Resumen La Odisea Por Cantos

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LA ODISEA

CANTO PRIMERO
CUENTA, MUSA. CONSEJO DE LOS DIOSES. VISITA DE ATENEA A TELÉMACO. LOS
PRETENDIENTES.

Habían vuelto a los hogares los que se libraron de la muerte en el mar y en la tierra. Pero
Ulises seguía ausente, retenido por la ninfa Calipso que pretendía hacerlo su esposo. Después
de años el quiso regresar a su tierra Itaca pero varias pruebas se le presentaron. Todos los
dioses se compadecían de él, pero Poseidón seguía persiguiéndolo. Poseidón estaba en el país
de los etíopes.

Por esos días los dioses se reunieron en consejo. La diosa Atenea expuso que le afligía lo que
estaba viviendo Ulises, cautivo e infeliz. Le pregunta a Zeus por qué le tenía tanto odio, pero él
lo recordaba como alguien superior a todos por su inteligencia y por sus sacrificios a los
inmortales. Poseidón le odia a causa de que a su hijo Polifemo, el más fornido de los cíclopes,
lo dejó ciego del único ojo que tenía. Por eso le ha forzado a vagar lejos de la patria. Zeus dice
que deben hacer que Poseidón abandone su odio para que Ulises pueda regresar a su hogar.
Atenea entonces manda a Hermes a la isla Ogigia para informar a la ninfa la decisión de los
dioses, y tomando la figura de Mentes, caudillo de los tafios, va a Ítaca a hablar con Telémaco,
hijo de Ulises, para que llame a los aqueos y espanten a los pretendientes de su madre
Penélope que sólo se dedicaban a comer y beber lo que pertenecía a su padre. Le dice que
prepare la mejor de sus naves y vaya en busca de Ulises. Le dice que vaya a Pílos y hable con
Néstor y después a Esparta a entrevistarse con el rubio Menelao. Le dice que si se entera que
está vivo, que lo siga buscando por un año, pero si sabe que está muerto, que regrese, que
haga sus funerales y busque un esposo para su madre. Dicho esto, Atenea se eleva como un
pájaro y desaparece a los ojos de Telémaco quien se quedó con la duda de si con quien había
hablado era un Dios. Telémaco fue a hablar con los pretendientes de su madre y les dijo que si
no se iban a buscar el alimento y la bebida a otra parte, le pediría a Zeus que los castigue y les
dé muerte.
CANTO SEGUNDO
TELÉMACO EMPRENDE SU VIAJE

Telémaco convocó una reunión con los aqueos melenudos. Les cuenta que necesita ayuda para
sacar a los pretendientes de su madre que pasan días y noches en su casa, matando y
comiendo sus animales, bebiendo su vino, ocasionando destrozo de sus bienes, todo esto
porque su padre Ulises no está. Antínoo, que era uno de los pretendientes, le dijo a Telémaco
que la culpa era de su madre por tener engañado a los aqueos durante tres años, dándoles
esperanza de que elegiría a uno de ellos cuando terminara de tejer el telar. A través de una
sirvienta se dieron cuenta que ella los engañaba porque cada noche deshacía lo que había
tejido durante el día para no terminarlo nunca y así no elegir a un nuevo esposo. Antínoo le
pide a Telémaco que haga que su madre vuelva a la casa de su padre y que tome luego como
esposo al hombre que él elija y que a ella le guste. Si su madre no elegía pronto los
pretendientes seguirían invadiendo su casa, comiendo y bebiendo y destrozando sus bienes.
Telémaco le dice que entonces elevará su protesta a los dioses para que Zeus los castigue.
Estando aún reunidos, Zeus envía desde el Olimpo dos águilas que volaron como el viento y
dirigieron terribles miradas a los pretendientes. El anciano Aliterses interpreta este presagio de
las aves y les dice que Ulises volverá con amenazas de sangre y muerte, y habrá mucho
sufrimiento para los que viven en Ítaca.

Telémaco se dirige a la orilla del mar e invoca a Atenea. Ella aparece en la figura y con la voz de
Mentor y le dice que buscará una nave, una buena tripulación y lo acompañará. Telémaco va a
su casa donde como siempre estaban allí todos los pretendientes, y le cuenta a Euriclea, su
nana, que irá en busca de su padre. Le pide que coloque vino y harina en unas vasijas y que no
le cuente nada a su madre. Atenea entre tanto, disimulada en la figura de Telémaco, se
acercaba a los hombres y los animaba que se reunieran en el navío a primera hora de la noche.
Después fue a la casa de Ulises y produjo un sueño tan grande a los pretendientes que los
obligó a marcharse, y en la figura de Mentor le dijo a Telémaco que los compañeros y remos
estaban listos esperando sus órdenes. Atenea levantó una brisa favorable y la nave salió.

CANTO TERCERO
LLEGADA A PILOS Y ENTREVISTA CON NÉSTOR. TELÉMACO CONTINÚA SU
EXPEDICIÓN.

Llegaron a Pilos. Atenea se mantenía en la figura de Mentor. Telémaco era tímido y no sabía
cómo hacer para hablar con el anciano Néstor pero Atenea lo animaba y le daba confianza. Así
explicó a Néstor quién era él y le pide que le cuente si sabe algo de Ulises. Él le narra cómo se
dispersaron al final de la batalla algunos aqueos, y le dice que de su padre no sabe nada. Le
dice que vaya a hablar con Menelao. Sus hijos llevan los caballos y el carro. Las mujeres
trajeron pan, vino y viandas, y Telémaco se fue acompañado de Pisístrato, hijo de Néstor.
CANTO CUARTO
VISITA DE TELÉMACO A MENELAO

Llegaron hasta Lacedemonia a casa de Menelao y Helena su esposa. Pisístramo le dijo


que Telémaco era hijo de Ulises y que necesitaba de su ayuda para encontrarlo.
Menelao se puso contento de saber que era su hijo porque recordaba con cariño a
Ulises y todo lo que vivieron juntos y se emocionaron todos al hablar de él. Helena le
contó a Telémaco que estando en Troya, Ulises se desfiguró el rostro, vistió unos
míseros harapos y disfrazado así se introdujo en la ciudad. Helena lo reconoció pero él
parecía no querer nada con ella hasta que le prometió guardar silencio y así Ulises
confió en ella. Luego de matar a los troyanos dice que se fue a argivos para darles las
noticias. Telémaco la escuchaba pero sentía pena pues pensaba que su padre no se
había librado de la muerte. Al amanecer se sentó junto a Menelao y le contó lo que
estaba viviendo con los pretendientes de su madre y le pidió que le contara si había
visto el fin de su padre. Menelao le contó que mientras él se encontraba en Egipto
retenido y castigado por los dioses, se apareció ante él Idotea, hija de Proteo, patriarca
de los mares. A esa diosa le pidió le dijera cómo poder salir de ahí, y ella respondió que
para eso debía apresar a su padre Proteo, servidor de Poseidón. Si lo lograba él le diría
cómo volver su patria. Así es que con su ayuda, al día siguiente estaba Menelao con
tres compañeros bajo unas pieles de foca que Idotea les prestó. Al aparecer el anciano
se lanzaron sobre él y empezó a transformarse en león, jabalí, dragón, pero todo
inútilmente hasta que se rindió. Le dijo a Menelao que si quería salir de ahí debía ir
hasta el río de Egipto y hacer hecatombes sagradas dedicadas a los dioses. Aprovechó
de preguntar por los aqueos de la guerra de Troya, quienes habían quedado vivos y
quienes estaban muertos. Le dijo que sólo dos jefes habían muerto y uno seguía con
vida. Ayax había muerto ahogado y Agamenón asesinado. El que seguía vivo le dijo que
estaba muy acongojado en la gruta de la Ninfa Calipso retenido por ella. Luego Proteo
se fue. Menelao fue al río como le dijo y los dioses mandaron un viento favorable y
pudo volver a su tierra. Telémaco al enterarse de todo esto se dispuso a partir en
busca de Ulises.
Mientras tanto en su casa, los pretendientes de su madre conversaban y se enteraban
de que Telémaco se había marchado. Esto enfureció a Antínoo, quien llamó a una
expedición para interceptarlo en el camino, emboscarlo y hacer que el viaje sea una
tragedia. Penélope escuchó todo esto, se enteró de que su hijo se había marchado y se
lamentó pensando que ahora también lo perdería a él. Les reclamó a las sirvientas el
por qué no le habían contado antes para retenerlo y la nodriza Euriclea le pidió
perdón. Llevaron a Penélope a descansar y mientras se apareció ante ella un fantasma
que representaba a Iftima, hija de Icarios, enviada por la diosa Atenea. Le habló y le
dijo que estuviera tranquila porque los dioses protegían a su hijo, que no tuviera
miedo porque Atenea estaba con él. En ese mismo momento 20 de los pretendientes,
fuertes y decididos, planearon la muerte de Telémaco y partieron hacia la isla Samos
para esconderse y esperarlo.

CANTO QUINTO
CALIPSO Y SU GRUTA. LA BALSA DE ULISES

Los dioses se sentaron alrededor de Zeus para celebrar un consejo. Atenea contó las
penalidades de Ulises. Les dijo que estaba retenido por la ninfa Calipso y que ahora a
su hijo lo intentaban asesinar. Zeus le dice a Atenea que guíe a Telémaco para que
haga lo que quiere, venciendo a sus rivales, y le pide a Hermes que le diga a la diosa
que libere a Ulises y lo deje volver a su patria. Zeus dice: “Ulises embarcará en una
balsa que él mismo pueda construir y en veinte días arribará a Esqueria, donde los
feacios, gente de linaje ilustre, lo recibirán y lo trasladarán a su patria luego de hacerle
regalos”.

