En Busca de Audrey - Altea Morgan
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En Busca de Audrey - Altea Morgan
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tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por
escrito de los titulares del copyright.
Nota del Editor
Tienes en tus manos una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos recogidos son
producto de la imaginación del autor y ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas,
negocios, eventos o locales es mera coincidencia.
Índice
Copyright
Nota del Editor
1: ¿Cómo he llegado a este lugar?
2: Es muy complicado tener secretos
3: Una pitonisa sin futuro
4: El señor miratraseros
5: El país de otoño
6: Una televisión y una tirita emocional
7: Salto a lo desconocido
8: ¿Todas las películas son ficción, Liam?
9: Fin de semana de cine
10: Vaya momento inoportuno
11: Una proposición que no podrá rechazar
12: Perdida en sus ojos azules
13: Te… Me encantas
14: Un cambio con la luz de la mañana
15: Cenicienta no necesita un príncipe
16: ¿Quién demonios es Billy?
17: Navidad en Stormy Crown
18: Fiesta de Navidad
19: Que te den, Liam
20: Hasta aquí hemos llegado
Un año después
21 : Ya no tan nueva vida
22: La peor pesadilla
23: Nada puede ser tan complicado
24: Tarde, ¿tarde?
25: Un rodaje y unos números
Epílogo: Stormy Crown
Agradecimientos
Para Ángel, por darme el tiempo;
y para Darío, por quitármelo.
1
¿Cómo he llegado a este lugar?
Audrey guardaba un secreto.
Y sabía que no lo estaba escondiendo muy bien.
La señora Dalloway, su jefa en la cafetería, llevaba varios días lanzándole indirectas;
también lo hacía Matty, cuando se cruzaba con él, o Pamela, la única amiga que había forjado
desde que había llegado a ese pueblo hacía solo unos meses.
Stormy Crown podía llegar a ser agotador. Ubicado entre montañas y cerca de un lago
donde veraneaban muchas familias ricas de la zona, tras el verano se moría un poco y quedaban
solo los habitantes habituales, que pasaban todo el año en el pueblo. Audrey había aterrizado
justo al principio de la temporada, en junio, cuando aún no habían llegado todos los turistas.
Había conseguido un trabajo, en la cafetería del centro de la señora Dalloway, y se había
instalado en una casita frente al lago —algo destartalada— que le alquilaba su propia jefa y que
ninguna persona en su sano juicio querría. Pero a ella le gustaba, ya que no tenía que rendir
cuentas a nadie.
Audrey había contactado con la señora Dalloway, Molly, para los amigos, para alquilarle la
casa por un mes, pues necesitaba desconectar. Había llegado con una maleta y un ordenador
portátil. Lo único que pidió fue una cama y un cuarto de baño en condiciones. Y eso obtuvo,
junto con un frigorífico funcional, poco más. Los muebles de su casa habrían estado bien en los
años sesenta, al igual que la decoración, pero Audie pensó que, para el tiempo que iba a estar allí,
no merecía la pena hacer nada.
Había gastado algo de dinero en efectivo que llevaba encima, cuando había dado carpetazo
a su vida anterior, en un coche de segunda o tercera mano que le pareció cómodo. Amarillo, al
que solo se le abrían las dos puertas de la izquierda y de una marca que ella no conocía; había
visto tiempos mejores, sin lugar a dudas. En el pueblo lo llamaban «el Huevo Ruidoso».
La primera semana, la había pasado encerrada mirando el techo, con el teléfono apagado y
sin ganas de nada. Solo se levantó cuando su reserva de tortitas y chucherías había acabado. Así
que bajó al pueblo, entró en el establecimiento de Sam Winston, que también era el alcalde, y,
cuando fue a pagar, su tarjeta estaba bloqueada. Fantástico.
Según el Stormy Crown Paper, el periódico local, nunca se habían escuchado tantos tacos y
tan variados en años, ¡y menos en plena temporada de verano! Audrey tuvo que dejar la compra
y salió a la calle con el estómago vacío. Se puso las gafas de sol y se marchó a ver a su casera,
para ver si, como ella misma le había dicho el primer día, podía ayudarla en todo lo que
necesitase.
Molly la observó como si fuese un bicho raro. Audrey lo tuvo claro; hacía una semana que
no se duchaba, así que tenía el pelo hecho un desastre, ya que sus bucles pelirrojos no se
cuidaban solos. Hacía tan solo un mes estaba sentada en una peluquería arreglándoselo para el
cumpleaños de Bree, nunca pensó que se encontraría así solo unas semanas más tarde. No era
que Audie se hubiese preocupado mucho por su aspecto en el pasado, ya que ella se consideraba
el patito feo comparada con su hermana —la del cumpleaños, que sí sabía sacarse partido—,
pero la verdad era que la falta de higiene podía resultar abrumadora. Se avergonzó y, aun así, se
acercó a Molly.
«¿Qué sabes hacer, Audrey?», le había preguntado. Y Audie pensó que era muy buena
pregunta. ¿Qué sabía hacer?
«Soy buena con los números».
«¿Contabilidad y esas cosas?».
«Sí, claro».
«¿Y cómo llevas lo de servir platos?».
¿Ella? ¿Servir platos? Había pensado en decir que mal, cuando su estómago rugió.
«Puedo intentarlo».
«Pues bien, si trabajas por las mañanas en los desayunos y por las tardes en la contabilidad
del local, tendrás un sueldo completo. Aunque, si por la tarde me hace falta una mano, espero
que estés preparada», había dicho su jefa con un tono que denotaba poca fe.
«Claro, pero me voy a quedar un mes, a lo sumo dos».
Y ya llevaba casi cuatro meses en ese pueblo, donde todos pensaban que Audrey guardaba
un secreto.
¿Y por qué lo sabía ella? Porque había sido portada del Stormy Crown Paper con un titular
que decía: «¿Guarda Audrey Campbell un secreto?». Crónica escrita por Matthew Anderson, con
el que una noche, tras haber estado bebiendo en la fiesta para despedir el verano que había
organizado el alcalde, estuvo a punto de liarse, pero no ocurrió. Bueno, decir que ella era la
noticia de portada era una exageración, ya que salía en la esquina inferior derecha, pequeñita,
junto al cupón del cine. La portada era para la producción de una película cerca del lago. Todo el
equipo de rodaje se hospedaba en varias mansiones de los ricachones del lugar, que habían
alquilado, y, aunque solo estaban en Stormy Crown una semana, solo los ayudantes habían
bajado al pueblo. Por ellos sabían que los actores principales aún no habían llegado, que
tardarían todavía un tiempo, que ellos estaban preparando el terreno y arreglando los decorados.
Había rumores sobre fiestas casi todas las noches y de unas cuantas tonterías más que Audrey
había obviado. Entre otras cosas, porque ella no leía el periódico local, que se editaba cada
semana. Y, aunque salió el martes y estaban a jueves, ella lo había ignorado. Como siempre. En
nada apreciaba saber las pequeñas minucias que ya comentaban sus parroquianos o los titulares
inventados.
Se acercó a la barra. Donde Pam, la única chica que podía considerar amiga en el pueblo, se
tomaba un delicioso café descafeinado con guindilla, que decía que le calmaba las náuseas de su
embarazo. Estaba de tres meses, pasaba mucho tiempo con ella y con sus excentricidades de
preñada. Al principio, Audie no se lo agradecía, prefería la soledad en sus horas muertas, pero
ahora se había convertido en una relación sólida de amistad, ya que para Pamela ella era de las
pocas chicas de su edad que todavía quedaban tras la espantada del verano y sin hijos. Eso se
acabaría en unos meses para Pam, que sería otra más del club de las mamás de Stormy Crown.
—¿«Guarda Audrey Campbell un secreto»? —dijo su amiga con voz profunda, burlándose
de ella.
—¿Qué? —preguntó la aludida. Pamela le enseñó el periódico.
—Llevo dos días, ¡dos días!, esperando a que leas esto —exclamó mientras se lo restregaba
por la cara—. Ni dejándotelo en cada esquina de la cafetería le has hecho caso. Y la gente
habla… Por cierto, ¿qué le has hecho a Matty? Normalmente es raro, pero un amor.
¿Que qué le había hecho a Matthew? Pues, sin contar el par de besos que se habían dado —
quizá también se habían metido algo de mano, no lo recordaba bien—, nada de nada. Lo mismo
ese era el problema. Al principio, había sido agradable, pero luego se acordó de otros besos, de
otras manos, de otra vida, y le dijo que no podía continuar. Cuando él le preguntó qué ocurría, le
susurró que no podía hablar y salió corriendo. Vale, sí, había podido herir su orgullo, pero no era
para tanto. Había intentado solucionarlo en un par de ocasiones, y había creído que con la
invitación a un par de desayunos, unas sonrisas y buena conversación lo había logrado.
Miró el reloj, eran las siete de la tarde. Ella no debería estar trabajando de camarera a esa
hora según el contrato verbal, y luego escrito, que había firmado con Molly, pero su jefa tenía
una función en el colegio de sus hijos y no había nadie que pudiera cuidar del local. Las mujeres
de Stormy Crown que pasaban la treintena tenían de dos a cuatro hijos ruidosos, algo que ella
aún no estaba preparada para afrontar, y eso que tenía ya veintiocho años.
Buscó con la mirada a Matthew, a esa hora era posible que viniese a cenar al local; lo hacía
unas tres o cuatro veces por semana. Se asomó a uno de los ventanales y lo vio en un lateral de la
plaza hablando con un hombre, que estaba de espaldas y que no le sonaba de nada. Bueno, le dio
igual.
Audrey había tenido que huir de sus problemas en una ocasión, no había podido superar lo
ocurrido. Sin embargo, que un escritorcillo de tres al cuarto —que, según él, había sido guionista
en Hollywood— le tomara el pelo por un par de besos… no le hacía ninguna gracia.
—Vigílame la barra, Pam, ¿vale?
—¿Adónde vas?
Cogió el periódico y se fue disparada a estampárselo a Matthew en el pecho. Cuando lo
hizo, el reportero se quedó quieto, pero pronto esbozó una sonrisa en su boca.
—¿De qué te ríes? —casi le gritó.
—Estoy esperando tu reacción hace ya días, y nada. Por fin te das cuenta de algo.
—¡Serás idiota! ¿Para qué me pones en boca de todos?
—Era eso o escribir sobre la sidra de la señora Moore. Tú parecías más interesante.
—¡Yo no guardo ningún secreto! ¡Rectifica esto, Anderson! —dijo señalando el periódico
que sujetaba él.
—Eso no es lo que dicen mis fuentes…
—¿Qué fuentes? ¿Qué dices? En serio, Matt, rectifica eso.
—Mira, tal y como yo lo veo, rectificarlo sería un error. En este pueblo necesitan, al menos
una vez al mes, un buen cotilleo. Están cansados de la poesía de la estación o de las cartas del
alcalde. Y ahora te ha tocado a ti. Felicidades, ya eres parte de nuestra amada comunidad. Pero,
si en el siguiente número hablase de nuevo de ti, seguro que se lo tomarían en serio. Ahora eres
una más. Bienvenida a Stormy Crown, señorita Campbell.
—¡Eres insufrible!
—Siempre a tus pies, preciosa.
Audrey bufó y se marchó a rumiar las tonterías de Matthew, pero giró la cabeza cuando el
otro hombre, al que no había prestado mucha atención, preguntó quién era ella.
Se quedó paralizada por un momento. Si estuviese en un garito de Nueva York con Bree, su
hermana, y sus amigas, seguramente todas se hubiesen girado a verlo. Moreno, ojos azules, pelo
largo, un tatuaje asomando por su cuello y un cuerpo de escándalo. Cuando se dio cuenta de su
repaso, le lanzó una sonrisa matadora. Audrey se recompuso y se marchó a su trabajo.
En otra vida, cuando ella era ella y no esa versión descafeinada… No se quería engañar, él
se hubiese fijado en Bree, su hermana pequeña. Que era más guapa, tenía más estilo y siempre se
los llevaba a todos, a todos.
Ese había sido el problema.
Ese había sido parte del secreto que guardaba Audrey.
2
Es muy complicado tener secretos
Audrey no había hecho deporte en toda su vida. Había hecho régimen cuando su madre se metía
mucho con ella y había tenido problemas con la comida desde la adolescencia. Sin embargo,
cuando se separó de su familia unos meses atrás todo cambió. Vivir tan cerca del lago fue la
excusa perfecta para comenzar a dar largos paseos junto a Ron, un gato callejero que se le unía y
que casi vivía con ella. De andar, pasó a correr, y tras aquel verano incierto era una de sus
actividades favoritas.
Se puso a calentar, buscó la lista de reproducción que se titulaba «Por el lago», llamó a Ron
y comenzó su paseo diario. Cuando Livin’ on a Prayer llegó a su estribillo, acostumbrada a no
ver a nadie, se dejó llevar por Bon Jovi y saltó y cantó. Sin vergüenza, al saber que nadie la veía.
Cuando acabó, entre canción y canción escuchó unas palmas. Se giró y era el chico que estaba
con Matty la noche anterior.
—¡Joder! —exclamó. No solo por la pillada, también por él. Ojitos Azules llevaba unos
pantalones de chándal negros y una camiseta de tirantes que dejaba ver más sus tatuajes y sus
músculos. Con el pelo recogido en una coleta, los ojos destacaban mucho más.
Hacía muchos meses que no se acostaba con nadie, y eso le estaba pasando factura.
—Buen espectáculo, Audrey Campbell. Lo malo es que no sé qué canción era con tanto
grito…
Audie puso los ojos en blanco.
—¿En serio? ¡Estaba clarísimo! —Se ofendió.
—Hm, nop. Te juro que han sido unos gritos artísticos, pero poco más.
Él sonrió. Dientes, multitud de dientes blancos. ¿Es que ese hombre no tenía nada mal? Un
dientecito pequeño torcido habría ayudado a bajar su calentón, ¿no?
Se acercó a ella. Mierda, ¿no podía ser en otro momento menos sudada?
—A ver, señorita Campbell, ¿puedes cantarlo ahora con público?
—Solo si tú lo haces conmigo.
—¡Si no sé ni qué canción es! ¿Algo de country? ¿Un rap?
—¡Anda ya, ojitos azules! —Se le escapó el mote que se había ganado con esos ojazos
cristalinos—. Era Bon Jovi.
—¿Ojitos azules?
Audrey comenzó a marcharse, no le apetecía tontear con él. Sabía que no llegaría a nada.
Un tío como Ojitos Azules querría un lío de una noche con una mujer mucho más espectacular
que ella. Y, en el fondo, también se moría un poco de vergüenza.
—Musculitos, ojitos azules, coletita…, sordo… —dijo a media voz, y le dijo adiós con la
mano.
—¿No quieres saber cómo me llamo? —le gritó.
—Con «ojitos azules» me vale.
Él le dijo algo, pero Audrey se puso los auriculares y se marchó. Ya no sabía cómo hablar
con un chico que tonteaba con ella, si es que era eso lo que había ocurrido. Con Matt fue distinto,
ya que habían bebido algo y tenía confianza con él.
Nunca había tenido sexo con un hombre de una noche. Primero habían sido amigos y luego
ya pasaban a parejas. Y no es que hubiese tenido muchos. De repente, se paró, se giró y él ya no
estaba cerca. Lo mismo Ojitos Azules no estaba tonteando, solo quería ser amable, y ella se
había comportado como una idiota.
Le debía una disculpa a Ojitos Azules, una buena.
Pamela se había empeñado en pasarlo bien hasta que su embarazo fuese más que obvio. No
podía beber, pero sí que podía bailar y pasar un buen rato. Y eso solían hacer siempre que
podían. Así que el viernes por la tarde de esa semana en la que fue portada del periódico, Audrey
había pasado un rato arreglando la casa a su gusto, sin poner Bon Jovi ni por un momento. Molly
le había dado permiso. Nunca había sido muy buena con las manualidades; sin embargo, o lo
hacía ella, o no lo hacía nadie. Había hecho verdaderos desastres, pero, con su sueldo de cada
semana, guardaba algo para la casa. En ocasiones, se preguntaba por qué hacía eso si estaba a
punto de marcharse, y no encontraba respuesta alguna. Había llegado por un mes, pero cada vez
se sentía más en casa que en su antiguo piso.
Tras pasar una tarde lijando, pintando y decorando, se duchó y se vistió. Había quedado con
Pam para tomar algo en el único bar que seguía abierto tras el verano: el de Dolores. Audrey no
podía decir que Stormy Crown fuese un lugar aburrido. Vale, no entraba dentro de los estándares
de Nueva York, aunque en ocasiones, para ella, era mucho mejor. Al menos una vez al mes, el
alcalde organizaba algún tipo de festival en la plaza del pueblo; el de ese mes, septiembre, era
una especie de circo, donde cada ciudadano podía interpretar algún puesto. Pam las había
apuntado, sin que ella lo supiera, para hacer de pitonisas. Al parecer, lo hacían todos los años, y
conseguir la caseta de adivinar el futuro era un buen puesto. Molly se lo había envidiado.
Estaban todos chiflados.
Cogió el Huevo Ruidoso para recoger a su amiga, mientras que pensaba en la conversación
que había mantenido con Linus, su hermano mayor, con el que estaba en punto muerto.
Linus no entraba en razón, no entendía nada. Solo pensaba en el negocio y poco más. ¿Y
qué pasaba con ella? Nada. Su familia necesitaba un curso intensivo de empatía. Quizá salvo
Nathan, que la habría apoyado en todo. Pero, como no sabía dónde estaba, no podía hablar con
él. Hacía meses que ni se comunicaban. Era el hermano mayor y había decidido vivir su vida
lejos de Nueva York, como ahora también lo había decidido ella. Nate era una persona centrada,
era médico en una ONG y daba su vida por los demás. El problema de Audie era que no sabía ni
lo que quería ni lo que podría hacer ni nada. Se encontraba perdida.
Que Pam entrase en el coche fue casi una bendición para Audrey, ya que no le apetecía
seguir dándole vueltas a lo de siempre. Su desastre de vida. Aunque no fue una operación
sencilla. Ella tuvo que salir y dejar que su amiga se deslizara hasta el asiento del copiloto. La otra
opción, la de sentarse detrás, la odiaba, porque parecía un taxi.
—En serio, Audrey, tienes que arreglar las puertas de este bicho.
—No tengo dinero.
—Yo te lo presto.
—No quiero, está bien.
—Cuando esté tan gorda que parezca que me he tragado una sandía entera, no sé cómo lo
voy a hacer…
—Vale, para entonces lo habré arreglado. Todo por ti y por tu sandía.
Pam asintió y sonrió. Tocaba cambiar de tercio.
—¡No sabes de lo que me he enterado! ¿Te acuerdas del tío guapísimo que hablaba con
Matty ayer?
—No lo sé, Pam, casi ni me fijé… —mintió como una bellaca. Estaba avergonzada por lo
ocurrido con él esa misma mañana.
—¡Claro! ¡Y yo soy monja! Solo voy a decirte que, cuando te marchaste airada de hablar
con Matty, se quedó mirándote el culo. —Audrey frunció el ceño—. Y no me creo ni por un
momento que no te fijases en él. En fin, a lo que iba, que es parte del rodaje de la película que se
va a grabar en el lago… Lo que no sé es qué puesto tiene. Yo diría que es actor, con ese cuerpo y
esa cara.
—En serio, no me fijé tanto.
—Sí, ya. ¿Tendrá Dolores sidra de la señora Moore?
—Y qué más te da, si no puedes beber…
—Mierda, a veces se me olvida que estoy embarazada.
—Solo para lo que te interesa…
Cuando Audrey había llegado a Stormy Crown, Pamela había estado liada con Martin, un
inglés que estaba de visita, algo así como de viaje espiritual por Estados Unidos en coche.
Cuando se marchó, ella comenzó con las náuseas, hasta que un médico le dijo lo que estaba
ocurriendo. Por alguna razón que Audie desconocía por aquel entonces, en vez de buscar a
alguna de sus amigas de toda la vida o a su familia, se presentó en su casa llorando. Con el
tiempo le confesó que todas sus amigas tenían ya hijos y la mera posibilidad de pensar en no
tener el niño no podía entrar en una conversación con ellas. Había pensado que con Audrey sí
podría, y no se equivocó. Eso las hizo inseparables. Que luego Pam decidiera seguir con el
embarazo fue una decisión suya y solo suya. Audie no influyó en ningún sentido, solo la
escuchó.
Cuando entraron en el local, Ally, la mujer de Dolores, la dueña, estaba sentada en la barra.
Eso era justo lo que Audrey tenía pensado: pasar un rato con las chicas. Ally regentaba una
tienda de comestibles donde podías encontrar multitud de delicatessen. No le hacía competencia
al alcalde, ya que cada uno vendía cosas muy distintas. Podría parecer que un local así no tendría
cabida en un pueblo tan pequeño, pero lo cierto era que con el turismo del verano podían vivir el
resto del año, y los habitantes se habían acostumbrado a comprarle también alguna que otra cosa.
Su verdadera fuente de ingresos era el bar de Dolores, que, paradójicamente, solo abría de jueves
a domingo. A Audrey le encantaba la pareja, siempre la habían hecho sentirse una más del
pueblo. Pidieron sus bebidas, la de Pam sin alcohol, y se pasaron un rato entre risas y bailes. Tras
una carcajada que hizo que se echase para atrás, pues Ally estaba contando que uno de los
últimos turistas del verano se había ofendido porque en su tienda de delicatessen no tuviera
orugas caramelizadas, se dio un golpe con otro cliente.
—Lo siento.
Al girarse, se encontró con Ojitos Azules. Con su sonrisa socarrona, más bien.
Vaya, era un pueblo pequeño.
—No pasa nada, pelirroja.
—Oh, yo también tengo mote.
—Ni te has molestado por saber mi nombre, creo que es lo justo, ¿no?
Se acercó Dolores, le pidió una bebida en voz alta y le dijo algo al oído. Le sirvió una
cerveza y le dedicó una sonrisa a Audrey antes de marcharse. Cerró los ojos con pesar. Le debía
una disculpa, así que lo buscó para hacerlo. Ojitos Azules estaba sentado en una mesa con unas
chicas y con Matty. Las dos eran bastante guapas, se reían de forma exagerada, y parecía que esa
noche ninguno se iría solo a casa. Tomó aire para ir a hablar con él, pero, cuando comenzó a
sonar Livin’ on a Prayer en los altavoces, se puso roja. Ojitos Azules levantó su copa y sonrió
tras ella. No le dirigió ni una mirada más en el resto de la noche.
El sábado por la mañana Audrey no trabajaba, por eso le encantaba pasar el día en casa o
visitando con Pam los pueblos vecinos. Por ser ese día de la semana, salió con una sonrisa en la
boca a dar su paseo matutino diario. Pero lo que se encontró no era el panorama habitual: Ojitos
Azules, sentado en una piedra acariciando a Ron. Vaya con su gato.
—Buenos días, pelirroja. ¿Lista? —Se levantó y se puso a hacer calentamientos.
—Pensé que… —Audrey se cortó, no debía decirle que pensaba que se había pasado toda la
noche con la chica del bar. No era asunto suyo. Lo que sí era, sin lugar a dudas, era pedirle
disculpas—. Perdona.
—¿Eh? —Él se quedó parado, sujetándose una pierna con el brazo para estirar.
—Perdona por lo de ayer, no debí llamarte «ojitos azules».
—Bueno, no está mal. Me han llamado cosas peores. ¿Ya quieres saber mi nombre?
—Por favor.
—Vaya… —Sonrió y dejó que ella viera esa magia que hacía con su sonrisa. Audrey creyó
que ese hombre estaba más que acostumbrado a que todo el mundo se rindiese a sus pies. Tenía
esa aura arrolladora de saber que era irresistible—. Soy Liam Howards, encantado. ¿Vamos?
A Audrey todavía le costaba correr y hablar, no era lo suyo, estaba comenzando con el
deporte. Sin embargo, Liam no tenía ningún problema. Se rio de ella en algún momento por no
poder seguirle el ritmo, le cantó varias canciones de Bon Jovi y amplió repertorio con otras
canciones de los ochenta. Cuando llego a Take on Me, Audie no pudo más y le dio un codazo. Si
la volvía a hacer reír, no conseguiría acabar. Y no, no pudo. Así que se paró y se tiró en el suelo.
Volvería andando.
—¿Cómo has acabado aquí, pelirroja?
—Por casualidad, necesitaba cambiar de aires y aquí acabé. Sin más. ¿Y tú?
—Pensé que lo sabías, estoy aquí con la producción.
—¿Actor? —preguntó, a raíz de la teoría de Pam.
—No —negó con un tono extraño en la voz. Audrey creyó que era porque todo el mundo
creería que con ese cuerpo y esos ojos solo podría ser actor—. Soy ayudante de dirección. Por
eso estoy aquí antes de tiempo, ayudando con todo desde el principio.
Ella se levantó con la ayuda de Liam, y sonrieron.
—Sin embargo —dijo él mientras ponían rumbo a su casa caminando—, me da la sensación
de que tu historia es un poco más larga que «por casualidad, quería cambiar de aires…» —imitó
su voz y volvió a despistarla con su sonrisa—. No por algo, según el muy fiable periódico local,
guardas un secreto, Audrey.
—Vaya, ¿y qué secreto crees que pueda ser, ojitos azules?
—Conque volvemos a los motes… Estás pasando droga.
—Nop. ¿En serio tengo pinta de camello?
—Si algo nos enseña Narcos es que cualquiera puede serlo.
—¿Qué es Narcos?
—Una serie.
—Ah, yo no veo la tele.
Liam se paró y la observó de arriba abajo como si fuese otra persona, como si se hubiese
convertido en un bicho muy raro salido del averno. Puso cara rara y continuó su paso.
—No guardo ningún secreto importante. A ver, todos guardamos secretos, ¿no? Pero en el
fondo solo soy una mala camarera a la que se le dan bien los números. No hay más, Liam.
Él no contestó nada. Rumió algo hasta que llegaron a la puerta de casa de Audrey con Ron a
su lado.
—¿Puedo decirte una cosa? —le preguntó Liam.
—Claro.
—No parece que seas solo una camarera… —Se puso a dar saltitos y comenzó a andar para
atrás—. Y me intrigas.
Se marchó, no sin antes guiñarle un ojo.
¿Ella? ¿Le intrigaba ella?
3
Una pitonisa sin futuro
Audrey se encontró todas las mañanas a Liam jugando con Ron. Corrían un rato, se contaban
tonterías de su día a día y se despedían. Así se instaló en su rutina como el trabajo, como las
llamadas de los viernes de Linus o salir con Pam al bar de Dolores. Cada vez que iba con su
amiga a tomar algo, veía a Liam y a Matty con alguna que otra chica, y nunca eran las mismas.
Ojitos Azules le pedía cada viernes por la noche una canción de Bon Jovi y se la dedicaba. Pam
comenzó a sospechar algo al tercer viernes seguido, y se lo tuvo que contar. Su amiga era una
romántica empedernida, todavía creía que Martin aparecía con un caballo blanco por ella, así que
comenzó a hacerse ilusiones sobre ella y Liam.
Nada que ver con la realidad.
Ni Liam quería nada con ella ni Audrey se veía con ganas de empezar nada.
El sábado, tras hacer un turno por la mañana como favor a su jefa, Pam y ella fueron a
colocar su caseta en la plaza. Tocaba hacer de pitonisa. Decidieron comer un bocata mientras
escribían sobres de la fortuna, un plus que le iban a dar a los clientes. Durante los años
anteriores, las demás pitonisas solo habían leído el futuro o respondido preguntas a través de una
bola de cristal. Ellas querían innovar con una mesa llena de sobres con frases sobre el futuro de
quien lo comprara. A dólar, oiga. Baratito.
—¿Qué te parece «Te alistarás en el ejército»? —preguntó Audrey tras haber agotado las
predicciones típicas del amor, la salud, la familia y el trabajo.
—¡Me parece perfecto! ¡Lo compro! —Pam, con sus ojos verdes y su rubio natural, se
quedó pensativa achicando la mirada—. ¿Y «Adoptarás una cabra»?
—¿Una cabra? ¿En serio?
—Me parece interesante tener una cabra.
—Pues nada, ya sé qué regalarte cuando nazca el bebé…
—¿A mí o al niño?
—¡A los dos! Le pediré una a la señora Millie.
—¡Tengo otra! —la interrumpió Pamela—. «Ganaras un oro olímpico».
—¡Esa es fantástica!
—Lo sé, pequeña aprendiz de vidente.
—¡Tengo otra, Pam! Creo que es buena: «Le pondrás voz a un teleñeco».
—Me matas, Audie.
—¿Y «Un invento te hará millonario pero desgraciado»?
—Vaya, esa es triste, pero me vale.
Así continuaron durante un rato hasta tener cada una unas cuantas. Pensaban cobrar cinco
dólares por predicción y uno por un sobre con su futuro. El dinero iba destinado a mejorar parte
del mobiliario urbano. Siempre había algo que arreglar en el pueblo y, si no, se lo inventaban.
Sus fiestas mensuales se habían hecho famosas entre los pueblos de alrededor y ya era como un
espectáculo en sí.
Pamela se disfrazó de pitonisa sexi, pero Audrey no. Le parecía algo más divertido que otra
cosa. Decidieron que la primera sería quien se metería en la tienda para leer la mano mientras
Audie vendía sobres y, pasado un rato, lo harían al revés. En la primera hora, Pamela tuvo tres
clientes y Audrey vendió quince sobres. ¡Todo un éxito!
Molly pasó con sus hijos, ella compró un sobre de la fortuna.
—«Viajarás al Congo belga». —Levantó las cejas y sonrió—. Creo que no podrías haber
dicho una tontería mayor. El Congo belga, ¿eso existe?
—Sí, está en África. —Era el último lugar donde sabía que había estado su hermano Nathan
con su ONG—. Te lo aseguro.
—Vaya imaginación. Como Pam sea igual de buena…
—¡Es mejor!
—Al menos es divertido, Audie. ¡Buen trabajo! —Le dio un abrazo y se marchó con su
familia a disfrutar del festival.
El olor del puesto de al lado era fantástico. Olía a especias y a carne a la brasa. Como no
sabía bien cómo vender sus servicios de futuróloga despistada, recolocó los sobres, los mareó y
sonrió a todo aquel que quisiera pasarse. Cuando Pamela salió con el último cliente, era la hora
del cambio.
—Audrey, ¡esto es divertidísimo! Te va a encantar.
—Pues sigue tú leyendo la mano. Yo sigo con los sobres, no me importa.
Y allí estaba, la antigua Audrey, la que no sabía vivir sin hacer que los demás se sintieran
bien, sin pensar en ella. Pero realmente quería a Pam, y quedarse con los sobres era una tontería
comparado con su amistad. Sonrió. La antigua Audrey nunca se marcharía de Nueva York ni se
vestiría de pitonisa, pero ahora lo hacía y estaba rodeada de personas mucho mejores.
—¡No seas tonta! Te compro un burrito y te lo comes mientras llega el siguiente cliente.
Le guiñó un ojo, e hizo que supiera que ella era, con diferencia, la mejor amiga que podía
haber encontrado en la huida hacia delante en que se había convertido su vida.
Se metió en la tienda, la habían decorado con poca luz para que todo fuese mucho más
místico. No sabía hasta qué punto engullir un burrito con un refresco en cuestión de minutos
podía darle credibilidad a su papel, pero, como nadie la había visto, no comprometía su
profesionalidad.
—Toc, toc. —Escuchó desde fuera. Por alguna razón, esa voz ya se había incluido en el
registro de los sonidos que más le gustaban en el mundo entero.
Se tocó la cara para quitar posibles restos de salsa, se arregló el pelo y, con una voz
profunda imitando a alguien más místico, le dijo:
—Pase.
La sonrisa de Liam fue lo primero que intuyó cuando abrió la puerta, que no era otra cosa
que una tela de colores. Llevaba una camiseta de manga corta negra y unos vaqueros algo usados
y rotos. Sus ojos se clavaron en ella con una mirada socarrona.
—Me han dicho que aquí dentro puedo hablar con madame Audrey —dijo con intriga.
Maldita Pamela, que quería hacer de casamentera. O eso le había dicho en el momento en que le
comentó que hacía meses que no se acostaba con nadie.
Audrey apagó una risa.
—Pase y siéntese. Su futuro le espera —dijo intentando parecer seria, aunque no podía.
—Hm, qué interesante. —Se sentó frente a ella—. ¿Puedo hacer preguntas o directamente
me lo dice la pitonisa?
—Como desee… —Su tono sonó sensual, casi una declaración.
Liam sonrió y no apartó su mirada de la de ella. Tomó aire, parecía que iba a decir algo,
pero no. Se acomodó en la silla y susurró:
—Léeme el futuro, Audrey.
—Dame tu mano. —Liam no se lo pensó y, sin dejar de mirarla a los ojos, se la tendió.
Audrey primero cogió su mano como si fuese algo muy delicado que se podía romper. Casi con
miedo. Sentir su roce más allá de algún empujón cuando salían a correr fue como si un
relámpago la atravesara, una explosión que sintió en su interior. Y la mirada fija de Liam no
ayudaba en absoluto—. Aquí veo un viaje muy importante, ¿ves? —Se inventó esa tontería, lo
primero que le vino a la cabeza—. Es un viaje que te cambiará la vida.
—¿A Stormy Crown?
—Bueno, o a Madagascar. El sitio no lo dice la línea de tu mano.
—Vaya, qué pena. ¿Y en qué me va a cambiar el viaje?
Piensa en algo ambiguo, piensa en algo ambiguo…
—Pues te va a cambiar en profundidad, algo trascendental… —Se quiso hacer la mística.
—¿Como qué?
—Como un cambio de sexo, por ejemplo.
¡Vaya, Audrey!
—Joder, eso no me lo imaginaba. —Se rio, con una carcajada limpia—. ¿Y en el trabajo?
¿Voy a dejar el mundo del espectáculo y me voy a hacer abogado, como quiere mi madre?
—No, aquí dice claramente que el camino que sigues es el correcto, que solo te desviarás un
poco.
—¿Cuánto es un poco?
—No hay unidad de medida que mida el futuro.
—Bueno, pues ahora quiero hacer preguntas. ¿También verá las repuestas en mi mano,
madame Audrey?
—No. —A su pesar, tuvo que dejar su mano y sacar las cartas, que era una baraja antigua
que habían usado otros años para esa misma atracción. Barajó con cuidado y le pidió que cortase
por la mitad—. Formula tu pregunta.
—¿Voy a encontrar el amor en Stormy Crown?
Hala, sin miedo, sin paracaídas, sin nada.
Audrey sacó tres cartas: el as de corazones, el tres de picas y el siete de tréboles.
—Es que he conocido a una chica… No sé, no me hace mucho caso, pero yo lo intento —
comenzó a decir antes de que ella pudiera dar su respuesta—. Quizá pensar en amor sea algo
muy ambicioso, dadas las circunstancias. Pero sí me gustaría, no sé, pasar de la amistad…
—¡No! Aquí dice claramente que en Stormy Crown no encontrará el amor, señor.
—Bueno, ella vive en las afueras. Lo mismo por eso fallan. Pero veo un as de corazones,
¿qué significa sino amor verdadero?
—Indigestión.
—¿Indigestión?
—Indigestión por tener demasiado ego, eso significa.
