Crucifixión y Muerte de Jesús

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Crucifixión y muerte de Jesús - Marcos 15:21-

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(Mr 15:21-41) "Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, padre
de Alejandro y de Rufo, que venía del campo, a que le llevase la cruz.
Y le llevaron a un lugar llamado Gólgota, que traducido es: Lugar de la
Calavera. Y le dieron a beber vino mezclado con mirra; mas él no lo
tomó. Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus
vestidos, echando suertes sobre ellos para ver qué se llevaría cada
uno. Era la hora tercera cuando le crucificaron. Y el título escrito de su
causa era: EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron también con él a dos
ladrones, uno a su derecha, y el otro a su izquierda. Y se cumplió la
Escritura que dice: Y fue contado con los inicuos. Y los que pasaban le
injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: ¡Bah! tú que derribas el
templo de Dios, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, y
desciende de la cruz. De esta manera también los principales
sacerdotes, escarneciendo, se decían unos a otros, con los escribas: A
otros salvó, a sí mismo no se puede salvar. El Cristo, Rey de Israel,
descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos. También los
que estaban crucificados con él le injuriaban. Cuando vino la hora
sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y a la
hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama
sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado? Y algunos de los que estaban allí decían, al oírlo:
Mirad, llama a Elías. Y corrió uno, y empapando una esponja en
vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber, diciendo: Dejad,
veamos si viene Elías a bajarle. Mas Jesús, dando una gran voz,
expiró. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Y
el centurión que estaba frente a él, viendo que después de clamar
había expirado así, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de
Dios. También había algunas mujeres mirando de lejos, entre las
cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y
de José, y Salomé, quienes, cuando él estaba en Galilea, le seguían y
le servían; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén."

Introducción
El pueblo de Jerusalén, dirigido por sus sacerdotes, ancianos y
gobernantes acababa de pedir a Pilato que condenase a muerte a un
hombre inocente, nada más y nada menos que a Jesús, el Hijo de
Dios, y que soltase en su lugar a Barrabás, un activista político
asesino. Y consiguieron lo que pidieron. Tristemente fue así y ahora
vamos a ver cómo esta sentencia fue ejecutada.

Marcos, al igual que los otros evangelistas, nos presenta un relato


sobrio de la crucifixión, sin entrar a describir la extrema crueldad de
este método de ejecución. Obras como "La Pasión", del cineasta Mel
Gibson, que se recrean en el tormento corporal de la víctima, hacen
un flaco favor, a nuestro juicio, a la causa de Cristo. Aunque, por
supuesto, la Escritura también se refiere al sufrimiento del Mesías,
dejándonos un cuadro estremecedor, pero sin detenerse en cada
tormento de una forma morbosa.

También tendremos que notar que todas las narraciones de la


crucifixión de Jesús están llenas de alusiones y citas del Antiguo
Testamento, con la intención de mostrarnos que todo cuanto estaba
ocurriendo era llevado a cabo por "el determinado consejo y
anticipado conocimiento de Dios" (Hch 2:23). De todos los textos
citados, dos de ellos son de fundamental importancia porque sirven
para arrojar luz sobre el acontecimiento de la Pasión. Estos son el
Salmo 22 e Isaías 53. Recomendamos su lectura pausada y reflexiva.

"Y obligaron a uno que pasaba a que le llevase la cruz"


La última vez que vimos a Jesús estaba en el pretorio, es decir, en la
residencia del gobernador romano en Jerusalén, y ahora iba a ser
llevado hasta el Gólgota, un monte cercano a la ciudad, donde había
de ser ejecutado.

En su recorrido tendría que pasar por algunas de las calles principales


de la ciudad llevando la cruz en la que sería ejecutado. Esta era una
costumbre que tenía el propósito de disuadir a los judíos de cualquier
intención de rebelarse contra Roma.

Marcos nos dice que un hombre llamado Simón de Cirene fue entonces
obligado a cargar con la cruz. Esto nos hace pensar en la debilidad
física de Jesús en esos momentos. No sería de extrañar si tenemos en
cuanta que desde la noche anterior, cuando había estado celebrando
la cena pascual con sus discípulos, todo había ocurrido muy
rápidamente y con mucha intensidad, sin que el Señor tuviera tiempo
de descansar o de comer. Recordemos brevemente la secuencia de los
acontecimientos: durante y después de la cena, Jesús estuvo
enseñando ampliamente a sus discípulos, luego fue al huerto de
Getsemaní donde oró con gran angustia y tristeza. Al cabo de un rato
llegó Judas con mucha gente armada para detenerle y de allí le
llevaron a casa del sumo sacerdote, donde fue interrogado a lo largo
de la noche, hasta que se decidió su culpabilidad y entonces los
alguaciles de los principales sacerdotes pasaron el resto de la noche
burlándose de Jesús mientras lo custodiaban. Al amanecer fue llevado
a Pilato para ser juzgado por él. Pero a lo largo de la mañana fue
conducido también hasta Herodes, que además de interrogarlo
también lo menospreció y escarneció con sus soldados. Luego fue
remitido otra vez a Pilato, que en un intento de despertar la
compasión de la gente hacia Jesús, lo hizo azotar brutalmente. Y
cuando finalmente decidió condenarlo, lo entregó a sus soldados, que
todavía tuvieron un rato para burlarse de él. Si tenemos en cuenta
todo esto, no es de extrañar que en esos momentos Jesús estuviera
realmente agotado y muy debilitado, al punto de no poder cargar con
el peso de la cruz.

En cuanto a "Simón de Cirene" es muy poco lo que sabemos de él.