Hermes llegó a la isla de Calipso, la diosa de hermosos bucles. La cueva estaba rodeada
de árboles, con las aves más preciosas, había olor a madera y corrían las fuentes más
cristalinas entre preciosas praderas. Calipso lo invitó a entrar. Ulises estaba sentado
lejos de allí a orillas del mar llorando lamentándose. Hermes le dice el mensaje de
Zeus, que debe liberar a Ulises. Calipso acepta el mandato y va donde Ulises a decirle
que lo dejará libre. Ella le daría pan, vino y viandas para que no muera de hambre y
vestidos y todo lo necesario para que llegue a su tierra. Primero Ulises dudó de lo que
la ninfa decía. Creía que ella planeaba algo más, pero ella le juró que lo aconsejaría
como nadie. Lo llevó a la gruta, le dio de comer y le contó los peligros que tendría que
pasar si decidía irse. Le dijo que quizás era mejor que se quedara con ella para ser
inmortal. Le dijo que ella haría que hasta se olvidara de su esposa pues creía que su
belleza era superior por ser una diosa. Ulises le dice que está dispuesto a enfrentar lo
que sea para volver a su hogar. Se dirigieron entonces a pasar su última noche de
amor, y a la mañana siguiente la ninfa le dio un hacha y lo dirigió hacia una isla donde
encontraría buenos árboles para construir su balsa. Con su ayuda logró hacerlo y le
puso mástil y velas, timón y bordas. A los cuatro días terminó su trabajo y al quinto la
ninfa dejó que se fuera. Ella hizo soplar una brisa que desplegara bien las velas.

Ulises navegó sin tropiezos por 17 días, al cabo de los cuales descubrió en el horizonte
las sombrías tierras de los feacios. En dicho instante Poseidón dejaba la tierra de los
etíopes y desde el monte vio la balsa de Ulises. Enojado dijo que haría algo para que no
pudiera continuar. Reunió sombrías nubes y levantó las olas, moviendo hacía él
poderosos vientos. Hizo venir la noche y Ulises sintió morir. Una ola se precipitó sobre
su frágil balsa y lo echó al agua. El viento partió el mástil y Ulises se sumergió en el
oscuro mar, pero pudo nadar, alcanzó la balsa y se salvó. Sin dirección la embarcación
tomó el rumbo que el viento quiso. La diosa de hermosos tobillos, Ino, hija de Cadmo,
vio a Ulises y se compadeció de él. Se transformó en gaviota y le habló a Ulises. Le dijo
que dejara su balsa. Le dio un velo de inmortal para que lo sujetara a su pecho y con él
nadara hacia la tierra de los feacios. Le dijo que al llegar a la orilla debía desatarlo y
echarlo al mar sin mirarlo. Luego desapareció. Ulises reflexionó sobre lo que había oído
y ocurrido y dudaba de que no fuera una trampa, así es que resolvió tomar su balsa y
seguir, pero no pudo hacerlo porque vino una ola gigante que la destruyó. Ulises
entonces tomó el velo dado por Ino, llamada ahora Leucotea, diosa de las
profundidades del mar, y comenzó a nadar. Poseidón vio esto e hizo un gesto de ira. Le
permitiría llegar a tierra pero se dijo que no dejaría que las cosas le salieran bien.
Atenea frenó los vientos y Ulises pudo nadar bien hasta llegar a tierra. Nadó durante
dos días y dos noches. Mientras nadaba una ola lo lanzó con fuerza hacia la costa,
Atenea lo ayudó a que se afirmara a una roca pero nuevamente se iba mar adentro, asi
es que lo ayudó denuevo y lo hizo que nadara por la costa hasta un hermoso río, de
suave corriente y sin rocas. Al llegar le agradeció a la diosa y le rogó que no lo
abandonara. Se sacó el velo y lo echó al agua. Buscó un grueso tronco y se ocultó.
Atenea le envió el sueño para que descansara.
CANTO SEXTO
ULISES Y LOS FEACIOS

Mientras Ulises dormía Atenea se fue a la ciudad de los feacios. Gobernaba en esos
días Alcínoo. Se dirigió hacia una doncella muy hermosa llamada Nausícaa, hija de
Alcínoo, y tomando la figura de una joven de su edad, Atenea le habló. Le dijo que sus
vestidos estaban muy desordenados, que debería preparar su ropa para cuando llegue
el momento de casarse pues tenía muchos pretendientes feacios. Le dijo que le pida a
su padre un carro con mulas y que fuera al río al lavar sus vestidos, y la diosa
desapareció. Nausícaa no sabía si eso había sido o no un sueño. Fue donde su padre y
le pidió el carro con las mulas. El padre aceptó y su madre le dio un cesto con comida y
bebidas y un pomo con aceite para que se frotara con él después del baño. Se fue con
sus doncellas hacia el río y allí soltaron las mulas y se pusieron a lavar las ropas. Luego
se bañaron y se frotaron con el aceite. Mientras la ropa se secaba comieron y bailaron.
Nausícaa se destacaba entre todas por su belleza. A Atenea se le ocurrió planear algo
para que se conociera con Ulises, y así, mientras las otras doncellas jugaban con una
pelota, lanzó a Nausícaa a un remolino. Las mujeres gritaron y Ulises se despertó. Salió
por los matorrales, desnudo, sólo cubierto por una rama y las mujeres huyeron
asustadas, excepto Nausícaa. Ulises le habla y le pide que se apiade de él y lo ayude a
conseguir ropas y alimentos. Ella aceptó ayudarlo. Llamó a las esclavas y les ordenó
darles comida, bebidas y bañarlo. Le dieron una túnica y un manto y lo ungieron con
aceite. Pero el prudente héroe pidió que lo dejaran solo pues no quería que lo vieran
desnudo. Atenea le agregó a Ulises un aire de gran atracción y Nausícaa le decía a sus
doncellas que a ella le gustaría ser su esposa pues él parecía un dios. Le dijo que lo
llevaría a la ciudad y a la casa de su padre. Le explica que se encontrarían con navíos en
tierra y un templo dedicado a Poseidón. Si se topaban con alguien él debía disimular.
Le dice que los feacios no son guerreros sino la navegación es su vida y trabajo. Le
indica que en el camino se encontraran con el bosque sagrado de Atenea donde él
debe esperar hasta que ellas crucen y lleguen a palacio. Luego él debe preguntar por
su casa y llegar. Se encontraría con su madre y debe tender sus brazos hacia sus
rodillas. Si lo mira con simpatía significará que él podrá volver. Después de un rato
llegaron al bosque de Atenea. Ulises hizo una plegaria pidiendo a la diosa de los feacios
que lo acogieran como amigo. Ella escuchó su ruego pero Poseidón se puso furioso
contra él.
CANTO SÉPTIMO
ULISES EN EL PALACIO DE ALCINOO

Nausícaa llegó al palacio. Ulises se acercaba a la ciudad rodeado de una nube que
Atenea había formado alrededor de él para que pasara desapercibido de los feacios.
Cercano, Atenea aparece en forma de una niña quien le indica el camino al palacio.
Llegaron y Atenea le dijo que debía acercarse a Areté, el ama, muy respetada por
Alcínoo. Le dice que si la impresiona, él podría volver a su hogar.

El palacio era hermoso como el sol, se veía bronce, plata, oro y esmaltes en puertas y
muros. Perros de oro y plata parecían cuidar la entrada. Fuera del palacio y en sus
alrededores se veía gente trabajando: tejían, recogían flores o frutas, trabajaban el
huerto. Cuando entró se encontró con Areté y Alcínoo, haciéndose visible sólo en el
momento en que tendió los brazos hacia los pies de la reina y le dijo: “Areté, hija de
Rexenor, semejante a una diosa; vengo a vosotros suplicando me protejáis y me
ayudéis a volver mi casa y a los míos”. Luego se sentó en el suelo cerca del fuego, y
después de un largo silencio Equeneo, el más viejo de los feacios, le dijo a Alcínoo que
le ofreciera al huésped un buen asiento, que le traigan vino y que las esclavas le den
comida. Alcínoo, sin saber quién era, tomó la mano de Ulises y lo levantó dándole el
asiento de su hijo. Una esclava trajo agua para que limpiara sus manos y pusieron
comida en la mesa a su disposición. Ulises bebió y comió. Luego Alcínoo les ordenó a
todos ir a descansar para que a la mañana siguiente pudieran reunirse y pensar cómo
ayudar a Ulises. Todos se fueron a dormir y Areté le pregunta cómo puede ser que un
hombre que anda errante por el mundo lleve túnica y manto… él con ingenio responde
que sería difícil contarle todo; le dice que estuvo 7 años cautivo en una isla llamada
Ogigia en manos de una ninfa llamada Calipso que lo ayudó y cuidó después de un
espantoso desastre en el mar. Ella le ofreció ser inmortal pero él la rechazó. Se
mantuvo durante todo ese tiempo llorando sin manera de salir de allí, hasta que al
octavo año la ninfa lo dejó irse. Y después de muchos sufrimientos logró llegar allí y
encontrarse con Nausícaa. Ulises le pareció agradable a Alcínoo y le ofrece quedarse
con ellos y ser el esposo de su hija, aunque si él no quería, de todas maneras lo
ayudarían al día siguiente para partir a su tierra.
CANTO OCTAVO
ULISES ENTRE LOS FEACIOS Y LA MALICIA DE HEFESTOS. JUEGOS AL AIRE LIBRE. EL
AEDO Y ULISES.

