¿Porque Las Personas Hablan Tanto?

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¿POR QUÉ LAS PERSONAS HABLAN TANTO?

Vivimos en un mundo de sordos sin deficiencia auditiva.

Por Eliane Brum.

Una vez me pasé 10 días en un retiro de meditación Vipassana, al interior de


Río de Janeiro, para hacer un reportaje para ÉPOCA. Había muchas reglas. Una
de ellas era el silencio. Por diez días estaba prohibido hablar. También debíamos
evitar ver a los otros. El objetivo era silenciar la mente hasta que no hubiese ni
un ruido dentro de nosotros. Fue una experiencia fantástica, que me cambió para
siempre. Nunca antes estuve tan en mi. Y nunca después lo volví a estar.

El silencio es un progresivo buceo interno, en vez de alienarme al mundo, me


conectaron a él de un modo hasta entonces inédito para mi. Yo sentía cada
segundo, porque ellos demoraban en pasar. Percibía el viento y los matices de
los colores del cielo y de las hojas de los árboles en detalle. Veía, olía, oía y
tocaba el mundo cómo si fuese todo nuevo. Cada centímetro de tierra era capaz
de ocuparme por minutos. Sin palabras, la realidad me alcanzaba con más
fuerza. Finalmente yo no sólo comprendía, sino que vivía la poesía de Alberto
Caeiro: " Me siento nacer a cada momento para la eterna novedad del mundo".

Antes de que alguien se haga ideas: experimenté todo esto sin ninguna droga. Ni
una sola. No podíamos tomar alcohol, ni fumar, ni ingerir ningún medicamento, ni
siquiera aspirina. Mi droga era la lucidez. En aquellos diez días, me oí con más
claridad a mi misma. Y empecé a escuchar mejor el mundo en que vivía. Sentí
que finalmente estaba en el mundo. Yo era.

Al décimo día , volvimos a hablar. El retiro terminaría al día siguiente y


necesitábamos prepararnos para regresar a una realidad cotidiana de ruidos y
demandas excesivas. Recuerdo que yo no quería hablar. Me asusté cuándo todo
mundo comenzó a hablar al mismo tiempo. Percibí que la mayoría de lo que se
decía nunca debería haber sido dicho. Sobraba.

Una parte eran chismes que habían sido guardados por días. Y que podrían
haber sido omitidos por siempre. Percibí, principalmente, que después de diez
días de silencio muchas de nosotras no querían oír. Sólo hablar. Pocas eran
aquellas que realmente querían escuchar la experiencia de otra, la voz de la
otra. La mayoría sólo quería contar la suya. No habían sentido la falta de otras
voces, sólo la del sonido de la propia voz. Diez días de silencio no habían sido
suficientes para acabar con nuestra sordera a la voz ajena.

El reportaje fue publicado, con el título "El enemigo soy yo". Yo seguí,
guardando, en parte, lo que aprendí allá. Y he sentido la falta de aquellos diez
días de silencio, ahora que aumenta en niveles casi insoportables la polución
sonora dentro y fuera de mi.

Me parece que nunca escuchamos tan poco cómo ahora. Tal vez por eso nunca
fuimos tan solitarios. Cuándo doy conferencias sobre reportajes, los alumnos de
periodismo suelen preguntar qué es lo que deben hacer para convertirse en
buenos reporteros. Mi respuesta es siempre la misma: escuchen. Creo que más
importante que saber preguntar es saber escuchar la respuesta. No sólo para
ser un buen periodista, sino para ser una buena persona. Escuchar es más que
oír. Cómo reportera y cómo persona me esfuerzo en ser una buena "escucha".

Es la escucha la que nos conduce al mundo. Es la escucha la que nos conecta


al otro. Cuándo no escuchamos, nos tornamos solitarios, aún estando en medio
de una fiesta, hablando sin parar con un montón de gente. Nos condenamos no
a la soledad necesaria para elaborar la vida, sino a la soledad que devasta,
porque no hace conexión con nada. No escuchamos ni somos escuchados.
Somos planetas cerrados en si mismos. Sospecho que esta es una época de
tantos solitarios en gran parte por la dificultad de escuchar.

Basta observar. La personas no quieren escuchar, sólo quieren hablar. Después


de mucha observación, clasifiqué cinco tipos básicos de sordos.