Provenía de Cirene, una ciudad en el norte de África, pero
desconocemos cuánto tiempo llevaba viviendo en Jerusalén. Sin
embargo, resulta curioso la referencia a sus hijos, algo que no vemos
habitualmente en la Biblia, donde lo normal es relacionar a la persona
con su padre. Muchos han pensado que esto indica que los hijos,
Alejandro y Rufo, eran creyentes conocidos por la primera comunidad
cristiana de Roma, a donde Marcos dirigió inicialmente su evangelio, y
asocian a Rufo con uno de los creyentes que Pablo conocía en esa
ciudad (Ro 16:13). Sin embargo, no podemos dar a esto más crédito
que el de una conjetura interesante.

Este Simón fue obligado a cargar la cruz, bueno, en realidad el


madero transversal, pues la parte vertical solía estar ya en el lugar de
la ejecución. Simón no podía negarse a hacerlo, porque los romanos
tenían la facultad de requisar a cualquier hombre para que prestara un
servicio como el de llevar una carga (Mt 5:41).
No sabemos cuáles serían los pensamientos de Simón en esos
momentos. Por un lado, seguro que no le agradó que los romanos le
obligaran a hacer esto, máxime porque un judío nunca se ofrecería a
tocar una cruz, instrumento de maldición. Pero también por la
vergüenza que pudiera sentir porque le pudieran confundir con el
condenado.

En cualquier caso, este acontecimiento ha llegado a ser una buena


ilustración para nosotros de lo que significa llevar la cruz.

"Y le llevaron a un lugar llamado Gólgota"


"Gólgota" es una palabra aramea que significa "calavera". Tal vez
derivaba el nombre de su forma. El sitio tradicional, aún apoyado por
muchos, es donde hoy está la iglesia del Santo Sepulcro. Otros
insisten en que es la colina llamada del Calvario de Gordon. Si hemos
de ser objetivos, tendremos que admitir que hoy por hoy es imposible
establecer la ubicación exacta del lugar.

Quizá lo más importante sea darnos cuenta de que el lugar estaba


fuera de la ciudad. Al menos, esto fue en lo que se fijó el autor a los
Hebreos cuando dijo:

(He 13:11-12) "Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre


a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo
sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también
Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció
fuera de la puerta."

Este pasaje de Hebreos nos recuerda que la muerte de Cristo fue un


sacrificio por el pecado de todo el pueblo. Para ello, el autor inspirado
hace referencia al libro de Levítico, donde se nos explica que la
ofrenda por el pecado era diferente a las otras porque el sacerdote la
tenía que quemar fuera del campamento (Lv 4:13-21). Y vemos que
Jesús fue el cumplimiento de esta ofrenda, puesto que él también
sufrió fuera de la ciudad.

"Le dieron vino mezclado con mirra; mas él no lo


tomó"
Cuando llegaron al lugar en el que Jesús iba a ser crucificado, le
ofrecieron vino mezclado con mirra, que servía como un
estupefaciente para menguar en algo los dolores físicos, pero él no
quiso beberlo, ya que tenía la firme intención de apurar aquella "copa"
hasta las heces, agotando todo el sufrir y toda la muerte que
correspondía a una humanidad perdida.

Y como veremos más adelante, el Señor permaneció consciente hasta


el último momento cuando entregó su espíritu.

"Cuando le hubieron crucificado"


Eran tiempos difíciles, de muchas turbulencias y agitación en
Palestina, por lo que eran muchos los condenados a ser crucificados.
Seguramente estos soldados romanos ya tenían mucha experiencia en
hacer su "trabajo", así que imaginamos que lo llevaron a cabo de
forma rutinaria. Los evangelios no describen en detalle cómo era el
proceso de la crucifixión, pero hay otros documentos de la época que
nos permiten conocerlo.
En primer lugar, se humillaba al prisionero en público desnudándolo.
Luego se colocaba la cruz en el suelo y se acostaba al reo de espaldas
sobre ella; las manos eran atadas o clavadas a la vara horizontal de
madera y los pies a la vara vertical. Sabemos que en el caso de Jesús
tanto sus manos como sus pies fueron clavados (Jn 20:25) (Lc 24:39-
40). La cruz se llevaba luego a una posición vertical, y se la dejaba
caer en una cavidad previamente preparada en el terreno.
Generalmente se agregaba un taco o un asiento rudimentario para
sostener en parte el peso de la víctima, y evitar que los clavos
desgarraran las manos cuando se levantara la cruz. Una vez
levantada, la cruz no era muy alta, quedando los pies de la víctima
separados del suelo por no más de medio metro, con lo que era
posible la comunicación descrita en los evangelios entre Jesús y las
demás personas que le rodeaban. Una vez crucificado, quedaba allí
suspendido, expuesto en total impotencia al intenso sufrimiento físico,
al escarnio público, al calor del día y al frío de la noche. La tortura
podía prolongarse durante varios días hasta que el reo moría
lentamente de hambre y de sed, llegando en muchas ocasiones al
punto de dar señales de locura en medio del intenso sufrimiento o
incluso perder el conocimiento.

No hemos de olvidar que este castigo fue inventado para hacer la


muerte tan penosa y prolongada como el poder de la resistencia
humana fuera capaz de soportar. Probablemente sea el método más
cruel de ejecución jamás practicado, porque demora deliberadamente
la muerte hasta haber infligido la máxima tortura posible.

"Repartieron entre sí sus vestidos"


Cuando los soldados terminaron de crucificar a Jesús, se sentaron y
echaron suertes sobre los vestidos de Jesús. A nosotros nos resulta
extraño que estos hombres pudieran tener a su lado a Jesús muriendo
y al mismo tiempo estuvieran repartiéndose sus vestidos. Pero
desgraciadamente, este ejemplo de indiferencia frente a la muerte de
Jesús en la cruz, es muy común en nuestros días. ¡Cuántos no tienen
interés en el hecho de que él muriera en la cruz por cada uno de
nosotros y lo miran con absoluta indiferencia! ¡Son como estos
embrutecidos soldados romanos, que lo único que les interesa son las
cosas materiales! Pero en cualquier caso, ¡qué poco se llevaron de
Cristo, sólo unas pocas prendas de ropa usada, cuando podrían haber
obtenido la salvación eterna para sus almas!