A la mañana siguiente fueron Ulises y Alcínoo al ágora. Palas Atenea, en esos


momentos, iba por todos lados invitando gente al ágora para que conocieran al
extranjero. Todos lo miraban con admiración. Alcínoo les dijo a todos que echarían al
mar un navío con 52 hombres bien elegidos para ayudar al extranjero a volver a su
país. Después invitó a todos a un festín para homenajear al invitado e hizo llamar a
Demodoco, el aedo, para que deleitara con sus cantos y su lira. La Musa inspiró al
poeta para que cantara las gestas de los famosos héroes Ulises, Aquiles y Agamenón,
sus peleas, triunfos y derrotas, y cuando Ulises lo escuchó, se tapó la cara con un
manto para que no lo vieran llorar. Alcínoo, sentado cerca de él, pudo advertir sus
sollozos. Luego invitó a todos a ver los juegos atléticos: lucha, salto, jabalina, disco y
pugilato. Laodamante, el hijo de Alcínoo, le pregunta a Ulises si conoce alguno de los
juegos pues su aspecto es de un hombre vigoroso. Euralio, uno de los presentes, de
manera imprudente dijo que Ulises tenía más bien aspecto de patrón de barco, a lo
cual, mirándolo con desprecio, Ulises contesta que los dioses no les da a todos los
mismos dones; que él, Euralio, se distinguía por su buen aspecto, pero que, en cambio,
parecía tener hueca la cabeza. Y para demostrar a los insidiosos que no tenían razón,
Ulises tomó uno de los más grandes y pesados discos y lo lanzó con tanta fuerza que
pasó zumbando por encima de los feacios, yendo a caer más lejos que todas las marcas
antes registradas. Atenea en la figura de un hombre se acercó y dijo que ningún feacio
llegaría tan lejos. “Ten valor extranjero”, recomendó, palabras que animaron mucho a
Ulises. Ofreció repetir el tiro, o medirse con cualquiera, o arrojar la jabalina o la lanza
más allá que otros. Alcínoo le dice que entiende que él quiera demostrar su valor a
quien lo ha ofendido, pero le explica que ellos como feacios tienen otros valores; son
marinos y les gusta la música, la danza, los coros, los vestidos y los baños calientes.
Luego entonces Demódoco siguió tocando con su lira y varios adolescentes se pusieron
en el medio a bailar. El aedo cantó los amores de Ares con Afrodita y cómo Helios se lo
contó a Hefestos quien, herido, preparó en su yunque una malla finísima con hilos
unidos poderosamente para que, si Ares volvía, quedaría encerrado en ella. Fingió
marcharse, y cuando Ares se volvió a reunir con Afrodita, descubrió al despertar al lado
de su amor que no podían moverse. Fue Hefestos y se quejó a los dioses de ser
engañado por ser cojo, y dijo que los mantendría allí hasta que le padre de Afrodita le
devuelva los regalos que había dado por ella. Dijo “es bella pero no tiene pudor”. Los
dioses escucharon y fueron todos, entre ellos Poseidón, Hermes y Apolo. Rieron al
verlos en la trampa, excepto Poseidón que pidió a Hefestos dejara libre al pecador
ofreciéndose él como fiador. Abrió la red y entre risas los culpables huyeron.
Ares se fue a Tracia y Afrodita a Chipre, llegando a un santuario que allí tenia donde
fue bañada, ungida con aceites y le colocaron hermosos vestidos. Esto cantó el aedo
Demodoco a los asistentes y Ulises disfrutó mucho de la historia. Terminado el canto
Alcínoo dijo a Ulises que le regalarían lo mejor que tienen por ser un hombre
inteligente y de buen juicio. Mandó a los trece soberanos que cada uno le ofreciera
una túnica, un manto y un talento de oro. Todos cumplieron. Euralio le regaló además
una espada de bronce con empuñadura incrustada de plata y vaina de marfil. Areté le
llevó una copa de oro y un cofre, y le dijo que lo mantuviera bien cerrado para que no
le roben mientras duerme en la nave. Nausícaa se complacía mirando a Ulises y le dijo
que ojalá se acordara de ella cuando llegara a su patria, a lo que él respondió que le
elevaría oraciones como si fuera una diosa por haberle salvado la vida. Luego Ulises le
pide a Demodoco que cante el motivo de la guerra de Troya y del caballo de madera
que el ingenioso Ulises construyó e introdujo en la ciudad. Le dijo que si narraba todo
exactamente, le diría al mundo que era el aedo más favorecido por las Musas.
Demódoco empieza a cantar la historia desde el instante en que las tiendas fueron
quemadas y todos arrancaron, en tanto otros estaban encerrados dentro del caballo
de madera, rodeados de troyanos que discutían si romperlo o guardarlo como trofeo u
ofrendarlo a los dioses, sin saber que dentro estaban los valerosos que esperaban el
momento para iniciar la matanza. Luego describió cómo fue saqueada Troya cuando
los aqueos salieron del caballo, y cómo Ulises iba con Menelao hacia el palacio de
Deífobo donde sostuvo un gran combate que ganó con la ayuda de Atenea. Ulises
oyéndolo volvió a llorar y sollozar. Alcínoo lo notó e hizo callar al aedo. Miró a Ulises y
le rogó le contara quién era, quienes eran sus padres, cómo se llamaba su país y su
ciudad para que los feacios pudieran llevarlo. Dijo que alguna vez su padre predijo que
Poseidón haría sentir su cólera contra uno de sus navíos que conduciría un extranjero.
Le insistía a Ulises le contara quién era y le contara por qué lloraba al escuchar los
cantos de Troya.
CANTO NOVENO
RELATO DE ULISES. LOS CICONES. LOS LOTÓFAGOS. LUCHA CON EL CÍCLOPE.

Ulises le contó a Alcínoo su historia. Su nombre era Ulises, hijo de Laertes. Vivía en
Itaca, al pie del monte Nérito, con islas cubiertas de bosques alrededor. La ninfa
Calipso lo tuvo prisionero con el deseo de hacerlo su marido, y lo mismo ocurrió con la
maga Eea, Cirse, aunque ninguna de las dos logró convencerlo. Desde el momento que
salió de Troya, Zeus lo expuso a muchos peligros. Llevado por los vientos llegó al país
de los cicones, donde entraron en son de guerra, saqueando y robándose las mujeres.
Los cicones eran fuertes y aguerridos, por lo que lograron dominar a los aqueos
matando a seis de cada una de las naves. Sólo la nave de él logró huir. Luego Zeus
mandó un huracán y durante dos días las naves corrieron sin rumbo sin ver ni saber
nada. Durante nueve días estuvieron con el viento en contra y al décimo llegaron al
país de los lotófagos, que se alimentan de flores. Exploraron ese lugar y varios querían
quedarse allí por lo dulce que eran los lotos y flores. Tuvo que llevárselos a la fuerza,
llorando a los barcos donde los ato para que se embarcaran. Continuaron y llegaron al
país de los cíclopes, gigantes que no trabajan en nada; viven en las altas montañas y
cada uno establece sus normas de vida para su familia sin preocuparse de los otros.
Delante del puerto había una isla cubierta de vegetación donde vivían cabras
monteses. Las ninfas, hijas de Zeus, las hicieron levantar de sus refugios y ellos las
empezaron a cazar. Así pasaron bebiendo y comiendo. Al día siguiente fueron a
explorar a los cíclopes para conocerlos; descubrieron una caverna y numerosos
ganados y rebaños. Estaba todo cercado por un muro de piedra y árboles, y vieron que
allí vivía un gigante, un verdadero monstruo que no parecía hombre. Su nombre era
Polifemo. Ulises eligió a los doce mejores hombres y entraron a la cueva cuando el
gigante no estaba. Vieron una gran cantidad de quesos, los establos se veían llenos de
cabritos y corderos y la leche se caía de las vasijas de lo llena que estaban. Encendieron
el fuego, hicieron un sacrificio a los dioses y esperaron al gigante probando los quesos.
Cuando llegó levantó una enorme piedra y cerró la entrada. Con voz que daba miedo
les preguntó quienes eran y Ulises respondió que eran aqueos que venían de Troya,
que querían los alojara como huéspedes. Le dijo al gigante que se acordara de respetar
a los dioses y eso lo hizo enojar diciendo que a los cíclopes les importaban muy poco
los inmortales porque son superiores a ellos. El gigante tomó a dos de sus compañeros
y los azotó en el suelo tan violentamente que los sesos saltaron por todas partes.
Luego los descuartizó, los cocinó y se los comió. Mientras dormía Ulises pensó en
atravesarle el pecho con la espada pero cambió de idea pues si lo mataba no podrían
sacar la piedra de la entrada. Al amanecer el gigante prendió fuego, ordeñó las ovejas
y luego se apoderó de otros dos compañeros que mató y comió. Levantó la piedra, hizo
salir a las ovejas y cabras, y volvió a cerrar yéndose con ellas. Ulises seguía pensando
cómo vengarse del cíclope. Se le ocurrió hacer una estaca con una madera verde que
allí había. Su plan era enterrársela en el ojo cuando estuviera dormido. Al anochecer el
gigante entró a los animales, cerró la entrada, ordeñó las ovejas, mató a dos
compañeros más y se los comió. Ulises se acercó y le ofreció vino. Al monstruo le gustó
mucho y quiso repetir tres veces, y así mareado, le preguntó el nombre a Ulises, a lo
que él respondió que su nombre era “Nadie”. Luego el gigante se durmió. Ulises puso
entonces la estaca en el fuego para que se calentara bien, animó a sus compañeros,
pusieron la punta en el único ojo del cíclope y la empujaron hacia abajo haciendo salir
un chorro de sangre. El gigante dando horrendos gritos se sacó la estaca, la tiró lejos y
comenzó a llamar a los otros cíclopes. Les dijo que “Nadie” lo estaba matando, por lo
que los otros le decían que si nadie lo mataba entonces era Zeus que le estaba
lanzando alguna dolencia y no había nada que hacer. Le aconsejaron invocar a
Poseidón y se fueron. Polifemo quejándose se acercó a la entrada, sacó la piedra y
extendió los brazos con la intención de agarrar a quien intentara escapar. Obviamente
Ulises y sus hombres no salieron. A la mañana siguiente, utilizando a los carneros
grandes y gordos, los ataron de a tres para que el del medio pudiera llevar a uno de los
hombres y los otros dos disimularan al que se salvaba. Ulises se abrazó por debajo al
carnero más gordo y así lograron escapar. Se llevaron los carneros a las naves y
comenzaron a remar. Apenas se alejaron le empezaron a gritar bromas al cíclope y
éste furioso arrancó un pedazo de montaña y se las lanzó provocando un remolino que
casi los hizo caer. Ulises le volvió a gritar al gigante diciéndole que él era Ulises, hijo de
Laertes y rey de Ítaca. El cíclope se dio cuenta que los pronósticos de Telémaco habían
sido ciertos, pues había dicho que un tal Ulises le haría perder el ojo. Le pide que
vuelva, que él hablaría con su padre para que lo guíe de vuelta a su tierra. Ulises le dice
que le hubiera gustado matarlo y Polifemo dirigió una súplica a Poseidón; le pide que
no deje volver a Ulises a casa, y si está decidido que vuelva a ver a los suyos, que se
demore mucho tiempo, que sufra muchas penalidades, que pierda a todos sus
compañeros y que encuentre la desgracia en su palacio. Poseidón lo escuchó. El
gigante lanzó una piedra gigante muy cerca de la popa que provocó otro remolino que
lanzó la nave muy cerca de la orilla pero se salvaron y llegaron a la isla donde estaban
las otras naves y los compañeros llorando. Se repartieron los animales y sacrificaron al
que salvó a Ulises en honor a Zeus. Pasaron el día comiendo y bebiendo, y al día
siguiente reanudaron la navegación, contentos de haberse salvado y tristes por la
pérdida de sus compañeros.
CANTO DÉCIMO
LOS ODRES DE EOLO. LOS LESTRIGONES. EN PODER DE CIRCE.