Hay aquellos que sólo hablan y rápido. Entrelazan un asunto con otro. Me quedo
muy atenta para detectar cuándo es que respiran y no lo logro. Creo que
encontraron una manera de hablar sin respirar. Sin duda ganarían buen dinero si
entrasen en algún concurso de estar sin respirar debajo del agua. Ahí, por lo
menos, se quedarían quietos y en silencio por un momento.

Existen aquellos que hablan y hablan y, de repente, perciben que deberían


preguntarte alguna cosa, por educación. Y preguntan. Pero cuándo tú estás
abriendo la boca para responder, ellos ya se abrieron paso para explorar algún
aspecto sobre el único tema fascinante que conocen: Ellos mismos.
Hay aquellos que fingen oír lo que tú estás diciendo. Logras responder. Pero,
cuándo colocas el primer punto final, te das cuenta que no escucharon ni una
sola palabra. De inmediato, ellos retoman desde el punto dónde habían parado.
Y no hay ninguna conexión entre lo que tú acababas de decir y lo que ellos
comenzaron a hablar.

Existen aquellos que oyen lo que tú les dices, pero sólo para mostrarte en
seguida que ya habían pensado en eso, o que saben más que tú... qué es sólo
otra forma de no escuchar.

Hay incluso los que sólo oyen lo que estás diciendo para rápidamente
reaccionar. En cuanto tú hablas, ellos ya están hurgando en su cerebro en busca
de argumentos para demoler los tuyos y vencer en la discusión. Les gusta ganar.
Para ellos, cualquier conversación es un juego del que deben salir siempre
victoriosos. Y el otro, de preferencia, apabullado. Sólo conocen una verdad: la
suya. Y no aprenden nada, porque no creen que alguien esté a la altura de
enseñarles algo.

Y claro que hay un mix de varias especies de sordos. Y deben existir otras
modalidades que tú hayas detectado y yo no. El hecho es que vivimos en un
mundo de sordos sin deficiencia auditiva. Y una buena parte de ellos se queja de
soledad.

El nuestro es un mundo de habladores compulsivos. Compulsivos y


egocéntricos. No conozco estadísticas sobre esto, pero apostaría, por lo bajo,
que más de la mitad de las personas sólo hablan sobre si mismas. Su mundo se
torna, por lo tanto, muy restringido. Y plano. Por más fascinantes que podamos
ser, no es asunto suficiente para llenar una vida entera.

En un artículo óptimo, titulado "Escutatória", el escritor Rubem Alves dice:


"Siempre veo anunciados cursos de Oratoria. Nunca vi anunciado un curso de
Escucha. Todo mundo quiere aprender a hablar. Nadie quiere aprender a oír.
´Pensé en ofrecer un curso de Escucha, pero me parece que nadie se va a
matricular".

Cuándo no escuchamos el mundo de otro, no aprendemos nada. Sucede con el


jefe que no logra escuchar de verdad lo que su subordinado tiene que decir.
A priori él ya sabe -y sabe más-. Así cómo sucede con la mujer que no logra
escuchar a su compañero. O el amigo que no es capaz de escucharte. Y
viceversa.

Llegamos a estar muy solos en el acto de no escuchar. En "Revolutionary


Road" (Sam Mendes, 2008), traducido a la pantalla grande en Brasil como "Sólo
un sueño", la escena final es la síntesis de esta relación simbiótica entre la
sordera y la soledad. No es sordera causada por la pérdida de audición, sino por
esta otra de la que hablamos, que es más triste porque es elegida. Quién vio la
película, no la ha olvidado. ¿Quién no la ha visto, puede rentarla el DVD en
cualquier tienda. Esta escena final vale más que mil de palabras.

Siempre he reflexionado mucho acerca de por qué la gente habla tanto - y por
qué le es tan difícil escuchar. ¿Cuál es la amenaza contenida en el silencio?
¿Qué es lo que temen tanto escuchar si silencian su voz por un momento? ¿Por
qué necesitamos llenar nuestro mundo - incluyendo el interior - con tantos
ruidos?

Creo que cada uno de nosotros podríamos detenernos unos minutos y hacernos
las mismas preguntas.

