7 años.

A partir de ahí, siempre he tenido clara mi identidad sexual. He sido siempre muy sexual y
siempre ha sido con chicos. He tenido parejas que eran chicas, pero de siempre lo que me
ha gustado ha sido el sexo con hombres.

Desde muy joven he ligado en los semáforos. Para mí tiene mucho más interés un paso de
peatones que un club gay. Ahora mismo vengo de un establecimiento, de un bar, aquí en
Ortuella, que lo localizó un amigo que suele venir a visitarme a la residencia. Un día me
dijo:

- He descubierto un bar que nos va a interesar.

Fuimos y evidentemente nos interesó. Recientemente he ido con otro compañero que ha
venido de visita y se ha quedado pasmado. Me ha dicho:

- ¡Cómo eres! ¿Cómo puedes tú descubrir esto, estando como estás en la silla (Txema
lleva un tiempo haciendo uso de una silla motorizada para salir a la calle).
- Pues esto no ha sido nada más que mirar, seguir la mirada y ver para dónde iban.

Y es que, todo está en la mirada. La cuestión está en la mirada, quién recibe tu mirada,
quién la aprecia y la mantiene, sin gallardía, con naturalidad. Tras la mirada viene una
vuelta de cabeza, una aprobación… o no. ¿A qué?, a conectar. ¿Para qué?, para hablar.
¿Para hablar de qué?, pues de que tú y yo no queremos saber nada de lo que les ocurre a
los demás y queremos saber qué nos ocurre a nosotros. ¿Esto es para terminar en la
cama?, pues igual no, igual es para terminar charlando un rato y sabiendo de dónde eres,
de dónde soy, o qué edad tenemos. Para decir, por ejemplo:

- No, a mí me gustan los mayores.

O para decir que a mí me gustan los gordos, y a ti los pequeños. Y si resulta que ninguno
de los dos somos ni gordos ni pequeños, nunca vamos a estar, ¿no? Pero no importa. Nos
hemos comunicado y no ha hecho falta que nadie nos haya presentado. Eso se logra a
base de miradas. Yo desde joven me paraba en los semáforos y captaba la mirada de
alguien que estaba enfrente. Yo lo miraba provocativo. Y había quien mantenía la mirada
con chulería y a ese, si me gustaba, no le quitaba el ojo de encima. No, hasta que no bajara
los ojos.

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Las ansias, las ganas

Aunque he de reconocer que con 7 años no creo que fuera el poder de la mirada lo que nos
unió. Todavía no, pero sí fueron las ansias, las ganas, y el atrevimiento. Te atreves y se
atreven, y si dos personas se atreven a mostrarse y se busca, se encuentran. Como digo,
yo tenía 7 años en aquella época y mi vida, y los encuentros, los hacía en el barrio y en la
escuela. Con siete años yo no iba a ir a ningún cabaret, a esa edad sólo ligaba en la
escuela y en el calle.

En aquellos años, en Ortuella, jugábamos mucho en la calle. Nunca tuve que ver con los
curas, y nunca dejé que un cura me tocara. Nunca, porque son muy asquerosos y muy
sebosos. Hay un 50% de curas que sólo pretenden tocarte. De verdad, me repugnan.

Yo iba a una escuela pública pero, en aquel entonces todo el mundo era católico. Hasta que
murió Franco, todo el mundo era de Franco. Eso sí, al día siguiente, nadie era de Franco,
todo el mundo era rojo, de toda la vida.

Me crié con mi abuela ahí en Ortuella, de los 2 a los 7 años. Luego regresé con mis padres,
a Cobetas (Basurto), donde seguí en la escuela y seguí practicando los juegos sexuales
con mis compañeros. Tenía sexo, no voy a exagerar y decir que todos los días, pero sí
muchísimos días, y con diferentes gentes. El fin de semana, que no iba a la escuela, tenía
sexo con los chicos de barrio, aunque tampoco dejé nunca que me tocaran los mayores. De
ellos, me escapaba.

Como vivíamos en el monte y éramos unos críos, teníamos mil sitios para jugar con
nuestros cuerpos, aunque habitualmente nos escondíamos en las chabolas. Todos
sabíamos dónde podíamos escondernos para jugar esos juegos prohibidos. Había que
esconderse bien porque con Franco vivo el sexo era pecado, y por tanto delito, y los
franquistas vigilaban en todas las esquinas. Con decir que para oír en casa Radio
Pirenaica, la emisora del Partido Comunista de España, me mandaban salir a la calle para
vigilar que no hubiera ninguna oreja indiscreta cerca. ¡Como para tener sexo en cualquier
esquina!

Recuerdo que con 12 años, bajé un día a Bilbao a entregar un donativo en Radio Bilbao
para la viuda de un bombero, y me di una vuelta por la Gran Vía. Ahí me encontré con un
hombre alto y rubio, que me miraba. Yo lo miré, él seguía mirando, pero yo pensé:

- ¡Qué miedo, el “sacamantecas”!

No sabía por qué, pero sí que tenía que salir de ahí a toda prisa. Era la primera vez que
bajaba solo a Bilbao y me asusté. Ahí iba yo, rápido por la Gran Vía, y fijándome en los
montes para ver por dónde podía ir más rápido a casa. Estaba totalmente alterado. Y sólo
tenía 12 años. Años después supe quién era aquel señor. Incluso le puse los cuernos con
un novio suyo. Me pareció una venganza estupenda, porque el novio estaba estupendo.
Pero aquel primer día salí corriendo. Sentí su mirada como una losa. No me gustó, a pesar

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de que el hombre era bien guapo. En realidad,
era modelo, y un conocido escaparatista de
Bilbao. Como he dicho, con 12 años capté y leí
su mirada. Sabía perfectamente lo que buscaba
aquel hombre, pero yo no quería aquello y
decidí escapar. El señor fue constante y me
estuvo siguiendo durante un buen trecho, hasta
que logré despistarlo en Mariquita Pérez, una
tienda de Indautxu que tenía dos entradas.
Casualidad, la tienda Mariquita Pérez y esta
marica perseguida por aquella marica grande.
Por puro instinto aprendí a leer aquella mirada,
aprendí sin libro.

No quise sexo con aquel hombre porque era el


doble de alto que yo, porque tenía no sé cuántos
años más que yo, y yo no estaba listo para un encuentro así. Nunca he querido sexo con
nadie mayor que yo. Yo era un niño, y quería estar con niños. El hombre tenía muy buen
aspecto, eso es cierto, pero se le leían en la mirada las malas intenciones.

Sin referencia alguna

Y yo, con 12 años, sin haber leído en ningún libro y sin haber estado con nadie, con ningún
gay adulto, no sabía lo que era ser gay, ni maricón ni nada. No tenía ninguna referencia en
absoluto. No conocía a ningún hombre que fuera homosexual, pero sí conocía personas
que eran como yo, que hacíamos lo mismo, sin definirnos especialmente. También he
jugado a los médicos con chicas. No puedo decir que no, pero yo soy maricón de cuerpo
entero. Eso es lo que soy. No soy gay ni homosexual. Siempre fui yo, pese al rechazo que
eso pudiera generar. Nunca permití que nadie me insultara o me agrediera. Con la misma
mirada con la que comunicaba mis deseos, supe dejar bien claro que a mí no se me
atacaba. Pocos se atrevieron, y quienes sí lo hicieron, acabaron muy mal. He sabido exigir
respeto, igual que he respetado a todo el mundo. Pero conmigo, nada de bromas.

Desde muy joven me supe defender y me busqué la vida. Con 14 años trabajaba en El
Brasilia, que estaba en la calle Cantarranas, una calle que sube de San Francisco a La
Laguna. Ahí estaba El Brasilia, un bar de hombres y mujeres y yo trabajaba ahí con 14
años, en la barra. En aquella época conocí a Keka, una mujer que trabajaba en El Conga y
que a todo el mundo le decía:

- Llámame Kike.

El Conga era un bar de Las Cortes, con orquestina y alternadoras. No todos los bares
tenían orquesta, ni mucho menos. Los clientes podían invitar a una señorita a una copa, y la
señorita los acompañaba. Charlaban con ella y si la querían sacar a bailar tenían que pagar
otro canon para bailar con la señorita. Una de las alternadoras era Keka: Pelo decolorado,

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corto a lo chico, traje sastre, cara marcada y con una idea fija, que la llamaran Kike. A pesar
de ser alternadora, Keka no iba con hombres. Bailaba y charlaba con ellos, pero nunca se
iba a la cama con los hombres.

En ese ambiente trabajaba yo con 14 años, ya que a esa edad dejé la escuela. Había
empezado a estudiar Artes Gráficas, pero sólo se me daban bien dos asignaturas y del
resto ninguna me interesaba. Por eso empecé a trabajar en bares. Primero en el San Diego,
que estaba en la calle Hernani, frente a un cabaret. Aquellos no eran bares para
homosexuales.

Los hombres homosexuales no estaban en todas partes, sino que se juntaban en sitios muy
concretos. El año 1966 en Las Siete Calles había algunos bares de ambiente. Estaba El
Gallo de Oro, al final de Barrenkale, que había sido un bar de mujeres muchos años antes y
luego, durante un tiempo, quedó como bar de gays. En la calle Jardines, donde hoy está el
Bizkaia bi, había un restaurante que se llamaba La Taberna donde un chico homosexual,
Valentín, trabajaba de cocinero y el sitio se convirtió en lugar de referencia entre las maricas
del barrio. Yo también era asiduo. Posterior abrieron en la calle Nueva otro bar, El Quijote.
Todos estos eran bares de hombres en Las Siete Calles. Cerca de Moyua estaba el
Metrópolis, que era muy grande y a donde los chicos que se prostituían iban a buscar
clientes.

Las chicas, lo tenían mucho peor

En los años 60 no había ningún establecimiento para mujeres. Las mujeres iban a los bares
mixtos, de hombres y mujeres. La verdad, las mujeres no salían mucho en aquella época, y
las que lo hacían iban al Brasilia, porque los fines de semana ahí se juntaban las mujeres
de los pueblos. También al Live que estaba en la calle Merced podía ir alguna, pero
discretamente. El Live fue durante un tiempo un bar de ambiente para hombres al que
también acudían las lesbianas clásicas de Bilbao. Las que llamábamos petroleras, y les
decíamos así porque podían con todo. El bar era de Lita y de Vicente. Lita, que en su día
había sido partenaire de un lanzador de cuchillos, era una lesbiana de Santander que
estuvo liada con una señora. Decía que era su hermana, porque no podía decir que era su
compañera. Al final se casó con su representante artístico. Porque con Franco los chicos la
teníamos tela, pero las chicas percal.

En serio, si los chicos lo tuvimos mal, las chicas lo tuvieron bastante peor aunque, eso sí,
eran mucho más listas. Y digo que lo tenían peor porque, un chico aunque se pintara los
labios y se hiciera modisto o peluquero, que eran los ejemplos más gráficos, en general se
transigía con ellos. Pero con una mujer de aspecto y actitud masculina, con una marimacho,
no. Se las repudiaba de inmediato. Las repudiaba su gente, y lo hacía la sociedad. Las
machorras lo tenían muy mal; las que guardaban un aspecto más femenino, no tanto. Con
las relaciones de pareja, sin embargo, pasaba justo lo contrario. He conocido mujeres que
“no llamaban tanto la atención” y pudieron vivir una relación de pareja sin mayor problema.
Con los hombres no pasaba eso. En la Plaza Nueva había una floristería que la llevaba una

72
pareja, dos señores: uno era extranjero y el otro de Bilbao. Conocí a las sobrinas de éste
último y ellas me decían:

- Siempre ha sido el tío Richard.

Sin más, para ellas era el tío Richard, la pareja de su tío. Pero para el resto eran “los
maricones”. Dos señoras podían haber dicho que eran socias o primas, o si había una
diferencia de edad entre ellas, que una tenía “recogida” a la otra.

Había que ir con mucho cuidado

Pero la carrera, el ligue o el cancaneo, como también lo llamábamos, se daban sobre todo
en la calle. En la Gran Vía, sin ir más lejos, a las 02:30 de la mañana. Nadie más en la calle
y el mismo tío con el que ya te has cruzado 32 veces sigue ahí, cruzándose contigo cada
vez. Hasta que no queda más narices que decir:

- Hola.
- Huy, me lo has quitado de la boca.

En la Gran Vía o en La Alameda, era lo mismo. ¿Qué hacía dos tíos a esa hora? ¿Tomar la
brisa?, ¿mirar? No. Iban a coquetear y a encandilar. Eso sí, había que tener mucho cuidado
con los ganchos de la policía. Había que tener mucho cuidado. Yo si sabía o me daba
cuenta de que alguien que estuviera en la zona haciendo como que ligaba era madero
(policía), hacía una seña a todos los amigos llevándome una mano a la solapa. Era la señal,
aquel era madero. ¡Alerta! A mí no me llegaron a pillar nunca, pero sí sé de gente que se la
llevaron. Eso sí, dependiendo del apellido, le aplicaban o no la Ley de Peligrosidad Social.
Siempre ha sido así.

Yo por eso, con los maderos, no he querido saber nada. Y eso que había algunos que de
verdad iban buscando sexo con hombres. Pero no, yo nunca me lo he hecho ni con
maderos ni con militares ni con curas. Aunque estuvieran buenísimos, jamás de los
jamases.

Yo sé que eran tiempos duros y que había que tener cuidado. Pero toda mi vida adulta la he
hecho en el Casco Viejo y todo el mundo ha sabido de mis preferencias. Hasta los serenos
lo sabían, que cuando les entraban las ganas me buscaban para saciar su apetito sexual.
Para eso había casas particulares que alquilaban habitaciones por horas, o por ratos. En
esos sitios andaba yo, a pesar de que todavía era menor de edad. Porque todavía entonces
se era menor hasta los 21 años. Yo desde los 14 años, en el Casco Viejo, o en Indautxu, he
soltado pluma. Vete ahora a Pozas y suelta una pluma. A ver ¿qué tal? Vete a Pérez Galdós
y suelta una pluma hoy. La verdad, no hemos llegado a ninguna parte. Sales del núcleo
fuerte que es el Casco Viejo, y verás. Yo siempre solté pluma, yo solito, porque como era
hostelero tenía muy mal horario para tener cuadrilla.

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Sexo divertido, y no tanto

No todo eran bares, cafeterías o la Gran Vía. Había lugares como El balcón de la Lola, en la
estación de Santander, donde había mucho ajetreo sexual. El sexo se daba en los arcos de
abajo, donde por muchos años se puso el rastro los domingos. También estaba el Parque
de Doña Casilda, y sobre todo estaban las bomboneras, los baños públicos dispersos por
toda la ciudad: en la Gran Vía a la altura de El Corte Inglés, en la Plaza Elíptica, en La
Misericordia junto a la parada de autobús, en El Arenal, en La Casilla, debajo del puente de
Rekalde, en la Plaza Nueva debajo del quiosco de la música, y más que no recuerdo ahora.
Todos estos eran sitios de encuentro sexual, es decir, donde los hombres se encontraban
para tener sexo explícito.

He de reconocer que a mí me encantaba la bombonera del Parque de Doña Casilda.


Durante el día, si no hacías nada, era un sitio muy recogido por donde no pasaba gente,
nadie de Bilbao. Podías utilizar el baño, o podías quedarte fuera viendo quién entraba y
quién salía, evaluando la mercancía para ver si merecía la pena entrar en acción. Todavía
funcionan los baños del parque pero, con gente conflictiva. Ahí fue donde mataron a Javi, El
Huevero. En el parque, en estos momentos, hay mucha gente buscándose la vida. No
prostituyéndose, sino robando a la gente que va a ligar, y eso es diferente. Antes también
hubo muertos, pero era más cosa de fachas que, por ejemplo, iban al Balcón de la Lola a
cazar maricones.

A principios de los 70 empezó a funcionar


el café La Ópera, detrás del El Arriaga.
Aquel fue durante mucho tiempo un punto
clave para el ligoteo en la ciudad. Y el
que no tenía suerte ahí, podía intentarlo
en el estacionamiento de El Arenal. Había
mucho trasiego en la zona por aquel
entonces. Y si ligabas con un chico y no
tenías adonde ir a tomar una copa en un
sitio cómodo y tranquilo, te metías en un
bar de prostitutas que sabían
perfectamente qué eras y qué hacías allí.
Yo he tenido infinidad de amigas en ese
ambiente. Si no había trabajo, estaban comodísimas contigo.

En uno de estos garitos empezó a trabajar Fidel, un chico que venía de Francia y al que
llamábamos La Cepi. Recuerdo que a La Cepi le gustaban demasiado los chulos y en muy
poco tiempo consiguió reunir en aquel espacio a chulos de Otxarkoaga con guardia civiles
de La Salve. Hasta un inspector de policía al que llamaban Olga y que le enseñó a tocar la
guitarra, solía ir. Ahí se juntaban todos en la bodega en todo ese maremágnum. Y no era un
bar de ambiente gay. Era un bar donde había de todo y a última hora nos dejaban estar. Y
digo no dejaban porque también yo era asiduo del lugar pese a tan peculiares compañías.
Ese garito era ejemplo claro de lo variopinto de la noche bilbaína de los 70.
74
Todo ese ambiente se vio eclipsado pocos años después con la irrupción del sida. Los 80
fueron años muy pesados en los que perdimos muchos amigos. Yo mismo cada vez que
tenía que ir al médico, temblaba por el resultado de los análisis. De hecho a lo largo de mi
vida he ido muy poco al médico, y por eso perdí la pierna, por no ir a tiempo. Y hace nueve
años tuve un cáncer de pene y me quedé sin él. A partir de ese momento, el sexo ha
mermado a una escala inimaginable para mí, pero lo poco que ha habido he procurado
hacerlo con higiene. Y es que… antes hice guardia en infinidad de garitas, a diario. Hice
sexo casi todos los días. Si no era en el cine Ideal, fue en los wáteres del parque, o en
cualquier sitio donde hubiera con quién. En todas las garitas hice guardia, y tuve sexo con
muchísimos hombres. Y como yo, todas o casi todas las maricas de Bilbao. Es verdad que
el tema del sida fue, y sigue siendo, un problema peliagudo pero no creo que nadie haya
dejado de hacer sexo por eso.

Hemos cambiado, a mejor

Han pasado los años y ha habido muchos cambios en el ambiente. Yo creo que han sido a
mejor. Pienso que ahora los hombres gays nos queremos mejor, nos tenemos más respeto
a nosotros mismos. Ya no nos queremos llamar María, no nos queremos llamar Juanita
Reina, ni Raquel de Medellín. Ahora puede haber algún apodo simpático, dicho más como
broma que como agresión. Creo que hoy nos respetamos mucho más a nosotros mismos.
Yo no he tenido ningún apodo femenino, y cuando me lo han querido poner, de muy mala
leche, lo he cortado de raíz. Veo a los jóvenes y no están necesariamente expulsando
plumas. Y conste que a mí el que expulsa plumas me parece muy bien. Quiero decir, que
todos tienen el mismo derecho a expulsar lo que cada uno quiera, por donde mejor le
parezca. Pero hoy veo que las chicas se realizan como mujeres, quieren ser madres y
consiguen hacerlo. Cosa que antes, ni lo intentaban, ¡como para que las pegara fuego todo
el barrio!

Ahora las parejas lo llevan, y creo que todos lo llevamos igual que todo el mundo. Quiero
decir, si nos enfadamos rompemos, y rompemos la baraja haciéndonos el mismo daño que
el resto de la humanidad. Y conste que no me gusta, para nada, eso del matrimonio. La
palabra esa no me gusta. Matrimonio es para los católicos, para el gobierno. Yo no entiendo
las parejas documentadas. No comparto que se le dé tanta importancia al matrimonio, a la
familia y que para dar esa importancia a una institución como esa tengan que recriminar y
prohibir otras actitudes. Eso me fastidia mucho. Yo creo que hay que buscarle una
denominación diferente, no matrimonio. Una denominación que sea ejemplar.

Bizkaia, noviembre de 2013

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MANUEL

• Las maricas de entonces nos protegíamos unas a otras, no


como ahora que cada uno va a su bola
Soy Manuel tengo 63 años y soy de Barakaldo. Ya desde pequeño tuve conciencia de que
no era como los demás niños. Andaba mucho con una prima y era feliz cuando juntos
jugábamos con muñecas. Siempre he sabido que los hombres me atraían. Pero, claro, no
fue hasta los 16 años que empecé a andar con chicos, y eso que en aquel tiempo se era
mayor de edad a los 21 años.

Saliendo del colegio, dejaba a los amigos en Barakaldo y me iba a Bilbao, a los cines de
ambiente. Iba sobre todo al cine Ideal, no porque fuera mejor ni peor, sino porque era el que
tenía un poquito más pedigrí. Mucho más sin duda que el cine Gayarre. En el cine nos
subíamos al gallinero y ahí la montábamos buena. El acomodador desaparecía porque si no
lo hacía, le hacíamos desaparecer. Solía haber muchos chicos en un ir y venir constante a
los baños, porque era ahí, en los baños públicos o en la bombonera, como decíamos
entonces, donde se ligaba y donde se consumaba el sexo si no tenías casa a donde poder
ir a estar tranquilo.

El que tenía coche se llevaba al ligue a Artxanda. Echaban una mantita de viaje o un
plástico en el césped y ahí mismo se daban placer mutuo. Artxanda era una zona muy
tranquila en aquellos años, a pesar de que las relaciones sexuales entre dos hombres
estaban muy perseguidas.

En el cine Capitol que también era un cine de ambiente, por ejemplo, solía andar un policía
secreta al llamábamos el tío Paco o el tío Pepe, no recuerdo bien, que se ponía en la última
fila y, la verdad, era muy mala persona. Más que malo, era un canalla. Se aprovechaba de
su condición de policía, del poder que tenía para acojonarnos a los maricones. Ya sé que a
mucha gente no le gusta que hablemos así, pero yo era maricón. Nací en pleno Franquismo
y en ese contexto histórico no había ni gays ni nada parecido. Éramos maricones, con todas
las letras.