Arribaron después a Eolia, tierra de Eolo, isla flotante rodeada de un muro de bronce y
roquerío liso. Eolo tiene doce hijas y doce hijos casados entre sí que viven en alegría.
Estuvieron ahí por un mes, y al partir Eolo le dio un odre de cuero lleno de los vientos
que animarían unos y tranquilizarían otros. Lo ataron en la cala de la nave para que no
soplara ningún viento contrario durante la navegación, y así navegaron durante nueve
día y nueve noches, y al décimo ya vieron sus tierras. Ahí dominado por el cansancio
Ulises se durmió, y mientras lo hacía, los compañeros decían que él llevaba mucho oro
y plata y otras cosas preciosas, y ellos con las manos vacías. Abrieron el odre dejando
escapar los vientos que arrebataron a la nave mar adentro, alejándose de la patria. Los
hombres lloraban y Ulises sentía mucha rabia por lo que habían hecho. El mar los llevó
de nuevo a la isla Eolia y al encontrarse con Eolo lo echó tratándolo de estúpido
porque ahora lo perseguía el odio de los dioses.

Llegaron después la Lamos, tierra de los lestrigones. Encontraron a una giganta que
sacaba agua de la fuente del Oso; era la hija de Lestrigón Antifates. Ella los guió a la
casa de su padre y allí se encontraron con la reina que era muy alta. Llegó su marido y
lo primero que hizo fue tomar a dos de sus hombres y los mató; la mujer los preparó
para comérselos. Ulises intentó marcharse pero Lestrigón con un grito de guerra llamó
a varios gigantes que empezaron a lanzar grandes piedras y arpones que ensartaban
marineros como quien ensarta sardinas. Ulises cortó las amarras con la espada y
ordenó que remaran duro. Varias naves quedaron destruidas. Ulises logró irse mar
adentro sólo con algunos.

Llegaron después a la isla donde vive Cirse, una terrible diosa con voz humana. Dos
días descansaron y al tercero con su jabalina y espada, Ulises salió a recorrer el país. A
lo lejos vio una humareda pero en vez de ir y acercarse prefirió volver a la nave. Al
llegar se encontró que un dios, complaciéndose de él, hizo salir de la espesura un gran
ciervo que atravesó con su dardo. Luego animó a sus hombres para que lo comieran,
pues el hambre no debía agotarlos. Al otro día Ulises dividió a su grupo en dos: uno a
cargo de Euríloco y el otro a cargo de él. El grupo de Euríloco salió primero gimiendo y
con lágrimas en los ojos. En un valle encontraron la casa de Cirse alrededor de la cual
vagaban leones y panteras que la diosa había encantado; no los atacaban, sólo
pasaban entre medio y los rozaban con sus colas. Muertos de miedo entraron a la casa
y encontraron a Cirse cantando y trabajando en su telar. Los invitó a entrar, todos lo
hicieron menos Euríloco que se quedó fuera. Les dio de comer y un vino de Pramnio,
una droga que les haría olvidar dónde su patria. Luego con su varita los convirtió en
puercos, los encerró en unos chiqueros y les echó unas bellotas y harinas (alimento de
cerdos). Euríloco volvió corriendo a la nave y contó lo ocurrido. Ulises impresionado
tomó su espada y sólo fue a casa de Cirse… solo porque Euríloco no lo quiso
acompañar. Antes de llegar se le apareció Hermes en la figura de un gracioso joven con
su caduceo de oro. Para ayudarlo le dio una yerba que debía tomar para impedir que la
diosa lo convierta en cerdo… “y si te quiere tocar con la varita, saca la espada y haz
como que vas a arremeter contra ella y matarla. Asustada te invitará a dormir con ella,
lo que debes rechazar si no te promete jurar que libertará a tus compañeros y que no
se aprovechará de que tu estés desnudo para quitarte la fuerza y tus atributos viriles”.
Ulises entró a la casa e hizo todo lo que Hermes le dijo. Cirse sorprendida lo reconoció
como Ulises pues ya el mensajero Hermes le había anunciado que llegaría. Ahí lo invita
a descansar con ella, a lo que Ulises se negó si no juraba como le había dicho Hermes.
Ella accedió a lo que pidió y se fueron juntos a acostar. Luego las criadas, hijas de los
bosques y ríos sagrados, lo bañaron, aceitaron y pusieron una túnica y manto. Le
ofrecieron comida pero Ulises se negó pues tenía miedo de lo que pudiera pasar. Cirse
notó la desconfianza así es que le sacó el hechizo a sus compañeros convirtiéndolos en
hombres nuevamente y le dijo que fuera al navío, guardara todo en una gruta y
volviera con los otros donde ella. Ulises llegó a la ribera donde estaban los otros y les
dijo que lo siguieran a casa de Cirse. Pasaron días allí con la diosa siendo atendidos
con banquetes y bebidas hasta que decidieron seguir su viaje. Cirse le dijo que antes
de irse debían a la morada de Hades y a la de Perséfones y consultar el espíritu del
tebano Tiresias, el ciego que conserva después de muerto el don de la clarividencia. Le
preguntó cómo podía llegar a los dominios de Hades y Cirse le dijo que el soplo de
Bóreas conduciría su nave. Le dio instrucciones: “… Al lado de una roca que verás,
debes excavar un pozo en el cual derramarás una libación por los muertos, una de
leche y miel primero, luego una de vino y por fin una de agua, poniendo encima harina
blanca de cebada. Dirige una súplica a los difuntos y promete que cuando llegues a tu
casa sacrificarás a la más hermosa novilla que tengas. Luego prométele a Tiresias
inmolar al mejor carnero macho. Después, cuando invoques a los muertos, ofréceles un
cordero y oveja negro, así acudirán rápidamente los espíritus, pero tú, espada en
mano, no les dejarás acercarse a la sangre de los animales degollados antes de poder
hablar con Tiresias. El adivino vendrá entonces y te guiará el camino a tu tierra”. Al día
siguiente despertó a sus compañeros para irse.
CANTO UNDÉCIMO
EN EL MUNDO DE LOS MUERTOS.

Llegaron al país de los cimerios, tierra maldita donde nunca hay día ni sol, sino sólo
sombras y noche. Ulises hizo lo que Cirse le había dicho y empezaron a aparecer los
espíritus. Primero apareció Elpenor, uno de sus jóvenes hombres que murió en la casa
de Cirse cuando se cayó por las escaleras; no le habían dado aún sepultura y Ulises le
prometió a su espíritu que lo haría apenas pudiera. Luego apareció el espíritu de su
madre, a la que había abandonado junto a su mujer cuando se fue de Troya. Lloró de
dolor pues no sabía que había muerto, sin embargo, impidió que se acercara a la
sangre de los animales degollados. Tiresias se presentó después con su cetro de oro y
le pidió le dejara beber la sangre si quería que lo ayudara, y así lo hizo. Tiresias le dijo
que podría llegar a su tierra sólo si al atravesar la isla de Trinacria y el mar violeta no
les hiciera daño al rebaño de Helios, dios que todo oye y lo ve; si toca los animales
perdería a la nave y sus compañeros. Le dijo que si se libraba de la muerte llegaría en
navío extranjero a la casa donde estaría su mujer con sus pretendientes; les haría
pagar caro sus abusos y debía irse luego a un país cuya gente nunca haya visto el mar y
que comen sus viandas sin sal. Luego, cuando encuentre a otro extranjero que intente
confundirlo, debía ofrecer un sacrificio a Poseidón: un carnero padre, un toro y un
verraco. Ahí volvería a su casa y debía realizar hecatombes en honor a los dioses sin
olvidar a ninguno. “Cuando te llegue la muerte, ésta será muy dulce y al término de
una buena ancianidad. Esa es mi predicción”. Ulises le preguntó a Tiresias por qué veía
el espíritu de su madre cerca de la sangre y parecía que no lo reconocía como su hijo.
Él le responde que los espíritus que logren beber la sangre hablarían y los otros se
irían. Tiresias se fue, y Ulises le dejó beber la sangre a su madre y ésta lo reconoció. Le
contó que su mujer se la pasaba llorando y continuaba siéndole fiel. Sus bienes aún
eran respetados y le contó que su padre sigue en el campo, vestido de forma
miserable. Al escucharla, él intentó abrazarla tres veces pero su espíritu se deslizaba
entre sus brazos.