Esta parece que era la costumbre romana, según la cual las ropas del
ejecutado correspondían al pelotón de ejecución. Así desposeyeron a
Jesús de lo único que le quedaba en el terreno material de este
mundo. Pero al hacerlo, cumplieron con total exactitud otra profecía
de la Escritura:

(Sal 22:18) "Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa


echaron suertes."

"El título escrito de su causa era: EL REY DE LOS


JUDÍOS"
Marcos observa la costumbre que tenían los romanos de colocar la
causa de la ejecución en la parte superior de la cruz. Pilato mandó que
fuera escrita en tres idiomas: hebreo, griego y latín (Jn 19:20), de tal
manera que todas las personas que pasaban por allí pudieran leerlo.
¿Por qué lo hizo? Bueno, en principio porque era la causa por la que
los judíos habían entregado a Jesús ante Pilato y por la que éste le
había mandado crucificar. Sin embargo, podemos pensar también que
el gobernador romano estaba molesto porque los dirigentes judíos
acababan de ganar una victoria sobre él al forzarle a crucificar a
Jesús, sabiendo perfectamente que era inocente. Así que, muy
probablemente, hizo escribir este título a modo de venganza personal,
expresando así el cinismo de los judíos que acababan de crucificar a
su propio rey. De este modo les estaba diciendo a los judíos que
habían renunciado a sus esperanzas mesiánicas, lo que sin duda era
cierto, y constituía un terrible suicidio nacional.

Por supuesto, los principales sacerdotes entendieron las intenciones de


Pilato y rápidamente le reclamaron que quitara ese título, algo que el
gobernador romano se negó a hacer (Jn 19:21-22).

En cualquier caso, no deja de ser paradójico que fuera una cruz el


trono a donde Jesús fue levantado y desde donde ahora atrae a la
humanidad (Jn 12:32). Pero siendo el nuestro un mundo pecador y
rebelde contra Dios, no había otra forma de establecer su gobierno en
esta tierra. No olvidemos que la cruz es el lugar donde los pecadores,
enemigos de Dios, somos reconciliados con él. Y es también allí donde
queda fuera de toda duda el amor que Dios tiene por la humanidad y
que logra conquistar nuestros endurecidos corazones. La cruz es el
punto de encuentro entre el hombre pecador y el Dios santo, y en
cierto sentido, es el lugar desde donde Cristo reina en la actualidad en
este mundo.

"Crucificaron también con él a dos ladrones"


En aquel día había también otros dos presos que fueron crucificados
junto a Jesús. Marcos los describe como "ladrones", palabra que Juan
utiliza para referirse a Barrabás en (Jn 18:40), así que tal vez
debamos pensar que también eran combatientes de la resistencia
contra el poder romano. En ese caso, Jesús fue colocado en medio de
ellos porque fue considerado un delincuente de la misma clase.

Pero esta asociación no era nueva. Jesús había caracterizado todo su


ministerio por su contacto permanente con los pecadores, al punto
que los judíos le menospreciaban diciendo que era "amigo de
publicanos y de pecadores". Aunque él justificó este contacto
explicando que "los sanos no tienen necesidad de médico, sino los
enfermos", por lo que nunca dejó de estar cerca de los pecadores
hasta el fin. No era algo de lo que él se avergonzara, y de esta
manera muchos llegaron a ver sus vidas totalmente restauradas.
Incluso en la cruz, su cercanía a los pecadores dio fruto, puesto que
según nos informa Lucas, finalmente uno de los dos ladrones que
estaban crucificados con él, se arrepintió y le reconoció como Rey (Lc
23:40-43).

Y una vez más se cumplió otra parte de la Escritura:

(Is 53:12) "Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los
fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la
muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el
pecado de muchos, y orado por los transgresores."

"Y los que pasaban le injuriaban"


A pesar de todas las injusticias que Jesús había sufrido hasta ese
momento, los judíos todavía no parecían estar satisfechos, así que
fueron hasta el lugar donde había sido crucificado y no pararon de
injuriarle. Marcos distingue tres grupos diferentes: "los que
pasaban" (Mr 15:29), "los principales sacerdotes" (Mr 15:31), y "los
que estaban crucificados con él" (Mr 15:32).

De esta manera se cumplió la profecía:

(Sal 22:7-8) "Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca,


menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él;
sálvele, puesto que en él se complacía."

Sin lugar a dudas, los dirigentes judíos miraban aquel espectáculo con
profunda satisfacción. Habían logrado lo que pretendían. Jesús había
sido crucificado, y de esta manera lograron que fuera totalmente
desacreditado como Mesías, porque como decía la Ley: "Maldito todo
el que es colgado en un madero" (Dt 21:23) (Ga 3:13).

Y aunque nos parece incompresible cómo alguien puede llegar a


alegrarse de este modo en el sufrimiento y el dolor de otra persona,
sin embargo, ellos no sólo lo hacían, sino que además le injuriaban
diciéndole que todo eso le estaba ocurriendo porque Dios no le amaba.
Esto tuvo que ser especialmente doloroso para Jesús.

