8b Ensayo2
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8b Ensayo2
A pesar de que la ecología y el cuidado del medio ambiente son dos conceptos que se
encuentran estrechamente ligados entre sí, hay que señalar que son dos términos
diferentes, con matices que han de conocerse. Es obvio que existen algunas
similitudes entre ambos, pero hay que ser cuidadosos de no confundir o utilizar de
manera indistinta ambos términos.
Cuando se habla de la ecología, se habla del estudio que relaciona los seres vivos con
su entorno, con el medio ambiente, analizando cuál es la influencia que tienen unos
sobre otros, la interacción de los seres vivos con su medio. Es decir, es la biología de
los ecosistemas.
Sin embargo, cuando se habla del cuidado del medio ambiente, se está hablando de la
protección del planeta adquiriendo hábitos o costumbres sencillas que permitan reducir
la contaminación, ahorrar energía y conservar los diferentes recursos naturales.
Como es lógico, cuidar del medio ambiente no implica que, en la actualidad, los seres
humanos deban abandonar sus actividades diarias ni renunciar a su vida. Solamente
hay que cuidar pequeños hábitos que pueden marcar una gran diferencia.
3. “[…] también son los hogares los que han de poner su granito de arena y ponerse
cuanto antes manos a la obra para colaborar en el cuidado de nuestro entorno”.
¿Cuál es el propósito del autor en el fragmento anterior?
A. Apelar implícitamente al lector para que colabore.
B. Criticar a los hogares porque no colaboran como las empresas.
C. Explicar la diferencia entre cuidado del medio ambiente y propósito ecológico.
D. Explicar las diferentes medidas para colaborar con el cuidado del medio ambiente.
6. “¿cuántos de ustedes no se han cogido un buen resfriado en verano por los aires
acondicionados?”.
¿Cuál es el propósito del autor en el fragmento anterior?
A. Explicar el problema sanitario provocado por el uso del aire acondicionado.
B. Criticar a los lectores que usan el aire acondicionado en verano.
C. Persuadir a los lectores para que no usen el aire acondicionado.
D. Introducir los perjuicios del uso del aire acondicionado.
7. ¿Qué se sugiere hacer con la e-waste?
A. Descartarla antes de que se vuelva tóxica.
B. Separarla de la basura domiciliaria.
C. Separarla de la basura electrónica.
D. Liberarla en el medio ambiente.
El dulce milagro
Juana de Ibarbourou
13. ¿A qué se refiere la mujer en los versos “Que cuando uno dice: ‘Voy con la
dulzura’, de inmediato buscan a la criatura”?
A. A un carcelero.
B. A la realidad.
C. A una rosa.
D. A un niño.
La última hoja
En un pequeño barrio al oeste de Washington Square las calles, como locas, se han
quebrado en pequeñas franjas llamadas “lugares”. Esos “lugares” forman extraños
ángulos y curvas. Una calle se cruza a sí misma una o dos veces. Un pintor descubrió
en esa calle una valiosa posibilidad. ¡Supongamos que un cobrador, con una cuenta
por pinturas, papel y tela, al cruzar esa ruta se encuentre de pronto consigo mismo de
regreso, sin que se le haya pagado a cuenta un solo centavo!
Por eso los artistas pronto empezaron a rondar por el viejo Greenwich Village, en pos
de ventanas orientadas al norte y umbrales del siglo XVIII, buhardillas holandesas y
alquileres bajos. Luego importaron algunos jarros de peltre y un par de platos
averiados de la Sexta avenida y se transformaron en una colonia.
Sue y Johnsy tenían su estudio en los altos de un ancho edificio de ladrillo de tres
pisos. Johnsy era el apodo familiar que le daban a Joanna. Sue era de Maine; su
amiga, de California. Ambas se conocieron junto a una mesa común del restaurante
Delmónico de la calle Ocho y descubrieron que sus gustos en materia de arte,
ensalada de achicoria y moda, eran tan afines que decidieron establecer un estudio
conjunto.
