Fallo Completo de Nicolás Pachelo Por El Crimen de María Marta García Belsunce.

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IPP 1402-71154-2

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123391
PROVINCIA DE BUENOS AIRES PACHELO RYAN NICOLAS
TRIBUNAL DE CASACIÓN PENAL
SALA I ROBERTO Y MARASCO MATIAS
OSVALDO S/ RECURSOS DE
CASACION // PACHELO RYAN
NICOLAS ROBERTO S/ RECURSOS
DE CASACIÓN INTERPUESTOS
POR PARTICULAR DAMNIFICADO
Y FISCAL

En la ciudad de La Plata sede del Tribunal de Casación Penal de la


Provincia de Buenos Aires, se reúnen en Acuerdo Ordinario los Jueces de la
Sala Primera, integrada para esta ocasión por el doctor Fernando Luis María
Mancini y la doctora María Florencia Budiño, para resolver en la presente
causa N° 123.391 caratulada “PACHELO RYAN NICOLAS ROBERTO Y
MARASCO MATIAS OSVALDO S/ RECURSOS DE CASACION//PACHELO
RYAN NICOLAS ROBERTO S/RECURSOS DE CASACION
INTERPUESTOS POR PARTICULAR DAMNIFICADO Y FISCAL”.
Practicado el sorteo de ley, resultó que en la votación debía observarse el
orden MANCINI-BUDIÑO.
ANTECEDENTES
El Tribunal en lo Criminal Nro. 4 del Departamento Judicial San Isidro
resolvió con fecha 2 de diciembre de 2022 condenar -por mayoría- a Nicolás
Roberto Pachelo a la pena de nueve años y seis meses de prisión,
accesorias legales y costas, por resultar autor penalmente responsable del
delito de robo agravado por haberse cometido con efracción reiterado en
cuatro oportunidades con relación a los hechos N° 2, 3, 6 y 9; y autor
penalmente responsable del delito de robo simple reiterado en dos
oportunidades con respecto a los hechos N° 8 y 10 todos ellos en concurso
material entre sí; absolviéndolo con relación al hecho N° 1 en que resultara
víctima la Sra. María Marta García Belsunce; y por los hechos N° 5 y 7 que
tuvieron como víctima al Sr. Eduardo Daniel Nacusse, por los cuales fue
sometido a juicio.
Asimismo, se resolvió condenar a Matías Osvaldo Marasco a la pena
de seis años de prisión, accesorias legales y costas, por resultar penalmente
responsable de los delitos de robo agravado por haberse cometido con

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efracción -a título de coautor- con relación al hecho N° 4, robo agravado por
haberse cometido con efracción y robo simple reiterados en dos
oportunidades -todos ellos a título de partícipe primario -por mayoría- con
relación con el hecho N° 9 y los hechos N° 8 y 10, respectivamente.
Por otro lado, también se resolvió absolver a José Ramón Alejandro
Ortíz y Norberto Glennon con relación al hecho N° 1 en que resultara víctima
la Sra. María Marta García Belsunce por el que venían enjuiciados.
Finalmente, se dictó veredicto absolutorio para Iván Alfredo Martínez
respecto de los hechos N° 8, 9 y 10 que damnificaron a los Sres. Arturo Luis
Piano, Christian Guerrien y Osvaldo Horacio Brucco, por los que se elevara
a su respecto la causa a juicio.
Contra dicha sentencia interpuso recurso de casación la defensa
particular del acusado Marasco ejercida por la doctora Carolina Caliva Haro
y el doctor Marcelo Costantino. Asimismo, la defensa particular del imputado
Pachelo, a cargo de la doctora Raquel Pérez Iglesias y el doctor Marcelo
Rodríguez Jordán dedujeron recurso casatorio.
Que por su parte los particulares damnificados, María Laura García
Belsunce y Carlos Carrascosa, por medio de sus letrados apoderados,
doctores Gustavo Alberto Hechem y Sebastián Maison, interpusieron recurso
casatorio contra la absolución del imputado Pachelo respecto del hecho del
que resultara perjudicada la señora María Marta García Belsunce. De igual
forma, el Ministerio Público Fiscal, representado por los doctores Patricio
Ferrari, Andrés Rafael Quintana y Federico Luis González, dedujeron recuso
de casación contra la absolución del imputado Pachelo.
Efectuadas las vistas correspondientes, y hallándose la causa en
estado de dictar sentencia, este Tribunal decidió plantear y votar las
siguientes
CUESTIONES
Primera: ¿Son procedentes los recursos de casación interpuestos?
Segunda: ¿Qué pronunciamiento corresponde dictar?
VOTACIÓN

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A la primera cuestión planteada, el doctor Mancini dijo:
I. Que la defensa del imputado Marasco llega denunciando que se ha
violentado la manda de los arts. 106 y 371 del ceremonial al no haberse
motivado adecuadamente la decisión del tribunal a quo, habiéndose
condenado al nombrado frente a una orfandad probatoria de cargo que hace
arbitraria la resolución adoptada.
Explicó la parte recurrente que no se probó de manera inequívoca la
intervención de Marasco en los hechos delictivos enrostrados, habiendo sido
abundante la prueba colectada respecto del coimputado Pachelo, pero sin
existir ninguna probanza de la autoría de Marasco en los hechos que se le
atribuyen.
Así, sostuvo, respecto del hecho N° 4, se ha valorado solamente el
testimonio de la presunta víctima y el de tres testigos, que sólo pudieron
percibir con sus sentidos “la presencia del Sr. Marasco en tiempo y espacio y
que preguntó por el Sr. Alcaide”.
Cuestionó la interpretación acordada en el fallo a tal hecho, en tanto
no resultó razonada y lógica, a la vez que expone un apartamiento del
principio indubio pro reo y pro homine.
Dijo, que la hipótesis acusatoria en torno a la presencia de Marasco
con fines de desapoderar “con violencia en las cosas” a la víctima del hecho
resulta una mera apreciación que no emerge de los dichos vertidos por los
testigos. Destacó, que de haber aquellos advertido algo de tal clase,
hubiesen llamado al Sr. Alcaide, a la seguridad del country o a la policía.
Adunó la parte impugnante que sólo se acreditó la presencia Marasco
en el Country Pingüinos, a donde iba con asiduidad, habiendo concurrido
aquel día a “sorprender” al Sr. Alcaide quien le debía -le sigue debiendo en
la actualidad- una gran suma de dinero producto de una deuda de juego,
siendo ambos jugadores de póquer.
Alegó que prueba de ello es que se identificó correctamente al ingreso
del complejo, que concurrió con el vehículo de su propiedad -el que resulta

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llamativo-, lo que no se compadece con alguien que pretenda no ser
identificado después de haber cometido un delito.
En la rápida valoración de la prueba, a ojos de la parte recurrente,
debe observarse que el Sr. Swinnen dice que Marasco no estaba anotado
para ir a jugar al golf, y que, por ser un golfista conocido del barrio cerrado,
le permitieron el acceso. Quiere decir ello que Marasco perfectamente
identificado y en su vehículo no fue a jugar al golf ese día sino, como
sostuvo esta defensa, fue con otros fines, querer cobrar una deuda que
Alcaide mantenía con él y que fuera remiso a cumplir con dicha obligación.
Puso de relieve que en declaración sostenida en la instrucción y
ventilada en el debate, el señor Alcaide refirió que días antes del hecho
había viajado a Rosario para jugar un campeonato nacional de póquer,
cuestión que, refiere el mismo deponente, era sabida por su importancia por
todos los jugadores de póquer, entre quienes se encuentra Osvaldo
Marasco.
El premio de dicho torneo fue de ochenta mil dólares, y que dicha
cantidad también fue publicada, con lo cual Marasco supuso que el Sr.
Alcaide estaría ese día en su casa con dinero suficiente para hacer frente a
la deuda. Incluso, Alcaide declaró que, por razones de seguridad, decidió
quedarse un día en Rosario, circunstancia que Marasco no podría saber.
Apuntó la defensa que el Sr. Alcaide, como así también los jardineros
o la Sra. Moyano resultaron condicionados por el gerente al exhibirles la
filmación quien les dijo ”este es el que robó”. Agregó que los dichos del
damnificado Alcaide no fueron contestes con su declaración testimonial en la
etapa instructiva, siendo que la hipótesis sostenida por esa defensa fue sólo
en el marco de circunstanciar los hechos dando razón a por qué el Sr.
Marasco se hallaba allí ese día.
Subrayó que silencio del acusado no acreditó que el mismo haya ido a
cobrar una deuda de juego, lo que es cierto, pero tampoco acreditó que el
mismo haya ido a robar la casa del Sr. Alcaide, lo que también es cierto. Sin

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embargo, la circunstancia de no declarar se interpretó de forma arbitraria y
violatoria del principio in dubio pro reo.
Sostuvo que de aquellos testimonios, que en su momento generaron
sólo un estado de sospecha, no se agregó ninguna otra probanza que
genere datos incriminantes certeros que habiliten un pronunciamiento de
condena, aflorando una duda que emerge objetivamente e impone
resolverse a favor del imputado
Similar arbitrariedad se verifica -sostuvo- en relación al reproche de
los hechos identificados en la acusación como hechos 8, 9 y 10, que tienen
como imputados a los Sres. Pachelo, Marasco y Martínez, debiendo
repararse que el acusado Pachelo asumió en forma expresa y
exclusivamente la comisión de los delitos, lo cual fue evaluado como un
intento ”para mejorar su situación procesal” que, sin importar si pudo ser así,
ello asumió proyección desventajosa sólo para Marasco y no respecto de
Martínez, agravando selectivamente la situación de uno sólo de los otros dos
imputados.
Lo cierto es que el Sr. Marasco sólo colaboró con el Sr. Pachelo,
mediante la realización de un transporte benévolo al country Tortugas,
aporte banal a la luz de otros muchos hechos anteriores cometidos en
solitario por Pachelo. Trajo a colación la defensa que cuanto quedó
objetivamente demostrado es que, en el momento de la comisión de los
robos, Marasco estaba jugando al golf, en un torneo al que se inscribió,
aunque de manera tardía.
Cuestionó por arbitrario tomar como un indicio de cargo la anotación
tardía, ya que, como se ventiló en el debate, era habitual que así sucediera,
tanto que en la testimonial de la vigiladora manifestara que se “anotaba con
tinta y a mano” aquellas situaciones en que los golfistas no estaban en las
listas originales ya impresas por el organizador. Igualmente, advirtió,
tampoco podría evaluarse cargosamente que el Sr. Marasco no haya
presentado su tarjeta de hándicap, siendo que, en la exposición del contador
y golfista Pablo Rodríguez -la cual que no fue valorada- quedó evidenciado

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que la falta de presentación de dicha tarjeta es una práctica normal y
habitual.
Incluso, el señor Rodríguez expuso que él mismo fue advertido por
otros jugadores que “Matías” (Marasco) venía jugando detrás de ellos, con lo
que puede inferirse que hubo más personas que advirtieron que Marasco
estaba en el campo de golf. Se detuvieron, como es costumbre, en el hoyo 9
a tomar algo y luego del torneo estuvieron juntos en el club house de
Tortugas, nada de lo cual fue valorado por el tribunal.
Pero lo que más agravia a esa defensa -se afirmó en el recurso- es
que el enjuiciamiento se sostuvo en cabeza de los acusados Pachelo,
Marasco y Martínez, siendo el último desligado de la comisión de los ilícitos
por duda, al razonarse que Martínez pudo simplemente en la ocasión, haber
concurrido al Tortugas como asistente del golfista, temperamento que debió
aplicarse respecto del propio Marasco, pues de allí se deduce que Marasco
aquella tarde fue a jugar al golf. Lo resuelto, expone un contrasentido que no
puede ser pasado por alto, tal como se lo señaló en los alegatos.
Aseveró la defensa que ello expone una disparidad de trato que
afecta el art. 16 de la Constitución Nacional, y citó en apoyo de su tesitura
doctrina respecto de los medios y elementos de prueba de los que podría
adquirirse certeza.
II. Que por su parte la defensa del acusado Pachelo llega
denunciando la infracción y errónea aplicación de las disposiciones de los
arts. 40, 41, 51, 55 y 167, inciso 3, del código de fondo y arts. 1, 3, 106, 209,
210, 247, 359, 367, 371, 373 y 374 del código de formas.
Explicó que la impugnación pretende se modifique la calificación de
los hechos enrostrada a Pachelo por la de robo simple en todos los hechos
admitidos, vale decir: N° 2, N° 3, N° 6, N° 8, N° 9 y N°10; reduciéndose el
monto de pena significativamente.
Reseñó que mientras se celebrara el juicio esa parte formuló
diferentes protestas casatorias ante la denegatoria por parte del Tribunal de
algunas de sus pretensiones, muchas de las cuales hacían referencia al

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hecho del homicidio por el que el nombrado resultó absuelto, pero que, no
obstante, conviene citar a fin de poder contar con una sintética cosmovisión
de lo sucedido en la discusión.
Así, puntualizó la defensa, las relativas a las
sustracciones/encubrimiento de los palos de golf (causa N° 173 del Tribunal
Criminal N° 7 departamental); los hechos de robo y hurto vinculados a la
tramitación de la causa N° 2083 del Tribunal Oral Criminal N°15 con asiento
en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; la falta de anuncio sobre la
identidad de los testigos convocados por la acusación para asistir al juicio;
los pedidos de extinción de la acción penal por prescripción de varios hechos
“satelitales”; la convocatoria del “testigo” que no fue (Marcelo Maradei); la
incorporación del “peritaje” sobre comunicaciones telefónicas producido por
el comisario Christian Daniel Blanco sin cumplir con la norma del artículo 247
del código de forma, con la excusa de que sería un “informe”; la incautación
y secuestro del teléfono personal de nuestro pupilo a pesar de no estar
“detenido” (ni incomunicado) para la causa N°5499; el no cumplimiento a lo
establecido en el artículo 374 del ceremonial ante el “hecho nuevo”
denunciado contra Pachelo por lo acontecido en el “Country Los Pingüinos”,
evento en el que solamente habría estado involucrado Matías Marasco; y la
incorporación al juicio de las filmaciones subrepticias presentadas por el
extemporáneo testigo e investigador privado Carlos Alberto González, por no
estar basadas en una autorización judicial y poseer rasgos de dudosa
autenticidad, y él mismo no hallarse registrado oportunamente ni habilitado
conforme a la ley que regula el ejercicio de los detectives privados y la
seguridad privada -LEY 12.297-.
Si bien podría señalarse que la mayoría de ellas resultan conectadas
con el hecho principal -respecto del cual recayera veredicto absolutorio, y,
por tanto, ajeno a la consideración de este recurso-, expuso la defensa que
aquello resulta ilustrativo sobre toda la modalidad de enjuiciamiento y de
formulación de las posiciones acusatorias respecto de todos los hechos
objeto de juzgamiento.

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Aseveró, que durante la instrucción y todo el juicio, la acusación se
encargó de construir, en la persona de nuestro asistido, a un ser solamente
emparentado con el mal y el delito. Para ello, trajo a colación la mención de
condenas informadas en infracción al artículo 51 del código sustantivo, tales
como las causas N° 2083 del registro del Tribunal Oral Criminal N° 15 con
asiento en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (sentencia del 2005), o la
N° 173 del Tribunal Criminal N° 7 de San Isidro (con sentencia del mismo
año); o la N° 3279 del Tribunal Federal Criminal N° 1 de San Martín (con
sentencia no firme, al menos en el momento de su invocación, del año
2019); o de hechos ni siquiera denunciados por María Marta García
Belsunce (la “desaparición” del perro “Tom” del año 2001) o cuya acción se
encontraría extinguida por prescripción, como la archivada denuncia de
amenazas y daño formulada por Mariano Alberto Maggi en el año 2000
(I.P.P. N° 94.514 de la U.F.I. N° 7 de San Isidro); o la de amenazas
efectuada por Nora Margarita Burgués de Taylor y su letrado el Dr. Juan
Pablo Vigliero del año 2003 que tampoco tuviera acogida judicial; o las
realizadas con alguna imprecisión temporal por María Laura García
Belsunce y Viviana Beker de Binello, respectivamente, que tampoco tuvieron
trámite exitoso; o de la denuncia efectuada por Emiliano Alcaide (“Country
Los Pingüinos”) y que la Fiscalía pidió investigar en otro proceso en
infracción a lo normado en el artículo 374 del ceremonial, colocándonos en
la imposibilidad de ejercer la defensa a su respecto, pero permitiéndose
igualmente el órgano de la Acusación, exhibir prueba en el debate
atribuyéndole el hecho a nuestro defendido, sin que se abriera un ámbito de
posibilidad de refutación de aquellos extremos; o de concretar evaluaciones
psicológicas tendenciosas y opacadas por el tiempo, en contradicción a la
falta de nomencladores que acaso incluyan los diagnósticos que se
pretendieron, sobre todo a la hora de confrontar la personalidad de un
“psicópata” (categoría no incluida en los nomencladores de la O.M.S.) con la
de un “neurótico” (como en cambio diagnosticara la Lic. Tombessi al propio
Pachelo), rasgos incompatibles que, sin embargo, no le impidieron a los

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acusadores tildar a Nicolás Pachelo Ryan de “psicópata” a lo largo de todo el
debate, en una atribución ligera e irresponsable construida al servicio del
pretendido sustento de un infundado juicio de reproche (en este tópico
subrayamos las encontradas versiones de las licenciadas María Elena
Chicatto y Eugenia Covacich).
Afirmó la defensa que, más allá de que no resultaron suficientes para
fundar un veredicto condenatorio con relación al llamado Hecho 1, lo cierto
es que, por un efecto de acumulación cotidiana de diatribas, aquellas
descalificaciones hacia la persona de nuestro asistido parecen haber calado
en los juzgadores a la hora de mensurar el monto punitivo respecto de los
episodios por los que en cambio sí recayera un veredicto condenatorio.
Apuntó el recurrente que la acusación creó al “autor” ideal con clara
tendencia peligrosista, omitiendo probar con el mismo énfasis lo que habría
o no hecho en el ámbito del Derecho Penal nuestro defendido. Pero no
solamente fue menoscabada la caducidad a la que se refiere el artículo 51
del Código Penal; sino también las posibilidades de prescripción (de orden
público y destacando que, atento hallarnos frente a hechos independientes,
impera el paralelismo en el análisis y no una pretendida acumulación), y
también los valores supremos como el de los efectos de la “autoridad de la
cosa juzgada” (su inmutabilidad y su fin proteccionista) y el principio rector
del “ne bis in ídem” de raigambre constitucional y convencional por atentar
contra el debido proceso (artículos 18 y 75 –inciso 22- de la Constitución
Nacional).
Si se permite la infracción de tales principios y garantías, la seguridad
jurídica se desvanece y la consigna de tutela judicial efectiva para todos los
justiciables pasa a ser vista como una aspiración inalcanzable. La libertad
probatoria (que tiene límites en lo prohibido) no puede ser la excusa para
pretender el castigo de las personas relacionadas con el delito por lo que
“son” y no por lo que “hacen”: Derecho penal de autor versus derecho penal
de acto.

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Recalcó que con ello se atenta contra la legalidad y la culpabilidad
(responsabilidad, reprochabilidad). No pueden castigarse calidades
personales, sólo acciones u omisiones punibles. Deben privilegiarse los
derechos garantizados por la Ley Fundamental, aun a riesgo de esterilizar la
investigación encaminada a esclarecer el hecho. Introducir valoraciones
subjetivas (como la peligrosidad) a un tipo penal configuraría una violación al
principio de legalidad. Debe ser la culpabilidad el fundamento de la eventual
pena a aplicarse y no la peligrosidad, la cual, en su caso, simplemente podrá
servir de basamento para una “medida de seguridad” (que no se ha pedido),
pero no para una pena como la que se pretende. Tiene que primar el
“derecho penal de acto” (cfr. Corte Interamericana de Derechos Humanos,
caso “Ramírez, Fermín vs. Guatemala” del 20 de junio de 2005; Corte
Suprema de Justicia de la Nación, caso “Gramajo” del 5 de septiembre de
2006; comentarios de Patricia S. Ziffer:
Traer al presente el pasado de nuestro asistido, incorrectamente,
merece censura y desaprobación. Es una intromisión y una injerencia
inaceptables generada por la imprecisión del objeto procesal al alejarse, la
acusación, de la noción de culpabilidad, del llamado “derecho penal de acto”.
Además, subrayó, media en autos un abierto menosprecio a la
confidencialidad e intimidad al comunicarse penas que han caducado (cfr.
artículos 43 de la Constitución Nacional; 25 de la Convención Americana de
Derechos Humanos; 20.3 de la Constitución de la Provincia de Buenos
Aires; 7.4 de la ley 25.326 en concordancia con la ley provincial 14.214;
comentarios de Gregorio Badeni: “Tratado de Derecho Constitucional”, La
Ley, segunda edición, Buenos Aires, 2006, tomo II, p. 1209 y ss.; Adrián
González Charvay: “La protección constitucional de la intimidad”, Ad-Hoc,
Buenos Aires, 2012, p. 190 y ss.).
No puede ser pasado por alto -sostuvo la defensa- en esta infame
construcción de un posible “autor” la circunstancia de aprovechar la calidad
de “testigo” para hacerse de prueba ilegítima al dar a conocer
conversaciones telefónicas que podrían responsabilizarlo de alguna

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inconducta, en abierto menosprecio a la prohibición de autoincriminación
bajo juramento: La prohibición de obligar a una persona a declarar contra sí
misma se ve violada si se interroga como testigo, bajo juramento de decir
verdad, a la persona que según el interrogatorio aparece como sospechada
de ser autor o cómplice de los supuestos hechos que se tratan de esclarecer
(cfr. Corte Suprema de Justicia de la Nación, caso “Rodríguez Pamias” del
19 de octubre de 1953; Cámara Federal de Casación Penal, Sala II, caso
“Riveros” 449/2010/TO1/CFC1 del 17 de febrero de 2021, entre otros fallos
de interés y artículo 29 de la Constitución de la Provincia de Buenos Aires).
Alegó que cuando una persona es indicada como autor o partícipe de
un hecho punible ante cualquiera de las autoridades competentes para la
persecución penal, pues desde ese momento peligra su seguridad individual
en relación a la aplicación del poder penal estatal; puede, entonces, desde
ese momento, ejercer todas las facultades que la ley le acuerda, antes de
que el juez de instrucción lo considere sospechoso (cfr. Julio B. J. Maier:
“Derecho Procesal Penal argentino – Fundamentos”, Hammurabi, Buenos
Aires, 1989, 1b, p. 312).
Sentado ello, puntualizó sobre la aplicación de la agravante de
efracción prevista en el art. 167, inc. 3, Código Penal, que resulta nula la
ampliación del requerimiento fiscal efectuada recién al momento de las
conclusiones finales respecto de los Hechos 2 y 3, al verificarse una
violación al principio de correlación o congruencia.
Detalló que tales sucesos vinieron requeridos en su elevación como
“Robos Simples” --tal como fuera la intimación del hecho al momento de
recibírsele declaración indagatoria, cfr. art. 308 CPP--, y que la acusación,
una vez cerrado ya el período probatorio, optó por ampliar la requisitoria en
infracción al artículo 359 del ceremonial, y recalificar como agravadas por
“fractura“ aquellas sustracciones recién en lo que fueron sus “conclusiones
finales”, procedimiento vedado por el código adjetivo y que importa la
violación al principio de correlación entre acusación-defensa y fallo.

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La consecuencia de ello, alegó, es la nulidad por lo que debe
mantenerse la calificación original y quedar tales episodios encapsulados en
la figura básica del artículo 164, los que se suman en forma material con los
demás (artículo 55 ibidem).
Advirtió que no se trata de una cuestión de nomen iuris que pueda
subsanarse por imperio del iuria curia novit; pues la cuestión concreta
versa sobre el concreto hecho por el que resultó intimado, procesado y
requerido en su elevación a juicio el encartado, diverso a aquél por el que
finalmente resultó condenado, por lo que mal pudo esta defensa y el
imputado en consecuencia, haberse defendido de la agravante no
contemplada en el requerimiento de elevación a juicio y sorpresivamente
introducida en las conclusiones finales, violándose de tal suerte el principio
de correlación entre la acusación, la defensa y la sentencia. Agregó que una
variación brusca de la calificación jurídica puede sorprender a la defensa en
algunos casos. El cambio brusco del punto de vista jurídico bajo el cual se
examina un hecho..., puede en ocasiones provocar indefensión, por lo
inimaginable de la situación que se produce desde el ángulo de observación
de la defensa técnica.
Citó en este tramo del recurso doctrina y jurisprudencia.
Que también cuestionó la defensa que la acusación no demostró, más
allá de la exhibición de barretas, efracción alguna en los accesos de las
viviendas asaltadas correspondientes a los damnificados César Martucci o
Sergio Cerullo (Hechos 2 y 3 -causa N° 5794-); Claudio Ragalli (Hecho 6
-causa N° 5589-); y Christian Guerrién (Hecho 9 -causa N° 5529-), lo que es
relevante para quien participa de la idea de que sólo hay “fractura” cuando
se ha “quebrantado destructivamente” la defensa (conf. opinión de Edgardo
Alberto Donna: “Derecho Penal – Parte Especial”, Rubinzal y Culzoni, Santa
Fe, 2003, T° II-B, p. 183 y ss.), también es verdad que hemos querido
reseñar en el alegato que el “mayor daño” que representaría la mentada
“fractura” genera gran ambigüedad a la hora de la interpretación.

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Argumentó que no participa la defensa de la doctrina y jurisprudencia
que cita con corrección el Dr. Andrejín en su reflexivo voto, ya que ha de
considerarse a la ley como la única fuente formal del Derecho Penal, por lo
que debe apuntalarse las bases del principio del “Nullum crimen, nulla poena
sine lege praevia” (artículo 18 de la Constitución Nacional).
Tras reseñar los problemas interpretativos que puede convocar la
aplicación de la ley penal, como los riesgos que la vaguedad de los términos
genera al principio de legalidad, puntualizó que “fractura” es un término
difuso frente a la noción de “fuerza en las cosas” del que habla la figura
básica contemplada en el artículo 164 de la ley sustantiva.
Tal “fuerza” podría ser equiparable a la idea de “daño” que se tipifica
en el artículo 183 ibidem, a pesar de ello, válido resulta recordar que, cuando
el legislador agrava esta figura, no abarca a la “fractura” (¿un “daño”
mayor?) en el artículo 184.
Sin pretender que el Código Penal se transforme en un nuevo
diccionario de la lengua -afirmó el recurrente-, se debe enfatizar el carácter
restrictivo de la interpretación y destacó la certeza y estrictez que debe
consustanciar la tipicidad penal, prohibiendo la aplicación de la analogía “in
malam partem” y reinando el principio “pro homine” (cfr. Ricardo D.
Smolianski: “¿Principio pro homine versus principio contra hominem?” en
Revista de Derecho Penal y Procesal Penal, Abeledo-Perrot, Buenos Aires,
ejemplar N° 6, del mes de junio de 2014, p. 1178 y ss., Pedro J. Bertolino y
Patricia S. Ziffer, directores).
Dentro del referido marco, tacharon de interpretación inconstitucional,
por afectación al principio de legalidad del artículo 18 de la Ley
Fundamental, la que en el sub-discussio se efectuó del término “fractura” (o
“efracción”, que suele ser utilizado como sinónimo), al considerar la
hermenéutica que del mismo se hace en el caso, como indeterminada e
imprecisa, frente a la mención legal de lo que sería la “fuerza en las cosas”
prevista en el tipo básico del robo simple.

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Así, con cita de Sebastián Soler, aseveró la defensa que en el robo
con fractura “Lo importante, por lo tanto, es que se trate de rompimiento de
las cosas dotadas de alguna resistencia física, defensiva que cierren o
delimiten un ambiente, y que cumplan esa función de manera evidente e
intencional. (…) “Cuando la fuerza recae sobre las defensas predispuestas,
la ley exige que constituya perforación o fractura, atendiendo con ello al
efecto producido. No se trata, por lo tanto, de simple uso de fuerza, sino de
una forma particular y calificada de fuerza, que produzca el efecto de
perforar o de fracturar. En este sentido, tal vez la expresión de la ley es
excesivamente limitativa, pues bien puede producirse la penetración
empleando fuerza, pero sin romper o perforar, como cuando se tuerce un
hierro para introducir la mano y abrir así la cerradura.”
En estos casos no concurre la agravante.
Esta hipótesis fáctica corresponde a los supuestos de
apalancamiento, que coinciden exactamente con el verificado en el sus
examine, lo mismo explican Omar Breglia Arias y Omar. R. Gauna, en su
clásico Codigo Penal Comentado Anotado y Concordado que citó en apoyo
de su tesitura. Agregó, que Ricardo C. Núñez, en su clásico Tratado de
Derecho Pena afirma que: “La perforación y la fractura constituyen fuerzas
en las cosas dotadas de solidez, horadándolas o atravesándolas de parte a
parte, la primera, y rompiéndolas o separándolas con violencia, la segunda.
No hay perforación ni fractura si uno de estos efectos se logra por otro medio
que la fuerza; o si, usándose fuerza, humana o mecánica, no se produce un
cambio en ella o se ocasiona otro distinto de los mencionados, verbi gratia¸
torciéndola, o si el hecho carece de ambos requisitos.”
Trajo a colación el recurrente que Carlos Fontán Balestra, en su
Tratado de Derecho Penal, se expide en el mismo sentido, y aludió a
jurisprudencia sobre el tema, particularmente, en dirección a que no
constituye efracción la rotura del vidrio de puerta o ventana (Tribunal
Supremo de Córdoba, Repertorio La Ley, T. xx, p. 1275, S. 10; Cámara
Federal de Bahía Blanca, La Ley, T. 87, p. 432).”, como tampoco el

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forzamiento de uno de los ganchos o “pitones” de enlace de un candado que
cierra la puerta (Cámara del Crimen de la Capital, La Ley del 5 de
septiembre de 1968).
Adunó, que Marcelo A. Manigot, en su Código Penal Anotado y
Comentado,[9] en su comentario al artículo 167 inciso 3º del Código Penal,
coincide también que “…la rotura de un vidrio de características comunes no
conduce a afirmar que la simple fuerza se transforme en fractura, ya que a
este fin se requiere una energía material más pronunciada que la prevista en
el art. 164 C.P. (C. Crim. La Pampa, J.P.B.A., 23-3685).”, y ponderó que en
la obra “Código Penal. Análisis doctrinal y jurisprudencial”, David Baigún y
Eugenio Raúl Zaffaroni sostienen al respecto que: “La fractura exige el
quebrantamiento, corte, o destrucción con daño de características
especiales (por ejemplo, romper a hachazos una puerta). No hay fractura si
la defensa no ha sido quebrada destructivamente (por ejemplo, separación
de barrotes doblándolos).”, idea de la que participa Carlos Creus, e,
igualmente, Oscar Alberto Estrella y Roberto Godoy Lemos, quienes dan
cuenta que “Perforar es horadar, es atravesar de parte a parte las cosas
puestas como cerramiento y defensa. Fracturar es romper o quebrantar con
violencia una cosa [Diccionario de la lengua española, 21ª ed., 1992],
importa la destrucción de la defensa o el cercamiento; o la separación
violenta de una parte constitutiva de la unidad [Núñez; Laje Anaya]. No será
suficiente para la aplicación de la agravante el simple forzamiento de la
cosa, removiéndola, doblándola o torciéndola, pero sin que de ello deriva
alguno de los resultados ya señalados de la acción de perforar o fracturar.”
Luego de citar más jurisprudencia sobre la figura de aplicación
cuestionada, reclamó la defensa que conforme la correcta interpretación que
debe hacerse de la agravante --si no se quiere incurrir en una aplicación
inconstitucional de la norma--, debe concluirse que los hechos perpetrados
contra Martucci (N° 2), Cerullo (N° 3), Ragalli (N° 6) y Guerrién (N° 9), deben
ser recalificados como “Robo Simple” perpetrados en forma reiterada, en
concurso real. Máxime ello así, cuando en ninguno de los cuatros casos se

15
ha agregado siquiera una pericia o dictamen de experto o inspección ocular,
que acaso acrediten la configuración del quebrantamiento o perforación que
el tipo penal reclama.
Pero tampoco es que se trate de una cuestión de hecho y prueba,
cuando todo lo que se ha afirmado como acreditado al respecto no alcanza
para configurar la fractura ni perforación que la calificante contempla.
Así, afirmó la defensa, debe advertirse que la expresión que se utiliza
y todo lo que se afirma en tal sentido, en el caso de los Hechos 2, 3 y 6, es
“previo violentar la puerta”, y en el hecho 9, “previo ejercer fuerza sobre una
puerta”, lo cual en modo alguno encuentra adecuación típica en la figura del
art. 164 inc. 3º del elenco penal, sino antes bien, en la del tipo base del art.
164 del mismo catálogo, lo que así solicitamos, debiendo adecuarse la
calificación legal en tal sentido y mensurar luego la pena en consideración a
su escala más benigna.
Indicó la parte impugnante que lo que se aludió durante el debate -sin
acreditarse ni afirmarse fracturas concretamente verificadas-, es a una
modalidad de apalancamiento para procurar la apertura de las puertas, sin
que se hubieren descripto en ningún caso las fracturas perforaciones y
quebrantamientos que exige el tipo penal cuya aplicación se pretende.
En otra dirección, respecto del denominado Hecho 9, señaló
críticamente el recurso que media ausencia de acreditación de preexistencia,
siendo que tampoco se habría sustraído cosa alguna en dicho domicilio,
según Pachelo, por lo que el delito quedaría en grado de tentativa al no
haberse completado el denominado “iter criminis” (arts. 43, 55 y 164 del
Código Penal).
El Sr. Guerrién habría señalado que a su regreso de la ciudad de
Mendoza advirtió como faltantes una chomba y una cruz de madera sin
inscripción, objetos sin valor económico alguno y de los cuales tampoco se
acreditó su preexistencia, extremo que adquiere relevancia fundamental
cuando se producen presuntas sustracciones sin que la víctima presencie la

16
situación, como para poder dar cuenta de que efectivamente el autor del
hecho se estuviere apoderando de algún objeto en particular.
Distinta es la situación cuando el hecho ocurre sin presencia de
testigos y la víctima debe recurrir a un recuento mental de sus pertenencias
para poder afirmar si le ha sido sustraído o no algún efecto. En estos casos,
resulta esencial poder afirmar la preexistencia del objeto en el instante previo
al hecho, puesto que un objeto sin valor pudo haber salido de la esfera de
custodia o disposición de la víctima con antelación sin que lo hubiere
advertido tempestivamente.
En este caso, Guerrién señaló que estaba toda la casa revuelta, y que
sólo le habría faltado una chomba y una cruz de madera, objetos ambos sin
valor patrimonial relevante.
De su parte, Pachelo reconoció haber ingresado al inmueble, pero
señaló que después de haber revisado las pertenencias del lugar, no halló
nada de valor, por lo que se retiró sin haber obtenido botín alguno, a
diferencia de lo que en cambio -y con igual sinceridad- reconoció respecto
de los otros inmuebles auscultados.
Frente a este panorama probatorio, teniendo en cuenta que nada
habría sido sustraído en dicho domicilio, el delito no se encuentra
consumado. No obstante, y advirtiendo la irrelevancia económica de los dos
efectos señalados por el Sr. Guerrién, propició la defensa que,
subsidiariamente, se aplique el principio de insignificancia, como criterio de
oportunidad a los que alude el art. 59 inc. 5 C.P. como modo de extinción de
la acción penal, y art. 56 bis inc. 1º del CPPBA.
En tal sentido, parece evidente la violación al principio constitucional
de lesividad, previsto en el art. 19 de la constitución Nacional, cuando no
existe afectación al bien jurídico protegido, en este caso, el derecho de
propiedad, verificándose en el caso bajo examen la ausencia de disvalor de
resultado, por lo que no se configura la antijuridicidad material que exige la
configuración del injusto.

17
Para el caso de no hacerse lugar a su consideración como causal
excluyente de la configuración del delito, se solicitó se tome en
consideración a los efectos de la reducción de la pena, dentro de las pautas
de los arts. 40 y 41 del código de fondo.
Que, en otra dirección, el recurso casatorio denunció la violación a
los principios de proporcionalidad y razonabilidad de la pena al momento de
establecerse la respuesta punitiva.
Explicó que una concepción estricta del principio de culpabilidad
debería dejar afuera del análisis toda valoración de la conducta del autor con
anterioridad a los episodios acaecidos en “Tortugas”, “Abril” y “El
Carmencito”, siendo que las penas que han caducado o prescripto, que no
tendrían que haber sido informadas, y no debe ser consideradas a la hora de
fallar. En ese marco, se ponderó lo decidido por el sentenciante. Sin
embargo, se sostuvo, una de las principales características que envuelve a
estos sucesos acaecidos en los mencionados clubes de campo es la total
ausencia de violencia contra las personas.
Todos los atracos fueron perpetrados cuidando de que no hubiera
moradores en las casas asaltadas. Esto es relevante a la hora de
establecer –o no- un “modus operandi”: sin armas, en soledad, teniendo por
objetivo viviendas sin ocupantes, joyas, dinero y otros valores;
características todas típicas del “escruchante” o “escrushante”, según
terminología empleada por la licenciada Eugenia Covacich (cfr. José
Gobello: “Diccionario Lunfardo”, A. Peña Lillo editor, Buenos Aires, segunda
reimpresión, 1978, p. 80).
Lo dicho exalta una aseveración categórica a pesar de las arbitrarias
omisiones de la acusación en tal sentido: Nicolás Roberto Pachelo no es un
homicida ni una persona violenta (cfr. legajo personal formalizado por el
Servicio Penitenciario provincial y los informes producidos sobre su conducta
ejemplar a la hora del reclamos de beneficios, de trascendente gravitación
por cuanto, como se sabe, la vida carcelaria puede traer aparejada

18
innumerables conflictos entre sus pobladores y en los que el acusado no
tiene -ni ha tenido nunca- participación alguna).
A lo expuesto, reclamó, debe adunarse el buen concepto de sus
amigos actuales, a la sazón, Federico Tiscornia, Fernández Calvo y
Santiago Bugnard, quienes fueron sinceros y medidos en sus respectivas
expresiones, y sin soslayar los defectos del hombre enjuiciado.
De participarse de estos argumentos, reclamó la defensa, se torna
pertinente la reducción de la pena impuesta ante la remisión de la
calificación a la figura básica (la del artículo 164 del código de fondo), en
forma reiterada, por cuanto los juzgados se tratan de hechos
independientes. Ante su concurso, la construcción de la pena deberá partir
de la base de adoptar el mínimo mayor (un mes) y sumar los máximos de los
castigos establecidos por las normas frenando el cálculo en un tope; todo
ello, de conformidad con lo establecido en los artículos 40, 41 y 55 ibidem.
Es en base a ello, conforme a las circunstancias expuestas, a las que
debe aditarse que en la totalidad de los hechos en los que pudo arribarse un
veredicto condenatorio, se partió de la confesión expresa de su intervención
en el hecho por parte del Sr. Nicolás Pachelo, y en función de la aplicación
de los principios constitucionales de proporcionalidad y razonabilidad de las
penas, que el fallo incumple, debe adecuarse el monto punitivo impuesto,
por resultar más adecuado darle por compurgada la pena con la prisión
preventiva sufrida por el imputado hasta el momento (cuatro años y nueve
meses de detención provisional al momento de la interposición de este
recurso, lo cual resulta por demás desmesurado), lo que así expresamente
se solicitó.
Adunó la parte recurrente que la pena impuesta por el a quo resulta
inclusive superior a la que el legislador ha previsto, verbigratia, para
sancionar la máxima afectación contra la vida de las personas, el delito de
homicidio, lo cual exhibe la inconstitucionalidad de la sanción por resultar
irracional o violatoria del principio de razonabilidad, de necesidad y
humanidad de las penas, el principio de la pena mínima necesaria y el de

19
respeto a la persona, y a los principios de proporcionalidad y de equidad de
las penas.
Finalmente, formuló la defensa su enérgico rechazo al proceder
injuriosamente indeterminado que cierne el voto de quien se expidió en
minoría, cuando transcribe una de las frases más célebres de “Hamlet”
puesta en boca de Marcelo: “Algo está podrido en Dinamarca”.
Lamentablemente, no hace lo propio cuando Horacio agrega a continuación:
“¡Que el cielo pueda remediarlo!”
Destacó que quien así se pronunció no sólo deja con la intriga sobre
la localización de la corrupción -agraviando de modo impreciso a todos
cuantos intervinimos en uno de los juicios más extensos y, más allá de sus
vaivenes, más transparentes a los que hemos asistido-, sino que desacierta
al pretender enlodar la investigación con una cita literaria escandalosa y
desubicada porque no localiza el meollo en el seno de la Acusación, sino,
vaya uno a saber dónde.
Su desatino no parece aludir a las exposiciones encubridoras que
tanto Carlos Alberto Carrascosa como su entorno han exteriorizado en estos
veinte años: La instalación de la idea de accidente doméstico, el no permitir
el ingreso de la policía a “El Carmel” el día de la muerte de la señora García
Belsunce, la limpieza y alteración de la escena del crimen, el descarte del
“pituto”, la exhibición y uso de la partida de defunción falsa a sabiendas de
que lo era, la desvergonzada confección del identikit de “La Dama de Rosa”
con el rostro de Inés Dávalos Cornejo (ex esposa de Pachelo y,
oportunamente, también sospechada); el doloso engaño al que condujeron
al señor Fiscal Dr. Diego Molina Pico durante toda la instrucción y al que
tanto han criticado propios y ajenos.
A pesar de todo ello, indicó el impugnante, para cualquier observador
imparcial,”… la podredumbre parece estar ahí, a su alcance, en ese núcleo
de personas que menosprecian lo resuelto por los tribunales, que han tenido
que desalojar de la salas por sus improperios, que no respetan vuestra
autoridad ni la decisión de nadie, que VV. SS. habéis visto dormir

20
plácidamente y con desparpajo durante el debate, los que, a pesar de la
cercanía del prójimo, contaminaban el ambiente con los olores viciosos de
sus tabacos (no obstante estar prohibido fumar en sitio alguno), que
proferían insultos a destajo, los que nunca han dicho la verdad a pesar de su
oportuno juramento (por no conocerla o por complicidad), que llegaban tarde
injustificadamente; que nos señalaron y describieron la ubicación de “vigas
golpeadoras” donde no las había, y de senderos supuestamente
intransitables donde había caminos perfectamente accesibles, los que
quedaron expuestos y al descubierto en una de las más esclarecedoras
inspecciones oculares a la que hemos asistido; que se muestran ofendidos
por la elección del dos de diciembre como fecha de lectura del veredicto y
sentencia cuando dieron su expresa conformidad para ello al terminar el
debate; que recusan con agravios a VV. SS., se enmiendan y, al conocer el
veredicto, vuelven a sentirse profanados”.
Agregó que “Lo siniestro y lamentable es que el tendencioso entorno y
los probos fiscales son todas personas con amplio acceso a la educación y a
la cultura y, sin embargo, han sido promotores de la vulgaridad e ignorancia
más absolutas poniendo énfasis a sus interjecciones con palabras prohibidas
por las afables formas, el respeto y el buen gusto, viéndose en ocasiones
tentados por transitar el camino de la burla y la desconsideración porque
algunos “rentados defensores”, tan rentados como los oficiales, según su
parecer llegamos tarde al proceso, como si la Constitución Nacional o la
Provincial distinguieran en ello la calidad de la “defensa eficaz”. Después de
todo, ya que el voto nos propone la cita de antiguos pensadores,
sostenemos que “se debe ser recto, no enderezado” (Marco Aurelio:
“Pensamientos”, Losada, Buenos Aires, 2007 [Siglo II], traducción de Nicolás
Estevanez, p. 39)”.
“Quizás, hubiera sido más provechoso que V. S. citara lo que al
respecto dijo Hamlet en la obra traída a colación: “… He oído que quienes
son culpables, ante una representación de la escena del crimen, pueden ser
heridos en su conciencia hasta el punto de llegar a proclamar sus delitos.

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Pues el crimen, aunque no tenga lengua, hablará por los medios más
prodigiosos …” (William Shakespeare, “Hamlet”, Longseller, Buenos Aires,
segunda edición, 2011 [1603], traducción de Ariel Dillon, p. 87).”
Destacó la parte recurrente que “… El baño, algo modificado, por
cierto, desde que aconteciera el hecho (y escena del crimen), “hablaba” por
sí solo cuando fue visitado por todos y, cualquier aroma, valga la imagen,
procede de ese lugar; no le quepan dudas. Agregamos, por otra parte y
como detalle de interés, que Nicolás Roberto Pachelo Ryan NUNCA,
JAMÁS, estuvo en ese ambiente ni en algún otro de los Carrascosa-García
Belsunce (el destacado nos pertenece).”
En su voto en minoría, apuntó el recurso, construido en base a
indicios, no se reparó en una de las características de este medio probatorio:
que, además de plurales, deben ser concordantes, inequívocos y
convergentes. Subrayó que ello no resulta atendido en ese sufragio pues
median “contra-indicios” a los allí señalados y que favorecen a Pachelo: no
hay secuestro del arma de fuego empleada en poder del acusado, no hay
rastros de él en el interior de la vivienda de los Carrascosa-García Belsunce,
no hay conversación telefónica que lo incrimine a pesar de ser investigado
desde el inicio, ningún objeto o animal perteneciente a la víctima ha sido
individualizado o habido en su poder, no se ordenó la extracción de
testimonios a su respecto ni por parte del Tribunal Criminal N° 6, ni el N° 1,
ni de las distintas Salas de la Casación provincial que se han pronunciado en
diferentes momentos.
Por otro lado, el voto del Dr. Ecke, incumpliendo lo dispuesto en el
artículo 371 del ritual, no ha dado respuesta a los “planteamientos
sustanciales realizados por las partes”, con mayor precisión, los de la
defensa.
Las críticas de la defensa -se apuntó-, basadas en hechos y algunas
lecturas antiguas como las que propone ese magistrado en su soledad
argumental, invita a concluir con una respetuosa sugerencia: “… Vale más
inclinarse hacia la duda que hacia la seguridad de cosas de difícil prueba y

22
de dañino crédito …” (Miguel de Montaigne: “Ensayos”, Océano, Barcelona.
1999 [1580], traducción de Francisco Ayala y otros, p. 359).
III. Que los apoderados de los particulares damnificados llegan a esta
instancia exponiendo sus agravios casatorios, previo señalamiento a título
personal del doctor Hechem -del cual desligó expresamente a su colega Dr.
Maison y sus poderdantes- manifestando que a lo largo del trámite judicial
que arrancó con la muerte violenta de María Marta García Belsunce, se
cometieron innumerables y groseras arbitrariedades que fueron
intencionalmente realizadas, las cuales resultarán sumamente trascendentes
para que los Magistrados que tienen en su poder la revisión de la sentencia
recurrida las consideren seriamente al momento de emitir su decisión.
Tras recordar el letrado el rol de apoderado del particular damnificado
que viene ejerciendo ininterrumpidamente desde el año 2003, en primer
término, de la madre de María Marta y hasta su fallecimiento, a continuación
de su hermana María Laura y, finalmente, con motivo de la firmeza adquirida
del fallo absolutorio, del viudo Carlos Carrascosa, señaló, en dicha línea, que
el tribunal oral rechazó irrazonablemente la pretensión, habiendo sido
concedida finalmente por decisión de la Cámara de Apelaciones y Garantías
Departamental, lo que da un primer indicio de animosidad en su contra.
Recreó que el día 2 de diciembre del año 2022 asistió junto al Dr.
Maison a la lectura del veredicto del juicio seguido a los imputados Pachelo,
Glennon y Ortiz por ser presuntos coautores del homicidio agravado de
María Marta García Belsunce de Carrascosa. Si bien, tal como lo habían
anticipado pocos días anteriores algunos medios periodísticos que la
absolución era un hecho concreto -otra irregularidad pasible de ser atacada
de nulidad- guardaba en su interior alguna luz de esperanza ya que la
abundante, variada y contundente prueba de cargo producida contra de
Nicolás R. Pachelo lo conducía a concluir que el resultado no podía tener
otro final que un veredicto condenatorio, al menos, en contra del principal
acusado.

23
Sin embargo, señaló, se produjo lo que nuestra parte y los
representantes de la acusación pública sospechábamos, que era ni más ni
menos que la imposición del criterio del juez Rossi -el que influenció al
permeable juez Andrejín- quien, sin ningún tipo de disimulo expuso durante
todo el juicio una actitud hostil contra los titulares de la acusación pública y
de esta acusación privada, motivada únicamente por su anticipada y
conocida posición tomada en el caso a juzgar, producto de pertenecer y
compartir con un amplio un sector del departamento judicial de San Isidro
que, con total ilegalidad viene conspirando contra la búsqueda de la verdad y
el esclarecimiento definitivo del caso. Indudablemente sostuvo- ese prejuicio
o posición tomada sobre el caso debió haber sido el objeto de una legal
excusación, sin embargo, la materialización de su espurio cometido primó
sobre su eventual apartamiento.
Prueba de lo anteriormente denunciado, destacó, puede observarse
en los registros fílmicos de las primeras audiencias las que nítidamente
mostraron los malos tratos que injustificadamente padecieron
particularmente los fiscales de juicio por parte de los jueces Rossi y Andrejín.
En este mismo sentido resaltó un hecho que afectó directamente a los
intereses que represento y que a mi modo de ver resultó revelador de la
animosidad manifiesta del juez Rossi contra mi representado Carlos
Carrascosa. El nombrado, aun siendo debidamente legitimado como parte
del proceso ocupó durante el juicio un lugar en el sitio destinado al público
en general, no intervino ni pronunció palabra alguna salvo cuando depuso
como testigo, la única vez que se me acercó, grosera e intempestivamente
en ese instante el juez Rossi, sin motivo alguno que lo justifique, desató su
ira hacia su persona exponiendo expresamente la animosidad que vengo
relatando.
Es del caso resaltar -sostuvo- que en las más de diez veces que el
acusado Pachelo declaró haciendo uso de su derecho de defensa, muy por
el contrario, él mismo juez le profirió un trato por demás amable, pudiendo

24
recordar que la pregunta más incisiva y seria que le formuló tuvo por objeto
su preocupación en conocer sobre la salud de su hijo.
Indicó el impugnante que sólo basta que los magistrados revisores
observen las grabaciones de las audiencias para corroborar lo afirmado, sin
perjuicio de ello, del contenido del voto de la mayoría puede extraerse que
sólo les falto dictaminar que los autores del hecho fueron Carrascosa y
algunos otros de su entorno familiar-específicamente el fallecido Guillermo
Bártoli- el que jamás fuera ni siquiera indagado como presunto autor del
homicidio, ya que fue enjuiciado por encubrimiento, por lo cual autor del
hecho principal no fue ni considerado- desafiando explícitamente lo decidido
por todos y cada uno de los tribunales antes intervinientes que exactamente
sentenciaron lo contrario.
Entre los organismos judiciales referidos en el párrafo anterior se
encuentra ni más ni menos que la Corte Suprema de la Nación, el Máximo
Tribunal Federal al que le tocó intervenir en dos oportunidades
trascendentales, habiéndose pronunciado en ocasión de haberle ordenado a
la Suprema Corte Bonaerense la revisión integral del escandaloso fallo
condenatorio por homicidio agravado por el vínculo dictado contra de
Carrascosa por la Sala I de este Tribunal de Casación integrada en ese
entonces entre otros, hoy ausentes, por el juez por Natiello -autor del primer
voto-, y por segunda vez en la oportunidad de rechazar la queja interpuesta
por la Procuración Bonaerense contra la inadmisibilidad del recurso
extraordinario de inaplicabilidad de la ley que oportunamente interpusieron
ante la Corte Provincial contra la sentencia emitida por la nueva Sala de
Casación, constituida al efecto, y que absolvió definitivamente al viudo
Carrascosa por los delitos que fueron objeto del recurso (homicidio y
encubrimiento agravados).
Señaló que a principios del debate esa parte acompañó a los fiscales
de juicio en los planteos de recusación y nulidad, sin embargo, con
posterioridad y en cumplimiento a la decisión de la Casación, nos inclinamos
por sus desistimientos, especialmente para no conspirar con la continuidad

25
del juicio y sobre todo para no dilapidar el gran esfuerzo realizado durante
cuatro meses de audiencias de largas horas de duración por las que se
probó, sin duda alguna, la responsabilidad penal de Nicolás Pachelo como
autor del homicidio de María Marta.
Debemos recordar -subrayó- que el objeto de las recusaciones y los
planteos de nulidad se debieron principalmente a la integración al tribunal de
juicio sin sorteo del juez Andrejín -fue en alguna oportunidad secretario del
mismo Tribunal N° 4, cuando también lo integraba el juez San Martín- siendo
este último protagonista principal del fallo condenatorio por encubrimiento
contra Carrascosa integrando en ese momento el Tribunal en lo Criminal N°
6 , habiendo sido uno de los estandartes y puntales de la instalación de la
culpabilidad de la familia que represento y, de acuerdo a lo ya anteriormente
dicho, el vocal Andrejín fue influenciado directamente por el juez Rossi y en
función de ello simuló durante el debate una actuación jurisdiccional
aparentemente comprometida con la búsqueda de la verdad, cuando en
realidad y de acuerdo al resultado de los acontecimientos y del contenido
absurdo de su voto puede inferirse tranquilamente que primó únicamente el
acatamiento al compromiso asumido previamente.
Tildó el presentante de sospechosa la aparición intempestiva como
defensor particular de Pachelo del Dr. Rodríguez Jordán, quien casualmente
se desempeñó hasta antes de jubilarse como defensor público por ante este
mismo Tribunal Criminal N° 4, sin perjuicio qué además de lo anteriormente
indicado, en el inicio de este proceso había sido designado defensor oficial
de la causa , circunstancia que mereció el cuestionamiento expreso de esta
parte y de la acusación pública, en fin, todos casualmente vinculados y a
tenor de lo ocurrido con el único fin de absolver de antemano y a toda costa
a Pachelo, cuestión que terminó por concretarse.
Destacó la parte recurrente como otra maniobra al menos extraña, la
desaparición intempestiva, sospechosa e injustificada -al poco tiempo de
iniciarse el debate- del defensor del principal acusado Dr. Roberto Ribas-
quien increíblemente asumió el cargo de defensor en el proceso hasta el año

26
2017, y que sin embargo y desde el inicio de las actuaciones logró ventajas
procesales ilegítimas debido a la connivencia delictiva con el fiscal instructor
de entonces, quien le permitió operar en la defensa de su protegido y
anticiparse en consecuencia a todas la medidas investigativas que esta parte
propiciaba para imputarlo.
Una de las pruebas que corroboran lo expuesto surge de sus propios
dichos, vertidos en sus alegatos de apertura, confesando en dicha
oportunidad sin reparo alguno haber sido un conspicuo colaborador del fiscal
Molina Pico, dijo expresamente: “…trabajé con él desde el inicio de la
causa…”.
Ponderó como otra prueba irrefutable que verifica la connivencia ilegal
anteriormente denunciada, en que Nicolás Pachelo mantuvo la condición
procesal de testigo hasta el año 2017, siendo inexplicable que el principal
sindicado como presunto autor material del homicidio con una innumerable
cantidad de pruebas colectadas en su contra desde el mismo inicio de la
causa -y que fueron las que en definitiva nutrieron la acusación en el juicio
oral y público recientemente realizado- no se le haya ni siquiera notificado en
ese entonces la formación de la causa. Incluso, subrayó, que habiéndose
intervenido sus teléfonos- fijo y celular- los días 12 y 14 de diciembre del año
2002, el fiscal insólitamente le toma declaración testimonial el día 15 el
mismo mes y año, o sea un día después, y se lo interroga sobre sus
movimientos del día 27 de octubre día de ocurrencia del homicidio, dicho
interrogatorio respondía más a aquellos propios de las declaraciones de los
términos del art 308 del CPP que aquellos que contempla el art 232 del
mismo ordenamiento legal. Así entonces, por un lado, le tomó testimonial y,
al mismo tiempo, lo interrogó por su actividad del día del hecho, todo muy
burdo y obvio, absolutamente demostrativo que el único propósito que se
perseguía era concederle una protección, manteniéndolo como testigo para
que no progrese ningún tipo de imputación en su contra y continuar con la
hipótesis acusatoria en contra de Carrascosa y los familiares de la víctima.

27
Remarcó, sobre esta consideración, que el día 23 de diciembre del
año 2002 hay una presentación formal de Nicolás Pachelo solicitándole
justamente que se le otorguen los derechos que consagra el art 60 del CPP,
por supuesto la contestación del fiscal fue “…Téngase presente.
Agréguese…”, jamás Ribas ni Pachelo insistieron en la solicitud, claro
sabían perfectamente que las medidas investigativas en su contra no se iban
ni siquiera a considerar.
La explicación a estos interrogantes jamás dilucidados, pueden ahora
encontrar respuesta debido a la declaración testimonial que por primera vez
en este proceso prestó durante el debate el testigo Dionisio Simón- socio de
Roberto Pachelo padre en la explotación de La Tosquera- quien relató en
uno de los tramos de su testimonio que: “… Post muerte de María Marta,
Nicolás Pachelo vendió su 33% de la cantera, por la suma de 1.800.000
dólares, y le dijo: “esta vieja me costó 800.000 dólares”, en relación con la
señora María Marta García…”, o sea que Nicolás Pachelo le abonó a su
abogado la suma de U$S 800.000 siendo testigo????, seguramente, el
destino final de ese dinero será uno de los puntos clave a investigarse en la
denuncia penal en trámite y que recién empieza.
Respecto de la cuestión anteriormente expuesta, remarcó el
impugnante, no está demás decir qué, vinculados a los robos qué en el año
2017 Pachelo consumó en distintos countries del conurbano bonaerense,
hechos delictivos juzgados junto con este caso, se determinó la sustracción
de cuantiosas sumas de dólares estadounidenses entre otros objetos de
muchísimo valor, circunstancia que le permitió tener tres abogados que lo
defiendan en el debate, que asista a la audiencias perfectamente vestido con
ropa de marcas muy caras, con un buen semblante y especialmente
bronceado. Otra vez el dinero pareciera ser la clave que su impunidad se
mantenga inalterable.
Trajo a colación que en el año 2011, el propio Ribas asumió el cargo
de defensor particular de Beatriz Michelini, personaje principal de todo el
entramado vinculado al homicidio y casualmente única absuelta en el juicio

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oral que se llevó a cabo ante el Tribunal Criminal N° 1, otro de los
organismos que prosiguió el sendero de las arbitrariedades y que finalmente
debido de la firmeza que adquirió el fallo absolutorio en favor de Carrascosa
y el desinterés del Ministerio Público en continuar con la persecución penal
de los familiares de la víctima en esa oportunidad juzgados, tuvieron que
sobreseerlos, circunstancia que reveló definitivamente que el fallo
condenatorio que habían dictado resultó ser un acto jurisdiccional
notoriamente inválido por haberse sustentado en una aparente acreditación,
sin prueba razonable alguna que lo haya verificado, del elemento subjetivo
que el delito contemplado en el art 277 del CP de encubrimiento en la
modalidad de favorecimiento personal expresamente exige y que jamás
existió.
Así, sostuvo, la absolución decidida es el resultado del accionar del
grupo de fiscales y jueces -al que siempre perteneció Rossi y luego se
acopló Andrejín- que durante casi 15 años en forma deliberada sostuvieron
el descarte de la hipótesis que este apoderado vino postulando desde el
origen de los sucesos, que, como ha quedado demostrado, lejos estuvo
vinculada con una pretensión acusatoria exclusivamente defensista de los
integrantes de la familia que fueron arbitrariamente perseguidos penalmente,
o que haya sido caprichosamente contraria a la escogida por el fiscal
instructor de entonces Molina Pico que hasta el año 2017 fuera
lamentablemente convalidada.
Recién en el año 2017- debido a la intervención de nuevos fiscales no
contaminados y comprometidos con la verdad y la justicia- se pudo, con
posterioridad a la absolución dictada en favor de Carrascosa por la Sala I del
Tribunal de Casación de fecha 20 de diciembre del año 2016, imputar
definitivamente a Nicolás Pachelo y llevarlo a juicio, circunstancia que a
todas luces reveló que hubo durante todo ese período de tiempo se
perfeccionó un patente, deliberado e ilegal favorecimiento espurio.
Ningún análisis mínimamente objetivo puede sostener lo contrario
sobre la situación de un justiciable que luego de 14 años fue llevado a juicio

29
y absuelto únicamente por mayoría, en la que la casi totalidad de los
elementos probatorios extraídos de los medios de prueba introducidos y
admitidos en el debate han sido colectados en los primeros meses de la
iniciación del legajo.
Destacó el letrado el valor incriminante de las innumerables escuchas
telefónicas que se reprodujeron en el debate, las que con absoluta certeza y
sin que pueda interpretarse de manera distinta, dan cuenta que Nicolás
Pachelo fue el autor del homicidio de la víctima, luciendo prácticamente
como verdaderas confesiones, que ponen en evidencia circunstancias de
tiempo, modo y lugar vinculadas al hecho que solamente el autor podría
saber.
Objetó por inaceptable que algunas de esas escuchas-
específicamente dos de ellas, diría de las más comprometedoras- se las
haya excluido, cuando en realidad no existe impedimento alguno, ni
constitucional ni legal para valorarlas, pues las conversaciones entre un
testigo de cualquier proceso penal con un abogado, aún de su plena
confianza, no impide su utilización debido a que no conculcan ningún
derecho.
En el caso, Pachelo era solamente un testigo, su supuesto derecho a
la intimidad no puede estar por encima del derecho que tiene la sociedad y
él Estado de protegerse ante una investigación criminal de un delito grave, y
mucho menos en este caso que tanto Pachelo como Ribas participaron junto
con la instrucción en acciones delictivas. Resulta inaceptable que además de
haberse complotado con el fiscal para evitar ser incriminado, ahora, durante
la etapa de juzgamiento quiera ampararse en derechos constitucionales que
solamente le corresponden a justiciables que se someten lícitamente a los
procesos y no obtienen beneficios espurios de funcionarios públicos que
incumplen sus obligaciones legales.
Destacó, por otro lado, la labor del Dr. Federico Ecke que ha presidido
el debate con total imparcialidad y profesionalidad, aún, habiendo sido
también integrante del cuerpo de jueces de este departamento judicial desde

30
hace muchísimos año no impidió que se viera comprometida su
imparcialidad ni que haya primado en su proceder algún tipo de prejuicio
preconcebido, muy por el contrario, su actuación reflejó claramente su
compromiso con la verdad y con la justicia tal como surge de su ajustado
voto a derecho que ha emitido en el caso objeto del juzgamiento.
Cerrado el exordio, el particular damnificado señaló que, en primer
lugar, motiva la interposición de la vía impugnativa la errónea, absurda y la
falta de motivación de la sentencia en crisis, en tanto los argumentos
desarrollados en la misma constituyen una fundamentación aparente,
tergiversada e insuficiente para ser considerada una derivación razonada del
derecho vigente teniendo en cuenta los hechos que se dicen comprobados
en la causa.
Postuló que todo ello, la descalifica como acto jurisdiccional válido en
los términos de los artículos 106, 210, 373 del Código Procesal Penal, 168 y
171 de la Constitución Provincial y 18 de la Nacional.
Dijo que la sentencia recurrida se fundamenta en afirmaciones
dogmáticas y abstractas carentes de todo sustento, y omite brindar
tratamiento a las cuestiones y sólidas probanzas debidamente introducidas y
planteadas por esta parte en su alegato, todas ellas conducentes a la
resolución del caso en la forma requerida, es decir la condena solicitada
respecto de Pachelo en orden al homicidio de María Marta García Belsunce.
Tras recordar la raigambre normativa de la obligación de motivar las
sentencias judiciales y su valor esencial en el sistema republicano de
gobierno, indicó -con cita de Jorge A. Clariá Olmedo- que “motivar es exhibir
públicamente los elementos de autos examinados, las razones y las
conclusiones del fallo; es mostrar a las partes y el público la valoración que
se ha efectuado de las pruebas y los argumentos jurídicos utilizados para
llegar a la fijación de los hechos y actuación del derecho.” (Derecho Procesal
Penal, T.I, Ed. Ediar, p. 248).
Ahora bien, resaltó el recurrente, la exigencia-garantía de motivación
que imponen las normas comentadas, no sólo sirve como garantía contra la

31
falta de fundamentación de las sentencias o autos, sino también para
proteger de aquellos que, aunque motivados en apariencia, lo sean, como en
el caso, en forma insuficiente, irrazonable o arbitraria. Pues falta de
motivación significa ausencia de motivación, dice Fernando De La Rúa, pero
también ella falta en los casos en que esa exposición de motivos existe, pero
es ilegítima porque viola las reglas jurídicas que determinan la forma y
contenido de la resolución de que se trate (La Casación Penal, Ed. Depalma.
Buenos Aires, 1994, pág. 105).
Indicó que luego de la reseña y análisis de las probanzas
incorporadas y producidas en el debate, el doctor Andrejín comenzó en la
segunda cuestión a dar tratamiento a la autoría del imputado en el hecho en
cuestión. Va de suyo que debido a la publicidad que ha tenido el hecho
durante años, con idas y vueltas, decisiones judiciales revocadas,
detenciones y excarcelaciones, conductas reprochadas a mi representado y
su núcleo familiar y social, no era necesario ni por asomo su tratamiento por
una sencilla razón: toda participación de Carrascosa y su familia ha recaído
en cosa juzgada y por lo tanto nada puede reprochárseles. Solamente el
Estado debe de arrodillarse y pedirles disculpas eternas, no solo por los
perjuicios económicos, sino por haber permitido que se mancillen los
nombres de cada uno de ellos y haber permanecido Carrascosa años de
prisión efectiva por un delito que luego se lo terminó absolviendo.
El Estado, representado en el caso por Molina Pico (a quién el Dr.
Andrejín pareciera disculparlo por tratarse de un nobel Fiscal) no puede
volver siquiera a sospechar como se advierte en el voto en trato, ni de
Carrascosa ni de su familia y amigos.
Apuntó la acusación particular que aquí se advierte una cuestión
principal que afecta la congruencia, pues por imperio legal ninguna facultad
tiene el a quo de reprochar conductas delictivas que entraron en la autoridad
de cosa juzgada para, con ello, justificar una absolución.
Destacó el recurrente que la arbitrariedad y absurda valoración de las
pruebas colectadas se advierten sin mucho esfuerzo desde el comienzo

32
mismo de su voto: nótese que indica como evidencias solventes de la
Fiscalía para justificar la condena de Pachelo: 1) las afirmaciones de los tres
jóvenes que se cruzaron con Pachelo minutos antes del hecho y con la
víctima, 2) los testimonios de dos empleados de la estación de servicio
quienes expusieron que al día siguiente del hecho cuando no se conocía la
causal de muerte, “… Pachelo les preguntó por la mujer asesinada del
Carmel…”, 3) las manifestaciones del cuidador de la tosquera y 4) dato más
importante son las monumentales mendacidades de Pachelo en relación a
su actividad y localización el día del hecho.
Reclamó la parte damnificada que ello constituye prueba harto
suficiente para dictar un pronunciamiento condenatorio de haber sido
analizadas conforme a las reglas de la sana crítica razonada. Pero ello no
fue así, en tanto contraviniendo las más elementales reglas de la lógica el
magistrado Andrejín utilizó como argumentos para derribar la teoría de la
Fiscalía pequeñas circunstancias o contradicciones lógicas por el transcurso
de 20 años del luctuoso suceso, en el caso, de los 3 menores que vieron a
Pachelo detrás de María Marta. Para ello centró sus objeciones en
proporcionarles relativa credibilidad, sin prestar la debida atención a los años
transcurridos y sin siquiera tener en cuenta las veces que declararon en la
IPP y juicios orales.
Reclamó el impugnante que debido al conocido trajinar que tuvo el
caso, reprochable exclusivamente al Estado, debió de tenerse
especialmente en cuenta cada testimonio y el estado de ánimo de cada
persona que compareció teniendo en consideración todo lo mencionado.
Prestar mayor atención, y considerar lo padecido por cada testigo en
particular.
Sin embargo, destacó, pareciera que desde el inicio la solución ya la
había adoptado con la firme creencia que Carrascosa y su familia tenían
intervención en el hecho, para lo cual se vuelve a tener en cuenta distintas
circunstancias que no sólo se ventilaron en los tres juicios orales y la
instrucción, sino en una gran cantidad de entrevistas, noticias en televisión o

33
medios escritos, tales como el contenido de la gotita en la cabeza de la
víctima, expresiones los comisarios Degastaldi o Casafuz relacionados con
las inexistentes circunstancias de evitar el ingreso de la Policía etc., etc., etc.
Subrayó, a modo de ejemplo, que hasta tomó en consideración para
desvirtuar dichos de testigos y afirmarse en la postura de la absolución, la
declaración testimonial de Bártoli, olvidando que ha fallecido hace años, y su
declaración no puede ser incorporada al debate ni ser mensurada por los
Magistrados, habida cuenta que la aplicación de la regla de exclusión
probatoria, (art. 211 del CPP) opera con plenitud, pues Bártoli, luego de
haber prestado declaración testimonial, fue imputado por el delito de
encubrimiento agravado. En suma, su declaración testimonial no existe en el
proceso aun cuando alguna de las partes haya solicitado su incorporación.
Proclamó el acusador particular que los Jueces tienen el deber legal
de verificar la afectación de garantías constitucionales al permitir la
incorporación al juicio, no pudiéndose obviar que el doctor Andrejín al
mencionar la declaración testimonial de Bártoli tilda a la misma como "de
dudosa credibilidad". Más allá del criterio jurídico expuesto, resulta ofensivo
no solo a su memoria sino a la familia en pleno. Aseguró que si Bártoli no
hubiera fallecido podría haberle quitado las dudas al Magistrado y así evitar
tan humillante manifestación.
Advirtió el impugnante que las graves e injustificables mendacidades
de Pachelo fueron advertidas por el Magistrado de mención, pero a todas
ellas, a pesar de no tener justificación, las convalidó, forzando y retorciendo
dichos de testigos. A modo de ejemplo: “…Dudó de Azpiroz, de Asorey y
Cristiani y pone manto de sospechas de supuestas mendacidades en boca
de Bártoli y Carrascosa, entre otros, pero no duda de las mendacidades del
acusado Pachelo.
Criticó que se duda inexplicablemente también de aquellos tres
testigos, por entonces adolescentes, por guardar relación de amistad con la
familia Carrascosa- García Belsunce, Bartoli y Taylor, olvidando que
declararon bajo juramento en reiteradas oportunidades y siempre fueron

34
contestes en sus dichos. Sin embargo, no tuvo en consideración el
Magistrado que el Tribunal de Casación no dudó de ninguno de ellos.
Señaló a éstas como algunas de las consideraciones que, a criterio
del impugnante, violan el sistema de las libres convicciones porque en el
sistema de valoración de la prueba como el adoptado por nuestro legislador,
el de la libre convicción, el juzgador, si bien no está sometido a reglas que
prefijen el valor de las pruebas, sino que es libre para apreciarlas en su
eficacia, tiene como único límite de que su juicio sea razonable.
La decisión de la mayoría, sostuvo, se ha basado en aserciones
genéricas y abstractas carentes de todo sustento fáctico y lógico omitiendo
dar cualquier tipo de tratamiento a las cuestiones debidamente planteadas
por esa parte y la Fiscalía.
En tal sentido, apuntó a la fuerte afirmación relacionada con la
ausencia de material probatorio que permita tener por cierto que a María
Marta García Belsunce la asesinaron en ocasión de facilitar, concretar o
asegurar el éxito de un robo. Tal extremo, afirmó el quejoso, se encuentra
debidamente justificado, no sólo por el modo de operar de Pachelo en
incuestionables hechos de robo, sino por lo expuesto por la testigo Murray.
Por todo lo expuesto es que la sentencia en crisis, al carecer de
motivación suficiente –arts. 106 y 201 del C.P.P.-, es nula y así debe ser
declarada.
Si bien algunas cuestiones de valoración probatoria que hacen al
pronunciamiento absurdo ya han sido introducidas, también existen
argumentos que lo convierten en arbitrario.
La manifiesta arbitrariedad se encuentra justamente en la forma de
valorar las supuestas probanzas que se ponderaron porque en lugar de
hacerlo para absolver o condenar a Pachelo fueron utilizadas para volver a
empañar las conductas de Carrascosa, Bártoli, Horacio García Belsunce,
Juan Hurtig, Binello y Gauvry Gordon, sin tener en cuenta que muy a pesar
de cuanto se quiera exponer en relación a la forma de culminación del

35
proceso la cosa juzgada ha recaído y por lo tanto ninguna mención debe de
formularse a su respecto.
Partiendo de esa premisa, indicó el recurrente, es correcto asumir un
control del razonamiento del Juez (formal-lógico), porque tiene la obligación
constitucional de razonar correctamente y no violar las reglas que rige el
pensar. En otras palabras, alegó, la sentencia es un acto del poder estatal
que necesita legitimarse en algo más que en un mero hecho de fuerza, dado
que el Derecho no es solamente voluntad o poder, sino también, y
principalmente, Justicia (ver W. Goldschmidt “Justicia y Democracia” en La
Ley 87, 324). Agregó que, ni la razón, ni las reglas de la lógica, ni la
psicología, ni el sentido común (menos la experiencia) se ven volcadas en el
voto en trato, pues se ha partido para arribar a la conclusión cuya revocación
se pretende de falacias, esto es, errores de razonamiento (Conf.
Cohen-Nagel Introducción a la Lógica Tomo 2 pag.214).
A pesar de no hacerlo saber de manera concreta sus argumentos
conllevan a la inequívoca conclusión que el Magistrado llegó al juicio con el
concepto claro: Carrascosa y su entorno fueron los causantes de la muerte
de la víctima, acomodaron la escena, instalaron junto al médico la idea del
accidente, intentaron frenar a la policía, cremar el cuerpo, etc., etc.,
olvidando que su función era la de juzgar la autoría de Pachelo en el hecho
con mayor responsabilidad que cualquier otro caso traído a su conocimiento
no solo por la trascendencia pública, sino por las conclusiones del Tribunal
de Casación Penal Bonaerense. En dicha dirección, hasta llega a la
evaluación del llenado de la bañadera, el tiempo que demanda, olvidando
que todas esas cuestiones han pasado en autoridad de cosa juzgada.
También olvidó que la actuación del “nobel Fiscal” (así lo denomina)
no fue tan mala por ser nobel o por haber sido “engañado por la familia como
se afirma”, porque de haber sido así no podría haber pasado por los
rigurosos exámenes que atraviesa cualquier persona que tiene aspiraciones
de ser Magistrado y téngase en cuenta que aún se encuentra en su cargo.
Cada vez más cerca de ser sometido a juicio, por mal desempeño en el

36
ámbito del Tribunal de Enjuiciamiento y por el fuero criminal departamental,
tal la denuncia que está tramitando en su contra.
Remarcó que las "falacias o argumentaciones incorrectas"
generalmente son idóneas y eficaces para convencer a su destinatario, a
veces persuasivas psicológicamente, siendo precisamente eso lo que intentó
el Dr. Andrejín por el pre-concepto antes apuntado. "Lo que interesa
destacar es que las falacias son generalmente empleadas para persuadir,
pese a que se sustentan en argumentos lógicamente incorrectos. De ahí,
pues la necesidad de conocer este tipo de razonamiento para evitar ser
engañado o, al menos, confundido. Es necesario diferenciar las falacias de
los paralogismos dado que estos últimos no constituyen, estrictamente
hablando, razonamientos, porque son falsos o incorrectos por infringir las
leyes lógicas..." (Ver Argumentación Jurídica de Nicolás A. Grajales y
Nicolás Negri, Editorial Astrea, Página 212).
En cuanto al voto del Dr. Osvaldo Rossi, señaló el particular
damnificado que comenzó el magistrado enumerando parte del alegato fiscal
en lo relacionado con los mitos que han sido derribados. Se refiere a las
mencionadas conductas oportunamente reprochadas a Carrascosa y demás
personas de su entorno incluyendo a Gauvry Gordon.
Aseveró el impugnante que su posición es más grave aún, por la
sencilla razón que el énfasis en dejar en clara su postura, con relación a ello
es más que notoria. Es contundente. Ello se advierte de una simple lectura
de su voto.
Hasta se sustenta en el fallo condenatorio “…de HGB, Binello, Bartoli,
Gauvry y Juan Carlos Hurtig…” exponiendo que la condena no debe ser
desvalorizada ni inexistente “por obvias razones que no amerita sean
puntualizadas.” Entiende el quejoso que la circunstancia de la decisión del
Juez que: “las razones obvias no hayan sido necesario puntualizarlas”
descalifica su argumento por completo, por la sencilla razón que no se llega
a comprender si quiso exponer y dejar en claro que la condena debe

37
merituarse como un cargo para los nombrados o si por el contrario se tenía
que considerar a los fines de dedicarle la absolución a Pachelo.
Los argumentos evidencian -al igual que el doctor Andrejín- que
llegaron al debate con la clara necesidad de no escuchar ni evaluar
probanzas porque su conclusión y decisión estaba sellada con antelación.
Advirtió el recurrente sobre el grave error de los temas que llegan a la
prensa y cuentan con una enorme difusión en los medios, pues no hacen
más que pre constituir decisiones y generar graves conclusiones que
conllevan a decisiones arbitrarias y equivocadas.
Analizando la circunstancia introducida por la Fiscalía con relación a
la asistencia letrada del Dr. Ribas a Michelini (argumento analizado por el Dr.
Rossi) es un tema para nada menor. Todo lo contrario.
Los Magistrados con la experiencia sobrada que percibieran la notoria
y pública actuación profesional de Ribas al imputado Pachelo (como testigo
en los albores) y a la postre lo ven asistiendo a Michelini (en el segundo
juicio) debería de cerrarle cualquier conclusión en cuanto a los hechos y
circunstancias que deban de acallar ambos involucrados con la asistencia
del mencionado profesional. Si a ello se le suman las distintas
conversaciones por demás elocuentes, llamativas y hasta ilegales, la idea
debería de concluir inmediatamente. Pero no fue así. Todo lo contrario.
Lo cierto y concreto es, afirmó el particular damnificado, que ninguno
de los dos Magistrados de la mayoría tomó con la seriedad y contundencia
necesaria -como sí lo hizo el magistrado de la minoría- los graves y múltiples
indicios unívocos que existen en este proceso en contra de Pachelo, porque
prefirieron exprofeso dejarlos de lado y en consecuencia incumplir la
delicada labor que el Estado les confirió de juzgar a los ciudadanos.
El indicio de mendacidad más importante y contundente por sí solo
llevaría sin duda a un pronunciamiento condenatorio, se vincula con el hecho
probado de que Pachelo desde el inicio mintió diciendo que no se
encontraba en el barrio Carmel. Fueron varias las idas y vueltas con relación
a ello.

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Negar que los dos testigos de la estación de servicios Esso de Pilar
(que ninguna relación de amistad o parentesco tienen con Carrascosa) les
hubiera preguntado acerca de lo acontecido con la mujer asesinada en el
Country, sinceramente es una ofensa a la inteligencia de quien recibe la
explicación de Pachelo. Al igual que el robo del perro y la supuesta
permanencia en el shopping aquel 27 de octubre.
Todas mentiras desvirtuadas, algunas con prueba objetiva y científica,
otra por testimonios que no pueden siquiera ser tildados de tendenciosos o
mendaces.
Trajo a colación el acusador particular lo señalado por la Corte
Suprema de Justicia de la Nación, en la sentencia del 20 de noviembre del
año 2001, al hacer lugar al recurso de queja interpuesto y dejar sin efecto lo
resuelto por la alzada, en esa oportunidad formuló severas apreciaciones en
punto al sustento jurídico de la resolución recurrida, señalando que “resulta
una decisiva carencia de fundamentación en la resolución atacada, lo que
implica que no constituya derivación razonada del derecho vigente(...) y la
hace descalificable por aplicación de la doctrina de esta Corte sobre
arbitrariedad de sentencias, al afectar la garantía constitucional del debido
proceso” (considerando 9º). Agregó que “resulta necesario llamar a la
reflexión a los señores jueces y fiscales de las instancias inferiores
intervinientes en causas de significativa repercusión como la presente sobre
la necesidad(...) de extremar la atención en el encuadramiento legal de los
hechos imputados a funcionarios o ex funcionarios. Pues resulta irreparable
el daño producido por la ligereza en la apreciación de tales hechos al crear
expectativas públicas de punición que, en caso de quedar luego
desvirtuadas, alimentan sospechas o interpretaciones torcidas o aun
malévolas sobre la intención de los órganos judiciales que en definitiva
hacen respetar el ordenamiento jurídico. Nada se resuelve creando delitos
de la nada ni buscando el tipo penal que permita el procesamiento con
efectiva privación de la libertad para luego acomodar los hechos a la figura,
invirtiendo así el orden lógico del razonamiento”

39
Prosiguiendo con el análisis de los votos de los jueces que se
expidieron haciendo mayoría, aseveró el impugnante que no encuentran
basamento en la prueba desarrollada a lo largo del extensísimo debate,
habiéndose desechado injustificadamente abundantes y esenciales pruebas
testimoniales producidas en el juicio, intentando vanamente fundar sus votos
en consideraciones y cuestiones subjetivas a las que le dieron mayor
importancia.
Esa tendenciosa y direccionada elección y supresión de pruebas
-afirmó- constituye prístinamente una arbitraria fundamentación de la
sentencia por parte de los magistrados por lo que la misma deberá ser
casada por el Tribunal Superior.
Destacó que el doctor Andrejín señaló en forma injustificada que “Sin
dudas, las versiones de los testigos se han apreciado sumamente
ensayadas, calculadas, o al menos sin espontaneidad…”. Al respecto, han
declarado bajo juramento de decir verdad ante los ojos del Tribunal casi un
centenar de personas, todas intachables y todas han sido favorables a la
acusación. Pero a diferencia de lo que infiere el votante, no fueron los
allegados o conocidos de la familia García Belsunce quienes han prestado
declaraciones más cargosas contra Nicolás Pachelo, sino los propios
allegados del imputado. Ni siquiera los testigos de concepto traídos por la
propia defensa lo han ayudado.
Remarcó que la defensa de Nicolás Pachelo no cuestionó ningún
testigo ni consideró que exista posibilidad de falso testimonio durante los
meses de debate, por tanto, no puede entonces el miembro del Tribunal
desconocer las declaraciones. Es una arbitrariedad manifiesta en su
fundamentación.
Subrayó el recurso que el doctor Andrejín se ocupó de defender la
actuación del fiscal Molina Pico justificándolo de este modo: “la crítica sobre
la labor de MOLINA PICO recae sobre la pésima indecisión del por entonces
novel agente fiscal …. Empero, son las acciones del entorno cercano a la
víctima las que mejor explican el yerro en que incurrió.”

40
Pero el razonamiento debe ser absolutamente inverso al desarrollado.
Es decir, se castiga a la familia por haber considerado inicialmente que se
trataba de un accidente doméstico como si se tratara de una instalación
dolosa de esa situación. Debe remarcarse –sostuvo el impugnante- que si el
señor Carrascosa tuvo una percepción errónea de la escena al encontrar a
su cónyuge, cuestión absolutamente comprensible teniendo en cuenta la
unanimidad de testimonios, queda zanjada cualquier duda con respecto a su
accionar y el del resto de la familia desde el momento que permitió entrar en
forma inmediata a la masajista Beatriz Michelini y luego a infinidad de
personas para que se encarguen de la situación de emergencia: desde los
médicos y ambulancistas de 2 empresas distintas llamadas al azar, pasando
por estudiantes de medicina que residían en el barrio, además de una
enorme cantidad de allegados.
Pero, fundamentalmente, la presencia en el velatorio del fiscal Diego
Molina Pico y el comisario Degastaldi desligan en forma contundente
cualquier negligencia que pueda querer cargarse sobre la familia. No fueron
a visitar a amigos. Fueron a cumplir su función. La familia debió suponer que
si había que llevar adelante alguna medida para deslindar dudas sobre el
accidente las personas idóneas a cargo deberían haber hecho todo lo que
correspondía.
El hecho de ser un novel fiscal como lo califica en forma amable el
doctor Andrejín no lo exime de su responsabilidad. Más aún cuando estaba
al lado de un comisario de fuste y de experiencia que justamente no era
novel. Por el contrario.
El comisario relató en el debate oral que no sabe porque razón no se
hizo la autopsia en forma inmediata, como marca la ley. Lo que resulta
arbitrario es la torsión argumental que realiza el votante para cargarle en la
cuenta de la familia la idea de accidente sobre el hecho y deslindar al
investigador a cargo.
Constituye una inequívoca responsabilidad del fiscal haber tomado
este hecho como un accidente doméstico. Si se hubiera actuado de acuerdo

41
con la ley y a la objetividad investigativa del Ministerio Público Fiscal otra
hubiera sido la historia.
Lo que queda claro es que para salvar su cargo como fiscal ha
desviado la investigación cargando la culpa sobre la instalación de un
accidente sobre la familia. Esa actitud resulta absolutamente injustificable y
fue la madre de todos los problemas. Lo que resulta incomprensible es que
el doctor Andrejín se haga eco de esa infantil excusa del fiscal (que tomó
intervención desde el velatorio mismo) para lavar la imagen del fiscal y para
poner sombra sobre la actuación familiar, lo que deriva en el intento de
igualamiento de la sospecha sobre la familia con respecto a la hipótesis
Pachelo.
Reafirmó el impugnante que la hipótesis sobre la responsabilidad de
la familia quedó cancelada por cosa juzgada con grado de firmeza. A pesar
de ello, el miembro del tribunal utiliza esa sospecha para desligar a Pachelo.
Así, la distinta valoración de la prueba queda clara también en este punto, ya
que para achacarle sospechas a la familia no respeta la letra formal de su
absolución firme y aferrándose a pequeñas cuestiones subjetivas y no
importantes pretende embarrar a Carlos Carrascosa para poder igualarlo en
el barro de Pachelo.
Es decir, alegó, se cambia la vara de interpretación de acuerdo con la
conveniencia o no con su objetivo y voluntad de absolución. Cuando ayuda a
su cometido respetar cerradamente una resolución judicial así lo hace sin
importar la verdad material, pero para endilgar culpas sobre la familia
Belsunce no acepta la situación de absolución firme y les carga
responsabilidades ajenas.
Se citó en el recurso un párrafo que -según se sostiene- demuestra
acabadamente la cuestión: “Para que se comprenda con cabalidad: la
calidad firme perdura en reconocimiento de las absoluciones dispuestas,
pero el material probatorio presentado en este actual juicio permite valorar y
extraer razones que devienen trascendentales para definir la situación de los
ahora imputados, por cuanto en las conductas de los ya absueltos subyace

42
todavía prueba de una deliberada simulación favorecedora del ocultamiento
de la realidad conocida, o al menos su posibilidad -pues, no se alcanzó
siquiera certeza negativa que excluya las chances.”
También manifiesta textualmente que “…extraer indicios de
culpabilidad por vía de presencia y oportunidad o de una mendacidad nada
robusta, deviene demasiado débil, por la amplitud que entraña las
condiciones de vida dentro de un barrio cerrado con multitud de personas
viviendo allí o terceros ingresantes a bordo de vehículos que no pasaron
filtro de identificación; por mantenerse todos, en pie de igualdad de
acercamiento a cualquier unidad funcional…”, pudiéndose verificar
nuevamente como opera esta manera de torcer la argumentación
arbitrariamente igualando situaciones.
Recalcó el impugnante que Nicolás Pachelo ha mentido en forma
constante durante todo el debate. Viene mintiendo como testigo desde el
primer día y ha continuado mintiendo como imputado hasta el último día.
Mintió deliberadamente para desincriminarse a lo largo de los años e hizo
mentir a la masajista Michelini a quien le pagó el abogado. También, alegó,
pretendió que su madre mienta a su favor, destacando que se hallaron
escritos en poder de su madre con una cronología de los hechos
objetivamente falsa con títulos como “versión mejorada”, así como ticket de
compra de juguete para utilizarlo como coartada, lo que derivó en el trágico
suicidio de la señora Ryan. Sin embargo, apuntó el damnificado, el doctor
Andrejín considera que la mendacidad constante de Nicolás Pachelo resulta
débil como indicio de culpabilidad por vía de presencia y oportunidad.
Lo que resulta débil, alegó, es su argumento de descargo: la
presencia, la oportunidad y la mendacidad de Pachelo son
contundentemente cargosas, ya que desde el primer día ha intentado
colocarse en el Paseo Alcorta en el momento del hecho. El propio Nicolás
Pachelo dijo en forma reiterada que ese domingo había sido un domingo
más y que tuvo que reconstruirlo mucho tiempo después cuando declaró en

43
diciembre de 2002 como testigo y por esa razón no podía recordar sus
movimientos.
Sin embargo, destacó el recurrente, esas manifestaciones resultan
contradictorias con toda su actividad desplegada después del hecho junto a
su abogado Ribas en forma coordinada con el fiscal Molina Pico, lo que fue
admitido en el primer día de debate por el propio letrado y fundamentalmente
fue desmentida por el propio Pachelo el último día de debate, cuando
manifestó libremente que el día Viernes 1 de noviembre de 2002 (5 días
después del por entonces accidente) el presidente del Carmel, señor White
le dijo que no constaban fehacientemente sus salidas del Country el
domingo 27 de octubre de 2002 y por lo tanto el propio Pachelo comenzó a
constatar dicha situación.
Por lo tanto, remarcó, Nicolás Pachelo se encuentra estudiando
minuciosamente su domingo 27 de octubre de 2002 desde los primeros días
y sabe perfectamente cada movimiento que hizo en aquella fecha. De tal
forma, indicó, todas sus mendacidades son indicio de culpabilidad clara, más
aún con sus condiciones personales como su alto coeficiente intelectual; su
calidad de delincuente habitual en el country; que los domingos por la tarde
con el cambio de guardia (lo que motivó la colocación de un guardia especial
hacia su persona) y su diagnóstico de Trastorno Psicopático Narcisista.
Por todo ello, reclamó el quejoso, no puede el votante hacerse el
distraído e interpretar livianamente que la mendacidad, presencia y
oportunidad de Pachelo no son indicios claros de culpabilidad dando a
entender que había muchos vecinos en la misma situación y posibles
visitantes del barrio.
Aseveró el particular damnificado, con relación a los tres testigos que
vieron a Nicolás Pachelo en el momento del hecho y en lugar del hecho, los
jóvenes Asorey, Cristiani y Azpiroz, que el doctor Andrejin debió explayarse
un poco más para desvirtuar sus dichos ya que se trata de testigos directos
esenciales de cargo.

44
En este sentido, advirtió, se ha descartado lisa y llanamente las
declaraciones en el debate de los tres testigos tomándose de una sola
contradicción del testigo Azpiroz a lo largo de los años en una de sus cinco
declaraciones testimoniales dándole esencial entidad a una contradicción
antigua y demoliendo sólo con eso todos los testimonios que son
plenamente válidos.
Citó textualmente un fragmento de la argumentación: “Sus dichos se
muestran así ausentes de confianza suficiente; peculiarmente, la remarcable
contradicción ya era a las claras del conocimiento de ASPIROZ al asumir
posición en el asiento de testigo -incluso, la Fiscalía resaltó una supuesta
obviedad del interés de la Defensa de contrarrestar la versión oral con la
declaración de 2018-; ASPIROZ arrastraba consciente la diferencia de sus
exposiciones y su posición como testigo de calidad dirimente o al menos tan
significativa -se hizo cargo ante la voz del Juez Presidente del Tribunal, de
haber sido quizás, última persona (fuera del ejecutor mortal) en ver con vida
a la Sra. GARCIA BELSUNCE-. O bien, fue siempre consciente de las
diversas versiones brindadas durante su adolescencia y cuando ya mayor de
edad, o fue alertado de las referencias contradictorias con la consecuente
resignificación de su cualidad de testigo importante para la postura
acusatoria -y de allí la necesidad en este juicio celebrado de reivindicarse
como sujeto veraz-. Cualquiera que fuese la alternativa, deja subsistente
como premisa razonable, que carece de confianza en su credibilidad, incluso
por el momento en que se dio la variación del recuerdo.”
Frente a ello, señaló el impugnante, la prueba debe ser evaluada en
todo su contexto. La credibilidad de los testigos Asorey, Cristiani y Azpiroz
es indudable. Han declarado todos desde los 13 años por primera vez ante
el Fiscal Molina Pico de idéntica manera a la que declararon en el curso del
debate.
Es falso lo que afirma Andrejín diciendo que Azpiroz ha dado diversas
versiones durante la adolescencia. Siempre ha declarado el mismo
contenido en todas las instancias a lo largo de los años salvo en el año

45
2018. Bueno, entonces para el vocal sentenciante esa es la que debe
prevalecer.
Es decir, Azpiroz declaró a pocos días del hecho que vio doblar a
Nicolás Pachelo hacia la izquierda siendo un adolescente intachable e
insospechado de cualquier falsedad. Tanto es así que la presencia de
Pachelo en el lugar desde el primer momento efectuada por estos 3
adolescentes fue negada constantemente por el imputado y terminó siendo
reconocida por éste debido a las constancias indubitables. Esto es, subrayó
el recurrente, los tres jóvenes tenían razón y lo dijeron cuando ningún otro
dato objetivo había sido dado a la luz. A pesar de que el fiscal Molina Pico
no consideró relevante que estos jóvenes hayan visto al vecino ladrón en el
momento y lugar del hecho cuando éste afirmaba estar en el centro de la
Ciudad con su madre, a 50 kilómetros de distancia.
Sostuvo la parte que se pudo ver veinte años después como estos
tres ahora adultos ratificaron en el debate en forma amplia y a los ojos del
Tribunal los testimonios que siempre habían dado. También se pudo
apreciar que se trata de personas intachables y que no tienen motivo alguno
para mentir. En tal aspecto, recordó que además de que Azpiroz ratificó
haber visto doblar a la izquierda a Nicolás Pachelo, los señores Asorey y
Cristiani (que lo vieron antes de doblar) también declararon bajo juramento
que Azpiroz ya les había dicho desde el primer momento que había visto
doblar a Pachelo hacia la casa de María Marta García Belsunce.
Frente a los testimonios concordantes y complementarios, estos
deben ser evaluados en forma conjunta, resultando indignante ver como se
le da mayor importancia a una única y antigua diferencia en la versión de
uno solo de los testigos para tachar a los tres.
En cuanto al móvil de robo, se destacó que el vocal Andrejín también
se esforzó por ponerlo en duda en forma irrazonable “Pero para medición
importantísima de este asunto, si el resultado de la autopsia alimentó la idea
de que el cofrecito pudo ser robado por el agresor, y que desde entonces
CARRASCOSA constató qué otros valores faltaron -a decir de él, alguna

46
suma de dinero oculta dentro del estuche de los anteojos-, silenció por
cuantioso tiempo el despojo del rodado a bordo del cual, justamente,
paseaba GARCIA BELSUNCE momentos antes de la agresión armada
cuando entró a su casa”
Afirmó el recurrente que quedó ampliamente acreditado durante el
debate a través de los innumerables testimonios de familiares, allegados y
de las directivas a cargo de la fundación “Damas de Pilar” que la caja fuerte
metálica que estaba a cargo de María Marta en el momento del hecho fue
sustraída. Incluso se formuló una denuncia a pocos días del hecho que el
fiscal Molina Pico aceptó a regañadientes como un expediente separado, en
lugar de tomarlo como lógico móvil vinculado al homicidio como lo
declararon infinidad de testigos.
A pesar de todo ello, observó, el doctor Andrejín puso en duda en
forma injustificada e incomprensible un hecho absolutamente acreditado en
su afán arbitrario de desvirtuar sin motivo todas las pruebas de cargo. De
esa forma, aseguró el recurrente, se mezcló sin razón el faltante de la
bicicleta playera de la víctima que no fue denunciado en el momento del
hecho, con la cuestión de la caja que sí lo fue desde siempre, asignándole
además una actitud espuria y sospechosa a Carrascosa.
Ello expone como el doctor Andrejín en todo momento continuó con
una conducta pre direccionada de plantar intenciones dudosas en forma
subjetiva e infundada sobre el señor Carrascosa para descartar pruebas
profusamente acreditadas con documentos, testimonios y constancias
existentes desde hace veinte años.
Que la arbitrariedad también asoma, dijo, para desacreditar el modus
operandi empleado por Nicolás Pachelo en otros hechos ilícitos por él
cometidos en cuanto a similitudes de contexto, víctimas y momentos
elegidos para su ejecución, aferrándose el votante a la letra de decisorios
judiciales para cerrar la cuestión.
Así, resaltó, constantemente en su voto avanza sobre la conducta de
la familia Belsunce para deslindar a Pachelo, cambiando la manera de

47
apreciar la prueba en este punto, ya que su criterio es diametralmente
distinto: “Pero tampoco es que el episodio en perjuicio de la Sra. ARECO
contiene similitudes propias reconocibles en sintonía con el caso GARCIA
BELSUNCE. Contra ARECO, si bien hubo sujeto armado que salió al
encuentro de la solitaria moradora del apartamento, la violencia ejercida
trasuntó en la exhibición de un armamento, pero nunca descerrajado,
limitado a la exigencia de indicación del lugar de ocultamiento de dinero sin
acometimiento físico, y resuelta la presencia de la víctima con encierro en el
baño. Así por demás distante de la extrema violencia ejercida contra la Sra.
GARCIA BELSUNCE. Y cabe recordar, el material probatorio determinó que
PACHELO no fue el ejecutor del robo, es decir, el intruso al domicilio de la
familia AUGE; tal así graduada la intervención criminal de PACHELO en este
hecho (contra la Sra. ARECO), como partícipe necesario, fuente
suministradora de llave que facilitó el acceso al ejecutor, y fuente
informadora del momento oportuno para el ingreso tras cerciorarse mediante
llamadas en que se identificó como Nicolás PACHELO y so pretexto de
apariencia inocua de querer saber de la evolución de una carrera de autos
clásicos por el marido de la damnificada. No hay razón válida para apartarse
de las mismas conclusiones alcanzadas por los Jueces integrantes del
Tribunal Oral en lo Criminal Nº 15 que juzgó a PACHELO, más aún ante el
estado de cosa juzgada consolidado. Como tampoco merece disolverse la
autoridad de cosa juzgada en el proceso penal afrontado por PACHELO ante
el Tribunal en lo Criminal Nº 7 con condenación impuesta en orden al delito
de encubrimiento agravado por el ánimo de lucro.”
En el transcurso del debate –afirmó el impugnante- pudo apreciarse
fácilmente que el real autor material de los hechos fue Nicolás Pachelo. Ello
deviene indudable y fue debidamente acreditado en el transcurso del debate.
Los vecinos Pigoni, Sansuste, Zancoli, así como el personal de seguridad,
miembros de la Comisión Directiva del Carmel y demás constancias han
demostrado que los palos de golf fueron sustraídos efectivamente por
Pachelo, especialmente los domingos por la tarde en el Carmel. Pero en

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este caso el vocal no considera la prueba del juicio que demuestra
cabalmente su autoría del robo y se basa en las constancias de la sentencia
del Tribunal 7 que se limita a la figura de encubrimiento.
Con respecto al caso Marta María Areco de Auge, reclamó el
impugnante, que se trata de un hecho evidentemente mellizo al de María
Marta García Belsunce lo que fue demostrado con la declaración de la
propia víctima, de su hijo Gastón Augé, declaraciones de ex amigos de
Pachelo y el informe del Licenciado Salcedo.
En este caso, afirmó el particular damnificado, Nicolás Pachelo realizó
inteligencia previa sobre la existencia de dinero en la casa de Augé, accedió
a la vivienda sin necesidad de forzamiento (había sustraído la llave a su
amigo) esperó que la víctima (mujer de avanzada edad) estuviera sola en la
casa, ingresó con capucha para ocultar su rostro, colocó un arma en la sien
de la víctima obligándola a encerrarse en el baño y luego escapó con el
dinero por la puerta escenificando una salida por la ventana.
En el caso García Belsunce. la diferencia radicó en que la víctima en
lugar de acceder voluntariamente al encierro en el baño, se resistió y
enfrentó al agresor lo que obligó a Pachelo a matarla para que no lo
reconozca posteriormente.
Este hecho fue cometido meses después del caso Belsunce y el
doctor Ribas, defensor de Pachelo, se apuró en suscribir un pacto de juicio
abreviado en el que acepta su responsabilidad penal en el hecho, pero en
carácter de partícipe primario, manifestando que mandó a 2 personas de
Pilar a llevar a cabo el hecho con un arma de plástico. Sin embargo, la
propia víctima en el debate manifestó expresamente que el arma que le
colocaron en la sien fue real, de material metálico y que pudo verle los ojos
al agresor, agregando además que al ver a Nicolás Pachelo años después
con barbijo en ocasión de este proceso, pudo apreciar los mismos ojos de la
persona que la había atacado a ella, con una mirada oscura.
A pesar de todo esto, afirmó el recurrente, el doctor Andrejín se atiene
a la fría letra de la sentencia de juicio abreviado que se trata de un pacto

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entre imputado y fiscal, quedando una vez más en evidencia que la vara del
vocal Andrejín varía de acuerdo con lo que le convenga en su intención
ineludible de exculpar a Nicolás Pachelo.
Aseguró el particular damnificado que también se advierte una clara
arbitrariedad en el análisis que realiza en relación a los informes de las
peritas Cariac y Rodríguez quienes realizaron un perfil del autor del hecho
en el año 2014 en base a las constancias de la causa.
En ese momento histórico –recordó el presentante- el señor
Carrascosa se encontraba condenado a cadena perpetua por haber sido
condenado por homicidio agravado. A pesar de esa circunstancia, ambas
expertas concordaron en señalar que de acuerdo con todas las constancias
objetivas no consideraban que el viudo pueda haber cometido el hecho
luctuoso.
Por el contrario, indicaron en forma concreta que Nicolás Pachelo
tenía el perfil del autor de este hecho en particular. Por sus antecedentes
delictivos en el propio barrio cerrado, su capacidad de estudio del contexto,
su diagnóstico de psicópata narcisista que se compadece claramente con la
escenificación del cuerpo posterior al crimen, y demás constancias.
Remarcaron que Carrascosa es una persona con tendencia depresiva y
pasiva, que no tenía conflictos ni motivos para llevar a cabo el homicidio y
que no existían pautas objetivas que lo liguen a la autoría.
A pesar de estos informes -que iban contra el statu quo imperante en
la causa en ese momento- las peritas señalaron a Pachelo y lo ratificaron en
declaración testimonial durante el debate donde ratificaron su análisis y
pudieron explayarse ante el tribunal y las partes. El licenciado Daniel
Salcedo coincidió plenamente con las éstas y presentó un informe
audiovisual amplio y fundamentado en constancias objetivas.
No le caben dudas al perito que el autor del hecho es el señor
Pachelo. Frente a ello, el juez de primer voto en forma escandalosamente
parcial y tendenciosa, lo único que tomó de todos los conceptos aportados
es que la escena del crimen fue modificada por el autor.

