Formato Plan de Aula Multigrado - Religion
Formato Plan de Aula Multigrado - Religion
Formato Plan de Aula Multigrado - Religion
Periodo: 4 Fecha: Semana del : 16 DE SEPTIEMBRE al : 03 de : DICIEMBRE Docente: ANA LUZ COVAS PASTRANA
Establecimiento educativo: Sede: NUEVA ESTRELLA Área: RELIGION Grados: 1° A 5°
1° A 5° Identifico los mandamientos dados Identifica los valores del Reino de Dios Reconoce las enseñanzas más relevantes LOS DIEZ MANDAMIENTOS
por DIOS para norma de conducta señalados por Jesús de DIOS sobre los mandamientos a Moisés
cristiana en el texto éxodo 20: 1-17.
Valora el significado de ser un buen
cristiano
Sabe que espíritu de gozo y paz
Interpreta del ser justo es herencia del
reino de DIOS
ACTIVIDADES
Nos colocamos todos de pie Actividades sobre el tema: RELIZAR UN CRUCIGRAMA Computador, copias colores, 1 mes
hacemos reverencia al creador marcadores y la biblia Reina
y le damos gracias por medio Valera 1960
de la oración, posteriormente
llamado a lista para tomar
asistencia, después de esto se
lee en la biblia en el libro de
éxodo capítulo 20 verso 1 al
17.
“No tendrás
otros dioses
delante de
mí” (Éxodo
20:3)
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El primer
mandamiento nos
recuerda que todo lo
que está en la Torá
surge del amor que
tenemos por Dios, lo
que a su vez es una
respuesta al amor
que Él tiene por
nosotros. Dios
demostró este amor
por medio de la
liberación de Israel
“de la casa de
servidumbre” en
Egipto (Éx 20:2).
Nada en la vida
debería interesarnos
más que nuestro
deseo de amar y ser
amados por Dios. Si
tenemos algún otro
interés mayor que el
de amar Dios, no se
trata tanto de que
estemos rompiendo
las reglas de Dios,
sino que en realidad
no tenemos una
relación con Él. El
otro interés —ya sea
dinero, poder,
seguridad,
reconocimiento,
sexo o cualquier otro
— se ha convertido
en nuestro dios. Este
dios tendrá sus
propios
mandamientos, los
cuales no
concuerdan con los
de Dios, e
inevitablemente
incumpliremos la
Torá al obedecer sus
requerimientos.
Obedecer los diez
mandamientos solo
es posible para
aquellos que
empiezan por no
tener otro dios
aparte de Dios.
En el campo del
trabajo, esto
significa que no
debemos permitir
que el trabajo o sus
requerimientos y
frutos desplacen a
Dios como nuestro
mayor interés en la
vida. Como dice
David Gill, “nunca
permita que nada ni
nadie amenace con
tomar el lugar
principal de Dios en
su vida”.[1] Ya que la
motivación principal
de muchas personas
en el trabajo es el
beneficio económico,
probablemente el
deseo desmedido de
dinero es el riesgo
más común respecto
al primer
mandamiento. Jesús
nos advirtió
específicamente
acerca de este
peligro. “Nadie puede
servir a dos
señores… No podéis
servir a Dios y a las
riquezas” (Mt 6:24).
Sin embargo, casi
todo lo relacionado
con el trabajo se
puede enredar con
nuestros deseos, al
punto de interferir
con nuestro amor por
Dios. ¿Cuántas
carreras terminan de
manera trágica
porque
los medios para
alcanzar las metas
por amor a Dios —
tales como el poder
político, la
sostenibilidad
financiera, el
compromiso con el
trabajo, la posición
entre los pares, o el
desempeño superior
— se vuelven fines
en sí mismos?
Cuando por ejemplo,
el reconocimiento en
el trabajo se vuelve
más importante que
el carácter en el
trabajo, ¿no es esta
una señal de que la
reputación está
desplazando el amor
a Dios al convertirse
en el interés
supremo?
