Multimillonario Libre - Ella Valentine

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 459

Multimillonario & Libre

Ella Valentine
Índice

Evan
Riley
Riley
Evan
Riley
Evan
Riley
Riley
Evan
Evan
Riley
Evan
Riley
Evan
Riley
Evan
Riley
Evan
Evan
Riley
Evan
Riley
Riley
Riley
Evan
Riley
Evan
Evan
Riley
Evan
Riley
Evan
Riley
Evan
Evan
Riley
Evan
Evan
Evan
Riley
Riley
Harper
¿No quieres perderte ninguna de mis novelas?
Otras publicaciones de Ella Valentine
Prólogo
Evan

Siete años antes…

—Chaval, ¿estás seguro de que es aquí? —pregunta el


taxista mirándome a través del retrovisor con el ceño

fruncido.

Me fijo en el número del edificio que hay a mi derecha y,

tras comprobar que se trata de la dirección correcta, afirmo


con la cabeza. El taxista me mira escéptico, pero no dice

nada más, solo me pasa el recibo con lo que le debo por


traerme hasta aquí. Se lo que debe estar preguntándose:

«¿Qué hace un tipo como tú en un sitio como este?», y es

que alguien que ha crecido en el Upper East Side, uno de los


barrios con mayor prestigio de Nueva York, no pega nada en

esta zona marginal de Queens.

Pago al taxista dándole una generosa propina y salgo

del vehículo. Son las seis de la tarde, ya ha anochecido y la

calle está llena de niños disfrazados bolsa en mano a la


caza de un buen lote de caramelos. Es la noche de

Halloween, supuestamente una de las noches más

especiales del año, aunque a mí esto de disfrazarme no me

mola nada de nada.

Miro a lado y lado de la calle y resoplo. Este sitio es

súper decadente. Los edificios parecen estar a punto de

derrumbarse y las fachadas están llenas de desconchones y


grietas. Además, hay suciedad por todos los lados; es como

si el camión de la basura llevara semanas sin pasar.

Que haya niños caminando por aquí lo convierte en un


lugar un poco más amable, así que no me quiero imaginar el

aspecto que debe tener a las dos de la madrugada de un


lunes cualquiera.

Me dirijo con paso rápido hacia mi destino, un edificio de


ladrillo rojizo de grandes ventanales. La puerta está abierta,

así que entro sin molestarme en llamar al interfono que,

teniendo en cuenta el estado del panel, dudo que funcione.

Si el interior tenía un aspecto lamentable, el interior es

aún peor. La mayor parte de las baldosas del suelo están

agrietadas, las paredes necesitan con urgencia una mano


de pintura y una telaraña enorme me saluda desde una

esquina del techo.

Joder, ¿dónde coño me he metido?

Intranquilo, me detengo delante del ascensor, aprieto al

botón y espero a que baje. Puedo oír el ruido infernal que

hace mientras desciende por el hueco de la escalera.

Justo cuando se abren sus puertas y entro, escucho el

sonido de unos pasos en el vestíbulo, como si alguien

hubiera acabado de entrar en el edificio. Me doy prisa en

apretar al botón correspondiente para que las puertas se

cierren con la esperanza de no tener que compartir

ascensor con nadie. No creo que este sea el mejor lugar

para socializar con los vecinos. Estoy a punto de

conseguirlo, pero, en el último segundo, una zapatilla


deportiva de color rojo se cuela entre las puertas forzando

que estas vuelvan a abrirse.

Suelto un bufido fastidiado y observo con desgana a la

persona que aparece al otro lado. Mis cejas se elevan un

poco al comprobar que esa persona no se parece en nada a

lo que yo me esperaba. Ni es un miembro chungo de alguna

banda ni tiene pinta de expresidiario. Todo lo contrario. Es


una chica jovencita de color, alta y con el pelo ultrarrizado.

Va vestida de forma casual, con unos vaqueros ceñidos y

una sudadera granate. Es guapa, pero no de una forma


convencional, sino de una forma exótica. Se nota que tiene

raíces foráneas. Además, tiene una nariz chata de duende

que llama la atención desde la distancia.

La chica entra en el ascensor tras dirigirme una mirada

irónica. Supongo que no he sido muy sutil al intentar

cerrarle las puertas en las narices.

Aprieta el botón de su planta, las puertas vuelven a

cerrarse y empezamos a subir. Aprovecho el trayecto para

mirarla. Tiene unas curvas sexys, unos labios gruesos y

llenos y unos ojos grandes, oscuros y expresivos. No se

parece en nada a las chicas con las que suelo cruzarme en

las que todas parecen fotocopias entre sí, quizás por eso me
llama tanto la atención pese a no ser para nada mi tipo.

Y en eso estoy pensando cuando, de repente, el

ascensor hace un ruido extraño, da un respingo y se

detiene. Trastabillo sobre mis propios pies y tengo que

agarrarme a la barandilla metálica que hay a un lado para


no caerme de bruces. Frente a mí, la chica hace

exactamente lo mismo.

Nos miramos a los ojos durante una fracción de

segundo. Los suyos me miran con pánico.

—Oh, ¡mierda! —exclama la chica chasqueando la


lengua—. Hoy no, joder, hoy no. ¿No hay más días al año

para que este maldito ascensor se estropee?

—¿El ascensor se ha estropeado? —pregunto

empezando a alterarme.

—No, ha decidido detenerse para echarse un descanso.


¿A ti qué te parece? —Me mira como si fuera idiota por

hacer una pregunta tan obvia.

Ignoro su tono y me concentro en buscar una solución

para salir de aquí.

—Pues usemos el botón de emergencia para pedir

ayuda —propongo yo acercándome al panel numérico

donde descubro consternado que el botón en cuestión está

hundido y no funciona.

—Oh, el botón de emergencia, ¿cómo no se me había

ocurrido antes? —dice ella usando un tono irónico que me


toca un poco las pelotas.

—Es muy irresponsable tener un ascensor con un botón

de emergencias que no funciona —espeto mirándola a los

ojos.

—Cuando no puedes llegar a fin de mes en lo último que

piensas es en el botón de emergencia de tu ascensor.

Aunque supongo que eso debe ser algo difícil de

comprender para alguien que se gasta mil dólares en unas

deportivas. —Me mira a los pies con suficiencia y yo me

quedo sin saber que responder porque eso es justo lo que

me costaron.

No sé qué edad tendrá esta chica, pero es bastante más

joven que yo. Lo sé por la redondez que suaviza las

facciones de su rostro. Así que, pese a que me dan ganas de

soltarle una bordería por ser tan impertinente, me contengo

e intento comportarme como la persona adulta que soy. Que

se noten esos veintidós años recién cumplidos.

—Está bien, llamaré a emergencias para que envíen a


los bomberos y nos saquen de aquí —digo haciéndome con

el control de la situación.
Saco el móvil del bolsillo y noto la mirada

condescendiente que me lanza ella desde su sitio. No

entiendo a qué se debe hasta que la pantalla me devuelve

el mensaje de que no hay señal. Pero donde demonios

estamos, ¿en un jodido agujero negro?

—Esto debe ser una puta broma —gruño con ganas de

estampar el móvil contra el suelo.

—Bienvenido a la realidad de la clase obrera —canturrea


ella sentándose en el suelo.

Apoya la espalda contra la pared del ascensor, saca


unos auriculares de color rosa del bolso y se los pone.

—¡Eh! ¡Eh! —exclamo chasqueando los dedos frente a

su rostro, empezando a perder la paciencia. Se quita los


auriculares y me mira—. ¿Y qué se supone que tenemos que

hacer? ¿Quedarnos aquí hasta que muramos de inanición?

—No seas dramático. —Pone los ojos en blanco y niega

con la cabeza—. Solo tenemos que esperar a que algún


vecino llame a emergencias. Normalmente suele hacerlo

Patty, del quinto, la pobre está coja, así que necesita usar el
ascensor sí o sí. Aunque ahora que lo pienso creo que iba a
pasar la noche de Halloween en Nueva Jersey con uno de
sus sobrinos. —Se encoge de hombros—. Quizás tengamos

que esperar un poquito más de lo esperado.

Respiro con profundidad y me siento a su lado. Me

hierve la sangre. Soy idiota por dejarme engañar por mis


amigos para venir hasta aquí.

Pasamos varios minutos en silencio, uno al lado del otro,

hasta que después de varias miradas de reojo, mi


compañera de encierro se saca los auriculares y me mira

muy seria.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Me encojo de hombros.

—Supongo que sí, no tengo nada mejor que hacer.

—¿Qué haces aquí? Es decir, no se ven muchos tipos

como tú por este barrio.

La miro unos segundos antes de responder. En otras

circunstancias buscaría una excusa que no me dejara en


mal lugar, pero la situación en la que me encuentro es tan

patética que no creo que pueda empeorarla.

—He venido a comprar marihuana —suelto sin más.


Ella me mira unos segundos a los ojos, parece
decepcionada.

—Tenía que haberlo adivinado. Los tíos como tú solo

aparecéis por zonas como esta para colocaros. Era obvio.

—Oye, que yo no me coloco. Ni siquiera fumo porros,


pero he perdido una apuesta con unos amigos y me ha

tocado encargarme a mí de la compra de esa mierda —lo


digo de carrerilla, algo cabreado por la insolencia con la que

me ha hablado esta chica.

—Ya, claro, claro…

—No me des la razón como a los tontos.

—Un poco tonto sí que hay que ser para venir hasta aquí
a comprar hierba sin ser consumidor…

—En eso coincidimos.

Una sonrisa pequeña se dibuja en sus labios.

—Supongo que buscas a Rusty, ¿no?

Afirmo con la cabeza.

—¿Le conoces?

—En una escalera como esta es difícil que no nos


conozcamos todos. Y Rusty se hace conocer. Va dejando a
su paso un tufillo a hierba que echa para atrás.

—Un tío discreto, entonces.

—¿Tú no le conoces?

—Ya te he dicho que no consumo. Es el contacto de un


colega.

La chica me mira evaluándome.

—Bueno, voy a darte el beneficio de la duda.

—Gracias.

Nos volvemos a quedar en silencio.

A mi lado, la chica de pelo indomable escucha música

con aparente tranquilidad. No sé por qué, pero esa


tranquilidad a mí me cabrea.

—¿Cómo puedes darte igual estar aquí atrapada? —

pregunto en un tono de voz lo suficientemente alto como


para que me pueda escuchar a través de los auriculares.

Ella detiene el reproductor de música del móvil, se quita

los auriculares y me mira.

—¿Quién dice que me dé igual? Es la noche de

Halloween, tenía un plan mejor que quedarme aquí


encerrada contigo. —Rueda los ojos y resopla—. A estas
horas ya tendría que estar vestida con mi disfraz de zombie

rumbo al baile del instituto donde, por cierto, me espera


Jacob Brooks, el chico del que llevo colgada más de tres

años. Y en vez de eso, aquí estoy, perdiendo el tiempo con


un niño rico y neurótico. —Me mira con condescendencia y

añade—: Tienes razón, podría quejarme como tú y ponerme


en plan todo es una mierda, pero no serviría de nada, solo

para ponerme de mal humor, y paso. Yo decido cómo quiero


sentirme.

Me quedo anonadado tras su discurso. Esta chica acaba


de darme una lección de madurez tan obvia que me siento

avergonzado al instante por mi conducta.

—No pareces una chica de instituto.

—Pues lo soy, aunque estoy en el último curso. —Me


mira interrogante—. ¿Tú vas a la universidad?

—Sí. A Harvard —especifico con una sonrisa llena de


orgullo.

—Vaya, no conozco a mucha gente que vaya a una

universidad de la Ivy League. ¿Y por qué estás en Nueva


York? ¿No celebran Halloween allí?
—Bueno, digamos que uno de mis mejores amigos vive
en un hotel de la ciudad y a los de nuestra hermandad les

pareció buena idea organizar una fiesta en su apartamento.

—Guau… —Abre mucho los ojos, alucinada.

—Es menos glamuroso de lo que parece.

Sonríe divertida, abre el bolso, saca una bolsa

transparente llena de galletas y me ofrece una. La acepto


muerto de hambre, y es que con la tontería son casi las

ocho y hace horas desde el almuerzo.

—Joder, están deliciosas —digo tras dar el primer

mordisco—. ¿Las has hecho tú? —Afirma con la cabeza—.


Deberías dedicarte a esto, porque están de muerte.

—Esa es mi intención. Si todo va bien el año que viene

empezaré un curso de repostería profesional en la escuela


de Sant Andrews, una de las escuelas de cocina más

importantes de la ciudad. Tengo una beca.

Sus ojos oscuros se iluminan mientras me explica como


consiguió la beca. Participó en un concurso de tartas junto a

más de doscientos aspirantes y ganó. Por primera vez en


todo el rato que llevamos juntos, sus facciones se relajan y
su belleza exótica se multiplica.

Y así, como quién no quiere la cosa, empezamos a

enlazar temas de conversación. Me entero de que sus


padres son jamaicanos aunque ella nació aquí, en Nueva

York; que su mejor amiga se llama Ginger y que es una


fanática de los tatuajes; que el chico que le gusta, el tal
Jacob Brooks, juega en el equipo de baloncesto del instituto

y que se liaron por primera vez hace unos días tras las
gradas; que tiene una hermana pequeña a la que quiere con

locura que la idolatra; y que sus flores favoritas son las


margaritas.

Aún no sé ni cómo se llama y ya sé más cosas de ella


que de muchas otras personas a las que conozco desde

hace años.

En las cuatro horas que llevamos aquí encerrados se ha


instalado entre nosotros una burbuja de complicidad muy
extraña. Me siento cómodo junto a ella, así que yo también
le cuento cosas sobre mí, cosas que no suelo contarle a

nadie más, como que odio la música country o que se me da


fatal contar chistes.
Curiosamente, no le explico nada sobre Dankworth
Publishing Company, el grupo editorial del que soy

heredero. Por primera vez en mi vida quiero ser un tío de


veintidós años cualquiera hablando con una chica
cualquiera sin tener el peso de la fortuna de mi familia
sobre los hombros.

Mientras hablamos, no puedo evitar fijarme en la


manera que tiene de mover las manos, para hacer énfasis

en lo que dice. Se nota que es una chica de origen humilde,


pero muy inteligente y con personalidad. Alguien capaz de
disfrazarse de zombi en vez de diablesa o bruja sexy tiene
que tenerla.

Creo que esta chica me gusta, pero ¿es posible que me

guste alguien a la que acabo de conocer? No creo en el


amor a primera vista, sé que no existe, ni siquiera creo en el
amor en general. Pero hay algo en esta chica que me atrae,
y no solo de una forma puramente sexual, aunque hace rato
que soy incapaz de pensar en lo mucho que me gustaría

quitarle esa sudadera que lleva para descubrir lo que hay


debajo.

