Cómo Empezó La Guerra de Iraq en 2003
Cómo Empezó La Guerra de Iraq en 2003
Cómo Empezó La Guerra de Iraq en 2003
guerra de Iraq en
2003: origen, causas
y consecuencias
(CNN Español) -- El 20 de marzo de 2003 el presidente de Estados Unidos, George W. Bush,
apareció en las pantallas de televisión para dar un mensaje que unos 20 años después sigue
dividiendo a los estadounidenses: 48% creía en 2018 que comenzar guerra de Iraq fue una
decisión equivocada, mientras que el 43% la consideraba acertada, según una encuesta del
Pew Research Center.
“Compatriotas estadounidenses, en este momento, las fuerzas estadounidenses y de la
coalición se encuentran en las primeras etapas de las operaciones militares para desarmar a
Iraq, liberar a su pueblo y defender al mundo de un grave peligro”, dijo Bush ante las cámaras
que transmitían su mensaje en las televisiones de todo el país.
EE.UU. utiliza un avión F-15 para derribar un dron iraní que parecía amenazar a sus fuerzas en
Iraq
La invasión de Iraq, que ocurrió entre el 20 de marzo y el 1 de mayo de 2003, fue llevada a
cabo por una coalición de países, encabezados por Estados Unidos, y dio pie a una guerra que
continuaría durante casi nueve años, hasta diciembre de 2011, cuando las últimas tropas
estadounidenses en ese país cruzaron la frontera hacia Kuwait. Sin embargo, volverían en 2014
para luchar contra ISIS, antes de que en 2021 el presidente Joe Biden anunciara nuevamente
su retirada.
Soldados del ejército estadounidense se entrenan para la guerra el 24 de enero de 2003 cerca
de la frontera iraquí en el norte de Kuwait. (Crédito: Scott Nelson/Getty Images)
Pero ¿cuál fue el origen de esta guerra y sus consecuencias?
Una larga historia de enemistad
Desde la llegada de Saddam Hussein al poder en 1979, las relaciones entre Iraq y Estados
Unidos han sido extremadamente tensas, y esa tensión llegó a uno de sus puntos máximos en
1990 con la Guerra del Golfo Pérsico.
Las fuerzas de Iraq habían invadido el vecino Kuwait en agosto de 1990, y Estados Unidos —en
ese entonces bajo la presidencia de George H. W. Bush— lideró una coalición con amplio
apoyo internacional que en enero de 1991 expulsó a las tropas iraquíes del país.
Aunque Hussein retuvo el poder en Iraq, la derrota en la guerra debilitó mucho a su régimen, y
una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU posterior al fin del conflicto (la 687)
determinó una serie de acciones que Bagdad debía encarar, incluyendo la destrucción de sus
arsenales de armas químicas y biológicas.
Cazas F-15 C de las fuerzas aéreas estadounidenses sobrevolando un yacimiento petrolífero
kuwaití incendiado por las tropas iraquíes en retirada durante la Guerra del Golfo Pérsico,
1991. (Crédito: MPI/Getty Images)
En los años siguientes, inspectores de las Naciones Unidas supervisaron la eliminación de estas
armas de destrucción masiva en Iraq, algunas de las cuales habrían sido usadas contra lo
kurdos en 1988, en el contexto de sanciones internacionales contra el país.
Pero en agosto 1998, Iraq anunció que dejaría de cooperar con los inspectores de la ONU, y en
diciembre aviones de combate de Estados Unidos y el Reino Unido atacaron instalaciones
iraquíes vinculadas a sus programas de armas químicas y biológicas en lo que se conoció como
Operación Desert Fox (Zorro del desierto), un antecedente a la invasión de años posteriores.
Ese mismo año el Congreso de Estados Unidos aprobó la controversial Ley de Liberación de
Iraq (Iraq Liberation Act), que establecía el objetivo de remover a Hussein del poder en Iraq y
promover el surgimiento de un gobierno democrático en el país.
Las armas de destrucción masiva que nunca aparecieron
Un año después de los ataques terroristas del 11S, en septiembre de 2002, Bush expresó ante
el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas su preocupación sobre Iraq y su apoyo a
organizaciones terroristas —entre ellas al Qaeda, de acuerdo con reportes de inteligencia que
resultaron falsos— que amenazaban la seguridad de Estados Unidos y de los países
occidentales. Además, apuntó directamente contra el régimen de Hussein al asegurar,
siguiendo desarrollos anteriores, que aún tenía armas de destrucción masiva.