Cuando a los policías les daba el cuarto de hora nos


agarraban y nos llevaban a la comisaría de Indautxu.
Tenía yo poco más de 20 años cuando se dio la famosa
redada en el Golar, el bar de La Charcu. Me libré del
arresto porque había salido del bar tan sólo cinco
minutos antes con mi novio catalán. El primero y el único
novio que he tenido. Como tenía que fichar en casa, a la
una de la mañana tuve que tomar el tren pirata que iba a
Barakaldo. Gracias a eso me libré. Fue el año 72, si mal
no recuerdo. Al parecer alguien dio el chivatazo y la
policía entró en el bar minutos después de que nosotros
hubiéramos salido, llevándose a todos los que estaban
dentro, unos veintitantos. Los tuvieron tres días en Indautxu. En esa redada detuvieron a La
Otxoa, La Metra y a La Marilin. Se llevaron a muchos conocidos.

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El grupo de amigos homosexuales

Yo llegué a todos esos sitios, a bares, cines y bomboneras, gracias a un grupo de amigos,
todos homosexuales. Funcionábamos como piña y nos íbamos pasando información de los
lugares: cuáles estaban bien, o a cuáles no merecía la pena ir. Eran chicos algo mayores
que yo. A mí, con 16 años, me gustaban los chicos de 20 o veintitantos años. No sé, como
que me sentía más protegido. Y eso que nunca tuve que pasar ningún apuro o ningún mal
rollo por andar ligando. Íbamos juntos a los sitios y entre nosotros nos protegíamos. No
como ahora que cada uno va a su bola.

Nos protegíamos mucho. Por ejemplo, cuando nos juntábamos en un banco del parque nos
pasábamos información de la gente asidua al lugar:

- Con ese que viene ahí tened cuidado que es un mal bicho.
- Ese otro, el que viene por allá ese sí es buena gente.

Te lo presentaban, hablabas con él y si entre los dos había feeling nos íbamos a lo oscurito.
Recuerdo que muchos de los que solían andar de ligue en el parque, sobre todo en la
bombonera, eran hijos de las buenas familias de Neguri. Tampoco ellos eran de piedra.
Ligar con uno de estos señoritos tenía sus ventajas, sabías que no abriría la boca porque
de hacerlo el peor marrón sería para él.

Ligar aquellos años y saber dónde hacerlo, no era nada difícil. En Bilbao, empecé
trabajando en una gestoría como chico de los recados por lo que me pasaba toda la
mañana en la calle. Así hice un montón de conocidos, bajando a las bomboneras. Al primer
wáter al que iba era al del parque. A base de ir a misa, me hice cristiano. Conocí gente, tuve
sexo con muchos, llegué incluso a tener amistad con algunos y ellos me iban contando
dónde más había ambiente. Así empezó mi historia, sin más misterios. También solíamos ir
a la cafetería La Ópera, detrás de El Arriaga, y ahí conocí a más hombres. En una ciudad
tan pequeña como ésta al final todos, o casi todos los que éramos del ambiente
homosexual terminábamos en los mismos lugares. Muchos ya han fallecido.

En casa todo se sabe, nada se dice

En aquellos años era muy común encontrarte en estos lugares de ligue con hombres
casados. Ahora es corriente y entonces lo era mucho más. Hoy día, cuando según dicen,
gozamos de toda la libertad del mundo, oímos un día sí y otro también que a alguien le han
dado una paliza o le han dicho de todo menos bonito, sólo por ir de la mano de su chico.
Entonces también ocurrían esas cosas, quizás con más frecuencia, y para muchos se hacía
necesario aparentar ser lo que no se era. Por eso muchos se casaban. Yo no lo hice. Como
tuve muchos amigos solteros y entre nosotros nos protegíamos, no tuve esa necesidad.
Nunca he estado en la cama con una mujer. No puedo decir cómo es, pero sí sé que no me
gusta. Recuerdo una vez que me dijo mi abuelo:
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- Me voy a morir y no te he hecho el regalo de bodas.
- Cómprame un traje o un abrigo.

Y así lo hicimos.

- Ya está el regalo de bodas, porque yo no me voy a casar, abuelo.

Teóricamente en casa no sabían de mi homosexualidad, pero las madres no son tontas. Sí


tuve problemas con unos tíos, que además eran mis padrinos. Como he dicho, yo dejaba a
los amigos del colegio en Barakaldo y me venía a Bilbao donde me juntaba con chicos que
eran como 5 años mayores que yo. Nunca me escondía, por lo que más de una vez me
pillaron mis tíos, que también solían venir a Bilbao a pasear, y le fueron con el cuento a mi
madre:

- Vigila a ese chiquillo, que anda con hombres mayores.

Mi madre hizo como que no se enteró de nada, porque me imagino que algo ya
sospechaba. La mujer murió hace dos años y en toda su vida sólo una vez hizo el amago
de sacar el tema:

- Me ha preguntado fulana que si tienes novia.


- Ama, qué cosas dices.
- Que sí, que te ven bajar del tren del brazo de una chica.
- Será mengana –una chica que ella conocía–. Diles que es una amiga, no mi novia.
- Es verdad hijo, a nadie le importa nada.

Yo pensé en ese momento: “Antonio, calladito estás más bonito”. Si en ese momento mi
madre hubiera seguido con la conversión, yo escupo todo lo que tenía en mi interior. Pero
como ella misma dejó a un lado el tema, yo preferí callar y así fue siempre. A raíz de aquel
encontronazo con mis tíos, la noticia se corrió en la familia, pero nadie, absolutamente
nadie me preguntó si era verdad o mentira.

Bilbao era una ciudad monocromática en esos tiempos, muy gris. Más bien azul. Todos
teníamos que vestir de azul. Solo las maricas rompíamos la norma. Un empleado de El
Corte Inglés abrió Baglioni, una tienda de ropa para caballero donde vendía ropa de Adolfo
Domínguez. Aquello no era lo último de la moda, era lo siguiente. Ahí nos vestíamos todas
las maricas. Aunque mi padre era obrero de Altos Hornos, yo ya trabajaba para entonces y
lo que ganaba me lo gastaba en esa ropa.

La Cojita de Barakaldo

Era normal en aquellos años que en el ambiente nos conociéramos por apodos, y no por el
nombre. Tenía que haber mucha confianza para que supiéramos cómo se llamaba nadie. A
mí, por ejemplo, me llamaban La Cojita de Baracaldo. Porque eso sí que no lo podía
disimular, mi cojera. Era común, y no creo que fuera ofensivo. A un amigo, por ejemplo, le

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decían La Cacharritos porque una vez estando en la playa vio un bote de pesca y no se le
ocurrió otra cosa que decir:

- ¡Mira que cacharritos!

Y con ese apodo se quedó para siempre. Lo mismo le ocurrió a La Desmayada:

- Vamos a comer que estoy desmayada.

O La Salipúm, porque salías y pum, te la encontrabas sí o sí. He de reconocer que las de


mi generación éramos una mariquitas muy aventajadas, que nos salió el primer diente de
leche en El Arenal, haciendo la carrera. Antes de que abrieran tantos garitos de ambiente
en la ciudad, sólo existían dos o tres bares en Bilbao en 1965: La Lita y El Gallo de Oro
eran los más conocidos. Años después La Charcu abrió su bar, y más tarde aún abrieron el
High, ya con cuarto oscuro.

Durante la Semana Grande, que todavía no era Aste Nagusia, en las barracas ponían todos
los años El Teatro Argentino, una especie de cabaret. Aquello era un putiferio de impresión,
lleno de maricones por los cuatro costados. Cuando acababa el espectáculo, todas las
vedettes se iban a La Lita y según dicen aquello terminaba en una verdadera orgía. Eso nos
contaban, porque siendo menores de edad a nosotros no nos dejaban entrar.

Estábamos en pleno Franquismo y aunque no teníamos la libertad que puede haber ahora,
no nos escondíamos. Y menos yo, que viviendo en Barakaldo no me importaba que me
vieran en Bilbao. Y mucho menos en Madrid, a donde solíamos ir con bastante frecuencia.
Me daba mucha rabia cuando nos decían:

- Ya vienen las chicas de provincia.

El ambiente de Madrid era mil veces más


grande y más impresionante que el de
Bilbao. Lógico, ¿no? Si aquí teníamos
dos bares, allí había 55.000 más, y no se
podía comparar lo que era el cine Ideal,
por muy grande que nos pareciera a
nosotros, con lo que fue el Carretas en
Madrid. Allí había ambiente a todas
horas, porque era de sesión continua
desde las 10:00 de la mañana. Y en
Bilbao ni discoteca teníamos, sólo un
tablado flamenco en Zabalburu donde se
juntaba toda la fauna nocturna de El
Botxo. Por eso nos solíamos ir a Madrid
donde nos dábamos el lujo de
desmadrarnos sin miedo alguno. Total, estábamos fuera de casa y nadie nos conocía. De
un pub de ambiente nos llegaron a echar por toda la pluma que soltamos aquella noche.
Algo parecido nos pasó después aquí en El Arriaga, que antes de las inundaciones era
cafetería:

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- Tengo orden del encargado, -y el encargado aquel sí era un mal bicho-, de no serviros
más.

Me acuerdo de que mis amigos se levantaron pero yo me quedé sentado ahí donde estaba.

- Maricón, ¿no has oído que ya no nos sirven?

Yo quise enfrentar aquella situación, hice incluso amago de liarla allí mismo pero al final, no
nos atrevimos.

Pensión por horas

También por aquellos años abrieron una pensión en la calle Santa María, en el Casco Viejo.
La abrió Juan, un señor de Barakaldo que tenía un bar cerca de la casa de mis padres.
Estaba casado pero tenía su novio, con el que atendía el bar. Los dos bajaban mucho a
Bilbao y se conocían todos los ambientes. Un día compraron una casa y montaron el hostal.
Fue una bendición para todos aquellos que no tenían a donde llevar a sus ligues, o para
poder follar en invierno. En el hostal te cobraban por horas y podías estar el tiempo que
quisieras: una hora o cinco minutos, dependía de las urgencias o capacidades de cada uno.

Con Franco vivo y con la Ley de Peligrosidad Social en vigor, había que tener cuidado a la
hora de hacer la carrera. He de confesar que los únicos sustos que yo he tenido, no fue con
policías sino con un par de malnacidos que se hacían pasar por policías secretas para ligar.
Con eso de que supuestamente eran policías hacían contigo lo que querían, y si por morbo
o por placer te daban una paliza, te tenías que callar porque “eran policías”.

No tengo para olvidar uno que sí era policía y que años después estuvo involucrado en la
trama de los GAL. Aquel era malo, malo. Si te pillaba y te decía que te pusieras boca abajo,
boca abajo te ponías; si te ordenaba poner un pie en Bilbao y el otro en Artxanda, pues
tenías que poner un pie en Bilbao y el otro en Artxanda. Aquel era de mucho cuidado. Las
malas lenguas decían que La Charcu le suministraba chavales menores de edad, porque
según esto le gustaban jovencitos. No hablo de niños, pero como he dicho entonces no se
era mayor de edad hasta los 21 años.

Quitando uno que otro susto, vivíamos con cierta calma y alegría nuestros deseos
homosexuales. Aunque no voy a mentir, cuando me enteré de la redada en el bar Golar de
pocas me muero.

Sexo, hasta el hartazgo

Sexo teníamos todo el que queríamos, y más. En verano lo más socorrido era liarse con
alguno que estuviera de rodríguez. Eran hombres casados que aprovechaban que la mujer
y los hijos se habían ido de vacaciones para “ligarse un novio”, como ellos mismos solían

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decir. Yo, por el contrario, cada vez que me liaba con un casado decía que me había salido
“un clientito”. Y eso que nunca cobré, ni pagué por tener sexo con alguien. Incluso tuve un
medio novio de muy buena familia durante una época. Era hijo de una familia muy rica y
muy nacionalista, y la verdad, un hombre muy guapo. Pero como yo era “la otra”, al final me
dejó. Eso sí, mientras estuve con él follamos en la casa de Madrid, y en el palacete de
Punta Galea. Hasta mayordomo tenían en aquella casa. Nunca conocí a un hombre más
espléndido que aquel. Tuve mucha suerte porque no era fácil ligar con esa gente. Como en
todo, había maricas de primera y de segunda, y aunque yo era de segunda era joven y
estaba muy mono, y eso me abrió muchas puertas.

Mantenidos había muy pocos por aquel entonces, y los que había estaban muy mal vistos.
Personalmente me daba mucha rabia, porque siendo hijo de un obrero, yo trabajaba y a mí
nadie me mantenía. Recuerdo que un día me entró uno y me dijo:

- Tú, ¿cuánto cobras? ¿mil pesetas?

Me sentí tan humillado que lo insulté ahí mismo, en plena calle. Me podía llamar maricón,
me podían decir cojo, y no me importaba. Pero nunca soporté que nadie pensara que podía
cobrar por follar.

Bizkaia, diciembre de 2013

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XABIER

• Tengo muy buenos recuerdos de todas las épocas, de la de


entonces y de la de ahora
Me llamo Xabier, tengo 59 años y soy de Bilbao. Empecé en el ambiente cuando tenía
veintimuchos años. Siendo adolescente, con 16 años tuve aventuras con chicos del barrio,
pero en realidad ni siquiera sabía qué significaba eso de que te habías corrido. Los amigos
solíamos ir a jugar a casa de uno de ellos y al final los juegos terminaban siempre igual:
terminábamos con la polla fuera tocándonos, pero sin más.

No podría definir con una palabra lo que en ese momento vivíamos el grupo de amigos,
porque en realidad ni siquiera sabíamos que existía “eso”, el sexo homosexual. Sí,
hacíamos “eso” con los amigos, nos lo pasábamos muy bien, pero no le dábamos mayor
importancia a lo que hacíamos. Por supuesto, no se lo contábamos a nadie porque siempre
nos habían dicho que a nuestra edad eso que teníamos entre las piernas era para mear, y
para nada más. Tampoco nos habían educado en casa. Recuerdo, por ejemplo, que una
mañana amanecí todo mojado. Al igual que a las chicas les ocurre con su primera
menstruación, esa primera polución nocturna me dejó preocupado. No supe decir nada. Ni
se me ocurrió decirle a ama lo que había pasado. Callé y tampoco ama dijo nada de cómo
había encontrado el pijama. Por eso digo que no sabíamos ni que existía la
homosexualidad, porque no era como ahora: en la tele no se veía ninguna película gay, y
en la calle no se hablaba de eso. No había oído nada y no sabía ni que existía. En ese
contexto mis dudas eran enormes. Aunque al final vi
claro qué era lo que me gustaba. Pero no sabía ni
dónde buscar, ni qué, ni cómo. Me sentía un bicho
raro. Las cosas aquellos años no eran como hoy.

Recuerdo que un día cuando tenía 20 años, cayó en


mis manos una revista gay que tenía una página de
contactos. Me la prestaron dos chicos que habían
vivido en Francia y tenían una tienda de caramelos en
Iturribide. Yo ya había oído rumores sobre ellos: que si
eran raros, que si eran pareja, que si vivían juntos. Un
día fui y pregunté:

-¿Y unas revistas no hay de chicos?

Y me hicieron pasar a la trastienda. No me hicieron


nada, esa es la pura verdad. Me dieron a elegir entre
unas cuantas revistas eróticas y me prestaron una que
les devolví al cabo de unos días. Como he dicho, la
revista tenía una sección de contactos y decidí responder a uno. Al poco me llamó un chico
y quedamos en una cafetería, en Colón de Larreátegui. De ahí nos fuimos a Artxanda. Él
era un hombre casado, con un hijo y esperando el segundo. Era guapísimo y aquella fue su
primera vez con un chico, y también mi primera vez. Hicimos sexo en su coche, y recuerdo
que fue una verdadera chapuza.

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Libérate, y va otra copa

Después oí hablar del bar High y empecé a ser asiduo


y a conocer otros bares: La Ópera, detrás del Arriaga,
el Cotis y el bar que tuvo José Antonio, La Otxoa, antes
de las inundaciones del 83 y antes de La Chufa. Ahí
solía estar él, vestido normal y sirviendo copas. Cuando
ya veía que nadie pedía, agarraba el micrófono y se
ponía a cantar. Dos canciones, y volvía a servir copas.
Cuando en la Aste Nagusia cantó Libérate en la txozna
de Federico Ezkerra, yo ya me sabía la canción. Fue
impresionante. De aquella época fue también la primera
sauna que montó Larri, el dueño del High en la calle 2
de mayo.

Así empecé a hilvanar una historieta tras otra. Una que tengo muy grabada, porque fue muy
bonita, ocurrió en Madrid. Había ido a ver la ópera Evita, con Paloma San Basilio. Esa
noche, no sé cómo, cayó en mis manos publicidad de un pub gay en la calle Figueroa, el
Catacumbas. Fue la primera vez que yo bailé con un chico bien agarrados los dos. Él era
de León y estaba allí estudiando Bellas Artes. Me llevó en moto a su casa y allí echamos un
polvo.

Antes de los bares en Bilbao había dos sitios, verdaderamente históricos, para la gente de
mi edad. Uno era El Balcón de la Lola, que era no el pub con el mismo nombre que hay
ahora en la calle Bailen, sino la explanada que está enfrente de la estación de trenes de
Santander. Ahí había unas escaleras que bajaban al muelle, y a mano derecha había unos
soportales donde durante años ponían un rastro los domingos. En los soportales había un
ambiente tremendo, pero tremendo de verdad. Hasta poco antes de las inundaciones ahí
ligabas, porque ligabas. Ahí mismo conocías al chico, y ahí mismo tenías sexo con él.

El otro sitio histórico para los de mi edad era la pensión de Pepe. Hay que tener en cuenta
que entonces la gente era o soltera que vivía con sus padres, o casados que vivían con la
mujer. No existía eso de que eras gay, estabas soltero, te independizabas y tenías tu propia
casa. Entonces no había nada de eso y si ligabas y no querías tener sexo en la calle o en el
coche, te ibas a la pensión de Pepe, en la calle Santamaría. El señor Pepe aunque era gay,
estaba casado y creo que tenía una hija. Tú ibas ahí,

- Buenas tardes, ¿tiene?

Y te daba dos toallas. Pagabas al entrar, ibas a la habitación y ahí pasabas el rato que
querías. Si tenías coche también podías ir a la zona de Artxanda. Yo fui bastante a la parte
de atrás de la iglesia de Fátima, en Enekuri, cuando tuve mi primer coche, un seat 127. La
moda del Parque de Doña Casilda empezó más tarde. Que no se me olvide que también se
ligaba mucho en la zona de El Arenal, donde ahora se ponen las txoznas. Ahí se podía
aparcar y siempre había algún conocido. Mientras charlabas esperabas a que viniera algún

83
coche y cuando alguno aparecía empezaba el cortejo. Ahí se ligaba mucho. No sé por qué
pero la zona fue bajando y se trasladó la moda al parque.

Por supuesto, también había sexo en los wáteres públicos, sobre todo en los que estaban
junto a El Corte Inglés y los que estaban bajo el puente de El Arenal. Y luego empezó la
época del Ideal, un sitio verdaderamente histórico para mi generación. Era un cine, el gran
cinema que se llamaba en la época. Cuando era uno sólo, de tres pisos, era el Ideal, luego,
cuando hicieron los multis, era los Ideales y ahora es el hotel Iris. En el tercer piso había
más gente en los pasillos que en las butacas y el sexo se hacía tanto en los baños como en
las butacas.

Más tarde ya, cuando empezó EHGAM solíamos ir al Txoko Landan. Pero eso ya fue más
tarde. Era al principio de la década de los 80, para entonces yo ya tenía 27 años y en Bilbao
habían abierto un montón de locales.

En 1983 conocí a un chico en El Balcón de la Lola, y nos hicimos amigos. Al año siguiente
él se fue a trabajar a Barcelona y fue así como descubrí el Barcelona gay, cuando fui a
visitarlo. Todavía no había muchos locales, y los que había no tenían cuarto oscuro. Para
entonces ya existía el Chad, en la calle Diagonal, aunque no era el mismo Chad que existe
ahora y que sí tiene cuarto oscuro abajo. También conocimos un garito que no recuerdo
cómo se llamaba pero que tenía actuación de transformistas. Tiempo después mi amigo se
fue a trabajar a Madrid y ahí fue lo mismo, aunque todavía no existía Chueca. Existir, existía
pero no era lo que es ahora.

La mirada, la que no falla

Ahora las cosas son diferentes, aunque todavía hay formas de ligue de aquella época que
siguen vigentes. Me refiero a la mirada. Para ligar, no había como la mirada. Es decir, yo iba
por la calle Gran Vía, por ejemplo, y miraba a cualquier chico que me pudiera gustar, él me
miraba y yo paraba a su paso. Giraba yo la cabeza y veía si él también la giraba. Si no
había mirado para atrás, yo seguía mi camino. Pero si se giraba, entonces me paraba y si
cerca había un escaparate, aunque fuera de lencería femenina, me plantaba delante y le
esperaba.

- ¿Qué haces?
- Pues mira, aquí, dando una vuelta.
- ¿Tomamos algo? o, ¿estás buscando algo?, ¿tienes prisa?
- Pues no, no tengo prisa.

Así ligábamos entonces. No había una zona concreta para eso, podía ser en cualquier calle
de Bilbao. En cualquiera. Y ligabas no sólo para tener sexo. Yo sigo manteniendo muy
buenas amistades que conocí aquella época con esa técnica. Así conocí a un chico que
tenía unos 30 años, 5 más que yo, y que consiguió independizarse y tener su propio piso.
Ahí nos solíamos juntar los domingos. Hoy tendrá 65 años y todavía solemos quedar en ese
piso. Y no sólo con él. A otro que me ligué un año de aquellos en el cine Ideal, sigo

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visitándolo en su negocio para charlar. Yo recuerdo con cariño aquella época. Como
recuerdo una Nochevieja en un piso de la calle Hurtado Amezaga, en el mismo portal donde
está la Taberna Taurina. No sé cómo caí ahí pero fue una fiesta tremenda. Estaríamos
como 60 o 70 personas, todas gays. Esa noche bailé muchísimo y me lo pasé bomba.
Todavía hay gente que recuerda con mucho cariño aquella Nochevieja.