Es… otra cosa. Pero ¿el qué?


Riley

—Cuántas horas llevamos aquí, ¿seis? —me pregunta el


chico que tengo sentado a mi lado. No sé cómo se llama, sin

embargo, sé que su serie favorita es Breaking Bad y que no


le gusta el pepperoni.

Sería muy fácil preguntarle cómo se llama, pero tiene


cierto encanto hablar con alguien sin saber su nombre.

Miro el reloj que llevo en la muñeca y afirmo a su


pregunta con la cabeza. Llevamos encerrados en este

ascensor desde las seis y son casi las doce de la noche.

La fiesta de Halloween del instituto debe haber acabado

ya y seguro que todos se han desplazado hasta la casa de


Ava, una compañera de clase, donde se supone que íbamos

a seguir la fiesta hasta la madrugada. Ginger debe estar

preguntándose donde me he metido y Jacob debe haber

pensado que le he dado plantón. La noche de hoy iba a ser


épica, sin embargo, aquí estoy, encerrada en un ascensor

con un desconocido.
Tendría que estar enfadada con la situación, ¿verdad?

Sería lo lógico, pero en vez de eso reconozco que me lo

estoy pasando bien con este chico. Un chico que, por cierto,

es atractivo. Aunque tiene unas facciones suaves, es muy

masculino. Sus ojos son ambarinos, su nariz recta y sus


labios mulliditos como dos bizcochos. Tiene el pelo castaño

y un flequillo rebelde cae sobre sus ojos sin llegar a

taparlos. Se nota que tiene pasta por la ropa que lleva.

Seguro que no es del Walmart como la mía. Además, huele

bien. A perfume caro.

—Espero que al menos alguien haya llamado ya a los

bomberos...

—Seguro que sí. Es un edificio de muchos vecinos y

estamos acostumbrados a que pase esto, pero los bomberos

suelen tener otras prioridades y más en una noche como

esta, así que nos toca esperar. Una vez Frank del noveno

estuvo doce horas esperando que lo sacaran de aquí.

—Genial…

—Siento que te estés perdiendo la fiesta de tu

hermandad.
—Nah, tampoco me apetecía tanto ir, aunque mis

amigos se estarán preguntando donde estoy.

—¿De qué ibas a ir disfrazado?

Se encoge de hombros antes de responder:

—Mis dos colegas y yo íbamos a disfrazarnos de Los tres

mosqueteros. —Levanta las cejas y una sonrisa se dibuja en

sus labios arqueados—. Ahora que lo pienso mis amigos

deben estar cabreados conmigo, disfrazarse de Los tres

mosqueteros deja de tener sentido cuando falta uno de

ellos.

Su comentario me hace reír. Me fijo en la forma en la

que sus ojos observan mi boca cuando lo hago, como si

quisiera perderse en ella.

—¿Te cuento un secreto? —le digo prácticamente en un

susurro—. Sé que apenas nos conocemos, que ni siquiera sé

cómo te llamas, que venimos de dos mundos distintos y que

probablemente tengamos pocas cosas en común, pero me

gusta hablar contigo.

Sus ojos me estudian con intensidad. No dice nada

durante unos segundos, pero cuando lo hace puedo notar


como el ambiente se vuelve más denso, pesado.

—¿Te cuento yo otro secreto? —pregunta sin dejar de

mirarme. Se ha acercado a mí y puedo sentir el calor que

emana su piel, que me hormiguea el cuerpo entero—. Creo

que podría enamorarme de ti.

El pulso se me acelera al instante cuando escucho sus

palabras. Es trola, ¿no? Es decir, un tío de su condición es

imposible que diga nada así en serio a una chica como yo.

No es que me considere inferior, ni mucho menos. Vivimos

en un mundo que separa a la gente según su clase social, y

él y yo vivimos en dos clases sociales tan alejadas la una de

la otra que es como si fueran dos planetas distintos.

—¿Esa frase para ligar suele funcionarte normalmente?

—digo intentando bromear.

—No sé, dímelo tú, es la primera vez que la uso. —Sus

ojos siguen escrutándome intensamente.

Se me seca la garganta y trago saliva.

—Ya, claro, ¿y que te hace pensar, según tú, que podrías

enamorarte de mí?
—Que llevo aquí encerrado seis horas contigo y no me

importaría que pasaran seis horas más.

Nuestras miradas quedan conectadas y siento una

fuerza desconocida empujándome hacia él.

¿Qué me está pasando? Nunca había sentido nada


parecido. Y no, no creo en los flechazos. Creo que el amor

es un sentimiento que se construye día a día, con fuerza de

voluntad y mucho tesón. Además, esta noche había

quedado con Jacob, ¡por el amor de Dios! Y aquí estoy,

flirteando con otro.

—Esto es una locura —digo apartando mis ojos de los

suyos.

—¿Y qué? Ya hay en el mundo demasiados cuerdos.

Permitámonos ser unos locos.

Su frase me arranca una sonrisa.

Me mira. Le miro. Nos miramos.

Es un momento intenso en el que cualquier cosa parece


posible.

Y, justo ahora, en este momento tan idílico, escuchamos

un forcejeo en el exterior, unas voces y, segundos después,


las puertas del ascensor se abren.

Estamos entre dos pisos, pero en la parte superior

asoma la cabeza de un hombre vestido con un traje de

bombero y un casco con luz integrada. Le reconozco al

instante. Es Charlie, uno de los bomberos habituales que

suelen venir por aquí, y su cara es de fastidio, porque ya

nos ha dicho más de una vez que deberíamos inhabilitar el

ascensor por peligroso.

—¿Todo en orden? —grita desde las alturas.

—Sí, somos dos y estamos bien —respondo.

—De acuerdo, pues procederemos a sacaros de ahí. —

Nos explica el procedimiento y, unos minutos más tarde,

estamos fuera.

Insiste en que el ascensor no es seguro y que

deberíamos dejar de usarlo. Incluso amenaza con llamar a

las autoridades si esto vuelve a pasar para que lo clausure.

Tras soltarnos la charla, se va junto a su compañero y nos

quedamos solos de nuevo.

Estamos en el rellano del quinto. Él va al séptimo y yo al

octavo.
—Bueno… —susurra él algo incómodo.

El momento ya ha pasado, la magia ha desaparecido y,

de repente, todo regresa a su sitio. Volvemos a ser dos

desconocidos que no saben nada el uno del otro.

—Bueno… —le imito yo.

Nos quedamos en silencio y yo me siento tan incómoda


que solo pienso en huir de aquí, y eso hago: —En fin, un

placer haberte conocido, espero que te vaya bien, nos


vemos.

Salgo corriendo escaleras arriba hasta llegar al octavo.

Resoplo en busca de aire y me dirijo hacia la puerta de


nuestro piso, pero antes de que me dé tiempo a poner la

llave en la cerradura, escucho el ruido de pasos subiendo la


escalera y un grito: —Eh, ¡espera!

Me giro en el mismo momento que el chico sin nombre


sube el último peldaño y se acerca a mí con la respiración

entrecortada.

—¿Qué ocurre? —pregunto desconcertada.

—Que no puedo irme sin hacer esto.


Reduce la distancia que nos separa, coloca una mano en
mi cintura y acerca su rostro al mío.

No me da tiempo a reaccionar, antes de que pueda


moverme, me besa.

Sus labios encajan en los míos y los mueven con

suavidad. Son cálidos, apetecibles. Su lengua se abre paso


entre su boca y me invita con ella para que yo abra la mía.

Y lo hago.

Dejo que me llene con su sabor y los movimientos que


hace con su lengua me provoca un cosquilleo entre las

piernas.

El beso suave se vuelve exigente. Nuestras lenguas se


acarician hambrientas y acabo empotrada contra la pared.

He dado besos antes, pero nunca nadie me había

besado así, como si la vida le fuera en ello.

Cuando separamos nuestros labios minutos después,

jadeando, los tenemos hinchados y enrojecidos.

—¿Por qué has hecho eso? —pregunto tocándome los


labios.
Se encoge de hombros y sus ojos ambarinos,
hambrientos, relucen.

—Por qué no podía no hacerlo. —Me dedica una sonrisa

enigmática—. Y ahora sí que me voy. Que seas feliz en la


vida, chica de pelo indomable.

No me salen las palabras, así que le veo marchar en

silencio.

Soy incapaz de dejar de tocarme los labios.

Acabo de besarme con un desconocido del que sigo sin

saber el nombre. Y ha sido un beso increíble, inolvidable.

Sonrío, meto la llave en la cerradura y entro en casa

pensando en que, al menos, lo que acabo de vivir se va a


convertir en un recuerdo bonito que rememorar siempre

que lo necesite.
Riley

Actualidad

Entro en el estudio de tatuajes y saludo a Emma que está

tras el mostrador apuntando algo en una agenda.

—Ginger está con un cliente. —Me mira y sonríe.

A pesar de ser menuda, Emma transmite mucha

vitalidad. Lleva el pelo corto teñido de rubio y un montón de


tatuajes repartidos por todo el cuerpo.

—La esperaré aquí, gracias —le digo sentándome en


uno de los sillones del vestíbulo.

Ginger es mi mejor amiga desde el colegio, y Emma es


su pareja. Se conocieron cuando trabajaban juntas en un

supermercado, y como las dos tatuaban en su tiempo libre,

decidieron liarse la manta a la cabeza y abrir este estudio.

Es un estudio pequeño, ubicado en una callejuela

escondida en nuestro barrio. A pesar de no tener muchos


medios para darse a conocer, tienen unos cuantos clientes

fijos y les va bien.

Por dentro no es el típico estudio de tatuajes oscuro y

taciturno. Las paredes son blancas y de ellas cuelgan fotos

de sus mejores tatuajes. La zona de recepción está formada

por un pequeño mostrador con un par de taburetes y dos

sillones de terciopelo rojo. Todo muy sencillo y chic; podría


pasar perfectamente por la consulta de un dentista

Pasan varios minutos cuando una de las puertas se abre

y Ginger sale por ella acompañada de un motero con los


brazos tatuados. Al verme, una sonrisa se dibuja en sus

labios pintados de fucsia y corre hacia mí para abrazarme.

—Leona mía, no te esperaba hoy. —Ginger me llama

leona porque según ella mi melena es como la de un león.

—¿Tienes algún cliente ahora?

Ginger frunce el ceño y mira a Emma que niega con la

cabeza tras comprobar la agenda.

—No hasta dentro de dos horas.

—Ya ves, soy libre como el viento.

—Genial. Me gustaría pedirte una cosa.


—Pues tú dirás.

Guiña un ojo a su chica, me coge de la mano y me hace

pasar a la habitación donde realiza los tatuajes. Me siento

sobre la camilla y ella lo hace sobre un taburete que sitúa

frente a mí.

—A ver, qué pasa mi chica —me pregunta a través de

sus ojos que de tan azules parecen transparentes.

Ginger es… diferente. Lleva el pelo de color verde, un

piercing en el septum, los labios siempre pintados de fucsia

y tiene un montón de tatuajes en su cuerpo. Tiene el

aspecto de una sirena chunga, y digo lo de sirena porque

suele encandilar a todo el mundo con su manera de ser,

como hacen las sirenas con su canto.

Yo la quiero con locura y es que ella siempre ha sido el

impulso que me ha ayudado a salir de mi zona de confort.

—Quiero hacerme un tatuaje.

Ginger parpadea en silencio y, a continuación, frunce el

ceño:

—¿Perdón?

—Quiero hacerme un tatuaje —repito.


—Pero si tú nunca has querido hacerte ninguno porque

eso significa grabar algo en tu piel para siempre y

blablablá…

—Lo sé, pero he cambiado de idea. —Me muerdo el labio

y desvío la mirada de sus ojos a mis manos—. Hoy hace seis

años que papá murió.

Ginger dulcifica su mirada.

Ella sabe lo que significa para mí el día de hoy, todas las


cosas amargas que trae con él. Hoy hace siete años de

aquel día de noviembre en el que papá tuvo un accidente

que acabó con su vida y que dejó a mi hermana pequeña

postrada en una silla de ruedas. Mi mundo se puso patas

arriba aquel día. La Riley de antes y la de después de aquel

accidente son dos personas distintas.

—¿Quieres tatuarte algo en su honor?

Afirmo con la cabeza.

—En realidad llevo tiempo pensando en ello, pero no se

me ocurría nada significativo, hasta que ayer lo tuve claro.

—Saco un papel doblado del bolsillo del pantalón y se lo

tiendo.
Ella lo desdobla llena de curiosidad y al verlo, sonríe.

Es la foto de un saxo, el instrumento que tocaba papá


en su cuarteto de jazz. Era un apasionado de la música, y

para él su saxo era casi una prolongación de su cuerpo.

—Es curioso, lo primero que me viene en mente cuando


pienso en tu padre es este instrumento.

—Lo sé, a mí también.

Me sonríe con ternura y me pregunta dónde quiero

ponérmelo. Le digo que quiero un tatuaje pequeño en algún

lugar discreto que no llame mucho la atención y ella me


recomienda hacérmelo en el costado.

Dos horas después salgo del estudio con un precioso

tatuaje de un saxofón en el costado izquierdo.

El piso en el que vivo con mi madre y mi hermana está

relativamente cerca del estudio, así que regreso caminando

dando un paseo.

Tardo media hora en llegar. Hace casi siete años que


tuvimos que cambiarnos de piso y sigo echando de menos

el antiguo. Puede que fuera tan decadente como este, pero

al menos tenía una habitación para mí sola. En cambio,


ahora la comparto con mi hermana porque solo hay una y

mi madre duerme en un sofá cama el salón. Tuvimos que

mudarnos porque tras la muerte de papá no teníamos

dinero suficiente para hacer frente al pago del alquiler, y así

acabamos en este zulo de cuarenta metros cuadrados. Al

menos es una planta baja y Lily puede entrar y salir sin

problemas.

Cuando entro en casa, me encuentro a Lily en el salón,

viendo un programa de tendencias de moda. Al verme, su

rostro se ilumina y, haciendo girar las ruedas de su silla, se

acerca excitada hacia mí.

—¿Te lo has hecho? —pregunta buscando el tatuaje con

la mirada.

—Aja. —Me levanto el jersey para mostrárselo. Está

tapado con un plástico y la zona está enrojecida, pero se ve

perfectamente el diseño.

—Yo quiero hacerme otro igual.

—Cuando seas mayor de edad —dice mamá que

aparece tras la puerta del baño.

Lily la mira enfadada.


—No es justo, es mi cuerpo y debería poder elegir.

—Hay veces en las que una debe aprender a vivir con la

frustración.