Cientos de iraquíes se reúnen en la parte trasera de un camión de la Media Luna Roja mientras
se distribuye ayuda humanitaria, en forma de alimentos y agua, el 26 de marzo de 2003 en
Safwan, Iraq. (Crédito: Ian Waldie/Getty Images)
Ese mismo día, el presidente de Estados Unidos solicitó la colaboración de la ONU para
desarmar a Iraq, en medio llamada "crisis del desarme en Iraq", y advirtió que su país estaba
listo para actuar solo, en el marco de la controversial doctrina de guerra preventiva, y derrocar
al régimen de Hussein.
Aunque meses después, en febrero de 2003, el inspector en jefe de armas de la ONU, Hans
Blix, informó que su equipo no había encontrado armas de destrucción masiva en Iraq, Estados
Unidos y el Reino Unido utilizaron ese argumento para justificar la invasión del país de Medio
Oriente que comenzó sin luz verde de la ONU y sin el consenso de aliados históricos como
Francia y Alemania. El entonces secretario general Kofi Annan dijo que la decisión de Estados
Unidos fue ilegal.
En 2015, el ex primer ministro de Reino Unido Tony Blair admitió en una entrevista con CNN
que la información de inteligencia que recibieron sobre las armas de destrucción masiva fue
falsa.
"Puedo decir que me disculpo por el hecho de que la inteligencia que recibimos fue errónea
porque, a pesar de haber utilizado ampliamente armas químicas contra su propio pueblo —
en contra de otros—, el programa, en la forma que pensamos que era, no existía en la
manera que creíamos", dijo el ex primer ministro.
La hija de Saddam Hussein habla con CNN
El científico iraquí Nassir Hindawi, que trabajó en el programa de armas biológicas de Iraq
hasta 1989, dijo a CNN en 2003 que las duras sanciones aplicadas durante la década de 1990
habían frenado el desarrollo de estas armas.
Y un reporte del Gobierno de Estados Unidos de 2004 concluyó finalmente que no había
arsenales de armas de destrucción masiva en Iraq al momento de la invasión: los programas de
armas químicas, biológicas y nucleares quedaron prácticamente frenados tras la derrota en la
Guerra del Golfo Pérsico en 1991, y Hussein abandonó para 1995 los planes de reanudarlos.
Una guerra que polarizó
La guerra, que siguió por casi nueve años más, y el derrocamiento del Gobierno de Hussein
hundieron a Iraq en el caos, dando lugar a años de violencia sectaria y al fortalecimiento de al
Qaeda, que después dio origen al grupo extremista ISIS.
Ese caos ha menguado, pero el país sigue siendo un foco de violencia sectaria, y el débil
gobierno iraquí convive con las fuerzas kurdas en el norte —los peshmerga— y un sinfín de
milicias armadas, algunas apoyadas por Irán.
George H.W. Bush y su hijo George W. Bush, dos presidentes de Estados Unidos cuyas
administraciones estuvieron dominadas por la cuestión Iraq.
Decenas de miles de iraquíes, más de 4.000 soldados estadounidenses y 179 militares
británicos murieron en el largo conflicto. Además, se calculan unos 190.000 civiles muertos.
El costo económico de la guerra también fue alto. Estados Unidos gastó US$ 815.000 millones
en operaciones militares, apoyo a las bases, mantenimiento de armas, entrenamiento de
fuerzas iraquíes, reconstrucción, ayuda exterior, costos de operación de la embajada y
atención médica de los veteranos, entre otras, según un documento de 2014 del Servicio de
Investigación del Congreso.
La controversia que generó la invasión en el mundo entero y particularmente entre los
estadounidenses, incluso mucho antes de que los soldados pusieran los pies sobre el terreno,
continuaría durante los años de guerra y desde entonces hubo un rechazo público creciente a
la decisión de Bush.
Un 48% de la población creía en 2018 que la invasión de Iraq fue una decisión equivocada,
mientras que el 43% la consideraba acertada, según una encuesta del Pew Research Center.