En aquella época yo solía alternar mi cuadrilla heterosexual con mi cuadrilla gay. Por
ejemplo, a la sauna siempre iba entre semana, y los sábados quedaba con mi cuadrilla
heterosexual. Como a la una de la mañana les decía que estaba cansado, y en vez de irme
a casa me iba al Godarfri, del difunto José Antonio, La Charcu. Al final dejé la cuadrilla
heterosexual pero fue porque todos los amigos empezaron con novia y yo me fui
desvinculando. En el 84 me independicé y como al lado de casa estaba el bar Piper, que
llevaban dos chicas lesbianas, empecé a frecuentar el Piper. Aunque lo llevaban dos chicas,
lo cierto es que chicas iban pocas. Pero chicos gays íbamos muchos.

Repaso ahora aquellos años y estoy convencido de que todas las épocas fueron buenas.
Es cierto que si yo en estos momentos tuviera 25 años, sabiendo lo que ahora sé, ligaría el
doble. Porque ahora, en cuanto te ven la edad se echan para atrás. Pero no me puedo
quejar. Yo he pasado, he disfrutado y he vivido. Tengo muy buenos recuerdos de todas las
épocas, de la de entonces, y también de la de ahora. Me acuerdo cuando empecé a ir a
Benidorm, hará igual 20 años, en Semana Santa, aquello era tremendo, no se podía entrar
en los locales. Este año en cambio, quedé alucinado, los locales estaban muertos, no había
casi nadie. El sitio tuvo su época.

En Bilbao, mucho muerto

¡Qué época la del sida! He visto desfilar, morir, a mucha gente. Gente que de repente caía
enferma y al rato había muerto. La crisis de la pandemia yo la viví siendo militante de
EHGAM y nosotros siempre nos opusimos a que se identificara la enfermad con la
homosexualidad, con términos como cáncer rosa. El problema más grave esos primeros
años, en los 80, era la indefinición. No se sabía de dónde venía, no se sabía por qué y no
se sabía absolutamente nada de nada. El miedo era inmenso. Recuerdo a una persona,
gay muy conocido en Bilbao, que un día que fui a saludarlo en el Casco Viejo me paró en
seco y me dijo:

- Por favor, no me toques, porque esto se puede trasmitir a través de los fluidos
corporales.

En Bilbao murió mucha gente. Hubo miedo y el que diga lo contrario miente, o no se ha
enterado de nada. Y hasta que se supo que el semen tenía que ver, los condones ni
existían. No tengo noción de cuando me enteré yo que existían los preservativos. Lo que sí
recuerdo es que de los muertos, ni se hablaba. De repente te dabas cuenta que alguien
faltaba porque no lo veías y al tiempo te enterabas que había muerto. De alguno nunca
supe si murió de sida, o de qué murió.

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Tan grande como el miedo, ha sido el estigma. Yo, por ejemplo, el año 88 caí con una
hepatitis. En ningún momento estuve amarillo, la orina estaba bien, pero estaba cansado y
por protocolo de la empresa me hice un análisis. Me dio que tenía las transaminasas altas,
repetimos las transaminasas y me dieron todavía más altas. Hice más análisis y resultó que
era una hepatitis. Punto, era una hepatitis. Pues enseguida, en el Piper, se llegó a decir que
yo tenía sida porque había adelgazado 10 kilos a cuenta de la hepatitis. Menos mal que un
amigo ATS que trabajaba en Cruces nos hizo de estrangis a mí y mi compañero la prueba
del sida. Dio negativo y puedo aclarar el tema, pero la bola ya había corrido.

Y por desgracia el estigma sigue vigente, a pesar de los tratamientos. Hace unos años fui a
visitar a un amigo en Barcelona y sólo al final me dijo:

- Antes de que te vayas tengo que contarte una cosa. Estoy con un come-come que te
tengo que decir, pero no termino de decidirme.
- ¡Pues, arranca de una vez!
- He pillado el vih.
- ¿Has ido al médico?
- Sí.
- ¿Estás en tratamiento?
- Sí.
- Entonces, qué narices importa. Ya sabes lo que tienes que hacer, seguir el tratamiento,
cuidarte y tener precaución.

Me quedé super tranquilo diciéndole eso. Han pasado 15 años y sigue estando
estupendamente. Y eso que ha perdido entre 7 y 10 kilos.

Bizkaia, octubre de 2013

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MIKEL

• He vivido mucho, he sido una persona muy activa en todos


los aspectos de mi vida
Soy Mikel, tengo 58 años y aunque nací en Donostia hasta los 29 años viví en Renteria, a
donde regresé tras un período de 14 años en Bilbao. Empecé a trabajar a los 15 años, y
estuve en diferentes trabajos hasta que con 45 años, hace ya 14, enfermé de una derivada
del sida y me retiraron del mundo laboral.

Siempre fui un poco revoltoso. Si empecé a trabajar joven fue porque tuve que dejar los
estudios de Formación Profesional, debido a mi temperamento. En realidad fue cosa del
director del centro que era un fascista. Ya de antes venía a por mí y me acusó de haber sido
uno de los provocadores de una huelga de estudiantes el año 1973. El Proceso de Burgos
me marcó mucho, y adquirí conciencia política. Total que dejé la escuela porque allí me
hacían la vida imposible. Además yo venía de una escuela mixta, donde estudiábamos
chicos y chicas, y ahí me sentía yo muy a gusto. Durante toda mi vida con quienes mejor
me he encontrado ha sido con las chicas. Éramos amigas, teníamos confidencias,
jugábamos, construíamos y nos divertíamos también.

A mí los chicos no me hacían mucha gracia. No me gustaba la manera como se mostraban,


como se comportaban. Los veía tan machos y tan masculinos, que aquello no era para mí.
Y en FP sólo había chicos. El cambio fue tremendo. Yo no me sentía bien con ellos. Para
ellos todo era fútbol, su existencia estaba centrada en el deporte y en la competición, y eso
a mí no me iba absolutamente nada. Así es que, empecé a trabajar, hasta que me jubilaron.

Un chico como los demás

Yo de pequeño no sabía, no tenía conciencia de lo que era ser heterosexual, ni de lo que


era ser homosexual. La sexualidad era algo que me llamaba la atención, por supuesto. La
sentía y me provocaba, era algo que quería buscar, algo que notaba. Pero era la
sexualidad, no la heterosexualidad, ni la homosexualidad. Me acuerdo perfectamente que
no era un chico como los demás, y por eso recibía muchos insultos, o comentarios jocosos
que luego se han codificado como insultos: nena me decían, qué nena eres, mariquita me
decían también. Y yo no tenía ni idea de qué significaban aquellas palabras. Recuerdo que
en la vecindad, todos, sobre todo ellas las señoras, me trataban en femenino, y yo estaba
encantada. Eso no me generaba ningún problema, ninguna culpa. Yo me sentía muy a
gusto, sin tener conciencia de que podía ser, o no, homosexual. Yo sólo sabía que era
diferente, porque notaba que era distinto a los demás chicos, que no era igual que mis
hermanos.

Yo tengo dos hermanos, y tres hermanas más. Con todos ellos, y con mi padre y con mi
madre compartía yo la vida, además de con primos y primas que vinieron de la emigración,
de Extremadura. Yo en ese ambiente notaba que era distinto a mis hermanos. Sabía, o más
bien intuía, que no me iba a casar nunca. Mis hermanos hablaban de matrimonio, hablaban
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de tener hijos y yo tenía la sensación de que iba a estar siempre solo, de que iba a vivir solo
y que no me iba a casar. No sabría decir por qué, pero así era. Quizás fuera por mi carácter,
por mi forma de ser. No me gustaba que me manipularan. Yo
quería ser libre, y para mí el matrimonio era una especie de
corsé.

La sexualidad me llamaba la atención, pese a que cuando


hablaban de relaciones sexuales, éstas siempre tenían que ver
con la reproducción, y poco más. El caso es que con 10 o 12
años me iba a la biblioteca del pueblo a mirar libros que
hablaran de sexualidad. Allí empecé a conocer los cuerpos de
hombres y de mujeres en imágenes, en fotografías o en
láminas. También aprendí los nombres de los órganos
genitales, y recuerdo haber visto muchas imágenes en las que
se veía ya el vientre de mujeres embarazadas. Sobre
reproducción había mucho, pero de homosexualidad nada.

Sólo “maricas” y “maricones”

De niño no recuerdo haber oído nada en torno a la homosexualidad. Sólo oía de maricones
y de maricas, del hombre del saco, y de los solterones, los mutilzaharrak. Recuerdo que
cuando yo tenía 11 años en el barrio se hablaba mucho de un señor, que era peluquero y
que vivía lejos de nuestra casa. Mi padre nos llevaba a mis hermanos y a mí a otro
peluquero que a mí no me gustaba nada. No me gustaba cómo me cortaba el pelo, con esa
raya al medio. Un día agarré y yo solito me fui con el otro peluquero, con ese del que todo
el mundo hablaba tan mal. La verdad es que me sentí muy bien cuando me metí en su
casa. Y me dejó el pelo fantástico, como a mí me gustaba. De hecho años más tarde
cuando supe que había muerto me entró una gran angustia. Habíamos perdido a alguien a
quien el pueblo había hecho sufrir mucho. Fue con el tiempo que yo tomé conciencia de lo
que había ocurrido con ese hombre: ese maricón que vivía allá arriba. Todo lo que oíamos
sobre aquel hombre era despectivo, todo era malo. Y la conclusión lógica de todo eso era
que ser maricón era algo malo, muy malo.

Para entonces yo ya era consciente de que no notaba deseo sexual por las chicas. Con las
chicas del barrio jugaba, pero éramos amigas nada más. Por suerte, donde vivíamos era
una zona bastante salvaje, con muchísimo monte y muy pocos vecinos. Alrededor todo era
monte y muchos árboles. A mí me encantaba tanta naturaleza. Cada año, en mayo, siempre
llegaba a casa con ramos de flores y cuando era pequeño jugábamos y nos vestíamos con
plantas, con enredaderas que tenían campanillas blancas. Nada que ver con el ambiente
del cemento que conocí después.

Cuando llegaba el verano solía ir al baserri de un amigo a cortar la hierba, a dar la vuelta a
la cuadra o a limpiar las cuadras; o me juntaba con otro chaval que cuidaba unos 30 o 40
caballos. Aquel era un chico muy guapo. Me encantaba todo él: su pelo, como lo tenía
cortado, el color del pelo, su cara, y la forma de su cuerpo. Todavía hoy cada vez que lo veo

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me encanta. Era hijo de un amigo de mi padre. Yo tendría entonces 10 años y él era como 9
años mayor que yo. De hecho me escapaba, no iba a la escuela en verano, desde que
empezaba a venir él con los caballos, yo me iba con él, sólo para estar con él. Alguna vez
montamos en el mismo caballo los dos. Yo me agarraba a él y era fantástico.

Primeros contactos

Mis primeros contactos físicos con otros chicos fueron en la escuela de Formación
Profesional, cuando tendría yo 14 años. Antes que eso sólo había visto a los chicos
mayores del barrio, que tendrían entre 15 y 18 años, masturbarse en el camino viejo. Ahí
solíamos ir todo los chicos a pajearnos. Pero el primer contacto que yo tengo con el cuerpo
de otro hombre es en la escuela. Fue con un compañero que se sacó la polla y me dejó que
se la masturbara. Aquello me gustó, me parecía bonito ver como se ponía dura, crecía y
cambiaba. Recuerdo que me encantó aquello, lo pasé bien y me gustó mucho.

Cuando íbamos a la playa y paseábamos por la orilla, adoraba ver a los chicos y mirar sus
bañadores. No sabía exactamente por qué, pero se me iba la vista hacia ellos. Los demás
chicos hablaban de chicas, de sus tetas, o de sus culos. A mí me gustaba ver a los
hombres, mirarles el paquete, la polla, los genitales… Me encantaba observar a los
hombres, mirar esa parte de su cuerpo.

Para entonces yo ya era consciente de ser una persona sexual, y de que mi cuerpo me
producía placer cuando me masturbaba. Lo que me faltaba y quería, era poder compartir
ese goce, y poder estar con alguien. Era todo una gran interrogante: ¿cómo son?, ¿serán
iguales?, ¿distintos?, ¿qué pasará?

Palabras que hieren

Tengo que reconocer que desde pequeño siempre viví la sensación del sexo como pecado,
como algo nocivo y malo. Recuerdo perfectamente que vivía con miedo todo lo que tuviera
que ver con la sexualidad. Era una sensación muy compleja, nada lineal. Esa era la
información que recibíamos en aquel momento. Y la peor información, la que más temor me
producía, la que recibía con mayor temor era la que me trasmitía un cabrón, un cura. ¡Me
decía unas barbaridades! Sus palabras las tenía como una losa, me producían una gran
angustia, una desazón. Menos mal que en la misma congregación de este señor había otro
cura, muy conocido y muy querido en el pueblo con el que tuve una relación bien diferente.
Fue de los curas que en la época dejaron la sotana para ponerse un buzo y trabajar como
obrero. Todavía recuerdo la impresión que me dio el día que lo vi en la playa en traje de
baño. Tendría yo 14 años y fue espectacular lo que mis ojos vieron, el cuerpo que
habitualmente se escondía bajo la sotana, o bajo aquel buzo de currela.

En aquellos primeros años de juventud no pasaba de masturbarme con revistas


pornográficas, o de pasar a Hendaya a ver películas X. Durante mucho tiempo el sexo era
89
Mikel interviniendo en una asamblea popular celebrada en Errenteria.

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conmigo mismo, hasta que llegó ese momento en el que, por decirlo de alguna manera, me
ofrecí, y nunca mejor dicho, me dejé someter por otro chico. Las caricias, los besos,
chuparnos las pollas, todo fue encantador. Lo que fue más o menos placentero, fue el sexo
anal, la penetración. Ahí fue donde yo empecé a descubrir otra faceta de mi sexualidad,
más adulta, diferente, y más desarrollada. Fue en Donostia, después de una reunión de
amigos que tenía que ver con el movimiento de liberación gay. Fue una ocasión en la que
solamente nos juntamos chicos. Después de la reunión nos fuimos a comer, anduvimos
poteando y ya a la noche fuimos al hostal donde estaba hospedada la gente que había
venido de Bilbao. Ahí pasamos la noche, cuatro tíos en dos camas, y esa fue la primera vez
que tuve sexo, con todo el significado de la palabra, con otro hombre. Yo tendría 21 años.

Ya para entonces en Donostia existía lo que se conocía como La cuesta del culo, en
Miraconcha. Aquel no era un mundo abierto, era un mundo dentro de otro mundo. Ahí te
encontrabas diferentes bares donde poder encontrar otros hombres: el Master, el Valentino,
el Mostacho, el Cul, la Malmesón… Había otros dos bares, Txirula y el Maruxa que
quedaban un poco más apartados. He de decir que en aquel momento todo esto fue para
mí como una explosión. Yo ya tenía una actitud muy vital y muy reivindicativa. Ya había
asumido para entonces que iba a vivir de una forma muy destapada mi deseo sexual. Muy
destapada. De hecho si veía un chico en la calle que me hacía tilín, me hacía notar, sin
cortarme absolutamente nada: miraba, me fijaba, me paraba, le seguía, o me acercaba
directamente a él y lo saludaba. Él podía girar la cabeza, andar cinco metros, o veinte y
volver y girarse. O simplemente se quedaba quieto, y en ese estar quieto, en vez de ir en
sentido contrario y girarse, lo que hacía era venir hacia donde yo estaba, y en ese él venir y
yo ir, nos encontrábamos.

Yo había empezado a vivir con libertad, o con la libertad que yo decidía tener, y reconozco
que igual era muy descarado. Aunque eso sí, siempre respetuoso. Y a la vez, libre. Si a mí
un chico me gustaba, yo era el que se acercaba y le decía:

- Hola, ¿qué tal por aquí?, ¿estás de paso?, ¿te apetece que charlemos?, ¿te apetece dar
una vuelta?

Y eso, de alguna manera, dejaba muy claro que lo que buscaba era mantener una relación
sexual con él. Eso podía ocurrirte, o puede ocurrirte, en cualquier sitio. Con el tiempo me di
cuenta que en Donostia había sitios donde los hombres iban directamente a eso. Y digo
Donostia porque yo salía de Renteria donde no conocía a nadie de mi edad y me iba a
Donostia, a Iruñea o a Bilbao para poder encontrar y tener sexo con chicos. Allí había bares
donde poder bailar, beber, cantar, dejarte ver, dejarte tirar los tejos y lo que ocurriera al final
dependía de las habilidades de cada quien. Me estoy refiriendo a bares gays, a bares de
encuentro de hombres, aunque algunos de ellos se negaban a reconocerse como tales.
Recuerdo que hace como 34 años fui a uno de esos bares con propaganda de EHGAM, el
movimiento de liberación gay, y me dijeron que ese no era un bar de maricas, que esa
propaganda ahí no tenía sentido y no me dejaron ponerla.

Digo maricas porque esa era la terminología que usábamos entonces: maricón y
homosexual. Ese era el argot. El término gay vino más tarde, y yo siempre lo he utilizado
como término político, como un término de liberación. Para mí gay sigue siendo un término
fundamentalmente de liberación.
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Luego, poco a poco ya fui dándome cuenta y fui conociendo que también se podía ligar en
los bajos de La Concha, al aire libre, sobre todo durante la noche. Había otra zona, en
Amara, por el puente de hierro. Con el nuevo puente toda esa zona ha cambiado, pero
entonces aquel era un sitio de la periferia de la ciudad. Tiempo después me di cuenta que
de niño ya había oído hablar de ese sitio como un punto negro, un lugar peligroso al que
era mejor no acercarse. Luego entendí que era peligroso porque había hombres.

Soy seropositivo

He de reconocer que yo he vivido mucho, que he sido una persona muy activa en esa parte
de mi vida. Por unos años me fui a Bilbao a vivir, y conocí ciudades como Madrid,
Barcelona o Valencia. En todas partes he descubierto sitios de ligue, sitios al aire libre que
me llegaron a encantar. Me encanta el sexo en la naturaleza, entre árboles, o rocas. A mí
eso me gusta mucho. En mi caso ocurre que un día hace ya un montón de años van y me
dicen que soy seropositivo. Fue un impacto, pero yo ya sabía que me podía ocurrir. La
verdad, no me alteré mucho, ni me asusté en demasía. Desde los 15 años yo viví un
proceso de vida duro, porque fui una persona que, aparte de maricón, era luchadora, una
persona que quería hacer la revolución. Durante 5 años fui clandestino, antes de cumplir los
16 años, hasta que murió el dictador Francisco Franco, aquel mal nacido. En aquellas
circunstancias yo sabía que me podían matar, que me podía morir. Yo era muy consciente
de los riesgos que tenía vivir en la clandestinidad y aprendí a no temer a la muerte.

Llegados a este punto, quiero recordar mis años de militancia política porque fue una las
responsables políticas de mi organización la que me animó a contactar con EHGAM. Antes
de que yo tomara la decisión, ella me animaba a conocer
el movimiento de liberación gay. Me acuerdo de ella
perfectamente, una compañera a la que he quiero
mogollón. Con esto quiero decir que en la organización
política en la que yo estaba, el EMK (movimiento
comunista de Euskadi), hicimos mucho por la liberación
sexual. Fuimos una organización que montamos, dentro
de la propia organización, una estructura de gays y
lesbianas a nivel de Euskadi y a nivel de Estado español.
Una estructura que a su vez hacía trabajo ideológico
dentro de la organización. Estoy hablando de la década
de los 80. Pero he de confesar que esto no era así
siempre, ni con todas las personas. Una compañera del
partido, lesbiana ella, me contaba cómo otro compañero le llegó a decir que no se
preocupara, que algún día encontraría un buen camarada. Eso también ocurría dentro de
nuestra organización.

Retomando el tema del vih y el sida, no puedo negar que la pandemia se vivió mal, muy mal
en el colectivo homosexual. Se vivió con miedo, con mucho temor, porque se trataba de una
enfermedad que esos años resultaba fatídica. A pesar de lo que he dicho antes, yo no sé
hasta qué punto era consciente de que podía infectarme, porque no lo supe hasta que
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estuve muy grave. Cuando ya lo supe, lo asumí. Decidí que iba a vivir con ella y que iba a
vivir sin miedo, sin esconderme. Decidí hacerle frente, y decidí cuidarme. También decidí
convertirme desde ese momento en un agente de salud, en un activista en pro de la salud y
en contra de toda sidofobia. Pero el sida también trajo consigo un cambio en las relaciones
sexuales. El contacto con los hombres es desde entonces diferente, porque ya sé cómo no
tengo que hacerlo y cómo sí. Verbalizar que eres seropositivo a otro hombre, es muy difícil,
es muy duro. Tu condición te genera miedo, miedo al rechazo, una gran inseguridad frente
a la respuesta que te va a dar la otra persona cuando sepa que eres seropositivo. El
rechazo ya lo he vivido.

Ese culo perfecto

Las cosas han cambiado mucho gracias a los


antiretrovirales. Pero no podemos olvidar los inicios y los
primeros años de esta enfermedad. Algunos fármacos
que nos metimos en aquellos primeros años generaron
una metamorfosis en nuestro cuerpo. Ya no eres ese
culo perfecto, no son esos brazos maravillosos, no es
ese pecho fantástico, ni es esa cara preciosa. Todo se
transformó. El cuerpo dejó de ser aquella atracción, dejó
de ser atrayente para los ojos ajenos. También es
verdad que a pesar de que en el mundo gay sigue
dominando el culto al cuerpo, últimamente he notado
que se está abriendo una cuña y que cada vez se valora
más la persona, más allá de su cuerpo.

Pero, claro, si eres una persona pública y todo el mundo


sabe que eres seropositivo, efectivamente los hombres
no van a querer follar contigo. Resulta ciertamente
curioso este miedo, porque hoy una persona seropositiva que se cuida, que gracias a la
medicación mantiene el virus a niveles indetectables, de facto deja de ser un riesgo de
infección. El peligro está en quienes sabiéndose infectados no se cuidan o, sobre todo, en
ese número de personas no cuantificado pero que se sospecha es muy grande, que viven
con el vih sin saberlo. Ahí radica el verdadero problema hoy, y por eso es preciso el uso de
preservativo en las relaciones sexuales. Y quienes viviendo con el virus, nos cuidamos
porque nos queremos, hemos de incidir en la protección para evitar una reinfección. Yo
tengo muy claro que esta situación la quiero vivir con mucha tranquilidad, con mucha
naturalidad, intentando ser la persona más feliz del mundo, o al menos tan feliz como los
demás, como los no infectados. Trato de engañarme lo menos posible, y de no sucumbir a
la sidofobia social, que se transmite incluso entre los mismos seropositivos.

