Historia Del Espiritismo Sus Hechos y Sus Doctrinas - Arthur Conan Doyle

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Relato de las Investigaciones y experiencias del conocido universalmente por

su obra literaria, de Sherlock Holmes, sin embargo, mucho menos sabido que
Conan Doyle fue espiritista con tal dedicación que llegó a ser presidente
honorario de la Federación Internacional de Espiritismo.

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Arthur Conan Doyle

Historia del espiritismo. Sus


hechos y sus doctrinas
ePub r1.0
Titivillus 01.12.2021

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Título original: History of spiritualism
Arthur Conan Doyle, 1926
Traducción: Enrique Díaz-Retg
Comentarios: Jorge Luis Borges
Retoque de cubierta: Titivillus

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1

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Sir Arthur Conan Doyle
(Foto W. Ransford)

PREFACIO
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PREFACIO

Esta obra se inició con unos cortos capítulos sin conexión, terminando en el
presente relato, que comprende la historia completa del movimiento
espiritista. Ello necesita una pequeña explicación. Tenía yo escritos algunos
estudios sin otro objeto ulterior que procurarme y procurar a los demás un
concepto claro de lo que me parecían episodios importantes en el desarrollo
espiritual moderno de la raza humana. Eran estudios acerca de Swedenborg,
Irving, A. J. Davis, el caso de Hydesville, el de las hermanas Fox, el relativo a
Eddys y el de la vida de D. D. Home. Cuando todo estuvo listo me di cuenta
de que el conjunto significaba una buena parte de la historia del movimiento
espiritista, más completa que las que hasta entonces habían visto la luz, una
historia que tenía la ventaja de estar escrita con el conocimiento personal,
íntimo, de sus factores más característicos.
Ciertamente, es curioso que ese movimiento, que muchos consideramos
como el más importante de la historia del mundo desde el episodio de
Jesucristo, no haya tenido un historiador entre los hombres que en él figuran,
dotado de una amplia experiencia personal acerca de su desarrollo. Mr.
Franck Podmore, reunió en una obra gran número de hechos, pero ignorando
aquéllos que no respondían a su objeto, procuró hacer ver la futilidad de otros,
esencialmente los relacionados con los fenómenos físicos, que eran, en su
concepto, principalmente resultado del fraude. Hay otra historia del
espiritismo, por Mr. McCabe, en la cual todo se presenta como fraude, sólo
que el engaño lo constituye el mismo libro, pues el público cree de buena fe al
comprarlo que se trata de un relato serio y no de una mixtificación. Hay
también otra historia de J. Arturo Hill, escrita desde el punto de vista de la
investigación estrictamente psíquica, muy lejos de los hechos reales probados.
Luego están la obra: Espiritismo americano moderno: treinta años de trabajos,
y la titulada: Milagros del siglo XIX, escritas por la gran propagandista Emma
Hardinge Britten; pero ambas, aunque de extraordinario valor, sólo se refieren
a algunas fases del espiritismo. La mejor de todas las existentes es la titulada:
Supervivencia del hombre después de la Muerte, por el reverendo Carlos L.
Tweedale, pero se trata más bien de una exposición de la verdad del culto que
de una historia con la debida hilación. En fin, hay historias generales del
misticismo espiritista, como las de Ennemoser y Howitt, pero no hay ninguna
historia clara y comprensiva de los sucesivos desarrollos de ese movimiento
universal. En el momento de imprimirse este libro ha aparecido el de

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Campbell-Holms, que es un utilísimo compendio de hechos psíquicos, como
su título, Los hechos y filosofía de la Ciencia Psíquica demuestra, pero
tampoco puede presentarse como una historia metódica de esos hechos.
Semejante obra necesitaba un trabajo de investigación considerable,
mucho mayor que el que yo mismo con mi ocupadísima vida podía dedicarle.
A ello consagré todo el tiempo de que podía disponer, pero el empeño era
vastísimo. En tales circunstancias solicité y obtuve la colaboración leal de Mr.
W. Leslie Curnow, cuyo conocimiento de la materia y cuya habilidad han
resultado inapreciables. Míster Leslie Curnow ha trabajado conmigo
asiduamente en esta vasta obra; ha sabido darme separado el oro de la escoria.
Yo sólo deseaba la materia en bruto, pero en muchas ocasiones me ha
proporcionado el artículo ya acabado, de tal suerte, que si yo lo he alterado,
ha sido únicamente para tratarlo todo desde mi punto de vista personal. Si no
figura el nombre de Mr. Leslie Curnow junto al mío en la portada de este
libro, es por razones que él comprende y a las que se somete.
ARTHUR CONAN DOYLE

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CAPÍTULO PRIMERO
LA HISTORIA DE SWEDENBORG

Es imposible señalar la fecha de las primeras apariciones de un poder


inteligente externo, así de tipo inferior como superior, en relación con los
hechos humanos. Los espiritistas consideran la de 31 de Mayo de 1848 como
el principio de todas las cosas psíquicas, porque su movimiento data de dicha
fecha. Sin embargo, no ha habido época en la Historia en que no se
encontraran huellas de interferencias preternaturales, aunque la humanidad
haya tardado en darse cuenta de ellas. La única diferencia entre esos episodios
y el movimiento moderno es que los primeros pueden considerarse como
casos de vagas apariciones, mientras que el último lleva la señal de una
invasión debidamente organizada. Y así como una invasión puede
perfectamente ser precedida de la aparición de exploradores en vanguardia,
así también el influjo espiritista de los últimos años estuvo anunciado por una
cantidad de incidentes cuyos orígenes se remontan a la Edad Media y aún más
allá. No obstante, es posible fijar un punto de partida como comienzo de
nuestra narración, y tal vez ninguno mejor que la historia del gran vidente
sueco Manuel Swedenborg, que ostenta no pocos títulos para que le
reconozcamos como el padre de nuestro nuevo conocimiento de los
fenómenos sobrenaturales.
Cuando los primeros rayos del sol naciente del conocimiento espiritual
hirieron nuestra tierra, iluminaron la más grande y más alta inteligencia
humana antes de que penetraran entre los hombres inferiores. Esa cumbre de
la mentalidad fue aquel gran reformador religioso al par que médium
clarividente, tan poco conocido por sus propios prosélitos: Cristo.

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Emanuel Swedenborg
(Reproducción de un grabado de Baltersby, publicado en ,The European Magazine,
1787)

Para comprender completamente a Swedenborg, sería preciso tener un


cerebro semejante al suyo, cosa que no ocurre todos los siglos. Y aun con
nuestro poder de comparación y con nuestra experiencia de hechos, que para
Swedenborg fueron desconocidos, apenas si podemos comprender una parte
de su vida con claridad. El objeto de este estudio no es tratar de aquel gran
hombre en su conjunto, sino procurar situarle en la historia general del
desenvolvimiento psíquico.
Swedenborg fue una contradicción viviente si le juzgamos desde el punto
de vista acostumbrado de los generalizadores psíquicos, los que por lo común
creen que las grandes inteligencias quedan detenidas al llegar al terreno de la
experiencia psíquica personal. Una pizarra bien limpia es indudablemente
más adecuada para escribir en ella. La inteligencia de Swedenborg no era una
pizarra limpia, sino que había en ella cuantos conocimientos exactos era
posible adquirir en su tiempo. Nunca se vio semejante suma de conocimientos
en un hombre. Era un gran ingeniero de minas y una autoridad en metalurgia.
Como ingeniero militar contribuyó a cambiar la fortuna de muchas de las
campañas de Carlos XII de Suecia. Alta autoridad en astronomía y en física,
escribió obras eruditas sobre las mareas y la determinación de las latitudes.
Fue además zoólogo y anatómico. Y financiero y economista político,
adelantándose como tal a las conclusiones de Adam Smith. Finalmente, fue
un profundo erudito bíblico, habiéndose nutrido de teología en los mismos
pechos maternos y vivido en la austera atmósfera de un pastor luterano
durante los más impresionables años de su vida. Su desarrollo psíquico,

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ocurrido al cumplir los veinticinco años, en nada afectó a su actividad mental,
y muchos de sus folletos científicos los publicó después de dicha época.
Dotado de semejante inteligencia, es muy natural que tuviese la evidencia
del poder extraterreno, la cual surge sin remedio en el camino de todo hombre
inteligente; pero lo que no es natural es que fuera él mismo el médium de tal
poder. En cierto sentido su mentalidad fue realmente perjudicial y vició los
resultados a que llegó, mientras en otro sentido fue útil en el más alto grado,
cosa que comprenderemos mejor considerando las dos categorías en que
puede dividirse su trabajo.
La primera fue la teológica. A la mayoría de las gentes les parece que esa
es la parte más deleznable y peligrosa de su obra. Por un lado acepta la Biblia
como la obra de Dios en un sentido estrictamente particular, y por otro lado
sostiene que su verdadero significado difiere en absoluto del significado
vulgar, siendo él y únicamente él quien, con ayuda de los ángeles, podía dar
aquel verdadero significado. Semejante pretensión tenía que resultar
intolerable. La infalibilidad del Papa sería una bagatela comparada con la
infalibilidad de Swedenborg, si se admitía aquella pretensión, porque el Papa,
en último término, sólo es infalible cuando da su dictamen en puntos de
doctrina, ex cátedra, rodeado de sus cardenales, mientras que la infalibilidad
de Swedenborg habría sido universal, sin restricciones. En último término,
ninguna de sus explicaciones es capaz de imponerse a la razón. Cuando para
comprender el verdadero significado de un mensaje emanado de Dios, hay
que suponer, por ejemplo, que un caballo significa «la verdad intelectual»,
que un asno equivale a «la verdad científica», que una llama quiere decir
«mejoramiento», y así sucesivamente a través de incontables símbolos, nos
parece entrar en el reino de lo inexplicable, y asistir a la absurda tarea de
algunos ingeniosos críticos que han creído descubrir cifras en las obras de
Shakespeare. No es de esa manera cómo Dios ha enviado la verdad al mundo.
Si tal punto de vista fuera aceptado, el credo swedenborgiano originaría
multitud de herejías y retrocederíamos a la época de las discusiones y los
silogismos de los escolásticos medioevales. Todas las cosas grandes y
verdaderas son sencillas e inteligibles. La teología de Swedenborg no es ni
sencilla ni inteligible, y en ello reside su condenación.
Sin embargo, una vez que hemos atravesado su fatigosa exégesis de las
Escrituras, donde todo quiere decir algo diferente del significado verdadero, y
cuando llegamos a alguno de los resultados generales de su doctrina, vemos
que no desentonan de la idea libre moderna o de la enseñanza recibida del
Más Allá desde que la comunicación espiritista quedó establecida.

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Así, su teoría de que este mundo es un laboratorio de almas, un campo de
experimentación en que lo material refina y libera lo espiritual, es cosa que ya
no se discute. Rechaza la Trinidad en su sentido ordinario, pero la
reconstituye en cierto sentido extraordinario. Admite que toda religión tiene
fines divinos y que la virtud no está confinada en el Cristianismo. De acuerdo
con la enseñanza espiritista, ve el verdadero significado de la vida de Cristo
en su poder como ejemplo, y rechaza la expiación y el pecado original. Ve la
raíz de todo mal en el egoísmo, pero considera esencial un egoísmo sano,
según el calificativo de Hegel. En materia sexual sus teorías son libres hasta
la relajación. A la Iglesia considérala de una necesidad absoluta, como si el
individuo no pudiera arreglar por sí solo sus propios asuntos con el Creador.
En tal confusión de ideas proyectadas a diestro y siniestro en grandes
volúmenes escritos en latín, y expresadas en obscuro estilo, puede encontrar
todo intérprete una nueva religión para su uso particular. Pero no reside en
esto el mérito de Swedenborg.
Su gran valía la hallamos en sus fuerzas y en sus revelaciones psíquicas,
aunque no hubiera brotado de su pluma ni una palabra de teología. Son esas
fuerzas y esas revelaciones lo que va a ocuparnos ahora.
Ya desde niño Swedenborg tuvo momentos visionarios, pero ese delicado
aspecto de su naturaleza fue dominado por la extraordinaria energía de su
edad viril. Sus facultades psíquicas aparecieron en diversos momentos de su
vida, demostrando en varias ocasiones que poseía esas fuerzas vulgarmente
llamadas «clarividencia a distancia», en que el alma parece salir del cuerpo,
adquirir informes de cosas apartadas y volver a él con noticias de lo que
ocurre en aquellos lugares. No es éste un atributo raro en los médiums,
pudiendo citarse varios ejemplos de ellos entre espiritistas videntes, pero sí es
raro en sujetos de gran inteligencia, y más raro cuando al parecer es normal su
estado al tiempo de producirse el fenómeno. Así, en el ejemplo de
Gotenburgo, donde Swedenborg observó y dio informes de un incendio en
Estocolmo, a trescientas millas de distancia, con exactitud perfecta.
Swedenborg se encontraba a la sazón en una comida, rodeado de diez y seis
invitados, que resultaron otros tantos testigos de gran valor. El caso mereció
la atención de una persona de tan alta categoría mental como el filósofo Kant,
su contemporáneo.
Tales episodios eran, sin embargo, meros indicios de sus fuerzas latentes,
las cuales aparecieron de lleno y súbitamente en Londres, en abril del año
1744. Hay que observar que si bien Swedenborg pertenecía a una buena
familia sueca y fue educado entre la nobleza de Suecia, sus principales libros

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se publicaron en Londres, donde, además, se inició su revelación, y donde,
finalmente, murió y fue enterrado. Desde el día de su primera visión hasta su
muerte, veintisiete años más tarde, estuvo en contacto con el otro mundo.
«Una noche —dice— el mundo de los espíritus, cielo e infierno, se abrió para
mí y en él hallé a varias personas conocidas, de diferente condición. Desde
entonces, el Señor abría diariamente los ojos de mi espíritu para ver, en estado
de perfecta vigilia, lo que ocurría en el otro mundo y conversar, con plena
conciencia, con los ángeles y los espíritus».
En su primera visión Swedenborg habla de una especie de vapor que se
exhalaba de los poros de su cuerpo. «Era un vapor muy visible que descendía
hasta el suelo, sobre la alfombra». He ahí una acabada descripción del
llamado ectoplasma que se encuentra en la base de todo fenómeno físico de
las materializaciones. Esa substancia ha sido también llamada «ideoplasma»,
porque toma en un instante la forma impresionada por el espíritu. En aquel
caso se redujo, según el relato, a una señal dada por sus «guías» de que
desaprobaban su régimen alimenticio, siendo acompañada esa manifestación
de una advertencia, claramente perceptible, para que en adelante fuera más
comedido en su alimentación.
¿Cómo acogió el público semejante relato? Díjose que aquel hombre era
un loco, pero su vida, en los años que siguieron, no dio señal alguna de
desequilibrio mental. Otros dijeron que mentía, pero precisamente era un
hombre que gozaba fama por su escrupulosa veracidad. Su amigo Cuno,
banquero de Amsterdam, dice, hablando de él: «Cuando me miraba, sus
risueños ojos azules parecía que expresaran la verdad por sí solos». «Tal vez,
afirmaban otros, se obsesionaba a sí mismo y se equivocaba honradamente».
A eso contestaremos que la mayoría de las observaciones espiritistas que hizo
han sido confirmadas desde aquella época por innumerables observadores
psíquicos. La verdad es que fue el primero y por varios conceptos el mayor de
todos los médiums, aunque sujeto a los errores que lleva consigo el
mediunismo, y que sólo por el estudio de éste pueden realmente
comprenderse sus poderes.
Es interesante notar que Swedenborg consideraba sus facultades
íntimamente relacionadas con un sistema de respiración. Estando todos
rodeados de aire y de éter, es —decía— como si algunos tuviéramos la
facultad de absorber más éter y menos aire con objeto de llegar a un estado
etéreo. Indudablemente esto es una manera vulgar y rudimentaria de
interpretar el fenómeno, pero tal es la idea que ahora vemos dominando en la
mayoría de las escuelas de educación psíquica. Lorenzo Oliphant, que no

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tenía ninguna conexión con Swedenborg, escribió su libro «Sympneumata»,
para explicar el hecho. El sistema indio del Yoga está informado por la misma
idea, pero cualquiera que haya visto un médium en trance no olvida el hondo
silbido peculiar con que comienza ese proceso y las profundas espiraciones
con que acaba. Hay en esto un fructuoso campo de estudio para la ciencia
futura.
Ahí, como en otras materias psíquicas, se necesita desplegar mucha
precaución. El autor conoce varios casos que tuvieron trágicas consecuencias
por el uso imprudente en los ejercicios psíquicos de la respiración profunda.
El poder espiritual, lo mismo que el eléctrico, guarda ciertas proporciones y
exige ciertos conocimientos y precauciones al ponerlo en acción.
Swedenborg resume la materia diciendo que cuando él comunicaba con
los espíritus, se pasaba una hora respirando fuertemente, «tomando
únicamente la cantidad de aire necesaria para sus pensamientos». Aparte esa
peculiaridad de la respiración, Swedenborg permanecía en estado normal
durante sus visiones, aunque prefería, naturalmente, estar aislado en tales
momentos. Parece ser que tuvo el privilegio de ver el otro mundo a través de
varias de sus esferas, y aunque sus hábitos intelectuales teológicos pueden
haber influido en sus descripciones, la vasta acumulación de sus
conocimientos materiales diéronle, por otra parte, un raro poder de
observación y comparación. Veamos cuáles fueron los hechos principales que
registró en aquellos viajes y hasta qué punto coinciden con los que han sido
obtenidos desde entonces por métodos psíquicos.
Encontró que el otro mundo consistía en un número de esferas diferentes
que representaban varios grados de luminosidad y felicidad, a cada una de las
cuales vamos después de la muerte, según las condiciones espirituales que
tenemos en vida. Allí somos juzgados de una manera automática por una
especie de ley espiritual que determina el resultado último por el resultado
total de nuestra vida, de suerte que la absolución o el arrepentimiento en el
lecho de muerte son de poco provecho. Encontró en aquellas esferas que la
escena y las condiciones de este mundo estaban reproducidas con fidelidad,
así como la armazón general de la sociedad. Halló casas en las cuales vivían
familias, templos en los cuales se adoraba, salones en los que la gente se
reunía para fines sociales, palacios en los cuales habitaban soberanos.
La muerte no era nada temible gracias a la presencia de seres celestiales
que asistían al recién llegado en su nueva existencia. Tales recién llegados
pasaban por un período inmediato de reposo completo, y recobraban después
en pocos días la conciencia de su nuevo estado.

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Había ángeles y demonios, pero no eran de orden distinto al nuestro.
Todos habían sido seres humanos que vivieron en la tierra con almas sin
desarrollar, en el caso de los demonios, o considerablemente desarrolladas, en
el caso de los ángeles.
Al morir no cambiamos en ningún sentido. El hombre nada pierde al
fallecer, sino que permanece hombre en todos respectos, aunque más perfecto
que en estado corpóreo, conservando no sólo sus facultades, sino también sus
modos de pensar, sus creencias y sus prejuicios.
También eran recibidos todos los niños, bautizados o sin bautizar. Crecían
en el otro mundo y eran adoptados por las mujeres jóvenes hasta que se
presentaba la madre real y verdadera.
No había castigo eterno. Los que estaban en los infiernos podían abrirse
camino si desarrollaban el impulso necesario. Los que estaban en los cielos no
era de una manera permanente, sino que trabajaban para llegar a un lugar
superior.
Existía el matrimonio en forma de unión espiritual, constituyéndose una
unidad humana completa cada hombre y con cada mujer. Hay que observar
que Swedenborg nunca estuvo casado.
No hubo detalle insignificante para su observación en las esferas
espiritistas. Habla de la arquitectura, del trabajo de los artesanos, de las flores
y los frutos, de los bordados, del arte, de la música, de la literatura, de la
ciencia, de las escuelas, de los museos, de los colegios, de las librerías y de
los deportes. Esto puede chocar a las inteligencias convencionales, pero hay
que preguntarse por qué toleramos coronas y tronos y, en cambio, negamos
otras cosas menos materiales.
Los que abandonan este mundo viejos, decrépitos, enfermos o
deformados, renuevan su juventud y recobran gradualmente su pleno vigor.
Los casados continúan juntos si sus sentimientos mutuos siguen siendo
inalterables. En caso contrario, el matrimonio queda disuelto. «Dos amantes
que se adoran no quedan separados por la muerte de uno de ellos ya que el
espíritu del fallecido habita junto al espíritu del superviviente, y cuando
ambos vuelven a encontrarse se reúnen amándose más tiernamente que
antes».
Tales son algunas muestras de la enorme masa de informes que Dios
envió al mundo por medio de Swedenborg y que después también han sido
referidas por la palabra y por la pluma de muchos espiritistas iluminados. El
mundo no les concedió importancia estimándolas como concepciones sin
sentido. Sin embargo, gradualmente, el nuevo conocimiento se ha abierto

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camino y, cuando sea aceptado por completo, se reconocerá la verdadera
grandeza de la misión de Swedenborg, mientras va cayendo en el olvido su
exégesis bíblica.
La Nueva Iglesia, que se constituyó para propagar las predicaciones del
maestro sueco, se ha convertido en una contracorriente del espiritismo en vez
de conservar el lugar que la corresponde como fuente original del
conocimiento psíquico. Cuando surgió el movimiento espiritista de 1848, y
cuando hombres como Andrés Jackson Davis lo acogieron con escritos
filosóficos y con poderes psíquicos que difícilmente pueden diferenciarse de
los de Swedenborg, la Nueva Iglesia habría hecho bien en saludar esa
manifestación como una de las indicadas por su jefe. En lugar de hacer esto,
ha preferido, por razones que es difícil comprender, exagerar las
discrepancias y pasar en silencio las similitudes, hasta que ambos grupos han
adoptado una posición de hostilidad. De hecho, todo espiritista debería honrar
a Swedenborg y su efigie debería estar en todos los templos espiritistas, como
el primero y más grande de los médiums modernos. Por otra parte, la Nueva
Iglesia debería abandonar toda clase de pequeñas diferencias y unirse de todo
corazón al nuevo movimiento, contribuyendo con sus templos y su
organización a la causa común.
Es difícil, al examinar la vida de Swedenborg, descubrir cuáles son las
causas por las cuales sus actuales prosélitos miran con recelo a las otras
corporaciones psíquicas. Lo que entonces hizo el maestro es lo que ahora
hacen éstas. Hablando de la muerte de Polhem, el vidente dice: «Murió en
lunes y habló conmigo en jueves. Vio su propio coche mortuorio y cómo
bajaban su sarcófago a la tumba. Conversó conmigo mientras se moría,
preguntándome luego por qué le habían enterrado cuando aún estaba vivo.
Cuando el sacerdote le anunció que resucitaría el día del Juicio Final,
preguntó cómo podía ser esto si ya había resucitado».
Todo eso está de perfecto acuerdo con la experiencia de los médiums de
hoy día. Si Swedenborg estaba en lo justo, lo mismo ocurre ahora con los
médiums.
En otro lugar dice: «Brahe fue decapitado a las diez de una mañana y
estuve hablando con él a las diez de aquella noche. Después ha estado
conmigo casi sin interrupción durante varios días».
Esos ejemplos demuestran que Swedenborg no tenía mayores escrúpulos
para hablar con los muertos que Cristo para hablar en el monte con Moisés y
Elías.

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Swedenborg ha expuesto sus ideas con toda claridad, pero al examinarlas
debemos tener en cuenta la época en que vivió y su falta de experiencia en la
dirección y objeto de la nueva revelación. Su punto de vista era que Dios, con
excelentes y sabios fines, había separado el mundo de los espíritus del
nuestro, no consintiendo la comunicación más que por muy poderosas razones
entre las que, en modo alguno, podía contarse la mera curiosidad. Los que se
dedican a estudios psíquicos de una manera verdaderamente seria, estarán
conformes con tal criterio, y todos los espiritistas formales han de ser
enemigos de que la más solemne cosa de la tierra se convierta en una especie
de pasatiempo. Bajo el imperio de una razón poderosa nuestra labor principal,
en esta edad, tan materialista como Swedenborg jamás pudo imaginar, es
procurar demostrar la existencia y la supremacía del espíritu de un modo tan
subjetivo que los materialistas queden derrotados en su propio terreno. Es
seguro que si Swedenborg viviera en nuestros días, sería uno de los jefes del
moderno movimiento psíquico.
Algunos de sus prosélitos, especialmente el doctor Garth Wilkinson, han
hecho la siguiente advertencia: «El peligro de un hombre hablando con los
espíritus es que si éstos son espíritus del mal, pueden contaminarnos con su
maldad».
A ello podemos contestar que tal afirmación es especiosa y además la
experiencia demuestra que es falsa. El hombre no es naturalmente malo. Por
regla general, el ser humano es bueno. El mero acto de la comunicación
espiritual ofrece en su solemnidad un aspecto religioso. Así es que, las más de
las veces, experimentamos la influencia buena y no la mala, como demuestran
los hechos tan hermosos como morales de las sesiones espiritistas.
El autor puede demostrar que en cerca de cuarenta años de trabajos
psíquicos, durante los cuales ha asistido a innumerables sesiones en distintos
países, jamás, en ninguna ocasión, ha oído palabras obscenas o mensajes que
pudieran ofender los oídos de la más recatada señora. Los mismos testimonios
pueden aportar otros espiritistas más antiguos que yo. Por otra parte, mientras
es indiscutiblemente cierto que los malos espíritus son atraídos a un círculo
malo, en la práctica es muy raro ser incomodado por ellos. Cuando tales
espíritus aparecen, el mejor procedimiento consiste en no rechazarlos, sino
tratarlos dulcemente y procurar convencerles de su verdadera condición para
que se decidan a enmendarse. Eso ha ocurrido varias veces en la experiencia
personal del autor, obteniendo los más felices resultados.
Algunos datos personales acerca de Swedenborg pondrán digno fin a este
examen de sus doctrinas. Fue un hombre frugal, práctico, gran trabajador y

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enérgico en su juventud, y sumamente amable en la vejez. La vida hubo de
convertirle en una criatura bondadosa y venerable. Era plácido, sereno, bien
dispuesto para toda clase de conversaciones que no versaran sobre temas
psíquicos, a no ser que así lo desearan sus contertulios. El objeto de todas sus
conversaciones era siempre notable, si bien se veía afligido por una
tartamudez que le dificultaba la pronunciación. Era alto, delgado, de rostro
espiritual, con ojos azules; usaba peluca hasta los hombros y trajes obscuros,
calzón corto, hebillas en los zapatos y bastón.
Swedenborg sostenía que una nube pesada rodeaba a la tierra debido a la
grosería psíquica de la humanidad, y que sólo de tiempo en tiempo tenía lugar
un claro, del mismo modo que el relámpago ilumina la atmósfera material.
Vio que el mundo adquiría en sus días una posición peligrosa debido a la
sinrazón de las Iglesias y a la reacción contra la falta absoluta de religión,
consecuencia de aquélla. Algunas autoridades psíquicas modernas,
especialmente Vale Owen, han hablado de esa densa nube, existiendo la
sensación general de que no puede aplazarse por mucho tiempo el necesario
proceso de la purificación religiosa.
La mejor noticia acerca de Swedenborg desde el punto de vista espiritista,
puede obtenerse de un extracto de su propio diario, cuando dice: «Los
prejuicios en materias de teología están y estuvieron siempre tan fuertemente
arraigados, que no dejan lugar para la genuina verdad». Fue un gran vidente,
un gran explorador del conocimiento psíquico, y su debilidad como tal estriba
en esas tan ciertas palabras por él escritas sobre los prejuicios teológicos.
El lector que quiera documentarse más detalladamente, puede encontrar
las enseñanzas características de Swedenborg en sus obras «Cielo e Infierno»,
«La Nueva Jerusalem» y «Arcana Coelestia». Su vida ha sido admirablemente
escrita por Garth Wilkinson, Trobridge y Brayley Hodgetts, el actual
presidente de la «Sociedad Inglesa de Swedenborg». A pesar de su
simbolismo teológico, su nombre vivirá eternamente como el primero de
todos los hombres modernos que han hecho una descripción del proceso de la
muerte y del otro mundo, no cimentado en las vagas visiones extáticas e
imposibles de las viejas Iglesias, sino correspondiente a las descripciones que
nosotros mismos obtenemos de aquellos que desde el Más Allá procuran
darnos alguna idea clara de su nueva existencia.

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CAPÍTULO II
EDUARDO IRVING. LOS SHAKERS

La historia de Eduardo Irving y de sus manifestaciones espiritistas en los años


de 1830 a 1833 son del mayor interés para el estudio del psiquismo, sirviendo
de puente para salvar la distancia entre Swedenborg por un lado, y Andrés
Jackson Davis por otro.
Eduardo Irving pertenecía a esa clase escocesa de pobres y sufridos
trabajadores qué tan grandes hombres ha producido. De la misma clase y del
mismo suelo salió Tomás Carlyle. Irving nació en Arenan en el año de 1792.
Después de una dura y estudiosa juventud, quedó convertido en un hombre
muy singular. Corporalmente fue un gigante, y un Hércules por su fuerza. Su
espléndido aspecto físico sólo era desfigurado por una fea señal en un ojo,
defecto que, cual la cojera en Byron, parecía presentar cierta analogía con las
intemperancias de su carácter. Su inteligencia era vigorosa, despierta y
valiente, aunque en su primera educación estuviera velada en la atrasada
escuela de la Iglesia escocesa, donde las cerradas ideas de los viejos
Covenanters —un imposible Protestantismo en reacción contra un imposible
Catolicismo— continuaba aún envenenando el alma humana. Su posición
mental era extrañamente contradictoria; pues así como había heredado tan
estrecha teología, le faltó heredar lo que es patrimonio imprescindible de los
más infelices escoceses: era opuesto a cuanto fuera liberal, e incluso las
medidas elementales de justicia de la Ley de Reforma de 1832 tuvieron en él
un enemigo resuelto.
Aquel extraño, excéntrico y formidable varón hubiera tenido un medio
adecuado en el siglo XVII cuando sus prototipos reunidos en las tierras
pantanosas de Galloway esquivaban o a lo mejor atacaban a los dragones de
Claverhouse. Pero habiendo vivido más tarde venía obligado a escribir su
nombre de una manera u otra en los anales de su época. Sabemos de su dura
juventud en Escocia, de su rivalidad con su amigo Carlyle en el afecto de la
lista y vivaz Juana Welsh; de sus enormes gestas de fuerza; de su corta carrera
de maestro iracundo en Kirkcaldy; de su matrimonio con la hija de un

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ministro del culto de dicha población y, finalmente, de su curato o auxiliaría
junto al gran Dr. Chalmers, que era, en aquellos tiempos, el más famoso cura
de Escocia, y cuya administración de la parroquia de Glasgow es uno de los
principales capítulos de la historia de la Iglesia escocesa. En tal cargo
adquirió el conocimiento personal con las clases más pobres, o sea la mejor y
más práctica de todas las preparaciones para el trabajo de la vida.
En aquel tiempo existía una pequeña iglesia escocesa en Hatton Garden,
fuera de Holborn, en Londres, que había perdido a su pastor y se hallaba en
precaria posición espiritual y financiera. La vacante fue ofrecida al auxiliar
del Dr. Chalmers, quien aceptó después de algunas consultas consigo mismo.
Allí su sonora elocuencia y sus luminosas explicaciones de los pasajes del
Evangelio comenzaron a llamar la atención, hasta tal punto que aquel extraño
gigante escocés se puso de moda. La humilde calle se vio invadida de coches
los domingos por la mañana, y algunos de los más distinguidos caballeros y
damas de Londres se apretaban para encontrar un pequeño puesto en el
reducido templo. Es evidente que tan extraordinaria popularidad no podía
durar, acaso por la costumbre del predicador de hablar no menos de hora y
media a auditorio tan elegante. El escocés fue trasladado a una iglesia mayor
de Regent Square donde había cabida para dos mil personas, con suficientes
bancos para que pudieran acomodarse de una manera decorosa; pero ya no
excitaba el interés que en los primeros tiempos. Aparte su oratoria, Irving fue
un pastor concienzudo y muy trabajador, que se desvivía por satisfacer las
necesidades materiales de los más humildes entre sus fieles, y que estuvo
siempre dispuesto a cualquier hora del día o de la noche a cumplir con sus
deberes.
Sin embargo, pronto comenzaron sus disputas con las autoridades de la
Iglesia. La discusión versó sobre uno de esos temas teológicos que han hecho
más daño al mundo que la viruela. Consistía en saber si Cristo tenía en sí la
posibilidad del pecado, o si era una barrera absoluta contra las tentaciones.
Los unos sostenían que la asociación de ambas ideas, pecado y Cristo, era una
blasfemia. El clérigo escocés replicaba con cierto asomo de razón, que sin la
capacidad de pecar y de resistir con éxito, la naturaleza humana de Cristo ya
no era la misma que la nuestra y sus virtudes no podían merecernos tanta
admiración. El tema fue también discutido fuera de Londres con gran seriedad
y por enfadoso espacio de tiempo, hasta que el clero declaró unánimemente
que desaprobaba los puntos de vista del pastor. Sus partidarios le significaron,
en cambio, una aprobación incondicional y así pudo pasar por alto la censura
de sus colegas oficiales. Pero debía encontrar en su camino un obstáculo aún

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mayor y vencerle haciendo su nombre imperecedero como lo son los de todos
los hombres que han obtenido en la vida algún éxito espiritual. Hay que
considerar ante todo que Irving estaba profundamente influido por las
profecías bíblicas, especialmente por las vagas y terribles imágenes de San
Juan, y los extraños vaticinios de Daniel. Reflexionó sobre el referente al
plazo que había de preceder a la Segunda Venida del Señor. Otros hombres
existían en la misma época año de 1830 y siguientes profundamente sumidos
en las mismas sombrías especulaciones, entre otros el rico banquero
Drummond, propietario de una vasta casa de campo en Albury, cerca de
Guildford. En dicha casa aquellos hombres consagrados a los estudios
bíblicos se reunían de tiempo en tiempo, discutiendo y comparando entre sí
sus teorías con tal minuciosidad que no era raro que sus sesiones se
prolongaran durante más de una semana, con días de trabajo completos, desde
el desayuno hasta la cena. Los asiduos de tales reuniones eran llamados los
«Profetas de Albury». Excitados por los portentos políticos que tuvieron
como consecuencia la Ley de Reforma, consideraron que se habían
conmovido las bases sociales hasta lo más profundo. Asusta pensar cuál
habría sido su reacción si hubieran vivido lo bastante para asistir a la Gran
Guerra. De todos modos estaban convencidos de que se acercaba el final de
todas las cosas, y esperaban ver señales y portentos, dando a las vagas y
siniestras palabras de los antiguos profetas fantásticas interpretaciones.
En fin, por encima del monótono horizonte de los sucesos cotidianos,
aquellos hombres esperaban que se produjera una extraña manifestación.
Existía la leyenda de que los dones de los primeros tiempos volverían en el
día final, figurando entre ellos el don de las lenguas, como patrimonio de
todos los hombres. Tal leyenda comenzó en las tierras occidentales de
Escocia, donde hombres de espíritu tan sensible como Campbell y
MacDonald, pregonaban que la sangre celta había sido siempre más propicia
a las influencias espirituales que el pesado carácter teutónico. Los «Profetas
de Albury» demostraban la mayor actividad intelectual, lo cual dio lugar a
que un emisario de la iglesia de Irving fuera a investigar sus actos y emitiera
luego un informe. Según éste la gente allí reunida era de la mejor reputación.
Entre ellos había una mujer cuyo carácter ofrecía indicios de santidad. Oíanse
a intervalos voces de lenguas extrañas en que los reunidos se expresaban,
siendo acompañada esa manifestación de milagros curativos y otros signos de
poder. Era claro que no existía ni fraude ni disimulo, sino el influjo efectivo
de una fuerza desconocida que recordaba los tiempos apostólicos. Esos
creyentes esperaron ansiosamente ulteriores desarrollos de estos sucesos, los

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cuales no tardaron en presentarse en la misma iglesia de Irving: en el mes de
julio de 1831 circuló el rumor de que ciertos miembros de la congregación
habían sido presa del extraño fenómeno del don de lenguas en sus propios
domicilios. Hubo discretas experiencias del fenómeno en la sacristía y en
otros lugares apartados. El pastor y sus consejeros estaban verdaderamente
perplejos, no sabiendo qué partido tomar. Pero el asunto se dilucidó por sí
mismo, como todos los asuntos espirituales, porque en el mes de octubre del
mismo año el servicio de la iglesia de Escocia se vio súbitamente
interrumpido por los extraños gritos de aquellos poseídos. Fue ello tan súbito
y tan vehemente, así durante el culto de la mañana como en el de la tarde, que
hubo un verdadero pánico en la iglesia, y a no ser por el gigantesco pastor,
que gritó con su potente voz: «¡Oh, Señor, aplacad el tumulto del pueblo!»,
pudo haber ocurrido una tragedia. También hubo silbidos y gritos de quienes
se habían conservado más tranquilos. Como quiera que sea, la sensación fue
considerable, los periódicos de la época hablaron del caso y sus comentarios
no tenían nada de respetuosos y de conciliadores.
Las voces de desconocida lengua procedían de hombres y mujeres,
consistiendo al principio en sonidos ininteligibles, a manera de galimatías o
de lenguaje completamente ignorado. «Súbitos, quejumbrosos e ininteligibles
sonidos», dice un testigo: «Había una fuerza y plenitud de sonido», dice otra
descripción, «de las cuales parecían incapaces los delicados órganos
femeninos». «Estallaban con asombroso y terrible fragor», dice un tercero.
Muchos de los que presenciaron el fenómeno quedaron profundamente
impresionados por tales manifestaciones, y entre ellos el mismo Irving. «Hay
un poder en la voz que parte el corazón y se impone al espíritu de una manera
jamás sentida hasta entonces. Hay en ella una cadencia, una majestad y una
grandeza tales, que jamás oí cosa igual. Es algo tan parecido a los más
sencillos y antiguos cantos de los oficios de la catedral, que llego a creer que
son reminiscencias de la remota época de Ambrosio, y de las inspiradas
plegarias de la Iglesia primitiva».
No obstante, pronto se mezclaron palabras inglesas a las otras,
consistentes por lo regular en jaculatorias y oraciones sin señal clara de
carácter supernormal, salvo el producirse en horas desacostumbradas e
independientemente de la voluntad del sujeto. En algunos casos, sin embargo,
el escogido, bajo la influencia de tal poder, pronunciaba largas arengas,
prescindía de la ley dogmáticamente sobre puntos de doctrina, y lanzaba
reprimendas que, en ocasiones, se dirigían al sufrido pastor.

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Pudo haber —y de hecho probablemente hubo— un verdadero origen
psíquico en aquellos fenómenos, pero se habían desarrollado en un terreno de
estrecha y supersticiosa teología que los desvirtuaba. Hasta el sistema
religioso de Swedenborg habría resultado demasiado reducido para recibir en
su plenitud tales dones, por lo que ya puede imaginarse lo que ocurriría al ser
recibidos dentro de los mezquinos límites de una iglesia escocesa, donde toda
verdad ha de ser expurgada y retorcida hasta que se adapte al venerado texto.
El vino nuevo no puede guardarse en viejas e insuficientes barricas. De haber
habido una revelación completa, sin duda habríanse recibido otros mensajes
de distintas clases que aclarasen el fenómeno, pero allí no había más que el
caos.
Algunas de aquellas manifestaciones no podían conciliarse con la
ortodoxia, por lo que se consideraban como obra del diablo. No pocos
iniciados condenaron a los otros como herejes; se enzarzaron en violentas
discusiones, y, lo que es peor, algunos de los principales oradores se
convencieron a sí mismos de que sus discursos eran diabólicos, por no estar
de acuerdo con sus propias convicciones espirituales; pero precisamente por
esto nosotros habríamos creído que eran inspirados por los ángeles.
Finalmente, entraron en el resbaladizo camino de las profecías y se
quedaron confundidos al ver que las suyas nunca se convertían en realidades.
Algunos de los hechos establecidos por esos iniciados y que tanto
chocaban con sus convicciones religiosas, podrían haber sido mejor
comprendidos por los hombres de una generación más ilustrada.
Uno de los principales iniciados fue cierto Roberto Baxter, que no hay que
confundir con el Baxter que treinta años más tarde estuvo relacionado con
ciertas profecías notables. Ese Roberto Baxter parece haber sido un ciudadano
que consideró las Escrituras a la manera que un abogado considera un
documento legal, dando valor exacto a cada frase, especialmente a aquellas
más ajustadas a sus inclinaciones. Fue un hombre honrado, dotado de una
conciencia inquieta, la cual continuamente le importunaba sobre los detalles
más nimios, dejándole, en cambio, completamente tranquilo en el vasto
campo de sus creencias. Aquel hombre estaba bajo la influencia de los
espíritus. Según él, en 14 de enero de 1832, comenzaron los místicos mil
doscientos sesenta días que debían preceder a la Segunda Venida y al fin del
mundo. Semejante predicción habría sido simpática a Irving dados sus
ensueños milenarios. Pero mucho antes de que aquellos días hubieran
transcurrido, Irving bajó a la tumba y Baxter repudió aquellas profecías que,
al menos en aquella ocasión, le engañaron.

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Baxter había escrito un folleto de pomposo título, en el cual admitía
ciertos hechos que parecían claramente preternaturales, mezclados con otros
más discutibles y con algunos palmariamente falsos. El objeto del folleto era
principalmente atraer los guías maléficos e invisibles al regazo de la Iglesia
escocesa. Es de notar, sin embargo, que un segundo miembro de la
congregación de Irving escribió otro folleto de contestación, en el cual se
muestra que Baxter tenía razón en tanto estaba inspirado por el espíritu, y se
equivocaba cuando intervenían influencias satánicas. Ese folleto es
interesante porque contiene cartas de varias personas que poseyeron el don de
las lenguas y una sólida mentalidad que las hacía incapaces de caer en
deplorables errores.
¿Qué puede decir contra tales hechos un observador psíquico imparcial,
familiarizado con los modernos fenómenos? Personalmente, el autor cree que
hubo en este caso un verdadero influjo psíquico encubierto por una estrecha
teología sectaria del tipo de la que provocó la reprobación contra los fariseos.
Su opinión personal es que la enseñanza espiritista es propia de todo hombre
serio que se ha abierto paso a través de los credos ortodoxos, y cuya
inteligencia es como una superficie limpia, dispuesta a registrar una impresión
exactamente como la recibe. De esta suerte se convierte en hijo y discípulo de
la enseñanza del otro mundo, pudiendo la nobleza personal de carácter hacer
del más honrado de los iniciados un tipo más elevado que el espiritista
corriente. El campo del espiritismo es infinitamente vasto, y en él pueden
vivir fraternalmente todas las variedades de Cristianos, así como los
Mahometanos, los Indios y los Partos. Pero no es suficiente la mera
aceptación de la comunión de los espíritus y su aparición, cosa que no ignoran
ya muchos salvajes. Necesitamos además un código moral. Si consideramos a
Cristo como predicador o divino embajador, su predicación ética es algo
esencial para el mejoramiento de la humanidad, si bien debe ser contrastada
por la razón, según las luces del espíritu.
Pero todo esto son digresiones. En las voces de 1831 hay señales de real
fuerza psíquica. Es una ley espiritual reconocida que todas las
manifestaciones psíquicas son deformadas cuando se perciben a través de un
médium afiliado a una estrecha religión sectaria. También es una ley que las
personas presumidas y finchadas atraen a los espíritus maléficos sugiriéndoles
el uso de nombres interminables y profecías que les cubren de ridículo. Tales
eran los guías espirituales de los prosélitos de Mister Irving.
La unidad de la Iglesia, que había sido sacudida por la previa censura del
presbiteriado, no pudo resistir el nuevo golpe produciéndose una vasta

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escisión. Como el edificio fue reclamado por los administradores, Irving y sus
partidarios, que le seguían fieles, anduvieron en busca de nuevo local, hasta
que escogieron la sala usada por Roberto Owen, el socialista, filántropo y
librepensador destinado a ser, veinte años más tarde, uno de los más férvidos
convertidos al Espiritismo. Allí, en Gray’s Inn Road, Irving reunió a sus
fieles. No puede negarse que la Iglesia, tal como él la organizó con sus
ángeles, sus sacerdotes, sus diáconos y sus profecías, era la mejor
reconstrucción de la primitiva Iglesia Cristiana. Si Pedro o Pablo hubieran
reencarnado en Londres se habrían quedado confusos y probablemente
horrorizados ante la iglesia de San Pablo o la catedral de Westminster, pero
en cambio, se habrían sentido perfectamente a sus anchas en la atmósfera
familiar de las reuniones que presidía Irving. El hombre sensato reconoce que
Dios puede estar rodeado por innumerables ángeles. La inteligencia de los
hombres y el espíritu de los tiempos varían en virtud de su reacción sobre la
gran causa central, y en lo único que perseveran es en una gran caridad hacia
nosotros mismos y hacia nuestros semejantes.
Tal fue, según parece, el criterio de Irving, tomando por modelo para
juzgar al universo a los que constituían una secta entre las sectas; al menos así
se desprende de sus luchas con Apolion, de las cuales se queja como Bunyan
y los antiguos puritanos. Apolion era realmente el Espíritu de Verdad, y la
lucha interior no era entre la Fe y el Pecado, sino entre las sombras del dogma
heredado y la luz de la razón instintiva, don de Dios, siempre rebelde a los
absurdos de los hombres.
Irving vivió intensamente, y las crisis sucesivas por las cuales pasó,
minaron su robusta constitución. Aquellas discusiones con teólogos ergotistas
y con miembros recalcitrantes de su grey, parécennos cosas triviales a
nosotros que las vemos de lejos a través de los años, pero para él, con su alma
inquieta, ruda, tempestuosa, eran vitales y terribles. Para la inteligencia
emancipada, tal o cual secta son temas indiferentes, pero para Irving, tanto
por su herencia como por su educación, la Escuela Escocesa era el arca de
Dios, de la cual él y sus fieles y celosos hijos, dirigidos por la conciencia,
habían salido para llamar a las puertas tras las cuales se hallaba la Salvación.
Era una rama cortada del árbol, que iba secándose. Aquel gigante de mediana
edad se detuvo y cayó. Su gran contextura se vino abajo. Sus mejillas se
hundieron y volvieron lívidas. Sus ojos brillaron con la luz febril que le
consumía. Y así, trabajando hasta el último momento y con las palabras: «Si
me muero, muero en el Señor», en sus labios, su alma pasó a esa luz más clara

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y más dorada en donde el fatigado cerebro encuentra el reposo, y el espíritu
ansioso entra en una paz y seguridad que la vida jamás le ha dado.
Aparte del incidente aislado de la Iglesia de Irving, hubo en aquellos días
otra manifestación psíquica que condujo más directamente a la revelación de
Hydesville. Fue la aparición de fenómenos espiritistas en las comunidades de
los Shakers en los Estados Unidos, los cuales no obtuvieron toda la atención
que merecían.
Aquellas buenas gentes parece que tuvieron concomitancias por una parte
con los cuákeros, y por otra con los videntes de los Cevennes, que pasaron a
Inglaterra, huyendo de la persecución de Luis XIV.
Incluso en Inglaterra, sus vidas inofensivas no pudieron librarse de la
persecución de los fanáticos, viéndose obligados a emigrar a América por los
tiempos de la guerra de la Independencia. Se establecieron en distintos
lugares viviendo con sencillez una vida pura basada en principios comunistas,
con sobriedad y castidad. No es, pues, sorprendente que la nube psíquica de la
fuerza extraterrena que envuelve nuestro globo respondiera a aquellas
altruistas comunidades. En 1837 había sesenta de dichas corporaciones, las
cuales respondían en distintos grados al poder en cuestión. De momento
circunscribían muy estrictamente a sí mismos sus experiencias, pues como sus
sacerdotes dijeron más tarde, todos habrían sido llevados al manicomio al
descubrir lo que entonces los ocurría.
Los fenómenos parece que comenzaron con los usuales ruidos
anunciadores. Todos, hombres y mujeres, dieron muestras de estar preparados
para la posesión espiritual. Sin embargo, los invasores sólo se presentaron
después de pedir permiso, y a intervalos que no dificultaban los trabajos de la
comunidad. Los principales visitantes eran espíritus de pieles rojas, que
llegaban colectivamente en forma de tribu. «Uno o dos sacerdotes estaban en
el piso bajo, y después de dar un golpe a la puerta los indios preguntaban si
podían entrar. Dado el permiso, toda la tribu de indios en espíritu entraba en
tropel en la casa y al cabo de pocos minutos se oían los gritos de “Jup”, “Jup”.
Tales gritos emanaban de los mismos órganos vocales de los Shakers, pero
como éstos se hallaban bajo el influjo y la posesión de los mismos indios,
hablaban la lengua india entre sí, y bailaban sus danzas demostrando en todo
que estaban realmente poseídos por los espíritus de los pieles rojas».
Se preguntará por qué esos aborígenes norteamericanos representaron tan
importante parte, no sólo en la iniciación, sino en la continuación de aquel
movimiento. En este país lo mismo que en Norte América hay pocos
médiums físicos que no tengan un guía piel roja cuya fotografía no haya

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podido obtenerse por medios psíquicos, viéndose en ella los vestidos y el
característico mechón de pelo en la frente. Es uno de tantos misterios que
tenemos que resolver todavía. Lo único que sabemos con certeza, según
nuestra propia experiencia, es que tales espíritus son muy poderosos en la
producción de fenómenos físicos, pero nunca ofrecen las elevadas enseñanzas
que nos vienen de los espíritus orientales y europeos. Los fenómenos físicos
son, sin embargo, de la mayor importancia, por lo que llaman la atención de
los escépticos en la materia, de suerte que la parte asignada a los indios es
verdaderamente capital. Hombres del más rudo tipo campestre parecen estar
en la vida espiritual especialmente asociados a las más escuetas
manifestaciones de la actividad espiritista, habiéndose repetido infinidad de
veces —si bien es difícil probarlo— que su principal organizador fue un
aventurero conocido en vida bajo el nombre de Enrique Morgan, fallecido en
el cargo de gobernador de Jamaica para el cual fue nombrado bajo el reinado
de Carlos II. Tales afirmaciones, no demostradas, carecen de valor en el
actual estado de nuestros conocimientos, pero deben anotarse por si futuros
progresos permiten darles un mayor crédito. Juan King, que es el nombre
espiritista del pretendido Enrique Morgan, es un ser perfectamente real y hay
pocos espiritistas de experiencia que no hayan visto su barbudo rostro y oído
su voz potente. Por lo que respecta a los indios colegas o subordinados suyos,
lo único que puede conjeturarse es que son hijos de la Naturaleza, más cerca
tal vez de los secretos primitivos que otras razas más desarrolladas. Puede ser
que su cometido especial tenga por base una especie de expiación a
arrepentimiento, parecer que yo mismo he oído de sus labios.
Estas observaciones pueden resultar una digresión del caso de los Shakers,
pero las dificultades del investigador provienen sobre todo del número de
hechos nuevos, sin orden ni explicación, que encuentra en su camino. La
inteligencia no tiene casillas apropiadas para clasificarlos; sin embargo, el
autor procurará en estas páginas acudir, en los límites de lo posible, a su
propia experiencia, ya la de aquellos de quienes se puede fiar, para obtener las
luces que le permitan hacer la materia más inteligible, y dar por lo menos una
idea de esas leyes del Más Allá, que son tan obligatorias para los espíritus
como para nosotros. Sobre todo, el investigador debe desechar para siempre la
idea de que los espíritus son necesariamente entidades sabias o poderosas.
Tienen su individualidad y sus limitaciones lo mismo que las tenemos
nosotros, y tales limitaciones son más marcadas cuando se manifiestan a
través de una substancia impropia.

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Los Shakers tenían en su seno a un hombre de superior inteligencia,
llamado F. W. Evans, quien dio una interesante y clara explicación respecto
de esa materia, según puede ver el curioso lector en el New York Daily
Graphic de 24 de noviembre de 1874, copiada in extenso en la obra del
coronel Olcott, «Gente del otro mundo».
M. Evans y sus colegas, después de las primeras perturbaciones físicas y
mentales producidas por aquella irrupción espiritista, pusiéronse a estudiar lo
que realmente significaba, llegando a la conclusión de que tal asunto debía
dividirse en tres fases. La primera se refería a la prueba efectiva para el
observador, de que se trataba de algo positivamente real. La segunda fase es
de condición instructiva, pues hasta el espíritu más humilde puede ilustrarnos
acerca de su experiencia de la vida después de la muerte. La tercera fue
llamada fase misionera, o sea de aplicación práctica. Los Shakers llegaron a la
inesperada conclusión de que los indios aparecían no para enseñar, sino para
aprender, de manera que los catequizaron como hubieran podido hacerlo
durante su vida. Casos semejantes se han dado desde entonces en distintos
círculos espiritistas, en los que ínfimos y humildes espíritus se presentaban
para que se les enseñase lo que no pudieron aprender en este mundo. Alguien
preguntará porqué los espíritus elevados del otro mundo no se cuidan de tal
enseñanza. La contestación que recibió el autor en cierta ocasión fue ésta:
«Esos seres están mucho más cerca de usted que de nosotros; usted puede
llegar a ellos, mientras nosotros, no».
De ello se infiere claramente que los buenos Shakers nunca estuvieron en
contacto con los guías más elevados —probablemente no los necesitaban— y
que sus visitantes pertenecían a un nivel inferior. Tales visitas continuaron
por espacio de siete años. Cuando los espíritus se marchaban anunciaban a sus
huéspedes que volverían, y que entonces invadirían el mundo entrando así en
los palacios como en las cabañas. Cuatro años más tarde se producían las
manifestaciones de Rochester, adonde se trasladaron Elder Evans y otros
Shakers para ver a las hermanas Fox. Su llegada fue recibida con gran
entusiasmo por las fuerzas invisibles, proclamando que aquélla era la obra
profetizada.
Es digno de mención un detalle muy elocuente relativo a Elder Evans.
Habiéndole preguntado: —¿No le parece a usted que sus fenómenos son de la
misma especie que los de los frailes y monjas de la Edad Media?— repuso
con sencillez y oportunidad admirable—. Sin duda alguna. Esa es la
verdadera interpretación que deben recibir en el transcurso de las edades. Las
visiones de Santa Teresa fueron de condición espiritista y semejantes a las

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que han obtenido los miembros de nuestra sociedad. Seguramente otra
hubiera sido su contestación si se le hubiera dicho que las visiones de los
religiosos eran angélicas y todas las demás diabólicas. Preguntado
ulteriormente si la magia y la nicromancia pertenecían a la misma categoría,
contestó: —Sí, y esto ocurre cuando el espiritismo es usado con fines
egoístas. Resulta, pues, claro, que hubo hombres que vivieron hace cerca de
un siglo capaces de enseñar a muchos sabios de nuestros días.
La tan notable mujer, señora Hardinge Britten, ha consignado en su
«Espiritismo americano moderno» de qué manera entró en íntimo contacto
con la comunidad de los Shakers, quienes le permitieron tomar todos los datos
necesarios para el relato completo de sus visitas espiritistas. En él se establece
que la nueva era debía inaugurarse por medio de un descubrimiento
extraordinario de tanto valor material como moral. La profecía es
notabilísima, pues conocido es el hecho histórico de que los campos auríferos
de California fueron descubiertos al poco tiempo de producirse aquella
manifestación psíquica. Un partidario de Swedenborg, con su doctrina de
correlaciones, podría argüir que lo uno venía a completar lo otro.
Este episodio de las manifestaciones de los Shakers es un eslabón bien
determinado entre el trabajo de vanguardia de Swedenborg y el período de
Davis y de las hermanas Fox. Va a referir ahora la obra del primero, que está
íntimamente asociada con la aurora y el progreso del movimiento psíquico
moderno.

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CAPÍTULO III
EL PROFETA DE LA NUEVA
REVELACIÓN

Andrés Jackson Davis

Andrés Jackson Davis fue uno de los hombres más notables que
conocemos. Nació en 1826, a orillas del Hudson. Su madre fue una mujer sin
instrucción, con tendencias visionarias sinónimas de la más vulgar
superstición. Su padre era un obrero curtidor borrachín. Él mismo escribió los
detalles de su infancia en un curioso libro, «La varita mágica», el cual nos
familiariza con la primitiva y dura vida de las provincias americanas en la
primera mitad del siglo pasado y nos hace ver que aquel pueblo era rudo e
ignorante, pero que, en cambio, espiritualmente, estaba pronto para asimilarse
todo lo nuevo. En aquellos distritos rurales de Nueva York se desarrollaron en
el espacio de pocos años el Mormonismo y el Espiritismo. Jamás hubo un
muchacho con menos favorables disposiciones que Davis. Fue muy lento el
desarrollo de su cuerpo y su inteligencia. Hasta la edad de diez y seis años
difícilmente podía recordar los libros que leía en la escuela primaria. Y a
pesar de ello, en aquel ente desmirriado había en acecho tales fuerzas, que
antes de cumplir los veinte años pudo escribir uno de los más profundos y

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originales libros de filosofía. ¿Se puede pedir una prueba más clara de que
nada salió de él, siendo únicamente un mero conducto del conocimiento
emanado de ese vasto manantial cuyas manifestaciones son tan inexplicables?
El valor de una Juana de Arco, la santidad de una Teresa, la sabiduría de un
Jackson Davis, las fuerzas supernormales de un Daniel Home, todo procede
del mismo manantial.
En los últimos años de su infancia comenzaron a desarrollarse las fuerzas
psíquicas latentes en Davis. Como Juan, oyó voces en los campos, voces
agradables que le llenaron de júbilo. La clarividencia siguió a la
clariaudiencia. En el momento de la muerte de su madre tuvo una clara visión
de una apacible casita en un lugar radiante, que supuso ser el punto adonde su
madre había ido. Sus facultades fueron reveladas al pasar por aquel lugar un
feriante que exhibía las maravillas del mesmerismo, haciendo experimentos
delante de Davis y de cuantos jóvenes rústicos quisieron someterse a ellos. En
seguida se echó de ver que Davis tenía muy notables poderes clarividentes.
Estos fueron desarrollados no por el peripatético mesmerista, sino por un
sastre local llamado Levingston, el cual parece haber sido un pensador de
vanguardia. Se quedó tan intrigado por los maravillosos dones de aquel
hombre, que abandonó su próspero negocio y se dedicó a trabajar con Davis
usando su poder clarividente para diagnosticar las enfermedades. Davis tenía
muy desarrollada esa fuerza, común entre los psíquicos, de ver sin los ojos,
incluso objetos que era imposible distinguir por medio de la visión humana.
Al principio ese don fue usado como una especie de divertimiento para leer
con los ojos vendados cartas o relojes del público rústico allí reunido. En esos
casos todas las partes del cuerpo asumen la función de la vista, probablemente
porque el cuerpo etéreo o espiritual, que posee los mismos órganos que el
físico, está desprendido total o parcialmente, siendo él quien registra la
impresión. Como podía adoptar todas las posiciones y dar la vuelta completa,
le era posible ver desde cualquier ángulo. Tal es la explicación que se da de
tales casos, a uno de los cuales asistió el autor, en el norte de Inglaterra,
donde Tom Tyrrell, el famoso médium, admiró los cuadros colgados de las
paredes situadas detrás de su cabeza. Que sean los ojos etéreos los que vean el
cuadro, o que vean la duplicación etérea de dichos cuadros, es éste uno de los
varios problemas cuya solución dejamos a nuestros descendientes.
Levingston empleó primero a Davis para las diagnosis médicas. Describe
cómo el cuerpo humano se vuelve transparente para los ojos espiritistas. Cada
órgano se presenta con toda claridad y con una radiación especial propia, la
cual se obscurece en caso de enfermedad. Para una inteligencia médica

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ortodoxa, que al autor le merece toda clase de respetos, aquellas fuerzas son
sospechosas, porque abren la puerta a la superchería; pero no tiene más
remedio que admitir que todo lo dicho por Davis ha sido corroborado por la
propia experiencia de M. Bloomfield, de Melbourne, quien me describió la
admiración que sintió cuando aquellas fuerzas se le revelaron en la calle
poniéndole al descubierto la anatomía de dos personas que andaban delante de
él. Tales fuerzas han sido corroboradas hasta el extremo de utilizar
comúnmente los médicos a los clarividentes como auxiliares en las diagnosis.
Hipócrates dice: «Las afecciones sufridas por el cuerpo el alma las ve con los
ojos cerrados». Al parecer, los antiguos conocían ya algo de tales métodos.
Los servicios de Davis no se circunscribían a quienes le rodeaban, sino que su
alma o cuerpo etéreo podía ser liberado por la manipulación magnética de la
persona que le empleaba, y enviado fuera cual una paloma mensajera, con la
certeza de que volvería trayendo los informes deseados. Aparte de la
humanitaria misión que realizaba, podía en ocasiones vagar a voluntad,
habiendo él mismo descrito en magníficos pasajes de qué manera podía ver la
tierra translúcida abajo, con los grandes filones de mineral brillando a través
de la masa, como metal fundido, cada uno de los cuales tenía su especial
radiación.
Es notable que en aquellos primeros tiempos de los experimentos
psíquicos de Davis perdiera al salir del trance el recuerdo de las impresiones
que había tenido. Sin embargo, quedaban registradas en su inteligencia
subconsciente, y años más tarde las recordó con toda claridad. De momento
eran sólo una fuente de conocimientos para los demás, mientras él las
ignoraba.
Hasta aquel momento el desarrollo de sus facultades se había producido
de una manera nada original, puesto que éstas tenían semejanza con los
experimentos de todos los dedicados a la psíquica. Pero ocurrió un caso
completamente nuevo y que fue descrito con todo detalle en su autobiografía.
Brevemente expuestos, los hechos fueron los siguientes: en la mañana del día
6 de marzo de 1844, Davis se sintió súbitamente poseído por tal poder, que le
permitió volar desde la pequeña localidad de Poughkeepsie, donde vivía, y
hacer en un estado de semi-trance un rápido viaje. Cuando recobró su poder
perceptivo, se encontró en medio de abruptas montañas en las cuales halló a
dos hombres venerables con quienes entró en íntima y elevada comunión,
sobre medicina con el uno y sobre moral con el otro. Toda la noche estuvo
fuera, y cuando a la mañana siguiente preguntó dónde se hallaba, dijéronle
que en las montañas de Catskill, a cuarenta millas de su casa. Toda la

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narración tiene las trazas de un experimento subjetivo, un sueño o una visión,
y no podía menos que creerlo así, si no haber sido por los detalles de su
recepción y por la comida que tomó a su regreso. También cabe un término
medio, o sea, que el vuelo hasta las montañas fuera una realidad y las
conversaciones un sueño. Pretende que más tarde identificó en sus mentores a
Galeno y Swedenborg, cosa interesante por ser el primer contacto con
muertos a quienes pudo reconocerse. Todo el episodio parece visionario y
nada tiene que ver con los notables sucesos futuros de aquel hombre.
Sintió fuerzas aún superiores que se agitaban en su interior y se observó
que cuando le dirigían preguntas importantes durante el trance mesmérico,
contestaba siempre: «Contestaré a eso en mi libro». A los diez y nueve años
sintió que había llegado la hora de escribir ese libro. La influencia mesmérica
de Levingston no sirvió por una razón u otra, para el caso, por lo que se
escogió al Dr. Lyon como nuevo mesmerista. Lyon abandonó su clientela y se
fue con su protegido a Nueva York, presentándose en casa del Rev. Guillermo
Fishbough para que actuara como amanuense. Tal selección intuitiva parece
que estaba justificada, pues también el pastor abandonó su labor y aceptó la
misión. Lyon sometió al joven día tras día a los trances magnéticos cuyas
manifestaciones eran fielmente registradas por el secretario. El asunto no era
cuestión de dinero ni de reclamo, de manera que el crítico más escéptico no
podía menos que reconocer que la ocupación y el objeto de aquellos tres
hombres formaban extraordinario contraste con el mundo material metalizado
que les rodeaba: buscaban algo más allá, cosa que no podía ser más noble.
Hay que tener en cuenta que un conducto no puede dejar pasar más
líquido que el permitido por su diámetro. El diámetro de Davis era muy
distinto del de Swedenborg. Ambos poseían el conocimiento cuando se
hallaban en estado de iluminación. Pero Swedenborg era el hombre más
ilustrado de Europa, mientras Davis era un muchacho tan ignorante como el
que más en el Estado de Nueva York. Las revelaciones de Swedenborg eran
tal vez más grandes, pero también es probable que estuvieran influidas por su
propio cerebro. La revelación de Davis era un milagro incomparablemente
mayor.
El Dr. Jorge Bush, profesor de hebreo en la Universidad de Nueva York,
uno de los que siempre estuvieron presentes hasta que se pronunciaban las
fórmulas para la cesación del trance, escribe:
«Afirmo solemnemente que he oído hablar a Davis correctamente la
lengua hebrea en sus sesiones, y hacer gala de tal cúmulo de conocimientos
de geología, que es asombroso en una persona de su edad, aunque se hubiera

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dedicado varios años a esos estudios. Discutió, con la misma señalada
habilidad, las más profundas cuestiones de arqueología histórica y bíblica, de
mitología, del origen y afinidades del lenguaje, y del progreso de la
civilización en las diferentes naciones del globo, lo cual honraría a cualquier
erudito de su edad, aunque para conseguir tal resultado hubiese tenido que
pasar por todas las bibliotecas de la Cristiandad. Por lo demás, aunque
hubiera adquirido todos los conocimientos puestos de relieve en sus sesiones,
no en los dos años transcurridos desde que abandonó los bancos de la escuela,
sino en toda su vida, con los más asiduos estudios, ningún prodigio intelectual
de cuantos el mundo tiene noticia podría compararse con él ni un solo
momento, puesto que jamás leyó ni un volumen ni una página».
Bush nos hace una descripción notable de Davis tal como era entonces:
«La circunferencia de su cabeza es pobre», dice. «Si el tamaño es la medida
del poder, la capacidad mental de aquel joven era muy limitada. Sus
pulmones eran débiles y poco desarrollados. No vivió bajo influencias
refinadas, pues sus maneras eran rústicas y vulgares. No conoce la gramática
ni las reglas del lenguaje, ni tenía idea de los hombres científicos o literarios».
Tal era el joven de diez y nueve años del cual fluía ahora una magnífica
catarata de palabras y de ideas abiertas a la crítica no por lo sencillas, sino por
lo sumamente complejas y expuestas en términos doctos con una fuerte fibra
de raciocinio y método.
Está bien hablar de la inteligencia subconsciente, pero ello habíase
tomado hasta entonces como una apariencia de ideas recibidas y como
dormidas. Cuando, por ejemplo, el mismo Davis recordaba, a través de su
evolución, lo ocurrido en sus trances, parecía como si saliera de un mundo de
impresiones muertas. Parece un abuso de palabras hablar de inteligencia
subconsciente, cuando tratamos de algo a lo cual jamás llegará por medios
normales la más desarrollada inteligencia, consciente o no.
Tal fue el comienzo de la gran revelación psíquica de Davis objeto de
varios libros por él escritos y a lo que puso el título de «Filosofía armónica».
Más tarde trataremos de su naturaleza y lugar en la enseñanza psíquica.
En esa fase de su vida, Davis pretende haber estado bajo el influjo directo
de la persona que más tarde resultó ser Swedenborg, nombre que entonces le
era perfectamente desconocido. De tiempo en tiempo recibía las llamadas
clariaudientes de «venid a la montaña». Esa montaña era una eminencia en la
margen más apartada del Hudson, al otro lado de Poughkeepsie. Pretende que
en aquella montaña encontró y conversó con una figura venerable. Parece que
en el hecho no hubo detalle alguno de materialización; el incidente no tiene

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caso análogo en nuestra experiencia psíquica, salvo —y lo decimos con todo
respeto—. El episodio de Cristo hablando en la montaña con las formas de
Moisés y Elías.
Davis no parece haber sido de ningún modo un hombre religioso en el
sentido usual y corriente, aunque estuviera empapado del verdadero poder
espiritual. Sus ideas, según lo que de ellas se conoce, tendían francamente a la
crítica de la revelación bíblica, y, poniendo las cosas en lo peor, no creía en la
interpretación literal. Pero era honrado, serio, incorruptible, amante de la
verdad y consciente de su responsabilidad en proclamarla.
Durante dos años el Davis inconsciente continuó dictando sus libros sobre
los secretos de la Naturaleza, mientras el Davis consciente se instruía en
Nueva York con vistas a nuevas visitas a Poughkeepsie. Había comenzado a
llamar la atención de algunas personas muy serias, siendo uno de sus
visitantes Edgard Allan Poe. Su desarrollo psíquico continuó progresando, y
antes de cumplir los veintiún años su estado era tal, que no necesitaba de
nadie para entrar en trance, sino que se bastaba a sí mismo para ello. Su
memoria subconsciente se despertó al fin y pudo abarcar toda la vasta
perspectiva de sus experiencias anteriores. Por ese tiempo veló a una mujer
moribunda, y observó todos los detalles de la partida de su alma, cuya
admirable descripción nos da en el primer volumen de la «Filosofía
armónica». Aunque su descripción ha aparecido en un folleto aparte, no se ha
divulgado todo lo que debiera, por lo que puede interesar al lector conocerlo
abreviadamente.
Comienza con la consoladora reflexión de que los propios vuelos de su
alma le mostraron que el paso a la otra vida era «interesante y agradable, y
que aquellos síntomas que parecen ser señales de dolor son realmente
movimientos reflejos inconscientes del cuerpo». Luego explica cómo
habiéndose sumido en lo que él llama «superior condición», observó las
distintas gradaciones del fenómeno desde el aspecto espiritual. «Los ojos
materiales sólo pueden ver lo que es material, y los espirituales lo que es
espiritual», pero como resulta que todo tiene una contrapartida espiritual, el
resultado es el mismo. Así, cuando el espíritu viene a nosotros, no somos
nosotros quienes lo percibimos, sino nuestros cuerpos etéreos, que son, no
obstante, duplicaciones de nosotros mismos.
Ese cuerpo etéreo de la moribunda fue el que vio Davis surgir de la pobre
envoltura externa de protoplasma, que finalmente quedó vacía sobre la cama,
como la arrugada crisálida cuando queda libre la mariposa. El proceso
comenzó en la mujer con una extraordinaria concentración cerebral, que se

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hizo cada vez más luminosa a medida que las extremidades se obscurecían. Es
probable que el hombre nunca piense con tanta claridad o sea tan
intensamente consciente, como cuando se ve libre de todos los medios
indicadores de sus pensamientos. Entonces comenzó a separarse el nuevo
cuerpo, liberándose ante todo la cabeza. Pronto quedó completamente libre,
formando ángulo recto con el cuerpo, con sus pies cerca de la cabeza, y con
cierto hilo luminoso vital correspondiente al cordón umbilical. Roto el hilo,
una pequeña parte volvió al cuerpo muerto para preservarle de una
putrefacción inmediata. En cuanto al cuerpo etéreo, tardó algún tiempo en
adaptarse al nuevo medio, hasta que al fin pasó a través de la puerta abierta.
«La vi pasar a través de la habitación contigua, salir por la puerta y subir por
el aire… En cuanto salió de la casa, se le unieron dos espíritus amigos
venidos de la región espiritual, y, después de reconocerse y de entrar los tres
en comunicación de la más graciosa manera, comenzaron a subir
oblícuamente a través de la envoltura etérea de nuestro globo. Andaban juntos
tan natural y paternalmente, que difícilmente podía convencerme de que
pisaban el aire —parecía que andaban sobre la falda de una gloriosa montaña
que les fuera familiar. Continué mirándoles hasta que la distancia les alejó de
mi vista».
Tal es la visión de la muerte, según A. J. Davis, muy diferente de ese
tremebundo horror que durante tan largo tiempo ha obsesionado a la
imaginación humana. Si eso es verdad, simpatizamos con el Dr. Hodgson
cuando exclama: «Se me hace pesado esperar tanto tiempo». ¿Será ello
cierto? Lo único que podemos decir es que está corroborado por muchos
hechos evidentes.
Los que han llegado al estado cataléptico o entraron en el coma, han
conservado impresiones que corroboran las explicaciones de Davis, si bien
otros recobraron sus sentidos sin recordar impresión alguna. El autor, estando
en Cincinnati en 1923, entró en relación con la señora Monk, dada por muerta
por los médicos, y que durante una hora aproximadamente experimentó la
existencia post-mortem hasta que un capricho de la suerte la devolvió la vida.
Esa señora escribió un breve relato de su experiencia, en el cual dice
recordaba su salida de la habitación en la misma forma relatada por Davis, así
como el hilo plateado que continuaba uniendo su alma viviente con su cuerpo
comatoso. El periódico Luz (25 de marzo de 1922), refiere un caso notable de
cinco hijas de una mujer moribunda, todas ellas clarividentes, que vieron y
relataron el proceso de la muerte de la madre. También en ese caso el proceso
descríbese de una manera parecida, y las diferencias que pueda haber

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demuestran solamente que el encadenamiento de los hechos no siempre está
regulado por las mismas leyes. Otro caso de extraordinario interés lo hallamos
en un dibujo ejecutado por una médium infantil, el cual representa el alma
abandonando el cuerpo. Véase la descripción en la obra de la señora De
Morgan, «De la Materia al Espíritu» (pág. 121). Ese libro, con su
substancioso prefacio escrito por el célebre matemático profesor De Morgan,
es una de las obras de vanguardia del movimiento espiritista en la Gran
Bretaña. Cuando se piensa que fue publicado en 1863, se deplora el éxito de
esas fuerzas de obstrucción, reflejadas tan intensamente en la prensa, la cual
ha conseguido interponerse durante varios años como una barrera entre el
mensaje de Dios y la raza humana.
El poder profético de Davis solamente puede ser pasado por alto por los
escépticos que ignoren la realidad de los hechos. Antes de 1856 profetizó
detalladamente la aparición de los automóviles y de las máquinas de escribir.
En su libro «La Panetralia», se lee lo siguiente:
«Pregunta: ¿Podrá hacer el utilitarismo otros descubrimientos en el campo
de la locomoción?».
—Sí; se verán coches y salones para viajar por las carreteras, sin caballos,
sin vapor, sin ninguna fuerza motriz visible, moviéndose con mucha mayor
velocidad y con más seguridad que ahora. Los vehículos serán impulsados por
una extraña, sencilla y agradable mezcla de gases acuoso y atmosférico, tan
fácilmente condensados, tan sencillamente encendidos y de tal manera
acarreados a la máquina, más o menos parecida a las nuestras, que quedarán
completamente ocultos, manipulándose entre las dos ruedas delanteras. Tales
vehículos pondrán fin a las molestias de todo género que hoy dificultan la
vida de las personas residentes en territorios poco poblados. Lo primero que
exigirán esas locomotoras sin carriles de hierro, es magníficas carreteras, en
las cuales las máquinas desprovistas de caballos puedan viajar con gran
rapidez. Esos vehículos se me aparecen de construcción poco complicada.
Luego se le preguntó:
«¿Percibe usted algún plan por el cual se haga más expedito el arte de
escribir?».
—Sí; me siento casi inclinado a inventar un psicógrafo automático, es
decir, un alma escritora artificial. Puede construirse como un piano, con una
escala de llaves que representen los sonidos fundamentales; otra más baja
representará una combinación, y una tercera una rápida recombinación; de
suerte que la persona en vez de tocar una pieza musical, escribirá un sermón o
un poema.

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De la misma manera, aquel vidente, contestando a una pregunta relativa a
lo que se llamaba entonces «navegación atmosférica», sintió, «profundamente
impresionado», que «el necesario mecanismo —para pasar a través de las
adversas corrientes de aire de modo que podamos bogar tan fácil, segura y
agradablemente como las aves— depende de una nueva fuerza motriz. Esa
fuerza existirá un día, y no solamente impulsará a la locomotora sobre los
rieles y al coche en las carreteras, sino también a los vehículos aéreos, que
atravesarán los cielos de un país a otro».
Predijo el Espiritismo en sus «Principios de la Naturaleza», publicados en
1847, donde dice:
«Es una verdad que los espíritus se comunican entre sí mientras uno se
halla en el cuerpo y el otro en las esferas elevadas, y ello aunque la persona
corporal sea inconsciente de tal influjo y, por consiguiente, no pueda ser
convencida por los hechos. Antes de mucho tiempo esta verdad será revelada
en forma de demostración viviente. El mundo saludará con alegría la venida
de esa era en que se establecerá la comunicación espiritual como ya lo está
entre los habitantes de Marte, Júpiter y Saturno».
En esta materia las enseñanzas de Davis eran definitivas, pero hay que
declarar que gran parte de su obra es difícil de leer a causa de las palabras que
usa y hasta del vocabulario propio que ocasionalmente inventa. Sin embargo,
siempre se mantiene en un nivel moral e intelectual muy alto, y con una ética
cual la de Cristo aplicada a los modernos problemas y completamente libre de
todo rastro de dogma. La «Religión Documental», como Davis llama a la de
hoy, no es de ningún modo religión según él. Este nombre sólo puede
aplicarse al producto personal de la razón y de la espiritualidad. Tales son las
líneas generales de su enseñanza mezclada con varias revelaciones de la
Naturaleza, según se desprende de los sucesivos libros de la «Filosofía
Armónica», que siguieron a las «Revelaciones de la Naturaleza Divina» y
ocuparon los siguientes años de su vida. Muchas de sus enseñanzas aparecen
en un extraño periódico titulado El Univercoelum, o fueron difundidas en las
conferencias que dio para que conociera el público los resultados de sus
revelaciones.
En su visión del Más Allá, Davis vio una disposición del universo que
corresponde muy aproximadamente a la de Swedenborg, y a lo que más tarde
dijeron los espíritus y fue aceptado por los espiritistas. Vio una vida que se
parecía a la de la tierra, una vida que puede llamarse semi-material, con
placeres y objetivos adaptados a nuestras naturalezas, que la muerte no
modifica en manera alguna. Vio estudio para los estudiosos, labor genial para

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los enérgicos, arte para los artistas, belleza para los amantes de la Naturaleza,
reposo para los cansados. Vio fases graduales en la vida espiritual, a través de
las cuales se asciende a lo sublime y a lo celestial. Llevó su magnífica visión
hasta más allá del universo presente y vio éste cómo se disolvería una vez
más volviendo a la forma de nube incandescente de la cual salió, y que,
consolidándose de nuevo, habrá de formar una esfera superior en la cual
tendrá lugar una evolución más elevada, con una clase más alta procedente de
la inferior que antes existía. Tal proceso se renovaría innumerables veces
cubriendo trillones de años, en un trabajo continuo de refinamiento y
purificación. Describió esas esferas como círculos concéntricos alrededor del
globo, pero como declara que ni el espacio ni el tiempo están claramente
definidos en sus visiones, no podemos tomar su geografía en un sentido
demasiado literal. El objeto de la vida es merecer una calificación superior y
el medio más adecuado para el mejoramiento humano consiste en no caer en
el pecado, no sólo en los pecados actualmente reconocidos, sino en los
pecados de superstición y estrechez de miras, tan despreciables así en relación
con la carne efímera como con el espíritu eterno. Para conseguir ese fin, es
esencial volver a la vida sencilla, a las creencias simples y a la fraternidad
primitiva. El dinero, el alcohol, la lujuria, la violencia y el sacerdocio —en su
sentido estrecho— son las rémoras del progreso de la raza humana.
Debemos admitir, por lo que conocemos de la vida de Davis, que éste
vivió de sus propias profesiones. Era de la materia de donde salen los santos.
Su autobiografía llega sólo hasta 1857, de manera que tenía poco más de
treinta años cuando la publicó, a pesar de lo cual, da una muy completa y a
veces involuntaria descripción de su ser íntimo.
Era muy pobre, pero fue justo y caritativo. Era de carácter serio, pero al
mismo tiempo tranquilo en la argumentación y considerado en la
contradicción. Se le dirigieron graves cargos, los cuales él mismo recoge con
tolerante ánimo. Describe en detalle sus dos primeros matrimonios, raros
como todo cuanto le ocurría, hablando ambos muy alto en su favor. Desde la
fecha en que terminó su obra «La varita mágica», toda la vida la pasó leyendo
y escribiendo y haciendo prosélitos hasta que murió en 1910, a la edad de
ochenta y cuatro años. Durante los últimos de su vida regentó una pequeña
librería en Boston. El hecho de que su «Filosofía Armónica» ha tenido más de
cuarenta ediciones en Norte América, demuestra que la semilla que arrojó con
tanta asiduidad, no cayó en tierras baldías.
Lo importante para nosotros es la parte representada por Davis al
comenzar la nueva revelación espiritual. Él preparó el terreno a esa revelación

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con la cual estaba destinado a asociarse, habiendo conocido la demostración
material de Hydesville desde el primer día. En sus notas aparece la siguiente
frase, bajo la fecha memorable de 31 de marzo de 1848: «Esta mañana, hacia
el amanecer, un hálito fresco pasó por mi rostro, y oí una voz, tierna y segura,
que me decía: —Hermano, ha comenzado la buena labor; contempla la
demostración viviente que se inicia—. Me quedé divagando acerca del
significado de tal mensaje». Era el comienzo del poderoso movimiento en el
cual debía actuar como profeta. Sus fuerzas eran supernormales en el sentido
mental, así como las señales físicas lo son en el sentido material. Unas eran
complemento de las otras. Era, hasta los límites de su capacidad, el alma del
movimiento, el cerebro dotado de la clara visión del mensaje anunciado por
tan nueva y extraña vía. Ningún hombre podía hacerse cargo de aquella
misiva por lo infinita y por pasar de los límites que podemos alcanzar con los
medios humanos corrientes; pero Davis la interpretó tan exactamente en su
tiempo y en su generación, que aun hoy poco puede añadirse a su obra.
Había ido más allá que Swedenborg, aunque no tenía los dones mentales
de éste. Swedenborg había visto un cielo y un infierno, tal como Davis los vio
y describió con todo detalle. Swedenborg, sin embargo, no pudo tener una
clara visión de la situación del muerto y de la verdadera naturaleza del mundo
espiritista con la posibilidad, por parte de aquél, de volver a la tierra, según le
fue revelado al vidente americano. Ese conocimiento lo obtuvo Davis de una
manera paulatina. Sus extrañas conversaciones con los que llama «espíritus
materializados» eran cosas excepcionales, de las cuales al pronto no dedujo
conclusiones importantes. Sólo más tarde, cuando se puso en contacto con
fenómenos espiritistas efectivos, llegó a colegir su verdadera significación.
Davis hizo inteligentes recomendaciones a los espiritistas. «El Espiritismo es
útil como demostración viviente de una existencia futura», dice. «Los
espíritus me han ayudado durante mucho tiempo, pero no han dominado ni mi
persona ni mi razón. Pueden y deben realizar los mejores servicios en
provecho de quienes están en la tierra, pero tales beneficios sólo pueden
procurárselos aquellos que consientan a los espíritus ser sus maestros y no sus
dueños, es decir, compañeros y no dioses a quienes deba adorarse».
Sabias palabras y confirmación moderna de la observación vital de San
Pablo, según la cual el profeta no debe estar sujeto a sus propios dones.
Para explicarse adecuadamente la vida de Davis hay que tener muy en
cuenta sus condiciones supernormales, y aun así pueden obtenerse distintas
explicaciones, cuando se consideran los siguientes hechos innegables:

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1. º Que afirma haber visto y oído a la forma materializada de
Swedenborg antes de conocer ninguna de sus enseñanzas.
2. º Que en su ignorante infancia poseía algo que le infundió gran
perspicacia y saber.
3. º Que ese conocimiento alcanzó los amplios límites universales
arrolladores característicos de Swedenborg.
4. º Pero que él fue una etapa más allá, habiendo aportado precisamente
ese conocimiento del poder espiritista que Swedenborg sólo pudo conseguir
después de la muerte.
Considerando esos cuatro puntos, ¿no es una hipótesis admisible que el
poder que Davis poseía fuera efectivamente Swedenborg? Sería conveniente
que la estimable, pero estrecha y limitada Nueva Iglesia, tuviera en cuenta
esas posibilidades. Pero tanto si Davis obró aisladamente, como si fue el
reflejo de otro más grande que él, queda el hecho de haber sido un hombre
milagroso, el inspirado e inteligente apóstol de una nueva ley. Tan fuerte fue
su influencia que el conocido artista y crítico Mr. E. Wake Cook, en su
notable libro «Regresión en Arte», califica las enseñanzas de Davis como una
influencia que podía reorganizar el mundo.
Davis dejó su profunda huella en el Espiritismo. Como ha observado Mr.
Baseden Butt, «incluso en nuestros días es muy difícil, si no imposible,
calcular toda la extensión de su influencia».[1]

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CAPÍTULO IV
EL EPISODIO DE HYDESVILLE

Hemos expuesto hasta aquí varias manifestaciones, irregulares e inconexas,


de la fuerza psíquica, llegando ahora a un episodio que se produjo en nivel
inferior a los otros, pero ocurrido a la vista de personas prácticas que lo
investigaron por completo a la luz de la razón y redujeron a sistema lo que
hasta entonces había sido mero objeto de admiración sin fin determinado. Es
verdad que las circunstancias del caso a que aludimos, eran humildes, los
actores sencillos, el lugar remoto, y la «comunicación» poco elevada, puesto
que obedecía a motivos de venganza. Sin embargo, cuando en los cotidianos
asuntos de este mundo se quiere saber si un hilo telegráfico trabaja, se
comprueba si pasa el despacho, siendo secundario si el texto del mensaje es
más o menos prosaico. Dícese que el primer mensaje que pasó a través del
cable trasatlántico era una pregunta vulgar hecha por el ingeniero verificador,
a pesar de lo cual reyes y presidentes lo usaron después. Así puede decirse
que el humilde espíritu del buhonero asesinado en Hydesville, abrió un claro
por el cual precipitáronse los ángeles. Hay bueno y malo interpuesto entre
éste y el Otro Mundo: el ente que atraemos no depende sino de nosotros
mismos y de los móviles que nos impulsan. Hydesville es un pueblecillo
típico del Estado de Nueva York, con una población primitiva,
indudablemente poco culta, pero que estaba como todos esos pequeños
centros de vida americanos, más libre de prejuicios y más abonado para las
nuevas ideas que cualquier otro pueblo de la época. Aquel pueblecillo, situado
a unas veinte millas de la ciudad de Rochester, sólo constaba de unas cuantas
casas de madera del tipo más humilde. En una de ellas, que apenas habría
bastado para las necesidades de un veedor de condado británico, se
produjeron los fenómenos que, en opinión de muchos, han sido la cosa más
importante con que América contribuyera al común acervo espiritual del
mundo. Habitaba allí una honrada familia de granjeros llamada Fox, nombre
que, por coincidencia curiosa, había ya registrado la historia religiosa, por ser
el del apóstol de los cuákeros. Se componía del padre, de la madre, ambos

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metodistas en religión, y dos hijas residentes en la casa en el momento en que
las manifestaciones de ultratumba llegaron a tal punto de intensidad que
atrajeron la atención general. Las niñas llamábanse Margarita, de catorce
años, y Catalina, de once. Había otros hijos que vivían fuera, de los cuales
sólo uno, Lea, que era profesora de piano en Rochester, tomó parte en esta
historia.
La casita tenía cierta mala reputación, según pruebas indubitables
recogidas y publicadas poco después del suceso. En vista de la extraordinaria
importancia de todo cuanto se refiere al caso, hay que reproducir algunos
extractos de las declaraciones que sobre él prestaron algunas personas, pero
para evitar que el relato quede dislocado, tales pruebas se publicarán en el
Apéndice. Pasemos ahora a la época en que la familia Fox alquiló la casita, el
11 de diciembre de 1847. Hasta el año siguiente no comenzaron a oírse los
ruidos, que no obstante, otros arrendatarios habían tenido ya ocasión de oír.
Esos ruidos consistían en golpes como si un visitante exterior advirtiera su
presencia a la puerta de la vida humana y su deseo de que se le abriera la
puerta. Iguales golpes (completamente desconocidos de aquellos granjeros
ignaros), se habían oído ya en Inglaterra en 1661, en la casa de Mr.
Mompesson, en Tedworth[2]. Melanchton recuerda que hubo golpes análogos
en Oppenheim, en Alemania, en 1520, y otros semejantes se oyeron en
Epwoth Vicarage, en 1716. Pero los golpes dados en la casita de los Fox
estaban destinados más que los anteriores a hacer abrir las puertas.
Los ruidos no parece que incomodaron a la familia Fox hasta mediados de
Marzo de 1848. Desde aquel momento comenzaron a aumentar en intensidad.
Unas veces eran un mero golpe; otras veces parecían producidos por el rodar
de los muebles. Las niñas llegaron a alarmarse tanto que se negaron a dormir
solas, por lo que los padres se las llevaron a su alcoba. Los ruidos eran tan
fuertes que las camas temblaban. Se hicieron todas las investigaciones
posibles, espiando el marido a un lado de la puerta y la mujer al otro, pero los
ruidos continuaban. En seguida se echó de ver que la luz del día era enemiga
del fenómeno, lo cual robusteció la idea de que todo era una tramoya, pero
cuanto se hizo para comprobarla fracasó. Finalmente, en la noche del 31 de
marzo, hubo una explosión fuerte y continua de ruidos inexplicables. Aquella
noche se llegó a un alto grado de perfeccionamiento psíquico, a causa de que
la jovencita Catalina Fox desafió al poder invisible a que repitiera los golpes
que ella producía con los dedos. Aquellos seres rudos en paños menores, de
rostro inmovilizado por un gesto de ansiedad, formando irregular círculo a la
luz de unas bujías que llevaban sus propias sombras hasta los rincones de la

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sórdida habitación, constituían magnífico asunto para un cuadro de historia.
Si se buscara por todos los palacios y cancillerías del año 1848, no se
encontraría en ellos estancia más histórica que aquel pequeño dormitorio.
El reto de la muchacha fue inmediatamente atendido aun cuando fue
formulado con palabras de tímida indecisión. Cada golpe tuvo su eco en otro
golpe. Por humildes que fueran los operadores en cada extremo, el telégrafo
espiritual había entrado en acción, quedando a la paciencia y al ardor moral
de la raza humana el cuidado de determinar el valor que su uso pudiera tener
en lo futuro. Había en el mundo muchas fuerzas inexplicadas, pero allí se
presentaba una que pretendía tener tras sí una inteligencia independiente de
las demás. Tal era la suprema significación del fenómeno.
La señora Fox quedó aterrada ante aquel hecho, sobre todo al descubrir
que aquella fuerza podía ver y oír, pues cuando Catalina movió los dedos sin
hacer ruido, los golpes continuaron contestando. La mujer hizo una serie de
preguntas, cuyas contestaciones, expresadas por medio de números,
demostraron mayor conocimiento acerca de las cosas de la casa que los que
ella misma tenía. Por ejemplo, los golpes dijeron que había tenido siete hijos,
siendo así que la mujer protestaba de que sólo había dado nacimiento a seis,
pues no recordaba que uno había muerto a poco de venir al mundo. Una
vecina, la señora Redfield, fue llamada por los Fox, y su regocijo se convirtió
en asombro y luego en terror al notar la exactitud de las contestaciones a
ciertas preguntas de carácter íntimo que formuló.
Al esparcirse el rumor de tales maravillas, los vecinos acudieron en masa.
Uno de ellos se llevó a las dos niñas a su casa, mientras la señora Fox fue a
pasar la noche en la de la señora Redfield. En ausencia de ellos el fenómeno
continuó desarrollándose de la misma manera que antes, lo cual hacía
desechar radicalmente las teorías de los crujidos de músculos y huesos y de
rodillas dislocadas aducidas con tanta frecuencia por gentes ignorantes de la
realidad de los hechos medianímicos.
Habiendo formado una especie de comité de investigación la gente, a la
manera yanqui, pasó gran parte de la noche del 31 de marzo en preguntas y
respuestas con el invisible fantasma. Según éste, se trataba de un espíritu;
había sido herido en aquella casa; denunciaba con golpes el nombre del que le
hirió; tenía treinta y un años de edad en el momento de su muerte, ocurrida
cinco años antes; había sido asesinado por dinero, y le habían enterrado en la
cueva, a diez pies de profundidad.
Los investigadores bajaron a la cueva, y en medio de ella empezaron
entonces a resonar sordos y fuertes golpes dados al parecer con los dedos

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debajo de tierra. Allí estaba el lugar de la inhumación. Un vecino llamado
Duesler, fue el hombre que por primera vez apeló al alfabeto y obtuvo
respuestas en forma de golpes dados al llegar a las letras indicadas. De esta
forma se averiguó el nombre del hombre muerto: Carlos B. Rósma. Este
procedimiento de los mensajes coordinados no se desarrolló hasta cuatro
meses más tarde, cuando Isaac Post, un cuákero de Rochester, señaló el
camino que debía seguirse. Tales fueron, en grandes líneas, los sucesos de
marzo, 31, continuados y confirmados en la noche siguiente, a presencia de lo
menos doscientas personas congregadas alrededor de la casa. El día 2 de abril
se notó que los golpes se producían tanto de día como de noche. Hemos
bosquejado el cuadro sintético de los hechos de la noche de 31 de marzo de
1848, pero como se trata de rememorar la pequeña raíz que había de dar
origen a un frondoso árbol, nos parece preferible ampliar el relato del suceso
tomándolo de dos testigos entre los varios que tuvo. Su declaración fue hecha
cuatro días después de lo ocurrido, y forma parte de un admirable informe de
investigación psíquica redactado por el comité local, y al que nos referiremos
más adelante. Uno de esos testigos, la señora Fox, declaró:

«En la noche de los primeros ruidos todos nos despertamos,


encendimos una bujía y registramos la casa, sin que cesaran un
momento los golpes, que se oían casi siempre en el mismo
lugar. Aunque no muy fuerte, producíase a la vez un
movimiento en los muebles y en las sillas, muy perceptible,
sobre todo cuando volvimos a acostarnos. Era un movimiento
trémulo más bien que una sacudida súbita. Continuó durante
toda la noche hasta que nos quedamos dormidos. Yo no pude
conciliar el sueño hasta las doce. El día 30 de marzo fuimos
molestados toda la noche. Los ruidos se oían en todas las
habitaciones de la casa. Mi marido salió afuera mientras yo
permanecía dentro, sonando los golpes en la misma puerta que
nos separaba. Oí pisadas en la despensa y como si alguien
anduviese debajo, en la escalera; no podíamos estar tranquilos;
deduje que la casa estaba visitada por algún espíritu. Muchas
veces había oído hablar de ellos, pero jamás había presenciado
cosa parecida ni me había ocurrido nada análogo.
»La noche del viernes, 31 de marzo de 1848, habíamos
decidido acostarnos más temprano y no consentir que se nos
molestara con ruidos haciendo todo lo posible por dormir en
paz. Pero aún no se había acostado mi marido, cuando

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empezaron a oírse los estrépitos, que aquella noche sonaban de
modo distinto. Las niñas, que dormían en una cama instalada en
nuestra alcoba, oyeron los golpes, y probaron a imitarlos
golpeando con los dedos.
»La menor, Catalina, decía: “Señor desconocido, haga usted
lo que yo hago”, y daba golpecitos con los dedos.
Inmediatamente contestaba el mismo número de golpes.
Cuando ella se paraba, el ruido también cesaba durante corto
tiempo. Luego Margarita dijo un poco como de burla: “Ahora
haga lo mismo que yo: cuente uno, dos, tres, cuatro”, y golpeó
al mismo tiempo con los dedos; los ruidos contestaron como
antes. La niña se quedó aterrada. Luego Catalina,
ingenuamente, exclamó: “¡Oh, madre, ya sé lo que es! Pronto
será el día de los Inocentes, y hay alguien que quiere burlarse
de nosotros”.
»Entonces pensé en hacer una prueba cuyo resultado
ninguno pudiéramos poner en duda. Pregunté al de los ruidos
que me indicara con golpes y de una manera sucesiva, la edad
de cada uno de mis hijos; instantáneamente me dio esa edad,
parándose lo suficiente entre la de uno y otro para que yo
pudiera contar hasta el número de siete. Siguió a esto una pausa
más larga, y luego una serie de tres golpes fuertes
correspondientes a la edad de un hijo fallecido, y que era el más
pequeño de todos.
»Luego pregunté: —¿Es un ser humano quien contesta a
mis preguntas? A esto no respondió ningún golpe. Volví a decir
—: Si es un espíritu, que dé dos golpes. Inmediatamente
resonaron los dos golpes. A continuación indiqué: —Si se trata
de un ser humano que fue herido, que dé dos golpes. Estos se
oyeron en seguida tan fuerte que la casa tembló. Continué
preguntando—: ¿Fue usted herido en esta casa? La contestación
fue la misma que antes. —¿Vive la persona que le agredió?
Contestación por medio de golpes, como antes. Por tal
procedimiento descubrí que había sido muerto en mi misma
casa; que era un hombre de treinta y un años; y que sus restos
habían sido enterrados en la cueva; que su familia se componía
de la mujer y cinco hijos, dos varones y dos hembras, todos los
cuales vivían en el momento de ser asesinado, y que la esposa

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había fallecido después. Finalmente, le pregunté—: ¿Continuará
usted golpeando si llamo a mis vecinos para que puedan
también oírle? Los golpes contestaron con fuerza en señal
afirmativa.
»Mi esposo salió a buscar a la vecina de al lado, que es la
señora Redfield. Se trata de una mujer muy cándida. Las niñas,
sentadas en la cama, muy juntas una a otra, temblaban de
miedo. Yo creo que estaba tan tranquila como estoy ahora. La
señora Redfield vino en seguida (eran las siete y media),
creyendo que haría reír a las niñas, pero cuando las vio pálidas,
miedosas, casi mudas, se quedó cortada y empezó a creer que se
trataba de algo más serio de lo que supuso. Hice algunas
preguntas en nombre de mi vecina y obtuve contestaciones por
el procedimiento anterior, diciéndonos su edad exactamente. La
señora llamó a su marido, ante quien formulamos las mismas
preguntas, obteniendo las mismas contestaciones.
»Entonces el señor Redfield salió en busca del señor
Duesler, de su mujer y de otras varias personas. A su vez
Duesler llamó a los matrimonios Hyde y Jewell. Duesler hizo
varias preguntas inmediatamente seguidas de las
correspondientes respuestas. Luego hice yo venir a cuantos
vecinos pude, y pregunté al espíritu si alguno de ellos había
sido el agresor, pero no obtuve contestación. Duesler preguntó:
“¿Fue usted asesinado?”. Los golpes fueron afirmativos. “¿Su
asesino cayó en poder de la justicia?”. No contestó ningún
ruido. “¿Puede ser castigado por la ley?”. Ninguna
contestación. Luego ordenó: “Si su matador no puede ser
castigado manifiéstelo por medio de golpes”, y los golpes se
hicieron claros y distintos. De la misma manera Duesler logró
enterarse de que el desconocido fue asesinado en la habitación
situada al este de la casa, hacía unos cinco años, y que el
asesino fue un tal… cometiéndose el crimen un martes por la
noche, a las doce; que fue degollado con un cuchillo de
carnicero; que el cuerpo fue bajado a la cueva; que no fue
enterrado hasta la noche siguiente; que fue arrastrado escaleras
abajo enterrándosele a diez pies de profundidad. Con golpes
afirmativos dio a entender que el móvil del crimen había sido el
robo. A la pregunta: “¿Cuánto fue lo robado?”. ¿Un centenar de

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dólares? No hubo contestación, como tampoco al preguntar si
fueron doscientos, trescientos, etc., pero al decir quinientos, los
golpes contestaron afirmativamente.
»Algunos vecinos más que estaban cerca, fueron llamados
como testigos, y todos pudieron oír las preguntas y respuestas.
»Varios permanecieron en mi casa toda la noche. Yo salí
con mis hijas.
»Al día siguiente, sábado, la casa se nos llenó de gente. No
se habían oído ruidos durante el día, pero desde el anochecer
comenzaron de nuevo. Estaban presentes más de trescientas
personas.
»Por la noche, se empezó a cavar en la cueva, pero se
encontró agua y tuvo que suspenderse el trabajo. El domingo no
se oyeron ruidos ni por la tarde ni por la noche. Esteban. B.
Smith con su esposa (mi hija María), y mi hijo David S. Foxy
su mujer, durmieron en casa ese día.
»Nada volví a oír desde entonces hasta ayer, en que antes de
media noche hicimos varias preguntas a las cuales se nos
contestó por el mismo conducto de los golpes. Hoy oí los ruidos
varias veces.
»No creo en casas encantadas ni en apariciones. Me
contraría que haya producido tanto revuelo este suceso, que,
para nosotros, se ha traducido en gran molestia. Considero una
verdadera desgracia habitar en esta casa, y sólo ansío que la
verdad sea conocida y se explique claramente lo que ocurre.
Ninguna intervención tengo en los ruidos; todo lo que yo puedo
decir es que se han oído repetidamente como queda apuntado.
He vuelto a oírlos esta mañana (martes), 4 de abril. Mis hijos
los han oído también.

»Certifico que la declaración anterior me ha sido leída; que


concuerda con la verdad, y que estoy dispuesta a jurarlo si es
necesario.

»(Firmado) MARGARITA FOX.

Declaración de Juan D. Fox

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«Conozco la anterior declaración de mi esposa, Margarita
Fox; la he leído y certifico que lo declarado es cierto en todas
sus partes. He oído los mismos varias veces, y siempre
obtuvieron la misma contestación, sin que haya habido jamás
una sola contradicción.
»No conozco la causa de esos ruidos ni si fueron producidos
por medios naturales. Registramos toda la casa, a horas
distintas, para comprobar en lo posible si alguien se había
escondido con el fin de producirlos, pero a nadie ni nada
hallamos que pudiera explicar este misterio. Todo ello nos ha
producido no poca molestia y ansiedad.
»Centenares de personas han visitado la casa, de tal modo,
que nos ha sido imposible dedicarnos a nuestras tareas
cotidianas, y lo que deseo es que cuanto antes se ponga en claro
por qué medios naturales o sobrenaturales se han producido los
ruidos. La excavación de la cueva se reanudará tan pronto como
se achique el agua y entonces comprobaremos si hay allí restos
humanos. Si los hubiera, no dudaría de que el fenómeno tiene
origen sobrenatural.

(Firmado) JUAN D. FOX».

Los vecinos, como ya dijimos, se constituyeron en comité de


investigación, dando con ello, por sus rectas intenciones y su interés, una
lección a más de un investigador de los que luego actuaron. Comenzaron por
no imponer condición alguna a nadie, es decir, se despojaron de todo
prejuicio, atentos sólo a registrar fielmente los hechos. No solamente
recogieron las impresiones de cuantos asistieron a los sucesos, sino que más
tarde, al cabo de un mes, los dieron a la publicidad. El autor ha procurado
inútilmente hacerse con un ejemplar del folleto, «Relación de los misteriosos
ruidos oídos en la casa de Juan D. Fox», publicado en Canandaigua, Nueva
York, pero ha logrado obtener un facsímil del original, gracias al cual ha
llegado a la conclusión de que el hecho de la supervivencia humana y de la
comunicación con el Más Allá, debe ser definitivamente admitida, a partir de
la aparición de este documento, por todo cerebro capaz de apreciar la
evidencia.
La declaración del señor Duesler, presidente del Comité, es un testimonio
irrefutable de los ruidos que se produjeron en ausencia de las hijas de Fox, y

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aleja en absoluto toda sospecha de complicidad con éstas. La señora Fox,
según ya hemos visto, al referirse a la noche del viernes, 31 de marzo, dice:
«Yo salí con mis hijas». He aquí parte de la declaración del señor Duesler:
«Vivo a pocos pasos de la casa en que se produjeron los sucesos. La primera
vez que oí hablar de ellos fue hace una semana, en la noche del viernes último
(31 de marzo). La señora Redfield vino a casa a buscar a mi esposa para ir
juntas al domicilio de los Fox. Aquélla parecía muy agitada, por lo que mi
mujer me suplicó que las acompañara, y así lo hice… Eran aproximadamente
las nueve de la noche. Cuando entramos, habría en la casa doce o catorce
personas, algunas tan asustadas, que no se atrevían a moverse. En el tiempo
que estuve en la habitación, permanecí sentado en la cama, oyendo cómo el
señor Fox hacía una pregunta y cómo le contestaban los golpes muy
distintamente. Al mismo tiempo observé que la cama se movía al producirse
los ruidos».
Roberto Dale Owen, miembro del Congreso de los Estados Unidos, y
antes ministro de la misma República en Nápoles, da algunos otros detalles en
otra declaración, escrita después de sus conversaciones con la familia Fox.
Describiendo la noche del 31 de marzo de 1848, dice:

«Los padres trasladaron a su propio dormitorio el lecho de


las niñas, ordenándoles que no hablaran de los ruidos aunque
los oyeran. Pero a poco de haberlas dejado su madre tranquilas
en la cama, y de haberse ella también dispuesto a descansar,
oyó gritar a las muchachas: “¡Aquí están otra vez!”. La madre
las riñó y se acostó decidida a conciliar el sueño. Pero al poco
rato repitiéronse los ruidos con tal fuerza y de modo tan
impresionante, que las niñas se incorporaron sentándose en el
lecho, mientras la madre llamaba a su marido. Como reinaba
fuerte viento, pensó que tal vez el ruido era producido por las
maderas de las ventanas desvencijadas y batidas por el aire. El
padre se acercó a éstas y las sacudió para comprobar si allí
estaba la causa natural de los ruidos, pero según observó
Catalina, la menor de las niñas, cada vez que el señor Fox hacía
fuerza en las ventanas, los ruidos parecían contestarle. Como la
muchacha era muy resuelta y empezaba a acostumbrarse al
fenómeno, se volvió del lado del cual parecía proceder el ruido,
y, golpeando con los dedos, exclamó: “¡Ea, señor desconocido,
haga lo que yo hago!”. Los golpes contestaron
instantáneamente. El padre se sentó junto a su hija y “observó

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que el ruido contestaba exactamente a todas las llamadas”. Su
curiosidad no le llevó más lejos. En cambio, Catalina Fox, cada
vez más intrigada, juntó el índice con el pulgar, restallándolos
para ver si así obtenía alguna respuesta, y, en efecto, los ruidos
contestaron como antes. La niña llamó a su madre, diciéndole:
“¡Mira, mamá!”, y restallando otra vez los dedos halló que los
ruidos contestaban siempre».

En el verano de 1848, David Fox, ayudado por Enrique Bush, Lyman


Granger y otras personas, reanudó las excavaciones en la cueva. A una
profundidad de cinco pies hallaron una tabla, y continuando el trabajo,
descubrieron alquitrán, cal y finalmente, algunos huesos humanos, según el
testimonio pericial de los médicos. Cincuenta y cinco años más tarde se hizo
otro descubrimiento, que no dejaba la menor duda de que realmente alguien
había sido enterrado en la cueva de la casa de los Fox.
Así lo consignó el Boston Journal (periódico que no era espiritista) el 23
de noviembre de 1904, en los siguientes términos:
«Han sido encontrados en la casa que fue de las hermanas Fox en 1848,
restos del hombre que se supuso fue la causa de los ruidos que se oyeron por
vez primera en la citada casa, viniendo este hallazgo a desvanecer las últimas
sombras de duda que pudieran abrigarse sobre la veracidad de ambas
hermanas en cuanto al descubrimiento de la comunicación espiritista.
»Las hermanas Fox declararon que habían establecido comunicación con
el espíritu de un hombre, el cual díjoles haber sido asesinado y enterrado en la
cueva. Repetidas excavaciones llevadas a cabo para hallar el cadáver, dieron
un resultado incompleto, por lo que no pudo obtenerse la prueba concluyente
de aquellos relatos.
»El nuevo descubrimiento y la buscada confirmación lo han realizado
unos escolares que jugaban en la cueva de la casa de Hydesville, donde las
hermanas Fox habían oído los extraños ruidos. Guillermo H. Hyde, conocido
vecino de Clyde y propietario de la casa, mandó hacer una minuciosa
inspección, encontrándose el esqueleto humano casi entero entre la tierra y los
escombros de los muros de la cueva semiderruídos, esqueleto que, sin duda
alguna, era el del buhonero errante, asesinado según se dijo, hace cincuenta y
cinco años, en una habitación de la casa y luego enterrado en la cueva.
»El señor Hyde ha comunicado el hecho a los parientes de las hermanas
Fox, y la noticia del descubrimiento se hará llegar a la Orden Nacional de los
Espiritistas, muchos de los cuales recuerdan haber visitado la “Casa
Encantada”, como vulgarmente se la denomina. El hallazgo de los huesos

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viene a corroborar la declaración jurada hecha por Margarita Fox en abril de
1848.
»También fue hallado junto a los huesos un bote de hojalata perteneciente
al buhonero que se ha llevado a Lilydale, centro de los espiritistas
norteamericanos, adonde también se han conducido los restos encontrados en
la vieja casa de Hydesville».
Tales descubrimientos despejaron para siempre la incógnita, probando de
manera concluyente que se cometió un crimen en la casa, y que ese crimen
fue revelado por medios psíquicos. Examinando los resultados de las dos
excavaciones, es fácil reconstruir los sucesos. El cadáver fue enterrado bajo
una capa de cal viva en el centro de la cueva, y después, alarmado el criminal
por la facilidad con que podría descubrirse el emplazamiento, exhumó el
cuerpo o la mayor parte del mismo, para enterrarlo de nuevo debajo del muro,
o sea en lugar mucho más difícil de descubrir. No obstante, el traslado se
llevó a cabo con tal precipitación, o, por lo menos, con tan escasa luz, que
quedaron señales muy evidentes de la primera inhumación.
¿Existen, aparte las citadas, otras pruebas de aquel crimen? Para contestar
a esta pregunta están las declaraciones prestadas por Lucrecia Pulver, mujer
que sirvió al matrimonio Bell, ocupante de la casa cuatro años antes de los
sucesos. La referida mujer describe cómo el buhonero llegó a la casa pasando
allí la noche con su mercancía. Por su parte, ella, con permiso de sus amos, se
fue a su casa aquella noche.
«Necesitaba, dijo, comprar algunas chucherías al buhonero, pero no
llevaba dinero encima, y el buen hombre me dijo que iría a mi casa a la
mañana siguiente para venderme lo que me hiciera falta. Pero no le vi más.
Tres días después mis amos me mandaron recado y volví a la casa…
»Creo que el buhonero tendría unos treinta años de edad. Le oí hablar de
su familia con el matrimonio Bell. La señora me dijo que era un antiguo
conocido de ellos. Cierta noche, unos ocho días después de aquel suceso, la
señora me ordenó bajar a la cueva, y pude notar que hacia la parte central el
suelo estaba desnivelado y como si la tierra hubiera sido removida. Al volver
arriba, la señora me preguntó por qué había gritado, y al explicarle lo que
había visto, se rió de mis temores, diciéndome que, sin duda, los ratones
habían minado el suelo. Pocos días después, el señor Bell bajó una cantidad
de escombros a la cueva en plena noche, y estuvo trabajando bastante tiempo.
Mi amo dijo que había estado tapando agujeros para impedir que salieran los
ratones.