Un criterio práctico
es preguntarnos si
nuestro amor por
Dios se refleja en la
manera en la que
tratamos a las
personas en el
trabajo. “Si alguno
dice: Yo amo a Dios,
y aborrece a su
hermano, es un
mentiroso; porque el
que no ama a su
hermano, a quien ha
visto, no puede amar
a Dios a quien no ha
visto. Y este
mandamiento
tenemos de Él: que el
que ama a Dios, ame
también a su
hermano” (1Jn 4:20-
21). Si ponemos
nuestros intereses
individuales por
encima de nuestro
interés por los
compañeros de
trabajo, nuestros
jefes y otras
personas alrededor,
entonces hemos
convertido nuestros
intereses
individuales en
nuestro dios.
Concretamente, si
tratamos a las
personas como
cosas para
manipular,
obstáculos para
vencer, instrumentos
para obtener lo que
queremos, o
simplemente objetos
neutrales en nuestro
campo visual,
entonces
demostramos que no
amamos a Dios con
todo nuestro
corazón, alma y
mente.
En este contexto,
podemos comenzar a
nombrar algunas
acciones
relacionadas con el
trabajo que tienen un
alto potencial de
interferir con nuestro
amor por Dios. Por
ejemplo, hacer un
trabajo que atente
contra nuestra
conciencia; trabajar
en una organización
en la que tenemos
que herir a otros
para ser exitosos;
trabajar tanto que no
tengamos tiempo
para orar, adorar,
descansar y afianzar
nuestra relación con
Dios de otras
maneras; trabajar en
medio de personas
que nos incitan a
bajar nuestros
estándares morales
o nos lleven a amar
algo diferente a Dios;
trabajar en un lugar
donde el alcohol, el
abuso de drogas, la
violencia, el acoso
sexual, la
corrupción, el
irrespeto, el racismo
y otros tipos de
tratos inhumanos
deterioren la imagen
de Dios en nosotros y
en las personas que
encontramos en
nuestro trabajo. Si es
posible, sería sabio
encontrar formas de
evitar estos peligros
en el trabajo —
incluso si eso
significa buscar otro
trabajo. Si esto no es
posible, al menos
debemos reconocer
que necesitamos
ayuda para preservar
nuestro amor por
Dios al realizar
nuestro trabajo.
“No te harás
ídolo” (Éxodo
20:4)
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El segundo
mandamiento
plantea el tema de la
idolatría. Los ídolos
son dioses que
creamos nosotros
mismos, dioses que
no tienen nada que
no hayamos
originado nosotros,
dioses que sentimos
que controlamos. En
tiempos antiguos, la
idolatría se
evidenciaba en la
adoración de objetos
físicos, pero el
problema realmente
radica en la
confianza y la
devoción. ¿En qué
basamos
principalmente
nuestra esperanza de
bienestar y éxito?
Cualquier cosa que
no sea capaz de
hacer efectiva
nuestra esperanza —
quiere decir, nadie
aparte de Dios— es
un ídolo, sea o no un
objeto físico. La
historia de una
familia que forja un
ídolo con la intención
de manipular a Dios y
las desastrosas
consecuencias
personales, sociales
y económicas que
esto causó, se
relatan de forma
memorable en
Jueces 17 al 21.
En el mundo del
trabajo, es común y
correcto señalar que
el dinero, la fama y el
poder son ídolos
potenciales. Estos
como tal no
representan ídolos, y
de hecho pueden ser
necesarios para que
desempeñemos
nuestros roles en el
trabajo creativo y
redentor de Dios en
el mundo. Aun así,
cuando nos
imaginamos que
tenemos el control
absoluto sobre estos,
o que al lograrlos
garantizamos
nuestra seguridad y
prosperidad, hemos
comenzado a caer en
idolatría. Lo mismo
puede ocurrir con
casi todos los demás
elementos del éxito,
incluyendo la
preparación, el
trabajo duro, la
creatividad, el
riesgo, la riqueza y
otros recursos, y las
circunstancias
favorables. Como
trabajadores,
debemos reconocer
la importancia de
estos aspectos;
como hijos de Dios,
debemos reconocer
cuándo comenzamos
a idolatrarlos. Por la
gracia de Dios
podemos vencer la
tentación de adorar
estos elementos que
son buenos por sí
mismos. El desarrollo
de la sabiduría y la
habilidad
genuinamente
piadosas en
cualquier tarea es
“para que tu
confianza esté en el
Señor” (Pro 22:19;
énfasis agregado).
