Alma en Desorden Vol. 2

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JAN CRAWFORD

El alma en desorden
Alineándose con los movimientos del amor
Jan Crawford © 2018 Signos Ediciones © 2018

Diseño interior y de tapa: Andy Sfeir


Producción: Graciela Lauro
Traducción y corrección: Graciela Lauro y Alberto Juanco.

Primera edición: Signos Ediciones, mayo 2018

Reservados todos los derechos. Este libro no puede reproducirse total ni


parcialmente, en cualquier forma que sea, electrónica o mecánica, sin
autorización escrita del autor y/o la editorial.

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina www.signosediciones.com l [email protected]

INDICE

Prólogo ............................................................... 5
La visita de Cristina ................................................... 7
Las almas optativas .................................................. 19
La niña de hielo ...................................................... 25
Mi madre ............................................................ 35
Mi padre ............................................................. 43
La tierra lejana ....................................................... 49
El movimiento feminista.............................................. 53
Trabajando y amando ................................................ 59
Bert Hellinger: el maestro ............................................ 71
La copa de la vida .................................................... 81
Las corrientes profundas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
93
La terapeuta difícil ..................................................111
Fuerzas superiores ..................................................131
Reconocimientos....................................................142
Bibliografía .........................................................145
Acerca de la autora ..................................................148
Para A y H
Las siguientes mejores chances

PRÓLOGO

n el muelle de Liverpool, mi hermano David había dicho: “Los cuervos en


América son tan negros como los cuervos en Inglaterra”, y por un largo tiempo
fueron más negros aún. Pero yo no podría haber sabido en 1840 que eso
significaba que la clase de gente con la que viajaría, y a la que servía desde los
12 años, me negaría comida y calzado aun cuando la nieve nos cayera
atravesando el campo.

Dios, tampoco podía saber entonces que sufriría de reumatismo por tener que
ocultarme de las turbas que por ser mormones incendiaron nuestra casa y nos
obligaron a huir en las noches heladas. Ni que debido a eso, mi inquieta bebé
Sarah Ann caería de entre mis manos en la chimenea y que tendría que
arrastrarla fuera de las llamas con los dientes… ni de las cicatrices que dejaría. Y
es que sí, aunque mi Robert y yo cuidamos a nuestros pequeños lo mejor que
pudimos, no estábamos en condiciones de asegurar que sobrevivieran al día
siguiente o de prever qué podría venir tras nosotros.

Ni que la vida de nuestra tataranieta Jan hubiera sido la más dura de conjurar.
No pareciera que hubiese nada en ella semejante a nosotros. Nosotros tuvimos
quienes se dieron a la bebida e incluso quienes cometieron crímenes realmente
graves, pero reconozco que aún así, quizás fuera ella la más extraviada de todos.
Y no fue por sus religiones ajenas o, por lo que hubiéramos pensado entonces,
fuera su vida alejada de Dios. Fueron más bien sus modales atrevidos y
descuidados, y no tener en consideración a la familia de su padre y aún a su fe.
Eso fue difícil de soportar. Pero sobre todo nos entristecía lo poco que ella hacía
por recibir los dones que muchos de nosotros disfrutamos.
Pero veo ahora que, como cada uno de nosotros, ella estaba encontrando su
camino. Y este libro suyo es acerca de su visión de que podemos hacer mucho
más que estudiar los hechos sobre quienes nos precedieron. Resulta que cada
uno puede ocupar su justo lugar entre ellos, y al hacerlo favorecer que ellos
también lo hagan.
Así que el libro de nuestra Jan es el gentil y realista relato de nuestra familia.
Pero ella no lo hubiera escrito si no fuera porque muchos otros semejantes sufren
algún tipo de trastorno en sus fuerzas y en sus afectos. Hablando sobre lo que la
gente en su tiempo llama “psicología” y “espiritualidad”, ella nos describe como
algunos, de certeros y hermosos intelectos y corazones, están enseñando cómo
volver a sanar esos lugares dañados, en un viaje en el cual quienes lo emprenden
pueden encontrar su camino de regreso a todos nosotros y luego seguir adelante
recuperados.
Y resulta que muchos otros amigos -en lugares de los que nunca antes escuché,
como “Mongolia” o “Sri Lanka”- están contando sus propias historias por lo que
ellas nos dicen acerca de un nuevo tipo de felicidad, una clase de felicidad por la
que nosotros y muchos otros aún en su tiempo sólo pueden orar y añorar.
Mary Smallman Watkins Alpine, Utah

LA VISITA DE CRISTINA

sta es la historia de la fuerza vital que insiste en surgir con más energía aún,
según voy dejando un nivel de verdad por otro, más esencial. La belleza en este
movimiento es que ocurre sin importar los obstáculos en su fluir. Y, en esencia,
este libro constituye una memoria íntima de cómo esa fuerza viaja a través de
generaciones en mi propia familia hasta mí y, con menos obstáculos ahora, a
través de mí a aquellos que seguirán.

Con apenas disimulado desdén, yo rechacé a mis dos padres y sus familias por
casi toda una vida. Incapaz de mencionar siquiera el temor de que las historias
de ambos fueran demasiado peligrosas aún para conocerlas, inconscientemente
reaccioné con el sentimiento de que había lugares irrevocablemente desolados en
ellos y, en consecuencia, también dentro de mí. Conociendo muy poco acerca de
las realidades de cada ascendiente en ese momento, sentía que estaban cargados
de una tragedia e indiscriminada vergüenza demasiado grandes como para poder
soportarlos.

Atrapada entre el deseo de ser parte y la necesidad instintiva de sobrevivir, sentía


que la pertenencia a mi familia era algo que sofocaría mis esfuerzos de
supervivencia. Huir se convirtió en mi meta y, como describe uno de mis
poemas, fui a buscar apoyo en “muchos rostros y credos”, en lugar de volverme
hacia las generaciones que me precedieron para encontrarlo. Yo no tenía idea de
que aquello que estaba buscando era algo sobre lo cual conscientemente había
perdido la esperanza muy temprano en mi vida, había olvidado siquiera querer
entrar y ocupar el lugar correcto en el seno de la familia que había rechazado, sin
sentir que tuviera que renunciar a mi propio conocimiento para hacerlo.
Tuve la fortuna de haber recibido durante varias décadas tanto las psicoterapias
más terrenales y representativas, como las enseñanzas espirituales más sublimes
disponibles. Sin embargo, ese movimiento esencial dirigido a encontrar el
camino hacia la armonía de mi alma y la de mi familia, realmente no comenzó
hasta la tarde de invierno en que mi vivaz colega argentina Cristina Casanova
pasó a visitarme unos pocos años atrás.

La práctica de Constelaciones Familiares Sistémicas a la que ella me introdujo


aquel día, fue la que creó la reconciliación en el seno de mi familia, la que trajo
una felicidad en ocasiones deslumbrante a mi vida y transformó my trabajo
como psicoterapeuta de trauma, y por todo ello es parte esencial de este libro. Y
como para mucha gente la poesía, como un sonar de aguas profundas, puede
captar en una dimensión adicional su resonancia personal con la travesía que
describe este libro, he incluido algunos de mis poemas entre sus páginas.

Varios años antes, yo había colaborado en el entrenamiento de Cristina en


trauma psicosomático, y ella estaba ahora muy entusiasmada de mostrarme otro
enfoque con el que había estado trabajando desde nuestro último encuentro. Puso
una pequeña bolsa sobre la mesa de café y extrajo de ella varias figuras de
plástico de dos y tres pulgadas de altura con extremidades móviles. A
continuación me preguntó: ¨Que te gustaría explorar?”

En conocimiento de que el trabajo que ella venía realizando estaba relacionado


con las familias, dije: “Estoy muy contenta de que mi padre y yo llegáramos a
una incómoda tregua en los años finales de su vida, e incluso a cierta triste
ternura antes de su muerte en 1999. Sin embargo, y a pesar de lo frecuentemente
que traté mi relación con él en terapia a lo largo de los años, a menudo cuando
pienso en él aún siento desesperanza y enojo”.

Ella colocó una de las figuras de dos pulgadas sobre la mesa frente a nosotros y
dijo: “Esta figura representa a tu padre”. Al poner una de las figuras más altas de
frente a su espalda una pulgada por detrás, dijo: “Esta figura representa a su
padre”, un misteriosamente nunca mencionado alguacil de Missouri que fue
asesinado en un tiroteo en 1916, cuando mi padre tenía dos años de edad. Luego,
ella puso los brazos del padre sobre los hombros del mío.
Dados mis sentimientos hacia mi padre, me sorprendió estar tan repentinamente
conmovida. Y al seguir contemplando las figuras, apenas podía soportar la
intensidad deuna reacción creciente en mí. Me encontré diciéndole a Cristina:
“No, mi abuelo solo puede tener un brazo en el hombro de mi padre!”.
Realmente yo no tenía idea si lo que estaba experimentando era un inesperado
sentimiento de protección hacia mi padre -la sensación de que eso sería más de
lo que podría soportar— o si simplemente se trataba de un desborde emocional.
Entonces ella bajó uno de los brazos, y yo sentí un inmediato alivio y una mejor
disposición para absorber la realidad que estaba comenzando a ver y sentir.

Luego ella preguntó, “Te pondrías de pie, y estaría bien para ti si yo también lo
hago para representar a tu padre?” Yo asentí con cautela pero dije con firmeza,
¨Si tú me miras a los ojos representando a mi padre, no sería acertado. Con
excepción de haber apoyado nuestras cabezas uno en el otro en nuestros últimos
momentos juntos, no recuerdo que él haya tenido nunca ningún tipo de contacto
personal conmigo.¨

Incómoda, a medida que caminaba hacia el centro del ambiente, noté que no
podía mirar en dirección a “mi padre” que estaba parado a unos pocos piesy de
frente hacia mí. Obviamente él tampoco podía mirarme, Cristina me comentó
luego que como mi padre, sintió su mirada fuertemente llevada a volverse y
dirigirse hacia el piso, detrás de ella. En ese momento, quedó aún más claro al
observar las figuras de plástico juntas, que mi padre con todo su ser estaba -y
siempre había estado- impulsado a estar con su padre. Y a medida que yo
aceptaba todo lo que estaba sucediendo, un cambio comenzó a permitirme sentir
por vez primera la bien disimulada pérdida y el anhelo de toda una vida de mi
padre. Como más tarde fui capaz de articular, resultó que él no estaba, según yo
llegué a caracterizarlo, tan “disociado”, sino que estaba asociado en otro lugar.

He sido una psicoanalista practicante por una cantidad de años, una


psicoterapeuta por más de 30 años. También yo misma por décadas me
psicoanalicé y recibí varias diferentes formas de psicoterapia procurando
resolver mi relación con mi padre y mi madre. Sin embargo nada me afectó tanto
con respecto a él como lo que estaba viendo frente a mí. Y, como ocurre a
menudo cuando la corteza de las imágenes internas bloqueadas comienza a ser
traspasada, brotaron lágrimas de dolor y de alivio. Aunque no podría entenderlo
racionalmente hasta tiempo después, luego pude ver que el dolor que me
separaba de mi padre estaba siendo expuesto a algo que mis mecanismos de
defensa y a veces de castigo, ligados a mi propio dolor e ira, habían negado.
Y aunque experimenté esta percepción esencial aquella tarde, la resolución
completa de las dificultades en el amor y la receptividad para con mi padre -y
para con su ascendencia- se irían revelando con el transcurso del tiempo, tal y
como lo requerían.

Igualmente importante: lo que me fue dado aquel día también vendría a resolver
el gravemente distorsionado vínculo con mi madre y mi ascendencia materna, y
en consecuencia con la plenitud de mis posibilidades como mujer. Acerca de ese
vínculo Bert Hellinger, el hombre cuyo trabajo me presentó Cristina ese día,
escribió en su libro “Success In Life” (El Éxito en la Vida):

Aceptando (a nuestra madre) como la fuente de nuestra vida, con todo lo que
fluye a través de ella hacia nosotros, aceptamos nuestra propia existencia; en la
medida en que aceptamos a nuestra madre, aceptamos nuestra vida como un
todo… Aquellos que tienen reservas acerca de sus madres, también tienen
reservas acerca de la vida y de la felicidad. Tal como sus madres se retraen de
ellos como resultado de sus reservas y rechazo, así la vida y el éxito se retraen
de ellos también. (p. 11-12)

Al poco tiempo me uní a Cristina como estudiante en el curso guiado de


facilitador en la técnica de Hellinger de Suzi Tucker en la ciudad de Nueva York.
Como un aspecto de mi trabajo con Cristina, en estos grupos de aprendizaje los
miembros participan en las “constelaciones” para representar personas o
entidades importantes, que pueden o no estar vivas, sin prerequisitos inusuales.
Como con las constelaciones estelares, pronto noté que a medida que ingresamos
para representar aquello que nos es solicitado, comienzan a observarse ciertos
patrones. Y con la ayuda de la facilitación de Suzi, en los movimientos
emergentes, tanto los demás como yo parecíamos estar respondiendo en formas
que resolvían conflictos a veces de toda una vida para otros miembros del grupo.

Como decenas de miles de participantes alrededor del mundo, simplemente noté


que a medida que me relajaba más y adquiría confianza en sus sensaciones mas
sutiles, dentro de estos grupos mi cuerpo entendía algo que mi mente no-nativa y
vinculada a la cultura occidental había olvidado. Y en la medida en que comencé
a seguir estos impulsos sin saber adónde conducían, quedaba claro que estaba
participando en verdaderos movimientos en el sentido del amor. Descartando
mis proyecciones mentales y sintonizando con movimientos básicos que se
tornan más claros a medida que el trabajo se desarrolla, sencillamente noté, por
ejemplo, que al ingresar en una representación me sentía débil o fuerte, atraída
en cierta dirección, o consciente de algunos y desentendida de otros.

Además, y aunque pude descubrir una porción significativa de mi historia


familiar, este nuevo tipo de reflexión y resolución del propio pasado es posible
aún si uno carece de conocimiento acerca de sus padres y familias. También he
observado ya muchas veces que no importa qué tan fluidas y contenedoras, u
obviamente dificultosas puedan parecer en un principio nuestras historias, y
nuestras relaciones con nuestras historias, siempre hay algo que ganar con este
trabajo.

Como lo es para tantos otros, también es cierto que inicialmente, cuando empecé
a experimentar esta vívida dimensión de sanación, fue en principio
desconcertante, no importa cuán destructivos fueran para nosotros los antiguos
puntos de referencia. Pero con la ayuda de Suzi, varias otras inspiradas guías y
colegas miembros de los grupos, aún los obstáculos más fosilizados para éste
amor mayor comenzaron a quitarse y disolverse.

A tal punto que, sentada junto a Hellinger en Austria seis años después, él tomó
gentilmente mi levemente temblorosa mano entre las suyas cuando le entregaba
la primera versión de éste libro. Pocos minutos más tarde, cuando me disponía a
irme, le dije por sobre mi hombro: “Esta es mi historia de amor”. El respondió:
“Si lo es, será un éxito.” Por entonces, entendí que el éxito a que él se refería
consistía en que contribuiría a la vida si estuviera escrito desde el amor. Y
tomando muy seriamente esas palabras, a mi regreso a los Estados Unidos decidí
escribir una segunda versión para asegurarme de que lo que le había expresado
era completamente verdadero.

Y la persona más responsable por esta gran autenticidad es Suzi. Una mujer muy
agradable, de 1 metro 60 centímetros de altura, con faldas de diseñador vintage y
botas vaqueras, Suzi Tucker es escritora, pintora, editora de Hellinger en Estados
Unidos, facilitadora experta de Constelaciones Familiares, y realiza una
significativa contribución a la divulgación de sus ideas. En nuestro trabajo ella
me ha ayudado a mí y a tantos otros a tener una confianza en la vida más allá de
lo que podríamos haber anhelado y, en mi caso particular, en ese camino,
también revelar la enormidad del precio pagado por haberme separado tan
radicalmente del corazón común de mi familia.

A causa de conflictos actuales y pasados, grupos y aún naciones enteras se


excluyen de sus verdaderas historias y capacidades de inclusión, esto no es algo
que sólo le ocurre a los individuos y las familias. En todos los casos, lo hacen
mediante resentimiento, marginación e incluso intimidación de unos a otros. En
ocasiones pueden considerarse perjudicados por tener menos mientras otros
tienen más. Atrapados en estas reacciones, sabemos que nos comportamos
siguiendo patrones instintivos en pos de algo que solemos sentir como muy
primitivo y mucho más allá de nuestro control.

Tanto en nuestra actitud de sentirnos grandiosos como en la de menoscabarnos,


sabemos que damos un golpe a los cimientos de nuestra propia humanidad y a
menudo de la de los demás, así como también a la supervivencia del planeta.
Afortunadamente, en este trabajo uno es testigo de muchos actos de valor para ir
un poco más allá de ambas.

Y aunque gran parte del tratamiento psicoterapéutico que recibí a lo largo de


muchos años fue de gran ayuda para mí, he llegado a comprender que había un
aspecto en él que era más un obstáculo que una vía para el tomar y el recibir en
los niveles más profundos. También me di cuenta que había quedado en la
desesperación y el desamparo acerca de mi deseo inconsciente verdadero:
encontrar una manera para amar y honrar a mis padres, sus ascendientes -tal y
como fueron- y a quienquiera yo me sintiera cerca, y en consecuencia lograr lo
mismo conmigo.

Aunque aplacada y justificada por años de catarsis y empatía hacia mis heridas
reales y percibidas, pude concluir algo acerca de mi proceso terapéutico: había
llegado a convencerme que el distanciamiento de mi familia era justificado, y
que podría y debería encontrar nuevos y mejores madre o padre en mis
terapeutas o, en una instancia tan última como irreal, en mis parejas. Y como lo
describo en La Terapeuta Difícil, ahora reconozco que al igual que mis propios
terapeutas, con las mejores intenciones y justificaciones terapéuticas, también yo
fui sin saberlo un instrumento del distanciamiento de mis pacientes de su
familia, y en consecuencia también de su curación profunda.

Asimismo, aunque siempre estaré agradecida de haber podido entrenarme como


una psicoanalista de la escuela de Kohut1, con el tiempo he llegado a cuestionar
algunos de los principios orgánicos centrales de la teoría que me fue enseñada y
a la que realicé contribuciones en 1996. Se iría tornando cada vez más claro que
muchas de las teorías básicas en psicoanálisis no reconocen los niveles más
benignos de la realidad, ni el rol del cuerpo en la curación. Estas teorías incluyen
la conveniencia de la transferencia, nuestro actual entendimiento de la empatía,
el sistema de diagnóstico y la tesis central de la actual teoría del desarrollo.

Soy afortunada mas allá de las palabras de que mi trabajo haya estado
fuertemente influenciado por el inspirado genio del traumatólogo Dr. Peter
Levine. El trabajo de Levine continúa enseñándome que la felicidad y aún la
claridad espiritual resultan insostenibles a menos que uno aprenda a facilitar que
el sistema nervioso libere el trauma y encuentre puntos de resiliencia y bienestar
en el propio cuerpo. Aún más que eso, fue una introducción hacia la confianza
en una inteligencia en el cuerpo mucho más allá de cualquier intervención
terapéutica que yo pudiera imaginar.

Y al igual que una cantidad de médicos en todo el mundo que está descubriendo
y escribiendo acerca de esto (ver Schmidt y St. Just), también yo encontraría que
el entendimiento de Levine acerca de la capacidad natural del organismo para
guiarnos hacia la salud física y psicológica, tiene una extraordinaria
compatibilidad con el abordaje generacional de Hellinger sobre las capacidades
del alma para guiarnos fuera del trauma y hacia su plenitud.

1. NdelT: En el original “kohutian psychoanalyst” se refiere a la Psicología del


Self, escuela de teoría psicoanalítica y terapia desarrolladas en el Chicago
Institute for Psychoanalysis de Estados Unidos por Heinz Kohut. Esta escuela
explica la psicopatología como el resultado de necesidades interrumpidas o
insatisfechas en el desarrollo. Resultan esenciales para su comprensión los
conceptos de empatía, self-object, mirroring, idealización, alter-ego/hermandad y
self tripolar. Aún cuando la Psicología del Self reconoce manejos, conflictos y
complejos presentes en la teoría psicodinámica freudiana, los aborda en un
marco diferente.

Ambos, Levine y Hellinger, honran la orientación hacia la salud y la inclusión


del cuerpo y del alma. A medida que fui incrementando mi trabajo con ambas
aproximaciones, ya no pude volver a ver a mis clientes como seres aislados cuya
fuerza vital proviene solamente de las interacciones con los demás en el
momento presente. Ahora, en el contexto de su experiencia corporal y sus
herencias, estaba claro cada uno de nosotros no es solo un reflejo de nuestros
traumas sino que somos la próxima mejor expresión del amor, la inteligencia y
las tenaces fortalezas de nuestra ascendencia, o no estaríamos aquí.

Creo ahora que esa fuerza es más apoyada por medio de un juiciosamente
arbitrado conocimiento de que la persona que el cliente ha elegido para trabajar
también está en un camino continuo de auto-descubrimiento de quiénes y qué
somos. Al ser simplemente, como dijera Heinz Kohut, “un humano entre
humanos” estoy reconociendo implícitamente la madurez de ambas personas en
lugar de alentar la falsa expectativa de que reside sólo en mí como terapeuta.
Como Suzi escribió en un poema inédito:

“Alzado el pesado velo del secreto nuestros íntimos anhelos revelados se tornan
en puntos de encuentro”

Confiada en esta sabiduría, los secretos y lealtades distorsionadas de mi propia


familia son reveladas.
Hellinger nos da una noción de la riqueza que yace en este vasto territorio
compartido en Pure Consciousness (Conciencia Pura):

“El tomar es un movimiento esencial de la vida. La vida transcurre en nuestro


recibir. Vivimos porque recibimos luz, por ejemplo, aire, calor, alimento,
cuidados, atención y ayuda en muchas formas. Estamos siempre conscientes en
nuestra vida cotidiana de que somos seres receptivos? Qué nos pasa cuando
tomamos consciencia de esta realidad? Nos detenemos y quedamos en silencio,
agradecidos. Nuestra mirada va más allá de lo superficial en la vida, hacia algo
infinito que sentimos como vuelto hacia nosotros en todo momento. Como seres
receptivos, estamos en conexión con todo lo demás que está recibiendo, y en este
tomar nos igualamos.” (págs. 46-47)

En mis estudios con Hellinger en Kentucky, Austria, Barcelona y Alemania, he


sido testigo de que estos movimientos de tomar trascienden el idioma y la
cultura. En Austria en 2009, por ejemplo, las tres personas a mi derecha eran de
Méjico, Taiwán y Mongolia. Y a mi izquierda había personas de Grecia, Sri
Lanka y Turquía. Más aún, en Alemania en 2011 había participantes de 47
países, incluyendo una importante cantidad de representantes de Rusia y China.
Con traducción simultánea a ocho idiomas, no observé un solo momento de
conflicto durante la capacitación. Por el contrario, lo que quedó demostrado una
y otra vez es que la resolución es posible no importa cuántas generaciones atrás
o qué tan dañino haya sido lo que ocurrió o está ocurriendo en el nivel
superficial de la vida.

Estaba en Barcelona con Carmen, una mujer catalana con la cual no teníamos
idioma en común, cuando me ocurrió uno de estos pasos gigantescos de
resolución. A través de su silenciosa representación de mi madre, vislumbraría
por primera vez quién fue mi madre, y qué son todas las madres. Como
innumerables otros, dediqué muchos años de sincero trabajo terapéutico a
desentrañar el conflicto con mi madre. Sin embargo, no fue sino hasta la
representación de Carmen pasados mis sesenta años que fui capaz de dar los
primeros pasos auténticos para poder al final completar lo que los psicólogos del
desarrollo llaman la crucial “movimiento interrumpido hacia la madre”.

Puede ser que haya gente realmente afortunada que pueda hacer sin reservas ni
idealizaciones una afirmación como la siguiente: “Todos quienes me
antecedieron, incluyendo a mi madre y a mi padre, han sido un éxito completo
en todo el sentido del término, tal como fueron. He recibido la vida plenamente
de cada uno de ellos y de sus ascendientes, y he sido impulsado por su fuerza y
por su amor en un movimiento sin obstáculos hacia el futuro”. Mi experiencia
personal y profesional, sin embargo, es que la mayoría de nosotros respondemos
a nuestros padres y ascendientes -y en consecuencia a la vida misma- en el
marco de un difícil continuo que tiene el categórico rechazo en un extremo del
espectro y la idealización y dependencia infantiles en el otro.

Dentro de ese rango hay varias formas de distorsión, incluyendo algunas de


superioridad o inferioridad por estar identificados con nuestros logros o por la
carencia de ellos, en lugar de estar en contacto real con nuestra humanidad. Y
como consecuencia del pesar, la soledad, la confusión y la ira, que constituyen
sólo algunos de los síntomas resultantes de donde estamos en ese espectro,
muchos de nosotros nos vemos superados por la ansiedad, físicamente enfermos,
colapsados o desperdiciando nuestra vida en aflicción. Y aún otros
reconocimientos comenzaron a echar raíces esa tarde de diciembre con Cristina.

A medida que fui experimentando la irrelevancia de que alguien representado en


una constelación viviese en el pasado, presente o futuro, descubrí que lentamente
me estaba liberando de los supuestos usuales acerca del tiempo lineal. Más y
más capaz de apartar conceptos culturalmente consensuados, como el maestro
Zen Dogen del Siglo 13 sugiriera, comencé a “dudar del tiempo” o simplemente
tomar la idea del pasado, presente y futuro con mayor claridad, abriendo así
nuevas posibilidades para la sanación. Y esa claridad con el tiempo se siente tan
adecuada y natural que la mayor parte de la gente que participa en este trabajo
no necesita de una explicación científica para lo que está ocurriendo cuando
ingresa en una constelación.

Sin embargo, para aquellos que se encuentren interesados en el por qué somos
capaces de sentir cosas acerca de gente que jamás hemos conocido o que ha
existido en el pasado, muchos consideran que el “inconsciente colectivo” de Carl
Jung, o la “resonancia mórfica” de Rupert Sheldrake son conceptos que
contribuyen a esa comprensión. Y en su nuevo libro Trauma: Time, Space and
Fractals (Trauma: Tiempo, Espacio y Fractales) la especialista en traumatología
social Anngwyn St. Just hace una fundamentación convincente para aquellos
científicos que proponen que en lugar de ser lineal, el tiempo se contrae y
expande en función de patrones fractales de diseño y validez intrínsecos.
Además, como un aspecto de los traumas globales creados por la interferencia
con los patrones naturales, ella describe la forma en la cual conceptos del tiempo
específicos de una cultura han sido impuestos sobre naciones conquistadas.

Cualquiera sea la naturaleza del espacio o el tiempo, aquellos que han observado
y experimentado los patrones reiterados y la no linealidad del tiempo en los
movimientos dentro de las constelaciones sistémicas, podrán convenir en que es
evidente que ciertas formas de expansión y de inclusión ocurren en su
transcurso. Afortunadamente, en este trabajo no es necesario desarrollar un
completo entendimiento racional de lo que está ocurriendo en dichas
dimensiones para poder confiar en lo que uno está viendo y sintiendo.

Además, a pesar de que mis miles de horas de meditación, docenas de retiros y


años de estudios existenciales son una bendición y parte de la belleza y razón de
ser de mi vida, comprendí que si estaba genuinamente comprometida a continuar
distinguiendo verdades más profundas, necesitaba reconocer que muchas veces
sirvieron también como un rodeo espiritual. En la medida en que era un intento
de trascender la impotencia hasta poder resolver los impedimentos a un amor
plenamente corporeizado por mi familia, mi trabajo espiritual fue, en parte, una
elegante evasiva. Me sentiría intranquila, arrogante o incompleta hasta que
pudiera sentir en mis huesos mis conexiones con mis ascendientes y reconocer
sus contribuciones a mi vida.

Esto inevitablemente incluiría a quienes presentaban mayor dificultad, y también


a aquellos cuyo destino fue más penoso. Hasta que no pudiera aceptar a los más
violentos y a los más vulnerables entre mis ancestros, no tendría el júbilo de
reconocerlos y honrarlos. Hasta entonces también estaría desconociendo su
compañía ya sea en mi cojín de meditación como en las grandes catedrales,
negándome aún a ver que la redefinición de mi lugar en mi familia era esencial
para que mis relaciones y contribuciones a la vida pudieran desenvolverse en
plenitud y con mayor fluidez.
LAS ALMAS OPTATIVAS

ada uno de nosotros tiene su propio vocabulario para entender nuestras travesías
a través de la vida. Y para la lectura de este libro, o para trabajar con la técnica
de Hellinger, la creencia en un alma,

cualquiera sea su descripción, es opcional. Tampoco es necesario estar de


acuerdo con el paradigma de niveles del alma individual que expongo aquí, o
con el concepto de Hellinger del “alma familiar”. Uno ni siquiera necesita sentir
que hay fuerzas superiores a nosotros mismos. Y en términos del trabajo con
constelaciones, muchos simplemente encuentran que se sienten más felices y
fortalecidos, y no necesitan explicación para ese cambio.

Sin embargo, y porque puede resultar interesante para algunos lectores, he


utilizado ocasionalmente la metáfora de los niveles del océano para describir los
cambios que estaban ocurriendo dentro de mí, en mi familia o mis clientes. La
teoría del alma familiar de Hellinger es descrita también, porque puede abrir las
puertas a otro amor, particularmente para muchos de nosotros que nos hemos
persuadido a creer en el sentimiento de estar solos.

En estas páginas uso el término “alma” para representar el centro de nuestro ser
que tiene lugar y propósito específicos en un universo ordenado. Y podemos
pensar en ella como una vía de expresión para la fuerza vital. Cuando excluimos
y perdemos nuestro sentido de alineación con este centro, se contrae; cuando
recibimos y respondemos a la vida en una forma crecientemente inclusiva, el
alma se expande y nuestra entrega se expande naturalmente. Asimismo, aunque
me referí al alma “individual”, nunca estamos realmente aislados, no importa
qué tanto podamos sentirnos como si lo estuviéramos. En este proceso de recibir
y contribuir a la vida, como los protones, el alma puede sentirse a la vez como
una partícula y una ola que es inseparable del océano.

La superficie

Procurando simplificar estos movimientos, podríamos denominar el primer nivel


del alma individual como la superficie. Cuando nos identificamos con este nivel,
podemos sentirnos más partícula que ola, absolutamente peculiares y únicos.
Cuando nos establecemos aquí hay lapsos de felicidad y, como ocurre en la
superficie del océano, podemos sentir períodos de calma. Sin embargo, estamos
permanentemente a merced del clima. Además de los traumas emocionales y
físicos de nuestro presente, las fuerzas que a menudo nos apartan de nuestro
centro son traumas históricos y culturales, lealtades familiares inexploradas e
identificación inconsciente con personas excluidas en generaciones pasadas.
Estas son fuerzas que o bien desconocemos, o reconocemos pero nos sentimos
impotentes para cambiar.

Este es un nivel de amor limitado y separación exagerada, como la que describen


los primeros capítulos de este libro. En este nivel nos resistimos a ser movidos,
estamos seducidos y fascinados por las historias que elaboramos sobre nuestras
familias y nuestras vidas. Generalmente formados muy tempranamente sólo con
los recursos de la mente infantil y sin otras alternativas viables, estos relatos se
convierten en imágenes bloqueadas en nuestro interior. Aún cuando nos estén
destruyendo, nos aferramos a estas interpretaciones como si fueran botes
salvavidas en un mar peligroso, cuando en realidad son las que nos arrastran
hacia abajo. Y aunque pueden haber períodos de satisfacción en este nivel, gran
parte del tiempo estamos expuestos a mucho sufrimiento innecesario.

Las corrientes profundas

Continuando con la metáfora, nos sentimos más como ola que como partícula a
medida que nos identificamos con las corrientes mas profundas del océano en el
segundo nivel. Estas corrientes son más lentas, más potentes y abarcadoras. Este
es el nivel de pertenencia incondicional, y a medida que resolvemos conflictos
en el nivel superficial, nos sentimos crecientemente menos como individuos
rígidamente definidos y más como parte integrante de una ola perpetua. Aquí los
detalles de la vida se tornan menos y menos interesantes o relevantes en tanto las
imágenes y estructuras interiores se hacen más transparentes y fluidas.
Asimismo, mientras pueden existir barreras objetivas en el presente en términos
del contacto con algunos miembros de nuestras familias, cuando permanecemos
aquí podemos reconocer a cada uno de los miembros de nuestra familia actual e
histórica tal como son y fueron.

Más suavemente movidos por la fuerza benévola de estas corrientes, además de


una felicidad más completa, también puede haber dolor en este nivel. Ese dolor,
empero, responde a las leyes naturales de la vida y la muerte, y no es otra cosa
que un aspecto dentro de ese contexto mucho más amplio. Si tenemos la
bendición de poder experimentar aunque sea brevemente este nivel, sabremos
que las fuerzas que nos guían en él son muy superiores a nosotros y que aún
conceptos como el de muerte, tiempo y autonomía resultan allí ficciones
innecesarias e irrelevantes. A medida en que crecientemente reposamos en este
lugar, se nos revela que lo que nos sostiene es el amor de quienes nos han
precedido y la fuerza vital original misma. A. H. Almaas describió la relación
del alma con las cualidades del amor y la verdad en ese origen en una
conferencia a mediados de la década de los ‘90, cuando dijo: “El alma reconoce
el amor en forma directa y responde instantáneamente con bondad,
esclarecimiento y cercanía a la verdad”.