—Buah, madame Audrey no dispara con balas de fogueo. Eso ha dolido…
—Han sido las cartas, no yo.
—Claro…
—Pues creo que nuestro tiempo ha terminado.
—Solo una cosa más, por favor. —Liam sacó un sobre, uno que habría comprado a Pam
antes de entrar—. Me gustaría saber si lo que pone aquí me cambiará la vida para siempre.
—Por supuesto, y nunca fallamos —dijo con mucha seguridad. Pues, por el sobre y por una
rozadura en la esquina, sabía perfectamente qué ponía dentro.
—«Adoptarás una cabra».
—Esperemos que sea cariñosa, dicen que algunas dan cabezazos y muerden.
—No me gustan las cabras —refunfuñó.
—El futuro ha hablado, señor. Espero que le ponga un buen nombre.
Se levantó, todavía con cara de asombro, pero antes de marcharse no pudo dejar que ella
tuviera la última palabra.
—Se llamará Madame Audrey. Es lo justo.
4
El señor miratraseros
Al día siguiente, tras darse cuenta de que su futuro no estaba justamente en lo místico, Audrey
tuvo que acudir a la plaza para desmontar el chiringuito. Pamela llegó un poco tarde, pero lo
compensó con un par de cafés. Audie no estaba de buen humor. Se había acostumbrado a salir
con Liam a correr, y esa mañana él no había aparecido. No mejoraba su carácter que Pam le
hubiese informado de que se paseó por la feria con una rubia despampanante del brazo mientras
ella se inventaba la fortuna de los que pasaron por su tienda. A Matthew le vaticinó una verruga
en la nariz; al alcalde, que encontraría el amor entre un día y cincuenta años; y a Ally, que debajo
de su tienda había una mina de oro. Había creído que con esa sarta de tonterías la gente dejaría
de ir, pero no. Los aldeanos de Stormy Crown tenían un curioso sentido del humor y se animaron
mucho más.
—Te mira el trasero, te lo digo yo, es el señor miratraseros —dijo su amiga mientras
enrollaba una tela.
La vida sentimental de Pamela era nula, ella así lo quería. Trabajaba de fotógrafa en el
Stormy Crown Paper y estaba centrada en su trabajo, en su embarazo y en intentar que Audrey
echase un polvo. Eso sí, con medios para que no se encontrase en su misma situación. Solo tres
días atrás había aparecido en su casa con una caja de cincuenta condones, indicándole que
esperaba que Ojitos Azules no aguantase solo un asalto. Vale, un asalto no, pero ¿cincuenta?
Vaya.
Así que, en aquel momento, le estaba explicando que Liam siempre se fijaba en el trasero de
Audrey y que, para ella, era el señor miratraseros.
—Pues, para gustarle mis nalgas, bien que se fue con la rubia esa, y esta mañana ni ha
venido a correr.
—No es lo mismo correr que co…
—¡Pamela!
—¡No lo es y punto!
—¿Cuántas mujeres habrá en ese rodaje, que cada vez lo vemos con una distinta?
—La rubia no era del rodaje, es del pueblo de al lado. Creo que trabaja en una tienda de
ropa premamá…
—¡Vaya! Ampliando miras…
—Y tú cada día más celosilla…
—¡Pam! No son celos, es realidad pura y dura.
Audrey pensó que quizá cuando preguntaba por el amor en Stormy Crown no era por ella,
sino por alguna de sus muchas conquistas. Parecía estúpida cuando él estaba cerca. Había
tonteado con ella, sí —un rato y poco más—, pero se paseaba con las otras. Como otros tantos
antes, la veía como una amiga, nunca como una amante. Salvo Peter… Y Peter acabó siendo al
final una de las peores cosas que le habían pasado en la vida. La atropelló, la dejó vacía y la
avocó a la soledad.
—Hablando del rey de Roma… —Pamela señaló al otro lado de la calle, donde estaba
ubicado el Stormy Crown Paper.
En la puerta, Matthew aparcó su coche. Lo amaba más que a su vida. Tenía pinta de ser
clásico, quizá de los años cincuenta. Era su bebé, y Audrey creía que si alguien lo rozaba podía
matarlo. De él se bajaron el propio Matt y Liam, con gafas de sol y, al menos el último, con la
misma ropa del día anterior. Se despidieron con la mano mientras cada uno tomaba una dirección
opuesta. El periodista entraba en la redacción, abierta todos los días, y Ojitos Azules se metía en
una cafetería.
—Voy a desmontar la tienda por dentro, sigue tú con esto, Pam.
No quería que su amiga hiciese esfuerzos.
En una caja comenzó a meter sus enseres de madame Audrey y a tatarear A Natural
Woman, una canción que le gustaba ponerse en su piso de Nueva York, con una buena copa de
vino, tras llegar de trabajar, antes de la hora de la cena. Algo que desde que estaba en Stormy
Crown no hacía. No lo echaba de menos, la verdad. Era su manera de evadirse de su vida, una
que no le gustaba en absoluto, pero que por aquel entonces no lo sabía. Estaba en un proceso de
cambio, de conocimiento, de saber quién era ella y qué quería en la vida.
Se emocionó un poco más de la cuenta, hasta que escuchó a su lado:
—When my soul was in the lost and found, you came along to claim it…
Vaya, justo tuvo que entrar Liam, con esa voz algo rota, a quitarle su parte favorita de la
canción.
—Hoy no has venido —le susurró. Le dieron ganas de hacer un puchero, algo estúpido.
—Lo siento, me han secuestrado. No han pagado el rescate y, tras un rato más de la cuenta
conmigo, me han soltado desesperados de escucharme.
Una excusa estúpida, pero, bueno, tampoco podía esperar mucho más.
—¿Has hecho que Ron acabara en el suelo cansado?
—No tanto como cuando te sigue a ti.
—Mañana le daré una buena paliza.
—No sé si dejaré que salga a jugar contigo.
—Anda. —Le dio con el codo—. No te enfades, madame Audrey. Hago lo que puedo.
—¿Qué significa eso?
Liam carraspeó, se tocó el pelo y se dirigió a la puerta.
—No significa nada, voy afuera a desarmar la tienda.
Audie se quedó algo sorprendida, no sabía en qué momento se habían puesto las cosas
tensas. Dentro estaba todo guardado, así que salió a ayudar a Pam, que estaba hablando por el
móvil.
Habían vendido todos sus sobres con predicciones y habían reunido sus buenos dólares.
Llegó el alcalde para recoger la recaudación y para indicarles que unos empleados recogerían los
bártulos en una media hora.
—No te lo vas a creer… —dijo Pam cuando acabó con su llamada.
—¿Qué ocurre?
—¡Matt está escribiendo sobre nuestro éxito como futurólogas!
—¿Qué dices?
—Sí —dijo Liam mientras cargaba unos palos—, le han llamado esta mañana. Al parecer
unas cuantas de vuestras predicciones se han hecho realidad.
—¡¿Qué?! —Audrey ya no podía decir ni una sola palabra más.
—Le tengo que pasar unas fotos nuestras disfrazadas, ¿te importa, Audie? Voy un momento
a la redacción y vuelvo.
—Lo mismo sí acabas con una cabra… —susurró cuando Liam pasó por su lado.
—Pues llevará tu nombre…
Pamela se marchó entre risas, dejándolos a los dos con los últimos retoques para que se lo
llevasen todo. Una vez terminado el trabajo, Liam y Audrey se sentaron juntos encima de unas
cajas esperando. Entre ellos había un malestar. Ella quería saber qué había hecho para no acudir
a su cita y él no parecía tener el desparpajo de siempre, como si algo le hubiese cortado. ¿La
rubia no fue todo lo que él esperaba?
—No te has cambiado de ropa —soltó Audrey sin pensar mucho.
—Nop. ¿Te has fijado?
Auch. ¿Y qué le respondía a eso? Retrocedió quince años y se sintió como una adolescente
hablando con el chico que le gustaba. Pateó el suelo e intentó no parecer una cría, sino una adulta
con una carrera universitaria, un máster, un trabajo… En concreto, también con madurez. A
veces.
—Soy muy observadora.
—Ya… Es que Matthew me ha dado una noche…
—No te pedía explicaciones.
—¿No? Pues yo creía que sí. Que lo mismo te apetecía saber qué pasó con Rachel.
—¿Rachel?
—¿No era eso? Pues yo creía que sí. —Se calló un momento mientras se balanceaba—.
¿Sabes cómo te llama Matty? —Audrey negó con la cabeza—. Mi novia de pega.
—Joder, Matty tiene un alma de cotilla…
—No sabes cuánta. En fin, novia de pega, me gusta el concepto, ¿sabes? Es como ser
amigos y algo más. Siento que hemos conectado, pero que no me dejas conocerte, pelirroja.
Quizá algún día, ¿no?
Se levantó y le tendió la mano. Los operarios ya habían llegado para llevarse todo lo que
quedaba de su aventura como madame Audrey. Pamela apareció y Liam se marchó. Su propuesta
se había quedado en el aire.
5
El país de otoño
A Audrey siempre le había gustado el otoño. El verano era una estación pesada, entre todos los
compromisos familiares y con Peter. La primavera y el inverno eran agotadores en el trabajo,
pero el otoño… Ay, el otoño. En Nueva York era una estación mágica. La echaba de menos,
porque, aunque el pueblo se engalanaba, nada tenía que ver con Central Park y con sus rincones
favoritos. Estuvo tentada de irse un fin de semana, pero luego se acordó de todo lo que había
dejado allí y se abstuvo. Estaba preocupada por Nathan, su hermano no se perdía tanto tiempo.
Ya llevaba muchos meses sin saber de él y, por más que le preguntara a Linus, él tampoco tenía
ni idea de por dónde podía parar.
En su vida, además, se estableció una rutina: su novio de pega la recogía cada mañana para
ir a correr. Tras una discusión, lo invitó a desayunar, y era algo que hacían todos los días. Desde
aquella mañana en la que no apareció, no había vuelto a faltar ni una sola vez. A Liam siempre le
alucinaba que ella no tuviese televisor y que no le gustase el cine. No insistía, decía que un novio
de pega no tenía tantas licencias, pero sí que le parecía un bicho raro. Solo coincidían por las
mañanas, algún que otro viernes en el bar de Dolores y poco más. Algo en él había cambiado. Le
contaba confidencias del rodaje, pero sin entrar en su vida. Ella le hablaba de sus parroquianos y
de su día a día, nunca de Nueva York ni de Peter ni de nada más íntimo. Sentía que, una vez que
abriese esa puerta, nunca más la podría cerrar.
Aquella mañana de octubre el cielo se veía plomizo, y Ron decidió no salir de la calidez de
su sofá. El gato se había instalado definitivamente ya en su casa, sin problema, sin vergüenza. Ya
era su gato. Nunca pensó que podría tener uno. Ella era chica de perro. Más bien de casita con
verja blanca, niños correteando y perro. Muy años cincuenta. Pero había acabado con un trabajo
de camarera que se le daba fatal, una casita destartalada a las orillas de un lago en un pueblo de
chalados y un gato.
Pensando en eso, se encontró con su compañero de deporte, que solo la saludó con la
cabeza. Liam estaba más callado de lo habitual. No se había reído con su comentario sobre Josh
y su falta de tacto al intentar ligar con ella, ni parecía que le hiciese mucho caso. Así que
aminoró el paso y se paró.
—¿Qué haces, pelirroja?
—No me haces caso, ojitos azules. Estoy aquí contándote que el único hombre que me mira
en Stormy Crown es tan torpe que no sabe ni cómo hablar conmigo, y no me haces caso.
—Hoy no estoy de humor, solo es eso.
—¿Es por Halloween? —No, no tuvo una epifanía. Solo que cuando ella comentaba algo de
disfraces, de dulces o de calabazas… él refunfuñaba.
—No me gusta Halloween. Sí, es eso.
—¡Vaya! Es una de mis fiestas favoritas, ¿no vas a venir esta tarde a darle caramelos a los
niños? Te lo iba a proponer.
—No, hoy no voy a salir.
—¿No vas a ir a la fiesta de Dolores?
—No, Audrey, no voy a ir. ¿Qué mosca te ha picado? En serio, lo último que necesito hoy
es un interrogatorio.
—Mientras corremos por las mañanas, no paras de hablar y te jactas de que yo me ahogo.
¿Qué pasa hoy, Liam?
—¡Joder, que hoy no te aguanto! Eso pasa.
Y se marchó, pasó de ella. Había explotado por algo que Audrey no entendía.
El resto del día lo pasó pensativa, Liam se había colado en su vida. Sabía que el tiempo sería
limitado, que no sería para siempre. Claro que lo sabía. En cuanto la producción se fuese, él se
iría también. Por lo que le había contado, para diciembre tendrían todo listo para que comenzase
el rodaje y, con él, su verdadero trabajo de ayudante de dirección. Le emocionaba tanto esa
oportunidad que, en ocasiones, solo hablaba de encuadres, de cámaras y de las bambalinas del
mundo del espectáculo.
Lo amaba.
Liam amaba su trabajo.
Y eso siempre la hacía recapacitar sobre qué podía hacer ella en su vida para encontrar un
trabajo que amara.
¿Qué le gustaba a Audrey? Le gustaban los números. Los adoraba. Encontraba tranquilidad
en la estabilidad de estos. Una cuenta siempre daría lo mismo y los mayores misterios del
universo se descifraban gracias a las matemáticas. Eso era lo suyo. El amor por el número uno,
muy pitagórica. Eso era lo suyo, y no lo demás.
Sin embargo, no estaba preparada para plantearse un futuro más cercano que el día
siguiente. Sus mañanas con Liam, su trabajo en la cafetería, sus risas con Pam y sus noches en
soledad con su lector electrónico y todas las historias que tenía en su mano. Claro que había
cosas que rompían esa rutina, como las llamadas de todos los viernes de Linus o los domingos de
tranquilidad en casa. Y, como ese día, dar caramelos a los niños que pasaran por su casita.
Pamela había aparecido de Morticia Addams, pues, aunque su embarazo ya estaba avanzado, no
tenía casi barriga. Su obstetricia le había dicho que algunas mujeres no mostraban barriguita
hasta pasados los seis meses. Algo poco común, pero que se daba. Y ella lo estaba exprimiendo a
tope. Audrey, por su parte, se había disfrazado de Wonder Woman, y el traje le quedaba
fenomenal. El ejercicio le había dado a su cuerpo un aspecto fantástico y lo quería lucir.
Se pasaron la tarde dando caramelos a los chicos que se acercaban por la zona, que fueron
muchos más de los que esperaban. Tras cumplir con la comunidad infantil de Stormy Crown, se
marcharon al bar de Dolores, donde, por una vez en mucho tiempo, Audrey se vio con ganas de
ligar algo. Pero ¿con quién? Su duda se despejó, como una incógnita en una ecuación, cuando
vio que habían puesto hasta mesas fuera, ya que habían acudido muchas más personas de lo
normal.
—¡Josh! —Le había cogido de la mano para que diera una vuelta—. ¿Spiderman?
—A mis hijos les encanta.
No había mejor manera de bajarle las ganas a una mujer que hablar de niños. Audrey y
Pamela sonrieron y se mezclaron con la gente. Encontraron a Matthew, disfrazado de doctor
loco, ligando con una chica. Lo saludaron y siguieron para dentro. Ally y Dolores iban de las
gemelas de El resplandor, aterradoras. Y así fueron viendo un mosaico de personajes de terror o
ciencia ficción en su versión más oscura o más sexi.
—Hoy conduces tú —le dijo Audrey a Pam mientras pedía una cerveza.
—Hecho. Parece que hoy estás distinta.
—Hoy vengo abierta a posibilidades.
Pamela asintió y sonrió. No se quería hacer ilusiones, pero sin duda ella quería centrar sus
posibilidades en cierto macarra de ojos azules que se había colado en su vida. Así, sin más.
Durante un rato, bailaron, tontearon y se lo pasaron tan bien que Audrey llegó a olvidar sus
indecisiones y lo perdida que se sentía en la vida, una sensación que la acompañaba a cada
instante.
Hasta que, en un giro, mientras bailaba Our House de Madness, ya que en el bar de Dolores
solo existía la música desde los setenta a los noventa, pues todo lo demás estaba prohibido, lo
vio. A Liam. Audrey no era una gran fan del cine, pero había visto una interpretación de
Broadway de Grease y, si no iba disfrazado de Danny Zuko, no sabía de quién. Y si algo había
conseguido ese Danny en particular era encontrar a su Sandy, ya que le estaba metiendo la
lengua hasta la garganta a una rubia con unos pantalones pitillo y un escote que dejaba poco a la
imaginación. Paró en seco y no pudo dejar de observar la escena. Y, como si Liam hubiese
sentido su mirada, abrió los ojos y no dudó al posarse en ella. ¿Qué estampa estaría dando? ¿De
novia de pega despechada? El muy gilipollas se puso a meterle mano a su Sandy sin dejar de
mirarla.
Audrey se cabreó y se marchó. Pam la siguió.
—¿Lo has visto? ¿Lo has visto, Pam?
—Sí, Audie, será mejor que nos vayamos a casa a ahondar en todo eso que te corroe y a
comernos esos dulces que han sobrado y que no se me van de la cabeza…
—¡No me corroe nada! —le gritó mientras se dirigía al coche—. Es solo que mi noche se ha
jodido. Y mucho.
—Audrey… —La cogió del brazo e hizo que se parase—. Una cosa es querer acostarte con
Ojitos Azules, y otra cosa es enamorarte de él. Eso es absurdo, ya lo sabes, todos los viernes lo
vemos con una distinta.
—Ya lo sé, Pam. No soy estúpida.
Y no lo era. Solo esperaba que, algún viernes, la que acabara en la cama con él… fuese ella.
A la mañana siguiente, Audrey no se presentó a su cita con Liam. Había bebido mucho la noche
anterior y no le apeteció levantarse de la cama para saber nada de lo que él quisiera contarle.
Toc. Toc. Toc.
Un maldito ruido se asomaba por su cabeza y le retumbaba en el cuerpo.
No quería saber nada de nadie, por Dios.
Toc. Toc. Toc.
Ron, que a veces dormía con ella y a veces pasaba de ella, se levantó de la cama y se fue a
maullarle y a rascar la puerta. Maldito Ron.
Toc. Toc. Toc.
Y un ruido lejano, como palabras, se coló en la nebulosa de su cabeza.
Hasta que llegaron más y más ruidos, y ella se tapó con la colcha hasta la cabeza.
—Espero que no estés desnuda.
Escuchó decir antes de que alguien le quitara la sábana y la dejara helada y enfadada.
—¿¡Qué coño haces!? —le gritó a Liam, que se sentó en su cama.
—Toca correr, levántate.
—Hoy no, tengo resaca.
—Hoy sí, justamente por eso.
—¿Tú puedes faltar un día por tirarte a una y yo no puedo faltar un día por resaca?
—Hoy no, Audrey. Joder, hoy no.
—¿Qué pasa hoy?
—Es el día en el que vamos a tener la conversación.
—¿Me vas a explicar cómo se hacen los niños o que el Conejo de Pascua no existe?
—Más o menos. Vamos, levanta.
Él bajó la escalera de su habitación casi de un salto y se puso a hacer el desayuno mientras
hablaba con Ron y le daba comida. Audrey quiso gritarle que el gato comía comida de gato, que
no lo malcriara, pero su cabeza ya estaba suficientemente jodida como para gritar nada.
Cuando bajó, le esperaba en la mesa café, zumo de naranja, huevos revueltos y tostadas
francesas. Vale, Sandy se lo había tirado la noche anterior, pero ella se llevaba la parte del
desayuno guay poscoito. No estaba mal, ¿no?
Tomó un sorbo de café que le supo a gloria, y Liam le puso en la cara un plato de huevos
revueltos y le dijo «come» con tanta autoridad que ella no pudo dejar de hacerlo. Mientras,
esperaba la conversación, fuera lo que fuese eso.
—No soy buen novio.
—Eso ya lo sé. No eres buen novio de pega, no lo vas a ser de verdad… —contestó con
ironía.
—En serio, Audrey, no soy buen novio, buena pareja o lo que sea. Y tú y yo no vamos a
tener sexo hasta que lo entiendas, hasta que llegue el día en que solo quieras eso de mí: un buen
revolcón. ¿Vale?
—Pero ¿quién te dice que quiero acostarme contigo?
Liam levantó una ceja. Su cara de incredulidad fue demasiado clara. Se mantuvieron las
miradas un rato hasta que él claudicó.
—Bien, si no quieres acostarte conmigo, es todo mucho más sencillo. ¿Amigos?
—Si no me queda otra…
Aquella mentira que Audrey le soltó a Liam la mañana de su resaca del año se extendió en el
tiempo hasta que ella misma comprendió lo que él le quería decir: su incipiente amistad era más
importante que una relación que iba a acabar mal. Así que solo en el hipotético caso de que ella y
él supiesen gestionar sus sentimientos y lo que suponía acostarse juntos podrían hacerlo.
Con las semanas, Audie se dio cuenta de que Liam era mucho más de lo que parecía, pero
también de que se moría por estar con él. Así que no tuvo otra opción: se lo tenía que quitar de la
cabeza.
Y ella solo conocía una manera de hacerlo.
6
Una televisión y una tirita emocional
El festival de noviembre era una rifa benéfica. A ella acudirían también personas de los pueblos
de alrededor, ya que Sam se había esforzado en el marketing. Durante la primera parte de la
noche se subastarían premios materiales, como una bicicleta, una televisión y cosas por el estilo.
Cada participación costaba cinco dólares y había tenido éxito, pero no tanto como la segunda rifa
benéfica.
Rebuscando en los anales del pueblo, el historiador del Ayuntamiento descubrió que en
1852 hubo una falta asombrosa de mujeres en la zona, ya que hubo una caravana de féminas que
se mudó en busca de ese oro que volvía locas a las personas al otro lado del país. La fiebre del
oro. Así que, por aquel entonces, y como medida excepcional, hicieron una subasta de solteros.
Con sus tierras, lo que valían y todo.
James, el historiador, comentó que los habitantes masculinos de aquel Stormy Crown no
creían en la fiebre del oro, ya que vivían bien en sus tierras fértiles y sin preocupaciones. En
cambio, sus mujeres fueron mucho más osadas y audaces.
Y se marcharon.
En la reunión de principios de noviembre, cuando se estaba valorando el tema, se descartó
por supuesto una subasta de hombres o de mujeres, ya que parecía algo realmente pasado de
moda. Así que se votaron una serie de opciones que se fueron descartando. Se llegó a un punto
un poco loco en el que querían subastar cualquier cosa. Hasta que Molly tuvo una idea: subastar
meriendas. Cestas de merienda. Así, sin más. Pero que se merendaría con la persona que la
hubiese preparado. De la merienda se pasó a la cena, de tal modo que cada uno podría cenar con
quien la hubiese cocinado. Se podían apuntar los habitantes censados de Stormy Crown y todo
aquel que quisiera pasar un buen rato sin más.
En ocasiones, Audrey se preguntaba para qué necesitaba tanto dinero el Ayuntamiento, y la
respuesta siempre era la misma: para más festivales y celebraciones.
Ambientaron la plaza para que las parejas pudieran cenar como si fuese un picnic, algo que
en noviembre podía llegar a ser peligroso. Pero todo fuese por pasar un buen rato y evocar el
pasado del pueblo.
El día de la rifa, todo el mundo se había engalanado para esta. Matthew, Pam y Audrey iban
a participar con sus cestas, cada cual más diferente, mientras que Liam había decidido pujar, si le
interesaba la… comida.
Audrey se había puesto una camisa a conjunto con una falda de tubo hasta media pierna,
negra. Según Pam, tenía pinta de profesora cachonda. Y, bueno, no parecía un mal plan. Le
apetecía volver a salir al mundo. Adiós, Peter; adiós, Liam; y adiós a todos los que la habían
rechazado sin más. Desde que había cerrado la puerta a Liam, sabía que podía quitárselo de la
cabeza. A él y a sus dientes perfectos, a él y a sus ojos cristalinos, a él y a sus bromas por la
mañana. Y, sobre todo, a él y a todas las mujeres que había visto pasar con él de la mano. Sin
que nunca fuera ella.
Ya no solo necesitaba quitarse lo peor que le había pasado en la vida: Peter. También
necesitaba quitarse la sensación de que Liam se estaba metiendo en su piel. Y si algo tenía claro
era que quedarse en casa comiendo golosinas no le había servido de nada la primera vez, y no lo
iba a hacer esa.
Y no hay verdad más universal que un clavo quita otro clavo.
Así que decidió salir al mundo con Pam hasta que esta no pudiese hacerlo mucho más por
su niño o niña, un dato que ella no quería saber hasta el día de su nacimiento. Por eso, el día de
las cenas campestres, tenía un especial interés en ver quién quería cenar con ella. Lo mismo se
sorprendía.
—¿Qué número llevas, pelirroja? —le preguntó Liam mientras se ponía a su lado.
Primeros los objetos, luego las personas. Ese era el orden que habían pactado en la reunión.
—El veintitrés, ¿y tú?
—El catorce, lo compró Matty por mí.
—A ver si tenemos suerte. ¿Has visto las cestas? ¿Alguna que te llame la atención?
Audie le dio un codazo, ya no era su novia de pega ni él su novio de pega. Ya solo eran
como dos colegas, dos amigos sin más. Por mucho que ella en ocasiones viese en él mucho más.
Como cuando una mañana Ron no apareció y se pasaron horas buscándolo. Se había quedado
atrapado en un tejado de una casa y no sabía cómo bajar. Cuando escuchó sus voces, maulló
tanto como pudo hasta que Audie se subió como una loca para poder cogerlo y pasárselo a Liam.
Que fue el primero en recibir las gracias, aunque todo el amor de Ron fue para ella cuando pudo.
Al día siguiente, Liam le había comentado que en el trabajo no se habían tomado muy bien su
ausencia por tantas horas y que lo del gato no había colado, por muy verdad que fuese.
—Sí, hay un par muy interesantes. ¿Sushi, pelirroja?
—Si no te gusta el sushi, no te gusto yo. Ese debería ser mi lema —dijo Audie convencida.
—Menos mal que a mí me encanta.
—Pero no pujarás, ¿no? —Audrey se giró asombrada.
—Joder, pelirroja, te pones ese escote, te dejas el pelo suelto y ofreces sushi. ¿Por qué no
iba a pujar?
Audrey cogió a Liam del brazo, lo arrastró a una esquina de la plaza mientras escuchaban
los números de la rifa y los premios.
—A ver cómo me explico… —Cogió aire, no era sencillo hablar con sus ojos azules fijos
en ella—. Tú ligas un día sí y otro también. Yo no. Y estoy cansada. ¿Lo entiendes?
—¿Me estás diciendo que te vas a liar con el primero que puje por tu cesta?
—¡No! Pero si me gusta… No lo descarto.
—Vale, entonces, no quieres que puje por tu sushi para que puedas ligar esta noche.
—Más o menos sí.
—Pelirroja, creo que…
En ese momento, Pamela los interrumpió gritando su nombre. Como una loca, apareció a su
lado y la arrastró al escenario que habían puesto en la plaza.
—¡Ella es el número veintitrés!
—Sí, sí, soy yo. ¿Qué pasa?
—¡Has ganado el primer premio!
—¿Yo?
Cuando Audrey recibió una televisión plana de chuchumil pulgadas, pensó que ella sería la
única persona que no la querría para nada. Se quedaría arramblada en el salón, ya lo veía. Otro
trasto más, inútil. En su casa de Nueva York solo había televisión en el despacho de Peter, ella
no quería saber nada del asunto. Liam y Matthew le echaron una mano, le dio las llaves del
coche al primero para que pudieran pasar una cuerda y agarrar la televisión gigante al techo de su
coche. No entraba de otra manera, lo habían probado durante un buen rato. Mientras supervisaba
la obra de ingeniería que estaban realizando los dos, la volvieron a llamar al escenario: le tocaba
explicar su cesta para la subasta de cenas.
Le guiñó un ojo a Liam antes de marcharse contoneándose. Se sentía muy segura de sí
misma con sus tacones, que había desempolvado para la ocasión, y gracias al ejercicio estaba
más orgullosa de su cuerpo que cuando tenía dieciséis años y por fin un chico le pidió una cita.
En todo había sido la última, en cuestión amorosa. La última en salir con un chico, en darse un
beso, en acostarse, en casarse o en quedarse embarazada.
Subió al escenario, y de mano de Sam comenzó a narrar lo maravilloso de su cesta: sushi,
queso francés, vino tinto, fruta, chocolate…
La puja de su cesta, una de las primeras, ascendió a la nada desdeñable cantidad de 250
dólares. Se quedó la segunda, por detrás de la del alcalde, Sam, que llegó a los 300 dólares. El
comprador de esta fue James, el historiador del pueblo. Tendría unos treinta y pico años y jamás
había hablado con él. Con su barba y su pinta de hypster, nunca le había llamado la atención,
pero le daría una oportunidad. Lo primero que supo Audrey de él era que la timidez podía ser su
peor enemigo. Se sentaron en la zona que le habían asignado, y ella centró toda su atención en él
y solo en él.
James se presentó como una sorpresa. Era tan lector como ella, le contó multitud de
anécdotas del pueblo. Había estudiado en Brown e, incluso, había dado clases en la universidad,
pero para nada habría podido rechazar el puesto de historiador de su pueblo cuando se lo
ofrecieron tras la retirada del anterior. Toda su familia vivía allí. Era un tipo hogareño, que poco
salía o nada, por eso ella no lo había visto mucho por el bar de Dolores, y que, por lo que le
había comentado, estaba centrado en su trabajo.
Audrey, tras la primera botella de vino, pensó que no podía coincidir más en gustos con
James. ¿Dónde se había metido ese hombre durante sus meses en Stormy Crown? Él le preguntó
si quería dar una vuelta, para poder tener más intimidad, y ella no se lo pensó. Acabaron en el bar
de Dolores, disfrutando de su compañía, hasta lo obligó a bailar con ella. Con los días, Audie
recordaría el olor de la colonia de James, su risa, el brillo de las farolas y lo perfecto que le había
parecido todo. Cuando quisieron despedirse, ella recordó que le había dado las llaves del coche a
Liam, así que James se ofreció a llevarla en su moto. Fue toda una odisea subirse con esa falda,
pero lo consiguió.
—Ya hemos llegado —anunció ella mientras se quitaba el casco.
La noche era perfecta, no hacía frío, ella sentía todavía el alcohol recorriendo sus venas. Él
se acercó lentamente para culminar una noche fantástica con un beso arrebatador. Audrey cerró
los ojos, sintió su aliento cerca de ella, sus labios casi rozando su boca…
—¡Pelirroja!
Joder. Liam.
—¡Pelirroja! —volvió a llamarla—. Uy, perdón.
Audrey puso los ojos en blanco. Sí, ya, perdón…
—Vaya, James. —Liam le tendió la mano, se quedó al lado de Audie y se metió las manos
en los bolsillos, indicando que no se iba ni a mover—. Tú has traído a la pelirroja; y yo, su
coche.
—Sí, vale. En fin, creo que me voy —dijo James, un poco asombrado—. Nos vemos.
—¡Pásate por la cafetería y hablamos! —le gritó Audie, pero él casi ya se había marchado.
—¿En serio? ¿James, el historiador? ¿No podrías haber encontrado a alguien más aburrido?
—Pues resulta, ojitos azules, que es simpático, listo y tenemos mucho en común. Ha sido
una cita magnífica… Y ahora no sé si volverá a querer salir conmigo.
Le pegó en el brazo y se dirigió a la puerta.
—¿Por qué? Si le hubieses gustado, hubiese insistido.
—¿Contigo de perro guardián? ¿Qué bicho te ha picado?
Pasaron al salón, ella se quitó los zapatos y se le quedó mirando. Se quitó la falda y se
quedó solo con la camisa. Era larga, parecía un vestido. Quería provocarlo, saber qué le pasaba.
Si ella tenía que quitárselo de la cabeza para poder seguir adelante, estaría bien que él
colaborase.
—¿Liam? —Él no apartaba los ojos de sus piernas—. Ahora mismo podría estar con James,
pero estoy contigo.
—No me gusta para ti, es… soso.
Él se acercó al frigorífico y sacó una cerveza. Ella se la quitó y se sentó en la mesa.
—Dejaste bien claro que, entre nosotros, no habría nada. ¿Por qué no puedo yo hacer lo
mismo que haces tú casi todas las noches?
—Puedes hacer lo que te dé la gana.
—Ya veo… ¿Y cómo es que estabas esperándome?
—Te he traído tu coche.
—Gracias. Mañana por la mañana me podrías haber dado las llaves.
Ron se paseó por las piernas de Liam y le dio un cabezazo. Este le abrió una lata de comida
y así hizo tiempo para poder contestar algo. Cuando le dio la espalda, volvió a hablar:
—No quiero que salgas con otro.
—No quiero salir con otro. Quiero sexo, joder, sexo.
—No, quieres una relación, eres carne de relación. ¡Mírate! —Se giró y se acercó a ella
peligrosamente—. No me ves como uno más, me ves como el que quieres tener a tu lado. Yo no
valgo para novio.
—James sí.
—Sí, el jodido James sí, pero es poco para ti.
Liam se acercó tanto que, aun sin tocarla, sintió cada poro de su piel erizado, casi como
alzándose para poder estar junto a él.
—No puedo acostarme contigo —susurró Liam, casi rozando sus labios—. Querrías más y
yo no pudo darte más. Lo siento.
—¿Y si yo no quisiera más que eso? —preguntó. Haciendo posible el primer contacto, lo
agarró de la cintura.
—Ojalá fuera verdad, pelirroja.
Se separó de ella, como si fuese un esfuerzo titánico. Algo que le hubiese costado horrores
hacer. Cerró la puerta casi con rabia y ella se quedó plantada, en la mesa de la cocina, con una
cerveza calentándose y con el ánimo de matar a alguien. Aunque su primer impulso fue ir detrás
de él, se frenó.
Al día siguiente, Liam no apareció a su cita matutina. Ni al siguiente ni al otro. Desapareció
durante casi tres semanas.
7
Salto a lo desconocido
Diciembre había llegado casi sin querer.
Sí, era un absurdo. Audrey sabía que no podía hacer nada al respecto.
Pero no lo quería pensar. Sería un mes duro, muy duro.
¿Qué le pasaba a Audie? Su secreto, ese que había proclamado Matty que tenía, ese mismo,
cada vez le estaba pesando más y más. Y su familia, bueno, su hermano Linus, no ayudaba. Y su
entorno tampoco. Pam cada vez estaba más desquiciada con su embarazo y hacía cosas muy
tontas para ocultarlo. Ya casi todo el pueblo lo sabía, o pensaban que se había hinchado a bollos
y que esos dulces solo se habían quedado a vivir en su barriga. Su amiga la estaba volviendo
loca, su secreto la estaba desquiciando y su familia, más bien Linus, era insoportable.
Loca. Desquiciada. Insoportable.
Así estaba Audrey. Así, sin más.
Y el puñetero Liam sin aparecer durante tres semanas.
Se sentía ansiosa, casi desesperada por hacer algo que cambiase el rumbo de su situación.
Quizá que pasase diciembre. Quizá no ver más a su familia. Quizá, por fin, echar un polvo. Eso
estaría bien.
