El Miron Del Cine 1

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 27

EL MIRÓN DEL CINE

DAVID LOVIA

Escrito por David Lovia

Primera edición, Junio 2021

Todos los Derechos Reservados

COPYRIGHT@ 2021 David Lovia.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, ni almacena


en un sistema de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o
por cualquier medio electrónico o de fotocopia, grabación o de
cualquier otro modo, sin el permiso expreso del autor.

SIGUE TODAS MIS NOVEDADES EN TWITTER: @DavidLovia


CONTACTO: [email protected]
EL MIRÓN DEL CINE

Pasé a recoger a mi mujer a la puerta del gimnasio, cada vez se estaba


tomando más en serio lo de ponerse en forma. Silvia había pasado una mala
temporada, pero esa etapa ya estaba superada, hacía seis meses que había
empezado a trabajar de nuevo como abogada después de muchos años de
excedencia y había cogido con ganas el entrenamiento físico.

A raíz del nacimiento de nuestra segunda hija, Silvia se veía cada vez
más gorda y necesitaba un cambio de estilo de vida, decía que le sobraban
unos quince kilos, es verdad que había engordado un poco, pero yo la veía
estupenda. En los últimos meses, gracias al gimnasio, ya había perdido seis
o siete kilos, pero ella seguía disciplinada en su entrenamiento.

A pesar de ser sábado, ella le había echado dos horitas a entrenar duro
por la tarde, y mientras tanto yo había dejado a nuestras hijas en casa de mis
padres. Aquella noche nos la íbamos a tomar de relax, desde que nació
nuestra segunda hija, hacía casi cuatro años, no habíamos tenido una noche
para nosotros solos, tampoco es que fuéramos a hacer nada especial, cenar
tranquilamente en un centro comercial y luego ver una película en el cine.

Pité con el claxon del coche cuando la vi salir del gimnasio y Silvia
vino rápido hacia el coche. Estaba estupenda a sus 36 años, rubia, 1,65, pelo
largo y mojado, brazos anchos, tetas muy grandes y generosas, un culo
potente con caderas anchas y unas piernas regordetas cada vez más
fibradas. Se había puesto una camisa blanca, mini falda vaquera y botas
marrones estilo cowboy. Lo que más me gustaba de su vestuario era como
se le transparentaba el sujetador negro debajo de la camisa.

Ella sabía que lo mejor de su anatomía eran sus inmensas y


desproporcionadas tetas y le encantaba lucirlas a la mínima ocasión.
Llegamos al centro comercial y estuvimos dando una vuelta por las
tiendas. Me gustaba presumir de mujer, no fueron pocos los tíos que se
quedaron mirando cómo se le bamboleaban los pechos al andar e incluso
me fijé que alguno se giraba para ver su culazo. La falda vaquera era muy
cortita y Silvia no pasaba desapercibida en ninguna de las tiendas en las que
entrábamos.

Nos compramos algo de ropa y luego subimos a cenar a un restaurante


mexicano de la planta alta. Dejé que fuera Silvia a hacer el pedido y yo me
quedé en la mesa, observando a Silvia en la caja. Un par de chicos de unos
20 años que había a su lado le pegaron un buen repaso de arriba a abajo con
la mirada a mi mujer y cuando ella vino a la mesa con la cena en una
bandeja se le quedaron mirando el culo descaradamente.

Tengo que reconocerlo, me encanta que miren y deseen a mi mujer.


Desde siempre me ha excitado mucho.

Cuando terminamos de cenar, a eso de las 22:40 nos acercamos a las


salas de cine, estuvimos mirando y tampoco es que hubiera una película que
tuviéramos especial interés por ver. A mí sinceramente me daba igual, yo lo
único que quería era estar a solas con mi mujer y recordar nuestra época
universitaria cuando íbamos al cine a magrearnos un poco.

Era mi intención esa noche, jugar un poco con ella y romper la


monotonía de la pareja.

Al final elegimos una película de acción que llevaba tiempo en


cartelera, estaba en una sala pequeñita y me imaginé que iba a tener pocos
espectadores. No me importaba en absoluto, cuanta menos gente hubiera en
el cine mejor para mis intenciones.

Como había pensado, efectivamente había muy poca gente, pude contar
tres parejas, sumándonos a nosotros total éramos ocho. La sala de cine era
muy pequeña, dos columnas, con unas 15 filas a cada lado. Estábamos
espaciados, dos en cada columna y bastantes separados entre nosotros. Nos
sentamos a la izquierda, y en cuanto se apagaron las luces me pareció ver
que entraba otra pareja, aunque no les pude ver bien, por desgracia se
pusieron en la misma fila que nosotros, pero al otro lado, estábamos a unos
10-12 metros de distancia.

Yo estaba sentado a la izquierda de mi mujer y miré para ver si podía


ver a los nuevos que habían entrado, pero solo le veía al hombre que parecía
mayor y me imaginé que su mujer estaría junto a él. Eso sí, en cuanto
empezó la película me despreocupé de ellos.

Solo tenía ojos para las piernas de Silvia, que había cruzado en una pose
muy erótica, con la excusa de compartir palomitas y beber Coca-Cola
estábamos pegados y yo le puse una mano sobre el muslo.

―Vale Santi, estate quieto, que acaba de empezar la película ―dijo


Silvia retirándome la mano.

Pero yo no estaba muy por la labor, la película me importaba una


mierda, y solo quería meter mano a mi mujer. Ella se dio cuenta enseguida
de mis intenciones y cuando apartamos el cubo de palomitas se acercó a mí
y entrelazamos los dedos de la mano.

Estuvimos un rato así, viendo la película y acariciándonos los dedos,


pero yo quería más.

―¡Estás increíble hoy!