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»Algún tiempo más tarde mi ama me regaló un dedal que, según dijo,
había comprado al buhonero. Tres meses después me dijo que había vuelto el
buhonero y me enseñó otro dedal y algunos otros objetos que le había
comprado».
Otra declaración hecha por una tal señora Lape, que pretendía haber visto
un aparecido en la casa, de mediana estatura, con pantalones grises y chaqueta
y gorra negras, es de bastante valor si se tiene en cuenta que Lucrecia Pulver
había manifestado que el buhonero usaba pantalones de color claro y chaqueta
negra.
Pero hay en este asunto uno o dos puntos que se prestan a la discusión.
Uno de ellos es que del buhonero, con nombre tan poco vulgar como Carlos
B. Rosma, nadie supo dar antecedente alguno a pesar de la publicidad que
alcanzó el hecho. Esto en aquel tiempo pudo parecer una objeción formidable,
aunque hoy sabemos bien cuán difícil es que se conserven con toda fidelidad
los nombres a través del tiempo. Un nombre es una cosa convencional, y
como tal muy diferente de una idea. Todos los espiritistas practicantes han
recibido mensajes de absoluta autenticidad, mezclados con nombres
equivocados. Es posible que el nombre real del buhonero fuera Ross o
Rosmer, y que ese error dificultara su identificación. Más singular es que no
supiera que su cuerpo había sido trasladado desde el centro de la cueva hasta
el muro, donde más tarde fue hallado. Nos limitamos a hacer constar el hecho
sin intentar explicarlo.
Además, dando por sentado que las niñas fueran médiums y que la fuerza
psíquica radicara en ellas, ¿cómo continuaron los fenómenos cuando ya no
estaban en la casa? La única contestación que podemos dar a esto es que,
según había de demostrarse en lo sucesivo, si bien esa fuerza emanaba, en
efecto, de las niñas, había penetrado y como si hubiera empapado toda la
vivienda, de suerte que allí estaba durante el tiempo en que las muchachas se
ausentaron de la casa.
La familia Fox quedó profundamente impresionada por los sucesos hasta
el extremo de que la señora Fox encaneció en ocho días. Parecía evidente que
los hechos se producían merced a las dos hermanas, razón por la cual se
decidió que residiesen fuera de su domicilio. Así ocurrió que en casa de su
hermano, David Fox, adonde le tocó residir a Margarita, y en el domicilio de
su hermana Lea, casada con el señor Fish, en el pueblo de Rochester adonde
fue destinada Catalina, empezaron a oírse los mismos estrépitos. Se hizo lo
humanamente posible para que la gente no se enterara, pero no pudo evitarse
que transcendiera al exterior. La señora Fish, que era profesora de piano, no

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pudo continuar su profesión, pues centenares de personas iban en procesión a
su casa para ser testigos de tales maravillas. Aquella fuerza era además
contagiosa, pareciendo transmitirse a distintos individuos. La señora Lea Fish
se sintió invadida por ella, aunque en menor grado que Catalina y Margarita.
Tampoco quedó circunscrita a la familia Fox, sino que, cual lluvia que
descendiera de los cielos, se manifestó en algunas personas especialmente
sensibles. Los ruidos fueron oídos en casa del reverendo A. H. Jervis,
ministro metodista, que vivía en Rochester, así como en casa de la familia del
diácono Hale, en Grecia, pequeña ciudad inmediata a Rochester. Algo más
tarde las señoras Sara A. Tamlin y Benedict, de Auburn, reveláronse como
notables médiums. Mr. Capron, que fue el primer historiador de aquellos
acontecimientos, describe a la señora Tamlin como uno de los más positivos
médiums que había visto, declarando que aun cuando los ruidos que se
producían en su presencia no eran tan fuertes como los oídos por la familia
Fox, los mensajes eran tan exactos como los que ésta recibía.
Rápidamente quedó demostrado que las fuerzas invisibles no estaban
adscritas a ninguna casa determinada, sino que se habían incorporado a las
niñas. En vano la familia y sus amigos metodistas rezaron para que éstas se
vieran libres de aquella influencia; en vano se ejecutaron exorcismos por los
clérigos de distintas creencias; las fuerzas invisibles continuaron
manifestándose como si nada se hiciera contra ellas.
El peligro de la atracción irresistible bajo la guía de los espíritus, se puso
de manifiesto con toda evidencia algunos meses después en las cercanías de
Rochester, con motivo de la desaparición de un hombre en muy sospechosas
circunstancias. Un espiritista entusiasta recibió mensajes por medio de golpes,
anunciándole un crimen, y la mujer del desaparecido recibió orden de ir en su
busca, siguiendo el canal que en aquellos días se estaba dragando. La
experiencia estuvo a punto de costar la vida a la pobre mujer. Al cabo de unos
meses, regresó el desaparecido, que había huido al Canadá para esquivar el
cumplimiento de una condena por deudas. Como es de suponer, eso fue un
golpe tremendo para el nuevo culto, pues el público no comprendía entonces,
como tampoco comprende hoy debidamente, que la muerte no produce
cambio en el espíritu humano, que los entes espirituales malévolos abundan, y
que los experimentadores deben usar de todas sus precauciones y de su
sentido común en cuantas pruebas intervengan. «Pon a prueba a los espíritus
que seas capaz de conocer». El mismo año y en el mismo lugar, hubo otras
ocasiones más en que se puso de relieve la verdad de la nueva filosofía por

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una parte, y sus limitaciones y peligros por otra. Tales peligros no han
desaparecido en nuestros días.
Todos los experimentadores han podido observar las dificultades que
espíritus limitados o pedantes presentan cuando hay que tratar con ellos.
El mismo autor temió que su fe fuera debilitada por las decepciones, hasta
que se le ofrecieron pruebas para contrarrestarlas y para convencerle de que si
la inteligencia puede permitirse toda clase de bromas y excentricidades
mientras reside en el cuerpo humano, de la misma manera las inteligencias
liberadas de su envoltura corpórea pueden también recurrir a todo género de
mixtificaciones.
El movimiento fue tomando grandes vuelos, no limitándose ya a los
llamamientos hechos por un ser asesinado en demanda de justicia. El
buhonero fue el explorador que vino a abrir camino a los métodos de
investigación psíquica, y una vez iniciado el movimiento millares de
inteligencias se precipitaron tras el humilde espíritu. Isaac Post fijó el método
para hablar por medio de golpes lanzando mensajes a través de la nueva vía.
Multitud de inventores y de pensadores entregáronse al estudio del
espiritismo, siendo uno de los más ilustres Benjamín Franklin, cuya egregia
inteligencia y cuyos conocimientos de electricidad con relación a la vida
terrestre, le colocaban en situación excepcional para seguir los nuevos
derroteros. Como quiera que sea, lo cierto es que Rosma desapareció de la
escena en aquella nueva etapa, y que los golpes inteligentes que se oyeron en
lo sucesivo, procedían de los que en vida fueron amigos de aquellos
investigadores mejor preparados para recibir los mensajes de una manera
seria y reverente. Tales mensajes venidos del Más Allá, decían que los amigos
fallecidos vivían y amaban aún, dando de sus afirmaciones pruebas materiales
que robustecían la fe vacilante de los nuevos prosélitos. Cuando se les
preguntaba por sus métodos de trabajo y por las leyes que les gobernaban, las
contestaciones eran exactamente las mismas que ahora, o sea, que se trata de
un fenómeno relacionado con el magnetismo humano y espiritual; que los
seres más ricamente dotados con tal propiedad física, podían convertirse en
médiums; que tales dones no eran patrimonio necesario de la moralidad o de
la inteligencia; y que la armonía entre los experimentadores y entre éstos y los
espíritus era la condición necesaria para la consecución de buenos resultados
en las comunicaciones. En los setenta años transcurridos desde entonces, poco
más hemos aprendido, puesto que la ley primordial de la armonía queda
invariablemente destruida por los escépticos en las seudo sesiones de
comprobación, cuyos miembros pretenden haber refutado los alegatos

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espiritistas al obtener resultados negativos o irregulares, cuando precisamente
esos casos son los que confirman los principios espiritistas.
En una de las primeras comunicaciones de las hermanas Fox, éstas fueron
advertidas de que las manifestaciones no se limitaban a ellas solas, sino que
iban a tener por teatro todo el mundo. La profecía tuvo muy pronto
confirmación, pues las nuevas fuerzas y sus desarrollos ulteriores, en los
cuales se incluían la visión y la audición de los espíritus, y el movimiento de
objetos sin contacto alguno, se pusieron de manifiesto en diversos círculos
completamente independientes de la familia Fox. En un espacio de tiempo
increíble, el movimiento, con su acompañamiento de excentricidades y fases
de fanatismo, recorrió todos los Estados de la Unión del Norte y del Este,
mostrando siempre un cúmulo de hechos tangibles, que, si por excepción
podían ser simulados por impostores inevitables, venían a dar nueva fuerza a
las convicciones de los investigadores serios y emancipados de todo prejuicio.
Dejando para más tarde la referencia a esos vastos progresos ulteriores,
continuemos el relato histórico de los primeros círculos que se abrieron en
Rochester.
Los mensajes espiritistas habían anunciado al pequeño número de los
primeros prosélitos una demostración pública de las fuerzas extraterrenas en
un local de Rochester situado al aire libre, anuncio que llenó de espanto a las
dos tímidas niñas campesinas y a sus amigos. Tan enfadados se mostraron los
guías incorpóreos por el desvío de sus agentes terrenos, que amenazaron con
suspender todo movimiento por espacio de una temporada, y en efecto,
durante varias semanas dejaron de comunicarse con ellos. Al cabo, la
comunicación fue reanudada, y los creyentes, una vez purificados por aquella
interrupción y después de ponerse sin reservas en manos de las fuerzas
exteriores, prometieron hacer cuanto fuera necesario en bien de la causa. La
tarea no era fácil. Una parte del clero, especialmente el ministro metodista,
Rev. A. H. Jervis, se puso de su parte, pero oran los menos; la inmensa
mayoría fulminó anatemas desde el púlpito excitando a las masas a sumarse
en el cobarde propósito de combatir a los herejes. El día 14 de noviembre de
1849, los espiritistas celebraron su primera reunión en la Sala Corintia, la
mayor de que podía disponerse en Rochester. En honor de los asistentes, hay
que hacer constar que escucharon atentamente la exposición de hechos
realizada por Mr. Capron, de Auburn, principal orador. Un comité de cinco
ciudadanos de representación quedó elegido para que estudiara el asunto e
informara la noche siguiente, en que se reanudaría la reunión. Se tenía tal
certeza de que el informe sería desfavorable, que El Demócrata de Rochester

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había preparado un artículo con el título: «Exposición completa de la engañifa
de los golpes». Pero los resultados obligaron al director de aquel periódico a
guardarse el artículo. El comité declaró en su informe que los golpes eran
indubitablemente hechos reales, aunque los datos recogidos no fueran del
todo exactos, es decir, que las contestaciones a las preguntas «no eran ni del
todo verdaderas ni del todo falsas». El informe añadía que los ruidos se oían
en las paredes y en las puertas a alguna distancia de las niñas Fox, causando
una vibración sensible. «Todos los trabajos para poner en claro por qué
medios eran producidos los ruidos, habían fracasado».
El anterior informe fue desaprobado por la concurrencia, la cual nombró
un segundo comité escogido entre los descreídos. La investigación estaba
dirigida esta vez por un abogado, y Catalina fue excluida, admitiéndose
solamente a Margarita y a la señora Fish. Con todo, los ruidos continuaron
como antes, a pesar de la presencia de un doctor, Langworthy, encargado de
certificar la posibilidad de un truco de ventriluoquía. El informe final decía
que «los sonidos fueron oídos, y que la investigación realizada con toda
conciencia, permitía afirmar de una manera concluyente que no estaban
producidos por máquinas ni ventrílocuos, siendo imposible determinar la
causa de los mismos».
De nuevo los asistentes rechazaron el informe de su propio comité y se
nombró un tercero reclutado entre los más recalcitrantes, uno de los cuales
declaró previamente que si no conseguía encontrar la causa de los ruidos se
echaría de cabeza al río Genesee. La investigación se llevó a cabo con un
rigor casi brutal, adscribiéndose al comité algunas señoras, las cuales
desnudaron por completo a las asustadas niñas, haciéndolas objeto de las más
aflictivas pruebas, como atarles fuertemente el vestido al nivel de los tobillos
y colocarlas encima de cristales y otras materias aisladoras. A pesar de todo,
el comité no tuvo más remedio que declarar que «cuando las niñas fueron
colocadas sobre las almohadas, con un pañuelo atado fuertemente en la parte
superior de sus vestidos, mientras la inferior estaba atada a los tobillos, todos
oímos distintamente los ruidos en la pared y en el suelo». Además el comité
declaraba que todas las preguntas, algunas de ellas mentales, habían sido
contestadas exactamente.
Mientras el público consideró el movimiento como una especie de broma,
mostró una tolerancia en la cual parecía solazarse, pero cuando aquellos
informes sucesivos arrojaron sobre los hechos la luz de la evidencia, se alzó
en la ciudad una verdadera cruzada de iracundia, hasta tal extremo, que Mr.
Willeta, un valeroso cuákero, se vio obligado a declarar en la cuarta sesión

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celebrada, que «la pandilla de rufianes designados para linchar a las niñas
tendrían que pasar sobre su cadáver para intentarlo». Hubo un gran tumulto,
las jovencitas tuvieron que ser salvadas por una puerta situada al fondo de la
sala, y la razón y la justicia quedaron ahogadas de momento por la violencia y
la locura. Entonces como ahora las inteligencias de los hombres estaban tan
abarrotadas de tonterías, que no había espacio en ellas para otra cosa. Pero el
Destino nunca tiene prisa, y el movimiento continuó su camino, siendo
muchos los que aceptaron como concluyentes los informes de los varios
comités, pues no había medio de someter los hechos a pruebas más rigurosas.
Era un vino nuevo que fermentaba haciendo estallar los viejos odres en los
cuales una parte del público había querido conservarlo.
Algunos círculos espiritistas, serios y discretos, estuvieron durante algún
tiempo casi eclipsados por ciertos energúmenos mentecatos que pretendían
hallarse en contacto con las más altas entidades, Apóstoles, etc., etc., y hasta
hubo quien se creyó portador en la tierra del Espíritu Santo, lanzando
mensajes que, por lo absurdos y burdos, no llegaban a ser blasfemos. Una
comunidad de esos lunáticos, que a sí misma se llamaba «Círculo Apostólico
de la Montaña Cove», llegó en ese terreno a los más vituperables extremos,
dando con ello armas a los enemigos de las nuevas creencias. La gran
mayoría de los espiritistas reaccionó condenando enérgicamente tales
exageraciones, pero fue incapaz de evitarlas. En cambio, numerosos
fenómenos sobrenaturales perfectamente comprobados vinieron a sostener los
decaídos ánimos de quienes un momento se consideraron perdidos a causa de
los excesos de los fanáticos. En una ocasión en que los hechos estuvieron
perfectamente comprobados, dos grupos de investigadores actuando en
habitaciones separadas, en Rochester, el día 20 de febrero de 1850, recibieron
simultáneamente el mismo mensaje emanado de una fuerza central que se
llamaba a sí misma Benjamín Franklin. El doble mensaje decía: «En el siglo
XIX habrá grandes cambios; cosas que ahora parecen misteriosas y obscuras,
se presentarán clarísimas ante vuestros ojos. Los misterios serán revelados y
el mundo será iluminado». Debemos admitir que hasta la hora presente
aquella profecía sólo se ha cumplido en parte y que, con algunas
extraordinarias excepciones, los anuncios de aquel egregio espíritu no se han
distinguido por su exactitud, sobre todo en lo que se refiere al elemento
tiempo.
Se ha preguntado muchas veces: «¿Cuál era el objeto de tan extrañas
revelaciones en aquellas fechas, admitiendo que su autenticidad fuera
indudable?». El gobernador Tallmadge, reputado político de los Estados

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Unidos, fue uno de los primeros en convertirse al nuevo culto, y por él
sabemos que en dos distintas ocasiones, en dos distintos años, hizo aquella
pregunta a dos médiums. Las contestaciones en ambos casos fueron idénticas.
La primera decía: «Nuestro objeto es que la humanidad entera viva en la
armonía y que los escépticos se convenzan de la inmortalidad del alma». La
segunda era: «Queremos la unión de la humanidad y convencer a las
inteligencias escépticas de la inmortalidad del alma». No se trataba, como se
ve, de una ambición vulgar, por lo que carecen de justificación los duros
ataques de los ministros del culto y de sus fieles, que los espiritistas vienen
sufriendo desde entonces. La primera parte de aquellos mensajes tiene mucha
importancia, porque permite esperar que uno de los últimos resultados del
movimiento sea dar unidad a la religión sobre bases tan sólidas y tan
suficientes que los distingos que hoy separan a las iglesias sean al fin
derribados. Hasta es de esperar que tal movimiento vaya más allá de los
límites del Cristianismo y destruya las barreras que mantienen entre sí
separados a los más grandes núcleos de la raza humana.
De tiempo en tiempo aparecían nuevas explicaciones sobre los
fenómenos. En febrero de 1851, los doctores Austin Flint, Carlos A. Lee y C.
B. Coventry, de la Universidad de Búfalo, hicieron pública una declaración,
según la cual los ruidos que se produjeron actuando las hermanas Fox tenían
su origen en las articulaciones de la rótula. Esto provocó inmediatamente una
réplica de la señora Fish y de Margarita Fox en la prensa, en forma de carta
dirigida a los tres doctores, concebida en los siguientes términos:
«Como no podemos permanecer bajo la acusación de ser unas impostoras,
estamos dispuestas a someternos a una honrada y severa investigación, a
condición de que se nombren tres hombres y tres mujeres para que estén
presentes a la prueba. Podemos asegurar al público que nadie se halla más
interesado que nosotras en descubrir el verdadero origen de las misteriosas
manifestaciones. Si pueden explicarse según principios “anatómicos” o
“fisiológicos”, el mundo merece la investigación que proponemos y que la
“farsa” sea descubierta. Como el público está verdaderamente interesado en
este asunto, cuanto antes se esclarezca, tanto más pronto aceptarán la
conclusión las firmantes:
ANA LEA FISH.
MARGARITA FOX».
La investigación se llevó a cabo, pero sus resultados fueron nulos.
En un comentario a la declaración de los doctores, publicado por el New
York Tribune, el director de este periódico, Horacio Greeley, observó:

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«Los doctores, según ya hemos dicho en estas columnas, comienzan
suponiendo que el origen de los ruidos debe ser físico, y su causa primera la
volición de las jóvenes citadas; en una palabra, que esas jóvenes son “las
impostoras de Rochester”. Por consiguiente, sostienen una acusación, en la
que son a la vez jueces y parte. Como comprenderán los lectores, lo probable
es que tengamos que dar otra versión de esos fenómenos».
No tardaron en presentarse numerosos testimonios en favor de las
hermanas Fox, de suerte que la conducta de los doctores dio por resultado
redoblar el interés del público hacia aquellas manifestaciones.
Hemos de registrar también las afirmaciones de la señora Norman Culver,
quien en 17 de abril de 1851, declaró que Catalina Fox le había revelado el
secreto de la producción de los golpes. Todo ello fue una completa invención,
como demostró Mr. Capron en una respuesta aplastante según la cual, en la
fecha en que Catalina Fox se suponía había hecho revelaciones a la señora
Culver, estaba en su casa, a setenta millas de distancia.
La señora Fox y sus hijas dieron sesiones públicas en Nueva York, en la
primavera de 1850, en el Hotel Barnum, atrayendo multitud de curiosos. La
prensa estuvo casi unánime en combatirles. Brillante excepción entre sus
compañeros fue el ya citado Horacio Greeley, quien las defendió en su
periódico en un notable artículo cuyo extracto hallará el lector en el Apéndice
de esta obra.
De regreso a Rochester, la familia Fox realizó una excursión a los Estados
del Oeste. Después hizo una segunda visita a Nueva York, donde el interés
del público fue igualmente intenso, cuando declaró que obedecía las órdenes
de los espíritus al proclamar la verdad al mundo, y que la nueva era había ya
comenzado. Cuando se lee los relatos detallados de las sesiones por entonces
celebradas y se considera la superioridad mental de los asistentes a ellas,
causa dolor pensar que el pueblo, cegado por los prejuicios, llegara a creer
que todo ello era resultado de la mixtificación. Poco a poco, sin embargo, el
público comenzó a dar muestras de aquel valor moral de que había carecido
cuando se combinaron las fuerzas reaccionarias científicas y religiosas para
ahogar la nueva revelación y proclamarla como peligrosa para quienes la
defendían. En una sesión tenida en Nueva York en 1850, sentados alrededor
de la mesa, vemos al Rev. Griswold, al novelista Fenimore Cooper, al
historiador Brancroft, al Rev. Dr. Hawks, a los doctores J. W. Francis y
Marcy, al poeta cuákero Willis, al poeta Bryant, al general Lyman y al
periodista Bigelow, del Evening Post. Todos ellos se manifestaron satisfechos
de la sesión y declararon: «Las maneras y la conducta de las jóvenes (es decir,

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las tres hermanas Fox) son tales que producen una predisposición a su favor».
Se ha progresado mucho desde entonces; se han erigido grandes obras y se
han inventado terribles máquinas de guerra, pero ¿podemos decir que al
mismo compás se haya avanzado en conocimiento de lo espiritual y en
adhesión a lo desconocido? Bajo la guía del materialismo lo que se ha seguido
es el camino malo, y cada día que pasa aparece más claro que el mundo o
debe retroceder o perecer.

[Apéndice Capítulo IV]

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CAPÍTULO V
LA ACTUACIÓN DE LAS HERMANAS
FOX

Kate Fox (1837–1892), Margaret Fox (1833–1893) y Leah Fox (1814–1890)

En gracia a la continuidad de nuestro relato proseguiremos la historia de


las hermanas Fox después de los hechos de Hydesville. Son hechos notables,

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aunque a la vez penosos, para los espiritistas, pero entrañan una lección y
deben ser fielmente registrados. Cuando los hombres tienen la aspiración
honrada de la verdad, nada puede rebajarles, nada está fuera de lugar en el
camino que se han propuesto.
Durante algunos años las dos jóvenes hermanas, Catalina y Margarita,
dieron sesiones en Nueva York y en otras ciudades, saliendo siempre
triunfantes de todas las pruebas a las cuales fueron sometidas. Horacio
Greeley, candidato más tarde a la presidencia de los Estados Unidos, mostró,
como hemos dicho, decidido interés por las hermanas plenamente convencido
de su honradez. Dícese que él mismo las facilitó los fondos necesarios para
completar su educación.
Durante aquellos años de pública mediunidad, cuando las jóvenes hacían
furor tanto entre las personas que no tenían idea de la significación religiosa
de la nueva revelación como entre aquellas que la estimaban con la esperanza
de que el mundo mejorase, las hermanas estuvieron expuestas a las
relajadoras influencias de unas reuniones caracterizadas por la promiscuidad
de los concurrentes, cosa que ningún espiritista serio podía juzgar admisible.
Los peligros de tales prácticas no eran entonces tan comprensibles como hoy,
ni podía dejar de pensar el público que los espíritus descenderían a la tierra
para dar cuenta del estado de los ferrocarriles por ejemplo, o de las
consecuencias de una intriga amorosa. La ignorancia era universal, y aquellas
pobres exploradoras un prudente mentor que les indicara un camino más
seguro y más recto. Lo peor de todo es que sus energías al agotarse eran
excitadas por la bebida de que abusaban las jóvenes, una de las cuales apenas
había salido de la niñez. Dícese que tenían una predisposición familiar al
alcoholismo, pero aun sin esa influencia, su conducta y su régimen de vida
eran muy imprudentes. Jamás hubo la menor sospecha acerca de su
moralidad, pero se lanzaron por un camino que forzosamente había de
conducirlas a la degeneración del carácter y de la inteligencia, si bien
transcurrieron varios años antes de que el mal se manifestara por entero.
Para tener alguna idea de la acción deprimente que se ejercía sobre las
hermanas Fox en aquella época, basta consultar las observaciones recopiladas
por la señora Hardinge Britten. Habla esta señora de «pararse en el primer
piso para oír a la pobre y paciente Catalina Fox en medio de una multitud de
curiosos escépticos y murmuradores, repetir hora tras hora las letras del
alfabeto, mientras los no menos pobres y pacientes espíritus iban contestando
por medio de golpes, con nombres, edades y fechas para satisfacer a cuantos
llegaban». ¿Qué de extraño tiene que las muchachas, con su mísera vitalidad,

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sin la buena y protectora influencia de la madre ausente, solicitadas por tantos
enemigos, sucumbieran a una tentación aumentada por el uso de los
estimulantes?
Un curioso folleto, «Las cartas de amor del Dr. Elisha Kane» arroja
mucha luz sobre Margarita en aquella época. Era en 1852; el Dr. Kane, que
más tarde debía convertirse en un famoso explorador ártico, encontró a
Margarita Fox, a la sazón hermosa y atractiva muchacha, y le escribió una
serie de cartas amorosas cuya colección constituye uno de los más curiosos
tratados del arte de cortejar. Elisha Kane, como su primer nombre indica, era
de origen puritano, y los puritanos, con su creencia de que la Biblia representa
absolutamente la última palabra en la inspiración divina, eran instintivamente
opuestos al nuevo culto, según el cual son posibles aún nuevas fuentes
espirituales y nuevas interpretaciones religiosas.
Era también doctor en medicina, y la profesión médica es al mismo
tiempo la más noble y la más cínicamente incrédula, del mundo. Desde el
primer momento Kane se sintió inclinado a creer que la joven era juguete de
un engaño, explotado por su hermana mayor Lea, con fines de lucro. El hecho
de que Lea se casara poco tiempo después con un hombre rico llamado
Underhill, no modificó la idea de Kane relativa al afán de la joven por las
ganancias ilícitas. El doctor tuvo íntima amistad con Margarita, la puso bajo
su protección para que se educara, mientras él estaba camino de las tierras
Árticas, y, finalmente, se casó con ella según la curiosa ley matrimonial de
Gretna Green, que entonces estaba de moda. Poco después falleció (en 1857),
y la viuda, que se llamaba a sí misma señora Fox-Kane, repudió durante algún
tiempo todos los fenómenos espiritistas, e ingresó en la Iglesia Católica
Romana.
En sus cartas Kane reprocha continuamente a Margarita que viva de
supercherías e hipocresías. Conocemos sólo algunas de esas cartas, de manera
que no sabemos cómo se defendía la joven de tales acusaciones. El
compilador del libro, aunque no es espiritista, dice: «¡Pobre muchacha! Era
tan sencilla, tan ingenua y tan tímida, que no podía, aunque tal hubiera sido su
inclinación, representar la menor farsa con probabilidades de éxito». Este es
un testimonio de gran valor, puesto que el expresado compilador estuvo en
íntima relación con todas las personas interesadas. Kane mismo, escribiendo a
la menor de las hermanas, Catalina, dice: «Seguid mi consejo y no habléis
más de espíritus ni a amigos ni a extraños. Ya sabéis que después de todo un
mes de pruebas no hemos podido, Margarita y yo, sacar nada en claro. En esto
hay gran misterio».

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Considerando que Margarita durante sus íntimas relaciones con Kane dio
claramente a éste toda clase de demostraciones de su poder, es inconcebible
que un médico, dotado de la debida preparación, tuviera que admitir, después
de un mes de pruebas, que nada había podido sacar en claro, si realmente todo
estaba limitado a un simple chasquido de las articulaciones como otros
médicos decían. En aquellas cartas no hay la menor prueba de que en los
fenómenos hubiera fraude. Lo que en ellas encontramos es la plena
demostración de que ambas jóvenes, Margarita y Catalina, no tenían la menor
idea del aspecto religioso de sus poderes, ni de las graves responsabilidades
de la mediunidad, ni de que hicieran mal uso de sus fuerzas al admitir a las
sesiones gente de toda ralea y contestar preguntas cómicas o frívolas. Si en
tales circunstancias sus fuerzas sufrían algún daño, ello no debía extrañar a
ningún espiritista experimentado. No podían hacer nada mejor, y su edad y su
inteligencia las disculpan hasta cierto punto.
Para mejor comprender su situación, hay que tener en cuenta que no sólo
se trataba de unas jóvenes, casi niñas, sino que su educación era escasísima,
ignorando la filosofía que sus experimentos encerraban. Cuando un hombre
como el doctor Kane aseguraba a Margarita que estaba equivocada, no hacía
más que repetir lo que andaba de boca en boca por todas partes, incluso en la
mitad de los púlpitos de Nueva York. Probablemente la misma joven tenía la
molesta sensación de que estaba equivocada sin saber por qué, lo cual
explicaría el que no se sintiera herida por las observaciones de su amigo. Por
lo demás, debemos admitir que en el fondo, tanto Margarita como Catalina
tenían razón y que las precauciones tomadas contra ellas estaban
injustificadas. En aquella época, eran incorruptibles, y si hubieran usado sus
dones, como D. D. Home los usó, sin relación alguna con las cosas del
mundo, sólo en demostración de la inmortalidad y para consuelo de los
afligidos, se hubieran puesto por encima de toda crítica. Era equivocado dudar
de sus facultades, pero no lo era tanto mirar con recelo el uso que a veces
hacían de ellas.
En algunos momentos la situación de Kane no podía ser más ilógica.
Estaba en las más íntimas y afectuosas relaciones con la madre y sus dos
hijas, a pesar de creer que no eran más que unas embaucadoras que vivían de
la credulidad del público. «Besa a Catalina de mi parte», dice, mientras a la
madre le enviaba «la expresión de su amor».
Por otra parte, las jóvenes, aun siéndolo tanto, tenían cierta sensación del
peligro alcohólico al cual estaban expuestas en medio de aquel público tan
mezclado. «Dile a Catalina que no beba champaña y tú haz otro tanto», decía

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el doctor. Era un buen consejo, y habría sido mejor seguirlo, tanto en
provecho de las muchachas como en el del movimiento espiritista; pero una
vez más hemos de tener presente la edad inexperta y las constantes
tentaciones a que las dos hermanas estaban sometidas.
Como hemos dicho, Kane resultaba un amigo incomprensible de personas
a las que tenía por embaucadoras. Los ruidos del Más Allá, sin base alguna
científica o religiosa, eran, a su juicio, superstición de ignorantes, ¿y era él,
hombre de reputación, el que había de casarse con un espíritu golpeador?
Tuvo grandes vacilaciones antes de decidirse, y hasta comenzó una carta en la
que rogaba a Margarita le permitiera convertirse en su hermano, y al final la
enviaba «ardientes» besos. «Ahora que me has dado tu corazón, quiero ser un
hermano para ti», dice. En realidad, era él quien estaba influido por una
especie de superstición muy por debajo de la credulidad que afeaba en los
otros. Frecuentemente en sus cartas alude al hecho de que levantando la mano
derecha tenía poder de adivinación, según aprendió «de un mago de la India».
Otras veces se las echa de snob, y otras no pasa de ser un fatuo. «He pensado
mucho en ti en la misma mesa del presidente», dice en una ocasión, o bien:
«Nunca te impondrás a mis pensamientos y a mis miras, como yo nunca me
someteré a los tuyos».
Según esas cartas, hay cuatro puntos indiscutibles:
1. Que Kane sospechó vagamente que en los fenómenos podía haber
superchería.
2. Que la joven no admitió tal acusación.
3. Que jamás pudo Kane explicar en qué consistía tal superchería.
4. Que la joven usaba sus facultades en una forma que deploran todos los
espiritistas serios.
Realmente, tanto conocía ella la naturaleza de aquellas facultades como
las personas que le rodeaban. El compilador de las cartas, dice: «Siempre
declaró Margarita que no creyó nunca por completo que los golpes fueran
obra de los espíritus, sino que más bien obedecían a leyes ocultas de la
naturaleza». Esta fue su actitud en los últimos tiempos, y en sus tarjetas
profesionales advertía al público que juzgara por sí mismo de la naturaleza de
aquel poder.
Es natural que los que hablan del peligro del mediunismo especialmente
del peligro físico, presenten como ejemplo a las hermanas Fox. Pero no hay
que exagerar el caso. En el año 1871, más de veinte después de tan agotador
trabajo, vemos todavía a dichas hermanas recibiendo el apoyo y la admiración
entusiasta de no pocos hombres y mujeres prominentes en aquella época. Tan

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sólo cuarenta años después de públicas exhibiciones, comenzó a manifestarse
en la vida de las hermanas una situación penosa. Pero sin discutir aquí las
causas de su decadencia, sostenemos rotundamente que las malandanzas a que
se entregaron en los últimos tiempos, de ninguna manera justifican la
afirmación de quienes pretenden que la mediunidad es una profesión que
arruina moralmente al individuo.
En dicho año, 1871, Catalina Fox visitó Inglaterra gracias a la generosidad
de Mr. Carlos E. Livermore, famoso banquero de Nueva York, agradecido por
el consuelo que había recibido en diversas comunicaciones de las admirables
facultades de la joven, con beneficio de la causa del espiritismo. Proveyó a
todas sus necesidades, evitando así que, para vivir, recurriera a las sesiones
profesionales. Además arregló las cosas para que en la excursión le
acompañara una mujer adaptable a su carácter.
En carta dirigida a Mr. Benjamín Coleman, conocido miembro activo del
movimiento espiritista inglés, Mr. Livermore, decía:
«Miss Fox es, indudablemente, la más admirable médium que existe. Su
carácter es irreprochable y puro. He recibido muchos bienes a través de sus
facultades medianímicas durante los últimos diez años, lo cual es consolador,
instructivo y asombroso; le estoy por ello muy agradecido y deseo la tome
usted bajo su cuidado mientras permanezca en ese país».
En las cartas siguientes de Mr. Livermore parece adivinarse una velada
presunción de los postreros y tristes sucesos de la vida de la joven:
«Para que usted pueda comprender más fácilmente su idiosincracia,
permítame que le diga se trata de una sensitiva en el más alto grado,
distinguiéndose por una sencillez verdaderamente infantil: siente
profundamente la influencia de cualquiera que está en contacto con ella, hasta
tal punto que a veces se vuelve excesivamente nerviosa y aparentemente
caprichosa.
»Por esta razón la he aconsejado que no dé sesiones en la obscuridad, que
evite la excitación causada por las sospechas de los escépticos, por lo general
meros curiosos y amantes sólo de lo fantástico.
»La perfección de las manifestaciones que puedan obtenerse a través de
ella depende de la gente que le rodea, y cuanto mayor sea la simpatía de sus
relaciones con usted, mayor será su poder receptivo. Las comunicaciones
recibidas por su intervención son muy notables, habiéndolas yo tenido
frecuentemente en perfecta lengua francesa, así como en español y en italiano,
a pesar de que ella no conoce ninguno de estos idiomas. Le repito mi ruego de
que no dé sesiones como médium profesional, y espero hará cuanto

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buenamente pueda en favor del progreso de la gran verdad, mientras Catalina
esté en Inglaterra».
Mr. Coleman, que había tenido una entrevista con ella en Nueva York,
dice que recibió una de las más extraordinarias pruebas sobre la identidad de
los espíritus entre cuantas había recibido en el curso de sus experimentos
durante diez y siete años. Mister Cromwell F. Varley, ingeniero electricista
que tendió el cable trasatlántico, en dictamen que presentó a la Sociedad
Dialéctica de Londres en 1869, hizo referencia a los interesantes
experimentos eléctricos realizados con aquella médium.
La visita de Catalina Fox a Inglaterra fue considerada evidentemente
como una importante misión, pues vemos a Mister Coleman aconsejarle que
busque testigos que no teman ver sus nombres publicados para confirmar los
hechos que presencien. Tales medidas parece que se tomaron de una manera
rigurosa, pues la masa considerable de testimonios recogidos acerca de las
facultades de Catalina, procedía, entre otros, del profesor William Crookes,
Mr. S. C. Hall, Mr. W. H. Harrison (director de El Espiritista), Miss
Rosamunda Dale Owen (que casó más tarde con Lorenzo Oliphant), y el Rev.
Juan Page Hopps.
La recién llegada comenzó sus sesiones a poco de estar en Inglaterra. A
una de las primeras, celebrada el 24 de noviembre de 1871, asistió un redactor
de The Times, el cual publicó una reseña detallada de la reunión, a la que
también concurrió el célebre médium D. D. Home, gran amigo de Catalina. El
artículo, titulado «Ciencia y Espiritismo», ocupaba tres columnas y medía del
periódico. El redactor de The Times refiere que Miss Fox le recibió a la puerta
de la habitación y le invitó a que permaneciera a su lado y le tuviera sujetas
las manos, como así lo hizo. «Entonces se oyeron fuertes golpes, como sí se
dieran en las paredes y fueran producidos con el puño. Los ruidos se
reproducían tantas veces como nosotros los pedíamos». Añade que pidió
cuantas pruebas se le ocurrieron, y que tanto Miss Fox como Mr. Home se
sometieron sin dificultad a toda clase de exámenes, teniendo los pies y las
manos atados.
Comentando esa reseña y la correspondencia a que dio lugar, el Times
declaró que no había motivo para una investigación científica:
«Tememos que algunos lectores piensen que les debemos una satisfacción
por haber abierto nuestras columnas a la controversia sobre una materia cual
el espiritismo, tratando como una cuestión digna de estudio lo que debería ser
rechazado como engaño e impostura. Pero incluso las imposturas deben ser
desenmascaradas, y las ilusiones populares, aun las más absurdas, tienen

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demasiada importancia para ser despreciadas por la parte más sensata de la
humanidad… ¿Hay realmente en esa materia algo que merezca ser llevado
ante el jurado, como dirían los abogados? Ciertamente, nos encontramos, por
una parte, con una abundancia de pretendidos experimentos que difícilmente
pueden llamarse pruebas, y algunas declaraciones de carácter más serio o
impresionante. Y por otra parte, tenemos informes de impostores convictos y
confesos, y muchas referencias auténticas de esos engaños y pretendidos
descubrimientos».
El 14 de diciembre de 1872, la señorita Fox se casó con Mr. H. D.
Jenoken, abogado de Londres, autor de un «Compendio de Derecho romano
moderno» y otras obras, y secretario general honorario de la Asociación para
la Reforma y Codificación del Derecho Internacional. Fue uno de los
primeros espiritistas de Inglaterra.
El Espiritista, al dar la noticia de la ceremonia, consigna que los espíritus
tomaron parte en el acto, pues durante el banquete de bodas oyéronse sordos
ruidos procedentes de distintas partes de la habitación, y la mesa en la cual se
hallaba el pastel nupcial, se levantó varias veces sobre el suelo.
Un contemporáneo dice que la señora Fox-Jencken (como así se llamó en
adelante) y su marido frecuentaron los Círculos distinguidos de Londres en
los primeros años del decenio de 1870 a 1880. Muchos investigadores
psíquicos solicitaban vivamente el auxilio de Catalina.
Juan Page Hopps traza su retrato en aquella época diciendo «que era
pequeña, delgada y muy inteligente, pero que estaba siempre riendo
tontamente; sus maneras eran graciosas y delicadas, y el placer que sentía en
el curso de sus experimentos, le ponía a cubierto del menor asomo de
petulancia o afectación de misterio».
Su mediunidad consistía principalmente en la comunicación por golpes
(generalmente muy fuertes), luces medianímicas, escritura directa y la
aparición de manos materializadas. Sólo muy raramente obtuvo en Inglaterra
formas completas materializadas, que habían sido una de las manifestaciones
de sus sesiones en América. Varias veces hubo movimientos de objetos en la
sala de experimentación, y traslado de los mismos de una habitación a otra.
Por aquel tiempo el profesor William Crookes estudió las facultades de
esta médium y publicó la sincera declaración que veremos más adelante al
tratar de las relaciones de Crookes con el espiritismo. Según las
observaciones de Mr. Crookes, los ruidos constituían sólo una pequeña parte
de las facultades psíquicas de Catalina Fox, y si éstas hubieran tenido que
explicarse debidamente por medios normales, aún permanecerían envueltas en

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el misterio. Crookes se expresa en los siguientes términos sobre lo ocurrido en
una sesión en la cual estaban presentes, además de él y de Catalina, su esposa
y una pariente:
«Yo tenía sujetas las dos manos de la médium con una de las mías,
mientras sus pies descansaban en uno de los míos. Sobre la mesa había papel,
y yo, con mi mano libre, me servía del lápiz.
»Entonces apareció una mano luminosa que bajaba desde lo alto de la
habitación, y después de oscilar junto a mí unos segundos, cogió el lápiz de
mi mano, escribió rápidamente en la hoja de papel, arrojó el lápiz y se
remontó sobre nuestras cabezas, desvaneciéndose en la obscuridad». Muchos
otros observadores describen fenómenos semejantes ocurridos con esta
médium en diversas ocasiones.
Una fase muy extraordinaria de la mediunidad de la señora Fox-Jencken,
consistió en la producción de substancias luminosas. En presencia de la
señora Makdougall Gregory y W. H. Harrison, director de un periódico de
Londres, y otros varios, viose aparecer una mano que llevaba una materia
fosforescente, de unas cuatro pulgadas cuadradas, con la cual fue frotado el
suelo y rozado el rostro de los asistentes. La luz era fría. La señorita
Rosamunda Dale Owen, en su relato del fenómeno, describe el objeto como si
fuesen «cristales iluminados» y dice que jamás vio materialización que diera
una sensación más real de la proximidad de un espíritu, que aquellas luces. El
autor puede corroborar también el hecho de que esas luces son ordinariamente
frías, como tuvo ocasión de comprobar en cierta ocasión con otra médium,
cuando la luz en cuestión se detuvo unos momentos en su rostro. Miss Owen
habla también de libros y pequeños cachivaches que eran sacados de su sitio,
y hasta de una caja de música, de unas veinticinco libras de peso, que fue
trasladada sin contacto alguno del bufete donde se hallaba a otro lugar de la
habitación. Pero lo más raro fue que el instrumento estaba desarreglado hacía
mucho tiempo, sin poder usarse, y las fuerzas invisibles lo recompusieron y le
dieron cuerda y tocó.
La mediunidad de la señora Jencken intervenía en todos los actos de su
vida cotidiana. El profesor Butlerof dice que al hacer una mañana una visita
de cumplido a ella ya su esposo en compañía de Mr. Aksakof, oyó algunos
golpes en el suelo. Una tarde que estaba en casa de los Jeckens, los ruidos se
hicieron más numerosos a la hora de tomar el té. Miss Rosamunda Dale Owen
refiere también el incidente ocurrido con la médium, en plena vía pública. Iba
acompañada de dos señoras amigas, cuando en el momento de detenerse ante
los escaparates de una tienda, los golpes vinieron a mezclarse con la

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conversación, y el pavimento vibró bajo sus pies. Los ruidos eran tan fuertes
que llamaron la atención de los transeúntes. El señor Jencken relata otros
varios casos de fenómenos espontáneos acaecidos en el seno de la vida
doméstica.
Podría llenarse un volumen con detalles de las sesiones de esta médium,
pero, con excepción de un nuevo caso, nos contentaremos con reproducir las
palabras del profesor Butlerof, de la Universidad de San Petersburgo, el cual,
después de una investigación de las facultades de Catalina, en Londres,
escribió en El Espiritista (4 de febrero de 1876):
«De todo lo que he observado en presencia de la señora Jencken, deduzco
que los fenómenos peculiares a esta médium son de naturaleza sólidamente
objetiva y convincente, y los creo suficientes para que los más recalcitrantes
escépticos, si son honrados, rechacen la sospecha de ventriloquía, acción
muscular y cualquier otra explicación artificial del fenómeno».
H. D. Jencken falleció en 1881, dejando a su esposa con dos huérfanos,
los cuales demostraron una admirable mediunidad desde la más tierna edad,
según consta en los relatos de la época.
S. C. Hall, literato muy conocido, y espiritista distinguido, describe en los
siguientes términos una sesión tenida en su domicilio de Kensington, el día de
su santo (9 de mayo de 1882), en la cual su esposa, fallecida, manifestó su
presencia:
«Por medio de la escritura corriente de la señora Jencken recibí varios
mensajes interesantes. Habíamos obedecido su recomendación de estar
apartados de la luz. La serie de manifestaciones que tuvieron lugar fueron
tales, que pocas veces vi nada parecido, y nunca nada que lo superase… Cogí
una campanilla que estaba sobre la mesa, y sin dejarla de mi mano, sentí que
otra mano me la arrebataba haciéndola sonar por toda la habitación durante
cinco minutos lo menos. Luego coloqué un acordeón sobre la mesa, de la cual
fue transportado a una distancia de tres o cuatro pies, y el instrumento empezó
a tocar al mismo tiempo que la campanilla sonaba en varios lugares de la
habitación. Aunque sobre la mesa había dos bujías encendidas, y éstas se
apagaban a veces, no se trataba de lo que se llama sesión obscura. Durante
todo el rato, Mr. Stack sujetaba una de las manos de la señora Jencken,
mientras yo le tenía cogida la otra, diciéndonoslo de tiempo en tiempo el uno
al otro.
»Se pusieron luego cinco pensamientos silvestres sobre un papel, delante
de mí. Había recibido por la mañana un ramo de dichas flores, pero el jarro en
que las había colocado, no estaba en la habitación. Mandé por él y vi que se

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hallaba intacto. El ramo no había sido tocado. En lo que se llama “Escritura
directa”, he hallado estas palabras escritas con lápiz y letra muy diminuta, en
una hoja de papel colocada ante mí: “Le envío a usted mi felicitación”. En
una reunión celebrada días antes, a solas, con la señora Jencken, había ya
recibido el siguiente mensaje: “En el día de su cumpleaños le enviaré mi
felicitación”.
Mr. Hall añade que marcó la hoja de papel con sus iniciales, y como una
precaución más, dobló uno de los ángulos de tal manera, que no hubiera más
remedio que reconocerlo.
Tan grandemente impresionado quedó Mr. Hall, que no vaciló en escribir:
«He presenciado y comprobado varias manifestaciones sorprendentes; dudo
haber visto nada más convincente y con seguridad nada tan admirable, nada
capaz de dar una prueba más evidente de que únicamente espíritus puros,
buenos y santos, estaban en comunicación con nosotros». Añade que
consintió en convertirse en el «banquero» de la señora Jencken, sin duda para
que ésta pudiera recoger fondos, destinados a la educación de sus hijos. Ante
lo que más tarde ocurrió a esta médium tan bien dotada, tienen un triste
interés las siguientes últimas palabras:
«Tengo confianza, casi la seguridad, de que obrará bajo todos conceptos
de modo que no mengüe, antes bien se fortifique, su poder como médium, y
que continuará teniendo la amistad y la confianza de los que sólo pueden
mirarla con los mismos ojos (puesto que el origen es el mismo) con que la
Nueva Iglesia considera a Manuel Swedenborg, y los metodistas a Juan
Wesley. No hay duda que los espiritistas deben a esta señora una gran parte
de los bienes que se han conseguido por su mediación, como instrumento
escogido por la Providencia para hacérnoslos disfrutar».
Hemos dado ese relato con algún detalle porque revela que las facultades
de esta médium eran entonces de orden muy elevado. Pocos años antes, en
una sesión celebrada en su casa el 14 de diciembre de 1873, con ocasión del
primer aniversario de su casamiento, fue enviado por medio de golpes un
mensaje así concebido: «Cuando las sombras vengan a envolverte al acabar
tus días, piensa en el lugar de la luz», mensaje profético, pues el fin de su vida
estuvo envuelto en sombras.
Margarita (la señora Fox-Kane), se reunió a su hermana Catalina en
Inglaterra, en 1876, y continuaron juntas algunos años, hasta que ocurrió entre
ellas un penoso incidente. Parece ser que estalló una agria disputa entre la
hermana mayor Lea (entonces señora Underhill) y las dos más jóvenes. Es
probable que Lea se hubiera dado cuenta de la inclinación de éstas al

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alcoholismo y hubiera intervenido con más energía que tacto. También se
entrometieron en el asunto algunos espiritistas, quienes se granjearon la mala
voluntad de las dos hermanas, tal vez por haber intentado separar a Catalina
de sus hijos.
Buscando armas —cualesquiera que fuesen— con las cuales poder atacar
a quienes tan profundamente aborrecían, parece habérseles ocurrido —o,
según otra versión, habérseles sugerido con promesas de recompensa
pecuniaria— que si asestaban un golpe mortal al culto espiritista confesando
que todo era una farsa, el golpe heriría también directamente a Lea y a sus
secuaces en la parte más sensible. Al paroxismo de la excitación alcohólica y
de la rabia se mezcló el fanatismo religioso, pues Margarita había sido
educada en el espíritu de la Iglesia de Roma y fue persuadida —de la misma
manera que lo fue Home durante cierto tiempo— de que sus facultades eran
un maleficio. Ella misma habla del cardenal Manning como de la mayor
influencia ejercida sobre su inteligencia en ese respecto, si bien sus
declaraciones no pueden ser tenidas muy en cuenta. Sea como quiera, todas
aquellas causas juntas la pusieron en un alarmante estado, que lindaba con la
locura. Antes de salir de Londres escribió al New York Herald denunciando el
culto.
Al llegar a Nueva York, en donde, según sus ulteriores declaraciones,
había de recibir una cantidad de dinero por el escándalo que había prometido
provocar, tuvo una verdadera explosión de ira contra su hermana mayor.
Es un estudio psicológico muy curioso, como lo es igualmente la actitud
del público, que supone que las afirmaciones de una mujer desequilibrada,
movida no sólo por el odio, sino por la esperanza de una recompensa
pecuniaria —como ella misma declaró—, pueden echar por tierra las
investigaciones críticas de una generación de observadores.
A pesar de todo, existe el hecho de que volvió a provocar ruidos, o facilitó
que los ruidos se produjeran durante la conferencia que dio en la Academia de
Música de Nueva York para denunciar el culto espiritista. Hay que desechar
la idea de que en una sala de tan vastas proporciones se hubiera establecido
previamente un medio de producir los ruidos en connivencia con la
conferenciante. Más importancia tiene la prueba aportada por el redactor del
Herald, a quien había concedido una sesión privada. En la reseña de esta
sesión se lee:
«Primeramente oí un golpe bajo el suelo, cerca de mis pies, luego bajo la
silla en que estaba sentado, y luego bajo la mesa en que me apoyaba.
Margarita me llevó ante la puerta y allí oí el ruido, que parecía proceder del

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lado opuesto. Luego, cuando se sentó en la silla del piano, éste vibró
sordamente y la vibración resonó a través de la caja».
Este relato demuestra que los ruidos se producían con independencia de su
voluntad, y que aquel periodista estaba menos influenciado que otros que yo
conozco, al no suponer que aquellos ruidos tan distintos en calidad y en
situación pudieran tener va origen en una tramoya previamente dispuesta por
la médium. Era clarísimo que no sabía cómo se producían los ruidos, y el
autor cree que Margarita tampoco lo sabía. Que ésta seguía estando realmente
dotada de las facultades que negaba, es cosa probada no sólo por la
experiencia del periodista, sino por la de Mr. Wedgwood, espiritista de
Londres, ante quien hizo la médium una demostración antes de regresar a
América. Ahora bien, es inútil sostener que no había base en las
manifestaciones de Margarita. Lo que vamos a procurar explicar es en qué
consistía esa base.
La honda sensación que produjo Margarita Fox-Kane con su carta al New
York Herald divulgada en los meses de agosto y septiembre de 1888, produjo
grandes beneficios al periódico que se cuidó de explotarla. En octubre,
Catalina fue a reunirse con su hermana. La verdadera disputa parecía
mantenerse entre Catalina y Lea, pues ésta había querido separar a los hijos
de la madre por entender que la conducta de Catalina no podía hacerles
ningún bien. Por eso, aunque Catalina no se irritara ni diera escándalos en
público o en privado, se puso de acuerdo con su hermana en el complot para
reducir a Lea a toda costa.
«Fue ella la que me mandó detener en la primavera última —dice— y la
que formuló los absurdos cargos de que yo maltrataba a mis hijos. No me
explico por qué ha estado siempre celosa de mí y de Margarita. Supongo que
es porque podemos hacer en espiritismo cosas que ella no puede». Catalina se
halló presente a la sesión del Salón de Música, en 21 de octubre, donde
Margarita afirmó nuevamente su reputación con la producción de los ruidos.
Su hermana estuvo callada en aquella sesión, pero su silencio puede
interpretarse como una adhesión a los hechos de que había sido testigo.
En el mes de noviembre, cuando apenas habían transcurrido treinta días
de la sesión, escribió a la señora Cootell, de Londres, habitante en la vieja
casa de Carlyle, la siguiente notable carta (Light, 1888, pág. 619):

«Hubiérale escrito a usted antes, pero mi sorpresa fue tan


grande a mi llegada al conocer las declaraciones de Margarita
sobre el espiritismo, que no tuve humor para escribir a nadie.

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»El empresario de las conferencias arrendó el salón de la
Academia de la Música, el local más amplio de Nueva York, a
pesar de lo cual se llenó de bote en bote.
»Se hicieron mil quinientos dólares de beneficio. Muchas
veces he deseado haberme quedado al lado de usted, y si mis
medios me lo permitieran volvería ahí para olvidar todo esto.
»Tantas personas vienen a mí para preguntarme acerca de la
declaración hecha por Margarita, que doy excusas yo misma
para sincerarme.
»De todos modos, trabajo tendrán si quieren convencer a las
gentes del fraude; seguramente les será imposible.
»Margarita está dando sesiones en todas las ciudades
importantes de América, pero yo sólo la he visto una vez desde
que llegué».

Con todo, Margarita vio en seguida que sus ganancias serían muy cortas,
y que no resultaba provechoso contar embustes sin ser bien pagada, sobre
todo cuando el movimiento espiritista era ya tan fuerte, que poco podía sufrir
con su traición. Por esta u otra razón —y es de creer que con remordimiento
de conciencia por la parte que en aquella mala obra le cabía—, es lo cierto
que no tardó en afirmar que había propalado falsedades por motivos
inconfesables. Sus nuevas declaraciones aparecieron en la prensa de Nueva
York en 20 de noviembre de 1889, aproximadamente un año después del
escándalo.
«Quiera Dios, decía con voz que temblaba de intensa emoción, que pueda
reparar el daño causado al movimiento espiritista cuando, bajo el poderoso
influjo de sus adversarios, me permití acusaciones que no se apoyan en
hechos reales. Esta retractación la hago no sólo inspirada en mis propios
sentimientos de verdad y justicia, sino merced al impulso de los espíritus que
usan mi organismo a despecho de la banda de traidores que me hicieron
promesas de felicidad y de riqueza a cambio de mis ataques contra el
espiritismo, promesas que han resultado engañosas…
»Antes de hablar con nadie de este asunto, fui continuamente aconsejada
por el espíritu que me guía acerca de lo que debía hacer, llegando a la
conclusión de que era inútil diferir por más tiempo mi retractación.
—¿No ha habido ahora oferta de una compensación metálica para hacer
esto? —la preguntó el periodista interviuvador.
—Absolutamente ninguna.

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—¿De manera que usted en este momento no persigue ningún beneficio
pecuniario?
—Indirectamente, sí. Usted sabe que como instrumento mortal de los
espíritus, he de subvenir a mi vida. Y esto espero lograrlo con el producto de
mis nuevas conferencias. Nadie me ha dado un céntimo por la norma de
conducta que yo misma me he impuesto.
—¿Qué razón la llevó a usted a denunciar el fenómeno de los ruidos
espiritistas?
—A la sazón me encontraba muy necesitada de dinero y algunas personas,
cuyos nombres prefiero callar, se aprovecharon de mi situación. De aquí vino
todo el mal, lo cual, unido a la excitación que me dominaba, contribuyó a mi
desequilibrio mental.
—¿Qué objeto perseguían las personas que la indujeron a confesar que
tanto usted como los demás médiums traficaban con la credulidad del
público? —Se proponían varios fines. El primero y principal, asestar un golpe
de muerte al espiritismo, hacer algún dinero en su beneficio personal y
despertar gran excitación en los ánimos, pues tal era la condición del éxito—.
¿Había algo de verdad en las acusaciones que hizo usted contra el
espiritismo?
—Mis acusaciones eran completamente falsas en todas sus partes. No
vacilo un momento en declararlo… No, mi creencia en el espiritismo sigue
incólume. Cuando hice aquellas declaraciones, no era responsable de mis
palabras. Los fenómenos se apoyan sobre hechos incontrovertibles. Ningún
Herrman viviente puede reproducir las maravillas que han tenido efecto a
través de algunos médiums. Cierto que con dedos diestros y viveza de
imaginación se puede trazar escritos sobre el papel o la pizarra, pero la
falsedad de tales pruebas no puede resistir a una seria investigación. Está
fuera de las fuerzas de los falsarios producir una materialización cualquiera, y
desafío a quienquiera que sea a que produzca un “golpe”, en las mismas
condiciones en que yo lo hice. No hay ser humano en la tierra capaz de
producir los “golpes” de la misma manera que se produjeron por mi
mediación.
—¿Se propone usted dar sesiones?
—No, me propongo dedicarme enteramente a trabajos de propaganda
desde la tribuna pública, porque así podré refutar mejor las calumnias
lanzadas por mí misma contra el espiritismo.
—¿Qué dice su hermana Catalina de la actitud que usted ha adoptado? —
Simpatiza completamente conmigo. Lo que no aprueba es si actitud pasada…

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—¿Tendrá usted un empresario para su excursión de conferencias?
—De ningún modo; les tengo horror, pues no en balde me trataron
indecorosamente. Fue una vergüenza la manera cómo procedió conmigo
Frank Stechen, quien después de haber hecho a mi costa tanto dinero, me dejó
en Boston sin un céntimo. Todo la que gané con él fueron quinientos
cincuenta dólares, que me dio al comenzar el contrato».
Para dar más autenticidad a la anterior entrevista, y a indicación de ella
misma, se publicó la siguiente carta con su firma:
128, Calle Cuarenta y tres, Occidental.
Nueva York.
16 de noviembre de 1889.
«Al público:
Habiendo leído la anterior reseña de esta entrevista no encuentro en ella
nada que no sea fiel expresión de mis palabras y de mis sentimientos. No he
dado cuenta detallada de los medios por los cuales se me quiso someter y
arrancarme una declaración de que los fenómenos espiritistas revelados a
través de mi organismo, eran un fraude. Pero ya diré por qué no soy ahora
más explícita cuando hable desde la tribuna pública».
La exactitud de la entrevista fue comprobada por gran número de testigos,
entre ellos J. L. O’Sullivan, ministro de los Estados Unidos en Portugal
durante veinticinco años. «Si en alguna ocasión una mujer dijo la verdad ha
sido ahora», declaró el citado diplomático.
Así debió ser, pero la conferencia anunciada por Margarita se desarrolló
de un modo equívoco. Si nos atuviéramos solamente a las palabras de la
conferenciante, sería indudable que el fin que se propuso quedó logrado, pero
el autor está obligado a recoger lo dicho por Isaac Funk, investigador
imparcial e infatigable, quien, estando sentado al lado de Margarita, oyó los
ruidos «alrededor del local», sin que pudiera descubrir su origen, los cuales le
indicaron un nombre y una dirección equivocados. Bien es cierto que, en
cambio, la médium reveló facultades extraordinarias leyendo el contenido de
una carta que Mr. Fonk guardaba en uno de sus bolsillos. Tales resultados
contradictorios dieron lugar a la confusión del público.
Hay un factor que apenas ha sido tratado en el examen a que estamos
procediendo. Es la personalidad y labor de la señora Underhill, Lea, la
hermana mayor, que representó un papel tan importante en el curso de estos
acontecimientos. La conocemos, sobre todo, por su libro «Es eslabón de
enlace en el Espiritismo moderno» (Knox & Co., New York, 1885). El libro
está escrito por un amigo, pero los hechos y documentos fueron aportados por

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la señora Underhill que además revisó el texto. Los espiritistas que lo lean no
tienen más remedio que reconocer que las entidades con las cuales el círculo
de las Fox estuvo en contacto durante los primeros tiempos, no eran siempre
de una clase superior. Tal vez, en otro orden de consideraciones, sean los
elementos populares y humildes los que realizan el trabajo espiritual que
podríamos llamar de vanguardia según sus rudas ideas les dan a entender, y
los que abren el camino a otros entes más refinados. Aparte esto puede
decirse que el libro en cuestión da una impresión de candor a la vez que de
buen sentido, y como relato personal de quien intervino tan directamente en
aquellos emocionantes sucesos, está destinado a sobrevivir a toda nuestra
literatura corriente, y a ser leído con gran atención y hasta con reverencia por
las generaciones futuras. En cuanto a los humildes convencidos que cuidaron
con tanto celo del movimiento recién nacido —Capron, de Auburn, el primero
que habló en público sobre la materia; Jervis, el animoso ministro metodista,
que gritó:
«Siento que todo es verdad, y voy a predicarlo por todo el mundo». Jorge
Willets; el cuákero: Isacc Post, que convocó la primera reunión pública
espiritista; —el magnífico público congregado ante la tribuna de Rochester—
todos ellos merecen ver sus nombres perpetuados por la historia. De Lea
puede decirse que percibió la significación religiosa del movimiento con
mucha mayor claridad que sus hermanas, y se segó a hacerlo servir para fines
puramente humanos, por juzgar que ello constituía un descrédito contra lo
celestial. El siguiente párrafo de su libro es de gran interés porque expresa la
manera cómo la familia Fox consideró al principio los sucesos de que era
protagonista:
«El sentimiento general de nuestra familia… fue resueltamente contrario a
aquellos hechos extraños y comprometedores. Los considerábamos como un
gran infortunio caído sobre nosotros, sin saber cómo, de donde ni por que…
Nos resistimos, luchamos, y constantemente rogábamos para vernos libres de
aquella pesadilla, incluso bajo la extraña fascinación de aquellas maravillosas
manifestaciones que se nos imponían contra nuestra voluntad, por medios
invisibles y por agentes a quienes podíamos resistir, contrastar ni comprender.
Si nuestra voluntad, nuestros deseos vehementes y férvidas oraciones,
hubieran surtido efecto, allí habría acabado todo para siempre, y el mundo,
situado fuera del círculo de nuestras relaciones, jamás habría oído hablar de
los “Ruidos de Rochester” ni de la desgraciada familia Fox».
Las anteriores palabras dan una impresión completa de sinceridad, y por
otra parte, Lea aparece en todo su libro —con testimonio además de las

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personas que hemos citado— como persona digna de haber representado tan
importante papel en vasto movimiento espiritista de su tiempo.
Las hermanas Catalina Fox-Jencken y Margarita Fox-Kane, fallecieron en
los primeros años del decenio 1890 − 1900, y su muerte fue harto triste. La
actuación de ambas ha sido expuesta por nosotros con toda la posible
claridad, condenando por igual las exageraciones de algunos espiritistas y las
de los escépticos que sólo conceden importancia a la parte de hechos que
favorece sus puntos de vista y rechazan todo lo demás. Veamos, a costa de
truncar nuestro relato, si podemos hallar una explicación que responda por
igual a estas dos cuestiones: si todo lo hecho por las hermanas fue anormal e
independiente de su voluntad o no lo fue la mayor parte de ello. No es un
problema sencillo, sino de los más arduos averiguarlo dados los escasos
conocimientos psíquicos que en aquella época existían.
De todos modos las explicaciones de los espiritistas de aquel tiempo no
deben ser en modo alguno desestimadas. En efecto, sosteníase que un médium
que hace mal uso de sus facultades y cuyo carácter se distingue por la
relajación moral de sus costumbres, es accesible a perniciosas influencias que
se aprovechan de él para transmitir informes falsos o para desacreditar la
causa pura. Esto puede ser cierto como una causa causans; pero vamos a
explorar más de cerca el cómo y por qué de los hechos logrados por las
hermanas Fox, desde el punto de vista de los descubrimientos posteriores.
El autor opina que la verdadera explicación se obtendrá acoplando todos
aquellos hechos a las recientes investigaciones del Dr. Crawford acerca de los
medios con los cuales se producen los fenómenos físicos. El ilustre doctor ha
demostrado con toda claridad, según exponemos en otro capítulo, que los
golpes (y ahora nos ocupamos sólo de ellos) son causados por una especie de
lanzamiento de la persona médium, de una larga proyección compuesta de
cierta substancia, dotada de propiedades que la distinguen de toda otra clase
de materia. Esta substancia ha sido atentamente examinada por el gran
fisiólogo francés, Dr. Carlos Richet, que le ha dado el nombre de
«ectoplasma».
Las líneas o proyecciones ectoplásmicas son invisibles para la vista
normal de nuestros ojos, y parcialmente visibles en la placa fotográfica, y
tienen por sí la energía necesaria para producir sonidos y dar golpes a
distancia.
Ahora bien, si Margarita producía los ruidos de la misma manera que el
médium estudiado por Crawford, no tenemos que hacer más que dos
suposiciones muy probables, y que la ciencia futura aclarará definitivamente.

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Una, es que hay un centro de fuerza psíquica que se forma en cierta parte del
cuerpo y desde el cual se proyecta la línea de ectoplasma. Si tal centro estaba
situado en los pies de Margarita, ello arrojaría mucha luz sobre las pruebas
recogidas en la información de Seybert, pues en efecto, en aquella ocasión,
uno de los miembros del comité, al examinar a Margarita e intentar que
produjese golpes, pidió permiso a la médium para ponerle la mano sobre uno
de sus pies. Hecho esto, inmediatamente se oyeron los golpes, lo cual hizo
exclamar al investigador: «Esto es lo más asombroso de todo, señora Kane.
Percibo la sensación en su pie. No hay en éste el menor movimiento, pero sí
una pulsación anormal».
Tal experimento alejaba la idea de una dislocación articular de los dedos o
de un golpe producido físicamente por éstos; en cambio, confirma la
existencia de un centro desde el cual es proyectada la fuerza psíquica. La
índole de esa fuerza es material, y procede del cuerpo de la médium, a través
de un nexo que puede variar, y que en el caso de Margarita era el pie. Los
doctores de Búfalo observaron que en el momento de producirse el golpe
había un movimiento sutil por parte del médium. La observación era exacta,
pero la deducción resultó equivocada. El autor vio en un médium aficionado
producirse una ligera pulsación general al sonar el golpe, una especie de
retroceso después de la descarga de la fuerza.
Aceptando que la fuerza de Margarita actuara de la manera dicha, sólo nos
queda ver si las líneas ectoplásmicas pueden ser proyectadas a voluntad bajo
cualesquiera circunstancias. Según lo que el autor conoce, no existen
observaciones que permitan sostener esa tesis. El médium de Crawford hizo
siempre sus manifestaciones en estado de trance, o sea de modo ajeno a su
voluntad. En otros fenómenos físicos hay razones para creer que en su forma
más sencilla están íntimamente relacionados con el médium, pero a medida
que progresan, se liberan de su dominio y entran bajo el de fuerzas externas.
Así, las fotografías de ectoplasma obtenidas por la señora Bisson y el doctor
Schrenck Notzing (según se desprende de su reciente libro), pueden referirse
en su primera forma a los pensamientos del médium o a ideas que toman una
forma visible en el ectoplasma, pero como ideas y pensamientos se
desvanecen durante el trance, y adquieren entonces otras formas o figuras
que, en la mayoría de los casos, hay que referir a una vida independiente de
él.
Si existiera analogía entre las dos clases de fenómenos, habría sido muy
posible en Margarita algún dominio sobre la expulsión del ectoplasma
causante del ruido; pero cuando el sonido transmitía mensajes fuera del

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alcance de su conocimiento, como en el caso citado por Funk, la fuerza ya no
era usada por la médium, sino por alguna inteligencia independiente de ella.
No debe olvidarse que nadie ignora tanto la manera de producirse los
efectos como el mismo médium, aunque éste sea el centro de los mismos.
Uno de los más grandes médiums del mundo, dijo una vez al autor, que jamás
había visto fenómeno físico alguno, por la sencilla razón de estar en trance en
el momento de producirse; la opinión de cualquiera de los circunstantes es de
más valor que la del médium. Asimismo, las hermanas Fox, que eran casi
niñas al iniciarse los fenómenos, poco sabían de la entraña del problema, y la
misma Margarita decía frecuentemente que ella nada comprendía de aquellos
resultados. Si hubiera visto que tenía en sí misma el poder de producir los
ruidos, por muy vago que hubiera sido su conocimiento, habríase encontrado
en sólido terreno para impugnar las acusaciones que le dirigía el Dr. gane. Sus
confesiones y las de su hermana podían ser exactas hasta el punto que
permitían sus conocimientos de la materia, pero ellas mismas confesaban que
existían no pocos fenómenos que les era imposible explicarse por no emanar
de ellas.
Queda, sin embargo, un importantísimo punto que discutir, el más
importante de todos para quienes aceptan el significado religioso del
movimiento espiritista. El argumento más corriente de aquellos que no están
versados en la materia, es preguntar: «¿Son éstos vuestros resultados? ¿Puede
ser buena una filosofía o una religión que surte semejantes efectos en las
personas que han tenido participación tan grande en la existencia de esa
religión?». No hay que preocuparse por semejante objeción, a la que
contestaremos claramente, aunque repetidas veces se haya ya refutado.
Comencemos por dejar bien sentado que no existe la menor conexión
entre la moralidad y la mediunidad física, como no la hay, por ejemplo, entre
un oído refinado para la música y la moralidad. Ambos son dones físicos. El
músico puede interpretar los más exquisitos trozos y excitar en sus oyentes las
más elevadas emociones, y ser, a pesar de todo, un pervertido, un alcohólico,
un dipsomaníaco, como también puede hermanar sus altas facultades
musicales con un carácter personal angélico. No hay, sencillamente, conexión
entre ambas cosas, salvo que ambas tienen su centro en el mismo cuerpo
humano.
Lo mismo ocurre con la mediunidad física. Todos o casi todos exudamos
de nuestro cuerpo cierta substancia que tiene muy peculiares facultades. En la
mayoría de nosotros, según se evidenció en el peso de las sillas cuando la
experiencia de Crawford, la cantidad de tal substancia es insignificante. Pero

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de cada cien mil personas una puede contenerla en cantidad importante. Tal
persona así dotada será un médium físico. Él o ella podrán emitir materia
prima que aprovecharán otras fuerzas externas sin que para ello influya en
nada el carácter de la persona. Tal es el resultado de dos generaciones de
observadores.
Ahora bien, si ello fuera exactamente así, el médium físico no se sentiría
influido en su carácter por tan excepcionales facultades. Desgraciadamente no
es así. El médium físico está sujeto a ciertos riesgos morales a los cuales
procura resistir denodadamente con su naturaleza bien protegida; pero en
ocasiones sucumbe. En tales casos, los males de personas tan útiles y
abnegadas pueden compararse a esas lesiones físicas (pérdidas de dedos y
manos), sufridas por los que han trabajado con los rayos X antes de que
fueran bien conocidas todas las propiedades de éstos. Se han tomado medidas
para evitar esos peligros físicos después que cierto número de investigadores
pagaron su tributo a la ciencia, y del mismo modo se encontrarán medios que
eviten los peligros morales, después del daño sufrido por los primeros
experimentadores cuando quisieron forzar las puertas del conocimiento. Tales
peligros residen en la debilidad de la voluntad, en el extremado
desfallecimiento subsiguiente a las sesiones, en la creencia de que pueden
repararse las perdidas fuerzas abusando del alcohol, en la tentación de
engañar cuando las facultades se desvanecen y en las interferencias y hasta
malévolas influencias espirituales propias de las reuniones abigarradas a las
que va la gente más por curiosidad que por convicción religiosa. El remedio
para ese mal es aislar a los médiums, darles un sueldo en vez de pagarles
según los resultados obtenidos, regularizar el número de sus sesiones,
examinar el carácter de los concurrentes, en una palabra, suprimir las
influencias que dominaron a las hermanas Fox, como ya habían hecho con
más poderosos médiums anteriores. Por otra parte, existen médiums físicos
que obran bajo motivos tan poderosos y trabajan bajo impulsos tan religiosos,
que constituyen lo más excelso en su clase. Su fuerza es igual a la que
desplegaron Buda y la mujer de Endor. Los métodos que cada uno emplea es
lo que determina su carácter.
Hemos afirmado que es muy escasa la conexión entre la mediunidad física
y la moralidad. Esto puede llevar a suponer que el flujo ectoplásmico
igualmente activo en un santo que en un pecador, afecta por igual a los fines
materiales y produce, por ejemplo, el magnífico resultado de convencer a un
materialista de la existencia de fuerzas invisibles. Pero advertiremos que en lo
relativo a las enseñanzas, a los mensajes enviados, sea por la voz del espíritu,

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por la escritura automática o por otro medio, el continente corresponde
siempre al contenido, y no cabe que una naturaleza exigua dé asiento a un
gran espíritu. Se puede ser Vale Owen antes de obtener los mensajes Vale
Owen. Si un elevado médium degenera en carácter, es seguro que los
mensajes cesen o lleven su parte de degeneración. De ahí que los mensajes de
un espíritu divino como los que periódicamente son enviados para purificar al
mundo, de un santo medioeval, de una Juana de Arco, de Swedenborg y de
Andrés Jackson Davis, como los de los más humildes, constituyen en realidad
la misma cosa, pero en diversos grados. Cada uno es un aliento genuino del
Más Allá, pero cada intermediario determina con el valor de su personalidad
la calidad del mensaje que por su intervención nos llega. Tal es cómo se
revela ese maravilloso misterio, tan vital, y no obstante, tan indefinido,
porque su propia grandeza nos impide definirlo. Algo se ha hecho y
adelantado para esclarecerlo, pero aún hay en su esencia muchos problemas
cuya solución queda para los que nos sigan. Para éstos resultarán muy
elementales nuestras especulaciones más avanzadas, porque verán ante sí
amplias perspectivas, extendidas hasta los más lejanos límites de la visión
mental.

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CAPÍTULO VI
PRIMEROS PROGRESOS EN AMÉRICA

Después de relatada la historia de la familia Fox y de la problemas que en ella


nacieron, volvamos a América para estudiar los primeros efectos que aquellos
acontecimientos causaron.
Tales efectos no fueron en verdad muy satisfactorios: hubo locuras por
parte de los individuos y extravagancias por parte de las Corporaciones.
Una de éstas, fundada a base de las comunicaciones recibidas a través de
la médium señora Benedict, fue el Círculo Apostólico donde unos cuantos
individuos, creyentes entusiastas en un segundo advenimiento de Jesús,
esperaban ver confirmada dicha creencia a través de la comunicación
espiritista. Estos individuos pretendían haber obtenido comunicaciones de los
apóstoles y profetas de la Biblia. En 1849, Jaime L. Scott, ministro bautista
del «Séptimo Día», en Brooklyn, ingresó en aquel Círculo, establecido en
Auburn, el cual se denominó desde entonces «Movimiento Apostólico»,
siendo su jefe espiritual, según los prosélitos decían, el apóstol San Pablo. A
Scott uniósele Tomás Lake Harris, fundando ambos en Monte Cove una
Comunidad religiosa que atrajo muchos fieles, hasta que al cabo de algunos
años la gente comenzó a llamarse a engaño y se separó de los fundadores y
del régimen autocrático a que éstos los habían sometido.
Tomás Lake Harris es, sin duda, una de las más curiosas personalidades
de que tenemos noticia. Era un compuesto de extremos opuestos, de suerte
que cuanto hacía era determinadamente o para mal o para bien. Primero fue
ministro universalista, lo que le valió el «Reverendo», que usó durante largo
tiempo como prefijo. Rompió después con sus colegas, adoptó las enseñanzas
de Andrés Jackson Davis, se convirtió en fanático espiritista, y por fin, como
ya dijimos, fue uno de los jefes autocráticos de las almas y de los bolsillos de
los colonizadores de Monte Cove. Llegó, no obstante, un momento en que los
tales colonizadores se convencieron de que eran suficientes por sí mismos
para ocuparse de sus propios negocios materiales y espirituales, y esto puso
fin a la vocación apostólica de Harris. Trasladose a Nueva York y allí se alistó

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en el movimiento espiritista, predicando en la Sala Dodworth, cuartel general
del culto, y haciéndose en seguida una envidiable reputación de orador
elocuente. Pero su megalomanía —es posible que fuera su obsesión— estalló
muy pronto, llevándole a cometer extravagancias que los cuerdos y
mesurados espiritistas que le rodeaban, no podían tolerar. Pretendía estar
dotado de una inspiración profética. Y lo cierto es que él o algún espíritu a
través suyo, produjo, entre otros, los poemas, «Un lírico de la Edad de Oro» y
«La Tierra Matutina», composiciones de altos vuelos. Pero los espiritistas de
Nueva York se negaron rotundamente a reconocer facultades sobrenaturales
de ningún género en Harris, y éste, herido en lo más vivo de su amor propio,
marchó a Inglaterra (1859), donde no tardó en cobrar fama de elocuente
dando conferencias, en las cuales se dedicó a denigrar a sus primitivos
colegas de Nueva York.
Un año después, en 1860, la vida de Harris adquirió súbitamente especial
interés para los ingleses, particularmente para los que tenían inclinaciones
literarias. Dando una conferencia en la Sala Steinway de Londres, Lady
Oliphant, que le escuchaba, se sintió tan impresionada por su elocuencia, que
puso en relación al profeta americano con su hijo Lorenzo Oliphant, uno de
los hombres más brillantes de su generación. Es difícil apreciar en qué
consistía el atractivo de Harris, pues por aquel tiempo, sus predicaciones no
tenían nada de extraordinario desde el punto de vista doctrinal, salvo el haber
adoptado la idea del Dios-Padre y de la Madre-Naturaleza concebida por
Davis. Oliphant introdujo a Harris en el mundo intelectual presentándole
como el más grande poeta de la época, aunque todavía desconocido para la
Fama. Oliphant no era un crítico sin importancia, y por eso, en una época en
que brillaban Tennyson, Longfellow, Browning y tantos otros, parece más
inexplicable su entusiasmo. El episodio tuvo su desenlace cuando después de
algunas vacilaciones, madre e hijo se sometieron de tal manera a Harris, que
por introducción de éste se consagraron a los trabajos manuales en una nueva
colonia que creó en Brocton (Nueva York), donde permanecieron en una
condición equivalente a la esclavitud, salvo que era voluntaria. Dejemos a los
ángeles el cuidado de decidir si semejante abnegación era santa o idiota. Más
bien parece lo último si se considera que Lorenzo Oliphant quiso casarse y no
pudo lograrlo hasta que convenció a Harris para que el tirano le diera su
permiso. Entonces Oliphant quedó en libertad de escribir su obra sobre la
guerra franco-prusiana de 1870, cosa que hizo de la manera brillante que de él
cabía esperar, pero hecho eso, volvió a su rara servidumbre, siendo una de las
tareas que desempeñó la de vender cestos de fresas al paso de los trenes,

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mientras su joven esposa, arbitrariamente separada de él, era enviada a la
California del Sur. Hasta el año 1882, o sea veinte años después de su primera
sumisión, no pudo Oliphant, ya muerta su madre, romper aquellos lazos
incomprensibles, y tras ruda lucha, en el curso de la cual Harris hizo gestiones
para encerrarlo en un asilo, pudo reunirse de nuevo con su esposa, recobrar
una parte de sus bienes, y reanudar su vida normal. Oliphant, en los últimos
años de su vida, hizo una descripción del profeta Harris en el libro
«Masollam», escrito de manera tan interesante, tanto por la brillantez de la
forma propia de Oliphant, como por lo singular del personaje descrito, que al
lector tal vez le satisfaga encontrar una referencia de él en el Apéndice de esta
obra.
El caso de Harris y lo mismo otros eran sólo escorias del movimiento
espiritista principal, el cual, considerado en conjunto, merece ser calificado de
sano y progresivo. Las extravagancias quedaron aisladas, aunque ideas tales
como la de amor libre y otras de índole comunista que profesaban algunas de
las más burdas sectas, las aprovecharon los enemigos del nuevo culto para
señalarlas como vicios típicos de éste.
Ya vimos que, si bien las manifestaciones espiritistas obtuvieron vasta
divulgación, merced a la obra de las hermanas Fox, eran conocidas muy
anteriormente. Entre los varios testimonios que lo confirman, figura el del
juez Edmonds, quien dijo: «Hace cinco años que este asunto atrajo la atención
pública, pero hoy sabemos que diez o doce antes se habían registrado ya
fenómenos de esa índole en diferentes lugares del país, permaneciendo
ignorados ya por temor al ridículo o por no saberse de lo que se trataba».
Eso explica el extraordinario número de médiums que comenzó a
revelarse inmediatamente después de la publicidad hecha alrededor de la
familia Fox. El don de las facultades medianímicas comenzaba por primera
vez a desarrollarse. Los médiums aumentaban cada vez más. En abril de 1849
hubo manifestaciones de este orden en la familia del reverendo A. H. Jervis,
ministro metodista de Rochester, en la de Mr. Lyman Granger, también de
Rochester, y en casa del diácono Hale, de la cercana ciudad de Grecia. Por el
mismo tiempo, otras seis familias de la inmediata ciudad de Auburn,
comenzaron a revelar su mediunidad. En ninguno de tales casos tuvo la menor
intervención la familia Fox; era sencillamente que otros seguían el camino
abierto por las dos hermanas.
Hecho principal de los años siguientes fue el continuo desarrollo de los
médiums en todas partes, y la conversión al espiritismo de gran número de
hombres públicos, como el juez Edmonds antes citado, el ex gobernador

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Tallmadge, el profesor Roberto Hare y el profesor Mapes. La adhesión de
personas tan conocidas, dio enorme popularidad a la nueva secta, mientras
aumentaba la virulencia de sus detractores, que veían claramente que ya no
tendrían que habérselas con un puñado de iluminados o de bobos. Hombres
eminentes como los citados, podían hacerse oír e imponerse. Por otra parte, se
inició un cambio en el carácter del fenómeno espiritista. En los años 1851 − 2,
dos notables médiums, la señora Hayden y D. D. Home, fueron los
instrumentos de numerosas conversiones. De la labor de ambos nos
ocuparemos más adelante.
En una comunicación, dirigida «Al público», inserta en el New York
Courier, y fechada en Nueva York a 1º de agosto de 1853, el juez Edmonds,
hombre de gran carácter y de clara inteligencia, hizo un convincente relato de
sus propias experimentaciones. Es curioso que los Estados Unidos, que en
aquella época dieron pruebas de tanto valor moral por parte de sus ciudadanos
de primera línea, hayan decaído en los últimos años en ese mismo respecto,
pues el autor, en sus recientes viajes a dicho país, conoció a muchas personas
convencidas de la verdad psíquica, que ante la actitud de una prensa hostil, no
se atrevían a declarar sus convicciones.
El juez Edmonds, en el trabajo aludido, comienza detallando el desarrollo
de los sucesos que dieron origen a sus opiniones. Vamos a reproducirlo
íntegro, porque es importante para hacer ver en qué fundamentos apoyó sus
convicciones persona tan culta:
«Me llamó la atención el fenómeno del “intercambio espiritual”[3], en
enero de 1851. Era una época en que yo me había sustraído a las relaciones
sociales y en que trabajaba bajo una gran depresión de espíritu. Empleaba mi
tiempo libre en lecturas acerca de la muerte y de la existencia del hombre
después de haber fallecido. En el curso de mi vida había oído predicar desde
el púlpito tantas opiniones contradictorias acerca de tal tema, que apenas
sabía qué creer. No hubiera podido, aun queriéndolo, creer lo que no
comprendía, y sentía verdaderas ansias por conocer si, después de muertos,
podemos encontrar de nuevo a aquellos seres a quienes hemos querido en la
tierra, y en qué circunstancias. Fui invitado por un amigo a asistir a una de las
sesiones de los “Ruidos de Rochester”. Acepté más bien para complacerle y
matar mi ocio durante una hora. Reflexioné mucho sobre lo que había visto y
determiné investigar el asunto para ver en qué consistía. Si era un engaño o
una ilusión, pensaba en que bien podría descubrirlo, así es que, por espacio de
cuatro meses, dediqué por lo menos dos tardes cada semana a estudiar
aquellos fenómenos en todas sus fases. Tomé nota de todo cuanto

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presenciaba, y de tiempo en tiempo comparaba mis notas para ver si descubría
contradicciones o incongruencias. Leí cuanto cayó en mis manos sobre el
asunto, y especialmente cuanto se refería al descubrimiento de
“charlatanerías”. Fui de un punto a otro, estudiando a diferentes médiums en
compañía de personas a las que no había visto jamás, unas veces en plena
obscuridad y otras en plena luz; en ocasiones, acompañado de incrédulos
inveterados, y otras, las más, de celosos creyentes.
»En una palabra, aproveché cuantas oportunidades se me presentaron
hasta agotar la materia. Durante todo ese tiempo me mantuve incrédulo, y
puse a prueba la paciencia de los creyentes por mi escepticismo, mi suspicacia
y mi tenacidad en aferrarme a mis ideas. Vi alrededor mío personas que al
cabo de una o dos sesiones abrazaban las nuevas ideas; otras, en las mismas
circunstancias, persistían en su incredulidad, y otras, en fin, sin proceder a
ninguna investigación, continuaban impertérritamente incrédulas. Yo no
podía imitar ni a los unos ni a los otros, pero estaba resuelto a no darme por
vencido hasta tener ante mi vista pruebas irrefutables. Al fin pude obtener
dichas pruebas, y con un carácter de evidencia tal, que no había más remedio
que rendirse».
Como se ve, este personaje, uno de los primeros en convertirse a la nueva
revelación, tomó las más grandes precauciones y buscó toda clase de pruebas
para convencerse de la autenticidad de la comunicación espiritista. La
experiencia corriente demuestra que la aceptación inmediata y fácil de tal
realidad, es muy rara entre los pensadores serios, y que apenas existe un
creyente de primera línea cuyo estudio e investigación no hayan sido
precedidos de un noviciado de varios años. Eso ofrece un singular contraste
con la abundancia de opiniones negativas fundadas tan sólo en los prejuicios
y en los relatos tendenciosos de autores sectarios.
El juez Edmonds, en la excelente narración de sus vicisitudes —narración
que debería haber convencido a todos los americanos si éstos hubieran estado
mejor preparados—, muestra la base sólida de sus creencias al hacer resaltar
que jamás estuvo solo en las manifestaciones a las cuales concurría, sino
rodeado de varios testigos. Describe en los siguientes términos las minuciosas
precauciones que tomaba:
«Después de fiar a mis propios sentidos las diversas fases de los
fenómenos, apelaba a la ciencia, y con la colaboración de un experto
electricista y de sus aparatos, y otras ocho o diez personas serias, cultas e
inteligentes, llevaba mi examen hasta los últimos extremos. Proseguimos
nuestra investigación en Rochester durante varios días, hasta que quedó bien

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determinado, primero, que los ruidos no eran producidos por persona alguna
allí presente o cercana a nosotros, y segundo, que no se producían por nuestro
gusto o voluntad».
Se ocupa luego de las acusaciones de «charlatanería» lanzadas por
periódicos, acusaciones contra algunos embaucadores, a veces fundadas, pero
por lo general, injustas y causantes de decepciones que producen mayor daño
que los males que pretenden evitar. Dice así:
«Estando en esta situación las cosas, aparecieron en los periódicos
denuncias de “escándalos y charlatanerías”, según los calificaban. Los leí con
atención, esperando que vinieran en apoyo de mis investigaciones, pero no
pude menos de reírme de la futilidad de tales denuncias. Por ejemplo,
mientras ciertos profesores de Búfalo se enorgullecían por haber descubierto
en el dedo grueso del pie y en las rodillas de un médium la causa de los
ruidos, resultó que esas manifestaciones se transformaron en el sonido de una
campanilla colocada debajo de la mesa. Es como la solución dada más tarde
por un ilustre profesor de Inglaterra, que atribuía los golpes oídos en las
mesas a una fuerza especial de las manos colocadas encima del tablero; pero
es el caso que casi siempre las mesas se mueven cuando no hay manos sobre
ellas».
Después de haber hablado de la objetividad de los fenómenos, el juez se
ocupa de la cuestión más importante, de su caso. Comenta el hecho de que en
las contestaciones a sus preguntas mentales, veía revelados sus pensamientos
más secretos y sus propósitos más íntimos. Afirma, finalmente, haber oído a
médiums hablar en griego, latín, español y francés, a pesar de ignorar en
absoluto tales lenguas.
Esto le hace preguntarse si tales cosas no podrían explicarse como reflejo
o sugestión de los mismos que presencian los fenómenos, duda que prueba en
el caso del juez Edmonds, como en el de otros investigadores, que los
espiritistas no aceptan su propia doctrina de un solo golpe, sino que proceden
por etapas, con la más minuciosa verificación de cada una. La tarea
emprendida por el juez Edmonds, es igual a la seguida por otros. He aquí las
razones que más adelante acaba por dar contra la probabilidad de la sugestión
ajena sobre el médium.
«Hechos completamente desconocidos por éste, fueron después
comprobados, por ejemplo, el siguiente: cuando el pasado invierno me
hallaba en la América Central, mis amigos de la ciudad de donde yo procedía
tuvieron por un médium noticias mías, y del estado de mi salud, repetidas
veces; y a mi regreso, comparando sus informes con las notas de mi diario,

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los hallé absolutamente conformes. De la misma manera, durante mi viaje al
Oeste, mis acciones y mi estado de salud fueron comunicados a un médium
de esta ciudad, en los mismos momentos en que yo viajaba en ferrocarril entre
Cleveland y Toledo. Muchas ideas me fueron reveladas sobre asuntos en los
que yo no pensaba, y absolutamente distintas de mis propias opiniones. Esto
me ha ocurrido con frecuencia a mí y a otros, lo cual plenamente demuestra
que no es la inteligencia del que asiste a la sesión quien da nacimiento o
influye en las comunicaciones».
Tratando de ese sorprendente tema llama la atención sobre su
extraordinaria significación religiosa con arreglo a las líneas generales que se
definen en otro capítulo de esta obra. El juez Edmonds era un cerebro de
primera fuerza, y de claro juicio; poco es, pues, lo que podemos añadir a lo
por él aducido, y tal vez jamás mejor expresado en tan pocas palabras. Como
ya hemos tenido ocasión de decir, puede proclamarse que el Espiritismo se
manifestó potente desde un principio sin que maestros y guías lo enturbiasen
con sus polémicas. Por el contrario —y ello es divertido, aquella ciencia
arrogante que intentó con meras palabras contener los primeros movimientos
de 1850, se ha manifestado esencialmente equivocada y contradictoria en su
propio terreno. Apenas existen hoy axiomas científicos, como el fin último de
los elementos, la indivisibilidad del átomo, el origen de las especies por
separado, que no haya sido controvertido, al paso que el conocimiento
espiritista, tan menospreciado entonces, se ha mantenido firme
fortaleciéndose con nuevos hechos y jamás debilitándose por causa de otros
que los contradigan.
Escribiendo sobre los benéficos efectos de ese conocimiento, el juez
Edmonds dice: «En él está todo lo que consuela al triste y conforta al decaído;
todo lo que dulcifica nuestro paso a la tumba y priva a la muerte de sus
temores; todo lo que ilumina al ateo y no puede menos que reformar al
vicioso; lo que premia y anima al virtuoso en medio de las pruebas y de las
vicisitudes de la vida, y lo que muestra al hombre su deber y su destino,
apartándole de la vaguedad y de la incertidumbre».
Jamás fue mejor sintetizada nuestra doctrina.
Hay, no obstante, un pasaje final en ese notable documento que causa
cierta tristeza. Hablando de los progresos hechos por el movimiento en los
Estados Unidos en cuatro años, dice: «Hay diez o doce periódicos
consagrados a la causa, y la bibliografía espiritista comprende más de un
centenar de obras diferentes, algunas de las cuales alcanzaron tiradas de más
de diez mil ejemplares. Al lado de la multitud anónima hay muchos hombres

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le alta significación y gran talento, entre ellos doctores, abogados, sacerdotes
en gran cantidad, un obispo protestante, el ilustre reverendo presidente de un
Colegio, jueces de Tribunales Supremos, miembros del Congreso,
embajadores extranjeros y ex miembros del Senado de los Estado Unidos».
En cuatro años la fuerza espiritista hizo todo eso. ¿Cuál es hoy la situación?
La «multitud anónima» se mantiene briosamente y el centenar de
publicaciones se han vuelto muchas más. ¿Pero dónde están los hombres de
primera fila que marchen a la cabeza? Desde la muerte del profesor Hyslop es
difícil encontrar un hombre eminente en los Estados Unidos capaz de jugarse
su carrera y su reputación proclamando a la faz de todos sus ideas espiritistas.
Los que nunca temieron la tiranía de los hombres, se han encogido ante la
mala cara de la prensa. La máquina de imprimir ha vencido donde los demás
poderes fracasaron. La pérdida que en su reputación y en sus intereses sufrió
el juez Edmonds, obligado a dimitir su cargo en el Tibunal Supremo de
Nueva York, así como las sufridas por otros muchos que profesaron
valientemente la verdad, dieron origen a este reinado del terror que mantiene
a las clases intelectuales alejadas del movimiento espiritista.
En aquellos tiempos no toda la prensa estaba mal dispuesta, de modo que
el famoso y emocionante escrito del juez Edmonds, fue acogido con respeto.
El New York Courier, escribió:
«La carta del juez Edmonds, que publicamos el sábado, respecto a las
seudo manifestaciones espiritistas, por ser de jurisconsulto tan erudito, de
hombre tan notable por su claro sentido en las cuestiones de la vida práctica, y
de caballero tan irreprochable, ha llamado la atención de la gente y es
considerada por muchos como uno de los más notables documentos de la
época».
Por su parte, el Evening Mirror, de Nueva York, decía:
«Juan W. Edmonds, primer juez del Tribunal Supremo de este distrito, es
un habilísimo abogado, un juez sagaz y un excelente ciudadano. Ha ocupado
durante los últimos ocho años los más elevados cargos judiciales, y
cualesquiera que hayan sido sus faltas, nadie puede acusarle con fundamento,
de carecer de talento, de perspicacia, de honradez y de valor. Nadie puede
dudar de su claridad de juicio ni puede creerse por un solo momento en
claudicaciones de su rectitud e inteligencia. Todos los abogados y hombres de
leyes que han pasado por su tribunal, le sitúan a la cabeza del Tribunal
Supremo de este distrito, así por sus hechos como por sus méritos».
La experiencia del Dr. Roberto Hare, profesor de Química de la
Universidad de Pensilvania, es también interesante, por haber sido uno de los

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primeros hombres eminentes de ciencia que, proponiéndose revelar los
engaños del espiritismo, al fin se convirtió a él. Era en 1853 cuando, según
sus propias palabras, «se sintió obligado por deber hacia sus prójimos, a
dedicar toda su influencia a atajar la corriente de locura popular, favorable a
la gran farsa llamada espiritismo». Una carta acusadora que publicó en los
periódicos de Filadelfia, donde residía, fue copiada por otros diarios del país y
sirvió de tema a numerosos sermones. Pero a semejanza de lo que ocurrió con
Sir William Crookes muchos años más tarde, el júbilo resultó prematuro. El
profesor Hare, aun cuando era un escéptico, acabó por experimentar por sí
mismo, y tras un período de minuciosas pruebas, convenciose completamente
del origen extraterreno de las manifestaciones. Como Crookes, ideó un
aparato comprobador de los médiums. La señora S. B. Britten, da el siguiente
sucinto relato de algunos de los experimentos de Hare:
«Primeramente, para convencerse a sí mismo de que los movimientos no
eran obra del fraude, cogió unas bolas de billar, las colocó sobre unas
planchas de cinc y sobre las bolas pusieron las manos los médiums, y con
gran asombro por su parte las mesas se movieron. Luego preparó una mesa
movediza en todos los sentidos, a la cual adaptó un dispositivo para hacer
girar un disco conteniendo las letras del alfabeto, disco oculto a la vista de los
médiums. Las letras estaban diversamente dispuestas, fuera de su orden
correlativo, requiriéndose del espíritu que las colocara en el lugar que les
correspondía, es decir, consecutivamente. Inmediatamente las letras fueron
apareciendo en su orden alfabético. Luego siguieron frases inteligentes que el
médium no podía ver ni conocer.
»Finalmente, se llegó a la prueba definitiva. Se colocó el brazo largo de
una palanca en un círculo graduado con el indicador marcando un peso
conocido, mientras la mano del médium descansaba en el brazo corto, de tal
manera, que siéndole imposible hacer presión hacia abajo, obtenía, en
cambio, el efecto opuesto de levantar el brazo largo de la palanca. Pues bien;
lo asombroso fue que el peso aumentó varias libras en la escala».
El profesor Hare resumió esas minuciosas investigaciones y sus opiniones
sobre el espiritismo en un importante libro publicado en Nueva York en 1855,
con el título de «Investigación experimental de las manifestaciones
espiritistas». En la página 55 compendia como sigue los resultados de sus
primeros experimentos:
«La evidencia de las manifestaciones arriba descritas, no se limitará
únicamente a mí, ya que hubo varias personas presentes al producirse, y

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fueron repetidas a presencia de todos con cuantas modificaciones se
propusieron.
»Esa evidencia puede ser considerada bajo diversos aspectos: primero, los
golpes y otros ruidos se produjeron de una manera ajena a toda intervención
humana; segundo, los sonidos producidos para indicar letras que a su vez
constituían frases gramaticales perfectamente expresadas demostraban estar
bajo la dirección de un espíritu inteligente; tercero, quedó probado que el ente
que producía esos sonidos era conocido, amigo o pariente del investigador.
»Por otra parte, se han presentado casos de movimientos hechos por
cuerpos ponderables… de naturaleza apropiada para la producción de
comunicaciones intelectuales parecidas a las obtenidas por medio de golpes,
como arriba indicamos.
»Aunque los aparatos por medio de los cuales se han obtenido las distintas
pruebas con las mayores precauciones y precisión posibles, las modificaron
en cuanto a la manera de producirse, esencialmente todas ellas conducen a las
conclusiones arriba enunciadas, refrendadas por el testimonio de gran número
de observadores. Muchos que jamás pensaron en ninguna comunicación
espiritista ni han sentido la necesidad de ingresar en el espiritismo, afirman,
sin embargo, la realidad de los ruidos y de los movimientos, y admiten
además su inexcrutabilidad».
Mr. Jaime J. Mapes, de Nueva York, químico agrónomo, miembro de
varias doctas sociedades, comenzó sus investigaciones acerca del espiritismo
para salvar, según su expresión, a los amigos, que estaban «cayendo en la
imbecilidad». A través de las facultades mediunímicas de Cora Hatch, más
tarde señora de Richmond, recibió las contestaciones a sus preguntas, y
terminó por ser un creyente completo, y su esposa se convirtió en médium
dibujante y pintora, a pesar de carecer de todo talento artístico. Su hija, sin
que él se diera cuenta, fue médium escribiente, y cuando le anunció tales
facultades, su padre le pidió que se las demostrara. Entonces la joven cogió
una pluma y escribió rápidamente un mensaje que decía proceder del padre
del profesor Mapes. Este pidió pruebas de la autenticidad del mensaje,
escribiendo entonces la joven las siguientes palabras: «Recuerda que te di
entre otros libros una Enciclopedia; mira la página 120 de dicho libro y
encontrarás escrito mi nombre, cosa que jamás habías visto». El libro en
cuestión estaba guardado junto con otros varios en un desván. Cuando el
profesor Mapes abrió la caja, que nadie había tocado en el espacio de
veintisiete años, vio con enorme asombro el nombre de su padre escrito en la
página 120. Tal incidente le impulsó a llevar a cabo serias investigaciones a

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semejanza de su amigo el profesor Hare, dejando de ser como éste un
acérrimo materialista.
En abril de 1854, el diputado Jaime Shields presentó una Memoria
suscrita con trece mil firmas, a la cabeza de las cuales figuraba la del
gobernador Tallmadge pidiendo al Parlamento de los Estados Unidos que se
hiciera una investigación acerca de los fenómenos espiritistas. Después de una
frívola discusión en la que Mr. Shields, que presentaba la petición, aludió a la
creencia de los peticionarios de que se trataba de un engaño, obra del
desequilibrio mental o de la incultura, se decidió que la demanda quedara
sobre la mesa. Mr. E. W. Capron puso al hecho el siguiente comentario:
«Es probable que ninguno de los firmantes esperara mejor solución. A los
carpinteros y pescadores de todo el mundo es a los que toca investigar la
nueva verdad para que la respeten los Senados y los Tronos. Es en vano
esperar tal respeto de hombres colocados en lugares tan altos».
La primera organización espiritista regular se formó en Nueva York el 10
de junio de 1854. Se tituló «Sociedad para la difusión del conocimiento
espiritista», y figuraban entre sus miembros hombres tan eminentes como el
juez Edmonds y el gobernador Tallmadge, de Wisconsin.
La Sociedad fundó un periódico titulado El Espiritismo Cristiano, y
acordó contratar a Catalina Fox para que diera sesiones diarias, a las cuales
era admitido el público gratuitamente, de once a una de la mañana.
En 1855, Capron escribía:
«Es imposible detallar la difusión del espiritismo en Nueva York a la hora
presente. Se ha esparcido por toda la ciudad, cesando de ser un objeto de
curiosidad o de maravilla. Las reuniones públicas se celebran a diario y las
investigaciones se llevan a cabo de una manera constante; pero han pasado ya
los días de excitación producida por la nueva causa y en todas partes se la
considera como algo más que una farsa. Cierto que la santurronería la fustiga
aún, pero sin discutir los resultados, aunque a veces, con fines partidistas,
denuncie algún pretendido embaucamiento. Lo positivo es que el intercambio
espiritista se ha convertido en un hecho corriente en esta ciudad».
Tal vez lo más significativo de todo el período que estamos revisando es
el desarrollo de la mediunidad entre personas eminentes, tales como el juez
Edmonds y el profesor Hare. Este último escribe:
«Habiendo adquirido últimamente las facultades de médium en grado
suficiente para cambiar ideas con mis espíritus amigos, ya no estoy en la
necesidad de defender a los médiums contra la imputación de falsedad o
engaño. Ahora ya sólo se trata de mí mismo».

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Aparte las hermanas Fox, nos encontramos en aquel momento con la
mediunidad privada del Rev. A. H. Jervis, del diácono Hale, de Lyman
Granger, del juez Edmonds, del profesor Hare, de la señora y de la señorita
Mapes y del mediunismo público de las señoras Tamlin, Benedict, Hayden,
de D. D. Home y otros más.
No entra en el objeto de este libro tratar del gran número de casos
individuales de mediunismo, algunos de ellos verdaderamente emocionantes,
registrados en aquel primer período del movimiento espiritista. El lector
puede consultar a este respecto las dos importantes compilaciones de la
señora Hardinge Britten, «Espiritismo moderno americano» y «Milagros del
siglo XIX», los mejores libros en la materia de aquellos tiempos. La serie de
los fenómenos fue tan importante, que la señora Britten contó hasta
quinientos distintos, referidos en la prensa en los primeros años, lo cual
representa probablemente algunos cientos de miles no registrados
públicamente. La pseudo Religión y la pseudo Ciencia, unidas para
desacreditar y perseguir a la nueva verdad y a sus sostenedores, encontraron,
desgraciadamente, apoyo en una prensa interesada en fomentar los prejuicios
de la mayoría de sus lectores. La labor era tanto menos difícil cuanto que en
el vital movimiento no faltaron fanáticos que desacreditaban sus propias
opiniones con sus actos, mientras otros se aprovechaban del interés general
para imitar con más o menos éxito los dones reales del espíritu. Estos viles
embaucadores daban muchas veces su timo a sangre fría, mientras que en
otras ocasiones se trataba de médiums verdaderos de los cuales había
desaparecido el poder psíquico. Hubo escándalos y denuncias sobre hechos
reales y supuestos. Eran denuncias, entonces como ahora, debidas a los
mismos espiritistas, quienes objetaban con vehemencia que las ceremonias
sagradas a que se entregaban los impostores eran como una pantalla para las
hipocresías y blasfemias de aquellos miserables que, cual hienas humanas,
intentaban vivir fraudulentamente a costa de los muertos. El resultado de todo
fue embotar los primeros entusiasmos, rechazar lo que era verdadero y
continuar incensando per in aeternum lo que era falso.
El valiente relato del profesor Hare le hizo caer en desgracia, provocando
la persecución de este sabio, que, con Agassiz, era entonces el hombre de
ciencia más famoso de América. Los profesores de la Universidad de Harvard
adoptaron el acuerdo de denunciarle por su «loca adhesión a una farsa
gigantesca». No pudo perder su cátedra de la Universidad de Pensilvania por
haberla ya dimitido, pero sufrió mucho su reputación.

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El caso más grande y absurdo de intolerancia científica —intolerancia que
siempre fue tan violenta e irracional como la de la Iglesia de los siglos
pasados— lo dio la Sociedad Científica Americana. La docta Corporación
siseó al profesor Hare cuando intentó hablar sobre el tema espiritista, y acordó
hacer constar que aquel tema era indigno de ser tratado en ella. Llamó, no
obstante, la atención de los espiritistas, que dicha Corporación, en la misma
sesión, se empeñara en un animado debate acerca de por qué los gallos cantan
entre las doce y la una de la madrugada, llegándose a la conclusión de que a
dicha hora pasa por la tierra una onda eléctrica de Norte a Sur, y las aves,
alarmadas en sus sueños, y «estando en una disposición natural de cacarear»,
señalan el fenómeno con su canto. No se sabía entonces —y tal vez no se sabe
aún— que un hombre o un círculo de hombres pueden ser muy doctos sobre
algunas materias, y mostrar, no obstante, una extraordinaria falta de sentido
común en presencia de una nueva idea o un nuevo hecho. La ciencia británica
y la de todo el mundo, han mostrado la misma intolerancia e ineptitud que
caracterizaron a la americana en los primeros días del movimiento espiritista.
Tan bien descriptos fueron los acontecimientos de aquellos días por la
señora Hardinge Britten, que cuantos se interesen en ellos deben seguirlos a
través de las admirables páginas que los dedicó. En este lugar recogeremos
nosotros algunas notas acerca de dicha señora. No sería completa la historia
del Espiritismo sin una referencia a tan notable mujer, que ha sido llamada el
San Pablo femenino del movimiento. De nacimiento inglés, fue a Nueva York
aún joven, formando parte de una compañía teatral, y allí vivió con su madre.
En su calidad de rigurosa evangelista, repugnábanle las ideas reputadas
heterodoxas del espiritismo, y abandonó con horror la primera sesión a que
asistiera. Más tarde, en 1856, volvió a ponerse en contacto con el
movimiento, y entonces obtuvo las primeras pruebas que le impidieron dudar
de la verdad. Pronto descubrió sus propias facultades de médium, y uno de los
más probados y más sensacionales casos de la historia del Espiritismo en sus
primeros tiempos, fue aquel en que recibió aviso de que el trasatlántico
Pacific se había hundido en medio del Atlántico con pérdida de todos los
pasajeros y tripulantes, en tales términos, que fue amenazada con un proceso
por los propietarios del buque por revelar lo que acababa de anunciarle el
espíritu de uno de los ahogados. Pronto se demostró que la revelación era
exacta y jamás volvió a tenerse noticia del buque hundido. Emma Hardinge
—por su segundo matrimonio señora Hardinge-Britten— puso todo su
vehemente temperamento al servicio de los nuevos ideales, dejando en ellos
una huella aún hoy visible. Fue una propagandista admirable por los variados

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dones de que estaba dotada. Era una médium poderosa, oradora, escritora,
pensadora muy ponderada y una viajera infatigable. Año tras año recorrió los
Estados Unidos de Norte a Sur y de Este a Oeste proclamando la nueva
doctrina en medio de una gran oposición, dado el carácter militante y
anticristiano de las opiniones que pretendía poseer directamente de sus
espíritus directores. Como, según sus opiniones, la moral de todas las iglesias
estaba muy relajada y debía aspirarse a algo más elevado, no es de suponer
que, el Fundador del Cristianismo, estuviera entre sus adversarios. Las ideas
de la señora Hardinge Britten guardaban más relación con el amplio punto de
vista de los círculos espiritistas que aún existen, que con cualesquiera otros.
En 1886 regresó a Inglaterra, donde trabajó infatigablemente, publicando
el «Espiritismo moderno americano» y más tarde «Milagros del siglo diez y
nueve», obras que revelan una asombrosa cantidad de trabajos de
investigación, además de una inteligencia despejada y lógica. En 1870 se casó
con el doctor Britten, también fervoroso espiritista. Aquel matrimonio fue
idealmente feliz. En 1878 marcharon juntos como misioneros del espiritismo
a Australia y Nueva Zelanda, donde permanecieron varios años, fundando
varias iglesias y sociedades, las cuales existían aún cuando el autor visitó
aquellas tierras cuarenta años más tarde. En Australia la ilustre escritora dio a
la estampa «Fe, hechos y engaños de la historia religiosa», un libro que aún
ejerce con razón poderosa influencia sobre muchas inteligencias. En aquella
época había indudablemente una íntima conexión entre el librepensamiento y
la nueva revelación espiritual. El fiscal del Tribunal Supremo de Nueva
Zelandia, Roberto Stoit, era al mismo tiempo presidente de la Sociedad del
Librepensamiento y fervoroso espiritista. Fácilmente se comprende que las
enseñanzas de la comunicación espiritista, son demasiado vastas para estar
contenidas en un sistema, sea positivo o negativo, mientras que el espiritista
puede profesar cualquier credo si no abandona las condiciones esenciales de
reverencia hacia lo invisible y de desprendimiento hacia el prójimo.
Otra muestra notable de su celo dio la señora Hardinge Britten, fundando
el periódico espiritista Ambos Mundos, de Manchester, que todavía tiene una
gran circulación. La admirable propagandista falleció en 1899, dejando una
profunda huella en la vida religiosa de tres continentes.
Hemos hecho una larga, pero necesaria digresión en la narración de los
primeros días del movimiento americano. Fueron días señalados por el gran
entusiasmo, por los muchos éxitos y también por una persecución sañuda.
Todos los jefes de aquel movimiento que tenían algo que perder lo perdieron.
La señora Hardinge, dice:

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«Al juez Edmonds le señalaban en las calles como a un “estulto”
espiritista. Hombres de carrera, comerciantes e industriales, se vieron poco
menos que reducidos a la ruina. Una persecución perseverante, provocada por
la prensa y desde el púlpito, descargaba sus golpes contra la causa y sus
prosélitos. Muchas casas en las cuales se habían domiciliado los círculos
espiritistas, fueron objeto de manifestaciones hostiles de la multitud, que con
sus gritos, silbidos y rotura de cristales, intentaban amedrentar a los pacíficos
investigadores en su trabajo impío de “resucitar los muertos”, como
piadosamente llamaba uno de los periódicos al acto de invocar al “Ministerio
de los Angeles”».
Aparte las altas y bajas naturales del movimiento, la aparición de nuevos
médiums auténticos, la denuncia de algunos que resultaban falsos, los
resultados negativos frecuentemente, de muchos comités de investigación por
falta de percepción de los inquirentes (ya que en un círculo psíquico el éxito
depende de las condiciones psíquicas de todos sus miembros), el desarrollo de
nuevos fenómenos y la conversión de nuevos iniciados, pocos fueron los
incidentes de importancia que pueden ser anotados ocurridos por entonces.
Sobresaliente entre todos fue el mediunismo de D. D. Home y el de los dos
Davenport, episodios importantes que atrajeron la atención pública hasta tal
punto y durante tanto tiempo, que serán objeto de otro capítulo. Hubo, no
obstante, ciertas mediunidades de menor importancia que merecen una breve
noticia.
Una de ellas fue la de Linton, un herrero casi analfabeto y que, no
obstante, como A. J. Davis, escribió un libro notable, dictado al parecer por
un espíritu. Este libro, de 530 páginas, titulado La salud de las Naciones, es
indudablemente una producción notable, cualquiera que sea su origen, y
resulta absolutamente imposible que haya podido ser producto normal de
semejante autor. Se publicó avalorado por largo prefacio del gobernador
Tallmadge, en el cual demostró el digno senador que conocía a fondo la
antigüedad clásica. Difícilmente podía escribirse nada mejor desde el punto
de vista de los clásicos y de la Iglesia primitiva.
En 1857, la Universidad de Harvard dio nueva muestra de su intolerancia
con la persecución y la expulsión de un estudiante llamado Fred Willis, por
practicar la mediunidad. Parecía que el espíritu de Cotton Mather y de los
perseguidores de brujas de Salem había descendido sobre aquel gran centro de
sabiduría, pues en aquellos días se le vio constantemente en lucha con las
fuerzas invisibles. El incidente se inició con un intemperante intento llevado a
cabo por el profesor Eustis para probar que Willis era un embaucador, siendo

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así que está demostrado que fue un verdadero médium que huyó de todo uso
público de sus facultades. El asunto causó enorme excitación y escándalo en
aquellos días. Este y otros casos de violencia podrían citarse, pero bastará
consignemos que el afán de ganancias por una parte, y por otra la
efervescencia pública causada por las arbitrarias persecuciones, provocaron
tan inmoral reacción en algunos sedicentes médiums, tan fanáticos excesos y
tan grotescas afirmaciones en otros, que tuvo que renunciarse al éxito
inmediato que esperaban los espiritistas más sanos y serios.
Una curiosa fase de mediunidad que por entonces llamó poderosamente la
atención fue la del campesino Jonatan Koons y su familia, habitantes en un
agreste lugar de Ohío.
Más adelante narraremos los fenómenos obtenidos por los hermanos
Eddy, de igual naturaleza que los de la familia Koons, por lo que
prescindiremos de detalles al referirnos a ésta.
El uso de instrumentos musicales caracterizó las demostraciones de los
espíritus en el caso de los Koons, cuya choza adquirió pronto fama en las
haciendas vecinas, tanto, que siempre se vio concurridísima, aunque estaba a
unas setenta millas de la ciudad más próxima. Se trataba de un casó de
mediunidad física, de índole vulgar, propia de un rudo y casi analfabeto
campesino y en ninguna de las varias investigaciones que se llevaron a cabo
pudo la crítica invalidar cualquiera de los hechos presenciados. No obstante,
Koons y su familia tuvieron que abandonar su barraca forzados por la
persecución de la gente ignara entre la cual vivían. La dura vida al aire libre
de los campesinos parece propicia al desarrollo de la mediunidad física. Las
primeras manifestaciones de este género tuvieron lugar en el domicilio de un
campesino americano; luego los Koons en Ohío, los Eddys en Vermont, los
Fox en Massachusetts y tantos otros, en diversos lugares, pusieron de
manifiesto la misma clase de fuerza.
Antes de terminar esta breve reseña de los primeros días del movimiento
en América, referiremos un suceso en el cual la intervención espiritista fue de
suma importancia para la historia del mundo. Aludimos a los inspirados
mensajes que determinaron la actitud de Abraham Lincoln en el momento
supremo de la guerra civil. Los hechos están por encima de toda discusión, y
constan con evidencia insuperable en el libro que publicó la señora Maynard
sobre Abraham Lincoln. El nombre de soltera de la señora Maynard era Nettie
Colburn: ella misma fue la heroína de la historia.
Esta señora, a la sazón joven, que era una poderosa médium en sus
momentos de trance, durante el invierno de 1862 fue a Washington con el fin

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de visitar a su hermano que estaba enfermo en el hospital del Ejército Federal.
La señora Lincoln esposa del presidente y a la que interesaba todo lo
relacionado con el espiritismo, obtuvo una sesión con Miss Colburn,
quedando profundamente impresionada del resultado. Al día siguiente, mandó
su coche a la médium para que acudiera a exhibir sus facultades ante el
presidente. La médium describe de qué afectuoso modo fue recibida por el
grande hombre en la sala de la Casa Blanca, y cita los nombres de las
personas que estuvieron presentes al acto. Después de sentarse cayó en el
éxtasis y ya no recordó más. Luego continúa:
«Durante más de una hora me hicieron hablar con Lincoln, y según me
dijeron mis amigos, estuve conversando de cuestiones que él comprendía
perfectamente, y que para ellos apenas tenían sentido, hasta llegar a lo
relacionado con el decreto de Emancipación. El presidente recibió por mi
conducto un mensaje con el encargo solemne de no renunciar a sus propósitos
de dar aquel decreto sin aplazar su aplicación con fuerza de ley más allá del
nuevo año, porque eso sería la obra culminante de su mandato presidencial y
de toda su vida. Y, en contra de los consejos de algunos fuertes partidos para
que difiriese la aplicación de aquella ley sustituyéndola por otras medidas,
que resistiese el presidente tales sugestiones y se mantuviera firme en sus
convicciones realizando sin miedo la misión que le había confiado la
Providencia. Los que estaban presentes a la sesión declararon que casi
perdieron la noción de la presencia de la tímida joven por la majestad de sus
declaraciones, el vigor y fuerza de su lenguaje, y la importancia del mensaje
que transmitía, pareciendo como si en su lugar vieran una potente fuerza
espiritual masculina de la que emanaban aquellas órdenes casi divinas.
»Nunca olvidaré la escena que se desarrollaba a mi alrededor cuando
recobré los sentidos. Estaba de pie frente a Míster Lincoln; éste hallábase
sentado en la silla, con los brazos cruzados sobre el pecho, mirándome
intensamente. Retrocedí naturalmente confusa por aquella situación, no
recordando de momento en donde me encontraba y mirando a mi alrededor al
grupo de personas entre las cuales reinaba absoluto mutismo.
Durante un rato tuve que hacer esfuerzos para recordar lo que había dicho.
»Un caballero de los allí presentes rompió el silencio diciendo en voz
baja: «Señor presidente, ¿tiene usted algo que decirnos respecto al modo de
implantar el decreto?». Mr. Lincoln se levantó como si saliera de un sueño.
Contempló rápidamente el cuadro de tamaño natural de Daniel Webster,
colgado encima del piano, y contestó con pronunciado énfasis: —¡Sí, mucho!

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»Mr. Somes dijo: “Señor presidente, ¿sería muy atrevido preguntarle si se
le ha hecho presión en el sentido de aplazar la aplicación del decreto?”. A lo
que el presidente contestó: “En las presentes circunstancias la pregunta es
perfectamente correcta puesto que aquí todos somos amigos”. (Todos los
presentes sonreímos). “Se me han hecho esas presiones y sólo reprimiendo
mis nervios pude soportarlas”. Todos los caballeros rodearon entonces al
presidente, hablándole en voz baja; él callaba. Al fin, volviéndose hacia mí y
pasándome la mano por la cabeza, pronunció las siguientes palabras, que
jamás olvidaré: —Hijita, posee usted un don muy singular, que no hay duda
procede de Dios. Gracias por haber venido aquí esta noche; lo ocurrido es
más importante de lo que ninguno de estos señores pueden comprender.
Ahora debo dejarles a todos, pero tal vez volvamos a vernos de nuevo—. Me
estrechó afectuosamente la mano, inclinose saludando a los demás y
desapareció. Yo me quedé aún una hora hablando con la señora Lincoln y sus
amigos, y por fin regresé a Georgetown. Tal fue mi primera entrevista con
Abraham Lincoln, y hoy su recuerdo es para mí tan claro y vivido como la
noche en que tuvo lugar».
Aquel fue uno de los momentos más importantes en la historia del
Espiritismo, y tal vez uno de los más importantes en la historia de los Estados
Unidos, pues no sólo fortaleció la situación del presidente, obligándole a dar
un paso que levantó el espíritu de los ejércitos del Norte, sino que por efecto
de un mensaje subsiguiente, Lincoln salió con urgencia a visitar los campos
con el más saludable efecto sobre el espíritu de las tropas. Y, sin embargo, el
lector puede buscar en todas las historias de las luchas y la vida del presidente
y no encontrará mención alguna de tan notable episodio. Todo ello por culpa
de ese desleal trato que el espiritismo ha sufrido durante tanto tiempo. Es
imposible que los Estados Unidos, si son amantes de la verdad, permitan que
un culto que demostró su valía en el más aciago momento de su historia, sea
perseguido y reprimido como lo es por magistrados santurrones y gente
ignara, así como que la prensa continúe mofándose del movimiento que
produjo la Juana de Arco de su nación.

[Apéndice Capítulo VI]

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CAPÍTULO VII
EL DESPERTAR EN INGLATERRA

Los primeros espiritistas han sido comparados frecuentemente con los


primeros cristianos, y en verdad hay entre ellos anchos puntos de contacto,
aunque, en cierto aspecto, los espiritistas les lleven ventaja. Las mujeres
cristianas de los primeros tiempos tomaron parte noblemente en la lucha,
viviendo como santas y muriendo como mártires, pero no figuraron como
predicadoras ni como misioneras. En cambio, siendo el poder y el
conocimiento psíquicos tan grandes en uno como en otro sexo, fueron
mujeres los mejores paladines de la revelación espiritista. Ello puede decirse
especialmente de Emma Hardinge Britten, cuyo nombre gana en fama a
medida que los años pasan. Pero no fue la única. Otras mujeres misioneras
hubo de gran relieve, siendo la más importante de ellas, desde el punto de
vista británico, la señora Hayden, por ser la que en el año 1852 trajo por vez
primera los nuevos fenómenos a nuestras costas. Teníamos nosotros la fe
religiosa de los antiguos apóstoles; pero entonces se presentaba aquí el
apóstol.
La señora Hayden fue mujer muy notable y una medium excelente. Era
esposa de un respetable periodista de Nueva Inglaterra, que la acompañó en
su misión, organizada por un señor Stone, que había experimentado sus
facultades en América. En el momento de su arribo, se la describe «joven e
inteligente, a la par que sencilla y cándida». Un biógrafo inglés, añade:
«Desvanecía toda sospecha con la natural ingenuidad de sus palabras, y
muchos que venían a pasar el rato a su costa quedaban avergonzados,
acabando por tratarla con respeto y aun con cordialidad ante la mansedumbre
y el buen carácter de que daba muestra. La impresión que dejaba
invariablemente una entrevista con ella era que si los fenómenos que se
manifestaban por su intervención podían atribuirse a una superchería,
resultaba entonces —según observó Mr. Dickens— la más perfecta artista que
pudiera imaginarse».