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Así lo expresa en forma textual: “Los licenciados en criminalística
escuchados -CARIAC, RODRIGUEZ, SALCEDO- compartieron sus
deducciones sobre variables de la colocación del cuerpo en la bañadera: el
propósito de hacer perder rastros físicos diluidos en agua, demorar o
despistar la investigación para evitar la individualización del autor. Fueron
GAUVRY GORDON y CARRASCOSA los que fomentaron la idea de
accidente. Ambos mostraron de manera paralela en sus dichos, una
necesidad común, reafirmarse como la génesis de la errónea interpretación
de la escena que se extendió al error de los que vinieron después”
Resulta insólito ver que luego de que los 3 peritos a través de sus
detallados informes -ratificados además por extensas declaraciones
testimoniales- concordantes en asignarle autoría del hecho a Nicolás
Pachelo, el doctor Andrejín solamente extraiga que el autor realizó una
escenificación y encima eso se lo carga al médico Gauvry Gordon y a Carlos
Carrascosa porque “fomentaron la idea de accidente”. El magistrado realiza
una interpretación de la prueba intencionadamente parcial y arbitraria.
Peor aún, indicó el impugnante, resultó el abordaje de los testimonios
de los tres empleados de la estación de servicio Esso de Pilar, señores
Mantovani, Monzón y Gutiérrez porque no sólo incurre en arbitrariedad
manifiesta como en los puntos anteriores, sino que en este caso recurre a
una fundamentación falsa, lo que podría constituir el delito de prevaricato.
Explicó el acusador particular que debido al fallecimiento del señor
Gutiérrez se incorporó por lectura su declaración de la instrucción, mientras
que los señores Monzón y Mantovani pudieron deponer en forma personal
ante el tribunal. Los tres relataron que el señor Pachelo se presentó a
primera hora del lunes 28 de octubre de 2002 (al otro día de la muerte de
María Marta) y les preguntó si sabían algo de la mujer que habían “matado”
el día previo en el Carmel.
Hasta que se llevó a cabo la autopsia casi 40 días después todas las
personas tomaron su muerte como un accidente, por lo que solamente el
autor del hecho podía saber que se trataba de un homicidio.

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No podía comprender Pachelo que no haya habido un escándalo en el
Carmel por el asesinato que él había cometido. No se podía contener y no
podía preguntar algo así a los vecinos porque sería auto incriminarse. Por lo
tanto, consideró que podía obtener algo de información en la Esso ya que
era un lugar concurrido por todos y además los empleados no eran personas
de su entorno social.
Pero tuvo la mala suerte que esas personas recordaron esas
preguntas, lo que además fue avalado por el testimonio incorporado por
lectura de la fallecida Dolores Sanjurjo, quien declaró haberse encontrado
con Pachelo en la estación y hablar del accidente de María Marta. Pero al
retirarse Pachelo del lugar el señor Monzón le manifestó con sorpresa que
Pachelo le hablaba de un homicidio.
Estas declaraciones concordantes son demostrativas de que
solamente el autor del hecho podría preguntar eso. En este caso, remarcó,
el doctor Andrejín no podía decir que se trata de personas allegadas a la
familia y que pueden tener algún interés como hizo con Azpiroz, Cristiani y
Asorey, ya que se trata de personas ajenas al círculo de la familia y de
Pachelo.
Por eso –destacó el quejoso- no le alcanza con hacer un análisis
arbitrario, sino que debe recurrir a una falsedad manifiesta ya que expresa
que hay pruebas objetivas que los desmienten. Citó el fallo sobre este
particular, en donde se sostiene que “Debe distinguirse que sus versiones se
contraponen con material probatorio de base objetiva, con más la existencia
de testigo que posicionó a PACHELO en otro lugar a mismo momento.
De la nómina de llamadas entrantes y salientes almacenada por
VAIC, se desprende que en fecha 28de octubre de 2002, el uso de la línea
de telefonía celular de PACHELO (01144495646) registra consulta a casilla
de mensajes de voz, a las 7:56 con impacto de celda de antena de influencia
geográfica en Carmel; y utilización de telefonía fija y celular (de antena con
injerencia en Carmel) en horarios siguientes -cabe recordar que en
testimonio incorporado por lectura, la Sra. de SANJURJO refirió también

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encontrar a PACHELO en la ESSO aunque más tarde que la hora precisada
por los empleados de la estación deservicio-.
En sus testimonios de fs. 671, 2353 y 7933 Balbina AVILA, entonces
empleada doméstica del matrimonio PACHELO-DAVALOS, confirmó que
para el horario de 6:00 a 7:00 señalado por MONTAVANI y MONZON, su
empleador Nicolás PACHELO se encontraba en la casa.
Las planillas de fichaje de entradas y salidas del Carmel no
registraron uso de tarjeta del socio PACHELO; y sólo merece asignarse
cualidad especulativa a la verificación de uso de tarjeta de Guardia que no
prueban la salida de PACHELO el 28 de octubre de 2002 para horario de
6:00 y 7:00; tampoco proyectables a salidas de PACHELO que para 29 y 30
de octubre evidenciaran que el uso de su teléfono celular no corresponde a
localización en Carmel sino en la tosquera.”
Al respecto, afirmó el impugnante, es absolutamente falso lo que
expresa el vocal al afirmar que la empleada doméstica Balbina Avila
manifestó que Nicolás Pachelo el lunes 28 de octubre entre las 6 y las 7 de
la mañana estaba en la casa. Es que la empleada de Pachelo -a pesar de
ser llevada a declarar por él para salvar la coartada y poder desmentir a los
empleados de la Esso- no afirmó en ningún momento que su empleador
estaba a esa hora en la casa. Simplemente dice que supone que sí porque
todos los días se levantaba más tarde y eso alcanza para que el doctor
Andrejín mienta en su voto y diga que la empleada dijo lo que no dijo.
Esto –reclamó el recurrente- no puede permitirse ya que va más allá
de cualquier interpretación dudosa o arbitraria, habida cuenta que se afirma
que un testigo dice algo que no dijo para poder sustentar su voluntad dolosa
de descartar las pruebas de cargo contra Pachelo.
A esta falsedad le sumó otras dos supuestas pruebas objetivas que
desmienten los dichos de los tres testigos. El VAIC que supuestamente sitúa
a Pachelo en el Carmel es también un dato falso ya que consta el uso del
celular a las 7: 56 hs. del lunes en la antena que supuestamente
corresponde a Carmel. En primer lugar, destacó el particular damnificado, el

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técnico en comunicaciones repitió hasta el cansancio en sus declaraciones
testimoniales que había 2 antenas que captaban la zona de Pilar centro y
zona Carmel pero que no era algo taxativo y que podían entrar en cualquiera
de las dos eventualmente. Pero fundamentalmente resulta absolutamente
lógico que haya ido entre las 6 y las 7 a la Esso y a las 7.56 (una hora
después se encuentre en la zona Carmel.
Asimismo, también refiere el ponente que las constancias de la puerta
del country no registraron su salida, cuando ha quedado palmariamente
demostrado que tampoco quedaron registros de sus ingresos y egresos del
barrio admitidos por Pachelo el lunes e inclusive el día domingo del hecho.
Esto es, ninguna de las supuestas pruebas objetivas que alega el
vocal contradice la presencia de Pachelo en la estación de servicio. Pero
además de ello, inclusive considerando que fuera así, en todo caso el vocal
Andrejín podría haber supuesto que el hecho relatado por los mozos y
Sanjurjo podría tener alguna diferencia o confusión horaria pero lo que no se
puede nunca colegir es que el contenido de las declaraciones de estas 4
personas es falso. Se trata de una arbitrariedad insoportable.
Aseveró el acusador particular que no existe duda alguna que los
tres empleados de la estación de servicio son testigos absolutamente
veraces, no conocen a la familia Belsunce, no son enemigos de Pachelo ni
tienen motivo para mentir a lo largo de 20 años con respecto a este tema.
Asimismo, en el debate se pudo apreciar la legitimidad de sus declaraciones
y la coincidencia en el tiempo.
La defensa del imputado Pachelo no realizó ninguna impugnación a
sus declaraciones durante el debate ni invocó su falso testimonio. Ni siquiera
intentó llevar a cabo un careo para contrastar sus dichos. Destacó que lo
que la defensa no hizo lo hizo el Tribunal, eliminando las cuatro
declaraciones testimoniales esenciales de cuajo.
Observó críticamente el impugnante que similar es la cuestión en
relación con el testigo Dionisio Simón (ex-socio y gerente de la tosquera) ya
que el juez ponente descalificó todo el contenido de su declaración

54
testimonial diciendo solamente que el día que Simón manifestó haberse
encontrado con Pachelo en la oficina de la tosquera, la misma ya estaba
cerrada.
Esa supuesta cuestión objetiva también resulta arbitraria para
desechar una declaración testimonial de cargo.” Y ahora para las jornadas
del 29 y 30 de octubre (martes y miércoles siguientes al domingo 27 de
octubre en que falleció la víctima), el uso del teléfono celular del encausado
refrendó presencia en zona del Carmel (antenas 215, 394) o en geografías
cuyas antenas de influencia (454, 209, 494) no fueron informadas como
correspondientes a radio de la tosquera (lugar al que SIMON afirmó
concurrió PACHELO). Por cierto, en importante contradicción propia, SIMON
afirmó durante su testimonio ante el Tribunal que en mismo tiempo en que la
cantera permanecía cerrada, PACHELO concurrió a sus oficinas
administrativas…Las planillas de fichaje de entradas y salidas del Carmel no
registraron uso de tarjeta del socio PACHELO; y sólo merece asignarse
cualidad especulativa a la verificación de uso de tarjeta de Guardia que no
prueban la salida de PACHELO el 28 de octubre de 2002 para horario de
6:00 y 7:00; tampoco proyectables a salidas de PACHELO que para 29 y 30
de octubre evidenciaran que el uso de su teléfono celular no corresponde a
localización en Carmel sino en la tosquera”.
Resaltó el impugnante el tenor de este testigo, pues resulta una
persona que dijo que Pachelo confesó su autoría 2 o 3 días después de la
muerte de María Marta al preguntar por la vieja que habían matado,
ratificando que había hablado con los mozos el día anterior y diciendo que el
arma no iba a aparecer porque debe estar en La Pampa. Agregando el
encartado Pachelo, además, que había gastado u$ 800.000 dólares
estadounidenses por culpa de este caso.
Este testimonio tampoco fue tachado por la defensa ni intentó
carearse el encartado con el señor Simón, limitándose a esbozar Pachelo
luego que se retiró el testigo de la sala de audiencias, que éste declaraba en

55
su contra porque estaba enojado porque no le abonó un porcentaje que el
padre le había prometido.
Con esta infantil excusa el imputado intentó desvirtuar sus
contundentes y pormenorizados dichos, pero no solicitó un careo a pesar de
ser un hábil declarante, con alto coeficiente intelectual y una persona que
intentó justificar lo injustificable durante el debate declarando casi 20 veces
en forma locuaz y enérgica.
Pero a pesar de ello “no le dio la nafta” para intentar carearse con el
señor Simón o con los mozos de la Esso, o con los 3 jóvenes que lo vieron
en el lugar del hecho quienes declararon bajo juramento sobre
circunstancias cargosas de extrema gravedad.
Quizás Pachelo sabía que tantas horas de testimonios bajo juramento
de decir verdad de infinidad de personas intachables serían descartados de
un plumazo por parte de 2 de los miembros del Tribunal, por eso no se
preocupó en intentar contrastar o impugnar sus declaraciones.
Porque en donde hubo uniformidad absoluta fue con relación a que
todos los testigos que depusieron en el debate, ya sea allegados a la familia
Belsunce, personas ajenas al círculo social del country e incluso amigos de
Pachelo, todos declararon en contra del imputado. Hasta los testigos
ofrecidos por la defensa han declarado en su contra. Esa es una
particularidad única que parece que no fue valorada debidamente por 2 de
los vocales.
Cuestionó el recurrente que también se anuló fácilmente la
declaración incorporada a través de un video del periodista Jorge Lanata en
la que refiere concretamente y sin dudas que Pachelo le había confesado
haber estado lavando su ropa en su casa el 27 de octubre de 2002. Para
ello, basándose en la explicación dada por Pachelo durante el juicio -en la
que dijo que se lo había dicho irónicamente al periodista-, se descartó este
elemento de juicio, resultando difícil de creer que un periodista de la
inteligencia, sagacidad y experiencia de Lanata puede confundir una
afirmación irónica de una asertiva.

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Afirmó que el acusador particular que, si el testigo Lanata expresó lo
que expresó, dejando constancia, además, que le resultaba altamente
sospechosa esa afirmación de Pachelo, debe confiarse en que interpretó
correctamente dicha manifestación, sin que melle la infantil excusa de
Pachelo o en la confusa declaración incorporada por lectura de su empleada
doméstica.
El doctor Andrejín, destacó el impugnante, además de expresar que la
empleada dijo cosas que no dijo, le otorgó a su antigua declaración
testimonial incorporada por lectura un valor esencial para contrarrestar
varias pruebas de cargo como los dichos del señor Lanata, así como las
declaraciones de los empleados de la Esso que depusieron personalmente
ante los ojos del Tribunal.
Apuntó que existen infinidad de escuchas telefónicas que se pudieron
apreciar durante el debate y que resultaron altamente incriminatorias, cuyo
contenido permite advertir que Pachelo negaba ante periodistas haber
estado en el country desde las 17 hs aproximadamente; negaba que lo
hayan visto 3 jóvenes corriendo por el country a la hora de los hechos
-diciendo incluso que si fuera así el Fiscal lo tendría que haber metido
preso-;- relataba que tenía miedo de que aparezca una persona -como el
señor Rivero de la tosquera- diciendo que compró balas y manipuló una
pistola calibre 32; conversaba con el abogado Guillermo Campos durante 20
minutos manifestando un temor injustificable sino fuera el autor del hecho a
que aparezcan rastros genéticos de Pachelo en la casa de María Marta. Más
aún, discutía con su madre por la coartada que pretendía imponerle, hasta el
punto de que la señora Ryan terminó acabando con su propia vida.
Señaló que por mayoría se rechazó la inclusión de dos escuchas en
las que conversaba con el abogado Ribas de la que se puede desprender
fácilmente que ambos sabían que Pachelo había estado en la escena del
crimen.
Sostuvo el acusado que estos pocos ejemplos de las muchas
escuchas incorporadas al juicio constituyen prueba de cargo relevante, ya

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que la única explicación concordante es que solamente el autor del hecho
puede tener esas conversaciones telefónicas. Si fuera inocente no tiene
porqué formular tales manifestaciones.
Observó críticamente el impugnante que de todo ello el vocal
considera textualmente lo siguiente: “El producto de escuchas telefónicas
siquiera atrajo sospecha cuantificable alguna de relato de conductas de
PACHELO que evidenciaran su protagonismo en el hecho, ni confesiones,
tampoco diálogos que se tradujeran en inequívoco compromiso
incriminatorio; inclusive sus términos empleados con sus interlocutores
demostraron persistente reclamo de una actitud malintencionada del entorno
familiar de la occisa”.
Subrayó el recurrente que el acusado Pachelo mintió desde el
momento del crimen hasta el último día del debate cambiando versiones,
contradiciéndose, esbozando excusas infantiles y obligando a su madre a
mentir para cubrirlo, y siempre con un claro objetivo de desincriminación.
Pese a ello, el ponente iguala en su argumentación a las posibles
inconsistencias que pudo tener al principio la familia, el médico de OSDE y
otras personas, al considerar el hecho como un accidente con estas
mentiras graves, intencionadas y concordantes que en forma inequívoca
tienen como única explicación la autoría del hecho.
Aseveró el acusador que similar proceder adopta el segundo votante
ya que se encarga en forma burda de descartar pruebas de cargo en forma
arbitraria e injustificada y además pone en duda la hipótesis de
responsabilidad de la familia García Belsunce que se encuentra cancelada
por absolución firme.
Refirió el impugnante como cuestiones más significativas, que
livianamente se descartó algo que quedó palmariamente acreditado por
todos los testimonios obrantes en el juicio, tal la situación de deficiencia e
ineficacia absoluta en la vigilancia, especialmente los domingos en el cambio
de turno de 18 a 19 horas. Al respecto, han declarado una gran cantidad de
vecinos, allegados, jefes de guardia, vigiladores, empleados del country

58
sobre la cuestión de la seguridad en el Carmel y si hay una circunstancia
que resultó unánime fue que la guardia era negligente y que además
cometía delitos en el country -esto reconocido por los propios autores,
incluso-. Pero también hubo unanimidad en la circunstancia de que debían
vigilar a Pachelo especialmente porque ya había efectuado robos en el
country. También se probó por las propias declaraciones de las víctimas que
varios de los robos cometidos por Pachelo fueron esos días del fin de
semana y en esa franja horarias.
A pesar de esto, observó el recurrente, el doctor Rossi se ocupó de
decir sin más que dicha presunción de zona liberada quedó en un mero
enunciado.
Cuestionó que el voto de dicho magistrado, en sólo tres párrafos
rechazó una serie de pruebas de cargo absolutamente relevantes y
debidamente acreditadas. Por caso, la declaración del investigador González
que concurrió con la auditoría de un escribano público a entrevistar al
empleado de la tosquera, señor Rivero, quien manifestó haber acompañado
a Pachelo a comprar proyectiles a su pedido en los días previos a la fecha
del crimen y haber visto a Pachelo disparar con un arma calibre 32 larga con
esos proyectiles como los utilizados en el hecho y hallados en el cráneo de
la víctima, fueron privados de todo valor por qué no se incautó el arma ni los
proyectiles y al considerar el juez que los dichos no son precisos en cuanto a
tiempo y lugar.
De igual forma procede con las cuatro declaraciones relacionadas con
la confesión de Pachelo la mañana siguiente al crimen en la estación de
servicio ESSO de Pilar.
En primer lugar, impugnó el recurrente, se puede advertir su
parcialidad al solamente hacer referencia a la declaración de dos mozos
-Mantovani y Monzón- cuando esta cuestión se complementa con dos
declaraciones también agregadas por lectura por fallecimiento, como lo son
la del mozo Gutiérrez y la vecina de Carmel, Dolores Sanjurjo. Tales
declaraciones se complementan y resultan absolutamente intachables y

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creíbles. Sin embargo, se descartan al anteponer una comunicación
registrada a las 7.56 (una hora después) que no es excluyente en cuanto a
la antena utilizada y la declaración incorporada por lectura de la empleada
doméstica de Pachelo, a quien también le hace decir lo que no dijo y que
además no resulta contradictoria con lo manifestado por los testigos.
Es decir, aseveró el acusado, el procedimiento es buscar un pequeño
detalle en las declaraciones testimoniales que pueda ser puesto en duda,
aunque sea un detalle menor y circunstancial que no se vincula con el
contenido de la declaración misma. Sin embargo, ni el informe del VAIC, ni
las constancias de la guardia, ni los dichos ambiguos e interesados de la
propia empleada de Pachelo desmienten las manifestaciones de cuatro
personas que se expidieron bajo juramento de decir verdad.
Recalcó que sus expresiones fueron son concordantes e
insospechadas por tratarse de personas ajenas a las partes, hasta el punto
de que el propio juez Rossi le dijo en el debate textualmente a Nicolás
Pachelo: “¿Qué motivo pueden tener estas personas para declarar en su
contra falsamente?”, lo que no pudo ser respondido por el imputado a pesar
de ser una persona que tiene respuesta para todo.
Aparentemente, aseveró el recurrente, el doctor Rossi cambió de
opinión porque en la sentencia los considera carentes de credibilidad.
En cuanto al lavado de la ropa que en forma personal realizó Pachelo
el día del hecho, con la declaración subida por lectura de la doméstica de
Pachelo se buscó invalidar tal extremo.
Subrayó el impugnante que como argumento adicional agregó el juez
Rossi que la lógica indica que no vaya Pachelo a preguntar a la estación de
servicio sobre la muerte de María Marta, y que debería haberlo hecho dentro
del propio country. Tal temperamento, afirmó, permite interrogarse si el
magistrado carece de lógica, o si subestima a las partes de este proceso. O
si las dos cosas juntas.
Es que, justamente, la inquietud que tenía Pachelo en esas horas no
podía evacuarla en el country club ya que sería algo altamente

60
incriminatorio, para personas muy cercanas a la familia Belsunce o los
vecinos y vigiladores que ya sabían de sus delitos previos. Esa fue la razón
por la cual Pachelo buscó un lugar ajeno y neutro donde estas personas
podían haber accedido a la información por sus clientes, pero no pertenecían
a su círculo social. Eran personas más lejanas y que si la idea del homicidio
había surgido ellos podían tener la información.
En cuanto al móvil del hecho, existen una veintena de personas
intachables allegadas a María Marta García Belsunce, familiares, miembros
de Damas de Pilar, vecinos etc., todos los cuales -bajo juramento- dieron
cuenta que la víctima estaba a cargo de la caja fuerte portátil de Damas de
Pilar y que la misma desapareció luego de la muerte. Especialmente, las
señoras Pieres y Burgueño en su calidad de miembros de la asociación.
A pesar de ello, con una presentación efectuada tiempo después por
parte de un abogado de la asociación -que tampoco excluye el robo- da por
tierra con todo lo declarado testimonialmente ante los propios ojos del
Tribunal.
De tal forma, señaló el recurrente, se descartó el móvil de robo para
ensombrecer la situación de Carrascosa diciendo que puede tratarse de un
crimen pasional. Tal proceder expone arbitrariedad al no considerar el
contexto y la cantidad de pruebas dispar, siendo que también se declaró el
faltante de dinero en la mesa de luz y de la bicicleta de la señora Belsunce
que nunca apareció. Sin embargo, estas pruebas no bastan aparentemente
o no resultan válidas, aunque consten en el debate.
Puso de resalto el escrito de interposición que el vocal Rossi se
esforzó para no considerar las declaraciones testimoniales de Asorey,
Cristiani y Azpiroz, pero a diferencia de Andrejín (quien le asignó falta de
credibilidad) simplemente las desechó considerando que, aunque lo hayan
visto a Pachelo en el lugar del hecho en el momento del hecho, no puede
haber sido autor del suceso por una cuestión de lógica.
Explicó el presentante que Asorey, Cristiani y Azpiroz declararon
haber visto a Pachelo dirigirse por un lugar que no tiene justificación para

61
Pachelo y que, además, fue negado por el mismo en reiteradas
oportunidades. Así, durante 20 años fue cambiando su versión a pesar de
confesar que desde la semana siguiente al crimen comenzó a constatar sus
propios movimientos por indicación del Presidente White. Pasó de negar
haber estado ese domingo en el country, a decir que estaba en Paseo
Alcorta; luego negar la presencia de los tres testigos; decir que los testigos
mienten porque si no ya estaría preso; hasta que, finalmente, durante el
debate fue admitiendo la posibilidad de haber estado presente de acuerdo a
las pruebas que se iban sucediendo, incluso, hasta el último día del debate
donde Pachelo dijo que no recordaba haber estado ahí pero que si llega a
haber estado corriendo debe haber doblado a la derecha en lugar de a la
izquierda.
A pesar de ello, señaló el acusador, en forma insólita y agraviante el
doctor Rossi escribe en su: “El encartado si bien dijo no recordar haberse
cruzado con los mismos, tampoco lo negó y la única discrepancia lo fue en
cuanto señaló -seguramente cuando se dirigía a la playa de estacionamiento
a buscar el automóvil de su esposa- haber girado hacia la derecha en el
cruce con la calle que conduce hacia la finca de Carrascosa”.
Esto es, ninguna de las contradicciones y mendacidades con respecto
a su presencia en el lugar es considerada como presunción de culpabilidad,
recurriendo a su particular lógica para explicar: “Ahora bien, a esta altura
cabe preguntarse si, no obstante tener en cuenta que era objeto de
personalizada vigilancia, que ese horario era el del habitual éxodo de los no
residentes, tómese como ejemplo precisamente el dos de los adolescentes
testigos -Cristiani y Asorey que se retiraron con los padres del primero a las
18:17 hs.- , quienes por otra parte lo habían visto trotar en el mismo sentido
y momento en que la víctima en su bicicleta rumbeaba hacia su domicilio,
habría irrumpido tras ella con el objeto de darle muerte, más aún cuando en
el suyo se hallaba en soledad su hijo de tan solo 7 años de edad, con el
aditamento que pudiera haber sido observado por Asorey u otro
circunstancial testigo.”

62
Sin embargo, toda la prueba arrimada al debate acredita que
justamente Pachelo robaba a los vecinos (Zansuste, Pigoni, Zancoli, etc) en
el horario de las 18 a 19 horas de los días domingo, siendo que el hecho de
que su hijo se encuentre en su casa no indica nada relevante para
desacreditar los dichos de los testigos. Incluso, a manera de ejemplo, señaló
el acusador que varios testigos fueron amenazados e increpados por
Pachelo en compañía de su hijo Felipe.
Ello expone un razonamiento arbitrario y caprichoso al no otorgar
valor probatorio a testimonios con una simple presunción de lógica personal
absolutamente tendenciosa.
Asimismo, criticó el quejoso, no puede tomarse como válida la infantil
excusa de Pachelo de que “si lo vieron en el lugar del hecho, debe haber
doblado a la derecha para ir a buscar el automóvil de su esposa que estaba
en el estacionamiento de la entrada del country, pues carece de lógica dejar
a su hijo en su casa, ir corriendo bajo la lluvia luego de bañarse, doblar a la
derecha por un camino de tierra -recién bañado y bajo la lluvia- para subirse
al automóvil Fiat Siena de su esposa y luego volver a su casa en ese
vehículo para recoger a su hijo, cuando en la puerta de su casa se
encontraba su propia camioneta que usaba siempre.
Se interrogó el acusador por qué no fue con su camioneta hacia
Capital Federal, a lo que el acusado Pachelo esgrimió que tenía problemas
de arranque, sin embargo, ese mismo día la usó durante todo el día yendo a
Nordelta a jugar al fútbol y yendo a buscar a su hijo a la casa de Ximena
Jausoro. Por qué no fue con su hijo en su camioneta hacia el
estacionamiento de adelante donde estaba el auto de su mujer y cambió su
vehículo ahí para irse a Capital Federal, así no se mojaba ni se embarraba
luego de haberse bañado.
Ninguna de estas versiones argüidas por Pachelo tienen lógica
porque son falsas ya que el mismo fue a pie corriendo porque cometió el
homicidio en la casa de García Belsunce. Y luego tomó el Fiat Siena de su
mujer (que estaba en su casa y no en la entrada) para huir del lugar en otro

63
vehículo que no sea el que habitualmente usaba. Y, agregó el impugnante,
huyó en ese vehículo luego del homicidio sin la tarjeta a su nombre ni a
nombre de la esposa. Se valió de la tarjeta genérica que tenía el personal de
seguridad en la puerta para que no quede registro.
Pero a pesar de salir en otro auto y sin tarjeta, logró ser captado por
las cámaras a las 18.59, para luego llamar a las 19.00 horas a su madre
(llamada registrada en el VAIC) y enviarla al Mundo del Juguete de Paseo
Alcorta para armar la falsa coartada comprando la señora Silvia Ryan un
juguete a las 19.40 horas.
Es muy fácil advertir -indicó el acusador- que un delincuente habitual
como Pachelo, que vivía a metros del lugar del crimen, diagnosticado como
psicópata narcisista, que utilizó días antes un arma con balas compatibles
con las halladas en el cráneo de la víctima, que estaba en el lugar del hecho
en el momento del hecho, negando su presencia injustificada en el lugar y
que después fue objetivamente constatada, que además preguntó a
personas sobre un homicidio al otro día del hecho, que dijo que había
gastado 800.000 dólares en el caso, que aclaró que el arma utilizada estaría
en La Pampa, que se preocupaba con sus abogados por la posibilidad que
se encuentren rastros genéticos en la casa de la víctima, que obligó a su
madre a armar una falsa coartada existiendo constancias escritas de ello y
llevando a la misma a cometer suicidio, solamente puede ser el autor del
hecho. No existe la posibilidad de que otra persona reúna todas estas
características.
El voto de la mayoría parece justificar esa presencia debido a las
explicaciones dadas por Pachelo, quién dio cuenta que pudo haber sido visto
por los testigos Asorey, Aspiroz y Cristiani en el momento de ir buscar el
auto que su mujer antes de retirarse del Carmel había dejado en el
estacionamiento principal del Club House.
Remarcó el recurrente que recién en el año 2017 esa situación fue
introducida por Pachelo como consecuencia de prestar declaración en los
términos del art 308 del rito, ratificando en esa oportunidad la previa

64
declaración qué en esos mismos términos prestó su ex – mujer, Inés
Dávalos Cornejo.
Empero, destacó el acusador particular, sólo se cuenta con esas
declaraciones, pues no existieron ni durante la investigación preliminar ni
durante el debate medio de prueba alguno que confirmen dichas
expresiones, siendo que no hubo ningún testigo, ni registros fílmicos, ni
modulaciones de la guardia que haya constatado la supuesta salida de Inés
Dávalos Cornejo del Carmel, como tampoco que su vehículo haya sido
estacionado en el Club House.
De otro lado, tampoco existen registros fílmicos de las puertas de
ingreso o egreso del Country indicando la presencia de algún servicio de
combis que pudiera haber utilizado la nombrada para marcharse del Carmel,
por el contrario, constan en la causa testimonios de los propietarios
prestatarios de dichos servicios que niegan haber ido al Carmel ese domingo
27 de octubre del año 2002.
Los jueces que absolvieron -sostuvo el impugnante- dieron por
acreditada la justificación de la presencia del acusado principal al lado de la
víctima, en el lugar y a la hora del hecho, únicamente sustentado por las
declaraciones de dos acusados defendiéndose de una imputación
gravísima., sin perjuicio que una de las testigos-María Victoria Stupenengo-
que declaró en el debate, que ratificó haberla pasado a buscar a Inés
Dávalos Cornejo, a las 19 hs. por CABA- específicamente por la casa de su
madre- tiene una llamada entrante en su celular a esa misma hora, según
consta en el VAIC tomada por una antena correspondiente a la zona de Don
Torcuato.
Recordó el acusador que la defensa no trajo al juicio a Dávalos
Cornejo como testigo sin nada que lo impidiera, lo que dejó absolutamente
huérfanos y sin sustento probatorio serio la acreditación de esa trascendente
circunstancia. En definitiva, aseveró, el doctor Rossi descartó profusa
cantidad de prueba de cargo con argumentos propios ilógicos que no lo
justifican y además toma por válidos dichos de Pachelo que son

65
absolutamente mendaces y que no resisten un mínimo análisis de
razonabilidad.
Tras indicar que no resulta el escrito de interposición del recurso el
medio idóneo para comentar el voto del doctor Ecke, señaló que merece la
pena remarcar solamente que, en consonancia con la crítica que se realizó
aquí a los votos de los doctores Andrejín y Rossi por la manifiesta
arbitrariedad y parcialidad, fue el propio colega de estos quien realizó una
valoración poco común en cuanto a que va mucho más allá de lo que puede
ser manifestar una disidencia.
Así el último párrafo del voto sirve para ilustrar sobre la gravedad de
lo expresado por el presidente del Tribunal: “La justicia está representada
por una mujer con sus ojos vendados, en una mano una balanza y en la otra
una espada.
La mujer, inspirada en la diosa griega “Temis” que significa orden.
Los ojos vendados, con el fin de destacar que la justicia solo mira a
las personas, es decir, imparcial.
La balanza, igualdad con que la Justicia trata a todos (art. 16 de la
Constitución Nacional)
La espada, simboliza la fuerza inflexible de la letra de la ley, “dura lex
sed lex”.
En ese orden, en un plato de la balanza, se encuentran las diversas
declaraciones vertidas por Pachelo (sin obligación de decir verdad), mientras
que, en el otro, aquellas vertidas por la cuantiosa cantidad de testigos que
han declarado bajo los parámetros de lo normado por el artículo 275 del
Código Penal, las que se han mantenido, en lo esencial, incólumes a través
de los años, entonces, ¿por qué el peso debería recaer en favor del
imputado?, elijo confiar en el peso de la ley, en lo expuesto por aquellas
personas que han declarado bajo juramento de decir verdad.
Pareciera que la pregunta ¿quién la mató?, a mi pesar, mantendrá su
suspenso.

66
Como anillo al dedo, viene la expresión, “algo huele mal en
Dinamarca” -William Shakespeare, obra Hamlet-“.
Afirmó el recurrente que este es otro eslabón más de una historia de
20 años de vergüenza judicial en este paradigmático caso que resulta de
extrema gravedad desde el punto de vista institucional. Por ello, suscribiendo
al pie la expresión vertida por el presidente del Tribunal y parafraseándolo
podemos afirmar, “algo huele mal en San Isidro”.
Por ello, reclamó el presentante, corresponde dejar sin efecto la
absolución del acusado Pachelo condenándolo, e hizo reserva de recurrir
ante el Superior provincial y la Corte Federal.
IV. Que el Ministerio Público Fiscal denunció que los jueces de la
mayoría han adoptado una resolución criticable en su argumentación pues,
en el nivel de los hechos, la valoración del cuadro fáctico no se adecua a la
sana crítica racional (arts. 106 y 210 del CPP), llegando de esa forma a un
veredicto absolutorio respecto del acusado Pachelo que expone una
absolutamente arbitrariedad de conformidad a la doctrina jurisprudencial de
la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Explicó que los jueces que conformaron la mayoría carecieron de la
imparcialidad necesaria para emitir un pronunciamiento válido al partir de un
prejuzgamiento de los hechos basados en apreciaciones subjetivas sin otros
fundamentos más que sus propias creencias, afirmando cuestiones falaces
respecto de la prueba y desconociendo y contradiciendo el contenido de un
fallo firme dictado por el Excmo. Tribunal de Casación provocando un
strepitus fori.
Aseguró la acusación pública que los arbitrarios fundamentos de la
mayoría evidencian una flagrante violación al debido proceso penal; la clara
afectación a la garantía de juez imparcial y falta de objetividad manifiesta,
todo lo cual demanda que deba ser vedada de manera imperativa de toda
consecuencia jurídica que el fallo genere.
Recordó que el Superior provincial ha afirmado que “...La doctrina de
arbitrariedad de las sentencias también procura asegurar respecto del

67
Ministerio Público Fiscal la plena vigencia de la defensa en juicio y del
debido proceso que se dice conculcado exigiendo que las sentencias sean
fundadas y constituyan una derivación razonada del derecho vigente...”
(SCBA LP P 129409 S 07/09/2020 Juez Torres (SD) Carátula: Altuve, Carlos
Arturo - Agente Fiscal- s/Recurso de queja en causa n° 69.943 del Tribunal
de Casación Penal, Sala III, seguida a Rodas López, Juan).
Reseñó la parte recurrente que tanto que en los lineamientos de la
acusación y en los alegatos finales, ese Ministerio Público Fiscal entendió
probado inequívocamente y sin margen de error que: Nicolás Roberto
Pachelo es el responsable indiscutido de la muerte de María Marta García
Belsunce ocurrida el día 27 de octubre de 2002 aproximadamente a las
18.30 horas en su casa del barrio El Carmel Country Club de la localidad de
Pilar.
En la ocasión, sustrajo la caja de seguridad metálica de la víctima que
contenía documentación de valor económico de la damnificada. Para ello se
valió del empleo de un arma de fuego del tipo revólver calibre 32 largo y,
luego de golpearla en el rostro y en el cuerpo provocándole diversas
lesiones, con el fin de darle muerte; consumar el robo; lograr la impunidad y
aprovechándose de su estado de indefensión, le efectuó seis disparos en el
cráneo.
Uno de ellos generándole una lesión en el sector de la bóveda
craneana cuyo proyectil fue encontrado luego, debajo de su cuerpo. Los
cinco restantes, a muy corta distancia, que le provocaron la fractura de su
cráneo y el hundimiento de la zona fronto temporal que le causaron su
muerte casi instantánea colocándola luego en la bañera y amañando así la
escena del crimen para lograr la impunidad.
El hecho, afirmó, resultó configurativo de los delitos de homicidio
triplemente agravado por haber sido cometido mediante el empleo de arma
de fuego, por su comisión criminis causae y por alevosía en concurso real
con robo calificado por el uso de armas por los que debía responder a título

68
de autor penalmente responsable (artículos 41 bis, 45, 55, 80, incisos 2° y
7°, y 166, inciso 2°, del Código Penal).
Explicó la parte recurrente que sustancial, se demostró en el juicio con
prueba de calidad que Nicolás Pachelo había sido situado en forma
irrefutable a 30 metros de la casa y 10 minutos del crimen; que su
personalidad se correspondía con la de un psicópata con todos los rasgos
compatibles con el autor del hecho; que robaba los domingos en esa misma
franja horaria en el mismo barrio y precisamente a casi todos los vecinos de
la damnificada; que odiaba a la víctima y era la única persona en conflicto
con ella por la sustracción de su perro -lo que motivó una custodia del
encartado puertas adentro del barrio restringiendo sus movimientos-; que
tenía doble motivación por odio y por robarla; que menos de un año después
cometió un hecho calcado; que a días del crimen tenía en sus manos un
arma de idénticas características a la utilizada para cometer el crimen y para
la cual había adquirido balas; y que enarboló una coartada absolutamente
falsa para colocarse fuera de la escena del hecho, y que a poco más de
doce horas del crimen -cuando todos sostenían que la víctima había muerto
por un accidente doméstico- interrogó a al menos tres testigos
preguntándoles por la mujer que “habían matado en el country” cuando sólo
el asesino podía saber ese detalle.
Frente a ello se interrogó el recurrente sobre “¿la duda razonable
contra qué? ¿contra un fantasma que entró al country cortando campo del
que no se supo más nada en veinte años sin motivación ni causa cuando se
verificó que no hubo intrusiones externas?”. Expresó que en el cao no hay
hipótesis alternativa.
Reseñó que se presentaron más de ochenta testigos sólidos que no
dejaron marco a duda alguna, comprometieron seriamente al acusado, entre
los que sustancialmente corresponde señalar a: Pedro Aspiroz; Santiago
Asorey; Marco Cristiani; Miguel Ángel Monzón; Walter Eduardo Mantovani;
Dionisio Simón; Carlos Alberto González; Mario Rivero; Ángel Becerra;
Alejandro Elorz; Fernando Sansuste, Aníbal Pigoni; Alejandro Aráuz Castex;

69
María Elena Chicato; Patricia Ferreyra; María Eugenia Cariac; Liliana
Rodríguez; Miguel Cometto; Christian Blanco; Gastón Auge; Marta María
Areco de Auge y Daniel Salcedo. Sus versiones juramentadas han sido
filmadas. Sólo falta auditarlas por este Tribunal de Alzada.
Señaló la Fiscalía que las dieciséis veces que Pachelo decidió
declarar ante el Tribunal por casi doce horas contradiciéndose una y otra vez
con más sus declaraciones incorporadas por lectura al juicio confirmaron
también esos extremos. Sin embargo, los jueces por mayoría resolvieron,
escandalosamente, absolver a Nicolás Roberto Pachelo.
Tras reseñar los argumentos expuestos por el juez de primer voto
para descartar los elementos probatorios sobre los que las acusaciones
buscaban estructurar la condena del acusado Pachelo por los hechos
acontecidos en la casa de la familia García Belsunce, la acusación pública
sostuvo que con notable y previsible designio el juez de segundo voto se
dirigió a pretender demostrar que los mitos que habían sido derribados por la
Casación, a su parecer, no habían desaparecido. Esto es, lejos de avalar el
fallo del superior jerárquico que había adquirido firmeza, se empeñó en
ensuciar a la familia en una acción deliberada de no sólo absolver al
responsable revictimizándolos sino, además, pretendió colocar en la mesa la
posibilidad no latente relativa a que la familia y, particularmente, el viudo,
podrían haber tenido intervención en el hecho.
A modo de consideraciones generales, se señaló en el recurso que
esa Fiscalía viene sosteniendo desde el primer planteo de recusación la
irregular conformación del Tribunal, como así también aquellas resoluciones
por esa mayoría dictadas, como el tratamiento sobre admisibilidad y
procedencia de prueba; la separación de las causas, primero y, la alteración
del orden luego, que le permitió colegir, ya para ese entonces, que todas
aquellas resoluciones tenían como norte derribar la teoría del caso de esta
acusación pública en detrimento del descubrimiento de la verdad y en
beneficio de Nicolás Pachelo, su entorno, abogados y autoridades judiciales
que resolvieron de modo antagónico.

70
En igual sentido, recordó, sostuvo que la primigenia intervención del
Magistrado Gaig, quien ya había actuado en la instrucción, generaba dudas
ciertas y fundadas respecto de la posibilidad que los magistrados hubiesen
sido influidos por su colega, generando temor de parcialidad cierto y
concreto, todo lo cual se observa ahora claramente cristalizado en los votos
de los jueces Andrejin y Rossi.
Señaló el acusador que no era muy difícil advertir, ya por ese
entonces, tanto en la actitud de los magistrados como en sus resoluciones,
que efectivamente tendían a inclinar la balanza previo a conocer las pruebas
que en el debate oral y público se les debían presentar, para que tras la
celebración del juicio y ante la inmediatez de la producción de prueba en el
marco de un proceso adversarial, poder deliberar y arribar a una conclusión
válida conforme las exigencias convencionales, afectando de este modo
seriamente el debido proceso legal que debe regir en todo Estado de
Derecho.
Ello, postuló la fiscalía, generaba un temor cierto y concreto de
parcialidad, pues se evidenciaba, cuanto menos, en esos jueces de la
mayoría, una actuación basada en preconceptos que derivaban en una
decisión tomada a priori basada en conocimiento previo.
Recordó que, como principio troncal, el motivo de la existencia de una
etapa plenaria propia del sistema acusatorio-adversarial es que los
juzgadores actúen despojados de todo prejuicio, fundando su resolución en
la prueba que se produzca en el transcurso del debate y ante su inmediatez.
Todo lo que para ellos forzadamente no ocurrió.
Ello se encuentra plasmado en el principio 4.2 de las Reglas Mínimas
de las Naciones Unidas para la Administración de la Justicia Penal (Reglas
de Mallorca), en cuanto establece que “...los Tribunales deberán ser
imparciales. Las legislaciones nacionales establecerán las causas de
abstención y recusación. Especialmente, no podrán formar parte del tribunal
quien haya intervenido anteriormente, de cualquier modo, o en otra función o

71
en otra instancia en la misma causa. Tampoco quienes hayan participado en
una decisión después anulada por un Tribunal Superior...”.
De este modo, destacó la parte recurrente, se cuestionó
oportunamente la validez de la intervención del Dr. Gaig, para luego, una vez
que el nombrado debiera apartarse, plantear las irregularidades plausibles
suscitadas en relación a la designación del Dr. Andrejín, quien se incorporó
al Tribunal sin que se practicase el sorteo de ley, a la sazón, ingresando al
juicio por la ventana.
Afirmó la fiscalía que resultaba claro que el ex secretario del juez
Rossi se desvivía por ingresar al debate y cumplir el mandato de absolver
que le imponía el segundo, como se vio, su histórico jefe Rossi, otrora y por
décadas compañero de banco del magistrado Hernán San Martín quien
condenara en el año 2007 a Carlos Carrascosa por el mismo caso, en un
proceder burdo.
Aseveró el acusador que, desde los albores, conforme se iban
suscitando los pasos previos para la preparación del debate, firmemente se
planteó el temor cierto y fundado de parcialidad, el cual huelga señalar se
cristalizó en la resolución ahora cuestionada, lo que acredita la gravedad
institucional invocada.
A efectos de no resultar reiterativos, indicó el recurrente, deberán
valorarse como prueba los recursos y presentaciones interpuestas por esta
parte ante ese Tribunal de Alzada que permitirán ilustrar lo antes expuesto y
cuyos fundamentos entendemos acreditan holgadamente el temor de
parcialidad que se vio plasmado en la resolución ahora recurrida.
Transcribió el recurrente lo manifestado por el juez Rossi a esa parte
en una de las audiencias de debate al señalar de propia boca expresamente:
“…Desde el mismo inicio que nos recusaron y a partir de esa recusación que
yo entiendo que ha sido absolutamente agraviante absolutamente
agraviante…yo me he sentido agraviado, por usted por el Dr. González que
recién se refirió al Dr. Rodríguez Jordán y le dijo haga la denuncia le doy la

72
lapicera, es agraviante eso es agraviante, estamos?… “ (ver audiencia de
debate del día 15 de julio de 2022).
Así entonces, no sólo se sintió agraviado por la fiscalía lo que
motivaba su excusación temprana sino que salió al cruce en defensa de uno
de los defensores de Pachelo que ingresaba al juicio también meses antes
de su inicio cuando, en rigor, había sido defensor oficial ante ese Tribunal;
de entrañable relación con Rossi y enemistado con el propio Presidente del
Tribunal a partir del planteo que fue analizado en las audiencias previas
como la propia designación del letrado cuando, en rigor, había sido defensor
oficial en los albores de este mismo proceso, en consecuencia, del hoy
particular damnificado Carlos Carrascosa. Por esa razón al haber pedido su
apartamiento también formulamos la correspondiente reserva casatoria (ver
audiencia preliminar del día 8 de junio de 2022).
Sin embargo, pese a ello, decidió aferrarse al expediente como lo
hiciera su colega de la mayoría al que llevó al juicio el propio Rossi.
Rememoró el impugnante que, en su oportunidad, se formuló la
correspondiente reserva de casación respecto de la resolución que dispuso
denegar la incorporación como prueba al debate de una serie de
intervenciones telefónicas realizadas al abonado telefónico de Nicolás
Roberto Pachelo en las que, el interlocutor ocasional, era el abogado
Roberto Ribas. Aquellas escuchas –aseveró la fiscalía- no dejaban marco a
duda alguna de la presencia de Pachelo en la escena del crimen. Sin
embargo, precisamente el voto de la mayoría en la misma incidencia (Rossi
y Andrejin), las echaba por tierra en el afán de necesariamente completar el
designio de absolver.
Al respecto, destacó, que la intimidad de la persona es resguardada
por medio del establecimiento de la inviolabilidad de su correspondencia y
papeles privados, amparado por el artículo 18, de nuestra Constitución, el
11.2 de la Convención Americana de Derechos y el artículo 17.1 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que debe extenderse a las

73
otras formas de comunicación interpersonal, como las telefónicas,
telegráficas, telefax, correo electrónico, etc.
El motivo de la extensión del amparo constitucional a las demás
formas de comunicación reconoce su razón de ser en que toda
comunicación interpersonal, es realizada por las personas que, al valerse de
cualquiera de estos medios de comunicación, tienen una expectativa de
intimidad, que supone que sólo será conocido el contenido de dicha
comunicación por su receptor.
Este es el fundamento por el que se reconoce que las
comunicaciones telefónicas son acciones privadas de los hombres y por
tanto están protegidas por el derecho de raigambre constitucional a la
intimidad (Alejandro Carrió “Garantías constitucionales en el proceso penal”
4ta. edic., pág. 342, Hammurabi, Buenos Aires, 2.004. Asimismo, Luis M.
García, “La intervención de las comunicaciones telefónicas y otras
telecomunicaciones en el Código Procesal Penal de la Nación: Un cheque
en blanco para espiar nuestra vida privada. 1ra. Parte” En: Cuadernos de
Doctrina y Jurisprudencia Penal, Volumen:6, 1997, pág 410)
Así, expresó el impugnante, el derecho a la intimidad es un derecho
de los denominados derechos personalísimos, que es inherente al ser
humano, inalienable, perpetuo y oponible erga omnes y que sólo puede
limitarse o restringirse cuando exista una ley que así lo disponga. Es decir,
que este principio cede cuando la comunicación afecte ilegítimamente a
terceros y que, al igual que para las demás garantías constitucionales, las
limitaciones deberán emanar de disposiciones concretas de las leyes, que
circunscriban la órbita en que pueden aplicarse durante el proceso penal, y
de interpretación restrictiva.
Por ello el secreto de las comunicaciones telefónicas está
comprendido por los artículos 18, 19, 33 y 75 inc. 22 de la Constitución
Nacional, como derivación del derecho a la intimidad y privacidad, y que, por
lo tanto, merece ser protegido contra injerencias arbitrarias.

74
Ahora bien, es preciso diferenciar los casos en los cuales el Estado
interviene en las comunicaciones telefónicas sin el conocimiento de quienes
intervienen en ellas, de los casos en los cuales, cuanto menos, una de las
partes tiene conocimiento de la existencia de dicha intervención; pues allí no
existe expectativa de privacidad alguna.
Tal es el caso de autos, pues –remarcó la fiscalía- el producido de las
intervenciones telefónicas del abonado utilizado por Nicolás Roberto
Pachelo, ordenadas por el magistrado garante de intervención inicial, el cual
se encontraba interceptado desde el día 14 de diciembre de 2002, se
desprende, sin lugar a duda, que tenía pleno conocimiento que su teléfono
se encontraba intervenido. Tal lo que emerge de las comunicaciones del 14
de diciembre de 2002 entre Inés Dávalos (teléfono fijo de la casa de
Pachelo) y un NN masculino -casette N° 4 lado "A" loc 59 abonado 02322
422 440:
NN: "Se puede hablar por este teléfono?"
ID: No se
NN: Bueno llámame urgente de un celular
Comunicación del 15 de diciembre entre Nicolás Pachelo y Silvia
Ryan -casette N° 2 lado “A” loc 22, abonado 1144495646
NP: "Tengo el teléfono recontra pinchado desde ayer"
Comunicación del 16 de diciembre entre Nicolás Pachelo y Silvia
Ryan casette N° 3 lado "B" loc 2, abonado 1144495646
NP: "Tengo tan tan tan pinchado el teléfono que no me anda"
Comunicación del 17 de diciembre entre Nicolás Pachelo y Silvia
Ryan casette N° 5 lado "A" loc 22, abonado 1144495646
NP: "Si tengo el teléfono recontra pinchado..."
Por ello, postuló el acusador público, si Pachelo tenía pleno
conocimiento o cuanto menos una seria sospecha respecto de la
intervención telefónica, ello pudiera haber pasado inadvertido por el hábil
letrado, por no encontrarse notificado de los alcances de lo previsto por los
artículos 60 y 162, máxime cuando en la propia audiencia de debate, el

75
propio Dr. Ribas afirmó haber colaborado activamente con el Fiscal instructor
aún antes de conocerse que María Marta García Belsunce había sido
asesinada (ver audiencia)
Así entonces, no puede hablarse de afectación al derecho a la
intimidad, al secreto profesional, al derecho de defensa cuando,
precisamente, al tener conocimiento de su existencia cedió la expectativa de
privacidad que la norma tutela
No desconocemos la Acordada 17-2019 dictada por la Corte Suprema
de Justicia de la Nación en tanto exhorta a los jueces con competencia penal
para que, de conformidad con el artículo 18 de la Constitución Nacional y las
normas reglamentarias que así lo disponen, extremen los recaudos
necesarios para establecer límites objetivos en la incorporación de
elementos probatorios al expediente penal, excluyendo: (i) cualquier
comunicación entre los abogados y sus clientes (ley 23.187, arts. 6° y 7°)…,
no obstante lo cual consideramos que no resulta de aplicación en autos.
La expectativa de privacidad, llevada al extremo, importaría el ridículo
de pretender afirmar que si un letrado se encuentra con su asistido frente a
un fiscal y público en general en el pasillo de tribunales y a viva voz le grita
“no le digas al Fiscal que recién tirarse el arma con la que mataste a…. en el
tacho de basura de la esquina” el representante de la acusación pública
deba tapar sus oídos y pretender no haber escuchado dicha afirmación
realizada a viva voz y en público, por tratarse de una conversación entre el
imputado y su defensor. En tal caso, si el fiscal no actúa de oficio estaría
incumpliendo con su deber.
Como dato adicional y de fuste, señaló el recurrente que no puede
pasarse por alto que el letrado Roberto Ribas aceptó el cargo como defensor
de Nicolás Pachelo recién el día 11 de octubre de 2017 (fs. 8158) pues
inexplicablemente antes era un testigo. Por lo demás, dichas escuchas ya
habían sido autorizadas por el juez de intervención y la defensa nada había
objetado sobre aquellas habiendo precluído su eventual acción sobre el
punto.

76
Citando jurisprudencia, sostuvo el impugnante que corresponde incluir
como prueba el producido de las intervenciones telefónicas realizadas
respecto del abonado utilizado por Nicolás Roberto Pachelo cuando su
interlocutor era Roberto Ribas y que las mismas sean escuchadas por
V.V.E.E. -como lo hicieron los jueces del Tribunal a quo- previo a resolver
sobre la presente.
En otro orden, señaló la fiscalía la arbitrariedad en cuanto a la
prevalencia de las versiones escritas por sobre la oralidad; en lo que importó
una violación del sistema acusatorio, al principio republicano de gobierno, el
debido proceso; mediando además ausencia de fundamentación sobre la
duda.
Explicó que en forma arbitraria el voto de la mayoría consideró de
manera antojadiza que debían primar ciertas versiones escritas por ante las
brindadas en la oralidad en clara contraposición con lo establecido por el
artículo 366 del CPP, y el criterio sostenido jurisprudencialmente: respecto a
que "...Los elementos indicados en el párrafo cuarto del artículo 366 del
Código Procesal solo pueden incorporarse al debate al efecto de verificar
contradicciones, incongruencias u omisiones, ya que la versión oral no
puede suplirse por la documentada" (TCPBA Sala 4 LP 76064 774 S
13/09/2016 Juez Kohan (SD) Carátula: "M. S. ,F. A. s/ Recurso de
Casación"); "La versión de los testigos prestada en el juicio oral debe
priorizarse a fin de dar vigencia práctica a los principios de inmediación y
contradictoriedad sobre los que se estructura el juicio oral en un sistema
acusatorio, no obstante, cuando se advierte que la testigo varió su
declaración en el juicio en aspectos relevantes para consolidar situaciones
que no se dieron en la realidad, la confrontación con su declaración previa
(aun cuando no haya sido utilizada en el juicio como herramienta de
litigación) es legítima, en tanto persigue el objetivo de evidenciar genuinas
inconsistencias y, por ese medio, controlar la calidad de la información,
contribuyendo -en términos epistémicos- a la 'averiguación de la verdad'”

77
(TCPBA Sala 1 LP 102228 377 S 04/05/2021 Juez Carral (MI) Carátula: "M.
,P. A. s/Recurso de Casación").
Advirtió que, sin perjuicio de posteriores desarrollos, tal proceder se
expuso con especial énfasis en el tratamiento del testimonio de Pedro
Aspiroz el cual se seleccionó y fraccionó de manera antojadiza por la
mayoría basándose en meras conjeturas y prejuicios. Aseveró el quejoso
que esos magistrados lejos de respetar los principios que rigen el
procedimiento convencional y constitucional en un Estado de Derecho, se
apartaron de la sana crítica racional y exigible para fundamentar su voto, en
clara violación a lo normado por el artículo 371 del rito.
Indicó el acusador público que la valoración de los testimonios está
confiada a los magistrados, quienes los ponderan a través de las normas
que rigen la sana crítica con los elementos de verosimilitud y crédito que
puedan merecer dichos testimonios, con normas no rígidas, sino razonables
para formar el juicio de certeza (S.C.J.B.A., Ac. P. 31.666 “Lizarraga, Hugo
Ramón”, del 22-3-1983), circunstancia que no ha ocurrido en autos, pues se
ha forzado la prueba para arribar a la absolución que mediante el presente
indudablemente debe revertirse.
Reafirmó el impugnante que se produjo prueba testimonial,
documental y pericial con la entidad suficiente como para reconstruir el
hecho con el grado de certeza requerido en esta etapa, siendo que los
elementos presuncionales de cargo no están afectados por contraindicios,
manteniendo de esta forma su pluralidad, sus rasgos de univocidad y la
cohesión de su entrelazamiento, que en el contexto de la prueba y en el
orden normal de las cosas, acreditan la responsabilidad penal que le cabe a
Nicolás Roberto Pachelo por el quehacer delictual que se le imputó.
Agregó, que también en autos la falta de fundamentación se observa
en los votos cuestionados por cuanto los mismos, por un lado, parecen
afirmar que no habría sido probado con la certeza requerida para la etapa,
que Nicolás Roberto Pachelo fue el autor material del homicidio de María
Marta García Belsunce. Es decir, resuelven por duda en favor del imputado.

78
Sin embargo, por otra parte, como ya se observará, afirman temerariamente
que la familia, en especial Carlos Carrascosa, fue el autor del crimen, ello no
sólo de manera arbitraria y violatoria de toda garantía constitucional, sino
desoyendo y, aún más tergiversando lo resuelto a su respecto por el Tribunal
de Casación.
Afirmó la fiscalía que es obligación de los jueces valorar todos los
medios a su alcance para disipar la duda en la que fundan su decisión; ello
debería ocurrir mediante el análisis lógico, conglobado y concatenado de
todas las probanzas colectadas y los elementos de prueba producidos
durante el transcurso del debate e incorporados al juicio. Claro está
–reclamó el recurrente- que, mínimamente, para ello habría que haber
prestado atención durante su producción, pues cuanto menos se observó en
uno de los jueces (Rossi) una actitud nunca vista, incluso una postura
corporal de desinterés en ocasión de producirse la prueba que ahora se
evidencia en su escueto voto, del que surge sin más que no tuvo en cuenta
lo ocurrido, como si no hubiere estado presente en la sala de audiencias.
Ello –sostuvo- no sólo quita seriedad y validez a su dictamen, sino
que es rayano con la falta de respeto a la víctima -recordemos que entre
otros hechos se ventilaba el homicidio de una mujer-, como así también al
sistema judicial y a la sociedad en su conjunto.
Afirmó el acusador oficial que la decisión de la mayoría de resolver
“por duda” no se encuentra mínimamente fundada y que, por esa razón, la
sentencia no puede erigirse como una derivación razonada del derecho
vigente conforme las constancias de la causa.
Denunció el impugnante que tanto el juez Andrejin como el juez Rossi
partieron de un preconcepto: que el homicidio de María Marta García
Belsunce fue pergeñado por su propia familia. Ninguno de los dos
magistrados, sin embargo, dio explicaciones de por qué esto era así, ni
tampoco se hicieron cargo de las consecuencias que generaba el
apartamiento del fallo firme dictado por los jueces Violini, Carral y Ordoqui,

79
para quienes no había dudas que los familiares no habían sido parte de
ninguna conspiración.
Esta cuestión, aseguró, de por sí importa una arbitrariedad por falta
de imparcialidad, puesto que aquella idea rectora desde la cual abordaron el
caso es únicamente una apreciación subjetiva sin otro fundamento más que
sus propias creencias. Por caso, se afirma en el fallo que los familiares de la
víctima montaron una “operatoria”, lo que implica que varias personas
llevaron adelante una “operación”, que no es otra cosa que una “ejecución
de algo”, que en este caso sería el homicidio. Y ello se afirma sin explicar de
qué pruebas surgiría que se está ante esa “operación” y no, por ejemplo,
ante conductas aisladas. Para que pueda haber una “operatoria”, tiene que
haber un acuerdo de voluntades, y este acuerdo, que no surge de la prueba,
es preconcebido por el juzgador, tomándolo de base para realizar las
arbitrarias y antijurídicas valoraciones.
Igual preconcepto emerge en la segunda cuestión, al tratar la autoría,
cuando el Juez Andrejin afirma que los dichos de Guillermo Bártoli son de
“relativa credibilidad”, pero no da una mínima explicación de por qué ello es
así. Empero, ello no quita que no haya habido una razón, pues dicha
afirmación sólo se entiende al reparar en que Bártoli fue uno de los
imputados por encubrimiento del homicidio de la víctima, resultando ésta, y
no otra, la causa por la que el voto mayoritario considera que su testimonio
no merece credibilidad.
Afirmó la fiscalía que esta idea subyacente explica también por qué
valoró los dichos de Susana Murray de la forma en que lo hizo. Así en un
fragmento de su declaración, esta testigo contó en el debate que Horacio
García Belsunce le preguntó si María Marta había mantenido algún conflicto
con alguna persona, y el juez, al valorarlo, afirmó, sin más, que se trataba de
una “rara anticipación de búsqueda de posibles sospechosos”. Lo cierto es
que, más allá de la nula credibilidad que merece este relato - y a que
Andrejín para llegar a esa conclusión afirmó que Murray dijo cosas que no
dijo-, esas preguntas realizadas por cualquier persona que perdió un familiar

80
en circunstancias inusuales suelen ser valoradas por un observador objetivo
como un esfuerzo por averiguar la verdad de los hechos, más no como lo
hizo aquí el juez. Y más aún cuando la propia testigo, en una coyuntura
sobre la que el juez no reparó, dijo que Horacio le hizo esa pregunta el día 3
de diciembre de 2002, es decir, al día siguiente de conocerse el resultado de
la autopsia. Sin embargo, el juzgador lo valoró de esa manera porque, como
se viene diciendo, juzgó el caso convencido de que fue todo una “operatoria”
de la familia, y entonces le pareció lógico que si Horacio García Belsunce
indagaba acerca de si alguien tenía motivos como para matar a María Marta,
era para encontrar un chivo expiatorio a quien ellos pudiesen culpar.
Postuló el recurrente que los jueces que hicieron mayoría juzgaron el
caso valiéndose de un prejuicio, o de una idea preconcebida, por lo que es
posible afirmar que aquel juzgador no fue imparcial y que, por lo tanto, se
está ante un déficit que impide desde todo punto de vista poder considerar al
pronunciamiento como una derivación razonada del derecho vigente
conforme las constancias de la causa.
Por otro lado, destacó, la decisión dictada pueda ser considerada lo
que se conoce en la doctrina jurídica como strepitus fori, pues lo afirmado
por los jueces en mayoría contradice lo dicho por el Tribunal de Casación en
el caso “Carrascosa”, el cual ha pasado en autoridad de cosa juzgada. Pese
a sus esfuerzos por restarle importancia al fallo de la Casación y de afirmar
que en muchas cuestiones primó la duda, lo cierto es que esa Alzada, en su
voto, dijo mucho más que lo que Andrejin y Rossi tuvieron en consideración.
Al respecto, recordó que conforme la doctrina de la Suprema Corte "...No
existe posibilidad alguna de reeditar una cuestión que ha quedado afectada
por la cosa juzgada, sin que ello no implique el peligro de caer en lo que la
doctrina ha denominado desde larga data en el strepitus fori.." (SCBA LP C
112905 S 14/09/2011 Juez DE LAZZARI (SD) Carátula: Semillero El Ceibo
S.A. s/Concurso preventivo. Incidente de autorización de autorización
judicial).

81
Aseguró que la coexistencia de dos fallos contradictorios atenta de
forma directa contra la coherencia que debe reinar en el sistema jurídico,
puesto que el Estado, como autoridad, no puede afirmar una cuestión y al
mismo tiempo desconocerla. La seguridad jurídica demanda una correlación
y correspondencia entre los distintos pronunciamientos, lo que aquí se
encuentra seriamente comprometido.
En dicha dirección, reparó el impugnante que el voto mayoritario
sostiene que “...Lo peculiar del caso en este sentido, es que en cuanto al
depósito del cadáver hasta torso superior dentro de la bañadera, no advierto
que derive natural ni necesariamente para sus ulteriores descubridores, en
interpretación unívoca o exclusiva de un resbalón y/o golpe fatal contra una
viga o contra el intercambiador de la ducha, o contra ambos, sufrido por la
infortunada (o como algunos dijeron durante el juicio, torpe) víctima. La
inspección ocular a la casa de la víctima efectuada por el Tribunal no aportó
misma conclusión inmediata, ni por la visualización del reducido espacio del
baño, ni por la estructura del techo, ni por las características de las canillas
conservadas en bidet o del intercambiador de la ducha todavía en poder del
actual morador de la vivienda”. A lo que el juez Rossi agregó en su adhesión
“(…) teniendo en cuenta que lo observado en la escena del hecho, y las
improntas que presentaba el cadáver -fractura de cráneo con pérdida de
sangre y de masa encefálica-, no se correspondían con las secuelas de un
accidente, y que esa tesis fue introducida por Carlos Carrascosa (...)”.
Esto es, los dos jueces afirman que hubo una escenificación por parte
de la familia, lo cual posee correlato con la idea de lo que llamaron
“operatoria”, y sostienen que del cuadro de situación no parecía que se
estuviera ante un accidente.
Sin embargo, ello no parece que pueda ser compatibilizado con el
fallo dictado por su superior en el caso “Carrascosa”, siendo que allí se
estableció que “(…) debe tenerse por cierto y probado que la causa real de
la muerte se descubrió luego de aserrar la calota, pues con anterioridad,
‘nada hacía sospechar que las lesiones que presentaba la occisa hubieran

82
sido producto de un arma de fuego’” y, por otro, que “(…) forzoso es concluir
que la ‘entidad’ de las lesiones no es un parámetro que pueda valorarse en
contra del justiciable, si para personas mucho más preparadas que él, no se
consideró un indicio de cargo y si en definitiva, la sola entidad de una lesión
no es indicativa, aisladamente considerada, de que el encartado supiera de
la comisión de un delito”.
Es decir, el Tribunal de Casación tuvo por cierto que, tanto
Carrascosa, como sus familiares y todos aquellos que se presentaron en el
velorio, bien pudieron desconocer que estaban ante un homicidio, y que no
se trataba de una tesis “introducida”, como afirma el tribunal por mayoría.
Al haber adquirido firmeza ese fallo pese a los recursos interpuestos,
lo allí estipulado debe erigirse como verdad procesal que no es pasible de
ser revisada.
Así entonces, refirió la fiscalía, en un claro apartamiento de las
exigencias del sistema jurídico, el fallo mayoritario sostuvo que el cuadro de
situación en que fue encontrada María Marta no indicaba que se estuviera
ante un accidente, o, dicho de forma más clara, que difícilmente no se
estuviera ante un homicidio. Precisamente –destacó- este punto de vista fue
el sustentado por la mayoría de los jueces que entonces integraban el
Tribunal en lo Criminal nro. 6, para quienes la entidad de las lesiones no era
compatible con ninguno de los elementos que se encontraban en el lugar
donde ocurrió, y fue justamente esta afirmación la que se dedicó a rebatir el
juez Violini en su voto.
Si bien los jueces Andrejin y Rossi intentaron explicar su apartamiento
de aquella verdad que se tuvo por acreditada, al afirmar que el caso
“Carrascosa” se definió por duda en favor del entonces acusado, no tuvieron
en consideración que el fallo casatorio tuvo por ciertas circunstancias
objetivas que ellos debieron haber respetado. Incluso, mucha de la prueba
producida en aquel debate no fue ahora nuevamente ofrecida en el juicio en
la creencia -que ahora parece ingenua-, que muchas cuestiones ya habían

83
sido zanjadas en aquella ocasión y que sus conclusiones iban a ser
respetadas por los ahora juzgadores.
Asimismo, en una clara muestra de la arbitrariedad con la se dictó la
sentencia que se pone en crisis, el juez Andrejin en un tramo de su voto, a
diferencia de como hizo con el fallo del Tribunal de Casación, se valió de una
decisión adoptada por otro tribunal de otra jurisdicción para tener por
acreditada una cuestión y la esgrimió cual si se tratara de una verdad
irrefutable.
En efecto, indicó, al fallo dictado por los jueces integrantes del
Tribunal Oral en lo Criminal Nº 15 de la Justicia Nacional que juzgó y
condenó a Pachelo por el delito de robo agravado por haberse ejercido
violencia en la víctima, cometido mediante la utilización de llave verdadera
sustraída, en calidad de partícipe necesario.
Al respecto la Fiscalía alegó que el caso de María Marta García
Belsunce guardaba similitud con aquel que había damnificado a la familia
Auge, más precisamente a Marta María Areco, y, que, si bien allí Pachelo
había sido condenado como partícipe necesario, se argumentó que dicha
calidad de partícipe había sido pactada por las partes en un acuerdo de
juicio abreviado. Que, por esa razón, lo concluido no podía erigirse como
una verdad procesal, a diferencia de como sí ocurre con el fallo del Tribunal
de Casación en “Carrascosa”.
Se explicó que la damnificada Areco de Auge había declarado en
torno a cuestiones sobre las que aquel Tribunal Oral no había tomado
conocimiento en virtud del acuerdo -ya que no se celebró un debate oral-, y
que dejar de valorar pruebas por el solo hecho de que no fueron ponderadas
por otro tribunal en otro proceso atentaba contra la búsqueda de la verdad
material.
Argumentó el recurrente que, tanto a nivel académico como
jurisprudencial, se reconoce la necesidad de distinguir entre la verdad
material o sustantiva y la verdad procesal o jurídica, lo que tiene particular
consecuencia en las sentencias dictadas por motivo de un juicio abreviado,

84
ya que este instituto se aplica a partir de un acuerdo entre las partes, que
son las que “pactan” en qué consistieron los hechos y su calificación legal.
Más allá de la función de control de la jurisdicción, como bien explica
Taruffo, en estos casos se genera una verdad procesal negociada, que
aparecería como una “cosa privada de las partes”, y, en consecuencia, en el
proceso “debería suceder todo aquello que las partes quieren y nada más o
distinto de eso que las partes quieren”. Explica el profesor italiano “Se trata,
en sustancia, de una concepción negocial según la cual pertenecería
exclusivamente a las partes, a través de la alegación u objeción o no
objeción de los hechos, el poder de establecer qué cosa debe o no debe ser
probada, y también el poder de determinar qué cosa debe o no debe ser
tenida como verdadera a los fines de la decisión” (Taruffo, Michele “¿verdad
negociada?” Revista de Derecho. Vol. XXI - Nº 1 – Julio 2008. P. 140). Hay,
como se advierte, una renuncia a la búsqueda de la verdad material y se
procede de acuerdo con aquella verdad procesal que las partes presentan.
Sin embargo, remarcó el acusador, a diferencia de la forma en que lo
hizo el juez Federico Ecke en su voto en soledad y sabiéndose vencido,
Andrejin afirmó que no había razón válida para apartarse de las mismas
conclusiones alcanzadas por los jueces integrantes de aquel Tribunal en lo
Criminal. Entendió que se había determinado que Pachelo no había sido el
ejecutor del robo, es decir, el intruso que ingresó al domicilio de la familia
Auge, pero no tuvo en cuenta que aquel tribunal tuvo ello por probado en
virtud únicamente de la confesión de Pachelo a sus amigos, lo que emerge
de la lectura del propio fallo.
Es decir, o bien Andrejin tuvo por probado que Pachelo no entró en la
casa de los Auge, sólo por la versión que aquel dio, lo que no parece del
todo lógico, o bien lo trató como una “verdad” por el sólo hecho de que fuera
afirmado por una sentencia firme, lo que sí parece haber ocurrido. Es decir,
tomó lo probado por aquel tribunal como una verdad procesal que no podía
ser discutida, lo que queda en clara evidencia cuando afirma que no hay
razón válida para apartarse “(…) más aún ante el estado de cosa juzgada

85
consolidado”. Y ello, incluso, en contraposición de la prueba producida en
este debate, siendo que Areco declaró en este juicio sobre cuestiones que
no pudieron ser ventiladas en aquel, justamente, en virtud del acuerdo
abreviado referido.
Esta conducta del juez demuestra que el caso fue juzgado
arbitrariamente por partida doble: por un lado, porque se desconoció la
naturaleza del acuerdo subyacente en el juicio abreviado al que antes se
hizo referencia, pero, por otro, y en lo que es aún más grave, porque aplicó
un criterio distinto al utilizado con relación al fallo dictado por su superior
jerárquico, del que más aún debió haberse sentido vinculado.
Recordó el recurrente que se expuso durante el juicio que el fallo del
Tribunal de Casación zanjaba la situación vinculada a la familia de la víctima,
es decir, que ellos no habían sido parte de lo que luego Andrejin llamó
“operatoria”.
Contra ello, Rossi, a los fines de rebatir los argumentos, consignó
que, en realidad, en aquel fallo se había consignado que “resulta indudable
que la tesis referida al accidente fue sugerida en primer término por el
encartado (Carrascosa)”. Sin embargo, de la lectura de esa porción del fallo,
se advierte con suma facilidad que la cita fue sacada de contexto, siendo la
frase completa expresa que “Resulta indudable que la tesis referida al
accidente fue sugerida en primer término por el encartado, pero ello, por sí
solo, no basta para afirmar que se cometió delito”, y, dos párrafos luego,
emerge que “(…) ha quedado probado que el mismo día del hecho
autoridades policiales y judiciales tomaron conocimiento de que María Marta
García Belsunce había fallecido de modo traumático, y que el mecanismo de
producción de la muerte generaba dudas, y esa noticia se obtuvo gracias al
llamado que hizo uno de los coimputados”.
Es decir, el juez Rossi, con una estrategia que oscila entre lo grave y
lo infantil, extrajo del voto del Dr. Violini únicamente lo que le resultaba
funcional a los efectos de contrariar los argumentos de la fiscalía, pero lo

86
cierto es que en el voto se sostiene que no pudo probarse ninguna conducta
que pudiese encuadrar en el delito de encubrimiento.
Agregó que el juez de primer voto sostuvo que la familia buscó “evitar
o demorar la eventual pesquisa, diluir la obtención de pruebas en tiempo
inmediato al fallecimiento, despistar a investigadores”, y ello fue refrendado
por Rossi. De tal modo, salvo que Rossi considere que dichas conductas no
constituyen acciones de relevancia penal, está claramente contradiciendo el
fallo del Tribunal de Casación.
De seguido, comenzó a señalar el recurrente en forma particular los
argumentos sobre los cuales se intentó sostener la decisión impugnada,
alertando en primer término sobre la introducción de datos falaces en el
análisis de la prueba, entendiendo que, cualquiera sea la forma en que se
pronuncie este Cuerpo, necesariamente deberá arbitrar las medidas que
estimen corresponder en pos garantizar el correcto desenvolvimiento de la
administración de justicia.
Afirmó el acusador público que no se trata de meros yerros
involuntarios sino de actos intencionales, dado que todas esas afirmaciones
falaces fueron vertidas en pos de dar sustento a lo que decidieron llamar la
“operatoria” de la familia para evitar el accionar de la justicia.
Explicó que la valoración del testimonio de Susana Murray efectuada
por el ponente da cuenta que: “No huelga indicar que, la Sra. Susan
MURRAY recordó que tiempo antes de practicarse autopsia sobre el cuerpo
de su compañera en Missing Children, Horacio GARCIA BELSUNCE la citó
a un lugar neutro e hizo preguntas para sorpresa de ella, acerca del
posible conocimiento de un amante de la Sra. GARCIA BELSUNCE o de
alguien en conflicto con la fallecida; lo que vuelve a dejar subsistente la
rara anticipación de búsqueda de posibles sospechosos sobre los
que descargar culpabilidad ante un caso de homicidio, cuando ya
había sido aclamada desde misma fuente la muerte accidental”.
Sin embargo, de la declaración de la testigo, cuya deposición se
encuentra grabada y puede ser perfectamente verificada y auditada emerge

87
que sobre esta cuestión la testigo dijo: “El 3 de diciembre me llama Horacio
García Belsunce para pedirme que urgentemente nos reuniéramos; yo
estaba volviendo de Capital, y nos encontramos en un café en San Isidro (...)
donde al entrar él me dijo que le habían hecho la autopsia a María Marta y
que le habían encontrado 5 tiros en la cabeza. Yo quedé shockeada, muy
mal, jamás había imaginado algo así. Allí me empezó a preguntar sobre qué
podría haber pasado, que pensáramos. Me preguntó cómo se llevaba María
Marta con el marido. Yo me acuerdo de haberle preguntado ‘¿vos sospechas
del gordo?’, y él me dice ‘no, no, el gordo zafó porque llegó después de la
guardia’. Me seguía insistiendo si había alguien o algún caso de Missing y de
más. Yo estaba con la cabeza que me explotaba y le dije (...) mirá
juntémonos con Patricia Reyes (...) a ver si ella escuchó algo o piensa algo.
Así que fuimos a la YPF que está en Panamericana pasando el peaje; ahí él
volvió a contar a Patricia sobre el resultado de la autopsia, y nos empezó a
preguntar qué pensábamos que podría haber pasado. Yo le comenté que
María Marta una vez me había comentado que estaba sospechando del
señor Pachelo por el robo del perro (...)”
En este punto, la declaración de Murray fue conteste con la brindada
en fecha 19 de febrero del año 2003, oportunidad en la que también dijo que
Horacio García Belsunce la contactó inmediatamente después de la
autopsia, y que, lo primero que hizo, fue contarle su resultado.
A contrario de ello, Andrejín afirma que esto ocurrió “tiempo antes de
practicarse autopsia”, cuando de ambas declaraciones emerge que se
juntaron el 3 de diciembre de 2003, es decir, al día siguiente de conocerse
su resultado. Por otro lado, sostiene también que “la citó a un lugar neutro e
hizo preguntas para sorpresa de ella acerca del posible conocimiento de un
amante”, lo que es ciertamente llamativo, puesto que, al no estar
enemistados, ningún lugar en el que se juntasen podía llegar a tener o no
connotación de neutralidad; lo real es que fueron a tomar un café a un
conocido bar de San Isidro denominado “Seven Eleven”.

88
Pero peor aún es lo dicho en torno a la “sorpresa” de la testigo y a que
fue consultada sobre un “amante”, cuando claramente ello no es lo que
surge de sus dichos. Murray fue clara al afirmar que su estado de shock se
debió a la noticia de la muerte, y que las preguntas de Horacio fueron en
relación a si sabía qué pudo haberle pasado a su hermana, e incluso si
podía tener algo con la actividad de Missing Children, más nada dijo en torno
a ningún amante.”.
Como se ve, el juez inventó cuestiones que, no sólo no habían sido
dichas por la testigo, sino que eran contradictorias a sus afirmaciones, y, en
base a ello, dedujo una actitud conspirativa por parte del hermano y su
entorno, que fue justamente la base sobre la que estructuró su
pronunciamiento.
Igual demérito se advierte en el tratamiento del ponente sobre los
dichos de Carlos Carrascosa, más precisamente sobre dos cuestiones
puntuales. La primera de ellas es la relacionada a la bicicleta con la que se
había trasladado la víctima antes de arribar a su casa y ser muerta.
Sobre este particular el fallo sostiene que Carrascosa dijo “(...) el que
mató a María Marta seguramente es el que se llevó la bicicleta”. Luego,
analizó tal cuestión al tratar la autoría, y agregó “Y, en lo que deviene por
demás llamativo -y sugestivo de un acomodamiento forzado de la realidad
vivenciada, o al menos retratando a un testigo poco convincente-,
CARRASCOSA puso de manifiesto que el atacante de su cónyuge se llevó
consigo la bicicleta en la que arribó al domicilio tras dejar el hogar de los
BARTOLI”.
Sin embargo, esto no es cierto, pues Carrascosa no dijo que el que
mató a María Marta seguramente se llevó su bicicleta. En primer término,
Andrejin no repara en que Carrascosa nada dijo de la bicicleta sino hasta
que fue consultado por ella por parte del Presidente del Tribunal, pero,
además, con palabras textuales, lo que dijo fue “(...) la bicicleta no apareció,
nunca. La robaron, seguramente (...) la bicicleta no apareció nunca (...) La
verdad que yo, en ese momento, no tenía idea (...)”. Como se observa, más

89
allá de la irrelevante manifestación en torno a que pudo haber sido robada,
Carrascosa en ningún momento vinculó la desaparición de la bicicleta o su
robo con el hecho del homicidio. Fue Andrejin el que dijo que él lo hizo, pero
no fue así, como queda claramente en evidencia.
Por otro lado, el juez que abre el acuerdo afirmó que Carrascosa dijo
algo que no dijo, fue el referido a la sustracción de la caja metálica con los
fondos de la asociación “Amigos de Pilar”. Sobre este particular, el ponente
calificó de “poco convincente” a Carrascosa, y luego, analizando sus dichos,
refirió “en contradicción con PIERES -cabe resaltar, en cuanto a un diálogo
telefónico: preguntando por la caja metálica, el por entonces reciente viudo,
refirió no haberla visto nunca -CARRASCOSA expresó primero, que la cajita
que después apareció, -para luego corregirse a sí mismo y rectificar-, que no
apareció y se hace la denuncia”. Es decir, sostuvo que Carrascosa dijo que
había aparecido y que luego se “rectificó”. Sin embargo, nuevamente el juez
incurre en la misma práctica -la mentira- puesto que así no sucedió.
De la reproducción de la grabación de la audiencia de debate emerge
que dijo “(...) María Marta estaba cumpliendo la función de tesorera en ese
momento (...) en el momento que murió, por eso la famosa cajita que
después aparece, bah, que después no aparece y se denuncia el robo, la
tenía María Marta porque estaba haciendo la suplencia de la tesorera que se
le había muerto un hijo (...)”. Escuchada en contexto, se advierte sin lugar a
dudas que no se trató de una “rectificación” como afirma Andrejin, sino que a
lo que se refería el testigo era a que había “aparecido” la cuestión de la
cajita; es decir, que había tomado conocimiento de que María Marta tenía en
su poder la caja con dinero y que la misma había sido sustraída.
Aseguró el recurrente que únicamente un intérprete malintencionado
puede colegir que se trató de una “rectificación”, término que, si bien posee
diversos significados, está claro que Andrejín lo utilizó en su significación
referida a “modificar la propia opinión que se ha expuesto antes” (conf. Real
Academia Española). Y lo que es aún peor, Andrejin se valió de un “yerro”
gramatical de Carrascosa y sin siquiera formular una pregunta aclaratoria,

90
para utilizar ese yerro del lenguaje de un anciano de 79 años que declaró
durante más de tres horas como si se encontrara “al acecho” para utilizar
cualquier equivocación en su contra o en favor de Nicolás Pachelo. Y ello
resulta evidente porque lo expuso a los efectos de demostrar una
contradicción entre Carrascosa y la testigo Pieres, que fue la que afirmó que
la cajita nunca apareció y que, por poder estar relacionado con el homicidio,
fue a informarlo a la fiscalía.
En otro orden, señaló el impugnante que fallo fue anunciado en otra
sala distinta a la que se había celebrado el juicio, la cual no tenía capacidad
para alojar a familiares y amigos de la víctima, el mismo día del vigésimo
aniversario en que se supo que la damnificada había sido víctima de un
homicidio. Por entonces -aseveró- ya circulaban noticias periodísticas sobre
la previsible absolución por mayoría a manos de los jueces Andrejin y Rossi
que así lo hicieron, lo cual motivó una presentación peticionando en sentido
contrario, lo que jamás fue contestado, siendo que la multiplicidad de medios
que recogieron con anticipación el carácter del veredicto absolutorio por este
hecho expone una violación a la manda del art. 371 en cuanto al carácter
reservado de la deliberación.
Afirmó el acusador que, para poder justificar su decisión, los jueces
que hicieron mayoría incurrieron además en una serie de valoraciones que,
por sí mismas, y por atentar contra reglas básicas de la lógica, no pueden
conformar las exigencias habidas en materia de fundamentación de la
decisión, la cual expone una fragmentaria e indebida evaluación de los
medios de acreditación, causal de arbitrariedad señalada en numerosos
fallos de la Corte Federal y la CIDH que citó en su presentación.
Reclamó el presentante que a esta altura debería estar zanjada la
cuestión referida a la actuación de la familia de la víctima y a la decisión
inicial del fiscal instructor, que el fallo por mayoría se esfuerza por presentar
como una “pésima indecisión” provocada por los primeros, en tanto fueron
las que hicieron incurrir al entonces “novel Fiscal” en el error de no disponer
la autopsia, y menciona, cual si pudiese justificar una actuación por fuera del

91
marco de la ley, que otros funcionarios como el también entonces fiscal
federal Romero Victorica y el policía Degastaldi habían encontrado reparos
por parte de la familia. Sin embargo, parece no repararse en que Degastaldi
era una autoridad, así como, por su influencia, también lo era Romero
Victorica, a quien convocó justamente la familia por el cargo que ostentaba.
Pero aún hay más, en tanto sin fundamentarse en prueba objetiva, en
el voto se pretende presentar que las conductas desplegadas frente a estos
surtieron “efectos exitosos” en el fiscal de instrucción, cuando como el
mismo juzgador dice, el que fue tratado de “bocón” y al que se le dijo que iba
a tener problemas si no se iba, no fue a él. Es decir, no fue al fiscal provincial
a quien se le habrían dicho esas frases sino, supuestamente, a Romero
Victorica y a Degastaldi, con lo que es realmente difícil comprender por qué
el ponente considera que estas coyunturas pudieron afectar la actuación del
fiscal o que estuvieran dirigidas a él.
Pero lo más grave, es que se advirtió en que la familia sostuvo que se
trataba de una muerte provocada por un accidente en la bañera. Entonces,
si el código de forma en su artículo 251 impone que “Se ordenará la autopsia
en caso de muerte violenta o sospechosa de criminalidad”, y si la familia
jamás ocultó que se trataba de una muerte violenta, no se entiende por qué
razón el juez pretende justificar la actuación deficitaria del agente fiscal,
siendo que, se tratara de una muerte por accidente o de un homicidio con
cinco disparos en el cráneo, la autopsia debía hacerse de todos modos. Y
como nadie en la casa intentó hacer creer a Molina Pico que María Marta
había muerto por causas naturales, no queda más que concluir que la
mayoría quiere justificar lo injustificable o bien desconoce la normativa
aplicable.
Pero, además, destacó, el certificado de defunción sólo podía ser
expedido por los médicos forenses, circunstancia ésta que no ocurrió porque
el fiscal instructor no ordenó la autopsia. Y decimos esto, pues era la única
autoridad que se hallaba obligada a disponer la diligencia e incumpliendo
con la manda legal, autorizó sin más la inhumación.

92
De ello se derivó que el propio fiscal -al omitir la autopsia- estaba
también legitimando la falsedad ideológica que luego se produjo, pues
ningún médico de cochería se encontraba ni se encuentra facultado para
emitir un certificado de defunción respecto de una muerte traumática, pues
ello requiere necesariamente intervención policial/judicial y, el certificado, en
consecuencia, es expedido por el médico autopsiante.
Subrayó el recurrente que nunca se ocultó al fiscal y al personal de la
cochería encargada de hacer el servicio respecto de una muerte traumática
y en una jurisdicción ajena al domicilio que se consignó como lugar de
fallecimiento, pues se la estaba velando en Pilar y eso nunca estuvo
controvertido.
Sin embargo, se utilizó una apreciación de Carrascosa, soslayando
que se encontraba en estado de shock, responsabilizándoselo por haber
“instalado una hipótesis falsa” cuando al mismo tiempo fue el fiscal quién
solicitó que se le aporte un certificado de defunción (obviamente de una
muerte no traumática, caso contrario, aquél nunca pudo haber estado en
poder de la familia, a quienes se les estaba requiriendo).
Así, mientras la actitud de Carrascosa mostraba su estado de
conmoción por la muerte de su mujer, a quien encontró con medio cuerpo en
la bañera con agua y sangre y su cabeza sumergida -producto de la
escenificación realizada por Nicolás Roberto Pachelo- y mostrando que nada
tenía que ocultar, precisamente porque abrió la ventana y le dijo a Michelini
“Beatriz subí, María Marta tuvo un accidente”, el juez ponente
deliberadamente sostuvo que no solo Carrascosa instaló la versión del
accidente sino que además refirió (aunque sin decirlo textualmente), que de
alguna manera intentó evitar que ingrese Michelini a la casa, pues sostuvo
que abrió la ventana que da hacia la entrada de autos y le dijo “Beatriz,
María Marta tuvo un accidente”.
Recalcó que esta dialéctica escogida durante tantos años para
perjudicar a Carrascosa y al entorno de la fallecida María Marta García
Belsunce, fue también utilizada ahora para afirmar que la autopsia no se hizo

93
porque la familia no quiso haciendo que un fiscal y el jefe de las más altas
jerarquías policiales de San Isidro (Aníbal Degastaldi) incumplieran con sus
funciones básicas, elementales y obligatorias: no realizar la autopsia en un
accidente que, desde el inicio, reunía características tan particulares que la
propia familia procuró la concurrencia de autoridades judiciales.
Puso de resalto que Carrascosa no fue testigo de lo que en ese
momento se creía que había sido una caída pues eso habría ocurrido, según
se pensaba, mientras la víctima estaba sola. Entonces, nadie podía explicar
la mecánica del hecho ni cualquier otra circunstancia que permitiera a las
autoridades judiciales y policiales establecer lo propio. La única manera de
determinar fehacientemente el mecanismo de producción de las lesiones
que le ocasionaron la muerte era mediante la presencia en el lugar -junto
con Molina Pico y Degastaldi- de los peritos correspondientes,
fundamentalmente médico forense y luego mediante la realización de la
autopsia que hubiera concluido cuestiones fundamentales: la tipología de las
lesiones -y otras cuestiones atinentes a la mecánica del hecho, etc.- y a
partir de las pericias complementarias descartar o confirmar patologías
clínicas que la pudieran haber llevado a perder la conciencia, intoxicaciones
medicamentosas o de otro tipo de sustancias, etc..
Cuando históricamente -y también ahora- se sostuvo que Carrascosa
instaló la hipótesis del accidente, debemos representarnos a quien o
respecto de quien se impuso esa teoría, pues teniendo pleno conocimiento
tanto la autoridad judicial como policial, que quien instalaba esa hipótesis no
estaba al momento del “accidente” sería admitir que si Carrascosa creyó que
era un accidente, el fiscal y el policía debían sin más confiar en su
apreciación.
En busca de mayor claridad, indicó el impugnante, Carrascosa les dijo
a Molina Pico y a Degastaldi -y ellos lo sabían- lo que él creyó que pasó.
Carrascosa no dijo “yo la vi caerse de la bañera”. Justamente porque no
estaba. Entonces, nadie podría creer lógicamente que pudo instalar algo que
ni siquiera dijo haber visto de suerte tal que quienes debieron despejar

94
cualquier tipo de duda, eran las autoridades allí presentes, iniciando de
inmediato y sin dilaciones la pertinente investigación.
Postuló que la función del fiscal es dudar, investigar y no limitarse a
ninguna versión de nadie y mucho menos de aquel que potencialmente
pudiera ser el autor del hecho. Salvo que alguien crea que la actuación del
fiscal se limita a dirigirse a la escena del hecho, brindar sus condolencias a
los familiares, no iniciar ninguna investigación hasta, cuanto menos, 72
horas después, solicita un certificado de defunción necesariamente apócrifo
y finalizar, sin más, su intervención.
Sostener que Carrascosa “instaló la hipótesis del accidente” para
lograr su impunidad -de lo contrario no advertimos cuál sería el sentido-,
demuestra a las claras que el único ocultamiento de los hechos fue
producido por agentes estatales y no por los deudos de la víctima. Adunó el
recurrente que cualquier estudiante avanzado de derecho o agente policial
recién egresado de la academia hubiera actuado como corresponde, mal
que le pese a los magistrados que hicieron mayoría, que para inculpar a la
familia eximen de toda responsabilidad al fiscal, al punto casi de colocarlo en
el rol de víctima.
Descartó que la familia de la víctima haya obstaculizado la
investigación o impedido la autopsia, sino que llamaron a la autoridad
competente, y por ello el fiscal arribó al lugar.
Denunció que la lectura del voto que hizo mayoría por parte de
cualquier persona objetiva parece sugerir en todo momento que el caso se
resolverá por certeza negativa, puesto que, si todas las pruebas indican,
como se menciona constantemente, que fue el círculo de la familia el que
introdujo la hipótesis del accidente, el que impidió u obstaculizó que llegara
la policía, que hizo incurrir en error al fiscal (a quién coloca en lugar de
víctima), y que luego mintió a lo largo de los años, la conclusión lógica que
debiera extraerse es que Pachelo era inocente.
Sin embargo, concluyó que persiste un cuadro de alta duda que
indiscutiblemente desvanece el estado de certidumbre necesario para

95
considerarlo culpable del acometimiento letal, a la par de siquiera haberse
desechado otra hipótesis alternativa del hecho que reportaría como ajenos al
homicidio a cualquiera de los tres encausados.
Calificó la fiscalía de más desconcertante aún lo dicho en torno a que
“(…) Mal puede considerarse que en este presente juicio, con la prueba
introducida, lo que fue duda en otros procesos (tanto para CARRASCOSA,
como para GAUVRY GORDON) se hubiese transformado en certeza, esto
es, que se disipara el estado de dubitación que se ponderó como base para
absolver al cónyuge de la víctima, no sólo por el homicidio sino también por
el encubrimiento, o al médico que decidió callar el cuadro traumatológico
advertido y mal documentarlo; o que se hubiesen esfumado las categóricas
pruebas valoradas y raciocinios explicados por el Tribunal en lo Criminal Nº
1 y recurso mediante, por el Órgano Casatorio luego, para los confirmados
culpables de encubrimiento”. Aparece inaceptable que el juez no haya
reparado en la totalidad de las pruebas novedosas –si se quiere- que fueran
producidas en este juicio y no así en los otros.
No se está criticando aquí solamente que se arribe a un estado de
duda, lo que se critica también es que se pretenda afirmar que el cuadro de
situación era igual al de los juicios desarrollados por ante los tribunales 1 y 6,
cuando claramente no fue así, y ello puede acreditarse por el mero hecho
que la gran cantidad de los allí imputados pudieron ahora manifestar su
verdad bajo juramento en el plenario al igual que lo hicieron personas ajenas
al círculo familiar (vgr. Michelini; Ortiz; etc) complicando por otra vía la
situación procesal de Pachelo.
Con claras muestras de arbitrariedad, aseveró el recurrente, el
ponente otorgó a la prueba testimonial el mismo valor que poseía para esos
jueces en aquel entonces, y ello jamás pudo haber sido así –salvo que se
dieran las explicaciones necesarias, cosa que tampoco ocurrió-, pero el
mero hecho de que no se trataban de elementos de prueba de idéntica
naturaleza ameritaba que fueran ponderados de manera diversa.