Eso sucedió en mayo. En noviembre, un frío e invisible forastero a quien los médicos
llamaban Pulmonía empezó a pasearse furtivamente por la colonia, tocando a uno
aquí y a otro allá con sus dedos de hielo. El devastador intruso recorrió con temerarios
pasos el East Side, fulminando a veintenas de víctimas; pero su pie avanzaba con más
lentitud a través del laberinto de los “lugares” más angostos y cubiertos de musgo.
El señor Pulmonía no era lo que uno podría llamar un viejo caballeresco. Atacar a una
mujer pequeña, cuya sangre habían adelgazado los céfiros de California, no era juego
limpio para aquel viejo tramposo de puños rojos y aliento corto. Pero, con todo, fulminó
a Johnsy; y ahí yacía la muchacha, casi inmóvil en su cama de hierro pintado, mirando
por la pequeña ventana holandesa del flanco sin pintar de la casa de ladrillos contigua.
Una mañana el atareado médico llevó a Sue al pasillo, y su rostro de hirsutas cejas se
oscureció.
—Su amiga solo tiene una probabilidad de salvarse sobre… digamos, sobre diez
—declaró, mientras agitaba el termómetro para hacer bajar el mercurio—. Esa
probabilidad es que quiera vivir. La costumbre que tienen algunos de tomar partido por
la funeraria pone en ridículo a la farmacopea íntegra. Su amiguita ha decidido que no
podrá curarse. ¿Tiene alguna preocupación?
—Quería… quería pintar algún día la bahía de Nápoles —dijo Sue.
—¿Pintar? ¡Pamplinas! ¿Piensa esa muchacha en algo que valga la pena pensarlo
dos veces? ¿En un hombre, por ejemplo?
-—¿Un hombre? —repitió Sue, con un tono nasal de arpa judía—. ¿Acaso un hombre
vale la pena de…? Pero no, doctor… No hay tal cosa.
—Bueno —dijo el médico—. Entonces, será su debilidad. Haré todo lo que pueda la
ciencia, hasta donde logren amplificarla mis esfuerzos. Pero cuando una paciente mía
comienza a contar los coches de su cortejo fúnebre, le resto el cincuenta por ciento al
poder curativo de los medicamentos. Si usted consigue que su amiga le pregunte
cuáles son las nuevas modas de invierno en mangas de abrigos, tendrá, se lo
garantizo, una probabilidad sobre cinco de sobrevivir en vez de una sobre diez.
Cuando el médico se fue, Sue entró al atelier y lloró hasta reducir a mera pulpa una
servilleta japonesa. Luego penetró con aire afectado en el cuarto de Johnsy con su
tablero de dibujo mientras silbaba ragtime.
Su amiga estaba casi inmóvil, sin levantar la más leve onda en sus cobertores, con el
rostro vuelto hacia la ventana. Sue la creyó dormida y dejó de silbar. Acomodó su
tablero e inició un dibujo a pluma para ilustrar un cuento de una revista. Los pintores
jóvenes deben allanarse el camino del Arte ilustrando los cuentos que los jóvenes
escriben para las revistas, a fin de facilitarse el camino a la Literatura.
Mientras Sue bosquejaba unos elegantes pantalones de montar sobre la figura del
protagonista del cuento, un vaquero de Idaho, oyó un leve rumor que se repitió varias
veces. Se acercó rápidamente a la cabecera de la cama.
Los ojos de Johnsy estaban muy abiertos. Miraba la ventana y contaba… contaba al
revés.
—Doce —dijo. Y poco después agregó—. Once —y luego—: diez… nueve… ocho…
siete… —casi juntos.
