La Veneración de Los Cristos Negros y Morenos en El México Colonial
La Veneración de Los Cristos Negros y Morenos en El México Colonial
La Veneración de Los Cristos Negros y Morenos en El México Colonial
EN EL MÉXICO COLONIAL
Historia Cultural
La historia de las mentalidades, como el nivel de la historia que se ocupa “de los
sistemas de creencias, de valores y representaciones propios de una época o un
grupo” (Chartier, 1996: 22) da cuenta de lo cotidiano, lo popular, de un pensamiento
común compartido por las masas. Ofrece una respuesta a la interrogante que busca
desentrañar los aspectos más profundos de las superestructuras, proponiendo la
explicación de los hechos pasados a partir de la reconstrucción del imaginario colectivo
de cierta época expresado en las formas de representación de las masas, a de fin
determinar la manera en que los individuos de una temporalidad histórica pensaron y
vivieron (Gruzinski, 1979: 25).
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Para determinar la naturaleza de la mentalidad colectiva en México durante la
época colonial, la metodología formulada por Gruzinski resulta ser de gran valor, ya
que dicho planteamiento nos permite argumentar que la mentalidad colonial es el
resultado de la relación existente entre colonizadores (cultura dominante) y colonizados
(cultura popular) al momento del contacto. La unión de concepciones tan ajenas entre
sí, fundidas en un crisol de insospechadas dimensiones, dio origen a lo que
posteriormente conformaría el imaginario colectivo del México colonial, caracterizado
por la gran influencia que la religión católica ostentaba en la vida cotidiana de los
individuos.
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convertirse en la rama de la antropología que se ocupaba de las “connotaciones
extracientíficas” acontecidas en las sociedades, las cuales “son más intensas y
numerosas que las que atañen a otras especialidades de la disciplina” (ídem).
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construcciones de cultura popular (íbid.: 54), conformada, para ese entonces, por la
población indígena y el conjunto de castas en general.
Antes de pasar a la revisión de las fuentes históricas que nos revelan las
características y orígenes de la veneración a los cristos negros y morenos, es
importante que precisemos cuál es la hipótesis central de este trabajo de investigación,
la cual, permeará la manera en que posteriormente interpretaremos los datos históricos
con los que contamos.
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entonces fue considerado por los españoles como “idolatría” (Sanz, 2000: 35). Y
aunque no contemos con algo que hable de viva voz acerca de la mentalidad
compartida por los pueblos indígenas mesoamericanos, si podemos desentrañar de las
fuentes históricas existentes datos que nos permitan aproximarnos a la religión y
representaciones del mundo prehispánico.
Aunque los dioses vivían en un nivel ajeno al mundo terrestre, tenían una gran
capacidad de movilidad entre ambas dimensiones y podían hacer acto de presencia en
la tierra constantemente. Lo anterior se relaciona, sin lugar a dudas, con la concepción
que los habitantes mesoamericanos poseían de sus imágenes religiosas, conocidas por
los nahuas como teixiptla, ixiptla o toptli (íbid.: 17).
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imagen religiosa que remitía a la evocación, a la remembranza de un más allá y no a la
presencia real de dios a través de la representación artística. Sin embargo, y como
resultado de la reforma protestante en la Europa del siglo XVI se crearon dos posturas
distintas acerca de la concepción y el culto a la imagen religiosa. “La iconoclasia […]
es el nombre que se da a la postura contraria al culto a las imágenes, que incluso
propugna su destrucción. Contrariamente, la iconolatría [...] es el nombre dado por los
iconoclastas a la veneración de imágenes” (íbid.: 24).
Con la reforma protestante, toda Europa pugnó por una renovación religiosa;
España fue partícipe de ello. Como escenario heterogéneo en el que coexistía una
gama pluralística sin precedentes, el país ibérico experimentó, en el seno de su cultura,
el despliegue de las dos posturas. En un primer momento, durante el mandato de
Carlos I, a principios del siglo XVI, la iconoclasia floreció en España tenazmente. Sin
embargo, después de la celebración del Concilio de Trento, ícono de la contrarreforma
católica, la religiosidad popular española, caracterizada por sus fuertes vínculos con el
culto a los santos y la veneración de las imágenes, resurgió con nuevos bríos (íbid.:
26-28). “Lo que triunfó tras la etapa reformista en España, fueron las prácticas
religiosas locales, […] en oposición a las ideas de renovación que son universalistas.