El elemento
característico de la
idolatría es que un
ídolo por naturaleza
es creado por un ser
humano. En el
trabajo, un peligro de
la idolatría surge
cuando pensamos
que nuestro poder,
conocimiento y
opiniones son la
verdad absoluta.
Cuando dejamos de
evaluarnos a
nosotros mismos con
los estándares que
establecemos para
otros, dejamos de
escuchar las ideas
de los demás o
buscamos doblegar a
aquellos que están
en desacuerdo con
nosotros, ¿no nos
estamos
comenzando a
convertir en ídolos?
“No tomarás
el nombre del
Señor tu Dios
en vano”
(Éxodo 20:7)
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El tercer
mandamiento le
prohíbe al pueblo
darle un uso indebido
al nombre de Dios.
Esto no se limita al
nombre “YHWH” (Éx
3:15), sino que
incluye “Dios”,
“Jesús”, “Cristo”,
etc. Pero, ¿qué
significa tomar Su
nombre en vano? Por
supuesto, esto
incluye el uso
irrespetuoso al
maldecir, calumniar
y blasfemar. Pero de
igual forma, incluye
el atribuirle a Dios
los designios
humanos
equivocadamente.
Esto nos prohíbe
declarar que
nuestras acciones o
decisiones tienen la
autoridad de Dios.
Lamentablemente,
pareciera que
algunos cristianos
creen que seguir a
Dios en el trabajo
consiste en hablar de
Dios basándose en
su comprensión
individual, en vez de
hacerlo trabajando
con otros de forma
respetuosa o
haciéndose
responsables de sus
actos. Es muy
peligroso decir, “es
la voluntad de Dios
que…” o “Dios te
está impulsando
a…”, y casi nunca es
válido cuando lo dice
alguien sin el
discernimiento de la
comunidad de la fe
(1Ts 5:20-21). Desde
este punto de vista,
la renuencia
tradicional judía a
pronunciar incluso la
palabra en español
“Dios” —y aún más el
nombre divino como
tal— demuestra una
sabiduría que con
frecuencia le falta a
los cristianos. Si
fuéramos un poco
más cuidadosos de
no usar la palabra
“Dios” a la ligera, tal
vez seríamos más
prudentes al afirmar
que sabemos cuál es
la voluntad de Dios,
especialmente
cuando aplica para
otras personas.
El tercer
mandamiento
también nos
recuerda que
respetar los nombres
de los seres
humanos es
importante para
Dios. El Buen Pastor
“llama a Sus ovejas
por su nombre” (Jn
10:3) y al mismo
tiempo nos advierte
que si llamamos a
otra persona “idiota”,
entonces corremos
“peligro de caer en
los fuegos del
infierno” (Mt 5:22
NTV). Teniendo esto
en cuenta, no
deberíamos usar de
forma incorrecta los
nombres de otras
personas ni llamarlas
con apelativos
irrespetuosos. Es
indebido usar los
nombres de las
personas para
maldecir, humillar,
oprimir, excluir y
defraudar. Le damos
un uso correcto a los
nombres cuando los
usamos para animar,
agradecer, sembrar
solidaridad y recibir
a otros. Tan solo
memorizar el nombre
de alguien y decirlo
es una bendición,
especialmente si a él
o ella los tratan con
frecuencia como
anónimos, invisibles
o insignificantes.
¿Usted sabe cuál es
el nombre de la
persona que vacía su
bote de basura,
responde su llamada
de servicio al cliente,
o conduce su
autobús? Aunque
estos ejemplos no
conciernen al
nombre mismo de
Dios, sí se refieren al
nombre de aquellos
que han sido creados
a Su imagen.
“Acuérdate
del día de
reposo para
santificarlo.