Veamos cuáles eran estas injurias:

1. "Tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas"

Los que injuriaban a Jesús lo hacían tergiversando las palabras que él


había dicho: "Tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo
reedificas...". Se mofaban así del Señor, expresando su desprecio por
él y haciéndole sentir una vez más su debilidad y abandono. Pero eran
incapaces de comprender que justo en ese momento ellos mismos
estaban cumpliendo lo que Jesús realmente había predicho: "Destruid
este templo, y en tres días lo levantaré" (Jn 2:19). Ellos estaban
destruyendo el templo de su cuerpo al que Jesús había hecho
referencia, y la resurrección sería el momento en el que Dios lo
levantaría, librándole de la muerte y mostrando al mundo que era su
Hijo, aunque esto ocurriría tres días después, no antes.

2. "Sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz"

Vemos que los judíos también le desafiaban para que descendiera de


la cruz y se salvase a sí mismo. Esta era la misma tentación que el
diablo ya había intentado antes: "Le llevó el diablo a un monte muy
alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le
dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares" (Mt 4:8-9). En
aquella ocasión, igual que en esta, la sutil invitación era a evitar la
cruz.

Ninguno de los presentes lograron entender que lo que le sujetaba a


aquella cruz no era su impotencia, sino su obediencia y amor al Padre
y a la humanidad. Si hubiera bajado de aquella cruz, no habría
salvado a los pecadores. Pero una vez más él venció la tentación y
demostró su poder no bajando de la cruz. No lo olvidemos, el diablo
no ha cambiado y sigue proponiendo a los hombres la salvación sin la
cruz.

3. "A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar"


Es curioso que aun en estos momentos sus enemigos reconocían que
había salvado a otros, sin embargo, todos aquellos milagros habían
dejado indiferente su duro corazón.

Ahora su planteamiento consistía en demostrar que si él no era capaz


de salvarse a sí mismo, estaba descalificado para liberar a otros.
¿Cómo podía ser el Mesías enviado de Dios, el escogido, si no era
capaz de impedir que sus enemigos le crucificasen? Claro está que
ellos pensaban en términos políticos, pero esa nunca había sido la
pretensión de Jesús.

Desde ese punto de vista, podría parecer que los gobernantes judíos
tenían razón. Pero su problema era que no habían entendido que él
era "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1:29).
¿Cómo podía un cordero salvar a otros sin morir? Así que, sin
entenderlo y con la intención de insultarle, dijeron una gran verdad:
no podía salvarse a sí mismo y a otros al mismo tiempo. Eligió
sacrificarse a sí mismo con el fin de salvar al mundo.

4. "El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que


veamos y creamos"

Una vez más estaban fingiendo que estarían dispuestos a creer si


vieran alguna señal (Mr 8:11), pero solamente era una tentación con
el fin de hacerle bajar de la cruz. Paradójicamente, es precisamente
porque Jesús no bajó de la cruz por lo que hoy creemos en él.

"También los que estaban crucificados con él le


injuriaban"
Hasta sus compañeros de suplicio se unieron a la burla y el desprecio
contra él. Podemos decir que Jesús se encontraba absolutamente solo
en su dolor.

Lucas nos explica que uno de los ladrones "le injuriaba, diciendo: Si tú
eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros" (Lc 23:39). A pesar de
estar a las puertas de la muerte no tenía ningún temor de Dios.
Tampoco sufría ningún remordimiento en su conciencia por los
pecados cometidos. Sin confesión de su culpabilidad delante de Dios,
sin ninguna expresión de arrepentimiento, sin ninguna petición de
perdón divino, nada podía hacer el Señor por él. Y además, ¿qué
sentido tendría en esas condiciones librarle de la cruz? Salvarle de un
castigo temporal, que era consecuencia de sus crímenes, no serviría
de nada si finalmente iba a sufrir un castigo eterno mucho más
terrible.

Lucas nos dice que el otro ladrón que estaba siendo crucificado
manifestó finalmente una actitud totalmente diferente, llegando
incluso a reprender a su compañero. A éste Jesús le dio palabras muy
consoladoras: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el
paraíso" (Lc 23:40-43).

"A la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra"


Jesús había pasado ya tres horas en la cruz, y aun pasaría otras tres
más antes de que expirara. Marcos nos dice que justo a la mitad, a la
hora sexta (sobre las doce del mediodía), ocurrió algo asombroso:
"hubo tinieblas sobre toda la tierra". Debemos entender esto como un
fenómeno sobrenatural, puesto que a esa hora es cuando el sol brilla
en toda su intensidad.
Se trataba de una intervención directa de Dios con el propósito de
atraer la atención de la vasta muchedumbre que estaba reunida allí y
que pedían una señal del cielo. Sin embargo, la señal que recibieron
era muy diferente de la que ellos esperaban. Aunque, por supuesto,
no les hizo cambiar su incredulidad.

Estas tinieblas expresaban la oscuridad espiritual que envolvía a Jesús


en la cruz. En el simbolismo bíblico las tinieblas significan la
separación de Dios (1 Jn 1:5). Las "tinieblas de afuera" eran una de
las expresiones que Jesús usaba para referirse al infierno (Mt 8:12),
por cuanto se trata de una exclusión total y absoluta de la luz de la
presencia de Dios.

Hasta ese momento, Jesús había sido abandonado por todos los
hombres, pero todavía podía decir: "Mas no estoy solo, porque el
Padre está conmigo" (Jn 16:32). Pero al entrar dentro de esas densas
tinieblas que cubrieron el Gólgota, el Hijo estuvo completamente solo,
abandonado incluso por Dios mismo. Jesús mismo lo expresó así:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mr 15:34).

Y nosotros también nos preguntamos por qué Jesús fue desamparado


de ese modo, por qué las tinieblas le separaron de su Padre. Todo
indicaba la solemnidad de este momento, cuando Dios mismo estaba
juzgando el pecado de la humanidad y cargando su culpabilidad sobre
su propio Hijo. Pablo lo expresó de esta manera:

(2 Co 5:21) "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado,


para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él."