La Reforma Católica afirmó el lado local de la religión y simplemente intentó corregir
sus excesos, pero no los suprimió” (íbid.: 32)
Pronto, la cuestión de las imágenes sería unos de los asuntos más importantes
a tratar. Los conquistadores españoles, en su mayoría laicos, no sintieron molestia
alguna por “destrozar los ídolos [y] reemplazarlos por imágenes cristianas o bien
hacerlos convivir, cuando la destrucción se hacía difícil” (íbid.: 37). Provenientes y
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partícipes de una religiosidad popular española caracterizada por el culto a la imagen
religiosa, saturaron el mundo americano con las nuevas representaciones cristianas.
Sin embargo, “los primeros españoles no se dieron cuenta de que la sustitución no
resolvía el problema de la idolatría […] y las nuevas imágenes serían interpretadas con
el filtro de las cosmovisiones de los pueblos receptores” (ídem).
Pronto los indígenas se familiarizaron con las imágenes cristianas, pero nunca
abandonaron aquella creencia de que la imagen era la presencia real de dios. Así, con
el paso de los años, los indígenas se fueron apropiando, muy a su modo y en el marco
del imaginario autóctono, de las imágenes que los españoles habían exportado del
mundo occidental. El culto a la imágenes y la veneración a los santos eran elementos
que de ninguna manera cayeron en contradicción con sus creencias prehispánicas. La
devoción por la imagen de Cristo y la pasión era una evocación que les recordaba la
antigua adoración a la ixiptla a través de los sacrificios humanos. La presencia de los
santos era semejante al culto politeísta que anteriormente profesaban. Los esfuerzos
de misioneros y autoridades eclesiales por erradicar las formas “idólatras” con las que
los indígenas reinterpretaron las imágenes cristianas fueron inútiles. Por cubrir las
apariencias “muchos religiosos silenciaron sus descubrimientos para sostener la verdad
de la conversión” (Sanz, 2000: 46). Sin duda, la victoria estuvo de lado de las masas
populares. Fueron los indígenas los que conquistaron a las imágenes y no las
imágenes a ellos: el proceso se invirtió, creándose una compleja amalgama de
elementos sincréticos que posteriormente conformarían las creencias religiosas1 de la
población novohispana.
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culturales, para transformarse en una ideología de rechazo a la dominación colonial”
(Gruzinski, 1979: 54). La manifestación más efusiva de esta nueva mentalidad se vio
reflejada a través del éxito que alcanzó la veneración a los cristos negros y morenos
durante las centurias que correspondieron al periodo colonial. Para poder entender
entonces cuáles fueron las causas de este éxito rotundo, es necesario que no
olvidemos los rasgos que caracterizaron a la antigua cosmovisión indígena y a la
religiosidad popular española. Ambas, dieron vida a una nueva religiosidad popular
que, a su vez, respondía a las necesidades de la cultura popular y la cultura dominante.
Una vez establecidas las bases “oficiales” dentro del catolicismo colonial, el culto
a los cristos negros y morenos se expandió rápidamente. En el caso de los cristos
negros, la veneración fundó sus bases en la atribución de una fuerza milagrosa a estas
imágenes, y pronto las leyendas que giraban alrededor de las apariciones y los
milagros realizados por los cristos negros se difundieron rápidamente entre los estratos
populares de la población. Lo anterior podemos evidenciarlo a través de los relatos
sobre las apariciones “inesperadas” de los cristos negros en diferentes partes del país.
He aquí algunos ejemplos:
Fray Martin de Valencia, Superior de los primeros frailes franciscanos llegados a la Nueva
España […] resultó víctima de una rara e incurable enfermedad. Presintiendo que la vida se le
escapaba, escogió para su retiro, una cueva cavada por la naturaleza en una enorme roca que
encontró en la fácilmente accesible cumbre de un cerro. […] Un buen día, al caer la tarde, una
mula cargada con un voluminoso fardo, se separó de el hatajo corriendo hacia las montañas
seguidas por los arrierros. Su trepidante fuga terminó invadiendo la cueva-refugio del Fraile. Los
arrieros desesperados, se esforzaban para sacar a la renuente mula que rehusaba salir.