El nivel del silencio

La tercera dimensión en este paradigma es el nivel del silencio. Esta es la


plenitud del silencio de la que hablan los maestros del budismo y el máximo
nivel de inclusión. Y aunque puede haber diferentes niveles dentro y más allá
deéste, podemosdecir que aquí estamos en la vasta obscuridad del suelo
oceánico, o lo que a mi entender refiere el poeta persa Rabi’a en su poema “In
My Soul” (En mi alma, Ladinsky, p.11):

No hay una región del amor donde la soberanía es nada iluminada,


donde el éxtasis se vierte sobre sí mismo y se pierde2

Algunos llaman a esta “nada iluminada” la mente de Dios o Vishnu, Allah,


verdadera naturaleza o simplemente energía universal. A pesar de un dinamismo
de impregnación y creación de vida, paradójicamente, no hay movimiento
discernible en este nivel porque nosotros somos ese movimiento y esa vasta
quietud. Y no hay absolutamente ninguna posibilidad ni necesidad alguna de un
yo fortalecido separado. Por consiguiente no hay sensación de exclusión ni
inclusión en este lugar desde donde se crea la vida misma.

El alma familiar

El pensamiento nativo asume la presencia de “todas nuestras relaciones” en


nuestra vida diaria. Aunque Hellinger fue influenciado por su experiencia como
sacerdote católico con los Zulúes, la primera vez que encontré el sentido de una
dinámica del alma familiar en un modelo terapéutico o espiritual occidental, fue
a través de su obra. Aún creo que el término “alma familiar” resuena para
nosotros en algún espacio universal de conocimiento casi olvidado. Él ha dicho
lo siguiente acerca de esta dimensión del alma: “la familia o el clan tienen una
alma común, un centro

2. NdelT: In My Soul’ by Rabi’a Al Adawiyya


In my soul there is a temple, a shrine, a mosque, a church.
Prayer should bring us to an altar where no walls or names exist.
Is there not a region of love where the sovereignty is illumined nothing, where
ecstasy gets poured into itself and becomes lost,
where the wing is fully alive but has no mind or body?
In my soul there is a temple, a shrine, a mosque, a church that dissolve, that
dissolve in God.

En mi alma hay un templo, un santuario, una mezquita, una iglesia donde me


arrodillo. La oración nos debería llevar a un altar donde muros y nombres no
existen. ¿No hay una región del amor donde la soberanía no es iluminada,
donde el éxtasis se vierte sobre sí mismo y se pierde,
donde el ala está completamente viva pero no tiene mente ni cuerpo propio? En
mi alma hay un templo, un santuario, una mezquita, una iglesia que se disuelve,
que se disuelve en Dios.

común que guía al grupo entero, no sólo a lo individual. Lo individual, por así
decirlo, es parte del alma familiar” (“No waves without the ocean” No hay Olas
sin Océano 2006, p.39). Sus estudios también le han mostrado que el alma
familiar es atrapada en la repetición y que “los destinos en la familia son
replicados” hasta que “en el reino espiritual, somos tomados por otra fuerza.
Ella nos conduce, y luego no podemos seguir como lo hacíamos antes” (“Rising
in love” Creciendo en el Amor 2008, p.151).

En los términos que estoy proponiendo, uno podría decir que el alma familiar
está en conflicto repetitivo -patrones fractales de conflicto- en el nivel de la
superficie. En cambio, esos conflictos pueden ser resueltos en las corrientes
profundas, y cuando están solucionados luego nos deslizamos naturalmente a la
vastedad del silencio. Aquí todas las dicotomías y distinciones se disuelven,
incluyendo el alma individual y familiar, y la funcionalidad ocurre con fluidez
como amor.

LA NIÑA DE HIELO

“Aceptando a nuestra madre como la fuente de la vida, con todo lo que fluye a
través de ella hacia nosotros, aceptamos nuestra propia existencia; en la medida
en que aceptamos a nuestra madre, aceptamos nuestra vida como un todo…”

—Bert Hellinger, Success in Life (El Éxito en la Vida)


R

ecuerdo tres momentos en que fui capaz de estar verdaderamente con mi madre.
El primero ocurrió sentada sobre su falda durante una de las varias sesiones
fotográficas a las que me llevó cuando

era niña. Yo tenía unos 3 años y recuerdo estar mirando hacia arriba, a sus labios
brillantes cubiertos con lápiz labial y estar conmovida, sintiéndome asombrada
por su belleza.

El segundo ocurrió alrededor de mis 25 años, durante una de mis visitas


obligadas a casa desde San Francisco. Yo había trazado una línea en la arena,
tácita pero inviolable, antes de lo que puedo recordar; a menos que necesitara
valerme de una pálida e indiferente simpatía para obtener algo de ella, hablaba lo
mínimo y nunca más allá de lo superficial. Y para protegerse de una nueva
interacción decepcionante, ella llegó a aprender a no atravesar esa línea. Sin
embargo, al encontrarnos embarazosamente solas, comenzó a hablar acerca de su
madre Mary, que falleció a causa de cáncer cuando ella tenía once años. Yo
estaba sorprendida, ya que ella raramente hablaba con alguien acerca de su
madre, su padre o su niñez, y hasta ese punto yo no tenía idea del porqué.

Pero ese día mi madre habló casi más al éter que dirigiéndose directamente a mí
acerca de la pobreza en la cual crecieron ella y sus once hermanos y hermanas
sobrevivientes. Comenzó a sollozar al contar que su madre sólo tenía un
pequeño catre para dormir. Luego relató las raras ocasiones cuando de alguna
manera conseguía comprar un helado y lo compartía con ella cuando le llegaba
el turno de sentarse a su lado en el catre. Era una experiencia acerca de la cual,
poco antes de su muerte a fines de los años ‘80, escribiría uno de sus hermanos,
que sólo tenía nueve años a la muerte de su madre: “Cuando mamá tenía algo de
dinero extra, lo gastaba en su gusto favorito, helado. Yo, mi hermano, Ruth y
Goldie nos sentábamos junto a ella. Mamá nos daba un bocado por turno hasta
que se terminaba por completo. Tomaba ella su parte? Tras pensar en esto, el
gusto aún persiste en mi boca.” Y mientras ella revivía sus memorias de aquellos
momentos y de la dolorosa pérdida de su madre, sin pensar me encontré
cruzando el cuarto, rodeándola con mis brazos y llorando en silencio con ella,
por su madre y por ella misma.
Fue 40 años más tarde que sucedió la tercera experiencia de puro amor entre mi
madre y yo. Sería uno de los momentos compartidos más felices de nuestra vida,
pero volveré a esto en el capítulo final de este libro. Puedo decir aquí, no
obstante, que si no hubiese comenzado ya en el año 2005 el trabajo que me
permitiría recuperar a mi madre, la carta que accidentalmente descubrí en 2009
habría sido más de lo que hubiera podido soportar. Escrita en su hermosa
caligrafía, estaba escondida en una vieja libreta de racionamiento de la Segunda
Guerra Mundial, en el álbum de bebé de diez pulgadas de espesor que había
hecho para mí con evidente esmero.

Mi adorable pequeña bebé:


Es bastante difícil escribirte una carta cuando estás tan cerca de quedarte
dormida en el cuarto contiguo, con tus grandes ojos azules finalmente cerrados.
Estabas tan cansada y somnolienta. Sentí que debía escribir de alguna manera
todo lo que está en mi corazón: cuánto te amamos y cuán dulce y buena eres.
Esta mañana a las 9:15 hs. cumpliste tu primer año de edad. No parece posible
que te tengamos hace tanto tiempo. Aunque pensábamos que nunca llegarías, el
tiempo ha volado desde que estás aquí. Pronto, tendrás 2, luego 3 y antes de
darte cuenta estarás comenzando en la escuela y luego crecerás.
Nunca voy a olvidar la primera vez que realmente sonreíste: qué dulce fue. Fue
para tu padre y muy temprano por la mañana. Estábamos terriblemente
contentos y luego tú reíste fuerte y esa fue otra alegría. Luego fue el momento
cuando encontré tu primer diente y estaba tan emocionada que tuve que llamar
a la tía Millie para que viniese a verlo. Y tú sonreías como si hubieras hecho
algo hermoso. Todas esas cosas te hacían aún más adorable para nosotros,
como si no te amáramos ya lo suficiente.
Cómo nos reímos de ti una vez cuando tenías cerca de tres semanas. Te movías
sacudiendo tu pequeña cabeza y la abuela te llamó tortuga. Tú dejaste caer la
cabeza y te veías muy ofendida. Luego fueron tus primeros pasos cuando tenías
nueve meses y en la víspera del día de gracias. No te diste cuenta de que te
habíamos soltado y diste dos pasos por tus propios medios. Luego nos miraste a
papi y a mí e inmediatamente caíste de nariz y lloraste. Raramente llorabas, por
otra parte. Los vecinos decían que si no fuese por los pañales lavados tendidos
en la soga ellos no hubieran sabido que había un bebé aquí. Nunca olvidaré el
primer ma-má o pa-pá. Fueron música en nuestros oídos.
Hoy mami te horneó una gran torta de cumpleaños y te tomó una foto con ella,
sólo que insistías en tomar un bocado pero eso fue lindo también. Quisiera que
todo el mundo pudiera verte y conocerte como yo. Se darían cuenta cuan
afortunados somos en tenerte. La plegaria en mi corazón es que pueda ser una
buena madre para ti y que siempre vengas a mí con lo que te apene tal como lo
haces ahora. Y papi siente exactamente lo mismo que yo respecto a ti.
Te amamos más que a ninguna otra en el mundo querida pequeña.
Con todo nuestro amor,

Mami y Papi.

A pesar del costo, yo disfruté amargamente las razonadas justificaciones de mi


ira hacia mi padre casi toda mi vida, pero paralelamente cargué con la dolorosa y
obsesionante pregunta: “¿Qué hay de malo en mí para que no ame a mi madre?”.
Complaciente conmigo aún tras el nacimiento de mis hermanos siete y doce años
más tarde, ella literalmente cosía para mí día y noche. Su talento y habilidad me
hacían una suerte de princesa de clase trabajadora, con la ropa más preciosa del
pueblo. Y a pesar del modesto ingreso de mis padres, ella de algún modo se
aseguró de que yo pudiera tomar lecciones de todo aquello en lo que mostrara
algún interés. ¿Por qué no puedo recordar querer estar cerca de ella?

Con mucha menor reserva, quise a mis jóvenes amigas, a varios de mis 36
primos y a mis perros. Y aunque estaba demasiado a la defensiva como para
demostrarlo en los momentos en que nacieron, sentí una secreta ternura hacia
mis hermanos y una preocupación por el mayor de ellos, sobre quien a menudo
recayó la violencia de mi padre. De todos modos el sentimiento que más viene a
mi memoria es el tibio reflejo del anhelo por estar con alguna otra familia. Y esta
reacción de huída se presentaba siempre acompañada por la disociación. Ambas
eran mi “normalidad” aunque en algún lugar profundo en mi interior me sentía
como si mi sangre debiera estar tan helada como los vientos del Ártico.

Tengo pocos recuerdos antes de los 16 o 17 años, pero sí me acuerdo de estar


sentada en los peldaños fuera de mi casa, a los 13 años esperando que los padres
de una amiga me pasaran a buscar. Y evoco claramente que pensaba: “Soy como
el hombre de lata del Mago de Oz. Siento que donde deberían estar los
sentimientos tengo un cilindro de metal vacío”. Y creía que siempre tendría que
simular ser como pensaba que eran los demás.

Por motivos que no comprendía, ser parte de mi familia no era una opción para
mí. Aunque yo hubiera rechazado el hecho de parecerme a él de cualquier forma,
tal como mi padre yo me tornaba más humana fuera de casa. Al concentrar mi
necesidad de afecto en aquellos frente a mí en lugar de hacerlo en quienes
estaban detrás de mí, las relaciones con amistades y más tarde con la secretaria
de mi padre adquirieron una importancia exagerada. Día a día dejé a mi familia
cada vez más atrás en la aridez del desierto: un lugar que por muchos años
fastidiosamente describí como “olvidado de dios donde nada puede crecer”. Para
mi temprana adolescencia, taciturna y retraída, ya había rechazado a mis tías,
tíos y a la mayor parte de mis 36 primos, todos los cuales siempre habían sido
amables y cariñosos conmigo.

Mamá y Jan (4 años)

A los 13 años comencé a ir al cine sola en Navidad en lugar de acompañar a mi


familia en la celebración de las fiestas. La sala vacía reflejaba en gran medida lo
sola que me sentía, y no consideraba siquiera conscientemente cómo afectaba a
mi familia este rechazo. Pocos años después, los logros se constituyeron en un
antídoto al temor de caer en algo que sentía estaba detrás de mí, listo para
absorberme. De cualquier modo, sin importar qué éxitos pudiera conseguir, o
cuanto cariño y apoyo sinceros yo diera y recibiera en amistades, relaciones de
pareja y en mi trabajo -o incluso cuanto recibiera y retribuyera en mis prácticas
espirituales- veo ahora hasta

qué grado a menudo me encontraba luchando por sobrevivir emocionalmente en


el mundo. Y desde una perspectiva como la de Ayn Rand, sufría del delirio muy
común particularmente -pero en modo alguno exclusivo- de los americanos, de
ser un producto de mí misma.

No tenía idea de dónde provenía mi misteriosa resiliencia, y sentía que mis


logros eran a pesar de mi familia en lugar de gracias a ella. No sabía nada de mis
ancestros pioneros y, al mismo tiempo, tampoco habría valorado lo que hubiese
podido conocer al respecto. Uno de los libros de Hellinger se titula “No hay olas
sin un océano”, pero con apenas velada vanidad yo me sentía una ola que podría
ser disminuida y tal vez hasta destruida si reconocía el mar en el que existía. No
se me había ocurrido que una ola sin el océano nunca toma forma, nunca llega a
la costa con su plena gracia e impacto, se disuelve y reposa. Y aunque había una
terrible culpa inconsciente acerca de esta separación radical de mi familia, no
podía resistir el ver cuán cruel realmente era.

Para algunos, esta crueldad puede tomar la forma de no ocupar plenamente su


lugar en el mundo. Una persona puede estar atrapada en una veneración
idealizada o en una unión prolongada con uno de los padres, mucho más allá de
lo que es expresión de fases naturales del desarrollo en la infancia. Mi crueldad,
sin embargo, era más transparente. En una lealtad inconsciente para con mi
madre, avancé enérgicamente de la misma forma en que lo hizo ella. Justifiqué
con articulación convincente esos movimientos, incapaz de reconocer la
excesiva necesidad subyacente detrás de ellos.

Estos sentimientos innombrables lo impregnaban todo y no tenían anatomía o


estructura. Y yo tampoco estaba en condiciones de saber o mencionar lo que
sentía subyacente debajo de la superficie en ambos, mi madre y mi padre.
Esperando que las cosas materiales pudieran fortalecerme en este caos
generalmente silencioso, trataba de obtener todas las que estuvieran a mi
alcance. Y, fuera de su amor, la reacción de mi madre a ser tan pobre y al secreto
del que me enteraría muchos años más tarde, fue la de ofrecerse como esclava a
la hija que amaba y que tanto ansiaba que la quisiera. Al hacerme los vestidos
más adornados, los disfraces y muñecas más imaginativas que una niña pudiera
querer, talvez ella también esperaba que la encantadora vestimenta distrajera a la
gente de notar que, la que de otro modo sería su preciosa hija, tenía un grave
daño en uno de sus ojos.

Con extrema parálisis en los músculos de mi ojo izquierdo de nacimiento, soy


ciega funcional en ese ojo. Desde un ángulo me veo bastante normal, pero
cuando miro a un lado, hacia arriba o abajo, el problema es evidente. Tras
llevarme a cada especialista que pudieron hallar, entiendo ahora la impotencia
que mis padres debieron sentir, a punto tal que cuando regresaba de la escuela
tras haber sido objeto de burla y acoso, llamada “tuerta” y “pirata”, mi madre
insistiría en que yo estaba dándole al asunto demasiada importancia. Más
confundida y solitaria aún, pronto dejé de contarle a alguien sobre estas
agresiones.

Cuando tenía 4 años, dado lo extraño de mi caso, me llevaron a la Universidad


de California en Los Ángeles para que fuera estudiado por el Colegio de
Optometría. Recuerdo estar sentada con horror de frente a un

Jan a los tres años.


En la época de U.C.L.A.
cuarto lleno de los que me parecían grandes y atemorizantes hombres vestidos de
blanco usando extraños gorros con espejos. Me estudiaron y debatieron sobre mí
como si fuera un animal de laboratorio defectuoso, no una pequeña niña humana.
Y supe muchos años más tarde que aunque estuvieron intimidados por los
doctores, mis padres sintieron que hubo algo terriblemente equivocado en el
modo en que fui tratada.

En un intento por remediar la situación, mis padres me llevaron como un


obsequio muy especial al famoso Teatro Chino Grauman’s. Así que una hora
después de la experiencia en U.C.L.A. yo era elegida para subir al escenario para
“asistir” a uno de los artistas porque era “la niña más bonita en la audiencia”.
Como muchos de nosotros, yo estaba recibiendo mensajes cruzados e imágenes
descabelladamente incompatibles que comenzaban a consolidarse y crear
grandes muros de defensa y protección. Y aunque ciertamente no podía
encontrar las palabras para expresarlo, pienso que

empecé a sentir que la vida iba a ser una batalla por ser aceptada y una batalla
contra mi propia ambivalencia al respecto.

Muchos años después, un poeta me describió como teniendo “un ojo fijo
mirando hacia Dios,” una explicación que me resultó atractiva. Como fuera,
además de una profunda confusión acerca de mi atractivo, viví constantemente a
la defensiva, siempre sin saber cuándo tendría que responder a la pregunta de un
extraño acerca de mi ojo. Cuando estaba en mis cuarenta años, un doctor me
contó que sólo había visto un caso peor que el mío en Bangkok. Para
convencerme de permitirle operarme, me dijo: “estás en negación tanto como
debe haberlo estado el hombre-elefante”, y resultó. Tuve varias cirugías bastante
grotescas, que no ayudaron estéticamente pero sí disminuyeron el dolor físico
por algunos años.

La confianza se estaba convirtiendo en un sentimiento más y más esquivo.


Criada como evangélica bautista hasta los 16 años, fui partícipe activa en las
actividades de la iglesia, pero en el contexto de un creciente problema de
confianza, aún allí fui resistente. La mayor parte de los niños bajaban del altar de
la iglesia y “tomaban al Señor Jesucristo como su salvador personal” y eran
bautizados a los nueve o diez años. Sin embargo en mi caso no fui “redimida”
sino hasta la visita de un apuesto entusiasta evangelista cuando era una
adolescente. Fui irredenta, no obstante, aproximadamente en un año, cuando la
pasión y la esperanza de ser rescatada se desvanecieron y ví que nada había
cambiado en mi vida.

Este dolor e ira crecientes no eran puestos de manifiesto en una rebeldía


flagrante y, según todas las apariencias, era una buena chica. Para mí, la
compensación tomó la forma de una gran dependencia de mis amigas mas
íntimas y, como puede observarse en una foto escolar de esa etapa, una creciente
rigidez en mi cuerpo. En lugar de ataques verbales, mis defensas con mi madre
se mostraban en una enérgica resistencia despectiva e indiferente, y con mi padre
yo respondía con una aún más fría devastación emocional que coincidía con su
forma de relacionarse -en realidad de no relacionarse- conmigo.

Ya un integrante distante dentro de mi propia familia, comí sola en mi cuarto por


varios años hasta que cumplí 15. Así que cuando llegó el momento, no hubo
cuestionamientos para que me mudara con una amiga cuyos padres se habían
trasladado y le permitieron permanecer para finalizar la secundaria. Y aunque
hubieron unas pocas ocasiones en las que el dolor y la frustración de mi madre
para conmigo estallaron y me corrió con un cuchillo de carnicero, la tensión
entre nosotras generalmente se reflejaba más en mis silencios y mi rigidez
corporal que en mis palabras o acciones.

Con una alineación inconsciente con mi padre cuya existencia yo habría negado,
traté a mi madre de la misma forma en que él lo hizo durante los primeros
cuarenta años de su matrimonio de sesenta: con total desdén a menos que
quisiera algo. Ya desde el inicio de la secundaria, tras hacerme otro hermoso
vestido para un baile o una fiesta, cuando ella estaba ansiosa de saber si lo había
pasado bien, yo le respondía con indiferencia sólo sí o no. Más allá de ser una
clásica mocosa mimada, yo temía que ella estuviera intentando aferrarse a mi
alma como a un salvavidas, cuando yo apenas podía mantenerme a flote.

Como Suzi señalara años más tarde, “el desdén es el punto de apoyo de los
impotentes.”
Pero esa era el arma defensiva más poderosa a mi disposición. Dado que mi
madre estaba tan aislada y sobrecargada por secretos que no podía contar, yo
sentía que si hubiera elegido entrar en su esfera de desesperación sentimental,
tendría que renunciar al mundo como lo había hecho ella. Y defendiéndome, yo
no sólo era una niña de hielo, me convertí más bien en hielo seco: tratar de
tocarme podía quemar. Y en un mundo en el que me sentía impotente de tantas
maneras, de algún modo disfrutaba esta superficial sensación de poder.
Sin embargo, también recuerdo desear que mi madre se defendiera con ambos,
con mi padre y conmigo. Yo ansiaba secretamente que ella demandara respeto.
Recuerdo sentirme tan aliviada la única vez que sentí que ella mantuvo su
posición con mi padre. Él se había ido arrancando bruscamente el auto después
de una gran pelea, posiblemente acerca de otra mujer. Sin miedo de perder a mi
padre pero atemorizada de que nos dejara desamparadas, le pregunté a mi madre:
“¿Qué vamos a hacer?”. Y con una

Jan a los seis años.

decisión que nunca había visto, ella respondió: “Todo estará bien”. Y por un
instante, yo confié en que ya fuera que él volviera o no (y sí volvió) ella tenía la
entereza para afrontar las consecuencias. Poco después ella recayó nuevamente
en consentir nuestro desdén, pero yo había podido ver brevemente el coraje que
ansiaba que ella tuviera, y que volvería a ver hacia el fin de su vida.

Años más tarde entendería que cuando un niño siente que el vínculo con uno de
los padres es demasiado peligroso y es rechazado por el otro padre, vive en un
estado de sentirse continuamente abrumado. Quizás para proteger al niño la
memoria no funciona con normalidad en ese estado de desapego. Yo no recuerdo
cuándo o cómo comencé a rechazar a mis padres o al sentimiento de ternura
hacia ellos que podía verse en mi lenguaje corporal en fotografías tempranas. Y
la mayor parte de los niños intentarán salvar a un padre cuando sienten una
necesidad y sufrimiento terribles en ese padre, incluso si eso significa un total
sacrificio de sí mismos. No obstante yo no tuve memoria de esfuerzo alguno en
ese sentido hasta hace muy poco tiempo. Lealmente alineada con la parte más
indefensa de mi madre, yo estaba tratando de salvarla uniéndome a ella en no
vivir plenamente. Desde la perspectiva problemática del nivel superficial de la
vida, haber vivido con mayor plenitud hubiera significado que la estaba
abandonando.

MI MADRE

proximadamente un año antes de la muerte de mi madre, noté que había un


certificado de caligrafía de séptimo grado sobre la mesa de café en su
departamento de residencia asistida. Cuando la consulté acerca

del tema, su voz tembló tenuemente. Dijo: “La maestra realmente simpatizaba
conmigo y me dejaba hacer algunos mandados para ella. Lo recibí dos semanas
antes de la muerte de mi madre y de tener que abandonar la escuela para
siempre”. Por la tierna manera en que ella habló acerca de la maestra, estaba
claro que la adoraba y que había estado muy emocionada de ser su favorita
durante esos últimos meses de su vida escolar. Y más de 70 años después pude
escuchar un conmovido agradecimiento por el hecho de que alguien la hubiera
tenido en cuenta en medio de tanta pena e incertidumbre.

Sólo en los años más recientes tomé consciencia de cuánto amor y fortaleza tuvo
que tener para sobrevivir. Ya cerca de sus 80 años y en un coma profundo
después de una cirugía mayor, tomé su mano y la estrechó con fuerza tal que
pensé que literalmente podría romperme el brazo. Tras 60 años de depresión
clínica y medicación, estaba asombrada por su fuerza y por el poderoso esfuerzo
que estaba haciendo por aferrarse a la vida. Y de hecho, llegó a recuperarse. Y
pude ver que después de años de agorafobia y de una profunda dependencia de
mi padre, ella había recuperado en parte el sentidode sí misma, inclusive una
cierta confianza en su atractivo. Fue encantador para mí verla tratar de seducir,
aún tímidamente, al galán del grupo en la residencia asistida.

Pero yo no pude ver esas fortalezas por casi una vida entera. Aunque fue escrito
recientemente, el siguiente poema es lo que podríahaber dicho a los 12 años si es
que hubiese podido expresarme sobreponiéndome a una opresión abrumadora:

Mi Madre Espera

Desde una galaxia más densa


él es más un territorio mental
que alguien que conoce este mundo
o la oscuridad que no lo es
Y ella aguarda lista
para saltar ansiando algo
como la madre desvaneciente
de la que tuvo tan poco
Como tantos otros ansiando
tanto que sus brazos no alcanzan
más que en la dirección falsa
sus pedidos más desesperados
En su contra su tristeza
su secreta e injustificada vergüenza
fue más hondamente sepultada
en el corazón de sus niños
Y no puedo mirar sus ojos
sabiendo que me contarán
cuán antiguo puede ser el dolor, tanto que yo nunca podría hacer lo suficiente
aunque lo intentara Sabiendo que me dirán “Tienes razón
haré lo que sea” y porque no dejarla
no importa lo que cueste a ella o a ti
al menos tendrás ese bello vestido
que encubra tu mayor falla
mientras sales en él
al mundo en él
como si ahora lo femenino
separado de sus raíces
un frágil monstruo adolescente
que tenía que encontrar el modo
de amar ser humano

Yo nunca hubiera imaginado que durante los meses previos a caer en la


demencia, mi madre tejería 200 gorros de colores brillantes, los llevaría a la
guardia de oncología pediátrica local y se complacería plenamente en observar a
los niños y sus familias mientras los distribuían alegremente entre sí.

“Exitosa” durante muchos años en la justificación frente a una cantidad de


terapeutas empáticos de mi enojo y decepción por su debilidad, no pude ver o
apreciar la resiliencia y resistencia de mi madre. Aunque ambas cualidades
tuvieron que haberse desarrollado en una etapa muy temprana de su vida. Ella
contó una vez, por ejemplo: “Llegamos a temer cada nuevo niño que nacía, cada
vez que nuestra madre dejaba a nuestro padre volvera casa”. A pesar de ese
temor, el mayor de los hermanos de mi madre escribiría un poema acerca de la
suya, que dice: “El número del reino deberá multiplicarse/ y el tiempo aumentará
el número de pasos/ en este suelo una enorme multitud se reunirá/ a rendir
homenaje a los pies de nuestra madre.” Ya sin acceso a los recursos de la iglesia
mormona, fueron los mayores entre los doce hermanos quienes hicieron sus
mejores esfuerzos para cuidar a los menores, mi madre Ruth entre ellos. El niño
más pequeño fue en última instancia entregado a otra familia para que lo criara y
sólo pudo reencontrarse con sus hermanos muchos años más tarde.

Ya herida sexualmente a los 11 años, mi madre era llevada de la casa de una


hermana recientemente casada a otra. Uno de mis tíos decía que mi madre y su
hermana Goldie “fueron las que más sufrieron”. Aún así mi madre y todos sus
hermanos se las arreglaron para sobrevivir hasta la madurez, y con lo poco que
tenían continuaron ayudándose unos a otros durante toda su vida. Ninguno fue
excluido. Pero la manera en que ella atravesó esos años de adolescencia, es algo
que no está claro.

Un indicio provino de un comentario que ella le hizo a una amiga y que yo


escuché accidentalmente, acerca de tener que vivir y trabajar en la oficina de un
practicante de abortos clandestinos. Otra pista emergió en una conversación que
yo nunca revelé a mi madre que había podido escuchar. Ella le estaba contando a
una amiga sobre haberse casado con un marinero llamado Hodges cuando tenía
15 años. El matrimonio fue anulado pocos meses después debido a que, según
explicó, “él me llevó a través del país hablándome sobre sexo con otras
mujeres”.
Un año despuésella contrajo matrimonio con mi padre Bill y finalmente tuvo su
propio apartamento pequeño en un complejo para familias de soldados mientras
mi padre estuvo destinado en Nuevo Méjico. Ella volcó su alma enteramente en
ser esposa y prontamente madre.

El álbum infantil en el que encontré la carta para mí, por ejemplo, tenía cada
invitación que recibió, cada tarjeta de cumpleaños o San Valentín que yo recibí
por años, cientos de fotografías y una lista de cada nueva palabra que yo decía y
cada alimento que incorporaba. Pienso que en muchas formas estos fueron
buenos años para ella, adornando con bordados mi ropa, haciendo ingeniosos
disfraces y pequeñas fiestas para mí.
Y como joven pareja, mis padres pudieron finalmente disfrutar cuando terminó
la Segunda Guerra Mundial. Cuando yo tenía alrededor de 10 años mi madre
tuvo lo que en ese momento llamaron una “crisis nerviosa.” Lo que yo recuerdo,
además de los vómitos y llantos por horas, es a mi padre, a mi hermano y a mí
sentados en el auto en el calor del desierto, esperando que ella saliera de una
consulta con una misteriosa persona. Ella volvió 50 minutos después luciendo
aún más triste. Y por cierto que no hubo explicación ni conversación mientras
íbamos de regreso las 40 millas a casa, donde ella continuó vomitando y llorando
y apenas se sostenía. Ella recordaría más tarde que por no poder abandonar el
lecho, se había atado a mi hermano con una cuerda para que él no pudiera
meterse en problemas. En ese momento los verdaderos orígenes de su
sufrimiento permanecían ocultos: el impacto de la pérdida de su madre y los
crímenes que su padre cometió contra ella.

Resultaría que no había forma terrenal de resolver el terrible conflicto entre mi


madre y yo sin enfrentar lo que salió a la luz en los últimos años acerca de su
padre, Bert. Mucho de mi más sorprendente trabajo en constelaciones se centra
en él y en que, como Hellinger ha observado, las generaciones por venir están
siempre afectadas por gente que está excluida del alma familiar. Desde luego por
un tiempo yo creí que si alguien merecía ser excluido, ese era mi abuelo
materno. Yo llegué a detestar a este hombre cuya locura resonó a través de
generaciones e hizo la vida mucho más difícil a muchos, incluyendo a mi madre
y, como llegaría a comprender, también a mí. Sin mención en la familia, falleció
en 1950 cuando yo tenía 7 años. Y como una de sus víctimas fue una bisnieta de
esa misma edad, es afortunado que mi madre me protegiera no permitiendo
ningún encuentro con él.

Aceptando el regreso de Bert muchas veces, la abuela Mary tuvo 13 hijos, 12 de


los cuales sobrevivieron. Incluso se casó con él por segunda vez luego de
divorciarse cuando fuera a prisión en Missouri por robar un caballo. Él también
destiló licor clandestino para la mafia de Chicago durante la prohibición, pero en
términos comparativos, esos fueron delitos de escasa significación. En una rara y
breve mención a él cuando yo tenía 12 años, recuerdo a mi madre diciendo con
enfado: “Mi padre era un ebrio malvado. Una vez me sujetó tirada en el suelo y
borró mis cejas pintadas restregándolas frente a todos”.

Y aunque ella nunca me contó hasta dónde llegó, de acuerdo a uno de


Bill y Ruth Crawford (Fotografía de la
boda, 1939)

Bert Chaney 1901

sus hermanos, Bert trató de acosar a mi madre y a su hermana durante la noche


cuando tenían 12 o 13 años. (Un legado, quizás: su hermana fue despojada de
sus propios hijos y murió joven por alcoholismo). Con terrible tristeza, el mismo
hermano también diría acerca de mi madre y su hermana: “Ellas llevaron la peor
parte y tienen las heridas más profundas de la familia”.

Bert eventualmente fue a San Quintín por acosar a una de sus nietas y por otros
crímenes contra niños.

Posiblemente en San Quintín (cerca de 1950)

Nacido en Missouri en 1879, Laura, su madre, murió a causa de gangrena


cuando él tenía 2 años. Y aunque nada justifica o explica por completo la forma
confusa y rabiosa que tomaron sus acciones después, tras la muerte de Laura el
padre de Bert, Elisha -de quien también se dijo que tenía un grave problema con
la bebida- se casó nuevamente. Elisha tuvo tres esposas más en rápida sucesión,
dos de las cuales murieron poco tiempo después de casarse con él y con pocos
años de diferencia. Así, Bert perdió a su madre a los 2 años, a su primera
madrastra a los 8 y a la segunda a los 13.

Mi investigación en 2009 también desenterró el hecho de que el tatarabuelo de


Bert Hezekiah Sr. fue un esclavista en Virginia y un soldado confederado que
tuvo que poner fianza en 1780 por haber “violentado y desflorado, cometiendo
violación en el cuerpo de Ann Carr”. Uno ahora sólo puede preguntarse qué pasó
hasta Bert de este incidente, y sus fotografías cuando tenía unos 20 años
muestran a un joven irritable de notoria intensidad. No mucho antes de que mi
madre falleciera en 2002, otro de sus hermanos le contó el secreto que había
guardado por décadas acerca de cómo había sucedido realmente la muerte de su
padre. En lugar de la miocarditis indicada en su certificado de defunción, se
rumoreaba que había sido golpeado hasta morir en un playón ferroviario, poco
después de que fuera liberado de prisión. Y cuando este hermano me relató la
situación en que le contaba esto a mi madre, dijo: “Ella estaba apenas
consciente, pero sonrió”. Cuando a mi vez le conté ésta historia a Suzi, me
preguntó: “Sabes quien sonrió también?:Tu abuelo.”