Lily se enfada, gira sobre si misma con la silla de ruedas


y desaparece dentro de nuestra habitación dando un

portazo. Una podría pensar que estar en silla de ruedas la

habría convertido en una adolescente sosegada y sumisa,

pero nada más lejos de la realidad. Lily siempre ha tenido


mucho carácter y eso no ha cambiado en absoluto.

—Me encanta el tatuaje, cariño, a tu padre también le


gustaría.

—¿Y por qué no le dejas a Lily hacerse uno?

Mamá pone los ojos en blanco.

—En su estado lo último que necesita es pillar alguna


infección por el capricho de hacerse un tatuaje. Ya sé que

tiene porque pasar nada, pero es mejor prevenir.

El tratamiento que sigue Lily y que le permite estar bien


nos cuesta un dineral. Por eso mamá hace más horas que

un reloj en su trabajo como señora de la limpieza. Y por eso


yo tuve que renunciar a mi beca para estudiar repostería en
el Sant Andrews y llevo años compaginando dos trabajos,
uno en un puesto de tacos por las tardes y otro en un bar

por las noches.

—Tienes razón, pero me da rabia que tenga que

renunciar a hacer algunas cosas por culpa de lo que pasó.

—Y a mí, cielo. Pero las circunstancias son las que son y


tenemos que adaptarnos a ellas.

Afirmo con la cabeza y cojo una galleta que he

preparado esta mañana de la bandeja que separa la cocina


del salón/comedor/salón/habitación de mamá. Le doy un

mordisco mientras cotilleo una revista de Lily sobre moda.


Le apasiona este mundillo.

—Por cierto, han llamado preguntando por ti hace un


rato. Me han dado un número de teléfono para que llames

tú. —Me alarga un post it que había dejado pegado en la


nevera.

En el papel solo hay un número de teléfono, así que me

trago el trozo de galleta que tengo en la boca, cojo el


teléfono inalámbrico y marco el número.

Tardan dos tonos en responder:


—Departamento de recursos humanos de Dankworth
Publishing Company, ¿en qué puedo ayudarle?

Trago saliva al reconocer el nombre de la empresa. Hace

unos días fui a hacer una entrevista de trabajo ahí, por lo


que la llama de la esperanza se enciende en mi interior.

—He recibido una llamada de este número.

—Su nombre, por favor.

—Riley Foster.

—Espere un segundo.

Me dejan en espera con música clásica y empiezo a


ponerme nerviosa. Que me hayan llamado es buena noticia,

¿no? Es decir, no suelen llamarte para decirte que no has


sido seleccionada para un puesto de trabajo.

Después de un par de minutos, una voz distinta retoma


la llamada:

—Hola Riley, soy Maggie, te hice una entrevista el otro


día para un puesto de secretaria de dirección. ¿Sigues

interesada en el puesto?

Tengo que hacer verdaderos ejercicios de contención


para no ponerme a gritar como una loca, porque este es
justo el tipo de trabajo que llevo esperando desde que

terminé el curso de secretariado hace unos meses. Pero no


quiero parecer desesperada, así que carraspeo antes de

responder e intento poner el tono de voz más neutro


posible:

—Sí, por supuesto.

—Enhorabuena entonces, has sido seleccionada. Ya te


comenté que el puesto era para cubrir una vacante para

uno de nuestros directivos. Es imprescindible que vengas


mañana mismo a firmar el contrato para que pueda

explicarte como funciona todo y te presente al que será tu


jefe. ¿Habría algún problema con eso?

—En absoluto —digo, aunque teóricamente mañana


tengo turno en el puesto de tacos. Tendré que llamar a Peter

para decirle que no volveré nunca más.

—Perfecto, entonces nos vemos mañana.

Maggie cuelga y yo me quedo unos segundos


anonadada con el teléfono aún en la oreja. Mamá me mira
con la ceja alzada, esperando que le explique a que viene
mi cara de felicidad. Así que cuelgo, dejo el teléfono sobre

la barra y la abrazo emocionada.

—¡Me han cogido para un puesto de secretaria, mamá!


Se han acabado los problemas económicos, a partir de

ahora podré aportar más en casa —le digo contenta,


esperando que la noticia la alegre tanto como a mí. Sin

embargo, no es así. Puedo ver una sombra sobrevolando su


rostro—. ¿Pasa algo?

Tarda en responder y, cuando lo hace, desvía sus ojos de

los míos.

—Me siento culpable de que hayas renunciado a tu

sueño de ser repostera por nosotras.

Cojo aire y lo dejo ir despacio. Hemos tenido esta


conversación un millón de veces. Ya le he dicho que no es

culpa de nadie. Bueno, sí, es culpa de la vida que a veces


puede ser muy cruel, pero no de ellas. Ellas no provocaron
el accidente. Es cierto que a veces me pregunto cómo sería

mi vida ahora si aquella noche no hubiera llovido y papá no


hubiera perdido el control del coche, pero luego me

recuerdo que nada sirve lamentarse. Que hay que vivir el


presente real y no uno inventado.
—Mamá, no pasa nada. Además, no he renunciado del
todo. Sigo haciendo repostería cuando puedo —le recuerdo

levantando lo que queda de la galleta que me estaba


comiendo.

—Lo sé, pero no es lo mismo, mi niña. Sé que siempre


quisiste abrir tu propia pastelería.

—Bueno, mamá, quizás ser secretaria no es el trabajo

con el que soñaba de pequeña, pero al menos es mejor que


servir tacos o hacer de camarera en bares de reputación

dudosa.

Mamá afirma con la cabeza y es que mis trabajos de


ahora son infinitamente peores. Sobre todo, me muero de
ganas de dejar de trabajar de camarera. Me faltan dedos en

las manos y los pies para contar las veces que he tenido
que soltarle un bofetón a algún hombre por intentar

sobrepasarse.

—Eres maravillosa, cariño —Me da un beso en la


coronilla y yo sonrío dejándome llevar durante unos

segundos por una larga lista de «ojalás».

Ojalá nuestras circunstancias hubieran sido distintas.


Ojalá aquel día no hubiera llovido.

Ojalá papá siguiera aquí con nosotros.

Ojalá…
Evan

—¿Qué color te gusta más, el crema o el marfil? —Olivia me


mira con las cejas arqueadas y dos muestras de colores

entre las manos como si tomar esta decisión fuera algo de


vida o muerte. Estamos con nuestra wedding planner

intentando decidir los colores para la decoración del


banquete.

Yo miro los recuadros de tela intentando ver la diferencia


entre ellos, pero para ser sincero, los dos colores me

parecen idénticos, así que señalo una al azar.

—Este está bien.

Olivia se muerde el labio, vuelve a clavar sus ojos en las

dos muestras de tela y niega con la cabeza.

—Mejor este —dice eligiendo el otro color.

Me dan ganas de decirle que para que me ha traído

hasta aquí si va acabar haciendo lo que ella quiera, pero sé

que decir algo así solo traería con ello una discusión
absurda que ella ganaría y que a mí me dejaría frustrado y

con dolor de cabeza durante horas.

—Es una elección espléndida —dice Paola, la wedding

planner, pestañeando con demasiada pomposidad con las


que sin duda son las pestañas postizas más largas e

inquietantes que he visto en mi vida. Es como si tuviera dos

tarántulas enormes pegadas en los ojos.

—¿Y qué te parecen los lirios para los arreglos florales a

conjunto con el ramo?

—Bien. Me parece bien —respondo mirando el móvil,

apático.

Ella resopla y se cruza de brazos.

—No estaría de más que mostraras más interés. La boda

es de los dos.

Pongo los ojos en blanco e intento morderme la lengua.

Porque ella sabe de sobras que esta boda me apetece lo

mismo que triturarme la mano con una batidora. Acepto

casarme con ella porque así lo han dispuesto nuestras

familias desde que el padre de Olivia y el mío empezaron a


hacer negocios hace décadas, no porque sienta nada

parecido al amor por ella.

Y eso que Olivia es atractiva.

Tiene el pelo suave y sedoso, un rostro que parece

sacado de un anuncio de cremas faciales y un cuerpo

delgado y proporcionado. No voy a negar que es atractiva y

que me he acostado con ella con gusto más de una vez.

Pero siempre ha sido sexo, solo eso. Por eso tenemos el

acuerdo de que puedo acostarme con otras, siempre que lo

haga de forma discreta, hasta el día de la boda.

Así es, voy a casarme con una mujer a la que no amo

porque es lo que tengo que hacer. Es mi deber y lo acepto

porque tampoco es que crea en el amor, por lo que casarme

con ella o con otra me es indiferente. Además, nuestra


unión es lo mejor para el Grupo Editorial que un día

heredaré. Pero no puede pedirme que finja estar interesado

en esta boda, ella sabe que lo que nos une no son

sentimientos, sino interés. Al menos por mi parte.

—No te preocupes, reina. La mayoría de hombres se

comportan igual, esto de decidir sobre colores y flores no es

lo suyo.
Sonrío escéptico y me callo el comentario sobre lo

machista que me parece lo que acaba de decir.

Olivia afirma con un movimiento de cabeza y vuelve a

centrarse en el enorme carpesano con ideas que Paola ha

abierto frente a nosotros.

Faltan seis meses para la boda y yo solo deseo que

llegue el día para que acabe todo y pueda vivir tranquilo sin

pensar en ello.

Olivia y Paola hablan durante lo que me parece una

eternidad sobre los temas pendientes hasta que llega la

hora de largarme. Tengo una reunión importante a las doce

y antes tengo que conocer a mi nueva secretaria.

Maggie, mi secretaria actual, ha sido la encargada de

elegir a la nueva. Si hay alguien capaz de encontrar a la

secretaria perfecta, esa persona es ella, que ha sido la

mejor secretaria del mundo estos últimos años. He

intentado convencerla para que siga un par de años más

prometiéndole un generoso aumento de sueldo, pero tiene

casi setenta y lleva meses tachando los días en el

calendario para retirarse e irse a vivir con su hija y sus


nietos a Maine.
Así que a partir de hoy será otra quien ocupe su lugar.

No tengo ni la menor idea del tipo de persona que debe

haber contratado para sustituirla. Hace una semana me dio

un dossier con su currículum, pero no he encontrado cinco

minutos para leérmelo. Conociéndola, capaz es de haber

elegido una señora de su edad con pinta de profesora

cabreada para que me meta en vereda cuando haga falta,

como lo ha hecho ella todo este tiempo.

Así que, con alivio, me despido de Olivia, pillo un taxi y

me dirijo al edificio donde se encuentra Dankworth

Publishing Company.

El edificio es alto y moderno con una cafetería en la

planta baja. Cuando llego me hago con un vaso de cartón

con un café y subo hacia el despacho. Maggie no está fuera,

en su sitio, por lo que deduzco que debe estar con la nueva

secretaria enseñándole esto, así que decido sentarme en el

sillón tras el escritorio y leer su currículum antes de que

lleguen. Leo el nombre en la etiqueta que hay fuera: Riley

Foster.

El nombre no me dice nada, así que abro el dossier. Me

sorprende descubrir que es una chica de veinticinco años


que acaba de terminar un curso de secretariado y que no

tiene ningún tipo de experiencia.

Alzo una ceja extrañado y busco la foto adjunta.

El corazón me da un vuelco cuando la encuentro y me

fijo en ella: Pelo a lo afro, ojos oscuros, labios llenos, tez

morena. Yo ya he visto a esta chica antes.

En un ascensor.

Una noche de Halloween.

Hace siete años.

Trago saliva recreándome en su pelo indomable y su

nariz de duende. Su rostro ha perdido la redondez de

entonces, sus rasgos son más afilados y hay cierta dureza

en su expresión.

Viajo en el tiempo, en aquel ascensor, aquella noche.

No entiendo nada, ¿qué hace ella aquí?


Riley

Este lugar es una pasada. Ya lo pensé la primera vez que


vine para hacer la entrevista y lo suscribo ahora. El edificio

es increíblemente alto, todo hecho de metal y vidrio, y el


interior tiene un diseño moderno y chic. El Grupo Editorial

está estructurado por plantas, cada una de ellas pertenece


a una publicación o sello editorial, excepto la última, donde

se encuentra los despachos de los directivos y que es donde


voy a trabajar.

Maggie, que es la anterior secretaria de Evan


Dankworth, el hijo del dueño de este sitio, me ha hecho un

tour completo por el edificio. Es una mujer mayor con pinta

de tener mucha experiencia en su puesto. No deja de hablar

en ningún momento y me da tanta información que estoy a

punto de sacar el móvil y encender la grabadora para volver


a escucharlo todo cuando llegue a casa para que no se me

escape nada. Además de hablar rápido, anda también muy

rápido, pero dando pasitos cortos, algo que es todo un


espectáculo.
Ahora nos encontramos justo en el que será mi futuro

escritorio, frente a la puerta del despacho de Dankworth hijo

(así es como lo ha llamado Maggie). Según ella, ha llegado

el momento de conocernos.

Maggie llama con los nudillos y abre la puerta pasando

al interior del despacho. Va delante mío por lo que no veo al

tal Evan hasta que Maggie se aparta diciendo:

—Señor Dankworth, le presento a la señorita Foster.

Todo se ralentiza cuando mis ojos se topan con los ojos

ambarinos del hombre que hay de pie frente a mí, un

hombre que recuerdo a la perfección porque es el hombre al

que suelo rememorar todos los treintaiuno de octubre: pelo

revuelto, mirada intensa, mandíbula marcada, labios

perfilados y un cuerpo atlético perfectamente envuelto con


un traje caro hecho a medida. Su rostro ha sido cincelado

por la edad, pero sigue siendo exactamente igual que

entonces.

El pulso se me acelera, el corazón me bombea más

rápido y me sudan las manos.


Reconozco que he soñado alguna vez en reencontrarme

con él, pero no así, no convertido en mi jefe y yo en su

secretaria como si fuéramos los protagonistas de una

novela rosa.

Si yo le miro desconcertada, él no se queda atrás. Me

mira como si en vez de una persona fuera un fantasma.

Llevamos tanto tiempo en silencio observándonos sin

decir nada que Maggie carraspea llamando nuestra

atención:

—Este es el momento en el que os dais la mano —nos

recuerda como si fuéramos dos idiotas sin remedio.

Evan parpadea como si acabara de salir de una

ensoñación y me tiende la mano dedicándome una sonrisa

profesional, aunque puedo ver la sombra del desconcierto

en su mirada.

—Encantado, señorita Foster —dice apretando mi mano

cuando se la tiendo.

—Lo… lo mismo digo —respondo intentando que mi voz

parezca firme, pero se queda en eso, en un intento, porque

tartamudeo al hablar.
Maggie nos observa con el ceño fruncido, supongo que

preguntándose porque nos comportamos de una forma tan

rara.