Seis días
trabajarás”
(Éxodo 20:8-
11)
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El asunto del
Sabbath es complejo,
no solo en el libro de
Éxodo y el Antiguo
Testamento, sino
también en la
teología y la práctica
cristiana. La primera
parte del
mandamiento ordena
que cesen las
labores durante uno
de siete días. Las
otras referencias al
Sabbath en Éxodo
están en el capítulo
16 (sobre recoger el
maná), Éxodo 23:10-
12 (el séptimo año y
el objetivo del
descanso
semanal), Éxodo
31:12-17 (la sanción
por el
incumplimiento), Éx
odo 34:21 y Éxodo
35:1-3. En el
contexto del mundo
antiguo, solamente
Israel tenía el
Sabbath. Por una
parte, este era un
regalo inigualable
para ellos. Ningún
otro pueblo antiguo
tenía el privilegio de
descansar durante
uno de siete días.
Por otra parte, este
requería una
confianza
extraordinaria en la
provisión de Dios.
Seis días de trabajo
debían ser
suficientes para
sembrar, recoger la
cosecha, llevar el
agua, tejer las telas
y tomar su sustento
de la creación.
Mientras que Israel
descansaba un día
de cada semana, las
naciones alrededor
seguían forjando sus
espadas, arreglando
sus flechas y
entrenando soldados.
Israel tuvo que
confiar que Dios no
dejaría que un día de
descanso los llevara
a la catástrofe
económica y militar.
Actualmente,
nosotros
enfrentamos el
mismo tema de
confianza en la
provisión de Dios. Si
acatamos el
mandamiento de
guardar el ciclo
propio de Dios de
trabajo y descanso,
¿seremos capaces
de competir en la
economía moderna?
¿Debemos dedicarle
siete días a
mantener un trabajo
(o dos o tres), limpiar
la casa, preparar las
comidas, cortar el
césped, lavar el auto,
pagar las cuentas,
terminar el trabajo
escolar y comprar la
ropa, o podemos
confiar en que Dios
proveerá para
nosotros incluso si
nos tomamos un día
cada semana?
¿Podemos dedicarle
tiempo a adorar a
Dios, orar y reunirnos
con otros para
estudiar y animarnos
y, si lo hacemos, eso
nos hará más o
menos productivos
en general? El cuarto
mandamiento no
explica cómo Dios
hará que todo nos
salga bien,
simplemente nos
dice que
descansemos un día
de cada siete.
Si nuestro principal
peligro es el exceso
de trabajo, debemos
encontrar una forma
de honrar el cuarto
mandamiento sin
instituir un legalismo
nuevo y falso,
poniendo lo
espiritual (la
adoración los
domingos) contra lo
secular (el trabajo de
lunes a sábado). Si
nuestro peligro es
eludir el trabajo,
debemos aprender a
encontrar gozo y
significado en
nuestra labor, como
un servicio para Dios
y nuestro prójimo (Ef
4:28).
“Honra a tu
padre y a tu
madre”
(Éxodo 20:12)
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Para muchas
personas, las buenas
relaciones con los
padres son una de
las alegrías de la
vida; servirlos
amorosamente es un
deleite y obedecer
esto es fácil. Pero
este mandamiento
nos pone a prueba
cuando nos resulta
difícil trabajar para
el beneficio de
nuestros padres. Tal
vez no hayamos
recibido el mejor
trato o cuidado de
parte de ellos. Puede
que sean
controladores o
entrometidos. Es
posible que estar
cerca de ellos
perjudique nuestra
auto-imagen, nuestro
compromiso con
nuestros cónyuges
(incluyendo las
responsabilidades
bajo el tercer
mandamiento), e
incluso nuestra
relación con Dios.
Aunque tengamos
una buena relación
con nuestros padres,
puede que en algún
momento cuidarlos
sea una gran carga,
simplemente por
causa del tiempo y
del trabajo que
requiere. Si la edad o
la demencia les roba
la memoria, sus
capacidades y su
naturaleza
bondadosa, cuidarlos
se puede convertir
en una aflicción
profunda.