Moni Basu, Jethro Mullen y el equipo de investigación editorial de CNN contribuyeron a este
La falta de cubiertas en el desierto iraquí hizo que fueran alcanzados por armas de bajo
calibre y artillería antiaérea de tubo, aunque gracias a su blindaje y sistemas redundantes
fueron capaces, en muchas ocasiones, de continuar la misión y de ser reparados
rápidamente.
Se acusó la falta de continuidad en el tiempo del apoyo de helicópteros, es decir la
capacidad de operar durante 24 horas.
Los helicópteros de transporte fueron muy eficaces para permitir el desplazamiento de
grandes contingentes de personal y medios, a grandes distancias y en un plazo de tiempo
reducido. Transportando dos Brigadas Paracaidistas, incluida su artillería, desde Kuwait a
Nayaf, a 500 kilómetros de distancia.
Unidades paracaidistas
Se empleó con éxito la 173 Brigada Paracaidista para tomar y asegurar el aeródromo de
Harir con la finalidad clásica de abrir un nuevo frente, ante la negativa de Turquía de
hacerlo desde su territorio, que consiguió estabilizar la situación en Kurdistán.
El lanzamiento se efectuó de noche, desde 150 metros de altura y una vez reagrupados
marcharon durante 60 kilómetros para controlar el nudo estratégico de comunicaciones de
Arbil.
El escalón de asalto estaba compuesto solamente por unos 1.000 paracaidistas, con
equipos muy ligeros y algunos vehículos tácticos de alta movilidad (Hummer). El general
jefe de la Brigada, seguramente para dar ejemplo, saltó con el escalón de asalto
Los escalones de refuerzo fueron aerotransportados a continuación, consiguiendo
completar y desplegar la 173 Brigada en una semana, estableciendo la correspondiente
terminal aérea.
La operación paracaidista tuvo las siguientes consecuencias:
− Apoyó a las guerrillas kurdas.
− Evitó que las zonas petrolíferas de Kirkuk y Mosul cayeran en manos kurdas, lo que
hubiese provocado la invasión turca.
− Evitó que parte de las fuerzas iraquíes de guarnición en el norte de Irak se replegaran
hacia Bagdad, para reforzar su defensa.
− La difusión de la amenaza de una operación paracaidista en cualquier lugar del
territorio iraquí. La falsa noticia de una operación paracaidista sobre el aeropuerto de
Bagdad, introdujo grandes incertidumbres en los mandos iraquíes.
Combate en ciudades
El combate en las ciudades estuvo facilitado, además de por la escasa resistencia iraquí,
por ser ciudades de edificios bajos con amplias calles y avenidas de trazado muy regular,
que permitieron la ejecución de incursiones por agrupamientos acorazados, utilizando las
rutas más abiertas hasta alcanzar puntos neurálgicos de las ciudades, destruyendo el
objetivo y retirándose sin dar tiempo a las fuerzas iraquíes para reaccionar.
Se siguió la siguiente secuencia para el combate en ciudades:
1. Fuegos de preparación, tanto aéreos como terrestres.
2. Fuegos directos de saturación, con las armas de a bordo de los carros de combate y
vehículos blindados.
3. Asalto de los fusileros para conquistar y asegurar la localidad, que actuaron con
decisión y voluntad de vencer.
La ocupación de Bagdad se ejecutó con un cerco de corta duración, seguido de un asalto
selectivo sobre objetivos estratégicos, combinando los vehículos acorazados con la
infantería mecanizada desembarcada.
Sin embargo, se puso en evidencia que la mayor parte del adiestramiento de las unidades
se había hecho en campo abierto, que no refleja la complejidad del campo de batalla
urbano. Además las ciudades son mucho más complejas que los centros de
adiestramiento urbano.
Las fuerzas de ocupación fueron incapaces de mantener el orden público, por no disponer
de equipamiento ni entrenamientos para este fin.
Apoyos de fuego
Los combates en las operaciones iniciales se redujeron prácticamente a la localización y
destrucción de objetivos, por misiles, bombas de aviación y proyectiles de artillería. La
digitalización permitió que la artillería de campaña estuviese en condiciones de hacer
fuego antes de un minuto, desde que un blanco era adquirido.