Durante esas tres semanas sin Liam, había tenido un par de citas con James. Todas perfectas
para otro momento de su vida. Con algunos besos y manoseos, pero, cuando ella quería dar un
paso más, él se retiraba como debería haber hecho Napoleón en Rusia. Y, para colmo, ella seguía
pensando en Ojitos Azules. Lo tenía metido en el cuerpo. Echaba de menos sus salidas por la
mañana, sus conversaciones, sus idas y venidas, su todo…
Y, por otro lado…, estaba bastante enfadada con él. Por marcharse sin decir nada. Y ella se
sentía estúpida, casi como si lo estuviese esperando. Pero no. Audrey aquella mañana de viernes
se hizo una coleta, tras ducharse, y se marchó a trabajar con la intención de pasar de esa
sensación de echar de menos. Que, además, casi con seguridad, solo eran sus ganas de tirárselo.
Se convenció a sí misma y se marchó al trabajo en su Huevo Ruidoso.
La mañana pasó casi tranquila, hasta que el huracán Pam entró por la puerta con Lilian, otra
trabajadora del periódico. Se sentaron en la barra sin cortar su conversación.
—No te metas ahí, Lily, es territorio de Audrey —dijo su amiga.
—Jo, los tíos buenos siempre están pillados. ¿Es tu novio, Audie? —le preguntó mientras
ella, detrás de la barra, rellenaba la cafetera.
—¿James? —balbució.
—¡No, tonta, el señor miratraseros! ¡Tu Liam!
—Vaya, sí, mío… —Puso los ojos en blanco.
—A ver, si no está saliendo contigo, yo vuelvo al periódico y le tiro los trastos —comentó
Lily sin ningún tono de humor. Lo decía muy en serio.
—¿Está Liam en el periódico?
Las dos asintieron.
Audie se quedó algo paralizada. ¿Tenía derecho a reprocharle algo? ¿Tenía razones para
hacerlo? ¡A quién le importaba eso!
—Me tomo mi descanso ahora, Molly.
Dejó a Pam y a Lilian preguntándose qué iba a hacer, a Molly tras la barra, a los
parroquianos con su conversación habitual, y se marchó directa al periódico sin pensar en comer
algo o en descansar siquiera.
Nada.
Sin pensar en nada.
Se encontró a Liam en la puerta hablando con Matthew. Fue directa, lo agarró del brazo y se
lo llevó a un banco de la plaza.
Seguía sin pensar en nada.
Lo sentó. Se quedó de pie, dobló los brazos, bufó y no hizo nada más.
—¿Audrey?
Levantó un dedo, como para indicarle que no, que en ese momento era mejor que no
hablase. Estaba montando un numerito y no tenía claro por qué lo estaba haciendo. Solo lo
necesitaba.
—¿Au… drey?
—Tres semanas sin decir ni media palabra.
—¿Y?
—¿Y?, ¿y?, ¡y! ¡Creí que éramos amigos! Entre amigos hay un vínculo, algo que nos hace
avisar: «Lo siento, Audrey, me voy unas semanas. Ya nos veremos, dale de comer a Ron».
—No vas a dejar de darle de comer a Ron.
—¡Nunca lo sabrás!
—Lo he visto esta mañana… cuando he ido a tu casa a verte. Para decirte que había vuelto.
—Audie se derritió un poco—. No pude decirte adiós, pero sí quería decirte hola.
Se sentó a su lado. Suspiró.
—No estuvo bien, Liam —susurró.
—No, desde luego. —Él le pasó el brazo y le masajeó la nuca—. Esta noche, en el bar de
Dolores, he quedado con Matty, y creo que podríamos hacer las paces.
—Hecho.
Bueno, pensó Audrey, tampoco le podía pedir más.
Pam se emocionó mucho con su salida de esa noche. Como cada viernes, iban a salir para ir al
bar de Dolores, nada nuevo. Solo que volvía Liam a su vida. ¿Podría ser capaz de hacerle
entender que las mujeres no solo buscaban una relación? ¿Que, en ocasiones, solo había ganas de
pasarlo bien? Bueno, pues lo iba a intentar.
Cuando llegaron al lugar, Pam saludó con la mano a Matthew, que estaba sentado junto al
señor miratraseros, y decidió acudir a ellos para investigar todo lo que podía sobre la película
que iba a comenzar su grabación en breve, según le habían dicho. Audrey le comentó que
hablaría un poco con Ally y con Dolores, y que luego se acercaría a la mesa con sus bebidas.
Saludó a Ally y le pidió a Dolores sus bebidas, las dos sin alcohol, porque su amiga estaba
embarazada y ella tenía que conducir. Antes de girarse y llegar a la mesa donde Pam escuchaba
atentamente al señor miratraseros, Audie suspiró.
Dejó las bebidas en la mesa y se sentó. Iba a decir alguna chorrada, cuando su amiga se
emocionó.
—Dios mío, Dios mío, Dios mío… Audie, ¿sabes con quién trabaja Ojitos Azules? —
comentó Pam, muy emocionada, mientras Liam se reía con una suficiencia que solo tiene una
persona muy segura de sí misma. Ella negó con la cabeza—. ¡Con Frank Malone!
—¿Quién es Frank Malone?
—¡Audrey! ¿En qué mundo vives? —Eso quería saber ella—. Tiene una serie de películas
en las que hace de espía secreto, pero más moderno que James Bond y mucho más buenorro…
¿En serio? —preguntó cuando volvió a negar con la cabeza—. ¿La perla de Bombay? ¿Nunca es
demasiado tarde para morir? ¿O, la mejor de todas, Perdido en tu nombre? ¡Madre mía, Audie!
Es preciosa, tenemos que verla en esa tele nueva que te tocó en la rifa.
—Si ni tan siquiera la ha desembalado… —dijo Matthew mientras cogía su bebida.
—Por cierto, soy Liam, no «ojitos azules».
Le extendió la mano a Audrey, jugando a presentarse de nuevo, y, cuando se tocaron, ella
sintió un escalofrío.
—Y trabajas en la película que lleva a todo el pueblo loco.
—¿A ti no?
—A mí me da igual, no me gusta el cine, no me llama la atención.
—Debes de ser de las pocas personas que dice eso sin pestañear. Es raro de narices.
El desgraciado de Ojitos Azules se rio de ella en su cara.
Era un gilipollas.
—Hombre, gracias por llamarme rara.
—Nada, un placer.
Pamela llamó su atención, y por la conversación supo que los actores y actrices de la
película estaban a punto de llegar al pueblo, que lo harían en unos días. Que ahora estaban
organizando los distintos sets de rodaje, ya que la película estaba ambientada en los años veinte,
y que eso era lo que más les estaba costando. Y multitud de cosas que su amiga preguntó y él
respondió con mucha paciencia. Esa noche, llevaba unas gafas de pasta negra que le daban un
aire intelectual que a Audrey le encantaba. Aunque, en ocasiones, era un imbécil, podía fantasear
con él. Quizá el problema radicaba en que hacía mucho tiempo que no se acostaba con nadie, y
había tonteado tanto con la idea de hacerlo con él que ya parecía que, o era con él, o con nadie.
Moriría virgen de nuevo si no cambiaba su actitud.
En ese momento, su móvil comenzó a sonar. Era raro, solo podía ser Molly, pero no era
ella, era un número extraño. Linus y ella tenían un trato: hablar una vez por semana, y ya lo
habían hecho. Frunció el ceño, se disculpó y salió a ver quién era.
—¿Audie? —La voz del otro lado de la línea sonaba más que preocupada.
—¡Nathan! ¿Cómo has conseguido este número? ¿Dónde estás?
—En casa, me lo ha dado Linus. ¿Qué demonios ha pasado? Deberías estar aquí, la boda
de Bree se celebra en dos fines de semana.
—Lo sé.
—¿No vas a venir?
—¿En serio, Nathan? ¿En serio crees que voy a ir? ¿Va a acudir Peter?
—Sí, claro. A ver, entiendo que os habéis peleado y que estás enfadada, pero eso no es
óbice para que acudas a la boda de tu hermana pequeña.
—Nate, no estamos peleados, estamos en medio de un divorcio.
—¿Qué? He estado con él esta misma tarde, y no me ha dicho nada.
—Linus me ha dicho que lo había arreglado, que estaban los papeles en manos de los
abogados… Madre mía, ¿crees que no lo ha hecho?
—Joder, Audie, es capaz. Pero ¿qué ha pasado? ¿Dónde estás?
—No es algo que quiera hablar por teléfono.
—Dame una dirección y voy para allá.
—No estoy en Manhattan, estoy algo más lejos. En un pueblo de Nueva Inglaterra llamado
Stormy Crown.
—¡No os puedo dejar solos! —Nathan se quedó callado un momento, como meditando—.
Vale, Audrey, si te quieres divorciar, yo me encargo de que Linus haga lo que tiene que hacer.
Voy a conseguirte esos papeles, te los voy a llevar y me vas a contar qué demonios está
ocurriendo en esta familia de locos.
—Gracias, Nate.
Colgó y sonrió, echaba de menos a su hermano.
—¿Todo bien? —preguntó Liam, que estaba a su lado fumándose un cigarro. En ese
momento pensó que, si lo viera Nathan, le estaría dando la charla sobre la salud y demás. A ella
se le antojó el paraíso.
—Sí, ¿tienes uno?
—Tú no fumas —dijo mientras le ofrecía un cigarrillo.
—Oficialmente no, desde hace dos años, tres meses y unos cuantos días. Pero ahora ya da
igual.
Le dio una calada y suspiró. Se apoyó en la pared mientras sentía la mirada de Liam atenta.
—Parece que hubieses estado a dieta durante mucho tiempo y ahora te comieses un dónut.
—Uff, ojitos azules, es exactamente eso. En muchos sentidos.
—¿Y eso, pelirroja?
—Tonterías que se hacen por las personas equivocadas, pero te prometo una cosa… —Se lo
estaba prometiendo a ella misma, él solo era su interlocutor—: Nunca más. Voy a hacer lo que
me dé la gana.
—Haces bien. Yo también suelo hacerlo. —Sonrió como si hubiese probado uno a uno
todos los pecados del infierno.
El silencio los inundó mientras los dos disfrutaban de un vicio que ella había dejado hacía
un tiempo, y él, por su actitud, parecía que no quería dejarlo jamás.
—He salido a pedirte disculpas, creo que he sido un poco borde contigo.
Audrey se sorprendió. No parecía el tipo de persona que pedía disculpas, pero se alegró de
que las primeras impresiones no siempre fuesen acertadas.
—Sí, has sido un poco borde, pero gracias por disculparte.
Los dos apagaron el cigarro y entraron en el local. Audrey escuchó el final de la
conversación donde hacían planes para el domingo por la noche.
—¿Qué vais a hacer el domingo noche? —preguntó.
—Desembalar tu televisión y ver Perdido en tu nombre. Audrey, no sabes quién es Frank
Malone, y eso hay que remediarlo.
—En serio, a él le ofendería mucho saberlo —dijo el chico de ojos azules, y le lanzó una
mirada matadora a Audrey. No de reproche, sino de expectación, de algo que ella no supo
identificar.
—¿Te parece bien, Liam? —preguntó Pamela.
—¿Te parece bien a ti, Audrey? Es tu casa —investigó Liam, siendo el único que pensaba
en ella.
—Da igual lo que opine, ya han hecho planes.
—Y no vamos mañana porque es el recital, que si no…
Audrey no se quejó; Liam le gustaba y Matthew, sin contar lo del artículo, solía ser muy
simpático. No le vendría mal relacionarse un poco.
Al día siguiente, Liam no se presentó a su cita matutina, ya se lo había advertido por la noche.
Así que decidió hacer la compra para la semana y también para el domingo, porque algo tendrían
que cenar. Cada vez se sentía más nerviosa. Durante años había quedado con las mismas
personas, en las mismas circunstancias. Su rutina giraba en torno a su trabajo, a la vida que había
forjado con Peter, con su familia, y poco más. Pero no se divertía, no al menos como lo hacía
cuando salía con Pam y hablaban de las tonterías del pueblo, o cuando Matthew la volvía loca
con sus majaderías o cuando Liam jugaba a no ser su pareja, ni se sentía tan ella misma. Ahora
era una versión de sí misma que ni sabía que existía. Cuando decidió saltar al vacío, sin
paracaídas, no sabía qué se iba a encontrar, y se encontró con ella misma.
Hola, Audrey, ¡cuánto tiempo!
Pasó por la tienda de Sam y también por la de Ally. Cuando se despidió de ella, se encontró
con Liam, que salía de la redacción del Stormy Crown Paper.
—¿Qué haces por aquí? —le preguntó Audrey. Siempre llevaba gafas, ya bien fueran de ver
o de sol, o lentillas, así que debía ser un buen miope. En esa ocasión, llevaba las mismas de la
noche anterior, unos vaqueros, un jersey y un abrigo. Diciembre no estaba siendo muy frío, y a
las doce de la mañana todavía se podía disfrutar de un sol agradable.
—Iba a comer con Matt, pero dice que tiene mucho trabajo y me ha dejado colgado.
—Vaya…
Su teléfono móvil sonó, era un mensaje. Esperaba que no fuese Molly, no le apetecía nada
trabajar esa tarde antes del recital. Cuando lo abrió, era una foto: Nathan le había mandado los
papeles del divorcio ya listos, solo necesitaban su firma. Sonrió como si ese fuese su regalo de
Navidad. Bueno, en realidad sí que podría serlo.
—¿Qué ocurre?
Le pasó las bolsas, le hizo un zoom a la frase que ponía «Demanda de divorcio», le guiñó un
ojo y le dijo:
—Te invito a comer.
8
¿Todas las películas son ficción, Liam?
La comida con Liam dejó a Audrey con una sensación de que escondía mucho más de lo que
decía. Era simpático cuando se lo proponía, pero, cuando se quedaba callado, era casi taciturno,
sin que le costara mucho devolver la sonrisa a su boca. Ella, por su parte, había sido más que
feliz ese día. Sin saber cómo, le había contado a él muchas más intimidades de lo que había
hecho con Pam en los últimos meses. Le relató que eran cuatro hermanos, que tres de ellos
trabajaban en la misma empresa, la de su padre. Que no se hablaba mucho con sus padres desde
hacía tiempo y que su marido era un gilipollas integral. De eso se había dado cuenta
paulatinamente. Pero, una vez que llegó a esa conclusión, no pudo dejar de darle vueltas, pues
ella había sido la mujer de un gilipollas casi cuatro años. Él se rio mucho con sus confesiones y
le hizo unas cuantas, como que le encantaba dirigir, que su primera obra había sido un corto en la
universidad que no había tenido mucho éxito y que su exnovia todavía le seguía llamando de vez
en cuando. A Audrey esa confesión tampoco le sorprendió; si ella tuviese algo que ver con él,
también lo llamaría de vez en cuando para un buen revolcón.
—Oh, hola.
Audrey levantó los ojos y se encontró con James. Liam lo saludó con bastante desparpajo.
—¿Quieres sentarte?
—Eh, no, no. Solo he venido a por un café para llevar, me han traído unos legajos de un
pueblo cercano y no podía esperar para verlos.
—¿De qué tratan? —preguntó Audrey interesada.
—Aún no lo sé. Bueno, me voy.
—Llámame y me cuentas.
—Sí, claro —dijo con un tono que parecía que no lo haría. James le había confesado que
verla con Liam le hacía pensar que entre ellos había algo más. Aunque Audrey se lo había
negado, parecía que él no tenía la misma opinión.
—¿Sigues saliendo con él? —preguntó Liam cuando se marchó James.
—No salimos. Somos amigos que, de vez en cuando, se meten mano.
—Oh, ese tipo de amigos.
—Sí, pero de forma algo esporádica. No tengo claro que él esté interesado… —susurró
Audrey con la mirada fija en la puerta.
No volvieron a tocar el tema. Se centraron más en lo feliz que estaba ella por su divorcio y
lo horrible que es darte cuenta de que alguien ya no es quien creías que era.
Se despidieron en la puerta de la cafetería, los dos con dos sonrisas bobas en la cara. Audrey
no podía parar de pensar que su etapa como mujer de un gilipollas había pasado, y no sabía en
qué pensaba él.
Por la tarde, recogió a Pam para acudir al recital que daban los niños y adultos que
estudiaban canto y baile en la escuela de la señorita Halle. Un local multidisciplinar al que
Audrey siempre pensó que podría sacarle más partido solo con unos biombos y dividiendo a la
gente por edades y no por afición. De haber sido así, lo mismo ella también se hubiese apuntado
a clase de baile. Sin embargo, se negaba a compartir espacio con una pandilla de niños ruidosos
entre tres y sesenta y cinco años. No le apetecía nada.
Para su sorpresa, Liam acompañó a Matthew al recital, ya que este tenía que cubrirlo para el
Stormy Crown Paper. Un artículo interesantísimo, sin lugar a dudas. Se pasaron de nuevo la
noche los cuatro, en la última fila, como si fuesen chiquillos, haciendo comentarios estúpidos y
riéndose. Con ese panorama, a Audrey le apetecía cada vez más lo del domingo por la noche,
aunque tuviese que ver una película. Si al menos se reía como esa noche, todo iría bien.
La casa de Audrey había mejorado gracias a que todo su tiempo libre lo había pasado
arreglándola. No era una manitas, pero había aprendido muchas cosas de bricolaje. Gracias a
Josh, el dueño de la ferretería, que siempre tenía una sonrisa amable para la loca pelirroja recién
llegada. Molly, su casera, estaba encantada, ya que el cuchitril se había convertido en una casita
agradable. En la parte de abajo había un baño, lo único con puerta, salvo la de la calle; y un
salón-cocina, con unos ventanales que daban al lago. Y, encima de la cocina, estaba su
habitación, a la que se subía por una escalera que parecía de casa de árbol. Con la cama, su poca
ropa, su ordenador portátil y su lector electrónico. Lo único que había rescatado de su anterior
vida. La poca decoración que reinaba era de cosas que había comprado en el mercadillo del
pueblo de al lado o que ella misma había hecho durante alguna que otra noche de insomnio. Los
años sesenta habían dado paso a la austeridad, y no estaba nada mal. Lo único malo era que
internet llegaba a pedales.
El día anterior habían quedado en que ellos traerían la cena, unas pizzas del restaurante
italiano de la plaza. Así que ella había preparado algo de aperitivo y la bebida. La televisión,
donde iban a ver la película, seguía en su caja. ¿No querían verla ellos? Pues que la instalaran. Y
eso hicieron nada más llegar.
Matthew y Pam habían estado en su casa antes y comentaron las mejoras, mientras que
Liam hizo una radiografía con esos ojos azules detrás de las gafas y no hizo ni un comentario. Él
también había estado antes, pero no dijo nada. Esa noche parecía serio, como si acabase de tomar
una decisión importante o como si la quisiera tomar.
Entre los tres colocaron, instalaron y configuraron la televisión. A Audrey le dio un poco
igual, así que salió a buscar a Ron, que a veces se perdía. Tenía entre uno y mil años, y hacía lo
que le daba la gana, junto con mucha compañía. Con Peter hubiese sido imposible tener un gato,
porque odiaba a todos los animales que no fueran los perros. Otro punto a favor de la teoría de
Audrey que decía que era un gilipollas. ¿Cómo había aguantado tanto?
Tras la cena, en la que Liam le mandó un par de miradas intensas, donde estuvo muy
callado, los cuatro se sentaron en el sofá a ver Perdido en tu nombre. Audrey hizo palomitas y
dejó que Pam tonteara un poco con Liam, que no le seguía el juego para nada. Fue por eso por lo
que ella se sentó a su lado, mientras que Pam y Matthew, el más alejado, en el otro.
Perdido en tu nombre le resultó un bodrio romanticón que nada tenía que ver con la vida
real. Ella sabía que el amor verdadero tenía fecha de caducidad. Luego te lo encontrabas en la
cama con otra, te ponía los cuernos y te dejaba sin un duro. Bueno, más o menos. Y no en ese
orden exactamente. Lo único que le llamó la atención fue el parecido que tenía Liam con el
protagonista. Quizá si se quitase las gafas a lo Superman…
Cuando acabó la película, salieron al patio, donde había un embarcadero y unas tumbonas.
No hacía tiempo de estar fuera, hacía frío, pero con un par de mantas lo solucionaron.
—No has parado de bufar en toda la película —comentó Liam.
—Es que es una sarta de tonterías detrás de otra. Amor verdadero, ¡ja! El romanticismo solo
lleva a una cosa.
—¿A qué?
—Al sexo.
—¿Y eso es malo?
—No, claro que no, pero si lo utilizas de tapadera sí. Prefiero que un tío llegue y me diga
«Audrey, me encantas, quiero tener una noche de sexo contigo inolvidable» a que me pida una
cita, vayamos al cine, tardemos tres, cuatro o cinco citas más en acostarnos… y luego, si te he
visto, no me acuerdo.
—Bien, aprecias la sinceridad. Yo también, te lo aseguro.
—¿Te ha gustado la película? Bueno, tú ya la habías visto, ¿no?
—Sí, en un par de ocasiones. No es mi favorita, pero no está mal.
—¡Oh, Dios mío! ¡Liam! —gritó Pam, que se sentó a su lado cortando la conversación—.
Matthew me ha dicho que Frank trabaja en esta película con Scarlett Price.
Audrey abrió la boca para preguntar quién demonios era Scarlett Price, pero su amiga se
adelantó:
—La exprometida de Frank, rompieron hace unos meses. En serio, Liam, ¿cómo se llevan?
—Pam, pareces una fan loca… —le dijo Audrey, y se llevó una buena mirada asesina.
—Aún no han llegado. La semana que viene, creo que vendrán.
—Vaya… —Las ilusiones de Pam por tener un cotilleo jugoso se esfumaron—. ¿Y de qué
va la película?
Ya sabía que la película era de época, pero también les contó que tanto Frank como Scarlett
querían cambiar de registro. No encasillarse en ser dos guapos más del celuloide. El director era
famoso y tocaba temas como la liberación femenina de la época, que podía llevarles a ganar
premios. A Audrey le encantó la pasión con la que Liam hablaba del rodaje, y pensó que ojalá
consiguiera hacer su sueño realidad. Le hubiese gustado hablar con él, pero se quedó con ganas
de preguntar, ya que Matthew, que lo había traído en coche, les dijo que era hora de marcharse.
Al día siguiente todos tenían que trabajar.
Se despidieron de Audrey con la mano, ella cerró la puerta y escuchó cómo el coche
arrancaba. Se fue a recoger los restos de la velada, había sido de las más agradables desde que
había llegado al pueblo. Al poco tiempo, escuchó cómo alguien llamaba con los nudillos a la
puerta. Cuando abrió, Liam estaba en la puerta, con una sonrisa fantástica, y solo le dijo:
—Audrey, me encantas, quiero tener una noche de sexo contigo inolvidable.
Ella sonrió y se lanzó a su boca. Como si eso fuese algo que hubiese estado esperando desde
siempre.
Cerraron la puerta a su paso y ya no se dijeron ni una palabra más.
Una cosa era implicarse sentimentalmente y otra muy distinta tener sexo con el hombre más
guapo que había visto en toda su vida. Lo iba a disfrutar y mucho. Hacía ya casi un año que no se
acostaba con nadie. Tuvo miedo de haber perdido la práctica, pero Liam se lo estaba poniendo
todo muy sencillo.
Se desnudaron casi con rabia. Habían estado tonteando un poco toda la noche, casi desde
que se conocieron, con una tensión palpable que estaba desembocando en esa locura de besos,
piel, jadeos y sudor. Cuando Audrey tuvo a Liam desnudo para ella sola, suspiró. No solo tenía
un tatuaje en el brazo derecho, que llegaba a parte del cuello, sino que también tenía otro en el
antebrazo izquierdo, en la pierna y en la espalda. Era grande, estaba muy musculado, y ella
deseaba cabalgar encima de él. En ese momento, pensó que menos mal que él era el ayudante del
director y no el actor principal, pues tardarían horas en tapar todos esos tatuajes. Y, aunque en
traje de los años veinte estaría para morirse, tenía una pinta de malo que no sabía si podría
superar para hacer de chico enamorado.
Se tumbaron en el sofá, y él comenzó a besarla por el cuello, hasta que llegó a sus pechos y
los mimó con una delicadeza que parecía que estaba conteniendo toda su fuerza. Mientras, con la
otra mano, fue a buscar su sexo. Ella gimió mientras él repasaba una a una sus pecas. No las
tenía solo en la cara, sino también en el resto del cuerpo. Cuando estuvo a punto de acabar, le
paró la mano. Él la miró, indeciso.
—No me quiero correr aún.
—Joder…
Con esa palabra él daba el pistoletazo de salida a su mano, que se entretuvo con su miembro
un rato hasta que siguió con la boca. Se dedicó a mirarlo mientras lo lamía, ya que era un
espectáculo en sí mismo. Jamás se había acostado con un hombre así, y no quería perderse ni un
momento, ni un instante, ni un gemido, nada.
Él le levantó la cabeza y le dijo lo mismo.
—Yo tampoco quiero correrme todavía, pelirroja.
Se giró para buscar entre sus pantalones y sacó un condón. Lo abrió mientras Audrey
jugueteaba con su miembro. Lo dejó un segundo para que él se lo pusiera como un rayo, y ella
hizo su fantasía realidad. Se puso encima de él y lo cabalgó hasta el orgasmo, que le vino dos
veces en esa posición y otra más cuando él se colocó encima y se corrió con ella. Tras sus
últimos jadeos, se volvieron a besar. Todavía con él dentro de ella, la acarició y la besó por
última vez. Él se levantó, y ella siguió admirándolo hasta que se metió en el cuarto de baño.
Audrey se puso su camiseta y no supo qué hacer. Se había vuelto loca, había tenido una
sesión de sexo espectacular y tenía todavía a Liam en casa. Así que solo se le ocurrió decir una
cosa cuando él salió del aseo:
—¿Te quedas a dormir?
Se sintió algo tonta cuando él negó con la cabeza. Aunque, cuando esbozó una sonrisa
ladeada, su corazón comenzó a latir deprisa.
—A dormir no, pelirroja. No he terminado contigo, si no te parece mal…
Ella se rio, asintió y se fue a la escalera que daba a su cama. Tenía ganas de probarlo
también allí.
La mañana los pilló a los dos enredados, desnudos, con un lío de sábanas importante y con un
olor a sexo entre ellos que volvió a excitar a Audrey. Olía a sexo del bueno, de ese que te deja las
piernas temblando, del que se tiene con pocas personas en la vida. Liam le dio un beso en la
cabeza y decidió bajar su mano para darle un orgasmo mañanero. Al final acabaron de nuevo
liados y gastando el último preservativo que le quedaba a él, ya que ella tenía una reserva que le
había dado Pam. Cuando terminaron, bajaron al salón para desayunar. Mientras se tomaban el
café, no hubo ni un solo silencio incómodo.
—No me gusta mucho el cine —confesó Audrey—, las películas me parecen que cuentan
historias que no son reales.
—¿Ni las que están basadas en hechos reales?
—Ni esas.
—Pues yo creo que hay películas muy reales, que plasman muy bien la realidad histórica, a
las personas o las circunstancias —adujo Liam—. Sin contar con los documentales, que me
encantan.
—¿Te gustaría rodarlos?
—Sería un sueño hecho realidad.
Audrey fantaseó con eso de viajar por el mundo observando realidades muy distintas a la
suya. Eso hubiese sido algo que ella jamás hubiese hecho en su vida anterior. En la nueva, nada
estaba vedado, y eso le gustaba. Pero no podía imaginarse un futuro con Liam. Eso era fruto de
una noche o, si todo iba bien, de unas cuantas más. Nada más. Así que cambió un poco de tema
para que su cabeza no se volviera loca.
—¿Cuál es tu película favorita?
—Adivínalo.
—¡Si no me gusta el cine!
—Entonces, ¿para qué preguntas? —le dijo, con un tono burlón, mientras le besaba el
cuello.
—Pura curiosidad…
—Vale, ¿qué haces el fin de semana que viene?
—Nada, lo de siempre, arreglar la casa.
—¿Qué te parece si traigo unas cuantas películas, entre ellas mi favorita, las vemos e
intentas acertarla?
—Y, si la acierto, ¿qué gano?
—Hm, te ayudaré con la casa.
—¿Y si pierdo?
—Te llevaré a un cine de verdad.
—No parece muy justo…
—Vamos, Audrey, ¿no te gusta el riesgo?
La verdad era que no, pero con él, con su mirada atenta, quería pensar que sí.
—¿No tendrás algo mejor que hacer este fin de semana? ¿Como ir a una megafiesta en la
mansión donde se alojarán los actores principales?
—Puedo saltármela. No me echarán de menos —comentó con un tono guasón—. Venga,
¿qué tienes que perder?
Mi salud mental, pensó.
—Vale, hecho.
Él la besó y se fue a la ducha. ¿Había concertado un fin de semana de sexo y películas con
el hombre más guapo y apuesto que había conocido en su vida?
Dejó a Liam cerca del set de rodaje. Ella no podía pasar, ya que no era parte del equipo.
Quedaron en verse el viernes siguiente para su cita cinéfila, aunque al día siguiente se verían para
salir a correr con Ron.
Y ella se marchó a trabajar. Por el camino, pensó que tenía que dejarle claro a Molly que no
iba a hacer horas extras ese fin de semana. Tenía una cita y estaba encantada. Pasó todas las
horas en la cafetería con la cabeza perdida en los ojos de Liam. Se pasaron las horas rápido, hasta
que, por la tarde, antes de llegar a casa, se pasó por la ferretería para comprar un par de cosas y
seguir con la casa. Sabía que, si no ordenaba la cabeza, estaría perdida hasta la mañana siguiente
cuando lo viese.
A media tarde, apareció por la puerta Pam con un sándwich de queso y comenzó el
interrogatorio.
—¡Cuéntame, perraca! Te acostaste con Liam, ¿no? —Lo dio por hecho—. Cuando entró
en el coche, estaba pensativo. Y, a los pocos metros de arrancar, le dijo a Matty que parase y que
no le esperásemos. Así que solo había una posibilidad: que se quedase en tu casa.
—¿No pudo dejarse la cartera?
—Nos hubiese dicho que esperásemos por él, pero no, no lo hizo.
—¿Y si le dije que no y se tuvo que ir andando?
Pamela bufó, puso los ojos en blanco y la ignoró.
—Audrey, ¿está tan bueno como parece con ropa?
—Pam, las hormonas te están pasando factura.
—¡Y una mierda! ¡Dímelo!
—Es mucho mejor…
9
Fin de semana de cine
La cita del fin de semana se fue haciendo grande, como una bola de nieve, en su cabeza.
Audrey había salido durante un par de años con Peter, en una relación tranquila, sin
quebraderos de cabeza. Se habían casado por todo lo alto con el beneplácito de sus padres, que
estaban más que encantados con la unión. El primer año de casados fue más o menos como el de
novios, aunque, con la rutina, llegó la muerte de su relación. Llevaban sin acostarse meses
cuando todo voló por los aires.
Así que pensar en un fin de semana con Liam era para ella algo que no había hecho nunca
ni se había imaginado que podía hacer. En su anterior vida, Audie era la chica buena, la que no
miraban mucho, la de los números, la hermana calladita… Incluso había llegado a teñirse el rojo
natural de su pelo por insistencia de Peter, que decía que era un color horrible. Se arrepintió
pronto de esa decisión.
Durante los días siguientes, Pam la había obligado a comprarse ropa interior decente, para,
según palabras textuales de su amiga, «que acabe rota por el suelo». Como Stormy Crown era un
pueblo muy pequeño, comprar algo así solo daría lugar a especulaciones, así que el miércoles por
la tarde se fueron a otro lugar a comprarlo. Mucho mejor así. Pamela era la fotógrafa del Stormy
Crown Paper, así que su trabajo no tenía un horario concreto y podía permitirse hacer locuras.
Como tener un niño ella sola. El embarazo ya se le comenzaba a notar, y ella no se lo había dicho
a nadie. Sobre el padre del futuro bebé, solo le había dicho a Audrey que nunca se haría cargo. Y
no quiso preguntar más, porque era muy doloroso. Así que, de paso, también compraron ropa
interior de embarazada, que pronto usaría su amiga.
Nathan la llamó el jueves para decirle que iría a verla el domingo por la tarde. Audie pensó
que eso le robaba algunas horas con Liam, pero poco podía hacer, ya que quería firmar esos
papeles cuanto antes.
El trabajo en la cafetería de Molly era el primero que Audrey conseguía sin ayuda de su
familia, y estaba muy orgullosa de ello. Seguramente, si alguno de sus hermanos la viese,
pensaría que estaba loca. ¡Si solo era camarera! Bueno, camarera de día y contable por la tarde-
noche.
De sus tres hermanos, Audrey solo hablaba de continuo con Linus. Después de lo ocurrido
en Manhattan, que hizo que se marchase de casa, tiró su teléfono móvil a la basura y se compró
otro. No quiso ponerse en contacto con nadie hasta que su hermano mayor hubo dado con ella.
Quedaron en hablar, al menos, una vez por semana. Pues, si no, había amenazado con aparecer
en Stormy Crown, algo que no le apetecía mucho a Audrey. Ese viernes, tocaba charla incómoda
semanal. En su casita no había mucha cobertura, por lo que tenía que salir al camino que daba a
esta para poder hablar en condiciones sin interferencias. Así que, antes de la cita con Liam, salió
a dar un paseo y pasar el control semanal fraternal lo mejor posible.
—Linus… —Su hermano descolgó al segundo toque—. ¿Cómo estás?
—Bien, ¿y tú? ¿Cuándo piensas acabar con esta chiquillería? —Bien, comenzaba la
conversación como siempre, y eso hacía que Audrey se sintiera en terreno conocido. Si su
hermano hubiese hecho otra cosa, se hubiese asustado.
—Por ahora no, estoy bien aquí.
—Has dejado el trabajo en la empresa, a tu familia, a tu marido…
—Exmarido casi, Linus, ¿o quieres que te recuerde lo que ocurrió?
—Sabes que los dos lo sienten mucho.
—Me parece increíble que lo justifiques; a ella porque siempre ha sido tu debilidad, y a él
porque es tu mejor amigo. ¿Y dónde quedo yo? ¿Eh?
—Audrey, madura, la gente se equivoca y nosotros tenemos que perdonar. Pero lo que no
tiene ningún sentido es que rompas tu vida en dos solo por ese… desliz. —Vaya, su hermano
tenía un concepto muy distinto al suyo de lo que significaba esa palabra—. Te prometo que los
dos están arrepentidos y que eso no se volverá a repetir nunca, ya me he encargado yo.
—Me encantaría saber cómo… Linus, papá te tiene bien enseñado. —En cuanto dijo eso, se
arrepintió, pues su hermano, dentro de lo estirado que era, solo hacía lo que creía que era mejor
—. Lo que quiero decir es que me da igual lo que hagan, son libres. Me voy a divorciar de Peter,
en cuanto Nathan llegue con los papeles…
—Audrey, Peter no ha firmado.
—¿Qué? ¡Me dijiste que lo habías arreglado todo!
—Claro, lo arreglé todo para que nadie se enterase, para hablar con Peter y dejarte a ti
estos meses de… reflexión.
—Linus, no estamos en el siglo XIX, ¡no voy a seguir casada por la fuerza!