—Bueno, os dejo para que vayáis conociéndoos. Riley,

cuando termines me encontrarás fuera. Acabaré de

explicarte el funcionamiento de todo esto.

Sale del despacho y nos deja solos. Dios, no sé qué

decir. Esta es la situación más surrealista con la que he

tenido que lidiar en mi vida. Y por la forma en la que él se

toca su pelo castaño despeinándolo, diría que le ocurre lo

mismo.

—Estoy un poco confuso —dice él rompiendo el hielo

tras unos incómodos segundos de silencio en los que nos

hemos limitado a mirarnos.

—Yo tampoco es que me encuentre en mi mejor

momento de lucidez mental.

—¿Secretaria? Es decir, yo creía que a estas alturas te

habrías convertido en una repostera reconocida.

Cojo aire y lo dejo ir.

—Es… complicado de explicar.


—¿Y eso? ¿Qué pasó?

Tardo en responder, pero cuando lo hago lo hago con


contundencia.

—La vida.

Evan tarda unos segundos en volver a hablar, segundos

que aprovecha para estudiarme de arriba abajo. Me alegro

de haber elegido mi mejor traje para este primer día, un

Dolce and gabanna que compre en una tienda de segunda

mano hace unas semanas. Además, me he recogido el pelo

en un moño elegante, domando mi cabellera.

Supongo que está intentando encontrar en mí a la chica

que conoció en aquel ascensor, aunque entonces era solo

una estudiante de instituto. Poco queda de esa Riley,

aunque él no lo sabe. Al fin y al cabo, fuimos solo dos

desconocidos compartiendo un momento bonito.

—Me avergüenza admitir que no tenía ni idea de que

eras tú mi nueva secretaria. Tenía pendiente revisar tu

currículum antes y no lo hice.

—No te preocupes, eres un hombre ocupado.


—Esa no es excusa —Se humedece el labio, me vuelve a

repasar con la mirada y me hace un gesto con la mano para

que me siente en la silla apostada al otro lado del escritorio.

Eso hago. Se queda callado como en babia y al darse cuenta

de ello, se echa a reír—. Perdona, es que sigo sin creerme

que seas tú.

—El desconcierto es mutuo.

—Así que Riley, ¿eh? No sabes las de veces que me

pregunté tu nombre.

—Y yo el tuyo. Aunque nunca hubiera dicho que te

llamaras Evan. Tienes pinta de nombre clásico, como el de

algún presidente de Estados Unidos, al estilo de Benjamin

Franklin George Washington.

—Siento decepcionarte —dice con una sonrisa entre

dientes.

—Tranquilo, he aprendido a vivir con la decepción

Nos volvemos a quedar en silencio y yo no puedo evitar

pensar en lo extraña que es esta casualidad. Nueva York es

una de las ciudades más grandes del mundo. Viven más de

ocho millones de personas en ella, por lo que coincidir dos


veces con la misma persona es prácticamente improbable.

Pero bueno, supongo que como todo en esta vida existen

excepciones, y yo acabo de vivir una de ellas.

Frente a mí, noto como la mirada de Evan cambia. Se

tensa y parece mucho más serio que hace unos segundos.

Es como si acabara de ponerse una máscara y fuera otra

persona.

—Bueno, señorita Foster, a partir de hoy vamos a tener


que trabajar juntos, así que por el bien de nuestra relación

profesional deberíamos olvidar todo lo ocurrido aquel día. —


Su tono de voz es frío y el color ámbar de su mirada se

oscurece—. Todo.

Entiendo perfectamente lo que quiere decir con ese

todo. Está claro que hace referencia al beso que nos dimos.
O más bien que me dio, porque fue él quien me siguió

escaleras arriba con ese fin.

—De acuerdo señor Dankworth —digo usando su mismo


tono de voz duro.

—Bien, en ese caso deberíamos hablar sobre el trabajo


que va a empeñar a partir de hoy.
Y sin más dilación empieza a soltarme un discurso sobre
lo que espera de una buena secretaria. Yo saco una libretita

e intento anotarlo todo, pero para ser fiel a la verdad lo


hago a medias porque tengo la cabeza hecha un lío.

Sabía que este trabajo sería un revulsivo en mi vida,


pero ¿tanto?
Evan

Me gusta pensar que soy una persona práctica. No me


gustan las sorpresas; prefiero que en mi vida las cosas sean

previsibles, que no haya sobresaltos.

Lo confieso: descubrir que la chica del ascensor es mi

futura secretaria me ha dejado en estado de shock. No me


lo esperaba. Es una de esas cosas que uno no se imagina

que puedan suceder. Pero suceden. ¡Vaya si suceden! Y la


prueba de ello es que tengo a la chica del ascensor aquí

delante cogiendo notas sobre todo lo que voy soltando con


fingida indiferencia en una libretita.

Sé que me he comportado como un borde hace unos


minutos, pero cuando algo me sobrepasa suelo activar un

escudo protector que me permite mantenerme

completamente ajeno a lo que sucede alrededor.

Es un escudo que tiene su origen en las incesantes y

recurrentes discusiones que solían tener mis padres a diario

hace ya más de veinticinco años, antes de separarse, y que

ahora se activa cada vez que no sé gestionar mis


emociones. Mi madre insiste en que visite a un terapeuta

para curar los traumas del pasado y, aunque siempre le

digo que lo haré, nunca lo acabo haciendo.

Doy una última indicación y tras decirle que ya se puede

marchar con Maggie, Riley se levanta de la silla y se da la

vuelta con los hombros cuadrados y la mirada firme. Se

nota que no le ha gustado nada mi actitud, pero no pienso


pedir perdón por ello, al fin y al cabo, tengo razón en algo:

voy a ser su jefe y ella mi secretaria, y por el bien de los dos

es mejor olvidar aquel encuentro, por mucho que verla haya

despertado en mí el recuerdo de lo que sentí entonces.

Riley coge el tirador de la puerta y en el último segundo


se gira y me mira con el ceño fruncido. Su mirada es dura y

una sonrisa lacónica se dibuja en sus labios arqueados.

—Tampoco fue nada del otro mundo, así que no tienes

de qué preocuparte.

Frunzo el ceño sin entender lo que quiere decir, y así se


lo hago saber:

—¿A qué te refieres?


—Al beso que nos dimos. —Abre la puerta y hace

ademán de irse, pero en último segundo se gira y me echa

una mirada entrecerrada—: Mejor dicho, que me diste.

Sale del despacho y me quedo mirándola con cara de

tonto. Joder, supongo que esta es su forma de castigarme

por ser tan capullo, porque el beso que nos dimos fue la

bomba. Si hubiera sido un sapo y ella una princesa

encantada, me habría convertido en príncipe azul al

instante.

Me paso una mano por el pelo, abro el mueble bar y me

sirvo un trago de whisky. No, no suelo beber alcohol


mientras trabajo, pero lo necesito.

Me muerdo el carrillo inquieto durante unos minutos,

mirando la ciudad de pie frente a los ventanales. Necesito


hablar de esto con alguien.

Cojo el móvil y llamo a Jake por FaceTime.

Tengo dos mejores amigos: Jake Lawler y Adam Walter.

El primero es hijo de uno de los magnates hoteleros más


importantes del país. El segundo dirige su propia
multinacional. De los dos, el único que conoce la historia de

aquella noche, es Jake.

Tarda lo que me parece una eternidad en responderme y

cuando lo hace enseguida me doy cuenta de que le he

pillado en mal momento. Lleva el pelo revuelto, me mira

jadeando y no lleva camiseta. Además, eso del fondo es el

cabecero de una cama y oigo una risa femenina.

—Dime al menos que llevas calzoncillos —le pido con

una sonrisa de medio lado mientras él suelta una carcajada.

—Dime que eso que estás bebiendo no es whisky. Son

las once de la mañana, tío.

—La ocasión lo requiere.

—¿Qué ha pasado? ¿La reina del hielo ha acortado su


correa?

Pongo los ojos en blanco. Jake odia a Olivia y suele


meterse conmigo porque según él me trata como a un

perrito faldero. No entiende porque me caso con ella. Desde

que dejó de trabajar en la cadena hotelera de la que era

heredero para dedicarse a su gran pasión que es la

fotografía, habla como si se tratara de un libro de


autoayuda. Está a una frase inspiradora de convertirse en

Paulo Coelho.

—No te he llamado para hablar de Olivia.

—Me alegro, porque estoy de ella hasta la punta del

nabo.

—Menudo poeta estás hecho. —Oigo la voz de Harper,

su novia. Poco después, su rostro aparece en pantalla, al

lado del de Jake. Su pelo pelirrojo aparece despeinado y sus

mejillas sonrojadas. Afirmativo: les he pillado en medio de

un polvo. El motivo por el que mi amigo coge una llamada

en ese momento en vez de descartarla es un misterio para

mí—. Hola Evan.

—Hola Harper, ¿qué tal por San Francisco?

Hace algo más de un año que Harper y Jake se mudaron

a San Francisco. Fue después de que Harper descubriera

que su padre tiene Alzheimer y que Jake tomara la

determinación de irse con ella. Quien hubiera dicho que mi

amigo el conquistador alérgico al compromiso acabara

comprometiéndose.
—Como siempre, pocas novedades en el frente. A tope

con el trabajo y poco más que contar.

—Ya veo.

—¿Tú todo bien? ¿Cómo va la preparación de la boda? —

Puedo ver una sonrisa maliciosa en sus labios, y es que

Harper también odia a Olivia.

Bueno, todos mis amigos la odian.

—¿La organización de la boda? Genial. Es como si

hubiera muerto, hubiera ido a parar al infierno y hubieran

decidido castigarme por mis pecados con ella.

—Pobrecito…

—Pequeño hobbit, no es por nada, pero estás

monopolizando la conversación y Evan me ha llamado a mí

—le recrimina Jake intentando apartarla de la pantalla.

—Vale, vale, os dejo solos. —Dirige su mirada hacia mí

—. Hablamos, Ciao.

Da un beso al aire y desaparece.

—A ver, desembucha. ¿Qué ocurre?

Doy un trago al whisky antes de responder.


—¿Recuerdas cuando quedamos en la cafetería que hay

cerca de mi curro para hablar sobre tus sentimientos hacia

Harper y yo te expliqué que una noche de Halloween me

había quedado encerrado en un ascensor con una chica?

Jake se rasca la cabeza, como si hiciera memoria.

—Algo recuerdo vagamente sobre una tía alucinante a la

que no habías vuelto a ver.

—Pues bien, la he encontrado.

Sus ojos se abren con interés.

—¿En serio? ¿Dónde?

—En mi despacho. Es mi nueva secretaria.

Jake suelta una carcajada y yo me cabreo por su falta de

empatía.

—¿Te parece gracioso?

—¿Que aparezca de repente la única tía que te ha

molado en estos últimos años a tan solo seis meses de la


boda? Sí, me lo parece. Es como si el destino te hubiera

querido gastar una broma.

—De mal gusto.


—Pues yo le encuentro su gracia. —Niega con la cabeza,
divertido—. ¿Y qué? ¿Sigue siendo tan alucinante como hace

años?

—Pues no lo sé, apenas hemos hablado. Le he pedido

que lo olvidemos todo y que nos limitemos a tener una


relación profesional.

—¿Por qué has hecho eso? —pregunta, incrédulo.

—Porque va a ser mi nueva secretaria. No puedo

acostarme con ella.

—¿Y por qué no?

—Por qué no está bien. En nuestra empresa tenemos

una política muy estricta contra el acoso sexual.

—Que tu secretaria te haga una mamada debajo del


escritorio por voluntad propia no se puede considerar acoso.

—Que se lo digan a Bill Clinton.

—Bueno, no estamos hablando de lo mismo. No eres


presidente de los Estados Unidos.

—No, gracias a Dios no lo soy. Pero ¿podemos volver a

mi tema? No sé cómo debería comportarme con ella.

Jake acaricia su mentón con los dedos antes de hablar.


—Voy a ser muy sincero contigo, Evan. Estás a seis
meses de casarte con Olivia, ¿por qué no intentas disfrutar

al máximo el tiempo que te queda hasta entonces? Haber


encontrado esta chica en este momento es perfecto. Queda

con ella, descubre si sigue atrayéndote y déjate llevar, lo


necesitas.

—Estás loco —aseguro yo acabándome el whisky del

vaso—. No sé porque te he llamado, no eres la mejor


persona a la que pedir consejo.

—Mira que eres desagradable cuando quieres. En fin,

tío, me largo, tengo una sesión de fotos programada para


dentro de una hora.

Le digo adiós, mueve la mano para despedirse y cuelgo.

Vuelvo a fijar la mirada en la ciudad que se ve tras el


ventanal. No puedo dejar de pensar en el hecho de que la

chica del ascensor está al otro lado de la puerta.

Quizás Jake tenga razón. Quizás deba disfrutar estos

últimos meses hasta la boda. Pero no creo que meterme


entre las piernas de mi nueva secretaria sea la respuesta,
por mucho que esta haya despertado fantasías en el

pasado.
Riley

Cuando Maggie me indica que da por finalizada la jornada,


suelto un suspiro de alivio. Tengo muchas ganas de salir de

aquí para reflexionar sobre todo lo que ha sucedido durante


el día de hoy. Que mi jefe sea el chico con el que me quedé

atrapada en el ascensor la noche de Halloween me ha


dejado trastocada.

Solo he vuelto a verle una vez más cuando ha salido de


su despacho alegando que tenía una reunión fuera. Se ha

despedido de Maggie y de mí con una sonrisa y no ha vuelto


a aparecer por la oficina. Lo agradezco, la verdad, necesito

digerir todo lo que ha pasado antes de enfrentarme a él de


nuevo.

Me despido de Maggie, cojo el bolso y me dirijo con paso

rápido hacia la boca de metro más cercana. Vivo bastante

lejos de aquí, por lo que tardo más de una hora en llegar.

Nada más entrar en casa recibo un mensaje de Ginger,

me invita a cenar una pizza donde Carlo’s para que le


explique qué tal ha ido mi primer día de trabajo.

Aún no le hablado de Evan y me muero de ganas de

hacerlo. Así que saludo a mamá que está sentada en el

sofá-cama viendo la tele y me dirijo al dormitorio. Nuestro

dormitorio es pequeño como todo en esta casa y


compartimos litera. Yo duermo en la de arriba, por supuesto.

Lily está sentada en el escritorio adaptado que instalamos

para ella. Está dibujando algo muy concentrada. Me asomo

sobre su hombro y veo uno de sus diseños de vestidos


imposibles que parecen más obras de arte que otra cosa. Es

una especie de vestido con alas de mariposa de color

violeta.

—Me encantaría tener uno igual —digo dándole un beso

en el pelo.