Llegaron después las almas de los hijos y esposas de los príncipes y todos quisieron
beber la sangre. Vio entre ella a Tiro que se enamoró del divino río Enipeo pasando
metida en sus aguas. El dios que hace temblar la tierra, Poseidón, enamorado a la vez
de Tiro tomó la figura del río y se acostó con ella en su desembocadura, elevándose
sus aguas hasta formar una bóveda que los ocultó; la infundió en un dulce sueño y le
dijo que en el transcurso de un año tendría dos hijos que debería cuidar y alimentar.
Así después tuvo a Pelias y Neleo. Después surgió Antíope, que durmió en los brazos
de Zeus y tuvo dos hijos, que después fundaron Tebas, la ciudad de siete puertas
rodeada de una fortaleza. Luego habló con la madre de Edipo, la que se casó con su
hijo después de que éste matara a su padre. Vio también a Leda que tuvo dos hijos con
Zeus a los que él les permite estar vivos o muertos dos días sí y uno no.
Y así Ulises terminó su relato. Areté le permitió quedarse con sus hombres hasta el día
siguiente y le prepararon regalos. Alcínoo confiaba en Ulises y le pidió le contara si en
los muertos había visto a los compañeros que lo siguieron en Troya y a los que perdió
en el camino de vuelta. Ulises le contó que cuando Perséfone dispersó las sombras
femeninas apareció la del Atrida Agamenón, rodeado de las almas de los que murieron
con él; le contó que lo había matado Egisto por medio de un plan que hizo con la
complicidad de su mujer. Lo había matado a él y a Casandra, hija de Príamo.
Aparecieron después los espíritus de Aquiles, Patroclo, Antíloco y de Ayax. Aquiles le
pide le cuente si su hijo fue a la guerra o desistió de la contienda, a lo que Ulises le
responde que su hijo lo acompañó sin quedarse atrás, con mucha valentía, por lo que
Aquiles se quedó feliz.

Finalmente Ulises suelta las amarras y continúa su viaje por el océano.

CANTO DUODÉCIMO
AVENTURAS CON LAS SIRENAS. ESCILA Y CARIBDIS, LOS GANADOS DE HELIOS.

Luego la nave llegó a la isla de Eea, residencia de la Aurora y del dios Helios. Al día
siguiente Ulises fue con sus compañeros a la mansión de Cirses para buscar el cuerpo
de Elpenor, el que quemaron con sus armas en el sitio más alto. Al saber la diosa de su
regreso, los trató de desdichados por haber estado en el dominio de Hades y por eso
les dijo iban a morir dos veces. Los invitó a comer y beber y les dio algunas
recomendaciones. Le dijo a Ulises que primero llegaría al país de las sirenas donde no
debe detenerse. Podría escucharlas pero sólo después de haber sido atado a un mástil
y con lazos muy fuertes; y si él pidiera que lo soltasen, sus compañeros deben atarlo
aún más fuerte. No le dijo que ruta debía seguir pero le dijo que habían dos enormes
rocas; una de ella no podía ser rozada ni por las aves porque caían muertas, y al pie y
cerca de la otra, las olas y remolinos se llevan naves y marinos como si fueran plumas.
En la mitad de una de ellas se abre una caverna donde vive Escila, una criatura
inmortal, que no se puede combatir y del que tampoco se puede huir, que aúlla día y
noche con la voz de una perra recién nacida, tiene 12 patas y 6 cuellos larguísimos con
otras tantas cabezas de amenazadores dientes. Una parte del cuerpo está oculta en la
cueva pero las cabezas las saca fuera apoderándose de los delfines y perros de mar
que se atreven a pasar por ahí. Todo marino que ha intentado pasar ha muerto. Le dijo
que si se encuentra en apuros debe llamar a Crateis, madre de Escila, pues es la única
que podría ayudarlo. Más allá debería maniobrar su nave rápidamente pues se
encontraría con Caribdis, que traga las aguas del mar tres veces por día y otras tres
veces las devuelve con un tremendo ruido. Pasado esos peligros, llegaría a la isla
Trinacria donde vería el rebaño del dios Helios pastoreado por diosas y ninfas; si no
tocaban a los animales lograrían avanzar, pero si lo hacían se irían al fondo del mar, y si
lograba vencer a la muerte podría llegar a su tierra. Cirse terminó de hablar y al
amanecer Ulises y sus compañeros se fueron en su nave.

Llegaron a la isla de las sirenas. Ulises con una cera tapó los oídos de los marineros y
les pidió lo ataran a un mástil. Cuando las sirenas los vieron llegar dejaron oír su dulce
y armonioso cantar; lo empezaron a llamar para que se acercara y Ulises pidió que lo
soltaran a lo que los marineros lo ataron más fuerte porque ellos no escuchaban el
canto. Remaron con fuerza y pasaron rápidamente. Soltaron a Ulises y él les sacó la
cera de los oídos.

Vino enseguida una gran cantidad de espuma que tapó la nave y un ruido de oleaje
que casi no dejaba remar. Ulises los animaba a no rendirse y le pidió a Zeus que lo
ayudara. Más adelante vio las rocas que había dicho Cirses. Miró para el lado donde
estaría Caribdis, y mientras lo hacía, Escila le arrebató seis hombres y los devoró.
Luego llegaron a la isla de Trinacria, y recordando lo que le dijo Cirses y los consejos de
Tiresias, previno a sus compañeros diciéndoles que aunque sintieran mucha hambre
no podían tocar el rebaño. Euríloco no comprendía y le reclamó a Ulises; les dijo a
todos que mataran a uno o dos de esos animales, lo comieran y después volvieran a
embarcar. Los marineros lo apoyaron pero Ulises les dijo que podrían desembarcar
pero prometiendo que no tocarían a los animales de Helios porque si lo hacían algo
terrible vendría; lo prometieron pero pasado los días se acabaron las provisiones y
entonces recurrieron a la pesca y a la caza de aves, y Ulises pedía a los dioses le dijeran
qué más hacer. Euríloco les dijo entonces a los hombres que separaran los mejores
animales de Helios e hicieran un sacrificio a los dioses, y así lo hicieron; apartaron
algunos animales, los degollaron, descuartizaron y comieron. Ulises se había quedado
dormido, despertó y se fue a su nave. Sintió olor a carne asada y se dirigió a los dioses
acusándolos de que le habían mandado el sueño en los momentos que los hombres
hacían semejante estupidez. Lampetia, la mensajera del velo suelto, fue donde Helios y
le contó lo que habían hecho; éste se quejó con Zeus y le pidió que Ulises y sus
compañeros fuesen castigados, amenazando con que si no se hacía justicia se iría a
vivir al reino de los muertos, en donde alumbraría las sombras eternas. Zeus le dijo que
él se encargaría de que los hombres tengan lo que merecen. Los animales muertos
empezaron a adquirir vida y la carne de los asadores comenzó a mugir, aunque igual se
la comieron por 6 días. Al séptimo izaron las velas mar adentro.

Cuando ya no veían la isla una nube sombría enviada por Zeus se posó sobre la nave y
el mar se puso negrísimo. Se detuvieron y llegó el Céfiro con unos torbellinos que
rompieron y derribaron el mástil y mataron al piloto. Zeus lanzó sus truenos y
relámpagos, además de un rayo que cayó sobre la nave despidiendo a los hombres
hacia el mar; éstos desaparecieron en las oscuras aguas. Ulises continuaba en la
cubierta yendo de un lado a otro hasta que una ola se le vino encima. Había atado una
correa al palo y cuando éste cayó al mar se sentó encima y se dejó llevar a la deriva.
Iba hacia las rocas de Escila y Caribdis justo cuando ella tragaba agua, por lo que tuvo
que dejar el palo y tomarse de una higuera silvestre, quedando colgado sin poder
apoyar los pies. Resistió hasta que el agua fue vomitada junto con el mástil; lo tomó y
comenzó a remar con las manos. Durante nueve días y nueve noches fue arrastrado
por las olas, hasta que al décimo los inmortales le permitieron llegar hasta Ogigia
siendo recibido por Calipso.

CANTO DÉCIMOTERCERO
ULISES DEJA LA ISLA DE LOS FEACIOS Y LLEGA A ITACA

Ulises fue a su nave y dejó allí el cofre con los obsequios que Alcínoo le daba para su
viaje. Areté envió varias sirvientas que portaban ropa y provisiones. En la popa
tendieron un colchón para que pudiera dormir, y así un sueño agradable y liviano vino
a Ulises mientras se alejaban d la isla.
Se acercaban ya a Itaca y a un antiguo puerto. Detuvieron la nave en la orilla, la
tripulación desembarcó y con cuidado tomaron la colchoneta donde seguía durmiendo
Ulises y lo depositaron en la playa, lejos del agua y con todos sus regalos al lado. Hecho
esto volvieron a embarcarse y se fueron.
Poseidón no había olvidado las amenazas lanzadas un día y dijo a Zeus que se sentía
poco respetado por los mortales; que él había aceptado el regreso de Ulises a Itaca,
pero los feacios lo habían transportado con demasiada comodidad y regalos. Le pedía
que hiciera naufragar la barca que llevaba los compañeros de Ulises para que los
feacios se dejaran de repatriar gente, y deseaba que su patria quede oculta por una
montaña. Zeus le encontró razón a Poseidón y le propuso mejor transformar la nave
en una roca que tenga su forma para que pueda ser admirada después por la gente; y
lo de la montaña le pareció bien. Poseidón fue entonces al país de los feacios a realizar
el castigo, y Alcínoo se dio cuenta con amargura que las predicciones de su padre se
cumplían. Ofreció sacrificar doce toros negros para que Poseidón cambie de opinión.
Mientras tanto Ulises despertó en la orilla de la playa cubierto por una bruma que
Atenea había puesto sobre él para que no lo descubrieran y así pudiera vengarse mejor
de los pretendientes. La diosa se presentó ante él en la figura de un pastorcito y Ulises,
sollozando, le preguntó en qué tierra o continente se encontraba; Atenea le describió
Itaca y Ulises lo pudo descifrar. Sin saber que era ella le empezó a contar una historia
irreal de quien era él. Ella un poco ofendida por su mentira y por no ser reconocida, se
transformó en una mujer hermosa y le dijo que había venido para buscar la manera de
esconder todo lo que él tenía, y contarle lo que le esperaba en su casa; debía sufrir en
silencio y aguantar lo que podía suceder. Ulises le dijo que difícil era reconocerla si
siempre cambiaba de forma; le reclamó que hubiera estado tan poco con él durante su
viaje y le dijo que no creía que ese lugar fuera Ítaca.
“Eres el mismo ingenioso y burlón y prudente Ulises, y mereces que te ayude siempre”.
Atenea le cuenta que su esposa le ha sido fiel todo este tiempo y que pasa las noches
recordándolo y esperándolo. Le dijo que ella no se había atrevido a enfrentarse antes a
Poseidón, pero ahora le demostraría que estaban en Ítaca. Disipó la bruma que
rodeaba a Ulises y éste pudo ver su tierra. Guardaron las riquezas en la gruta divina, y
luego lo convirtió en un anciano, con ropas sucias y viejas para que no fuera
reconocido por su esposa ni por los pretendientes; le dio un cayado, una lata de
pordiosero y una bolsa agujereada. Mientras Atenea se fue a buscar a su hijo al palacio
donde estaba en Lacedemonia, Esparta.