96
Caso contrario, no se explica por qué califica al testimonio de
Guillermo Bártoli como de “relativa credibilidad” o a Carlos Carrascosa como
“poco convincente”. Y peor aún, otorgándole credibilidad a las diversas,
contradictorias y absolutamente mendaces versiones de Pachelo que fueron
derribadas con prueba objetiva en todas las jornadas de debate. Ello sin
brindar la debida fundamentación al respecto.
Sostuvo la fiscalía que a los fines sustentar una absolución que ya
estaba resuelta, de manera constante se buscaron, por un lado, nimiedades
o detalles en los elementos de cargo para vedarlos de todo valor probatorio,
y, por otro, presentar prueba objetivamente dudosa cual si se tratara de una
verdad irrefutable y revelada.
Así se afirmó que el imputado Pachelo estuvo presente en el barrio en
el momento del homicidio, pero igual al resto. Sobre el particular, subrayó el
impugnante quedó completamente demostrado en el debate que mientras se
estaba produciendo el asesinato de María Marta García Belsunce, Nicolás
Pachelo se encontraba dentro del country y que, durante décadas, lo negó
enfáticamente.
El ponente analizó la prueba referida al lugar en donde estaba el
encartado de mención al momento del hecho, que sí ubicó entre las 18:10 y
18:45 horas, siendo que en un sesgado y desacertado análisis, el juez
determinó los horarios basándose en el tiempo en que tarda en llenarse la
bañera, lo cual, si bien fue planteado en el debate, resulta ciertamente
dudoso que se pueda extraer alguna conclusión si no se sabe ni la presión
con la que salía el agua ni tampoco hasta qué punto habían sido abiertas la
o las canillas.
Pero, sea como fuere, sí pudo concluir que para ese entonces
Pachelo se encontraba en el country -según apuntó- al igual que muchas
otras personas, y, en virtud de esto, señaló “(…) extraer indicios de
culpabilidad por vía de presencia y oportunidad o de una mendacidad nada
robusta, deviene demasiado débil, por la amplitud que entraña las
condiciones de vida dentro de un barrio cerrado con multitud de personas

97
viviendo allí o terceros ingresantes a bordo de vehículos que no pasaron
filtro de identificación; por mantenerse todos, en pie de igualdad de
acercamiento a cualquier unidad funcional; y por la indeterminación de las
eventuales actividades de PACHELO entre que dejó Carmel y se alejó de la
zona de influencia de la antena 394”.
Apuntó críticamente el recurrente que, a juicio de la mayoría, el hecho
que la prueba demostrara sin margen de dudas que Pachelo se encontraba
en el lugar del hecho, no constituía de por sí un indicio, porque otras
personas también se encontraban allí. A ello, el juez Rossi agrega que el
deficitario sistema de seguridad habría incluso permitido que terceros ajenos
al lugar ingresaron sin haber sido registrados.
Esta coyuntura, destacó el escrito de interposición, es de por sí
demostrativa que se analizó esta cuestión sin atender al resto de la prueba
fragmentándola como único medio para forzar la absolución pretendida,
siendo inconcebible que los juzgadores hayan pasado por alto que, si bien
había muchas otras personas en el country, Pachelo fue el único de todos
ellos que pretendió por veinte años ubicarse fuera del lugar en el momento
del homicidio.
Durante todo este tiempo, Pachelo intentó introducir un ticket de
compra de un juguete para su hijo a los efectos de demostrar que se
encontraba en otro sitio y también intentó, por prolongado lapso, discutir la
veracidad de los informes del V.A.I.C., llegando incluso a alegar que habría
sido el viento el que hizo que la antena de su teléfono celular impactara en la
antena del country El Carmel.
Pero, además, tampoco puede soslayarse que, minutos antes de que
Carrascosa hallara a su esposa asesinada, Pachelo llamó a su madre con el
claro fin de hacer que concurriera a El Mundo del Juguete a comprar un
regalo, es decir, era el único de todo el barrio que, incluso antes de que se
detectara la muerte, estaba bregando por contar con una coartada.
En este punto, destacó, corresponde mencionar algunas escuchas
telefónicas que resultan de sumo interés en las que Pachelo intentó ubicarse

98
constantemente fuera del country en el preciso horario de muerte que sólo el
asesino podía conocer.
Así, relataba: "...yo estoy afuera desde el primer día porque yo estaba
en el centro con mi vieja en paseo alcorta comprándole un regalo a Felipe,
yo tengo el ticket, la compra del regalo de Felipe a las 19.35 pagado con visa
en el mundo del juguete..." [17/12/2002 - CASSETTE N° 5 LADO B - LOC 22
DEL ABONADO 1144495646] También, mencionaba “...yo estoy recontra
tranquilo, de hecho no estaba físicamente en el club, entendes?...”
[17/12/2002 - CASSETTE N° 5 LADO B - LOC 22 DEL ABONADO
1144495646] En ese mismo sentido, en aquel momento expresaba:
"...gracias a dios yo no estaba en carmel en ese momento porque si hubiese
estado y estaba solo en mi casa, bueno, se armaba un quilombo, gracias a
dios estaba con mama en paseo alcorta porque si no, no sé de qué me
disfrazo...igual te lo tienen que probar...” [19/12/2002 - CASSETTE N° 8
LADO A - LOC 22 DEL ABONADO 1144495646] y "...ese domingo
físicamente no estuve en carmel a la hora de lo que le pasó a esta
señora,..yo estuve en carmel a las cinco y media, entré después de jugar al
futbol, me bañe, me cambié y me fui con mi hijo a bs.as. a comer y a
comprar un regalo para su cumpleaños…" [07/01/2003 - CASSETTE N° 29
LADO A - LOC 22 DEL ABONADO 1144495646] También, "...yo ingresé a
las cinco y media. me debo haber ido a las seis y cuarto, seis y veinte. más
de cuarenta minutos en bañarme y cambiarme no puedo haber tardado…"
[07/01/2003 - CASSETTE N° 29 LADO A - LOC 22 DEL ABONADO
1144495646].
Tampoco se reparó en que había sospechas que en esa franja horaria
y particularmente los días domingo se habían asaltado en las casas
aledañas, y que la prueba vinculaba indudablemente a Pachelo a punto tal
que fuera condenado otrora por la detentación de bienes ajenos sustraídos
en aquellas propiedades linderas a las de la víctima.
Y tampoco se sopesó adecuadamente que Pachelo reunía todas las
características compatibles con las del autor del hecho y un trastorno

99
psicopático y narcisista de la personalidad que le posibilitaba ejecutar un
hecho como el que se examina con una pésima relación con la víctima quien
a gritos exigía su expulsión del country y a quien le tenía pánico.
A pesar de todo esto, para los jueces que hicieron mayoría se
encontraba en igualdad de condiciones que el resto de las personas habidas
en el country y, por lo tanto, descartó de un plumazo la cuestión como
elemento de cargo.
Criticó, por otra parte, que los tres testigos sólidos que vieron a la
víctima y al victimario juntos a minutos del crimen: para esos jueces “no
valen”, siendo que también quedó demostrado sin lugar a dudas que Nicolás
Pachelo fue visto trotando detrás de la víctima minutos antes de su muerte.
Ello así, desde que tres testigos desde el año 2002 lo ubican en esa
situación, tratándose de Pedro Aspiroz de Achával, Santiago Asorey y Marco
Cristiani quienes, al momento del hecho tenían trece años y, mientras se
encontraban caminando dentro del country El Carmel hacia sus viviendas,
visualizaron a Nicolás Pachelo detrás de la víctima a poco más de diez
minutos del crimen.
Resaltó la fiscalía que su presencia fue declarada por ellos infinidad
de veces en dos décadas. Esto es, en diciembre de 2002 -apenas iniciaba la
investigación-; en la investigación por el encubrimiento llevada a cabo
durante el año 2007 y en el juicio oral contra Carlos Carrascosa. También lo
hicieron en 2017 en la nueva investigación y ahora en el presente debate
oral.
En este punto, el juez ponente analizó la circunstancia referida a si
Pachelo estuvo corriendo en la misma dirección que María Marta minutos
antes del hecho. Para ello, ponderó las declaraciones de los jóvenes – casi
niños en aquel entonces- Asorey, Cristiani y Aspiroz, y las confrontó con las
del propio Pachelo -a partir de su última versión, introducida en 2017-,
siendo que, especialmente la de Aspiroz y Pachelo, diferían en torno hacia
donde éste había doblado cuando trotaba en la misma dirección que María
Marta. Según Aspiroz aquel había doblado en la misma dirección que ella,

100
esto es, para su casa, y según Pachelo, habían doblado por caminos
diferentes, puesto que él estaba yendo a buscar su auto al estacionamiento
del Club House (circunstancia que no había introducido sino hasta que vio
comprometida su situación procesal).
Sobre el punto quienes hicieron mayoría optaron por darle veracidad a
la versión de Pachelo, tachando la deposición de Aspiroz de
“auto-contradictori (a), falto de consistencia y de confiabilidad”. Para así
sopesarlo, señaló el recurrente, tuvieron en cuenta que el joven había dado
en el primer juicio una versión sobre esta circunstancia, luego otra en la
Fiscalía en el año 2018, cambiando la declaración, diciendo que no había
visto doblar a Pachelo, y finalmente en el debate, vuelto a la versión original,
confesando que no había dicho la verdad en la segunda ocasión porque
tenía que enfocarse en un examen de facultad y no quería ser un testigo
indispensable.
Además, consideró el juez que este joven, al igual que los otros dos,
guardaban relación de amistad o pertenencia al grupo de la familia. En virtud
de ello, quitó todo tipo de valor a la prueba, y afirmó “(…) debe procurarse
certidumbre reparando en otras evidencias que demuestren por sí mismas
que PACHELO ingresó a casa de la víctima (...)”.
Con esto se advierte que se quitó a estos testimonios todo tipo de
valor probatorio. Empero, tal decisión devino claramente arbitraria, por
cuanto que, los tres testigos habían coincidido en haber visto a Pachelo
correr en la misma dirección y a metros de María Marta minutos antes de su
homicidio; coyuntura que los tres venían afirmando desde un primer
momento, desde el año 2002, cuando eran menores de edad, contradiciendo
la versión de Pachelo.
Reclamó el acusador que un mínimo análisis de la totalidad de la
prueba invitaba a tener en cuenta que el imputado había afirmado
categóricamente que él jamás había estado ahí y que había sido imposible
que los chicos lo vieran; llegó incluso a tratarlos de mentirosos y de afirmar
que estaban incurriendo en el delito de falso testimonio. Empero, quince

101
años después, al declarar en los términos del art. 308 del C.P.P, ante la
clara evidencia de que no iba a poder contrarrestar los tres testimonios
objetivos, confesó que efectivamente lo podrían haber visto, porque había
ido trotando a buscar un auto en una dirección similar, cuestión sumamente
novedosa -aunque inverosímil- sobre la que nunca había dicho nada.
Esta coyuntura no fue siquiera valorada en el voto mayoritario, pese a
que cualquier juzgador imparcial debía haberse interrogado ¿por qué razón
el imputado Pachelo negó por tantos años que los chicos lo vieron corriendo
a metros de María Marta García Belsunce?. Al respecto, señaló, con sólo
indagar la prueba habría advertido que la razón por la que había hecho eso
surgía de la propia boca de Pachelo, en tanto en las escuchas telefónicas
incorporadas -que seguramente el juez Andrejin tuvo oportunidad de
ponderar, pero también extrañamente desatender-, aquel le refirió a su
interlocutor: “(…) y con respecto a los chicos, está claro que el fiscal no les
cree, según los chicos yo estoy corriendo atrás de la bicicleta de María
Marta. eso es 5 minutos antes de que le peguen no sé cuántos tiros en la
cabeza. Eso para el fiscal, o el fiscal está totalmente loco que lo mete preso
a Carrascosa o es mi hermano o mi íntimo amigo (…) porque nadie que le
atestigüen 3 chicos menores de edad de identidad reservada que le digan yo
lo vi corriendo atrás de la bicicleta de María Marta y 20 minutos después le
meten 5 o 6 corchazos en la cabeza, cualquier fiscal te mete en cana, y por
menos también (...)” [23/04/2003. CASSETTE N° 36 - LOC 51 DEL
ABONADO 1144495646]. También, en otra oportunidad, afirmó “(…) yo se
perfectamente que yo no estaba así que la persona que diga que me haya
visto, si es que lo dice en una causa, habría que ver el tema del falso
testimonio porque no es cierto, no es fidedigno. Yo no estuve ni dando
vueltas, ni por arriba de la casa, ni en la pileta, ni en el jardín, ni vestido de
mujer, ni con enanitos en el jardín (...)" [6/1/2003. CASSETTE N° 27 LADO A
- LOC 22 DEL ABONADO 1144495646].
Y, además, que “con respecto a 3 testimonios de identidad reservada,
habría que ver si no son uno de los 30 falsos testimonios que tiene el fiscal

102
encarpetados. No vaya a ser cosa que alguna de esas 3 personas que me
vieron estén en la carpeta de los falsos testimonios" [22/1/2003. CASSETTE
N° 46 LADO A - LOC 22 DEL ABONADO 1144495646]. En el mismo sentido
también refirió: "...Yo no corrí esa noche, yo dije una y diez mil veces que
llegue de jugar al futbol en cancha de 11, muerto, con las piernas
acalambradas, llovía, fui con mi hijo, no salí a correr, me quedé con mi hijo,
me bañe, me cambié y partí hacia bs.as. Lo he aclarado una y mil veces …"
[22/01/2003 CASSETTE N° 46 LADO A - LOC 22 DEL ABONADO
1144495646]
Con esto, emerge que Pachelo tenía claro que no quería ser ubicado
en ese momento y en ese lugar, con lo que, el cambio en su versión, esto
es, que iba a buscar un auto corriendo, debió aparecer ante cualquier
persona con un mínimo de objetividad como una excusa acomodaticia.
Si bien el juez de primer voto dio credibilidad a Pachelo en lo referido
a que estaba yendo a buscar el auto, pero no tuvo en cuenta que su salida
del Country con el vehículo se dio a más de 40 minutos luego del cruce con
los jóvenes, con lo que es de extrañar que no se haya preguntado
mínimamente qué fue lo que hizo con su auto Pachelo en todo ese tiempo.
Desde este punto de vista, subrayó el acusador, no debería haber
dudas de que esta última versión no juramentada de Pachelo fue vertida con
el claro designio de evitar dicha prueba de cargo, y que no se condice con
ningún otro elemento de la causa.
Sin embargo, los jueces Andrejin y Rossi, facilitándole la defensa
incluso más de lo que Pachelo podía imaginar, ponderaron la prueba
separándola del resto del cuadro probatorio. Únicamente presentado el caso
cual, si se tratara de un simple contradicho entre un imputado y un “testigo
contradictorio”, era posible volcarse por la versión de Pachelo, y así lo
presentaron los jueces en sus votos.
Más aún, afirmar que los jóvenes mintieron, como surge en definitiva
de la posición mayoritaria, y sugerir que ello ocurrió porque eran cercanos al
grupo de amistad de la familia, implica también creer que unos padres hayan

103
expuesto a sus hijos de trece años de edad a que declararan una mentira en
la causa criminal más mediática de la que se posee registro, contra un sujeto
a quien los niños le guardaban temor reverencial, siendo que incluso lo
llamaban “Voldemort”, y a quien todos ellos consideraban sumamente
peligroso por su prontuario en el barrio. Afirmó la fiscalía que es ciertamente
imposible que seis padres se hayan puesto de acuerdo en algo así; no lo
afirmamos como acusadores públicos, sino como padres de niños menores
de edad.
Agregó el impugnante que si se creyera, como parecen hacerlo los
jueces Andrejin y Rossi, que efectivamente mintieron, y que también fue ello
parte de la famosa “operatoria”, no se explica por qué no ordenaron la
extracción de testimonios ante el supuesto flagrante delito conforme la
manda del art. 287 del C.P.P. como tampoco lo hicieron con el resto de los
testigos, cuyas declaraciones según los jueces “se han apreciado
sumamente ensayadas, calculadas, o al menos sin espontaneidad;
esperable,(...) y por si fuera poco, también visibilizados sin dificultad, con un
sentido rígido de pertenencia a grupo determinado en desmedro de la soltura
de la declaración y con opiniones absolutas formadas en la simple creencia
o sentimiento.."
Se preguntó el impugnante ¿cómo pudieron adivinar los chicos veinte
años antes que Pachelo circulaba por esa misma calle que ahora reconoció
haber recorrido en ese mismo horario?.
Puntualizó el acusador que tras negar categóricamente y por años su
presencia en el lugar, Pachelo reconoció finalmente que en realidad pudo
haber sido visto en circunstancias en que fue a buscar el auto de Inés
Dávalos, quién lo había dejado en el estacionamiento de la entrada al Barrio.
Refirió que ese día retornó de jugar al fútbol, buscó a su hijo Felipe por la
casa de un amigo en el Barrio “La Herradura” de Pilar, ingresó a Carmel a
las 17:37 horas, llegó a su casa, se bañó, se cambió, dejó a su hijo de siete
años solo en su casa, corrió por las calles de El Carmel y fue en búsqueda

104
del auto que, según sus dichos desprovistos de cualquier elemento que los
sustente, se encontraba con las llaves colocadas.
Al respecto, evocó el presentante lo expuesto por el Dr. Federico Ecke
en su voto en solitario en cuanto sostuvo que “Aquella coartada carece de
razonabilidad, ya que por el principio de logicidad, una persona no se
bañaría previo a correr, menos si ya la lluvia se había hecho presente, y sin
dejar de lado que su hijo menor de edad quedaba en soledad en la casa. Lo
lógico, pues, habría sido que se haya bañado, y juntamente con su hijo, se
hubiera dirigido con su camioneta hacia el estacionamiento principal, y allí
realizar el traspaso de vehículos, siempre tomando en cuenta que, como
bien aseveró el imputado, los autos se dejaban allí con llaves puestas. A
preguntas de este juez del porqué no lo habría realizado de dicha manera,
respondió que su camioneta poseía un desperfecto con el burro de arranque,
por ello la dejaba en la barranca para poder encenderla sin necesidad de
solicitar ayuda. Sin embargo, ese día, fue a jugar al fútbol, terminó el partido,
buscó a su hijo por La Herradura y retornó al Carmel, un sinfín de
oportunidades en las que la camioneta se encendió y apagó y el mecanismo
de arranque no falló...”
Pues bien, la única verdad comprobada e incontrastable es que los
tres jóvenes observaron a Nicolás Pachelo correr, momentos previos a los
últimos minutos de vida de María Marta García Belsunce, lo observaron con
ropa deportiva, y, uno de ellos, Aspiroz, lo vio doblar hacia la izquierda en
dirección a la casa de la víctima.
A pesar del celoso empeño de la mayoría por derribar los dichos de
Aspiroz, afirmó la fiscalía que lo cierto es que aquel sostiene el mismo relato
desde hace veinte años (habiendo incluso explicado la circunstancia
apuntada en cuanto a lo declarado en 2018), a diferencia del defendido
Pachelo incluso cuando ostentaba el carácter de testigo.
De modo que son erradas las afirmaciones de Andrejin y Rossi en
cuanto sostienen que “el testigo ya se había expresado en otro sentido, más
semejante al testimonio de 2018, conforme lo detallado en el fallo del

105
Tribunal en lo Criminal Nº 1-” pues ello no surge de ningún apartado del acta
de debate celebrado por ante ese Tribunal, y tampoco hay elemento alguno
que avale la afirmación “PACHELO se reportó como tal persona al trote. Lo
cierto es que el recorrido advertido por los tres testigos hasta su separación
redunda ahí en congruencia con lo explicado por el imputado: elegido un
camino para, a pie, alcanzar el automóvil en el sector de estacionamiento
común del Carmel, allí dejado por Inés Dávalos, entonces esposa del
encausado, quien abordó un transporte rentado hacia la ciudad de Buenos
Aires” más que los ensayados y algunos improvisados dichos del imputado.
Y mucho menos cierto es lo afirmado en punto a que “el encartado si
bien dijo no recordar haberse cruzado con los mismos, tampoco lo negó y la
única discrepancia lo fue en cuanto señaló -seguramente cuando se dirigía a
la playa de estacionamiento a buscar el automóvil de su esposa- haber
girado hacia la derecha en el cruce con la calle que conduce hacia la finca
de Carrascosa”, puesto que, como se demostró, lo negó desde el 2002 hasta
el 2017 con lo que es ciertamente sorprendente que ahora se le otorgue
veracidad respecto al lugar en que dobló.
De otro lado, objetó el impugnante, resulta inexplicable la negación
del conflicto previo y enemistad entre Nicolás Pachelo y María Marta García
Belsunce, siendo que prácticamente casi la mitad de los testigos que
depusieron en el juicio dieron cuenta del conflicto que había -a raíz del
secuestro del perro- y de la intención que tenía María Marta en echarlo del
club.
El juez ponente para llegar a esta trasnochada afirmación analizó lo
referido al perro del matrimonio, que había sido secuestrado y por el cual se
había exigido un rescate. Al hacerlo, citó sucintamente las palabras de todos
aquellos testigos que se refirieron al tema en el juicio; reconoció que habían
dado cuenta del rumor y que María Marta estaba convencida que Pachelo
había sido el autor; pero, sin embargo, concluyó sin mayores explicaciones
que se trataba de evidencia “contrapuesta” e “inconsistente”. Para agregar:
“Pero, aún de concederse la hipótesis en cuestión, tampoco se vislumbra

106
siquiera suficiente- un indicio de culpabilidad en desmedro de PACHELO: si
ocurrió, más allá de una actitud ruin por parte de extorsionador, la acción
cataloga como de poca significancia para que, ante la opción de no pagar,
genere encono o enemistad contra sus seleccionadas víctimas a punto de
determinar la decisión de darles muerte, y para colmo, que sea tan fuerte
ese sentimiento homicida para persistir silenciado desde julio de 2001, es
decir, por más de un año, en el que por cierto, no se verificó ningún conflicto
entre ambas partes, pues en rigor en septiembre de 2002 se orquestó una
reunión por causa que comprometía en todo caso y en mayor medida, a
otros vecinos expuestos al riesgo de represalias (PIGONI, SANSUSTE,
ZANCOLI) como fuente perjudicial contra PACHELO como socio del barrio
cerrado y destinado afrontar procesos penales e incluso a exigencias de
resarcimientos por los daños patrimoniales ocasionados -nótese que en el
expediente en que fuera documentada la investigación por encubrimiento
contra PACHELO, el 22 de septiembre de 2002 se produjo diligencia de
inspección en el domicilio del imputado-”.
Sostuvo la fiscalía que más allá que claramente la sustracción del
perro no constituye algo de “poca significancia”, y tal vez más aún para una
pareja sin hijos, lo cierto es que, sin perjuicio de lo que Andrejin encuentre
justificado o no, la prueba demostró que María Marta sentía que tenía una
relación de enemistad con Pachelo, y que le había dicho a su círculo que le
tenía temor por considerarlo una persona peligrosa. Tanto es así, que la
propia Susana Murray, testigo convocada por la defensa de Pachelo,
confesó que, cuando Horacio García Belsunce le pidió que pensara con
quién podría tener problemas María Marta, lo primero que le vino a la mente
fue que María Marta le había dicho que sospechaba de Pachelo por el robo
del perro Tom. Ello expone -aseveró el impugnante- otra demostración de
cómo la mayoría parcializó los testimonios de los testigos tomando
únicamente la porción que, a su designio, beneficiaba a Pachelo.
Aun así, estuviera justificado o no, no es algo que competa a los
jueces decidirlo. De hecho, la experiencia demuestra que se generaron

107
enemistades históricas por cuestiones de mucha menor importancia desde
las cuales se comienza a escalar hasta niveles inimaginables. Esto, por
supuesto, sin perjuicio que el apoderamiento de un perro y pedir un rescate
no constituya una cuestión de “poca significancia”, como afirma el votante.
Así, -nuevamente- prescindiendo de analizar la prueba de forma
integral, concluyó este juez que no había enemistad por no advertir motivos
suficientes, cual si se tratara de una operación matemática que pudiese ser
determinada por estándares objetivos.
Puntualizó el acusador que tampoco se trata de evidencias
contrapuestas, “Carmen ABERAZTAIN refirió que María Marta GARCIA
BELSUNCE le dijo que al perro se lo habían robado y que sabía que había
sido PACHELO, quien pidió rescate, tres mil o cinco mil dólares, María Marta
dijo que no iba a denunciar ni a hacer nada porque le tenía miedo, era un
personaje peligroso, que robaba, que María Marta estaba preocupada por
los robos en Carmel pero muy por arriba; el jardinero Fabrizio COURREGES
rememoró que el perro Tom se extravió, no apareció nunca más, que le llegó
un comentario del alguna persona en el Carmel, de que una vez a la Sra.
GARCIA BELSUNCE le pidieron rescate por el perro; la trabajadora de casa
de familia Ema BENITEZ expuso que la señora llegó hasta el vecindario
donde ella reside para pegar fotos del perro por si aparecía; Nora BURGUES
de TAYLOR recordó que un día el perro desapareció y María Marta colocó
panfletos por Pilar, con mención del número de su teléfono celular, y que en
cierta ocasión, pidieron recompensa al teléfono fijo, que ella no sabía quién
hizo esos llamados, o al menos la víctima no se lo contó; su esposo, Miguel
TAYLOR precisó que fue Nicolás PACHELO quien se llevó el perro y al
tiempo, una noche, pidió rescate, en un momento señaló a María Marta
como quien se lo contó, aunque en otro pasaje de su testimonio, prefirió
dudar si acaso CARRASCOSA o GARCIA BELSUNCE se lo confiaron;
Viviana DECKER aseveró que al perro lo secuestró alguien que pidió rescate
y que María Marta imaginaba que había sido PACHELO, porque era la
persona que estaba robando en el Carmel, incluso que la reunión de

108
seguridad se convocó por el secuestro del perro a la par de los robos en el
barrio cerrado, y a resultas de lo cual se asignó custodia a PACHELO por
ambas causas; Irene HURTIG señaló que en septiembre de 2002 concurrió
a una reunión de consorcio convocada por María Marta, en que muchos
socios contaron de episodios de inseguridad relacionados con PACHELO, y
que en esa ocasión, su hermana expuso que el perro supuestamente
extraviado en realidad sospechaba que PACHELO lo había sustraído,
resolviéndose que sólo se colocaría vigilancia a sus movimientos porque no
lo podían echar, y en particular, recordó que María Marta al terminar el
encuentro le dijo que tuviera cuidado con este tipo que es peligroso; Sergio
Féliz LOPEZ, integrante de la subcomisión de seguridad en Carmel, memoró
que en septiembre de 2002 hubo una reunión con treinta o cuarenta vecinos,
en la que ARAUZ CASTEX expuso problemas referidos a PACHELO, y que
María Marta casi con certeza fue la primera en levantar la mano para decir
que 'cómo sabrán mi perro desapareció, me enteré que una señora que
trabaja en otra casa, se enteró por otra señora que trabaja en otra casa que
su perro estuvo en casa de Pachelo, me pidieron plata pero no quiero pagar;
la empleada doméstica Cristina BARRIENTOS, que trabajó en casa de la
familia Fister, sostuvo que en una oportunidad que no supo puntualizar, al
salir a caminar, se encontró con una empleada de PACHELO, cuyo nombre
no supo decir, quien le comentó que PACHELO tenía al perro y pedía
rescate, y que esta situación se la relató a su empleadora; Alejandro ARAUZ
CASTEX refirió que en la ya aludida reunión, convocada por serie de robos,
fue FISTER quien trajo a mención los dichos de su empleada doméstica y
entonces María Marta anoticiada, entró en pánico; Fernando SANSUSTE,
vicepresidente de club Carmel, sostuvo que la reunión por temas de
seguridad se generó por la sustracción de palos de golf, él mismo uno de los
damnificados, y que el robo del perro de María Marta era un rumor por el que
terminó señalado PACHELO a partir de la confirmación de PACHELO
vinculado al asunto de los palos de golf; Nicolás GONZALEZ del CERRO,
vocal de la comisión, también recordó que el encuentro de vecinos se motivó

109
en la sustracción de bienes a Sansuste, Zancoli, Pigoni y Ferrer, en tanto
que según tuvo entendido, María Marta sostenía que el perro pudo haberse
ido, pero que luego barajó la hipótesis que estuvo en casa de PACHELO;
Débora LUACES, residente del Carmel, indicó que una amiga suya afirmó
que jugó con el perro Tom en casa de Nicolás Pachelo; no obstante, Raquel
FAIT lo desmintió, explicó que en un asado de mediodía en tiempo que no
recordaba, en casa de una amiga apodada Connie, acudió también la familia
PACHELO con un perro, y que Nicolás comentó que lo había hallado perdido
por el barrio, que él no lo dijo pero entendió que lo levantó del Carmel”.
Sin dudas no todos los relatos son exactamente iguales (lo que
demuestra, a diferencia de lo sostenido por esos jueces, que se evidencian
sinceros y espontáneos), pero tampoco hay dudas de que apuntan todos en
un mismo sentido, esto es, que a María Marta le habían robado el perro, que
ella creía que era Pachelo, que se le había exigido un rescate que, por
consejo de su marido, decidió no pagar, y que le guardaba temor por
considerarlo una persona peligrosa, siendo que incluso lo vinculaba con los
robos habidos en el country.
Al respecto, y en sentido contrario, sostuvo acertadamente el Dr.
Federico Ecke en voto minoritario: “En este punto es central el extravío del
perro labrador negro, de nombre Tom que el matrimonio quería y cuidaba
como un hijo, los llamados extorsivos recibidos en la casa, solicitando
dinero, recordando los testimonios de las personas que aseveraron observar
al mencionado can en manos del imputado (Raquel Fayt, Miguel Cometto,
Ema Benítez, a quien la empleada doméstica de Pachelo había hecho saber
que el perro, efectivamente, se había encontrado en la casa de su
empleador, teoría también auditada por quien se encargaba de la
proveeduría del barrio, Alfredo Torres), siendo que el sometido a proceso
daba como respuesta que lo había hallado perdido, y lo “había levantado”.
Ello conculca a todas luces, con la propia versión otorgada por Pachelo en
juicio, una vez auditada la versión de Miguel Cometto, quien hizo saber que
los dos perros Rottweiller “se los compró para bajar los decibeles y

110
discusiones por la tierra que levantaban los camiones que iban a la tosquera,
que él no era amante de los perros”)”
Concluyó el votante que: “...la animosidad existente entre víctima y
victimario, tomando como piedra basamental el pedido de rescate por el
perro labrador negro, y que era voz populi que María Marta, quien
recordemos había integrado la sub-comisión de disciplina del barrio, ansiaba
la retirada de Nicolás Pachelo de Carmel, lo que, por cuestiones burocráticas
no se realizó, al resultar el nombrado hijo de un socio fundador.
Tal vez, si hubiese primado la sensatez y la noción del peligro
existente por sobre el Estatuto Social, este caso no se hubiese judicializado,
empero, nunca lo sabremos. El leitmotiv, no fue aquel suceso ya
mencionado del perro Tom, sino las consecuencias emergentes a partir del
mismo, esto es, que se encontró con custodia personal (mal o bien) de
manera permanente, su libertad de acción disminuida, y como caja de
resonancia, aquel episodio en el cual, a uno de sus descendientes, en el
house de menores, le hicieron saber que su papá era un “chorro”, como así
la imposibilidad de futuras intrusiones, su radio de acción se vio disminuido,
lo que hoy, lo trajo a juicio…” (lo resaltado nos pertenece)
Nuevamente -sostuvo el recurrente- se analizó desatendiendo la
totalidad de la prueba reunida: analizando la mayoría esta cuestión del perro
sin reparar en los dichos de los testigos, o analiza los dichos de los testigos
sin considerar que María Marta pidió la exclusión del imputado del country; o
en que, si bien había otros vecinos en situaciones similares, a ninguno de
ellos le habían secuestrado el perro y exigido un rescate por el mismo.
Menos aún se tuvo en cuenta para realizar tan ligera afirmación que, de la
prueba reunida, surgía claramente que la intención de la víctima de echarlo
del Country podía generar en el imputado la determinación de darle muerte.
Y finalmente, mucho menos tuvo en cuenta que de todos los vecinos que
tuvieron algún conflicto con Pachelo (hizo referencia puntualmente a Zancoli,
Sansute y Pigoni) la única mujer justamente era María Marta.

111
Afirmó la fiscalía que parece pretender olvidar el juez ponente que,
conforme surgió del debate, por una controversia económica, Pachelo fue
capaz de destruir los vidrios de una concesionaria y amenazar de muerte a
Mariano Maggi, o como también lo hizo respecto del padre de Débora
Luaces o Nora Burgués entre otros, o también como lo hizo con Fernando
Pascual cuando fue convocado por Roberto García Moritán y Helio Vera
para reclamarle por los robos de los que fueron víctimas Nicanor Cetrá,
Carlos Zapana, etc. (al tiempo que el propio Pachelo reconoce el hecho de
Areco De Auge).
Menos aún tuvo en cuenta que por una simple discusión Pachelo le
dijo -y lo confesó- a su propia madre que se tirara por la ventana, lo que
triste y casualmente terminó ocurriendo tras finalizar una llamada telefónica
con su hijo. Con ello, señaló el presentante, no hay dudas que se desatendió
a la personalidad, que no sólo emerge de los informes de los especialistas,
sino también de los dichos de todos sus familiares que declararon sobre él,
todo lo cual habría invitado a considerar como viable que efectivamente una
persona con el trastorno de personalidad padecido por Nicolás Pachelo era
capaz de formarse un designio homicida contra una persona como María
Marta García Belsunce.
Destacó la fiscalía en este sentido, que una vez más el acusado
Pachelo -como lo hizo en casi todas las conductas que se le atribuyen y al
igual que jueces de la mayoría-, se empeñó en negar el tan probado
accionar alegando que todos mienten menos él, incluso la propia víctima.
Esto -expuso- viene corroborado también por aquello lo que surge de las
intervenciones telefónicas en donde sostenía que era falso lo que
manifestaba la víctima sobre la solicitud de rescate por su mascota.
En otra dirección, puso de resalto el impugnante que, como
complemento de toda la prueba reunida, y además de las pericias
incorporadas por su lectura al juicio (fs. 7784/7805 del principal y fs.
1218/1220 de la causa nro. 2083 del Tribunal Oral Criminal Nro. N°15 de
Capital Federal-incorporada al juicio-) se materializaron en audiencia pública

112
de juicio los testimonios de las profesionales intervinientes quienes se
expidieron acabadamente sobre las características de personalidad de
Nicolás Pachelo.
Todas ellas llegaron a una idéntica conclusión en cuanto a que, a
modo de resumen y entre otras cosas, Nicolás Pachelo es un psicópata
narcisista capaz de matar. Así, en primer lugar, las peritas Chicatto y
Ferreyra -quienes habían realizado la correspondiente pericia sobre Pachelo
en el año 2004 en el marco de otra investigación- se explayaron en el debate
como testigos de la acusación pública.
Calificó el recurrente de llamativo y alarmante el modo en que
intentaron derribar las conclusiones que presentaron las peritas señalando
sin tapujos que la evaluación les fue asignada en fuero nacional y por las
sustracciones de bienes sufridas por Cetra, Areco, Nocetti y no por el
homicidio de María Marta García Belsunce.
Con esa introducción, se sostuvo que no aportaron dato concluyente
alguno que vincule específicamente identidad entre el justiciable con la
ejecución del homicidio por cuanto los puntos de peritaje en la ocasión
conservaban interés en reportar compulsividad al juego y que el trastorno de
personalidad psicopática detectado se ligó a la enunciación de ausencia de
remordimientos, de empatía con los demás, de omnipotencia, de
conflictividad de las emociones.
Recordó el presentante que Ferreyra había señalado que “...una
persona con trastorno psicopático es proclive a realizar una conducta letal y
continuar con su vida con total normalidad, ya que hay ausencia de culpa y
remordimiento; que no puede aseverar que Pachelo hubiese tenido ira por
los episodios de sus padres, pero lo que se evidenció fue ninguna emoción
afectiva ante el relato de sus muertes…”.
La licenciada Chicatto habló de la existencia de un trastorno
psicopático, rígido, estructurado en el tiempo e inmodificable. Que posee un
monto de ira importante y que en él prevalece por sobre todo la conducta de

113
acción. Describió a Nicolás Pachelo con las siguientes palabras: “Actúo,
impongo, domino, logro lo que quiero y digo que esto es así”.
Destacó, como punto de suma interés, que en este caso se está
frente a una personalidad -irreversible- que combina la psicopatía y el
narcisismo, y ello es lo que le da gravedad al asunto al punto de llamarla
“combinación letal”.
Ahora bien, destacó el recurrente, independientemente del motivo por
el cual fueron convocadas para realizar la evaluación, no puede de ninguna
manera desconocerse su resultado, nuevamente analizarlo como un
elemento aislado y mucho menos descartarlo por haber sido confeccionado
en función de un objeto procesal distinto al aquí ventilado, puesto que el
trastorno psicopático de la personalidad diagnosticado por las expertas no
varía en función del delito que se esté juzgando como sorpresiva y
antojadizamente afirma el juez de primer voto, con la adhesión del quien le
sucediera en la votación. Y si para el caso, tenía alguna inquietud en torno al
diagnóstico arribado y sus alcances, podría haber recurrido a las preguntas
aclaratorias que el código de forma le habilita.
Más incoherente aún -postuló- resulta la justificación a la que se
recurrió si se tiene en cuenta que aquellas exposiciones juramentadas se
pronunciaron en un mismo sentido que las de sus colegas María Eugenia
Cariac y Liliana Patricia Rodríguez, cuyos relatos simplemente se limitaron a
enunciar sin siquiera valorarlo.
Estas últimas, especialistas en criminología y criminalística,
respectivamente, confeccionaron un informe en el año 2014 (fs. 7784/7805),
siendo que por ese tiempo el hoy particular ofendido Carlos Carrascosa se
encontraba detenido y condenado en orden al delito de homicidio agravado
Pachelo”) sin que ninguna autoridad judicial se lo indique desde que el punto
de pericia resultaba ser: “Désele intervención oportunamente a la Titular de
la Coordinación de Policía Científica, Regional Atlántica a fin que se analice
las particularidades del homicidio (escena del crimen, modalidad),

114
establezca un perfil psicológico del o de los homicidas, de ser posible y de
cualquier otro dato o información que sea de interés…”
Aquí, entre otros puntos de interés, concluyeron que: Nicolás Pachelo
“Reúne todas las características de personalidad que poseería el autor
material del crimen”, restándole arbitrariamente cualquier valor probatorio los
votantes de la mayoría, se refirieron sucintamente que aquellas concluyeron
que “el o los involucrados en el crimen, dispusieron una escenificación”, que
“esta modificación de la escena primigenia -alterando las condiciones y
resultados inmediatos al acometimiento concretado- consistió en
reposicionar el cuerpo de la víctima una vez culminado el ataque,
removiéndolo del espacio en que yacía” y que en función de ello, “no
advierto que derive natural ni necesariamente para sus ulteriores
descubridores, en interpretación unívoca o exclusiva de un resbalón y/o
golpe fatal contra una viga o contra el intercambiador de la ducha, o contra
ambos, sufrido por la infortunada (o como algunos dijeron durante el juicio,
torpe víctima). La inspección ocular a la casa de la víctima efectuada por el
Tribunal no aportó misma conclusión inmediata, ni por la visualización del
reducido espacio del baño, ni por la estructura del techo, ni por las
características de las canillas conservadas en bidet o del intercambiador de
la ducha todavía en poder del actual morador de la vivienda” introduciendo
nuevamente sus sospechas con relación a la familia de la víctima.
Afirmó la fiscalía que una vez más se incurrió en una valoración
sesgada de la prueba producida, por cuanto ello debió analizarse también en
función de los dichos de Nicanor Cetrá, Matías Noceti y Marta María Areco,
todas víctimas de Pachelo y quienes hicieron referencia a situaciones de
escenas amañadas.
En el caso de Cetrá, manifestó específicamente que al llegar a su
hogar un domingo por la noche no notó nada inusual, acostó a sus hijas en
la cama y luego, cuando se disponía a jugar videojuegos, notó que la
consola no estaba en su lugar, que todo estaba ordenado y, que le tomó un
tiempo darse cuenta que su domicilio había sido robado. También contó que,

115
en una abertura ubicada en el lavadero de su domicilio, había sido colocada
una radio de poco valor y que según la policía que investigó el caso, el
objeto fue dejado en ese lugar para simular que el intruso había egresado
por allí. Incluso fue el propio Pachelo quien con posterioridad al hecho
procuró desviar la atención hacia la empleada doméstica que prestaba
funciones en la casa de Cetrá, al punto que su domicilio fue allanado, por
supuesto con resultado negativo.
En el mismo sentido actuó Pachelo respecto a los hechos que
damnificaron a Matías Noceti y Moller Ortega, colocando un cheque
propiedad del segundo en el domicilio del primero de ellos, nuevamente
escenificando el lugar, procurando distorsionar el curso de la investigación y
generando sospechas entre los propios Noceti y Ortega a quienes intentó
enfrentar.
Tampoco puede pasar por alto -reclamó el quejoso- el esmerado
esfuerzo de los jueces por desvincular el hecho que damnificó a Marta María
Auge al que ya se hizo referencia, lugar que también fue “escenificado” en
tanto allí se dejó un ventanal abierto, simulando haber escapado por allí,
cuando en realidad el autor se retiró utilizando las llaves de la vivienda,
circunstancia que fue confirmada por el encargado del edificio, quién
observó documentación de la familia Auge en las inmediaciones de la salida
de servicio, espacio que según refirió la Sra. Areco en el debate, no era
usualmente utilizado por los habitantes del edificio, ni que hablar de la
imposibilidad de haber saltado por un tercer piso enrejado hacia el vacío.
Sobre este específico acontecer, puntualizó el escrito recursivo,
constituye un hecho “molde” que inexplicablemente para la mayoría no es ni
parecido.
Explicó que el 13 de septiembre de 2003, a menos de un año del
crimen de María Marta García Belsunce; Nicolás Roberto Pachelo
protagonizaba un hecho calcado y por el que fuera condenado por sentencia
firme por aquel robo agravado a título de partícipe necesario.

116
La damnificada, Marta María Areco de Auge, depuso en el juicio al
igual que su hijo Gastón Auge, expresando la primera las circunstancias de
tiempo; modo y lugar que caracterizaron al violento atraco.
Narró haber visto, en su momento, los ojos de su atacante y añadió
que, a poco de iniciarse este juicio visualizó por medios gráficos la figura
pública de Nicolás Pachelo con un barbijo colocado y remarcó “esos ojos
oscuros como los que había visto” (en referencia al robo que sufrió) sin
querer agregar otras circunstancias.
La similitud de la modalidad delictiva apareció para todos evidente e
innegable. Un sujeto encapuchado -como Pachelo había sido descripto por
los menores del country El Carmel junto a la María Marta García Belsunce-
se presentaba un fin de semana en su apartamento eligiendo la oportunidad
que Marta María se hallare en soledad -luego de regresar de jugar tenis- y,
blandiendo un arma de puño; colocándosela en la sien y exigiéndole la
entrega de una caja fuerte para luego encerrarla en el baño y luego fugar
con los bienes sustraídos no sin antes escenificar el lugar como si hubiese
escapado por un balcón cuando, en rigor, lo hizo por la puerta de servicio
para disimular y burlar la investigación judicial por haberle sustraído las
llaves de ingreso a su mejor amigo, a la sazón, el hijo de la víctima.
Sobre el punto, trazó un absoluto y evidente paralelismo el profesional
Daniel Salcedo llevado al debate también por esta acusación pública quien
les entregó en la mano a esos jueces un pormenorizado análisis escrito y la
correspondiente filmación audio visual.
Inexplicablemente, pretendiendo negar lo evidente, el fallo -por
mayoría- sostiene: “...Pero tampoco es que el episodio en perjuicio de la Sra.
ARECO contiene similitudes propias reconocibles en sintonía con el caso
GARCIA BELSUNCE. Contra ARECO, si bien hubo sujeto armado que salió
al encuentro de la solitaria moradora del apartamento, la violencia ejercida
trasuntó en la exhibición de un armamento, pero nunca descerrajado,
limitado a la exigencia de indicación del lugar de ocultamiento de dinero sin
acometimiento físico, y resuelta la presencia de la víctima con encierro en el

117
baño. Así por demás distante de la extrema violencia ejercida contra la Sra.
GARCIA BELSUNCE…”
Al respecto, indicó el presentante, corresponde reparar en el voto de
la minoría “..Allí se reporta un modus operandi muy similar caracterizado por:
a) víctima mujer, b) violencia física ejercida, c) empleo de arma de fuego, d)
tarea de inteligencia; e) escenario del hecho (baño), y, f) móvil - robo de
dinero-, pero se podría objetar mi razonamiento porque existieron distintos
resultados, y ello es correcto, ¿por qué?. La diferencia sustancial fue que
Marta María Auge fue dócil, accedió al pedido ilícito, al parecer María Marta
García Belsunce ofreció resistencia y probablemente reconoció al autor, lo
que selló su destino de vida, empero, en el caso Auge, el presunto sindicado
ingresó ocultando su rostro con un pasa-montañas, el que cubría la totalidad
de su cabeza, solo divisándose los ojos; en Carmel, solo poseyó un buzo
con capucha negra, ante el reconocimiento efectuado por la víctima, no hubo
más remedio que ultimarla en miras a lograr su impunidad. Como
“escenificación” del hecho, no resulta dato menor que, al retirarse de aquel
departamento sito en la Avenida Las Heras N° 1946, 3 “A” de C.A.B.A, se
dejó entreabierta la puerta ventana del balcón que comunicaba con la vía
pública, el cual peritado, resultó ser un tercer piso, contando además con la
seguridad de una reja superior a la propia del balcón, lo que torna imposible
que quien se adentró en aquel inmueble, lo haya perfeccionado por dicha
vía, sin embargo, una vez más, se modifica la escena del hecho con el
objeto de crear incertidumbre en la investigación. En aquel expediente fue
juzgado como partícipe primario, y no como autor, es cierto, desde la parte
jurídica formal, pero, con la experiencia que uno ha cosechado a lo largo de
los años como juez, infiero que si hubiese enviado a dos personas que
nunca en su vida vio Auge (dos personas de Pilar, conforme dichos de
Pachelo), era innecesario camuflarse. Ello conlleva a discernir, sin hesitación
alguna que, aquella persona que se adentró en el inmueble, podría ser
reconocida por la víctima, y que realizó la inteligencia previa a fin de conocer
que la señora se encontraría en soledad, ya que su marido e hijo se hallaban

118
en una carrera de automóviles, en fin, otra coartada que se desploma. Pero
aún hay más, ya que cuando Marta María Auge solicitó que previo a
declarar, el imputado no estuviera presente en la sala, éste accedió al ruego
con beneplácito, y hasta se podría decir, con urgencia, ¿cuál sería la razón?;
la señora Marta María Auge destacó una mirada muy particular en el
atracador, lo que este presidente lo concatenó con la declaración de Maggi:
“vieron al diablo a los ojos” -cualquier similitud con la realidad reputa ser
mera coincidencia-. Inmerso en esta aporía, y sin, figuradamente, beber de
la cicuta de la defensa, en cuanto se amparó en el derecho penal de acto -en
contraposición con el de autor-, las serias evaluaciones refrendadas por
María Chicatto y Patricia Ferreyra, adunando el informe criminalístico
-forense confeccionado por las licenciadas María Eugenia Cariac y Liliana
Rodríguez, dan pautas incontrastables de una personalidad psicopática y
narcisista proclive a este tipo de eventos…”
Por otro lado, dirigió sus críticas la fiscalía hacia el tratamiento de un
aspecto de la materialidad ilícita, en donde -afirmó- volvió a manifestarse la
arbitrariedad con que se dictó la sentencia al momento de establecer el valor
que debía asignarse a los elementos de prueba que permitían acreditar que
se estaba en presencia y a juzgar un hecho inequívoco de robo.
Explicó el recurrente que María Marta García Belsunce tenía consigo
una caja metálica que contenía valores de su asociación “Amigos del Pilar”
que se la había llevado a su casa el viernes 25 de octubre de 2002 y luego,
con posterioridad al homicidio, nunca más fue hallada.
Apuntó que el juez de primer voto aseveró que no fue posible predicar
con validez que el homicidio fue “cometido en ocasión de un robo, ni para
preparar, concretar, facilitar, asegurar el éxito de un delito de apoderamiento
de bienes ajenos, o por encontrar que la víctima fuese un obstáculo que
impedía su comisión”.
Señaló la acusación que en torno a la prueba referida a la caja
metálica que contenía dinero y otros elementos de valor de la asociación sin
fines de lucro “Amigos del Pilar”, que los razonamientos del tribunal resultan

119
erráticos y de compleja interpretación, no obstante, puede colegirse que se
evaluó que la prueba demostraba que su destino era incierto, como también
que no existían elementos para vincular su desaparición con el acusado
Pachelo.
Sin embargo, razonó el recurrente, la denuncia de Pieres fue
acumulada a la principal del homicidio por el entonces fiscal interviniente, lo
cual no constituye prueba alguna respecto de la existencia o no de la caja,
con lo que claramente no se trata de un argumento que pueda justificar la
conclusión a la que llamativamente arriba. Tal acumulación se concretó un
mes y medio después a la formalización de la denuncia penal y la misma fue
archivada un año luego cuando la causa principal se encontraba en pleno
trámite, siendo que Pieres y Burgueño -conforme atestiguaron en el juicio-
habían concurrido a ver al fiscal instructor con suma lógica al conocer que la
víctima había sido víctima de un homicidio y conociendo con exactitud el
detalle de la faltante.
De hecho, conforme se sigue de la causa conexa de referencia
misteriosamente no unificada, ya el 12 de noviembre de ese mismo año
había solicitado a las autoridades bancarias pertinentes el forzamiento de la
caja de seguridad bancaria por no contar con las llaves provistas que se
hallaban en el famoso cofre metálico (fs. 12 de la I.P.P. N° 17263-02
incorporada al debate).
Al respecto, destacó, corresponde descartar la supuesta contradicción
entre los testimonios de Pieres y de Carrascosa; sustentada en el fallo sobre
la circunstancia de que el viudo dijo primero que la caja apareció y luego se
corrigió, afirmando que nunca apareció.
Es que, como podrá observarse de la video-filmación del debate,
Carrascosa claramente se refirió a que el tema de la caja apareció después
y no a que la caja apareció. Y ello es coincidente con el relato de Pieres y
Burgueño en cuanto no le preguntaron inmediatamente a Carrascosa por el
destino de la caja, puesto que acababa de fallecer su esposa. Y, además,
ello fue aclarado automática y espontáneamente por Carrascosa en cuanto

120
refirió acto seguido que la caja nunca apareció y en consecuencia su relato
coincide plenamente con el de Pieres.
Por otro lado, si lo cuestionado por el ponente es una supuesta
autocontradicción, ello tampoco se advierte que esto sea cierto, puesto que
para que haya una autocontradicción tiene que haber dos afirmaciones
contrapuestas, lo que no ocurre en el caso.
Señaló el impugnante que ambos testimonios coincidieron en que
faltaba la caja, que Pieres llamó preguntando por la misma y que juntos la
buscaron sin éxito en el domicilio en donde ocurrió el homicidio.
Observó la acusación pública que el juez de primer voto afirmó que
los dichos de Burgueño “zanjaron la cuestión”, sin que quede claro si la
cuestión zanjada fue la supuesta contradicción que no fue tal o bien el
destino del recipiente metálico; limitándose únicamente el fallo a relatar lo
dicho por esta testigo -que en lo sustancial fue coincidente con Pieres y
Carrascosa- sin explicitar de qué manera sus expresiones echaron luz sobre
alguna cuestión incierta.
Afirmó el impugnante que la prueba fue concluyente en torno a dos
coyunturas que no pueden ser seriamente discutidas: 1) Que María Marta se
había llevado consigo la caja metálica que contenía una suma de dinero de
la asociación antes del hecho y; 2) Que luego del homicidio la caja no fue
hallada.
Sobre ello, y la determinación del fallo por mayoría respecto a que no
había elementos como para sospechar que Pachelo poseyera en su poder
aquel objeto, claramente, no tuvo en consideración el cuadro objetivo básico
consistente en el hallazgo de una persona ultimada por seis disparos. Es
que, a falta de un motivo sentimental o pasional para el terrible homicidio, el
hecho de que no se halle un objeto de valor habido en la casa de la víctima
indica con claridad que se está ante un robo; y, luego, si la prueba señala a
Pachelo como el autor material del homicidio, necesariamente es dable
concluir que fue éste quien se apoderó del objeto.

121
El a quo trajo a colación cuestiones como que “la denuncia se decidió
lisa y llanamente, en razón exclusiva del resultado de la autopsia” o bien que
“nadie hasta el examen del cuerpo sin vida de la víctima, había vinculado el
deceso con la condición inubicable del recipiente metálico”, como si esto
pudiese despertar alguna sospecha con el proceder de Pieres o Arauz
Castex, siendo que mientras el hecho era un accidente no había motivos
como para pensar que alguien pudo haber tomado la caja en cuestión.
Con gran sentido común, sostuvo el recurrente, aquellos se formaron
la hipótesis del robo cuando advirtieron que alguien había entrado en la casa
y ultimado a María Marta, lo que resulta claramente comprensible y acorde a
un razonamiento lógico; salvo para quienes conformaron la mayoría.
Subrayó el acusador que para vedar de validez los dichos de estos
testigos, se cayó nuevamente en valoraciones que nada tienen que ver con
el asunto de la caja, como ser lo relacionado a Bártoli, Romero Victorica y
White al dar intervención a las autoridades.
Tildó de sumamente arbitrario como descartan los dichos de
Carrascosa calificando al testigo de poco convincente y todo a partir de la
respuesta (que se aprecia sincera y espontánea -ver videofilmación del
juicio-) a una pregunta del propio Tribunal en relación al destino de la
bicicleta de la víctima.
Con parcialidad ostensible se manifestaron los jueces al decir
“llamativo -y sugestivo de un acomodamiento forzado de la realidad
vivenciada, o al menos retratando a un testigo poco convincente” en cuanto
puso de manifiesto que el atacante de su cónyuge se llevó consigo la
bicicleta en la que arribó al domicilio tras dejar el hogar de los Bártoli.
Señaló el juzgador al respecto que “transcurrieron veinte años desde
el fallecimiento de su esposa; prestó numerosas declaraciones durante los
procesos penales desarrollados; escribió un libro en el que asentó sus
vivencias e incluso resultó fuente informativa para libros escritos por algún
periodista citado ante el Tribunal; fueron escuchados tantísimos testigos
residentes en el barrio cerrado de estrecha relación con él, quienes

122
reprodujeron el escenario que les describió; a partir del contacto mantenido
con él, los funcionarios policiales rememoraron qué supuestos valores fueron
anunciados como componentes del botín para la hipótesis de robo
conectado al homicidio”, pero omite consignar, que la respuesta brindada por
el Sr. Carrascosa estuvo motivada en una pregunta formulada por el
Presidente del Tribunal en relación al destino de la bicicleta, siendo que la
respuesta brindada por el testigo fue “la bicicleta no apareció nunca” y que,
en su parecer, pudo haber sido sustraída sin mencionar persona alguna
como falazmente afirma el pronunciamiento.
Incluso el Vicepresidente del Tribunal le volvió a preguntar si su
esposa había ido a jugar al tenis y regresado de la casa de Bártoli a su
domicilio en la bicicleta, respondiendo afirmativamente y aclarando que en
ese momento no reparó en qué había pasado con la bicicleta. Lo cual es
lógico teniendo en cuenta que acababa de morir su esposa en lo que se
creía era un trágico accidente.
Agregó que tampoco se fundamenta la obsesión ni la relevancia que
brinda Andrejin sobre el tópico, pues aquella supuesta sustracción siquiera
fue consignada en el relato del hecho que se atribuye a Pachelo, por lo que
tampoco implicaría violación alguna al principio de congruencia.
Entonces, si no fue incluido en la materialidad fáctica ni tampoco fue
una cuestión introducida a instancias del testigo, sino del Tribunal, no se
advierte ni mínimamente cuál es el supuesto “acomodamiento forzado de la
realidad” al que hace referencia el fallo por mayoría.
Cuestionó el recurrente, de otro lado, que el fallo se encargó de
presentar a testimonios de dudosa verosimilitud como si fuesen capaces de
revelar verdades por entonces ocultas, tal las declaraciones de Susana
Murray y de Balvina Ávila, a quienes, a pesar de haberse contradicho y de
haber demostrado conductas cercanas a un comportamiento delictual, trató
como si fueran merecedoras de los más altos niveles de credibilidad.
Puso de resalto que Susana Murray para el 19 de febrero del año
2003, esta testigo declaró que el viernes posterior al homicidio, esto es, el 1°

123
de noviembre de 2002, se comunicó con Michelini para solidarizarse por el
hecho desagradable de haber sido quien había encontrado a María Marta y
“(...) que al hablar Beatriz Michelini le relata que ese día estaba muy triste,
pero no estaba impresionada, que cuando llega a la casa de María Marta,
nadie atiende, y entonces se va al club house a buscarla, donde encuentra a
Carlos, y juntos vuelven a la casa, y es ahí donde él la encuentra a ella”.
Sin embargo, en el juicio declaró que ya para el domingo siguiente a
ese viernes, es decir, el 3 de noviembre de 2002, volvió a hablar con
Michelini y se habría rectificado de esa cuestión diciéndole que ello no había
sido así, que se había confundido; entonces, no quedan dudas que, cuando
declaró en febrero del año 2003 y también durante su “gira mediática” por los
canales de televisión en aquel momento, Michelini ya se habría rectificado,
pero de todos modos Murray afirmó que Carrascosa había sido visto por
aquella en el club house. En otras palabras, confesó haber incurrido en un
falso testimonio.
Pero, además, cuando en este mismo juicio, el representante del
particular damnificado le preguntó a la propia Beatriz Michelini acerca del
tópico, negó categóricamente haber pasado por el club house, haber visto a
Carrascosa allí, que incluso ese no era el camino que debía abordar y
también negó haberle referido eso a la Sra. Murray, aclarando asimismo
que, en su creencia, “la señora se equivocó entre tanto embrollo de todo
esto”.
Afirmó el recurrente, que la “operatoria” a la que hace referencia el
voto de la mayoría, no sólo no fue tal por parte de la familia de la víctima
sino por, cuánto menos ciertos testigos de cargo de aquel momento -y el
claro ejemplo es la Sra. Susana Murray- utilizados convenientemente para
imputar a Carlos Carrascosa y otros allegados a María Marta y quienes no
tuvieron reparo alguno en mentir alevosamente en un expediente penal para
dar verosimilitud a la versión que sostenía el fiscal instructor.
Resultó llamativo que la testigo, al ser preguntada por la fiscalía en
relación a una contradicción suscitada con un acta de la causa, se excusó

124
refiriendo que “(...) sinceramente le puedo decir, veo la firma, reconozco la
letra pero no tengo recuerdo de haber ido a eso.
Le quiero… ¿Le puedo explicar alguna situación que he tenido en mi
vida? Yo tuve una enfermedad bastante complicada hace unos cuatro o
cinco años, que por la batería de medicamentos y de calmantes que me
dieron, tengo pérdida de memoria de distintos bloques de épocas. O sea,
hay tres meses de mi vida de ese momento que no recuerdo y hay bloques
de mi pasado que no voy recordando. A lo mejor esto está en eso” (el
resaltado nos pertenece).
Destacó la fiscalía que nadie, salvo los jueces Andrejin y Rossi, puede
considerar verosímil semejante absurdo -con apariencia delictual- y hacer
prevalecer un testimonio de ese tenor por sobre aquellos brindados
desinteresadamente por más de ochenta testigos a los que temerariamente
calificaron de ensayados, calculados, o al menos sin espontaneidad.
Pero la arbitrariedad es más grave aún -afirmó- respecto a la
valoración de los testimonios de los empleados de la estación de servicio,
los cuales la mayoría evaluó negativamente al señalar respecto de
Montavani y Monzón que “sus versiones se contraponen con material
probatorio de base objetiva, con más la existencia de testigo que posicionó a
PACHELO en otro lugar al mismo momento”.
Así, el testimonio incorporado por lectura de la empleada doméstica
que para ese momento cumplía funciones en la casa de Nicolás Pachelo,
Balvina Ávila, para los jueces que hicieron mayoría confirmó “que para el
horario de 6:00 a 7:00 señalado por MONTAVANI y MONZON, su empleador
Nicolás PACHELO se encontraba en la casa”, cuando ello ni siquiera surge
de la lectura de las testimoniales incorporadas por lectura.
Nuevamente, aseveró el recurrente, se hace prevalecer una forzada
interpretación de la versión escritural por sobre la oralidad propia del debate,
y por el otro le otorgan grado de “prueba objetiva” al testimonio de una
persona que era empleada del imputado y que modificó su relato en las tres
ocasiones en que declaró, sin brindar los jueces fundamento alguno por el

125
cual debía prevalecer una de las versiones incorporadas por lectura, por
sobre otras personas que a lo largo de los años se mantuvieron contestes en
sus dichos, que no poseen vínculo con ninguno de los involucrados y que
dieron cuenta de sus dichos ante los jueces respondiendo las preguntas
aclaratorias y todo ello con el debido contralor de las partes.
Más grave resulta, aseguró, que los jueces tampoco explicaron por
qué escogieron una versión por sobre otra de las tres brindadas por la
empleada, dando por hecho que la Sra. Ávila se mantuvo en sus dichos las
tres ocasiones en que declaró, sin precisar de donde surgiría lo que ellos
afirman; no pudiéndose soslayar que Ávila refirió haber ingresado a la casa
principal el lunes luego de las 07.30hs por lo que bien podría ya haber
regresado Pachelo de la estación de Servicio donde mantuvo el diálogo con
los empleados.
Respecto de las modificaciones del relato de la testigo, apuntó el
impugnante que en una oportunidad dijo haber visto a Pachelo e Inés
Dávalos salir el lunes a las 07.30 horas juntos a llevar a sus hijos al colegio;
mientras que en otra indicó que Pachelo se levantó después de las 09:30 de
la mañana.
Frente a ello, observó cuál de sus versiones debe ser considerada la
real, siendo que de su última declaración surge que a la primera
convocatoria fue llevada por su jefe Pachelo, mientras que a la segunda lo
hizo el luego abogado de éste, el Dr. Ribas, indicando que el letrado
incomprensiblemente se encontraba presente en las declaraciones y que le
habían comentado que tenía que ir a declarar por el homicidio de la Sra.
María Marta García Belsunce, en donde se lo acusaba a su jefe y en el
hecho había involucrada una empleada doméstica, lo que claramente no
requiere mucha experiencia para poder afirmar la falta de espontaneidad y
libertad con la que declaró Avila.
Y menos aún puede pasar por alto que incluso la Sra. Ávila en su
última declaración afirmó que al llegar ese domingo alrededor de las 20:00
horas, observó que en la casa de sus empleadores se encontraba

126
estacionado el automóvil de Inés Dávalos cuando no se encuentra
controvertido que Pachelo egresó del Country con ese vehículo a las 18:59
horas. Por otra parte, en punto a la ropa que habría descolgado o colgado
según las diferentes versiones, también se observan contradicciones en sus
tres declaraciones, incluso en una ocasión afirmó que el Sr. Pachelo no se
cambiaba seguido de ropa, para en otra declaración referir que había ropa
deportiva blanca lavada para colgar; todo lo cual evidencia que no puede
seriamente valorarse dichos testimonios por sobre los demás.
Con alarma, destacó, por muchísimo menos -y mediante una
interpretación maquiavélica- califican de testigo “poco convincente” a
Carrascosa por los ya mencionados asuntos de la bicicleta y la caja metálica
de la Asociación “Amigos del Pilar”.
Afirmó el acusador oficial que los jueces, en una actitud que
entendieron debiera ser analizada cuanto menos administrativamente,
acomodaron la prueba a una resolución que ya estaba tomada desde antes
que comience el debate.
De lo expuesto, sostuvo, es claro que de ninguna de las versiones
plasmadas en las tres testimoniales brindadas por la Sra. Avila surge que
pueda dar cuenta, como afirman los jueces, que Pachelo no salió previo a
las 09.00 horas de su domicilio hacia la estación de servicio, para luego
regresar sin que Ávila lo advirtiera. Especialmente si se repara que, además,
la testigo se encontraba previo a ingresar a cumplir sus labores en una
dependencia con acceso independiente, sin acceso a las llaves de la
vivienda donde habitaba la familia Pachelo; es decir, ocupaba una habitación
emplazada fuera de la casa principal de su “patrón”, por lo que mal podría
indicar lo que sucedía en el interior de la residencia mientras ella no se
encontraba allí, pudiendo Pachelo ingresar y egresar de su vivienda sin ser
advertido por Ávila.
También cuestionó el impugnante la ponderación de los testimonios
de Miguel Ángel Monzón y Walter Mantovani, empleados de la estación de
servicio Esso de Pilar en el año 2002, quienes sostuvieron desde ese

127
momento y en cuatro oportunidades cada uno, haber estado con Nicolás
Pachelo en su lugar de trabajo el 28 de octubre de 2002, en horas de la
mañana, cuando este les refirió “saben algo de la mujer que mataron en el
country”.
Dichos testimonios, junto al del jefe de estos cuya declaración se
encuentra incorporada por lectura (fs. 497/500), se mantuvieron a lo largo
del tiempo sin fisura alguna y demostrando completa credibilidad. Así lo
hicieron en el juicio y Pachelo decidió no carearse con ellos.
Subrayó el quejoso que fue tan elocuente y convincente la locución de
esos testigos -sin relación con ninguna de las partes- que fue el propio juez
Rossi quien en una de las tantas declaraciones en el juicio del Pachelo le
consultó de si sabía por qué razón sin enemistad ni conocimiento los mozos
podrían persistir en mencionar lo que dijeron como un vital elemento de
cargo, respondiendo el acusado no saberlo, siendo que la otra pregunta que
hizo el juez Rossi al imputado en sus doce horas de declaración en el juicio
en las dieciséis oportunidades en que decidió hacerlo fue: como se
encontraba el estado de salud de su hijo.
Postuló la fiscalía que sólo el asesino podía preguntar de ese modo
cuando se creía que la muerte de María Marta García Belsunce se
correspondía con un accidente doméstico.
Tras evocar el análisis que el presidente del tribunal efectuó de los
dichos de Mantovani, sostuvo el recurrente que su aporte fue contundente,
no sólo por su contenido sino porque el testigo dio razón de sus dichos.
Agregó que el juez Ecke, en relación con MigueI Monzón, indicó que
trabajaba en la estación ESSO de Pilar en el año 2002, siendo su turno de
06:00 a 16:00 horas, siendo una de las clientas más habituales la señora
María Marta García Belsunce, quien llevaba allí sus reuniones laborables.
Destacó que un lunes de octubre de 2002, se presentó Pachelo, antes
de las 07:00 horas, y les preguntó a él y a su compañero de trabajo (Walter)
si sabían algo de la mujer que habían matado en el country. Pidió un café, se
sentó, leyó diarios para luego retirarse. Ese mismo día, pero a las 09:00

128
horas, se presentó en la estación Leticia Luaces y, llorando, contó que María
Marta había muerto en un accidente ayer, siendo que, en ese entonces, no
lo relacionó con lo consultado por Pachelo, ya que Luaces se refirió a un
accidente y, hasta esa hora del 28 de octubre, no existían rumores respecto
de asesinato alguno en un country de la zona.
Indicó el testigo que no era habitual que Pachelo se presente en la
estación a esa hora y refrendó que los clientes habituales de la mañana
temprano eran otros, quienes arribaban entre las 07:00 y 07:30 horas.
Sostuvo el testimoniante que sabe que Pachelo fue a buscarlo a la
estación donde laboraba con posterior a prestar su declaración, pero como
ya se avecinaban varios medios de noticias, su capataz le cedió diez días de
franco, hasta que “se tranquilice todo”.
Incluso, coincidió con aquellos relatos, lo expuesto testimonialmente
en sede fiscal por el restante empleado de la estación de servicio -Cresencio
Gutiérrez-, lo que obra a fs. 497/500, y fuera incorporado al debate por
lectura con anuencia de las partes, ello marcado por su deceso.
Subrayó el recurrente que durante el curso del juicio se pudo
establecer como modus operandi del acusado Pachelo se encontraba, por
un lado, la escenificación de los lugares para despistar y ganar tiempo, como
así también, con posterioridad a la ejecución, intentar averiguar qué se
sospechaba acerca de los hechos y su autoría, circunstancias relatadas por
los protagonistas en el debate; pero aún más esto también surge de las
conclusiones de la pericia practicada sobre el imputado por las expertas en
la materia quienes declararon también en el presente debate
De allí se desprende que las conductas atribuidas por los testigos a
Nicolás Roberto Pachelo se corresponden con el trastorno psicopático de la
personalidad que afirmaron los peritos padece Pachelo; dentro de las
características de dicha patología además de la falta de empatía nos
encontramos con lo que denominaron la necesidad de dominio, control y
triunfo; siendo que para poder triunfar debe asegurarse que nadie se

129
centrara en su conducta y por eso la necesidad de averiguar qué es lo que
se sabía.
Que también se buscó descartar los testimonios juramentados de
Mantovani y Monzón, afirmando que Pachelo se encontraba en El Carmel
para ese momento, realizando una forzada interpretación del V.A.I.C y de los
dichos de comisario inspector Christian Blanco, afirmando, sin más, que el
teléfono de Pachelo habría sido captado por una antena que tenía a El
Carmel como zona de cobertura, omitiendo precisar que dicha antena
conforme se explicara en el debate, también poseía como zona de cobertura
el área de la estación de servicio, la que se encuentra muy cercana al Barrio
El Carmel.
En cuanto refiere el juez Rossi que no se registraron modulaciones de
esa salida ni quedó registrada en las filmaciones de las cámaras de
seguridad ubicadas en la entrada del country corresponde resaltar que, una
vez más, resulta ser -cuanto menos- una interpretación errada. Ello, desde
que, conforme fue probado en la investigación y durante el juicio, Nicolás
Pachelo y/o Inés Dávalos, ese día llevaron a sus hijos al colegio por lo que
necesariamente debiera haber al menos una modulación y tampoco la hay,
lo que demuestra -una vez más que aquellas modulaciones eran inexistentes
y no pueden tenerse en cuenta en lo más mínimo.
Respecto a los registros fílmicos, no puede valorarse elemento
alguno, desde que, en aquel momento la instrucción no requirió aquellos
soportes correspondientes a ese horario por lo que directamente no se
cuenta con ellos, a diferencia de lo manifestado por Rossi al decir que no
está registrada la salida. Es decir, destacó el recurrente, o el juez Rossi no
leyó las piezas incorporadas por lectura al expediente o deliberadamente
intenta confundir al lector.
Rescató el acusador el testimonio de Dolores Sanjurjo que obra a fs.
506/507 -incorporado por lectura, pero desconsiderado por la mayoría- pues
ilustra -además de reforzar sobremanera los testimonios de los empleados
de la estación de servicios ESSO- que ese día, horas más tarde al encuentro

130
con los empleados, estuvo también con Nicolás Pachelo en ese lugar, lo que
demuestra una vez más, que ese día Pachelo entró y salió varias veces del
country y que inclusive frecuentaba ese sitio.
Reclamó el impugnante que no debe dejar de repararse en las
manifestaciones del acusado Pachelo captadas en la intervención telefónica
dispuesta por la justicia, en donde formula expresiones que únicamente el
homicida podría formular, las que dan cuenta del conocimiento con los
testigos compatibles con el determinante diálogo y que, una vez más de
modo extorsivo, siempre intentó desligarse de la situación haciendo alusión
a que son otros siempre los que mienten y no él: “...no me preocupan los
nuevos testimonios raros inventados porque el mozo ese que dice que a las
7 de la mañana fui, imaginate si yo le voy a ir a preguntar a un mozo boludo
al día siguiente que matan a una mina a un mozo de un bar, es como ir a la
comisaria y preguntar lo mismo…" [09/01/2003 - CASSETTE N° 32 - LOC 22
DEL ABONADO 1144495646] “...si yo estoy acá hablando por teléfono con
vos, es porque el fiscal mucho a este mozo no le cree te podrás imaginar,
sino no estoy hablando por teléfono con vos, el único que le pudo haber
preguntado o la única que le pudo haber preguntado a ese mozo una cosa
así al día siguiente es el que la mató y nadie más…" [09/01/2003 -
CASSETTE N° 32 - LOC 22 DEL ABONADO 1144495646] “...tendrías que
ser un retrasado mental para matar a una mina e ir al día siguiente a una
estación de servicio y decirle a un mozo si no sabe nada de una mina que
mataron, sinceramente tenes que colgarte el cartel de retrasado mental en la
frente y pedirle al fiscal que te venga a buscar…” [09/01/2003 - CASSETTE
N° 32 - LOC 22 DEL ABONADO 1144495646] "...pude haber ido
tranquilamente pero dudo enormemente en ese horario, yo no me levanto a
esa hora...por eso te digo que no lo puedo ni negar ni afirmar…" [09/01/2003
- CASSETTE N° 32 - LOC 22 DEL ABONADO 1144495646] "...realmente
mucho que aclarar no tengo. el que tiene que aclarar es el, de donde lo
sacó, demostrarlo, demostrar que su testimonio es verídico y sino buscarse
un buen abogado..." [18/01/2003 - CASSETTE N° 42 LADO A LOC 22 DEL

131
ABONADO 1144495646] Además refería: “...no te puedo contestar si fui o no
fui porque yo voy bastante seguido y realmente yo no me acuerdo que hice
ese lunes…" [18/01/2003 - CASSETTE N° 42 LADO A LOC 22 DEL
ABONADO 1144495646] “..el mozo está totalmente descartado, no le creen
pero ni en la esquina..” [18/01/2003 - CASSETTE N° 42 LADO A LOC 22
DEL ABONADO 1144495646] "...te imaginaras, es una estación de servicio
donde yo voy bastante seguido y va mucha gente de pilar y mucha gente de
carmel, es un punto de reunión (...) yo lo conocía, en la Esso hay 3
mozos...hay 3 mozos desde hace no sé 5 años...no sé son siempre los
mismos mozos de toda la vida (...) claro, los conocía de vista a los 3 que hay
ahí, no tengo ni idea sus nombres, ellos tampoco deberían saber el mío
porque yo no hablo con los mozos, te imaginarás que cuando yo voy tomo
un cafe, me voy a juntar con alguien y voy a leer el diario y nada mas, yo no
hablo con los mozos (…) está si, esta a un puente, o sea vos salís de
Carmel, haces un puente y ya estas ahí, es más directo que ir a cualquier
bar de Pilar..." [09/01/2003 - CASSETTE N° 32 - LOC 22 DEL ABONADO
1144495646].
Criticó el recurrente la valoración del testimonio de Dionisio Simón,
pues aún si era el único que sabía que a la víctima la habían mataron a
balazos, tampoco resulta de interés su aporte. Explicó el recurso que el
nombrado testimonió que a los dos o tres días del crimen -cuando en rigor
para todos era un accidente- Pachelo le preguntó “...qué pensaba de la
muerte de la “mina” que habían matado en Carmel si no aparecía el arma.”.
Nuevamente –remarcó el acusador- sólo el asesino podía hacer ese
cuestionamiento ya sabiendo entonces que el homicidio se había ejecutado
mediante el uso de un arma de fuego.
Expresó Simón no tener enemistad alguna con Pachelo ni pleito de
ninguna índole pendiente y el contrainterrogatorio no surtió ningún efecto
más que corroborar una verosimilitud inobjetable.
Destacó que quien se pronunció en minoría precisamente valoró que
de la muerte de María Marta se enteró el martes (29) o miércoles (30)

132
siguiente porque Nicolás Pachelo fue a la tosquera y le preguntó qué
pensaba de la muerte de la “mina” que habían matado en Carmel si no
aparecía el arma. A lo que le respondió, que, si el arma no aparecía, no
había pruebas, y Pachelo le replicó: “el arma debe estar en la Pampa”.
Agregó que Pachelo le comentó que le había preguntado a los mozos de la
ESSO si sabían quién la había matado. Fue en aquel momento, entonces,
cuando en su mente se interpuso la idea que quien le estaba relatando
aquello había acometido contra la víctima, sobremanera, sopesando el
episodio del perro negro, bastante grande, cuidado, al cual Pachelo había
llevado a la tosquera, expresándole que “se lo había encontrado”.
Con posterioridad a la muerte de María Marta García Belsunce,
Nicolás Pachelo vendió su 33% de la propiedad de la cantera, por la suma
de 1.800.000 dólares, expresándole al testigo “esta vieja me costó 800.000
dólares”, en relación con la señora María Marta García Belsunce, respecto
de los honorarios de Roberto Ribas.
Recalcó que el recurrente que este testimonio pone de relieve un
aporte no menor, y adicional a lo expuesto por los empleados de la estación
de servicio, pues como lo explicó quien quedó en minoría, a la generalidad
de “la mataron” –expresado en la estación ESSO- podría haber sido por
varios métodos, empero, en este testimonio ingresa aquel medio que
ulteriormente, a través de la autopsia, se diera a conocer que se trató
efectivamente de un arma de fuego.
Por el contrario, el argumento de la mayoría para descartar el valor
probatorio de esta declaración se limitó a intentar acreditar que no se había
verificado ”...para el 29 y 30 de octubre, ni aún en días anteriores, llamadas
interrelacionadas de los teléfonos de uso por PACHELO y línea telefónica de
SIMON -como hito razonablemente esperable si debían comunicarse para
definir encontrarse mientras las oficinas no funcionaban-. Sí intercambios de
llamadas en días siguientes, 31 de octubre, 1, 2, 5, 6, 7, 14, 15, 18, 26, 28
de noviembre, dando para PACHELO igual localización correspondiente a
antenas 215 y 394."

133
Es decir ponderaron las mendacidades de Pachelo por sobre el
testimonio de una persona solamente por el hecho que no se conocieran las
antenas en las que impactaron sus comunicaciones, y porque no habrían
hablado telefónicamente días previos a mantener la conversación aquí
relatada afirmando que no podían colegir que se encontrara en el lugar en la
fecha señalada, cuando precisamente el testigo no dijo que la conversación
mantenida con Pachelo había sido telefónica, por lo que mal puede
pretenderse que lo captasen antenas mientras conversaba personalmente
con Pachelo.
En igual sentido, destacó la fiscalía que en el año 2002 la tecnología
de telecomunicaciones era analógica no digital por lo que mal podríamos
haber obtenido la geolocalización de un aparato como sí podría realizarse
con la tecnología de esta era, en caso de encontrarse habilitada la función.
Lo más asombroso es que, de afirmar que fue mendaz, pues en
definitiva es lo que traslucen, debieron, como en el resto de los casos,
asegurar que mintió y proceder conforme la manda legal respectiva instando
la correspondiente denuncia (artículo 287 del CPP y 275 del CP).
Quizás la respuesta a este interrogante –señaló el recurrente- venga
dada por la afirmación de ese testigo de conocer que Pachelo se había
hecho acreedor en tiempo concomitante al hecho de una suma
multimillonaria en dólares habiendo entregado según dijo al abogado Ribas
la suma de U$S 800.000 cuando aún era un testigo y para lograr su
impunidad que aún hoy, por este fallo, posee virtualidad.
Trajo a colación el acusador que Pachelo fue condenado por los robos
también juzgados en el mismo juicio a una pena inferior inclusive a la
pactada por las partes en las tratativas de juicio abreviado, siendo que la
mayoría “…poco a poco va generándole su libertad -bregamos que luego
que este recurso sea resuelto- como un mecanismo más para beneficiarlo
pretendiendo forzarse que su defensa insista en varias oportunidades con su
excarcelación”.

134
“Prueba cabal de ello y muestra de los beneficios que por
contrapartida se le otorgan fue el hecho de no ordenar la detención del
coimputado Marasco -pese a haber sido condenado a seis años de prisión y
el pedido expreso de esta parte- y así trazar un paralelismo en la equidad
que ahora reclama su defensa con una sola finalidad que no es otra que su
soltura en tiempo record.
Que también objetó el recurrente la ponderación del testimonio
brindado por Carlos Alberto González en el juicio y el incorporado por lectura
de Mario Rivero –en razón de su fallecimiento- los que, en relación con las
videofilmaciones presentadas por ésa acusación pública en el debate, se
erigían en elementos objetivos que demostraron con certeza que en tiempo
concomitante al hecho el acusado Pachelo era usuario de un arma de fuego
de idénticas características de la utilizada para ejecutar a la víctima. Incluso,
que había comprado municiones de ese mismo calibre sin querer ser
descubierto ni avistado durante su adquisición.
Para desvirtuar aquellos elementos, el ponente indicó que la video
filmación reproducida en la sala de juicios, no evidenció las manifestaciones
que el investigador privado González adjudica a Rivero, pues fue el primero
quien insertó en sus preguntas la referencia explícita conveniente a su
interés de pesquisa, mientras que Rivero lo corrigió justamente en la
ubicación temporal de esos disparos: con mención de noviembre, y de un
período en que ya estaba el lío del country, es decir, repercusión mediante
del resultado de la autopsia de diciembre, ergo, por fuera de trascendencia
para la investigación…”, en tanto el juez Rossi añadió: “...En lo que refiere al
aporte del investigador privado Carlos González, más allá de no haberse
precisado las fechas en las que el entrevistado hiciera referencia a la
adquisición de proyectiles y a los disparos efectuados en la laguna, no hubo
incautación del arma ni de los plomos, o de otra medida o testimonio que
confirme tal aserto, con el agregado de que el resero estableció lo relatado
-en responde a indicativas preguntas- sin poder precisarlo, en los meses de
septiembre octubre o noviembre de 2002…”.

135
Sobre el particular, reclamó la acusación, basta que se observe las
filmaciones aportadas y los complementarios testimonios para dejar atrás tan
la intencional fulminación de la evidencia dirimente.
Sobre este aspecto, destacó la fiscalía, nuevamente Pachelo expuso
su mendacidad al expresar que no conocía a Rivero, pese a que la prueba
indica claramente lo contrario. El análisis de la I.P.P. 14-02-14842-2002
aportada por esta parte al juicio expone que la adquisición de las municiones
a manos de Pachelo lo fue hacia el 3 de octubre de ese año, a la sazón,
menos de un mes antes del asesinato, desde que, Rivero mencionó como
dato objetivo para recordar cuando ocurrió y ubicar temporalmente aquella
compra de proyectiles, el robo ocurrido en octubre de 2002 objeto de la
I.P.P. mencionada.
Subrayó el recurso que el voto de la Presidencia indica la validez de la
prueba a través de un lógico análisis y no sesgado al referir: “...Y si uno
observa el video, aquel lugar fue sindicado por Rivero a los 09 minutos de
los 21 que en total dura, ¿a qué me refiero?, que entabló una larga caminata
para exhibir el lugar donde los tiros habían sido ejecutados, lo que da a
entender que conocía perfectamente el espacio donde ello había sucedido.
Valga la redundancia, a consultas de los investigadores en torno a la
existencia de otro lugar donde Pachelo haya probado el arma, refirió que no,
que solo lo hizo apuntando hacia el agua. No se debe hacer mayor esfuerzo
para entender que Pachelo se dirigió hacia dicho lugar, con el único fin de
que aquellas municiones, nunca fueran halladas a posteriori de su designio
criminal, conocía el lugar, y actuó en consecuencia. Relató Rivero que el
revólver era de calibre 32 largo, que no andaba bien y que era “medio”
blanco. Añadió que, en una oportunidad, posterior al robo de la tosquera,
Nicolás Pachelo le exigió que lo acompañe a comprar balas para dicho
revólver, que fueron a un lugar en una esquina de Pilar, “donde venden
pájaros”, y que allí lo obligó a bajar del auto para que lleve a cabo la compra,
entregándole el dinero y aguardándolo en la esquina, “él no se quería bajar,
cuando fuimos a Del Viso sí, pero en Pilar no”. También agregó: “...Si

136
regresamos sobre nuestros propios pasos, arribaremos al momento en el
cual Pachelo desconoció en audiencia a Mario Rivero, sin embargo, es el
propio Rivero quien dijo trabajar en la tosquera desde el año 1991, que
Nicolás tenía 13 años aproximadamente, que tenía otros dos hermanos, de
otra madre, y que, una vez que Pachelo se encontró privado de su libertad
por delitos que afectaron el bien jurídico “propiedad”, sus hermanos
expresaron: “si este loco sale, va a venir a quemar todo”. Por lo tanto,
Nicolás Pachelo sí conocía quién era Mario Rivero, pero, al verse acorralado
con la noticia de un video de investigación privada, decidió optar por la
decisión de desconocerlo, sabiendo que lo comprometería severamente…” .
En cuanto al aporte de la testigo Beatriz Michellini, expuso el
recurrente que se lo interpretó de manera aislada, atomizando los indicios y
sesgando los elementos que en conjunto conforman la contundente prueba
de cargo en relación con la autoría de Nicolás Roberto Pachelo respecto del
homicidio de María Marta García Belsunce.
Aseguró que el juez Rossi en su crítica al alegato Fiscal, quitó
importancia y trascendencia al acreditado vínculo entre Pachelo y Michelini
y, los numerosos contactos telefónicos registrados entre los abonados de
ambos en fechas claves, soslayando también la circunstancia que
compartieran abogado defensor para esa época y la actitud de la Sra.
Michellini, tanto en este juicio como en el pasado.
Indicó el quejoso que la circunstancia que Michellini para el año 2011
fuera representada por el abogado de por el entonces testigo Pachelo no
puede más que valorarse como otra hábil y exitosa maniobra de Nicolás
Roberto Pachelo tendiente a dominar, controlar y triunfar.
En esta dirección, no puede dejar de recordarse que para ese
entonces Michellini había negado de manera rotunda y contundente que la
voz que se escuchaba en el llamado al 911 efectuado le perteneciera,
llegando a afirmar que nunca podría haber sido suya pues ella "no tuteaba ni
a sus padres"; mientras que aquí en este debate reconoció haber llegado
después de Carlos Carrascosa, para luego hacerlo Bártoli y por último "el

137
chico alto que era un vecino" en referencia a Piazza, qué otra finalidad
puede otorgarse a esa actitud más que de montar un halo de sospecha
hacia Carrascosa y la familia de la víctima para desvirtuar todos los indicios
que ya para ese entonces conducían sin lugar a dudas a Nicolás Roberto
Pachelo "amigo" de su hija y defendido de su abogado
Agregó que no pudo pasar inadvertido para los jueces la circunstancia
ocurrida en el debate en relación al denodado esfuerzo realizado por la
testigo -que compareció con abogado defensor- de negar y omitir responder
que Ribas había sido su abogado; verdaderamente si se visualiza la
filmación del debate a diferencia de la crítica efectuada el juez Rossi al
alegato fiscal, se podrá observar sin lugar a dudas lo ocurrido; cada vez que
se le preguntaba por el Dr. Ribas, a los gritos Michellini decía "el abogado de
Beatriz Magdalena Michelini DNI trece millones (…) es el doctor Eduardo
Ludueña…", lo que motivó un llamado de atención por parte del Presidente
del Tribunal.
En igual sentido, sostuvo el recurrente, tampoco puede soslayarse
que al momento de contestar la vista en torno al pedido de detención
efectuado por el Ministerio Público Fiscal el Dr. Rodríguez Jordán -co
abogado defensor de Pachelo- solicitara la eximición de prisión de Michellini,
como si él también ejerciera su defensa; nada de esto fue señalado por el
voto de la mayoría.
Adunó que, como otro claro ejemplo de la arbitrariedad, el juez Rossi
descontextualizó las palabras del Ministerio Público Fiscal, en lo referido al
tratamiento de Michellini; exponiendo una supuesta crítica de manera
peyorativa a la vestimenta de la testigo, pretendiendo gravemente
tergiversarlo como si este Ministerio hubiera efectuado un comentario
clasista, cuando, simplemente, llamó la atención -y fue lo que se manifestó-
que una testigo fuera la única que compareció acompañada por su abogado
defensor, que -a diferencia de los demás testigos- aguardara a prestar
declaración en el pasillo por donde acceden los jueces a la sala de
audiencias, que estuviera con anteojos cubriendo su rostro y que al

138
momento de declarar, en lugar de hacerlo también como los demás testigos,
se pusiera prácticamente sobre los estrados y a upa del Tribunal, tal cual en
la oportunidad esa mayoría les permitió.
Recordó el impugnante que las mentiras advertidas en torno a los
dichos de Michellini, escudarse de modo permanente en su supuesta falta de
memoria, casualmente referir no contar en su poder con las fichas de las
clientas que pudieran vincularla a los delitos por ellas sufridos y en los que
"casualmente" participara Pachelo, fueron los extremos que llevaron a
solicitar su detención, puesto que en contraposición con lo realizado por los
jueces de la mayoría en este debate entendemos que si advertimos la
comisión de un delito frente a nuestras narices actuamos en consecuencia.
Destacó el impugnante que siempre tuvo pleno conocimiento que este
no iba a ser un juicio fácil, por lo extenso, complejo, la cantidad de
"personajes" que contribuyeron a impedir que se supiera la verdad y por los
prejuicios que se ocuparon de construir alrededor del homicidio de María
Marta García Belsunce; pero una vez transcurrido el debate adquirió la
tranquilidad de haber podido derribar los mitos a diferencia de lo
peyorativamente sostenido por el juez Rossi, tanto así que cuanto menos el
voto de la minoría también lo comprendió como lo hizo esa parte honesta y
profesionalmente.
Prueba de todo ello fue que en el marco de la I.P.P.
14-00-005042-22/00 que obligaron a iniciar por fuera del juicio el pasado 21
de octubre Michellini fue notificada de sus derechos y allanada por orden a
diferentes delitos por su intervención en el presente suceso a través de un
magistrado de garantías ajeno a los intereses de esa mayoría.
Al respecto hizo propio el voto del Dr. Ecke en relación a la evaluación
de la declaración de Beatriz Michellini en el debate, al sostener "...BEATRIZ
MICHELINI resultó ser la masajista de confianza de María Marta García
Belsunce, quien arribaba, puntualmente, los Domingos a las 19:00 horas a la
residencia de los Carrascosa. Relató que ofrecía sus servicios a varios
socios del Carmel, entre los que se hallaba la, entonces, mujer de Pachelo,

139
Inés Dávalos Cornejo, y algún otro que resultó víctima de una sustracción de
palos de golf (Sansuste). En alguna oportunidad, la nombrada fue a su casa,
que los tratamientos eran masajes moderadores, los que se hacen dos o tres
veces por semana. Que una sesión de masajes dura, aproximadamente una
hora como máximo, y que Dávalos Cornejo iba sola o con su bebé. A
preguntas fiscales respecto de las charlas que mantenía con sus clientes, y
en especial, la nombrada Dávalos Cornejo, respondió: “Yo con mis clientes
no hablaba, hacía fuerza física para los masajes, los cincuenta minutos
estaba en silencio”, lo que, cualquier persona que haya experimentado una
sesión de masajes conoce que no suele reinar el silencio absoluto. Manifestó
que María Marta la esperaba siempre con la puerta abierta, “sin llave”. Del
análisis del VAIC de las llamadas telefónicas entre la casa de Pachelo y
Michelini del último trimestre del año 2002, emergen las siguientes
comunicaciones:
• El 24/10 dos, (tres días antes del suceso criminoso)
• El 29/10, una comunicación, en la que Michelini llamó a Pachelo
(dos días posteriores).
• El 30/10 previo a la diligencia policíaca de la noche.
• El 31/10 una serie de llamados telefónicos de la casa de Pachelo
hacia Michelini, en un rango de seis horas posteriores a que la policía se
haya constituido para llevar a cabo las diligencias encomendadas por la
fiscalía.
• El 12/11 declaró en la fiscalía de Pilar, dos comunicaciones con la
casa de Pachelo. Fue la dicente quien dijo que su declaración lo fue cercana
al mediodía, las llamadas promediando las 09:17 horas, ergo, antes de la
deposición oral.
• El 03/12, del celular de Pachelo a su casa (un día después de
autopsia), y ante la pregunta de ¿por qué la llamó Pachelo ese día tan
especial?, responder la testigo: “A lo mejor, ese 03 de diciembre de 2002, el
llamado desde el celular de Pachelo, fue para ofrecerme un abogado”.

140
• El 16/01/2003, día posterior a su indagatoria, una comunicación de
la casa de Pachelo/Dávalos hacia Michelini, ¿las razones?, no las recordó.
Como bien se refleja, en cada oportunidad en la que Michelini tuvo
una intervención de relevancia en el marco del expediente, las llamadas con
Nicolás Pachelo, se entrecruzaban, pareciera que el propio destino deparó
que se conjugaran los eventos esenciales de la órbita judicial con los
masajes del matrimonio Pachelo-Dávalos Cornejo. En ese sentido, fue
Pachelo quien expresó que el aumento de frecuencia de llamadas, ello con
el cotejo de las restantes semanas, se debía exclusivamente, a que su mujer
quería verse en forma en la época estival. Sostuvo la declarante que existió
una llamada con Nicolás Pachelo en la cual el nombrado le ofreció un
abogado, a lo que habría respondido que no, manifestando que Bártoli
también le ofreció asesoría letrada, y también se negó. Ante ello, resulta de
mayor logicidad que haya sido Bártoli quien le ofrendara el servicio de
abogacía, por un lado, porque ofrecía masajes a dicho matrimonio, pero el
más sobresaliente, porque Michelini estuvo involucrada en las diligencias
primigenias; recordemos que ella, Bártoli, Carrascosa y Horacio García
Belsunce estuvieron presentes, y fueron citados, en las inmediaciones de la
morada aquel 30 de octubre de 2002, cuando se practicaron las primeras
medidas. En contrapartida, Pachelo no tenía razones para tal ofrecimiento, o
tal vez sí, al simple efecto de resguardar su accionar, y conocer al dedillo lo
sucedido en aquella escena del crimen…”.
Señaló que con lo expuesto se observa también la parcialidad y
arbitrariedad del voto de la mayoría al valorar y justipreciar las probanzas
colectadas, las que de ser evaluadas de manera armónica y conjunta no
permite arribar a otra conclusión que la condena de Pachelo a prisión
perpetua por el hecho que le fuera atribuido por la acusación.
Por otro lado, señaló el recurrente, el acusado Pachelo declaró
dieciséis veces durante el juicio, por un lapso aproximado de once horas, sin
poder rebatió absolutamente nada. Efectuó relatos inverosímiles, vacíos de

141
contenido y alegó sobre la prueba producida. No aportó ningún elemento de
interés para su defensa.
Se contradijo en infinidad de oportunidades brindando distintas
versiones acerca de un mismo tópico, negándose -en general- a responder
preguntas de la fiscalía o seleccionó cuales respondía, cuáles no y
determinó sobre qué temas se le podía preguntar. Apeló en muchísimas
oportunidades al transcurso del tiempo como estrategia para justificar su
negativa a responder o dar cuenta de sus propias manifestaciones.
Mostró una inequívoca memoria selectiva dando algunos detalles sin
ninguna relevancia y no recordando los datos fundamentales, a la vez que
no presentó testigos para contrariar la prueba de cargo y varios de los que sí
fueron ofrecidos por su defensa, por el contrario, reforzaron la hipótesis de la
acusación.
No acudió a la posibilidad de efectuar careos, a excepción de, tal vez,
la testigo de menor relevancia, Raquel Fayt. Y a pesar de haber sostenido
que sus afirmaciones iban a ser avaladas por prueba documental, no
acompañó ninguna y no utilizó, a través de su defensa, el
contrainterrogatorio para, cuanto menos, intentar poner en crisis la veracidad
de los dichos de los testigos traídos por esa acusación.
La estrategia de Pachelo consistió en esperar que los testigos
finalicen su testimonio, se retiren de la sala y recién ahí, en esa misma
jornada o en otra, sentarse ante los jueces para explicar básicamente, según
sus dichos, las motivaciones que los habrían llevado, según él, a declarar en
su contra. Bronca, enemistad, odio, vínculo con los García Belsunce o
cuestiones patrimoniales. La diferencia esencial radica en que siempre su
versión solitaria y sin respaldo alguno la efectuó sin obligación de decir
verdad.
Afirmó el recurrente que la forma discursiva de armar su mentira y el
comportamiento para verbal del imputado que lo acompañó durante el juicio
resulta indistinguible de un discurso verdadero para aquel que carece de
experiencia y sentido común -y también para dos experimentados jueces del

142
Tribunal en lo Criminal N.º 4 de San Isidro-, siendo que los dichos de
Pachelo no hicieron más que reforzar la hipótesis acusatoria y sin embargo
los juzgadores, sin fundamento alguno, otorgaron verosimilitud a sus
expresiones.
Apuntó el recurrente que, en su primera declaración testimonial de
2002, ahora incorporada por lectura y que forma parte de su descargo,
Pachelo manifestó que ingresó al Club a las 17:30 después de jugar al
fútbol, con su hijo Felipe. Llegó a su casa, se bañó, se cambió y llegó a ver
cinco minutos de uno de los partidos de fútbol que se transmitían ese día, no
sabía si los últimos de Boca-River o los primeros 5 minutos de
Independiente. Sin poder precisar el horario exacto, salió con su auto
dirigiéndose hacia Buenos Aires. Dijo que a la altura de Del Viso se dio
cuenta que había olvidado su billetera, por lo que retomó y volvió a Carmel a
buscarla, dejando el auto en marcha, con la puerta abierta en la calle.
Ingresó a la casa para buscar la billetera, no tardó más de un minuto, y dos
minutos en volver a salir del Club.
De allí volvió a dirigirse hacia Capital por Panamericana, pasó por
Avenida Libertad N.º 184 donde se domiciliaba su madre (antes de arrojarse
por una ventana), a la cual dijo haber llamado previamente por teléfono para
que baje dado que la esperaba con el auto en la puerta de su casa.
Aseguró que, una vez que descendió su madre, Silvia Ryan, ascendió
al auto y juntos se dirigieron hacia el shopping Paseo Alcorta, estacionando
el auto en el tercer piso del estacionamiento del shopping.
Que a las 19:40 horas, según el horario del ticket (aportando datos del
mismo) abonado con VISA (aportando también algunos datos del cupón,
pero sin hacer referencia al horario del mismo), perteneciente a su madre,
compraron un regalo de la madre de Pachelo para su hijo Felipe. Afirmó que
el cupón de la compra, es decir, el original del mismo está en poder de su
madre.
Antes de continuar, destacó que esta versión es la más cercana al
momento del asesinato de María Marta que brindó Pachelo y que en la

143
audiencia del día 21 de octubre Pachelo y su defensa permitieron ingresar al
debate como elemento válido.
Luego, al ser convocado en el año 2017 a prestar declaración en los
términos del art. 308 del C.P.P., previo decir que tratará de ser lo más
preciso posible, sostuvo que fue a jugar al fútbol y sin señalar horarios,
regresó a Carmel junto a su hijo Felipe. Permaneció aproximadamente una
hora u hora y media donde se bañó, se cambió y partió hacia Buenos Aires a
comprar un regalo de cumpleaños para Felipe junto a su madre.
Argumentó que como tenía una camioneta Ranger cabina y media y
su mujer y sus otros dos hijos se encontraban en Capital Federal y debían
volver los cinco, se fue con un vehículo marca Fiat propiedad de Inés
Dávalos que ella había dejado estacionado en el estacionamiento del Club
House de mayores. Dijo que desde su casa hasta el estacionamiento del
Club House fue solo, atravesando el Club House de menores que queda
previo al Club House de mayores. Dijo no recordar haberlo hecho corriendo
ni haberse cruzado con nadie. Buscó el auto, volvió a su casa.
Buscó a su hijo y partieron juntos hacia Capital Federal entre las 18 y
las 19 horas, buscando a su madre por su casa y luego se dirigieron hacia
Paseo Alcorta.
Como se advierte, en su primera declaración, sin que para ese
momento el fiscal Molina Pico haya establecido en ninguna resolución el
horario del fallecimiento de María Marta García Belsunce, no sólo utiliza el
ticket de las 19:40 como referencia, sino que intenta justificar falsamente el
llamado a su madre a las 19:02 en razón que se encontraba en la puerta del
edificio donde aquella vivía en Capital Federal pues ya se encontraba allí,
para juntos dirigirse hacia Paseo Alcorta.
A su vez tomó como horario de ingreso las 17:37 horas y de egreso
entre las 18:00 y las 18:15, esto es, los últimos minutos de River-Boca o los
primeros de Independiente-Rosario Central. Allí, junto a su hijo, desde su
casa y sin pasar a buscar ningún auto de su mujer estacionado en el house
de mayores, salió hacia Capital. Pero como se olvidó la billetera dentro de su

144
casa regresó a buscarla, tardó un minuto entre que bajó del auto, ingresó a
la casa y la encontró. Luego salió para Capital.
Resulta destacable -sostuvo el recurrente- que intentó a partir de la
coartada falsa colocarse no sólo fuera del lugar del hecho, sino al momento
de comisión del mismo. Entiéndase bien, María Marta García Belsunce fue
ultimada aproximadamente a las 18:30 horas. Pero como el registro del
egreso del barrio marca su salida a las 18:59, tuvo que buscar un justificativo
para explicar esa salida sin que ello implique que en ese rango horario se
encontraba en el interior del barrio.
Ahora bien, como se detalló, a pesar de contar con esa declaración,
en su injurada retiró de su relato el olvido de la billetera, que le implicó
regresar a buscar la misma. Pero introduce como dato novedoso, quince
años después la versión del auto estacionado dejado por Inés Dávalos en el
estacionamiento del House de mayores. Ubica su salida entre las 18 y las 19
horas, es decir, precisamente entre el rango horario donde se produce la
muerte de María Marta, pero mantiene incólume el relato de la búsqueda de
su madre por su departamento y la concurrencia a Paseo Alcorta, ahora sin
precisar horarios. Es decir, una declaración mucho más ambigua, con el dato
novedoso ya mencionado, introducido a su criterio convenientemente para
justificar obviamente la situación de que fue visto por los tres adolescentes a
quienes Andrejin y Rossi tratan de mentirosos.
En este juicio, señaló la acusación, Pachelo sostuvo firmemente que
el horario de la compra fue a las 19:40 horas y que allí se encontraba con su
madre y su hijo en Paseo Alcorta. También y, aquí empieza a introducir
contradicciones y diferentes versiones de lo que hizo ese domingo 27 de
octubre de 2002, dijo que pasó a buscar a su madre por su casa. Luego que
no sabía si pasó a buscar a su madre por su casa. Que creía que su madre
había ido directo a Paseo Alcorta. Que no sabía por qué medio había ido su
madre hacia el shopping y luego que no sabía si tenía auto porque no tenía
cochera.

145
Primero aseguró con absoluta firmeza que estuvo junto a su madre y
su hijo en el mundo del juguete mientras su hijo elegía el juguete. Luego que
puede ser que haya estado en la puerta del mundo del juguete y finalmente
que estuvo en algún lugar del shopping. Que no sabía dónde había
estacionado el auto.
A partir de la declaración del comisario inspector Christian Blanco
-quien mencionó sin posibilidad de ser refutado, que a las 19:32 la antena de
su celular impactó en Pilar- y luego el testimonio del testigo Pablo Duggan
que mencionó el cupón de VISA de las 21:03 horas, Pachelo, mostrándose
sorprendido y mirando a los jueces a los ojos, dijo ahora entender su
confusión. Que reconstruyó su día todos estos años a partir del ticket porque
no sabía el horario del cupón de VISA, del cual se acababa de enterar.
Pero a pesar de su esfuerzo, aquella cuestión ya se encontraba
zanjada desde, cuanto menos el año 2003 y como prueba de ello se
presentaron las cartas escritas por su madre, una nota brindada por el propio
Nicolás Pachelo a la revista Gente e incluso el testigo encargado del mundo
del juguete que fuera ofrecido como prueba de la defensa (encontrándose
también incorporado el cupón de visa en la causa en cuyo marco se
investigó el suicidio de su madre Silvia Ryan). Volviendo unas horas para
atrás, ahora sostuvo que corrió por las calles de Carmel a buscar el auto de
su mujer (mientras en su declaración de 2002 y en las escuchas telefónicas
aportadas y reproducidas en el juicio dijo que nunca corrió. No en una, sino
en varias oportunidades). Ahora dijo que corrió porque su hijo de 7 años se
había quedado solo en la casa.
Señaló el acusado que transitó la misma calle por donde hace veinte
años los tres adolescentes lo vieron correr, sin poder explicar por qué
cuando regresó de jugar al fútbol, si tenía que ir a Capital a buscar a su
mujer en el auto de ella, que dice falsamente estaba en el estacionamiento
del house, no dejó la camioneta allí y se fue con el auto hasta su casa y
luego desde allí hacia Capital sin tener que dejar a su hijo solo como dice
que lo hizo. O más bien, intentó justificarlo diciendo que la camioneta tenía

146
una falla en el burro de arranque y que para ponerla en marcha debía
empujarla. Se le preguntó si no había vigiladores que pudieran ayudarlo a lo
que contestó que no.
Se le preguntó cómo iba a arrancar la camioneta y dijo que por eso
fue hasta su casa, porque como está la entrada en bajada hacia la calle, no
necesitaba quién lo empuje. Camioneta, vale aclarar, que fue utilizada ese
mismo día y días siguientes sin que presentara ningún desperfecto, como
bien señaló el Dr. Ecke en su solitario voto.
Dijo que había llegado a su casa, se bañó y se cambió. Después dijo
que no sabe cuándo se bañó y se cambió. Y también sostuvo que no sabe si
se bañó y se cambió.
Cuando se le preguntó cómo iba a arrancar el auto de su mujer que
estaba en el estacionamiento dijo, que las llaves deberían estar en el auto,
puestas, pero que eso lo iba a confirmar Inés Dávalos cuando vaya a
declarar. Lo cual nunca hizo porque la defensa no la convocó.
Destacó la fiscalía que no hubo una sola persona que depusiera sobre
el particular en el debate, no existe prueba documental ni de ningún tipo que
pueda acreditar este dato introducido falsamente también en 2017, pues
como ya dijimos, en el 2002 nada dijo acerca de esta cuestión.
En relación con recorrido, no pudo especificar exactamente cual hizo,
pero logró introducir y que se discuta en el debate, que transitó por un
sendero, llevando la discusión hacia sí el mismo estaba embarrado por la
lluvia, si tenía arbustos a los costados, si pasaba una bicicleta, un cuatriciclo
y hasta un auto.
Pachelo supo siempre que a las 19:40 no estaba en Capital. Supo
siempre que del barrio huyó a las 18:59. Jamás explicó que hacía a las
19:32 dando vueltas por Pilar. Conviene aclarar que a preguntas del propio
Andrejin, Pachelo sostuvo que la salida de las 18:59 correspondía a la
segunda vez que salió del barrio. Es decir, luego de encontrar la billetera que
supuestamente había regresado a buscar. Respecto a esa billetera, a
preguntas del Sr. Presidente, dijo que la billetera se la olvidó en la

147
camioneta. Lo afirmó sin dudarlo. Mientras que, en el 2002, aclaró con
precisión absoluta que regresó a buscarla al interior de su casa.
Remarcó el impugnante que a todo este relato mendaz, contradictorio
e incomprobable corresponde adunarle la versión sostenida durante veinte
años por Aspiroz, Asorey y Cristiani, respecto de quienes afirmó que fueron
inducidos a declarar falsamente por sus padres, al igual que lo hicieron los
Jueces ahora.
En cuanto al horario de la muerte, sostuvo sin inmutarse que había
sido cambiado para lograr su imputación. Es decir, que ahora se sostenía
que era a las 18:30 cuando durante todos estos años se afirmó que era a las
19.
Llegó a contestar de forma irrespetuosa al Dr. Ecke en algún
momento cuando le refirió que las cámaras lo toman saliendo a las 18:59,
que hay una diferencia de un minuto entre las 18:59 y las 19:00 horas. Sobre
este punto, aclaró el recurrente, que el único que sabía el horario de la
muerte desde el primer momento era Pachelo, por ser el autor del hecho,
cuando todavía no había declarado Moreyra, quién recién lo hizo por primera
vez en 2017 y luego en este debate.
Decimos esto -y no admite otra interpretación- pues desde diciembre
de 2002 buscó estar fuera del barrio desde las 18:20 en adelante. Y para
justificar la videofilmación que lo muestra saliendo a las 18:59 horas, inventó
la historia del olvido de la billetera.
Para esa época, destacó el acusador, nadie había establecido el
horario preciso de la muerte de la víctima, por lo que queda claro que su
esfuerzo por alejarse de la escena del crimen, lo era en pleno conocimiento
por ser el autor de este dato tan trascendental.
¿De qué forma se podía lograr la imputación de Pachelo, si según su
versión, sostenida durante estos veinte años, él no estaba en el barrio a las
18:30? Lo traicionó el subconsciente. Se autoincriminó. Pachelo, a pesar de
su inteligencia superior a la media, cometió otro grave error insalvable.