Ella se gira y me dedica una sonrisa preciosa. La verdad

es que Lily es preciosa. Nos parecemos mucho, de hecho,

ambas somos una copia bastante exacta de mamá, aunque

Lily tiene el pelo liso y es más estilizada. No tiene ni mis

caderas ni mi talla de sujetador. Además, ha heredado los


ojos grises y claros de papá, algo que en una persona de

piel oscura llama mucho la atención.

—¿Cómo ha ido el trabajo? —pregunta mirando como

me quito el traje para ponerme unos vaqueros y una camisa

a cuadros.

—Bien, el sitio es una pasada de pijo y tienen una sala


de descanso con café, bollería, chocolatinas y fruta que

podemos coger sin pagar —explico mientras me peino con

los dedos la melena que he soltado de su recogido—.

Mañana te traeré algo.

Sus ojos parecen apagarse de repente y yo me pongo de


cuclillas para estar a su altura.

—¿Por qué pareces triste?

—Odio que tengas que trabajar en algo que no te gusta

por mi culpa. El otro día os oí hablar a mamá y a ti y… me

da rabia que tengas que renunciar a tus sueños por mi

incapacidad.

—No es por tu culpa, Lily, Tú no tienes la culpa de que

esa tarde lloviera.


—Pero soy yo la tullida. —Se señala las piernas y yo noto

un tirón en el corazón.

Mi cabeza se llena de imágenes de aquel día.

Yo estaba en casa de Ginger cuando mamá me llamó

echa un mar de lágrimas pidiéndome que fuera al hospital,

que papá y Lily habían tenido un accidente.

A veces sueño en la vida que hubiera tenido si aquella

tarde las cosas hubieran sido distintas. Papá estaría vivo,

Lily caminaría y yo podría haber aceptado la beca en Sant

Andrews. Pero como decía siempre mi abuela, es mejor no

pensar en lo que podría haber sido, debemos aceptar lo que

es.

—Cariño, estoy bien en el trabajo, de verdad. Tú no te

preocupes por mí.

Me calzo unas deportivas y le abrazo por detrás

consiguiendo que sonría.

—¿Te vas a algún sitio?

—Sí, he quedado con Ginger para comer pizza donde

siempre.
—¿Me traes una cuatro quesos para desayunar mañana?

—me pregunta feliz. Y es que una de las cualidades que

tiene Lily es que puede pasar de la tristeza a la alegría en

cuestión de segundos.

—Solo tú podrías tener como plato preferido la pizza

recalentada…

Lily se ríe, yo le guiño un ojo y salgo de la habitación

rumbo a Carlo’s.
Riley

Llego a la pizzería y me encuentro a Ginger hablando con


Carlo, el propietario, sentada en uno de los taburetes de la

barra. Carlo es italiano, nació en Nápoles, aunque lleva


muchos años aquí, y su inglés es perfecto. Abrió la pizzería

nada más llegar al país y desde entonces es un referente en


el barrio. Ginger y yo hace años que frecuentamos la

pizzería; es nuestro lugar de encuentro.

—Mirad a quién tenemos aquí, una bella ragazza —dice

Carlo guiñándome un ojo.

No sé qué edad debe tener Carlo, es una de esas

personas que podrían tener entre cuarenta y sesenta años

por sus facciones ambiguas. Desde que recuerdo siempre


ha sido igual, con el mismo cabello cano, el mismo cuerpo

atlético y las mismas arruguitas alrededor de los ojos que se

acentúan cuando sonríe. Digamos que es uno de esos tipos


atractivos para los que no pasa el tiempo, como George

Clooney o Richard Gere.


—¡Que lleno está esto! —exclamo sorprendida, mirando

a un lado y otro del local lleno a rebosar.

Hay mucha gente, esto no es raro de por sí, lo que sí es

raro es que la gran mayoría parezcan guiris porque, seamos

sinceros, pocos guiris vienen hasta esta parte de la ciudad.


Suelen quedarse en Manhattan, Brooklyn u otros barrios

más populares.

—Se ve que alguien habló en su blog de viajes de esta

pizzería y llevamos unos días de mucha actividad.

—¡Eso es genial, Carlo! —lo felicito, maravillada.

—Lo es. Ahora que eres famoso deberías invitarnos a las

pizzas. Somos tus clientas más fieles. Llevamos viniendo a

menudo desde hace años —dice Ginger dedicándole una de

sus sonrisas de gatita que suelen servir para conseguir

siempre lo que quiere.

—Donna cattiva… —dice Carlo con una sonrisa torcida

—. Claro que os invito. Sentaos donde queráis y os traigo lo

de siempre.

Yo pongo los ojos en blanco mientras Ginger deja

escapar una risita entre dientes. Así es mi amiga; capaz de


conseguir todo lo que quiere con su arrollador encanto.

Nos sentamos en la única mesa libre del local, una que

está al lado de los baños y esperamos a que Carlo nos sirva

nuestros refrescos y nuestras pizzas.

—Bueno, leona mía, dime. ¿Cómo ha ido el primer día?

Me muerdo el labio, cojo una servilleta de encima la

mesa y mientras empiezo a desmenuzarla se lo cuento

todo. Cuando llego a la parte suculenta, es decir, a la parte

en la que Evan entra en acción, sus ojos se abren como

platos y levanta una mano para frenarme en mi explicación.

—Espera, espera, espera… ¿Me estás diciendo que tu

jefe es el chico con el que te quedaste encerrada en el

ascensor hace un montón de años?

—El mismo —respondo jugando con los pedazos de la

servilleta hecha añicos.

—¿Y me lo cuentas ahora? Es decir, ¿por qué demonios


no has corrido a llamarme o a mandarme un mensaje de

inmediato?
Frunce el ceño, indignada. Yo me limito a encogerme de

hombros.

—No podía salir corriendo de mi puesto de trabajo el

primer día para coger el móvil y contarte un cotilleo, Ginger.

—¿Es que acaso no has ido a mear en todo el rato?

No respondo a su pregunta y ella arruga el morro.

—Es que no me puedo creer que tengas una exclusiva

así entre manos y no corras a contársela a tu mejor amiga.

—Tampoco es tan importante.

—Estuviste muy pillada por ese chico, Riley. Y eso que ni

siquiera sabías su nombre. ¡Si hasta rechazaste a Jacob

Brooks, el tío por el que llevabas años colada! —Niega con

la cabeza como si no se pudiera creer lo que está diciendo y

yo recuerdo los días posteriores a nuestro encuentro. No

podía dejar de pensar en él, en lo que me había hecho

sentir al besarle. Jacob Brooks era un buen chico y había

estado muy pillada por él, cierto, pero los besos que nos

dimos en su día tras las gradas no podían competir ni

remotamente con los de Evan—. No me puedo creer que


ese chico sea el heredero de Dankworth Publishing

Company. ¿Y cómo ha actuado él?

Tardo unos segundos en responder, rememorando lo que

me ha dicho después del primer impacto. Que olvidásemos

esa noche. Que nos comportáramos como jefe y empleada.

Y lo ha dicho con una actitud fría que me ha decepcionado.

No esperaba que hiciera una fiesta al reencontrarnos. Han

pasado siete años y siete años es mucho tiempo. Pero no

hacía falta ser tan tajante, ni actuar como si el recuerdo de

lo sucedido en aquel ascensor fuera algo insignificante.

Podíamos haberlo dejado como una anécdota bonita que

recordar con cariño a pesar de nuestros roles profesionales.

Justo en este momento Carlo sirve nuestras pizzas y

empezamos a comer mientras le explico el encuentro

entero.

—Menudo imbécil —murmura Ginger mientras quita las

aceitunas de su pizza. No le gusta comer las aceitunas con

la pizza, lo hace por separado.

—Seguro que para él solo fui una distracción tonta en

una noche tonta. Me equivoqué al creer que entre nosotros


había habido una conexión especial. Si no necesitara con

desesperación el trabajo, lo dejaría. No me apetece verle la

cara todos los días.

—¿Sabes lo que deberías hacer? Fingir indiferencia. Los


tíos como él no soportan que les ignoren, se creen el

ombligo del mundo.

—Voy a ser su secretaria —le recuerdo.

—¿Y?

—Que es un poco difícil ignorar a tu jefe.

—Pues limítate a tratar con él temas del trabajo, para lo

demás pon esta cara. —Me mira muy seria e intenta imitar

una expresión de indiferencia que me hace reír, con los ojos

entrecerrados y el labio apretado, porque en vez de

indiferente parece estar a punto de soltarte una torta.

—Eres maravillosa, ¿te lo había dicho antes? —Tiro mi

cuerpo hacia delante y cojo una de sus manos entre las

mías. Observo el tatuaje de la enredadera que sube de la

muñeca al codo.
—A mí también me gustas, cielo, pero yo ya estoy

comprometida —bromea.

Me río porque a Ginger le encanta hacer este tipo de

insinuaciones a todo el mundo, aunque sé de sobras que yo

no soy su tipo y que me ve como una hermana, igual que yo

a ella.

—No, en serio. Tienes razón, voy a tratarlo con actitud


distante. Si eso es lo que quiere, eso es lo que haré —afirmo

con contundencia.

—¡Esa es mi chica! —Ginger choca su vaso con el mío.

Fijo mi mirada en el trozo de pizza que queda en el plato

y me digo que sí, que eso es lo que haré, tratarlo


únicamente como lo que es: mi jefe.
Evan

Ha pasado una semana desde que Riley empezó a trabajar


conmigo y he de decir que la relación entre nosotros es más

fría que la nariz de un esquimal en plena tormenta de nieve.


Sé que fui yo quién le pidió que olvidara lo sucedido, pero

nunca creí que eso implicaría estar tan distante conmigo.

Tengo que reconocer que a nivel profesional no puedo

quejarme. Es una muy buena secretaria, quizás no al nivel


de Maggie, pero es que Maggie llevaba más de cuarenta

años en la empresa y más de cinco siendo mi secretaria


personal.

Si esto ya ha hecho que la semana haya sido un poco

regular, tenemos que sumarle la pesadilla que está


resultando la preparación de la boda. Olivia me bombardea

a diario con correos electrónicos llenos de preguntas sobre

la organización y yo no le puedo responder con más apatía.

No sé porque sigue esforzándose en implicarme en la

toma de decisiones si sabe que no quiero colaborar. No lo


hemos hablado en persona, pero creo que es evidente. Mi

cara de mierda cada vez que saca el tema es una prueba

gráfica más que suficiente para comprender lo poco que me

gusta hacerlo.

En fin, suerte que ayer domingo quedé con Adam, para


tomar unas copas después de la cena. Me explicó que Lena,

su esposa que está embarazada, ya ha dejado atrás la

etapa de las náuseas y que ha entrado de lleno en la etapa

de los antojos. Yo no le hablé de Riley, aunque quise


hacerlo. No sabía muy bien que explicarle, porque las cosas

con ella ahora mismo son muy confusas.

Nada más llegar a la oficina me encuentro a Riley

sentada en su escritorio, tecleando en la pantalla del

ordenador. Aún no son las nueve y ya está al pie del cañón,

y es que además de ser eficiente y organizada, es una

persona super puntual.

La saludo con un gesto de barbilla y le pido que entre

para acabar de programar el día. Ella afirma, coge una

libretita y se levanta, entrando tras de mí.


Dejo el abrigo colgado en el perchero que hay tras la

puerta, el maletín sobre el escritorio y me siento en mi sitio.

Ella lo hace en la silla de enfrente. No puedo evitar fijarme

en lo guapa que está, con el pelo recogido en un moño

apretado y un vestido sencillo de color gris que realza todas

sus curvas.

No debería fijarme en eso, lo sé, es una empleada, pero

llevo todos estos días haciéndolo. Hay algo en ella que me

atrae de una forma inexplicable. Sí, siete años después de

nuestro encuentro en aquel ascensor, sigue siendo

magnética para mí.

—¿Cómo tenemos el día? —pregunto fingiendo en que

no me fijo en la forma que cruza las piernas para

acomodarse.

Me gusta repasar la agenda todas las mañanas nada

más llegar. Riley baja la mirada hacia su libretita y va

cantando todas las reuniones de hoy de forma monótona.

Cuando termina, me mira con una expresión glacial y dice:

—¿Algo más?
—No, ya está. —Se pone de pie y, antes de que pueda

moverse, cambio de opinión—: Bueno, sí, una última cosa.

Alza las cejas, curiosa, y vuelve a sentarse.

—Tú dirás.

—Verás… Es que hay algo que me preocupa.

Parpadea, confusa.

—¿He hecho algo mal?

—No, en absoluto. No tiene nada que ver con tu trabajo,

tiene que ver con nuestra forma de interactuar. No me

gusta nada que nos tratemos de una forma tan…

impersonal.

—¿Impersonal? Soy tu secretaria, no una amiga.

Dejo escapar un resoplido.

Riley me mira con una suficiencia que me desarma.

—Vale, me lo merezco, me comporté como un cretino

contigo el otro día. Asumo la responsabilidad. Pero si vamos

a trabajar juntos quiero sentir que tenemos una relación

cordial.
Cambia el peso de una pierna a la otra y deja escapar

un suspiro.

—¿Hago bien mi trabajo? —pregunta mirándome a los

ojos con dureza.

—Ehhh… sí.

—¿Y mi actitud es correcta?

Parpadeo desconcertado ante su nueva pregunta.

—Bueno… supongo que sí.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

Me tiro hacia atrás en el sillón y hago bailar los dedos

sobre la superficie de la mesa pensando en una respuesta

que darle. Al final, me encojo de hombros y le ofrezco mi

mejor sonrisa de reconciliación.

—No es que haya un problema en sí, simplemente me

gustaría que rebajásemos un poco la tensión que hay entre

nosotros. Me gustaría forjar una relación de confianza

contigo, como la que tenía con Maggie.

La veo dudar unos segundos. Su cuerpo, hasta ahora

tensionado, parece relajarse. Lanzo una propuesta al aire,


nacida desde dentro, sin meditarla:

—¿Por qué no comemos juntos? Así podríamos hablar y

conocernos un poco mejor.

Sus ojos se abren, puedo leer la sorpresa en ellos, pero

enseguida se apresura a negar con la cabeza.

—No creo que eso sea buena idea. Además, hoy

almuerzas con tu madre —me recuerda enseñando la

libretita con la que hemos repasado mi agenda de hoy.

—Mierda, es verdad. Bueno, pues cenemos algo al salir.

No tengo ni idea que debe estar pasando por esa

cabecita, pero puedo intuir sus pensamientos

contradictorios volar de un lado al otro.

—No sé…

—Venga, mujer, solo será una cena. Charlaremos,

comeremos algo y te llevaré a casa.

—No es muy normal que el jefe te invite a cenar.

—Pues a Maggie bien que le gustaba. Se ponía fina a

langostas a mi costa siempre que podía.