—Tu matrimonio es mucho más que un con…
Le colgó, enfadada. ¿Quién se pensaba que era? Estuvo tentada de tirar el móvil por el
camino, pero sabía que, si Linus no tenía línea directa con ella, la seguiría y sería mucho peor.
Estaba echando humo. Cuando Liam le rozó el brazo, había estado a su espalda durante un rato.
—Hola, pelirroja. Traigo vino. —Levantó una botella y sonrió.
—¡No sabes cuánto lo necesito!
—Quizá sí. ¿Qué eso de seguir casada?
Audrey se puso roja de pies a cabeza, a juego con su pelo. No estaba enfadada. Sabía que, si
él pasaba por allí, lo oiría todo, porque no estaba justamente teniendo una conversación pausada
con Linus.
—Perdona, no quería curiosear, pero me he encontrado con esa frase nada más acercarme a
ti para avisarte de mi presencia.
Ella suspiró.
—Vamos a abrir esa botella de vino.
Los dos se dirigieron a la puerta de su casa, y, nada más entrar, él se quitó la chaqueta y le
acarició el cuello. Comenzó a besarla y a meterle la mano por debajo de la camiseta. Parecía que
lo último que quería era hablar. Sin embargo, la abrazó fuerte y se separó.
—No pares…
—No sé qué necesitas más; si un orgasmo o desahogarte.
Audrey lo tenía bastante claro, pero tenía la cabeza algo perdida.
Liam lo entendió. Se acercó a la cocina, sacó dos copas y las llenó.
—¿Quieres hablar de lo que ha ocurrido? A veces, contarle las cosas a alguien que no lo
conoce todo, que no conoce a todos los implicados, a alguien que sabes que no te va a juzgar,
ayuda. —No vería a Audrey muy segura, así que comenzó él—. Venga, te cuento un secreto: mi
exnovia está trabajando en el set de rodaje. La conocí en una película, ella es cámara, y ahora nos
llevamos fatal. Por su culpa me han vedado en algunos lugares y, si llego a saber que iba a estar
en este proyecto…, casi con seguridad lo hubiese descartado.
—Qué endogamia hay en el mundo del espectáculo, ¿no?
—Bastante. Piensa que no todo el mundo entiende que viajemos tanto, que nos separemos
de nuestra familia y, en el caso de los actores, que se rueden escenas simulando sexo o que se
besen o salgan desnudos en pantalla.
—Claro, debe ser complicado. Por lo que dices, tu relación con ella no es buena.
—¡Para nada! Hubo un verdadero malentendido y creyó que la había engañado con una
amiga. Al final, me llegó a poner un detective y todo… No sé, creo que está mal de la cabeza.
Así que intento pasar el menor tiempo posible cerca de ella.
—Y por eso has invitado a la ermitaña del pueblo a ver unas películas.
—Y a hacer algo más que ver películas, pelirroja, si quieres.
Entre ellos se desarrolló una tensión difícil de ignorar. Audrey se moría por tocarlo, por
ponerse encima de él y rememorar la noche que habían pasado juntos.
—¿Y tú? ¿Qué es eso del matrimonio concertado?
—No te quiero aburrir.
—Tú no me aburres, pelirroja.
—Digamos que mi familia tiene… una empresa grande, ¿vale? Diversificada en varios
sectores, y mi padre le ha dejado a cada hermano una parte del negocio. Aunque Nathan, el
mayor, nunca se ha hecho cargo, los demás sí. La mía es la económica, las finanzas, me encantan
los números.
—¿Y sirves hamburguesas en un café?
—Bueno, sí, pero ya llegaremos a eso. La cuestión es que hace un par de años me casé con
el que parecía el chico perfecto: hijo de un amigo de mis padres, amigo de mis hermanos y, con
el matrimonio, se unieron las dos empresas. Todo fue genial, hasta hace unos meses.
Audrey se quedó callada, cogió la copa de vino y bebió un trago considerable. Liam
comenzó a acariciarle el muslo.
—Nuestra relación nunca fue… pasional. Yo estaba muy preocupada, pues no me parecía
normal llevar más de un año casada con él y ya casi no tener relaciones. Era raro. Pero todo
explotó un día, que fui al apartamento donde vivíamos y me lo encontré tirándose a otra…
—¡Joder! Para no gustarte las películas, esto parece sacado de una de ellas, pelirroja. ¿Y
qué hiciste?
—Sí, pues me di media vuelta, tiré el móvil por la ventana, compré el Huevo Ruidoso que
tengo fuera… —Hizo referencia a su coche—. Y llegué aquí por pura casualidad. Vi esta casita
destartala en Internet y supe que aquí podría descansar. Y lo demás, bueno, ya lo ves.
—¿Y tu familia lo sabe?
—Al menos, mi hermano mayor, con el que hablaba, sí que lo sabe. Sé que Nathan también.
Ha conseguido los papeles del divorcio, aunque, al parecer, Peter no quiere firmarlos.
—¿Y quieren que sigas casada con él?
—Imagino que Linus y mis padres sí, claro. Un divorcio es algo imperdonable, y mucho
más si afecta a la empresa.
Liam pasó de acariciarle el muslo a desabrocharle el pantalón.
—Tu exmarido es un imbécil.
—Sí que lo es… —susurró ella mientras él se ponía encima de ella a besarle la parte de
abajo del estómago y a deslizar los pantalones por sus piernas. Estaban los dos recostados en el
sofá y todo parecía muy sencillo.
—Y, tu familia, un poco también.
—Mi hermano mayor pasó de la empresa familiar, así que Linus ha tenido que sentir toda la
presión al respecto. No tiene vida, es una pena.
—No lo justifiques, pelirroja. No está nada bien que te obligue a seguir casada con un tipo
que te puso los cuernos y que, por lo que veo, no ha movido ni un dedo para pedirte perdón.
Una vez que le quitó los pantalones, le acarició el sexo por encima de las braguitas. Cuando
ella suspiró, él se las quitó. Liam le acarició el clítoris con un dedo y se colocó entre sus piernas.
Continuó con sus caricias con la mano, mientras que no apartaba los ojos de ella.
—Creo que hiciste bien en airearte un poco. Por lo que me has contado, parece un ambiente
algo opresivo. ¿Piensas volver? —Tras esa pregunta, se lanzó a lamer el sexo de Audrey—.
Contéstame o paro.
Ante la amenaza, ella comenzó a hablar entre gemidos.
—Sí, mi familia es así. «Opresiva» es la palabra. No me apetece volver por ahora. Me
encantaría poder tener un trabajo nómada, pero solo valgo para los números.
Emitió un gemido y se agarró al sofá.
—Sigue contándome o paro.
—Es que me corro, Liam.
—Te correrás cuando yo diga, no antes. Sigue. ¿Tu marido te lo hacía así de bien?
—¿Peter? ¡No! A ver, no es malo en la cama, pero no le gustaba nada el sexo oral. Bueno,
hacérmelo a mí. Tú lo haces todo mucho mejor…
—Gracias.
—No pares —le suplicó.
—Vale. —Introdujo un dedo dentro de ella y lo movió hacia lugares que le daban
sensaciones que Audrey no había sentido nunca—. Creo que estás lista para correrte para mí,
pelirroja. ¿Quieres?
No pudo decir ni media palabra más. Asintió y la embargó un orgasmo increíble que hizo
que se olvidara de ella misma, de sus problemas, de su familia, de todo, menos de Liam. Que
supo llevarla al quinto cielo, mantenerla y bajarla con una delicadeza increíble. Y todo con su
boca.
Acabó mojada, expuesta ante él y satisfecha.
—Dios, eres bellísima —le dijo antes de saquearle la boca. Audrey notó cómo él estaba
durísimo.
—Quizá quieras tú… —Con su mano fue a tocarle.
—Luego me resarciré, pero ahora quiero verte así un rato más. Te lo he dicho antes. No
sabía qué te vendría mejor; si un orgasmo o desahogarte. Y he pensado que las dos cosas estarían
bien.
Liam había traído en un pendrive cinco películas clásicas: Casablanca, Psicosis, Ciudadano
Kane, La noche del cazador y Matar a un ruiseñor. Audrey puso mala cara, ya que no le gustaba
mucho el cine, y menos aún en blanco en negro. Para esa noche, ella había comprado todo lo
necesario para cocinar sushi en la tienda de Ally, donde Audie pudo encontrar el arroz correcto,
el vinagre de sake y demás productos.
—Ha sido una opción segura —comentó mientras comenzaba a preparar la cena—, ya me
dijiste que te gustaba el pescado crudo.
—No, no me gusta; me encanta. ¿Eres cocinillas? —preguntó mientras cogía un grano de
arroz y lo probaba.
—Me relaja. Y, en este caso, hice un curso fantástico con un chef japonés que me enseñó a
cocinar. —Obvió el hecho de que lo había hecho junto a Peter, pues fue un regalo que él le
propuso para hacer cosas en pareja.
Liam se bajó de la encimera y se puso a dar vueltas por la cocina-salón, tocando el sofá y
observando el espacio donde vivía Audrey desde hace hacía unos meses. Cada vez iba siendo
más personal, pero le costaba mucho, ya que para ella la situación seguía siendo temporal.
Aunque Stormy Crown cada vez le parecía más su lugar en el mundo.
—Y como es que, teniendo nombre de actriz clásica de Hollywood, no te gusta el cine… Es
curioso.
Audrey se encogió de hombros.
—No sé, no es lo mío. Recuerdo cómo mi abuelo me perseguía de pequeña para que me
sentara a ver una película con él. Lo consiguió en un par de ocasiones, pero nunca me gustó. No
sé, soy más de libros.
—Pues, para gustarte los libros, no veo ninguno.
—¿En qué siglo vives? —No le quiso contar que, en su piso, en Nueva York, tenía una
buena biblioteca. Bueno, tenía… Claro, ya no sabía qué habría hecho Peter con sus cosas. Si todo
seguía así, se las encontraría en un trastero—. Tengo un lector electrónico.
—¿Dónde?
—Arriba, en la habitación, en la mesilla. ¿A dónde vas?
Liam subió la escalera en un tiempo récord y se puso a hojear los libros que tenía. Audrey
sonrió y le dejó hacer, no era nada secreto.
—Clásicos, novela negra, novela negra, novela negra… y romántica. Creo que dice mucho
de ti.
—¿Y qué te dice?
—Que la pelirroja es una mujer complicada.
Asomó la cabeza con una sonrisa que derritió a Audrey. Deberían estar prohibidas.
—¿Y tú qué lees?
—¡Ni una pista, pelirroja! Primero adivina mi película favorita, y luego hablamos.
—¿Te das cuenta de que voy a ver más películas contigo que con nadie en mi vida? ¡Y en
un fin de semana!
—Te van a gustar, créeme. No has visto películas conmigo, haré que no te aburras.
En esa frase, Audrey pensó que había mucho más escondido que su simple compañía.
Pusieron la mesa, y Liam decidió que, mientras degustaban el sushi, verían Psicosis.
Audrey comenzó con desgana a ver la película, aunque, tras terminar la comida, se acurrucó
al lado de Liam. Parecía que él podía saber en qué momento se podía aburrir, ya que le
comentaba detalles de la fotografía, de la historia o alguna anécdota corta para que ella se
centrase. Le contó que la famosa escena de la ducha fue editada una setenta veces y que la sangre
era chocolate. También que la película estuvo rodeada de mucho misterio; que en la claqueta de
esta no ponía el título, sino Wimpy, un personaje de Popeye, para que no se supiera que estaba
basada en el libro homónimo de Robert Bloch; y que, una vez que se filtró cómo se iba a llamar
esta, se pensó que sería sobre mitología griega entre otras cosas.
Acabó tumbada en el sofá, con la cabeza en apoyada en Liam, que no paró de acariciarle la
cabeza.
—¿Qué te ha parecido?
—Muy interesante. La música espeluznante y no me esperaba el giro a mitad, la verdad.
Ahora quiero leerme el libro.
—Bien, ¿quieres ver otra?
—Eres insaciable… —dijo con un doble sentido que a él no se le escapó.
Liam la besó en la cabeza. Tuvo que apartarla un poco para poder poner la segunda:
Ciudadano Kane, y ella gruñó un poco.
Audrey se quedó dormida al poco tiempo y no supo por qué Charles Foster Kane dijo
rosebud justo antes de morir. Liam tampoco se lo quiso explicar al día siguiente cuando se lo
preguntó a su lado en la cama. Él se rio y le dijo que, si quería saberlo, tendría que ver la
película. Pero sería sin él, porque tenía que marcharse. Audie supo que era un misterio que, o
buscaba por Internet, o no sabría jamás.
—Tengo que ir al set, creo que llegan los actores. ¿Quieres venir?
—¿Yo? Creo que mejor no. Además, si me ve la loca de tu exnovia, lo mismo me acuchilla
en la ducha.
—Veo que te gustó Psicosis.
—Mucho más que la otra, ¿cómo se llamaba?
—Ciudadano Kane. —Liam puso los ojos en blanco.
—¿Vienes esta tarde?
—Sip.
—Tráete el bañador.
—Pelirroja, estamos en diciembre…
—Hazme caso.
—A sus órdenes.
Cuando Liam se marchó, Audrey sintió que la casa se quedaba vacía, ya no solo por el
hecho de que fuera un hombre grande, sino por todo lo que hacía. Le parecía increíble que
alguien como él pudiese ser tan tierno y tan salvaje a la vez, tan interesante y tan delicado. Y,
sobre todo, tan sumamente guapo y con ese cuerpo que le quitaba el sentido. Audie sonrió,
pensando que eso era justo lo que necesitaba: una aventura que la ayudase a olvidar, a
encontrarse y a ser feliz. Pues así era como se sentía en ese momento.
Se sentó en el sofá y decidió hacer una de las cosas que más le gustaba: leer, aunque no se
centraba. Durante esos meses había dado muchas vueltas a lo que había ocurrido, a la infidelidad
de Peter, y a si tan poco le importaba que ni tan siquiera había intentado ponerse en contacto con
ella. Linus no tardó ni un día en hacerlo. Lo cierto era que de su familia solo él, y luego Nathan,
cuando se había enterado. Nunca habían sido una familia unida, pero seguro que, ahora que se
acercaba la Navidad, querrían hacer el paripé. Que no contaran con ella.
Suspiró, pues en ese momento era mucho más importante Liam, al que conocía muy poco,
que ellos. Así que cerró el e-book e hizo un gran esfuerzo por ver Ciudadano Kane.
Se volvió a quedar dormida.
A media tarde, Liam encontró a Audrey sentada fuera, con un jersey enrome y un bolso con unas
toallas a su lado. Con los ojos cerrados, ella sintió que él estaba detrás, por su forma de andar,
tan seguro de sí mismo.
—No tengo bañador —le dijo a modo de saludo.
—No importa.
Cogió la bolsa, le tendió la mano, y él, con cara de extrañado, se la cogió. Estuvieron
paseando cerca del lago y, en un momento dado, ella se metió por un camino que dejaban los
árboles, se desvió y llegaron a lo que parecía un jacuzzi natural.
—Son unas aguas termales naturales. Me las enseñó Pam.
Audrey, venciendo el frío, se quitó la ropa y se metió.
—Vamos a morir congelados —dijo él con una sonrisa en la boca.
—No, el frío es bueno para la salud.
—Claro, por eso tenemos calefacción…
Audrey sonrió cuando lo vio quitarse la ropa en pocos segundos, y se metió haciéndose el
valiente. Era una hazaña, ella la primera vez casi lloró. Él mantuvo el tipo, se metió y se quedó
en el sitio. Así que ella se acercó para besarlo y darle calor. Acabaron haciendo el amor de forma
pausada, tranquila, como si tuvieran todo el tiempo, no estuvieran en un lugar donde podrían
verlos y eso fuera lo único que querían hacer. Para Audie fue así, no había otra cosa que quisiera
hacer más que eso. Tras terminar, se quedaron tranquilos en el agua.
—He intentado ver la película, Liam —le confesó mientras él la abrazaba. Su bikini había
quedado olvidado, y los dos estaban desnudos.
—¿Y?
—Me he vuelto a quedar dormida.
—Tienes un gusto pésimo, pelirroja.
—¿Lo dices por ti o por otra cosa?
—Me las vas a pagar.
Liam la cogió y puso la espalda de Audie contra su pecho. Con una mano la sujetó fuerte,
mientras que con la boca comenzó a besarle el cuello. Con la otra fue bajando por su estómago,
hasta que le dijo:
—Abre las piernas para mí, preciosa.
Ella no lo dudó y le hizo caso. Él comenzó a acariciarla. Habían acabado tan solo hacía
unos minutos y ya lo notaba a él duro contra ella. Así que, con su mano, fue a acariciarle el
miembro. Liam suspiró e introdujo dos dedos.
—¿Qué te apetece? ¿Correrte así o…?
—Que me la metas, ya.
—A sus órdenes.
De nuevo, se encontraron jadeando, suspirando y acariciándose. Se compenetraban
perfectamente. No hacía falta mucho más para que los dos se entendieran, unas pocas palabras.
Si no, podían mirarse y poco más. Terminaron agotados, pero chapotearon en el agua,
jugueteando un rato, hasta que fue el momento de salir. El aire frío fue un como si un montón de
cuchillos le atravesaran el cuerpo. Así que se secaron y saliendo corriendo. A Audrey le costó un
poco abrir la puerta, pero luego dentro estaba todo calentito, pues así lo había dejado ella.
Una vez en casa, se besaron y él le susurró:
—Creo que es el momento para Casablanca.
—Esa la he visto, ¿es la de la que se va a casar con uno, pero aparece su exmarido…?
—No, esa es Historias de Filadelfia.
—A mi abuelo le encantaba.
—Tu abuelo tenía muy buen gusto.
Casablanca tuvo a Audrey pegada a la pantalla todo el rato. Tanto fue así que ella se quedó
quieta, no quiso que Liam hablase, y él acabó encima de ella, justo al contrario de la última vez.
Audie se enjuagó las lágrimas. Liam no hizo ni un solo comentario. La dejó asimilar lo que había
visto, hasta que ella quisiera.
—Dios…, cómo me gusta el final.
—¡Bien! —Él se levantó y la besó en la boca—. Es lo mejor de la película. Si hubiesen
acabado juntos, no sería una de las grandes historias del cine, eso te lo aseguro.
—Había escuchado la canción mil veces, pero no sabía de dónde venía… Ahora me gusta
mucho más.
Audrey se puso a tatarear As Time Goes By, y él la observó como si fuese una tarta de
chocolate. Entre ellos comenzó a correr una energía electrizante. Se rompió cuando sonó el
teléfono de Liam. Se levantó para hablar, y que ella no lo escuchara, o al menos eso fue de lo que
a Audie le dio la sensación. Le pareció normal; no eran novios, no eran pareja, no eran nada.
Solo dos personas que se lo pasaban bien juntos y, también, que cada vez confiaban más el uno
en el otro.
—Pelirroja, me tengo que ir, acaban de llegar los actores principales y me necesitan.
—¿Tan tarde en sábado?
—No puedo decir que no.
Y ella no podía pedirle más.
—Claro. ¿Volverás? —Se acercó a él para darle un último beso, que Liam aceptó con
absoluta felicidad, a tenor de su sonrisa.
—Será tarde cuando acabe.
—¿Me estás dando largas o…?
—¡No, no, no! —Él la giró en el aire y la sentó en una mesa cercana. Se encajó entre sus
muslos y se quedó mirándola—. Volvería contigo en el momento en que me dejaran, pero será
tarde y no me apetece darme ese paseo con el frío que hace.
—¿Lo dices en serio? —Él asintió, y parecía que decía la verdad. Sus ojos azules le
expresaban que le apetecía mucho más quedarse allí que irse. Audrey tuvo una idea loca—.
Llévate mi coche. Si quieres.
—Pelirroja, eres un sueño.
Liam se llevó el coche. Audrey todavía estaba más que asombrada de lo que acababa de
hacer. Ella no era así. Ella era la hermana apocada, la que alucinó cuando Peter, el apuesto y
fantástico Peter, le pidió una cita. Mucho más cuando le pidió matrimonio. Y solo un poco
cuando dejaron de tener complicidad y él cada vez llegaba más tarde a casa. A la sombra de
Linus, que era el que cerraba los negocios y lo llevaba todo; a la de Bree, la preciosa Bree,
relaciones públicas y siempre el centro de atención; y luego a la de su marido, que logró eclipsar
todo lo que era. Así que se había encerrado en su despacho a hacer números, lo único que sabía
hacer mejor que ellos y que entendía a la perfección. Y, aunque le encantaba ese mundo, no se
veía a sí misma siendo contable o economista toda su vida. Quería ver mundo, quería hacer algo
con su vida, algo que importase más allá de llenarle los bolsillos a su familia, que ya los tenían
demasiado llenos. El problema era dar con qué. Por eso seguía buscándose a sí misma sin saber
muy bien ni dónde mirar ni a dónde ir. Tenía miedo de quedarse toda la vida estancada, siendo la
camarera de un restaurante, algo que no le apasionaba. Podría reclamar parte de su patrimonio
familiar y abrir un negocio en el pueblo. Le encantaba, debería ser su residencia habitual. ¿Y
dónde quedaban los viajes? ¿Y dónde quedaba la aventura?
Audrey se puso a hacer la cena con la sensación de que esa vida que soñaba solo era eso, un
sueño. Como le decía Linus en casi todas sus llamadas: era hora de madurar.
10
Vaya momento inoportuno
Audrey se volvió a levantar con Liam a su lado. Pensó que, si eso se alargaba en el tiempo, bien
podría acostumbrarse. Y no debería. Lo que compartían no era una relación.
Se movió en la cama para levantarse, pero él la paró.
—Pensaba que estabas durmiendo —le dijo tras darle un beso.
—Ahora ya no. ¿Tienes algún plan?
Era facilísimo enredarse con él. No hacía falta más que una palabra, una mirada o una
caricia, y los dos sabían perfectamente qué tenían que hacer. Se quedaron sin ropa en un
momento y disfrutaron del sexo mañanero como si sus cuerpos estuviesen conectados. Tras
acabar, ella le pidió un cigarro y los dos se lo comenzaron a fumar entre bromas y risas.
—¡Audie! ¡La puerta estaba abierta! Si estás desnuda, vístete.
La voz de su hermano, totalmente de coña, no iba nada desencaminada. Cuando Nathan
elevó la vista y sus miradas se juntaron, ella estaba bien tapada, pero, como si fuese una
chiquilla, escondió el cigarro tras su espalda. Liam, en una pose relajada, siguió fumando tan
tranquilo, desnudo, a su lado.
—¿Has vuelto a fumar? —preguntó Nathan, algo enfadado.
—¿Es tu marido? —Liam también tenía dudas.
—¡No y no! —respondió dirigiéndose a cada uno de ellos—. Nathan, date la vuelta para
que pueda vestirme y bajar.
Su hermano le hizo caso, pero comenzó a decirle que la había pillado con un cigarro entre
los dedos, que no le mintiera. Que era mayorcita, le dijo con sorna mientras le recordaba lo
horroroso que era su vicio. Liam y ella se lanzaban miradas mientras se reían, parecían dos
adolescentes a los que les hubiesen pillado sus padres. Se vistieron mientras Nate, de espaldas,
no paraba de hablar. Cuando bajaron, por fin pudo darse la vuelta.
—Hola, por cierto. Soy Nathan, el hermano de Audie —se presentó su hermano, y los dos
se dieron la mano.
—Soy Liam Howards.
Nate había llevado café para dos, pero le cedió el suyo a Liam. Se pusieron a hablar como si
se conociesen de toda la vida, como si fuese algo muy habitual que él hablase con el amante de
su hermana así sin más.
—Bueno, creo que me iré, y os dejaré solos —dijo Liam.
—¡No hace falta! —respondió Nate—. Solo he venido a darle los papeles del divorcio a mi
hermana. Léelos, Audie, creo que te benefician. Y, una vez que los firmes, es oficial. Peter y tú
habéis roto. Después de lo que he visto allí arriba, creo que tu divorcio no es ningún secreto.
—¿Cómo lo has conseguido? Linus me dijo el viernes que Peter no iba a firmar.
—Tengo mis recursos, hermana.
—¿Cómo se lo ha tomado Linus?
—Creo que es mejor que no hables con él en unos días. En fin, Liam, ¿me enseñas los
alrededores y dejamos a Audrey con sus papelajos de abogados?
—Mejor vamos al pueblo y nos tomamos algo.
Audrey intentó que no hicieran eso, pensó que sería muy incómodo para los dos, pero no
pudo pararlos. Una vez que se marcharon, ella no tuvo más remedio que ponerse a leer los
dichosos papeles del divorcio.
Lo leyó todo tres veces. Ella no era abogada, pero parecía que todo estaba en orden. Aun
así, para poder asegurarse, decidió llamar a una amiga, Loreen, que trabajaba en una buena firma
de abogados en Manhattan. Hacía meses que no hablaba con ella, pero sabía que podía confiar en
su discreción.
Llamar a Loreen era el primer acto voluntario que hacía por su cuenta y que consistía en
retomar algo de su antigua vida. Tenía todos los teléfonos importantes también en el ordenador,
ya que su antiguo móvil estaba desconectado.
Resultó muy extraño hablar con ella. Lo primero que hizo su amiga fue regañarla por
desaparecer, y ella lo admitió sin problemas. Era verdad, se había ido y no había querido saber
nada de nadie. Y así estaba bien, hasta ese momento.
—Tú tampoco has hecho mucho por dar conmigo —le echó en cara.
—Audrey, deberías ver tu correo profesional, ya que el personal nunca lo usas… ¡Lo he
llenado hasta arriba! Y se ve que tampoco ves mucho el personal, que también tiene unos
cuantos e-mails míos…
Cierto, hacía mucho que ni se conectaba. Loreen no pudo verla, pero estaba roja como un
tomate. No se le había ocurrido. Lore era amiga suya desde la universidad, no tenía nada que ver
con Bree. Y, sin duda, fue la primera persona en la que pensó cuando desapareció. Había sido
muy egoísta al desaparecer sin más.
—Lo siento, tienes razón.
El silencio las inundó, pero su amiga no quiso volver a alejarla.
—Venga, Audie, a veces todos necesitamos un descanso. Y, en tu caso, todavía más. Tu
trabajo siempre te tenía loca, hasta arriba de pastillas tranquilizantes y sin tiempo para nada.
Solo me alegra saber que no te has roto.
—Un poco sí, la verdad. Te tengo que contar qué ha ocurrido en mi vida en los últimos
meses…
Así, Audrey volvió a encontrarse con su amiga. Se lo contó todo, sin excepción, y disfrutó
de saber que no toda su vida en Nueva York había sido un desastre. Más tarde, Loreen la ayudó
con los puntos oscuros y le aclaró todas sus dudas. Quedaron en hablar pronto y colgaron. Audie,
al menos, con una gran sonrisa en la boca.
Tras volver a leerlos, decidió que era hora de firmar. Pensó que ojalá su hermano y Liam
estuviesen allí, pues era un acto simbólico que se merecía algo de público. Ron se encontraba por
la casa dando vueltas, así que con él tendría que valer.
Cogió un bolígrafo con publicidad del restaurante donde trabajaba y firmó.
Adiós, antigua vida; hola, futuro incierto.
Nathan, Liam y Matthew estaban jugando en el bar de Dolores a los dardos. Así que Audrey
recogió a Pam para bajar juntas, no sabía si podría soportar tanta testosterona sin ayuda. No se lo
pensó mucho, la verdad. Estaba feliz, exultante por ser soltera al fin y poder decirle adiós a la
vida miserable que había llevado con Peter. En su momento, no se había dado cuenta. Pero,
echando la vista atrás, sí que podría haber hecho más, mucho más. De camino, le contó a Pam
que su hermano estaba de visita y las circunstancias que lo rodeaban todo.
—Me parece surrealista que tu hermano esté tomándose algo con Liam, el tío que te tiras
desde hace unas semanas, porque te han dejado sola para firmar los papeles del divorcio… No
sé, surrealista.
—Nathan es así, atípico.
—¿En qué sentido?
—Es nuestro hermano mayor, mi padre lo crio para que fuese su sucesor en la empresa
familiar. Estuvo años diciéndole a mi familia que estudiaba Empresariales y Económicas en la
universidad, cuando estaba cursando Medicina. Al acabar la carrera, se puso a trabajar en una
clínica privada durante unos años. Reunió el dinero suficiente para devolverle a mi padre el
dinero de sus estudios, con el que no se hablaba, por cierto, y se marchó con una ONG a África.
Allí conoció a otra doctora y se casó con ella por un rito extraño pero legal. Su mujer murió por
el ataque de unos militares y, aun así, continuó allí. Volvió a casa hace un año, solo para irse a
Haití. Y ahora ha vuelto y no sé por qué.
—Vaya…
—Te lo he dicho, Nate es atípico. Linus es mi padre con treinta años menos.
—¿Y tu otra hermana?
—¿Bree? Es todo lo contrario que yo: sofisticada, elegante… Todo el mundo la quiere, pero
me cuesta mucho trabajo admitir esto: está vacía por dentro. Se casa el fin de semana que viene.
—¿Vas a ir?
—No. Es lo último que me apetece hacer. La recién divorciada en la boda de su hermana
perfecta.
—Yo, si tuviera una hermana, creo que me arrepentiría si no fuese a su boda.
—Créeme si te digo una cosa, Pam: no es la primera boda de mi hermana. Lo que pasa es
que la primera fue en Las Vegas con un noviete del instituto hace unos años, en plan locura.
Duró lo que el viaje a Las Vegas y luego se arrepintió, ya que no lo vio a su altura. Nadie más lo
sabe, y yo me enteré cuando estábamos empaquetando las cosas de su piso y una foto se escapó
de un libro. Todavía la guardaba. Solo me dijo que no estaba a su altura y me lo contó. Fue de las
pocas veces que sentí que su coraza se derretía.
—¿Y no lo sabe ni el novio?
—No, solo el chico, ella y yo. Todos tenemos nuestros grandes secretos.
Los fines de semana, el bar de Dolores estaba abierto casi todo el día. Tenía contratados a varios
chicos de la localidad y era uno de los lugares más visitados. Los dardos y el billar solían ser los
lugares más concurridos. Y fue justo allí donde los encontraron a los tres, midiéndose las fuerzas
junto a Joss, el dependiente de la ferretería que tanta ayuda le había brindado a Audrey. Ella y
Pam se sentaron en una mesa cercana para verlos. Al parecer, habían hecho dos equipos: Nathan
y Liam contra Matthew y Joss. Los primeros iban ganando por mucho.
Audrey pudo observar a Liam con detenimiento sin parecer una loca. Llevaba un jersey fino
negro, que le marcaba los músculos que, solo unas horas antes, ella misma había apretado
mientras se movía encima de él. Se podía ver un poco del tatuaje que le llegaba al cuello, ese que
había lamido en más de una ocasión en los últimos días. Comenzó a removerse, nerviosa; le
apetecía tantísimo tocarlo…
—En serio, Audie, se te cae la baba. Y no me extraña. A mí también me parece que Ojitos
Azules es impresionante. Además, es listo, simpático, y seguro que se lo hace bien en la cama.
¿Qué no tiene?
—No tiene ganas de comprometerse.
Cuando soltó eso, ella misma se quedó paralizada. Hacía mucho que había roto
mentalmente con Peter, por mucho que hubiese firmado esa mañana el divorcio, pero de ahí a
querer tener algo serio con Liam había un trecho largo.
—Bueno, quiero decir… —¿Cómo podía arreglar eso? Se giró para ver a Pam, que tenía
una sonrisa de oreja a oreja y la animaba a seguir con la cabeza—. A ver, que Liam está bien
para lo que está, no para más. No es de los que se casan.
—Y eso lo sabes porque…
—No hay que ser adivina, Pam. Míralo.
Las dos se giraron para verlos jugar. Se reían y estaban pasando un buen rato. Aunque
Audrey no quería apartar los ojos de Liam, se alegró al ver a su hermano tan relajado. A Nate
también le hacía falta un poco de alegría.
—Lo miro. Está muy bien, sí.
—Pamela, esto es lo que es. No hay más.
Y sintió un deje de pena en la voz que no se podía permitir. Se sintió acalorada y se fue al
aseo. Cerró la puerta con pestillo, se miró en el espejo y se lavó la cara. ¿En qué estaba
pensando? Parecía que no sabía cómo poner líneas rojas en su vida. Liam era solo un cuerpazo
que le estaba ayudando a pasar página. Bueno, a pasar página sexualmente. En su antigua vida,
ella había sido la mujer de Peter, sin más. Y ahora por fin estaba despertando del letargo. Su
mente ya lo había hecho, y su cuerpo estaba sintiendo cosas que nunca antes había disfrutado
junto a Peter o junto a ningún otro. Liam tocaba las teclas como un maestro. Sabía sacarle
gemidos, destellos de placer y caricias increíbles. Comenzó a ponerse colorada, el cuerpo le ardía
solo de pensar en él.
—Audie, ¿estás bien? —Como si sus fantasías pudiesen hacerse realidad, él apareció al otro
lado de la puerta.
Ella abrió, lo cogió del jersey, lo hizo pasar, sonrió, cerró la puerta y lo besó. En un tiempo
récord. Él no se hizo de rogar y la besó con más fuerza aún. Ella le besó el pecho hasta bajar a
sus pantalones, le quitó el cinturón, los desabrochó y se metió su miembro en la boca.
—Joder, nena… —susurró mientras le acariciaba el pelo.
Audrey nunca se había sentido tan audaz. Pocas veces había practicado sexo oral; a Peter no
le gustaba hacérselo a ella, así que ella tampoco se esforzaba en hacérselo a él. Sin embargo, con
Liam no quería perderse ni un centímetro de piel ni una experiencia por vivir. Eso era su
relación.
Cuando él gimió de una manera que ella conocía perfectamente y que le indicaba que estaba
muy cerca del final, lo dejó y se levantó. Él le comió la boca como si no hubiese nada más en el
mundo que quisiera hacer.
—Me encantaría follarte por detrás mientras te veo a través del espejo, pero me he dejado
los condones en tu casa.
Ella le mordió el labio de abajo.
—Hazlo, toma. —Por alguna razón, desde hacía unas semanas llevaba siempre alguno de
los cincuenta condones que le había regalado Pam.
—Joder, pelirroja, pues haberlo dicho antes.
La giró para que los dos se viesen en el espejo del cuarto de baño. Le levantó la camiseta
que llevaba, junto con su sujetador. Sus pechos quedaron al aire. Él la agachó un poco, para
poder penetrarla. Cuando lo hizo, suspiró en su oído. La agarró de las caderas y comenzó a
moverse dentro de ella. Audrey notaba cómo su piel la rozaba, y se ponía cada vez más caliente.
Estaba cada vez más cerca del final y, por la cara de Liam, él también estaba cerca.
De pronto, él la levantó y con una mano le agarró un pecho, mientras que con la otra
comenzó a acariciarle el clítoris. Era imposible no acabar con esa imagen que le devolvía el
espejo y con los gemidos de él, que la excitaban más que nada en el mundo.
Audie acabó entre temblores y con la mano que antes le acariciaba un pecho en su boca,
para que amortiguara sus gemidos. Él, a su vez, le mordió el hombro en pleno éxtasis para no
gritar. Luego la besó en ese mismo lugar y le pidió disculpas.
Mientras se arreglaban, los ruidos del exterior volvieron a ellos.
—Voy a salir yo primero, ¿vale? —dijo Audrey.