148
Entonces. ¿Quién estableció el horario de la muerte?. Fue el propio
Pachelo. Con relación a los mozos tampoco pudo desvirtuar sus dichos.
Respecto a Beatriz Michelini, dijo que iba al colegio con su hija Karina y que
por eso la conocía. Que después supo que era masajista y que la atendía a
su ex mujer. Frente a la pregunta de si alguna vez Michelini lo visitó en
Carmel dijo que no y que no tenía relación. Que no sabía dónde su ex mujer
se realizaba masajes con Michelini, que habría que preguntárselo a ella pero
eso fue imposible ya que no la convocaron para que declarara.
Sin embargo, en el debate quedó claro que sabía de los masajes a
Inés Dávalos con anterioridad a la muerte de María Marta García Belsunce
aunque omitió deliberadamente decir que con Karina Barzaghi fueron novios,
cuestión que también fue omitida por Michelini, a quién además le ofreció un
abogado, el suyo, Ribas, quién la defendió en el juicio de 2011 a pesar del
esfuerzo de aquella por esconder el vínculo.
El voto de la mayoría, nada ha evaluado en relación con la cronología
y diferencias que han existido en los relatos del encartado cuando estaban
obligados a hacerlo. Por el contrario, sí lo han hecho con algunos testigos
para derribar su petición cuando les estaba vedado.
Aseveró el recurrente que frente al cúmulo de prueba presentado por
la acusación a lo largo de cuatro meses de juicio y en un sistema acusatorio
y adversarial que los jueces de la mayoría parecen no reconocer llegó el
turno de la defensa del inculpado con un puñado de testigos que dejaron las
siguientes conclusiones. El funcionario Aníbal Degastaldi quien derribó el
mito del velorio y que hayan impedido que llegue la policía.
La testigo María Eugenia Covasich quien únicamente se limitó a
referir, sin sustento alguno, que los psicópatas no existen y que Pachelo es
un indefenso escruchante, sujeto a quien únicamente lo entrevistó por Zoom
en una oportunidad.
A su turno Mercedes Lojo, perito y Jefa del Departamento de Rastros
Genéticos de la Asesoría Pericial de La Plata, quien descartó la validez de
los ADN obtenidos. Además, se escucharon tres testigos de concepto (Julián

149
Fernández Calvo, Federico Tiscornia y Santiago Bugnard) que mucho no
pudieron decir más que Pachelo no los había robado. Ninguno tenía relación
con él a la época del hecho. Uno de ellos -un ex convicto- Federico Tiscornia
condenado que casi no lo pudo ver porque coincidieron en los tiempos de
detención.
También depusieron dos periodistas, Carlos Strione y Pablo
Fernández, quienes refirieron que meses después del hecho en las
inmediaciones del country El Carmel vieron un posible agujero y no pudieron
saber si al momento del hecho existía o no y en qué lugar se encontraba.
Por su parte, las testigos Magdalena Cartier, Patricia Reyes y Susan
Murray afirmaron que sabían que María Marta creía que Nicolás Pachelo le
había robado el perro. Incluso, Cartier, afirmó haberlo visto por última vez en
la puerta de la casa de Pachelo. También se pronunció Carolina Coscio,
una aficionada que intentó sin ningún rigor científico contar a los jueces lo
que había leído de la causa. Por ejemplo, que a su parecer las mujeres
disparaban de cerca y por eso no podía ser Pachelo el autor del crimen.
Asimismo, Hugo Lescano, especialista en comunicación no verbal, expuso
que tras ver por 20 minutos a Pachelo en la plataforma Zoom, consideró
que, por sus gestos y respuestas brindadas, no fue el autor del hecho. Ello,
en tanto le respondió con firmeza que no mató a la víctima. El único
elemento que puede rescatarse de sus apreciaciones es la frase: “no existen
los buenos mentirosos sino los malos observadores”.
En cuanto a los vigiladores Bello, Acosta, Rivero, Maciel, Peretti,
Contreras y Páez, todos ellos de la cooperativa Cazadores, quienes
prestaban servicio en el country El Carmel, dejaron en evidencia que la
vigilancia era una ficción, que el día del hecho Nicolás Pachelo no fue
custodiado, que no hubo intrusiones externas, que Ortiz sabía que Pachelo
“la había hecho bien saliendo con otra tarjeta” y que al horario de muerte el
puesto estaba vacío y no hubo modulación alguna (más lo que surge de las
cámaras). Es decir, en el horario y fecha del hecho, la zona se encontraba
liberada.

150
Sostuvo la fiscalía que del análisis de sus testimonios se advirtió el
gran desorden que primaba al momento de los cambios de puestos, es decir,
en el horario comprendido entre las 18 y las 19 horas.
La defensa de Pachelo quiso proceder a la apertura de un diskette
propiedad de María Marta García Belsunce que de la lectura de algunos
documentos lo único que se corroboró fue que Pachelo fue quien le sustrajo
al perro.
A instancias de su defensa técnica, se reprodujo una escucha
telefónica entre Pachelo y uno de sus letrados, en la que muestra la
preocupación que Pachelo tenía por la existencia de un pelo en la vivienda
de María Marta y no así por la existencia de sangre.
Por el contrario, destacó el acusador oficial, no vino Inés Davalos, ni
nadie que cuestione la venta de balas; ni su presencia en el country, ni del
Mundo del Juguete, ni un médico que contradiga el horario de muerte.
La intromisión, particularmente del juez Rossi, en cuestiones en las
que no podía ingresar fue abrumadora, siendo ejemplo de ello, interceder en
el interrogatorio de esta parte al señalar que, a su parecer, algunas
preguntas eran indicativas cuando la contraria nada decía sobre el punto,
desconociendo de esa forma el sistema adversarial.
Por todo lo destacado, afirmó el impugnante, se está ante una
sentencia arbitraria, principalmente, en base al déficit al que se viene
haciendo alusión pergeñado deliberadamente en una posición anticipada
que les impedía desarrollar un juicio de esta entidad.
Los argumentos expuestos -destacó- demuestran que los jueces que
conformaron la mayoría partieron de una idea preconcebida en pos de
justificar su decisión, analizando la prueba en forma fragmentada y
utilizándola de acuerdo sus propios preconceptos, cuando su propia
naturaleza, invitaba y obligaba a hacer un análisis integral; conjunto y
armónico, tal como lo ha establecido la Corte Suprema de Justicia.
Por ello, indicó en coincidencia con el juez Federico Ecke en su voto
disidente, la prueba producida en el debate dejó en evidencia la autoría de

151
Pachelo en el homicidio de María Marta García Belsunce sin fisuras ni
espacio para dudas.
Subrayó que veinte años debieron pasar a la espera de un juicio
donde lejos de evaporarse la prueba se mantuvo incólume, siendo que el
psicópata con rasgos de personalidad sobrados para ejecutar un hecho de
esa entidad posicionado a treinta metros de la casa y a diez minutos del
crimen; que se cansó de robar los domingos a esa hora y las casas
lindantes; que odiaba a la víctima y con conflicto previo y feroz; que menos
de un año después cometió un hecho calcado; que a días del crimen tenía
un arma de idénticas características en la mano con la que se cometió el
crimen y a la que le compró balas; con una falsa coartada derribada que le
impidió alejarse de la escena del crimen pese a sus esfuerzos y que a pocas
horas del hecho cuando todos sostenían que había muerto por un accidente
doméstico interrogó a al menos tres testigos preguntándoles por la mujer
que habían matado en el country cuando sólo el asesino podía saber ese
detalle, constituyen elementos suficientes para sostener la condena del
acusado Pachelo.
Sin embargo, quizás hayan pesado más para los votantes de la
mayoría intereses diversos que quedarán en su conciencia y en la memoria
de todos por siempre. Nadie que presenció el juicio en su totalidad -e
inclusive legos en la materia- pueden desconocer que Pachelo fue el autor
indiscutido del homicidio y que la evidencia era sobrada.
Prueba cabal de todo ello fue la propuesta de la realización de un
juicio por jurados a lo que la defensa de Pachelo se opuso enfáticamente al
saber que sería “linchado”. Se requería unanimidad de doce jurados
populares. Si uno solo tuviera dudas resultaría absuelto. Prefirió ser juzgado
por Rossi y Andrejin desde que sabía de antemano su arbitraria decisión.
Por todo lo expuesto, corresponde casar la sentencia por la que se
absuelve a Nicolás Roberto Pachelo en orden al delito de homicidio criminis
causae, por haber sido cometido con alevosía, y con el uso de arma de

152
fuego -a título de autor y proceder de acuerdo a lo solicitado, es decir, su
condena a prisión perpetua, lo que así peticionó.
V. Que la señora Fiscal Adjunta ante esta Casación, doctora María
Laura E. D´Gregorio, desistió de la realización de una audiencia de informes
y dictaminó el rechazo de las impugnaciones deducidas por las defensas, a
la vez que mantuvo el recurso fiscal interpuesto contra la absolución del
imputado Pachelo respecto del suceso que damnificara a María Marta
García Belsunce, todo, por las razones de hecho y derecho que desarrolló
en su presentación digital.
VI. Que de su parte, el particular damnificado mediante presentación
digital desistió de la opción de asistir a la audiencia fijada para el día 12 de
diciembre de 2023 prevista en el artículo 456 del CPP y mantuvo el recurso
interpuesto en su oportunidad.
VII. Que la defensa particular del acusado Marasco presentó memorial
sustitutivo de la audiencia fijada, en donde mantuvo el recurso interpuesto.
VIII. Que por su parte, la defensa particular del acusado Pachelo
desistió de la realización de la audiencia de informes, mantuvo el recurso
interpuesto, remitiéndose a sus fundamentos y a los desarrollados en el
memorial presentado con fecha 22-03-2023. En cuanto a la posición como
parte recurrida en las impugnaciones de los acusadores, propició el rechazo
de ambos recursos, conforme los desarrollos argumentales del memorial
antes citado, como los argumentos que incorporó y expuso en esta
presentación digital de desistimiento de audiencia.
IX. Que ingresando al tratamiento de las objeciones efectuadas por la
defensa del acusado Marasco al señalar que la intervención ejecutiva puesta
en cabeza de su asistido constituye un absurdo en la valoración de la prueba
y una arbitrariedad decisoria, habré de adelantar, que las críticas no pueden
ser de recibo.
Que en el terreno de los hechos quedó establecido como hecho
número 4 que "El 20 de Julio de 2017 en el horario comprendido entre las
16:00 y las 18:40 horas aproximadamente, Marasco con una persona aun no

153
individualizada se hicieron presentes en el Club de Campo "Los Pingüinos"
en el lote 461 ubicado en la Avenida Presidente Perón 10298, de la ciudad y
partido de Ituzaingó. Para acceder a la vivienda del ciudadano Emiliano
Alcaide, Marasco junto a otra persona no individualizada al momento,
ingresaron previo forzar las trabas de seguridad de una ventana corrediza
ubicada en el comedor de la casa, apoderándose de perfumes, "One Millon",
Dolce Gabbana, y la suma de U$S250.000 dólares, 10.000 Euros y R$ 5000
reales), cheques de distintas entidades bancarias, y documentación de la
víctima".
Que la crítica deslizada contra el juicio autoral del a quo resulta
improcedente en virtud de la insuficiencia de la argumentación con la que el
recurrente pretende poner en crisis la resolución impugnada y la
demostración de los vicios preceptivos que denuncia (doctrina del artículo
451 CPP).
La presentación del recurso proclama la falta de elementos
incriminantes para concluir la intervención autoral de Marasco en el hecho
descripto, pero los argumentos que se desarrollaron no logran evidenciar un
yerro esencial y notorio en el derrotero lógico seguido por el sentenciante
para concluir afirmativamente sobre la concreta actuación del imputado en
aquel suceso.
Deberá recordarse una vez más que las cuestiones vinculadas a la
determinación de los hechos y la intervención del acusado en ellos, con la
consiguiente valoración y selección de los medios probatorios, efectuadas
por el tribunal oral resultan subsanables en casación en aquellos supuestos
en que se verifique un razonamiento arbitrario, ilógico o enervado por déficits
valorativos que no se advierten en el caso. Que no alcanza con alegar
dichas circunstancias en base a una divergente interpretación de la prueba,
sino que “requiere un apartamiento inequívoco de la solución normativa
prevista para el caso, o una decisiva ausencia de fundamentación” (cfr.
C.S.J.N., Fallos, 277:144, y 295:356, entre otros).

154
En ejercicio de sus facultades legales, el a quo valoró favorablemente
la declaración del damnificado Emiliano Alcaide, quien recordó que el 20 de
Julio de 2017, al regresar de un viaje a Rosario, comprobó que del interior de
su propiedad situada en el lote 461 ubicado en la Avenida Presidente Perón
10298, en el Country Los Pingüinos, de la ciudad y partido de Ituzaingó, le
sustrajeron diversas pertenencias y una alta suma de dinero en moneda
extranjera, todo lo que se detalló en los lineamientos de la acusación.
Señaló que le faltaban perfumes, que encontró pasto adentro de su
casa, y se habían llevado la caja fuerte que tenía escondida en un mueble,
detrás de una puerta que era un falso estante, sin cerradura.
Puso de resalto que, revisando su vivienda, percibió que la puerta que
da al jardín había sido violentada en su cerradura, y que abandonaron un
destornillador de 40 cm de largo arriba de una de las mesas del hall de
entrada, cuya fotografía obrante a fs. 148 fue exhibida en el debate con
reconocimiento del testigo.
También afirmó que en la caja de seguridad tenía 250.000 dólares,
euros, reales, y los valores (cheques) que utilizaba en la empresa, una llave
de una caja fuerte, la partida de nacimiento y una carta, pero nada se
recuperó.
En cuanto a la caja fuerte, indicó que era posible que la transporte
una persona sola, porque era del tamaño de una caja de zapatos, y que el
monto de dinero en pesos sustraído ascendía a la suma de 2.000.000.
Respecto a las precauciones del barrio privado en donde se ubicaba su
propiedad, dijo que sólo se individualiza al conductor, y revisan el baúl de los
vehículos.
Por su parte, Carla Moyano, empleada doméstica del damnificado,
recordó que, en la fecha del hecho, a las 14.30 horas aproximadamente, un
sujeto se acercó al domicilio de la víctima, tocó timbre y solicitó “guardar
unos palos de golf”, circunstancia que le llamó poderosamente su atención.
Detalló que este sujeto llegó caminando, y que había una camioneta
negra estacionada afuera. También indicó la deponente que su patrón se

155
había ido a jugar al póker a la ciudad de Rosario, y que su horario laboral se
extiende de 8 a 16 horas.
A su turno, Alejandro Carrasco, refirió que trabaja en la casa del
damnificado como jardinero desde hace más de 10 años. Expuso en torno al
hecho, que ese día, mientras desarrollaba su función, apareció por los
fondos de la casa, sorpresivamente, un sujeto que preguntaba por su
empleador. Calculó que ello aconteció aproximadamente a las 14 horas, que
este individuo pretextaba que iba a “juntarse por el día del amigo”. Agregó
que advirtió que esta persona estaba acompañada por otra, cuya visión se le
dificultó porque estaba atrás de un árbol. Aseveró que al ser informado que
Emiliano Alcaide no se encontraba, se dirigieron “a la cancha de golf”. En
forma conteste, el parquista José Carrasco se pronunció similares términos.
Que, por su parte, Tomás Enrique Swinnen, Gerente del Club de
Campo Los Pingüinos, dio cuenta a fs. 75 a 77vta., que tomó conocimiento a
través del jefe de seguridad que autores ignorados habrían ingresado al
interior de la vivienda de Emiliano Alcaide, pudiendo visualizar de las
cámaras de seguridad internas que el día del hecho, dos sujetos masculinos
a bordo de una camioneta marca Dodge Ram, de color negro, dominio
OPA823.
Que al día siguiente se apersonó en la vivienda de Emilliano Alcaide y
pudo observar uno de los ventanales de acceso a la vivienda con la traba de
seguridad forzada.
En forma armónica, la inspección ocular practicada en el lugar a fs. 5
constató que, efectivamente, en el patio trasero de la vivienda se observó
una puerta tipo ventana de color blanca la cual presentaba daños a la altura
media, donde se encuentra el pestillo o traba de seguridad por acción de un
elemento contundente. Transponiendo tal abertura se llega al comedor de la
finca, todo lo cual se encuentra complementado con las placas fotográficas
que obran a fs. 19 a 22.
En cuanto a la identidad de este individuo que pretextaba ser amigo
del damnificado -de quien no sabía que se había quedado en la ciudad de

156
Rosario- y quien avanzó hacia el interior del predio, ingresando
sorpresivamente por el jardín de la vivienda, no caben dudas que se trataba
del acusado Marasco, a quien el damnificado Alcaide no tuvo inconvenientes
en reconocer al ser exhibida una fotografía del imputado de mención.
Incluso, cuando el gerente del club le mostró un video en el cual se va
relatando a qué hora entró una persona alegando que concurría “para jugar
al golf”, también reconoció a Marasco junto a otra persona ambos a bordo de
su camioneta RAM negra.
Ello así, la injustificada presencia del acusado Marasco en su
vivienda, en horario compatible con la ejecución del hecho, llevó a la víctima
a vincular a éste con la factura del hecho delictivo, al igual que los jardineros,
quienes le contaron que el nombrado ingresó caminando por la cancha de
golf a su casa para buscarlo, a las 16 horas aproximadamente. Huelga decir
que ninguna relación de amistad unía a la víctima con quien pretextó
-falsamente- tal circunstancia tratando de hacer convincente su ingreso a la
propiedad asaltada, habiendo depuesto la víctima que no eran amigos.
Que la declaración de la señora Moyano aportó una descripción del
sujeto como morocho, delgado, de 30 años, que no se distancia de la
fisonomía del encartado Marasco, siendo este otro elemento evaluado por el
tribunal, como también la información que emergió de fs. 46 a 47, en cuanto
al sistema informático del Registro Nacional de Propiedad del Automotor dio
cuenta que el rodado marca RAM, modelo 1500 5.7 V8, dominio OPA823, es
propiedad de Osvaldo Marasco.
Precisamente, es ese vehículo el que se visualizó en las
videofilmaciones aportadas por el Gerente del Club de Campo Los
Pingüinos, en las que se pudo observar a dos sujetos masculinos en actitud
sospechosa que se movilizaban a bordo de la camioneta, la cual se dirigió
en dirección a la propiedad de la víctima, donde no hay colocadas cámaras
de seguridad, resultando el encausado Marasco quien lo conducía.
Que tanto Moyano, como Alejandro y José Carrasco reconocieron al
acusado Marasco como el individuo al que mencionaron en sus respectivos

157
relatos, al observar una fotografía del imputado respecto a los hechos
acaecidos en el Country Tortugas, vista incorporada por lectura.
Que las precisiones del testigo Swinnen trajeron al conocimiento
disponible en el juicio que Marasco ingresó al country a las 13.16 horas,
retirándose a las 17.52 horas, para volver a ingresar a las 18.35 horas, y
retirarse a las 18.47 horas, siendo claro a esta altura que la vestimenta no se
correspondía con la práctica de golf ni tampoco se lo vio en la cancha en la
que se realiza tal deporte, no estando el día del hecho autorizado para
realizar tal actividad allí.
Sólidamente establecido como realidad indisputable la presencia del
imputado Marasco en la vivienda de la víctima, se articuló en los alegatos -y
se reitera en esta instancia-, que, en rigor, Marasco concurrió a la casa del
damnificado en procura del “cobro” de una deuda de juego.
Al respecto, absolutamente nada viene avalando la existencia del
pretenso motivo justificante, ni siquiera la conducta de Marasco, pues nunca
formuló declaración alguna en torno al hecho imputado, lo cual no puede
confundirse con la evaluación del silencio como indicio de cargo, sino antes
bien, tal como se lo ponderó en el fallo, en la total orfandad acreditante del
hito que vendría a descalabrar un panorama cargoso que, así entonces,
resulta inconmovible.
A partir de los testimonios analizados, debidamente armonizados con
el resto del material convictivo que sostiene la decisión recurrida, el
sentenciante no animó duda en punto a la intervención ejecutiva que le cupo
a Marasco en la faena criminal. El tribunal ha señalado los hechos probados
que se comportan como mojones que permiten asentar un conocimiento
concomitante al objeto procesal, arribándose a la afirmación de autoría por
vía de presunciones.
Los señalamientos críticos que porta el escrito de interposición, en su
generalidad y falta de sustento acreditante, carecen de capacidad de daño
sobre los argumentos esgrimidos por el tribunal para justificar la convicción
plena sobre la actuación principal de Marasco en la factura del hecho, siendo

158
que la simple mención a que el damnificado modificó algún aspecto de sus
dichos vertidos en la etapa investigativa -los que no se puntualizan- o que el
gerente del club de campo impuso a los testigos la noción de que Marasco
fue el autor del hecho -lo que no viene apoyado en prueba alguna- no
resultan argumentos eficaces para instalar la duda que pregona la defensa.
Destaco que la prueba indiciaria como caudal de conocimiento al
proceso no se encuentra excluido del método de la sana crítica racional, y la
cadena de indicios -cuanto la forma de razonar- ha sido puesta de resalto
por el jugador, dando adecuada satisfacción a la obligación que impone al
tribunal explayar los fundamentos en los que se basa su decisión.
El cúmulo de indicios que emergen del juicio -aposentados cada uno
de ellos en la prueba arrimada al proceso-, por su precisión, gravedad y
concordancia no dejan espacio a cavilaciones en punto a que el nombrado
Marasco resultó uno de aquellos que ejecutaron el suceso delictivo en la
casa tomada por asalto, particularmente ante la ausencia de otras
constataciones sobre personas extrañas a la vivienda, en correspondencia
de tiempo y lugar con la ejecución del despojo.
Y ello no cambia por la forzada identificación que implicaba el ingreso
al predio, si -como se pretendió vanamente- se buscó enmascararlo en una
práctica deportiva que vendría a dar cobertura y disimulo a su estancia en el
sitio, causa aparente que también resultó derribada por la prueba pertinente
y decisiva manejada con lógica acumulativa por el a quo.
El tribunal de mérito trasuntó razonadamente, en el aspecto
considerado, cuál fue la prueba escogida y cuáles las conclusiones que de
ella obtuvo. En el marco de la libre convicción razonada la ley no impone
normas generales para comprobar algunos ilícitos, no excluye de su campo
a la prueba indiciaria, ni fija en abstracto el valor de cada prueba, dejando al
arbitrio del sentenciante la libertad de admitir la que tenga por útil y
conducente a los fines del proceso, asignándole, dentro de los límites fijados
por la razonabilidad, el valor que poseen para la determinación de los
hechos, sin que el recurrente lograra evidenciar un absurdo grosero y

159
manifiesto en el razonamiento incriminante formulado en el fallo ni otros
desajustes valorativos que impongan la casación del pronunciamiento.
Y ello resulta predicable, también, respecto de la forma en que se
vinculó a Marasco en la hechura de los sucesos identificados como 8, 9 y 10
en el fallo.
Que en este particular, deberé recordar que el tribunal oral logró
certeza en punto a que con fecha 29 de marzo de 2018, Nicolás Roberto
Pachelo, en connivencia dolosa con al menos Matías Osvaldo Marasco,
actuando en coautoría funcional y división de roles, según el plan
previamente acordado y luego de acceder al Country Tortugas a las 14.30
horas aproximadamente, sito en Hipólito Irigoyen y Colectora 12 de Octubre
de la localidad de Manuel Alberti, partido de Pilar, a bordo de la camioneta
marca Dodge modelo Ram dominio OPA-823 conducida por Marasco. Una
vez en el interior del Country Pachelo ingresó al domicilio de Arturo Luis
Piano, situado en la unidad funcional N° 254, más precisamente en la
habitación principal, donde mediante el empleo de fuerza sobre la puerta del
vestidor, la que resultó dañada, sustrajeron un reloj marca "Boss" y una caja
de seguridad que contenía en su interior pesos cinco mil en efectivo, entre
400 y 800 dólares, una barra de oro de 100 gramos, también un anillo con
brillantes y dos relojes marca Rolex. Posteriormente, se retiraron del barrio a
bordo de la camioneta marca "Dodge" modelo "Ram" dominio OPA-823,
conducida por Marasco; en poder de la res furtiva (hecho N° 8).
Que, en esa misma fecha, y en esa misma franja horaria, Pachelo
ingresó al domicilio de Christian Guerrien, situado en la unidad funcional N°
70, de aquel Country y previo ejercer fuerza sobre una puerta lateral de la
finca, que le permitió su ingreso, y luego sobre la puerta de la habitación
principal, sustrajo una chomba y una cruz sin inscripción (hecho N° 9).
Finalmente, también en el domicilio de Osvaldo Horacio Brucco, situado en
la unidad funcional N° 239, mediante el empleo de fuerza lograron sustraer
una caja de seguridad que contenía en su interior una pistola marca Glock
cal. 40 acciones de Happening S.A., Food CO S.A., Bruc S.A., anillos de

160
brillantes, la suma de 32000 euros, documentación de la víctima y dos
cargadores de dicha arma (hecho 10).
Que el damnificado Piano dio cuenta en sus declaraciones que se
retiró de la vivienda antes indicada el miércoles 28 de marzo a las 08:00
horas y no regresó hasta el día 31 de ese mismo mes. Que, asimismo, el día
jueves 29, también su hija María se retiró del mismo domicilio a las 07:00
horas, quedando la casa deshabitada.
Fue así como el día 30 de marzo, conforme los dichos de la empleada
doméstica Blanca Liliana Benítez, ésta no pudo ingresar a la finca a realizar
sus quehaceres diarios debido que había una llave colocada del lado de
adentro de la puerta de servicio que le impedía abrir con la llave que aquella
tenía ella, motivo por el que se fue y avisó a la esposa del declarante.
En virtud de lo sucedido, su cónyuge se comunicó con una amiga de
nombre Daniela, también vecina, a los fines de corroborar los dichos de
Blanca. Que Daniela fue al lugar y no vio ninguna llave del lado de adentro,
pero cuando dio la vuelta, observó que un ventanal de la planta baja que se
ubicaba a la vuelta de la casa se encontraba abierto, ingresó y observó que
estaba todo perfecto, yéndose del lugar.
Al día siguiente, el sábado 31 de marzo de 2018, la Sra. Blanca volvió
a trabajar al domicilio en el horario habitual que es aproximadamente a las
9:00 horas, pudiendo ingresar con normalidad por la puerta de servicio, y al
subir al vestidor de la casa, se encontró con la puerta rota y una caja de
seguridad en el piso abierta y vacía. En ese momento les avisó al declarante
y su esposa mandando un vídeo de la casa.
Expuso el damnificado que a su regreso, verificó que faltó otra caja de
seguridad de color oscuro que se encontraba en el vestidor, arriba de un
estante, pegada a la pared, pero no empotrada en la misma. Que habiendo
realizado un relevamiento de lo sustraído, puede manifestar que en la caja
fuerte que abrieron y sustrajeron su contenido, había cinco mil pesos, unos
quinientos u ochocientos dólares, tres barras de oro de cien gramos con
sello - pero no recuerda la inscripción del mismo- y en la otra caja fuerte

161
había un anillo con catorce brillantes, un reloj de dama marca Rolex
combinado en oro y acero, un reloj marca Beaum Mercier, cree de oro,
algunos anillos de oro y demás joyas que en ese momento no puede
recordar, pero que de volver a verlas las reconocería. Afirmó, por otro lado,
que la guardia del club le devolvió su bicicleta que habían encontrado en la
capilla dentro del Club.
Que exhibida la fotografía de fs. 27 de la I.P.P. 14-02-004671-18,
aseveró que la bicicleta retratada es la que habían dejado en su domicilio
pero no le pertenece, siendo la fotografiada a fs. 88 de la I.P.P.
14-02-004706-18 la de su pertenencia, la misma que reconoció en la
videofilmación de la cámara de seguridad privada aportada por el Sr.
Osvaldo Brucco, la cual es conducida por un sujeto que se observa en el
registro fílmico.
Ampliando sus dichos, aseguró que también le fue sustraído de su
domicilio un reloj con cuadrante rectangular de metal plateado, con una
malla de cuero de color negra y hebilla de metal, que como rasgo particular
posee fondo color negro, números romanos y calendario, de la marca Hugo
Boss.
Plenamente conteste con su declaración, resulta ser la que fuera
prestada por su cónyuge Alicia Cristina Remotti, quien luego de relatar los
hechos, reconoció una pulsera de plata y su anillo en juego y dos pulseras
de plata del tipo eslabones todo lo cual se encontraba en el interior de la caja
fuerte, como también un anillo Swarovsky con piedra azul, una pulsera
elastizada de strass y su anillo en juego, una pulsera del tipo esclava de
acero, un anillo con strass y simil perlas y un par de aros bijou de perlas y
detalle en negro, que se encontraban en su vestidor sobre un mueble junto a
otras alhajas que no me fueron sustraídas. Que respecto de la pulsera con
strass la deponente recuerda que le falta una strass, por lo que se procede a
revisarlo detenidamente constatando que efectivamente, se aprecia dicho
faltante. Asimismo, la deponente se colocó algunos de los elementos

162
reconocidos, los que coinciden con su medida de dedo y muñeca (cfr. fs. 382
a 383).
Por su parte el damnificado Brucco, manifestó que el día de los
hechos, conforme las secuencias tomadas por las cámaras de seguridad
instaladas en su domicilio ingresaron a su finca por medio una puerta
ventana que da al frente de la casa, la cual, si bien tiene cerrojo, no la
habían cerrado con llave.
Aclaró que su casa estaba en obra, y estimó que el autor salió por
otras puertas ventanas que dan a la cancha de polo en la parte trasera de su
domicilio, buscó una barreta y retornó, subió al vestidor hizo palanca con tal
elemento en la pared, logrando apoderarse de la caja fuerte que estaba
atornillada.
Que las cámaras de seguridad del exterior de la finca exponen al
acusado Pachelo con un reloj en la mano derecha como el que llevaba ese
día, con una remera camuflada como la que vestía ese jueves, y una gorra
como sale en las filmaciones de todos los domos del country, destacando
que llevaba en sus manos una caja fuerte y la barreta. Que sostuvo el
damnificado que el cofre de seguridad "estaba amurada con bulones al
piso", y en su interior guardaba joyas de su madre, aproximadamente 32.000
euros, una pistola Glock calibre 40 con cargadores, pasaportes, y acciones
de empresas, no pudiendo recuperar nada de ello.
Que Christian Guerrien, quien estaba en la ciudad mendocina de San
Rafael, expuso que le prestó su propiedad a una amiga -Sol Bunge- para
que pase la Semana Santa del 2018.
La mujer llegó el viernes 30 de marzo de 2018, y encontró una puerta
de ingreso barreteada, todo revuelto y la puerta de la habitación principal
violentada, circunstancias que comunicó de inmediato al propietario, quien
regresó a Buenos Aires para radicar la denuncia.
Que en el terreno de los hechos, también evaluó el tribunal las actas
LEAF labradas respecto de la labor realizada en las viviendas de las
víctimas, y las placas fotográficas tomadas por los peritos intervinientes,

163
donde entre otras circunstancias se ilustran los daños realizados en los
domicilios con el fin de cometer los ilícitos imputados, tanto para el ingreso a
las propiedades, como para poder acceder a los lugares donde se
encontraban los elementos que fueron sustraídos. (ver fs. 27 a 28vta.
-Brucco-, fs. 196 a 199 -Guerrien- y fs. 201 a 202 -Piano-).
También coadyuvó con sentido acreditante las declaraciones
testimoniales de los dependientes del Country (Roberto Aranda, Pedro
Osores y Walter Lodetti) y el efectivo policial interviniente (Pablo Machicote);
quienes dieron cuenta de los hechos, y de la labor que realizaron como
consecuencia de estos.
Que las filmaciones registraron el ingreso al country pasadas las 14
horas en una camioneta Dodge RAM conducida por el acusado Marasco,
con Pachelo ubicado en el asiento del acompañante y el imputado Martínez
sentado atrás. Las identidades registradas de sus ocupantes dan cuenta de
Matías Marasco, Nicolás Giménez Zapiola (estos mediante presentación de
DNI), e Ivan Martínez (este sin aportar documento de identidad y verificada
su identificación por separado).
El a quo ponderó como indicio de culpabilidad que el encartado
Pachelo falseó su identidad para acceder al barrio cerrado; y el instrumento
para simular aquella fue aportado a la guardia por el conductor Marasco.
El gerente general del Tortugas Country Club, señor Roberto Aranda,
testimonió que lo conocía a Pachelo porque con él había trabajado en la
tosquera de su familia entre los años 1997 y 1999, y cuando se descubrieron
los robos, y el encargado de seguridad chequeó las cámaras, fue el mismo
quien lo identificó, y señaló que sabía que tenía el ingreso prohibido por
pedido de su madrastra, Jacqueline Barbará. Detalló que no podía acceder a
las instalaciones deportivas ni lugares sociales del club, pero sí podía
ingresar a las casas de los propietarios que debían ir a buscarlo y llevarlo de
regreso a la puerta de la guardia.
También confirmó que en la camioneta en que Pachelo llegó a
Tortugas, iban tres personas, y que exhibió un DNI apócrifo con otro

164
apellido, el cual se registró en forma manual porque el sistema no pudo
escanearlo, toda vez que era obligatorio exigir la documentación. Tales
precisiones fueron plenamente corroboradas por Pedro Gerardo Osores,
encargado de seguridad.
Por su parte, Walter Lodetti, jefe de sistemas del country, confirmó
que la ropa secuestrada a Pachelo era la misma que vestía el día de los
cinco robos -dos de los ellos prescriptos por fuera del pronunciamiento
impugnado- apuntado a igual patrón en la remera que la que usa el ladrón
que se fue con la caja de seguridad y la barreta en sus manos de la casa de
Brucco, y que grabó la cámara analógica en blanco y negro.
En la filmación exhibida con audio, se escuchó el momento en que
llega la Dodge RAM conducida por Marasco, y Pachelo aporta el numero
falso de identidad, y además cuando la guardia pidió a Martínez que
descienda del rodado, ya que no contaba con una identificación personal.
Que de su parte, la testigo Fernanda Loto, guardia de seguridad del
country, explicó que para ingresar al country se debe exhibir el DNI, y que su
jornada laboral culminó a las 19 horas, pudiendo observar el ingreso de la
camioneta Dodge RAM que conducía Marasco, vehículo que no salir,
habiendo revisado la parte trasera del rodado, pero no su interior,
reconociendo a Pachelo como la persona que le mostró la documentación
apócrifa como Nicolás Giménez Zapiola, y a Martínez porque tuvo que
obligarlo a descender porque no podía acreditar su identidad, aunque,
aclaró, finalmente entró por otra de las puertas de la guardia siendo
previamente registrado de manera manual.
Que Eduardo Tadeo Guevara, organizador del torneo de golf, indicó
que Marasco lo llamó ese mismo día a media mañana para anotarse, y lo
autorizó a comparecer para jugar 9 hoyos a partir de las 15.30 horas.
Recordó que hacía dos años no jugaba, pero que lo conocía del ambiente, y
que concurrió acompañado de otra persona de nacionalidad paraguaya,
señalando a Martínez, con quien también lo vio en otras oportunidades
actuando como caddy.

165
Las video filmaciones ilustraron los movimientos de Pachelo en
recorrido de las arterias del barrio cerrado, como también, en la vivienda de
del damnificado Brucco, y del conductor de la camioneta en búsqueda de
Pachelo antes de retirarse.
Que el escenario de cargo muestra que la diligencia de allanamiento
practicada en la vivienda del acusado Pachelo -incorporada al juicio-,
refrendó su protagonismo al localizarse en su poder parte de los bienes
sustraídos. En efecto, la víctima Piano afirmó con total seguridad que el reloj
Hugo Boss con cuadrante rectangular, fondo negro y números romanos,
resulta ser de su propiedad, debiéndose reparar que al colocarse el reloj en
su muñeca, se pudo detectar claramente una marca en la malla, propia del
uso, que coincide exactamente con el lugar donde la hebilla ejerce presión.
El contundente cuadro incriminante suma el derecho reconocimiento
del imputado Pachelo sobre la autoría de las sustracciones; aunque sostuvo
que ni Marasco ni Martínez sabían lo que él estaba dispuesto a hacer al
ingresar al barrio cerrado. Admitió que en los atracos que concretó en
Tortugas Country Club realizaba inteligencia previa que consistía en
asegurarse que no hubiera vehículos y de que alguna ventana estuviera
abierta o no funcionara bien, y que tocaba cuatro veces el timbre en un lapso
de 15 minutos para confirmar que no hubiera nadie en las viviendas a las
que ingresaba, esperando que cuando cae el sol no se prenda ninguna luz.
Aun cuando el imputado Pachelo pretendió enmarcar la faena
delictiva como un emprendimiento solitario y secreto, sumándose la defensa
de Marasco al aludir que para su asistido Pachelo se dirigía a “visitar a un
familiar” desconociendo el actuar delictivo que posteriormente llevaría a cabo
su acompañante, señalando, a su respecto, que frecuentaba dicho barrio ya
que jugaba al golf en el torneo, agregando la defensa que su ahijado
procesal ignoraba que aquel accedió mediante la utilización de una identidad
falsa. (ver fs. 321/329vta), lo cierto es que el contexto de acción no permitió
avalar los pretextos.

166
Resultó un dato llamativo la marcada insistencia de Marasco para
acceder al club bajo el velo de disputar el torneo de golf -pese al retrasado
horario en que se le habilitaba la participación-, esgrimiendo la falsa excusa
de pretender “llevar a un turista extranjero”.
Resulta, de lo antes repasado, que desde el inicio supo del ingreso
del coimputado Pachelo con una identidad simulada; a quien no sólo
trasladó al lugar del hecho, sino que se encargó -en sincrónica actuación-
sacarlo del club de campo.
Que la alegación en punto a que Marasco habría efectivamente
participado en la actividad deportiva, en modo alguno lo coloca en
incompatibilidad con la intervención participativa que se le asignó en el fallo,
pues aun cuando ello hubiera sido así, lo cierto es que no se retiró sino
hasta la noche, pues resultaba necesario egresar a su socio Pachelo,
cuanto los bienes producto de los robos que llevaba consigo -por cierto, de
considerable volumen teniendo en cuenta las condiciones de los botines y de
inexplicable presencia luego de “la visita familiar” sobre la que se argumentó
en el juicio-.
Observó el a quo, en esta dirección, que a fin de concretar la salida
del lugar con el producto de la campaña delictiva, Marasco logró superar la
valla de la guardia en el sector de la iglesia con la excusa forzada de “ir a
misa”. Ciertamente, también se reparó en el fallo, que no era el ejercicio
religioso lo que convocaba a Pachelo y el conductor de la camioneta hacia
aquel sitio, sino antes bien, las facilidades que allí se generaban para un
propósito indispensable, cargar el vehículo con el producido de los delitos.
Es que si de lo que se trataba era el simple ascenso de Pachelo, ello
podría haberse efectuado en cualquier otro punto del club de campo, pero lo
concreto es que aquel se acordó entre los acusados de mención, en un
punto que facilitaba la tarea de ocultamiento de la res furtiva en el vehículo
para su posterior transporte.
En forma complementaria, en cuanto al vínculo entre ambos, también
observó el tribunal la existencia de una video filmación que mostró a

167
Marasco en compañía de Pachelo para la ocasión en que el primero
concretó el robo en Pingüinos, lo cual vino a reforzar la convicción en torno a
la extensión del conocimiento sobre la estancia de Pachelo en Tortugas
aquella tarde y la intención de colaborar en la factura de las acciones.
Cuanto se viene describiendo en el pronunciamiento, da cuenta de la
personal intervención de Marasco en aspecto centrales de un conjunto de
actos coordinados hacia un fin compartido con Pachelo, que dieron cuenta
del necesario transporte de este último hacia el lugar en donde se iban a
ejecutar los despojos, franqueando el ingreso con un motivo que daba
apariencia de neutralidad al ingreso al predio, durante el cual ya se exponía
la ardidosa simulación de identidad con la cual su acompañante accedía al
sitio.
Resultó evidente, además, su personal intervención en la acordada
salida del sitio en posesión de la res furtiva comandando el vehículo junto
con el confeso ejecutor, todo lo cual entreteje un conjunto de circunstancias
que sitúan e involucran personalmente a Marasco en disposición hacia el
quehacer delictivo de su conocido Pachelo, situación que no es extensible,
sin más, hacia el tercer ocupante del vehículo -el acusado Martínez-.
Tales procederes, ajenos a la factura de quien iba en compañía de
Pachelo y Marasco, exponen una distinta situación personal de Martínez, por
lo que no podría ser de recibo la denunciada afectación al principio de
igualdad ante la ley, si el recurrente no se encarga de explicar y justificar
probatoriamente la identidad de circunstancias que parificarían su posición
frente a los hechos y el autor, siendo sabido por todos que la igualdad
pregonada por la defensa impera frente a iguales calidades, situaciones y
condiciones, no siendo esa la situación configurada en el fallo respecto del
acusado Martínez y el coimputado Marasco.
Sin otros desarrollos tendientes a desdibujar la forma en que llega
determinado por el a quo el contenido objetivo y subjetivo de la presencia de
Martínez junto a los coimputados, no cabe sino razonar conforme a lo
establecido en el pronunciamiento impugnado, siendo aquella disparidad la

168
que dejó filtrar la incertidumbre en torno a su participación responsable en
los hechos que el tribunal resolvió bajo el imperativo legal del principio in
dubio pro reo.
Tampoco podría predicarse que el fallo porta contradicción cuando se
pondera que el encartado Martínez -al menos por vía de duda- pudo haber
concurrido, simplemente, como asistente de Marasco de cara a la práctica
deportiva a llevarse a cabo en el club de campo, pues en los términos que
quedó delineado el aporte material del nombrado a la ejecución del autor
de los desapoderamientos, no resulta incompatible la efectiva intervención
de Marasco en el torneo de golf -con la colaboración de Martínez- mientras
Pachelo desarrollaba su oficio delictivo.
La diferencia de trato para con el acusado Martínez viene sostenida
en la desemejanza de los quehaceres que se pudieron reconstruir respecto
de cada uno de los acusados, los cuales contaron con diverso caudal
probatorio que no allegó certeza sobre el conocimiento del verdadero
propósito que convocaba a Marasco y Pachelo en aquel sitio, ni tampoco
logró exhibir un proceder de Martínez que fuera en procura o auxilio de la
configuración de los hechos.
En definitiva, el propio Martínez explicó que concurrió al lugar invitado
a disputar un torneo de golf por Matías Osvaldo Marasco -de quien fue
empleado- y que dada la distancia en que se encontraba el predio en el que
se disputaba el torneo, fue llevado al lugar por aquel en la camioneta Dodge
Ram, lo cual hicieron en compañía de un tal Nicolás, quien a la postre se
determinara que era el acusado Pachelo (cfr. fs. 308 a 314), quedando como
una pura posibilidad su intervención en la empresa delictiva llevada adelante
aquel día, por lo que sin acopio probatorio contundente, justificó, a su
respecto, una decisión diversa a la del encartado Marasco, sin que tal
proceder luzca infundado o arbitrario.
Por todo lo señalado hasta aquí, corresponde el rechazo del recurso
interpuesto por la defensa particular en favor del acusado Marasco.

169
X. Que pasando al tratamiento del remedio deducido por la defensa
del imputado Pachelo, bien se advierte que la pieza recursiva anticipa como
materia una cuestión que, tal como los propios presentantes lo anuncian, se
vincula en forma determinante respecto de lo que denominan el hecho
“principal”, que no es otro que el individualizado en el fallo como hecho 1,
respecto del cual medió pronunciamiento absolutorio para el encartado
Pachelo.
A partir de ello, no mediando agravio defensista sobre el sentido del
veredicto en tal aspecto, las consideraciones enlistadas sobre diversos
aspectos del trámite de la investigación, el juicio y la actividad persecutoria
-en su vinculación a lo que a aquella porción del objeto procesal refiere-
aparecen desmembradas de un interés recursivo que habilite a este ensayo
revisor avanzar en consideraciones sobre tales cuestiones, en tanto esta
instancia de enmienda transita, en su medida, sobre los perjuicios que mutan
a las quejas en verdaderos agravios.
Ello sin perjuicio de atender a los contenidos de las puntualizaciones
simplemente como extremos contextuales que pudieren conllevar provecho
en torno a los concretos agravios denunciados en el escrito de interposición.
Dicho esto, la primera cuestión que viene señalada de nulidad por
afectación del derecho de defensa consiste en que los hechos identificados
como Nº 2 y Nº 3 acaecidos en el “Country ‘El Carmencito” el día 13 de abril
de 2017 en perjuicio de César Martucci y Sergio Cerullo, habrían resultado
ampliados durante la acusación, una vez cerrado ya el período probatorio,
en infracción al artículo 359 del ceremonial, mutando lo que había sido
elevado a juicio como robos simples, a la variable agravada por “fractura“, lo
que expondría un vicio en el procedimiento vedado por el código adjetivo y
que importa la violación al principio de correlación.
Al respecto, según lo entiendo, el principio de congruencia, garantía
derivada del derecho de defensa para cuya protección rige, opera como un
intento de impedir, bajo apercibimiento general de invalidez, que la amenaza
de condena o la condena puedan ser, abarcativas de un suceso diverso por

170
extensión, a aquel que constituyó la imputación que fue el presupuesto
(nunca más apropiado que aquí la utilización de este vocablo) de la puesta
en marcha de la persecución estatal con pretensión punitiva, todo lo cual no
es sino una mera descripción funcional del mecanismo que evidencia una
arista más del esencial derecho de defensa mencionado al que se pretende
asegurar resguardando su potencial ejercicio, oportuno y permanente,
respecto de la integridad (totalidad) del acontecimiento histórico que,
configurando, entitativamente la atribución, debe entonces ser afirmado con
un contenido fáctico delimitado e inmutable, entendiendo tal inmutabilidad
como la condición de permanecer inalterado en su “mismidad” a lo largo de
las sucesivas muestras que se le van formulando a las partes (en sentido
amplio) con roles enfrentados en el proceso.
De esta inteligencia esencial y funcional del tema, de la que, en
realidad, provienen las regulaciones procesales que encarrilan el concepto
del principio comentado, podrán ser escudriñados los alcances de las
normas que directamente lo rigen, o de aquellas de las que indirectamente
se pretenden asociar con mayor o menor adecuación.
Campea, en este análisis, la idea de la sorpresa con la que no puede
afectarse al ejercicio de la defensa.
Pero, esta sorpresa que, en el terreno de los hechos, podría aparecer
como el producto de un proceder engañoso o traidor, axiológicamente
impensable como constitutivo de un obrar estatal de derecho, debe, claro
está, ser anatematizada y considerada causa de la invalidez con la que
cabrá fulminar el acto jurídico que la entraña o la implica.
Y ello es así puesto que, en el ámbito de los hechos, el proceso es
herramienta de averiguación histórica; y de los protagonistas del proceso,
hombres al fin, no podrá darse por sentada una capacidad adivinatoria que
por naturaleza no poseen.
Pero, en cambio, en el campo de las decisiones que recaen sobre lo
jurídico (refiero verbigracia al encuadre legal o al monto de la pena), no
funcionan idénticamente los mecanismos que la teoría del conocimiento (en

171
cualquiera de sus concepciones) expone para la captación humana de las
realidades. Hay en este campo verdades formales, consensos
preestablecidos que en lo que nos atañe, tienen —ni más ni menos-
jerarquía de ley.
Existen en esta área determinaciones ya fijadas por leyes previas y
conocidas que angostan mucho el margen de posibilidades de aparición de
la sorpresa. Entonces, aquello que dentro de ese estrecho espacio fuere
motejado de sorpresivo, aunque acaso materialmente pudiere serlo en
alguna medida, igualmente no estará, en lo formal, vedado de validez bajo la
protección de una idea inadecuadamente extendida de la congruencia
exigible.
Y, vaya paradoja, mientras que por un lado, a partir de los sucesos
históricos materiales, objeto de nuestro esfuerzo cognoscitivo de raciocinio,
logramos en definitiva una reconstrucción de conductas y resultados
concretos, en cuyo proceso de fijación aparecen más concebibles la
discusión y la incertidumbre, por otro lado, en cambio, en principio, no
mensuramos como discutibles a las aceptadas categorizaciones
“apriorísticas” que las normas dejan formalmente establecidas a modo de
consenso, en general indisputable (nótese que, salvo excepcionalmente,
nadie cuestiona en el proceso las escalas fijadas por la ley en abstracto, ni
tampoco la puntualización de que una conducta legalmente descripta como
tal, es delito). Alguien podría apuntar que esta curiosidad, más que
paradojal, configura una simple demostración de la obviedad con que se
presenta la nota de arbitrariedad (en el sentido de consensuadas) que tienen
algunas disposiciones jurídicas en las que la verdad intrínseca de su
mandato no viene de la naturaleza, ni del experimento, sino del ficto pacto
de mediato grado que emerge de tener por consensuada la vida institucional
y, en orden a ella, las derivaciones que le son propias.
Esta pequeña digresión es útil para mostrar la gran diferencia que en
naturaleza tienen los dos tipos de sorpresa con los que la tarea defensista
puede llegar a enfrentarse.

172
Por un lado, el corrimiento del objeto procesal desde el punto de vista
fáctico frente al cual constituiría un gravísimo despropósito exigir a la
defensa la previsión, casi adivinatoria, como ya dije, de las infinitas variables
con las que, sin aviso, podría encontrarse, irremediablemente sorprendida
quedando así sometida a posibles caprichos de los representantes del
estado que llevan o deciden sobre la acción (concepto procesal) penal.
Por otro lado, muy distinto, sin corrimiento del objeto fáctico procesal,
las decisiones jurídicas que el ritual exige tomar y que no tienen la amplitud
propia de los hechos, sino el acotado margen que le fijan las leyes, previas,
conocidas, o cuando menos, cuyo conocimiento si es exigible, -diría- hasta
legalmente exigible, sin que haga demasiada falta recordar la antipática
norma del art. 20 del Cód. Civil.
En el inconmensurable campo de los hechos, está en crisis (o sea, a
espera de resolución) solamente aquello que es conocido y sobre lo cual,
por ende, quedó garantizada la posibilidad de discusión. En este terreno, las
alternativas histórico-fácticas son infinitas y entonces, aquellas que no se
hicieron conocer, no pudieron ser formalmente objeto de disputa.
En el campo del derecho, si mal no se mira, también está en crisis (o
sea, a espera de pronunciamiento) aquello que es conocido. Sólo que en
este otro terreno, las alternativas (en este caso jurídicas) no son infinitas,
sino que están legalmente preestablecidas y su conocimiento es exigible a
todos, puesto que el anoticiamiento universal de la ley (en esta ocasión la
penal) está supuesto en el orden jurídico como presunción de derecho, con
lo cual, dichas alternativas jurídicas —materialmente cognoscibles y
formalmente conocidas desde siempre- pudieron ser, en lo formal, objeto de
disputa.
Como puede verse, la modalidad operativa del principio no varía. No
hay sorpresa, no hay deterioro de la posibilidad del ejercicio del derecho de
defensa.
Es por ello que no media lesión al principio de congruencia ni
desborde jurisdiccional si, sobre los mismos hechos que fueron objeto del

173
proceso, el tribunal asume las obligaciones de darle subsunción jurídica y
fijar la consecuencia jurídica que corresponde según la ley.
Establecidas estas dos dimensiones, advierto que el recurso discurre
sobre la modificación de la calificación, en rigor, sobre una de las variables
agravatorias de la figura de robo -la efracción-, la cual no había sido
convocada en la titulación jurídica de los hechos número 2 y 3 por los que,
cerrando la etapa preparatoria, se había requerido la elevación a juicio, ni
tampoco, en la aún más preliminar subsunción de aquellos al momento de
convocar al acusado a exponer en los términos del artículo 308 del
ceremonial.
Dicha mutación, per se, según lo vengo explicando, no puede exponer
afectación al mentado principio, ni inaplicación de disposiciones rituales de
pretensa operatividad -verbigratia, art. 359 CPP-, pues aun por fuera de las
provisionales calificaciones que encapsularon los sucesos durante el
desarrollo del proceso, el tribunal está obligado a dar nombre legal exacto a
los hechos delictivos, en tanto y en cuanto, la envoltura jurídica abarque a un
suceso histórico oportunamente anoticiado.
Precisamente, el artículo 359 del rito viene a permitir un
reacomodamiento -de sentido ampliatorio- sobre el hecho imputado por el
acusador, habilitando a su través extender la acusación hacia hechos que
integren el delito continuado atribuido o circunstancias agravantes de
calificación no contenidas en el requerimiento fiscal o en el auto de
elevación, pero vinculadas al delito que las motiva y que fluyeron durante el
desarrollo del juicio.
El nuevo contenido del hecho aditado por novedosas circunstancias
de tenor agravatorio, o incluso, el recién llegado conocimiento sobre hechos
que integran el delito continuado, deberá ser explicado al imputado,
permitiendo -para que el reacomodamiento resulte parejo- que la defensa
solicite la suspensión del debate a fin de producir prueba y preparar su
oposición. Ello viene colmando a la cuestión de un contenido esencialmente
fáctico -requerido de anuncio conocedor y oportunidad probatoria-, mas no

174
se vincula con los títulos jurídicos que, en definitiva, darán nombre penal a
los hechos El derecho no se prueba, cuanto procede es su alegación.
Por ello, el acusador no estaba obligado a recurrir a dicho expediente
–doctrina del art. 359 del ritual- sí, sobre la base de iguales sucesos,
entendía que la conducta del acusado encuadraba en una forma calificada
del robo, ni tampoco el tribunal de juicio tenía impedimento alguno fundado
en regla procesal, y menos por imperio del principio de congruencia, para
dar definición legal a los hechos discutidos que tuvo por acreditados,
cualquiera fueran las postulaciones que, en tal aspecto, hubieran formulado
las partes.
La exposición del agravio se encamina por un infecundo sendero al
pretender señalar el compromiso al principio que se dice vulnerado en base
a una insuficiente confrontación de las calificaciones que, sucesivamente a
lo largo del proceso, se evaluaron de aplicación a los hechos identificados
como 2 y 3. El recurso carece de puntualizaciones sobre cuál habría sido la
acción que novedosamente se puso en manos del acusado y respecto de la
cual se privó de oportuno saber y ocasión de prueba. En estas condiciones,
se encuentra sellada la suerte adversa del agravio.
Agrego, que los sencillos sucesos desarrollados en el barrio “El
Carmencito”, los que dan cuenta del ingreso del acusado Pachelo a las
moradas con el fin de apoderarse de bienes ajenos –y la forma en que logró
entrar a las casas mediante el ejercicio de fuera sobre una puerta trasera y
una ventana corrediza- apareció desde siempre descripto en su factura total
con sostén en evidencias colectadas desde el inicio de la investigación, las
que arribaron al juicio oral para erigirse en prueba de hechos y
circunstancias que nutrieron a la reconstrucción histórica de lo que se
constituyó –junto a otros procederes- como objeto del debate oral.
Sobre tales hechos, cuya reconstrucción histórica pasó por el juicio
que, frente al tribunal, actuaron las partes, y de tal guisa fueron consagrados
en el fallo como hechos probados y ciertamente ocurridos, bien pueden ser
entonces empleados para fundar el descanso de las disposiciones legales

175
en donde aquellos encajan, más allá de las calificaciones provisorias -y las
distintas configuraciones que ellas entrañan- puesto que nada de eso tiene
virtualidad para erradicar dichos elementos de la materia objeto del juicio la
cual integraron hasta el grado máximo de ser consagrados como datos o
sucesos probados y que, como tales, a estos fines, complementan la
recreación de la existencia exteriorizada del acontecimiento que,
constituyendo ilícito penal, el sentenciante tiene el deber de calificar con
acierto y retribuir.
Agrego, terminando, que si tal como lo expone el recurrente, el
acusador público propició en su alegación en torno a los robos cometidos en
el country “El Carmencito” que estos resultaban agravados por la hipótesis
legal de efracción, ni siquiera podría verse en la calificación seleccionada por
el tribunal para tales ilícitos -plenamente coincidente con el pedimento fiscal-
desborde jurisdiccional alguno en desmedro del “sistema acusatorio”, según
se alega, lo cual muestra lo inoficioso del planteo que se intenta desde ese
norte. Ello me exime de extenderme en explicaciones sobre cuáles resultan
los únicos límites legales que constriñen al juzgador al momento de
establecer si una conducta es contraria a la ley penal y sentenciar su
procedente subsunción, entre los que no se cuenta, por lo menos en la
forma de enjuiciamiento que tuvo lugar en este caso, la respectiva petición
fiscal.
En función de lo dicho, la queja no progresa.
Que también cuestionó la defensa la aplicación de la ley de fondo,
destacando que, en el estricto marco del debate, la acusación no demostró,
más allá de la exhibición de barretas, efracción alguna en los accesos de las
viviendas asaltadas correspondientes a los damnificados César Martucci,
Sergio Cerullo (Hechos 2 y 3); Claudio Ragalli (Hecho 6) y Christian Guerrién
(Hecho 9), a la vez que, con mucha mayor extensión argumental, centró las
críticas sobre el contenido exacto de la noción de fractura, como hipótesis
agravatoria de la figura básica de robo.

176
En el desarrollo del agravio, agregó el recurrente, que no ha mediado
comprobación fáctica de fracturas, quiebres o perforaciones con relevancia
agravatoria de la calificación que corresponde a los desapoderamientos
sufridos por los mencionados damnificados, en tanto no existen pericias,
dictamen de experto o inspección ocular que den asidero a la efracción.
Desde este aspecto, esto es, la forma en que se han establecido los
hechos, adelanto, la queja resulta insuficiente pues se desentiende sin
exponer otras razones que las señaladas, del material probatorio sobre el
que razonó el tribunal para fijar la exacta modalidad a través de la cual se
logró franquear el acceso a las viviendas asaltadas.
Que deberá recordarse que el tribunal tuvo por cierto como hecho N°
2 (causa N° 5794 IPP 13-01-002750-17/00: “Que el día 13 de abril de 2017,
en el horario comprendido entre las 16:00 hs. y las 23:30 hs. en el interior de
la vivienda sita en el Barrio cerrado “El Carmencito” en calle 131 A Nº 6454
entre 61 y 64 de Juan María Gutierrez ejerciendo violencia sobre la puerta
trasera de la vivienda haberse apoderado ilegítimamente de cartera marca
Michael Kors color negra, una cartera marca Jackie Smith dorada, una
cartera marca Jackie Smith color negra, un reloj de mujer marca Swatch del
Club de Fútbol Boca Juniors, bijouterie marca Swarovski, una notebook
marca Lenovo color negra táctil de aproximadamente 14 pulgadas, una caja
fuerte de aproximadamente 40 cm de ancho color gris topo, la suma
aproximada de entre 6000 y 7000 dólares estadounidenses en billetes de
100, dinero Japonés Yen, pesos Mexicanos, dinero cubano de color rojo con
la figura del Che Guevara, reales, comprobantes de plazos fijos vencidos,
instrucciones de la caja fuerte, cuatro protocolos para el encuentro
futbolísticos del Club Atlético Boca Juniors Vs. Patronato a disputarse el día
16 de abril del año 2017 en el estadio Boca Juniors con ubicación palco
campo de juego presidencial, tres protocolos de sector medio clase D, un
reloj de hombre con fondo claro de vestir marca Tagheuer, dos relojes de
hombre marca Victorinox con malla de acero inoxidable con fondo negro y
agujas verde fluo, un reloj de mujer marca Baume et Mercier con malla de

177
aluminio color dorado y plateado, un reloj de Barcelona oficial con insignias
del club de Fútbol Barcelona de acero con agujas, un reloj de hombre con
grabado de un escudo del club de fútbol Boca Juniors con su parte delantera
con fondo color blanco con sus bordes de color azul con el escudo del Club
de Fútbol Boca Juniors y agujas, un reloj de hombre marca Rolex no original,
un reloj de hombre marca Omega de metal color plateado antiguo, piezas
dentales engarzadas en oro, una cucarda de oro de aproximadamente 1 cm
de Diputado Nacional, un reloj de hombre marca CP5 con malla de color azul
del Club Atlético Boca Juniors, un reloj de hombre marca CP5 con malla
color amarillo del Club Atlético Boca Juniors, un perfume marca Armani, un
perfume marca MassimoDutti, un perfume marca Givenchi, un collar de
perlas majoricas color blancas, un roloj de color blanco marca Armani, un
brazalete de metal en color dorado con piedras color turquesa, tres pulseras
de color dorado del tipo eslabones, una pulsera de canutillos en color negro,
una pulsera con canutillos en color lila con un dije, dos pulseras elastizadas
de strass, una pulsera de metal con piedras negras y dije de pez, una
pulsera de plata con detalles en color negro, una pulsera con 12 vueltas en
canutillos color negro, una cadena con dije facetado transparente, un reloj
Michael Kors, un anillo con strass color negro un anillo con dijes color
natural, un anillo con piedras en color rojos y un anillo color celeste con
broche de oro, propiedad de Martucci Cesar y su esposa en circunstancias
en que ingresó a la vivienda previo violentar la puerta trasera es que se
apoderó de los elementos de mención".
De igual forma, en cuanto hecho N° 3 (causa N° 5794 IPP
13-01-002750-17/00) se estableció: “Que entre las 17:30 hs. del día 13 de
abril de 2017 y las 01:00 hs. del día 14 de abril de 2017, en el interior del
domicilio sito en el Barrio cerrado “El Carmencito”, sito en calle 64 N° 3115
de Juan María Gutierrez tras violentar la puerta corrediza de la vivienda
haberse apoderado ilegítimamente de la suma de $15.000 y una notebook,
propiedad de Cerullo Sergio Pablo, en circunstancias en que ingresó a la

178
vivienda previo violentar la puerta para luego sustraer los elementos
mencionados”.
Desde luego que tales descripciones compendian una materia -en
expresión sintética pero suficiente- de lo que resultó ampliamente discutido
en el juicio en torno a los desapoderamientos –y la forma en que se
concretaron- soportados por los damnificados Martucci y Cerullo.
En efecto, César Martucci, narró el asalto de su casa durante la
Semana Santa del año 2017, en el barrio "El Carmencito", llevado adelante
por alguien que, tras forcejear una de las puertas de ingreso, sustrajo joyas,
relojes y otras pertenencias.
A los que a estos fines viene pertinente, expuso que en la cama de la
habitación matrimonial apareció abandonado una barreta dentro de un bolso
raquetero. De su parte, Liliana Urban, esposa de Martucci, testimonió que "la
puerta estaba forzada, tenía la marca de la barreta, saltaron los encastres".
En cuanto al denominado hecho 3, Sergio Pablo Cerullo, fue claro en
aseverar faltantes verificadas en su domicilio, coincidiendo sus recuerdos
-en su mayoría- con la enumeración de cosas formulada en los lineamientos
de la acusación, precisando en cuanto a la forma en que vulneraron el
ingreso a la casa, que la regresar el nombrado a su casa, pasada la
medianoche, encontró que la puerta había sido violentada, y en su interior
estada todo revuelto.
Al serle exhibida la filmación registrada el día del hecho, reconoció a
la casa que se observa en las imágenes como de su propiedad, a la vez que
señaló la puerta que, precisamente, está siendo violentada por el sujeto
activo. Incluso, detalló, describió que posee pasadores con pernos, y resultó
dañada en el vidrio, produciendo la rotura del marco y de la cerradura.
En armónico sentido, el testimonio de Maximiliano Martínez,
funcionario policial que efectuó una inspección del lugar del hecho, ratificó
que las sustracciones en ambas viviendas se cometieron con fuerza ejercida
mediante palanca con objeto contundente, y afirmó que el bolso que se
secuestró en la casa de Cesar Martucci, es el que se observa en la filmación

179
tomadas por las cámaras de seguridad de la vivienda de Sergio Cerullo en
poder del sujeto masculino que irrumpió en su propiedad.
Que la propia vista del tribunal sobre aquellos registros de video les
permitió verificar la conducta de un hombre que portaba un bolso para
raquetas de tenis, quien luego de varios minutos logró la apertura de la
puerta doble hoja, entre las 18.46 y 19.30 horas de conformidad con los
fotogramas agregados en sobre cerrado a fs. 549.
Que, por otro lado, el informe obrante a fs. 429 confeccionado por el
Subteniente Maximiliano Martínez, expone las conclusiones en cuanto a la
modalidad de ingreso a las fincas violentadas, cuyas fotografías se
agregaron a fs. 430/vta. (Cerrullo) y 431/vta. (Martucci) dando cuenta las
roturas sobre las defensas predispuestas.
Como puede advertirse, son múltiples y concordantes los elementos
de prueba sopesados en el fallo que llegan confirmando la exactitud y
veracidad sobre la fuerza que debió imprimirse para quebrar los específicos
sistemas de cierre con el que contaban las viviendas, de los que resultaron
pernos saltados, marcos rotos y cerradura destruida, medios de acreditación
que, junto con las actas de procedimiento, de inspección ocular,
incorporadas con la anuencia de la defensa, resultan materiales de
comprobación sobre los que pasa de largo la defensa para afirmar,
dogmáticamente, una orfandad probatoria que no es tal.
Así entonces, sin crítica sobre el valor suasorio de todos estos
elementos de prueba sobre los que razonó el tribunal, no cabe sino estar a lo
que de ellos dimana, lo cuales, insertos en una dinámica procesal que
establece la libertad de medios de acreditación y su examinación sin
ataduras a cuantificaciones prefijadas por la ley, resultan aptos para
sostener, la rotura de los mecanismos de aseguramiento y cierre de las
puertas de ingreso a las viviendas de las víctimas.
En cuanto al denominado hecho 6, el tribunal estableció como
legalmente demostrado que "El día 9 de diciembre de 2017 Nicolás Roberto
Pachelo ingresó al Club de Campo Abril a las 17:20 hs. identificándose con

180
el nombre de Nicolás Giménez Zapiola a bordo de un vehículo marca Audi
dominio MOF508, donde momentos más tarde y con la connivencia dolosa
con al menos un sujeto más ingresaron tras violentar una puerta lateral al
domicilio de Claudio Ragallo, ubicado en el lote 21 del barrio Casuarinas,
donde se dirigieron a la habitación principal ubicada en la planta alta,
desapoderando ilegítimamente a sus propietarios de una caja de reloj Rólex
con su garantía y manual, dos cajas metálicas de rolog Calvin Klein, una
caja Swarowski color azul, un reloj marca Gucci color dorado en su caja con
quince cuadrantes de colores intercambiables, un dije símil Swarowski con
forma de corazón, un conjunto de aros y colgante marca Swarowski con dije
de piedra color lila, una cadena con colgante en forma de serpiente marca
Swarowski, una cadena con cruz Swarowski, un conjunto de aros y colgante
con piedra roja, un anillo marca Swatch, un anillo con piedra fascetada color
natural, un anillo de plata rodinada, un reloj de acero Movado de hombre, un
reloj de acero Movado de mujer, un juego de relojes dorados con malla de
cuero marca Movado, un reloj marca Guess de metal, un reloj marca Calvin
Klein de metal tipo brazalete, un reloj Tommy Hilfiger con malla de cuero
roja, un reloj Tommy Hilfiguer con malla de acero y números romanos, un
reloj Calvin Klein en forma de serpiente de metal, un reloj marca Tag con
malla de acero, un reloj marca Armani con malla de cuero croco color negra,
un reloj marca Longines de acero y cuero con iniciales MAF en la traba, una
cadena de oro con una medalla redonda con un diamante con las iniciales
MVB y en el reverso grabada una fecha, un anillo de oro con una esmeralda,
un anillo de oro con cinco o seis rubies en línea, un anillo de oro con cinco o
seis zafiros en línea, un reloj con cuadrante de oro, un par aros de oro con
perla de oro y un par de aros de oro con perla blanca, una cruz de oro, un
par de gemelos de oro con las iniciales CCR, un par de gemelos marca
MontBlanc, un reloj Seiko antiguo, un reloj Longines con cuadrante de oro y
malla verde, una cruz de oro con las iniciales CCR y la fecha 14/6/96, un
traba corbata de oro con las inciales ER y una caja de seguridad de treinta
centímetros cuadrados aproximadamente, color clarita con teclado al frente y

181
perilla para la apertura, dándose a la fuga del lugar, retirándose en el
vehículo que ingresara del Club de Campo a las 21:57 hs. Posteriormente
varios de los elementos señalados fueron secuestrados en el domicilio
donde habitaba Nicolás Roberto Pachelo".
En dicha dirección evaluaron, entre lo que resulta más próximo para
afamar la forma de ingreso a la casa, que a fs. 7 a 9vta. del legajo fiscal,
obra un Informe de robo en Casuarinas 21, e intento de robo en Robles 55,
elaborado por el Gerente de Seguridad Esteban Silnik, en donde se dejó
constancia que los Sres. Javier Mariotto -sub gerente de seguridad- y
Marcelo Arrieta -encargado de acceso-, se dirigieron "…al lote C-21,
haciéndose presentes a las 22:27 hs. Al arribar al lugar los mismos se
entrevistan con Facundo Ragalli, Claudio Ragalli y Marisa Borean
(propietarios del lote) quienes mencionaron que detectaron la intrusión a la
propiedad luego de regresar de una breve salida desde las 18 hs hasta las
22 hs. Aproximadamente. En el lugar se encontraba forzada una puerta
lateral izquierda."
Asimismo, a fs. 267 a 268 obra la denuncia del siniestro ocurrido en
Casuarinas 21 a la compañía Federación Patronal Seguros S.A.,
consignándose que "…al ingresar a la misma notaron que la misma había
sido violentada. Tenía la ventana del living que da al fondo forzada, la puerta
de la cocina que de al costado de la casa también forzada (ver fotos)…" y
que "…también robaron una computadora macbook-pro que estaba en la
habitación…".
Respecto del mentado hecho 9, el a quo afirmó que en fecha 29 de
marzo de 2018, Nicolás Roberto Pachelo, en connivencia dolosa con al
menos Matías Osvaldo Marasco, luego de acceder al Country Tortugas a
las 14.30 horas aproximadamente, sito en Hipólito Irigoyen y Colectora 12 de
Octubre de la localidad de Manuel Alberti, partido de Pilar, a bordo de la
camioneta marca Dodge modelo Ram dominio OPA-823 conducida por
Marasco, Pachelo ingresó al domicilio de Christian Guerrien, situado en la
unidad funcional N° 70, previo ejercer fuerza sobre una puerta lateral de la

182
finca que le permitió su ingreso, y luego sobre la puerta de la habitación
principal, sustrajo una chomba y una cruz sin inscripción.
Explicaron los jueces que Christian Guerrien, quien estaba en la
ciudad mendocina de San Rafael, le prestó su propiedad a una amiga Sol
Bunge para que pase la Semana Santa del 2018. La mujer llegó el viernes
30 de marzo de 2018, y encontró una puerta de ingreso barreteada, todo
revuelto y la puerta de la habitación principal violentada, poniendo de
inmediato en conocimiento al propietario, quien regresó a Buenos Aires para
radicar la denuncia, aclarando la víctima el día exacto en que se descubrió la
sustracción, ello, como se señaló, a instancia del arribo de la persona de su
amistad a la casa.
Tales manifestaciones concuerdan con las evidencias físicas
obtenidas por los peritos que se constituyeron en los escenarios de los
hechos, obrando en este sentido las actas LEAF labradas respecto de la
labor realizada en la vivienda del damnificado, complementada con las
placas fotográficas tomadas por los funcionarios intervinientes, elementos
que comprueban, entre otros aspectos de interés, el modo en que el
acusado Pachelo logró acceder a los sitios de los cuales se llevó cosas
pertenecientes a la víctima. Concretamente, enseñan, entre otros extremos
fácticos, los daños realizados en el domicilio con el fin de cometer los ilícitos
imputados, tanto para el ingreso a la propiedad como para poder acceder a
los lugares donde se encontraban los elementos que fueron sustraídos.
(196/199).
También conforman el cuadro probatorio aludido las declaraciones
testimoniales de los dependientes del Country (Roberto Aranda, Pedro
Osores y Walter Lodetti) y del efectivo policial interviniente (Pablo
Machicote); quienes dieron cuenta de los hechos.
Como viene explicado en el fallo, sin argumentación en contrario de la
defensa que intente desvirtuar lo que de la prueba se extrajo, el acceso a las
viviendas se perfeccionó mediante la asunción de una conducta positiva que
demandó del autor la aplicación de una fuerza de tal entidad que logró

183
romper los dispositivos de seguridad de las aberturas perimetrales de las
viviendas que resguardaban las moradas del acceso de extraños,
mecanismos que fueron “barreteados” hasta lograr vencer cerrojos; acción
incardinada como el medio indispensable para que, una vez en el interior de
las casas, procurar objetos de valor de los cuales apropiarse y marcharse.
Tales determinaciones se encuentran establecidas como razonable
derivación de lo que la prueba mostraba, y enunciadas en la materia ilícita
que el tribunal tuvo por cierta. Quizá convenga remarcar sobre la forma en
que la “efracción” resultó aludida en aquella -en forma deficiente para el
recurrente-, que si al momento de establecerse la existencia material de los
hechos se sustituyera enteramente la acreditación de estos por conceptos
jurídicos, ello sería constitutivo del vicio de predeterminación al importar
aquel reemplazo una indebida identidad terminológica con la formulación
legal que dejaría oculto tras ella el concreto acontecer objeto de
juzgamiento.
Es sabido que las disposiciones legales en materia penal, tanto
formales como materiales, establecen los límites pertinentes del conflicto
social que subyace en “el caso penal” destacando aquella porción que
resulta relevante a la consideración jurídico-penal, y desdeñando todo
aquello que carezca de interés. En esa dirección, el derecho sustantivo, a
través de sus definiciones -generales y abstractas- de comportamientos
prohibidos u ordenados, resalta una serie de elementos determinados del
obrar humano que, así delimitado, se constituirá en el objeto del
procedimiento penal en concreto.
Precisamente serán esos comportamientos acaecidos en el mundo
exterior los que aporten la materia sobre la que reposará la imputación y
eventual condena penal en orden a un delito determinado. Lo relevante a tal
fin, radica en la conducta del hombre –realizada u omitida- y no en los giros
lingüísticos con que aquella se describe. La queja, en este sentido, se
desentiende de la interpretación integral del fallo que como pieza única
reclama, para detenerse sin razón valedera en una parcial observación de la

184
decisión judicial, siendo que de la lectura del pronunciamiento impugnado
emerge sin reclamo el concreto acontecer en el que el acusado Pachelo
intervino activamente y, específicamente, la forma en que logró quebrantar
las defensas con las que las viviendas asaltadas estaban resguardadas.
Alcanza con que la descripción fáctica presente flexibilidad descriptiva
respecto de los rasgos constitutivos de la acción de que se trate, fundada en
la prueba legítimamente incorporada al proceso, para asegurar con ello la
presencia de enunciados de carácter asertivo, que son los idóneos para
referirse a datos de los que podría predicarse verdad o falsedad, a partir de
los cuales, posteriormente, podrá razonarse sobre la pertinencia de la
subsunción de aquélla en un supuesto típico de la ley penal.
Es mi opinión que la valoración jurídica no ha desplazado a la
descripción, siendo suficiente señalar –al menos para dar respuesta a la
defensa desde esta óptica- que las pruebas antes mencionadas aludieron
concretamente a las circunstancias de tiempo, modo y lugar que dieron
marco a la acción sustractiva, quehacer realizativo sobre el que reposó la
subsunción legal del artículo 167, inc. 2, del CP, y sobre el que la defensa
tuvo efectivo conocimiento a fin de controvertir que ello no daba satisfacción
a los requerimientos de la infracción.
Sentado ello, y pasando a la significación jurídica de tales acciones,
es mi parecer que la aplicación de la ley penal constituye un proceso de
concreción que, en gran medida, importa trasladar la valoración genérica
expresada en la norma general a un hecho concreto y determinado. En tal
faena, el tribunal sentenciante se encargó de explicar en el fallo las razones
por las cuales desestimó la pretensión de subsumir los hechos a los que
vengo haciendo referencia en la figura básica de robo.
La sentencia muestra que el juez efectuó una determinación del
contenido de la norma que entendía aplicable –el delito de robo agravado
por efracción- expresando uno de los sentidos plausibles de la norma,
fijando los requerimientos de la infracción, con cita de jurisprudencia, para
luego conectarlos con las circunstancias del hecho que tuvo por probado,

185
concluyendo que la conducta asumida por Pachelo está comprendida en el
texto de dicha disposición, desestimando así la subsunción postulada por la
ahora recurrente.
Comparto la calificación atribuida al hecho, toda vez que la figura legal
contemplada en el art. 167 inc. 3º del CP no requiere un especial grado de
fuerza más que el necesario para vulnerar la defensa preconstituida que
cierre o delimite el ambiente, tal como lo son las puertas de accesos y las
puertas ventanas de las viviendas asaltadas. Interpretar lo contrario
significaría agregarle al tipo un elemento que no contiene.
Con adecuada razón se estableció que para que proceda la agravante
resulta indiferente la cantidad de fuerza ejercida para vencer la defensa
establecida por el sujeto pasivo con destino a proteger su propiedad e
intimidad. (Código Penal de la Nación, comentado y anotado. Andrés José
D’Alessio. 2ª Ed. La Ley, tomo II, pág. 629).
Incluso, ha dicho nuestro máximo Tribunal provincial que la calificante
del robo por fractura del art. 167 inc. 3º del CP no se vincula necesariamente
con el grado de violencia empleada, sea o no la ordinaria constitutiva del art.
164 del C.P., sino que la acción resulta mentada por la circunstancia
agravante en tanto, mediante ésta, el legislador ha venido a expresar ciertas
condiciones objetivas en las que aquella violencia se refleja, en el caso, para
vulnerar la protección propia de la morada que fuera objeto de la acción
típica (S.C.B.A., P.57.410, sent. del 30-IV-1996).
Por otro lado, resuelta incuestionado que la vulneración de las
defensas predispuestas mediante la aplicación de fuerza resultó de un "lugar
habitado o sus dependencias inmediatas", refiriéndose no sólo a las
comprendidas en el ambiente interior de la casa o morada, sino que alcanza
a aquellas dependencias que están contiguas o muy cercanas al lugar
habitado, integrándose a satisfacer las comodidades y esparcimientos de la
vida doméstica. La ley protege un espacio ubicado como accesorio, pero
dentro del recinto de intimidad, siempre que se verifique aquella cercanía y
funcionalidad.

186
Es por ello que la calificación del robo en la forma agravada por
efracción efectuada por el a quo no debe modificarse, puesto que los hechos
a los que apunta el recurrente reúnen todos los elementos esenciales del
tipo penal en cuestión, lo que lleva al decaimiento del agravio.
Que también llega criticando la defensa la determinación del
denominado Hecho 9, aduciendo la ausencia de acreditación de la
preexistencia de los objetos que se reputaron sustraídos, lo que llevaría a
que el delito habría quedado en grado de tentativa al no haberse completado
el denominado “iter criminis” (arts. 43, 55 y 164 del Código Penal).
Que de adverso a lo postulado, el tribunal, al referirse a la
exteriorización material del suceso, tuvo como sustraído del interior de la
vivienda propiedad de Christian Guerrien -a la cual ingresó el acusado
Pachelo previo ejercer fuerza sobre una puerta lateral de la finca, lo que le
permitió su ingreso, y luego, sobre la puerta de la habitación principal- una
chomba y una cruz sin inscripción.
Tales determinaciones fácticas emergen de los propios dichos del
damnificado, quien, entre otras circunstancias, expuso lo atinente a la
desaparición de aquellos bienes, lo cual no le quita mérito a la existencia del
desapoderamiento de los referidos objetos. En efecto, el nombrado
Guerrien -al regresar a su casa anoticiado por una persona de su amistad
del robo- constató el faltante de los elementos en cuestión los cuales tenía
en su domicilio.
Dichos extremos surgieron palmarios de la declaración prestada por la
víctima quien fue clara al sostener que le fueron sustraído tales elementos,
sin cavilar en la desaparición de aquellos en forma anterior al suceso en
juzgamiento. Así las cosas, no puedo más que compartir la decisión del a
quo de tener al robo como consumado (conf. arts. 210, 373 y ccdtes.,
C.P.P.).
Ello así pues, en el marco de las disposiciones que rigen la
producción y apreciación de la prueba, los jueces se expresaron con
corrección legal al tener por comprobado el faltante de aquellos objetos con

187
la declaración la victima antes aludida, la cual fue favorablemente evaluada.
La sola invocación de los dichos injurados del acusado, en punto a negar
haberse apropiado de alguna cosa en aquella oportunidad, no alcanza a
desvirtuar el mérito acordado en el fallo a las manifestaciones de la víctima,
sostén probatorio suficiente para afamar la existencia de tales cosas y su
desaparición concomitante con el comprobado ingreso de extraños a su
casa.
Entonces, el intento de la defensa por atacar la calificación del hecho
en términos de su consumación no resultó fructuosa y, en consecuencia, es
improcedente su pretensión de enmarcar el suceso en los términos del art.
42 del CP.
Que también objetó la parte recurrente, respecto de este mismo
suceso delictivo, que dada “… la irrelevancia económica de los dos efectos
señalados por el Sr. Guerrién…”, subsidiariamente se aplique del principio
de insignificancia, como criterio de oportunidad a los que alude el art. 59, inc.
5, CP como modo de extinción de la acción penal, y art. 56 bis, inc. 1º, del
ritual. Argumentó, en esta parcela, que parece evidente la violación al
principio constitucional de lesividad, previsto en el art. 19 de la constitución
Nacional, cuando no existe afectación al bien jurídico protegido, en este
caso, el derecho de propiedad, verificándose en el caso bajo examen la
ausencia de disvalor de resultado, por lo que no se configura la
antijuridicidad material que exige la configuración del injusto.
Al respecto deberé puntualizar que la afectación al bien jurídico
verificada en el caso -la cual es ciertamente relevante-, no se relaciona
exclusivamente con el valor económico de lo despojado, sino también con
las concretas características de la conducta desplegada para lograr su
desapoderamiento.
Cabe en este punto recordar que esta Sala ya tiene dicho que el
grado de ofensividad de una determinada conducta puede establecerse en
función de varios tópicos, como ser: la importancia intrínseca del bien
jurídico protegido; el grado de potencialidad ínsita en la acción, y el modo

188
concreto en que es desplegada, incluyendo la subjetividad del agente; el
marco situacional en que la misma se desarrolla; y el grado de vulnerabilidad
en que se encuentra el bien jurídico protegido en razón de la conducta
precedente de su titular (causas Nº19.956, “Jaunarena, Héctor Daniel
s/recurso de casación”, rta. 27/12/2005; Nº22.475, caratulada “Bustamante,
Roberto Eudosio s/recurso de casación”, rta. 4/12/2008 y nº 40.594, sent. del
12/10/10 de esta Sala II).
Tratándose del robo de un delito pluriofensivo, que en su realización
puede involucrar, en algún grado, diversos bienes jurídicos, no puede
cerrarse la observación sobre la magnitud del hecho a la cuantía de lo
sustraído si, en el iter ejecutivo, ya median otros efectos y consecuencias
que han costado al damnificado en su patrimonio y seguridad.
Conforme fueron fijados los hechos por el tribunal, y los soportes
probatorios que le dieron asidero, ellos exponen con toda claridad los daños
soportados en la propiedad tomada por asalto, siendo sumamente gráficas
las expresiones tomadas de la señora Sol Bunge, quien dio cuenta que la
puerta de ingreso a la casa estaba barreteada, y también se había procedido
con fuerza para forzar el ingreso por la puerta de uno de los dormitorios.
Estos también son perjuicios materiales irrogados por la acción típica, la
cual, en su devenir, nos muestra una forma comisiva especialmente
invasiva, al intrusar el sujeto activo en un espacio de intimidad de la víctima
que, per se, ya recibe valoración particular y protección del ordenamiento
legal, tal el domicilio invadido.
Por otro lado, la acción muestra virtualidad y eficacia de cara a la
afectación del bien jurídico en una no despreciable proporción, en tanto el
sujeto activo tuvo a disposición los bienes que se encontraban en la vivienda
del damnificado, a la vez que exponen una planificación previa particular del
autor, quien se procuró y concurrió a la empresa a la que estaba abocado,
con los elementos de fuerza necesarios para sortear las esperables
defensas que, efectivamente, vulneró para ingresar a la morada. Esto
expone, en su proporción, una dimensión particular del dolo al dar cuenta de

189
una fuerte voluntad realizadora, cuya magnitud resulta también
configuradora del injusto reprochado.
Es por ello que no puede evaluarse que la conducta asumida por el
acusado Pachelo, la cual lo muestra ingresando mediante el uso de una
barreta con la cual rompió la puerta de acceso a la vivienda -y forzó la de
uno de los ambientes de la casa-, ello cuando su morador no se encontraba
en ella, de la cual sustrajo los elementos reputados en el fallo; carezca de
significación para generar plena resonancia en las disposiciones penales
que procurar castigar acciones de este tipo, lo cual exime de avanzar en
mayores consideraciones en torno a la solución que propicia y los
mecanismos legales con los que pretende arribar a ella.
De tal suerte, además, la descartada insignificancia a la que alude el
escrito de interposición tampoco puede tener proyección sobre el proceso de
determinación judicial de la pena, no pudiendo soslayar que, en lo que a esta
pretensión respecta, del acta de debate no se advierte que la defensa
propusiera a los jueces el ingreso de la mentada circunstancia como pauta
de atenuación de la sanción a imponer.
Que avanzando entonces sobre el proceso de mensura punitiva
llevado adelante por el tribunal de juicio, habré de anticipar que no ha sido
puesto en evidencia que la pena establecida en esta situación particular sea
desproporcionada o irracional -desde la óptica constitucional postulada por el
quejoso- con relación a la naturaleza de las múltiples conductas típicas
atribuidas al acusado contenidas en las normas aplicadas.
Es claro el fallo al momento desestimar como extremos de
severización al cómputo de un pronunciamiento condenatorio carente de
firmeza, como de otros que –según se interpreta- resultarían de
improcedente consideración al caber caducado la posibilidad de su
consideración, con lo cual no se advierte actualidad ni perjuicio que imponga
avanzar en las consideraciones críticas de la defensa sobre la mirada de
aquellos precedentes.

190
Que, por otro lado, tampoco se advierte que el juicio de
responsabilidad y el reproche dirigido al imputado Pachelo, se proyecte
desde instituciones penales o miradores que prioricen modelos de
inquisición personal, procurando una diagnosis de una personalidad
desviada o malvada a la cual contener por el peligro que representa.
Por fuera de la declamación de la defensa, el escrito de interposición
no porta indicaciones precisas tendientes a evidenciar que el tribunal efectuó
una devaluación de elementos objetivos, o que la acción fuera considerada
marginalmente relevante, sólo como manifestación de la personalidad de su
autor, la cual, en definitiva, resultaría objeto de retribución o aseguramiento.
A lo largo del pronunciamiento, puede advertirse, ha mediado con relevancia
principal la noción de acción culpable como eje determinador de la
imputación dirigida a Pachelo –con las exigencias probatorias que aquella
genera y a las que se buscó dar satisfacción durante el juicio-, haciéndoselo
responsable por los hechos cometidos y no por sus características
personales.
De la lectura de la sentencia en crisis resulta que ha sido satisfecha
en debida forma la exigencia de fundamentar la decisión jurisdiccional en
ese aspecto, toda vez que el juzgador hizo mención a los factores de
agravación tenidos en cuenta y a la inexistencia de atenuantes, haciendo
cita además de la normas sustantivas y procesales pertinentes, todo lo cual
impide afirmar que la elección del monto de pena fuera consecuencia de la
arbitrariedad del tribunal sentenciante.
La defensa reclama el ingreso de cierta fisonomía de los hechos
delictivos como aspecto que debió gravitar en la disminución de la sanción,
pero prescinde de exponerlo técnicamente ante una instancia de revisión, en
tanto omite confrontar a las razones dadas por el juzgador para desestimar
la pretensión articulada por la parte recurrente durante el debate oral. La
insistencia no da satisfacción a la actividad impugnativa que, casi por
definición, importa refutar.

191
Así entonces, no corresponde apartarse de lo resuelto –sobre este
particular- por el a quo, en tanto la modalidad sustractiva que parece
definirse de los hechos que llegan por comprobados en el fallo, buscando el
autor el ingreso a las casas tomadas por asalto cuando sus moradores no se
encontraban en ellas, expone una planificación particular favorecedora del
éxito de la empresa delictiva que no presenta cariz atenuatorio alguno.
De similar objeción resulta pasible la solicitación de que la buena
conducta penitenciaria que registraría el imputado Pachelo debió ser tenida
en cuenta como diminuente de la pena. Es que, sobre este tópico, el tribunal
explicó que ni siquiera estaría dado el presupuesto fáctico que la defensa
interpreta con relevancia y proyección atenuadora, explicando que Pachelo
posee sanciones penitenciarias que desvirtúan un comportamiento positivo
en el ámbito de detención, afirmación que no se ha sido desvirtuada por el
reclamante, como tampoco se pretendió explicar cómo una circunstancia de
tal naturaleza, ajena a los hechos delictivos y la culpabilidad del sujeto,
podría ingresar y extenderse en consecuencias menguantes de la sanción a
imponer por sus conductas pasadas, dificultad que el tribunal también
avizoró sobre la proposición defensista.
De otro lado, es mi opinión que las atenuantes y agravantes deben
ser oportunamente planteadas o resistidas para constituir una cuestión
pertinente a los fines de su eventual casación o nulificación de la sentencia
en lo relativo a la “valoración de las circunstancias atenuantes y agravantes”
(cfr. SCBA, P 52189 S 14-5-1996, “O., J. R. s/ tentativa de robo calificado”;
P. 56246 S. 20-8-1996, “C., M. A. y otros).
Siendo ello así, no constando en el acta de audiencia -formalmente
inobjetable- ni del pronunciamiento impugnado, que el recurrente hubiera
propuesto -según lo estima- el buen concepto que los nuevos amigos del
acusado Pachelo tienen de él como pauta diminuente, su reclamo en torno a
ella resulta inadmisible, particularmente, cuando no se advierte que la
existencia de las circunstancias materiales en que aquella se asentaría –o el
conocimiento de ellas- resultaran sobrevinientes para la parte impugnante.

192
Que tampoco se advierten quebrantamientos legales al momento de
establecer la cuantía de la pena. En tal sentido, deberá recordarse que
estando facultados los jueces de mérito a evaluar la incidencia que cada
circunstancia tiene sobre el monto de pena a imponer sin que ello resulte un
proceso matemático, debe rechazarse por insuficiente el reclamo que se
limita a sostener que al momento de fijar el monto punitivo el tribunal lo hizo
en forma desproporcionada.
Que el quantum punitivo se encuentra dentro de la especie de pena y
escala legal del concurso de delitos por el que se condenó a Pachelo como
ejecutor. La relación de proporción relevante a los fines de no incurrir en
prohibición de exceso punitivo es aquella que debe establecerse entre la
sanción y el hecho cometido, adquiriendo en este campo la culpabilidad -en
sentido amplio- en fundamento principal de la pena, fijando su límite máximo.
Por ello, no merece descalificación como acto jurisdiccional válido la
individualización de la sanción efectuada por el tribunal de mérito pues
emerge como el ejercicio razonable del ius puniendi al seleccionar una pena
privativa de la libertad que no se distancia en forma relevante de las
sombras proyectadas por la entidad de los numerosos injustos en los que
tomó parte esencial, la intervención personal que le cupo en ellos y la
reprochabilidad subsistente por no haberse motivado conforme a los
mandatos normativos, todo lo cual, en definitiva, permite justificar un monto
de pena que no se aproxima al máximo que la escala legal habilitaba a
imponer.
Así las cosas, sin que tampoco se advierta que el decisorio en crisis
incurra en la violación de los preceptos que se denuncian transgredidos, el
agravio debe ser desestimado, lo cual lleva al rechazo del recurso en
tratamiento.
XI. Corresponde ahora ingresar al tratamiento de los recursos
interpuestos contra el pronunciamiento absolutorio del acusado Nicolás
Roberto Pachelo, lo cual excluye del objeto de esta instancia de revisión, el
similar temperamento adoptado por el a quo respecto de los coimputados

193
José Ramón Alejandro Ortiz y Norberto Glennon, a quienes el particular
damnificado venía asignando actuación participativa en el individualizado
hecho I asociados con el mentado Pachelo, tramo sobre el que no media
agravio.
Que el tenor de dicha decisión, y los argumentos que expuso el
tribunal -por mayoría- en busca de darle un debido sustento, constituye un
aspecto sometido a la crítica no sólo del acusador particular, sino del
Ministerio Público Fiscal –quien llega recurriendo el veredicto absolutorio en
torno al hecho 1 y, aquí, en Casación, propicia la confirmación de las
condenas impuestas por el a aquo-, partes que arriban a esta instancia por
una carril expresamente previsto en la legislación doméstica y, además,
resulta para el particular damnificado un quehacer comprendido en la tutela
que los instrumentos de derechos humanos le garantizan desde el bloque
constitucional de derechos.
Señalo esto, frente a las observaciones desfavorables que se
formulan ante este Tribunal de cara a un compromiso de la garantía contra la
doble persecución penal por un mismo hecho, y siendo que el denominado
principio non bis in ídem sólo prohíbe que el condenado o absuelto por
sentencia firme sea sometido a nuevo juicio por los mismos hechos, soy de
la postura que dicha prohibición no se viola cuando se pretende la revisión
de un pronunciamiento no firme a través de una vía recursiva que no
configura nuevo enjuiciamiento.
Así las facultades recursivas de los acusadores no hacen renacer una
acción penal ya agotada, sino que, como instrumentos de justicia y
perfección procesal, sólo permiten razonablemente extenderla a los efectos
de posibilitar un debido contralor, en el caso, del acto jurisdiccional destinado
a poner fin al proceso.
No se conculca garantía alguna si el riesgo que corre el absuelto de
ser condenado -o el que corre el condenado de ser penado en un grado
mayor-, sólo cesan cuando la sentencia es consentida o queda firme para el
titular de la acción, momento en el que la declaración contenida en el

194
decisorio se convierte para aquel en un derecho adquirido de contenido
negativo que se traduce, allí sí, en la imposibilidad de que dicha situación se
vea ulteriormente perjudicada, tal como surge del juego armónico de los arts.
434, 435, 452, 453 y 467 del C.P.P. y de la prohibición expresa contenida
en los Pactos Internacionales cuyas disposiciones se pretenden conculcadas
-arts. 8.4 de la C.A.D.H. y 14.7 del P.D.C.y P.
Cuando se examina una sentencia, incluso si producto de ello se la
corrige o dispone su corrección por otro, no se inaugura una nueva
persecución sino, simplemente, se enmienda la ya existente, resultando de
ordinario que la actividad procesal no viene investida de un carácter
insubsanable que vede la posibilidad de remediar errores.
El sistema de impugnaciones consagrado en las leyes procesales
tiende, entre otras funciones, a asegurar el cumplimiento del mandato
constitucional de fundamentación de sentencia. Por ello, la anulación de la
sentencia por incumplimiento de la manda constitucional y su consecuente
reedición no puede configurar un caso de ne bis in ídem, sino que debe
armonizarse con ese mandato.
Más aún, en orden al recurso del particular damnificado que también
abre la consideración a la que me veo abocado, la raíz de su derecho estriba
en fundamentos normativos de similar jerarquía, pero oriundos de un
derecho ampliamente difundido y aceptado por la jurisprudencia de los más
altos tribunales, nacionales e internacionales, que le reconoce a las víctimas
de delitos un interés particular en la persecución penal, de la mano de
conceptos tales como los de “acceso a la justicia” y “reparación integral”.
Así, por ejemplo, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha
considerado que el derecho de acceso a la justicia debe asegurar, en tiempo
razonable, el derecho de las presuntas víctimas o sus familiares, “a que se
haga todo lo necesario para conocer la verdad de lo sucedido y para que se
sancione a los eventuales responsables” (Corte IDH, “Caso de la Masacre
de La Rochela vs. Colombia”, sentencia del 11 de mayo de 2007, Consid.
146).

195
La Corte Suprema de Justicia de la Nación, a partir del precedente
“Santillán, Francisco Agustín s/recurso de casación” (S. 1009, XXXII,
sentencia del 13 de agosto de 1998), adoptó un criterio similar al de la CIDH,
al reconocer la necesidad de conceder a la víctima, constituida en carácter
de querellante, la posibilidad de obtener en el proceso penal, al margen de la
actuación del Ministerio Público, un pronunciamiento útil relativo a sus
pretensiones, en el marco de su derecho a la jurisdicción consagrado en los
artículos 8.1 y 25.1 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
Más allá de la jurisprudencia superior, se discute aun sí el órgano
estatal encargado de la persecución penal pública carece de un “derecho
constitucional al recurso”, tal como lo sostuvo la Corte Federal en el fallo
“Arce, Jorge Daniel” (sentencia del 14/10/97, Fallos: 320:2151), debido a que
no se encuentra alcanzado por el concepto de “persona” al que hacen
referencia tanto el preámbulo de la Constitución Nacional como el artículo 8
numeral 2 de la CADH (considerando 6º). Estas consideraciones, sin
embargo, no resultan extensivas al caso de la víctima, pues ésta, a
diferencia del Ministerio Fiscal, si bien tiene la capacidad de llevar adelante
la acción penal, que es siempre estatal, lo hace en virtud de un derecho
propio y exclusivo, inherente a su condición de persona humana, por lo que
merece la más completa protección del derecho humanitario incorporado a
nuestra Constitución, en particular el artículo 8.2.h. de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos.
Así, la disposición que consagra para toda persona el “derecho de
recurrir el fallo ante juez o tribunal superior”, según lo ha establecido la
propia CIDH en reiterados pronunciamientos, resulta extensiva no sólo a las
personas imputadas de un delito, sino también a todos aquellos que
representen en el proceso un interés individual, ya sea civil, laboral, fiscal o
de cualquier otro carácter (Corte IDH, Opinión Consultiva 11/90, del 10 de
agosto de 1990, Serie A, nº 11, párrafo 28; y caso “Paniagua Morales y
otros”, sentencia del 8 de marzo de 1998. Serie C, nº 37, párrafo 149, entre
otros).

196
Debe entenderse, que el derecho constitucional de recurrir el fallo al
que hace referencia el artículo 8.2.h de la CADH también alcanza la
situación del particular damnificado, cuyo derecho de acceso a una tutela
judicial efectiva se vería seriamente comprometido si no se le concedieran,
en el marco del proceso penal, los resortes necesarios para hacer valer sus
pretensiones frente a una sentencia arbitraria o injusta, a la luz de sus
expectativas derivadas de la aplicación correcta de la ley sustantiva.
Sentado ello, que entiendo suficiente para justificar el avance por el
camino revisor que se nos reclama, advierto que son múltiples las críticas
que se le dirigen a la decisión mayoritaria del tribunal que dispuso el
veredicto absolutorio del acusado Pachelo respecto del denominado Hecho
1, en particular, sobre la forma en que se valoraron las probanzas, lo que
habría llevado a descartar la existencia de determinados hechos y
circunstancias de carácter indiciario, como también, en relación con la
potencia acreditante asignada a las que sí se tuvieron por ciertas, en un
proceder que, según se denuncia, resultó configurador de una decisión
huérfana de ley y razón que la sustente.
Así entonces, y de cara al agravio deducido por los acusadores quizá
resulte oportuno recordar los sucesos que se le endilgan al imputado en
aquella porción de la acusación.
El tribunal, a modo de panorámica de las posiciones que quedaron
formalizadas durante el juicio, dijo -en lo que resulta atinente a la actividad
revisora que nos convoca- que “…celebrado audiencia de juicio oral y
público en relación a este proceso penal y sus causas acumuladas.
La Fiscalía y el Particular Damnificado formularon, según el caso,
acusación contra los imputados en los siguientes términos:…
-Por Nicolás Roberto PACHELO, una penalidad de prisión perpetua,
accesorias legales y costas, en orden a los delitos de homicidio calificado
criminis causae, por haber sido cometido con alevosía, y con el uso de arma
de fuego -a título de autor-, robo agravado por efracción reiterado (cinco
hechos), robo simple, hurto agravado por el uso de llave verdadera hallada

197
reiterado (dos hechos) -todos estos como coautor y autor según el caso-, en
concurso real entre sí.”
Confrontadas las constancias del acta de debate, como el registro de
imagen y sonido de las audiencias de juicio, se puede establecer que sendos
acusadores efectuaron una atribución de conductas hacia el acusado
Pachelo de mayor amplitud a la consignada en el pronunciamiento, pues
junto a la acción homicida puesta en cabeza del nombrado se situó otro
hecho ejecutado en las mismas circunstancias -el desapoderamiento de
cosas ajenas- a los que se calificó como un robo agravado por el uso de
armas, delito consumado que concursaron en forma real con el ya indicado
homicidio pluralmente calificado.
Tal omisión, en mi parecer, no puede entrañar ninguna consecuencia
procesal pues, por fuera de la forma, lo cierto es que al avanzar al
tratamiento de las pretensiones acusatorias, se puede advertir que el a quo
analizó la sustancia del quehacer sobre la cual razonaban las partes
requirentes para sostener la existencia del pretenso robo calificado durante
el cual se habría procedido a la matación de la víctima -acontecimientos que
ambos acusadores vincularon en términos del art. 80, inciso, 7 del CP-,
resolviendo, en definitiva, sobre las cuestiones esenciales planteadas, sin
que el sentido adverso a la existencia material del proceder sustractivo que
los acusadores afirmaron acreditado, adquiera relevancia en este nivel de
análisis (doctrina del art. 371 CPP).
Prosiguiendo, el tribunal asentó que “… debe señalarse que la
Acusación entendió que se acreditaron los hechos que a continuación se
puntualizan -cuya numeración deviene seleccionada por orden temporal de
ocurrencia de cada episodio en juzgamiento y su descripción coincide con
las respectivas requisitorias de elevación de las causas a juicio-:
HECHO N° 1 (CAUSA N° 5499 IPP 14-02-71154-02, seguida a
PACHELO, ORTIZ y GLENNON): "El haberse apoderado en forma ilegítima
-valiéndose para ello del empleo de un arma de fuego calibre 32 largo aún
no individualizada, apta para producir disparos- de una caja metálica de

198
color gris de pequeña dimensiones perteneciente a la “Asociación Amigos
del Pilar” conteniendo una llave de caja de seguridad nº 43 del Banco HSBC,
Sucursal Pilar, tres chequeras a nombre de la “Asociación Amigos del Pilar”
de la cuenta 117000043/6 del banco HSBC (conteniendo la chequera nº 1
los cheques que van del número 46501776 al número 46501825, la
chequera n° 2 conteniendo los cheques que van del número 51452176 al
número 51452225 y la chequera nº 3 conteniendo los cheques que van del
número 52659651 al número 52659700). Ello ocurrió el pasado 27 de
octubre del año 2002, momentos antes de las 18:10 horas. A tal efecto,
según la división de roles y el plan previamente acordado, los aquí
imputados Nicolás Roberto Pachelo, José Ramón Alejandro Ortiz y Norberto
Glennon, en coautoría funcional, ingresaron a la propiedad ubicada en la
calle Santa Lucía sin número del barrio “Carmel Country Club”, sito en la
calle Monseñor D´Andrea sin número de Pilar, donde residían María Marta
García Belsunce y Carlos Alberto Carrascosa, con la finalidad de apoderarse
de dinero y objetos de valor. Así, mientras se encontraban desarrollando su
plan delictivo en el interior de la vivienda, entre las 18.10 y las 18.30 horas,
fueron sorprendidos por la llegada de María Marta García Belsunce, quien
halló a los aquí imputados Nicolás Roberto Pachelo, Norberto Glennon y
José Ramón Alejandro Ortiz dentro de la propiedad, en la parte superior de
la casa, circunstancia que modificó su plan inicial, quienes -con la finalidad
de dar muerte a la misma y así consumar el apoderamiento ilegítimo,
asegurar su resultado y procurar su impunidad- se trenzaron en lucha con
aquella, con el objeto de reducirla, propinándole golpes de puño en el rostro
y en el cuerpo, producto del cual le provocaron a la víctima las siguientes
lesiones: equimosis fronto – temporo – malar izquierda (pómulo izquierdo) de
63 por 40 mm, equimosis fronto parietal derecha de 83 por 60 mm,
equimosis de pabellón auricular de la oreja izquierda, equimosis en la cara
posterior interna tercio superior de pierna derecha de 75 por 50 mm,
equimosis en el tercio medio cara anterior de muslo derecho de 35 por 30
mm, equimosis en el tercio medio cara interna del muslo izquierdo de 40 por

199
50 mm y equimosis en el hueco popliteo izquierdo de 30 por 90 mm. En
función de la resistencia opuesta por la víctima y, con la señalada finalidad
de dar muerte a la misma y así consumar el apoderamiento ilegítimo,
asegurar su resultado y procurar la impunidad de los aquí imputados, uno de
ellos efectuó -con el arma de fuego calibre 32 largo que uno de ellos traía
consigo- seis disparos sobre María Marta García Belsunce, siendo que uno
de ellos le provocó una lesión superficial (rebote) en el sector de la bóveda
craneana (periostio de 5 por 5 mm de dimensión, impacto éste que rebotó en
la cabeza de la víctima y que luego fuera encontrado debajo de su cuerpo y
descripto como ”pituto”), mientras los cinco restantes fueron efectuados a
corta distancia (cuatro de ellos a una distancia aproximada de 0/1 de Raffo),
siendo que uno de ellos le provocó una lesión contuso perforante con
fractura de cráneo (sacabocado parietal de 25 por 15 mm) y los cuatro
restantes impactaron en el pabellón auricular izquierdo, que le provocaron
fractura con hundimiento en la zona fronto–esfeno–parieto–temporal de 65
por 35 mm de diámetro, siendo éstos los que provocaron el deceso
inmediato de María Marta García Belsunce; dándose a la fuga en poder de la
caja de la “Asociación Amigos del Pilar” con los efectos anteriormente
detallados".
Que en busca de ser precisos, lo afirmado no es enteramente así,
pues la Fiscalía desistió de formular acusación contra los coimputados
Glennon y Ortiz, quienes -de tal forma- quedaron excluidos de tales
quehaceres ejecutivos, siendo solamente el particular damnificado quien
sostuvo la acusación de los nombrados, pero no en términos de coautoría
sino como partícipes primarios. Por otra parte, respecto de tal proceder,
medió una solicitud de ampliación de la acusación durante el debate oral que
involucró la convocatoria a un nuevo supuesto calificante de la acción
homicida que los acusadores público y privado estimaron de carácter
alevoso, agravante que incluyeron en su acusación junto a las desde
siempre propiciados calificantes fundadas en el carácter criminis causae del
homicidio y su ejecución mediante el uso de un arma de fuego.