Sue miró, solícita, por la ventana. ¿Qué se podía contar allí? Apenas se veía un patio
desnudo y desolado y el lado sin pintar de la casa de ladrillos situada a siete metros de
distancia. Una enredadera de hiedra vieja, muy vieja, nudosa, de raíces podridas,
trepaba hasta la mitad de la pared. El frío soplo del otoño le había arrancado las hojas
y sus escuálidas ramas se aferraban, casi peladas, a los desmoronados ladrillos.
—¿Qué sucede, querida? —preguntó Sue.
—Seis —dijo Johnsy, casi en un susurro—. Ahora están cayendo con más rapidez.
Hace tres días había casi un centenar. Contarlas me hacía doler la cabeza. Pero ahora
me resulta fácil. Ahí va otra. Ahora apenas quedan cinco.
—¿Cinco qué, querida? Díselo a tu Susie.
—Hojas. Sobre la enredadera de hiedra. Cuando caiga la última hoja también me iré
yo. Lo sé desde hace tres días. ¿No te lo dijo el médico?
—¡Oh, nunca oí disparate semejante! —se quejó Sue, con soberbio desdén—. ¿Qué
tienen que ver las hojas de una vieja enredadera con tu salud? ¡Y tú le tenías tanto
cariño a esa planta, niña mala! ¡No seas tontita! Pero si el médico me dijo esta
mañana que tus probabilidades de reponerte muy pronto eran —veamos, sus palabras
exactas —… ¡de diez contra una! ¡Es una probabilidad casi tan sólida como la que
tenemos en Nueva York cuando viajamos en tranvía o pasamos a pie junto a un
edificio nuevo! Ahora, trata de tomar un poco de caldo y deja que Susie vuelva a su
dibujo, para seducir al director de la revista y así comprar oporto para su niña enferma
y unas costillas de cerdo para ella misma.
—No necesitas comprar más vino —dijo Johnsy con los ojos fijos más allá de la
ventana—. Ahí cae otra. No, no quiero caldo. Solo quedan cuatro. Quiero ver cómo
cae la última antes de anochecer. Entonces también yo me iré.
—Mi querida Johnsy —dijo Sue, inclinándose sobre ella—. ¿Me prometes cerrar los
ojos y no mirar por la ventana hasta que yo haya concluido mi dibujo? Tengo que
entregar esos trabajos mañana. Necesito luz: de lo contrario, oscurecería demasiado
los tintes.
—¿No podrías dibujar en el otro cuarto? —preguntó Johnsy con frialdad.
—Prefiero estar a tu lado —dijo Sue—. Además, no quiero que sigas mirando esas
estúpidas hojas de la enredadera.
—Apenas hayas terminado, dímelo —pidió Johnsy cerrando los ojos y tendiéndose,
quieta y blanca, como una estatua caída—. Porque quiero ver caer la última hoja.
Estoy cansada de esperar. Estoy cansada de pensar. Quiero abandonarlo todo e irme
navegando hacia abajo, como una de esas pobres hojas fatigadas.
—Procura dormir —dijo Sue—. Debo llamar a Behrman para que me sirva de modelo
a fin de dibujar al viejo minero ermitaño. Volveré inmediatamente. No intentes moverte
hasta que yo vuelva.
El viejo Behrman era un pintor que vivía en el piso bajo. Tenía más de sesenta años y
la barba de un Moisés de Miguel Ángel que bajaba, enroscándose, desde su cabeza
de sátiro hasta su tronco de duende. Era un fracaso como pintor. Durante cuarenta
años había esgrimido el pincel, sin haberse acercado siquiera lo suficiente al arte.
Siempre se disponía a pintar su obra maestra, pero no la había iniciado todavía.
Durante muchos años no había pintado nada, salvo, de vez en cuando, algún
mamarracho comercial o publicitario. Ganaba unos dólares sirviendo de modelo a los
pintores jóvenes de la colonia que no podían pagar un modelo profesional. Bebía
ginebra inmoderadamente y seguía hablando de su futura obra maestra. Por lo demás,
era un viejecito feroz, que se mofaba violentamente de la suavidad ajena, y se
consideraba algo así como un guardián destinado a proteger a las dos jóvenes
pintoras del piso de arriba.