—Como si no supieran lo que estábamos haciendo. —Se rio Liam mientras la ayudaba a
colocarse—. Pero, oye, cuando quieras repetimos.
Ella le dio un pequeño empujón en broma y salió. ¿Qué mosca le había picado?
Comieron todos juntos, tras las miradas que les echaron nada más salir. Pues Liam no tardó ni un
segundo en seguir sus pasos. De hecho, hasta le cogió la mano antes de sentarse, mientras que
Audrey se moría de vergüenza. Joder, que estaba su hermano sentado en la mesa, y él tan
tranquilo. Las cosas se tranquilizaron y comenzaron a contarse unas cuantas historias divertidas,
y Audrey amenazó a Matthew con matarlo si contaba algo de lo que habían dicho en el
periódico. Él levantó las manos y prometió no hacerlo. Ella no estaba nada segura. Una semana
sin noticias sobre las calabazas del alcalde o la sidra de la señora Moore, y era capaz de ponerla
de nuevo en la palestra. Estaba más que segura.
El ambiente se volvió raro, casi pegajoso, cuando Nathan sacó a colación el tema de la boda
de su hermana.
—Deberías venir, Audie, a Bree le haría mucha ilusión.
Audrey se mordió la boca, la lengua, y se apretó las uñas contra las palmas de las manos.
Supo que se estaba haciendo mucho daño. No quería hablar, no quería contar toda la rabia que
sentía por dentro a esas personas. Era algo suyo, propio.
—¿Y ver a Peter? No, gracias.
—Lo mismo Peter no va.
—Bree se casa con su primo, que es como su hermano. Ya te digo yo que sí irá. No pienso
ir y ser la divorciada de la familia. Lo siento, Nate, pero no.
Su hermano volvió a insistir un poco, hasta que Pam cambió de conversación hacia el
autocine, que iba a dar su última sesión la semana siguiente hasta que hiciese mejor tiempo. Y
Matthew y ella tenían que cubrir el evento.
Por la tarde, Liam, su hermano y ella volvieron a casa. Nathan se despidió y se llevó los
papeles de vuelta a la Gran Manzana. Antes de marcharse, aprovechó para decirle lo que pensaba
de lo que había pasado:
—Linus me contó que Peter te había engañado con otra.
—¿No te contó con quién me había engañado?
—No, solo que había sido una escena muy desafortunada. ¿Importa?
—Por lo visto, no. —Audrey hubiese querido que no importara, pero lo hacía—. Entenderás
que no quiera verlo en la boda de Bree.
—Sí, lo entiendo, y así se lo haré saber a ella. Pero creo que deberías ir. Sé que guardará un
sitio para ti junto a nosotros, por si en el último momento quieres aparecer. Puedes ir con un
acompañante… —Levantó las cejas y señaló a Liam sin mucho disimulo. Este se rio por lo bajo.
—Lo pensaré —le dijo, solo para que dejara el tema de una vez.
—Llámame si necesitas algo.
—¿Hasta cuándo te quedas en el país?
—Un tiempo. Tengo que arreglar unas cosas con la familia de Hannah y luego veré dónde
me necesitan.
—Pareces Superman.
—¡Soy Superman, hermanita!
Le dio un beso en la frente, y le dijo que dejase de fumar. Se despidió de Liam, que hacía
como que no estaba escuchando la conversación, y se marchó.
Y Liam y Audrey pudieron continuar con su fin de semana de película.
A Audie le gustó mucho más Matar a un ruiseñor que La noche del cazador, aunque las dos
le parecieron muy entretenidas. Entre otras cosas, gracias a los comentarios de Liam y a su
manera de verlas, que era con un ojo crítico que le fascinaba. Ella jamás se hubiese fijado en el
encuadre, en la cámara, en la actuación, sino solo en la trama y poco más. Con él, era una
experiencia completa.
—Bien, ya has visto las cinco. ¿Cuál es mi preferida? —lo preguntó con una intensidad que
parecía que le acababa de pedir matrimonio o un compromiso vitalicio, más que una simple
respuesta.
—Es complicado, las cinco son muy distintas. Bueno, las cuatro… Ya sabes que no pude
con Ciudadano Kane.
—No me lo recuerdes… —Negó con la cabeza, pero con una sonrisa.
—Vale, me voy a tirar a la piscina y voy a decir que es… Psicosis.
Liam se lanzó a besarla, y Audrey asumió que había acertado por la pasión que le puso. Se
enredaron de nuevo. Era tan fácil dejarse llevar que, solo cuando terminaron, él pudo confirmarle
que, en efecto, era su película favorita.
Esa noche volvieron a dormir juntos, se había hecho casi un hábito. Quedaron en verse toda
esa semana por la tarde para que él la ayudara con el bricolaje de la casa. Audrey le dijo que salía
a las seis del trabajo, y él le prometió estar a y media todos los días. Así que tenía que decirle a
Molly que no iba a trabajar ni una hora de más esa semana. A ver cómo se lo tomaba.
11
Una proposición que no podrá rechazar
Liam resultó ser muy útil como manitas. Durante esa semana, le contó que, antes de poder ser
ayudante de dirección, había pasado un tiempo montando escenarios y en los puestos donde
hacía falta maña y fuerza de la producción. Fue subiendo poco a poco, estudió todo lo que pudo,
y la película en la que estaba trabajando había resultado ser una gran oportunidad. Esa semana
vieron Solo ante el peligro y El tercer hombre. Durmieron juntos todas las noches. Le gustaba su
compañía, era muy agradable. Entre bromas, comentó que la habitación que tenía reservada en la
casa del lago por la producción la habrían ocupado otros. Ella lo besó y, en el entorno en el que
estaban de confianza, decidió contarle algún que otro secreto.
—Creo que no hice locuras hasta… No sé, hasta hace unos meses —dijo Audrey riéndose
—. Siempre he sido la chica buena, mi madre hasta hacía bromas con eso.
—¿En serio? Yo creo que esta época es la que tengo más tranquila. No he parado de
meterme en líos. Ahora he sentado la cabeza. Mi madre también hace bromas al respecto.
Era jueves por la noche. Audrey había traído cena de su bar y Liam la había sorprendido
con un postre de chocolate. Que, según le había contado, había hecho una compañera. Vaya,
conque también tenían tiempo para cocinar… Cuando le preguntó eso, le dijo que ya se pondrían
las cosas complicadas a partir de la semana siguiente, y lo dejó en el aire. Audrey había abierto
una botella de vino, y ahora se confesaban tonterías sentados en el sofá. Ella con las piernas
encima de él, y él jugueteando con sus dedos.
—Así que ¿nunca te has levantado en otro estado tras una noche de borrachera? —Ella negó
—. ¿Nunca has tenido un rollo de una noche?
—Tú ibas a ser mi primer rollo de una noche y has acabado en el rollo del mes.
Liam sonrió y le lanzó una mirada matadora.
—Hay una cosa que me vuelve loco de ti, pelirroja. Y es lo claro que lo tienes todo. Y,
cuando tomas una decisión, por pequeña que sea, no te echas atrás.
—Vaya, ¿tú crees?
—Es por eso por lo que tengo que decirte que, si no vas a la boda de tu hermana, te
arrepentirás.
Audrey, que estaba echada en el sofá, se incorporó y retiró las piernas de su regazo.
Necesitaba estar separada en todos los aspectos de él para intentar asimilar qué estaba diciendo.
Liam era lo más parecido a un confidente que había tenido en los últimos tiempos, pero él no
sabía toda la historia, todo lo que había entre Bree y ella. No tenía ni idea.
—Antes de que te quejes, quiero decirte que en mi opinión deberías acudir con la cabeza
bien alta. Para darle en la cara a tu exmarido y, la verdad, un poco a tu familia. Nathan me cae
muy bien, pero los demás parecen muy…
—Estirados. Pero no es solo por Peter, también es por Bree. Desde hace un tiempo ya no
nos hablamos, no nos llevamos bien. Créeme, Liam, soy a la última persona que quiere ver en su
boda.
—La relación con la familia es muy curiosa. Yo con mis hermanos y mis padres me llevo a
ratos, pero sé que, si les fallo en un momento así, nunca me lo perdonarían. No pienses solo en
ella, piensa en los demás.
—Creo que ellos también agradecerían que no fuese. La última Navidad, estaba muy
estresada con todo: con el trabajo, con Peter y… Bueno, ellos no lo sabían, solo lo sabía él, que
yo había tenido un aborto. Bebí un poco más de la cuenta y acabé gritándome con Bree. Nos
dijimos cosas horribles. Ella se prometió al poco tiempo, y mi relación con Peter se estropeó del
todo.
»Además —comentó para destensar el ambiente—, no tengo vestido, no tengo donde
quedarme, no tengo nada.
Liam frunció el ceño.
—Creo que ya te has convencido. Si decides acudir, yo puedo arreglarlo todo.
—¿Y me acompañarías?
—¿De vedad crees que es necesario preguntar eso?
Audrey durmió en los brazos de Liam y tuvo sueños extraños. Siempre había hecho lo que se
esperaba de ella: se había casado con un buen chico, había estudiado la carrera que sus padres
habían querido y se había quedado en la empresa en el puesto menos agradecido. Tras lo
ocurrido, con su divorcio, casi con seguridad sus padres no la esperaban en la boda de Bree, y
mucho menos con alguien como Liam. Aparecer en la boda sería para dar de qué hablar y quizá
eclipsar un poco a su hermana. En opinión de su madre, casi seguro.
Ella no podía hacer eso, por mucho que quisiera.
Liam se despidió de ella con la promesa de poder arreglarlo todo si cambiaba de opinión. Él
le había dejado claro en mil ocasiones que lo suyo era pasajero, quizá hasta que acabase la
película en el mejor de los casos. Pero ella siempre había sido una tonta enamoradiza y le estaba
costando mucho refrenar sus ganas de colgarse de él como una colegiala.
En el trabajo, todo fue muy deprisa, como ocurría los viernes. La gente estaba contenta por
el fin de semana y era más laxa en los descansos. Así que se rio de las ocurrencias de los
parroquianos y, cuando tuvo un momento para descansar, se fue a la parte de atrás con un
sándwich de pavo y con el Stormy Crown Paper. En él se hablaba de los próximos eventos en el
pueblo —pronto sería el Tejetón, el maratón de tejer— y de todo lo que estaba ocurriendo con la
película. Donde, al parecer, los dos personajes principales ya habían hecho su aparición y, según
fuentes cercanas, no se hablaban.
—¡Audrey Campbell leyendo el periódico! ¿Se acaba el mundo?
—Hola, Matthew. Con algo tengo que enrollar las sobras. —Le sacó la lengua, y él se sentó
a su lado.
Matt se quedó callado, no dijo nada, y a ella le resultó curioso. Hacía unos meses, él se
pasaba mucho por allí. Tonteaban y ella se sentía halagada. Incluso intentó que fuera a más, pero
no pudo. Desde el momento en que los dos se dieron cuenta de que no podían llegar a ningún
lado, Matthew se había alejado de ella, y Audie no había hecho nada por retenerlo.
—Te llevas muy bien con Liam —comentó de golpe.
—Sí, hemos congeniado.
—Me alegro, pero Liam no es de los que se comprometen, ¿vale? No te hagas ilusiones.
—Vaya, ¿y yo sí?
—Tú, madre mía, Audrey, claro que sí. En serio, pásatelo bien, pero no esperes más. Si no,
acabarás perdiendo tu coche.
Ella lo miró como si fuese un loco.
—¿Mi coche?
—Es algo simbólico. Era por no decir «corazón», que suena cursi.
—Vaya con el escritor…
—Bueno, yo he venido a preguntarte por Pam, porque la veo muy rara.
—Más de lo normal, querrás decir.
—No, llevo en este pueblo casi tres años, y Pam… No sé, la veo rara. Me gustaría ayudar.
—Matthew, creo que lo único que puedes hacer es estar cerca. Y, cuando ella quiera, te lo
contará. No hay más.
Matt se marchó y a ella se le estaba acabando el descanso. No podía quitarse la boda de su
hermana de la cabeza, no sabía si debía acudir. Así que llamó a Nathan y fue todo lo sincera que
pudo sobre la situación. Acudiría, y no entendía la razón.
Cuando llegó a casa tras el trabajo, Audrey se encontró con un ejército en la puerta. Liam había
conseguido que las diseñadoras del set y una peluquera se acercaran a su diminuta casita para
poder hacer un milagro con ella. Stormy Crown estaba a unas cuatro horas del lugar de la boda.
Así que tendrían que salir de madrugada, conducir todo lo posible, rezar para que su coche no se
parase y aterrizar con una sonrisa de cansancio, sin duda. Nathan le había dicho que había
reservado una habitación en el recinto donde se celebraba la boda, así que podrían llegar,
descansar un poco y ya acudir al evento.
Entre la modista y Audrey eligieron un vestido precioso tipo años veinte color champagne
—claro, como la película—, que, según le contó esta, sería para una escena especial de Scarlett.
Así que no podía mancharlo o, si no, tendría un gran problema. Por suerte, solo tuvo que arreglar
un poco el traje, y no tardó mucho en poder hacer magia y que ella pareciera una princesa. Los
zapatos y los accesorios le parecieron, nunca mejor dicho, de cine. Bueno, lo que eran realmente.
La peluquera decidió arreglar sus rizos cobrizos en un moño con ondas y le enseñó cómo ponerse
un adorno con brillantes antes de salir. Y la maquilladora, que fue la última, le dio las pautas y
los colores ideales para quedar perfecta.
Cuando Liam llegó con un portatrajes, les dio las gracias a las tres y las ayudó a llevarse de
vuelta todos los accesorios en una furgoneta con la que habían venido.
—Estás ridícula —le dijo mientras la abrazaba. Audrey llevaba pinzas en el pelo para las
ondas y un gorrito de rejilla para que no se le fuera el peinado. Ella se sonrojó y escondió la
cabeza en su brazo—. No te pongas así, es mentira. Con ese pelo, creo que lo mejor será ver una
película, dormir y ya nos vamos, ¿no?
—Venga, vale, me parece un gran plan.
—¿Cómo? La pelirroja no se queja…
No, Audrey no se podía quejar de un plan perfecto. Liam llevaba en su vida muy poco
tiempo, pero ahora le parecía increíble haber vivido sin él.
En ese momento, tras tener la experiencia más cercana a tener un hada madrina posible, y
todo propiciado por él, se dio cuenta de que se estaba enamorando como una tonta. Y, para su
desconcierto, nunca se había sentido así con nadie. Ni con Peter ni con otra persona. Si eso era el
amor, si eso era estar enamorada, jamás había sentido algo así.
12
Perdida en sus ojos azules
Durante el viaje en coche, Liam y Audrey jugaron a conocerse, a contarse cosas de su pasado y
lo que querían hacer en el futuro. A ella se le pasó el tiempo volando y hasta le dio pena llegar.
En el recinto, buscaron la habitación que le había dicho Nathan y dejaron todas sus cosas. Entre
ellos había tanta complicidad que, en ocasiones, no tenían ni que hablar para coordinarse.
La carpa donde iba a celebrarse la boda estaba decorada como si fuese un cuento de
Navidad, justo como Bree quería. Audrey lo sabía, ya que había ayudado todo lo posible en la
organización del evento, hasta que todo se desbarató. Su relación se fue realmente a la basura.
Cuando entraron, ella observó a los invitados y reconoció a muchos de ellos como gente de su
pasado, de una vida que ya no quería ni necesitaba. Liam le tendió la mano, lo que le dio bastante
fuerza. Cuando encontró a Peter, comenzó a hiperventilar, y con la vista le pidió a Liam que la
sacara de allí. Él negó con la cabeza, se acercó y la besó.
—Es cosa tuya, pelirroja, pero yo estoy aquí para que todo salga bien, ¿vale? Vamos a
saludar a esos estirados.
Dijo justo la palabra que ella misma habría usado para describir a gran parte de su familia.
Lo primero que hizo fue acercarse a Linus. Que, al verla, pareció que iba a abrazarla, pero, al
final, solo la saludó con bastante cariño y sin casi contacto. Nathan se acercó a hablar con Liam y
lo perdió un poco de vista.
Su madre, ataviada con un precioso vestido rojo, se acercó y, como siempre, hizo el amago
de darle dos besos, pero no llegaron a la mejilla.
—Creí que no vendrías, querida. A Bree le va a encantar verte.
—¿De verdad lo crees, madre?
—Pues debería, toda la familia se ha reunido. Lo que no me gusta nada es que hayas venido
acompañada; Peter no lo ha hecho. ¿Le has saludado?
—No, ni tengo ganas.
—¿Vas a seguir con toda esa tontería del divorcio?
—Mamá, ya lo he firmado. Está hecho. No hay marcha atrás.
Su madre apretó los labios, le echó una mirada matadora y, cuando fue a hablar, una amiga
suya se acercó, así que desvió la conversación y se marchó. Audrey necesitaba aire y no saludar
a Peter aún. Quería estar fuerte y segura. La conversación con su madre no había ayudado.
Buscó con la mirada la salida y se marchó con una copa en la mano. Una vez fuera, pasó
bastante frío, pero fue reconstituyente.
—Ya era hora de que dieras la cara, Audrey.
Peter, el apuesto Peter, que cuando se había fijado en ella no sabía ni cómo había pasado y
se sintió agradecida por ello, estaba allí, a su lado, y muy enfadado.
—¿Yo? ¿En serio, Peter? ¿Tú me encontraste a mí en nuestra cama con otro? Y no con otro
cualquiera… No, joder, con mi hermana.
—¿Qué?
Nathan, junto con Liam, había escuchado su conversación.
—¿Bree? ¿Bree se acostó contigo? —le preguntó a Peter.
—Fue una tontería, un desliz.
—Bree dijo que llevabais meses con el desliz. Justo desde Navidad, Peter, en serio…
—¡Joder! —exclamó Nathan, y se tapó la cara con las manos. Él también sabía lo del aborto
de la pasada Navidad. Respiró fuerte y dijo—: Lárgate, Peter.
—Es la boda de mi primo.
—Y tu primo no tiene ni idea de que te tiras a su futura esposa. Lárgate tú o será peor,
créeme.
Peter se lo pensó mejor y se marchó. Liam la sujetó, ya que ella se había mareado un poco.
—¿Y tú para qué vienes? —preguntó Nathan.
—A la boda de Bree.
—¿La has perdonado? No, claro que no. Yo no sé si voy a poder perdonarla. ¿Lo sabe
Linus? Claro que lo sabe… Joder, Audrey. Lárgate tú también.
—No, estoy bien, hace tiempo que no…
—¡Audie! —Era su madre, que llegaba a ella con una sonrisa en la boca—. Bree dice que
quiere verte antes de la ceremonia. ¡Vamos!
Nathan le lanzó una mirada cargada de incomprensión, pero ella lo ignoró. En cambio,
Liam la giró y le dio un beso de película delante de todos. Le susurró que era para darle ánimos.
Y vaya si lo consiguió.
Bree se encontraba dándose los últimos toques frente a un espejo de cuerpo entero cuando su
madre la hizo pasar. Al ver a Audrey, ella creyó ver pasar varias sensaciones por su cara, desde
tristeza hasta altanería.
—Está preciosa… —Suspiró su madre, hablando de ella como si no estuviese presente.
Se parecían tanto. Las dos rubias, esbeltas y bellas. Podrían ser hermanas, una la mayor y
otra la menor. En cambio, Audrey había heredado el color pelirrojo de una de sus abuelas, y eso
no le había gustado a nadie. Ni a esa abuela, por cierto. Bree siempre había sido la favorita, en
todos los sentidos.
—Audie… —Su hermana se acercó a ella, le cogió la mano y se sentó en una silla—. ¡Qué
alegría verte! —Le apretó tanto la mano que dudaba que estuviera diciendo la verdad—. Mamá,
¿nos dejas solas?
—Por supuesto.
Cuando cerró la puerta tras ella, Bree cambió de postura y le lanzó una mirada asesina.
—¿A qué has venido? ¿Ya has encontrado la manera de vengarte? Te digo una cosa,
Audrey, Owen lo sabe todo. Le he contado que tuve un desliz y me ha perdonado. Hagas lo que
hagas, no podrás fastidiar mi gran día.
Audrey bufó.
—No he venido a fastidiar tu segundo gran día —dijo haciendo hincapié en que esa no era
su primera boda. Bree frunció el ceño—. No te preocupes; «lo que pasa en Las Vegas se queda
en Las Vegas». He venido a cerrar un círculo. Ahora me doy cuenta de que me importa un
pepino lo que te pase a ti o a Peter. De hecho, creo que hacéis una gran pareja juntos. Los dos,
igual de fríos e insensibles. ¡Pobre Owen! ¿Lo eliges a él porque tiene más dinero o porque te
has cansado ya de mi marido?
—¿Pobre Owen? ¿No querrás decir «pobre Audrey»? Al fin te he dado algo de verdad para
que sientas compasión por ti misma. Toda mi vida he tenido que escuchar tus quejas. Por el
puesto en la empresa, por el trato que te daban papá y mamá, por todo. Y tú, la pobrecita Audrey,
había conseguido a Peter, nada más y nada menos. Y, claro, tampoco pudiste hacerlo feliz, pues
eres pequeña, miserable e insignificante. Quiero que sepas que, estos meses sin ti, todos hemos
estado mucho mejor. Sin tus quejas y sin tu… ¡poco sentido de la moda!
Audrey tenía muy poco que decirle a su hermana. Así que se levantó para marcharse.
—Espero que tengas todo lo que te mereces, Bree. Voy a disfrutar de tu boda tanto como se
pudiera esperar de la hermana de la novia. No lo dudes.
—¡Peter me pidió salir primero a mí, pero lo rechacé! —gritó antes de que ella se marchase
por la puerta—. Cualquier hombre con el que hayas salido me ha querido a mí antes. Eres las
sobras de esta familia, junto con Nathan.
—No todos, hermanita, no todos.
Cerró la puerta, y su madre la cogió del brazo con fuerza.
—Confío en que no hayas venido a montar un escándalo por lo de Peter. Nosotros te
perdonamos que te divorcies, y a tú a tu hermana su indiscreción. Hoy es su día, no lo fastidies.
—¿Lo sabes? —Audrey no podía sentirse más confundida—. ¿Lo sabes y la justificas?
—Todos cometemos errores.
—Mamá… Se acostó con mi marido, en mi casa. Durante meses. Y comenzó a hacerlo justo
después de mi aborto. ¿Eso también lo sabías? —La cara de su madre no dejaba lugar a dudas, lo
había sabido todo el tiempo—. ¿Te parece de verdad solo un cúmulo de errores?
—Algunos más gordos que otros, Audie. Hay que saber perdonar, ya sabes que Bree es
impulsiva. Tú eres más tranquila, más cerebral. Encontrarás la manera de que todo se arregle.
—Lo dudo, mamá, lo dudo mucho.
Salió afuera como una furia. En su familia estaban todos chalados. Encontró a Nate, a Liam
y a Linus hablando en una mesa, alejados del resto. Cuando llegó, debía de estar desencajada, ya
que los tres se callaron. No supo de qué estaban hablando exactamente tres personas tan dispares.
—¿Va todo bien? —preguntó Linus con esperanza.
—Si tú también vas a justificar a Bree, juro que te tiro algo a la cabeza.
—¿Quién la justifica? —preguntó Nathan, que no podía estar más asombrado.
—Mamá.
—Familia de locos…
—Audie… —dijo Linus—, no lo sabía. No sabía que no fue cosa de una noche. De haberlo
sabido, nunca te habría puesto las cosas tan difíciles.
Nate bufó, y ella supo de qué estaban hablando exactamente cuando ella había aparecido.
—Vámonos, Audrey, no merece la pena —le dijo su hermano mayor.
—¡No! He venido a ver cómo mi hermanita se casa, y eso voy a hacer.
Audrey cogió una copa de espumoso que pasaba por su lado en la bandeja de un camarero y
brindó al aire.
La ceremonia fue todo lo perfecta que Bree había querido. La comida, fantástica; y el grupo de
música, que tocaba de fondo, muy aplaudido. Audrey se centró en Liam todo lo que pudo para
que no se sintiera desplazado. Su hermana no tiró el ramo, eso era algo muy vulgar, y abrió el
baile con una canción que, al parecer, significaba mucho para ellos dos. Audie ni la conocía. En
ese momento, Liam le dijo:
—Me siento muy culpable. Siento que te he arrastrado a esta locura de boda.
—Tú no tienes la culpa. —Se giró para mirarlo, pues, hasta ese momento, tenía la vista
puesta en Bree y su flamante marido—. Yo sabía a lo que me exponía viniendo. Gracias por
aguantarlo.
—Si hubiese sabido lo de tu hermana…
Audrey lo calló con un beso. Ella había decidido no contárselo, así que no tenía toda la
información.
Cuando todos comenzaron a levantarse para salir a la pista, ella se sentó en su regazo y se
acurrucó. Liam se hizo el remolón para bailar con ella, pero, cuando cantaron Time After Time,
no pudo decirle que no. Ese baile fue fantástico en todos los sentidos. Se sintieron más cerca el
uno del otro que en ningún momento de su extraña y atípica relación, que no era una relación. A
mitad del baile, Audrey notó un dedo en su hombro, alguien que la llamaba.
—No me has presentado a tu novio. —La pastosa voz de Bree interrumpió la magia.
—Bree, este es Liam.
Su hermana le hizo una radiografía de arriba abajo sin pestañear.
—Ahora entiendo por qué no has llorado mucho a Peter. No has tardado demasiado en
olvidarlo, ¿o es que ya tenías a este en la recámara? O, mejor…, ¿le has pagado? —susurró,
encantada con la idea—. Bueno, no importa. Seguro que me seguiría prefiriendo a mí, pero ya
soy una mujer casada —comentó enseñando un anillo ostentoso.
Audrey se quedó boqueando, se había quedado paralizada. ¿Qué le había hecho ella a su
hermana para que la odiase tanto?
Liam le dio una vuelta, la volvió a agarrar para que bailasen, fijó su mirada en la de ella y la
besó como si fuera la única mujer en el mundo que quisiera tener a su lado. Con una pasión y
una fuerza que no podía ser fingida. Cuando terminó, escuchó bufar a Bree.
—Vámonos —le dijo Liam—, me gustaría continuar con esto en un lugar más privado.
Él le guiñó un ojo a su hermana, cogió una botella y se marcharon a su habitación.
No durmieron nada en toda la noche.
13
Te… Me encantas
Llegaron a la habitación entre besos y caricias. Audrey no podía pensar. No quería saber si había
sido el alcohol o la sensación de, por una vez, triunfar ella. Siempre que juntaban sus cuerpos, le
recorría una corriente que no había sentido antes. Pero esa noche algo había distinto. Y no quería
pensar mucho en qué.
Lo notaba no solo en el ambiente que habían creado los dos, sino en Liam. Era todo
diferente. Pero seguía siendo igual de excitante. Con él, el roce de la piel llegaba a tener un
significado distinto. Era jadear, besar, acariciar, morder, sentir, gemir… Todo un abanico que, en
ese momento, más que nunca, la hacía sentirse especial.
La ropa voló casi en un segundo. Él se desprendió de la suya con una sonrisa en la boca y
dándole besos cada vez que podía donde pillaba, mientras que Audie se dejó caer el vestido y lo
demás se le enganchó un poco. Adiós medias, nunca más. Maldito sujetador, ¿cómo se quitaba?
Zapatos, mejor salid a volar.
Aterrizaron los dos en la cama y ya no hubo tiempo para respirar sin jadear. Las manos de
Liam abrasaban cada centímetro que tocaban de ella, y Audrey no quería ser menos. Llegó un
momento en que sintió que no había límite entre un cuerpo y el otro, que el sexo había dejado
paso a algo mucho más intenso. Quizá llamarlo amor sería mucho, dadas sus circunstancias, pero
era lo más profundo que había sentido nunca. Aunque la cabeza ya no se enfocaba en nada que
no fuera él, sabía que una palabra mal dicha sería el fin de todo. Una huida que él emprendería
sin querer entender todo lo que se estaba perdiendo. Así que decidió cerrar la boca y enseñarle,
solo con su cuerpo, lo que sentía y lo que quería, que no era otra cosa que a él, siempre a él.
Si aún no hubiera llegado a la conclusión de qué significaba todo ese remolino de
emociones, cuando entró en ella y los dos suspiraron aliviados, como si fuese algo que los
calmara y los enardeciera a la vez, entendió que ya no podía eludirlo más. Se había enamorado
de él. Y solo esperaba que el dolor de la despedida no fuera tan intenso como lo que estaba
ocurriendo en esa habitación. Estaría perdida de otra manera.
Mientras él se encontraba sentado y ella sobre él, sintiendo cada pedazo de su piel, no
dejaron de mirarse ni un momento. No cerraron los ojos para besarse. No cerraron los ojos para
contener las oleadas de placer. No cerraron los ojos para no dejar de verse en ningún momento.
Cuando Audrey llegó al primer orgasmo que iba a tener esa noche, entre una nebulosa de
sensaciones y colores escuchó:
—Audrey…, yo te… —Se quedó callado, en un susurro. Tanto fue así que Audie pensó que
se lo había inventado, que su cabeza prefería inventar palabras a hechos. Hasta que él continuó
—: Me encantas.
El sexo continuó un tiempo más. Ninguno de los dos tenía nunca suficiente del otro. Audrey
se olvidó durante unas horas de todo y quiso disfrutar el tiempo que Liam le había regalado.
Pero, cuando la vorágine de deseo acabó, pensó que «Me encantas» era mejor que nada.
Aunque ella hubiese querido algo más, algo que fuese significativo, quizá poético a esas alturas
de su vida.
Sí, Audie hubiese deseado un «Te quiero» en condiciones, ya que ella se lo hubiese
regalado de vuelta. Pero había aprendido a esperar. Al menos, Liam, el inalcanzable Liam, el que
no quería una relación seria, el que no quería hablar de amor, había sentido, como ella misma esa
noche, que su relación había cambiado, había subido de nivel, de intensidad. Y que eso no era
nada malo.
14
Un cambio con la luz de la mañana
Audrey se levantó sola en la cama. Había tenido una noche fantástica con Liam y ahora no sabía
dónde estaba. Se fue a la ducha, se cambió y guardó bien el vestido. Que, para su asombro, había
acabado tirado en el suelo sin ningún cuidado, pero estaba aceptable. Había bebido demasiado.
Salió a desayunar algo, y se encontró a Liam en una mesa, con la mirada perdida, solo y con
pinta de estar desolado.
—No me has despertado esta mañana —le dijo sin querer que pareciese un reproche, pero
no tuvo suerte.
—No me dijiste nada anoche, no soy adivino, Audrey.
—Claro, claro, no pasa nada.
Él se encogió de hombros. Ella pidió a un camarero, y él se dio prisa para acabar unas
tortitas que tenía en el plato.
—Voy a recoger, te espero en la habitación.
Su actitud la tenía totalmente descolocada. Tras una noche fantástica, ¿qué había pasado con
Liam? Se le quitó el apetito, así que solo se tomó un café. Le mandó un mensaje a su hermano
mayor, para decirle que se marchaba. No sabía dónde estaba.
Una vez en la habitación, la situación no mejoró de ninguna manera. El viaje en coche fue
mucho más largo que la ida, ya que Liam solo contestaba con monosílabos: sí, no, no sé… Que
fue la frase más larga que pronunció. Estaba cada vez más perdida. Cuando le preguntó, en una
de las múltiples ocasiones, si le pasaba algo, él la observó como si fuese una paranoica. Y ya no
hablaron más.
Audrey lo dejó en la casa donde se alojaba. Le ayudó a bajar los vestidos y se despidió sin
darle un beso ni un abrazo ni un gesto de cariño, pues él no se lo permitió. Se quedó plantada en
la puerta, sin entender nada en absoluto.
Aquella tarde, Audrey no sabía qué había pasado. Repasaba la noche en su cabeza una y otra vez,
para saber qué había hecho mal o qué había ocurrido para que todo se rompiese así. Y no lo
sabía. Vale, no es que ella fuera una experta en situaciones sentimentales, sobre todo en una
relación no sentimental o no de novios como la que mantenía. Nunca había tenido una relación
así. Podía contar a sus parejas con la palma de la mano; había tenido tres sin contar a Peter. Y
una relación como la que tenía con Liam, nunca.
Salió a pasear y su móvil comenzó a pitar. Había perdido la cobertura en casa y Pam la
había llamado en unas cuantas ocasiones.
—¿Qué ocurre? —le dijo, nada más escuchar que se acababan los pitidos.
—¿Puedes venir a recogerme a la redacción? Ha pasado algo muy raro, y ya no tengo
vehículo.
—Claro. ¿Qué ha pasado?
—Luego te lo cuento.
Audrey pensó que así podría pensar un poco menos en Liam y un poco más en otra cosa.
Desde la conversación con Bree, había caído en la cuenta de que la situación en la que vivía no
era pasajera, era más bien permanente. No iba a volver a casa, no iba a volver a la empresa
familiar, así que tenía que buscar un futuro que le gustase mucho más.
Le daba miedo, escalofríos, desprenderse de lo conocido.
Aparcó cerca de la plaza del pueblo. Cuando salió del coche, se chocó con James, que saltó
como un gato con su contacto.
—Hm, hola, Audrey.
—James, perdona, estoy perdida en mis pensamientos.
—Ya… A mí también me pasa mucho.
Los dos sonrieron. Su escasa relación parecía que no daba para más.
—Yo…, eh… Quería decirte que me alegra saber que estás con Liam, creo que hacéis
buena pareja.
A Audrey le dolió un poco el corazón al escucharlo. En primer lugar, porque James era un
hombre maravilloso que, a causa de su timidez, se estaba perdiendo la vida. Un poco como ella
en su vida anterior anestesiada. Y, por otro lado, porque no sabía si lo de Liam era o sería, si su
relación era tal o no.
—Gracias, James. Es complicado. Pero, si me aceptas un consejo de alguien que una vez no
pudo ver que había que vivir de verdad, te diré que eres fantástico y que todo el mundo que tenga
la suerte de conocerte lo verá.
Él se rascó la cabeza y sonrió.
—Gracias, Audrey.
—Y, por cierto, me debes un café y una conservación sobre esos legajos.
Su sonrisa se hizo más grande. Quedaron para verse esa semana y se despidieron mucho
mejor de como estaban. Quizá James no fuese el amor de su vida, pero sí sería un gran amigo.
Cuando llegó a la redacción del Stormy Crown Paper se encontró con la secretaria, Janet,
que tenía casi los mismos años que la gaceta, repasando unos documentos.
—¿Qué haces aquí? Es domingo, deberías estar en casa.
Janet levantó la vista de unos papeles. Tenía un ordenador que iba a pedales en la mesa y un
humeante café al que comenzó a dar vueltas.
—¡Estamos cambiando la portada, Audrey! No deberías estar aquí en un momento tan
delicado.
—Vengo a por Pam, y nos vamos.
—Vale, pero no tardéis mucho.
Audrey se rio con disimulo y pensó en qué podría haber pasado para que fuera tan
especial… ¿Habría escasez de patatas? ¿La sidra de la señora Moore tendría menos botellas que
el año pasado? ¿Dolores iba a cambiar la decoración del local? Le preguntaría a Pam.