Me tomaría varias constelaciones más llegar a comprender que una muerte de


este tipo es la única que podría restaurar una partícula de dignidad para él. Y
como dije antes, el secreto de mi madre nunca le fue confiado a mi padre, y ella
tampoco supo el de él.
Cuando yo tenía unos 14 años de edad, la dosis que tomaba mi madre de
milltown, una antigua medicación antidepresiva de la que no podía prescindir,
fue ajustada y ella se tornó en más adormecida y ansiosa que suicida. Así, la vida
continuó con ella manteniéndose como una muy buena madre en muchas formas.
Por supuesto yo me había vuelto más disociada y ansiosa, pero para entonces
esto era normal para ambas. Yo no podría haber manejado los secretos si los
hubiera conocido. Tuve que jurar silencio cuando cerca de mis 40 años, mi
madre me contó una versión suavizada de lo que su padre le hiciera. Cuando le
pregunté de qué forma él abusó de ella, pareció abandonar su cuerpo y murmuró,
“Trató de besarme una vez”. Y yo supe no indagar más. Ella dijo en ese
momento que había decidido contarme acerca de él, porque temía que la
decisión de estar con mujeres que yo había tomado cerca de los 30 años pudiera
haber sido causada por sus cuidadosamente ocultos sentimientos hacia los
hombres.

Y yo guardé el secreto por 15 años, hasta que a inicios de la década de los ‘90 no
lo soporté más y se lo conté a mi hermano menor. Pasados mis 50 años, en otra
extraña visita a casa, mi madre me formuló la pregunta que por décadas yo temí
me pudiera hacer: “Jan por qué no te agrado?” Era obvio por la forma en la que
lo preguntó, que ella estaba demasiado frágil emocionalmente como para recibir
una respuesta tan sincera como la que yo podía darle en ese momento. En ese
punto, yo llevaba 25 años de hacer terapia, años de entrenamiento como
psicoterapeuta y varios años de práctica como psicoanalista.

Yo pensaba que tenía una cierta comprensión acerca de lo que había ocurrido y
estaba ocurriendo entre nosotras. Sin embargo, con todo esto e incluso habiendo
asumido parte de la responsabilidad por mi comportamiento hacia ella, no podía
pensar en ninguna forma de responder a esa pregunta que no la hiriera aún más.

Tan cariñosamente como pude, le dije: “Yo era una niña muy egoísta. También
pienso que los inicios de tu vida hicieron difícil para ti tener una imagen fuerte
de tí misma”. Y aunque algo en mí quería gritar, “Necesitabas demasiado de
mí!”, dije amablemente algo acerca de cómo pensaba que sus terribles pérdidas y
las condiciones de su vida temprana habían hecho las cosasdifíciles para ella. Mi
madre bajó la cabeza y se replegó aún más en su inestable y narcotizado
ensimismamiento.

Hoy, varios años después de su muerte, comprendo más claramente que fue el
más joven y herido Yo en ella el que hizo la pregunta, el que nunca podría
entender ésta, o cualquier respuesta. Sin embargo, a pesar del esfuerzo que
estaba haciendo en intentar evitarlo, en ese momento me sentí como si hubiera
dado otro golpe. No llegaría a comprender mi miedo y también mi sentimiento
de superioridad sobre mi madre y su linaje hasta 15 años más tarde.

MI PADRE

or su frustración, mi madre me decía a veces, “Jan, nunca te cases con un


hombre al que no le gustan los niños como tu padre”. De cualquier manera no
había peligro alguno de que esta advertencia me

revelara algo que yo no conociera. Y es justo decir que hasta unos pocos años
antes de que falleciera en 1999 a los 86 años, a mí tampoco me gustaba mi
padre. De niña yo me había convertido en una pequeña guerrera, que finalmente
enfrentaba su desdén hacia nosotras con el mío propio hacia él. Y hasta que
comencé mi labor con la técnica de Hellinger seis años atrás, este desprecio pudo
ser fácilmente justificado y fue apoyado por cada terapeuta que tuve en mi vida
adulta.

Hasta que perdió su negocio por el crecimiento de los shopping centers, cerca de
sus 70 años y tuviera que volverse hacia su familia, mi padre parecía ser infeliz
pero, sin quejarse, absolutamente responsable. De cualquier modo, salvo
momentos excepcionales, estaba completamente desinteresado de su familia.
Pero como la esperanza es eterna primavera en los niños, cerca de los 9 años y a
pesar de todas las indicaciones de que no sería una buena idea, me sentí lo
suficientemente valiente para tratar de tener una conversación con él sobre Harry
Truman.

Tras cinco palabras él me refutó con alguna aniquiladora descalificación. Pero


ese no fue mi esfuerzo final. Pocos años antes de que falleciera, con una
vulnerabilidad infrecuente, tomé el riesgo de preguntarle, “Qué clase de niña era
yo?”

Aún en ese punto más maduro de nuestra relación, con la característica de un


gerente de banco que tal vez me hubiese visto una vez, me respondió
formalmente, “Oh, eras una pequeña bastante buena”. Y pasarían aún unos años
más hasta que yo comencé a ver que fuera de mi madre y su tierno hermano
mayor Rolle, nadie parecía haberlo tratado con algo cercano a la calidez que
hace que una persona se sienta tenida en cuenta y conocida, y por lo tanto lo
suficientemente segura como para tener en cuenta y conocer. Y por supuesto,
tanto él como yo sabíamos que la respuesta a la pregunta que le había formulado
era complicada.

Así, aislada y solitaria más allá de lo que se pueda describir, dejé de comer con
mi familia a los 11 años en parte porque los ansiosos y humillantes esfuerzos de
mi madre para convertirnos en una familia eran demasiado tristes para
presenciarlos. Aún más doloroso era el hecho de que mi padre parecía estar
completamente contrariado por tener que estar con nosotras, replegándose detrás
del periódico y luego escapando a una de sus organizaciones. Y mis pobres
hermanos pequeños estaban sencillamente extraviados en todo esto. Así que fue
una completa conmoción cuando mi padre entró en mi cuarto un atardecer
mientras yo estaba cenando.

Él se sentó en la cama y comenzó a llorar. Entre sollozos, preguntó, “He sido un


padre tan terrible?”. Incapaz de soportar el verlo en semejante dolor, respondí,
“No, soy yo. Hay algo mal en mí”. Y eso era parcialmente cierto, pero yo seguí
comiendo en mi cuarto y esa conversación nunca fue mencionada ni referida
nuevamente por el resto de nuestras vidas juntos.

Al igual que con el padre de mi madre, nadie habló nunca de mi abuelo paterno
James. Mi padre tenía 2 años de edad cuando James fue baleado y asesinado en
Campbell, Missouri. Y aunque yo no sabría la magnitud y las condiciones en que
estas pérdidas acaecieron hasta años recientes, mi abuela paterna Betha perdió
una hermana cuando tenía 3 años, a su madre a los 5, uno de sus propios niños, a
su esposo cuando tenía 36 y un hijo adolescente no mucho después. La única
abuela que conocí era parecida a un ave y delgada como una tabla, muy tímida,
remilgada y sólo hablaba cuando se la interpelaba, y aún entonces sólo lo
indispensable.

Recuerdo que cuando ella tenía más de 70 años, la primera vez que vio a Las
Rockettes3 en el show televisivo de Ed Sullivan, lo encontró tan vergonzoso que
casi tuvo un ataque de apoplejía. Posteriormente se apegó a Billy Graham4. Es
sólo ahora que yo puedo empezar a comprender cuán

3. NdelT: La autora se refiere a un célebre conjunto de baile fundado en 1925 en


St. Louis, Missouri.
4. NdelT: Se refiere al reconocido pastor evangelista nacido en 1918 en
Charlotte, Carolina del Norte.

ta humillación y pesar ella sobrellevó cuando tuvo que dejar a su familia, amigos
y a su amada iglesia para venir a los campos petroleros de California en 1928,
buscando desesperadamente un trabajo para mantener a sus hijos durante la
depresión5.

Mi hermano Scott y yo descubrimos recientemente por el periódico Campbell


Citizen de 1916, cuán público fue el escándalo que rodeó a la muerte de nuestro
abuelo. En una parte del artículo dice: “Parece que había una mujeren el fondo
del problema” porel cual James había sido asesinado “por parte de
desconocidos”. Ellos habían sido “íntimos por una cantidad de años” pero
después de que él la golpeara, ella se refugió en la casa de un predicador
carismático y su esposa. Empuñando su arma, James disparó al predicador
gritando: “Los mataré a los dos si no me dejan verla!”.
James y Betha en 1915, poco antes de su muerte.

Y el artículo del periódico da más detalles personales de lo que dijeron, por


ejemplo, la esposa del predicador gritando, “Mátalo. Mátalo. Alabado sea el
Señor”. Los artículos dicen de James, “Él vino y tuvo una bonita familia y él
mismo era

un buen ciudadano cuando estaba sobrio; pero cuando estaba en copas se lo


consideraba un hombre muy peligroso sin consideraciones para amigos ni
enemigos”. Y es difícil imaginar cómo fue para mi muy religiosa abuela y sus
niños durante los 12 años que vivieron en un pequeño pueblo de Missouri
después de este altamente publicitado escándalo. Así que si uno de mis ojos
estaba vuelto hacia Dios, a causa de todas sus pérdidas, los dos etéreos ojos de
mi abuela lo estaban también. Sin embargo, yo no podría haber pensado en
identificar su completa concentración en la Biblia y lo

5. NdelT: Se refiere a la gran crisis económica iniciada a fin de la década de


1920, una de cuyas consecuencias fue un grave problema de desempleo.

celestial como, en parte, una forma de disociación traumática hasta años más
tarde. Y tomaría años y una sorprendente constelación el poder ver que mi dulce,
casi muda abuela también encontraba algún tipo de consuelo real en su Dios.

Aunque ella tuvo el silencioso cuidado y la fortaleza para vivir bien hasta
entrados los 90 años, dadas sus pérdidas no estuvo disponible para darle una
contención emocional a mi padre, huérfano de su progenitor.

Y aún con limitaciones en sus recursos emocionales, dos crisis cuando estaba en
sus 60 años le dieron a mi padre la oportunidad de volver hacia su familia, y lo
hizo. La primera crisis tuvo que ver con su tienda y su status en la comunidad.
Al igual que mi madre, él tuvo que abandonar la escuela a los 11 años cuando su
familia emigró a California. Inteligente y trabajador, luego de su servicio en la
Segunda Guerra Mundial, pasó de conducir un camión a eventualmente ser el
propietario de la tienda de muebles para la que trabajaba. Completamente
transformado cuando trasponía la puerta de nuestra casa, se convirtió en uno de
los hombres de negocios más populares en el pueblo. Ético en los negocios,
presidió varias logias y la cámara de comercio, fue “Hombre de Negocios de la
Semana” y cosas así.

Este éxito no lo preparó, como mencioné anteriormente, para la pérdida de su


negocio a fines de los ‘80 a causa del crecimiento de los centros de compras. Y
él pudo rendirse a la desesperación en ese punto, pero no lo hizo. La
incomodidad y el temor por la pérdida de su estilo de vida e identidad lo
suavizaron, y le pidió a mi madre que trabajara con él en una tienda de
restauración de muebles usados que abrieron. Debido a su “nerviosismo” nadie
le había enseñado a mi madre a conducir, y ella había estado aislada en su casa
por 30 años. Le había rogado a mi padre por años que le permitiera trabajar en su
tienda, así que este cambio era enviado por Dios para ejercitar su creatividad y
estar más sana. Cerca del fin de su vida ella me diría: “Los últimos 20 años supe
que él me amaba”. Y creo que la reacción de mi padre a la crisis por la pérdida
de su tienda fue el punto de inflexión.

La segunda crisis tuvo lugar no mucho después de la primera. Mis padres habían
ido de vacaciones al lago Tahoe, y mi padre fue hospitalizado allí con una severa
dolencia estomacal. Sus hijos condujeron hasta el lugar para traerlo a casa.
Cuando estuvieron en casa, recuerdo que él estaba muy débil, sentado en el
cuarto del frente con su esposa y sus tres hijos a su alrededor. Sollozando, dijo:
“No sabía que a alguno de ustedes les importara”. Relajando mis defensas, al
mismo tiempo que él se hacía vulnerable al moverse hacia la pertenencia a su
familia, yo di un pequeño paso en el mismo sentido, en lo que sería quizás el
más bello momento familiar que compartiéramos.

Las palabras más reconfortantes que oí de mi padre, sin embargo, fueron


escuchadas eventualmente en mi última visita antes de su muerte. Exasperada
por su agonía y porque estábamos absorbiendo algunas de sus últimas horas, mi
madre hizo saber sus sentimientos. En respuesta, escuché a mi padre decir con
calma pero firmemente: “No, Ruth, yo los quiero aquí”.
Aunque una carta de años anteriores de ella a él le agradecía por “amar a Jan
aún”, yo no estaba nada segura de que así fuera. De modo que oír esas palabras
permitió que algo se resolviera en mi interior. Le importaba que estuviésemos
allí, que yo estuviera allí. Y la fotografía que está debajo, de mis últimos
momentos con él, fue tomada durante esa visita. En paz, juntos, deja ver parte de
ese tardío pero feliz consuelo. Varios años después, las constelaciones que
describo comenzarían a curar las imágenes internas residuales llenas de ira y
dolor que tenía de mi padre, y a hacer emerger esta imagen desde las corrientes
profundas de la realidad, para ocupar el lugar central en mi recuerdo.

Carta de Mamá a Papá:

30-5-78
Feliz Cumpleaños Bill.
No compré una tarjeta porque no expresan lo que siento por ti. Hemos tenido un
largo tiempo juntos (casi 40 años) como para

amarnos o no uno al otro, gustar o no uno del otro, perdonarnos o no el uno al


otro. Han habido y todavía hay muchos momentos para todos esos sentimientos.
Lo hemos hecho bastante bien juntos con sólo un golpe abrumador en nuestra
vida que atravesamos, de alguna manera, juntos. Te amo porque me diste fuerza
cuando Larry estuvo en problemas. Te amo porque aún amas a Jan. Te amo por
toda la fuerza que literalmente saqué de ti cuando pasé el peor momento de mi
vida con mis nervios. Nunca te lo dije pero realmente no hubiera podido
superarlo sin ti. Sé que eres un hombre orgulloso y que todas estas cosas fueron
golpes a tu ego. Pero te amo por no rendirte nunca o tirar la toalla. Te amo por
tu alegría cuando tuviste que hacer cosas que ningún hombre de 65 años
debería estar haciendo. Te amo por tratar de hacer las cosas más fáciles para
mí (como prescindir de grandes comidas) porque sabes que yo también estoy
cansada. Te amo por ser tan dispuesto a levantarte en las mañanas, etc. etc. etc.
Realmente eres un buen tipo! Te amo, los niños te aman, y lo mejor de todo, Dios
te ama. En su nombre, Ruth.
Última visita. Jan con Papá.

LA TIERRA LEJANA

a parábola bíblica del hijo pródigo no se centra en el cambio real en el hijo.


Cuenta la historia de lo insoportable de la pérdida de una de 100 ovejas y del
alivio del padre por el regreso del hijo. Propone

que una persona, no importa cuán pecadora sea, no puede ser excluida de la
familia sin causar dolor a todo el resto. Habiendo partido a una “tierra lejana”
donde malgastó su herencia con una “vida descontrolada” y “devoró (el dinero
proveniente de la labor de su padre) con prostitutas”, volvió porque literalmente
se estaba muriendo de hambre. Cuando lo hizo, el padre dice a sus amigos y
vecinos, “Regocíjense conmigo, porque he encontrado a mi oveja que estaba
extraviada.”

San Francisco fue la tierra lejana a la que yo huí a los 18 años. Una ciudad
hermosa, fue
una buena decisión en varios aspectos. Por supuesto la dificultad principal no fue
que me mudara allí, sino cómo y por qué lo hice. Muy rápidamente casi olvidé a
mis padres y a mis dos hermanos. Y estuve bien allí en el sentido de que tuve
magníficas amistades, algunos romances con hombres y, contra las
probabilidades como mujer a mediados de la década de 1960, fui capaz de
desarrollar una carrera en gerenciamiento inmobiliario. Me sentía muy bien
aprendiendo, y parecía que podía arreglármelas sola.
Durante estos primeros años en San Francisco, no obstante, ya había empezado a
creer que la bruma de la disociación, o los períodos de ansiedad o depresión que
experimentaba, eran debilidades personales o, como la terminología de moda de
la época sugería, manifestaciones de “baja autoestima”. Al haberme
desconectado de una forma tan crítica y radical, yo no tenía absolutamente
ninguna intuición de la enorme carga ni de la fortaleza de pionero que estaba
acarreando hacia el futuro. Y aunque tendría alguna terapia de excelencia por
años, hasta que hallé la labor del Dr. Peter Levine alrededor de mis 55 años, no
entendí ni pude empezar a resolver lo que ocurría en mi psiquis y en mi cuerpo.
Y eso provenía de experiencias tan abrumadoras que no podía reconocerlas ni
expresarlas con claridad.
Afortunadamente, en paralelo con esta realidad hubo muy buenos momentos
pasados en bailes, tomando tragos y sintiéndome atraída, relacionándome y
teniendo romances con algunos hombres muy agradables. Y con dos años de
universidad en mi pueblo, una corta temporada en la Estatal de San Francisco, y
unos pocos años de estudio nocturno en gerenciamiento inmobiliario en la
Universidad de California Berkeley detrás, luché mi ascenso desde el
secretariado, obtuve mi licencia de venta inmobiliaria y había comenzado a
gerenciar la comercialización inmobiliaria para uno los principales bancos.
Como fui la primera mujer en viajar en representación de este banco, mi
promoción indignó a varios de mis superiores influyentes. Ardiendo de rabia
mientras me llevaba en su auto para tomar posesión de un edificio de oficinas en
otra ciudad, uno de ellos me dijo con irritación “Yo no le permitiría a mi hija
hacer nada como esto hasta quizás después de haberse casado y criado a sus
hijos”. También descubrí que otro superior podía llevar a cabo la amenaza de
hacerte despedir si no tenías sexo con él. Más aún, pronto aprendería que no
importa qué tan profesional fueras, qué tan duro trabajaras o con cuánta sutileza
procuraras negociar líbidos y egos, esto siempre podía pasar.
Tras la abrumadora pérdida de ese trabajo, me forcé a recomponerme y me mudé
a Londres donde había concertado un empleo como secretaria temporaria por un
año. Me mudé a la ciudad de Nueva York durante la llamada era “Mad Men”6 y
por los siguientes cinco años trabajé recorriendo nuevamente el camino del
ascenso en la escala hasta llegar a la posición de asociado senior en dirección de
medios, con una oficina en la Avenida Madison. Aunque había comenzado mi
psicoterapia en ese punto, a causa de todos los excesos era fácil disimular la
mayor parte de mi pena interior detrás de las aventuras amorosas y las fiestas de
negocios. Y era lo sufi

6. NdelT: “Mad Men” era un término del argot acuñado en la década de 1950 por
los publicistas que trabajaban en Madison Avenue para referirse a sí mismos. El
alma desordenada

cientemente eficaz en esa estratagema como para que un colega me dijera una
vez, “si tuvieras fuera de la pista de baile la confianza que tienes en ella, podrías
gobernar el mundo”.

Las mujeres pueden, por supuesto, ser violadas cualesquiera sean las
circunstancias emocionales o físicas. Realmente, debe haber habido algo acerca
de la radical separación de toda mi historia que me hiciera más proclive a ser
violada dos veces en citas en mis primeros seis meses en la ciudad de Nueva
York. Y no era simplemente que fuese nueva y estuviera sola en la ciudad, yo
estaba sola en un sentido mucho más profundo, un sentido que nunca podría
disimularse totalmente. Ni intoxicada ni en actitud seductora en esas citas,
apenas en el nivel instintivo es posible que el perfume de esa vulnerabilidad
fuera percibido desde cierta distancia.

En parte porque disociaba con tanta facilidad, aunque mi vida fue amenazada en
ambos casos, continué teniendo placer en la intimidad con los hombres durante
esos años. Incluyendo una breve y políticamente riesgosa aventura con un muy
atractivo, encantador pero casado ciudadano inglés que era miembro del
Parlamento. Y aunque después de eso yo rehusé salir con hombres casados, la
experiencia, que incluyó elegantes cenas de gala, me ofreció un contrapunto al
menos temporal a la violencia y la falta de respeto que intentaba superar.
Dos años después, sin embargo, descubrí que un hombre de quien me había
enamorado profundamente -y con quien me había estado viendo por un año-
había creado una elaborada falsa identidad para ocultarme el hecho de que era
casado. Él simulaba ser un agente de la C.I.A. asignado a infiltrarse en un grupo
de científicos británicos que estaban trabajando en el país. Cuando finalmente
encontré el modo de abordar la terrible confusión respecto de todas las cosas que
carecían de sentido y descubrir la verdad, también tuve la fuerza para dejarlo
inmediatamente. Pero sentada por muchos días en el parque, sacudida, aturdida y
al borde de una profunda depresión, tuve que decidir cómo continuar.

Debido a que yo estaba muy enfocada en que la respuesta a mi vacío interior


fuera una pareja romántica que me rescatara, esta traición fue devastadora. No
obstante, fui capaz de recomponerme y reanudar mi vida. Seis meses después
comencé a tener citas nuevamente, y las continuas cenas de negocios y fiestas
que caracterizan la vida en la industria publicitaria me mantuvieron ocupada.
Nublada por la negación acerca de cuan di-sociada de mis sentimientos me
estaba volviendo, cada experiencia irresuelta y abrumadora reavivaba el fuego
que yacía debajo de la anterior.
Jan – Mediados de los ‘60

EL MOVIMIENTO FEMINISTA

iviendo principalmente en el nivel superficial de la vida durante esos años, no


era que el hombre de lata ya no existiera en mi interior, era simplemente que yo
esperaba que una vida exigente me llenara lo

suficiente como para mantener a raya un fuerte impulso hacia la depresión.


Intentando arduamente ocultarse tras la identidad de una confiada joven de
negocios con una vida social activa, subyacía un intenso temor.

También por esta época el hecho de que había empezado a alcanzar un techo en
ventas de publicidad me mantuvo confrontándome con hombres solamente,
muchos de ellos menos calificados, que eran contratados para puestos de venta
más lucrativos.

Dado que tenía un parecido a la imagen de Gloria Steinem7 en la portada de la


edición del 16 de agosto de 1971 de la revista Newsweek, varios de los
vendedores de medios de radio y televisión que eran mis clientes comenzaron a
fastidiarme acerca de verme como “una de esas feministas”. Sorprendida de mí
misma y con una considerable incomodidad, en una de esas ocasiones respondí
cuidadosamente, “Bueno, sabes yo no estoy en completo desacuerdo con ellas.”
Extrañamente, no mucho después, un contacto de publicidad me llevó a pasar
una tarde con Betty Friedan8 y su marido. Cuando nos despedimos, me encontré
expresándole mi interés en contactar al movimiento feminista en la ciudad de
Nueva York. Y en cierto sentido puede decirse que el movimiento feminista me
estaba encontrando.

7. NdelT: Periodista y escritora judía estadounidense, considera icono del


feminismo en su país, así como una activista de los derechos de la mujer nacida
el 25 de marzo de
1934 en Toledo Ohio.
8. NdelT: Teórica y líder del movimiento feminista estadounidense durante las
décadas de 1960 y 1970 nacida el 4 de febrero de 1921 en Peoria, Illinois y
fallecida el
4 de febrero de 2006 en Washington.

Pocos meses más tarde dejé una nota al Comité de Medios de la sede de Nueva
York de la Organización Nacional de Mujeres. En la nota ma
Jan - el movimiento feminista

nifestaba que estaba dispuesta a “hacer algo para colaborar”. Para comienzos de
1972 el movimiento feminista era mi vida.

El movimiento a principios de la década de 1970 era complicado,


ocasionalmente peligroso y glorioso. La inyección de vitalidad y respeto que
recibí allí salvó mi vida. Cálidamente recibida, fui elegida para el consejo de la
sede neoyorquina de la Organización Nacional de Mujeres en pocos meses. En
este movimiento por la inclusión, ser tomada seriamente y claramente escuchada
liberó en mí un torrente de pensamiento creativo, sentimientos y coraje. Fue

una bendición estar en compañía de mujeres indiscutiblemente brillantes como


Kate Millett, Phyllis Chesler, Wilma Scott Heide, Ty Grace Atkinson, Mary
Daly, Charlotte Bunch, Jane Field, Margaret Sloan, Barbara Love y tantas otras.

Al expandir las libertades de las mujeres, nos sentíamos tanto moviendo la


historia como siendo movidas por ella. Como con cualquier aspecto de la fuerza
vital que ha sido dañado por un largo tiempo, cuando nuestra energía comenzó a
liberarse fue espectacular. Y aunque mi actuación en el movimiento me costó mi
carrera -como a tantas otras mujeres-, no me hubiese perdido esta explosiva
expresión de inteligencia y amor por nada en el mundo. Además, para aquellas
de nosotras que no sólo estábamos abriéndonos a nuevas formas de pensar sino
también de amar, fue apasionante en todos los niveles.

Uno de esos niveles de apasionamiento fue expresado en 1973 cuando organicé


17 grupos de mujeres dentro de la Coalición Feminista Comunitaria.
Representando a estos grupos, testifiqué ante el Subcomité de Comunicaciones y
Energía del Comité Parlamentario en Comercio Interestatal y Exterior sobre la
Renovación de Licencias de Emisoras. Mi testimonio abordó el limitado camino
en que las mujeres eran enmarcadas en los medios y la discriminación en la
contratación en las emisoras y en la industria publicitaria. También en 1976 fui
entrevistada por el Wall Street Journal y por Jane Pauley en el programa “Today
Show” acerca del acoso sexual ocurrido en San Francisco, y eso me brindó la
oportunidad de atraer la atención pública sobre este tema.

El poder describir esos sucesos que finalmente me costaron mi empleo, me


permitió a la vez ayudar a otros y hablar acerca de una de esas experiencias que,
como le ocurre a tantos, el silencio distorsiona aún más. Y hubo muchas otras
experiencias gratificantes, como enseñar a las mujeres en la Convención
Nacional de N.O.W. (sigla en inglés para la Organización Nacional de Mujeres)
sobre la forma de presentarse en sus emisoras locales de televisión, estaciones de
radio, periódicos y revistas para negociar millones de dólares de tiempo en el
aire y espacio impreso para la primera campaña publicitaria de servicio público
del Fondo de Defensa Legal y Educación de N.O.W.

Hubo también, sin embargo, acciones que sentí necesarias pero que fueron
extremadamente incómodas para mí, incluyendo teatro callejero cerca de mi
oficina en la Avenida Madison. Organicé también una sentada pacífica de cientos
de hombres y mujeres por 18 horas en la Catedral de St. Patrick tras el intenso
lobby que se realizara desde el púlpito, que ocasionó que fracasara una vez más
la aprobación de una carta de derechos humanos básicos para gays en el Consejo
de la Ciudad deNueva York. Recuerdo cuán conmovedor fue escuchar a cientos
de personas cantando para nosotros desde fuera de las grandes puertas de la
Catedral, apoyándonos para pasar la noche.

Debido a que los programas que planifiqué para la sede de la Ciudad de Nueva
York de N.O.W. atrajeron pacíficamente y reunieron a moderados y radicales,
me sentí muy complacida de poder ser una de las personas que contribuyeron
para subsanar algunos de los conflictos del momento entre esas alas del
movimiento. Y finalmente estaría involucrada en muchas áreas de cambio, varias
de las cuales se describen en el libro de Barbara Love, Feminists Who Changed
America (Feministas que Cambiaron América), 1963-1975.

Además de la creatividad teórica y estratégica de tantas, es justo decir que hubo


actitudes destructivas también. Hubo algo de ciega ambición y una cierta idiotez,
y yo fui culpable de ambas hasta cierto punto. Y hubo egos inflamados,
sentimientos heridos, ocasionales “traiciones” y exageraciones intentando que
nuestras experiencias fueran reconocidas. Asimismo, cualquier movimiento de
derechos humanos es verdaderamente receptivo sólo en la medida en que no
excluya cuando avanza, y muchas de nosotras fuimos algunas veces culpables de
denigrar, disminuir o más frecuentemente simplemente ser olvidadizas hacia las
luchas y contribuciones de otras mujeres (mujeres de color, en particular) y delos
hombres en general.

Un ejemplo de cómo por momentos estuve demasiado influenciada por el dolor


y la ira, ocurrió varios años después de dejar el Movimiento de Mujeres.
Miembro facultativa de un Instituto de Psicoanálisis, publiqué una teoría radical
de género titulada “El Yo Separado: el Género como Trauma”. Aunque yo creí
que este trabajo era una contribución al fascinante diálogo sobre el género de la
época, ahora puedo ver que describe las tendencias predeterminadas de hombres
y mujeres en el nivel superficial de la experiencia.

Dada esta teórica falta de generosidad hacia los hombres a principio de la década
de 1990, estuve de hecho en capacidad para trabajar bien clínicamente con mis
clientes varones y con parejas. En parte, pienso que esto era verdad porque como
mis afectos cambiaron hacia las mujeres, no era atrapada en peleas entre hombre
y mujer en mi vida amorosa, y así, como observadora externa, podía a menudo
ser más objetiva. De todas maneras, finalmente fueron necesarias mis
experiencias en muchas constelaciones años más tarde para poder apreciar más
completamente la verdadera naturaleza de ambos, hombres y mujeres,
particularmente en el nivel de las corrientes profundas.

A pesar de los períodos alegres durante los años en el movimiento, el agujero


negro de desesperación y nostalgia por algo que sentía que me eludía, nunca
estuvo lejos. Una causa de esa obscuridad fue que me llevó muchos años y
también una intensa investigación dentro de mi familia, el tomar conciencia de
algunos de los traumas experimentados por mi madre y otras mujeres en mi
historia familiar. Identificándome inconscientemente con estas mujeres, a
medida que supe más sobre sus vidas comencé a ver que, fuera del amor, yo
también estaba tomando partido por ellas con mi participación en el Movimiento
de Mujeres. Y, afortunadamente, empecé a comprender a quienes pertenecía
realmente gran parte del peso que yo cargaba. También comencé a ver que
mientras ellas hubieran valorado mis esfuerzos por las mujeres, nunca en un
millón de años hubieran querido que yo acarreara su sufrimiento.

Asimismo mientras que gané algo de confianza verdadera por mi trabajo en el


movimiento, en los años posteriores comencé a notar que podía perder esa base y
oscilar con facilidad entre la grandeza y una sensación de deficiencia. Y me llevó
muchos años empezar a entender que nadie logra genuina y consistentemente la
confianza en sí mismo, si no respeta y siente el apoyo de aquellos que lo
precedieron. Y en los últimos tiempos, he llegado a entender verdaderamente el
paralelo entre la historia del hijo pródigo y la mía, sintiendo ahora directamente
el impacto de mi auto-exclusión en mi familia y, finalmente, en mí. En cambio, a
diferencia del hijo pródigo que simplemente buscaba el placer, nuestro dolor fue
exacerbado debido a que yo estaba huyendo desdeñosamente de mi familia. Y en
términos de recuperarse desde este parto invertido, como mi último maestro en
la obra de A.H. Almaas, Alia Johnson dijo una vez, “El verdadero cambio es
como virar un transatlántico. Uno apenas siente el movimiento, pero termina en
un destino totalmente diferente”.

TRABAJANDO Y AMANDO

omo era de esperar, testificar en el Congreso contra tus clientes no es una


decisión de carrera particularmente buena. Y después de ser despedida de mi
puesto en publicidad no pasó mucho tiempo para

que gradualmente siguiera el hilo de una nueva orientación profesional. Esta ya


no requería de carteras de Mark Cross y un tapado de piel. De hecho, mi
próxima profesión implicaba entrenamiento en varias formas de terapia corporal.
Los años en el Movimiento Feminista me enseñaron que yo realmente quería
contribuir a mejorar la vida de los demás y al bienestar general. Y también algo
había comenzado a guiarme hacia la recuperación de aspectos de mí que sólo
había apenas vislumbrado. En términos de lo poco que había estado en contacto
con mi propio cuerpo y mis emociones, el trabajo con las manos probó ser un
placentero y esencial paso en el proceso de entrar en un contacto más sutil con
esas escasamente percibidas instancias en mí. Y a medida que lo hice, me di
cuenta de que podía ayudar a otros a encontrar esos recursos en su interior.

Estudié trabajo corporal y concientización por varios años y llegué a obtener una
licencia en masaje terapéutico y Shiatsu. Y aunque nunca había sido una persona
atlética ni con una cultura física, disfrutaba realizando esa práctica. Una
experiencia especialmente gratificante durante este período fue la de mi trabajo
con Anne Bancroft en su demandante representación de Golda Meir en
Broadway. Afortunadamente ésta práctica también me proveyó los medios para
financiar la finalización de mi licenciatura y la realización de maestrías.

Por otra parte, aunque no estoy sugiriendo que un cambio drástico


-en cualquier orientación- en la sexualidad sea posible o deseable para
cualquiera, durante los primeros tiempos en el Movimiento Feminista mis deseos
de amor y de pareja cambiaron de los hombres hacia las mujeres. Al revelar que
era física y emocionalmente bisexual, descubrí que relacionarme con mujeres era
una opción más amena para mí. Y experimentando las mismas fortalezas y
heridas en ambas relaciones, encontré que podía compartir mi vida más
plenamente con mujeres.

Aunque había mantenido muy poco contacto con mi familia, a principio de la


década de 1970, temiendo que mi madre pudiera verme en televisión en la
primera conferencia lesbiana feminista en U.C.L.A. (Universidad de California
en Los Ángeles) decidí impulsivamente “salir del closet” con ella
telefónicamente. Cuando se lo dije, se horrorizó, y chillando “Eres una
lesbiana!” colgó el teléfono de un golpe. Apenas volvió a hablar conmigo y por
cinco años no me permitió hablar con mi padre ni con mi hermano menor, que
aún estaba viviendo en la casa paterna. “Esto lo mataría!”, decía respecto a mi
hermano. Finalmente, de alguna manera él descubrió la verdad y en su estilo
amable se lo dijo a mi padre, que había pensado que yo no le hablaba porque lo
aborrecía. Y a causa de ese malentendido, resultó que la verdadera causa de mi
distanciamiento fue casi un alivio para mi padre.