Finalmente, el fraile sugirió descargarla. Liberada de su carga, la mula salió precipitada cuesta
abajo.
Con el dilema de la carga abandonada, los arrieros decidieron abrirla para dividirse el contenido,
facilitando así su transportación de regreso a la estación. Grande fue la sorpresa que los ahí
reunidos se llevaron al abrir el voluminoso fardo y encontrar en su interior la maravillosa de un
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Cristo Negro… Asombrados por la inesperada aparición, instintivamente cayeron de rodillas
murmurando alabanzas. (Reynoso, 1985: 94-95).
Que en una fecha señalada se reunieron, al igual que antaño sus antepasados, para rendir
homenaje a sus deidades y colmar sus necesidades religiosas… que improvisaron el altar al
amparo de un frondoso encino… que las tradicionales ceremonias mitológicas se efectuaban
bajo una ligera llovizna; la que en el momento en el que los sacerdotes se disponían a instalar a
su ídolo sobre el pedestal ¡Se convirtió en una rabiosa tempestad con sus deslumbrantes
relámpagos, sus terribles truenos!... “parecía que el mismo desencarna su furia celestial”…
entonces sobrevino lo espantoso… un fulminante rayo, acompañado por un cegador relámpago
y tremor de tierra; ¡despedazó el árbol y al ídolo que protegía!... que al disiparse la humareda, lo
aterrados concurrentes quedaron consternados a la vista de… UN CRUCIFIJO que surgió entre
el calcinado tronco del encino… ¡la milagrosa imagen de aproximadamente un metro de estatura,
causa un impresión indecible por su deforme y rustica figura: nada es perfecto en la anatomía de
“el Señor del encino”… a su negra y áspera textura, le falta “el toque final del artesano”… a su
deformidad estética, le falta “la agradable simetría del artista” pero todo es admirable si
consideramos que en su elaboración ¡No intervinieron seres humanos!... porque es una
¡CREACION SOBRENATURAL!... (Reynoso, 1985: 102)
En el caso de los cristos morenos o de burgos, el culto a esta imagen tiene sus
orígenes en Sevilla España, a finales del siglo XIV y comienzos del XV; una fervorosa
devoción hacia la imagen de Cristo crucificado dio origen a esta veneración, que fue
expandida por la orden regular de los agustinos
(http://www.cristodeburgos.org/origenes.htm).
Una de los primeros cristos morenos que fuera objeto de veneración en la Nueva
España es el caso del Señor del Buen Despacho, ubicado en la capilla que lleva el
mismo nombre y que se encuentra dentro de las inmediaciones de la catedral
metropolitana de la ciudad de México. Aunque en un principio la capilla fue llamada
“Capilla de la platería”, por estar a cargo del gremio de los plateros (uno de los más
importantes del siglo XVII), pronto los plateros aceptaron que se le cambiara el nombre
a dicho lugar, adoptando bajo su cuidado a la imagen del Señor del Buen Despacho
(junto a San Eligio y a la Purísima Concepción) como otro de sus santos patronos
(Vences, 1986: 125).
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Penetrad a cualquier hora en el templo metropolitano y ved la multitud de devotos que ante
aquella capilla se postran interrumpiendo o dificultando el tránsito de aquella nave (Padua, 1888,
citado en: Vences, 1986: 131)
Por otra parte, la veneración del santo Cristo de Burgos fue expandida por los
misioneros franciscanos en los territorios del Camino Real a Texas, durante la segunda
mitad del siglo XVI. Aquí encontramos que la veneración del santo Cristo de Burgos se
dio al interior de las haciendas, en el ámbito familiar. Cada una de las haciendas que
atraviesa el Camino Real a Texas tenía en su interior una capilla en la cual se rendía
honor a la imagen (Román, 2007).