200
Empero, el tribunal decidió -sobre este particular- que la prueba
rendida en juicio habilitaba a considerar como acreditada la agresión armada
letal sufrida por quien en vida fuera María Marta García Belsunce (HECHO
N° 1). En torno al pretendido apoderamiento de bienes ajenos por parte de
quien resultó el matador de la víctima se sostuvo que “… la Acusación trazó
consideraciones asimilables al motivo de robo de valores en el hogar del
matrimonio, por la invocada faltante del cofre metálico de la Agrupación
Damas del Pilar que permanecía en poder de la víctima y de una suma
dineraria conservada en el recinto del escritorio de planta baja, con
señalamiento de sospecha hacia PACHELO como un residente del Carmel
dedicado a la comisión de delitos contra la Propiedad.”
“No ha sido recabado material probatorio que permita predicar con
validez, que el homicidio de María Marta GARCIA BELSUNCE hubiese sido
cometido en ocasión de un robo, ni para preparar, concretar, facilitar,
asegurar el éxito de un delito de apoderamiento de bienes ajenos, o por
encontrar que la víctima fuese un obstáculo que impedía su comisión”.
“La Fiscalía acompañó la IPP 17.263 con denuncia de María de las
Mercedes PIERES del 5 de diciembre de 2002 -exhibida en juicio-“.
“María de las Mercedes PIERES señaló que desde el año 1997
trabajó con María Marta GARCIA BELSUNCE en Amigos del Pilar, una
asociación sin fines de lucro dedicada a generar fondos para entregarlos
luego a asilos de ancianos o comedores; que como tesorera, y para prevenir
que sustrajeran valores en caso de que alguien irrumpiera a las oficinas, la
propia testigo solía llevar a su hogar durante los fines de semana una cajita
metálica cuadrada con llave, en la que se guardaba algún importe exiguo de
dinero, chequeras, y llaves de cajas de seguridad del banco HSBC; que en
setiembre de 2002, ante el deber de ocuparse de un asunto personal por un
accidente sufrido por un familiar, María Marta se ofreció a llevar consigo la
caja metálica; que ella desconoce qué hacía GARCIA BELSUNCE con la
caja; que del fallecimiento de su amiga a causa de una accidente en la
bañera, fue anoticiada por ARAUZ CASTEX; concurrió al Carmel donde la

201
velaban para rendir sus respetos; que cree que durante el mes de
noviembre, se dieron cuenta que la caja metálica no estaba en la Asociación,
la buscaron y no la encontraron, nadie sabía; que como había que pagar
cosas, conversó con otra compañera de la comisión, Haydee, y decidieron
contactar a CARRASCOSA para ver si podía darles la chequera; que ella
llamó al "Gordo" a ver si sabía algo, obteniendo como respuesta de su parte
que nunca había visto ninguna caja metálica, pero que la podía acompañar a
la casa a buscarla; que allí recorrieron la planta baja y buscaron incluso en el
escritorio de la víctima, pero estaba todo extremadamente prolijo, como era
María Marta; que fueron a la planta alta, y en uno de los placares con
estantes, estaba la cartera de María Marta, la usaba mucho, en cuyo interior
se hallaba un llavero con llaves de la oficina de la asociación, la llave de la
caja metálica -de la que no logró recordar si era una o dos- y la llave de la
caja de seguridad del HSBC; que pasaron los días; y que dos días después
de saber del resultado de la autopsia practicada, decidieron hacer denuncia
por lo de la caja metálica; -exhibida la presentación de fs. 12 de IPP 17.263,
solicitud a Gerente de sucursal Pilar de HSBC de forzar caja de seguridad 43
a nombre de Damas del Pilar, del 12 de noviembre de 2002- afirmó que fue
cursada antes de concurrir a lo de CARRASCOSA, porque sino ya no era
necesario forzarla cuando recuperaron el llavero que estaba en la cartera;
que recordaba la decisión de presentar la nota de fs. 1815 anexada el 5 de
mayo de 2003 a la presente CAUSA Nº 5499 -por intermedio del apoderado
representante de Amigos del Pilar, y teniendo en cuenta versiones
periodísticas en medios de comunicación vinculadas al hecho en
investigación, se hizo saber la inexistencia de robo, fraude y/o desaparición
de suma de dinero alguna perteneciente a la asociación, como así también,
de la pérdida de unas chequeras oportunamente denunciadas en el mes de
diciembre anterior-“.
“El testigo ARAUZ CASTEX se agravió de que pese a haber
acompañado a la Sra. PIERES a formular denuncia el 4 o 5 de diciembre de
2002, la Fiscalía no la vinculó a la muerte de GARCIA BELSUNCE y la

202
archivó, en lo que él consideró una vocación de rehuir a la investigación
contra PACHELO; aunque reconoció desconocer cuánto tiempo antes del
día de la denuncia, se había buscado sin éxito el cofre”.
“Merece dejarse asentado que a contrario de lo invocado, las
actuaciones de la denuncia de PIERES fueron acumuladas al proceso en
que se investigó la muerte de GARCIA BELSUNCE -ver fs. 19 de la
IPP17.263-, y se produjo -de hecho, en el mismo expediente del homicidio-
actividad fiscal en recopilación de material probatorio relacionado a posible
sustracción de la caja metálica y su contenido, a guisa de ejemplo, logrando
que el apoderado de Amigos del Pilar presentara estados contables de la
asociación, e intentó rastrear movimientos afines sospechosos en el
eventual uso de los cheques -ver fs. 1815-; en tanto que, tal lo ya
consignado, resultó la misma Asociación que descartó las versiones
periodísticas del momento, adjuntando ejemplar de periódico a fs. 1819 -en
efecto, ligadas a la hipótesis del homicidio conexo al robo de la caja metálica
conservada en casa de la víctima-; y mientras se sustanció la IPP 16.143
continuó corriendo por cuerda”.
“También corresponde indicar que en contradicción con PIERES
-cabe resaltar, en cuanto a un diálogo telefónico: preguntando por la caja
metálica, el por entonces reciente viudo, refirió no haberla visto nunca-
CARRASCOSA expresó primero, que la cajita que después apareció, -para
luego corregirse a sí mismo y rectificar-, que no apareció y se hace la
denuncia, él la vio en la oficina de María Marta, gris, -acompañó su
descripción con gestos de sus manos- cuadradita, con manija; que en efecto,
PIERES llamó tiempo antes de la autopsia, que fueron a su casa a buscarla
y no estaba, luego a las oficinas de la asociación y no estaba, que después
de la autopsia volvieron a buscarla en su casa y no estaba, entonces
hicieron la denuncia; que encontraron llaves en la cartera de María Marta”.
“Y para zanjar la cuestión, debe repararse en los dichos de Inés
Haydee BURGUEÑO, quien como integrante de la comisión de Amigos del
Pilar, explicó en coincidencia con PIERES, que la caja metálica la manejaba

203
ésta última; que no recuerda cómo era, tan sólo que era una cajita portable,
con llavecita, decían que era gris; que al tener una desgracia familiar Mechi
PIERES a mediados de septiembre, María Marta ocupó su lugar; que María
Marta se llevaba la cajita a su casa y a veces la dejaba escondida en la
asociación, pero todo el mundo sabía dónde iba a estar; que se la llevaba
cuando se cobraba algo importante; que Mechi dijo que debía haber unos
tres mil pesos, lo que era poco significativo; que ellas estaban seguras que
el día viernes 25 de octubre María Marta se había llevado la cajita; que a
mediados de noviembre, PIERES dice que había que ver si debían depositar
cheques y le pidió a CARRASCOSA ver dónde estaba la caja; que la invitó a
ir a la casa, revisaron y no estaba, pero que en la cartera de María Marta
encontraron las llaves de la cajita, de la oficina y de la caja fuerte; que el
hermano de María Marta se quedó con su automóvil, también lo revisaron;
que como para la exposición de Estilo Pilar habían trasladado todo desde las
oficinas, pensaron ya va a aparecer; que ningún cheque fue presentado al
cobro”.
“Así pues, subsiste la chance de un destino incierto respecto de la
caja metálica y su contenido, que no resulte atribuible a su efectivo
apoderamiento por el agresor letal de la víctima. Téngase en cuenta que en
verdad, la denuncia se decidió lisa y llanamente, en razón exclusiva del
resultado de la autopsia, pues ya muchos días antes de la exhumación del
cadáver, se había concluido en el seno de la asociación que la caja metálica
estaba desaparecida”.
Al respecto, debo observar, que la existencia de la mentada caja
metálica con cerradura y en la cual se guardaban valores -órdenes de pago
contra la institución bancaria denominada HSBC- propios del giro de la
“Asociación Amigos del Pilar” -a la cual pertenecía la damnificada María
Marta García Belsunce- no constituye un extremo puesto en controversia por
la decisión recurrida, como tampoco resultó cuestionada su real
desaparición. En cualquier caso, lo que se desestimó es que ello pudiera

204
tener vinculación cierta con los hechos acontecidos el día en que la víctima
fue muerta.
Según observo, el contexto que arropa la faltante de aquellos bienes
no puede desmembrarse de las acciones desarrolladas en el interior del
domicilio a donde el cofre había sido trasladado aquel fin de semana por la
damnificada en busca de su oportuno resguardo.
Antes de avanzar en esta cuestión, y las posteriores que se asumirán
en este control casatorio, debo señalar que la propia estructura argumental
del fallo, en cuanto consigna -a modo de aclaración- “…que al registrarse
grabación plena de cada declaración y obtenerse soporte tecnológico de la
extensión de la audiencia de debate desarrollada, no resultará necesario en
este pronunciamiento transcribir o verter de modo extendido los dichos de
los declarantes más allá de sus expresiones conducentes para los
raciocinios que fundamenten la decisión del veredicto” me fuerzan a tomar
nota de aquellos aportes declarativos que han sido objeto de registración
durante el debate oral, muy particularmente, cuando la denuncia de
arbitrariedad que nos convoca se funda, precisamente, en que el uso de la
razón para conocer y juzgar de quienes impusieron su decisión en el fallo, ha
prescindido de valorar elementos de carácter dirimente para el buen orden
de dicha actividad y, en algún caso, también, se ha distorsionado el
contenido de la información atestiguada durante las sucesivas audiencias.
Sentado ello, reparo que la desaparición del cofre donde se
resguardaban los valores ya consignados aparece acotada en su tiempo,
pues a la luz de las probanzas acopiadas, no puede válidamente razonarse
en derredor de que aquellos elementos pudieren asumirse escondidos en el
olvido de quienes integraban la asociación a la que pertenecían.
Todos los que declararon en el juicio respeto del mentado cofre dieron
cuenta del especial resguardo que se le dispensaba a tal elemento,
precisamente, por contener valores y las llaves de la caja de seguridad que
la institución tenía en una entidad bancaria. Así, no es la inadvertencia
cualidad predicable sobre aquellos valores.

205
Las palabras, con su presencia, muestran, pero muchas veces
esconden, y así se las utiliza en cantidad de discursos, más para esconder
que para enseñar. La alusión a la mentada “cajita” no puede llevar al
convencimiento de certeza sobre un objeto de menor condición y de cualidad
insignificante, pues aquel elemento era, ni más ni menos, el resguardo de la
“caja chica” de la Asociación, institución que por aquel tiempo estaba
afrontando lo que, cíclicamente, constituía su etapa de mayor actividad,
vinculada con la exposición denominada “Estilo Pilar” que se realizaba
anualmente. Hay prueba de ello.
La testigo María de las Mercedes Pieres, quien desde el año 1997
trabajó con María Marta García Belsunce en dicha asociación con fines
benéficos, dio cuenta de la existencia del cofre, como también, que, en su
carácter de tesorera de la institución, los fines de semana se llevaba aquel
elemento a su casa para resguardarlo de su eventual sustracción de las
oficinas en donde la asociación desarrollaba sus labores administrativas.
En sustancial coincidencia, la testigo Inés Haydee Burgueño,
asociadas con las nombradas en aquel cometido, también informó sobre la
existencia del cofre, la función de resguardo de valores que tenía asignada,
como también, que a raíz de un infortunio familiar de Pieres, hacia la mitad
del mes de septiembre del año 2002, fue María Marta García Belsunce quien
asumió la custodia del cofre.
Expuso la declarante que desde que María Marta se hizo cargo de la
custodia de aquellos valores, se llevaba el cofre todos los días a su casa.
Eventualmente, si a la mañana siguiente alguien necesitaba contar con
algún elemento allí resguardado, se dejaba el cofre en las oficinas
escondiéndolo en algún lugar de la oficina con conocimiento de sus
integrantes. La testigo dio seguridad de tal proceder, como también que la
búsqueda de aquel elemento en la asociación dio resultado negativo.
Por ello, puede válidamente sostenerse que el fin de semana en que
aconteció el homicidio, María Marta García Belsunce llevó el cofre a su casa,

206
esto es, el viernes 25 de octubre de 2002 tal elemento estaba en la vivienda
en cuyo interior fue ultimada la nombrada.
Entonces, es inexacta la estimación traída en el fallo al concluir que
“…la faltante de una cajita metálica del exclusivo uso de su esposa en
acotado tiempo de poco más de un mes -según dijeron PIERES y
BURGEÑO, desde mediados de septiembre hasta el fin de semana de su
fallecimiento- podía pasar desapercibida…” -refiriéndose a Carrascosa-,
pues más allá de las observaciones sintácticas que pueden concurrir en
desmedro de la expresión de los significados, lo cierto es que las pruebas en
que se busca apoyo para tal afirmación, los testimonios de las señoras
Pieres y Burgeño, en modo alguno dan cuenta de una pérdida del cofre de
tal extensión, muy especialmente la exposición de Burgeño que el propio
fallo consigna, quien, sobre el particular, dijo que el cofre no era otra cosa
que la caja chica de la asociación, en donde se guardaba el dinero que
podría haberse recibido en el día, las órdenes de pago de la cuenta que la
entidad tenía en un banco, como los cheques recibidos al cobro, todo
necesario para el giro y actividad de la asociación.
Ninguna noticia de extravío asomó por el viernes 25 de octubre de
2002, ni antes. El cofre no se encontraba perdido y, como era de práctica,
fue llevado por García Belsunce a su casa.
Sobre este particular -la estancia de los valores en la vivienda de la
víctima- viene fortalecido en la circunstancia de que tanto la llave de la
cerradura del cofre, como la de la caja de seguridad de la entidad bancaria
-que solía resguardarse dentro del cofre- y las de la oficina, efectivamente se
hallaron en el domicilio de la víctima, más precisamente dentro de una
cartera perteneciente a María Marta (cfr. declaraciones de Burgueño, Pieres,
Carrascosa).
La exposición de Burgueño también permite establecer algo que se
podía inferir sin reclamo de la naturaleza de aquellos bienes, ello es, que
resultaban imprescindibles para el desarrollo de las actividades asociativas,
lo que llevó a que poco después de la muerte de García Belsunce, ya se

207
estaba forzando la apertura de la caja de seguridad que la institución tenía
en una institución bancaria (HSBC), incluso, que en tránsito del luto de
Carlos Carrascosa, y luego de dejar pasar algún tiempo para no importunar
tan prontamente, se le preguntó por el paradero del cofre y se realizaron
diligencias para localizarlo, siempre con resultado negativo (cfr. testimonio
de Pieres, Burgueño, Carrascosa), siendo evidente que la detección de la
faltante resultó casi inmediata, según también lo indicó la testigo al evocar la
inquietud de Pieres a los días de la muerte de María Marta.
En tales condiciones, la incertidumbre de un extravío en tiempo y
lugar inconmensurables marcha a contramano de las circunstancias
razonablemente comprobadas de que el viernes 25 de octubre de 2002 el
cofre de seguridad de la asociación fue llevado por García Belsunce a su
casa -así lo aseguró Burgueño-, y que, a partir de la tarde del domingo 27 de
aquel mes y año, la víctima ya no podía extraviar aquello ni ninguna otra
cosa.
En el domicilio sólo residía el matrimonio, ese fin de semana habitaron
la casa y ha quedado demostrado con fehaciencia, también, que aquel
domingo alguien ajeno a la morada ingresó a la vivienda de la cual
desaparecieron el cofre con los valores que contenía, dando muerte a
García Belsunce.
Tanto Burgueño como Pieres dieron cuenta de la exhaustividad de su
búsqueda -que abarcó la planta baja y alta de la vivienda, incluyendo el
interior del vehículo de María Marta- como los parciales resultados que
aquella arrojó con el hallazgo de las llaves ya mencionadas dentro de la
cartera de la víctima, la cual se situaba en un placard ubicado en la planta
superior de la casa. Tal proceder, desde luego, fue desarrollado con la plena
conformidad y disposición del “gordo”, el señor Carrascosa (cfr. testigos
mencionadas).
Deberá repararse, asimismo que, por aquel tiempo, en donde la
muerte de la nombrada no podía predicarse con base de conocimiento firme
como el producto de su brutal ejecución mediante la realización de seis

208
disparos a su cabeza -lo que recién pudo establecerse, no sin dificultad,
mucho tiempo después mediante una demoradísima operación de autopsia
del cadáver- no había elementos para conjeturar que la desaparición del
cofre pudiere reportar, sin más, a una conducta ilícita o cuanto menos
sospechosa de criminalidad.
Empero, cuando la verificada faltante de los objetos en el domicilio de
la víctima se asume en el entorno de las circunstancias que llegan afamadas
por pruebas pertinentes y decisivas, produciéndose en tiempo que se
superpone con el ingreso de alguien ajeno al matrimonio en el domicilio de
estos, lugar en donde se le dio muerte a la damnificada, ello constituye el
plus que faltaba para dar sentido a aquella comprobada ausencia.
Es por ello que -de adverso a lo estimado en el fallo- no puede
recelarse en la circunstancia de que la denuncia que formalizó el
anoticiamiento de la sustracción ante la justicia (5-12-02) cobrara vitalidad
con posterioridad a la realización de la autopsia de la víctima (2-12-02)
-siendo que hasta ese momento se asumía la faltante como un simple
extravío del cofre-, en tanto son las novedosas circunstancias que fluyen de
la real causación de la muerte -y sus contornos-, las que, precisamente,
llegan para indicar que el suceso debe ser entendido de diferente modo a
una mera desaparición, hasta ese entonces, carente de toda explicación
lógica.
Son unánimes los testimonios que dan cuenta del celo puesto en la
custodia del cofre y la importancia que presentaba para el desarrollo de las
actividades societarias, por lo que su ausencia no podía pasar desapercibida
para la víctima ni aquellos que la acompañaban en el desarrollo de los fines
asociativos, siendo evidente que aún en el tránsito de lo que se pensaba un
trágico accidente doméstico, las compañeras de María Marta resultaron
activas protagonistas de una búsqueda que contó con la colaboración del
viudo de la damnificada.
La testigo Pieres explicó que la búsqueda del cofre incluyó la
revisación de las oficinas administrativas, habiendo sido ella quien

209
personalmente entregó el cofre en manos de María Marta, quien asumió de
plena conformidad su custodia expresándole “que no se preocupe”.
Que las constancias de la IPP 17.263, iniciada ante la denuncia
formalizada por la testigo Pieres en torno a la faltante constatada, permite
verificar la solicitud cursada al Gerente de sucursal Pilar del HSBC de forzar
caja de seguridad 43 a nombre de “Damas del Pilar”, ello del 12 de
noviembre de 2002, en un proceder cuyo engorro no se justificaría si aquella
faltante no fuera tal, reclamo iniciado poco más de diez días hábiles desde la
muerte de la encargada de la custodia.
En este sentido, si quisiere conjeturarse en base a malevolentes
maquinaciones que la introducción de un móvil “adecuado” que corriera a la
familia de la víctima del centro de una pesquisa que, posiblemente, pudiere
colocarla el hecho de que García Belsunce había sido muerta en el interior
de su casa, en un barrio cerrado -circunstancia que fue develada para todos
por los resultados de la autopsia y liquidaba desde ese momento la noción
del accidente doméstico-, siendo entonces que necesitó recurrirse a la
“instalación oportuna” de una acción sustractiva para emparentarla con el
homicidio, la cual se denunció, precisamente, luego de que la muerte
accidental quedaba definitivamente abolida; resultaría inexplicable que
desde tan temprano se estuviera preconstituyendo prueba en apoyo de
aquella sustracción -recalcaré que la apertura de la caja de seguridad es del
12/11/02 y la autopsia de los primeros días de diciembre de aquel año-,
como también que, justamente, los bienes sobre los que se habría “elegido”
hacer recaer la acción sustractiva involucrara una persona jurídica integrada
por personas ajenas al entorno familiar, lo cual requeriría contar con su
complicidad o su engaño, ampliando sobremanera “el entorno” de
implicados.
Recelar sobre el tiempo de la denuncia, en base a especulaciones de
tal calibre, no resultaría razonable, todo lo contrario.
La testigo Pieres también detalló las circunstancias en que coordinó la
búsqueda del cofre con el viudo Carrascosa, quien abrió las puertas de su

210
domicilio para que revisaran en su interior en procura de su hallazgo, lo cual
arrojó resultados negativos, en tanto sólo se logró encontrar, como ya se
señaló, llaves del cofre, de la caja de seguridad y de la oficina en donde la
asociación se asentaba.
Al respecto no se advierten contradicciones de tono sustantivo entre
la evocación de la búsqueda del mentado cofre efectuada por Pieres y el
propio Carrascosa, siendo que media plena coincidencia de tiempo, lugar y
modo en que aquello se materializó, sobre el contenido del hallazgo de
algunas cosas que solían acompañar al cofre, elemento éste que el viudo
explicó haberlo observado en el lugar en donde desarrollaba su actividad
María Marta, lo que no obsta a que, ante la consulta telefónica de Pieres
sobre la presencia de tal elemento en su domicilio ese fin de semana, le
respondiera no verlo, siendo a esta altura indubitable la existencia del
mentado cofre y el resguardo dispensado por quien se encargaba de su
guarda, por ese tiempo, en manos de la señora García Belsunce.
Sobre ello no pueden levantarse objeciones de esencialidad en torno
al contenido declarativo de Carrascosa, a quien también se desmerece en el
fallo en base a una pretensa autocontradicción al expresar ”… que la cajita
que después apareció, -para luego corregirse a sí mismo y rectificar-, que no
apareció y se hace la denuncia”, en tanto la examinación de su declaración
durante el debate, da cuenta de su narración exponiendo las vicisitudes en
torno al paradero del cofre que su esposa había llevado aquel fin de semana
al domicilio, cuestión que nació a su atención –“apareció”- cuando las
colaboradores de María Marta lo consultaron por el mentado cofre de la
asociación -ello con posterioridad a la muerte de María Marta-, cabal sentido
que cabe asignar en función del contexto expositivo del declarante, quien
expresamente aclaró que -en rigor- la cajita no apareció y se formuló la
pertinente denuncia penal.
Cuanto se advierte del relato de Carrascosa, es la necesidad del
testigo de disipar aquello que podría quitar claridad a la expresión de su
discurso, mas no dar cuenta de situaciones opuestas, por lo que, sobre la

211
base de una aclaración, no puede sustentarse el vicio de autocontradicción
que se le enrostra.
Los relatos de los testigos en torno a la “desaparición” del domicilio de
la víctima del cofre en cuestión resultaron sostenidos en el tiempo y
conciliables con la nota de fs. 1815 y vta. redactada por el apoderado de
“Amigos del Pilar Asociación Civil” –antes “Damas del Pilar Asociación
Civil”-, en tanto los aportes declarativos dieron cuenta de la incolumnidad de
los caudales de la asociación, manifestando expresamente Burgueño que no
se presentó ningún cheque al cobro, todo en línea con la información que
fluye de aquella constancia, la cual consigna “:.. inexistencia de robo, fraude
y/o desaparición de suma de dinero alguna perteneciente a mi
representada.”, ello sin perjuicio –así se lo informó también en dicha
presentación- sobre “…la pérdida de unas chequeras de titularidad de mi
mandante –oportunamente denunciadas en el mes de diciembre del año
pasado-, conforme se infiere del acta N° 67 del libro de actas de asamblea y
comisión directiva perteneciente a “Damas del Pilar Asociación Civil”,
pérdida de disposición que en forma invariable llega referida desde la
promoción de la mentada denuncia.
Con todo, y en definitiva, el tribunal no se animó a descartar la real
existencia del cofre y su desaparición -los cual resultaría de suma dificultad
frente al plexo de pruebas que sostienen tales realidades-, empero, señaló,
que no existía certidumbre que la desaparición tuviera vinculación los
sucesos acontecidos el día 27 de octubre de 2002 en la casa de la víctima.
Sin embargo, y conforme lo explicado, si el acotado tiempo en que se
produjo la pérdida de custodia de la cosa de uso habitual a los fines
asociativos, la cual se encontraba depositada desde el día viernes 25 de
octubre de 2002 en la casa de María Marta García Belsunce, en donde
fueron encontrados tiempo luego, entre otros objetos, la llave de la cerradura
del mentado cofre más no éste elemento -hallazgo acontecido en la planta
alta de la vivienda en donde con evidencia se desarrolló la acción matadora-,
y tratándose de un objeto que en su morfología -caja portátil de material

212
metálico cerrado con llave- por su sola apariencia indicaba al más
desprevenido o apurado ejecutor de las acciones que allí se podrían
resguardar cosas de valor, no cabe cubrir a la desaparición reputada en el
fallo de un misterio inexplicable, pues la verificada intrusión de cuanto menos
una persona extraña a los habitantes de la casa, viene aportando al contexto
de hechos probados un extremo con valor indicativo de la faena que se
llevaría adelante en el domicilio de la víctima, trazando lazos de
correspondencia entre ambos acontecimientos, emparentados en la hechura
de las acciones sustractiva y homicida que allí tuvieron lugar.
Esto alcanza, con su presencia, para instalar en las acciones
ejecutivas que se realizaron en el domicilio asaltado de un propósito de
apoderamiento de cosas ajenas -inspiración que postula quien se expidió
en disidencia- teñido de una inocultable violencia directamente enderezada a
lograr, sin margen en contrario, la muerte de la víctima, cuyo deceso se
buscó no sólo desde el primer disparo dirigido a la cabeza de la damnificada,
reiterando el ejecutor un segundo tiro a igual zona, sino los cuatro que
siguieron a aquellos, que tal como lo explicó el médico forense -según se
verá en detalle más adelante-, presentaban características de tiros de
remate, todo lo cual expone la férrea vocación de acabar con la vida de
García Belsunce.
Nada de esto se distancia del informe criminalístico signado, entre
otra, por la funcionaria María Eugenia Cariak de la policía científica, quien
explicó en el debate que la hipótesis que descartaba el contexto del robo
venía interpretada en la ausencia de desorden en la casa, siendo que
-aclaró- la comprobación de la desaparición de algún objeto existente en el
lugar resultaría suficiente para dar asidero a la ocasión sustractiva, con o sin
mayor alteración en el sitio.
Al respecto, no puedo dejar de advertir que, si bien el desorden
constituye una circunstancia que en gran cantidad de casos aparece
reflejada en actividades de desapoderamiento ocurridas en inmuebles,

213
característica que no se daba en el caso, puede ocurrir que -con
especialidad ejecutiva- el autor no proceda de tal forma.
Sin ir muy lejos y muestra de ello, resultó el testimonio de María
Victoria Stupenengo -que el fallo en la posición mayoritaria estimó de buen
grado-, quien, sobre estas particulares formas de configuración de los
acontecimientos, ilustró en torno a un desapoderamiento ocurrido en su
domicilio, sito en las Avenidas Las Heras y Scalabrini Ortiz, de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, a principios del mes de octubre del año 2003.
Explicó que los fines de semana concurría a la casa de su suegra en
el country Tortugas, siendo que la mañana de un sábado, su amiga Inés
Dávalos Cornejo -por entonces esposa del imputado Pachelo-, la llamó por
teléfono y se interesó sobre las actividades que desarrollaría la declarante,
incluso la de su personal de servicio, explicándole la declarante una salida
programada del domicilio.
Indicó Stupenengo, que por aquel tiempo había percibido una
indemnización, teniendo dólares en el interior de una caja que guardaba en
su placard, constándole a su amiga la percepción de aquella suma. También
dijo, que al regresar aquel fin de semana no advirtió nada anormal en el
domicilio, ello hasta que el lunes, a raíz de un pago que debía efectuar,
cuando fue en búsqueda del dinero en la caja, en su interior no había
ninguna suma.
Agregó que llamó a su esposo para consultar si él había cambiado el
destino de la plata, lo que fue negado por su marido, pudiendo comprobar
luego que, también de la mesa de luz de su cónyuge habían sustraído un
reloj marca Cartier que éste había heredado de su progenitor, como también
dinero que allí había.
Rememoró la declarante que el departamento estaba en perfecto
orden, y que ingresaron sin violencia, lo cual le hizo atar dicha circunstancia
con el extravió de las llaves correspondientes a su domicilio y al de su
madre, ocurrido poco tiempo antes, el día en que concurrió al departamento
de la madre de Nicolás Pachelo -esposo de su amiga, matrimonio del cual

214
Stupenengo ofició como testigo-, a raíz del festejo de cumpleaños de uno de
los hijos del acusado con Inés. Detalló que, por entonces, no vinculó
especialmente la “pérdida” de las llaves con su paso por la casa en donde
vivía Pachelo.
También dijo, que la llamó a Inés, quien concurrió al domicilio de la
declarante y se encargó de echar las responsabilidades sobre el personal
doméstico que trabajaba en la casa de Stupenengo. Incluso, recordó, el
acusado Pachelo pasó a buscar a su esposa por la casa de la testigo, y
contrariamente a lo que era su conducta habitual, aquel día el imputado
subió al departamento y se mostró solidario por lo ocurrido, ofreciéndose a
llevar a su hijo más pequeño para que estuviera “tranquila”.
Puntualizó que, desde la perdida de las llaves, por diversas razones,
no procedió al cambio de la cerradura, razón por la cual quien tuviera en su
poder aquel llavero podía ingresar sin problemas a su domicilio.
Las especialísimas circunstancias que nutren el suceso, y la derecha
imputación que las amigas de la declarante efectuaron sobre el matrimonio
Pachelo-Dávalos Cornejo, quienes -le afirmaron- sustraían bienes bajo
aquella modalidad, la llevó a que mantuviera una conversación con su amiga
al respecto, quien no admitió ni negó la ejecución del hecho, sólo se limitó a
justificar a su esposo como un sujeto “enfermo”, como “un jugador”, y que
“tenía tres chicos con él”.
A preguntas, expresó Stupenengo, que no sabe que ocurrió con la
denuncia efectuada, dijo que declaró ante el juez Bergés porque otro de los
amigos también denunció otro robo, creyendo la deponente que en el hecho
que damnificó a Augé se utilizaron armas. Concluyó, que desde entonces
cortó toda relación con su amiga -y madrina de uno de sus hijos- Inés
Dávalos Cornejo, y desde luego que con Pachelo, con quien no tenía mayor
relación que la de ser el marido de su amiga.
Como se ve, y aunque ciertamente, debe admitirse, no es lo habitual,
pueden existir casos en que el autor asuma esta particular modalidad
ejecutiva, la cual, según se observa, viene caracterizando también la

215
sustracción de la caja chica resguardada en el domicilio de García Belsunce
en peculiar coincidencia.
Aun cuando el tribunal, conforme se explicó, no dejó de creer sobre la
existencia de la caja metálica propiedad de la asociación benéfica, como
tampoco se caviló en punto a su “extravío”, entendió que la hipótesis
sustractiva venía apoyada, también, en espurios procederes que adjudicó a
uno de los testigos -Carrascosa- de quien se dijo -en relación con el
paradero de una bicicleta- que esta “… invocación impresionó, antes que
sincera y creíble, en mejor medida como actitud de acomodamiento
intencionado a generar, a cualquier costo (si no tan firme la chance del
despojo de la caja metálica, procurar nueva excusa) el indispensable
apuntalamiento de la hipótesis de un delito (el robo) en conexión con el
asesinato”.
En cualquier caso, se expuso “… la evidente mirada incrédula de
todas las partes presentes en Sala en este singular pasaje de la versión de
CARRASCOSA -sin mayor profundidad de interrogación sobre la novedad-,
selló también la suerte de su aclamación en cuanto al valor asignable, falsa
o cuanto menos, nula de confiabilidad”.
“Sin embargo, no merece pasar desapercibido: la puntual invocación
mal puede estimarse espontánea. Por el contrario, recalco, mantuvo
verdadera intencionalidad”.
Tales juicios, oriundos, en alguna medida, en consideraciones que
emergen del contacto directo con el órgano de prueba, resultarían en gran
cantidad de casos inabordables para esta Casación al quedar supeditados a
la nota de observación plena de la testimonial, más como ya lo indicara en
este voto, la propia técnica expositiva del fallo nos reconduce a la evaluación
de la prueba registrada durante las audiencias de debate oral.
Confrontada, entonces, la declaración del testigo de referencia, y
agotada la búsqueda en torno a alguna otra intervención del mentado
Carrascosa distinta a la documentada en la audiencia del 26/8/2022
registrada en el DVD 4 que pudiere dar cuerpo a las consideraciones del

216
fallo, tengo para mí que las proposiciones textualmente citadas son tan
categóricas como infundadas.
Es que la presunta malevolencia detectada, introduciendo un dato
“brutalmente novedoso” para ir en refuerzo -con él- en el sostenimiento de
una suposición que podría resultar no tan firme -la del desapoderamiento de
la “cajita”- genera una expectativa de acechanza artificiosa en el discurso del
declarante, dirigida a dar soporte argumental a una hipótesis, a la que
puntualmente -así también se calificó- se sumó el testigo con mal fin.
Repasada la exposición de Carrascosa a la que vengo haciendo
referencia, cuanto se observa es una especulación de que la bicicleta pudo
haber sido llevada por el autor del hecho. Cuanto sí se sostuvo es que la
bicicleta de su esposa “no apareció nunca”.
No puedo dejar de advertir que la referencia a la pérdida de un biciclo
no resultó de la iniciativa del testigo a fin de ornamentar con notas de mayor
despojo a los sucesos ocurridos en su domicilio, en tanto no hubo
puntualidad, habida cuenta que la circunstancia referida por el testigo no se
produjo expidiéndose sobre temario atinente a la posible sustracción de
bienes, sino en el marco de la descripción del itinerario por el cual se
trasladaron el testigo y la víctima, cuanto los medios de locomoción que
utilizaron cada uno para dichos traslados, todo ello esclavo de una inquietud
del tribunal traducida en pregunta –esta sí puntual- sobre el paradero de la
bicicleta usada por la víctima para regresar a su domicilio -previo paso y
estancia en la casa de la familia Bártoli-, interrogatorio que trajo a tal
“faltante” a la vista.
La íntegra evaluación de su testimonio, cuanto las circunstancias que
se alinean en base a probanzas disponibles y atinentes muestran un
constante y extenso proceder del declarante divorciado del deshonesto tamiz
de profundizar artificiosamente notas de ilicitud a los hechos ocurridos en su
casa, conducta que se le achaca al declarante sin ser esta razón valedera
para ello.

217
Es que, si bien se advierte, desde las más tempranas declaraciones
del testigo, luego devenido en acusado, posteriormente particular
damnificado y ahora -según el fallo- testigo mal intencionado, sino farsante,
no fue a instancias suyas que comenzaron a dotarse a los hechos de
proyecciones contra el bien jurídico propiedad, sino de quienes ejercían
funciones asociativas de la persona jurídica a la cual pertenecían los bienes
desapoderados, la “cajita” y su contendido.
Fueron ellos quienes anoticiaron a la justicia mediante denuncia
respectiva el desapoderamiento, los mismos que llamaron la atención a
Carrascosa sobre esta particular cuestión.
Ese derrotero, sumado a la deshilvanada mención en torno al destino
final de la bicicleta de su esposa, resultan en sí mismos elementos que no
permiten -al menos por esas razones- dar sustento al descrédito de su
exposición, siendo que, de otro lado, la pérdida de disponibilidad de la
mentada bicicleta no integra la materialidad ilícita enrostrada al imputado
Pachelo.
Más todavía, el mal intencionado sesgo que con fuerza se le adjudica
a Carrascosa en el fallo, desacompaña las circunstancias expuestas por el
declarante, en tanto -transcurrido algún tiempo en su exposición desde las
referencias apuntadas- se le volvió a interrogar sobre la bicicleta de su
esposa, liquidando el tema con la sola alusión a que “nunca supe que pasó
con la bicicleta” respuesta contundente que la inadecuada interpretación de
su testimonio no pondera.
Incluso, cuando preguntado -de seguido- en torno a lo que parecería
resultar un magro botín -la cajita y algún dinero que no se encontraron en el
cajón en donde los había dejado el testigo-, interrogándolo el tribunal sobre
la posibilidad de la existencia de alhajas objeto de rapiña en la casa, lejos de
abultar la cuenta del despojo, Carrascosa negó en forma absoluta tal
posibilidad y explicó sobre el efectivo encuentro en su casa de los pocos
ornamentos de escaso valor que usaba su esposa, hallazgo materializado
por un familiar en el interior de la vivienda.

218
Mucho antes que ahora, sin mencionar la duda objetiva, la Sala que
integro ha sostenido que la incertidumbre invocada por un tribunal debe
resultar fundada y razonable, a riesgo de convertir su invocación en arlequín
de barajas que permita burlar una regla esencial que informa como
requerimiento principal a los pronunciamientos judiciales, cual es exponer la
razón del decidir.
En este sentido, frente a la comprobada perdida de disposición de las
cosas que el propio fallo reputa por cierta, y las ya señaladas circunstancias
de tiempo, modo y lugar en que aquella luce acontecida, el pronunciamiento
nada dice sobre cuál o cuáles fueron las alternativas distintas -y los
elementos probatorios que las sustentarían- que llegarían en conciencia del
juzgador para explicar, con parigual fuerza, la desaparición de los valores
resguardados en el domicilio de la víctima, siendo entonces imposible
enfrentar -para su debido conocimiento- los aconteceres diversos sobre los
que dudó el tribunal como de posible ocurrencia que convivirían explicando
de distinta forma el misterio de su pérdida.
En tales condiciones las dudas que cierne el a quo sobre las causas
del “extravío” resultan insondables dando cuerpo a un vicio en la
fundamentación que se proyecta sobre aspectos esenciales de la
materialidad ilícita imputada, la cual fue cercenada sin razón alguna sobre la
directa vinculación que enlaza la pérdida de disposición de los valores
consignados, y las acciones desarrolladas por quien asaltó el domicilio de
los damnificados, mutilándose a los hechos acreditados de las relaciones,
también probadas, que vienen emparentando aquellos resultados ejecutivos
como el producto de lo actuado aquel domingo de octubre en el domicilio de
la víctima en un único contexto y por el mismo sujeto configurador, porción
fáctica que, entiendo, sobrevive con éxito a la examinación de las pruebas
que la acusación aportó para darle sustento acreditante certero.
Cómo ya se señaló, el tribunal tuvo por cierto la existencia del ataque
mediante el uso de un arma de fuego contra la víctima ocurrido en el
domicilio de ésta situado en el barrio privado “El Carmel”, Partido de Pilar,

219
provincia de Buenos Aires, lo que llevó al óbito de María Marta García
Belsunce en forma casi inmediata.
Las constancias de la autopsia efectuada al cadáver de la víctima el
día 2 de diciembre de 2002 -luego de exhumar los restos que se
encontraban en el Cementerio de La Recoleta- (fs. 210 a 220) dan cuenta
que al examen traumatológico de la superficie corporal se observó “…1)
CABEZA: Equimosis fronto-temporo-malar izquierda de 63 x 40mm.
Equimosis frontoparietal derecha de 83 x 60mm. Equimosis del pabellón
auricular de la oreja izquierda. En la región fronto-esfeno-temporo-parietal
izquierda, se observan seis lesiones contuso perforantes, a saber: (1)
localizada a 35 mm por delante y rozando el borde superior del conducto
auditivo externo; (2) localizada a 30 mm por delante del borde superior del
pabellón auricular; (3) localizada a 20 mm por arriba y hacia del anterior; (4)
localizada en la unión fronto-parieto temporal; (5) localizada sobre el parietal
a 50mm por encima del pabellón auricular y la (6) localizada por encima de
la anterior cerca de la unión interparietal. Equimosis retroauricular derecha
de 55 x 28mm. 2) CUELLO: sin lesiones de interés medicolegal. 3) TÓRAX:
sin lesiones de interés medicolegal. 4) ABDOMEN: sin lesiones de interés
medicolegal. 5) MIEMBROS SUPERIORES: sin lesiones de interés
medicolegal. 6) MIEMBROS INFERIORES: Equimosis en la cara
posterointerna tercio superior de pierna derecha de 75 x 50mm. Equimosis
en el tercio medio cara anterior de muslo derecho de 35 x 30mm. Equimosis
en el tercio medio cara interna del muslo izquierdo de 40 x 50mm. Equimosis
en el hueco poplíteo izquierdo de 30 x 90mm...".
Respecto del examen interno se estableció “…CABEZA: con el
cadáver en decúbito dorsal se incide el cuero cabelludo siguiendo una línea
transversal entre ambas apófisis mastoides, se reclinan los dos colgajos y se
seccionan adherencias conjuntivas, la apónensis temporal y el músculo del
mismo nombre a ambos lados. Una vez descubierta la superficie craneana,
pudo observarse: Equimosis del cuero cabelludo fronto-parieto-tempóral
izquierdo. Fractura hundimiento cráneo, fronto-esfeno-temporo-parietal

220
izquierdo, de bordes irregulares, con diámetro mayor de 65mm y un diámetro
menor de 30mm. Fractura hundimiento parietal izquierdo de 25 x 15mm.
Contusión parietal izquierda de 5 x 5mm cerca de la unión interparietal. Entre
ambas fracturas hundimientos pueden observarse fracturas radiadas.
Posteriormente se aserra el cráneo, siguiendo una línea circular por encima
de las arcadas orbitarias. Se secciona la duramadre y se expone la masa
encefálica, la cual retirada permite observar la base del cráneo, la tienda del
cerebelo y el resto de las estructuras. El examen determina: Meninges:
putrefactas. Masa encefálica: licuada putrefacta, explorada la misma se
hallan en su interior restos de huesos y en el mismo acto se secuestran
cinco proyectiles de plomo desnudos deformados, los cuales serán
entregados para la pericia los cuales serán entregados para la pericia
correspondiente (...) TORAX: (...) Parrilla costal: fractura del arco anterior de
la 3° costilla del lado izquierdo (...) Pulmón derecho: putrefactos con bullas
enfisematosas; peso 140grs. Pulmón izquierdo: putrefactos con bullas
enfisematosas; peso 120grs..."(textual).
Como conclusiones médico legales se expuso que “… 1. EXAMEN
DE LA VÍCTIMA: estamos en presencia del cadáver de una persona del sexo
femenino de aproximadamente 50/55 años; con una evolución tanatológica
de aproximadamente 30/40 días en estado de putrefacción incompleta,
sobrenadando en putrilago, la misma presentaba desprendimiento de piel y
de faneras, putrefacción de ambos globos oculares, ausencia de rigidez
cadavérica y de manchas hipostáticas dorsales. 2. LESIONOLOGIA: de la
operación de autopsia pudieron recogerse como datos relevantes: al examen
externo de la cabeza la existencia sobre la piel de seis lesiones contuso
perforantes en la región fronto-esfeno-parieto-temporal izquierda, de bordes
regulares y levemente invertidos; de las cuales cuatro de ellas estaban
agrupadas en la región preauricular; otra lesión contusoperforante por detrás
de las anteriores y por encima del lóbulo de la oreja y la última por encima
de la anterior y cerca de la bodega craneana. Las lesiones descriptas
estaban acompañadas de una equimosis del pabellón auricular izquierdo. Al

221
examen interno pudo constatarse sobre la caja craneana y en coincidencia
con las cuatro lesiones descriptas en la región preauricular, la existencia por
debajo de las mismas, de una fractura hundimiento de cráneo de forma
ovoidea, en la convergencia de los huesos frontal, parietal, temporal y a la
mayor del esfenoides izquierdos de un diámetro de 65x30mm; por detrás y
por arriba dé esta se halla sobre el hueso parietal otra fractura en
sacabocados de 25x15mmm por encima de esta última y sobre el periostio
del parietal puede constatarse una lesión contusa de aproximadamente
5x5mm. Posteriormente se procede a aserrar lo calota constatándose,
licuefacción de la masa encefálica, explorada la misma, pudo constatarse en
su interior la existencia de cinco proyectiles de plomo, los cuales se recogen
y se resguardan para pericia de acuerdo o normas legales vigentes. Al
mismo tiempo se recogen tres piezas de hueso, una con la zona parietal que
presentaba la lesión contusa y otras dos en donde, puede observarse que
las mismas presentan fracturas a bisel interno con signo de Benassi, todas
son resguardadas para pericia histopatológica para determinar vitalidad y
distancia del disparo.”
Respecto a la correlación entre las lesiones encontradas, se informó
que “... podemos inferir en que las seis, lesiones de piel descriptas, se
correlacionan directamente y totalmente con las lesiones encontradas sobre
la caleta craneana, y todas reconocen el mismo mecanismo de producción,
es decir el de las originadas por el pasaje de proyectiles de arma de fuego; si
bien la piel carece de los signos clásicos del pasaje de un proyectil, como lo
es el halo de contusión (el cual se haya desaparecido por la acción de la
putrefacción), podemos aseverar tal afirmación no solo por haber encontrado
en el cadáver cinco proyectiles de plomo, sino porque pudo constatarse
macroscópicamente sobre los huesos enviados a pericia la existencia de
fracturas a bisel interno con la presencia del signo de Benassi, signos estos
patognomónicos de lesiones por proyectil de arma de fuego.”
Que como lesionología secundaria, se destacó que “… a la inspección
este cadáver presentaba además una equimosis fronto-temporo-malar

222
izquierda, otra equimosis frontoparietal derecha, dos equimosis en el tercio
medio de ambos muslos, otra en el hueco poplíteo izquierdo y otra en el
tercio superior de la pierna derecha.”.
En cuanto a la trayectoria realizada por los proyectiles, la misma no
pudo ser determinada debido a la falta de parámetros de referencia, siendo
que lo atinente a la distancia de los disparos la misma correspondería a la
distancia 0 / 1 de Raffo, la cual será corroborada una vez realizada la pericia
histopatológica de los tacos de hueso enviados para tal fin.
Las causales de la muerte se establecieron por lesiones de proyectil
de arma de fuego en cráneo, resultando su mecanismo por destrucción de
estructuras cerebrales vitales, las cuales fueron incompatibles con la vida,
produciéndose la muerte en forma casi inmediata, siendo el tiempo de
sobrevida escaso. Entonces, se concluyó, la muerte de María Marta García
Belsunce se produjo como consecuencia de un paro cardiorrespiratorio
traumático, como consecuencia de lesiones de arma de fuego en cráneo.
Que a fs. 862 a 866 se documentó el estudio histopatológico del
material enviado a la Sección de Patología Forense de la Dirección Gral. de
Policía Científica -dos losanges de piel y dos fragmentos de hueso plano
correspondientes a calota-, que puso de manifiesto: "...CONSIDERACIONES
HISTOLÓGICAS: De acuerdo al análisis realizado en el material recibido y
los datos aportados por la instrucción se pueden inferir las siguientes
consideraciones: - Dos losanges de piel, en avanzado estado de
putrefacción, la cual presentan en total 5 (cinco) orificios con sus respectivos
trayectos que se extienden hasta tejido celular subcutáneo con
desorganización y necrosis de la estructura a dicho nivel que de acuerdo a
los datos aportados y la pericia efectuada son compatibles con orificios por
proyectiles de arma de fuego. En cuanto de dichos orificios se observó muy
escaso depósito de sustancia compatible con pólvora, por lo que los
disparos fueron efectuados a corta distancia. Asimismo, se observó escasa
extravasación sanguínea positiva con técnica de bencidina, lo cual indica
que las lesiones poseen carácter vital. La marcada autólisis de la muestra

223
impide otras consideraciones diagnósticas. - Dos fragmentos de tejido óseo
en los cuales se observan dos medios orificios (Pudiera corresponder a uno
solo o a la mitad de dos orificios diferentes) compatibles con orificio de
ingreso de proyectil de arma de fuego, con escasa vitalidad y aislados
depósitos de sustancia correspondiente con pólvora.”
Como conclusión se puntualizó que “Se trata de cinco orificios en piel
de tipo perforantes, los cuales podrían corresponderse con orificios por
proyectiles de arma de fuego, de carácter vital (con escasa vitalidad), y con
características de disparo a corta distancia y dos medios orificios óseos
compatibles con orificios de ingreso de proyectil de arma de fuego con
escasa vitalidad y depósitos de sustancia compatible con pólvora. La
autólisis de las muestras impide otras consideraciones diagnósticas...".
Tales afirmaciones se vieron enriquecidas con las explicaciones
aportadas por el perito médico Héctor Moreira, forense que intervino en la
operación de autopsia de la víctima, quien previo a la realización de la
aquella efectuó un relevamiento del lugar del hecho.,
Detalló Moreira en torno a la exhumación del cadáver que el féretro
estaba soldado, el cuerpo en formol, con vestimenta. Ratificó que la víctima
presentaba cinco proyectiles de arma de fuego en el cráneo, lesiones
contusas sobre su rostro y en ambos miembros inferiores, fractura de la
costilla de la parrilla para-external izquierda, donde se ubica el corazón.
Aseveró en cuanto a la secuencia de los impactos de disparos, que el
primer impacto resultó el tiro que produjo un rebote; el segundo, el primer
disparo penetrante en el cráneo, y los cuatro restantes como remate,
efectuados con posterioridad, juntos, en el mismo sector y junto a la oreja
izquierda. Abundó que el disparo que determina el inicio de la agonía es el
segundo, el cual penetró la masa encefálica y produce las lesiones a nivel
cerebral (de adentro hacia afuera), primeramente, rompió el cráneo, luego
las meninges y finalmente la masa encefálica propiamente dicha. Sostuvo
que los denominados como “remate”, suceden con pérdida de conciencia,
sin que se haya experimentado el período cardio-respiratorio.

224
Explicó que, para determinar la data de la muerte, el intervalo post
mortem, se establece por períodos horarios, de 1 a 3 es el primer período, y
se estima que, en el caso de la víctima, ha estado en ese primer período.
En cuanto a la fractura de costilla que presentaba la víctima, habida
cuenta su ubicación y la falta de vitalidad, cuanto la asistencia médica
recibida, la vinculó como posible producto de las maniobras de RCP. Razonó
que dicha maniobra consiste en dos procedimientos, el masaje externo y el
monitoreo por desfibrilador, infiriendo que la maniobra de reanimación post
muerte o inmediata posterior a una y dos horas (período de 1 a 3 – primer
período). Expuso que no surgieron indicios físicos a la vista de masajes
externos o acción de desfibrilador, no surgen manchas seculares como los
hematomas que suelen aparecer, ellos no están, por lo que esa reanimación
fue producida entre una y dos horas desde el fallecimiento, dentro del
período de 1 a 3 horas, es decir, siempre en primer período; ya había
transcurrido como mínimo una hora de la muerte cuando le hace la
reanimación que provoca la fractura costal.
Respecto a la distancia de los disparos, señaló que debieron ser
efectuados a corta distancia, espacio comprendido entre 5 y 35 centímetros,
donde las llamas de humo del disparo son las que provocan un señalamiento
de esas manchas de gases, en el caso que nos atañe, se estableció que la
distancia del segundo disparo, ha sido entre 5 y 35 centímetros,
perpendicular, en 90 grados (postura de arma y cabeza). Agregó que ello
permite diferenciarlo del apoyo directo en el cuerpo humano, lo que
generaría una secuencia distributiva de la secuencia de manchas de gases
del arma empleada.
Dijo, también, que los cinco disparos tienen la característica de haber
sido en 90 grados, pero a distinta distancia, con la cabeza de costado, como
quien se está defendiendo del ataque, en tanto la víctima inclinó la cabeza
del lado derecho esperando dos cosas: un disparo u otros golpes, por eso
los disparos fueron en 90 grados, por la inclinación de la cabeza en defensa
a lo que se avenía.

225
Resulta evidente que la alusión del propio experto a los otros golpes
que tenía aposentados en la cabeza la víctima, sumados a los detectados en
su miembros inferiores, y la descripción a la maniobra mediante la cual la
víctima dejó despejado el flanco en el cual se le realizarían los disparos -ya
sea para protegerse -vanamente- de más golpes o un disparo que se le
venía, dan cuenta de un súbito ataque -en el que pudo mediar
sometimiento-, acción que se liquidó sin más trámite mediante la producción
de seis disparos, los cuatro últimos con características de un remate sólo
compatible con la firme intención del ejecutante de asegurar en ese mismo
instante la muerte de la víctima, sin más chance de lucha o defensa, tal
como también se consignó en la autopsia del cadáver.
Si tal como lo constató la prueba científica que el fallo valoró
favorablemente, el primer disparo recibido por la víctima, cuyo proyectil no
llegó a penetrar la calota y fue encontrado, deformado, en el baño en donde
fue hallada García Belsunce, debió producir aturdimiento, ello por la fuerza y
la zona en donde impactó -la cabeza de la damnificada-, esto parece dar
motivo suficiente para neutralizar cualquier eventual oposición al despojo
mediante una acción de naturaleza homicida, aunque aquel primer tiro se
mostró ex – post, sin eficacia letal.
Pero si el autor, no obstante lo ya realizado y alcanzado con el
atontamiento de la damnificada, se empeñó en efectuar múltiples disparos
más -todos a la cabeza-, varios de ellos con características de remate, debe
coincidirse con el forense, en que el matador quería la muerte de García
Belsunce en forma inmediata y sin chance en contrario, en tanto con ello
podía asegurarse alguna consecuencia de su interés, que en el panorama
de circunstancias probadas, dan asidero a la búsqueda de impunidad del
asaltante a quien García Belsunce debió reconocer, tal lo afirmado por el
experto.
Esta circunstancia viene a acotar de manera notoria el universo de
posibles autores del desapoderamiento y muerte violenta de la víctima, pues
al ya mermado conjunto delimitado por las variables de que el asalto

226
aconteció en el interior de un barrio cerrado, en el que no se verificó
vulneración a su perímetro aquel domingo, en donde no ingresaban -en ese
día- ni proveedores ni personal de servicios vinculados con el mantenimiento
de las propiedades, es evidente que el ejecutor se encontraba en el Carmel
pues, o era socio del club o ingresó con uno de ellos, o cuanto menos, con la
autorización de un socio, siendo todavía posible que laborara aquel día en el
barrio cerrado. No obstante, y en cualquier caso, además, el autor era
conocido por la víctima (cfr. en este aspecto testimonios de Eduardo Juan
Canedi, sub-gerente de operaciones de la empresa de vigilancia
“Cazadores”, a cargo de la seguridad del predio, declaración de Sansuste,
vecino y miembro de la comisión de “El Carmel”).
Esto permite, ya, delinear tres atributos de autoría: inclinación furtiva,
acceso irrestricto al Carmel y conocimiento con María Marta García
Belsunce. Los hechos expresan, me animo a decir, una cuarta condición que
se encuentra contenida explícitamente en la obra criminal que excede con
creces la mera apetencia patrimonial, una cualidad de violencia homicida
que, como capacidad, era posesión del ejecutor.
Delinear una respuesta al interrogante sobre el realizador del hecho
-que los acusadores dicen tener- podría encontrar principio de satisfacción si
se lograra contestar, a modo de inicio, cuantos ladrones con acceso allanado
al Carmel conocía María Marta García Belsunce, los que, además, deberían
satisfacer la exigencia de potencia matadora.
En la elaboración de la contestación al interrogante debe proseguirse
con el análisis de la explicación del forense respecto a que, encontrándose
García Belsunce con vida luego del primer disparo, el segundo logró
penetrar en la cabeza de la damnificada, generó una hiper tensión craneana,
lo que tiende a expulsar sangre por la propia presión inter craneana,
salpicando sangre y también masa encefálica por fracturar el proyectil el
cráneo.
Que la equimosis en los miembros inferiores, también dijo, indicarían
su producción por caída o sometimiento. Que respecto de la posibilidad de

227
existencia de pegamento aplicado en la cabeza, aseguró que no se halló en
el cuerpo, pero, de haber existido aquella hipótesis, hubiese sido inútil, ya
que el pegamento (“gotita”) se utiliza para un corte superficial y corto, no
para taponar un orificio de bala o fractura, y menos aún, cuando ya se había
perdido masa encefálica.
Asimismo, estableció que las lesiones en la cabeza por arma de fuego
podrían no haber sido advertidas por personas ajenas a la medicina. En
cuanto a un profesional médico, señaló que incumbía el deber de explorar la
zona de la cabeza, y sobremanera cuando se trataba, en principio, de un
golpe con una viga del baño, y si encuentra un hundimiento en el cráneo,
estando obligado a realizar la denuncia por muerte traumática.
Detalló que en el ataúd con el cuerpo había una toalla doblada en
zonas ensangrentada, que conlleva a pensar que el sangrado de la cabeza
debió continuar en el velorio, y recalcó que era inútil aplicar un pegamento si
el sangrado continuaba.
Que respecto al disparo que determinó el comienzo del período de 1 a
3 horas, este es el segundo, la agonía de la víctima no fue determinante de
su paro cardio respiratorio, sino hasta el momento en el que se ejecutaron
de manera conjunta y continua, los últimos cuatro. Si la víctima hubiese
quedado con vida, hubiese reconocido, ergo, a claras, la voluntad del
victimario fue la de ultimar la vida de la damnificada. Destacó que, si se
hubiese cremado el cuerpo, no se hubiese podido realizar la autopsia, por
ello, la familia ayudó en la investigación.
Las certidumbres que arrojó la operación de autopsia sobre el
carácter no accidental del deceso y su mecanismo de producción llegaron
para alumbrar muy tardíamente la real naturaleza de los hechos que
sucedieron en la planta alta del domicilio de la víctima aquella tarde del día
27 de octubre de 2002.
Observo sobre el punto, que desde el mismo instante en que la
víctima fue encontrada por su esposo, quien arribó a la casa familiar en su
vehículo automotor -ello ante la presencia y mirada del vigilador Ortiz que se

228
encontraba próximo a la puerta de la vivienda-, Carrascosa refirió a los
sucesivos interlocutores la presencia de sangre en el baño, como también en
el agua de la bañera, en donde se encontraba parcialmente sumergida la
víctima, y especuló sobre el carácter traumático de los hechos, incluso, en
cuanto el cariz accidental que a sus ojos aparecía, siendo evidente que en el
casa no mediaba desorden, el can de la familia estaba resguardado en el
lugar que a tal fin se le disponía, y en la misma dirección, resultaba natural
práctica de su esposa realizarse un baño de inmersión, quien estaba por
recibir a la masajista en el domicilio.
Los que fueron convocados de urgencia al lugar del hecho en procura
de dar auxilio a María Marta García Belsunce -y que pasaron por el juicio
dando testimonio en forma directa-, como aquellos cuyas manifestaciones se
incorporaron por lectura, así como también los numerosos concurrentes al
sepelio que se realizó en la misma casa, en la misma planta de la vivienda,
incluso, en el dormitorio situado contiguo al baño en donde fue encontrada la
víctima -algunos de los que también testimoniaron sobre el hecho-, dieron
cuenta sin disidencias sobre el carácter traumático de la muerte que los
familiares de la víctima atribuyeron a su deceso.
Más aún, arribado en pleno velatorio el fiscal en turno en compañía
del comisario Degastaldi, los propios familiares de la víctima anunciaron un
acontecimiento traumático en el cual había perdido la vida la víctima, si bien
interpretado bajo el prisma de “un accidente”, tal como se los manifestara el
médico que arribó en primer término al domicilio y llevara adelante las
maniobras de reanimación, y siendo que tal como lo explicó el forense, este
caso particular no permitía mostrar con evidencia a los ojos del lego una
etiología bien distinta a los especulados golpes del baño.
El arribo de los funcionarios -uno del ministerio público a cargo de la
investigación- y un experimentado policía de rango, quienes llegaron al sitio,
precisamente, en el ejercicio de sus funciones y convocados por obra y
gracia de los familiares de García Belsunce -cuya muerte traumática les
planteaba dudas-, desplazan a los extraños a tales incumbencias de la carga

229
de disponer medidas impostergables de investigación del todo ajenas a
estos.
En este sentido, no puede dejar de llamar la atención que, ante el
tenor traumático del fallecimiento, y disponible el cuerpo de la occisa, no se
ordenara una elemental medida tendiente a establecer las causales de su
muerte, diligencia de autopsia que se dispuso largo tiempo luego, y se pudo
concretar a suerte de no haberse cremado el cadáver.
El testimonio del funcionario Degastaldi dio sobrada noción de la
extrañeza que le generó la decisión del Fiscal actuante de no adoptar
mayores diligencias y ordenarle que se retiraran del lugar sin otros recaudos.
En el infortunado -sino más- itinerario de circunstancias que se
conjugaron sobre este suceso, ha de observarse que -conforme lo expuso el
propio Degastaldi, como las declaraciones de los familiares de la víctima
ventiladas en el juicio, y la testigo Michellini-, medió la ejecución de una
indicación para que “lavaran” el sitio, lo cual se realizó en forma parcial, y fue
advertido a rápida vista por el nombrado funcionario policial.
En efecto, el testigo Degastaldi evocó durante el juicio que ante su
directa pregunta de si se había lavado el lugar del hecho, se le respondió
derechamente “sí”, lo cual luce como fehaciente muestra de una nula
voluntad de impedir el conocimiento sobre lo acontecido, aun cuando,
objetivamente, ello pudo conspirar contra la preservación de la escena del
crimen.
Es más que claro que si la inspiración de aquella acción era dejar
oculto a una eventual investigación rastros que pudieren resultar de interés,
no tiene ningún sentido que ante el primer policía que se interesa por el caso
-llegado al sito con el Fiscal- se manifieste directamente que se hizo lo que,
en todo caso, debía permanecer velado.
El elenco probatorio, por entonces, cuanto las circunstancias que
rodearon el encuentro de la víctima no otorgaron facilidades a los legos para
establecer un conocimiento claro y seguro sobre la acción que llevó a la
muerte a García Belsunce.

230
Pensada aun con chance de vida, es indisputable que se llamó a dos
equipos médicos de emergencias, uno correspondiente a la cobertura
médica de la víctima, y el otro ajeno al entorno familiar -al tratarse de los
prestadores de soporte médico del propio country-, quienes desarrollaron su
despliegue de medios y labores -colocación de vía, administración de
adrenalina, reanimación cardio-pulmonar, incidencia con desfibrilador- todo
en el mismo ámbito en donde se desarrollaron las acciones homicidas,
siendo que tal como lo explicó Carrascosa, cuanto hizo a su arribo fue sacar
el torso de su esposa semisumergido en la bañera y tender el cuerpo en el
piso del lugar, quedando -como todos lo vieron- el cuerpo con las
extremidades inferiores hacia el interior del baño, y el torso hacia afuera de
la puerta de ingreso.
Incluso, mientras se esperaba el arribo del equipo de emergencia
médica, también se buscó el auxilio de profesionales médicos que tenían
casa en “El Carmel”, tarea a la que se abocó Irene Hurting, logrando,
finalmente, dar con el joven Piazza -sólo estudiante de medicina- quien, sin
embargo, concurrió también al sitio sumándose a las maniobras de
reanimación que Michellini y Bartoli ensayaban sobre García Belsunce hasta
el arribo de los profesionales.
Resulta de diáfana observación que la escena del hecho ya estaba
intrusada y contaminada a ese entonces, con muy buenas razones para ello,
aun cuando los resultados médicos de reanimación fueron nulos.
En aquel momento, entonces, según las probanzas arrimadas, las
únicas dos personas que podían tener certeza de que la muerte aconteció
como consecuencia de disparos dirigidos a la cabeza de la señora García
Belsunce, eran la víctima y el victimario. El resto, podía dudar sobre la
mecánica del hecho y pensar en el desarrollo de su investigación.
De lo que no cabía dudas desde el albor de la pesquisa es que la
muerte de García Belsunce fue traumática, y así lo expresó el viudo de la
víctima a familiares, amigos, conocidos, dependientes, y con ese tenor llegó
a notica de policías y al fiscal.

231
El cuerpo silente de la víctima se expresó mucho tiempo luego,
cuando el día 2 de diciembre de 2002 los forenses coleccionaron cinco
proyectiles que extrajeron del interior de la bóveda craneana y detectaron la
acción de un proyectil más que no llegó a penetrar dicha cavidad. Tales
constataciones no dejaron margen a cavilación sobre una muerte violenta de
característica homicida. En resumidas cuentas, el informe tanatológico dio a
conocer que a la víctima la mataron a tiros.
Sostienen los recurrentes, que existe prueba legal y eficaz que coloca
a un sujeto -que no es forense- dando certeza de que a María Marta García
Belsunce la habían matado, ello mucho antes de que, siquiera, se dispusiera
la diligencia de autopsia, y en el contexto general de lo que se reputaba en
dicha ocasión como un “accidente doméstico”.
Los recursos traen al centro del escenario probatorio la examinación
del testimonio de Walter Mantovani quien sostuvo en el debate que conoce
al acusado Pachelo del lugar donde él trabajó entre los años 1998 y 2003, la
estación de servicio ESSO de Pilar, ubicada en la ruta Panamericana en su
cruce con la ruta 25. También admitió conocer a María Marta García
Belsunce, quien solía realizar las reuniones de “Missing Children” y “Amigas
del Pilar” en aquel lugar, explicando, que la estación no era sólo un sitio para
la venta de combustibles, sino que existía un restaurante donde se llevaban
a cabo muchas reuniones de trabajo de la gente de Pilar de aquel entonces.
Detalló que, cuanto menos, una vez por semana, la víctima asistía por
alguna reunión, recordándola como una persona respetuosa.
No existen en autos elementos que desacrediten que el testigo
laboraba en donde dice que lo hacía, por el contrario, son varios los
testimonios que dieron cuenta de aquella circunstancia. En aquel quehacer,
narró el deponente, el lunes 28 de octubre del año 2002, promediando entre
las 06:00 y 07:00 horas, el primer cliente que arribó al restaurante fue
Nicolás Pachelo, recordando el horario porque él era quien tomaba ese
primer turno.

232
En esas circunstancias, explicó, Pachelo ordenó un café, se levantó
hasta la barra para pedir medialunas y en ese momento preguntó si
“sabíamos algo de la mujer que mataron en el country”. Puntualizó,
asimismo, que si bien era habitual la presencia del nombrado, no era usual
verlo en ese horario tan temprano sino más próximo al mediodía. Indicó,
también, que aquel día se retiró con algunas páginas de los diarios.
Respondió el testigo a la inquietud de la defensa respecto a cómo
sabía que fue el 28 de octubre y no otro día la ocasión de aquel encuentro,
dando cuenta que tomaba por referencia que el 27 de octubre es el
cumpleaños de su hijo mayor, animando certeza de la fecha por él referida.
Retomando sobre la necesidad de información expuesta por Pachelo,
afirmó que la frase de la pregunta le quedó grabada, adquiriendo especial
significación para él una vez que se supo que la muerte de García Belsunce
no había sido un accidente sino un asesinato.
Recordó que fueron citados por la fiscalía ya que su compañero de
labores, de nombre Miguel, le hizo saber tal circunstancia a una mujer que
habitaba en Carmel (Dolores Sanjurjo), y ésta avisó a las autoridades a
cargo de la investigación.
Aseguró que, efectuada su declaración en sede fiscal, una mañana se
presentó Nicolás Pachelo en la estación de servicio, encontrándose en
estado de exaltación, preguntando por Miguel Monzón -el cual no se
encontraba ya que era su día franco-, circunstancia ésta que le expresó al
nombrado y le pidió que se retire, que “no los expusiera”, ya que la noticia
había arribado a los medios de comunicación. También afirmó Mantovani
que por dichos de vecinos de Pilar que frecuentaban el restaurante, tuvo
conocimiento que Nicolás Pachelo no tenía buena reputación.
A consultas de la defensa, puntualizó que si bien existían cámaras de
seguridad en la estación de servicio, no se ubicaban propiamente en el
interior del restaurante. Tal lo narrado por el testigo.

233
Pero Mantovani no se encuentra sólo en la afirmación del mentado
encuentro, ni sobre el tenor de la interrogación formulada aquella mañana,
escasas horas luego de la ejecución de la víctima.
Es que el testigo Miguel Monzón se sometió a la examinación directa
del tribunal y las partes, expresando que trabajaba en la estación ESSO de
Pilar en el año 2002, siendo su turno de 06:00 a 16:00 horas. Rememoró
que una de las clientas más habituales resultaba ser María Marta García
Belsunce quien desarrollaba allí reuniones laborables.
Medió plena coincidencia respecto a que un lunes del mes de octubre
de 2002, se presentó Pachelo, antes de las 07:00 horas, y les preguntó a él
y a su compañero de trabajo -Walter- si “sabían algo” de la mujer que habían
matado en el country. Dijo que el acusado pidió un café, se sentó, leyó
diarios para luego retirarse.
Ese mismo día -narró el testigo- pero a las 09:00 horas, se presentó
en la estación Leticia Luaces quien acongojada contó que María Marta había
muerto en el día de ayer “en un accidente”. Señaló el testigo que, por aquel
tiempo, no vinculó la consulta de Pachelo con el accidente mortal de García
Belsunce que Luaces anoticiaba, siendo que hasta allí no existían rumores
respecto de asesinato alguno en un country de la zona.
Junto con Mantovani, calificó de inhabitual la presencia de Pachelo en
la estación de servicios a tan temprana hora de la mañana, siendo otros los
clientes que habitualmente concurrían al café de la estación de servicios
entre las 07:00 y 07:30 horas.
También expresó que brindó declaración en la fiscalía de Pilar,
sabiendo que Pachelo fue a buscarlo a su lugar de trabajo con posterioridad
a efectuar su exposición, pero como ya se avecinaban varios medios de
noticias, su capataz le cedió diez días de franco, hasta que se “tranquilice
todo”.
En sustancial coincidencia con la existencia de la charla que ambos
testigos rememoraron bajo juramento de decir verdad, se pueden leer las
manifestaciones efectuadas por Crescencio Alfredo Gutiérrez, cuya

234
declaración de fs. 497 a 500 se incorporó al juicio por lectura ante el
fallecimiento del testigo, quien formuló su relato el día 3 de enero del año
2003 ante los instructores judiciales que llevaron adelante el acto, instancia
que también rememoraron los testigos Mantovani y Monzón dando cuenta
de la reacción que aquello generó en el acusado Pachelo.
Desde aquella fecha -en los albores de la investigación- los testigos
vienen sosteniendo el peculiar interés que el imputado de mención tenía
aquella mañana respecto del homicidio de una mujer ocurrido en un country,
siendo Gutiérrez quien nos contó ya por entonces, y hoy lo releemos, que
trabaja como mozo en el restaurant de la estación de servicio Esso sita en la
ruta 25 y Panamericana desde hace cuatro años aproximadamente.
Dice que con motivo de su trabajo conoció a María Marta García
Belsunce por ser clienta del restaurante, quien habitualmente concurría en
horas del mediodía, haciéndolo en ocasiones en compañía de su marido, en
tanto en otras oportunidades lo hacía junto a otras señoras, a las que
conforme lo que refieren los periódicos, pertenecen a la asociación “Damas
del Pilar”.
Sostiene en su exposición el testigo que el domingo 27 de octubre de
2002 y el lunes siguiente, no concurrió a su lugar de trabajo por encontrarse
de franco laboral, reintegrándose a sus labores del martes 29 de aquel mes
y año.
Explica Gutiérrez que cuando los medios de comunicación habían
informado que la muerte de la señora García Belsunce no obedecía a un
accidente en la bañera sino a un homicidio, su compañero de trabajo Miguel
Monzón le comentó con sorpresa que el día siguiente de la muerte de la
víctima, en horas de la mañana, se había apersonado en el restaurant el
señor Pachelo, también vecino del country “El Carmel, el cual, aludiendo a la
muerte de una persona, dijo “la mataron”. Agregó, que, en virtud de lo
sorprendente de la expresión, su compañero le efectuó el comentario de lo
acontecido con Pachelo. Cerrando la exposición, Gutiérrez dio cuenta que su

235
horario de trabajo era de 6:00 a 16:00 horas, lo cual muestra la coincidencia
de turno laboral con el testigo Monzón.
Que las circunstancias alumbradas por este tercer expositor -que la
disidencia menciona y aparecen silenciadas en el voto de la mayoría- nos
llegan para advertir que, en definitiva, no es una sino dos las personas que
tuvieron contacto directo con el acusado Pachelo, manteniendo la
conversación en la cual se interesó por información respecto del homicidio
de una mujer ocurrido en un country, existiendo un tercer testigo que en
forma directa, también, advirtió el estado de sorpresa que generó en Monzón
la noticia de que García Belsunce, efectivamente, no había muerto en un
accidente ocurrido en su baño, sino que la habían matado, novedad que
llegó mucho tiempo luego al llamativo conocimiento portado por Pachelo.
Resulta adecuado reparar que las certidumbres de la autopsia
aparecieron 36 días con posterioridad a la matación, y el acusado Pachelo
afirmaba que había ocurrido un homicidio, que la víctima era mujer, y que el
lugar del hecho era un country, todo ello a doce horas de la ejecución de
María Marta García Belsunce en su casa de “El Carmel”.
Desde aquel tiempo, y hasta la fecha del juicio, los testigos Monzón y
Mantovani se han mantenido firmes en la afirmación de tales sucesos,
mientras al escenario de la imputación subieron múltiples personas -en
diferentes roles y señaladas por aconteceres diversos- muchas de las cuales
tienen zanjada ya su posible responsabilidad jurídico-penal.
Nada de esto permeó hacia las expresiones que los testigos han
afirmado desde siempre, a pesar del acoso periodístico -siendo evidente la
vocación de no obtener una efímera notoriedad por el caso-, incluso, ni la
inquietante presencia de Pachelo -con su estela de “mala reputación”- logró
generar perturbación en el contenido de los dichos del testigo cuando,
exaltado, el acusado fue por Monzón a la estación de servicios, según
explicaron los testigos.
El fallo nos advierte, de manera general, que a fin de recrear los
pormenores determinables del ataque armado, a partir de material

236
documental y de los testimonios de aquellas personas que mantuvieron
contacto con la víctima antes de su deceso, como también, aquellas que la
hallaron ya sin vida, que “… las versiones de los testigos se han apreciado
sumamente ensayadas, calculadas, o al menos sin espontaneidad;
esperable, claro está si se tiene en cuenta que mal que pese (complotando
contra las mayores expectativas de hallar calidad genuina tanto para las
afirmaciones, negaciones o inclusive, sinceras faltas de recuerdo), ésta
última audiencia celebrada, ha sido el tercer juicio oral y público en relación
a la muerte de GARCIA BELSUNCE -además del proceso sustanciado ante
el fuero nacional, del que ya fuera enunciada la sentencia condenatoria-; y
debe adicionarse la infinidad de veces que han prestado declaración en
diversas etapas procesales, y algunos de ellos tanto en calidad de testigo
como de imputado; y por si fuera poco, también visibilizados sin dificultad,
con un sentido rígido de pertenencia a grupo determinado en desmedro de la
soltura de la declaración y con opiniones absolutas formadas en la simple
creencia o sentimiento”.
Como puede advertirse, ninguno de los deméritos que se exponen
alcanzan a los testimonios de Mantovani, Monzón y Gutiérrez, siendo que en
su condición de dependientes de la confitería situada en la estación de
servicios a la que solían concurrir varias personas que tenían casa en “El
Carmel”, atendían a unos y otros sin que asomen preferencias, incluido el
imputado Pachelo.
Es claro que el acusado, aun negando la existencia de aquel
encuentro, tampoco se atrevió a apuntar el posible origen de tan temerario -y
temprano- “complot” en su contra por parte de aquellos.
Pero hay más, el fallo -aunque con diferente capacidad acreditante en
los votos de la mayoría y la minoría- miró hacia un testimonio incorporado
por lectura al juicio, del que, por el tenor de sus afirmaciones, no
corresponde prescindir.
En efecto a fs. 506 a 507 la señora Dolores Gayan de Sanjurjo dio
cuenta que conoce a María Marta García Belsunce desde que la misma llegó

237
con su esposo a “El Carmel”, country del cual la deponente resulta ser socia
número uno, siendo propietaria desde el año 1980 y residiendo de manera
permanente desde 1994.
Expuso que tenía una relación cordial con el matrimonio
Carrascosa-García Belsunce, pero no eran amigos ni tampoco tenían
amistades en común. Ciertamente, tampoco se adivina animadversión hacia
el imputado Pachelo, por el contrario, fue la propia testigo quien dijo que
había sido amiga del padre del imputado y mantenía cierta relación con
Nicolás, al cual se había acercado -según explicó- por un sentimiento de
compasión por los hijos menores del encartado, los cuales -debido al robo
de unos palos de golf que se achacaba a Pachelo- habían sido dejados de
lado por el resto de los socios del country. Así entonces, no rechazaba el
trato con Pachelo.
Afirmó Sanjurjo que la mañana del 28 de octubre de 2002 su esposo
se comunicó con ella telefónicamente y le avisó del fallecimiento de María
Marta, quien había tenido un accidente, que se había “golpeado en el baño”.
Agregó, que luego del llamado, decidió concurrir al velorio, pero en virtud de
la afectación que le generó la noticia, prefirió hacer algo de tiempo, razón por
la cual concurrió a la estación Esso de Panamericana y ruta 25, de la cual
resultaba cliente -como tantos otros socios según emergió de la prueba del
juicio-, siendo que en dicho lugar le comentó al mozo Miguel Monzón lo
ocurrido, quien se quedó azorado por la novedad sobre María Marta.
Sostuvo que al rato arribó Nicolás Pachelo quien se sentó con la
deponente, cosa que era habitual en los últimos tiempos, a quien le comentó
que María Marta había tenido un accidente, que se había golpeado en el
baño y fallecido, narración que el acusado escuchó sin hacer comentarios.
Afirmó que al tiempo el acusado se retiró y tiempo luego la testigo
volvió a su casa y concurrió al velorio, ello antes del mediodía del 28 de
octubre. Ya en el domicilio de la víctima subió a la planta alta en donde
saludó a Carrascosa quien recibió muy bien las condolencias de la dicente.

238
Agregó que nada de lo que vio en la casa le llamó la atención, y que en el
sitio habló con María Eugenia Pfister, Malena Cartier y Emma Benítez.
Aseveró que la señora de Pfister le comentó cómo había sido el
accidente, refiriéndole que se había caído en el baño y que la habían
encontrado sobre la bañera, narración recibida de boca de la masajista,
quien atendía tanto a María Marta como a Pfister.
La testigo Sanjurjo trajo a conocimiento que tiempo después, cuando
ya había tomado estado público que el fallecimiento de María Marta no era
un accidente sino que se trataba de un homicidio, encontrándose la testigo
en el restaurant de la estación de servicio de habitual concurrencia, el mozo
Miguel Monzón le comentó que el lunes 28 de octubre, a la mañana
temprano, el acusado Pachelo estuvo en el restaurant, antes del encuentro
que mantuviera con ella, y le había preguntado si había escuchado algo
respecto a una mujer que habían matado en un country. Señaló la testigo
que puso en conocimiento del doctor José Licinio Scelzi las afirmaciones
formuladas por el mozo de mención.
Ciertamente, media plena coincidencia entre Sanjurjo, Mantovani y
Monzón, respecto de que, efectivamente, la sorprendente anticipación sobre
la real causa del deceso de la víctima que expuso el acusado Pachelo,
resultó de tal grado que Monzón no sólo comentó lo sucedido con su
compañero Gutiérrez, sino que se lo hizo saber a la señora Sanjurjo, lo que
derivó, finalmente, en el llamado a declaración en estas actuaciones, en
donde, en un ámbito bien distinto al de la confitería -ya bajo juramento de
decir verdad y amenaza penal de por medio- se expidieron con invariable
contenido sobre lo sucedido.
Hay aquí, entonces, una nueva persona que evoca las
manifestaciones que Monzón hizo ante el tribunal respecto de la charla
mantenida con Pachelo, a las cuales, resulta evidente, Sanjurjo le otorgó
seriedad, y así las comunicó a uno de los letrados que tenía intervención en
el expediente donde se debían averiguar las causales de la muerte de
García Belsunce.

239
La ponderación que el bloque decisor efectuó de los testimonios de
Mantovani y Monzón, no lanzó descalificaciones hacia la credibilidad que
emanarían de sus palabras fundadas en sesgos subjetivos de los
deponentes, siendo que la observación de sus aportes registrados en autos
justifican plenamente dicho temperamento, pues resultaron espontáneos y
firmes en sus afirmaciones, circunstanciando lo que decían y justificando sus
conocimientos.
La declaraciones de Gutiérrez y Sanjurjo incorporadas por lectura al
debate -una cegada a los ojos de la mayoría, la otra mirada parcialmente-
resultaron armónicas con la de los primeros, siendo a esa altura posible
sostener con caudal acreditante suficiente -como lo expresa en soledad el
voto disidente- que el acusado Pachelo concurría habitualmente al comercio
situado en la estación Esso próxima al country “El Carmel”, como también,
que aquel día 28 de octubre de 2002, el acusado estuvo en la confitería, por
lo menos, en dos ocasiones, todo lo cual fue mendazmente negado por el
imputado.
Así lo consignó expresamente el testimonio de Sanjurjo, quien con
noticia de Miguel Monzón, supo que temprano por la mañana el acusado
Pachelo estuvo en ese lugar en donde trató de recabar datos sobre lo que
podría conocerse, por esas horas, respecto del homicidio, siendo que más
tarde volvió al lugar en donde el imputado departió en compañía de Sanjurjo,
quien lo impuso de la novedad sobre la suerte de María Marta García
Belsunce, novedad que no lo era para Pachelo y, sin embargo, escuchó el
relato en silencio sin formular comentario alguno.
Esta nutrida combinación de aportes simultáneos, de diferentes
fuentes, pero todos acordes, fue desconsiderada en la información que
portaban, al concluir los jueces por mayoría que no podía afirmarse la
existencia del hecho indiciario. En tal tesitura, ya no resultó necesario para
aquellos examinar el potencial incriminador del proceder endilgado al
acusado Pachelo.

240
Sostuvieron los magistrados de primer y segundo voto que “… sus
versiones se contraponen con material probatorio de base objetiva, con más
la existencia de testigo que posicionó a PACHELO en otro lugar a mismo
momento”.
“De la nómina de llamadas entrantes y salientes almacenada por
VAIC, se desprende que en fecha 28 de octubre de 2002, el uso de la línea
de telefonía celular de PACHELO (01144495646) registra consulta a casilla
de mensajes de voz, a las 7:56 con impacto de celda de antena de influencia
geográfica en Carmel; y utilización de telefonía fija y celular (de antena con
injerencia en Carmel) en horarios siguientes -cabe recordar que en
testimonio incorporado por lectura, la Sra. de SANJURJO refirió también
encontrar a PACHELO en la ESSO aunque más tarde que la hora precisada
por los empleados de la estación de servicio-“.
Bien puede coincidirse con el tribunal en principiar el análisis de lo
que se entendió datos de base objetiva, en tanto parece emanar de aquellos
una autoridad particular nacida de consideraciones relativas al objeto en sí
mismo y, ha de entenderse, emancipadas de toda influencia de la propia
manera de pensar o de sentir.
Sin embargo, advierto, a esos datos objetivos se les acordó una
exactitud que no tienen, pese a las claras advertencias que la prueba
colectada venía indicando para no caer en erradas interpretaciones.
El a quo utilizó la ubicación de las antenas -y su zona de influencia-
que canalizaron las comunicaciones mantenidas por el celular del acusado
Pachelo aquella mañana del lunes 28 de octubre de 2002 como mojones
inamovibles que podían marcar con exactitud que el teléfono estaba, o no,
en tal o cual lugar.
Empero, tal como lo explicó en el debate el comisario inspector
Cristian Daniel Blanco, las inferencias de la activación de las antenas no
permiten interpretar los datos como un sistema de geolocalización fino con el
sentido asignado en el fallo, pues -así lo dijo- aquellas presentan un radio de
cobertura de siete a diez kilómetros a la redonda, dando cuenta, también,

241
que las antenas de por entonces Movicom identificadas como 44, 215 y 394
tomaban El Carmel, siendo que la 215 también cubría el área de la tosquera.
El deponente realizó un estudio de interpretación sobre los llamados
efectuados por el imputado, cuyo teléfono Movicom número 4449-5646
-según lo informó la empresa de mención a fs. 1236- permitió formular
consideraciones, ninguna con el carácter asertivo que el tribunal -por
mayoría- busca arbitrariamente instalar para obturar la credibilidad del
universo testimonial, cuanto menos, desde este plano de análisis.
Es bien sabido, y hasta la propia empresa prestataria del servicio se
encargó de refrescar -en buena medida- para que no acontezca lo que
sucedió en el pronunciamiento examinado, que la antena a través de la cual
se cursaron los llamados no indica que el teléfono se encontrara en ese
momento en su área de cobertura, siendo múltiples las causas que pueden
derivar en la activación de una antena más o menos próxima (así emana del
informe sobre los que trabajó, entre otros, el VAIC).
De espaldas a todo ello, el tribunal entendió que el uso de la línea de
telefonía celular de Pachelo, al registrar una consulta a la casilla de
mensajes de voz, a las 7:56, con impacto de celda de antena de influencia
geográfica en Carmel, resultaría contradictorio con la estancia en la estación
de servicios, apreciación de mérito divorciada de la fuente de la que emana.
Si bien se observa, la comunicación saliente del celular usado por el
acusado realizada aquel lunes a las 07:56:30 tomada por la antena 215
localizada en la calle 10, entre 11 y 12 del Parque Industrial Pilar, por su
propio radio natural de cobertura -de siete a diez kilómetros a la redonda-
podía ya captar llamadas efectuadas más allá del country “El Carmel”, y,
además, bien puede resultar su activación producto de una derivación de
otra antena cercana que no estaba en condiciones en ese instante de
abastecer el servicio requerido por el aparato de telefonía móvil ubicado bajo
su radio.
Más allá de esto, que no deja de exponer una sesgada visión de la
prueba que llevó a la exorbitancia de las conclusiones que razonablemente

242
podían extraerse de ella -pasando de largo sobre los expresos y previos
avisos que se daban antes de enlistarse la información requerida a fin de no
construir falsos panoramas con ellos-, lo cierto es que aun cuando la
consulta a la casilla de mensajes del teléfono móvil fuera efectuada desde el
mismo domicilio del encartado Pachelo, el horario de su realización, a menos
de cuatro minutos de las ocho de la mañana, en nada empece a la presencia
de aquel tomando el desayuno, en el horario inusualmente temprano en que
-nos dicen- Pachelo concurrió aquel día a la confitería situada en la estación
de servicio Esso.
El encargado Mantovani y el mozo Monzón fijaron el encuentro, con
aproximación, entre las seis y las siete de la mañana. Así la escasa distancia
que separaba la casa del acusado sita en “El Carmel” con aquel lugar
situado en la intersección de ruta Panamericana y la 25 -a no más de cinco
kilómetros y con facilidades de acceso- muestran el escaso tiempo necesario
para trasladarse de un sitio a otro. Al menos, en las condiciones acreditantes
que llegan afamadas en el juicio, pues absolutamente nada informa que
podría haber mediado aquella mañana inconvenientes extraordinarios que
reclamaran más que algunos cuantos minutos en cubrir tan corto trayecto
entre uno y otro lugar.
El dato escrutado en la decisión mayoritaria carece de contundencia
para blindar la presencia del acusado Pachelo en su domicilio, ni hace
imposible la concurrencia al sitio donde lo vieron tiempo antes.
Correspondería enlazar dicha información con las expresiones de la
empleada doméstica del acusado, elemento sobre el que también se forjó la
convicción mayoritaria para desestimar las inquietudes que aquejaban a
Pachelo la mañana posterior al crimen de la víctima.
En efecto, se afirmó en el fallo -por mayoría- que “En sus testimonios
de fs. 671, 2353 y 7933 Balbina AVILA, entonces empleada doméstica del
matrimonio PACHELO-DAVALOS, confirmó que para el horario de 6:00 a
7:00 señalado por MONTAVANI y MONZON, su empleador Nicolás
PACHELO se encontraba en la casa.”

243
Con adecuado criterio, el tribunal desmembró a esta fuente de prueba
de las calidades de objetividad con las que vistió a los registros de
comunicaciones, pues la condición de asalariada del imputado que revestía
Balvina Elva Avila, muestra la relación de dependencia con aquel.
Las declaraciones escritas de la nombrada evaluadas por el tribunal
permiten observar que el día 6 de enero de 2003 la mencionada Avila dio
cuenta que trabajaba en el domicilio de Pachelo sito en el country “El
Carmel” desde el día 9 de septiembre de 2002 en la modalidad de servicio
doméstico cama adentro, ingresando los días domingos a las 19:00 o 20:00
horas hasta el día sábado a las 15:00 o 16:00 horas, en que se retiraba del
domicilio.
Expuso que el día del homicidio, ingresó en remis al Carmel próximo a
las 20:30 horas, pudiendo advertir cuando se dirigía a la casa de su patrón a
dos ambulancias que se encontraban en el barrio. Expuso que cuando llegó
a la casa no había nadie, por lo que se dirigió a su cuarto a la espera de la
llegada de algún integrante de la familia.
Explicó que Pachelo y su familia arribaron a la 1:00 del lunes 28 de
octubre, solicitándole la llave de la vivienda a fin de poder iniciar su labor.
Resulta evidente de ello que Avila no tenía acceso libre a la vivienda
principal, situándose sus aposentos en una dependencia ajena a ella, siendo
claro que la vigilia en su habitación para hacerse de las llaves de la casa con
la llegada de la familia, la escinden de la casa familiar. En efecto, agregó,
ante la consulta de Pachelo sobre “qué hacía despierta”, Avila le explicó que
estaba esperando que le entregara las llaves “para poder ingresar temprano,
a la casa, al otro día”.
Indicó la testigo que entonces se retiró a dormir, levantándose el lunes
28 de octubre a las 7:00 y comenzó su labor en la finca a las 7:30 horas.
Ingresó a la casa, preparó el agua para tomar unos mates y levantó al hijo
de la familia de nombre F. de siete años para prepararlo para ir al colegio.
Dijo que la madre de F. lo trasladó a la escuela, quedándose ella al cuidado
de los otros dos hijos del matrimonio -C. de dos años y S. de tres meses-

244
comenzando con su trabajo habitual. Dijo que, como todos los días, tendió la
ropa que la esposa de Pachelo dejó lavada.
Afirmó que el imputado Pachelo se levantó a las 9:30 horas, y que
cuando lo hizo le comentó a la testigo “viste lo que pasó Elva…, se murió
una mujer de acá cerca… se cayó en la bañera”, recordándole la dicente que
el día anterior había visto dos ambulancias en el interior del country, no
hablando más del tema.
Que, entre otras cuestiones, recordó que el domingo 27 al momento
de su ingreso a El Carmel estaba lloviznando y que se había disputado un
partido de fútbol entre Boca y River. Expuso, ante preguntas, que Pachelo
tiene ropa deportiva como ser botines y demás elementos para realizar
deporte, recordando que es habitual que el acusado realice caminatas en el
interior del country después de la cena con su esposa.
También expuso que la familia tenía una perra de la que desconoce la
raza, que atendía los llamados realizados al teléfono de la casa, muchas
veces, de amigas de la señora de la casa, y que ésta a veces recibía visitas
de amigas, no así el acusado Pachelo. Adunó frente al interrogatorio que
siempre hay un vigilador fijo ubicado en las cercanías de la vivienda, a unos
veinte metros de distancia, sin perjuicio de las recorridas de otros
vigiladores.
Aclaró que sólo guardaba la ropa en el interior de los placards, pero
no se encargaba de la limpieza de éstos ni de los cajones, habiendo en una
ocasión observado un rifle mientras acomodaba la ropa adentro de un
placard.
Concluyó que a la víctima la veía en ocasiones pasar “haciendo
gimnasia” por el frente de la casa.
Que de sus propias manifestaciones puede establecerse que desde
su lugar de estancia, sólo ingresó al domicilio del acusado a la 7:30 horas,
por lo que nada puede informar con anterioridad a ese tiempo, siendo que la
dinámica que relata más luego, pone en actividad a la esposa del acusado
encargándose del traslado de uno de sus hijos al colegio, quedándose la

245
testigo al cuidado de los otros niños mientras el acusado descansaba, quien
se levantó recién a las 9:30, aun cuando su aparato de telefonía registraba
llamados salientes desde mucho tiempo antes.
Según los dichos, o estos primeros dichos, cuando se levantó el
imputado estaba en posesión de la noticia -la cual le comentó a la
testimoniante- de que se había muerto una mujer que se cayó en la bañera.
Resulta desierta la fuente de aquel conocimiento en cuanto el
acusado se levantó, pues ello no se explica con la posibilidad de que algún
guardia le indicara tal cosa ante la presencia de gran cantidad de autos
estacionados en la zona, siendo que, de otro lado, si la noticia la hubiera
recibido el imputado de regreso al Carmel en la madrugada del lunes -y
siendo que encontró a su empleada despierta y dialogó con ella en ese
momento-, no diera aviso allí de la fatal novedad.
Sin embargo, es el propio testimonio el que se muestra contradictorio
cuando el tres de junio de 2003, ya en sede fiscal, la mencionada Avila
reformula enteramente, sin dar razón de tales mutaciones, lo que fue el
despertar de aquel lunes en la casa de Pachelo.
Es que del extendido descanso del encartado -quien se habría
levantado a las 9:30 horas, siendo su esposa quien se encargó de llevar al
hijo mayor al colegio, para lo cual la testigo se encargó de despertar al niño y
aprestarlo para tal actividad alrededor de las 7:30 horas-, se pasó a que
Pachelo como su esposa se levantaron juntos, sin indicaciones sobre el
horario de ello, siendo ambos quienes le comunicaron la muerte de la señora
García Belsunce.
Si se trata de alinear lo que viene torcido, o bien Gómez Dávalos se
despertó al mismo tiempo que Pachelo, allá por las nueve y media de la
mañana del lunes, lo cual resultaría de difícil encastre con la circunstancia
de que el pequeño F. fuera despertado dos horas antes para cumplir con sus
compromisos escolares, o el imputado Pachelo se levantó bastante antes,
en compañía de su esposa quien llevó al menor a la escuela, o, incluso,
Pachelo se levantó antes que todos, lo que de modo alguno podía ser

246
observado por Avila que pernoctaba en otra dependencia ajena a la casa
principal, observando la testigo, simplemente, al matrimonio ya abocados a
sus actividades. Incluso, puede que la testigo no viere todo lo que dijo.
Frente a este haz de inciertas posibilidades, lo que resulta seguro, es
que no pueden convivir en armonía las circunstancias de que el lunes 28 de
octubre el acusado Pachelo se levantó junto a su mujer; y, a la vez, su mujer
se levantó sola mucho antes de las 9:30 llevando a su hijo al colegio y su
esposo no se levantó sino hasta las 9:30 horas.
El sinuoso derrotero que exponen las palabras escritas de Avila -que
leo desde idéntica posición a la que tuvieron los jueces frente a ellas- hace
imposible otorgar densidad y cohesión a sus dichos, cuanto menos, en lo
que resultaba un aspecto de singular relevancia, si es que con ellas se
quería dirimir la cuestión atinente al paso de Pachelo por la estación de
servicios, entre las seis y las siete de la mañana, en donde en forma clara y
sostenida, múltiples testigos lo ubicaron aquel lunes 28 de octubre de 2002.
Que desde la invalidez de proposiciones que se oponen
recíprocamente, no puede extraerse dato alguno para confrontar con el resto
de los testimonios que vienen afamando aquel extremo, siendo acertado -en
este contexto- concluir que no han sido expuestas en la decisión mayoritaria
circunstancias que justifiquen el descarte de lo que Mantovani, Monzón,
Gutiérrez y Sanjurjo expresaron en torno a lo acontecido.
Y ello muy especialmente cuando se advierte, para mayor
perplejidad, que en el año 2017 la señora Avila se expidió nuevamente en
declaración testimonial aportando una tercera versión sobre la actividad del
acusado la mañana siguiente al crimen de la damnificada, esencialmente
diversa a la primera. De la lectura del fallo resulta incierto -atento la remisión
genérica a las fojas donde se actuaron los tres testimonios de Avila-
establecer cuál resultó la versión que generó convicción en la mayoría.
En esta tercera ocasión Avila hizo expreso que ella tenía un cuarto
separado de la casa principal, mediando como separación entre aquellas

247
dependencias el garage de la vivienda. También dijo, que no contaba con
llaves de la casa principal.
Entre otras referencias vinculadas a la indisposición del matrimonio a
cumplir con las contraprestaciones laborales por el trabajo que ella realizaba;
el holgado estilo de vida de aquellos; las dudas respecto a que la pareja
tuviera trabajo fuera de la casa; el súbito abandono de la residencia luego
del homicidio de García Belsunce para mudarse a otro sitio dejando hasta
los pájaros en sus jaulas; o que jamás vio a una masajista que prestara
servicios a Dávalos o Pachelo en la vivienda, desconociendo quién es la
señora Michellini, la testigo se volvió a expedir en torno a la mañana del día
lunes 28 de octubre de 2002.
En esta oportunidad dijo -a pesar de haber ratificado sus anteriores
expresiones ya repasadas- que fue ella quien le preguntó a Inés Dávalos
-esposa del acusado Pachelo- si sabía que había pasado pues vio
ambulancias el día anterior cuando arribó al Carmel, respondiéndole “falleció
una señora de acá de otra casa”, eso fue a las siete de la mañana,
aproximadamente, tomando como referencia que los chicos iban al colegio y
el nene entraba a las 7:30 horas.
Que de adverso a la estancia de Pachelo en la casa -quien habría
descansado, según primer testimonio, hasta las 9:30, cuando se levantó-
ahora dice que el imputado ya estaba levantado por aquel tiempo, que
Dávalos fue a llevar al niño al colegio, habiendo egresado Pachelo de la
casa al mismo tiempo que su mujer, “salieron juntos”, dijo, lo cual desmiente
las afirmaciones de Pachelo en juicio respecto al horario en que se levantó
de sus aposentos y su negativa a haber salido del domicilio en horas
tempranas.
Incluso, afirmó la testigo Avila que la esposa del acusado Pachelo
luego de dejar al menor en la escuela hizo mandados, tras lo cual regresó a
la casa. También dejó expuesto que Pachelo regresó luego, sin poder
establecer -por falta de recuerdo- si lo hizo antes o después del regreso de
su esposa al hogar.