Con excepción de mi hermano menor, yo no tenía conciencia de extrañar a mi


familia. No podía recordar cúando, o incluso si alguna vez me había considerado
un miembro de mi familia. Sin embargo, reconocía el habitual dolor en la voz de
mi madre, pero más intenso aún, cuando con cierta torpeza comenzó a hablarme
brevemente cada varios meses. Yo no tenía idea de lo atemorizada que estaba de
ese dolor. En terapia en esa época, era mucho más sencillo rechazar o culpar a
mi madre que enfrentar ese temor. Y sé ahora que desafortunadamente mis
terapeutas fueron empáticos por demasiado tiempo con mi visión crítica y
unidimensional de mi madre. Pero esa era la manera en que habíamos sido
entrenados la mayoría en ese tiempo, y como continúan siendo entrenados
muchos aún.

En términos amorosos, la combinación de valentía y brillantez en las mujeres


con las que trabajé en el Movimiento Feminista resultó altamente seductora. Por
varios años mi relación más seria fue con una mujer que llamaré Carol, una
persona espiritual y carismática. Dado su origen de clase media y logros
profesionales, se manejaba sorprendentemente bien en la calle, algo muy
necesario para una radical de East Village en esos días. La combinación de
nuestros talentos resultó ser una fuerza muy efectiva tanto para mi activismo en
el más moderado Movimiento Feminista, como para su tarea en el nuevo
Movimiento Feminista de Lesbianas que estaba en los inicios de su desarrollo. Y
caminando muchas veces en el filo entre el coraje y la imprudencia, aprendí
mucho de Carol respecto a mantenerme aún más firmemente en lo que sentía era
lo correcto.

Este fortalecimiento no incluyó mi forma de ser en mis relaciones íntimas, y


amplié considerablemente mi currículum de victimización en esta relación. No
importa qué tanto desdén tuviera para con mi madre, en una ciega e inconsciente
lealtad afectiva hacia ella, a su semejanza, yo asumía un rol “inocente” en mis
relaciones. Y, como ella, yo era genuinamente comprensiva, afectuosa y a
menudo bastante generosa, pero la falsa inocencia es a la postre venenosa. Yo
evadía sutilmente la responsabilidad y vivía basada en la esperanza, en lugar de
en la autovaloración y la voluntad. Yo sostenía profundamente ciertos supuestos:
1- Si yo lo daba todo, recibiría lo que pensaba que necesitaba, y 2- que yo sería
respetada y que así luego me respetaría a mí misma. Esta perspectiva supone
también que hay un “bueno” y un “malo” en cada relación. Y aunque yo había
visto este esquema fracasar para mi madre, las estrategias para ser amado están
profundamente enclavadas y son muy difíciles de identificar, y ni qué decir de
cambiar.

Por años, con la esperanza de ser amada si ofrecía apoyo ilimitado a mis parejas,
yo esperaba impacientemente que el amor prosperara según mis expectativas.
Además, ni antes ni después de mi decisión de estar con mujeres yo había
considerado tener hijos. De hecho sólo ahora entiendo que la temprana fragilidad
de la conexión con mi familia en el nivel superficial de la existencia me privó de
la fortaleza para imaginar siquiera tener un niño. Como tantos, en una dolorosa
forma inconsciente todavía estaba en la búsqueda de los padres ideales.

En medio de todo esto, yo no me mostraba aparentemente dependiente en ningún


aspecto ordinario. Debido a que uno no podía identificar dependencia en mis
palabras y acciones, yo podía justificar fácilmente mis quejas acerca de mis
parejas, sin reconocer dependencia donde realmente la había: en mi energía. Al
necesitar demasiado por aspirar a tenerlo todo, yo todavía estaba usando la
estrategia de supervivencia de mi madre, aún cuando éstas eran relaciones que
tendían a atenuar ése patrón.

Una de esas relaciones tuvo lugar varios años después de un difícil rompimiento
con Carol. Comencé una relación con “Andrea”, una mujer cordial que resultó
estar en el Consejo Nacional de Alcohólicos Anónimos. Hubo una gran dosis de
desastre -y descubriría que hasta fatal- de alcoholismo en mi historia familiar, y
yo misma lo era en un estado temprano. Así que su trabajo en el programa me
ayudó para dejar de tomar, sin demasiado esfuerzo, 35 años atrás. Además
durante ese año felizmente más estable con ella, terminé mi licenciatura y
comencé a enfocarme en una maestría. Y como ya había comenzado a hacer
counseling informal con varios de mis clientes, mi práctica de terapia corporal
empezó a convertirse casi sin solución de continuidad en una de psicoterapia.

Fue un buen momento en las vidas de ambas, y hubo un alto grado de


equivalencia en el dar y tomar entre nosotras. Mutuamente comprensivas en
muchas formas, esta relación terminó eventualmente sin que me sintiera
victimizada. También puedo observar que Andrea y yo estábamos
considerablemente bloqueadas por traumas previos en nuestras vidas y, como la
mayoría de las demás parejas, por conflictos familiares.

Ella había sido terriblemente traumatizada por un gran desastre cuando era una
niña, y si yo hubiese estado capacitada como para ayudarla en Experiencia
Somática ® y en la técnica de Hellinger que practicaría más tarde, hubiese sido
enormemente positivo para ambas. De todas maneras, considerando todo lo que
estábamos tratando de manejar individualmente, siento una tierna gratitud por el
afecto y la delicadeza de Andrea.

Y aunque seguiría siendo afectada por la fuerte tendencia hacia la depresión y el


colapso interior, cuatro cosas maravillosas ocurrieron durante los siguientes
cinco años de mi vida. La primera fue mi pasantía en el Centro Oncológico
Sloan Kettering Memorial. La segunda fue mi relación con uno de los dos
grandes amores de mi vida. Y luego de muchos años de estudio y meditación
espiritual, las otras dos experiencias fueron atisbos de algunos aspectos de lo que
hay detrás de lo que yo normalmente consideraba como mi realidad.

Una parte significativa de la gratificación en Sloan-Kettering fue mi trabajo con


gente con SIDA. Al principio de la epidemia, la causa de la enfermedad y la
forma de contagio eran desconocidas, y por un tiempo nosotros no sabíamos qué
estábamos arriesgando cuando les brindábamos cuidados. La camaradería en el
frente de lo que se tornaría en la guerra contra el SIDA era conmovedora.

No habiendo estado nunca cerca de alguien moribundo, éste era un curso de


colisión en una parte de la vida que yo de alguna manera había evitado. La
experiencia del trabajo con este grupo de jóvenes hombres y mujeres fue una de
las más preciadas de mi vida. Muchos venían de vidas de estigmatización y
peligro, y su forma de mantener la dignidad y a veces un casi extravagante
humor y estilo en el medio del horror, era en verdad heroica. Uno de quienes
más me acuerdo es Tom, y sus notables regalos para sus compañeros pacientes y
para mí. Muy enfermo, antesde su muerte hizo arreglos para los servicios
funerarios de aquellos que fallecieron sin reconocimiento ni homenajes. Y en sus
exequias, la pareja de Tom estaba de pie en la recepción con una llamativa
bufanda multicolor tejida en su mano. Cuando me acerqué, él colocó la bufanda
alrededor de mi cuello. Luego dijo, “Tom me pidió que te diera esto. Fue tejida
por Elisabeth Kübler-Ross9y él quería que la tuvieras. Tú le permitiste hablar
acerca de su muerte”. Años más tarde le di esa bufanda a una joven amiga que
realizaba una comprometida labor en un hospicio, y sigue siendo uno de los
regalos más preciados que recibí en mi vida.

Durante este tiempo me enamoré de “Ann”. Cuando nos encontramos, ella era
una madre divorciada de dos hijas de 16 y 20 años, y había sobrevivido a la
muerte de su hijo menor y a una doble mastectomía por cáncer. Sorprendida de
inmediato por el amoroso y digno lugar que ella pudo hallar para sobrellevar
esas pérdidas y el fin de su matrimonio, su radiante belleza y su gran sonrisa
reflejaban todo lo que ella había dado y estaba tomando de la vida.

También admiraba el intelecto y los valores de Ann, incluyendo su habilidad


para manejar una agencia internacional sin perder su gracia y humildad. Estaba
en su naturaleza el dejar un lugar más bello que como lo había encontrado, y
cuando se quedaba en la casa de campo de alguna amistad, ella siempre insistiría
en plantar docenas de brotes de tulipán antes de irse. Su hija mayor estaba en la
universidad en otro estado, así

9. NdelT: Se refiere a la psiquiatra y escritora suizo-estadounidense, una de las


mayores expertas mundiales en tanatología y cuidados paliativos nacida en
Zurich el 8 de julio de 1926 y fallecida en Scottsdale, Arizona, 24 de agosto de
2004.

que no tuve mucho contacto con ella. La menor vivía con ella y le tomé un gran
cariño. Y aun cuando Ann y yo tuvimos un difícil final de nuestra relación, no
hay duda de que ella y su hija embellecieron mi vida.

Cuando era niña Ann tuvo polio y fue confinada en una férula por muchos
meses. Y tal vez fuera ese trauma el que la hacía sujeto de ataques de ira que a
menudo me dejaban exhausta por días. Para ése momento yo había
perfeccionado mi rol como víctima y era bastante convincente, mostrándome a
nuestro terapeuta y creyendo yo misma ser “la buena”. Ahora sin embargo,
puedo percibir que en gran medida mi hipersensibilidad y tendencia a la
frustración, ocasionadas por necesitar demasiado, contribuían a nuestros
problemas.

Cuando fui diagnosticada con mi primer cáncer de mama en 1989, estaba claro
que más allá de lo tierno que el apoyo y el amor de Ann fuera, yo no sería capaz
de sostenerme contra la fuerza de sus ataques de ira durante la cirugía, la
quimioterapia y la radioterapia que tenía por delante. Tras el primer incidente
que siguió a la operación, yo estaba desesperada. También nuestro terapeuta
parecía sentirse bastante impotente y le consulté a Ann si estaría dispuesta a
intentar algún otro tipo de terapia personal. Como ella también quería
fervientemente permanecer conmigo, tuvo una sesión con otro terapeuta. Sin
embargo no faltaba mucho tiempo para que yo comenzara el tratamiento y se
hizo evidente rápidamente que el nuevo abordaje no iba a poder lograr un
cambio sustancial en ella en el tiempo de que disponíamos.

Cuando estaba bajo anestesia durante la cirugía oncológica unas pocas semanas
antes, había experimentado uno de los atisbos de lo que yace tras la realidad
cotidiana a los que me referí anteriormente. Suena increíble aún para mí, pero
durante la cirugía ocurrió una conversación seria y totalmente lúcida entre algún
tipo de ser etéreo, obviamente no en la esfera humana, y yo. Con gran seriedad y
tristeza ese ser y yo estábamos hablando de algo que ambos sabíamos: que yo
estaba paralizada en cuanto a lo que había venido a aprender y hacer aquí;
bloqueada en mi relación con Ann. Y por más que yo no quisiera que eso fuera
cierto, era una conclusión innegable. Más tarde cuando salí de la anestesia pude
recordar el claro sentido verdadero de lo que fue hablado, pero no el contenido
literal acerca de cuál era mi propósito aquí.

Sobre labase detodo lo que tenía que tener en cuenta para sobrellevar físicamente
mi tratamiento y seguir adelante con mi vida, tuve que poner fin a la relación con
Ann. Esta fue una de las decisiones más difíciles que tuve que tomar. Además,
todavía en mi postura “inocente” en ese momento, yo no estaba aún lo
suficientemente fuerte como para saber y reconocer que yo era más responsable
por su frustración conmigo de lo que estaba aceptando. Extrañándola
terriblemente, cuando recuperé algo de mi salud física ocho meses después, traté
de contactarme con ella pero era muy tarde. Varios años antes ella había tenido
una recurrencia de cáncer, y me dijeron que la noche previa a su muerte en 1993,
pareció perdonarme cuando le leían las Bienaventuranzas de la Biblia. Saberlo
también me trajo algún alivio a mí.

En 1991 no mucho después de nuestra separación, ocurrió otra de las


experiencias más allá de la realidad que conocía. Desperté en medio de la noche
en lo que Hellinger llamaría “el gran amor.” Solo puedo describirlo como amor
absoluto, una llama de amor capaz de consumirlo todo y fui atraída hacia ella
tres veces. Sin embargo, cada vez que me acercaba, el temor de que podría morir
se apoderaba de mí y retrocedía. No mucho antes de esto yo me había
recuperado de los tratamientos de quimio y radioterapia y la muerte no parecía
muy lejana. Y creo que los 20 años desde entonces han transcurrido orientados a
lo que A. H. Almaas describe como “guía precisa como un diamante” hacia cada
próximo paso para acercarme a aquello a lo cual no pude acceder aquella noche.

Además de de mi estudio continuo en estos años con varios maestros


principalmente budistas, mis estudios como candidata a analista en el Instituto de
Capacitación e Investigación para Psicología del Self se tornaron otro punto
focal de mi vida. Una teoría compleja, la Psicología del Self de Heinz Kohut es
un paso en la humanización de las teorías psicoanalíticas Freudianas y está
centrada en una sintonía empática con el cliente y en restañar las heridas
ocasionadas por el espejamiento (mirroring), el hermanamiento (twinship) y la
idealización. Mis años como estudiante allí, y los que pasé en la facultad fueron
extremadamente motivantes y creativos para mí intelectualmente, refinaron mi
sensibilidad y mi práctica en muchas formas. Eventualmente yo llegué a
cuestionar varias de las principales premisas, no sólo de las teorías de Kohut sino
de todas las teorías analíticas contemporáneas. Sin embargo esto no disminuye la
buena experiencia de esos años.
Aunque mantuve varios romances, no me involucré seriamente de nuevo hasta
mediados de los ‘90, cuando como estudiante de la obra de A. H. Almaas conocí
a “Liz”. Con la sensación de haber llegado finalmente al hogar, recuerdo un
profundo suspiro de alivio la primera vez que mi mejilla tocó la suya. Fue años
más tarde que comprendí que por más preciado que ese momento fuese
realmente para mí, hasta que no pudiera venir desde mi hogar verdadero en mi
sistema familiar, no sería capaz de abrirme para luego lograr una pareja amorosa
plena. De todas maneras, a pesar de los obstáculos en esta relación, me siento
incesantemente agradecida por el hecho de que en tantas formas mis trece años
con Liz fueron felices. Y en gran parte esa felicidad fue posible porque ambas
estábamos orientadas en la misma dirección.

También contribuyó -y constituye un testimonio del encanto, la calidez y el nada


insignificante atractivo de Liz- que ni siquiera mis padres pudieron evitar
simpatizar con ella. Aunque tomó una gran dosis de medicación para hacerlo, mi
madre estuvo de acuerdo en conocer a Liz cuando estuvimos en un retiro en
California en 1999. Y dado que yo nunca había intentado compartir con ellos los
intereses que me apasionaban, me resultó extraño que mi madre nos describiera
más tarde como “dos seres profundos”. Ella no tenía idea de que, por ejemplo,
nosotras frecuentemente nos despertábamos una a la otra para compartir una
línea inspirada de poesía, un fragmento de filosofía o teología de emocionante
claridad o una estimulante y sutil interpretación de un pensamiento previo.

Mi madre nunca había escuchado sobre los cientos de horas de intercambio


acerca de lo que se estaba revelando tras haber estudiado con un talentoso
maestro tras otro. Quizás era tan simple como que lo infirió de su conocimiento
de que pasábamos todo nuestro tiempo libre en retiros. O, como sugiriera Liz,
quizás mi madre veía más de lo que yo pensaba, aunque luego Suzi bromeó
cordialmente, “Quizás tu madre se refirió a “personas demasiado profundas.”
(NdelT: alude al juego de palabras en inglés “two deep” y “too deep” de muy
similar pronunciación pero con significados diferentes como surge de la
traducción) Pues “demasiado profundas” o “dos profundas” nuestras vidas eran
plenas en muchos sentidos importantes.

Fue también durante estos años juntas, mientras hacíamos algún trabajo de
indagación en un retiro Almaas, que repentinamente me di cuenta que la
estridente risa de una estudiante en particular que siempre me había molestado
mucho no me estaba perturbando en lo más mínimo. De hecho, aún cuando
deliberadamente lo intenté, no pude separarla de un ilimitado y ahora armonioso
campo de conciencia. Sin poder localizar un yo personal para rechazar el suyo, a
medida que esto continuó, repentinamente comencé a reír yo misma casi con la
misma estridencia. No había modo de excluirla, o a alguien o algo de aquello
que estaba prevaleciendo. Y aunque fueron sólo unas horas hasta que volví al
frágil equilibrio de mi ser material, juzgador, ambivalente, en algún lugar de mí
yo había sentido esta verdad más profunda.

Por esta época pude participar varios días del Retiro Callejero de Roshi Bernie
Glassman, en la ciudad de Nueva York. Para tratar de atestiguar la vida de la
gente sin vivienda, no nos fue permitido lavarnos el cabello por una semana, y
sólo podíamos llevar un cuarto de dólar y una identificación a la estación Grand
Central donde dormimos en el suelo y se nos requirió pedir limosna. Además de
adquirir una mirada espeluznante de mi apego al confort y mis identidades, esta
experiencia me ayudó a comprender algo importante acerca de la bondad de
tanta gente con quienes viven en la calle, y la frecuente generosidad entre ellos
mismos. Tristemente, sin embargo, en mi derrotero mi propia familia estaría
entre las últimas personas que comenzaría a incluir o aún a entender mi inclusión
en ella.

Aunque el fuerte reflujo continuó empujándome hacia la ambivalencia y la


disociación, otra ventana a una dimensión distinta de la realidad se abrió para mí
durante un viaje a la India en 2001 con la instructora Advaita Vedanta10 Pamela
Wilson. A medida que nuestro grupo paseaba calladamente a través de los
grandes pasillos excavados en cuevas en el sur de la India, donde los monjes han
realizado cánticos y meditaciones por siglos, el silencio resonaba
estruendosamente en las paredes rocosas. Sola en un corredor, noté lo que
parecía ser una entrada que llevaba a una total oscuridad. No podía ver si había
piso, qué tan grande era el espacio o aún si estaba habitado por algún animal
salvaje, pero algo me atrajo fuertemente a la negrura interior. Cuando entré y me
mantuve rodeada por la enormidad de la absoluta obscuridad, me sentí siendo
lentamente reconfigurada

10. NdelT: Doctrina del hinduismo que se centra en la unidad entendiendo lo


múltiple como una conceptualización.
como espacio. El tiempo no existía y ningún yo era necesario ni deseable. En su
obra Journeys to the Core (“Viajes al Centro”) Hellinger habla de esta entrada
hacia la que muchos son atraídos:

Permanecemos quietos, y aún somos atraídos.


Sin movernos, somos atraídos.
Sin querer movernos, algo nos vuelve en su dirección. Sin sostenernos en algo,
otro algo nos sostiene.
Algo nos atrae dentro de su encanto por completo. En su presencia toda
resistencia se esfuma.
Somos atraídos sin saber dónde este movimiento nos conduce o siquiera si
alguna vez finalizará.
En este sentido es para nosotros un movimiento infinito que nunca llega a
destino y está siempre completo.

India me mostró una vez más que con apoyo, parece ser un instinto
-y un amor- del alma reconocer su propia naturaleza. Como sea, la intensidad de
la experiencia en la cueva como era previsible se fue escapando y el
“movimiento perpetuo” comenzó a llevarme en una nueva dirección.

Dado que la obra de Almaas se centra en la presencia corporeizada, durante mi


estudio con él uno de sus instructores presentó el trabajo psicosomático del
trauma del Dr. Peter Levine. En los tres años en que personal

Jardin de Liz/ a mediados de los ‘90

mente me traté y fui practican


te con el enfo
que de Levine, mi relación con mi cuerpo y mi trabajo comenzaron
a cambiar ra
dicalmente.
Su libro “In an Unspoken Voi
ce” (“En una Voz No Habla
da”), ofrece una excelente descripción de su trabajo. En términos simples, él nos
reintroduce en la inteligencia corporal, que muchas veces puede lograr que
reacciones a eventos abrumadores bloqueadas durante mucho tiempo, sean
llevadas a un punto en el cual pueden ser liberadas del sistema nervioso y
resueltas. A medida en que fui liberándome progresivamente de los traumas de
mi propio nacimiento y desarrollo, así como los relacionados con los ataques
sexuales, creció también mi capacidad para ayudar a otros.

Colaborando en la presentación de este trabajo en Nueva York, por varios años


fui asistente en el entrenamiento de otros terapeutas para el aprendizaje de la
técnica. Y resultó de incalculable ayuda para mí en el trabajo con empresas que
se encontraban muy próximas a las Torres Gemelas el 11 de Septiembre de 2001,
y con decenas de personas que sufrieron el impacto del 9-11 hasta hoy.

Durante estos años, enriquecedoras amistades, jardines, viajes, música y


mascotas también encarnaron un aspecto más mundano de mi vida con Liz. Tuve
su apoyo cuando fallecieron mis padres, y ella el mío cuando su hermano y su
madre murieron, y cuando fue diagnosticada con una seria enfermedad. Y como
pareja que no tuvo hijos, los trabajos que estuvimos realizando por separado y en
conjunto, y lo que dimos a otros en función de ellos, nos brindó un propósito
común.

No obstante, el esfuerzo requerido para encontrar acuerdos en otras áreas era a


menudo desgastante puesto que, como la mayoría de las parejas, también
nosotras estábamos lidiando con lealtades inconscientes, con antigüedad de
generaciones, que nos influían desde las corrientes profundas y a veces aún
desde el silencio. En mi caso estas lealtades resultaban en mi ambivalencia
respecto a vivir plenamente, en estar orientada a una espera terminal y en un
exceso de quejas, en parte debido a tener expectativas demasiado grandes de
cualquier pareja. Debido a ésto y otras realidades inevitables, había niveles
cruciales en los cuales no podíamos acordar. Sin un curso de resolución a nuestro
alcance en ese momento, esto originaba un sufrimiento importante a ambas.
Finalmente, la separación se convirtió en la única opción.
Y la pérdida, y el beneficio, han sido profundos.

BERT HELLINGER: EL MAESTRO

estido con un espléndido traje tirolés, Hellinger estaba al principio algo inseguro
al levantarse para recibir el aplauso y el reconocimiento de los cientos de
asistentes provenientes de 47 países al

término del Entrenamiento Intensivo en 2011. Y, en ese momento, parecía estar


entre los hombres más felices, habiendo aprendido a practicar en gran medida lo
que predica: “tomar de” y “aceptar a” la vida tal como es. Con su amada esposa
Sophie a su lado, él literalmente brillaba con una pura receptividad.

Escribiendo varios libros por año, viajando y enseñando a través del mundo,
Hellinger continúa refinando sus ideas. Su vida comenzó, sin embargo, en lo que
los budistas llaman el “reino infernal.” Conscripto en el ejército alemán cuando
joven, eventualmente escapó de un campo de prisioneros de guerra aliado a
través de un terreno minado. Luego se convirtió en misionero Católico con los
Zulúes por 16 años, de quienes aprendió un significado muy distinto de los
ancestros y de la contribución que puede devenir del tiempo. Tras dejar el
sacerdocio, estudió psicoanálisis y varias formas de psicoterapia. La historia de
sus primeros estudios y el actual posicionamiento de su obra en filosofía y
psicología se describen en varios textos, incluyendo el bien documentado y
conmovedor libro de Dan Cohen I Carry Your Heart in my Heart (2009, Llevo tu
Corazón en el Mío).

En continua evolución, los pensamientos de Hellinger -y ahora de muchos otros-


revelan un orden más profundo dentro de lo que con frecuencia parece una
existencia caótica. Sin embargo, debido a que hemos creado relatos acerca de
nuestra vida en edades tempranas y estamos a menudo atrapados por fuerzas
abrumadoras, estamos extremadamente apegados a esas versiones de nuestras
vidas.

Y esto es cierto no importa cuán catastróficos hayan sido esos puntos de


referencia. Como algunas de esas imágenes internas sobre las cuales llegamos a
sentir está edificado nuestro ser, gradualmente entran en cuestionamiento en las
constelaciones, éstas pueden causar al principio cierta inquietud y desconcierto.
Bloqueadas en nuestro cuerpo como traumas a veces con una antigüedad de
generaciones, podemos continuar sosteniendo esas estructuras sin importar el
costo en salud o felicidad que conllevan. A causa de este temor a menudo sólo
las soltamos con mucha lentitud.

Finalmente, desde luego, aceptar una verdad más favorable llega a ser un
extraordinario alivio y una liberación. En este trabajo, la relajación de estos
bloqueos en el cuerpo y la psiquis tiene lugar dentro de lo que muchos refieren
como “campo”. Esto alude a la inteligencia en nuestro interior y a la que nos
rodea, algo sobre lo cual los humanos se han preguntado y acerca de lo que han
especulado desde el nacimiento de la conciencia. Algunos han observado que
este campo se torna más palpable y reconocible cuando ponemos nuestra
atención abiertamente en él en cualquier relación. Y esto puede ocurrir en algo
tan mundano como una llamada telefónica o una conversación con un amigo.

Al describir el potencial de los grupos para ser positivamente afectados por la


naturaleza del campo, Almaas sugiere en su libro Brillancy (Esplendor):

El “campo grupal” se refiere al estado de conciencia colectiva en la sala. Es


una expresión de muchos factores, incluyendo el nivel de energía, los focos de
atención, la reacción emocional y la calidad de apertura en los miembros del
grupo. (p. 8)

En el trabajo de Constelaciones Familiares Sistémicas es este campo al que se le


otorga espacio y tiempo. Al momento que el cliente da una breve descripción de
un tema serio, participantes de un grupo son invitados a ingresar a un círculo
para representar a un miembro de la familia, una persona o a una entidad
relacionada con ese tema. Una “entidad” por ejemplo, podría ser la Vida, la
Felicidad, una Fuerza Desconocida o el Éxito. Los participantes del grupo que se
han incorporado voluntariamente (o en el caso de trabajo en privado, objetos
tales como piedras, almohadas o pares de zapatos) se ubican en una relación
exploratoria unos con otros de acuerdo a lo que el cliente siente adecuado.

A medida que uno observa y comienza a notar sensaciones físicas en el cuerpo, y


se solicita a los participantes que “sigan sus movimientos”, el problema puede
tornarse más claro. El facilitador, que usualmente tiene una intervención mínima
en este punto, puede comenzar a guiar a los participantes hacia un orden y una
resolución previamente no revelados.
A menudo en lugar de enfocarse en la historia psicodinámica concretizada, el
cliente puede comenzar a sentir una dinámica emocional o espiritual entre
quienes están (o lo que está) siendo representado, que es significativamente
distinta de esa historia.

Comenzamos a ver algo nuevo o largamente olvidado acerca del diseño humano.
Esta “pieza faltante” es más determinante de lo que habíamos imaginado nunca
sobre nuestra vida y nuestra felicidad. Cuando ingresamos para representar a
alguien en una constelación, éste otro conocimiento puede manifestarse en algo
tan simple como un sentimiento de mayor fortaleza o debilidad. Nuestros ojos
pueden ser atraídos hacia algo fuera de la familia, o podemos percibir una
extraña sensación en nuestra espalda. Nos podemos sentir adormecidos o
ansiosos, tristes u orgullosos, grandes o pequeños.

Aunque sutil, esta nueva información puede empezar a darle al cliente y al


facilitador una visión diagnóstica más clara del tema en cuestión y en
consecuencia una nueva orientación acerca de qué forma podría adoptar la
resolución. Recientemente Suzi habló sobre esto, diciendo: “A veces
mantenemos la nueva experiencia más allá de nuestra tolerancia previa,
aceptando la resolución sin conocer el problema”.

Los facilitadores de constelaciones pueden pedirle a la gente que experimente


con movimientos o que pronuncie enunciados que son muy resistentes a
explorar. Frases simples como: “Gracias. Fue suficiente. La vida continúa” -
dichas de una generación a otra- pueden ser las palabras que los individuos
quizás hayan esperado décadas para pronunciar o escuchar. Simples palabras
sentidas pueden permitir que síntomas físicos y emocionales que han estado
bloqueando la fuerza vital en el sistema familiar, quizás por generaciones,
lleguen a su fin.

Este trabajo puede realizarse con representantes humanos o en un ámbito de


privacidad, por ejemplo, usando pares de zapatos o trozos de papel para
representar los elementos en la constelación. Puede incluso tener lugar
espontáneamente sentados en un restaurante, explorando la dificultad de un
amigo colocando el salero y el pimentero para representar aspectos del
problema. O puede ocurrir en el consultorio, con el cliente, el terapeuta y pisadas
hechas con trozos de felpa. Todos estos sitios y muchos más abordajes pueden
traer al frente el campo porque el “conocimiento” previo de uno es relajado, con
la intención de descubrir algo nuevo sobre dinámicas que no han sido
plenamente entendidas o afrontadas.

En una constelación uno puede sentir muchas cosas, o ninguna. Ya sea como
representante o cliente, puede haber emoción por hallazgos, lágrimas de alivio y
reencuentro, un sorpresivo sentimiento de amor, nostalgia, o un nuevo nivel de
profundidad en la comprensión. A medida que nuevas imágenes y sensaciones se
encuentran con las antiguas, otros pueden sentir tristeza, ira, lealtad, temor, la
liberación de algún duelo no resuelto, adormecimiento o incluso una inicial
incredulidad en el proceso mismo. O pueden sentir dudas de su capacidad de
sentir. Y todavía otros pueden tomar conciencia de un sentimiento de
desconexión o disociación de lo que está ocurriendo.

Todo esto constituye información relevante. Porque las fuerzas a cuyo influjo
nos exponemos son finalmente benévolas. Lo que sea que experimentemos, con
el tiempo esas nuevas imágenes lo transforman en otro movimiento del alma,
pleno de gracia. Y cualquiera sea la pregunta o el problema, la respuesta está
probablemente en ambos, pasado y presente. Comprender y trabajar con nuevas
imágenes o respuestas puede a veces ser inmediatamente obvio, o tomar un
tiempo para ser incorporado.

Por ejemplo, durante la visita de Hellinger a los Estados Unidos cinco años atrás,
un cliente que había recorrido el largo camino desde China, fue interrogado:
“Por qué has venido?”. Con una voz suplicante, el hombre respondió, “Bueno,
he tenido un año difícil”. Hellinger miró a la audiencia y dijo, “No puedo
trabajar con él. Está buscando empatía, y eso no es lo que yo hago”. Todavía
muy orientada a la empatía automática en el nivel superficial, al principio yo
estaba desencantada por la reacción de Hellinger. Y no comencé a cuestionar esa
impresión hasta el día siguiente, cuando el joven pidió participar en el trabajo
nuevamente. Sin embargo, esta vez respondió a la misma pregunta con mayor
fuerza y claridad.

Otro momento similar ocurrió en 2001 durante mi entrenamiento con Hellinger


en Alemania. Él estaba mostrando la nueva dirección de su trabajo. En el pasado,
a menudo había varios movimientos de resolución bien definida. En su nuevo
trabajo él disminuyó a un mínimo el número de representantes de un problema,
dio un enorme tiempo a la constelación y redujo su intervención a muy escasa o
nula. Aunque sutilmente, en el momento en que un movimiento del alma
empezó, él dio por finalizada la constelación.
Inicialmente conmocionados, varios de nosotros ansiábamos un cambio y una
resolución evidentes. Sin embargo, yo quedé sorprendida y conmovida a la
medida en que comencé a reconocer lo que Hellinger nos estaba mostrando: un
nuevo nivel de respeto y confianza en que fuerzas superiores se moverían ahora
de un modo beneficioso para el cliente y que no deberíamos intentar manejar o
direccionar eso. Es de gran ayuda que las ideas de Hellinger se tornen más
refinadas en cada nuevo libro y en esa medida mi propio entendimiento de esas
ideas está en continua evolución. La siguiente representa una síntesis de mi
actual nivel de comprensión de su obra:

La mayor parte de nosotros no estamos conscientes de que somos fuentes


inagotables de puro amor y de conocimiento
En la medida en que nuestras mentes conceptuales y posturas emocionales se
relajan y nos permitimos ser liberados de nuestras ataduras, podemos admitir
ser guiados por la inteligencia de la fuerza vital cuando se nos pide
“representar” a alguien importante en el problema del cliente en una
constelación. Podemos entonces seguir movimientos básicos según, por ejemplo,
notemos hacia dónde somos atraídos, dónde tienden a dirigirse los ojos, si nos
sentimos débiles o fuertes y así.
En grupos o sesiones individuales, con la ayuda de un facilitador, o, en la
medida en que comprendemos este trabajo, por nuestra propia cuenta estos
movimientos finalmente nos llevan hacia resoluciones benévolas de barreras a
nuestra fortaleza y felicidad.

Además, hay ciertas dinámicas reiteradas que ocurren en estos movimientos que
sugieren lo siguiente:

Todos tenemos un lugar, tal cual somos, dentro de nuestras familias históricas y
en el mundo.
Si alguien es excluido, generaciones en el futuro pagan un precio por esa
exclusión.
Estos movimientos tienen un sentido de orden.
Nos relacionamos con la vida y con nuestros cuerpos en la forma en que nos
relacionamos con nuestras madres, que representan la vida.