En su guarida mal iluminada, Behrman olía marcadamente a nebrina. En un rincón
había un lienzo en blanco colocado sobre un caballete, que esperaba desde hace
veinticinco años el primer trazo de su obra maestra. Sue le contó la divagación de
Johnsy y le confesó sus temores de que su amiga, liviana y frágil como una hoja, se
desprendiera también de la tierra cuando se debilitara el leve vínculo que la unía a la
vida.
El viejo Behrman, con los ojos enrojecidos y llorando a mares, expresó con sus gritos
el desprecio y la risa que le inspiraban tan estúpidas fantasías.
—¡Cómo! —gritó—. ¿Hay en el mundo gente que cometa la estupidez de morirse
porque hojas caen de una maldita enredadera? Nunca oí semejante cosa. No, yo no
serviré de modelo para ese badulaque de ermitaño. ¿Cómo permites que se le ocurra
a ella semejante imbecilidad? ¡Pobre señorita Johnsy!
—Está muy enferma y muy débil —dijo Sue—, y la fiebre la ha vuelto morbosa y le ha
llenado la cabeza de extrañas fantasías. Está bien, señor Behrman. Si no quiere
servirme de modelo, no lo haga. Pero debo decirle que usted me parece un horrible
viejo… ¡un viejo charlatán!
—¡Se ve que eres solo una mujer! —aulló Behrman—. ¿Quién dijo que no te serviré
de modelo? Vamos. Iré contigo. Desde hace media hora estoy tratando de decirte que
te voy a servir de modelo. ¡Dios! Este no es un lugar adecuado para que esté en su
cama de enferma una persona tan buena como la señorita Johnsy. Algún día, pintaré
una obra maestra y todos nos iremos de aquí. ¡Dios!, ya lo creo que nos iremos.
Johnsy dormía cuando subieron. Sue bajó la persiana y le hizo señas a Behrman para
pasar a la otra habitación. Allí se asomaron a la ventana y contemplaron con temor la
enredadera. Luego se miraron sin hablar. Caía una lluvia insistente y fría, mezclada
con nieve. Behrman, en su vieja camisa azul, se sentó como minero ermitaño sobre
una olla invertida.
Cuando Sue despertó a la mañana siguiente, después de haber dormido solo una
hora, vio que Johnsy miraba fijamente, con aire apagado y los ojos muy abiertos, la
persiana verde corrida.
—¡Levántala! Quiero ver —ordenó la enferma, en voz baja.
Con lasitud, Sue obedeció.
Pero después de la violenta lluvia y de las salvajes ráfagas de viento que duraron toda
esa larga noche, aún pendía, contra la pared de ladrillo, una hoja de hiedra. Era la
última.
Conservaba todavía el color verde oscuro cerca del tallo, pero sus bordes dentados
estaban teñidos con el amarillo de la desintegración y la putrefacción. Colgaba
valerosamente de una rama a unos siete metros del suelo.
—Es la última —dijo Johnsy—. Yo estaba segura de que caería durante la noche. Oía
el viento. Caerá hoy y al mismo tiempo moriré yo.
—¡Querida, querida! —dijo Sue, apoyando contra la almohada su agotado rostro—.
Piensa en mí si no quieres pensar en ti misma. ¿Qué haría yo?
Pero Johnsy no respondió. Lo más solitario que hay en el mundo es un alma que se
prepara a emprender ese viaje misterioso y lejano. La imaginación parecía adueñarse
de ella con más vigor a medida que se aflojaban, uno por uno, los lazos que la ligaban
a la amistad y a la tierra.