Mi comentario la hace reír. En realidad, solo comía con

Maggie por su cumpleaños, y lo hacía más que nada porque

vivía sola. Arrastraba una historia personal muy triste. Su

marido había muerto de cáncer poco después de casarse y

su única hija vivía lejos y la veía en contadas ocasiones.

Riley se muerde el labio y, tras meditarlo, dice:

—De acuerdo, cenemos juntos.

—Cuando termine la última reunión te paso a recoger


por aquí, ¿te parece? A las seis —le sugiero, porque la

última reunión la tengo fuera de la oficina.

Ella afirma con la cabeza y puedo ver un amago de

sonrisa en sus labios apretados. Dios, es preciosa. De una


forma poco convencional, pero preciosa. Y nada más pensar

esto me doy cuenta de que la cena de esta noche me


apetece más de lo que debería.
Evan

Mi madre es la persona más independiente que conozco.


Eso es lo primero que pienso cuando la veo llegar al

restaurante al que hemos quedado. Lleva el pelo corto


teñido de blanco y un vestido vaporoso bohemio de flores

que le llega hasta los pies. Es un alma libre, que se pasa la


mitad del año en Bali y la otra mitad en Nueva York.

Como te habrás imaginado no era así cuando se casó


con mi padre. Aunque él se enamoró de ella siendo una

joven escritora alocada e idealista, cambió su estilo de vida


cuando se conocieron para adaptarse a él.

El suyo fue un matrimonio por amor. Ambos estaban

locos el uno por el otro y yo crecí en un ambiente


relativamente feliz. Pero mamá poco a poco se fue

marchitando en su papel de esposa y madre, dejó de

escribir y lo suyo terminó en depresión. Hasta que, un buen


día, desapareció, sin decir nada, dejándonos una nota sobre
el mueble del recibidor diciendo que nos quería pero que no

era feliz.

Papa le regó que volviera durante meses, pero ella

recuperó su esencia, empezó a escribir de nuevo y no quiso

atarse otra vez a esa vida. Así que se divorciaron,


queriéndose como se querían. Y papá empezó a odiarla. Fue

entonces cuando comprendí que el amor en el fondo no

importa. Nunca es suficiente.

—Cariño, ¡qué guapo estás! —exclama ella nada más


sentarse.

—Tú también estás fantástica.

Es impresionante la energía que desprende. Nadie diría

que tiene más de cuarenta y está a punto de cumplir los

sesenta.

—Lo sé, Bali me sienta bien. A ver cuando vienes a

verme.

—Pues ahora lo tengo difícil, con los preparativos de la

boda y eso.
—Ah, la boda, es verdad. —Aprieta los labios mientras

lee la carta del restaurante.

—Sí, la boda a la que aún no has confirmado asistencia

—le recuerdo.

Sé que a mamá Olivia no le gusta mucho, pero es mi

boda, quiero que comparta ese momento conmigo.

—No sé, hijo, la verdad es que no me apetece mucho

estar presente en una boda que sé, de antemano, que es el

gran error de tu vida.

—Siempre es un placer hablar contigo, mamá. Eres todo

ánimo y optimismo.

—No voy a decirte que me alegro de que te cases con

esa bruja para contentarte, cariño.

—¡Mamá! —exclamo ofuscado. Que Olivia no le guste lo

puedo entender, pero de ahí a llamarle bruja…

Un camarero se acerca a pedir nota y, cuando volvemos

a quedarnos solos, mamá vuelve a la carga.

—No te pongas así de picajoso, cariño. Sabes que iré a

esa boda, aunque no me apetezca nada encontrarme con tu


padre y a su novia de turno.

Pongo los ojos en blanco. El mal rollo entre mis padres

es algo que a mí tampoco me apetece presenciar, pero

ambos deben estar presentes en ese día.

—Lo que yo no entiendo es porque te importa tanto con

quién me case.

—Porque eres mi único hijo y te quiero, y porque uno

debe casarse por amor, no por interés.

—Como tú con papá, ¿verdad?

—Pues sí, exactamente igual que nosotros. —Se cruza

de brazos, muy digna.

—¿Para qué? Si casarte con papá te hizo infeliz.

Mamá niega con la cabeza y suelta un suspiro. Traen el

primer plato y esa interrupción sirve para rebajar la tensión.

Hundo el tenedor en mi plato mientras mamá me observa

desde el otor lado de la mesa.

—Cariño, yo nunca me he arrepentido de casarme con

tu padre. Fui muy feliz durante un tiempo, solo que me perdí

a mi misma en el proceso y para recuperarme tuve que


dejarlo. ¿Cómo iba a arrepentirme si gracias a eso existes tú

y eres la mejor cosa que he hecho en mi vida?

Me cuesta entender su razonamiento, así que me encojo

de hombros y doy cuenta de la ensalada que he pedido

mientras ella cambia de tema y me habla de la novela que

acaba de terminar de escribir y que va a presentar a su

editor. Por eso está aquí.

Yo le escucho algo distraído pensando en la dichosa

boda y en sus palabras. Sé que esto es lo mejor para el

negocio. Y sé que, aunque Olivia puede ser un poco


insufrible, me acabaré acostumbrando a ella.

—¿Qué ocurre, cariño? —Estoy más callado de

costumbre y mamá lo nota.

—Nada, solo pensaba en lo gracioso que es que te

quejes ahora de esa boda teniendo en cuenta que estabas

presente cuando el padre de Olivia y papá cerraron el

compromiso.

Porque sí, lo nuestro viene de lejos. Yo solo era un niño

cuando el señor Goldman y mi padre decidieron unir

nuestras familias en el futuro con nuestro enlace.


—En aquella época hice y dije muchas cosas de las que

a día de hoy no estoy orgullosa, hijo. Lo tuyo con Olivia es

una de esas cosas. Aún recuerdo cuando venía a casa y te

miraba como si en vez de una persona fueras un juguete del

que se había encaprichado y que tenía que tener a toda

costa. Esa chica nunca ha oído la palabra no, Evan. Vas a

tener durmiendo en tu cama a una persona narcisista y

egocéntrica que jamás va a ser capaz de hacerte feliz. Te

mereces más que eso, hijo Sus palabras son como un

mazazo y eso me hace resoplar. Su dureza me duele.

—Ese no es tu problema, madre —le digo tocado por lo

que ha dicho.

—Lo sé, pero necesitaba decírtelo.

Nos quedamos mirando en silencio unos segundos. Sé

que ella ha optado por un tipo de vida completamente

diferente a la mía y que, por ello, no entiende lo importante

que es este compromiso para el negocio.

Sé que no entiende que haya renunciado al amor y que


me conforme con un matrimonio de conveniencia como si

estuviéramos en el siglo pasado, pero yo estoy bien así.


Por qué lo estoy, ¿verdad?

No sé por qué, pero de inmediato me viene en mente la

imagen de Riley. Su piel morena, sus labios llenos y su

belleza sencilla. Aún mantengo en un lugar seguro nuestro

encuentro en el ascensor. Siempre he pensado que, si fuera

Peter Pan y tuviera que elegir un pensamiento alegre para

volar, mi pensamiento alegre sería aquella noche, con ella.


Riley

Me miro en el espejo del baño y me digo una vez más que


esto es solo una cena de trabajo. Que no hay en ella dobles

intenciones ni nada parecido. Me muerdo el labio mientras


aplico un poco de rímel en mis pestañas ya de por sí largas.

Hacerme la indiferente tal como sugirió Ginger no ha


sido fácil. No soy una persona fría y calculadora, y me gusta

llevarme bien con la gente de mi entorno, pero supongo que


Evan me indignó tanto el otro día con su actitud que fue

fácil adoptar ese papel. Al fin y al cabo, para mí el recuerdo


de aquella noche de Halloween sigue siendo uno de los que

guardo con más cariño de mi vida anterior, de la vida


tranquila y sin preocupaciones que tenía antes de que papá

muriera y me tocara crecer de golpe.

Saco el carmín rojo del neceser y me repaso los labios

con él. Bien, creo que estoy decente. He realzado mis


pómulos con colorete y mis ojos con perfilador negro.
Respiro hondo, vuelvo a mirarme en el espejo una

última vez y salgo del baño. Por el camino me encuentro

con algunos compañeros a los que saludo diligentemente.

La verdad es que me he adaptado bien a la empresa.

Incluso he hecho una amiga, Katie, con la que suelo


desayunar y que es secretaria de otro miembro de la junta

directiva.

Son las seis, por lo que mi jornada laboral ya ha

terminado, pero como tengo que esperar a que Evan llegue,


me pongo a revisar el correo electrónico y a clasificar

archivos.

Katie, que sale a la misma hora que yo, se pasa por mi

escritorio.

Katie es una chica guapa: rubia, de ojos azules y piel

blanca como la porcelana. Cumple a la perfección con el

estereotipo de belleza de mujer occidental, además siempre

viste con mucha elegancia y estilo.

—¿Qué haces aun trabajando? Es hora de cerrar el

chiringuito.
—Es que quiero terminar una cosa antes de irme —

miento, porque no voy a explicarle la verdad: que he

quedado con el jefe para cenar. Por mucho que Evan lo haya

pintado como algo normal no lo es y no quiero despertar su

suspicacia.

Katie frunce el ceño.

—Déjalo para mañana y vente a tomar una copa con

nosotros. —Señala a un grupito de cinco personas

esperando frente el ascensor.

—No puedo, de verdad. Pero la próxima vez me apunto.

—De acuerdo, aunque si al final te animas mándame un

mensaje y te paso la dirección.

Me río y la miro divertida.

—Haz videos y me los enseñas mañana mientras nos

tomamos un café en la sala de descanso. —Me guiña un ojo

y se une al grupo que, poco después, desaparece tras las


puertas del ascensor.

Los minutos van pasando y, poco a poco, empiezo a

ponerme de mal humor. No me gusta la impuntualidad, soy


de las primeras en llegar a un sitio, y es una característica

que odio en los demás.

Hubo una época en la que usé Tinder (una época

bastante desesperada, lo admito) y bastaba que el

susodicho llegase tarde a la cita para que me negara a darle


una oportunidad.

Las seis y media dan paso a las siete.

Puedo entender que una reunión se alargue, pero no

llamar para avisar me parece una grosería. Así que, a las

siete y cuarto, sin noticias de Evan, decidido que no pienso

esperar más. Cojo mis cosas y salgo del edificio.

Decido llamar a Katie para preguntarle dónde están y

unirme al grupo, pero antes de que consiga desbloquear el

móvil, oigo a alguien gritar mi nombre entre el bullicio de la

gente que camina por la avenida.

Me giro y veo a Evan acercarse a mí corriendo. Cuando

llega a mi altura, se para, se inclina hacia delante apoyando

las manos sobre las rodillas, y empieza a resoplar.

—Joder, caminas a la velocidad de la luz. Llevo tres

manzanas siguiéndote.
—Eso no dice mucho a favor de tu forma física.

—Admito que hace mucho tiempo que no salgo a correr

—dice aún con resuello.

—Pues yo de ti pondría remedio a eso.

Se endereza, pone los brazos en jarras y me mira con

una ceja alzada.

—¿Te ibas?

Miro el reloj. Son las siete y media.

—Llegas hora y media tarde.

—Lo sé, lo siento. La reunión ha durado más de lo que

había previsto.

—Podías haber avisado, para algo existen los teléfonos

móviles.

—Me he quedado sin batería —explica ya recuperado—.


He vuelto lo más rápido que he podido. Lo siento, de

verdad.

Parece sincero, así que relajo la expresión de mi cara y

me encojo de hombros.
—Tranquilo, no pasa nada.

—¿Entonces aún podemos cenar juntos?

—Por supuesto, pagas tú.

Mira la hora en su reloj y chasquea la lengua.

—Se nos ha pasado la hora de la reserva en el

restaurante, joder, menuda mierda. —Se da un golpe en la

frente con la mano abierta.

—No importa, vayamos a otro sitio —digo restándole

importancia.

—Ya… Es que ahí hacen los mejores postres de todo

Nueva York y pensé que te gustaría probarlos.

Agrando los ojos, gratamente sorprendida. ¿Ha elegido

un restaurante por su repostería por mí? Eso me halaga.

—Quizás podamos ir otro día —digo en un susurro.

Él me estudia con la mirada, en silencio, y yo me siento

como una tonta por la insinuación.

—No quiero decir que tengamos que volver a cenar

juntos, es decir, yo…


—Sería fantástico llevarte a allí otro día —dice él con

una sonrisa sincera que me desarma.

Nos miramos en silencio. Estamos detenidos en una

avenida concurrida, así que el resto de transeúntes tiene

que esquivarnos para seguir su recorrido.

—Bueno, ¿entonces dónde vamos a cenar? —pregunto

echando a andar de nuevo.

—No sé, ¿qué te apetece a ti? —Esboza una sonrisa y


camina a mi lado.

—Pues la verdad es que me da igual, no tengo mucha


hambre. —Y es que se me acaba de cerrar el estómago.

—Pues yo estoy hambriento y me encantaría comerme

una hamburguesa enorme con patatas y batido de


chocolate.

—¿Batido de chocolate? —pregunto entre risas.

—¿Qué es de una hamburguesa con patatas sin batido


de chocolate?

—¿Una hamburguesa apta para diabéticos?


—¿Qué me dices? ¿Te apetece? —Su sonrisa se amplía,
ilumina su rostro y algo dentro de mí se remueve. Un

cosquilleo que nace en mi vientre y se extiende por el resto


de mi cuerpo.

Ignoro el cosquilleo para responder a su sonrisa con otra

sonrisa:

—Me apetece.

Nos miramos con algo parecido a la complicidad y

seguimos andando por la avenida hasta que encontramos


un café con carta de hamburguesas.

Entramos y nos sentamos en una de las mesas libres.

Enseguida nos toman nota y nos sirven la cena. Decido


pedirme lo mismo que él, batido de chocolate incluido.

Es raro el contraste que genera alguien como él en un

sitio como este, lleno de grupos de adolescentes.

—Bueno… Pues aquí estamos —dice Evan tras comerse

unas cuantas patatas.

No es la forma más natural de empezar una


conversación, así que se me escapa la risa. Estamos algo
cortados, supongo que por la situación.

—Aquí estamos.

Evan da un trago al batido y sonríe tocándose el pelo

castaño, en un gesto adorable.

—¿Por qué no aceptaste la beca en el Sant Andrews? —


Su pregunta me pilla desprevenida.

—Vaya, a eso sí que le llamo yo romper el hielo.

—Es que llevo días haciéndome esa pregunta y me ha


parecido la ocasión perfecta para obtener una respuesta.

—¿Y cómo sabes que no la acepté? —digo tras


recapacitar sobre su pregunta.

Él arquea una ceja, con una expresión contradictoria que

no acabo de comprender.