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La ignorante prensa británica trató a la señora Hayden como a una vulgar
aventurera americana. Pero de su capacidad mental júzguese por el hecho de
que algunos años más tarde, a su regreso a los Estados Unidos, se doctoró en
medicina y ejerció esta profesión durante quince años. El doctor Jaimes
Kodes Buchanan, el famoso precursor de la psicometría, habla de ella como
de «uno de los médicos más familiarizados con el éxito y más hábiles que he
conocido». Tuvo a su cargo una cátedra de medicina en un Colegio
americano, y la Compañía de Seguros «The Clobe» la empleó en evitación de
las pérdidas que venía experimentando en los seguros de vida. Un aspecto de
su personalidad según Buchanan, fue su genio psicométrico.
Y el mismo Buchanan rinde tributo solemne a su nombre diciendo que
casi lo había olvidado la Junta de Sanidad porque durante varios años no tuvo
que dar parte de una sola muerte.
Todo esto era, sin embargo, desconocido por los escépticos de 1842, si
bien no hay que vituperarles demasiado sus dudas, ya que, lo repetimos una
vez más, las manifestaciones del Más Allá deben contrastarse con el mayor
rigor antes de ser aceptadas. Nadie puede oponerse a esa actitud crítica. Pero
lo que parece excesivo es que un postulado que, de ser verdadero, supone tan
buenas nuevas como la comunicación con los santos y la filtración de los
muertos por las paredes, provoque no una crítica serena, sino una tempestad
de denuestos y ultrajes, siempre indisculpables, pero mucho más cuando se
dirigen contra una dama que nos visita para curar nuestra ceguera. La señora
Hardinge Britten dice que en cuanto la señora Hayden se exhibió en la escena,
levantó en periódicos, púlpitos y centros de todas clases una nube de injurias,
de persecuciones y de insultos, tan violentos como humillantes para el
pretendido liberalismo y suficiencia científica de la época. Añade que su
bondadoso espíritu femenino sufrió hondamente, y que la armonía intelectual
indispensable para la producción de buenos resultados psíquicos quedó
desequilibrada por el cruel e insultante trato recibido por parte de aquellos
que se las echaban de investigadores, y en realidad ardían en el deseo de
anularla, armándole lazos y artimañas para falsear la verdad de la que la
señora Hayden se decía instrumento. Profundamente sensible a violencia de
sus detractores sufrió, en efecto, grandes torturas bajo la fuerza aplastante de
aquel feroz antagonismo que gravitaba sobre sus hombros, sin que —por lo
menos en aquellos días— supiera cómo rechazarlo o resistirlo.
Afortunadamente, no toda la nación sentía aquella hostilidad irracional de
la que aún tenemos diarios ejemplos. Hombres animosos surgían para
compartir sin temor al descrédito de una causa impopular guiados tan sólo por

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el móvil de su amor hacia la verdad, y por su caballerosidad indignada ante el
espectáculo de una mujer perseguida. El Dr. Ashburner, médico de la Real
Academia, y Sir Carlos Isham, figuraron entre ellos defendiendo a la medium
públicamente, en la prensa.
La mediunidad de la señora Hayden parece juzgada a la luz de los últimos
descubrimientos, que estaba limitada a ciertos modos solamente. Aparte los
ruidos, poco conocemos de los fenómenos físicos por ella provocados,
quedando totalmente excluidos de su mediunidad los casos de luces, de
materialización y de voces directas. En cambio, las contestaciones que
obtenía por medio de golpes eran exactísimas y convincentes.
Como todos los mediums verdaderos era tan sensible que afectábanle las
gentes que estaban a su alrededor, hasta convertirse en víctima propiciatoria
de cuantos iban a visitarla con el solo fin de divertirse con sus experiencias en
vez de estudiarlas seriamente. Pero el engaño es pagado con el engaño y el
imbécil era correspondido según su imbecilidad, sin que el ente que inspiraba
las palabras de la medium se preocupase de que el instrumento pasivo
empleado para la transmisión resultara responsable o no de sus
contestaciones. Aquellos seudo investigadores llevaron a la prensa sus
humorísticos relatos, pretendiendo haber burlado a los espíritus cuando eran
ellos los burlados.
Jorge Enrique Lewes, marido más tarde de George Elliot, fue uno de
aquellos cínicos investigadores. Cuenta con ironía cómo habiendo preguntado
por escrito: «¿Es la señora Hayden una impostora?», había obtenido por
medio de golpes la respuesta «Sí». Lewes aducía ese hecho a título de
confesión de culpabilidad por parte de la señora Hayden, en lugar de deducir
que los golpes eran absolutamente independientes de ella y que las preguntas
frívolas no podían merecer de ningún espíritu una contestación seria.
Pero materias como ésta deben juzgarse positiva y no negativamente,
debiendo al efecto reproducir el autor con mayor extensión que la
acostumbrada, algunos testimonios, para que el lector vea cómo se sembraron
en Inglaterra las primeras semillas destinadas a producir árboles vigorosos.
Ya se ha aludido a la defensa del Dr. Ashburner, el médico famoso, pero no
estará demás añadir aquí algunas de sus palabras. Así, en The Leader de 14 de
marzo de 1853, decía:
«El sexo debe ser protegido contra toda clase de ultrajes, y más si ustedes,
señores de la prensa, poseen los debidos sentimientos de hospitalidad y
compañerismo respecto de uno de sus colegas, pues la señora Hayden es
esposa del antiguo director y propietario de un diario de Boston de gran

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circulación en toda la Nueva Inglaterra. Yo declaro que la señora Hayden no
es una embaucadora, y el que se atreva a afirmar lo contrario, lo hace faltando
a la verdad».
Por otra parte, en una carta dirigida a The Reasoner (junio de 1853),
después de reconocer que visitó a la medium con gran escepticismo,
esperando sorprender en ella «la misma clase de imposibilidades» que había
ya sorprendido en otros pretendido mediums, Ashburner escribe: «Por lo que
se refiere a la señora Hayden, tengo la firme convicción de su perfecta
honradez, tanto, que me asombra pueda haber quien la acuse seriamente de
engaño». Y a continuación relata algunas de las verídicas comunicaciones por
él recibidas.
Entre los investigadores figuraba el célebre matemático y filósofo,
profesor De Morgan, el cual da noticia de algunos experimentos y
conclusiones en extenso y luminoso prefacio, escrito para el libro de su
esposa, «De la materia al espíritu» (1863), siguiente manera:
«Hace diez años la famosa medium americana señora Hayden vino a mi
casa sola. La sesión comenzó inmediatamente después de su llegada. Había
presentes ocho o nueve personas en mayor o menor grado creían que en los
hechos había engaño, indudablemente. Los golpes empezaron a producirse de
la manera usual: limpios, claros, distintos, como si fueran llamadas de un
timbre eléctrico. Los comparé entonces al ruido que producirían unas agujas
de hacer calceta cayendo de punta desde poca altura sobre un mármol grueso,
y que fueran instantáneamente sofocados por una especie de extintor acústico
adecuado; y, en efecto, una prueba que luego hicimos demostró que mi
comparación no era errónea… A última hora la noche, después de cerca de
tres horas de experimentación, señora Hayden se levantó y se sentó a otra
mesa, hablando con nosotros mientras tomaba un refresco. Un niño preguntó
subitamente: “¿Querrían golpear juntos todos los espíritus que aquí esta
noche?”. Y apenas pronunciadas tales palabras, oyó como una granizada “de
agujas de hacer calceta” por espacio de un par de segundos, ruidos fuertes los
de los hombres y más débiles los de las mujeres y los niños, claramente
perceptibles dentro de su desorden».
Después de una observación sobre sus deseos de conocer si los golpes
eran obra directa de los espíritus, el profesor De Morgan continúa:
«Solicitado para que dirigiera una pregunta al primer espíritu, le rogué
que me permitiera interrogarle mentalmente, es decir, sin hablar, sin escribir,
sin indicar yo mismo las letras en el alfabeto, y que la señora Hayden tuviera
ambas manos extendidas mientras yo formulaba mi pregunta. Mis deseos

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fueron inmediatamente satisfechos por medio de un par de golpes. Hice mi
pregunta, deseando que se me contestara con una sola palabra, que yo mismo
indiqué, todo ello mentalmente. Cogí luego el alfabeto impreso, coloqué
detrás de él un libro y fui indicando con mi vista las letras del modo corriente.
La contestación fue la palabra “ajedrez” en que yo había pensado, indica da
por un golpe para cada una de sus letras. Desde aquel momento no había más
que dos explicaciones del enigma: o la existencia de una inteligencia lectora
de carácter completamente inexplicable, o de una percepción sobrehumana
por parte de la señora Hayden, que le permitía conocer la letra en que yo
pensaba, aunque ella, estando como estaba sentada a dos metros del libro que
ocultaba mi alfabeto, no podía ver ni mis ojos ni mis manos, ni darse cuenta
de la velocidad con que yo indicaba las letras.
»Antes de que la sesión terminase, no tuve más remedio que desechar la
segunda suposición».
Otro episodio relata Morgan con detalle en una carta escrita diez años
antes al Rev. W. Heald, y que figura en la obra de su esposa «Memorias de
Augusto De Morgan» (págs. 221 − 2):
«Ahora estaba presente mi padre (fallecido en 1816), y nuestra
conversación se desarrolló en la forma siguiente:
»“¿Recuerdas la revista que tenía en proyecto?”. “Sí”. “¿Recuerdas los
títulos que para ella me propusiste?”. “Sí”, “¿puedes darme sus iniciales?”.
“Sí”. Y comencé las indicaciones recorriendo con la vista el alfabeto, oculto
por un libro, a los ojos de la señora H., la cual estaba en el extremo opuesto
de la mesa, que era redonda, grande, con una lámpara interpuesta entre
ambos. Recorrí con el pensamiento letra por letra, hasta que llegué a la F, la
cual creí que era la primera inicial de dichos títulos. No se oyó golpe alguno.
Las personas que me rodeaban, dijéronme: “Se ha pasado usted, pues hubo un
golpe al comenzar”. Retrocedí entonces y oí muy distintamente el golpe en la
letra C. Esto me desorientó un tanto, pero pronto me di cuenta de que era yo
el equivocado. Luego indicaron los golpes las letras D T F O C, iniciales de
las palabras consecutivas que recuerdo facilité a mi padre para epígrafes de
una revista proyectada en 1817, de la que sólo yo había oído hablar entre
cuantos estábamos en la habitación. Las letras C D T F O C, eran exactas, por
lo que quedé muy satisfecho, viendo que algo, alguien, algún espíritu, podía
leer mis pensamientos. Esta y otras cosas parecidas se sucedieron por espacio
de cerca de tres horas, mientras la señora H. leía atentamente “La Llave de la
Cabaña de Tom”, que jamás había visto antes, pudiendo aseguraros que
devoraba la lectura con toda la avidez que es de suponer en una americana

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que no la conocía, mientras nosotros estábamos entretenidos con los ruidos.
Declaro que todo esto es literalmente exacto. Después de tales sucesos, tuve
ocasión de volverlos a presenciar en mi casa en unión de varias personas. Las
contestaciones eran casi siempre dadas en la mesa, posando en ella
suavemente una o las dos manos para indicar las letras. A veces hay
confusión en las contestaciones, pero siempre se ofrece algo que os sorprende.
No tengo aún teoría alguna formada acerca del particular, pero acaso pronto
pueda levantarse el velo de este misterio.
»A pesar de ello, estoy satisfecho de la realidad de los fenómenos. Otras
muchas personas están tan convencidas de ellos como yo mismo, por haberlos
presenciado también en sus casas. Pensad de ello lo que queráis si sois
filósofo».
Cuando el profesor De Morgan dice que algún espíritu leía sus
pensamientos, omite notar que el incidente de la primera letra era una
revelación de algo que no estaba en su mente. Asimismo, de la actitud de la
señora Hayden en el curso de la sesión, se deduce claramente que era su aura
lo que estaba en juego antes que su personalidad consciente. Otras pruebas
importantes aducidas por De Morgan, se han reservado para el Apéndice de
esta obra.
La señora Fitzgerald, figura relevante de los primeros días del espiritismo
en Londres, describe en El Espiritista del 22 de noviembre de 1878, la
siguiente asombrosa experiencia hecha con la señora Hayden:
«Mi ingreso en el Espiritismo comenzó con ocasión de una visita a la
conocida medium señora Hayden, venida a este país hace cerca de treinta
años. Fui invitada a verla en una sesión organizada por un amigo en Wimpole
Street (Londres). Por tener una cita anterior para aquella misma noche, llegué
tarde a la reunión, encontrándome con una escena extraordinaria en la cual
todos hablaban con gran animación. Echaron de ver mi extrañeza y la señora
Hayden, a quien veía por vez primera, salió a mi encuentro amablemente,
invitándome a sentarme a una mesa, separada de los demás asistentes, en
tanto preguntaba a los espíritus si querían comunicar conmigo. Todo ello me
parecía tan nuevo y sorprendente que apenas comprendí lo que me decía ni lo
que yo tenía que hacer. Me puso delante un alfabeto impreso, un lápiz y una
hoja de papel. Mientras esto hacía, sentí golpes extraordinarios en la mesa,
cuyas vibraciones repercutían en la planta de mis pies colocados sobre las
patas de la mesa. Sugirióme luego que anotara cada letra a la cual
correspondiera un golpe distinto, y con tan breve explicación, me dejó
abandonada a mí misma. Indiqué algunas letras, respondiéndome un golpe a

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la E, y así sucesivamente con otras que fui indicando, hasta aparecer un
nombre para mí muy conocido. De la misma manera fue transmitida la fecha
del fallecimiento de la persona a que el nombre se refería, junto con un
mensaje que venía a recordarme sus últimas palabras en el momento de
expirar: “Velaré por ti”. Toda la escena se me representó vivamente. Confieso
que quedé estupefacta y ligeramente aterrada.
»Me llevé el papel en el cual figuraba cuanto había dictado el espíritu de
mi amigo y se lo mostré al que había sido su abogado, asegurándome éste que
nombre y fecha eran exactos. Yo no la recordaba ya».
La señora Fitzgerald asegura que a aquella sesión con la señora Hayden,
en Inglaterra, asistieron Lady Combermere, su hijo el comandante Cotton y
Mr. Enrique Thompson, de York.
En el mismo volumen de El Espiritista (pág. 264), aparece el relato de
otra sesión con la señora Hayden, en vida de Carlos Young, el célebre trágico,
escrito por su hijo el Rev. Julián Young:
«1853, abril 19. Vine a Londres hoy con objeto de visitar a mis abogados
sobre un asunto de importancia para mí, y habiendo oído hablar de la señera
Hayden, de América, como medium espiritista, decidí ver lo que había de
cierto en sus facultades como tal, juzgando de ello por mí mismo. Encontré
por casualidad a un amigo mío, Mr. H., a quien pregunté si sabía la dirección
de la vidente, enterándome entonces de que vivía en el número 22 de la calle
de la Reina Ana. Tenía también mi amigo verdaderos deseos de conocerla,
pero no estaba dispuesto a pagar la guinea de la consulta, por lo que le invité a
acompañarme. Aceptó con sumo gusto. Los golpes tiptológicos y otros dados
en diversos sitios invisiblemente eran cosa tan corriente en 1853, que no creo
sea necesario describir este modo usual de comunicación entre vivos y
muertos. Desde la fecha arriba apuntada he visto mucho de cuanto se
relaciona con esos ruidos, pero a pesar de mi flaco por todo lo místico y
sobrenatural, no había presenciado fenómeno alguno espiritista que en
realidad no fuera explicable por medios naturales, con excepción del caso que
voy a relatar, en que toda suposición de farsa debía excluirse, puesto que el
amigo que me acompañaba jamás había visto a la señora Hayden ni la conocía
más que de nombre. He aquí el diálogo que tuvo lugar entre la señora H. y
yo»:
Señora H.: ¿Desea usted comunicar con el espíritu de algún amigo
ausente?
J. C. Y.: Sí.

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Señora H.: Haga entonces sus preguntas del modo que le he indicado y
obtendrá contestaciones satisfactorias.
J. C. Y.: (Dirigiéndome al ser invisible, que supuse presente): Dime el
nombre de la persona con quien quiero comunicar.
Las letras escritas al dictado de los golpes, puestas unas al lado de otras,
decían: «Jorge Guillermo Young».
J. C. Y.: ¿En quién están ahora fijos mis pensamientos?
E.: En Jorge Guillermo Young.
J. C. Y.: ¿De qué sufre?
E.: De un tic nervioso.
J. C. Y.: ¿Puede usted prescribirle algo?
E.: Mesmerismo enérgico.
J. C. Y.: ¿Quién debe administrárselo?
E.: Alguien que sienta una poderosa simpatía por el paciente.
J. C. Y.: ¿Podría hacerlo yo con éxito?
E.: No.
J. C. Y.: ¿Quién entonces?
E.: José Ries. (Era un caballero muy querido de mi tío).
J. C. Y.: ¿He perdido últimamente a alguna persona querida?
E.: Sí.
J. C. Y.: ¿Quién es? (Pensaba en mi prima lejana Cristiana Lane).
E.: Cristiana Lane.
J. C. Y.: ¿Puede usted decirme en dónde dormí anoche?
E.: En casa de Jaime B., calle de Clarges, 9.
J. C. Y.: ¿Y dónde dormiré mañana?
E.: En casa del coronel Weymouth, calle Alta de Crosvenor.
Estaba tan asombrado por la exactitud de las contestaciones que quise
intentar nuevas pruebas y comuniqué al caballero que estaba conmigo que iba
a hacer una pregunta cuya naturaleza deseaba ocultarle, rogándole pasara a la
habitación contigua durante unos minutos. Hecho esto reanudé mi diálogo con
la señora Hayden.
J. C. Y.: He dicho a mi amigo que se retirara porque no quiero que oiga la
pregunta que voy a formular, pero deseo igualmente que tampoco usted la
conozca, aunque si no estoy mal enterado, la contestación sólo se me puede
transmitir por mediación de usted. ¿Qué debo hacer para lograr mi deseo?
Señora H.: Haga la pregunta de tal suerte que la contestación represente
por medio de una letra la idea fundamental en su mente.
J. C. Y.: Voy a probar. ¿Ocurrirá lo que estoy temiendo?

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E.: No.
J. C. Y.: Esto no me satisface. Es muy fácil decir sí o no, pero el valor de
la afirmación o de la negación sólo puede depender de la convicción que yo
tenga de que usted sabe lo que pienso. Deme una palabra que me demuestre
que posee usted el secreto de mis pensamientos.
E.: Voluntad.
Ahora bien, era cierto que mi voluntad corría peligro de flaquear bajo el
deseo de saber si mis temores se realizarían. Por consiguiente la contestación
fue satisfactoria.
Hay que añadir que M. Young no creyó ni antes ni después de aquella
sesión en los espíritus, lo cual, después de semejante experimento hablaba
muy poco en favor de su inteligencia y su capacidad para aprovechar nuevos
conocimientos. La siguiente carta publicada en El Espiritista por el doctor
Malcom de Clifton, menciona a personas muy conocidas como concurrentes a
sesiones medianímicas. Discutíase por entonces el punto donde se había
celebrado la primera sesión en Inglaterra y quiénes fueron los testigos de ella:
«No recuerdo la fecha; pero visitando a mi amiga la señora Crowe, autora
de la obra “El lado obscuro de la Naturaleza”, invitó a que la acompañara a
una sesión espiritista con la señora Hayden, que vivía en la calla de la Reina
Ana. Me comunicó que esta señora acababa de llegar de América con objeto
de evidenciar los fenómenos del espiritismo al pueblo de Inglaterra, e
interesarle a favor de ellos. Estaban presentes las señoras Crowe y Milner
Gibson, y los señores Colley Grattan (autor de la obra “Caminos reales y
sendas recónditas”), Roberto Chambers, doctores Daniels y Samuel Dickson,
y varios otros cuyos nombres no recuerdo. En aquella ocasión ocurrieron
manifestaciones muy notables. Más tarde tuve varias ocasiones de visitar a la
señora Hayden, y aunque al principio era propenso a dudar de la veracidad de
los fenómenos, me infundió al fin tal convencimiento, que me convertí en un
ferviente creyente de la comunicación espiritista».
La lucha en la prensa británica fue ruda. Enrique Spicer (autor de
«Visiones y ruidos»), combatió a los detractores del espiritismo en el
periódico londinense Crítica. El mismo periódico publicó también un largo
trabajo escrito por un sacerdote de Cambridge, firmado con las iniciales «M.
A». y que se supuso era del Rev. A. W. Hobson, de St. Jhon’s College.
El artículo de este señor es muy expresivo y enérgico, y demasiado
extenso para que lo transcribamos por completo. Sin embargo, resulta de
suma importancia por ser su autor el primer sacerdote británico que se ocupa
de aquellas cuestiones. Raro y tal vez característico de los tiempos, es el

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hecho de lo poco que han preocupado a los concurrentes a las sesiones
espiritistas el aspecto religioso, habiéndoles interesado mucho más preguntar
el nombre de sus abuelos o el número de sus tíos. Hasta los más sesudos
mostráronse siempre fútiles en sus preguntas, sin comprender la
transcendencia espiritual de las comunicaciones con el Más Allá y la sólida
base religiosa de las mismas. Aquel sacerdote entrevió luminosamente este
aspecto del espiritismo. Su artículo termina con el párrafo siguiente:
«Pocas palabras más he de dirigir a los numerosos clérigos lectores de
Critica. Siendo yo también sacerdote de la iglesia de Inglaterra, considero que
la cuestión es de aquellas que mis hermanos deberían tomar con interés por
muchos que sean los escrúpulos que tengan para hacerlo. Y mis razones para
creerlo así son las siguientes: Si el movimiento se generaliza en este país
como en los Estados Unidos —¿y por qué no ha de ocurrir?— el clero del
reino será instado de todas partes y deberá dar su opinión con la obligación,
dimanante de sus deberes, de intervenir en ese movimiento con el objeto de
evitarlos engaños a que se presta este “misterio”. Uno de los más notables
escritores con que cuenta el espiritismo en América, Adin Ballou, ha puesto
en guardia a sus lectores para que no se fíen de todos los espíritus
comunicantes ni abdiquen de sus propias opiniones y de sus credos religiosos
(como han hecho miles de adeptos). Todavía no hemos llegado a eso en
Inglaterra, pero en las pocas semanas que lleva aquí el matrimonio Hayden, el
movimiento se ha extendido rápidamente como un incendio en pleno campo,
y tengo buenas razones para creer que sólo estamos en los comienzos.
Personas que al principio consideraban el espiritismo con el desprecio que
merecen todos los engaños y las charlatanerías, al presenciar sus extraños
fenómenos quedan atónitas, llegando a las más locas conclusiones: unos, por
ejemplo, dicen que todo es obra del demonio; otros, por el contrario, que se
trata de una revelación del cielo. He visto a muchos hombres cultos e
inteligentes convertidos por los fenómenos. Por mi parte confieso que yo
también estoy bajo su influjo. No se trata de una farsa; estoy perfecta y
plenamente convencido de ello. Además de las pruebas y experimentos que
antes he descrito, tuve largas conversaciones por separado con el señor y la
señora Hayden, y aseguro que todo cuanto me han dicho se distingue por la
sinceridad y buena fe. Esto no serán pruebas para los demás, pero lo son para
mí. Si hay engaño, tan engañados están ellos como cualesquiera de nosotros».
No fue el clero sino los librepensadores quienes supieron darse cuenta de
la significación verdadera de los mensajes, y de que debían luchar contra esa
prueba de la vida eterna, o confesar honradamente, como han hecho muchos

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desde entonces, que su filosofía se derrumbaba y eran vencidos en su propio
terreno. El más noble de todos los que así lo declararon, fue Roberto Owen,
tan famoso por sus obras humanitarias como por su inflexible independencia
en materia religiosa. Aquel hombre honrado y valiente confesó públicamente
su deslumbramiento ente los primeros rayos del sol que nacía. He aquí sus
palabras:
«He referido minuciosamente la historia de esas manifestaciones,
investigando los hechos a ellas relativos (atestiguados en casos numerosos por
personas de gran significación). Tuve, catorce sesiones con la medium señora
Hayden, durante las cuales dióme cuantas facilidades quise para comprobar si
existía engaño por su parte.
»Estoy no sólo convencido de que no hay mentira en los mediums, sino
que están destinados a realizar la más grande revolución moral en el modo de
ser y condición de la raza humana».
La señora Emma Hardinge Britten comenta el asombro que produjo la
conversión de Roberto Owen, cuyas creencias materialistas ejercían los más
perniciosos efectos en la religión. Añade que uno de los más eminentes
estadistas de aquel tiempo, declaró que «la señora Hayden merecía un
monumento, aunque sólo fuese por la conseguida conversión de Roberto
Owena».
Poco después, el famoso Dr. Elliotson, presidente de la Sociedad Secular,
se convertía también al espiritismo, después de haberlo combatido
obstinadamente. Él y el Dr. Ashburner habían sido los dos más eminentes
defensores del mesmerismo en los días en que aquel fenómeno tan evidente
luchaba también por su existencia, tanto que el médico que se atrevía a
afirmarlo, corría peligro de pasar por un charlatán. Unidos desde entonces,
resultó penoso para ambos que en tanto el doctor Ashburner se entregaba en
cuerpo y alma al espiritismo, su amigo no sólo se consideró obligado a
repudiarlo, sino a atacarlo vigorosamente. Mas pronto cesó la divergencia con
la completa conversión de Elliotson, y la señora Hardinge Britten relata cómo
en sus últimos años fue a verle, y cómo le encontró convertido en «partidario
acérrimo de aquello que el venerable personaje ahora consideraba como la
más excelsa revelación que se había dignado iluminarle; la que dulcificaba el
sombrío paso a la vida del Más Allá, y hacía de esa transición un acto de fe
triunfante y de seguras bienaventuranzas».
Como era de esperar, no pasó mucho tiempo sin que la rápida difusión de
los fenómenos obligara a los escépticos de la ciencia a reconocer su realidad o
al menos a tomar medidas para hacer ver el engaño de aquellos que atribuían

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los movimientos de las mesas a una causa exterior. Braid, Carpenter y
Faraday, manifestaron públicamente que esos movimientos debíanse
sencillamente a la acción muscular inconsciente. Faraday ideó ingeniosos
aparatos con los que creía poder demostrar definitivamente sus asertos. Pero
lo que ocurrió a Faraday, como a otros muchos críticos, es que no dispuso de
un buen medium, y el hecho, perfectamente demostrado del movimiento de
las mesas, sin contacto alguno, es suficiente para destruir sus menguadas
teorías. La persona que sin haber manejado jamás un telescopio contradijera
con desdén las afirmaciones de los astrónomos, estaría en el mismo caso que
los que se han atrevido a criticar las cuestiones psíquicas sin haber jamás
tenido la menor comprobación de ellas.
Sir David Brewster fue quien mejor reflejó el estado de los ánimos en
aquel tiempo. Hablando de la invitación de Monekton Milnes para visitar a
Mr. Galla, el explorador africano, «que le aseguraba que la señora Hayden le
había citado nombres de personas y lugares de África, que nadie más que él
conocía», Sir David contestó con el siguiente parecer: «Indudablemente el
mundo se está volviendo loco».
La señora Hayden permaneció en Inglaterra aproximadamente un año,
regresando a América hacia fines de 1853. Algún día, cuando los temas
psíquicos tomen las proporciones debidas en la conciencia pública, su visita
será considerada como un acontecimiento histórico. Otras dos mediums
americanas estuvieron en Inglaterra por la misma época, la señora Roberts y
la señorita Jay, pero, según parece, ejercieron poca influencia en el
movimiento y poseyeron fuerzas psíquicas muy inferiores.
Acertadamente pinta el cuadro de la época el siguiente extracto de un
artículo sobre espiritismo publicado en The Yorkshireman de 25 de octubre de
1856, periódico no espiritista.
«Los fenómenos de movimientos de mesas eran familiares entre nosotros.
Hace dos o tres años apenas si había velada en que no se intentara reproducir
el milagro espiritista… En aquellos días se invitaba al “Té y a la Mesa
movediza”, como un nuevo pasatiempo, y los invitados revolvían en las casas,
como locos, queriendo probar con todos los muebles».
Después de declarar que el ataque de Faraday tuvo por efecto «alejar a los
espíritus», de tal modo que por cierto tiempo ya no volvió a hablarse de ellos,
el periódico continúa:
«Tenemos, sin embargo, sobradas pruebas de que el espiritismo, como
creencia vital y activa, no está confinado en los Estados Unidos, sino que

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también obtiene el favor y la aceptación de una considerable masa de
entusiastas en nuestro propio país».
Pero la actitud de la prensa más influyente fue, en general, casi la misma
que la de ahora, es decir, consistió en ridiculizar y negar los hechos, o si los
aceptaba, en preguntar qué servicio podían prestar. The Times, por ejemplo
(periódico tan mal informado, como reaccionario en materias psíquicas), en
un artículo de fecha posterior, dijo:
«Esto es algo así como si el sombrero viniera a nuestras manos desde el
perchero por un acto de nuestra voluntad, sin precisión de irlo a buscar ni de
molestar a los criados.
»Si la fuerza que hace mover una mesa pudiera también dar vueltas a un
molinillo de café, eso saldríamos ganando.
»Sería mejor que nuestros mediums y clarividentes, en vez de indagar
quién murió hace cincuenta años, averiguasen la cotización de la Bolsa dentro
de tres meses».
Leyendo tales enormidades en un gran periódico, cabe reflexionar si el
movimiento no era prematuro, y si en una época tan vasta y materialista era
posible que arraigara la idea de la comunicación con el Más Allá. Sea como
quiera, hay un hecho cierto y es que tal actitud debiose en gran parte a la
frivolidad de los investigadores que no comprendían el verdadero significado
de las señales de ultratumba, y las tomaron, según indicaba el Times, como
una especie de recreo y un nuevo aliciente para los hombres ya cansados de
otras diversiones de salón.
Sin embargo, mientras a los ojos de la prensa se había dado un golpe de
muerte al desacreditado movimiento, la investigación proseguía
tranquilamente en muchas partes. Personas de buen sentido como Howitt
indica, «ponían a prueba a los ángeles hasta convencerse de su realidad», ya
que «los mediums públicos no habían hecho más que inaugurar el
movimiento y abrir el camino que habían de seguir los demás».
Si juzgamos por los públicos testimonios de la época la influencia de la
señora Hayden, resultó limitada en extensión. Sembró a los cuatro vientos la
semilla que paulatinamente había de germinar. Inició el tema y la gente,
dando los primeros pasos por la senda trazada, empezó a experimentar y a
descubrir la verdad por sí misma, aunque con precaución, hija de la
experiencia, guardó casi siempre para sí la mayor parte de sus
descubrimientos. Era indudable que la señora Hayden había llenado por
completo su cometido.

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La historia del movimiento puede ser comparada a un mar que avanza en
sucesivas ondas, las primeras más crecidas que las que siguen. Entre una y
otra el espectador podía creer que el movimiento había acabado, hasta que
una nueva ola le convencía de lo contrario. El tiempo transcurrido desde la
partida de la señora Hayden en 1853 hasta la aparición de D. D. Home en
1855, representa el primer período de calma en Inglaterra. Los críticos
superficiales creyeron que todo había ya terminado. Pero en mil hogares
esparcidos por todo el país los experimentos continuaban; muchos que habían
perdido la fe en las cosas del espíritu, comenzaron a examinar las pruebas y a
darse cuenta con complacencia o zozobra que la edad de esa fe desaparecía,
pero en su lugar llegaba la edad del conocimiento, que San Pedro dijo ser
mejor. Los devotos de las Escrituras recordaban las palabras del Maestro:
«Tengo aún muchas cosas deciros, pero no podéis todavía comprenderlas», y
se preguntaban si aquella extraña agitación de las fuerzas exteriores formaba
parte del nuevo conocimiento prometido. Mientras la señora Hayden
sembraba sus primeras semillas en Londres, una serie parecida de
acontecimientos ocurría en el Yorkshire, debidos al señor David Richmond,
americano llegado a la ciudad de Keighley, en donde se entrevistó con Míster
David Weatherhead para interesarle en la nueva revelación. Hubo
manifestaciones por medio de mesas, y se descubrieron mediums locales, con
lo cual nació un centro floreciente, que aun hoy existe. Desde el Yorkshire el
movimiento se propagó al Lancashire, donde, en una de las primeras sesiones,
Mr. Wolstenholme (fallecido en 1925 a edad avanzada), siendo a la sazón un
niño, consiguió esconderse debajo de una mesa, y presenciar todos los
fenómenos, sin tener intervención en ellos. El periódico Yorkshire Spiritual
Telegraph, nació por entonces en Keighley, fundado por David Weatherhead,
cuyo nombre merece ser honrado como uno de los primeros que de todo
corazón ingresaron en el movimiento. Keighley continúa siendo un activo
centro de enseñanzas y trabajos psíquicos.

[Apéndice Capítulo VII]

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CAPÍTULO VIII
CONTINÚAN LOS PROGRESOS EN
INGLATERRA

El libro sobre diez años de experimentos del espiritismo, de la señora De


Morgan, comprende desde 1853 a 1863. Su aparición fue una de las primeras
señales de que el nuevo movimiento se extendía ya tanto entre las clases
elevadas como entre las masas. Luego vinieron a propagarlo más los trabajos
de D. D. Home y de los Davenport, que más adelante detallaremos. El
examen que llevó a cabo la Sociedad Dialéctica en 1869 será también objeto
de otro capítulo. El año 1870 es el de las famosas investigaciones que realizó
William Crookes después del escándalo a que dio lugar la negativa de los
hombres de ciencia a investigar la naturaleza de los hechos corroborados por
muchos testigos competentes y dignos de crédito. Crookes publicó sus
creencias en el Quarterly Journal, of Science, afirmando que eran las de
millones de personas y añadió: «Deseo fijar las leyes que gobiernan la
realización de los notables fenómenos que están teniendo lugar estos días en
proporciones casi increíbles».
El relato de las investigaciones de William Crookes fue dado in extenso
en 1874, y causó tal tumulto entre los fosilizados hombres del saber, que hasta
llegó a hablarse de darle de baja en la Real Sociedad. En medio de la
tempestad, Crookes luchó valientemente contra ella, y hasta que su posición
no fue inexpugnable, puso la mayor cautela en la pública declaración de sus
ideas. En 1872 − 73 surgió un nuevo elemento de valía, el Rev. Stainton
Moses, cuyos escritos hicieron, subir considerablemente el nivel de difusión
del movimiento.
Por entonces dieron conferencias sobre espiritismo la; señoras Emma
Hardinge Britten y Cora I. V. Tappan, y Míster J. J. Morse, pronunciando una
serie de elocuentes discursos que impresionaban profundamente al numeroso
auditorio de cada cual. Gerald Massey, conocido escritor, y el Dr. Jorge
Sexton, dieron también conferencias públicas que alcanzaron gran renombre.
La fundación de la Sociedad Británica Nacional de Espiritistas en 1873,
impulsó grandemente el movimiento, ingresando en la causa buen número de

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prosélitos de ambos sexos muy conocidos del público. Entre ellos la condesa
de Caithness, la señora Makdougall Gregory (viuda del profesor Gregory, de
Edimburgo), el Dr. Stanhope Speer, el Dr. Gully, Sir Carlos Isham, el Dr.
Mauricio Davies, Mr. H. D. Jencken, el Dr. Jorge Sexton, la señora Ross
Church (Florencia Marryat), Mr. Newton Crosland y Mr. Benjamín Coleman.
Destácanse en aquella época la mediunidad de orden superior en la esfera
de los fenómenos físicos, de la señora Jencken (Catalina Fox) y de la señorita
Florencia Cook, así como la del Dr. J. R. Newton, famoso medium curandero
que llegó de América en 1870, haciendo un número extraordinario de
curaciones en tratamientos completamente gratuitos. También por entonces se
hicieron públicas la admirable mediunidad de la señora Everitt, D. D. Home,
Herne y Williams, señora Guppy, Eglinton, Slade, Lottie Fowler y otros cuyas
experiencias atraían numerosos prosélitos. Las fotografías espiritistas de
Hudson causaron en 1872 un interés enorme, y en 1875 el doctor Alfredo
Russell Wallace publicó su famoso libro «Sobre los milagros y el espiritismo
moderno».
Un buen procedimiento para apreciar el desarrollo que tuvo el espiritismo
en aquel período, consiste en examinar los informes de testigos
contemporáneos, especialmente los de aquellos mejor dispuestos por su
posición y experiencia para dar una opinión. Pero antes, veamos cuál era la
situación en 1866, según la pinta Mr. Guillermo Howitt en estos admirables
párrafos:
«La situación presente del espiritismo en Inglaterra resulta poco
halagüeña dada la influencia contraria y omnipotente de la prensa. En efecto,
después de haber hecho todo lo posible para perjudicar y desacreditar el
espiritismo; después de haberle abierto sus columnas sólo con la esperanza de
que sus locuras dieran motivo a los enemigos para aplastarlo; después de
haberle difamado y perseguido tercamente al ver que todos los medios para
acabar con él fracasaban, resolvió amordazarlo y encadenarlo para que de esta
suerte fuera más fácil darle el golpe de gracia.
»Realmente el trato que le dieron la prensa y los Tribunales de justicia; el
odio que contra él se exteriorizó desde los púlpitos de todas las iglesias y
credos; sus mismas divisiones internas; en una palabra, su extraordinaria
impopularidad, debieran ya haber puesto fin a su existencia. Pero ha ocurrido
lo contrario, es decir, que jamás estuvo más fuertemente arraigado entre las
inteligencias avanzadas; sus adeptos jamás aumentaron tan rápidamente; sus
verdades jamás fueron afirmadas con más elocuencia; las investigaciones
nunca fueron más abundantes ni más concienzudas. A pesar de la

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animadversión y desprecio de la prensa, jamás se vieron tan concurridas las
elocuentes conferencias de Emma Hardinge. Al mismo tiempo, los
Davenport, denunciados mil veces como impostores, demostraron otras mil la
realidad de sus fenómenos.
»¿Qué significa todo ello? El fracaso de la prensa y el púlpito, de los
magistrados y los Tribunales de justicia, unidos con todas sus fuerzas.
Agotaron todos sus recursos contra lo calificado por ellos de loco, vacuo,
falso e insubstancial, y si el espiritismo es esto, ¿cómo se explica que con
toda su inteligencia, con todas sus denuncias, con todos sus grandes medios
de ataque y los no menores para impedir la defensa, con sus procedimientos
para tapar los oídos y acaparar las opiniones de las multitudes no lograran sus
propósitos? Como que lejos de desbaratar el movimiento, no lograran siquiera
desviarlo o detenerlo.
»Todas esas huestes combinadas de sabios y de eruditos, directores y
presidentes de centros, tribunales, miembros elocuentes del Parlamento y
magnates de la prensa, armados con la artillería de la cultura y la educación
nacional, de la Iglesia, del Estado, de la aristocracia, acostumbrados a ser los
proclamadores, los definidores de lo bueno y lo falso, debieran reflexionar
que algo se levanta en medio de su camino, verdaderamente firme, realmente
vital, y no lo que suponía ser un mero fantasma.
»No quiero perder el tiempo pidiendo a esas grandes entidades y
corporaciones de universal dominio que abran los ojos, que consideren que
sus esfuerzos son baldíos y que admitan su fracaso; pero diré a los espiritistas
que por turbia que les parezca la situación, nunca estuvo tan llena de
promesas. Frente a la alianza de todos los poderes nunca ha aparecido más
clara nuestra victoria. Es lo que caracteriza a todas las conquistas de nuestro
tiempo. Todas las grandes reformas, sociales, morales, intelectuales o
religiosas, tuvieron que luchar, pero al fin todas se impusieron».
En prueba del cambio ocurrido después de las palabras de Mr. Howitt,
vemos en The Times de 26 de diciembre de 1872, un artículo titulado
«Ciencia y Espiritismo», de tres columnas y media de extensión, en el cual se
expresa el parecer de «que ya es tiempo de que manos expertas desaten el
nudo gordiano del espiritismo», ya que las de Crookes, Wallace o De Morgan,
no supieron hacerlo.
Hablando de la obrita de Lord Adare, impresa con carácter privado, sobre
sus experimentos con D. D. Home, dice el articulista del Times, impresionado
por la condición social de los testigos que tuvieron esas sesiones:

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«Este libro prueba la difusión que ha alcanzado la locura espiritista entre
todas las clases sociales. Nos lo ha prestado un adepto bajo la solemne
promesa de que no divulguemos los nombres de los interesados. Consta de
150 páginas con el relato de las sesiones, y fue impreso con carácter privado a
expensas de un noble conde, que dejó vacante su puesto en la Cámara de los
Lores, al fallecer últimamente, abandonando las sillas y mesas, animadas por
los espíritus, a las cuales tanto cariño tuvo en vida. En ese libro se relatan las
cosas más maravillosas de manera tan natural, como si fueran vulgares. No
fatigaremos al lector recordando a cuanto allí se relata; bastará indicar, para
que quede orientado, que en la obra se habla de toda clase de
“manifestaciones”, de profecía para abajo.
»Lo que queremos advertir especialmente es que en su portada figura el
testimonio de cincuenta respetables testigos. Entre ellos, los de una duquesa
viuda y otras damas de elevada posición, el de un capitán de guardias, un
barón, un caballero, un miembro del Parlamento, varios miembros de
corporaciones científicas, un abogado, un comerciante y un doctor. Las clases
aristocráticas y las clases medias más distinguidas, están representadas en
todos sus grados por personas que por su condición social y por los títulos que
las adornan, tiene que suponérseles muy provistas de cultura, inteligencia y
perspicacia».
El eminente naturalista Dr. Alfredo Russell Wallace, en una carta a The
Times (4 de enero de 1873), dice describiendo su visita a un medium
profesional:

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Alfredo Russell Wallace

«Considero que no hay exageración en afirmar que los hechos principales


del espiritismo, están hoy tan perfectamente establecidos y son tan fácilmente
comprobables como cualquiera de los fenómenos de la Naturaleza, aunque
aún no están reducidos a conocidas leyes. Además, esos hechos tienen
significación muy importante así en la interpretación de la historia, que está
llena de relatos de hechos similares, como en la naturaleza de la vida y del
intelecto, sobre los cuales la ciencia arroja muy escasa e incierta luz, siendo
mi creencia firme y bien reflexionada, que cada una de las ramas de la
filosofía debe ser honrada y seriamente investigada como parte esencial de los
fenómenos de la naturaleza humana».
Es cosa que desorienta ver, por ejemplo, cómo los fenómenos del
ectoplasma y los experimentos de laboratorio a que más adelante nos
referiremos con la extensión debida, han apartado a las inteligencias del
objeto esencial de la investigación. Wallace, en cambio, con su mentalidad
grande, avasalladora, libre de prejuicios, vio y aceptó toda la verdad desde las
humildes pruebas físicas de las fuerzas externas hasta la más alta enseñanza

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moral de que esas fuerzas nos hablan, enseñanza que supera en belleza y
veracidad a todo lo que la mentalidad moderna conoce.
La pública aceptación y el decidido apoyo de aquel gran hombre de
ciencia, una de las primeras inteligencias de su tiempo, fueron tanto más
importantes cuanto que venía a reconocer con su talento la completa
revolución religiosa que entrañaban aquellos fenómenos. Sin embargo, es
chocante que así en nuestros días como en los pasados, y con raras
excepciones, el buen sentido haya sido patrimonio de los humildes después de
ser rechazado por los eruditos. El corazón y la intuición triunfan allí donde los
grandes cerebros fracasaron, y eso a pesar de ser la cuestión de las más
sencillas, tanto que a la manera de Sócrates, puede expresarse por una serie de
preguntas del tenor siguiente: «¿Hemos establecido alguna relación con la
inteligencia de los que han muerto?». Los espiritistas contestan: «Sí». «¿Nos
dan informes de la nueva vida en que han entrado, y de si esta última depende
de su anterior vida terrenal?». «Sí». «¿Corresponden sus enseñanzas a las que
sustentan las distintas religiones que hay en la tierra?». «No». En vista de
ello, ¿no es evidente el alcance religioso que tienen esas comunicaciones? El
espiritista humilde lo ha comprendido así, adaptando su fe a esos hechos.
Sir Guillermo Barrett (entonces profesor), llevó el tema del Espiritismo
ante la Sociedad Británica para el Progreso de la Ciencia, en 1876. Su
comunicación se titulaba: «Algunos fenómenos relacionados con las
anormales condiciones de la mente». Le fue difícil conseguir que le
escucharan; el Comité de Biología se negó a acoger la comunicación y acordó
trasladarla a la Subsección de Antropología, que la aceptó únicamente por el
voto decisivo del presidente, Dr. Alfredo Russell Wallace. El coronel Lane
Fox contribuyó a vencer la oposición preguntando por qué, si se había
discutido el año anterior la magia antigua, no podía examinarse en el presente
la magia moderna. La primera parte de la comunicación del profesor Barrett
se refería al mesmerismo, pero en la segunda, relataba sus experimentos de
los fenómenos espiritistas, pidiendo que se emprendieran otras
investigaciones científicas acerca del particular. Los detalles más
convincentes que aportaba, se referían a un notable experimento relacionado
con los golpes transmitidos por la mediación de un niño (El Espiritista, 22
septiembre, 1876).
En la discusión que se entabló, Sir William Crookes habló de las
levitaciones que había presenciado con D. D. Home, diciendo acerca de ellas:
«La evidencia en favor de esos fenómenos es mayor que la obtenida en favor
de casi todos los fenómenos naturales investigados por la Sociedad

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Británica». Y a continuación expuso diversas manifestaciones sobre sus
métodos propios de investigación psíquica: «Pedí que se investigara cuando
apareció por primera vez el medium Dr. Slade, y precisé las condiciones por
mí exigidas, haciéndose la investigación absolutamente de acuerdo con ellas,
en mi propia casa y delante de amigos y testigos escogidos por mí mismo, con
las precauciones que yo prescribí y con entera libertad de emplear en las
pruebas toda clase de aparatos… Siempre que ello resultaba posible, me
servía de esos aparatos para comprobar los fenómenos, no queriendo fiarme
de mis sentidos más de lo conveniente. Pero cuando era necesario fiar en mis
sentidos, apelaba a ellos, pues disiento por completo en este punto de la
opinión de Mr. Barrett cuando dice que un investigador físico resulta ser un
obstáculo para un medium profesional. Yo aseguro, por el contrario, que el
investigador físico tiene un valor y una importancia considerable en esas
pruebas».
Lord Rayleigh, el distinguido matemático, aportó a la discusión la
declaración siguiente:
«Creo que debemos estar reconocidos al Dr. Barrett por su valor, pues
valor requiere afrontar esa materia y darnos los frutos concienzudos de sus
experimentos. Mi interés sobre el asunto data de dos años, cuando empecé a
leer el informe de las investigaciones de Mr. Crookes.
»Aunque no he tenido oportunidades tan favorables como las que ha
aprovechado el profesor Barrett, he visto lo bastante para convencerme de que
están equivocados cuantos quieren impedir estas investigaciones cubriendo de
ridículo a los que las llevan a cabo. A Mr. Groom Napier fue acogido con
siseos cuando, al intervenir en la discusión, dio cuenta de las pruebas
psicométricas verificadas con personas cuyos escritos habíanse encerrado
previamente en sobres lacrados; y cuando quiso hablar de las luces
medianímicas[4] que a él mismo le había sido dable contemplar, los siseos
aumentaron de tal modo, que no tuvo más remedio que volver a su asiento. El
profesor Barrett, contestando a sus impugnadores, dijo:
»Un hecho que demuestra la inmensa difusión que ha tenido el
movimiento en los últimos años es que una comunicación sobre los
fenómenos, que no ha mucho, habría causado risa, haya podido ser aceptada
por la Sociedad Británica y discutida a fondo en el día de hoy».
El Spectator, de Londres, en un artículo titulado «La Sociedad Británica y
la comunicación del profesor Barrett», comenzaba con la siguiente opinión,
propia de una mente de sereno juicio:

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«En vista de la comunicación del profesor Barrett y de la discusión que
siguió a ella, esperamos que la Sociedad Británica siga ocupándose del tema a
pesar de las protestas del que llamaremos partido de la incredulidad
supersticiosa. Porque es una pura superstición, y nada más, el pretender que
se desechen como indignos de crédito hechos cuidadosamente examinados y
probados por un observador de grandísima experiencia, sencillamente, por no
ajustarse, a primera vista, tales hechos, a lo conocido hasta ahora».
Las opiniones de Sir Guillermo Barrett fueron concretándose cada vez
más hasta que aceptó el espiritismo de una manera inequívoca antes de su
llorada muerte, en 1925. Vivió, por fortuna, lo bastante para ver cómo
menguaba el antagonismo del mundo entero hacia el nuevo culto, no
pudiendo decirse otro tanto del obscurantismo de la Sociedad Británica, tan
completo ahora como entonces. Conviene referir aquí que hablando Sir
Guillermo Barrett con el autor, recordó que los cuatro hombres que le
apoyaron en aquella histórica y difícil ocasión, poseyeron la Orden del
Mérito, el mayor honor que la Nación puede otorgar a un ciudadano. Fueron
Lord Rayleigh, Crookes, Wallace y Huggins.
Pero en el rápido crecimiento del espiritismo no todo fue puro.
Frecuentemente se oyeron alegatos contra mediums embaucadores, si bien
hoy puede afirmarse a la luz de los últimos conocimientos, que mucho de lo
que se consideró entonces como engaños, no lo eran en modo alguno. No hay
duda, sin embargo, que la ilimitada credulidad de muchos espiritistas fue
campo abonado para la explotación de los charlatanes. En el curso de una
conferencia leída en la Sociedad de Investigación Psicológica, de la
Universidad de Cambridge, en 1879, el presidente de dicha Sociedad, Mr. J.
A. Campbell, decía:
«Desde el advenimiento de Mr. Home, el número de los mediums
aumenta anualmente, lo cual ha dado lugar a no pocas exageraciones e
imposturas. Más de un farsante se ha convertido a los ojos de los necios en un
ángel divino; y se ha visto a algún pillastre envuelto en una sábana para
hacerse pasar por un “espíritu” materializado. Así se ha fundado una seudo
religión en la que nombres muy sagrados utilizáronse para sacar el dinero a
los tontos. Sobre el carácter de tales divinidades y sus doctrinas no quiero
hablar para no ofenderos. Afortunadamente, el movimiento tiende a liberarse
de ellos; gradualmente se vuelve más puro, serio y sólido, como fruto de los
estudios y trabajos de los hombres cultos».
Hubo también un aumento aparente del que se llamó anticristiano, ya que
no antirreligioso espiritismo, lo cual fue causa de que Guillermo Howitt y

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otros ilustres mantenedores del movimiento cesaran de prestarle su
colaboración, y hasta contribuyeran en el Spiritual Magazini con importantes
artículos a la condenación de aquella tendencia.
En 1881 comenzó a publicarse el importante semanario espiritista Luz, y
en 1882 fundábase la Sociedad de Investigación Psíquica.
Puede decirse que la actitud de la ciencia oficial fue durante los primeros
treinta años tan irracional y poco científica como lo fueron los cardenales que
condenaron a Galileo, y si hubiera existido una Inquisición Científica, habría
decretado las crueldades del terror contra los paladines del nuevo
conocimiento. Hasta la creación de la Sociedad de Investigación Psíquica
nada se intentó seriamente para comprender o explicar un problema que
ocupaba la atención de millones de inteligencias. Faraday había expuesto en
1853 la teoría de que el movimiento de las mesas era causado por la presión
muscular, lo cual, si puede ser cierto en algunos casos, nada tiene que ver con
la levitación en general, y como quiera que sea, tal hecho pertenece a una
clase muy limitada de fenómenos psíquicos. La objeción «científica»
corriente era que todo aquello no tenía nada de extraordinario, por lo que
importaba poco el testimonio de millares de testigos veraces. Otros sostenían
que los pretendidos fenómenos podían ser obra de un escamoteador
cualquiera, y para probarlo, se realizaron ciertas burdas imitaciones, como la
parodia hecha por Maskelyne de las sesiones de los Davenport.
Por otra parte, los elementos «religiosos», irritados porque se intentaba
separarlos del camino tradicional, encontrábanse bien dispuestos para aceptar
todas aquellas novedades como otras tantas obras del diablo. Por una vez los
católicos romanos y los evangelistas se unieron en su campaña de oposición.
Está fuera de toda duda que se puede llamar a los espíritus inferiores y recibir
de ellos mensajes de orden inferior y pasivo, ya que nos rodean toda clase de
espíritus y lo similar atrae a lo similar; pero las enseñanzas filosóficas,
sublimes, recibidas por los investigadores serios y de cultivada inteligencia,
demuestran que lo que está a nuestro alcance y nos afecta no es el diabolismo,
sino el angelismo. Doctores hinchados de suficiencia encontraron a los ruidos
espiritistas una explicación fundada en el crujido de las articulaciones, pero
esa explicación resulta cómica para cuantos tienen conocimiento personal de
dichos sonidos, cuya intensidad va desde el tic-tac de un reloj al choque de un
martinete. Otras explicaciones proceden de la doctrina teosófica, la cual
acepta los hechos, pero repudia la intervención de los espíritus, suponiéndolos
originados por entidades astrales dotadas de una especie de semiconsciencia
soñadora, de una conciencia atenuada que las hace sub-humanas en

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inteligencia o en moralidad. E cierto que la calidad de la comunicación
espiritista varía mucho pero la más superior lo es tanto, que nos es difícil
imaginar que estemos en contacto sólo con una fracción del ser pensante. Sin
embargo, como es cosa sabida que el mundo transcendental e: muy superior a
nuestra individualidad normal, parece claro que el mundo de los espíritus no
nos muestre más que una pequeña parte de sus fuerzas.
Otra teoría es la del Anima Mundi, ese vasto depósito o masa central de
inteligencia, con una especie de Banco de compensaciones en que todas las
consultas son evacuadas. Pero los detalles precisos y claros que del Otro
Mundo recibimos, resultan incompatibles con una teoría tan grandiosa como
vaga. Finalmente, queda esa alternativa verdaderamente formidable, según la
cual el hombre es un cuerpo etéreo dotado de ciertos dones desconocidos,
entre ellos de un poder de manifestación externa. Esa teoría de la
«criptestesia», la sustentan Richet y otros, y hasta cierto punto los argumentos
militan en su favor. El autor ha podido convencerse de que hay un grado
preliminar y elemental en todo trabajo psíquico, que depende del poder
innato, y posiblemente inconsciente, del medium. La lectura de un escrito
oculto, la producción de golpes, la descripción de visiones a distancia, los
efectos tan notables de la psicometría, las primeras vibraciones de las voces
directas,[5] todos y cada uno de esos fenómenos registrados en diversas
ocasiones, parecen emanar de las facultades del mismo medium. Pero en la
mayoría de los casos, aparece luego una inteligencia independiente que se
apropia dicha fuerza y la usa para sus especiales fines. Una prueba de lo que
decimos se halla, como más adelante veremos, en los experimentos de Bisson
y de Schrenck con Eva, en los que las formas ectoplásmicas eran
indudablemente al principio reflejos de imágenes mentales tomadas de
ilustraciones de periódicos, algo modificados por su paso a través de la
cerebración del medium. Pero a ésta siguió una fase más elevada en que la
forma ectoplásmica desarrollada fue capaz de movimiento y basta de emitir
palabras. La mente poderosa de Richet y sus dotes extraordinarias de
observación, se concentraron en los fenómenos físicos, mucho más que en los
mentales y espirituales, los cuales es muy probable que hubieran modificado
su manera de pensar.
No queda por examinar más que la hipótesis de la personalidad compleja,
es decir, la de formación colectiva, creada por las ideas de los circunstantes
que puede influir en determinadas ocasiones, por más que al autor le parece
que tales casos se explican mejor por la obsesión. Por lo demás, ellos no
hacen más que soslayar el tema, independientemente de su aspecto

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fenomenal, no mereciendo, por lo tanto, un profundo estudio. No nos
cansaremos de recomendar que el investigador serio agote toda explicación
posible a su completa satisfacción, antes de adoptar el espiritismo. Si así lo
hace, se hallará en terreno firme. El autor puede asegurar que año tras año se
atrincheró tras líneas sucesivas de defensa, hasta que al fin viose obligado
honradamente a abandonar por completo su posición materialista.

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CAPÍTULO IX
LA OBRA DE D. D. HOME

D. D. Home
(Copia de un libro que posee la Londo Spiritualist Alliance)

Daniel Douglas Home nació en 1833 en Currie, pueblo cercano a


Edimburgo. Acerca de su origen hay algo de misterio, afirmándonos unos y
negando otros que estaba más o menos relacionado con la familia del conde
de Home[6]. Sin duda era hombre que había heredado costumbres de
elegancia, delicadeza de maneras, sensibilidad y exquisitez de gustos. En
cuanto a sus facultades psíquicas y a la seriedad que infiltraron en su carácter,
pudo considerarse como el verdadero tipo de esos hijos menores aristócratas
que heredan los hábitos y tendencias ya que no la fortuna de sus padres.
Home pasó de Escocia a Nueva Inglaterra a la edad de nueve años, con la
tía que le había adoptado y que constituye otro de los misterios que rodean su

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existencia. A los trece años comenzó a dar señales de las facultades psíquicas
heredadas, pues su madre, descendiente de una vieja familia de las altas
tierras escocesas, tenía la típica segunda vista de su raza. Sus tendencias
místicas pusiéronse de manifiesto en una conversación con su amiguita
Edwin. Ambos muchachos se habían prometido que el que muriera antes
vendría a visitar al otro desde el Más Allá. Home se marchó a otro lugar
distanciado a unos centenares de millas y un mes más tarde, en el preciso
momento de ir a acostarse, tuvo la aparición de Edwin que venía a anunciarle
su fallecimiento. Y, en efecto, dos o tres días más tarde Home recibió la
noticia de la muerte. En 1850 tuvo una segunda visión relativa al
fallecimiento de su madre, que se había ido a vivir a América con su marido.
Por aquel tiempo el muchacho hallábase enfermo. Al llegar la noche el joven
pidió auxilio a grandes gritos, y cuando su tía fue a socorrerle le encontró
excitadísimo. El enfermo decía que su madre había muerto aquel mismo día
hacia las doce; y que acababa de aparecérsele para anunciarlo. La visión no
podía ser más exacta; al cabo de poco rato, golpes sordos vinieron a perturbar
la calma de aquella mansión, y los muebles entraron en movimiento por
efecto de una fuerza invisible. La tía, mujer de estrechas convicciones
religiosas, empezó a protestar, acusando al joven de haber atraído al demonio.
Y sin más contemplaciones, le arrojó de la casa.
Lo primero que hizo fue buscar asilo en otra de unos amigos, y durante un
par de años estuvo errando de ciudad en ciudad. Su mediunismo habíase
desarrollado extraordinariamente, dando frecuentes sesiones en los sitios
donde paraba. A veces las sesiones eran seis o siete diarias: no se conocían en
aquella época las limitaciones de poder ni las reacciones engendradas por él
entre lo físico y lo psíquico. Esto minó sus fuerzas y fue causa de que cayera
enfermo frecuentemente. La gente acudía de todas partes a presenciar las
maravillas que provocaba la presencia de Home. Entre los que le hicieron
objeto de estudio, figuraron el poeta americano Bryant y el profesor Wells, de
la Universidad de Harvard. En Nueva York experimentaron con él los
profesores Hare y Mapes, y el juez Edmonds. Los tres se convirtieron, según
ya vimos, en espiritistas convencidos.
Durante aquellos primeros años aumentó el encanto de la personalidad de
Home, lo que unido a la impresión profunda que causaban sus facultades,
atrájole valiosas adhesiones. El profesor Jorge Bush le invitó a permanecer a
su lado para hacer estudios swedenborgianos; el matrimonio Elmer, rico y sin
hijos, le propuso adoptarle y hacerle su heredero a condición de cambiar su
nombre por el de Elmer.

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Sus notables facultades curativas que provocaban la admiración de sus
amigos, le impulsaron a estudiar la carrera de medicina. Pero su delicada
salud, juntamente con una afección pulmonar bien declarada, obligáronle a
abandonar este proyecto y siguiendo las prescripciones facultativas, vino de
Nueva York para establecerse en Inglaterra.
Llegó a Liverpool el 9 de abril de 1855. Era entonces joven alto, esbelto,
de maneras elegantes, sumamente pule en su modo de vestir y revelando en su
semblante los estragos de la tuberculosis. Tenía los ojos azules y los cabellos
castaños, la extremada debilidad de su organismo denotaba de cuán pocas
fuerzas podía disponer para resistir a la terrible enfermedad. Un buen médico
que le hubiera examinado atentamente le supondría sólo algunos meses de
vida en nuestro clima húmedo; pero de todas las maravillas que rodeaban a
Home la prolongación de su existencia fue tal vez la más extraordinaria.
Llevaba en el rostro impresos los rasgos emotivos y religiosos que distinguían
su carácter, siendo digno de mencionarse acerca de este punto que antes de
desembarcar había bajado a su camarote para rezar fervorosamente. Al
considerar la extraordinaria obra de su vida y la parte considerable que
representó en el movimiento religioso del espiritismo, puede afirmarse que
nuestro visitante era uno de los más notables misioneros que jamás arribaron
a estas costas.
Por aquellos días su situación era muy singular. Apenas sostenía
relaciones sociales. Su pulmón izquierdo estaba deshecho. Sus rentas eran
modestas, aunque suficientes. No tenía oficio alguno, pues su educación
habíase visto truncada por la enfermedad. Era de carácter sentimental,
delicado, artístico, afectuoso y profundamente religioso. Tenía fuerte
inclinación hacia el arte y el teatro; sus facultades como escultor eran
notables, y como actor de verso demostró en los últimos años de su vida que
pocos podían igualarle. Pero por encima de todo esto, amen de una honradez
tan inflexible que hasta molestaba por su intransigencia, tenía una cualidad
superior que obscurecía a todas las demás. Consistía en aquellas facultades,
completamente independientes de su voluntad, que aparecían o desaparecían
con rapidez desconcertante, demostrando a cuantos le veían, que existía algo
en el aura de aquel hombre que atraía a las fuerzas a él extrañas para
manifestarse dentro de la esfera material.
En resumen, era un medium, el mayor medium físico que el mundo había
visto hasta entonces.
Un hombre de calidad inferior se habría valido de aquellas facultades
extraordinarias para fundar alguna secta de la cual hubiera sido el sumo

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sacerdote indiscutible, viviendo rodeado de una aureola de poder y de
misterio. No hay duda que cualquier otro en su lugar, habría tenido la
tentación de explotar sus facultades para hacer dinero. Pero hay que hacer
constar acerca de ese punto que jamás en el curso de los treinta años de su
misión extraordinaria se hizo pagar un céntimo en la manifestación de sus
dones. Es un hecho perfectamente comprobado que cuando el Unión Club de
París, en 1857, le ofreció dos mil libras esterlinas por una sola sesión, él,
pobre e inválido, las rehusó rotundamente. «He sido enviado para realizar una
misión», se contentaba con decir. «Esa misión es demostrar la inmortalidad.
Jamás cobré dinero por ello y jamás lo cobraré». Recibió algunos regalos
procedentes de príncipes y reyes que no podía rechazar sin incurrir en falta de
respeto y cortesía: sortijas, alfileres, etc., que más que recompensas eran
muestras de amistad. Pocos monarcas hubo en Europa con quienes no se
hubiera relacionado. Napoleón III tomó bajo su amparo ala única hermana de
Home. El emperador de Rusia apadrinó su matrimonio. ¿Qué autor podría
crear una vida más novelesca?
Pero hay otras tentaciones más atrayentes que las de la riqueza. Contra
ellas estaba protegido por su acrisolada honradez. Ni por un momento perdió
la noción del carácter y proporciones de su obra ni faltó a su norma de
humildad. «Poseo estas facultades», decía; «me considero feliz pudiéndolas
demostrar a todos aquellos que a mí acudan lealmente, muy satisfecho de que
los demás puedan añadir nueva luz a mi obra. Para ello estaré siempre
dispuesto a ayudar a todas las experimentaciones serias. No tengo dominio
alguno sobre mis fuerzas; ellas se valen de mí, no yo de ellas. Me abandonan
durante varios meses y luego vienen de nuevo a mí con redoblada energía.
Soy un instrumento pasivo y nada más». Tal era su actitud invariable. Era el
hombre más sencillo y más amable del mundo, sin sombra ni aire de profeta o
mago. Como casi todos los hombres verdaderamente grandes, carecía de
afectación. Una prueba de su delicadeza es que siempre que era necesario
testimoniar sus hechos se guardaba mucho de dar los nombres de los
presentes hasta estar seguro de que ningún perjuicio habían de sufrir
apareciendo asociados a un culto impopular.
Y aun en este caso y a pesar de la autorización de los interesados,
continuaba ocultando nombres si llegaba a sospechar que la publicidad podía
lastimar a algún amigo. Cuando comenzó a publicar la primera serie de
«Incidentes de mi vida», la Saturday Review habló sarcásticamente de las
«anónimas pruebas de la condesa o, del conde B, del conde K, de la princesa
de B, de la señora S», citados por él como otros tantos testigos de las

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manifestaciones relatadas. En el segundo volumen, llenó los blancos con los
nombres de los concurrentes: condesa Orsini, conde de Beaumont, conde de
Komar, princesa de Beauveau y la conocida americana señora Henry Senior.
En cambio, no citó ninguno de los nombres de sus augustos amigos, a pesar
de ser notorio que el emperador Napoleón, la emperatriz Eugenia, el zar
Alejandro, el emperador Guillermo I de Alemania y los reyes de Baviera y de
Wurtemberg, fueron testigos de sus extraordinarias facultades. Jamás fue
sorprendido en engaño alguno, ni en sus palabras ni en sus obras.
Al desembarcar en Inglaterra se alojó en el Hotel Cox, de la calle de
Jermyn, siendo probable que a decidirle en la elección contribuyera el hecho
de que el propietario era un partidario de la causa, según le había dicho la
señora Hayden. Como quiera que sea, Mr. Cox pronto echó de ver que su
joven huésped era un medium notable e invitó a algunas de las más poderosas
inteligencias de la época para que acudiesen a investigar los fenómenos que
Home producía. Lord Brougham concurrió a una de las primeras sesiones en
unión de su amigo, el hombre de ciencia, Sir David Brewster. Estudiaron los
fenómenos en pleno día y asombrado Brewster, parece que exclamó: «Esto
echa por tierra toda la filosofía de cincuenta años». Si hubiera dicho de mil
quinientos quizá resultara más exacto. Lo que allí ocurrió lo explica en carta a
su hermana, publicada mucho después («Vida privada de Sir David
Brewster», por la señora Gordon —su hermana— 1869). Las personas
presentes fueron Lord Brougham, Sir David Brewster, Mr. Coz y el medium.
»Los cuatro —dice Brewster— nos sentamos a una mesa de medianas
dimensiones, la cual previamente se nos hizo examinar con toda atención. Al
cabo de poco rato, la mesa retembló transmitiéndose a nuestras manos un
movimiento trepidante que, obedeciendo a nuestras órdenes, aparecía y
desaparecía. Incontables golpes sonaban al mismo tiempo en distintos puntos
de la mesa, hasta que ésta se levantó del suelo en el instante que no había
mano alguna encima. Trajeron entonces una mesa mayor y se reprodujo el
fenómeno…
»Púsose una campanilla en el suelo, sobre la alfombra, y al cabo de un
rato, empezó a sonar sin que nadie la tocara». Añade que la campanilla se
desplazó por sí misma y fue a colocarse en su mano, haciendo luego otro
tanto con la de Lord Brougham, y concluye: «Tales fueron los experimentos
principales. De ellos no podemos dar ninguna explicación, ni tenemos
sospecha alguna de que los produjera ningún mecanismo oculto».
El conde de Duraven contó así mismo que fue presentado a Borne para
presenciar los fenómenos de que le había hablado Brewster. Describe la

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reunión afirmando que este último consideraba las manifestaciones
inexplicables, tanto si obedecían a una farsa como si se basaban en una
cualquiera de las leyes físicas conocidas. Home hizo una reseña de aquella
sesión en carta enviada a un amigo suyo de América, donde fue publicada con
algunos comentarios. Cuando éstos fueron reproducidos por la Prensa inglesa,
Brewster se mostró alarmadísimo, pues una cosa era tener una opinión
determinada en el terreno estrictamente privado, y otra arrostrar la inevitable
pérdida de prestigio en los círculos científicos a que pertenecía. Sir David no
tenía vocación de mártir. Así es, que escribió al Moming Adzertiser, haciendo
constar que era cierta su asistencia a distintos fenómenos mecánicos que no
podía explicarse, pero reconocía que todos ellos podían producirse con pies y
manos de modo natural.
Hemos relatado el incidente Brewster porque fija típicamente la actitud
científica de aquella época, y porque su primer efecto fue despertar el interés
del público por los fenómenos de Home, dando lugar a centenares de trabajos
de nuevos investigadores. Los hombres de ciencia se dividieron en partidos; a
un lado los que no habían investigado cosa alguna sobre aquella materia (lo
cual no obstaba para que sustentaran en contra las más virulentas opiniones);
a otro los que reconocían que todo aquello era verdad, pero sin atreverse a
proclamarlo; y finalmente, al otro, la valiente minoría de los Lodges, los
Crookes, los Barretts y los Lombrosos, que admitían la verdad y se atrevían a
proclamarla.
Desde Jermyn Street, Home fuese a vivir con la familia Rymer, en Ealing,
donde hubo varias sesiones. Allí le visitó Lord Lytton, el célebre novelista,
que aun cuando obtuvo pruebas asombrosas, nunca confesó su creencia en el
poder del medium, si bien en sus cartas particulares y aun en sus novelas, hay
vislumbres de la verdadera impresión que le causó[7]. El mismo caso se
repitió con no pocos hombres y mujeres de los más conocidos. Entre los
primeros concurrentes a las sesiones de Home, figuraron Roberto Owen, el
socialista; T. A. Trollope, el escritor, y el Dr. J. Garth Wilkinson, el alienista.
En nuestros días, cuando el hecho de los fenómenos psíquicos es ya
familiar a todo el que no es un ignorante, apenas podemos darnos cuenta del
valor moral de un Home, al manifestar públicamente sus facultades. Por regla
general, el británico de aquellas épocas, que se atreviese a proclamar su don
de trastornar la ley de la gravedad, de Newton, y que revelase la acción de una
mente invisible sobre la materia visible, era considerado prima facie como un
impostor y un pícaro. La opinión sobre el espiritismo exteriorizada por el
vicecanciller Giffard, al conocer la solución del litigio Home-Lyon, litigio al

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que en este mismo capítulo nos referiremos, fue digna de la clase a que
pertenecía. No sabía nada de cuestiones medianímicas, a pesar de lo cual dio
por indiscutible que todo aquello era una mentira. Cierto que semejantes
hechos estaban consignados en libros antiguos y que habían ocurrido en
distantes países, pero que ocurrieran en la prosaica Inglaterra, la Inglaterra de
los descuentos bancarios y del librecambio, era una cosa absurda e indigna de
toda mentalidad verdaderamente seria. Refiérese que en aquel proceso, Lord
Giffard, volviéndose al abogado de Home, le preguntó: «¿Quiere decir esto
que su cliente ha sido levantado en el aire?». Ante la contestación afirmativa,
el juez No volvió a los jurados con un movimiento sólo comparable al de
aquellos sumos sacerdotes de los días de la antigua ley, que rasgaban su
túnica como protesta contra la blasfemia. En 1868 había pocos jurados
suficientemente cultos para rebatir las objeciones de un juez, siendo natural
que en cincuenta años hayamos hecho muchos progresos en ese camino. El
trabajo ha sido muy lento, pero recuérdese que el cristianismo necesitó más de
trescientos años para conseguir su triunfo final.
Fijémonos en el fenómeno de la levitación como prueba de las facultades
de Home. Se asegura que varias veces se elevó en el aire en presencia de
testigos de la mayor reputación. Veamos las pruebas. En 1857, estando en un
castillo de las inmediaciones de Burdeos, se elevó hasta el techo de una
habitación bastante alta, en presencia de la señora Ducos —viuda del ministro
de Marina— y del conde y la condesa de Beaumont. De 1860 es el artículo de
Roberto Bell «Más extraño que una novela», publicado en el Cornhill y en el
cual decía: «Se elevó desde la silla en que estaba sentado hasta unos cuatro o
cinco pies del suelo… Vimos su cabeza pasar de un lado de la ventana a otro,
con los pies hacia atrás, tendido horizontalmente en el aire». El doctor Gully,
de Malvern, médico muy conocido, y Roberto Chambers, autor y editor,
figuraban entre los testigos. Hay que suponer que todos esos hombres se
habían confabulado para mentir, o de lo contrario no es posible que se
atrevieran a afirmar que un semejante suyo flotara en el aire no siendo cierto.
Aquel mismo año Home se elevó en casa de la señora Milner Gibson, en
presencia de Lord y Lady Clarence Paget, el primero de los cuales pasó la
mano por debajo del cuerpo del medium para asegurarse de la realidad del
fenómeno. Algunos meses después, Mr. Watson, abogado de Liverpool, fue
testigo de los mismos fenómenos en unión de otros siete amigos. «Mr.
Home», dice, «cruzó la mesa por encima de la cabeza de las personas que
estábamos sentadas a su alrededor». Y añade: «Le alcancé la mano a unos
siete pies de altura y avanzó cinco o seis pasos por el aire, flotando encima de

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mí». En 1861 la señora Parkes, de Cornwall: Terrace, Regent’s Park, relató
que estaba presente con Bulwer Lytton y Mr. Hall, cuando en su propio salón
Home se elevó; hasta tocar el techo con la mano, quedando luego flotando
horizontalmente. En 1866 los señores Hall, Lady Dunsany y la señora Senior,
vieron en casa de los primeros a Home, quien, con la cara transfigurada,
radiante, elevose por dos veces hasta el techo, en el cual dibujó una cruz con
lápiz la segunda vez para demostrar a los presentes que no eran víctimas de
una alucinación.
Tantos fueron los casos de levitación de Home, que podría escribirse un
largo capítulo dedicado exclusivamente a esta fase de su mediunidad. El
profesor Crookes fue testigo repetidas veces del fenómeno, hablando de él en
cincuenta distintas ocasiones: Acaso el lector se pregunte si queremos hacerle
retroceder a la edad de los milagros. Pero no se trata de milagrerías. Nada hay
en esto de sobrenatural. Lo que ahora vemos y lo que hemos leído respecto al
pasado, es el efecto de una ley que no había sido ni estudiada ni definida.
Hasta ahora no podemos darnos cuenta de algunas de sus posibilidades y de
sus limitaciones, tan exactas como las de cualquiera otra fuerza física. Hay
que guardar el justo medio entre quienes se obstinan en no creer nada y
quienes creen demasiado. Paulatinamente se va aclarando la bruma y
distinguiendo la costa sombría. Cuando por primera vez se movió la aguja
imantada, no hubo ninguna infracción de las leyes de la gravedad, sino la
sencilla intervención local de una fuerza más poderosa. Y eso es lo que ocurre
con las fuerzas psíquicas al actuar sobre la materia. Si la fe de Home en sus
facultades hubiera desfallecido, o si el ambiente que le rodeaba durante su
experimento hubiera sido perturbado, sus prodigiosos dones hubiéranse
debilitado y hubieran desaparecido. Es el mismo caso de Pedro, que se hundió
al perder la fe (1). A través de los siglos las mismas causas produciendo los
mismos efectos. La fuerza espiritual perdurará en nosotros si tenemos fe en
ella, pues nada se le concedió a Judea que no pueda permitírsele a Inglaterra.
Toda la actuación de Home fue de suprema importancia como
confirmación de la existencia de las fuerzas invisibles y como argumento
definitivo contra el materialismo. Fue una afirmación incontrovertible de los
llamados «milagros», pesadilla de tantas mentes esclarecidas, milagros que
vinieron a probar la exactitud de los primeros relatos acerca de los fenómenos
espiritistas. Millones de almas escépticas ya en la agonía de los conflictos
espirituales, clamaban por que se les dieran pruebas concluyentes de que no
todo era espacio vacío a nuestro alrededor; de que había otras fuerzas fuera de
nosotros; de que el Yo no es una mera secreción de nuestro tejido nervioso, y

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de que los muertos realmente se llevan al Más Allá su vida incólume. Todo
eso era lo que venía a demostrar el más grande de nuestros misioneros a las
personas capaces de observar y razonar.
Son innumerables las pruebas del valor psíquico de la obra de Home,
admirablemente resumida por la señora Webster, de Florencia, con estas
palabras: «Es el misionero más maravilloso de la más grande de todas las
causas, siendo incomprensible la excelsitud de cuanto ha realizado. Cuando
Home desaparezca, dejará tras sí el mayor de todos los bienes: la certeza de
una vida futura».
Home refirió la misión que trajo al mundo en una conferencia que dio en
la Sala Willis, de Londres, el 15 de febrero de 1866: «Creo de todo corazón,
dijo, que esa fuerza misteriosa se desarrolla más y más cada día acercándonos
a Dios. Si me preguntáis si con ello nos hacemos más puros, os contestaré
solamente que somos mortales, y como tales estamos sujetos a error; que los
más puros de corazón verán a Dios; que Él es el amor, y que la muerte no
existe. Para los hombres de edad avanzada, será esa fuerza un consuelo al fin
de los tormentos de la vida. A los jóvenes, les enseñará los deberes que tienen
con el prójimo, y que según sea lo que siembren, así será lo que cosechen. A
todos nos enseñará la resignación. Disipa las nubes del error y trae la
espléndida aurora de un día sin fin».
Leyendo el relato de la vida de Home, escrito por su viuda —el más
convincente de los documentos, pues su autora fue el único mortal que
conoció al hombre como realmente era— se ve la impresión que causó a sus
contemporáneos. Tuvo el apoyo y el aprecio de muchos aristócratas de
Francia y de Rusia, con quienes había entrado en relaciones. Difícilmente
podría hallarse en ninguna biografía tan cálidas expresiones de admiración y
hasta reverencia como las que se encuentran en las cartas de aquellos
aristócratas. En Inglaterra hubo un círculo de fervientes partidarios suyos,
algunos de las clases más elevadas, como los Halls, los Howitts, los Roberto
Chambers, los Milner Gibson, el profesor Crookes y otros. En cambio, fue
deplorable la falta de valor de otros que, admitiendo los hechos en privado,
escurrían el bulto en público. Distinguiéronse en tal sentido Lord Brougham y
Bulwer Lytton, especialmente este último, como buen intelectual, y casi toda
la «intelectualidad» le imitó. Hubo hombres de ciencia como Faraday y
Tyndall, fantásticamente anticientíficos en sus métodos de investigación a la
que iban imponiendo previamente sus prejuicios. Los secretarios de la Real
Sociedad se negaron a admitir las demostraciones de los fenómenos físicos
que Crookes les ofreció, prefiriendo pronunciarse rotundamente contra ellas.

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En cuanto al clero, no puede citarse el nombre de ningún sacerdote
británico que demostrara el menor interés en el asunto, y cuando en 1872
comenzó a aparecer en The Times la reseña de las sesiones celebradas por
Home en San Petersburgo, fue cortada en seco, según H. T. Humprheys, «en
virtud de las acerbas quejas formuladas al director M. Delanne por algunos de
los más elevados dignatarios de la Iglesia de Inglaterra».
La caridad figuraba entre los más hermosos sentimientos de Home. Como
toda caridad verdadera, era secreta, manifestándose sólo indirectamente y por
acaso. A su amigo Rymer le dio para salvarle de un apuro cincuenta libras, lo
que representaba en aquella ocasión casi todo su caudal.
Más tarde se le ve rondando los campos de batalla inmediatos a París,
muchas veces al alcance del fuego de los combatientes, con los bolsillos
llenos de cigarros para los heridos. Un oficial alemán le escribe emocionado
para recordarle de qué manera le salvó de morir desangrado, llevándole sobre
sus débiles espaldas para alejarle de la zona de fuego.
Pero no se crea, por lo que precede, que Home fuera un hombre de
carácter impecable. Débil de temperamento, era algo femenino y de ello dio
muestras en diferentes ocasiones. Hallándose el autor en Australia, pudo
enterarse de una correspondencia cruzada en 1856 entre Home y el hijo
mayor de Rymer. Viajando juntos por Italia, Home abandonó a su amigo en
circunstancias que revelaban su inconsecuencia y su ingratitud. Conviene
decir que su salud estaba entonces muy quebrantada. «Tenía todos los
defectos del hombre emotivo», decía Lord Dunraven, «con una vanidad muy
desarrollada, tal vez convenientemente para poder resistir la campaña de
ridículo desencadenada a la sazón contra el espiritismo y contra él. Estaba
sujeto a grandes depresiones y a crisis nerviosas difíciles de comprender, pero
al mismo tiempo su trato y maneras eran tan sencillos, afables y cariñosos,
que causaban el embeleso de cuantos le rodeaban… Mi amistad con él fue
inalterable hasta el fin».
Pocos dones existen de los que nosotros llamamos medianímicos y San
Pablo llama «del espíritu», que Home no poseyera, si bien la característica de
sus facultades psíquicas fue su gran versatilidad. Es fácil hallar un medium de
«voz directa», un interlocutor en trance, un clarividente o un medium físico,
pero Home era las cuatro cosas a la vez. Sabemos que era muy escasa la
importancia y valor de realidad que concedía a los demás mediums y que no
estaba exento de esos celos psíquicos que constituyen el rasgo común entre
los hombres de su clase. La señora Jencke, antes Catalina Fox, fue la única
medium con la cual estuvo en buenas relaciones. Se disgustaba

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profundamente el menor engaño y llevó tan buena cualidad hasta el extremo
de considerar con malos ojos todas las manifestaciones no realizadas por él
mismo. Esta opinión, expresada con toda claridad en su último libro «Luces y
sombras del Espiritismo», constituía una ofensa para los demás mediums que
pretendían ser tan honrados como él. Protestó contra toda sesión efectuada en
la obscuridad, protesta que debe tomarse como un consejo de perfección, pues
los experimentos sobre el ectoplasma, base física de toda materialización, son
de ordinario afectados por la luz, a menos que ésta sea de un color rojizo.
Home no fue muy experto en materializaciones completas como las obtenidas
por Miss Florencia Cook y la señora Esperanza, o en nuestros tiempos por la
medium señora Bisson. De modo que su opinión no resultajusta en relación
con los demás. Por otra parte, Home pretendía que la materia no podía pasar a
través de la materia, pues sus fenómenos nunca evidenciaron semejante
maravilla, a pesar de lo cual, hoy es de una evidencia completa que en
determinados casos el hecho se efectúa positivamente. Se ha llegado incluso a
la aparición de aves de las más raras especies en las sesiones espiritistas, en
circunstancias tales, que parecían implicar un verdadero fraude, y en cuanto a
los experimentos del paso de la madera a través de la madera, ocurridos en
presencia de Zöllner y de otros profesores de Leipzig, fueron tan
concluyentes, que aquel famoso físico los hizo constar al reseñar en su «Física
Transcendental» sus experimentos con Slade.
Los esfuerzos realizados por Home para hallar un credo con el cual se
sintieran satisfechas sus convicciones religiosas, tenían algo de patético, y
confirman el parecer de algunos espiritistas de que todo hombre puede tener
una religión cualquiera y creer al mismo tiempo en el espiritismo. Homo fue
en su juventud vesleyano, pero respiró luego la atmósfera más liberal del
congregacionalismo. Durante su estancia en Italia, saturado de la atmósfera
artística de la Iglesia Católica Romana y en presencia de tantos fenómenos
parecidos a los suyos, quiso convertirse para ingresar en una orden religiosa,
intención que su buen sentido le hizo abandonar. Tal intento de cambiar de
religión coincidió con la época en que sus facultades psíquicas le
abandonaron por espacio de un año. Su confesor asegurábale que aquellas
facultades eran de origen diabólico, y ya no volverían a inquietarle en cuanto
se acogiera al seno de la Iglesia verdadera. Al año justo las facultades
volvieron con mayor fuerza aún. Desde entonces Home ya no fue católico
más que de nombre, y después de su segundo matrimonio —con una señora
de nacionalidad rusa, lo mismo que su primera esposa— se inclinó
definitivamente hacia la Iglesia Griega, bajo cuyo rito fue enterrado en Saint

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Germain en 1866. «A otro que vio los Espíritus» es la inscripción que se lee
en su tumba.
Si fuera necesaria una prueba de la irreprochable vida de Home, la
encontraríamos en el hecho de que sus numerosos enemigos, siempre en
acecho para caer sobre él, jamás encontraron nada serio que echarle en cara,
como no sea el caso inocente llamado de Home-Lyon. Cualquier hombre
imparcial que lea sus declaraciones —reproducidas literalmente en la segunda
serie de «Incidentes de mi vida»—, reconocerá que Home fue en aquella
ocasión más digno de conmiseración que de reproche. No hay mayor prueba
de la nobleza de su carácter que sus relaciones con aquella mujer tan
caprichosa como comprometedora que, después de haberle entregado una
cantidad de dinero. Cambió de criterio y le reclamó la devolución al ver que
no podía satisfacer en seguida su deseo de ser presentada en la alta sociedad.
Si se hubiera limitado a pedirle sencillamente la devolución, no hay duda que
Home la habría complacido aunque lo hubiese costado un gran sacrificio,
pero se trataba nada menos que de cambiar su nombre por el de Home-Lyon
para satisfacer el capricho de aquella señora empeñada en hacerle su hijo
adoptivo, y su pretensión llevaba consigo tales condiciones, que Home no
podía honradamente aceptarlas. Leyendo las cartas relativas a aquel asunto se
ve a Home, a su representante S. C. Hall y a su abogado Mr. Wilkinson,
implorando de aquella señora que moderara su poco razonable intransigencia,
convertida luego en una malevolencia aún menos razonable. Aquella mujer
estaba absolutamente decidida a que Homo guardara el dinero y se dispusiera
a heredarla; pero éste demostró entonces su desprendimiento, y quiso hacerla
desistir de su manía rogándole que pensara en sus parientes. Ella contestó que
el dinero era suyo, que podía hacer con él lo que mejor le pareciera, y que no
tenía familia. Desde el momento en que Home aceptó la adopción, se condujo
como un hijo cumplidor de sus deberes, y aunque ello no tenga nada de
caritativo es fácil suponer que aquella actitud verdaderamente filial, en modo
alguno correspondía a la que la vieja señora había imaginado. Como quiera
que fuese, la mujer se cansó pronto y reclamó el dinero con el pretexto —
verdaderamente monstruoso para quienes lean las cartas y se fijen en las
fechas— de que los espíritus le impulsaban a tomar semejante resolución.
El caso fue fallado por el Tribunal de Chancery, cuyo juez aludió a «las
innumerables falsedades de la señora Lyon, las cuales ofendían al Tribunal y
desacreditaban el propio testimonio del querellante». No obstante y a pesar de
lo que imponía la justicia más elemental, el fallo fue adverso a Home. El juez
habría indudablemente dado un fallo distinto, si no hubiera entrado en juego

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su prevención contra las fuerzas psíquicas, que en su concepto eran
manifestaciones absurdas. Sin embargo, los peores enemigos de Home
habrían tenido en cuenta que el hecho de conservar el dinero en Inglaterra en
vez de ponerlo a buen recaudo, en otra parte, es una prueba de las rectas
intenciones que le guiaron en aquel episodio, el más desdichado de toda su
vida. Las facultades de Home estuvieron atestiguadas por tantos y tan
famosos observadores y en condiciones tan claras que ningún hombre
razonable podía ponerlas en duda, y hubiera bastado para ello las realizadas
por William Crookes, que resultaron verdaderamente definitivas. Hay
también otras pruebas evidentes en un libro notable, recién reimpreso, de
Lord Dunraven, en el que éste narra sus primeras relaciones con Home. Pero
además existen muchos otros testimonios de personas que en Inglaterra
hicieron investigaciones valiéndose de Home y consignaron los resultados en
cartas o declaraciones públicas, demostrando que no sólo estaban convencidas
de la realidad de los fenómenos, sino que también del origen espiritual de
éstos. Entre ellas merecen particular mención la duquesa de Sutherland, Lady
Shelley, Lady Gomm, doctor Roberto Chambers, Lady Otway, Miss Catalina
Sinclair, la señora Milner Gibson, los señores Guillermo Howitt, señora De
Burgh, el Dr. Gully (de Malvern), Sir Carlos Nicholson, Lady Dunsany, Sir
Daniel Cooper, señora Adelaida Senior, señores de S. C. Hall, señora
Makdougall Gregory, señor Piekersghill, señor E. L. Blanchard y señor
Roberto Bell.
Otros hubo que declararon insuficiente lo presenciado por ellos para
aducir que existía fraude. Fueron éstos Ruskin, Thackeray (director del
Cornhill Magazine), Juan Bright, Lord Dufforin, Sir Edwin Arnold, Heaphy,
Duraham (escultor), Nassau Senior, Lord Lyndhurst, J. Hutohinson (ex
presidente de la Bolsa), y Dr. Lockhart Roberston.
Tales fueron los testigos y tal la obra. Y cuando aquella vida tan útil y tan
desinteresada pasó a otro mundo, apenas hubo periódico —hay que decirlo,
para eterno baldón de nuestra prensa— que no tratara a Home de impostor y
de charlatán. Pero se acerca el tiempo en que habrá de reconocerse que aquel
hombre fue uno de los paladines en el progreso lento y arduo d la Humanidad
a través de la ignorancia.

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CAPÍTULO X
LOS HERMANOS DAVENPORT

Para relatar la obra de los hermanos Davenport, tenemos que volver a los
primeros días del movimiento en América. Home y los Davenport
representaron un verdaderamente papel internacional, ya que su vida señala
los progresos del movimiento en Inglaterra a la vez que en los Estados
Unidos. Los Davenport actuaron en un nivel muy inferior al de Home,
haciendo de sus notables dones una profesión, y por la naturaleza de sus
procedimientos impusieron sus resultados a las multitudes en una forma que
no hubieran podido hacer los mediums más refinados. Si consideramos todo
el conjunto de los sucesos como obra de una inteligente y omnipotente fuerza
del Más Allá, se nota que cada hecho tiene su instrumento apropiado, y que si
una demostración no produce resultado, hay otra que viene a ocupar su lugar
para producirlo.
Los Davenport fueron afortunados con sus propagandistas. Dos escritores
publicaron libros («Biografía de los hermanos Davenport», por T. L. Nichols,
Londres, 1864. «Hechos supramundanos de la vida del Rev. J. B. Ferguson»,
por T. L. Nichols, Londres, 1865 y «Experimentos Espiritistas: siete meses
con los hermanos Davenport», por Roberto Cooper, Londres, 1867), acerca de
los sucesos principales de su vida, a los cuales, por otra parte, prestó gran
atención la prensa periódica de su época.
Ira Erastus Davenport y Guillermo Enrique Davenport nacieron en
Búfalo, Estado de Nueva York, el día 17 de septiembre de 1839 el primero, y
en 1.º de febrero de 1841 el segundo. Su padre, descendiente de los primeros
colonos ingleses, que fueron a América, tenía un cargo en el Departamento de
policía de Búfalo. Su madre era inglesa, natural de Kent, y fue a América de
niña. En 1848, toda la familia fue sorprendida a media noche por una serie de
«golpes, puñetazos, ruidos sordos, roturas, crujidos». Ocurría esto dos años
antes de los sucesos en casa de la familia Fox. Pero en aquel caso, como en
tantos otros, fue el ejemplo de los Fox lo que impulsó a los Davenport a
realizar investigaciones hasta cerciorarse de sus facultades mediunímicas.

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Los dos muchachos Davenport y su hermana Isabel, la menor de los tres,
comenzaron los experimentos colocando sus manos sobre una mesa.
Oyéronse entonces profundos y violentos ruidos entre los cuales se insinuaron
los mensajes. La noticia trascendió al exterior, y al igual que en el caso Fox,
acudieron a la casa centenares de curiosos y de incrédulos. Ira manifestó sus
dones de medium escribiente, mostrando a los circunstantes mensajes escritos
con extraordinaria rapidez, conteniendo noticias para él absolutamente
desconocidas. En seguida siguieron los fenómenos de levitación, siendo el
muchacho elevado en el aire, por encima de la cabeza de los circunstantes y a
una altura de nueve pies del suelo. El otro hermano y la hermanita, realizaron
los mismos fenómenos, viéndose entonces ascender a los tres en el aire hasta
el techo. Centenares de respetables ciudadanos de Búfalo presenciaron tan
extraordinarias maravillas. Una vez, estando toda la familia sentada a la mesa,
las cucharas, los cuchillos y los platos empezaron a bailar mientras la mesa se
elevó quedando en vilo. En una sesión celebrada poco después se vio un lápiz
escribir solo en pleno día. Las sesiones se celebraron a partir de aquel
momento de una manera regular, con aparición de luces y de instrumentos
musicales que tocaban en el aire por encima de la cabeza de los reunidos.
Siguieron luego las voces directas y otras manifestaciones tan numerosas, que
es imposible detallarlas todas. Obedeciendo a los dictados de los espíritus
comunicantes, los dos hermanos se trasladaron a otros puntos para dar
sesiones públicas. A petición de los circunstantes se sometían a toda clase de
pruebas. Al principio operaban con personas escogidas entre los presentes,
pero estimándose luego que esto no era del todo satisfactorio por temerse que
aquellas personas estuvieran de acuerdo con los hermanos, se apeló al
procedimiento de atarles con cuerdas. Al leer la lista de los arbitrios
ingeniosos a que se apeló para comprobar la verdad de las manifestaciones, se
ve cuán imposible es convencer a los obstinadamente escépticos. En cuanto
una prueba tenía éxito, se proponía otra, y así sucesivamente. Los profesores
de la Universidad de Harvard en 1857 sometieron a ambos hermanos y sus
fenómenos a un riguroso examen. Su biógrafo escribe: («Biografía de los
hermanos Davenport», por T. L. Nichols, páginas 87 − 88):
«Los profesores emplearon todo género de precauciones en las pruebas.
Les pusieron esposas en las manos; les sujetaron hasta la inmovilidad. Se
aceptaron hasta una docena de proposiciones, rechazándolas luego los
mismos que las hacían. Si los hermanos aceptaban una prueba de las
propuestas, los mismos proponentes la retiraban, por considerarse que la

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aceptación por los mediums era motivo suficiente para no intentarla, por
sospecharse que estaban preparadas para ella».
Finalmente, los profesores trajeron quinientos pies de cuerda nueva,
abrieron una cabina colocada en una de las habitaciones, y metieron en ella,
fuertemente atados, a los dos jóvenes. Todos los nudos de la cuerda se habían
reforzado con ataduras de bramante de lino, y uno de los verificadores, el
profesor Pierce, se encerró en la cabina con los dos hermanos. A pesar de
tales precauciones, apareció fuera de la cabina una mano de fantasma,
mientras el profesor encerrado oía y sentía que pasaban sobre su cabeza y su
rostro varios objetos. A cada movimiento tocaba a los dos jóvenes para
convencerse de que continuaban sólidamente atados. Finalmente, los
operadores libertaron a los jóvenes de sus ataduras, y cuando la cabina fue
abierta, viose que la cuerda estaba arrollada al cuello del profesor. Después de
prueba tan concluyente, los profesores de Harvard no redactaron ningún
informe. Es también curiosa la descripción de un ingenioso aparato de
verificación, consistente en una especie de mangas y pantalones, fuertemente
ajustados, ideado por un tal Darling, de Bangor. Resultó como los demás
procedimientos, incapaz de impedir las misteriosas manifestaciones de los dos
mediums. Es de advertir que eso acaecía en una época en que los hermanos
eran casi niños, demasiado jóvenes para intentar farsa alguna.
No es de extrañar que los fenómenos levantaran violenta oposición en
todas partes, ni que los hermanos fueran denunciados como embaucadores.
Después de diez años de actuación pública en las principales ciudades de los
Estados Unidos, los hermanos se trasladaron a Inglaterra. Se habían sometido
con éxito a todas las pruebas que el ingenio humano podía concebir, sin que
nadie pudiera decir de qué manera obtenían los resultados. Habían
conquistado una gran reputación. Sin embargo, tenían que volver a empezar.
Ambos hermanos, Ira y Guillermo, contaban entonces veinticinco y
veintitrés años, respectivamente. He aquí cómo los describe el World, de
Nueva York:
«Se parecían extraordinariamente, siendo ambos de bello aspecto, con
cabellos largos, negros y rizados, frente despejada, ojos obscuros y vivos,
pobladas cejas, labios gruesos, bigote abundante y cuerpo musculoso y bien
proporcionado. Vestían siempre de frac, usando uno de ellos reloj con
cadena».
El Dr. Nichols, su biógrafo, experimentó esta primera impresión al verlos
y tratarlos:

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«Los jóvenes, con quienes tuve una breve relación personal y a quienes
jamás había visto antes de su llegada a Inglaterra, me parecieron por encima
del nivel medio de sus compatriotas en carácter e inteligencia. Era más
notable en ellos la habilidad que la viveza; en Ira había algún talento
artístico… Parecían ambos jóvenes perfectamente honrados, singularmente
desinteresados, nada mercantilistas, más atentos a que la gente quedara
satisfecha de su sinceridad y de la realidad de sus manifestaciones que a hacer
dinero. Tenían una ambición tan solo: la de servir de instrumento para lo que
creían ser el bien más grande a que podía aspirar la humanidad».
Acompañáronles a Inglaterra él Rev. Dr. Ferguson, pastor que fue de una
importante iglesia de Nashville, en el Temessee, a la cual había asistido
Abraham Lincoln; M. Palmer, conocido empresario, que actuaba como
secretario de ambos jóvenes, y Guillermo M. Fay, que actuaba también como
medium.
La primera sesión que dieron en Londres, el 28 de septiembre de 1864,
tuvo carácter privado y se celebró en la residencia ocupada en Regent Street
por Dion Boucicault, el famoso autor y actor, en presencia de distinguidos
periodistas y hombres de ciencia. La prensa publicó largas reseñas de la
sesión, en general benévolas.
Días después se celebró otra sesión en casa de Mr. Dion Boucicault, que
la publicó en el Daily News y en otros varios periódicos. Asistieron a ella,
entre otros, el vizconde de Buri, diputado; Sir Carlos Wyke, Sir Carlos
Nicholson, el Canciller de la Universidad de Sydney, Mr. Roberto Chambers,
el novelista Carlos Reade y el explorador capitán Inglefield.
Decía así el relato de Boucicault:
«Ayer tuvo lugar en mi casa una sesión dada por los hermanos Davenport
y Mr. Fay, en presencia de… (aquí veinticuatro nombres además de los
citados)…
»A las tres, ya estábamos todos reunidos… Mandé a buscar a una tienda
de música cercana seis guitarras y dos tambores, para que no todos los
instrumentos fueran de la clase empleada y conocida de los mediums.
»A las tres y media llegaron los hermanos Davenport y Míster Fay y
vieron que habíamos alterado sus disposiciones, destinando para la
realización de las manifestaciones una habitación distinta a la que ellos habían
escogido.
»La sesión comenzó con un examen de los vestidos y de toda la persona
de los hermanos Davenport, comprobándose por los presentes que no
escondían ningún aparato ni dispositivo alguno. Entraron en el gabinete que

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habíamos preparado, sentándose uno frente al otro. Luego el capitán
Inglefield, con una cuerda nueva facilitada por nosotros mismos, ató a G.
Davenport de pies y manos, estas últimas a la espalda, y, finalmente, le
amarró fuertemente a la silla. Lord Bury hizo lo propio con I. Davenport. Los
nudos de las ligaduras fueron protegidos con lacre en el que se estampó un
sello especial. En el suelo se depositaron una guitarra, un violín, un tambor,
dos campanillas y una trompeta. Cerráronse luego las puertas, no dejando
entrar más que una luz muy tenue pero suficiente para que pudiéramos ver lo
que ocurría.
»Omito detallar el fenómeno de los ruidos que se oyeron en la estancia, y
la violencia con que las puertas retemblaron y los instrumentos se movieron,
así como la aparición de manos en la forma conocida, ante un orificio en
forma de trapecio que se veía en la puerta del gabinete. Más dignos de notar
fueron los siguientes hechos.
»Estando Lord Bury de pie en el interior del gabinete, se abrió la puerta y
vimos entonces a los dos mediums sentados, atados y sellados, mientras una
mano perfectamente clara, descendía sobre el primero, golpeándole en la
espalda y obligándole a volverse. Nuevamente, a la luz de un candelabro de
gas, y durante un intervalo de la sesión, estando las puertas del gabinete
abiertas y mientras examinábamos las ligaduras de los hermanos Davenport,
una mano femenina, muy blanca y delgada, osciló breves segundos en el aire.
Semejante aparición provocó una exclamación de asombro en todos los
circunstantes.
»Sir Carlos Wyke entró entonces en el gabinete y se sentó entre los dos
hombres, poniendo sus manos sobre cada uno de ellos. Las puertas fueron
cerradas e inmediatamente comenzaron los ruidos. En seguida aparecieron
varias manos en el orificio, entre ellas la de un niño. Al cabo de un rato, Sir
Carlos volvió a nuestro lado y manifestó que mientras tenía asidos a los
hermanos, varias manos le habían tocado el rostro y levantado el pelo, a la
vez que los instrumentos puestos a sus pies se movían y empezaban a tocar
alrededor de su cuerpo y encima de su cabeza, parándose uno de ellos en su
hombro. En tanto se desarrollaban esos fenómenos, las manos que habían
aparecido, fueron tocadas y apretadas por el capitán Inglefield, quien afirmó
que, a juzgar por el tacto, eran manos humanas, que pudieron desasirse y
desaparecer.
»La siguiente fase de la sesión se desarrolló en la obscuridad. Uno de los
Davenport y Mr. Fay sentáronse entre nosotros. Se les pasaron dos cuerdas
por los pies quedando atadas dichas extremidades y las manos, estas últimas a

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la espalda y a la silla, y ésta a su vez a la mesa contigua. Entre tanto la
guitarra se levantó de la mesa y empezó a flotar alrededor de la habitación por
encima de la cabeza de los reunidos, a algunos de los cuales tocó ligeramente.
Una luz fosfórica apareció corriéndose de un extremo a otro sobre todos
nosotros; sentíamos que nos tocaban y nos golpeaban en las manos, en los
hombros y en el pecho, mientras la guitarra rondaba por la habitación, tan
pronto cerca del techo, como dando en la cabeza y los hombros de los
presentes. Al mismo tiempo sonaban las campanillas y vibraba el violín. Los
dos tambores redoblaban tan pronto en un lado como en otro del suelo, ora
violentamente, ora rozando las rodillas y las manos de los circunstantes,
siendo todas esas acciones simultáneas. El señor Rideout, tomando uno de los
tambores, preguntó si podrían arrebatársele de las manos, e inmediatamente
sintió que se lo quitaban.
Lord Bury hizo una pregunta parecida, y notó que una fuerza pugnaba por
arrebatarle el tambor y vencer su resistencia. Mr. Fay pidió entonces que le
despojaran del frac. Instantáneamente oímos un violento tirón y presenciamos
el más extraordinario de los fenómenos al resplandor de una luz que brilló
antes de que el frac se desprendiera de la persona de Mr. Fay; la prenda se
separaba de su dueño, flotaba en el aire, se dirigía al candelabro, se paraba en
él un momento y caía después al suelo. Vimos en el mismo instante a Mr. Fay
atado de pies y manos como antes. Uno de los presentes se quitó entonces su
propia americana, que colocó encima de la mesa. La luz se extinguió y la
prenda se trasladó con máxima velocidad a la espalda de Mr. Fay. Tales
sucesos habían ocurrido en la obscuridad, habiendo previamente colocado una
hoja de papel debajo de los pies de los mediums, y dibujado con lápiz el
contorno, para comprobar si se habían movido. Ellos mismos nos habían
propuesto tiznarles las manos con harina u otra substancia que nos permitiera
comprobar que no hacían uso de ellas, pero tal precaución nos había parecido
innecesaria: en cambio, les pedimos que contaran repetidamente de una a
doce, para demostrarnos con sus voces que continuaban en el mismo sitio
donde les dejamos atados. Cada uno de nosotros tenía asidos fuertemente a
uno de los mediums de modo que no podían moverse sin que dos de los
presentes, por lo menos, se dieran cuenta de ello.
»Al terminar la sesión comentamos todos lo que habíamos visto u oído.
Lord Bury manifestó que, en resumen, la opinión de los reunidos parecía estar
de acuerdo en declarar que los hermanos Davenport y Mr. Fay, después de
una rigurosísima prueba, y de la más meticulosa vigilancia de todas sus
acciones, procedían de modo que no podíamos por menos que reconocer que

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en todo ello no había rastro de trampa de ninguna especie, que
indudablemente no estaban convenidos para representar farsa alguna, y que
todos los testigos de lo ocurrido declararíamos espontáneamente en el círculo
social a que cada uno pertenecíamos y dentro de los límites en que las propias
investigaciones nos permitieran formar opinión, que los fenómenos ocurridos
en nuestra presencia no eran obra de escamoteo. Todos estuvimos conformes
con aquellas manifestaciones».
Esta admirable, completa y clara reseña, la damos en extenso porque es la
contestación a muchos reparos, y la seriedad del autor y de los que con él
fueron testigos, no puede ser discutida. Hay que aceptarla como documento
definitivo y honrado. Toda objeción que se la ponga será caprichosa y no
puede significar más que una supina ignorancia en la apreciación de hechos.
En octubre de 1864, los Davenport comenzaron a dar sesiones públicas en
las Salas de Conciertos de Queen, situadas en la plaza de Hanover. Entre los
que asistían a ellas, elegíanse algunos de los más resueltos a hacer lo
imposible por averiguar la causa de los fenómenos, pero todo resultaba inútil.
Aquellas sesiones, alternadas con otras de carácter privado, continuaron casi
todas las noches hasta finalizar el año. La prensa diaria las describió en
amplias reseñas, y el nombre de los hermanos anduvo de boca en boca. A
principios de 1865, hicieron viajes por provincias, y en Liverpool,
Huddersfield y Leeds, el público los trató con violencia. En Liverpool, dos
individuos les ataron las manos tan brutalmente, que las hicieron sangrar,
siendo preciso que Mr. Ferguson cortara las ligaduras para evitarles tal
suplicio. Los Davenport se negaron a continuar la sesión, lo cual fue causa de
que el populacho se arrojara al estrado y destrozara aparatos y muebles. Lo
mismo ocurrió en Huddersfield, y más tarde en Leeds como resultado de una
bien organizada campaña de oposición. Aquellos escándalos obligaron a los
Davenport a anular todos sus contratos en Inglaterra. De allí pasaron a París,
siendo invitados a dar una sesión en el palacio de Saint Cloud, a la que
asistieron el emperador, la emperatriz y cincuenta invitados. Estando en París
Hamilton, discípulo del célebre prestidigitador Roberto Houdin, fue a
visitarles, presenciando algunos de sus experimentos y envió seguidamente a
los periódicos una carta en la cual decía: «Los fenómenos superan todo
cuanto yo podía esperar, presentando todos los experimentos el mayor interés
para mí. Tengo además el deber de declarar que los encuentro del todo
inexplicables». Después de un nuevo viaje a Londres, pasaron a Irlanda a
principios de 1866. En Dublín asistieron a sus sesiones personas de gran

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significación, como el director del Irish Times y el Rev. Dr. Tisdal, quien
proclamó públicamente su creencia en las manifestaciones que presenció.
En abril del mismo año, los Davenport partieron a Hamburgo y de allí a
Berlín, pero la guerra que se esperaba (y que sus guías les habían anunciado)
fue causa de que la excursión resultara poco remuneradora. Los empresarios
teatrales les ofrecieron espléndidas retribuciones para que se exhibieran, pero
obedeciendo a los dictados de sus consejeros espirituales (según los cuales
aquellas manifestaciones, por el hecho de ser sobrenaturales, debían alejarse
de todo cuanto pareciera o fuera una diversión teatral), declinaron las ofertas
contra los deseos del propio administrador del negocio. Durante el mes que
permanecieron en Berlín, dieron algunas sesiones ante varios miembros de la
real familia. A las tres semanas, marcharon a Bélgica, y en Bruselas y en otras
ciudades, obtuvieron resonantes éxitos. De allí pasaron a Rusia, llegando a
San Petersburgo el 27 de diciembre de 1866. El 7 de enero de 1867,
celebraron su primera sesión pública ante una concurrencia que no bajó de
mil personas. La sesión siguiente tuvo lugar en el domicilio del embajador de
Francia, en presencia de unas cincuenta personas, entre las que figuraban
dignatarios de la Corte Imperial, y el día 9 de enero dieron una velada en el
propio Palacio de Invierno en honor del emperador y de la familia imperial.
Inmediatamente después, visitaron Polonia y Suecia. El 11 de abril de 1868,
reaparecieron en Londres, en las Salas de la plaza de Hanover, logrando una
acogida entusiasta por parte de la numerosa concurrencia. Benjamín Coleman,
espiritista eminente, que organizó sus primeras sesiones públicas en Londres,
escribió lo siguiente, resumiendo sus impresiones respecto de los cuatro años
de permanencia de los Davenport en Europa:
«Quiero dar a los amigos de América que me los presentaron, la seguridad
de que la misión de los hermanos Davenport en Europa ha sido muy
provechosa para el espiritismo y que su conducta pública como médiums —
pues únicamente como a tales yo les he tratado— ha sido absolutamente
correcta». Y a continuación afirma que no ha conocido otra forma de
mediunidad superior a la de los hermanos más a propósito para conseguir la
atracción de grandes concurrencias. Desde Londres, los Davenport regresaron
a América. Ambos hermanos, visitaron Australia en 1876, y el 24 de agosto
dieron su primera sesión pública en Melbourne. Guillermo falleció en Sydney
en julio de 1877.
La actuación de los hermanos Davenport despertó la envidia y la maldad
de todos los enemigos del espiritismo. El prestidigitador Maskelyne, con
asombroso descaro, pretendió haberles puesto en evidencia en Inglaterra, si

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bien tuvo la contestación debida por parte del Dr. Jorge Sexton, director del
Spiritual Magazine, el cual, describiendo en conferencia pública, a la que
asistió el mismo Maskelyne, en qué consistían los trucos de este último, y
comparándolos con los resultados obtenidos por los Davenport, dijo: «La
similitud entre unos y otros es como la que pueda existir entre las
producciones de un poeta desconocido y los dramas sublimes y gloriosos del
inmortal bardo de Avon». A pesar de todo, los escamoteadores de profesión,
hicieron más ruido en público que los espiritistas, y con la ayuda de la prensa
hicieron creer que los hermanos Davenport habían sido desenmascarados.
Ira Davenport murió en América el año 1811. Con tan triste motivo, el
Daily News, refiriéndose a los dos hermanos, dijo: «Cometieron el error de
presentarse como hechiceros en vez de trabajar como escamoteadores
sinceros. Si, imitando a su adversario Maskelyne, hubieran mostrado al
público la ingeniosidad de sus espectáculos, diciéndole: “Señores, esto se
hace sencillamente así”, no sólo habrían ganado una fortuna, sino una gran
respetabilidad». En contestación a esto, el periódico espiritista Luz preguntó
«por qué, si eran meros prestidigitadores y no unos creyentes sinceros en su
mediunidad, arrostraron los Davenport insultos, ataques y toda clase de
indignidades, cuando con sólo renunciar a sus pretensiones supernormales
podían haber sido respetables y ricos».
Es muy triste pensar que habiendo sido probablemente los Davenport los
más grandes mediums en su clase que el mundo ha visto sufrieran una brutal
oposición y no pocas persecuciones, llegando a correr sus vidas grave riesgo
en más de una ocasión.
Es de notar también que los Davenport jamás pretendieron que sus
fenómenos tuvieran origen supernormal, distinguiéndose así de muchos de
sus amigos y colegas. Escribiendo al escamoteador americano Houdini, Ira
Davenport decía en sus últimos años: «Jamás hemos afirmado en público
nuestra creencia en el Espiritismo. Considerábamos que ello no era asunto de
la publicidad, y que no debíamos dar nuestras manifestaciones como
fenómenos espiritistas. Dejábamos a nuestros amigos y enemigos que se
explicaran los fenómenos como mejor les acomodara, aunque muy a menudo,
por desgracia, fuéramos víctimas de unos y otros».
Houdini ha pretendido que los Davenport juzgaban que los resultados por
ellos obtenidos, eran normales, pero el Houdini estampa tantos errores en su
libro «Un mago entre los espíritus», y ha demostrado tan extraordinarios
prejuicios en materia de espiritismo, que sus manifestaciones carece en
absoluto de valor. Falsa completamente es la declaración que atribuye a Ira

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Davenport relativa a que los instrumentos musicales en una sesión a la que
asistió un redactor de The Times no se movieron, siendo así que el propio
periodista manifestó haber sentido que le golpeaba el rostro una de las
guitarras flotantes en el aire, que en una ceja fue lastimado y que cada voz
que se encendía la luz los instrumentos caían al suelo, Si Houdini falta a la
verdad por lo que se refiere a este fenómeno, otro tanto puede decirse
respecto a las demás afirmaciones suyas (véase Apéndice).
Se dirá, y así se ha dicho por varios espiritistas, lo mismo que por no
pocos escépticos, que toda esa clase de manifestaciones psíquicas son
contraproducentes y poco serias. Muchos así lo creen, pero también hay
muchos que hacen suyas estas palabras de Mr. P. B. Randall:
«La culpa no es de los espíritus, sino nuestra, pues aquéllos dan según lo
que se les pide. Si no se les puede comprender de una manera, es forzoso
comprenderlos de otra, y precisamente la sabiduría del Más Allá consiste en
hacer ver a los ciegos y oír a los sordos lo que pueden ver y oír y no otra cosa.
Intelectualmente somos apenas unos niños y nuestro estómago mental no
debe contener más de lo que es capaz de digerir, hasta que nuestra capacidad
aumente. Y si el vulgo se convence mejor de la inmortalidad del alma por
medio de ese género de manifestaciones, no es menester apelar a otras. La
vista de un brazo espectral en una reunión de tres mil personas, hace una
impresión más profunda, hiere más fuertemente los corazones y convierte a
más gente a la creencia en el Más Allá, en diez minutos, que todo un batallón
de predicadores, en cinco años por elocuentes que sean».

[Apéndice Capítulo X]

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CAPÍTULO XI
LAS INVESTIGACIONES DE SIR
WILLIAM CROOKES

Sir William Crookes


(Copia de un lienzo de P. Ludovici, que se conserva en la National Portrail Gallery)

La investigación de los fenómenos espiritistas, llevada a cabo por Sir


William Crookes en los años 1870 a 1874, es uno de los principales hechos en
la historia del movimiento, tanto más si se tiene en cuenta el alto nivel
científico del investigador, el serio y justo espíritu que le animó, los
resultados extraordinarios conseguidos y su declaración de fe como
consecuencia final de ellos. Empeño favorito de todos los enemigos del
movimiento es atribuir una debilidad física o senil a cada nuevo testigo de la
verdad psíquica, pero nadie puede negar que en este caso las investigaciones
fueron realizadas por un hombre que estaba en el cénit de su desarrollo
mental, y que los famosos trabajos científicos que más tarde emprendiera,

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constituyeron prueba más que suficiente así de su vigor como de su integridad
intelectuales. El célebre sabio investigó con la medium Florencia Cook, y
antes con Home y Catalina Fox, sometiendo a todos a las más duras pruebas.
Sir William Crookes nació en 1832 y falleció en 1919, siendo una de las
figuras más eminentes del mundo científico inglés. Elegido miembro de la
Real Sociedad en 1863, recibió de dicha corporación en 1875 la Medalla Real
de Oro, en 1888 la Medalla Davy, y en 1904 la Medalla de Sir José Copley,
como justo premio a sus descubrimientos en química y física. Fue nombrado
Caballero por la reina Victoria en 1897, y condecorado con la Orden del
Mérito en 1910. Ocupó varias veces el cargo de presidente de la Real
Sociedad, de la Sociedad de Química, del Instituto de Ingenieros Electricistas,
de la Sociedad Británica, y de la Sociedad de Investigación Psíquica. Su
descubrimiento de la nueva substancia química, a la que dio el nombre de
talium: sus inventos del radiómetro, del espintariscopio y del «tubo de
Crookes», no son más que pequeña parte de la obra de este hombre
extraordinario. Fundó en 1859 el Chemical News, que él mismo dirigió, y en
1864 fue nombrado director del Quarterly Journal of Science. En 1880, la
Academia Francesa de Ciencias le concedió la Medalla de Oro y un premio en
metálico como recompensa a sus importantes trabajos.
Crookes declara que comenzó sus investigaciones de los fenómenos
psíquicos, creyendo que era necesario demostrar el engaño que en ellos se
encerraba. Sus colegas científicos sostenían la misma teoría, de manera que
experimentaron gran satisfacción al conocer el propósito del maestro. Era
tanto mayor esta satisfacción cuanto que el asunto iba a ser investigado por
hombre de tantísima autoridad. No había duda que las que se consideraban
como vergonzosas pretensiones del espiritismo iban a ser, merced al trabajo
de Crookes, denunciadas y desvanecidas para siempre. «Si hombres como
Crookes se ocupan del asunto… pronto —decían— sabremos a qué atenernos
en lo que a esa farsa se refiere». El Dr. Balfour Stewart puso muy de relieve
en una comunicación al periódico Naturaleza, el tesón y la honradez que
guiaban a Crookes en su determinación. Crookes mismo declaró que lo
inspiraba su deber como hombre de ciencia al acometer aquel estudio. «Se ha
echado en cara a los hombres de ciencia —dijo— haberse negado durante
mucho tiempo a llevar a cabo una investigación científica sobre la existencia
y naturaleza de hechos afirmados por tantos testigos competentes y dignos de
crédito, los cuales han venido inútilmente reclamando un libre examen donde
y cuando se quisiera, de esos hechos. Por lo que a mí se refiere, concedo
demasiado valor a la investigación de la verdad y al descubrimiento de

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cualquier hecho nuevo de la Naturaleza, para negarme a esa investigación,
bajo pretexto de que choca contra el parecer general». Tal fue la intención que
le animaba al empezar sus investigaciones.
Hay que hacer constar, sin embargo, que aun cuando el profesor Crookes
desplegaba una rigurosa crítica respecto a los fenómenos de mediunidad
física, parece que aceptaba algunos de índole intelectual y es posible que esa
simpatía espiritual le facilitara la obtención de los notables resultados a que
llegó, pues no nos cansaremos de repetir —ya que a menudo se echa en
olvido— que el éxito de la investigación psíquica depende de las condiciones
de quien la plantea. No es el hombre testarudo y soberbio que juzga en
materias espirituales con una lamentable falta de condiciones para ello, quien
puede conseguir buenos resultados. En cambio, no tardan en establecerse la
armonía y simpatía necesarias entre el investigador y su objeto cuando aquél
demuestra corrección y seriedad en su trabajo, convencido de que la razón y
la observación estrictas no están reñidas con la modestia…
Las primeras investigaciones de Crookes comenzaron en 1869, durante el
cual tuvo sesiones con la conocida medium señora Marshall, y con otro
famoso medium, J. J. Morse. En julio de aquel año, D. D. Home, regresó de
San Petersburgo a Londres y se presentó a Crookes con una carta del profesor
Butlerof.
Hay un hecho muy interesante consignado en el diario privado que llevaba
Crookes durante el viaje que realizó a España en diciembre de 1870, con la
expedición encargada de observar el eclipse de dicho año. Con fecha 31 de
diciembre escribe:
«No puedo menos que recordar esta misma fecha del año pasado. Nelly
(su esposa) y yo estábamos en comunicación con queridos amigos muertos, y
al tiempo de dar las doce, nos desearon un feliz año nuevo. Siento que
también ahora están mirando, y como el espacio no es un obstáculo para ellos,
creo que dirigen sus miradas sobre mí y sobre mi querida Nelly al mismo
tiempo. Creo que por encima de nosotros hay un ser ante el cual todos —
espíritus y mortales— nos inclinamos reverenciándole como a Padre y Señor,
y mi más humilde ruego es que siga dispensándonos su protección a Nelly, a
mí y a nuestros hijos… Quiera también permitirnos que podamos continuar
recibiendo las comunicaciones espirituales de mi hermano, que desapareció
de este mundo en el naufragio de un barco hace más de tres años».
Expone luego sus deseos de felicidad para su esposa y sus hijos en el
nuevo año, y concluye:

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«Y que al finalizar nuestros años sobre la tierra, podamos gozar de otros
más felices en la región de los espíritus, cuyos resplandores percibo a veces».
Miss Florencia Cook, con la cual Crookes emprendió una serie de
experimentos, era una joven de quince años, dotada de grandes facultades
psíquicas bajo la rara forma de materializaciones completas. Toda la familia
de aquella medium tenía dotes parecidas y también su hermana, Catalina
Cook, fue muy famosa. Parece que en cierta ocasión se comentó mucho una
supuesta farsa atribuida por un señor Volckman a Miss Cook, y ésta, en su
deseo de sincerarse, se puso bajo la protección de la señora Crookes,
rogándole que su esposo la sometiera a toda clase de experimentos en
comprobación de sus facultades y en las condiciones que él mismo dictara, y
sin otra recompensa que la declaración de su cualidad de medium
comprobado cuando diera a conocer al mundo los resultados de su estudio.
Afortunadamente, había dado con un hombre de acrisolada honradez
intelectual. En estos últimos tiempos hubo también mediums que se
entregaron sin reservas a la investigación científica y fueron defraudados por
los investigadores, a quienes faltó el valor moral de admitir los resultados y
pregonarlos públicamente.
El profesor Crookes refirió en el Quarterly Journal of Science, cuyo
director era a la sazón, sus experimentos con Florencia Cook. Realizáronse en
su propia casa. Un pequeño estudio de ella daba a un laboratorio de química,
separando ambas habitaciones una puerta y una cortina. Miss Cook
descansaba, sumida en trance, en un diván colocado en la habitación interior.
En la exterior, en una semiobscuridad, hallábase sentado Crookes en unión de
otros observadores, a quienes había invitado. Al cabo de un rato, que oscilaba
entre veinte minutos y una hora, apareció una figura materializada por el
ectoplasma de la medium. La existencia de tal substancia y el procedimiento
de su producción eran desconocidos en aquellos días, pero las investigaciones
sucesivas han arrojado mucha luz sobre el particular, según veremos en el
capítulo que más adelante le dedicamos. El efecto entonces fue que, al
descorrerse la cortina, apareció en el laboratorio una mujer completamente
distinta de la medium. Aquella aparición, que podía andar, hablar y accionar
en todos los sentidos, como un ser independiente, es conocida en la historia
del Espiritismo con el nombre de «Catalina King», que ella misma se
atribuyó.
La explicación natural de los escépticos es que las dos mujeres eran
realmente una sola, y que Catalina no era más que una hábil representación de
Florencia. Tal explicación podía ser reforzada con la observación hecha por

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Crookes, por Miss Marryat y otros de los reunidos acerca de que Catalina
resultaba a veces muy parecida a Florencia.
Aquí surge uno de los misterios de la materialización, que exige un
atentísimo estudio en vez del desdén con que muchos lo consideran. El autor,
en una sesión con la famosa medium americana Miss Besinnet, ha observado
el mismo fenómeno, es decir, que al surgir el espíritu, comenzaba a parecerse
el rostro de éste al de la medium, y al final eran completamente distintos.
Algunos investigadores han imaginado que la forma etérica del medium, su
cuerpo espectral es liberado durante el trance, en cuyo momento otros entes
forjan su propio simulacro. Como quiera que sea, es preciso aceptar el hecho.
Un caso paralelo es el del fenómeno de la voz directa, en que la Voz del
espíritu parécese, muchas veces, a la del medium al principio para
diferenciarse de ella completamente al final, o bien se divide en dos voces que
hablan al mismo tiempo.