Si esa o cualquier relación está distorsionada, puede eventualmente resolverse en


un espacio de amorosa inclusión. Hellinger llama a los movimientos que ocurren
en las constelaciones “movimientos del alma”. Aunque él siente que el concepto
de alma es difícil de comprender con la mente, en “No Waves Without an
Ocean” (No hay Olas sin Océano), dice, “Uno puede ver los efectos del alma.
La familia o clan tienen un alma común, un centro común que guía a todo el
grupo, no solo al individuo. El individuo es, por así decirlo, parte del alma. Todo
lo que expande el alma tiene un efecto beneficioso. El alma se expande cuando
uno le permite moverse donde quiere, por ejemplo, hacia la propia familia. Esto
es sólo una parte del movimiento posible. Cuanto más una persona la deja libre,
más se expande el alma”. (p.39)

Más allá del individuo y la familia, esta sanación del alma es posible también
entre las culturas y naciones que han estado atrapadas por generaciones -quizás
eones- por la guerra. Y esa reconciliación puede ocurrir sollo cuando nosotros
como individuos, grupos o naciones comenzamos a enfrentar la manera en que
nuestros intentos por eludir las consecuencias de nuestras acciones nos condena
a infinitas repeticiones de la violencia y a un sentimiento de impotencia. Creo
que uno de los más importantes pensamientos de Hellinger es ¨La inocencia no
puede crecer.” (Peace Begins in the Soul 2003, p.15 - La Paz Comienza en el
Alma) Más aún, dice, “(la paz) demanda de nosotros que dejemos atrás el ideal
de inocencia. La inocencia no estimula ni sirve de apoyo, y prefiere el
sufrimiento a la acción: prefiere permanecer infantil a crecer”. (p. 9)

La más reciente obra de St. Just, en particular, aporta aún otra dimensión al
creciente conocimiento acerca de como éstos patrones no reconocidos e
irresueltos de violencia continúan amenazando nuestro futuro colectivo en los
Estados Unidos y en todo el mundo. En una comunicación personal, ella también
propone que aunque “el trauma es inherente a través del universo fractal a
nuestro ADN, tejidos corporales y sistemas nerviosos, y parece integrar los
patrones de la fuerza vital universal”, esos patrones fractales también “incluyen
el amor.”

La emocionante obra Notes from the Indigenous Field (Notas desde el Territorio
Indígena) de Francesca Mason Boring, ofrece una valiosa perspectiva de las
constelaciones familiares desde un punto de vista influenciado por las
tradiciones de los pueblos indígenas. Además, bajo la influencia de Hellinger,
Lisa Iverson ha escrito Ancestral Blueprints (Diseños Ancestrales) donde
también propone movimientos de resolución hacia la reconciliación y hacia las
trágicas consecuencias de no encontrar un camino sanador para reconocer la
historia de América.

Estas verdades, no obstante, pueden sentirse abrumadoras al principio. Lo sé y


no hubiera sido capaz de abordarlas si no hubiese tenido la oportunidad de
observar cómo aún

vastas realidades se revelan y resuelven en constelaciones. Dado que uno puede


finalmente ver y sentir la presencia de una fuerza benévola detrás de estas
tragedias reiteradas, ha sido posible observar que no somos sólo víctimas
inocentes. También en mi familia hubo esclavistas y de aquellos que tomaron
tierras y, con toda probabilidad, mataron a Indígenas Americanos. Y yo estoy en
consecuencia entre aquellos que continúan cosechando los beneficios de esos
actos y de la explotación actual de poblaciones inmigrantes, así como de la gente
en los llamados “países en desarrollo”.

El hecho es complejo porque además de esto, las acciones de esos mismos


colonos de Jamestown, pioneros Mormones y soldados de las guerras
revolucionaria y civil, contribuyeron a mi existencia misma. La observación y
participación en constelaciones enfocadas en estos temas me han ayudado a
comenzar a reconocer esta complejidad al ritmo que mi alma pudo elegir estar
consciente de mi responsabilidad en forma madura. Las constelaciones, por lo
tanto, me brindaron el modo más efectivo y significativo para atravesar e ir más
allá de lo que en psicología se llama “realidad dividida” en “bueno” o “malo” sin
ser recargada con una culpa improductiva consciente o inconsciente.

Y dado que uno sólo puede imaginar acerca de los conflictos a causa de su
propia historia, los primeros trabajos de Hellinger se enfocaron en la pregunta
sobre qué permite a la conciencia consentir con las aparentemente ciegas fuerzas
que nos alinean en uno u otro lado de esta realidad dividida. Sus ideas sobre la
conciencia, y la teoría que él desarrolló, tienen implicancias de largo alcance y se
describen en muchos de sus escritos, incluyendo Rising in Love (Creciendo en el
Amor).

En términos de lo central del dar y tomar en la obra de Hellinger, en un nivel


más esencial de la realidad parece haber un mecanismo de corrección o balance
natural. Como un elemento de ese sistema, los adultos dan y los niños toman.
Tanto como yo deseaba cosas materiales de mis padres, por ejemplo, me tomó
prácticamente una vida comenzar a apreciar plenamente y recibir su fuerza vital.
Y aunque Hellinger ha realizado varias observaciones complejas y clarificadoras
acerca de los “órdenes del amor”, básicamente, entre los adultos, el crecimiento
y el movimiento pueden quedar obstaculizados en la relación cuando no hay un
balance del dar y el tomar en el tiempo.
Su visión de que las interacciones humanas tienen un orden subyacente está en el
centro de ambas, la dificultad y la reconciliación. La facilitadora sistémica
británica Vivian Broughton describe las observaciones de Hellinger sobre este
orden implícito dentro de las relaciones humanas en su libro, In the Presence of
Many (En Presencia de Muchos, 2010) según sigue: “El orden puede ser
entendido como patrones reconocibles, del tipo que vemos en la naturaleza, en
las estaciones; un orden que impregna toda vida, que está más allá de la
intervención humana. Los patrones a los que nos referimos son en cierto sentido
obvios, y aún así vivimos como si no fueran importantes, podríamos decir, en un
ilusorio estado de ignorancia.” (p. 41)

Aunque esta obra comenzó e incluye lo que la mayoría de nosotros, criados en la


cultura occidental, todavía tendemos a distinguir como el dominio de la
psicología, en los años recientes Hellinger ha emergido como un maestro en un
sentido filosófico más extendido. Y los libros más recientes de Hellinger,
incluyendo Together in the Shadow of God (Juntos a la Sombra de Dios),
Natural Transcendence (Trascendencia Natural), Pure Consciousness
(Conciencia Pura) and Living Consciousness (Conciencia Viva), y su libro y CD,
Journeys to the Core (Viajes al Centro), hablan más y más sobre -y desde- esta
dimensión más amplia, o lo que él llama la “conciencia espiritual”.

Una de sus contribuciones es que el alma, que tantos han descrito por siglos, es
visible y palpable en su trabajo. Podemos empezar a tener una verdadera
sensación visceral de que somos llevados por la vida misma en la misma forma
en que somos movidos en el campo de las constelaciones. Soy feliz en el grado
en que soy receptiva y concuerdo con esos movimientos. Y aunque experimenté
aspectos de la naturaleza de esta fuerza durante muchos años de meditación e
indagación fenomenológica, comencé a ver que el alma familiar es parte de la
fuerza inclusiva que me guía también. Sin esa inclusión (al fin) los
reconocimientos de una mayor unión eran insostenibles.

Aunque hubieron muchos períodos de paz y placer, llegué a reconocer el


inquietante hecho de que las prácticas que realicé, eran casi en la misma medida,
además de un sincero amor a la verdad, un deseo de escapar a lo que parecía
abrumador acerca de la reunión con mi familia.

En Messengers of Healing (Mensajeros de Sanación), Suzi Tucker describe la


unión que ocurre dentro de una constelación:
“El amor es lo que une. Puedes sentirlo en cualquier taller, la sala colmada de
extraños está dividida en todo lo que es cuestión de elección, pero reunida en el
amor ya sea que esté expreso o no. Llegamos en sus alas, cada uno de nosotros
buscando a su manera el camino para evocar su calidez, y nos vamos en su
cuidado. Esa es la plena e inalterada verdad de nuestro lenguaje común. Las
constelaciones familiares no conjuran el amor; permiten que sea escuchado sin
importar quién o qué ha sido investido a silenciarlo; invitan a verlo, sin
importar qué tanto tiempo ha permanecido oculto; responden por él aún cuando
el mundo lo prohíba; y recuerdan lo que el corazón a veces no puede”. (p. 20)

Paradójicamente, sin embargo, otro aspecto de la resistencia a la obra de


Hellinger en este país proviene de lo que uno podría llamar la amenaza percibida
a la institución de la psicología. Yo he dado talleres para instituciones de
análisis, donde ocurrieron grandes movimientos para los participantes, pero
hasta donde sé ninguno continuó profundizando en éste método. Un analista me
dijo en privado, “Lo que vi me conmovió profundamente. Veo que esto podría
hacer una gran diferencia en mi vida y en mi trabajo, pero me temo que tendría
que desaprender demasiado. Y eso me causa temor”.

Yo entiendo esto. Aunque se ha tornado un alivio ahora, ha sido difícil para mí


aprender a hacerme a un lado y finalmente permitir que una fuerza mucho mas
sabia que yo impulse las resoluciones. Y a causa de este desapendizaje y
reaprendizaje, hay varios talentosos facilitadores en la ciudad de Nueva York que
no están licenciados como psicoterapeutas. Hasta donde se, fui la primera en este
Estado certificada por Hellinger Sciencia. Esto está yuxtapuesto con el hecho de
que actualmente hay más de 2000 personas oficial y no oficialmente entrenadas
para facilitar su trabajo en Rusia, y que casi se ha convertido en parte de la
enseñanza en varios países, incluyendo partes de Argentina y Mexico.

LA COPA DE LA VIDA

“Reunimos a toda la gente que fue parte de nosotros y aún lo es, y la llevamos
con nosotros al futuro. Quizás es precisamente al revés. Los dejamos que nos
guíen. Los seguimos, así ellos pueden llevarnos junto a ellos a ese futuro, así
ellos pueden llevarnos exitosamente. Purificados, como una bendición para
muchos, los dejamos llevarnos a la vida plena, en este movimiento de reunión y
renovada identidad”.

-Bert Hellinger, Topics of Business Consultancy (Temas de Consultoría de


Negocios).
D

ía a día, a la medida en que crecientemente les permito “llevarme hacia la vida


plena”, me encariño más con mis padres y con mis ancestros. Y Suzi confirmó
con tanta belleza este cambio cuando

me dijo recientemente, “Puedo escuchar en tu voz la cadencia distintiva y el


ritmo del amor cuando hablas de ellos. Parece incluir a todos, y es para todos.”
No obstante, si no hubiera sido por la generosidad de las personas que
participaron en campos como representantes y me permitieron comenzar a sentir
las particulares realidades de muchos de quienes me antecedieron, hubiesen sido
demasiados los obstáculos como para que yo pudiese alguna vez comprenderlos
o amarlos.

Yo, por supuesto, no sabía por qué era tan severa para juzgar a mis ancestros.
Cuando pensé alguna vez en ello, atribuí culposamente mi actitud de
superioridad hacia ellos a lo que mi madre implicaba en forma consistente: yo
era una consentida y desagradecida. Y esta fue, de hecho, una verdad, aunque
también un triste componente de otra verdad mucho más compleja. Debido a su
desesperada necesidad de ser querida, mi madre se permitió asumir el rol de
inferioridad de sus hijos y de su esposo, y esto fue influyente también. Y, dado
que la pena que ocasionaba a mis padres era abrumadora, mis abuelos maternos
y mi abuelo paterno y sus ascendientes eran muy rara vez -si alguna-
mencionados, y eso facilitó el ignorarlos. Yo aprendería que el excluir a sus
ascendientes de la conciencia, formaba parte de una ciega lealtad hacia mis
padres, expresando un ¨Mami, Papi, yo me comportaré como ustedes”.

Todavía yo estaba tratando de escalar a una clase económica y social más alta
para establecer una sensación de mayor seguridad y valoración. Con la
excepción de la generación de mis padres, todas las precedentes fueron de
“granjeros” hasta donde yo supe o me importó. La pobreza determinó que
ninguno pudiera acceder a ser educado más allá de séptimo o noveno grado, y
esto en los casos en que pudieron ir a la escuela. Debido a que tenían que
trabajar para contribuir a la supervivencia de sus familias, uno de los hermanos
de mi padre y otro de mi madre, ambos tíos muy cariñosos para conmigo, no
sabían leer ni escribir. Y como buena niña ambiciosa que era, me distancié de lo
que inconscientemente temía podía determinar mi destino y capacidad de
sobrevivir.
Todo este rechazo fue exacerbado por el hecho de que yo fui una niña y luego
una mujer completamente confundida acerca de mi atractivo y del impacto que
la desfiguración física tendría en mi futuro. Y si trataba de esforzarme en ocultar
el secreto de no amar a mi familia, no había forma de esconder mi problema de
apariencia. Incapaz de expresar nada de esto ni siquiera a mí misma, tenía una
innegable urgencia -común en quienes se sienten excluidos- de asegurarme de
pertenecer al grupo de mis amigas populares y exitosas, por más tenue que esa
pertenencia pareciera.

Eclipsando todo esto había un doble vínculo: yo estaba desesperada por evitar
caer en el destino de mi madre, y aún obligada por un amor ciego a actuar como
ella lo había hecho. Yo sentía con certeza, aunque no podía expresarla en
palabras, la sensación de que no se me permitía conocer algo que era obscuro,
mortal y demasiado triste aún para imaginarlo en ambas ramas de mi familia.

Subsecuentemente, no podría haber imaginado que alguna vez quisiera


pertenecer a mi propia familia o que estaría escribiendo estos bosquejos de
varios ancestros que más tarde estarían entre las importantes resoluciones en las
constelaciones que realizaría después. Y hubiera sido más que escéptica si
alguien me hubiera dicho que estaría sentada en el aeropuerto de Munich en
2009 con lágrimas cayendo por mi rostro: el peligroso viaje de huída de mi
tatarabuela Hannah Krantz Beck (de quien se decía era descendiente de
alemanes) de la persecución a los Mormones en Dinamarca en 1866,
repentinamente se había tornado real para mí.

Como sugerí previamente, una de las virtudes de las constelaciones familiares es


que uno puede lograr un beneficio profundo sin conocimiento alguno de su
familia y aún de sus propios padres biológicos. No obstante, tras dos años de
estudio, desarrollé un interés acerca de aprender todo lo que pudiera sobre la
historia de mi familia, y comprobé que afortunadamente los registros aún
existían, hasta cientos de años atrás. Y lo que descubrí me ayudó a apreciar aún a
algunos de los “malos” entre mis ancestros, como George Edwards y Bert
Chaney. También me ayudó a llegar a admirar a personas como Joseph Watkins,
a quien podría haber descartado como “sólo otro granjero más” antes de estudiar
su diario y trabajar con un representante suyo en una constelación.

Aún más, realizando esta investigación llegué a comprender que, tengamos


acceso a los registros o no, cada familia cuenta con muchos equivalentes a la
valentía de personas como Hannah, y a lo nefasto de personas como George o
Bert. Y, como muchos han descubierto investigando su familia, a menudo
debemos agradecimiento a los Mormones por preservar la información.

Los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se


interesan en mantener registros de todos. Y podemos discutir la razón, pero aún
así hay que apreciar el hecho. Según lo entiendo, cualquiera que ellos ubican en
registros públicos puede ser “extraído” para ser “ordenado” como Mormón.
Alguien en la iglesia los representa así ellos pueden ir al “más allá”. Esa persona
puede luego tomar la decisión en el más allá sobre si acepta su ordenación como
Mormón. Y tuve la buena fortuna de que por sobre su mantenimiento normal de
registros, los Mormones tienden a tener archivos aún más detallados de la gente
Mormona.

Mi madre nació dentro de la Iglesia Mormona, aunque no fue criada en ella. El


padre de mi madre, Bert, se convirtió al Mormonismo posiblemente porque los
ascendientes de su esposa -tanto maternos como paternos- no sólo habían sido
Mormones sino pioneros de esta iglesia en el país. El casamiento de sus abuelos
en 1843 fue a sugerencia personal de Joseph Smith, el fundador de la Iglesia
Mormona. Además Brigham Young, quien fuera en su momento Presidente de la
Iglesia, les pidió personalmente que permanecieran en Ohio para ayudar a otras
familias inmigrantes en la década de 1850. Uno de los hermanos menores de mi
madre era un alto prelado en la iglesia y, una vez más, afortunadamente para mí,
un genealogista.

Además de los registros de la Iglesia de Los Santos de los Últimos Días y de la


contribución de este tío, varios de mis primos y aún familiares más lejanos
contribuyeron generosamente en esta investigación. Mi indagación
eventualmente culminó en un diagrama de cuatro pies de largo (NdelT: un pie
equivale a 30,48 cm.) creado para mi familia con un título extraído de un antiguo
himno anglicano, “Bebo la Copa de la Vida y Agradezco a Dios Todos mis
Días.” .Mi feliz obsequio para presentar a las generaciones venideras, este
diagrama comienza con la información más antigua disponible acerca de países
de origen, llegando tan lejos como a 1194, Oxfordshire, Inglaterra y 1610
Dinamarca. Luego siguen fechas de inmigración, cuando estuvieron disponibles,
y en forma de “V” información y fotografías comenzando hace siete
generaciones e incluyendo 3 generaciones hacia adelante.

Y a causa de que mi familia y yo nos beneficiamos de sus sacrificios, los


nombres de las personas conocidas de ser esclavos de miembros de mi familia
están incluidos, así como los de varias víctimas de crímenes de algunos
miembros. También fue un gran placer para mí compilar carpetas para mis dos
hermanos y mi sobrino que tiene dos niños. Cada volumen tiene cerca de 12
pulgadas (NdelT: una pulgada equivale a 2,54 cm.) de espesor e incluye un
prólogo, resultados de test genético de ADN, fotos, grabaciones de mis
hermanos cantando, un capítulo de uno de los libros en los que contribuí,
artículos de periódico y una cantidad deconmovedoras historias personales que
se remontan tan lejos como hasta 1880. Y al fin de este capítulo hay un
Genograma que puede ser de ayuda, y las que siguen son algunas breves
historias de algunos ancestros respecto de los cuales pude trabajar en varias de
las constelaciones que se describen en Las Corrientes Profundas.

Hannah y Christian Beck

Como referí, llegué finalmente a una cierta comprensión de la fortaleza y


lossacrificios realizados por Hannah y su esposo Christian. Cuando Hannah se
convirtió al Mormonismo en 1866, ellos fueron obligados a vender su propiedad
antes de que nadie lo supiera. Y con el objeto de traer con ellos a Estados Unidos
a seis familias más pobres que también se habían convertido, viajaron en tercera
clase en un barco que se incendió tres veces y en el cual la hambruna era
desenfrenada. Su hijo Christian de cinco años falleció en el viaje y fue sepultado
en el mar. Los registros familiares indican que esto fue algo que su hija, mi
bisabuela “Tear”, nunca olvidó.

Mary Smallman Watkins

La historia que descubrí pocos años atrás acerca de mi bisabuela materna, Mary,
es uno de los relatos personales que ha tenido el más profundo impacto en mí.
En una desvanecida foto tomada en Alpine, Utah, probablemente a fin de la
década de 1890, su rostro aparentemente insensible es agobiante y al principio
yo no quería mirarla. Sin embargo, a medida en que paulatinamente pude
observar sus ojos, vi en ellos una combinación de insondable dolor y fuerza.

Debido a la pobre calidad de la impresión fotográfica, uno sólo puede tener una
vaga sensación de las cicatrices por las quemaduras en su frente, donde perdió su
cabello. Cuando era una sirviente, Mary se convirtió a la religión Mormona en
Inglaterra en 1840. Dejando a su familia para emprender un viaje en barco a
América, como Hannah pocos años más tarde, ella se esperanzaba en encontrar
una vida mejor en “Sión” y poder practicar su credo sin las persecuciones que
estaban teniendo lugar en Europa. Su ciudad natal, Dudley en Inglaterra, fue
reportada en 1852 al Consejo General de Salud por haber sido “el lugar más
insalubre del país”, y la vida como sirviente o en las fábricas o los molinos desde
los 12 años de edad no podían haber sido algo a lo que aspirar. Maltratada por la
familia con la cual viajó a América -también Mormones conversos-, en su
primer invierno ella tuvo que caminar descalza en la nieve y dormir sobre la tapa
de un baúl sólo con su abrigo para cubrirse. A veces no la alimentaban, y ella se
veía forzada a robar leche cuando ordeñaba sus vacas para poder sobrevivir.

Mary Smallman Watkins

En 1843, a sugerencia de Joseph Smith, Presidente de la Iglesia de Los Santos de


los Últimos Días, ella desposó al recientemente enviudado Robert Watkins.
Compartiendo una vida con él, dando a luz seis niños que sobrevivieron hasta la
edad adulta y viviendo en la comunidad religiosa que eligió, parecería que
muchos de sus sueños iniciales fueron cumplidos. Sin embargo, su deseo de
escapar de la constante amenaza de violencia no lo fue así. Uno de muchos
continuos ejemplos de violencia ocurrió cuando ella y Robert se encontraban
viviendo en una colonia Mormona en Nauvoo, Illinois. Luego de que Joseph
Smith y su hermano Hyrum, con quienes está registrado ellos “disfrutaban
amistad y conocimiento cercano”, fueran “martirizados”, los 2000 miembros de
la comunidad fueron expulsados y debieron cruzar el Mississippi bajo
condiciones climáticas muy severas. Mary

contrajo reumatismo y quedó lisiada de por vida, por lo que en adelante debió
usar dos bastones y a menudo tenía que arrastrarse. Mientras vivían en Iowa, su
pequeña Sarah Ann se resbaló de sus manos y cayó en la chimenea. Dado que
sus manos también estaban dañadas, Mary se dejó caer sobre sus rodillas y
desesperadamente se lanzó de cara al fuego y arrastró a su bebé fuera de las
llamas con los dientes. Llamó a dos chicos que pasaban casualmente y ellos
hicieron rodar a la pequeña sobre masa de harina, pero ambas sufrieron
quemaduras graves. La niña se

recuperó, pero el rostro y el nacimiento del cabello de Mary quedaron con


cicatrices marcadas.

Viudo, Robert tenía un hijo de su esposa anterior y otros siete con Mary. Y
aunque la poligamia era recomendada por sus líderes, parece que Mary fue la
única esposa de Robert. Sus hijas Sarah Ann y Rhoda, sin embargo, desposaron
al mismo hombre al mismo tiempo. Robert falleció en 1869. Mary vivió hasta la
edad de 82 años y murió en 1900 en Alpine, Utah, un pueblo que ella y Robert
contribuyeron a desarrollar. Su hijo Joseph es mi bisabuelo por parte de madre.

Joseph Watkins

Las escuelas no fueron establecidas en Alpine hasta que Joseph tuvo veinte años.
El aprendió por su cuenta a leer y escribir, y llevaba un diario. Tuve la fortuna de
obtener una copia. El diario abarca desde 1878 hasta 1888, el año en que murió a
causa de una neumonía a la edad de 34 años. Aunque había algunas contiendas
en la comunidad, las notas en general parecen un testimonio de algo escrito en
The Gathering (La Reunión) en 1996 acerca de estos primeros pioneros:

“Ellos aprendieron a dar sin restricciones y a compartir las cargas unos con
otros en el horno de la aflicción.”

Si bien las primeras anotaciones eran breves y fácticas, encontré que leyendo el
diario completo otra vez cuidadosamente, podía comenzar a tener una visión más
clara de las vidas de Joseph y su esposa Tear, y de su comunidad.

El 24 de julio de 1885, él escribió:

Buen tiempo, fuimos al fuerte a las 9:30 y tomamos todo el helado que quisimos
en lo de Beck. Joe lo hizo, nosotros pusimos los 3 huevos la leche y el azúcar
para prepararlo. Fuimos a la huerta de los Bishop a las 10:30 y pasamos un
muy buen rato hablando de la Biblia, entonando canciones y opinando, cenamos
en lo de Riley ellos hicieron canciones y recitados y carreras con los chicos.
(Hubo) baile y al atardecer todos nos fuimos bien. Vinimos a casa e hicimos
tareas domésticas.

El 19 de diciembre de 1886:

Buen tiempo, claro. Todos fuimos a la asamblea…. David Adams me pidió


disculpas por insultarme 3 o 4 semanas atrás en una reunión y pidió a la sala
que lo perdone, también fue disculpado por todos. Cenamos en lo de Beck y le di
a H Moyle 25 centavos en efectivo para enviar a Vance.

El 7 de febrero de 1888:
Buen tiempo. Fuí al fuerte, llevé 74 lbs de avena a la tienda, pagué 75 cts que
debía ahí, fuí amenazado por J. Moyle .15 aceite .10 apare
Joseph Watkins / Fines de la década de 1880
ció una bolsa de avena y salvia, hicimos tareas de la casa. Nuestro Jim vino al
atardecer y dijo que Lewis acababa de morir, bajé con él estuvimos una hora y
tratamos de consolar a Christina y ayudarla con sus quehaceres. Br Walton y
Jody Bateman recién terminaban de acostarlo. Vet y el hermano y la hermana
Beck estaban allí. El había estado enfermo desde la mañana pero no mal, estuvo
mal solo 2 o 3 minutos y falleció muy rápido sin nadie allí más que su esposa.

Había muchas reuniones de la iglesia, misioneros que predicaban y bailes cada


semana. La gente era convocada a la comunidad por faltas como calumniar,
blasfemar, adulterio, borrachera, juego de cartas, apuestas y otras peores. La
mayor parte usualmente eran perdonadas por el grupo. Y por sus registros supe
que las primeras palabras pronunciadas por la abuela materna Mary fueron
“linda Vicki”, el nombre por el que la llamaban en esa época. Joseph Watkins
falleció repentinamente de neumonía cuando ella tenía 4 años.

Tan importante como poder acceder a esos momentos personales, su diario me


ayudó a dimensionar mejor, en relación a mi bisabuelo,y también a apreciar
paulatinamente la forma en que sus vidas fueron en algunos aspectos, mejores
que la mía: la solidaridad vecinal, los lazos muy cercanos con la familia y la
comunidad, el evidente placer y orgullo por sus hijos y el sentido de contribuir
algo importante a esos niños y a la religión que amaban. Hice una lista de
algunas de las cosas que Joseph sabía hacer, que incluye criar el ganado, cuidar
cultivos de arvejas, zanahorias, cebollas, remolachas, rábanos, melones,
calabazas, repollos y trigo. Joseph también ayudaba a sus vecinos a trabajar sus
granjas, construir sus casas, y participaba en la política y disputas de la
comunidad. Tear compartía con él muchas de estas cosas además de hacer
mantas, ropas, manteca y jabón.

Según su diario, Joseph en ocasiones levantó cierto revuelo, fue multado y


llevado ante el Consejo varias veces por denostarlo o criticarlo, pero también
hablaba en las asambleas y enseñaba en la escuela dominical. Y como su padre
Robert, a veces llevaba el correo a caballo de un pueblo a otro. Tenía muchas
formas de entretenimiento, incluyendo frecuentes cenas con familiares y amigos,
bailes, cánticos, carreras de caballos, torneos de tiro y las habladurías con los
muchachos. Me conmovió particularmente una parte donde describe estar
aguardando para poder leer, el que aparentemente era uno de los pocos libros que
tenía la comunidad. Su amigo John había leído 100 páginas, y él estaba
emocionado porque luego era su turno para leer The History of Jesse James (La
Historia de Jesse James).

Y había una cantidad de notas sobre miembros de la iglesia de paso por Alpine
con noticias de la continua persecución a los Mormones por el gobierno de los
Estados Unidos. Esto incluyó la única orden de exterminio jamás librada contra
un grupo por el gobernador de Missouri pocos años antes.

George Edwards

Me atemorizaban las fotos de este bisabuelo por parte del padre de mi madre.
Parece tan patriarcal como Moisés, y basada en unas pocas historias familiares,
yo asumí que él había sido muy cruel con mi abuela, Betha. Por consiguiente, la
constelación acerca de su relación vendría a resultar en otra sorpresa.

George tuvo tres esposas y 17 hijos. Con su mano descansando justamente sobre
su Biblia, tenía una mirada acerada y era muy apuesto, pero se veía como si
fácilmente pudiera desencadenar la terrible ira de Dios sobre uno en un instante.
Descrito por su nieta Maddie, como “un austero y retraído predicador Bautista”,
ella dijo que tomaba su licor ilegal todos los domingos por la noche. Con resaca
los lunes, golpeaba a sus muchachos para asegurarse que trabajaran duro para él
en su granja toda la semana. Y aunque Maddie dijo que su conducta era normal
en aquellos días, dado lo que yo pensaba era la fragilidad de mi abuela Betha,
era sencillo catalogarlo como un sucio bastardo.
George Edwards/ Aproximadamente 1850

Hasta una constelación en particular, yo fui poco conmovida por las historias de
sus actos de gentileza hacia sus granjeros arrendatarios y vecinos, siendo él un
diácono en la Iglesia Bautista local -construida sobre

terrenos cedidos por sus padres- o el hecho de que Maddie dijera también que él
era justo y generoso. Ni siquiera el conocimiento de lo mucho que contribuyó
para la construcción de Campbell, Missouri, hizo diferencia alguna para mí. Sin
embargo, debo admitir que me sensibilizó un poco un artículo en el periódico
local de Missouri en 1928 donde cuenta que vio el primer barco de vapor en
1856 o que fue un viejo soldado “rebelde” confederado que “nunca fue azotado,
capturado o dado de baja” y que “llegó a casa justo antes de que se hiciera la paz
en 1865.” Y de hecho no es poca cosa que él fue el responsable de financiar la
mudanza de mi abuela y sus niños a California durante la Depresión.

Genograma

Nota: los datos debajo de las primeras líneas indican los primeros ancestros
conocidos. La segunda parte corresponde a la inmigración (conocida) hacia
Estados Unidos.
Palabras clave
Line: línea (linaje)
Married: casados
One of whom has a daughter and son:

Inmigrated:inmigrantes Three sons: tres hijos uno de los cuales tuvo una hija y
un hijo

LAS CORRIENTES PROFUNDAS

l Curso de Aprendizaje Guiado de Suzi probó ser a la vez transformador y por


momentos muy duro para mí. Por una parte, recibí aquello que ignoraba y
siempre había estado buscando. Por la otra parte,

también comencé a comprender que, como ser humano y como psicoterapeuta,


necesitaba cuestionar lo que pensaba que sabía. Y pronto quedó claro que lo que
se requería era un retorno a lo que los budistas llaman el estado de no-
conocimiento, para así poder ser sensible a lo que realmente crea más felicidad y
movimiento en la vida.

Comprender que una fuerza superior diferente a mi mente determina el


crecimiento del alma, fue rechazado por la parte de mí que pensaba que
sobrevivía por el conocimiento. Penoso también fue lo vergonzoso que resultó
para mi identidad no saber en lo inmediato cómo hacer este nuevo trabajo con
otros. Además, después de 30 años de práctica budista y 13 años estudiando el
trabajo de contemplación de Almaas, la desbordante energía imperante en
ocasiones en el Grupo de Aprendizaje Guiado se sentía demasiado exaltada, en
particular para mi parte más seria y controlada.

En un poema reciente acerca de la forma de trabajo de Suzi, comienzo con la


línea, “Ella deja la vida suelta” reflejando el hecho de que ella confía en nuestra
capacidad para acceder a esos movimientos más verdaderos sin pasar por un
lugar de meditación formalmente establecido.

Aunque Hellinger y muchos otros facilitadores implícitamente sugieren un


silencio de “recogimiento” antes de comenzar las constelaciones, Suzi ha sido
innovadora al crear este tolerante, relajado modo de trabajo. La gente, por
ejemplo, puede estar riendo y bromeando en un momento, y en el siguiente pasar
a participar representando con claridad a alguien con un dificultoso destino. Y
fue pronto muy claro que había sido más fácil para mí esconderme en una
versión más formal de grupos de meditación y círculos de constelación.

Uno puede darse cuenta de que el alma parece amar los cambios de nivel y
prefiere ir en espiral hacia una mayor claridad en lugar de seguir un trayecto
lineal. Algunas constelaciones, en consecuencia, representan un paso hacia atrás
y luego otro hacia adelante en pos de otro nivel de resolución. Además,
contrariamente al procesamiento verbal que ocurre en muchos grupos orientados
a la sanación, Hellinger ha sugerido, “Deja que tu alma se ocupe de los ejercicios
guardando una experiencia en el espacio interior atemporal”. Al principio
incómodo para alguien tan habituado al procesamiento intensivo como era yo,
luego se sintió absolutamente bien porque estaba claro que algo se estaba
moviendo en el nivel del silencio, en lugar del más conocido nivel del
pensamiento.

Paulatinamente descubrí que intentar poner el efecto de una constelación en el


marco del lenguaje de la mente analítica o incluso de la emocional, tendía a
alejarme del simple dejar que se desenvuelva en un nivel más esencial de
sabiduría.

Suzi me alentó, por ejemplo, a recordar esto después de una constelación


enfocada en mi madre, diciendo, “Escucha el mensaje de tu madre con oídos
inocentes, aunque sea dicho con la voz más tenue, y déjalo empezar a
reemplazar tu antiguo mantra. Este mensaje entrañable puede llenarte y luego tu
corazón sabrá cómo actuar. Esta imagen de la mujer que sostiene a la pequeña
Jan brinda un amor no sólo desde sí, sino a través de su ser, ilimitado y sin dudas
ni temores” (comunicación personal, 2009). Es por estas razones que hago pocos
comentarios al final de las constelaciones que siguen.

Constelaciones

Mi primera experiencia con el trabajo e Hellinger fue la constelación con


Cristina Casanova descrita en el primer capítulo. Esa simple, esencial imagen
abrió la puerta a una nueva comprensión de la profundidad y la dimensión de mi
familia, y de la familia humana.