—No te has dedicado a la repostería, así que lo he

supuesto.

—Podía haber aceptado la beca y no haberme


presentado al empezar el curso, incluso podía haberme

sacado el título y cambiar de vocación. Pero tú has dicho


que no la acepté, un dato demasiado específico para que no

resulte sospechoso, ¿no crees?

Se queda unos segundos en silencio, estudiándome,


como si estuviera calibrando qué decir.

—Vale, me has pillado. Es posible que fuera a Sant


Andrews a buscarte y que se lo sonsacara a la
recepcionista.

—¿Qué? —La patata que tenía entre los dedos resbala


tras el estupor que me producen sus palabras.

—Bueno, me dijeron que la única chica que había

conseguido la beca para ese curso la había acabado


rechazando y, aunque no me quisieron decir el nombre,

supuse que eras tú.

Parpadeo, confusa. Es demasiada información para que


pueda digerirla. Le lanzo una mirada desconcertada.

—¿Preguntaste por mí en Sant Andrews?

—Sí, un año después de nuestro encierro en aquel


ascensor. Bueno, en realidad fui primero a tu edificio, pero
los vecinos a los que pregunté me dijeron que te habías

mudado.

Trago saliva. Nunca creí que Evan hubiera vuelto a por


mí. En todo caso, cuando lo hizo mi vida estaba hecha

trizas. Solo habría encontrado pedazos de la persona que


fui.

—Nos mudamos pocos meses después de aquel día.

—Bien, ahora que me he puesto en evidencia y que


debes pensar que soy un acosador, ¿vas a responder a mi

pregunta? ¿Por qué no aceptaste la beca?

Suspiro y un nudo me empequeñece el estómago de

golpe. No sé si quiero abrirme tanto, sincerarme de esta


manera. Hablar de una de las épocas más vulnerables de mi

vida.

Él me observa expectante, y yo no sé si es por culpa de


la calidez que me transmite su mirada o porque me ha

ablandado con su confesión, pero acabo haciéndolo.

—Mi padre murió pocos días después de aquel


Halloween. Perdió el control del coche un día de lluvia y se

estampó en una curva. Mi hermana se quedó en silla de


ruedas y a raíz de eso toda mi vida cambió. Sin el sueldo de
mi padre no podíamos pagar el alquiler del piso en el que

vivíamos y tuvimos que mudarnos. El tratamiento que sigue


mi hermana es muy caro, así que tuve que renunciar a la
beca del Sant Andrews y ponerme a trabajar. Me apunté a

un curso nocturno de secretariado hace unos años para


intentar encontrar un trabajo mejor pagado y no tener que

ir compaginando trabajos de mierda…

Sus ojos me escudriñan con intensidad. Si esperaba


encontrar pena o compasión en ellos, estaba equivocada. Lo

que hay es comprensión, y eso es de agradecer, porque no


es lo mismo que te comprendan que te compadezcan. Odio

a la gente que lo hace cuando se enteran de mi historia.

—Tuvo que ser duro.

—Lo fue —digo, aunque enseguida rectifico—: Lo es. Lo

sigue siendo.

—¿Y cómo lo lleva tu hermana ahora?

—Bien. Muy bien. Lily es un gran ejemplo de superación.

Siempre que le pregunto sobre ello bromea y me dice que lo


que más echa de menos es tener su propia habitación
porque ronco. Ahora la compartimos. —Me encojo de
hombros y noto como sus ojos me miran aún con

intensidad.

—Así que roncas. —Sonríe, sabe cómo sacar hierro a la


situación y me hace sonreír también.

—Obviamente lo dice para chincharme.

—Obviamente —repite aún sonriente.

—Bueno, y ahora que te he contado mi historia y me he

desnudado ante ti te toca responderme a mí a una


pregunta. ¿Por qué fuiste a buscarme?

Evan me mira con una media sonrisa en los labios.

—Veo demasiado ropa para estar desnuda.

—Sabes perfectamente lo que he querido decir.

Desvía la mirada, coge una patata y tarda en hablar,


como si buscara las palabras adecuadas.

—No dejaba de pensar en ti. Supongo que quería


encontrarte.
La cabeza empieza a darme vueltas ante esa afirmación.
¿Quería encontrarme? ¿A mí?

—¿Y tardaste un año en decidirte a hacerlo?

—Era… complicado. Ni siquiera sabía cómo te llamabas.

Y no encontré en ningún registro el nombre de las personas


que vivían en el que pensaba que era tu piso.

Claro, porque no estábamos registrados. Mis padres se


marcharon de Jamaica, su país, persiguiendo el sueño
americano, pero no tenían papeles. Mi hermana y yo sí que
nacimos en Estados Unidos y tenemos la nacionalidad, pero
ellos no.

Pero eso no se lo puedo explicar, es algo demasiado


complejo.

—Se me hace extraño que un año después de nuestro


encuentro siguieras pensando en mí.

—¿Es que acaso tú no lo hacías? —Su pregunta tiene


más de retórica que de otra cosa porque algo me dice que
conoce la respuesta.
—¿Como no iba a pensar en ti? Sobre todo, después de
esa frase que me dijiste justo antes de que nos rescataran.

—¿Qué frase? —pregunta, no sé si desconcertado o


fingiendo desconcierto.

—¿No la recuerdas?

—No. Hazme memoria.

Río por lo bajo y niego con la cabeza.

—Si tú no la recuerdas yo no pienso decírtela. Además,


era muy cursi.

—¿Yo diciendo algo cursi? Lo dudo. —Me mira divertido


por lo que no sé si habla en serio o me está poniendo a
prueba.

En mi cabeza vuelvo a escuchar aquella frase: «Creo


que podría enamorarme de ti». Es lo más bonito que me han
dicho nunca. Ni siquiera los chicos con los que he estado
han podido superar eso. Pero no pienso recordárselo.

Cambiamos de tema y terminamos de devorar nuestras


hamburguesas. Hablamos de películas, series y libros, un
tema mucho más intrascendente del anterior, algo que ya
está bien para rebajar la densidad palpable que se ha

quedado flotando en el ambiente. Me explica que su madre


es Samantha Jones, la célebre escritora de novela negra, y
promete traerme su último libro firmado cuando le digo que
soy una fan.

La conversación nada tiene que ver con la relación fría y


meramente profesional que hemos mantenido estos últimos
días. De nuevo puedo sentir una chispa, un conato de
conexión que me revuelve las tripas y me recuerda la que

tuvimos en aquel ascensor.

Evan vuelve a ser el chico que me robó el corazón hace

siete años. Además, todas las confesiones que nos hemos


hecho quedan flotando entre nosotros, no desaparecen por
mucho que ahora intentemos disfrazarlo.

Al cabo de un rato, decidimos que es hora de


marcharnos. Todo se vuelve extraño nada más salir de
nuevo al exterior. Hace frío, noviembre ha llegado a Nueva
York trayendo el frío con él.

Ambos queremos pedir un taxi, como vivimos en


direcciones opuestas no podemos compartirlo. Se para uno
frente a nosotros y Evan insiste en que me lo quede yo. No

lo rechazo. Subo al vehículo y le doy mi dirección al taxista.


Antes de que arranque, Evan me hace una señal para que
baje la ventanilla. Eso hago.

Levanto una ceja para preguntarle qué quiere.

—Sí que me acuerdo. —Frunzo el ceño para hacerle

entender que no sé lo que quiere decir. Él me dedica una


sonrisa enigmática—. Y sigo pensando lo mismo.

—¿Eso es algún tipo de adivinanza?

—Une los puntos.

Antes de que pueda añadir algo más, da unos golpes a


la carrocería del coche y el taxista emprende la marcha. Yo
le sigo con la vista mientras nos alejamos hasta que Evan se
convierte en un punto diminuto en la lejanía. Es entonces,

en medio de una maraña de pensamientos, que una vaga


idea toma forma: ¿se refiere a que recuerda la frase que me
dijo? Eso es lo único que tiene sentido, pero…

¿Qué significa que sigue pensando lo mismo?


10
Evan

Soy gilipollas. No hay otro nombre para lo que acabo de


decir. Mientras veo desaparecer el coche a lo lejos, me

maldigo por haber soltado esa última frase. No soy un tío


impulsivo, sin embargo, envuelto por el buen rollo de la

conversación que hemos mantenido esta noche, le he dicho


algo inapropiado. En el momento me ha parecido buena

idea, porque joder, el feeling que hay entre nosotros es…


brutal. Pero ahora, sin ella, sin su esencia y sin ese

ambiente cargado de tensión que nos ha acompañado toda


la noche, me doy cuenta de que ha sido un error.

Chasqueo la lengua y saco el móvil dispuesto a


mandarle un mensaje diciéndole que olvide lo que acabo de

decirle, pero cuando saco el aparato de mi bolsillo

compruebo con enfado que no tengo batería. Podía haber

cargado el móvil en el restaurante mientras cenábamos,


pero se me ha olvidado por completo hacerlo.
Me paso una mano por el pelo nervioso, paro a un taxi y

le doy la dirección de casa. Mientras circula por la ciudad

me autoconvenzo de que no es para tanto. De que solo ha

sido un flirteo sutil. Mañana por la mañana cuando nos

veamos puedo mentir y decirle que era una broma y que, en


realidad, sigo sin acordarme de la frase que le dije aquella

noche dentro del ascensor. Aunque me acuerdo, ¡claro que

me acuerdo!

Lo recuerdo a la perfección porque lo sentí de verdad,


en cada partícula de mi ser. Sentí la conexión que se

estableció entre nosotros en esas pocas horas. Y no me

enamoré de ella porque nadie se enamora en un día. Pero


supe, sin riesgo a equivocarme, que podría enamorarme de

ella si la conociera más.

El taxi me deja frente al edificio donde tengo el

apartamento. Está en el Upper East Side y es uno de esos

edificios modernos y de diseño con portero que, al entrar,


tiene un enorme hall de mármol en suelos y paredes.

Saludo a Rob, el portero, y subo hasta mi piso.


Hay solo dos vecinos por planta, pues se trata de un

piso enorme y espacioso, decorado con estilo industrial,

algo que le da un aspecto masculino: ladrillo vista en alguna

pared, muebles de acero y madera y objetos retro con

personalidad.

Pongo la llave en la cerradura y abro. Frunzo el ceño al

darme cuenta de que la llave no estaba echada, porque he

podido abrir con una sola vuelta.

Nada más entrar advierto que hay luz en el interior. Con

el ceño aún fruncido doy unos pasos hacia esa dirección. No

tengo miedo. Es imposible que alguien pueda entrar a robar

aquí con los sistemas de seguridad que tiene el edificio,

además, no hay signos de violencia.

Al llegar al salón, pongo los ojos en blanco.

Es Olivia la que ha irrumpido en mi piso sin permiso.

Está sentada en el sofá, mirándome con ojos de gatita y ha


dejado dos copas servidas sobre la mesita de centro.

Se toca el pelo de color caramelo con una sonrisa

intencionada cuando me ve aparecer y yo resoplo. Porque


sabe que no quiero que entre en mi piso sin avisar. Porque

hace lo que quiere y estoy harto.

—¿Qué haces aquí?

—Me sentía juguetona y me apetecía verte. —Cruza las

piernas haciendo que la falda del vestido sedoso de color

verde que lleva se deslice por sus piernas de forma

insinuante.

—¿Cómo has entrado? Rob, ¿verdad? —Rob tiene las

llaves de todos los pisos del edificio y, por mucho que le

diga que no le dé una copia de las mías a Olivia, ella

siempre consigue engatusarlo—. Sabes que no quiero que

entres aquí sin mi permiso.

—En menos de seis meses seremos marido y mujer.

Compartiremos casa y llaves. No sé a qué viene tanto

secretismo.

—Viene a que sabes que tenemos un trato. Esta noche

podía haber venido con una mujer.

Nada más decir lo que acabo de decir su mirada se

endurece. Sé que le jode saber que me acuesto con otras,

pero también sabe lo que siento por ella en realidad. No la


amo; no la amo ahora y no creo que la ame nunca.

Enseguida recompone una sonrisa y arruga nariz restando

importancia a lo que he dicho.

—Pero no lo has hecho, así que tenemos la noche para

nosotros solos —susurra mordiéndose el labio.

Me acerco a ella, pero no me siento. La miro desde

arriba y ella sonríe. Es innegable que es atractiva. Se ha

maquillado los ojos en un ahumado en negro que los hace

más grandes y los labios en un carmín rojo muy apetecible.

—Olivia, por favor, márchate. Quiero estar solo.

—¿Seguro?

Se desliza hasta el suelo colocándose de rodillas frente a

mí. Hago amago de detenerla, pero antes de conseguirlo ya

me ha desabrochado el cinturón y el pantalón para rozarme


la polla con la boca a través del bóxer.

—Olivia, para… —le pido, admito que, sin demasiada

convicción, porque uno no es de piedra y hace semanas que

no me acuesto con nadie.


Me sonríe desde abajo y me baja el bóxer dejando a la

vista mi miembro que no tarda en meterse en la boca. Dejo

escapar un gruñido y sé que soy hombre muerto, pues soy

incapaz de insistir en que pare.

Cierro los ojos y me dejo llevar por el placer que me

ofrece. Sube, baja, lame y muerde. Acaricio su cabeza y le

cojo el pelo en un puño mientras jadeo. Sus movimientos

son perfectos. Sabe qué hacer para volverme loco, al fin y al

cabo, hemos hecho esto muchas veces a lo largo de nuestra

relación.

Tomo el mando de la situación llevado por el placer.

Entro y salgo de su boca mientras ella acaricia mis

testículos y gime. Sé que le pone que le folle la boca, me lo

ha pedido más de una vez. Mientras mis caderas se mueven

hacia delante y hacia atrás, con los ojos cerrados, la imagen

de Olivia se difumina. Su piel se oscurece, sus ojos se

agrandan y sus labios se engrosan. Además, el pelo que

sostengo entre las manos, liso y sedoso, se vuelve áspero y


rizado, de un intenso color negro.
Olivia se convierte en Riley y eso me enciende tanto

que, dos embestidas después, me corro en su boca.

¡Joder!

Arqueo la espalda, cierro con fuerza mis dedos alrededor

de su pelo y me vacío entero. Cuando abro los ojos de

nuevo, Riley ha desaparecido y en su lugar aparece Olivia,

que me mira con los ojos achispados y una sonrisa


satisfecha.

Enseguida me siento mal por lo que acaba de pasar. Me

he dejado llevar por la excitación y he dejado que Olivia me


hiciera una mamada mientras pensaba en otra.

—Sabía que en el fondo estabas deseando que pasara....

Se pone de pie y acerca su boca a la mía con los ojos


cerrados. Trago saliva y la aparto con delicadeza, sujetando

sus hombros con las manos hacia atrás.