Si el resultado del pecado es la separación de Dios, al cargar con la


culpabilidad de nuestros pecados en la cruz, Dios tuvo que apartarse
de su Hijo y exponerlo a su ira y juicios divinos.

(Is 59:2) "Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros
y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su
rostro para no oír."

Las tinieblas nos enseñan la profunda gravedad del pecado a los ojos
de Dios. Es como si hasta el mismo universo entendiera esto y se
vistiera de luto, sumido en oscuridad, para no presenciar aquella
escena tan dramática.

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"


De entre las tinieblas brotó este grito de desamparo de Jesús, que a
su vez se hacía eco de una cita del Salmo 22 en la que se describían
gráficamente los sufrimientos internos del Mesías en su agonía.

(Sal 22:1-2) "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi
clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; y de noche, y no hay
para mí reposo."

Aquí se describe la ruptura entre el Padre y el Hijo, lo que constituye


un misterio imposible de explicar. Cristo era Dios, y como tal no podía
haber ruptura dentro de la Trinidad. Pero también era hombre, y en
esa condición sí podría sufrir la separación con Dios. Sin embargo, él
era un hombre perfecto, y por lo tanto, tampoco había ninguna razón
para que esta ruptura se produjera.
Pero como ya hemos comentado anteriormente, la razón de esta
separación la encontramos en el hecho de que él estaba en ese
momento ocupando el lugar del pecador (2 Co 5:21). No quiere decir
que se hizo pecador por nosotros, sino que se presentó como ofrenda
por nuestro pecado. Difícilmente podemos imaginarnos lo que tuvo
que significar para el Santo Hijo de Dios ser colocado bajo el peso de
la culpa correspondiente al pecado del mundo.

Sin lugar a dudas, esta ruptura en la comunión entre el Padre y el Hijo


fue el mayor dolor de la cruz. Por supuesto también sufrió por los
terribles padecimientos físicos, y por el dolor que le produjo el hecho
de ser abandonado por los suyos, pero nada de eso era comparable
con la separación de su Padre. Para un alma tan sensible como la del
Señor Jesucristo, este aislamiento debió significar una agonía
extrema. Quizás nosotros no lo entendamos, puesto que
desgraciadamente en muchos casos la ruptura de la comunión con
Dios no la apreciamos como un problema muy grave. Pero para Cristo
esta relación era vital.

Incluso podemos ver su dolor en la forma en la que se expresaba en


su oración; por primera vez no usó la forma habitual con la que
siempre oraba, tratando a Dios como su "Padre", sino que le
escuchamos dirigirse a él con estas palabras: "Dios mío, Dios mío".
Todo esto manifestaba que en esos momentos la relación fraternal
que el Hijo había disfrutado con el Padre fue cambiada por una
relación judicial, donde el Padre actuaba como el Juez divino, y el Hijo
era quien se hacía cargo de pagar la culpabilidad del pecado de la
humanidad.

Nos debe conmover el hecho de que Dios estuviera dispuesto a sufrir


de tal manera para llegar a salvarnos. En el desamparo de su Hijo
debemos ver el amor de Dios hacia el mundo pecador.

(Jn 3:16) "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna."

Como explicaba el mismo Salmo 22, para que todos los fieles de todos
los tiempos disfrutaran del auxilio divino en sus aflicciones, el mismo
Hijo de Dios tuvo que ser desamparado:

(Sal 22:4-8) "En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los


libraste. Clamaron a ti, y fueron librados; confiaron en ti, y no fueron
avergonzados. Mas yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los
hombres, y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me
escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se
encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se
complacía."

Podemos decir que en la cruz Jesús hizo suyo y se identificó con el


grito angustiado del mundo atormentado por la ausencia de Dios.
Asumió así el clamor, el tormento, y todo el desamparo de la
humanidad perdida y en tinieblas, para que ésta pudiera disfrutar de
la luz de la presencia de Dios.

"Y algunos decían, al oírlo: Mirad, llama a Elías"


Los presentes no entendieron el sentido del grito de Jesús, y lo
confundieron con una llamada al profeta Elías, puesto que en hebreo
"Dios mío" suena de una forma parecida al nombre del profeta.
En cualquier caso, lo que queda claro es que aquellos que estaban
presenciando la agonía de Jesús, no entendieron la gravedad e
importancia de lo que estaba ocurriendo, y estaban dispuestos a hacer
burla de cualquier detalle, algo que tristemente sigue ocurriendo en
nuestros días.

¿Cómo pudieron pensar que Jesús estaba pidiendo ayuda al profeta


Elías? Ellos sabían que Elías vendría antes que el Mesías, así que tal
vez se estaban burlando de Jesús como si en sus aspiraciones
mesiánicas estuviera reclamando la presencia de su precursor para
que descendiera del cielo en el mismo carro de fuego en el que había
partido y que le rescatara para demostrar que verdaderamente Jesús
era el Mesías esperado. Lo cierto es que no sabemos qué era
exactamente lo que querían decir, lo único seguro es que estaban
ridiculizando y menospreciando una vez más a Jesús.

"Empapando una esponja en vinagre, le dio a beber"


Al comienzo de la crucifixión, los soldados habían ofrecido a Jesús vino
mezclado con mirra, que era una bebida que servía para atenuar los
insoportables dolores, pero él la rechazó puesto que había elegido
asumir conscientemente todo el sufrimiento (Mr 15:23). Pero después
de seis horas colgado en la cruz y bajo el sol abrasador del mediodía,
Jesús gritó: "Tengo sed" (Jn 19:28). Fue entonces cuando le
ofrecieron un vino agriado, muy común entre los pobres, que también
se podía considerar vinagre y que se tenía como una bebida para
calmar la sed.

