El Miron Del Cine 1
El Miron Del Cine 1
El Miron Del Cine 1
DAVID LOVIA
A raíz del nacimiento de nuestra segunda hija, Silvia se veía cada vez
más gorda y necesitaba un cambio de estilo de vida, decía que le sobraban
unos quince kilos, es verdad que había engordado un poco, pero yo la veía
estupenda. En los últimos meses, gracias al gimnasio, ya había perdido seis
o siete kilos, pero ella seguía disciplinada en su entrenamiento.
A pesar de ser sábado, ella le había echado dos horitas a entrenar duro
por la tarde, y mientras tanto yo había dejado a nuestras hijas en casa de mis
padres. Aquella noche nos la íbamos a tomar de relax, desde que nació
nuestra segunda hija, hacía casi cuatro años, no habíamos tenido una noche
para nosotros solos, tampoco es que fuéramos a hacer nada especial, cenar
tranquilamente en un centro comercial y luego ver una película en el cine.
Pité con el claxon del coche cuando la vi salir del gimnasio y Silvia
vino rápido hacia el coche. Estaba estupenda a sus 36 años, rubia, 1,65, pelo
largo y mojado, brazos anchos, tetas muy grandes y generosas, un culo
potente con caderas anchas y unas piernas regordetas cada vez más
fibradas. Se había puesto una camisa blanca, mini falda vaquera y botas
marrones estilo cowboy. Lo que más me gustaba de su vestuario era como
se le transparentaba el sujetador negro debajo de la camisa.
Como había pensado, efectivamente había muy poca gente, pude contar
tres parejas, sumándonos a nosotros total éramos ocho. La sala de cine era
muy pequeña, dos columnas, con unas 15 filas a cada lado. Estábamos
espaciados, dos en cada columna y bastantes separados entre nosotros. Nos
sentamos a la izquierda, y en cuanto se apagaron las luces me pareció ver
que entraba otra pareja, aunque no les pude ver bien, por desgracia se
pusieron en la misma fila que nosotros, pero al otro lado, estábamos a unos
10-12 metros de distancia.
Solo tenía ojos para las piernas de Silvia, que había cruzado en una pose
muy erótica, con la excusa de compartir palomitas y beber Coca-Cola
estábamos pegados y yo le puse una mano sobre el muslo.
―¡Shhhhh, calla que nos van a oír!, anda vamos a ver la película...
―Lo que tú digas ―dije sin dejar de magrear sus tetas.
―¡No corras tanto! ―dijo Silvia palpándome la polla por encima del
pantalón y volviendo a echar una ojeada a los lados.
―¡Estás estupenda!
―Todavía tengo que bajar diez kilos más...
―¡Ni se te ocurra!, a mí me gusta que estés así y tener de donde
agarrar...
―¡No seas bobo!, sabes que estoy gorda...pero me encanta que digas
eso.
―¿Qué coño vas a estar gorda?, ¡¡pero si estás buenísima, joder!!
―Ya veo que te gusto, ya, la tienes bastante dura ―dijo sin dejar de
pajearme por encima del pantalón.
―¿Pero qué haces? ―me preguntó Silvia cuando se dio cuenta de mis
intenciones.
―¡Quiero verte las tetas!, desnudarte aquí...
―¡Estás tonto, aquí hay gente, pueden vernos!...
―Tranquila, nadie nos va a ver...
―¡Te voy a matar! ―dijo Silvia girándose un poco hacia mí.
―¿Qué haces?
―Nada, solo estoy mirando lo buena que está mi mujer...
Me incliné sobre ella y aparté la camisa fijándome otra vez en sus tetas.
Luego metí la mano bajo su falda y cuando alcancé su coño la penetré con
dos dedos. Silvia me agarró por el brazo.
―¡¡Ahhhh diossss!! ―gimió en alto mi mujer.
Silvia comenzó de nuevo a pajearme, esta vez más deprisa, quería que
me corriera y que todo terminara, sin embargo a mí me daba mucho morbo
que el viejo mirón estuviera tan cerca de nosotros pendiente de nuestros
juegos. Pero no quería disfrutar yo solo, quería que Silvia también se lo
pasara bien, y estaba convencido de que allí, en la sala oscura de cine, con
la camisa abierta, sin braguitas y con mi polla en la mano ella también
estaba muy cachonda.