RECONSTITUCIÓN DEL EXPERIMENTO VERIFICADO POR EL PROFESOR


CROOKES PARA DEMOSTRAR QUE MEDIUM Y ESPÍRITU ERAN DOS
DISTINTAS ENTIDADES
(Dibujo de S. Drigi)

No obstante, Crookes estaba en su derecho al sostener que Florencia Cook


y Catalina King eran el mismo individuo, hasta que pruebas más convincentes
vinieron a demostrarle que ello era imposible. Tales pruebas las consigna el
propio Crookes de un modo muy concienzudo. Describe así las diferencias
que observó entre Miss Cook y Catalina: «La estatura de Catalina varía; una

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vez tenía seis pulgadas más que Miss Cook. La última noche, descalza y sin
ponerse de puntillas, era cuatro pulgadas y media más alta que Miss Cook. La
última noche también, Catalina aparecía con el cuello desnudo, su piel era
perfectamente lisa al tacto y a la vista, mientras que en el cuello de Miss Cook
hay una verruga muy visible, siendo la piel áspera al tacto. Las orejas de
Catalina no están perforadas, al paso que Miss Cook usa pendientes. La tez de
Catalina es muy blanca, mientras que la de Miss Cook es muy morena. Los
dedos de Catalina son bastante más largos que los de Miss Cook, y su rostro
también es más ancho. En sus actitudes y maneras de expresión hay también
entre ambas varias diferencias radicales».
En un nuevo estudio añade:
«Habiendo últimamente observado mucho mejor a Catalina a la luz de una
lámpara eléctrica, puedo fijar con mayor precisión las diferencias entre ella y
la medium. Tengo la más absoluta certeza de que Miss Cook y Catalina son
dos entes distintos, por lo que a sus cuerpos se refiere. Algunas pequeñas
señales en el rostro de Miss Cook faltan en el de Catalina. El cabello de Miss
Cook es tan obscuro, que casi parece negro; una guedeja de Catalina que
tengo ante mi vista y que ella misma me permitió cortar de su abundante
cabellera (después que hube comprobado que ésta era natural y bien suya), es
de un espléndido color de oro.
»Una noche tomé el pulso a Catalina. Latía normalmente a 75, mientras
que el pulso de Miss Cook, tomado poco después, latía en la proporción de
90. Aplicando el oído al pecho de Catalina, sentía los latidos rítmicos de su
corazón, mucho más fuertes que los del corazón de Miss Cook, cuando ésta
me permitió realizar el mismo experimento después de la sesión. En otra
prueba semejante, comprobé que los pulmones de Catalina eran más robustos
que los de la medium: esta última, por aquellos días estaba sometida a
tratamiento médico a consecuencia de un fuerte resfriado».
Crookes sacó cuarenta y cuatro fotografías de Catalina King, valiéndose
de la luz eléctrica. En El Espiritista (pág. 270, año 1874), describe así los
métodos que adoptó:
«Durante la semana anterior a la partida de Catalina, apareció en mi casa
casi todas las noches para que yo pudiera fotografiarla con ayuda de la luz
artificial. Para ello empleé cinco aparatos fotográficos distintos: una cámara
de placa entera, una de media placa, una de un cuarto de placa y dos cámaras
binoculares estereoscópicas. Se usaron cinco baños reveladores y fijadores, y
los juegos de placas se prepararon de antemano para que no mediara espacio

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alguno de tiempo entre las distintas operaciones fotográficas, realizadas todas
ellas por mí mismo, secundado por mi ayudante.
»Mi biblioteca fue utilizada como cámara obscura, adaptándosele puertas
de muelle que se abrían en dirección del laboratorio; una de las puertas fue
sacada de sus goznes, y en su lugar se adoptó una cortina para que Catalina
pudiera pasar fácilmente de un punto a otro. Los amigos que asistían a la
sesión, estaban sentados en el laboratorio, de cara a la cortina, y los aparatos
se dispusieron algo detrás de ellos, preparados para fotografiar a Catalina
cuando ésta saliera, así como cuanto ocurriese en el gabinete una vez corrida
la cortina. Cada noche había tres o cuatro exposiciones de placas en las cinco
cámaras, obteniendo, por lo menos, quince pruebas distintas de cada sesión;
algunas de ellas se echaron a perder en el revelado, y otras al regular la
intensidad de la luz. De todos modos, tengo cuarenta y cuatro negativas,
algunas malas, otras medianas y varias excelentes».
Algunas de aquellas sensacionales fotografías están en mi poder y declaro
que no existe, seguramente, fotografía que cause mayor impresión que la que
da en ellas Crookes, por entonces en el apogeo de su fama y aquel ángel —
porque tal era, realmente— apoyado en su brazo. Y si la palabra «ángel»
pareciera una exageración, considérese que cuando un espíritu del otro mundo
se somete a las molestias de la existencia temporal para demostrar la
inmortalidad a una generación materialista, no puede usarse otra palabra más
adecuada.
Mucho se discutió sobre si Crookes pudo ver a la medium y a Catalina al
mismo tiempo. Crookes dice en el curso de su informe que siguió muy a
menudo a Catalina hasta el gabinete, «y pudo ver varias veces juntas a ella y a
la medium tumbada en el suelo, sumida en el trance, desapareciendo Catalina
instantáneamente con sus vestiduras blancas».
En carta al Banner of Light (de Estados Unidos), reproducida en El
Espiritista (de Londres), de 17 de julio de 1874, dice Crookes lo siguiente:
«Contestando a su pregunta, tengo el honor de manifestarle que, en efecto,
vi a Miss Cook y a Catalina juntas en el mismo momento, a la luz de una
lámpara fosfórica, muy suficiente para observar distintamente todo cuanto he
descrito. El ojo humano puede normalmente abarcar un gran espacio bajo su
amplio ángulo visual, por lo que ambas figuras caían dentro del campo de mi
visión al mismo tiempo, pero como la luz era difusa y los dos rostros estaban
a varios pies de distancia uno de otro, no tenía más remedio que dirigir
alternativamente la lámpara y mi vista de una a otra, cada vez que quería que
el rostro de Catalina o el de Miss Cook entraran en la parte de mi campo

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visual donde la visión era más perceptible. Además, en la fecha en que tuvo
lugar el fenómeno que describo, Miss Cook y Catalina fueron vistas juntas
por mí y por otras ocho personas de mi propia casa, iluminadas por el
resplandor intenso de la luz eléctrica. En tal momento el rostro de Miss Cook
no era visible, porque su cabeza aparecía cubierta con un espeso chal, pero
pude convencerme por mí mismo de que continuaba en su sitio. Un intento de
lanzar hacia su rostro descubierto la luz directa estando en pleno trance, tuvo
muy serias consecuencias para su salud».
Respecto a la manera cómo la cámara fotográfica determinaba las
diferencias existentes entre la medium y el fantasma de Catalina, Crookes
dice:
«Una de las fotografías más interesantes es la en que aparezco yo al lado
de Catalina que está con los pies descalzos descansando en determinado punto
del suelo. Vestí a Miss Cook de la misma manera que Catalina, nos
colocamos ella y yo en la misma posición y fuimos fotografiados con las
mismas cámaras, situadas exactamente como en el retrato que me hice con
Catalina, e iluminadas por la misma luz. Cuando se colocan esas dos pruebas,
una encima de otra, mis fotografías se corresponden exactamente en lo que se
refiere a la mirada, estatura, etcétera, pero Catalina es media cabeza más alta
que Miss Cook, y tiene la apariencia de mujer mucho más desarrollada. En
cuanto a la expresión del rostro y a otros muchos detalles, las fotografías al
ser comparadas revelan notables diferencias».
Admitiendo que se hubiera obtenido una forma a base del ectoplasma de
Florencia Cook, y que tal forma hubiese sido ocupada y empleada por un ente
que se llamaba a sí mismo «Catalina King», cabe preguntar: «¿Quién era
Catalina King?». A esto no podemos más que contestar lo mismo que ella
contestó, haciendo constar que de ello no tenemos ninguna prueba. Afirmó
que era hija de Juan King, conocido desde hacía tiempo por los espiritistas
como el espíritu que —presidía muchas sesiones en las que se obtenían
diversos fenómenos materiales y al que volveremos a referirnos en el capítulo
que más adelante consagramos a los hermanos Eddy y a la señora Holmes. Su
nombre terrenal había sido el de Morgan; King era más bien el título genérico
de cierta clase de espíritus, que no un nombre corriente. Su vida se había
extinguido hacía doscientos años, en la isla de Jamaica, durante el reinado de
Carlos II.
Una de las hijas del profesor Crookes escribió al autor aludiendo a los
cuentos españoles que el amable espíritu de Catalina King, solía narrar a los

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pequeñuelos de la casa. A dicho espíritu se refiere también el siguiente
episodio:
«En una sesión celebrada en nuestra casa con Miss Cook, el espíritu
materializado de Catalina King, demostró el interés que sentía por uno de los
niños, que a la sazón no tendría más de tres semanas. Como nos rogara que le
dejáramos ver a la criatura, ésta fue llevada al salón y se la puso en los brazos
de Catalina, la cual después de haberla sostenido de la manera más natural,
nos la devolvió sonriendo».
El profesor Crookes nos habla así mismo de la belleza y del encanto de
aquel espíritu, único entre todos los de la larga serie de sus
experimentaciones.
El lector objetará tal vez que la luz mitigada que empleó Crookes en sus
sesiones, vició los resultados impidiendo una visión exacta. En efecto, dice
Crookes que a medida que las sesiones iban sucediéndose, la luz proyectada
sobre la forma espiritual fue aumentando, pero sin pasar nunca de cierto
límite.
Una vez se quiso probar a plena luz, en un atrevido experimento descrito
por Miss Florencia Marryat (señora Ross Church) en ausencia de Crookes.
Afirma Miss Marryat que estuvo presente en aquella prueba Mr. Carter Hall,
y que Catalina consintió con la mayor benevolencia que se comprobara el
efecto de la luz fuerte lanzada directamente hacia su figura:
«Se situó de pie contra la pared del salón, con los brazos extendidos,
como si estuviera crucificada. En esta posición, dirigiose hacia ella la luz de
tres mecheros de gas en una habitación que no tendría más que diez y seis
pies cuadrados. El efecto que ello produjo en Catalina King fue maravilloso;
durante un segundo a lo sumo, conservó su forma, pero en seguida comenzó a
desvanecerse gradualmente. Yo comparo la desmaterialización de su forma a
algo parecido al derretimiento de una muñeca de cera. Las alteraciones
sucedíanse de una manera indistinta, pareciendo perseguirse una a otra. Los
ojos se hundieron en sus órbitas, la nariz desapareció y la frente huyó hacia
atrás. Luego las extremidades parecieron como absorbidas por el cuerpo y
éste fue descendiendo hacia la alfombra cual un edificio que se hunde. Por
fin, quedó sólo la cabeza emergiendo del suelo sobre un montón de lienzo
blanco, que desapareció también de un golpe, como si una mano hubiera
tirado de él. Y allí quedamos todos ensimismados, contemplando a la luz de
los tres mecheros de gas, el lugar donde momentos antes se hallaba Catalina
King».

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Los resultados obtenidos por Crookes en su propia casa, fueron
honradamente y sin el menor temor relatados por él en su Diario, causando la
más profunda conmoción en el mundo científico. Sólo muy pocos, pero
elevados espíritus, como Russell Wallace, Lord Rayleigh, el joven y notable
físico Guillermo Barrett, Cromwell, Varlery y alguno más, veían en aquel
relato la confirmación de ideas propias o motivo suficientemente serio para
continuar por el camino de investigaciones semejantes a las de Crookes.
Hubo, en cambio, un grupo furibundamente intolerante capitaneado por el
fisiólogo Carpenter, que ridiculizó aquellos hechos y acusó a sus ilustres
colegas de todo, desde la locura al fraude. Como tantas veces, la ciencia
organizada se desentendió de la cuestión. Crookes publicó las cartas en las
cuales había rogado a Stokes, secretario de la Real Sociedad, que fuera a
presenciar los hechos por sus propios ojos. Stokes se negó colocándose en la
misma situación de aquellos cardenales que se negaban a contemplar los
satélites de Júpiter a través del telescopio de Galileo. La ciencia moderna ante
un nuevo problema, no titubeó para mostrarse tan reaccionaria como la
teología medioeval.
La misma naturaleza sensacional que tuvieron los experimentos con Miss
Cook, daba a éstos la apariencia de más vulnerables ante el ataque, y
contribuyó a obscurecer los positivos resultados que el mismo Crookes
consiguió con Home y con Miss Fox, resultados a los que dieron mucho
realce las extraordinarias facultades de estos dos mediums. Por lo demás,
Crookes encontró en sus experimentos las dificultades corrientes para todos
los investigadores, pero tenía el buen sentido de comprender que en materia
tan nueva y desconocida era preciso adaptarse a las circunstancias, y no
abandonar los estudios por el hecho de que tales circunstancias no
respondiesen a sus deseos. Así, hablando de Home, dice:
«Los experimentos que he hecho con Home han sido muy, numerosos,
pero debido a nuestro imperfecto conocimiento de las condiciones que
favorecen o entorpecen las manifestaciones de su fuerza, debido también a la
al parecer caprichosa manera en que ésta es ejercida, y al hecho de que el
mismo Mr. Home está sujeto a los flujos y reflujos de ella, rara vez se ha dado
el caso de que el efecto obtenido en una ocasión se haya confirmado en otra
sucesiva y contrastado con los aparatos que especialmente disponía para tal
objeto».
El más notable de los resultados que obtuvo, fue la alteración en el peso
de los objetos, más tarde confirmada completamente por el Dr. Crawford en
sus trabajos del círculo Coligher, así como en las investigaciones con la

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medium «Margery» en Boston. Los objetos pesados se vuelven ligeros y los
ligeros pesados por la acción de una fuerza invisible que parece estar bajo la
influencia de una inteligencia independiente. Los medios por los cuales se
hacía imposible cualquier fraude, fueron descritos en la reseña de aquellos
experimentos de forma que deben convencer a todo lector libre de prejuicios.
El doctor Huggins, verdadera autoridad en espectroscopia, el eminente
abogado Serjeant Cox, y otras personas respetables asistieron como testigos a
las comprobaciones. Lo que no pudo encontrar Crookes fue un miembro de la
ciencia oficial que quisiera dedicar una hora a convencerse de aquella verdad.
Otro de los fenómenos perfectamente comprobado por Crookes y sus
distinguidos colaboradores, fue el de los instrumentos musicales,
especialmente el acordeón, tocando por sí mismos en condiciones en que
érale imposible al medium establecer contacto material con ellos. El autor, no
obstante, no puede admitir que el fenómeno sea la prueba absoluta de que
actúa para producirle una inteligencia independiente. Probada como está la
existencia de un cuerpo etéreo con miembros correspondientes a los nuestros,
no hay razón que se oponga a una proyección parcial por la cual los dedos
etéreos del medium vayan a posarse en las clavijas de los instrumentos,
mientras sus dedos materiales descansan sobre las rodillas. Así se explica el
fenómeno: el cerebro del medium manda a sus dedos fluídicos los cuales
tienen bastante fuerza para accionarlas clavijas del instrumento. Otros
fenómenos psíquicos: la lectura con los ojos vendados, el tacto de objetos a
distancia, etc., pueden en opinión del autor, ser obra del cuerpo etéreo y entrar
mejor en el terreno de un sutil materialismo que en el del espiritismo. De
orden completamente diferente son los fenómenos mentales, que forman la
verdadera entraña del movimiento espiritista. Hablando de Miss Catalina Fox,
el profesor Crookes dice: «He notado diversos hechos que parecen demostrar
que la voluntad y la inteligencia de la medium tienen mucho que ver con los
fenómenos. En cambio, otros hechos permiten asegurar la acción de una
inteligencia exterior ajena a la medium y a todos los presentes»
(«Investigación de los Fenómenos del Espiritismo», pág. 95). Tal es el punto
importantísimo que el autor deseaba poner de relieve por medio de una
autoridad mayor que la suya.
Entre otros fenómenos que fueron comprobados en la investigación
realizada por Crookes sobre Catalina Fox, figuraron principalmente el
movimiento de objetos a distancia y la producción de percusiones o golpes.
Todos los que hemos visto cómo se producen esos ruidos, nos hemos
preguntado hasta qué punto están bajo el dominio del medium. El autor ha

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llegado a la conclusión, ya indicada más atrás, de que quedan, hasta cierto
punto, bajo la dominación del medium, pero que, traspasado aquel límite, el
dominio desaparece. No puedo olvidar la angustia y el malestar demostrados
por un gran medium de un país septentrional, cuando en presencia mía
comenzaron a oírse sobre su cabeza, estando en el café de un hotel de
Doncaster, sordos ruidos parecidos a los que se produjeran con los dedos. En
cuanto a la objetividad de esos ruidos, Crookes dice de Miss Catalina Fox:
«Basta con que ponga la mano sobre un objeto cualquiera para que se
oigan en él sordos ruidos, como una triple pulsación, pero a veces tan fuertes,
que se perciben desde dos o tres habitaciones más allá. Así, yo he oído los
ruidos en un árbol, en un espejo, en un alambre tendido sobre mi cabeza, en
un tambor, en el techo de un gabinete y en el suelo de un teatro. Y no siempre
es indispensable el contacto efectivo. He oído los mismos ruidos procedentes
del suelo, de las paredes, etc., teniendo la medium sus extremidades
fuertemente atadas, estando suspendida en un columpio amarrado al techo, o
encerrada en una jaula de alambre o tendida sin sentido en un sofá. He oído
los golpes en una caja armónica y los he sentido bajo mis propias manos y en
mis propios hombros. Los he oído en una hoja de papel sujeta entre los dedos
por medio de un hilo atravesado en uno de los extremos. Conociendo las
numerosas teorías que se han dado, sobre todo en América, para explicar
aquellos ruidos, los he comprobado por todos los medios posibles e
imaginables, hasta que me he convencido de que se trata de verdaderos
hechos objetivos ajenos a todo truco o medio mecánico».
Esto desvanece la leyenda del crujido de la articulación del dedo grueso
de los pies y de las demás absurdas versiones que se han ideado para explicar
los fenómenos de esta clase.
Se ha supuesto por algunos que Crookes modificó las opiniones que
acerca de las cuestiones psíquicas expuso en 1874. Lo cierto es que la
violencia de sus adversarios y la timidez y aun la pasividad de aquellos que
estaban en el deber de sostenerle llegaron a alarmarle, y Crookes advirtió que
su reputación científica peligraba. Y entonces, sin recurrir a bajos
subterfugios, procuró ponerse en guardia y tomó precauciones. Prohibió que
sus artículos fueran reproducidos, y retiró de la circulación las extraordinarias
fotografías en que se le veía del brazo de Catalina King materializada.
También se mostró excesivamente parco en definir su posición en el asunto.
En carta citada por el profesor Angelo Brofferio, escribe («Fur den
Spiritismus», Leipzig, 1894, pág. 319):

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«Todo lo que yo puedo decir es que hay seres invisibles e inteligentes que
afirman ser los espíritus de personas que murieron. Pero yo jamás he recibido
la prueba de que sean realmente lo que pretenden ser, prueba que yo necesito
para decidir, aunque admito que muchos de mis amigos confiesan poseer tales
pruebas, y yo mismo estuve muchas veces a punto de llegar a los umbrales del
convencimiento».
A medida que pasaban los años, esa convicción fue haciéndose más
sólida, o tal vez Crookes tuvo más clara conciencia de las responsabilidades
morales que sobre él pesaban por consecuencia de sus excepcionales
experimentos.
En su discurso presidencial ante la Sociedad Británica, en Bristol, en
1898, aludió brevemente a sus primeras investigaciones de carácter psíquico y
se expresó en esos términos:
«No he tocado otro punto de mayor interés y, para mí, el de más peso y de
mayor alcance. En toda mi carrera científica no hay episodio más
generalmente conocido que la parte que tomé, hace ya muchos años, en
ciertas investigaciones psíquicas. Han transcurrido treinta años desde que
publiqué el relato de aquellos experimentos encaminados a demostrar que
fuera de nuestros conocimientos científicos existe una Fuerza ejercitada por
una inteligencia distinta de la inteligencia común de los mortales… No tengo
que retractarme de nada de lo que entonces dijo. Sigo fiel a los hechos que
publiqué. Y aún podría añadir en corroboración de ellos mucho más».
Bastantes años después, su creencia seguía tan firme como antes. En el
curso de una entrevista, declaró:
«Jamás he tenido motivo para cambiar de opinión acerca del particular.
Me siento satisfecho de lo que afirmé en los primeros días de mis
investigaciones. Es perfectamente cierto que hay una conexión entre este
mundo y el Más Allá».
Contestando a la pregunta de si el Espiritismo ha matado al viejo
materialismo de los hombres de ciencia, añadió:
«Así lo creo. O, por lo menos, ha convencido a la gran mayoría de la
gente de alta cultura, de la existencia de Otro Mundo».
Últimamente el autor, gracias a la cortesía de Tomás Blyton, ha tenido la
oportunidad de ver la carta de pésame escrita por Crookes con ocasión del
fallecimiento de la señora Corner. Está fechada en 24 de abril de 1904, y dice
así: «Sírvase expresar la más viva simpatía de la señora Crookes y mía a la
familia por la irreparable pérdida sufrida. Espero que la creencia de que
nuestros más queridos seres continúan velando por nosotros después de

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muertos —creencia a la cual tanto debe la mediunidad de la señora Corner (o
Florencia Cook, como perdurará siempre en nuestra memoria)— confortará y
consolará a quienes ha dejado tras de sí». Su hija, al anunciar el fallecimiento
del sabio venerable, dijo: «Murió en profunda paz y felicidad».

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CAPÍTULO XII
LOS HERMANOS EDDY Y LOS HOLMES

Es difícil seguir en sus menores detalles la historia y actuación de los


diferentes mediums en los Estados Unidos, por lo que nos contentaremos con
referir aquí dos casos de los más notables y típicos. Los años de 1874 y 1875
fueron en aquel país de gran actividad psíquica, para convencimiento de
muchos y escándalo de otros. Más de escándalo, con razón o sin ella, que de
otra cosa. Los adversarios de la verdad psíquica tenían a su favor al clero de
las distintas iglesias, a la ciencia oficial y a la muchedumbre sobre la que
influía con sus grandes medios la prensa, donde todo cuanto resultaba
favorable a la causa era suprimido o desfigurado, y lo que viniese en
descrédito de la misma alcanzaba los honores de la máxima publicidad. Esto
originaba un continuo tejer y destejer de los adeptos para dar valor con nuevas
pruebas a lo que pretendían invalidar sus enemigos. Más o menos ocurría lo
que ahora, en que el ambiente está tan lleno de prejuicios, que si un ciudadano
de cierta consideración entra en la redacción de un periódico a denunciar que
ha sorprendido a un medium en plena trampa, el hecho será acogido de mil
amores y dado a los cuatro vientos de la publicidad; pero si el mismo
ciudadano proclama como incuestionable la verdad de los fenómenos, dando
incluso pruebas irrebatibles de ellos, es casi seguro que no obtendría él favor
de una línea siquiera. En América, donde en la práctica no hay una ley contra
la difamación, y donde la prensa suele cultivar todo lo violento y sensacional,
ese estado de cosas, era entonces —y sigue siendo— lo más usual y corriente.
Uno de los sucesos que más resonancia tuvieron por aquel tiempo fue la
mediunidad de los hermanos Eddy, a quienes probablemente nadie superó en
punto a materializaciones o formas ectoplásmicas, como en adelante las
llamaremos. Por entonces se aceptaban con dificultad tales fenómenos en
vista de que no estaban regulados por leyes conocidas. Los trabajos de Geley,
Crawford, señora Bisson, Schrenck Notzing y otros, allanaron después
aquella dificultad, dándonos por lo menos una hipótesis científica completa de
los expresados fenómenos, robustecida por prolongadas y meticulosas

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investigaciones. Ello es que en 1874 no existía tal hipótesis, lo que explica la
vacilación de las mentes más sinceras y honradas cuando se les pedía que
creyeran en los resultados que dos rudos campesinos eran capaces de producir
contra la opinión del resto del mundo y de un modo completamente
inexplicable para la ciencia.
Aquellos campesinos eran los hermanos Eddy, Horacio y Guillermo,
habitantes en el lugar de Chittonden, cerca de Rutland, Estado de Vermont.
Un contemporáneo los retrató diciendo de ellos que «eran sensitivos, cortos y
huraños con los desconocidos, pareciendo lo que eran, unos bastos labriegos,
más que profetas o sacerdotes de una nueva creencia. De tez morena, con
cabello y ojos negros, su aire era de lo menos simpático que puede
imaginarse, poco a propósito para hacer adeptos… Parecían indiferentes a la
opinión de las gentes, las cuales, por otra parte, no estaban poco preparadas,
ni deseosas de estudiar los fenómenos ya fueran de orden científico o como
revelaciones del otro mundo».
Transcendió el rumor de los hechos raros que ocurrían en casa de los
Eddy provocando los más encontrados juicios. Los Eddy dieron acogida en su
casa a los que a ella llegaban atraídos por aquel rumor, reuniéndolos en una
vasta pieza en que todo era de una ruda sencillez. Por la entrada hacían pagar
una modesta suma, pero no parece probado que sus demostraciones psíquicas
les procuraran beneficio alguno.
En Boston y en Nueva York las noticias de aquellas ocurrencias
despertaron no poca curiosidad y hasta un periódico neoyorquino, el Daily
Graphic, envió a presenciarlas al luego famoso coronel Olcott. Este, que no se
había dedicado hasta entonces a ningún trabajo psíquico y hasta se puede
decir que estaba prevenido en contra de tales cuestiones, fue a realizar su
misión en la actitud del que va a descubrir alguna patraña. Pero era hombre de
clara inteligencia y de gran habilidad, con un profundo sentimiento del honor.
Nadie que lea los detalles íntimos de su vida, según se relatan en su «Diario
de hojas viejas», dejará de sentir un gran respeto a aquel hombre, tan leal, tan
desinteresado y con ese raro valor mental que impulsa a seguir la verdad y
obliga a aceptar los hechos aun cuando sean contrarios a nuestros deseos y
esperanzas. No era ningún soñador sino un hombre de espíritu práctico.
Muchas de sus ideas sobre la investigación psíquica, no han conquistado toda
la atención que merecían.
Olcott permaneció diez semanas en Vermont, lo cual por sí solo suponía
una gran fuerza de voluntad si se considera la diferencia de educación y de
cultura existente entre él y la gente con quienes convivió. Al marcharse, sus

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simpatías por aquellos hombres rudos no eran grandes, pero en cambio, iba
completamente convencido de las facultades medianímicas de que estaban
dotados. Como todo investigador sensato, se negó a dar certificados en blanco
y no respondió de cosas en las cuales no estuviera presente, ni de la conducta
que en lo futuro pudiesen seguir aquellos a quienes acababa de estudiar. En
los quince notables artículos que publicó en el New York Daily Graphic, en
octubre y noviembre de 1874, se limitó a expresar los resultados que había
obtenido y los trabajos llevados a cabo para conseguirlos.
Lo primero que hizo fue recoger los antecedentes de los hermanos Eddy.
Era un buen punto de partida aunque no sin inconvenientes, pues debemos
recordar una vez más que el medium es un mero instrumento y que el don de
que está dotado nada tiene que ver con su historia y carácter. Eso puede ser
útil en relación con los fenómenos físicos, pero no con los mentales.
Nada falso había en la actuación de los hermanos Eddy, pero adolecía de
ostentación y del gran bombo con que se rodeaban como si en lugar de
fenómenos medianímicos se tratara de un espectáculo de escamoteo, aunque
tal vez lo hacían así para que cambiara la opinión en su favor congraciándose
con los santurrones, a los que soliviantaban aquellos fenómenos considerados
como tales. Como quiera que fuese, es natural que Olcott fuera muy
circunspecto en sus tareas y estuviera siempre atento a descubrir cuanto
pudiera apoyarse en una farsa.
Tuvo mucho interés la recopilación de antecedentes de los hermanos Eddy
porque revelaron la existencia continuada de facultades psíquicas en varios
miembros de su familia en el transcurso de varias generaciones, y tanto fue
así que su abuela había sido quemada por bruja, o al menos sentenciada como
tal en el famoso juicio de Salem en 1692. Muchos de nuestros
contemporáneos no tendrían escrúpulos para aplicar pena semejante a
nuestros mediums, si no existieran equivalentes de ella, como son las
persecuciones policíacas. El padre de los Eddy fue desgraciadamente un
esbirro de esos. Olcott declara que los muchachos habían sido señalados para
toda su vida con los golpes que recibieron para que abandonaran lo que el
padre consideraba como cosas del diablo. La madre, en cambio, era una
psíquica muy desarrollada y estaba, por lo tanto, en condiciones de estimar
cuán injustamente les trataba aquel «bruto religioso» que era quien convertía
el hogar en un verdadero infierno.
Los niños no podían encontrar fuera de casa un refugio, pues sus
fenómenos psíquicos se manifestaban hasta en la escuela, excitando contra
ellos el bárbaro furor de los compañeros de clase. Cuando el más joven de los

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Eddy caía en trance, su padre y los vecinos le arrojaban agua hirviendo y le
ponían en la cabeza brasas ardientes que dejaban en la carne huellas
indelebles. ¿Se comprende ahora por qué después de los sufrimientos de su
infancia los Eddy se convirtieron al correr de los años en hombres recelosos y
huraños?
Cuando los muchachos crecieron, el desnaturalizado padre cambió de
sistema, intentando sacar dinero de aquellas facultades de sus hijos que antes
castigara tan brutalmente, y no tuvo inconveniente en alquilarlos como
mediums profesionales. No es posible imaginarse los sufrimientos que
aquellos desgraciados soportarían en manos de investigadores idiotas y a
merced de crueles escépticos. Olcott certifica que sus manos, dedos y brazos
estaban surcados por las huellas de gruesas ligaduras, y señalados con las
quemaduras del lacre, mientras que en las muñecas se veían desprendidos
colgajos de piel, efecto de las esposas. Muchas veces fueron aporreados,
quemados, apedreados y arrojados a la calle, en tanto que el público soez
destrozaba la cabina de los experimentos. En otras ocasiones, a causa de la
compresión brutal de las arterias, la sangre brotaba bajo las uñas de sus dedos.
Tal era el espectáculo que dio América en los primeros días del movimiento,
si bien la Gran Bretaña no le fue en zaga, como demuestra lo ocurrido con los
hermanos Davenport y las violencias estúpidas de que les hizo víctimas el
populacho de Liverpool.
Los Eddy descollaron en todos los grados de la mediunidad física. Olcott
los enumera en la siguiente lista: golpes, movimiento de objetos, pintura al
óleo y a la aguada, bajo influencias exteriores, profecías, conversación en
lenguas extrañas, curaciones, levitaciones, escritura medianímica,
psicometría, clarividencia y, finalmente, producción de formas materializadas.
El método seguido en las sesiones consistía en hacer sentar al medium
dentro de una cabina colocada en un lado de la habitación, mientras los
circunstantes se sentaban en el opuesto, en bancos alineados
longitudinalmente. El lector preguntará probablemente por qué había una
cabina, puesto que la experiencia ha demostrado que puede ser suprimida
salvo en el fenómeno de las materializaciones. Home jamás usó cabina, y
nuestros principales mediums ingleses raramente la usan hoy. Sin embargo,
está justificada por una razón de gran valor. Sin ser muy categóricos en este
punto, todavía sujeto a discusión, podemos afirmar como hipótesis muy
aceptable, que el vapor ectoplásmico convertido en la substancia que es base
de las formas, es más fácil de condensar en un espacio reducido. Ahora bien,
se ha demostrado que no es indispensable la presencia del medium en dicho

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espacio. En las sesiones en que el autor ha presenciado las más grandes
materializaciones, sesiones donde aparecían en una sola noche hasta veinte
formas de varias edades y tamaños, el medium se sentaba a la puerta de la
cabina de la cual emergían las formas. Sin duda, su vapor ectoplásmico era
conducido al espacio limitado independientemente de la posición del cuerpo
físico del medium. Pero esto no se conocía en la época de aquellas
experimentaciones; de ahí que para ellas se empleara siempre la cabina.
Es claro, que la tal cabina constituía un buen medio para intentar cualquier
fraude, y por eso era tan cuidadosamente escudriñada por los investigadores.
Estaba provista de un ventanillo. Olcott había adaptado a ese ventanillo una
tela de mosquitero reforzada por la parte exterior. A la cabina, de sólida
madera, no podía llegarse más que por la habitación en que estaba congregado
el público; de manera que resultaba imposible abrirla mediante trampa alguna.
Olcott hizo registrarlo y comprobarlo todo por medio de un perito cuyo
certificado consta entre sus escritos.
Primero en sus artículos periodísticos, y después en su notable libro
«Gente del Otro Mundo», Olcott refiere que vio en el curso de diez semanas,
por lo menos, cuatrocientas apariciones fuera de la cabina de todas clases,
tamaño, sexo y raza, vestidas con las más abigarradas indumentarias: niños de
pecho, guerreros indios, caballeros de frac, un kurdo de interminable lanza,
señoras elegantemente vestidas, etc. De todo ello presentaba Olcott las más
convincentes pruebas. Sin embargo, sus relatos fueron acogidos con la mayor
incredulidad, cosa que ocurriría hoy también. Pero Olcott dominaba el asunto
en el cual se había aventurado con todo género de precauciones y tenía
descontada la crítica de los que no estuvieron presentes en las sesiones y que
daban por cierto que los que a ellas asistían fueron objeto de una farsa y de un
engaño. Olcott dice: «Si se les habla de niños sacados de la cabina por sus
madres; de jóvenes de formas flexibles, cabello rubio y buena estatura; de
mujeres de edad y de hombres que os miran fijamente y os hablan; de niños
ya crecidos vistos simultáneamente con otra forma; de vestidos de distintos
modelos; de cabezas calvas; de cabellos grises; de chocantes cabezas negras y
pelo crespo; de fantasmas reconocidos en el acto por sus amigos, y de otros
que hablan en una lengua extranjera desconocida por los médiums —su
escepticismo no se conmueve ni experimenta la menor perturbación… Y es
que la credulidad de algunos hombres de ciencia resulta ilimitada, y admiten
que un niño puede levantar una montaña antes que creer que un espíritu pueda
levantar una onza de peso».

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Pero aparte los escépticos, irreductibles a quienes nada ha de convencer, y
que son capaces de considerar al Angel Gabriel como una ilusión óptica,
existen objeciones que pueden ocurrírsele al novicio de buena fe, y que el
creyente honrado tiene obligación de contestar. ¿Son posibles esas vestiduras
a que se refiere Olcott? ¿Puede aceptarse que una lanza resulte un objeto
espiritual? La contestación se basa en las extraordinarias propiedades del
ectoplasma. El ectoplasma es la más protea de todas las substancias,
susceptible en absoluto de tomar instantáneamente una forma cualquiera, y
ese poder de moldeación depende de la voluntad del espíritu, residente en o
fuera del cuerpo. Todo puede formarse de dicha substancia si así lo decide
una inteligencia externa. En todas esas sesiones está presente una entidad
espiritual dominante que fragua las figuras y dirige los hechos. Muchas veces
habla y dispone las cosas abiertamente. Otras veces se calla y se manifiesta
sólo por medio de actos.
Guillermo Eddy, que era el medium mejor para la obtención de estos
fenómenos, no sufría en su salud ni en la fuerza de sus facultades durante este
proceso que, sin duda, es el más agotador de todos los de carácter
medianímico. Crookes fue testigo de que Home, en casos tales, «permanecía
tendido en el suelo, desvanecido, pálido y sin palabra»; pero Home no era un
campesino rudo, sino casi un inválido, débil y sensible. En las sesiones se
hacía música y se cantaba, pues está demostrado que hay una íntima conexión
entre las vibraciones musicales y los resultados psíquicos. Igualmente está
comprobado que la luz blanca dificulta o impide los resultados, produciendo,
sobre todo, devastadoras acciones sobre el ectoplasma. Para evitar la
obscuridad completa, se han probado en muchas circunstancias colores de
varias clases, pero si se tiene confianza en el medium, nada hay mejor que la
obscuridad, especialmente para la obtención de luces fosforescentes y ráfagas
luminosas que constituyen los fenómenos medianímicos más hermosos. Si
hay que usar una luz, la mejor tolerada es la roja. En las sesiones de Eddy se
usó la luz disminuída de una lámpara con pantalla.
Cansaríamos al lector si detalláramos todas las apariciones que hubo en
aquellas notables reuniones. La rusa, H. P. Blavatsky, que entonces era
persona desconocida en América, fue a presenciar el espectáculo. En aquella
época aún no habían nacido sus ideas teosóficas y era una ardiente espiritista.
El coronel Olcott la encontró por vez primera en la granja de Vermont,
empezando con ella una amistad que con el tiempo tuvo las más extrañas
consecuencias. En honor de aquella señora, hubo la aparición de toda una
cohorte de imágenes rusas, las cuales entablaron conversación con ella y en su

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propia lengua. No obstante, las principales apariciones fueron la de un gigante
indio piel roja, llamado Santum y la de su mujer, llamada Honto, los cuales se
materializaron tan completamente y tan a menudo, que los circunstantes
llegaron a perder la noción de que se las habían con espíritus. Olcott llegó a
medir a Honto en una escala dibujada en la puerta de la cabina: tenía cinco
pies y tres pulgadas. Una vez mostró el pecho y pidió a una de las señoras
presentes que escuchara los latidos de su corazón. Honto era mujer aficionada
a bailar, a cantar, a fumar y a mostrar sus abundantes cabellos negros al
público. Por el contrario, Santum era un guerrero taciturno, de seis pies y tres
pulgadas de altura. La estatura del medium era de cinco pies y nueve
pulgadas.
Claro es que entre los numerosos visitantes de la casa de Vermont, los
hubo que tomaron una actitud hostil. Entre ellos destacose el Dr. Beard,
médico de Nueva York, el cual, apoyándose en lo que había visto en una sola
sesión, pretendía que las figuras eran personificaciones simuladas por el
propio Guillermo Eddy, aunque no dio prueba alguna de sus afirmaciones. En
cambio, el Dr. Hodgson, de Steneham, (Massachusetts) firmó, junto con otros
cuatro testigos, el documento siguiente: «Certificamos que Santum estaba
fuera de la cabina, cuando otro indio, casi tan alto como él, salió también de
ella, pasando ambos de un lado para otro de la estancia. Al mismo tiempo se
entabló una conversación entre Jorge Dix, el anciano Mr. Morse y la señora
Eaton, en el interior de la cabina. Todos reconocimos la voz habitual de cada
uno de ellos». Hay otros varios testigos, aparte de Olcott, que quitan toda
fuerza a la acusación del Dr. Beard respecto a las supuestas personificaciones
de Eddy. Podría añadirse que muchas de las formas eran muchachos y niños
de pecho. Olcott midió la estatura de uno de ellos: medía dos pies y cuatro
pulgadas. Lo que llama la atención es la reserva y la vacilación del propio
Olcott en muchas ocasiones, si bien las explica el detalle de que, siendo nuevo
en el movimiento, le asaltaban frecuentes dudas y tomaba toda clase de
precauciones por temor a equivocarse. Así dice: «Las formas que vi en
Chittenden, aunque aparentemente no tienen otra explicación que la de su
origen sobrenatural, deben considerarse como un hecho no demostrado desde
el punto de vista científico».
Horacio Eddy dio sesiones de un carácter muy diferente a las de su
hermano Guillermo. Generalmente se sentaba ante una especie de cortina, a
plena luz y en compañía de un espectador cuyas manos teníale cogidas.
Detrás de la cortina colocábanse una guitarra y otros instrumentos, los cuales
empezaban a tocar solos, en tanto que por encima de la cortina aparecían

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manos materializadas. Era un fenómeno parecido al de los hermanos
Davenport, pero aún más impresionante, por cuanto el medium era totalmente
visible y estaba sometido a la fiscalización de un espectador. Lo explica la
hipótesis de la ciencia psíquica moderna, fundada sobre varios experimentos,
especialmente los del Dr. Crawford, según la cual ciertas masas invisibles de
ectoplasma, que son más bien conductoras de fuerza que generadoras de ella,
se desprenden del cuerpo del medium y entran en contacto con los objetos
levantándolos o haciéndolos ejecutar un trozo de música, a voluntad de una
fuerza invisible. Según las ideas actuales del profesor Carlos Richet, esas
fuerzas invisibles son como una extensión de la personalidad del medium, y
según una escuela más avanzada, son una entidad independiente de éste. Nada
se sabía de esto en tiempo de los Eddys, de modo que los fenómenos
presentaban la dudosa apariencia de una serie de efectos sin causa. En cuanto
a la realidad de los hechos es imposible ponerla en duda leyendo las
detalladas descripciones que de ellos hizo Olcott. El movimiento de objetos a
distancia del medium, o telequinesis, es hoy un fenómeno raro a plena luz;
pero en una sesión de espiritistas expertos, el autor vio un gran círculo de
madera en forma de plato levantarse sobre el borde a la luz de una bujía, y
contestar a las preguntas que se le dirigieron a seis pies de distancia de
nosotros.
Algunos de los experimentos que relata Olcott fueron tan precisos y
claros, que merecen la más respetuosa consideración, por lo mucho que se
adelantan a la labor de no pocos investigadores modernos. Por ejemplo,
llevose de Nueva York una balanza que antes se cuidó de contrastar
debidamente, según certificado en regla. Luego convenciose a una de las
formas, la mujer piel roja Honto para que se sentase en la balanza, mientras
Míster Pritchard, ciudadano de gran prestigio y desligado completamente del
asunto, tomaba nota del peso. Olcott refiere con todo detalle aquella prueba
acompañando el certificado de Pritchard, dado bajo juramento ante un
magistrado. Honto fue pesada once veces. Tratábase de una mujer de cinco
pies y tres pulgadas de altura, que debía normalmente pesar unas 135 libras.
Pues bien, los cuatro pesos hechos en la misma noche, dieron 88, 58, 58 y 65
libras, lo cual demuestra que su cuerpo era un mero simulacro que variaba en
densidad de minuto en minuto. Demuestra también lo que más tarde había de
poner de relieve Crawford, es decir, que el peso total del simulacro no puede
depender del medium. En efecto, es inconcebible que Eddy, que pesaba 179
libras, se desprendiera de 88. La mayor pérdida registrada hasta el día fue la
sufrida por Miss Goligher, en los experimentos de Crawford, o sea 52 libras,

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pero cada miembro de la reunión contribuyó en relación a su capacidad,
(según evidenció la escala graduada de las sillas donde estaban sentados
durante el experimento), con una parte de su propia substancia para la
obtención de las formaciones ectoplásmicas.
El coronel Olcott preparó así mismo dos balanzas de muelles para probar
la fuerza de presión de las manos de los espíritus, mientras las del medium
estaban sujetas por uno de los circunstantes. La mano izquierda de uno apretó
el platillo con fuerza de 40 libras, mientras su mano derecha hacía una presión
de 50, todo ello en medio de una luz tan clara, que Olcott pudo darse cuenta
de que a la mano derecha lo faltaba un dedo, al mismo tiempo que se enteraba
por el propio espíritu de que había sido marinero y que el dedo lo había
perdido en un accidente del trabajo. Leyendo semejantes cosas, resulta más
incomprensible la afirmación de Olcott de que sus resultados no eran
definitivos, y que las pruebas no se habían realizado en condiciones perfectas.
Sin embargo, resume sus conclusiones con las siguientes palabras: «Es inútil
que los escépticos vengan a descargar sus golpes sobre esos hechos graníticos
por lo sólidos; es inútil que un grupo de “denunciadores” cante victoria al son
de sus trompetas porque este Jericó es inconmovible».
Una observación hecha por Olcott es que aquellas formas ectoplásmicas
estaban prontas a obedecer cualquiera orden mental de un concurrente de
inteligencia poderosa. Otros investigadores en distintas reuniones observaron
el mismo hecho, que constituye un factor bien conocido del arduo problema.
Hay otro punto curioso que probablemente pasó inadvertido para Olcott.
Los mediums y los espíritus que estuvieron con él en las más amistosas
relaciones durante su larga visita, se le volvieron súbitamente ariscos y
malhumorados. Parece que el cambio ocurrió precisamente a raíz de la
llegada de la señora Blavatsky, con quien Olcott estableció las más cordiales
relaciones. Como ya hemos dicho, aquella señora fue una ardiente espiritista,
pero es posible que los espíritus con su visión de lo futuro, presintieran el
peligro que había de engendrar la actuación sucesiva de la dama rusa. Sus
enseñanzas teosóficas iban a divulgarse uno o dos años después, y si bien en
ellas se afirma la realidad de los fenómenos, los espíritus quedan reducidos a
una especie de entes astrales vacíos, sin vida propia. Cualquiera que sea la
verdadera explicación del cambio ocurrido, ello es que la alteración de los
espíritus fue notoria poco después de la llegada de la Blavatsky.
El coronel Olcott relató varios casos en que los asistentes reconocieron a
algunos de los espíritus, pero no debe fiarse mucho en esto, pues con luz
difusa y en medio de la emoción natural, fácil pudo ser al observador de

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buena fe equivocarse. El autor ha tenido ocasión de fijarse muy bien en más
de un centenar de apariciones, y sólo recuerda dos ocasiones en que vio con
toda certeza caras conocidas. En ambas, los rostros estaban iluminados por sí
mismos, independientemente de la luz roja de la lámpara. En otras dos, y con
ayuda de la lámpara roja su certeza fue sólo moral. Suele ocurrir en la
inmensa mayoría de los casos que, debido a la influencia de la imaginación,
crea uno ver en aquellos vagos moldes algo que le recuerde un ser conocido.
Algo así debió acontecer en las sesiones de Eddy. En una de ellas, en 1875,
un testigo de mayor excepción, C. C. Nassey, ya se dolía de ese hecho. Pero
el verdadero milagro estriba no en el reconocimiento de la figura, sino en la
presencia de la misma.
Parecía natural que el interés despertado por los relatos de la prensa
acerca de los fenómenos de los Eddy provocaran un cambio de trato por parte
de la ciencia, animándola a contribuir con sus trabajos al progreso de la
verdad. Desgraciadamente, en el momento preciso en que la pública atención
era solicitada de aquella suerte, vino a malograr la fe naciente el real o
imaginario escándalo de Holmes en Filadelfia, explotado ampliamente por los
materialistas, ayudados por la exagerada delicadeza de Roberto Dale Owen.
He aquí cómo ocurrieron los sucesos a que aludimos. Dos mediums de
Filadelfia, el matrimonio Nelson Holmes, habían celebrado una serie de
sesiones en las cuales aparecía un pretendido espíritu bajo el nombre de
Catalina King, o sea el mismo a que había dado fama el profesor Crookes en
Londres. Tal afirmación parecía dudosa, ya que la verdadera Catalina King
había declarado a Crookes que su misión estaba acabada. No obstante, aparte
la idealidad del espíritu, parece que existió la prueba plena de que el
fenómeno era real y no fraudulento, según las investigaciones llevadas a cabo
por Mr. Dale Owen, general Lippitt y otros varios, contra los cuales era
imposible lanzar la menor acusación de impostura.
Había entonces en Filadelfia un Dr. Child, que representó un papel muy
sospechoso en los sucesos subsiguientes. Child se había pronunciado contra la
existencia de los fenómenos, y Catalina King, que él había visto en la sala de
reuniones de aquellos mediums, fue a su propio despacho particular y le dio
varios detalles de su vida terrenal. Tal declaración debía haber suscitado
graves dudas en la mente de los hombres dedicados a los estudios psíquicos,
pues las formas espirituales sólo pueden manifestarse a través de un medium,
y no había indicio alguno de que Child lo fuera. En todo caso lo que resulta es
que Child, después de aquel relato, era quien menos podía declarar
fraudulentas las sesiones de los Holmes.

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El interés por éstas aumentó considerablemente con motivo de un artículo
que las dedicó el general Lippitt en el Galaxy, del mes de diciembre de 1874,
y otro sobre el mismo tema de Dale Owen, publicado en el Atlantic Monthly,
de enero de 1875.
Inmediatamente después vino el desastre. Fue anunciado por una noticia
de Dale Owen dada días después, según la cual había recibido pruebas
suficientes para retirar la confianza que hasta entonces tuvo en los Holmes. El
Dr. Child declaró lo mismo. Escribiendo a Olcott reconocido por una
autoridad a partir de la investigación de los fenómenos de los Eddy, Dale
Owen dijo: «Creo que últimamente los Holmes nos han engañado, o por lo
menos han mezclado lo real con lo falso, y como esto pudiera invalidar las
manifestaciones del verano último, probablemente prescindiré de ellos para
mi próximo libro sobre espiritismo. Es una pérdida, pero usted y Mr. Crookes
la subsanarán con exceso».
La actitud de Dale Owen se explica claramente: hombre de honor muy
sensible, le aterraba la idea de que se supusiera por un instante que había
certificado como verdadero lo que era una impostura. Su error consiste en
haber procedido desde el primer asomo de sospecha en vez de esperar a que
los hechos la confirmaran. La actitud del Dr. Child era, en cambio, más
discutible, pues si las manifestaciones eran fraudulentas, ¿cómo es posible
que celebrara entrevistas con los mismos espíritus en su casa particular?
Se aseguró que una mujer, cuyo nombre no se decía, había personificado a
Catalina King en aquellas sesiones; que había consentido que le hicieran
fotografías y las vendieran en la calle como si fueran de Catalina; que se
procuró vestiduras y adornos semejantes a los que llevaba Catalina King, y
que estaba dispuesta a confesar todas las incidencias del fraude. En tal punto
comenzaron las averiguaciones de Olcott, quien llegó a la conclusión de que
el fallo adverso a los Holmes, fue justo.
Pero la investigación de Olcott reveló también algunos hechos que
arrojaron nueva luz sobre el asunto y demostraron que en las informaciones
de aquel género, para ser exactas, deben acogerse las «denuncias» con las
mismas precauciones críticas que los fenómenos. La persona que afirmó
haber personificado a Catalina King, era Elisa White. En el informe que se
publicó sobre la cuestión, declarose, sin dar su nombre, que había nacido en
1951, es decir, que tenía entonces veintitrés años de edad. Casada a los
quince, tenía un hijo de ocho. Su marido había fallecido en 1872, razón que la
obligaba a ganarse la vida y la de su hijo. Los Holmes habían vivido en la
misma casa que ella desde 1874. En mayo la contrataron para personificar un

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espíritu, a cuyo fin la cámara tenía un doble bastidor al fondo por donde podía
deslizarse cubierta con un traje de muselina. Mr. Dale Owen fue invitado a las
sesiones y se mostró completamente convencido de la verdad de la aparición.
Más tarde aprendió a «desvanecerse» y a «transformarse» con ayuda de
vestidos negros y, finalmente, a fotografiarse cual si fuera la misma Catalina
King.
Según su relato, un día asistió a la sesión un hombre llamado Leslie,
contratista de ferrocarriles. Aquel individuo exteriorizó sus sospechas, y en
una reunión subsiguiente, afeó a la mujer el engaño a que se prestaba y le
ofreció dinero si lo divulgaba. Ella aceptó, y reveló a Leslie los
procedimientos de que se valía para sus personificaciones. El día 5 de
diciembre tuvo lugar una sesión fraudulenta en la cual representó su papel
como si se tratara de un verdadero espíritu, lo cual impresionó hasta tal punto
a Dale Owen y al doctor Child, ambos presentes a la sesión, que publicaron la
rectificación de sus primeras convicciones, rectificación que era un rudo
golpe para aquellos que habían aceptado las seguridades anteriores de Dale
Owen, y que se las echaron en cara argumentando que antes de hacer público
su cambio de frente, debía de haber procedido a una minuciosa averiguación.
Resultaba aquella conducta tanto más deplorable cuanto que Dale Owen
contaba ya setenta y tres años de edad y había sido uno de los más elocuentes
y de los más abnegados adeptos de la nueva causa.
El primero de los cuidados de Olcott fue destruir el anónimo de la autora.
No tardó en descubrir que su nombre, según hemos dicho, era Elisa White, y
aunque se encontraba en Filadelfia, se negó a recibirle. En cambio, los
Holmes procedieron de una manera sincera y expedita, dándole toda clase de
facilidades para examinar y verificar los fenómenos en las condiciones que
tuviera a bien fijar. Un examen de la vida pasada de Elisa Withe demostró que
era un tejido de falsedades lo que había contado. Tenía mucha mayor edad
que la confesada —por lo menos treinta y cinco años— y parecía dudoso que
se hubiera casado con el llamado White. Durante varios años había sido
cantante de feria en una compañía ambulante. Como White vivía aún, era
imposible que fuera viuda, y a tal efecto, Olcott publicó el certificado que
sobre el caso expidió el jefe de Policía.
Entre otros documentos presentados por el coronel Olcott, figuraba uno
emanado de Mr. Allen, juez de paz de Nueva Jersey. Según ese testimonio,
Elisa White eran «tan embustera que quienes hablaban con ella no sabían
cuándo podían creerla, y en cuanto a su condición moral, era todo lo mala que
podía ser». El mismo juez Allen aportó otro testimonio que concernía más

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directamente a la materia en cuestión. Declaró que había visitado a los
Holmes en Filadelfia, y ayudado al Dr. Child a colocar la cabina para las
sesiones, viendo que estaba sólidamente preparada para evitar que alguien
pudiera entrar por la parte posterior, como aseguraba que ocurría la señora
White. Además estuvo presente a una sesión en la cual se presentó Catalina
King, y mientras tanto no cesó de oírse el canto de la señora White desde otra
habitación, lo que hacía completamente imposible que dicha señora pudiera,
según decía, llevar a cabo la suplantación de aquel espíritu. Como la
declaración estaba firmada por un juez de paz, constituyó un instrumento de
prueba de primera calidad.
Pero además tenemos las cartas escritas a los Holmes por la señora White
en 1874, en las cuales difícilmente hubiérase podido ocultar cualquier secreto
comprometedor para ellos. En una de esas cartas se cuentan los esfuerzos
realizados para decidirla por soborno a confesarse como la propia Catalina
King. A fines de aquel año, la señora White asumió un tono más amenazador,
anunciando a los Holmes que si no le pasaban una renta mensual, había
muchos señores ricos, incluso miembros de la Asociación de Jóvenes
Cristianos, dispuestos a pagarle una fuerte cantidad de dinero, con lo cual ya
no tendría precisión de molestar más a los Holmes. La suma exacta prometida
a Elisa White para que declarase que había suplantado a Catalina King, era de
mil dólares.
Queda aún otro hecho de la mayor importancia. En el mismo momento en
que se celebraba la sesión de esclarecimiento, y en la cual demostraba por la
señora White su transformación en Catalina King, los Holmes dieron una
sesión real y verdadera, en presencia de veinte personas, en la cual aparecía
aquel espíritu como de ordinario. El coronel Olcott recogió varios testimonios
de varias personas, de modo que no puede abrigarse la menor duda acerca del
hecho. En el del Dr. Adolfo Fellger, por ejemplo, se declara bajo juramento,
que «vio aquella noche y otras, en total quizá hasta ochenta veces, el espíritu
conocido por Catalina King, habiéndose familiarizado perfectamente con sus
rasgos distintivos, al extremo de no poder confundirlo con otro, pues mientras
tal espíritu apenas se presentó en dos noches sucesivas con los mismos rasgos
y la misma estatura, su voz era siempre la misma, y la expresión de sus ojos y
los temas de su conversación, le daban la seguridad de que se trataba siempre
de la misma materialización»… El señor Fellger fue un médico muy conocido
y respetado de Filadelfia, cuya sola palabra, dice Olcott, «valía más que todas
las seguridades, dadas por Elisa White».

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Otra cosa que se puso de manifiesto es que Catalina King se mostró
muchas veces cuando la señora Holmes estaba en Blissfield y la señora White
en Filadelfia, escribiendo aquélla a éste sobre el éxito de sus apariciones, lo
cual constituía una pruebo definitiva de que la última no estaba en el secreto.
De lo que precede es forzoso deducir que la confesión de la señora White
puso en evidencia a su autora. No obstante, parécele al autor que quedaba aún
en pie un punto importante, o sea el de las fotografías. Los Holmes afirmaron
en una entrevista con el general Lippitt —cuyas palabras tienen un carácter de
verdad y precisión que contrastan en aquel enredo de falsedades— que Elisa
White fue pagada por el Dr. Child para que sirviera de modelo en una
fotografía, haciéndose pasar por Catalina King. Cierto es que Child representó
un papel muy dudoso, haciendo en varias ocasiones afirmaciones
contradictorias, y demostrando cierto interés pecuniario en el asunto. Sin
embargo, yo me siento inclinado a creer que los Holmes tendrían
participación en el fraude. Concediendo que la imagen de Catalina King fuera
real, pudieron poner en duda la posibilidad de fotografiarla, puesto que para
ello era precisa la luz más o menos mitigada. Por otra parte, no hay duda que
las fotografías constituían una saneada fuente de ingresos puesto que se
vendían a medio dólar entre los concurrentes. El coronel Olcott reproduce en
su libro una fotografía de la señora White frente a otra que se supone de
Catalina King, y sostiene que no hay parecido entre ellas. Pero el fotógrafo
pudo, si se lo pidieron y pagaron, retocar la negativa para disimular el
parecido, pues de otro modo el fraude habría sido más fácil de descubrir. El
autor tiene la impresión, ya que no la certeza, de que los dos rostros son los
mismos, sin otros cambios que los que puede producir la manipulación.
Además, sospecha que la fotografía era fraudulenta, pero esto de ningún
modo corrobora el resto de las revelaciones de la señora White, aunque hace
vacilar nuestra fe en la seriedad de los Holmes y del Dr. Child. Bien es cierto
que la personalidad moral de los mediums físicos tiene sólo una influencia
indirecta sobre sus poderes psíquicos tan efectivos lo propio si el medium es
un santo como si es un pecador.
La prudente conclusión a que llegó el coronel Olcott fue que como las
pruebas eran tan contradictorias, prescindiría de ellas para proceder a la
verificación de los mediums en su propio terreno sin tener en cuenta lo que
había pasado. Así lo hizo de la manera más convincente, y cualquiera que lea
la narración de sus investigaciones (Gente del otro Mundo, página 460 y
siguientes) no podrá negar que tomó las precauciones posibles contra todo
fraude. La cabina fue vigilada por todas partes para que nadie pudiera entrar,

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como la señora White pretendía haber hecho. La señora Holmes fue metida en
un saco atado al cuello, y como su esposo estaba ausente era imposible la
complicidad con él. En tales condiciones viéronse aparecer numerosas
cabezas, algunas de ellas semi-materializadas y de terrible aspecto. Las
cabezas aparecían a una altura a que la medium no podía llegar en modo
alguno. Dale Owen presenció aquella prueba tal vez comenzando entonces a
lamentar su precipitada declaración anterior. Nuevas sesiones y con
resultados idénticos, se celebraron en la misma residencia de Mr. Olcott, para
alejar toda posibilidad de ingeniosos mecanismos que la medium pudiera
poner en juego. En una ocasión, al aparecer en el aire la cabeza del espíritu de
Juan King, Olcott, recordando que Elisa White había afirmado que aquellos
rostros eran meras mascarillas, pidió y obtuvo permiso para atravesarla con su
bastón, con lo cual se convenció de que no existía tal trampa. Resultaba
perfectamente claro que cualquiera que fuese la historia de la fotografía
famosa no había el menor asomo de duda de que la señora Holmes era una
medium poderosísima para los fenómenos de materialización. Hay que añadir
que la cabeza de Catalina King fue vista repetidamente por Olcott y los
investigadores que le acompañaban, entre ellos el general Lippitt, que se
adhirió públicamente (Estandarte de la Luz, febrero, 6, 1875) a las
conclusiones de Olcott.
Nos hemos detenido con todo detalle en este caso, porque caracteriza la
manera cómo el público ha sido sorprendido siempre respecto del espiritismo.
Aun hoy, cuando se habla de Catalina King, se oye decir a algunos: «¡Oh! en
Filadelfia se demostró que todo era un engaño», y por natural confusión de las
mentes se ha hecho de ello un argumento contra los clásicos experimentos de
Crookes.
Juan King era algo así como el espíritu presidente de las sesiones de los
Holmes. Esa extraña entidad figura en todos los fenómenos físicos de los
primeros años del movimiento, y aún se la ve y se la oye hoy en algunas
ocasiones. Su nombre está asociado a la sala de música de Koons, a los
Davenport, a Williams, de Londres, a la señora Holmes, y a otros muchos.
Una vez materializado, su apariencia es la de una persona alta, apuesta, de
noble cabeza realzada por luenga barba blanca. Su voz es fuerte y profunda.
Domina todas las lenguas, pues en todas ellas ha sido interpelado, incluso en
las menos conocidas, como por ejemplo, en georgiano. Tan formidable
entidad tiene bajo su dominio a todos los espíritus inferiores, pieles rojas y
otros de baja condición que le prestan su concurso en todos los fenómenos.
Pretende que Catalina King es su hija, que en vida fue Enrique Morgan, el

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pirata perdonado y hecho caballero por Carlos II, y que murió siendo
gobernador de Jamaica. Si esto fuera verdad, resultaría que fue el más cruel
de los rufianes y que debió ser muy grande su expiación. Pero el autor debe
declarar que tiene en su poder un retrato de Enrique Morgan (puede verse en
la obra de Howard Pyle «Corsarios», página 178), el cual en nada se parece a
Juan King. Todas esas cuestiones de la identidad terrena son muy obscuras.
La hija de un reciente gobernador de Jamaica asistió a una sesión verificada
en Londres últimamente, en la que habiéndose aparecido Juan King, díjole:
«Has traído de Jamaica algo mío». «¿Qué es?». «Mi testamento». Y, en
efecto, era un hecho cierto, aunque ignorado por los circunstantes, que el
padre de la aludida señorita había traído consigo dicho documento.
Antes de poner fin al relato de los experimentos de Olcott en aquel
período, hemos de dar alguna noticia del caso llamado de la transfiguración
de Compton, el cual demuestra que, en el dominio de la investigación
psíquica, hay mares profundos jamás sondeados. Nada tan claro como los
hechos a que vamos a referirnos, ni más satisfactorio que las pruebas de esos
hechos. La medium señora Compton, fue encerrada en una reducida cabina y
por medio de un hilo pasado a través de los orificios de sus orejas, se la sujetó
al respaldo de la silla, sellando con lacre las ataduras. Poco después salía de la
cámara una esbelta figura blanca. Olcott había preparado una báscula en la
cual se posó la figura, acusando el peso una vez 77 y otra 59 libras.
Seguidamente Olcott entró en la cabina mientras la figura seguía fuera de ella:
la medium había desaparecido; la silla estaba allí, pero vacía. Olcott volvió
para tomar de nuevo el peso de la aparición, que fue entonces 52 libras. El
espíritu regresó a la cabina, de donde surgieron sucesivamente otras figuras.
En fin, Olcott prosigue la narración de aquel suceso de la manera siguiente:
«Volví al interior de la cabina con una lámpara y hallé a la medium
exactamente como la dejé al comenzar la sesión, con el hilo intacto, lo mismo
que todos los sellos. Estaba sentada, con la cabeza inclinada hacia la pared,
con la carne fría y blanca como mármol, con los ojos en blanco y la frente
cubierta de un sudor de muerte, sin respiración en sus pulmones, ni pulso en
sus muñecas. Cuando todos los presentes examinaron los hilos y los sellos,
corté con una tijera las ligaduras y levantando la silla por el respaldo y el
asiento, saqué ala cataléptica mujer al salón para que le diera el aire fresco.
»Allí permaneció inanimada por espacio de diez y ocho minutos; pero la
vida fue volviendo poco a poco a su cuerpo, hasta que la respiración, el pulso
y la temperatura, se hicieron normales… Entonces la pesé… y la báscula
señaló ciento veintiuna libras».

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¿Qué hay que pensar de tal resultado? Había once testigos con Olcott. Los
hechos parecen indiscutibles. Pero ¿qué debemos deducir de ellos? El autor
ha visto una fotografía, tomada enfocando al medium sumido en trance, en la
que se ven los menores detalles de la sala, pero él, en cambio, no aparece en
parte alguna. ¿La desaparición de ese medium es análoga a la de Olcott? Si la
figura ectoplásmica pesaba únicamente 77 libras y la medium 121, resulta
claro que ésta había quedado reducida a 44 libras en el momento de aparecer
el fantasma. Si 44 libras no eran suficientes para proseguir el proceso de la
vida, ¿no es presumible que sus guías usaran de sutil química oculta para
desmaterializar a la medium y salvarla no obstante de todo peligro hasta que
la desaparición del fantasma le permitiera reponerse? Es una suposición
extraña, pero que explica los hechos mejor que la mera e irracional
incredulidad.

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CAPÍTULO XIII
ENRIQUE SLADE Y EL DOCTOR
MONCK

Es imposible pasar revista a todos los mediums que en sus diversos grados de
poder demostraron los efectos que las inteligencias invisibles pueden producir
cuando las condiciones materiales les permiten manifestarse. Sin embargo, los
pocos que han sobresalido y que fueron al mismo tiempo muy discutidos por
el público, merecen que la historia del movimiento no los deje en el olvido,
aun cuando su obra no haya sido siempre irreprochable bajo todos conceptos.
En este capítulo nos ocuparemos de Slade y de Monck, los cuales
representaron en su época un papel de primer orden. Enrique Slade, el célebre
medium que descolló en los fenómenos de escritura directa, se exhibió ante el
público americano por espacio de quince años, después de los cuales pasó a
Inglaterra el 13 de Julio de 1876. El coronel Olcott, más tarde presidente de la
Sociedad Teosófica, dice que a él y a la señora Blavatsky debiose la visita de
Slade a Inglaterra. Parece que el gran duque Constantino de Rusia, deseoso de
llevar a cabo una investigación acerca del espiritismo, dio el consiguiente
encargo a una comisión de profesores de la Universidad Imperial de San
Petersburgo, que a su vez rogó al coronel Olcott y a la señora Blavatsky que
escogieran entre los mejores mediums americanos uno con quien pudiesen
realizar los experimentos. Fue designado Slade después de someterlo durante
varias semanas a rigurosas pruebas en presencia de un comité de escépticos,
cuyo informe decía que «habían sido escritos mensajes entre dos pizarras
previamente atadas y selladas una contra otra, colocadas sobre la mesa a la
vista de todo el mundo, o encima de la cabeza de alguno de los circunstantes,
o sujetas por uno de los presentes sin que el medium pudiera tocarlas». Slade
se detuvo en Inglaterra algún tiempo para continuar después su viaje a Rusia.
Un redactor del World, de Londres, que tuvo una entrevista con Slade, le
describe con estas palabras: «Es un hombre alto, esbelto, de temperamento
nervioso, de aire soñador y místico, da rasgos regulares y ojos brillantes y
expresivos, con una sonrisa ligeramente triste y una cierta gracia melancólica
en sus maneras». También hizo su retrato la Comisión Informativa Seybert en

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la siguiente forma: «Mide aproximadamente seis pies de altura, su rostro es de
una regularidad poco común, y atrae en seguida la atención por su belleza
extraordinaria: es un hombre notable por todos conceptos».
Inmediatamente después de la llegada a Londres, Slade comenzó a dar
sesiones en su domicilio del número 8 de Upper Bedford Place, en Russell
Square, siendo rápidos y sonados sus éxitos. No sólo patentizó sus dones en
los fenómenos de escritura en las pizarras de los mismos asistentes, sino con
la levitación de objetos y las materializaciones de manos producidas a plena
luz. El director del Spiritual Magazine, el más prestigioso y sesudo de todos
los periódicos espiritistas de aquella época, escribió: «No vacilo en afirmar
que el doctor Slade es el medium más notable de los tiempos modernos».
Mr. J. Enmore Jones, investigador psíquico muy conocido en aquel
tiempo y que más tarde dirigió el Spiritual Magazine, dijo que Slade venía a
ocupar el puesto vacante de Home. La relación que hace de sus sesiones
indica, no obstante, procedimientos de mero mercantilismo por parte de
Slade. Mr. Home rechazó toda remuneración, y, por regla general, sus
sesiones tenían lugar por la noche en la calma de la vida familiar. Slade, en
cambio, operaba según Enmore Jones a cualquiera hora del día y en las
mismas habitaciones de la pensión donde estaba. Se hacía pagar veinte
chelines por sesión, prefiriendo siempre recibir a una persona sola en la vasta
habitación destinada a sus experimentos. No perdía el tiempo, es decir, que en
cuanto el visitante había tomado asiento comenzaban los fenómenos para
terminar quince minutos después. Stainton Moses, más tarde primer
presidente de la Alianza Espiritista de Londres, expresó el mismo juicio que
Enmore Jones acerca de Slade. «En su presencia —escribe— los fenómenos
ocurren con toda regularidad y precisión, con tal indiferencia por su parte
respecto a las “condiciones”, y con tantas facilidades para su observación, que
mis deseos quedaron plenamente satisfechos. Es imposible concebir
circunstancias más favorables para la investigación minuciosa, que aquellas
bajo las cuales presencié los fenómenos verificados con la más sorprendente
rapidez… No había en Slade vacilaciones, ni tentativas frustradas: todo era
rápido, breve y decisivo. Los operadores invisibles sabían exactamente lo que
iban a hacer, y lo hacían con prontitud y precisión». (El Espiritista, vol IX,
pág. 2).
La primera sesión dada por Slade en Inglaterra tuvo lugar el día 13 de
julio de 1876, en presencia de Mr. Carlos Blackburn, espiritista de primera
línea; y de Mr. W. H. Arrison, director del Espiritista. A plena luz solar el
medium y los dos concurrentes ocuparon los tres lados de una mesa ordinaria

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de cuatro pies cuadrados. En el cuarto lado colocose una silla. Slade puso
sobre la pizarra un pedacito de lápiz no mayor que un grano de trigo, y la
metió debajo de la mesa sujetándola con la mano por una esquina. Oyose
entonces el rasgueo del lápiz en la pizarra, y, al examinarla después, viose
escrito un mensaje. Mientras se producía el fenómeno, las manos de los
concurrentes y la mano libre de Slade descansaban sobre la mesa. De pronto
la silla de Mr. Blackburn elevose cuatro o cinco pulgadas, sin que nadie más
que él la tocase. La silla desocupada se elevó también lo suficiente para que
su asiento chocase contra el borde de la mesa. Una mano aparentemente viva,
pasó por dos veces delante de Mr. Blackburn, hallándose en aquel momento
sobre la mesa las dos de Slade. Este agarró después con una mano un
acordeón, lo metió debajo de la mesa y teniendo la otra encima del mueble,
oyéronse las notas de «Hogar, dulce hogar». Míster Blackburn cogió el
acordeón de la misma forma, y también sonaron las notas, mientras Slade
tenía ambas manos puestas sobre la mesa. Finalmente, las tres personas
levantaron sus manos y la mesa subió hasta tocar con ellas. En otra sesión
dada el mismo día, una silla se elevó en el aire hasta la altura de cuatro pies,
sin tocarla nadie, y a renglón seguido, mientras Slade tenía una de sus manos
apoyada en el respaldo de la silla de Mr. Blackburn, ésta y su ocupante se
elevaron hasta un metro del suelo. Durante seis semanas todo fue
perfectamente, mostrándose Londres lleno de curiosidad por Slade; pero no
tardó en producirse un desdichado incidente.
A principios de septiembre, el profesor Ray Lankester y el Dr. Donkin
tuvieron dos sesiones con Slade, y en la segunda, al coger la pizarra, vieron en
ella un escrito, cuando nada permitía suponer que la sesión hubiese
comenzado. No tenía el profesor Ray experiencia alguna en cuestiones de
investigación psíquica, e ignoraba que es imposible decir qué momento de la
sesión comienza el fenómeno de la escritura. Unas veces empieza
precipitadamente y con gran extensión, en tanto que otras se oye claramente
el rasgueo del lápiz y cómo pasa de una línea a otra. Para Ray Lankester, sin
embargo, aquello era un engaño y escribió una carta a The Times (septiembre,
16, 1876), denunciando a Slade, y hasta llegó a perseguirle judicialmente por
estafa. Contestaron a la carta de Lankester, y vinieron en apoyo de Slade, el
profesor Barrett, el Dr. Alfredo Russell Wallace y otros. El Dr. Wallace, dijo:
«El profesor Lankester tenía la firme convicción de que todo lo que iba a
presenciar era un engaño, a tal extremo que cuanto sus ojos vieron creyó que
era efecto de la trampa». Lankester puso al descubierto sus prejuicios porque
aludiendo a la comunicación leída el 12 de Septiembre ante la Sociedad

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Británica por el profesor Barrett, en la cual éste habló de los fenómenos
espiritistas, decía en su citada carta a The Times: «Los debates de la Sociedad
Británica se han envilecido al ocuparse del espiritismo».
Barrett refiere que Slade al preguntarle contestó sin vacilaciones que
ignoraba en qué momento se producía la escritura. El mismo Barrett describe
la prueba concluyente obtenida en una sesión, en la cual la pizarra permaneció
sobre la mesa, mientras él tenía el codo apoyado en ella. Con su otra mano
sujetaba fuertemente una de las de Slade, el cual apoyaba ligeramente sobre la
pizarra los dedos de su mano libre. En tales condiciones comenzó a aparecer
la escritura en la pizarra. El profesor Barrett habla también de un eminente
hombre de ciencia amigo suyo que obtuvo la escritura en una pizarra que
tenía sujeta con ambas manos, mientras las del medium reposaban sobre la
mesa.
El proceso de Slade se vio ante el Tribunal de Policía de Bow Street, el
día 1.º de octubre de 1876, presidiéndolo el magistrado Mr. Flowers.
Actuaban de acusador Mr. Jorge Lewis y de defensor Mr. Munton. La prueba
en favor de la autenticidad de la mediunidad de Slade fue suministrada por el
doctor Alfredo Russell Wallace, Serjeant Cox, profesor Jorge Wyld y otro,
pues sólo fueron admitidos cuatro testigos. El presidente consideró los
testimonios como de «primera fuerza» para la prueba de los fenómenos, pero
al dar su fallo, excluyó todo, cuanto no fuesen las declaraciones de Lankester
y de su amigo el Dr. Donkin, diciendo que debía basar su determinación
exclusivamente en las «consecuencias que se deducían de los hechos
naturales conocidos». El prestidigitador Mr. Maskelyne declaró que la mesa
usada por Slade tenía una trampa oculta, pero tal declaración quedó
invalidada con la prueba aportada por el ebanista que la fabricó. Aquella mesa
puede verse hoy en el local de «La Alianza Espiritista», de Londres, siendo
asombrosa la audacia de un testigo, que con su falsa declaración ponía en
peligro la libertad de un hombre, contribuyendo poderosamente a torcer el
curso del juicio. Con todo, frente a las pruebas aportadas por Ray Lankester,
Donkin y Maskelyne era difícil la situación de Mr. Flowers, el que alegaba en
verdad y con razón que «lo que tenía ante sí el Tribunal no era lo que en otras
ocasiones había ocurrido, y por convincentes que fueran algunos eminentes
testimonios la realidad era que sólo había dos testigos por una parte y
únicamente el acusado por otra». Probablemente, lo de la mesa con trampa,
decidió la cuestión y el fallo fue condenatorio.
Slade, con arreglo a la Ley contra la Vagancia, fue condenado a tres
meses de cárcel con trabajos forzados; pero apeló de la sentencia y quedó en

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libertad bajo fianza. Cuando se vio el juicio en apelación, fue casada la
sentencia por falta de pruebas desde el punto de vista técnico. Quedaron
suprimidas las palabras «por escamoteo o de otro modo» que figuraban en la
primer sentencia, pero estuvo a punto de volver a salir mal librado. Slade,
cuya salud se quebrantó a consecuencia del lance, salió de Inglaterra para el
continente uno o dos días más tarde. Pasó varios meses de descanso en La
Haya, y desde allí escribió al profesor Lankester ofreciéndole regresar a
Londres y darle particularmente pruebas concluyentes de sus facultades a
condición de no ser molestado de nuevo. No recibió contestación a su oferta,
de la que seguramente hubiera sido incapaz un hombre culpable.
En favor de Slade, los espiritistas de Londres firmaron en 1877 un
luminoso escrito, al que pertenecen los siguientes párrafos:
«En vista del final deplorable de la visita de Enrique Slade a este país, los
abajo firmantes deseamos que conste nuestra elevada opinión acerca de su
mediunidad y nuestra reprobación por el trato de que se le ha hecho víctima.
»Consideramos a Enrique Slade como uno de los mediums vivientes de
más valía. Los fenómenos que tienen lugar en su presencia, se suceden con
una rapidez y una regularidad raramente igualados…
»Al dejarnos, no sólo se va con su reputación intachable desde el punto de
vista del proceso que se ha visto ante nuestros Tribunales, sino que se lleva tal
cúmulo de pruebas a su favor como probablemente no hubiera podido
conseguir por otros medios».
Aquella declaración estaba firmada por Mr. Alejandro Calder (presidente
de la Sociedad Nacional Británica de Espiritistas) y buen número de
espiritistas de los más conocidos. Mas, por desgracia, es la nota negativa y no
la positiva la escuchada con más favor por la prensa, y aun hoy, cincuenta
años después de aquellos sucesos, difícilmente se encontraría un periódico
bastante ecuánime para hacer la debida justicia a aquel hombre.
Con todo, los espiritistas desplegaron el mayor interés y actividad en pro
de Slade. Antes del juicio se reunió entre ellos un fondo para la defensa, y los
espiritistas de América se sumaron a los ingleses en documento que dirigieron
al ministro americano en Londres. Entre la primer sentencia y el juicio
siguiente, se envió una solicitud al ministro de la Gobernación protestando
contra la acción del Gobierno al sostener la acusación en la apelación,
enviando copias de dicha solicitud a todos los miembros del Parlamento, a
todos los magistrados de Middlesex, a varios miembros de la Real Sociedad y
a otras corporaciones públicas. Miss Kislingbury, secretaria de la Sociedad
Nacional de Espiritistas, envió otra copia a la reina.

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Después de dar con gran éxito varias sesiones en La Haya, Slade se
trasladó a Berlín en noviembre de 1877, donde también despertó el mayor
interés. Decíase que ignoraba el alemán a pesar de lo cual aparecieron
mensajes en alemán, trazados en las pizarras con caracteres del siglo XV. El
Berliner Fremdenblatt de 10 de noviembre de 1877, escribió: «Desde la
llegada de Mr. Slade al Hotel del Kronprinz, la mayoría del mundo ilustrado
de Berlín ha venido sufriendo una epidemia que podríamos llamar de fiebre
espiritista». Describiendo sus experimentos en Berlín, Slade refirió que
empezó por convertir al propietario del hotel en que se hospedaba, empleando
para ello las pizarras y las mesas de su propia casa. El propietario invitó al
jefe de Policía y a varios ciudadanos distinguidos a presenciar aquellas
manifestaciones, todos los cuales quedaron asombrados de las pruebas. Luego
escribe: «Samuel Bellachini, prestidigitador de la corte del emperador de
Alemania, estuvo experimentando conmigo durante una semana
completamente gratis. Le di dos o tres sesiones cada día, una de ellas en su
propia casa. Después de dichas sesiones se encaminó a casa de un notario,
ante quien declaró, bajo juramento, que los fenómenos eran auténticos y no
producto de fraudes».
Slade partió luego para Dinamarca y volvió en diciembre, comenzando
sus históricas sesiones con el profesor Zöllner, en Leipzig, que las relató en su
obra «Física transcendental». Zöllner era profesor de Física y de Astronomía
en la Universidad de Leipzig, y para sus experimentos con Slade se aseguró la
colaboración de otros hombres de ciencia, entre ellos Guillermo Eduardo
Weber, profesor de Física; el profesor Scheibner, matemático distinguido;
Gustavo Teodoro Fechner, profesor de Física y eminente filósofo, todos los
cuales, dice el profesor Zöllner, «llegaron a un convencimiento completo de
la realidad de los hechos observados, con exclusión de toda trampa y
prestidigitación». Los fenómenos en cuestión, comprendían, entre otros, «la
producción de nudos en una cuerda sin fin, la desaparición de una mesita y su
reaparición, bajando del techo a plena luz, en una casa particular y en
circunstancias de las que todo el mundo podía darse cuenta, siendo la más
notable de ellas la pasividad del Dr. Slade durante tales hechos».
Algunos críticos han tachado de insuficientes las precauciones tomadas en
aquellos experimentos. El Dr. J. Maxwell, crítico francés, da una excelente
réplica a tales objeciones, asegurando a este propósito que «los diestros y
concienzudos investigadores omitieron indicar explícitamente en sus informes
que habían estudiado y previsto toda hipótesis de fraude, horque creían que su
afirmación de la realidad de los hechos se consideraría suficiente».

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Zöllner dio también una contestación digna a la suposición de que había
sido engañado respecto del fenómeno de la cuerda anudada: «Si, a pesar de
todo, se niega el fundamento de ese hecho, que deduzco de un amplio
concepto del espacio, sólo quedara otro género de explicación con arreglo al
código de consideración moral corriente. Quiero decir que entonces habría
que suponer que yo y los honorables ciudadanos de Leipzig, testigos de aquel
experimento, somos unos embaucadores vulgares, o que no nos
encontrábamos en posesión de nuestros cinco sentidos para podernos dar
cuenta de las trampas de Mister Slade. Pero la discusión de tal hipótesis
saldría del dominio de la ciencia para entrar en el de la decencia».
Como ejemplo de los insensatos alegatos de los enemigos del espiritismo,
diremos que Mr. José McCabe, que, después del americano Houdini, es quien
más se distingue por sus estúpidas inexactitudes en estas cuestiones, habla de
Zöllner (Espiritismo, Historia popular desde 1847, pág. 161), como de un
profesor chocho y miope, aunque al fallecer en 1882 sólo tenía cuarenta y
ocho años y sus experimentos con Slade tuvieron efecto entre 1877 y 1878,
estando el distinguido hombre de ciencia en todo el vigor de su vida
intelectual.
El asombroso poder de que Slade daba muestra cuando las condiciones
eran favorables, púsose de manifiesto una vez más en presencia de Zöllner,
Weber y Scheibner, los tres profesores de la Universidad. En aquella ocasión
dio que pensar una sólida mampara de madera que dividía la habitación:
«Se oyó un violento estampido como el de la descarga de una gran batería
de botellas de Leyden. Al volverme alarmado hacia el lugar de donde partió
aquel ruido, la mampara cayó partida en dos pedazos. Los tornillos de media
pulgada de grueso que la sujetaban fueron sacados de cuajo sin el menor
contacto visible de Slade con la mampara, de la que le separaba una distancia
de cinco pies y estando vuelto de espaldas a la mampara; pero aun cuando
hubiera intentado accionarla por medio de un movimiento lateral muy
habilidoso, hubiera sido necesario que el lado opuesto se encontrara
sólidamente fijo. Como la mampara estaba casi intacta y la veta de la madera
era paralela al eje de los tornillos, solamente podía arrancarla, separándola en
dos partes, una fuerza que obrara longitudinalmente a la parte en cuestión.
Todos nos quedamos asombrados ante tan inesperada y violenta
manifestación de fuerza mecánica, y al preguntarle a Slade qué significaba
aquello, se encogió de hombros diciendo que tales fenómenos ocurrían en su
presencia muy raramente. Al decir esto colocó un lápiz en la superficie
pulimentada de la mesa, puso sobre él una pizarra comprada, por mí mismo, y

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apoyó en ella los cinco dedos de su mano derecha mientras su mano izquierda
descansaba a distancia sobre la mesa. La escritura comenzó entonces en la
parte posterior de la pizarra, y cuando Slade volvió ésta del otro lado, leímos
la siguiente frase escrita en inglés: “Nuestra intención era no hacer daño
alguno. Olvidad lo que ha ocurrido”. Nos quedamos sorprendidos por la
ejecución de tal escritura bajo tales circunstancias, porque habíamos tenido
gran cuidado en observar que ambas manos de Slade permanecieron
absolutamente inmóviles durante la escritura». Perdiendo la cabeza para
explicar lo ocurrido, Mr. McCabe dijo que indudablemente la mampara estaba
previamente rota y sus dos partes sujetas no más por medio de un débil
bramante. Verdaderamente la credulidad de los incrédulos es ilimitada.
Después de una serie de sesiones en San Petersburgo, celebradas con gran
éxito, Slade regresó a Londres por pocos días, en 1878, y de allí marchó a
Australia, volviendo luego a América. En 1885 apareció ante la Comisión
Seybert, en Filadelfia, y en 1887 visitó de nuevo Inglaterra con el nombre de
«Doctor Wilson». Es de suponer que el falso apellido obedecía al temor de
que se reprodujeran las persecuciones contra él.
Slade, en la mayoría de las sesiones, demostró sus facultades
clarividentes, siendo, por otra parte, cosa corriente en él la materialización de
manos. En Australia, donde las condiciones psíquicas son tan buenas, produjo
también materializaciones completas. Mr. Curtis dice que el medium ponía
reparos a aquel orden de manifestaciones porque le dejaban muy debilitado
por algún tiempo, prefiriendo las sesiones a plena luz. Sin embargo, ofreció a
Mr. Curtis una prueba de aquel género en la sesión que se verificó en Ballarat
(Victoria):
«Nuestra primera prueba de la aparición de espíritus tuvo lugar en el hotel
Lester. Coloqué la mesa a unos cinco o seis pies de distancia de la pared
occidental de la habitación. Mister Slade tomó asiento en el extremo de la
mesa más alejado de la pared, a la vez que yo me sentaba en el lado Norte. La
luz del gas fue velada, pero no tanto que no pudieran distinguirse claramente
todos los objetos que había en la estancia. Nuestras manos las colocamos una
sobre otra formando pila. Después de estar muy quietos durante diez minutos,
observé algo como una neblina interpuesta entre mí y la pared. La niebla se
desarrolló rápidamente transformándose en una dama, que se elevó desde el
suelo hasta la altura de la mesa, de modo que pude observarla perfectamente.
Sus brazos y manos estaban perfectamente formados; su frente, boca, nariz y
mejillas, así como sus hermosos cabellos negros, aparecían perfectamente
delineados. Sólo los ojos mostrábanse velados por una imperfección de la

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materialización. Sus pies estaban calzados con zapatos de seda. Su vestido
parecía como iluminado, y resultaba de una hermosura como jamás había yo
visto: era de color gris plata, o grisáceo tirando a blanco. En conjunto, la
figura era graciosa y la manera de vestir correcta. Aquel espíritu
materializado se deslizó y anduvo por la estancia, produciendo sacudidas,
vibraciones y saltos de la mesa… Percibíase el roce de su vestido cuando el
visitante celeste pasaba de un lugar a otro de la estancia. La forma espiritual,
a una distancia de dos pies de nuestras manos inmovibles, empezó a
encogerse y a disolverse hasta desaparecer gradualmente de nuestra vista».
Las condiciones de tan hermosa sesión —en la que las manos del médium
estaban perfectamente sujetas, y había luz suficiente para la visibilidad— no
podían ser mejores para demostrar la ausencia de todo fraude, a no ser que se
niegue la honradez del testigo. En la misma sesión apareció de nuevo la figura
al cabo de un cuarto de hora:
«La aparición flotó en el aire, se posó en la mesa, se deslizó por encima de
ella rápidamente y por tres veces inclinó su bella cara saludándonos
graciosamente. Sus inclinaciones eran profundas y deliberadas, llegando a
estar su cabeza a unas seis pulgadas de mi rostro. A cada movimiento se oía el
roce de su vestido de seda. El rostro permanecía semivelado como al
principio. Seguidamente se hizo confuso y toda ella desapareció gradualmente
como la primera materialización».
Mr. Curtis describió otras sesiones semejantes, celebradas con Slade
posteriormente.
Ante pruebas tan duras como aquellas por las que pasó Slade con éxito,
resulta de valor harto escaso la pretendida «delación» que contra él se
formuló en América en 1886, pero nos referiremos a ella movidos por razones
históricas, y en prueba de imparcialidad. El Boston Herald, del 2 de febrero
de 1886, publicó una información titulada así: «El célebre Dr. Slade es
sorprendido en Veston, escribiendo en pizarras que descansan sobre sus
rodillas, debajo de la mesa, y moviendo mesas y sillas con los dedos de los
pies». Algunos concurrentes a la sesión a que se refería el periódico se habían
quedado en la habitación contigua, y, mirando por debajo de la puerta,
sorprendieron aquellos actos de agilidad realizados por el medium, y de los
que no se dieron cuenta los que habían quedado en la sala donde tenía lugar la
sesión. Casos semejantes de fenómenos con todas las apariencias de engaño
ocurrieron siempre, y los mismos espiritistas los denunciaron. En una sesión
pública posterior, organizada en el Justice Hall, de Veston, para que Slade
demostrase la «escritura espiritista directa», Mr. E. S. Barret, «espiritista

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convencido», se adelantó a denunciar que en el experimento había trampa.
Slade, puesto en el trance de hablar, quedó confundido, limitándose a decir,
según la información abierta al respecto, que si sus acusadores habían sido
engañados, él también lo fue, ya que si el engaño fue cosa suya, lo ignoraba
por completo.
Mr. J. Simmons, administrador de Slade, hizo sobre el caso una franca
declaración, explicando la operación relativa a extremidades ectoplásmicas,
corroborada años más tarde con los experimentos de la famosa medium
italiana Eusapia Palladino. «No digo, manifestó, que esos señores no vieran lo
que afirman, pero al mismo tiempo, estoy convencido de que Slade es
inocente de lo que se le acusa, como lo sería usted mismo (el director del
Boston Herald), caso de encontrarse en las mismas circunstancias. No
obstante, sé que mi explicación no tendría valor ninguno ante un tribunal de
justicia. Lo cierto es que yo vi una mano, que habría jurado era la de Slade, si
hubiera sido posible a la mano encontrarse en aquella posición. A la vez que
una de esas manos estaba sobre la mesa y la otra sujetaba la pizarra bajo uno
de los ángulos de este mueble, una tercera mano apareció, llevando un cepillo
(con el que momentos antes se estuvo limpiando Slade desde la rodilla abajo),
hacia la mitad del lado opuesto de la mesa, cuyas dimensiones serían de unas
cuarenta y dos pulgadas». Slade y su administrador fueron detenidos y luego
puestos en libertad bajo fianza, y no parece se dictó contra ellos ninguna
providencia ulterior. Truesdell, en su libro «Espiritismo, hechos
culminantes», manifiesta haber visto a Slade efectuando el movimiento de
objetos con sus pies, y que el propio medium le descubrió con todo detalle la
manera cómo se producían todas sus manifestaciones. Si eso fue exacto, no se
explica más que por una gran ligereza por parte de Slade, que, por lo visto,
engañaba a cierto tipo de investigadores, confirmándoles con sus palabras lo
que ellos estaban interesados en descubrir. Consignaremos, en relación con la
posibilidad de fraudes, el juicio del profesor Zöllner, acerca de la denuncia de
Lankester: «Los hechos observados por nosotros en tan asombrosa variedad,
invalidaban, bajo todos conceptos, la suposición de que Slade hubiera podido
hacer trampas en un solo caso».
Es de toda evidencia, que, al mismo tiempo, la personalidad de Slade fue
degenerando hacia los últimos años de su vida. Las sesiones con fines
mercenarios, el cansancio que le producían los estimulantes alcohólicos, todo
ello actuando sobre organismo tan sensible y débil, produjo efectos
deletéreos. Sus facultades psíquicas menguaron y surgió la tentación de
recurrir a las trampas. Pero la fragilidad humana es una cosa y el poder

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psíquico otra. Los que deseen la prueba de este último, la encontrarán
abundantemente a través de aquellos años en que el hombre y sus facultades
hallábanse en el cénit.
Slade murió en 1905, en un sanatorio de Michigan, en donde ingresó
merced al auxilio de los espiritistas americanos, y la noticia de su muerte fue
seguida de los comentarios de rigor en la prensa de Londres. El Star, que tan
mala tradición tiene en lo que se refiere a cuestiones psíquicas, publicó bajo el
título, «Timos vulgares», un indigno artículo, dando la reseña truncada del
juicio de Lankester ante el tribunal de Bow Street. Luz (1886, pág. 433)
protestó contra el Star del modo siguiente:
«Todo el artículo en un cúmulo de ignorancia, de mala fe y de prejuicios.
No nos interesa discutirlo ni refutarlo. Sería inútil para convencer a los
ignorantes, a los hombres de mala fe y a los que solamente se guían por los
prejuicios, y no es necesario para los que conocen la verdad. Baste señalar lo
hecho por él como prueba de lo que es capaz un periódico, que no respeta a la
verdad».
Volvía a repetirse el caso de los hermanos Davenport y de tantos otros.
Si es difícil juzgar la obra de Slade, y estamos obligados a admitir que en
ella, al lado de una enorme preponderancia de resultados psíquicos, hay algo
que deja la desagradable impresión de que el medium mezclaba la verdad con
el engaño, lo mismo tenemos que decir del medium Monck, el cual representó
un importante papel entre los años 1870 y 1880. Monck fue el más difícil de
juzgar de todos los mediums, porque, por una parte, muchos de sus resultados
están fuera de toda duda, y sin embargo, en otros, hay la absoluta certeza del
fraude. Como en el caso de Slade, causas físicas determinaron la
degeneración moral y psíquica de dicho medium.
Monck fue clérigo no conformista, discípulo predilecto del famoso
Spurgeon. Según lo que cuenta él mismo, estuvo desde su niñez sujeto a
influencias psíquicas, las cuales aumentaban a medida que iba creciendo. En
1873 se adhirió al espiritismo. Poco después comenzó a dar sesiones, a plena
luz y gratuítamente. En 1875 hizo una excursión a través de Inglaterra y de
Escocia, llamando sus exhibiciones poderosamente la atención y provocando
animadas discusiones. En 1875 visitó Irlanda, donde dedicó sus facultades a
fines curativos. Allí se presentó con el nombre de «doctor Monck», lo cual
dio lugar, naturalmente, a algunas protestas de la clase médica.
El Dr. Alfredo Russell Wallace, observador honrado y competente, ha
descrito una de las sesiones de materialización, en la que Monck fue la piedra
de toque del experimento, al extremo que ninguna sospecha posterior puede

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desvirtuar el hecho incontrovertible del poder psíquico que en aquella ocasión
demostró el medium. Hay que hacer constar la concordancia de los efectos
ectoplásmicos logrados por Monck en aquella sesión con posteriores
demostraciones del mismo género de Eva y de otros mediums modernos.
Acompañaron al Dr. Wallace en aquella sesión Mr. Stainton Moses y Mr.
Hensleigh Wedgwood. El Dr. Wallace la describe así:
«Era una radiante tarde de verano y todo el fenómeno se desarrollaba a
plena luz diurna. Después de una corta conversación, Monck, vestido con su
traje habitual de clérigo, cayó en trance; luego se levantó, a la distancia de
pocos pies, delante de nosotros, y señalando a su lado, dijo: “Mirad”.
Entonces vimos un confuso montoncito blanco a la izquierda de su levita,
montoncito que cada vez se hacía más brillante, extendiéndose hacia ambos
extremos hasta formar como una columna nebulosa junto a su cuerpo, desde
los hombros hasta los pies».
El Dr. Wallace afirma que la figura nebulosa fue tomando la forma de una
mujer perfectamente cubierta con vestiduras, hasta que al cabo de poco rato
fue absorbida por el cuerpo del medium. Y añade: «Todo aquel proceso de
formación de una figura cubierta de ropa fue presenciado por nosotros a plena
luz».
Mr. Wedgwood asegura haber asistido con Monck a otras manifestaciones
aún más notables de ese género, estando el medium sumido en profundo
trance y a plena luz.
Después de tales testimonios, es imposible dudar de las facultades del
medium en aquella época. El archidiácono Colley, que había presenciado
exhibiciones semejantes, ofreció un premio de mil libras esterlinas a
Maskelyne, el famoso prestidigitador, si realizaba el mismo fenómeno. El reto
fue aceptado por Maskelyne, pero la prueba demostró que la imitación en
nada igualaba a lo original. El prestidigitador intentó obtener un fallo a su
favor en los Tribunales, pero el fallo resultó condenatorio.
Es interesante comparar el relato de Russell Wallace con el del
experimento posterior, presenciado por un conocido americano, el juez
Dailey, quien escribe:
«Mirando a uno de los costados del Dr. Monck, observamos que surgía
una al parecer compacta masa de vapor opalescente, precisamente debajo de
su corazón. La masa aumentó de volumen y se alargó por ambos extremos,
tomando la parte superior la forma de una cabeza de niño cuyo rostro tenía
parecido con el del hijo que yo perdí hace veinte años. La forma estuvo
visible breves momentos; después se desvaneció de súbito, desapareciendo

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sobre el costado del doctor. Tan notable fenómeno se repitió cuatro o cinco
veces, siendo cada vez la materialización más perfecta. Todos los que nos
encontrábamos en la habitación pudimos contemplarla, pues las luces de gas
iluminaban lo suficiente para que los objetos resultaran perfectamente
visibles. Tratábase de un fenómeno muy raro que nos permitió a todos
certificar el notable poder del Dr. Monck como medium materializador, así
como la manera admirable de surgir que tuvo el espíritu al ser evocado».
Después de semejante testimonio, es inútil negar que Monck poseyó grandes
fuerzas psíquicas.
Monck fue también un notable medium en la escritura sobre pizarra.
El Dr. Russell Wallace, en una carta al Spectator, dice que en sesión
celebrada con Monck en una casa particular de Richmond, limpió por sí
mismo las pizarras y después de colocar un fragmento de lápiz entre ambas,
las ató fuertemente con un grueso bramante por sus cuatro lados, de modo que
era imposible se moviesen:
«Las puse luego encima de la mesa, sin perderlas de vista un instante. El
Dr. Monek colocó sobre ellas los dedos de ambas manos, al tiempo que yo y
una señora que estaba sentada en el lado opuesto, colocábamos nuestras
manos en las esquinas de las pizarras, sin moverlas de tal posición, hasta que
desatamos éstas para ver el resultado.
»Monck preguntó a Wallace qué palabra quería que se escribiese en la
pizarra. Escogió la palabra “Dios”, pidiendo que apareciera escrita a lo largo.
Oyose entonces el rasgueo del lápiz, y en cuanto el medium apartó las manos,
el Dr. Wallace desató las dos pizarras y vio en la inferior la palabra escogida
escrita en la forma que había pedido.
El Dr. Wallace continúa:
«Yo mismo limpié las pizarras y las até; mantuve sobre ellas mis manos
durante todo el tiempo que duró el fenómeno; nunca apartó de ellas la vista;
en fin, yo mismo escogí la palabra y la forma en que debía ser escrita».
Mr. Eduardo T. Bennett, secretario de la Sociedad de Investigación
Psíquica, añade por su parte:
«Estuve presente en aquella ocasión y certifico ser exacto el relato que de
lo ocurrido hace Mr. Wallace».
Otro testimonio de valor es el de Mr. W. P. Adshead, investigador muy
conocido, el cual describió así una sesión verificada en Derby el 18 de
septiembre de 1876:
«Había presentes ocho personas, tres señoras y cinco caballeros. Una
dama, a la que jamás había visto Monek, cogió la pizarra que le entregó otro

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de los concurrentes, la examinó y, certificó que estaba limpia. El lápiz que
pocos minutos antes de sentarnos estaba encima de la mesa, no hubo manera
de encontrarlo, por lo que otro de los circunstantes sugirió que la mejor
prueba sería usar un lápiz corriente.
»De acuerdo con ello, se colocó el lápiz de uno de los presentes sobre la
pizarra, sujetando ambos útiles la indicada señora, debajo de la mesa.
Instantáneamente se oyó el rasgueo de la escritura y al cabo de unos
segundos, quedó escrito un mensaje que llenaba todo un lado de la pizarra. La
escritura trazada con aquel lápiz, era pequeña y clara y hacía alusión a un
asunto de carácter estrictamente privado.
El fenómeno comprendía tres hechos: 1.º, la escritura se había obtenido
sin que el medium ni otra persona fuera de la señora aludida, tocara un solo
momento la pizarra; 2.º, se hizo con un lápiz corriente por la espontánea
indicación de otro de los concurrentes; 3.º, la comunicación se refería a un
asunto estrictamente privado. El Dr. Monck no tocó la pizarra durante el
desarrollo del fenómeno.
También Mr. Adshead habla de los fenómenos físicos obtenidos con el
mismo medium, estando las manos de éste sujetas por un aparato que las
impedía hacer el menor movimiento.
En 1876 se vio en Londres el proceso de Slade, como ya hemos referido,
poniéndose de moda las denuncias. El papel de acusador daba popularidad, y
si por acaso el denunciante era un escamoteador, no cabe duda que se hacía
un magnífico reclamo a costa de su víctima.
Tal fue el caso del prestidigitador Lodge, que en una sesión celebrada en
Huddersfield el 3 de noviembre de 1876, pidió bruscamente que fuera
registrado Monck. Este, acaso porque temiera verse atacado o denunciado,
corrió escaleras arriba y se encerró en su habitación. Desde ella se descolgó
por la ventana y buscó amparo en la Comisaría de Policía. Se abrió entonces
la puerta de su cuarto, se registró por todas partes y se encontró un par de
guantes rellenos. Monck afirmó que tales guantes los había utilizado en una
conferencia para demostrar la diferencia entre la prestidigitación y la
mediunidad. Un periódico espiritista de la época observó además:
«Los fenómenos de la mediunidad no tienen relación alguna con la
probidad del medium. Aunque se hubiera tratado del mayor de los granujas y
del más perfecto prestidigitador, nada puede invalidar el hecho de sus
manifestaciones medianímicas, perfectamente comprobadas».
Monck fue sentenciado a tres meses de cárcel, y según se pretende, acabó
por confesar la verdad a Mr. Lodge.

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Después de puesto en libertad, Monck dio nuevas sesiones con Stainton
Moses, en las cuales registráronse notables fenómenos.
Acerca de éstas indicó el periódico Luz:
«Las personas que han asistido como testigos de la indudable mediunidad
del Dr. Monck, son bien conocidas de los viejos espiritistas como rectos y
escrupulosos experimentadores. Mr. Hensleigh Wedgwood figura entre los
más conspicuos por ser cuñado de Carlos Darwin».
En el caso de Huddersfield hay motivo para la duda por no ser el acusador
persona imparcial; pero lo cierto, según asegura Sir Guillermo Barrett, es que
Monck a veces descendió a engaños deliberados, llevados a efecto con la
mayor sangre fría. He aquí lo que Sir Guillermo escribe sobre el particular:
«Sorprendí al “doctor” en una burda trampa consistente en colocar una
muselina blanca sobre un armazón de alambre, y sobre la muselina una red
negra, gracias a lo cual el medium podía simular un espíritu parcialmente
materializado».
Semejante denuncia, viniendo de fuente tan segura, causa verdadero enojo
y da ganas de arrojar al cesto de los papeles todas las pruebas relativas a aquel
hombre. Pero procediendo con más calma no hay forma de desconocer que en
las primeras sesiones de Monck, realizadas a plena luz, jamás se vio fraude o
tramoya alguna. Y del hecho probado de que un hombre haya sido
falsificador, no debe deducirse que nunca puso su firma en un cheque
auténtico. Admitimos, pues, que Monok hizo trampas; pero acaso sólo cuando
las cosas empezaron a tomar mal cariz para él y vio que sus facultades
decaían.

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CAPÍTULO XIV
INVESTIGACIONES COLECTIVAS
SOBRE EL ESPIRITISMO

Muchos son los comités que se constituyeron en diversas épocas para


investigar sobre los fenómenos del espiritismo. Los dos más importantes
fueron la Sociedad Dialéctica en 1869 − 70, y la comisión Seybert en 1864, el
primero británico y la segunda americana. A éstos hay que añadir la sociedad
francesa, Institut Général Psychologique (1905 − 8). De sus diversas
investigaciones, trataremos en este capítulo.
Saltan a la vista las dificultades que un centro de ese género ofrece a las
investigaciones psíquicas, dificultades a veces tan grandes que casi son
invencibles. Cuando es un Crookes o un Lombroso el que opera con el
medium, está solo con él o tiene a su lado a personas cuyo conocimiento de
las condiciones psíquicas pueden ayudarle en su obra. Muy distinto es el caso
corriente en aquellos centros. No se dan cuenta algunos de sus miembros de
que son parte del experimento, y que pueden crear tan intolerables
vibraciones y rodearlo de una atmósfera tan negativa, que las fuerzas externas
gobernadas como están por leyes muy bien definidas, sean incapaces de
penetrar a través de ella. No en vano las tres palabras «de común acuerdo»
figuran en la convocatoria de las sesiones. Si basta un trocito de metal para
trastocar toda una instalación eléctrica, también una corriente psíquica
adversa puede neutralizar un círculo psíquico. Por tal razón y no por la de una
credulidad superior, los espiritistas practicantes obtienen resultados que nunca
alcanzan los experimentadores que proceden de otro campo. Así también sólo
un centro en el cual estén bien acordes los espiritistas conseguirá buenos
resultados. Esto ocurrió con el comité elegido por la Sociedad Dialéctica de
Londres, que actuó desde principios de 1869 hasta 1871. Si el informe que
presentó como fruto de sus estudios se hubiera acogido como corresponde a
todo testimonio autorizado, el progreso de la verdad psíquica se habría
acelerado lo menos cincuenta años.
Treinta y cuatro señores dignos de consideración y todos ellos de
reconocida solvencia moral compusieron aquel comité, siendo su objeto

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investigar los fenómenos alegados como manifestaciones espiritistas. No hay
duda que la mayoría de los miembros estaban imbuídos por la idea y el
propósito de desenmascarar a los impostores pero se hallaron ante tal cúmulo
de pruebas, que no pudieron pasarlas por alto, acabando por afirmar que «la
materia era digna de una consideración más profunda y de una investigación
más seria de las que hasta entonces había merecido». De tal modo sorprendió
esta conclusión a la sociedad a la que representaban que no se atrevió a darla
a la publicidad, por lo que el propio comité hubo de publicarla resueltamente,
dando con ello estado y fuerza a la más interesante de las causas.
Los miembros del comité procedían de las más variadas profesiones.
Había un doctor en teología, dos médicos, dos cirujanos, dos ingenieros
civiles, dos miembros de sociedades científicas, dos abogados y otras
personas notables. Una de ellas el racionalista Carlos Bradlaugh. El profesor
Huxley y C. H. Lewes, marido de George Elliot, fueron invitados a prestar su
colaboración al comité, pero ambos rehusaron, diciendo Huxley en su
contestación: «Suponiendo que los fenómenos sean ciertos, no me interesan»
—frase que demuestra que aquel hombre inteligente tenía sus limitaciones.
El comité se subdividió en seis secciones, reuniéndose cuarenta veces en
condiciones cuidadosamente contrastadas, con frecuencia sin la intervención
de un medium profesional, estando todos de acuerdo en que había quedado
demostrado:
«1. Que los ruidos del carácter más diverso, al parecer procedentes de
varios muebles, del suelo y de las paredes de la habitación —las vibraciones
que acompañan a los ruidos son a menudo perceptibles al tacto— no fueron
producidos por la acción muscular, ni por efectos mecánicos.
»2. Que se produjeron movimientos de objetos pesados sin causa
mecánica de ningún género ni intervención de la fuerza muscular de alguna
de las personas presentes, y las más de las veces sin contacto o conexión con
persona alguna.
»3. Que tales ruidos y movimientos se producían con frecuencia cuando y
de la manera que lo solicitaban los presentes, por medio de un sencillo código
de señales, contestando preguntas y pronunciando frases coherentes.
»4 Que las contestaciones y las frases de tal modo formuladas son, en la
mayoría de los casos, lugares comunes; pero a veces se trata de hechos
exactos conocidos por alguno de los concurrentes.
»5 Que son varias las circunstancias bajo las cuales se producen los
fenómenos, siendo el hecho más propicio para que se produzcan el de la
presencia de ciertas personas, mientras que la de otras resulta adversa; pero

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esa diferencia parece que nada tiene que ver con la credulidad o la
incredulidad relativa a los fenómenos mismos.
»6 Que, sin embargo; la producción de los fenómenos es cosa ajena a la
presencia o ausencia de tales personas».
El informe resumía brevemente los testimonios orales y escritos que se
obtuvieron entre varias personas respecto a estos fenómenos y a otros de
carácter más variado y extraordinario:
«1 Trece testigos declaran que han visto cuerpos pesados —algunas veces
de hombres— elevarse pausadamente en el aire y permanecer en él durante
algún tiempo sin sostén alguno visible o tangible.
»2 Catorce testigos certifican haber visto manos o figuras no
pertenecientes a ser humano alguno, pero con movilidad y apariencias de
vida, las cuales tocaron y apretaron algunas veces, estando convencidos de
que no son producidas por trampas o ilusión.
»3 Cinco testigos declaran que fueron tocados por un ente invisible en
varias partes del cuerpo, a veces en la misma por ellos indicada y en ocasión
en que todas las manos de los concurrentes eran perfectamente visibles.
»4 Trece testigos declaran que han oído piezas musicales ejecutadas por
instrumentos manipulados por medios imposible de determinar.
»5 Cinco testigos manifiestan haber visto brasas ardientes aplicadas en las
manos o en la cabeza de varias personas, sin producirles daño ni quemaduras,
y tres de los testigos afirman haber experimentado por sí mismos la expresada
prueba gozando de la misma inmunidad.
»6 Ocho testigos declaran haber recibido informes precisos por medio de
ruidos, golpes, y otros, sobre hechos desconocidos por ellos y demás personas
presentes, hasta que en sesiones subsiguientes quedaron confirmados los
informes a la vista de esos hechos.
»7 Un testigo declara que recibió otro informe preciso y detallado y que,
no obstante, resultó ser completamente equivocado.
»8 Tres testigos afirman haber estado presentes en el momento en que se
produjeron en breve tiempo dibujos al lápiz y en color, en circunstancias que
impedían toda intervención humana.
»9 Seis testigos declaran haber recibido noticia de acontecimientos
futuros, y que en determinados casos resultaron exactos, a la hora y al minuto,
a pesar de haber sido vaticinados días y semanas antes».
Además de los testimonios arriba transcritos, hubo otros relativos a
conversaciones con espíritus, a curaciones, a escritura automática, a la

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aparición de flores y frutos en habitaciones cerradas, a voces en el aire, a
visiones en cristales y espejos y a prolongaciones del cuerpo humano.
El informe termina con las observaciones siguientes:
«Al presentar su informe, vuestro comité, teniendo en cuenta la seriedad e
inteligencia de los testigos respecto de los hechos más extraordinarios, así
como la ausencia de toda prueba de engaño o de trampa; habida
consideración, por otra parte, del carácter excepcional de los fenómenos, del
gran número de personas de toda categoría social que en todo el mundo
civilizado creen en su origen sobrenatural, y atendido a que todavía no se ha
dado una explicación suficiente de tales fenómenos, juzga de su deber
expresar su convicción de que el asunto es digno de que se le preste la más
seria atención y que se investigue con más cuidado que hasta aquí».
Entre los que aportaron pruebas o leyeron comunicaciones ante el comité,
figuraban: el Dr. Alfredo Russell Wallace, la señora Emma Hardinge, Mr. H.
D. Jencken, Mr. Benjamín Coleman, Mr. Cromwell F. Varley, Mr. D.
D. Home y el alcalde de Lindsay. Además, se recibieron cartas de Lord
Lytton, Mr. Roberto Chambers, Dr. Carth Wilkinson, Mr. William Howitt, M.
Camilo Flammarion y otros.
Uno de los testigos —Grattan Geary— declaró que el más notable de los
fenómenos obtenidos con el trabajo del comité, fue el número extraordinario
de hombres eminentes que se revelaron como firmes creyentes en el
espiritismo.
La medium, señora Emma Hardinge, refiriéndose al desarrollo alcanzado
en aquella época (1869) por la nueva causa, dijo que sólo conocía a dos
mediums profesionales en Londres, pero los no profesionales conocidos suyos
eran numerosos. Por su parte, Mr. Cromwell Varley, aseguró que aunque en
todo el Reino Unido había más de un centenar de mediums conocidos, muy
pocos estaban debidamente desarrollados. Tales datos prueban la gran labor
realizada en Inglaterra por D. D. Home, pues la mayoría de los convertidos lo
fueron a causa de su mediunidad.
Mr. Guillermo Howitt, autor muy conocido, afirmó que el espiritismo
contaba entonces con doce millones de adeptos en todos los países del mundo.
Las que podríamos llamar pruebas de los adversarios, no fueron en verdad
formidables. Lord Lytton dijo que según su experiencia, los fenómenos
debían atribuirse a influencias materiales cuya naturaleza ignoramos; el Dr.
Carpenter habló de la «cerebración inconsciente», y el Dr. Kidd supuso que se
trataba de fenómenos subjetivos. Tres testigos más, aunque convencidos de la
realidad de los hechos, los atribuyeron a artes satánicas. A todas las

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objeciones contestó cumplidamente Mr. Tomás Shorter, autor de las
«Confesiones de un verdadero vidente», y secretario del Colegio de Obreros,
en una admirable reseña que publicó en el Spiritual Magazine. Gran parte de
la prensa de Londres se dedicó a ridiculizar el informe del comité:
The Times lo consideraba como «un fárrago de conclusiones impotentes,
adornadas con una masa monstruosa de basura como jamás hemos tenido la
desgracia de encontrar al formular un juicio».
El Morning Post dijo: «El informe publicado es de todo punto indigno».
La Saturday Review expresó su esperanza de que el informe sirviera para
«desacreditar una de las más degradantes supersticiones que jamás tuvieron
curso entre los seres humanos».
El Standard hizo una crítica que merece ser recordada. Aludiendo a los
que, aun no aceptando el espiritismo, dicen que «puede haber algo en él», el
periódico observó sesudamente: «Si hay en él algo que no sea impostura e
imbecilidad, no puede ser más que el otro mundo».
El Daily News consideró el informe como «una importante contribución a
la literatura de un género que un día u otro, dado el gran número de sus
partidarios, nos obligará a todos a examinarla seriamente».
El Spectator, después de calificar el informe de curioso como pocos,
añadía: «No es posible leer las pruebas recogidas en él como expresión de la
fe firmísima en la realidad de los supuestos fenómenos espiritistas, sin admitir
que los notables fenómenos observados (muchos de los cuales no sólo no
pueden atribuirse a engaño o ilusiones, sino que están refrendados por el
testimonio de respetables testigos) obligan a que esa materia sea sometida a
una investigación más rigurosa».
Tal es el extracto de los extensos juicios aparecidos en algunos periódicos
de Londres —hubo otros muchos—, juicios que por malos que fueran,
indicaban, a pesar de todo, un cambio de actitud por parte de la prensa, que
tenía la costumbre de pasar siempre en silencio todo lo que al espiritismo
concernía.
Debe recordarse que el informe se refería únicamente al aspecto
fenomenal del espiritismo, y en opinión de algunos espiritistas de primera
línea, ese es su aspecto menos importante. Tan sólo en el informe parcial de
uno de los subcomités, consignábase que el sentido general de los mensajes
era que la muerte física podía considerarse sólo como un accidente trivial
porque el espíritu renacía en nuevas existencias; que las relaciones entre los
espíritus eran tan corrientes como en la vida terrenal; que aun mostrando los
espíritus gran interés por los asuntos del mundo, ningún deseo sentían en

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volver a su primer estado de existencia; que la comunicación con los amigos
de la tierra era del agrado de los espíritus y por ellos deseada, como prueba
ofrecida a los primeros de la perduración de la vida a pesar de la disolución
del cuerpo.
Con lo expuesto, se reconocerá que el comité de la Sociedad Dialéctica
realizó en su día y en su generación un trabajo excelente.
Como ya dijimos, la mayoría de sus miembros era enemiga de las
cuestiones psíquicas, pero ante la evidencia de los hechos y con raras
excepciones —entre ellas la del Dr. Edmundo— se sometieron al testimonio
de sus sentidos. Hubo algunos ejemplos de intolerancia, como las
desgraciadas palabras de Auxley y la declaración de Carlos Bradlaugh, de que
no quería examinar ciertas cosas porque pertenecían a la esfera de lo
imposible, pero en conjunto la obra de aquellas rectas personas resultó
excelente.
Párrafo aparte merece la declaración del Dr. Edmunds, a quien más arriba
citamos. Este doctor era enemigo del espiritismo y lo fue asimismo de las
conclusiones de sus colegas. Vale la pena de leerla como representativa de
ciertas mentalidades. El digno doctor, aunque se imaginaba imparcial, estaba
en realidad tan lleno de prejuicios, que jamás pudo penetrar en su cerebro la
idea de que los fenómenos podían ser sobrenaturales. Al presenciarlos, no se
le ocurría otra cosa que preguntar: «¿En qué consistirá la trampa?». Y no
pudiendo contestarse a la pregunta, hacía constar sencillamente que no le fue
posible descubrirla. En su declaración perfectamente honrada, habla de cierto
número de flores y frutas frescas, todavía húmedas, que cayeron sobre la
mesa, fenómeno de aportación presenciado varias veces por todos los
presentes. El comentario del buen doctor es que habrían sido cogidas del
aparador y puestas en la mesa. Sólo que de haber estado la cesta de frutas en
el aparador, es de suponer que habría llamado mucho la atención de todos, y
por otra parte, el doctor no se aventura a decir que viera allí tal cosa. En otra
ocasión se encerró con los Davenport en su cabina, y declara que nada pudo
ver, pero cree que allí debía haber alguna trampa de escamoteo. En fin,
cuando ve que los mediums, convencidos de que su actitud mental no tiene
remedio, se niegan a continuar trabajando con él, aporta eso como un
testimonio de culpabilidad. Hay cierto tipo de mentalidades científicas que en
su especialidad actúan normalmente, pero, fuera de ella, constituyen la cosa
más loca e ilógica del mundo.
Hablemos ahora de la comisión Seybert, compuesta, por desgracia, de
personas entre las cuales sólo Mr. Hazard era espiritista, lo cual hizo que

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dicho señor quedara aislado, influyendo contadas veces en la obra de aquélla.
La comisión tuvo este origen: Enrique Seybert, ciudadano de Pensilvania,
dejó al morir la suma de sesenta mil dólares, con mandato de que se fundara
una cátedra de Filosofía en la Universidad de Pensilvania, a condición de que
dicha Universidad nombrara una comisión encargada de «llevar a cabo una
completa e imparcial investigación de todos los sistemas de moral, religión o
filosofía, que hoy pretenden representar la verdad, y particularmente, del
espiritismo». Las personas elegidas para formar parte del comité eran
indiferentes en asuntos de esta índole. Debían su cargo a estar en relaciones
con la Universidad, con el Dr. Pepper, rector de la misma y presidente
honorario de la comisión, con el Dr. Furness, presidente efectivo, y el
profesor Fullerton, secretario. Aunque la misión de la comisión era «hacer
una completa e imparcial investigación» sobre el espiritismo, el acta
preliminar dice fríamente:
«La comisión se halla formada por hombres cuya atención está ya
embargada por diversas ocupaciones, y como les es imposible descuidarlas,
sólo pueden dedicar una pequeña parte del día a las investigaciones en
cuestión».
Este hecho demuestra por sí solo cuán poco identificados estaban los
miembros de la comisión con la naturaleza de la misión que se les
encomendaba. De aquella suerte el fracaso era inevitable. Los trabajos
comenzaron en Marzo de 1884, publicándose en 1887 lo que la comisión
llamó un informe «preliminar». Como luego quedó demostrado, el informe
resultó definitivo, pues aun cuando fue reeditado en 1920, no se le adicionó
más que un prefacio incoloro en tres párrafos debido a un descendiente del
primer presidente. La substancia del informe es que en conjunto el espiritismo
está constituido, por una parte, de engaño, y por otra, de credulidad, no
existiendo nada serio realmente donde basarse para emitir un informe. El
documento, aunque largo, vale la pena de ser leído por cuantos se dedican al
estudio de las cuestiones psíquicas. La impresión que deja es que los distintos
miembros de la comisión procuraban, dentro de todas sus limitaciones, llegar
a los hechos, pero sus inteligencias eran como la del Dr. Edmunds, de tal
naturaleza, que cuando, a pesar de su actitud recelosa, ocurrían fenómenos
psíquicos indudables que venían a desalojarlos de sus propias trincheras, se
negaban en absoluto a aceptar su autenticidad, y los pasaban por alto como si
no existieran. Así en los experimentos con la señora Fox-Kane, obtuvieron
ruidos medianímicos bien claros, a pesar de lo cual supusieron que procedían
del interior del cuerpo de la medium, pasando sin comentario alguno el hecho

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de obtener de la misma medium largas comunicaciones rápidamente escritas;
y que sólo podían leerse de derecha a izquierda. Tal escritura rápidamente
trazada, contenía una abstrusa frase latina, que estaba evidentemente muy por
encima de la capacidad de la medium. Sin embargo, el fenómeno se pasó en
silencio y nadie intentó explicárselo.
En la investigación con la señora Lord, la comisión presenció el fenómeno
de la voz directa y el de las luces fosforescentes después de bien escudriñada
la medium. El informe dice que en otra ocasión la medium estuvo casi todo el
tiempo «restregándose una mano con otra», a pesar de lo cual algunos de los
concurrentes fueron tocados, hallándose a cierta distancia de ella. Puede
juzgarse del estado de ánimo de los investigadores por la observación del
presidente, el cual dijo que «no se contentaría con menos que la fotografía de
un espíritu con un querubín sobre la cabeza, otro en cada hombro y un ángel
recostado sobre su pecho». Para todo espiritista resultará sorprendente que
puedan conseguirse buenos resultados con investigadores que se permiten
tener ocurrencias de esa clase. De todas suertes, en el informe flota la
sospecha de que la medium hace lo que podría hacer cualquier escamoteador.
Ni por un momento consideran los miembros de la comisión que el favor y
asentimiento de los operadores invisibles eran esenciales para la obtención de
los fenómenos y menos que aquellos operadores podían humillarse ante los
más modestos creyentes y desvanecerse en respuesta a los pedantes que
aprovechan la investigación para sus chanzas.
A la vez que resultados verdaderos, pero omitidos en el informe hubo
episodios lamentables para todo espiritista, pero cuya mención debemos
hacer. La comisión registró un caso evidente de fraude por parte de la señora
Patterson, medium especializada en la escritura sobre pizarra, y otros por
parte de Slade. Los últimos días de este medium estuvieron envueltos en el
misterio, y falto de las facultades que, en un principio, eran verdaderamente
notables, apeló a las trampas. El doctor Furness, las describe de modo prolijo,
pero la anécdota, tal como se explica en el informe, más bien parece fruto del
despecho personal contra el medium. Pudo muy bien ser que Slade quisiera
burlarse del doctor, contestando a sus pesadas chanzas que, en efecto, toda su
vida había sido un engaño.
No siempre la comisión —o alguno de sus miembros— procedió
ingenuamente. Así, declaran al principio que basan su informe en sus propios
trabajos, prescindiendo de todo el material que habían recopilado. A pesar de
ello, insertan un largo y adverso informe de su secretario acerca del
testimonio de Zöllner en favor de Slade. Tal informe estaba amañado, como

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se deduce de la declaración de Zöllner a que nos hemos referido en el capitulo
relativo a los experimentos de Slade, en Leipzig. Se suprimió también con
gran cuidado el certificado que dio el más notable de los prestidigitadores de
Alemania, según el cual, los fenómenos de Slade no eran resultado de
trampas. Siempre que el testimonio de un prestidigitador era contrario a la
causa espiritista, como uno de Kellar, lo estampaba la comisión in extenso,
pero pasaba en silencio el caso de otro medium, Eglinton, en que el mismo
Kellar declaró que los hechos obtenidos eran incomprensibles para él.
Al principio de su informe, decía la comisión: «Hemos tenido desde el
principio la fortuna de contar como consejero al hoy difunto Mr. Tomás R.
Hazard, amigo personal de Mr. Seybert, y muy conocido como espiritista».
Mr. Hazard comprendía evidentemente la importancia de cumplir las
condiciones requeridas para las investigaciones experimentales. Describiendo
la entrevista que tuvo con Mr. Seybert, pocos días antes del fallecimiento de
este último, y en la que le prometió actuar como representante suyo en la
futura comisión, Mr. Hazard dice que si aceptó fue únicamente «bien
entendido que había de tener facultades para prescribir los métodos que
debían seguirse en la investigación, designar los mediums que debían ser
consultados y rechazar la presencia de cualquier persona o personas que
estimara podían turbar la armonía y buen orden del círculo de los espíritus».
Pero aquel representante de Míster Seybert no fue complacido
suficientemente por la Universidad. Después de pertenecer a la comisión
durante algún tiempo, Míster Hazard mostróse descontento de algunos de los
miembros y de sus métodos. Así al menos lo declaró en el North American,
de Filadelfia (18 de mayo de 1885), sin duda después de vanos intentos para
inteligenciarse con las autoridades universitarias:
«Sin poner en duda la rectitud de todos y cada uno de los miembros de la
Universidad, ni la alta posición social e intelectual que ocupan, debo decir
que, por error o por lo que sea, han llevado a la comisión para la investigación
del espiritismo, una mayoría de miembros cuya ilustración, hábitos mentales
y prejuicios, descalifican su labor. Si el objeto perseguido ha sido
desacreditar, hacer aborrecer y atraer el desprecio general hacia una causa que
me consta fue simpática al difunto Enrique Seybert, los miembros de la
Universidad no pudieron elegir, entre todos los ciudadanos de Filadelfia,
señores más a propósito que los que constituyen la comisión. Y, repito, no por
causas que afecten a su reputación social, moral e intelectual, sino
sencillamente por sus prejuicios en contra del espiritismo». Posteriormente,
pidió a la comisión que eliminara de su seno a los señores Fullerton,

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Thompson y Koenig. Fundábase, por lo que se refería al primero de aquellos
señores, en que en conferencia dada en la Universidad de Harvard reveló su
parcialidad, en cuestiones de espiritismo, con estas palabras:
«Es posible que el relato del medium que cuenta la vida de una persona,
no sea más que un proceso de transmisión del pensamiento, pues toda persona
que ha recibido tales comunicaciones está cerca del medium y piensa sobre lo
mismo que éste dice… Cuando uno está resfriado siente un zumbido en los
oídos, y las personas lunáticas oyen constantemente ruidos imaginarios. De
modo que tal vez una afección mental o del oído o alguna emoción extraña,
pueda ser la causa verdadera de gran número de fenómenos espiritistas».
Cuando expuso tales juicios, el profesor llevaba ya más de un año
perteneciendo a la comisión.
Mr. Hazard recogió también las siguientes opiniones del doctor Jorge A.
Koening, publicadas en la Fhiladelphia Press, un año después de su
nombramiento de miembro de la comisión:
«Debo confesar, francamente, que me inclino a negar la realidad del
espiritismo, tal como hoy la admite el elemento popular. Mi creencia es que
todos los pseudos mediums son unos charlatanes. Jamás he visto hacer
trampas a Slade, pero según deduzco de lo que acerca de él he oído, es el más
listo de todos los impostores. No creo que la comisión considere con mucho
mayor favor a los otros mediums espiritistas. El más sabio de todos los
hombres puede ser sorprendido. Un hombre puede inventar en una hora más
trampas que las que puede descubrir el sabio en un año».
En fin, Mr. Hazard llevó también a la comisión este juicio del profesor
Roberto E. Thomp, publicado en febrero de 1880, por el Penn’s Monthly:
«Aunque fuera el espiritismo todo cuanto sus campeones le atribuyen, no
tiene la menor importancia para los que poseen la fe cristiana… El espiritismo
se presta a maquinaciones y a equívocos, de las cuales debe huir todo
creyente cristiano».
Semejante florilegio de opiniones da idea de lo capacitados que estaban
los miembros del comité para llevar a cabo lo que Míster Seybert deseaba; es
decir, «una completa e imparcial» investigación sobre el tema.
Un periódico espiritista americano, La Bandera de la Luz, aludiendo a las
protestas de Mr. Hazard, escribió:
«Según nuestras noticias, no se hizo ningún caso de la petición de Mr.
Hazard, y desde luego no se tomó ninguna providencia, ya que los miembros
en cuestión continuaron formando parte de la comisión, figurando sus
nombres al pie del informe provisional. El profesor Fullerton fue y continúa

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siendo secretario; ciento veinte, de las ciento cincuenta páginas del informe
que tenemos ante nosotros, fueron por él escritas y revelan toda su falta de
percepción espiritual y de conocimiento de lo oculto, y hasta podemos decir
que de las leyes naturales, como lo prueba el haber declarado ante un
auditorio de estudiantes de Harvard, que “cuando un hombre experimenta
frío, tiene zumbido de oídos” y “las personas lunáticas oyen constantemente
ruidos que no existen”».
La Bandera de la Luz, continúa:
«Consideramos que el no seguir la comisión Seybert el consejo de Mr.
Hazard, como indudablemente debió hacer, es la clave de su fracaso. La
pobreza de los resultados a que llegó es mayor de lo que el más escéptico
podía esperar. Es un informe de lo que no se hizo más bien que de lo que se
hizo. En la reseña de los trabajos de cada sesión, se ve claro que el profesor
Fullerton ha forzado las cosas para que resalte todo cuanto una inteligencia
superficial podía considerar como prueba de trampas por parte del medium, y
para disimular cuanto puede ser favorable al mismo… Además, se declara en
el informe que cuando estaban presentes todos los miembros de la comisión,
cesaban los fenómenos. Esto justificaba las previsiones de Míster Hazard, y
nadie que haya tenido cierta experiencia en cuestión de mediums, podía
desconocerlo. Los espíritus sabían la clase de elementos con quienes trataban;
quisieron eliminar aquellos que hacían inútiles las experimentaciones, y como
no lo consiguieron ni pudieron vencer la ignorancia, mala fe y prejuicios de la
comisión, los experimentos fracasaron, con lo que la comisión, muy
“prudente en sus opiniones”, decidió que todo ello era un engaño».
Luz también comentó el informe (1887, pág. 391), siendo cuanto dijo tan
oportuno ahora como lo fue en 1887:
«Tomamos nota con satisfacción, pero sin hacernos ilusiones acerca de lo
que puede resultar en vista de los malos métodos de investigación hasta ahora
empleados, de que la comisión se propone continuar sus investigaciones “con
el propósito sincero y honrado que hasta aquí ha demostrado de llegar a un
convencimiento”. Por si ello es así, vamos a darle algunos consejos hijos de
una larga experiencia. La investigación de esos fenómenos ofrece siempre
serias dificultades y cuantas instrucciones se den para practicarla, corren el
riesgo de no ser útiles en todos los casos. Pero sabemos que la condición sine
qua non consiste en la paciente y prolongada experimentación dentro de un
círculo constituido como es debido. No todo depende del medium, sino que
debe formarse el círculo experimentador, variándose de tiempo en tiempo las
personas que lo componen, hasta que se reúnan los elementos más adecuados.