***
La segunda constelación fue facilitada por Sophie Kramer que ubicó a mi abuelo
paterno James y a cinco miembros no identificados de su linaje en el campo.
También se ubicó a una persona representando al hombre que le disparó a James
en 1916 en un tiroteo, y una representante de su esposa Betha, y se solicitó a
todos que sigan sus movimientos en el campo. James y Betha caminaron
lentamente el uno hacia el otro. Mientras ellos permanecían mirándose triste
pero también dulcemente, yo inicialmente rechacé lo que estaba viendo: no
conocía las circunstancias que rodearon su muerte en ese punto, y además mi
abuela siempre me había parecido muy lejana al contacto humano íntimo. Tras
unos momentos, James se volvió y caminó despacio hacia el hombre que le
disparó, y quedaron de pie frente a frente por algún tiempo. Luego ambos se
tendieron lentamente sobre el suelo uno al lado del otro, y cerraron sus ojos
pacíficamente.

Esta fue mi primera bastante sorprendente experiencia de que antiguos conflictos


pueden ser sanados en el nivel de las corrientes profundas, cuando no
interferimos en ellos con nuestros juicios y proyecciones. También comencé a
entender cómo en una lealtad inconsciente trágicamente continuamos peleando
batallas completamente solucionables, por generaciones, a veces por siglos.
Además, a medida que fui asimilando lentamente lo que podía en ese punto,
pude sentir que convicciones internas que ni siquiera sabía que tenía, se tornaban
menos sólidas. Quizás estaba equivocada sobre James y Betha. Quizás ellos
fueron más, y diferentes de como yo entendía que fueron. Y tal vez todo esto era
relevante.

***

Amé y compartí mucho con Liz. Sin embargo, luché con un conocimiento de que
no importa cuánto ambas quisiéramos resolver nuestros problemas, éstos no
tenían solución. Y enfrentando la decisión más difícil de mi vida, Suzi dispuso
una representante de Liz.

Liz apareció inesperadamente joven y frágil cuando Suzi ubicó un representante


para mí frente a ella. Fue evidente de inmediato que yo estaba requiriendo de
ella algo que no podía dar. Más importante aún, como mi madre, estaba claro
que quería algo de lo que “tenía en frente” que en realidad sólo podían darme
quienes estaban por detrás de mí. Y aunque por años me manejé para lograr
validar la normalidad de mis necesidades en terapia, cuando ingresé en la
constelación para reemplazar a mi representante, pude sentir de la cabeza a los
pies la intensidad de la energía de mi necesidad de Liz.

Yo comprendería más tarde que esto no era sólo por el vacío que dejó en mi
interior el rechazo a mi familia, sino también por la forma en que el amor estaba
distorsionado por lo mucho que yo acarreaba conmigo del dolor de mi madre. Y
aunque confrontar estas verdades sería muy doloroso y tuvo consecuencias
difíciles, también probó ser un movimiento inevitable para acceder a mi propio
lugar de pertenencia tanto con aquellos que me precedieron, como quienes me
sucedieron y en el mundo.

***

Sin decirme a quiénes de mi familia estaban representando, Suzi solicitó que 12


personas del grupo entraran en el campo y siguieran sus movimientos. En
silencio, varios inmediatamente se tendieron sobre el suelo y otros
permanecieron de pie en pequeños grupos o solos. A medida que ella me acercó
a cada uno, comencé a tener una idea acerca de quiénes podrían ser, y cuando me
ubicó enfrente de uno de los hombres, empecé a sentir que representaba a mi
abuelo materno, Bert.

Como detallé previamente, él atacó sexualmente a mi madre y su hermana y fue


a San Quintín por acosar a una de sus nietas. Con gran sorpresa para mí, su
representante se mostraba enojado cuando me miró a los ojos; y mi ira se
encontró con la suya y la igualó. Yo estaba furiosa de que, después de todo el
sufrimiento que causó, él pudiera estar indignado y conmigo!

Un impulso de lucha y de huída a la vez se apoderó de mí, y quería golpearlo,


salir del cuarto y nunca volver al trabajo de Hellinger. Estaba enfurecida de que
él pudiera hacer algo diferente a, quizás, rogar por el perdón, que dudo le
hubiera concedido.

Y como me vio luchando para continuar confrontando con él, Suzi aumentó la
presión de la mano que en actitud de apoyo mantenía en mi espalda, y me instó a
que continuara mirándolo. Bert, dijo entonces, “Yo también he sufrido!” Y yo
pensé, “Como te atreves a comparar tu sufrimiento con el que causaste a tu
esposa, 13 niños y a muchos de nosotros desde entonces!”. No obstante, con la
mano firme de Suzi en mi espalda, muy reticentemente continué sosteniendo su
mirada con enfado.

Entonces ocurrió una de las cosas más extraordinarias que me han pasado.
Mientras miraba sus ojos una emoción más rápida que la velocidad de la luz y
casi imperceptible incluso para mí, destelló a través mío: fue el repentino y fugaz
recuerdo de que su madre falleció de gangrena cuando él tenía 2 años.

En un nivel que nunca comprenderé del todo, él vio ese destello de


reconocimiento de su dolor. Y sin pensamiento consciente alguno, caímos uno en
brazos del otro sollozando. Al hacerlo, la puerta de la sanación comenzó a
abrirse para él, para mí, para mi madre y varias generaciones más.

Suzi entonces pidió a todos en la constelación que buscaran sus lugares en una
línea detrás de mí, mientras me ubicaba al frente mirando hacia el futuro. Un
momento más tarde, me preguntó si sabía quién se había alineado
inmediatamente detrás de mí para respaldarme. Sin mirar, yo dije, “Mi abuelo” y
ella confirmó, “Sí, tu abuelo.”

Aunque yo aún sentía cierto recelo sobre su presencia detrás de mí, también
había una extraña calma y sensación de pertinencia al respecto. Más tarde yo
comenzaría a pensar acerca de los 700.000 convictos y muchos más no
enjuiciados delincuentes sexuales en este país, el único grupo al que la sociedad
considera aceptable -e incluso requiere- despreciar. Y cuando pensaba en los
millones de personas en sus familias, y las familias de sus víctimas atrapadas en
esta red de estigma y desprecio, sentí una enorme gratitud. Los muchos dones
que mi familia me brindó me estaban permitiendo estar en posición de
comprobar cómo tanto dolor puede ser resuelto, y que aún los más marginados
entre nosotros pueden ser precavidamente incluidos para bien de todos.

***

En esta constelación facilitada por Annie Block Pearl, quería explorar la relación
de mi madre con su padre, Bert. Semiconsciente en su lecho de muerte en 2002,
se mencionó que mi madre sonrió cuando supo a través de uno de sus hermanos
que se rumoreaba que su padre había sido muerto por la policía en 1950, poco
después de su liberación de San Quintín. Hasta entonces, ella creía que él había
fallecido a causa de miocarditis. Sin conocer la historia, Annie dispuso
representantes para mi madre, su madre que falleció cuando ella tenía 11 años, y
Bert.

Mis abuelos permanecieron de pie uno al lado del otro a unos 30 centímetros de
distancia y de frente a mi madre, que miraba hacia ellos alejada unos tres metros.
Muy despacio, ella comenzó a caminar tímidamente hacia ellos, deteniéndose
aproximadamente a un metro. Había una triste y pesada energía en el triángulo,
pero era muy claro que eran parte de un mismo núcleo. Como Suzi diría más
tarde, Bert renunció a sus derechos pero no a su lugar. Y fue la primera vez que
vislumbré que había algo más profundo que eldesprecio que mi madre sentía
hacia su padre: ella quería estar con sus dos padres.

No obstante, aún cuando en la constelación anterior yo había comenzado a


aceptar una molécula de reconocimiento hacia la humanidad de mi abuelo, me
tomó un cierto tiempo comenzar a abrirme a lo que estaba viendo. Todavía era
más fácil odiarlo y proyectar sobre mi madre su absoluto desprecio hacia él, que
permitir la sanación de esta exclusión en nuestra alma familiar. Al mismo
tiempo, dando un paso hacia atrás y luego adelantándose un poco más que antes,
ese desprecio ciertamente se estaba tornando menos convincente.

***

Nuevamente trabajando con Annie Block, quise mirar la relación entre Bert y su
madre Laura, que falleció cuando él tenía 2 años de edad, aunque no le mencioné
su muerte a Annie. Ella ubicó representantes para Laura y Bert en el campo.
Laura inmediatamente se acostó en el suelo de espaldas, con su mirada fija en el
techo. Mostrándose muy joven en su afecto, Bert fue rápidamente de rodillas al
lado de su madre, rogando silenciosamente que ella lo mirara. Era evidente que
ella no podía resistir ver su dolor o sentir su pérdida, y una trágica sensación de
impotencia llenó la sala. Dándome una noción de lo que esto pudo haber sido
para él, la constelación terminó en lugar de moverse hacia una resolución.
Aunque sin condonar jamás sus acciones, esta constelación fue otro paso en el
deterioro del monumento a mi ira y a la exclusión de mi abuelo, no sólo de
nuestra familia sino también de la humanidad. Y como comprendí más tarde que
en algún nivel uno se convierte en aquello que excluye, esta fue una constelación
muy importante para mí.

***

Dado que lo que Hellinger ve cuando alguien se sienta a trabajar con él es


completamente impredecible, crucé el amplio escenario en Washington en 2007
con la sensación de estar saltando a un abismo emocional. Como estuvimos
sentados en calma por algo de tiempo sin hablar, comencé a serenarme. En obvia
referencia al parche en mi ojo izquierdo, él contó brevemente la historia de
alguien con quien había trabajado y que tenía una seria discapacidad física. Le
preguntó a esa persona, “Elegirías tu vida o la de algún otro?”. Entonces,
volviéndose hacia mí, preguntó, “Preferirías tener tu vida o la vida de alguien
más?”. Después de unos minutos de conflicto con poderosas fuerzas interiores,
dije, “La mía”. Y al haber hecho este nuevo nivel de compromiso con mi propia
vida, comencé a temblar.

Cuando el temblor cedió y me tranquilicé, Hellinger dijo, “Pon tu vida en frente


de ti y apenas a tu derecha”. Luego me dio unos minutos para que lo hiciera y
dijo, “Ahora, di “Sí’”. Tras un minuto o algo algo así, yo fui capaz de decir, “Sí”.
Nos quedamos sentados en silencio un poco más, y yo me paré para retirarme.
Con una risa gentil, él dijo, “Noventa y cinco por ciento no está mal”. Riendo yo
también entonces, respondí, “Sí, 95 por ciento no está mal.”

***

Mi primera imponente, demoledora sensación de lo que son las madres, ocurrió


durante el Entrenamiento Intensivo de Hellinger en Louisville, Kentucky en
2008. Trabajando en dúos, una persona representaba a uno de los presentes y la
otra a su madre. Hellinger pidió que la madre estuviera al unísono con su
grandeza como tal. Luego pidió que los hijos se pararan frente a sus madres y
dijo, “Miren hacia ella más allá de sus imágenes de ella, y entendiendo la
profundidad y grandeza de sus madres, sigan sus movimientos.”

Cuando me paré en mi lugar como hija, me sentí paralizada. Como un venado


ante las luces, no era capaz de ver más allá de la imagen de la devoradora
necesidad de mi madre de mí. Sin embargo, al continuar mirándola comencé por
primera vez a tener un breve destello de algo sorprendente: empecé a ver su
fuerza y su dignidad. Y aunque no podía aún arriesgarme a mirar sus ojos, a
medida que me permitía estar más consciente de su presencia, se hacía innegable
que ella nunca había dejado de amarme, a pesar de las intensas tragedias de su
vida, incluyendo mi rechazo.

***

Suzi facilitó la siguiente constelación en Nueva York, disponiendo


representantes para mí y para mi madre. Con inicial desdén, retrocedí a la
antigua imagen de mi madre y lo que veía como debilidad y disposición
percibida a barrer conmigo hacia su devastación. Y esto no comenzó a disiparse
hasta que se dispusieron en la constelación representantes para sus padres y se
ubicaron detrás de ella. Entonces ella comenzó a suavizarse en la confianza de su
apoyo, y al ocurrir esto me sentí con suficiente confianza como para dar un cauto
paso hacia ella.

Todavía insegura sobre si ella estaba recibiendo algo esencial de ellos o si me


ahogaría con sus necesidades, tentativamente me permití ser abrazada por ella.
Sin embargo, necesitada de asegurarme que esto era seguro, le dije, “Tu eres la
madre y yo soy la hija, es así?”. Ella contestó con calma, “Sí.” Aún vacilante le
volví a preguntar y ella respondió, “Sí.” nuevamente. Y esta vez me permití
recibir su amor más de lo que nunca recuerdo haber admitido.

***

Comencé esta constelación con Suzi describiendo la persistente tristeza


generalizada y la aridez emocional de mis años de infancia, diciendo, “Sentía
que estaba viviendo en un desierto en tantas formas. Parecía ser un lugar
olvidado de Dios donde nada podía crecer”. En cierto sentido edificando sobre
los escalones que había iniciado con Hellinger en Washington, ella dispuso a
alguien representando el “Sí” a la vida, y alguien representando al “No”. Un
tercer representante fue ubicado en el círculo para representarme.

Cuando Jan ingresó estuvo inmediatamente atemorizada, caminando nerviosa


alrededor de Sí. Suzi ubicó entonces representantes para mi madre y mi padre en
el círculo, y ellos siguieron sus movimientos interiores y se pararon detrás de
Jan, mirando a su espalda. Otra representante, cuya identidad no se hizo clara
inmediatamente, fue solicitada a ingresar al círculo. Ella se movió sin vacilación
hacia Sí y tomó su mano. Sí, que previamente parecía congelado en su sitio, en
ese punto, dijo, “Ahora puedo empezar a sentir mi corazón.” Entonces Jan, con
sus padres firmemente detrás de ella, comenzó a moverse lentamente hacia Sí, y
el representante no identificado caminó detrás de la madre de Jan, en la posición
de mi abuela materna. Entonces la constelación finalizó.

Pocos días después Suzi me envió un correo electrónico con la foto de una
hermosa flor dorada rodeada de salvia, recordándome cuán bella puede ser una
flor del desierto.
***

A pesar de haber sido informada de que habría un traductor y luego que no,
decidí asistir al Entrenamiento Intensivo con Hellinger en Barcelona en
Septiembre de 2009. Aunque yo no hablo ni español ni alemán, los idiomas en
que se desarrolló el taller de 9 días, fue durante ese entrenamiento que tuve la
tercera visión más allá de mi terror de las demandas de mi madre, de hecho
mucho más allá de esa imagen interior.

Una mujer sentada cerca de mí explicó que Hellinger había pedido que cada uno
de nosotros ubicara dos representantes frente a nosotros, e imagináramos una
línea invisible aproximadamente a medio camino entre ellos y nosotros. Una vez
que nos desplazamos para hacerlo así, se nos invitó a cruzar esa línea y
adelantarnos en dirección al representante hacia quien fuéramos más atraídos.

Y aunque no me moví hacia ella, al principio estuve atraída hacia María, la


aparentemente bastante seductora representante de la izquierda. Estaba
consciente de estar evitando el contacto con Carmen, la representante de la
derecha. No obstante, con alguna dificultad para mantenerme centrada en mí
misma, pronto reconocí que Carmen claramente estaba representando a mi
madre. Con una fuerza que es difícil describir, ella estaba firmemente enfocada
sobre mí. Y aunque permanecí muy autoprotegida poralgún tiempo, lentamente
sentí que empezaba a mirar tímidamente en su dirección. Dado todo el trabajo
que había realizado, entonces yo ya era capaz de asomarme gradualmente sobre
mis temores para ver que la vulnerabilidad que en mis proyecciones era sólo
debilidad, era también una enorme receptividad.

Permitiéndome sentir más la intensidad del incuestionable amor y las


insondables profundidades del ser que había estado esperando tanto ser visto por
mí, di un paso cruzando la línea frente a mí y me entregué a su abrazo. Y como
entonces pude tolerar mirar por un momento en lo profundo de sus ojos,
comencé a comprender qué y quiénes son todas las madres. Las palabras de Bert
Hellinger, “Dios se revela sobre todo en las madres, fuentes delamor” se hicieron
vívidas ante mí. Y cuando ocurrió, pude ver que la unión con lo divino que yo
había estado buscando por tantos años es a través del amor maternal, y no puede
ser alcanzada sin este reconocimiento.

Por “coincidencia” en un ejercicio al final del entrenamiento, se me pidió


representar a la madre de la única mujer entre los 300 asistentes al taller a la que
yo le había tomado antipatía. Noté que sin esforzarme yo era ahora capaz de
entrar en ese infinito panorama, donde nada que mi niña hubiera hecho podría
ocasionar que yo la excluyera. Y habiendo rechazado a su madre en dos
constelaciones con Hellinger, pareció que ella sintió esa aceptación de inmediato
mientras caía en brazos de su madre sollozando lágrimas de alivio.

Más tarde, en una comunicación personal acerca de esa experiencia, Suzi


expresó bellamente la vivencia de Barcelona cuando escribió, “El amor brindado
por la madre fluye no desde ella, sino a través de ella.”

***

Estudiando con Hellinger en Austria, hizo que todos nos moviéramos para
formar pequeños grupos donde cada uno pudo hacer este ejercicio. La persona
que hacía el trabajo elegía representantes para cada uno de sus dos linajes. A
estos dos representantes se les solicitaba que se pararan uno al lado del otro
detrás de la persona y mirando su espalda. Una línea era trazada en el suelo
aproximadamente a un metro y medio por delante de la persona, y moverse hacia
el frente sobre esta línea significaba ir desde el pasado hacia el futuro. Cuando la
persona estaba lista, se le solicitaba atravesar la línea y volverse para decirle a
los representantes de sus dos linajes que entonces estaban del lado del “pasado¨
de la línea, “Y ahora los dejo con paz.”

Cuando fue mi turno, yo estaba dubitativa porque sentía que no había terminado
de trabajar con la distorsión en los sentimientos hacia mi familia, pero a pesar de
esa vacilación dispuse la constelación. Para gran sorpresa de mi parte, cuando
finalmente caminé para atravesar la línea hacia el futuro y dije, “Y ahora los dejo
con paz”, sentí la paz descender sobre mis linajes y sobre mí. Esa paz nunca me
abandonó y todo el trabajo ulterior que haría con mi familia estaría en adelante
sutilmente influenciado por la experiencia de esta nueva posibilidad final.

***

De regreso a las clases con Suzi en Nueva York, quise continuar observando la
relación con mi padre. Ella me ubicó en el campo y eligió un colega miembro
del grupo para representar a mi padre. Por algún tiempo yo lo seguí enfadada y a
la distancia, mientras él parecía dar vueltas sin objeto en la niebla. Diagnóstico
de mi infancia, mi padre no me veía, y yo estaba enojada y fría, reflejándolo en
gran parte. Suzi ubicó entonces representantes para mi madre, sus padres, y
varios de sus hermanos en la constelación. Mi madre parecía muy joven e
inmediatamente quiso ir hacia su padre. Su padre se movió hacia ella, pero
cuando comenzaba a abrazarla, él se detuvo y dijo, “No siento que sea
apropiado”. Suzi inmediatamente lo ubicó a un lado, y dispuso otro
representante masculino cerca de él. Ése representante respetaba que él tenía su
lugar, pero como un amenazante ángel guardián, mantenía sus brazos en alto
evitando que su padre pudiera acercarse desde la periferia.

Triste, mi madre dijo, “Yo ansiaba tanto sentarme en su falda”. Entonces ella
notó que su madre estaba tranquila detrás suyo. Mientras esto se revelaba, mi
padre y yo, parados uno próximo al otro, observábamos a la distancia. Sin
mirarme, mi padre tendió sus brazos hacia mí, atrayéndome hacia sí. Yo me
moví inmediatamente hacia él, apoyé mi cabeza en su pecho y finalmente me
relajé sobre la suavidad de su suéter. Luego, desde el abrazo levanté la vista
hacia mi madre que aún parecía confusa acerca de su deseo de ir con su padre.
Apuntando a mi padre, le dije a mi madre, “Mami, este es tu esposo”. Luego
retrocedí unos pasos, y ella lentamente comenzó a reconocerlo como su marido,
se movieron uno hacia el otro y se abrazaron.

Sería algo de gran significación para mí cuando unas semanas después de esta
constelación el representante de mi padre me dijo que se había sentido muy
honrado al desempeñar ese rol. Y fue también muy significativo que trajera a mi
memoria a mis padres finalmente juntos, de la manera en que de hecho
estuvieron más frecuentemente los últimos 20 años de su matrimonio.

***

Me di cuenta que estaba entonces preparada para explorar mi modo de pensar


acerca de mis abuelas. Mi abuela materna Mary murió 10 años antes de que yo
naciera, y la paterna, Betha, vivió hasta los 96 y residió en el mismo pueblo que
yo, hasta que me fui a los 18. Facilitada por Cristina Casanova, ella ubicó
representantes para ambas abuelas en el círculo. Hasta esta constelación, cuando
rara vez pensaba en alguna de ellas, todavía tendía a reducir a mis abuelas a
haber tenido una pequeña significación en mi vida. Ignorando que había sido
demasiado confuso y doloroso mirar directamente hacia ellas, ahora comenzaba
a estar consciente de sentir la terrible pena acerca de sus pérdidas. Y me di
cuenta por primera vez que no podía separar la tristeza -o la vergüenza- de
ambas, de la mía propia: eran inseparables e inclusivas. Ambas estuvieron
rodeadas por el escándalo, y Mary falleció dejando 12 hijos; algunos de ellos
muy pequeños y se volvieron indigentes. Y como
Mamá y Papá poco antes de la muerte de él en 1999.

he contado, mi imagen de Betha como casi catatónica balanceándose en su


mecedora y leyendo la Biblia, era aún bastante convincente.

Mientras los representantes se ubicaban, Mary lentamente se echó sobre el suelo.

Sentada en una silla fuera de la constelación, fui conmovida al notar que mi


cuerpo colapsaba también, en gran parte a semejanza de Mary. Sin embargo,
parada de espaldas a ambas abuelas, la representante de Jan dijo, “Me siento
muy distante”, reflejando fielmente cómo yo me había manejado con mis
abuelas a lo largo de mi vida. Y mientras esto se desarrollaba, yo apenas podía
respirar mirando lo que ocurría delante de mí.

Suzi entró entonces cerca de Mary a co-facilitar, y dijo enfáticamente, “No se


trata de que Mary dejó 12 hijos. Es que ella tuvo 12 hijos. Es una imagen de
abundancia, no de pérdida.” Al oír eso, Mary se levantó despa
Mi abuela Mary…

La verdad paralela a la que accedí.

cio y empezó a emanar una fuerte y bella vitalidad y sexualidad, que me recordó
mucho a una foto suya a los 14 años. Y mientras mi limitada imagen de Mary
comenzaba a incluir la alegría y vivacidad que estaba viendo, Suzi se volvió
hacia mí nuevamente y dijo enérgicamente, “Jan, tú no tienes derecho a su
pena!”. Y como una bofetada con la vara de un maestro Zen, el impacto de esa
ahora evidente verdad desalojó algo intenso y extraño del trasfondo de mi
corazón.

Invitada a ingresar a la constelación para reemplazar a mi representante, percibí


que Betha estaba frente a mí. Lo que más me golpeó inmediatamente fue lo
difícil que se tornó “mantener” internamente en su lugar el relato de que ella no
me veía, a mí ni a nadie. Estaba siendo vista por ella. Y mirando fijamente sus
ojos, vi algo más que en mi arrogancia nunca habría imaginado si no lo hubiese
experimentado.

Yo había dado por sentada su completa absorción religiosa como una clase de
insanía, así que me sorprendió ver la presencia de una sabiduría trascendente que
igualaba lo que también había visto en los ojos de mi madre en Barcelona. Y
dando unos pasos hacia ella, Betha me abrazó y acarició tiernamente mi cabello.
Aunque yo recordaba que ella me peinaba cuando niña, nunca imaginé que me
tuviera en consideración como lo hacía. Ahora yo percibía su conciencia de mí,
y su amor por mí, y sentí entonces que podía abrirme a mi amor por ella.

Mi abuela Betha.
La verdad paralela a la que accedí.

Además, el hecho de que viviera hasta los 96 años adquirió un nuevo significado
para mí. Y aunque ella debe haber querido reunirse con su madre y todos
aquellos que perdió tan tempranamente, se quedó con nosotros. Yo podía ahora
comenzar a reconocer que el amor a su Dios podía

ser al menos en parte una forma de reencuentro con todos a quienes había
perdido. Y desde entonces, cuando pienso en mis abuelas siento dulzura y un
nuevo respeto. Los antiguos sentimientos han sido reemplazados por una
felicidad y una energía que se transmite desde sus almas a la mía.

***

Suzi le propuso al grupo trabajar con relaciones íntimas, y me encontré diciendo,


“No estoy interesada”. Sin embargo, una parte de mí sabía que a pesar de
haberlo dicho, esa no era la verdad en el fondo. Pude oír la dureza en mi voz que
reflejaba una resistencia a lo que Bert Hellinger podría llamar “permitirse con
gratitud ser llevado a más”. Yo sabía que fragmentos de antiguo dolor aún
ejercían una penosa influencia sobre mí. Suzi me pidió que ingresara al campo
para lo que sería una “constelación ciega.” Una mujer fue ubicada en el campo
como representante, pero ni ella ni yo sabíamos a quién o qué representaba.
Cuando se nospidió seguir nuestros movimientos, mi cuerpo retrocedió hacia el
centro del círculo y comencé a sentirme lentamente atraída hacia su dirección.
En un punto, me volví hacia ella, miré a sus ojos y me sentí cálidamente
recibida. Mientras continuaba mirándola profundamente, nos tomamos de las
manos y comenzamos a balancearnos con suavidad acompasadamente.

En un lento baile, me di cuenta que me estaba dejando llevar por algo


exquisitamente sutil más allá de mi voluntad o la de ella. Estaba haciendo el tipo
de contacto físico y emocional con otra persona que a causa del dolor -y sombras
de mi ciega lealtad al sufrimiento de mi madre- no había experimentado por un
tiempo demasiado largo. Y no era importante en absoluto, ni estaba claro de qué
género era la otra persona, o si el amor que nos movía era romántico o
sencillamente por la vida misma. Cuando me senté estaba conmovida más allá
de la emoción, y se me había recordado cálidamente que hay una inteligencia
superior guiando cada movimiento vital, si me tomo una pausa y le permito a mi
ser responder a ella.

***

En el proceso de escribir acerca de mi bisabuelo paterno George Edwards y mis


bisabuelos maternos Joseph Watkins y Tear Beck, le pedí a los miembros de mi
grupo de Aprendizaje Guiado que los representaran en una constelación.

Debido a su violencia, mi expectativa era que la representante de Betha estaría


atemorizada de su padre George y se alejaría de él. Estaba equivocada. Ella se
aproximó de inmediato y él la sostuvo en actitud protectora. Y, por lo que había
leído en el diario de Joseph, esperaba que hubiera una buena relación entre él y
Tear, pero nuevamente fui asombrada al ver hasta qué punto era fuerte esa
relación. La representante de Tear dijo, “Nunca me sentí tan feliz en ninguna
representación que haya hecho en una pareja”.

Mientras me mantenía a un lado y observaba esto desde afuera, me sentí


eventualmente atraída hacia mi abuela Betha, que estaba mirándome con su
padre ahora detrás de ella. Entonces tendí mi mano hacia ellos, y a Joseph y
Tear. Y al retroceder a la periferia del campo, los llevaba dentro de mi alma de
una forma muy nueva y fortalecedora. Suzi señaló que parada aproximadamente
a un metro y medio y de frente a ellos, estaba ubicada correctamente en la
constelación y que en ese lugar también estaba al servicio de ellos como su
“documentadora”.

***

Me sentí bastante satisfecha por algún tiempo, pero una serie de eventos
particularmente penosos me habían llevado a un ahora inusual lugar de conflicto.
Al comentarle a Suzi acerca de esto, ella me sugirió “no apoyarme en la
debilidad en mi sistema, sino en cambio en la perspectiva mayor”. Aceptando
ese consejo, me volví hacia mis ancestros y les pedí su ayuda para sentir con
mayor claridad su bondad, generosidad e inteligencia. Y cuando lo hice me sentí
crecientemente reconfortada y segura de apoyarme en ellos. Sin embargo,
todavía percibiendo cierta desconfianza residual acerca de recibir su ayuda,
solicité al círculo de Aprendizaje Guiado realizar una constelación para explorar
lo que estaba sintiendo.

El estudiante y facilitador Slawomir Kielczewski ubicó a seis miembros no


identificados de mi familia en el círculo, y también fuí invitada a ingresar. Una
de las personas, una mujer muy desenfadada, se acercó y me llevó frente a las
otras cinco. Kielczewski y me pidió que les dijera, “Gracias”. Y aunque yo
quería poder decírselo, era evidente para mí que no hubiera sido completamente
sincera. No obstante, pude decir con sinceridad, “Quiero poder darles las
gracias”. Con lágrimas de frustración, la mujer me tomó diciendo: “Qué es lo
que necesitas?” y yo respondí “Todavía a veces me siento atemorizada cuando
los miro. Hoy realmente no puedo verlos. Creo que necesito acercarme y mirar a
los ojos a cada uno cuando les hablo”.

Cuando caminamos juntas hasta la primera mujer, sentí que había visto cierto
recelo en su mirada. No obstante, como pude aceptarlo sin retraerme, su
desconfianza se tornó en una cauta sonrisa compartida entre las dos. Cuando
pasé a la siguiente mujer, hubo una calidez sin reservas en el contacto, y algo en
mí se relajó un poco más. Cuando me volví al hombre a su lado, sin embargo,
me miró con lo que parecía un intenso temor y quizás hasta repugnancia.
Atemorizante al principio, mi fortaleza fue aumentando y sorpresivamente pude
aceptar esa forma en la que él parecía sentir hacia mí.
Cierta objetividad y compasiónsurgió en mí mientras también cruzaba por mi
mente la idea de que sus sentimientos eran demasiado intensos para ser
completamente sobre mí, y me sentí más dispuesta para limitarme a
contemplarlos y recibirlos. Mientras tanto, apenas advertida por mí, había una
tercera mujer que estaba de pie, en calma pero en actitud protectora junto a un
joven que se había deslizado despacio al suelo. Y cuando me acerqué a ella, me
sonrió alegremente y hubo un relajado afecto entre ambas. Entonces me volví
para hacer más contacto con el joven, y quedé asombrada. Aunque
evidentemente él estaba herido profundamente de algún modo, yo nunca había
visto semejante dulce amor fluir en ojos humanos. Eran como inspirados en
alguna pintura renacentista de un muchacho no enteramente de este mundo. Y
mirando en esos ojos, mi corazón sintió el deseo de honrar y proteger a este
chico a toda costa.

Entonces la constelación terminó, y yo estaba consciente de que hay


evidentemente mucho más en la historia de mi familia -y en cada familia- de lo
que mi mente podía haber imaginado. Cuando más tarde hablé acerca de esto
con Suzi ella dijo, “Necesitamos proteger a nuestros ángeles, pero si estamos
desencadenados y hay un vacío en esta conexión a nuestras familias, no hay
forma de que nuestro cuerpo pueda soportarlo. No obstante, las personas en tu
ascendencia son como un manantial. Cuando incluimos al niño, a la mujer alegre
y despreocupada y a aquellos que estaban evidentemente doloridos, somos más
confiables. Cuando nos reunimos con ellos más allá de los detalles nada puede
separarnos mucho”.

Y aunque habría más trabajo de importancia, termino las constelaciones aquí. De


todas maneras, como esta es una travesía universal, y porque he notado que esto
no siempre es rastreado en constelaciones, me gustaría decir algo más acerca del
“gesto extendido” hacia ambos, la madre y el padre. Como describí antes, a
medida que fui dando los pasos de reencuentro, fue importante notar que yo -
como la mayor parte de las personas que he observado- hice una natural
regresión a las edades muy tempranas en las que inicialmente quedamos
bloqueados en nuestros temores. Sin embargo, fue crucial que cuando fui capaz
de entregarme a su abrazo, yo fuera gentilmente animada a “acceder a mi
fortaleza”.

A causa de ese estímulo, yo pude acercarme lentamente a ellos como la mujer


que soy ahora, tanto como mi yo más joven, y recibir y apreciar más lo que ellos
siempre tuvieron para dar. Además, me di cuenta que por algún tiempo estar
retenida era más fácil para mí que ser capaz de mantenerme presente y mirar a
sus ojos. A medida que esa capacidad aumentó, pude ser más receptiva a la
intensidad de la alegría, pena, ira, confusión, amor y divinidad de la fuerza vital
de cada uno de ellos. Y gracias a eso, ahora he podido hacer contacto con otros
con la misma más amplia y profunda receptividad.

LA TERAPEUTA DIFÍCIL

“Si intentas ayudar a alguien utilizando constelaciones familiares, esto sólo


podrá ocurrir si has logrado también la armonía con tus padres, y, muy
importante, si estás en armonía con los padres del cliente. Si no puedes tener a
los padres de tu cliente en tu corazón, con todo el honor y respeto que merecen,
no podrás alcanzar el alma del cliente”. (p. 94)

-Bert Hellinger, Peace Begins in the Soul (La Paz comienza en el Alma)
E

n los círculos clínicos, el cliente con el que uno se siente impotente, o el cliente
que no acepta graciosamente y coopera con la “sabiduría” de uno, es a veces
llamado “un paciente difícil”. Pues bien, es justo

decir que en los años recientes algunos clientes han sentido al comienzo que yo
era una “terapeuta difícil”.