―Shhhh calla...
―En cuanto te he visto salir del gimnasio me has puesto, uffffff, con
esa faldita y esas botas ―dije intentando tocar sus tetas por encima de la
camisa.
―¡Santi!, vale ya ―dijo ella apartándome la mano.
―Venga Silvia, ¿no te acuerdas de jóvenes lo que hacíamos en el cine?
―Sí, claro que me acuerdo.
―Hoy podríamos...mmmm, ya sabes, la peli es muy mala y casi no hay
gente...
―¿Y para eso querías venir tú al cine?
―Pues sí, hace mucho que no morboseamos un poco ―dije volviendo a
acariciar sus pechos por encima de la camisa.
Silvia miró a los lados, esta vez dejándose hacer, para comprobar si
había gente que pudiera vernos.

―¡Shhhhh, calla que nos van a oír!, anda vamos a ver la película...
―Lo que tú digas ―dije sin dejar de magrear sus tetas.

Yo sabía perfectamente cuando mi mujer estaba por labor y en ese


momento lo estaba, solo tenía que ir calentándola poco a poco. Tampoco
tenía ninguna prisa, la película apenas llevaba media hora y teníamos casi
una hora por delante para disfrutar de la intimidad del cine.

Seguíamos con los dedos entrelazados y yo estaba de medio lado, con la


mano izquierda le tocaba las tetas por encima de la camisa, y cuando intenté
meter la mano bajo la falda ella me la apartó inmediatamente.

―¡No corras tanto! ―dijo Silvia palpándome la polla por encima del
pantalón y volviendo a echar una ojeada a los lados.

Teníamos las cabezas casi pegadas y nos dimos un pequeño beso en la


boca, Silvia intensificó la manera de tocarme y me agarró la polla por
encima del pantalón. Yo no pude aguantarme más y volví a bajar la mano
para acariciar sus muslos, llevaba toda la noche queriendo tocar esas
piernazas y clavé mis dedos en ellos.

―¡Estás estupenda!
―Todavía tengo que bajar diez kilos más...
―¡Ni se te ocurra!, a mí me gusta que estés así y tener de donde
agarrar...
―¡No seas bobo!, sabes que estoy gorda...pero me encanta que digas
eso.
―¿Qué coño vas a estar gorda?, ¡¡pero si estás buenísima, joder!!
―Ya veo que te gusto, ya, la tienes bastante dura ―dijo sin dejar de
pajearme por encima del pantalón.

Yo mismo me desabroché los botones y con disimulo me saqué la polla.


Echaba de menos cuando estábamos en la universidad y Silvia me hacía
unas pajas y unas mamadas tremendas en el cine. De eso hacía muchos años
y Silvia había cambiado, nunca había tenido problemas en enseñar su
cuerpo, incluso hacía topless en la playa en aquella época de novios
mostrando sus enormes tetas, pero en cuanto nació nuestra primera hija mi
mujer se volvió más recatada, y nuestra vida sexual fue cayendo poco a
poco.

No tardó Silvia en rodear mi polla con sus dedos y comenzó a


masturbarme despacio. Yo subí las manos hacia arriba y le fui
desabrochando los botones uno a uno de su camisa blanca.

―¿Pero qué haces? ―me preguntó Silvia cuando se dio cuenta de mis
intenciones.
―¡Quiero verte las tetas!, desnudarte aquí...
―¡Estás tonto, aquí hay gente, pueden vernos!...
―Tranquila, nadie nos va a ver...
―¡Te voy a matar! ―dijo Silvia girándose un poco hacia mí.

Se dejó desabrochar cuatro botones de la camisa y yo metí la mano por


dentro para agarrar uno de sus pechos desde abajo. Las tetas de Silvia, eran
grandes, calientes y muy pesadas. Cuando quise seguir desabrochando más
botones ella me lo impidió.

―¡Vale ya, joder!


―Deja que te los quite todos, me apetece verte con la camisa
abierta...por favor...¡me estoy poniendo muy cachondo!

Silvia me agarró la polla con más fuerza y me miró directamente a los


ojos sin decirme nada, pegándome unas cuantas sacudidas con lentitud.

―¿Entonces, puedo? ―pregunté, volviendo a insistir, mientras abría


otro botón más.

Mi mujer ya estaba casi con la camisa abierta, apenas le faltaban un par


de botones más que me dejó desabrochar. Cuando lo hice, miré hacia abajo
y le abrí un poco la camisa apartándola hacia fuera. Las tetazas de Silvia
lucían poderosas, embutidas en un sujetador negro que parecía dos tallas
más pequeño.
Silvia apoyó la espalda en su asiento y se echó hacia atrás, luciendo
orgullosa sus pechos. Por un momento me soltó la polla.

―¿Es esto lo que querías? ―dijo exhibiéndose delante de mí.


―¡Joder sí, qué buena estás!

En ese momento, el señor que estaba sentado a nuestra derecha se puso


de pie, al levantarse me di cuenta de que estaba solo y echó a andar hacia el
pasillo central viniendo hacia nosotros.

―¡Mierda, tápate que viene alguien! ―dije girando el cuerpo de mi


mujer hacia mí, a la vez que ocultaba mi polla como buenamente podía.

El señor se quedó mirando detenidamente hacia donde estábamos


nosotros, estaba claro que nos había pillado, pero no dijo, ni hizo nada, y en
cuanto llegó al pasillo central subió por las escaleras hacia arriba en
dirección a la salida.

El corazón se me puso a mil pulsaciones y yo creo que a Silvia le pasó


lo mismo. Pasado el susto inicial me dio morbo la situación, y me calentó
mucho pensar que aquel tío le había visto a mi mujer en sujetador.

―¡Anda, vamos a dejar de hacer el tonto, que ya tenemos una edad!