La logística
El verdadero éxito de esta campaña ha sido logístico. Estados Unidos ha sido capaz de
proyectar, en pocas semanas, un poderoso y sofisticado ejército, de 300.000
combatientes y más de 1.000 carros de combate, a miles de kilómetros de sus bases y
sostener una acción ofensiva en un ambiente hostil.
El Ejército del Reino Unido
El Ejército del Reino Unido no desmereció a los niveles operacional y táctico del Ejército
de Estados Unidos, a pesar de tener un menor nivel tecnológico. Debido a su mejor
mentalidad de combate y un adiestramiento dirigido a un «Ejército para la guerra».
Los británicos combatieron en las zonas urbanas de forma convencional, limpiando la
localidad calle por calle, y casa por casa.
La guerra de guerrillas
La falta de dominio territorial imposibilitó el control de la situación (depósitos de
armamentos, atentados, sabotajes, etc.), lo que facilitó la organización de la resistencia, y
obligó a aumentar progresivamente el número de fuerzas desplegadas: 7 brigadas el 20
marzo, nueve el 11 de abril y 17 el 31 de mayo.
La guerra de guerrilla urbana, posterior a la guerra, se está mostrando más eficaz, ha
tomado la iniciativa, produce mayor desgaste de las fuerzas de la coalición y menos de la
resistencia a pesar de su aparente carácter esporádico e improvisado. Las últimas
acciones demuestran una unidad de criterio en la designación de los objetivos (militares o
civiles) lo que demuestra una dirección estratégica, que puede obligar realizar el esfuerzo
principal de las fuerzas de ocupación en la propia seguridad, dejando el control de la
población en manos de la resistencia.
Las unidades terrestres ya no tienen como cometidos la designación de blancos para las
armas de apoyos de fuego, ni para conquistar el terreno. Ahora sus cometidos principales
son el control de zona y de la población.
El combate próximo es el más probable en el entorno urbano, donde son las armas
portátiles y ligeras son las decisorias.
La inteligencia por medios electrónicos no ha sido suficiente para descubrir con
oportunidad a los elementos guerrilleros. La información humana, y la de contacto, ha ido
en aumento.
El apoyo de fuego aéreo, especialmente de helicópteros, se está mostrando muy eficaz.
La carencia de patrullas nocturnas, aireadas por todos los medios de comunicación, por
razones de seguridad, concede esa ventaja táctica a la guerrilla (aproximación, ataque y
repliegue o dispersión), que a la larga redundará contra la seguridad y el éxito de la
misión. Este tipo de conflictos requiere numerosas tropas de maniobra, que permitan la
defensa y la ofensiva de forma simultánea, porque de lo contrario si se permanece en
defensiva, deja la libertad de acción a la guerrilla, y si se adopta una actitud ofensiva sin
tener defendidos múltiples objetivos, éstos serán atacados por la guerrilla (autoridades
civiles, distribución de energía, etc.).
La guerrilla, al principio, se mostró poco instruida: poca eficacia en sus fuegos, dejarse
fijar y no tener la retirada prevista y asegurada en las emboscadas. Pero es de prever que
con el tiempo se vayan curtiendo y alcanzando mayores cotas de organización y eficacia.
La organización de unas fuerzas iraquíes para el control de la población y lucha contra la
guerrilla, replegando a bases militares más seguras a las fuerzas de la coalición, puede
ser una buena solución, siempre que no desemboque en una guerra civil o que consigan
infiltrarla y contaminarla con elementos subversivos y afines
Conclusiones
El concepto estratégico estadounidense de la lucha antiterrorista no es de carácter policial
sino militar, atacando a los países que fomenten, apoyen o asilen a organizaciones y
grupos terroristas.
Considerar y difundir como centro de gravedad de la guerra la captura o eliminación del
líder enemigo es un error. Osama Ben Laden sigue sin ser localizado en Afganistán y la
captura de Sadam Husein no ha producido cambios en la situación bélica de Irak.
El objetivo de una campaña de corta duración tampoco se ha conseguido, a pesar del
éxito fulgurante de la primera fase, por la tenacidad y extensión de la resistencia en la
fase de lucha de guerrillas.
Ha vuelto a ponerse de manifiesto, ya de forma reiterada desde la Guerra de las Malvinas,
la superioridad de los ejércitos profesionales y con alto desarrollo tecnológico sobre los
ejércitos masivos de recluta forzosa. Ejércitos profesionales y reducidos, pero muy caros.