La redacción estaba llena. De forma habitual trabajaban tres periodistas, entre los que se
encontraba Matt; una fotógrafa, que era Pam; y unas cuantas personas que no tenía claro qué
hacían. ¿Qué sabía ella de periodismo? Todos se encontraban presentes. Matthew estaba en su
mesa con cara de muy pocos amigos, mientras que Lillian, otra redactora, hablaba con Pam entre
susurros.
—¡Audie! ¡Ven! —Cuando se acercó, se apartaron de la mesa de Matthew, y le susurró—:
Matthew le ha regalado a Liam su coche.
—¡¿Cómo?! Si lo adora, si es su hijo, su bien más preciado…
Matt levantó la vista y la taladró con la mirada. Ella le dijo: «Lo siento», y salió de la
redacción con Pam. Se despidieron de Lillian y los dejaron solos. Antes de salir de la plaza del
pueblo, decidieron tomarse un chocolate, por puro antojo de su amiga.
—¿Qué ha pasado? ¿Se lo ha comprado?
—No, no, no. Ha sido rarísimo. Liam ha entrado en la redacción, le ha dicho que había
cambiado de opinión y que quería su coche.
—Es rarísimo.
—¡Ya te digo! Tanto que Lillian está escribiendo la historia en el periódico.
—Madre mía, cómo se aburren.
—Bueno, ¿y la boda? ¿Cómo fue, Cenicienta?
—Un horror, Pam.
Se puso a dar vueltas a su chocolate y le contó a su amiga más o menos lo ocurrido. No
quería hacerse daño con las palabras de su hermana, pero sí le dejó claro que su relación estaba
acabada. Eso sí, sentía como si se hubiese quitado un peso de encima y ahora tuviera un camino
por delante que la dejaba libre para hacer lo que quisiera.
—Yo a tu hermana le daba una zurra de aquí a Nueva York. ¿En serio? Ella es la que te ha
engañado… ¡durante meses! Y se pone digna.
—Lo de Bree era predecible, pero lo de Liam no lo entiendo.
—Es raro, sí. Vale, no estáis juntos en el más estricto sentido de la palabra, pero sí que es
cierto que parecéis una pareja perfecta.
—Él siempre me ha dejado claro que no quiere una relación, quiere lo que tenemos. Y está
bien. Lo que no entiendo es su reacción, Pam, y no sé qué hacer.
—Dale tiempo. En ocasiones… —Su amiga abrió los ojos y comenzó a boquear—. Madre
mía, madre mía, madre mía…
—¿Qué ocurre?
—Es Scarlett Price. ¿Qué hace aquí Scarlett Price?
—Querrá un chocolate.
Sin embargo, si quería un chocolate, no lo sabrían. Pues la actriz se paró ante su mesa y se
sentó.
—¿Eres Audrey? —Ella asintió—. ¿La misma que se ha puesto uno de mis vestidos y lo ha
dejado hecho unos zorros?
Joder, pues era verdad.
—Sí, lo siento. Si tengo que pagar algo…
Ella negó con la cabeza.
—No. Me he cabreado al principio, pero luego he preferido hablar contigo. Ten mucho
cuidado con los Howards, solo te harán daño.
—¿Te refieres a Liam?
—Sí, a Liam y a su hermano.
—¿Su hermano?
—Sí. Estoy segura de que no esperabas un consejo así, pero entre nosotras tenemos que
ayudarnos.
Audrey y Pam se miraron sin entender nada.
Y ella se marchó.
15
Cenicienta no necesita un príncipe
No llevaba tanto tiempo durmiendo con Liam; sin embargo, la primera noche sin él le resultó
extraña. Pasaron unos cuantos días sin que supiera nada de él. Ella tampoco lo había llamado,
porque creyó que necesitaría tiempo para arreglar todo lo que necesitase. Se encontró en más de
una ocasión con ganas de hacerlo, de pasarse por el set y preguntar por él o hacer algo. Pero no
lo hizo. Durante su tiempo libre, que desde que estaba sin él era bastante más y bastante más
aburrido, decidió arreglar parte de la casa y se puso a darle vueltas a lo que quería hacer. Se
volvió a poner en contacto con Nathan, que se quedaría todavía unas semanas más en Estados
Unidos y que insistió en que hablará más con Linus.
Fue el tercer día, un miércoles, mientras preparaba la cena y barajaba sus opciones para la
Navidad, cuando escuchó que alguien llamaba a la puerta con los nudillos. Al principio, de forma
débil, pero luego de forma impulsiva. Cuando abrió, Liam estaba tras ella. Parecía que había
llegado corriendo hasta su casa. La observó como si fuese imprescindible, como si fuese la única
cura a un mal que le aquejaba.
—Dios, cómo te he echado de menos.
Se lanzó a besarla, cerró la puerta con la pierna y la abrazó. Suspiró, como si hubiese
llegado a casa. Audrey se sintió abrumada pero feliz. Durante esos días separados, había
confirmado la sospecha que comenzó en la boda de Bree: por él sentía algo distinto, una
sensación profunda. Se encontraba mal cuando no estaban juntos; no lo necesitaba, pero deseaba
tenerlo con ella. ¿Qué era eso? Pues creía que se había enamorado de él. Así que no sabía cómo
enfrentarse a la situación sin sufrir.
Audrey se dejó llevar, no había nada que quisiera más. Hicieron el amor, al principio con
rapidez, pero en un momento dado, como si Liam se hubiese dado cuenta de que ella no se iba a
escapar, fue todo mucho más lento. Audie disfrutó de cada centímetro de su piel, ya bien tuviera
tinta o no. Se besaron, se abrazaron y dejaron que todo fluyera. Como una coreografía bien
ensayada, sintió que con él todo era fácil, todo era perfecto.
—Liam, ¿qué ha pasado?
Los dos se encontraban en la cama tumbados. Él hundió la cabeza en su hombro.
—Nada, solo necesitaba un tiempo separado de ti, para poder verlo todo con perspectiva.
—¿Y a qué conclusión has llegado?
—A que no te convengo nada. Puede ser que te haga daño, pero no puedo alejarme de ti de
forma tan sencilla. Audie, prométeme que no te vas a enamorar de mí.
Se quedó callada, eso era algo que no podía hacer.
—Audrey, prométemelo.
Liam la miraba a los ojos, expectante, hasta que se dio cuenta.
—Joder, Audrey, joder. No soy bueno para ti ni para nadie. No sé tener una relación, al final
solo te haré daño.
—No puedo hacer nada al respecto.
—Mierda, Audrey, no quiero una relación. Quiero esto que tenemos. Cuando acabe el
rodaje, me largaré. ¿Lo entiendes? No vamos a tener casa, niños o perro. Solo lo que tenemos
ahora mismo.
—Ya lo sé.
—Dios santo, tus ojos me gritan todo lo contrario.
Comenzó a vestirse con prisa. Audrey sabía que lo perdería, y no estaba dispuesta a hacerlo.
Prefería pasar el tiempo con él en ese momento que no estarlo por lo que pudiera sufrir en el
futuro.
—Liam, tranquilo. Soy una mujer adulta, no voy a perseguirte para suplicarte que me
quieras ni nada por el estilo.
Él la miró como si estuviese diciendo la cosa más absurda del mundo.
—Audie… —Se sentó en la cama. Parecía que, al menos, lo había retenido unos segundos
más—. Pelirroja, no me mires así, no va a funcionar.
—Lo nuestro funciona ahora, ¿no?
—A la perfección —admitió.
Ella se levantó y se sentó encima de él, medio desnuda, solo tapada en parte por la manta.
Él le pasó las manos por la espalda, le regaló un escalofrío que hizo que gimiese.
—Estamos bien, Liam. —Se restregó y notó cómo él se había puesto durísimo. Volvió a
repetir el mismo gesto. Lo besó en el cuello—. Creo que estás de acuerdo conmigo.
—Tú lo has querido.
Liam se giró y la puso boca arriba en la cama, con él encima. Le quitó la manta que tenía
enredada y la observó durante unos segundos, antes de cubrir él su piel con su propio cuerpo.
Comenzó a volverla loca con sus manos entre sus piernas. Mientras, le daba besos por la cara
interior de los muslos. Se quitó la poca ropa que se había puesto con una parsimonia
insoportable. Ella gimió, pidiéndole más prisa. Liam besó su cuerpo hasta sus pechos y se quedó
cara a cara con ella.
—Tú te lo has buscado.
Y la torturó con dos orgasmos: uno con la boca y otro la mano.
Al día siguiente, en el trabajo, Audrey estaba radiante, y todos los parroquianos lo notaron. A
media mañana, su jefa apareció con una sonrisa de oreja a oreja a dos horas del almuerzo, y eso
solo podía significar que había algo para celebrar. Se le había olvidado leer el Stormy Crown
Paper, así que lo mismo había pasado algo más interesante que el cambio de titularidad de un
coche, por el que no había preguntado a Liam.
—¡Audrey! Hoy has venido muy guapa. Bien, bien… —dijo como algo perdida en sus
pensamientos. Se metió dentro de la barra y se puso un vaso de agua.
—Gracias, Molly, he venido como siempre.
Su jefa la miró de arriba abajo y sonrió detrás del vaso.
—No sé, Audrey, yo te encuentro más… contenta. ¿Será el amor? —Tras decir eso, se puso
a canturrear y se metió a la cocina. A Audie le subieron los colores.
Se tocó las mejillas mientras rellenaba la jarra de café. Lo mismo se le notaba algo en la
forma de moverse, de hablar o de sonreír. Nunca antes había sentido algo así. Se sentía tonta solo
de pensarlo, así que ni se imaginaba preguntándoselo a Pam.
La llamaron de una mesa y se acercó, algo cohibida. A la vuelta, se quedó pensando en qué
iba a pasar con su corazón cuando Liam se fuese. No era tonta; él no le estaba mintiendo, no era
un juego de seducción o de tonteo. Él decía la verdad, estaba convencido de que no era bueno
para las relaciones. Y, además, alguien como ella jamás podría mantenerlo a su lado. No era
Bree. Ella no era una belleza etérea ni alguien tan interesante. Tras lo ocurrido con Peter, no
pensaba volver a ser tan vulnerable nunca más. Su traición le había dolido por lo ciega que había
estado con la situación, por no haberlo roto de raíz antes. Con Liam, al menos, todo estaba claro
desde el minuto cero: no era amor, era solo físico. Él nunca se iba a enamorar de ella. Y así lo
tenía que aceptar.
—¿Audrey? —Era su jefa—. ¿Qué haces ahí parada? ¡Venga, espabila! ¡Vamos a servirle el
almuerzo a los actores del rodaje!
—¿Qué? ¿Y nuestros clientes…?
—Me han llamado esta mañana. Necesitan un catering, porque el que usaban no les
convencía. ¡Es nuestra oportunidad, Audie!
A ella le gustaría saber de qué.
—Pero, Molly, ¿quién se encargará de nuestras comidas?
—César y Mateo lo harán. Ya he hablado con ellos y se harán cargo. Tú y yo seremos la
cara del restaurante. —Guiñó un ojo y se marchó a prepararlo todo.
—Gracias por preguntar —susurró Audrey. Se iba a presentar en el trabajo de Liam sin
avisar ni nada y a ver un rodaje por dentro. Tampoco parecía tan mal plan, pero las piernas se
convirtieron en flanes cuando pensó en verlo fuera de ese pequeño mundo que habían creado el
uno para el otro. Lejos de la gente, lejos del trabajo; solo para ellos.
El resto de la mañana se pasó entre atender a los clientes y preparar la comida que se iban a
llevar. Audrey, cuando lo meditó, se alegró. Le apetecía ver un poco más de Liam, qué hacía en
el rodaje, cómo se relacionaba lejos de su casita. En una ocasión, la había invitado a acudir al set,
pero ella no se sentía en ese momento segura para poder hacerlo. Sin embargo, asumiendo que el
final era algo inevitable, quería llenarse la mente de imágenes y de recuerdos de lo que iba a vivir
con él.
Molly le dijo que usaran también su Huevo Ruidoso para llevar las cosas. No tenían una
furgoneta o algo parecido, así que usaron sus coches particulares. En el de Audie acomodaron las
bebidas y parte del dulce. Una vez todo metido, siguió a su jefa por el camino. Se lo sabía
perfectamente —esa misma mañana, tras su carrera habitual, había llevado a Liam al trabajo—,
pero nunca había pasado más allá de la entrada. Puso música, y Have You Ever Seen the Rain de
Creedence Clearwater Revival le dio la bienvenida. La cantó a pleno pulmón hasta el final.
Molly conducía como una loca. En la cabeza de Audrey sonaban todavía sus palabras sobre lo
fantástico que era el mundo del espectáculo, acerca de que le encantaría que las dejaran un rato
ver el rodaje. Parloteó sobre eso durante el tiempo de preparación del catering mientras Audrey
se perdía en las ganas de ver a Liam. Lo demás era un plus que le hacía gracia.
Aparcaron detrás de una mansión gigante, que parecía inspirada en la época victoriana, y
entraron como si fuesen parte de la servidumbre de un señor del siglo XIX. Por un momento,
Audrey se sintió como si fuese el servicio. Algo con lo que ella había contado toda su vida y a lo
que nunca había hecho mucho caso hasta que ella misma se había convertido en parte de este.
En la cocina, pudieron darle un último golpe de calor a algunas comidas. Le indicaron
dónde podían colocarlo todo y, en un gran salón, en unas mesas gigantes, comenzaron a ponerlo
todo con una gracia que Molly tenía innata. Al parecer, en ese lugar se hospedaban los actores
más importantes, el director y la parte esencial del equipo. En varias habitaciones, redecoradas
para parecer de época, se desarrollaba parte de la historia. Era todo precioso. De lejos podía
parecer real, aunque de cerca, en algunos detalles, se apreciaba que era todo una ilusión. El cine
era así.
Audrey estaba terminando de poner los termos gigantes con café, cuando Molly llamó su
atención.
—Ven, ven, no te puedes perder esto —susurró, asomada a una puerta corredera abierta por
unos centímetros. Tras ella, pudo observar a un montón de personas con aparatos, cámaras,
cascos… Y, de fondo, a unas personas hablando. Los actores. Audrey achicó la vista para poder
fijarse bien—. Audie, ¿no es tu Liam?
Sí, era su Liam. Con un traje color claro que le sentaba como un guante, fumando un
cigarrillo e interactuando con quien parecía Scarlett, la misma que le había dicho que no era de
fiar. No, no parecía para nada un ayudante de dirección, sino más bien un actor.
—No es mi nada, Molly —dijo con un tono de disgusto más fuerte del que le habría gustado
—. Esto ya está. ¿Falta algo más?
—Ehhh… —Su jefa echó un vistazo a la mesa—. No, creo que está todo. Iré a avisar,
quédate aquí.
Audrey hubiese preferido esperar en su coche o, mucho mejor, en su casa. ¿Qué estaba
pasando en ese lugar? Mientras se hacía esa pregunta, la misma Scarlett que, momentos antes,
actuaba junto a Liam salió de la habitación con una bata.
—Oh, ¿es el nuevo catering? —preguntó al aire, pero la ignoró—. Espero que sea mejor
que el anterior.
Se acercó y, con la mirada, lo observó todo. Dio su aprobación con la cabeza y se sirvió un
té. Se giró para marcharse, cuando se dio cuenta de quién era ella.
—Vaya, parece que mis palabras no calaron en ti. Lástima, te hubiese ahorrado sufrimiento.
Tu amorcito está todavía grabando, así que le queda un rato antes de que puedas verlo.
—No estoy aquí por él, trabajo para el restaurante que ha traído la comida.
Por un momento, Audrey se sintió insignificante, falta de conocimiento y estúpida.
—Sí, pero sigues liada con él, ¿no? —No respondió—. En serio, pequeña, te hará polvo. Y
yo de ti no dejaría que Miranda te viese; todavía sigue loca por él y no le hará ninguna gracia ver
por quién la ha dejado.
—No tenía novia cuando lo conocí… —Aunque tampoco sabía si eso era verdad.
—Ya, ya, minucias para Miranda. Ella esperaba que este rodaje volviera las cosas a su
cauce. Pero los Howards no se comprometen, ¿eh? Eso espero que lo tengas claro, porque no
pareces mala chica.
—Liam…
—¿Liam? Vaya…
—¿Es actor?
—No, es el hijo de la peluquera.
Le echó una mirada matadora, como si fuese idiota, y se marchó. Audrey comenzó a
hiperventilar. Sin duda, él ni era quien decía ser ni nada por el estilo. Le había advertido en
varias ocasiones que no se encaprichara de él, y no le había hecho caso. Por su salud mental,
tendría que romper con eso de raíz.
Se había levantado esa misma mañana con él a su lado, asumiendo que su tiempo era
limitado solo porque él tenía fobia al compromiso o cualquier otra cuestión que esperaba poder
hablar antes de que se marchara. No porque le hubiese mentido en una parte esencial de su vida
que no quería compartir con ella. Tenía razón, Liam tenía razón. No era bueno para ella.
Notó cómo algo se rompía por dentro. No, no era su corazón. El pobre ya había tenido
suficiente drama. Eran sus esperanzas.
De la habitación donde estaban grabando, comenzaron a salir un montón de personas, que
dieron buena cuenta de la comida. Ella esperó a que él saliese. Y lo hizo con un hombre algo
mayor que él, pero al que se parecía mucho. ¿Quién sería?
Cuando Liam puso sus ojos en ella, le recorrió por el cuerpo un escalofrío que la hizo
sentirse bien. Maldita falsa sensación de amor. El calor de su mirada, de sus gestos, de todo… le
pareció muy suyo. Se disculpó con el hombre con el que hablaba y fue a por ella.
—¿Qué haces aquí? —preguntó mientras observaba en todas direcciones, menos en la suya
—. Ven, hablemos en algún sitio más privado.
La cogió del brazo con fuerza y la metió en una habitación contigua, pequeña, donde
parecía que guardaban parte del atrezo.
—Liam, suéltame, me haces daño.
—Perdona, habrán sido los nervios por verte. ¿Qué haces aquí?
—He venido con Molly, ya que nos encargamos hoy del catering. Estoy segura de que debe
estar buscándome…
Él se lanzó a besarla. Sus manos recorrieron todo su cuerpo en cuestión de segundos. Ella se
derritió con cada caricia. Llevaba unos vaqueros y una camiseta. Los primeros acabaron bajados
en menos de diez segundos, y la otra casi se la arrancó. La subió encima de lo que parecía un
cheslón de época, medio desnuda. Ella no pudo decir que no. Cada poro de su piel le pedía más
de él. Así que se animó y quiso quitarle el traje que llevaba.
—Solo la chaqueta, cariño, o la jefa de vestuario me mata.
¿Dónde estaban sus intenciones de hace unos momentos? Volaron y se quedaron tras la
puerta de la estancia en la que se habían encerrado.
Dejó que su cabeza guardara esa información para más tarde. Lo acuciante era otra cosa. Él
se puso encima de ella y la penetró casi de una vez.
—Dios mío, me encanta que estés lista para mí.
Con una mano, comenzó a acariciarle el clítoris, mientras que comenzaba el baile ese que
sabían que acabaría en un éxtasis para los dos. Se besaron, se abrazaron y se corrieron casi a la
vez. Entre jadeos y sonrisas. Fue algo rápido, sin planear, que les pilló de sopetón, como el
atropello de un tren a una vaca despistada.
Él se comenzó a vestir, cuando ella decidió sacar el tema que la mataba un poco por dentro.
—No eres ayudante de dirección, eres actor.
—No, eso no es así, pelirroja. Esto es un favor.
—¿Un favor a quién?
—A mi jefe, al director. Dice que es importante que salga, aunque el papel sea pequeño.
—¿Quién eres para que sea tan importante que tú actúes en una película?
Liam suspiró.
—Soy Billy Howards, el hermano de Frank Malone. Él usa el apellido de nuestra madre de
soltera para el mundo del espectáculo, pero yo no, solo el apodo que me daban de pequeño.
Durante un tiempo, he sido actor de Hollywood.
16
¿Quién demonios es Billy?
Audrey, tras el trabajo, se pasó toda la tarde buscando información sobre Billy Howards, su
Liam. Al parecer era uno de los mujeriegos más famosos de Hollywood. Hermano pequeño de
Frank Malone, se le habían conocido muchas historias de faldas con verdaderas bellezas. Había
jugado con las drogas en varias ocasiones y lo habían detenido por conducir borracho en dos
ocasiones. Su madre, Linda Howards, Malone de soltera, había sido una actriz especializada en
papeles secundarios que conoció a Oscar Howards, el director de cine, y se casaron de improviso
tras unos meses de noviazgo. De su matrimonio nacieron cuatro hijos. Todos chicos, todos
artistas y todos vinculados con el mundo de la farándula.
Billy, por su parte, era el segundo de la saga familiar. Había trabajado en multitud de
películas y se rumoreaba que en esa última lo hacía para formar un triángulo amoroso con
Scarlett y su hermano, algo que sabían que atraería al público casi de inmediato. Bien, encima,
pensó Audrey, se vendía. No le había mentido en lo del corto y en lo de trabajar con un director:
su padre. No sabía si el resto era verdad, ya que estaba descubriendo a una persona totalmente
distinta a la que ella había conocido durante ese tiempo.
¡Lo que le faltaba! Enamorarse de un actor de Hollywood mentiroso, drogadicto, borracho y
mujeriego. Vaya, esa vez Audrey se había lucido. Su hermana Bree se iba a morir si supiera
quién acompañaba a su hermana en la boda. Nunca lo sabría.
Como no sabía todavía la forma de tomarse esa revelación. Supo una cosa: si ya estaba
pasándolo mal, mucho más lo haría cuando él la abandonara por una actriz más joven y más
guapa en su siguiente rodaje. Tenía que cortar esa tontería por lo sano. Sin pensarlo, tal y como
él le había aconsejado que hiciera si sus sentimientos llegaban a más.
Se sentía estúpida. Absolutamente engañada. ¿En qué había estado pensando?
Llamaron al timbre justo cuando se daba golpes en la cabeza.
Era Liam. O Billy. O quien quiera que fuese.
Llevaba una botella de vino en la mano y una sonrisa tan sumamente tentadora que Audrey
se había quedado en blanco solo de mirarlo.
—Bien, pelirroja, estoy dispuesto a responder a todas tus preguntas. Verás que tengo
respuesta para todo.
Ella lo dejó pasar, pero no dijo ni una sola palabra. Liam se acercó a por unas copas, abrió
la botella y se sentó en el sofá, donde su portátil seguía abierto en una página de cotilleo sobre él
mismo y una aventura que tuvo con una mujer casada.
—Vaya, esto sí que es verdad —comentó como si tal cosa. Ella había sido una mujer casada
a la que le habían puesto los cuernos. No, no estaba nada a favor de la infidelidad.
Se sentó a su lado y esperó. ¿A qué? Pues no tenía ni idea.
—Venga, pelirroja, dispara. Estarás deseando saber algo.
—No tanto, no te creas —dijo al fin, tras unos minutos de silencio. Cogió la copa de vino
que él le había servido y se tomó su tiempo para continuar—: ¿Te lo has pasado bien riéndote de
mí con Matt o quien quiera que fuese?
Liam se quedó blanco.
—¿Qué dices? —susurró.
—Vaya, la estúpida de Audrey, que no sabe de cine, es la víctima perfecta para que se rían
de ella —comentó muy enfadada—. ¿Por eso Matthew me dijo que no me fiara de ti? ¿Te lo has
pasado bien riéndote de mí por no saber quién demonios eras?
Liam no dijo nada. Se quedó quieto en el sofá, con la mirada fija en ella.
—¡Joder, Liam! No es una puta broma. Confié en ti, te conté toda la mierda que me pasaba
por la cabeza, desde mi relación con mi familia hasta la traición de mi hermana. Y tú solo me has
contado mentiras. ¿Te lo has pasado bien siendo otra persona y riéndote de la tonta de Audrey?
—En esa última pregunta, se le quebró la voz. Notó cómo las lágrimas iban a comenzar a salir,
pero, como no quería que él las viese, le susurró—: Márchate.
Liam miró para otro lado mientras ella se recomponía.
—¿De verdad, después de todo este tiempo, me crees tan ruin?
Ella no dijo nada.
—No te dije quién era porque no tenía importancia, Audrey. Estabas conociendo a Liam
Howards, y yo soy esa persona. La que te ha follado en cada rincón de esta casa, en las aguas
termales, en un cuarto de baño e, incluso, en el set de rodaje. La que te contaba tonterías de las
películas para que no perdieras el interés y quien se fue contigo a la puta boda de tu hermana, se
dio cuenta de que comenzaba a sentir algo por ti y se acojonó como un idiota. Ese Liam soy yo, y
no ese que sale en las revistas. Por eso no te dije nada, por no contaminar nuestra relación.
—¿Qué relación? Si tú mismo me has dicho mil veces que no hay relación, solo hay sexo y
nada más.
—Vale, esa es una parte del Liam idiota que vas a tener que controlar. Audrey, en este
tiempo contigo he sentido más que en años. Eres una mujer fantástica, preciosa, y no me creo
que te guste estar conmigo sin que yo vaya drogado o sin que te lo pague todo. No te pareces en
nada a las personas de plastilina que he conocido en mi trabajo. Tú eres de verdad, una persona
real y maravillosa. Perdona si me comporto como un capullo, no sé cómo no hacerlo en
ocasiones, pero me encantaría intentar contigo tener algo más que sesiones maratonianas de
sexo. Aunque no voy a renunciar a ellas. Me encantaría que pasaras a ser parte de mi vida, que le
demos una oportunidad a todo esto que sentimos los dos. Y lo peor es que me he dado cuenta
justo en el momento en que creía que estaba perdiendo… Esta es la persona que soy. No soy
Billy, soy solo yo. Y esto tan imperfecto es lo que te puedo ofrecer.
Audrey no dijo nada, solo le dio otro sorbo a la copa. Esa misma mañana le había advertido
que no tenían futuro, ¿y ahora sí lo tenían?
—Pero, si no quieres, me largaré y no me verás más.
Como ella no reaccionó, él hizo el amago de levantarse del sofá, derrotado. Audie le cogió
del brazo y le dijo:
—Sí a todo, pero con una condición: no más mentiras, ni a medias.
—Hecho.
Liam se tiró encima de ella, derramaron un poco de vino en el sofá mientras se reían. Él la
besó en el cuello y ella le mordió el labio. Audrey sabía que sin riesgo no había aventura, no
había beneficio, no había nada. Como en los negocios, como cuando les decía a sus hermanos
que debían invertir para conseguir más. Ella acababa de invertir su corazón en esa relación con
Liam, y no sabía cómo iba a salir de bien o mal parada. Ahora todo dependía de ellos dos.
17
Navidad en Stormy Crown
—¿En serio vas a ir a eso? —preguntó Liam desde la cama, bostezando.
Habían pasado solo unos días desde su decisión de dar un paso adelante en su relación; él
casi se había mudado a su casita, y ella sonreía como una tonta mientras se vestía.
—Por tu culpa hoy no nos hemos levantado a correr. No puedo perder todas mis
costumbres.
—Por mi culpa, por mi culpa…
—Además, las actividades del pueblo son muy importantes. No puedes faltar a ellas, los
demás vecinos no te lo permitirían.
—Pero ¡es un maratón para estar tejiendo veinticuatro horas! ¿Quién en su sano juicio
podría soportar eso?
—Yo no, te lo aseguro. Solo voy a ir un rato. Tejeré algo fácil, no sé…, una bufanda. Que
se venderá durante la próxima semana para conseguir fondos para arreglar no sé qué. Creo que
un puente.
—Estoy convencido de que el Consistorio se ha gastado más dinero en aguja y lanas que en
lo que van a sacar…
—Viene gente de todos los pueblos de alrededor solo para vernos y comprar.
—Dios… Sois los raritos de la zona, pelirroja.
—Vale, vale. Voy a ir, y ¿tú qué vas a hacer?
—No lo sé. Con tu permiso, voy a gandulear un rato y luego ya lo veo.
Ella asintió. Le dio un beso tan íntimo y tan tierno que un poco más y se derretiría y se
metería con él en la cama. Pero no podía ser. Le esperaba el Tejetón.
Bajó al pueblo en su Huevo Ruidoso. Esa semana no había hablado con Linus, ya que él no le
había cogido el teléfono ni le había devuelto la llamada. Algo raro. Cuando aparcó, vio una
llamada perdida de Nate y decidió llamarlo. Le dijo que pensaba pasar las navidades en Estados
Unidos, pero que, después de lo visto, no quería pasarlas con el resto de la familia, solo con ella.
Así que lo invitó a pasar unos días en el pueblo. No se alojaría en su casa, porque sabía que
querría intimidad, por lo que Audrey, al pasar, le reservó una habitación en el hotel más céntrico.
Así, regalaba una nueva noticia en el periódico local.
«¿Para quién habrá reservado una habitación Audrey Campbell?». Seguro que hasta hacían
apuestas.
En la plaza del pueblo la esperaba Pam, que había reservado una silla y materiales para
poder tejer como si no hubiera un mañana. Unos días antes, había tenido que enseñar a Audrey,
que no tenía ni idea de cómo se usaban las agujas y la lana. Eso de tejer una bufanda le había
quedado bien en la cabeza, pero en la práctica seguro que parecía una carretera secundaria con
buenas intenciones. A su lado, Joss preguntaba sobre no sé qué tipo de punto, pues se había
tomado muy en serio todo el asunto. El Tejetón, una mezcla estúpida entre tejer y maratón, había
comenzado esa mañana bien temprano, a las siete, y duraría veinticuatro horas.
Al poco rato de llegar, Molly se pasó para llevarles café y se sentó con ellas.
—¿Vas a hacer unos patucos? —le susurró Audrey a Pam.
—Ojalá supiera, pero no. Voy a hacer una mantilla.
—¡Ja! Eso es solo una bufanda con pretensiones.
—No me puedo creer que… —La voz de Pamela quedó en el aire. Dejó de tejer, se bajó el
gorro de lana hasta casi taparle los ojos y la bufanda la subió para taparse la cara.
—¿Te ha entrado frío, Pam? —le preguntó Audrey, ya que el cambio de actitud de su amiga
la había preocupado.
Su embarazo ya era algo público y notorio. Por trabajar en el periódico, no habían sacado la
noticia, pero era su entrevista estrella para el nuevo año. Eso sí había tenido que hacerlo. Matt se
había reído a muerte redactando las preguntas, según le había contado Pam. Por lo que Audie no
podía saber qué ocurría para que ahora quisiera esconderse.
Su amiga se quedó quieta, con la mirada fija en un lugar de la plaza. Cuando Audie se dio
cuenta de lo que ocurría, ella misma también quería taparse. Era Martin, el inglés, con el que
Pamela había tenido una relación y que se había perdido tras unas noches locas. Y que, además,
era el padre de su hijo. Audrey debía admitir que era muy guapo: moreno, con unos ojos verdes
penetrantes y con una elegancia innata que bien podría ser de la nobleza.
—No me encuentro bien… Me voy a ir…
Pamela se levantó, tiró una silla de los nervios y dejó su bufanda con pretensiones a un lado.
Audrey salió tras ella, hasta que la encontró jadeando, apoyada en una pared. Hacía frío, el
invierno en Stormy llegaba sin más, de golpe, frío eterno, pero su amiga estaba completamente
colorada.
—¿Qué vas a hacer, Pam?
La chica negó con la cabeza y se quedó bloqueada. Así que Audrey tuvo que tomar las
riendas del asunto. Cogió a su amiga, la guio a su coche y la montó. Eso era digno de un gabinete
de crisis.
En casa estaba Liam, claro, Audrey había contado con él, quizá un punto de vista masculino le
vendría bien para ese asunto. Se encontraba en el sofá, viendo en la televisión una de esas
películas en blanco y negro que tanto le gustaban. Por un momento, olvidó a Pam por la alegría
de poder reconocerla.
—¡Es Gilda!
—¡Un punto para la pelirroja! —gritó desde el sofá, y la vitoreó.
La alegría les duró muy poco cuando Pamela se fue al cuarto de baño sin decir nada.
Audrey se quedó mirando la puerta con mucha pena. No se dio cuenta de que Liam se había
levantado y se encontraba a su lado hasta que él la abrazó y le rozó el cuello con la nariz.
—¿Qué ha pasado para que estés tan pronto en casa?
—Es Pam. —En el coche habían hablado de que se lo contarían a Liam, pues otra opinión
más no vendría mal. En ocasiones, solo dándoles vueltas a las cosas se conseguía llegar a una
solución. Le cogió de la mano y lo llevó al lugar del salón que hacía de cocina, porque iba a
preparar té para todos—. Pamela conoció a un chico inglés, Martin, y tuvieron un lío. Ya sabes,
el verano, el calor…
Liam comenzó a darle besos en el cuello y susurró:
—El invierno, el frío, las aguas termales al aire libre… Ya sabes.
Audrey sonrió. Puso la tetera al fuego, se giró y lo besó. No como cualquier cosa, no como
si fuese un juego preliminar para acabar en la cama enredados, sino intentando decirle que, para
ella, eso no era para nada un lío de invierno, que era mucho más. Cuando él decidió cambiar el
ritmo y pasar a mayores, ella lo paró.
—Pam está en el aseo, seguramente esperando a que te lo cuente todo.
—Vale, vale, vale… —Levantó las manos y esperó.
—Total, que cuando él se marchó… ella se dio cuenta de que estaba embarazada.
Liam hizo un ruido que sonó fatal. Parecía que el ruido dijese: ¡vaya marrón!
—¿Pam está embarazada? Creí que se había pasado con los dulces…
Sonrió para decirle que era un secreto a voces.
—Ya, ya… Lo sabe ya casi todo el pueblo, esconder secretos aquí es un deporte de riesgo.
—La tetera sonó, y la quitó del fuego. Se dispuso a servir las tazas—. La cosa está en que hoy,
mientras estábamos en el Tejetón, Martin ha aparecido.
—Y él no sabe nada de nada, ¿no? —preguntó Liam mientras se llevaba dos tazas a la
mesa. Audie llevó la tercera.
—De nada —respondió Pam, que parecía que estaba esperando para hacer una entrada
triunfal. Iba sin abrigo y ya se le notaba la barriga—. Y no sé qué demonios hacer. Es decir,
Martin vino al pueblo de vacaciones unos meses y no pensaba volver nunca más. Es inglés, vive
en Inglaterra. Estaba haciendo un viaje por Estados Unidos en coche, por sus pueblos, pues
siempre había sido su sueño. De hecho… —Pamela desvió la mirada y no quiso mirar a los ojos
a Audrey—. De hecho, era muy posible que se casase al volver a Devonshire.
—¿Cómo? ¡Pam!
—A ver, no es así. No es tan fuerte. Había roto con su novia de toda la vida cuando
comenzó el viaje, pero, antes de liarnos, me comentó que lo mismo volvía con ella. Y que, si eso
ocurriese, lo haría con un anillo en el dedo. ¿Entiendes mis razones para no decírselo?
—Claro, que ahora Martin podría haber venido con su mujer al pueblo —afirmó Liam.
Audrey no sabía cómo sentirse. Todo el mundo guardaba secretos, ella misma guardaba
unos cuantos, pero si algo no llevaba bien eran las infidelidades. Aunque lo que había hecho su
mejor amiga no era en sí una, le dolía igualmente. Había una chica en Devonshire esperando a
Martin.
