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En el año 1842 Edgar Allan Poe escribió este
interesante relato con ambientación en los
Apeninos y en un castillo abandonado repleto de cuadros, trofeos heráldicos y tapices.
En el lugar ingresa un hombre herido
acompañado de su criado Peter. Ambos se postran en una cama y el caballero, alumbrado por candelabros, descubre el retrato de una hermosa y joven dama, y un libro que analiza los cuadros del castillo.
Maravilloso el tono intrigante y melancólico de
este texto de Poe. La valía de la narración se fundamenta en su aspecto atmosférico con una descripción magistral de la estancia, suntuosa pero descuidada, con cuartos de ornamentación todavía lujosa y habitaciones con contrastes lumínicos propicios a una presencia misteriosa • En el propio relato manifiesta dos influencias claras: la de la escritora Ann Radcliffe, famosa dentro de la historia de la literatura por su labor en la novela gótica, y del pintor Thomas Sully, a quien el narrador cita cuando quiere aportar pistas del estilo del retrato de la muchacha.
• La historia, que vuelve a incidir en la belleza y la juventud femenina disipada con la
muerte, vincula el fervor artístico con el descuido en las relaciones, aquí amorosa, exhibiendo una rivalidad enfermiza que culmina de forma trágica con el pintor extasiado y obsesionado ante su creación, ante su obra, en paralelo a la extenuación de la modelo.
• Esta obsesión artístico-laboral y las posibles consecuencias de la misma con el abandono
de otros afectos y conductas, junto a la mentada fugacidad de la belleza, son los temas principales de esta narración en la que, como la esencia no deja de resultar situacional, Poe no cuenta ni cuál es la causa de la herida del caballero ni qué pintan en los Apeninos ese dúo de personajes que nos introducen el escenario y la historia • No obstante, se trata de un corto relato con pasajes fascinantes de creación intensa de intriga, en especial los momentos que el narrador en primera persona percibe por primera vez la existencia del atrayente y oculto retrato.