También debemos
reconocer que en
muchas culturas, el
trabajo que las
personas realizan fue
impuesto por sus
padres y por las
necesidades
familiares, en vez de
ser su propia
decisión o
preferencia. Algunas
veces, esto
representa un gran
conflicto para los
cristianos que
encuentran que los
requerimientos del
primer mandamiento
(seguir el llamado de
Dios) y el quinto
compiten uno contra
el otro. Ellos se ven
forzados a tomar
decisiones difíciles
que los padres no
comprenden. Incluso
Jesús experimentó
tal malentendido con
sus padres cuando
María y José no
entendieron por qué
se había quedado en
el templo mientras
su familia había
partido hacia
Jerusalén (Lc 2:49).
En nuestro lugar de
trabajo podemos
ayudarle a otras
personas a cumplir el
quinto mandamiento
y podemos
obedecerlo nosotros
mismos. Podemos
recordar que tanto
empleados, como
clientes, compañeros
de trabajo, jefes,
proveedores y los
demás también
tienen familias, y
entonces podemos
adecuar nuestras
expectativas para
apoyarlos en su labor
de honrar a sus
familias. Cuando
otros hablan o se
quejan de sus luchas
con sus padres,
podemos
escucharlos con
compasión,
apoyarlos de forma
práctica (por
ejemplo,
ofreciéndonos a
tomar un turno para
que puedan estar
con sus padres), tal
vez ofrecer una
perspectiva piadosa
para que ellos la
consideren, o
simplemente reflejar
la gracia de Cristo
para aquellos que
sienten que están
fallando en sus
relaciones de padres
e hijos.
“No matarás”
(Éxodo 20:13)
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Desafortunadamente,
el sexto
mandamiento tiene
una aplicación
demasiado práctica
en el lugar de trabajo
moderno, en donde el
diez por ciento de las
muertes
relacionadas con el
trabajo son
asesinatos (en los
Estados Unidos).
[2]Sin embargo, es
probable que
amonestar a los
lectores de este
artículo a “no
asesinar a nadie en
el trabajo” no cambie
estas estadísticas
significativamente.
El asesinato no es la
única forma de
violencia en el lugar
de trabajo, solo es la
más extrema. Jesús
dijo que incluso la ira
es una violación del
sexto mandamiento
(Mt 5:21-22). Como lo
señaló Pablo, puede
que no seamos
capaces de prevenir
el sentimiento de la
ira, pero sí podemos
aprender a
sobrellevarlo.
“Airaos, pero no
pequéis; no se ponga
el sol sobre vuestro
enojo” (Ef 4:26).
Entonces, puede que
la implicación más
importante del sexto
mandamiento para el
trabajo sea, “si te
enojas en el trabajo,
pide ayuda para
manejar la ira”.
Muchos empleados,
iglesias, gobiernos
estatales y locales y
organizaciones sin
ánimo de lucro
ofrecen clases y
consejería en el
manejo de la ira, y
hacer uso de esto
puede ser una forma
altamente efectiva
de obedecer el sexto
mandamiento.
Quitarle la vida a
alguien
intencionalmente es
lo que definimos
como asesinato, pero
la ley derivada de
casos que surge del
sexto mandamiento
también nos muestra
la obligación de
prevenir las muertes
no intencionales. Un
caso particularmente
gráfico es cuando
una persona era
corneada por un
buey (un animal que
hace parte de
trabajo) y esto le
causaba la muerte
(Éx 21:28-29). Si el
evento era
predecible, el dueño
del buey debía ser
tratado como un
asesino. En otras
palabras, los dueños
o administradores
son responsables de
garantizar la
seguridad en el
trabajo dentro de lo
que sea posible. Este
principio está bien
establecido
legalmente en la
mayoría de países, y
la seguridad laboral
es objeto de
vigilancia
gubernamental,
autorregulación por
parte de la industria
y políticas y
prácticas
organizacionales. A
pesar de esto,
muchos tipos de
trabajo siguen
exigiendo o
permitiendo que los
trabajadores realicen
sus labores en
condiciones
innecesariamente
inseguras. El sexto
mandamiento les
recuerda a los
cristianos cuyo rol
está relacionado con
el establecimiento
de condiciones de
trabajo, supervisión
de trabajadores o el
diseño de prácticas
laborales, que las
condiciones seguras
de trabajo deben
estar entre sus más
altas prioridades en
el mundo laboral.
