José María Vargas Vila - Verba Gloria
José María Vargas Vila - Verba Gloria
José María Vargas Vila - Verba Gloria
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VERBA GLORIA
JOSÉ MARÍA VARGAS VILA
VERBA GLORIA
Las fiestas del III centenario del Quijote, llegaban a su fin;
el cansancio ganaba todos los espíritus;
el fracaso ruidoso, de aquel certamen de admiraciones,
y el abuso estruendoso y cruel, de todas las formas de la
Oratoria, más o menos exóticas, habían predispuesto los
ánimos, contra el uso de la palabra hablada;
la tribuna, se hacía tediosa;
una semana de festejos, cuasi todos orales y didácticos,
habían agotado el tema y la paciencia, en los cerebros y en las
almas de los cervantistas, aun los más apasionados;
de Menéndez Pelayo, en la Academia, a Navarro ledesma
en el Ateneo, el ciclo de la Oratoria apoteósica, había sido recorrido, y
parecía ya definitivamente cerrado;
la fuente de la erudición, se había agotado, después de correr casi
siempre sin ventura, por entre los guijarros de todas las mentes clásicas, más
o menos rudamente infecundas.
Yo, que había visto todo esto, me había mantenido -a pesar de tener
la representación oficial de un país amigo- voluntaria y sistemáticamente
apartado de ese turbión oratorio, que asumía, el formidable clamor de una
avalancha;
pero, a la postre, la victoria de mi Silencio fue efímera;
no puede escapar del contagio de la hora;
DESIGNADO para hablar en el Paraninfo de la Universidad Central
de Madrid, en la fiesta Oficial de la Clausura del Centenario, no pude
excusarme, no debía hacerlo;
y, accedí a decir en ella, unas palabras;
aquellos que me habían oído en el Ateneo de Madrid, deseaban con
inmenso empeño, volver a oírme;
y, aquellos que, no me habían oído nunca, atraídos por el eco de aquel
discurso, deseaban escucharme;
sin tiempo, ni voluntad, para hacer una verdadera pieza oratoria;
sin pasión por la clásica leyenda, que no decía nada a mi alma roja de
combatiente rudo;
sin entusiasmo por esas glorias orales, que no son beneficiosas a la
Libertad, ni dejan otra huella, que el eco fugitivo de un aplauso, fui allí, sin
emoción, sin devoción, al frío cumplimiento de un deber cuasi ornamental,
dispuesto a decir cuatro frases, que por su brevedad, evitaran el ridículo que
ya empezaba a caer sobre los discursos aparatosos, dichos ante un público
bostezaste, enervado, ante esta verbosidad, enorme como montañas;
y, no pensé, sino en decir algo que fuera como la nota artística y nueva,
en la avalancha de dicción antigua y amodorraste, que los cultivadores de
la vieja Oratoria, trajinaban en las vetustas ánforas de la elocuencia
española, bella aún, en su caducidad.
El espectáculo, era imponente;
presidía, el ministro de Estado, en representación del rey;
el cuerpo diplomático, en pleno.
Ministros y ex-ministros de la Corona; los presidentes del Parlamento;
senadores, diputados, generales, académicos, escritores, artistas, periodistas ...
y, un elegante cortejo de damas;
Señor ministro:
Señoras:
Señores:
Ya que se me ha designado, para decir en esta fiesta unas palabras, vengo
a decirlas;
no haré un discurso;
el tiempo y la materia, están ya agotados;
en una fiesta, hispanoamericana, se imponen, por lógico, que los que
americanos somos, vengamos aquí a hacer constar, cómo el corazón de América, bate unísono, con el corazón de España,
en esta apoteosis, del Genio Nacional;
nuestra presencia aquí, lo corrobora; nuestras palabras, vienen a afirmarlo; la América, ama a Cervantes;
su asombrosa y épica creación, es familiar;
el Caballero de la Triste Figura, ha prolongado su viaje, más allá, mucho más allá, de las llanuras polvorientas de
la Mancha;
don Quijote, ha viajado por América: viaja aún allí;
todos lo hemos visto, lanza en mano, adarga al brazo, caballero en su
rocín, recorrer el silencio de nuestras selvas, mirarse melancólico, en el
cristal de nuestros ríos, y ascender nuestras cuestas agrietadas, para perfilar
desde las cimas, su silueta angulosa, sobre los grandes valles pensativos;
su locura, nos ha encantado y nos ha contagiado a todos;
y, todos, hemos saludado con respeto, esa alta y noble figura, idealizada
de heroísmo y castidad;
su grandiosa y conmovedora epopeya, es todo el doloroso poema de la
Vida Humana;
esa divina tragicomedia, es la verdadera Divina Comedia de la Vida;