Aquí nos encontramos de nuevo con esa compenetración exacta entre


la profecía bíblica y los acontecimientos históricos. En esta ocasión es
una escritura del Salmo 69 la que se cumple:

(Sal 69:20-21) "El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy


acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y
consoladores, y ninguno hallé. Me pusieron además hiel por comida, y
en mi sed me dieron a beber vinagre."

"Mas Jesús, dando una gran voz, expiró"


Marcos no explica lo que Jesús dijo cuando dio esta "gran voz", pero
podemos verlo en los otros evangelistas:

(Lc 23:46) "Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró."

(Jn 19:30) "Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado


es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu."

Ya hemos explicado que la muerte sobrevenía a los crucificados por el


agotamiento producido por la agonía prolongada, que en ocasiones
podía llegar a durar días enteros. En esas condiciones no era normal
que los ajusticiados pudieran dar una gran voz en el instante de morir.
Así que esto fue algo que también impresionó al centurión romano que
vigilaba la ejecución de Jesús (Mr 15:39).

De esto podemos sacar varias conclusiones. En primer lugar, no


debemos entender esta "gran voz" como un lamento desgarrador de
alguien que ha sido vencido, sino como la voz de triunfo de quien
había consumado plenamente la Obra de la Redención. Y en segundo
lugar, nos recuerda lo que Jesús había dicho anteriormente: "Nadie
me quita la vida, sino que yo de mí mismo la pongo" (Jn 10:18). En su
caso no fue la muerte la que se acercó a él, sino que fue él mismo
quien salió al encuentro de la muerte.

"Entonces el velo del templo se rasgó en dos"


Mientras aquel grito todavía resonaba en el corazón de todos los
presentes, en ese preciso momento en el que parecía que los
principales sacerdotes habían triunfado desgarrando la vida de Jesús y
destrozando las esperanzas de sus seguidores, en el templo sucedió
algo asombroso: el enorme velo que separaba a Dios en el interior del
Lugar Santísimo, se rasgó de arriba abajo. ¿Por qué ocurrió esto?
¿Qué significaba?

En primer lugar debemos notar que el velo se rasgó "de arriba abajo",
lo que indica que fue una acción divina. Esta fue la primera respuesta
del Padre a la oración de su Hijo y la primera consecuencia de su
muerte.

Podemos imaginarnos el terror que se apoderaría de los sacerdotes


que en aquel momento estuvieran oficiando en el templo. ¡Ver abierto
el Lugar Santísimo al que sólo el sumo sacerdote podía entrar una vez
al año! Suponemos que los servicios quedarían parados
inmediatamente hasta que el velo fuera restaurado nuevamente.

Es muy probable que pocas personas supieran esto en un primer


momento, pero una noticia así rápidamente llegaría a circular
ampliamente, ¿qué pensarían entonces de este hecho? ¿cómo lo
interpretarían? ¿lo asociarían con la muerte de Jesús en la cruz y con
los otros acontecimientos asombrosos que tuvieron lugar en aquel
mismo día, como las tinieblas que cubrieron la tierra durante tres
horas hasta la muerte de Jesús?

No sabemos cómo interpretaron ellos todos estos hechos, pero los


primeros cristianos entendieron rápidamente su significado. Lo más
evidente, como explica detalladamente el autor de Hebreos, es que el
camino hasta el Lugar Santísimo, que hasta ese momento permanecía
cerrado, había quedado abierto para todos por la muerte del Señor
Jesucristo, y nunca más volvería a estar cerrado (He 10:19-22). Todos
los hombres que lo deseen pueden ahora acercarse a Dios con
confianza gracias a Cristo. Todas las barreras entre el hombre y Dios
han desaparecido.

¡Todo esto es asombroso! Después de que la humanidad mató al Hijo


de Dios, lo lógico habría sido que Dios hubiera tomado algún tipo de
represalia contra ella. Con toda justicia podría habernos abandonado a
nuestra suerte, nos podría haber dejado para que cosecháramos el
fruto de nuestro mal obrar y que pereciéramos en nuestros pecados.
Esto es lo que merecíamos. Pero en lugar de eso Dios rasgó el velo del
templo, mostrándonos así que no estaba planeando la venganza, sino
que en su infinito amor estaba abriendo su corazón para perdonar y
recibir a todos los que lo deseen. Aquellos que en su odio crucificaron
a Jesús, ahora se les da la bienvenida para que regresen a él,
dándoles la posibilidad de arrepentirse. Sólo un corazón duro como
una piedra, puede permanecer inconmovible ante un amor como este.
De hecho, es más que amor. El nombre que la Biblia le da es "gracia",
amor manifestado hacia el que no lo merece.

En otro sentido también podemos pensar que por medio de este velo
rasgado, Dios estaba manifestando su abandono de aquel templo.
¿Cómo podría seguir dentro de aquel centro religioso que odiaba a su
Hijo? Aquel lugar había dejado de contar con la presencia de Dios. Allí
ya no quedaba nada de vida. Y puesto que había perdido
definitivamente su razón de existir, no tardaría en ser destruido tal
como Jesús había anunciado (Mr 13:1-2).

Y no sólo el templo desaparecería, también el sacerdocio levítico que


estaba asociado a él perdería su razón de ser. Por un lado, el sumo
sacerdote descendiente de Aarón sería sustituido a partir de ese
momento por Cristo, nuestro Sumo Sacerdote según el orden de
Melquisedec, que intercede por nosotros en el cielo. La epístola a los
Hebreos se encarga de explicar ampliamente la superioridad de Cristo
en este sentido (He 6:19-8:13). Pero no sólo el sumo sacerdote sería
sustituido, también todos los sacerdotes del orden levítico
desaparecerían para dar lugar al sacerdocio universal de todo
creyente:

(1 P 2:9) "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación


santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de
aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable."

(Ap 1:6) "Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea
gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén."

