Crucifixión y Muerte de Jesús
Crucifixión y Muerte de Jesús
Crucifixión y Muerte de Jesús
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(Mr 15:21-41) "Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, padre
de Alejandro y de Rufo, que venía del campo, a que le llevase la cruz.
Y le llevaron a un lugar llamado Gólgota, que traducido es: Lugar de la
Calavera. Y le dieron a beber vino mezclado con mirra; mas él no lo
tomó. Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus
vestidos, echando suertes sobre ellos para ver qué se llevaría cada
uno. Era la hora tercera cuando le crucificaron. Y el título escrito de su
causa era: EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron también con él a dos
ladrones, uno a su derecha, y el otro a su izquierda. Y se cumplió la
Escritura que dice: Y fue contado con los inicuos. Y los que pasaban le
injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: ¡Bah! tú que derribas el
templo de Dios, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, y
desciende de la cruz. De esta manera también los principales
sacerdotes, escarneciendo, se decían unos a otros, con los escribas: A
otros salvó, a sí mismo no se puede salvar. El Cristo, Rey de Israel,
descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos. También los
que estaban crucificados con él le injuriaban. Cuando vino la hora
sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y a la
hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama
sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado? Y algunos de los que estaban allí decían, al oírlo:
Mirad, llama a Elías. Y corrió uno, y empapando una esponja en
vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber, diciendo: Dejad,
veamos si viene Elías a bajarle. Mas Jesús, dando una gran voz,
expiró. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Y
el centurión que estaba frente a él, viendo que después de clamar
había expirado así, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de
Dios. También había algunas mujeres mirando de lejos, entre las
cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y
de José, y Salomé, quienes, cuando él estaba en Galilea, le seguían y
le servían; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén."
Introducción
El pueblo de Jerusalén, dirigido por sus sacerdotes, ancianos y
gobernantes acababa de pedir a Pilato que condenase a muerte a un
hombre inocente, nada más y nada menos que a Jesús, el Hijo de
Dios, y que soltase en su lugar a Barrabás, un activista político
asesino. Y consiguieron lo que pidieron. Tristemente fue así y ahora
vamos a ver cómo esta sentencia fue ejecutada.
Marcos nos dice que un hombre llamado Simón de Cirene fue entonces
obligado a cargar con la cruz. Esto nos hace pensar en la debilidad
física de Jesús en esos momentos. No sería de extrañar si tenemos en
cuanta que desde la noche anterior, cuando había estado celebrando
la cena pascual con sus discípulos, todo había ocurrido muy
rápidamente y con mucha intensidad, sin que el Señor tuviera tiempo
de descansar o de comer. Recordemos brevemente la secuencia de los
acontecimientos: durante y después de la cena, Jesús estuvo
enseñando ampliamente a sus discípulos, luego fue al huerto de
Getsemaní donde oró con gran angustia y tristeza. Al cabo de un rato
llegó Judas con mucha gente armada para detenerle y de allí le
llevaron a casa del sumo sacerdote, donde fue interrogado a lo largo
de la noche, hasta que se decidió su culpabilidad y entonces los
alguaciles de los principales sacerdotes pasaron el resto de la noche
burlándose de Jesús mientras lo custodiaban. Al amanecer fue llevado
a Pilato para ser juzgado por él. Pero a lo largo de la mañana fue
conducido también hasta Herodes, que además de interrogarlo
también lo menospreció y escarneció con sus soldados. Luego fue
remitido otra vez a Pilato, que en un intento de despertar la
compasión de la gente hacia Jesús, lo hizo azotar brutalmente. Y
cuando finalmente decidió condenarlo, lo entregó a sus soldados, que
todavía tuvieron un rato para burlarse de él. Si tenemos en cuenta
todo esto, no es de extrañar que en esos momentos Jesús estuviera
realmente agotado y muy debilitado, al punto de no poder cargar con
el peso de la cruz.
Esta parece que era la costumbre romana, según la cual las ropas del
ejecutado correspondían al pelotón de ejecución. Así desposeyeron a
Jesús de lo único que le quedaba en el terreno material de este
mundo. Pero al hacerlo, cumplieron con total exactitud otra profecía
de la Escritura:
(Is 53:12) "Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los
fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la
muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el
pecado de muchos, y orado por los transgresores."
Sin lugar a dudas, los dirigentes judíos miraban aquel espectáculo con
profunda satisfacción. Habían logrado lo que pretendían. Jesús había
sido crucificado, y de esta manera lograron que fuera totalmente
desacreditado como Mesías, porque como decía la Ley: "Maldito todo
el que es colgado en un madero" (Dt 21:23) (Ga 3:13).
Desde ese punto de vista, podría parecer que los gobernantes judíos
tenían razón. Pero su problema era que no habían entendido que él
era "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1:29).
¿Cómo podía un cordero salvar a otros sin morir? Así que, sin
entenderlo y con la intención de insultarle, dijeron una gran verdad:
no podía salvarse a sí mismo y a otros al mismo tiempo. Eligió
sacrificarse a sí mismo con el fin de salvar al mundo.
Lucas nos explica que uno de los ladrones "le injuriaba, diciendo: Si tú
eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros" (Lc 23:39). A pesar de
estar a las puertas de la muerte no tenía ningún temor de Dios.
Tampoco sufría ningún remordimiento en su conciencia por los
pecados cometidos. Sin confesión de su culpabilidad delante de Dios,
sin ninguna expresión de arrepentimiento, sin ninguna petición de
perdón divino, nada podía hacer el Señor por él. Y además, ¿qué
sentido tendría en esas condiciones librarle de la cruz? Salvarle de un
castigo temporal, que era consecuencia de sus crímenes, no serviría
de nada si finalmente iba a sufrir un castigo eterno mucho más
terrible.