Transcurrió el día, y cuando empezó a anochecer ambas pudieron aún distinguir entre
las sombras la solitaria hoja de hiedra adherida a su tallo, contra la pared. Luego,
cuando llegó la noche, el viento norte volvió a zumbar con violencia mientras la lluvia
seguía martillando las ventanas y los bajos aleros holandeses.
Al día siguiente, cuando hubo suficiente claridad, la despiadada Johnsy ordenó que
levantaran la persiana. La hoja aún seguía allí. Johnsy se quedó tendida largo tiempo,
mirándola. Y luego llamó a Sue, que estaba revolviendo su caldo de gallina sobre el
hornillo.
—He sido una mala muchacha, Susie —dijo—. Algo ha hecho que esa última hoja se
quedara allí, para probarme lo mala que fui. Es un pecado querer morir. Ahora puedes
traerme un poco de caldo y de leche, con algo de oporto y… no; tráeme antes un
espejo. Luego ponme detrás unas almohadas y me sentaré y te miraré cocinar.
Una hora después, Johnsy dijo:
—Susie, confío en que algún día podré pintar la bahía de Nápoles.
Por la tarde acudió el médico y Sue encontró un pretexto para seguirlo al comedor
cuando salía.
—Hay buenas probabilidades —dijo el médico, tomando en la suya la mano delgada y
temblorosa de Sue—. Cuidándola bien, usted la salvará. Y ahora tengo que ver a otro
enfermo en el piso bajo. Es un tal Behrman… un artista, según parece. Otro caso de
pulmonía. Es un hombre viejo y débil y el acceso es agudo. No hay esperanzas de
salvarlo; pero hoy lo llevan al hospital para que esté más cómodo.
Al día siguiente el médico le dijo a Sue:
—Su amiga está fuera de peligro. Usted ha vencido. Ahora alimentación y cuidados.
Eso es todo.
Y esa tarde Sue se acercó a la cama donde Johnsy, muy contenta, tejía una bufanda
de lana muy azul y muy inútil, y la ciñó con el brazo, rodeando hasta las almohadas.
—Tengo que decirte una cosa —dijo—. Hoy murió de pulmonía en el hospital el señor
Behrman. Solo estuvo enfermo dos días. El mayordomo lo encontró en la mañana del
primer día en su cuarto, impotente de dolor. Tenía los zapatos y la ropa empapados y
fríos. No pudieron comprender dónde había pasado una noche tan horrible. Luego
encontraron una linterna encendida aún, y una escalera que Behrman había sacado
de su lugar y algunos pinceles dispersos y una paleta con una mezcla de verde y
amarillo… y… Mira la ventana, querida, observa esa última hoja de hiedra que está
sobre la pared ¿No es extraño que no se moviera ni agitara al soplar el viento? ¡Ah,
querida! Es la obra maestra de Behrman: la pintó allí la noche en que cayó la última
hoja.
18. De acuerdo con lo que explicó el doctor a Sue, Johnsy tiene mayores posibilidades
de sobrevivir
A. si se le brindan los cuidados adecuados.
B. gracias al poder curativo de los medicamentos.
C. gracias a la ciencia y a sus esfuerzos por amplificarla.
D. si tiene alguna preocupación verdaderamente importante.
24. ¿Estás de acuerdo con la visión que los personajes masculinos del cuento
presentan sobre la mujer? ¿Por qué?
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Lee el siguiente texto y responde las preguntas 25 a 30.
25. ¿Cuál es el propósito general del texto?
A. Publicitar los cuidados veterinarios que se deben tener con las mascotas.
B. Promover la tenencia responsable de mascotas, explicando algunas acciones para
ello.
C. Ejemplificar las principales conductas que se deben evitar cuando se tiene una
mascota.
D. Informar sobre las medidas legales que se deben considerar para la tenencia
responsable.
27. De acuerdo con el texto, ¿qué acción se debe realizar con las mascotas una vez al
año?