Gipuzkoa, noviembre de 2013

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A L B E R TO

• Cuando algún hombre me hacía algo, yo me dejaba porque


me gustaba
Soy Alberto, tengo 54 años y soy de Bilbao. Desde que tengo uso de razón siempre me he
sentido atraído por los hombres, aunque siendo joven empecé a tontear con mujeres y al
final me enamoré de una y me casé con ella. Estuve 18 años relativamente bien casado, y
tuvimos un hijo. Aunque estaba casado y estaba bien con mi mujer, me escapaba a buscar
hombres para tener sexo con ellos. Ya de pequeño en la escuela los mismos compañeros
me metían mano y cuando veía la ocasión de que algún hombre me hiciera algo, yo me
dejaba porque me gustaba.

Yo creo que los demás chicos me veían como un poco femenino. Recuerdo bien que no me
gustaba jugar a futbol, y estudiaba mejor con las chicas. Yo siempre estaba con las chicas.
A mí las muñecas me encantaban y nunca lo escondía. Después de la escuela solía ir con
mis primas a jugar a cocinitas en vez de ir con los chavales a jugar con el balón. Nunca
sufrí insultos por eso, ni amenazas. Ni en la escuela ni en casa. Soy el pequeño de 11
hermanos, y el que va delante de mí también es gay. Él sí tuvo muchos problemas. Igual
por eso yo me protegía y evitaba dar el paso, por lo que veía yo que sufría mi hermano que
andaba siempre a hostias con mi padre y los hermanos mayores. Creo que esas
circunstancias me protegieron. A mí nadie me dijo qué era mi hermano, pero yo lo veía.
Fisgaba sus cosas y sabía que tenía revistas pornográficas de tíos. Por eso, porque veía lo
que le hacían sufrir a él, yo callaba y disimulaba en casa.

- ¡Cualquiera sale del armario!

Una vez en el tren me pasó una cosa muy curiosa. Yo tendría 14 años y venía de Gernika.
Me subí al tren y al lado se me puso un hombre. Al poco me empezó a rozar con disimulo
con la pierna, y no sé cómo lo hacía pero me metía mano por debajo de la chaqueta. Todo
ocurrió en el vagón de tren, estando rodeados de gente que nunca se percató de lo que
estábamos haciendo. Cuando llegue a mi destino me escapé y fui corriendo a casa.

¿Cómo se dio cuenta aquel hombre de que iba a dejar que me metiera mano? No lo sé.
Tampoco iba yo como una loca por ahí, yo iba normalito. Hacer aquello era muy arriesgado,
cualquiera que te viera, o que te conociera podía ir con el cuento a casa.

Ya de mayor, estando casado me escapaba a buscar hombres con un amigo. Ahora vive en
Barcelona y no sé nada de él desde hace como 20 años, pero en aquella época salíamos a
ligar juntos. Yo creo que el chico se estaba enamorando de mí y al romper con mi mujer e
irme con otro y no con él, se sintió muy dolido. Era mi amigo y también habíamos tenido
sexo juntos, pero yo no estaba enamorado de él. Solíamos ir de caza a los baños públicos
que había por todo Bilbao: en la Gran vía, junto a El Corte Inglés, en el Parque de Doña
Casilda, y arriba en Begoña, entre otros. Resulta que un día entramos a uno de estos baños
públicos por pura casualidad, porque teníamos necesidad de orinar, vimos que había
movida y repetimos.

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Escapadas en el trabajo para ir a ligar

Yo empecé a escaparme para ir a los baños, a las bomboneras como se conocían a los
baños en el ambiente. Incluso estando trabajando me hacía mis escapadillas. Y de noche
solía ir al Balcón de la Lola, donde estaba la estación de Renfe.

Estando en la mili, en Barcelona, solía ir a los cines donde daban películas X y ahí también
solía tener sexo con hombres. O en las estaciones de trenes, ahí se ligaba un montón. Los
baños en la estación de Sans, ahí en Barcelona, eran una pasada. Entrabas y en seguida
se veía que ahí había lío.

También ligaba en la calle, con las miradas. En una mirada rápida se ve si el otro es o no
es. Si miraba a otro chico y éste mantenía la mirada, ya tenía el 50% hecho. Enseguida se
pillaba aquello. Lo notabas enseguida, era algo instintivo. Primero miraba sus ojos, y luego
más abajo. No sólo veía el paquete, evaluaba toda la mercancía, de arriba abajo, y si me
convencía lo que estaba viendo lo aceptaba, y si no lo rechazaba. El otro hacía lo mismo
con respecto a mí: me miraba y aceptaba o rechazaba, o tenías algo que le gustaba o te
quedabas a dos velas. Y nunca me he confundido. Es puro instinto, que ni se aprende ni se
enseña. Creo que las mujeres miran más y lo hacen con toda tranquilidad y naturalidad, y
por eso no pasa nada. Entre los hombre, si el otro no entiende o no está interesado, baja la
mirada. Pero si la mantiene, ese es marica.

En Bilbao, de joven, solía ir a la bombonera de Begoña a ligar, la que está junto al parking
de la Basílica. Daba vueltas y más vueltas para no estar fijo en el mismo sitio y que la gente
no se quedara con la copla, y ahí esperaba a ver quién entraba al wáter. Según lo que
tardara, o si me gustaba, entraba y una vez dentro, me ponía a su lado, o en un rincón, y a
esperar. Miraba, dejaba de mirar y esperaba la reacción del otro: o respondía o se
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marchaba. A veces era yo el que estaba dentro y esperaba a los que vinieran. Depende.
Tampoco yo era muy descarado, pero había algunos que lo eran, y mucho: se paraban, se
ponían con el rabo tieso, enseñándolo y esperando a que alguien lo agarrara. Era una
pasada, porque no todo el mundo que entraba era homosexual. Yo por eso nunca lo hice.
Sólo enseñaba si antes respondían a mis insinuaciones.

Una “paja”, y a correr

Siempre había el riesgo de que te pillaran, y no sólo los policías municipales que de vez en
cuando se daban una vuelta por los baños. Cuando estaba con mi mujer, siempre cabía el
riesgo de que algún conocido te viera y le fuera con el cuento a la familia. Por eso en los
cubículos con puerta me llegué a meter en muy contadas ocasiones, para que nunca me
agarraran con otro hombre dentro. Si había entrado al baño con un apretón, si el otro tenía
sitio a donde pudiéramos ir pues bien, pero si no, te hacías una paja y a correr.

Años después, cuando abrieron las salas de cine X en Zabalburu, solía ir bastante. En la
parte de arriba había mucho movimiento. Había sexo en los baños y en las butacas. Te
sentabas al lado de alguien que te gustara, o te ponías detrás de él de pie. Algunos se
conformaban con tocamientos, pero otros iban por las ligas mayores, tanto en los baños
como en las butacas.

Yo aprovechaba cualquier ocasión para ir a ligar. En cuanto podía me escapaba, aunque


estuviera trabajando. Si venía a Bilbao a hacer un recado, me daba el paseíllo por ahí a ver
lo que había. Lo que nunca frecuentaba en aquella época eran las saunas y los bares. Me
daba cosa que alguien me viera entrar. Simplemente con pasar el puente de La Merced, era
como un reto para mí, como que iba ahí buscando algo.

Había alguna cafetería de ambiente en el Casco Viejo a la que sí íbamos mucho, pero
nunca iba solo. Iba con mi mujer, y a veces con mi hijo. Pero nunca hice nada ahí, nada de
nada. Cuando iba de discoteca, tres cuartos de lo mismo. Yo no iba a ligar, iba a pasármelo
bien. Y amigos gays no tenía, sólo aquel amigo con el que me escapaba, pero como
éramos vecinos nunca nadie sospechó ni supo que nosotros dos nos lo montábamos
juntos. Como era mayor que yo, con él experimentaba todo lo referente al sexo. Hubo un
tiempo en que se nos arrimó alguno que no era del Valle, algún conocido, pero conocido
más por mí. También hubo un amigo de mi mujer con el que salíamos de marcha los tres.

Una doble vida

Como ya he dicho antes, estuve casado 18 años, pero antes anduvimos 6 años más de
novios. Llevar una doble vida, la verdad, no me generaba ningún problema. Por supuesto,
me quede más a gusto cuando se lo dije a mi mujer. Me quité un peso de encima, porque
para cuando lo conté en casa, a mi mujer y a mi hijo, ya tenía yo como una pesada losa
encima.
96
Ella no sospechaba nada. En realidad sí me preguntaba, porque pensaba que había otra
mujer. Cuando le dije que era un chico, se le cayó el alma al suelo. No podía competir
contra un hombre. Si por ella hubiera sido, seguiríamos juntos.

Cuando nos divorciamos mi padre ya había muerto, y mi madre se llevó un gran disgusto.
Pero luego fue la que mejor lo asimiló. La mujer pronto cumplirá 100 años, y se lo dije
cuando tenía 80. Ella y mi hermano mayor fueron quienes mejor lo asumieron. Por contra,
el que peor se lo tomó fue el hermano que es gay, que es 4 años mayor que yo. No sé
porqué, pero fue a matar. Estuvimos enfadados mucho tiempo. De hecho él fue el primero
en enterarse de que yo tenía novio, y enseguida lo regó por toda la familia. Yo no tuve que
decir nada, sólo confirmarlo. Luego ya se arregló la cosa con él, pero los 2 o 3 primeros
años, lo llevamos muy mal. Y con el resto de hermanos y hermanas, no he tenido
problemas con ninguno, pero unos me hablan por encima y otros pues, por debajo.

Hace cinco años, sin embargo, un día de verano que no estaba mi madre en casa mi
hermano, el gay, que sí vivía ahí con mi madre, llevó a su novio a la casa. Venían de la
playa y querían tomarse una ducha. Mi madre ya sabía que tenía novio. En la familia todos
lo sabíamos. Pues resultó que fueron tres hermanos que viven allí, en El Valle, subieron a
casa y echaron al novio de mi hermano a patadas. Eso fue hace cinco años.

Lo curioso fue que cuando nos separamos, hubo gente muy allegada, de El Valle, que me
pedían que no dijera nada de ellos, porque yo había tenido mis cosas también con los
maridos de 3 amigas de mi mujer. Todos siguen casados y con hijos, no se ha separado
ninguno.

Enamorado de un hombre

Cuando conocí a Iñaki y empezamos a salir juntos, fue un cambio terrible. Costar, no me
costó pero la experiencia que tenía acumulada encima era enorme. He de confesar que si
yo no me llego a enamorar de Iñaki, quizás a la mujer no le hubiera dicho nada,
seguiríamos casados y seguiría escapándome para tener sexo con hombres. Y conste que
Iñaki no fue el primero. Antes hubo otro, de aquí de Bilbao, pero rompí con él porque veía
que la cosa iba a más. Andábamos juntos, salíamos, teníamos sexo, pero yo no estaba
enamorado y me dio mucho miedo.

Hasta conocer a Iñaki, yo sí quería a mi pareja. Lo que hacía con los hombres era puro
sexo. Yo iba a meter mano o a que me metieran mano; iba a desahogarme y punto. No
tenía nada que ver con el amor.

Bizkaia, enero de 2014

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IMANOL

• En la vida he tomado menos decisiones que los que la propia


vida ha tomado por mí
Me llamo Imanol, y tengo 56 años. Desde hace 18 años trabajo como profesor de Irale, el
servicio creado por el Gobierno Vasco para euskaldunizar al profesorado de la enseñanza
pública. Antes de entrar ahí estuve en escuelas, institutos y hasta en la universidad, dando
clase a alumnos de todas las edades. A Irale llegué por casualidad, como a casi todo.
Puedo decir que en la vida he tomado menos decisiones que los que la propia vida ha
tomado por mí. Incluso a EHGAM, el movimiento de liberación gay de Euskal Herria, llegué
por casualidad. Tenía 20 años cuando en la Feria del Libro de Durango se me presentó una
persona que yo conocía de vista y que, según me dijo, acababa de llegar del Reino Unido
donde había estado estudiando. Allí fue testigo del surgimiento del movimiento gay y venía
con la idea de crear aquí algo similar dado el machismo, el sexismo y la opresión que
imperaba en el país. Yo en mi ignorancia, mi juventud y mi inocencia le dije que me parecía
una idea genial, pero también una quimera, porque lo veía imposible. Como bien había
dicho él Euskadi era muy machista, la gente muy cerrada, la religión tenía un peso muy
grande y no veía que aquí se pudiera montar algo así.

- Honestamente no lo veo, pero si tú lo ves adelante. Yo te apoyo.

Eso fue en noviembre de 1976. Yo no lo veía,


pero él estaba muy ilusionado. Él tenía la idea, yo
los contactos y nos pusimos a trabajar. Lo
primero que hicimos fue escribir una carta para
enviar a los medios de comunicación
denunciando que la prensa en Euskadi silenciaba
toda información sobre el incipiente movimiento
gay dentro y fuera del Estado español. En
Barcelona ya había surgido el Front
d'Alliberament Gai de Catalunya y la prensa no
había dicho nada. El único medio que publicó la
carta fue la revista Anaitasuna, una revista en
euskara que editaban los franciscanos. Fueron
los únicos. Mientras tanto, hablamos con gente
del ambiente para proponerles la idea de crear
también aquí una organización similar a la que,
como he dicho, ya existía en Catalunya. A raíz de aquello un grupo nos empezamos a juntar
en casas y en bares, hasta que maduramos bien la idea y dos meses después de la
publicación de la carta organizamos una presentación pública en unos locales que los
franciscanos tenían en Iralabarri. Para este encuentro hicimos un llamamiento en los bares
del ghetto. Sólo nos juntamos hombres porque apenas teníamos contacto con mujeres
lesbianas.

En febrero de 1977 una treintena de hombres nos juntamos y nos comprometimos a crear
una organización que en principio se iba a llamar Euskal Herriko Gay Mugimendua-

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Movimiento Gay del País Vasco, así en bilingüe. Afortunadamente logramos contactar con
algunas mujeres y también ellas se sumaron a este proyecto, dándole a éste un punto de
vista diferente. He de confesar que pese a todo nunca logramos que las mujeres lesbianas
participaran en igual número en el grupo. Siempre fueron minoría.

Mis inicios como ser sexuado

¿Cómo llego yo ahí? ¿Cómo es que me reconozco como hombre gay? En aquella época no
existía educación sexual. Lo poco o lo mucho que aprendías, más bien poco, era de lo que
oías en la calle. Tuve la suerte de ser educado en una familia muy tolerante que me enseñó
a respetar a todo el mundo. Siendo yo muy joven mi hermana mayor se casó y tuvo un hijo.
Ella compraba unas revistas sobre embarazos, crianza y temas similares que empezaban a
salir dirigidas a los nuevos padres. Fue gracias a estas publicaciones que yo empecé a
enterarme de la existencia de relaciones heterosexuales por un lado, y homosexuales por
otro. Hasta entonces yo estaba convencido de que algún día tendría novia como todo el
mundo, porque así me habían educado, y eso era lo que yo había oído y había visto en mi
entorno.

También leía de vez en cuando prensa amarilla y


muchas veces, casi siempre en el periódico El
Caso, veía cosas como ésta: “Detenidos dos
hombres por besarse en un bar”. Eso era algo que
no llegaba a entender. Me sorprendía, por un lado,
que dos hombres se pudieran besar en un bar, pero
desde mi propia inocencia, por otro lado, no lograba
entender dónde estaba el delito en el hecho de que
dos hombres se besaran. Siempre he sido muy
feliciano. Hace unos años un compañero de trabajo
me lo echó en cara creyendo que me iba a ofender:

-Imanol, tú vives en tu propia burbuja.

No me ofendió lo más mínimo, porque es cierto. Siempre he vivido a mi bola. Ya de


adolescente me daba cuenta de que me atraían algunos chicos, pero también algunas
chicas, y me parecía la cosa más natural del mundo. Como tampoco era tonto, a pesar de
vivir en mi burbuja, era consciente de que por muy perfecto que a mí me pareciera, la
sociedad estaba en contra de esos deseos. Por eso tomé una decisión: “como no quiero
tener problemas, en adelante sólo voy a mirar a las chicas”. Duré una semana. La culpa la
tuvo un chico muy guapo que vi en el microbús camino a casa. Al principio sí, no lo miré
porque yo había tomado la decisión de no hacerlo. Pero, ¡era tan guapo! Mandé a la mierda
a la sociedad, lo miré con todo descaro y decidí que lo importante era yo. Con 17 años tomé
la decisión más importante en mi vida, mirar a quien me diera la gana.

Yo veía como natural, sin necesidad de teorizarlo todavía, que las personas tuviéramos una
sexualidad plural. Lo que no me gustaba tanto era etiquetar a las personas como

99
heterosexuales u homosexuales. Desde entonces estoy convencido de que todos somos
sexuales, que todos tenemos una sexualidad y que lo ideal sería que cada uno la
viviéramos como le pide el cuerpo. Siempre dentro de un orden, por supuesto. Desde
chaval traigo esa idea, y no sólo la idea. Al principio pensé que sería complicado llevar a la
práctica esa visión de mi propia sexualidad, pero me resultó mucho más fácil de lo que
pensaba. Por eso decía antes que a mí me ha llevado la vida, porque lo que creía
inalcanzable me resultó muy fácil. Decidí no ocultar mis deseos, y no me generó mayor
problema. En casa nunca dije nada, pero tampoco hizo falta. Mis padres no eran ciegos,
vieron toda mi evolución personal y nunca pasó nada. No pasó ni en casa ni en la
universidad ni en ningún lugar donde estuve trabajando.

Conociendo el ghetto homosexual

Empecé a moverme por el ghetto cuando estudiaba COU, el curso previo a entrar a la
universidad, en un colegio de frailes. Yo no le contaba a nadie mi vida, pero para entonces
no ocultaba absolutamente nada. Estando en la universidad empezamos con EHGAM, y
nunca me escondí. No sé si fue porque yo tuve mucha suerte, o fue porque yo vivía mi
homosexualidad con total tranquilidad, sin ocultar nada. Creo más bien que fue por eso,
como que la mayoría de la gente me veía tranquilo y me dejaba en paz, no se metían
conmigo. Si en vez de adoptar esa postura vital, yo hubiera vivido mis deseos apocado y
con miedos, quizás la reacción hubiera sido muy diferente.

En ese momento nunca supe si era el único gay de mi entorno académico. Como yo no
decía nada, pero tampoco lo ocultaba, del tema no se hablaba. Más tarde sí supe que
algunos amigos del colegio, a la larga salieron del armario. Pero de eso me enteré después.
Aunque si he de ser sincero, de algunos ya sospechaba algo. ¿Por qué? Por sus maneras,
por su forma de hablar, incluso de alguno por adoptar actitudes extremadamente
masculinas. Siempre he pensado que los extremos se tocan y cuando veía a alguien que
pretendía ser tan, tan macho, yo sospechaba. Me podía equivocar, pero con más de uno
acerté. En el otro extremo estaban los que eran demasiado cuidados y excesivamente
respetuosos. De esos también pensaba que podían tener los mismos deseos que yo.
Admito que no se puede generalizar y que hay mucha gente que entiende de la que nunca
sospechamos y nunca vamos a saber, si ellos no quieren. Pero de los que yo sospeché, de
casi todos acerté. ¿Cómo?, no lo sé, pero que acerté sí.

Cumpliendo con la “patria”

Poco después, y como todos los chicos de la época, me tocó cumplir con el servicio militar.
La palabra insumisión ni se había inventado todavía y aunque sí se empezaba a oír hablar
de objeción de conciencia, el tema todavía estaba muy verde. Como universitario hice mis
prorrogas pero al final fui a la mili cuando ya llevaba un par de años militando en EHGAM.
Reconozco que al cuartel entré muy asustado, pero fui como uno más. En todo momento

100
tuve muy claro que bajo ninguna circunstancia renunciaría a ser yo mismo. En el ejército
también tuve suerte, pues me tocó hacer el campamento en Araba, y el año de mili en
Donostia, de modo que saqué lo que llamaban el pase pernocta y las noches que podía me
iba a dormir a casa de otro chico de EHGAM. Era yo tan abierto en ese ambiente, que un
sargento me pidió que le enseñara euskara. Todo el mundo se percató que yo hablaba
euskara, y quien quiso, perfectamente supo de qué pie cojeaba yo.

Ninguno decíamos yo soy, pero en la convivencia te ibas dando cuenta de quién entendía, y
lo mismo les pasó a otros conmigo. Por mis estudios me hicieron cabo y coincidí con otro
de esta misma graduación con el que me llevaba muy bien y de quien yo tenía mis
sospechas. Sólo eran sospechas porque él era muy callado y muy tímido. Él sí sufrió acoso
y un día yo lo defendí. Conmigo no se metían porque yo sí plantaba cara ante cualquier
agresión. No me refiero a que yo me defendiera con violencia ni me mostrara más macho
que nadie, sino que me veían tranquilo, feliz y seguro de mí mismo y muy pocos se atreven
ante una persona así. Total, que durante el servicio militar tuve sexo con aquel cabo y con
otros soldados.

Estando en el cuartel de Loiola, en la Compañía de Seguridad, me publicaron un artículo de


opinión en Egin. Como aparecía mi nombre muchos compañeros lo leyeron y se generó un
pequeño alboroto que acabó con la irrupción de un sargento.

- ¿Qué hacéis?
- Nada mi sargento, leyendo el artículo que ha escrito Álvarez.

El sargento cogió el periódico, lo miró, lee de qué va y dijo:

- “Álvarez tenía que ser, ¿quién si no iba a escribir esto?

Es decir, todos tenían claro que yo era un hombre gay, y durante todo el servicio militar a mí
nunca me pasó nada.

Plumas en el instituto

Tampoco en el trabajo tuve jamás problemas.


Recuerdo que en 1983, poco después de que
Euskal Telebista empezara a emitir, Amatiño me
invitó a su programa a hablar en nombre de
EHGAM. Entonces trabajaba en una escuela y
no hubo nadie en el centro que no viera o no se
enterara de mi participación en el programa.
Todo el mundo me mostró su apoyo, los
compañeros, las madres y los padres, los
alumnos, todos. Apoyo es un decir, porque yo no sentí necesidad de que nadie me apoyara.
Pero sí supe que en una junta de padres que hubo poco después unas madres tomaron la
palabra antes de empezar la reunión para decir:

101
- Si alguien va a decir algo contra Imanol, que no lo diga porque se va a enfrentar con
nosotras.