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No podemos decir a la comisión Seybert cuáles deben ser esos elementos; ha
de descubrirlos ella misma. Lo primero que debe hacer es un estudio de la
literatura espiritista y de las variadas características de la mediunidad, antes
de entregarse a los experimentos personales. Y después de hecho esto, cuando
vean lo fácil que es obtener resultados negativos, se hallarán en buena
situación para que sus estudios lleguen a buen fin».
Por desgracia, es innegable que el informe de la comisión Seybert
constituyó durante algún tiempo una rémora en el desenvolvimiento de la
causa de la verdad psíquica… Pero mayor fue el daño que cayó sobre la docta
institución de que aquélla había salido. Es en nuestros días, cuando el
ectoplasma como base física de los fenómenos psíquicos, ha sido determinado
sin la menor sombra de duda para todos aquellos que quieren convencerse de
la evidencia y, sin embargo, sería absurdo pretender que ya no hay nada que
estudiar. A pesar de ello, la comisión Seybert declaró no hallaba bastante
terreno para sus investigaciones. Si, por el contrario, esa comisión hubiera
hecho que la Universidad de Pensilvania se pusiera al frente del movimiento
psíquico, inspirándose en la gran tradición del profesor Hare, ¡qué gloria
hubiera podido alcanzar! Así como el nombre de Newton va unido al de
Cambridge con la ley de la gravitación, Pensilvania pudo haberse vinculado
con el más importante progreso del conocimiento humano. Y lo mismo puede
decirse de otras doctas instituciones europeas que tampoco supieron ver la
gran misión a que estaban llamadas.
Otras investigaciones colectivas hubo, pero menos importantes, por
referirse únicamente a mediums aislados. Tal la emprendida por el «Institut
Général Psychologique», de París. Consistió en tres series de sesiones con la
famosa Eusapia Palladino, durante los años 1905, 1906 y 1907, componiendo
un total de cuarenta y tres. No tenemos la lista completa de asistentes, ni hubo
informe colectivo propiamente tal, pues el único que se conoce es el muy
imperfecto del secretario Monsieur Courtier. Sabemos no obstante, que entre
los investigadores figuraron personas tan distinguidas como Carlos Richet, el
matrimonio Curie, los señores Bergson, Perrin, profesor d’Arsonval, del
Colegio de Francia, y presidente de la Sociedad, el conde de Gramont, el
profesor Charpentier y el rector Debierne, de la Sorbona. El resultado
obtenido fue desastroso para la medium, porque si bien el profesor Richet
garantizó la realidad de sus facultades psíquicas, hubo extrañas artimañas de
Eusapia que causaron el efecto que puede suponerse en aquellas personas para
quienes la materia era una novedad.

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En el informe de M. Courtier figura una especie de diálogo entre los
asistentes que pone de relieve su estado de espíritu harto confuso e impropio
de un comité investigador. Así, los resultados no dan nuevos argumentos, ni
para los escépticos ni para los creyentes. Sin embargo, el Dr. Geley, que
probablemente profundizó más que ninguno en la ciencia psíquica, afirma que
«los experimentos» —no dice que el informe— constituyeron una valiosa
contribución en favor de la materia («L’Ectoplasme et la Clairvoyance»,
1924, pág. 402). Basábase en el hecho de que algunos resultados confirmaban
los que él había obtenido en su propio «Institut Metapsychique», trabajando
con Kluski, Guzik y otros mediums. Las diferencias, dice, están más en los
detalles de lo ocurrido que en lo esencial de la cuestión.
Los experimentadores tomaron grandes precauciones para impedir todo
movimiento a los mediums, lo que se realizó fácilmente, especialmente con
Kluski cuando estaba en trance. Eusapia era también una medium muy
tranquila. Parece que lo característico en ella era una condición intermedia,
cosa que el autor ha observado también en Frau Silbery, Evan Powell y otros
mediums, en que la persona parece en estado normal, y resulta que es
singularmente susceptible de sugestión y de otras influencias mentales. En
tales condiciones es muy fácil suscitar la sospecha de fraude, pues el deseo de
la mayoría de los concurrentes es que ocurra algo que reaccione con fuerza
sobre la mente del medium incapaz de razonar en aquellos momentos. Sin
embargo, en el informe leemos: «Después que las dos manos, los pies y las
rodillas de Eusapia fueron atentamente examinados, la mesa levantose
súbitamente despegándose del suelo las cuatro patas a la vez. Eusapia cerró
sus puños dirigiéndolos hacia la mesa, la cual se levantó completamente hasta
cinco veces seguidas, oyéndose al mismo tiempo cinco golpes. También se
levantó completamente estando las manos de Eusapia sobre la cabeza de uno
de los concurrentes. Igualmente volvió a elevarse a la altura de un pie del
suelo y quedó suspendida en el aire por espacio de siete segundos, mientras
Eusapia tenía una de sus manos sobre la mesa y se había colocado debajo de
ésta una bujía encendida». Figuran así mismo en el informe otras pruebas no
menos concluyentes con la mesa, y el relato de fenómenos de diversa índole.
El gran espiritista francés Gabriel Delanne criticó la timidez del informe
con estas palabras:
«Su autor se contenta con decir “parece” y “al parecer”, como un hombre
que no está seguro de lo que relata. Los que resisten cuarenta y tres sesiones
con buena vista y buenos aparatos de verificación, deben tener una opinión
hecha, y estar en condiciones de decir, por lo menos, si consideran ciertos

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fenómenos como fraudulentos, y si en tal o cual sesión vieron al medium
haciendo trampas. Pero no hay nada de esto. El lector queda siempre en la
incertidumbre; flota sobre todo el informe una vaga sospecha nada más».
El periódico Luz (1909, pág, 356), agregaba:
«Delanne dice que algunos de los experimentos tuvieron éxito en medio
de las enormes precauciones adoptadas, como el uso del negro de humo para
descubrir si Eusapia había tocado realmente los objetos movidos. Pero el
informe pasa por alto deliberadamente esos hechos, relatando, en cambio,
casos ocurridos en otros tiempos y lugares en los cuales Eusapia dícese o
créese que influyó indebidamente en los fenómenos».
También puede considerarse como investigación colectiva de un médium
—la señora Crandon, esposa de un doctor de Boston— la que se llevó a cabo
en los años 1923 a 1925 por un comité designado por el Scientific American y
posteriormente por un limitado comité de hombres de la Universidad Harvard
con el astrónomo Dr. Shapley a su cabeza. Todavía dura la controversia que
provocaron esas investigaciones, y de ello tratamos en el capítulo relativo a
los grandes mediums modernos. Pero podemos anticipar que uno de los
resultados de ellas fue la conversión al espiritismo de dos de sus miembros:
Mr. Malcolm Bird y el Dr. Hereward Carrington. Los demás no llegaron a
ninguna decisión clara, pues tras numerosas sesiones que se celebraron con
arreglo a las condiciones que ellos mismos fijaron y en presencia de
constantes fenómenos, declararon que no podían decir si habían sido
engañados o no. Tenía el comité del Scientific American la tacha de que no
formaba parte de él ningún experto espiritista familiarizado con las cuestiones
psíquicas. Además, uno de sus miembros, el Dr. Prince, era sordo, y otro, el
Dr. McDougall, ocupaba tan elevada posición académica que sin duda temió
salir perjudicado si aceptaba una explicación impopular. El mismo reparo
puede ponerse al comité del doctor Shapley, todo él compuesto de sabios. Sin
que ello signifique que acusamos a los interesados de mala fe, leyendo su
informe y las actas en que aceptaron los resultados de cada sesión, no puede
comprenderse cómo pudieron llegar a un veredicto final de culpabilidad por
fraude. Fueron frecuentes los sambenitos lanzados contra la medium sin razón
alguna. Por lo pronto, el doctor Mark Richardson, de Boston, que asistió a
más de trescientas sesiones, declaró que jamás le asaltó la menor duda
respecto de la autenticidad de los resultados.
El autor ha visto numerosas fotografías de las emisiones ectoplásmicas de
la medium durante aquellas sesiones, y al compararlas con otras semejantes,

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hechas en Europa, no vacila en decir que son incuestionablemente auténticas,
y que el porvenir la rehabilitará contra sus injustos detractores.

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CAPÍTULO XV
EUSAPIA PALLADINO, SU VIDA Y SU
OBRA

Eusapia Palladino señala una etapa importante en la historia de la


investigación psíquica, porque fue la primera medium utilizada en los
fenómenos físicos por gran número de eminentes hombres de ciencia. Las
principales manifestaciones de Eusapia Palladino fueron el movimiento de
objetos sin contacto, la levitación de mesas y otros objetos, la de la propia;
medium, la aparición de rostros y manos materializados, la de luces, y la
ejecución de trozos musicales con distintos instrumentos sin contacto alguno
humano. Como ya hemos visto, todos esos fenómenos los había producido en
fecha anterior el medium D. D. Home, pero Sir Williams Crookes invitó a sus
colegas científicos a comprobarlos y éstos no aceptaron la invitación.
Por primera vez tan extraños hechos iban a ser objeto de prolongadas
investigaciones por parte de hombres de gran reputación científica. Excusado
es decir que todos aquellos experimentadores se mostraron al principio
escépticos y las «precauciones» (esas precauciones frecuentemente necias que
suelen ir contra el mismo objeto que se persigue) estuvieron a la orden del
día. Ningún medium del mundo ha sido más rígidamente tratado que Eusapia
Palladino, y como ésta logró convencer a la inmensa mayoría de los que la
estudiaron, puede decirse que su mediunidad fue realmente excepcional.
Como en tantos casos muchos de los investigadores que asistieron a sus
sesiones carecían de los conocimientos más elementales de la mediunidad y
de las condiciones necesarias para su ejercicio, lo que es factor esencial en el
éxito de los experimentos. De cada mil hombres de ciencia, no hay uno que
reconozca esto, y el hecho de que Eusapia saliera airosa a pesar de tan
tremendas condiciones desfavorables, es una prueba indiscutible de sus
poderes. Aquella mujer iletrada de Nápoles es otro ejemplo más de que los
seres humildes son los llamados a deshacer los sofismas de los hombres
cultos. Eusapia nació el día 31 de enero de 1854, y falleció en 1918. Sus
facultades comenzaron a manifestarse cuando tenía catorce años de edad. Su
madre falleció al darla a luz y su padre cuando Eusapia no tenía más que doce

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años. Los amigos que la recogieron observaron bien pronto que estando todos
sentados a la mesa se levantaba ésta, las sillas comenzaban a bailar, las
cortinas de la habitación se descorrían y los vasos y las botellas entraban en
movimiento. Todos se sometieron a prueba para descubrir quién era el
causante de tales cosas, y así se averiguó que Eusapia era medium. No mostró
el menor interés en el desempeño de su papel como tal y, si consintió en
celebrar algunas sesiones, fue por dar gusto a los amigos que la habían
acogido y evitar que la enviaran a un convento. Al cumplir veintidós años
comenzó su educación psíquica bajo la dirección, según Flammarion, de un
ardiente espiritista llamado Damiani.
Eusapia refiere un hecho muy singular ocurrido en ese primer período.
Había en Nápoles una señora inglesa que se casó con el señor Damiani, a la
cual en una sesión espiritista el espíritu que dijo ser Juan King, le mandó que
fuera a ver a una joven llamada Eusapia, a cuyo fin el espíritu le dio el
nombre, la calle y el número de la casa, añadiendo que dicha joven era una
medium muy poderosa a través de la cual él se manifestaba. La señora
Damiani fue donde le decían y encontró a Eusapia Palladino, de quien jamás
había oído hablar hasta aquel momento. Las dos mujeres tuvieron una
conferencia, durante la cual Juan King sometió a su dominio a la medium,
convirtiéndose desde entonces en su guía o director. La primera aparición de
Eusapia Palladino en el mundo científico europeo, fue bajo los auspicios del
profesor Chiaia, de Nápoles, el cual publicó, en 1888, en un periódico de
Roma, una carta dirigida al profesor Lombroso, detallando sus experimentos
con lamedium e invitando al célebre alienista a examinarla por sí mismo.
Hasta 1891 no aceptó Lombroso aquella invitación, celebrando en febrero de
dicho año dos sesiones con Eusapia. Lombroso quedó tan convencido, que
escribió: «Me siento confundido y apenado por haber combatido tantas veces
la posibilidad de los hechos llamados espiritistas». Su conversión determinó a
importantes hombres de ciencia de Europa a emprender diversos trabajos de
investigación psíquica, y la Palladino quedó sometida por espacio de varios
años a sesiones encaminadas a demostrar la realidad de los fenómenos. Las
sesiones de Lombroso fueron seguidas por la de la comisión de Milán en
1892, asistiendo a ellas el profesor Schiaparelli, director del Observatorio de
Milán; el profesor Gerosa, catedrático de Física; Ermacora, doctor en
Filosofía; Aksakof, consejero de Estado del emperador de Rusia; Carlos Du-
Prel, doctor en Filosofía de Munich, y el profesor Carlos Richet, de la
Universidad de París. Hubo diez y siete sesiones, tras las cuales siguieron las
investigaciones de Nápoles, en 1893; de Roma, en 1893 − 4; de Varsovia y

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Francia, en 1894, la última de las cuales bajo la dirección del profesor Richet,
Sir Oliver Lodge, Mr. F. W. H. Myers y Dr. Ochorowicz; de Nápoles, en
1895, y el mismo año, de Cambridge, en casa de Mr. F. W. H. Myers, con la
presencia del profesor y la señora Sigdwick, Sir Oliver Lodge y el Dr.
Ricardo Hodgson. La serie continuó en 1895 en Francia, en casa del coronel
De Rochas; en 1896, en Tremezzo, en Auteil y en Choisy Ybrac; en 1897, en
Nápoles, Roma, Montfor y Budeso; en 1898, en París, en presencia de un
comité científico, compuesto de los señores Flammarion, Carlos Roch, A. de
Rochas, Victoriano Sardou, Julio Claretie, Adolfo Bisson, G. Delanne, G. de
Fontenay y otros; en 1901, en el Club Minerva, de Génova, en presencia de
los profesores Porro, Morselli, Bozzano, Benzzano, Lombroso, Massalo y
otros. Hubo otras muchas sesiones de experimentación con asistencia de
hombres científicos, tanto de Europa como de América. El profesor Chiaia, en
su carta al profesor Lombroso, ya citada, da la siguiente pintoresca
descripción de los fenómenos obtenidos con Eusapia:
«Se trata de una mujer casi inválida que pertenece a la clase más humilde
de la sociedad. Tiene cerca de treinta años de edad y es muy ignorante; su
aspecto no tiene nada de fascinador ni parece dotada del poder que los
criminólogos modernos llaman irresistible; pero cuando así lo desea, lo
mismo de día que de noche, puede tener cautivo a un auditorio una o dos
horas con los más sorprendentes fenómenos. Ya atada a una silla o con las
manos fuertemente cogidas por uno de los asistentes, atrae hacia sí los
muebles que la rodean, los levanta, los mantiene suspendidos en el aire como
el sepulcro de Mahoma, y hace que vuelvan a sus puestos con movimientos
ondulatorios, como si obedecieran a su voluntad. Aumenta el peso de los
mismos o lo disminuye a su gusto. Produce ruidos en las paredes y el suelo,
con cadencia y ritmo sutil. Contestando a las preguntas de los espectadores,
vense a veces efluvios de electricidad que surgen de su cuerpo y la envuelven,
así como a los espectadores de tan maravillosas escenas. Escribe o dibuja en
el papel que sujetáis con vuestras propias manos todo cuanto deseáis —
números, nombres, figuras, frases— con sólo alargar el brazo y señalar hacia
el lugar donde estáis.
»Si colocáis en un rincón de la habitación una vasija conteniendo
escayola, al cabo de unos momentos notáis en ella la impresión de una mano
o la imagen de un rostro (de frente o de perfil), en forma que os permite sacar
luego el molde. De esta manera se han obtenido retratos de diferentes
dimensiones.

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»Esa mujer se eleva en el aire, a pesar de todas las ligaduras con que se la
ate. Reposa en el aire como en un lecho, contra todas las leyes de la gravedad;
toca instrumentos musicales —órganos, tambores, campanillas—, sin que sus
manos se posen en ellos, como si fueran accionados por el aliento de gnomos
invisibles… A veces, esa mujer aumenta de estatura más de cuatro pulgadas».
El comité de Milán (1892), que investigó con Eusapia después que
Lombroso, dice en su informe:
«Es imposible calcular el número de veces que apareció la mano y fue
tocada por nosotros… No cabe duda alguna. Era una mano viviente, que
veíamos y tocábamos, viendo al mismo tiempo el pecho y los brazos de la
medium, cuyas manos sujetaban las personas que estaban a cada uno de sus
lados».
Muchos fueron los fenómenos que se registraron a la luz de las bujías y de
una lámpara de petróleo. Muchos también los ocurridos a plena luz, estando
la medium en trance. El doctor Ochorowicz persuadió a Eusapia para que
visitara Varsovia, en 1894. A los experimentos que allí se llevaron a cabo,
asistieron eminentes hombres y mujeres pertenecientes a círculos científicos y
filosóficos, obteniéndose parciales o completas levitaciones de mesas y
muchos otros fenómenos físicos. En tales levitaciones, fueron visibles a plena
luz los pies de la medium, estando sujetos por alguno de los asistentes,
arrodillado debajo de la mesa.
Con referencia a las sesiones celebradas en casa del profesor Richet (en
Ile Roubaud), 1894, Sir Oliver Lodge, dice en comunicación dirigida a la
Sociedad Inglesa de Investigación Psíquica:

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Sir Oliver Lodge

«Como quiera que se juzguen los hechos, estoy obligado a admitirlos. No


hay en mi mente espacio para la duda. Toda persona exenta de prejuicios que
los presencie, llegará a la misma conclusión, o sea que ciertas cosas que hasta
ahora parecían imposibles, pueden ocurrir… El resultado de mis experiencias
ha sido convencerme de que ciertos fenómenos que habían pasado por
anormales, pertenecen al orden natural, y como corolario de ello, que tales
fenómenos deben ser investigados por las personas y las sociedades
interesadas en el progreso de la ciencia». (Diario, S. P. R., vol. VI, nov. 1894,
págs. 334 − 360).
En la reunión en que fue leída la comunicación de Sir Oliver Lodge, Sir
Villiams Crookes, llamó la atención del auditorio acerca de la semejanza de
los fenómenos obtenidos por Eusapia Palladino con los de Home.
La comunicación de Lodge fue duramente criticada por el doctor Ricardo
Hodgson, a la sazón en los Estados Unidos, y como consecuencia de ello,
Eusapia Palladino y el Dr. Hodgson, fueron invitados a Inglaterra a una serie
de sesiones que se verificaron en Cambridge, en casa de Mr. F. W. H. Myers,

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durante los meses de agosto y septiembre de 1895. Los «Experimentos de
Cambridge», según fueron llamados, no tuvieron éxito en su mayoría,
pretendiéndose que se sorprendió a la medium repetidamente en fraude.
Mucho se escribió por unos y otros en la aguda controversia que siguió a las
sesiones. Baste decir que los observadores más competentes rechazaron el
veredicto lanzado contra Eusapia, condenando, decididamente, los métodos
adoptados por el grupo de los experimentadores.
Conviene recordar a este propósito que un periodista americano, con
ocasión de la visita de Eusapia a aquel país, preguntó atrevidamente a la
medium si había sido sorprendida alguna vez haciendo trampas. He aquí la
franca contestación de Eusapia: «Muchas veces me han preguntado lo mismo.
Hay personas que, al sentarse alrededor de la mesa, aguardan siempre
trampas, y en resumidas cuentas, las ansían. Yo me encuentro en trance, y
como nada ocurre, los otros se muestran impacientes, pensando en las
trampas, nada más que en las trampas, con todo el cerebro concentrado en esa
idea. Yo, es claro, contesto automáticamente, pero no siempre. Los
impacientes esperan que realice lo que desean, y de ahí su descontento. Eso es
todo».
Con respecto a la acusación de fraude lanzada por los experimentadores
de Cambridge, hay que observar: primero, que como indicó el Dr. Hereward
Carrington, varios experimentos llevados a cabo con el fin de repetir los
fenómenos por medios fraudulentos, terminaron en el más completo fracaso
casi siempre; segundo, que los asistentes a aquellas sesiones ignoraban en
absoluto la existencia y producción de lo que pudiera llamarse «extremidad
ectoplásmica», fenómeno ya observado antes en el caso de Slade y de otros
mediums. Carrington dice: «Todas las objeciones hechas por la señora
Sidgwick se vienen abajo si se supone que Eusapia materializa durante un
cierto tiempo un tercer brazo, que es el que produce aquellos fenómenos y
que luego es absorbido por su propio cuerpo al finalizar el experimento». Por
extraño que pueda parecer, esa es la conclusión a que conducen abundantes
pruebas. Ya en 1894, Sir Oliver Lodge vio lo que llama una «apariencia de
extremidades suplementarias» que surgían del cuerpo de Eusapia o muy cerca
de él. Con la seguridad que da a veces la ignorancia el Diario de la Sociedad
de Investigación Psíquica, en el cual se publicó la comunicación de Sir
Oliver, comentó la observación de éste en la forma siguiente: «Apenas es
necesario decir que esos brazos “espiritistas” saliendo del cuerpo de la
medium es prima facie una circunstancia que hace pensar en seguida en la
trampa».

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Pero posteriores investigadores científicos confirmaron plenamente la
conjetura de Sir Oliver Lodge. Así, el profesor Bottazzi declaró:
«En otra ocasión, la misma mano se colocó en mi antebrazo derecho, sin
apretarlo. Esta vez no sólo puse mi mano izquierda sobre ella, sino que miré,
con lo cual pude ver y sentir al mismo tiempo: era una mano humana de color
natural y sentí en la mía los dedos y el dorso de ella tibios, nerviosos, ásperos.
La mano se disolvió, y (lo vi con mis propios ojos) se hundió en el cuerpo de
la señora Palladino, describiendo una curva. Confieso que sentí dudas acerca
de si la mano izquierda de Eusapia se había soltado de mi mano derecha para
tocar mi antebrazo, pero me di cuenta en seguida de que esa duda no tenía
fundamento, porque nuestras dos manos estaban aún en contacto como antes.
Aunque todos los fenómenos que observé en las siete sesiones se borraran de
mi mente, aquél resultaría siempre inolvidable para mí».
El profesor Galeotti, en Julio de 1908, vio claramente lo que llamó
«duplicación de la mano izquierda de la medium», exclamando: «¡Veddos
brazos izquierdos idénticos en apariencia! Uno sobre la mesita, y es el que
toca el señor Bottazzi, y otro que parece surgir del hombro de la medium
siendo absorbido nuevamente por su cuerpo. ¡Ved que no se trata de una
alucinación!». En la sesión que se celebró en julio de 1905 en casa de M.
Berisso, estando las manos de Eusapia bien vigiladas y visibles para todos los
reunidos, el Dr. Venzano y otros de los presentes, «vieron distintamente una
mano y un brazo cubierto por una obscura manga, salidos de la parte anterior
y superior del hombro derecho de la medium». Otros testimonios parecidos
sobre el mismo fenómeno, podríamos aportar aquí.
Como dato para el estudio de las complejidades de la mediunidad,
especialmente la de Eusapia referiremos este caso: «En una sesión con el
profesor Morselli, Eusapia fue sorprendida al desasir la mano que le tenía
cogida el profesor y extenderla para alcanzar una trompeta que estaba encima
de la mesar. Se le impidió realizar el acto, diciendo el informe acerca de este
incidente»:
«En aquel momento, cuando la fiscalización era más rigurosa que nunca,
la trompeta se levantó de la mesa y desapareció en la cabina, pasando entre la
medium y el Dr. Morselli. Era indudable que la medium había intentado
realizar con su Y mano lo que después hizo medianímicamente. Resultó
inexplicable aquél inútil y tonto intento de trampa. No hay duda acerca del
caso: la medium no pudo llegar con su mano hasta la trompeta, y aunque
hubiera llegado, no le habría sido posible llevar ésta hasta la cabina, que
estaba a sus espaldas».

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Hay que observar que uno de los ángulos de la habitación tenía un
cortinaje para formar lo que se llama la cámara o cabina (es decir, el espacio
limitado donde el medium recoge la «fuerza») y que Eusapia, al revés de los
otros mediums, se situaba fuera de dicho espacio a un pie de distancia del
cortinaje, colocado detrás de ella.
La Sociedad de Investigación Psíquica decidió en 1895, que todos los
fenómenos de Eusapia eran fraudulentos, de modo que no tenía ya por qué
ocuparse más de ellos. Pero en el continente, grupo tras grupo de
investigadores científicos, que adoptaban siempre las más rigurosas
precauciones, siguieron avalando las facultades de Eusapia. Más tarde, en
1908, la Sociedad de Investigación Psíquica decidió proceder a nuevas
comprobaciones con esa medium, designando para ello a tres de sus más
escépticos miembros. Uno de ellos, Mr. W. W. Baggally, vocal del Consejo,
había investigado los fenómenos psíquicos durante más de treinta y cinco
años, y durante dicho tiempo —con excepción tal vez de algunos lances en
una sesión con Eusapia, pocos años antes— jamás, según se dijo, presenció
un solo fenómeno verdadero. «A través de todas sus investigaciones sólo
descubrió trampas y nada más que trampas». Era además un hábil
escamoteador. Otro de los miembros, Mr. Everad Feiling, secretario de la
Sociedad, había también investigado durante diez años, pero «durante todo
aquel tiempo jamás presenció un solo fenómeno que le pareciera
definitivamente probado» con excepción, tal vez, de un caso en una de las
sesiones con Eusapia. En fin, el tercero, Dr. Hereward Carrington, aunque
había asistido a innumerables sesiones, podía decir también que «jamás había
visto una sola manifestación de orden psíquico verdaderamente auténtica».
A primera vista, esta coincidencia entre los tres investigadores parece
aplastante contra el espiritismo. Pero lo cierto es que, en la investigación con
Eusapia Palladino, aquel trío de escépticos encontró su Waterloo. El relato de
sus largas y pacientes investigaciones con la medium en Nápoles, lo hallará
quien lo desee en la obra de Carrington «Eusapia Palladino y sus fenómenos»
(1909).
Todas las investigaciones llevadas a cabo por los hombres de ciencia en el
continente, distinguiéronse por su escrupulosidad. Ejemplo de ello es que el
profesor Morselli anotó nada menos que treinta y nueve distintos tipos de
fenómenos registrados en las sesiones con Eusapia Palladino.
Merecen ser mencionados algunos de los hechos ocurridos en aquellas
sesiones, hechos que pueden clasificarse bajo la denominación de «pruebas
irrefutables». Hablando de una sesión celebrada en Roma en 1894, y a la que

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asistieron el profesor Richet, el Dr. Schrenck Notzing, el profesor Lombroso
y otros, dice el informe correspondiente:
«Con el deseo de obtener el movimiento de un objeto sin contacto,
colocamos un trozo de papel doblado en forma de A debajo de un vaso, y
sobre un disco de cartón ligero… No habiendo tenido éxito en esta prueba no
quisimos fatigar a la medium, y dejamos el aparato sobre la mesa grande,
alrededor de la cual estábamos; luego nos sentamos cada cual en su puesto,
alrededor de la mesa pequeña, no sin haber cerrado cautelosamente todas las
puertas, cuyas llaves pedí a mis invitados que guardaran en sus bolsillos, para
que no fuéramos acusados de no haber tomado todas las precauciones
necesarias.
»La luz fue apagada. En seguida oímos resonar el vaso de cristal en
nuestra mesa, y habiendo entonces encendido la luz, lo encontramos en medio
de nosotros, pero invertido y cubriendo el trozo de papel; sólo había
desaparecido el cartón. Fue en vano que lo buscáramos. La sesión había
terminado. Acompañé a mis invitados hasta el recibimiento. M. Richet abrió
la puerta —perfectamente cerrada por la parte interior— y cuál no sería su
sorpresa viendo cerca del umbral al otro lado de la puerta, en la escalera, el
disco que habíamos buscado durante tanto rato. Lo recogió y todos pudimos
convencernos de que se trataba del mismo cartón que habíamos colocado
debajo del vaso de cristal».
Otra sólida prueba es la que obtuvo M. de Fontenay fotografiando varias
manos que aparecieron sobre la cabeza de Eusapia, y en una de esas
fotografías pueden verse las manos de la medium fuertemente sujetas por los
investigadores. Reproducciones de esas fotografías figuran en los «Anales de
la Ciencia Psíquica» (abril, 1908, págs. 181 y sig.).
En la sexta y última sesión de la serie de Gónova, con el profesor
Morselli, en 1906 − 7, se imaginó un procedimiento de los más eficaces
contra toda posibilidad de fraude. La medium fue atada en un lecho con
vendas fuertes y anchas, como las que se usan en los asilos para sujetar a los
locos, insustituíbles para ligar fuertemente sin cortar la carne. Morselli, con su
experiencia de alienista, realizó la operación, asegurando, sobre todo, los
tobillos y las muñecas de Eusapia. Después de haber encendido una lámpara
eléctrica de diez bujías, la mesa, que estaba libre de todo contacto, empezó a
moverse apareciendo al propio tiempo luces y una mano. Luego se abrió la
cortina de la cabina, viéndose a la medium que seguía tendida y atada con
toda seguridad. «Los fenómenos —dice el informe— eran inexplicables,

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considerando que la posición de la medium hacía imposible todo movimiento
por su parte».
Podríamos referir aquí muchos casos de materializaciones realizados por
Eusapia. Citaremos dos bien convincentes. Tomamos la primera de la obra del
Dr. José Venzano, «Anales de Ciencia Psíquica». (Vol. VI, pág. 164,
septiembre 1907). La luz de una bujía permitía ver el rostro de la medium: «A
pesar de la escasez de la luz, podía ver a la Palladino y a todos los presentes.
Súbitamente, noté que detrás de mí había una forma bastante alta, que
inclinaba la cabeza sobre mi hombro izquierdo, sollozando tan fuertemente,
que todos la oímos; la forma me besó repetidas veces. Observé claramente las
líneas de su rostro y sentí su hermosa y abundante cabellera en contacto con
mi mejilla izquierda: tuve, pues, la certeza de que se trataba de una mujer.
Luego empezó a moverse la mesa, y por medio de la tiptología, dio el nombre
de una persona perteneciente a la familia de uno de los presentes, totalmente
desconocido para mí. Había muerto hacía algún tiempo y a causa de
incompatibilidad de carácter con su familia, su vida se vio llena de disgustos.
Hasta tal punto no esperaba yo aquella contestación tiptológica que, al
principio, creí que se trataba de una coincidencia de nombres, pero mientras
me hacía mentalmente esta reflexión, sentí una boca y un hálito caliente rozar
mi oreja izquierda y murmurar en voz baja, en dialecto genovés, una serie de
frases cuyo susurro podían oirlo los demás concurrentes. Eran frases
entrecortadas por la congoja y con las que pedía perdón por el daño que había
hecho, dando prolijos detalles relativos a las aludidas cuestiones de familia,
que sólo podía reconocer la persona interesada. El fenómeno parecía tan real,
que me vi obligado a contestar a aquellas frases. Pero apenas había
pronunciado las primeras sílabas, cuando dos manos se posaron con
delicadeza exquisita en mis labios para impedir que continuara. La forma
díjome entonces: “Gracias”, me abrazó y besó y después desapareció».
El otro caso ocurrió en París, el año 1898, estando presente a la sesión M.
Flammarion. M. Le Bocain, dirigiéndose a un espíritu materializado, díjole en
lengua árabe: «Si eres realmente tú, Rosalía, la que estás entre nosotros,
levántame el pelo de la cabeza tres veces seguidas». Diez minutos después,
cuando M. Le Bocain había olvidado lo pedido, sintió que le levantaban el
pelo tres veces, tal como había deseado. «Certifico —dice— este hecho, que
constituyó al mismo tiempo para mí la prueba más convincente de la
presencia de un espíritu familiar entre nosotros». Añade que huelga decir que
Eusapia Palladino no conocía una palabra de árabe.

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Muchos adversarios del espiritismo objetan que los testimonios en pro de
los fenómenos ocurridos en las sesiones tienen poco valor porque los
observadores ignoran, por lo general, los recursos de los embaucadores. En
Nueva York, el año de 1910, en una sesión dada por Eusapia, el Dr.
Carrington se hizo acompañar por Mr. Howard Thurston, al cual se
consideraba como el más notable escamoteador de todo América. Mr.
Thurston, que ató los pies y manos de la medium y dispuso de buena luz
durante el experimento, escribe:
«Vi la elevación de la mesa… y estoy plenamente convencido de que los
fenómenos que presencié no son obra de la trampa, ni fueron ejecutados con
ayuda de pies, manos o rodillas».
Mr. Thurston ofreció regalar mil dólares a una institución benéfica si
alguien probaba que aquella medium levantaba la mesa recurriendo a fraudes
de cualquier especie.
Se preguntará cuál fue el resultado de tantos años de investigación
realizada con aquella medium. Cierto número de hombres de ciencia
sostienen que el «espíritu» es la última hipótesis a que hay que apelar cuando
se busca la causa de los fenómenos obtenidos con Eusapia, y acuden a
ingeniosas razones para explicarles, sin negarlos.
El coronel De Rochas los atribuye a la que llamó «exteriorización de la
motricidad». M. de Fontenay habló de la teoría dinámica de la materia; otros
creen en la «fuerza ecténica» en la «conciencia colectiva» y en la acción de la
mente subsconciente, pero todos los casos que demostraron ser auténticos, en
los que la actuación de una inteligencia independiente se hubo de revelar con
toda claridad, hacen insostenibles todas aquellas explicaciones. Por ello otros
experimentadores viéronse obligados a aceptar la hipótesis espiritista como la
única que podía explicar todos los fenómenos de una manera racional. El Dr.
Venzano dice:
«En la mayor parte de las formas materializadas que comprobamos con la
vista, el oído o el tacto, hemos podido reconocer semejanzas con personas
fallecidas, generalmente parientes nuestros, desconocidos para la medium y
conocidos tan sólo de los que presenciábamos los fenómenos».
Carrington, por su parte, refiriéndose a la opinión de la señora Sidgwick,
según la cual es inútil hablar de si los fenómenos tienen carácter espiritista o
dependen de «alguna ley biológica desconocida», antes de que queden bien
probados, escribe: «Debo decir que antes de organizar mis sesiones,
participaba de la opinión de la señora Sidgwick… Pero ahora estoy
plenamente convencido de que los fenómenos ocurren, y siendo esto así,

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surge, naturalmente, ante mí, la necesidad de saber interpretarlos… Creo que
la hipótesis espiritista, no sólo está justificada, sino que es la única capaz de
explicar racionalmente los hechos». («Eusapia Palladino y sus fenómenos»,
por Hereward Carrington, página 250 − 1).
La mediunidad de Eusapia Palladino no fue más patente que la de otros,
pero aventajó a todos en lo tocante a atraer la atención de hombres de
responsabilidad moral y de nombradía cuyos escritos acerca de los fenómenos
obtenidos tienen, naturalmente, mayor fuerza de convicción que los relatos de
personas menos autorizadas.
Con Eusapia quedó demostrada la realidad de muchos hechos que la
ciencia ortodoxa no aceptaba. Pero ya se sabe que es más fácil negar los
fenómenos que explicarlos, lo que justifica perfectamente tan cómoda actitud.
Muchos consideraron que la mediunidad de Eusapia era tan sólo fruto de
sus fraudes, conscientes o inconscientes. Con eso no hacen más que engañarse
a sí mismos. Está, sí, fuera de duda que hubo simulaciones, y el mismo
Lombroso las describe de la manera siguiente, a pesar de certificar y garantir
la validez de la mediunidad de Eusapia:
«Muchas son las ingeniosas trampas de que se vale, tanto en estado de
trance (inconscientemente) como fuera de él, por ejemplo: desprendiendo una
de sus dos manos, sujetas por los investigadores, para mover objetos que
están a su alcance; levantando lentamente las patas de la mesa con una de sus
rodillas y uno de sus pies, y haciendo como que se arregla el cabello para
arrancarse uno y dejarlo furtivamente en el platillo de un pesacartas a fin de
que baje. Faifofer la sorprendió antes de comenzar una sesión, cogiendo
solapadamente unas flores del jardín para fingir que eran “aportes”,
aprovechando para ello la obscuridad de la habitación… Con todo, su más
profunda pena consiste en que la acusen de fraude durante las sesiones,
acusación, que, en efecto, es muchas veces injusta, porque estamos bien
seguros ahora de que, por ejemplo, las extremidades fantasmales se añaden a
su cuerpo contra la creencia que se abrigaba de que eran sus propias
extremidades sorprendidas en el momento de hacer trampa».
En su visita a América, hacia el fin de su vida, es decir, estando ya muy en
decadencia sus facultades, fue sorprendida en tan burdas trampas, ofendiendo
de tal modo a los espectadores que éstos protestaron, pero Howard Thurston,
el famoso prestidigitador, cuenta cómo en más de una ocasión logró que se la
perdonara y continuó las sesiones, hasta obtener indudables materializaciones.
Otro testigo de episodios de ese género, refiere que en el momento de echarla

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en cara que movía con la mano los objetos que estaban a su alcance, otro
objeto, al que le era imposible llegar, se movió solo.
Este es un caso muy peculiar, pues puede decirse con toda certeza que si
ningún medium demostró nunca mejor que ella tener fuerzas psíquicas,
tampoco ninguno aprovechó tanto las ocasiones para embaucar a la gente.
Eusapia padecía una depresión del hueso parietal, debida, según parece, a
un accidente sufrido en su niñez. Tales defectos físicos son muchas veces
correlativos con una fuerte mediunidad, como si el defecto corporal produjera
lo que podría llamarse una dislocación del alma, con la facilidad de quedar
libre ésta para una acción independiente. Así se explica también que la
mediunidad de la señora Pipers fuera consecutiva a dos operaciones, y la de
Home a una diatesis tubercular, aparte otros casos que podríamos citar. Era
una histérica, violenta, desagradable; lo que no quiere decir que careciese de
buenas cualidades. Lombroso afirma que tenía una «particular bondad de
corazón que la impulsaba a gastar lo que ganaba con los pobres y los niños, y
a sentir las desventuras de muchos desgraciados, al extremo de no dormir
muchas noches pensando en ellos. La misma bondad de corazón hacía que
amara y protegiera a los animales maltratados». Brindamos estas palabras del
ilustre criminólogo a la atención de aquellos que creen que las fuerzas
psíquicas son cosas del diablo.

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CAPÍTULO XVI
GRANDES MEDIUMS DESDE 1870 A
1900: CARLOS H. FOSTER. —MADAME
D’ESPERANCE. —GUILLERMO
EGLINTON. —STAINTON MOSES

Hubo muchos mediums notables y conocidos en el período de 1870 a 1900.


Ya hemos mencionado a D. D. Home, Slade y Monck. Otros cuatro cuyos
nombres perdurarán en la historia del movimiento, son el americano C. H.
Foster, Madame d’Esperance, Eglinton y el Rev. W. Stainton Moses. Vamos
a dar una breve referencia de ellos.
Carlos H. Foster tuvo la fortuna de contar con un biógrafo que al mismo
tiempo era un admirador, tanto que le llama «el más grande mediums
espiritistas desde Swedenborg». Hay la tendencia por parte de los escritores a
exagerar las facultades de los mediums con quienes estuvieron en contacto.
No obstante, Mr. Jorge C. Barlett, el autor a que aludimos, prueba en su libro
«El vidente de Salem» que Foster, con quien tuvo amistad, fue realmente un
medium muy notable. Su fama no se limitó a América, pues viajó
intensamente, visitando Australia y la Gran Bretaña. En este último país hizo
amistad con Bulwer Lytton, estuvo en Knebworth, y quedó convertido por el
novelista en el personaje más saliente de su obra, «Un cuento extraño».
Foster fue un vidente de primera fuerza, estando dotado del don especial
de obtener el nombre o las iniciales de los espíritus evocados. Aquel
fenómeno lo repitió tantas veces y fue tan meticulosamente examinado, que
no puede ponerse en duda. Cuál pueda ser su causa, es ya otra cuestión. Había
varios puntos en la mediunidad de Foster que sugerían la existencia de una
vasta personalidad medianímica, mejor que la de una sola inteligencia
exterior. Por ejemplo, es francamente increíble que los espíritus de los
grandes desaparecidos como Virgilio, Camoens y Cervantes, estuvieran
esperando la llegada de aquel iletrado ciudadano de Nueva Inglaterra para
romper su silencio, y no obstante tenemos la autoridad de Bartlett a favor del
hecho, ilustrado con varias citas, de que mantuvo conversación con tales

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entidades, las cuales se hallaron prontas a dictarle pasajes escogidos de sus
numerosas obras.
Tal caso de familiaridad con la literatura, completamente en desacuerdo
con la capacidad del medium, se parece al de los libros de consulta tan
frecuentes en estos tiempos, en los que vemos la cita de una línea de cada uno
de los libros de toda una biblioteca. No es precisa la presencia efectiva del
autor de cada volumen; basta un indefinido poder para desprender el yo etéreo
del medium, u otra entidad capaz de reunir los informes o referencias
deseados en una forma sobrenatural. Los espiritistas han extremado tanto el
caso, que realmente no es posible atribuir a todos los fenómenos psíquicos el
valor que ellos les dan. El autor confiesa que con mucha frecuencia nada ha
podido impedir a un medium consultar y enterarse de las obras que cita.
La facultad peculiar de Foster relativa a los nombres de los espíritus, tuvo
algunos resultados cómicos. Bartlett describe la consulta hecha por Mr.
Adams a Foster: «Al marcharse Adams, dijo Foster que jamás en toda su
larga experiencia medianímica había conocido individuo con más espíritus
parientes… hasta el punto de que la habitación estaba llena de ellos, yendo y
viniendo de un lado para otro. A eso de las dos de la madrugada del día
siguiente, Foster vino a visitarme… diciéndome: “Jorge, ¿quiere usted hacer
el favor de encender el gas? No puedo dormir; todavía tengo mi habitación
llena de la familia de Adams y parece que están dedicados a poner sus
nombres sobre mí”. Y con gran asombro mío apareció ante mi vista toda una
serie de nombres de la familia Adams estampados sobre su cuerpo. Conté
hasta once nombres distintos, uno escrito en la frente, otros en los brazos y
varios en la espalda». Tales acontecimientos pueden servir para dar pábulo a
los que se burlan de todo, pero yo creo que quienes se reirán más y mejor son
los entes del Más Allá.
Ese don de la aparición de letras rojas como sangre en la piel de Foster,
puede compararse al conocido fenómeno de los estigmas que aparecen en las
manos y los pies de los grandes devotos cuando se sumen en profundas
adoraciones. En el caso de éstos, la concentración del pensamiento sobre un
punto determinado da esos resultados. En el de Foster podía ser que la
concentración de una entidad invisible produjera igual efecto. No hay que
olvidar que todos somos espíritus, y como tales tenemos las mismas fuerzas,
aunque en grado diferentes.
Las opiniones de Foster acerca de su propia condición, fueron muy
contradictorias, pues frecuentemente declaró, como Margarita Fox-Kane y los
Davenport, que él no aseguraba que sus fenómenos fueran obra de entes

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espirituales, mientras, por otra parte, todas sus sesiones eran ofrecidas como
si realmente estuvieran bajo la dirección de un espíritu. Lo mismo que D. D.
Home, abundó en críticas contra los demás mediums, y, por ejemplo, jamás
creyó en las facultades fotográficas de Mumler, a pesar de que tales facultades
estaban tan demostradas como las suyas propias. Tuvo en grado exagerado el
espíritu inconstante de los mediums típicos, fácilmente sometidos a toda clase
de influencias. Su amigo Bartlett, que tan bien le conocía, dice hablando de
él:
«Había en él un dualismo extravagante. No era únicamente el Dr. Jekyll y
Mr. Hyde a la vez, sino que encarnaba al mismo tiempo media docena de
Jekylls y de Hydes. Junto a maravillosas dotes tenía horribles deficiencias.
Era un genio sin equilibrar y hasta un lunático a veces. Por otra parte, tenía un
gran corazón; lloraba por cualquier contrariedad, daba su dinero a los pobres,
y todas las fibras de su sensibilidad vibraban con la desgracia ajena.
»Otras veces ocurría todo lo contrario y se mostraba un perfecto
desalmado. Se volvía displicente, o con la inconsciencia de un niño; abusaba
de sus amigos sin la menor consideración. Disgustó a muchos de ellos, como
un caballo indómito a su jinete; en este sentido puede decirse que Foster era
un caballo sin riendas. Si por un lado no tenía vicios, por otro era
absolutamente imposible de dirigir. Escogía el primer camino que se
presentaba a su vista, aunque fuera el peor. No tenía la menor previsión, por
lo que vivía al día, sin preocuparse del mañana. Hacía exactamente lo que le
venía en gana, sin reparar en las consecuencias. Jamás tomaba consejo del
prójimo, sencillamente porque le era imposible seguirlo. Parecía impenetrable
para los demás, aunque a veces se acomodaba al menor deseo ajeno. Su salud
se conservó buena hasta el final de sus días. Cuando se le preguntaba:
“¿Cómo va esa salud?”, su contestación favorita, era: “Excelente. Estoy que
reviento de salud”. La misma contradictoria naturaleza que en lo demás
demostró en sus trabajos. Algunos días trabajaba desde por la mañana hasta
las altas horas de la noche, bajo un tremendo esfuerzo mental. Y otras veces
estaba semanas enteras en la inacción, sin hacer nada absolutamente, gastando
centenares de dólares y desorientando a la gente, sin razón aparente alguna,
sencillamente porque se sentía holgazán».
El segundo medium a que nos vamos a referir, es Madame d’Esperance,
cuyo verdadero nombre fue señora Hope, la cual nació en 1849, cultivando la
mediunidad durante treinta años, y extendiendo sus actividades a todo el
continente europeo y a la Gran Bretaña. Quien primero la dio a conocer al
público fue T. P. Barkas, conocido ciudadano de Newcastle. En aquella

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época, la medium era una joven de mediana ilustración. Sin embargo, cuando
estaba en semitrance, llegaba a un alto grado de sabiduría y conocimiento.
Barkas relata cómo preparaba él largas listas de preguntas referentes a todos
los ramos del saber, siendo las contestaciones rápidamente escritas por la
medium generalmente en inglés, pero también a veces en alemán y hasta en
latín. Mr. Barkas, al describir aquellas sesiones, dice:
«Debe admitirse por todo el mundo que nadie por medios normales puede
contestar con todo detalle a cuestiones abstrusas pertenecientes a los más
difíciles ramos de la ciencia completamente desconocidos por parte del que
contesta; debe además admitirse que nadie puede normalmente ver y dibujar
con precisión minuciosa en una obscuridad completa; que nadie, con los
medios naturales de la visión puede leer el contenido de cartas cerradas, en
plena obscuridad; que nadie que desconozca en absoluto el alemán, puede
escribir con rapidez y propiedad largas comunicaciones en alemán. Pues bien,
todos esos fenómenos los realizó la medium, y están tan bien demostrados,
como puedan estarlo los sucesos corrientes de la vida diaria».
Sin embargo, no siendo aún conocidos los límites a que puede llegar la
fuerza que produce la liberación total o parcial del cuerpo etéreo, no podemos
atribuir tales manifestaciones a la intervención de los espíritus. Es posible que
no sean más que una manifestación notable de la individualidad psíquica.
Pero la fama de Madame d’Esperance como medium tiene por base varios
dones que eran de naturaleza más indudablemente espiritista. Ella misma nos
da su descripción en el libro que escribió con el título de «Tierra sombría»,
obra que figura, junto con la de A. J. Davis, «Dirección mágica» y la de
Turvet, «Los principios de la videncia», entre las más notables autobiografías
psíquicas de nuestra literatura. La obra da una firme impresión de sinceridad.
En ella se narra de qué manera desde su más tierna niñez jugaba con los
espíritus infantiles, que se le aparecían con tanta realidad como si fueran
vivientes. Tal poder de clarividencia lo conservó durante toda su vida, con el
aditamento del raro don de las materializaciones. El libro citado contiene
fotografías de Yolanda, una hermosa joven árabe, que fue para esa medium lo
que Catalina King para Florencia Cook. El espíritu de aquella joven se
materializaba, a veces, estando Madame d’Esperance sentada fuera de la
cabina, en presencia de todos los concurrentes, de manera que la medium
podía ver su propia emanación, tan íntima y, sin embargo, tan distinta. He
aquí su propia descripción:
«Su ligera vestidura permitía ver claramente el color aceitunado de su
cuello, sus hombros, brazos y caderas. La larga y ondulada cabellera negra

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caía por sus espaldas hasta más abajo de la cintura. Era pequeña, esbelta y
graciosa, con ojos, negros grandes y vivos; recuerdo muy bien sus
movimientos graciosos una vez que la vi medio transparente, medio corpórea,
deslizándose entre las cortinas como una cervatilla».
Hablando de sus sensaciones durante las sesiones, Madame d’Esperance
dice que parecía como si una telaraña se tejiera entre su rostro y sus manos.
Cuando penetraba la más leve luz entre las cortinas de la cabina, veía una
masa blancuzca, confusa, flotando como el vapor de una locomotora, y de la
cual emanaba una forma humana. En cuanto aparecía lo que llama telaraña,
comenzaba a sentir en su cuerpo una sensación de vacío y parecía que se le
disolvían brazos y piernas.
El ruso Alejandro Aksakof, famoso investigador psíquico y director de los
Estudios Psíquicos, ha descrito en su libro «Un caso de desmaterialización
parcial» una extraordinaria sesión en la cual el cuerpo de esta medium fue
parcialmente disuelto. Comentándolo, observa: «El hecho frecuentemente
registrado de la semejanza de la forma materializada con la del medium, tiene
aquí su explicación natural. Como esa forma no es sino una duplicación del
medium, es natural que tenga todos sus rasgos».
Como dice Aksakof, esto puede ser natural, pero es igualmente natural
que ello provoque las burlas de los escépticos. Sin embargo, una larga
experiencia de casos de ese género debería convencerles de que es verdad lo
que el sabio ruso afirma. El autor ha asistido a sesiones de materialización en
las cuales vio duplicaciones del rostro del medium con tanta claridad, que
estuvo a punto de denunciarlas como fraudulentas, pero con paciencia y a
fuerza de acumulación de energía psíquica, vio luego el desarrollo de otros
rostros que no había manera de confundir. En algunos casos le pareció
también que las potencias invisibles (que a menudo producen sus efectos sin
cuidarse de las falsas interpretaciones a que puedan dar lugar) utilizaban el
rostro físico del medium inconsciente y lo adornaban con apéndices
ectoplásmicos para transformarlo. En otros casos puede creerse que el
desdoblamiento etéreo del medium, es base de una nueva creación. Así pudo
ocurrir con Catalina King, que a veces se parecía a Florencia Cook en la cara,
mientras que se diferenciaba en absoluto de ella en la estatura y color.
Otras veces los rostros materializados son completamente distintos. El
autor ha presenciado las tres fases de la construcción de un espíritu con la
medium americana Miss Ada Besinnet, cuyo rostro ectoplásmico tomó el
aspecto de un piel roja musculoso y bien desarrollado. La historia de Madame
d’Esperance corresponde exactamente a tales variedades de poder. Mr.

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Guillermo Oxley, compilador de la notable obra en cinco volúmenes
«Revelaciones angélicas», describe en ella la producción de veintisiete rosas
en una sesión de esta medium y de la materialización de raras plantas. He aquí
sus palabras:
«Al día siguiente pude obtener la planta (ixora croata), de la que saqué
una fotografía, y llevé dicha planta a mi casa, donde la puse en el invernadero
bajo el cuidado del jardinero. Vivió por espacio de tres meses y, al cabo de
ese tiempo, se mustió. Guardé varias hojas y regalé otras, de las que el
jardinero cortó de la extremidad del tallo, al trasplantarla».
En sesión que se celebró el 28 de junio de 1890, en presencia de Aksakof
y del profesor Butlerof, de San Petersburgo, fue materializado un lirio dorado
de siete pies de altura. Se conservó por espacio de una semana durante la que
se tomaron seis fotografías, después de lo cual se desvaneció. Una de las
fotografías se reprodujo en la obra «Tierra sombría» (página 328).
Otro fenómeno que provocó la mayor admiración de cuantos lo
presenciaron, fue la producción de una forma femenina algo menor que la
medium, y conocida bajo el nombre de Y-Ay-Alí. Acerca de ella dice Mr.
Oxley: «He visto muchas materializaciones de espíritus, pero por la
perfección, la simetría del conjunto y belleza, jamás vi cosa igual». La figura
entregó a Míster Oxley una planta que también había sido materializada, y
luego se echó hacia atrás el velo. Le besó la mano y tendiole a su vez la suya,
que Mr. Oxley besó igualmente.
«Como se había interpuesto entre los rayos de luz, pude verla
perfectamente el rostro y las manos. Causaba deleite contemplar su conjunto;
las manos, sobre todo, eran suaves, tibias y perfectamente naturales, y a no ser
por lo que ocurrió a continuación, habría creído que tenía entre las mías la
mano de una dama encarnada permanentemente, del todo natural, y además
exquisitamente hermosa y pura».
Luego explica cómo se retiró, a dos pasos de la medium, «a la vista de
todo el mundo», desmaterializándose gradualmente, como si se disolviera
empezando por los pies hasta quedar sólo la cabeza emergiendo del suelo. La
cabeza, a su vez, fue desvaneciéndose y dejando una nubecilla blanca, la cual,
al cabo de uno o dos segundos, desapareció también.
En la misma sesión se materializó la forma de un niño que vino a colocar
tres dedos de su manecita sobre Mr. Oxley. Este cogió la mano del niño y la
besó.
Mr. Oxley registra así mismo otro experimento notable y de alto valor
probatorio. Mientras Yolanda, la joven árabe, estaba hablando con una señora

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presente a la sesión, «la parte superior de su vestidura blanca se desprendió y
dejó al descubierto sus formas. Parece que eran imperfectas, pues el pecho
estaba sin desarrollar y la cintura sin curva, lo cual constituía una prueba más
de que la forma no era una simulación». Y pudo añadir que tampoco era la del
medium.
Escribiendo acerca de «Cómo siente un medium durante las
materializaciones», Madame d’Esperance arroja alguna luz sobre la curiosa
simpatía que se establece entre el medium y la forma espiritual. Describe una
sesión en la cual estuvo actuando fuera de la cabina, y dice «Medium y
Aurora», 1893, página 46):
«Y ahora aparece otra forma pequeña y delicada, con sus bracitos
extendidos. Alguien, situado al extremo del círculo de los presentes, se acerca
a ella y se abrazan. Oigo gritos de “Ana¡oh! Ana, hija, hijita mía”. Luego se
levanta otra persona y echa sus brazos al cuello del espíritu, mientras oigo
sollozos y exclamaciones mezclados con parabienes. Siento mi cuerpo
movido de un lado a otro; todo se obscurece a mi vista. Siento unos brazos
sobre mis hombros y el latir de un corazón sobre mi pecho. Percibo que algo
raro ocurre. Y nadie está junto a mí, nadie repara en mí lo más mínimo. Todas
las miradas se concentran en aquella pequeña figura, blanca y esbelta, que
está en los brazos de dos señoras de las presentes.
»Sin duda es mi corazón el que late tan distintamente, y son los brazos de
otro ser los que me abrazan; jamás he sentido un abrazo tan efusivo.
Comienzo a desvariar. ¿Quién soy yo? ¿Soy la aparición blanca o soy la
persona que está sentada en la silla? ¿Son míos los brazos que están al cuello
de esa niña o los que, están sobre mi pecho? ¿Soy yo el fantasma, y en ese
caso cómo hay que llamar al ser que está en la silla?
»Mis labios han sido besados, con toda seguridad; mis mejillas están
húmedas de las lágrimas abundantemente derramadas por las dos mujeres.
Pero ¿cómo puede ser esto? Esa sensación de la duda acerca de la propia
identidad es espantosa. Deseo alargar una de las manos que descansan sobre
mi seno, y no puedo. Deseo tocar a alguien para estar perfectamente segura de
si soy yo o únicamente un sueño; si Ana es yo o si yo me he desvanecido en
ella, pero no lo logro».
Mientras la medium se halla en tal estado de duda, otro espíritu infantil
que se ha materializado, aparece y desliza sus manos entre las de Madame
d’Esperance:
«Me siento feliz percibiendo ese contacto, aun viniendo de un niño. Mis
dudas acerca de quién soy y dónde estoy, han desaparecido. Y mientras estoy

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bajo esa impresión, la forma blanca de Ana desaparece en la cabina, y la de
las dos mujeres vuelven a sus sitios, llorosas, temblando de emoción, pero
intensamente felices».
Nada tiene de sorprendente que cuando uno de los asistentes a otra de las
sesiones de Madame d’Esperance, asió la figura materializada, declarara que
era la misma medium. Acerca de este particular es interesante conocer la
opinión siguiente de Aksakof («Un caso de desmaterialización parcial», pág.
181):
«Se puede asir la forma materializada y mantenerla cogida creyendo con
seguridad que se coge a la medium misma en carne y hueso; y no obstante, no
puede decirse que esto sea una prueba de fraude. Puede ocurrir el
desdoblamiento de la medium hasta el grado de que sólo quede en la silla,
detrás de la cortina, un simulacro invisible de ella. Es obvio que ese simulacro
—pequeña parte fluida y etérea —será inmediatamente absorbido por la
forma ya densamente materializada, a la que nada falta puesto que es la
propia medium más que el dicho fluido invisible».
M. Aksakof, en la «Introducción que puso al libro Tierra sombría», de
Madame d’Esperance, paga a ésta un preciado tributo como mujer y como
medium, diciendo que estaba tan interesada como él mismo en el hallazgo de
la verdad, por lo que se sometió a todas las pruebas que él le pidiera.
Un episodio interesante en la vida de Madame d’Esperance, fue haber
conseguido reconciliar al profesor Friese, de Breslau, con el profesor Zöllner,
de Leipzig. Se había roto la relación entre ambos amigos a causa de la
profesión de espiritismo hecha por Zöllner, pero la medium inglesa logró dar
tales pruebas a Friese, que éste ya no impugnó las ideas de su amigo.
En el curso de los experimentos de Mr. Oxley con Madame d’Esperance,
fueron tomados moldes de manos y pies de figuras materializadas con las
partes de las muñecas y de los tobillos, muy ceñidas para que no pudieran
salir del molde las extremidades si no era por desmaterialización. Esto ocurrió
en 1876 con el mismo éxito que más tarde había de hacerse en París (1922)
con el medium Kluski, pasando el invento del notable investigador
inadvertido para todos, menos para la prensa psíquica.
La última etapa de la vida de Madame d’Esperance transcurrió casi
siempre en Escandinavia, amargada por su mal estado de salud, efecto en gran
parte del disgusto que causó a la medium la «denuncia» de supuesto fraude
hecha por un atolondrado observador en Helsingfors el año de 1893. Nadie ha
pintado mejor que ella el sufrimiento de los mediums ante la ignorancia del
mundo que les rodea. El último capítulo de su libro lo dedica a ese tema,

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diciendo: «Ya hoy el mundo es mejor que fue antes, y creo posible que los
encargados de continuar mi labor en la generación próxima, no tengan que
combatir, como yo he combatido, contra el fanatismo y los duros juicios de
nuestros adversarios».
Cada uno de los mediums objeto de este capítulo, tuvo uno u más libros
consagrados a su labor. Sobre Guillermo Eglinton, de quien ahora
hablaremos, hay un notable volumen, «Entre dos mundos», por J. S. Farmer,
que abarca casi toda su vida.
Eglinton nació en Islington el 10 de julio de 1857, y tras un corto período
escolar, entró al servicio del negocio de impresión y edición, que explotaba
un pariente. Desde niño reveló una vivísima imaginación, siendo soñador y
sensitivo, pero, al revés de muchos otros grandes mediums, no mostró en su
niñez signo alguno que revelara sus facultades psíquicas. En 1874, a los diez
y siete años, Eglinton entró en el círculo familiar donde su padre investigaba
los fenómenos del espiritismo. Hasta entonces el círculo no había obtenido
ningún resultado, pero el día en que ingresó el joven la mesa se elevó del
suelo, tanto, que los presentes tuvieron que ponerse en pie para continuar
teniendo sus manos sobre el mueble. Fueron contestadas a satisfacción de los
presentes cuantas preguntas se formularon. En la sesión de la velada siguiente
el joven cayó en trance, y empezaron a recibirse comunicaciones de su madre
fallecida. En pocos meses se desarrolló su mediunidad con manifestaciones
cada vez más notables. Se extendió su fama de medium, recibiendo
numerosas demandas de sesiones, pero se opuso a todas las instancias que se
le hicieron para que se convirtiese en medium profesional, hasta que
finalmente se decidió a serlo en 1875.
Eglinton expone en la forma siguiente sus ideas y sentimientos al
comenzar su actuación como medium:
«Mis hábitos antes de entrar en la nueva vida, eran los de un muchacho
siempre alegre; pero desde que me encontré en presencia de los
“investigadores” se infiltró en mí una sensación extraña y misteriosa que ya
no debía abandonarme. Me senté a la mesa el primer día decidido a que si
ocurría algo extraño yo podría evitarlo. Y, en efecto, ocurrió, pero no pude
impedirlo. La mesa comenzó a dar señales de vida y de fuerza; se levantó del
suelo súbitamente, elevándose en el aire, al extremo que tuve que levantarme
para llegar a ella. Todo esto ocurría a plena luz de gas. Más tarde contestó con
toda exactitud a las preguntas que se le dirigían, transmitiendo a las personas
presentes varias comunicaciones de prueba.

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»A la noche siguiente, asistimos llenos de emoción a las nuevas
manifestaciones, aún más numerosas, pues la noticia de que “habíamos visto
y hablado con los espíritus” cundió rápidamente, junto con otras parecidas.
»Después de leer la oración acostumbrada, me pareció que ya no era yo de
este mundo. Experimenté una sensación extática, y caí en trance. Todos mis
amigos eran novicios en la materia, y apelaron a varios medios para volverme
en mí, sin el menor resultado. Al cabo de media hora recobré los sentidos,
sintiendo un gran deseo de volver a sumirme en el estado anterior. Obtuvimos
comunicaciones, que fueron estimadas como concluyentes, según las cuales el
espíritu de mi madre había vuelto a nuestro lado… Entonces comencé a
comprender cuán vacía y superficial había sido mi vida pasada, y sentí un
placer indescriptible al saber, sin el menor género de duda, que los que se
fueron de este mundo pueden volver a él para demostrarnos la inmortalidad
del alma. En el quietismo de nuestro círculo familiar… disfrutamos hasta el
más alto grado de la comunicación con los desaparecidos, y muchas son las
horas felices que esto nos produjo».
En dos aspectos se parecía su trabajo al de D. D. Home. El primero, que
sus sesiones tenían lugar, generalmente, a plena luz, y siempre se sometía con
la mejor voluntad a las pruebas que se le proponían. El segundo, que los
resultados de sus sesiones fueron observados y recogidos por hombres
eminentes y muy buenos testigos críticos.
Eglinton, como Home, viajó mucho, y su mediunidad fue estudiada en
numerosos sitios. En 1878, se embarcó para el África Austral, y el año
siguiente pasó a Suecia, Dinamarca y Alemania. En febrero de 1880 estuvo en
la Universidad de Cambridge, dando sesiones bajo los auspicios de la
Sociedad Psicológica. En marzo del mismo año se fue a Holanda y de allí a
Leipzig, celebrando sesiones, a las que asistieron el profesor Zöllner y otros
miembros de aquella Universidad. Siguieron Dresde, Praga y Viena, dando en
esta última treinta sesiones, a las cuales concurrieron muchos miembros de la
más alta clase social. En Viena fue huésped del barón de Hellenbach,
conocido autor, que en su libro «Prejuicios de la Humanidad», describió los
fenómenos allí registrados. Después de regresar a Inglaterra partió para
América, el 12 de febrero de 1881, permaneciendo allí unos tres meses. En
noviembre del mismo año marchó a la India, y después de dar numerosas
sesiones en Calcuta, regresó en abril de 1882. En 1883 visitó París, y en 1885
volvió a Viena y París. Posteriormente hizo una visita a Venecia, la cual
describió «como verdadera Meca del espiritismo».

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En París, Eglinton encontró al famoso artista M. Tissot, con quien tuvo
una sesión, visitándole luego en Inglaterra. Tissot ha inmortalizado en un
cuadro titulado «Aparición medianímica», una notable sesión de
materialización, en la cual aparecieron dos figuras, una de las cuales era una
señora, pariente del artista. El cuadro, de Tissot, verdaderamente hermoso,
una de cuyas copias está expuesta en el domicilio de la Alianza Espiritista, de
Londres, muestra a las dos figuras iluminadas por las luces sobrenaturales que
llevan en las manos. Tissot ejecutó además un retrato del medium, que ilustra
la portada del libro de Farmer, «Entre dos mundos».
Un ejemplo típico de su primera mediunidad física está dado por Miss
Kislingbury y el Dr. Carter Blake en El Espiritista de 12 de mayo de 1876.
Las mangas de la chaqueta de Mr. Eglinton fueron cosidas detrás de la
espalda, cerca de la cintura, con hilo de algodón blanco, muy fuerte; la
comisión encargada de tomar esas precauciones, ató luego al medium a la
silla, pasándole una cinta por el cuello y colocándole muy junto y detrás de la
cortina de la cabina, frente a los concurrentes, con los pies y las rodillas
visibles. Delante del medium, fuera de la cabina y a la vista de los asistentes,
púsose una mesita y encima de ella varios objetos; un instrumento de cuerdas
fue colocado invertido sobre sus rodillas junto con un libro y una campanilla
de mano. Al cabo de unos instantes, las cuerdas del instrumento pusiéronse a
vibrar, aunque ninguna mano visible las tocara; el libro colocado enfrente de
los asistentes, se abrió y cerró gran número de veces, de modo que todos
pudieron darse cuenta exacta del experimento; y la campanilla se puso a sonar
sin que nadie la levantara ni agitase. Una caja de música que se situó luego
cerca de la cortina, de modo perfectamente visible, comenzó a tocar estando
la tapa cerrada.
A través de la cortina veíanse dedos y manos extendidos. Un instante
después de estas últimas apariciones, el capitán Rolleston, que estaba entre los
presentes, fue invitado a pasar la mano a través de la cortina y verificar si las
ataduras y los cosidos permanecían intactos. El capitán comprobó que así era,
en efecto, y lo mismo hicieron más tarde otros señores.
Era aquélla una de las sesiones experimentales dadas bajo los auspicios de
la Asociación Británica de Espiritistas, en su local social, 38, calle Great
Russell, de Londres. Refiriéndose a ellas El Espiritista, dijo (12 de mayo de
1876):
«Las manifestaciones probatorias llevadas a cabo con Míster Eglinton son
de gran valor, no porque otros mediums no puedan obtener los mismos
resultados concluyentes, sino porque en este caso han sido observados y

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registrados por críticos de calidad cuyo testimonio es de mucho peso ante el
público».
Al principio, las materializaciones de Eglinton eran obtenidas sólo a la luz
de la luna, estando todos los presentes alrededor de la mesa y con supresión
de la cabina. Además, el medium se hallaba generalmente en estado
consciente. Actuó con aquella luz, inducido a ello, por un amigo que había
asistido a una reunión con un medium profesional, y ya desde entonces se
creyó obligado a continuar de la misma manera.
Una característica de sus sesiones de materialización era el hecho de
sentarse entre los presentes, quienes le tenían sujetas las manos. Bajo tales
condiciones, fueron vistas formas completas, materializadas, con luz
suficiente para que los reunidos las examinaran bien.
En enero de 1877, Eglinton dio en Londres una serie de sesiones no
profesionales en el domicilio de la señora Makdougall Gregory (viuda del
profesor Gregory, de Edimburgo). A ellas asistieron Sir Patrick y Lady
Colquhoun, Lord Borthwick, Lady Jenkinson, Rev. Mauricio Davies, Lady
Archibald Campbell, Sir Guillermo Fairfax, Lord y Lady Mount-Temple,
general Brewster, Sir Garnet y Lady Wolseley, Lord y Lady Avenmore,
profesor Bleckie y muchos otros. Míster W. Harrison, director de El
Espiritista, describe así una de aquellas sesiones (El Espiritista, 23 febrero
1877):
«En la noche del lunes último, diez o doce amigos nos reunimos alrededor
de una mesa circular, con las manos juntas, quedando el medium, Mr. W.
Eglinton entre dos de los asistentes. No había en la habitación más personas
que los sentados a la mesa. Un fuego mortecino daba una luz mitigada, que
sólo permitía ver el perfil de los objetos. El medium hallábase sentado en la
parte de la mesa más cercana al hogar, es decir, de espaldas a la luz.
Lentamente surgió del suelo una forma con el aspecto y las proporciones de
un hombre, hasta el nivel de la mesa, y a la distancia de un pie, detrás del
codo derecho del medium. La persona, inmediatamente más cercana, era la
señora Wiseman. La forma aparecía cubierta con una vestidura blanca, pero
no podía vérsele el rostro. Como estaba junto al fuego, los concurrentes más
próximos a la forma podían verla más distintamente, y como eran cuatro o
cinco, no podía decirse que la aparición fuera resultado de impresiones
subjetivas. La forma, después de elevarse hasta el borde de la mesa, se hundió
y ya no volvió a aparecer como si hubiera agotado todas sus fuerzas. Mr.
Eglinton hallábase en casa ajena y vestido de frac. Era aquélla una
manifestación que no podía ser producida por medios artificiales».

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Otra reunión descrita por Mr. Dawson Rogers presentó características
notables. Tuvo lugar el día 17 de febrero de 1885, en presencia de catorce
investigadores. Aunque se usó un cuarto interior a guisa de cabina, Mr.
Eglinton no la ocupó, sino que se colocó entre los concurrentes sentados
formando semicírculo. En tales condiciones se materializó una forma que
circuló entre los presentes estrechándoles las manos. Luego la forma se
acercó a Mr. Eglinton, a quien sujetaba Mr. Rogers para evitar que cayera, y
cogiéndole por los hombros le llevó consigo a la cámara que hacía oficio de
cabina. Mr. Rogers dice: «La forma era la de un hombre, varias pulgadas más
alto y de más edad que el medium. Llevaba puesta una vestidura blanca
flotante; parecía lleno de vida y animación y en ciertos momentos estuvo a
más de diez pies de distancia del medium».
Es muy interesante una fase de la mediunidad de Eglinton conocida por
«Psicografía», o escritura sobre pizarra, acerca de la cual hay multitud de
testimonios. Lo digno de notar es que durante más de tres años estuvo dando
sesiones sin producir ni un rasgo de escritura. Sólo a partir del año 1884
concentró sus fuerzas para aquella forma de manifestación, considerada como
la más adaptada a los principiantes, sobre todo en las sesiones efectuadas en
plena luz. Eglinton, al negarse a dar una sesión de materialización ante cierto
número de investigadores sin experiencia, alegó las siguientes razones:
«Sostengo que el medium está colocado en una posición de mucha
responsabilidad, y que por eso tiene la obligación de satisfacer sólo hasta el
límite de lo posible, a quienes a él acuden. Ahora bien, mi experiencia, que es
mucha y muy variada, me ha conducido a la conclusión de que ningún
escéptico por honrado o de buena fe que sea, puede ser convencido en una
sesión de materialización, y lo que ocurre en esos casos es que el
escepticismo de los tales se hace mayor y el medium queda desacreditado.
Otra cosa bien distinta ocurre en un círculo de espiritistas bien armonizados y
lo suficientemente avanzados para presenciar tales fenómenos con quienes
siempre encuentro placer en reunirme. Los neófitos deben ser preparados por
otros métodos. Si nuestros amigos gustan de asistir a una sesión de escritura
sobre pizarra, me complacerá satisfacerles; pero de otra clase no, por las
razones antedichas, y sobre las cuales os ruego meditéis, así como todos los
espíritus conscientes».
En el caso de Eglinton, debe advertirse que fueron usadas las pizarras de
colegio vulgares —siempre con libertad por parte de los concurrentes de
llevar consigo las que ellos quisieran. Después de lavadas se ponía sobre ellas
un trozo de tiza, colocándolas debajo de la mesa, apretadas contra ésta por la

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mano del medium, cuyo pulgar se apoyaba sobre la superficie del mueble,
siendo, por lo tanto, visible para todos los asistentes a la sesión. En el mismo
momento se oía el rasgueo de la escritura, y después de una señal consistente
en tres golpes, era examinada la pizarra, viéndose en ella un mensaje escrito.
Después usáronse en las mismas circunstancias dos pizarras atadas
fuertemente con bramantes, una contra otra, así como también una de las
llamadas pizarras de caja, las cuales están provistas de cerradura y llave.
Varias veces obtúvose la escritura en una pizarra colocada en la superficie
superior de la mesa, con la tiza interpuesta entre ambas.
El célebre político, Mr. Gladstone, asistió a una sesión con Eglinton el 29
de octubre de 1884, manifestándose muy interesado por lo que aconteció. Al
publicarse la reseña en el periódico Luz, fue copiada por casi todos los
periódicos importantes del reino, y gracias a tal publicidad el movimiento
tuvo un auge considerable. Al terminar la sesión, Mr. Gladstone declaró:
«Siempre he pensado que los hombres de ciencia se mueven dentro de los
mismos moldes. Su noble trabajo se desenvuelve en esferas especiales de
investigación, pero no se aventuran en exploraciones que estén en
discrepancia con sus determinadas maneras de pensar. Antes bien, no es raro
que lleguen a negar aquello sobre lo cual nunca han investigado, sin
reflexionar que, pueden muy bien existir fuerzas en la naturaleza, de las
cuales nada sepan ellos». Poco después, Mr. Gladstone, aunque nunca profesó
el Espiritismo, confirmó su gran interés a favor de éste, ingresando en la
Sociedad de Investigación Psíquica.
Eglinton no se vio tampoco libre de los ataques acostumbrados. En junio
de 1886, la señora Sidgwick, esposa del profesor Sidgwick, de Cambridge,
uno de los fundadores de la Sociedad de Investigación Psíquica, publicó un
artículo en el Diario de la citada corporación, titulado «Mr. Eglinton», en el
cual, después de describir más de cuarenta sesiones de escritura sobre pizarra
con dicho medium, dice: «Por lo que a mí se refiere, no tengo la menor duda
en atribuir las manifestaciones a un hábil escamoteo». Aquella señora no
conocía bien a Eglinton ni, en realidad, había observado con la atención
debida las experiencias de éste. En el artículo excitó a los lectores que las
hubieron presenciado a que diesen su opinión sobre ellas. Y, en efecto, gran
número de aquéllos acudieron a su llamamiento. El doctor Jorge Herschell,
experto prestidigitador de afición, dio a la señora Sidgwick una de las muchas
réplicas convincentes que suscitó su artículo. La Sociedad de Investigación
Psíquica respondió así mismo con un curioso informe de los resultados
obtenidos por Mr. S. J. Davey, quien pretendía obtener mediante trampas,

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resultados parecidos y aún más sorprendentes en la escritura sobre pizarras
que los obtenidos por Eglinton. En fin, Mr. C. C. Massey, abogado y muy
competente y experimentado observador, miembro también de la sociedad
citada, corroboró la opinión de tantos otros escribiendo a Eglinton con
referencia al artículo de la señora Sidgwick las siguientes palabras:
«Estoy de acuerdo con lo que usted dice respecto de que dicha señora “no
aduce ni una partícula de prueba” en apoyo de su injurioso juicio para
oponerla al cúmulo de testimonios que hay a favor de usted. Sólo se apoya en
presunciones contrarias al sentido común y ala realidad».
En fin de cuentas, el rudo ataque de la señora Sidgwick contra el medium
tuvo excelente resultado, porque provocó gran cantidad de testimonios en
favor de la efectividad de las manifestaciones registradas en las sesiones de
Eglinton.
En otras ocasiones fue también éste objeto de denuncias de fraude. Una de
ellas en Munich, donde fue contratado para dar una serie de doce sesiones.
Diez de ellas habían tenido pleno éxito, pero a la oncena se descubrió en la
sala una rana mecánica, viéndose también que los instrumentos musicales
preparados para la sesión habían sido ennegrecidos secretamente con negro de
humo. Tres meses más tarde, uno de los asistentes a la sesión, declaró que él
fue quien llevó a la sesión el juguete mecánico. No se encontró explicación al
hecho de haberse hallado los instrumentos ennegrecidos, pero la circunstancia
de que las manos del medium hubieran estado constantemente atadas durante
el experimento constituyó la mejor refutación del cargo.
Otro cargo más serio fue el que le hizo el archidiácono Colley al declarar
que en el domicilio de Mr. Owen Harries, donde Eglinton daba una sesión,
descubrió en el portamantas del medium un trozo de muselina y una parte de
barba, correspondientes a las porciones de vestido y cabello cortados de las
pretendidas figuras materializadas. La señora Lidgwick, en su artículo,
reprodujo las acusaciones del archidiácono Colley, contra las cuales Eglinton
opuso una negativa solemne.
Discutiendo aquel incidente el periódico Luz, dijo que los cargos en
cuestión se examinaron por el Consejo de la Asociación Nacional Británica de
Espiritistas, pero no pudo dar fallo alguno por no haber logrado obtener
pruebas directas de los acusadores. Y prosigue:
«La señora Lidgwick ha suprimido algunos hechos en su artículo. En
primer término, omite que los sucesos supuestos ocurrieron dos años antes de
la carta en la cual el acusador formula los cargos, sin que en ese tiempo
hiciera la menor revelación, decidiéndose únicamente a ello a consecuencia

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de sus rozamientos con la Asociación Nacional Británica de Espiritistas. En
segundo lugar, la señora Sidgwick suprime de la carta citada pasajes muy
esenciales. Por todo lo cual, afirmamos que nadie acostumbrado a examinar y
pesar las pruebas de una manera honrada, puede prestar a esa carta la menor
atención».
Con todo, debe admitirse que cuando un espiritista de corazón como el
archidiácono Colley, hace un cargo tan concreto, no puede repudiarse
ligeramente. Hay siempre la posibilidad de que un gran medium, al notar que
las fuerzas le abandonan, recurra al fraude para disimular la deficiencia en
tanto que vuelve a recobrar sus facultades. Home nos relata cómo se vio
privado de sus fuerzas tardando un año en volver a recuperarlas.
Cuando un medium vive de su trabajo, la menor debilitación de sus
fuerzas puede constituir una tentación para recurrir al fraude. Como quiera
que fuere en aquel caso, lo cierto es que existe un cúmulo de pruebas que
abonan la realidad de los poderes de Eglinton y no hay manera de rechazar
esas pruebas. Entre los que conocían sus facultades cuéntase a Kellar, el
famoso escamoteador, quien afirmó que los fenómenos psíquicos de Eglinton
iban mucho más allá de las posibilidades juglarescas.
No hay escritor que haya dejado huella más señalada en lo que al aspecto
religioso del Espiritismo se refiere que el Reverendo W. Stainton Moses. Sus
inspirados escritos confirmaron plenamente hechos que habían sido ya
aceptados y definieron muchos otros de los que sólo se tenían vagos indicios.
Los espiritistas le reputan como el mejor exponente moderno de sus ideas. No
lo consideran empero como infalible, ni él se tuvo por tal. Por el contrario, en
comunicaciones de ultratumba, que descuellan por lo verídicas, declara que su
experiencia del Más Allá ha modificado sus ideas en determinados puntos.
Tal es el inevitable resultado que la nueva vida tendrá para cada uno de
nosotros. A esas ideas nos referiremos en el capítulo relativo a la religión de
los espiritistas.
Además de predicador religioso muy inspirado, Stainton Moses era un
poderoso medium, constituyendo uno de los pocos que podía seguir el
precepto de demostrar con obras las palabras.
Aunque brevemente, referiremos aquí algunos de sus hechos como
medium físico:

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Rev. W. Stainton Moses
(Copia de un lienzo que se conserva en la London Spiritualist Alliance)

Stainton Moses nació en Lincolnshire el 5 de noviembre de 1839,


educándose en la Escuela de Bedford y en el Colegio Exeter, de Oxford. Se
consagró al sacerdocio, y después de algunos años de servicio en varios
lugares, fue director de la University College School. Es curioso que durante
una de sus vacaciones como profesor, visitara el monasterio del Monte Athos,
permaneciendo allí seis meses, cosa muy rara en un protestante inglés. Más
tarde se aseguró que aquello fue el comienzo de su obra psíquica.
En la época en que Stainton Moses sólo era un pastor, tuvo ocasión de
demostrar su valor y su sentimiento del deber. Habíase declarado una grave
epidemia de viruela en su parroquia y no había médico en ella. Uno de sus

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biógrafos dice: «Día y noche se los pasaba a la cabecera de la cama de alguna
pobre víctima del terrible mal, y a veces, después de haber asistido a los
últimos momentos de los moribundos, viose obligado a combinar los oficios
de sacerdote con los de sepulturero, efectuando el enterramiento de los
cadáveres con sus propias manos. Así, nada tiene de extraño que al despedirse
de su parroquia recibiera los más calurosos testimonios de agradecimiento por
parte de aquel vecindario».
En 1872 fue atraído al espiritismo en las sesiones celebradas con
Guillermo y Lottie Fowler. Ya desde mucho antes vio que poseía el don de la
mediunidad hasta un grado poco corriente.
Pero entonces llevó a cabo sus primeros y profundos estudios de la
cuestión, poniendo toda su inteligencia en el examen de cada uno de los
aspectos del problema. Sus obras con la firma de «M. A. Oxon», figuran entre
las clásicas del espiritismo, sobresaliendo las tituladas «Enseñanzas
espiritistas» y «Aspectos superiores del espiritismo». Más tarde fue nombrado
director del periódico Luz, cuyas tradiciones y prestigio sostuvo durante
varios años. Su mediunidad progresó a la vez en vastas proporciones,
comprendiendo casi todos los fenómenos físicos.
Tales resultados no fueron, sin embargo, conseguidos hasta que hubo
pasado por su período de preparación.
«Durante largo tiempo —dice— he estado sin poder lograr las pruebas
que me hacían falta, y si hubiera hecho lo que tantos otros investigadores,
habría muchas veces abandonado la empresa descorazonado. Mi estado de
ánimo era demasiado positivo y tuve que imponerme verdaderos sacrificios
antes de conseguir lo que deseaba. Poco a poco, un día por un lado y al
siguiente por otro, acabó por imponerse la evidencia cuando estuvo abierta mi
inteligencia para recibirla. Seis meses de esfuerzos diarios persistentes me
fueron necesarios para hacerme con la prueba de la existencia de los espíritus
y de su poder de comunicación».
Por la acción psíquica de Stainton Moses, pesadas mesas se elevaron en el
aire, y libros y cartas pasaron de una habitación a otra a plena luz. Hay
pruebas irrecusables de tales manifestaciones suministradas por testigos de
mayor excepción.
Serjeant Cox, ya fallecido, en su libro: «¿Quién soy?» registra el siguiente
incidente acaecido con Stainton Moses: «Un día vino a mi casa para que nos
fuéramos juntos a una cena a la que estábamos invitados. Ya entonces había
demostrado tener un poder considerable como psíquico. Como había media
hora de tiempo, pasamos al comedor. Eran las seis en punto y en la estancia la

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claridad era vivísima. Me entretuve en leer algunas cartas mientras él leía The
Times. La mesa de mi comedor es de caoba, muy pesada, conforme al estilo
antiguo, de seis pies de ancho por nueve de largo. Descansa sobre una
alfombra turca, la cual hace aún más difícil el moverla. Según comprobamos
después, para desplazarla, siquiera una pulgada, era preciso el esfuerzo de dos
hombres robustos. Ningún tapete cubría la mesa, sobre la cual caía de lleno la
luz diurna. En la habitación no había más personas que Satinton Moses y yo.
De pronto oímos en la mesa fuertes y repetidos golpes. Mi amigo estaba en
aquel momento sentado con el periódico entre ambas manos, uno de los
brazos descansando en la mesa y el otro en el respaldo de la silla, medio
vuelto con relación a la primera, de modo que los pies y las piernas no
estaban debajo de la mesa, sino al lado de ella. El mueble comenzó por tener
una especie de convulsión y se movió de un lado a otro tan violentamente que
sus ocho recias patas parecieron dislocarse. Luego avanzó tres pulgadas. Miré
debajo del mueble para estar seguro de que nadie lo tocaba, pero continuó
moviéndose y resonando sobre su superficie los golpes sordos.
»Ese súbito acceso de fuerza en tal tiempo y en semejante sitio, sin otras
personas presentes que mi amigo y yo, ajenos como estábamos a toda idea de
invocación, nos causó a ambos la mayor estupefacción. Mi amigo díjome que
hasta entonces jamás le había ocurrido nada semejante. En vista de ello le
sugerí que sería una oportunidad inapreciable, con semejante fuerza en acción
hacer una prueba de movimiento sin contacto: la presencia de dos personas
solamente, en pleno día, el tamaño y el peso de la mesa podrían dar al
experimento un carácter decisivo. De acuerdo con mi sugestión
permanecimos ambos de pie, cada uno a un extremo de la mesa, a dos pies de
distancia de ésta y con las manos encima del mueble a una altura de ocho
pulgadas, es decir, sin tocarlo. Al cabo de un minuto, el mueble tuvo
sacudidas violentas y empezó a moverse sobre la alfombra, recorriendo un
espacio de siete pulgadas. Luego se levantó a tres pulgadas del suelo por la
parte junto a la cual permanecía mi amigo, seguidamente hizo lo propio por el
lado en que yo me hallaba, y finalmente, cuando mi amigo, manteniendo sus
manos a una altura de cuatro pulgadas sobre la superficie de la mesa, ordenó
que se levantara hasta tocarle tres veces las manos, el mueble obedeció. A
otra orden igual, la mesa se elevó hasta tocar mis manos en circunstancias
semejantes».
En Douglas (Isla del Hombre), durante un domingo de agosto de 1872,
diose una notable exhibición del poder de Stainton Moses. Los hechos
relatados por él mismo fueron corroborados por el doctor y la señora Speer,

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en cuya casa dieron principio los fenómenos, durando desde por la mañana
hasta las diez de la noche. Los ruidos seguían al medium por donde quiera
iba, y hasta en la iglesia, tanto él, como el doctor y la señora Speer los oyeron,
estando sentados en un banco. Al volver de la iglesia Stainton Moses,
encontrose en su habitación con que los objetos del tocador habían sido
puestos sobre la cama en forma de cruz. Fue entonces en busca del Dr. Speer
para que viera lo que había ocurrido, pero al regresar al dormitorio descubrió
que el cuello que se había quitado minutos antes había sido colocado,
aprovechando su ausencia, alrededor de la improvisada cruz. De acuerdo con
el Dr. Speer cerraron con llave la puerta del dormitorio y fuéronse a comer.
En todo el curso de la comida continuaron los ruidos y la mesa, que era
bastante pesada, se movió tres o cuatro veces. Inspeccionada de nuevo la
habitación, viose que otros dos objetos de tocador habían sido sacados del
estuche y añadidos a la cruz. Hay que tener en cuenta que la primera vez no
había nadie en la casa que hubiera podido preparar el engaño, y después se
tomaron todas las precauciones necesarias para impedir cualquier trampa.
En las sesiones que por aquellos días dio Stainton Moses con el doctor y
la señora Speer, se recibieron varias comunicaciones, quedando en ellas bien
demostrada la identidad de los espíritus, con nombres, fechas y lugares,
desconocidos por los presentes, pero comprobados después.
Dícese que estuvo asociado a la mediunidad de Stainton Moses un grupo
de espíritus, que a través de aquél enviaron mensajes por medio de la escritura
automática, comenzando el 30 de marzo de 1873 y continuando hasta el año
de 1880. Puede verse una selección de dichos mensajes en la obra
«Enseñanzas espiritistas». En la introducción de dicho libro, escribe Stainton
Moses: «Las comunicaciones fueron siempre de carácter puro y elevado, de
aplicación a mi caso, para mi propia guía y dirección.
Puede decirse que en aquellos mensajes, que continuaron hasta 1880, no
había nada vacío, nada baladí, nada incongruente o vulgar, nada falso o que
indujese a error, nada que no fuera instructivo, que no ilustrara y guiase como
fruto de espíritus aptos para tal misión. Sus palabras eran palabras de
sinceridad, encaminadas a un fin serio».
En la obra de A. W. Trethewy, «Los guías de Stainton Moses» (1923),
puede hallarse la lista de las personas que intervinieron en aquellas
comunicaciones, algunas muy conocidas.
Stainton Moses contribuyó a la formación de la Sociedad de
Investigaciones Psíquicas, en 1882, pero dimitió el cargo que en ella ocupaba
en 1886, disgustado por el trato que la Sociedad dio al medium Guillermo

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Eglinton. Fue el primer presidente de la Alianza Espiritista de Londres,
fundada en 1884, puesto que ocupó hasta su fallecimiento.
Además de los libros «Identidad del Espíritu» (1879), «Aspectos
superiores del Espiritismo» (1880), «Psicografía» (segunda edición, 1882) y
«Enseñanzas espiritistas» (1883), colaboró asiduamente en la prensa
espiritista, en la Saturday Review, el Punch y otros periódicos de primera
línea.
Mr. F. W. H. Myers, en las «Actas de la Sociedad de Investigaciones
Psíquicas», ha resumido magistralmente la mediunidad de Stainton Moses,
diciendo al morir éste: «Considero su vida como una de las más notables de
nuestra generación y de pocos hombres he oído hechos comparables en
importancia a los de Stainton Moses».
Los diferentes mediums de quienes nos hemos ocupado en el presente
capítulo, representan los distintos tipos de mediunidad que dominaron en
aquel período. No obstante, hubo otros muchos tan conocidos como los que
hemos estudiado. Entre los más notables figuran la señora Guppy, que
demostró facultades en cierto sentido por nadie superadas; la señora Everitt,
que durante toda su larga vida fue un excelente centro de fuerza psíquica, y la
señora Mellon, que descolló en Inglaterra y en Australia con sus
materializaciones y sus fenómenos físicos.

[Apéndice Capítulo XVI]

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CAPÍTULO XVII
LA SOCIEDAD DE INVESTIGACIONES
PSÍQUICAS

Estaría fuera de lugar en el presente volumen una reseña de los trabajos de la


Sociedad de Investigaciones Psíquicas, con su extraña mezcolanza de buenos
servicios prestados a la causa y de obstrucción a la misma. Sin embargo,
algunos de esos trabajos necesitan ser estudiados y otros discutidos. En cierto
sentido la obra de la Sociedad ha sido excelente, pero ya desde el principio
cometió el error capital de adoptar un aire desdeñoso hacia el espiritismo, lo
cual tuvo por consecuencia el que se indispusiera con cierto número de
personas que hubieran podido ayudarle en sus trabajos, y sobre todo, ofender
a aquellos mediums sin cuya voluntaria cooperación la Sociedad no podía
abrirse camino para su labor. Actualmente la Sociedad posee un magnífico
salón de sesiones, pero la dificultad está en convencer a los mediums para que
actúen en él, y esa dificultad no puede por menos de existir, ya que, tanto el
medium como la causa a que está adscrito, corren peligro cuando son mal
interpretados o a las pruebas se hacen preceder los cargos injuriosos, como
muchas veces ocurrió en pasadas ocasiones. La investigación psíquica ha de
empezar por respetar los sentimientos y las ideas de los espiritistas, pues no
hay duda que sin éstos no existiría aquélla.
Pero en fin, aparte la indignación con que los espiritistas respondieron a
su criticismo ofensivo, no deben éstos olvidar que la Sociedad realizó en
distintas ocasiones, como ya hemos dicho, una labor excelente. Ha sido, por
ejemplo, la madre de otras sociedades más activas que ella. Ha formado un
número de hombres, tanto en Londres como en América, que se rindieron a la
evidencia, convirtiéndose en entusiastas adeptos del espiritismo.
No es exagerado decir que casi todas las grandes figuras de nuestra
intelectualidad acabaron, gracias a ella, por aceptar el psiquismo. Entre ellos,
Sir William Crookes, Sir Oliver Lodge, Russell Wallace, Lord Rayleigh, Sir
William Barrett, el profesor William James, el profesor Hyslop, el Dr.
Ricardo Hodgson y Mr. T. W. H. Myers.

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Había existido antes otro centro de la misma naturaleza, la Sociedad
Psicológica de Gran Bretaña, fundada en 1875 por Míster Serjeant Cox, a
cuya muerte, acaecida en 1879, la entidad se disolvió. En 6 de enero de 1882,
Sir Guillermo Barrett convocó una reunión de personas eminentes para
estudiar la fundación de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, y ésta
nació el día 20 de febrero, siendo elegido presidente el profesor Enrique
Sidgwick, de Cambridge, y para una de las vicepresidencias, el Rev. W.
Stainton Moses. En el Consejo había espiritistas de tanta representación como
Edmundo Dawson Rogers, Hensleigh Wedgwood, Jorge Wyld, Alejandro
Calder y Morell Theobald. Veremos en el curso de esta obra cómo la
Sociedad de Investigaciones Psíquicas se fue esquinando gradualmente con
muchos de sus mejores miembros, obligando a algunos a dimitir, y cómo esta
funesta conducta se agravó en el transcurso de los años.
En los estatutos de la Sociedad se lee: «Tenemos la sensación firme de
que nos hallamos en el momento oportuno para llevar a cabo una
investigación bien organizada y sistemática respecto a ese vasto grupo de
fenómenos tan discutidos, calificados de mesméricos, psíquicos y
espiritistas».
El profesor Sidgwick, al hacerse cargo de la presidencia, pronunció un
discurso en el que, refiriéndose a la necesidad de la investigación psíquica,
dijo:
«Todos estamos conformes en que el actual estado de cosas es
escandaloso, viviendo como vivimos en el siglo de las luces. Lo es que no
averigüemos la realidad de esos maravillosos fenómenos —cuya importancia
científica es inútil encarecer, aun cuando sólo una décima parte de lo alegado
por testigos dignos de crédito fuera cierto—, habiendo tantas personas
solventes que han exteriorizado su creencia en ellos o demostrado su interés
en la cuestión».
La posición de la Sociedad de tal suerte definida por su primer presidente,
era clara y razonable. Contestando a una crítica, según la cual la consecuencia
de su propósito podía ser la desautorización de las precedentes
investigaciones sobre los fenómenos psíquicos realizadas por hombres de
mucha responsabilidad científica, declaró:
«No creo que puedan obtenerse pruebas mejores en calidad que las que
han obtenido hombres de tan alta reputación como Míster Crookes, Mr.
Wallace y el profesor ya fallecido De Morgan. Pero es evidente que por buena
que sea la calidad de esas pruebas, necesitamos aún muchas más».

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Y añadió que como los hombres de ciencia aún no estaban en su gran
mayoría convencidos, era indispensable acumular más pruebas, y más todavía
que eso, interesar al mundo docto en el examen y estudio de ellas. Los
primeros trabajos de la Sociedad estuvieron consagrados a la investigación
experimental de la transmisión del pensamiento, materia que Sir Guillermo
Barrett había sometido a la consideración de la Sociedad Británica en 1876.
Después de largas y pacientes investigaciones, se decidió que la transmisión
del pensamiento o telepatía, como fue llamada por Míster T. W. H. Myers, era
un hecho comprobado. En la época de los fenómenos mentales la labor de la
Sociedad fue muy valiosa, según puede comprobarse por las «Actas» de la
referida entidad, en las cuales está reflejada de una manera sistemática y
meticulosa.
Sus investigaciones acerca de esa materia constituyeron fases muy
importantes de los trabajos de la Sociedad. La investigación sobre la
mediunidad de la señora Piper fue también labor muy notable y a la que nos
referiremos luego.
En cambio, estuvo poco afortunada al considerar los llamados fenómenos
físicos del Espiritismo. Mr. E. T. Bennett, que durante veinte años fue
secretario adjunto de la Sociedad, dice acerca de ello:
«Es notable, y aun diremos uno de los casos más notables en la historia de
la Sociedad, que esa parte de la investigación haya sido tan negativa en
resultados. Todo lo relativo al movimiento de mesas y otros objetos sin
contacto y a la producción de ruidos y luces medianímicos, no sólo en el seno
de la Sociedad, sino también desde luego en el mundo intelectual ajeno a ésta,
se halla hoy en el mismo estado caótico en que lo dejó la Sociedad Dialéctica
el año 1869. Y aun entonces el hecho del movimiento de una pesada mesa de
comedor sin contacto con ninguno de los presentes y hasta sin la presencia de
un medium profesional, estuvo atestiguada por un número de personas muy
conocidas. Si fue “escandaloso” el que la realidad de aquellos fenómenos no
estuviese esclarecida cuando el profesor Sidgwick pronunció su discurso
inaugural de la Sociedad, no es menor escándalo que ahora, después de
transcurrido un cuarto de siglo, el mundo culto permanezca aún por lo general
en una actitud de duda e incredulidad respecto a dichos fenómenos». En
efecto, ninguno de los volúmenes publicados por la Sociedad, arroja la menor
luz sobre los citados fenómenos. Y en cuanto a los más elevados de carácter
físico que implicaran la intervención de una inteligencia externa, como la
escritura directa y la fotografía de espíritus, llevose a cabo alguna
investigación, pero en gran parte con resultados negativos. («Veinte años de

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Investigaciones Psíquicas», por Eduardo T. Bennett [1904], págs. 21 − 2).
Tales cargos contra la actuación de la Sociedad los hacía un crítico amigo de
ella. Veamos ahora cómo la juzgaban los espiritistas de aquel tiempo. Ya un
año después de la fundación de la Sociedad preguntaba en el periódico Luz
uno de sus lectores qué diferencia había entre la Sociedad de Investigaciones
Psíquicas y la Asociación Central de Espiritistas, y si existía algún
antagonismo entre ambas. La respuesta la dio Luz en un artículo, del cual
reproducimos lo siguiente, en vista de su interés histórico al cabo de cuarenta
años:
«Los espiritistas no pueden dudar de que, andando el tiempo, la Sociedad
de Investigaciones Psíquicas suministrará pruebas tan claras como
incuestionables de la clarividencia, de la escritura espiritista, de las
apariciones y de las distintas formas de los fenómenos físicos, como las ha
aportado respecto de la transmisión del pensamiento. Pero entre tanto, hay
una marcada diferencia entre dicha Sociedad y la Asociación Central de
Espiritistas. Los espiritistas tienen una fe absoluta o mejor un conocimiento
cierto acerca de hechos respecto de los cuales la Sociedad de Investigaciones
Psíquicas aún no ha declarado poseer conocimiento alguno… Para ésta la idea
de la comunicación espiritista, de la conversación con parientes y amigos
desaparecidos —tan preciosa para los espiritistas—, no tiene hoy interés. Ya
se comprende que hablamos de la Sociedad, no de algunos de sus miembros.
Como Sociedad están los que la forman estudiando aún los huesos y los
músculos, sin haber penetrado todavía en el corazón y en el alma».
Luz se refería luego a lo que llamaba probable futuro en esta forma:
«Como Sociedad aún no pueden llamarse espiritistas. Pero; esperamos
que a fuerza de nuevas pruebas se conviertan, primero, en “espiritistas sin los
espíritus”, y, finalmente, en espiritistas como los demás, con la satisfacción,
por añadidura, de que alcanzaron tal estado después de haber asegurado todo
paso dado en su camino e inducido con su cautelosa conducta a muchos
hombres de sentimientos nobles y clara inteligencia a seguir su mismo
derrotero».
Al final aseguraba Luz que no había antagonismo alguno entre las dos
corporaciones, pudiendo estar los espiritistas convencidos de que la Sociedad
de Investigaciones Psíquicas realizaba muy útil trabajo.
El artículo es instructivo porque revela la benévola actitud del principal
órgano espiritista con relación a la nueva Sociedad. Pero su profecía estuvo
lejos de realizarse. Contrastando con aquella actitud, un pequeño grupo dentro
de la Sociedad adoptó otra muy distinta, sino de hostilidad, al menos de

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constante negativa de la realidad de las manifestaciones físicas, no obstante
los valiosos testimonios de hombres cuya seriedad y experiencia hacíanles
dignos de crédito. Tan pronto como la Sociedad de Investigaciones Psíquicas
empezó el examen de aquellos testimonios o —lo que ocurrió más raras veces
— a investigar por sí misma, comenzó a lanzar acusaciones de fraude contra
los mediums o bien aceptó la posibilidad de que los resultados pudieran
obtenerse por medios distintos de los sobrenaturales. Ahí está, por ejemplo, la
señora Sidgwick —uno de sus más ofensivos miembros en este particular—,
la cual, refiriéndose a una sesión con la señora Jencken (Catalina Fox),
efectuada con luz suficiente para leer, declaró que al obtenerse la escritura
directa en una hoja de papel suministrada por los asistentes, y colocada debajo
de la mesa, «pensamos que la señora Jencken pudo haber escrito la palabra
con el pie». Sobre Enrique Slade, dice: «La impresión que tengo después de
diez sesiones con el doctor Slade… es que los fenómenos son producto de
trampas». Y de la escritura sobre pizarra, de Guillermo Eglinton: «En cuanto
a mí, no vacilo en atribuir sus fenómenos a un hábil escamoteo». Una
medium, hija de un profesor muy conocido, expresó al autor cuán
inconscientemente insultante resultaba la actitud de la señora Sidgwick en
aquella ocasión.
Podríamos aportar nuevas citas de la misma índole relativas a aquellos y
otros mediums. Un artículo titulado «Mr. Eglinton», debido a la señora
Sidgwick, y publicado en el Diario de la Sociedad en 1886, provocó, según
dijimos en el capítulo anterior, una verdadera tempestad de protestas que el
periódico Luz recogió en un número especial. Mr. Stainton Moses las
encabezó con estas palabras:
«Como la Sociedad de Investigaciones Psíquicas se ha colocado en una
posición falsa, ante los hechos, su juicio sobre éstos es también falso. La
historia secreta de la Investigación Psíquica en Inglaterra, si llegara a
escribirse, resultaría tan instructiva como sorprendente. Nosotros anticipamos,
aunque ello nos cause harto sentimiento, porque no se nos oculta la gravedad
de nuestras palabras, que la política seguida por la Sociedad ha sido siempre
obstruccionista, en lo que a la libre y plena discusión de estas materias se
refiere… En tales circunstancias corresponde a la Sociedad decidir si puede
haber todavía avenencia entre ella y los espiritistas, o si ha de intensificarse el
divorcio entre una y otros. Esta es la hora en que no ha habido aún ninguna
desaprobación oficial de las afirmaciones de la señora Sidgwick,
desaprobación que constituiría, sin duda, el primer paso para evitar la ruptura
total».