248
Resulta evidente que, de estarse a esta nueva recreación de la
testigo, si el niño ingresaba al colegio a las 7:30 horas, -el cual, según lo
afirmó la testigo María Gimena González Jausoro, se trataba del Brick
Towers College de Pilar, exponiendo ésta testigo que su hijo concurría junto
a F. a la misma institución e, incluso, se turnaban con Dávalos para llevar o
traer a los niños entre los domicilios y la sede de la institución escolar-, la
salida de Dávalos debió acontecer con alguna antelación para llegar hasta la
escuela en aquel horario.
Y siendo que Avila recrea una salida normal y sin contratiempos, es
evidente que por aquel mismo momento -según nos dice ahora- Pachelo ya
se encontraba despierto y presto para marcharse de la casa, también en ese
tiempo.
Este devenir se encuentra en las antípodas del profuso descanso del
acusado hasta las 9:30 horas del que nos ilustró en su primer testimonio, y
sobre el que pretende echar raíces el descargo de Pachelo en juicio para
negar su paso, en tempranas horas de aquella mañana, por la estación de
servicios en donde lo colocan invariablemente Mantovani y Monzón.
Agregó la posición mayoritaria, sobre este particular, que “Las
planillas de fichaje de entradas y salidas del Carmel no registraron uso de
tarjeta del socio PACHELO; y sólo merece asignarse cualidad especulativa a
la verificación de uso de tarjeta de Guardia que no prueban la salida de
PACHELO el 28 de octubre de 2002 para horario de 6:00 y 7:00”.
Nuevamente, el a quo pretendió asignar seguridad a un dato que no lo
tiene, siendo que no es especulación sino hechos comprobados de la causa,
que no resultaba imposible, ni siquiera inusual, que el levantamiento de las
barreras por medio de la acción de tarjetas personales de identificación fuera
práctica inexorable, toda vez que los testimonios de los vigiladores, socios y
el supervisor de la empresa encargada de la seguridad, dieron cuenta que
junto a aquellas convivían tarjetas “genéricas” que habilitaban el paso,
usadas en ocasiones cuando los socios expresaban que no tenían la tarjeta
personal en su poder. De hecho, para la salida del acusado la tarde del

249
domingo en que asaltaron la casa de la víctima, registrada a las 18:59 hs.,
no se utilizó la tarjeta personal del imputado, tampoco la de su esposa.
Se muestra de fácil advertencia, que de estarse a los aportes de la
testigo Avila -que el propio tribunal por mayoría toma como un bloque
uniforme, que no los es, para investirlo de valor suasorio- ella misma viene
dando cuenta del egreso de Pachelo -y también de Gómez Dávalos con el
niño, cada uno por su cuenta- minutos después de las siete de la mañana,
salida del primero que no aparece en la -ya no puede dudarse- insegura
registración que el a quo observó sin fundamento como hito seguro.
Son estas, entonces, las contradictorias e insolventes proposiciones
que vienen dando sustento a la posición mayoritaria de desestimar todo
aquello que llega armonizado en los testimonios Monzón, Gutiérrez,
Mantovani y Sanjurjo.
No puede dejar de advertir que la adhesión del magistrado que se
expide en segundo término agrega fundamentos que, como adición, no
llegan a constituir el sustento argumental del razonar de la mayoría, pero
que, por ello, tampoco podrían dejar de observarse, pues los argumentos por
los cuales se pliega a la adhesión no pueden estar huérfanos de racionalidad
y deben constituir, desde luego, una armónica comunidad de ideas y
valoraciones que den núcleo suficiente al fundamento común requerido a las
sentencias. Ello condición irrenunciable de validez, más allá de los parciales
matices que pudieren exponerse sin mellar aquellas imprescindibles
coincidencias.
Ya en esta mirada, y sobre el hecho que ahora nos ocupa, señaló
quien se expide en segundo lugar que “…me permito simplemente efectuar
algunas referencias al respecto del alegato fiscal, exclusivamente en punto
al homicidio de María Marta García Belsunce, y ello no obstante el preclaro
análisis y desarrollo que efectuara quien encabeza la votación. compartiendo
parcialmente todos los fundamentos, adhirió su voto al de su colega
preopinante, Dr. ANDREJIN.”

250
En el desarrollo de su exposición, el magistrado privilegió el
testimonio de la testigo Avila, a partir del cual concluyó: “ Los testimonios de
los mozos fueron desvirtuados por los tres relatos de Balvina Avila,
empleada en ese entonces de la familia Pachelo, incorporados por lectura,
quien aseguró que el 27 de octubre de 2002 había llegado al domicilio
alrededor de las 20:00 hs., que el matrimonio y sus tres hijos lo habían
hecho a la una del 28, que Pachelo esa mañana no había salido…”
permaneciendo igualmente inadvertidas -y sin resolución sobre su mérito-
las contradicciones que portan esos tres diversos testimonios de Avila sobre
la realidad de lo acontecido en la casa de Pachelo y la estancia del
nombrado en el domicilio.
Esto especialmente visible cuando, a modo de conclusión, se afirma
categóricamente que el acusado no egresó durante aquella mañana de su
casa, siendo más que evidente que la última de las versiones aportadas por
Avila al proceso, afirma exactamente lo contrario.
A ello agregó el adherente, “… debe aditarse que conforme surge del
Vaic, a las 07:56 se registró una llamada entrante al celular del intimado
captada por la antena con incidencia en Carmel, a lo que debe añadirse que
no se habían registrado modulaciones de la vigilancia dando cuenta de
movimiento alguno tanto del aludido como de su pareja hacia el exterior del
barrio, ni las cámaras emplazadas en la guardia habían grabado la salida del
nombrado, con lo cual los aportes testimoniales de Walter Mantovani y
Miguel Monzon se tornan cuanto menos carentes de credibilidad y, añado,
hasta de lógica: con que propósito pudo haber concurrido el intimado a las
06:00 a la expendedora de combustible y requerido información sobre los
decires de la muerte ocurrida en Carmel cuando lo lógico era abrevar dentro
del club donde de suyo, contaba con esa posibilidad ?”
En esta suma, y de su patrimonio, el adherente buscaría convicción
en la ausencia de registros de modulaciones de la vigilancia y las vistas de
cámaras de seguridad de los accesos al country que constaten la salida de
Pachelo. Esto, sin especificación ninguna a las fuentes de las cuales podrían

251
sostenerse aquellos extremos, obsérvese bien, sobre lo sucedido la mañana
del lunes 28 de octubre de 2002, siendo que del acopio de audios e
imágenes -más que numerosos- que llegan incorporados al juicio como
prueba disponible, hace difícil encontrar entre ellos a los “registros de
comunicaciones” y de las cámaras de los accesos a los que se hace
mención, reitero, la mañana siguiente a la matación de la víctima, elementos
que habrían inspirado la convicción del juzgador, siendo éstos soportes
materiales bien distintos a las planillas de entradas y salidas que el juez de
primer voto examinó con el mismo sentido.
De existir estos registros, las conclusiones que se extrae de aquellos
marchan a contramano de las expresiones de Avila -valorada en el ámbito
de este precisa cuestión-, pues -en esto sí se mantuvo uniforme la
declarante- Dávalos salió del Carmel para llevar al hijo mayor al colegio,
extremo que es negado -según se destaca- en virtud de que las
modulaciones del personal de vigilancia no daría cuenta de la salida del
matrimonio hacia el exterior del barrio.
Y buscando liquidar la cuestión, estableció como premisa lógica
insoslayable, que de haber el acusado requerido información sobre la muerte
ocurrida en Carmel debió abrevar dentro del club donde contaba con esa
posibilidad.
Sobre este particular, y a fin de no extenderme en la nómina de
testigos que dieron cuenta de las sospechas, temores y prevenciones en
torno al imputado Pachelo allí en donde vivía, antes, incluso, a que ocurriera
el homicidio de la víctima, los aportes de Azpiroz Achával, Alberto White,
Débora Luaces, Carlos Alberto Carrascosa, Irene Hurting, Fernando Andrés
Sansuste, Alejandro Arauz Castex, Nicolás González del Cerro, Dolores
Gayan de Sanjurjo, el encargado de la proveeduría Alfredo Atilio Torres, los
vigiladores Ramón Alfredo Acosta, Diego Rivero, Carlos Alberto Villalba,
incluso el coimputado Ortiz, resultan algunos de los que expusieron sobre
la situación del imputado Pachelo en el country “El Carmen”, comunidad en
la que habían acontecido numerosos sucesos delictivos que afectaron la

252
propiedad de sus vecinos, concluyéndose en el barrio en torno a la
intervención del nombrado.
Más aún, expusieron sobre la violenta conducta asumida por el
encartado para canalizar sus reclamos, o el tono intimidante de sus
palabras-Luaces y García del Cerro-, todo lo cual fue generando
preocupación en el medio y justificó la adopción de decisiones institucionales
de las autoridades del club que, ante la imposibilidad jurídica de resolver la
expulsión del club que venía propiciada por algunos de sus socios, derivó en
la adoptación de una custodia especial para Pachelo y su esposa Inés
Gómez Dávalos –“Romeo y Julieta”- según los referían los vigiladores
cuando debían comunicar los movimientos del sospechado y su familia.
Todo esto, reitero, ya antes del homicidio de la vecina del acusado,
siendo que, en lo personal, la señora García Belsunce adjudicaba directa
intervención en la sustracción de un perro de su propiedad y reclamos
dinerarios para proceder a su devolución.
Este universo de circunstancias era conocido por el imputado
Pachelo. Repárese que ante los delitos sucedidos, el presidente el club “Tito”
Withe, su vicepresidente Sansuste y Arauz Castex mantuvieron una reunión
con el acusado imponiéndolo de los hechos y su preocupación, negando
aquel su intervención en los delitos, para luego acomodar su negativa ante
las evidencias fincadas en filmaciones en donde se lo ve con palos de golf
sustraídos en El Carmel llevados a la venta por Pachelo a un local comercial,
derivando -a modo de descomprimir la situación- en la afirmación del
imputado respecto de que se iría del club, pues planeaba vender o alquilar la
propiedad.
Así lo expuso el testigo Sansuste, quien también trajo a colación un
intimidatorio mensaje que leyó en un suceso ocurrido con posterioridad a
aquella reunión, luego de que lo llamara al testigo a su casa en la ciudad de
Buenos Aires, solicitándole “tomar un café” para aclarar algunas
“confusiones”. Detalló Sansuste que, antes los pedidos familiares para que
no se reuniera con Pachelo, el encuentro no se concretó.

253
Luego de ello, un día lo llamó el intendente del club para informarle
que en el jardín de su casa en Carmel, colgado en la rama de un árbol,
habían colocado una de las protecciones de los palos de golf que le habían
sustraído tiempo antes al testigo.
Tampoco pasó desapercibido para el acusado, el puesto de vigilancia
que le colocaron en la proximidad de su vivienda, el cual tenía por finalidad
un seguimiento particular hacia su persona, tal como el propio acusado lo
expresó en el juicio.
Frente a este contexto, pretender que el acusado calmara su
ansiedad por saber el devenir de los hechos respecto del homicidio de
García Belsunce precisamente allí en donde era el más sospechado por los
delitos que ocurrían en el Carmel -uno de ellos con impacto directo en la,
ahora, nuevamente victima García Belsunce-, no deja de exponer un
extravío valorativo de la actividad justipreciadora al divorciarse de la lógica
que invoca.
Es evidente que la confitería a la que concurrían varios vecinos del
Carmel, podía ser un ámbito que, contando igualmente con información, no
dejaba de ser ajeno a la comunidad y con interlocutores igualmente extraños
al country, tal la condición del mozo y el encargado del lugar, canales por los
cuales allegar a resultados semejantes sin levantar polvareda de sospechas.
Adviértase, en este mismo sentido, que el recelo hacia las conductas
asumidas por Pachelo en el Carmel, llevó a que inmediatamente de
anoticiado el presidente del club -el señor Withe- sobre la traumática muerte
de García Belsunce, se interrogó derechamente “¿dónde estaba Pachelo?”,
siendo el vicepresidente del club, el testigo Sansuste, quien también evocó
las claras sospechas que portaba “Tito” Withe sobre Pachelo respecto del
homicidio de la víctima.
Que en cuanto agregado de quien adhiere, parcialmente, al juez de
primer voto, el impacto de estos argumentos no parece trascender hacia los
pilares motivacionales que, en comunidad, deberían sostener la decisión
absolutoria. Sin embargo, no deja de colocar a la vista un desajuste que

254
impone su estricto escrutinio a fin de comprobar la extensión del
desasosiego de quien debe, en cualquier caso, sumarse a la adhesión con
lógicos argumentos.
Conviene entonces reiterar que, la adhesión con agregados del señor
juez que opina en segundo término no contribuyó al salvataje del primer voto
sino que, al contrario lo condujo al naufragio de ambos en los mares de la
motivación.
Es que, los cuatro testimonios verdaderamente útiles y no
contaminados pretenden ser controvertidos con datos de registración que no
se especifican, y con el relato de una dependiente del procesado que cambia
tres veces una versión en la cual el único dato mantenido (salida de Dávalos
para llevar al chico al colegio) es, como ya se dijo, incompatible con lo que
surge de las modulaciones del personal de vigilancia.
Ni que hablar del cierrre de esa parte de la adhesión, cuando refiere a
la lógica, especulando que la curiosidad del señor Pachelo podría haberse
satisfecho preguntando a sus vecinos, propuesta esta de lo más insólita, si
se tienen presente los perfiles de la relación vecinal ya descriptos.
Que la llana interrogación formulada por el acusado Pachelo sobre las
posibles noticias acerca de la “mujer que habían matado en el country”, a
más de portar notas de efectivo conocimiento del todo ajenas al “solitario
accidente”, resulta perfectamente explicable si se la pone en el contexto de
las particulares características que asumió la matación de García Belsunce.
En dicho marco, adquiere razonable cariz y sintomática compaginación en
un saber tanto más detallado.
Las especiales dificultades que demandó para terceros establecer con
certeza el mecanismo traumático del deceso jugó en este caso, para mal de
muchos, consecuencias que -con estricto apego al objeto del juicio-
corresponde analizar, ahora, respecto del acusado Pachelo.
Así, la ausencia de una mayor cuota de sigilo en la interrogación va
como de la mano con el concreto conocimiento del mecanismo matador.

255
Es que, en la generalidad, parecería que si una persona es ultimada
mediante seis disparos dirigidos a su cabeza, resultaría razonable pensar -a
priori- que ello no podría interpretarse como una muerte accidental, o al
menos por mucho tiempo, con o sin escenificación del cuerpo de la víctima
parcialmente sumergido en una bañera, o con ocultamiento de prendas de la
víctima -distintas a las que tenía colocadas aquella tarde- que fueron
encontradas, tiempo luego, teñidas de sangre en el vanitory del cuarto de
baño (cfr. testimonio de María Laura García Belsunce).
Bien podría el acusado pensar, entonces, sin rasgo de torpeza, que
ya al día siguiente del homicidio, el expresar que a la víctima la “habían
matado” no dejaba expuesto un conocimiento exclusivo que levantara
señales retrospectivas de culpabilidad, pues resultaba válido especular que
cualquiera que viera a la víctima podría haber advertido tal circunstancia sin
mucho preámbulo.
Entiendo que esta fue una suposición generalmente extendida que,
desconocedora de las circunstancias exactos del caso y sus derivaciones,
con su presencia, llevó a cegar la mirada o, cuanto menos, quitó la necesaria
claridad de visión.
Si se pasa de lo general a lo particular, bien se advierte que la
muerte de García Belsunce se cubrió de circunstancias que llevaron a hacer
harto dificultoso establecer el verdadero mecanismo de muerte, desde
siempre traumática, con el que se quitó la vida a la víctima.
Es que ajenos a toda urgencia de salvamento, choque emocional o
desventajoso lugar de maniobra, los forenses Héctor Horacio Moreira y
Carlos Alejandro Flores dieron cuenta de lo problemático que resultó fijar,
finalmente, la causal del mecanismo homicida.
Destaco que el nombrado Moreira -quien fue convocado
especialmente por el fiscal de intervención en la investigación- contaba con
conocimiento sobre la posibilidad de traumatismos, habiéndose constituido
previamente a la realización de la autopsia en el lugar del hecho, en donde
observó el baño y tomó medidas, así lo dijo.

256
Con ese caudal de datos se constituyó en la sede del Cuerpo Médico
Forense de la Justicia Nacional, en donde se llevó adelante el acto,
contando con disponibilidad de medios y todo el tiempo para actuar
personalmente sobre el cadáver de la víctima, siendo el forense Flores quien
visualizó y participó de todas las acciones.
No puedo dejar de reparar que, asimismo, este quehacer tenía como
única finalidad la observación directa del cadáver y su examen anatómico,
enderezado a establecer la causal de la muerte de García Belsunce.
Así y todo, con el cuerpo en la mesa de Morgagni, incluso
desprendido el cabello, visualizaron una primera área en región
témporo-frontal izquierda, primera zona de contusión, la cual se fue
aclarando hacia atrás a medida que se iba desprendiendo el cuero
cabelludo. Que eliminado todo el pelo, vieron con dificultad cuatro lesiones
de tipo contuso punzante, y luego una quinta de igual característica, ninguna
de ellas -a los ojos peritos de ambos privilegiados observadores- con
cualidades de penetrantes o perforantes.
Posteriormente vieron una sexta lesión en la piel con forma triangular
y con características de herida contusa -no punzante ni perforante- lo que
daba la señal que había sido causada por un elemento distinto.
Más todavía, utilizando un elemento particular para separar los bordes
de los orificios a fin de establecer macroscópicamente sus características -y
con ello la posibilidad de que fueren producto de proyectiles-, a ese primer
análisis, tampoco se verificaron signos que alentaran el pasaje de proyectiles
de armas de fuego.
Esto es, las heridas en la piel eran contuso punzante, siendo que en
el hueso del cráneo eran contuso perforante, resultando imposible todavía
decir si eran el producto de la acción de proyectil de arma de fuego,
afirmación que recién pudo efectuarse, luego de aserrar la calota craneana
y, frente al cerebro licuado, advertir la presencia de cinco proyectiles.

257
Todo ello debió acontecer para redefinir aquello que, primeramente,
para ambos forenses, arrojó características de lesiones contusiones
punzantes en la víctima.
Aun, si se quisiera especular sobre otros métodos de determinación,
tan sólo se observa la posibilidad de un seriado radiográfico del cadáver que
pudiere establecer la presencia de aquellos cuerpos metálicos extraños en la
cabeza de la víctima.
En cualquier caso, tales procedimientos resultaban del todo ajenos a
la situación, medios, fines y protagonistas que buscaron asistir a García
Belsunce en los primeros instantes posteriores a su encuentro
semisumergida en la bañera.
El forense no tuvo inconveniente en aclarar que el médico que auxilió
a la víctima, al ingresar mínimamente el dedo, debió examinar la regularidad
del orificio y la profundidad introduciendo una lapicera, más ello, así lo afirmó
el perito, en base a su “formación forense de investigación científica del
delito”, especialidad que, de ordinario, no resulta consustancial a un médico
asistencial.
Desde luego que todas estas dificultades para entender la causa de la
muerte eran ajenas al saber del matador, pues lo único que sabía el autor de
la muerte de todo ello, era que -nada más ni nada menos- le había
descerrajado seis disparos a la cabeza de la víctima, cuatro de ellos con
características de remate.
Este entorno de situación le jugó una mala pasada al ejecutor de las
acciones, quien buscó información respecto de lo que se sabía del hecho,
con una interrogación que resultó sumamente expresiva en aludir a la
muerte de una persona de característica homicida, desconociendo
-seguramente para su sorpresa- que por entonces había cundido la
interpretación en derredor de un accidente fatal.
Es por todo ello que lleva razón la minoría, en cuanto existen
elementos probatorios que afaman la existencia del hecho indiciario, como
en el inocultable carácter incriminante que de aquel se deriva.

258
Son múltiples las circunstancias que llegan afirmadas en la pregunta
que Pachelo formuló a Monzón y Mantovani, en horas tempranas de la
mañana siguiente al crimen, las cuales dejaron expuesto un acabado saber
en torno a circunstancias de lugar, modo y víctima, que, en su armónica
conexión, se desvinculan de la casualidad.
Concretamente, la pregunta muestra que Pachelo sabía que habían
matado una persona, que es persona era femenina que, en el coloquial uso
en que fue utilizada la palabra “mujer”, venía especificando, cuanto menos,
que no se trataba de una niña ni una joven, y que, además, esa persona
había sido ultimada en un country.
La extensión y exactitud de los coincidentes datos sobre la acción
homicida soportada por la víctima en su casa del country “El Carmel”, sólo
permiten enlistar a tan concreto saber en un muy acotado campo de
posibilidades: Pachelo intervino en la matación, o fue testigo de ella, o
resultó confesor del protagonista o de un testigo del homicidio.
El conjunto de hechos y circunstancias que vienen enarbolando los
acusadores, bien alejan al imputado del rol de testigo o simple confidente,
pues ya desde la misma pregunta que formuló a la mañana siguiente de la
muerte de la víctima, se desprenden otras aristas de tenor incriminante.
Es que el efectivo conocimiento que espeja la formulación de su
pregunta a quienes buscó como canales más descomprometidos para
obtener un panorama de lo que estaba ocurriendo en torno a la muerte de la
víctima, sólo es uno de los aspectos cargosos que porta su interrogación.
Si bien se mira, aquella contiene sapiencia del hecho e interés propio
en él. Que desde la antigua y siempre interpelante exigencia de establecer la
caracterización del autor del delito, y aun sin agotar diseños definitivos, el
interés particular constituyó una nota a consulta, pues suele presentarse en
quien resulta el hacedor del hecho.
En lo que compete, cunado la acción típica dolosa entraña una
vocación modeladora de la realidad en base a una apetencia que, como
interés, mueve la acción -positiva o negativa-, dicho interés, subsiste, como

259
impulso, ya concluida la ejecución del delito. Nada de ello resulta predicable,
en lo general, en la neutralidad del simple testigo.
Sobraría reiterar, pero reitero, que es incuestionable la clara intención
de dar muerte a la víctima con la que procedió el ejecutor del homicidio.
El acusado, por ese tiempo, ya sabía como nadie lo que había
ocurrido y mostraba concreta necesidad de información, la que de ningún
modo podría interpretarse como simple impulso de compasión hacia la
situación de la víctima si, tal como lo quedó registrado en conversaciones del
acusado intervenidas tiempo luego, ellas desnudaban un grosero desprecio
hacia la suerte de su vecina María Marta García Belsunce, a quien aludió en
insultantes términos que, por decoro y respeto, me abstengo se citar en su
textualidad.
Subrayo, sobre la existencia material de tal aseveración, que el propio
Pachelo pretextó en el debate una muy tardía disculpa por la referencia a la
que hago alusión, otorgando indubitable realidad -e intervención- a la charla
a la que aludo y fue auditada en la audiencia de debate. En esa misma
ocasión, en tren de purgar culpa, Pachelo también se excusó por la forma en
que destrató a su madre en un conversación -también ello registrado- a
quien instó a saltar por la ventana de su departamento.
Desde luego que la enmienda no pudo llegar a los oídos de García
Belsunce, ni tampoco a los de la progenitora del acusado, una muerta a tiros
en su casa, y Silvia Ryan, muerta al arrojarse al vacío desde el
departamento en el que moraba en la ciudad de Buenos Aires.
Es por todo ello que, entiendo, a pesar de la negativa de Pachelo,
existen elementos de convicción que razonablemente fundan la disidencia
de quien quedó en minoría, respecto a que el evento indiciario está probado,
y resulta de indudable contenido cargoso.
En este orden de ideas, empieza a comprenderse el absoluto silencio
con el cual el acusado Pachelo escuchó de boca de la testigo Gayan de
Sanjurjo una novedad que no era tal para él -la muerte de García
Belsunce ocurrida la tarde del día anterior-, pudiéndose avisorar el coto a la

260
locuacidad en la charla que mantenía con la testigo cuando ésta, asimismo,
le indicaba como causal del deceso un “golpe en el baño”, circunstancia que
llevó a la perplejidad de quien sabía que la víctima había recibido seis
disparos en su cabeza, lo cual dejó sin comentarios a Pachelo, conforme lo
detalló la nombrada al rememorar en su testimonio el encuentro con el
acusado la mañana siguiente al crimen.
El propio encartado expuso y reafirmó en su descargo que sus días
“comenzaban” tanto más tarde, sin embargo, por lo que vengo analizando, la
mañana siguiente al crimen de García Belsunce estaba urgido de
información sobre “lo que se sabía” del caso, a tal punto, de procurar ello en
un horario inusualmente temprano para él.
Que en el camino de las manifestaciones de tenor incriminante
atribuidas al acusado Pachelo, formuladas escasos días luego de acontecido
el homicidio de García Belsunce, que los acusadores denuncian
arbitrariamente descartadas por el a quo, se encuentran las expresiones
brindadas bajo juramento de decir verdad por el testigo Dionisio Simón.
Sostuvo el deponente que le tengo miedo al imputado Pachelo, a
quien conoce desde que nació, pues el declarante trabajó con su padre por
largos años hasta el día de su violenta muerte, siendo conocedor de los
problemas que el acusado tuvo con el papá, agregando respecto del
encartado, que “es para temerle”.
Explicó el testigo Simón que tiene 77 años y en agosto de 1976
conoció el padre de Pachelo, comenzando a trabajar con él en el rubro
inmobiliario, siendo que por entonces “Nico tenía 3 meses” -en referencia al
imputado-. Luego, narró el testigo, siguió trabajando junto a Pachelo padre
con la cantera. Detalló que eran socios con Roberto, siendo poseedor de un
20% de la inmobiliaria. Señaló que en el año 89 comenzaron la labor con la
tosquera y trabajaba para Roberto, mediando mucha confianza entre ellos,
encargándose en la cantera de vender, cobrar, de “todo”.
Respecto del acusado dijo que cuando era chico estaba con la mamá,
iba a la casa de los abuelos en Pilar. Rememoró que el encartado tuvo

261
problemas con su padre -Roberto Pachelo-, incluso, antes de la violenta
muerte de Roberto hubo un incidente serio en la oficina de Pilar -no en la
cantera-.
Afirmó que el acusado rompió computadoras y amenazó de muerte a
su padre, ello en el mes de diciembre de 1995, siendo que en enero de 1996
Roberto Pachelo apareció muerto en su casa, en la cual convivía con el
encartado.
Sobre los pormenores de este enfrentamiento, dio cuenta el
deponente que los conoció por boca del propio Roberto quien le narró lo
sucedido. Incluso afirmó Simón, cuando “Nico” volvió ese día dijo “yo a este
lo voy a matar”. El día de la muerte de Roberto el testigo estaba atendiendo
en la tosquera, la casa de Roberto estaba ubicada unos quinientos metros
más hacia adentro.
Agregó que alrededor de las 10 de la mañana apareció “Nico” y
recorrimos la tosquera, le pregunté si su padre se había levantado pues
teníamos una reunión en Pilar. Fue así que fueron a llamar a Roberto,
golpeamos la ventana y no contestaba. Llamamos al hermano de Roberto,
Rodolfo Pachelo, quien vino a la casa,
Relató que el chalet era grande, con pileta, entre la habitación de Nico
y Roberto habría unos 10 o 12 metros de distancia. También dijo que la
reunión pautada en Pilar era a las 12 horas y vinculada al tema del canon
que debían pagar al municipio. Por ello lo fueron a llamar a las 11:30 horas.
También afirmó que Roberto estaba económicamente muy bien al
momento de su muerte, agregando que era incapaz de suicidarse.
Continuando con su relato, y circunstanciando la fuente de sus dichos,
señaló que los hijos participaran con el 33% de la tosquera y que el acusado
Pachelo los citó a Carlos Kloster y al testigo a su casa de Carmel. En la
reunión propuso “joder” a los hermanos, para lo cual debería registrarse
menos cantidad de carga de tosca y menor volúmenes de venta -a Kloster
se le pagaba por metro cuadrado que sacaba-, debería anotar menos y se le
pagaría en negro la diferencia.

262
Aseguró Simón que se opuso a intervenir en el fraude en perjuicio de
los hermanos de Pachelo, lo cual vinculó con un extraño y violento suceso
ocurrido en la tosquera, en donde entraron tres tipos a los tiros, no robaron
nada, me escondí debajo de la mesada, habiendo recibido un disparo la
señora de la limpieza. Recordó que el automóvil en el que se desplazaban
aquellos sujetos apareció en una estación de servicio de Derqui, localidad de
la cual era el custodio que tenía “Nico” por ese tiempo, el cual se encontraba
armado. Expuso su opinión de que no se trató de un robo, no buscaron
plata, no revolvieron nada.
Expresó, asimismo, que la tosquera se cerró al final del 2001 y se
volvió a abrir en el 2002 pues había deuda con fleteros y camioneros, pero
para el mes de marzo del 2003 comenzó a trabajar solo. Detalló que hasta
septiembre, octubre, noviembre se seguía trabajando para pagar a los
camioneros, ellos sacaban y vendían por su cuenta, lo que sobraba se
repartía.
En cuanto a la relación de Pachelo con la muerte de García Belsunce,
el testigo dijo que se enteró “de la muerte de la señora” dos o tres días luego
-martes o miércoles-, siendo que “Nico” fue a la oficina y le hizo una
pregunta “rara”, al interrogarlo que pensaba de esta mujer que mataron si no
aparece el arma.
A ello, indicó el testigo, le contestó que pensaba que no iba a pasar
nada, a lo que Pachelo dijo “el arma debe estar en La Pampa”. En esa charla
le comentó lo que le había preguntado a un mozo de la estación de
servicios, sobre si había algún comentario sobre la mujer que habían
matado.
Afirmó el testigo que en ese momento pensó que la había matado por
“el tema del perro”. Sobre el particular expuso que al animal lo llevó un día a
la tosquera, al rato aparece un hombre al que alude como “el mago”, el cual
tenía una quinta cerca de la tosquera, tenía perros, vendía perros, antes de
irse le dio la mano y le sacó el reloj a “Nico” -por ello el mago-, a quien le
vendió el animal, un perro negro bastante grandecito, cuidado.

263
En cuanto a la tosquera, dijo que eran 206 hectáreas de la tosquera,
más cien al lado que eran fiscales y se habían escriturado, Nico vendió su
33%, luego de la muerte de García Belsunce. En su momento lo dijo que por
un millón ochocientos mil dólares. En cuanto a los que trabajaban allí, señaló
a Fernández de Escobar, un regador que estaba en el camino, Parra. Detalló
que Fernández hacía las boletas, Alicia cargaba las ventas en computadora
y había una empleada encargada de la limpieza.
En punto a Mario Rivero, señaló que no era de la tosquera, pues
estaba dedicado al tema de las vacas, se trataba de un gaucho, un resero,
que no se desempeñaba en la explotación de la cantera.
Afirmó Simón que el acusado le refirió que “esta vieja me cuesta
800.000 dólares”, haciendo referencia a García Belsunce y al abogado
Rivas.
También expuso que en el 2007 se escrituró, pero la venta de la
tosquera fue antes, detallando que “Nico” siempre hablaba todo. En otra
dirección aludió a que el padre del acusado se drogaba
Volviendo sobre la explotación de la tosquera, aseveró el testigo que
cuando se cierra en 2001 fue por un “tiempito”, que “yo seguí, la gente
siguió, la única que no siguió, casi seguro, es la de la limpieza”. Se volvió a
abrir y “seguí viendo a Nicolás”. De las vacas se encargaba Mario, no
trabajaba en forma directa, entraba con el caballo, curaba las vacas, y nada
más, a veces entraba por el fondo. Recalcó que la tosquera cerró dos o tres
meses.
Recordó Simón que Roberto Pachelo le había prometido darle el 3%
de lo producido por la venta del campo, siendo así que cuando Agustín y
Pancho Pachelo vendieron sus partes le dieron lo prometido por su fallecido
padre, no así el acusado.
En cuanto a la charla que evocó como ocurrida el martes o miércoles
posterior a la muerte de la víctima, dijo que fue en la oficina de la tosquera,
que Nicolás no tenía horario ni días de concurrencia, no recordando el
horario en que aconteció la conversación. Explicó que los únicos que

264
cumplían horario eran los que trabajábamos, en tanto los dueños no tenían
horarios fijos. Respecto del arma aludida por el imputado en aquella chala,
dijo el testigo que la mencionó así sin otra especificación.
Respecto del aporte de este testigo el tribunal por mayoría expresó
que su versión resultaba fulminada pues se contraponía “con material
probatorio de base objetiva”.
Como desarrollo de esta afirmación se explicó que “… ahora para las
jornadas del 29 y 30 de octubre (martes y miércoles siguientes al domingo
27 de octubre en que falleció la víctima), el uso del teléfono celular del
encausado refrendó presencia en zona del Carmel (antenas 215, 394) o en
geografías cuyas antenas de influencia (454, 209, 494) no fueron informadas
como correspondientes a radio de la tosquera (lugar al que SIMON afirmó
concurrió PACHELO).
Por cierto, en importante contradicción propia, SIMON afirmó durante
su testimonio ante el Tribunal que en mismo tiempo en que la cantera
permanecía cerrada, PACHELO concurrió a sus oficinas administrativas.
En escucha telefónica reproducida del diálogo entre SIMON y
PACHELO -casette 12 loc. 51, del 2 de abril de 2003-, los interlocutores
pusieron de manifiesto que para ése tiempo la tosquera debería reabrirse, y
que llevaba más de un año sin abrirse.
Y no se verificaron para estas dos jornadas de 29 y 30 de octubre, ni
aún en días anteriores, llamadas interrelacionadas de los teléfonos de uso
por PACHELO y línea telefónica de SIMON -como hito razonablemente
esperable si debían comunicarse para definir encontrarse mientras las
oficinas no funcionaban-. Sí intercambios de llamadas en días siguientes, 31
de octubre, 1, 2, 5, 6, 7, 14, 15, 18, 26, 28 de noviembre, dando para
PACHELO igual localización correspondiente a antenas 215 y 394”.
De ello puede colegirse que el a quo ingresó como criterio de
validación de la “versión” del testigo Simón que debería acreditarse, además,
que el acusado Pachelo estuvo en alguna de aquellas jornadas en la

265
tosquera, sitio en donde se habría mantenido el encuentro que el testigo
narró en su exposición ante el tribunal.
Para descartar esta circunstancia, nuevamente se recurrió al registro
de comunicaciones del teléfono celular del acusado como señal estricta -y
ahora permanente, agregaría- que no lo vendrían colocando en aquella
posición en donde lo ubica el diálogo referido por el testigo Simón.
Si se parte de la base que no hay mayor precisión sobre el horario en
que la charla se desarrolló, descartadas las horas de descanso -pues el
encuentro habría acontecido en las oficinas de la tosquera según lo explicó
Simón-, ha de advertirse de inicio que el criterio validante, antes que
objetivo, viene cargado de un temperamento desfavorable que, ni bien se lo
mira, expone su irrazonabildad.
Es que al observar el a quo que media actividad de las antenas 215 y
394 -que “abarcan al Carmel”- y otras de las que no se sabe su radio de
influencia, parece admitir como presupuesto de sus conclusiones que entre
aquellas comunicaciones mantenidas por el acusado en aquel período, el
encartado Pachelo no tuvo ocasión de desplazarse a la tosquera de Pilar en
ningún momento del día martes o miércoles posteriores al homicidio de
García Belsunce.
Ni falta hace decir que el entramado de antenas que también se
activaron por aquellos días, diversas a las dos antes señaladas, tales como
las 454, 209, 494 a las que mira el a quo, parecen respaldar -en su
derrotero- algo que se podría colegir sólo con el sentido común, Pachelo
-entre llamado y llamado- tuvo posibilidad de desplazamiento, incluso a la
tosquera, pues tal solar no se encuentra a gran distancia del centro de Pilar
en donde se ubica, por caso, la antena 394 (cfr. Vaic, Chacabuco 502 a
598, e/Pedro Lagrave e Hipólito Yrigoyen, UF 26, PB, Pilar) .
Pero hay más aún, pues si este es el criterio validante que debe
sortear la exposición del testigo Simón para su efectivo mérito, el propio
instrumento de medición diseñado por la mayoría, y los valores con los que
lo alimentaron, debieran dar un resultado enteramente contrario al arribado.

266
Es que si el a quo necesitaba -por medio de registración de las
antenas que captaban el uso del teléfono celular de Pachelo-, que éste
luciera ubicado por ellas en la zona de influencia de la tosquera en algún
momento de los días 29 y 30 de octubre de 2002, la ocasión luce
corroborada con las propias pruebas que enlistó el tribunal para tratar la
cuestión.
Ello así pues la activación de la antena 215 de modo alguno excluye
de su radio de acción a la tosquera en donde Simón narró que conversó con
Pachelo, en tanto el especialista Blanco afirmó ante el tribunal,
puntualmente, que la misma antena 215 podía estimarse -por su cercana
distancia en su radio de cobertura- con injerencia en el espacio de lo que
fuera, años atrás, la tosquera en cuestión.
En evidente contrasentido, la mayoría concluyó que la ocasión no
estaría corroborada, cerrando su inteligencia a la idea de que la mentada
antena 215 vendría marcando injerencia sólo sobre el Carmel, cuando -de
adverso- mediaba prueba que afirmaba lo contrario, a la cual evaluó en parte
-lo cual se puede- en la medida que se explique las razones por las cuales
se priva de valor a un tramo de la probanza y no a otro.
Mas cuando el recorte es huero de argumentos emerge la parcialidad
valorativa -que no se puede- pues deja a la decisión vestida de un
favoritismo incompatible con la imparcialidad decisora.
De los párrafos transcriptos destinados a la valoración de este
testimonio, también se advierte que la decisión mayoritaria del tribunal oral
examinó desfavorablemente la versión de Simón en base a otro confronte de
base objetiva -se dijo- basado en que no se advertía para los días 29 y 30 de
octubre de 2002, ni los próximos anteriores, el registro de llamadas entre los
celulares de Pachelo y Simón que dieran rastro y asidero a la concertación
del mentado encuentro en la tosquera.
Esto, que en algún otro caso pudiere resultar un criterio de
examinación del todo atendible, en el que nos ocupa, mejor expone la previa
idea de los juzgadores acerca de algo que se conoce mal.

267
Concluyo esto, pues, el razonamiento contiene un prejuicio, en rigor
dos, el primero, que la charla se dio en el marco de una reunión
preacordada, el segundo, que la concertación de ésta se canalizó por medio
de un intercambio telefónico.
Sin embargo, el detalle de la declaración del testigo nada dice en este
aspecto, pues ninguna referencia viene dando cuenta sobre esta particular
calidad -encuentro acordado con antelación- y, como lógica derivación,
absolutamente nada hay en sus dichos sobre una charla telefónica en donde
se habría concertado aquel.
A partir de ello, comienza a ser de difícil determinación el extravío del
razonamiento del a quo, que resta mérito a un testimonio por no aparecer
elementos que vengan a corroborar circunstancias que el testigo no dijo,
tales la concertación de encuentro por vía telefónica.
Y el contexto probatorio instruye sobre datos que tampoco permitirían
instalar oficiosamente, por vía de fundada inducción, una especulación de
aquel tipo, a poco que se repare -y no hay disputa en esto- que el testigo
Simón no sólo se desempeñó en la explotación de la tosquera junto al padre
del acusado trabajando en ella durante varios años, sino que lo continuó
haciendo luego de la muerte de Roberto Pachelo, desempeñándose bajo las
órdenes de los hermanos Pachelo en la tosquera en donde dice aconteció la
charla.
A partir de ello, no parece razonable erradicar la posibilidad de un
encuentro espontáneo, si de lo que se trata es de una charla entre uno de
los dueños del lugar, y quien allí laboraba, muy especialmente cuando el
deponente aludió a que el acusado “fue a la oficina y le hizo una pregunta
rara”, expresión que mejor reporta a una tertulia espontánea y no a una
audiencia concertada entre empleador y empleado.
En cuanto a la explotación comercial de la cantera, fue el propio
Simón quien dijo que cerró al final del año 2001 y se volvió a abrir en el 2002
pues había deuda con fleteros y camioneros, pero para el mes de marzo del
2003 comenzó a trabajar solo, detallando que hasta septiembre, octubre,

268
noviembre seguía en actividad, pero al sólo efecto de saldar deudas
contraídas con los camioneros, a quienes se les permitía extraer tosca y
disponer de ella en beneficio propio.
Sus manifestaciones dan cuenta, entonces, que la explotación
comercial había cesado, más la actividad en el lugar continuaba, pues, así lo
explicó en su testimonio; los camioneros sacaban tosca y la vendían “por su
cuenta”, lo que sobraba se repartía, ello tendiente a liquidar las cuentas
pendientes con quienes se encargaron de transportar la tosca vendida por
los Pachelo. Así entonces, no existe ninguna desarmonía cuando charlas
intervenidas del imputado, en donde conversa con Simón, este alentaba a
reiniciar la explotación comercial del lugar.
Resulta evidente que el lugar no estaba desierto, mediaba ingreso de
personas, y bien podía, en esas condiciones, uno de sus dueños ingresar al
sitio sin mayor dificultad. Esto desdibuja, asimismo, la pretensa contradicción
entre el cese del aprovechamiento comercial de la cantera y el sito en donde
se dio el encuentro narrado por el testigo, las oficinas sitas en la cantera del
acusado de residual actividad.
Aun en la tendencia del fallo de cruzar el testimonio del testigo con el
registro de actividad de comunicaciones entre Simón y el acusado, las
propias verificaciones advertidas en el fallo en los días 31 de octubre, 1, 2, 5,
6, 7, 14, 15, 18, 26, 28 de noviembre de 2002, aportan a la noción de que
mediaba actividad que justificaba tal cantidad de registros, si de lo que se
trata es de contactos entre uno de los dueños de la explotación y un
dependiente con manejo del sitio.
Pese a todo ello, el a quo preinstaló en su saber que la charla se dio
en el marco de una reunión acordada entre el testigo y el acusado Pachelo,
la cual, además, debió concertarse por vía telefónica, sin otro fundamento
mayor que el abuso de su voluntad interpretativa.
Por fuera de estas consideraciones, no se advierte la explicitación de
otros motivos que llevaran a la posición mayoritaria a excluir de toda
valoración a los dichos del testigo Simón.

269
Por lo aquí señalado, el discernimiento invalidante resulta arbitrario, lo
cual explica que quien se expidiera en minoría no apartase del panorama
acreditante a tal contribución probatoria, si no se advirtieron otros extremos
gestores de disminución o pérdida de estima.
Es cierto que el acusado negó en su descargo la charla recreada por
Simón, afirmando que en el año 2001 decidieron cerrar la tosquera y poner
en venta el predio, que no se volvió a abrir, agregando que desde que se
cerró no tuvimos contacto personal con el testigo.
Asimismo, dijo que Simón lo llamó varias veces reclamándome un
porcentaje (3%) sobre la parte correspondiente al imputado, lo cual nunca le
reconoció, lo que motivaría los dichos del testigo inspirados en dicho rencor.
También aseveró, que con posterioridad del cierre de la tosquera se fue a
Buenos Aires. y Simón se marchó a otra tosquera, que no se pudo encontrar
con él con quien no tuvo vínculo ninguno.
Sin embargo, las llamadas registradas por aquellos meses antes
señalado, dan cuenta del fluido intercambio entre ambos, más aún, se
escuchó en el juicio el audio de una comunicación entre Pachelo y Simón del
2/4/03 entrante a Pachelo -previo mensaje de vos del imputado al testigo
Simón- al que esa llamada responde, como también, otro registro del
15/4/03, que vienen soportando probatoriamente la relación que subsistía,
por temas que, incluso, excedían cuestiones puramente comerciales.
En cuanto al móvil de venganza al que apunta el imputado, bien se
advierte que por fuera de toda reclamación de Simón sobre un 3% sobre la
venta del predio que el padre del acusado le había prometido -y que Pachelo
nunca le reconoció, según lo expresó el propio acusado-, puede advertirse
del expediente número 39.124 del ex Juzgado Criminal y Correccional N°
11 de San Isidro, caratulado “Pachelo, Roberto Luis s/suicidio”, incorporado
como prueba al juicio, que ya desde ese mismo momento el mentado Simón
se había expedido en términos comprometedores hacia al acusado -dando
cuenta de su problemática relación con su padre como la violenta conducta
asumida, incluso, sobre el anuncio de que daría muerte a Roberto Pachelo,

270
quien a los pocos días amaneció en la casa que compartían con un disparo
en su cabeza- sin que existiera en aquel tiempo, siquiera, la noción
perturbadora que argumenta el imputado para declarar en su contra.
Es por ello que corresponde apreciar lo dicho por Simón, quien viene
a corroborar que dos o tres días luego de la traumática muerte de García
Belsunce, el acusado Pachelo sabía antes que nadie que la habían matado.
Incluso, así lo reparó con acierto el íngrimo votante, que la acción ejecutiva
del homicidio se había llevado a cabo mediante el empleo de un arma.
Estas circunstancias, todas, resultaron ciertas y conocidas por el
resto, luego de una indagación forense que, extenso tiempo luego, vino a
desplazar las vacilaciones sobre las causas de la muerte de la víctima.
No obstante, bien se advierte, sin examinación del cadáver -y pese a
la noción del traumático accidente que predominaba- Pachelo no tenía duda
alguna que María Marta García Belsunce fue ultimada mediante el uso de un
arma. Esto ratifica, e incrementa, el carácter cargoso de la portación de tan
novedoso y seguro saber, el cual adornó con una especulación sobre el
lugar donde pudiere estar el arma.
De igual forma, viene subrayando el marcado interés sobre un hecho
que, de alguna forma, lo abarcaba, desde luego, no por afecto o cercanía
con la señora García Belsunce.
Estas conductas, todas posteriores al hecho, deben ser analizadas en
su vinculación con otras circunstancias anteriores al homicidio de la
damnificada, ello a fin de no prescindir de una mirada integral que pueda
generar un más pleno rendimiento acreditante.
Y en ese aspecto, las partes acusadoras trajeron al conocimiento
disponible en el juicio lo que emerge de testimonios y filmaciones, respecto
de la disponibilidad de armas y municiones por parte del acusado, como
también, de una práctica de tiro que el encartado realizó en los fondos de la
tosquera, ello en proximidad temporal con el hecho que nos ocupa.
Sobre el origen de estas pruebas, y de cara a cimentar las bases de
su aparición para investirla de mayor fuerza suasoria, debe remitirse a las

271
manifestaciones de Juan Carlos Hurting, quien en lo pertinente, explicó que
en una ocasión concurrió al programa de televisión “Día D”, conducido por
Jorge Lanata, a exponer sobre el caso de su hermana y, luego de la emisión
televisiva, lo llamó un familiar de Pachelo que se quería encontrar con él.
A pesar de haber prometido a esa persona que no iba a revelar su
identidad, interrogado en el juicio expresamente por dicha circunstancia -y
recordada su obligación de hacerlo- dijo que esa persona era Francisco
Pachelo.
Narró el testigo que concertó el encuentro con el nombrado, a quien
no conocía con anterioridad, informando al investigador privado Carlos
González esta novedad. Sostuvo que el encuentro se pautó en el bar
“Ibérico” sito en la Avda. Córdoba y Uruguay de CABA, sitio al que también
concurrió el investigador González, quien se ubicó en una mesa próxima a la
ocupada por Hurting.
Detalló el deponente que Francisco Pachelo lo reconoció y se sentó a
la mesa, expresándole “yo no soy como mi hermano”, como también, que
“mi hermano mató a tu hermana”. En ese diálogo, le contó que Nicolás
estaba con un arma calibre 32 largo en la tosquera tirando tiros,
circunstancia de la que tomó conocimiento pues el peón de la tosquera así
se lo informó.
Es evidente que la fuente de conocimiento sobre esta circunstancia
asoma por un carril de legalidad incuestionable, siendo que, como se verá, el
mentado peón declaró en el proceso, y, en cualquier caso, las cuestiones
administrativas sobre la actividad de quien se encargó de registrar en
privado las entrevistas con el testigo y otras diligencias, no pueden proyectar
ninguna invalidez hacia lo documentado.
Retomando, puntualizó el testigo que fueron a la “pajarera” a comprar
balas 32 largo, fueron a la tosquera donde Nicolás tiró algunos tiros, y le
expresó que quizá se la iba a regalar, ello, días antes del homicidio de
García Belsunce.

272
Todo ello fue puesto en conocimiento del investigador privado, quien
con la intervención de un escribano a fin de dar fe pública de lo que se iba a
registrar, se entrevistó con el casero grabando con una cámara oculta la
conversación.
Sostuvo Hurting que el sujeto se llamaba Rivero, que contó todo,
siendo que también concurrió a la pajarera el investigador munido de una
filmadora disimulada, lo que le permitió registrar que, efectivamente, vendían
balas calibre 32 largo, habiendo adquirido el investigador tales municiones.
Que escuchado en el juicio Francisco Pachelo, de su exposición
surgió que convivió mucho tiempo con el acusado teniendo un vínculo malo,
pues se trata de un enfermo, una persona muy difícil. No así su relación con
Agustín -que es Pachelo como Nicolás- siendo que su madre tiene hijos del
matrimonio Cudé, que son Jaqueline, Hernán y Sebastián, con quienes
también tiene un vínculo “bárbaro”.
Expuso que siempre generó el mal, que cuando tenía 3 o 4 años me
prendió un colchón al lado de la cuna, es un psicópata, un asesino porque
”mató a mi padre”. Agregó que mató por plata y resentimiento a su padre,
expresando el testigo que vivió en la cantera, tenía 14 años.
Sostuvo que su padre tenía pistolas, teníamos 500 cabezas en 300
hectáreas, que disparaba en el campo pues una o dos veces carneaban una
vaca. Al respecto señaló el testigo que “saltaba de la cama” cuando
escuchaba un tiro de su padre, y sin embargo el acusado no escuchó el
disparo producido adentro de la casa.
Recordó que se habían peleado hace poco Nicolás y su padre, que
éste último había señado un campo hacía poco tiempo, no tenía un
problema de depresión, se iba de viaje al otro día. Afirmó que mientras
estábamos en el velorio de papá, Nicolás estaba robando la oficina del
fallecido.
Admitió que tenía un arma pues le tenía miedo a su hermano,
agregando no se animaba a remar en la cantera si no estaba armado pues

273
tenía miedo de que me mate. Rememoró que Nicolás le compró un auto a
Maggi y quemó el auto al lado de la cantera.
Aseveró que después de la muerte de García Belsunce el testigo llegó
a la cantera y Mario -que era jardinero, casero, no tenía muchas funciones,
que levantaba la barrera para entrar- me dijo “viste la vieja que mataron en
Carmel”, no quién, “la Belsunce”, ah sí, “bueno la mató Nicolás”.
Expuso el testigo que le pregunté cómo sabía tal cosa,
respondiéndole Rivero que una semana antes le pidió que lo acompañe a
comprar municiones, era una pistola hermosa, las municiones la compraron
en Del Viso, y no en la armería de Pilar.
Cuando sucedió eso, el testigo le dijo a una persona que laboraba con
él y a su hermano Hernán, lo que le había dicho Rivero. Fue así, entonces,
que armaron una reunión con Juan Hurting en un bar y le contó lo
acontecido.
Expuso, además, que Mario buscó las municiones, era un 32, un
revólver, Nicolás le dijo que se lo iba a regalar después. No pudo especificar
el testigo cuánto tiempo antes del crimen de García Belsunce ocurrió ello.
De otro lado aseguró que el acusado “voló” la casa de la tosquera con
dos garrafas, la tercera no explotó. También ilustró que Hernán era
compinche y respetado por su padre, en tanto el acusado le hizo “las mil y
una” a su hermano Sebastián.
La tosquera se cerró, Hernán en mi cara le puso un candado, aseveró
el testigo, incluso le recriminó que era “un cagón”, a lo que Hernán le
respondió terminemos con esto, “te van a matar”. Las ganancias las
repartían entre Agustín, Nicolás y el declarante, en un 33% para cada uno
Se dividía mucho dinero. Cuando se cerró no se repartió más dinero, Nicolás
se robó muchos cheques.
El primero que vendió su parte fue Nicolás, mucho más barato y en
cuotas. Luego vendieron ellos. Aclaró que tuvieron que pagar a los
camioneros que cobraban cada 15 días y ellos cobraban a 30, 60 y 90 días,
y aclaró que la mención al candado fue en sentido figurado.

274
Que las limitaciones probatorias que emergen del art. 234 del rito
llevan a desconsiderar los dichos incriminantes del testigo hacia el acusado
Pachelo, al menos, en lo que no concierne a las conductas delictivas que le
adjudica hacia el padre de ambos o hacia el propio testigo.
Empero, el deponente aludió al encuentro que relató con detalles el
testigo Hurting -libre de ataduras procesales-, surgiendo de ello evidente la
existencia del mentado Rivero en el campo familiar, de tareas generales
desvinculadas de la explotación comercial de la cantera que funcionaba en
una parte de las hectáreas de la propiedad total, lo que va en armónica
dirección con las referencias del testigo Simón -mano derecha de Roberto
Pachelo en el manejo de la tosquera, según lo definió la testigo Barbará-
quien aludió a Mario -el apellido fue impropiamente adicionado por la
acusación pública- como encargado del campo y las vacas, más sin
injerencia en el giro comercial de la cantera, circunstancias que vienen
cruzándose sobe el mentado Mario, señalándolo como ningún otro distinto a
Mario Rivero.
Las muy diversas fuentes de la que emerge la existencia de esta
persona -Rivero- y las evocaciones por él formuladas, vienen dando sustento
a una aparición desprovista de suspicacia.
El mentado Mario Rivero, quien declaró durante la investigación
preliminar, estaba convocado como testigo en el debate, más su
fallecimiento truncó su aporte personal. Sin embargo, a más de las versiones
escritas y las evocaciones de sus dichos por Francisco Pachelo -que llegan
en boca de Juan Carlos Hurting-, se contó, además, con el testimonio de
Carlos Alberto González.
Este, vale destacar, es un investigador privado contratado por la
familia de la víctima, quien en noviembre de 2003 entrevistó al nombrado
Rivero a fin de establecer si pudiere ser cierto aquello que Francisco
Pachelo le refirió al nombrado Hurting en el encuentro que tuvieron por
aquella época. Incluso, se exhibió durante el debate las filmaciones
obtenidas en aquella ocasión.

275
Bien observó el juez que se expidió en minoría que en ellas se pude
visualizar que el encuentro tuvo lugar en las inmediaciones de la tosquera
que pertenecía a la familia Pachelo.
Aún con las dificultades del caso, Rivero rememoró el hecho también
puesto de relieve por Dionisio Simón cuando ingresaron personas a atracar
dentro de la tosquera, hito a partir del cual le solicitó a Nicolás Pachelo un
arma en caso de que se repita el suceso, a simple efecto disuasivo.
Bien se corrobora que el violento asalto a la propiedad fue denunciado
a la autoridad, lo que originó la I.P.P. 14.842 por ante la Fiscalía de Pilar Nº
2, de donde emerge que el hecho tuvo lugar el 03 de septiembre de 2002.
Con acierto reparó el magistrado que tal referencia trae noción precisa del
tiempo, entiéndase, 01 mes y 24 días de separación, con el 27 de octubre de
2002 en que García Belsunce fue ultimada. Ello permite precisar, en su
vinculación, el tiempo en que el acusado se abocó a la práctica de tiro
presenciada por Rivero.
Asimismo, advierto, esta es otra persona que pone al acusado
concurriendo al predio por el año 2002, desmintiendo a Pachelo respecto a
la mendaz afirmación de que luego del año 2001 no fue más a dicho lugar,
sitio en donde, como se señaló, el mentado Simón dijo haber charlado con el
acusado en las oficinas que se encontraban en la tosquera.
Rescató el magistrado disidente, un dato referencial vinculado al mes
de septiembre en el que el testigo reclamó la entrega de un arma a Pachelo.
Es que, en la video grabación, al momento de ser interrogado Rivero en
torno a la época en la cual Pachelo probó su arma, respondió calculando
que “en el mes de septiembre, octubre o noviembre, que hacía calor”,
afirmando, en busca de mayor precisión, que fue con posterioridad del hecho
del robo a la tosquera, estableciendo el entrevistado una ligazón entre
ambos eventos. Así entonces, aquella denuncia expone que el robo nunca
pudo suceder en octubre o noviembre, si el anoticiamiento a la autoridad del
delito es del mes de septiembre.

276
Narró Rivero, en el mismo sentido, que el acusado Pachelo le expresó
que le regalaría un revólver calibre 32 largo a dichos fines, pudiendo
observar el arma prometida, la cual fue probada por Pachelo en la tosquera,
más precisamente, donde los dueños practicaban con una lancha sky
acuático. Detalló que “tiró 6 o 7 tiros”.
En favor de la naturalidad del señalamiento, también analizó el
magistrado que quedó en minoría, que el nombrado Rivero fue en busca de
un lugar preciso, para lo cual debió caminar por tiempo considerable, habida
cuenta los minutos que transcurrieron de filmación hasta que se arribó al
sitio cierto, en donde aquello había sucedido y que Rivero conocía.
Consultado por la posible existencia de otro lugar donde Pachelo haya
probado el arma, refirió que no, que sólo lo hizo apuntando hacia el agua,
siendo evidente que el tirador eligió -de los posibles lugares hacia donde
disparar en las hectáreas del campo en donde esto tuvo lugar- el espejo de
agua originado en el lugar, sitio que hacía prácticamente imposible dar con
los proyectiles de aquel ensayo.
Sobre el arma en cuestión, afirmó Rivero que el revólver era de
calibre 32 largo, que no andaba bien y que era “medio” blanco. También
relató que con posterioridad al robo de la tosquera, Nicolás Pachelo le exigió
que lo acompañe a comprar balas para dicho revólver, que fueron a un lugar
en una esquina de Pilar, “donde venden pájaros”, y que allí lo obligó a bajar
del auto para que lleve a cabo la compra, entregándole el dinero y
aguardándolo en la esquina, “él no se quería bajar, cuando fuimos a Del Viso
sí, pero en Pilar no”.
Empero todo ello, el tribunal -por mayoría- restó todo mérito a esta
prueba, advirtiendo como inadmisible circunstancia respecto del registro
fílmico sobre la compra de municiones en la denominada “pajarera”, que las
presentadas en el juicio daban cuenta de dos más que las adquiridas en
aquel lugar.
En este sentido, entiendo que la radical descalificación de la prueba
sobre la existencia del lugar en donde el testigo dijo haber comprado las

277
municiones a instancias del acusado Pachelo -quien como lo narró Rivero se
negó a dar la cara para efectuar la adquisición del material ofensivo-, como
también, que, efectivamente, en aquel sitio se comercializaban elementos de
aquella clase, dan cuerpo a núcleo de acciones y circunstancias fácticas
que, como centro, se encuentra bastante alejado de la consideración
periférica con la que busca dañarse su valor acreditante al señalar el fallo,
secamente, que habría ensobradas dos balas más que las adquiridas en la
registrada compra.
En cualquier caso, debería haberse explicado el motivo por el cual la
presencia de esos dos proyectiles más, hace invalorable la realidad de lo
registrado. Sin embargo, la decisión carece de mayores desarrollos de cara
a justificar una elucubración con un corolario excluyente tan extraño.
Que respecto de la conversación entre el testigo González y Rivero,
también registrada, se desestimó al detectar que las interrogaciones
contenían referencias convenientes a la investigación, siendo que el
cuidador del campo corrió los sucesos al mes de noviembre, y aludiendo a
un período en que ya estaba el lío del country, lo cual privaría de interés en
esta investigación.
Empero, como ya se señaló, la alusión a un espacio de tiempo sin
data exacta -lo cual resulta un tanto reñido con el delictivo proceder de
instalar prueba falsa de rendimiento, entonces y si se quiere, opinable- fue
debidamente despejado en el voto de la minoría, al vincularlo -como lo hizo
el propio Rivero- con el violento asalto sufrido en la tosquera, y siendo que la
introducción del mes de noviembre en boca de Rivero surgió como
posibilidad que no excluía a los dos meses anteriores.
En estas condiciones, entiendo, no se encuentra debidamente
fundada la muerte de esta prueba, la cual, presenta el carácter de indicio,
pues, en definitiva, viene exponiendo que en un período cercano a la muerte
de García Belsunce, el acusado tenía a disposición un revólver calibre 32, el
cual sabía manejar, con el que realizó práctica de tiro y, además, utilizó a

278
una persona interpuesta para adquirir la munición correspondiente al arma
que, prometió entregar, pero jamás lo hizo.
De su parte el acusado no sólo negó la existencia de las conductas
que Rivero le adjudica, sino, derechamente, dijo desconocer -con
cuestionables términos- a tal sujeto, negando que hubiera estado laborando
en la tosquera, alegando, también, que habría comenzado a trabajar en el
año 2003 para Francisco y “la otra parte de la familia”.
Sin embargo, como ya se señaló, la presencia de Rivero no era
desconocida para los que frecuentaban la cantera familiar, siendo que
Francisco Pachelo, Hernán Coudeu y Dionisio Simón dieron cuenta de él, lo
que es relevante a los fines de juzgar si estaba en donde dice Rivero que
estaba, pues de lo que se trata no es de establecer si Rivero era empleado
de la explotación comercial de la tosca sino si frecuentaba la parte del fondo
del predio, en el sector del campo destinado al ganado.
Y ello ha sido acreditado, siendo extensos los años en que aquel
trabajó en la antigua tosquera de Roberto Pachelo, habiendo sido contratado
-según lo detalló Rivero- por Jaqueline Barbará -quien fue pareja de Roberto
Pachelo-, incluso expuso, que ya en el año 1991 al 1992 había prestado
servicio allí, teniendo conocimiento y buen recuerdo de Roberto.
Afirmó conocer al acusado Pachelo, haber charlado con él cuando
concurría al predio allá por el año 2000 más o menos, cuando iba a buscar el
dinero que le daban los hermanos. Incluso, dijo que los hermanos le
contaron que antes de aquel año Nicolás había enviado a unos sujetos a
robar en las oficinas, sabiendo el testigo que había resultado herida por un
disparo una joven, lo cual llevó a que se cerrara la explotación de la cantera.
A partir de allí recibía visitas del acusado por el “solo hecho de ir”.
Ratificó las circunstancias que informó a una persona -la que ha sido
objeto de registro fílmico- sobre la compra de municiones, y relató el carácter
“terrible” del imputado cuando tenía 10 u 11 años, especificando que si bien
había tenido buena relación con el imputado, temía alguna represalia pues,

279
conociéndolo “como es”, teme que reaccione contra el declarante pues lo
considera “muy peligroso”.
Este contexto de prueba sirve para desmentir al acusado cuando
negó todo conocimiento de Rivero a quien pudo ver solamente -según dijo-
en algún piquete en la “9 de Julio”.
Estos argumentos muestran la razonabilidad de estimar probada la
existencia de las circunstancias narradas por el testigo Rivero, como el
carácter indiciario que presentan en torno a la responsabilidad que pudo
tener Pachelo en el robo acontecido en el domicilio de la víctima -durante el
cual García Belsunce fue ultimada a tiros-, y, por tanto, mensurable a los
fines de responder en torno a la imputación que los acusadores formularon
al acusado.
Que en el juicio fue escuchado un fragmento de la charla mantenida
por el acusado con el periodista Facundo Pastor a quien le expresó su
preocupación ante la posibilidad de que “aparezca un impresentable” que
diga que estuvo tirando tiros con una pistola calibre 32. Tal conversación no
fue desmentida por Pachelo, sino que la acomodó con la situación del por
entonces imputado Carrascosa, a quien en otro programa televisivo se le
adjudicaban conductas de fuerte tono incriminante por parte de un sujeto
particular.
Que el notable detalle de cuanto iba a acontecer muestra que el
encartado o imaginó con acierto la precisa naturaleza de un ilegal armado
probatorio que, ya anunciado, fue seguido malamente para incriminarlo, o
sabedor de la real existencia de aquel acontecimiento de tenor incriminante,
formuló el anuncio descalificatorio a fin de precaverse de su eventual
develación en autos.
Las múltiples circunstancias de tiempo, modo y lugar que rodean la
acción narrada por Rivero -que no es impresentable ni buscó notoriedad-
encontraron cabal acompañamiento en la realidad del acusado, siendo
notable que de las imaginables hipótesis incriminantes que -a título de
ejemplo- podría haber brindado a su entrevistador como dignas de temor,

280
aludiera a una que encajaba plenamente en las verificaciones fácticas del
lugar de adquisición de las municiones, la ocasión del uso, el propicio lugar a
disposición para efectuar la práctica de tiro y, la exacta presencia de la
persona encargada de aquel sector del campo en donde aquello aconteció.
No puede ser soslayado en esta consideración, la extrañeza que
genera el anuncio público sobre la posibilidad del espurio surgimiento de un
elemento incriminante de dicha naturaleza -y con esa precisión-, cuando, en
privado, ello no alimentaba zozobras. Emerge de las escuchas telefónicas
incorporas legalmente al proceso que los resquemores que exponía Pachelo
a sus interlocutores rumbeaban a la posibilidad de que la familia de la
víctima obtuviese algún rastro genético de su domicilio para “plantarlo” como
prueba.
Siendo ello así, sin embargo, lo que se encargó Pachelo de invalidar
públicamente mediante la descripción anticipatoria fue la posibilidad de que
saliera a la luz una prueba como la descripta. Por qué no exponía Pachelo
en la intimidad temor a tal proceder, también como un artificio posible de
parte de la familia de la víctima, seguramente, porque la probanza que
anunció públicamente no era artificio esperable sino simple realidad a la que
buscó herir en su credibilidad.
Es evidente que tales elementos indiciarios vienen abrazando a la
persona que presenta cualidades de autoría y prendas delictuales afines
sobre el hecho en tratamiento, en tanto, sin vulneración al perímetro del
barrio “El Carmel” que, entonces, sigue siendo un ámbito cerrado, Pachelo
tenía libre posibilidad de ingreso y salida del sitio, era conocido por María
Marta García Belsunce y, además, presenta indicios de capacidad
específica.
Recuerdo, que Eduardo Juan Canedi, presidente de la cooperativa de
seguridad -en el 2002 sub gerente de operaciones de “Cazadores- la que se
encargaba de la seguridad del club “El Carmel”, entre otras varias, recordó
que no había nada roto en todo el perímetro del barrio. Aun cuando en el
mismo momento del hecho no se revisó, pues se pensaba que era un

281
accidente -así lo expuso-, advierto que si no hay registro de reparaciones, lo
observado al tiempo de la inspección no puede ser distinto a la situación del
momento del hecho. En definitiva, afirmó que no hubo intrusión externa al
barrio. Incluso, el testigo Darío Gastón Bello, quien laboraba en el servicio de
seguridad, de su parte, dijo que el 27/10/2002 entró con el Sr. Ortiz en la
camioneta al Club Carmel a las 18.45 horas, que ese día realizó el recorrido
externo y no percibió señales de intrusión externa.
Sobre la posibilidad de establecer un modelo de acción, el tribunal por
mayoría, expuso que “…si se trata de establecer un patrón uniforme de
conducta extendido al crimen de GARCIA BELSUNCE, no es en todo caso
brindado por las acciones probadas como realizadas por PACHELO en sus
maniobras de apoderamiento de bienes ajenos…”, conclusión que también
es objeto de denuncia y crítica por parte de los acusadores.
Es interesante observar los fundamentos que llevaron a tal conclusión
al a quo, quien expuso “Tampoco se convalidó un indicador de culpabilidad
sostenido en la alegada identidad entre la operatoria delictual comprobada
como del protagonismo de PACHELO y las características del delito que
resultó en la muerte de GARCIA BELSUNCE”.
“No se evidenció igualdad, similitud o identificación total ni parcial
entre la modalidad comisiva de unos -delitos contra la Propiedad
certeramente atribuibles a PACHELO- y el homicidio en juzgamiento”.
“En efecto, con la legitimidad que el art. 51 del C.Penal otorga al
acceso a una sentencia ya caduca por el paso del tiempo -limitadamente
ponderable como hito probatorio de hechos y circunstancias para utilidad en
marco de un juicio, como en el presente proceso penal-, se verificó un
denominador común en los hechos de hurtos o robos que damnificaron a
personas del círculo de amistades frecuentadas por PACHELO y su pareja”.
“En correlato, durante la audiencia de debate celebrada, Matías
NOCETTI, Ignacio GIMENEZ ZAPIOLA, Nicanor CETRA, María Victoria
STUPENENGO, Gastón AUGE y su madre Marta ARECO, relataron sus
vivencias en torno a accionares de sustracción de bienes en sus hogares de

282
particular connotación: en días posteriores a alguna visita de PACHELO,
cuando se encontraban ausentes de sus casas con motivo de viaje, sufrieron
el ingreso de ladrón que sustrajo bienes, sin haber forzado aberturas de
acceso ni perímetros; establecieron como modo de ingreso la obtención de
llave por parte del agente sustractor y una sospecha sobre PACHELO por el
trazado seguido sobre cosas reconocidas por los propietarios damnificados
que estuvieron en poder del amigo traidor después de los despojos;
interpelación mediante, contaron con la confesión del propio imputado.”
“De todos estos hechos, la Fiscalía centró su atención en el que
victimizó a la Sra. Marta ARECO; del cual invocó una modalidad calcada al
suceso que puso fin a la vida de GARCIA BELSUNCE”.
“El lic. SALCEDO que confeccionó una laboriosa producción fílmica
para acompañar sus dichos, admitió que del trazado comparativo entre la
posible secuencia fáctica reproducida en video y el modus operandi de
PACHELO para cometer accionares de apoderamiento de cosas ajenas,
sólo le fue reportado el caso de la Sra. ARECO para confeccionar su tarea
criminalística, y no otros (en rigor, develó cierto conocimiento de los demás
episodios, del cuales él mismo brindó datos particulares de los casos
CETRA y NOCETTI, bien sugestivo de la deliberada selección del hecho que
damnificó a ARECO y descarte de los restantes)”.
"Indudablemente, fue desechado el interés por los restantes episodios
por visualizarse a las claras, una operación delictual pergeñada para evitar la
presencia de moradores en el hogar seleccionado -contracara de una
hipótesis de robo en la casa CARRASCOSA en que el agresor procuró
arremeter contra la persona ni bien llegada-."
"Esto -la comisión de hurtos o robos en viviendas en ausencia de
moradores-, sí guardó identidad con el modo comisivo de los robos aquí en
juzgamiento (en alusión a los sucesos descriptos como HECHOS Nº 2, 3, 4,
6, 8, 9, 10)."

283
"Es decir, la línea histórica delictual de hechos en los que PACHELO
evidenció su ingreso o irrupción a casa ajena para apoderamientos de
valores, previa verificación de la ausencia de personas."
"Pero tampoco es que el episodio en perjuicio de la Sra. ARECO
contiene similitudes propias reconocibles en sintonía con el caso GARCIA
BELSUNCE. Contra ARECO, si bien hubo sujeto armado que salió al
encuentro de la solitaria moradora del apartamento, la violencia ejercida
trasuntó en la exhibición de un armamento, pero nunca descerrajado,
limitado a la exigencia de indicación del lugar de ocultamiento de dinero sin
acometimiento físico, y resuelta la presencia de la víctima con encierro en el
baño. Así por demás distante de la extrema violencia ejercida contra la Sra.
GARCIA BELSUNCE."
"Y cabe recordar, el material probatorio determinó que PACHELO no
fue el ejecutor del robo, es decir, el intruso al domicilio de la familia AUGE;
tal así graduada la intervención criminal de PACHELO en este hecho (contra
la Sra. ARECO), como partícipe necesario, fuente suministradora de llave
que facilitó el acceso al ejecutor, y fuente informadora del momento oportuno
para el ingreso tras cerciorarse mediante llamadas en que se identificó como
Nicolás PACHELO y so pretexto de apariencia inocua de querer saber de la
evolución de una carrera de autos clásicos por el marido de la damnificada".
“No hay razón válida para apartarse de las mismas conclusiones
alcanzadas por los Jueces integrantes del Tribunal Oral en lo Criminal Nº 15
que juzgó a PACHELO, más aún ante el estado de cosa juzgada
consolidado”.
“Como tampoco merece disolverse la autoridad de cosa juzgada en el
proceso penal afrontado por PACHELO ante el Tribunal en lo Criminal Nº 7
con condenación impuesta en orden al delito de encubrimiento agravado por
el ánimo de lucro.”
“De manera sucinta, cabe recordar que en relación a esta aludida
última causa, los residentes en Carmel, PIGONI y SANSUSTE atestiguaron
en audiencia de debate ante este Tribunal -en su testimonio incorporado por

284
lectura CITELLI fue concordante en lo sustancial con ellos-, haber sufrido a
mediados del año 2002, la sustracción de algunas pertenencias que se
encontraban en el garage abierto y en la galería de sus casas
respectivamente; entre lo desapoderado, palos de golf”.
“Señalaron que al poco tiempo, descubrieron que esos palos de golf
estaban ofrecidos a la venta en un local del driving de costanera; y por
intermedio de personal de seguridad de Cazadores se obtuvo prueba
(incluso fílmica) que demostraba a Nicolás PACHELO como persona que
llevó al local aquellos instrumentos deportivos para su venta en
consignación; el testimonio de Sergio Félix LOPEZ lo confirmó”.
“Ante este panorama de análisis probatorio, nada autoriza a mutar el
reproche penal que le fuera sostenido a PACHELO como constitutivo de
encubrimiento agravado, por el de autor de los hurtos de cosas
pertenecientes a los referidos vecinos del Carmel.”
“Y aún en la perspectiva acusatoria, el comportamiento de PACHELO
solo resultaría demostrativo para años 2002, 2003, y sostenido en tiempo
hacia 2017 y 2018, de su interés en ingresar a viviendas de estudiada
ausencia de moradores -incluso con paciencia de horas de ser necesario-,
de acciones que no involucren violencia física”.
“No se determinó pues, dimensión similar entre la calidad de
actividades delictuales verificadas en cabeza de PACHELO, con la hipótesis
de una ejecución de robo con desenlace mortal que mantuviera a PACHELO
en lo inicial, con decisión de introducirse a la vivienda de quien en mismo
preciso momento, lo sobrepasaba a bordo de su bicicleta y arribaba al
destino hogareño; y si por caso hubiese sido al revés, la víctima sin
sobrepasar la velocidad de trote, al ver la invasión a su unidad funcional, no
dio aviso alguno en reclamo de ayuda evitando pasar al interior de su
morada, pese a ser sabida en Carmel la fama de ladrón o peligroso de
PACHELO”.
“En esta hipótesis además, deviene inexplicable que el sujeto
homicida, de originarias intenciones sustractoras, prescindiera del designio

285
de robo desde el comienzo mismo de ese delito contra la Propiedad: si
incipiente el llenado de bañera (así estimable -para hipótesis de agresor
ajeno al entorno de la víctima- teniendo en cuenta que ella siquiera estaba
próxima a meterse en la bañera, ya que mantenía toda su vestimenta,
bijouterie, teléfono celular, calzado), el atacante ni bien accedió al domicilio
fue en búsqueda de quien se encontraba en el baño -no se reportó desorden
o rastros relevantes en el resto de la casa-, lugar que coincidió con los
disparos, entonces, caracterizable el agente activo como nada paciente si
ante las exigencias a la víctima de develar la localización de dinero o valores
de importancia, recibió un no como respuesta, de inmediato, descerrajó seis
tiros”.
Como se lee, el tribunal descartó que mediara igualdad, identificación,
siquiera similitud total ni parcial entre la modalidad comisiva de los delitos
atribuibles al encartado Pachelo y el sangriento asalto que estamos
analizando, conclusión que no puede ser sostenida frente al cúmulo de
pruebas que dan cuenta de los groseros déficit de motivación del acusado
Pachelo frente a las conductas delictivas por él protagonizadas,
encaramadas en apetencias de utilidad y provecho sobre la propiedad de
amigos, conocidos, vecinos y extraños.
En el espacioso seleccionar de víctimas del acusado, cuanto las
formas de llevar adelante las malfetrías, no dejan de cerrar un conjunto de
notas características que exponen la predilección de Pachelo hacia el
ingreso de domicilios particulares, sobre los cuales -por cercanía o
conocimiento- adquiría ventajas hacia sus designios delictivos.
El tribunal repasó, en forma parcial, algunos hechos ocurridos en el
interior del barrio cerrado en proximidad temporal con el asalto al domicilio
del matrimonio Carrascosa.
Yendo con el debido detalle sobre ello, puede reputarse -como
hechos históricos- la aparición de una computadora que le fuera sustraída a
la familia Ferrer en el año 2001, la que le fue entregada por el acusado
Pachelo en el mes de junio de 2002 a un trabajador de apellido Rodríguez

286
como pago de una labor, a quien le fue encontrado dicho elemento cuando
se lo revisó a su salida de “El Carmel”. Tal equipo de computación IBM era el
sustraído conforme surgió de los números de serie confrontados entre la
factura de compra arrimada por la familia Ferrer y los que tenía el equipo
revisado -y reconocido por el propio Ferrer (cfr. testimonio de Alejandro
Arauz Castex, Alfredo Atilio Torres, Edgardo Ferrer) .
Vale destacar, asimismo, que el damnificado dio cuenta que en enero
2001 le llevaron un portafolio del domicilio, el cual presentaba una puerta
ventana forzada, y le habían sustraído una chequera. Agregó que su casa se
ubicada a una casa de por medio con la del acusado Pachelo, y, hacia el
otro lado, a una casa de por medio del domicilio de los Carrascosa. Sobre
este suceso paso de largo el tribunal, el cual nos muestra el uso de fuerza
del asaltante a fin de ingresar a la propiedad ajena.
En progresión temporal, se advierte que el 7 de julio de 2002 -destaco
que se trata de un domingo- entre el horario de las 18:15 y las 20:40 horas
-extremo también destacable – le fueron sustraídos los palos de golf que el
señor Fernando Sansuste y su hijo habían dejado al ingresar a su casa del
Camel, junto al vidrio, como lo hacían habitualmente luego de volver de
practicar dicho deporte.
El testigo Sansuste se encargó de explicarle al tribunal que siempre
se presumió que las sustracciones eran “algo interno”, este un comentario
permanente, siendo que había alambre perimetral y alarma, y nunca se
detectó en los casos investigados alambres rotos o disparo de la alarma de
seguridad.
Aseveró que fue su hijo Fernando quien reconoció los palos propiedad
familiar que estaban siendo ofrecidos a la venta en el driving de la ciudad de
Buenos Aires.
También explicó que fueron a charlar con el acusado el presidente del
Club -White- y Arauz Castex, donde se le plantearon varias cuestiones, entre
ellas los palos de golf sustraídos y otras cosas, como el famoso perro de
María Marta. Aludió el deponente que también al vecino Eduardo Rafael

287
Zancolli le habían sustraído palos de golf, acontecer que fue ubicado por
Arauz Castex en proximidad temporal con los desapoderamientos de
Sansuste y Pigoni.
Observo, que ello hace evidente que el imputado tenía acabado
conocimiento que también la sustracción y pedido de recompensa de la
mascota de la víctima era un conflicto en que aquella lo involucraba.
Recordó que Pachelo argumentó en aquella reunión un
desconocimiento total sobre los palos de golf sustraídos a sus vecinos, más
frente al cúmulo de pruebas -las que, destaco, daban cuenta de la estancia
de los elementos desapoderados en el negocio sito en el predio de la
Asociación Argentina de Golf en la avenida Costanera, denominado
“Villamil y Hernández”, los que habían sido dejados a la venta por Nicolás
Ryan, cuyo número de documento es el del aquí enjuiciado, cuyo teléfono
es el del imputado, el cual se desplazaba en el auto del imputado, y,
además, las imágenes captadas lo mostraban al encartado Pachelo
desplazándose por el predio- dijo, entonces, que efectivamente llevó a
vender los palos pues “un empleado de la cantera que se casa le llevó a
vender palos, pues es caddy y se los regalaban, y le hizo la “gauchada” de
vendérselos para que se hiciera de unos pesos.
Vale destacar que la bolsa de palos y un cubrepalos aparecieron
totalmente secos el lunes siguiente hacia el mediodía, lo cual indicaba que
habían sido colocados poco antes en el límite de la propiedad del
damnificado Sansuste y la familia Pereyra Lucena, puesto que no habían
recibido la acción de la helada ni la humedad reinante por entonces, no
habiendo sido abandonados allí el día anterior durante la sustracción.
Aclaró el testigo Sansuste, en relación con la excusa de Pachelo, que
los domingos a la tarde nadie jugaba al golf, luego de la mañana ya nadie
jugaba, por lo que caddy no debía haber con un 99,5 de seguridad.
Que también declaró en el juicio Aníbal Pigoni, quien expuso que
sufrió un robo de palos de golf y bolso con documentación con fotocopias de
escrituras para un negocio que estaba haciendo. Agregó que también lo

288
despojaron de herramientas del garage, todo ello ocurrido un domingo por la
tarde.
Explicó que formuló la denuncia respectiva, situando al hecho delictivo
ocurrido con anterioridad al asalto al domicilio de García Belsunce.
Detalló que le sustrajeron un comprensor, herramientas, dos bolsas
de palos, y documentación que debía presentar en el trámite de una
licitación a la que se había presentado. Dijo que regresó de jugar al golf con
su hijo y, como tenía que viajar a Tucumán a presentar la mentada
documentación, quería revisarla. Fue así como se dirigió hacia la camioneta
a buscarla y ya no estaba en su interior. Cuando encendió las luces del
garage, explicó, se dio cuenta que le faltaban un montón de cosas.
Respecto del horario del atraco, afirmó que había regresado de jugar
a las 5:30 y las 6:00 hs. “a la tardecita antes de cenar”, y a las 7:30 u 8:30
horas fue en busca de la documentación y no estaba.
En lo sucesivo, resultó conteste en la forma en que fueron hallados
los palos de golf ofrecidos a la venta en el driving de Costanera por parte de
Nicolás Ryan -el acusado Pachelo- que, como él propio encartado lo explicó
en el juicio, no era extraño a su proceder que muchas veces utilizaba el
apellido de su madre solamente.
Luego del suceso acontecido en el driving, agregó el testigo Pigoni,
uno de sus hijos menor de edad atendió el teléfono y amenazaron
expresándole al niño “decile a tu papá que sé a qué hora vas al colegio”,
tratando el deponente de minimizar el hecho ante la criatura.
Este acontecimiento vuelve a mostrar que también el despojo
aconteció un día domingo -con alguna anterioridad al robo del domicilio de
los Carrascosa- en horario afín con las acciones en que perdió la vida García
Belsunce, y en una finca bien próxima a la del acusado, y por ende, al de la
fallecida.
Que también se incorporó al juicio por lectura, describiendo igual
dirección acreditante, el testimonio de Zitelli.

289
Sobre este universo de datos plenamente coincidentes en múltiples
circunstancias de tiempo, lugar y vocación furtiva -con evidente proximidad
de las viviendas asaltadas con el domicilio del acusado, en los que también
quedó descartada la intrusión externa al barrio cerrado-, fueron
absolutamente ignoradas en el pronunciamiento de la mayoría, bajo el
argumento de que “… nada autoriza a mutar el reproche penal que le fuera
sostenido a PACHELO como constitutivo de encubrimiento agravado, por el
de autor de los hurtos de cosas pertenecientes a los referidos vecinos del
Carmel”.
Pareciera, pues no hay mayor desarrollo, que el título jurídico de la
conducta reprochada a Pachelo en vinculación con esos hechos alcanzó
-para la mayoría- la noción de razón suficiente para truncar las evidentes
semejanzas que presentan los sucesos delictivos que afectaron a los
vecinos del acusado.
En este particular aspecto, no puedo sino volver sobre las propias
palabras del tribunal cuando nos anunció en su fallo “perseguir una verdad
material vinculada a la determinación de una realidad histórica como meta
de la actividad probatoria y la metodología de su evaluación”.
Esta idea no parece armonizar con la expresión -en la decisión
mayoritaria- de criterios de ordenación que resultan de imposible conciliación
con las premisas que se anuncian, en tanto el a quo claudicó a las
facilidades de una mirada formal que, si así la estimaba procedente, debió
contar con alguna justificación argumental.
Desde luego, no podría encontrarse ella en los razonamientos que
prologa el fallo al tiempo de ingresar al tratamiento de las pruebas -y que
ahora recuerdo-, habida cuenta que la allí expresada tributa a la búsqueda
de un objeto en su realidad perceptible, bien distinto al irrealismo propio de
representaciones simbólicas con las que se contentó la posición mayoritaria
al tiempo de apreciar fundamentales elementos de convicción.

290
En esa tesitura, arrojando sobre los hechos el título de un asunto
-encubrimiento- pretendió desintegrarse al acusado Pachelo de toda
injerencia en los sucesos.
Aún si prescindimos de observar lo evidente, en cuanto a que, por
ejemplo, en la sustracción padecida por Sansuste, se verificó la llamativa
aparición de algunas de las cosas desapoderadas que, en su contexto,
habilitan a pensar que ellas nunca salieron del barrio cerrado -pues es casi
impensable imaginar que el sujeto activo, quien robara la tarde de un
domingo, si fuera ajeno al Carmel, decidiera volver al barrio cerrado la
mañana siguiente a fin de depositar la bolsa de palos allí donde fue hallada;
o que las amenazas recibidas en el domicilio del testigo Pigoni, luego del
hallazgo de los palos en el local comercial en donde se descubrió que
habían sido dejados por Pachelo para su venta, pudieran provenir del autor
del desapoderamiento que -si distinto a Pachelo y su alegada buena fe- no
se sabe cómo pudo enterarse de aquel devenir; o incluso, quisiera
prescindirse de que el fantasmal caddy al que invocó el acusado -por cierto
luego de haber negado toda responsabilidad en los robos de los objetos-,
como persona a la que le habría hecho el favor de llevarlos a la venta, sujeto
que jamás apareció registrado ingresando en el Carmel (cfr. declaración de
Sansuste y Araouz Castex -y sus referencias al informe elaborado por la
empresa Cazadores-); y, desde luego, si se hiciera oído sordo a la
conversación entre el acusado y un periodista escuchada durante la
audiencia de debate del día 20/7/22 en donde el encubridor admite la
responsabilidad en los hechos de desapoderamiento de los palos de golf; lo
cierto es que aun por fuera de lo señalado, la invocación del delito de
encubrimiento tampoco desraíza al acusado de todo aquello, con el alcance
pretendido en el fallo.
Ello, en tanto la modalidad encubridora del delito precedente por
recepción de la res furtiva, lejos se encuentra de mostrar como impropio,
extraño, o no correspondiente, la circunstancia de recibir en tan tempranas

291
ocasiones el provecho ejecutivo de las sustracciones alineadas en
proximidad física a la residencia del acusado.
Nada de ello es nuevo, en rigor, hasta diría, que es bastante viejo,
pues desde el código de Baviera al asumirse el tratamiento penal de las
personas que intervenían en un delito se distinguía hipótesis de autoría, de
complicidad y, el encubrimiento, éste como forma de participación en el
delito, lo que, con algunas simplificaciones, transitó el esquema por el código
de Brasil de 1830 -que seguía vinculando a los encubridores entre los
cómplices del delito y no hacía distinción entre grados de complicidad-, en
un diseño bastante semejante al que presentaba el código español que sólo
se corría al tratar como participantes separados a los encubridores.
Es que la conducta del encubridor -en estos términos- se relaciona
necesariamente con los delitos cometidos por terceros -llegándole, incluso,
la mayor gravedad de ellos-, y es esa relación la que no permite separar
enteramente -en su realidad- a las circunstancias materiales de aquellos
hechos con la posición del acusado Pachelo, particularmente cuando,
adentrándose al contendido de la “forma encubridora”, el acusado aparece
extremadamente próximo al universo de información, datos, circunstancias y
protagonistas pasivos de los despojos.
Sin embargo, y pese a ello, la mayoría se cegó con el título de un
reproche para leer en ese anuncio cualidad de desmembrado al delito de
encubrimiento agravado que se le imputó a Pachelo respecto de las
sustracciones padecidas por las víctimas, disolviendo a partir de la
autonomía típica de su legislación actual, toda posibilidad de establecer
relaciones de vinculación y correspondencia entre las realidades en que se
aposentaron la conducta encubridora del delito anterior.
Por lo explicado, bien podría recorrerse con pocas vicisitudes el
camino andado por la mayoría si se tratara, en cualquier caso, de títulos
jurídicos que presentaran, en principio, desvinculación material total con un
delito precedente. Los ejemplos podrían ser muchos -y hasta simpáticos-,
pero no hay lugar ni tiempo para gracias.

292
En cualquier caso, lo determinante, resulta que no es precisamente el
delito de encubrimiento noticia suficiente para que, con su título, justifique no
avanzar en el análisis de la estrecha vinculación del acusado con aquella
realidad. Tan próximo está el encubridor de la acción delictiva precedente,
que la propia ley aclara y exige, la no participación en el delito cometido por
otro como espacio mínimo de autonomía respecto de la derecha
participación criminal.
Lleva razón la minoría cuando se aparta, también en esto, respecto
del análisis que espeja el juicio autoral que sus colegas llegaban
expresando, habiendo advertido el magistrado Ecke con precisión que la
vista área de las casas que habían sido objeto de ilícito con anterioridad al
27/10/2002, “…llamativamente, una de las pocas que quedaba incólume,
pero, seguía en la línea de derrotero, era la de la familia Carrascosa, sin
dejar de lado que la que también se hallaba en misma línea de atraco
resultaba ser la de la familia Zitelli, la cual el mismo Pachelo tildó de
“infranqueable”.
Prosiguiendo, el fallo formuló una afirmación que no puede pasar
ausente de reparos. Allí se sostuvo que “Y aún en la perspectiva acusatoria,
el comportamiento de PACHELO solo resultaría demostrativo para años
2002, 2003, y sostenido en tiempo hacia 2017 y 2018, de su interés en
ingresar a viviendas de estudiada ausencia de moradores -incluso con
paciencia de horas de ser necesario-…”
En lo atinente a los hechos que vengo analizando -y frente a la
hipótesis del tribunal de admitirse, por caso, la observación de las cosas que
proponen las partes acusadoras-, de modo alguno podría sostenerse -como
lo hace el a quo- que el imputado Pachelo era un paciente escruchante que
sólo avanzaba al interior de las casas en ausencia de sus habitantes.
En este aspecto es clara la arbitrariedad del fallo, pues precisamente
el testigo Pigoni dio cuenta en el juicio de todo lo contrario. Explicó -como ya
se señaló- que el domingo por la tarde -en el que fue víctima del despojo-

293
había arribado a su casa junto a su hijo luego de jugar al golf, dejando los
palos y su camioneta en el garage de su casa.
Luego de ello, así lo dijo, pasado un rato de su estancia en la
vivienda, fue en busca de la documentación que estaba en el interior del
rodado a fin de controlarla de cara a la presentación de tales documentos al
día siguiente, comprobando entonces que no estaba, motivo por el cual, al
encender las luces del garage, advirtió que la sustracción era de mayor
magnitud.
Es evidente que la tarde de aquel domingo el ejecutor de aquellas
acciones procedió al ingreso a la propiedad -y al garage de la casa-, ello
cuando sus moradores estaban en el interior de la vivienda, sin que la
presencia de sus propietarios indicada por el vehículo familiar fuera motivo
de reparo o abstención ejecutiva.
Correspondería entonces, controlar el tratamiento de los otros
sucesos delictivos sobre los que el tribunal también dirigió su mirada, a fin de
verificar si presenta, asimismo, los déficits de valoración y argumentación
que, en este aspecto, expone la decisión mayoritaria en lo ya señalado.
Sobre este particular el a quo aludió a los sucesos padecidos por
Matías Nocetti, Ignacio Giménez Zapiola, Nicanor Cetra, María Victoria
Stupenengo y la señora Marta Areco de Auge, extrayendo como conclusión
de lo expuesto por ellos en el debate -incluido el testimonio de Gastón Auge,
hijo de la anterior- que “… en días posteriores a alguna visita de PACHELO,
cuando se encontraban ausentes de sus casas con motivo de viaje, sufrieron
el ingreso de ladrón que sustrajo bienes, sin haber forzado aberturas de
acceso ni perímetros; establecieron como modo de ingreso la obtención de
llave por parte del agente sustractor y una sospecha sobre PACHELO por el
trazado seguido sobre cosas reconocidas por los propietarios damnificados
que estuvieron en poder del amigo traidor después de los despojos;
interpelación mediante, contaron con la confesión del propio imputado.”
Se razonó, sobre este aspecto, que “Esto -la comisión de hurtos o
robos en viviendas en ausencia de moradores-, sí guardó identidad con el

294
modo comisivo de los robos aquí en juzgamiento (en alusión a los sucesos
descriptos como HECHOS Nº 2, 3, 4, 6, 8, 9, 10)”.
Se acudió, por otro lado, a la autoridad de cosa juzgada que emana
del pronunciamiento del Tribunal en lo Criminal N° 15 de la Capital Federal
en donde se sentenció alguno de los hechos sobre los que expusieron los
testigos antes mencionados, pronunciamiento que se encuentra incorporado
al juicio por lectura.
La falta de discrepancias en torno a la participación del acusado en el
hurto soportado por Nicanor Cetrá en su domicilio durante el fin de semana
del 9 y 10 de agosto de 2003, al cual se ingresó mediante el uso de las
llaves del domicilio que -según se advierte- habían sido hurtadas con
anterioridad por Pachelo, quien procedió a vender el 14 de agosto de 2002
en un negocio de la calle Libertad –“Planet”- parte de la res furtiva, cuyos
excedentes también fueron ofrecidos a la venta, cuanto el ofrecimiento a
Ignacio Giménez Zapiola de algunas de las cosas sustraídas, logrando
venderle el teléfono inalámbrico desapoderado a Cetrá, me eximen de mayor
precisión al respecto.
Sin embargo, sin dañar un ápice la autoridad de cosa juzgada del fallo
que el tribunal mencionó como fundamento de sus conclusiones, todo lo
contrario, con estricto apego a las explicaciones que dieron fundamento a la
decisión de los jueces para responsabilizar a Pachelo sobre tales
aconteceres, debe advertirse con claridad que, en este suceso delictivo,
tanto Nicanor Cetrá como su esposa Sofía Oris de Roa fueron contestes en
que el día 30 de julio de 2002 Pachelo y su esposa concurrieron a su
domicilio de Cavia 3075, piso 1° “A” de CABA, siendo que con la excusa de
recorrer el inmueble para observar las reformas que habían hecho en la
propiedad, Pachelo constató distintos lugares del departamento done
guardaban los elementos de valor.
Así, luego de cenar, mientras los demás participantes de la tertulia se
reunieron en el living, el imputado Pachelo se ausentó por espacio de diez
minutos, informando la empleada doméstica Wilma Maciel, que el nombrado

295
recorrió los ambientes y le hizo preguntas acerca del tiempo que trabajaba
para la familia.
Ambos dueños de la propiedad coincidieron en afirmar que al día
siguiente comprobaron la faltante de un juego de llaves del departamento, el
cual estaba colgado en la pared que da a la dependencia de servicio. Así, el
fin de semana siguiente, se concretó el asalto a la vivienda.
De lo narrado resulta evidente que el desapoderamiento de las llaves
con la que, semana después, se procedería a un despojo de mayor
magnitud, aconteció, ni más ni menos, en presencia de los dueños de casa,
de la empleada de servicio y, su ejecutor no pudo ser otro que Pachelo,
quien no tuvo ningún reparo en proceder de esa forma aun cuando podría
haber sido descubierto en tal proceder.
Detallo que, sobre este acontecer –el desapoderamiento de las
llaves- expresamente el fallo en consideración puso en cabeza de Pachelo la
acción sustractiva por lo que nada impide valorar tal suceso como realdad
probada.
Es contradictorio con ello delinear en el acusado un perfil delictivo
que, irrevocablemente, buscaba proceder en ausencia de los moradores de
los inmuebles.
Más aun, sobre la intervención que se le endilga en los múltiples
sucesos delictivos de desapoderamiento sufridos por el vecino de Pachelo
en el edificio de departamentos de Avenida del Libertador 184 de CABA, el
escuchado Matías Nochetti, también viene exhibiendo que la sustracción de
las llaves que estaban colocadas en la puerta de servicio de acceso al
departamento del piso 11 “B” del nombrado, aconteció cuando la pareja de
Nocetti -Daniela Di Marco- bajó por instantes a la planta baja a buscar a su
hija, dejando en función de la brevedad de la diligencia, la puerta de servicio
entreabierta, ocasión en que las llaves fueron sustraídas. Huelga señalar
que Pachelo se domiciliaba en ese mismo piso, y el fallo le asigna
intervención ejecutiva directa en dicha sustracción.

296
Incluso, luego de cenar, la pareja había dejado sobre la mesa de la
cocina una suma de dinero que, por la mañana, ya no estaba, sin que se
verificaran forzamientos de accesos, y permaneciendo cerrada la vivienda.
Es más que evidente, que el desapoderamiento soportado por las
víctimas aconteció durante la noche mientras aquellos estaban entregados al
descanso, acción en donde el fallo del tribunal capitalino signó la
participación de Pachelo, quien -aun en la formalidad con la que el a quo
procede- no excluye de su conocimiento y voluntad la decisión de aportar a
un hecho de tales características, siendo que la llave había sido
derechamente apoderada por el acusado poco antes, así lo estableció la
condena impuesta.
Entonces, y nuevamente, frente al razonamiento del tribunal en
cuanto declara que aún desde la perspectiva acusatoria, el comportamiento
del acusado solo resultaría demostrativo para años 2002, 2003, y sostenido
en tiempo hacia 2017 y 2018, de su interés en ingresar a viviendas de
estudiada ausencia de moradores, colisiona violentamente con los hechos
que aquellos pronunciamientos citados por el quo tuvieron por bien
probados.
Por otra parte, en uno de los sucesos que perjudicaron a Nocetti, la
intervención de Pachelo se mide también sobre un suceso que importó la
efracción de la puerta de ingreso al departamento de la víctima el día 16 de
diciembre de 2003 (hecho V, C, en la nomenclatura del fallo del TOC N° 15
observado por el a quo), la cual fue enteramente imputada a título de robo
con efracción en cuya intervención se hizo responsable al acusado.
Que son más los sucesos delictivos endilgados a Pachelo en dicho
pronunciamiento, abarcando el hurto acontecido en la propiedad de Carlos
Zapana, sita en Peña 234 piso 2 “b” de CABA, el día 1 de octubre de 2003, a
la cual se ingresó sin forzamiento alguno, siendo de destacar que al
nombrado le habían sustraído las llaves del departamento, la cuales había
dejado en un bolso en ocasión en que se congregó con otros para disputar

297
un partido de futbol, en el que participó Pachelo, tiempo antes del asalto a su
propiedad, .
También se decidió la responsabilidad participativa del imputado
Pachelo, enjuiciado respecto un robo a la oficina que funcionaba en el
departamento “D” del mismo piso y edificio en donde se domiciliaba Pachelo,
ello ocurrido entre los días 13 y 14 de diciembre de 2003, inmueble que
presentaba las luces encendidas y la ventana lindera con el departamento
“B”, rota, ello en perjuicio de Roland Friedrich Moller Ortega.
De otro lado, se resolvió la condena del imputado de mención a quien
se reprobó participar en el robo ocurrido en la propiedad sita en la Avenida
Santa Fe 1394, piso 3 “F”, de CABA, de la familia Guerrero, acontecido los
primeros días del mes de enero del año 2004.
Asimismo, se acreditó la intervención ejecutiva de Pachelo en la
sustracción padecida por Enrique Juan Tinto entre los días 20 y 23 de abril
del año 2004, respecto de diversas pertenencias que había depositado en un
casillero sin cerrar, del gimnasio “Libertad”, sito en la calle Libertad 1258 de
CABA.
Tampoco debería soslayarse una seña particular que luce impresa en
las realizaciones delictivas que victimizaron a Nicanor Cetrá y Matías Noceti,
también a Marta María Areco, en cuanto a que medió un montaje tendiente a
disfrazar lo hecho.
En el caso de Cetrá, dijo que al llegar a su hogar un domingo por la
noche no notó nada inusual, acostó a sus hijas en la cama y luego, cuando
se disponía a jugar videojuegos, advirtió que la consola no estaba en su
lugar, que todo estaba ordenado y, que le tomó un tiempo darse cuenta que
su domicilio había sido robado.
En tal aspecto, recordó que en una abertura ubicada en el lavadero de
su domicilio había sido colocada una radio de poco valor y que según la
policía que investigó el caso, el objeto fue dejado en ese lugar para simular
que el intruso había egresado por allí.