Nadie dijo nada. No sé si fue porque nadie pensaba decir nada, o porque no se atrevieron.
Con los alumnos tampoco tuve nunca problemas. Durante 7 años estuve trabajando en un
instituto con adolescentes. Sin duda la peor edad en la relación profesor-alumno. Tampoco
ahí tuve problemas pese que todas y todos sabían lo mío. No porque yo lo hubiera dicho,
sino porque de vez en cuando salía en los medios de comunicación hablando del tema. Y
cuando hablo gesticulo mucho. Quizás lo hago porque casi siempre he enseñado euskara o
en euskara a quienes no sabían la lengua o tenían un conocimiento básico de la misma, y
necesitaba apoyarme de los gestos para hacerme entender. Un día estando en clase en el
instituto, quise decir goitik behera y acompañe el término con un gesto que, la verdad, me
salió muy amanerado. No fue queriendo, pero así me salió y eso provocó que unas chicas
que estaban al fondo de la clase empezaran a burlarse. En ese momento yo no tenía
muchas opciones. Podía haberme avergonzado y cortado. Pero era muy consciente que
hacerlo hubiera sido un tremendo error, porque a los adolescentes les encanta
cachondearse de los profesores. Por eso lo que hice fue parar la clase, pero no para
echarles la bronca.

- Lo habéis visto una vez, ¿os ha gustado? Lo hago otra vez, pero atentas que no lo repito:
Goitik behera.

Se quedaron cortadísimas, rojas como un tomate. Desde aquel día fueron amigas para toda
la vida y nunca más se metieron conmigo. Anécdotas así ha habido muchas.

Descubriendo nuevos mundos en El Bocho

¿Cómo empecé yo en el ambiente? También en esto fue la vida la que me llevó ahí. Mis
amigos casi todos eran compañeros del colegio. Sin embargo, por mi forma de ser y por mis
aficiones, a muchos sitios iba yo solo. Más que nada porque a mí me gustaba mucho el
cine y el teatro, y a mis amigos el teatro nada, y el cine sí, pero no las mismas películas. Y
suele ocurrir que yendo solo descubres muchas más cosas que yendo acompañado. Así fue
como yo descubrí los sitios de ambiente en Bilbao. Un día en el teatro Arriaga coincidí con
un chico que ya conocía de vista. En el descanso salí a estirar las piernas y me fije que
aquel chico, casualidad, se movía en las mismas direcciones que yo. Pero no hice caso.
Cuando la función terminó y salimos del teatro, vi que aquel chico me seguía. Era la primera
vez que me ocurría algo así y no sabía bien qué estaba pasando:

- ¿Se puede saber por qué me sigues?


- Perdona, no quería molestarte, si ha sido así discúlpame.
- No estoy molesto, sólo quería saber por qué me estabas siguiendo.
- Por nada, si quieres te invito a una cerveza.
- No, yo paso.

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Pero di cuatro pasos y me arrepentí. Me dije: “Cómo que no, me tengo que enterar qué está
pasando aquí”. Regresé y entré al bar que había entrado él y le dije:

- No quiero cerveza porque no me gusta la cerveza, pero te acepto un café.

Ese fue uno de mis primeros contactos para descubrir un nuevo mundo que yo no sabía ni
que existía. Esa noche no hicimos nada, solo hablar, hablar y hablar y ya de madrugada me
acompañó a casa. En ese momento lo que yo necesitaba era hablar, no otra cosa. Con
aquel encuentro aprendí mucho. Sobre todo aprendí a mirar de otra forma y fui viendo que
efectivamente eso pasaba, que era muy habitual en Bilbao contactar con otros chicos en la
calle. Supe entonces que no tanto en el teatro, pero que en muchos cines era habitual que
los chicos anduvieran ligando. Pero yo hasta entonces ni me había percatado.

Que el cine Ideal era un espacio de ligue


homosexual, me enteré por casualidad un domingo
que fui solo a ver una película que mis amigos no
querían ver. Como en aquella época además de la
película daban el Nodo, una especie de noticiero con
propaganda del régimen que se proyectaba antes de
la película, y a mitad de la sesión paraban la
proyección para un descanso, yo me llevé un libro
por si me aburría. Ya en el cine, pero fuera de la
sala, me percaté que había un montón de hombres
que no entraban. Al principio pensé que no querían
ver el Nodo y que por eso no entraban. Pero cuando
el noticiero acabó y cerraron las puertas nadie entró,
todos se quedaron fuera. Me extrañó, pero entré a
ver la película. No sé si es que la historia era muy
aburrida, o porque mi cabeza estaba en otra cosa, en vez de mirar la pantalla empecé a
mirar para los lados y vi cosas muy raras: unos se levantaban, otros se movían de sitio,
otros se mantenían de pie apoyados contra la pared y había un incesante ir y venir al baño.
Hasta que me di cuenta que estaban ligando.

Así aprendí que también en los cines se ligaba. No sólo en el Ideal. Cuando daban cine en
El Arriaga, constaté que en los pisos de arriba también había movimiento y aunque nunca lo
conocí, supe que también en el cine Bilbao, donde hoy está el frontón de la calle
Esperanza, ocurrían cosas parecidas. Donde sí ligué tiempo después fue en el cine
Abando, que proyectaba cine erótico, clasificado S.

El que busca, encuentra

Como decía antes, las personas somos seres sexuados y sobre todo los hombres, por
educación o por lo que sea, tenemos el sexo a flor de piel. Buscamos sexo, aunque nos lo
prohiban. Lo buscamos y lo encontramos. Lógicamente, como estamos hablando de una
sociedad que prohibía y reprimía la sexualidad, como lo era la sociedad Franquista, esa

103
búsqueda se daba de una forma oculta, incluso clandestina. Por eso creo yo que el ligue se
daba en sitios oscuros o se daba de noche, donde no te podían ver la cara; en sitios donde
era difícil coincidir con gente que no estuviera a lo mismo o allí donde pudieras pasar
desapercibido: cines, parques, servicios públicos o estaciones, eran los sitios de encuentro
sexual más habituales.

Cuando yo descubrí aquel submundo, aluciné. Era un mundo paralelo al que había vivido
hasta entonces. A tal punto que en los mismos espacios donde antes no había visto nada,
empecé a descubrir un cortejo interminable del que nunca me había percatado. Un ejemplo
claro fue la cafetería de El Arriaga. Nunca me pude imaginar el ligoteo que ahí había, y no
sólo de hombres buscando contacto homosexual, también de hombres contactando
prostitutas. Se ligaba dentro de la cafetería y se ligaba afuera, dando vueltas alrededor del
propio teatro. Todos los que encontrabas en ese estrecho circuito de aceras que rodeaban
al teatro, estaban ligando.

Quien dice El Arriaga, dice la Gran Vía, empezando en El ArenaI y hasta Moyua. A ciertas
horas de la noche las dos aceras eran un circuito de ligue. Te podías equivocar, pero era
muy raro. Hasta los coches que pasaban andaban buscando ligue. Lo mismo ocurría en el
parking de El Arenal, en el Parque de Doña Casilda o en todos los wáteres que había en la
ciudad. Era impresionante la vitalidad de todo aquel submundo.

Sórdidos y cutres, pero morbosos

A los jóvenes de hoy les puede resultar


chocante que los sanitarios públicos fueran
un lugar de ligue y encuentro sexual entre
hombres. Pero si nos ponemos en aquella
coyuntura y en la realidad que entonces
vivíamos, creo que es entendible que eso
se diera. Me pasó a mí. Después de mucho
tiempo de ir a los retretes de El Arenal,
cuando me di cuenta de toda la movida que
allí había me pareció repugnante al
principio. ¿Cómo se podían hacer esas
cosas ahí? Pero cuanto más pensaba, más
lo entendía y empecé a captar el morbo
que ese espacio tenía para quienes buscaban sexo homosexual: entraba poca gente, sólo
hombres, el lugar estaba oculto, nadie veía desde fuera y aunque ciertamente era un
espacio muy sórdido, en aquel contexto de miedo y de ocultamiento, adquiría sentido.

Para que yo llegara a entender aquello e incluso fuera de vez en cuando usuario de los
servicios públicos para otra cosa que no fuera orinar, tuve que superar toda una serie de
esquemas mentales que se habían forjado durante mi proceso educativo. Por muy
tolerantes que fueran en casa, mi educación no dejó de ser clásica, para la época. Para mí
era chocante e iba en contra de mis propios principios. Podía entender el sexo sin amor, el

104
sexo fuera de la cama, en el parque, en los probadores de una tienda, incluso en el coche,
pero ¿en un retrete? Nunca se me hubiera ocurrido. Hasta que un día se me ocurrió probar
y, como dicen la curiosidad mató al gato.

El Arriaga no era el único lugar de ambiente aquellos últimos años de la dictadura. En el


mismo edificio estaba muy en boga el café La Ópera, y en la ciudad podías contactar con
otros chicos en el Dragstor y en la discoteca Flas, en lo que era Banderas de Vizcaya. A la
discoteca tardé años en entrar, pero era asiduo del Dragstor. El primer contacto se daba
con un juego de miradas y si aquello funcionaba, ibas al baño y te seguían, o seguías tú al
otro. Ahí sólo contactabas, pero el sexo se tenía que dar fuera de ahí, en casa o cada uno
donde pudiera.

Recuerdo que precisamente así me rompieron por primera vez el corazón. Conocí a un
chico guapísimo en el Dragstor que me llevó a su casa. Era el primero que me llevaba a su
casa y yo en mi inocencia pensé que aquel chico tan guapo era ya mi novio. Al día siguiente
lo esperé en la puerta de su casa y claro, cuando llegó me di cuenta que yo sólo había sido
el ligue de una noche. Así aprendí la lección y con el tiempo entendí que aquello era de lo
más normal. Pero para llegar a esa conclusión tuve que deconstruir todo lo que desde niño
me habían enseñado: que el sexo era sexo, y el amor amor, y que si iban juntos qué bonito,
pero que también podía ser muy bonito si iban por separado. Eso lo tuve que ir
aprendiendo.

Bares específicamente gays

No sólo ligábamos en la calle, en el parque o en cafeterías. Para entonces ya existían


algunos bares específicamente gays, aunque al principio eran muy pocos y pequeños. Yo
los fui descubriendo gracias a las informaciones que me daban los hombres que iba
conociendo. Cuando yo empecé en el Casco Viejo acababan de cerrar El Libis, pero seguía
El Quijote, en la calle Nueva, y una zona de ambiente bastante potente para la época era la
calle Labayru, desde la Plaza de Toros hasta La Casilla. Ahí estaba el Sol, un bar chiquitín
que a mí me encantaba. Era el bar que más me gustaba entonces por el ambiente que
tenía. Ligar ahí era lo de menos, la gente iba a pasar un buen rato. Hasta máquina de
discos tenían, que ya para entonces era reliquias, pues ya no se veían en los bares.

Dando a la Plaza de Largo estaba El Golarfruit, que era de La Charcu, el eterno amigo-
enemigo, pero más amigo y mayor que la propia Otxoa. Cuando cerró El Golarfruit La
Charcu abrió El Golar y después El Harris. Por este último pasó toda la farándula, todos los
artistas que vinieran a Bilbao, fueran de teatro, cine o cabaret, todos pasaban por El Harris.
Por El Golar también, pero menos.

En El Golar se reunían todo tipo de gente, básicamente gay, pero para mí tenía menos
encanto que el Sol. Además El Golar tenía fama porque a veces entraba la policía a hacer
redadas. Solían poner el furgón de culo a la puerta y todo el mundo que salía del bar lo
metían adentro y se los llevaban a la comisaría de Indautxu. Ahí los tenían unos días y
luego los soltaban. Ahora que ha muerto La Charcu se puede contar lo que se comentaba

105
en el ambiente, que si El Golar duró tantos años fue porque su dueño, el difunto, estaba
conchabado con la policía. Según esto la policía le avisaba cuándo iba a hacer redada y él
alertaba a sus amigos para que se fueran. Casualidad, cada vez que había redada sus
amigos acababan de marchar. Afortunadamente, a mí ninguna redada me pilló dentro pero
las veía desde fuera y por eso las puedo contar.

También en la zona de Labayru abrieron un bar gay, más bien pequeño, Mi Bar se llamaba,
que duró muy poco tiempo. Y posteriormente, al final casi de Labayru, pusieron otro ya en
plan pub, muy elegante, con chicos monos en la barra y con un mini incipiente cuarto
oscuro abajo. Pero tampoco funcionó, no sé si porque estaba muy alejado de lo que era el
ambiente o porque resultó demasiado moderno para los gustos de la gente. Hoy sigue
existiendo el lugar, pero como bar de alterne, con prostitutas. Fue en esa época, en el 79,
coincidiendo con el cambio de la Ley de peligrosidad social, que empezaron a abrir los
primeros cuartos oscuros en Bilbao.

La decadencia de Labayru coincidió con la apertura de los primeros pubs en el Casco Viejo.
El primero fue El Cotis, en Barrenkale, donde empezó a reunirse la gente más joven y más
roja del ambiente. En el año 80, el mismo día que EHGAM hizo un festival en el teatro
Artagan de Zabalbide y del que luego hablaré, abrieron El High. Cuando empezó no tenía
cuarto oscuro pero sí fue el primer bar que oficializó ese espacio de encuentro sexual
dentro del propio bar y que sigue funcionando como tal. Ese fue el comienzo de la calle Dos
de Mayo como zona de ambiente. Porque antes de eso, quien tomó el relevo de la zona de
Labayru fue la calle del Cristo, detrás del Ayuntamiento. Ahí abrieron El Key y El Bohemios
y los sábados por la noche la calle estaba llena de gente. A partir de ese momento todo fue
un abrir y cerrar de sitios de ambiente, y en la medida en que empezó a normalizarse la
situación su pervivencia dependía más del mercado que de otras circunstancias.

Las Cortes, una luz en el túnel

Sería delito recordar el ambiente homosexual de los últimos años del Franquismo y no
mencionar la calle Cortes. Ese barrio fue un espacio de libertad para todas aquellas
personas que en Bilbao no vivían su sexualidad bajo las estrictas normas de la doctrina
nacional-católica. Cuando yo conocí la calle todavía tenía vida, pero la ebullición de antaño
había empezado ya a decaer. No todo en las
Cortes era perfecto, por supuesto. Conocí
algún chulo que explotaba sexualmente a
mujeres, eso no lo puedo negar. Pero nadie
me podrá negar tampoco que en esa calle y
en las adyacentes se permitían cosas que en
ninguna otra parte de Bilbao, ni de Euskadi se
permitirían. Como muchas veces la policía
hacía la vista gorda, en el barrio floreció la
prostitución. Y no sólo la prostitución, junto a
esta actividad, en las Cortes abrieron
muchísimos cabarets con actuaciones en
106
directo, a los que iba gente de todo tipo a ver los espectáculos.

En ese ambiente tan permisivo los hombres homosexuales encontraban espacio de


tranquilidad aunque paradójicamente éstos se ubicaran dentro de los clubs de prostitutas.
Tenía su lógica, porque allí dentro se respiraba una libertad, al menos en el plano sexual,
impensable más allá del puente de San Antón. Ahora la noche de los domingos puede ser
terrible, pero en aquellos años Bilbao, a esas horas, estaba muerto. O casi, porque en las
Cortes donde todo eran colores y luces de neón, veías gente a cualquier hora de la
madrugada. La noche en la calle Cortes era para mí como un oasis en ese desierto que era
Bilbao.

De tanto ir a tomar tragos de madrugada, me hice amigo de muchos travestis, como se


llamaba entonces a las mujeres trans, y de muchas prostitutas. Realmente era un barrio
muy agradable, con mucha vida, y no sólo vida sexual: había muchos restaurantes, algunos
muy de moda en la ciudad, y los espectáculos y las prostitutas daban vida a muchas
boutiques de marca o zapaterías de lujo, por ejemplo. Todo aquello desapareció por
razones que nada tienen que ver ni con el gozo ni con el ejercicio pleno y libre de la
sexualidad.

Heterogeneidad en las cuadrillas gays

Durante mi juventud compaginaba mis amigos del colegio o de la universidad con los que
iba conociendo en el ambiente. Poco a poco los del primer grupo fueron disipándose,
porque se echaron novia o por otras razones, y yo me centré en mi grupo de amigos gays.
Una cosa que siempre me ha gustado de las cuadrillas gay fue su heterogeneidad. Nos
aglutinaba el hecho de que nos sentíamos atraídos por personas de nuestro mismo sexo,
tanto chicos como chicas, pero fuera de ahí podías encontrar de todo. En las cuadrillas
habituales eso no se daba. Podían ser de chicos o de chicas, pero casi siempre de la
misma edad, del mismo status social e, incluso, de la misma ideología política.

En las cuadrillas gays el deseo sexual, que en principio parece tan endeble, facilitaba que
se formaran grupos donde podías encontrar de todo y de todas las edades, desde chavales
de 17 años hasta señores de 50. Y entre ellos no solía haber sexo, eran solamente amigos
que iban juntos, eso sí, a ligarse a otros. Pero en ese estar juntos los mayores aprendían de
los jóvenes, y éstos de todas las experiencias y batallitas de los mayores.

Represión contra los antisociales

Algunas de esas batallitas tenían su gracia, pero otras nada. Me refiero a la represión oficial
contra el sexo homosexual. Yo cuando abrí los ojos a este mundo no sabía nada, sólo sabía
que no estaba bien visto y que alguna ley tenía que haber porque en el periódico había
leído que dos hombres habían sido detenidos por besarse. Cuando ya creamos EHGAM la
cosa cambió y fue entonces cuando supe de la existencia de la Ley sobre peligrosidad y
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rehabilitación social. Ésta fue una ley del código penal aprobada por el régimen en 1970.
Sustituía principalmente a la Ley de vagos y maleantes para el control de todos aquellos
elementos que los franquistas consideraban antisociales. Entre ellos se incluía no sólo a
quienes practicábamos la homosexualidad, también la mendicidad, el tráfico y consumo de
drogas, la venta de pornografía, la prostitución y el proxenetismo, así como a los
inmigrantes ilegales.

La ley, junto con la de Escándalo Público


fue usada de forma sistemática para la
represión de la homosexualidad en los
últimos años de la dictadura. Hombres y
mujeres podían ser internados a la
fuerza en centros de reeducación por la
mera sospecha de haber tenido
relaciones homosexuales. No se detenía
y no se juzgaba a estas personas,
simplemente se las llevaban a la fuerza y
como los centros de reeducación eran pocos, muchas terminaron en prisión. Tras la muerte
de Franco ni el indulto del 75 ni la amnistía del 76 incluyó a quienes habían sido
encarcelados por antisociales, entre ellos las mujeres y hombres homosexuales, claro.

De hecho la primera manifestación que se hizo en Bilbao contra esta ley, en noviembre de
1977, fue para pedir libertad sexual y la organizamos conjuntamente los grupos que
estábamos en lo que se conocía como Coordinadora de Marginados: EHGAM, la
coordinadora de presos en lucha (COPEL), el Comité de Prostitutas y los Objetores de
Conciencia. Convocamos la manifestación porque una trabajadora sexual que había sido
detenida en aplicación de la Ley de Peligrosidad Social se quemó en la celda donde la
retenían, por razones que nunca se aclararon. La manifestación fue un éxito pues nos
juntamos más de 4000 personas, pero terminó mal, porque aunque al principio no hubo
ningún problema mientras todo transcurrió en la zona de San Francisco y La Palanca,
cuando tratamos de ir a El Arenal los grises (Policía Armada de la época) cargaron contra
nosotros en la calle Navarra y aquello fue una masacre.

En EHGAM desde el principio nos marcamos como objetivo la derogación de esta ley. En
enero del 79 se eliminaron varios artículos, entre ellos el que hacía referencia a los actos de
homosexualidad. Fue una victoria, pero sólo parcial porque la ley de peligrosidad social
siguió vigente contra la prostitución y seguía empleándose para la represión de las
trabajadoras sexuales. Pero he de reconocer que, aunque parcial, sí fue una victoria para
nosotros. Como grupo de liberación gay nuestra prioridad era quitar eso, aunque
pidiéramos su total derogación, porque esa ley nos parecía un escándalo en sí. Nos
sacaron de la ley, pero no del Código Penal. El escándalo público siguió vigente y si alguna
autoridad se molestaba porque te dabas un beso con otro chico en la calle, te hacía la vida
imposible, igual que antes con la ley. Hasta el 83 que también se modificó el Código Penal.
La Ley de Peligrosidad Social siguió vigente hasta noviembre de 1995.

Como organización nunca abandonamos esa lucha y continuamos peleando contra el


Código Militar donde también se prohibía la homosexualidad. No se consiguió hasta el 86,
pero también entonces quien hizo la ley hizo la trampa. La cúpula militar sabía lo que hacía
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y sabía qué no quería, por lo que dejaron un artículo en que se prohibía todo tipo de
relaciones sexuales en los cuarteles. Como entonces todavía no había mujeres soldados,
se puede uno suponer qué tipo de relaciones sexuales eran las que se estaban
prohibiendo.

He de reconocer que todas estas batallas a quien de verdad importaban era a quienes
formábamos parte de los grupos o a la gente que estaba muy politizada. En el ambiente a
nadie le preocupaba, la verdad. Recuerdo que cuando en el 79 cambiaron la Ley de
peligrosidad social nos alegramos, pero tampoco lo celebramos de forma especial. Nuestra
prioridad era ser legales y no había manera de que nos legalizaran. Tardamos años en ser
una organización legal.

“Yo no soy ni homosexual ni gay”

En EHGAM desde el principio vimos la necesidad de reflexionar y teorizar en serio sobre


cuáles eran nuestras metas y cuáles nuestras reivindicaciones inmediatas. Para eso, en el
año 77 nos juntamos todos en un Biltzarre, una asamblea de todos los grupos de la
organización y nos marcamos cinco objetivos de trabajo y elaboramos una tabla
reivindicativa con unos 30 puntos. Uno de los primeros objetivos que nos marcamos fue
terminar con los roles binarios, bipolares les decíamos entonces, es decir teníamos que
acabar con la dicotomía masculino y femenino, macho y hembra, heterosexual y
homosexual. Esto conllevaba consigo un uso de los términos acorde a las decisiones
adoptadas. Por eso, por ejemplo, la palabra gay la empleábamos para referirnos a la
organización, al movimiento gay, pero nunca se nos ocurriría decir yo soy gay.