A. Esterilizarlas.
B. Desparasitarlas.
C. Consultar al veterinario.
D. Vacunarlas contra la rabia.
28. Según el sentido global del texto, los perros y gatos son
A. miembros de la familia.
B. animales de compañía.
C. animales de paseo.
D. solo mascotas.
29. A partir de lo leído, ¿cuál de estas características es la más importante para tener
una mascota?
A. Responsabilidad.
B. Profesionalismo.
C. Respeto.
D. Cariño.
30. De acuerdo con el texto, si alguien quisiera tener una mascota, debiese
preferentemente
A. pedirla a algún veterinario responsable.
B. esperar las crías de otra mascota.
C. comprarla.
D. adoptarla.
Lee el siguiente texto y responde las preguntas 31 a 36.
Escena I
[…]
DON CAYETANO: Yo no sé por qué... pero se me hace nudo aquí entre los labios...
DON CAYETANO: Estoy rabioso por hacerla dueña absoluta de todo cuanto me
pertenece; tengo unas ganas atroces de verla mandar en mi casa; quiero vivir para
ella, satisfaciendo siempre sus menores deseos, y recreándome en su felicidad. En fin,
no habrá para mí, una dicha mayor que verla convertida en madre de todos esos
chiquillos de que le acabo de hablar. Esto es lo que yo quisiera decir a usted con
palabras más bonitas; pero...
DON CAYETANO: Dígamela usted, con entera confianza; ábrame ese pecho con
franqueza, ¡Y verá si yo sé servir a los amigos! Pero usted se ha puesto colorada...
¡Ah! ¡Ya di en el quid! ¿Apuesto a que también su asunto es de amor como el mío?
DON CAYETANO: ¡Pues, entonces, hable usted! ¡Mande usted! Dígame en qué puedo
serle útil... ¿Ama usted a alguno de mis amigos?
DOÑA BERNARDA: Pues yo se lo diré, amigo mío. Hay un joven que desde que lo
conocí, me cayó en gracia; pero ya ve usted... Soy una mujer, y no me atreveré a
manifestarle el amor que le profeso, si no después que usted lo haya sondeado...
DOÑA BERNARDA: Pues bien..., la persona que yo amo es... su sobrino. (Se cubre la
cara con las manos.)
DON CAYETANO: Pero no una mujer como usted, fresca y linda como una mañana de
primavera. Esté usted segura de que mi sobrino no la rechazará...
DOÑA BERNARDA: Pero de todos modos, espero que usted no le hablará claro, antes
de sondearlo... […]
DON CAYETANO: Que Alberto tiene algo entre pecho y espalda..., algo que sin duda
me oculta... ahora no más caigo en ello. ¡Sí, eso es! Todo este último tiempo ha
estado taciturno y poco comunicativo conmigo.
DON CAYETANO: ¡Eso es! Usted ha dado en el clavo. ¡Qué memoria la mía! ¡No me
acordaba ni aun de lo que le había oído decir repetidas veces a este muchacho! Como
yo no tenía lugar sino para pensar en Lucía.
DON CAYETANO: Desde que nos separamos de los baños, no ha cesado este
muchacho de acordarse de ustedes. A cada momento me alababa la bondad, la
dulzura y la gallardía de misiá Bernardita...
DON CAYETANO: Lo que oye... Y como yo veía que Alberto tenía razón en
encontrarla a usted hermosa...
DON CAYETANO: Los papeles se habían quemado, y solo pude leer en los pequeños
trozos que quedaban, expresiones cortadas, como éstas: ¡Infeliz de mí! Mi amor. Soy
muy pobre. No puedo sufrir este martirio. ¡La amo!
ESCENA III
DOÑA BERNARDA
DOÑA BERNARDA: ¡Oh, que dicha! ¡Qué dicha tan completa! Se casa mi hija... ¡Y su
madre a un mismo tiempo!