298
La misma particularidad emergió en los hechos que damnificaron a
Matías Noceti y Moller Ortega, al colocarse un cheque propiedad del
segundo en el domicilio del primero de ellos, nuevamente escenificando el
lugar, procurando dejar rastros plantados para distorsionar el curso de la
investigación y generando sospechas entre los propios vecinos, Noceti y
Ortega a quienes intentó enfrentar.
Si se conjuga todo ello con los sucesos delictivos que también se le
vienen adjudicando en el presente juicio, en su congruente evaluación,
cuanto permiten exponer como fuerza de expresión determinante en la
acción de Pachelo, es su generosa intervención delictiva, ya sea ejecutando,
participando y encubriendo hurtos, robos, robos calificados, de amigos,
conocidos, desconocidos, vecinos o no, con o sin moradores en las
viviendas u oficinas en donde ocurrieron los ilícitos, en una voracidad
delictiva que se manifestó en forma previa, concomitante y posterior al asalto
sufrido en la vivienda de la familia Carrascosa. Incluso, con violencia en las
personas.
Aun cuando el fallo afirme -admitiendo como hipótesis discursiva-
asumir el punto de vista de los acusadores, que el encartado Pachelo
expuso su interés en ingresar a viviendas de estudiada ausencia de
moradores sobre acciones que no involucren violencia física, las constancias
de la causa desmienten tan conclusión.
El conjunto de desapoderamientos ocurridos en El Carmel a los que
he hecho mención, trazados sobre el molde ejecutivo de notables y múltiples
coincidencias también subrayadas, y el universo de casos ocurridos en la
ciudad de Buenos Aires que vengo de mencionar, cuanto los delitos contra la
propiedad aquí juzgados, se cruzan sobre un dato común, la intervención
criminal del acusado Pachelo ávido de obtener beneficios económicos de los
despojos perpetrados, sobre objetivos conocidos y, si se quiere,
preferentemente, en donde no hubiese ocupantes.
Sin embargo, por lo visto ya, la ausencia de tal ventaja en nada le
impidió hurtar llaves de los domicilios a asaltar con nutrida presencia de

299
ocupantes, ni intervenir participativamente en la factura de sucesos en los
que los moradores se encontraban en las viviendas o, incluso, encubrir tal
modalidad de acción.
Y en torno a la aceptación de los riesgos propios de las acciones
violentas que se dicen ausentes en el imputado, sólo puede sostenerse
dicha afirmación del fallo si uno se pone de espaldas al robo padecido por la
señora Marta Areco de Auge, evento delictivo sobre el que razonó el tribunal,
pero extrayendo conclusiones que describen un contrasentido.
Sobre este suceso particular, el fallo en donde se juzgó la conducta
de Pachelo -a cuya valoración recurre el tribunal en resguardo de la
autoridad del pronunciamiento- tuvo por cierto ”… que Nicolás Roberto
Pachelo tomó parte en la sustracción de elementos de valor varios, de
propiedad de Marta María Auge, el día 13 de septiembre de 2003,
aproximadamente entre las 21:30 hs. y las 22:00 hs., del interior de su
domicilio sito en Avda. Las heras 1946, piso 3°, departamento “A”, de Capital
Federal. En dicha ocasión, encontrándose la víctima en su vivienda, advirtió
que abrían la puerta de ingreso a su departamento, la cual estaba con llave,
encontrando en el living a su sujeto encapuchado que apuntándole con una
pistola de color negro o plateado, le hizo señas para que no hable, la colocó
de espaldas a él y pasándole su brazo por delante le puso el arma en la
cabeza, preguntándole quién estaba en la casa, y exigirle la plata. En el
dormitorio la damnificada le entregó las sumas de un mil presos y trescientos
cincuenta dólares. En todo momento su agresor le exigió la caja fuerte bajo
amenazas de matarla a ella o a su hijo, a quien esperaría. Ante ello Auge le
dijo que se llevara la chequera, lo que así hizo el delincuente, dejándola
encerrada en el baño y retirándose del lugar. Se constató además la
sustracción de : un par de binoculares, 4 o 5 relojes de dama y otro tanto de
hombre, una filmadora marca Samsung, dos cámaras fotográficas marca
Nikkon y Pentax, pulsera y cadenas de plata, y una chequera del Banco
Francés, cuenta cte. n° 93290 con cheques en blanco del nro. 89971 al
90020”.

300
Se afirmó allí que “Nicolás Pachelo, amigo de Gastón Auge Areco,
hijo de la damnificada, sabía que el nombrado y su padre no estarían en la
ciudad ese día, habiéndose recibido en el domicilio diversos llamados por
parte de un tal “Patrik”, quien preguntaba por Paul, desconociéndose a
dichas personas, el último de ellos, el mismo día del hecho, a las 20:00 hs.,
cortándose la comunicación”.
Pudo establecerse que un juego de llaves de la vivienda -el que se
colgaba en un tablero- desaparecieron antes del hecho y luego volvieron a
su lugar, lo cual ocurrió cuando Pachelo concurría asiduamente a la casa,
siendo conocedor que la familia había retirado dinero del denominado
“corralito financiero”.
Conforme las determinaciones repasadas, resulta evidente que se
trató de un proceder delictivo trazado por las líneas de un ingreso a un
domicilio particular, llevado adelante por quien sabía que los varones de la
casa se encontraban ausentes -no así la señora damnificada- quien
respondió a los desconcertantes llamados telefónicos que preguntaban por
su hijo Paul hasta las 20:00 horas de aquel día.
El ingreso fue actuado por un sujeto que se encargó de resguardar su
identidad con una capucha, quien no tuvo empacho en insultarla y someterla
mediante la sujeción con uno de sus brazos mientras con el otro lo apuntaba
con un arma de fuego a su cabeza.
La víctima nunca pudo ver el rostro de su agresor, le dio bienes y
ofreció otros, a quien trasladó hacia el dormitorio para hacer entrega de los
valores, procediendo el agresor a encerrar a la damnificada en el baño,
siendo que desde ese momento la víctima no volvió a ver al asaltante,
dejando el intruso la puerta del balcón abierta como simulando haberse
marchado por allí.
Detalló la damnificada que el arma era empuñada con la mano
derecha y era amenazada de muerte para forzar la entrega de más plata,
incluso, el atacante dijo que mataría a su hijo cuando regresara.

301
Frente a estos acontecimientos forzado estoy a volver sobre la
afirmación del fallo en cuanto sostiene el interés del acusado en ingresar a
viviendas en ausencia de moradores y en procederes que no involucren
violencia física, pues los hechos nos muestran que la violencia física -y la
utilización de armas de fuego durante los despojos- no resultaba un
quehacer ejecutivo del que Pachelo no estuviera dispuesto a compartir y
tomar su parte.
Aun sin colocarse en la perspectiva acusatoria, es digno de nota que
propio fallo del Tribunal en lo Criminal N° 15 de Capital Federal -cuya
autoridad de cosa juzgada resguarda con celo el a quo-, ya viene
anunciando -y condenando- por la conducta del mentado Pachelo
consistente, ni más ni menos, en haber tomado parte de un hecho de tal
calibre.
Nuevamente, y con evidente empeño ya, el fallo se escudó en la
condición de “partícipe” de Pachelo para exonerar al acusado de toda
vinculación con la modalidad ejecutiva, lo cual marcha a contramano del
pronunciamiento jurisdiccional que se dice acatar.
Es claro que los jueces que condenaron a Pachelo por haber tomado
parte en la sustracción de bienes padecida por la damnificada Areco de
Auge, lo hicieron partícipe esencial de un acontecimiento que, en su
totalidad, incluía en la modalidad ejecutiva el uso de una llave verdadera
sustraída -cuyo apoderamiento se enrostra en forma directa a Pachelo- y la
utilización de violencia contra la víctima.
Allí se estableció que esos extremos no fueron desconocidos por
Pachelo ni ajenos a su voluntad, ni siquiera se caviló sobre posibles
desbordes ejecutivos extraños a su decisión, lo que permitió reprocharle
enteramente -y con tal alcance- todo ello a su culpabilidad.
También en este suceso delictivo medió una puesta en escena, algo
modesta, en tanto allí se dejó un ventanal abierto, simulando haber
escapado por allí, cuando en realidad el autor se retiró utilizando las llaves
de la vivienda, circunstancia que fue confirmada por el encargado del

302
edificio, quién observó documentación de la familia Auge en las
inmediaciones de la salida de servicio, espacio que según refirió la Sra.
Areco en el debate, no era usualmente utilizado por los habitantes del
edificio, siendo de destacar que la ubicación del departamento en el tercer
piso del edificio, no daba mucha chance para sostener la simulada salida por
el ventanal.
Todavía si se permaneciera en la formalidad del encierro trazado por
el trámite de juicio abreviado acordado por las partes, marco en el que se
dictó el pronunciamiento al que vengo haciendo referencia, y se soslayara
que las manifestaciones pretextadas por el imputado a su amigo Gastón
Auge respecto a la intervención “de dos sujetos de Pilar”, resultan difícil de
combinar con la actuación de un sólo individuo que accedió al departamento,
el cual si bien ajeno a la ciudad en la que se ejecutó el robo y a la víctima,
actuó resguardando su identidad, quien accedió a la casa en breve lapso
desde el momento en que la dueña de casa manifestara telefónicamente que
su hijo Paul ya no estaba allí, y el cual dejó en evidencia acabado
conocimiento de la propiedad y sus ocupantes, quien, evidentemente, debió
“devolver” las llaves al “partícipe” Pachelo luego de la ejecución del robo
para que las vuelva a colocar en el sitio en donde habitualmente se hallaban,
como también, que él durante la audiencia de debate el encartado accedió
presuroso a no cruzarse con la víctima en el juicio, en singular disposición
que no fue regla durante el debate; lo cierto es que -por sí o por terceros- el
uso de fuerza, violencia y armas no resultaron circunstancias extrañas a las
empresas delictivas en las que se embarcaba Pachelo sin mayor distinción,
pero siempre en procura de beneficios económicos.
Claro está que, si la propiedad ocasionalmente deshabitada, o con
sus moradores inadvertidos, no se hacía necesaria la utilización de tal
elemento de ofensa personal.
Pero cuando el ingreso no pasó desapercibido a los ocupantes, los
hechos nos muestran que tanto a Auge de Areco como a García Belsunce le

303
aproximaron un arma de fuego a su cabeza, siendo abandonadas ambas en
el baño de sus respectivas viviendas, la primera viva y la segunda muerta.
Los hechos presentan grandes semejanzas, hasta sus diferencias los
emparentan.
Si se superponen este robo con el ocurrido en el domicilio de la familia
Carrascosa, puede advertirse que la ocasión seleccionada coincide con la
solitaria presencia de la señora de la casa y que el sujeto activo ejerció
violencia física en ambas ocasiones.
La damnificada Areco recordó que fue tomada por detrás con el brazo
izquierdo del atacante, quien con el arma de fuego empuñada con su mano
derecha la apuntaba a la cabeza, surgiendo evidente de las constancias de
la autopsia cuanto de los informes criminalísticos elaborados en autos, que
García Belsunse fue reducida, presentando lesiones, particularmente las
posicionadas en sus miembros inferiores, que no resultan compatibles con
caída, sino en la compresión del agresor situado de frente a ella, quien,
resulta evidente también, dirigió el cañón del arma naturalmente hacia el
lado izquierdo de la cabeza de la víctima que tenía frente a él.
Ambas víctimas fueron reducidas en el baño, siendo indubitable que
Areco de Auge prestó activa colaboración para entregar los bienes que tenía
a disposición, como también, que carecía de posibilidad de identificar al
atacante, cubierto como estaba, con una capucha que le cubría la cabeza, o
al menos, tal capacidad se encontraba seriamente acotada.
Digo ello pues, a pesar de todo, lo que sí observó del rostro -los ojos
del sujeto que asaltó la casa- resultó sumamente particular para Areco de
Auge, rasgo que el testigo Maggi destacó de Pachelo, describiendo ambos
testimonios un peculiar encuentro en un dato personalísimo, proveniente de
fuentes diversas y bien lejanas entre sí.
Conforme lo expresado por el forense que declaró en el debate -de
quien he formulado largas referencias- la damnificada García Belsunce fue
víctima de una férrea voluntad matadora que persiguió su muerte de manera

304
inexorable, pese a haber recibido del asaltante un primer disparo -no
penetrante- con el cual ya había quedado conmocionada.
Sin embargo, ello no alcanzó ni daba satisfacción a los intereses del
sujeto activo, quien en forma reiterada buscó el aseguramiento de la
inmediata muerte de la víctima con un nuevo disparo, y una seguidilla de
cuatro disparos más con características de remate.
El contexto de acción permite inferir que el asaltante fue reconocido
por la víctima, sellando su suerte fatal, también en el baño de la vivienda.
No correspondería soslayar que ambas propiedades tomadas por
asalto no fueron producto del azar, sino de una decisión previa que mostró
también un cierto grado de representación del escenario de los hechos.
Lleva razón el magistrado Ecke al reparar en estos lazos de
correspondencia entre dos hechos ocurridos a kilómetros de distancia, que
fácticamente exponen fisonomía próxima, y los cuales se cruzan en forma
personal sobre un único individuo que los vincularía: el acusado Pachelo.
Vale recordar que la licenciada en criminalística María Eugenia
Cariak, de la policía científica, quien intervino en el 2014, analizó la
modalidad del crimen y dictaminó que las proyecciones de la antesala no se
vinculan con lo que ocurrió en el baño, en donde la víctima García Belsunce
fue golpeada en la zona derecha y le dispararon en la región izquierda de su
cabeza, pudo mediar reducción y control porque las lesiones en cara
internas de los miembros inferiores -y no en zonas salientes del cuerpo
susceptibles de chocarse- no se corresponde con la caída sino que medió
presión directa en ese lugar.
Aseveró que no medió defensa. Las lesiones sangrantes fueron en la
cabeza, y en la antesala no había manchas en el piso, las muestras de la
pared pueden ser por manipulación del colchón, de toallas, etc. Aclaró que el
luminol arroja falsos positivos. No había goteo en la alfombra, una mancha
hemática aislada -detrás del cuadro- más se explica por contaminación.

305
El perfil genético mayoritario era de la víctima y algún marcador
masculino que pudo llegar por saliva, sudor y contaminación asociado a
maniobras posteriores.
Todos los disparos tienen signos de vitalidad, y debieron ser
realizados en corto tiempo, el que no ingresó fue realizado a distancia, los
otros en proximidad. El primero pudo alterar la capacidad de reacción, sin
defensa o disminuida.
Aseguró que la zona sangrante estuvo entre el bidet y el inodoro, y si
hay coágulo es que estaba con vida, luego se la colocó en la bañera, si fuera
al revés debería haber agua-sangre entre el bidet y el inodoro.
En cuanto a los pormenores -dijo- no se pueden determinar en forma
precisa, existe un indicio que la víctima haya sido sorprendida en la
habitación -en el hogar hay un efecto compatible con proyectil que se
encontró próximo a la víctima “pituto”- pero lo cierto es que en el hogar se
encontró el daño en la mampostería en enero del año 2003 -mucho tiempo
después del hecho- y había material desprendido, pero nadie lo vio ni limpió,
lo cual puede ocurrir que haya sido ocasionado con posterioridad al hecho y
no en su realización, lo cual hace dudoso que resulte un efecto balístico,
faltarían más evidencias, por ej. transferencia de material. Aseguró que bien
pudo el primer proyectil -“pituto”- quedar subcutáneo y caer en el movimiento
el cuerpo.
Afirmó que se colocó el cuerpo en la bañera para limpiar rastros o
para escenificar la situación y ganar tiempo no haciendo claro que había
ocurrido
No hubo dudas en el autor, medio conocimiento de la zona y las
circunstancias de la víctima, logrando un dominio progresivo. Medió ideación
de utilizar el arma de fuego. La víctima era vulnerable.
También afirmó que en el año 2014 dictaminaron que Carrascosa no
se correspondía con el perfil del autor del hecho, no había motivación nacida
de ninguna esfera de incumbencia. En cuanto a Pachelo, el autor conocía el

306
lugar, fue visto en cercanía de tiempo y espacio, como también, las
características de personalidad coinciden con las del autor del suceso.
En torno al no hallazgo de ADN, aseguró que no es significativo pues
no hubo gran despliegue ni estaba herido, pudo haber transferencia de la
víctima hacia el agresor, debería haberse buscado la ropa, los puños.
Expresó la deponente que el autor tiene características de psicópata
narcisista, lo que no se correspondía con Carrascosa, quien por ese tiempo
estaba condenado sin sentencia firme por el crimen de su esposa.
Agregó que según las características de la víctima y la gran
dominación que se ejerció, el agresor tuvo una gran superioridad vinculada
con el sexo. El colocar el cuerpo en la bañera no era una acción útil y
necesaria, fue una escenificación tendiente a lavar rastros materiales o
generar demoras en la percepción de los hechos, ganando tiempo.
Explicó que medio un estudio de las actuaciones de carácter
interdisciplinario, informado que los psicópatas tienen una cuestión de
perversión y manipulación del entorno. El autor aprovechó que la bañera
estaba con el grifo abierto, al poco tiempo de la llegada de la víctima.
Y este informe forense no se encuentra solo, pues como reparó el
voto disidente, el informe y testimonio de Daniel Salcedo, licenciado en
criminalística, también llegó para explicar que el modus operandi resulta ser
el modo característico de actuar de un delincuente, que se traduce en una
modalidad delictiva clara donde el comportamiento es metódico, lo que
delimita un estándar de actuación.
Concluyó que el ingreso del atacante al domicilio de García Belsunce
fue planeado, eligiendo una propiedad de la cual conocía a los moradores,
poseyendo información de estos, habiendo realizado tareas de averiguación
previa para saber, o al menos, suponer que poseían dinero en efectivo allí
guardado.
Asimismo, sabía que los moradores eran personas con las que podría
confrontar con éxito (mujer u hombre de edad avanzada), en el día en
particular, una femenina, a fin de que no oponga resistencia en el caso de

307
necesidad de reducirla. Destacó que existió violencia física y empleo de
arma de fuego, siendo que el suceso tuvo lugar en el baño de la planta alta;
y que el móvil fue el robo.
Todas y cada una de las lesiones de las que presenta en el cráneo
(sin aun referirnos a los impactos de proyectiles de arma de fuego), no están
disociadas a las de los miembros inferiores, sino que están asociadas ya que
corresponden a una misma secuencia de acción.
También se consignó allí, entre otros datos de interés, “Resulta
absoluto entonces pensar que el grupo de lesiones presentes en el cráneo
de la víctima, producidos por proyectiles calibre 32, disparados por un arma
de fuego del tipo “revólver”, han ocurrido todas ellas con la víctima aún con
vida, evidenciándose además que existen en la escena del crimen, claros
signos, vestigios y evidencias de una serie de acciones para enmascarar el
sitio del suceso. Esto se establece a partir que la víctima fuera encontrada
con la parte superior de su cuerpo parcialmente dentro de la bañera con
agua”.
Los hechos marchan a compás con un encadenamiento de sucesos
de similar factura, que sólo se divorcian en el destino que el ejecutor dispuso
para las víctimas: A la señora Areco de Auge se le anunció que se la mataría
si no colaboraba con le empresa delictiva, más a García Belsunce se la
ultimó con seis sonoros disparos de revólver que, tal como lo estableció
Cariak, bien pudieron llevar al interviniente a pensar que tal acción había
sido escuchada por otros, de lo cual válido es inferir que ello apuró el fin del
asalto.
La afinidad fáctica de las acciones bien justifican emparentar estos
sucesos, pues de la frondosa factura de hechos delictivos en los que
Pachelo se vio inmerso, seleccionados aquellos en los que el interviniente
ingresó a domicilios en donde se encontraban sus moradores -Pigoni, el
suceso de desapoderamiento de las llaves de Cetrá de su departamento,
uno de los desapoderamientos soportados por Nochetti durante la noche, el
de la señora Areco de Augé y el de García Belsunce- sólo en dos de ellos

308
medió encuentro del asaltante y la víctima -los dos últimos-, siendo dicha
particularidad la que los hermana sobre manera, pues ante tal circunstancia,
se hizo entonces necesario administrar el devenir de las acciones, las cuales
se gobernaron con violentas acciones, por lo ya señalado, de muy similar
talante.
El criterio de selección y confrontación entre los hechos, entonces,
no puede ser descalificado por arbitrario o antojadizo, dejando inmerso al
acusado Pachelo interviniendo, también, en violentos asaltos a domicilios
particulares, tal como el acontecido en la casa de la familia Carrascosa en
“El Carmel”, barrio en el cual -a tenor de la convicción general sobre la
intervención del nombrado en los diversos delitos que se venían
comprobando en el country- se había dispuesto una vigilancia particular
sobre el nombrado, a la vez que se instaba la mudanza de aquel sitio.
Que existe prueba científica que viene avalando la existencia de
características constituyentes en el encartado Pachelo que reportarían a un
modo de ser y obrar plenamente compatible con el cariz de las violentas
acciones registradas en el interior del domicilio en donde García Belsunce
fue ultimada.
En efecto, escuchada la licenciada Patricia Noemí Ferreyra,
psicóloga, perito de parte de Nicanor Cetrá en la causa seguida a Pachelo
ante la justicia nacional por los delitos cometidos en aquella jurisdicción, dio
cuenta de que habiendo examinado los antecedentes de la causa y
realizadas las indagaciones técnicas de rigor, dictaminó que Pachelo asumió
una conducta intimidante, sin signos de angustias sobre su historia familiar,
formulando relatos desprovistos de afectividad.
Expuso que el nombrado presenta un trastorno psicopático de
personalidad, que genera la ausencia de culpa y remordimiento por las
acciones ejecutadas. Agregó que una persona con trastorno psicopático es
proclive a realizar una conducta letal y continuar con su vida con total
normalidad.

309
Por su parte, la licenciada María Elena Cicatto, perito psicóloga del
Cuerpo Médico Forense de la justica nacional, que intervino también en
aquellas actuaciones en donde se investigaban los desapoderamientos
sufridos por amigos y conocidos de Pachelo, expediente del Tribunal en lo
Criminal N° 15 incorporado por lectura al debate, el cual contiene la pericia
que la deponente reconoció en el juicio, también reportó la existencia en
Pachelo del manejo por conductas de acción, la cuales prevalecen sobre
otras.
Expuso la experta que es negador y puede llegar a la desmentida,
afirmando que Pachelo presenta un trastorno de personalidad psicopático,
rígido, estructurado e inmodificable, esto es, el paso del tiempo carece de
capacidad de mutar dicha caracterización.
Aseveró que asume conductas desadaptativas, a la vez que posee un
monto de ira bastante importante. Detalló como una característica saliente
de su trastorno a la convicción de que sus derechos prevalecen sobre los
demás: “yo digo esto, esto es así y lo impongo”, estableciéndolo como
verdad.
Sostuvo la conclusión que el acusado tiene un criterio de realidad
absoluto, siendo personas de riesgo en el contexto social.
Es de destacar que esta caracterización sobre la persona y las
conductas del acusado Pachelo, emergente del conocimiento adquirido
mediante prueba pericial, guarda pleno correlato con las acciones violentas e
intimidantes con las que solía desenvolverse en su vida de relación, aun
desde temprana edad.
Han sido tantas las personas, y tan variados los hechos en lo que se
expresó aquel característico proceder violento de Pachelo, que alcanzará
con recordar los dichos de Francisco Pachelo sobre los hechos padecidos
por él mismo, refrendados por el testimonio de su madre Jaqueline Barbará,
el primero de los cuales dio cuenta del incendio de la cuna a manos del por
entonces niño Pachelo. La propia Barbará dio cuenta de los constantes

310
desvíos en los que incurría Pachelo cometiendo diversos delitos que su
padre debía reparar y cubrir.
Quienes trabajaron en la cantera de Roberto Pachelo, la cual pasó a
manos de sus hijos con su muerte, no hicieron más que corroborar la
violencia del nombrado, siendo el testigo Simón quien, no sólo expresó su
temor hacia el acusado, sino que dio cuenta del violento proceder en contra
de su propio padre, destrucción de las oficinas mediante y amenazas de
muerte, días antes de que Roberto Pachelo amaneciera -ya muerto- con un
tiro en su cabeza, ello en la casa que compartía con el acusado.
Incluso, incorporada la causa judicial en donde se investigó la muerte
del nombrado -expediente ahora reabierto-, el testigo Daniel Alberto
Casanova, empleado de la cantera, también dio cuenta de los problemas
entre el imputado y su padre.
Más aún, algo después del fallecimiento de Roberto Pachelo,
intencionalmente incendiada la propiedad en donde ocurrieron los hechos,
dijo el testigo Casanova que pudo recuperar del siniestro algunos retratos
del nombrado, los cuales entregó a su hijo -el aquí enjuiciado- para que les
diere destino.
Y este no fue otro que dejarlos en un remolque para, luego, dispararle
con una carabina calibre 22 con los que terminó la destrucción de las
imágenes de su progenitor. Frente a ello, nada puede extrañar las
manifestaciones de Jaqueline Barbará y su hijo Francisco Pachelo, respecto
a que Nicolás no asistió al velatorio de su padre.
Como se ve, ya por el año 1996, el acusado Pachelo tenía armas en
su poder, sabía manejarlas y expresaba dosis importantes de violencia. Es
evidente de aquellas actuaciones, el interés del imputado de hacerse de las
armas de puño pertenecientes a su progenitor, al constar a fs. 80 a 83 de
aquel expediente el pedido del nombrado cursado al Registro Nacional de
Armas para ser legítimo usuario, denegado en función de no satisfacer las
exigencias legales para ello.

311
Lleva razón el juez que se expidió en minoría, cuando observa la
mendacidad del acusado cuando pretendió desentenderse sobre su
vinculación con armas de fuego, pues tal como se verá, no sólo un testigo
-Mario Rivero- dio noticia al respecto, sino que algunas de las escuchas
telefónicas auditadas durante el juicio demuestran todo lo contrario.
Por caso, Pachelo una mantuvo conversación con otro masculino, a
través del cual el imputado ofrecía en venta un fusil que tenía en su casa de
Carmel, expresando “tirás a un árbol y lo partís, es una bestia”, fueron sus
palabras, tratativas que datan del 01/01/2003. Incluso, la empleada
doméstica del acusado, señora Avila, también en sus testimonios dio cuenta
de la posesión por parte de Pachelo de un “rifle” que guardaba en su
placard, debiéndose destacar que -tal como lo explicó la propia Avila-
aquella comenzó a laborar en la casa del imputado poco antes de la
comisión de los hechos que nos ocupan.
Tampoco cabe prescindir que el registro de fecha 15/4/03 sobre una
charla telefónica mantenida entre el imputado Pachelo con el señor Dionisio
Simón, da cuenta que, entre otros aspectos, el acusado describió el
encuentro con una persona a quien Pachelo le formuló un reclamo de plata,
expresando que representó ir a va buscar la pistola al auto, anunciando que
de este bar “no vas a salir sin pagarme”, sin mayor sorpresa -vale destacar-
en su interlocutor, tanto sobre la circunstancia de poseer un arma allí, ni
tampoco sobre el tenor de las acciones con la cuales Pachelo pretendía
canalizar sus exigencias.
En la misma dirección, el testigo Horacio García Belsunce dio cuenta
de que el propio letrado de Pachelo, en concomitancia con el suicidio de la
madre del acusado, llamó al letrado de Carrascosa para advertir que
tomaran precauciones pues Pachelo estaba armado y sumamente alterado.
Es evidente, que aún mucho más acá, en el hecho identificado como 10 que
tuviere lugar en el domicilio de Osvaldo Horacio Brucco -en juzgamiento
también este proceso- también nos muestra las apetencias por hacerse,
entre otros bienes, de una pistola marca Glock cal. 40 con dos cargadores.

312
Que los trazos de personalidad que venían anunciados por la
conducta de Pachelo descripta por Simón y Casanovas se mantuvieron a
futuro, lo cual va como de la mano con la noción de psicópata inmodificable
con que la perito Cicatto calificó a Pachelo.
Incluso, la actuación pericial oficial en psicología de la licenciada
Liliana Patricia Rodríguez, dio cuenta que en los problemas intrafamiliares
también suele haber desorden y pelea que culmina en la acción homicida.
Media firma del psicópata cuando hay serialidad, y media mejoramiento.
Estableció como rasgos de personalidad de aquel tipo el carácter
egocéntrico, la omnipotencia y el sentirse superior al resto, poseyendo un
discurso poblado de verbos, con capacidad de contar sus experiencias.
Sostuvo que las características de Pachelo resultan compatibles con lo
descripto.
Agregó que el psicópata no se angustia, por ello no pueden cambiar,
resultando personas que no vienen por decisión propia a la consulta sino por
orden judicial. Ante la evidencia contundente, siguen negando, incluso a
veces ante la existencia de pruebas de ADN.
Respecto del hecho puntualizó que por las características de la
víctima el agresor fue un hombre, en tanto una mujer psicópata muerde, tira
del pelo, pero la reducción del hombre es más rápida. El psicópata puede
continuar con su vida en forma normal, pues son fríos y calculadores.
Detalló que Carrascosa es pasivo, con tendencia depresiva. Pachelo
tenía un conflicto previo según los dichos de las personas que vivían en el
barrio respecto del robo y pedido de rescate de una mascota. Pachelo los
amenazaba e intimidaba.
Afirmó que la psicopatología se relaciona con vínculos
instrumentales, manipulación y ausencia de angustia. El narcisismo se
vincula con una persona como de cristal, cualquier rasguño, cuando se
siente atacado u ofendido, no dejan pasar nada y lo hace reaccionar. La
situación es irreversible, siendo Pachelo un psicópata narcisista.

313
Es de destacar que el objeto de su actuación profesional fue obtener
el perfil del o los autores del hecho, intervención que se dio en el año 2014
cuando Pachelo no había sido siquiera imputado en la causa.
Frente a la finalidad de la intervención pericial de la nombrada, en
conjunto con la licenciada Cariack, y lo detallado de sus comprobaciones
-las que, en lo pertinente, marchan armónicas con las referencias al carácter
de psicópata de acusado que también se estableció en otras actuaciones
judiciales-, resulta inexplicado en el fallo que lo único valorable de estas
pruebas como concerniente al hecho, sea que “El o los involucrados en el
crimen, dispusieron una escenificación”.
De cara a la caracterización que llega fomentada en la asunción de
conductas básicamente agresivas y antisociales, invariables por la
experiencia, con la impulsividad como motor de acciones violentas o
explosivas, reparar sólo en el acomodamiento del escenario -si bien
atinente-, viene a mostrar que resulta notoriamente escaso el rendimiento
acreditante otorgado a las probanzas y, lo que es esencial como déficit de
fundamentación, sin exponer palabras que motiven dicho temperamento.
Particularmente cuando, ateniéndonos a la obligada valoración
integral de las pruebas, existen otros medios de acreditación que vienen
dando asidero a las conclusiones de la prueba científica sobre la descripción
forense de Pachelo y su capacidad de acción.
Quedó establecido en el juicio los conflictos entre el acusado y el
señor Diego Maggi, a quien Pachelo le compró una camioneta con cartulares
que, ante la falta de fondos, motivaron el inicio de acciones judiciales
procurando su cobro, cuyos expedientes fueron ingresados al juicio como
prueba. También, se acreditó el anoticiamiento a la autoridad de los
anuncios amenazantes recibidos por parte del imputado.
Asimismo, se denunció los daños sufridos en la concesionaria de
automóviles del testigo Maggi, la cual fue atacada destruyéndose vidrieras y
dañando vehículos que estaban ofrecidos a la venta en forma

314
contemporánea al desbordado problema que se había generado con
Pachelo.
Incluso, Maggi reparó en sus testimonios prestados en el proceso,
que el propio acusado manifestó que si no había tenido problemas para
matar a su padre, se imaginara lo que le costaría proceder contra el testigo.
En el campo de los indicios de capacidad específica es evidente el
vínculo lógico que el tribunal no ve, pues lo que se trata de establecer, no es
si el imputado -en este caso Pachelo- marcha por la vida matando a diestra y
siniestra por cualquier motivo conflictivo, sino antes bien, si conforme las
múltiples, armónicas e incontrovertidas determinaciones científicas, podría
detentar cualidad de capaz de asumir acciones violentas ante ellos.
Por ello no puede pasar sin observación la conclusión del fallo al
sostener “Tampoco es factible hallar vínculo directo o lógico entre la posible
autoría de PACHELO en el homicidio, con sus afrentas con MAGGI, pues en
todo caso, la aseveración intimidatoria cursada ante el pleito iniciado por
posible estafa en la compra de un automotor mediante pago con cheques no
cobrables, no alcanzó nivel de riesgo a la integridad física de éste último o
terceros, y permaneció limitado a la cobarde proyección de cascotes contra
la vidriera de la concesionaria de automóviles sin presencias que lo delaten;
en tanto que la Sra. LUACES terminó por admitir que en su oportunidad su
padre franqueó acceso a Carmel a MAGGI -a pedido de este- para dirigirse a
casa de PACHELO procurando una interpelación dispuesta a alcanzar vías
de hecho, ciertamente poco idóneo de reflejo del temor que pudiese generar
el aquí imputado como persona capaz de matar a cualquiera”.
Es que, si como los peritos han determinado, el encartado asume a la
acción violenta como lenguaje, deberá, luego, observarse atentamente la
entidad del conflicto para medir su necesaria proyección hacia la entidad de
la respuesta violenta que pudiere articular.
Aun sin pasar del anuncio matador a la muerte, y limitado -según lo
viene admitiendo el fallo- al ataque de la propiedad del damnificado Maggi, la
falta de conexión que infundadamente sostiene el fallo le impidió progresar

315
en el necesario análisis respecto del factor percutiente de la impulsividad y
su magnitud.
Esto es, si ante un conflicto comercial, en donde el acreedor de
Pachelo le reclamaba el pago de lo adeudado por la venta de una camioneta
que el propio acusado nos dice tenía en su poder, el imputado canalizó su
respuesta con amenazas de muerte, emprendiendo, además, con violencia
contra la propiedad del vendedor del vehículo -aclaro que excluyo
expresamente la noticia llegada por el hermano de Pachelo sobre la quema
de la camioneta objeto de litigio en la tosquera a manos del imputado-,
debería razonarse si fuere posible que Pachelo, ante un conflicto de distinta
naturaleza -como lo es el riesgo de ser individualizado por su vecina García
Belsunce en el interior de su domicilio en faena sustractora-, el cual, sobre
decir, presenta una entidad notablemente mayor y de consecuencias
sumamente graves para el ejecutor, podría haber motivado una reacción
violenta pero de mayor entidad, incluso, matadora.
Sobran los elementos probatorios que vienen dando cuenta que,
efectivamente, Pachelo es un sujeto de imponer su voluntad con acciones de
violenta factura infundiendo temor, sin embargo, con apoyo en la solapada
mirada sobre un evento -nuevamente violento- en donde se vio involucrado
el imputado se sostuvo que “…la Sra. LUACES terminó por admitir que en su
oportunidad su padre franqueó acceso a Carmel a MAGGI -a pedido de este-
para dirigirse a casa de PACHELO procurando una interpelación dispuesta a
alcanzar vías de hecho, ciertamente poco idóneo de reflejo del temor que
pudiese generar el aquí imputado como persona capaz de matar a
cualquiera”.
Si bien se mira, dicha conclusión, viene no sólo desenganchada del
cuadro acreditante general, sino del aporte probatorio particular de la
testimoniante, siendo que la aludida ausencia de datos que reflejen temor de
magnitud -lo cual sostiene la mayoría-, aparece desmentida en cuanto la
testigo debió sentarse ante el tribunal a dar testimonio en juicio.

316
Arrancó, sin mucho preámbulo, afirmando que le tiene pánico a
Pachelo.
Continuó dando acabado informe de circunstancias al expresar que
vive en Carmel desde el 1993, habiéndose mudado en el año 2000, para
regresar luego.
Explicó que conoció al padre del acusado y a Nicolás, detallando que
el su padre y el padre del testigo corrían en turismo carretera. Graficó que
Pilar era un pueblo chico donde todos se conocían. Incluso, expuso que el
padre de Mariano Maggi era del mismo grupo. Aseveró la deponente que su
padre corrió con Mariano carreras de rally.
En torno al problema entre Nicolás Pachelo y Maggi aseguró saber
que el acusado Pachelo le compró una camioneta a éste, pero no podía
cobrar el precio de venta, razón por la cual en una ocasión Mariano le pidió
al padre que lo deje ingresar al barrio para ir hasta la casa de Pachelo, lo
cual no podía hacer sin que alguien le facilitara el ingreso.
Señaló que su padre autorizó el ingreso, yendo Maggi al domicilio del
imputado a formular su reclamo. Expuso en derredor de estas
circunstancias, que estando en la casa familiar allí en el Carmel, al rato, se
apareció Nicolás Pachelo en su casa, a la cual accedió derechamente,
entrando al recibidor de la vivienda, increpando a su padre por el hecho de
haber dejado ingresar a Maggi al Carmel, reclamos que formulaba Pachelo
mientras tenía una de sus manos en el bolsillo de la campera sin sacarla de
allí. Explicó que, finalmente, su papá logró sacar a Pachelo del interior de la
casa.
Tras ilustrar sobre el conocimiento de sus padres con el matrimonio
Carrascosa, recordó la testigo el robo de la mascota de los Carrascosa, un
perro labrador llamado Tom, de color negro, que María Marta le comentó
que se lo habían sustraído, solicitándole ayuda a la declarante para pegar
unos panfletos con el número del celular de García Belsunce y las
características del perro.

317
Volviendo sobre el talante del acusado Pachelo, afirmó bajo juramento
que en la infancia y adolescencia el acusado era descripto como un loco,
más allá del bien y del mal, una persona sin remordimiento y sin temor a las
consecuencias, sin emociones. Recordó, incluso, las advertencias que el
padre de la testigo le formulaba alertándola que tuviera cuidado del acusado.
Entonces, frente a la totalidad del testimonio de Luaces, no resulta la
realidad expresada por ella la que mejor reporta a la caracterización del
imputado Pachelo en la que se embarca el fallo, la cual naufraga sin remedio
ante sus alusiones de antes como un “loco”, sin “temor a las consecuencias”,
huérfano de sentimientos; el pánico actual de la testigo, y la narración del
asalto al domicilio familiar por parte de Pachelo, por el hecho de que su
padre le franqueara a Maggi el acceso al country.
Lo cierto es que el conjunto de rasgos antisociales que los expertos
advirtieron en Pachelo, y que los testigos Luaces y Maggi corroboraron en
sus acciones, resultaron piezas de un entramado probatorio que
uniformemente así lo sostiene.
Ya observadas las consideraciones de Jaqueline Barbará y Francisco
Pachelo, sobre el tenor de las acciones desarrolladas por Nicolás Pachelo,
como las contundentes referencias del testigo Simón, cuanto lo expresado
por el hijo de la primera, Hernán Codeau, todo viene sosteniendo el carácter
extremadamente violento del acusado.
Por fuera de las notas pintorescas que retrataron a Nicolás Pachelo
cuando niño como “Chucky”, y al tiempo de los hechos en juzgamiento como
“Lord Voldemort” o “el innombrable” pues generaba temor en los chicos del
country “El Carmel”, la naturaleza agresiva en el proceder -y su cuantía-
también luce retratada en las expresiones del testigo Horacio García
Belsunce.
Concretamente expuso que cuando murió la madre del acusado, los
llamó por teléfono el doctor Scelzi para expresarle que lo había contactado el
doctor Rivas avisándole que Pachelo estaba “loquito” y armado, que debían
tener cuidado. En función de ello, dijo el testigo, les pusieron custodia

318
policial. Tal acontecimiento fue corroborado por la testigo Leila Keller, por
entonces cónyuge del mencionado García Belsunce.
Pero ya antes, previo al infortunio del suicidio de la progenitora del
imputado Pachelo, el propio “Flaco” Rivas -así lo mencionó el deponente
Horacio García Belsunce- a quien conocía de antes habiendo jugado juntos
al golf y compartido cenas familiares, develada ya la circunstancia de que
la hermana del testigo había sido víctima de un homicidio en el Carmel, le
expresó en un encuentro que tuvieron “ahí hay un malandra, Pachelo, del
que soy abogado”, es un tipo ”bravo, complicado”, y le preguntó cuántos
tiros tenía María Marta, expresando frente a la respuesta del testigo “le
podría haber vaciado el cargador entero porque era capaz”.
También María Laura García Belsunce dio referencias sobre el
violento proceder del acusado, narrando que en una ocasión en que estaba
comiendo con su marido en el shopping Paseo Alcorta de C.A.B.A., se
acercó Pachelo, le tiró un plato de comida y le dijo: “tomá esto es para
Carlitos que se debe estar cagando de hambre en la cárcel”. Luego, recordó
otro acontecimiento en la avenida Callao, cuando desde un auto, quien iba
en el asiento del acompañante le gritó que no hablen más de él porque, sino,
los mataría a todos, reconociendo a Pachelo como el anunciante.
Pero la evidente tendencia a la acción violenta de Pachelo quedó en
evidencia en las manifestaciones de la testigo Nora Burgués de Taylor quien
dio cuenta de la conducta de Pachelo en contra de ella, siendo que a más de
amenazas que recibió en su domicilio, en una ocasión, ni más ni menos que
a la salida de la fiscalía, cuando la testigo estaba en el automóvil en
compañía de su abogado defensor, el acusado Pachelo, intempestivamente,
se cruzó en la marcha del rodado, parándose frente a él, obligando a la
detención, y con sus manos hizo el ademán de disparar un arma de fuego
contra Taylor y soplar el caño.
Este suceso fue concordantemente recreado en el testimonio del
doctor Juan Pablo Vigliero, letrado de la nombrada por aquel entonces,

319
quien recordó con detalles y concordancia la amenaza de muerte expresada
por el enjuiciado.
Que el testimonio de Arauz Castex dio cuenta que en el barrio cerrado
le tenían miedo a Pachelo, narrando, en lo atinente a la conducta del
nombrado, que en una ocasión Horacio García Belsunce fue citado a
mediación con Pachelo por difamación, siendo Horacio acompañado por el
declarante, narré cuanto acontecía, trataron de callarme -dijo- viviéndose
una situación de violencia verbal para que se cerrara la mediación sin
acuerdo.
A los pocos días de aquel evento, recordó, la secretaria del estudio
recibió un llamado en la que le anunciaron “decile al puto de tu jefe que le
voy a romper la boca”. Agregó el testigo que formuló la correspondiente
denuncia.
Son tantos y de tan variada fuente los conocimientos allegados el
juicio que dan cuenta sobre una constante de violencia que hilvana los
procederes de Pachelo en forma muy anterior a los hechos enjuiciados, pero
también en forma concomitante y posterior a ellos, que para ir cerrando el
tema sobre la naturaleza de la acción del acusado -y la magnitud esperable
de ella- resultó sumamente gráfica la exposición testimonial de Nicolás
González del Cerro, vecino del Carmel desde el 96.
Entre otras aseveraciones sobre los delitos que estaban aconteciendo
en el barrio cerrado, y la responsabilidad de Pachelo en ellos, explicó que
tiene hijo con la misma edad que uno de los hijos de Pachelo. Al respecto,
señaló que tuvo una visita de Pachelo a raíz de un incidente entre la
segunda hija del testigo -de cinco años- con el hijo del acusado llamado
Felipe -de siete años- sobre una referencia impropia expresada sobre el
padre del niño.
Recordó, un lunes llamé al mediodía y la señora que trabaja en casa
le dijo que había pasado por la casa Pachelo. A media tarde, en otro
llamado, le volvieron a informar que había insistido con la “visita”, motivo por

320
el cual impartió la indicación que le avisaran a Pachelo que a las 21:30 el
testigo estaría en la casa.
Fue así como por la noche fue Pachelo y charlaron en el living, quien
estaba enojado por “meter” a los chicos en problemas de los padres. Siguió
el testigo contando que le informó a Pachelo que le habían aplicado una
penitencia a la niña y que coincidía en no involucrar a los menores en las
cuestiones atinentes al acusado.
Dijo el testigo que fue una charla dura, que hablaron de otros robos,
del tema del perro de María Marta, y le expresó su opinión sobre lo ocurrido.
También dijo que anotició al acusado que los hijos del declarante tenían
prohibido ir a jugar a su casa, como también, subirse a cualquier auto donde
“estés vos o tu mujer”.
Frente a ello, recibió por respuesta una frase que el testigo entendió
como una clara advertencia de Pachelo, al expresarle “hacés muy bien, yo
en tu lugar haría lo mismo”.
En torno a la vindicta, la agresividad o impulsividad que pudiere
esperarse por parte del imputado -quien había ido en reiteradas ocasiones al
encuentro del testigo- fue el propio González del Cerro quien dio una nota
sumamente gráfica y sincera al explicar que -aun cuando ya tenía asumido
para sí como una incorrección lo actuado por su pequeña hija, compartiendo
que no debían quedar los menores en el medio de problemas de los adultos,
lo cual acotaba el campo de disputa-, así y todo, la charla que mantuvo con
Pachelo en el living de su casa la llevó adelante con una pistola en condición
de disparo al alcance de su mano, oculta entre los almohadones al costado
del sofá.
Quienes tuvieron ocasión de relacionarse con el imputado dieron
cuenta de la naturaleza violenta que expresaba en sus acciones, incluso
desde muy temprana edad, lo cual constituye un fuerte respaldo a aquello
que tanto peritos de parte, como oficiales; ya sea en el orden provincial
como nacional; elaborados en el marco de este proceso o en otros procesos

321
distintos seguidos a Pachelo, vienen informando sobre su personalidad de
psicópata narcisista.
Nada de ello parece haber sido tomado en seria consideración por
parte de quienes se expidieron haciendo mayoría, desprecio que llega a los
aportes mismos de la medicina legal, pues ante el trastorno diagnosticado,
con su cortejo de acciones indolentes, ausencia de crítica y la confianza en
sí mismo, como en la proyección que tales trastornos hacia la asunción de
acciones delictivas, que incluye ilícitos cargados de violencia, en los cuales
se encuentra el sello de la crueldad y el desinterés total por el otro, la prueba
científica venía aportando conocimiento afín para comprender aspectos de la
conducta del encartado, particularmente, la capacidad de involucramiento en
una acción de inusitada violencia como lo resultó el sometimiento de la
víctima y su ejecución mediante múltiples disparos dirigidos a su cabeza, la
mayoría de ellos desde brevísima distancia.
Con todo esto, y a pesar de todo esto, cuanto se observó con
pertinencia sobre las concordantes peritaciones sobre el potencial
criminógeno de Pachelo fue la alusión a la escenificación del lugar del
hecho, y “…en lo concerniente a los acontecimientos relatados por la Sra. de
TAYLOR o la Sra. María Laura GARCIA BELSUNCE, de las que el tiempo
transcurrido sin repercusión alguna asimilable a peligro contra ellas, ilustró la
mera cualidad de injuria u ofensa de PACHELO al toparse con la primera de
ellas y su abogado en la vía pública, o arrojado un plato de manera
despectiva sobre la mesa en la que almorzaba la hermana de la fallecida
María Marta GARCIA BELSUNCE”, siendo sumamente restringida la noción
de agravio u ofensa que construye el fallo para contener el entendimiento
que cabe asignarle a la expresión gritada por Pachelo a la hermana de la
víctima fatal para que no hablen más de él porque, sino, los mataría a todos.
Queda igualmente sin cobijo en aquel concepto la expresiva acción
recreada por los testimonios de Vigliero y Burgués de Taylor, quien dieron
cuenta que Pachelo no sólo interrumpió la marcha de aquellos sino que

322
simuló disparar con sus manos en contra de la segunda, soplando los gases
de la deflagración de pólvora.
Ambas acciones están cargadas de violencia simbólica que el voto de
la mayoría no ve, siendo entonces concerniente al hecho en juzgamiento y
las probanzas legítimas que se acopiaron sobre este particular aspecto, las
que llevaron en lógico derrotero a que el juez que sufragó en soledad
también se apartara de estas consideraciones.
Lleva razón el doctor Ecke cuando dirige su mirada a las múltiples
acciones llevadas adelante por Pachelo, muchas de ella antes repasadas,
como las que también fueron informadas en el testimonio de Viviana Decker.
En efecto, previo al homicidio de María Marta, la testigo sorprendió al
acusado en el jardín de su propiedad durante un fin de semana, en el que la
declarante estaba trabajando en el anexo de su casa.
Detalló que su vivienda tiene dos entradas, la principal y la que separa
la casa del anexo, allí lo observó parado delante de los autos, entrando a su
jardín, “ojeando” la casa.
Así lo observó sin que el encartado percibiera la presencia de la
dueña de la propiedad. En cuanto a la potencialidad amenazante de
Pachelo, sostuvo que luego del homicidio de su amiga, el acusado pasó por
delante de su propiedad, lentamente, seleccionando un camino que no era
necesario transitar por el nombrado.
Incluso, subrayó, también en el supermercado Jumbo de Pilar, se
dio otro hecho intimidante cuando hallándose la testigo por abonar las
compras en la caja, sacando las cosas del chango, vio a Pachelo quien se
paró al final de la caja en una forma amenazante, mirándola mal. Además,
apareció por detrás, en una góndola con el hijo en brazos, la empujó y le
expresó: “ni Dios lo va a sacar de ahí adentro”, aclarando la deponente que
por ese tiempo Carrascosa se encontraba privado de su libertad.
Los elementos de prueba colectados, por su entidad y concordancia,
vienen dando cuenta que Pachelo se ha expresado en conductas
sumamente desajustadas, sin acatar los límites fijados por consensos

323
legales, procurando imponer sus intereses personales y apetencias
patrimoniales, involucrándose en hechos violentos o no, sin que sea ésta
una característica tenida en su consideración para fijar fronteras a la
acciones de modalidad delictiva, como tampoco lo fueron las relaciones de
parentesco, amistad, vecindad o cercanía . Así se ha pronunciado en los
muy diversos hechos delictivos en los que se involucró.
Antes del asalto a la casa de García Belsunce el imputado había
puesto los ojos en el matrimonio con evidente interés de obtener un indebido
rédito, siendo concordantes los elementos de prueba que vienen relatando la
forma en que se buscó gestar la voluntad de entregar dinero por parte del
matrimonio Carrascosa como condición para restituir un perro de su
propiedad -“Tom”-, mascota merecedora de gran cariño por parte de la
víctima.
Destaco, que escrutar estos aspectos de la capacidad específica de
acción de una persona, en nada se aproxima a la responsabilización por la
"conducción de vida", pues lo que se estima es, simplemente, y a modo de
indicio, si pudiere estar contenida una acción en la potencia impulsora de
acciones previas demostrativas de aptitud particular, de similar forma a la
que correspondería observar, por caso, si la víctima hubiera sido muerta por
un preciso golpe de karate, si el acusado practicaba artes marciales.
Es entonces acertado el criterio del solitario disidente, en cuanto alistó
en sus razonamientos nutridos de lógica acumulativa las válidas
aportaciones de las licenciadas Chicatto y Ferreyra, cuando el informe
criminalístico -forense confeccionado por las licenciadas Cariac y Rodríguez
a los que hice referencia, incluso la aportación del experto Salcedo.
Y también acierta cuando razona sobre hechos y circunstancias que
exceden la altura de simples comentarios, con los que en sumaria
fundamentación pretendió la mayoría liquidar las pruebas traídas por los
acusadores para demostrar que, ya antes, el acusado había decidido
avanzar contra los bienes jurídicos del matrimonio Carrascosa.

324
Así, el magistrado que quedó en minoría, evaluó como “…central el
extravío del perro labrador negro, de nombre Tom que el matrimonio quería
y cuidaba como un hijo, los llamados extorsivos recibidos en la casa,
solicitando dinero, recordando los testimonios de las personas que
aseveraron observar al mencionado can en manos del imputado (Raquel
Fayt, Miguel Cometto, Ema Benítez, a quien la empleada doméstica de
Pachelo había hecho saber que el perro, efectivamente, se había encontrado
en la casa de su empleador, teoría también auditada por quien se encargaba
de la proveeduría del barrio, Alfredo Torres), siendo que el sometido a
proceso daba como respuesta que lo había hallado perdido, y lo “había
levantado”. Ello conculca a todas luces, con la propia versión otorgada por
Pachelo en juicio, una vez auditada la versión de Miguel Cometto, quien hizo
saber que los dos perros Rottweiller “se los compró para bajar los decibeles
y discusiones por la tierra que levantaban los camiones que iban a la
tosquera, que él no era amante de los perros”).
En efecto, durante el debate oral fueron múltiples y concordantes en
lo sustancial los testimonios que daban cuenta de la certeza que animaba la
víctima sobre la intervención de Pachelo en las exigencias dinerarias que le
formuló como condición para reintegrar al perro de la familia.
Así lo expuso con detalle el viudo de la damnificada, señor
Carrascosa, como también el testigo Horacio García Belsunce, María Laura
García Belsunce, la testigo Patricia Reyes, quien laboraba con María Marta
en la fundación, quien se enteró por boca de Susan Murray que la víctima
sospechaba de Pachelo. Incluso la testigo Luaces, quien personalmente
colaboró con la víctima en el pegado de afiches en Pilar en donde se
solicitaba noticias respecto de quien pudiere aportar datos sobre el perro de
mención, cuya imagen estaba retratada en aquellos anuncios.
En la misma dirección, fueron auditados los testimonios de Sansuste,
Arauz Castex, como también Alfredo Atilio Torres, encargado de la
proveeduría que funcionaba en el interior de El Carmel, quien agregó sobre
este particular, que conoció al labrador negro -“Tom”- de María Marta, siendo

325
sabedor que se lo habían robado, escuchando el deponente cuando una
empleada le decía a la otra con la cual se encontraba charlando, que
Pachelo tenía al perro en una “piecita”. Sobre los detalles de aquella charla,
indicó, se trataba de personal doméstico, una era la empleada que trabajaba
en la casa de Pachelo, y la otra no recordaba para quien laboraba.
También Carmen Aberastain, amiga íntima de la víctima, dio cuenta
que María Marta le comentó la desaparición del perro, el pedido de rescate y
la convicción de la víctima que había sido Pachelo, a quien le tenía miedo.
Irene Hurting se expidió en igual sentido.
En pareja dirección, Cristina Barrientos, empleada doméstica que
trabajó en casa de la familia Fister, sostuvo que en una oportunidad la
empleada del acusado Pachelo le comentó que éste tenía al perro y pedía
rescate, situación se la relató a su empleadora.
Arauz Castex corroboró que en la reunión de socios convocada ante
la cantidad de delitos acontecidos en el Carmel sin intervención de extraños
al barrio, incluido el episodio del perro “Tom”, Pfister informó que su
empleada recibió de la empleada de Pachelo la noticia de que el perro Tom
estuvo en la casa de Pachelo (cfr. en igual sentido Sergio Félix López).
Adunó, por otro lado, que García Belsunce había concurrido a la
asamblea en compañía de Taylor, y se fue descompuesta según le refirió
este último, exponiendo que -tal como lo explicó Carrascosa-, María Marta
había recibido pedido de recompensa en el teléfono particular del domicilio,
el cual no estaba disponible al público en general al no haber sido ése el
publicado en los afiches, anuncio en donde la víctima había consignado el
número de telefonía celular.
También quedó demostrado en el juicio, según lo explicaron los
socios del barrio privado, que cualquiera de ellos podía solicitar a las
autoridades un listado con los teléfonos fijos de los socios de la institución.
El propio esposo de la víctima dio cuenta que, ante las exigencias
dinerarias recibidas en el domicilio, se opuso al pago reclamado, como
también, que habiéndose solicitado la colocación de un identificador de

326
llamados, cumplido ello por la prestataria del servicio, cesaron los reclamos
telefónicos que recibían en la casa.
A resultas de aquella reunión, en donde con evidencia quedó exhibido
el convencimiento general sobre la intervención de Pachelo en los delitos
que asolaban a los vecinos más próximos a la casa del nombrado, es que se
dispuso una guardia más estricta de Pachelo y su esposa, debiendo los
guardias informar las salidas e ingresos de aquellos de la vivienda.
Tal vocación de especial vigilancia resuelta por las autoridades del
club “El Carmel”, en la práctica, encontró severas limitaciones por parte de la
empresa encargada de su ejecución que, por los motivos que fueran, nos
hablan de una nula eficacia, siendo cuanto menos sumamente llamativa la
circunstancia que la singular escolta que debía resguardar de los
movimientos de Pachelo y su cónyuge, estuviera asignada a una persona
-Carlos Alberto Villalba- quien encargado del puesto cuatro, tal como lo
relató en el juicio, dio cuenta que su función era vigilar a “Romero” y “Julieta”
-así aludían los vigiladores a aquellas personas-, presentando Villalba serias
deficiencias en el sentido de su visión -sólo veía un bulto-, pues había
perdido su ojo izquierdo, siendo que en el derecho tiene lente de contacto,
explicando, para dar noción de sus limitaciones, que no podía llenar las
planillas laborales y, en el juicio, ni podía ver al presidente del tribunal
ubicado a escasa distancia del deponente.
Frente a ello, resulta simple derivar en la libertad de acción de
Pachelo, particularmente, en la ventana de tiempo que se habría al momento
de efectuarse los relevos del personal, justamente, en período en que los
vecinos próximos a la casa de Pachelo -incluida la casa de Carrascosa-
sufrieron los asaltos a sus domicilios. Es claro que, como se verá con más
detalle, el propio acusado admite una salida del domicilio en busca de
automóvil de su esposa el día del hecho que absolutamente nadie advirtió.
Retomando, si frente a la cantidad de testimonios que vienen
vinculando a Pachelo con la detentación del perro de la víctima, en donde no
cabe despreciar de los testimonios ex auditto, se recibió la atestación directa

327
de quien, criador de perros, no tenía dificultades para distinguir un Rottweiler
de un labrador, y expuso que -por fuera de la compra de dos ejemplares de
la primera raza- el acusado le llevó para su estancia un labrador de color
negro, bien cuidado, el cual presentaba una marca en una de sus patas que,
coincidía con la secuela de la lesión que un jardinero le había ocasionado
accidentalmente a “Tom” -según el relato de su dueño-, animal del cual
dispuso el testigo Cometto -de él se trata- ante la falta de respuesta de
Pachelo sobre el destino del peculiar labrador negro, bien debe concluirse,
entonces, que esta realidad histórica viene sostenida por mucho más que
murmuraciones.
Y desde luego que la existencia de este antecedente no debe
ponderarse como el motor de la acción matadora en cuanto castigo o
satisfacción al agravio de no haberse accedido a los reclamos dinerarios.
Los hechos probados expresan que el ingreso al domicilio de la
víctima no tuvo por finalidad la matación vengativa, sino la sustracción de
bienes ajenos. En esta línea, puede advertirse que la acción homicida fue
ejecutada -como lo explicó el perito balístico Villarruel escuchado en el juicio-
con un arma de uso ocasional, de un calibre de relativa potencia cuyo
proyectil queda detenido a no más de diez centímetros de transitar por la
estopa del cañón de pruebas, lo cual no la hace la más segura de cara a un
uso matador, distanciando el homicidio de una ideación puntillosa o un
quehacer profesional.
Empero, con ello no se extingue la relevancia de aquellos pretéritos
sucesos -como lo resolvió la mayoría- y su necesaria ponderación. Frente a
tal antecedente y la consecuente conducta asumida por García Belsunce
-quien se constituyó a partir de allí en proactiva protagonista de las acciones
de los socios en busca de establecer mayores restricciones de movimientos
de Pachelo y su esposa dentro del barrio cerrado, incluida la evaluación de
la posibilidad de expulsión de “El Camel”, (cfr. testimonios de Carrascosa,
Sansuste, Arauz Castex, White, entre tantos otros)-, bien podía el asaltante
conocido, de cara a María Marta García Belsunce, presagiar que no sería

328
ella una pasiva damnificada del hecho ni transigente en sus consecuencias,
avizorando el ejecutor lo que se le venía.
Ello, junto a su indolencia homicida, sellaron rápidamente el fatal
destino de García Belsunce, quien quedó enfrentada aquel domingo de
octubre de 2002 con, por lo menos, una persona que asaltó su casa, a quien
conocía, el cual tenía libertad de ingreso y salida de un barrio cerrado para
ajenos, quien se embarcó en la faena sustractiva del domicilio de la víctima,
la cual fue abatida a poco tiempo de ingresar a su morada.
Son así múltiples las pruebas que dan estructura sólida a que el
ingreso de cuanto menos un extraño al domicilio particular de la familia
Carrascosa tenía su inspiración en fines sustractivos, lo que se logró en la
medida ya señalada, pese a lo cual el fallo -por mayoría- niega ello
introduciendo con descalabro lógico la representación particular de los
jueces de que la víctima fue muerta por causa pasional. Agotada la lectura
del fallo, no puede saberse, todavía, cuál sería la ardorosa inspiración que
vincularía a la víctima con el matador, las razones de ella ni las pruebas que
le darían apoyo.
En esta deriva decisoria del pensamiento, el a quo abatió el valor de
decisiones jurisdiccionales firmes -con notable selectividad- y el crédito de
las probanzas ordenadas en este juicio, desoyendo lo que estas expresaban
en conjunto y haciendo decir a algunas lo que ellas no manifestaron.
Semejante desorden, que lleva a la confusión y alteración sobre
aspectos centrales de las cuestiones esenciales a resolver, no supera el
estándar de razonabilidad exigible a los pronunciamientos jurisdiccionales.
Resulta expreso que el análisis desarrollado en el fallo aparece
perturbado por la noción de que la víctima fue ultimada por parte de alguien
ligado al círculo íntimo de aquella, el cual habría operado tempranamente en
la búsqueda de un chivo expiatorio a quien endilgarle el homicidio, cuando
aún no se había determinado con certeza que la muerte traumática de
García Belsunce lejos estaba de ser un accidente doméstico.

329
Si aquella resultó la inspiración de entonces, no se entiende cuáles
podrían ser ahora las razones para que, a más de veinte años de los
hechos, con el peso del tiempo que se escapó, la mengua de energías, y
extinguido el riesgo de una eventual responsabilización penal de los propios,
se insista en desandar instancias judiciales como penitentes buscando al
responsable de los hechos ocurridos el domingo 27 de octubre de 2002.
Así se razonó al explicar que “No huelga indicar que, la Sra. Susan
MURRAY recordó que tiempo antes de practicarse autopsia sobre el cuerpo
de su compañera en Missing Children, Horacio GARCIA BELSUNCE la citó
a un lugar neutro e hizo preguntas para sorpresa de ella, acerca del posible
conocimiento de un amante de la Sra. GARCIA BELSUNCE o de alguien en
conflicto con la fallecida; lo que vuelve a dejar subsistente la rara
anticipación de búsqueda de posibles sospechosos sobre los que descargar
culpabilidad ante un caso de homicidio, cuando ya había sido aclamada
desde misma fuente la muerte accidental”.
La mentada anticipación no fue tal, y sin ella, tampoco puede haber
rareza alguna. Es que la testigo que el tribunal cita para fundar sus
elucubraciones respecto a un sospechoso proceder de la familia de la
damnificada, en ningún momento de su exposición aludió en forma directa o
indirecta respecto a que el hermano de la damnificada -el testigo Horacio
García Belsunce- la hubiera interrogado en torno a posibles personas que
mantuvieran conflicto con la fallecida en una charla mantenida en tiempo
anterior al conocimiento que emergió de la realización de la autopsia del
cadáver.
Sobre esta particular circunstancia, hito sobre el que cabría interpretar
el “raro” adelantamiento que mal observa el tribunal, son expresas las
afirmaciones de Murray que dicen todo lo contrario, siendo armónicas las
declaraciones de Horacio García Belsunce y la testigo Patricia Reyes
respecto a que el mentado encuentro -cuanto las interrogaciones del
hermano de la víctima- tuvieron ocasión con posterioridad a la realización de
la autopsia de María Marta García Belsunce.

330
La nombrada Reyes contó en la audiencia sobre este tópico, que en el
mes de diciembre de 2002 se reunión con Horacio García Belsunce y Susan
Murray en una estación de servicios YPF ubicada en el ramal Pilar de
Panamericana mano a Capital, habiendo sido convocada en razón de
saberse que habían matado a María Marta -con quien la deponente
trabajaba en “Missing Children”-, oportunidad en la que el hermano de la
víctima contó sobre las constataciones de la autopsia y se interesó por saber
sobre posibles fuentes de conflicto en la fundación, o en la posibilidad de
que su hermana tuviera una relación con otro hombre. Otro tanto expuso
Horacio García Belsunce al respecto.
Así entonces, absolutamente nada viene dando cuenta que el interés
del hermano de la damnificada tratando de establecer posibles personas que
pudieren estar enfrentadas con la víctima, estuviera impregnado de suspicaz
anticipación.
El desasosiego y la inquietud sobre los posibles autores del homicidio
aparece alumbrado luego de conocerse fehacientemente que María Marta
había sido ultimada a tiros, ello como consecuencia de la operación de
autopsia cuyos resultados conocía el testigo de mención.
Indudablemente, tampoco se avizoran en el panorama probatorio
circunstancias que confrontadas con el curso ordinario de los sentimientos
parentales muestren “raro” que el hermano de una víctima de homicidio se
interese por determinar quién ha sido el posible autor del delito recabando
datos que pudieren orientar la investigación, ello, reitero, en forma
inmediatamente posterior a anoticiarse que los forenses establecieron
-trabajosamente- que, en realidad, el deceso de su hermana había sido el
producto de múltiples disparos recibidos en su cabeza.
Entonces, el descrédito que viene respaldándose en una anticipación
que no es tal, carece de apoyatura en las pruebas alumbradas en el juicio,
incluso, en la que el propio fallo cita en pretenso respaldo de su errada
evaluación.

331
Y la arbitrariedad no se interrumpe cuando el juez de adhesión
consigna, bien que, a contrario de lo sostenido por el ponente, tanto la
testigo Reyes como Murray situaron el encuentro “… una vez conocida la
causa de la muerte…” -según la cita de las manifestaciones de Reyes y las
que “…en el mismo sentido…” evoca en resumen de los dichos de Murray.
Es que, así las argumentaciones, no existe fundamento común ni
decisión unánime respecto a la mal vista “anticipación” detectada por el
ponente.
Y digo que no media interrupción al curso arbitrario de la valoración
de la prueba, pues, aunque libre de la tergiversación del primer voto, la
adhesión -que en este punto no es tal- expuesta por el segundo juez,
igualmente no deja de endilgar obstrucción familiar a la investigación del
hecho, agolpando -en su tesitura- que “En esa línea se inscriben los
testimonios de Patricia Reyes y Susan Murray, entonces miembros de
Missing Children, quienes se pusieron en contacto con la familia con el
objeto de recuperar un archivo guardado en la computadora de la occisa, y
el teléfono Nextel que se le haba asignado por pertenecer a esa institución”.
“Reyes rememoró que una vez conocida la causa de la muerte
se habían reunido con Horacio García Belsunce quien las interrogó acerca
de la posibilidad de que María Marta tuviera un amante, y les hizo saber que
desconfiaba del entorno, por como se había manejado el velorio”.
“Murray a su turno declaró en el mismo sentido, puntualizó que
el aludido inquirió si les había confiado de algún problema matrimonial, y
enfatizó en la tardanza incurrida en el reintegro del teléfono, siendo que al
recibirlo constataron que había sido borrado su contenido y presentaba
restos de agua y sangre, todo lo cual le había llamado la atención”.
En estos términos, la “rara anticipación” de Horacio García Belsunce
buscando en quien descargar la responsabilidad por la muerte de la víctima
-y el pretenso descrédito que de ello desprende el ponente- llega a ser
incompatible con las expresiones de Reyes recordadas por el adherente en
donde se rememora -según dijo- que el propio García Belsunce animaba

332
desconfianza y disconformidad con el manejo del sepelio por parte del
“entorno”.
De tales construcciones argumentales de la mayoría decisora
aparecen conviviendo retratos de un Horacio García Belsunce asumiendo
posiciones sustancialmente diversas respecto del círculo íntimo de la
víctima, pese a lo cual, todas resultaron serviles a fin de instalar dudas sin
fundamento común que las justifique.
La estructura que conforma el fallo de la mayoría trajo como pieza
articulada con lo antes señalado, en evidente intención de dar consistencia
al enredo instalado, que “Merece recordarse una vez más que,
llamativamente, cuando antes de practicarse la autopsia ya se intensificaban
las dudas sobre la causal de muerte, BARTOLI (en su testimonial de fs.
41/42) invitó a reparar en PACHELO como alguien que perjudicó a María
Marta reteniendo a su mascota y negando tenerla consigo cuando ella llamó
a su vecino preguntando por el paradero de Tom; ello, con la aclaración del
mismo BARTOLI de no relacionarlo de ninguna manera con el deceso de
María Marta. Vaya manifestación directa e incuestionable de BARTOLI como
conocedor de una modalidad de muerte necesariamente a manos de un
tercero, justamente lo que se develó operación de autopsia mediante
-asesinada de cinco disparos-, y de manera de ya dejar adelantada la artera
excusa de un posible motivo para delinquir en cabeza de un sospechoso
conveniente: aquel que venía arrastrando los problemas de convivencia en
Carmel que damnificaron a los dueños de palos de golf.”
Alcanza con remitirse a la síntesis de las manifestaciones del
nombrado sobre las que razonó el tribunal en este sentido, para advertir que
-según lo consignado por los jueces de la mayoría- también dijo “…que
tiempo atrás María Marta perdió el perro y que por comentarios de Carlos y
de María Marta los llamaban por teléfono pidiéndoles guita por el animal,
pero no les dieron plata; que luego de un tiempo, Teresa FISTER llamó a
María Marta y le dijo que su mucama le había dicho que la mucama de
Pachelo le había comentado que el día en que María Marta había llamado

333
por teléfono a la casa de Pachelo preguntando si habían visto a su perro y le
dijeron que no, el perro estaba escondido en el toilette de esa casa; que a
eso nunca lo asoció con nada; que María Marta nunca tuvo ningún
encontronazo con el Sr. Pachelo…”
Además, expuso Bártoli -conforme la lectura que hizo el fallo sobre el
testimonio brindado el 13 de noviembre de 2003 (fs. 41 a 41)- “.. que durante
el segundo tiempo del River-Boca llegó María Marta porque se le interrumpió
el tenis a causa de la lluvia; que cuando termina el superclásico María Marta
dice me voy a casa a bañarme porque viene la masajista; que se llevó una
campera azul finita de lluvia de Carlos que sacó de la camioneta; que vio
cuando se iba porque él salió con ella porque llevó a otro chico que estaba
viendo el partido; que ofreció llevarla a María Marta pero ella se fue en
bicicleta; él llevó al chico y volvió a su casa; que en el camino de regreso la
cruzó a María Marta cuando ella iba en bicicleta hacia la casa; que Carlos
aún estaba en la casa de él y vieron juntos el partido de Independiente; que
después del primer gol de Independiente Carlos se fue; a los diez minutos
suena el teléfono, escucha que Irene atiende el llamado y le refiere a él que
María Marta tuvo un accidente; agarró el auto y demoró treinta segundo o un
minuto en llegar a casa de CARRASCOSA; que al entrar a la casa ve el
bolso de la masajista que conocía porque también le hacía masajes a él; que
Carlos le refiere que María Marta tuvo un accidente y Beatriz la está
ayudando; fue arriba; ve a María Marta en el piso, medio cuerpo fuera del
baño y medio cuerpo dentro del baño, Beatriz haciéndole respiración boca a
boca; el se pone a hacer masajes cardíaco y respiración boca a boca por
diez o quince minutos, que ella tenía el estómago lleno de agua, la panza
hinchada y al hacer masaje cardíaco roncaba como cuando soplas un caño
que tiene agua y en varias de las apretadas fuertes que hacía tenía un hilito
de agua en la comesura de la boca; que atrás suyo al minuto llegó su
esposa Irene, Carlos ya había pedido una ambulancia; Irene va a buscar a
Diego PIAZZA que es estudiante de medicina, que llega a los quince
minutos; le pidió que se fije si tiene pulso porque él no le encontraba pulso;

334
que no sabe cuándo, llega la primera ambulancia; le empezaron a hacer
masajes cardíacos y con respirador artificial, pasaron veinte minutos; que
cuando llegó la segunda ambulancia, él había salido y vio que estacionaba;
que cuando estaban todos los médicos, el de la primera ambulancia le pidió
trapos para limpiar, que el baño estaba lleno de agua y sangre; limpiaron los
médicos y la masajista; que cuando él comenzó a hacerle masajes a María
Marta el cuerpo estaba frío y ya sin vida, que ella tenía un poquito de
espuma en la comisura de la boca y por eso pensó que se había golpeado y
ahogado; que ella estaba con las mismas ropas con la que la vio en su casa,
reloj, pulsera, cadenita con medallita, aros con perlas, movicom puesto en la
cintura; no había ningún signo en la casa ni en el dormitorio de violencia o
cosas desarregladas o muebles caídos; que firmó un papel que le dieron los
médicos de la primera ambulancia, sin tener idea qué firmó; con los de la
segunda ambulancia ni habló;… ; que Carlos pidió el certificado de defunción
al médico grandote, que le contestó que de ese trámite se encarga la
cochería, que ese médico no dijo nada de llamar a la policía o que se tratase
de una muerte violenta” .
La mayoría oteó sobre el testimonio del fallecido Bártoli, para formular
suposiciones sin precisa ilación al ponderar fragmentadamente la
declaración escrutada, y desmembrarla del conjunto probatorio.
Es que la presunta taimada maquinación que se endilga al nombrado
buscando instalar a Pachelo como “sospechoso conveniente”, ello a través
del adelantamiento del posible motivo para delinquir, pasa de largo sin razón
alguna que fue el propio Bártoli que en la completitud de sus
manifestaciones juramentadas expresamente afirmó que la cuestión del
perro de la víctima “… nunca lo asoció con nada…”, agregando “.. que María
Marta nunca tuvo ningún encontronazo con el Sr. Pachelo…”.
Si lo que se buscaba era subir al nombrado al espacio autoral
mediante ladinas astucias, la tibieza de ellas resulta clara.
Deviene francamente desconcertante que -en el marco del presunto
malevolente proceder endilgado a Bártoli en el fallo- éste afirmara sin medias

335
palabras que no vio a Pachelo en el camino de regreso a su domicilio pero sí
a María Marta marchándose en bicicleta poco antes de que ella fuera
ultimada, dejando pasar una ocasión excepcional para instalar, no ya
motivos vengativos de opinable entidad, sino indiscutibles indicios de
oportunidad y presencia en contra de Pachelo, muy particularmente, cuando
al tiempo del testimonio de Bártoli, eran varios los vecinos del barrio privado
que habían advertido dicha circunstancia, y así lo manifestarían días luego
ante las autoridades competentes, vecinos que, según se consignó en el
fallo -en su demérito- ”guardan relación personal o pertenencia al grupo de
amistad “ que los vinculaba también con Bártoli.
Si esta era la treta, la declaración de Bártoli lo exhibe como muy poco
astuto, siendo inexplicable que, además, el fallo omita toda consideración
sobre la tajante referencia del nombrado negando haber visto a Pachelo en
aquella ocasión, especialmente cuando, al mismo tiempo, fueron los mismos
jueces que omitieron ponderar esta mención al momento de desentrañar si
medió maliciosa maquinación en el testigo, los que abrevaron precisamente
en aquella afirmación de Bártoli para mellar las incriminaciones hacia
Pachelo que emergían de los testimonios de Marco Cristiani, Pedro Azpiroz
y Santiago Asorey quienes colocaban al encartado en tiempo y espacio
próximos a García Belsunce y su muerte..
Ello expone una fragmentación del “testimonio” de Bártoli que no
agota la vicios en la valoración de las probanzas, en tanto el artero proceder
que se le endilga suponiendo que sabía con fehaciencia que García
Belsunce había sido muerta a manos de un tercero, silencia toda estimación
sobre la composición exacta de las múltiples probanzas que vienen
determinando que las dudas sobre el real mecanismo que llevó a la muerte
de la víctima, fueron animadas no sólo por el propio círculo íntimo de García
Belsunce, y desconsidera que fueron éstos quienes buscaron despejar
tales incertidumbres.
Como ya se explicó, los familiares de la damnificada activaron
tempranamente los mecanismos para despejar toda duda sobre la causal del

336
deceso, el cual -tal como lo afirmó el testigo Degastaldi- resultaba un suceso
completamente desconocido tanto por la autoridad policial como por el
Ministerio Público Fiscal.
Y así se habría clausurado, de no ser la convocatoria de la autoridad
competente gestada a instancia de los familiares de García Belsunce, siendo
que ninguno de los equipos médicos que concurrieron requeridos de
urgencia en auxilio de la damnificada -también a instancia familiar- dieron
intervención a autoridad alguna.
Y en el espacio de especulaciones que abrían las dudas que,
particularmente, algunos familiares de María Marta animaban sobre la
violenta mecánica matadora, no fueron sólo los familiares quienes recelaban,
en tanto ajeno a la intimidad de la víctima, como ya se señaló, el presidente
del club “El Carmel” -señor White- enterado con prontitud de la muerte de
María Marta García Belsunce, se interrogó derechamente sobre dónde
estaba Pachelo al tiempo del deceso, conectando casi antes que nadie, al
acusado con el “accidente” de la víctima, sin que por ello pueda especularse
que también White supiera por aquel tiempo que García Belsunce había sido
víctima de un homicidio.
Incluso la testigo Haydee Edith Burgueño, miembro de la comisión de
Amigos del Pilar en donde tenía vínculo laboral con la víctima, a quien veía
todos los días, quien aclaró que no era amiga de ella pero le tenía afecto,
también puntualizó que había rumores de que María Marta había sido
asesinada, conforme se lo relató María Laura Mansilla.
El propio Juan Hurting, dio testimonio señalando que al acusado
Pachelo se lo nombró Nora Taylor cuando en pleno velatorio, luego de que
se retirada el personal policial y el fiscal convocados por la familia, la
nombrada le pidiera su impresión sobre el fallecimiento de María Marta,
señalándole ésta -en referencia al tal Pachelo- “no habrá sido este hijo de
puta que le robó el perro”.
El testigo Hurting se explayó para señalar, entre otras cuestiones, que
el domingo del hecho recibió un llamado de su hermana quien le dijo que

337
vaya al Carmel pues María Marta había sufrido un accidente. Al arribar al
domicilio de su hermana, agregó, me dijeron” que no se pudo hacer nada”,
que María Marta se patinó y se golpeó con la canilla.
Detalló que le dijo al padre “vení vamos a levantarla”, pues el cuerpo
de Martía Marta estaba en el piso y, a su lado, se encontraba la madre de
ambos tomando de la mano a María Marta.
Luego de consultar telefónicamente a la cochería si se podía proceder
en tal sentido, sitio en donde se encontraba Bártoli efectuando los trámites
administrativos, procedieron a levantar el cuerpo, trámite durante el cual se
manchó, por lo que se fue a lavar a la pileta del baño contiguo. Fue allí
donde encontró una pequeña pieza de metal -el luego bautizado “pituto”- que
no se correspondía con un porta estante ni con una bala, razón por la cual
consultó sobre la presencia de tal elemento. Luego lo tiró al inodoro.
Aseguró que habiendo observado que su hermana estaba con las
zapatillas colocadas, se interrogó cómo pudo haberse patinado, siendo que,
además, habiendo el deponente practicado rugby toda la vida y habiendo
padecido conmociones por golpes, pero que no lo dejaron cerca de la
muerte, la “parecía raro” las consecuencias de la caída.
Fue por ello por lo que allí mismo habló “con el gordo” -el testigo
Carrascosa-, con Horacio -García Belsunce- y les expresó si no había
ningún médico que pudiese ser consultado al respecto. Fue así como
Horacio lo llamó a Romero Victorica, a quien el declarante desconocía,
expresando éste que conocía un legista que podría convocar, pero estando
el médico en Baradero, no llegaría antes del entierro de la víctima.
Por ello, agregó el testigo, el mentado Romero Victorica habló con el
comisario Degastaldi, funcionario policial que refirió que avisaría al fiscal de
turno e iría “para allá”. Puntualizó que a Romero Victorica le contaron el
hallazgo del “pituto”, habiendo arribado el lunes al lugar del hecho -y sitio del
velatorio-, el fiscal y el comisario Degastaldi.
Precisó que el 12 de noviembre lo llamó a Horacio y éste le dijo que el
fiscal lo quería ver, que aquel -Horacio García Belsunce- estaba con el fiscal.

338
En tal ocasión declaró, narró el hallazgo del elemento metálico, e incluso lo
dibujó, manifestando que la casa tenía pozo ciego por lo que podría ser
recuperado.
Aseveró que en el mes de enero lo llamó el Fiscal Molina Pico al
teléfono celular y le comunicó que querían buscar aquel elemento, si podía
abrirle la casa. Así continuó detallando el procedimiento realizado para
recuperar aquella pieza y su activa participación colaborando con la
búsqueda de la pieza metálica, la cual fue personalmente encontrada por el
testigo.
Estas afirmaciones encontraron corroboración con las
manifestaciones del personal policial interventor que depuso en el juicio,
siendo claro el funcionario Alejandro Javier Elors, segundo jefe
subdelegación de investigaciones de Pilar, quien participó en aquella
búsqueda, en referir que el testigo Hurting prestó colaboración en el
procedimiento y se lo advertía con entusiasmo por dar con el elemento que
buscaban.
En igual dirección González del Cerro, testigo de depuso en el juicio
-a quien ya me referí en este voto-, contó que era vecino de El Carmel,
miembro de la comisión directiva del club y amigo de María Marta García
Belsunce.
Señaló, en lo particular, que, por la noche de aquel domingo del mes
de octubre de 2002, unos chicos le avisaron sobre la muerte de García
Belsunce en un accidente, quien se habría patinado, se pegó la cabeza con
una canilla y murió. Tras dar noticia a su esposa, ella se fue a lo de
Carrascosa y el testigo se quedó con sus hijos en el domicilio.
Desde el primer momento, dijo, estaba convencido que María Marta
no había muerto en un accidente, pues ella era deportista, tenía buen estado
físico, pareciéndole imposible una muerte así, sin dejar de señalar sobre la
imputación de la familia que no había nada más alejado a la realidad, pues la
conocía y era imposible que ello hubiera ocurrido, era una excelente familia
que pagó costos altísimos. Además, recordó que un día Bártoli le dijo “Nico

339
vos creés que voy a hacer tan boludo de dejar dos cheques con mi firma, y
no llevar la guita si iba a hacer una cagada”.
Que en igual sentido María José Díaz Herrero, amiga de la víctima y
vecina del Carmel y esposa del anterior, relató respecto del velatorio que por
la mañana se encontré con un chico que ayudó en la reanimación y éste le
dijo que “no le cerraba lo del accidente pues tenía que haber sido un golpe
tremendo”.
Continuó expresando la testigo que cuando llegó una amiga con la
que comía los fines de semana, le comenté eso y si “no habría sido el que
vive al final de la calle” -por Pachelo-, expresándole su interlocutora “quédate
tranquila que ya se llamó a un Fiscal que dirá lo que hay que hacer”.
En cuanto al señalamiento del acusado, explicó, que dijo eso pues
desde los 18 años de edad tenía comentarios desfavorables de Pachelo, que
le había robado el perro y le pedía rescate, siendo que la deponente -según
contó en su exposición- fue socia de Tortugas, sus padres conocían a Jackie
Barbará -segunda mujer de Roberto Pachelo- y ya sabía desde los 18 o 20
años que habían pasado “cosas” con Nicolás. Expuso que le resultaba
intimidante, le daba miedo y lo cree capaz de cualquier cosa. Abundó que en
Tortugas le prendió fuego a la cuna del primer hijo de Roberto y Jackie, se
pensaba que tenía algo que ver con la muerte de su padre.
Como puede observarse, en el campo de las especulaciones sobre el
real mecanismo que llevó a la violenta muerte de García Belsunce antes de
conocerse los concluyentes resultados de la autopsia, las conjeturas sobre la
hipótesis homicida decantaban hacia la figura del vecino Pachelo, noción
que excedía a los familiares de la víctima y resulta difícil de pensar que
todos -propios y ajenos- estuvieran instantáneamente complotados en
plantar una artera sospecha.
Es claro que si la familia hubiera perseguido evitar o demorar la
eventual pesquisa -como se apunta en el fallo- habría bastado con no hacer
lo que voluntariamente hicieron. Es decir, no promover la llegada del fiscal y
la policía o, en su caso, hacerlo en el momento que mejor estimaran, sin

340
embargo, accionaron en dicha dirección a poco de que los médicos
constataran la muerte de la víctima.
De igual forma, como también se sostiene en el fallo, si se endilga
acciones que cobraron sugestivamente un idéntico propósito que se
identifica con el del matador pretendiendo “…diluir la obtención de pruebas
en tiempo inmediato al fallecimiento, despistar a investigadores.” habría que
concluir -y no hay elementos probatorios que permitan animar tal hipótesis-
que los familiares de García Belsunce -muchos de ellos escuchados en el
juicio- rondarían la idiocia al expresar al comisario que ellos mismos
convocaron a la escena del crimen que se había lavado lo que querían
ocultar (cfr. testimonio de Degastaldi).
De la misma manera, resultaría lógicamente incompatible señalar
dicha intención y, a la vez, poner en conocimiento del Fiscal que habían
descartado un elemento que querían sustraer de la pesquisa, el mentado
“pituto”.
Qué decir ya en la colaboración material prestada para recuperar lo
que -conforme especula el pronunciamiento- animaban -y habían logrado-
ocultar a los ojos de los investigadores, nada menos que uno de los
proyectiles disparados por el homicida.
Y si se afina la mirada sobre esta cooperación material prestada a
los investigadores -a quienes supuestamente se quería despistar
pretendiéndose, también, “diluir pruebas”- la perplejidad no puede ser mayor
cuando se verifica que fue un familiar de García Belsunce quien puso en
manos del personal policial el proyectil personalmente encontrado en dicha
diligencia, desperdiciando una nueva ocasión para dejarlo inhallable,
reconociendo, además, que se trataba del elemento descartado otrora.
Cuesta encontrar un divorcio tan grosero entre el pretenso objetivo y lo
actuado para alcanzarlo.
El cuadro de dudas que podían alentar, que no era excluyente ni
exclusivo de la familia, de modo alguno reputa al conocimiento certero de la

341
ocurrencia de un homicidio, y mucho menos, en la intención de evitar su
descubrimiento y/o favorecer a su autor.
La evidente inidoneidad encubridora para que no se deje ingresar a la
autoridad al lugar al cual no estaba concurriendo -según se lo habría
manifestado un allegado de la familia de la víctima al presidente del club “El
Carmel”, acción a poco desistida- ni el llamado endilgado por el comisario
Degastaldi al testigo Romero Victoria desanimándolo del ya requerido arribo
al domicilio, permiten justificar la general confabulación que viene
asignándose al entorno familiar para favorecer a/o los protagonistas del
violento asalto sufrido en el domicilio del matrimonio Carrascosa.
A más de lo ya señalado, bien debe considerarse que si lo que se
buscaba era el ocultamiento del homicidio conocido, resulta inconciliable con
dicha realidad, y las relaciones esperables en procura de ello, que -como ya
se señalara- el cónyuge de la víctima franqueara inmediatamente el ingreso
de la masajista de su mujer al barrio, incluso se la convocara con premura a
la escena del hecho. Como tampoco resulta razonable la urgente
convocatoria de un equipo médico de asistencia para García Belsunce, el
reclamo para que arribe otro servicio de emergencias médicas contratado
por el country, ello ante la demorada llegada del primero, y menos la
comprobada búsqueda de otros médicos con residencias en “El Carmel”
para asistir a la víctima.
Tanto menos, el precoz traslado de un estudiante de medicina -única
persona que se encontró en la infructuosa búsqueda- a quien se depositó en
el lugar del crimen, permitiendo la observación y manipulación del cuerpo de
la damnificada, cuyo homicidio se buscaba esconder.
Tampoco la nutrida convocatoria de familiares, amigos y allegados
que concurrieron al sepelio durante horas desarrollado en la escena del
hecho, incluido el personal del servicio fúnebre.
Es inocultable, además, la circunstancia de que, sin noticia a
autoridad pública alguna por parte de los médicos que asistieron a la víctima
en la emergencia, y certificado de defunción en mano, podrían haber

342
dispuesto del cadáver de la forma en que quisieran, incluida su cremación,
pues ninguna determinación en contrario asoma en el panorama acreditante
inhabilitando tal proceder.
La tardía autopsia ordenada por la fiscalía, desde el inicio conocedora
de que se trataba de una muerte violenta producto de lo que se mal
interpretó como un accidente doméstico, se pudo realizar a instancias de
que fue justamente la familia de García Belsunce quien dio noticia de
aquello, y mantuvo el cuerpo de la fallecida en la bóveda familiar,
circunstancias todas que marchan a contrapelo del desembarazo del cuerpo
de la víctima que caracteriza a las acciones homicidas desarrolladas por y
en el entorno familiar.
Si lo que se buscaba era amurallar la muerte de García Belsunce en
derredor de un falseado accidente doméstico, deviene un disparate que
fueran ellos quienes abrieran semejantes grietas por las cuales ingresaron
las acciones que llevaron, finalmente, a establecer la real etiología de la
muerte.
Es claro que la inadvertencia de que la víctima tenía varios disparos
de arma de fuego en su cabeza resulta patrimonio compartido por familiares,
amigos, médicos, asistentes médicos, asistentes fúnebres, policía y fiscal,
siendo que los jerarquizados funcionarios de ambas instituciones que
concurrieron al lugar del hecho -en calidad funcional y convocados por
circunstancias que “no cerraban” (cfr. testimonio de Degastaldi)- también
tuvieron ante sí el cuerpo de la víctima y el lugar de hecho, y sin transitar por
la conmoción propia de los allegados a la reciente fallecida, y con la
experticia que -ha de suponerse- deberían brindarle sus calidades
funcionales, nada repararon en tal sentido.
Resulta nítido que las disvaliosas acciones y comportamientos que los
jueces creyeron observar en cabeza de personas ajenas al imputado
alteraron nocivamente -y en modo evidente- la pureza de la decisión que
debía adoptarse respecto del imputado Pachelo, descalabrando las
condiciones normales del razonar. Así se instaló artificialmente frente al

343
acusado otro imaginario diverso de muy incierta delimitación dentro del cual
se repartieron dudas e incertidumbres para explicar el robo y el homicidio.
Resulta arduo y de difícil comprensión establecer las razones por las
cuales los pensamientos se perdieron en estas consideraciones sobre
cuestiones que, para facilidad del juicio, llegaban saldadas al tribunal.
Muy en particular cuando es el propio fallo que, en otros pasajes del
pronunciamiento, abocado a la consideración de sucesos objeto de
juzgamiento en otros procesos, allí sí se rindió en reverencias hacia las
conclusiones alcanzadas en calidad de cosa juzgada, tales los hechos
ventilados ante el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 15 y el Tribunal en lo
Criminal Nº 7, en donde el acusado Pachelo resultó condenado, aun cuando
fuera -como ya explicara- para formular consideraciones sesgadas que
omitían aspectos y circunstancias que estaban contenidas en los hechos
reprochados en aquellos pronunciamientos condenatorios.
Es expreso el fallo al consignar, a contramano del temperamento
adoptado al momento de analizar y extraer conclusiones en torno a los
hechos por los que Pachelo resultó condenado en aquellos
pronunciamientos, que cuando se trató de analizar las conductas de los
testigos Carrascosa y Gauvry Gordon -las que ya fueron objeto de
juzgamiento y absolución en otros procesos- el a quo no tuvo dificultad
ninguna en apreciar el mérito de las pruebas colectadas en el juicio que nos
ocupa, para extraer conclusiones discrepantes con lo ya sentenciado
respecto de ellos.
Luego, tratando de dejar a salvo en su último límite que “…: la calidad
firme perdura en reconocimiento de las absoluciones dispuestas…”, formuló
esta simulada aceptación, habida cuenta que no existe duda que el a quo
carecía de toda autoridad para mutar el sentido de tales absoluciones, pero
se apartó de las determinaciones que venían a darle sustento.
Es notoria la asimetría del criterio decisor, pues cuando las partes
acusadoras apuntaban que Pachelo pudo haber sido el autor -y no partícipe
principal del robo con armas cuya aptitud no pudo establecerse en el

344
domicilio de la señora Areco de Auge, o algo más que el encubridor de los
robos ocurridos en los domicilios de otros vecinos del club “El Carmel”, en
base a que -me permito tomar textualmente los fundamentos de la mayoría
para reexaminar aspectos de los pronunciamientos firmes de Carrascosa y
Gouvry Gordon- que “… el material probatorio presentado en este actual
juicio permite valorar y extraer razones que devienen trascendentales para
definir la situación de los ahora imputados…”, nada semejante se sostuvo
oponiéndose una noción de la cosa juzgada de una notoria y magna
extensión que desborda con creces la manejada en otros pasajes del fallo,
en una intermitencia que no tiene explicación.
El fallo firme de fecha 20 de diciembre de 2016 de la Sala I de este
Tribunal de Casación describió con claridad la materialidad ilícita que era
objeto de imputación en la causa N° 29.151, fijándola de acuerdo
“…conforme fuera fijado en juicio, y en torno al cual giró el debate, fue
descripto en los siguientes términos: “El 27 de octubre de 2002, en el horario
comprendido entre las 18,20 y las 19 horas aproximadamente, María
Belsunce se encontraba en el interior de su domicilio, sito en el Country Club
Carmel, ubicado en la calle Monseñor D’Andrea s/n de la localidad de Pilar.
Allí, a modo de continuación de una fuerte discusión verbal que había
comenzado el día anterior, su marido Carlos Alberto Carrascosa, con la
posible participación de terceras personas, desataron agresiones físicas,
golpeándola y efectuándole seis disparos de arma de fuego, los cuales
impactaron en la cabeza de la víctima, ocasionándole heridas de tal entidad
que culminaron con su vida. Alternativa o subsidiariamente (…) ese mismo
día -27 de octubre de 2002-luego del fallecimiento de la Sra. María Marta
García Belsunce, el acusado Carlos Alberto Carrascosa junto a otro grupo
de personas –familiares, amigos y empleados- desarrollaron una serie de
acciones tendientes a ocultar, alterar o hacer desaparecer rastros, pruebas o
instrumentos de ese delito” (fs. 236 vta./237).”
“En lo particular, se aludió al cierre con pegamento de tres de las
heridas que presentaba la víctima en el cuero cabelludo, arreglos como

345
maquillaje y peinado, maniobras tendientes a evitar que los allegados se
acercaran al cuerpo de la víctima e intentar evitar que se hiciera presente la
autoridad policial; luego, intentar evitar que los empleados de la empresa
funeraria manipularan con libertad el cuerpo; intentar evitar la realización de
la autopsia; haber instalado la idea de que la muerte había sido
consecuencia de un accidente hogareño, haber modificado el escenario del
crimen, arrojando uno de los proyectiles al inodoro y se tiraran las ropas
ensangrentadas, e intentando que se obtuviera un certificado de defunción
alterado (fs. 237 y vta.)”.
En este pronunciamiento, incorporado al juicio por lectura efectuada
durante la audiencia de debate, es manifiesto el tratamiento y discusión en
torno de lo que ahora se vuelve a enrostrar respecto a que “Fueron
GAUVRY GORDON y CARRASCOSA los que fomentaron la idea de
accidente”.
“Ambos mostraron de manera paralela en sus dichos, una necesidad
común, reafirmarse como la génesis de la errónea interpretación de la
escena que se extendió al error de los que vinieron después.”, efectuando
consideraciones tales como “Lo peculiar del caso en este sentido, es que en
cuanto al depósito del cadáver hasta torso superior dentro de la bañadera,
no advierto que derive natural ni necesariamente para sus ulteriores
descubridores, en interpretación unívoca o exclusiva de un resbalón y/o
golpe fatal contra una viga o contra el intercambiador de la ducha, o contra
ambos, sufrido por la infortunada (o como algunos dijeron durante el juicio,
torpe) víctima. La inspección ocular a la casa de la víctima efectuada por el
Tribunal no aportó misma conclusión inmediata, ni por la visualización del
reducido espacio del baño, ni por la estructura del techo, ni por las
características de las canillas conservadas en bidet o del intercambiador de
la ducha todavía en poder del actual morador de la vivienda”.
“Más aún, por las condiciones mismas que presentaba la víctima en el
cráneo, bien lejanas a la mecánica de un impacto a fuerza de la gravedad
adquirida por la propia caída: no uno, sino hasta tres orificios y con pérdida

346
de masa encefálica reconocidos en la inspección elemental de momento
coetáneo a las actividades de reanimación o inmediatamente posterior (así
consignado en historia clínica labrada en el domicilio al que asistió el
segundo servicio médico)”.
Es claro que la acusación alternativa objeto de juzgamiento en el
pronunciamiento pasado en autoridad de cosa juzgada comprendía ya la
conducta de “… haber instalado la idea de que la muerte había sido
consecuencia de un accidente hogareño…”, en base a acciones de
sustancial coincidencia con las reversiones en el fallo bajo examen.
Al respecto se estableció en aquel pronunciamiento dictado por
nuestros colegas de la Sala I que “…la causa real de la muerte se descubrió
luego de aserrar la calota, pues con anterioridad, “nada hacía sospechar que
las lesiones que presentaba la occisa hubieran sido producto de un arma de
fuego” (fs. 239 vta.); ello, en tanto el Fiscal no sólo no critica, sino que ni
siquiera aborda este tópico, silencio que interpreto, entonces, como
conformidad con esta conclusión”.
Expresa y certeramente se concluyó que “En efecto, el veredicto da
cuenta de las numerosas personas a las que esa cantidad de sangre llamó
la atención, y de hecho, nadie, y tampoco el aquí imputado, negaron o
minimizaron la entidad de las lesiones. Ni siquiera las negó el doctor Gauvry
Gordon, pero a pesar de ello, afirmó estar convencido de que la muerte
había sido accidental, y su versión le resultó creíble no sólo al tribunal de
origen, que lo absolvió, sino también a la Sala de este Tribunal de Casación,
que confirmó el pronunciamiento”.
Entonces se agregó -y bien- que “… a partir de esta constatación,
forzoso es concluir que la “entidad” de las lesiones no es un parámetro que
pueda valorarse en contra del justiciable, si para personas mucho más
preparadas que él, no se consideró un indicio de cargo y si en definitiva, la
sola entidad de una lesión no es indicativa, aisladamente considerada, de
que el encartado supiera de la comisión de un delito”.

347
En afín dirección también se estableció sin margen de ambigüedad
que “Si bien al término del debate la Fiscalía no hizo mención a la limpieza,
del lugar, de todos modos el Tribunal tampoco la tuvo por acreditada, ni que
tal maniobra hubiera sido ordenada por el encartado".
"Ello así, pues de hecho, lo que se probó en el curso de juicio fue
exactamente lo contrario, pues fue el doctor Gauvry Gordon quien reconoció
expresamente haberle indicado a la masajista que limpiara, a efectos de que
no impresionar tanto a la familia, convencido de que la muerte había
resultado traumática pero no delictiva. Tampoco huelga recordar que el
mencionado Galeno resultó finalmente absuelto en primera y segunda
instancia”.
Las fundadas conclusiones del pronunciamiento de esta Casación a
cuyos extensos fundamentos me remito en beneficio de la brevedad, llegan
resolviendo que tampoco se tuvo por acreditado que las heridas de bala en
el cráneo de la víctima hubieran sido cerradas con pegamento. Asimismo, se
sostuvo “Finalmente, y aunque la Fiscalía no insistió sobre el punto, tampoco
se tuvo por probado que se intentara cremar el cadáver, visto que los dichos
de quienes así lo afirmaron siempre se remitían al comentario de terceras
personas que, a su vez, negaron este extremo (Estela Álvarez Costa, a fs.
772 vta./773 y Graciela Jáuregui, a fs. 845, ambas de esta causa), y visto
que en definitiva, el imputado contó con diecisiete días para decidir esa
hipotética cremación, que nunca se verificó.”
También se asumió como tópico en tela de juicio que “brindados en
las cuestiones primera y segunda del veredicto, se abordaron en primer
término las declaraciones del doctor Biasi, el chofer Cachi, los operadores
telefónicos de las empresas de emergencias y otros testigos, a fin de
demostrar que éstos dudaban de una mecánica accidental como explicación
del deceso.”
“A lo expuesto, el tribunal sumó la argumentación referida a la entidad
de las lesiones (a la que ya hiciera referencia en páginas precedentes), y al
hecho de que las heridas que presentaba la occisa no eran compatibles con

348
ninguno de los elementos que se encontraban a su alrededor, para derivar
de ello que pese a estas constancias, el imputado “se aferró ciegamente a la
idea del accidente” (fs. 7258), que además, reconoció haber “instalado” (fs.
fs. 7259 y vta.)”
También se dijo que “A renglón seguido (“conectado con la idea del
accidente”, como se afirma a fs. 7173, último párrafo, del principal), la
sentencia aborda el tema del proyectil hallado en el lugar”.
“A criterio del tribunal, estas conductas de discusión y posterior arrojo
del elemento obedecieron al hecho de que ya estaba “instalada” la idea del
accidente”.
En estas consideraciones revisoras se estableció que “…existe
prueba de descargo a este respecto que no observo evaluada en la
sentencia, en clara muestra de parcialidad.”
“Es que el Tribunal en lo Criminal reprocha al encartado que no se le
hubiera hecho saber al Fiscal de la existencia del zamarreado “pituto”
cuando se hizo presente en el domicilio de Carrascosa; sin embargo, lo que
no parece decirse es que tanto Juan Hurtig como Horacio García Belsunce
mencionaron este extremo en su primera declaración ante el Fiscal, el 12 de
noviembre de 2002 (es decir, dos días antes de que el doctor Molina Pico
requiriera la realización de la autopsia), y más aún, que posteriormente, no
se necesitó orden de allanamiento alguno para buscarlo en la cámara
séptica, pues tal como surge del acta agregada a fs. 364/366 del principal, y
más allá de que el proyectil fue buscado, encontrado e identificado por Juan
Hurtig, Carrascosa, que tenía derecho de exclusión sobre el inmueble, no
sólo no se opuso al ingreso, sino que tampoco se opuso a que desarmaran
parte del baño”.
También se descartó por las razones anotadas en el pronunciamiento
casatorio firme que no podía considerarse cierto que el o los encartados
hubieran omitido anoticiar a la autoridad en momento oportuno, siendo que
no resultaría lógico que el doctor Nölting afirmara la necesidad de la
convocatoria a la autoridad policial, y paralelamente, desistiera de hacerlo

349
sólo por un presunto “desplante” a su prestigio como médico, visto que “hizo
reiterada gala de los imperativos éticos que rigen su desempeño profesional”
(por lo que en consecuencia) “debió tal vez actuar de otra manera frente a
un cuadro de la gravedad que él mismo le atribuyó”.
En lo que atañe al médico Santiago Biasi, que llegó integrando la
dotación de urgencia médica que arribó en segundo término al domicilio de
la víctima, esta Casación dijo “…comparto también que se le ha dado una
credibilidad desmedida a su testimonio, pues su responsabilidad profesional
y penal se encontraba seriamente comprometida”.
Se explicó que, “Para comenzar, ni siquiera el voto mayoritario
consideró veraz que ordenara a su chofer (Cachi) que llamara a la policía,
pues como bien se afirma, éste no lo hizo, y no tenía motivo alguno para no
cumplir una orden clara y directa. También se acreditó, pues así lo dijo
Michelini y lo ratificó el chofer Beltrán, que fue la primera persona que le dio
directivas para que limpiara el lugar, en clara contradicción con el panorama
dantesco que dijo haber observado al llegar. Y por cierto, el mencionado
galeno tampoco convocó a la autoridad policial.”, destacándose que “… ni
los médicos, ni los choferes, ni el doctor Nölting, ni los vigiladores levantaron
nunca el teléfono para convocar a la autoridad policial”.
En estén orden de ideas se dejó establecido para su correcto mérito
que “…ha quedado acreditado (pues el voto de la mayoría también lo
asienta), que ya el mismo día del homicidio Horacio García Belsunce se
comunicó con el comisario Casafus y con el doctor Romero Victorica, y
aunque aludiera a una muerte accidental, tanto para un comisario como para
un fiscal, no pudo pasar desapercibido que la muerte no resultaba natural, y
que ello requería intervención policial, pues así lo reconoció expresamente
Casafus”.
De hecho, se resaltó “…se encuentra acreditado que éste se
comunicó con Degastaldi, y paralelamente, el doctor Romero Victorica, en su
declaración incorporada por lectura, declaró que al comunicarse con
Casafus, “le transmití mis dudas sobre la ocurrencia de los hechos y le dije

350
que era menester que la policía tomara intervención y que asimismo diera
aviso al fiscal de la jurisdicción”.
Se destacó asimismo en el fallo casatorio que “Como sabemos,
Casafus dio aviso a Degastaldi, y éste declaró en debate que efectivamente,
Romero Victorica le había comunicado sus “dudas” sobre la ocurrencia del
hecho.”, comunicaciones mantenidas el mismo día del homicidio, es decir, el
27 de octubre de 2002.
Es decir, todos los testimonios sobre este particular muestran “…que
el hermano de la víctima se comunicó con la policía. Y eso es precisamente
lo que hacía falta para que el mecanismo judicial se pusiera en marcha.”,
siendo que “… no existe motivo para pensar que Degastaldi no hubiera
comunicado las “dudas” que le transmitiera Romero Victorica al Fiscal Molina
Pico.”
Incluso, a estar a la declaración que redactara el señor Fiscal doctor
Romero Victorica, ya en el primer llamado que recibiera de Horacio García
Belsunce, éste le comentó sobre el hallazgo del mencionado “pituto”.
También desestimó la Casación que el testigo Carrascosa y sus
colaboradores condicionaron la labor del empleado de la cochería De Feo
respecto a la actividad que le cabía desarrollar sobre el cadáver de la
víctima.
De otro lado se aseveró que “…si bien es evidente que alguien limpió
las manchas de sangre, carece de sentido que se haya limpiado una (la que
mostraba arrastre de dedos) y no las demás, que eran completamente
visibles, y más grave aún, durante el curso del velatorio se permitiera el
acceso de casi doscientas personas a la habitación, que tranquilamente
podrían haberlas observado. Más aún, si se considera que esas manchas se
visualizaban a simple vista cuando se constituyeron los peritos, lo que
significa aceptar que, habiendo tenido quince días para limpiarlas,
Carrascosa decidió no hacerlo, y dejar a la vista de todos un elemento que lo
incriminaría”.