Para nosotros la palabra gay tenía mucha importancia porque era un término creado por el
propio movimiento para definirse a sí mismo. Es verdad que viniendo de Estados Unidos
generaba rechazo por parte de algunas personas, pero en la medida que era un término de
lucha creado por los propios activistas, a nosotros nos parecía muy interesante. Mucho más
que la palabra homosexual, que no nos gustaba nada. Éramos conscientes de que mucha
gente dentro y fuera del ambiente usaba el término homosexual porque era un vocablo más

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respetuoso que maricón, por ejemplo. Pero en EHGAM y en otros grupos, no olvidábamos
que esa palabra fue inventada por la Medicina a finales del siglo XIV para denominar a una
supuesta enfermedad. No éramos enfermos y por tanto, no la podíamos aceptar.

En el ambiente muchos no
tenían ningún problema en
llamarse a sí mismos marica o
maricón. Yo creo que los
usaban sin ser conscientes de
la carga incluso emocional que
estos términos llevaban
consigo, o simplemente porque
les hacía gracia, pero sin
ningún trasfondo ideológico.
Ahora hay quien reivindica el
uso de este término con el fin
de darle valor positivo a lo que era originalmente un insulto. Lo entiendo, lo respeto y en
cierta medida lo comparto. Sin embargo, en aquella época no nos planteábamos eso, nos
parecía que maricón era un insulto intolerable y nos propusimos acabar con su uso.

Hubo un periodo muy corto en el que algunos medios de comunicación y algunos


psicólogos empezaron a usar términos como homofilia y homófilo. Pensaban que el término
homosexual tenía implícita una carga sexual muy importante y que la gente cuando oía esa
palabra la identificaba con sexo, y no con amor. La verdad, no tuvieron éxito y enseguida se
dejaron de usar ambos vocablos. A mí personalmente no me gustaba ninguno de esos
términos y, la verdad, en mi entorno lo que más empleábamos era entender y entendido, es
decir ni es gay ni maricón ni homosexual, cuando queríamos decir que una mujer o un
hombre tenían deseos o prácticas homosexuales, decíamos esa o ese es entendido, o bien
esa o ese entiende.

“Txoko Landan”, un espacio alternativo

Ya para entonces en EHGAM veíamos la necesidad de dotarnos de un local. El primer


espacio que conseguimos nos los dejó un gay muy conocido en el ambiente Larrinoa, que
es dueño de innumerables inmuebles. Nos dejó un departamento pequeño y ahí más que
hacer reuniones guardamos los materiales del grupo –carteles, pancartas y demás– durante
algunos meses. Al poco, alquilamos un sótano industrial en la calle Iparraguirre donde
empezamos a socializar y a organizar fiestas. Venía mucha gente porque era lo único
alternativo que había al ghetto del ambiente. Poníamos algo de comer y de beber y un poco
de música y la gente bailaba, charlaba y socializaba muy bien. A este espacio le pusimos el
nombre de Txoko Landa, más bien le pusieron porque ese momento me pilló en la mili. Si
llego a estar yo no se llama así, porque además de ser un nombre un poco raro, Txoko
Landa, lingüísticamente no tiene ningún sentido.

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El txoko nos sirvió como subterfugio para tener actividades de forma legal. Como a EHGAM
no lo querían legalizar, nos inventamos la figura de Txoko Landa y la legalizamos como
sociedad gastronómico-recreativa. Como la letra Landa tenía entonces connotaciones muy
gays, se cambió un poco el nombre, se puso Txoko Landan y para legalizar se mandó la
traducción Rincón en la pradera. Pareció tan inocente el nombre a la autoridad competente,
que coló y fue la tapadera legal que usamos para hacer todo lo que hacíamos hasta que por
fin se legalizó EHGAM.

En la primera Aste Nagusia junto con la gente de Copel, la coordinadora de presos en


lucha, creamos una comparsa, Pinpilinpauxa con el fin de generar un ambiente
reivindicativo en la zona festiva, en torno a las txoznas. Por desgracia, la experiencia no
duró más que un año porque hubo algunas desavenencias entre ambos grupos y al final
tanto la Copel como nosotros dejamos la comparsa y ésta se quedó en manos de la gente
que quiso seguir con ella. De todos modos a día de hoy la txozna sigue teniendo una carga
gay indudable. Dos años después, tras un intermedio problemático en el que no hubo
txoznas por malos rollos de las comparsas con el alcalde Castañares, EHGAM formó otra
comparsa que se llamó Katalingorri. También en este caso la experiencia sólo nos duró un
año porque no teníamos gente suficiente para mantener todos los turnos y siempre
trabajábamos los mismos. Al final nos quemamos y lo dejamos. Pero, eso sí, con el dinero
que sacamos en la txozna pudimos alquilar el Txoko, el local que luego fue Txoko Landan
durante veinte años.

Eran cuatro paredes con sus columnas en medio, mucha tela de araña y unas cuantas
bombillas colgando del techo. No era más. El local que había sido un almacén de plátanos
que cerró con la apertura de Mercabilbao, llevaba algunos meses vacío y por eso nos salió
barato. Con nuestras propias manos hicimos la obra para adecentar el lugar: una sala de
reuniones, un pequeño despacho, una sala de usos varios, un pequeño almacén y el
espacio público donde estaba el bar con su barra y todo. Todo lo hicimos nosotros, como
pudimos y de la mejor manera que pudimos.

En Txoko Landan los viernes y sábados


hacíamos jornadas de puertas abiertas
en las que, en principio dejábamos
entrar a todo el mundo, salvo cuando no
nos daba la gana, y no abríamos. El
éxito del local fue innegable. Era el
único local alternativo que había en
Bilbao y con lo bueno y con lo malo que
tenía el hecho de que era un espacio
mixto. Ahí entraban mujeres y hombres,
y a nadie se le preguntaba por su
preferencia sexual para entrar. Siempre
estaba lleno. Al principio el ambiente era
muy agradable, pero con el tiempo fue
cambiando. Lo hizo por varias razones. La primera porque mucha gente del ambiente,
hombres y mujeres, no quería mezclarse con personas que no entendieran. No se sentían a
gusto y se sentían observados. No les faltaba razón. Todo era tan nuevo para la gente que

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no entendía, que incluso actuando de buena fe terminaban molestando. A nadie le gusta ser
mono de feria y empezamos a perder gente que sí nos interesaba que viniera. Y la segunda
razón fue que empezó a llegar gente que no nos interesaba para nada. El primer acceso al
local era ciertamente bastante sórdido y oscuro y había gente a la que le daba miedo subir,
y empezó a venir gente, pues no muy recomendable. Entre otros, los camellos que andaban
por el Casco Viejo. Vimos la urgencia de cambiar aquello como fuera, y nos inventamos la
figura de simpatizante con carnet. Llegamos a tener más de mil simpatizantes que eran lo
que tenían acceso al local. Así, los viernes y sábados, aunque seguíamos con nuestra
política de puertas abiertas, nadie podía entrar si no era socio o si no venía con uno. Con
eso conseguimos recuperar el ambiente. Al final, con el transcurso de los años lo fuimos
dejando porque el Txoko se fue muriendo solo. También nos cansamos los que estábamos
porque no hubo un relevo generacional.

También terminamos dejando el local porque tuvimos problemas con el Ayuntamiento, que
nunca nos dio permiso para hacer las obras con la excusa de que el local estaba fuera de
ordenación y no se podía hacer ahí nada, y nos puso muy buenas multas por hacer las
obras que llegamos a hacer. También tuvimos problemas con los herederos del dueño
cuando éste murió, y terminamos quemados. Vimos que el local se caía, no teníamos
dinero ya para arreglarlo y optamos por dejarlo. Fue cuando lo ocuparon los jóvenes de la
Gazte Asanblada y montaron ahí 7 Katu, el gaztetxe del barrio.

De los primeros años de EHGAM hay una anécdota que recuerdo con mucho cariño y que
no quiero dejar de contar. Todo empezó cuando terminó la segunda manifestación del
orgullo –todavía le llamábamos así en aquellos años–, el 28 de junio de 1979. Teníamos
previsto celebrar un concierto en El Arenal y así se hizo, pero con tan mala suerte que al
grupo de rock que tocó ese día se le quemó el equipo. Como habían tocado gratis, nos
vimos obligados a hacer algo para ayudarles. Nos pusimos en contacto con La Otxoa y
entre todos organizamos un festival en el teatro Artagan, en la calle Zabalbide. El festival
fue grandioso. Movilizamos a todos los transformistas y no transformistas que pudieran
tener que ver con el rollo gay y que trabajaran en los cabarets de Bilbao. Allí estuvo en
pleno la compañía de variedades del Bataclán. También tocó la orquesta de Amparo Bilbao
en directo, y cantó una señora que toda su vida había dado clases de canto en su casa. Y
cómo no, de estrella principal, la propia Otxoa. Llenamos el teatro hasta la bandera y
sacamos dinero suficiente para pagarles a los del grupo de rock un nuevo equipo. Tuvo
tanto éxito el evento, tanto gustó a la gente que el año siguiente repetimos sin que hubiera

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más razón para hacerlo que disfrutar de todo aquello. Fue una pena que cerraran el teatro y
ya no pudiéramos volver a organizar el festival.

Siempre he pensado
que no hay que
arrepentirse de nada, y
menos de lo que uno ha
hecho con su vida. Yo
estoy encantado de todo
lo que he vivido, no
orgulloso, sino
encantado. Como he
dicho al principio yo me
he dejado, en mi caso
ha sido la vida me ha
llevado por un vericueto o por otro. Incluso EHGAM que sin duda es parte intrínseca de mi
vida, no fue algo consciente. Cuando empezamos no teníamos ni idea de lo que queríamos
hacer y de repente hubo aquella explosión política que nos arrastró y que en mi caso quedó
para siempre ahí. Mi vida personal y la militancia han ido siempre de la mano y, como digo,
no me arrepiento absolutamente de nada.

Bizkaia, septiembre de 2013

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KARMELE

• Los colectivos no son para hacer amigas


Soy Karmele, tengo 49 años y nací en el año 1965, en una pequeña localidad que está
cerca de Azpeitia (Gipuzkoa). Hasta los 18 años estudié ahí, en Azpeitia, y luego me vine a
Donostia a estudiar Magisterio. Mi ritmo de vida era el de muchos estudiantes de los
pueblos, de lunes a viernes en Donostia, y el fin de semana me iba al pueblo. Los sábados
solía ir con las amigas a alguna discoteca, casi siempre a Txokoa. A mí no me gustaba
mucho pero, bueno… Y los domingos íbamos al cine. A mí los domingos del cine, ¡no me
los quitaba nadie! Ese fue mi ritmo de vida durante la juventud, sin más.

Pese a lo que pueda parecer, por tratarse de un pueblo bien chiquito, no me resultó tan
difícil reconocer y asumir mis deseos homosexuales en el pueblo, porque ya tenía un
entorno homosexual. Tengo un hermano que es gay, y conocía a sus amigas. Descubrirme
lesbiana en realidad no supuso ningún drama. Con mi hermano había aprendido a vivirlo
con normalidad y más o menos ya conocía el ambiente. Pero es verdad que éste no fue un
proceso que se dio de la noche a la mañana. Pasó algún tiempo hasta que me di cuenta
realmente de que mi hermano era gay. Con 19 años yo ya sospechaba, pero él no había
dicho nada. Yo pensaba que podía ser gay por su manera de moverse, porque tenía algo de
pluma, por los comentarios que hacía y también por los lugares y ambientes que
frecuentaba. Me refiero entre otros al bar Tristán, que en Donostia era un punto de
referencia para lesbianas y gays. Veía a sus amigos y yo pensaba: “es evidente”. No hacía
falta que dijera nada, y tampoco lo dijo él. A veces, la gente necesita que se le diga y que se
verbalicen las cosas. Suele ser bueno, pero no siempre es necesario.

En realidad en casa no se hablaba de la homosexualidad, ni de la heterosexualidad. No se


hablaba de sexo. Pero tampoco había que ser muy lista para darse cuenta de que mi
hermano no era heterosexual.

Descubriendo mis deseos

Yo descubrí mi deseo hacia otras mujeres a los 24 años. Eso no quiere decir que antes
tuviera deseos hacia hombres, o algo parecido. No. Simplemente el sexo no era lo mío. Lo
mío era estudiar, divertirme y poco más. Yo no sentí la atracción que veía en mis amigas a
los 16, o 17 años. Todo el día estaban: éste me gusta, aquel no; pues a mí no me gusta…
Yo iba a la discoteca y me decía:

- A mí, ¿qué?

Bailaba, claro que bailaba. Pero sin ninguna gana. En aquella época, o en aquel entorno, no
me atraían ni los tíos ni las tías. No voy a negar que por parte de las amigas había una
especie de presión para tener novio. Sí, pero yo pensaba:

- Pues, ¡vale!

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Pero eso no me agobiaba. Además empecé a notar que solía estar muy a gusto con las
mujeres. Sobre todo con las profesoras. Me encantaban mis profesoras. Algunas igual eran
unas puñeteras, pero a mí me encantaban. Y con una mujer en especial con la que
coincidía todos los días me empecé a sentir muy a gusto. Pero dejamos de coincidir y se
acabó la relación. Al principio nos llamábamos de vez en cuando y hablábamos, pero no lo
hacíamos frecuentemente. Aunque a mí aquella mujer me gustaba no me atrevía a coger el
teléfono y marcar su número. Tuve miedo, esa es la verdad.

- Si esta mujer supiera lo que me atrae, no se lo creería.

Me acuerdo incluso del sitio donde dije eso, y de lo encantada que estaba de la vida. Creo
que en ese momento empecé a ser consciente y di el salto de aceptarme como lesbiana,
como he dicho, con 25 años. Hasta entonces era consciente de que las mujeres me atraían,
pero no tenía conciencia de que ese pudiera ser un deseo sexual, una atracción sexual.

Puedo decir que aquello no me generó ningún conflicto, ni de tipo personal ni de tipo
religioso. Con la iglesia no he tenido mayor problema. Hasta el Seminario, donde estudié
Magisterio, estaba convencida de que debía de haber un Dios, y estaba cómoda con eso y
con aquel ambiente. Pero salí del Seminario y me encontré con otro mundo que no conocía.

Con las amigas, nada que hacer

En ese momento, con 25 años, me encontré que con mi grupo de amigas no iba a poder
encontrar a otra mujer lesbiana. Yendo como íbamos a discotecas, ahí no podía hacer
nada. Los fines de semana me los pasaba en el pueblo con las amigas, y ahí no podía
hacer nada, y la verdad entre semana tampoco porque no conocía nada. Pero un día, justo
antes del 8 de marzo, vi un cártel de la Asamblea de Mujeres anunciando una cena-fiesta
en el frontón de Anoeta. Fui al Alboka pero ahí no tenían entradas, así es que como la fiesta
era un sábado, decidí ir al frontón pensando que todavía tendrían algún boleto para la cena.
Ahí me presenté sola, sola. Recuerdo que estuve un buen rato esperando para ver si había
sitio, o no. Al final, una de ellas que ahora ya conozco y es del ambiente, me dijo:

- Espera un momento, si no hay más boletos, te doy el mío.

Le daría pena con todo el tiempo que estuve ahí esperando, y al final me dio su entrada.

- ¿Estás sola?
- Pues, sí.

Y me acompañó a la mesa. Ahí me encontré con una amiga de mi hermano, que yo ya


conocía, y que yo sabía que era lesbiana:

- Aquí sólo vas a encontrar chicas.


- He venido a eso, a encontrar chicas.
- Ah, pues te voy a presentar.

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Y me presentó a una chica que, según me dijo, era una persona referencial del Colectivo de
Lesbianas Feministas de Gipuzkoa. Me pareció estupendo porque yo también estaba
dispuesta a militar. Aunque también quería, en ese momento, encontrar amigas y tener una
red social. Fue a partir de ahí que me integré en el Colectivo y ahí empecé a conocer otras
mujeres.

Con las chicas del Colectivo

Para entonces ya el
ambiente en Donostia había
dado un bajón, y me movía
mucho más por Renteria.
Ta m p o c o d e m a s i a d o ,
porque aunque ahora sí
suelo ir a tomar alguna
copa, en aquel tiempo no
tenía costumbre de salir a
tomar nada. Si no era
porque había quedado con
alguien, yo no salía. Y
durante la semana no
quedaba con nadie. Solía
estar esperando los viernes
para ir a las reuniones del Colectivo pues después nos íbamos a Egia, o a Gros a cenar.
Donde más socializaba era en las fiestas del propio Colectivo, o en las que organizaba la
Asamblea de Mujeres. En estas fiestas era donde yo conocía chicas y hacía amigas.

Fuera de esos marcos festivos como que no tenía dónde hacer amigas. Estaban las del
Colectivo, sí, pero con ellas, aunque me arreglaba bien y trabajábamos bien, como que
no… Al final empecé a salir con una del Colectivo, y me llamaba de vez en cuando, pero
como que no contaba conmigo para salir, o para dar una vuelta. No.

Con las chicas del Colectivo no conseguí congeniar a ese nivel. También es cierto que yo
de antes ya era feminista y tenía muchas ganas de trabajar, de militar, pero no dando la
cara. Yo iba a las reuniones todos los viernes y ahí de maravilla. Había días que iba a
Renteria porque sabía que las chicas del colectivo solían andar por allí. El día que no las
encontraba me decía:

- Aquí no hay nadie.

Y me largaba. Como he dicho antes, en Renteria había ambiente y las chicas del Kolectivo
se solían juntar en sitios como la Sociedad o el cine Reina, entre otros. No todas las chicas
que se juntaban y socializaban en estos sitios eran del Colectivo, pero ellas eran como el
núcleo principal del grupo. A estos encuentros se sumaban algunas chicas jóvenes y de
verdad se generaba muy buen ambiente en los bares.

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Para mí fue un problema establecer una red social de amigas. Fuera de las fiestas del
Colectivo o de los movimientos feministas, no lograba conectar. Me costó muchísimo. Creo,
incluso, que no conseguí hacer una cuadrilla. Para mí los veranos eran un horror, porque
las chicas del Colectivo no se juntaban. Hasta las Madalenas, en Renteria, todas andaban a
su aire y los fines de semana no podían quedar con nadie porque todas tenían otros planes.
Para mí era muy difícil. La gente ya no estaba para andar en cuadrilla. Pienso que las
cuadrillas tienen sentido a los 15 años, pero a los 25 las cuadrillas no existen. Cada uno va
por su cuenta y cuando conviene, se juntan. Punto. Y tampoco interesaba incorporar gente
nueva a los grupos de amigos. Menos si es lesbiana.

- Ésta viene a lo que viene, a ligar.

Muchas mujeres entraban al Colectivo con esa intención, con ganas de ligar y eso hace que
la gente ponga barreras. Pero, qué le vas a hacer. Con el tiempo yo misma les decía a las
chicas que querían entrar al Colectivo con la intención de hacer amigas que no lo hicieran.

- Si es para buscar amigas, no entres. No están para eso.

Pero tampoco había sitios donde las mujeres lesbianas pudiéramos socializar. En Renteria
sí había algún bar donde, sin ser cuadrilla, se juntaban las mismas chicas cada fin de
semana, pero en Donostia no había nada. Que yo supiera, no había en aquella época nada
específicamente lésbico. Estaba el Alboka, sí, donde se juntaban muchas feministas. Pero
tenías que tener costumbre, y yo honestamente no la tenía. Será que los ambientes rurales
y urbanos son muy distintos y yo no me hallaba.

Ahora, por ejemplo, las históricas de aquella época han empezado a ir al monte, a juntarse,
pero entonces no lo hacían. Tampoco es que por aquellos años hubiera infraestructuras,
como hay ahora. El mismo Colectivo, no tenía local entonces. Teníamos que juntarnos en
los bares.

Culpa por estar sola

Recuerdo que el año 95 estuve en Bilbao trabajando, en una sustitución unos 4 meses y
estuve encantada. Estuve más sola que la una, pero estuve muy bien. Cuando salía de
trabajar me iba al Lamiak, me iba al Bizitza y me tomaba mi cerveza. Andaba a mi aire.
Vivía en el Casco Viejo, iba al cine y los viernes salía. Sola, pero salía. Y no me sentía
culpable, como me había ocurrido alguna vez en Donostia que saliendo del cine me
apetecía tomar una cerveza y me fui al Cicuta. Pues bien, me tomé esa cerveza con una
sensación de culpa enorme.

- La última vez.

Eran las 12:30 de la noche, yo sola en un bar y tomando una cerveza. Me sentí muy
culpable, lo que en Bilbao nunca me pasó. Allí me tomaba la cerveza tranquilamente, y sola,
y no pasaba nada. Pero en Donostia me sentí muy mal. En Donostia por la noche no salgo
sola a tomarme una cerveza, nunca.
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Con el tiempo perdí contacto con el Colectivo. Tuve una novia, y solíamos andar con sus
amigas. Corté con la novia, hasta que conocí a otra chica con la que empecé, pero con ella
estuve totalmente separada del ambiente. Al final cortó conmigo y yo me dediqué a estudiar.
Me quedé sin novia, pero seguía estudiando. Cuando acabé no supe qué hacer y entré a
Gehitu. No tenía ninguna intención, pero al final, acabé en Gehitu.

Donostia es una ciudad abierta para los chicos y quizás para la gente de la propia ciudad.
Pero las chicas que vienen de la provincia, ¿a dónde va a ir? Y si encuentras un lugar pero
no tienes la costumbre de fumar porros o de beber, ¿qué haces ahí?