―¡Santi, estate quieto, no quiero hacer nada con ese tío aquí!
Ahora solo había una butaca de separación entre Silvia y el viejo mirón.
¿De verdad iba a ser tan descarado de hacerse una paja delante de
nosotros?
Le pude ver bien, era un tío mayor, de unos 60 años, llevaba una camisa
a cuadros, parecía un hombre de campo, tenía las manos fuertes, grandes y
curtidas, con unos dedos anchos, complexión media, algo de barriga y un
frondoso pelo de calor canoso.
Silvia no quiso mirar hacia atrás y comenzó a mover las caderas al ritmo
al que mis dedos la follaban. Yo sabía perfectamente cuándo ella estaba a
punto de llegar al orgasmo. Entonces el mirón se levantó y se sentó en la
butaca que estaba al lado mi mujer.
Silvia se echó hacia atrás soltándome la polla, la mano que yo tenía bajo
su falda se me salió y dejé de acariciar su coño, el viejo había arruinado el
orgasmo de mi mujer y ahora forcejeaba levemente con él.
―¡Para, joder!, estate quieto, ¿y tú no vas a decirle nada? ―me dijo
Silvia sorprendida cuando vio como yo mismo me agarraba la polla.
Estiré el brazo para ayudar a Silvia, agarré la mano del viejo y tiré para
que la dejara en paz, pero él seguía insistiendo. Iba a ponerme de pie de
para encararme definitivamente con el mirón, pero entonces Silvia me
apartó la mano. Me quedé sorprendido y paralizado otra vez, era como si mi
mujer no quería que interviniese.
Volví a agarrar las manos del viejo, pero Silvia me apartó otra vez.
O sea que el mirón nos había estado siguiendo antes de entrar al cine y
ya se había fijado en Silvia, que por cierto empezó a gemir antes las caricias
que le estaban dando. Yo seguía mirando aquellas manos tan fuertes que no
paraban de tocar las tetas de mi mujer. Silvia abrió la boca buscando poder
respirar y echó la cabeza hacia atrás dejando que el viejo siguiera babeando
su cuello y el hombro.
En ese momento crucé la mirada con el viejo mirón que me sonrió con
superioridad, me imaginé las pintas que debía tener con la polla flácida y la
corrida encima de mi ropa. Seguro de sí mismo le cogió la mano a mi mujer
y se la puso en la polla.
Me dio vergüenza hacerlo, pero aquello tenía que verlo bien, me incliné
hacia delante viendo como Silvia se agarraba a aquella verga dura y
palpitante, las venas del tronco se le marcaban como si fuera a reventar y
aquella visión hizo que se me volviera a poner dura.
Apenas aguanté unos segundos viendo esa escena, luego me dejé caer
otra vez en el asiento observando al viejo que seguía jugando con los
pechos de mi mujer.
―¡Menuda hembra, vaya tetazas tienes! ―dijo con una voz socarrona.
Silvia llevaba un par de minutos en los que había dejado de forcejear,
entonces el viejo tiró de su minifalda hacia arriba y se sorprendió al ver que
no llevaba ropa interior. Agachó la vista mirando su culo y no tardó en bajar
una mano para comprobar el tacto y la dureza de las nalgas de mi mujer.
El mirón hizo como una especie de gancho, metiendo un poco los dedos
corazón y anular en el coño de mi mujer, luego movió el brazo tirando hacia
arriba y hacia abajo a toda velocidad, e increíblemente aquello empezó a
chapotear.
Abrí los ojos como platos cuando Silvia se puso a gemir en alto, miré
alrededor y una pareja se había girado para ver de dónde venían esos
gemidos. El viejo también se dio cuenta y antes de que nos pudieran llamar
la atención le tapó la boca a mi mujer.
―¡Dale más rápido, mmmmmm, qué mano tienes! ―dijo cogiendo por
el brazo a mi mujer y haciendo que acelerara el ritmo al que le pajeaba.