―dijo Silvia comenzando a abrocharse los botones de su camisa.
―Estate quieta, deja eso ―dije yo impidiéndoselo―. Ya se ha ido,
ahora sí que nadie puede vernos...
―¡Saaaaaanti, para ya!
―Venga, ¡no me digas que no estás un poco caliente!
―Pues claro, un poco sí, pero es que aquí...
―Aquí no puede vernos nadie, venga, no me dejes así ―dije
echándome hacia atrás para enseñarle la erección que tenía―. Además si te
digo la verdad me ha puesto mucho que ese tío casi nos pille, ¿te imaginas
que te hubiera visto las tetas?
―¿Eso te pone?, que ese tío me hubiera visto así, mostrándome como
una cualquiera...
―Un poco sí, no me digas que te va a dar vergüenza ahora, ¿cuántas
veces has hecho topless en la playa?
―Pero no es lo mismo la playa que aquí, y además ya sabes que hace
muchos años que no hago eso.
―Pues deberías...¡¡porque estás buenísima Silvia!!
―Ahora estoy gorda y tengo las tetas caídas...
―¡Deja de decir tonterías!, ¡tienes unas tetazas de impresión!, ¿no te
has fijado cómo te miraban en el centro comercial los tíos?, anda ven aquí
que me estoy poniendo cerdísimo ―dije desabrochándola de nuevo el
último botón de la camisa.

Silvia se acercó a mí y me dio un morreo mientras me volvía a agarrar


la polla. Yo metí la mano bajo su camisa y le apreté con ganas sus tetazas,
fue la primera vez que mi mujer gimió levemente y cerró los ojos
mordiéndose los labios.

No sé si eran imaginaciones mías, pero parecía que Silvia también


estaba más cachonda desde que el desconocido nos había interrumpido.

―¡Venga córrete! ―me dijo incrementando el ritmo de su paja.


―Espera, espera, no tan deprisa, joder más despacio...todavía tenemos
tiempo...

Puse mi antebrazo derecho sobre su pecho y la empujé haciendo que


apoyara la espalda en el asiento. Silvia me soltó la polla al caer hacia atrás.

―¡No te muevas! ―dije apartándole despacio la camisa.

Con tranquilidad eché la tela de su camisa a ambos lados, descubriendo


sus tetas, que seguían cubiertas tan solo por el sujetador. La respiración de
Silvia se había acelerado y parecía que el pecho se le iba a salir por la boca.
Me miró inquieta, nerviosa, excitada.

―¿Qué haces?
―Nada, solo estoy mirando lo buena que está mi mujer...

Ahora fui yo el que me incliné sobre ella metiendo la mano bajo su


falda. No me costó llegar a sus braguitas e hice presión intentando meter un
dedo sin tan siquiera apartar la tela.
―Ahhhhhh ―gimió Silvia sujetándome por el brazo.

Ella quiso agarrarme la polla, pero yo se lo impedí, quería que estuviera


más caliente todavía, aparté sus braguitas y conseguí llegar hasta su coño
que me esperaba ansioso, húmedo y abierto. Silvia se escurrió un poco en el
asiento y abrió las piernas facilitándome el trabajo. No me costó introducir
un dedo dentro de ella, pero eso pareció saberle a poco a mi mujer.

―Joder Santi...mmmmmm, te estás pasando...¡¡joder qué gusto!!


―¿Quieres más?
―Sí ―dijo mirándome con una cara mezcla de placer y súplica.
―Espera, quiero hacer algo...

Subí su minifalda vaquera y metí la mano por los laterales, tirando de


sus braguitas hacia abajo. Quería dejarla desnuda, cosa que no pareció
gustarle mucho a Silvia.

―¡¡¿Pero qué haces?!!


―¡Quitarte las braguitas, para tocarte mejor!, me están molestando...
―¿Qué pasa, me quieres desnudar o qué?
―¡Uffffff no me importaría!, no lo había pensado, pero imaginarte aquí
desnuda...
―Ni lo pienses, eso no va a pasar ―dijo cruzando la camisa sobre sus
pechos y bajándose la falda.

Yo que no había soltado el elástico de sus braguitas seguí tirando hacia


sus pies. Silvia protestó, pero a la vez levantó las caderas para facilitarme el
trabajo. Poco a poco fui deslizando las braguitas por sus muslos, por sus
rodillas y bajé por sus piernas hasta que conseguí quitárselas.

Ahora tenía mi trofeo en la mano.

―¡Te voy a matar! ―dijo Silvia abierta de piernas en el asiento.

Me incliné sobre ella y aparté la camisa fijándome otra vez en sus tetas.
Luego metí la mano bajo su falda y cuando alcancé su coño la penetré con
dos dedos. Silvia me agarró por el brazo.
―¡¡Ahhhh diossss!! ―gimió en alto mi mujer.

Yo me asusté, no pensé que se le iba a escapar ese gemido, por suerte el


volumen de la película era muy alto y seguramente nadie se hubiera
percatado de lo sucedido, pero al mirar hacia atrás me encontré con el señor
que anteriormente se había levantado y que yo pensé que se había ido del
cine. Se había sentado en nuestra misma columna de filas, pero tres asientos
por detrás y a nuestra derecha.

Cruzó la mirada conmigo y sonrió. Silvia estaba medio desnuda, abierta


de piernas y ajena a que estaba siendo observada por aquel tío.

Estaba claro que nos habíamos encontrado con un puto mirón.

Mi primera reacción fue terminar aquello y decirle a mi mujer que se


vistiera, pero estaba muy excitado y siempre había sido una de las fantasías
que había compartido con Silvia, que alguien nos viera follar, o
manteniendo relaciones. Y ahora aquel mirón estaba en el sitio exacto, en el
momento oportuno.