Aquellos que están familiarizados con las aproximaciones terapéuticas más


tradicionales, generalmente tienen la expectativa de que nuestro trabajo se centre
más exclusivamente en las emociones relacionadas con los relatos de sus
problemáticas. Algunos clientes inicialmente están sorprendidos de que los
abordajes de Levine y Hellinger involucran un foco de atención mucho más
amplio que la mayoría de las terapias, incluyendo atender a las sensaciones
físicas del cliente y a menudo a los sistemas familiares históricos. Sin embargo,
aquellos que comienzan a sentir curiosidad acerca de la inteligencia de sus
cuerpos y nuevos niveles de su propio conocimiento interior, también empiezan
a sentir lo prometedor de lo que están siendo invitados a incursionar.

Grace

Una persona venerada dentro de su grupo religioso en el Medio Oeste, me fue


referida debido a una abrumadora ansiedad que la golpeaba durante sus
plegarias, o cuando estaba liderando sus grupos. De unos 65 años, cuando tenía
apenas meses de edad fue abandonada en los peldaños de una iglesia por su
madre, que había caminado millas de peligroso territorio para darle una forma de
sobrevivir. Ubicada en un orfanato por unos meses, fue evacuada de su país
cuando éste quedó totalmente afectado por la guerra. Y aunque era más artística
por naturaleza que la intelectual familia americana que la adoptó, de diferente
raza y religión, desde luego ella hizo todo lo que pudo para complacerlos. Sintió
que para ajustarse a las expectativas y deseos que tenían para ella, debía
manejarse y manipularse a sí misma, así como borrar cualquier pensamiento
acerca de sus padres biológicos y su país de origen. Ella temía que esos temas
podían herir a sus padres adoptivos por una parte, y amenazar la que consideraba
su endeble posición en la familia, por otra.

No muchos años antes, yo habría dedicado una gran cantidad de tiempo


“desarrollando un vínculo de transferencia terapéutica” con Grace. Asumiendo
entonces que yo era su recurso primario, una parte significativa de esa tarea
hubiera sido la sintonía empática con sus sentimientos de abandono y soledad.
Yo ahora sabía, por el contrario, que era algo pequeño en términos del panorama
amplio de su vida. Yo no había arriesgado mi vida al darla a luz, no le había
aportado mi fuerza vital, ni había vuelto a poner mi vida en riesgo con la
esperanza de garantizar su seguridad. Tampoco la había cuidado ni educado. Yo
simplemente de hecho estaba representando temporalmente a aquéllos miembros
de su familia que no podían estar allí físicamente.

No obstante, dado que los recursos de su propio cuerpo y la conexión tanto con
su familia biológica como con la adoptiva eran para ella comprensiblemente
difíciles, ambas fueron suavemente deslizadas para experimentar como
posibilidades. Y en la medida en que se abrió a éstos niveles de trabajo, como
sugirió Suzi en la supervisión del caso, Grace comenzó a “ser impulsada y
cuidada por todas. No quién fuera bueno o malo, padre biológico o adoptivo,
sino respondiendo a la pregunta: “Qué elijo recibir ahora?’” Experiencia
Somática se tornó una herramienta importante en el trabajo con la energía densa
y crónica que se había concentrado en su cabeza y cuello, por años de intentar
manejar su mundo y sus sentimientos. Al describir el acto de malabarismo
interno y externo que ella sentía que tenía que hacer a lo largo e su vida, en un
punto dijo, “sentía que mi cabeza iba a explotar y mi rostro hacerse trizas”.

Mediante el aprendizaje de cambiar algo de su atención a lugares que podían


sentir la tierra bajo sus pies o un aliado a su lado, ella notó que la intensidad de
la energía en su cabeza se redujo a un rango más moderado. Su cuerpo comenzó
a aprender a liberar la tensión que había estado sosteniendo por décadas. Y a
través de suaves temblores y otros síntomas de liberación de su sistema nervioso
que fueron emergiendo en su trabajo, las luchas, las fugas y las reacciones
bloqueadas reprimidas comenzaron a resolverse.

Asistiendo a uno de los talleres de Suzi, tuvo lugar una constelación con
representantes para los padres adoptivos y biológicos de Grace y el orfanato
donde estuvo algunos meses antes de la evacuación de su país. Sorpresivamente,
mientras había evidente amor emanando hacia Grace de ambos, sus padres
biológicos y adoptivos, el representante del orfanato fue el más intensamente
atento. Todo esto, desde luego, se sentía opuesto a las dolorosas imágenes
concretizadas esencialmente de soledad y abandono. Y ella estaba visiblemente
asombrada mientras lentamente comenzaba a recibir lo que podía de ésta
profundamente fortalecedora realidad paralela.

En el trabajo en privado subsecuente, la idea de su madre biológica como una


persona real en lugar de un fantasma en la oscura memoria de su mente,
resultaba desde luego, una imagen todavía muy difícil de siquiera ser
considerada para ella. Así que cuando se sintió como si estuviéramos listas para
introducir pisadas de felpa para representarla, Grace las ubicó alejadas al otro
lado de la sala. Y dado que los verdaderos movimientos del alma son usualmente
lentos, tomó una cantidad de meses que Grace pudiera permitir la posibilidad de
una nueva forma de integrar lo que había pasado entre ella y su madre biológica
en el previamente impenetrable relato que ella desarrolló tempranamente en su
vida para poder subsistir a la pérdida.

A medida que crecientemente fue experimentando a su madre como una fuente


de amor, me sentí inclinada a incorporar pisadas de felpa representando a su
padre biológico. Ella nunca se había permitido conscientemente imaginar
siquiera a su padre natural, y al principio una predecible sensación de rechazo y
aún de conmoción, surgió de ella cuando yo me paré sobre sus pisadas. Como su
padre yo sentí una tranquila fuerza en mí, y me encontré mirando a Grace con
alivio y orgullo. Y aunque por un lado resultó desconcertante para ella, a medida
que tímidamente observó esto, empezó a abrirse a varias nuevas realidades.
Primero, como su madre, su padre era también una persona real. Y segundo, el
podía ser una inesperada fuente de amor y de fuerza.

En el trabajo posterior estuvimos en capacidad de ubicar las pisadas de felpa de


su madre y su padre juntas, con ambas parándonos sobre ellas para adquirir una
sensación de sus padres. En determinado punto ella se sintió dispuesta a entrar
en constelaciones para experimentar con encontrar la justa cercanía en relación a
ambos. Y después de varios meses de trabajo sutil con las nuevas realidades
visibles y palpables de sus padres biológicos, ella inició la sesión diciendo,
“Estoy más asentada en mi cuerpo, peleo menos conmigo misma y tengo largos
períodos de alegría. Y la rutina de plegarias que vengo practicando hace décadas
se ha profundizado en una forma que no podría haber imaginado.”

Grace siempre tendrá una sensación de pérdida en alguna profundidad de su ser.


Como escribió Jeanette Winterson11: “El sentimiento de que algo te falta nunca
te abandona, y no puede abandonarte, y no debería tampoco, porque algo te
está faltand”. Ese algo faltante es parte del panorama de la vida de Grace. Sin
embargo, el trabajo que ella experimentó es ahora también parte integrante de
ese panorama. Continúa creciendo en su interior, creando una nueva presencia,
así como la ausencia. Y es transformador para mí ver a esta mujer de tal
sabiduría y amabilidad encontrar estas inquebrantables nuevas fuentes de
estabilidad y felicidad en su vida.

11. NdelT: Se refiere a la célebre escritora inglesa nacida en Manchester en


1959, que fue criada por padres adoptivos y es homosexual.
Gail

Dado lo disociada que generalmente estaba de su cuerpo, Gail estaba


sorprendentemente radiante por momentos. Y a pesar de que un terapeuta
anterior le dijo que sentía que su dificultad para afianzarse con más fortaleza en
su vida se debía a problemas en la separación con su madre, la constelación
realizada indicó una verdad más compleja.

Debido a que ella había escuchado algo acerca del trabajo con constelaciones,
después de conversarbrevemente le pedí que ubicara en el suelo pisadas de felpa
representando a su madre, dónde lo sintiera adecuado. Cuando lo hizo, noté que
su cuerpo se contraía y se alejaba de las pisadas. Animándola a seguir cualquier
movimiento que se sintiera inclinada a hacer, ella describió un sutil impulso en
sus brazos de empujar a su madre lejos. Diciendo que le gustaría empujar a su
madre a un barco de Circle Line en el río Hudson, empezó a hablar acerca de
distintas maneras en que ella la había herido. Sus palabras tenían, sin embargo,
la característica de la repetición insatisfactoria. Se sentían como si ella hubiese
repetido esta historia una y otra vez a lo largo de los años, recibiendo empatía
por su dolor, pero sin hacer progreso alguno en resolverlo.

Tan suavemente como pude, orienté su atención a notar que ella continuaba
haciendo el gesto de alejar a su madre con los brazos mientras hablaba de ella.
Aunque molesta por verse interrumpida en su relato, ella hizo consciente el
gesto, repitiéndolo aún con mayor firmeza cuando le pregunté si se sentía
dispuesta a intensificarlo. Luego le pedí que buscara la distancia exacta a la cual
le gustaría ubicar a su madre, y mientras exploraba esto su cuerpo comenzó a
relajarse. Desde el punto de vista de su sistema nervioso primitivo, su madre
estaba ahora a una distancia y cercanía óptimas: ahora ella podía respirar mejor,
literalmente. No obstante, como ocurre con frecuencia cuando una persona
finalmente logra comenzar a expresar lo que siente como peligrosos instintos
primitivos de ataque o fuga, el temor y la tristeza surgen como reacción. Ella
comenzó a entrar en un colapso familiar, diciendo, “Me siento muy mal, y muy
sola”.

Aceptando mi sugerencia de percibir el suelo bajo sus pies y respirar con


suavidad hacia su esternón, lentamente salió del colapso. Se sintió más tranquila
y parecía suficientemente fuerte para comenzar a contener y liberar el natural
pesar del que ahora era consciente. Mi sensación de éste pesar fue que era nuevo,
más que reciclado.

También era una capacidad inicial para tolerar el reconocimiento de lo que había
perdido. Explorando la anatomía de esta posición muy familiar, ella vio más
claramente que desde ese lugar de colapso no podía extenderse hacia su madre ni
tampoco seguir adelante de un modo agradable. En contacto con el pesar pero
siendo guiada ahora para volver a los recursos de su yo actual corporeizado, ella
podía ver que los sentimientos dolorosos podían pasar a través de ella más
sencilla y naturalmente.

Luego ubiqué seis juegos de pisadas representando las mujeres en el linaje de su


madre, por detrás de ella y mirando la parte de atrás de sus pisadas de felpa. Al
solicitarle que observara a cada madre con sus manos en los hombros de su hija
en frente de ella, fue al principio reticente a recibir la imagen. Sin embargo, a
medida que Gail comenzó a asimilar la realidad de esta línea de apoyo femenino,
yo di vuelta las pisadas de su madre para enfrentar a las de su madre detrás de
ella. Luego me paré sobre las pisadas de éstas mujeres, y Gail pudo llegar a tener
una sensación de su madre recibiendo apoyo de su propia madre y de aquéllas
detrás de ella. Observando esto Gail dijo, “Hay tanto alivio al ver esto. Me siento
un poco como queriendo acercarme hacia mi madre”.

Gail ahora experimentaba a su madre como teniendo sus brazos ligera y


tranquilamente extendidos hacia ella, y cuando lo hizo, lentamente comenzó a
suavizarse y estar más receptiva. Dejando que esto se desarrollara, sugerí que si
quería, ella podía tomar una imagen interna de aquello que sintiera importante. Y
me sentí muy contenta por ella y su madre adoptiva cuando dos meses después,
al regresar de visitarla, Gail dijo, “Fue la más afectuosa visita en muchos años.
Me sentí como mi yo adulta todo el tiempo”.

Saul

Uno de mis grupos de constelaciones más breve tuvo lugar con un psicólogo
judío de 85 años con una historia familiar relacionada con el Holocausto. Un
hombre fuerte y amado por muchos, “Saul” había trabajado con una cantidad de
abordajes espirituales y se había beneficiado profundamente con ellos. Sin
embargo, encontrándose extremadamente mal de salud, estaba atemorizado de la
muerte. Y aunque había hecho muchos años de trabajo acerca de este temor,
continuaba en un estado de gran dolor emocional y confusión acerca de su
relación con su madre, que había fallecido cuando él era bastante joven, y con su
padre, que había cometido suicidio.

Comencé ubicando a una experimentada representante, Nercy Rodriguez


Sullivan, aproximadamente a un metro frente a él representando a su madre. Ella
comenzó a mirarlo inmediatamente con evidente amor. Sin embargo, él
rápidamente se puso ansioso y presa del temor. Volviéndose hacia sus defensas
intelectuales, quedó absorto tratando de recordar lo que su maestro espiritual le
había sugerido una vez preguntar a su madre acerca de la muerte. Apoyando mi
mano suavemente en su frente, le dije “Sólo mírala”. Y cuando lo dije él hizo
contacto visual por un momento con la representante de su madre y luego se dejó
llevar por sus pensamientos nuevamente.

Con alguna mayor firmeza, entonces repetí, “Sólo mírala.” Paulatinamente el


empezó a poder recibir algo de la enormidad del amor que ella claramente estaba
sintiendo por él. Después de un período de silencioso contacto entre ellos,
finalizamos la constelación. Saul entonces se sentó y como se lo veía muy
conmovido, unos momentos más tarde le pregunté cómo se sentía. Hablando
desde lo que parecía ser una sensación de asombro, él dijo, “Antes, todo lo que
podía ver detrás de mí era un mar de tragedia. Ahora todo lo que puedo ver es
amor.”

Cuando Saul estaba cercano a su muerte posteriormente ése año, le envié a su


esposa -que había estado presente aquélla tarde- algo que escribí acerca de su
constelación. Y cuando hablamos un mes después ella dijo, “Las palabras no
pueden expresar la forma en que eso nos afectó a ambos. Saul está gozando de
los recuerdos de esa noche y se va a dormir hoy de una forma muy diferente a la
que acostumbraba”.

La Supervisión de Andrea

Una significativa parte de mi práctica ha involucrado el trabajo con colegas


profesionales de salud mental, ya sea en la forma de tratamiento conjunto o
supervisión de sus clientes. En 2010, el Dr. M., un psicoanalista, me refirió a su
paciente Andrea para tratamiento conjunto. De importancia primaria en su vida
por 16 años, él la había ayudado a atravesar muchos transes angustiosos. Pero él
estaba preocupado porque ella parecía estar hundiéndose progresivamente en la
depresión que había mantenido a raya por muchos años.

Cuando Andrea y yo comenzamos a trabajar juntas, ella comentó que uno de sus
temores era el de no poder solventar al Dr. M. en el futuro. Ella temía que no
podría sobrevivir, ni qué mencionar prosperar, sin él. A diferencia de su padre,
que había abandonado a su madre y a ella cuando tenía 6 años, su relación con el
Dr. M. le había brindado la guía de un hombre estable y afectuoso.

Luego de la primera sesión con Andrea, le consulté al Dr. M. cómo se sentía


respecto del padre de ella, y él respondió, “Siempre me sentí muy protector con
ella e indignado de que él abandonara una niña tan preciosa.” Motivada por su
preocupación, comencé a cuestionar si su postura de protección podría estar
resultando contraproducente. Habiendo visto algo sorprendente acerca de padres
“ausentes” o “abandónicos” en muchas constelaciones, estaba advertida de que
había una realidad paralela. Yo sabía, por ejemplo, que ella había nacido
producto de la pasión entre sus padres, que su padre la había ayudado a crecer
durante seis años y que en una cantidad de oportunidades a lo largo de los años
él había sido rechazado cuando intentó reingresar en su vida. Y, no menos
importante, dado que su padre y su linaje eran la mitad de su ser, comencé a
explorar con el Dr. M. si sería factible para él considerar al padre de Andrea
como un posible recurso para ella, independientemente de si ella elegía, o
resultaba sensato, que lo viera de nuevo.
Dado que al Dr. M. sinceramente le importaba Andrea, accedió a un
experimento. A sugerencia mía, colocó un trozo de papel en el suelo para
representar al padre de ella, y otro para representar a Andrea. Luego le pedí que
se parara sobre el papel que representaba al padre y que, tanto como le fuera
posible, dejara de lado lo que él sentía que conocía de éste hombre y sólo
atendiera a aquello que sintiera en su cuerpo. Le sugerí que notara, por ejemplo,
si se sentía firme o vacilante, dónde eran atraídos sus ojos, y si estaba consciente
de Andrea. Hubo silencio por un tiempo mientras él dejó el teléfono para hacer
esa exploración. Cuando volvió, estaba sorprendido de haber comenzado a
sentirse mareado y querer dar vueltas en terrible confusión cuando se paró sobre
el lugar del padre. Después de un silencio en el teléfono, finalmente dijo, “Tuve
una sensación de que pudo haberse ido para protegerlas de algo en él que estaba
fuera de control”. Varias semanas más tarde me reportó que encontró que estaba
más dispuesto e interesado en explorar con Andrea si ella tenía algunos
recuerdos agradables de su padre. Sentí que había habido un sutil cambio en la
forma en que el Dr. M. sostenía tanto el rol del padre de Andrea como el suyo, y
que esto podía serun importante nuevo movimiento en la terapia.

Anthony

Criado en Harlem, la madre de Anthony hacía muchos trabajos físicamente


demandantes para atenderlo, así como a sus hermanas.
Contra las probabilidades, ella incluso logró enviarlo a escuelas privadas.
Habiendo abandonado a su familia cuando Anthony tenía 6 años, su padre era un
corredor de lotería ilegal que controlaba una esquina cercana al departamento en
el que vivían. Rechazando brutalmente al joven Anthony siempre que trató de
acercarse, incluso se rehusó a visitar a su hijo una vez adulto y exitoso, y
tampoco conocería a su encantadora esposa. Para el momento en que comencé a
trabajar con él, cerca de los 35 años, todo esto había empujado a Anthony
profundamente en el dominio de su madre y su linaje materno.
Y aunque recibió mucho amor y fuerza de ellos, desde luego algo esencial estaba
faltando. Y él hablaba con gran nostalgia y decepción sobre la relación con su
padre y los hombres mayores en los que infructuosamente buscó consejo.
Afortunadamente, no obstante, principalmente gracias al trabajo con Experiencia
Somática que habíamos realizado antes de mi estudio de constelaciones
familiares, él había sido crecientemente capaz de mantener algunas amistades
masculinas importantes, así como abordar a su padre desde una posición con
más recursos y menos vulnerable. Cerca de un año antes de la muerte de su
padre, él pudo visitar a Anthony en su casa y mostrar su orgullo de su hijo. Y
antes de que concluyera su terapia poco después, parecía estar desarrollándose
en Anthony y en sus emprendimientos artísticos una masculinidad más
convincente.
No obstante, habiendo integrado los conceptos de Hellinger en mi trabajo, tenía
la sensación de que Anthony todavía podía recibir más de su ascendencia
masculina si elegía hacerlo. Lo invité a un grupo de constelaciones que facilité, y
él decidió asistir y también hacer una constelación. Comencé ubicando a
Anthony en la constelación y dispuse representantes para su padre, abuelo
paterno (acerca de quien él no tenía información) y varias generaciones más de
su ascendencia masculina detrás de ellos.
El padre de Anthony estuvo de inmediato congelado en su lugar como una
estatua, con una mano tendida en dirección a Anthony y la otra en dirección a su
propio padre. Claramente desesperado, estaba completamente incapacitado de
volverse o ver detrás de él, o de moverse en dirección a Anthony. Comoel abuelo
de Anthony parecía ser gradualmente fortalecido por aquéllos detrás de él, un
representante para África fue ubicado detrás de ellos y todo el linaje se vio más
fuerte. Cuando esto ocurría, el padre de Anthony comenzó a salir de su bloqueo
y extendió los brazos hacia su hijo.
Anthony, que había parecido paralizado mientras observaba esto desarrollarse
frente a él, también comenzó a salir de esa parálisis. Cuando observó a su padre
mirándolo claramente, Anthony comenzó a sollozar. Se movió hacia los brazos
de su padre, permitiendo que el dolor remanente y el amor que tan arduamente
había tratado de ocultar se expresaran al fin. Su padre entonces lo tomó con
fuerza de la mano y lo presentó orgullosamente a cada uno de sus ancestros.
Todos ellos sonrieron cálidamente a Anthony y le dieron su bendición. Y cuando
hablé con él varios meses más tarde, el simplemente dijo, “Eso cambió mi vida.”

Algunos Pensamientos sobre Psicoterapia

En los años recientes, tomé consciencia dolorosamente de que es muy fácil para
mí apoyar lo nuevo y borrar lo que estaba antes. Esta es una de varias razones
por las que me siento en deuda con el reciente libro de Beaumont, Toward a
Spiritual Psychotherapy: Soul as a Dimension of Experience (Hacia una
Psicoterapia Espiritual: el Alma como una Dimensión de la Experiencia). En él
se describen muchas de las contribuciones que la teoría y práctica
psicoterapéutica han hecho a nuestras vidas. Y me recordó cuán en deuda
estamos con ambas aquéllos que hacemos trabajo de constelaciones familiares
por el rol que han tenido en su continuo desarrollo. Pienso, no obstante, que
necesitamos estar advertidos acerca de cómo cualquier sistema de pensamiento -
incluyendo la perspectiva que estoy describiendopuede menoscabarnos si no
continúa siendo refinada y expandida.

Yo siento cada vez más, por ejemplo, que el sistema de diagnóstico


psicoterapéutico puede a veces reducir el profundo, amplio y complejo
panorama de una persona a un montón de escombros. El diagnóstico de
“Ansiedad y Depresión Clínica” de mi madre es sólo uno de los que ahora
cuestionaría. Un embarazoso trabalenguas que no incluye una dimensión
multigeneracional, quizás un diagnóstico más preciso podría ser algo como,
“Recuperación Inadecuadamente Asistida de Pérdida Maternal Temprana y
Abuso Sexual Paterno, Alcoholismo y Abandono”. O talvez su diagnóstico
podría haber sido más simplemente, “Temprana y Violenta Interrupción de
Crianza”.

Este diagnóstico habría sido no sólo más preciso y útil, sino también más
humano. De escaso valor, las denominaciones actualmente en uso
inevitablemente agregan humillación al daño.

Alguna vez, las únicas enfermedades que podría ser útil nomenclar serán
diferentes tipos y niveles de traumas, sencillamente definidos como rupturas de
la fuerza vital que abruman el sistema nervioso y el alma. En mi propio
vocabulario yo pienso sobre todos los traumas como alguna forma de lo que
llamo Desorden de Insubstancialidad (ID). Más aún, dado que la vida en éste
planeta es a la vez bella y peligrosa, no es cuestión de si uno tiene o no ID, sino
de qué tanto está afectado por el ID y cómo resolverlo. Y debido a que el ID es
una consecuencia natural de ser humano, no es intrínsecamente patológico. Es
simplemente un reflejo de los desafíos de la travesía humana en la vida, y ocurre
en el nivel superficial y no en las corrientes profundas de la realidad.

El mayor síntoma de ID es que no nos sentimos lo reales y plenos de recursos


que somos, a menudo no sentimos nuestra herencia o el suelo sobre el que
estamos parados tan reales como de hecho son. En el grado en que han habido
conexiones desarregladas, rotas o profundamente dañadas con nuestro pasado y
nuestro cuerpo, nos mantenemos yendo hacia adelante a los tumbos o
arrastrándonos. Semejantes esfuerzos dejan exhausto el cuerpo y el alma, y
podemos colapsar en enfermedades físicas, “Depresiones Graves”, y otras
formas de supresión y disminución. Alternativamente, la sobre sensibilidad a
nuestros ambientes y lo que ha sido denominado como “Desordenes de Ansiedad
Generalizada”, “A.D.H.D.” (NdelT: ADHD: Attention Deficit Hyperactivity
Disorder, Desorden de Hiperactividad y Déficit de Atención) y muchas otras
distorsiones de la fuerza vital también pueden suceder. Además, muchos otros,
incluyendo a aquellos que se considera tienen por ejemplo “Desorden Bipolar” o
“Trastorno Límite de Personalidad” (Borderline), a menudo no están en
capacidad o no disponen de la atención adecuada para aprender cómo auto-
aplacarse y reconocer recursos que pueden haber rechazado o malentendido. Las
adicciones entonces se convierten en intentos de restaurarla energía vital o
calmarsistemas nerviosos y emociones descontroladas y salvajemente
fluctuantes.

Además, aunque la medicación es una ayuda de corto plazo con algunos,


habiendo visto resolución de éstos síntomas, me parte el corazón ver a tanta otra
gente con la vida disminuida por la sobre extensión en el tiempo de la
medicación, o por el exceso en las cantidades de ella. Me produce particular
tristeza y frustración ver niños a los que con demasiada frecuencia y facilidad se
les dan diagnósticos que menoscaban y a veces resultan devastadores. Siempre
que escucho a padres aceptar una etiqueta para su hijo, les pregunto si están
dispuestos a explorar conmigo otra forma de pensar acerca de lo que está
ocurriendo. Esta nueva manera de pensar, por supuesto, contempla la dificultad
del niño no sólo desde el punto de vista fisiológico y de trauma familiar
multigeneracional, sino que también incluye los traumas nacionales así como los
globalesque ese niño puede estar reflejando en su conducta.

En términos de la particular versión Americana de ésos traumas, pienso que


debemos estar entre los países más solitarios. Hellinger sugirió una vez que los
cafés (y ahora, talvez, los teléfonos celulares) que tantos de nosotros llevamos
por las calles, pueden ser una forma de aferrarnos a nuestros lugares de origen:
tantos de nuestros ancestros dejaron sus hogares forzados o por la pobreza, y a
menudo no tuvieron la oportunidad de honrar o de hacer el duelo por lo que
estaban dejando atrás.

Esto tiene particular significación para aquéllos de ascendencia Europea. En su


desesperación o a veces ciega ambición, los Europeos frecuentemente tomaron
éste país de sus custodios y lo sostuvieron a través de la esclavitud. Y muchos
pueden decir que aquéllos de nosotros en las generaciones subsiguientes que
somos “herederos” de pioneros continuamos manteniendo ciertos aspectos de
esa violencia en formas menos reconocidas. A causa de ello, muchos de nosotros
no sólo acarreamos el dolor de nuestros linajes, también cargamos con la culpa y
la vergüenza de saber que continuamos beneficiándonos de los privilegios que
ellos establecieron. Y hasta que esto sea reconocido y reparado, no podemos
empezar siquiera a sentir una verdadera integración como país y aportar una
mayor sensación de paz a todos nuestros niños.

Además, desde que la dispersión familiar comenzó, con la industrialización


hemos tenido una dificultad aún mayor en sentir a aquéllos que nos precedieron
y la tierra bajo nuestros pies. Me pregunto también si las más recientes nuevas
tecnologías nos conectan más o nos arrojan a una solitaria dependencia que
paradójicamente nos saca del presente y del verdadero contacto. Quizás hacen
ambas cosas. Pero una cosa es indiscutible: caminando una calle transitada en
una gran ciudad en los últimos años, uno nota inmediatamente que estamos
perdiendo la natural capacidad instintiva que tienen todos los demás animales de
ubicarnos unos a otros y reaccionar apropiadamente frente a los ancianos, los
niños o los minusválidos. A menudo, sintiéndonos seres singulares luchando por
sobrevivir en el mundo, como individuos y de muchas maneras como país, tanto
literal como metafóricamente, crecientemente estamos dejando de mirar hacia
dónde vamos.

Y con excepción de algunas formas de terapia familiar, la teoría psicológica a


jugado un rol en éste foco sobre lo individual. De éste modo,
desafortunadamente, cómo yo lo he hecho, uno puede dejar una terapia completa
“fuera de orden” en su sistema familiar actual e histórico, sintiéndose ya sea más
o menos importante de lo que realmente somos. Además, talvez más sacrílego
aún, he comenzado a cuestionar otro de los puntales de la psicología del
desarrollo, el indiscutido supuesto de que nuestro movimiento debe ser de
separación de nuestra madre. En su reciente libro Guided (Guiados) Hellinger ha
planteado una pregunta que parece estar en el corazón de éste cuestionamiento:

“Podemos independizarnos y liberarnos de [nuestras madres]? En cada


movimiento de nuestro cuerpo y alma ella permanece con nosotros.
Querer liberarse de ella es como querer liberarnos de nuestra vida, que ha
llegado a nosotros a través de ella. Puede un tallo liberarse de sus raíces, junto
con sus flores y sus frutos?”. (2011, p.25)

Una visión más dimensional y comprensiva del desarrollo es que constituye un


mito consensuado que esa separación de la madre es posible. En realidad, no
podemos separarnos de la madre tan definitivamente como se propone, y
tampoco lo necesitamos. Me gusta pensar en este movimiento del niño hacia una
vida mayor en términos muy diferentes. Hay una búsqueda en la física moderna
de lo que Einstein llamó Teoría del Campo Unificado, una teoría que ve las
fuerzas fundamentales y partículas elementales en términos de un campo único.
Me gustaría proponer la que podría ser llamada una Teoría del Ser Unificado
(UST).

Este modo integraría las metas de desarrollo “psicológico” y “espiritual” en un


fenómeno único o campo único del ser. Idealmente, en ésta propuesta, el
desarrollo natural es en una dirección, que es la de inclusión y expansión. Esto
sugiere que no necesitamos luchar fieramente para cumplir la demanda de
separación de nuestra madre, sólo para terminar sentados en una iglesia, un
ashram o un templo con la esperanza de unirnos con Dios o con “el todo”.

La Teoría del Ser Unificado cuestiona el supuesto de que nos desarrollamos de


acuerdo con las teorías de Margaret Mahler12(quien aborrecía a su madre). Este
modelo largamente aceptado propone que nos movemos desde el Autismo
Normal hacia la Simbiosis Normal, para lograr la Separación-Individuación. Sin
usar lenguaje patológico, la UST propone que óptimamente comenzamos nuestra
vida con un impulso hacia la Particularización.

Esto es estimulado a través de un responder y un reflejarse en lo que es único en


nosotros en el nivel superficial, y en el nivel más profundo. El siguiente
movimiento natural es hacia la Extensión, saliendo al mundo, enteramente
únicos pero no separados. Y como incluimos más vida, naturalmente
contribuimos a la vida a través de la Integración. Luego, como la

12. NdelT: Se refiere a la célebre psicóloga y pediatra nacida en Sopron, 1897 y


fallecida en Nueva York en 1985, originalmente austro-húngara y nacionalizada
estadounidense, que formuló teorías en el campo de la psicología evolutiva.

expansión al principio de la vida misma, el Big Bang, nos convertimos


crecientemente en agentes únicos para la Expansión del perímetro de nuestra
almafamiliar a través de la Inclusión. Y todo esto representa el impulso de la
fuerza vital hacia lo que uno simplemente podría llamar Unidad.

Algunos podrán llamarlos movimientos del pensamiento de Dios o de la energía


universal que se manifiesta como todo lo que es. Además, a lo largo de ése
proceso de crecimiento y en paralelo a él, cada uno desde la infancia en adelante
naturalmente va refinando una capacidad de recibir y de dar. El niño aporta
amor, empatía y alegría al alma familiar desde el principio mismo de su vida, y
tenemos incalculables oportunidades de ser más conscientes de estas acciones a
medida que crecemos. Y mientras cada uno de nosotros ha desarrollado o está
desarrollando un diferente vocabulario para estos pasajes a través de la vida, este
modelo sencillamente reconoce la interrelación sin solución de continuidad de lo
que hemos definido usualmente como campos de la psicología y la
espiritualidad.

Esto puede, sin embargo, sonar atemorizante al principio a cualquiera que siente
que estoy proponiendo la pérdida de uno mismo en lo que los psicólogos llaman
“fusión” o “inmersión” con la madre, cosa que no hago. O puede sonar extraño
para quien no haya experimentado aún pararse sin esfuerzo sobre el suelo en la
plenitud de su cuerpo, sintiéndose fuerte, en su lugar apropiado y sintiendo su
pertenencia como una bendición. Ciertamente, alguna vez me hubiera sonado de
esa forma a mí. No obstante, desde ésta nueva perspectiva uno puede comenzar a
preguntar, porque tratamos tan arduamente de cumplir la fantasía de la
separación absoluta? La realidad parece ser que en éste trance de soledad,
paradójicamente, uno nunca puede triunfar en la “madurez” porque una
separación de tal naturaleza es una ficción innecesaria. Y a menudo nos
sentamos en un consultorio de terapia o en un cojín de meditación por muchos
años para buscar un sentimiento de pertenencia, o, en el último de los casos,
unión.

Pero por supuesto yo no estoy proponiendo una actitud infantil de confianza y de


lanzarse de brazos abiertos al reconectar con aquéllos con quienes pertenecemos.
Debido a las graves heridas que pueden tener o que aún pueden ocasionar a
causa de la carencia de apoyo afectuoso para curar sus propias traumas y
conflictos familiares, también es cierto que en nuestros linajes hay quienes -
como mi Abuelo Bert- requieren que nos protejamos de ellos. Y, como mencioné
anteriormente, Suzi Tucker ha hecho una gran contribución al aclarar éste
fenómeno en el nivel del alma, cuando propuso que aunque cada uno tiene un
lugar, algunos en nuestra ascendencia han perdido sus derechos. No obstante,
cuando nosotros personalmente excluimos o, como profesionales de salud
mental, contribuimos a la exclusión de alguien en nuestro linaje, esa ausencia se
reemplaza con temor, ira y un sentimiento de vacío.

Cuando no honramos el hecho de que han contribuido -como mínimo- a nuestras


vidas, también nos engañamos a nosotros mismos, fuera de una sensación de
continuidad y en consecuencia, de fortaleza. Además, alguien en una generación
futura inconscientemente pagará el desastroso precio de tratar de balancear ése
lugar “vacío”. Nuestras travesías, sin embargo, pueden ser realmente más
tranquilas de lo que han sido. Y realmente estamos madurando en la medida en
que refinamos conexiones con más matices en lugar de hacer de una separación
absoluta el requisito de la madurez, como es la idea tradicional. Conozco por
experiencia propia que cuando he hecho esto último, me encontré intentando
actuar más o menos como si fuera adulta, en lugar de disfrutar ser una persona
adulta integrada a sus más profundos recursos.