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Desde aquel año, el cuarto de existencia de la Sociedad, hasta ahora
apenas ha variado aquel estado de cosas. Sir Oliver, Lodge («La
supervivencia del hombre», 1909, página 6), lo describió exactamente al decir
de la Sociedad: «Parece formada para la negación de los hechos, para las
acusaciones de impostura, para el desaliento de los mediums y para repudiar
toda revelación que llega a la humanidad desde las regiones de la luz y del
conocimiento».
Esa crítica que acaso parezca severa en demasía, revela, al menos, la
opinión de elementos muy importantes acerca de la Sociedad de
Investigaciones Psíquicas.
Uña de las primeras actividades públicas de la Sociedad, fue el viaje a la
India de su representante, Dr. Ricardo Hodgson, para investigar los supuestos
milagros acaecidos en Adyar, feudo de Madame Blavatsky, que tanta parte
tuvo en la resurrección de la antigua sabiduría de Oriente para formar, bajo el
nombre de Teosofía, un sistema filosófico que resultara inteligible y aceptable
para el Occidente. No es éste el lugar de discutir la personalidad compleja de
aquella notable mujer, limitándonos a decir que el Dr. Hodgson formó la más
desfavorable opinión, tanto de ella como de sus supuestos milagros. Parecía
que tal conclusión era definitiva, pero más tarde se adujeron nuevas razones
para que se estudiase otra vez el asunto, de todo lo cual puede hallarse noticia
en la obrita de Madame Besant, «H. P. Blavatsky y los Maestros de
Sabiduría». Mad. Besant sostiene que los testigos a quienes pidió declaración
el Dr. Hodgson eran tan maliciosos como corrompidos, y que muchos de los
testimonios fueron adulterados al redactar el informe. Lo cierto es que
aquellos episodios echaron una sombra; sobre la reputación de la señora
Blavatsky, sin que pueda afirmarse que se obtuviera ninguna prueba definitiva
contra ella. Lo probado fue que el afán demostrativo de la Sociedad, cuando
se proponía descubrir un fraude, era mucho más grande y tenaz que cuando de
investigar algún fenómeno psíquico se trataba.
Pero, dejando esto, nos ocuparemos del asunto más agradable relativo al
examen de la mediunidad de la señora Leonora Piper, la famosa medium de
Boston, ya que aquél fue el más bello resultado obtenido por la Sociedad de
Investigaciones Psíquicas. Dicho examen duró nada menos que quince años,
dando origen a una documentación asaz voluminosa. Entre los investigadores
figuraban hombres tan conocidos y competentes como el profesor Guillermo
James, de la Universidad de Harvard; el Dr. Ricardo Hodgson y el profesor
Hyslop, de la Universidad de Columbia. Los tres sabios quedaron

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convencidos de la realidad de los fenómenos ocurridos en su presencia,
inclinándose en favor de la interpretación espiritista de los mismos.
Como es natural, esto causó gran júbilo a los partidarios. Mr. E. Dawson
Rogers, presidente de la Alianza Espiritista de Londres, en una reunión que
celebró esta corporación el 24 de octubre de 1901, aludió al hecho con las
siguiente frases (Luz, 1901, página 523):
«En los últimos días ha ocurrido un suceso que requiere le dediquemos
algunas palabras. Como muchos saben, nuestros amigos de la Sociedad de
Investigaciones Psíquicas —o algunos de ellos— se han pasado a nuestro
campo. No quiero decir que hayan ingresado en la Alianza Espiritista de
Londres, no, pero sí que algunos que se reían y burlaban de nosotros hace
unos años, ahora se han adherido a nuestro credo; y aceptan la hipótesis o
teoría de que el hombre continúa viviendo después de la muerte, y que, en
determinadas circunstancias, le es posible comunicar con los que dejó en la
tierra.
»Recuerdo con este motivo, y no sin pesar, los primeros tiempos de la
Sociedad de Investigaciones Psíquicas. Desgraciada o afortunadamente, yo
era miembro del primer Consejo como lo era también nuestro querido amigo
ya desaparecido, W. Stainton Moses. Los dos veíamos con pena el camino
que seguía el Consejo de la Sociedad cada vez que se le sugería la posibilidad
de demostrar la continuidad de la existencia del hombre después de la llamada
muerte. El resultado fue que, no pudiendo resistir ya más, Stainton Moses y
yo dimitimos nuestro puesto en el Consejo. El tiempo viene ahora a
proporcionarnos el desquite. Nuestros amigos de entonces ansiaban descubrir
la verdad, pero confiaban firmemente que la verdad consistiera en que el
Espiritismo era un fraude…
»Afortunadamente han pasado aquellos días y aquellas actitudes y hoy
podemos considerar a la Sociedad de Investigaciones Psíquicas como amiga
nuestra. Sus trabajos vienen a confirmar nuestras ideas. Primeramente, Mr. F.
W. H. Myers, cuya memoria nos es tan grata, declaró sin ambajes que había
llegado a la conclusión de que sólo la hipótesis espiritista explicaba los
fenómenos que había presenciado. Luego el Dr. Hodgson, que tan
furibundamente había atacado a los que profesaban el Espiritismo —a la
manera de Saúl contra los cristianos— se puso también de nuestra parte a raíz
de su investigación sobre los fenómenos ocurridos con la señora Piper,
declarando honrada y paladinamente que se convertía a nuestro credo. Y en
estos últimos días ha aparecido un notable volumen del profesor Hyslop, de la
Universidad de Columbia —editado por la Sociedad de Investigaciones

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Psíquicas— que prueba que también él, vicepresidente de dicha Sociedad,
está convencido de que la hipótesis espiritista es la única que puede explicar
los fenómenos por él presenciados. Todos van viniendo a nuestro campo y
esperamos que le llegue el turno a nuestro buen amigo Míster Podmore».
Han transcurrido veinte años y podemos decir que ese vaticinio era
demasiado optimista, lo cual no obsta para que la obra realizada por la señora
Piper fuera de gran alcance.
El profesor James conoció en 1885 a la señora Piper, con quien uno de sus
parientes había obtenido resultados medianímicos muy interesantes. Aunque
era más bien escéptico, se decidió a investigar con ella, logrando un número
de comunicaciones evidentes. Un día en que perdió su madre política el
«carnet» de cheques, el Dr. Phinuit, espíritu guía de la señora Piper, le indicó
por medio de ésta el lugar donde se encontraba, En otra ocasión, el mismo
espíritu dijo al profesor James: «Su pariente, el muchacho Roberto F., es
compañero mío de juego en nuestro mundo». Los F. eran primos de la señora
James y vivían en una ciudad lejana. El profesor James creyó que el Dr.
Phinuit se había equivocado respecto al sexo del hijo fallecido de los F. al
decir que era niño. Pero quien se equivocó fue el profesor James, como luego
pudo comprobarse, pues el hijo era un niño y el informe suministrado
resultaba exacto. Esto demostró además que la medium no había leído en la
mente consciente de James. Podíamos citar otros muchos ejemplos de
comunicaciones verídicas con el mismo espíritu del doctor Phinuit. El
profesor James pinta a la señora Piper como persona absolutamente sencilla e
ingenua, y respecto de la investigación acerca de la misma, dice: «El
resultado es que me convencí absolutamente de que durante su trance sabía
cosas de las cuales era imposible que hubiese oído hablar en estado de
vigilia».
Después de la muerte del Dr. Hodgson, acaecida en 1905, el profesor
Hyslop obtuvo a través de la señora Pziper una serie de comunicaciones
evidentes, que le convencieron de que continuaba en relación con aquel
amigo y colega suyo. Por ejemplo, Hodgson recordole la persona de un
medium sobre cuyas facultades diferían ambos en vida. Dijo que había
visitado a aquel medium, añadiendo: «Le encuentro mejor de lo que
pensaba». Habló de una prueba con agua coloreada que él e Hyslop habían
empleado con otro medium, residente a quinientas millas de distancia de
Boston, y acerca del cual nada podía saber la señora Piper. Le recordó
también una discusión habida con Hyslop, acerca de las tachaduras hechas en
el original de uno de los libros de éste. Los escépticos objetarán que aquellos

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hechos eran conocidos del profesor Hyslop, quien los transmitía
telepáticamente a la señora Piper. Pero es el caso que al mismo tiempo se
revelaban durante la comunicación peculiaridades personales del Dr.
Hodgson, hasta entonces desconocidas por el profesor Hyslop.
Para que el lector juzgue sobre la evidencia de los fenómenos de la señora
Piper, bajo el espíritu guía de Phinuit, reproducimos el siguiente caso:
En la 45 sesión con dicha medium, celebrada el 24 de diciembre de 1889,
y a la que asistían los señores y señoras Oliver, Lodge y Thompson, Phinuit,
dirigiéndose a la señora Thompson, dijo súbitamente:
—«¿Conoce usted a Richard, Rich o Mr. Rich?».
La señora Thompson contestó: «No. Sólo conozco a un doctor Rich».
Phinuit prosiguió: «Ese es. Ha fallecido, y por conducto de W. envía los más
cariñosos recuerdos a su padre».
En la 83.a sesión, estando también presentes los señores Thompson,
Pihnuit dijo de pronto: «¡Aquí está el Dr. Rich!», después de lo cual el
espíritu aludido empezó a hablar en los siguientes términos:
«Este caballero (es decir, el Dr. Phinuit), es muy amable dejándome que
les hable a ustedes. Mr. Thompson, necesito que transmita usted un mensaje a
mi padre».
Mr. Thompson: «Se lo transmitiré».
Dr. Rich: «Mil gracias. Es usted muy amable. Fallecí casi de repente, lo
cual afectó mucho a mi padre, quien no se ha repuesto aún de este golpe.
Dígale que vivo y que le envío todo mi cariño. ¿Dónde están mis lentes? (La
medium se pasa las manos por los ojos). Tenía la costumbre de usar lentes.
(Así era, en efecto). Creo que los guarda él, así como ciertos libros míos.
También tenía una cajita negra. Me parece que la guarda él también, pues no
creo que se extraviara. Algunas veces pierde la cabeza; pero es cosa
puramente nerviosa y sin consecuencias».
Mr. Thompson: «¿Qué hace su padre?».
La medium cogió una tarjeta y pareció escribir en ella, haciendo ademán
de pegar un sello en uno de los ángulos.
Dr. Rich: «Se ocupa de esas cosas. Mr. Thompson, si quiere usted
transmitir este mensaje, yo le ayudaré a usted en varias formas. Puedo y
quiero hacerlo así».
Al referir aquel suceso el profesor Lodge, agrega: «Míster Rich es el jefe
de Correos de Liverpool. Su hijo, el Dr. Rich, era casi un desconocido para
Mr. Thompson, y para mí lo era completamente. Pude comprobar que el padre
quedó muy afectado por la muerte del hijo. Mr. Thompson fue a verle y le

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transmitió la comunicación. Mr. Rich juzgó el episodio muy extraordinario e
inexplicable y lo atribuyó todo a algún fraude. Sin embargo, la frase “mil
gracias”, la considera característica de su hijo y además confiesa haber tenido
recientemente vértigos de índole nerviosa. Mr. Rich no sabe lo que su hijo
quiere decir cuando habla de la “cajita negra”. La única persona que podía dar
informes sobre el particular hállase en Alemania. Pero se ha comprobado que
el Dr. Rich hablaba constantemente de la cajita negra en su lecho de muerte».
Según el comentario de M. Sage «no hay duda que los señores Thompson
conocían al Dr. Rich, por haber estado con él una vez. Pero ignoraban por
completo todos aquellos detalles. ¿De dónde los había sacado la medium? No
podía ser por la influencia dejada por el Dr. Rich en algún objeto de su
pertenencia, porque no había tal objeto en la sesión».
La señora Piper tuvo diversos guías en las varias fases de su larga
actuación. Pero el más original fue el Dr. Phinuit. Pretendía haber sido
médico francés, pero en el relato de su propia vida terrena había
contradicciones y resultaba poco satisfactorio. No obstante, su actuación fue
muy notable convenciendo a muchos de que era un efectivo intermediario
entre los vivos y los muertos. Confesemos, sin embargo, que algunas de las
objeciones que se le hacían eran muy sólidas, pues aunque es muy posible que
una larga estancia en el otro mundo, embote nuestros recuerdos terrenales,
difícilmente podía esto ocurrir en la excesiva escala que suponían ciertas
manifestaciones del intermediario. Por otra parte, la teoría, según la cual ora
él como una parte de la personalidad de la señora Piper, obscurecía más la
cosa, pues muchos de los datos que comunicaba a través de la medium
estaban fuera del conocimiento de ella.
En marzo de 1892, el intermediario Phinuit fue totalmente suplantado por
Jorge Pelham, cambiando entonces el valor de las comunicaciones a través de
la señora Piper. Jorge Pelham era un joven literato que murió de una caída de
caballo, a la edad de treinta y dos años. Interesado en los estudios psíquicos,
había prometido al Dr. Hodgson que, después de muerto, procuraría enviar
pruebas de la existencia del más allá, promesa que cumplió con exceso, y el
mismo autor ha de expresar aquí su agradecimiento a aquel buen espíritu,
pues precisamente el estudio de los hechos de Jorge Pelham hizo que su
mente tuviera capacidad receptiva y simpática para recibir de él informes y
pruebas decisivas durante la gran guerra. (Informes del Dr. Hodgson. Actas de
la S. de I. P., volumen XIII,: páginas 284 − 584).
Pelham prefería escribir por mano de la señora Piper, dándose a veces el
caso de que mientras Phinuit hablaba, Pelham escribiera. Pronto quedó

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establecida su identidad, reuniendo en las sesiones a treinta viejos amigos,
desconocidos de la medium, a todos los cuales reconoció y trató el espíritu en
el mismo tono que empleara en vida. Ni una sola vez confundió a un extraño
con un amigo. No es posible que la continuidad de la individualidad terrena y
el poder de comunicación extra-terrena —dos cosas esenciales del espiritismo
— puedan ponerse de manifiesto mejor que se pusieron en aquella ocasión.
«Me siento feliz aquí —decía Pelham— y más pudiendo comunicarme con
vosotros». Comentando las interesantes comunicaciones de Pelham, M. Sage
decía con razón: «Si hay otro mundo, los espíritus no deben ir a él para rumiar
acerca de lo ocurrido en nuestra incompleta vida: deben ir a él como Pelham
para desarrollar una “mayor y más elevada actividad”».
En 1898, Jaime Hervey Hyslop, profesor de Lógica y Etica en la
Universidad de Columbia, ocupó el puesto del doctor Hodgson como jefe
experimentador. Aunque lleno también de escepticismo, no tuvo más remedio
que llegar a las mismas conclusiones que su antecesor. Leyendo sus trabajos
recopilados en varios libros, así como en el volumen XVI de las «Actas de la
S. de I. P., se tiene la sensación de que no pudo en modo alguno resistir a la
evidencia. Su padre y muchos de sus parientes se le aparecieron y sostuvieron
con él conversaciones que no era posible explicar por la telepatía ni por otro
medio conocido». «Sostuve conversación con mi padre —dice—, con mi
hermano, y con mis tíos», y cualquiera que lea sus relatos no tiene más
remedio que reconocer su veracidad. Por eso adquiere todos los caracteres de
un misterio que la Sociedad, que posee tales pruebas en sus propias «Actas»,
se resista aún a aceptar el credo espiritista o por lo menos que no lo acepte la
mayoría de sus miembros.
Es interesante observar que cuando en su décima sexta conversación con
los espíritus, el profesor Hyslop adoptó los métodos de los espiritistas
hablando ingenua, libremente y sin testigos, obtuvo una corroboración mayor
que en las quince sesiones precedentes, en las cuales se había rodeado de todo
género de precauciones. Tal vez la más interesante y dramática de aquellas
conversaciones a través de la señora Piper, fue la efectuada con Ricardo
Hodgson después de la muerte de éste ocurrida en 1905. Eran dos hombres de
cerebro privilegiado —Hodgson y Hyslop—, el uno «muerto» y el otro
disfrutando de todas sus facultades, hablando sobre temas de elevados vuelos
por la boca y manos de una mujer en trance sólo de mediana ilustración.
Situación extraordinaria, casi inconcebible la de Hodgson, el hombre que
durante tanto tiempo estuvo examinando el espíritu que se valía de la

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medium, convertido a su vez en espíritu que de ella se sirviera para someterse
al examen de su viejo colega.
La Sociedad consagró un trabajo tan grande como paciente al examen de
lo que se conoce con el nombre de «correspondencia contradictoria».
Centenares de páginas de las «Actas» de la Sociedad están dedicadas a dicha
materia, la que provocó entre sus miembros gran controversia.
Se ha supuesto que la idea de tal estudio fue sugerida desde el Más Allá
por F. W. Myers, con el fin de eliminar de las comunicaciones espiritistas el
espantajo de tantos investigadores psíquicos: la telepatía entre vivos. Lo
indudable es que mientras Myers perteneció a este mundo, estudió el caso en
su forma más simple, pues lo que se proponía obtener eran las mismas
palabras o comunicación a través de mediums distintos.
Pero la «correspondencia contradictoria» de la S. de I. P. era de un
carácter mucho más complicado, ya que no quería que uno de los escritos
fuera mera reproducción de lo dicho en otro; antes bien, que representasen
diferentes aspectos de la misma idea o que los informes que apareciesen en
uno explicaran o completaran los del otro.
El trabajo de la S. de I. P. en los últimos años, no aumentó su reputación.
El autor, que es uno de sus más antiguos miembros, tiene que reconocerlo así,
aunque con gran pesar. La Sociedad ha sido acaparada por un grupito de
hombres cuyo principal cuidado parece ser no el probar la verdad, sino
desaprobar cuanto tenga carácter sobrenatural. Dos grandes hombres, Lodge y
Barrett, quisieron oponerse a esa corriente, pero fueron arrollados. Así
acontece que los espiritistas y sobre todo los mediums, ven con más aversión
cada día tanto a aquellos investigadores como sus métodos. No se han dado
cuenta dichos señores de que un medium es, o debería ser inerte, y que hay
una fuerza inteligente detrás del medium que sólo puede ser atraída y animada
merced a la simpatía y con el tacto más exquisito.
Eva, la medium francesa de las materializaciones, vino de su país a
Londres, sometiéndose a la investigación de la Sociedad Psíquica, pero, como
otras veces, los resultados fueron pobres por las exageradas precauciones
tomadas con ella. El informe en el cual el Comité expone sus conclusiones es
un documento contradictorio, pues mientras el lector puede deducir de él que
no se obtuvieron resultados, el texto contiene fotografías de formas
ectoplásmicas parecidas en pequeño a las obtenidas en París con la misma
medium. Madame Bisson, protectora de Eva, y que acompañó a ésta a
Londres, lo que fue un grave inconveniente para ambas, se mostró
naturalmente indignada ante semejantes resultados. Con referencia a éstos, el

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Dr. Geley publicó un enérgico artículo en las «Actas» del Instituto
Metapsíquico, en el que descubría las falacias de la investigación y la
vaciedad del informe.
A pesar de todo, no hay por qué renegar de la existencia de la S. de I. P.
Ha sido una especie de banco de compensación de las ideas psíquicas, y como
un alto en el camino de aquellos que, sintiéndose atraídos por el asunto,
temieron, no obstante, una relación demasiado estrecha con filosofía tan
radical como el Espiritismo. Constantemente pudo observarse entre los
miembros de la Sociedad un movimiento desde la derecha de la negación a la
izquierda de la aceptación. El hecho de que al fin y al cabo una serie de
presidentes concluyeran por profesar el espiritismo, constituye una prueba de
que el elemento antiespiritual no era en definitiva demasiado intolerante e
intolerable. En general, como todas las instituciones humanas, merece casi
igual cantidad de plácemes que de censuras. Si por un lado, su actuación
presenta sombras, por otro tuvo puntos brillantes.
Constantemente hubo de luchar contra la imputación de ser una Sociedad
puramente espiritista, lo cual habríale privado de esa posición de prudente
imparcialidad a que siempre aspiró, aunque no siempre lograse alcanzarla.
Hay que reconocer que su actuación fue difícil muchas veces y que, si se ha
sostenido durante muchos años, ello prueba que en su obra no faltaron del
todo la prudencia y el saber, pudiendo esperarse que el período de esterilidad
y de obra negativa haya terminado ya. Entre tanto, el Colegio Psíquico,
institución fundada por el desprendimiento del señor y la señora Hewat
McKenzia, viene demostrando suficientemente que el rigor en la consecución
de la verdad y en la obtención de las pruebas necesarias, no es incompatible
con el trato humano a los mediums y con una actitud de simpatía hacia el
credo espiritista.

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CAPÍTULO XVIII
ECTOPLASMA

Desde los primeros tiempos los espiritistas afirmaron la existencia de alguna


materia física como base de los fenómenos. En la literatura espiritista de la
primera época se encuentran cien veces descripciones del denso vapor
semiluminoso que se exhala de los costados y de la boca del medium y que es
confusamente visible en la obscuridad. Los autores fueron aún más lejos
observando cómo el vapor se iba solidificando en una substancia plástica en
la que se moldeaban las distintas estructuras que aparecían en la sala de
sesiones. Las observaciones más científicas posteriores confirman lo que los
precursores establecieron.
Ya en 1877, el juez Peterson declara que vio con el medium W. Lawrence
«una nube lanosa» que pareció brotar de uno de los costados de éste y que
gradualmente adquirió la forma de un cuerpo sólido. Habla también de una
figura formada con «una bola de luz». Jaime Curtis, experimentando con
Slade en Australia, percibió en 1878 «un vapor gris a manera de nube» que
iba formándose y acumulándose hasta tomar la apariencia de una figura
completamente materializada. Alfredo Russell Wallace, operando con el Dr.
Monck, ve una «masa blanca», que gradualmente toma la forma de una
«columna de apariencia nubosa». La misma expresión de «columna nubosa»
es usada por Mr. Alfredo Smedley, refiriéndose a una aparición obtenida con
el medium Williams, en la que se manifestó John King, hablando también de
éste como de «una nube ligeramente iluminada». Sir Williams Crookes vio,
actuando con el medium; D. D. Home, una «nube luminosa» que se condensó
hasta tomar la forma perfecta de una mano. Mr. C. A. Brackett, que operó con
la medium Elena Berry en los Estados Unidos, el año 1875, habla de «una
substancia blanca como una nubecilla» que fue extendiéndose y alcanzó
cuatro o cinco pies de altura, «hasta que súbitamente surgió la forma
completa, redonda, de Berta». Mr. Edmundo Dawson Rogers, describiendo la
sesión celebrada con Eglinton en 1885, alude a «una substancia blancuzca»
salida de uno de los costados del medium. Mr. Vincent Turvey consigna la

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aparición de «una substancia roja y viscosa» desprendida del medium con
quien investigaba. Pero más interesante que la de esos testimonios es la
definición dada por la extraordinaria medium especialista en
materializaciones, Madame d’Esperance, la cual dice: «Me parecía sentir
como si tiraran de hilos finísimos a través de los poros de mi piel». El Dr.
Crawford habla de «varillas psíquicas» y de materia «parecida a exporos». Y
en El Espiritista puede leerse que el espíritu materializado de Catalina King,
manifestado a través de Miss Florencia Kook, «estaba unida con la medium
por medio de hilos ligeramente luminosos y de apariencia nubosa».
Uno de los concurrentes al círculo de Madame d’Esperance, hace la
siguiente descripción de producción de ectoplasma:
«Primero observose en el suelo, frente a la cabina, un trozo de algo blanco
y de apariencia membranosa o nubosa, que gradualmente fue extendiéndose
como si fuera una porción de muselina animada que se hubiera doblado varias
veces. Sus dimensiones serían de tres pies por dos y medio, y unas cinco o
más pulgadas de grueso. Toda aquella masa comenzó a elevarse
paulatinamente por su parte central, como si hubiera debajo una cabeza
humana, al tiempo que la especie de membrana nubosa que descansaba en el
suelo tomaba la apariencia de una túnica cayendo en pliegues alrededor de la
porción que ascendía tan misteriosamente. Cuando alcanzó la altura de dos o
más pies, diríase que la forma era la de un niño cuyos brazos se movieran en
todas direcciones, cual si manifestara tener algo debajo de aquella envoltura.
Así continuó ascendiendo, bajándose a veces para subir nuevamente a más
altura que antes, hasta alcanzar unos cinco pies de elevación. En aquel
momento pudo verse a la forma arreglándose los pliegues de la vestidura al
nivel de su rostro. Levantó luego los brazos a bastante altura sobre la cabeza,
y abriéndose paso a través de la masa nubosa de la vestidura, apareció ante
nuestros ojos Yolanda, descubierta, bella y graciosa, de cinco pies a lo sumo
de estatura, cubierta la cabeza con una especie de turbante por debajo del cual
se desbordaban sus largos cabellos negros que cayeron sobre sus hombros y
espalda… Todo esto se realizó en diez o quince minutos» («Tierra Sombría»,
por E. d’Esperance, 1897, págs. 254 − 5).
Mr. Edmundo Dawson Rogers, en su obra «Vida y Experiencia», describe
un caso análogo, al que estuvieron presentes, aparte del medium Mr. Eglinton,
catorce personas, todas ellas muy conocidas. Dice que durante la sesión, la luz
era suficiente «para que todos y todo pudiera ser observado en la habitación»,
de suerte que cuando la «forma» permaneció ante él, «pudo distinguir
claramente todos sus detalles». Mr. Eglinton, sumido en trance, estuvo

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andando por la habitación, entre los concurrentes, por espacio de cinco
minutos. A continuación, «comenzó a emitir de sus costados, en ángulo recto,
una substancia blancuzca que cayó a su lado izquierdo. Aquella masa de
materia blanca depositada en el suelo, aumentó de volumen, comenzó a
palpitar, a moverse de abajo arriba, a deslizarse de un lado a otro, como
impulsada por una fuerza motriz que parecía hallarse en el interior de sí
misma. Alcanzó la altura de unos tres pies, y poco después, aquella “forma”,
rápida y silenciosamente, adquirió toda su estatura. Con un vivo movimiento
de la mano, Mr. Eglinton separó la materia blanca que cubría la cabeza de la
“forma” y en parte cayó por encima de los hombros de ésta, convirtiéndose en
vestidura. El lazo de unión con el costado del medium, se cortó o se hizo
invisible, y la “forma” avanzó hasta Mr. Everitt, le dio un apretón de manos y
se mezcló entre los reunidos, teniendo con casi todos ellos la misma fineza».
Esto acaeció en Londres el año de 1885. En 1905 ocurrió lo siguiente en
una sesión que tuvo lugar en Argel, con la medium Eva, conocida entonces
bajo el nombre de Marta Beraud:
«En aquella ocasión Marta estaba sola en la cabina. Después de una
espera de veinticinco minutos, la misma Marta descorrió por completo la
cortina y se sentó en su silla. Casi inmediatamente —siendo Marta
completamente visible por todos los concurrentes, los cuales podían, por lo
tanto, distinguir con toda claridad sus manos, su cabeza y su cuerpo— vimos
una cosa blanca y diáfana que aumentaba gradualmente de volumen al lado de
Marta. Primero parecía como un trozo de nube situado junto al codo derecho
de Marta y unida, al parecer, a su cuerpo; era muy movible y fue creciendo
rápidamente hacia abajo y hacia arriba hasta adquirir la apariencia amorfa de
una columna nubosa que llegó a dos pies por encima de la cabeza de Marta.
No pude distinguir cabeza ni manos; lo que yo vi parecía una nube de copos
blancos con brillo variable, que se condensaba gradualmente, concentrándose
alrededor de un cuerpo invisible para mí». (Madame X.: «Anales de Ciencia
Psíquica», vol. II, pág. 305).
Este relato compagina perfectamente con los de sesiones que tuvieron
lugar muchos años antes. Pero si comparamos las apariciones de ectoplasmas
de hace cuarenta y cincuenta años, con las de nuestros días, se observa cuánto
más notables fueron aquellos primeros resultados. Ello se debió a que si bien
los métodos entonces empleados eran «anticientíficos», según el criterio de
muchos investigadores psíquicos modernos, los primeros experimentadores
observaron mejor la regla espiritista, rodeando al medium de una atmósfera
de amor y cordialidad.

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Comentando las primeras materializaciones ocurridas en Inglaterra, dijo
El Espiritista (1873, págs. 82 − 3):
«El estado de espíritu de los observadores se traduce en efectos ópticos
durante las sesiones. La gente mundana y precavida no consigue presenciar
más que débiles manifestaciones de los espíritus, los cuales tienen en tales
circunstancias un aspecto pálido de fantasma, cosa, por lo demás, corriente
cuando el poder del medium es escaso. (Esta descripción coincide
singularmente con la de muchos de los rostros vistos en las sesiones con Eva).
En cambio, las personas con cuya presencia el medium se siente
completamente a su gusto, ven manifestaciones completamente puras, claras.
Y es que los fenómenos espiritistas están gobernados por leyes fijas, pero
actúan de tal modo, que los resultados son de un carácter especial cuando
también es gente especial la que los presencia».
Mr. E. A. Brackett, autor del notable libro «Apariciones materializadas»,
expresa el mismo juicio, y aunque esto cause irrisión en los círculos pseudos
científicos, encierra una profunda verdad. He aquí sus palabras cuya
importancia no está en su interpretación literal, sino en el espíritu de las
mismas:
«La llave que abre las glorias de la otra vida, es el afecto puro, sencillo y
confiado como el que impulsa al niño a arrojarse en brazos de su madre. A
aquellos demasiado ufanos de su intelectualismo, semejante gesto les
parecería una renuncia de lo que llaman ejercicio de sus facultades superiores.
Debo declarar por lo que a mí se refiere, que hasta el momento en que me
decidí a adoptar, sinceramente y sin reservas, aquella actitud, nada pude saber
de esos asuntos, los cuales, en vez de ofuscar mi razón y mi juicio, han dado a
mi mente una percepción más clara y más inteligible que la que antes tenía.
Ese sentimiento de delicadeza, de afecto amoroso que es la esencia de las
predicaciones de Cristo, eternamente bellas, es el que debe encontrar su
expresión íntegra en nuestra relación con los espíritus».
Si alguien pensara por lo que precede, que el autor era un pobre y crédulo
juguete con quien cualquier medium podía entretenerse, el contenido de su
excelente libro puede probarle lo contrario. Mr. Brackett había sido un
escéptico, lleno de dudas y perplejidades hasta que, por consejo de un espíritu
materializado, decidió echar a un lado toda clase de reservas, y como él
mismo dijo: «Saludar a aquellas formas como queridos amigos desaparecidos,
venidos desde lejos, tras una ardua lucha para llegar hasta mí». Su conversión
fue instantánea:

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«Desde aquel momento —afirma— las formas que parecían carecer de
vitalidad, estuvieron dotadas de una fuerza maravillosa. Surgían para
saludarme, me tendían los brazos y las que hasta entonces se habían mostrado
sordas, respondían ahora a mis llamamientos; rostros que antes, más bien
parecían máscaras, se mostraban ahora radiantes de belleza. Una que se me
apareció como sobrina mía… me favoreció con toda clase de demostraciones
de afecto, y echándome los brazos al cuello y reposando la cabeza en mi
hombro, me miró y dijo: “Ahora podemos todos acercarnos a ti”».
Gran lástima fue que Eva no tuviera ocasión de desplegar sus facultades
ante los miembros de la Sociedad Psíquica en una de esas sesiones espiritistas
impregnada de una atmósfera de cariño, porque no hay duda que se habrían
podido producir investigaciones de muy distinto orden. En prueba de ello,
citaremos el hecho de que Madame Bisson, en una sesión familiar privada,
obtuvo con su amiga magníficos resultados jamás alcanzados con los
recelosos métodos de los investigadores científicos.
Eva, o Eva C., como se la conoce ordinariamente indicando la inicial C.,
su apellido Carriere, puede decirse que fue la primer medium de
materializaciones, sometida a investigación científica. Ello ocurrió el año
1903 en una serie de sesiones celebradas en la «Villa Carmen», de Argel, con
el profesor Carlos Richet, cuya observación de la curiosa materia blanca que
parecía fluir de la joven, llevole a crear la palabra «ectoplasma». Eva tenía
entonces diez y nueve años de edad, encontrándose en la plenitud de sus
facultades, que más tarde habrían de quedar minadas merced a los largos años
de investigación forzada. Varias veces se intentó rodear de una atmósfera de
duda los resultados conseguidos por Richet, pretendiéndose que las figuras
materializadas eran en realidad criados disfrazados, pero lo cierto es que los
experimentos se llevaron a cabo a puertas cerradas y que los mismos
resultados consiguiéronse en otras circunstancias análogas. Por lo demás, casi
es de justicia el que el profesor Richet sufriese tales críticas molestas y
desleales, ya que en su gran obra «Treinta años de investigación psíquica», se
muestra poco amable con los mediums, dando crédito a las fábulas que los
desprestigian, y procediendo de acuerdo con el principio de que ser acusado
es tanto como ser condenado.
Richet describe extensamente en los «Anales de Ciencia Psíquica» la
aparición con Eva de la forma materializada de un hombre que a sí mismo se
llamaba «Bien Boa». Según el ilustre profesor, aquel hombre poseía todas las
condiciones necesarias para la vida. «Anda, habla, se mueve y respira como
un ser humano. Su cuerpo es resistente y posee cierta fuerza muscular. No es

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ni una figura terrenal, ni un simulacro; es un hombre que vive, y es menester
rechazar resueltamente cualquier otra suposición distinta de una de las dos
siguientes: es un fantasma dotado de todos los atributos de la vida, o es una
persona que representa el papel del fantasma». (Obra citada, vol. II, pág. 273).
Con toda minuciosidad expone luego las razones que obligan a rechazar la
última de las dos posibilidades.
De algunas características de la forma, dice:
«Bien Boa procura acercarse a nosotros, pero diríase que cojea; su marcha
es vacilante. No puedo decir si anda o si resbala. En un momento dado
tropieza como si fuese a caer, cojeando de un pie, al parecer incapaz de
sostenerle: tal al menos es mi impresión personal. Luego se dirige hacia la
cortina, y sin descorrerla se hunde, desaparece en el suelo, oyéndose al mismo
tiempo un ruido: clac, clac, como el que produciría un cuerpo al caer».
Durante el desarrollo de esa escena la medium estaba en la cabina,
perfectamente observada por otro testigo, Gabriel Delanne, director de la
Revista del Espiritismo.
Richet prosigue:
«Poco después (dos, tres o cuatro minutos), delante de la cortina, a los
mismos pies del general, otro testigo, vemos de nuevo la misma bola blanca
(¿la cabeza?), la cual sube rápidamente, casi perpendicularmente, hasta la
altura de un hombre y luego súbitamente se hunde en el suelo con el mismo
ruido ¡clac, clac! de la caída de un cuerpo. El general siente en sus piernas el
choque de la forma al caer».
La súbita aparición y desaparición de la figura era tan parecida a la acción
de salir y esconderse por medio de una trampa, que al día siguiente Richet
examinó minuciosamente el pavimento de la habitación, que era de baldosas y
servía de techo a la cochera situada debajo, sin hallar señal de trampa alguna.
Para desvanecer los absurdos rumores de su existencia, pidió más tarde a
un arquitecto que practicase un reconocimiento de ambas habitaciones y le
certificase el resultado. Tuvieron aún mayor interés aquellas manifestaciones
porque anteriormente, en París, rara vez había logrado la medium
materializaciones completas.
Richet llevó a cabo con Bien Boa un curioso experimento. Le hizo
respirar en su frasco de agua de barita para ver si el aire inhalado contenía
dióxido de carbono. Aunque con gran dificultad, la forma hizo lo que se le
pedía, y en el líquido se produjo la reacción esperada. Durante el
experimento, estuvo a la vista de todos la medium y junto a ella se sentó uno
de los testigos.

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Richet registra un divertido incidente de aquella sesión. Cuando el agua
de barita se puso blanca, los asistentes exclamaron: «¡Bravo!», y entonces la
forma de Bien Boa entreabrió la cortina y apareció tres veces, saludando
como un actor que es llamado a escena.
Richet y Delanne tomaron fotografías de Bien Boa, las que, a juicio de Sir
Oliver Lodge, son de lo más perfectas en su género. Un detalle que llama
poderosamente la atención en ellas es que un brazo de la medium aparece
plano, lo cual revela el proceso de desmaterialización parcial que con tanta
claridad se vio en otra medium, Madame d’Esperance. Richet observa
oportunamente (obra citada, vol. II, pág. 288): «No temo declarar que el vacío
de aquella manga, lejos de demostrar la existencia de fraude, prueba, por el
contrario, que no le hubo, hablando más bien en favor de una especie de
disgregación material de la medium que ésta no podía sospechar».
He aquí el relato de una espléndida materialización presenciada por
Richet en la Villa Carmen:
«Casi en el mismo momento en que las cortinas fueron echadas se
abrieron de nuevo, apareciendo entre ellas el rostro de una mujer joven y
hermosa que llevaba una corona en la cabeza y una especie de cinta dorada o
de diadema en torno de sus cabellos rubios. Reía a carcajadas y parecía muy
alegre; recuerdo muy bien su risa y sus dientes, como perlas. Asomó dos o
tres veces la cabeza, ocultándola luego, como un muchacho que se
entretuviera jugando al escondite».
La aparición pidió a Richet que otro día llevara unas tijeras para cortar
una guedeja de la cabellera de la «reina egipcia», como a sí mismo se llamó.
Y así lo hizo el profesor al siguiente día:
«La “reina egipcia” volvió, pero sólo nos mostró la corona de su cabeza y
una cabellera tan rubia como abundante; demostraba impaciencia por saber si
yo había llevado las tijeras. Entonces cogí parte de sus largos cabellos, pero
apenas pude distinguir el rostro, oculto detrás de la cortina. Cuando estaba a
punto de cortar una guedeja de la parte superior de la cabeza, una mano
enérgica que se movió detrás de la cortina me obligó a bajar el brazo y a
cortar sólo a unas seis pulgadas de la punta del pelo. Como cortaba despacio,
la forma dijo en voz baja: “¡Aprisa, aprisa!”, y desapareció. Conservo el
mechón de pelo, que es muy fino, sedoso y de color natural. Su examen al
microscopio prueba que se trata de cabello real, y me aseguran que una peluca
del mismo costaría un millar de francos. El cabello de Marta es muy negro y
más bien corto». (Obra citada, página 508). Aludiremos de paso a lo que
Richet llama «innobles cuentos de periódicos». Alguno de éstos publicó una

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supuesta confesión de engaño atribuida a la medium, así como también la no
menos falsa afirmación de un cochero árabe al servicio del general Noel,
dueño de la Villa Carmen, el cual aseguraba haber representado el papel de
fantasma en la finca. Baste decir que jamás tuvo acceso aquel cochero al
salón de las sesiones y que la medium desmintió siempre públicamente el
cargo que se le hizo. Richet declaró que aun habiendo sido cierta la acusación,
los investigadores psíquicos conocen el valor que hay que dar a semejantes
revelaciones, sólo demostrativas de la versatilidad de los mediums.
Resumiendo las sesiones de Villa, Carmen, Richet dice:
«Las materializaciones producidas por Marta Beraud son de la mayor
importancia. Han aportado numerosos hechos que ilustran el proceso general
de las materializaciones, suministrando a la ciencia metapsíquica datos
completamente nuevos e imprevistos».
La primera investigación sistemática del ectoplasma, fue emprendida por
Madame Bisson, viuda de Adolfo Bisson, hombre público muy conocido. Ello
coloca a Madame Bisson al lado de su compatriota Madame Carie, en los
anales de la ciencia. Madame Bisson tuvo considerable influjo personal sobre
Eva, contra la cual nació, después de los experimentos realizados en Argelia,
la intolerante persecución acostumbrada. La tomó bajo su protección y la
proveyó de todo lo necesario, comenzando seguidamente una serie de
experimentos que duraron cinco años, y dieron tan sólidos resultados, que no
una, sino acaso varias ciencias, nacerán de ellos en lo futuro. En tales
experimentos, trabajó de consuno con el sabio alemán, de Munich, Dr.
Schrenck Notzing, cuyo nombre estará también eternamente unido a las
primeras investigaciones acerca del ectoplasma.
Los estudios de ambos se desarrollaron entre 1908 y 1913, recogiéndose
el fruto de ellos en la obra de Madame Bisson, «Los fenómenos llamados de
materialización», y en la de Schrenck Notzing, «Fenómenos de
materialización».
El método que empleaban consistía en obligar a Eva a que se desnudara
bajo su estricta vigilancia y a que se pusiera una bata desprovista de botones y
atada fuertemente a la espalda. Solamente la quedaban libres los pies y las
manos. De esta suerte, era llevada a la habitación donde se verificaban los
experimentos y a la que no entraba nunca fuera de aquellos momentos. A un
extremo de la habitación, había un pequeño espacio cerrado con cortinas y
abierto sólo por delante. El objeto de aquel espacio acotado era concentrar el
vapor ectoplásmico.

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Describiendo los resultados obtenidos por ambos, el sabio alemán dice:
«Muchas veces pudimos comprobar que por un proceso biológico
desconocido, surgía del cuerpo de la medium una materia semifluída al
principio, que poseía alguna de las propiedades de una substancia viviente,
sobre todo la facultad de cambiar, de moverse y de asumir formas definidas».
Y añade: «Podría dudarse de la verdad de estos hechos si no hubieran sido
centenares de veces verificados en el curso de pruebas laboriosas bajo
condiciones tan variadas como rigurosas». ¿Puede darse, por lo que a esa
substancia se refiere, una reivindicación más completa de aquellos espiritistas
que en el espacio de varias generaciones sufrieron con paciencia que el
mundo les ridiculizara? Schrenck Notzing dice en uno de sus escritos,
exhortando a su animosa compañera de trabajo para que no decayese: «No
desmaye en sus esfuerzos para abrir un nuevo dominio a la ciencia, ni por
ataques insensatos, ni por calumnias cobardes, ni por la violencia de los
malévolos, ni por cualquier forma de intimidación. Adelante en el camino que
usted ha abierto, pensando en las palabras de Faraday: “Nada es demasiado
extraño para ser verdadero”».
Los resultados que ambos experimentadores obtuvieron, son de los más
notables de que tengamos conocimiento. El testimonio de numerosos testigos
competentes, al que acompañan muchas fotografías, demuestra que aquella
materia gelatinosa extraordinaria fluía de la boca, nariz, orejas, ojos y piel de
la medium. Son aquellas fotografías de aspecto extraño y repulsivo, pero lo
mismo puede decirse de muchos procesos de la Naturaleza.
Se ve en ellas el fluido viscoso, gelatinoso, colgar de la barbilla como
cristales de hielo, caer por el cuerpo, formar como una especie de delantal
blanco, o convertido en masas informes pegadas al rostro de la medium. Al
ser tocado o herido por la luz, se encogía y era absorbido por el cuerpo como
retrae los cuernos el caracol.
Una vez que aquella substancia fue cogida y pinchada, la medium profirió
fuertes gritos. Con asentimiento de la medium fue otra vez amputada una
pequeña porción, la cual se disolvió en la caja donde fue colocada como si
fuera un copo de nieve, dejando como única huella algo de humedad y unas
excrecencias parecidas a las de un hongo. El microscopio reveló la presencia
de células epiteliales de membrana mucosa, en las cuales parecía tener su
origen aquella substancia.
Bastaría la producción del ectoplasma para que el descubrimiento hubiese
constituido una revolución y señalado una época, pero lo que sigue es aún
más extraordinario, y responde cumplidamente a la pregunta que al llegar

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aquí pueden hacer los lectores: «¿Qué tiene que ver todo esto con los
espíritus?». Por increíble que parezca, esa substancia toma en el caso de
ciertos médiums —y Eva era uno de ellos— formas definidas, o sea
extremidades y rostros humanos, que primero aparecen con dos dimensiones
en plano hasta moldearse por los bordes, completarse y destacarse. Muchas de
las fotografías que tomaron los dos experimentadores, revelan esos extraños
fantasmas, a menudo de bastante menor tamaño que tuvieron en vida.
Algunos de los rostros reproducen indudablemente formas pensadas por Eva,
existiendo un gran parecido entre algunas de ellas y las imágenes que la
medium pudo haber visto y cuyo recuerdo quedó grabado en su mente. Uno
de aquellos rostros tiene, por ejemplo, extraordinario parecido con el
presidente Wilson, con bigote; otro parécese a un feroz Poincaré. En una
fotografía se ve la palabra «espejo», impresa en la frente de la medium, lo
cual, en opinión de algunos críticos, prueba que cortó aquella palabra de
algún periódico para exhibirla en plena sesión, si bien no se dice el objeto
perseguido con tal propósito. La explicación dada por la medium es que las
fuerzas dominantes aquella vez deseaban sugerir, por vía de «aporte», la idea
de que los rostros y figuras aparecidos no eran en realidad los suyos, sino
tales como pudieran ser reflejados por un espejo.
Ni aun así el lector encontrará una conexión clara de estos fenómenos con
el espiritismo, pero lo que sigue le hará verla. Cuando Eva estaba en sus
buenos momentos, lo cual ocurría rara vez y a costa de su salud, formaba una
figura completa parecida a alguna persona fallecida; la cuerda que ataba
aquella figura a la medium se aflojaba; y un soplo de vida animaba a la
imagen que se movía, andaba y expresaba sus emociones íntimas. Schrenck
Notzing dice con referencia a aquella aparición: «Desde entonces el fantasma
se ha revelado completo en varias ocasiones saliendo fuera del gabinete,
comenzando a hablar y llegando hasta Madame Bisson, en cuya mejilla
estampó besos que todos oímos». Extraño final de una investigación científica
y que venía a probar una vez más cuán imposible es, aun para los más
esclarecidos materialistas, encontrar una explicación de los fenómenos
espiritistas conforme con sus teorías.
Eran tan asombrosos aquellos resultados, que Schrenck Notzing suspendió
su juicio acerca de ellos hasta que fueran confirmados como lo están hoy.
Regresó a Munich y allí tuvo la suerte de encontrar una medium polaca
llamada Stanislawa, que poseía la facultad de materializar. Gracias a ella pudo
emprender en 1912 una serie de experimentos cuyos resultados recogió en su

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obra ya citada. Trabajando con Stanislawa, adoptó los mismos estrictos
métodos que con Eva, consiguiendo idénticos resultados.
Apenas se distinguen las fotografías del ectoplasma tomadas con una de
las que hizo con otra. Así, la acusación de fraude lanzada contra Eva, habría
que repetirla respecto a Stanislawa. Muchos fueron los observadores
alemanes que asistieron a las sesiones y las fiscalizaron.
Como correspondía a su espíritu teutónico, Schrenck Notzing profundizó
en la materia mucho más que Madame Bisson. Obtuvo cabello de una de las
formas materializadas y comparándolo al microscopio con el cabello de Eva,
dedujo que no podía ser de una misma persona. Así mismo hizo el análisis
químico de una pequeña porción de ectoplasma, la cual, al ser quemada, dejó
un resíduo de ceniza, con pronunciado olor a cuerno. Entre los cuerpos
constituyentes de aquella substancia, figuraban el cloruro de sodio (sal
común) y el fosfato de calcio. Finalmente, obtuvo un film cinematográfico del
ectoplasma, saliendo de la boca de la medium.
Hay que decir que aun cuando ésta se hallaba en trance durante los
experimentos, su estado no era inanimado, sino que parecía estar poseída por
una personalidad independiente, que a veces la dirigía palabras severas,
advirtiendo a los investigadores que necesitaba disciplina y debían sujetarla a
algún trabajo. En más de una ocasión aquel ente dio señales de gran
clarividencia, explicando, por ejemplo, el defecto de un aparato eléctrico que
no funcionaba.

Dr. Gustave Geley

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Jefe que fue del Institut Métapsychique de París; uno de los más ilustres precursores
en la investigación psíquica

Los resultados de Schrenck Notzing, quedaron corroborados por el Dr.


Gustavo Geley, cuyo nombre será inmortal en los anales de la investigación
psíquica. Geley era médico, habiendo llegado a los más elevados puestos de
su profesión. Fue atraído por las ciencias psíquicas y puesto acertadamente
por M. Juan Meyer a la cabeza del Instituto Metapsíquico. Su labor y sus
métodos constituyen un gran ejemplo que seguir, distinguiéndose, no sólo
como hábil experimentador y observador preciso, sino además como
profundo filósofo. Su gran obra «De lo Inconsciente a lo Consciente», puede
calificarse como libro de texto de toda una época. Como era de rigor, tuvo
también que aguantar las picaduras de los sempiternos mosquitos humanos
que asaltan a los primeros exploradores lanzados a través de la selva del
pensamiento, pero salió al paso de sus impugnadores con valor y desenfado.
Murió súbita y trágicamente. Había ido a Varsovia, en donde obtuvo
ectoplásmicos moldes del medium Kluski, pero desgraciadamente, el
aeroplano en que viajaba cayó a tierra, muriendo Geley en el acto; fue una
pérdida irreparable para la ciencia psíquica. Pertenecían al Instituto
Metapsíquico dirigido por Geley y declarado de «utilidad pública» por el
Gobierno francés, el profesor Carlos Richet, el profesor Santoliquido,
ministro de Higiene pública de Italia, el conde de Gramont, del Instituto de
Francia; el Dr. Calmette, médico inspector general; Camilo Flammarion, Julio
Roche, ex ministro de Estado, y el doctor Treissier, del Hospital de Lyon.
Más tarde se adhirieron a él, entre otras grandes figuras, Sir Oliver Lodge, el
profesor Bozzano y el profesor Leclainche, miembro del Instituto de Francia e
inspector general de los Servicios Sanitarios de Agricultura. El Instituto fue
provisto de un buen laboratorio para la investigación psíquica, con biblioteca,
salón de lectura y salas de recibo. Sus trabajos se publicaban en La Revista
Metapsíquica, órgano de la Sociedad.
El Instituto tomó la importante iniciativa de invitar a hombres eminentes
en la ciencia y en la literatura, para que asistieran a las investigaciones
psíquicas y participasen de ellas. Más de un centenar de aquellos hombres
ilustres obtuvieron de ese modo pruebas originales, y en 1923, treinta, entre
los cuales figuraban diez y ocho médicos de fama, firmaron y publicaron una
declaración de su creencia plena en la efectividad de las manifestaciones
psíquicas por ellos presenciadas bajo las más rígidas condiciones
fiscalizadoras.

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El Dr. Geley operó durante algún tiempo con Eva, desfilando por la sala
en que se celebraron las sesiones hasta un centenar de hombres de ciencia.
Tan evidentes fueron las pruebas obtenidas, que Geley resume sus
impresiones con estas palabras: «No sólo afirmo que no había engaño, sino
que ni siquiera existía la posibilidad de engaño». Siguiendo los antiguos
procedimientos de investigación, halló los mismos resultados que hallaron sus
antecesores, salvo que en sus experimentos los fantasmas tomaban siempre la
forma de rostros femeninos, algunas veces hermosos, y, según asegura,
desconocidos para él. Acaso eran formas pensadas por Eva, ya que en
ninguna de las sesiones pudo registrarse la presencia de un espíritu viviente.
No obstante, bastó para que el Dr. Geley pudiera declarar: «Lo que hemos
visto mata al materialismo. De aquí en adelante ya no hay lugar para él en el
mundo». Como es natural, refríase a aquel viejo materialismo, según el cual,
el pensamiento no es más que un resultado de la materia, cuando lo cierto, y
según revelan los nuevos descubrimientos, la materia es el resultado del
pensamiento.
Después de sus experimentos con Eva, el Dr. Geley obtuvo aún más
extraordinarios resultados con el medium polaco Franck Kluski, cuyas figuras
ectoplásmicas eran tan sólidas que pudo tomar moldes de las manos en
parafina. Aquellos moldes o guantes de parafina, que aún pueden verse en
Londres[8] eran tan estrechos en la abertura de la muñeca, que no habría
podido retirarse la mano sin romperlos. Sólo era posible sacarla de ellos por
desmaterialización de la misma mano ectoplásmica. En aquellos experimentos
acompañaron a Geley, Richet y el conde de Gramont, cuya competencia era
indiscutible. En el capítulo XX de esta obra, encontrará el lector más detalles
de estos y otros moldes de figuras ectoplásmicas, los que constituyen la más
innegable y permanente de las pruebas de semejantes fenómenos, sin que
crítica alguna pueda racionalmente invalidarlas.
Con otro medium polaco llamado Juan Guzik, investigó también el Dr.
Geley en el Instituto de París. Las manifestaciones de aquel medium
consistieron en luces y en manos y rostros ectoplásmicos. Treinta y cuatro
distinguidas personas, algunas de ellas completamente escépticas, afirmaron
tras largas y minuciosas investigaciones, su creencia en aquellos fenómenos.
Entre esos testigos había miembros de la Academia Francesa, de la Academia
de Ciencias, de la Academia de Medicina, doctores en Medicina y en Derecho
y hasta algunos expertos policías.
El ectoplasma es una de las substancias más proteas, pudiendo
manifestarse de muy distintas maneras y con diversas propiedades. Así lo

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demostró el Dr. Crawford, profesor de Ingeniería Mecánica en la Queen’s
University de Belfast. Crawford dirigió una importante serie de experimentos
desde 1914 a 1920 con la medium Miss Catalina Goligher, cuyo relato
consignó en tres volúmenes: «La realidad de los fenómenos psíquicos»
(1917), «Experimentos en Ciencia Psíquica» (1919) y «Las manifestaciones
psíquicas de Miss Goligher» (1920). Desgraciadamente, Crawford falleció en
1920, pero su recuerdo será imperecedero, merced a los tres libros citados.
Para comprender debidamente los resultados conseguidos por Crawford
deben leerse sus dichos libros, pero en síntesis consignaremos que en ellos se
demuestra que los levantamientos de mesas, los ruidos en el suelo y los
movimientos de objetos en la sala de las sesiones, son debidos a la acción de
«varitas psíquicas» o, según las llama en la última de las expresadas obras,
«producciones psíquicas» emanadas del cuerpo del medium. Cuando la mesa
se levanta, aquellas «varitas» actúan de dos maneras: si la mesa es ligera, la
varita o instrumento psíquico no toca el suelo, sino que obra como «una
palanca, fija sólidamente en el cuerpo del medium por una extremidad,
mientras que la otra extremidad actúa en la superficie interior o en las patas
de la mesa». Si ésta es pesada, la reacción, en vez de partir del medium,
procede del suelo de la habitación, donde la substancia psíquica forma una
especie de soporte entre la superficie inferior de la mesa levantada y el suelo.
El medium, en los experimentos de Crawford, estaba colocado en una
báscula, y cuando la mesa se levantaba, veíase aumentar el peso de aquél.
Crawford suministró una interesante hipótesis del proceso de formación
del ectoplasma durante la sesión. Debe advertirse, que al hablar de
«operadores» se refiere a los espíritus actuantes en los fenómenos:
«Los operadores obran en el cerebro de los circunstantes y desde él sobre
su sistema nervioso. Pequeñas partículas, mejor aún, moléculas, son
proyectadas por el sistema nervioso a través de los cuerpos de los
circunstantes, cintura, manos, dedos, etc. Tales partículas quedan libres, y
como están dotadas de una considerable cantidad de energía latente a ellas
inherente, ésta puede reaccionar sobre cualquier sistema nervioso humano con
el cual entre en contacto. La corriente de partículas de energía fluye alrededor
de los reunidos, en parte probablemente por la periferia de sus cuerpos, y,
aumentando gradualmente desde ellos, pasa al medium en un elevado grado
de “tensión”, le comunica su energía, recibe de él nuevo incremento, atraviesa
otra vez el círculo de los reunidos y así sucesivamente. Finalmente, cuando la
“tensión” es bastante alta, cesa el proceso circulatorio, y las partículas de
energía son recogidas o refundidas en el sistema nervioso del medium, quien

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desde entonces posee un depósito desde donde proyectarlas. Disponiendo
entonces los operadores de una buena reserva de la mejor clase de energía, es
decir, energía nerviosa, pueden actuar sobre el cuerpo del medium, el cual
hállase de tal manera constituido, que por medio de la tensión nerviosa puede
desprender una parte de su propia materia y proyectarla en plena sala de
sesiones (“La realidad de los fenómenos psíquicos”, pág. 243)».
Acaso es éste el primer intento hecho para explicar claramente lo que
ocurre en una sesión de fenómenos físicos, y es muy posible que describa con
fiel exactitud lo que realmente sucede. En otro lugar de su libro hace
Crawford una importante comparación entre las primeras y las últimas
manifestaciones psíquicas de una sesión, exponiendo la siguiente atrevida
teoría de todos los fenómenos psíquicos:
«He comparado la apariencia blancuzca y nubosa de esa substancia en las
distintas formas adoptadas por ella con fotografías de fenómenos de
materialización en sus distintas fases obtenidas con diferentes mediums en
todo el mundo, y la conclusión a que he llegado es que esa materia se parece
extraordinariamente, si no es siempre la misma, a la que entra en todos los
fenómenos de materialización. De hecho puede afirmarse que dicha materia
blancuzca, traslúcida, nebulosa, es la base de todos los fenómenos psíquicos
de orden físico. Sin ella hasta cierto punto no son posibles los fenómenos
físicos; y es ella la que da consistencia a las estructuras de todo género
erigidas por los operadores en la sala de sesiones, y la que, debidamente
manejada y aplicada, permite a tales estructuras entrar en contacto con las
formas corrientes de materia que nosotros conocemos, tanto si dichas
estructuras se asemejan a aquellas de que me ocupo particularmente, como si
son materializaciones de formas corpóreas, manos o rostros. Es más, me
parece probable que esa materia sea la base de las estructuras erigidas
aparentemente como manifestación de la forma particular de los fenómenos
que se llaman de voz directa, basándose también en ella fenómenos conocidos
con el nombre de fotografía de los espíritus».
Mientras Crawford trabajaba en sus varitas ectoplásmicas, el Dr. Geley
comprobaba los resultados obtenidos con Eva en una nueva serie de
experimentos. He ahí cómo resume sus observaciones:
«Emana del cuerpo de la medium una substancia amorfa o polimorfa hasta
el más alto grado. Esa substancia toma varias formas, pero en general muestra
órganos más o menos compuestos, distinguiéndose: (1) la substancia como
substructura de materialización; (2) su desarrollo organizado. Su aparición se
anuncia generalmente por la presencia de fluido, a manera de copos blancos y

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luminosos de tamaño que varía entre el de un guisante y el de una pieza de
cinco francos, y distribuído por todas partes sobre el vestido negro de la
medium, principalmente hacia el costado izquierdo… La substancia emana de
todo el cuerpo de la medium, pero principalmente de los orificios naturales y
de las extremidades, de la parte superior de la cabeza, de los costados y de las
puntas de los dedos. Pero lo más corriente es la emanación por la boca… La
substancia se presenta tan pronto con la consistencia de una pasta dúctil,
como de una verdadera masa protoplástica, tan pronto en forma de numerosos
hilos delgados, de cuerdas de varios grosores, de radios rígidos, de anchas
fajas, de membranas o de tejido de lana de forma indefinida o irregular. La
apariencia más curiosa es la de membrana, de gran extensión, provista de
franjas cruzadas a manera de una red.
»La cantidad de materia “exteriorizada” varía entre límites muy amplios.
En ciertos casos envuelve por completo a la medium como si fuera un manto.
Tiene tres colores diferentes: blanco, negro y gris. El color blanco me parece
el más frecuente, tal vez porque es el que mejor se ve. A veces los tres colores
aparecen simultáneamente. La visibilidad de la substancia varía
considerablemente aumentando o disminuyendo sucesivamente. La impresión
al tacto es muy diversa, siendo tan pronto húmeda y fría, como viscosa y
pegajosa, y sólo raramente seca y dura… Es móvil, con movimiento lento,
subiendo o bajando a lo largo de la medium, por sus espaldas, pecho y
rodillas, a manera de un reptil. A veces los movimientos son súbitos y
rápidos, apareciendo y desapareciendo como un relámpago. Es
extraordinariamente sensitiva, sobre todo a la luz».
El párrafo copiado es sólo una parte del magistral análisis del Dr. Geley,
que al final se refiere a este importante aspecto de sus observaciones:
«Durante toda la duración del fenómeno de materialización, el producto
formado está en evidente conexión fisiológica y psíquica con el medium. La
conexión fisiológica es a veces perceptible en forma de un delgado cordón
que une la substancia con el medium, como el cordón umbical liga el embrión
a la madre.
Pero aunque a veces ese cordón no sea visible, la relación psicológica es
siempre muy estrecha. Toda impresión recibida en el ectoplasma reacciona
sobre el medium y viceversa. La sensación refleja de la substancia se
confunde con la del medium; en una palabra, todo demuestra que el
ectoplasma es el mismo medium parcialmente exteriorizado».
Si se compara este relato en sus detalles con los que aparecen al principio
de este capítulo, veremos cuán numerosos son los puntos de semejanza entre

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ellos, y como después de tales confirmaciones no es ya escepticismo, sino
fruto de la más supina ignorancia negar la existencia y naturaleza del
ectoplasma.
Eva, como ya dijimos, vino a Londres y dio treinta y ocho sesiones bajo
los auspicios de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, pero la relación de
ellas (Actas, vol. XXXII, páginas 209 − 343) constituye documento nada
satisfactorio. Afortunadamente, el Dr. Schrenck Notzing consiguió disponer
de otro medium, el joven de catorce años Willie S., gracias al cual pudo
demostrar a todos la existencia del ectoplasma, con resultados
correspondientes a los obtenidos en París. La substancia fue examinada por
un centenar de selectos observadores, ninguno de los cuales pudo negar la
evidencia de lo que vio. Eran profesores o ex profesores de Jena, Gesen,
Heildelberg, Munich, Tubinga, Upsala, Friburgo, Basilea y otras
Universidades, junto con buen número de famosos médicos, neurólogos y
sabios de todo linaje.
No puede, pues, haber dudas respecto a la existencia del ectoplasma. Sin
embargo, no siempre y en todos los casos se produce. Antes bien, se trata de
una delicada operación que puede fallar, lo cual explica que al practicarla,
fracasaran varios experimentadores, entre los cuales se contó cierto reducido
comité de la Sorbona. Ya hemos visto que requiere hombres hábiles, así como
buenas condiciones de orden mental y espiritual más que químico. Además,
ha de ayudar el ambiente, pues si es antagónico, dificulta o impide totalmente
la aparición, lo que acredita sus afinidades espirituales, diferenciando al
ectoplasma de los productos puramente físicos.
¿Qué es por lo tanto esa substancia? Algo que adopta una forma. ¿Quién
determina la forma? ¿Es la mente del medium caído en trance? ¿Es la mente
de los observadores? ¿Es una mente independiente? Los experimentadores se
dividen en dos escuelas: una que está empeñada en buscar la causa y origen
del ectoplasma en alguna propiedad extraordinaria latente en el cuerpo físico
normal, y otra, a la que el autor pertenece, que cree que aquél es el eslabón
que nos une con la cadena del Más Allá. Y hay que añadir que en todo cuanto
con ese fenómeno hace relación, no hay nada que no fuera conocido por los
antiguos alquimistas de la Edad Media. Este hecho tan interesante, fue
revelado por Mr. Foster Damon, de la Universidad de Harvard, al dar una
serie de extractos de las obras de Vaughan, filósofo, que vivió hacia el año
1650, quien con el nombre de «Primera materia» o de «Mercurio», define una
substancia emanada del cuerpo que tiene todas las características del
ectoplasma. Eran tiempos en que entre la Iglesia católica de una parte y los

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puritanos de otra, se hacía muy difícil la labor del investigador psíquico. De
ahí que los químicos de entonces disfrazaran sus conocimientos bajo nombres
fantásticos, y que dichos conocimientos acabaran por desaparecer.
El autor ha visto frecuentemente ectoplasma en su forma vaporosa, pero
sólo una vez en su forma sólida, salvo en los casos en que le fue dable
observar rostros o figuras completamente materializados. Fue en una sesión
con Eva, con la intervención de Madame Bisson. En aquella ocasión, la
extraña y variable substancia apareció como un pedazo de materia de seis
pulgadas de longitud, no muy distinto de un trozo de cordón umbilical,
adherido a la tela del vestido en la región del bajo vientre. Era visible a la luz
y el autor fue autorizado para tocarlo, sacando la impresión de que se trataba
de una substancia viva que se encogía y latía al tacto. Excusamos decir que
ninguna posibilidad de fraude había en aquel momento.
Para juzgar bien de los hechos que se conocen acerca del ectoplasma,
conviene ver la apariencia de éste en las fotografías psíquicas. La opinión más
racional es que una vez formado el ectoplasma puede moldearse por obra de
la mente, y que en los casos más corrientes esa mente puede ser la del
medium inconsciente. Pero olvidamos con frecuencia que también nosotros
somos espíritus, y que el espíritu que reside en el cuerpo posee probablemente
facultades parecidas a las del espíritu que está fuera del cuerpo. En otros
casos, como se revela especialmente con las fotografías psíquicas, resulta
perfectamente claro que no es el espíritu del medium quien obra, sino que
interviene alguna fuerza más poderosa y con objetivo más consciente y
definido.
Personalmente el autor es de opinión que en lo futuro se descubrirán
diferentes formas de plasma con distintas actividades, formando una ciencia
aparte que bien podría llamarse Plasmología. También creo que todos los
fenómenos psíquicos exteriores al medium, incluso la clarividencia, tienen el
mismo origen. Así, un medium clarividente puede muy bien ser el que emita
ésta u otra substancia parecida en forma de atmósfera a su alrededor para que
el espíritu se manifieste a todos aquellos qué estén dotados del poder de
percepción. Así como el aerolito que pasa por la atmósfera de la tierra es
momentáneamente visible entre dos eternidades de invisibilidad, así también
es posible para el espíritu al pasar por la atmósfera psíquica del medium
ectoplásmico que pueda revelar su presencia un momento.
Esta opinión no se funda en prueba alguna, sino que va más allá de lo que
actualmente conocemos, pero Tyndall ha hecho ver que semejantes hipótesis
exploradoras pueden convertirse en el punto de partida de la verdad. La razón

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por la cual unas personas ven fantasmas y otras no, puede obedecer a que
algunas suministran ectoplasma suficiente para la manifestación y otras no, al
paso que el escalofrío, el temblor y el desmayo final de aquéllas deben
atribuirse no meramente al terror sino, en parte por lo menos, al súbito
desgaste de sus reservas psíquicas.
Sea como quiera, el conocimiento ya bien sólido que hoy tenemos del
ectoplasma nos proporciona una firme base material para la investigación
psíquica. Cuando el espíritu desciende sobre la materia necesita una base
material; de lo contrario, no podría impresionar nuestros sentidos materiales.
En 1891, Stainton Moses, el psíquico más notable de su tiempo, se vio
obligado a declarar: «Nada sé acerca del método o métodos por los cuales son
producidas las formas materializadas, fuera de lo que ya sabía la primera vez
que las vi». Si hoy viviera le sería difícil decir lo mismo. Gracias al
descubrimiento del ectoplasma podemos explicamos de modo racional los
golpes, percusiones o ruidos que figuran entre los primeros fenómenos
espiritistas que llamaron la atención de las gentes. Prematuro es aún decir que
pueden producirse esos ruidos de una sola manera, pero cabe afirmar que por
lo general su producción se basa en la extensión de una varilla de ectoplasma,
visible o no, y en su percusión en un objeto sólido. Probablemente tales
varillas son los conductores de la fuerza, de la misma manera que un alambre
de cobre puede conducir la descarga eléctrica destructora de un acorazado. En
uno de los admirables experimentos de Crawford, notando que las varitas o
radios ectoplásmicos procedían del pecho de su medium, le tiñó la blusa con
color carmín y le ordenó que produjera ruidos en la pared opuesta. Y, en
efecto, la pared viose salpicada de manchas rojas, lo cual demuestra que la
proyección ectoplásmica había arrastrado una parte del color a través del cuál
había pasado. De la misma manera, en los casos verdaderos de movimiento de
la mesa, debe atribuirse éste a la acumulación de ectoplasma en la superficie,
expulsada por los varios concurrentes y utilizado después por la inteligencia
directora. Crawford supuso que las varitas poseen en las extremidades garras
ya para asir o para levantar, y el mismo autor tomó más tarde varias
fotografías de esas varitas en las cuales se ve claramente un borde dentado al
extremo que muy bien pudiera servir para tal fin.
Crawford dedicó también la mayor atención a la relación existente entre el
peso del ectoplasma emitido y la pérdida de peso que al emitirlo sufre el
medium. Sus experimentos demuestran que todos somos mediums, que todos
perdemos peso en las sesiones de materialización, y que los mediums
propiamente tales, sólo difieren de nosotros en que pueden emitir una mayor

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cantidad de ectoplasma. Más grandes diferencias hay en otros aspectos de los
hombres, puesto que unos tienen, por ejemplo, magnífico oído para la música
y otros carecen en absoluto de él. En los experimentos de Crawford era
corriente que la medium perdiese hasta diez y quince libras en una sola
sesión, recobrando el peso inmediatamente después que su cuerpo reabsorbía
el ectoplasma. En una ocasión fue registrada la enorme pérdida de cincuenta y
dos libras, lo que hubiera hecho creer que la báscula no era fiel, de no existir
el antecedente de pérdidas superiores en otros mediums, como ocurrió en los
experimentos de Olcott con los Eddys. Todavía son de notar otras
propiedades del ectoplasma. La luz lo destruye, a no ser que se acostumbre
gradualmente a ella o esté preparado para recibirla por los espíritus
intermediarios; pero siempre un chorro súbito de luz hace refluir la substancia
y ésta es reabsorbida por el medium con la fuerza de una faja elástica al
soltarse. Hay que renunciar a maquinaciones y tretas contra el ectoplasma, y
toda fuerza empleada contra un objeto cualquiera sostenido por las varitas
ectoplásmicas, es casi tan peligroso como la luz brusca e intensa. El autor
recuerda que en una sesión un concurrente ignorante cambió de lugar un
objeto que flotaba en el aire delante de los reunidos, y aunque el acto fue
realizado calladamente, la medium se quejó de dolor y malestar y tuvo que
guardar cama algunos días. Otra medium padeció una fuerte y extensa
irritación desde el pecho hasta la espalda, causada por el encogimiento de la
banda ectoplásmica en el momento en que un mal intencionado encendió
súbitamente una lámpara eléctrica. Cuando el ectoplasma se recoge en una
superficie mucosa, la consecuencia puede ser una grave hemorragia. Varios
casos más podría citar el autor, presenciados por él mismo.
No se puede en el espacio de un capítulo abarcar tema tan amplio, ni dar
más detalles sobre un punto que por sí solo requeriría un volumen. Es seguro
que nuestro conocimiento de esa extraña, protea, esquiva y penetrante
substancia aumentará de año en año, pudiendo profetizarse que si la última
generación consagró su estudio al protoplasma, la próxima hará lo propio con
su equivalente psíquico, llamado ectoplasma por Carlos Richet, y por otros
«plasma», «teleplasma» e «ideoplasma».
Ya desde la fecha en que se escribió este capítulo hasta la de su
publicación, ha habido nuevas emisiones de ectoplasmas, debidas a mediums
de varias partes del mundo. Las más notables las de «Margery» o señora
Crandon, de Boston, medium a cuyas facultades ha consagrado un volumen
Mr. Malcolm Bird.

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CAPÍTULO XIX
FOTOGRAFÍA ESPIRITISTA

La primera noticia auténtica de la producción de lo que se llama fotografías


espiritistas, data de 1861. Quien las obtuvo fue Guillermo H. Mumler, en
Boston. En Inglaterra, dícese que Ricardo Boursnell llevó a cabo, en 1851, el
mismo experimento, pero no se ha conservado ninguna de las fotografías que
hizo. El primer caso comprobado en Inglaterra, data de 1872, y se refiere al
fotógrafo Hudson.
Al igual que el desarrollo del espiritismo moderno, aquel nuevo progreso
fue pronosticado desde el Más Allá. En 1856, Míster Tomás Slater, óptico,
residente en Londres, celebró una sesión de espiritismo en unión de Lord
Brougham y Mr. Roberto Owen, en la cual fue anunciado por medio de
golpes que llegaría un tiempo en que Mr. Slater tomaría fotografías de
espíritus. Mr. Owen prometió que si al llegar esa época él se encontraba en el
mundo de los espíritus, aparecería en la placa.
Y, en efecto, estando Mr. Slater haciendo experimentos de fotografía
espiritista, obtuvo en una placa el rostro de Mr. Roberto Owen juntamente
con el de Lord Brougham («Milagros del espiritismo moderno», 1901, pág.
198). Alfredo Russell Wallace describe así aquella fotografía:
«La primera de las pruebas contenía dos cabezas al lado de un retrato de
la hermana de Mr. Slater. Una de las cabezas era inconfundiblemente del
fallecido Lord Brougham; la otra, mucho menos clara, fue reconocida por Mr.
Slater como de Roberto Owen, con quien tuvo amistad íntima hasta el
momento de su muerte».
El Dr. Wallace, agrega:
«No es cosa esencial el que esas figuras sean exactamente identificadas o
no lo sean. El hecho de que cualquiera de ellas, tan clara e
inconfundiblemente humanas, salga en las placas tomadas en su propio
laboratorio por un fotógrafo aficionado y experto óptico, que se fabrica el
aparato por sí mismo, y sin otras personas presentes que los miembros de su
familia, es una verdadera maravilla»… En otra ocasión, apareció junto al

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fotógrafo una segunda figura en la placa tomada por Mr. Slater estando
absolutamente solo, merced a haber ocupado la silla destinada al modelo
después de destapar el objetivo…
«El mismo Mr. Slater me mostró aquellas fotografías explicándome en
qué condiciones habían sido hechas. Es indudable que no podía haber trampa,
y como se trata de una confirmación de lo que ya antes se había obtenido por
fotógrafos profesionales, su valor es inestimable».
Desde Mumler en 1861 a Guillermo Hope en nuestro tiempo ha habido de
veinte a treinta mediums con aptitud para la fotografía psíquica, y entre todos
ellos produjeron millares de esos resultados sobrenaturales que se conocen
bajo el nombre de «extras». Entre los más conocidos se encuentran Hudson,
Parker, Wyllie, Buguet, Boursnell, Duguid, Hope y señora Deane.
Mumler, empleado como grabador en una importante joyería de Boston,
no era ni espiritista ni fotógrafo profesional. En momentos de ocio, al sacar
una fotografía de sí mismo en el laboratorio de un amigo, obtuvo en la placa
el esbozo de otra figura. El método que empleó fue enfocar una silla
desocupada, y después de destapar el objetivo, sentarse en la silla con la
exposición requerida. Al dorso de la fotografía Mr. Mumler, escribió:
«Esta fotografía fue hecha por mí un domingo, cuando fuera de mí mismo
no había alma viviente en la habitación. En la forma que se ve a mi izquierda
reconozco a mi prima fallecida hace doce años. —N. H. Mumler». La forma
era la de un joven cuyo cuerpo y brazos se ven claramente, así como también
la mesa sobre la cual se apoya uno de éstos. De la cintura para abajo —dice
una descripción de nuestros días— la forma (que al parecer vestía un traje sin
mangas y cuello escotado), parece esfumarse en una densa niebla flotante en
la parte baja de la fotografía.
La noticia de novedad tan extraordinaria cundió rápidamente, y Mumler
fue asediado por toda la ciudad para que hiciese más fotografías. Al principio
rehusó, pero al fin se avino a ello, y con la obtención de nuevos «extras» se
extendió más su fama, no tardando en abandonar su empleo para consagrarse
de lleno al nuevo trabajo. Como su caso es el de todos los mediums fotógrafos
que le sucedieron, echaremos una rápida ojeada a su actuación.
Aficionados de la mejor reputación obtuvieron fotografías absolutamente
evidentes y reconocibles de amigos y parientes fallecidos, quedando
plenamente satisfechos y convencidos de la legitimidad de los resultados.
Luego acudieron los fotógrafos profesionales seguros de que había alguna
trampa, proclamando que si se les daba ocasión de realizar pruebas en las
condiciones que ellos fijaran, descubrirían el fraude. Llegaron uno tras otro

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aportando muchos sus propias placas, sus máquinas y sus ingredientes
químicos, pero aun dirigiendo y vigilando ellos todas las operaciones, les fue
imposible descubrir trampa alguna. El mismo Mumler fue a sus laboratorios y
les ayudó en el revelado de las placas y en todos los demás trabajos siempre
con el mismo éxito para él. Andrés Jackson Davis, a la sazón director del
Heraldo del Progreso, de Nueva York, envió a un fotógrafo profesional, Mr.
Guillermo Guay, para que hiciera una información completa de aquellos
acontecimientos. Pero no obstante habérsele permitido verificar y vigilar por
sí mismo todo el proceso fotográfico, apareció en la placa una figura
espiritista. Volvió a experimentar con Mumler en varias otras ocasiones y
acabó convenciéndose de que aquél era un poderoso medium y ciertos sus
fenómenos.
Otro operador, Horacio Weston, fue también enviado cerca de Mumler
para investigar, por Mr. de Black, famoso retratista. El nuevo enviado obtuvo
sus correspondientes fotografías de espíritus, declarando seguidamente que no
pudo descubrir cosa alguna en las operaciones que no fuera lo corriente y
normal en las fotografías ordinarias. En vista de ello, el mismo Black
trasladose al estudio de Mumler, revelando él mismo las placas que se
hicieron. Durante esta operación, al ver que aparecía en ellas una figura al
lado de la suya y al darse cuenta de que se trataba de un hombre que apoyaba
un brazo sobre sus espaldas, exclamó asombrado: «¡Pero Dios mío!, ¿es esto
posible?».
Mumler tenía más demandas de sesiones que las que podía dar, viéndose
obligado a señalar a los solicitantes fechas con varias semanas de
anticipación. Las peticiones procedían de todas las clases sociales: ministros,
abogados, jueces, alcaldes, médicos, profesores, hombres de negocios. Las
publicaciones de la época están llenas con los relatos de los resultados
indudables obtenidos con unos y otros.
En 1863, Mumler, como muchos mediums fotográficos que le sucedieron,
encontró en sus placas «extras» de personas vivientes. Sus más decididos
defensores no pudieron aceptar aquel nuevo y asombroso fenómeno, y aunque
continuaron creyendo en sus facultades, comenzaron a sospechar que apelaba
a engaños. El Dr. Gardrer, en carta a la Bandera de la Luz (Boston, febrero,
20, 1863), refiriéndose al nuevo fenómeno, escribió: «Mientras por un lado
tengo la creencia completa de haberse producido por su mediunidad retratos
verdaderos, por otra, he tenido pruebas evidentes de fraude, por lo menos en
dos casos… Mr. Mumler o algún cómplice suyo que ha asistido a las
reuniones de la señora Stuart, se han hecho culpables de fraude al

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presentarnos como legítimos retratos de espíritus fotografías de una persona
que vive actualmente en esta ciudad».
Lo que según los acusadores hacía más patente el caso, es que algunos
«extra» de personas vivientes aparecían en dos placas diferentes. Ese
«descubrimiento» soliviantó contra Mumler a la opinión pública tanto, que en
1868 tuvo que irse a Nueva York, donde sus asuntos prosperaron durante
algún tiempo, siendo al fin detenido por orden del alcalde de la ciudad, a
petición del redactor de un periódico que había recibido un «extra»
irreconocible. Después de un largo proceso, fue absuelto sin la menor mancha
en su reputación. La prueba de los fotógrafos profesionales no espiritistas, fue
completamente favorable a Mumler.
Así, Mr. Jeremías Gurney declaró:
«He sido fotógrafo durante veintiocho años; he estudiado el proceso
Mumler, y aunque estaba prevenido contra éste, no pude hallar engaño o
trampa alguna… Lo único que se salía de lo rutinario, era que el operador
conservase la mano en la cámara».
Mumler falleció en la pobreza el año 1884, dejando un interesante y
convincente relato de su labor en su libro «Experimentos personales de
Guillermo H. Mumler en la fotografía espiritista» (Boston, 1875). Un
ejemplar de esa obra puede verse en el Museo Británico.
Hudson, que fue en Inglaterra el primero en obtener la fotografía de un
espíritu, de la que tengamos completa evidencia, frisaba cuando esto ocurrió
en los sesenta años (marzo de 1872). El modelo fue Miss Georgiana Hougton,
la cual refirió extensamente el caso. («Crónicas de la fotografía de los seres
espirituales», etc., 1882, pág. 2).
De la actuación de Hudson hay abundantes testimonios. Mr. Tomás Slater,
a quien antes nos hemos referido, empleó las cámaras y placas de aquél, y
después de minuciosa observación, declaró que «debía descartarse toda
sospecha de engaño en la obra de Hudson». Entre otros, Mr. Guillermo
Howitt, desconocido entonces para el medium, se presentó sin previo aviso en
el estudio de éste, y en el «extra» que Hudson le hizo, reconoció a sus dos
hijos fallecidos, declarando que las fotografías eran «perfectas e
inconfundibles».
El Dr. Alfredo Russell Wallace obtuvo así mismo un buen retrato de su
esposa. Describiendo su visita, dice:
«Posé tres veces, siempre escogiendo yo mismo la posición, y las tres
veces apareció en la negativa una segunda figura junto a mí. La primera fue
una figura masculina armada de una corta espada; la segunda, una señora

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situada a algunos pies de distancia detrás de mí, mirándome y teniendo en la
mano un ramillete de flores. La tercera vez, después de colocarme yo mismo
y de haber sido puesta la placa en la cámara, pedí que la figura apareciera más
cerca de mí. En la placa apareció una figura de mujer que estaba tan junto a
mí, que sus vestidos cubrían la parte baja de mi cuerpo. Asistí al revelado de
todas las placas y, en cada uno de los casos, la figura adicional aparecía en el
mismo momento de verter el revelador; en cambio, mi imagen no surgía hasta
unos veinte segundos después, por lo menos. No reconocí a ninguna de
aquellas figuras en las negativas, pero en cuanto tuve las pruebas, pude darme
cuenta a la primera ojeada de que la tercera placa contenía el inconfundible
retrato de mi esposa, con todos sus rasgos y expresión; no era el parecido de
en vida, sino éste algo idealizado, pero de todos modos, me pareció
inconfundible».
El segundo retrato, aunque distinto, fue también reconocido por el Dr.
Wallace como de su esposa. El primer «extra», de hombre, fue irreconocible.
Mr. J. Traill Taylor, que era entonces director de la Revista Británica de
Fotografía (agosto de 1873), obtuvo con aquel medium resultados
supernaturales con placas que él le llevó, estando Hudson, «durante la
preparación, exposición o revelado, a diez pies de la cámara obscura». Esto
último debe aceptarse como prueba definitiva.
De otro medium fotográfico, M. F. M. Parker, vecino de Londres, se
cuenta que era un psíquico natural, con facultad de visionario desde su niñez.
No supo nada de espiritismo hasta 1871. A principios del año siguiente
practicó la fotografía con su amigo Mr. Reeves, propietario de un restaurante
cercano a King’s Cross. Tenía a la sazón treinta y nueve años. Al principio
sólo aparecieron en sus placas espacios y señales irregulares de luz, pero al
cabo de tres meses obtuvo un espíritu perfectamente reconocible. Las
personas que le sirvieron de modelo fueron el Dr. Sexton y el Dr. Clarke, de
Edimburgo. El Dr. Sexton invitó a Mr. Bowman, experto fotógrafo de
Glasgow, a que hiciese un detenido examen de la máquina, la cámara obscura
y todos los aparatos usados. Después de verificada así, Mr. Bowman declaró
que toda trampa era imposible. Durante algunos años no cobró aquel medium
la menor remuneración por sus servicios. Mr. Stainton Moses, hablando de
Míster Parker, dice:
«Al hojear el álbum de Mr. Parker, lo que más me llama la atención, es la
enorme variedad de los retratos y luego los rasgos diferentes de la casi
totalidad de ellos, tan distintos de los fantasmas convencionales. De los ciento
diez que he visto hechos desde abril de 1872 hasta ahora, no hay dos iguales,

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y apenas dos que presenten algún parecido. Cada uno es peculiar en sí mismo,
mostrando en el rostro su autónoma individualidad».
Asegura luego que muchos de los «extras» fueron reconocidos por las
personas fotografiadas.
El fotógrafo de espíritus francés, M. Ed. Buguet, estuvo en Londres por
junio de 1874, y en su estudio fotografió a muchas personas conocidas. El
director de El Espiritista, Harrison, cuenta que Buguet daba a quien se lo
pedía una prueba de la autenticidad del fenómeno, que consistía en cortar una
esquina de la placa y añadirla a la negativa después del revelado. Mr. Stainton
Moses pinta a Buguet como un hombre alto, delgado, de cara seria y
facciones pronunciadas, con abundante y enmarañado cabello negro. Durante
la exposición de la placa estaba sumido en trance parcial. Los resultados
psíquicos que obtuvo fueron muy artísticos y bastantes más claros que los
conseguidos por otros mediums. También era mayor en sus fotografías el
tanto por ciento de espíritus conocidos. Detalle curioso de su labor es que
obtuvo un número de retratos que eran el «doble» del modelo o de personas
que vivían en su mismo estudio, pero que no estaban presentes en las
sesiones. De Stainton Moses, en ocasión de estar en trance en Londres, se
afirma que «apareció fotografiado por Buguet en una placa hecha en París,
sirviendo de modelo Mr. Gledstanes». «Naturaleza Humana», vol. IX, pág.
97).
En abril de 1875, Buguet fue detenido y acusado en Francia de hacer
fotografías fraudulentas de espíritus. Para defenderse declaró que todos los
resultados los obtenía con trampa. Fue condenado a quinientos francos de
multa y a un año de cárcel. Durante el juicio, personas respetables y muy
conocidas expresaron su creencia en la verdad de los «extras» obtenidos por
el acusado, a pesar de los «fantasmas» fingidos que Buguet dijo haber usado.
La verdad de la fotografía de espíritus no depende de lo que aquel medium
hiciera o dejara de hacer. Quienes tengan interés en conocer los incidentes de
su detención y proceso para sacar de ellos conclusiones claras, pueden leer El
Espiritista (vols. V-VII, 1875) y Naturaleza Humana (vol. IX, pág. 334).
Acerca de aquel asunto, dijo Míster Stainton Mosses: «No sólo creo sino que
conozco, con la misma certeza que conozco otras realidades, que algunas de
las fotografías de Buguet son auténticas».
En cambio, Coates dice que Buguet era un compañero indigno. No hay
duda que es muy débil la situación de un hombre que para probar que no es
un farsante confiesa que mintió. Sin él, la causa de la fotografía psíquica aún
se mantendría más firme. El proceso se le siguió a instancias del arzobispo de

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Toulouse. Díjosele a Buguet que sólo podría salvarse si se confesaba culpable
de fraude. Viéndose acosado, hizo lo que tantas víctimas de la Inquisición:
confesó a la fuerza, a pesar de lo cual le condenaron a doce meses de cárcel.
Ricardo Boursnell (1832 − 1909) ocupó una situación prominente en la
fotografía espiritista. Era socio de otro fotógrafo de Fleet Street, asegurándose
que ya en 1851 dio señales de mediunidad, con aparición de manos y rostros
en sus placas. Su socio le acusó de no limpiar bien las placas (eran los días del
colodión) y tuvieron un altercado que acabó declarando Boursnell que no
quería continuar más en el negocio. Tenía ya cerca de cuarenta años cuando
volvieron a aparecer en sus placas las mismas señales acompañadas de formas
«extra», con gran contrariedad suya, porque ello iba en perjuicio del negocio
y le obligaba a destruir numerosas placas. Mr. W. T. Stead tuvo que vencer
grandes dificultades para decidirle a operar juntos. Desde entonces obtuvo
repetidamente lo que los antiguos fotógrafos llamaban «vistas de sombras».
Al principio no podían reconocerse, pero más tarde obtuviéronse algunas cuya
identificación fue completa. Mr. Stead ha referido las precauciones que
ambos adoptaban para garantir la autenticidad de los resultados, señalando
placas, etc., pero el hecho de aparecer en la placa, con parecido indudable, el
pariente desconocido de un modelo igualmente desconocido, es una prueba
superior a todas las precauciones, susceptibles de ser burladas por
prestidigitadores expertos o fotógrafos escamoteadores.
Dice:
«Una y otra vez envié amigos a Mr. Boursnell sin informarle de quiénes
eran, ni decirle nada que sirviese para identificar al amigo o pariente nuestro
cuyo retrato deseaban obtener, a pesar de ello, una y otra vez al revelar la
negativa aparecía el retrato deseado, ya a espaldas o ya enfrente del modelo.
Esto ocurrió tan frecuentemente que estoy convencidísimo de la imposibilidad
de todo fraude. Cierto día, un editor francés, viendo aparecer el retrato de su
difunta mujer al revelarse la placa, se arrebató de entusiasmo, hasta el punto
de besar al fotógrafo Mr. Boursnell con insistencia embarazosa para el buen
viejo. En otra ocasión tomó éste varias placas de un ingeniero de Lancashire,
fotógrafo a su vez, adoptando el modelo todas las precauciones posibles. Sin
embargo, Mr. Boursnell obtuvo retratos de dos parientes difuntos del
ingeniero y otro de un personaje inminente con quien en vida había estado en
relación estrecha. Y se dio el caso de un vecino que, llegando al estudio con
propósito totalmente ajeno, obtuvo el retrato de una hija que se le había
muerto».

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En 1903, los espiritistas de Londres rindieron a aquel medium un
homenaje, consistente en el regalo de una bolsa de oro y un pergamino;
firmaron más de cien espiritistas de nota. Con tal motivo se expusieron en la
Sociedad Psicológica, de George Street, trescientas fotografías espiritistas,
seleccionadas entre otras muchas hechas por Boursnell. Respecto del
«parecido», objetaron ciertos críticos que lo daban con su imaginación los
modelos, ocurriendo alguna vez que dos de éstos reivindicasen el mismo
«extra» como el de uno de sus parientes. Pero a esto podía contestarse que el
Dr. Alfredo Russell Wallace, por ejemplo, era el mejor juez para decir si el
retrato de su esposa, fallecida, era o no parecido. El Dr. Cushman (de quien
más tarde hablaremos), mostró un «extra» de su hija Inés a buen número de
parientes y amigos, todos los cuales estuvieron conformes en que se parecía
absolutamente; pero aparte del mayor o menor parecido, lo cierto y evidente
es que esos retratos supernormales existen, habiendo sido reconocidos en
millares de casos.
Mr. Eduardo Wyllie (nacido en 1848 y fallecido en 1911), estuvo dotado
de facultades medianímicas, según comprobó gran número de investigadores
especializados. Nació en Calcuta, siendo su padre el coronel Roberto Wyllie,
secretario militar del Gobierno de las Indias. Wyllie, que sirvió como capitán
en la guerra maorí, de Nueva Zelandia, ejerció allí la fotografía, pasando
luego a California. Al cabo de algún tiempo sus fotografías comenzaron a
revelar espacios de luz, y como esto iba en aumento, su negocio empezó a
resentirse. Jamás había oído hablar de la fotografía de espíritus hasta que una
señorita que posaba como modelo le sugirió tal hipótesis, como probable
explicación del fenómeno. Experimentando con dicha señorita, comenzaron a
aparecer rostros en la placa dentro de los espacios de luz. Desde entonces
aquellos rostros se presentaron con tal frecuencia, operando con otros
modelos, que no tuvo más remedio que abandonar su negocio, consagrándose
por entero a la fotografía de espíritus solamente. Pronto se le acusó de
trampas, lo cual le disgustó de tal modo que procuró ganarse la vida por otros
medios, aunque en eso fracasó y tuvo que volver a su trabajo de foto-medium,
según se le llamaba. En 27 de noviembre de 1900, el comité de la Sociedad de
Investigación Psíquica de Los Angeles le utilizó para llevar a cabo una
investigación del fenómeno. Las siguientes preguntas que se le hicieron y a
las que Wyllie contestó, tienen verdadero interés histórico:
Pregunta: ¿Promete usted a sus clientes obtener rostros de espíritus
pidiéndoles, en cambio, precios que no sean corrientes?

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Respuesta: De ningún modo. Ni garantizo ni prometo nada. Y además yo
no tengo dominio sobre el fenómeno. Cotizo únicamente lo que valen mi
tiempo y el material. Un dólar por sesión; y, si la primera prueba no es
satisfactoria, hago una segunda gratis.
P.: ¿Deja usted de obtener «extra» algunas veces?
R.: Sí, muchas. El sábado último estuve trabajando toda la tarde y no
obtuve ninguna.
P.: ¿Cuál es la proporción de esos resultados nulos?
R.: En una jornada de trabajo corriente, los resultados nulos suelen ser tres
o cuatro cada día, y a veces más y a veces menos.
P.: ¿Qué proporción de rostros «extra» calcula usted que son reconocidos
por el modelo o sus amigos?
R.: Durante siete meses del año último, en los cuales me preocupé de
registrar todos los casos, observé que un tercio o más de los rostros «extra»
aparecidos eran reconocidos. A veces hay en la placa tan sólo un rostro
«extra», y otras veces cinco o seis y aun ocho.
P.: En el momento en que ve usted al modelo, ¿conoce usted en su calidad
de psíquico, si aparecerá o no en la placa su «extra»?
R.: A veces veo luces en torno del modelo y entonces siento con seguridad
que algo va a ocurrir con la persona que posa, sin que yo pueda precisar qué.
No me doy cuenta exacta del resultado hasta que veo la forma espiritual en la
negativa, después del revelado.
P.: Si el modelo exige a todo trance que aparezca en la placa algún
pariente, o algún amigo, ¿es probable conseguirlo?
R.: No. Un estado violento mental o sentimental más bien dificulta la
producción de manifestaciones, y hace menos probable que aparezca en la
placa un «extra». El estado tranquilo, pasivo, es el más favorable para el logro
de buenos resultados.
P.: ¿Los espiritistas obtienen mejores resultados que los incrédulos?
R.: No. Algunos de los mejores resultados los he obtenido cuando se
sentaban en la silla los escépticos más recalcitrantes.
Con aquel comité no se obtuvieron «extras». Otro compuesto de siete
personas sometió al medium a pruebas muy duras, a pesar de lo cual en cuatro
de las ocho placas empleadas «se hallaron resultados que el comité no pudo
explicar». Después de una detallada descripción de las precauciones tomadas,
el informe que se hizo terminó diciendo:
«En nuestra calidad de comité, no tenemos opinión en el asunto,
aportando únicamente el testimonio de lo que conocemos. Individualmente

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disentimos unos de otros acerca de las causas probables de los fenómenos,
pero coincidimos con unanimidad en los hechos palpables… Ofrecemos
veinticinco dólares a cualquier fotógrafo de Los Angeles que, con su
habilidad o mediante alguna trampa, logre resultados parecidos en las mismas
condiciones».
David Duguid (1832 − 1907), conocido medium especialista en la
escritura y la pintura automáticas, mereció así mismo la atenta investigación
de sus fotografías espiritistas por parte de Mr. J. Traill Taylor, director de la
Revista Británica de Fotografía, el cual consignó el fruto de sus trabajos en
comunicación dirigida a la Sociedad Fotográfica de Londres y Provincias, el 9
de marzo de 1893:
«Mis condiciones eran muy sencillas… En previsión de tener que
habérmelas con un escamoteador y para defenderme contra todo engaño, exigí
que usase mi propia máquina fotográfica y los paquetes intactos de placas
secas que había comprado en un comercio de los más reputados, negándome
en absoluto a perder de vista ni una sola placa antes de que fuera revelada por
mí mismo; pero de la misma manera que yo le traté, así también me trató él a
mí, al extremo de tener que ejecutar todas mis operaciones en presencia de un
par de testigos».
Detalla el procedimiento adoptado y habla de la aparición de figuras
«extra» en las placas, diciendo:
«Unas estaban enfocadas, otras no; algunas aparecían iluminadas por la
derecha, al paso que el modelo lo estaba por la izquierda… Algunos espíritus
ocupaban la mayor parte de la placa, medio ocultando al modelo sentado;
otros aparecían entre atroces viñetas o encerrados en un óvalo. Pero lo
esencial es que ni una sola de esas figuras, que se destacaban con gran vigor
en las negativas, era visible para mí en forma alguna durante el tiempo de
exposición, y desde luego declaro de la manera más rotunda que nadie tuvo la
menor ocasión de manipular ninguna de las placas antes de ser colocadas en
los chasis ni de ser reveladas».
Otras personas conocidas que sirvieron de modelo a Duguid afirmaron la
misma notable evidencia de los resultados obtenidos por éste. (Jaime Coates,
«Fotografía de lo Invisible» [1921] y Andrés Glendinning «El velo
levantado» [1894]).
Stainton Moses, en el último capítulo que en su obra notable dedica a la
Fotografía espiritista (Naturaleza humana, volúmenes VIII y IX, 1874 − 5),
expone la teoría según la cual las formas «extra» fotografiadas están
modeladas sobre el ectoplasma (al que califica de «substancia fluídica») por

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operadores invisibles, haciendo razonadas comparaciones entre los resultados
obtenidos por diferentes mediums fotográficos.
De «experimentos valiosos y concluyentes» califica el doctor Alfredo
Russell Wallace, los de Mr. Beattie. Era este fotógrafo retirado de su
profesión después de haberla ejercido veinte años.
Habiendo juzgado con mucho escepticismo sobre la autenticidad de
muchas de las llamadas fotografías espiritistas, se decidió a investigar por sí
mismo lo que en ello hubiese de verdad. No utilizó medium, sino a un íntimo
amigo suyo que tenía cierta propensión a caer en trance, realizando con él y
en unión del Dr. G. S. Tomson, de Edimburgo, una serie de experimentos
durante el año de 1872, los cuales dieron por resultado la obtención en las
placas de espacios de luz al principio y más tarde de figuras «extra»
completas, notándose que estas últimas aparecían en el revelado mucho antes
que el propio modelo.
Por iniciativa del Daily Mail, de Londres, se nombró en 1908 una
comisión encargada de llevar a cabo «una investigación acerca de la
autenticidad de las seudo-fotografías espiritistas», pero aquella comisión no
llegó a ningún resultado. Componíanla tres señores no espiritistas y otros tres
espiritistas. Estos últimos declaran en su informe que «sólo pueden reconocer
que la comisión ha fracasado en su propósito de probar la certeza de la
fotografía espiritista, no porque las pruebas falten, sino por la deplorable
actitud adoptada por aquellos miembros de la comisión que están desprovistos
de toda experiencia y preparación en el asunto».
En estos últimos años, todo lo concerniente a la fotografía espiritista ha
girado en torno del que se llamó Círculo de Crewe, compuesto por Mr.
Guillermo Hope y la señora Buxton. El Círculo data de 1905, pero no llamó la
atención de nadie fuera de aquella localidad hasta que el archidiácono Colley
dio a conocer sus hechos tres años más tarde. Las primeras manifestaciones
del fenómeno ocurrieron un día en que Mr. Hopo tomó la fotografía de un
compañero de trabajo teniendo por fondo una pared de ladrillo. Al ser
revelada la placa, apareció además del retrato del amigo, la forma de una
mujer, de pie, a su lado, viéndose a través de ella la pared de ladrillo. El
amigo preguntó a Hopo cómo pudo colocar allí a aquella forma, en la cual
reconoció a una hermana fallecida hacía algunos años. Míster Hopo, agrega:
«No sabía por entonces ni una sola palabra acerca del espiritismo. Llevé la
fotografía al trabajo al día siguiente y un espiritista, al verla, díjome que se
trataba de lo que se llama fotografía de espíritus. Me sugirió la idea de repetir
la prueba el sábado siguiente en el mismo lugar y con el mismo aparato, y así

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lo hice, apareciendo en la placa no sólo la misma mujer, sino también un niño.
Esto me pareció muy extraño, y, después de obtener nuevas placas en días
sucesivos, acabé por abandonar mis experimentos». Hopo comenzó a destruir
todas las negativas en la, que había obtenido retratos de espíritus hasta que el
archidiácono Colley le conoció y aconsejó que conservase aquellos retratos.
El archidiácono celebró con Hopo su primera sesión en Crewe, el 16 de
marzo de 1908. Le proveyó de su propio aparato —un Lancaster de ¼ de
placa que Mr. Hope usa todavía—, de sus propias placas y chasis y de sus
propios ingredientes para el revelado. Realizó por sí mismo todas las
operaciones, limitándose el trabajo de Mr. Hopo a apretar la pera de goma. En
una de las placas aparecieron dos retratos de espíritus.
Desde aquel día, Mr. Hopo, unido a la señora Buxton, ha tomado millares
de fotografías de espíritus, rodeados ambos de todas las garantías
imaginables, sin pedir a nadie un céntimo por su trabajo profesional,
limitándose a cobrar solamente los gastos del material fotográfico empleado.
Mr. M. J. Vearncombe, fotógrafo de profesión, en Bralgwater, llegó como
Wyllie, Boursnell y cuantos empezaron por obtener manchas de luz en sus
placas, a tomar luego fotografías de espíritus. En 1920, Mr. Fred Barlow, de
Birmingham, conocidísimo investigador, obtuvo con este medium «extras» de
rostros, y mensajes escritos, en condiciones probadas, sobre placas que no
fueron expuestas en la cámara. Desde esa fecha Mr. Vearncombe ha
conseguido otros muchos resultados evidentísimos en presencia de
respetables testigos. (Luz, 1920, página 190).
La más reciente mediunidad de esta índole es la de la señora Deane, ya
que su primera fotografía de espíritus data del mes de junio de 1920, habiendo
obtenido desde entonces muchos «extras» bajo la más dura fiscalización, lo
cual no fue obstáculo para que la calidad de su labor sea tan buena como la de
sus predecesores. Recientemente ha conseguido dos resultados magníficos El
Dr. Allerton Cushman, ilustre sabio americano, director de los Laboratorios
Nacionales de Washington, visitó inopinadamente el Colegio Británico de
Ciencia Psíquica, en Holland Park durante el mes de julio de 1921,
obteniendo allí por mediación de la señora Deane un hermoso y claramente
reconocible «extra» de su difunta hija. El 11 de noviembre de 1922, con
ocasión del Gran Silencio, conmemorativo del armisticio, en Whitehall, tomó
una fotografía de la enorme concurrencia congregada cerca del Cenotafio,
revelándose en ella la presencia de varios rostros de espíritus, algunos de los
cuales fueron reconocidos. El mismo fenómeno se repitió tres años
consecutivos con la misma ocasión.

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Los modernos investigadores han demostrado que esos resultados
psíquicos no se obtienen, al menos en ciertos casos, a través del objetivo de
los aparatos. En muchas ocasiones aquellos retratos supernaturales se
obtuvieron en placas encerradas todavía en sus cajas, cajas que el modelo o
modelos fotografiados tenían en sus manos. Por otra parte, cuando se ha
hecho el experimento usando a la vez dos cámaras, si aparece un «extra» se le
encuentra en una sola de las cámaras, no en las dos. La teoría es que la
imagen se precipita en la placa fotográfica, o bien que se adapta a la placa una
pantalla psíquica.
El autor tiene en estos asuntos alguna experiencia personal en relación con
el Círculo Crewe y la señora Deane. Con esta última, le consta que siempre se
consiguieron resultados, aunque no pudieron reconocerse los «extras».
El autor conoce perfectamente el poder psíquico de la señora Deane,
puesto de relieve durante la larga serie de experimentos llevados a cabo por
Mr. Warrick en las más duras condiciones fiscalizadoras, según se relata en
Ciencia Psíquica (julio de 1925). Sin embargo, sus propias experiencias nunca
fueron del todo evidentes, y si sólo se apoyara en ellas, no podría hablar de
este tema con absoluta certeza. Tuvo la firme impresión de que las imágenes
se precipitaban en las placas de la señora Deane durante los días de
preparación del experimento, llevándolas ella consigo misma. Cree dicha
señora que de esa forma se facilita la obtención de los resultados, pero es
probable que esté equivocada. Ello es que en una ocasión se la hizo víctima
de una trampa en el Colegio Psíquico, cambiándola su paquete de placas por
otro, a pesar de lo cual no dejó de obtener «extras». De todos modos haría
bien en abandonar los procedimientos con los que hoy logra resultados, ya
que tan expuestos se hallan a escamoteos como el aludido[9]. Otra cosa ocurre
con Mr. Hope. En las varias veces que el autor ha operado con él, siempre usó
sus propias placas, marcándolas cuando ya estaban en la cámara obscura,
manipulándolas y revelándolas por sí mismo. En casi todos los casos
obtúvose un «extra», aunque nunca fue claramente reconocido. Mr. Hope ha
sido blanco, por parte de la ignorancia o la maldad, de los ataques a que todos
los mediums están expuestos, pero de ellos salió siempre con el honor limpio.
Merecen ser mencionados los resultados obtenidos por Míster Staveley
Bulford, que se dedica con talento a los estudios psíquicos y que ha
conseguido producir excelentes y auténticas fotografías psíquicas. Nadie
observará el desarrollo gradual de sus pruebas, desde las meras ráfagas de luz
hasta las caras perfectas, sin quedar convencido de la realidad de los
fenómenos por él logrados.

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Toda explicación que se dé sobre la fotografía de espíritus es aventurada.
La experiencia personal del autor le inclina a creer que en cierto número de
casos no hay reproducción alguna de índole externa, sino que el efecto se
produce por una especie de rayo que lleva en sí mismo la imagen, el cual
puede penetrar a través de los cuerpos sólidos como la pared del chasis y fijar
sus efectos en la placa. El experimento ya citado de los dos aparatos usados
simultáneamente estando el medium colocado entre ambos, parece
concluyente desde el momento en que en una de las placas se vieron los
resultados y en la otra no. El autor ha logrado resultados en placas que jamás
salieron del chasis, tan claros como los obtenidos en otras que estuvieron
expuestas a la luz. Es probable que si Hope no hubiera destapado jamás el
objetivo, sus resultados hubieran sido los mismos.
Cualquiera que sea la explicación que con el tiempo pueda darse, sólo hay
una hipótesis que justifique los hechos, según la cual una sabia inteligencia
invisible preside la operación y obra a su manera, provocando diferentes
resultados en el caso de cada medium. El autor podría indicar a simple vista
cuál es el fotógrafo que tomó las placas que se sometan a su examen. Si
partimos de que actúa dicha inteligencia invisible, comprenderemos por qué
son violadas todas las leyes fotográficas normales y por qué las sombras y las
luces no se corresponden y por qué, en una palabra, hay en las placas ciertas
lagunas que sirven para que se despache a su gusto cualquier crítico de los
que hoy se usan. Comprenderemos así mismo, siendo el retrato obra de esa
inteligencia invisible, por qué las placas son reproducciones de antiguos
retratos y fotografías, y por qué es posible que el rostro de una persona que
aun viva aparezca en la placa como si se tratase de un espíritu incorpóreo. El
Dr. Henslow, cuenta que una rara inscripción griega del Museo Británico
apareció en una de las placas de Mr. Hope, con una ligera alteración del
griego, lo cual demuestra que no se trataba de una copia[10]. En tal caso puede
creerse que la inteligencia invisible notó la inscripción y la proyectó en la
placa, pero la memoria le flaqueó ligeramente en el traslado. Esta explicación
tiene el corolario desconcertante de que el mero hecho de obtener la
fotografía psíquica de un amigo fallecido, no es prueba de que el amigo esté
realmente presente en el momento de obtenerla. Sólo habiéndose presentado
con independencia de la fotografía en la sesión, antes o después de tomarse la
placa, podríamos decir que teníamos algo de prueba.
Cree el autor que en sus experimentos con Hopo ha colegido el proceso
mediante el cual se producen las fotografías de espíritus, habiendo verificado
una serie de pruebas que muestran las varias fases de dicho proceso. Sirvió de

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modelo para hacerlas Mr. Guillermo Jeffrey, de Glasgow. La primera mostró
en la placa una especie de capullo de seda de materia membranosa, que
llamaremos ectoplasma, ya que los varios plasmas aún no han sido
subdivididos. Era tan tenue como una pompa de jabón, constituyendo como la
envoltura en cuyo interior iba a desarrollarse todo el proceso, de igual modo
que en la cabina se desarrolla la fuerza de un medium. En la segunda placa se
vio ya formado un rostro en el interior del capullo y que éste se abría por su
parte central. En las siguientes placas va destacándose el rostro y el capullo se
abre del todo formando arco sobre aquél y cayendo en forma de velo a
derecha e izquierda. Tal velo es muy característico en los retratos hechos por
Hope, tanto que sólo falta cuando no hay «extra». Y como igual velo colgante
se observa en otras fotografías de anteriores y diversos mediums, es de
sentido común reconocer que rige en estos fenómenos una ley uniforme.
Al aportar este testimonio sobre el capullo psíquico, el autor confía
contribuir modestamente a la mejor comprensión del mecanismo de la
fotografía de espíritus, rama indudable de la ciencia psíquica, como todo
investigador serio puede apreciar. Sin embargo, no negamos que a veces se ha
convertido en instrumento de desaprensivos, ni afirmamos que porque sean
auténticos los resultados de un medium, haya que aceptar sin restricción ni
discusión todo.

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CAPÍTULO XX
MODELADOS Y VOCES
MEDIUNÍMICAS

Es imposible consagrar un capítulo a cada una de las formas del poder


psíquico, porque entonces rebasaríamos los límites de la presente obra; pero
los fenómenos de producción de la voz y de los modelados son tan
interesantes, claros y evidentes, que merecen les dediquemos algunas páginas.
Millares de personas pueden repetir las palabras de Job: «Y oí una voz»
aludiendo a la voz que viene de alguien que no es ya de este mundo. Y
pueden decirlo con la convicción que da la certeza. La Biblia abunda en
relatos de este fenómeno (Véase la obra de Usborne Moore’s «Las Voces»
[1913], pág. 433), y las investigaciones psíquicas de los tiempos modernos no
han hecho en ésta, como en otras manifestaciones supernormales, más que
confirmar fenómenos que ya ocurrieron en los comienzos del mundo. Casos
históricos de mensajes orales son los que oyeron Sócrates y Juana de Arco,
pudiendo asegurarse a la vista de los nuevos descubrimientos que aquellas
famosas voces fueron del mismo carácter supernormal que las que hoy día
oímos.
¿Qué pensar de esas antiguas estatuas que hablaban, según clásicos
testimonios? El erudito y anónimo autor —que se dice fue el Dr. Leonardo
Marsh— del curioso libro «Apocatastasis o Progreso Retrógrado», copia el
siguiente texto de Nono:
«Respecto a aquella estatua (Apolo), al punto donde estuvo y a la manera
cómo habló, nada dijo. Sin embargo, no hay duda que hubo en Delfos una
estatua que emitió voces inarticuladas, o sea en el lenguaje de los espíritus,
los cuales no tienen órganos que les permitan hablar articuladamente».
A lo que el Dr. Marsh pone este comentario:
«El autor parece no estar bien informado acerca del poder de hablar que
tenían los espíritus, pues en todas las historias antiguas se lee que su voz fue
con frecuencia oída en el aire, expresada articuladamente y repitiendo las
mismas palabras en distintos lugares, lo cual fue llamado y universalmente
conocido con el nombre de “Voz Divina”».

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Prosigue diciendo que en la mencionada estatua el espíritu se encontró
con un material muy difícil para las experimentaciones (probablemente
piedra), que intentó articular la voz pero le fue imposible porque la estatua
«no tenía laringe ni demás órganos de la palabra, como tienen los mediums
modernos». El Dr. Marsh sostiene en su libro que los fenómenos espiritistas;
en la época en que lo escribió (1854) eran raros y escasos en la comparación
con los de la antigüedad. Los antiguos, dice, hablan de aquéllos como de una
ciencia, que era fuente de conocimiento cierto y seguro. El sacerdote era un
medium transmisor de la voz, y esto explica lo que se llamaba el oráculo
parlante.
Merece notarse que la voz, que fue una de las primeras formas de
mediunidad, con el moderno espiritismo sigue siendo todavía muy
importante, al paso que otras formas de la primitiva mediunidad se han vuelto
raras. Como hay numerosos y competentes investigadores que ponen los
fenómenos de la voz entre los más convincentes de las manifestaciones
psíquicas, vamos a examinarlas brevemente.
Jonathan Koons, agricultor de Ohío, fue, según parece, el primero de los
mediums modernos en quien se dieron aquellos fenómenos. En la choza
llamada con tal motivo «Casa del Espíritu», produjo, durante el año 1852 y
siguientes, un número de fenómenos sorprendentes, entre los cuales figuraban
las voces de los espíritus hablando a través del megáfono o «trompa». Mr.
Carlos Partridge, hombre público muy conocido y buen investigador, describe
del modo siguiente la audición del espíritu, conocido por Juan King, hablando
en una de las sesiones que en 1855 celebró con Koons.
«Al final de la sesión el espíritu de King cogió, según su costumbre, la
trompa, y dio una corta conferencia, hablando clara y distintamente de los
beneficios que se derivan en el tiempo y en la eternidad del trato con los
espíritus, y exhortándonos a ser discretos y serios en el lenguaje, diligentes en
nuestras investigaciones, prontos a asumir las responsabilidades que estos
privilegios imponen y caritativos con los investigadores ignorantes o los
equivocados, templando nuestro celo con la inteligencia y buen sentido».
El profesor Mapes, distinguido químico americano, dice que en presencia
de los Davenport, conversó por espacio de media hora con Juan King, cuya
voz era fuerte y clara. Mr. Roberto Cooper, uno de los biógrafos de los
hermanos Davenport, oyó con frecuencia la voz de King en pleno día, y a
media noche cuando paseaba en la calle con los Davenport.
En los días que corren hemos llegado a tener alguna idea del proceso en
virtud del cual se producen las voces en las sesiones, conocimiento que ha

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sido corroborado por las comunicaciones recibidas de los mismos espíritus.
Parece que el ectoplasma procedente, sobre todo, del medium, pero también,
aunque en menor proporción, de los circunstantes, es utilizado por los
espíritus operadores para modelar algo parecido a la laringe humana, con
objeto de producir la voz.
En la explicación dada a Koons por los espíritus, hablaron éstos de una
combinación de los elementos del cuerpo espiritual que corresponden a
nuestro moderno ectoplasma, es decir, de «un aura físico que emana del
medium». Esto concuerda con la explicación espiritista dada por mediación
de la señora Bassett, conocida medium parlante inglesa de la década 1870-80:
«Dicen que utilizan las emanaciones del medium y de otras personas de la
reunión, a fin de formar el aparato fonético que les sirve para hablar».
La primera medium pública inglesa, señora María Marshall, (fallecida en
1875), fue vehículo de las voces proferidas por Juan King y otros espíritus. En
1869, Mr. W. H. Harrison, director de El Espiritista, la sometió a las más
difíciles pruebas. Como se supone que los primeros espiritistas eran personas
fáciles de impresionar, resulta interesante ver de cuántas exigencias eran
capaces. Hablando de la señora María Marshall, dice Harrison:
«Mesas y sillas moviéronse en pleno día y algunas veces se elevaron en el
aire; en las sesiones nocturnas se oyeron voces y se vieron manifestaciones
luminosas, todo lo cual se decía que era producto de los espíritus. En vista de
ello, resolví concurrir asiduamente a las reuniones y seguir con atención los
trabajos seguro de descubrir algún fraude y dispuesto a denunciarla en
presencia de todos los testigos, publicando después una información con
dibujos de los aparatos de que la medium se valiese.
»La voz del que se llama a sí mismo “Juan King”, procedía, según me
dijeron, de una inteligencia externa. Pero yo tenía la íntima convicción de que
aquella voz era la de Mr. Marshall. Observando atentamente durante unas
cuantas sesiones, noté que muy a menudo Mr. Marshall y Juan King hablaban
al mismo tiempo. Esto desvaneció mi sospecha.
»Luego me figuré que todo era obra de la señora Marshall, hasta que una
noche me senté a su lado. Estaba a mi derecha y mientras yo le tenía cogidos
la mano y el brazo, Juan King se presentó y habló junto a mi oído izquierdo.
Y como la señora Marshall se había mantenido inmóvil rechacé también esta
sospecha.
»Más tarde, supuse que alguno de los visitantes con quien la medium
estaría de acuerdo, emitía las voces atribuidas a Juan King, por lo cual resolví

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tener una sesión yo solo con los señores Marshall; pero en ella se presentó
también Juan King y estuvo hablando por espacio de más de una hora.
»Finalmente, sospeché que había alguna persona escondida que producía
las voces, y para comprobarlo preparé dos sesiones en las cuales los señores
Marshall se hallaran solos entro personas extrañas y en una casa desconocida
para ellos, pero también entonces se presentó Juan King con las
manifestaciones de siempre.
»Y para acabar, Juan King, en la noche del jueves, 30 de diciembre de
1869, se presentó y habló con once personas en reunión celebrada en casa de
la señora C. Berry, y a la que no asistieron los señores Marshall. En aquella
sesión la medium fue la señora Perrin».
Mr. Harrison, que de tal suerte recibía cumplida satisfacción a su deseo de
averiguar si algún ser humano, presente a las sesiones, producía las voces, no
dice si éstas dieran, como suelen hacerlo frecuentemente, pruebas de
identidad que ni el medium ni ninguno de los concurrentes pueden dar en caso
alguno.
Un investigador italiano muy conocido, el señor Damiani, declaró ante la
Sociedad Dialéctica de Londres que las voces le habían hablado en presencia
de mediums no profesionales, y que, más tarde, conversaron con él en
sesiones que tuvo con la señora Marshall, «poniendo de relieve las mismas
particularidades de tono, expresión, volumen y pronunciación en unos y otros
casos». Aquellas voces refiriéronse a cuestiones de índole tan privada que
nadie podía conocerlas, llegando a vaticinarle hechos que tuvieron
cumplimiento exacto.
Es natural que los que por primera vez se encuentren en presencia de estos
fenómenos sospechen la existencia de la ventriloquía como posible
explicación de ellos. D. D. Home, con quien se producían frecuentemente, se
preocupó mucho de salir al paso a los que tal objetaban. Y el general Boldero,
relatando la sesión dada por este medium cuando le visitó en su casa de Cupar
en 1870, escribe:
«Luego se oyeron voces que hablaban juntas en la sala, debiendo ser de
dos diferentes personas a juzgar por los distintos tonos. No pudimos entender
lo que decían, porque Home nos estuvo hablando al mismo tiempo». Al
hacerle observaciones acerca de este extremo, nos contestó: «Hablo
expresamente para que ustedes puedan convencerse de que las voces no son
obra de ventriloquía. La voz de Home era, en efecto, completamente distinta
de las que vibraban en el aire».

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El autor puede corroborar lo que antecede con su experiencia personal,
pues ha oído repetidamente voces hablar a un mismo tiempo. De ello da
algunos ejemplos más adelante, en el capítulo titulado «Algunos grandes
mediums modernos».
El almirante Usborne Moore declara haber oído simultáneamente tres y
cuatro voces de espíritus, experimentando con la medium señora Wriedt, de
Detroit. En su libro «Las voces» (1913), aduce en confirmación de sus
palabras el testimonio de una conocida escritora, Miss Edith K. Harper.
Dice así:
«Con respecto a los resultados obtenidos en las doscientas sesiones que
dio Etta Wriedt, durante sus tres visitas a Inglaterra, cuya relación llenaría un
grueso volumen de ser escritas “in extenso”, solamente reproduciré algunas
de las notas tomadas por mí entonces sobre determinados detalles:
1) La señora Wriedt no caía nunca en trance, sino que conversaba con los
concurrentes a la sesión, y nosotros la hemos oído hablar y discutir con un
espíritu con cuyas opiniones no estaba conforme. Recuerdo la risa de Mr.
Stead al oír cierta vez a la señora Wriedt regañando al espíritu del difunto
director del Progressive Thinker por su actitud contra los mediums, y la
confusión evidente de éste, quien después de intentar una explicación, se
desvaneció, al parecer descorazonado.
2) Dos, tres y hasta cuatro voces de espíritus hablaron simultáneamente a
diferentes personas de las que asistían a la sesión.
3) Hubo mensajes en idiomas extranjeros, francés, alemán, italiano,
español, noruego, danés, árabe y otros —desconocidos para la medium. Una
señora noruega muy conocida en el mundo político y literario, oyó la voz de
un hombre que dijo ser su hermano. Habló con él y pareció muy satisfecha de
las pruebas incontrovertibles que de su identidad le dio.
En otra ocasión una voz habló en español rapidísimo, dirigiéndose
decididamente a una señora de la reunión a quien ninguno de los presentes
sabía conocedora de semejante lengua; la señora entró en conversación
seguida en español con el espíritu, con evidente contento de este último».
María Hollis, notable medium americana, que visitó Inglaterra en 1874 y
en 1880 invitada por conocidos espiritistas de Londres, poseyó también, entre
otras, la facultad de la «voz directa», según consta en el libro del Dr. N. B.
Wolfe, «Hechos sorprendentes del Espiritismo moderno». Era la señora Hollis
mujer de exquisitos sentimientos y se cuentan por millares los seres humanos
a quienes favoreció con sus consuelos. Sus dos guías espirituales «Jaime
Nolan» y un piel roja llamado «Ski», hablaron muchas veces por su

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mediación. En una de las sesiones celebradas en casa de la señora Makdougall
Gregory (1880), un sacerdote de la Iglesia de Inglaterra «observó que un
espíritu cogía el hilo de una conversación con él interrumpida desde hacía
siete años, quedando plenamente seguro de la autenticidad de la voz, muy
peculiar y claramente audible para los que estaban al lado del sacerdote a
quien iba dirigida».
Mr. Eduardo C. Randall da noticia de otra buena medium americana de
voz directa, la señora Emilia S. French, en su libro «Los muertos no han
muerto». Mr. Randall estudió durante veinte años las facultades de aquella
medium, obteniendo con ella resultados sorprendentes.
Con otra medium parlante, la señora Mercia M. Swain, que falleció en
1900, pudo el Círculo Salvador de California establecer comunicación con las
almas incapaces de mejorar en el Más Allá. El relato de estas extraordinarias
sesiones, intervenidas por Mr. Leandro Fisher, de Búfalo, y que duraron
veinticinco años (de 1875 a 1900), figura con todo detalle en el libro del
almirante Usborne Moore «Ojeadas al otro Estado».
La señora Everitt, excelente medium no profesional, obtuvo voces en
Inglaterra en 1867 y durante muchos años después.
La mayor parte de los grandes mediums físicos, especialmente los
materializadores, han producido fenómenos de voces. Tales, por ejemplo,
Eglinton, Spriggs, Husk, Duguid, Herne, la señora Guppy y Florencia Cook.
La señora Isabel Blake, de Ohío, fallecida en 1920, fue una de las más
extraordinarias mediums parlantes de que hay noticia, y tal vez la más
convincente de todos, porque con ella se producían, por lo general, las voces
en pleno día. Era una mujer pobre e iletrada que vivió en el pueblecillo de
Bradrick, (Virginia del Oeste). Se reveló su mediunidad desde niña, y aunque
era muy religiosa, fue expulsada, como tantos otros, del seno de la Iglesia, a
causa de estar dotada de dicha facultad.
Casi no se ha escrito sobre ella más que la monografía que la dedicó el
profesor Hyslop. Repetidas veces estuvo sometida a prueba por «sabios y
hombres de ciencia», siempre con la mejor voluntad por parte de la
interesada. Pero como dichos sabios no lograron descubrir la menor trampa,
no quisieron molestar al público dándole a conocer los resultados de sus
experimentos.
Hyslop se interesó en favor de aquella medium después de haber oído
hablar de ella a un famoso escamoteador americano, el cual le aseguró la
autenticidad de los fenómenos provocados por la señora Blake.