y, porque Cervantes, no escribió un libro, sino el libro;
porque no pintó el alma española, sino el alma humana;
porque no retrató a un hombre, sino al Hombre; porque no contó una
vida, sino cantó la Vida; por eso, aquella Biblia del Dolor Heroico, es universal;
todos la leemos y la amamos;
y, en América, pueblos de idealidad y quijotismos donde vivimos
en eterna vela de nuestras armas, y en el culto perpetuo de la guerra, amamos
a don Quijote, porque es para nuestras almas bélicas, la más genuina
representación del heroísmo;
pero, del heroísmo auténtico;
de ese heroísmo desequilibrado y visionario, que lleva sobre el casco,
amellado por todas las derrotas, un divino rayo de Ideal;
la heroicidad que razona, es la vanidad que obra; sólo, en el seno ¡lúcido
de la divina demencia, es que el hombre adquiere la talla portentosa de los
héroes, o la silueta enorme de los mártires;
todo gesto heroico, es extrahumano; todo Sacrificio, es la demencia;
la Locura, es una vía láctea, cuajada de soles; el Zodíaco de la Inmortalidad,
está hecho de dementes;
ellos alumbran, como un sol compasivo, el rebaño inacabable de los
hombres normales; y, se vengan dejándoles la Razón; y, ellos, se llevan el Genio;
los espíritus equilibrados, ni sienten, ni comprenden, la divina Neurosis;
la odian;
su insulto al Genio, tiene eso de inocente; que es inconsciente;
la primera condición del Genio es no ser comprendido; la segunda, es
ser insultado;
la popularidad, es, el dote y el distintivo de la mediocridad;
los genios, no son populares; son orgánicamente antipáticos a la
muchedumbre;
el Genio y la Multitud, son rivales;
los genios no van en tropel, como los cerdos, como las ovejas;
los genios, viven solos, van solos, como los leones, como las águilas;
el desierto, es su Apoteosis; la soledad, es su aureola;
la Gloria del Genio, es ser lapidado;
su castigo, sería, ser olvidado;
pero, el Destino, no castiga al Genio, sólo castiga a los pueblos que no
saben admirarlo;
el Genio, no es el Sentido común, es su antípoda; el Genio, es el
Visionario Anormal: es don Quijote;
el Sentido Común es la mentalidad equilibrada, la mediocridad razona-
dora y normal, el vientre que piensa; es Sancho Panza; el Alfa y el Omega
de la Intelectualidad; los dos polos inmóviles del espíritu humano;
el Sentido común, también escribe...
y, a veces mucho; siempre demasiado...
pero, sólo el Genio, hace obras: obras inmortales; nosotros en América, amamos el Genio: lo amamos y lo honramos;
amamos a Cervantes, el manco inmortal;
amamos a Don Quijote, el Loco inmortal;
pueblos de rebelión y de heroísmo, nosotros amamos a don Quijote,
porque representa a nuestros ojos, la más alta, la más noble, la más excelsa
de las virtudes humanas: la Santa Virtud del Entusiasmo;
fuera del Entusiasmo, la Vida es un marasmo;
desconfiad de los pueblos y de los hombres sin Entusiasmo; ellos son
pueblos y hombres sin grandeza;
allí donde el entusiasmo es condenado, tened por seguro, que el
heroísmo es burlado;
despreciad las almas y los pueblos, que ríen de los gestos heroicos; ellos
han perdido el respeto noble de la Gloria;
allí donde la burla tiene su imperio, es porque lo sublime, ha perdido lo suyo;
el pueblo, que llega a reír de las cosas heroicas, es un pueblo destinado
a desaparecer entre las risas de los otros;
¡tened piedad de la hora, en que la Risa impera!
allí donde la Risa reina, la Catástrofe germina;
los pueblos sin heroísmo, mueren riendo, con un rictus de risa triste en
los labios, como el de aquellos que mueren bajo la nieve;
he ahí, por qué yo bendigo la hora actual: esta hora, en que se glorifican
el Genio y la Locura.
¡España, ama aún la Idealidad España; ama aún los gestos heroicos!
esta Apoteosis del Quijote lo demuestra.
España, ama aún el Entusiasmo; España ama aún el Heroísmo; ¡Bendita
España! ...
el pueblo que glorifica el Entusiasmo, es aún capaz de sentirlo;
el pueblo que significa el Heroísmo, es aún capaz de imitarlo;
un pueblo que renuncia al Heroísmo, es un guerrero muerto bajo el
escudo, cuando no es un guerrero muerto bajo el azote;
cuando un pueblo, llega a creer que el Entusiasmo es demencia, y lo
proscribe, ese pueblo ha recobrado la Razón;
y, cuando Don Quijote recobra la Razón no le queda otro camino que
morir...