Debemos señalar que este cambio se produjo paulatinamente. Al


comienzo del libro de los Hechos vemos que los apóstoles y los
primeros cristianos todavía se reunían en el templo, pero poco a poco
se fueron distanciando de él debido a la persecución de los líderes
religiosos de Israel contra los cristianos. Sin lugar a dudas, esta lenta
transición fue algo muy sabio de parte de Dios, aunque finalmente el
hecho de que el velo del templo se hubiera rasgado simbolizaba con
claridad la abolición del antiguo pacto, y tarde o temprano tendría que
desaparecer por completo, algo que ocurrió de forma definitiva en el
año 70 d.C. cuando los romanos destruyeron el templo y la ciudad.

Pero además del templo y el sacerdocio, también los mismos


sacrificios del orden levítico se habían acabado. Todos ellos eran
símbolos y tipos que apuntaban al sacrificio que Cristo acababa de
realizar, por lo tanto, ya no era necesario seguir ofreciéndolos.

Por último, es interesante que consideremos también la interpretación


que el autor de Hebreos hace de este incidente. Veamos la cita:

(He 10:19-20) "Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el


Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y
vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne..."

Nos está diciendo que debemos interpretar el velo del templo como
una figura o símbolo del cuerpo humano de nuestro Señor Jesucristo.
El velo en el templo escondía la presencia de Dios, aunque al mismo
tiempo, por medio de vivos colores y querubines simbólicos, daba una
idea del Dios que moraba al otro lado dentro del Lugar Santísimo. Y de
la misma manera, podemos decir que en el Señor Jesucristo habitaba
toda la plenitud de la deidad (Col 2:9), aunque de alguna manera
quedaba velada por medio de su humanidad, aunque al mismo
tiempo, su perfecta humanidad mostraba la belleza del Dios eterno.
Ahora bien, ¿de qué manera la naturaleza humana de Jesús nos
separa de Dios? El hecho es que su perfección pone en evidencia
nuestras imperfecciones y pecados, que son precisamente el problema
por el que estamos separados de Dios. Pero cuando en el Gólgota él
se entregó por nuestros pecados, su sacrificio fue aceptado por Dios,
debido a su santidad perfecta y al valor de su vida. A partir de ese
momento, quedó abierto un "camino nuevo y vivo" a través de Cristo.

"El centurión dijo: Verdaderamente este hombre era


Hijo de Dios"
Marcos dirige ahora nuestra atención hacia otro de los personajes
presentes en la crucifixión de Jesús: el centurión encargado de la
cuadrilla de ejecución.

Suponemos que en un principio él no tuvo ningún interés en Jesús,


sino que lo único que hacía era cumplir con su deber de manera
rutinaria. Desconocemos cuánto sabía del conflicto que los principales
sacerdotes tenían con Jesús, o de las cuestiones religiosas que les
había llevado a acusarle ante Pilato. Y quizás él mismo había
participado en las burlas que los soldados romanos habían hecho al
Señor antes de llevarle para ser crucificado (Mr 15:16-20).

Pero lo cierto era que en aquella ejecución habían ocurrido cosas que
no eran habituales, lo que tuvo que avivar el interés del centurión por
saber algo más acerca de Jesús. Las densas tinieblas a la hora del
mediodía, o la afluencia inusual de gente durante esa crucifixión, junto
con los insultos que hacían y el dominio propio con el que Jesús los
recibía, o las conversaciones de los otros ladrones con Jesús, y aun la
forma en que murió exclamando a gran voz, imaginamos que todo
esto no pudo dejar indiferente ni aun a este endurecido soldado.

Seguramente habría asistido a la crucifixión de peligrosos criminales,


de ordinarios homicidas, revolucionarios políticos y un sinfín de gente
diversa, pero en Jesús había visto una perfección moral que nunca
antes había conocido en esas circunstancias cuando los seres
humanos son puestos en la peor de las condiciones: cara a cara con la
muerte.

Finalmente el centurión confesó que "verdaderamente este hombre


era Hijo de Dios". Surge la duda acerca de lo que realmente quiso
decir. Lo más razonable es suponer que había visto en Jesús algo
sobrenatural y divino. Que a pesar de la humillante muerte que había
tenido, ese crucificado era mucho más de lo que la gente en general
pensaba. Que se había cometido un funesto error al crucificar a
alguien que era justo (Lc 23:47). Que Jesús no era lo que sus
enfurecidos enemigos habían estado diciendo contra él durante toda la
crucifixión. Aunque también pudiera ser cierto que en ese momento
no llegara a entender el concepto de la plena divinidad de Cristo como
nosotros, puesto que probablemente él tendría una formación pagana.

"Había algunas mujeres mirando de lejos"


Jesús murió solo, en la ausencia de sus discípulos y en el silencio del
Padre. Sólo estaban allí, mirando desde lejos, unas mujeres que lo
habían acompañado desde Galilea, ayudándole con sus bienes y su
trabajo. En estos momentos nada podían hacer por el Señor, pero
seguían demostrando su amor y devoción con su simple presencia.

En cualquier caso, no podemos imaginarnos una escena más


desgarradora. Parecía que una vez más habían ganado los de siempre,
los poderosos, y que seguirían manteniendo sus privilegios como si
nada hubiera pasado. Una vez más todas las esperanzas de un
auténtico cambio en este mundo se habían desvanecido. Podemos ver
esta desolación en los comentarios que más tarde hicieron los dos que
iban camino de Emaús: "nosotros esperábamos que él era el que
había de redimir a Israel; y ahora..." (Lc 24:21).

Pero Marcos no nos introduce a estas mujeres aquí por casualidad.


Ellas van a estar presentes a lo largo del próximo capítulo y serán el
eslabón entre la muerte de Cristo y su resurrección. Ellas que habían
seguido a Jesús a lo largo de su vida, lo harían también después de su
muerte, llegando a ser los primeros testigos de su resurrección. Sin
duda, un hermoso reconocimiento a la sensibilidad espiritual de las
mujeres.

