Educaciòn Inclusiva Fundamentos y Practicas para La Inclusion
Educaciòn Inclusiva Fundamentos y Practicas para La Inclusion
Educaciòn Inclusiva Fundamentos y Practicas para La Inclusion
2019
Introducción
El objetivo de esta publicación es brindar apoyos para que la visión de una escuela
abierta a la diversidad, comprometida con el mejor desarrollo de cada uno de sus
integrantes, se convierta en una realidad.
El presente material recorre los conceptos y temáticas transversales centrales para la
implementación de acciones que potencian la inclusión y a partir de ella, la atención a la
diversidad.
Dado que uno de los grupos que ha sufrido mayores situaciones históricas de
discriminación fue el colectivo de las personas con discapacidad, motor esencial en el
cambio de muchas políticas de inclusión, es que se comparte, a modo de síntesis, cómo
este colectivo fue percibido y se facilitan datos útiles de organismos que trabajan por el
cumplimiento efectivo de sus derechos.
Distintos autores coinciden en destacar tres paradigmas que enfocan la manera como se
ha visto a las personas con discapacidad.
El paradigma tradicional está asociado a una visión que ve y trata como personas
inferiores a las personas con discapacidad. O, dicho de otro modo, a las personas debido
a su discapacidad se las subestima, se las considera que no son ‘normales’ y que no
están capacitadas para hacer cosas como el resto de las personas. En este paradigma, a
quienes tienen discapacidad se les considera objetos de lástima y no personas con
derechos o sujetos de derechos. De ahí vienen las distintas formas incorrectas como se
denomina a mongolito, incapaz, loquito, tontito, excepcional, especial, etc.
El paradigma biológico centra el problema en la persona que tiene deficiencias o
limitaciones. Aquí la persona es considerada paciente, quien para adaptarse a las
condiciones del entorno que lo rodea (social y físico) debe ser sometido a la
intervención de los profesionales de la rehabilitación. Se considera que para superar las
limitaciones funcionales del paciente o la paciente es necesario que un conjunto de
profesionales y especialistas le ofrezcan a esta persona una serie de servicios y
tratamientos. Este enfoque ve a la persona como receptor pasivo de apoyos
institucionalizados.
El paradigma de derechos humanos se centra en la dignidad intrínseca o propia del
ser humano; es decir, en la dignidad que se tiene por el hecho de ser humano,
independiente de las características o condiciones que tenga: ser hombre o mujer, su
color de piel (negro, cobrizo, amarillo, blanco, etc.), edad, estatura, discapacidad,
condición y cualquier otra.
En este enfoque o paradigma, la discapacidad es colocada como una característica más
dentro de la diversidad de los seres humanos y no como la característica que debe
definir la vida de una persona, que totaliza la vida de una persona en un marco de
discriminación y exclusión.
Asimismo, la discapacidad es caracterizada como un producto social que resulta de la
interacción entre las personas con deficiencias y las barreras actitudinales y de entorno,
que evitan la participación plena y efectiva, la inclusión y el desarrollo de estas personas
en la sociedad donde viven, en condiciones de igualdad con las demás.
En los últimos años la educación inclusiva como concepto se instaló como eje central en
los sistemas educativos, basándose en la concepción de que todas las personas, por el
simple hecho de pertenecer a la familia humana, tenemos igualdad de derechos y para
ejercer los derechos con igualdad requerimos equidad.
En lo que al acceso al derecho a la educación respecta, todos los estudiantes, como
sujetos de derecho, deben tener garantizado el acceso a una educación inclusiva y
equitativa de calidad, además de que se promuevan oportunidades de aprendizaje a lo
largo de la vida. De esta manera, todas las personas tenemos derecho a participar con
equidad en la educación y se hace prioritario hacer foco en la educación obligatoria.
Hablamos entonces de una educación donde se acepten y valoren las diferencias, de una
escuela que potencie el desarrollo de todos, para todos y para cada uno.
La Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad
aprobada en 2006, proporcionó un apoyo fundamental a la educación inclusiva. Es una
convención de derechos humanos y desarrollo que, además de redefinir qué se entiende
por “discapacidad”, hace un desglose a través de los diferentes derechos brindando
herramientas para su goce efectivo. Entiende a la inclusión como un proceso dado
principalmente por la participación real y busca garantizarla al proponer diferentes
prácticas. En una lectura armónica puede comprenderse su alcance, pero el artículo 24
se avoca al derecho a la educación y compromete a los Estados Partes a tener en cuenta
la diversidad de todos los niños, jóvenes y adultos, para el logro de aprendizajes de
calidad.
La educación inclusiva no tiene que ver solo con el acceso de los alumnos con
discapacidad a las escuelas comunes sino con eliminar o minimizar barreras que
limitan el aprendizaje y la participación de todo el alumnado. Muchos estudiantes
experimentan dificultades porque no se tienen en cuenta sus diferencias en los procesos
de enseñanza-aprendizaje. Los diversos grupos sociales, etnias y culturas tienen normas,
valores, creencias y comportamientos distintos, que generalmente no forman parte de la
cultura escolar, lo que puede limitar sus posibilidades de aprendizaje y de participación,
o conducir a la exclusión y discriminación.
La oferta curricular, la gestión escolar, las estrategias de aprendizaje que se utilizan en
el aula y las expectativas de los profesores, entre otros, son factores que pueden
favorecer o dificultar el desarrollo y el aprendizaje de los alumnos y su participación en
el proceso educativo. El mismo alumno puede tener dificultades en una escuela y no en
otra, dependiendo de cómo se aborden en cada una las diferencias. Esto significa que si
la escuela puede generar dificultades, también está en su mano poder evitarlas. La
escuela tiene, por tanto, un papel fundamental para evitar que las diferencias de
cualquier tipo se conviertan en desigualdades educativas y por esa vía en desigualdades
sociales, produciéndose un círculo vicioso difícil de romper.
Las escuelas inclusivas representan un marco favorable para asegurar equiparación de
oportunidades y la plena participación, contribuyen a una educación más personalizada,
fomentan la colaboración entre todos los miembros de la comunidad escolar y
constituyen un paso esencial para avanzar hacia sociedades más inclusivas y
democráticas.
Se trata de un proceso de desarrollo continuo que involucra a toda la comunidad
educativa, donde se requiere contemplar dos ejes centrales:
Aumentar la participación de toda la comunidad en la cultura, en el proceso de
enseñanza-aprendizaje y en la búsqueda permanente de estrategias para el
abordaje de la diversidad, como un factor positivo de aprendizaje.
Minimizar y eliminar las barreras que limitan el aprendizaje y la participación,
fortaleciendo las políticas y prácticas inclusivas.
El Currículum inclusivo
Las instituciones inclusivas se caracterizan por ser espacios educativos en los cuales se
reconoce el derecho que tienen todas las personas, sin distinción de raza, cultura,
condición social y económica, credo, sexo, situaciones de discapacidad o talento
excepcional, de pertenecer a una comunidad y construir cultura e identidad con los
otros. En este sentido, las escuelas que trabajan desde este lugar de pertenencia, la
participación y la permanencia de sus miembros en el sistema, todo enmarcado en una
cultura de equidad, brinda a cada quien lo que necesita para el desarrollo de sus
potencialidades.
Estas políticas y prácticas inclusivas e institucionales se concretan a partir de los
siguientes ejes:
Recibir a todos los niños, niñas y adolescentes de la comunidad y asumir el
compromiso de enseñarles a todos, permitiendo no solamente el acceso sino
además la permanencia con aprendizajes de calidad.
Diversificación de ofertas educativas.
Generar espacios de participación, escuchando a las familias y acercándose a
ellas para que participen en la vida de la escuela.
Construir una cultura escolar inclusiva que considere la diversidad no como un
problema sino como una oportunidad para enriquecer el aprendizaje.
En este sentido, toda la comunidad educativa (autoridades escolares, docentes, personal
no docente, alumnos, familias, comunidad, etc.) pueden actuar como recursos valiosos
en apoyo a la inclusión.