“No
cometerás
adulterio”
(Éxodo 20:14)
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El trabajo es uno de
los lugares más
comunes en donde
ocurre el adulterio,
no necesariamente
porque suceda en el
sitio como tal, sino
porque surge de las
condiciones de
trabajo y las
relaciones con los
compañeros. Por
esto, la primera
aplicación en el lugar
de trabajo es literal:
una persona casada
no debe tener
relaciones sexuales
en su trabajo o como
consecuencia de
este, con alguien que
no sea su cónyuge.
Claramente esta
regla excluye los
trabajos como la
prostitución, la
pornografía y la
terapia sexual, al
menos en la mayoría
de los casos.
Cualquier clase de
trabajo que debilite
el vínculo
matrimonial infringe
el séptimo
mandamiento. Hay
muchas maneras en
las que esto puede
ocurrir: en un trabajo
que fomenta fuertes
vínculos
emocionales entre
compañeros y no
favorece de manera
adecuada el
compromiso con los
cónyuges, como
puede ocurrir en
hospitales, en
iniciativas de
emprendimiento,
instituciones
académicas o
iglesias, entre otros
lugares; con unas
condiciones
laborales que lleven
a las personas a
tener un contacto
físico cercano por
periodos extensos de
tiempo o que fallen
en promover límites
razonables para los
encuentros fuera del
horario laboral, como
puede pasar en
trabajos extensos de
campo; un trabajo
que expone a las
personas al acoso
sexual y a la presión
de tener relaciones
sexuales con los que
están al mando; el
trabajo que exagera
el ego o expone a la
adulación, como
puede ocurrir con las
celebridades, atletas
famosos, titanes de
negocios, oficiales
del gobierno de alto
rango y personas
adineradas; un
trabajo que demande
tanto tiempo lejos
del cónyuge (física,
mental o
emocionalmente)
que corroa los lazos
entre esposos. Todos
estos ejemplos
pueden representar
riesgos para los
cristianos, quienes
deben reconocerlos,
evitarlos, mitigarlos
o prevenirlos. Sin
embargo, la seriedad
del séptimo
mandamiento surge
no tanto porque el
adulterio represente
las relaciones
sexuales ilícitas,
sino porque rompe
un pacto decretado
por Dios. Dios creó al
esposo y la esposa
para que fueran “una
sola carne” (Gn 2:24)
y el comentario de
Jesús acerca del
séptimo
mandamiento resalta
el rol de Dios en el
pacto matrimonial,
“Lo que Dios ha
unido, ningún hombre
lo separe” (Mt 19:6).
Por lo tanto, cometer
adulterio no se trata
únicamente de tener
relaciones sexuales
con quien no se
debe, sino que
también es romper
un pacto con el
Señor Dios. De
hecho, el Antiguo
Testamento usa con
frecuencia la
palabra adulterio y
las metáforas que la
rodean para referirse
no al pecado sexual
sino a la idolatría. A
menudo, los profetas
se refieren a la
deslealtad de Israel
frente al pacto de
adorar solamente a
Dios como
“adulterio” o
“prostitución”, como
en Isaías
57:3, Jeremías
3:8, Ezequiel
16:38 y Oseas 2:2,
entre muchos otros.
Por esto, cualquier
quebranto de fe con
el Dios de Israel es
adulterio en sentido
figurado, ya sea que
involucre sexo ilícito
o no. Este uso del
término “adulterio”
reúne el primer
mandamiento, el
segundo y el
séptimo, y nos
recuerda que los diez
mandamientos son
expresiones de un
solo pacto con Dios y
no un tipo de lista de
las diez normas más
importantes.
Así pues, es
necesario evitar los
trabajos que nos
llevan a adorar otros
dioses o nos exigen
hacerlo. Es difícil
imaginar cómo un
cristiano podría
trabajar como lector
del tarot, creador de
arte o música
idólatra, o editor de
libros blasfemos. Los
actores cristianos
pueden encontrar
dificultades al
interpretar roles
profanos,
antirreligiosos o de
bajos estándares
espirituales. Todo lo
que hacemos en la
vida, incluyendo el
trabajo, tiende en
cierta medida a
mejorar o deteriorar
nuestra relación con
Dios. Por un tiempo
prolongado, el estrés
laboral constante
que hace que
decaigamos
espiritualmente
puede llegar a ser
devastador. Sería
bueno que
incluyéramos este
factor al tomar
decisiones respecto
a nuestra carrera, en
cuanto sea posible.