Por otra parte, en Saltillo, “el culto a la imagen de Cristo, conocido como Santo
Cristo de la Capilla se remonta al año de 1608, cuando Santos rojo, Comerciante del
Saltillo adquirió la imagen en Jalapa Veracruz. Durante un tiempo la imagen estuvo en
poder de los herederos de Rojo. A mediados del siglo XVII la familia construyó una
capilla funeraria al lado norte de la parroquia. El cuto a la imagen del Santo Cristo se
extendió a las villas y haciendas de Coahuila y Nuevo León (Román, 2007: 5).
Un rasgo que acrecentó el fervor hacia el culto del Cristo de Burgos se debió a
que eran los propios indígenas los que fabricaban estas imágenes, elaboradas de
pasta de caña de maíz (íbid.: 6). Por tal motivo, “los indios desde un principio entraron
en un proceso de familiarización con la imagen cristiana, pues en las escuelas
conventuales les enseñaban a reproducirlas, y se hacían Cristos y santos de pasta de
caña para las procesiones” (Sanz, 2000: 41).
Quizá el medio a través del cual la veneración a este tipo de imágenes religiosas
se expandió en todos los territorios del México colonial fue la atribución de
“asombrosos milagros” que formaban parte de los relatos y la tradición oral de la cultura
popular para ese entonces. Fue entonces que la imagen “no sólo era la imagen, sino
también la reliquia del milagro, era un objeto sagrado, era el sitio de una presencia”
(íbid.: 46). La imagen de los cristos negros y morenos, al igual que muchas otras,
obtuvieron entonces la eficacia simbólica que las masas demandan y “pronto los indios
se convencieron de que la imagen cristiana era capaz de concederles sus deseos y
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esperas por medio de milagros, persuadiéndose de que también esta era una
presencia de la divinidad y por lo tanto generando un poderoso culto a la misma” (íbid.:
47).
CONSIDERACIONES FINALES
El culto a las imágenes de los cristos negros y morenos es, sin duda, un
fenómeno de larga duración, y los hechos lo demuestran. Una vez concluida la etapa
colonial en México, la veneración por estas imágenes no desapareció, ya que su éxito
se mantuvo durante el siglo todo el siglo XVIII y el siglo XIX, con la aparición del Señor
del Veneno y el Señor de la Santa Vera-Cruz (ambos cristos negros) en el periodo de
las leyes de reforma, a mediados del siglo XIX. La veneración a estas dos imágenes
surgió con bríos insospechados, aún y cuando Iglesia y Estado atravesaban por un
momento de tensión en sus relaciones, como consecuencia de la desamortización de
los bienes eclesiales.
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“conquista invertida” en donde el papel de las imágenes religiosas fue preponderante
en la religiosidad popular de las masas. Y a pesar de lo lejano que parezcan estos
hechos ante nuestros ojos, sus efectos e implicaciones siguen estando presentes en la
religiosidad popular del México contemporáneo. Las peregrinaciones al valle de
Chalma así como la manifestación de exvotos populares en la catedral metropolitana
de México, en torno a la imagen del Señor del Veneno, son prueba de ello.
BIBLIOGRAFIA
HERNANDEZ, Arnoldo, “La feria de Santiago del Saltillo. Entre el mercado, el santo
patrono y la fiesta”, en: Revista Cienciacierta No. 6, Universidad Autónoma de Saltillo,
Saltillo, 2006.
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veneno, The Literaty International Agreement, 1985.
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RODRIGUEZ, Esteban, “Discordias teóricas de la historia de mentalidades colectivas.
Discusiones, aportes, conceptos y problemas”, en: Revista Reflexiones No. 84,
Universidad de Costa Rica, Costa Rica, 2005.
ROMAN, Juana Gabriela, “Las antiguas haciendas y el culto al Santo Cristo a lo largo
del camino real a Texas. Patrimonio cultural de Coahuila”, V Coloquio Internacional de
Religión y Sociedad, Universidad de Sevilla, Sevilla, 2007.
VENCES, Magdalena, “Capilla del Señor del Buen Despacho”, en: Catedral de México,
Patrimonio cultural y artístico, Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología, Fomento
Cultural Banamex, México 1986.
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