351
También se concluyó que no existe prueba de que un móvil policial se
estuviera dirigiendo hacia El Carmel, y puntualmente, al lugar de los hechos,
pues la persona que reconoció haberse comunicado con Ortiz para dar este
aviso también reconoció que la información derivaba de una pura creencia o
interpretación personal. En consecuencia, tampoco existe prueba de que se
intentara “detenerlo”, ni indicio que vincule al imputado con esa eventual
maniobra.
Como consecuencia de estas consideraciones, y otras que se
efectuaron en el pronunciamiento casatorio, se resolvió que tampoco se
encontraba acreditada la autoría del encartado en el hecho de encubrimiento
que le fuera imputado y por el que mediara condena por ante el Tribunal en
lo Criminal N° 6 de San Isidro, con lo que va de suyo que correspondía dictar
veredicto absolutorio a su respecto.
Estos aspectos resultaron reconsiderados por el a quo, sin expresar
reparo -desde lo formal- pero con evidente parcialidad valorativa, en base a
probanzas que no eran nuevas, y sin que tampoco se adviertan en este
plexo un rendimiento acreditante diverso. Lo actuado no deja de exponer, a
la vez, la falta de estabilidad en el criterio que -cualquiera fuera el escogido-
debió gobernar la forma en que se procedería al momento de sopesar
asuntos asumidos en pronunciamientos pasados en autoridad de cosa
juzgada.
Desde luego que los numerosos indicios que se vienen aposentando
contra la proclamada inocencia del acusado Pachelo, quedarían en la nada
si, por caso, mediaran contraindicios de igual peso o, mejor aún, existieran
elementos directos que señalaran la no intervención del acusado en el
hecho.
En este aspecto, ha quedado establecido en el juicio que se enarboló
desde muy antiguo una circunstancia que derechamente despejaba el
panorama de cargo en contra de Pachelo, al menos con el alcance de
interviniente en la etapa ejecutiva del delito que se le viene imputando, cual

352
era su proclamada ausencia en el barrio al tiempo en que la víctima resultó
damnificada.
Que las pruebas rendidas en el juicio dieron cuenta con la registración
de las imágenes de las cámaras de seguridad, sobre el desplazamiento de la
primera ambulancia por calle periférica al acceso al Carmel, a las 19:24, la
cual había sido convocada al domicilio de la víctima en pedido de auxilio,
luego de que el señor Carrascosa encontrara a su esposa caída, con el torso
inmerso en la bañera situada en el baño de la planta superior de la casa.
El informe de fs. 15 documentó el arribo del equipo médico al puesto
de guardia a las 19:28 horas. La segunda ambulancia según cámara
emplazada en acceso a Carmel, hizo arribo 19:47 horas y la planilla de fs. 15
reseñó 19:43 como llegada a guardia.
Puede inferirse que el ataque armado se produjo en rango
aproximado entre algunos minutos siguientes a las 18:10, en que la víctima
dejó la casa del matrimonio Bártoli y llegó a la propia, y el momento en que
fue encontrada sin vida por su esposo. Empero, las determinaciones médico
forense permitieron establecer una variable de medición más precisa, en
base a la detección de una fractura en la parrilla costal de la víctima que no
presentaba signos de vitalidad y que, por sus características, podía atribuirse
a las maniobras de reanimación practicadas en un tiempo que no podía ser
inferior a una hora desde producido el deceso.
Según quien fuere el que provocó tal consecuencia -habida cuenta
que ya antes del arribo de los equipos médicos se habían iniciado maniobras
de reanimación cardio pulmonar por los familiares y allegados a la víctima, la
ejecución de García Belsunce pudo acontecer en cercanía a las 18:15 horas
-pues a las 19:07 horas se registra la llamada desde el domicilio de
Carrascosa a OSDE solicitando atención de urgencia, tiempo al cual ya se
había convocado a la vivienda a Bártoli y al joven Piazza, quienes efectuaron
maniobras de reanimación en forma inmediata, siendo evidente la cercanía
de los domicilios de estos con el lugar de destino y la urgencia de la
situación -debiendo sopesarse al lapso apuntado por el forense-; y las 18:45,

353
en que al menos transcurrió cercanía a una hora de dicho lapso desde que
cesó la actividad médica de intentada reanimación (cfr. testimonio del
médico Gouvry Gordon sobre la actividad de reanimación practicada
conforme al protocolo que regía al respecto por aquella época).
Sin avanzar hacia las declaraciones iniciales impuestas a Pachelo
bajo amenaza penal al ser convocado a deponer en condición de testigo en
estas actuaciones, lo cierto es que se ha acompañado al juicio elementos
probatorios suficientes y concordantes que permiten escuchar las
justificaciones que brindaba el nombrado, justamente, en el sentido de que él
no estaba en el country cuando sucedieron los hechos.
Así lo afirmaba en una charla mantenida el día 7/1/03 con el periodista
Mauro Viale, la cual fue aportada al juicio, en donde, anunciando que iba a
decir “… que hice ese domingo…”, aseveró que no estuvo físicamente en “El
Carmel” a la hora de lo que “…le pasó a esta señora…”
Así detalló que a las 5:30 estuvo en Carmel, habiendo llegado al
country luego de jugar al futbol, que se bañé y se cambió, marchándose en
compañía de su hijo a Buenos Aires a comer y comprar un regalo. Subrayó
que estuvo en su casa “por supuesto”. Ante preguntas del periodista
respecto a si estuvo por la casa de Carrascosa, Pachelo expresó “… jamás
si alguien me vio que vaya y se lo diga al fiscal.”
Abundó en detalles el encartado narrando que salió por la barrera
automática con el auto de su mujer, porque era más cómodo, afirmando que
en bañarse y cambiarse no habré tardado más de 40 minutos, por lo que
estimó que debió haberse ido 6:15/6:20 horas.
Si bien durante el debate ratificó, a modo de justificar las series
inconsistencias que se detectaban sobre las explicaciones brindadas por él,
que reconstruía la actividad desarrollada aquel domingo “hacia atrás” en
base al único dato cierto que tenía, cuál era el ticket de compra extendido
por el comercio en donde su madre adquirió un juguete para el hijo del
acusado, lo cierto es que esta charla daría cuenta que reconstruía “para

354
adelante”, tomando como referencia el horario en que había llegado a su
casa del Carmel.
Así las estimaciones personales del acusado formuladas en dicha
conversación del mes de enero de 2003 lo venían situando, justamente,
marchándose del country en horario coincidente con el inicio de la ventana
de tiempo en que ocurrió la matación de García Belsunce.
Destaco, al respecto, que el llenado de una bañera, de la cual nada se
conoce cuándo se inició el llenado, si tal actividad se desarrolló de corrido,
que nada se sabe sobre el caudal con que se habría procedido en tal
menester, y ni siquiera se pudo determinar si el esposo de la víctima cerró
los grifos de la canilla al llegar a su casa, en el total desconocimiento del que
se parte sobre las múltiples variables con capacidad de incidir en los
resultados de las estimaciones, no permite extraer mejores conclusiones
sobre la data del ataque en base a conjeturas respecto a un eventual
desborde del agua de la tina.
Sin que esto importe observaciones conclusivas, resulta por lo menos
sugerente que la aproximación calculada por el entrevistado -por ese
entonces testigo en el proceso- asentase su salida del country en horario
oportuno en que podía haberse comenzado el ataque de la víctima según lo
determinaría la prueba científica en el marco del proceso.
Incluso, en otra entrevista brindada por Pachelo días luego, el 19/1/03
le afirmó al periodista Pablo Feinmann que el domingo del hecho fue con su
madre y el hijo al Paseo Alcorta y a las 7:40 su progenitora compró un
juguete, por lo que estimó que debió haber arribado al shopping a las 7:20 o
7:25 horas, en virtud de lo cual, sostuvo, debió salir de Pilar cuanto menos
una hora antes, dando por resultado que se habría marchado a las 18:20 o
18:25 horas.
Ahora sí parece que, construyendo hacia atrás, sus estimaciones lo
vuelven a dejar saliendo al country a minutos del inicio del período en que
pudo ser ultimada la víctima.

355
Siempre en la misma línea, en comunicación del día 6/1/03 con el
periodista Mauro Viale, el imputado ratificaba que no estaba en “El Carmel” y
que “…la persona que diga en una causa que me haya visto tendrá que ver
el tema del falso testimonio. No estuve ni dando vueltas, ni por arriba de la
casa, ni en la pileta ni en el jardín, ni vestido de mujer ni con enanitos de
jardín…” (cfr. audio incorporado al juicio).
Charlando nuevamente con el mismo periodista el día 18/1/03,
Pachelo seguía manteniendo que “…yo no estuve corriendo ni no corriendo
ni encapuchado, que digan los que se les cante las bolas” (sic).
Más aún, en otra ocasión, esta vez con el periodista Ernesto
Tenembaum, el 22/1/03 ratificaba que “yo no corrí esa noche, estaba
acalambrado…” y anunciaba que “no vaya a ser cosa que esos que
declararon estén entre los 30 falsos testimonios que tiene encarpetados el
fiscal” (cfr. audios de las entrevistas incorporados al debate).
Bien podía entenderse que, si fuere un día normal para el acusado, la
reconstrucción de lo hecho por él aquel domingo constituyó un desafío que
debió abrevar en algunos datos ciertos que lo orientaran en tal menester,
pero es más difícil de comprender que las estimaciones trazadas por el
acusado en base al horario de ingreso al country, o la del ticket de compra
de un juguete -que lo habrían llevado a un errado cálculo respecto a la salida
del barrio que lo alejaba de la escena del crimen en tiempo concomitante-,
no buscara despejar ello a partir de un dato mucho más exacto y específico
situado a su alcance.
Observo esto pues, no sin peculiaridad, se advierte que es el propio
Pachelo quien por ese tiempo le dijo al periodista Feinmann (18/1/03) que no
recordaba lo que hizo el domingo y el día lunes posterior al hecho, aclarando
que recordaba que entró al country las 17:37 horas por el informe de la
guardia pues “… si no me lo daban yo tampoco recordaba” (cfr. audio
aportado al debate).
Es evidente que la certeza de su salida podía encontrar un más
acabado punto de partida si hubiera tomado en consideración el registro de

356
las cámaras de seguridad, siendo evidente que por aquel tiempo estaba
abocado a esta cuestiones recabando informes sobre el registro de ingreso y
salida del barrio cerrado, tal como lo hizo para chequear su llegada al
Carmel -su propias palabras dan cuenta de ello-, prefiriendo lanzarse en el
beneficioso cálculo personales que, bien se observa, confrontaban
groseramente con la circunstancia de que, en realidad, su egreso de “El
Carmel” aconteció a las 18:59 horas conduciendo el automotor que resultaba
ser de uso común con su mujer, Inés Dávalos Cornejo, lo cual dejaba su
estancia en “El Carmel“ abarcando el período en que García Belsunce
debió ser muerta.
Sus propias palabras, también, vienen dando cuenta que existía ya
por aquel tiempo, cuanto menos enero del año 2003, testimonios que lo
estarían ubicando no sólo en el country, sino en proximidades de la casa de
la víctima corriendo, circunstancias que fueron enteramente desacreditadas
por Pachelo, sin reservas, especulando que podrían ser pasibles de
acciones por falso testimonio que la fiscal tendría bajo evaluación.
Incluso, en comunicación del 23/4/03 con el periodista Tunny
Kollmann (aportada durante el debate) el propio Pachelo aludía respecto de
aquellos señalamientos que el fiscal “…no les cree o está loco que lo mete
preso a Carrascosa…”, señalando en relación con el peso de su contenido,
“…cualquier fiscal te mete en cana y por menos también, vos lo sabés…”.
En efecto, fueron traídos al juicio los testimonios de a Cristiani, Asorey
y Aspiroz, de quienes diera referencia el testimonio de Michael Taylor, al
indicar que los conocía pues iban siempre a “El Carmel”, siendo ellos
quienes vieron a Pachelo corriendo al lado de García Belsunce, que ellos
venían del club, los pasó por al lado y dobló el acusado hacia lo de
Carrascosa. Aclaró Taylor que para ir al estacionamiento, el imputado debió
doblar para el otro lado, o tomar por un camino completamente distinto.
Que Marco Cristiani dio cuenta que sus abuelos tenían una casa en el
barrio Carmel, indicada en el mapa como Peralta Ramos. Dijo que concluido

357
el partido disputado entre River y Boca, se fue del house de chicos hacia la
casa de sus abuelos pues partiría de regreso a C.A.B.A. junto a sus padres.
Detalló que volvió caminando con Pedro y Santiago, caminando por la
cancha de paddle, antes de llegar a la esquina de lo de Levis y Piazza se
cruzaron con Pachelo en la esquina; quien transitaba en su misma dirección.
También afirmó que pasó corriendo y que antes de llegar a la casa de
sus abuelos lo perdió de vista a Pachelo, aclarando que de largo no pudo
haber seguido, pues de ser así lo hubiese visto.
Explicó que junto a Santiago ingresaron a la casa de sus abuelos y
Pedro siguió su camino. En cuanto al acusado describió que vestía un short
y tenía colocado un buzo negro. No recordó que en ese momento Santiago
dijera nada ni que saludara a alguien.
Que por su parte Santiago Asorey refirió que en octubre de 2002
contaba con 14 años de edad y concordó con el anterior que vio el partido en
el club house de menores, que lloviznaba, y que ni bien terminó el
superclásico volvió con Marcos Cristiani a la casa de los abuelos de éste
porque desde allí volvía a Buenos Aires con los papás de Marcos.
Todas estas referencias encuentran acompañamiento objetivo en el
hecho que el partido al que aluden concluyó a las a 18:07 horas -según se
estableció sin disputa en el fallo- y a las 18:17 se comprueba la salida del
automóvil de la familia Cristiani, por la cámara 3 de la dársena de salida de
socios.
Como el anterior, sostuvo que salió del house de menores caminando
con Marcos y Pedro Aspiroz, cruzaron el descampado que está detrás de las
canchas de paddle y al llegar a la esquina donde está emplazada la casa de
Piazza doblaron a la derecha, pudiendo advertir a un hombre que trotaba el
cual lo hacía con una capucha.
Coincidió con el anterior en que tenía un pantalón corto, siéndole
informado concordantemente por Marcos y Pedro que se trataba de Nicolás
Pachelo, quien los sobrepasó y luego no lo vio más corriendo por la misma
cuadra.

358
Aseguró que entró con Marcos a la casa de los abuelos de éste, como
también, que al escuchar el ruido de los rayos de bicicleta, vio pasar a María
Marta en misma dirección de Pachelo, quien lo había hecho segundos antes.
En lo que incumbe al rendimiento probatorio de estos testimonios el
tribunal señaló “Dos de ellos -ASOREY y CRISTIANI- admitieron que le
perdieron de vista al ingresar al domicilio de los abuelos de éste último -lotes
en mapa sindicados como Peralta Ramos-, y antes que el trotador alcanzara
alguna de las esquinas; y solo uno de estos dos, ASOREY, percibió el paso
de la bicicleta con la Sra. GARCIA BELSUNCE a bordo”.
Si bien se mira la exposición de Cristiani, puede advertirse que dijo
algo más de lo que el tribunal observó, pues la desaparición de Pachelo
-quien los sobrepasó en igual dirección corriendo por una calle recta según
los planos agregados durante la audiencia de debate- no se produjo
estrictamente cuando ingresó a la vivienda de sus abuelos.
En efecto, el escueto resumen de sus dichos consignados en el fallo
no deja de exponer en su textualidad que Cristiani afirmó “…que antes de
llegar a la casa de sus abuelos, perdió de vista a PACHELO, de largo no
pudo haber seguido, sino lo hubiese visto; ellos entraron a la casa…”. La
diferencia no es menor, a tal punto que la pérdida de consideración de este
dato derivó en que la mayoría cercenara el valor de su aporte a los efectos
de este juicio y formulara aseveraciones erróneas.
Es manifiesto el a quo al restar de relevancia a los dichos de Cristiani,
también los de Asorey, al razonar que “…sólo las reminiscencias de
ASPIROZ resultan relevantes para el propósito del juicio celebrado…”, como
también al concluir infundadamente que Cristiani dejó de observar a Pachelo
recién al momento en que el joven ingresó al domicilio familiar.
Fue claro el testigo, ahora menos joven desde aquella observación,
pero siempre conteste, que ya antes de entrar a la casa de los abuelos,
habiendo sido superado en su marcha por el acusado Pachelo -quien, reparo
yo, iba al trote por la misma calle, en el mismo sentido, y en línea recta-, la
figura del acusado había desaparecido de su campo de visión.

359
Ello así, llevó al testigo a formular una inferencia provista de toda
lógica, que debe compartirse en su sencillez: “de largo no pudo haber
seguido, sino lo hubiese visto”.
Es claro que conforme la planimetría incorporada al juicio por lectura,
incluso en la que los testigos graficaron lo expuesto oralmente, que para salir
de la vista del testigo en el recto y extenso tramo de la calle del barrio
privado por la que transitaban, descartado que Pachelo pueda hacerlo hacia
arriba o hacia abajo del camino, sólo cabría el desplazamiento hacia los
lados derecho o izquierdo de la calle.
Conforme las precisas referencias de los testigos, a poco del
sobrepaso de ellos por Pachelo, quien ya no era visible para Cristiani antes
de ingresar a la casa de sus abuelos -indicada en el mapa como Peralta
Ramos ocupando el lote de la equina y otro contiguo- es imposible que en
cuestión de escasos segundos Pachelo lograra perderse en el final trazo
que, en diagonal, describe la calle, mucho más allá.
La rápida desaparición del campo visual del testigo sólo se explica si
Pachelo, en breve, se salió del camino. O lo hizo hacia su derecha
ingresando a algunas de las propiedades que allí se ubican, de lo que no
hay noticia. O lo hizo hacia su izquierda, de lo que sí hay información.
Aquí, saliendo hacia la izquierda, las posibilidades son dos: o ingresó
a las propiedades situadas de ese lado del camino -nada hay en este
sentido-, o giró por la calle que, precisamente, nace hacia su izquierda, a la
altura en que finaliza el lote contiguo al de los abuelos del testigo Cristiani.
Hay testimonio que así lo afirma.
Alcanza con confrontar la planimetría para advertir que por esa calle
se desemboca en línea recta con el domicilio de la víctima. Su extensión es
de dos lotes.
Es por ello que lo informado por el testigo Cristiani, también Aspiroz,
resulta de sumo valor a los efectos de lo que debe resolverse en este juicio,
particularmente cuando, como se acreditó en las audiencias de debate, el
acusado fue un firme objetor público de los que ya por aquellos años venían

360
señalando su presencia en el lugar, a quienes les endilgó falsedad agitando
la posibilidad de que la fiscalía procediera en tal sentido.
Es evidente la arbitrariedad del fallo mayoritario en este punto, pues,
aun cuando fuera sólo por inadvertencia de lo que el propio fallo apunta
como declarado por Cristiani, lo cierto es que el descarte de su aporte no
puede justificarse razonándose en derredor de una contribución de datos y
circunstancias infundadamente recortada por el a quo.
Por ello lleva razón quien se expide en minoría en no despreciar el
valor de la información allegadas por Cristiani y Aspiroz, en tanto echan luz
en forma uniforme respecto del lugar en donde estaba Pachelo por esas
horas, su vestimenta y actitud; como también la presencia de María Marta
García Belsunce, quien tal como fuera narrado por familiares y conocidos,
había partido hacia su domicilio en bicicleta desde el domicilio del
matrimonio Bártoli con una campera que le facilitara Carrascosa para
protegerse de la lluvia.
Destaco, en relación con las objeciones que se levantan al reparar la
mayoría, ahora sí, que el testigo Bartoli refirió observar en algún momento
del camino de regreso a su casa el tránsito de García Belsunce pero no del
acusado, que desconocida toda otra precisión respecto del punto de regreso
en que advirtió a la víctima, ningún demérito puede emerger hacia el
universo de datos que nos hablan de la presencia de Pachelo.
Es evidente que Bártoli tampoco aludió a la presencia de los jóvenes
Cristiani, Aspiroz y Asorey, lo cual permite inferir que el avistamiento de su
familiar fue en otro punto distinto a aquel en que se produjo el sobrepaso de
los jóvenes por parte de Pachelo.
No muy lejos de esta infecunda observación de la mayoría se sitúa la
puntualización de que los tres jóvenes “… coincidieron en manifestar que,
aunque sin identificar rostro o seña particular distintiva, el vecino que trotaba,
resultaba PACHELO…”, pues si luego de años de tajante negación, durante
su declaración indagatoria y finalizando las audiencia de debate, el acusado
admitió, que efectivamente estuvo corriendo por la zona, pretextando un

361
motivo que cabrá analizar con mayor detalle, no puede caber ninguna duda
de que Pachelo, y no otro era quien corría por allí -conforme lo afirmaron
siempre- aun cuando los tres testigos no observaran “su rostro o seña
particular distintiva”.
Hacia donde giró Pachelo durante aquella corrida, hay prueba que
ilustraría ello. Me refiero al descartado testigo Pedro Aspiroz.
Sostuvo respecto del día del hecho que nos ocupa su padre lo había
instado a regresar a su casa con premura luego de la finalización del partido
entre River y Boca para así evitar mayor tránsito en su vuelta hacia la ciudad
de Buenos Aires.
Detalló que al acusado Pachelo lo conocía del barrio, pero nunca
había hablado, que era un tipo complicado, robaba, tenía antecedentes
violentos con algún vecino, y no era una persona de buen nombre dentro del
barrio.
Al igual que los anteriores, con quienes marchaba luego de haber
visto el partido de futbol en el house de menores, expresó que advirtió al
acusado tratando, quien lucía un buzo negro con capucha y un short blanco.
Agregó que venía por detrás de él y sus amigos.
Dio seguridades de la identificación, pues dijo, que su cara le
resultaba familiar del entorno barrial ya que buscaba a sus hijos en las
prácticas de fútbol interno.
Aseveró, que, con posterioridad, pero en idéntica dirección, observó a
María Marta García Belsunce montando una bicicleta “playera”, quien tenía
colocado lo que describió como un piloto violeta.
Que respecto al giro que debió realizar el acusado, no tuvo
inconveniente en recordar que lo hizo hacia la izquierda, para luego tomar
idéntica dirección García Belsunce, debiéndose recordar que la calle en la
cual giraron ambos, desembocaba en forma perpendicular con el frente del
domicilio de la víctima.
Incluso aclaró el deponente, que él también debía haber continuado la
dirección de aquellos dos, mas no lo hizo decidiendo tomar un camino de

362
mayor longitud, continuando su andar en línea recta ya que en esa época
Pachelo generaba temor.
En definitiva, observó que tanto el acusado Pachelo como García
Belsunce transitaron en idéntico sentido, hacia la casa de la víctima, por la
misma cuadra que desembocaba inexorablemente -en el sentido que ambos
describían- con el lugar el hecho.
Puntualizó el testigo que, prosiguiendo su camino, sobrepasando la
calle en que doblaron aquellos, García Belsunce estaba por alcanzar la
marcha de Pachelo antes de llegar al final de la calle.
En cuanto a la víctima, explicó que la había cruzado en el tribunal de
disciplina del country, porque él resultaba ser un chico bastante revoltoso.
Desde luego que este aporte trae mayores datos pues, ya no por vía
de inducción sino por directa observación, puede establecerse que el
acusado no sólo dobló hacia la calle que se le habría a su izquierda, sino
que próximo al final de la calle, antes de chocar con el frente de la casa de la
víctima, García Belsunce estaba a metros de alcanzar la posición de
Pachelo.
Es evidente, según lo dicho por el testigo, que próxima al lugar en
donde García Belsunce sería ultimada -en el interior de la casa-, a metros de
su ingreso, Pachelo iba a ser alcanzado por la marcha de aquella, a minutos
del período en que se le debió dar muerte durante el asalto que se perpetró
en la vivienda.
Sin desorden en la casa, con la campera que la víctima llevaba
puesta depositada en donde solía hacerlo cuando ingresaba a la vivienda, y
situado el escenario de la matación en la planta superior, puede colegirse
que durante el ingreso a su domicilio García Belsunce no tuvo mayor
inconveniente. Ello ocurriría después, cuando se desplazó, en algún
momento, hacia el primer piso.
El contenido del aporte de Aspiroz resulta trascendente, pero fue
descalificado en la decisión mayoritaria con apoyo en explicaciones que vale

363
examinar en base a las objeciones levantadas por el acusador particular en
torno a los criterios de validación manejados por el a quo.
Se dice en el fallo, por mayoría, “que la versión que daba ASPIROZ
en la audiencia de debate, resultó confrontada con sus propias anteriores
manifestaciones juramentadas vertidas por escrito, cuyo pasaje leído, en
efecto evidenció, para el mismo testigo, un recuerdo diferente a la secuencia
que venía relatando al Tribunal:
"Yo vi que María Marta venía en la bicicleta, con un piloto, y dobló en
dirección a su casa. A Pachelo no lo vi doblar, pero tampoco lo vi atrás mío
en todo ese recorrido. Entre que lo vi a Pachelo y a María Marta, no sé
cuánto tiempo pasó, fue enseguida, no fueron más de dos minutos, lo vi a él
y la vi a ella enseguida..."(fragmento de su testimonio de fs. 8825/8828, del 1
de junio de 2018).
Explicaron los jueces que “Con buen tino para resguardar sus
intereses procesales, la Fiscalía reivindicó que la ponderación de los dichos
de ASPIROZ debía trazarse a partir del análisis del conjunto de
declaraciones del testigo a lo largo de los procesos penales sustanciados,
brindadas desde diciembre de 2002 hasta última oportunidad, este actual
juicio”.
Vale aclarar: el Tribunal tiene vedado evaluar piezas probatorias no
introducidas al juicio -regla clave para el respeto del principio constitucional
de debido proceso en el marco de la lógica adversarial-. Este es el caso para
las declaraciones anteriores de ASPIROZ, de las que sólo una parcialidad
fue servida a la apreciación de los Juzgadores, estas fueron, la
correspondiente al pasaje transcripto y la parte del testimonio dado en la
audiencia de debate del año 2007 con CARRASCOSA como imputado;
aunque en rigor, la propia Fiscalía anunció que salvo por la testifical del 1 de
junio de 2018, en todas las otras ocasiones, ASPIROZ habría relatado
siempre que vio a PACHELO girar hacia la calle que culmina en casa de la
víctima -aunque en rigor, el testigo ya se había expresado en otro sentido,

364
más semejante al testimonio de 2018, conforme lo detallado en el fallo del
Tribunal en lo Criminal Nº 1-. “
Así se evaluó que “…el testimonio de ASPIROZ se tornó auto
contradictorio, falto de consistencia y de confiabilidad en el estricto punto
crucial, esto es, cabe reiterar, si PACHELO giró o no, hacia casa de Maria
Marta GARCIA BELSUNCE cuando ella llegaba a allí.”
Se observó que admitido por el propio testigo haberse pronunciado en
la forma en que lo hizo en el año 2018, las explicaciones de tal proceder
resultaron inconsistentes pues “… pretendió justificar la calidad desechable
de tal versión escritural a instancias de un desinterés por su convocatoria a
la sede fiscal cuando sus focos de atención y preocupación transitaban por
la necesidad de ocupar tiempo valioso para preparar un examen de la
Facultad de Odontología; palabras más, palabras menos, que él no quería
estar en la Fiscalía de Pilar y por tanto, en su reflexión o sagacidad, si decía
que no lo vio doblar a PACHELO, ya no iba a ser testigo indispensable y
podía regresar a Capital Federal para seguir estudiando, rendir examen y
obtener su título profesional.”
Se dijo, además, “…no encuentro que la causa o la motivación para
variar su exposición se correspondiere con un hito siquiera moralmente
transcendental o comprensible; por el contrario, tan sólo reveladoras en todo
caso, de una actitud rayana a un capricho innecesario (de no ser verdad lo
expuesto en ésa oportunidad), como una suerte de venganza contra el
operador judicial que lo hizo esperar de más, o la predisposición a flexibilizar
el propio honor de la palabra empeñada, o bien quizás, la inconsciencia de la
importancia del testimonio.”
Dudando de esa justificación del testigo Aspiroz se destacó “…que
carece de confianza en su credibilidad, incluso por el momento en que se dio
la variación del recuerdo”.
“Nótese que ASOREY, CRISTIANI y ASPIROZ guardan relación
personal o pertenencia al grupo de amistad que los vinculaba con los
sobrinos del matrimonio CARRASCOSA-GARCIA BELSUNCE y con ahijado

365
de ésta pareja, los BARTOLI y los TAYLOR, a guisa de ejemplo; y
sugestivamente, el interés por el clamor en voz de ASPIROZ de que
PACHELO giró hacia su izquierda continuando trote en sentido a casa de
CARRASCOSA, se pulverizó (pues ASPIROZ sin margen de duda, sostuvo
no ver que dobló) a resultas de una citación como testigo cuando ya era
sabida la absolución de CARRASCOSA por ambas alternativas de
acusación (homicidio y encubrimiento), cuando ya fallecido Guillermo
BARTOLI, y cuando ya dejado sin efecto el llamado a prestar declaración
como imputada de Irene HURTIG, es decir, sin compromisos subsistentes
contra la Ley Penal en perjuicio de los adultos relacionados a sus amigos”.
“Tal y como reconoció ASPIROZ de sus adjetivaciones respecto de la
citación a declarar en 2018 a sede fiscal: sin interés alguno por asuntos que
competen al Derecho Penal, pasó por demás aventurado al pensar que
podría atestiguar en un sentido u otro en un caso criminal que pretendía que
no lo distrajera más de sus obligaciones cotidianas, basamentado quizás
cuanto menos en la incredulidad de que arribara a etapa de juicio; a punto
tan desconfiables sus dichos por actitud modificadora del testimonio, que, o
dijo la verdad cuando ya liberado de una eventual presión por la pertenencia
misma a un grupo antagónico a la postura originaria del por entonces fiscal
interviniente, o bien, -lo que no luce razonable a resultas de la inmediación
con el testigo- que en 2018 traicionó, desde la falsía, a su círculo cercano
por motivo egoísta y superfluo, liquidando la credibilidad de una posible
evidencia en apoyo de la pretensión no sólo del nuevo equipo fiscal, sino
también del rol ejercido como acusador privado, por persona allegada directa
o indirectamente".
Al respecto cabe reparar que de los pretéritos dichos del testigo que
se evocan del año 2018, emerge que allí se omite toda referencia directa
respecto de la dirección en que debió girar Pachelo, mas no la noción de
que, ineludiblemente, no pudo continuar en línea recta por donde transitaba.
Es que, según dijo, “yo vi que María Marta venía en la bicicleta, con un

366
piloto, y dobló en dirección a su casa. A Pachelo no lo vi doblar, pero
tampoco lo vi atrás mío en todo ese recorrido”.
Las propias aseveraciones del fallo respecto a la “pulverización” de lo
que ”venía diciendo”, no sólo trazan un consideración en línea de tiempo
sino que indica, tal como lo expresaron Asorey y Cristiani, que efectivamente
Aspiroz continuó con su marcha luego de que aquellos ingresaran a la
vivienda familiar, y, en sus pretéritas exposiciones al respecto, indicaba
sobre la dirección en la que giró el imputado, cambio de rumbo que, por
lógica, ya debe inferirse de la declaración de Cristiani.
Si Aspiroz, luego de que la víctima doblara en dirección a su casa, ya
no vio a Pachelo por detrás, y de seguro menos por delante, es evidente que
el acusado hacia algún lugar giró.
Es innegable que no solo giró Pachelo en su marcha, sino que
también lo hizo el testigo en su declaración del año 2018, retomando ahora
el sentido de lo que venía diciendo y explicando el motivo por el cual
prescindió de dar en dicha ocasión más precisas referencias de lo visto, tal
como lo venía haciendo y lo vuelve a hacer en este juicio.
En puridad, entonces, no se trata de un cambio del recuerdo -como se
afirma en el fallo- pues según referenció el testigo, el recuerdo resultó
invariable, asumiendo -bajo la responsabilidad que de ello podía derivar- que
en la declaración brindada en el año 2018 privilegió el interés por rendir un
examen que lo consagraría odontólogo, respecto de dar una más acabada
declaración que, en su completitud e importancia, pudiere generar mayores
obligaciones y demoras.
Al respecto, el a quo por mayoría, analizó la posibilidad de que el
acotamiento de la versión de lo observado por Aspiroz que quedó plasmada
en su testimonio del año 2018 pudiere emparentarse con la cesación de una
eventual presión por la pertenencia a un grupo antagónico a la postura
originaria del por entonces fiscal interviniente.
Con detalle se examinó la ocasión en que Aspiroz mutó parcialmente
su relato, y se afirmó que sugestivamente ello sucedió cuando fue

367
convocado a declarar sabida ya la absolución de Carrascosa por ambas
alternativas de acusación (homicidio y encubrimiento), cuando ya había
fallecido Guillermo Bártoli y dejado sin efecto el llamado a prestar
declaración como imputada de Irene Hurting, es decir, se dijo, sin
compromisos subsistentes contra la ley penal en perjuicio de los adultos
relacionados a sus amigos.
Desde luego que resulta muy atinado como criterio de valoración del
testigo, entre otras examinaciones, verificar las relaciones o intereses con
las partes que pudieren llevarlo a torcer su declaración en un sentido o en
otro.
Así la vinculación del niño que observó a Pachelo allá por el año
2002, o la del hombre que se pronunció durante la audiencia de debate
celebrada veinte años después, el mismo Pedro Aspiroz, pero distinto, no es
un dato que en su relación con el entorno de la familia de la víctima resulte
superfluo. Sin embargo, en mi opinión, las conclusiones de la mayoría
reflejan su propia inconsecuencia.
Sin dejar de resultar sumamente llamativo, o por lo menos de opinable
aceptación, que los padres del menor Aspiroz consintieran por ese entonces
que éste se prestara a pronunciarse falsamente para beneficiar a los
familiares de un amigo, o que aceptaran que el niño fuera presionado por
ellos para inmiscuirse en un proceso penal fingiendo verdad, o que, en
definitiva, fuera usado como instrumento para los ilícitos designios de
terceros, lo cierto es que si la pauta decisora consagrada por la mayoría
consiste en que el apego a la verdad del testigo emerge cuando ya no hay
riesgo penal hacia los familiares de algún amigo, tal el criterio esbozado, de
modo alguno se podría justificar que ahora vuelva a pronunciarse como lo
hacía originalmente.
Es que si por el año 2018 ya no existían los riesgos para el círculo de
interés del testigo -como observa el fallo-, nada de ello se ha modificado
ahora, por lo que -libre de aquel malsano interés- debería mantenerse en
aquello que dijo por el año 2018. En definitiva, sería reconocer que muchos

368
años antes -lo cual lo alejaba de toda responsabilidad por su propia edad y
por el paso del tiempo- habría afirmado una falsedad, que ya no generaba
costos personales, ni tampoco para el “grupo de interés” y, si quisiera
concederse la duda de que el testigo pudiere tener una conciencia que lo
aquejara, dejaría de introducir un dato falso que comprometía a un inocente.
Sin embargo, retomando la integralidad de su relato histórico, vuelve a
sostener lo que venía diciendo respecto a ver, concretamente, que Pachelo
giró tomando por la única calle transitable que se le habría hacia un costado
-el izquierdo-, la cual llevaba directamente al lugar del hecho.
Y las explicaciones al respecto, no transitan por modificaciones en su
percepción de los hechos que observó oportunamente, sino en la directa
admisión de que en el año 2018 calló algo que sabía, que ya había expuesto
otrora, asumiendo en sede judicial durante el debate celebrado en la
presenta causa en el año 2022 su cualidad de responsable en tal proceder,
exponiéndose a riesgos que ya no podrían ser impulsados ni justificados por
el pretenso interés de alivianar la situación judicial -ya clausurada- de
familiares de un amigo -según se especula en el pronunciamiento-, y sin que
tampoco se haya expuesto prueba alguna de otro deleznable motivo por el
que el testigo desde su pubertad -hasta hoy- se empecinara en contra de un
inocente.
Es por ello que si bien el testimonio impone un severo escrutinio, no
admite su derecha desestimación. Por ende emerge acertado el
temperamento expuesto por el juez de la minoría, en cuanto no encontró
razones plausibles para erradicar su aporte del plexo probal. Muy
especialmente, cuando median en el contexto de pruebas otros elementos
que llegan en armonía para reconstruir las piezas que se encastran
marcando hacia dónde fue el acusado en aquellas circunstancias.
Muestra plena corrección el criterio de la minoría cuando vincula las
manifestaciones de Aspiroz con las de Cristiani y Asorey, particularmente
cuando, como se señaló, el propio Cristiani indicó que desaparecido Pachelo

369
de su vista antes de ingresar a la casa de sus abuelos, ello indica que
necesariamente debió girar del camino.
Sin verificación de otros ingresos furtivos a fincas ajenas en aquel día
en dicha zona -más que el comprobado en la vivienda de García Belsunce-,
y siendo que sólo existe el camino que nace hacia la izquierda
desembocando en el frente de la casa de la víctima, sólo cabe la posibilidad
de que el acusado transitara por donde Aspiroz lo vio, pues hacia la derecha
se encuentran viviendas y un sendero intransitable.
La planimetría del barrio así lo indica y el testimonio de Alfredo Atilio
Torres, lo corrobora.
Explicó el nombrado Torres, convocado como testigo al juicio, que
trabaja desde hace 33 años en “El Carmel”, que tenía reparto de diario y la
proveeduría del country, laborando incluso los domingos.
En lo pertinente al punto en tratamiento, se mostró conocedor del
lugar y los caminos por los cuales transitó en su labor diaria durante décadas
aseverando que existía una vía por la que no se podía transitar si llovía -ya
sea en auto, en moto o bicicleta- rememorando que estaba cruzado por
ramas, incluso, evocó que en una ocasión estuvo por accidentarse
pretendiendo el paso con su moto.
Por ello acierta la minoría cuando repara con adecuada razón lógica,
que en estrechísima vinculación en tiempo y espacio -como indicios de
oportunidad y presencia- el acusado se encontró a metros de la víctima en
proximidades al ingreso de la casa en donde acontecieron los hechos que,
minutos luego, dieron por resultado el reputado ingreso de cuanto menos un
extraño a la vivienda, en donde García Belsunce fue ultimada y, agrego,
despojada de bienes que allí se resguardaban.
Frente a ello, la mayoría, razonó que “…el rango horario que se
emplaza entre 18:07 y 19:00, deja todavía a PACHELO en pie de igualdad
con CARRASCOSA, BARTOLI y tantos otros posibles ingresantes a Carmel
sin asentada identificación en guardia, no sólo en la posibilidad de sus
presencias fuera de los domicilios en que estaban al finalizar el superclásico,

370
sino en plena cercanía de tiempo y lugar del ataque armado contra María
Marta GARCIA BELSUNCE”.
Si bien la prueba colectada permite establecer que, aquel domingo de
octubre del año 2002, eran varias las personas que se encontraban en el
country “El Carmel”, ya sea en condición de socios o trabajadores -y podría
especularse, también como invitados-, los testimonios dan cuenta de ello,
igualmente en modo alguno puede uniformarse aquella estancia con la
situación personal del acusado Pachelo.
Es que ninguno de los testigos escuchados en el debate da cuenta de
un andar en romería aquella lluviosa tarde, siendo que la prueba pertinente y
decisiva -según bien lo expone la minoría- sólo ubica en las coordenadas de
tiempo y lugar, en estrechísima presencia con la víctima y a metros del
ingreso a su casa, lapso acorde con la ejecución de los hechos objeto de
recurso, la concurrencia de sólo dos personas, María Marta García Belsunce
y el imputado Pachelo. Los testimonios repasados así lo indican, siendo que
tampoco las declaraciones de los vigiladores dieron cuenta de la presencia
de otras personas deambulando en cercanía de la víctima ni su casa al
momento en que se desarrolló el asalto al domicilio.
Las contestes expresiones de los testigos Aspiroz, Cristiani y Asorey
también llegan para desnudar el simulado tenor de las explicaciones que
brindaba Pachelo sobre su vinculación con hecho.
Es que no sólo muestran que, efectivamente el acusado estaba en “El
Carmel” cuando aconteció el asalto al domicilio de la víctima, sino que,
además, era la única persona que se encontraba próxima a la víctima, en el
momento en que aquella se acercaba al ingreso de la casa, en tiempo
concomitante con el período en que se debieron desarrollar las acciones.
Resulta de toda evidencia, que si los tres jóvenes, luego de concluido
el partido de futbol entre Boca y River -oficialmente acontecido a las 18:07
horas- salieron del club house de menores sin mayor demora, y luego de
caminar algunos minutos advirtieron la presencia de Pachelo allí donde lo
ubicaron desplazándose a la carrera con pantalón corto y buzo, es imposible

371
que Pachelo, bañado y cambiado, estuviera en compañía de su madre y su
hijo en el Paseo Alcorta de la ciudad de Buenos Aires a las 19:40 horas,
juguete en mano, según lo explicaba, si el desplazamiento entre las ciudad
de Pilar y Buenos Aires se hizo por medio de un automóvil.
Si bien en reiteradas ocasiones, ya señaladas, Pachelo negó también
haber corrido aquella tarde o haber estado en cercanías de la casa asaltada,
ello resultó falso, llegando luego a una acomodada admisión sobre la
posibilidad de que, efectivamente, corriera por el lugar, pero al solo efecto de
buscar el automóvil de su esposa, siendo inexacto que doblara con dirección
al domicilio de García Belsunce, sino hacia donde se ubicaba el
estacionamiento del club house, sitio en donde le habrían dejado el vehículo
con las llaves colocadas.
La transformación de sus explicaciones no pasa por aspecto
fronterizos de las circunstancias afirmadas, sino por la derecha mutación de
las circunstancias que pretendía negar, buscando con ahínco encontrar
posiciones de inocencia.
Es notorio que las alusiones del acusado respecto a que no se
encontraba por aquel tiempo en el country -pues ya se había retirado en
llamativa sincronicidad con lo que se determinaría como la ventana de
tiempo en la cual pudo ser muerta la víctima-, o que jamás corrió ni transitó
cerca de la casa asaltada, buscaron corrección en nuevos relatos que
llegaron cuando eran múltiples las pruebas que se alineaban señalando la
falsedad de lo sostenido.
El registro de salidas y las filmaciones de las cámaras de seguridad
que muestran al acusado marchándose del country un minuto antes de las
19:00 horas; las probanzas de que su teléfono celular ni cerca se encontraba
de la ciudad de Buenos Aires cuando recibió a las 19:32:45 horas una
llamada por parte de su entonces suegro, el padre de Inés Dávalos Cornejo,
comunicación captada por una antena con influencia en Pilar (cfr. informe del
VAIC, celda 394), siendo que Pachelo estimaba que a las 19:20 o 19:25 ya
estaba en el estacionamiento del shopping; o la novedosa versión que

372
introdujo por abril del 2003 en donde dice que aquel domingo no se marchó
una vez, sino dos del “Carmel”, al explicar que debió regresar a su casa en
busca de la billetera que se había dejado olvidada en su domicilio, buscando
con ello explicar que el registro de salida cercano a las 19:00 horas pudiere
ser la registración de su “segunda salida”, dan cuerpo a un conjunto de
inconsistentes explicaciones que no hicieron más claras y perceptibles las
circunstancias que pretendía alumbrar.
Esta alteración sobre el accidentado regreso se mantuvo en la
declaración brindada en el marco del art. 308 del rito en la presenta causa.
Sin embargo, esta nueva salida no sólo carece de corroboración en los
registros de ingerso y salidas del barrio cerrado, sino que tampoco luce
siquiera en los pretextos que exponía públicamente durante meses; todo lo
cual empieza a exponer el hábito por la mentira con la que pretendió
protegerse de los múltiples indicios de cargo que en cantidad notable se
colectaron en autos.
Así dijo, también, que frente al retraso generado por el forzado
regreso a su casa en busca de documentación personal, le fue comunicado
a su madre mediante la llamada registrada a las 19:05 horas de tal
contingencia (en rigor la llamada saliente con destino al abonado
1143320871 es de las 19:00 horas), introduciendo a su progenitora en la
construcción de un argumento de inculpabilidad.
En tal quehacer se encaminan las constancias obtenidas en el
domicilio de la señora Silvia Ryan, madre del acusado, secuestradas durante
el allanamiento dispuesto en el departamento de su propiedad desde el cual
cayó al vació, en el marco del expediente en donde se investigó las causales
de la muerte de la nombrada, actuaciones requeridas para su vista y prueba
en este proceso (cfr. causa N° 37.321 del Juzgado Nacional en lo Criminal
de Instrucción N° 42, Secretaría N° 106, caratulada “Ryan, Silvia Magdalena
s/muerte dudosa” que corre por cuerda)
Con el título de “DECLARACIÓN”, se verificó la existencia de un texto
mecanografiado que continúa con referencias de puño y letra, que cierra con

373
una rúbrica de Silvia Magdalena Ryan, en donde se expone una versión de
lo acontecido aquel 27 de octubre de 2002, en donde se sostiene que entre
las 17:30 y las18:00 horas el acusado la llamó desde su Movicom para
coordinar que la pasaría a buscar para concurrir a Paseo Alcorta a festejar el
cumpleaños de uno de los hijos del acusado, quien la habría llamado por
teléfono a las 19:00 horas para que bajara del departamento, dudando si tal
vez el llamado fue a través del portero eléctrico.
En dicha nota se narra una secuencia según la cual tardaron en
encontrar lugar, luego concurrieron al patio de comidas, el acusado se quedó
leyendo el diario mientras ella y su nieto recorrieron jugueterías, comprando
finalmente en “El Mundo del Juguete” unos guantes y una espuma que le
obsequió al niño. También se apunta allí una divergencia vinculada al tiempo
que figura en la factura de la operación. Se consigna en este esquema de
declaración pensada que a las 21:30 horas habrían regresado todos al
domicilio de la fallecida.
En el marco del debate se aportaron dos correos electrónicos
exhibidos por la fiscalía, cuyo remitente resultó ser Silvia Ryan con destino
hacia el doctor Roberto Ribas de fecha 13 de diciembre de 2002 a las 08:13
horas, en el cual la misma le relató al letrado la situación de búsqueda de
aquel 27 de octubre de 2002 por parte de su hijo: “Me pasó a buscar por
Libertador 184 (y Basavilbaso-Retiro) entre las 18:45 y 19:00 horas”, para
luego, enviar uno nuevo titulado “versión mejorada”, el 15 de Diciembre de
2002 a las 11:30 (casillas de correo electrónicos: [email protected] y
[email protected]), lo que da cuenta de la construcción de un
entramado que pudiere concurrir a dar soporte a la coartada del acusado.
Alcanza con señalar que nada de ello resulta posible conforme las
constataciones repasadas sobre prueba plural y concordante que nos
muestran al acusado Pachelo en lugares distintos en los horarios en que se
alude.
Es evidente el esfuerzo por construir pretextos en auxilio del
acusado con el involucramiento de personas allegadas a él que lo único que

374
ha podido acreditar es que la señora Silvia M. Ryan, DNI 5729722, con
domicilio en la Av. Libertador 184, piso 11, departamento A, titular de la
tarjeta 4546-4000 0768 3704, emitida por el Banco De Galicia, Sucursal
Plaza San Martín, el día 27 de octubre de 2002, a las 21:01:59 a través de la
terminal 37143160 del establecimiento ”El Mundo del Juguete” efectuó una
compra por valor de $ 29,00. Si el imputado estuvo junto a aquella, ese
horario en modo alguno sirve para su exculpación.
Pero en cambio si se considerada el que emerge del ticket fiscal
factura B número 0189-00028679 (19:40 horas del mismo día), es evidente
que la compra no pudo ser realizada con la presencia de Pachelo en aquel
centro comercial, lo cual tampoco sirve para desligarlo de la factura del
hecho.
Sin embargo, lo actuado no deja de exponer el denodado esfuerzo por
producir un falso acontecer en derredor del horario de venta signado en el
ticket fiscal (19:40 horas), mintiendo Pachelo cuando dice en el juicio haber
tomado conocimiento en las audiencias de debate sobre las discrepancias
horarias que surgían del cupón de la tarjeta utilizada para el pago de la
operación, siendo más que evidente que hasta su madre sabía desde
muchos años antes la discrepancia consignada en las anotaciones a las que
hice referencia . Incluso, el informe de la empresa Visa sobre el horario
asentado en el cupón obraba en la causa y, además, notas periodísticas
incorporadas por lectura al debate dan cuenta que el acusado se expidió
durante un reportaje sobre estas discrepancias en torno al horario de la
operación de compra desbaratando entonces su argumentación en torno a
que los desajustes de horario los conoció en el juicio (cfr. revista “Gente”,
del 03 /6/03),
Es evidente que en derredor del horario del ticket fiscal se decidió
argumentar pues resultaba más afín al interés del acusado -excusa
finalmente derrumbada con las pruebas colectadas- siendo notoria la
efectiva guarda que se dispuso sobre aquel documento fiscal que retrataba

375
la compra de unos guantes del hombre araña conservándolo en la caja de
seguridad del departamento de la fallecida Ryan.
Llama la atención las idas y vueltas del encartado tratando de
acomodar las circunstancias conforme a las pruebas que iban apareciendo,
zigzagueando en busca de ubicarse a toda costa afuera de “El Carmel”
cuando ocurrió el asalto a la casa de García Belsunce si, acaso ajeno al
hecho, el único indicio de presencia no podría constituir para él un dato
demoledor con principio de explicación en algo fácilmente demostrable para
Pachelo, como lo era que vivía en “El Carmel” y en la misma calle que la
víctima.
Algo más debió justificar el empecinamiento del acusado por correrse
-montado en mendacidades- del club en donde García Belsunce fue
ultimada.
Dijo Pachelo en su descargo que los testigos que lo ubicaron
corriendo allí donde lo afirman pudieron haber avistado su carrera en busca
del automóvil de su esposa para marchar, luego de ello, junto a su hijo hacia
la ciudad de Buenos Aires. Negó, sí, que hubiera doblado con dirección al
domicilio de la víctima, afirmando que lo hizo hacia el house en cuyo
estacionamiento habría estado el vehículo.
Ciertamente, el cambio de la narrativa de lo que venía explicando a
quien lo quisiera escuchar, constituye un dato que ya alerta sobre la
necesaria examinación de sus dichos, particularmente cuando se lo conjuga
con una serie de circunstancias que tiñen de inverosimilitud a la excusa, tal
como lo sopesa el magistrado que se expidió en minoría.
Es que si tenía decidido por cuestión de mayor comodidad hacer el
traslado hacia Capital en el auto que no estaba estacionado en su casa sino
en el house del country, resulta por lo menos extraño para creer que
desistiera de marchar hacia allí en su camioneta en compañía de su
pequeño hijo, subiéndose allí al auto de su esposa, y diera preferencia a
marchar bañado, bajo la lluvia, a la carrera por cuadras, para tomar, luego,
un sendero intransitable, lapso durante el cual, con evidencia, debió quedar

376
el niño sólo en la casa a la espera de que su padre lo pasara a buscar por el
domicilio.
Al respecto ensayó en el debate una excusa poco creíble, carente de
peso justificatorio y novedosa. Dijo que a la camioneta que utilizó durante
todo aquel domingo, con la cual fue a disputar un partido de futbol, la misma
“chata” con la cual la testigo González Jausoro vio llegar a su casa aquel
domingo al acusado Pachelo quien iba en busca de su hijo, no le funcionaba
el “burro de arranque”.
Frente a ello, sostuvo, prefirió dejar la camioneta estacionada en su
casa pues cuenta con una rampa que le permitiría el futuro arranque del
vehículo, privilegiando ello a las circunstancias de dejar al niño de siete años
en soledad, mojarse, embarrarse, correr cuando – a la par- había pretextado
públicamente estar extenuado, y regresar por el niño marchando en busca
de su madre para cenar y realizar compras en el Paseo Alcorta de la ciudad
de Buenos Aires.
En las idas y vueltas de los pretextos, admitió -tratando de justificar
que pudiere haber corrido por el barro en busca del auto de su esposa- que
en ese momento -según los expresaron Cristiani, Asorey y Aspiroz- él no
estaba pulcro sino con el pantalón corto embarrado y buzo, sin embargo,
esta recreación confronta con sus anteriores explicaciones en torno a que ya
por aquella hora, se encontraba bañado y a punto de partir hacia Buenos
Aires.
En este sinuoso derrotero es fácil advertir que de haber hecho el
trasbordo de vehículo en el estacionamiento, y de cara a un futuro arranque
de la camioneta de aquel lugar, no iba a ser de gran dificultad para él contar
con la presencia de guardias que empujaran el rodado, si es que el “burro”
no arrancaba, según dijo.
Resulta insoslayable reparar, asimismo, que la única salida de
Pachelo documentada por aquel tiempo, a las 18:59 horas, hace inexplicable
que desde el momento en que lo vieran los tres testigos en cercanías de la
casa de la víctima demorara casi cuarenta y cinco minutos en levantar a su

377
pequeño hijo que esperaba solo en la casa y llegar al acceso del country por
el cual se marchó.
Es evidente que en aquel lapso hizo más de lo dijo, si es que el
automóvil de su esposa estaba donde dice que lo buscó, pues perviven
datos desconcertantes sobre el destino de su cónyuge, siendo que una
amiga afirma que la acompañó la noche del domingo a ver un recital de
música en la ciudad de Buenos Aires -Stupenengo-, para lo cual la esposa
del acusado se habría retirado del country en un servicio de combi que
pasaba por la puerta -de lo que no hay registro-, y otra amiga -González
Jausoro- explicó en el debate que ella se quedó en custodia del hijo de su
amiga -F.-, niño que pernoctó en la casa de la testigo pues Inés -la mujer de
Pachelo- concurriría al mentado recital en Buenos Aires, señalando que ello
ocurrió el día sábado. El propio imputado concordó en que, efectivamente, él
pasó a buscar al niño el domingo por la tarde por la casa de la testigo en
donde se había quedado a dormir la noche anterior.
Es innegable que entre el momento en que los tres jóvenes vieron al
imputado y su registrada salida de “El Carmel”, el imputado dispuso de
tiempo suficiente para la ejecución del hecho que precipitó del robo hacia la
fulminante matación de la víctima, pudiendo ya iniciar el camino de esconder
su intervención en la etapa ejecutiva de las acciones.
Lleva razón el doctor Ecke cuando observa con detalle que en
audiencia oral se trajo como prueba la reproducción de video de una
entrevista realizada al periodista Jorge Lanata, en la que, el nombrado
aseguró haber hablado con Nicolás Pachelo, quien habría admitido que
aquella noche lavó sus prendas de vestir, escudándose en que lo hizo para
dar una ayuda a su empleada doméstica. El propio Lanata evaluó como
poco creíble el motivo esgrimido.
De esto ya se tenía noticia por boca del testigo Horacio García
Belsunce, quien recordó haber tenido un encuentro en la ciudad de Punta
del Este con Lanata, quien le dio noticia de lo que le había sucedido en una
entrevista con el imputado Pachelo.

378
Allí lo impuso acerca de que, habiendo afirmado -Lanata- que el
acusado había lavado sus prendas de vestir el día domingo en que
ocurrieron los hechos y preguntándole cuál era el motivo por el que así lo
había hecho, aquel le refirió que lo hizo para colaborar con la mucama.
Contó el testigo que el propio Lanata le indicó que Pachelo se puso nervioso
ante aquella interrogación.
Es evidente que, si el testigo Lanata le comentó aquella circunstancia
al hermano de la víctima, es porque le otorgaba seriedad a los datos y sus
percepciones, lo cual marcha a tiempo con las expresiones auditadas
durante el debate, en donde tampoco las aseveraciones de Lanata aluden a
un tono burlón en Pachelo.
Ello fue lo que excusó el imputado, quien reconociendo la existencia
de la charla, la afirmación del periodista y la inquietud por el motivo de la
acción que se ponía en manos de él, admitió la respuesta, pero adujo haber
utilizado una ironía.
Como de costumbre, sostuvo que el periodista se expidió así en
venganza por haber desistido el imputado de concurrir a una entrevista a un
programa de televisión que aquel tenía por aquel tiempo.
Observo que Jorge Lanata declaró bajo juramento durante la
investigación y es uno de los testimonios sobre los que se estructuró el
requerimiento de elevación a juicio.
Sin embargo, el fallo por mayoría desestimó esta prueba en base a
que “ En sencilla consideración, sin forma de corroborar en qué contexto o
con qué propósito pudo haber vertido PACHELO tales manifestaciones al
periodista (de hecho, en lo que deviene incontrastable, el imputado explicó
durante el juicio, que no lo dijo con seriedad, sino de modo irónico), solo
resta señalar que Balbina AVILA -como ya se detallara, empleada doméstica
de la familia PACHELO en Carmel en octubre de 2002- descartó que tal
acontecimiento (PACHELO dejando lavada su ropa) hubiese sido verdadero:
explicó que como todo domingo, ingresó a Carmel a las 20:30, ocasión en
que al arribar a la casa advirtió dos ambulancias en vivienda cercana, y

379
aguardó despierta a sus empleadores cuando llegaron después de la
medianoche, en tanto que ninguna actividad presenció en afinidad con la
iniciativa de lavado de ropa, a punto de hacer saber que en todo caso era la
esposa de PACHELO quien se ocupaba de poner prendas en el lavarropas,
ni observó ya lavada indumentaria deportiva de PACHELO en tal
oportunidad” .
Nuevamente se recurrió al testimonio de Avila, que no es uno sino
tres -y como ya se apuntó, de muy diverso tenor- para desacreditar el valor
de las probanzas que apuntaban a un lavado de prendas del acusado.
Si bien se mira, en la primera declaración del día 6 de enero de 2003,
la empleada doméstica dijo que comenzando su jornada laboral a las siete
de la mañana del lunes posterior al crimen, luego de poner agua para el
mate y levantar al niño de siete años y prepararlo para ir al colegio, lo que
hizo de seguido fue tender la ropa “…que la esposa de Pachelo dejó lavada”.
Es indudable por lo dicho que medió lavado de ropas en la casa,
siendo claro que si -tal como Avila explicó- su régimen laboral era “con cama
adentro” retirándose los días sábados entre las 15:00 y las 16:00 horas, para
regresar el domingo alrededor de las 19:00 o 20:00 horas, habiendo llegado
el domingo 27 de octubre de 2002 al Carmel a las 20:30 horas
aproximadamente, encontrando el domicilio de Pachelo vacío, la alusión a
que la ropa que tendió el lunes la dejó lavada la esposa de aquel resulta una
inferencia, quizá nacida de la costumbre, pero no de una observación
directa.
Es claro que dijo estar despierta cuando el matrimonio arribó a la casa
alrededor de la 01:00 horas del lunes, sin que refiriera actividad de lavado
ninguno en ese tiempo. De otro lado, si ya por la tarde del domingo la mujer
del acusado se había marchado a la ciudad de Buenos Aires, las prendas
con las cuales los tres jóvenes vieron a Pachelo próximo a la casa de la
víctima, de modo alguno pudieron haber sido lavadas por aquella.
Sin embargo, sobre este particular, nuevamente comienzan a aflorar
las groseras contradicciones de sus dichos y recuerdos, pues abundando en

380
detalles sobre el particular, en la declaración brindada por Avila el día 4 de
junio de 2003, afirmó que aquel domingo, verificando que no había nadie en
la casa principal, se dirigió a su cuarto -que queda afuera- dejó sus cosas, y
fue a la galería a ver si había ropa colgada que -con generalidad- es la que
la testigo lava el día sábado “pues la señora no junta la ropa”.
Dice ahora, que había ropa ya colgada que era de los chicos y la
señora, quizá calzoncillos del acusado, prendas que Avila había dejado
lavada, y que por no estar secas, “dejó todo como estaba.”
Fácil es advertir la total contradicción de sus dichos, pues ahora

desapareció enteramente el lavado de ropas efectuado por alguien de la

casa -que dedujo fue realizado por la cónyuge del acusado-, el cual tendió el

lunes por la mañana, siendo que en este nuevo testimonio, sugestivamente,

Avila sólo evoca el lavado y tendido de ropa efectuado por la propia testigo

el día sábado, la misma que habría encontrado tendida a su regreso el día

domingo, todavía mojada.

Sobraría señalar que no es éste un aporte que, en la solidez de la que


carece, permita extraer conclusiones definitorias sobre el punto.
Expuso Avila, también, que de modo alguno resultaba común que
Pachelo lavara su ropa –“menos que menos”, dijo-, y señaló que en el
canasto de la ropa para lavar observó el lunes 28 de octubre los botines de
Pachelo, sin poder recordar si estaba la ropa de futbol que utiliza para tal
práctica. Expuso, que lo normal resultaría que si jugó al futbol la ropa la
hubiera dejado allí, lo que no recordó.
La cuestión no es menor pues, a tenor del mecanismo de matación de
la víctima, con disparos dirigidos desde corta distancia hacia zonas con
plano óseo subyacente, el cual se penetró, es esperable la proyección de
sangre hacia la mano y ropas del matador, ausencia de rastros que benefició
a los coimputados Ortiz y Glenonn, y que justificarían que el encartado

381
lavara sus prendas, en una actividad que era inhabitual para él y generara el
nerviosismo que el testigo Lanata advirtiera en Pachelo al indagar sobre el
motivo de tal quehacer.
Razonó la mayoría, para excluir de toda relevancia a lo analizado y
terminar la cuestión, que “…el curso evidencial en la audiencia de debate
celebrada, demostró que desde el domicilio donde fue hallada muerta la Sra.
GARCIA BELSUNCE, se dispuso el directo descarte de prendas de vestir de
personas del entorno de la occisa, con excusa de estar ensangrentadas-
circunstancia de omitida consideración por los Acusadores.”
Al respecto es de toda evidencia que si tal como toda la prueba
colectada en el juicio da cuenta la víctima tenía lesiones sangrantes en su
cabeza, había un charco de sangre entre el bidet y el inodoro, la bañera
tenía agua-sangre casi a tope -Michellini dijo que introdujo su brazo hasta el
codo para habilitar su desagote-, el cuerpo fue retirado dejándolo tendido en
el piso entre el baño y la zona contigua, si se practicaron allí maniobras
manuales de bombeo del corazón y se aplicó solución que licuó más la
sangre, si el fiscal actuante casi pisa uno de aquellos rastros hemáticos e,
incluso, si durante la autopsia se encontró una toalla colocada en la zona de
la cabeza del cadáver, lo cual indicaba -así lo dijo el forense- la salida de
material hemático todavía durante la inhumación de la víctima -quien fue
velada en su lecho marital-, fácil resulta entender y explicar que no sólo los
familiares de García Belsunce, sino los allegados, médicos y auxiliares,
masajista y personal de la empresa funeraria que manipularon el cuerpo de
aquella pudieran resultar alcanzados por la sangre de la damnificada.
Ni el descarte ni el lavado de prendas con rastros de sangre de María
Marta podría constituir para cualquiera de todos aquellos una realidad difícil
de justificar, lo que, en espejo, no puede funcionar como argumento
relacionable a la situación del acusado Pachelo.
Es que si éste no procuró el auxilio de García Belsunce ni su
reanimación, si no la colocó en la cama en donde fue velada, si no le cambió
la prenda superior que tenía colocada al momento del ataque -presentando

382
el cuerpo para el velatorio-, si ni no le puso para esa final ocasión un collar
de perlas de preferencia de la víctima, si no le acomodó su cabello en tal
oportunidad y si tampoco intervino en la colocación del cuerpo en el ataúd en
que se la trasladó al cementerio, el aposentamiento de rastros hemáticos de
la víctima en ropas de Pachelo sólo podría relacionarse con la matación de
García Belsunce, jamás con su auxilio o inhumación (al respecto cfr.
declaraciones de Carrascosa, Michellini, Horacio García Belsunce, Figueroa,
María Laura García Belsunce, Gouvry Gordon, Irene Hurting, Juan Hurting) .
Destaco que, para todos -entorno o Pachelo-, ha quedado descartado la
presencia de sangre propia en la escena del hecho.
Entonces, la igualación que el a quo sugiere entre el acusado y el
denominado "entorno" aludiendo a la omisión de los acusadores, es
inconducente y termina mostrando una vez más que se cuela en su
razonamiento una idea negativa, contundente y duradera que, frente a la
inculpabilidad de ese colectivo, contamina el modo de razonar del juzgador
al tiempo de ponderar la prueba, en una postura que no se acomoda con la
reconocida y honorable trayectoria de los Jueces que conforman la mayoría.
En otro orden de cosas, viene señalando la acusación particular que
no sólo el imputado Pachelo resultó una persona con libertad de movimiento
para ingresar y salir del Carmel, sino para desplazarse dentro de éste, sitio
en donde se había involucrado en los numerosos ilícitos que habían
afectado a los vecinos más próximos a su domicilio, con ingresos a las
propiedades, muchos de ellos ocurridos en similitud de circunstancias de
tiempo con el hecho que nos ocupa; sino que también se comprobó que
tomó parte en un hecho delictivo de similar hechura al robo perpetrado en la
casa de García Belsunce, siendo conocedor, antes que ninguno, de que
María Marta había sido víctima de un homicidio mediante la utilización de un
arma de fuego, resultado Pachelo poseedor de un revólver de similares
características al utilizado para ultimar a la víctima, arma que Pachelo estuvo
probando en tiempo coincidente con la ejecución de los hechos, utilizando a
un tercero para comprar la munición sin registro formal de su venta.

383
Además, sostiene, la conducta violenta del imputado lo muestra
como una persona con capacidad de involucrarse en un robo con armas,
como también, en privilegiar su impunidad a costa de la vida de la víctima,
habiéndose comprobado la personalidad de psicópata narcista de Pachelo y
el efectivo conocimiento que García Belsunce tenía de él, quien ya se había
involucrado, por otro lado, en exigencias extorsivas en contra de la víctima, a
la que ella no había accedido.
Frente a la comprobada circunstancia de ser la única persona que se
encontraba a metros de la víctima, próximo al ingreso de la casa de esta,
minutos antes de la ejecución del hecho, y las plurales y gruesas
mendacidades en las que incurrió tratando de disfrazar aquella realidad,
tampoco cabría prescindir de que, en definitiva, Pachelo admitió a un
compañero de encierro haber sido el autor de la muerte de García Belsunce.
Es claro que los acusadores vienen denunciando las trascendentes
mentiras en que incurrió el imputado como un elemento retrospectivo de
culpabilidad que debió ser adecuadamente evaluado por el tribunal. En el
terreno de la mendacidad el juez que se expidió en minoría, pasó revista a lo
que surgió respecto de un interno que compartió alojamiento en detención
con Pachelo.
Sobre este punto en particular, se escuchó en el debate el testimonio
de Viviana Maradei, abogada y hermana de Marcelo Fabián Maradei,
fallecido en 2021 en la U.9 de La Plata, exponiendo que su hermano supo
compartir en el año 2005 lugar de detención con Nicolás Pachelo en la sede
de la División de Investigación Penal y Administrativa (D.I.P.A.) que posee la
Prefectura Naval Argentina en el barrio de Retiro de la ciudad de Buenos
Aires.
Adunó que alrededor del año 2012 ó 2013, visitó a su hermano
nuevamente detenido en el marco de otro proceso penal en la unidad
carcelaria N° 1 de Lisandro Olmos; ocasión en la que le informó que Pachelo
le había confesado haber matado a María Marta García Belsunce,

384
indicándole que había descartado el arma de fuego abajo de un puente
donde corría agua, sin mayor especificación sobre el sitio.
En función de ello, expuso que su hermano le pidió contactar a los
abogados de Carrascosa y no hablaron más del tema, no realizando la
deponente más gestiones al respecto.
Aseguró la letrada que ella no asumía la defensa técnica en las
causas en donde estaba imputado su hermano, más sí efectuaba
presentaciones de carácter humanitario respecto a la atención que pudiere
dispensarse al nombrado en los lugares en donde estaba alojado.
Explicó que tiempo después, ya fallecido su hermano, se enteró por la
televisión que él se había presentado ante una Fiscalía de Pilar; buscando
un un beneficio procesal.
Aseguró, que la charla con su hermano aconteció cuando ya había
sido condenado a 25 años de prisión por homicidio de una persona de
apellido Lemos Mascardi.
Desde luego que el deceso del hermano no permitió confrontar estos
dichos. El había solicitado con anterioridad su traslado a la Fiscalía a fin de
dar referencias sobre este asunto. Fue ofrecido como testigo en el debate
oral, pero su fallecimiento impidió su comparencia.
El testimonio de la deponente no mereció deméritos por parte de la
mayoría. No se le endilgaron a la testigo sesgos, circunstancias o actitudes
motivadoras de reparo en orden al diálogo que evocó en su relato. En
cualquier caso, lo disputable se centra en el contenido de verdad de lo que le
manifestó su hermano en aquella ocasión.
Desde luego que la imposibilidad de examinar directamente al
mentado Maradei resulta un extremo que, sin tocar la validez de evaluar
tales datos, acota el campo de investigar con diligencia la verdad de sus
afirmaciones.
Al respecto, las aseveraciones de Marcelo Maradei encontraron en el
acusado Pachelo un contradictor que no sólo puso en duda el conocimiento
con el nombrado sino que, derechamente, desmintió que pudiera haber

385
habido ocasión para tal confidencia, siendo que el lugar en donde el
nombrado Maradei dijo haber escuchado el reconocimiento de autoría de
Pachelo carecía de celdas compartidas o espacios comunes en donde
mantener diálogo.
En definitiva, ello pintaba a Maradei como un simple impostor que
pudiere buscar por algún medio obtener beneficios para sus propios
entuertos judiciales, persiguiendo alivianar su situación, lo cual no sería una
conducta extraña al nombrado conforme lo señaló su hermana.
Sin embargo, frente a las negaciones del acusado, nuevamente afloró
su mendacidad pues en la audiencia de debate se pudo evidenciar mediante
prueba documental y fotográfica, no solamente la real capacidad de las
celdas de aquel lugar de alojamiento para más de una persona, sino,
además, un lugar de espacio común, donde se logró divisar un aparato para
hacer gimnasia. Más aún, se arrimaron constancias de presentaciones
judiciales de donde emergía que en tiempo concomitante Pachelo y Maradei
estuvieron allí alojados.
Frente a la contundencia de las probanzas arrimadas al juicio,
finalmente, Pachelo desanduvo el camino y expresó que “uno debía sacar
pecho en esos lugares, porque sino, pierde”. La expresión, en su sencillez,
importa no sólo reconocer que Maradei compartió alojamiento con Pachelo,
sino también, que el mentado diálogo existió.
La mayoría del tribunal también restó relevancia a esta prueba. Al
respecto sostuvo “Va de suyo lo poco y nada confiable que devienen las
supuestas palabras del condenado ya fallecido MARADEI, a poco de reparar
en la razonada sospecha de haberse tratado de un fallido intento de obtener
un rédito otorgando apariencia verosímil a una mentira, acto desesperado
que -como mínimo- sugestivo de falso, hizo aparición recién cuando ya
vencido en el proceso penal sustanciado con imposición de una severa pena
de encarcelamiento”.
“Y en el otro extremo, la supuesta admisión de autoría de un crimen
violento mediatizado, deja subsistente en el contexto del ámbito carcelario

386
que quien así lo aclama bien puede estar buscando mediante la afirmación
de una falsedad, posicionarse ventajosamente (nótese que de hecho,
MARADEI procuraba eso mismo), desalentar que otros justiciables se
envalentonen a meterse con uno, o edificar fama provechosa ante sus pares
del ámbito carcelario”.
Al respecto, si el propio acusado se expresó en el debate en el
sentido ya apuntado, no se entiende la inseguridad que se plantea sobre
“supuestas palabras” de Maradei, pues no sólo Pachelo admite una
expresión semejante, sino que resulta imposible que la doctora Maradei
pudiese tener conocimiento de aquel diálogo carcelario si no fuera por boca
de su hermano, siendo que la testigo carece de toda vinculación con
Pachelo.
Así entonces, que Maradei dijo lo que dijo, como que ello refleja lo
expresado por Pachelo en el lugar de detención que compartieron no puede
ser puesto en duda dentro del contexto de pruebas y admisiones que se
vienen repasando, siendo arbitrario el descarte del indicio, cuanto menos por
el motivo esgrimido.
Frente a ello, que el fallecido Maradei buscara, si se quiere, no se
sabe de qué forma, redituar con estos datos provecho para su situación,
mejor ilustra sobre una moral utilitarista que en nada empaña, en el marco
de las probanzas y el final reconocimiento de Pachelo, que la confesión
existió.
Nuevamente, de cara a sus expresas palabras, buscó el acusado
inventar un contexto -antes la ironía para el lavado de ropas, ahora “sacar
pecho”- para vaciar de contenido a lo expresado.
Esto fue favorablemente acogido por la mayoría, siendo patente que
los jueces ponderaron como posible la afirmación de una falsedad de aquel
tipo al efecto de “desalentar que otros justiciables se envalentonen a
meterse con uno, o edificar fama provechosa ante sus pares del ámbito
carcelario”.

387
Superado el desconcierto inicial, debo señalar que el conocimiento
forense sobre los valores que perviven como suerte de subcultura en las
situaciones de prisionización, de modo alguno alientan una observación de
corte sociológico de tal tipo. Es que, a un lado las consideraciones éticas, en
el campo de la pura descripción, no se construye reputación de bravura en el
ámbito carcelario masculino con el anuncio de haber matado a mujeres
indefensas, tampoco a niños. Con relación a las primeras podría concederse
una salvedad, si se tratara de personal perteneciente a las fuerzas de
seguridad.
Como el propio fallo lo apunta al pensarse sobre este argumento, es
innegable el carácter mediatizado del caso en juzgamiento, con lo cual difícil
sería que alguien pudiere desorientarse pensando que Pachelo ultimó a una
mujer policía y, de allí, obtener “fama provechosa”. La arbitrariedad volvió a
aflorar.
En este punto, de adverso a lo razonado por la mayoría, las propias
expresiones de la doctora Maradei dieron cuenta que su hermano evocó
aquella admisión por parte del acusado en un momento en que lejos estaba
Pachelo de buscar tan innoble reputación, sino que se encontraba en una
situación de simple conversación que propició la confidencia.
Es ello por lo que lleva razón el doctor Ecke cuando incorpora al
cuadro indiciario lo que emerge de este testimonio, sin que la imposibilidad
de ser encontrada el arma homicida en el desagote en donde a Maradei le
habían anoticiado de su descarte inmediatamente luego del hecho,
revelación recibida en prisión varios años después de la ejecución del
crimen, dañe la existencia del hecho indiciario y su valor. Por lo demás,
como ya se explicó al momento de sopesar el testimonio del testigo Mario
Rivero, los elementos de prueba analizados en lógica acumulativa,
permitieron precisar la data de la detentación del revólver calibre 32 sobre la
que se explayó el testigo, que no resulta incompatible con el descarte del
arma luego de ejecutado el hecho.

388
Entonces, en el marco del reclamo genérico que traen las partes
acusadoras acerca de la desconsideración de su agravio sobre la autoría de
Pachelo, y aun sin desarrollo particularizado, lo cierto es que resumiendo lo
dicho en los párrafos precedentes, aparece sumamente ingenua, y por ende
descartable, la explicación que hace pie en el presunto blindaje para el
encierro cuya inocuidad nadie podría desconocer.
Que en el terreno de los sucesos probados de valor indiciario
acompañante, tampoco cabria soslayar lo que emerge de la particular
vinculación entre Beatriz Michellini y el imputado Pachelo.
Manifestó Michellini que es masajista; que nunca hizo curso de RCP,
y que atendía a domicilio como en su propia vivienda.
Expuso que eran varios los habitantes del Carmel a quienes prestaba
servicio, mencionando a la víctima, BártoliI, Arauz Castex, Sansuste, Pfister,
Reynal, Dávalos Cornejo.
Detalló que a veces la esposa del acusado iba a su casa, sola o con
el bebé. Respondió a la fiscalía respecto de las charlas que podía mantener
con sus clientes, y en especial, con la nombrada Dávalos Cornejo,
respondió: “Yo con mis clientes no hablaba, hacía fuerza física para los
masajes, los cincuenta minutos estaba en silencio”.
Dijo, que cuando iba a Carmel llevaba una camilla, una valija con
toallas, frazadas, cremas, almohadones; se anunciaba en la entrada, la
seguridad llamaba a las casas, cuando me daban el visto bueno, ahí podía
pasar; en ese momento usaba un VW Gol rojo de su hija.
Expuso que ese 27 de octubre, llegó a las 18:55, se anunció, llamaron
por teléfono a la casa de García Belsunce, y como en la casa no
contestaban, mandaron un guardia motorizado al domicilio, siendo que
pasados unos minutos la dejaron ingresar.
Dijo que estacionó su auto en las piedras de la entrada; cuando
empezó a bajar las cosas, la camilla, se abre una ventana del primer piso y
Carrascosa le expresó desde una de las ventanas superiores Bety no baje

389
las cosas, María Marta tuvo un accidente; abrió la puerta y entró, estaba sin
llave como de costumbre.
Al subir la escalera, estaba el lugar donde le hacía masajes, el
vestidor, observando a María Marta en el piso, su esposo le acariciaba el
pelo; que le preguntó qué había pasado, comenzando a moverle el pecho,
provocando que le saliese espuma por la boca. Le practicó también
respiración boca a boca, sintió gusto metálico, sentía como un burbujeo.
Agregó que le dijo a Carrascosa que llame a Bártoli; que el esposo de la
víctima estaba como ido.
Fue así como arribó al lugar Bártoli, después un chico alto y flaco,
entraron los de la ambulancia, y ya dejé de hacer cosas, después pasaron
los de una segunda ambulancia, y ella bajó; los médicos dijeron que había
que limpiar. Bártoli -señalo- le pidió a ella si lo podía hacer; que sacó el
tapón de la bañadera; que en el piso había agua y sangre; que del lado
izquierdo del inodoro había un charquito de sangre; cuando metió la mano
para sacar el tapón de la bañadera, se mojó hasta el codo, el agua estaba
tibia, las canillas cerradas.
Recalcó que el médico dijo que había que limpiar para que no se
impresione la familia; tiró la alfombrita del baño, bajó con la bolsa de
residuos, se la dio a un vigilador, subió, dejó el balde en el baño, y salió de la
casa, quedándose en la escalera de entrada sola; apareció Carrascosa hizo
mover los autos de Bártoli e Irene; ella sacó su auto y se fue.
Puntualizó que la víctima estaba mojada de la cintura para arriba, con
ropa de gimnasia, el único lugar mojado era el baño. No vio humo, vapor ni
detonaciones, tampoco un olor particular. Asimismo, indicó que había una
mancha de sangre, que no abrió el vanitory, que tiró loción en la bañadera.
De otro lado, afirmó que todos pensaban que estaba viva, Bártoli
presionaba, ella le daba aire, quedando la testigo con sangre en su pantalón.
En cuanto al imputado, afirmó que a Pachelo no lo vio desde que
tenía 13 años hasta hoy, siendo que respecto a contactos telefónicos, señaló
que una vez la llamó para ofrecerle un abogado, pero le dije que no.

390
Del análisis del VAIC de las llamadas telefónicas entre la casa de
Pachelo y Michellini del último trimestre del año 2002, emergen las
siguientes comunicaciones:
El 24/10, dos (tres días antes del suceso criminoso).
El 29/10, una comunicación, en la que Michellini llamó a Pachelo (dos
días posteriores).
El 30/10 previo a la diligencia policíaca de la noche.
El 31/10 una serie de llamados telefónicos de la casa de Pachelo
hacia Michelini, en un rango de seis horas posteriores a que la policía se
haya constituido para llevar a cabo las diligencias encomendadas por la
fiscalía, la cual había terminado de madrugada.
El 12/11 declaró en la fiscalía de Pilar, dos comunicaciones con la
casa de Pachelo. Fue la dicente quien dijo que su declaración fue cercana al
mediodía, las llamadas promediando las 09:17 horas, ergo, antes de la
deposición oral.
El 3/12, del celular de Pachelo a su casa (un día después de
autopsia), y ante la pregunta de ¿por qué la llamó Pachelo ese día tan
especial?, responder la testigo: “A lo mejor, ese 3 de diciembre de 2002, el
llamado desde el celular de Pachelo, fue para ofrecerme un abogado”.
El 16/01/2003, día posterior a su indagatoria, una comunicación de la
casa de Pachelo/Dávalos hacia Michelini, las razones no las recordó.
Como bien observa el juez que se expidió en minoría, media una
frecuencia de intercambios que refleja coordinación llamativa entre cada una
de las ocasiones en que Michelini tuvo una intervención de relevancia en el
marco del expediente con las llamadas con Nicolás Pachelo, resultando
difícil de explicar cómo mera coincidencia que el ritmo de la intervención en
el proceso de la masajista disparara la apetencia de amasamiento muscular
en el matrimonio de Pachelo con Dávalos Cornejo.
Si bien el acusado expresó que el aumento de frecuencia de llamadas
se debía exclusivamente a que su mujer quería verse en forma en la época

391
estival, ello no llega a explicar la relación de sincronicidad que se advierte
entre ambas circunstancias.
Sostuvo la declarante que existió una llamada con Nicolás Pachelo en
la cual el nombrado le ofreció un abogado, a lo que habría respondido que
no, manifestando que Bártoli también le ofreció asesoría letrada, y también
se negó.
Debe compartirse con la minoría que deviene más comprensible que
haya sido Bártoli quien le ofrendara el servicio de abogacía pues, a más de
que dar servicio a dicho matrimonio, lo concreto es que Michelini -junto con
los familiares de la víctima, tuvieron inmediata intervención en los hechos,
siendo en derredor de ellos que se practicaron las primeras diligencias
policiales, siendo Bártoli, Carrascosa, Horacio García Belsunce y Michelini
quienes estuvieron presentes, y fueron citados, en las inmediaciones de la
morada aquel 30 de Octubre de 2002, cuando se practicaron las primeras
medidas investigativas. Incluso, sobre aquellos se fueron instalando las
sospechas fiscales sobre un obrar mancomunado que los llevaron hacia el
campo de la imputación delictiva.
En contrapartida, Pachelo no tenía razones para tal ofrecimiento, a no
ser el de resguardar su accionar mediante el conocimiento exacto del
devenir procesal y el ejercicio de influencia que pudiere abrir una hendidura
por donde emerger un chivo expiatorio para endilgar la responsabilidad del
hecho. En concreto, en la causa seguida a la testigo en orden al delito de
encubrimiento ante el Tribunal en lo Criminal N° 1, fue el propio letrado de
Pachelo quien asumió la defensa de Michelini.
Observo, de otro lado, que en el cuadro indiciario que se viene
estructurando, han quedado marginadas algunas escuchas telefónicas
mantenidas por el acusado Pachelo con su letrado defensor doctor Rivas,
las cuales por decisión mayoritaria del tribunal se decidió mantener ajenas a
los elementos de convicción sobre los que podrían buscar apoyo las
pretensiones acusatorias.

392
Sin controversia respecto a la identidad de los sujetos que
mantuvieron las conversaciones registradas los días 13/4/03, 22/4/03 y
23/4/03, y ausente de disputa que ellas se muestran como el producto de
una resolución adoptada por el juez competente y dentro del marco de sus
facultades legales, entiendo que el avance hacia la intimidad de la persona
de Pachelo encontró un cauce válido para inspeccionar lo que allí se
ventilaba.
Los reparos, en cualquier caso, no transitan por aquel ámbito, sino en
el espacio trazado por el derecho de defensa, en la medida que se entienda
contenido en él que las comunicaciones entre el imputado y su asistencia
técnica presentan carácter confidencial, sin que en principio, pueda el
Estado avanzar sobre ellas para obtener réditos en el proceso en donde
aquel derecho se ejercita, ya como fuente de prueba directa o brote de
indicios.
Sin perjuicio de mayor profundización sobre los alcances de una
medida injerente de tal tipo -que este caso no reclama con especialidad-, los
óbices que se esgrimen como queja señalan, sencillamente, que por aquel
tiempo el acusado no era imputado ni su interlocutor su defensor. Así, se
argumenta, quedarían esas pláticas desvalidas del especial resguardo a sus
expectativas de reserva.
Sin desconocer que ello es formalmente así, en cuanto a la situación
procesal de los hablantes por aquel tiempo, lo cierto es que el ingreso de las
comunicaciones que pretenden erigirse como elementos de prueba válidos
para lastimar el estado jurídico de inocencia llegan, indudablemente, cuando
Pachelo es imputado y, su interlocutor, letrado que actuó resistiendo la
acusación contra su asistido.
A partir de ello, y en la medida que el contenido de lo allí conversado
pueda reputarse comprendido en la legal actividad de refutación sobre
eventuales sospechas que pesaban sobre el intervenido, lo auditado
devendría ahora inoponible, al asumir la reserva el carácter de medio
necesario pare el ejercicio de un derecho fundamental.

393
Por ello, como las tres conversaciones reconducen hacia la búsqueda
de seguridad y una demorada certeza en el doctor Rivas reclamando al
acusado conocimiento firme de que no se encontraría la sangre del
nombrado en el lugar del hecho, y también la breve negativa de tal
posibilidad por parte del imputado, en conjunto, no asumen formas que se
salgan, en principio, de la reflexión sobre medidas probatorias válidamente
posibles -tal el ofrecimiento del imputado para una prueba de cotejo-, nada
de lo allí conversado puede oponerse como conocimiento disponible en el
juicio en perjuicio del acusado.
Deberé señalar, por otro lado, que por fuera de lo que pudiere
considerarse desde el plano procesal sobre la ampliación de la plataforma
de discusión propiciada por la acusación durante el debate, los elementos de
convicción colectados vienen dando sustento certero a la matación de la
víctima mediante el uso de un arma de fuego, en el contexto de un asalto a
su domicilio al que se ingresó con vocación sustractiva, y durante el cual se
logró la consumación del despojo de bienes que venían señalados por la
acusación.
Asimismo, por lo reseñando hasta aquí, la prueba válida y suficiente
que se acopió durante el juicio, también expone con certeza que la ejecución
de la víctima fue perseguida con férrea determinación matadora, buscando
el ejecutor asegurar el resultado, y con él, el silencio que propiciaba mejor
chance de impunidad sobre lo allí actuado.
Es que golpeada la víctima, y con un disparo a su cabeza que, sin
letalidad, no dejó de presentar aptitud conmocionante facilitadora de las
acciones, lo cierto es que ello no dio satisfacción al matador, siendo evidente
que perseguía más que neutralizar una eventual resistencia y oposición al
despojo, pues, casi en seguidilla, se efectuaron cinco disparos, cuatro con
características de remate, que vienen absorbidos en la clara intención de
cancelar de forma inmediata toda posibilidad de sobrevida, asegurando así
que la víctima nada pudiera exponer sobre aquel y su ilícito ingreso.

394
No obstante, sin superar el campo conjetural, no ha quedado
demostrado -por fuera de que algunos disparos fueron recibidos por la
víctima ya caída- cómo fue la exacta modalidad de abordaje que dio inicio -y
no final- a la acción matadora.
Los golpes aposentados en la región anterior de la cabeza, y el
intento de sometimiento, mejor reputa a una acción que, sin erradicar la
superioridad que buscó el victimario, expone una pugna que no alumbra con
claridad, de cara a una condena, la notas de un obrar aleve. Por otra parte,
aquella falta de determinación, tampoco permite extraer mejores
conclusiones en torno a la especial búsqueda del autor de matar sobre
seguro y a traición, siendo que, como se explicó en ese voto, cuanto que se
ha podido establecer es que la muerte aparece como una rápida derivación
de un hecho originalmente encaminado a la sustracción de cosas ajenas,
faena atravesada por el fatal encuentro en la planta superior de la casa de la
víctima con el ladrón conocido.
En tales condiciones, el suceso acreditado no puede encontrar cobijo
en la variable calificativa por la que se requirió la ampliación de la acusación.
Sentado ello, todo lo analizado hasta aquí me convence de que lleva
razón el acusador particular en su denuncia casatoria pues el fallo
mayoritario impugnado deja en evidencia un apartamiento de las reglas con
las que debió evaluarse las pruebas colectadas en el juicio, lo cual dio paso
a una duda que, en las condiciones en que fue explicada por el a quo, no
resulta fundada ni razonable al ser esclava de un desvío valorativo, tanto al
momento de fijar la extensión del hecho 1 como al tiempo de establecer la
intervención responsable del acusado Pachelo.
Que el acogimiento de la actividad persecutoria viene contenida en los
enunciados del art. 448, inc. 1º, del CPP, en cuanto ley que la ordena y
limita, ámbito por el que transita esta revisión y debe llevar a la convalidación
de la posición minoritaria del tribunal a quo que propició el temperamento
condenatorio.

395
Los argumentos en los cuales asientan los reclamos de los
acusadores trascienden de una mera reinterpretación personal del plexo
cargoso, pues lograr mostrar con suficiencia el absurdo valorativo que
implica la fragmentación del material probatorio, cercenando de esa forma
las relaciones mutuas que presentan las probanzas arrimadas, y el soporte
que acudiría en respaldo de cada una ellas en su consideración global,
descartando la existencia de indicios graves, plurales y concordantes que se
han enlistado con argumentos sostenidos en la voluntad del juzgador
desprovista de apoyo en las probanzas arrimadas, las que fueron mal vistas
o ignoradas al momento de decidir.
La doctrina de la arbitrariedad de sentencia —cabe destacar — no
tiene por objeto corregir fallos que las partes puedan reputar equivocados,
pero sí opera para suplir defectos realmente graves de razonamiento que
impidan considerar a la sentencia como el acto jurisdiccional al que toda
parte en un proceso tiene un derecho constitucionalmente asegurado (cf.
Fallos: 304:106, 312:608,334:541, entre otros). Es claro que el deber de
fundamentación de las sentencias integra el debido proceso legal
garantizado a las partes en juicio.
Que frente a las pruebas que el propio tribunal tuvo ante sí, las
lagunas que presenta la reconstrucción de los hechos y el análisis en torno a
la prestación de autoría que debe atribuirse al acusado Pachelo, en todos los
casos, discurre en un escenario probatorio extraño a ambivalencias
definitorias que, por su presencia, justificaran las dudas en contra de la
hipótesis de cargo, adoptándose una decisión desnuda de fundamentos que,
entonces, la expone como una decisión graciosa huérfana de las exigencias
normativas del art. 106 del CPP, 168 y 171 de la Constitución Provincial y 18
de la Nacional.
Propongo pues al Acuerdo hacer lugar a los recursos interpuestos por
los acusadores, sin costas, dejando sin efecto el veredicto absolutorio que,
por mayoría, se decidiera respecto del denominado hecho 1, convalidando el
veredicto condenatorio de la minoría, respecto del hecho que damnificara a

396
la señora María Marta García Belsunce, con el alcance fijado por el acusador
público durante el juicio, marginada la subsunción ampliada, en tanto ha
quedado demostrada la intervención ejecutiva del acusado Nicolás Roberto
Pachelo en el apoderamiento ilegítimo -valiéndose para ello del empleo de
un arma de fuego calibre 32 largo aún no individualizada, apta para producir
disparos- de una caja metálica de color gris de pequeña dimensiones
perteneciente a la “Asociación Amigos del Pilar” conteniendo tres chequeras
a nombre de la “Asociación Amigos del Pilar” de la cuenta 117000043/6 del
banco HSBC (conteniendo la chequera nº 1 los cheques que van del número
46501776 al número 46501825, la chequera n° 2 conteniendo los cheques
que van del número 51452176 al número 51452225 y la chequera nº 3
conteniendo los cheques que van del número 52659651 al número
52659700), suceso acontecido el 27 de octubre del año 2002, entre las
18:10 y las 18:45 horas, aproximadamente.
Para ello, ingresó a la propiedad ubicada en la calle Santa Lucía sin
número del barrio “Carmel Country Club”, sito en la calle Monseñor
D´Andrea sin número de Pilar, donde residían María Marta García Belsunce
y Carlos Alberto Carrascosa, y mientras se encontraba desarrollando su plan
delictivo en el interior de la vivienda, advertida María Marta García Belsunce
de la presencia del intruso, en la planta superior de la casa, a fin procurar
su impunidad debido al conocimiento que de él tenía la víctima, procedió a
propinarle golpes de puño en el rostro y en el cuerpo, producto del cual le
provocó a la víctima las siguientes lesiones: equimosis fronto – temporo –
malar izquierda (pómulo izquierdo) de 63 por 40 mm, equimosis fronto
parietal derecha de 83 por 60 mm, equimosis de pabellón auricular de la
oreja izquierda, equimosis en la cara posterior interna tercio superior de
pierna derecha de 75 por 50 mm, equimosis en el tercio medio cara anterior
de muslo derecho de 35 por 30 mm, equimosis en el tercio medio cara
interna del muslo izquierdo de 40 por 50 mm y equimosis en el hueco
popliteo izquierdo de 30 por 90 mm., para luego, con la inequívoca voluntad
de darle muerte en busca de impunidad, efectuarle con el arma que portaba

397
seis disparos sobre la damnificada, siendo que uno de ellos le provocó una
lesión superficial (rebote) en el sector de la bóveda craneana (periostio de 5
por 5 mm de dimensión, impacto éste que rebotó en la cabeza de la víctima
y que luego fuera encontrado debajo de su cuerpo), mientras los cinco
restantes fueron efectuados a corta distancia (cuatro de ellos a una
distancia aproximada de 0/1 de Raffo), siendo que uno de ellos le provocó
una lesión contuso perforante con fractura de cráneo (sacabocado parietal
de 25 por 15 mm) y los cuatro restantes impactaron en el pabellón auricular
izquierdo, que le provocaron fractura con hundimiento en la zona
fronto–esfeno–parieto–temporal de 65 por 35 mm de diámetro, siendo éstos
los que provocaron el deceso inmediato de María Marta García Belsunce;
dándose a la fuga en poder de la caja de la “Asociación Amigos del Pilar”
con los efectos anteriormente detallados.
Tales conductas encuentran subsunción en los delitos de robo
agravado por el uso de arma de fuego, en concurso real con homicidio
agravado por ser ejecutado para lograr la impunidad, y mediante la
utilización de un arma de fuego, por los que deberá responder el imputado
Pachelo en calidad de autor.
Escuchado el imputado en audiencia por este Tribunal, y en atención
a la indivisibilidad de la pena que la ley prevé para el consumado homicidio
criminis causae, he de postular se aplique la de prisión perpetua (doctrina de
los arts. 40, a contrario y 56 del CP).
ASI LO VOTO.
A la primera cuestión la doctora Budiño dijo:
Adhiero al voto del preopinante y por sus mismos fundamentos que
hago míos me expido en igual sentido.
ASI LO VOTO.
A la segunda cuestión planteada el doctor Mancini dijo:
Que en atención al resultado que arroja el tratamiento de la cuestión
precedente corresponde rechazar, con costas, el recurso de casación
interpuesto por la defensa del acusado Marasco. Rechazar el recurso de

398
casación interpuesto por la defensa del imputado Pachelo, con costas. Hacer
lugar a los recursos interpuestos por el particular damnificado y el Ministerio
Público Fiscal, dejando sin efecto el fallo absolutorio decidido por la mayoría
respecto del denominado hecho 1, convalidando el veredicto condenatorio
de la minoría, condenando a Nicolás Roberto Pachelo como autor
penalmente responsable de los delitos de robo agravado por el uso de arma
de fuego en concurso real con homicidio criminis causae agravado por el uso
de arma de fuego, imponiéndole la pena de prisión perpetua accesorias
legales y costas (arts. 12, 29, inc. 3, 40 a contrario, 41 bis, 45, 55, 56, 166,
inciso 2, y 80, inciso 7, del CP; 106, 210, 448, 449, 451, 458, 459, 460, 530,
531 y ccdtes. CPP, 168 y 171 de la Constitución Provincial y 18 de la
Constitución Nacional).
ASI LO VOTO.
A la segunda cuestión planteada la doctora Budiño dijo:
Adhiero al voto de mi colega preopinante por los mismos motivos y
fundamentos.
ASI LO VOTO.
Con lo que terminó el acuerdo, dictándose la siguiente
SENTENCIA
Por lo expuesto en el acuerdo que antecede, oportunamente cumplida
la audiencia de conocimiento que prevé la norma del artículo 41, in fine, del
CP, la Sala I del Tribunal de Casación Penal
RESUELVE
I. RECHAZAR POR IMPROCEDENTE, con costas, el recurso de
casación interpuesto en favor del acusado Matías Osvaldo Marasco.
II. RECHAZAR POR IMPROCEDENTE, con costas, el recurso de
casación interpuesto en favor del acusado Nicolás Roberto Pachelo Ryan.
III. HACER LUGAR a los recursos de casación interpuestos por el
particular damnificado y por el Ministerio Público Fiscal, DEJANDO SIN
EFECTO el fallo absolutorio decidido por la mayoría respecto del
denominado hecho 1, convalidando el veredicto condenatorio de la minoría

399
respecto del hecho antes individualizado con el alcance fijado en este
pronunciamiento, CONDENANDO a Nicolás Roberto Pachelo Ryan como
autor penalmente responsable de los delitos de robo agravado por el uso de
arma y homicidio criminis causae agravado por el uso de arma de fuego,
quien entonces queda condenado en orden a estos delitos y los que
oportunamente fijara el tribunal de origen por resultar autor penalmente
responsable del delito de robo agravado por haberse cometido con efracción
reiterado en cuatro oportunidades con relación a los hechos N° 2, 3, 6 y 9; y
autor penalmente responsable del delito de robo simple reiterado en dos
oportunidades con relación a los hechos N° 8 y 10, todos ellos en concurso
real, a la pena de prisión perpetua, accesorias legales y costas.
Rigen los artículos 12, 29, inc. 3, 40 a contrario, 41 bis, 45, 55, 56,
166, inciso 2, y 80, inciso 7, del CP, 106, 210, 448, 449, 451, 458, 459, 461,
530, 531 y ccdtes.CPP, 168 y 171 de la Constitución Provincial y 18 de la
Constitución Nacional.
Regístrese, notifíquese y encomiéndese al Servicio Penitenciario la
notificación personal del imputado, con entrega de copia íntegra de la
presente. Una vez agotado ese cometido, se solicita que dichas diligencias
sean remitidas a esta Alzada. Oportunamente, devuélvase al Tribunal de
origen.
en

REFERENCIAS:

Funcionario Firmante: 27/03/2024 13:21:00 - MANCINI HEBECA Fernando


Luis María - JUEZ

Funcionario Firmante: 27/03/2024 13:21:37 - BUDIÑO María Florencia -


JUEZ

‰7!!+R#S)J0Š

400
230101115003510942

TRIBUNAL DE CASACION PENAL SALA I - LA PLATA

NO CONTIENE ARCHIVOS ADJUNTOS

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