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Al describir los que él tuvo ocasión de presenciar, confiesa Hyslop, por
modo desacostumbrado, su ignorancia de los procesos ectoplásmicos en la
producción de fenómenos de voces, dice:
«El tono elevado de los sonidos en algunos casos excluye la suposición de
que las voces puedan modularse en las cuerdas vocales de la medium. He
oído los sonidos desde una distancia de veinte pasos, y hubiera podido oírlos
desde cuarenta o cincuenta sin que la señora Blake moviera los labios.
»Queda todavía por sentar una hipótesis clara que explique este aspecto de
los fenómenos. Decir “espíritus” es cosa que no satisface al hombre de
ciencia. Necesita conocer el proceso mecánico del fenómeno, del mismo
modo que conoce y se explica el del lenguaje usual.
»Puede ser cierto que los espíritus sean la causa primera, pero hay un
lapso en el proceso desde la primera iniciativa al último resultado. Esto es lo
que crea la perplejidad, mucho más que la suposición de que los espíritus
están detrás de todo aquello… El hombre de ciencia no puede admitir que los
espíritus consigan un efecto mecánico sin usar un instrumento mecánico
también».
Ni nadie puede admitirlo, pero una y otra vez hemos tenido la explicación
desde el Más Allá. La ignorancia del profesor Hyslop respecto a la relación
existente entre los sonidos y su fuente, sería menos sorprendente a no haber
los mismos espíritus dado respuesta a las preguntas hechas por él.
El Dr. L. V. Guthrie, superintendente del West Virginia Asylum, en
Huntingdow, después de investigar con la señora Blake, quedó también
convencido de sus poderes. Dice:
«He tenido varias sesiones con ella en mi propio despacho, en la terraza al
aire libre, y en una ocasión en un coche, según íbamos de camino.
Repetidamente se ofreció a que tuviéramos una sesión empleando un tubo de
chimenea en vez del cuerno de estaño que generalmente usaba y muchas
veces la he visto producir las voces con la mano descansando sobre uno de los
extremos del cuerno».
El Dr. Guthrie refiere los dos casos siguientes ocurridos con la señora
Blake, en los cuales la información pedida era desconocida de los
circunstantes y no podía ser conocida tampoco por la medium:
«Una de sus jóvenes empleadas, cuyo hermano había ingresado en el
ejército y marchado alas Filipinas, estaba deseosa de tener alguna noticia suya
y habíale escrito repetidamente y dirigido las cartas a su compañía en
Filipinas, sin obtener respuesta. Fue al cabo a la señora Blake y oyó decir al
“espíritu” de su madre que tendría contestación si escribía a su hermano a C.

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Lo hizo así y al cabo de dos o tres días tuvo respuesta de él, que había vuelto
de Filipinas sin que nadie de su familia lo supiera».
El caso que sigue es más sorprendente:
«Una conocida mía, de familia muy principal del Sur, cuyo abuelo había
sido hallado al pie de un puente con el cráneo deshecho, fue a ver a la señora
Blake hace algunos años. No pensaba para nada en su abuelo en aquella
ocasión. Así, pues, mostróse sorprendidísima al oír que el “espíritu” de su
abuelo le decía que no se había caído del puente abajo, como se sospechó al
ver su cadáver, sino que le habían asesinado dos hombres para desvalijarle,
arrojándole después desde lo alto del puente. El “espíritu” procedió a
describir minuciosamente el aspecto de los dos asesinos y dio tales detalles
que condujeron a la detención y confesión de uno de aquellos individuos».
Hyslop da detalles de un caso en que con esta medium la voz comunicante
proporcionó la solución adecuada para abrir una combinación de caja de
caudales, desconocida para los concurrentes a la sesión.
Entre los modernos mediums parlantes ingleses, figuran las señoras
Roberts Johnson y Blanche Cooper, Juan C. Sloan, Guillermo Phoenix, Mr.
Potter y las señoritas Dunsmore y Evan Powell.
Mr. H. Dennis Bradley ha dado un relato completo de la mediunidad
parlante de Jorge Valiantine, conocido medium americano. Son
imponderables los servicios prestados por Mister Bradley y la labor que con
verdadero sacrificio ha realizado en pro de la ciencia psíquica. Multitud de
pruebas y testimonios por él recogidos constan en sus dos notables libros
«Hacia las estrellas» y «La sabiduría de los Dioses».
Antes de poner término a este capítulo, dedicaremos algunas páginas a los
sorprendentes experimentos relativos a las impresiones y modelados
verificados con las figuras ectoplásmicas o formas materializadas. El primero
en explorar ese campo de la investigación fue Guillermo Denton, autor de
«Secretos de la Naturaleza», libro de psicometría publicado en 1863.
Trabajando en Boston el año 1875 con la medium María M. Hardy, empleó ya
métodos muy parecidos a los usados después por Richet y Geley en sus
recientes experimentos de París. Denton dio algunas pruebas públicas de
modelado del rostro de un espíritu hecho en parafina. También se obtuvieron
esos modelados operando con los mediums señora Fiman, Dr. Monck, señora
Mellon y Guillermo Eglinton. Los resultados han sido corroborados por los
últimos experimentos llevados a cabo en París, lo que constituye un sólido
argumento en pro de su validez. Mr. Guillermo Oxley describe la manera
cómo el día 5 de febrero de 1876 se obtuvo en Manchester un hermoso

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vaciado de la mano de una señora materializada por la medium señora
Firman, y cómo otro vaciado tomado después de la mano de la medium
resultó completamente diferente del primero. En aquella ocasión encerrose a
la señora Firman en un saco metido por la cabeza y atado a la cintura, de
modo que sus manos y brazos quedaban aprisionados. Esto alejaba toda
posibilidad de trampa por parte de la medium; además, la cera caliente fue
llevada a la sala desde otra habitación. En otra ocasión se obtuvo con la
misma medium el vaciado de una mano y de un pie, siendo tan estrecha la
abertura de la muñeca y del tobillo, que ninguna de ambas extremidades
habría podido salir del molde sin la previa desmaterialización de mano y pie.
Los resultados con el Dr. Monck son igualmente indiscutibles. Oxley
experimentó con él, obteniendo el mismo éxito que con la señora Firman. Con
Monck logró diferentes modelados de dos distintas figuras. Hablando de
aquellos experimentos, dice Oxley «que no debe exagerarse la importancia ni
el valor de los modelados espiritistas; pero constituyen un hecho patente que
pide de los hombres de ciencia una solución respecto al misterio de su
producción». La pregunta está en pie. Houdini, el famoso prestidigitador y un
gran anatómico, Sir Arturo Keith probaron con sus propias manos a hacer un
modelado parecido, sin conseguir otra cosa que poner de relieve la
imposibilidad de obtenerlo.
El Dr. Nichols, biógrafo de los Davenport, logró con Eglinton vaciados de
manos ectoplásmicas, entre las cuales cierta señora presente vio una con
cierta deformidad igual a la que tuvo la mano de una hijita suya, que murió
ahogada en el África Austral, a la edad de cinco años.
Pero el más concluyente y convincente de todos los vaciados fue el
obtenido por Epes Sergeant, operando con la medium señora Hardy. Merece
ser reproducido el resumen que de aquellos experimentos hizo Sergeant. Dice
así:
«1. Obtuvimos el molde de una mano perfecta, de tamaño natural, dentro
de una caja cerrada, merced a la acción de alguna fuerza desconocida.
»2. El experimento dejó a salvo la buena fe del medium, cuyas facultades
quedaron perfectamente comprobadas por los resultados.
»3. Las condiciones en que se efectuó excluían por completo toda
posibilidad de fraude y de ilusión por nuestra parte, de tal suerte que nuestro
convencimiento fue completo.
»4. Estas pruebas confirman plenamente el hecho ya hace tiempo
conocido, de que manos evanescentes, proyectadas por un organismo
invisible, pueden materializarse y hacerse visibles y tangibles.

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»5. El fenómeno del modelado junto con el de la llamada fotografía de
espíritus, demuestra con más objetividad que ninguno la actuación de una
fuerza inteligente distinta de todo organismo visible, ofreciendo base
admirable para investigaciones interesantísimas a todo hombre de ciencia.
»6. Esta pregunta: “¿Cómo se produjo el vaciado en el interior de la
caja?”, conduce a las más profundas consideraciones relacionadas con la
filosofía del porvenir y con muchos problemas de psicología y fisiología,
cuya solución abrirá nuevas sendas al conocimiento de fuerzas hoy latentes y
del misterioso destino del hombre».
El informe va firmado por siete testigos de reputación.
Si el lector no quedara convencido con los ejemplos que hemos referido
de la efectividad de las pruebas obtenidas respecto a los vaciados y
modelados, puede leer las conclusiones a que llegó el gran investigador
Geley, después de sus clásicos experimentos con Kluski, a los que ya hemos
aludido.

RECONSTITUCIÓN DE LOS EXPERIMENTOS VERIFICADOS EN EL


INSTITUTO METAPSÍQUICO DE PARÍS
Richet, Geley y De Gramont obtienen el vaciado en cera de manos ectoplásmicas,
confirmando las experiencias anteriores de Oxley y otros

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MANO ECTOPLÁSMICA MOLDEADA EN YESO
Obtenida por el Dr. Geley, e imposible de reproducir de otra manera
(Nótese la estrechez de la muñeca, comparada con el resto de la mano)

El Dr. Geley recogió en la Revista Metapsíquica (junio de 1921) los


resultados de la serie de once sesiones que tuvo con el expresado medium. A
una luz mitigada, la mano derecha de Kluski quedó sujeta por el profesor
Richet y su mano izquierda por el conde Potocki. Colocose una artesa que
contenía cera derretida por la acción del agua caliente, a dos pies de distancia
de Kluski, y para los finos de la prueba la cera fue impregnada (sin que el
medium lo supiera) de colesterina química, a fin de descubrir toda sustitución,
si la había.
Geley escribe:

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«Aquella luz débil no permitía ver el fenómeno, pero nos dábamos cuenta
del momento de la inmersión de la mano por el ruido que se producía en el
líquido de la artesa. Verificáronse dos o tres inmersiones. La mano que
operaba se hundió ola artesa, se retiró de ella, y recubierta de parafina caliente
tocó mis manos y las de todos los verificadores del experimento, volviendo a
sumergirse en la cera. Después de la operación el guante de parafina, aún
caliente, pero solidificado, fue colocado entre las manos de uno de los
presentes».
De esta guisa fueron tomados nueve moldes: siete de manos, uno de un
pie y otro de barbilla y labios. La cera de que estaban compuestos reveló en el
análisis a que fue sometida la presencia de la colesterina. Geley publico
veintitrés fotografías de modelados y vaciados, en las que se ve que ni los
pliegues de la piel, ni las uñas y las venas se parecían en nada a los del
medium. Se intentó obtener iguales modelados de manos de seres humanos
con resultado negativo, pues diferenciábanse notablemente de los conseguidos
en las sesiones con Kluski. Escultores y modeladores de gran reputación
declararon que no conocían procedimiento alguno para producir modelados
de cera como aquellos.
Geley resume los resultados diciendo:
«Expondremos las razones por las cuales hemos llegado a convencernos
de la autenticidad de los modelados de extremidades materializadas en
nuestros experimentos de París y Varsovia.
»Hemos demostrado que por parte del medium, cuyas manos teníamos
sujetas, era imposible todo fraude. Tampoco es admisible la trampa con un
guante de goma, porque éste daría burdos y absurdos resultados observables a
simple vista.
»No hay manera de lograr moldes de cera con objetos rígidos previamente
dispuestos. Hágase la prueba y se verá que es imposible.
»El empleo por el medium de otros objetos preparados con alguna
substancia fusible y soluble y disueltos en un cazo con agua después de
obtener el vaciado, tampoco era posible dados los procedimientos utilizados
por nosotros, ni allí teníamos ningún cazo con agua.
»Es inadmisible, así mismo, la creencia de haberse empleado una mano
viviente (la del medium o la de alguno de los presentes). Eso no podía hacerse
por varias razones: la posición de los dedos en nuestros moldes imposibilitaba
el retirarlos sin que el molde se rompiera; además esos moldes o guantes de
cera se compararon con las manos del medium y con las de todos los

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concurrentes, comprobándose la desigualdad que había con ellas e igual
desigualdad acusa su comparación antropológica.
»Finalmente, podía lanzarse la hipótesis de que a pesar de todas nuestras
precauciones el medium hubiera traído consigo los guantes, pero la
desmentiría el hecho de que secretamente introdujimos productos químicos en
la cera derretida y esos productos aparecieron también en los guantes». Es
inútil la evidencia para quien está lleno de prejuicios; pero no habrá hombre
normalmente dotado que lea lo que precede y dude de la posibilidad de tomar
moldes de las figuras ectoplásmicas.

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CAPÍTULO XXI
ESPIRITISMO FRANCÉS, ALEMÁN E
ITALIANO

El espiritismo en Francia se concentra en la figura de Allan Kardec, cuya


teoría característica consiste en la creencia en la reencarnación.

Allan Kardec

Hipólito León Denizard Rivail, conocido con el pseudónimo de «Allan


Kardec», nació el año de 1804, en Lyon, donde su padre ejercía la profesión
de abogado. En 1850, cuando las manifestaciones espiritistas en América
empezaban a llamar la atención en Europa, Allan Kardec se entregó al estudio
de ellas, utilizando primeramente la mediunidad de dos hijas de un amigo
suyo.
En las comunicaciones que obtuvo resultó que «espíritus de un orden muy
superior al de los que vulgarmente comunicaban por mediación de aquellas
dos jóvenes, aparecían expresamente por su conducto y continuarían

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apareciendo para que pudiera desempeñar en el mundo una importante misión
religiosa».
Quiso ponerles a prueba dirigiéndoles una serie de preguntas relativas a
los problemas de la vida humana, y por medio de señales dadas con golpes y
de la escritura en la pizarra, recibió las respuestas, sobre las cuales fundó su
peculiar sistema de espiritismo.
A los dos años de recibidas aquellas comunicaciones, todas sus ideas y
convicciones anteriores a los experimentos cambiaron completamente. He
aquí lo que a este respecto escribe:
«Las instrucciones transmitidas constituyen una teoría completamente
nueva de la vida humana y de sus destinos, la cual paréceme perfectamente
racional y coherente, admirablemente lúcida y consoladora, y profundamente
interesante. He concebido la idea de publicar el fruto de mis experiencias, y al
someter mi propósito a las inteligencias comunicantes, dijéronme que, en
efecto, sus enseñanzas debían ser divulgadas por el mundo, respondiendo a la
misión que me había confiado la Providencia». Aquellas inteligencias le
dieron todo género de instrucciones para la publicación de su obra «El Libro
de los Espíritus».
El libro apareció en 1856, alcanzando un gran éxito. En brevísimo tiempo
se hicieron de él más de veinte ediciones, y la de 1857, revisada por el autor,
constituye la obra de consulta de todo espiritista en Francia.
En 1861 publicó «El Libro de los Mediums»; en 1864, «El Evangelio
explicado por los Espíritus»; en 1865, «Cielo e Infierno», y en 1867,
«Génesis». Tales son sus obras principales, figurando también entre sus
producciones dos breves pero interesantes tratados titulados «¿Qué es el
Espiritismo?» y «El Espiritismo reducido a su más simple expresión».
Miss Ana Blackwell, traductora inglesa de las obras de Allan Kardec, le
describe en los siguientes términos: «Allan Kardec es de mediana estatura,
robusto, de cabeza amplia, redonda, firme, con facciones muy marcadas y
ojos grises claros; más que francés parece alemán. Es enérgico y tenaz, pero
de temperamento tranquilo, precavido y realista hasta la frialdad, incrédulo
por naturaleza y por educación, razonador lógico y preciso, y eminentemente
práctico en ideas y acciones, estando igualmente distanciado del misticismo
que del entusiasmo… Grave, remiso en el hablar, sin amaneramientos, pero
con cierta tranquila dignidad resultado de la seriedad y de la independencia de
criterio, que son los rasgos distintivos de su carácter; sin buscar ni evitar las
discusiones, pero sin aceptar críticas sobre el asunto al cual ha consagrado
toda su vida, recibe afablemente a los innumerables visitantes que acuden de

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todas las partes del mundo a hablar con él acerca de las ideas de las cuales es
el exponente más autorizado, contestando a consultas y objeciones,
resolviendo dificultades, y dando informes a todos los investigadores serios
con quienes habla libre y animadamente, muestra en ocasiones un rostro
radiante, placentero y genial, si bien a causa de la sobriedad natural en sus
maneras, nunca se le vio reír. Entre los millares de personas que le visitan las
hay de alto rango en el mundo social, literario, artístico y científico. El
emperador Napoleón III, cuyo interés por los fenómenos espiritistas no es
ningún misterio, le mandó llamar varias veces, sosteniendo con él largas
conversaciones en las Tullerías acerca de las doctrinas que expuso en el
“Libro de los Espíritus”».
Allan Kardec fundó la Sociedad de Estudios Psicológicos, que se reunía
semanalmente en su casa para comunicar con los espíritus a través de
mediums escribientes. Fundó La Revista Espiritista, periódico mensual que
aún se publicó, y que dirigió hasta su fallecimiento en 1869. Poco antes de
morir, sentó las bases de una organización encargada de continuar su obra. La
tituló «Sociedad continuadora de la misión de Allan Kardec», con poder para
comprar y vender, recibir donativos y legados y proseguir la publicación de
La Revista Espiritista. Sus discípulos desarrollaron fielmente los planes que
les dejó trazados.
Kardec consideró que las palabras «espiritual», «espiritualista» y
«espiritualismo» tenían un significado bien definido, por lo cual las sustituyó
por las palabras «espiritismo» y «espiritista».
Su doctrina espiritista está informada por la creencia de que el progreso
espiritual de los humanos se efectúa a través de una serie de reencarnaciones:
«Como los espíritus han de pasar a través de varias encarnaciones, se
deduce de ello que todos hemos tenido varias existencias y que tendremos
otras, más o menos perfectas, sea en esta tierra o en otros mundos.
»Esa encarnación de los espíritus se verifica siempre en el cuerpo
humano, siendo un error suponer que el alma o espíritu podría encarnarse en
el cuerpo de un animal.
»Los sistemas corpóreos sucesivos de un espíritu son siempre progresivos,
jamás retrógrados, dependiendo la rapidez de nuestros progresos de los
esfuerzos que a través de nuestras varias vidas hacemos para llegar a la
perfección.
»Las cualidades del alma corresponden a las del espíritu encarnado en
nosotros, y así un hombre bueno es la encarnación de un espíritu bueno, y un
hombre malo lo es de un espíritu malo o impuro.

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»El alma posee individualidad propia antes de su encarnación, y conserva
esa individualidad después de separarse del cuerpo.
»Al reintegrarse al mundo de los espíritus, el alma vuelve a hallar a todos
aquellos que conoció en la tierra, volviendo eventualmente a su memoria
todas sus anteriores existencias, con el recuerdo de todo lo malo y de todo lo
bueno que en ellas hizo.
»El espíritu encarnado está bajo el influjo de la materia; el hombre que se
desprende de esa influencia merced a la elevación y purificación de su alma,
se acerca más a los espíritus superiores, entre los cuales se clasificará un día.
Por el contrario, el que se deja dominar por las malas pasiones y encuentra
todo su placer en la satisfacción de groseros apetitos, desciende a la categoría
de los espíritus impuros.
»Los espíritus encarnados habitan en diversas esferas del Universo».
(Introducción al «Libro de los Espíritus».)
Como hemos indicado, Kardec llevó a cabo sus investigaciones a través
de las inteligencias comunicantes por el sistema de preguntas y respuestas,
con lo cual obtuvo todo el material para escribir sus libros, en particular
acerca del tema de la encamación. A la pregunta: «¿Cuál es el objeto de la
encarnación de los espíritus?», se le contestó:
«Es una necesidad que Dios ha impuesto como medio de alcanzar la
perfección. Para algunos es una expiación, para otros una agradable misión.
Para alcanzar la perfección, es necesario que los espíritus se sometan a todas
las vicisitudes de la existencia corporal. Las enseñanzas de la expiación los
irán depurando. Otro fin tiene la encarnación, que es poner a los espíritus en
condiciones de tomar puesto adecuado en el Universo, a cuyo efecto anidan y
progresan en el aparato corporal que más en armonía pueda hallarse con el
estado material del mundo al que irán destinados por orden divina».
En Inglaterra los espiritistas están en desacuerdo respecto del problema de
la reencarnación. Algunos creen en ella, otros no, siendo la creencia más
general que no habiendo sido probada dicha doctrina, lo mejor es excluirla del
espiritismo activo. Miss Ana Blackwell, la traductora de Allan Kardec, dice a
este propósito que siendo la mentalidad del continente europeo más fácil para
la recepción de nuevas teorías, ha aceptado la de Allan Kardec en tanto que la
mentalidad inglesa «se niega por lo general a aceptar ninguna teoría hasta que
ha comprobado los hechos en que se funda».
Mr. Tomás Brevior, director de La Revista Espiritista, confirma con las
siguientes palabras esa actitud de nuestros espiritistas:

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«Cuando la reencarnación tenga un aspecto más científico, cuando la
abone una cantidad de hechos susceptibles de verificación como los del
Espiritismo moderno, merecerá amplia y detenida discusión entre nosotros.
Entretanto, dejemos a los especuladores que se diviertan levantando castillos
en el aire; la vida es muy corta y hay demasiado que hacer en este mundo para
que tengamos que ocuparnos en erigir ni en demoler esos edificios aéreos. Es
mejor trabajar en cosas sobre las cuales todos estamos conformes, que luchar
por otras en las que acaso disentimos sin remedio». Guillermo Howitt,
reputado como uno de los puntales del primitivo espiritismo en Inglaterra,
condena francamente la teoría de la reencarnación. Después de citar la
observación de Emma Hardinge Britten, según la cual millares de seres
protestan en el otro mundo a través de notables mediums, de que no tienen
conocimiento ni pruebas de la reencarnación, dice:
«Si la reencarnación fuera un hecho cierto en vez de ser un hecho
recusable, habría millones de espíritus que al entrar en el otro mundo,
buscarían en vano a sus parientes, hijos y amigos… ¿Ha llegado a nosotros ni
una palabra de tal desdicha en los millares y millares de comunicaciones
espiritistas? Jamás. De modo que aunque sólo fuera por esto deberíamos
declarar falso el dogma de la reencarnación, como lo es el infierno del cual
surgió».
Sin embargo, Mr. Howitt en su vehemencia olvida que puede estar
condicionada en el tiempo la reencarnación hasta un límite determinado y que
puede también ser voluntaria.
Alejandro Aksakof, en un interesante artículo publicado en La Revista
Espiritista (1876, pág. 57), dio los nombres de los mediums del círculo Allan
Kardec con algunos datos sobre los mismos. Indicó así mismo que la creencia
en la idea de la reencarnación, era muy fuerte por aquellos días en Francia,
como puede verse, entre otras obras, en la de M. Pezzani, «La pluralidad de
existencias». Aksakof escribe:
«Se ve claramente que la propagación de esa doctrina por Kardec, fue
asunto de su mayor predilección; desde un principio la reencarnación no es en
sus libros como un tema de estudio, sino como un dogma. Para sostenerlo
recurrió siempre a mediums escribientes, los cuales, como es sabido, están
fácilmente bajo la influencia de ideas preconcebidas, y el espiritismo las ha
engendrado con toda profusión; en cambio, a través de los mediums físicos,
las comunicaciones son objetivas, y no se sabe de ninguna favorable a la
doctrina de la reencarnación. Kardec prescindió siempre de esta clase de
mediunidad, bajo pretexto de su inferioridad moral. Los pocos mediums

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físicos franceses que desarrollaron sus facultades a pesar de Kardec, jamás
fueron por éste mencionados; al contrario, permanecieron desconocidos para
los espiritistas, sólo porque en sus comunicaciones no se sustentaba la
doctrina de la reencarnacion».
D. Home, comentando el artículo de Aksakof, dice:
«Me he encontrado con muchos reencarnacionistas, con más de doce
María Antonietas, con seis o siete Marías, Reinas de Escocia, con veinte
Alejandros Magnos, pero todavía no he topado con un John King completo.
Si lo encuentran les ruego que lo conserven como una curiosidad».
Miss Ana Blackwell resume con las siguientes palabras el contenido de
los principales libros de Kardec:
«El Libro de los Espíritus» está dedicado a demostrar la existencia y los
atributos del Poder Causal y la naturaleza de la relación entre este Poder y el
Universo, poniéndonos en la senda de la divina operación.
«El Libro de los Mediums» describe los varios métodos de comunicación
entre este mundo y el otro.
«Cielo e Infierno» expone la justicia del Gobierno Divino explicando la
naturaleza del mal como resultado de la ignorancia, y mostrando el proceso
mediante el cual los hombres pueden mejorar y purificarse.
«El Evangelio explicado por los Espírítus» es un comentario de los
preceptos morales de Cristo, con un examen de su vida y el estudio
comparativo de sus actos y las actuales manifestaciones del poder espiritista.
»Génesis muestra la concordancia de la filosofía espiritista con los
descubrimientos de la ciencia moderna.
»Esas obras —dice— son reputadas por la mayoría de los espiritistas del
continente como las bases de la filosofía religiosa del porvenir, filosofía en
armonía con los progresos y descubrimientos científicos en los distintos
reinos del conocimiento humano, promulgada por una cohorte de ilustres
espíritus que operan bajo la dirección del mismo Cristo».
En conjunto, parécele al autor que la reencarnación es un hecho, pero no
universal necesariamente. Respecto de la ignorancia en que sobre este punto
se hallan los espíritus nada hay de extraño, puesto que es cosa del futuro y si
nosotros no vemos aún claro acerca de nuestro futuro, es posible que los
espíritus tengan las mismas limitaciones. Cuando nos preguntamos «¿dónde
estábamos antes de nacer?», sólo es posible la respuesta partiendo de la
reencarnación, con largos intervalos de descanso del espíritu, entre una y otra
de nuestras vidas terrenas, pues es inconcebible que hayamos nacido por toda
una eternidad. La existencia posterior parece el postulado de la existencia

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anterior, y a la pregunta natural: «Entonces, ¿por qué no nos acordamos de las
existencias pasadas?» debemos contestar que tal recuerdo complicaría
enormemente nuestra vida presente, y que aquellas existencias pueden muy
bien formar un ciclo como un rosario de vidas ensartadas en una sola
personalidad. En ese punto convergen el pensamiento oriental y teosófico con
la explicación que da en la doctrina suplementaria del Karma, de la injusticia
aparente de una sola vida, constituyendo todo ello argumentos en favor de la
reencarnación como lo son tal vez esos vagos recuerdos y cogniciones que a
veces tenemos, demasiado precisos en ocasiones para ser considerados como
impresiones atávicas. Algunos experimentos hipnóticos, entre los que
descuellan los del famoso investigador francés, coronel de Rochas, parecieron
aportar algunas pruebas en favor de la doctrina de la reencarnación, pues el
sujeto caído en trance retrocedía en el tiempo a través de varias pretendidas
reencarnaciones, muy difíciles de aclarar las más distantes, al paso que las
más próximas podía sospecharse que fueran hijas del conocimiento normal
del medium. Por lo menos y aun cuando ello implique la tarea de completar
algunos trabajos o rectificar algún error, convendría reserváramos la mejor
acogida a la posibilidad de la reencarnación.
Antes de apartarnos de la historia del espiritismo en Francia, debemos
rendir tributo a la pléyade de escritores que lo han ilustrado. Aparte de Allan
Kardec y del trabajo científico de investigadores como Geley, Maxwell,
Flammarion y Richet, hubo grandes espiritistas como Gabriel Delanne,
Enrique Regnault y León Denis, que dejaron huella profunda de su paso en
nuestro campo.
En la presente obra, limitada a las grandes líneas de la historia psíquica,
no hay espacio para los innumerables riachuelos y meandros que surcan toda
la faz de la tierra. Desde la Argentina hasta Islandia, vénse los mismos
resultados surgiendo de las mismas causas. La historia completa de ello
requeriría otro volumen, pero dedicaremos, no obstante, unas páginas a
Alemania.
Aunque tardía en seguir el movimiento organizado, pues no forma parte
de él hasta 1865 en que se fundara Psiquis, el primer periódico espiritista
alemán, tenía por encima de todos los demás países una tradición de
especulación mística y de experimentos mágicos que pudieron considerarse
como una preparación para la definitiva revelación espiritual. Paracelso,
Cornelius, Agrippa, Helmont y Jacobo Boehme, figuran entre los
exploradores del espíritu abriéndose camino a través de la materia, por vaga y
lejana que estuviese la meta a que querían arribar.

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Mesmer llegó a algo más preciso en los trabajos que llevó a cabo en Viena
a fines del siglo XVIII. A pesar de sus equivocaciones, fue el primero en
separar el alma del cuerpo ante la vista de la humanidad, mientras M. de
Puysegur daba un paso adelante descubriendo las maravillas de la
clarividencia. Jung Stilling y el Dr. Justino Kerner son nombres que también
perdurarán en la historia del progreso del conocimiento humano a través de la
nebulosa senda. El anuncio de la comunicación espiritista se recibió en
Alemania con una mezcla de interés y escepticismo, transcurriendo mucho
tiempo antes de que se alzaran voces en su defensa, hasta que Slade hizo su
histórica visita en 1877.
Después de someter a prueba sus manifestaciones, provocó en Leipzig el
estudio de estas cuestiones por parte de seis profesores: Zöllner, Fechner y
Scheibner, de Leipzig; Weber, de Gotinga; Fichte, de Stutgart, y Ulrici, de
Halle. Como los testimonios de éstos se reforzaron con la declaración de
Bellachini, el más famoso escamoteador de Alemania, afirmando que no
había posibilidad de trampa en los experimentos, el efecto producido en las
mentes populares fue considerable, aumentando con la adhesión inmediata de
dos rusos eminentes, Aksakof y Butlerof. Sin embargo, el culto no parece que
encontró terreno completamente apropiado en aquel país militar y
burocrático. Aparte el nombre de Carl du Prel, no recordamos otro que esté en
Alemania vinculado al movimiento espiritista.
El barón Carl du Prel, de Munich, comenzó su misión consagrándose al
misticismo y en su primera obra («Filosofía del misticismo», 1889), trata, no
del espiritismo, sino más bien de las fuerzas latentes en el hombre, de los
ensueños, del éxtasis y del sueño hipnótico. En otro tratado, «Un problema
para los escamoteadores», hace el relato detallado de las etapas por las cuales
pasó hasta llegar a su completa creencia en la verdad del espiritismo. En este
libro admite que los hombres de ciencia y los filósofos no son los más
capacitados para descubrir trampas, pero recuerda al lector que Bosco,
Houdini, Bellachini y otros consumados escamoteadores declararon que los
mediums a quienes habían examinado estaban exentos de toda sospecha de
fraude, o engaño. Du Prel no se contentó con testimonios de segunda mano,
sino que efectuó una serie de sesiones con Eglinton y más tarde con Eusapia
Palladino, haciendo hincapié en el hecho de que sus convicciones se basan
más que en los resultados obtenidos con mediums profesionales, en los de tres
mediums privados «en cuya presencia, la escritura directa no sólo se
verificaba en el interior de dobles pizarras, sino también en lugares
inaccesibles para los mediums».

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«Una cosa es clara, a saber, que la Psicografía debe ser adscrita a un
origen transcendental. Hallamos, en efecto: 1) Que la hipótesis de la pizarra
preparada de antemano es inadmisible. 2) Que el lugar en que se encuentra lo
escrito es inaccesible a las manos del medium. En muchos casos la doble
pizarra está seguramente cerrada, dejando solamente un resquicio para el
pizarrín. 3) Que la escritura es simultánea. 4) Que el medium no escribe. 5)
Que lo escrito ha de serlo con tiza o pizarrín. 6) Lo escrito es obra de un ser
inteligente, puesto que las respuestas se ajustan exactamente a las preguntas.
7) Este ser puede leer, escribir y entender el lenguaje de los humanos, y
muchas veces uno desconocido para el medium. 8) Se parece
extraordinariamente a un ser humano, por lo que hace al grado de su
inteligencia, e incluso por los errores en que incurre. Estos seres, pues,
aunque invisibles, son de naturaleza humana. No es menester defender de
ningún ataque esta proposición. 9) Si estos seres hablan, lo hacen en idioma
humano. Si se les pregunta quiénes son, responden que son seres que han
dejado este mundo. 10) Cuando esas apariciones se manifiestan por modo
visible en parte, con sólo las manos, por ejemplo, las manos tienen forma
humana. 11) Cuando las apariciones lo son por entero, revisten humana forma
y humano continente… El espiritismo ha menester la investigación científica.
Pero yo me consideraría un cobarde si no manifestara abiertamente mis
convicciones».
«En tales circunstancias —dice— la pregunta: ¿medium o escamoteador?
paréceme hecha más para levantar polvareda que para evitarla», observación
que muchos investigadores psíquicos debieran tener en cuenta. Es interesante
advertir que du Prel proclama injustificada, por lo que hace a su experiencia,
la afirmación de que los mensajes sean estúpidos y triviales; asegurando al
propio tiempo que si él no ha encontrado en ellos señales de una inteligencia
superior, claro es que antes había que considerar hasta qué punto puede
apreciarse una inteligencia sobrehumana y cómo había de sernos inteligible.
Hablando de la materialización, dice:
«Cuando esas apariciones se hacen enteramente visibles en el cuarto a
obscuras, caso en el cual el propio medium está sentado en la cadena formada
por los concurrentes a la sesión, toman humana forma y humano continente.
Es muy fácil decir que se trata de un enmascaramiento del mismo medium.
Pero cuando el medium habla desde su asiento; cuando los que están
próximos a él declaran que le tienen cogido de las manos, y al mismo tiempo
veo ante mí una figura en pie; cuando el rostro de esta figura queda iluminado
con el tubo de mercurio que está sobre la mes a —luz que no impide el

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fenómeno—, todo lo cual veo claramente, entonces la evidencia de los hechos
que refiero me demuestra la existencia de un ser transcendental, aunque todas
las conclusiones deducidas de mis estudios y trabajo de veinte años se vengan
a tierra. Si, por el contrario, mis puntos de vista, como puede verse en mi
“Filosofía del misticismo”, han tenido otro rumbo, y se han justificado
después con estas experiencias, encuentro campo abonado desde el punto de
vista subjetivo para sostener estos hechos puramente objetivos».
Y añade:
«Tenemos, pues, la experiencia empírica de la existencia de tales seres
transcendentales, de la que estoy convencido por la evidencia de mis sentidos
de la vista y el oído y por el sentimiento de nuestra comunicación inteligente.
En estas circunstancias, llevado al mismo resultado por dos métodos de
investigación, merecería que los dioses me abandonaran, si no reconociese el
hecho de la inmortalidad —o mejor dicho, ya que las pruebas no alcanzan a
más—, la continuación de la existencia del hombre después de la muerte.
»Carl du Prel falleció en 1899. Su contribución a la obra espiritista es
probablemente la mayor llevada a cabo por un alemán. Encontró un
formidable adversario en Eduardo von Hartmann, autor de la “Filosofía de lo
Inconsciente”, el cual publicó en 1885 un folleto titulado “Espiritismo”, sobre
el que escribe Massey:
»Por primera vez, un hombre que ocupa una situación intelectual
eminente, se presenta francamente ante nosotros aunque sea como adversario.
Se ha tomado el trabajo de investigar los hechos, si no por completo, al menos
lo suficiente para revestir de autoridad su examen crítico. Y aunque al
principio le guiaba el escepticismo más absoluto, llegó luego a la conclusión
de que la existencia en el organismo humano de fuerzas y capacidades
distintas de las conocidas por las ciencias exactas, está sobradamente probada
por testimonios antiguos y contemporáneos. Reclama con urgencia la
investigación de esas fuerzas por parte de comisiones nombradas y pagadas
por el Estado. Rechaza con toda su autoridad de hombre de ciencia la
suposición de que los hechos son a priori increíbles o “contrarios a las leyes
de la naturaleza”. Censura la impertinencia de las “denuncias” y califica de
golpes en el vacío los paralelos estúpidos que han querido hacerse entre los
mediums y los prestidigitadores.
Massey añade que desde el punto de vista de la filosofía de Hartmann, era
inadmisible la intervención de los espíritus, y una ilusión la inmortalidad
humana.

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Alejandro Aksakof contestó al folleto de von Hartmann en su revista
mensual Estudios Psíquicos, indicando que aquél no tenía la menor
experiencia práctica de los fenómenos medianímicos y concedió insuficiente
atención a los que no concordaban con sus personales teorías, siendo muchos
los que existían completamente desconocidos para él. Alemania ha producido
algunos grandes mediums, entre los cuales no se suele hacer figurar a la
señora Ana Rothe. Sin embargo, y aunque fuera cierto que esta mujer recurrió
al engaño cuando sintió que le abandonaban sus fuerzas psíquicas, resulta
indudable que las poseyó en el más alto grado y así está demostrado hasta la
evidencia por el mismo juicio en que terminó la denuncia lanzada contra ella
en 1902.
La medium estuvo encarcelada por espacio de doce meses y tres semanas,
y antes de comparecer ante el tribunal fue condenada a diez y ocho meses de
prisión y una multa de quinientos marcos. Cuando se celebró el juicio, varias
personas de gran reputación presentaron pruebas a su favor, figurando entre
ellas el señor Stocker, ex capellán de la Corte y el juez Salzers, de la
Audiencia de Zurich. El juez juró que la señora Rothe le puso en
comunicación con los espíritus de su esposa y de su padre, quienes dijéronle
cosas que era imposible inventara la medium, porque se referían a asuntos
desconocidos para ella y para todos los mortales. También declaró que se
habían producido en el aire flores de la más rara especie en un sala inundada
de luz. Su testimonio produjo honda impresión.
Pero lo mismo que en el caso Slade, respecto del magistrado Mr. Flowers,
el fallo del tribunal alemán comenzaba diciendo:
«El Tribunal no puede permitirse criticar la teoría espiritista, pero no
puede desconocer que la ciencia y la generalidad de los hombres cultos
declaran imposibles las manifestaciones supernaturales».
Ante semejante declaración, toda prueba era inútil.
En estos últimos años dos nombres alemanes adquieren gran relieve en
relación con esta materia. U no es el del Dr. Schrenck Notzing, a cuyos
magníficos trabajos de laboratorio ya nos hemos referido en el capítulo del
ectoplasma. El otro es el del famoso Dr Haus Driesch, profesor de Filosofía
de la Universidad de Leipzig, quien en conferencia dada en la Universidad de
Londres el año de 1924, declaró que «la realidad de los fenómenos psíquicos
es hoy solamente puesta en duda por los dogmáticos incorregibles».
«Esos fenómenos —dijo— han tenido que pasar por un período de arduas
luchas antes de ser admitidos; la principal razón consistió en haber sido

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negados rotundamente por la psicología ortodoxa y la ciencia natural, las
cuales hasta el final del pasado siglo iban de consuno».
El profesor Driesch indica que la ciencia natural y la psicología
experimentaron un cambio radical desde comienzos de este siglo, mostrando
de qué manera los fenómenos psíquicos se enlazan con las ciencias naturales
«normales». Observa que «si estas últimas se niegan a reconocer su
parentesco con las primeras, ello no afecta a la verdad de los mismos», y
merced a una serie de ilustraciones biológicas demuestra la inanidad de la
teoría mecánica, abogando por la teoría vitalista y por el «establecimiento de
relaciones más íntimas entre los fenómenos de biología normal y los
fenómenos físicos, que son del dominio de la investigación psíquica».
Italia en cierto sentido figura en orden superior con relación a los demás
países europeos en el trato reservado al espiritismo, a pesar de la constante
oposición de la Iglesia Católica Romana, que ilógicamente estigmatiza como
diabolismo en los demás lo que proclama como signo especial de santidad en
ella. Las Acta Sanctorum no son más que una larga crónica de fenómenos
psíquicos con levitaciones, aportaciones, profecías y todos los demás signos
del poder medianímico. Ahora bien, la Iglesia persiguió siempre al
espiritismo, pero por poderosa que sea, el tiempo le demostrará que ha
encontrado en éste algo más fuerte que ella.
Entre los modernos espiritistas italianos destacan Mazzini y Garibaldi. En
carta dirigida a un amigo el año de 1849, Mazzini esboza todo un sistema
religioso-filosófico, en el cual se anticipa sorprendentemente a las más
recientes ideas espiritistas. En ese sistema aparece el purgatorio temporal
sustituido por un infierno perpetuo, se proclama la existencia de un lazo de
unión entre este mundo y el otro, se define la jerarquía de los seres
espirituales y se prevee un progreso continuo de éstos hacia la perfección
suprema.
Italia ha sido muy rica en mediums, teniendo además la suerte de contar
con hombres de ciencia lo suficientemente bien orientados en el estudio de las
ciencias psíquicas. Entre esos numerosos investigadores, todos ellos
convencidos de la realidad de los fenómenos psíquicos, aunque no todos
aceptaron la idea espiritista, se encuentran nombres como los de Ermacora,
Schiaparelli, Lombroso, Bozzano, Morselli, Chiaia, Pioctet, Foa, Porro,
Brofferio y Bottazzi. Estos hombres tuvieron la ventaja de contar para sus
estudios con una medium como Eusapia Palladino, de la que ya nos hemos
ocupado, a la que siguieron otros mediums poderosos, tales como Politi,
Carancini, Zuccarini, Lucía Sordi y especialmente Linda Gazzera. No

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obstante, allí como en otras partes, el primer impulso llegó de los países de
habla inglesa. La visita de D. D. Home a Florencia en 1855, y la siguiente de
la señora Guppy, en 1868, abrió la senda a través de la cual había de lanzarse
antes que nadie Damiani, el primer gran investigador italiano que en 1872
descubrió las facultades extraordinarias de la Palladino.
La obra de Damiani fue pronto secundada por el doctor G. B. Ermacora,
fundador y director, con el Dr. Finzi, de la Revista de Estudios Psíquicos.
Damiani murió asesinado en Rovigo, a los cuarenta años de edad,
constituyendo su desaparición gran pérdida para la causa. Acerca de él, dice
Porro:
«Lombroso le conoció en Milán asociado a tres médicos jóvenes libres de
todo prejuicio: Ermacora, Finzi y Gerosa, a dos profundos pensadores que
habían ya agotado el aspecto filosófico del espiritismo, el alemán du Prel y el
ruso Aksakof, a otro filósofo de profunda inteligencia y vasta erudición,
Brofferio; y finalmente, al gran astrónomo Schiaparelli y al ilustre fisiólogo
Richet.
»Sería difícil —añade— reunir un grupo más selecto de hombres dotados
de las necesarias garantías de seriedad, de competencias diversas, de
habilidad técnica en la experimentación, de sagacidad y prudencia en las
conclusiones».
«A la vez que Brofferio en su valioso libro “En pro del espiritismo”
(Milán 1892), demolía uno a uno los argumentos de los detractores,
reuniendo, coordinando y clasificando con incomparable talento dialéctico las
pruebas en pro de nuestra doctrina, Ermacora aplicaba a su demostración
todos los recursos de su poderosa inteligencia ejercitada en el uso del método
experimental, hallando tanto placer en estos nuevos y fértiles estudios, que
abandonó enteramente sus investigaciones en el terreno de la electricidad, las
cuales le habían dado ya reputación tan alta y brillante que se le consideraba
como el legítimo sucesor de Faraday y de Maxwell».
El Dr. Ercole Chiaia, que falleció en 1903, fue un ardiente trabajador y
propagandista a quien distinguidísimos hombres de ciencia debieron sus
primeros conocimientos de los fenómenos psíquicos, entre otros, Lombroso,
el profesor Bianchi, de la Universidad de Nápoles, Schiaparelli, Flournoy, el
profesor Porro, de la Universidad de Génova, y el coronel de Rochas.
Lombroso dijo de él:
«Tenéis razón en honrar la memoria de Ercole Chiaia. En un país como
Italia, donde se profesa horror a todo lo nuevo, es preciso mucho valor y
nobleza de alma para convertirse en apóstol de teorías que se pretende

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ridiculizar, y ello con la tenacidad, con la energía que han caracterizado
siempre a Chiaia. A él deben muchos —y yo entre ellos— el privilegio de ver
un mundo nuevo abierto a la investigación a través del único camino que
existe para convencer a los hombres cultos, es decir, la observación directa».
Sardou, Richet y Morselli rindieron también tributo de admiración a la
obra de Chiaia.
Una de las más importantes labores de aquel hombre benemérito consistió
en inducir a Lombroso a que investigara los fenómenos espiritistas. A raíz de
los primeros experimentos con Eusapia Palladino, declaró el eminente
alienista:
«Me da vergüenza y pena haber negado con tanta tenacidad la posibilidad
de los llamados hechos espiritistas».
Al principio Lombroso asintió únicamente a los hechos, oponiéndose a la
teoría en ellos fundada. Pero aun esa admisión parcial causó gran sensación
en Italia y en todo el mundo. Aksakof escribió al Dr. Chiaia: «¡Gloria a
Lombroso por sus nobles palabras! ¡Gloria a usted por haber dado lugar
ellas!».
Lombroso constituye el magnífico ejemplo de conversión de un
empedernido materialista después de largo y concienzudo examen de los
hechos. En 1900 escribió al profesor Falcomer:
«Estoy como una piedra en la orilla. Aún no me cubre el agua, pero noto
que la marea sube, acercándome cada vez más al mar».
Como es sabido, acabó por ser un creyente completo, un convencido
espiritista, como lo prueba su célebre libro «Y después de la muerte, ¿qué?».
Ernesto Bozzano, nacido en Génova el año de 1862, dedicó treinta años
de su vida a la investigación psíquica, publicando el fruto de sus estudios en
treinta largas monografías. En unión de los profesores Morselli y Porro,
experimentó con Eusapia Palladino, y a la vista de muchos fenómenos
objetivos y subjetivos, se adhirió «lógica y necesariamente» a la hipótesis
espiritista.
Enrique Morselli, profesor de Psiquiatría en Génova, fue durante varios
años, como él mismo declara, un escéptico decidido en punto a la realidad
objetiva de los fenómenos psíquicos. Pero en 1901 y años siguientes tuvo
treinta sesiones con Eusapia Palladino, llegando a un convencimiento
completo de los hechos, ya que no de la teoría espiritista. Recogió sus
observaciones en un libro que el profesor Richet califica de «modelo de
erudición» («Psicología y Espiritismo», Turín, 1908).

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Lombroso, en una recensión muy amable de este libro, se refiere al
escepticismo del autor en punto a ciertos fenómenos por él observados
(«Anales de Ciencia Psíquica», vol. VII, página 376):
«Morselli comete la misma falta que Flournoy con la señorita Smith[11],
torturando su propia ingenuidad para no encontrar verdaderas ni creíbles las
cosas que él mismo declara haber visto y que en efecto ocurrieron. Por
ejemplo, durante unos cuantos días después de la aparición de su madre,
reconoció conmigo que la había visto y sostenido con ella una conversación
por señas, en la cual ella le indicaba con el dedo, apuntando tristemente a sus
gafas y a su calvicie cuán largo tiempo hacía que le dejó joven y apuesto».
Al pedirle Morselli a su madre una prueba de identidad, ella le tocó en la
frente buscándole una verruga; pero como primero tocara al lado derecho y
después al izquierdo, en que verdaderamente tenía la verruga, Morselli no
quiso aceptar esto como la evidencia de la aparición de su madre. Lombroso,
con más experiencia, le señaló la torpeza de los espíritus que usan de la
intervención de un medium por primera vez. La verdad es que Morselli
experimentaba una gran repugnancia por aquella aparición de su madre con
un medium en contra de su voluntad. Lombroso no puede explicarse
semejante sentimiento. Y dice:
«Confieso que a mí no solamente no me molesta, sino que, por el
contrario, cuando volví a ver a mi madre, experimenté una de las alegrías más
grandes de mi vida, una alegría que llegaba al espasmo, y que no sólo no me
producía resentimiento alguno, sino gratitud para el medium que me traía a mi
madre a mis brazos después de tantos años, suceso extraordinario que me hizo
olvidar no sólo entonces, sino muchas veces, la humilde condición de
Eusapia, quien había logrado para mí, aunque por manera puramente
automática, lo que ningún gigantesco poder ni pensamiento pudiera nunca
conseguir».
Morselli se colocó en posición parecida a la del profesor Richet respecto
de la investigación psíquica, y, como este último sabio, influyó
poderosamente en la opinión pública, contribuyendo a que tuviera sobre esta
materia una idea más clara. Hablando del desvío de la ciencia por el
espiritismo, escribía en 1907:
«El espiritismo viene discutiéndose desde hace cincuenta años, y aunque
no es posible augurar cuándo quedará resuelta la cuestión, todos están
conformes en concederle una gran importancia, siendo uno de los más
grandes problemas legados por el siglo XIX al XX. Ya nadie puede ignorar que
el espiritismo constituye una tendencia importante en el pensamiento

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contemporáneo. Si durante mucho tiempo la ciencia oficial mostró su desvío
por los hechos que el espiritismo, bien o mal, equivocada o acertadamente, ha
reunido hasta formar la base de todo un cuerpo de doctrina, tanto peor para la
ciencia, y peor aún para sus hombres que permanecieron sordos y ciegos ante
afirmaciones, no de sectarios, sino de observadores tan dignos y serios como
Crookes, Lodge y Richet. No me avergüenzo de proclamar que en mis
modestas fuerzas yo fui uno de los que contribuyeron a ese obstinado
escepticismo, hasta el día en que, por fin, pude romper las cadenas con que
los prejuicios aherrojaban mi pensamiento».
Hecho curioso es que la mayoría de los profesores italianos se adhieren a
los hechos psíquicos, pero rehúsan seguir las conclusiones de los que llaman
espiritistas. Ello aparece claro en las siguientes palabras de De Vesme:
«Importa notar que el interés por esas cuestiones revelado por el público
en Italia, no habría nacido tan fácilmente si los hombres de ciencia que
proclamaron la autenticidad de esos fenómenos mediunísticos, no hubiesen
hecho constar que el reconocimiento de los hechos no implicaba la aceptación
de la hipótesis espiritista».
Hagamos constar, sin embargo, que hubo una minoría muy potente, que
comprendió el significado íntegro de la nueva revelación.

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CAPÍTULO XXII
ALGUNOS GRANDES MEDIUMS
MODERNOS

Es monótono escribir acerca de los signos físicos con que se revela la


inteligencia externa, porque todos obedecen a fórmulas estereotipadas,
limitadas en su naturaleza.
Llenan su objeto, que no es otro que el demostrar la presencia de fuerzas
invisibles, desconocidas por la ciencia, pero su método de producción y sus
resultados son siempre iguales. Claro es que esto mismo, o sea la repetición
constante de idénticas manifestaciones en todos los países del mundo, debería
hacer ver a quienes piensen seriamente acerca de ellas que obedecen a leyes
fijas, y no se trata de una sucesión esporádica de milagros, sino de una ciencia
real en pleno desenvolvimiento. Sus detractores han pecado por ignorancia y
desprecio: «No comprenden que en esto hay leyes», escribió Madame Bisson
después del fatuo intento de los doctores de la Sorbona para producir
ectoplasma en condiciones que invalidaban su propio experimento. Todo gran
medium físico puede producir la voz directa independientemente de sus
propios órganos vocales, la telequinesis o movimiento de objetos a distancia,
los ruidos o percusiones, las levitaciones, los aportes o traída de objetos a
distancia, las materializaciones de rostros, extremidades o figuras completas,
las conversaciones o escritos en estado de trance, la escritura entre pizarras en
contacto y los fenómenos luminosos de distintas formas. De todas esas clases
de manifestaciones ha sido testigo muchas veces el autor, y como ya ha
narrado las que en cada época se produjeron con los mediums a ella
pertenecientes, hablará sólo ahora de los mediums modernos, exponiendo
datos y observaciones propios.
Hay quienes cultivan sólo un aspecto de la mediunidad en tanto que otros
exhiben todas las formas de este poder. Necesariamente los primeros serán
más eficientes, como todo el que especializa sus facultades y las concentra en
un fin determinado en vez de dispersarlas entre varios.
A veces, aparece un hombre tan maravilloso como D. D. Home, dotado de
todos los poderes de la mediunidad, pero esto es muy raro.

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El más grande de los mediums conocido por el autor, es la señora Osborne
Leonard. La característica de su mérito es que los dones que posee, por lo
general son continuos. No se interrumpen con largos eclipses, sino que fluyen
inagotablemente. La señora Leonard es de mediana edad, amable, agradable,
de aire señoril. Al caer en trance, su voz cambia por completo, interpretando
lo que su pequeño guía, el espíritu de la niña Feda, dice en voz alta y con
palabras entrecortadas, todo ello mezclado con intimidades y bromitas en las
que se ponen de relieve la inteligencia y el simpático carácter de la niña.
En cierta ocasión el autor recibió una larga serie de mensajes sobre el
destino futuro del mundo, a través de la voz y de la mano de su esposa, en su
propio hogar doméstico. Cuando fue a visitar a la señora Leonard, no le dijo
nada de lo ocurrido, ni tampoco habló de ello a nadie. Pero apenas se sentó y
preparó el cuaderno para tomar notas de lo que ocurriese, cuando su hijo
muerto anunció su presencia y le habló sin interrupción por espacio de una
hora. Fue un largo monólogo con pleno conocimiento íntimo de cuanto había
ocurrido en la casa de sus padres, y todo él lleno de pequeños detalles de la
vida nuestra, completamente desconocidos para la medium.
En toda la sesión no se equivocó en punto a ningún hecho cierto y habló
de muchas cosas. Citaremos aquí, a modo de ejemplo, una parte de las menos
personales:
«Hay mucha falsedad en el progreso material y mecánico. Eso no es
progreso. Si se construye este año un coche que haga tantos kilómetros, se
puede al año que viene construir otro que haga el doble. No por eso es mejor.
Es menester el progreso verdadero para llegar a comprender el poder de la
mente y el espíritu y convencer a todos de la existencia del mundo nuestro.
»Mucho podemos ayudar nosotros desde aquí con tal de que intenten algo
los que están en la tierra; pero no podemos esforzarnos con quienes no están
preparados a tal ayuda.
»Ese es vuestro trabajo: prepararnos la gente. Muchos yacen en una
ignorancia sin esperanza alguna; pero sembrad, que la semilla fructificará,
aunque no lo veáis.
»Los curas están sujetos a un sistema de ideas limitadas y herméticas.
Sistema semejante a un alimento rancio de una semana en comparación con
otro reciente. Hace falta alimento espiritual fresco y no enranciado. Sabemos
cuán prodigioso es Cristo. Contemplamos su amor y su poder. Él puede
ayudarnos a nosotros y a vosotros. Pero encendiendo fuego nuevo y no
removiendo las antiguas cenizas.

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»Eso es lo que necesitamos —el fuego del entusiasmo en los dos altares
de la imaginación y del conocimiento—. Algunos le temen a la imaginación,
pero muy frecuentemente ella es la puerta del conocimiento. Las iglesias han
sabido cuál era la verdadera doctrina, pero no la han sabido poner en práctica.
»Es preciso ser capaz de demostrar el conocimiento espiritual en una
forma práctica. El plano en que vivís es práctico sólo en cuanto consideráis el
conocimiento como un impulso para la acción. En nuestro plano,
conocimiento y fe son acción —y al pensar una cosa la realizamos en el acto
de pensarla; mientras que en la tierra son muchos los que dicen que una cosa
está bien y no la hacen—. La iglesia enseña, pero no demuestra su enseñanza.
A veces el maestro usa el encerado. Pues eso es lo que necesitáis. Hay que
enseñar demostrando en el encerado. Los fenómenos físicos son realmente los
más importantes. Algunos hay en el movimiento espiritista contemporáneo;
pero nos es difícil manifestarnos físicamente, porque la mayoría del
pensamiento colectivo está contra nosotros y a no nuestro favor. Cuando el
gran día llegue, la gente se estremecerá en su actitud cerrada e ignorante en
contra nuestra y sólo así quedará expedito el camino para una demostración
más completa de la que hasta entonces hayamos logrado dar.
»Ahora es como si estuviéramos dando golpes contra una pared, y
perdemos el noventa por ciento de nuestro poder golpeando e intentando
hallar un agujero en ese valladar de ignorancia que nos impide penetrar hasta
los hombres. Muchos de vosotros estáis empujando y ayudando a nuestro
intento. No sois vosotros los que habéis levantado el valladar y nos animáis a
franquearlo. Pronto, mientras seguís en vuestra debilidad luchando, se
derrumbará y en lugar de introducirnos por una rendija, surgiremos
triunfantes en glorioso haz. Ese será el summum —el encuentro del espíritu y
la materia».
Si la verdad del espiritismo dependiera únicamente de las facultades de la
señora Leonard, estaría evidenciada en absoluto a los ojos de todos, pues
entre tantos centenares de personas como la han puesto a prueba, rara vez
dejó de dar completa satisfacción a alguna. Hay muchos clarividentes cuyas
facultades no son muy inferiores a las de la señora Leonard; pero ninguno
llega a igualarlas, porque ninguno hace de ellas el uso moderado que esta
señora. No la tienta la ambición y sólo recibe a dos o tres clientes por día,
debiéndose sin duda a ello la excelencia de sus resultados.
Entre los clarividentes de Londres de que se ha servido el autor, ocupa
preferente lugar Mr. Vout Peters. Otra excelente medium de estos tiempos es
la señora Annie Brittain. Durante la guerra, el autor envió a dicha medium

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muchos desgraciados que habían sufrido alguna pérdida en sus familias y
coleccionó las cartas en las cuales le dieron cuenta de las sesiones, todos con
resultados muy notables. De los cien primeros casos ochenta obtuvieron un
éxito completo, estableciéndose comunicación con las personas fallecidas. En
algunas ocasiones el resultado fue de una extraordinaria evidencia, e
inapreciable el consuelo recibido por los interesados. No hay sensación de
alivio comparable a la del afligido que se da cuenta súbitamente de que el
muerto no ha enmudecido para siempre, y de que su voz, tranquila y apagada,
puede aún llegarle desde el Más Allá. Una señora me escribió que su vida
había llegado a extremo tan insoportable que estaba resuelta a suicidarse; pero
gracias a la intervención de la señora Brittain, renació la esperanza en su
corazón. Cuando se piensa que esta insigne medium fue llevada ante un
tribunal policíaco, maltratada por polizontes ignaros y condenada por un
magistrado aún más ignorante, es difícil convencerse de que no vive uno en
las más obscuras edades de la historia del mundo.
Como la señora Leonard, la señora Brittain tenía por guía el espíritu de
una niña encantadora, llamada Belle. En sus ya largas investigaciones, el
autor ha conocido a varios espíritus de niños en diferentes partes del mundo,
teniendo todos ellos el mismo carácter, la misma voz, las mismas maneras.
Tal similitud parece demostrar la existencia de alguna ley general. A Feda,
Belle, Iris, Armonía y tantas otras que gorjean en las sesiones con sus voces
de falsete, el mundo les debe reconocimiento por su angélica presencia y su
alto sacerdocio.
Miss McCreadie es otra notable clarividente de Londres, perteneciente a
la antigua escuela, o sea que vive rodeada de una atmósfera de religión no
muy común.
Los fenómenos de la voz directa se diferencian de la mera clarividencia y
del discurso durante el trance, en que los sonidos no proceden del medium,
sino que se manifiestan con frecuencia a varios metros de distancia, persisten
cuando la boca del medium se ha llenado a propósito de agua y se desdoblan
en dos o tres voces simultáneamente. En casos tales suele emplearse un
portavoz de aluminio para aumentar la potencia de los sonidos y también para
formar una pequeña cámara obscura, en la cual se materializan las cuerdas
vocales del espíritu. Es un hecho muy interesante y que ha inducido a error a
las personas de experiencia limitada, que los primeros sonidos se parezcan a
la voz de los mediums. Pero esto dura poco y la voz va haciéndose
característica, sin reminiscencias o a lo sumo recuerda la de alguna persona
fallecida. Es posible que la razón de tal fenómeno se halle en que el

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ectoplasma, en el cual tiene su origen, procede del medium con todas las
peculiaridades de éste, hasta que la fuerza independiente llega a imponer su
dominio. En esas ocasiones, el escéptico debe tener paciencia y saber esperar
los acontecimientos; el autor ha conocido a un investigador ignorante y tan
pagado de sí mismo que de la similitud de las voces dedujo la existencia de
una trampa y deshizo la reunión para jugar a los «caballitos», minutos
después habría pensado de otra suerte.
Experimentando con la señora Wriedt, oí yo la voz directa acompañada
del sonido de una trompeta, todo ello a plena luz y hallándose la medium
sentada a unos metros de distancia, lo cual alejaba toda sospecha de que la
medium pudiera cambiar de sitio. No es raro oír dos o tres voces que hablan o
cantan al mismo tiempo, lo cual se opone a toda idea de ventriloquía. El
portavoz, que muchas veces está decorado en su parte exterior con pintura
luminosa, no es raro verle flotar a bastante distancia del medium, fuera del
alcance de sus manos. En cierta ocasión, estando en casa de Mr. Dennis
Bradley, el autor vio el portavoz iluminado voltear en el aire y tropezar con el
techo como hubiera podido hacerlo una mariposa. El medium (Valiantine) fue
después invitado a sentarse en la silla y se comprobó que con el portavoz en la
mano órale imposible llegar hasta el techo. Ocho personas respetables fueron
testigos de esta prueba.
La señora Wriedt nació en Detroit hace unos cincuenta años, siendo tal
vez más conocida en Inglaterra que ninguna otra medium americana. De sus
facultades, puede juzgarse por esta breve relación. Estando de visita en la casa
de campo del autor operó con él, con su esposa y con su secretario en una
habitación perfectamente iluminada. Se cantó un himno, y antes de que
terminara la primera estrofa se oyó una quinta voz de excelente calidad, la
cual se unió al canto y permaneció unida hasta el final del himno. Los tres
observadores estuvimos unánimes en declarar que la señora Wriedt no dejó de
cantar al mismo tiempo que nosotros. Por la noche tuvimos una sesión, a la
que asistieron varios amigos. Uno de ellos vio el espíritu de su padre,
recientemente fallecido, con el acceso de tos seca que caracterizara sus
últimos momentos. Otro espíritu amigo del autor, el de un anglo-indio de
carácter irritable, se manifestó reproduciendo exactamente hasta los límites de
que la voz es capaz su manera de hablar, dando su nombre y aludiendo a
hechos diversos de su vida. Otro de los circunstantes recibió la visita de un
espíritu que pretendía ser tío segundo suyo. El parentesco fue negado, pero al
hacer averiguaciones luego, en el seno de la familia, se halló que,

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efectivamente, existió un tío del mismo nombre, fallecido en la infancia.
Mucho tendrá que esforzarse la telepatía para explicar esos casos.
En total el autor ha experimentado, por lo menos, con veinte mediums de
voz directa, siendo a veces sorprendido por la gran diferencia de volumen del
sonido comparado con la voz natural del medium. En cierta ocasión su
asombro fue grandísimo cuando en la habitación de un hotel de Chicago
abarrotado de gente se destacó una voz comparable tan sólo al rugido de un
león. El medium era un jovencito americano, tan enclenque que resultaba
materialmente imposible que produjera tal vozarrón con sus órganos vocales.
Jorge Valiantine ocupa relevante lugar entre los grandes mediums
especialistas en voz directa, que el autor conoce. Valiantine estuvo sometido
al examen de una comisión del Scientific Americano, siendo descalificado a
pretexto de que, gracias a un aparato eléctrico, pudo descubrirse que
abandonaba el asiento cada vez que se oía la voz. Pero la prueba hecha por el
autor, en la que un portavoz circuló por el aire fuera del alcance del medium,
aleja la sospecha de que los resultados dependieran de que éste dejara o no su
asiento, aparte de que lo importante no es la forma cómo se produce la voz,
sino lo que ésta dice. Quienes lean la obra de Dennis Bradley «Hacia las
Estrellas», en la cual narra la larga serie de sesiones celebradas en Kingston
Vale, se dará cuenta cabal de la especialísima mediunidad de Valiantine, cuyo
poder psíquico es tan grande, que a semejanza de la señora Wriedt, no tiene
necesidad de caer en trance para ejercerlo. Esto no obstante, sus condiciones
no pueden llamarse normales. Hay un estado de semitrance, no bien estudiado
todavía, y que sin duda será uno de los objetos de investigación más
importantes en lo futuro.
Mr. Valiantine es un fabricante establecido en una pequeña ciudad de
Pensilvania. Hombre tranquilo, agradable, afable, que está en la flor de la
edad, y del que aún pueden esperarse grandes cosas.
Jonson, de Toledo (E. U.), es un medium materializador, verdaderamente
único en su género, según he tenido yo ocasión de comprobar. Tal vez deba
citarse junto al suyo el nombre de su esposa, ya que operan siempre unidos.
La particularidad del trabajo de Jonson es que se desarrolla a la vista de todos
los circunstantes, sentándose el medium fuera de la cabina, mientras su
esposa, junto a él, dirige todo el trabajo. Quien desee amplios detalles sobre
las sesiones de Jonson, los hallará en la obra del autor, «Nuestra segunda
aventura americana». En cuanto a su mediunidad, ha sido objeto de un
completo estudio por parte del almirante Usborne Moore («Ojeadas al
próximo Estado», págs. 195 − 322). El almirante, que figura con justicia entre

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los más grandes investigadores psíquicos, operó varias veces con Jonson,
ayudándole en sus trabajos un ex jefe de la policía secreta de los Estados
Unidos, que estableció cerca del medium una hábil vigilancia, sin descubrir
nada contra éste. Teniendo en cuenta que Toledo era entonces una ciudad de
mediana importancia y que en alguna sesión llegaron a manifestarse hasta
veinte diferentes espíritus, se tendrá idea de las dificultades insuperables que
para el fraude existían. En la reunión a la que asistió el autor, apareció una
larga sucesión de formas salidas una a una de una pequeña cabina. Eran
hombres de todas las edades, mujeres y niños. La luz de una lámpara roja
permitía ver claramente los rostros, aunque no distinguir los rasgos. Algunas
de las figuras permanecieron fuera de la cabina hasta veinte minutos,
conversaron con los reunidos y contestaron a las preguntas que éstos les
dirigían. Ningún hombre puede dar a otro un certificado en blanco de
honradez, pero el autor declara que no tuvo duda alguna sobre la autenticidad
del fenómeno.
Hay ciertos mediums que, sin especializarse en un sentido determinado,
pueden producir manifestaciones supernormales en grande escala. Entre todos
los que el autor ha tratado, sobresalen por su variedad y fuerza Miss Ada
Besinnet, de Toledo, en América, y Evan Powell, de Merthyr Tydvil, en
Gales. Son dos mediums admirables y personalmente dignos de los dones que
poseen. Entre las manifestaciones de Miss Besinnet, figura la voz directa, con
la particularidad de que frecuentemente se oyen dos o más a la vez. Su
espíritu guía es masculino, llámase Dan, posee una notable voz de barítono, y
quien la ha oído una vez, tiene que convencerse de que es imposible salga del
organismo de aquella señorita. En ocasiones se mezcla a la voz de Dan la de
una mujer, estableciéndose un dúo simultáneo. A veces percíbese un silbido
muy notable por lo ininterrumpido, sin pausas para tomar aliento. Otra
particularidad de esta medium es la producción de luces brillantes, que
consisten en pequeños objetos sólidos, luminosos, uno de los cuales se posó
cierta vez en el propio bigote del autor, a la manera de una luciérnaga. Pero el
poder más notable de Miss Besinnet es la aparición de caras de fantasmas en
un espacio que se ilumina enfrente del espectador. Algunas veces los rostros
son sombríos, con cierto parecido al de la medium si ésta se halla indispuesta
o si el poder psíquico de la reunión es deficiente. En cambio, cuando las
condiciones son buenas, los rostros son completamente distintos al de la
medium. El autor vio en dos ocasiones rostros que puede jurar absolutamente
eran: uno el de su madre y otro el de su sobrino Oscar Hornung, joven oficial
muerto en la guerra. Eran tan claros y tan visibles como en vida. Otras noches

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hubo en que no pudo reconocerse a ninguna de las apariciones, entre las
cuales había rostros de angélica belleza (Véase sobre el particular, «Nuestra
segunda aventura americana», págs. 124 − 132, y «Ojeadas al Próximo
Estado», págs. 226 − 312).
Al mismo nivel que Miss Besinnet está Mr. Evan Powell, con idéntica
variedad, aunque no siempre con el mismo tipo de poder. Los fenómenos
luminosos de Evan Powell son tan buenos como los de Miss Besinnet. Su
producción de voces es superior. El autor ha oído esas voces espirituales
dotadas de la misma intensidad de sonido que las voces humanas corrientes, y
recuerda una sesión en que tres de ellas hablaban simultáneamente, una a
Lady Cowan, otra a Sir Jaime Marchant y otra a Sir Roberto McAlpine. Con
Powell eran cosa corriente los movimientos de objetos, y en una ocasión, una
cómoda que pesaba sesenta libras fue suspendida durante cierto tiempo sobre
la cabeza del autor. El mismo Powell pedía que le atara durante las sesiones,
lo que, según él, convenía para su propia protección, ya que no podía
responder de sus movimientos cuando estaba en trance. En tales condiciones
era posible, no sólo ponerse inconscientemente bajo la sugestión de los
presentes, sino que las fuerzas maléficas, siempre opuestas al buen trabajo de
los espiritistas, influyeran sobre el medium para que ejecutara hechos en su
propio descrédito. El profesor Haraldur Nielsson, de Islán, cita lo ocurrido en
una sesión, en que uno de los presentes cometió un fraude insensato, a
instigación de un espíritu, según este último declaró más tarde. Puede
afirmarse sin vacilación que Evan Powell es actualmente el medium más
ricamente dotado. Predica las doctrinas del espiritismo tanto personalmente
como bajo el dominio de su espíritu guía. Posee todas las clases de
mediunidad y es lástima que las ocupaciones inherentes a su negocio de
carbones en Devonshire, le impidan estar constantemente en Londres
ejerciendo sus extraordinarias facultades.
Otra notable manifestación de mediunismo es la escritura sobre pizarra.
Dicha facultad la posee en alto grado la señora Pruden, de Cincinnati, que
recientemente visitó Inglaterra, exhibiendo sus admirables dotes ante cierto
número de personas. El autor concurrió varias veces a sus sesiones, habiendo
explicado detalladamente sus métodos en otra obra, de la que reproduce aquí
las siguientes líneas para conocimiento de los que no la hayan leído:
«Gran suerte para nosotros fue encontrarnos una vez más con la medium
realmente extraordinaria, señora Pruden, de Cincinnati, la cual fue a Chicago
para asistir a mis conferencias. Tuvimos una sesión en el hotel Blackstone,
gracias a la cortesía de su dueño, Mr. Holmyard, siendo los resultadas

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espléndidos. Su don principal es la escritura sobre pizarra, ejecutada con una
perfección como jamás había yo visto hasta entonces.
»Como se ha hablado tanto de pizarras con trucos, ella misma me
manifestó el deseo de usar la mía invitándome a examinar atentamente la
suya. La señora Pruden opera formando una especie de cámara obscura con
un paño que cubre la mesa, debajo de la cual sujeta la pizarra con una mano.
»El espectador sostiene la pizarra por el otro extremo. La otra mano de la
medium queda libre y visible. La pizarra es doble, con un trocito de tiza entre
las dos partes de que consta.
»A la media hora de espera comenzó la escritura, siendo muy singular la
sensación que experimenté en la mano con que sostenía yo la pizarra y
percibiendo claramente el rasgueo y la vibración de la tiza al escribir. Cada
uno de los presentes habíamos escrito una pregunta en un papel que
ocultábamos cuidadosamente doblado debajo del tapete, para que las fuerzas
psíquicas pudieran realizar en buenas condiciones su trabajo, al que suele
afectar la luz.
»Todos obtuvimos en la pizarra respuesta a nuestra pregunta, y al recoger
el papel doblado vimos que no había sido abierto. Hay que hacer constar que
la habitación estaba iluminada por la luz del día y que la medium no podía por
menos que ser vista constantemente por nosotros.
»Esta mañana, en unión del Dr. Gelbert, inventor francés, llevé a cabo un
trabajo en parte espiritual y en parte material. Consulté a determinado espíritu
si el trabajo era bueno, a lo que se me contestó en la pizarra: —“Confía en el
Dr. Gelbert”. En mi pregunta no estaba el nombre del Dr. Gelbert, ni la señora
Pruden conocía nada del asunto.
»Mi esposa recibió por medio de la señora Pruden un largo mensaje de
una querida amiga suya, firmado con el nombre de ésta y la firma era
auténtica. Fue una demostración en absoluto convincente. Durante la
conversación se oyeron continuamente ruidos claros y bruscos en la mesa».
(«Nuestra segunda aventura americana», págs. 144 − 145).
Una notable forma de mediunidad es la aparición de imágenes en el cristal
a través de una especie de neblina. El autor ha asistido una sola vez a esta
clase de fenómenos, provocados por la mediunidad de una señora de Nueva
York. Las vistas eran claras y bien definidas, sucediéndose unas a otras con
intervalos de neblina. Consistían sencillamente en rostros algo obscuros y
otras formas análogas.
Tales son algunas de las varias muestras del poder espiritual cuya
evidencia acabó con mi materialismo. Claro es que las formas más elevadas

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de aquel poder no son las de carácter físico. Esas hay que buscarlas en los
escritos inspirados por hombres como Davis, Stainton Moses o Vale Owen.
Nunca insistiremos bastante en que el mero hecho de que nos llegue un
mensaje del Más Allá, no es garantía de su excelencia. En el lado invisible de
la vida hay de todo, y pueden muy bien recibirse comunicaciones indignas a
través de malos agentes. Hay mucho de recusable e inútil en los mensajes. Lo
aprovechable, en cambio, es digno de que le dediquemos la más grande y
respetuosa atención.
Los mediums a quienes hemos citado están tomados como tipo de las
diversas actividades psíquicas, pero hay otros muchos que merecerían una
mención detallada si dispusiéramos de espacio para ello. El autor ha operado
distintas veces con Sloan y con Phoenig, de Glasgow, poseedores de
facultades que abarcan casi toda la gama de los dones psíquicos, y ambos son
o eran muy poco mundanales, con desdén religioso por las cosas de esta vida.
La señora Falconer, de Edimburgo, también es una buena medium dotada de
poder considerable.
El autor conoció también prácticamente la mediunidad de Husk y de
Craddock, los cuales tenían alternadamente momentos de potencia y
debilidad. Merecen también ser citadas las señoras Susana Harris y Wagner,
mediums físicas y, entre los aficionados, Juan Ticknor, de Nueva York, y Mr.
Nugent, de Belfast.
Otra medium excelente, aunque desigual en sus resultados, es la señora
Robert Johnson, que especialmente se distingue en los fenómenos de la voz
directa. En las sesiones de esta medium se halla ausente todo elemento
religioso, y los alegres muchachos del País del Norte que aparecieron a través
de ella, regocijaron y divirtieron a no pocos espectadores con gran disgusto de
cuantos cultivan el espiritismo con la solemnidad debida.
Uno de los espíritus guías de la señora Johnson es el también famoso
medium en vida, David Duguid, cuya voz varonil, de acento escocés, no
puede, en modo alguno, ser imitada por la garganta de una mujer. Además,
sus mensajes están, por excepción, impregnados de gran dignidad y buen
sentido. El reverendo Dr. Lemond me ha asegurado que Duguid, en una de las
sesiones que celebró con la señora Johnson, le recordó un incidente ocurrido
entre ellos, probando así la realidad de su persona.
No hay fase más curiosa ni dramática en los fenómenos psíquicos, que la
del aporte. Es tan sorprendente, que difícilmente se convencerá a un escéptico
de su posibilidad. Ni siquiera el espiritista le dará crédito, sino después de
toda una serie de casos indudables. La iniciación del autor en la esfera de los

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conocimientos ocultos, se debió en gran parte al ya fallecido general Drayson,
que en aquella época —hará unos cuarenta años— venía recibiendo a través
de un medium aficionado una constante serie de aportes de la más abigarrada
variedad: amuletos, lámparas, indios, frutas, etc., etc. Era tan extraordinario el
fenómeno, y tan fácil de simular, que a un principiante como yo, tenía que
producirle el efecto más contrario, y más bien retrasó que facilitó su
iniciación. No obstante, el autor, unido después al director de un conocido
periódico que encontró al citado medium, ya muerto el general Drayson;
operó con él continuando la misma serie de aportaciones, a pesar de las duras
condiciones de investigación a que le sometió y en que se realizaron las
sesiones. Esto le hizo al autor reflexionar y le forzó a creer que se había
equivocado en sus primeros juicios sobre la honradez del medium y la
inteligencia del general.
Uno de los mediums que más se destacan en aportaciones es Mr. Bailey,
de Melburne, y, aunque en Grenoble fue denunciado por fraude, el autor no
cree en la acusación de que se le hizo víctima dada la larga serie de sus éxitos.
Lo ocurrido es que apareció un pájaro vivo en la sala en donde tenía lugar la
sesión y los investigadores psíquicos dijeron que el pájaro lo había escondido
en su vientre el medium, al que se había desnudado, supino ejemplo de los
absurdos a que puede dar pábulo la incredulidad. El autor realizó con Bailey
el experimento de una aportación que seguramente no puede invalidarse por
más explicaciones que al caso se quieran dar. He aquí su descripción tomada
de mi libro «Viajes de un espiritista», págs. 103 − 105:
«Colocamos a Mr. Bailey en un rincón de la sala, bajamos las luces, sin
apagarlas, y esperamos. Casi inmediatamente comenzó a respirar con fuerza,
como si se hallara en trance, y se oyeron unas palabras en una lengua
extranjera desconocida para mí. Uno de los presentes, Mr. Cochrane,
reconoció en él que hablaba a un indio y en seguida le contestó, cambiándose
entre ellos algunas frases. La voz del espíritu dijo entonces en inglés que era
un guía indio consagrado a realizar aportaciones al medium, y que deseaba
también realizarlos para nosotros. “Aquí está”, dijo poco después, y la mano
del medium se alargó exhibiendo algo que había en ella. Se dio toda la luz y
vimos que era un nido de pájaro, perfectamente construido con pajas y
musgo. Tendría dos pulgadas de altura, y desde luego, no podía creerse que
fuera resultado de truco alguno. En el nido había un huevo, que el medium, o
mejor dicho, el espíritu guía del indio, obrando invisiblemente, colocó en la
mano de Bailey. Rompimos la cáscara y salió la albúmina, pero sin rastro
alguno de yema.

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—No nos es permitido entrometernos en la vida —se oyó decir—. Si
hubiera sido fecundado, no habríamos podido cogerlo. Tales palabras fueron
dichas antes de que el huevo fuera roto, lo que prueba con toda evidencia que
el espíritu sabía que estaba huero.
—¿De dónde procede? —pregunté.
—De la India.
—¿Qué pájaro es?
—Le llaman gorrión de la India.
Yo me quedé con el nido y pasé toda la mañana en el museo
comprobando si se trataba realmente de un nido de aquel pájaro. Parecía
demasiado pequeño para ser de un gorrión de la India, pero no pude encontrar
entre los nidos que allí había, todos de tipo australiano, ninguno parecido a
aquél. En otras ocasiones los nidos y huevos aportados por Mr. Bailey,
pudieron ser identificados. Se objetará que tales nidos podían haber sido
importados de la India y comprados en Melburne, pero es ofender al sentido
común suponer que puedan ser comprados en el mercado nidos con huevos
como aquel. Más cuerdo es pensar apoyados en la experiencia y las pruebas
del Dr. McCarthy y otros investigadores, que Carlos Bailey es un verdadero
medium con notables dotes aportadoras.
Hay que hacer constar que al regresar a Londres me traje para el British
Museum una tableta asiria aportada por Bailey, la cual fue declarada
ilegítima. Después de varias comprobaciones, resultó que esas tabletas son
falsificaciones que hacen judíos de los suburbios de Bagdad y sólo allí se
encuentran. En todo caso el poder de transporte es por lo menos tan posible
como el de falsificación, del que no se ve exento el magnetismo humano».
Los críticos que sacan siempre a colación las mixtificaciones de Bailey,
olvidan, por ejemplo, que poco antes de la denuncia de Grenoble, fue
sometido a gran número de pruebas en Milán, durante las cuales los
investigadores tomaron la sabia precaución de vigilarle, sin que él se diera
cuenta, hasta en su propio dormitorio. El Comité, compuesto de nueve
personas, no pudo descubrir la menor trampa en las diez y siete sesiones que
con él celebró entre febrero y abril de 1904.
El fenómeno de las aportaciones es tan incomprensible para nuestras
inteligencias, que el autor, en cierta ocasión, preguntó a un espíritu guía si
podía decirle algo que aclarara su misterio. La contestación fue: «Es un
problema cuyos factores están más allá de la ciencia humana y que no
podríais comprender con claridad. Poco más o menos debéis comparar el caso
al fenómeno del agua que se convierte en vapor, vapor que es invisible y que

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para convertirse de nuevo en agua visible ha de trasladarse a otras esferas».
Haré constar que tanto Mr. Stanford, de Melburne, como el Dr. McCarthy,
uno de los principales médicos de Sidney, llevaron a cabo una larga serie de
experimentos con Bailey, quedando ambos convencidos de la autenticidad de
sus facultades.
Los mediums citados no son todos los que el autor ha tenido ocasión de
conocer. Entre ellos figuran también Eva, cuyo ectoplasma ha tenido entre sus
propios dedos, y la señora Silbert, cuyas brillantes luminosidades ha visto
surgir de su cabeza en forma de corona deslumbrante. Considera el autor que
la sucesión de grandes mediums no se ha extinguido para quien investiga
seriamente, y se cree en el deber de asegurar al lector que estas páginas están
escritas por una persona que no ha reparado en medios ni en sacrificios para
obtener un conocimiento práctico de lo que estudia. En cuanto a la acusación
de credulidad lanzada invariablemente por los incapaces de recepción contra
él y contra todos los que han podido formarse una opinión firme acerca del
particular, el autor asegura solemnemente que en el curso de sus largos
trabajos de investigación, no ha habido un solo caso en que resultara probado
que se equivocó sobre nada fundamental, o que diera por honrada una prueba
que luego resultó falsa. Un hombre de fácil credulidad no pasa, como yo,
veinte años de su vida leyendo y experimentando antes de llegar a
conclusiones definitivas.
Ningún relato sobre casos de mediunidad física sería completo sin aludir
siquiera a los notables resultados obtenidos por «Margery», nombre adoptado
públicamente por la señora Crandon, bella e inteligente esposa de uno de los
primeros cirujanos de Boston. Dicha señora dio muestras de su mediunidad
hace algunos años, y el propio autor fue el encargado de llamar la atención del
Comité del Scientific American acerca de su caso, exponiéndola con la mejor
intención del mundo a muchas molestias, que tanto ella como su marido
soportaron con extraordinaria paciencia. Difícil es decir qué fue lo más
molesto para ella: si la intervención de Houdini, el escamoteador, con sus
ignorantes suposiciones de fraude, o la de investigadores «científicos», como
el profesor McDougall, de Harvard, que después de cincuenta sesiones y de
firmar varios papeles al final de cada una de ellas registrando los hechos
ocurridos, todavía no pudo pronunciar un juicio definitivo sobre ellos,
contentándose con vagas deducciones. Se dio también el caso estupendo de
que intervino en las investigaciones Mr.
D. J. Dingwall, de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, de Londres,
para proclamar en entusiastas cartas particulares la realidad de la medianidad

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de Margery y luego en las reuniones públicas negó sus propias convicciones.
En cambio, más de doscientos testigos de sentido común tuvieron la rectitud y
la entereza necesarias para declarar la verdad de lo que habían visto sus ojos.
El autor declara que habiendo asistido a una sesión de las celebradas por la
señora Crandon, quedó plenamente satisfecho de la autenticidad y alcance de
sus fuerzas.
De cuantas formas tiene la mediunidad, la superior y más preciada es la
llamada escritura automática, por ser el modo directo para obtener las
enseñanzas del Más Allá. Desgraciadamente es una forma expuesta a
decepciones, ya que está sometida al influjo de la inteligencia subconsciente
del hombre, y ésta tiene ciertas fuerzas que no conocemos aún bien. Es
imposible aceptar como absolutamente verídicos todos los escritos
automáticos procedentes del Más Allá. Así como el cristal opaco envuelve en
sombras la luz que lo atraviesa, así nuestro organismo humano jamás será un
cristal perfectamente claro. La verdad de las comunicaciones escritas depende
de los distintos detalles que concurren para corroborar las afirmaciones
recibidas, así como de la disparidad entre la mente del que escribe y la del
supuesto inspirador. Así, por ejemplo, cuando en el caso del escritor Oscar
Wilde se obtienen comunicaciones que no sólo son características de su estilo,
sino que contienen alusiones constantes a obscuros episodios de su vida y
que, finalmente, aparecen escritas con su propia letra, debe admitirse tal
manifestación como una prueba considerablemente sólida. En todos los países
de lengua inglesa existe hoy una cantidad grande de esos escritos, buenos,
malos e indiferentes, pero los buenos reúnen todos los caracteres de
inspiración y garantía necesarios. Los cristianos o los judíos podían preguntar
por qué se admiten tantas partes del Antiguo Testamento escritas de aquella
forma y se rechazan despectivamente las escrituras modernas: «Y le vino una
escritura de Elías el profeta, diciendo…», etc. (2 Crónicas, XXI, 12), es una
de las varias alusiones que demuestran el antiguo empleo de esa forma
especialísima de la comunicación espiritual.
De todos los ejemplos de los últimos años, ninguno puede compararse por
lo completo y digno a los escritos del Rey. Jorge Vale Owen. El titulado «La
vida más allá del velo», puede tener una influencia tan grande como la de
Swedenborg. Hay un punto interesante observado por el Dr. A. J. Wood, y es
que hasta en los más sutiles y complejos detalles existe una íntima semejanza
entre el trabajo de aquellos dos videntes y, sin embargo, no hay duda de que
Vale Owen apenas conoce los escritos del gran pensador sueco. Jorge Vale
Owen es una figura tan sobresaliente en la historia del espiritismo moderno,

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que bien merece una mención en estas páginas. Nació en Birmingham en
1869 y fue educado en el Instituto de Middland y en el Queen’s College, de
Birmingham. Después de desempeñar los curatos de Seaforth, Fairfield y de
uno de los barrios de Liverpool, donde cultivó mucho el trato con los
menesterosos, fue nombrado vicario de Orforrd, cerca de Warrington, en
donde a su actividad debiose la construcción de una nueva iglesia. Allí
permaneció por espacio de veinte años, trabajando en su parroquia en medio
del aprecio profundo de sus feligreses. Por entonces tuvieron lugar sus
primeras manifestaciones psíquicas, viéndose impelido a ejercer sus dotes
para la escritura automática. La primera inspiración que recibió para sus
escritos provenía de su propia madre, y sucesivamente le llegaron luego otras
de espíritus superiores o de ángeles que le servían de cortejo.
Todo ello constituye un relato de la vida en el Más Allá, y un cuerpo de
filosofías y enseñanzas que al autor parécele reúnen las señales íntimas de un
elevado origen. El relato es digno y ameno, escrito en un inglés ligeramente
arcaico, lo cual le da un curioso sabor muy original.
En varios periódicos aparecieron extractos de aquellos escritos que
llamaron tanto más la atención cuanto que procedían de la pluma de un
vicario de la Iglesia. El manuscrito fue íntegramente dado a la publicidad por
Lord Northcliffe, a quien le llamó mucho la atención, como también se la
llamara que el autor rehusase a toda remuneración por su trabajo. Este
aparecía semanalmente en el periódico dominical Weekly Dispatch, pudiendo
afirmarse que jamás llegaron tan directamente a las masas las elevadas
enseñanzas del espiritismo. Con ello se demostró a la vez que la política
observada por la prensa en otros días, no sólo fue ignorante e injusta, sino
equivocada desde el punto de vista de sus propios intereses económicos, ya
que la circulación del Dispatch tuvo un aumento enorme durante el año en
que se publicó el manuscrito. Como es consiguiente, ello resultó altamente
ofensivo para el obispo, y Mr. Vale Owen, como todos los reformadores
religiosos, sufrió la embozada persecución de sus superiores, en tales
términos, que tomando una actitud resuelta, renunció a su cargo, saliendo a
dar una corta serie de conferencias en América y en Inglaterra. Míster Vale
Owen preside actualmente toda la comunidad espiritista de Londres, donde su
sugestiva presencia atrae considerable público.
En un excelente retrato a pluma, Mr. David Iow ha dicho de Vale Owen:
«Su figura, alta y delgada, la palidez ascética de su rostro, iluminado por unos
ojos grandes, su palabra tranquila, cargada de simpatía magnética, revelan por
entero a hombre tal. Descubren un alma devota, cuya salud y mansedumbre se

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mantienen incólumes gracias a cierto sentido humorístico y a cierta visión
práctica del mundo. Parece más penetrado del espíritu de Erasmo o de
Melanchton que del áspero Lutero. Acaso la Iglesia no necesite Luteros hoy
en día».
El autor se ha visto honrado con la estrecha amistad de Míster Vale Owen
durante varios años, por lo que pudo estudiar y garantiza la realidad de sus
facultades psíquicas.
El autor debe añadir que en una sesión a la que sólo asistieron él y su
esposa, obtuvo la voz directa con Vale Owen. Era una voz profunda,
masculina, que se oía a dos pies sobre nuestras cabezas, saludándonos con
palabras breves, pero perfectamente claras. Durante varios años el autor ha
obtenido en su propio hogar doméstico inspirados mensajes a través de la
mano y de la voz de su esposa, mensajes de carácter absolutamente evidentes,
pero de índole tan personal e íntima, que no son para consignados en estas
páginas.

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CAPÍTULO XXIII
EL ESPIRITISMO Y LA GUERRA

Son muchas las personas que jamás habían oído hablar del espiritismo hasta
el período que comenzó en 1914, durante el cual el Angel de la Muerte entró
en tantísimas casas súbitamente. Los adversarios del espiritismo han tenido
por conveniente considerar aquel cataclismo como la causa principal del
interés creciente que despiertan las investigaciones psíquicas. Se ha dicho
además por poco escrupulosos críticos, que la defensa que de esa doctrina
hace el autor, así como su ilustre amigo Sir Oliver Lodge, se debe al hecho de
haber sufrido ambos la pérdida de un hijo muerto en la guerra, deduciendo de
ello que la pena atrofió sus facultades de discernimiento, haciéndoles creer lo
que en otras circunstancias no hubieran creído. El autor refutó ya varias veces
tan torpe mentira, recalcando el hecho de que sus investigaciones datan nada
menos que de 1886. En cuanto a Sir Oliver Lodge, él mismo dice: «Aquel
acontecimiento no ha hecho más que fortalecer y dar más seguridad a mi
propio testimonio, porque ahora tengo mi propia experiencia en vez de la de
los demás. Mientras uno ha dependido de pruebas relacionadas con seres
indiferentes desaparecidos del mundo de los vivos, ha tenido que ser
cauteloso, y hasta en muchos casos ha tenido que guardar silencio sobre ellos.
Sólo una parte de los hechos he podido referirlos con especial permiso, y aun
en importantes casos, tal permiso no he podido conseguirlo. Mis deducciones
eran las mismas entonces que ahora, pero actualmente los hechos son
exclusivamente míos».
El espiritismo contaba con millones de creyentes antes de la guerra, pero
el público en general no comprendía bien los beneficios que de él podía
esperar. La guerra cambió completamente las cosas. Las desgracias que
cayeron sobre casi todos los hogares produjeron un súbito y hondo interés en
la vida del Más Allá. La gente no sólo preguntaba: «Si el hombre muere,
¿puede vivir de nuevo?», sino que quería ansiosamente conocer si era posible
la comunicación con los seres perdidos. Suspirábase por «el contacto con una
mano desaparecida y por el sonido de una voz extinta». Y hubo muchos

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millares de personas que investigaron por sí mismas, y recibieron mensajes de
los que habían muerto. La prensa no pudo resistir este estado de la opinión
pública, y dio publicidad a no pocos relatos con la vuelta de soldados
muertos, y en general de la vida después de la muerte.
En este capítulo sólo nos referiremos a las diversas maneras en que el
mundo espiritual se manifestó durante las distintas fases de la guerra. El
mismo terrible conflicto bélico fue predicho no pocas veces; hubo soldados
muertos que aparecieron en sus propias casas, y otros que avisaron a sus
camaradas en el campo de batalla, del peligro que corrían; fijaron muchos sus
imágenes en las placas fotográficas; en la zona de combate viéronse figuras
solitarias y fantasmas legendarios; en una palabra, todo el escenario bélico
estuvo lleno a veces de una densa atmósfera que revelaba la presencia y la
actividad del Otro Mundo.
El autor debe decir que si bien su propia pérdida en nada influyó en sus
opiniones el espectáculo de un mundo sobrecogido de dolor y que pedía
ansiosamente le ayudaran a comprender el misterio de la otra vida, afectó
poderosamente su inteligencia y le hizo comprender que aquellos estudios
psíquicos que hacía tiempo emprendiera, eran de una importancia inmensa
práctica, no pudiendo ser ya considerados como una aislada ocupación
intelectual. En su propio hogar era evidente la presencia del muerto, y el
consuelo de los mensajes póstumos le decía cuán grande seria el alivio del
mundo torturado, si éste podía participar del conocimiento que tan claramente
poseía él. Ese convencimiento impulsó tanto al autor como a su esposa a
dedicarse intensamente a la propaganda del espiritismo, para lo cual, desde
1916, dio conferencias en varios países, viajando a través de Australia, Nueva
Zelandia, América y Canadá. El presente libro obedece también al mismo
impulso.
La profecía es un don espiritual, y toda prueba evidente de su existencia
indica poderes psíquicos. Por lo que a la guerra se refiere, con los simples
medios normales, con la sola razón se pudo prever que la situación en el
mundo era tan intolerable a causa del militarismo, que el equilibrio no podría
mantenerse por más tiempo. Pero además hubo profecías de la contienda
mundial tan precisas y detalladas que están muy por encima del poder
previsor de la razón.
El hecho de la catástrofe y de la participación que en ella había de tener
Inglaterra, fue previsto en la comunicación de un espíritu, recibida por el
círculo de Oxley, en Manchester y publicada en 1885 en los siguientes
términos («Revelaciones angélicas», vol. V., págs. 170 − 171):

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«En dos veces siete años —a contar del período que os indicamos—, las
influencias que se concentran contra la Gran Bretaña triunfarán, y después de
dicho tiempo vendrá una espantosa y formidable lucha, una terrible sangría,
según los modos humanos de expresión, con destronamiento de reyes,
descuaje de potencias, disturbios y revoluciones, siendo mayor la conmoción
entre las masas a causa del ansia de riquezas. Al usar estas palabras, me
atengo a las formas de expresión humanas.
»La cuestión más importante es saber si Inglaterra se perderá para
siempre. Pues bien; a eso debo contestar que si en la próxima crisis no
interviene la Gran Potencia Operadora de que antes he hablado, y no se
adelanta e impone la Paz, la profecía de algunos, según la cual Inglaterra se
sumergirá en los abismos para siempre, se habrá cumplido. Al igual que los
átomos específicos de vida que componen el Estado se eclipsará un tiempo
para reaparecer luego, así se hundirá la nación durante un período, porque
está sumida en el amor de lo falso y aún no ha adquirido la inteligencia que
obra como poderosa palanca para levantarla hasta un rango de mayor
dignidad. ¿Le va a ocurrir lo que al náufrago que, después de desaparecer tres
veces bajo las aguas, se hunde definitivamente para siempre?
No, porque aparecerá una mano misericordiosa que vendrá a salvarla,
levantándola por encima de los elementos que estaban a punto de tragársela.
Hay una voz que grita enérgicamente: ¡Inglaterra primero, Inglaterra por
encima de todo! Caerá la nación en lo más profundo para subir luego hasta lo
más alto. Acerca de cómo, por qué y a través de qué procedimientos llegará a
la salvación, hablaré más tarde, pero desde ahora afirmo que para ser salvada
Inglaterra ha de perder antes su sangre mejor». Recuérdese también la famosa
profecía de Sorel lanzada en 1868, acerca de la; guerra de 1870 y su menos
precisa profecía de la guerra de 1914 (Richet: «Treinta años de investigación
psíquica», págs. 387 − 9). La parte esencial de esta última profecía está
contenida en las siguientes líneas: «Esperad… esperad que los años pasen.
Será una guerra enorme. ¡Cuánta sangre, Dios mío, cuánta sangre! ¡Oh,
Francia, mi querido país, tú serás salvada. Tú te quedarás en el Rhin!».
La profecía data de 1868, aunque no fue dada a conocer hasta el mes de
abril de 1914 por el Dr. Tardieu.
El autor se ha ocupado anteriormente («Viajes de un espiritista», 1921,
pág. 260), de la profecía lanzada en Sydney (Australia), por la conocida
medium señora Foster Turner. Fue en reunión celebrada un domingo del mes
de febrero de 1914, en el Little Theatre, ante una concurrencia de cerca de un

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millar de personas. En un discurso pronunciado en estado de semitrance, la
medium dijo, según notas tomadas al oído:
«Aunque no se vea el menor asomo de una gran guerra, os anuncio que
antes de que termine este año de 1914, Europa será anegada en sangre. La
Gran Bretaña, nuestra querida nación, será arrastrada a la más horrible guerra
que el mundo ha conocido. Alemania será el gran enemigo, que arrastrará tras
sí a otras naciones. Austria caerá arruinada. Reyes y reinados serán barridos.
Millones de preciosas vidas serán sacrificadas, pero al final Inglaterra saldrá
victoriosa».
La fecha exacta de la terminación de la gran guerra fue dada por W. T. P.
(comandante W. Tudor Pole) en su libro «Relato de la vida del Más Allá, por
un soldado muerto en el campo de batalla». En dicho libro, publicado por vez
primera en Londres el año de 1917, encontramos (página 99) la siguiente
comunicación:
«Mensajero: En Europa habrá tres grandes federaciones de estados, que se
formarán después del cataclismo de una manera natural.
»W T. P.: ¿Cuánto tiempo durará éste?
»Mensajero: No soy un ser muy superior, por lo que no se me han
revelado los detalles de los acontecimientos más considerables. Pero por lo
que me es dable ver, la paz será restablecida el año de 1918, y las
federaciones universales tomarán ser y estado en los siete años siguientes.
Aunque la lucha actual terminará en 1918, pasarán varios años antes de que se
restablezca la paz y reine una tranquilidad efectiva».
En la lista de profecías, la de la señora Piper, famosa medium de Boston,
merece señalarse, aunque adolezca de cierta vaguedad. Tuvo lugar hacia
1898, en una sesión con el Dr. Richard Hodgson, miembro eminente de las
Sociedades Inglesa y Americana de Investigaciones Psíquicas.
«Nunca desde los días de Melquisedec ha sido tan susceptible el mundo
terrestre a la influencia de los espíritus. En la próxima centuria será
sorprendentemente perceptible para la mente humana. Ello causará un
trastorno que tú has de comprobar seguramente. Antes de la revelación clara
de los espíritus en comunicación con la humanidad terrena, habrá una guerra
terrible en varias partes del mundo. El mundo entero necesita ser purificado y
limpio antes que el hombre vea claramente en el Más Allá, llegando así a un
estado de perfección. Amigo, piensa en lo que te digo».[12] Mr. J. G.
Piddington, en las «Actas» de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas (vol.
XXXIII, Marzo-1923), habla al final de las predicciones de la guerra contenidas

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en varios escritos medianímicos, particularmente en los de Mrs. Alfred
Littelton:
«Dichos escritos anunciaban la guerra en términos generales. En media
docena de ellos, del 9 al 21 de julio de 1914, anunciaban que la guerra iba a
estallar. Igual ocurrió con los de Sir Cecil Spring-Rice. Los escritos predecían
que la guerra ocasionaría, quizá, una gran mejora en las relaciones
internacionales y en la situación social, de la misma suerte, muchos miles de
ciudadanos del Imperio británico creyeron o esperaron que fuese, según la
frase hecha después, una guerra para acabar con la guerra.
»Pero el paralelo entre las comunicaciones espiritistas y los augurios de
los hombres que señalaban como próximo el momento en que la guerra podía
estallar, es, en verdad, un paralelo superficial.
»Los escritores, los soldados, los diplomáticos y los políticos que
predijeron la guerra, hablaron de sus peligros y horrores, pero no de que tan
espantosa tragedia fuese la gestación de un mundo más feliz. Los
propagandistas de La Haya y otras Conferencias para allanar rivalidades
internacionales, tampoco nos indicaron que una guerra mundial pudiera
preceder al logro de sus deseos. Todos los anuncios implicaban el temor de un
caos próximo; únicamente las comunicaciones espiritistas hablan además de
una esperanza para el mundo en la guerra futura, y veían en el caos inminente
el preludio de un nuevo cosmos.
»Las predicciones de la guerra en esas comunicaciones van juntas a las de
un estado posterior más feliz como consecuencia de aquélla. Ahora bien, las
predicciones de la guerra se han cumplido. Si también se cumpliera la de sus
consecuencias sería muy difícil atribuirlo a la previsión humana corriente, y
surgiría con ello un fuerte apoyo para que por todos fuese admitida la realidad
de las comunicaciones espiritistas y se concediese universal crédito a la
predicción como procedente de seres desencarnados. Hubo otras muchas
profecías que obtuvieron mayor o menor realización.
Su examen, sin embargo, no puede por menos de impresionar al estudioso
convenciéndole de que el sentido del tiempo es un detalle descuidadísimo en
la esfera espiritista. Muchas veces en que los hechos se cumplen, no
coinciden en modo alguno con las fechas que les fueron asignadas en las
predicciones.
La más exacta de todas las profecías relativas a la guerra, fue la de Sofía,
joven griega, que después de haber sido hipnotizada por el Dr. Antoniou, de
Atenas, formuló sus oráculos de palabra en estado de trance. Era el 6 de junio
de 1914, y no sólo predijo la guerra y enumeró los países que en ella

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participarían, sino que dio gran número de detalles, como el de la neutralidad
de Italia en los primeros tiempos, su entrada subsiguiente en la Entente, la
acción de Grecia, el lugar y la batalla final de Vardar, etc. Sin embargo, es
interesante observar que cometió algunos errores que demuestran que la
posición del fatalista no es segura, y que existe siempre un margen susceptible
de estar influido por la energía y la voluntad humanas.
Numerosos son los testimonios acerca de los fenómenos que podríamos
llamar de intervenciones espirituales durante la guerra. El capitán W. E.
Newcome ha descrito el siguiente:

«Era en septiembre de 1916, cuando el 2.º regimiento de


Suffolk salió de Loos para el sector norte de Albert. Yo le
acompañé, y cuando estábamos en la línea avanzada de
trincheras en dicho sector, yo y otros vimos el fenómeno
notabilísimo que voy a referir.
»Hasta el 5 de noviembre estuvimos ocupando la línea con
muy pocos hombres. El día 1.º los alemanes desarrollaron un
potente ataque decididos a romper la línea. Hallábame visitando
yo la línea de reserva, y durante mi ausencia, se inició el ataque.
Corrí a incorporarme a mi compañía, llegando a tiempo para
contribuir con bombas de mano a que fuera rechazado el
enemigo, haciéndole volver a sus líneas. No pudo poner su pie
en nuestras trincheras, pero el asalto fue duro y rápido,
quedando todos nosotros preparados para el nuevo ataque.
»No tuvimos que esperar mucho tiempo, pues en seguida
vimos avanzar a los alemanes en masas compactas hacia la
Tierra de Nadie, pero antes de que llegaran a nuestras
alambradas, surgió de un hoyo de granada la figura blanca,
espiritual, de un soldado, a unos cien metros a nuestra
izquierda, ante nuestras alambradas y entre la primera línea
alemana y la nuestra.
»El espectro anduvo lentamente por espacio de unos mil
metros a lo largo de nuestro frente. Su perfil me recordaba el de
un antiguo oficial de antes de la guerra. Primero miró a los
alemanes lanzados al ataque, volvió la cabeza al otro lado y
comenzó a andar lentamente por el sector que defendíamos.
»Disparaba nuestra artillería. Las granadas silbaban a través
de la Tierra de Nadie… pero ninguna de ellas impidió el avance
del espectro. Andaba con firmeza, desde la izquierda hasta la

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extrema derecha del sector, en donde se volvió hacia nosotros.
Parecía observar nuestra trinchera a todo lo largo.
»Después de contemplarnos unos momentos, se volvió
bruscamente a la derecha y se dirigió en línea recta a las
trincheras alemanas. Los alemanes retrocedieron entonces… y
en toda la noche ya no volvió a verse el espectro.
»La primera idea de los soldados fue que era uno de los
llamados Angeles de Mons; otros le encontraron cierto parecido
con lord Kitchener. Yo sólo puedo decir que me afectó la
aparición profundamente, y durante mucho tiempo fue la
comidilla de la compañía.
»El hecho está corroborado por todas las clases y hombres
de mi sección.

En un artículo publicado en el Pearson’s Magazine, se relata lo ocurrido a


Mr. Guillermo M. Speight, que perdió a un hermano, oficial del ejército, en el
saliente de Ypres, en diciembre de 1915. Por la noche Mr. Speight vio salir a
su hermano de la cueva, y a la mañana siguiente, invitó a otro oficial a que
fuese a la cueva en cuestión para confirmar juntos la realidad de la aparición
si ésta se repetía. Y, en efecto, el oficial muerto apareció de nuevo, y después
de indicar un lugar en el suelo mismo de la cueva, desapareció. Abierto un
hoyo en el sitio indicado, y a una profundidad de unos tres pies, se descubrió
una estrecha galería excavada por los alemanes, en la cual se habían
preparado minas que habrían de estallar horas después. Gracias a este
descubrimiento se salvaron las vidas de no pocos hombres.
La señora E. A. Cannock, vidente muy conocida en Londres, describió
(Luz, 1919) en una reunión espiritista, de qué manera cierto número de
soldados muertos ponían en ejecución un nuevo y convincente método para
dar a conocer su identidad. Los soldados —según ella los veía con su
clarividencia— avanzaban en fila conducidos por un teniente. Cada uno de
ellos llevaba en el pecho una especie de cartel a gran tamaño, donde se leían
sus nombres y el lugar donde habían vivido en la tierra. La señora Cannock
leyó aquellos nombres y lugares, gracias a lo cual muchos de los muertos
fueron identificados por las personas presentes. Un detalle curioso era que a
cada nombre reconocido, el espíritu correspondiente se desvanecía, ocupando
su lugar otro de los no identificados aún.
Como tipo de otros relatos de la misma naturaleza, citaremos el caso que
se ha llamado de «Telepatía del frente de batalla». En 4 de noviembre de
1914, la señora Fussey, de Winbledon, cuyo hijo «Tab» servía en Francia en

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el 9.º de Lanceros, se hallaba sentada en su casa, cuando de pronto sintió en
un brazo la sensación lacerante de una herida. Se levantó con sobresalto
gritando: «¡Cómo escuece!», y se frotó el brazo. Su marido se levantó para
asistirla, pero no vio nada anormal. La señora Fussey continuó quejándose de
dolores, y de pronto exclamó: «“Tab” está herido en el brazo, estoy segura».
Y el lunes siguiente, una carta llegada de Francia del hijo soldado, decía a sus
padres que había sido herido de un balazo en un brazo y que se hallaba en el
hospital. El caso coincide con las experiencias perfectamente contrastadas de
varios psíquicos que, por una ignorada ley de simpatía, sufrieron golpes
simultáneamente con accidentes ocurridos a amigos o a extraños que se
encontraban en países lejanos.
En ciertos casos, los soldados muertos se manifestaron a través de la
fotografía psíquica. Uno de los más notables ocurrió en Londres, el 11 de
noviembre de 1922, aniversario del armisticio. La medium señora Deane
tomó una fotografía de la muchedumbre reunida en Whitehall, cerca del
Cenotafio, durante los Dos Minutos de Silencio, viéndose en la fotografía un
gran círculo de luz, en cuyo centro había dos o tres docenas de cabezas,
muchas de ellas de soldados, a los que se fue reconociendo.
Las fotografías repitiéronse en los años siguientes, y aun cuando se
esgrimieron contra la medium y su trabajo las armas ya conocidas, los testigos
del fenómeno afirman su carácter supernatural.
Entre centenares de casos que pudieran citarse, vamos a contar uno bien
típico. Mr. R. S. Hipwood, domiciliado en Cleveland Road, Sunderland, lo
describe así. («Las pruebas de la fotografía espiritista», por Sir A. Conan
Doyle, página 108):
«Perdimos a nuestro único hijo en Francia, el 27 de agosto de 1918. Como
soy gran aficionado a la fotografía, me interesaron mucho las tomadas en las
sesiones del círculo de Crewe. Cogí una placa, escribí en ella mi nombre y la
puse en el chasis, obteniendo una fotografía perfectamente reconocible de mi
hijo. Hasta mi nieto, de nueve años, conoció de quién era aquél “extra”. Puede
usted afirmar que la prueba que le envío es un retrato mío y de mi mujer, con
el “extra” de mi hijo R. W. Hipwood, del 13 regimiento galés, y muerto en
Francia en el avance de agosto de 1918».
De los varios casos de aparición de soldados muertos, el siguiente es de
mayor excepción a causa de sus detalles obtenidos de dos fuentes distintas e
independientes. Lo relató (Luz, diciembre, 20, 1919) Mr. W. T. Waters,
empezando por advertir que era un neófito en cuestiones de espiritismo:

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«En el mes de julio último tuve una sesión con Míster J. J. Vango, en el
curso de la cual el espíritu guía díjome de pronto que junto a mí había un
soldado ansioso de que llevara un mensaje a su madre y a su hermana,
habitantes en la ciudad. Contesté que no conocía a ningún soldado que
hubiera fallecido. Sin embargo, el soldado no se retiraba, y como mis amigos
parecía como si se hicieran a un lado para permitirle que hablara, prometí que
procuraría cumplir sus deseos.
»En seguida obtuve una referencia que me permitió reconocer en el joven
soldado al hijo de unos conocidos de mi familia. Díjome ciertas cosas, por las
cuales quedé convencido de que era él, y entonces me dio el encargo de
consolar y confortar a su madre y a su hermana (el padre murió cuando él era
una criatura), las cuales, por espacio de más de dos años, habían estado sin
saber a punto fijo cuál había sido su suerte, pues se le había dado sólo por
“desaparecido”. Contó que habiendo sido gravemente herido, los alemanes le
hicieron prisionero en una retirada, falleciendo algunas semanas más tarde.
Me rogó dijera a sus queridos seres que con frecuencia estaba con ellos, y que
lo único que se oponía a que su felicidad fuera completa, era la gran pena de
su madre y su inhabilidad para darse a conocer a ella.
»Me disponía a cumplir la promesa, pero sabiendo que la familia del
muchacho era bastante beata y por lo tanto se me mostraría escéptica, no me
atrevía a transmitir el mensaje, seguro de que al oírle creerían que mi razón
estaba trastornada. Primero me aventuré a hablar con un pariente lejano del
muerto, pero en cuanto le dije las primeras palabras, me contestó: “Eso es
imposible”. Entonces decidí esperar una oportunidad para hablar con la madre
directamente.
»Antes de que llegara la ocasión propicia, una joven de la localidad que
había perdido a su madre hacía dos años, y que, según había oído a mi hija,
profesaba las mismas creencias que yo, vino a verme y le presté mis libros.
Por ella supe que había tenido una sesión con la señorita McCreadie,
recibiendo tan convincentes pruebas de la vida de ultratumba, que hoy es una
creyente convencida. En el curso de aquella sesión el soldado que se me había
aparecido, se le apareció también a ella, repitiendo la misma descripción que
a mí me hiciera, dando además su nombre —Carlos— y rogándole que
transmitiera a su hermana y a su madre aquel mensaje que yo no me atrevía a
transmitir. Tanto interés tenía en ello, qué al terminar la sesión compareció de
nuevo implorando que no dejara de cumplir el encargo.
»Tales hechos acaecieron en distintas fechas —julio y septiembre—,
comunicándosenos el mismo mensaje a diversas personas a través de dos

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distintos mediums, a pesar de lo cual la gente se empeña en decir que todo es
un mito y que los mediums no hacen más que leer nuestros pensamientos.
»Cuando mi amiga me habló de lo que a ella había ocurrido, le pedí que
me acompañara a casa de la madre, cabiéndome la satisfacción de declarar
que el doble mensaje convenció tanto a la madre como a la hermana de la
verdad de lo que decíamos».
Sir Guillermo Barrett («En el umbral de lo desconocido», pág. 184), cita
una comunicación obtenida en Dublín con la medium señora Travers Smith,
acompañándole, entre otras personas, su amiga Miss C., hija de un médico de
la localidad. Sir Guillermo lo llama «El caso del alfiler de perlas»:
«Miss C. tenía en nuestro ejército de Francia un primo oficial que fue
muerto en el campo de batalla un mes antes de la sesión, cosa que ella sabía.
El nombre de su primo fue pronunciado de una manera inesperada, y el suyo
propio dado en contestación a esta pregunta: “¿Conoce usted quién soy yo?”,
recibiéndose a continuación el siguiente mensaje:
»Decid a mi madre que entregue mi alfiler de perlas a la joven con la cual
iba a casarme». Al preguntarle por el nombre y el domicilio de la joven,
obtuvimos uno y otro. Con el nombre obtuvimos también el apellido, muy
corriente, pero completamente desconocido de los presentes. La dirección
dada en Londres o era fingida o equivocada, pues la carta enviada fue
devuelta por lo que se pensó que todo el mensaje era pura ficción.
»Sin embargo, seis meses más tarde, al devolver el Ministerio de la
Guerra los objetos del oficial muerto, se descubrió que éste habíase
prometido, poco antes de partir para el frente, con una joven cuyo nombre no
había dado a conocer a nadie. Ni su prima ni nadie de su familia en Irlanda
conocían el hecho.
Sólo entonces supieron el compromiso del oficial con dicha joven, cuyos
nombre y apellido eran los mismos comunicados en la sesión referida, y, cosa
igualmente notable, entre los objetos devueltos, había un alfiler de perlas.
»La madre y la prima del oficial me enviaron un documento firmado,
certificando la exactitud de lo que precede. El mensaje fue tomado en el
momento de formularse y no escrito de memoria después de obtenerlo. Aquí
no cabe explicar lo ocurrido por telepatía. Por el contrario, existe prueba
bastante para afirmar que se trata de un mensaje venido del mismo oficial
muerto».
Míster Vale Owen en su obra «Hechos de la vida futura» (1922, págs. 53
− 54), describe la vuelta del soldado Jorge Leaf, que fue muerto en la Gran
Guerra: «Algunas semanas más tarde, su madre limpiaba, arrodillada, la

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chimenea del salón de la casa. De pronto sintió el impulso de volverse y mirar
hacia la puerta, hecho lo cual de una manera irresistible, vio a su hijo vestido
con el traje de trabajo con que solía regresar a su casa por la noche. Como de
costumbre, se quitó la chaqueta, la colgó de la puerta, y volviéndose a su
madre, inclinó la cabeza, sonrió y se acercó a la chimenea, ante la cual solía
sentarse un rato antes de cenar. Era una escena de la vida doméstica, natural y
corriente. La madre se dio cuenta de que quien estaba a su lado era el hijo
muerto que venía a verla, y que éste se hallaba lleno de vida en el mundo de
los espíritus, con una vida natural, feliz y contento. Su sonrisa de cariño le
decía que su corazón sentía aún las viejas costumbres del hogar. Como se
trata de una mujer serena y sensible, no puedo dudar ni un momento de la
veracidad de lo que me contó».
Hay varios casos de visiones de soldados que coincidieron con la muerte
de los mismos, como el que se relata en la obra de Rosa Stuart, «Sueños y
visiones de la guerra», ocurrido a una viuda de Bournemouth, cuyo marido,
sargento del cuerpo de los Devons, estuvo en Francia desde el 25 de julio de
1915, escribiendo regularmente a su esposa que se encontraba bien y sin
novedad. «En la noche del 25 de septiembre de 1915, hacia las diez de la
noche, hallábase sentada en la cama hablando con una amiga acerca de los
asuntos del día y de la guerra, sin el menor deseo de acostarse. De pronto se
callaron. La esposa había detenido la conversación en mitad de una frase; y se
quedó mirando fijamente al espacio: ¡delante de ella, vestido con su uniforme,
hallábase su propio marido! Durante dos o tres minutos estuvo
contemplándole, admirada de la expresión de tristeza que descubría en sus
ojos. Levantándose rápidamente, fue hacia él, pero al llegar junto a la visión,
ésta se desvaneció Aunque aquella misma mañana la mujer había recibido una
carta en la que su esposo decíale que estaba bien, tuvo la sensación cierta de
que la visión era de mal agüero. Y así resultó en efecto, pues poco después
recibía una carta del Ministerio de la Guerra, diciéndole que había sido
muerto en la batalla de Loos el 25 de septiembre de 1915, el mismo día en
que le vio junto a su cama».
Un aspecto profundamente místico de las visiones de la Gran Guerra es el
que revela el suceso llamado de los «Angeles de Mons». Mr. Arturo Machen,
conocido periodista londinense, relató la intervención de los arqueros ingleses
del campo de Agincourt, en la terrible retirada de Mons. Pero luego declaró
que todo había sido un cuento. Los hechos demostraron, sin embargo, con el
apoyo de numerosos testimonios, que la ficción era realidad. Un oficial
inglés, en carta abierta a Mr. Machen, que publicó el Evening News (4 de

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septiembre de 1915), dijo que él era uno de los que habían luchado en Le
Cateau el 26 de agosto de 1914, marchando con su división en retirada toda la
noche del 26 y durante el 27.
«En la noche del 27 —dice— iba a caballo con mi columna al lado de
otros dos oficiales. Hablábamos y hacíamos lo imposible por no caernos
dormidos.
»Así cabalgando, me di cuenta de que en el campo, a ambos lados del
camino, marchaba un numeroso cuerpo de caballería, con toda la apariencia
de estar divididos en escuadrones, siguiendo nuestra misma dirección y
regulando el paso con el nuestro.
»La noche no era muy obscura, y se distinguía con toda claridad a
aquellos jinetes.
»De momento no dije una palabra, limitándome a contemplarles durante
más de veinte minutos. Los otros dos oficiales habían cesado de hablar.
»Al fin, uno de ellos me preguntó si veía algo raro en el camino. Entonces
díjele lo que había visto. El tercer oficial, por su parte, confesó que también él
había estado contemplando a aquellos jinetes durante el mismo tiempo que
nosotros.
»Tan convencidos estábamos de que se trataba de un cuerpo de caballería,
que hicimos alto y uno de los oficiales, a la cabeza de un destacamento,
practicó un reconocimiento a derecha e izquierda, pero no encontró a nadie.
La noche se había vuelto obscura y ya no pudimos ver más.
»El fenómeno fue observado por varios hombres de nuestra columna. Es
verdad que estábamos todos fatigadísimos y agotados casi, pero de todos
modos resulta extraordinario que el mismo fenómeno lo presenciara tanta
gente.
»Por mi parte estoy absolutamente convencido de haber visto a aquellos
jinetes, y seguro de que no eran efecto de una ilusión. No trato de explicar el
misterio; me limito solamente a consignar el hecho».
Cierto que en el estado de nerviosidad y de tensión moral provocado por
la gran retirada, la mente de aquellos hombres no estaba en las mejores
condiciones de apreciación de la realidad; pero también es forzoso admitir
que precisamente en circunstancias tan duras es cuando las facultades
psíquicas se hallan más despiertas.
Otro profundo aspecto de la guerra mundial lo constituye el que ésta no
fue más que reflejo de las batallas invisibles de mayores vuelos que tenían
empeñadas las potencias del Bien y del Mal. El eminente teósofo, ya
fallecido, Mr. A. P. Sinnet, trató de esta cuestión en un artículo titulado

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«Superfísicos aspectos de la guerra» (Revista de Ocultismo, diciembre de
1914). No podemos detenernos aquí en el estudio de este punto, limitándonos
a decir que existen pruebas de distintas procedencias que indican que lo que
sostiene Mr. Sinnet se apoya en hechos reales y verdaderos.
Numerosos libros y escritos de todo género consagráronse a recoger los
experimentos llevados a cabo con los que murieron en la guerra,
experimentos que, por otra parte, no difieren de los de otros tiempos, si bien
alcanzan tono más dramático por sus circunstancias históricas. El más notable
de aquellos libros es «Raimundo», en el que su autor, Sir Oliver Lodge,
refiere las comunicaciones con su hijo muerto en el frente, lo que por tratarse
de sabio tan famoso y de pensador tan profundo produjo gran impresión en el
público. El libro de Lodge será probablemente la obra clásica en esa materia.
Otras de la misma clase y también muy interesantes, son las tituladas «El caso
de Lester Coltman», «El libro de Claudio», «Ruperto Lives», «El granadero
Rolf» y «El soldado Dowding». Todas confirman la existencia del Más Allá,
de acuerdo con la doctrina espiritista.