Todos los escritores militares coinciden en que el valor del combatiente es lo esencial, a
pesar de los impresionantes adelantos tecnológicos de toda índole, es su espíritu de
sacrificio, moral de combate y voluntad de vencer, reflejo de un adecuado adiestramiento,
lo que contribuye a la victoria.
El poder aéreo no gana batallas ni la guerra, por sí sólo, pero es un factor determinante
para lograr la victoria.
La actuación en profundidad sobre el territorio enemigo de operaciones aeromóviles ha
sido puesta en cuarentena después de las experiencias de Kosovo, Somalia. La amenaza
de la defensa antiaérea serbia limitó la altura de vuelo de las formaciones aéreas,
impidiendo el vuelo sobre Kosovo de los helicópteros, incluyendo los de ataque. En Irak
se hicieron importantes operaciones aeromóviles, como la de Kerbala o el aeropuerto de
Bagada, aunque el fuego de misiles antiaéreos portátiles, granadas propulsados por
cohetes, y de otras armas ligeras han destruido y puesto fuera de combate a varios
helicópteros y aviones A-10.
La centralización del control de las operaciones ha resultado eficaz en el empleo de las
unidades acorazadas y mecanizadas en campo abierto contra un ejército regular y muy
inferior en capacidades militares. Sin embargo, requiere mucha descentralización e
iniciativa en las acciones y combate contra un enemigo sutil como la guerrilla.
Las responsabilidades principales del jefe siguen siendo las de conocer el campo de
batalla tal cual es, no como el se imagina o desea, ni como quiere el enemigo que lo
perciba, hacer que sus subordinados lo conozcan también y que interpreten
correctamente sus intenciones.
La sincronización del campo de batalla no consiste en cumplir con exactitud un calendario
y un horario, sino imponer nuestro ritmo de maniobra al enemigo. Que tampoco es ir
siempre más rápido, ¿más rápido hacia dónde?
El desarrollo tecnológico de la Infantería de Estados Unidos está fuera de toda duda, pero
su adiestramiento sigue siendo lo más importante, proporcionando más importancia a la
calidad del combatiente que a los medios. La Infantería de la coalición hizo gala de estas
cualidades propias de la mejor Infantería. El infante de la coalición ha sido capaz de
combatir en todo tiempo, de día y de noche. La capacidad de combatir de noche consiste
en manejar con destreza los medios de visión nocturna, marchar, orientarse, observar y
combatir con la misma eficacia que durante el día.
Se ha revitalizado el papel de la Infantería como arma principal de combate, con sus
misiones tradicionales de conquistar y controlar el terreno, combatiendo con pequeñas
unidades de forma independiente.
El combate en zonas urbanizadas, tan difícil de simular, cobra cada vez más importancia.
Las decisiones se toman de forma muy descentralizada en la lucha urbana.
Las principales dificultades encontradas en el combate urbano fueron:
− Pérdida de control y descoordinación entre las pequeñas unidades.
− Las bajas causadas por fuego propio.
− Efectos no deseados sobre la población e infraestructuras civiles.
Los vehículos acorazados deben adaptarse a la lucha callejera, teniendo mayor ángulo de
observación vertical y mayor ángulo de tiro de sus armas a bordo.
La conciencia generalizada de campañas rápidas y relevos cada cuatro o seis meses,
puede pasar factura en la moral si hay necesidad de mantener a la fuerza largos períodos
sobre el terreno hostil. Actualmente la permanencia de las tropas estadounidense en la
zona de operaciones es de un año, con breves permisos no superiores a dos semanas.
Concepto de modularidad
Las situaciones reales nunca corresponden a las previstas en el diseño de organizaciones
en tiempos de paz. El desafío consiste en contar con organizaciones modulares que
permitan configurar una composición adaptable a cada situación con relativa rapidez y
flexibilidad.
La modularidad debe facilitar la posibilidad de proyectar fuerzas con capacidad de
intervenir a tiempo y con capacidades complementarias para cumplir la misión asignada, y
deben estar adiestradas para el combate interarmas con tiempo suficiente, es decir en
tiempos de paz y de adiestramiento.