Me doy cuenta también que existe una presión para que nos convirtamos en
habladores. Al hablar se supone que se tiene una ventaja en el mundo,
especialmente en el mundo del trabajo. Incluso si usted no dice nada nuevo,
incluso si repite lo que dijo su jefe con otras palabras. Pero hablar, cualquier
cosa, es marcar presencia, es un intento de garantizar que se es necesario. Y
estar quieto, en silencio, es visto cómo una invisible discapacidad. Como si
faltase algo, palabras. Pero, ¿será que las palabras están ahí, en una charla
desenfrenada? O más bien ¿será que el que habla está realmente presente en
ese discurso? Tengo mis dudas.

De cualquier forma que se piense, me parece que el silencio suena amenazador.


En parte por lo que él pueda decirnos acerca de nosotros. Llenamos nuestras
vidas con ruido, al igual que atiborramos nuestros días de tareas, por miedo al
vacío. Una agenda llena de tareas constituye otro tipo de ruido. Y el vacío es
también una forma de silencio.
Con rasgos de intolerancia, encuentro a los habladores compulsivos muy
aburridos y muy egocéntricos. Que las personas no escuchan - el silencio y al
otro - por prepotencia. Pero yo creo que es mucho más complicado que eso.

Hay dos libros muy interesantes que tratan sobre la escucha. "La Hermenéutica
del sujeto", de Michel Foucault (Martins Fontes), y "Cómo Escuchar" (Martins
Fontes), un libro pequeño y precioso de Plutarco. En ellos muestran que
escuchar es arriesgarse a lo nuevo, a lo desconocido. En el oído, más que en
cualquier otro sentido, el alma es pasiva en relación con el mundo exterior y
expuesta a todos los eventos que de ahí provengan y que puedan sorprenderla.
Al escuchar, nos arriesgamos a ser sorprendidos y conmovidos por lo que
oímos, mucho más cualquier objeto que nos pueda ser presentado por la visión y
el tacto.

Tiene mucho sentido. La gente no escucha porque escuchar es arriesgarse. Es


abrirse a la posibilidad del asombro. Es abrirse de par en par al mundo del otro -
y también hacia si mismo.

Escuchar es quizás la capacidad más fascinante del ser humano porque nos da
la posibilidad de conexión. No hay conocimiento o aprendizaje sin una escucha
real. Cerrarse a no escuchar es condenarse a la soledad, es cerrarle la puerta a
lo nuevo, a lo inesperado.

Escuchar es también un profundo acto de amor. En todas sus encarnaciones.


Amor de amigos, de padres e hijos, de amantes. En este mundo donde el sexo
es tan banal, como me dijo un amigo, escuchar el hombre o la mujer que amas
puede ser un acto muy erótico. Tal vez, y sí experimentamos?

Escuchar de verdad implica desnudarse de todos sus prejuicios, de sus


verdades de piedra, de sus tantas certezas, es ponerse en el lugar del otro. Sea
el hijo, el padre, el amigo, el amante. Incluso el jefe o el subordinado. ¿Qué es lo
que él realmente me está diciendo?

Observa algunas conversaciones entre parejas, familias. Cada uno está


paralizado en sus certezas, convencidos de su visión del mundo. No entiendo
por qué se asombran de que al final no se dé el encuentro, sólo más
desencuentro. Quien sólo tiene certezas no dialoga. No necesita. Las
conversaciones son para aquellos que dudan de sus certezas, para aquellos que
están realmente abiertos a escuchar - y no sólo fingen que escuchan. Diálogos
honestos tienen más signos de interrogación que puntos finales. Y "no sé" es
siempre una buena respuesta.

Escuchar de verdad es entregarse. Es vaciarse para dejarse llenar por el mundo


del otro. Y viceversa. En este intercambio, aprendemos, nos transformamos,
ejercemos ese acto purificador de la reinvención constante. Y, lo mejor de todo,
llegamos al otro. Créeme, no hay nada más extraordinario que llegar a otro ser
humano. Si conseguimos esa proeza en la vida, habrá valido la pena.

Escuchar es hacer la intersección de los mundos. Conectarse al mundo del otro


con toda la generosidad del mundo que eres tú. Algo que incluso los sordos son
capaces de hacer.

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