La sonrisa con la que me obsequió me descolocó un poco, pero la


primera impresión que tuve de él solo me pareció un pobre pervertido. No
era más que un viejo, vestido con una camisa de franela a cuadros, tendría
sobre 60 años y pinta de rural. Parecía un cateto de pueblo.

Yo seguí masturbando a mi mujer, pero estuve unos segundos con la


mente en otra parte, pensando en qué debía hacer. Al final hice lo que
consideré más justo, decirle a Silvia lo que estaba pasando.

―¡¡Joder, el tío ese ha vuelto, está detrás de nosotros!!

Silvia se giró a la derecha y miró hacia atrás, entonces vio al mirón


como a unos cuatro metros de nuestra posición.

―¡¡Mierda!!, ¡¡ahora sí que te mato!! ―dijo volviéndose hacia mí para


taparse los pechos.
―¡No le hagas caso, solo es un viejo mirón!
―¿Tú estás tonto?, ¿y qué hacemos, seguimos como si nada?
―Desde allí casi no puede vernos, a mí no me importa, si te digo la
verdad, casi mejor, me da mucho morbo que esté ahí ese cerdo mirando...
―Dame las bragas que voy a vestirme...
―Venga Silvia, no me dejes así, lo estábamos pasando de puta madre,
¡¡no le hagas caso!! ―dije agarrándola de la mano para ponerla sobre mi
polla.
―¡Te corres rápido y nos vamos!

Silvia comenzó de nuevo a pajearme, esta vez más deprisa, quería que
me corriera y que todo terminara, sin embargo a mí me daba mucho morbo
que el viejo mirón estuviera tan cerca de nosotros pendiente de nuestros
juegos. Pero no quería disfrutar yo solo, quería que Silvia también se lo
pasara bien, y estaba convencido de que allí, en la sala oscura de cine, con
la camisa abierta, sin braguitas y con mi polla en la mano ella también
estaba muy cachonda.

Metí la mano bajo su falda, ella me lo intentó impedir, pero yo hice


fuerza para llegar hasta su coño.

―¡Santi, estate quieto, no quiero hacer nada con ese tío aquí!

Yo miré hacia atrás y el mirón seguía en la misma posición atento a


nosotros, por unos segundos cruzamos la mirada y me pareció que hasta me
sonreía. Que estuviera allí me estaba excitando sobre manera, Silvia nunca
había tenido problema en enseñar su cuerpo, en la playa haciendo topless, o
llevando mallas ajustadas en el gimnasio, le encantaba lucir sus tremendas
curvas, por eso sabía que en el fondo aquella situación a ella también le
estaba gustando.

En cuanto llegué a su coño le introduje un dedo dentro y Silvia gimió,


cerró los ojos y me siguió pajeando duro al mismo ritmo, yo no iba a tardar
mucho en correrme, por lo que le dije a mi mujer que aflojara un poco.

Aquello tenía que durar más.


Otra vez volví a acariciar sus tetas apartando un poco la camisa a los
lados, Silvia se cubrió con la mano que tenía libre, pero abrió un poco las
piernas facilitando que pudiera meter otro dedo en su coño.

―¡Estate quieto, no me apartes la camisa!, no quiero que me vea ese...


―¡Y que lo mismo te da!, has hecho topless en la playa, ¿ahora te va a
dar vergüenza que un viejo te vea en sujetador?
―¡No es lo mismo Santi!
―Pues claro que es lo mismo, además, ¿no te da un poco de morbo que
ese viejo nos esté mirando?, a mí me está excitando mucho...voy a correrme
de un momento a otro.
―Pues venga, termina y vámonos...
―No tengas prisa, que para una vez que salimos...

Como no me dejaba meter la mano bajo su camisa subí para acariciarle


la mejilla y luego rodeé sus labios con el pulgar empezando a follármela
más fuerte con los dedos que tenía metidos en su coño. Esto hizo que
abriera un poco la boca, momento que aproveché para meterle el pulgar
dentro.

Silvia me miró sorprendida y otra vez aceleró el ritmo al que me


pajeaba, succionó profundamente mi pulgar y me miró a los ojos. Luego
pasó la lengua haciendo círculos sobre mi dedo y se lo volvió a meter en la
boca.

Era como si me la estuviera chupando.

―Joder Silvia, mmmmm, me estás poniendo a mil...

Me eché hacia atrás apoyando la espada en el asiento y apuntando con


la polla hacia arriba, Silvia tan solo me la sujetaba y había dejado de
pajearme hacía un par de minutos, estaba demasiado concentrada en
disfrutar con mis dedos en su coño y me miraba con cara de guarra mientras
simulaba lamerme la polla.

Otra vez me giré hacia atrás, el viejo mirón no se había movido de su


posición y volvimos a cruzar la mirada.
―¡Chúpamela Silvia, chúpamela por favor!, hace mucho que no me lo
haces...
―No pienso hacer eso Santi, y menos con ese tío ahí detrás...
―Vamos Silvia, cómeme la polla, hace muchos años que ya no me lo
haces, por favor, cuando éramos jóvenes me lo hacías siempre en el cine y
ahora, ¿por qué no?, ya ni en casa, ni en ningún sitio...ya no me la chupas...
―No te pongas pesado Santi, anda córrete ―dijo comenzando a
pajearme otra vez.

Aquello estaba a punto de terminar, entonces el viejo mirón se levantó,


yo me giré y le seguí con la mirada, bajó las escaleras hasta que se quedó a
nuestra altura. Dudó que hacer. Luego se sentó en nuestra misma fila,
apenas había cuatro asientos de separación entre él y mi mujer. Estaba
sentado a su espalda.

―¡Ha bajado! ―le dije a mi mujer.


―¡Venga, termina ya, o nos vamos! ―dijo Silvia incrementando el
ritmo de su paja.

Alcé la vista por encima de mi mujer para fijarme en lo que estaba


haciendo el viejo, Silvia se dio cuenta de que estaba pendiente de él.