El concepto estadounidense de modularidad puede definirse como la capacidad de
mantener las capacidades de las grandes unidades, manteniendo su estructura orgánica,
pero con posibilidad de intercambiar sus pequeñas unidades para adaptarlas a las
necesidades operativas puntuales. Indudablemente con un adiestramiento interarmas
previo para alcanzar la capacidad operativa deseadas. Es decir que las capacidades de
cada módulo deben estar equilibradas, y no ser operativo porque tiene movilidad táctica,
pero le falta capacidad de combate nocturno, o transmisiones seguras, o de apoyo
sanitario, o… de adiestramiento.
Las fuerzas terrestres de la coalición han empleado organizaciones operativas sobre la
base de brigadas y batallones orgánicos, organizando agrupamientos tácticos con
agregaciones y segregaciones unidades tipo compañía, como mínimo, en función de los
cometidos asignados (no es lo mismo maniobrar por el desierto, donde las unidades
acorazadas y mecanizadas imponen su ritmo, que el combate urbano, que requiere
apoyo mutuo entre carros y fusileros).
El concepto de módulo es aplicado, en particular, a los puestos de mando, que deben ser
capaces de cumplir su misión de mando y conducción desde los primeros momentos,
incrementándose progresivamente sus capacidades en el transcurso de las diferentes
fases de la operación.
El éxito de la planificación de las organizaciones operativas de paz, para adiestramiento,
radica en que los módulos sean lo más parecido a los de su empleo real, porque es
evidente que no se prepara ni se hace «la guerra», sino «una guerra». Hay tantas clases
de guerra como enemigos, objetivos y ambientes; y en consecuencia, no es posible
preparase para todas, es preciso señalar con anticipación posibles enemigos, aliados y
objetivos propios. Cada conflicto se debe planificar, preparar y ejecutar con
procedimientos y tácticas específicas. Renunciar al mismo, amparándose en una
supuesta ambigüedad o incertidumbre es un grave error, es renunciar a la acción del
mando.
La organización operativa ha sido en base a brigadas y batallones orgánicos, adiestrados
y cohesionados desde tiempos de paz.
AFGANISTAN
Veinte años de intervención internacional para luchar contra el terrorismo, contra los talibanes
y democratizar y reconstruir las instituciones de Afganistán acabaron en drama humanitario en
agosto de 2021. Desde septiembre, los talibanes gobiernan el país con una interpretación
estricta de la ley islámica. Muchos afganos sufren represalias y se cuentan por miles los
refugiados. Dos contradicciones han marcado decisivamente la misión internacional en
Afganistán: a) que el despliegue de más recursos militares, económicos y políticos para
acelerar los resultados produce a menudo efectos contraproducentes; y b) que sin el
compromiso y el respaldo de la población local, o sin la capacidad de las fuerzas
internacionales de acercarse y entender el contexto local, las misiones implementadas de
arriba-abajo (top-down) provocan la fricción, la alienación, el agotamiento y el rechazo de la
población.Tras el fracaso de Afganistán, Biden ha declarado «el fin» de este tipo de
intervenciones internacionales –que tuvieron su máximo esplendor en la década del 2000–
para reconstruir estados y transformar naciones.
La confianza de Occidente en las intervenciones internacionales para reconstruir un Estado
posbélico (international statebuilding) ha menguado en los últimos años. Con el final de la
Guerra Fría, Estados Unidos y Europa se vieron capacitados y moralmente legitimados para
liderar intervenciones de ayuda a la democratización, la paz y el desarrollo en países en
conflicto. Eran años de bonanza para Occidente, sin apenas contestación de su hegemonía
después del colapso del bloque soviético y antes de la emergencia de los gigantes asiáticos.