―¡Métemela!
El viejo mirón sonrió, luego con calma se bajó un poco los pantalones y
se subió la camisa enseñándome su peluda barriga, se escupió en la mano y
se agarró la polla guiándola hacia el coño de Silvia.
Pensé que era imposible que el viejo mirón pudiera meter aquella polla
tan gorda en la postura que tenían, los dos estaban medio recostados y era
muy difícil hacerlo así. De repente Silvia cerró los ojos y con toda la
facilidad del mundo la verga del viejo se fue abriendo paso lentamente en
su interior. Silvia nunca había tenido una polla así de grande dentro de ella.
A decir verdad era la segunda polla que se la follaba, después de la mía.
El viejo mirón le tapó la boca con la mano y soltó una embestida fuerte
y seca, haciendo que en el culo de mi mujer sonara un PLOP muy
característico. Luego le cogió por la cintura y pasó la otra mano hacia
delante manoseando sus tetazas cuando se la empezó a follar.
Silvia cerró los ojos y abrió la boca buscando aire, la mano del viejo
tapando su boca ahogaba los gemidos que hubieran provocado un pequeño
escándalo en la sala del cine. El mirón seguía follándose a mi mujer a su
ritmo, cada dos segundos una embestida y ella cada vez sacaba el culo más
hacia atrás buscando encontrarse con la polla del viejo que se vio con la
suficiente confianza de girar el cuello de mi mujer para intentar morrearse
con ella, pero Silvia le apartó la cara rechazándole y volvió a mirar hacia
delante.
―¡¡Ahhhhhgggggg!!
―¡¡No grites puta, que nos van a echar!!
―Ohhhhhhh ohhhhhhhhhhhh...
Silvia todavía jadeando giró el cuello y le dijo.
Entonces el que sonrió fui yo, el viejo mirón la había cagado, pero bien,
mi mujer no iba a pasar por eso. Era el final de aquella aventura, Silvia
hacía años que no me chupaba la polla, desde antes de que naciera nuestra
primera hija, ahora me decía que ya no le gustaba hacer esas cosas.
El viejo la sujetó por el pelo y bajó una mano para volver a comprobar
el tamaño y peso de sus enormes tetas. Yo desde mi asiento veía el culo
desnudo de mi mujer. Estaba tan excitado que ni me lo pensé cuando vi su
coño abierto, y me acerqué a ella e intenté metérsela, pero ella me apartó
con la mano.
El viejo mirón gruñó otra vez como antes, era la señal inequívoca de
que se iba a correr.
Sin duda alguna mi mujer estaba disfrutando como nunca de una verga
de semejante tamaño. Mientras se recuperaba del orgasmo se la siguió
chupando, aunque la polla del viejo había caído en tamaño y dureza. Antes
de incorporarse le pegó un sonoro beso en el capullo. Luego se levantó y se
giró.
El viejo mirón, con toda la tranquilidad del mundo, se fue subiendo los
pantalones y se abrochó el pantalón. Se levantó y nos dijo.
―Suelo estar por aquí los sábados por si queréis repetir otro día...
◆◆◆
Unos meses más tarde fuimos a pasar el día al centro comercial con
nuestros hijos. Casi por la noche, después de cenar en el Burguer con los
peques, y cuando ya nos íbamos para casa, pasamos por delante del cine. Y
entonces le vi. No había duda de que era él, estaba por la zona de las
taquillas, fijándose en las parejas que sacaban la entrada, seguramente
buscando unas nuevas víctimas con las que jugar. El viejo mirón salió justo
hacia fuera en el momento en el que pasábamos y nos vio. Se quedó
mirando cómo le botaban las tetas a mi mujer a cada paso que daba y su
culazo apretado en unos pantalones vaqueros muy ajustados. Luego me
miró a mí y sonrió. Estaba claro que nos había reconocido y se acordaba de
nosotros.
Silvia ni se dio cuenta de que ese era el tío que se la había follado meses
atrás en la oscuridad del cine. Yo creo que ni le llegó a ver la cara aquel día.