Me gustaría volver aquí, no obstante, a otro principio organizador del


psicoanálisis y de algunas psicoterapias: la transferencia. Como he sugerido
previamente, cuando se adopta la perspectiva de contemplar la importancia
histórica y energética y la potencia de los ascendientes del cliente, aunque las
relaciones pueden ser importantes por un tiempo, el terapeuta es apenas un
parpadeo en la pantalla de ese radar.

Aunque yo trabajo con toda la sensibilidad posible las cuestiones de


transferencia si surgen, sé ahora que sólo estoy allí representando alguna persona
de la familia del cliente. Y esta postura ha probado ser el rol adecuado aún
cuando las heridas de una persona fueran de tal seriedad que resulte aconsejable
una terapia de largo plazo. Esto es válido también cuando la gente continúa en
una terapia extendida en el tiempo porque elige seguir refinando su auto
conocimiento y desarrollo espiritual. La pregunta principal con cada cliente pasa
a ser, “Estoy ayudando a esta persona a descubrir los niveles en los que pueda
sentir la conexión esencial con su familia?”.

Si no fuera así, podría encontrarme inconscientemente, y quizás en mi propio


interés, involucrado en lo que los psicoanalistas denominan “cura por
transferencia”, aunque yo entiendo ese abordaje cada vez más como un “desvío
o demora por transferencia” en lugar de “cura”. Esto es particularmente posible
si yo no estoy desarrollando un sentimiento de la plenitud de recursos de mi
propia familia en paralelo al trabajo con mis clientes.

La paradoja de la cura por transferencia (y el trabajo de la idealización que es


una parte importante de la cura) es que tiene lugar creando o induciendo una
ilusión de idealización que es alentada, a veces por décadas. La idealización de
un padre por parte de un hijo puede, de hecho, ser un instinto evolutivo que
protege al pequeño, y por un tiempo puede ser necesario en la terapia con
algunos adultos. Sin embargo, la ilusión de que el terapeuta es una persona
completamente evolucionada y que ésta persona es la familia del cliente a
menudo lo aleja de las posibilidades de acceso directo a la fuerza vital de sus
ascendientes.

Cuando no recuerdo esto, demando demasiado de mis clientes, incluyendo su


idealización. Y con las más amorosas esperanzas por ellos, puedo activa o
pasivamente reforzar relatos desdeñosos (como la “madre alocada”, el “padre
ausente” o la “familia disfuncional” del cliente) siendo exageradamente empática
por demasiado tiempo, en lugar de tener presente que es la familia histórica la
que es mi cliente.

Un ejemplo de un lapsus de este tipo fue un caso que escribí alrededor del año
2000, y que apareció en una publicación de psicoanálisis en 2005. Ahora me
siento apenada por una frase que dice, “Él siente menos como si necesitara
cumplir demandas de objeto-self para mí, y está más consciente cuando se
adentra a sentirme en una transferencia como su madre narcisista.” Siento ahora
que desestimar a la básicamente amorosa y comprensiva madre de éste cliente a
un diagnóstico tan reduccionista fue arrogante. Me he disculpado con ese cliente
y, en forma póstuma, con su madre.

Cuando escribí esto yo no había reconocido aún que, a diferencia de su madre,


yo no había arriesgado mi vida para parirlo, no había cambiado sus pañales ni
había permanecido despierta por las noches cuando lloraba, ni me había
sacrificado para educarlo y apoyarlo. Y ese diagnóstico de narcisismo representa
también el uso de un vocabulario de diagnóstico psicológico que a la vez me
mantendría incluida en la mente grupal de mi profesión. No obstante, al hacer
eso en su momento no honré lo suficiente la verdad del amor de la madre por
este cliente. Y me siento aliviada más allá de las palabras de estar advertida
ahora de cuán fácil e “inocentemente” uno puede ya sea eliminar o no notar la
eliminación de la relevancia de miembros de la familia o linajes completos con
una barrida de nuestro actualmente aceptado lenguaje psicológico. Y otro error
posible es no tener en consideración el lenguaje del cliente.

Por ejemplo, una cliente adulta que había sido secuestrada y acosada
sexualmente cuando niña, describió a su familia de origen de este modo: “Mi
madre era una bocona, mi padre un perdedor y mi hermano un idiota”. Yo supe
que a causa de que ella había sido muy profundamente herida y había organizado
su vida en derredor a este relato, sería un largo camino hacia el encuentro de una
salida para esta ira. De todas maneras yo estaba preocupada porque si ella dejaba
la terapia con esta visión unidimensional, tendría un peligroso refuerzo de su
imagen de estarsola, cuando no lo estaba. Y afortunadamente con la ayuda de
este trabajo, aunque haya sido una lucha crítica por momentos, pudimos tratar su
trauma físico, escuchar su indignación y no reforzar su cortarse en pedazos al
destruir la senda hacia sí misma y hacia los recursos de todos aquellos por detrás
y al lado de ella.

Además, a medida que mi comprensión acerca de la dos realidades paralelas se


integró dentro de mi vida y mi trabajo, comencé a reorientar y refinar la
definición de empatía aprendida en mis estudios analíticos muchos años antes.
Una colega de ésos días definió elegantemente ése entendimiento inicial durante
un almuerzo en 2010 cuando se refirió a la empatía como “no sólo ponerse uno
en los zapatos del otro, sino ser libre de responder con una comprensión
profundamente reverberante y emocionalmente resonante”. Y concluyó diciendo
que la empatía es “una experiencia corporal de hacer contacto en el nivel más
profundo con cómo la otra persona está viviendo su verdad, su realidad, un
proceso de sentir dentro de la experiencia implícita del otro”.

Afectada por las palabras de mi amiga, me sorprendí teniendo algunas reservas


acerca de tan sensible y aún poética descripción de éste básico proceso de
curación humano. No obstante, después de participar en miles de constelaciones
estoy encontrando que aspectos de nuestra “verdad” y “realidad” talvez no son
para estar tan completamente comprometidos con ellos como alguna vez sentí
que fueran. Aunque sabemos que muchos necesitan ser reconfortados en sus
sufrimientos en manos de gente cuyas almas están distorsionadas, a veces casi
por encima del reconocimiento, también es cierto que sus -o nuestras-
conclusiones acerca de esas heridas no siempre son totalmente confiables.

Crecientemente precavida acerca de en qué estoy más enfocada y empática,


ahora trato de recordar preguntarme, “Estoy atrapada en el nivel superficial con
este cliente, o estamos accediendo consistentemente a las verdades en niveles
más fundamentales de la vida?” Y, talvez más importante aún, “Estoy
verdaderamente alineada con los excluidos en el sistema, sosteniendo
temporalmente a su niño por ellos mientras sé que no soy un mejor miembro de
la familia y que necesito no serlo nunca?”.

Mientras escribo esto, recuerdo con tristeza a una cliente que se trató por muchos
años con un prominente psicoanalista. Su madre había sido uno de los “niños
escondidos” durante el Holocausto y había perdido a toda su familia. Durante
una de las sesiones, tras muchos años de análisis, mi cliente le dijo, “Me he
sentido más cerca de mi madre últimamente. He llegado a sentir que hizo lo
mejor que pudo.” Él replicó, “No, no fue así.” Y a pesar de la importancia que él
tenía para ella, mi cliente siguió su más profundo saber y finalizó esa terapia
poco después.

A partir de ése momento, ella ha visitado Auschwitz y presentó sus respetos por
aquéllos que perecieron allí, por ella misma y por su madre con quien ahora está
mucho más cercana. Y desde que hay más amor abiertamente expreso para con
su madre, ella descubrió que eso estaba ayudando a que su hija encontrara mayor
facilidad para recibir de sus abuelos lo mucho que ellos tienen para darle. Es
difícil, desde luego, saber qué pensaba ése analista, pero yo he cometido errores
tan terribles como ése, a veces erigiéndome en la justa protectora, la nueva
madre, o simplemente teniendo una empatía insuficiente con todos los miembros
de la familia del cliente.

De todas formas, para mis clientes y para mí, la verdad dentro de las corrientes
profundas puede al principio ser atemorizante. Aún la presencia de un gran amor
donde uno creía que sólo existía desinterés o desdén puede a veces sentirse como
una amenaza para la estructura concretizada del yo interior. Esto es
especialmente cierto cuando está edificado sobre estructuras de creencias
internas como ser, “Ahora sé qué pasó y a quién culpar, aún cuando no pueda
hacer nada al respecto, aunque eso me mate.” En el punto donde éste
“entendimiento” se encuentra afianzado, la empatía tradicional puede actuar en
la dirección de reforzar involuntariamente la ruptura de conexiones mucho más
importantes que las que se han creado entre el terapeuta y el cliente.

Aquí quizás la empatía necesita cambiar desde la historia que el cliente ha


desarrollado al difícil proceso de destrabar ese relato hacia una vida con más
espacios y potencial. En este sentido me alegró escuchar recientemente un relato
entusiasta de una psicoanalista con la cual mantuve varias sesiones. Dijo que se
encontraba tan empática con los sentimientos de sus clientes como lo era antes
de su introducción al trabajo de Hellinger, pero ahora notaba que también
comenzaba a tener una verdad más profunda para ellos. Y a medida que accedo a
panoramas más amplios en mi propia vida, puedo ver con mayor claridad que
sólo me paro en la puerta con mis clientes mientras ellos esperan ser llevados por
la gracia del siguiente movimiento. Ayudando a cambiar su perspectiva apenas
un poco, soy mejor cuando recuerdo que cualquier capacidad que pueda tener
para contribuir, es siempre un movimiento de una fuerza mucho mayor que
opera a través de ellos y a través de mí.
FUERZAS SUPERIORES

“Volvemos a nuestro origen con el mismo amor que nos dio nuestra existencia
allí previamente? O volvemos con un amor enriquecido, un amor purificado? En
nuestra travesía aprendemos a formar nuestro amor a la imagen de este gran
amor, a amar más como el amor que nos dio nuestra existencia?”

-Bert Hellinger, Living Transcendence (Trascendencia Viva)


Y

o soy el fin de mi línea materna. Por cientos, si no por miles deaños, cada mujer
en mi ascendiente materno dio a luz a una niña que a su vez tuvo una hija. Y
aunque hay una antigua sensación de tristeza en

mí por este hecho, hay tambiénun creciente sentimiento de alivio. He sido


liberada del dolor de rechazar a tantos en mis linajes a tiempo no sólo para
disfrutar del amor enriquecido que menciona Hellinger, sino también para
contribuir a sanar algunas de las heridas abiertas en el alma de mi familia.

El 15 de mayo de 2010, sin embargo, yo no estaba para nada segura si la travesía


continuaría. Habiendo sufrido una gran pérdida de sangre por una deficiencia de
un procedimiento médico de rutina, estuve cerca de la muerte. Por muchas horas
durante la noche de la cirugía de emergencia, me sentí a un aliento de dar el paso
gigante hacia el misterio. Y aunque digo sentí, de hecho la mayor parte del
tiempo no hubo un “yo” reconocible involucrado. Era simplemente un lento y
laborioso inspirar y expirar dentro de la más pura oscuridad.

Fueron semanas de internación para recuperarme de la cirugía, del enfisema que


ocasionó, de la infección hospitalaria resistente que me afectó, y varias
internaciones de emergencia llevada en ambulancia con sirena a causa del error
de los doctores en no tomarme con seriedad acerca de medicaciones que podría
no tolerar. Así que por una cantidad de razones, mi lucha incluiría tanto aprecio
al personal del hospital por salvar mi vida, como enfado por tener que pelear tan
arduamente para permanecer viva dentro de su deficiente y a veces insensible
institución.

Una de las revelaciones que surgieron durante esas semanas fue algo que nunca
había considerado antes. A medida que mi cuerpo salió lentamente del shock y
comencé a sentir mi columna contra la cama del hospital, me di cuenta por
primera vez que cada célula de mi cuerpo era un regalo de mis ancestros y que,
en algún nivel, les pertenecía. Y fue además un pensamiento de consuelo el que
esas células habían sobrevivido a amenazas más grandes. Aunque lo que yo
estaba atravesando era atemorizante, a diferencia de Mary Smallman Watkins yo
nunca me había arrojado de cara al fuego para sacar de allí a mi niña con los
dientes. Yo nunca había caminado descalza a campo traviesa como Hannah,
Christian y mi bisabuela Tear lo hicieron. No tuve que vivir con la pérdida de un
hijo o, como mis dos padres, con la pérdida temprana de uno de los progenitores.
Tampoco tuve que sobrellevar estar en continuo riesgo a causa de un padre como
tuvo que hacerlo mi madre. Recordar su fortaleza y compromiso con la vida hizo
más fácil para mí poder imaginar la tarea de recuperación.

Igualmente importante, yo pude sentirlos detrás de mí, instándome a seguir


adelante. Y cuando finalmente salí del hospital por última vez, estaba admirada
por el pleno esplendor de colores de la vida que pasaba ante mí a través de la
ventanilla del taxi. Pocos meses más tarde, las últimas líneas de un poema que
fue escrito tras esta experiencia describen el retorno a lo que Suzi llama “la
amplia mirada hacia adelante.”

Pero ahora cada dulce o ardiente aliento no importa su calidad, su origen o su


pureza me trae de vuelta adonde pertenezco y al parecer al próximo movimiento
de este inacabado destino humano

Una segunda revelación durante mi recuperación fue algo que pude extraer del
CD de Hellinger titulado Journeys to the Core (Viajes al Centro). Una de las
meditaciones, “Consenting” (Consintiendo), me ayudó a aceptar
conscientemente en un nivel profundo lo que me estaba sucediendo físicamente,
mientras al mismo tiempo hacer todo lo posible para superarlo. Y algo en esa
aceptación me preservó de sufrimiento innecesario.

Además, poco antes de dejar el hospital, mientras mi amigo Ignatio Morales, un


ministro de la Asamblea de Dios, estaba diciendo una dulce plegaria por mí, fue
claro cuál sería mi próximo movimiento si sobrevivía: quería completar éste
libro. Y supe que si el libro iba a tener resonancia y ser significativo aunque
fuera para una sola persona, yo iba a tener que ser tan honesta como fuera
posible serlo.

También supe que aunque describo varias experiencias de otro nivel de realidad
para el cual no todos pueden tener un marco o referencia -o del cual pueden
tener un entendimiento diferente-, éstas necesitaban ser incluidas ya que cada
una me mostró algo acerca de un aspecto de la naturaleza esencial de nuestra
experiencia.

Además, Hellinger ha sugerido que cada “transición desde un conflicto es un


acto espiritual”. Yo descubrí que recibir, participar y facilitar en lo que puede
parecer ser la más simple constelación puede ser esclarecedor. Y por algún
tiempo ya, las constelaciones se han convertido en una de mis prácticas
espirituales primarias. También, reconociendo una gran deuda con varias
tradiciones religiosas, al mirar atrás en mi historia familiar he concluido en
asumir, al igual que su vocabulario de amor por las fuerzas superiores, mi
vocabulario también es Cristiano. Aunque la filiación religiosa no parece ser de
relevancia dentro de las corrientes profundas o el nivel de silencio, después de
años de identificarme como budista, si hoy me preguntan por mi religión -con un
toque de liviandad- respondo que soy una Cristiana histórica, no ortodoxa,
inclusiva.

Me conmueve la pintura de Cristo en el techo de la Iglesia Católica de St.


Francis Xavier, el coro de la Iglesia Episcopal de St. Luke in the Fields, un gran
canto gospel, o los escritos de los místicos y teólogos cristianos. También me
encuentro deseosa de estudiar nuevamente con Almaas, maestros budistas y
advaita incluyendo a Francis Lucille, y maestros sufi como Llewellyn Vaughan-
Lee. Esa libertad para disfrutar la expansión de lo que Hellinger llamaría una
previa “consciencia grupal” de mi familia se siente bien para mí. Incluye a todos
quienes me precedieron. Y no está restringida por una lealtad ciega a una forma
de devoción anterior que, en verdad, no es un requisito para la pertenencia
dentro de mi familia.

Y en cierto sentido, este libro es simplemente mi versión de lo que mis ancestros


bautistas y mormones hubieran llamado mi testimonio, escrito en el lenguaje del
mundo en que habito. Porque es una historia de reconocimiento tanto como de
regocijo, incluye enfrentar el amor distorsionado en mí y en mi familia. Y una de
las historias más difíciles de contar para mí, pero esencial en este libro, involucra
a mi abuelo Bert. Y este poema fue escrito en camino al encuentro con el grupo
de Dan Cohen de hombres cumpliendo condenas de por vida en la prisión Bay
State. Reconoce tanto la complejidad del dolor de mi abuelo, como el impacto en
nuestra familia de lo que Suzi una vez llamó sus “crímenes de definitiva
ceguera”.
Las Maneras

El cuerpo adora deslizarse por las vías plateadas El tren un velero navegando
sin viento por la costa mientras las fábricas que se derrumban
de espaldas a las vías
callan lo que nace entre sus muros
En camino a entrar en los lugares
donde el alma aún vive
fuerte en esos condenados y en mí
la memoria de mi abuelo
en su celda en San Quintín
a punto de ser liberado
para ser golpeado hasta morir
en un terraplén del tren en California
por aquellos que sabían muy bien
Que no dejas a alguien así
regresar a las calles
El hombre cuyos ojos de dos años
rogaban a su madre Laura
sólo mírame
mientras la gangrena llevaba la muerte por su cuerpo Pero ella no podía resistir
el pesar de ese adiós
aunque nada justifica sus crímenes sacrílegos años más tarde como tantos antes
el licor quemando en su vientre
desvaneciendo toda memoria
tomó lo que no pudo tener
de la manera que pudo
en los únicos brazos
más indefensos que los suyos
Dejando la vergüenza y la tristeza
retumbando en sus trece hijos
y a las muchas generaciones
que no sabían
que sabían
Apurando esta costa
a su lado esa fuerza
cuyas alas desplegadas ahora
lo protegen de sí mismo
al fin ocupando su lugar
largamente reservado por la vida para él Dando lo que puede
a su hija Ruth una fila adelante
que ahora siente segura
lo que toda pequeña ansía y ella nunca pudo tener Fortalecida ahora
volviéndose hacia adelante
apoya una mano en mi hombro
afirmando mi columna y mirando adelante mientras recibo esta plena fuerza de
amor de todas las maneras que puedo
Las puertas de la prisión se dejan ver

Le leí el primer boceto de este poema al grupo de Dan. Evidentemente


conmovido, uno de los hombres encarcelado desde su adolescencia y que había
realizado un gran trabajo desde la prisión con jóvenes en riesgo dijo, “Quiero
que mis hijos sepan que fui un buen hombre también”.

Otro de los más felices e inesperados movimientos de reconocimiento ocurrió


alrededor de esa época. Aunque había sido una tía totalmente negligente,
comencé lo que se ha tornado una de las más afectuosas comunicaciones
imaginables con uno de los hijos de mi hermano separado y su familia.

Respetando su privacidad y dado que pueden pasar muchos años antes que ellos
o sus hijos deseen conocer más acerca de éste linaje, puedo decir que viven en
otro país y que trabajan con los más pobres, en relativa pobreza ellos mismos.
Haciendo una peligrosa labor para traer la armonía entre gente de tres religiones
en conflicto en el mundo, ellos son una continua fuente de inspiración para mí
cuando procuran hallar puntos de encuentro con las otras religiones con que
trabajan. Y a pesar de los malentendidos entre sus padres y yo, ahora puedo
decirle con toda sinceridad a mi sobrino que tiene los padres perfectos para él y
que me siento profundamente agradecida por la contribución que ellos han hecho
a nuestra familia. Además, dado que he sido estudiante de las religiones con las
cuales mi sobrino y su esposa trabajan, también puedo apoyarlos en esa labor.

Pero el reconocimiento más fundamental ha sido, por supuesto, con mi madre. Y


como mencioné en La Niña de Hielo, hubo un tercer momento de puro amor con
ella. Tuvo lugar durante mi última visita para verla en California antes de su
muerte. Sentada encorvada en su silla de ruedas, sola en el jardín del hogar de
ancianos, estuvo claro desde el momento en que traspuse la puerta, que la
demencia había avanzado sobre su mente hasta ocuparla casi por completo. Con
un cigarrillo encendido pendiendo de sus labios, parecía estar en mundo
demoníaco y confuso. Pero cuando levantó la vista y me vio acercándome, con
una alegría infantil que no recuerdo haber visto nunca antes, gritó, “Oh, viniste a
casa!” Nos abrazamos estrechamente por algún tiempo, y luego ella se deslizó al
delirante panorama de sus pensamientos fragmentados por las semanas que le
restaban de vida.

No podría haber anticipado en ése momento que el trabajo de constelaciones que


comenzaría más tarde sería el primero de muchos pasos hacia una aún más
profunda reconciliación con mi madre. No podría haber imaginado, por ejemplo,
que la experiencia con Carmen en Barcelona me mostraría que un camino al
infinito consistía en ser capaz de ver y sentir la divinidad que siempre se refleja
en los ojos de una madre.

Y otro de ésos pasos de entendimiento ocurrió cuando recibía la Eucaristía un


domingo en la Iglesia de St. Luke’s in the Field. Este poema fue escrito poco
después:

La Nueva Eucaristía

Fue su cuerpo y sangre largamente abandonados los que tragué nuevamente


cuando tomó su lugar Por haberse arriesgado a morir, y alimentarme de ese
cuerpo sin cuidado del sacrificio
Por su indestructibilidad esta revelación divina en múltiples actos y este pan y
este vino
Son mi retorno a las verdades de nuestros cuerpos más allá de sus escrituras y
su tiempo

Pocos días antes de terminar este libro, se hizo una constelación para mí que
probó ser otro movimiento que me llevó a ser aún más receptiva hacia lo que ha
estado allí siempre, a la espera. Se eligió un representante para mi madre, y se
me pidió que yo ingresara a la constelación. Cuando mi madre se acercó a mí
con un amor radiante e innegable, me moví sin dudas hacia ella. Permitiéndole
amarme, no oculté más la intensidad del amor hacia ellaque había mantenido en
secreto aún para conmigo misma.

Mi cuerpo comenzó a relajarse de una forma nueva al diluirse una nueva capa de
temor. Sentí, sin embargo, que había aún alguna sutil barrera que impedía recibir
en plenitud la fuerza de éste amor. Me di cuenta entonces que ése abrazo era
recibido tanto por la Jan de 69 años, como por la atemorizada y ya la defensiva
pequeña de 4 o 5 años. Cuando la duda surgió en la pequeña, me encontré
preguntando escépticamente, “Tú eres mayor?” Y cuando mi madre respondió
con firmeza, “Sí, yo soy mayor,” en ese momento ambas partes de mí se
fundieron en una y yo supe que era verdad.

Verdaderamente, si mi madre hubiera mostrado temor o ira hacia mí en ésta


constelación, yo podríahaberlo recibido sin retraerme. Y a medida que ésta
imagen de mi madre y yo encuentra un nuevo sitial en mi interior, vuelvo a ella.
Cada vez que puedo recibir un poco más de ella, y de aquellos que la
precedieron, me vuelvo más plenamente hacia el futuro. Recordando el momento
de ver lo divino en mi madre, así como las cicatrices que ambas llevamos, pude
por vez primera imaginar la dulzura de presentarla al mundo, diciendo, “Ésta es
mi madre. Yo soy su hija”.

Hasta Hoy

No me fié de tus ojos


los ojos que luego busqué
en tantos rostros y tantos credos No supe que esperarías
que una madre siempre guarda todo lo que su hija siente
Llevando su propia vida
la inmensidad
lo destruido e indestructible no como dios: dios
Y yo aunque sin hijos
ahora en mayor plenitud
más amplio en mujer
un ojo más inclusivo

Citado con permiso de The Knowing Field (El Campo del Conocimiento - Enero
de 2010)

A medida que continué trabajando los nudos en mi alma, fui viendo


gradualmente a cada miembro de mi familia en su plenitud. Sin embargo, a veces
siento el tirón hacia atrás del que Hellinger ha dicho que es tan fuerte que la
mayoría de la gente queda enredada. Y hay momentos también en los que quedo
demasiado enfocada en las especulaciones o los juicios de mi mente en lugar de
estar presente en simple contacto humano con un conocimiento de que nuestros
sistemas están siempre detrás de nosotros, apoyándonos. En una comunicación
personal en 2010, Suzi habló de los desafíos de recordar éstas verdades
profundas: “Hay días más difíciles y más fáciles en esta senda para todos
nosotros en diferentes formas. Pero es grato estar caminando la misma senda,
desviándonos, retornando, agitándonos, y poniendo un pie delante del otro, y
reconociendo la belleza que nos rodea, encontrarnos riendo, a veces sollozando y
a todo lo largo del camino, nunca teniendo que mirar muy lejos para vernos unos
a otros”.

Estos pasos para desprenderse de imágenes internas tempranas y tenazmente


condenatorias son un aspecto personal de lo que creo Peter Kingsley describe
cuando propone “Recordar es simplemente cuestión de rememorar la esencia de
nosotros, de recolectar nuestro polen más refinado en el presente en aras del
futuro”. Sin embargo también nos recuerda:

Este particular camino adelante ofrece más, requiere más. Esto significa ser
capaz de mirar mucho más lejos en la distancia que antes, no sólo hacia
adelante sino también a la derecha, a la izquierda y hacia atrás. Para que eso
suceda aún debemos poder dejar atrás todos nuestros pequeños países y
religiones y nuestros plazos hasta que el Tibet o el Mediterráneo sean sólo
manchas en un mapa; hasta que una extensión de tres mil años sea sólo un juego
de niños.” ( p. 61-62 A Story Waiting to Pierce You: Mongolia, Tibet and the
Destiny of the Western World - Una Historia Esperando para Penetrarte:
Mongolia, Tibet y el Destino del Mundo Occidental)

Una parte de la a veces deslumbrante compañía a lo largo del camino está


surgiendo con aquellos que están haciendo trabajo de constelaciones en todo el
mundo. Además de The Bert Hellinger Institute, USA y la recientemente
conformada U.S. Systemic Constellation Conference (Conferencia de
Constelaciones Sistémicas de Estados Unidos), Hellinger Sciencia y la
International Systemic Constellations Association (Asociación Internacional de
Constelaciones Sistémicas) son dos de estos nuevos recursos internacionales.
Además, The Knowing Field: An International Constellation Journal (El Campo
del Conocimiento: Diario Internacional de Constelaciones) trae inspiración
desde cada rincón del planeta, con entrevistas a personas trabajando con
indígenas en Australia, sobrevivientes de Hiroshima en Japón, artículos de
Hellinger y muchos otros con sus más recientes ideas, y poesía y reseñas de los
nuevos libros publicados en este campo. Adicionalmente, hay conversaciones
muy provocativas e interesantes teniendo lugar momento del día en numerosos
sitios web. También uno puede tener una visión más extensa del trabajo en
constelaciones de Suzi Tucker en su sitio web -www.suzitucker.com- y buscando
su nombre en YouTube. Mi sitio web es www.essentialpsychotherapy.com

Además de esos apoyos cotidianos, por lo que he experimentado tantas veces en


constelaciones, sé también que mis dos padres están en los brazos de aquellos
que siempre los han amado. Cuando me despierto ahora a menudo vuelvo mi
mejilla izquierda sobre la almohada para agradecer a mi madre y recibir todo lo
que ella siempre quiso darme. También sabiendo ahora que mi padre me amaba,
luego vuelvo mi mejilla derecha para agradecerle y abrirme a todo lo que me
está dando. Finalmente capaz de decirles a ellos, a todas mis relaciones y a mis
anteriores parejas: “Sé lo que me han dado. Gracias. Lo llevo conmigo. Fue
suficiente”. Y cuando lo hago, percibo que mi propio dar es entonces más
efectivo y hasta más placentero. Y este poema final habla del panorama en
permanente expansión de mi vida:

El Libro de Mi Vida

Recopilado desde ángulos oblicuos


aunque dicho como algo directo
colmado de ternura y vanidad
con implicaciones reconciliadoras
para continentes culturas y colores
Y el amor se facilita ahora cuando el cuerpo se mueve de una seducción a otra
y mayor lujuria y si hay otro libro
será acerca de simples palabras
elevándose y estrellándose y deslizándose hacia y desde la tierra para gozar
su propia naturaleza porque ellas
no pueden evitar florecer en el oxígeno de cómo se siente acercarse a completar
una vida buena la simple antigua libertad de descansar mi espalda
en los muchos brazos y entonces
y solo entonces poder sentir la tierra
con cada uno de los dedos y ser libre de alzarse para no ser otro que borra, que
se opone
lista para mantener mi parte prometiendo
ser ingobernable y prevenida a manipulaciones Y siendo a veces el más puro
silencio
tan elemental como el sol o como las rocas
combustible e irreductible como he sido
movida hacia adelante sobria como un juez
tatuaré cualquier otra cosa que no quiera
transformar en una marca de radiación esta vez Para transformar cualquier
agobiante restricción y porque ésta piel del cuerpo de mi alma
en un arresto de salud puede querer hablar
una vez más de su propia vieja gloria olvidando Y recordando todo y no
teniendo
preocupación alguna por adonde estoy yendo por la absoluta certeza de donde
he estado
mientras mi amiga Cristina y yo como mayores desde luego tomar y dar y luego
cantar arias de las que no sabemos una palabra en nuestro pleno terrible
volumen en esquinas de la ciudad salvajemente fuera de tono sintiendo ahora a
nuestros padres con dignidad sostener su propio pesar
este libro finalmente en sus manos
todos detrás de ellos aliviados y celebrando.

RECONOCIMIENTOS

i querida difunta amiga, quien fuera monja benedictina, Ruth Wilson, dijo una
vez que pensaba que la gravedad fue el primer regalo de Dios. Sin embargo,
cuando ahora pienso acerca de ello,

el regalo de un humano que pone en riesgo su vida para dar a luz a otro puede
preceder aún a eso. Un cercano segundo o tercer regalo puede ser que se nos ha
dado la elección de permitirnos ser movidos hacia adelante por la vida,
discriminando gradualmente su nivel superficial de sus corrientes profundas.

Uno de los propósitos de este libro ha sido reconocer a aquellos que me guiaron
o guían hacia el aprecio de la naturaleza de éstos y todos los dones de la vida. Y
Bert Hellinger y Suzi Tucker son los primeros entre esos guías. Este libro nunca
podría haber sido escrito sin su sabiduría y, en el caso de Suzi, su apoyo
personal.

Además de los que he reconocido en éstas páginas, como mi amiga Cristina


Casanova, estoy enormemente agradecida a los colegas estudiantes de
constelaciones sistémicas con los que he trabajado en éste y otros países.
Agradezco en particular a mis compañeros en el Grupo de Aprendizaje Guiado
de Suzi en la Ciudad de Nueva York.
En todos estos círculos gente se ha puesto con la mejor disposición en mis
zapatos y en los de personas de mi familia, cuando no siempre fue algo fácil de
hacer.

A mis maestros más formales, lo que me han obsequiado es de gran valor para
mí. Algunos de los maestros no honrados todavía son Roshi Richard Baker,
Thich Nhat Hanh, Toni Packer, Sensei Jishu Glassman, y Mary Abrams. Otros
fueron mis amables y calificados psicoterapeutas, particularmente Marjorie
Greenberg, Diane Heller, Janet Pfunder y el difunto Sensei Lin Aston.

Sólo algunos de quienes pacientemente me apoyaron al escribir este libro son:


Steffie Yost, Sandra Weinberg, Sondra Howell, Rhea Lehman, Nancy Baker,
Suzanne Noble, Stella Rosolski, Valentina DuBasky, Andrea Piccolo, Patricia
Simco, Samuel Morett, James Deane, Miriam Orozco, Michael Picucci, Elias
Gurrero, Nicholas Cimorelli y Ramon Carbarin. Con gran amabilidad Chuck
Lakin, David Groff, Kathryn Fortunato, y Cole Tucker-Walton fueron de
incalculable ayuda acompañándome en el mundo editorial.

También me gustaría agradecer a aquellos con quienes estudié la obra de Almaas


y Levine. Y entre los que contribuyeron mucho en la investigación sobre la
historia de nuestra familia, estuvieron mi tío Larry, su esposa Betty y muchos de
mis primos, en particular mi adorable prima Cherryl Kunzmann. Porsu confianza
y sus enseñanzas también quiero agradecer a todos los que me ven o vieron para
descubrir y valorar juntos el siguiente movimiento de su alma.

Finalmente y eternamente, quiero agradecerle a mi hermano Scott, quizás el


hombre más gentil del mundo. He sido bendecida más allá de toda medida por
recibir su apoyo y el de su esposa Kathy de manera demasiado grande para
describirla.

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ACERCA DE LA AUTORA

Janice Crawford es una especialista en el trabajo con las múltiples dimensiones


de resolución del trauma. Psicoanalista y graduada del Programa Internacional
en Estudios del Trauma de la Universidad de Nueva York, supervisa el
entrenamiento de profesionales de la salud en terapia psicosomática de trauma
Experiencia Somática® para la Fundación para el Enriquecimiento Humano.
También está certificada en la técnica de Constelaciones Familiares Sistémicas
por Bert Hellinger USA y Hellinger Sciencia® Alemania.

Se ha dedicado por más de cuatro décadas a los estudios espirituales y ha


contribuido en varios libros que vinculan los campos de la psicología y la
espiritualidad. El más reciente de ellos esta publicado en Women
Psychotherapists: Journeys in Healing (Mujeres Psicoterapeutas: Jornadas de
Curación). También realiza atención psicoterapéutica en la ciudad de Nueva
York.

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