Naciones Unidas había lanzado más misiones de cascos azules entre 1988-1993 que en las
cuatro décadas anteriores. Y, a finales de los noventa, tras la incapacidad de evitar los
genocidios en Rwanda y en Bosnia-Herzegovina, las misiones de paz dispusieron de más
recursos y adquirieron mayor complejidad y ambición para centrarse no sólo en supervisar
elecciones y altos al fuego, sino en transformar naciones y renovar sus instituciones estatales,
desde el sector de la seguridad hasta el económico y el poder judicial, con el objetivo de
consolidar las instituciones de gobierno, la democracia y la paz (Paris, 2004). Tras los ataques
terroristas del 11 de septiembre (11-S) en Estados Unidos, las guerras en Afganistán e Irak
centraron los esfuerzos internacionales para garantizar la seguridad y estabilidad en el mundo;
sin embargo, los resultados de estas misiones para forzar un cambio de régimen y reconstruir
estos estados siempre fueron cuestionados, en ningún momento, fueron los esperados. Dos
décadas después del inicio de la intervención en Afganistán, el presidente estadounidense Joe
Biden asegura que es «el final de una era en que Estados Unidos utiliza el poder militar para
transformar otras naciones». ¿Cuál es la clave del fracaso de estos modelos de intervención
internacional para reconstruir estados que tuvieron su apogeo en la década del 2000 y que
ahora Biden declara su fin? Este artículo se centra en dos contradicciones que han marcado
decisivamente la misión en Afganistán y que sirven para entender las dificultades para
completar exitosamente esta y otras misiones internacionales tan ambiciosas como fueron las
de Kosovo, Timor Oriental, Chad, República Democrática del Congo, Sierra Leone o Liberia. La
primera contradicción es que el despliegue de más recursos militares, económicos y políticos
para acelerar los resultados previstos produce a menudo efectos contraproducentes. Por
ejemplo, vimos como los esfuerzos internacionales para la transformación de Afganistán
aumentaron a finales de la década del 2000, pero estos crearon un Estado dependiente de la
ayuda exterior. Al mismo tiempo, más recursos económicos y militares también forjaron más
tensión y violencia en el interior del país, además de generar demasiadas expectativas y
desapego con este proyecto, tanto en Estados Unidos y Europa como entre los militares y
civiles responsables de llevar a cabo la misión sobre el terreno. La segunda contradicción tiene
que ver con la «apropiación local», entendida como la política para transferir
responsabilidades de las fuerzas internacionales a la población local. La contradicción es que
las misiones depaz son para los locales, pero a menudo se implementan sin los locales. En
otras palabras, sin el compromiso y el respaldo de la población local, así como sin la capacidad
de las fuerzas internacionales de acercarse y entender el contexto local, las misiones se
implementan de arribaabajo (top-down), lo que provoca la fricción y la alienación, el
agotamiento o el rechazo de la población local.
En este sentido, el proceso de transferencia de responsabilidades a los afganos ha resultado
difícil de concretar
para Estados Unidos y sus aliados sin el apoyo de mucha
gente de las zonas rurales, que se ha ido distanciando del
Gobierno de Kabul y las instituciones apoyadas por la
misión internacional, lo que ha facilitado el retorno de los
talibanes. Como se argumentará, estas dos contradicciones pueden servir de lecciones
aprendidas para orientar
las misiones de paz en el futuro.
Más intervención, peores resultados
La intervención militar de Estados Unidos en Afganistán
comenzó en octubre de 2001 con el objetivo de combatir
a los terroristas de Al Qaeda –responsables de los ataques
del 11-S– y al régimen talibán que los había acogido. El
inicio de la Operación Libertad Duradera –así la llamó Estados Unidos– fue expeditivo e
implacable. En dos meses,
los talibanes ya habían sido derrotados. En diciembre
del mismo año, fueron firmados los acuerdos de Bonn,
auspiciados por Naciones Unidas, a fin de diseñar la estrategia internacional que ayudaría a la
reconstrucción
del Estado afgano sin los talibanes para poder sostener
la paz y evitar, a largo plazo, que los terroristas pudieran
reorganizarse de nuevo en el país.
La estrategia internacional se articuló a partir de la Fuerza Internacional de Asistencia para la
Seguridad (ISAF,
por sus siglas en inglés) que, dirigida por la OTAN desde
2003, tenía el objetivo de velar por la seguridad de Kabul
y sus alrededores, combatir Al Qaeda y los insurgentes,
así como liderar la reforma del sector
de la seguridad. Partiendo del supuesto
occidental de que los estados liberales y
democráticos aportan estabilidad y paz
social, se decidió renovar todas las instituciones del país (desde el Ejército y la
policía, hasta el sistema judicial, educativo y sanitario, además de las infraestructuras) e iniciar
un proceso de democratización, con la creación de partidos políticos, sectores
de la Administración y una prensa libre para, finalmente,
organizar unas elecciones presidenciales y legislativas.