Tampoco para ligar las chicas somos como los chicos. La última novia que tuve fue la única
que no conocí a través del colectivo. La conocí en el trabajo y nos costó muchísimo hacer
contacto. Aunque las dos éramos profesoras en Secundaria sólo coincidíamos en la sala de
profesores. Para entonces ya había dejado el colectivo y no formando parte de ningún
grupo, me encontraba perdida, sin saber qué hacer, y sin posibilidades de conocer otras
mujeres. A pesar de que yo ya había interiorizado esa situación y estaba tranquila, a gusto
conmigo misma, empezó a gustarme esa profesora. De ella me sabía todo: en qué aulas
daba clase, cuál era su horario, todo. Cuando yo estaba libre, me presentaba donde sabía
que la iba a encontrar. No me importaba perder mi tiempo, ni siquiera hacer el ridículo. No
me importaba nada con tal de verla. Resultó que un día desapareció. No la encontraba.
Pasaron tres días, y nada. Hasta que regresó y decidí:

- A ésta le voy a entrar, le voy a decir algo.

Un día fui, y me atreví. Era un viernes, a las 08:30 de la mañana. Le dije:

- ¿Puedo hablar contigo?

Y quedamos a las 14:00 horas y, lo que son las casualidades, yo ese viernes tenía guardia
en el recreo y antes del recreo tenía una clase. Saliendo de la clase, dónde me encuentro
con ella…

- Pero, si hemos quedado a las dos.


- Es que acabo hoy y los alumnos me van a hacer un lunch de despedida. No puedo
quedar contigo. ¿Qué querías?

No sabía yo dónde meterme. Ahí en el pasillo, con todo el lío voy y le digo:

- Nada, a ver si querías ir al cine conmigo.

Salió espantada.

- Sí, sí... bueno, otro día hablamos.

Y se fue. Yo estaba, rotundamente convencida de que era lesbiana, de las del armario, pero
lesbiana. Y lo pensaba por cómo me miraba, y aunque luego lo negó, yo notaba como que
ella andaba buscando. Igual sólo eran mis propios deseos. Total, que se fue y tuvieron que
pasar como 4 o 5 años hasta que coincidimos en otra escuela el 2002, y nos enrollamos. Al
mes de haber tenido sexo con ella me enteré que tenía hijos. Fue un verdadero shock.

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Estuvimos durante meses, no evitándonos pero sí intentando no coincidir. Hacia el final del
curso yo empecé a mandarle mensajes de e-mail, donde le explicaba qué estaba haciendo
y nimiedades por el estilo. No sé cuántos mensajes mandé, pero ella no contestaba. Me
pasé dos meses mandando mensajes. No le escribía todos los días, pero sí bastante a
menudo. En septiembre compré dos entradas para el Festival Internacional de Cine y la
invité. No fue al cine conmigo, pero sí empezó a escribirme y a partir de ahí empezamos las
dos una relación epistolar. La verdad, me lo trabajé. He de confesar que unos meses antes
cuando la volví a encontrar en la escuela yo tenía novia y acabé la relación para intentar
algo con ella. El tiempo que estuvimos juntas anduvimos siempre escondiéndonos. Estaba
casada, vivía con el marido y con los hijos, y era impensable para nosotras poder ir al
Ziripot, por ejemplo, que era donde se movía el ambiente en esos años.

Lo cierto es que fue una relación complicada, la más complicada de las tres que tuve. Con
las tres me comprometí, con las tres tuve sexo, aunque con ninguna llegue a vivir. Tampoco
lo deseé jamás. No sé por qué fue así, pero era algo que no deseaba. Ahora igual sí
apostaría por convivir con una mujer, pero hasta ahora, no.

En casa, nunca nada

He de reconocer que en casa nunca dije nada, incluso una vez lo negué. Con el padre no
hable nunca, y con la madre tampoco. Pero una vez, me encontró en el bolsillo, un papel
del Colectivo y me preguntó:

- ¿Tú, tú no serás…?

Creo que me dijo lesbiana.

- ¿Tú no serás lesbiana?

Me di la vuelta en la cama, no le dije ni que sí ni que no. Entonces le tenía que haber dicho,
pero… La madre está ahora en cama con Alzheimer y excepto aquel día, nunca hablamos
del tema. Nunca. A las amigas sí les dije para estar más tranquila. Una amiga ya sabía,
porque otra amiga le había contado que me vio no sé dónde. No hubo ningún rechazo, por
parte de ninguna. Y en el trabajo no lo digo así, explícitamente, pero ya se ve y el que no ve
bastante tiene con mis comentarios. Quien quiere enterarse ya se entera.

Y las relaciones a cierta edad, no son fáciles. Ni para hacer amistad. Pero no sólo en el
mundo homosexual, también en el heterosexual. A Gehitu fui porque estaba sola y, algo
tenía que hacer. Entré después de romper con la última novia, el año 2006. Fue entonces
cuando acabé la carrera de Psicopedagogía y me quedé que no sabía a dónde ir.

Es cierto que los viernes era el día de las lesbianas. Ahí nos juntábamos justo las que
estábamos solteras y más solas que la una, e hicimos cuadrilla. Pero resultó que algunas
tenían pareja, otras tenían cuadrilla, y todas ellas desaparecían hacia las 22:30 de la noche
porque tenían sus compromisos. Nos quedábamos las que estábamos solas, y menos mal

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que nos llevábamos bien. Pero al final, por lo que fuera, nos enfadamos y se acabó. Ahora
ya no suelo ir a Gehitu, pero…. en Gehitu también, ¿qué?, si no tienes cuadrilla no tienes
nada que hacer.

Gipuzkoa, noviembre de 2013

120
C O N T E X TO H I S TÓ R I C O
El Franquismo fue uno de los períodos más negros de la historia reciente de nuestro
pueblo. Durante 40 años de régimen nacional-católico, los pueblos y naciones sometidos
por el generalísimo sufrieron represión, penurias y miseria. Y con los pueblos, las personas.
Al principio, el régimen de Francisco Franco centró sus esfuerzos en perseguir y eliminar
todo tipo de resistencia y disidencia política o sindical, pero en la medida en que el
franquismo lograba estabilizarse empezó a reprimir a las personas también por su
preferencia e identidad sexo-genérica. A partir del 15 de julio de 1954 el acoso contra los
llamados “violetas” se vio agravado con la modificación de la Ley de Vagos y Maleantes que
a partir de ese día incluyó a la homosexualidad entre los delitos a perseguir.

La Iglesia Católica, la Academia y la Medicina colaboraron estrechamente con las


autoridades militares para eliminar cualquier espacio de libertad para estas mujeres y
hombres. Nadie podrá negar que la represión contra la orientación y preferencias
homosexuales que se dio durante el régimen franquista se vio reforzada por la imposición
de la moral católica conservadora como doctrina oficial. La Iglesia sentó, junto con la
actuación represiva del Ejército, las bases del sustento del régimen. Así lo demuestra el
Concordato firmado en agosto de 1953 y en virtud del cual la religión católica era la única
para la nación española y el Estado estaba obligado a protegerla. El Estado franquista
asumió así la moral católica y sus imperativos morales en lo relativo al matrimonio, la familia
y a su concepción negativa y aberrante de la homosexualidad. El Estado concebía el coito
para procrear y aumentar así el número de fieles, y no concebía el sexo entre iguales, de
diferente o del mismo sexo, para el disfrute.

Pero no sólo la Iglesia apoyó activamente la homofobia oficial. Los “estudios científicos”
llevados a cabo en el Estado español “corroborando” la homosexualidad como una
enfermedad, según lo establecido por el aparato médico internacional de la época, fueron
un claro ejemplo de esta complicidad no sólo médica, también académica. El Departamento
Especial de Homosexuales, sección creada en el Hospital penitenciario de Madrid para la
investigación “científica” sobre el comportamiento de los hombres homosexuales y que fue

123
dirigida por el psicólogo clínico Fernando Chamorro Gundin, llevó a cabo toda una serie de
“estudios” con 200 “delincuentes” homosexuales, entre los meses de septiembre de 1967 y
finales de diciembre de 1969, para observarlos y ver la manera de curarlos.

Gregorio Marañón, médico endocrinólogo, Valentín Pérez Argilés, catedrático de Medicina,


y Antonio Vallejo Nájera, médico psiquiatra, fueron algunos de los prominentes
profesionales del régimen que avalaron el carácter “enfermizo”, “criminal” y “contagioso” de
la homosexualidad y propusieron a las autoridades sanitarias la esterilización de los
hombres afectados o, en su defecto, que fueran sometidos a operaciones tales como
injertos testiculares o la organoterapia (injerto de órganos o glándulas endocrinas de
animales), así como a ejercicios viriles. Es decir, a prácticas viriles para que el ambiente de
virilidad los curase de su mal.

A raíz de la muerte de Franco en 1975 mucho se ha hablado, investigado y escrito en torno


a la represión política contra aquellos grupos democráticos, de izquierda o independentistas
que plantaron cara al régimen nacional-católico; pero poco, muy poco, sobre la persecución
que cientos de hombres y mujeres sufrieron a raíz de sus preferencias e identidades sexo-
genéricas. Los establecimientos de trabajo y colonias agrícolas donde estas personas
fueron recluidas eran auténticos campos de concentración, como el de Tefía en la Isla de
Fuerteventura (Canarias), en la que los presos tenían que trabajar bajo condiciones
inhumanas hasta caer agotados, y sufrían palizas, castigos corporales y hambre. Se piensa
que en torno a 5.000 personas fueron detenidas o recluidas por mantener preferencias
homosexuales durante el franquismo.

Curar y rehabilitar

A principios de los 70, cuando ya el régimen parecía entrar en un callejón sin salida y las
oposiciones y resistencias políticas, pero también sociales, empezaban poco a poco a
florecer, el gobierno que presidía el general Franco promulgó la Ley de Peligrosidad y
Rehabilitación Social con el fin de cambiar su política sexo-genérica, sin que ésta dejara por
supuesto de ser represiva.

De términos muy parecidos a la anterior Ley de vagos y maleantes de 1933, el nuevo texto
legal no sancionaba delitos sino que “pretendía evitar” la comisión futura de los mismos por
lo que no incluía penas, sino medidas de alejamiento, control y retención de los
supuestamente peligrosos. De hecho, la realidad es que se utilizaba arbitrariamente para la
represión de las personas “molestas” y a las que se pretendía castigar sin que el Código
Penal lo justificase, permitiendo el encarcelamiento de sujetos cuyo comportamiento no
estaba recogido en ningún tipo penal.

A partir de la promulgación de esta nueva ley el régimen, y sus tentáculos médicos y


académicos, centraron sus esfuerzos en "tratar" y "curar" la homosexualidad. Se
establecieron dos centros de “rehabilitación”, uno en Badajoz (Extremadura), donde fueron
encarcelados aquellos hombres acusados de mantener un rol “pasivo” en sus encuentros
sexuales, y otro en Huelva (Andalucía) a dónde fueron enviados quienes supuestamente

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mantenían el rol “activo”. Además, en algunas cárceles había zonas reservadas para los
detenidos homosexuales.

En estos establecimientos se trató de forzar un cambio en la orientación y preferencias


sexuales de los presos mediante terapia de aversión: tras estímulos homosexuales los reos
recibían descargas eléctricas, que cesaban cuando había estímulos heterosexuales.
Algunos informes indican además que en el Estado español, al igual que en otros países
europeos y americanos, se aplicó la lobotomía para tratar de “curar” a mujeres y hombres
homosexuales. Tan grave como la propia afrenta fue el silencio y el olvido al que todas
estas personas fueron condenadas tras la muerte del dictador. Ninguna de las personas
encarceladas o represaliadas por su orientación o preferencia homosexual fueron
beneficiarias ni del indulto de 25 de noviembre de 1975 ni de la amnistía de 31 de julio de
1976, ni recibieron indemnización alguna.

Según ha documentado el periodista Fernando Olmeda en su libro El látigo y la pluma (de


la editorial Anaya, Madrid 2004) unos mil hombres fueron encarcelados entre los años 1970
y 1979 (año en que se derogó la ley) por el régimen franquista, sí, pero también por los
sucesivos gobiernos de la conocida como Transición democrática hasta la derogación de la
ley. Todos estos hombres habían sido acusados de prácticas homosexuales y fueron
retenidos en contra de su voluntad, sin garantías y sin delito alguno cometido, en aplicación
de la Ley de Rehabilitación y Peligrosidad Social. De las mujeres lesbianas pocos datos se
tienen porque, como el resto de las mujeres estaban anuladas e invisibilizadas.

De los datos disponibles de los juzgados de Peligrosidad de Madrid (años 1974 y 1975) se
desprende que alrededor del 6% de los expedientes incoados en estos tribunales lo eran
por homosexualidad (en un 99% de los casos relaciones sexuales entre hombres), y la
proporción de sentencias condenatorias alcanzó el 5% del total.

Las Memorias de la Fiscalía del Tribunal Supremo (1970-1979), revelan, por su parte, un
total de más de 58.000 expedientes de peligrosidad incoados y más de 21.000 sentencias
condenatorias. Si los datos de Madrid se extrapolan a la realidad de todo el Estado,
estaríamos hablando de unos 3.600 expedientes por homosexualidad entre 1970 y 1979 y
unos 1.000 condenados en este periodo, prácticamente todos ellos hombres. Las condenas
se cumplían mayoritariamente en prisión, y podían llegar a tener una duración de cinco
años.

Tiempo maldito

En un reportaje de Público.es, de julio de 2012, el periódico se hacía eco de la denuncia


contra la homofobia franquista del artista plástico Javi Larrauri (Madrid, 1971) a través de su
trabajo Testigos de un tiempo maldito. El reportero explicaba cómo el artista había retratado
en una serie de cuadros a personas que padecieron persecución y cárcel por tener una
opción sexual distinta a la que imponía la moral franquista. Este proyecto lo completaba un
documental con testimonios directos de los protagonistas y que ya ha sido expuesto en
Madrid y en varias ciudades de Latinoamérica.

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"Algunas personas con las que hablé se mostraron con miedo a que episodios del pasado
pudieran volver a pasar y, si lo piensas, están sucediendo cosas graves, como las
declaraciones del obispo de Alcalá de Henares contra los gays en directo en la televisión
pública sin consecuencias; o casos como la homofobia del Partido Popular, que tiene
recurrido el matrimonio igualitario", sostenía Larrauri en este reportaje.

"Queda mucho trabajo por hacer"

El propio artista reconocía que llegar a los testigos de ese tiempo maldito que prestaron su
rostro e historia para este trabajo no fue tarea fácil. El artista halló desconfianza. "Aquí no
había cuestiones políticas, encontré a un hombre falangista que me contó su caso; incluso
en el PCE echaban a la gente por ser homosexual; no era posible que hubiera unión entre
gente tan dispar." "Hasta que no llegaron las luchas colectivas de los 70, vivían en la
completa marginación y oscuridad", aclaraba Larrauri.

En este contexto, el artista destacaba el caso de Andrés García (1939), hijo de republicanos
exiliados, que vivió su homosexualidad con plena consciencia y libertad desde muy
pequeño. Unas vacaciones de Franco en Donostia, donde Andrés vivía con su novio en los
60, conllevaron varias redadas contra los sospechosos de tener vínculos antifranquistas, y
le costaron a Andrés mes y medio de cárcel. Los antecedentes penales que le generó
aquello le impidieron recuperar su trabajo en la radio, y se marchó a vivir a Suecia. "Allí
sentí lo que era vivir en un país libre", narraba García a cámara en el documental.

Ahora bien, los hombres y las mujeres homosexuales y transexuales no solo soportaron el
acoso y la represión sino que también respondieron a esta violencia. En 1970 Mir Bellgai y
Roger de Gaimon, seudónimos bajo los que se ocultaban Francesc Francino y Armand de
Fluviá, crearon clandestinamente en Barcelona (Catalunya), el Movimiento Español de
Liberación Homosexual (MELH), la primera agrupación moderna de defensa de los

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derechos de mujeres y hombres homosexuales. En 1972 editaron algunos boletines
mensuales bajo el nombre de Aghois (Agrupación Homosexual para la Igualdad Sexual)
que se enviaba a Francia para su redistribución en España. El grupo se disolvió en 1974
debido al acoso policial.

Dice el refranero que “muerto el perro, se acabo la rabia”. No fue éste el caso para las
mujeres y hombres cuya realidad sexo-genérica chocaba con el poder establecido. O si lo
fue, quedó claro que el problema no estaba sólo en la mente enferma del generalísimo
Francisco Franco. Cabe señalar, como ejemplo, que el ciudadano Antonio Ruiz no consiguió
sino hasta el año 2000 y tras cinco largos años de juicio, destruir con sus propias manos las
treinta páginas amarillentas de su expediente de "peligrosidad social" abierto contra él en
1976, cuando la policía quiso identificarle por no llevar DNI, y alguien exclamó: "¡Cuidado
con éste, que es maricón!”.

Recuperar la memoria histórica

Durante los cuarenta años de mandato nacional-católico las mujeres y hombres homo y
transexuales de los territorios de la Euskal Herria peninsular sufrieron a la par la represión
sexista y homofóbica que afectó más o menos por igual a todos los territorios del Estado.
Hoy, cuando el propio Parlamento Vasco está promocionando la recopilación de la Memoria
Histórica en torno a lo que supuso el Franquismo para las poblaciones de Araba, Bizkaia y
Gipuzkoa, y en Nafarroa siguen buscando las fosas comunes donde fueron sepultados
cientos de cadáveres de personas asesinadas con la más absoluta de las impunidades, las
mujeres y hombres que trabajamos en los movimientos por la defensa de los Derechos
Humanos y la diversidad sexual hemos visto la necesidad de recopilar el testimonio de
quienes también aquí sufrieron por sus preferencias o identidades.

Quizás empezamos tarde, muy tarde, con esta labor de recuperación de los testimonios de
quienes nos precedieron en preferencias e identidades. Pero es ahora cuando hemos
podido hacerlo. El implacable paso de los años, y por qué no reconocerlo, la pandemia del
sida, se llevaron a quienes vivieron en sus propias carnes los momentos más duros de ese
período de la historia de nuestro pueblo, privándonos así de sus testimonios. Sin embargo
no son pocas las personas que habiendo nacido en la segunda mitad de lo que fueron los
cuarenta años de Franquismo, supieron o aprendieron a reconocerse diversas, y por tanto
disidentes, en gustos, preferencias y prácticas sexuales.

La ausencia de lesbianas en la recuperación de la memoria histórica LGTB

El punto de arranque de las reflexiones vertidas por el libro Mujeres bajo sospecha (Raquel
Osborne (ed.) de la editorial Fundamentos, Madrid 2012) es la omisión de la existencia de
lesbianas en las obras que relatan la memoria histórica homosexual, argumentando que no
se trata de una casualidad. Cuestión con la que estaríamos de acuerdo las personas que

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hemos elaborado esta publicación. De hecho, tampoco es casualidad que de las trece
historias de vida que se reflejan en la misma, sólo tres sean protagonizadas por mujeres.

Pese a los esfuerzos realizados por equiparar el número de hombres y mujeres a quienes
queríamos entrevistar, no fue posible lograr nuestro objetivo. Como le ha ocurrido a tantas
investigadoras que han intentado sacar a la luz la memoria histórica de las lesbianas, en la
elaboración de este libro también nos hemos encontrado con muchos límites a la hora de
conectar con mujeres que amando a otras mujeres en la época del régimen franquista se
animasen a relatar sus experiencias de vida. El modelo de negación e invisibilización de las
mujeres lesbianas que de forma tan rotunda se impuso durante el franquismo ha producido
efectos muy perversos en estas mujeres, como la culpa, la vergüenza, la extrema
invisibilidad, o la falta de reconocimiento social que aún perdura en nuestros días. No es
una casualidad que el lesbianismo tal y como se conoce en la actualidad sea una realidad
sin mujeres mayores.

Como se menciona en el libro antes citado, el franquismo exacerbó los papeles


tradicionales de la mujer como depositarias de la moral, como madres y esposas. Así,
dictaminó que las mujeres tenían que ser virtuosas. Es decir, tenían que encarnar las
cualidades de la abnegación, el sacrificio, la honestidad, la modestia y la obediencia,
careciendo las mujeres de una sexualidad propia. De ahí la dificultad de rastrear la
sexualidad lésbica u otras que fueran divergentes de la norma, porque un manto de silencio
recayó sobre las lesbianas de esta época. Nadie, ni las propias implicadas, tenían interés
en hablar de ello. Esta política es por necesidad un punto de partida en cuanto a la
ausencia de lesbianas en la memoria histórica de la homosexualidad bajo el franquismo.
Nos encontramos ante una realidad que ha sido básicamente tabú y sobre la que ha
primado una política y una realidad de negación radical.

Dolores Juliano señala en este libro que los modelos de sexualidad femenina bajo el
franquismo hacen que la homosexualidad femenina constituyera parte de lo indecible, lo
impensable. Su negación era la opción que mejor neutralizaba su posibilidad cuestionadora.

A estos datos hay que añadir que mientras la represión contra los hombres homosexuales
bajo el franquismo fue pública y visible por medio de un amplio aparato represivo formal que
ya hemos relatado, en el caso de las lesbianas la respuesta del régimen fue el silencio y la
negación a ultranza de la autonomía sexual de la mujer. La represión a las lesbianas se
realizaba por medios informales: la familia, la religión, los colegios, el matrimonio, el
psiquiátrico, etc.

A través de esta publicación, y las tres historias de vida de mujeres que incluye, es nuestro
deseo contribuir al cambio de este olvido y negación de la memoria histórica de las
lesbianas bajo el franquismo.

128
M I R A DA S AT R E V I DA S ,
AMORES REBELDES:
A M O D O D E C O N C LU S I Ó N
Pedir a nadie que haga una exposición de aspectos tan íntimos de su vida como los que se
dan a conocer en los relatos que forman parte de este trabajo, no fue cosa fácil. Quienes
apostamos por recuperar la memoria histórica de lesbianas y gays que vivieron el
Franquismo, somos conscientes de la injerencia cometida en los recuerdos y emociones de
las personas entrevistadas. Pero reivindicamos la legitimidad de esta injerencia porque con
la intromisión en sus vidas queríamos suscitar una reflexión sobre temas de entonces que
siguen de actualidad. Para ello, presentamos aquí una serie de líneas argumentales a modo
de reflexión en torno a las inquietudes que dieron origen a este proyecto.

Un apoyo no explícito en las familias

Las chicas y chicos de hoy están acostumbrados a una sociedad en la que la familia
nuclear tradicional (padre, madre, hijos y en ocasiones, abuelos) se ha convertido en un
modelo más dentro de un universo muy diverso y complejo. Para esta juventud puede
resultar sorprendente saber que tan sólo 50 años atrás quienes entonces tenían su edad no
tenían mucho donde elegir a la hora de relacionarse afectiva y sexualmente y, sobre todo, a
la hora de conformar núcleos estables de relación, es decir, de familias.