CANTO DECIMOCUARTO
DIÁLOGO DE ULISES Y EUMEO. ULISES CUENTA AVENTURAS

Ulises fue al lugar donde estaban los cerdos y se encontró con Eumeo, el porquerizo
que era el mejor trabajador de sus tierras. Lo hizo entrar y le dio de comer y beber de
una manera muy amable. Le contó que los pretendientes se comen los mejores cerdos,
que creen que Ulises ha muerto y se toman todo el vino y consumen la hacienda.
Ulises le dice que él probablemente conoce a su amo y que sabe que algún día volverá
y hará pagar caro los abusos y ofensas de los pretendientes. “Cállate viejo, Ulises no
volverá”… y le pidió le dijera quien era y de dónde venía, y el ingenioso Ulises habló:
“… Soy de Creta, hijo de un hombre rico y su concubina, casado con una mujer que
tenía alguna fortuna… me gustan los barcos, las batallas y las buenas armas… antes de
la guerra de Troya había hecho varias excursiones a varios países logrando reunir
riquezas y logré se me respetara y estimara…. Vino después la guerra de Troya y allí,
después de varios años de lucha, terminamos por destruir la ciudad y pudimos volver a
la patria; pero un dios estaba enojado y dispersó la flota por lo que no pude gozar por
mucho tiempo de mi familia y fui a caer a Egipto con otros compañeros… los mandé a
que exploraran la región pero me desobedecieron y saquearon casas, robaron mujeres
y niños y mataron hombres… luego huyeron y fui donde el rey a decir que yo no tenía la
culpa de lo sucedido. El rey me protegió y estuve con él siete años y junté muchas
riquezas. Al octavo año un fenicio quería robarme y me hizo embarcar a base de
mentiras a Libia, pero Zeus mandó una tempestad que rompió el barco y me salvé
tomado del mástil. Nueve días floté a la deriva y al décimo una enorme ola me echó a
la orilla de tesprotos donde también me recibió un rey… Fue allí donde tuve la
oportunidad de oír de Ulises… Luego el rey me hizo embarcar a Duliquio para que me
recibiera el otro rey, pero la tripulación me robó todo, me dejaron amarrado y me
dieron sólo estos harapos. Los dioses me ayudaron y nadé hasta la orilla y así pude
llegar a tu cabaña”.
Eumeo escuchó con atención pero le dijo que no le hablara de que Ulises vivía pues ya
habían venido otros con mentiras. Ulises lo trató de desconfiado y le hizo una apuesta:
si su amo volvía Eumeo debía darle un manto, una túnica y llevarlo a Duliquio; si no
regresa, podría decirle a todos que lo sacaran a palos de ahí.
Durante la noche sopló viento fuerte y llovió. Eumeo le preparó a Ulises un buen lecho
de pieles y lo cubrió con un manto viejo.

CANTO DECIMOQUINTO.
TELÉMACO LLEGA A LA CHOZA DE EUMEO. ESTE CUENTA A ULISES SU PASADO.

Atenea se fue al palacio de Menelao y encontró a Telémaco y al hijo de Néstor. Atenea


le habló a Telémaco y le dijo que pidiera a Menelao volver a su hogar para proteger a
su madre de los pretendientes. Le dijo que lo esperaban para matarlo en el camino por
lo que debía navegar de noche y llegar a la cabaña del porquerizo; pasar la noche allí y
pedirle que después vaya a la ciudad y avise a su madre que él ha regresado. Y la diosa
desapareció. Telémaco le informa a Menelao que se marchará a su casa y él con
Helena le dan regalos y provisiones. Un águila apareció con una ganso blanco entre sus
garras, lo que era un buen presagio.
Y partieron con Pisístrato en los caballos. Al anochecer llegaron a Teras, siendo
recibido por Diocles que los trató con grandes honores. Luego continuaron su carrera
en dirección a Pilos. Seguirían su viaje en el mar, cuando aparece un adivino extranjero
llamado Teoclímeno; le pide a Telémaco que lo lleve con él pues había matado a un
hombre poderoso y en adelante debía llevar una vida vagabunda. Telémaco lo hizo
embarcar y se fueron a través de una brisa favorable que Atenea envió.
Eumeo en tanto le contó de su vida a Ulises: en una isla llamada Siria habían dos
ciudades principales que estaban bajo el mandato de su padre que vivía con una mujer
fenicia muy hermosa. Un día la mujer se fue con unos fenicios que llegaron al lugar, y
al irse se robó de la casa tres copas de oro. Eumeo era pequeño y la quería, por lo que
la siguió y embarcó con ella. A los días de viaje Artemisa mató a la mujer con sus
flechas y él fue comprado por Laertes y finalmente llegó donde está ahora.
Telémaco mientras llega a Ítaca.
CANTO DECIMOSEXTO
ULISES SE DA A CONOCER. LOS PRETENDIENTES.

Cuando Eumeo vio a Telémaco lo abrazó llorando y besándolo. Le dijo que quería saber
si su madre se había casado o no y el porquerizo le contó que Penélope seguía sola,
llorando a su esposo. Lo envió entonces a contarle que su hijo había vuelto. Apenas
salió, Atenea se presentó ante Ulises y le dijo que debía contar a Telémaco que era él y
así juntos irían a la pelea. Dicho esto, tocó con su varita a Ulises y se transformó en un
joven impecablemente vestido, con barba negra y con una prestancia asombrosa.
Cuando Telémaco lo vio pensó que era un dios y cuando le dijo que era su padre, se
abrazaron y lloraron con mucha emoción. Empezaron a ponerse de acuerdo en cómo
acabar con los pretendientes. Atenea los acompañaría y ayudaría. La idea era que
Telémaco reuniera a los pretendientes en el palacio. Ulises llegaría en la figura del
anciano con Eumeo. Telémaco debía retirar las armas que hubieran con el pretexto de
que se hayan echado a perder. Debía dejar dos cueros de buey, dos espadas y dos
lanzas al alcance de la mano para que pudieran tomarlas cuando llegue el momento.
Debía averiguar quién de los servidores de la casa era leal.
Penélope y los pretendientes se enteraron de la llegada de su hijo. Uno propuso
impedir la reunión con Telémaco y otro propuso matarlo para apoderarse de sus
riquezas. Anfínomo, uno de los pretendientes propuso consultar primero la voluntad
de los dioses. Penélope escuchó que querían matar a su hijo e increpó a Alcínoo.
Eurímaco le dijo que estuviera tranquila porque él con su lanza lo defendería de
cualquier ataque, lo cual era mentira pues él también tenía intenciones de matarlo.

CANTO DECIMOSÉPTIMO
TELÉMACO REGRESA A ÍTACA. MUERE EL PERRO DE ULISES. LOS PRETENDIENTES Y EL
MENDIGO.

Telémaco llegó a su casa. Euriclea lo vio y abrazó llorando de alegría. Penélope llegó y
también lloró. Los pretendientes se aproximaron y felicitaron por su regreso. Telémaco
le contó a su madre lo que había sabido de Ulises, y Teoclímeno hizo un presagio para
ella: “Ulises está ya en su patria y va y viene enterándose de lo que ocurre. Pronto lo
verás discreta Penélope”.
Iban en camino Eumeo y Ulises transformado en mendigo, cuando se encuentran con
un pastor llamado Melantio. Al verlos empezó a insultarlos llamándoles canallas,
mendigos, intrusos y flojos, y le dio un puntapié a Ulises en la pierna. Eumeo respondió
a los insultos del pastor y le dijo que cuando volviera Ulises se arrepentiría. El pastor le
dijo que eso nunca pasaría y que ojalá su hijo fuera pronto atravesado por una
jabalina.
Llegaron a la casa. Antes de entrar se encontraron con Argos, el perro de Ulises, que lo
reconoció y movió la cola, pero ya estaba viejo como para acercarse. Entraron al
palacio y Argos murió después de ver volver a ver a su dueño. Ya adentro Telémaco les
sirvió comida y Ulises comenzó a pedir limosna. Los pretendientes se preguntaban
quién era ese vagabundo y el por qué Eumeo lo había llevado allí. Antínoo alegaba
porque él estuviera ahí y amenazó con darle una paliza si no se iba. Ulises dijo: “Estás
comiendo lo que no es tuyo y así me niegas un pedazo de pan”, lo cual enojó mucho al
hombre y le arrojó un duro escabel. Ulises soportó el golpe sin moverse y les dijo a los
pretendientes que los dioses vengan las ofensas inmerecidas, por lo que les pedía a
ellos que Antínoo muera antes del día de su casamiento. Uno de los pretendientes
intervino y le dijo a Antínoo que no debió golpear al mendigo porque a veces los dioses
se transformaban en ellos y lo hacían para probar a los hombres… a Antínoo no le
importó. A Telémaco le dolía ver cómo trataban a su padre pero estaba obligado a
callar. Penélope se enteró de que le habían pegado a un mendigo y pidió a Eumeo se lo
llevara para verlo y consolarlo. Eumeo dijo que lo llevaría cuando caiga el sol.

