Tpo 2 8vo Mandamiento

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Teología IV - 2022

LOS DIEZ MANDAMIENTOS

EL OCTAVO MANDAMIENTO

«No darás testimonio falso contra tu prójimo» (Ex 20, 16).

«Se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al


Señor tus juramentos» (Mt 5, 33).

El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo.


Este precepto moral deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es
y que quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o acciones, un
rechazo a comprometerse con la rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios y,
en este sentido, socavan las bases de la Alianza.
I. Vivir en la verdad
La inclinación del hombre a conocer la verdad y a
manifestarla de palabra y obra se ha torcido por el pecado,
que ha herido la naturaleza con la ignorancia del intelecto
y con la malicia de la voluntad. Como consecuencia del
pecado, ha disminuido el amor a la verdad, y los hombres
se engañan unos a otros, muchas veces por egoísmo y
propio interés. Con la gracia de Cristo el cristiano puede
hacer que su vida esté gobernada por la verdad.
La virtud que inclina a decir siempre la verdad se llama veracidad, sinceridad o
franqueza (cfr. Catecismo, 2468). Tres aspectos fundamentales de esta virtud:
 sinceridad con uno mismo: es reconocer la verdad sobre la propia conducta, externa
e interna: intenciones, pensamientos, afectos, etc.; sin miedo a agotar la verdad, sin
cerrar los ojos a la realidad;
 sinceridad con los demás: sería imposible la convivencia humana si los hombres no
tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se dijesen la verdad o no se
comportasen, p. ej., respetando los contratos, o más en general los pactos, la palabra
comprometida (cfr. Catecismo, 2469);
 sinceridad con Dios: Dios lo ve todo, pero como somos hijos suyos quiere que se lo
manifestemos. «Un hijo de Dios trata al Señor como Padre. Su trato no es un
obsequio servil, ni una reverencia formal, de mera cortesía, sino que está lleno de
sinceridad y de confianza. Dios no se escandaliza de los hombres. Dios no se cansa
de nuestras infidelidades. Nuestro Padre del Cielo perdona cualquier ofensa, cuando
el hijo vuelve de nuevo a Él, cuando se arrepiente y pide perdón. Nuestro Señor es
tan Padre, que previene nuestros deseos de ser perdonados, y se adelanta,
abriéndonos los brazos con su gracia».

II. “Dar testimonio de la verdad”

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«El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad»


(Catecismo, 2472). Los cristianos tienen el deber de dar testimonio de la Verdad que es
Cristo. Por tanto, deben ser testigos del
Evangelio, con claridad y coherencia, sin
esconder la fe. Lo contrario –la simulación–
sería avergonzarse de Cristo, que ha dicho: «el
que me negare delante de los hombres,
también yo le negaré delante de mi Padre que
está en los Cielos» (Mt 10,33).
«El martirio es el supremo testimonio
de la verdad de la fe: un testimonio que llega
hasta la muerte. El mártir da testimonio de
Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad» (Catecismo, 2473). Ante la
alternativa entre negar la fe (de palabra o de obra) o perder la vida terrena, el cristiano debe
estar dispuesto a dar la vida: «¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su
alma?» (Mc 8,36). Cristo fue condenado a muerte por dar testimonio de la verdad (cfr. Mt
26,63-66). Una multitud de cristianos han sido mártires por mantenerse fieles a Cristo, y «la
sangre de los mártires se ha transformado en semilla de nuevos cristianos».
III. Ofensas a la verdad
“La mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar” (San Agustín, De
mendacio, 4, 5). El Señor denuncia en la mentira una obra diabólica: “Vuestro padre es el
diablo... porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro,
porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44) (Catecismo, 2482).
La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforma,
según las circunstancias, las intenciones del que la comete y los daños padecidos por los
perjudicados» (Catecismo, 2484). Falso testimonio y perjurio: «Una afirmación contraria a
la verdad posee una gravedad particular cuando se hace públicamente. Ante un tribunal
viene a ser un falso testimonio. Cuando es pronunciada bajo juramento se trata de perjurio»
(Catecismo, 2476). Hay obligación de reparar el daño.
«El respeto a la reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra que
puedan causarles un daño injusto» (Catecismo, 2477). El derecho al honor y a la buena
fama –tanto propio como ajeno– es un bien más precioso que las riquezas, y de gran
importancia para la vida personal, familiar y social. Pecados contra la buena fama del
prójimo son:
 el juicio temerario: se da cuando, sin suficiente fundamento, se admite como
verdadera una supuesta culpa moral del prójimo (p. ej. juzgar que alguien ha
obrado con mala intención, sin que conste así). «No juzguéis y no seréis
juzgados, no condenéis, y no seréis condenados» (Lc 6,37) (cfr. Catecismo,
2477);
 la difamación: es cualquier atentado injusto contra la fama del prójimo. Puede
ser de dos tipos: la detracción o maledicencia ("decir mal"), que consiste en
revelar pecados o defectos realmente existentes del prójimo, sin una razón

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proporcionadamente grave (se llama murmuración cuando se realiza a espaldas


del acusado); y la calumnia, que consiste en atribuir al prójimo pecados o
defectos falsos. La calumnia encierra una doble malicia: contra la veracidad y
contra la justicia (tanto más grave cuanto mayor sea la calumnia y cuanto más
se difunda).
Actualmente son frecuentes estas ofensas a la
verdad o a la buena fama en los medios de
comunicación. También por este motivo es
necesario ejercitar un sano espíritu crítico al
recibir noticias de los periódicos, revistas, TV,
etc. Una actitud ingenua o "credulona" lleva a la
formación de juicios falsos.

El uso de los medios de comunicación social


2494. La información de estos medios es un servicio del
bien común. La sociedad tiene derecho a una información
fundada en la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad:
«El recto ejercicio de este derecho exige que, en cuanto a
su contenido, la comunicación sea siempre verdadera e íntegra,
salvadas la justicia y la caridad; además, en cuanto al modo, ha
de ser honesta y conveniente, es decir, debe respetar
escrupulosamente las leyes morales, los derechos legítimos y la
dignidad del hombre, tanto en la búsqueda de la noticia como en
su divulgación».

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