Pero era necesario que para que su testimonio fuera válido, estuvieran
presentes en la muerte, sepultura y resurrección de Jesús, algo que el
evangelista se propone demostrarnos a continuación (Mr 15:40) (Mr
15:47) (Mr 16:9).

¿Quiénes eran estas mujeres?


María Magdalena, a quien el Señor había librado de posesión
demoníaca (Lc 8:2).
María, madre de Jacobo llamado el menor y de José, bien
conocidos en la iglesia primitiva.
Salomé, a quien quizá se le puede identificar como la esposa de
Zebedeo (Mt 27:56) y madre de Jacobo y Juan.

El rechazo a la cruz de Cristo


Nuestras consideraciones a lo largo de este estudio nos han dado una
idea del por qué la crucifixión se veía con auténtico horror en el
mundo antiguo. Por ejemplo, los romanos nunca la aplicarían a un
ciudadano romano, sino sólo a los esclavos, extranjeros, o cualquiera
que ellos consideraran indigno de ser tenido por persona. En cuanto a
los judíos, ellos interpretaban que una persona que moría colgada en
un madero estaba bajo la maldición de Dios (Dt 21:22-23).

Por estas razones, cuando Pablo predicaba que el Mesías de Dios había
muerto en una cruz, inmediatamente despertaba las actitudes más
despectivas.

(1 Co 1:23) "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos


ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura"

¿Cómo podría una persona en su sano juicio adorar a un hombre que


había sido condenado como criminal, y sometido a la forma más
humillante de ejecución? ¿Cómo podía el Mesías haber muerto
sometido a la maldición de Dios?

Y el rechazo que la cruz despertaba en el mundo antiguo sigue siendo


el mismo en nuestros días. Consideremos brevemente algunas de las
razones.

1. Revela la gravedad de nuestros pecados

Si Cristo murió en la Cruz para pagar la culpa que nosotros


merecíamos, y si Dios mismo no encontró ningún otro modo de
perdonar con justicia al pecador, salvo ofreciendo a su propio Hijo
como ofrenda por el pecado, entonces tenemos que admitir que
nuestros pecados eran extremadamente horribles y nuestra condición
ante Dios muy grave.
Evidentemente ningún hombre quiere verse de esta manera, y
normalmente intentamos crear una imagen de nosotros mismos
mucho más positiva. Esta es una de las razones por las que el hombre
rechaza la cruz, ya que nos hace sentir vergüenza por lo que somos.
Nos obliga a humillarnos y confesar que hemos pecado y que no
merecemos otra cosa que el juicio. Nuestro orgullo se revela con
fuerza contra esto.

2. Hiere nuestro orgullo

La cruz nos revela que la salvación provista por Cristo tiene que ser
recibida como un regalo gratuito, sin que nosotros podamos pagarla o
hacer algo para ganarla. Las últimas palabras de Cristo fueron
"Consumado es" (Jn 19:30). Con esto declaró que ya no había nada
más que se pudiera agregar. Esta es otra razón por la que las
personas rechazan la cruz. Les parece inconcebible que no puedan
ganarse su propia salvación, ni siquiera colaborar para obtenerla. Ante
la cruz somos tratados como inválidos incapaces por nosotros mismos
de salvarnos, y a nuestro soberbio ego no le gusta verse humillado de
esta manera ante la cruz.

Hasta el día de hoy no hay nada que excluya a la gente del reino de
Dios más que el orgullo. El evangelio nos desnuda totalmente (no
tenemos vestiduras en las cuales presentarnos delante de Dios), y nos
declara en bancarrota (no tenemos moneda alguna con la cual
podamos comprar el favor del cielo).

3. Excluye cualquier otro medio de salvación

En el mundo antiguo donde el evangelio se predicó por primera vez,


había muchas religiones politeístas, y muchos de los que escucharon
hablar de Jesucristo se mostraron dispuestos a aceptarlo como una
divinidad más a quien adorar entre otras muchas. Pero el problema
surgió cuando los apóstoles y misioneros insistían es sostener la
singularidad y el carácter único de Jesucristo y su obra en la cruz.

Por supuesto, los tiempos han cambiado, y todas aquellas antiguas


divinidades paganas han quedado en el olvido, pero sin embargo, la
gente sigue prefiriendo el pluralismo religioso, y cada vez se persigue
más los comentarios despectivos hacia cualquier religión. Muchos
abogan por la fórmula del ecumenismo y otros por el sincretismo
religioso. En este ambiente, la exclusividad del evangelio de Jesucristo
sigue despertando un fuerte rechazo.

Y no sólo por el hecho de que se predique que el Dios cristiano es el


único verdadero, sino también porque se afirma que la obra realizada
por su Hijo en la Cruz es el único medio de salvación para toda la
humanidad.

(1 Ti 2:5-6) "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y


los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate
por todos..."

Esta afirmación de exclusividad produce un fuerte rechazo. Muchos la


consideran insoportablemente intolerante. No obstante, la afirmación
de la verdad nos obliga a sostenerlo, por grande que sea la ofensa que
ocasione.

Conclusión
Los cristianos no nos avergonzamos de presentar a Cristo crucificado.
Pablo mismo lo expresó con rotundidad: "Lejos esté de mí gloriarme,
sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Ga 6:14). Nosotros
sabemos que Jesús no merecía la maldición de Dios, sino que era
nuestra propia maldición la que él estaba llevando sobre la cruz (Ga
3:13). Y es por esta razón que el recuerdo del amor de Dios
expresado en la cruz nos constriñe para vivir diariamente para
Cristo (2 Co 5:14-15)

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