—¡Joder! —exclamó Pamela—. ¿Qué demonios voy a hacer?
—Ya sabes mi postura desde el principio, Pam. —Audrey siempre había sido defensora de
la verdad, mucho más si había una criatura de por medio, así que sin lugar a dudas lo mejor para
ella era que se lo dijese.
—¿Quieres que le diga a un hombre recién casado con la chica con la que ha estado toda la
vida que, por un desliz, me quedé embarazada?
—¡Claro que sí! Merece saber la verdad, sea cual sea.
—Pelirroja, a veces la verdad no es tan gratificante.
—¿Qué quieres decir, Liam? ¿No te gustaría saber si tus… soldaditos han dejado huella por
algún lado?
—¿Si me acabo de casar y esa historia fue solo un rollo? No, claro que no. No querría
saberlo si he rehecho mi vida, pues. Yo le habría dicho a Pam que abortara. No me gustan los
niños, prefiero no saber nada de ellos. Cuanto más lejos, mejor.
—A mí tampoco me gustan mucho —admitió Audrey—. Sin embargo, cuando está de
camino, la cosa cambia.
—Pero yo no soy Martin, así que no sé qué pensará él de todo este lío. Pam, tú lo conociste
más, solo tú puedes saberlo.
—¡Yo también conocí a Martin unos días! —insistió Audrey—. Y creo que él querría
saberlo, Pam. Parecía un buen tipo.
—Este parece un buen tipo —dijo su amiga refiriéndose a Liam—, y mira lo que opina.
—Ahí tiene razón —respondió el aludido. Que cogió su móvil, el abrigo y se marchó a
hablar por teléfono. A ella le dio la impresión de que quería darles espacio—. Ahora vengo.
—¿Qué es lo que te da miedo de que él lo sepa? ¿Que te diga que no? Eso ya lo tienes.
—Me da pánico que me diga que sí, que quiera llevárselo a Inglaterra y que comience una
guerra absurda por la custodia, Audie.
—¿Crees que eso puede pasar?
—Siento decir que me acosté con él muchas veces, que hablamos de muchas cosas, pero
que no llegué a conocerlo tan bien. Cuando parecía que todo podía funcionar, él decidió
marcharse a su siguiente pueblo. ¿Crees que puedo confiar en alguien así? Se fue un día sin más,
sin mirar atrás. No he vuelto a saber de él en meses, y ahora está aquí. Dios sabe para qué.
—Lo mismo te echaba de menos.
—Podría haberme llamado. No he cambiado de número, ¿ves? —Levantó su móvil y, en
ese justo instante, comenzó a sonar—. Es Martin… —susurró.
—Contesta —le dijo Audrey. Le dio un beso en la frente y se marchó afuera con el abrigo.
Liam no estaba por ninguna parte. Hacía una buena mañana para ser diciembre y el aire no
arreciaba lo suficiente como para sentir que no se era bienvenida en la naturaleza. Caminó,
pensativa, por la orilla del lago. Le encantaba, pronto estaría helado. Según le habían contado, en
ocasiones el hielo era fuerte y se podía patinar y jugar en este. Al parecer no era cosa de todos
los años, ya había habido algún que otro accidente, pero el año que se podía era una de las cosas
más divertidas del invierno. Pero eso sería para enero. En diciembre todavía tocaban otras cosas.
El alcalde se pasaba la vida pensando en qué podía hacer para que sus habitantes no se
aburriesen. Tras el Tejetón, habría un mercadillo navideño, fiestas de chocolate con dulces y, por
supuesto, el día de pedir regalos a Papá Noel. No se dejaba nada a la imaginación.
Audrey pateó una piedra y se acordó de cómo había sido su vida antes. El año anterior, por
esas fechas, ella estaba destrozada. Le habían dicho que en la vida tenía que ser trabajadora en la
empresa familiar, mujer de alguien importante —en su caso, Peter— y, como no, madre. Eso
último nunca lo había tenido claro, pero, el día que el test de embarazo se iluminó con dos rayas
y fue positivo, supo que su vida había cambiado. Que, poco tiempo después, todo se fuese al
traste… fue una verdadera pena. Tras ese momento, todo se derrumbó a su alrededor. Aunque
parecía que mejoraba. Ahora tenía a Liam, por el tiempo que ellos quisiesen, y a Pam, a Nate, a
Molly, a Dolores, a todos los del pueblo. Solo le faltaba un trabajo que le gustase algo más para
sentirse plena. No quería ser camarera toda la vida.
Volvió a casa transcurridos sus buenos veinte minutos. Se le había pasado muy rápido
gracias al paisaje y a sus pensamientos. Dentro de casa, se encontró a Liam solo.
—Pam se ha marchado a hablar con Martin —le dijo Liam.
—Bueno, espero que esto se arregle pronto. Pam no puede vivir toda la vida así, él es el
padre del bebé. —Se quitó el abrigo y tuvo que preguntarlo—: ¿De verdad no querrías saber
nada?
Liam se encogió de hombros.
—No sé, pelirroja. Yo se lo decía a Pam porque Mathew me habló del tal Martin, y no
parecía muy buen tío. Pam no se merece que le hagan daño; me cae bien. Y, si es un idiota,
puede hacerle la vida imposible.
Audrey sonrió y se sentó encima de él. Había vuelto a poner Gilda en la televisión, pero
tendría que ver a otra pelirroja en su lugar.
—¿Qué te dijo Matt?
—¿Literalmente? —Ella asintió—. Que era un capullo presuntuoso y que, si ella esperaba
más de él, no iba a conseguir nada. No sé, me fio de la opinión del bueno de Matty. De no ser
así, no estaría aquí contigo…
—¿Cómo?
Liam comenzó a darle besos el cuello para desviar la conversación.
—No, no, eso me lo cuentas.
—¿Recuerdas el día que nos conocimos? Pues, no sé, no me diste una buena impresión que
digamos. Sin embargo, Matt me dijo que sí, que eras un poco fierecilla pero maravillosa.
—¿Matthew te dijo eso de mí?
—Es que eres una fierecilla, no te pudo describir mejor.
—¿Yo?
Ella, que siempre había estado en un segundo plano en su familia e, incluso, en su vida. Si
le dijesen a Linus que alguien había definido a su hermana como fierecilla, seguro que no se lo
esperaría. Se reiría y preguntaría si no se habían equivocado de hermana. Bree tenía una
personalidad mucho más fuerte.
—Mi fierecilla pelirroja…
18
Fiesta de Navidad
Nevaba la primera mañana que Audrey se levantó sin Liam tras el parón después de la boda de
Bree.
Se tomó un café, observando por la ventana cómo los copos caían y se iban fundiendo con
aquello que tocaban. Por la cabeza le rondaban las últimas navidades, lo horribles que habían
sido. Darse cuenta de que su vida no era para nada la que quería en un primer momento había
sido un golpe duro, tanto que lo tiró todo por la borda. En cambio, en aquel momento, ni tan
siquiera se atisbaba una nube para esas fiestas. En Stormy Crown, al menos, podía ser feliz. Ese
año no se parecería nada al anterior.
Liam se había marchado a primera hora sin decir nada. Tendría rodaje, a Audrey no le
extrañó. Él se portaba así: en ocasiones, era la persona más detallista del mundo; y, en otras,
tenía que desaparecer, aislarse. Como si necesitase espacio para volver. Le repetía, normalmente
mientras hacían el amor, que no se enamorase de él, que él no estaba hecho para tener pareja, que
le haría daño. Le advertía, entre besos interminables, dulces y tímidos, que eso no podía acabar
bien. Para Audrey eran señales contradictorias y lo único que quería era que no acabaran los
momentos de besos y abrazos, la complicidad que tenían. Las noches viendo películas en blanco
y negro, hablando de libros, de arte, de viajes, de todo lo que podrían hacer si tras el rodaje
lograban sobrevivir.
Miró el reloj. Si no se daba prisa, iría tarde.
Nate llegaba esa misma mañana, así que estaría a punto de hacer su aparición en el pueblo.
Llamó de nuevo a Pam, que se había ido sin decir ni media palabra días antes y no había querido
hablar con ella.
«Pam, vamos, cógeme el teléfono», le dijo al buzón de voz.
No sabía qué hacer. Nunca había tenido amigas íntimas más allá de su grupo de siempre, en
el que la amistad no era tan fuerte, no era tan duradera, ya que solo era una fachada. Pensó en
Loreen y decidió llamarla solo para ver cómo estaba.
Cuenta una leyenda de Stormy, según tenía entendido, que ellos tenían su propia versión del
Mothman: el Oinkman. Durante la década de 1940, en plena guerra europea, el pueblo se dedicó
a confeccionar uniformes para los soldados estadounidenses que decidieron poner su vida en las
manos de Dios por la libertad. Algunos volvieron, pero otros no. Y las mujeres que se habían
quedado decidieron hacer algo por la causa: uniformes y pastas de té, que también eran muy
codiciadas en las cajas de alimentos que se mandaban al frente, según le contó James en uno de
sus últimos cafés juntos.
Pues bien, la vieja fábrica de conservas, en ese momento solo la fábrica de conservas, se
remodeló para poder albergar maquinaria para hacer pastas de té al por mayor. Nada de utilizar
cada una su horno y demás. No, los habitantes de Stormy se lo tomaron muy en serio. Sin
embargo, un día, se empezó a escuchar el sonido de un cerdo fuera de esta. ¿Cómo podía ser? No
había cerdos cerca de la fábrica. Salieron a buscarlo, pero no lo encontraron. Así, durante siete
días. El primero, salieron unas pocas personas; el segundo, más; y así sucesivamente hasta que,
el séptimo día, salieron todas las trabajadoras de la fábrica a buscar al pobre cerdito que estaba
hecho un loco por las inmediaciones. Y, en el momento en el que salió la última mujer, se
escuchó un estruendo dentro de la antigua fábrica de conservas y se desplomó el techo. El oink
dejó de escucharse, y todos supieron que el Oinkman era quien las había salvado.
La guerra acabó unos días después. La fábrica se cerró y todos creyeron en la leyenda. Por
lo que, en las inmediaciones, hay una estatua de un cerdo victorioso que hace que muchas
personas se pasen por allí para verlo y le toquen el hocico, el cual tiene mucho más brillante que
el resto del cuerpo. Da suerte.
Esa historia se la contó Audrey a sus hermanos mientras llegaban al lugar de la fiesta
clandestina, donde se había reconstruido el techo, pero sin darle más utilidad.
¿Una fiesta de Navidad secreta? No había límite para la imaginación del pueblo.
Cuando entraron por la puerta, un vecino les tendió tres gorros: dos verdes, de elfo, al
parecer los menos pedidos; y uno de Papá Noel, rojo y blanco. Este último se lo quedó Nate tras
insistir un poco. La antigua fábrica de conservas estaba decorada como una fantasía erótica de
Mamá Noel… Entre navideño y obsceno. Los tres hermanos tomaron una copa de ponche, no sin
antes preguntar por la procedencia del huevo y si era de gallinas pandilleras o contrabandistas.
Joanna, la profesora de Literatura del colegio, se rio y dijo que seguramente más lo segundo que
lo primero. Audrey no entendió nada. Hasta que por fin vio a Molly, junto a su marido y sus
hijos.
—¡Molly!
—Oh, querida, ¿has podido venir con tan poco tiempo? ¿Te puedes creer que no te habían
metido en la lista secreta de la fiesta de la antigua fábrica de conservas para Navidad? ¡Si ya eres
una de los nuestros!
—¿Nos puedes explicar un poco esto? ¿Por qué no puede venir el alcalde?
—Fácil, es una fiesta clandestina.
—¿Hay toque de queda? —preguntó Nate—. ¿Hemos vuelto a la época de la ley seca?
—¡No con tanto dramatismo! No es una tradición tan antigua. Es que hace unos… ¿Cuántos
años, querido? —le preguntó a su marido, que gritó «ocho» mientras perseguía a uno de sus hijos
—. Eso, ocho años. Votamos renovar la antigua fábrica de conservas para poder hacer algo con
ella. Es un edificio antiguo muy apañado, ¿no creéis? En fin, el alcalde se volvió loco, aduciendo
que el espíritu del Oinkman se volvería contra nosotros si tocábamos una madera de la fábrica…
Luego nos enteramos de que era parte de un proyecto inmobiliario para un pequeño centro
comercial que paralizamos. Así que el puedo decidió que podíamos hacer algo con este espacio.
Y así surgió la fiesta clandestina de Navidad de la antigua fábrica de conservas. A la que
acudimos todos los vecinos, menos el alcalde y sus secuaces.
—¿Que no saben nada de esto?
—¡Equilicuá!
—¿Seguro? —insistió Audrey. Le parecía increíble que hubieran podido guardar el secreto
durante ocho años, cuando en ese pueblo los secretos salían en el periódico. De hecho, había una
sección que se titulaba con el nada original nombre de «Secretos del pueblo».
—¿Cómo puedes dudarlo? Si lo supiera, lo habría prohibido…
Lo mismo tenía razón.
—Ahora, ¿habéis traído un regalo?
—No, no sabíamos que había que traer regalos.
—Perdona, no os lo he contado todo. Allí, donde está Tim, puedes dejar un regalo, recoger
un número y durante toda la noche se irán sorteando para que todos salgamos con uno. Mañana
hay que limpiar todo, así que también seréis bienvenidos.
Los tres hermanos se miraron y asintieron, pero se marcharon dando un par de pasitos atrás.
Eso de limpiar nunca había entrado en sus planes.
La música de fondo era, por supuesto, de Navidad. Bailar parecía difícil con algunas y muy
fácil con otras. Sobre todo cuando fue corriendo el ponche y la vergüenza se fue con él. Por un
momento, Audrey se preguntó si había sido buena idea invitar a Pam, porque lo mismo también
estaba prohibido que asistieran periodistas que pudieran desenmascarar la fiesta. En otros lugares
había que desenmascarar a narcos, a policías corruptos, a políticos desalmados o cosas por el
estilo. En Stormy Crown era la fiesta secreta de Navidad por miedo al Oinkman. De verdad,
estaban todos locos, como el mundo, como el universo, como todos y cada uno de los que
Audrey conocía.
Antes de poder preguntarle a Molly si había hecho bien o mal, Pam apareció con unas
ojeras y la pinta de estar muy cansada.
—Audrey, solo he venido por verte. Este año no estoy para salir…
—¿Vienes todos los años?
—¡Claro! Es una tradición clandestina más de tantas que hay aquí.
—¿Tantas?
—Claro. ¿Es que no nos conoces?
—¿Y el periódico no escribe sobre esto?
—¿Y arriesgarnos a la ira de Oinkman? ¡No! Escribimos de forma velada, por encima, pero
sin decir nada que pudiera hacer tambalear la fiesta.
—Me alegro, la fiesta es fenomenal. Las luces, las mesas, el ponche, la decoración… Todo
es una fantasía de Navidad.
—Ya, solo sobran los penes gigantes escondidos tras las guirnaldas. —Pam señaló parte de
la decoración de la nave—. Es de la despedida de soltera de Mary Ann Preacher, que fueron
reutilizados y convertidos en adornos de Navidad para que ningún niño se asuste. Pero, una vez
que lo sabes, ya nunca más puedes mirar ahí sin ver un pene y no un adorno de Navidad.
—Sin duda —respondió en un susurro, dándose cuenta de lo mal que estaba toda esa gente.
—Voy a dejar mi regalo. ¿Habéis traído algo? —preguntó Pam. Y, antes de esperar
respuesta, se giró para clavar un dedo en mi frente—. Y tú, señorita, no te libras de una buena
conversación conmigo.
—Podemos dejar uno de los regalos que hemos comprado antes —dice Nate.
—Me parece bien. Dejaré el tuyo, hermano. Audrey, es el que está envuelto con papel
verde.
—El mío, que también será el tuyo, hermanito, es el envuelto en rojo con campanas
amarillas.
Los dos se miraron con algo de furia y dieron por hecho que sería Audie quien buscaría los
regalos. Perfecto. Gracias por contar con ella. Audrey pensó que ella dejaría los dos que les había
comprado.
Salió de la vieja fábrica de conservas con las llaves del Huevo Ruidoso y murmurando que
para qué tener hermanos para eso, en serio. Cuando, al levantar el maletero, escuchó en su oído:
—Oink.
—¡Me cago en la leche! —gritó, y escuchó una risa que conocía muy bien.
—Joder, Audrey, eres muy fácil de asustar.
—Vete a la mierda, Liam.
20
Hasta aquí hemos llegado
Su risa hacía eco en su cabeza.
—¿En serio? Después de todo, te ríes como un crío.
—Audrey, he venido a decirte que no lo siento, nunca te he engañado.
—¿Te parece que no es engañar el hacer una apuesta con Matt y ganarte un coche a mi
costa?
—¡¿Y a ti qué más te da?! Nos lo hemos pasado bien y listo.
—Me parece ruin.
Si algo tenía claro de este momento era que no quería quedarse con nada por lo que pudiera
luego arrepentirse. Quería sacarlo todo, todo. Hasta aquí.
—Es ruin que hayas hecho eso. Y, si a ti no te lo parece, es que realmente tienes un
problema.
Se encogió de hombros.
—No debiste escuchar una conversación privada. Lo que yo le diga a mi hermano no es
cosa tuya.
—Lo es si hablas de mí, ¿no crees?
—No, señora cotilla. Claro que no lo es. Pero si crees que te debo algo es sin duda esto.
Levantó la mano y me enseñó lo que tenía dentro: unas llaves de coche.
—De Matt, mías y, ahora, tuyas. Qué mínimo que darte nuestro objeto de deseo.
—No las quiero.
—Vas a herir sus sentimientos —dijo con un tono irónico que no le gustó mucho. ¿Qué le
estaba pasando?
Lo observó bien. Con ojos críticos, y no con los ojos dolidos que realmente tenía. Estaba
tenso, casi hierático, y había algo en él que no le recordaba, ni de lejos, al Liam que había
conocido semanas atrás.
—Haz lo que quieras.
Las dejó un momento en el aire y, al ver que ella no las cogía, las dejó caer y se fue.
—Adiós, Audrey.
Se ajustó el cuello de la chaqueta, se metió las manos en los bolsillos y se marchó. Tuvo la
sensación de que esa sería la última vez que se verían.
Lo dejó marchar. Con la sensación de que hubiese dado igual qué decir o qué no. A ese
Liam le importaba muy poco lo que ella pudiera decirle. No lo conocía de nada. La persona con
la que había compartido parte de su vida no quería saber nada de ella ni de lo que pudiera hacerla
feliz o desdichada. No sabía quién era él.
Recogió las llaves y decidió que no quería saber más del tema.
Quizá, al final, Liam había sido, después de todo, la tirita sentimental que necesitaba tras
Peter. Y, con suerte, encontraría el amor en otro lugar. Sí, todo eso estaba muy bien, pero las
lágrimas que caían de sus ojos, solas, sin ayuda, sin permiso, no decían lo mismo.
Las fiestas de Navidad pasaron como nunca antes: entre alguna que otra tristeza, pero muchas
risas. Sus hermanos supieron cómo hacer que Audrey se sintiera bien, Pam acudió a todo lo que
pudo y el resto del pueblo se comportó tal y como era, lo que ayudó mucho. El rodaje acabó sin
pena ni gloria para Audrey. Los actores se fueron, las cámaras se apagaron y todo lo que tuvo
que ver con ese Hollywood que le importaba bien poco desapareció. Adiós a Frank, a Scarlett y a
Billy. Y a Liam. Ya no tenía nada que ver con su mundo.
En Fin de Año, se montó una fiesta tan grande en la plaza de Stormy que hasta había
calentadores en esta para que nadie pasara frío. Que un invierno en Nueva Inglaterra no era
ninguna tontería. Pero no pasó nada más en la vida de Audrey, salvo risas. Entre el alcohol, los
calentadores y la compañía, pasó el mejor Fin de Año de su vida. Y supo, en ese momento, que
siempre los querría pasar allí. Gritaron todos al unísono las doce campanadas que daban la
bienvenida al nuevo año, y se abrazaron y besaron como si todo fuese siempre así.
El año había acabado, pero no su estancia en Stormy. La vida había cambiado, y Audie con
ella. La nueva Audrey se había comido a la anterior y nadie la echaba de menos.
Ni tan siquiera ella.
Un año después
21
Ya no tan nueva vida
El 31 de diciembre era un día para hacer balance.
Hacía seis meses que había comprado la casita en Stormy Crown; que Ron, el gato, vivía
plácido en su sofá; y que su vida se dividía en dos: dos semanas en Nueva York y dos semanas
en el pueblo. El plan de Linus fue fabuloso desde el primer momento. Audrey adoraba lo que
hacía, donde trabajaba y lo que conseguía. Por fin se había encontrado. Los números seguían
siendo lo que hacían girar su entorno laboral y un poco su mundo. Trabajaba para la ONG donde
estaba Nathan, pero en su sede de Nueva York. Conseguía financiación, sabía dónde iba el
dinero y también en qué se usaba. Conseguía el mejor precio para el material clínico y para lo
que se pudiese necesitar. Su trabajo también le granjeaba viajes de vez en cuando que la hacían
sentirse cada vez más viva y más contenta. Se levantaba por las mañanas con una sonrisa y, al
llegar a casa, bailaba un poco antes de ponerse a cenar. Era feliz con lo que hacía. Además, había
conseguido mantener su vida en Stormy Crown, ya que intentaba pasar dos semanas al mes allí
teletrabajando, lo que era su balón de oxígeno cuando Nueva York se convertía en algo un poco
asfixiante.
Y la Nochevieja, por supuesto, era en el pueblo. Linus y Nate no se lo habrían perdido, por
lo que estaban los tres en su casa preparándose. Ella había instalado un par de sofás muy
cómodos que se hacían cama para las visitas de sus hermanos, que cabían casi como en puzle.
Pam acababa de llegar y ya tenía cara de preocupación por su pequeño Samuel, que se había
quedado con sus padres para que ella pudiera salir un poco. No importaba las veces que le habían
repetido que no era mala madre por dejarlo unas horas. Sabían que Pam se marcharía al pasar las
doce, pero ella solo suspiraba y sonreía.
El nuevo año debería ser una nueva oportunidad. Y Pam no lo veía así.
Habían decorado la plaza del pueblo casi igual que el año pasado, pero con una salvedad:
como un guiño a las fiestas clandestinas, los penes de la fiesta de despedida de soltera de la
señora Preacher, decorados de Navidad, estaban en el centro de la plaza. Se hicieron tantas fotos
que Instagram se llenó de penes navideños, sin etiquetar ni al alcalde ni a nadie de su entorno.
Audrey adoraba su vida.
Saludó a Matt, con el que había mejorado su relación. Sí, decidió conducir su coche; y sí, él
lo miraba con un deseo tan absoluto que no había visto en muchas personas.
Pasaron la noche entre unas risas mucho más vívidas que en el año anterior. Aunque Audie
no supiera nada de su hermana, ni de Peter ni de sus padres. Nuevo año, al que gritaron de
emoción cuando la última campanada sonó.
Salió de la reunión sin despedirse y directa a su casa. Tenía que salir a correr, ducharse, despejar
las ideas a base de soltar energía y luego de agua corriente y algún que otro grito de
desesperación. Ella ya no era la Audrey herida, que se estaba componiendo, que él conoció.
¿Cómo debía actuar? Profesional, sin duda. Seguro que él también lo sería. Seguro, seguro,
seguro…
Sonó el timbre del apartamento cuando salió de la ducha. Solo podía ser alguien conocido;
si no, el conserje hubiese llamado. Abrió con la cabeza en otro sitio y se encontró con Caterina,
que sostenía una botella de vino tinto en la mano.
—¡No tenías que recibirme así! ¡Sabes que no eres mi tipo!
¿Caterina? ¡Caterina! Habían quedado. Tyler. Caterina. La última en saberlo. Su amiga se
quitó el abrigo y fue a la isla de la cocina a por un abridor. Con su pelo moreno sujeto en un
moño. Y, cuando consiguió abrirlo, lo dejó en el decantador un rato. Mientras, se quitó los
tacones y sonrió con satisfacción.
—No me digas que no te acordabas de algo que hemos planeado hace solo unas cuantas
horas.
—No, yo… Perdona. Voy a ponerme algo.
—¡No tardes o no te cuento nada!
Tardó muy poco tiempo en encontrar lo que quería: ropa cómoda. Sin más. Cuando salió,
Caterina ya estaba sentada en el sofá mientras observaba el móvil y bebía de una copa.
—La primera botella la pongo yo. La segunda…
—¡Es lunes!
—Y puedo ir al trabajo desde tu casa. Total, vamos al mismo sitio.
Sonrió y se puso ella otra copa. Se sentó en un sillón orejero que le encantaba.
—Cuenta.
—Oh, tu Tyler… Ha sido todo de lo más típico. Fiesta de empresa, tonteo y… nos
chocamos al lado del despacho de Adams. Yo le toqué el hombro, él me agarró de la cintura y
me dijo un tímido «¿puedo?».
—Y vaya si pudo —le dijo.
—Lo hicimos en el sofá de Adams.
—¿En el sofá de Adams? ¡Dios mío, Cate, si ese hombre lo supiera!
—¡La cabalgada de mi vida! Entre Tyler y la locura de hacerlo en el trabajo… Fue genial.
—¿Y después?
—Después… Lee.
Le pasó su teléfono móvil y le dejó leer unas cuantas conversaciones muy subidas de tono
interrumpidas por videollamadas hasta hace solo…
—¿Ayer?
—Sí, ayer. Sabes que me fui las fiestas con mis padres a Nueva Orleans, y él se fue con los
suyos a Boston. Y nos hemos hinchado a vernos desnudos por teléfono. Pero ahora que hemos
vuelto… Ni me ha mirado en el trabajo ni me ha dicho nada esta tarde.
—Y no quieres ser tú quien pregunte.
—No, no puedo ser yo.
—Pero te quedarás con las ganas de saber qué ha pasado para que ahora pase de ti, ¿no?
—Estar un día sin hablar no es pasar de mí.
—Ya, eso es cierto. Pero yo no lo dejaría pasar.
—Audrey, tu historial amoroso es casi tan malo como el mío. El último fue como la guinda
del pastel.
—Hablando del último…
—¿Qué ocurre? ¿Lo has visto?
—Es William Malone.
—¿El artista?
—El artista.
—Joder, Audie, ahora entiendo que estuvieras tan enganchada. Está tremendo.
—Y, con el pelo que se ha dejado, incluso más… —Suspiró.
—Pero es un gilipollas.
Las dos asintieron y bebieron de sus copas, cada una pensando en lo suyo.
—¿Sabes? Creo que sé lo que tenemos que hacer. Yo voy a pasar de Tyler hasta que él dé
señales de vida. Me haré la dura.
—Y no lo eres, Cate.
—Y tú vas a ser la Santa Inquisición Española que todos conocemos en la empresa. Saca
esa parte tuya tan sádica y hazle pasarlo mal con términos técnicos y con cosas muy aburridas.
—Eso me hace parecer la mujer más interesante del planeta.
—¡Calla! Yo, cuando pase un tiempo prudencial, me cruzaré con Tyler y me lo volveré a
tirar para despedirme; y tú, mi querida, harás lo mismo con William cuando acabe el documental.
Y así nos los quitaremos del sistema.
—En serio, Cata, no he escuchado un plan peor en mi vida. ¡En mi vida!
—Sí, pero que nos quiten lo bailado cuando acabe.
Brindaron de nuevo y se dejamos llevar por sus tonterías.
Las semanas siguientes las pasaron entre miradas y risas. Cate había dejado que Tyler lo pasara
mal llevando los modelitos más sexis de su armario y del mío. Caterina era una morena de metro
ochenta con piernas fantásticas que pasó algo de frío para ir a comer al despacho de Audrey
todos los días, mientras lo llamaban por tonterías para que entrara y la viera con ojos de cordero
degollado. Pero no la llamó, no le dijo nada. Solo desapareció. También les llamó la atención que
su caza de las chicas del piso undécimo se había paralizado. Ah, pero a ese juego podían jugar
los dos, y Tyler también se las hizo pasar canutas a Cate con comentarios con su doble sentido y
sus insinuaciones. Los dos se lo estaban pasando en grande, pero estaban calentando algo que,
cuando por fin ardiera, podría explotarles en la cara.
¿Y Audrey? Pues no se había cruzado con Liam, que estaba haciendo entrevistas y
siguiendo a compañeros. Se había enterado por Sady, de Recursos Humanos, de que había
seguido a algunos de sus sanitarios en África los meses anteriores. Que estaba realmente volcado
en ese trabajo, ya que, al parecer, era su pasión. Y la de Sady, que suspiraba al pensar en él.
«Buena suerte, Sady, es un gilipollas», quiso decirle.
Pasaron las dos semanas en Nueva York y Audrey se despidió de la Gran Manzana para ir a
Stormy, no antes sin advertirle a Caterina de que tuviera cuidado. Llegó el sábado por la mañana,
a tiempo para ir con Pam y con Samuel —él en su carrito— a tomarse un café en su antiguo
trabajo. Molly los recibió como si hiciera años que no los veía. Vamos, como siempre.
Comenzaron hablando de los avances de Samuel en dos semanas, que siempre eran muchos,
luego del trabajo de Pam y, cuando Audrey le soltó lo de William Malone, solo hubo un tema de
conversación: Liam. Liam, Liam y Liam.
Tanto fue así que, cuando llegó a su casa en el antiguo coche de Matt, se lo encontró en la
puerta y parpadeó para ver si se había materializado solo por invocarlo.
Bajó del coche y se dirigió a la puerta sin saber qué decir.
—Sabía que estarías aquí.
¿Qué responder? Se paró frente a él, todavía asombrada.
—En realidad, llevo dos semanas viniendo aquí para encontrarme contigo. Pero quedaba
mucho mejor decir que lo sabía.
Lo miró con desconcierto.
—Gracias por no tirarme algo a la cabeza. Quiero hablar contigo —dijo, como si supiera
que ella no sabía qué decir.
—Yo no… —No supo continuar la frase.
Lo empujó a un lado y buscó las llaves en el bolso. ¿Por qué no las había sacado antes?
—Audrey, por favor.
Al otro lado de la puerta, Ron, su Ron, se puso a maullar y a gemir para hacer ver que si él
podía elegir… elegía a Liam. Sería…
—Deja a Ron salir. Ha sido el único que me ha hecho compañía este tiempo.
—Traidor.
—Audrey, déjame…
No dejó que terminara su frase. Abrió la puerta y la cerró.
—¡Traidor! —le gritó al gato cuando buscó otra forma de salir de la casa.
Todavía parada en la puerta, durante un tiempo indefinido, pudo escuchar cómo Liam le
decía cosas a Ron, y el otro casi seguro que ronroneaba. Se dejó caer en la puerta y se dio cuenta
de lo mucho que dolía. Que no lo había expresado, que solo lo había camuflado. Que intentó
camuflar su presencia en su casa con muebles nuevos y sonrisas viejas. Con disimulo, no
observaba los lugares donde habían estado y, cuando lo hacía, intentaba no pensar, no recordar,
no volver a echarlo de menos. No pudo darle un final digno a una historia que había sido
preciosa solo unos días antes de su separación. Acabó con la sensación de que él siempre había
querido apartarse de ella. Que, aunque había momentos en que era feliz, en otros quería huir. Y
huyó. Entonces, ¿qué hacía en la puerta de su casa?
Corrió al salón, donde él no pudiera escucharla, y llamó a Pam.
—¿Echas de menos a Samuel? Lo entiendo —dijo como saludo.
—Liam está aquí.
—¿Cómo que aquí?
—En la puerta de mi casa, en Stormy.
—¿Y qué vas a hacer?
—¡Llamarte para que me des alguna idea!
—Pasa de él como él pasó de ti, esa es mi idea. Se portó como un gilipollas, así que se
merece pasar frío en enero.
—Tienes razón. —Hizo una pausa—. ¿En enero en Nueva Inglaterra?
—Te estás ablandando.
—Es que está con Ron.
—Quítale a tu gato de los brazos, que solo le da calor a ese farsante.
Quizá Pam estuviera incluso más enfadada que Audrey en este asunto.
—Ah, joder —dijo mientras daba un salto.
—¿Qué pasa?
—Me está saludando desde la ventana de la cocina que da al patio con Ron en brazos.
—¡Dale recuerdos a Pam! —gritó.
—Ponme en manos libres.
—¡No, Pam!
—¡No abras esa puerta, Audrey! —gritó mi amiga. Mientras, ella solo podía observar sus
ojos y pensar en que, al menos, se merecía saber qué me tenía que decir.
—Creo que voy a abrir.
—Oh, la hemos perdido, Samuel. —Escuchó decir antes de colgar.
Y abrió la puerta de atrás, dejando que no solo el frío entrase en su casa.
23
Nada puede ser tan complicado
Acabó encima de Liam en el sofá y con sus brazos a su alrededor.
¿Cómo? Cosas que pasan. Sí, en serio. Se reencontró con el hombre que le partió el corazón
hacía más de un año y, cuando creía que se iba a disculpar, acabaron enrollándose en el sofá
como dos adolescentes.
Menos mal que algo se iluminó en su cabeza.
La cosa fue más o menos así:
—Pasa, di lo que tengas que decir y márchate.
—Ese ha sido un diálogo de película de serie B.
—O de serie H. Es todo lo que te tengo que decir. Y tú, señorito —se dirigió a Ron—, luego
hablamos.
El gato decidió darse un paseo por el clima de finales de enero.
—Es largo. ¿Puedes invitarme a un café?
—No.
—¿Podemos sentarnos, al menos?
—Siéntate tú, yo me quedo de pie.
No sabía si quería que él estuviese incómodo o que lo estuviera ella. Solo que una posición
por encima de él le daba el control de algo que se había descontrolado.
—Audrey, hace un año fui un gilipollas.
Bufó. Al menos en eso estaban de acuerdo.
—Sin excusas. Estaba en un momento de mi vida en que necesitaba un cambio, algo a lo
que agarrarme para conseguir encontrarme. ¿Nunca te has perdido en el camino?
Dejó que su pregunta inundara el ambiente como un dique desbordado, como cuando se sale
el agua del fregadero y no hay toalla que tape el problema. Como si la única manera de arreglarlo
fuera hacer frente al problema, cortar por lo sano.
—Claro que sí, lo sabes perfectamente. Yo confié en ti y te conté lo peor que me había
pasado en la vida. Y tú… solo… —Se puso a dar vueltas—. Decidiste cambiarme por un coche
estúpido.
—Hasta donde sé el coche lo tienes tú. Yo no te cambié por nada.
—Si tan desesperado estabas por cambiar, ¿qué era lo que tenías que cambiar?
—¡Todo! ¿No lo viste? —Se levantó—. Era un gilipollas. Un creído que pensaba que todo
se podía arreglar con una sonrisa o un polvo. Vivía de la fama de mi familia y solo quería pasar
el tiempo en la cama de alguien o metiendo la nariz donde no debía. Ya me entiendes. Y llegaste
tú…, justo en el momento en el que no debiste llegar.
—Oh, ¿ahora la culpa la tengo yo? —preguntó, rabiosa, enfrentándose a él.
—¡Lo mismo sí! Me hiciste cambiar, me hiciste dar un paso antes de lo que estaba
preparado, y por eso salió tan mal. —Sus ojos, sus malditos ojos azules, se quedaron fijos en ella.