ESCENA IV
LUCÍA: (Oyendo las últimas palabras de doña Bernarda.) ¡A un mismo tiempo! ¿Qué
quiere decir eso, mamá?
LUCÍA: Sí, mamá; pero no sé por qué cree usted que nos hemos de casar a un mismo
tiempo. […]
DOÑA BERNARDA: Pues bien; ¿sabes que las dos hemos encontrado marido?
LUCÍA: ¡Ah, mamacita mía! Me alegro... ¿Y qué clase de maridos son... esos que
hemos encontrado?
DOÑA BERNARDA: Mira: el uno es un caballero, no viejo, sino así, así, de cierta edad,
pero gallardo, bien plantado, y sobre todo, muy rico, muy bueno, muy amable, muy...
LUCÍA: (Aparte.) Me habla primero de su novio, por eso lo alaba tanto. Sí, mamá, y
muy...
LUCÍA: ¿Y el otro?
DOÑA BERNARDA: Pero es protegido por el otro caballero; el cual es tío del mozo.
[…]
LUCÍA: ¿Los conozco yo? ¡Ah!, ¿quiénes serán entonces? (Se pone el dedo en la
frente, en actitud de pensar.)
DOÑA BERNARDA: No te devanes los sesos en balde... Luego vas a ver quiénes son.
[…]
35. ¿Qué quiere decirle don Cayetano a doña Bernarda cuando le señala que “su
secreto cae en mí como piedra en pozo.”?
A. Que no le interesa lo que ella le va a contar.
B. Que no está de acuerdo con esconder secretos.
C. Que él cuidará de no contar lo que ella le va a revelar.
D. Que lo que ella le va a contar lo afectará de manera irreversible.
El nombre del proyecto hace referencia a la formación de las aves en vuelo. “Es una
explicación científica potente: cuando un ave vuela delante de otra implica que le hace
el vuelo más fácil a la de atrás, el mecanismo está estructurado de tal manera que
todas se necesitan, es como un gran ejemplo de compañerismo”, explica Andrea.
Lo que busca el proyecto, es generar un círculo de apoyo potente a los niños que son
víctimas de bullying. Entrega consejos a los padres y educadores de cómo apoyarlos
durante este proceso, donde una de las claves, según ella, es no cambiarlos de
colegio, porque esto solo sirve para evadir el problema y potenciar la inseguridad y la
baja autoestima de la víctima. Andrea dice que es necesario no victimizar aún más a
las víctimas, hacerles entender que ellas no son las culpables, que deben hablar ante
episodios de acoso escolar y aprender a enfrentarlos de la mejor manera.
Extraído de www.eldefinido.cl
37. Según Andrea, ¿quiénes necesitan más ayuda respecto al tema del bullying?
A. Los niños que ejercen el maltrato.
B. Los niños que sufren maltrato sicológico.
C. Los niños que son víctimas de maltrato físico.
D. Los niños que agreden y los que son agredidos.
40. Lee nuevamente el texto “Joven chilena víctima de acoso escolar lidera programa
contra el bullying”. Ponte en el lugar de un(a) periodista y escribe una noticia con el
tema del bullying en tu colegio, considerando los elementos propios de este tipo de
texto. Considera lo siguiente:
1. Planifica tu texto.
Previamente puedes hacer una lluvia de ideas con todo lo que se te ocurra que
podrías desarrollar en tu texto. Luego, organiza esas ideas.
Lee tu texto para asegurarte de que se entienda. Apóyate en las siguientes preguntas:
a) Propósito: ¿seguiste la instrucción que se te dio?
b) Tema: ¿todas las ideas se relacionan con el tema?
c) Desarrollo de ideas: ¿agregaste suficientes ideas como hechos sucedidos,
personas, lugares, etc. que luego desarrollaste?
d) Estructura: ¿seguiste la estructura y/o elementos propios del tipo de texto?
e) Claridad: si alguien leyera tu texto, ¿lo entendería fácilmente?