Trabajo Integrador 3 3era

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TRABAJO INTEGRADOR DE PRÁCTICAS DEL LENGUAJE PARA 3° AÑO

Profesora Oviedo Azucena

A.
1. Texto argumentativo: “La prevención del bulliying”. Leer detenidamente el texto y contestar.

2. ¿Cuál es la situación que en el texto se plantea como un problema? Expresa en una oración la opinión del
autor.
3. Formula con tus palabras, la conclusión a la que arriba el texto.
4. Identifica los tipos recursos argumentativos presentes en los siguientes fragmentos.
 Richar Cardillo, especialista norteamericano (…), afirma que los acosadores sienten a sus víctimas como
enemigos potenciales a los que necesitan someter de cualquier modo, por cuanto se sienten inferiores y
quieren ganar en sentimientos de superioridad mediante actos violentos (…).
 Es necesario señalar los efectos del bullying son diversos y pueden concretarse en: aislamiento social,
sentimientos de coacción, presiones que atemorizan y bloqueo de afectos, entre otros.

5. Escribí otros argumentos que utiliza el autor para sostener su opinión.


6. Expresa con tus palabras, la conclusión a la que arriba el texto. ¿Plantea una propuesta de solución el autor? ¿Cuál?
7. Escribí tu opinión sobre el tema tratado en el texto.

B.
Cuentos fantástico, extraño y maravilloso
Empezamos a leer una historia. Estamos cómodos, todo lo que sucede nos es reconocible, el mundo
representado es real. De repente sucede algo inexplicable. Entonces dudamos ¿lo que sucede es un sueño,
es mágico, en algún momento aparecerá una explicación?
La duda es la característica principal del género fantástico. Mientras esa duda se mantenga, el cuento
pertenecerá a ese género. Pero si al final hay una explicación racional para ese suceso o elemento extraño
que apareció en el relato, entonces el cuento pertenece al género extraño. Y si, por el contrario, la
explicación fuera de carácter mágico, estamos en el género maravilloso.

8. Leer los siguientes cuentos y luego contestar: ¿Qué tipo de cuentos son? Justificar.
9. Reconocer cuál es el hecho sobrenatural en cada uno de los cuentos.
A continuación, van a leer tres cuentos cortos de Enrique Anderson Imbert, “El desterrado”, “La muerte” y “El
crimen perfecto”

EL DESTERRADO

Federico tomó el tren y volvió a su casa, en Belgrano. Era de noche. Su mujer, sus hijos ya estarían esperándolo. Vio
el letrero de la estación: BELGRANO. Bajó. Se largó a caminar. De repente desconoció las calles. Todo se había
mudado: calles, edificios, jardines, todo menos la estación. En la esquina donde debía estar su casa había otra.
Antes estaba enjalbegada de cal, ahora era de ladrillos rojos, antes tenía un árbol enfrente, ahora se levantaba allí un
buzón pintado con una bandera norteamericana. Pero la puerta era la misma. Entró. Sentados alrededor de una
mesa llena de vasos y botellas de brandy jugaban a los dados unos pistoleros de película. Lo miraron torvamente y le
gritaron algo que él no pudo entender. Sólo entendió que le gritaban en inglés. El corazón le dio un vuelco.
Comprendió que en esa noche el barrio de Belgrano, de un gran salto, había cambiado posiciones con otro barrio
venido el diablo sabe de dónde. Él estaba pisando un barrio que había venido volando, para atraparlo. Quiso huir
hacia la estación. Corrió, pero sin moverse. Y mientras corría y corría sin adelantar un paso los pistoleros se rieron a
carcajadas, se le acercaron lentamente, lo rodearon, les miraron las piernas inútilmente veloces y uno de ellos lo
agarró con las dos manos y lo fue estrujando, amasando, comprimiendo, plasmando, modelando. Lo reducían, lo
reducían...Ahora era solo un punto. El punto en un dado. Lo metieron, junto con otros dados, en el cubilete, y los
pistoleros siguieron jugando. Federico esperaba su turno ¡Alguna vez su punto tendría que salir, cara arriba en el
dado! Pero terminaba un juego y empezaba otro, y él no salía. Se repetían las combinaciones y se repetía su fracaso:
el dado daba una vuelta en el aire y ¡zas! El punto caía para abajo. El fullero había cargado el dado. Cuando despertó
no estaba en Belgrano: estaba en Chicago.

El crimen perfecto por Enrique Anderson Imbert


“Creí haber cometido el crimen perfecto. Perfecto el plan, perfecta su ejecución. Y para que nunca se encontrara el
cadáver lo escondí donde a nadie se le ocurriría buscarlo: en un cementerio.
Yo sabía que el convento de Santa Eulalia estaba desierto desde hacía años y que ya no había monjitas que
enterrasen a monjitas en el cementerio. Cementerio blanco, bonito, hasta alegre con sus cipreses y paraísos a orillas
del río. Las lápidas, todas iguales y ordenadas como canteras de jardín alrededor de una hermosa imagen de
Jesucristo, lucían como si las mismas muertas se encargasen de mantenerlas limpias. Mi error: olvidé que mi víctima
había sido un furibundo ateo. Horrorizadas por el compañero de sepulcro que les acosté al lado, esa noche las
muertas decidieron mudarse: cruzaron a nado el río llevándose consigo las lápidas y arreglaron el cementerio en la
otra orilla, con Jesucristo y todo. Al día siguiente los viajeros que iban por lancha al pueblo de Fray Bizco vieron a su
derecha el cementerio que siempre habían visto a su izquierda. Por un instante se les confundieron las manos y
creyeron que estaban navegando en dirección contraria, como si volvieran de Fray Bizco; pero enseguida advirtieron
que se trataba de una mudanza y dieron parte a las autoridades. Unos policías fueron a inspeccionar el sitio que
antes ocupaba el cementerio y, cavando donde la tierra parecía recién removida, sacaron el cadáver (por eso, a la
noche, las almas en pena de las religiosas volvieron muy aliviadas, con el cementerio a cuestas); y de investigación
en investigación… ¡Bueno!… el resto ya lo sabe usted, Señor Juez”.

“La muerte” Enrique Anderson Imbert


La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía
parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a una muchacha que
hacía señas para que parara. Paró.
-¿Me llevas? Hasta el pueblo no más -dijo la muchacha.
-Sube -dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña.
-Muchas gracias -dijo la muchacha con un gracioso mohín- pero ¿no tienes miedo de levantar por el camino a
personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto!
-No, no tengo miedo.
-¿Y si levantaras a alguien que te atraca?
-No tengo miedo.
-¿Y si te matan?
-No tengo miedo.
-¿No? Permíteme presentarme -dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos, imaginativos y
enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa-. Soy la Muerte, la M-u-e-r-t-e.
La automovilista sonrió misteriosamente.
En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La automovilista siguió a
pie y al llegar a un cactus desapareció.

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