Hoy no podemos hablar de familia, sino de familias. Mucho ha cambiado la sociedad y las
vivencias personales de gays y lesbianas, con respecto a lo que sus pares vivieron durante
el Franquismo. Sin embargo sería un error pensar que en aquellos años era imposible vivir
la sexualidad de una forma diferente a la establecida como norma social. No todas las
personas lograron satisfacer sus deseos y preferencias, pero si hacemos caso a las
vivencias de quienes han dado su testimonio en este trabajo, lo cierto es que el hecho de
encontrarnos con espacios de convivencia donde no se habla de sexualidad, no significa
que las personas no pudieran encontrar formas y lugares donde desarrollar esos gozos. De
estas relaciones casi nunca se hablaba en casa y en modo alguno eran explícitos dentro de
la familia.

A pesar de que las familias podían ser por norma espacios cerrados a afectos divergentes,
las mujeres y hombres que dieron su testimonio coinciden en señalar que no tuvieron
excesivas dificultades a la hora de desarrollar su sexualidad. Lo tenían que hacer fuera del
marco familiar y sin dar demasiadas o ninguna explicación en casa. Sí, pero también se
desprende de sus declaraciones que la familia no era un coto cerrado y obligado de
heterosexismo en la medida que les ofrecía una pequeña válvula de escape no forzando,
no presionando para que se casaran y formaran familia como lo hacía el común de los
corrientes. Podemos entender esa actitud laxa como una forma implícita de reconocimiento
de afectos diversos en el seno de la familia.

Leyendo a nuestros protagonistas, además, pareciera que las mujeres de la casa eran más
comprensivas con la diversidad sexual que los hombres. Decimos pareciera porque ni se
puede generalizar ni se puede asegurar que así fuera en todas las familias, pero sí en
aquellas de las que provienen algunas personas que nos dieron su testimonio.

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Decíamos antes que las familias vascas son en este momento diversas y que no existe un
modelo ni único ni mayoritario. Sin embargo todavía hoy las chicas y chicos que empiezan a
descubrirse con deseos homosexuales, no siempre consiguen ni verbalizar ni hacer
explícitas sus preferencias. A menudo, en muchas familias vascas esto no se entiende y se
sigue sin abordar el desarrollo afectivo-sexual de hijas e hijos homosexuales y en
consecuencia madres y padres siguen ignorando esa etapa difícil y llena de incertidumbres
por la que chicas y chicos adolescentes pasan acerca de su lesbianismo y homosexualidad,
sin recibir el apoyo familiar que precisarían.

La mirada que se ha perdido

Las miradas con las que nuestros protagonistas se reconocían con personas con sus
mismas preferencias y lograban entablar con ellas una comunicación básica, son quizás el
verdadero común denominador de las vivencias que en este trabajo se recogen. Esas
maneras clandestinas y ocultas que formaban parte de un mundo paralelo, un mundo no
oficial, no normalizado, fueron la tarjeta de presentación para todas esas mujeres y
hombres que buscaban relación afectiva, o simplemente sexual. Estas miradas permitían
interpretar el mundo desde una perspectiva homosexual y garantizar la supervivencia como
ente social en un momento histórico profundamente homófobo. Eran miradas y gestos que
a pesar de ser percibidos de forma directa e instantánea por quienes las buscaban,
resultaban invisibles e inexistentes para quienes desconocían los códigos en los que se
desarrollaban.

Fruto de la educación diferenciada por géneros, las miradas de los hombres homosexuales
de la época eran diferentes a las de las mujeres. Todos los hombres que han dado su
testimonio coinciden en relatar una mirada inmediata, muy pública, muy abierta, que se
daba, además, en espacios públicos donde sabían que los hombres se juntaban para ligar.
Las mujeres, sin embargo, describen miradas que se daban en espacios más íntimos, no
eran miradas tan directas y eran mucho menos inmediatas.

Resulta curioso comprobar cómo esas maneras tan peculiares de contactar, comunicar y
relacionarse casi han desaparecido. Las nuevas tecnologías ligadas a Internet y a los
nuevos dispositivos de telefonía móvil han hecho que aquellas estrategias de contacto y
comunicación hayan desaparecido para las nuevas generaciones. La tecnología ha
cambiado drásticamente la forma en que dos hombres, o dos mujeres, se conocen y
contactan. Tan es así que no sólo ha afectado a la mirada como gancho de contacto, sino
que también lo ha hecho con aquellos establecimientos que por estar provistos de cuarto
oscuro estaban destinados más al contacto físico directo, rápido y anónimo, que al
conocimiento mutuo. Hoy las personas jóvenes no necesitan de espacio alguno ni de
técnica especial para realizar el contacto. Ligan vía chat o por medio de videoconferencias,
para quedar después.

No se puede decir que una forma de contacto sea mejor que la otra, aunque sí hay quien ha
señalado que Internet se ha convertido en un gran armario para las y los jóvenes
homosexuales, debido a que el anonimato y secretismo que la red ofrece a quienes hacen

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uso de ella permite que quien no quiera dar el paso a vivir sus deseos sexuales
públicamente y en libertad, puedan mantener su vida sexual de forma totalmente privada.
En ciudades y pueblos tan pequeños como los nuestros, cuando había que ligar en la calle
o en establecimientos públicos, llegaba un momento en que más o menos todas y todos se
conocían.

Aprendiendo a ser en grupo

Si una institución es básica en las relaciones humanas en Euskal Herria, es la cuadrilla.


Para quienes accedan a este trabajo fuera de nuestras fronteras, les diremos que cuadrilla
es el grupo de amistades muy fuertemente vinculadas ya desde jóvenes, cuya amistad se
mantiene generalmente durante la edad adulta y que juega un papel primordial en la vida
social vasca. Es muy importante su potencial para movilizar los recursos humanos, su
poder de cohesión y la capacidad de información que la cuadrilla posee. También es
importante como mediadora entre la persona y la familia, las instituciones y otras
actividades que actúan de referencia. Así, al mismo tiempo, hace de intermediaria e integra
la comunidad frente a las influencias y referencias externas a la sociedad vasca.

Las nuevas maneras de interrelación impuestas por la globalización priorizan la


individualidad frente al grupo. En el periodo histórico de referencia de este trabajo, sin
embargo, la cuadrilla era la institución que para chicas y chicos hacia de puente entre la
familia y la sociedad. La cuadrilla tenía, y sigue teniendo, un carácter muy homogéneo.
Mucho. En una sociedad tan politizada como la vasca en aquellos años, las cuadrillas
solían estar formadas por personas con unas mismas inquietudes políticas, ideológicas o
religiosas. Eran grupos muy parejos en cuanto al origen social, de clase y nivel cultural o
educativo de sus componentes.

Resulta extraño pues que las cuadrillas que se describen en este trabajo tengan poco o
nada que ver con lo antes descrito. Las cuadrillas homosexuales, tanto de hombres como
de mujeres, eran muy heterogéneas, muy interclasistas, muy intergeneracionales y con un
perfil ideológico tan diverso que son difíciles de entender sin tener en cuenta la homofobia,
la social y también, en cierta medida, la interiorizada, que facilitaba nuevas
homogeneizaciones al margen de lo que pudiera ocurrir en el resto de segmentos sociales.
Sólo así se puede entender que personas tan dispares como un oligarca de Neguri pudiera
compartir copa, o cama, con un obrero de Altos Hornos. Y no son teorías sociológicas, sino
realidades que han vivido nuestros protagonistas.

Las cuadrillas homosexuales eran instituciones de acogida, donde la chica o chico que
empezaba a necesitar espacios y personas con las que satisfacer sus deseos y ansias
afectivo-sexuales, podía encontrar a quien la o le acompañara en ese proceso iniciático.
Hoy cualquier joven encuentra sin salir de su habitación todo tipo de literatura e información
de la que aprender y tomar modelos de comportamiento que le sirvan para construir su
identidad personal. Entonces no había nada de eso, sólo chistes, insultos y prejuicios que

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predisponían a la persona contra todo aquello que tuviera que ver con homosexualidad o
relaciones homosexuales. En ese desierto social, la cuadrilla era el oasis donde una chica,
o chico, con deseos homosexuales encontraba la ayuda necesaria para transitar por la vida.
Sabedoras por experiencia de las dificultades personales que ese tránsito entrañaba, las
personas de la cuadrilla no abandonaban a su suerte a las y los jóvenes pardillos de turno
que se acercaban a esos ámbitos donde se reunía la gente homosexual, y servían de
modelo y acompañante a esa juventud que poco a poco se sumaba al grupo.

Era en estas cuadrillas donde mucha gente joven aprendió los códigos de comportamiento
para desenvolverse con soltura en los espacios de ambiente y donde se dotó de los
instrumentos necesarios para llevar una vida sexual, y también afectiva, satisfactoria. En
este sentido, quienes nos han narrado sus experiencias dejan entrever que el sexismo
social que divide a las personas por género también tuvo influencia en estos grupos.
Mientras las cuadrillas de chicos se juntaban en lugares y/o establecimientos públicos, ellas
preferían juntarse y socializar en ámbitos mucho más privados, como la casa de alguna de
las integrantes de la cuadrilla.

Se podría decir, por otro lado, que comparando aquellas cuadrillas con los grupos de
amigos gays o de lesbianas de hoy en día, eran camarillas que vivían su preferencia en el
seno del propio grupo, sin hacer bandera ni exteriorizar las características propias del
equipo, a tal grado que pasaban desapercibidas para el resto de cuadrillas en las zonas de
ocio de las ciudades que no formaban parte del ambiente homosexual.

Comparando aquellas cuadrillas con los grupos de amigos gays o de lesbianas de hoy en
día, podríamos preguntarnos sobre los aspectos que han cambiado. Diríamos que no son
muchos. Gays y lesbianas siguen necesitando en la actualidad espacios específicos de
socialización, como son los grupos de amigos y amigas homosexuales, donde conocer a
otras personas que comparten su preferencia sexual, donde ser acogidos y acogidas,
aprender los primeros pasos de lo que es ligar, compartir experiencias sexuales, etc. Es
decir, las cuadrillas que hoy están conformadas por gays y lesbianas sirven como antaño
para transitar por la vida en tanto que personas con preferencias homosexuales y lésbicas.
Hay sin embargo un punto diferencial importante y es que las cuadrillas actuales hacen más
evidente su existencia y se hacen notar en los espacios sociales que comparten con el
resto de la sociedad.

Un virus que cambió el mundo gay

La pandemia del sida marcó un antes y un después en la vida de la población gay, también
en nuestro país. Cuando a partir de los años 80 hombres que mantenían contactos
sexuales con otros hombres empezaron a enfermar, nada se sabía de lo que en realidad
estaba ocurriendo. Fue a raíz de que en los medios de comunicación se empezara a hablar
de “cáncer gay” que se empezó a identificar la homosexualidad con las muertes que un día
si, y otro también, se estaban dando, y a asociar a los hombres gays con peligro. Así
empezó un estigma que sigue hoy vigente. Todos los hombres que han dado testimonio
para este trabajo coinciden en señalar que murieron muchos conocidos y sin embargo no

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se hablaba de ello. En el ambiente no se decía que fulanito y menganito habían muerto a
causa de alguna rara enfermedad provocada por el virus, pero tampoco las familias, la
prensa, ni las autoridades reconocieron nunca el número de fallecidos. La gente moría por
neumonías, cánceres o cualquier otra enfermedad, nunca provocada por el sida.

Esta realidad generó una situación de emergencia personal, de pánico colectivo entre
quienes se sentían señalados por la pandemia. Cuando se supo de la existencia del virus y
de cómo éste se propagaba de cuerpo a cuerpo a través de los fluidos corporales, la
paranoia se generalizó al extremo de negar el saludo a los hombres homosexuales por
temor a que pudieran estar infectados y pasar el virus a través del sudor.

Años después, cuando gracias a los avances médicos se logró no la cura pero si el control
del vih en el cuerpo humano, la gente dejó de morir en masa. Esto tuvo efectos muy
positivos en la vida de los afectados, pero también algunos que no podemos sino tachar de
negativos pues se dejó de hablar del tema, la gente perdió el miedo al vih-sida y se
relajaron los comportamientos de prevención. Los jóvenes que no vivieron el problema sino
como referencia histórica, perdieron el respeto que el virus merecía a tal grado que en estos
momentos los jóvenes gays aparecen una vez más como segmento social claramente
identificado con el avance del sida.

A nivel personal el sida tuvo además un efecto directo en la forma de relacionarse


sexualmente. Algunos incluso dejaron de tener sexo para evitar ser infectados. Así lo
manifiestan nuestros interlocutores. Y quienes viven con el virus son conscientes del miedo
que todavía hoy provocan cuando tratan de interactuar físicamente con otros hombres. Esa
sidofobia que sufren quienes viven con el vih, denota la persistencia de un estigma y un
prejuicio muy difíciles de abordar en el interior del colectivo homosexual que desde el
primer momento decidió esconder y convertir el vih-sida en tema tabú.

Hablar de vih-sida en las comunidades homosexuales es hablar de hombres, pues las


mujeres lesbianas nunca han identificado el problema como propio, en tanto colectivo, y
sólo lo han vivido a nivel personal como un mal que afectaba a los amigos gays. Tan es así
que Empar, la más politizada de las mujeres que han prestado testimonio para este trabajo,
reconoce que cuando en su día vino de Latinoamérica convencida de la necesidad de
actuar también desde el movimiento lésbico contra la pandemia, sus compañeras la
tacharon de rara. Esta actitud despreocupada de las lesbianas provocó que se consideraran
un colectivo de no-riesgo, no sólo para el vih-sida sino también para el resto de infecciones
de transmisión sexual, por lo que, en general, las mujeres lesbianas no toman medidas de
prevención en sus relaciones sexuales.

Al margen de los prejuicios y estigmas que existen en torno al vih-sida, lo cierto es que
desde un punto de vista objetivo los datos siguen siendo muy preocupantes. No podemos
conformarnos con el hecho de que el vih sea hoy, no una enfermedad pero si una
circunstancia crónica, porque aunque el virus no mate, si condena a la persona a depender
de por vida de un medicamento para vivir, y a permanentes chequeos médicos para evitar
efectos secundarios de la propia medicación.

La prevención sigue siendo hoy por hoy la mejor vacuna contra el vih, y el problema sigue
siendo cómo convencer de ello a la población. Y no será porque no hay información, o

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porque no se hacen campañas desde las administraciones o desde los grupos sociales a
favor de la prevención. Quizás el problema sea ese, que hay mucha información, pero falta
educación.

Nadie podrá decir que desconoce las vías de infección o que no tiene a mano preservativos
para evitar ser infectado. Los datos, sin embargo, son elocuentes: el segmento de chicos
que tienen sexo con chicos sigue prevaleciendo en las estadísticas de nuevas infecciones.
Según la memoria del Plan del Sida de Gobierno Vasco de 2013, “la transmisión en
hombres que tienen sexo con hombres mantiene su tendencia ascendente llegando a
contabilizar un 55,9% del total de nuevos diagnósticos y un 63,2% de los diagnósticos en
hombres”. Pareciera que en un aspecto tan íntimo de la persona como lo es el erotismo la
información, por muy buena que sea no es suficiente. Los datos antes citados vendrían a
confirmar este hecho

En lo que se refiere al vih-sida, además, hay quien ha apuntado que es un error el hecho de
identificar prevención con salud. Según dicen, la salud es lo último de lo que un varón se
ocupa y preocupa cuando está excitado y tiene posibilidad de satisfacer sus deseos
sexuales. Hay que tener en cuenta, además, que estos contactos se dan ocasionalmente
tras conocerse en lugares de ocio donde se ha consumido alcohol u otro tipo de drogas, lo
que hace que salud sea la preocupación número X de la persona.

Pero hay más, el hecho de identificar el condón con salud, lo convierte de facto en un
dispositivo médico, es decir, en una barrera física y mental para la obtención del placer. No
hay ningún dato objetivo ni verificable que demuestre que el preservativo es una barrera
para el placer, y sin embargo no son pocos los hombres que tienen sexo con otros hombres
que defienden esa tesis. Quienes alertan de estas situaciones apuntan a la posibilidad de
erotizar el preservativo, de modo que en el imaginario de quien va a hacer efectivo un
intercambio sexual la imagen del condón sea de sexo seguro, porque con condón seguro
que hay sexo.

Prejuicios de derecha, y de izquierda

El odio y la fobia que el régimen franquista mostró frente a los deseos y prácticas sexuales
de la población hicieron que en el imaginario colectivo se identificara liberación sexual con
planteamientos políticos de izquierda. Para quienes analizan la política desde un prisma
actual, puede parecer cierto que los partidos de izquierda han tenido históricamente una
sensibilidad mayor que sus pares de la derecha en todo lo que concierne al sexo y a las
preferencias sexuales de la población. Parecería cierto, porque lo es en parte, pero no es
toda la verdad. Como bien se deduce de las experiencias de quienes han recordado aquí
sus vivencias, en una sociedad tan políticamente activa como la vasca dentro de los
partidos de izquierda había personas con tantos prejuicios, o más, en torno a la
homosexualidad como en los grupos de la derecha.

“La última prioridad que tiene este país son los maricones”. Así pensaban muchos en la
izquierda, y con esas palabras se lo hizo saber un profesor rojeras de la Facultad de Sarriko

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a uno de nuestros interlocutores. Lo que le ocurrió en la sede del Partido Comunista de
Eibar a un portavoz de EHGAM no fue anecdótico, ni lo fue la disculpa que ese mismo
militante comunista pidió tras conocer las penurias y represión que las mujeres y hombres
homosexuales habían vivido durante el Franquismo. La falta de información era total,
porque la liberación sexual no fue importante para ningún partido hasta que el movimiento
feminista, primero, y los movimientos de gays y lesbianas después, pusieron el tema en la
agenda política de todos ellos.

Para muestra, un par de botones: la primera manifestación que tuvo lugar en Bilbao contra
la Ley sobre peligrosidad y rehabilitación social y para pedir la libertad sexual en noviembre
de 1977, fue organizada por la Coordinadora de Marginados, y no por los partidos políticos;
y dos, Empar que tuvo una militancia muy activa y destacada en la clandestinidad anti-
franquista y en grupos de la izquierda radical, separaba de forma drástica su vida y
militancia lésbica de su actividad política.

Sería injusto sin embargo, no añadir que militantes de partidos de izquierda, sobre todo de
los extraparlamentarios, jugaron un papel muy importante en la consolidación organizativa e
ideológica del movimiento gay y lésbico y del feminista.

En la actualidad y en lo que respecta a las líneas ideológicas y los modos de hacer política
de los diferentes partidos políticos de este país hace que podamos decir que hace años que
empezaron a considerar la diversidad sexual y la identidad de género en sus agendas
políticas. Los debates habidos en este sentido dentro de los Parlamentos de Iruñea o
Gasteiz, así como las diferentes leyes aprobadas son reflejo de este hecho.

Lo que no quita que todavía temas relacionados con la diversidad sexual e identidad de
género no formen parte de los temas políticos de importancia dentro de las estructuras de
los partidos políticos, de modo que pasan a ser cuestiones aledañas y marginales, de
política menor.

Otra cuestión relacionada con la forma en que se aborda la diversidad sexual y la identidad
de género en las estructuras de los partidos es la excesiva homogeneización que se hace
de todas las personas que conforman los colectivos LGTB y de sus necesidades. A
menudo, desde la política se aborda la diversidad sexual y la identidad de género con unas
representaciones de las personas LGBT ajustadas a un sector social muy determinado
dentro de estos colectivos: un sector joven, masculino, gay, autóctono y sin discapacidad
funcional. En estas representaciones a menudo no se sienten incluidas ni las mujeres, ni las
personas trans, ni los migrantes o la gente con discapacidad.

Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho

Durante el Franquismo la Iglesia hizo mucho daño con su actitud de extrema violencia
contra las mujeres, la sexualidad en general y la diversidad sexual en particular. La
convivencia de las personas homosexuales y transexuales en el seno de la Iglesia católica
fue por lo general muy complicada.

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Hablar de homosexualidad, hoy en día, es toparse con la Iglesia católica. Lo es por la
actitud claramente homófoba que presenta la jerarquía de la Iglesia en general, y en
particular por los casos de abuso sexual contra la infancia cometidos durante décadas por
sacerdotes de esta institución. Fue tal el grado de impunidad con la que actuaban los curas,
que en varios de los trece relatos aquí recogidos aparecen los abusos. Y lo es también por
la cerrazón que la jerarquía de la Iglesia ha mostrado durante décadas contra todo aquello
que desde la sociedad civil se reclamaba para mejorar la vida de la ciudadanía y garantizar
sus derechos reproductivos. Divorcio, aborto y matrimonio igualitario han sido banderas de
lucha de los movimientos sociales, pero también, en un sentido opuesto, de la jerarquía
católica como bien lo demuestran las declaraciones del obispo de Donostia en los últimos
años.

Pero tampoco en este caso todo es negro, ni blanco. Si hablamos de jerarquía cuando nos
referimos a las actuaciones de la Iglesia vasca en este tema, es porque también son Iglesia
aquellas monjas, esos curas y estos frailes que desde la base de esta institución han
acompañado a las personas y a la sociedad civil en su tarea liberadora. Los recuerdos de
Empar en torno a su relación con aquella monja de Hernani nos hablan de circunstancias
que nada tienen que ver con el abuso. Y son varios los episodios que se recogen en este
trabajo, en los que sectores de la Iglesia aparecen como aliados de los grupos social, y en
concreto del movimiento gay. Fue la revista de los franciscanos la única en publicar la
primera carta-comunicado de EHGAM, y fue en una iglesia donde este movimiento dio en
Bilbao su primera conferencia.

En la actualidad muchas comunidades cristianas de base critican la actitud homófoba


pública y beligerante de la jerarquía católica. En el interior de las asociaciones de lesbianas,
gays, transexuales y bisexuales existen numerosos recursos relacionados con el hecho
religioso, como los grupos formados por personas cristianas a las que su orientación o
preferencia sexual no les supone ningún problema para poder vivir su fe. Algo que durante
décadas supuso un obstáculo real.

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