―¡Deja de mirarle y termina!

Mi mujer estaba sentada de medio lado, dándole la espalda al mirón, yo


seguía con la mano metida bajo su falda y volví a masturbarla con rapidez,
follándomela con los dedos, no me quedaba nada para correrme y ya me
daba todo igual. Estaba en ese punto, cuando estás tan cachondo que haces
cualquier cosa.

Silvia me sujetó el brazo, para que no lo sacara de debajo de su falta y


me dejó hacer, ella también se iba a correr, nos quedamos mirando a los
ojos, pajeándonos fijamente a punto de llegar al orgasmo. Acaricié sus tetas
y luego me acerqué a ella para apartar su camisa, desnudarle un hombro y
morderla unos segundos.
Sinceramente, estábamos tan concentrados en llegar al orgasmo que ya
no nos importaba que estuviera ese mirón allí a tres metros de nosotros.
Entonces, no me lo esperaba, pero el viejo se levantó otra vez y se acercó,
se escuchó perfectamente el ruido de la butaca bajar, antes de que él se
volviera a sentar.

Ahora solo había una butaca de separación entre Silvia y el viejo mirón.

El corazón se me puso a mil pulsaciones, podía verle a tan solo un


metro y medio de mí. Era muy morboso y excitante estar metiendo mano a
mi mujer delante de aquel mirón, que se inclinó hacia delante mirando
como Silvia me pajeaba.

―¡Está detrás de ti! ―le jadeé a mi mujer al oído.

Pensé que se iba a asustar o algo parecido, sin embargo su respuesta


estuvo a punto de hacerme explotar.

―Lo sé...ufffffff Santi, estoy....joder...ahhhhhhhhhhhh...sigueeeee....

Lo siguiente que escuchamos fue la hebilla de su cinturón y luego el


ruido de los botones desabrochándose de un solo tirón. No podía creérmelo.
Me parecía hasta surrealista. Aquel pervertido iba a sacarse la polla.

¿De verdad iba a ser tan descarado de hacerse una paja delante de
nosotros?

Le pude ver bien, era un tío mayor, de unos 60 años, llevaba una camisa
a cuadros, parecía un hombre de campo, tenía las manos fuertes, grandes y
curtidas, con unos dedos anchos, complexión media, algo de barriga y un
frondoso pelo de calor canoso.

Sin pensárselo dos veces se sacó la polla a la espalda de mi mujer y


comenzó a meneársela. Joder, el viejo mirón tenía una verga increíble, era
exageradamente grande y ancha y además tenía pinta de estar muy dura. Era
como si tuviera vida propia, le palpitaba y se le marcaban las putas venas
por todo el tronco. Se la sujetó con sus rudas manos y se pegó un par de
sacudidas mirándome a los ojos.

Me quedé turbado ante aquella escena, por unos segundos incluso me


olvidé de que estaba pajeando a mi mujer y volví a mirar sus pechos, ahora
parcialmente ocultos por su camisa.

―¡Se la ha sacado el muy cabrón!

Silvia no quiso mirar hacia atrás y comenzó a mover las caderas al ritmo
al que mis dedos la follaban. Yo sabía perfectamente cuándo ella estaba a
punto de llegar al orgasmo. Entonces el mirón se levantó y se sentó en la
butaca que estaba al lado mi mujer.

Todo fue demasiado deprisa y yo no supe reaccionar cuando vi las


manos del viejo tocando el hombro desnudo de mi mujer. Silvia a punto de
correrse se giró.

―¡No me toques, joder!, ¡¡¿pero qué haces?!! ―dijo apartando la mano


del mirón.

Luego cerró los ojos dejando que yo la siguiera masturbando y aceleró


el ritmo de mi paja. La imagen de aquel viejo tocando a mi mujer fue
demasiado para mí, normalmente le hubiera dicho algo por haber molestado
a Silvia, pero a punto de correrme me pareció muy morboso.

Y el mirón no se iba a estar quieto, volvió a pasar las manos hacia


delante, solo que esta vez las puso sobre las tetazas de Silvia, que protestó
cuando sintió que el viejo la estaba sobando con todo el descaro del mundo.

―¡Quita, joder, aparta! ―dijo mi mujer intentando zafarse de su


abrazo.

Silvia se echó hacia atrás soltándome la polla, la mano que yo tenía bajo
su falda se me salió y dejé de acariciar su coño, el viejo había arruinado el
orgasmo de mi mujer y ahora forcejeaba levemente con él.
―¡Para, joder!, estate quieto, ¿y tú no vas a decirle nada? ―me dijo
Silvia sorprendida cuando vio como yo mismo me agarraba la polla.

A punto de correrme, empecé a pajearme observando al viejo mirón


sobar las tetazas de mi mujer con sus gruesas y fuertes manos. Le apretaba
los pechos con dureza, clavando los dedos tan fuerte que parecía que se los
iba a hacer explotar. Aunque Silvia forcejeaba con él se le escapó una
muesca de placer instantánea en su cara cerrando los ojos y abriendo la
boca.

Y el que exploté fue yo, corriéndome sobre mí estómago viendo como


aquel desconocido sobaba a la fuerza a mi mujer, que seguía tratándose de
librar de él.

―¡Y encima te corres! ―protestó Silvia muy enfadada.

Ese momento de desconcierto de mi mujer ante lo que estaba pasando


fue aprovechado por el viejo mirón que se abalanzó sobre Silvia besando su
cuello y volviendo a sobar sus tetas, esta vez subiéndolas y bajándolas,
como si estuviera comprobando lo pesadas que eran.