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CAPÍTULO XXIV
ASPECTO RELIGIOSO DEL
ESPIRITISMO

El espiritismo forma un conjunto de ideas y enseñanzas compatibles con todas


las religiones. Sus principios fundamentales son la continuidad de la
personalidad humana y el poder de comunicación después de la muerte,
hechos básicos que tienen una importancia primordial en el Bramanismo, el
Mahometismo, el Parsismo y el Cristianismo. Sin embargo, el espiritismo
aventaja a estas religiones por que se dirige a todo el mundo. Sólo existe una
escuela con la cual es absolutamente irreconciliable: la escuela del
materialismo, que tiene agotado al mundo, y es causa radical de todos
nuestros infortunios. La comprensión y aceptación del espiritismo son
factores esenciales para la salvación de la humanidad; de lo contrario, cada
vez caerá más bajo dentro del campo utilitario y egoísta del Universo. El
Estado materialista por excelencia fue la Alemania de antes de la guerra, pero
los demás Estados modernos son del mismo tipo, con sólo la diferencia de
grados.
Se preguntará por qué las antiguas religiones no salvan al mundo de su
degradación espiritual, a lo cual contestaremos que todas lo intentaron, pero
todas han fracasado en el intento. Las Iglesias que las representan
degeneraron y se han vuelto mundanas y materiales. Perdieron todo contacto
con la vida del espíritu, y se contentan con referirlo todo a los tiempos
antiguos y entregarse a unas oraciones y un culto externo a base de tan
enrevesadas e increíbles teologías que la inteligencia honrada siente náuseas
sólo de pensar en ellas. Nadie se ha mostrado tan escéptico e incrédulo acerca
de las manifestaciones del espiritismo como el clero, sin embargo de ostentar
una creencia que sólo se funda en hechos análogos a los nuestros, ocurridos
en los tiempos pasados; su rotunda negativa a aceptar ahora estos hechos da la
medida de la sinceridad de sus convicciones. Se ha abusado de la fe hasta el
extremo de hacerla imposible para muchas inteligencias serias, las cuales
exigen pruebas y conocimiento. Esto es precisamente lo que el espiritismo
ofrece. Funda nuestra creencia en la vida después de la muerte y en la

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existencia de mundos invisibles, no en la antigua tradición o en vagas
intuiciones, sino en hechos probados. Por consiguiente, con el espiritismo
puede construirse una ciencia de la religión y dar al hombre senda cierta y
segura entre las charcas de los distintos credos.
Al afirmar que el espiritismo puede conciliarse con cualquier religión, no
queremos decir que todas las religiones tienen el mismo valor, o que los
postulados del espiritismo solo no sean mejor que los del espiritismo unido a
los de otro credo religioso. Individualmente el autor piensa que el espiritismo
suministra por sí solo todas cuantas enseñanzas necesita el hombre, pero ha
encontrado muchas personas de alma superior que no pudieron prescindir de
las convicciones de toda su vida y abrazaron la nueva verdad sin dejar la
antigua creencia. De todas suertes, el que tenga como único guía el
espiritismo, no se sentirá en oposición con el cristianismo en lo esencial de
éste, sino todo lo contrario. Ambos sistemas predican la vida después de la
muerte. Ambos reconocen que la vida que sigue a la muerte está regida por la
conducta observada en la tierra. Ambos profesan la creencia en un mundo
poblado de espíritus, buenos y malos, llamados por los cristianos ángeles y
demonios y por los espiritistas guías, espíritus elevados y espíritus sin
desarrollar. Ambos creen que la bondad, la generosidad, la dulzura, la pureza
y la honestidad son virtudes necesarias. Sólo la beatería hipócrita es
considerada como grave pecado por los espiritistas, al contrario de algunas
sectas cristianas que la recomiendan. Para los espiritistas toda perfección es
respetable y reconocen que en todas las religiones hay santos, almas
superiormente desarrolladas que recibieron por intuición lo que el espiritismo
da por conocimiento. Pero la misión del espiritismo no termina con eso.
Quiere acabar con el agnosticismo declarado y con el más peligroso de los
que aparentan cierta forma de creencia, y en realidad no tienen ninguna.
En opinión del autor el hombre que más beneficios recibe de la nueva
revelación, es aquel que estuvo entregado a otros credos religiosos y los
encontró igualmente insuficientes. Al llegar a tal estado, se halla como en un
valle de sombras, con la Muerte esperándole al final, y sin otra religión
práctica que el cumplimiento pleno del deber. Semejante situación produce
hombres de gran mérito, de estirpe estoica, pero no siempre felices. Si
entonces les llega la prueba positiva de la existencia del Más Allá, ya sea
súbitamente, ya por una convicción paulatina, la nube desaparece; ya no está
en el valle, sino en la lejanía, y a su vista se extiende un panorama sucesivo
de cordilleras, cada una de las cuales más bella que la anterior. Todo es luz

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donde antes todo eran sombras. La aurora de esa revelación es el día mejor de
su vida.
Contemplando la excelsa jerarquía de seres que están por encima suyo, el
espiritista se da cabal cuenta de que algún arcángel puede de tiempo en
tiempo visitar a la humanidad con misiones de esperanza. Hasta la humilde
Catalina King con su mensaje de inmortalidad transmitido a un gran hombre
de ciencia, era uno de esos ángeles. Francisco de Asís, Juana de Arco, Lutero,
Mahoma, Bad-ed-Din, y tantas otras figuras religiosas, fueron ángeles
llegados de lo alto. Pero por encima de todos se halla Jesús, el hijo de un
artesano judío. No está en nuestro menguado cerebro calcular el grado de
divinidad que en Jesús había, pero sí podemos decir con toda certeza que
estaba más cerca de Dios que nosotros, y que sus predicaciones, aún no
seguidas por el mundo, son las más bellas, generosas e indulgentes de que
tengamos conocimiento, sin exceptuar las de su compañero Buda, también
mensajero de Dios.
Y, sin embargo, cuanto más fijemos la atención en las enseñanzas de
nuestro inspirado Maestro, menos relación veremos entre sus preceptos y los
dogmas y acciones de sus actuales discípulos. Gran parte de aquellas
enseñanzas se han perdido y si queremos encontrarlas tendremos que acudir a
la Iglesia primitiva, guiada y regida por los que estuvieron en inmediato
contacto con Él. Entonces observaremos que todos aquellos a quienes
llamamos espiritistas modernos, parecen haber pertenecido ala grey de Cristo,
que los dones de los espíritus exaltados por San Pablo son exactamente los
dones que exhiben nuestros mediums y que los milagros que inculcaron en los
hombres de aquellos tiempos la convicción de la realidad de otro mundo,
existen y pueden tener los mismos resultados hoy. Después de haber vagado
de una ortodoxia a otra, resulta que el humilde y «adogmático» espiritista, con
sus mensajes espirituales y su comunicación con los muertos, está más cerca
del Cristianismo primitivo que cualquier otra religión.
Es sorprendente que al leer los primitivos escritos de los padres de la
Iglesia, hallemos que éstos poseían ya completamente el conocimiento
psíquico y las prácticas psíquicas. Los cristianos primitivos vivían en íntimo y
familiar contacto con los seres invisibles, y su fe absoluta y constante se
fundaba en el conocimiento positivo y personal que adquirían con dicho
contacto. Conocían, no por mera especulación, sino como un hecho absoluto,
que la muerte significa sencillamente el paso a una vida más amplia, tanto,
que podría llamarse más propiamente nacimiento. Y, como consecuencia de

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ello, no la temían en modo alguno y la consideraban como el Dr. Hodgson
cuando exclama:
«¡Apenas puedo resistir la espera!». Sólo en bienes se traducía esto para
su conducta en la tierra. Si los habitantes de países no evangelizados
demuestran hoy al convertirse al cristianismo que aún se vuelven peores, es
porque el cristianismo moderno ha perdido toda la virtud que tenía el
primitivo.
Además del testimonio de los primeros padres de la Iglesia, existen otros
que prueban cuáles eran los sentimientos de los primitivos cristianos.
Principalmente las inscripciones de las catacumbas. Acerca de esas
inscripciones cristianas en Roma, escribió el Rev. Spencer Jones, deán de
Gloucester, un interesante libro donde constan algunas muy patéticas y que
tienen la ventaja sobre todas las pruebas documentales de su autenticidad
indudable. El Dr. Jones, que leyó centenares de ellas, dice: «Los primitivos
cristianos hablaban de los muertos como si vivieran todavía, pues continuaban
sus relaciones con los que habían desaparecido de este mundo». Tal es la
doctrina de los espiritistas de nuestros días, doctrina que las iglesias han
abandonado. Las tumbas primitivas cristianas presentan contraste extraño con
las de los paganos que las rodeaban. Estas últimas se referían siempre a la
muerte como cosa final, terrible e irrevocable. «Fuisti vale», es el resumen de
toda su ideología. Los cristianos, en cambio, se referían siempre a la feliz
continuidad de la vida. «Agape, vivirás para siempre». «Victorina está en paz
y en Cristo». «¡Qué Dios renueve mi espíritu!». Con estas inscripciones
habría bastante para probar que la humanidad de aquellos tiempos tenía una
idea infinitamente consoladora de la muerte.
Las catacumbas son además una prueba de la sencillez del cristianismo
primitivo antes de que viniera a complicarle con toda suerte de abstracciones
y complejas definiciones la mente griega o bizantina. El símbolo
predominante de las catacumbas era el del Buen Pastor, tierna idea del
hombre que conduce a las pobres ovejas. Por mucho que se busque en las
catacumbas de los primeros siglos, no se encontrará ni rastro de sacrificios
sangrientos ni dogmas de un nacimiento virginal. Se encontrará al Buen
Pastor, el áncora de salvación, la palma del martirio, y el pez simbólico del
nombre de Jesús. Todo demuestra la sencillez de aquella religión y la bondad
del cristianismo cuando estaba en manos de los humildes. Fueron los ricos,
los poderosos y los eruditos los que lo degradaron, complicaron y arruinaron.
Pero no nos atendremos sólo a las inscripciones o dibujos de las
catacumbas. Para ampliar y corroborar su significación acudiremos a los

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textos de los Padres preniceos, de los que hay tantas referencias que con ellas
podría formarse un grueso volumen. Expondremos antes la equivalencia de
nuestros pensamientos y frases con los suyos para que se comprenda mejor la
verdadera significación de éstos. A la profecía, por ejemplo, la llamamos
nosotros mediunidad, y un ángel será sinónimo de un guía o espíritu elevado.
Tomemos al acaso algunas citas de los antiguos textos:
San Agustín en su «De cura pro Mortuis», dice: «Los espíritus de los
muertos pueden ser enviados a los vivos y revelarles lo que ellos saben
merced a otros espíritus, a los ángeles» (es decir, los espíritus guías) «o por
revelación divina». Como se ve, esto es puro espiritismo tal como nosotros lo
conocemos y definimos. San Agustín no habría hablado con tanta seguridad
ni tanta precisión si no hubiera estado perfectamente familiarizado con el
asunto. Y en tal creencia, no hay la menor ilicitud.
En su «Ciudad de Dios», insiste sobre lo mismo, describiendo las
prácticas que permiten al cuerpo etéreo de una persona comunicar con los
espíritus y guías superiores y lograr apariciones. Tales personas eran los
mediums, nombre que designa al intermediario entre el organismo encarnado
y el desencarnado.
San Clemente de Alejandría hace alusiones análogas, y lo mismo San
Jerónimo en su controversia con Vigilancio el Galo. Eso era, no obstante, en
fecha posterior, después del Concilio de Nicea.
A Hermas, personaje un tanto misterioso, de quien se dice fue amigo de
San Pablo y discípulo de los Apóstoles, atribúyese el notable libro titulado
«El Pastor». Tanto si es suyo como si no lo es, el libro revela estar escrito por
persona que vivió en los primeros días del cristianismo, y que encarnaba las
ideas entonces corrientes. Dice: «El espíritu no contesta a todas las preguntas
que cualquiera le dirija, porque, como procede de Dios, no habla a los
hombres cuando éstos quieren, sino cuando Dios lo permite. No obstante,
cuando un hombre, asistido por un espíritu emanado de Dios (por un espíritu-
guía), entra en una reunión de fieles, y se elevan plegarias, el espíritu inunda a
ese hombre y éste habla según la voluntad de Dios».
No puede darse una descripción más exacta de nuestras sesiones cuando
se verifican de una manera apropiada. Nosotros no invocamos a los espíritus
como los críticos ignorantes aseguran, ni sabemos lo que va a ocurrir. Pero
oramos —usando el padrenuestro como norma— y aguardamos los
acontecimientos.
De esa suerte, el espíritu escogido y autorizado, viene a nosotros y habla o
escribe por intervención del medium. Hermas, como San Agustín, no se

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habría expresado con tanta exactitud si no hubiera tenido la experiencia
personal del procedimiento.
Orígenes hace diversas alusiones al conocimiento psíquico. Es curioso
comparar la crasa ignorancia del clero de hoy con la sabiduría de los antiguos
jerarcas espirituales. Podríamos citar varios textos de Orígenes, pero bastará
uno muy breve tomado de su controversia con Celsio:
«Muchas personas abrazaron el Cristianismo a pesar de sí mismas, porque
su corazón fue cambiado súbitamente por algún espíritu, ya en sueños, o
mediante su aparición».
De la misma manera, figuras salientes del materialismo contemporáneo
cambiaron, gracias a la evidencia psíquica, y creyeron en la vida de
ultratumba y en sus relaciones con la vida terrena.
Los varones primitivos son los más precisos en este punto, porque estaban
más cerca de la gran fuente psíquica. Así, Ireneo y Tertuliano, que vivieron a
fines del siglo segundo, abundan en alusiones a los signos psíquicos, mientras
Eusebio, que escribió más tarde, lamenta su escasez y se duele de que la
Iglesia se haya tornado indigna de ellos.
He aquí unas palabras de Ireneo: «Oímos de varios hermanos en la Iglesia,
que poseen dones proféticos (es decir, mediunísticos), y hablan con los
espíritus en toda clase de lenguas, iluminando para bien de todos lo más
recóndito, y descubriendo los misterios de Dios». Ningún pasaje describiría
mejor las funciones de un buen medium.
Tertuliano, en su controversia con Marcio, hizo de los dones espiritistas
argumento principal. Demostró que tales dones eran más numerosos entre sus
amigos, figurando entre ellos las comunicaciones en estado de trance, las
profecías y la revelación de secretos. De modo que muchas cosas, hoy
ridiculizadas o condenadas por tantos clérigos, eran el año 200 piedras de
toque del cristianismo. En su «De anima», dice Tertuliano: «Tenemos entre
nosotros una hermana que posee dones en forma de revelaciones recibidos por
su espíritu en la Iglesia durante los ritos del Día del Señor, y en pleno éxtasis.
Conversa con los ángeles —o sea los espíritus más elevados— ve y oye
misterios, lee en el corazón de ciertas personas y cura a quienes se lo piden.
Entre otras cosas, dijo, se me mostró un alma en forma corpórea, pero no
vacía. Por el contrario, parecía como si pudiera tocarse y era blanda, lúcida,
de color del aire y de la forma humana en todos los detalles».
En las «Constituciones Apostólicas» hay toda una mina de referencias
sobre las opiniones de los cristianos primitivos. No son textos apostólicos,
pero Whiston, Krabbe y Bunsen están conformes en que por lo menos siete de

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los ocho libros de que constan son auténticos documentos ante-niceanos,
probablemente de principios del siglo tercero. Su estudio revela hechos muy
curiosos. En los servicios usaban el incienso y las lámparas encendidas como
en las prácticas católicas de nuestros días. Los obispos y los sacerdotes podían
ser hombres casados. Había todo un sistema de represalias para el que
infringiera las reglas de la Iglesia. Si un cura compraba un beneficio era
repudiado. No había Papa ni jefe supremo de ningún género. El
vegetarianismo y la abstinencia absoluta de vino eran prohibidos y castigados.
Esta última ley tan singular, probablemente nació la reacción contra una
herejía que imponía ambas cosas. El clero debía comer carnes blancas, sin
sangre, a la manera de los judíos. El ayuno era riguroso, un día cada semana,
al parecer el jueves, y durante toda la Cuaresma.
Sobre el tema de los «dones» o sea las diversas formas de mediunidad,
aquellos antiguos documentos arrojan mucha luz. Entonces como ahora la
mediunidad adoptaba formas muy diferentes: el don de las lenguas, el de
curación, el de profecía, etcétera. Harnack dice que en cada Iglesia Cristiana
primitiva había tres mujeres de saber superior: una para curaciones y dos para
profecías. El tema está discutido ampliamente en las «Constituciones». Parece
que los que poseían dones se sintieron ensoberbecidos por ellos, y se les
recuerda que un hombre puede estar adornado por tales facultades y carecer
de grandes virtudes, siendo entonces espiritualmente inferior a otros hombres
desprovistos de dones.
El objeto de los fenómenos que producían era, al igual que en el
espiritismo moderno, convertir a los incrédulos más que entretener a los
ortodoxos. Son, «no para aquellos que los lleven a cabo, sino para convencer
a los incrédulos, a fin de que quienes no se persuaden por la simple palabra
queden confundidos con los hechos, no necesarios para nosotros que creemos,
pero sí para los que no creen, como los judíos y los gentiles».
(«Constituciones», libro VIII, sec. I.)
Más adelante los varios dones que corresponden grosso modo a nuestras
diferentes formas de mediunidad, se explican así:
«No le sea permitido a nadie que opera con signos y prodigios juzgar a
ningún fiel que no está volcado a lo mismo. Porque los dones que Dios
concede por intercesión de Cristo son muy varios y un hombre recibe un don
y otro, otro. Así uno recibe la palabra de sabiduría» (don de hablar en trance),
«y otro la palabra de conocimiento» (inspiración), «otro el discernimiento de
espíritus» (clarividencia), «otro la previsión de sucesos futuros, otro la

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palabra de enseñanza» (espíritus de apostolado), «otro la paciencia». Todos
nuestros mediums necesitan ese don.
Y uno se pregunta dónde, fuera de las filas espiritistas, se hallan esos
dones o esas observancias en cualquiera de las iglesias que pretenden ser
ramas de esta antigua raíz.
Compruébanse de continuo las altas presencias espirituales. Así en la
«Ordenación de los Obispos» encontramos que el «Espíritu Santo está
también presente, de la misma manera que todos los demás santos espíritus y
ministrantes». En conjunto, sin embargo, me inclino a creer que ahora
tenemos mayor copia de hechos psíquicos que los autores de las
«Constituciones» y que esos documentos representan probablemente una
extensión de aquella íntima «Comunión de Santos» que existió en la primera
centuria. Esto nos hace pensar que el poder psíquico no es algo fijo e
inmutable, sino que viene en oleadas con flujos y reflujos. Al presente
estamos en una marea alta, pero sin seguridad de que perdure.
Fácil es suponer que siendo muy limitado nuestro conocimiento de los
hechos que forman la historia primitiva de la Iglesia, podríamos tal vez
ponernos en relación con alguna elevada inteligencia de las que tomaron parte
en aquellos hechos, adquiriendo por su medio nuevas fuentes de información.
Así ha ocurrido actualmente obteniéndose algunos inspirados escritos que
demuestran la relación existente entre el otro mundo y los religiosos
primitivos. Recientemente han aparecido dos de esos escritos trazados por la
mano de la medium Miss Cummins, escritos que ésta recibió a la velocidad
asombrosa de dos mil palabras por hora. El primero es un relato de la misión
de Cristo debido a Felipe el Evangelista, y el segundo un suplemento a las
Actas de los Apóstoles, que se pretende emana de Cleofás. El primero ha sido
ya publicado («El Evangelio de Felipe el Evangelista») y el segundo lo será
en breve.
No se ha hecho aún el examen crítico del escrito de Felipe, pero la atenta
lectura del mismo ha convencido al autor de que en dignidad y fuerza está a la
altura de los hechos que relata, explicando de una manera clara y lógica
muchos puntos que tuvieron embarazados a los comentaristas. El escrito de
Cleofás es aún más notable, al extremo de que el autor cree que puede
calificarse de sublime y constituye una de las más evidentes señales de origen
sobrenatural que registra la historia del movimiento espiritista. Se ha
sometido al examen del Dr. Oesterley, capellán del Obispado de Londres y
una de las primeras autoridades en tradición e historia eclesiástica, habiendo
declarado dicho señor que, según todas las características del documento, es

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obra de persona que vivió en aquellos días y que estuvo en íntima relación
con Jesús y los apóstoles. Consta en el escrito la noticia de varios interesantes
puntos de erudición, como el del uso del hebreo Hanan por nombre del Sumo
Sacerdote. Otros numerosos pormenores de la obra prueban la imposibilidad
de que se deba a una artimaña fraudulenta. Entre muchos puntos interesantes,
Cleofás describe la reunión de Pentecostés y declara que los apóstoles se
sentaron en círculo, cogidos de las manos mientras el Señor predicaba.
Sería peregrino que la verdadera significación interna del Cristianismo,
perdida por espacio de tanto tiempo, quedara al descubierto, gracias al culto
ridiculizado y perseguido del espiritismo.
Los dos escritos constituyen, a juicio del autor, dos de las más
impresionantes pruebas de la comunicación con los espíritus, siendo
imposible que su existencia pueda atribuirse a distintas causas, ni explicarse
de otro modo.
Los espiritistas se dividen por razón de creencias en dos ramas: una
compuesta de los que aún permanecen en el seno de sus iglesias respectivas, y
otra de los que han formado iglesia propia. Estos últimos tienen en la Gran
Bretaña más de cuatrocientos círculos donde se reúnen bajo la dirección
general de la Unión Nacional de Espiritistas. Su dogma es muy elástico. En
términos generales puede afirmarse que están unidos por siete principios
esenciales, a saber:
1. La paternidad de Dios.
2. La fraternidad entre los hombres.
3. La comunión con los santos y el ministerio de los ángeles.
4. La supervivencia humana de la muerte física.
5. La responsabilidad personal propia.
6. Recompensa o sanción por las acciones buenas o malas.
7. Progreso eterno de las almas.
Como se ve, todos esos puntos son compatibles con el Cristianismo, a
excepción tal vez del quinto. Los espiritistas consideran la vida y muerte de
Jesucristo en la tierra, más bien como un ejemplo que como una redención de
la humanidad. Todo hombre tendrá que responder de sus pecados y nadie se
librará de la expiación. El tirano o el disoluto no escaparán al castigo que
merezcan por un seudo arrepentimiento. Bueno es el arrepentimiento si es
verdadero, pero a condición de que el arrepentido pague su deuda. Eso no
obstante, como la misericordia de Dios es infinita, valdrán al hombre como
atenuantes todas las circunstancias de tentación, herencia o influencia del
medio. Tal es, en general, el credo de las iglesias espiritistas.

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En otro lugar («La Nueva Revelación», págs. 7 − 9), ha indicado el autor
que aunque la investigación psíquica sea en sí misma distinta a la religión, las
enseñanzas que de ambas podemos sacar «nos revelan por igual la
continuidad de la vida del alma, la naturaleza de tal vida y la manera cómo en
ella influye nuestra conducta en la tierra. Si esto es distinto de la religión,
confieso que no comprendo en qué consiste la diferencia».
El autor habló también del espiritismo como de una gran fuerza
unificadora, por lo que tiene de común a todas las religiones. Aunque sus
enseñanzas modifiquen el Cristianismo, más bien es con un sentido de
explicación y progreso de sus doctrinas que en contradicción con ellas.
También ha afirmado el autor que la nueva revelación será absolutamente
fatal para el materialismo.
En esta edad materialista es seguro que sin la creencia en la supervivencia
del hombre, las predicaciones del Cristianismo caerán en el vacío. En discurso
pronunciado ante la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, alude el Dr.
McDougall a la relación existente entre la decadencia de la religión y el auge
del materialismo.
«Si la investigación psíquica —dice— no pudiera descubrir hechos
incompatibles con el materialismo, éste continuaría creciendo. No hay otra
fuerza que pueda contenerlo, porque la religión es impotente ante la
inundación materialista. Y si ésta continúa avanzando como hasta aquí, todo
hace temer que sus efectos serán destructores, que barrerá todas las conquistas
de la humanidad, todas las tradiciones morales que son obra del esfuerzo de
incontables generaciones en pro de la verdad, la justicia y la caridad».
Ahora bien, ¿hasta qué grado el espiritismo y la investigación psíquica
pueden fortalecer las creencias religiosas?
En primer lugar, tenemos la abdicación de muchos materialistas gracias al
espiritismo y a la creencia en el Más Allá, tales como los profesores Hare y
Mapes, en América, y los doctores Alfredo Russell Wallace, Elliotson,
Sexton, Blatchford, Ruskin y Owen, en Inglaterra, por no citar más que
nombres de primera fila.
Si el espiritismo fuera rectamente comprendido, poco costaría armonizarlo
con la religión. He aquí la definición del espiritismo tal como lo da en todos
sus números el semanario espiritista de Londres, Luz:
«Es una creencia en la existencia de la vida del espíritu aparte e
independiente del organismo material, y en la realidad y valor de la
comunicación entre espíritus encarnados y desencarnados».
Pues bien, las dos creencias son artículos de fe cristiana.

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Si hay una clase que debiera como ninguna exaltar las tendencias
religiosas del espiritismo, es el clero. Pero sólo unos cuantos sacerdotes de los
más progresivos lo hicieron así.
El Rey. H. R. Haweis, en una comunicación a La Alianza Espiritista, de
Londres, el 20 de abril de 1920, dice que no ve nada de cuanto él cree
verdadero en el espiritismo, que sea, en último término, contrario a sus
creencias cristianas. En verdad —agrega— el espiritismo tiene estrecho
parentesco con el cristianismo, del cual parece una consecuencia lógica, y en
modo alguno su contradicción ni su antagonista. La deuda del clero —si
entiende verdaderamente sus intereses— para con el espiritismo, es realmente
muy grande. En primer lugar, el espiritismo ha rehabilitado la Biblia. No
puede negarse que la fe en la Biblia y su respeto habían decaído mucho, a
causa del creciente escepticismo por lo que se refiere a sus pasajes
milagrosos. La doctrina cristiana contaba con apologistas decididos, pero no
toleraban el elemento maravilloso del Antiguo y del Nuevo Testamento. Se
veían constreñidos a creer en los milagros de la Biblia, y al mismo tiempo,
enseñaban que fuera de los sucesos bíblicos, nada sobrenatural ha sucedido
nunca. Pero ahora se han vuelto las tornas. La gente cree en la Biblia, por el
espiritismo, y los que no creen en el espiritismo, es por culpa de la Biblia.
Llegó a decir el Rev. Haweis que cuando empezó su sacerdocio intentó salvar
el obstáculo de los milagros bíblicos explicándolos por vía racional. Pero de
lo que no hay modo, según vio más tarde, es de hallar explicación racional a
las investigaciones de Crookes, Flammarion y Russell Wallace.
Mencionemos entre todos al Rev. Arturo Chambers, antiguo vicario de
Brockenhurst, que ha inculcado en muchas mentes la idea de la vida espiritual
aquí y su existencia en el Más Allá. Su libro «La vida después de la muerte»
lleva ya más de ciento veinte ediciones. En una conferencia acerca de «El
espiritismo y la luz que arroja sobre la verdad cristiana», dice:
«El espiritismo, por sus continuadas investigaciones de los fenómenos
psíquicos y por su insistencia en proclamar la intercomunicación entre los dos
mundos, ha hecho ver a gran número de personas que existen muchas cosas
en el cielo y en la tierra, apenas columbradas antes por la filosofía, cosas que
revelan una poderosa verdad mezclada de religión; una verdad que es esencial
para la recta comprensión de nuestro lugar en el vasto Universo; una verdad
que la humanidad de todas las edades ha colegido a pesar del desdén de los
incrédulos y de las condenaciones de los sacerdotes. Tengo para mí que las
enseñanzas del espiritismo renovarán las ideas religiosas de nuestro tiempo,

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contribuyendo a forjarnos una noción más excelsa de Dios y de sus
designios».
En otro hermoso pasaje, dice: «Sí; el espiritismo ha hecho mucho,
muchísimo, en pro de la mejor comprensión de los grandes hechos básicos
inseparables del espíritu de Jesús. Ha ayudado a hombres y mujeres a
contemplar con visión más clara al Gran Espíritu del Dios Padre, en el cual
vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser, y ese vasto espíritu universal
del que somos ahora y siempre una parte. Como cristiano espiritista tengo
gran esperanza, gran fe en lo que ha de ser el espiritismo que tanto ha hecho
por la enseñanza cristiana y por el mundo en general, ahuyentando de
nosotros el temor a la muerte y ayudándonos a comprobar la magnífica
doctrina de Cristo y el reconocimiento pleno de Cristo a la luz de las verdades
espiritistas».
Mr. Chambers refiere que en cartas procedentes de distintas partes del
mundo, multitud de personas le comunican a diario cuán grandes fueron el
consuelo, la confortación y la mayor confianza en Dios que adquirieron
gracias a la lectura de su libro «La vida después de la muerte».
El Rev. F. Fielding-Ould, vicario de la Iglesia en Regent, Park, de
Londres, es otro de los buenos sacerdotes que proclamaron los beneficios del
espiritismo. En un trabajo acerca de «La relación entre el espiritismo y el
cristianismo», dice (21 de abril de 1921):
«El mundo necesita las enseñanzas del espiritismo. El número de personas
irreligiosas que hay en Londres hoy es extraordinario sobre toda ponderación.
Miles de individuos de todas las clases sociales (y hablo por experiencia
propia) carecen en absoluto de toda religión. No rezan, jamás asisten al culto
y creen que todo acaba con la muerte. Podrán llamarse protestantes, católicos
o judíos, pero son como las botellas vacías, en las que sólo queda la etiqueta».
Y añade:
«No es cosa desusada que las almas desfallecidas y acongojadas se
reconforten con el espiritismo. ¿No veis gentes que habiendo abandonado
toda religión vuelven a ella gracias al espiritismo; agnósticos que perdieron
toda esperanza en Dios y en la inmortalidad, a los cuales parecíales ya la
religión mera forma y puro armazón, y que al cabo vuelven a ella aceptando
todas sus manifestaciones? El espiritismo viene a ser para ellos como el
amanecer para el hombre que ha pasado la noche febril y sin sueño. Al
principio mostráronse asombrados en su incredulidad, pero parando su
atención luego, al cabo sintiéronse tocados en el corazón. Dios volvía a
penetrar sus vidas; y no saben expresar cuánta es su alegría y su gratitud».

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El Rev. Carlos Tweedale, vicario de Weston (Yorkshire), que ha trabajado
mucho y bien en pro de nuestra causa, refiriéndose a la toma en consideración
del espiritismo por parte de la Conferencia Episcopal en Lambeth Palace, del
5 de julio al 7 de agosto de 1920, dice acerca de las investigaciones psíquicas:
(Luz, 30 de octubre de 1920): «Mientras el mundo entero manifiesta acerca de
ella un interés sobremanera alerta, la Iglesia, que pretende ser custodia de la
verdad religiosa y espiritual, ha hecho oídos sordos, hasta hace muy poco y
por extraño que parezca, a la realidad de ese mundo espiritual, el testimonio
de cuya existencia es la principal razón de que la Iglesia exista. Aun ahora
mismo, sólo empieza a dar algunas señales de la importancia que para ella
tiene…
Señal de los tiempos es, sin duda, la discusión de los fenómenos psíquicos
en la conferencia de Lambeth, y el que su secretario pusiera en manos de
todos los obispos allí presentes un folleto: “Los fenómenos espiritistas y las
Iglesias”. Otra señal no menos significativa es que por elección se designara a
Sir Guillermo Barrett para ilustrar al Congreso acerca de los asuntos
psíquicos».
La Relación de Actas de la Conferencia de Lambeth, a que nos referimos,
alude como sigue a la investigación psíquica:
«Es posible que nos hallemos en los umbrales de una nueva ciencia, que
por otro método de los hasta aquí seguidos, nos confirme en la seguridad de
un mundo más allá del que vemos y de algo en nuestro interior que con ese
mundo nos ponga en comunicación. No podemos presumir nunca límite
alguno a los medios de que Dios se vale para llevar al hombre a la
consecución de la vida espiritual».
Una vez hecha esta declaración tan cauta, la relación añade por vía de
salvedad:
«Pero no hay nada en el culto de ciencia semejante que esclarezca, y sí en
verdad mucho que obscurece la inteligencia de ese otro mundo y nuestra
relación con él, como revelado en el Espíritu de Cristo y en la enseñanza de la
Iglesia, y que menoscaba los medios que se nos han dado para alcanzar y
habitar en buena compañía ese mundo.
»Bajo el epígrafe de “Espiritismo”, dice la relación:
»Aunque haya que reconocer que los resultados de la investigación, han
animado a mucha gente a encontrar un designio espiritual a la vida humana,
ayudándola a creer en la supervivencia después de la muerte, hay muchos
peligros en la tendencia a hacer del espiritismo una religión. La práctica del
espiritismo como un culto envuelve la subordinación de la inteligencia y la

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voluntad a fuerzas o personalidades desconocidas, y, por lo tanto, una
abdicación de sí mismo».
Un conocidísimo colaborador de Luz, que firma con el pseudónimo de
«Gerson», comenta así lo anterior:
«Hay indudablemente peligro en la subordinación de la inteligencia y de
la voluntad a desconocidas fuerzas; pero la práctica de la comunicación
espiritista no envuelve, como parecen creer los obispos, necesariamente tal
subordinación. Otro peligro, desde su punto de vista, es la tendencia a hacer
del espiritismo una religión. Luz y los que participan de sus opiniones, no han
sentido nunca la menor inclinación a ese respecto. La posibilidad de la
comunicación espiritista es simplemente un hecho en la Naturaleza, y
nosotros no intentamos exaltar un hecho natural a la categoría de religión. Al
mismo tiempo, una elevadísima forma de religión puede asociarse con un
hecho natural. El reconocimiento de la belleza y el orden del universo no
constituye en sí una religión, pero en tanto en cuanto inspira reverencia por la
fuente de tal belleza y orden, es una incitación a la religiosidad espiritual».
En el Congreso de la Iglesia inglesa de 1920, el Rev. M. A. Bayfield leyó
un estudio sobre la Ciencia Psíquica, como aliada del Cristianismo, en donde
dice:
«Muchos sacerdotes miran a la ciencia psíquica con recelo, y algunos con
positivo antagonismo y alarma. Bajo su nombre popular de espiritismo ha
sido denunciada como anti-cristiana. Sería cosa de demostrar, por el contrario,
que esta rama de los estudios es una aliada de nuestra fe. Todo aquel que no
es materialista es espiritista, y el cristianismo es esencialmente una religión
espiritual».
Procede luego a poner de relieve los servicios prestados por el espiritismo
a la cristiandad, al hacer posible la creencia en un elemento milagroso: en el
Espíritu.
El Dr. Elwood Worcester, en un sermón titulado «Los aliados de la
Religión», pronunciado en la iglesia de San Esteban, de Filadelfia, el 25 de
febrero de 1923, habla de la investigación psíquica como verdadera amiga de
la religión y aliada espiritual del hombre. Y dice:
«Ha iluminado también muchos pasajes importantes de la vida del Señor y
ayudado a comprender y aceptar acontecimientos que, de otra suerte,
rechazaríamos. Me refiero particularmente a los fenómenos concernientes al
bautismo de Jesús, su aparición sobre el Mar de Galilea, su transfiguración y,
sobre todo, su resurrección y subsiguiente aparición a sus discípulos. Además
es nuestra única esperanza de solución del problema de la muerte. De otra

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fuente no se vislumbra solución alguna nueva de ese eterno misterio para
nosotros».
El Rev. G. Vale Owen nos recuerda que aun cuando hay espiritistas que,
al mismo tiempo, son cristianos, el espiritismo no se limita al cristianismo. En
Londres hay, por ejemplo, una Sociedad de espiritistas judíos. Al principio la
Iglesia se opuso a la Evolución, pero al fin la aceptó en consonancia con la fe
cristiana. Y concluye diciendo:
«Así como la aceptación de la Evolución hizo del Cristianismo una
concepción más amplia y digna, así también la aceptación de las grandes
verdades que persigue la ciencia psíquica, convertirá a los agnósticos en
creyentes o hará de un judío un judío mejor, de un mahometano un
mahometano mejor, de un cristiano un cristiano mejor y, sin duda alguna, a
todos más dichosos y más felices».
Claramente se desprende de los extractos anteriores que muchos
sacerdotes de la Iglesia de Inglaterra y de otras Iglesias están de acuerdo
acerca de la influencia beneficiosa del espiritismo en la religión.
Otra importante fuente de juicios sobre los fines religiosos del
Espiritismo, es la que procede del mismo mundo de los espíritus. De él
salieron materiales de gran riqueza; pero entre muchos, nos limitaremos a la
reproducción de un texto obtenido en virtud a la mediunidad de Stainton
Meses y copiado por éste, en su libro «Enseñanzas del Espíritu»:
«Amigo, cuando te pregunten acerca de la utilidad de nuestro mensaje y
de los beneficios que procura, diles que es el evangelio de un Dios de ternura
y de piedad y de amor, no de un engendro de crueldad y de pasiones.
»Diles que, gracias a él, conocerán a las Inteligencias consagradas al
amor, a la gracia, a la piedad y a la ayuda del hombre, así como a la adoración
del Altísimo».
O este de la misma fuente:
«El hombre ha ido construyendo gradualmente en torno a las enseñanzas
de Jesús un valladar de deducciones, especulaciones y comentarios, semejante
a aquel de que los fariseos rodearon la Ley mosaica. Esa tendencia ha crecido
en proporción a la pérdida gradual del mundo del espíritu por parte del
cristianismo».
Y así sucede que vemos deducido el materialismo más duro y frío de
enseñanzas y doctrinas que tenían por objeto la propulsión de la espiritualidad
y el desestimiento de todo sensualismo ritual.
«Nuestra misión consiste en hacer con el Cristianismo lo que hizo Jesús
con el Judaísmo. Hemos de renovar las antiguas formas, espiritualizarlas e

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infundirlas vida nueva. Queremos resucitar, no abolir. Diremos una y otra vez
que nosotros no quitamos ni una tilde de la enseñanza que Cristo dio al
mundo. Pero deseamos acabar de una vez con las apostillas materiales puestas
por el hombre a esas enseñanzas, sacando a luz el espiritualismo que en la
doctrina se esconde. Nuestra misión consiste en continuar la antigua
enseñanza que el hombre ha alterado por tan extraño modo. Su fuente es
idéntica; su curso paralelo, y el mismo su fin».
Y este de las Cartas de Julia, de W. T. Stead:
«Habéis recibido la enseñanza evangélica; rezáis y cantáis tal cual los
santos que aquí y allá constituyen el único ejército del Dios Vivo; pero
cuando cualquiera de nosotros, desde la Otra Ribera intenta hacer algún
esfuerzo para demostrar esa unidad y haceros sentir que os acompaña tal
inmensidad de testigos, entonces es la protesta airada. “¡Ello es contra la
voluntad de Dios! ¡Esos son tratos con el demonio! ¡Eso es conjurar a los
espíritus infernales!”. ¡Ay, amigo, amigo, no te dejes llevar de esas
lamentaciones! ¿Es que soy un demonio yo? ¿Es que obro contrariamente a la
voluntad de Dios cuando constantemente te inspiro una fe mayor en Él, más
amor por Él y por todas sus criaturas, y en fin, cuando quiero llevarte cada
vez más cerca de Dios?».
Finalmente, he aquí un extracto de los Mensajes de Meslom:
«Toda doctrina que lleve a la humanidad a creer que hay otra vida y que el
alma se fortifica venciendo flaquezas y luchando denodadamente, es buena,
porque encierra mucha parte de verdad. Si, de añadidura, cree en un Dios de
amor, es mejor; y si la humanidad comprendiera verdaderamente ese Divino
amor, todo sufrimiento cesaría, incluso en la tierra».
Estos pasajes elevados de tono, tienden ciertamente a preparar la mente
humana para cosas más altas y para la comprensión de las más hondas
intenciones de la vida.
F. W. H. Myers, recobró merced al Espiritismo la fe que había perdido en
el Cristianismo. En su libro «Fragmentos de prosa y poesía», dice:
«No puedo equiparar mis presentes creencias con el Cristianismo. Más
bien las considero como un desarrollo científico de la moral y de las
predicaciones de Cristo.
»Si me preguntáis cuál es el fin de esas enseñanzas, mi contestación será
bien sencilla. Es el que no puede menos de ser, el fin que tiene toda buena
enseñanza, el primitivo y más verdadero fin del mismo Cristianismo: es una
reafirmación, con nuevas pruebas de la existencia de Cristo, de su doctrina

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relativa a la vida del espíritu y de su mandato para que rijamos nuestra
conducta por el amor a Dios y a nuestro prójimo».
Muchos escritores han hablado de la luz arrojada por la investigación
psíquica moderna sobre las narraciones bíblicas; pero la expresión más
acabada de semejante punto de vista se encuentra en La Personalidad humana
de F. W. H. Myers:
Me arriesgo ahora a una afirmación decidida; es decir, que a consecuencia
de los hechos evidentes de ahora, todos los hombres razonables, de aquí a
cien años, creerán en la Resurrección de Cristo, mientras que a no ser por esa
evidencia, ningún hombre razonable hubiera creído tal dentro de cien años…
Especialmente, por lo que hace a la aserción fundamental de la vida del alma
después de la muerte del cuerpo, claro está, que cada vez tiene menos fuerza
el sólo testimonio de una tradición remota; y necesita apoyarse cada vez más
en el testimonio de la experiencia y la investigación modernas. Supongamos,
por ejemplo, que muchas historias recogidas por nosotros de primera mano
entre los recuerdos de nuestra edad crítica, pierden toda evidencia a la luz del
análisis, como producto de alucinaciones, tergiversaciones y otras causas de
error. ¿Podemos esperar que un hombre razonable que ve reducidos a la nada
esos maravillosos fenómenos si se consideran en un escenario actual, pueda
adorar en creencia semejante mucho más si esas maravillas han sucedido en
un país oriental y en edad remota y supersticiosa? Si los resultados de toda
investigación psíquica fueran negativos, ¿no recibiría la evidencia cristiana —
hablo de evidencia y no de emoción— un golpe certero?
En cuanto al testimonio de hombres públicos eminentes, pudieran citarse
muchos. Así, Sir Oliver Lodge, escribe:
«Aunque no sea la fe religiosa lo que ha conducido a mi conciencia a su
actual estado, todo cuanto he aprendido contribuye a aumentar mi amor y
reverencia hacia Cristo».
Lady Grey de Follodon, rinde elocuente tributo al espiritismo
definiéndolo como algo que ha vitalizado la religión y ha confortado a
millares de personas. Hablando de él, dice:
«Como entidad actuante, está más cerca del espíritu del Nuevo
Testamento de lo que la grey eclesiástica cree. La Iglesia de Inglaterra haría
bien en considerar al espiritismo como a un aliado, ya que ataca al
materialismo y no sólo identifica el mundo material con el universo espiritual,
sino que atesora no pocas doctrinas y enseñanzas consoladoras».
El Dr. Eugenio Crowell expone el hecho de que la Iglesia Católica
Romana acoge como propias todas las manifestaciones espirituales.

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En cambio, la Iglesia Protestante, que cree en las manifestaciones
espirituales de Jesús y sus discípulos, rechaza los hechos similares que se
registran en nuestros días.
«Así —dice— la Iglesia Protestante, cuando a ella acuden los que están
espiritualmente agotados —y hay millones de seres que se hallan en tal
situación— y la piden ansiosamente un alimento espiritual, no tiene nada que
ofrecerles, o a lo más les ofrece unas migajas…
»El protestantismo está hoy aprisionado entre las dos enormes piedras de
molino del materialismo y del catolicismo, cada uno de los cuales le cerca con
más ahinco para asimilárselo, o reducirle a polvo. En su estado actual, carece
del poder y vitalidad necesarios para resistir la acción de estas fuerzas, y su
única esperanza reside en la sangre fresca que sólo el espiritismo puede
infundir en sus venas exhaustas. Creo, sin ningún género de duda, que esta es
una parte de la misión que incumbe al espiritismo, y fundo en mi creencia,
tanto en las palpables necesidades del protestantismo, como en la capacidad
del espiritismo para llevarla a cabo». El Dr. Crowell afirma que, a pesar de la
difusión de la cultura, los hombres de hoy no se preocupan lo debido de las
cuestiones que se refieren a su vida espiritual y a su existencia futura, pero
piden pruebas de lo que antes aceptaban por fe. Esas pruebas es incapaz de
suministrarlas la teología. Sólo puede darlas el espiritismo, que ha sido
enviado para eso.
No terminaremos este capítulo sin hacer referencia a la opinión de los
espiritistas unitarios, cuyo jefe, Ernesto W. Oaten, director de la revista
Ambos Mundos, es hombre de tan gran corazón como inteligencia. Según esa
opinión, de la que sólo disienten algunos extremistas, el espiritismo es una
reconstrucción más que una destrucción del ideal cristiano. Después de un
reverente relato de la vida de Cristo, hecho a la luz de los actuales
conocimientos psíquicos, dice Mr. Oaten:
«Hay quien afirma que yo tengo en poco a Jesús de Nazareth. Sin
embargo, creo conocer su vida mejor que ningún cristiano. No hay figura en
toda la historia a la que yo profese más estimación. Lo que me indigna es el
lugar falso y equivocado en que le han colocado las gentes, tan incapaces de
comprenderle como de descifrar jeroglíficos egipcios. Yo amo y admiro al
hombre. Le debo mucho de lo que sé, y mucho le debería todo el mundo si le
quitara del pedestal de idolatría en que le ha puesto y siguiera las enseñanzas
del Jesús que pasó por la tierra».
Aquí ponemos punto a este tema. Hemos tratado de demostrar la
existencia de los signos materiales que los gobernantes invisibles de la tierra

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envían para satisfacer la demanda de pruebas materiales exigidas por la mente
de la humanidad actual. Hemos demostrado así mismo, que a esos signos
materiales acompañan mensajes espirituales semejantes a los que recibieron
las grandes figuras religiosas del mundo primitivo, renovando la hoguera de
creencias, que hoy estaba casi convertida en cenizas. Los hombres habían
perdido el contacto con las vastas fuerzas que están a su alrededor, y el
espiritismo, que es el más grande movimiento registrado desde hace dos mil
años, viene a salvarlos de esa situación, a disipar las nubes que los envuelven
y a mostrarles nuevos e ilimitados horizontes. Ya brilla el sol de la verdad en
las cumbres; pronto lucirá también en el valle.

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CAPÍTULO XXV
LA VIDA DEL MÁS ALLÁ REVELADA
POR SUS MORADORES

Al establecer comunicación con las inteligencias del Más Allá que antes
habitaron en cuerpos terrenales, el espiritista les pregunta con el natural
interés cuál es su nueva condición y cuáles fueron los efectos de sus acciones
en este mundo sobre su destino subsiguiente. Las contestaciones a esta última
pregunta justifican en buena parte las creencias de la mayoría de las religiones
y demuestran que el camino de la virtud es también el de la felicidad. Todas
forman un sistema que aclara las vagas cosmogonías de los tiempos antiguos.
Este sistema se halla expuesto en muchos libros, no escritos por escritores
profesionales. Son obras debidas a los mediums llamados «escritores
automáticos», los cuales reciben la inspiración del Más Allá, donde mora la
inteligencia que dicta. Ahora bien, el espíritu transmisor no está, por lo
general, dotado de sentido literario, ni del arte del narrador. Lo transmitido es,
además, el resultado de un complicado proceso. Si pudiéramos imaginar un
escritor terrenal que usara un teléfono de larga distancia en lugar de pluma,
tendríamos una idea aproximada de las dificultades con que tropieza el
operador. Y, sin embargo, a despecho de tales deficiencias y
entorpecimientos, la mayor parte de esos relatos son claros, dramáticos e
interesantes. Y mal podrían dejar de ser interesantes cuando el camino que
nos enseñan es el que un día hemos de recorrer todos.
Se ha dicho que tales relatos son muy desemejantes entre sí y hasta
contradictorios. No lo cree así el autor. En sus largas lecturas, en las que ha
agotado muchos volúmenes de comunicaciones del Más Allá, así como
numerosos escritos obtenidos privadamente, en familia, ha comprobado que
existe una verdadera armonía entre todos. Hay relatos sensacionales y otros
que producen decepción; pero, en general, las descripciones de la otra vida
son sobrias, sensatas, y aun cuando difieran en pormenores de poca monta,
concuerdan en lo esencial. Las de nuestra vida terrena diferirían también en
detalles ante un crítico del planeta Marte que leyera las relativas a un
campesino indio, a un esquimal y a un profesor de la Universidad de Oxford.

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En el Más Allá no se dan tan extremos contrastes como en nuestra propia
vida. La característica de ésta es la mezcla de tipos de distintos grados
morales. En la otra hay una perfecta separación entre sus moradores. El cielo
es diferente del infierno. Aquí el hombre hace a veces del mundo un cielo,
pero también vive momentos parecidos a los del infierno y su condición
normal es la del que se halla en el purgatorio.
En tres pueden dividirse los estados del Más Allá. Existen los espíritus
aún sujetos a la tierra, que cambiaron su cuerpo mortal por el etéreo, pero que
están muy cerca de la superficie de este mundo, al que los liga la tosquedad
de su naturaleza y la fuerza y arraigo de sus instintos. Tan tosca puede ser la
contextura de la forma ultraterrena de estos espíritus, que llegue hasta hacerse
perceptible aun para los que carecen de las dotes especiales de la
clarividencia. Es una clase infeliz de espíritus erráticos, en la que reside la
explicación de todos esos fantasmas, espectros, apariciones y duendes de las
casas encantadas, que han llamado la atención de la humanidad en todas las
épocas. Seres, por lo que podemos comprender, que no han comenzado aún su
vida espiritual, buena o mala, puesto que sólo empieza la nueva existencia
cuando se rompen totalmente las fuertes ataduras terrenales.
Los que comenzaron realmente esa existencia habitan distinto plano. En él
se hallan los crueles, los egoístas, los fanáticos y los frívolos, que, en castigo
de sus faltas, vagan en compañía de sus semejantes por mundos cuya luz varía
desde la niebla a la más absoluta obscuridad, según el desarrollo espiritual
que van logrando. La situación de estos espíritus no es permanente. Tan sólo
los incapaces de un esfuerzo permanecen en ella por tiempo indefinido. Los
que siguen el consejo de los espíritus auxiliadores elévanse a zonas más claras
y superiores. En el círculo de sus comunicaciones familiares, el autor ha
tenido contacto con esos seres y ha recibido muestras de su gratitud por
haberles dado una más clara idea de su estado, de las causas de él y de su
remedio.
Esa clase de espíritus constituye una constante amenaza para la
humanidad. Si el aura protectora del individuo es defectuosa, se posesionan
de él, convirtiéndose en parásitos suyos e influyendo en sus acciones. Es
posible que la ciencia del porvenir llegue a explicar por esta causa muchos
casos, difíciles de explicar hoy, de manías, de violencias insensatas, o de
adquisición repentina de malas costumbres, haciendo con ello un argumento
en contra de la pena capital, puesto que la acción del criminal puede ser
consecuencia de la invasión de uno de estos espíritus. Este es un tema todavía
obscuro. Pero, en todo caso, no todos los espíritus de semejante categoría,

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apegados a la tierra, son necesariamente malos. ¡Quién sabe si los devotos
monjes de ruinas como las de Glastonbury permanecen noche y día errando
en ellas por la fuerza de su misma devoción!
Si es incompleto nuestro conocimiento de la condición de estos espíritus,
aún lo es más el que tenemos de las esferas donde purgan sus faltas. Sobre
este punto hay un relato sensacional en el libro de Mr. Ward «El Oeste
desaparecido»; otro más sensato y verosímil en el del Rev. Vale Oven «La
vida más allá del velo», y como corroboración de los extremos a que se
refiere esta obra, tenemos las visiones de Swedenborg, el libro «Espiritismo»
del juez Edmonds y otros varios volúmenes. Sabemos también de esos
mundos merced a los informes de los espíritus superiores que llegan hasta
nosotros en su labor de misioneros, labor que encuentra tantos peligros y
tantas dificultades como los que rodean al hombre que se propone evangelizar
a las más feroces razas humanas. Tales informes nos hablan de los espíritus
superiores que descienden a las bajas esferas; de sus combates con las fuerzas
del mal; de príncipes poderosos de las tinieblas que son formidables en sus
reinos, y de toda la enorme cloaca de almas con la cual incesantemente
comunica el alcantarillado psíquico del mundo. Parece, no obstante, que en
esas esferas se realiza obra de curación más que de castigo. Son como
sombríos salones de espera —hospitales de almas enfermas— donde una
existencia purificadora conduce al paciente a la salud y ala felicidad.
Más completos son nuestros informes acerca de la región dichosa, en la
que se encuentran todos los grados de alegría y belleza que corresponden al
progreso espiritual de los que la habitan. El aire, los hogares, el paisaje, las
ocupaciones en esa región, fueron descritos muchas veces con todo detalle y
hasta con el comentario de que no se puede expresar con palabras su gloriosa
realidad. Acaso en las descripciones haya algo de parábola o analogía; pero el
autor se siente inclinado a tomarlas como exacto reflejo de la verdad y a creer
que el «Paraíso», como lo ha llamado Davis, es tan objetivo y real para sus
moradores como nuestro mundo lo es para nosotros. Fácil es objetar: ¿Por qué
entonces no le vemos?; pero debemos comprender que la existencia etérea
tiene que producirse en términos etéreos, y lo mismo que nuestros cinco
sentidos materiales nos ponen en armonía y acuerdo con el mundo material,
así en ellos su cuerpo etéreo se armoniza y conforma con las visiones y
sonidos del mundo etéreo. Y aquí la palabra «éter» se usa sólo por carecer de
otra que exprese algo mucho más sutil que nuestra atmósfera. No existe
prueba alguna de que el éter de los físicos sea también el ambiente del mundo

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de los espíritus. Puede haber otras esencias mucho más delicadas que el éter,
al menos en cuanto al concepto de éter comparado con el aire.
Partiendo de esto, el cielo espiritual sería como reproducción sublimada y
etérea de la tierra y de la vida terrena. «Lo mismo que abajo… arriba», dijo
Paracelso, y al decirlo definió las bases fundamentales del Universo. No
varían las cualidades espiritules o intelectuales al pasar el ser de un lugar a
otro de la gran mansión universal. Tampoco se cambia de forma, salvo que el
joven y el viejo tienden a su pleno desarrollo espiritual. Admitido esto,
habremos de admitir también la deducción lógica de que todo en el Más Allá
es lo mismo que en este mundo y las ocupaciones y el sistema general de la
vida están en consonancia con las aptitudes y gustos del individuo. El artista
sin arte o el músico sin música, serían allí como aquí figuras verdaderamente
trágicas, y esto que decimos de dos tipos determinados de seres puede hacerse
extensivo a los demás. De hecho existe en el Más Allá una organización
sumamente compleja, dentro de la cual cada ser halla el trabajo de su agrado y
el que más satisfacción puede producirle, estando a veces la elección en su
mano. Así, en El caso de Lester Coltman el estudiante muerto, escribe:
«Después de mi fallecimiento estuve indeciso durante algún tiempo respecto a
si mi trabajo sería la música, o la ciencia. Tras pensarlo mucho, decidí que la
música fuese mi entretenimiento, y mi ocupación la ciencia en todas sus
ramas».
Después de esta declaración, es natural que se desee algunos detalles
sobre la clase del trabajo científico realizado por Lester Coltman y las
condiciones en que lo realizaba. Acerca de este punto es muy claro lo que
dice: «El laboratorio que dirijo se dedica principalmente al estudio de los
gases y fluidos que forman la barrera que, a fuerza de profundos estudios y
experimentos, lograremos atravesar. El éxito de esta investigación será
el¡ábrete, Sésamo! en la puerta de comunicación entre la tierra y estas
esferas»[13].
Lester Coltman da otra descripción de su trabajo y de cuanto le rodea, que
reproducimos porque con ella concuerdan otras muchas:

«Estimo perfectamente explicable y natural el interés de los


seres terrenos por averiguar la forma en que están constituidos
nuestros hogares y los establecimientos en que se llevan a cabo
nuestros trabajos, pero no es cosa fácil hacer la descripción de
éstos en términos terrenales. Mi existencia servirá de ejemplo
para deducir otros modos de vida, según el temperamento y la
inteligencia de cada uno. Mi trabajo continúa aquí como

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comenzó en la tierra, o sea en el terreno científico. Para
progresar en mis estudios visito frecuentemente un laboratorio,
donde encuentro facilidades tan completas como extraordinarias
para llevar a cabo los experimentos. Tengo casa propia,
verdaderamente deliciosa, con una gran biblioteca en la que hay
toda clase de libros de consulta: históricos, científicos, de
medicina y de todos los géneros de literatura. Para nosotros
estos libros son tan interesantes como para vosotros los de la
tierra. Tengo una sala de música con toda clase de instrumentos.
Tengo cuadros de rara belleza y muebles de exquisito gusto.
Actualmente vivo solo, pero recibo con frecuencia la visita de
amigos, y yo también los visito en sus casas y, si alguna vez me
acomete una ligera tristeza, voy a ver a aquellos a quienes más
quise en la tierra.
»Desde mis ventanas admiro un paisaje extraordinariamente
bello, que se extiende a lo lejos en suaves ondulaciones, y cerca
de la mía existe una casa comunal donde viven en feliz armonía
varios espíritus de los que trabajan en el laboratorio. Mi primer
ayudante es un chino anciano, muy ducho en análisis químicos.
Como si dijéramos, es el jefe de la casa. Alma admirable, que
goza de grandes simpatías y está dotado de profunda filosofía.
»Es muy difícil hablaros del trabajo en el mundo de los
espíritus. Cada uno tiene su misión, según sus posibilidades. Si
un alma llega directamente de la tierra o de cualquier otro
mundo material, tiene que aprender todo lo que descuidó en su
existencia anterior con objeto de acercarse a la perfección. Si ha
hecho sufrir a sus semejantes en la tierra, sufrirá él. Si tiene
gran talento lo perfeccionará aquí, pues si vosotros tenéis bella
música u otra cualquier clase de arte o ciencia, los de aquí son
mucho mejores. La música es una de las más poderosas fuerzas
de nuestro mundo como medio para llegar a la perfección del
alma.
»Hay magníficas escuelas para instrucción de los espíritus
niños. En ellas, después de aprender todo cuanto se refiere a la
tierra y a los demás mundos y a todos los reinos que están bajo
el cetro de Dios, se les enseña el culto a la verdad, al desinterés
y al honor. Aquellos que aquí recibieron instrucción como

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espíritus niños, si llegan a ir a vuestro mundo, ostentan el más
refinado y bello de los caracteres.
»Los que pasaron su existencia material en trabajos físicos
tienen que aprenderlo todo en cuanto llegan aquí. La vida de
trabajo es maravillosa y, a la vez que enseñan, aprenden los
maestros de almas. Los espíritus literarios se convierten en
grandes oradores y hablan y enseñan con palabra elocuente.
Hay también aquí libros, pero de género muy diferente de los
vuestros. El que haya estudiado leyes en la tierra, entrará en la
escuela de los espíritus como profesor de justicia. El soldado
que profese culto a la verdad y al honor, guiará a las almas de
cualquiera de nuestras esferas en sus luchas por la fe en Dios».

En el círculo familiar del autor, un espíritu femenino, habló así de la vida


en el Más Allá, respondiendo a la pregunta:

«—¿Qué haces?
»—Me ocupo de música, de los niños y de otra porción de
cosas. Más, mucho más que en la vieja tierra. Aquí no hay nada
que suscite disputas y esto contribuye a que la felicidad sea
mayor y más completa.
»—Dinos algo acerca de tu vivienda.
»—Es encantadora. Jamás vi en la tierra nada que pueda
comparársele. ¡Y cuántas flores! Por todas partes ostentan la
variedad extraordinaria de sus colores. Y sus perfumes son
exquisitos.
»—¿Puedes ver las otras casas?
»—No, podría alterar su paz. Hay momentos en que se
necesita estar solamente en comunicación íntima con la
Naturaleza. Cada casa es un oasis, más allá del cual hay
sorprendentes panoramas y otros hogares llenos de seres
buenos, amables, y de risas y alegría por el mero hecho de vivir
en medio de tantas bellezas. No hay en la tierra mente alguna
que pueda concebir esta alegría y esta hermosura.

En el mismo círculo familiar del autor recibiose también este mensaje:

—«Por amor de Dios, sacude y despierta a esas gentes que


no quieren creer. El mundo necesita saber lo que aquí pasa.

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»Si yo en la tierra hubiese sabido lo que aquí me esperaba,
mi vida habría sido muy distinta.
»Aquí no hay luchas ni maldades. Yo me intereso por
muchas cosas de carácter humano, sobre todo por la
regeneración y el progreso del mundo terrenal. Soy uno de los
que aquí trabajan por la causa vuestra en íntima relación con
vosotros.
»Nada temáis: la luz será tanto más viva cuanto más
profundas sean las tinieblas que atraveséis. Pronto aparecerá, si
Dios quiere. Nada podrá impedirlo. No hay poder de las
tinieblas que resista un minuto la luz divina. Todos los que
pugnan contra ella serán barridos sin remedio. Apoyaos en
nosotros, que nuestra ayuda es formidable.
»—¿Dónde estás?
»—Es muy difícil de explicarlo dadas las condiciones que
aquí reinan. Me hallo en el lugar donde hubiera querido
hallarme, en el mejor que podía desear. Desde él estoy en
contacto íntimo con los que vivís en la superficie de la tierra.
»—¿Cuál es tu alimento?
»—No se parece en nada al vuestro: es mucho más
agradable y delicado. Lo constituyen frutos raros, esencias
deliciosas y otras cosas desconocidas en la tierra.
»Os esperan, infinidad de sorpresas, todas bellas y nobles,
dulces y radiantes. La vida es sólo una preparación para estas
esferas. Sin esa preparación no habría podido yo entrar en este
glorioso y admirable mundo. En la tierra nos aleccionamos y
este mundo es el premio, nuestro verdadero hogar, nuestra
verdadera vida, el sol tras la lluvia.

El tema es tan vasto que apenas si puede ser esbozado en un capítulo.


Remitimos al lector a la literatura existente sobre el particular y que el mundo
apenas conoce, en la que se trata por extenso. «Raimundo», de Lodge; «La
vida detrás del velo», de Vale Owen; «El testigo», de la señora Platts; «El
caso de Lester Coltman» y otros muchos libros, le darán clara idea de la vida
del Más Allá.
Leyendo los numerosos relatos de esa vida, uno se pregunta el grado de
confianza que debe tenerse en ellos. Es tranquilizador y un argumento en
favor de su veracidad ver que todos coinciden absolutamente. Quizás se
arguya que esta conformidad es debida a que todos proceden consciente o

Página 375
inconscientemente del mismo origen; pero tal suposición es insostenible.
Muchos de ellos proceden de seres que no han podido, en modo alguno,
conocer las opiniones de los demás, y sin embargo, están de acuerdo hasta en
pequeños detalles. En Australia, por ejemplo, ocurrió al autor el siguiente
asombroso caso: Mr. Huberto Wales, que era persona de lo más escéptica
posible, leyó un relato del autor sobre la forma en que se desarrolla la vida del
Más Allá y en seguida fue a buscar un escrito que él había compuesto años
antes en estado inconsciente y que había acogido con divertida incredulidad.
He aquí lo que dicho señor me escribió: «He leído su artículo y me ha dejado
sorprendido y pasmado la circunstancia de que las revelaciones que se me
habían hecho acerca de cómo es la vida en el Otro Mundo coinciden hasta en
detalles nimios con lo que usted expone como resumen de los datos que ha
obtenido por distintos conductos». El resto de la carta de Míster Wales puede
verse en el Apéndice.
Si esta filosofía girase en torno de los grandes altares y de la adoración de
que se les rodea, sería sólo un mero reflejo de lo que a todos se nos ha
inculcado en nuestra niñez. Pero es cosa muy distinta y mucho más racional.
Es el campo abierto donde pueden tener desarrollo las facultades con que
todos hemos sido dotados. La ortodoxia permite que perduren los tronos, las
coronas y demás objetos celestiales. ¿No es lógico suponer que si esas cosas
pueden sobrevivir, sobreviva todo lo existente en la forma adecuada al
ambiente que lo rodea? Es probable que los Campos Elíseos de los antiguos y
los excelsos cotos de caza de los pieles rojas se aproximen a la realidad más
que todas las fantásticas representaciones del cielo y del infierno tal como
éstos figuran en las extáticas visiones de los teólogos.
Un cielo tan vulgar y doméstico puede parecer material a muchas
inteligencias, pero debemos recordar que la evolución ha sido muy lenta en la
esfera física y es igualmente lenta en la espiritual. Es muy humilde nuestro
estado actual para pasar de un salto por todos los estados intermedios y
alcanzar de golpe lo celestial. Esa será la obra de centenares, tal vez de
millares de años. Haciéndonos mejores nosotros mismos, se volverá mejor
cuanto nos rodea e iremos evolucionando de cielo en cielo hasta que el
destino del alma humana se pierda en una gloria radiante, donde los ojos de la
imaginación no podrían hoy seguirla.

[Apéndice Capítulo XXV]

Página 376
FIN

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Un ensayo por Borges acerca de Swedenborg

En su admirable conferencia de 1845 Ralph Waldo Emerson eligió a Emanuel


Swedenborg como prototipo del místico. Esta palabra, aunque justísima, corre
el albur de sugerir un hombre lateral, un hombre que instintivamente se aparta
de las circunstancias y urgencias que llamamos, nunca sabré por qué, la
realidad. Nadie menos parecido a esa imagen que Emanuel Swedenborg, que
recorrió este mundo y los otros, lúcido y laborioso. Nadie aceptó la vida con
mayor plenitud, nadie la investigó con igual pasión, con idéntico amor
intelectual y con tanta impaciencia de conocerla. Nadie más distinto de un
monje que ese escandinavo sanguíneo, que fue mucho más lejos que Enrico el
Rojo.
Como el Buddha, Swedenborg reprueba el ascetismo, que empobrece y
puede anular a los hombres. En el confín del Cielo vio a un eremita que se
había propuesto ganarlo y que, durante su vida mortal, había buscado la
soledad y el desierto. Alcanzada la meta, el bienaventurado descubre que no
puede seguir la conversación de los ángeles ni penetrar las complejidades del
Paraíso. Finalmente le permiten proyectar a su alrededor una alucinadora
imagen del yermo. Ahí está ahora, como estuvo en la tierra, mortificándose y
rezando, pero sin la esperanza del cielo.
Gaspar Svedborg, su padre, fue un eminente obispo luterano, y en él se
dio una rara conjunción de fervor y tolerancia. Emanuel nació en Estocolmo a
principios del año 1688. Desde niño pensaba en Dios y buscaba el diálogo de
los clérigos que frecuentaban la casa de su padre. No deja de ser significativo
que a la salvación por la fe, piedra angular de la reforma que predicó Lutero,
antepusiera la salvación por las obras, que es prueba fehaciente de aquélla.
Ese hombre impar y solitario fue muchos hombres. No desdeñó la artesanía;
en Londres, cuando joven, se ejercitó en las artes manuales del
encuadernador, del ebanista, del óptico, del relojero y del fabricante de
instrumentos científicos. También grabó los mapas requeridos para globos
terráqueos. Todo esto sin descuidar la disciplina de las diversas ciencias
naturales, del álgebra y de la nueva astronomía de Newton, con el cual

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hubiera querido conversar, y que no conoció. Su aplicación fue siempre
inventiva. Se anticipó a la teoría nebular de Laplace y de Kant y proyectó una
nave que pudiera andar por el aire y otra, con fines militares, que pudiera
andar bajo el mar. Le debemos un método personal para fijar las longitudes y
un tratado sobre el diámetro de la luna. Hacia 1716 inició en Upsala la
publicación de un periódico de carácter científico que hermosamente tituló
Daedalus Hiperborius y que duraría dos años. En 1717, su aversión a lo
puramente especulativo le hizo rehusar la cátedra de astronomía que el rey le
había ofrecido. En el decurso de las temerarias y casi míticas guerras de
Carlos XII, actuó como ingeniero militar. Ideó y ejecutó un artificio para
trasladar barcos por tierra durante un trecho que abarcaba más de catorce
millas. En 1734 aparecieron en Sajonia los tres volúmenes de su Opera
philosophica et mineralia. Dejó buenos hexámetros latinos y la literatura
inglesa —Spencer, Shakespeare, Cowley, Milton y Dryden— le interesó por
su poder imaginativo. Aunque no se hubiera consagrado a la mística, su
nombre sería ilustre en la ciencia. Le interesó, como a Descartes, el problema
del preciso lugar en que se comunica el alma con el cuerpo. La anatomía, la
física, el álgebra y la química le inspiraron muchas y laboriosas obras que
redactó, como era de usanza, en latín. En Holanda atrajeron su atención la fe y
el bienestar de los habitantes; los atribuyó al hecho de que el país fuera una
república, ya que en los reinos la gente, acostumbrada a la adulación de su
rey, suele adular a Dios; rasgo servil que no puede ser de Su agrado.
Anotemos, de paso, que durante los viajes que realizó, visitaba las escuelas,
las universidades, los barrios pobres y las fábricas, y que era aficionado a la
música y, particularmente, a la ópera. Fue asesor del Real Negociado de
Minas y tuvo asiento en la Cámara de los Nobles. Al estudio de la teología
dogmática prefirió siempre el de la Sagrada Escritura. No le bastaron las
versiones latinas; investigó los textos originales en hebreo y en griego. En un
diario íntimo se acusa de desaforada soberbia; hojeando los volúmenes
alineados en una librería, pensó que sin mayor esfuerzo podía superarlos, y
luego comprendió que el Señor tiene mil modos de tocar el corazón humano y
que no hay libro que sea inútil. Ya Plinio el Joven había escrito que no hay
libro tan malo que no encierre algo bueno, dictamen que Cervantes recordaría.
El hecho cardinal de su vida humana ocurrió en Londres, en una de las
noches de abril de 1745. Swedenborg mismo lo ha denominado el grado
discreto o grado de separación. Lo precedieron sueños, plegarias, períodos de
incertidumbre y de ayuno y, lo que es harto más singular, de aplicada labor
científica y filosófica. Un desconocido, que silenciosamente le había seguido

Página 379
por las calles de Londres, y de cuyo aspecto nada sabemos, apareció de pronto
en su cuarto y le dijo que era el Señor. Directamente le encomendó la misión
de revelar a los hombres, ahora sumidos en el ateísmo, en el error y en el
pecado, la verdadera y perdida fe de Jesús. Le anunció que su espíritu
recorrería cielos e infiernos y que podía conversar con los muertos, con los
demonios y con los ángeles.
A la sazón, el elegido contaba cincuenta y siete años; durante casi treinta
años más llevó una vida visionaria, que fue registrando en densos tratados de
prosa clara e inequívoca. A diferencia de otros místicos, prescindió de la
metáfora, de la exaltación y de la vaga y fogosa hipérbole.
La explicación es obvia. El empleo de cualquier vocablo presupone una
experiencia compartida, de la que el vocablo es el símbolo. Si nos hablan del
sabor del café, es porque ya lo hemos probado; si nos hablan del color
amarillo, es porque ya hemos visto limones, oro, trigo y puestas del sol. Para
sugerir la inefable unión del alma del hombre con la divinidad, los sufíes del
Islam se vieron obligados a recurrir a analogías prodigiosas, a imágenes de
rosas, de embriaguez o de amor carnal; Swedenborg pudo renunciar a tales
artificios retóricos porque su tema no era el éxtasis del alma arrebatada y
enajenada, sino la puntual descripción de regiones ultraterrenas, pero precisas.
Con el fin de que imaginemos, o empecemos a imaginar, la ínfima hondura
del Infierno, Milton nos habla de No light, but rather darkness visible;
Swedenborg prefiere el rigor y —¿por qué no decirlo?— las eventuales
prolijidades del explorador o del geógrafo que registra reinos desconocidos.
Al dictar estas líneas, siento que me detiene la incredulidad del lector
como un alto muro de bronce. Dos conjeturas la hacen fuerte: La deliberada
impostura de quien ha escrito esas cosas extrañas o el influjo de una demencia
brusca o gradual. La primera es inadmisible. Si Emanuel Swedenborg se
hubiera propuesto engañar, no habría recurrido a la publicación anónima de
buena parte de su obra, como lo hizo en los nueve volúmenes de su Arcana
Caelestia, que renuncian a la autoridad que confiere un nombre ya ilustre. Nos
consta que en el diálogo no procuraba hacer prosélitos. A la manera de
Emerson y de Walt Whitman, creía que los argumentos no persuaden a nadie
y que basta enunciar una verdad para que los interlocutores la acepten.
Siempre rehuía la polémica. En su obra entera no se descubrirá un solo
silogismo; no hay sino tersas y tranquilas afirmaciones. Me refiero, claro está,
a sus tratados místicos.
La hipótesis de la locura no es menos vana. Si el redactor del Daedalus
Hiperborius y del Prodromus Principiorum Rerum naturalium se hubiera

Página 380
enloquecido, no deberíamos a su pluma tenaz la ulterior redacción de miles de
metódicas páginas, que representan una labor de casi treinta años y que nada
tienen que ver con el frenesí.
Consideremos ahora las coherentes y múltiples visiones, que ciertamente
encierran mucho de milagroso. William White ha observado agudamente que
otorgamos con docilidad nuestra fe a las visiones de los antiguos y
propendemos a rechazar las de los modernos, o nos burlamos de ellas.
Creemos en Ezequiel porque lo enaltece lo remoto en el tiempo y en el
espacio, creemos en San Juan de la Cruz porque es parte integral de la
literatura española, pero no en William Blake, discípulo rebelde de
Swedenborg, ni en su aún cercano maestro. ¿En qué precisa fecha cesaron las
visiones verdaderas y fueron reemplazadas por las apócrifas? Lo mismo dijo
Gibbon de los milagros.
Dos años consagró Swedenborg a estudiar el hebreo, para el examen
directo de la Escritura. Yo tengo para mí conste que se trata del parecer, sin
duda heterodoxo, de un mero hombre de letras y no de un investigador o de
un teólogo —que Swedenborg, como Spinoza o Francis Bacon, fue un
pensador por cuenta propia (in his own right) que cometió un incómodo error
cuando resolvió ajustar sus ideas al marco (framework) de los dos
Testamentos. Lo propio les había ocurrido a los cabalistas hebreos, que
esencialmente eran neoplatónicos cuando invocaron la autoridad de los
versículos, de las palabras, y aun de las letras y trasposiciones de letras, del
Génesis, para justificar su sistema.
No es mi propósito exponer la doctrina de la Nueva Jerusalén revelada por
Swedenborg, pero quiero demorarme en dos puntos. El primero es el concepto
originalísimo del cielo y del infierno. Swedenborg lo explica largamente en
este, el más conocido y hermoso de sus tratados, De Cáelo et inferno,
publicado en Amsterdam en 1758. Blake lo repite y Bernard Shaw lo ha
resumido vividamente en el tercer acto de Man and Superman (1903) que
narra el sueño de John Tanner. Shaw, que yo sepa, no habló nunca de
Swedenborg; cabe suponer que escribió bajo el estímulo de Blake, a quien
menciona con frecuencia y respecto, o, lo que no es inverosímil, que arribó a
las mismas ideas por cuenta propia.
En una epístola famosa dirigida a Cangrande Della Scala, Dante Alighieri
advierte qué su Commedia, como la Sagrada Escritura, puede leerse de cuatro
modos distintos y que el literal no es más que Uno de ellos. Dominado por los
versos preciosos, el lector, sin embargo, conserva la indeleble impresión de
que los nueve círculos del Infierno, las nueve terrazas del Purgatorio y los

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nueve cielos del Paraíso corresponden a tres establecimientos: uno de carácter
penal, otro penitencial, y otro —si el neologismo es tolerable (allowable)—
premial. Pasajes como Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate (Abandona toda
esperanza, tú que entras) fortalecen esa convicción topográfica, realizada por
el arte. Nada más diverso de los destinos ultraterrenos de Swedenborg. El
cielo y el infierno de su doctrina no son lugares, aunque las almas de los
muertos que los habitan, y de alguna manera los crean, los ven como situados
en el espacio. Son condiciones de las almas, determinadas por su vida
anterior. A nadie le está vedado el paraíso, a nadie le está impuesto el
infierno. Las puertas, por decirlo así, están abiertas. Quienes mueren no saben
que están muertos, durante un tiempo indefinido proyectan una imagen
ilusoria de su ámbito habitual y de las personas que los rodeaban. Al cabo de
ese tiempo se les acerca gente desconocida. Si el muerto es un malvado le
agradan el aspecto y el trato de los demonios y no tarda en unirse a ellos; si es
un justo, elige a los ángeles. Para el bienaventurado, el orbe diabólico es una
región de pantanos, de cuevas, de chozas incendiadas, de ruinas, de lupanares
y de tabernas. Los réprobos no tienen cara o tienen caras mutiladas y atroces
[a los ojos de los justos], pero se creen hermosos. El ejercicio del poder y el
odio recíproco son su felicidad. Viven entregados a la política, en el sentido
más sudamericano de la palabra; es decir, viven para conspirar, mentir e
imponerse. Swedenborg cuenta que un rayo de luz celestial cayó en el fondo
de los infiernos; los réprobos lo percibieron como un hedor, una llaga
ulcerante y una tiniebla.
El Infierno es la otra cara del Cielo. Su reverso preciso es necesario para
el equilibrio de la creación. El Señor lo rige, como a los cielos. El equilibrio
de las dos esferas es requerido para el libre albedrío, que sin tregua debe
elegir entre el bien, que mana del cielo, y el mal que mana del infierno. Cada
día, cada instante de cada día, el hombre labra su perdición eterna o su
salvación. Seremos lo que somos. Los terrores o alarmas de la agonía, que
suelen darse cuando el moribundo está acobardado y confuso, no tienen
mayor importancia. Podemos creer o no en la inmortalidad de las almas, pero
es indiscutible que la doctrina revelada por Swedenborg es más moral y más
razonable que la de un misterioso don que se obtiene, casi al azar, a última
hora. Nos lleva, por lo pronto, al ejercicio de una vida virtuosa.
Innumerables cielos constituyen el cielo que vio Swedenborg,
innumerables ángeles constituyen cada uno de ellos y cada uno de esos
ángeles es, individualmente, un cielo. Los rige el ardiente amor de Dios y del
prójimo. La forma general del Cielo (y la de los cielos) es la forma de un

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hombre o, lo que viene a ser lo mismo, la de un ángel, ya que los ángeles no
son una especie distinta. Los ángeles, como los demonios, son muertos que
han pasado a la esfera angélica o demoníaca. Rasgo curioso que sugiere la
cuarta dimensión que Henry More ya había prefigurado: los ángeles, en
cualquier sitio que estén, siempre miran de frente al Señor. En el orbe
espiritual el sol es la visible imagen de Dios. El espacio y el tiempo sólo
existen de manera ilusoria; si una persona piensa en otra, ya la tiene a su lado.
Los ángeles conversan como los hombres por medio de palabras articuladas,
que se pronuncian y que se oyen, pero el lenguaje que usan es natural y no
exige un aprendizaje. Es común a todas las esferas angélicas. El arte de la
escritura no es desconocido en el cielo; Swedenborg recibió más de una vez
comunicaciones divinas que parecían manuscritas o impresas, pero que no
logró descifrar del todo, porque el Señor prefiere la instrucción oral y directa.
Más allá del bautismo, más allá de la religión profesada por sus padres, todos
los niños van al cielo, donde los instruyen los ángeles. Ni la riqueza, ni la
dicha, ni el lujo, ni la vida mundana son barreras para entrar en el cielo; ser
pobre no es un mérito, una virtud, como tampoco lo es ser desventurado. Lo
esencial es la buena voluntad y el amor de Dios, no las circunstancias
externas. Ya hemos visto el caso del ermitaño que, a fuerza de mortificación y
de soledad, se incapacitó para el cielo y tuvo que renunciar a su goce.
En el tratado del amor conyugal, que apareció en 1768, Swedenborg dice
que en la tierra el matrimonio nunca es perfecto, porque en el hombre prima
el entendimiento, y en la mujer, la voluntad. En el estado celestial, el hombre
y la mujer que se han querido formarán un solo ángel.
En el Apocalipsis, que es uno de los libros canónicos del Nuevo
Testamento, San Juan el Teólogo habla de una Jerusalén celestial;
Swedenborg extiende esa idea a otras grandes ciudades. Así, en Vera
Christiana Religio (1771), escribe que hay dos Londres ultraterrenas. Al
morir, los hombres no pierden sus caracteres. Los ingleses conservan su
íntima luz intelectual y su respeto a la autoridad; los holandeses siguen
ejerciendo el comercio; los alemanes suelen andar cargados de libros y,
cuando les preguntan algo, consultan el volumen correspondiente antes de
contestar. Los musulmanes nos ofrecen el caso más curioso de todos. Ya que
en sus almas los conceptos de Mahoma y de religión están inextricablemente
trabados, Dios los dota de un ángel que finge ser Mahoma y que les enseña la
fe. Ese ángel no siempre es el mismo. El verdadero Mahoma surgió una vez
ante la comunidad de los fieles y pudo articular las palabras: «Yo soy vuestro
Mahoma». Inmediatamente se ennegreció y volvió a hundirse en los infiernos.

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En el orbe espiritual no hay hipócritas; cada cual es lo que es. Un espíritu
maligno le encargó a Swedenborg que escribiera que el deleite de los
demonios está en el ejercicio del adulterio, del robo, de la estafa y de la
mentira, y que les deleitaba asimismo el hedor de los excrementos y de los
muertos. Abrevio el episodio, el curioso lector puede consultar la página final
del tratado Sapientia Angélica de Divina Providentia (1764).
A diferencia de lo que otros visionarios refieren, el cielo de Swedenborg
es más preciso que la tierra. Las formas, los objetos, las estructuras y los
colores son más complejos y más vívidos.
Para los Evangelios, la salvación es un proceso ético. Ser justo es lo
fundamental; también se exalta la humildad, la miseria y la desventura. Al
requisito de ser justo, Swedenborg añade otro, antes no mencionado por
ningún teólogo: el de ser inteligente. Volvamos a recordar el asceta, obligado
a reconocer que era indigno de la conversación teológica de los ángeles. (Los
incalculables cielos de Swedenborg están llenos de amor y de teología).
Cuando Blake escribe El tonto no entrará en la Gloria, por santo que sea, o
Despojáos de santidad y cubríos de inteligencia, no hace otra cosa que
amonedar en lacónicos epigramas el discursivo pensamiento de Swedenborg.
Blake asimismo afirmará que no bastan la inteligencia y la rectitud y que la
salvación del hombre exige un tercer requisito: ser un artista. Jesús Cristo lo
fue, ya que enseñaba por medio de parábolas y de metáforas, no por
razonamientos abstractos.
No sin vacilación (misgiving) trataré ahora de bosquejar, siquiera de
manera parcial y rudimentaria, la doctrina de las correspondencias, que
constituye para muchos el centro del tema que estudiamos. En la Edad Media
se pensó que el Señor había escrito dos libros, el que denominamos la Biblia y
el que denominamos el universo. Interpretarlos era nuestro deber.
Swedenborg, lo sospecho, empezó por la exégesis del primero. Conjeturó que
cada palabra de la Escritura tiene un sentido espiritual y llegó a elaborar un
vasto sistema de significaciones ocultas. Las piedras, por ejemplo,
representan las verdades naturales; las piedras preciosas, las verdades
espirituales; los astros, el conocimiento divino; el caballo, la recta
comprensión de la Escritura, pero también su tergiversación por obra de
sofismas; la abominación de la desolación, la Trinidad; el abismo, Dios o el
infierno; Etcétera. De la lectura simbólica de la Biblia, Swedenborg habría
pasado a la lectura simbólica del universo y de nosotros. El sol del cielo es
una imagen del sol espiritual, que a su vez es una imagen de Dios; no hay un
solo ser en la tierra que no perdure sino por el influjo constante de la

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Divinidad. Las cosas más ínfimas, escribirá De Quincy, que fue lector de la
obra de Swedenborg, son espejos secretos de las mayores. La historia
universal, dirá Carlyle, es un texto que debemos continuamente leer y escribir
y en el que también nos escriben. Esa perturbadora sospecha de que somos
cifras y símbolos de una criptografía divina, cuyo sentido verdadero
ignoramos, abunda en los volúmenes de Léon Bloy, y los cabalistas judíos la
conocieron.
La doctrina de las correspondencias me ha llevado a la mención de la
cabala. Que yo sepa o recuerde, nadie ha investigado hasta ahora su íntima
afinidad. En el primer capítulo de la Escritura se lee que Dios creó al hombre
a su imagen y semejanza. Esta afirmación implica que Dios tiene la forma de
un hombre. Los cabalistas que en la Edad Media compilaron el Libro del
Esplendor declaran que las diez emanaciones, o sefíroth, cuya fuente es la
inefable divinidad, pueden ser concebidas bajo la especie de un Árbol o de un
Hombre; el Hombre Primordial, el Adam Kadmon. Si en Dios están todas las
cosas, todas las cosas estarán en el hombre, que es su reflejo terrenal. De tal
manera, Swedenborg y la cabala llegan al concepto del microcosmo, o sea del
hombre, como espejo o compendio del universo. Según Swedenborg, el
infierno y el cielo están en el hombre, que asimismo incluye plantas,
montañas, mares, continentes, minerales, árboles, flores, abrojos, peces,
herramientas, ciudades y edificios.
En 1758, Swedenborg anunció que, en el año anterior, había sido testigo
del Juicio Universal, que tuvo lugar en el mundo de los espíritus y que
correspondió a la fecha precisa en que se había apagado la fe en todas las
iglesias. Esa declinación comenzó cuando se fundó la Iglesia de Roma. La
reforma iniciada por Lutero y prefigurada por Wycliff era imperfecta y no
pocas veces herética. Otro Juicio Final ocurre también en el instante de la
muerte de cada hombre y es consecuencia de toda su vida anterior.
El día 29 de marzo de 1772, Emanuel Swedenborg murió en Londres, la
ciudad que tanto quería, ciudad en que Dios le había encomendado una noche
la misión que lo haría único entre los hombres. Quedan algunos testimonios
de sus últimos días, de su anticuado traje negro de terciopelo y de una espada
con una empuñadura de forma extraña.
Durante sus últimos años su régimen de vida era austero; el café, la leche
y pan eran su alimento. A cualquier hora de la noche o del día los sirvientes lo
oían caminar por su habitación, hablando con sus ángeles.
Hacia mil novecientos sesenta y tantos escribí este soneto:
Emanuel Swedenborg

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Más alto que los otros, caminaba
Aquel hombre lejano entre los hombres;
Apenas si llamaba por sus nombres
Secretos a los ángeles. Miraba

Lo que no ven los otros terrenales:


La ardiente geometría, el cristalino
Laberinto de Dios y el remolino
Sórdido de los goces infernales.

Sabía que la Gloria y el Averno


En tu alma están, y sus mitologías;
Sabía, como el griego, que los días

Del tiempo son espejos del Eterno.


En árido latín fue registrando
Ultimas cosas sin por qué ni cuándo.

Jorge Luis Borges

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Sir ARTHUR IGNATIUS CONAN DOYLE fue un escritor escocés, célebre
por crear al detective ficticio más famoso del mundo: Sherlock Holmes.
Nació el 22 de mayo de 1859 en Edimburgo. Su madre lo envió a la Escuela
preparatoria de los Jesuitas en Hodder Place (Stonyhurst) a los nueve años.
Arthur permaneció allí hasta los 16 años (1875), edad a la que empezó a
estudiar medicina hasta 1881 en la Universidad de Edimburgo, donde conoció
al profesor que le inspiraría la figura de su famoso personaje, Sherlock
Holmes, el médico forense Joseph Bell. Destacó en los deportes,
especialmente rugby, golf y boxeo. En este período también trabajó en Aston
(actual distrito de Birmingham) y Sheffield. A principios de 1880 se embarcó
en un ballenero llamado The Hope para ejercer de cirujano en sustitución de
un amigo suyo y a los 22 años (1881) se graduó cómo médico naval, aunque
recibió el doctorado cuatro años más tarde. Fue en estos años cuando hizo una
gran amistad con el también escritor escocés J. M. Barrie.
Mientras estudiaba comenzó a escribir historias cortas. La primera, The
Mystery of the Sasassa Valley, apareció publicada en 1879 en el Chambers’s
Edinburgh Journal antes de que cumpliera los 20 años. En Plymouth instaló
una consulta junto con su camarada y socio George T. Budd; pero ajeno a los
métodos comerciales de Budd terminó por establecerse por su cuenta en junio

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de 1882, ya con 23 años, en Portsmouth. Debido al poco éxito inicial, dedicó
su tiempo libre a escribir historias nuevamente.
Después de su etapa universitaria se empleó como médico del buque SS
Mayumba en su viaje a las costas de África Occidental en 1885. Ese mismo
año se casó con Louise Hawkins, más conocida como Louie, y tuvieron dos
hijos: Mary Louise (1889-1906) y Alleyne Kingsley (1892-1918). Tras una
larga estancia en Suiza de la familia desde 1893 para que la madre se
repusiera, Louise murió de tuberculosis el 4 de julio de 1906; un año más
tarde, después de 20 años de amor platónico con una mujer llamada Jean
Leckie, Arthur y ella se casaron y tuvieron tres hijos más: Jean Lena Annette,
Denis Percy Stewart (1909-1955) y Adrian Malcolm. Su segunda mujer
moriría años después que él, el 27 de junio de 1940.
En 1891 se mudó a Londres para ejercer de oftalmólogo. En su biografía,
aclaró que ningún paciente entró a su clínica. Por lo tanto, esto le dio más
tiempo para escribir.
En 1900, escribió su libro más largo, La guerra de los Bóers. Ese mismo año,
se presentó como candidato para la Unión Liberal; a pesar de que era un
candidato muy respetado, no fue elegido. Tras La Guerra de los Bóers
escribió un artículo, La guerra en el sur de África: causas y desarrollo,
justificando la participación de Gran Bretaña, que fue ampliamente traducido.
En su opinión, fue esto lo que provocó que le nombraran Caballero del
Imperio Británico en 1902 otorgándole el tratamiento de Sir.
Murió el 7 de julio de 1930, con 71 años, de un ataque al corazón, en
Crowborough, East Sussex (Inglaterra). Una estatua suya se encuentra en esa
localidad donde residió durante 23 años. Fue enterrado en el cementerio de la
iglesia de Minstead en New Forest, Hampshire.

Página 388
Apéndices

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[Apéndice Cap. IV]
TESTIMONIOS DE QUE LA CASA DE HYDESVILLE
ERA FRECUENTADA POR LOS ESPÍRITUS ANTES DE QUE LA
OCUPARA LA FAMILIA FOX

La señora Ann Pulver certifica:


«Conocía al señor y a la señora Bell (ocupantes de la casa en 1844). Les
visitaba frecuentemente y tenía en su casa mis agujas de hacer medias porque
acostumbraba a trabajar en su compañía. Una mañana la señora Bell díjome
que se encontraba mal y que la noche pasada apenas si había dormido. Al
preguntarle qué le pasaba, contestome que no lo sabía, pero que había estado
muy agitada, que le había parecido oír pasos de alguien que andaba por las
habitaciones y que su marido tuvo que levantarse para asegurar las ventanas,
después de lo cual se sintió más tranquila. Le pregunté qué creía que podía ser
aquello. Contestome que podían ser ratones. Más tarde le oí hablar de ruidos
en los cuales no podía hallar ninguna explicación».

La señorita Lucrecia Pulver atestigua:


«Viví en la casa durante todo el invierno con la familia de Mr. Bell. Trabajé al
servicio de ellos algún tiempo y otra parte la pasé como huésped. Durante los
últimos días que estuve con ellos, oí golpear frecuentemente en mi
dormitorio, debajo de las patas de la cama. Mientras estuve en la casa dormí
siempre en la misma alcoba, oyendo los ruidos varias noches consecutivas.
Una noche parecióme oír a un hombre andar en la quesería, situada debajo del
dormitorio, y en comunicación con éste por una escalera. Aquella noche
estaba en mi compañía la señorita Aurelia Losey, que también oyó los ruidos,
asustándonos ambas lo indecible, por lo que nos levantamos para atrancar las
ventanas y la puerta. Los ruidos parecían indicar que la persona andaba por la
despensa, bajaba a la bodega y la recorría. Creo que cuando esto ocurría
serían las doce de la noche. Nos habíamos acostado a las once, y estábamos
aún despiertas al sonar los ruidos. Los señores Bell se habían ido a Loch
Berlín y no volvieron hasta el día siguiente.
»Queda, pues, demostrado que los extraños ruidos se oyeron ya en la casa en
el año de 1844.

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Declaración de la señora Hannah Weekman
«He oído hablar de los misteriosos ruidos que se producen en la casa
actualmente ocupada por Mr. Fox. Nosotros vivimos año y medio y de ella
nos mudamos a la que hoy ocupamos. Hará un año, cuando aún estábamos
allí, oímos una noche como si golpearan en la puerta de la calle. Yo me había
acostado; mi marido aún no, por lo que salió a abrir, no hallando a nadie.
Estaba a punto de acostarse cuando volvieron a llamar. Volvió a abrir la
puerta, miró, salió a la calle y tampoco pudo ver nada ni a nadie. Entró y se
acostó. Estaba muy enfadado y decía que tal vez fuera algún muchacho de la
vecindad que quería burlarse de nosotros. Pero de nuevo sonaron los golpes y
otra vez se levantó y salió con el mismo resultado nulo. Le dije que no saliera
más, por si era algún mal intencionado que intentara jugarle alguna mala
pasada. Sin embargo, los ruidos continuaron y hasta nos pareció que alguien
andaba por la bodega.
»Noches después una de nuestras hijas, que dormía en la habitación en donde
ahora se gritos. Mi marido, yo y la criada nos despertamos y corrimos a la
alcoba de la niña para ver qué ocurría. Encontramos a mi hija sentada en la
cama asustadísima, llorando y gritando. Decía que había visto agitarse algo
sobre su cabeza y su rostro, algo frío que no podía decir qué era. Esto fue
entre las doce y la una de la madrugada. Se vino a dormir con nosotros y
pasaron muchos días antes de volver a acostarse en su alcoba. Tenía entonces
la niña ocho años de edad.
Nada más ocurrió mientras allí vivimos, pero mi marido díjome que cierta
noche oyó que alguien le llamaba por su nombre en la casa, sin que pudiera
precisar en qué punto de ella ni quién. Yo no estaba en casa aquella noche,
porque había ido a asistir a un enfermo. Jamás pensamos por entonces en que
la casa estuviera ocupada por los espíritus…
(Firmado) HANNAH WEEKMAN.
Abril, 11, 1848».

Declaración de Miguel Weekman


«Soy esposo de Hannah Weekman. Hemos vivido en la casa que ahora ocupa
Mr. Fox y en la cual dícese que se oyen extraños ruidos. Nosotros la
habitamos cosa de año y medio, y una noche, a la hora de acostarnos, oímos

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que llamaban a la puerta. En vez de responder “¡Adelante!” como es
costumbre, fui a abrir. Pero no vi a nadie, y cuando me disponía a acostarme,
oí golpear nuevamente, por lo que abrí bruscamente la puerta con el mismo
resultado nulo. Me acosté creyendo que era algún chusco que quería divertirse
a mi costa. A los pocos minutos volví a oír los golpes, y me decidí a abrir de
nuevo. Tenía la mano apoyada en la puerta cuando los golpes redoblaron.
Abrí rápidamente y me lancé fuera resueltamente, pero no vi absolutamente
nada. Busqué en torno, y no pude descubrir cosa alguna. Mi esposa entonces
me aconsejó que no saliera fuera por si se trataba de alguien que quería
agredirme. Jamás pude saber a qué era debido suceso tan extraño».

EXTRACTO DE UN ARTÍCULO DE HORACIO GREELEY EN EL «NEW YORK TRIBUNE»


DANDO SU OPINIÓN SOBRE LAS HERMANAS FOX Y SU MEDIUNIDAD

«La señora Fox y sus tres hijas salieron ayer de esta ciudad de regreso a
Rochester, después de permanecer aquí varias semanas, durante las cuales
sometieron la misteriosa influencia que parece las acompaña, a toda clase de
pruebas y fiscalizaciones por parte de los centenares de personas que las
visitaron. Las habitaciones que ocupaban en el hotel fueron registradas y
vigiladas; se las llevó a casas de las cuales no tenían la menor noticia; se las
colocó en estado inconsciente sobre un cristal disimulado debajo de la
alfombra a guisa de aislador contra las vibraciones eléctricas; se las desnudó
por un comité de señoras elegidas sin previo aviso, tomándose todas las
precauciones imaginables. Y, a pesar de eso, los golpes y ruidos siguieron
produciéndose, sin que nadie se explique cómo pueden producirse.
»A los diez o doce días abandonaron las habitaciones del hotel, visitando en
sus propias moradas a varias familias interesadas en la materia y entre las
cuales su singular influencia pudo ser examinada de una manera más tranquila
y más de cerca que en el hotel donde todas las personas que acudían eran
extrañas y sólo las guiaba una curiosidad malsana, cuando no preconcebida
hostilidad.
»Consagramos tres días a operar con ellas, y sería la mayor de las cobardías
no declarar que estamos convencidos, sin la menor duda, de la integridad y
buena fe que resplandeció en los experimentos. Cualquiera que sea el origen
de los ruidos, afirmamos que no eran el fruto de fraude cometido por las
señoritas en cuya presencia se produjeron.

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»Su conducta y manera de comportarse no son las de unas embaucadoras, y
nadie que las conozca a fondo puede creerlas capaces de trampa tan torpe,
impía y peligrosa. Y además, no es posible que semejante engaño hubiera
podido durar tanto tiempo. Un escamoteador realiza un truco y pasa
rápidamente a otro sin dar tiempo al público para estudiarlo. No está semanas
y semanas haciendo el mismo experimento a la vista de los espectadores que
acuden allí casi exclusivamente para ver si descubren la trampa. Si lo que
estas señoritas hacen y cuentan que ocurrió en su casa, con todos los detalles
y explicaciones que acerca del particular suministran a unos y a otros, fuera
falso, no tardarían en enredarse en un laberinto de contradicciones. Es
probable que los que hayan asistido a las sesiones una sola vez en compañía
de tanta mezcla de gente y hayan oído las preguntas dirigidas a la inteligencia
invisible, y las contestaciones dadas por medio de golpes o ruidos
interpretados con un alfabeto, queden confundidos, muy poco satisfechos y
muy raramente convencidos. Difícilmente una materia de tanta gravedad
puede presentarse en condiciones menos favorables para convencer a la gente.
Pero los que se hayan parado a estudiar el fenómeno, creemos estarán tan
convencidos como lo estamos nosotros de que los ruidos y las
manifestaciones no son producto de las hermanas Fox ni de ser alguno
humano con ellas relacionado.
»Cómo son producidos y de dónde proceden, son cuestiones que pertenecen
al campo de la investigación y que escapan al conocimiento de quienes no
estamos bien familiarizados con ellas. Las señoritas Fox dicen que tales
manifestaciones se han visto ya en otras varias familias y que están destinadas
a ser cada vez más claras y más frecuentes, hasta llegar a un punto en que
todos los que quieran puedan comunicarse libremente con sus parientes y
amigos desaparecidos de este mundo. De esto nada sabemos nosotros ni nada
podemos colegir. No queremos ni siquiera reproducir las preguntas que
dirigimos y las respuestas recibidas durante dos horas de conferencia
ininterrumpida que tuvimos con los “golpeadores”. Si lo hiciéramos, seríamos
acusados de hacerlo exprofeso para sostener la teoría que considera estos
fenómenos como manifestaciones de los espíritus. H. G». <<

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[Apéndice Cap. VI] Retrato a la pluma de Lake Harris, por Lorenzo Oliphant
«Mucho fue lo que se discutió acerca de los raros cambios de Mr. Masollam.
Su voz parecía tener dos tonos, y al pasar de uno a otro, causaba el efecto de
un eco repitiéndose a distancia, una especie de fenómeno de ventriloquía poco
agradable al oído. Cuando hablaba con la que podría llamarse su voz
“cercana”, era generalmente rápido y vivo; cuando pasaba de ella a la voz
“lejana” era solemne e impresionante. Su cabello, que un día fue negro
corvino, estaba ahora surcado por hilillos blancos, pero era aún abundante y
caía en melena sobre sus orejas y hasta cerca de los hombros, dándole aspecto
leonino. Sus cejas eran pobladas y los ojos parecían luces llameantes en el
fondo de obscuras cuencas. Como su voz, tenían también una doble
expresión, lejana o cercana, enfocando los objetos como un telescopio, y
aumentaban desmesuradamente de tal modo que parecían querer lanzar la
visión más allá de sus límites naturales. A veces parecía que perdían la
sensación de la realidad, dando impresión de ceguera, pero de súbito las
pupilas se ensanchaban y lanzaban como rayos en medio de la tempestad,
imprimiendo al rostro un aspecto extraordinariamente brillante. La boca
aparecía medio oculta por un poblado bigote y por una larga barba algo gris.
Sería querer penetrar en los secretos de la Naturaleza o por lo menos en los de
Mr. Masollam, investigar si aquellos cambios bruscos en su expresión eran
voluntarios o no. En menor escala esos cambios son naturales en todos; según
la clase de emociones que sentimos, así es nuestra expresión. La
particularidad de Mr. Masollam consistía en que sus cambios de expresión
eran tan rápidos y tan intensos, que cabía la sospecha de que fueran debidos a
una rara facultad. Tenía un poder de cambiar de aspecto, que en las demás
personas, especialmente en las del bello sexo, se ejerce siempre contra la
voluntad… En una hora se transformaba en un hombre anciano. Y ese cambio
se operaba con tal naturalidad, de una manera tan franca en la expresión y en
las maneras, que dejaba perpleja a la gente. Diríase que tenía dos caracteres
en uno solo, lo cual entrañaba un curioso problema moral y fisiológico,
atractivo y solamente molesto por el hecho de ser insoluble: aquel hombre
podía ser el mejor de los malos hombres». <<

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[Apéndice Capítulo VII] Testimonios del profesor y la señora de Morgan
El profesor Morgan dice:
«Di una reseña de todo ello a un amigo, hombre de ologías y ómetros, que no
estaba dispuesto a dejarse convencer, pues pensaba que todo era una hábil
impostura». «Pero —dijo— lo que usted me cuenta es muy singular: iré a ver
a la señora Hayden, solo y sin darle mi nombre. No creo que oiré a ningún
“espíritu”, pero si lo oyera, espero descubrir la trampa». Y fue, en efecto,
viniendo luego a contarme lo que presenció. Díjome que en cuanto a
precauciones, había ido más lejos que yo, pues exigió tener el alfabeto
consigo detrás de un biombo plegable, dirigiendo las preguntas y recibiendo
las respuestas con aquel alfabeto. En la habitación no había nadie más que él
y la señora Hayden. El «espíritu» que se presentó explicó con todo detalle
cómo había muerto. Mi amigo díjome que quedó absorto al extremo de
olvidar todos sus recelos.
»Este fue el principio de una serie de experimentos, algunos de ellos tan
notables como el que ha citado; otros, menos importantes en sí, pero también
de gran peso en conjunto, por las decisivas garantías de que estaban rodeados.
»Es preciso que el asunto sea estudiado atentamente, con toda perseverancia,
hasta llegar a un esclarecimiento indudable; de lo contrario, quizá vaya
perdiendo terreno, hablándose de él sólo por casualidad; pero una nueva era
de fenómenos volverá a ponerlo sobre el tapete. Hace doce o trece años el
tema despertó el mayor interés en todas partes, y durante ese tiempo varias
veces se anunció la extinción de la “espiritumanía”. Pero los que querían
extinguirla son precisamente los que en ella se han quemado. Aunque fuera
un absurdo como se pretende, su acción habría resultado útil por haber
llamado la atención sobre las “manifestaciones” de otro absurdo, o sea la
filosofía de las posibilidades e imposibilidades. Como los extremos se tocan,
el “encuentro” ha servido para que ambos contrarios se pongan en evidencia y
todos veamos que si el espiritismo es una impostura o un engaño, está al
mismo nivel de la filosofía que se le opone».
Al aparecer el libro de la señora de Morgan, el «Publisher Circular» publicó
un juicio sobre las facultades críticas del profesor Morgan, del que copiamos
lo siguiente:

Página 395
«Los novelistas y literatos merecen ser perdonados por su tendencia a lo irreal
y visionario; pero que un autor tan célebre que ha escrito obras tan
fundamentales como la “Lógica”, el “Cálculo diferencial” y “La teoría de las
probabilidades”, pueda figurar con su esposa al lado de los creyentes en los
“espíritus golpeadores” y en los movimientos de mesas, es cosa que
sorprenderá a muchas personas. Tal vez no hay entre nuestros escritores quien
mejor que Mr. Morgan sepa combatir una falacia o ridiculizar a los ignaros
que pretenden pasar por hombres de ciencia. Y son muchos y muy
interesantes los artículos que a él se deben con tal fin. Por eso es difícil
comprender que un hombre así pueda figurar al lado de los Mr. Home. Y, sin
embargo, ahí está el hecho: Mr. Morgan se declara “perfectamente
convencido de haber visto y oído, de una manera que obliga a creerlas, cosas
llamadas espirituales, y que nadie puede atribuir a impostura, coincidencia o
error”».
Añadamos a lo que precede el siguiente testimonio de la señora de Morgan:
«Hace diez años que empecé a estudiar atentamente los fenómenos del
Espiritismo. Debí la primera experiencia a la medium, señora Hayden, de
Nueva York. Todos mis informes coincidían en que no era posible dudar de la
honradez de la señora Hayden; por lo demás, el resultado de nuestra primera
sesión, cuando mi nombre era perfectamente desconocido para ella, fue
suficiente para demostrarme que en aquella ocasión no era víctima de sus
engaños ni de mi credulidad».
Después de describir los preliminares de la sesión con la señora Hayden, para
quien ninguna de las personas presentes era conocida, añade:
«Hacía un cuarto de hora que estábamos sentados y comenzábamos a creer en
un fracaso, cuando se oyó un ligerísimo ruido, al parecer en el centro de la
mesa. Grande fue nuestro contento cuando la señora Hayden, que hasta
entonces era presa de la mayor ansiedad, dijo: “¡ya vienen!”. ¿Quiénes
venían? Ni ella ni nosotros podíamos decirlo. Pero los ruidos se hacían más
fuertes, al parecer para afirmar nuestra convicción en su autenticidad. La
señora Hayden, dijo: Hay un espíritu que desea hablar con uno de ustedes,
pero como no conozco los nombres de los caballeros ni de las señoras
presentes, los iré indicando y pediré al espíritu que golpee cuando oiga el de
las personas que busca. A ello accedió el compañero invisible dando un
golpe. Seguidamente la señora Hayden fue dando nuestros nombres.
»Con gran sorpresa mía y hasta con disgusto (pues yo no lo deseaba), ningún
ruido se oyó hasta que la medium dio el mío. Yo era la última del círculo,

Página 396
pues estaba sentada a su derecha y ella había comenzado por la izquierda. Se
me invitó a que hiciese alguna pregunta indicando las letras en un alfabeto de
tipos grandes, pero como ningún deseo tenía de lograr el nombre de ningún
pariente o amigos muertos, no me detuve en ninguna letra. No obstante, con
gran sorpresa mía, fue pronunciado el nombre nada vulgar de un querido
pariente que había desaparecido de este mundo hacía diez y siete años, y cuyo
apellido era el de mi familia, no el de mi marido. Luego pronunció la frase:
Soy feliz con F. y G., nombres que expresó con todas sus letras. A
continuación recibí la promesa de una futura comunicación con los tres
espíritus; los dos últimos de parientes que habían fallecido veinte y doce años
antes, respectivamente. Otras personas de las allí presentes, recibieron
después comunicaciones por medio de ruidos, algunas tan verdaderas y
satisfactorias como las recibidas por mí, y otras falsas y hasta malévolas».
La señora de Morgan observa que en otras sesiones con la señora Hayden,
ella y sus amigos presenciaron nuevos experimentos comprobados más tarde
y resultó que varias personas, tanto de su familia como extrañas a ella,
poseían la facultad medianímica en mayor o menor grado. <<

Página 397
[Apéndice Capítulo X] ¿Fueron los Davenport escamoteadores o espiritistas?
Como Mr. Houdini ha llegado a poner en duda si los mismos Davenport se
declararon espiritistas, para aclarar definitivamente este punto copiamos el
siguiente párrafo de una carta escrita por ellos en 1868 a La Bandera de Luz,
importante periódico espiritista de los Estados Unidos.
«Es chocante pueda creerse que no somos espiritistas después de catorce años
de la más enconada persecución y de la oposición más violenta, que
culminaron con los atropellos de Liverpool en que nuestras vidas estuvieron
en peligro, expuestas a la furia de turbas brutales, y nuestros bienes
destruidos, con pérdida de setenta y cinco mil dólares, todo porque no
quisimos renunciar al espiritismo, y declaramos escamoteadores bajo la
amenaza y el acoso de la multitud. Lo único que diremos es que semejante
especie constituye la más baja de las falsedades». <<

Página 398
[Apéndice Capítulo XVI] La mediunidad del Rev. W. Stainton Moses
Describiendo un fenómeno de levitación, Stainton Moses escribe:
«Estaba sentado en un ángulo de la habitación cuando mi silla fue arrastrada
hasta el rincón y luego levantada del suelo cosa de un pie, descendiendo de
nuevo a él. En presencia del doctor y la señora S. volví a elevarme, sacando
entonces de mi bolsillo un trozo de tiza y señalando con ella la pared situada a
mi espalda, a la altura de unos seis pies del suelo. Sin que, al parecer, mi
posición sufriera cambio alguno, fui bajando suavemente, hasta que me vi de
nuevo en la silla. Tuve la sensación de ser menos pesado que el aire. No
percibí presión en parte alguna del cuerpo; tampoco me hallaba en trance ni
en estado inconsciente. Por la señal que había trazado en la pared deduje que
mi cabeza llegó cerca del techo. Mi voz, según me dijo el Dr. S., tenía un
sonido extraño. Me di perfecta cuenta de la ascensión, que fue gradual y
segura, pero sin otra sensación que la de creerme más ligero que la atmósfera.
Mi posición, como he dicho, no cambió: fui sencillamente levantado y
descendido a mi silla».
Acerca del paso de la materia a través de la materia, gracias a la mediunidad
de Stainton Moses, tenemos el siguiente relato:
«El 28 de agosto de 1872 fueron aportados al salón en que tenía lugar la
sesión, siete objetos situados en otras tantas habitaciones, y el día 30 lo fueron
cuatro, entre ellos una campanilla del comedor inmediato. Dicha habitación y
el vestíbulo adjunto estaban iluminados por la luz del gas, de manera, que al
abrirse las puertas, por poco que esto fuera, hubiera entrado un chorro de luz
en el salón obscuro donde nos hallábamos. Como esto no ocurrió nunca,
tenemos la plena seguridad, con apoyo del que el Dr. Carpenter considera la
autoridad suma, o sea el Sentido Común de que las puertas permanecieron
cerradas. En el comedor había una campanilla que comenzó a sonar,
marcando con su sonido la trayectoria que iba recorriendo a medida que se
aproximaba a la puerta que de nosotros la separaba. ¡Y cuál no sería nuestro
asombro cuando nos dimos cuenta de que, a pesar de estar la puerta cerrada,
el sonido se oía cada vez más cerca! Evidentemente la campanilla sonaba en
nuestro propio salón, alrededor del mismo y con toda su fuerza. Cuando dio la
vuelta completa descendió, pasó debajo de la mesa, junto a mi codo derecho,
sonó muy cerca de mis narices, giró en torno a mi cabeza, cruzó entre los

Página 399
presentes, sonando con fuerza junto a sus rostros y, finalmente, se posó en la
mesa».
El Dr. Speer describe en los siguientes términos la aparición de una luz
espiritual y la materialización de una mano, en sesión celebrada con Stainton
Moses el 10 de agosto de 1873:
«Un amplio globo de luz salió del lado de la mesa opuesto al mío, se elevó a
la altura de nuestros rostros y se desvaneció. Fue seguido de otros varios,
todos los cuales salieron del lado opuesto al que yo me encontraba y tan
pronto de la derecha como de la izquierda del medium. A petición nuestra, la
más cercana de las luces se colocó despacio en el centro de la mesa. Parecía
envuelta en una vestidura. En aquel momento el medium estaba en trance, y
su espíritu guía me indicó que colocara la luz en la mano del medium. No
habiéndolo podido conseguir porque se desvaneció, dijo que golpearía en la
mesa junto a mí. Inmediatamente apareció la luz, la cual se posó en la mesa, a
mi lado. “¡Atención, escuche, voy a golpear!”. Suavemente la luz se elevó y
dio tres golpes muy distintos sobre la mesa. “Ahora voy a mostrarle a usted
mi mano”. Apareció entonces una luz grande y muy brillante, en cuya parte
interior viose la mano materializada del espíritu, cuyos dedos movíanse junto
a mi rostro, todo ello de la manera más clara y distinta que pueda concebirse».
Stainton Moses registra el siguiente caso de fuerza física:
«En cierta ocasión nos aventuramos a aceptar en nuestro círculo, contra todo
lo aconsejado, a un extraño. Ocurrieron algunos fenómenos sin importancia,
sin que apareciera el espíritu guía ordinario. Pero en cuanto nos sentamos, se
presentó dando sobre la mesa tales golpes a modo de martinete, que no es
fácil los olvidemos. El ruido se oyó en la habitación situada arriba, dando la
impresión de que la mesa iba a caer hecha pedazos. En vano nos separamos
de la mesa para evitar las consecuencias. Los terribles golpes aumentaron en
intensidad retemblando toda la habitación, seguidos de la amenaza de un
castigo, si otra vez traíamos extraños a las sesiones. No lo hicimos más, y es
difícil que nos expongamos a una reprimenda tan seria». <<

Página 400
[Apéndice Capítulo XXV] Escritura automática de Mr. Wales
Mr. Wales escribe al autor:
«No creo que en mis precedentes lecturas haya nada que pueda explicar
semejante coincidencia. En todo caso nada he leído sobre ello en cuanto usted
ha publicado, e intencionadamente no he querido leer “Raimundo” y libros
parecidos para que no viciaran mis propios resultados, y las “Actas” de la
Sociedad de Investigaciones Psíquicas no tratan, como usted sabe, de la vida
en el Más Allá. Como quiera que sea, en distintas ocasiones he obtenido
declaraciones de los espíritus sobre su vida en aquellas regiones. Sus cuerpos,
aun cuando imperceptibles para nuestros sentidos, son tan sólidos como los
nuestros, presentando las mismas características, si bien son más bellos. No
tienen edad ni dolor; no son ricos ni pobres; se visten y se alimentan; no
duermen, aunque hablan de pasar en ocasiones a un estado semiconsciente al
que llaman “sueño reposado” —condición en la que a veces yo me encuentro
y que parece corresponder aproximadamente al estado “hipnótico”—. En un
período de tiempo regularmente más corto que el promedio de la vida
terrenal, pasan a un estado superior de existencia: los seres de ideas, gustos y
sentimientos parecidos moran juntos; los casados no están forzosamente
unidos, pero el amor del hombre y la mujer continúa aunque libre de los
elementos que con frecuencia impiden aquí su realización perfecta.
Inmediatamente después de la muerte el ser queda en un estado de reposo
semiconsciente que puede durar varios períodos. No pueden sufrir dolores
corporales, pero sí sentir ansias mentales; la muerte dolorosa es
“absolutamente desconocida”; las creencias religiosas no establecen la menor
diferencia de estados después de la muerte, y, en fin, su vida es intensamente
feliz y quien la disfrutara una vez no desearía ya volver aquí. No he
encontrado una acepción propia para la palabra “trabajo”. Este para nosotros
significa “trabajar para vivir”, pero según me han declarada en varias
ocasiones, no es ese el caso de aquellos seres, cuyas necesidades están todas
misteriosamente satisfechas. Tampoco obtuve ningún informe acerca del
“estado penal temporal”, pero colegí que allí los seres empiezan su evolución
moral e intelectual en el punto que tenían al abandonar la tierra, y como su
estado de felicidad se basa sobre todo en la perfección y progreso moral, los
que pasan a un más bajo nivel moral están durante largos períodos de tiempo
incapacitados para apreciar y disfrutar ese estado». <<

Página 401
Notas

Página 402
[1] Revista oculta, febrero, 1925. <<

Página 403
[2] «Saducisus Triumphatus», por el Rev. Jose Glanvil. <<

Página 404
[3] La comunicación con los espíritus obtenida con el auxilio de los médiums.
<<

Página 405
[4]Reciben este nombre las luces chispas y llamas errantes, que se producen
en las sesiones a obscuras, donde actúa un medium de poderosas facultades.
<<

Página 406
[5]O sean las que emanan de órganos vocales que no son los de ninguno de
los que están presentes en la sesión ni los del medium tampoco. <<

Página 407
[6]El conocido médico y psiquista Durand de Gros, afirma que Home era
descendiente del célebre filósofo David Home. <<

Página 408
[7]El gran novelista inglés fue persona muy versada en los más altos arcanos
del ocultismo. Prueba de ello son su admirable novela iniciática Zanoni y las
no menos notables Una historia extraña, La casa encantada, La raza futura,
etc., etc. <<

Página 409
[8]Guantes parecidos existen en el Colegio Psíquico, 59, Holland Park W., o
en el Museo Psíquico, Abbey House, Victoria Street, Westminster. <<

Página 410
[9]Después de escribir lo que antecede, el autor ha probado a la medium con
sus propias placas, señaladas y reveladas por él mismo. De ocho experimentos
realizados, obtuvo resultados psíquicos en seis. <<

Página 411
[10] «Pruebas de la verdad del Espiritismo», pág. 218. Henslow. <<

Página 412
[11]
Elena Smith, la medium del libro de Flournoy, «De la India al planeta
Marte». <<

Página 413
[12] Registrado en Luz, 1914, pág. 349. <<

Página 414
[13] «El caso de Lester Coltman», por Lilian Walbrook, págs. 32, 33 y 34. <<

Página 415

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