El aspecto distintivo
de los pactos que
quebranta el
adulterio es que son
pactos con Dios.
Pero, ¿no es toda
promesa o acuerdo
hecho por un
cristiano un pacto
con Dios de manera
implícita? Pablo nos
exhorta, “Y todo lo
que hacéis, de
palabra o de hecho,
hacedlo todo en el
nombre del Señor
Jesús” (Col 3:17). Sin
duda, los contratos,
promesas o acuerdos
son cosas que
hacemos de palabra
o de hecho, o ambos.
Si lo hacemos todo
en el nombre del
Señor Jesús, no es
posible que algunas
promesas se deban
cumplir porque son
pactos con Dios
mientras que otras
se puedan incumplir
porque son
meramente
humanas. Debemos
cumplir todos
nuestros
compromisos y no
persuadir a otros
para que incumplan
los suyos. Si
tomamos Éxodo
20:14 y las
enseñanzas que
surgen del pasaje en
el Antiguo y el Nuevo
Testamento,
podemos encontrar
que una buena
derivación del
séptimo
mandamiento en el
mundo laboral es
“cumpla sus
promesas y ayude a
otros a cumplir las
de ellos”.
“No
hurtarás” (Éx
odo 20:15)
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El octavo
mandamiento
también toma el
trabajo como tema
principal. El robo es
una vulneración del
trabajo justo, ya que
despoja a la víctima
de los frutos de su
labor. También es
una violación del
mandamiento de
trabajar seis días a
la semana, ya que en
la mayoría de los
casos, el robo
funciona como un
atajo para evitar el
trabajo honesto, lo
que nos muestra de
nuevo la
interrelación de los
diez mandamientos.
Así que podemos
tomar esto como
palabra de Dios: no
debemos robarle a
nuestros jefes, a
nuestros
compañeros ni otras
personas en nuestro
trabajo.
El robo ocurre de
muchas formas
aparte de la
tradicional de
quitarle algo a
alguien
directamente.
Incurrimos en hurto
cuando tomamos
algo de valor del
dueño legítimo sin su
consentimiento.
Robar es malversar
recursos o fondos
para nuestro uso
personal. Recurrir al
engaño para realizar
ventas, ganar cuota
de mercado o
aumentar los precios
es robar, porque la
falsedad implica que
lo que se acuerda
con el comprador no
es la situación
real (consulte la
sección sobre “La
exageración” en Ve
rdad y Engaño para
más información
sobre este tema). De
igual forma, robar es
sacar beneficio
económico
aprovechándose del
consentimiento que
algunas personas
pueden dar por
causa de sus miedos,
vulnerabilidad,
indefensión o
desesperación.
Robar también es
violar los derechos
sobre patentes,
derechos de autor y
otras leyes de
propiedad
intelectual, ya que
esto no permite que
los dueños reciban el
pago por su creación
bajo los términos de
la ley civil.
Desafortunadamente,
parece que muchos
empleos requieren
que las personas se
aprovechen de la
ignorancia de otros o
de su falta de
alternativas, para
forzarlos a participar
en operaciones en
las que de otra
manera no lo harían.
Algunas compañías,
gobiernos,
individuos, uniones y
otros actores pueden
usar su poder para
forzar a otros a que
acepten injusticias
en cuanto a sus
salarios, precios,
términos financieros,
condiciones
laborales, horas de
trabajo y otros
factores. Aunque tal
vez no robemos
bancos, tiendas ni a
nuestros jefes, es
muy probable que
estemos
participando en
prácticas injustas o
poco éticas que
privan a los demás
de los derechos que
deberían tener.
Resistirnos a
participar en estas
prácticas puede ser
difícil e incluso
limitante en nuestras
carreras, pero somos
llamados a hacerlo a
pesar de todo.