Una vez que me había corrido intenté reaccionar y ya no me gustó ver


como el viejo forzaba a mi mujer, había apartado un poco su camisa para
besuquearle por el hombro y seguía amasando sus pechos. Silvia se movía
intentando escapar de sus garras, pero aquel viejo mirón estaba muy fuerte
y mi mujer apenas se podía mover.

Estiré el brazo para ayudar a Silvia, agarré la mano del viejo y tiré para
que la dejara en paz, pero él seguía insistiendo. Iba a ponerme de pie de
para encararme definitivamente con el mirón, pero entonces Silvia me
apartó la mano. Me quedé sorprendido y paralizado otra vez, era como si mi
mujer no quería que interviniese.

Me quedé mirándola y ahora su cara era una mezcla de placer y miedo,


no me lo podía creer, no era posible.
¡Estaba empezando a gustarle que aquel viejo la estuviera sobando
delante de mí!

Volví a agarrar las manos del viejo, pero Silvia me apartó otra vez.

―¡Ahora te estás quieto!, ¿esto es lo que querías, no? ―me dijo


enfadada.

Entonces nos quedamos mirando fijamente, de repente Silvia dejó de


forcejear y el viejo mirón siguió sobándole las tetas con ganas, con fuerza.
Apretándoselas duro. Haciendo que se bambolearan delante de mi cara.

―En cuanto te vi fuera sabía que necesitabas un hombre de verdad


―gruñó el viejo antes de poner su boca sobre el cuello de Silvia.

O sea que el mirón nos había estado siguiendo antes de entrar al cine y
ya se había fijado en Silvia, que por cierto empezó a gemir antes las caricias
que le estaban dando. Yo seguía mirando aquellas manos tan fuertes que no
paraban de tocar las tetas de mi mujer. Silvia abrió la boca buscando poder
respirar y echó la cabeza hacia atrás dejando que el viejo siguiera babeando
su cuello y el hombro.

En ese momento crucé la mirada con el viejo mirón que me sonrió con
superioridad, me imaginé las pintas que debía tener con la polla flácida y la
corrida encima de mi ropa. Seguro de sí mismo le cogió la mano a mi mujer
y se la puso en la polla.

Me dio vergüenza hacerlo, pero aquello tenía que verlo bien, me incliné
hacia delante viendo como Silvia se agarraba a aquella verga dura y
palpitante, las venas del tronco se le marcaban como si fuera a reventar y
aquella visión hizo que se me volviera a poner dura.

Apenas aguanté unos segundos viendo esa escena, luego me dejé caer
otra vez en el asiento observando al viejo que seguía jugando con los
pechos de mi mujer.

―¡Menuda hembra, vaya tetazas tienes! ―dijo con una voz socarrona.
Silvia llevaba un par de minutos en los que había dejado de forcejear,
entonces el viejo tiró de su minifalda hacia arriba y se sorprendió al ver que
no llevaba ropa interior. Agachó la vista mirando su culo y no tardó en bajar
una mano para comprobar el tacto y la dureza de las nalgas de mi mujer.

―¡Encima vienes sin braguitas!, ¿te gusta esto, verdad?

El viejo mirón quiso asegurarse que mi mujer no iba a volver a intentar


escaparse y con un brazo rodeó su estómago justo por debajo de los pechos,
luego bajó la otra mano pasándola hacia delante hasta que llegó al pubis de
Silvia.

―¡Mmmmmm, me encanta cuando lo lleváis tan depilado!

No tardó en empezar a acariciar el coño de mi mujer que se agarró a su


brazo, sorprendentemente Silvia gimió más alto y se abrió un poco de
piernas facilitando que el viejo pudiera alcanzar con más facilidad su
objetivo.

El mirón hizo como una especie de gancho, metiendo un poco los dedos
corazón y anular en el coño de mi mujer, luego movió el brazo tirando hacia
arriba y hacia abajo a toda velocidad, e increíblemente aquello empezó a
chapotear.

Abrí los ojos como platos cuando Silvia se puso a gemir en alto, miré
alrededor y una pareja se había girado para ver de dónde venían esos
gemidos. El viejo también se dio cuenta y antes de que nos pudieran llamar
la atención le tapó la boca a mi mujer.

―¡Cállate rubia, no chilles que nos van a echar!

Sin embargo siguió masturbando a mi mujer, le acariciaba por encima


del coño y luego le metía un par de dedos, cuando se los sacaba le daba
golpecitos con toda la mano, como si le diera azotes y otra vez volvía a
meter los dos dedos, no tuvo ni que incrementar la velocidad de sus
caricias, en apenas un minuto la cadera de Silvia se tensó hacia delante y el
cuerpo de mi mujer comenzó a temblar en unos movimientos espasmódicos
que incluso me llegaron a asustar.

Jamás en mi vida le había visto correrse así a mi mujer.

En todo el proceso, el viejo no la dejó apenas respirar y le siguió


tapando la boca hasta que Silvia pareció estar más relajada. Entonces se
dejó caer un poco en el asiento, seguía de medio lado, mirando hacia mí y
pude ver como la mano de mi mujer seguía aferrada a la polla del viejo. No
solo eso.

¡Se la estaba meneando muy despacio!

Ni me acordaba de que Silvia tenía la mano en la polla del mirón, y


ahora le pajeaba lentamente, disfrutando de la sensación de tener aquel
trozo caliente y palpitante entre sus dedos. Una polla mucho más grande
que la mía y que desde mi posición tenía pinta de estar dura como una
piedra.

Yo quería que ya se terminara la aventura con el viejo mirón,


posiblemente Silvia iba a meneársela hasta hacer que se corriera. Era mi
castigo por haber dejado que el mirón la metiera mano delante de mí y por
haberme corrido mirando cómo lo hacía.

Sin embargo el viejo tenía otras intenciones.

―¡Dale más rápido, mmmmmm, qué mano tienes! ―dijo cogiendo por
el brazo a mi mujer y haciendo que acelerara el ritmo al que le pajeaba.