Una cultura inclusiva se define como aquella centrada en: crear una comunidad segura,
acogedora, colaboradora y estimulante en la que cada uno es valorado, como el
fundamento primordial para que todo el alumnado tenga los mayores niveles de logro.
Pretende desarrollar valores inclusivos, compartidos por todo el profesorado, el
alumnado, los miembros del consejo escolar y las familias, que se transmitan a todos los
nuevos miembros del centro educativo.
Por otro lado, lograr una educación inclusiva implica que las planificaciones incorporen
en su estructura algunos elementos:
1. Sistematizar e institucionalizar el trabajo cooperativo por la educación
inclusiva, a través de las distintas estrategias institucionales, lo que incluye
los Proyectos Pedagógicos Institucionales.
2. Objetivos comunes amplios definidos para todos los estudiantes, que
abarcan los conocimientos, las competencias y los valores que deben
adquirirse.
3. Una estructura flexible que facilite ajustarse a la diversidad y dar
oportunidades variadas de efectuar prácticas y obtener resultados en cuanto a
contenidos, métodos y niveles de participación.
4. Evaluación sistematizada y constante de los resultados basada en los
progresos de cada alumno en relación a su línea de base.
5. Contenidos, conocimientos y competencias que corresponden al contexto de
los estudiantes.
Una escuela inclusiva invita a que todos los actores participen y que el respeto a la
diversidad esté presente como valor y principio de la acción común. En este sentido, el
involucramiento y acompañamiento de la familia es una variable fundamental, ya que
familia y escuela tienen roles diferentes pero complementarios dirigidos a un objetivo
común, que es lograr la mejor calidad de vida de los estudiantes y una sociedad más
equitativa.
Se deberán estrechar las relaciones de cooperación y de apoyo entre los directivos de las
escuelas, los profesores y los padres y se procurará que estos últimos participen en la
adopción de decisiones, en actividades educativas en el hogar y en la escuela y en la
supervisión y apoyo del aprendizaje de sus hijos.
Desde la institución educativa resulta necesario incentivar y fortalecer este vínculo para
cooperar en el desafío de valorar a cada estudiante, base ineludible para la construcción
de vínculos sanos y fuertes.
Implicar a la familia e implicarse personalmente resulta imprescindible para llevar
adelante un proceso educativo de calidad, teniendo en cuenta que el paradigma de la
inclusión propone escuelas de puertas abiertas, y directivos, docentes y comunidad
dispuestos a trabajar para crear y afianzar el sentimiento de pertenencia.
Este proceso requiere entonces una planificación sistematizada que tienda a consolidar,
a través de diversas acciones, relaciones de confianza entre la familia, la escuela, los
maestros y otros profesionales del sistema educativo.
De esta manera, para aumentar la participación y las expectativas de logro de todos
todos los estudiantes se necesita poner todavía mayor atención en el tipo y modos de
comunicación y articulación entre la escuela y las familias.
Las acciones que genere la escuela podrán ir desde explicitar que está abierta a
sugerencias, como por ejemplo poner un buzón de sugerencias, generar la posibilidad de
armar encuentros para traer temas debate y reflexión, así como entrevistas con familias,
individuales y/o grupales, hasta incluso propiciar encuentros donde los miembros de las
familias puedan juntarse a discutir preocupaciones en común y posibles formas de
participar activamente en su resolución. Asimismo, es necesario que las acciones que se
lleven adelante puedan mantenerse en el tiempo, del mismo modo que se puedan
flexibilizar las dinámicas a implementar, según las necesidades de cada contexto, grupo
o situación, con el fin de generar instancias de anticipación, prevención e información,
cuando las situaciones lo ameriten, estableciendo pautas claras para su realización.
En tiempos donde los vínculos entre la familia y la escuela se encuentran en tensión, se
requiere aunar esfuerzos para fortalecer ese lazo, desde la perspectiva inclusiva, donde
todos son parte del proceso.
Reflexiones finales