Se acercaron hasta que los cuerpos gritaron por tocarse—. Quizá sí tuviste la culpa —susurró—,
y yo te lo agradezco.
Su mano se desplazó con timidez a su pelo, y Audrey lo dejó.
—¿Qué me agradeces? —susurró.
Es curioso cómo con la persona adecuada todo pasa de cero a cien, o de cien a cero, en tan
poco tiempo.
—Que me escuches, que me ayudaras a dar el salto, que parpadees atónita cuando te regalo
un cumplido, que te dejaras llevar, que abrieras tu corazón, que no destrozaras el mío, que estés,
que existas, que seas…
¡A la mierda!, pensó Audie.
Y así acabaron enredados en el sofá, jadeando y con la sensación de que les faltaban manos,
les faltaban besos, les faltaba piel para poder hacer todo lo que querían. Fue algo torpe al
principio, como si hubiesen perdido la costumbre o como si los nervios les jugaran una mala
pasada, como el niño que quiere hacer su truco de magia delante de la clase y no le sale. Pero
luego el ritmo se consiguió solo, sin más problema.
Ahora bien, cuando todo el éxtasis amoroso se esfumó y se vio de nuevo en brazos de un
hombre que había apostado un coche por acostarse con ella con su amigo… Se dio cuenta de que
quizá la antigua Audrey, esa que no sabía bien cómo calar a las personas, había vuelto. Y eso no
lo podía soportar. ¿Alguna vez se había ido? ¿Había una antigua o nueva Audrey? ¿O siempre
había sido la misma engañada? Su marido la engañó con su hermana. Liam la había vuelto a
engañar con sus estúpidas palabras.
—Vete —susurró, sin moverse.
—¿Cómo? Audrey, te quiero contar mucho más.
—Vete —dijo, a media voz, mientras se levantaba y comenzaba a vestirse. Notó el frío en el
cuerpo y el miedo en los huesos.
—Pero…
—¡Que te vayas! —gritó.
Se fue sin apenas rechistar.
Lo que le confirmó lo idiota que podía llegar a ser.
Pasó el resto de la tarde intentando tranquilizarse por el único medio que siempre funcionaba: los
números. Cuando ellos la calmaron, decidió leer. Y no funcionó. La televisión que había ganado
en aquella rifa en lo que parecía otra vida seguía enchufada, pero no se encendía casi nunca. Pam
la llamó varias veces y ella solo pudo responder con monosílabos, hasta hacerle comprender que
necesitaba su tiempo para rumiar, para entender cómo era tan sencillo volver a los viejos hábitos
de confiar en gente que luego la apuñalaba.
El domingo por la mañana tuvo miedo de seguir su rutina: salir a correr con Ron. Lo hizo
con la sensación de que le faltaba algo, como los primeros meses tras la marcha de Liam. Él
había vuelto y su cuerpo necesitaba sus rutinas como si fueran ciertas. Cuando volvió de correr,
respiró hondo en la puerta trasera antes de entrar, casi como dándole una oportunidad de salir si
alguna vez había estado allí. Pero no ocurrió.
Tras ducharse y cambiarse, se volvió a sentar frente al libro electrónico. Al rato, llamaron a
la puerta. Seguramente sería Pam; no habían quedado, pero muchos domingos salían con el
pequeño a dar un paseo. Pero, cuando abrió, no era Pam.
—¡Tregua! Te he traído chocolate. No sabía si querrías salir conmigo a correr, pero un
chocolate es irresistible. Sé lo que he hecho mal, de verdad que lo sé. Quiero pedirte disculpas. Y
lo voy a hacer. Hoy es chocolate y… Perdóname, ¿quieres que hablemos?
—¡No!
Cogió el chocolate y le cerró la puerta en las narices.
Escuchó su risa y le dieron ganas de salir y darle con la escoba. No lo hizo.
El lunes por la mañana, mientras se preparaba para teletrabajar, llamaron a la puerta. Abrió
y se encontró un muffin que parecía que era de chocolate y cerezas, uno de sus preferidos.
Cuando abrí la caja, había una nota:
Érase una vez el segundo hijo de un director de cine que creció en una familia curiosa. Su madre, actriz, se
pasaba la vida entre rodaje y rodaje, siempre con los niños a cuestas, hasta que solo trabajó para su padre.
Este, algo déspota, no quería a los niños cerca. Ellos discutían, se enfadaban y se reconciliaban. Así, hasta
tener cuatro hijos en común: Frank, William, Chris y Paul. Lo que nadie sabía era que su padre abusaba de
ciertas sustancias que hacían que hiciera la vida imposible a su familia. Hasta la muerte de su madre, los
cuatro pequeños acostumbraban a tener un lugar seguro en la casa, para cuando su padre volvía sin ser su
padre.
Cuando murió su madre, el mayor consiguió marcharse a una escuela de arte dramático. Los pequeños se
fueron a vivir con una de sus tías, pero el segundo se quedó en casa de ayudante de su padre. Que le hizo
amar el cine, pero odiarlo a la vez.
La primera vez que el pequeño Billy probó la cocaína fue durante la grabación de una película de su padre.
Él mismo se lo ofreció...
Audrey se quedó con la vista fija en la carta. ¿Qué era eso? La historia de Liam, lo que hacía que
quisiera cambiar, ser otra persona. Desayunó dándole vueltas a la nota y se centró en el trabajo
todo lo que pudo, pues tenía a muchas personas bajo su cargo y no podía dejarlas tiradas. Se
centró en su trabajo, intentando no pensar en Liam, y luego se acostó con la nota entre las manos.
El martes por la mañana ocurrió exactamente lo mismo. Un muffin, esta vez de lemon curd,
y otra nota. Audrey la abrió con verdadera ansiedad.
¿Tienes ganas de saber más?
La madre de los Malone falleció cuando William tenía solo doce años. Pero antes habían pasado varias
cosas: la primera vez que su padre le dio una bofetada tenía cinco, la primera vez que le dio un puñetazo
tenía ocho y la primera vez que le dio una verdadera paliza tenía diez. Por alguna razón, papá Malone había
visto en William a su sucesor —no a Frank, no a Crhis, no a Paul—, y todo lo que hacía siempre estaba mal.
Tras la muerte de su madre, la vida se volvió una tortura para William. Pero no lo vio así, quiso aprovechar
la oportunidad de aprender del mejor. Sí, su padre era un verdadero gilipollas, pero era de los mejores en lo
suyo. Aprendió y aprendió. Nunca era suficiente. Pero aprendió.
La última vez que papá Malone le dio una paliza a William fue a los dieciséis años. Después, ya era
demasiado mayor y su padre demasiado viejo para hacerle frente. William pasó a llamarse Billy y se dedicó
también al mundo de la interpretación, pero el mal ya estaba hecho...
Audrey quiso leer más, saber más. Ella siempre había pensado que su vida en una familia
complaciente pero exigente había sido un calvario. Pero no se imaginaba a su padre haciendo
algo así o a su madre consintiéndolo. Se le estrujó el corazón al pensar que quizá, en su forma
retorcida, ellos solo habían querido hacerlo lo mejor posible. Desayunó con el muffin de nuevo y,
después de la jornada laboral, llamó a su madre. Hacía más de un año que no hablaba con ella.
—Madre.
—Audrey, por fin.
—¿Cómo estás?
—Ahora mejor, hija, ¿y tú?
—Muy bien.
—Sé de ti por Linus.
No le extrañó.
—Me lo puedo imaginar.
—Yo… creo que te debo una disculpa por lo que ocurrió en la boda de Bree. He tenido
tiempo para recapacitar y… lo cierto es que, cuando me dijiste que tenían una aventura, no lo
quise creer. Mi Bree… —Suspiró—. Luego, ella me lo confirmó. Un año sin saber de ti ha sido
demasiado tiempo. Ni Nathan es tan cabezón, hija. Algo tenemos que hacer. No puedo retirar
todas las palabas que he dicho, pero podemos intentar que esto no vuelva a pasar.
Y se disculparon y hablaron. Ella no sacaría nunca el tema de Peter y su madre tampoco.
Aunque, durante la conversación, su madre no dejó de ser su madre. De otra manera tampoco
hubiese funcionado. No quedaron en verse, no quedaron en llamarse, solo mantuvieron una
conservación.
El miércoles por la mañana, Audrey daba saltitos en la cocina con ganas de que sonara el timbre.
Se debatía entre salir y ver si era el propio Liam quien le llevaba los muffins, o no hacerlo.
Cuando sonó el timbre, dudó. Quizá prefería saber cómo continuaba la historia antes de hablar
con él.
Caja con muffin de almendra y coco, como rezaba el exterior. Y, dentro, otra nota.
Billy Howards, según dice Internet, es hijo y hermano de artistas. Pero lo que no te dice Internet es que es
muy distinto a sus hermanos. Se enganchó a la coca con quince años y siguió hasta probar casi cada cosa que
podía. Tanto es así que solo con veintitrés años entró por primera vez en rehabilitación. Fue entrando una vez
por año hasta cumplir los veintinueve, momento en que se reconcilió con la dirección gracias a un corto. Pero
necesitaba dinero. Había dejado atrás a su padre y su mal ejemplo. También creyó haber dejado atrás los
malos hábitos de drogarse, jugar, apostar, perder dinero y ser un verdadero gilipollas, como siempre le decía
su hermano Frank. Pero, si quería comenzar de cero, necesitaba dinero.
Fue entonces cuando le ofrecieron una película junto a Frank. Fue entonces cuando llegó a un pueblo con
un nombre estúpido. Fue entonces cuando conoció a la mujer que le robó el corazón. Y fue entonces donde
más la cagó.
¿Cómo? ¡No! ¿Cómo cortaba ahí la nota? ¿Cómo le podía hacer eso? Quiso tirar el precioso
muffin a la pared, pero no lo hizo por la buena pinta que tenía y por las ganas de desayunar.
Rumió durante toda la mañana su nota. A las cuatro de la tarde, recibió una llamada de Tyler.
—Señorita Campbell.
—Dime.
—Siento no haberle agendado que la semana que debe pasar con el artista es la que viene.
—¿Y me lo dices el miércoles? ¿En qué estabas pensando?
¿En los escotes de Cate, quizá?
—Lo siento mucho, llevo unos días… semanas… No tengo disculpa. El lunes a primera
hora empezará a grabar con nosotros aquí en Nueva York y el viernes le hará una entrevista.
Eso le robaba una semana en Stormy.
—Vale, ya me lo cobraré, Tyler.
—Mis disculpas de nuevo, señorita Campbell.
Pobre chico, creyó que podría jugar con Caterina y estaba perdiendo. No se lo tendría en
cuenta si no fuera porque el artista era Liam. Joder. Ni mandarle horas extras podría
compensarle eso.
El jueves por la mañana ya estaba segura de no querer saber si era Liam el que dejaba los dulces
en su puerta. Así que esperó el timbrazo y salió al rato. El muffin era de chocolate negro con
pepitas de chocolate blanco. Y la nota, ay, la nota…
Esta vez debo tirar de chocolate para contarte esto.
Liam, alias William Malone, alias Billy Howards, se enamoró casi a primera vista en el pueblo con
nombre estúpido cuando uno de sus amigos le habló de una chica que tenía un secreto. Él tenía también
varios. Pero ella le fascinó. La cosa no mejoró con sus encuentros. Poco a poco se dio cuenta de que podía
ser vulnerable con ella, que podía de verdad importarle lo que ella pensase de él, de su pasado, de su vida, de
lo que le podía ofrecer. Pero metió la pata como solo sabe hacerlo William Howards: se apostó con Matt su
coche si se la tiraba, después de una noche de verdadera borrachera. Sin embargo, a los pocos días, le dijo a
su amigo que no iba a apostar eso, que era indecoroso —sí, usó esa palabra—, estúpido e infantil, que nadie
debería apostar nunca sobre un ser humano. Pero, cuanto más conocía Liam a la chica, más perdido estaba,
más confundido y más complicado era todo. Tanto que decidió que la única manera de deshacerse de esa
sensación de vulnerabilidad era...
Pero ¡qué le pasaba a ese hombre! En una misma nota decía que se había enamorado de ella y al
poco tiempo la dejaba así. Puñetero Liam o Billy o William, o como quisiera que se llamase. Iba
a flipar durante la entrevista. Iba a dejarlo dormido a base de números y cuentas.
La madrugada del jueves al viernes casi no durmió. Estaba leyendo un libro interesante, pero ni
eso pudo ayudar. Necesitaba saber cómo seguía la carta. Y, aunque había especulado, solo quería
saber si esa explicación sería suficiente o no para poder no culparse por notar que su corazón
volvía a latir por él. Mierda.
El timbrazo llegó a la hora justa. El muffin era de tarta de queso. Maldita y riquísima tarta
de queso. Pero lo ignoró para leer la nota, sentada en sofá.
¿Molesta quedarse a medias? Sí, lo sé, me odias. Más me odio yo a veces.
La única manera que tenía Liam de quitarse esa vulnerabilidad de encima era haciendo algo drástico.
Cuando la vulnerabilidad que dan los sentimientos había llegado a su vida, solo traía cosas malas. Tuvo
miedo, un miedo atroz a hacer lo que hizo, pero supo que no habría otra opción. No, si quería sobrevivir. No,
si quería no acabar hecho pedazos. Pedacitos de Liam que no podrían pegarse ni con el mejor de los
pegamentos si era ella quien daba el golpe. Y puesto que, como había pasado durante toda su vida, las
personas que lo amaban eran las que primero lo destrozaban... Él debía atacar primero.
Aceptó la apuesta ante la atenta mirada de Matt, que se quedó atónito y bastante cabreado. Y decidió
alejarse de ella todo lo que pudo, que no fue mucho. Así que su plan fue marcharse tras la fiesta de rodaje y
no volver a verla, sin explicación, sin poder darle la llave que confiaba su corazón. Sin nada más.
Su hermano Frank era casi un hermano y casi un amigo, una persona con la que nunca tuvo mucha
confianza, ya que él desapareció cuando las cosas se pusieron feas y no soportó la tortura de estar con su
padre. ¿Quién podría culparlo? Liam también lo hizo, pero un poco tarde. Por eso su relación no era la mejor
ni la peor, solo una relación. Así que, cuando él le preguntó por la chica, mintió, mucho, para poder superar
lo que iba a hacer al día siguiente, lo que había planeado: coger el dinero de su último trabajo y no mirar
atrás. Recomponerse, amurallarse el corazón y no sufrir más. Pero, cuando supo que ella había ido a la fiesta,
supo que verla una última vez sería su perdición y que quizá valiera la pena esa perdición. La buscó y la
buscó, hasta que halló a su amigo, a Matt, que le confirmó que ella lo sabía todo.
¿Qué hacer? Su primer impulso fue suplicar que lo entendiera, mandar a la mierda su plan, luchar por ella.
Pero se asustó. Y sintió que al menos debía haberle dejado algo de él, algo que le recordara lo imbécil que
era. Para que lo olvidara, para que no quedara ni pizca de él en su organismo. Y le dio el maldito coche.
Y, sin saberlo, también la llave de su corazón.
El sábado por la mañana no sabía si llegaría un muffin o si llegaría una nota. Solo que el viernes
por la tarde se había dedicado a unir todas las notas, a sacar todo lo que pudo entre líneas y a
pensar qué debería hacer si él le pidiera otra oportunidad. ¿Lo haría?
Llegada la hora, el muffin no llegó ni la nota. Audrey se sintió como una tonta, pero tenía
muchas ganas de llorar. Por Liam y por ella y por lo mal que lo habían hecho los dos. Dos horas
después, apareció. No un muffin, sino un cupcake de café y una nota:
Creí que al ser sábado te levantarías más tarde y con más hambre.
Fdo. Liam.
P.D.: Si quieres saber qué ocurrió durante el año que hemos estado separados, mejor lo hacemos en persona.
¿Me abres mañana la puerta y desayunamos?
Audrey convocó a su consejo de sabias para la ocasión. Pam fue a su casa sin Samuel, que se
quedó con su abuela, para que no perdiera sus rutinas de comida y siesta, mientras que Caterina,
Esther y Annie se pusieron al otro lado de la pantalla. Leyó las partes de las notas que le
incumbían a ella. Su horrible pasado con su padre se lo guardó; no creía que fuera algo que
influyera, más que para conocerlo mejor.
El resultado fue unánime: todas creyeron que debía abrirle la puerta a la mañana siguiente y
averiguar qué tenía que decirle.
—Eso sí, Audie —dijo Annie—, nada de follártelo otra vez, por favor y gracias.
Todas dijeron que sí y asintieron.
—Aunque si la historia es buena… —comentó Caterina.
—Ni buena ni bueno —dijo Pam, que ya tenía frases de madre—. Tiene que escucharlo,
llamarnos por la tarde y que entre todas veamos qué hace.
—Eso no va a pasar —le dije a Pam.
—Tenía que probar. Desde que nació Samuel casi no tengo vida, y no sabes lo bien que me
lo paso con tus dramas, Audie.
—Te entiendo. Desde que los gemelos nacieron, no tengo tiempo para nada.
Pam y Annie monopolizaron un poco la conversación, que acabó sobre consejos para que a
los peques no les salieran granos en el culete. Todo muy explícito.
—Chicas, chicas, ¿qué hago?
—Yo me lo tiraba —dijo Caterina.
—¡Ni se te ocurra tirártelo! —gritó a la vez Annie.
—Escúchalo y piensa con detenimiento —aconsejó Esther.
—Dale una paliza por idiota —sentenció Pam.
El consejo de sabias no era tan unánime, a fin de cuentas.
24
Tarde, ¿tarde?
No dio muchos rodeos al asunto.
Cuando el domingo por la mañana llamó a la puerta, le abrió. Había hecho café y esperaba
tener una conversación en la mesa, sentados, alejados y sin tentaciones de acabar dando saltos
juntos en el sofá.
—Buenos días —dijo, y levantó una caja con una tarta—. Es de fresas con nata.
Nata, lamer nata… ¡Ya! Pensamientos obscenos.
—Buenos días, pasa.
Se sentaron como si fueran una de las parejas más civilizadas de la historia de la
humanidad. Solo les faltó pedirse el azúcar y levantar el dedo meñique al alzar la taza.
—El lunes empezamos la semana de grabación con tu departamento.
—Sí, ya podríais haber avisado con tiempo.
—No hemos modificado la agenda —dijo mientras partía la tarta.
—Maldito Tyler. ¿Desde cuándo está la agenda hecha?
—Desde finales del año pasado.
—Yo lo mato… —susurró al café.
—Va a ser divertido, ya verás. Los dos en nuestros trabajos, seguro que le sacamos partido.
Lo dijo como si, en vez de ser civilizados, fueran un matrimonio asentado. Por un momento
se vio desayunando con él todas las mañanas y se dio cuenta de que la idea no era tan mala. La
borró con un movimiento exagerado de cabeza, y él sonrió.
—¿En qué piensas, Audrey?
—En formas de matar a mi ayudante —mintió.
—Pobre, está sentenciado.
—No sabes cuánto.
Comenzaron con la tarta y, cada vez que parecía que Liam al fin iba a hablar, se paraba.
Abría la boca, la cerraba; abría la boca, la cerraba. Era desesperante.
—Audrey… —dijo por fin—. No sé cómo arreglar lo que hice. Porque no hay excusa. No
fue un error. No fue sin querer. Lo hice a conciencia. Lo hice sabiendo las consecuencias. Lo
hice todo con intención.
El silencio volvió a llenar la habitación y fue sustituido por el ronroneo de Ron a sus píes
buscando su porción de tarta. Que, por supuesto, no iba a tener.
—Si has leído mis notas… Sabrás que lo hice por miedo. Estaba muerto de miedo, estoy
muerto de miedo de que me rompas en dos.
—Y por eso me rompiste a mí.
Agachó la cabeza y asintió.
—Morí matando, Audrey. Y he tenido todo un año para arrepentirme. Pero no ha sido en
balde. Durante este año he logrado poner en orden mis ideas, lo que quiero, y encauzar mi vida
laboral y quitarme el miedo del cuerpo. Y seguro que pensarás que soy la persona más egoísta
del mundo para decirte esto ahora; cuando yo puedo dar el paso, pero no sé si puedes tú, si estás
comprometida, si me odias y no puedes perdonar. Lo sé, es egoísta, pero el amor es un poco
egoísta. Y, aunque no sé cómo arreglarlo, te juro que, si me das la oportunidad, intentaré
arreglarlo cada día de mi vida.
»No puedo vivir sin ti. Me cuesta no quedarme en las nubes pensando en ti. Me cuesta
centrarme, me cuesta todo.
»¿Es buen momento? ¿Puedo hacer algo para arreglarlo?
Se tomó su tiempo para responder:
—No lo sé, Liam. Necesito pensarlo.
—Está bien.
—Nos vemos mañana en Nueva York.
Lo invité a irse y se marchó.
25
Un rodaje y unos números
El lunes por la mañana acudió a la oficina con una infusión ya tomada para los nervios.
No solo estaba nerviosa por Liam, sino también por salir en pantalla, por estar bien y poder
explicar su labor de la mejor manera para que nadie se llevara a error: hacían una gran función
social.
El equipo de grabación llegó solo media hora después de ella. Liam saludó a todos con
profesionalidad y les pidió que siguieran trabajando con tranquilidad mientras él observaba y
grababa unas tomas. Si necesitaba algo, se lo diría.
Lo estuvo observando toda la mañana por el rabillo del ojo por la cristalera de su despacho.
Parecía muy profesional. No interfería en su trabajo y no molestaba en absoluto. Solo, en algunas
ocasiones, podía preguntar algo, siempre que no vieran a la persona muy ocupada. Llevaba un
par de cámaras y él mismo también llevaba otra. No pararon en toda la mañana y, a la hora de
comer, se fueron al office para tomar algo y seguir con sus notas. Audrey no pudo ni hablar con
él.
Parecía que habían firmado un pacto tácito en el que, o era ella la que daba el primer paso, o
él no se acercaría. De vez en cuando se miraban a la vez, y notaba cómo el fuego subía por todo
su cuerpo.
Ese era uno de esos momentos. Ella, en su despacho; él, en la puerta del office.
—Chica, por Dios, vete al despacho de Adams para terminar esto —dijo Caterina.
—Eso te debería decir yo a ti. ¿Sabes que por tu culpa Tyler no da pie con bola?
—¿En serio? —preguntó ladina.
—Este jueguecito ya está afectando al trabajo. O te vas tú al despacho de Adams a terminar
esto, o lo dejas. Necesito a mi ayudante. Esta mañana me ha traído té en vez de café. ¡A mí!
Cambia los informes, se da con las mesas cuando apareces y no sé si come bien el chico.
—Bueno, ya lo arreglaré.
—Pronto, Cate, pronto.
—Ahora tengo cotilleos sobre el señor William Malone. ¿Quieres saberlos?
Mierda, saber que Liam había estado tirándose a toda la empresa no era algo que Audrey
quisiera saber. O que cuando estuvo en África se enamoró de una preciosa africana, tampoco
quería saberlo. O que se casó y que solo la quería por…, no sé, por estúpida… O que…
—¿Quieres saberlo, Audrey?
—Sí, venga, dispara.
—Es un puto monje. Un monje de clausura.
—¿Qué dices?
—Se le ha insinuado media empresa, tanto masculina como femenina, y él no hace caso. En
serio, Audrey, ¿te lo has tirado?
—Sí, sí, hace una semana —dijo con una gran sonrisa—. Bueno, casi.
—Pues debes de ser la única, amiga. Y tal y como te mira… ¿Qué vas a hacer?
La gran pregunta.
El resto de la semana se la pasó rumiando qué debía hacer. ¿Apostar de nuevo por él? No
esperaba que hubiese cambiado. Le encantaría que no hubiese cambiado, más que sus
inseguridades, y que siguiera siendo él. ¿Eso era posible? ¿Podría perdonar lo que ocurrió?
Lo veía entrar todas las mañanas, saludar educado, hacer su trabajo, entrevistar a varios
trabajadores y marcharse sin hacer ruido. Era el documental menos invasivo del mundo, ¿o eran
todos así? Su trabajo siguió su ritmo. Con sus recortes y con sus problemas.
El jueves, sin embargo, algo cambió. Tyler me trajo mi café caliente, no se equivocó en
ninguno de los informes y actualizó la agenda con la misma diligencia de su época pre-Cate. Le
mandó un mensaje.
¿Has ido al despacho de Adams con Tyler?
Se rio mirando el móvil y, como llevaba el pelo en una coleta ladeada, se cogió el pelo y lo rizó
como cuando estaba nerviosa. En ese momento notó una mirada en ella. Sí, la notó, como una
sensación fría. Era Liam, me observaba con ojos de pánico. Estaba rígido, nervioso, y saludó con
la mano. Observarlo así le hizo entender que no podría retrasar eternamente ese problema. Tenía
que solucionarlo pronto.
El viernes por la mañana, con diligencia, Tyler había agendado la cita con Liam en su despacho a
las diez de la mañana. Y todo lo demás despejado. Por si se alargaba.
Audrey no se mordía las uñas, pero tenía ganas en aquel momento. Le pasaban por la
cabeza los momentos juntos en Stormy, las risas, sus ojitos azules, su forma de despertarla por la
mañana… Pero también la decepción y la desilusión de lo que hizo. ¿Puede cambiar una sola
acción todo?
Esa mañana se había vestido con algo básico y que siempre le hacía sentir bien: un vestido
negro. Pelo suelto y confianza en los tacones. Mucha.
A las diez menos cinco, Tyler llamó a la puerta para decir que, cuando quisiera,
comenzaban a preparar los enseres para la entrevista. Le dijo que ya podían y que él podría
descansar ese día. Se merecía una recompensa por volver a ser una persona diligente.
Un chico entró y preparó una cámara. Otra chica, junto con Liam, repasó con él unas
cuantas notas, y se quedaron solos.
—¿Solos tú y yo? —preguntó.
—Si te incomoda, puedo hacer que pase el resto del equipo, pero creí que así sería mejor.
—Por mí no hay problema, mi despacho es una pecera de cristal.
Sonrió, y él también con complicidad.
—¿Algo que decirme antes de empezar? —tanteó.
—No, señor Malone, puede sentarse y comenzaremos.
Bien, ella tenía las riendas de la conversación.
Las primeras preguntas fueron preguntas básicas, a las que respondió con respuestas
corporativas. Nada especial. La primera sorpresa vino en la pregunta número cinco.
—¿Por qué la llaman la Santa Inquisición Española?
Se rio, por primera vez sin parecer encorsetada, y respondió:
—¿Ha visto la escena de los Monty Python de la Inquisición Española?
—Sí, claro.
—Pues yo no hasta hace unos meses. Me comentaron que conmigo pasa lo mismo. Nadie
me espera, y llego con las tijeras. Es decir, nuestro fin es humanitario. Por eso, cada dólar que
pasa por nuestras manos debe ser tomado en cuenta. No se pueden malgastar, no se pueden
utilizar para fines distintos a los que se pensaron. Por eso, aquí repasamos cada presupuesto, cada
uno de los fines a los que va destinado el dinero, y no dudamos si algo no se corresponde. Tijera.
—¿Desviar fondos?
—¡Nada tan dramático! Nuestras cuentas son limpias y se revisan una vez al año por una
auditoría externa. Lo que quiero decir es que, si en una partida encontramos algo más barato, lo
aplicamos. Nunca en detrimento de la calidad en cuestiones médicas, por supuesto. Soy como
Eduardo Manostijeras.
—¡Cuánta referencia cinematográfica! —exclamó encantado—. ¿Le gusta el cine?
—La verdad es que hasta hace un año y poco no me gustaba nada. Ahora… estoy en ello.
La conversación volvió a los recovecos de su función. A los fines de la empresa y a cómo
poder ayudar a esta.
—¿Qué le diría a alguien que quisiera ayudar y no tuviera capacidad económica para
hacerlo? ¿Solo el dinero importa?
—Oh, no. ¿Ya ha pasado por nuestro Departamento de Voluntariado? —preguntó alzando
una ceja.
—Sí, sí, es cierto.
—Algunos de esos voluntarios acaban trabajando aquí. Es una buena vía para ayudar, pero
también para ayudarse, si quieren un futuro en un entorno como el nuestro. Si lo que realmente
quieren es ayudar.
Estaba nervioso. Cuando se salía del guion lo notaba. Audrey sabía que intentaba ser
profesional, pero que necesitaba saber qué tenía ella en la cabeza. No lo hizo mal, hasta que al
final no pudo más.
—Hemos terminado —le dijo.
—¿Hemos terminado? —preguntó.
—La entrevista.
—Oh, sí, claro. Creo que tengo más que suficiente. La semana que viene comenzaremos a
ver el material. Si necesito algo, te lo diré.
—Claro.
Lo cierto era que lo que había empezado a las diez de la mañana se había alargado hasta las
dos de la tarde y sin comer. Lo observó recoger el equipo de grabación. Los viernes a esa hora
casi nadie se encontraba ya en la oficina y, tras la marcha de Tyler, muchos habían seguido su
camino. Los compañeros de Liam le ayudaron y se despidieron de ella.
—Liam, espera. ¿Puedes quedarte un momento?
Él asintió, y Audrey en ese momento supo que tenía que zanjar de una vez por todas todo lo
que tenía que ver con su relación.
Se quedaron de pie, como si ninguno de los dos se quisiera sentar por los nervios. Cerró la
puerta y se apoyó en ella para comenzar a hablar:
—Tienes razón, es egoísta que llegues ahora a mi vida para darme una explicación que
hubiese sido mucho mejor hace un año. Cuando la herida se había hecho y no ahora, que sigue
doliendo y no tendría por qué.
—Hace un año no sabía ni lo que hacía.
—Sí que lo sabías.
—Pero estaba asustado. Ahora no.
—¿Qué garantías tengo yo de que no vas a volver a asustarte? ¿De qué no vas a volver a
querer hacerme daño a mí antes que a ti?
—No la tienes. No la tengo yo. Pero esto es así. —Se encogió de hombros—. Es saltar, sin
paracaídas, solo con la fe de que te cogeré de la mano cada vez que te caigas, de que voy a estar
contigo cada vez que me necesites y de que te querré siempre, quieras estar conmigo o no. Eso
no va a cambiar, Audrey. Enamorarme de ti es un contrato a largo plazo. He malgastado el
primer año o, mejor, he gastado el primer año haciéndome a mí mismo, buscando a Liam para
que no tengas que hacerlo tú. Y te prometo que, si quieres, merecerá la pena. No sé qué hacer
para arreglarlo, pero déjame intentarlo.
Respiré hondo. Observé esos ojos azules que decían tanto.
—A lo mejor, puedes empezar por besarme. Luego, ya veremos.
Epílogo
Stormy Crown
El 31 de diciembre del año siguiente salió un especial de Fin de Año con un titular en el Stormy
Crown Paper: «Audrey Campbell contó su secreto». Firmado por Matthew. Era un artículo que
hablaba sobre su trabajo y su tiempo en el pueblo, que nunca se perdía un solo acontecimiento y
que, a parte de un gato, había instalado en su casa a un director de documentales con el que
convivía desde hacía un año. Audrey Campbell contó su secreto: era feliz.
Matty le avisó del artículo, cada cierto tiempo hacían uno sobre una persona del pueblo, y le
pidió una entrevista. Como había hecho con Pam, pero ella solo se rio y le dijo que no
rotundamente. Que se buscara las castañas solo.
Ese año, Linus y Nate habían alquilado dos habitaciones en un hotel, pero pasarían el Fin de
Año en el pueblo. Mientras Pam ya no sentía pena por dejar a Samuel y el pueblo se engalanaba
—incluso con los penes de la famosa despedida de soltera reconvertidos en adornos de Navidad
—, Audrey cantaba a pleno pulmón.
—It’s my life… It’s now or never…
Mientras corría por los alrededores de su casa, con Liam a su lado. Ron los había dado por
imposibles unos cuantos metros antes.
—En serio, pelirroja, lo tuyo no es cantar. Deja al pobre Bon Jovi para quien le haga
justicia.
—¡Bah, eres sordo de un oído! Canto fenomenal.
Ambos se pararon a la orilla del río, como todas las mañanas que estaban en Stormy y salían
a correr. Él la abrazó por detrás y le susurró al oído.
—Haces mil cosas fenomenal, pero cantar no. Lo siento.
—Creo que el público no es agradecido.
—Oh, no, créeme, el público es muy agradecido.
Ella se giró y se besaron.
Había sido un año con altibajos. Volver a ajustarse el uno al otro no les había costado nada,
pero sus rutinas, sus trabajos y un poco la confianza… había sido otra historia. Liam terminó su
documental y se estrenó en septiembre con gran éxito. Durante esos meses había estado todo lo
que pudo con Audrey, pero para él no era suficiente. Decidieron vivir juntos, tirarse a la piscina,
en octubre y los últimos meses habían sido bastante buenos. Sin los sobresaltos de antes. Liam ya
no decía tonterías sobre dejarla; al contrario, le recordaba que siempre estaría con ella y que, si
Audrey decidía que no lo quería más, él la seguiría apoyando como un amigo. Le recordaba que
ella era la persona más especial que había conocido.
Mientras que Audrey conoció a los hermanos de Liam, este no había conocido ni a Bree ni a
su padre. Solo quedaron con la madre de Audrey para comer en una ocasión, y no fue del todo
buena experiencia.
Liam se fue haciendo a la rutina de Stormy Crown como uno más, e incluso lo contrató el
alcalde para que filmara sus famosas fiestas mensuales. Incluso había quedado en un par de
ocasiones con James, al que apreciaba cada día más. La vida se había asentado. Audrey se había
encontrado. Liam se había encontrado. Y juntos se habían complementado.
—¿Sabes qué, ojitos azules?
Él le besó la nariz y esperó.
—Creo que deberías hacer tú una entrevista para el Stormy Crown Paper. Ya veo el titular:
«William Malone se hace con el pueblo».
—Yo creo que sería algo así: «William Malone ha encontrado su lugar en el mundo».
—¿Tanto te gusta Stormy Crown?
—No, tiene un nombre estúpido. Mi lugar en el mundo eres tú. Y ahora que te he
encontrado, Audrey, no voy a hacer nunca más el tonto.
Agradecimientos
Este es un libro secreto, sí, sí, secreto —como Audrey, yo también lo guardaba celosamente—.
Lo tengo en mente desde hace años, pero solo lo hemos leído la editora de Kiwi, Teresa, y yo.
Así que mi primer agradecimiento es para la editorial por confiar en mí y en la historia de
Audrey y Liam, junto con ese mundo de chalados que le han hecho la vida más fácil. O difícil,
según se mire.
A mis queridísimas lectoras beta, a las que les he dado el latazo incluso sin leérselo. Elsa
García, Abril Camino, Alba Biznaga, Emma J. Care y Érika Gael, compañeras de viaje en la
escritura, en todos los momentos de creación y de la vida. Gracias por estar conmigo siempre.
A mi familia, que se emociona tanto como yo cuando les digo que he acabado un proyecto.
Si por ellos fuera, llevarían una pancarta allá por donde fuese a presentarlos. Y a mis amigos, a
los que me leen y a los que no, a todos ellos, que siempre saben estar cuando se les necesita.
Y, por supuesto, a ti, lectora. Gracias mil. Espero que hayas paseado conmigo por las calles
de Stormy y te hayas enamorado tanto como yo de Liam y de Audrey.