Silvia me miró, seguía de espaldas al mirón, ni tan siquiera le había


visto la cara, y aún así se había corrido dejando que un desconocido jugara
con su coño. Estaba tranquila, pero vi en sus ojos que seguía encendida,
caliente, con ganas de más. Tenía la camisa entreabierta y una mano del
viejo seguía manoseando sus pechos, la minifalda vaquera se le había
subido y le enseñaba los glúteos sin ningún pudor y además cada vez le
pajeaba más rápido, cerrando la mano fuerte sobre aquella enorme polla que
parecía que iba a reventar.
Entonces el viejo mirón levantó el reposa brazos que le separaba de mi
mujer y se puso de medio lado detrás de ella. Pensé que querría estar más
cómodo a punto de llegar al orgasmo, pero lo que hizo fue poner su verga
entre las piernas de Silvia que gimió cuando sintió aquel trozo caliente de
carne rozar sus labios vaginales.

―¡No te muevas rubia, te voy a follar! ―dijo lo suficientemente alto


para que yo pudiera escucharlo.

Silvia me miró de nuevo, estaba asustada, expectante, ansiosa, se


mordió los labios esperando que yo detuviera aquella locura, cuando vio
que mi polla se había vuelto a poner dura. Entonces comprendió que
aquello me estaba gustando mucho, lo mismo que a ella y sin soltar la polla
del desconocido le pegó varias sacudidas rápidas y echó el culo hacia atrás
intentando acoplarse a él. Giró un poco el cuello sin llegar a verle la cara y
le susurró.

―¡Métemela!

El viejo mirón sonrió, luego con calma se bajó un poco los pantalones y
se subió la camisa enseñándome su peluda barriga, se escupió en la mano y
se agarró la polla guiándola hacia el coño de Silvia.

―¡Ahora vas a saber lo que es un polvo de verdad, zorra!

A pesar del insulto, mi mujer le siguió ofreciendo su generoso trasero


que el viejo no paraba de mirar y de sobar con ansia. Parecía que el que le
hubiera llamado zorra le había excitado más, entonces mi mujer gimió en
alto apartando un poco el culo.

―¡Con cuidado, despacio! ―dijo Silvia poniendo una mano sobre el


muslo del viejo.

Pensé que era imposible que el viejo mirón pudiera meter aquella polla
tan gorda en la postura que tenían, los dos estaban medio recostados y era
muy difícil hacerlo así. De repente Silvia cerró los ojos y con toda la
facilidad del mundo la verga del viejo se fue abriendo paso lentamente en
su interior. Silvia nunca había tenido una polla así de grande dentro de ella.
A decir verdad era la segunda polla que se la follaba, después de la mía.

―¡Ahhhhh, despacio, despacio! ―volvió a gemir.

El viejo mirón le tapó la boca con la mano y soltó una embestida fuerte
y seca, haciendo que en el culo de mi mujer sonara un PLOP muy
característico. Luego le cogió por la cintura y pasó la otra mano hacia
delante manoseando sus tetazas cuando se la empezó a follar.

Lo hacía de manera muy peculiar, con embestidas secas, duras y


espaciadas aproximadamente unos dos segundos entre sí.

Silvia cerró los ojos y abrió la boca buscando aire, la mano del viejo
tapando su boca ahogaba los gemidos que hubieran provocado un pequeño
escándalo en la sala del cine. El mirón seguía follándose a mi mujer a su
ritmo, cada dos segundos una embestida y ella cada vez sacaba el culo más
hacia atrás buscando encontrarse con la polla del viejo que se vio con la
suficiente confianza de girar el cuello de mi mujer para intentar morrearse
con ella, pero Silvia le apartó la cara rechazándole y volvió a mirar hacia
delante.

Entonces el mirón comenzó a acelerar, no mucho, pero lo suficiente


para que Silvia se abandonara al placer que estaba recibiendo, las
acometidas del viejo se hicieron más frecuentes, primero cada segundo y
medio, luego un segundo entre cada embestida. Silvia gritó, apenas podía
respirar y el viejo tiró con fuerza del sujetador hacia abajo haciendo que se
le saliera un pecho, para luego pellizcarle el pezón que había asomado.

―¡¡Ahhhhhgggggg!!
―¡¡No grites puta, que nos van a echar!!

Pero Silvia se estaba corriendo por segunda vez moviendo el culo en


círculos, acoplándose al ritmo al que se la estaban follando. Entonces el
viejo comenzó a gruñir como un cerdo.

―Ohhhhhhh ohhhhhhhhhhhh...
Silvia todavía jadeando giró el cuello y le dijo.

―No te corras dentro...

El viejo me miró sonriendo con su enorme polla dentro de mi mujer, y


con toda la tranquilidad del mundo siguió acariciando sus tetazas hasta que
detuvo sus movimientos de cadera. Estaba a punto de llegar al orgasmo.

―Si no quieres que me corra, tendrás que chupármela...

Entonces el que sonrió fui yo, el viejo mirón la había cagado, pero bien,
mi mujer no iba a pasar por eso. Era el final de aquella aventura, Silvia
hacía años que no me chupaba la polla, desde antes de que naciera nuestra
primera hija, ahora me decía que ya no le gustaba hacer esas cosas.

El viejo mirón sacó la polla de dentro de mi mujer, se le veía confiado, y


se apoyó en el respaldo de su butaca esperando que Silvia hiciera lo que le
había pedido. Mi mujer se colocó el sujetador volviendo a meter sus tetazas
dentro, pero no se molestó en colocarse la falda. Luego me miró con cara de
culpabilidad y sin decir nada se giró. No podía creérmelo cuando se agachó
sobre el regazo del viejo y se metió su enorme polla en la boca.