CANTO DECIMOOCTAVO
ULISES PELEA CON IRO. LOS PRETENDIENTES Y PENÉLOPE. ESCARNECEN A ULISES

Cuando Eumeo se fue llegó un vagabundo que podía comer y beber sin descanso. Su
madre le había puesto Arneo pero le llamaban Iro. Vio a Ulises y comenzó a echarlo y a
amenazarlo si no lo hacía. Antínoo vio y le pareció divertido ver pelear a los dos
hombres, y les dijo que el que ganara podría comer y quedarse ahí. Ulises aceptó y al
anudar los harapos a su cuerpo dejó ver sus gruesos muslos, la tremenda espalda los
robustos brazos y el poderoso pecho. Al ver esta contextura los pretendientes dudaron
de que Iro pudiera vencer y éste también empezó a darse por vencido. Antínoo le
reprochó su cobardía y lo amenazó con echarlo de Itaca y mandar a que le corten la
nariz y las orejas si no se disponía a pelear. Iro agarró fuerza y golpeó muy fuerte a
Ulises en el hombro derecho, a lo que él responde con un golpe tan fuerte en la oreja
izquierda que lo hizo caer ensangrentado de nariz y boca. Ulises lo arrastró al patio y lo
dejó sentado con un bastón en la mano; le dijo que se quedara ahí cuidando, pues sólo
para eso servía. Los pretendientes morían de risa. Antínoo le dio al ganador dos panes
como premio y éste le aconsejó que se marchara de ahí antes de que Ulises volviera a
cobrarse de todos los daños que ellos habían provocado. Antínoo afligido quiso irse
pero al final no pudo hacerlo pues Telémaco lo mataría.
Atenea mientras tenía a Penélope en un dulce sueño en el que la embelleció dándole
un reflejo casi divino. Cuando despertó bajo a la sala y los pretendientes al verla
sintieron que la deseaban más que nunca. Telémaco le dijo que no sabía qué hacer con
todos esos hombres en su casa y que deseaba les pasara lo mismo que le pasó a Iro.
Antínoo dijo que no se irían hasta que Penélope eligiera entre ellos quién sería su
esposo. Dicho esto mandaron a los heraldos a buscar regalos para ella y siguieron
divirtiéndose. En la noche, Ulises se ofreció para hacerse cargo de las antorchas.
Eurímaco le dijo que mejor se fuera a trabajar al campo así tendría ropa, vestidos y
alojamiento; Ulises le responde que él era un insolente sin valor y que cuando el dueño
llegara, saldría corriendo por la puerta. Eurímaco le gritó y le arrojó el escabel. Ulises lo
evitó y los pretendientes comenzaron a insultarlo y gritarlo. Telémaco fue en su
defensa e hizo callar a los hombres con un grito intimidándolos. Dejaron de molestarlo
y después de un rato se fueron a dormir.

CANTO DECIMONOVENO
CONVERSACION DE PENÉLOPE Y ULISES. LA CICATRIZ.

Una de las esclavas, Malanto, interpeló a Ulises diciéndoles que por qué no se iba de
una vez en lugar de estar ahí dando molestia y espiando a las mujeres. Penélope
escuchó y la retó, e hizo que le colocaran un asiento al lado de Ulises para conversar
con él. Le dice que su marido vive, que está cerca y que volverá con regalos. Le dice
que él se salvó de la muerte y fue auxiliado por los feacios. “Volverá después de esta
luna y antes de aparecer la que sigue”. Penélope tenía esperanza de que así fuera.
Ordenó a las esclavas que bañaran y vistieran al anciano y le dieran un lecho cómodo
para dormir, a lo que él se negó y dejó sólo que le lavaran los pies. Euricla lo lavó, y
mientras lo hacía lloraba pues decía que lo encontraba muy parecido a su amo Ulises; y
al ver la cicatriz de su pie lo reconoció. Ulises le pidió que guardara el secreto pues si lo
descubrían podían matarlo.
A Penélope se le ocurrió hacer una competencia que le gustaba mucho a Ulises;
pondría en hilera una docena de hoces y cada uno de los pretendientes debía disparar
una flecha que pase por el hueco de ellas sin tocarlo. El que acierte se casaría con ella.
Él la animó a hacerlo y le dijo que quizás Ulises llegue antes para competir. Penélope
se fue a su habitación nuevamente a llorar.

CANTO VIGÉSIMO
INCIDENTES

Atenea se presentó en figura de mujer ante Ulises. Éste estaba inquieto sin poder
dormir, preocupado por lo que pasaría. Atenea lo tranquilizó diciéndole que ella
estaría con él para protegerlo, que debía confiar porque él era valiente e ingenioso.
Cayó el sueño sobre los ojos y mente de Ulises y Atenea desapareció. Entretanto
Penélope, después de llorar, invocaba a la diosa Artemisa y le pedía que la matase
antes de elegir a un hombre indigno que reemplazara a su marido. Surgió la Aurora y
Ulises despertó con los sollozos de su esposa. Invocó al dios Zeus rogándole que si
estaba destinado a triunfar ese día o el siguiente, el señor de las nubes se lo hiciera
saber de algún modo. Y Zeus que oyó su súplica lanzó desde el Olimpo un larguísimo y
fuerte trueno. Ulises contento confiaba ahora más en sí.
Sirvientas y esclavas preparaban todo para la fiesta que habría ese día. Llegó Eumeo
con unos cerdos y se puso a conversar con Ulises. Mientras lo hacían aparecieron
Melantio con dos pretendientes y, como siempre de manera antipática, le preguntó
hasta cuándo estaría ahí molestando y comiendo a costa ajena. Ulises calló.
Los pretendientes planeaban cómo matar a Telémaco, cuando derrepente apareció un
águila que volaba con una paloma en sus garras. Anfínomo dijo que era un mal indicio
para ellos y que por tanto, no intentaran matar al hijo de Ulises pues fracasarían en el
intento. Aceptaron lo que les dijo y entraron a comer y beber nuevamente. Telémaco
sentó a Ulises y le dijo que no se preocupara, que él lo defendería de cualquier
insolencia. Ordenó a las sirvientas darle la misma porción que a los pretendientes, lo
que molestó mucho a Ctesipo, hombre falto de moral y muy rico, que dijo que estaba
bien que le dieran lo mismo pero para él quería algo más. Dicho esto, tomó una pata
de buey que estaba cerca y se la lanzó a Ulises que logró esquivar el golpe. Telémaco lo
reprendió y advirtió a todos que no aceptaría esas insolencias y no consentiría más
abusos; y si lo querían matar que lo hicieran ahora. La mayoría se quedó en silencio,
pero Agelao repuso que no sería justo contestar con violencia a las palabras de
Telémaco; creía que como Ulises ya no volvería, era hora de que Penélope tomara al
más rico y más generoso.

CANTO VIGÉSIMO PRIMERO


ULISES Y SU ARCO

Atenea insinuó en la mente de Penélope que los pretendientes probaran tiro en el arco
de Ulises para un concurso. Les dijo que quería que probaran sus fuerzas y disposición
en el manejo del arco, y el que pueda usarlo y disparar la flecha sin tocar las hoces
quizás podría llegar a ser su marido. Telémaco dijo que él también participaría y que si
ganaba ningún pretendiente se la llevaría, pero cuando estaba a punto de lanzar la
flecha Ulises le hizo una señal para que desistiera, y así lo hizo, excusándose de ser
muy joven. Animó entonces a todos para que empezara el concurso.
Empezó Liodes que no pudo estirar el arco a pesar de su esfuerzo, y tal como él, la
mayoría salía desanimado por no lograrlo. Antínoo y Eurímaco, sin embargo, se
reservaban esperando ser los últimos y triunfadores. Mientras tanto Ulises le
preguntaba a Eumeo y a Filetio (el boyero) que si lucharían por Ulises si lo vieran, a lo
que ambos respondieron afirmativamente, y Ulises se presentó ante ellos
mostrándoles la cicatriz como prueba. Les pidió que lo ayudasen cuando llegue el
momento y les prometió que les daría esposas, bienes y una casa si salían bien. Los
hombres cayeron a sus pies llorando y besándolo de alegría. Planearon que Eumeo le
dé el arco a Ulises; luego debía echar afuera a las mujeres y advertirles que no debían
entrar a la sala aunque escuchasen gritos; y Filetio debía cerrar el patio y echar el
cerrojo. Ulises entró entonces nuevamente a la sala seguido por los dos servidores. En
ese momento Eurímaco intentaba estirar el arco con sus máximos esfuerzos,
declarando al final ser una humillación para todos el no poder lograrlo. Antínoo sugirió
seguir al día siguiente. Los pretendientes aceptaron pero Ulises solicitó lo dejaran
probar la fuerza de sus brazos; vería si conservaba su energía. Los hombres asustados
de pensar que quizás el mendigo lo lograra, empezaron a insultarlo, sobre todo
Antínoo, que lo trató de miserable y abusador; le dijo que era una estupidez intentar
medirse con hombres jóvenes como ellos. Eurímaco dijo que era una vergüenza que se
le diera al mendigo la oportunidad de probar sus fuerzas al mismo tiempo que ellos.
Penélope escuchó y no encontró justo que trataran así al huésped de su hijo. Dijo que
lo dejaran intentar estirar el arco, y que si lo logra no se podría casar con él por ser
muy anciano, pero, sin embargo, ella le daría regalos, entre ellos una espada y una
pica. Telémaco le dijo a su madre que mejor se fuera a su habitación, y que sólo él
podía decir quién tomaba o no el arco. Eumeo toma el arco para llevarlo donde Ulises
según lo acordado, pero los pretendientes armaron tal alboroto que Eumeo no supo
qué hacer y lo dejó en el suelo. Telémaco con un grito le dijo que lo tomara y el pastor
logró entregárselo a Ulises. Salió luego a avisar a Euriclea que llevara a las sirvientas
afuera y cerrara la puerta, y en tanto Filetio interceptaba la entrada del patio
ayudándose con unas cuerdas. Ulises tomó el arco y lo observaba, lo tendió sin
esfuerzo alguno, haciendo un ruido como de golondrina al estirarse; casi sin apuntar y
luego de haber colocado la flecha la disparó, al mismo tiempo que en el cielo
retumbaba un profundo trueno. La flecha pasó por el hueco de las hoces y salió al otro
lado. Ulises le hizo la señal a Telémaco y éste se puso a su lado armado con su espada y
su lanza.