Lucas nos dice que el otro ladrón que estaba siendo crucificado
manifestó finalmente una actitud totalmente diferente, llegando
incluso a reprender a su compañero. A éste Jesús le dio palabras muy
consoladoras: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el
paraíso" (Lc 23:40-43).
Hasta ese momento, Jesús había sido abandonado por todos los
hombres, pero todavía podía decir: "Mas no estoy solo, porque el
Padre está conmigo" (Jn 16:32). Pero al entrar dentro de esas densas
tinieblas que cubrieron el Gólgota, el Hijo estuvo completamente solo,
abandonado incluso por Dios mismo. Jesús mismo lo expresó así:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mr 15:34).
(Is 59:2) "Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros
y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su
rostro para no oír."
Las tinieblas nos enseñan la profunda gravedad del pecado a los ojos
de Dios. Es como si hasta el mismo universo entendiera esto y se
vistiera de luto, sumido en oscuridad, para no presenciar aquella
escena tan dramática.
(Sal 22:1-2) "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi
clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; y de noche, y no hay
para mí reposo."
(Jn 3:16) "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna."
Como explicaba el mismo Salmo 22, para que todos los fieles de todos
los tiempos disfrutaran del auxilio divino en sus aflicciones, el mismo
Hijo de Dios tuvo que ser desamparado:
(Lc 23:46) "Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró."
En primer lugar debemos notar que el velo se rasgó "de arriba abajo",
lo que indica que fue una acción divina. Esta fue la primera respuesta
del Padre a la oración de su Hijo y la primera consecuencia de su
muerte.
En otro sentido también podemos pensar que por medio de este velo
rasgado, Dios estaba manifestando su abandono de aquel templo.
¿Cómo podría seguir dentro de aquel centro religioso que odiaba a su
Hijo? Aquel lugar había dejado de contar con la presencia de Dios. Allí
ya no quedaba nada de vida. Y puesto que había perdido
definitivamente su razón de existir, no tardaría en ser destruido tal
como Jesús había anunciado (Mr 13:1-2).
(Ap 1:6) "Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea
gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén."
Nos está diciendo que debemos interpretar el velo del templo como
una figura o símbolo del cuerpo humano de nuestro Señor Jesucristo.
El velo en el templo escondía la presencia de Dios, aunque al mismo
tiempo, por medio de vivos colores y querubines simbólicos, daba una
idea del Dios que moraba al otro lado dentro del Lugar Santísimo. Y de
la misma manera, podemos decir que en el Señor Jesucristo habitaba
toda la plenitud de la deidad (Col 2:9), aunque de alguna manera
quedaba velada por medio de su humanidad, aunque al mismo
tiempo, su perfecta humanidad mostraba la belleza del Dios eterno.
Ahora bien, ¿de qué manera la naturaleza humana de Jesús nos
separa de Dios? El hecho es que su perfección pone en evidencia
nuestras imperfecciones y pecados, que son precisamente el problema
por el que estamos separados de Dios. Pero cuando en el Gólgota él
se entregó por nuestros pecados, su sacrificio fue aceptado por Dios,
debido a su santidad perfecta y al valor de su vida. A partir de ese
momento, quedó abierto un "camino nuevo y vivo" a través de Cristo.
Pero lo cierto era que en aquella ejecución habían ocurrido cosas que
no eran habituales, lo que tuvo que avivar el interés del centurión por
saber algo más acerca de Jesús. Las densas tinieblas a la hora del
mediodía, o la afluencia inusual de gente durante esa crucifixión, junto
con los insultos que hacían y el dominio propio con el que Jesús los
recibía, o las conversaciones de los otros ladrones con Jesús, y aun la
forma en que murió exclamando a gran voz, imaginamos que todo
esto no pudo dejar indiferente ni aun a este endurecido soldado.
Pero era necesario que para que su testimonio fuera válido, estuvieran
presentes en la muerte, sepultura y resurrección de Jesús, algo que el
evangelista se propone demostrarnos a continuación (Mr 15:40) (Mr
15:47) (Mr 16:9).
Por estas razones, cuando Pablo predicaba que el Mesías de Dios había
muerto en una cruz, inmediatamente despertaba las actitudes más
despectivas.
La cruz nos revela que la salvación provista por Cristo tiene que ser
recibida como un regalo gratuito, sin que nosotros podamos pagarla o
hacer algo para ganarla. Las últimas palabras de Cristo fueron
"Consumado es" (Jn 19:30). Con esto declaró que ya no había nada
más que se pudiera agregar. Esta es otra razón por la que las
personas rechazan la cruz. Les parece inconcebible que no puedan
ganarse su propia salvación, ni siquiera colaborar para obtenerla. Ante
la cruz somos tratados como inválidos incapaces por nosotros mismos
de salvarnos, y a nuestro soberbio ego no le gusta verse humillado de
esta manera ante la cruz.
Hasta el día de hoy no hay nada que excluya a la gente del reino de
Dios más que el orgullo. El evangelio nos desnuda totalmente (no
tenemos vestiduras en las cuales presentarnos delante de Dios), y nos
declara en bancarrota (no tenemos moneda alguna con la cual
podamos comprar el favor del cielo).
Conclusión
Los cristianos no nos avergonzamos de presentar a Cristo crucificado.
Pablo mismo lo expresó con rotundidad: "Lejos esté de mí gloriarme,
sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Ga 6:14). Nosotros
sabemos que Jesús no merecía la maldición de Dios, sino que era
nuestra propia maldición la que él estaba llevando sobre la cruz (Ga
3:13). Y es por esta razón que el recuerdo del amor de Dios
expresado en la cruz nos constriñe para vivir diariamente para
Cristo (2 Co 5:14-15)