¡Mi mujer se la estaba mamando a ese desconocido!

El viejo la sujetó por el pelo y bajó una mano para volver a comprobar
el tamaño y peso de sus enormes tetas. Yo desde mi asiento veía el culo
desnudo de mi mujer. Estaba tan excitado que ni me lo pensé cuando vi su
coño abierto, y me acerqué a ella e intenté metérsela, pero ella me apartó
con la mano.

Tan solo me quedaba pajearme viendo cómo se la chupaba al mirón, que


sonrió al ver cómo me masturbaba mientras Silvia luchaba por intentar
meterse su pollón en la boca. Con la mano sujetando su pelo la guiaba a la
velocidad que le gustaba que lo hiciera y mi mujer sumisa le estaba
brindando una mamada lenta, disfrutando de su polla, una felación como no
me había hecho a mí en la vida.
Los besos y los muerdos por su polla retumbaban por toda la sala de
cine, luego le pasaba la lengua de arriba a abajo, saboreando aquel tronco
tan duro y lleno de venas, y cuando llegaba al capullo hacía círculos sobre
él y se la volvía a meter en la boca. Entonces me sorprendió cuando vi
como la mano de Silvia apareció entre sus labios vaginales. ¡Se estaba
masturbando a la vez que se la chupaba!

El viejo mirón gruñó otra vez como antes, era la señal inequívoca de
que se iba a correr.

―Ohhhhhhhhggggg, ¡joder, la chupas increíble rubia!

Le sujetó fuerte el pelo y se aseguró de que yo lo viera bien. Con sus


enormes manazas se cogió la polla y comenzó a meneársela delante de su
cara mientras Silvia sacaba la lengua rozando su capullo.

―¡¡Me corro, tomaaaa, chupaaaa, ahhhhhhhh!! ―dijo metiendo la polla


en la boca de mi mujer a la vez que la agarraba por el pelo.

El primer disparo de su corrida fue directo a la garganta de Silvia, yo


también comencé a correrme, casi a la vez que él, entonces el viejo mirón
sacó la polla de la boca de mi mujer y los siguientes disparos de su corrida
fueron a parar a la boca y la cara de Silvia que ansiosa sacaba la lengua
recibiendo el caliente y espeso semen del mirón.

El cabrón no paraba de correrse, sujetaba con fuerza por el pelo a mi


mujer y le iba restregando la polla por sus dos mejillas, por la nariz, por la
boca, incluso le soltó un pequeño azote con su verga en la cara cuando
terminó.

―¡¡Uffffffffff, qué gustazo!!, ¡has estado increíble!

Todavía antes de incorporarse, Silvia seguía masturbándose ella misma


y le lamió un poco más la polla limpiando el semen que había quedado en
ella, así continuó hasta que llegó al orgasmo por tercera vez moviendo su
tremendo culo delante de mi cara.
―¡¡¡Ahhhgggg, me corro, me corro!!!

Sin duda alguna mi mujer estaba disfrutando como nunca de una verga
de semejante tamaño. Mientras se recuperaba del orgasmo se la siguió
chupando, aunque la polla del viejo había caído en tamaño y dureza. Antes
de incorporarse le pegó un sonoro beso en el capullo. Luego se levantó y se
giró.

Me miró con cara de puta. Tenía la camisa abierta, la falda levantada, el


pecho le latía con fuerza y su cara estaba llena de semen. Abrió la boca y un
pequeño hilo de lefa le cayó entre las dos tetazas. No supe ni qué decir.
Acabábamos de cumplir una de nuestras fantasías más ocultas.

El viejo mirón, con toda la tranquilidad del mundo, se fue subiendo los
pantalones y se abrochó el pantalón. Se levantó y nos dijo.

―Suelo estar por aquí los sábados por si queréis repetir otro día...

Luego se agachó para besar el hombro desnudo de mi mujer.

―Me ha encantado follarte rubia...

Y como vino se fue, dejándonos allí plantados. Todavía quedaban diez


minutos de película, que aprovechamos para limpiarnos un poco y salir
antes de que acabara, no queríamos que las otras personas que estaban en el
cine se fijaran en nosotros. Las otras tres parejas seguro que habían
escuchado los gemidos de mi mujer y nos fuimos antes de que se
encendieran las luces.

◆◆◆

Unos meses más tarde fuimos a pasar el día al centro comercial con
nuestros hijos. Casi por la noche, después de cenar en el Burguer con los
peques, y cuando ya nos íbamos para casa, pasamos por delante del cine. Y
entonces le vi. No había duda de que era él, estaba por la zona de las
taquillas, fijándose en las parejas que sacaban la entrada, seguramente
buscando unas nuevas víctimas con las que jugar. El viejo mirón salió justo
hacia fuera en el momento en el que pasábamos y nos vio. Se quedó
mirando cómo le botaban las tetas a mi mujer a cada paso que daba y su
culazo apretado en unos pantalones vaqueros muy ajustados. Luego me
miró a mí y sonrió. Estaba claro que nos había reconocido y se acordaba de
nosotros.

Silvia ni se dio cuenta de que ese era el tío que se la había follado meses
atrás en la oscuridad del cine. Yo creo que ni le llegó a ver la cara aquel día.

Seguimos andando y el viejo nos persiguió unos minutos, me giré y


tenía la mirada fija en los glúteos de mi mujer, estaría recordando cómo sus
huevos rebotaban contra el culo de Silvia mientras se la metía desde atrás.
Me puso nervioso que nos siguiera durante unos metros, ya que íbamos con
los peques, pero a la vez me dio un poco de morbo.

Cuando bajamos por la escalera, en dirección al parking el mirón ya se


quedó arriba y yo le miré por última vez antes de que él me saludara con la
mano.

Quién sabe si alguna vez volveríamos a encontrarnos con él...

También podría gustarte