Asimismo, organizaciones internacionales, como el Banco Mundial, o agencias de Naciones
Unidas y sus colaboradores humanitarios, se encargaron de conducir la
recuperación económica de un país en ruinas, que había
sufrido la invasión soviética en los años ochenta del siglo
pasado, una guerra civil en la década siguiente y el terror
del régimen talibán hasta la nueva invasión liderada por
Estados Unidos y sus aliados en 2001.
Para evitar el regreso de los talibanes y que pudieran
dar apoyo a grupos terroristas, el objetivo era transformar un Estado frágil en un Estado
eficiente. Es decir,
que la paz y la seguridad, tanto en Afganistán como en
Occidente, dependían de la construcción de un Afganistán democrático, económicamente
saneado y en el
que se respetara el Estado de derecho. Tal como lo resumiría el académico y político afgano
Ashraf Ghani –que
había trabajado para Naciones Unidas y el Banco Mundial en los años noventa y acabó siendo
el presidente
de Afganistán (2015 -2021)– en un libro en coautoría
con Clare Lockhart (2008, 4): «Las soluciones a todos
nuestros problemas de inseguridad, pobreza y falta de
crecimiento coinciden en la necesidad de un proyecto
internacional para la reconstrucción del Estado».
Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, a mitad de la
década del 2000, Afganistán seguía siendo un Estado
débil, que destacaba negativamente en todos los indicadores de desarrollo humano del
Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): bajo índice de desarrollo, inseguridad alimentaria,
analfabeDos contradicciones que han marcado
decisivamente la misión en Afganistán puede
servir de lecciones valiosas para orientar las
misiones de paz en el futuro.
gastó las tropas en el frente y los ciudadanos occidentales. Nadie entendía la necesidad de
tanta inversión y
tantos esfuerzos para renovar las instituciones de un
país con unos resultados tan mediocres. La segunda
contradicción es la de la apropiación local: las responsabilidades deben traspasarse a la
población local, pero
ello no es posible si no existen intereses compartidos ni
cooperación genuina entre la misión exterior y la mayoría de la población en el país. Por
consiguiente, en
el caso de Afganistán, se persiguió una reconstrucción
del Estado que no representaba a una mayoría amplia
de la población. Las perspectivas cercanas al Gobierno
o Ejército estadounidenses tienden a justificar este fracaso de la misión con críticas a la falta
de voluntad y
capacitación afganas, mientras otros analistas críticos
tienden a subrayar las contradicciones de una intervención «de arriba-abajo» y la falta de
comprensión del
contexto local.
Son problemas que, aunque han aflorado en Afganistán, son estructurales de otras
intervenciones internacionales para reconstruir estados que tuvieron su
máximo esplendor en la década del 2000. No es que
las intervenciones en Timor Oriental, Kosovo, Iraq o
Sierra Leone, por ejemplo, fracasaran flagrantemente
(esto siempre es discutible), pero sí que en todas ellas
surgieron las mismas contradicciones que se evidenciaron en Afganistán: la ayuda externa creó
una cultura
de la dependencia y unas expectativas que eran insostenibles sin esta ayuda y se produjo una
fricción entre
los intereses y valores de los actores internacionales y
los locales. A estos problemas intrínsecos de las intervenciones internacionales se le ha
añadido un contexto
internacional de creciente contestación: estamos ante
un ciclo de polarización y multipolaridad, en el que Occidente ha perdido la legitimidad y la
hegemonía para
liderar los procesos de democratización y paz en otras
zonas del mundo. Por todo ello, Joe Biden ha sentenciado que la era de estas intervenciones
para transformar
estados «ha terminado». La pregunta pertinente ahora
es: ¿cómo intervenir para la paz y la seguridad internacionales después de Afganistán?
Después de las dificultades y los fracasos en las misiones para la reconstrucción de un Estado
posbélico, el
paradigma está evolucionando hacia unas intervenciones menos invasivas. Si la raíz del
problema era que
se quería imponer un proyecto demasiado ambicioso
y gobernado desde el exterior, como hemos visto en
Afganistán, la evolución pasa por crear procesos de
Después de las dificultades y los fracasos en las
misiones para la reconstrucción de un Estado
posbélico, el paradigma está evolucionando hacia
unas intervenciones menos invasivas.