“No darás
falso
testimonio
contra tu
prójimo”
(Éxodo 20:16)
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El noveno
mandamiento honra
el derecho a la
reputación.[3] Este
se aplica de forma
significativa en los
procedimientos
legales, en donde lo
que las personas
dicen describe la
realidad y determina
el rumbo de vidas
humanas. Las
decisiones judiciales
y los demás
procesos legales
tienen un gran poder;
por lo tanto,
manipularlos
constituye una
ofensa bastante
grave ya que le resta
valor al tejido ético
social. Walter
Brueggemann dice
que este
mandamiento
reconoce “que la
vida en comunidad
no es posible a
menos que exista un
escenario en donde
el público confíe que
se describirá y
reportará
fiablemente la
realidad social”.[4]
Aunque se formula
en lenguaje judicial,
el noveno
mandamiento
también aplica a un
amplio rango de
situaciones que se
relacionan con
prácticamente todos
los aspectos de la
vida. Nunca debemos
decir ni hacer algo
que distorsione la
imagen de otra
persona.
Brueggemann aporta
más ideas al
respecto:
En realidad, el
alcance de nuestra
economía global
sugiere que este
mandato puede tener
una aplicación
bastante amplia. En
un mundo en el que
con frecuencia la
percepción cuenta
como realidad, la
retórica de la
persuasión efectiva
puede que tenga o
no algo, o mucho,
que ver con la verdad
genuina. El origen
divino de este
mandato nos
recuerda que tal vez
las personas no
puedan detectar si
nuestra
representación de
otros es precisa o
no, pero Dios no
puede ser burlado.
Es bueno hacer lo
correcto cuando
nadie está mirando.
Con este mandato
entendemos que
debemos decir lo
correcto
cuando cualquiera
esté escuchando
(Consulte Verdad y
Engaño para una
discusión más
amplia acerca de
este tema,
incluyendo si la
prohibición de “falso
testimonio contra su
prójimo” incluye
todas las formas de
mentir y engañar).
“No
codiciarás…
Nada que sea
de tu prójimo”
(Éxodo 20:17)
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La envidia y la
codicia pueden
surgir en cualquier
lugar, incluyendo el
trabajo, en donde el
estatus, el pago y el
poder son factores
rutinarios en
nuestras relaciones
con personas con las
que pasamos
bastante tiempo. Tal
vez tengamos
muchas razones
buenas para desear
el éxito, el progreso
o la recompensa en
el trabajo, pero la
envidia no es una de
ellas, y tampoco lo
es trabajar
obsesivamente por la
posición social que
esto pueda traer
siendo motivados por
la envidia.
Concretamente, en el
trabajo enfrentamos
la tentación de
exagerar falsamente
nuestros logros a
costa de los demás.
El antídoto es
simple, aunque a
veces es difícil.
Debemos reconocer
los logros de otros y
darles todo el crédito
que merecen, y
hacer de esta una
práctica consistente.
Cuando aprendemos
a alegrarnos con los
éxitos de los demás
—o al menos a
reconocerlos—,
atacamos la esencia
de la envidia y la
codicia en el trabajo.
Mejor aún, si
aprendemos a
trabajar para que
nuestro éxito vaya
mano a mano con el
éxito de los demás,
la codicia se
reemplaza con la
colaboración y la
envidia con la
unidad.Leith
Anderson, antiguo
pastor de la iglesia
Wooddale Church en
Eden Prairie,
Minnesota, dice “ser
el pastor principal es
como tener una
provisión ilimitada de
monedas en mi
bolsillo. Cada vez
que le doy crédito a
un miembro del staff
por una idea buena,
elogio el trabajo de
un voluntario o le doy
gracias a alguien, es
como si pusiera una
de mis monedas en
sus bolsillos. Ese es
mi trabajo como
líder, poner monedas
de mi bolsillo en el
bolsillo de otros,
para aumentar el
aprecio que otras
personas tienen por
ellos.”[6]
PUESTA EN COMÚN A NIVEL GRUPAL, CIERRE Y EVALUACIÓN DE LA CLASE: ( seguimiento al aprendizaje, implementación de estrategias de evaluación
formativa) Se realiza actividades de los contenidos desarrollados y se evidencia aprendizajes en el grupo.