CANTO VIGÉSIMOSEGUNDO
LA VENGANZA DE ULISES

Ulises les dijo a los pretendientes que la competencia se había acabado y que ahora su
blanco sería otro. Le pedía a Apolo que lo ayudara a no fallar. Estiró el arco y la flecha y
atravesó el cuello de Antínoo. Los pretendientes corrieron a buscar sus armas que
acostumbraban a dejar colgadas en los muros pero ya no estaban. Ulises los miró y les
dijo “Pensábais, cuervos, que no regresaría nunca y os entreteníais en comer lo que hay
en mi casa, en abusar de las sirvientas y pretender a mi esposa, pero estabais
equivocados: ha llegado la hora última para vosotros, la hora de mi venganza”. Los
hombres como ratas corrían de un lado a otro. El único que se atrevió a responder fue
Eurímaco, que le dice que Antínoo era el culpable de todo; le pide que deje su cólera y
que todos le darían regalos. Ulises lo hizo callar y le dijo que eligiera entre defenderse
o morir; Eurímaco se lanzó contra él pero recibió una flecha bajo la tetilla izquierda y
cayó cara al suelo. Anfínamo también se lanzó pero Telémaco lo atravesó por la
espalda con su lanza. Siguieron luchando con escudos, flechas, lanzas y jabalinas. A
Telémaco se le olvidó cerrar la puerta del lugar donde estaban las armas y Melantio, el
sirviente traicionero, entró y le llevó cascos, escudos y lanzas a los pretendientes.
Ulises supo de la traición que había hecho y ordenó a los pastores lo tomaran y
colgaran de las vigas del techo y lo dejaran ahí, y así lo hicieron.
En la figura de Mentor aparece Atenea y Ulises le pidió que ayudara a salvarse al
compañero de toda su vida. Atenea le habla y le dice que lo encuentra con menos
fuerza e indeciso; luego se convierte en golondrina y se posa sobre el techo. Seguían
luchando los pretendientes con jabalinas que lanzaban a Ulises y Atenea ayudaba a
esquivar. Morían unos y quedaban heridos otros. Uno de los pretendientes, Liodes, le
ruega a Ulises que no lo mate, declarando que no había hecho nada, que sólo él era un
adivino. Ulises lo degolló rodando su cabeza mientras hablaba. Perdonaron al aedo
Femio por no ser pretendiente y a Medón por petición de Telémaco. Ulises comprobó
que no quedaba nadie más que matar y mandó a buscar a Euriclea; le pidió le dijera
que mujeres de la casa le habían sido fieles o infieles; nombró a 12 de las 50 sirvientas
como infieles porque habían tenido amorío con los pretendientes. Telémaco ordenó
ahorcarlas, y a Melantio cortarle la nariz y las orejas, amputarle las manos y los pies y
dejarlo entre la basura. Luego Ulises ordenó a Euriclea traer azufre para purificar la
casa y llamó a Penélope y las otras sirvientas. Las mujeres bajaron con antorchas y
abrazaron a Ulises con sus ojos llenos de lágrimas.

CANTO VIGÉSIMO TERCERO


SI, TU ERES ULISES

Euriclea le dijo a Penélope que bajara a reencontrarse con Ulises. Al principio la creía
loca pero la convenció. Se sentó frente a él y lo miró por mucho tiempo, con aquellos
andrajos y ese aspecto, hasta que Telémaco le grita que era una mala madre y una
cruel mujer por no abrazar a su esposo, pero Penélope estaba tan emocionada que no
sabía qué hacer. Ulises le dice a su hijo que no reproche a su madre pues él entiende
que es difícil reconocerlo.
Llevaron a Ulises a bañarse y ungirse con aceite, se vistió y la diosa Atenea agregó un
vigor y belleza casi superior a sus días antiguos. Se sentó frente a Penélope y le dice
que la encuentra extraña por tener a su marido enfrente y no tomarlo en cuenta. Le
pide a Euriclea que le prepare un lecho para él solo. Penélope le responde que no
siente orgullo ni desprecio por él, sólo que no sabe si es el mismo de antes. Penélope
estaba probando a Ulises y le dice a Euriclea que le prepare el lecho para él solo pero
afuera de la habitación. Esto irritó a Ulises y empezó a reclamar que cómo podían
sacarlo de un lugar que él había construido. Como entregó detalles de cómo lo había
hecho, esto bastó para que Penélope se convenciera de que sí era su esposo y se
abrazaron tiernamente. Pasaron la noche juntos y luego Ulises debía cumplir otra
tarea. Tiresias le había ordenado ir hasta un santuario en un país donde no había mar
ni la gente conocía la sal. Debía ir con un remo al hombro y se encontraría con alguien
que confundiría el remo con una pala de aventar trigo, y ocurrido esto debía plantar el
remo en el suelo y sacrificar a Poseidón un morueco, un toro y un verraco. Luego debía
volver y ofrecer hecatombes a los dioses del cielo sin olvidar a ninguno. Después de
eso tendría una muerte en la ancianidad apacible y tranquila, lleno de riquezas y
rodeado de quienes lo aman. Ulises le pidió a su mujer cuidar sus bienes y le dijo que
reharían su hacienda con los animales de los pretendientes muertos. Le pidió que se
mantuviera en su habitación y no hablara con extraños, pues la gente comenzaría a
llegar con la noticia de la muerte de los pretendientes. Se puso una armadura, levantó
a Telémaco y armó al boyero y al porquerizo. Salieron del palacio y Atenea los cubrió
con una bruma para hacerlo invisible.

CANTO VIGÉSIMO CUARTO


LOS INFIERNOS Y LA PAZ.

Hermes llevaba a través de las sombras una muchedumbre de almas. Llegaron a la


pradera de Asfodelos y allí estaban los fantasmas de Aquiles, Patroclo, Ayax y
Agamenón. Conversaban sobre sus muertes. Aquiles le dijo a Agamenón que todos
pensaban que él era el más grato para Zeus, sin embargo, había sido el primero en
morirá manos de Egisto y de su mujer. Agamenón le dice a Aquiles que el día que
murió llevaron su cuerpo a las naves, lo lavaron y perfumaron, recibiendo las lágrimas
de todos. Su madre había salido de las aguas con todas sus diosas lanzando un gran
grito. Las musas cantaron un canto fúnebre en su honor. En el día décimo octavo
echaron el cadáver al fuego y degollaron muchos animales. Recogieron los huesos y lo
echaron en una urna de oro que había dado su madre, junto a los huesos de Patroclo.
Y le dijo que, aunque haya muerto, Aquiles continúa vivo en su nombre y en su fama.
Conversaban así y se lamentaban cuando pasaron las almas de los pretendientes
muertos. Argifonte contó a Aquiles lo sucedido en Ítaca y la vuelta de Ulises.
Mientras Ulises llegaba a ver a su padre Laertes, lo encontró sucio y envejecido, y
quiso ponerlo a prueba a ver si lo reconocía. Se acercó y le preguntó quién era su
amo… le dijo que él había conocido a un hombre llamado Ulises cuyo padre vivía ahí
pero, como él era extranjero (mintió Ulises), no sabía dónde estaba realmente. Cuando
Laertes escuchó el nombre de su hijo quiso saber dónde lo había conocido y estalló en
llanto, a lo que Ulises decidió abrazarlo y decirle que ahí estaba su hijo y había vengado
con la muerte de los pretendientes. Laertes lo rechazó y le pidió una prueba de que era
él, y Ulises aparte de mostrarle la cicatriz le habló de una situación que habían vivido
juntos en el huerto cuando aún era niño. Al escuchar esto, Laertes se convenció y se
lanzó a su cuello desfalleciendo de felicidad. Luego se fueron a la casa.
La gente se unió en asamblea en el ágora, y Eupiteo, padre de Antínoo le hablaba al
pueblo animándolo a que se fueran en contra de Ulises y vengaran la muerte de los
hombres. Se unieron Medón y el aedo que acababan de salir del palacio y les dijeron
que Ulises no habría podido conseguir esto si no fuera por la ayuda de los dioses.
Aliterses, el anciano que conocía el pasado y podía conocer el porvenir, decía que la
culpa había sido de los habitantes por no escuchar a Mentor cuando él aconsejó que
detuvieran a los hombres que invadían la casa de Ulises, sembrando allá el
desconcierto y la inmoralidad. La mitad de los reunidos se marcharon dando gritos y
los demás permanecieron allí sin saber qué hacer, hasta que dirigidos por Eupiteo se
armaron para ir en venganza contra Ulises.
Atenea le preguntó a Zeus si permitiría que la guerra continúe y éste le responde que
ella debe hacer que la gente reconozca a Ulises como rey y olviden lo que les pasó a
sus parientes. Atenea voló desde el Olimpo y se presentó como Mentor ante Ulises
justo cuando abrían las puertas y salían todos armados para defenderse. Atenea se
acercó a Laertes y le dice que haga una súplica y arroje una jabalina; atravesó a
Eupiteo que cayó al suelo. Ulises y su hijo se lanzaron a la carrera y habrían terminado
con todos pero Atenea les gritó que ya terminaran con esta guerra. Todos asustados
dejaron caer las armas menos Ulises que se lanzaba contra ellos recibiendo un rayo por
parte de Zeus que cayó casi a los pies de Atenea. Ésta le pidió que parara, que no
hiciera enojar a Zeus. Ulises bajó la espada y la guerra había terminado. Hicieron una
alianza con la gente sirviendo de inspirador Atenea en la figura de Mentor.

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