—Márchate, por favor.

Ella entrecierra los ojos y me mira evaluándome,

supongo que preguntándose si hablo en serio.

—¿No vas a follarme?


—Ya te he dicho que quería estar solo.

—Acabo de hacerte una felación de matrícula de honor


—espeta cabreada.

—No te lo he pedido.

—Soy tu prometida y en unos meses me convertiré en tu


mujer. ¿Va a ser así siempre?

—Sabes que me caso contigo porque debo hacerlo, no


porque quiera.

—Aprenderás a quererme —dice casi como si fuera un

reto.

—No lo creo. Aprenderé a convivir contigo, que es


distinto. Y ahora vete, por favor.

Mis palabras le sientan mal, lo leo en sus ojos, pero no

dice nada. Solo me mira dolida, recoge sus cosas y, tras


lanzarme una última mirada airada, se va.

Yo me siento en el sofá, cojo la copa que ha servido para


mí y me la bebo de un trago. He pensado en Riley mientras

estaba con Olivia. ¿Qué demonios me pasa?

Y, aunque sé la respuesta, me niego a valorarla.


11
Riley

—Ese lo que quiere es metértela hasta el fondo, ¿a qué sí,


amor?

Estoy en casa de Ginger y Emma, que viven en un

apartamento pequeñísimo sobre su estudio de tatuajes.

Aunque mi idea era regresar a casa, al final le he dicho al


taxista que había cambio de planes y le he dado la dirección

de mi amiga. Necesitaba verla para explicarle todo lo que


nos hemos dicho hoy Evan y yo durante la cena.

Para Ginger el veredicto está claro:

—Nadie suelta esa sarta de cursiladas sino piensa

llevarte a la cama.

—No seas tan cínica —se queja Emma poniendo los ojos

en blanco—. Quizás el chico es un romántico.

—No me creo nada. Compartieron una noche, una

maldita noche. Por mucho que Riley sea maravillosa, dudo


que un año después la buscara. Es demasiado bonito para

ser real. Además, ¿no se comportó como un capullo la


primera vez que os visteis? De haberla buscado con tanto

afán su comportamiento hubiera sido otro. A mí me suena

más a que se la pones dura, quiere follarte y ha inventado

esta historia ficticia para conseguirlo.

Así es Ginger, dura como el acero. Supongo que el


hecho de que su padre la maltratara de pequeña y que se

marchara de casa nada más cumplir la mayoría de edad

tiene mucho que ver con su falta de esperanza por la

humanidad.

—Me parece un poco rebuscado inventarse algo así solo

para meterme en su cama —digo yo removiendo la cuchara

dentro de la taza.

Estamos sentadas en el pequeño sofá que tienen en el

salón tomando chocolate caliente con nubecillas.

—Bueno, veamos que nos cuenta Google sobre él. —

Coge el portátil que hay encima de la mesa de centro, se lo

pone en el regazo, lo abre, escribe «Evan Dankworth» en el


navegador y espera.

A continuación, aparecen en pantalla un montón de

entradas a artículos sobre él. Un titular en cuestión llama


nuestra atención: «Olivia Goldman: Evan Dankworth y yo

nos hemos prometido al fin».

No es necesario que diga nada, Ginger aprieta el enlace

hacia la noticia de la revista sensacionalista. En la cabecera

aparece la foto de una chica espectacular cogida del brazo

de Evan. Hacen tan buena pareja que un nudo de

desconcierto se forma en mi pecho. Leemos la entrevista en

silencio. La tal Olivia Goldman es heredera de una de las

fortunas más grandes del país y es tan perfecta que bien

podría ser confundida por modelo.

El nudo de desconcierto se aprieta un poco más cuando

llego a la parte de la entrevista en la que hablan de Evan.

Hace años que se habla sobre la unión de la familia Goldman y la


familia Dankworth… ¿Es la vuestra una relación de conveniencia?

Para nada. Evan y yo nos conocemos desde pequeños. Desde siempre ha


habido algo entre nosotros y empezamos a salir muy jóvenes. Se puede
decir que lo nuestro está predestinado desde nuestro nacimiento. Es cosa
del destino.

¿Y ya hay fecha para la ansiada boda?

Sí, Evan y yo nos hemos prometido al fin. Nos casaremos el año que viene, a
principios de mayo en la casa de mi familia en Martha's Vineyard.
No me puedo creer lo que acabo de leer. Según esta

entrevista, Evan y ella llevan años juntos. ¿Estaban juntos

cuando me besó al salir de aquel ascensor?

—Joder, menudo capullo —dice Ginger que debe haber

sacado la misma conclusión que yo.

—¿Te tira la caña estando prometido con otra? Se casa

en unos meses. —Emma chasquea la lengua con

reprobación.

—¿Ha estado jugando conmigo? —pregunto en voz alta

con la mirada fija en la chica preciosa de la foto. Me fijo en

el enorme diamante del anillo que luce en el dedo anular.

—¿Ves cómo tenía razón, Leona? Ese tío solo quiere

abrirte de piernas.

Aunque una parte de mí se niega a creer que pueda ser

verdad, la otra parte gana la batalla ante la evidencia.

Y así es como, uno de los recuerdos más bonitos de mi

vida antes de que esta se desmoronara, se convierte en

polvo.
12
Evan

Salgo del taxi y miro el edificio que tengo delante con


sentimientos encontrados. Pienso en Riley, en lo que le dije

ayer y en como reconducir la situación. Supongo que lo


mejor es no sacar el tema. Hacer ver como si nunca le

hubiera dicho nada.

Convencido de que eso es lo mejor, salgo del taxi y

entro en el edificio. Saludo a un par de compañeros de


trabajo que charlan en la planta baja y voy directo hacia los

ascensores. Poco después, ya estoy caminando por la


oficina y fijo mi mirada en la mesa de Riley, al fondo de

todo. Desde aquí puedo verla sentada en su silla mientras


teclea en el ordenador. Lleva el pelo suelto y las ondas

negras caen desordenadas sobre su espalda.

Joder, como me gusta su pelo. Respiro hondo cuando un

flash del encuentro de ayer con Olivia inunda mi mente, un


flash en el que Olivia dejaba de ser Olivia para convertirse

en Riley.
Mi polla en su boca.

Mi pelo en mi mano.

Sus ojos oscuros mirándome con deseo…

Exhalo un suspiro intentando espantar dicho


pensamiento y me dirijo hacia allí con paso seguro. Cuando

llego a su escritorio, la saludo con un movimiento de mano

que recibe con una sonrisa tensa. No sé si serán

imaginaciones mías o no, pero tiene el ceño fruncido y me

mira como si en vez de ojos tuviera dos puñales con los que
quisiera atravesarme.

Me quedo un poco cortado ante este recibimiento, pero

enseguida me repongo y le pido que entre para repasar la

agenda de hoy, como siempre.

Entro en el despacho seguido de Riley. Dejo el abrigo en

el perchero, el maletín sobre la mesa y miro a Riley que,

sentada al otro lado, sigue lanzándome una mirada asesina.

¿Estará cabreada por lo que le dije en el taxi? ¿Me

extralimité, quizás?
Estoy a punto de abrir la boca para preguntárselo, pero,

sin mirarme en ningún momento a la cara, empieza a

dictarme las reuniones que tengo hoy, de forma monótona y

sin pausa. Si quedaba alguna duda sobre su enfado, esta se

disipa enseguida.

—¿Comerás fuera o quieres que te pida la ensalada de

pollo de siempre? —pregunta con la mirada clavada en su

libretita.

—Había pensado en bajar a la cafetería a comer algo.

—Bien. —Tacha algo en su libretita con tanta fuerza que

desde aquí escucho el sonido que hace al rasgar el papel.

—Oye, ¿te pasa algo conmigo?

—¿Qué? En absoluto. —Su tono pasivo agresivo me

desconcierta.

—Pensaba que ayer habíamos conseguido limar

asperezas.

—Y lo hicimos. Fue una cena muy agradable, gracias. —

Se pone en pie con la mirada clavada en la libretita. Creo


que aún no me ha mirado ni una sola vez desde que hemos

entrado en el despacho.

—¿No me vas a contar que te pasa? —pregunto algo

exasperado. Ella se encoge de hombros con indiferencia,

pero no responde y a mí su actitud me hace ponerme a la


defensiva—. De acuerdo, si no quieres que hablemos de

ello… —Hago una pausa, pero ella sigue en silencio, así que

suelto bufido y me doy por vencido—. Avísame cuando

venga el señor Cooper para la reunión de las once, gracias.

Riley hace un movimiento afirmativo con la cabeza, se

da la vuelta sobre sus talones y se dirige hacia la puerta,

pero antes de abrirla, vuelve a girarse y, por fin, me mira

desde la distancia con una expresión que no logro descifrar.

—La semana que viene es la Gala Benéfica de la

asociación BEE, ¿quieres que confirme tu asistencia?

—Sí, por favor.

—¿Llevarás acompañante? —pregunta con su mirada

glacial puesta en mí.

Entrecierro los ojos algo confuso.


—Eh… problemente —digo pensando en Olivia, porque

conociéndola querrá acompañarme. Le encantan este tipo

de eventos que yo detesto.

—Supongo que asistirás con tu prometida, ¿no? La chica

con la que sales desde hace años, ¿no? La misma con la que

salías cuando me besaste en aquel ascensor hace siete

años atrás y la misma con la que seguías saliendo cuando

supuestamente fuiste en mi busca un año después.

Abro la boca, pero me quedo mudo. No sé qué

responder a eso porque es más complicado que hacerlo con


un simple sí o un no.

Trago saliva intentando dar forma a una frase coherente,

pero soy incapaz de hacerlo, la mirada de Riley es dura,

contundente.

—Supongo que eso es un sí —dice con una sonrisa

cínica dibujada en la cara.

Tras esto, abre la puerta y la cierra tras de sí.

Joder, joder, joder… ¿Por qué tengo la sensación de que

con ella no hago más que cagarla? A ver, tampoco es que

estuviera obligado a contarle que voy a casarme, ¿no? No


es un tema que saliera ayer a colación, aunque puedo

entender su desconcierto: ¿Cómo es posible que un tío con

novia estuviera buscando, un año después, a una chica con

la que solo compartió unas horas en un ascensor?

Chasqueo la lengua, indeciso. Debería aclarar las cosas

con Riley, pero este no es el momento ni el lugar.

Me paso el día enlazando reuniones, pero no estoy muy

concentrado. Tengo la necesidad de hablar con Riley y

explicarle mis extrañas circunstancias. Cuando termino la

última, salgo de la sala de reuniones con la esperanza de

encontrarla en su escritorio, pero ya se ha marchado. Siento

una presión fuerte dentro del pecho. Es la clase de presión

que siento cuando sé que he hecho algo mal. Supongo que

en el fondo soy un buen tío y me sabe mal la impresión que

Riley debe haberse llevado sobre mí.

Me muerdo el labio y cojo el dossier con su currículum,

que aún guardo en el cajón. Ahí está su dirección. La anoto

en el teléfono, salgo del edificio y paro a un taxi.

Llego a Queens un buen rato después. Hay que decir

que la zona parece haber mejorado. Las calles están más


limpias y muchos de los edificios han sido rehabilitados,

probablemente por algún plan urbanístico del ayuntamiento.

El edificio en el que vive Riley ahora no se parece en

nada al anterior. Solo cuenta con tres plantas y la fachada

de color amarillo limón llama la atención desde la lejanía. Se

nota que es un edificio muy antiguo que necesita

urgentemente una demolición, porque su aspecto no lo


mejora ni el mejor de los arquitectos.

Paso al interior del edificio y voy directo al piso de la


planta baja que es donde vive. Llamo al timbre y espero.

Pocos segundos después la puerta se abre y me encuentro


con unos preciosos ojos oscuros mirándome con atención.

Esos ojos pertenecen a una muchacha bonita, sentada en


una vieja silla de ruedas. Enseguida sé que se trata de la

hermana de Riley. Además, son como dos gotas de agua. Si


no fuera por el pelo, el de Riley rizado y el de su hermana,

liso, sería fácil confundirlas.

—¿Te has perdido? —pregunta la chica estudiándome


con la mirada sin disimulo. Desconfía de mí, supongo que la

gente con mi aspecto no abunda por aquí-


—Estoy buscando a Riley Foster.

—¿Y tú quién eres? —vuelve a preguntar con el ceño


fruncido.

—Soy Evan Dankworth, su jefe.

—Ah. —La expresión de su rostro cambia al instante—.


Pues ha salido a comprar la cena.

—Vaya, que mala suerte.

—Pero puedes entrar y esperarla dentro —añade con


una sonrisa.

—¿Seguro?

Ella afirma con la cabeza y se hace a un lado para


dejarme pasar. Una vez dentro me doy cuenta de lo
pequeño que es este sitio. Es como una caja de zapatos.

Comedor, salón y cocina están unidos por una zona diáfana.


Además, solo veo dos puertas. Si contamos que una debe

ser el baño, la otra debe pertenecer a un dormitorio. ¿Tres


personas viviendo aquí? No creo ni que sea posible que

pueda vivir una sola.


—Te enseñaría el piso, pero no hay mucho más que ver.
—Se encoge de hombros.

Yo me quedo algo parado sin saber dónde colocarme

hasta que ella me señala el sofá. Me siento y ella se dirige a


la zona de cocina para traerme una fuente llena de muffins

con pepitas de chocolate.

—¿Te apetece uno? Los ha hecho Riley.

Afirmo con la cabeza, cojo uno y le doy las gracias. Nada

más dar el primer mordisco y saborearlo soy consciente de


lo delicioso que está. Es inevitable acordarme de aquella

galleta que probé dentro de aquel ascensor siete años atrás.

—Tu hermana tiene una mano increíble para la

repostería.

Lily me mira y sonríe.

—Es la mejor. Cuando me convierta en una diseñadora

de ropa famosa le compraré un local para que abra su


propia pastelería —dice con una cara de orgullo que a mí
me hace sonreír.
Siempre he pensado que tener hermanos debe ser

genial. Compartir un amor tan puro e incondicional como el


que sientes por un hermano es algo que nunca conoceré.

De hecho, ni siquiera sé si conoceré el amor que se siente


por los hijos. No me llama la atención tener hijos con Olivia,

aunque obviamente ella sí querrá, y será una guerra que


tendré que librar cuando toque.

Lily cambia de canal en el televisor y pone The Big Bang

Theory. Miramos la serie mientras comentamos alguna


banalidad. Esta chica me cae bien. Tiene mucha
personalidad, como su hermana.

Media hora más tarde, escuchamos la puerta de entrada


abrirse. Desde donde estoy veo entrar a Riley cargada con

unas bolsas. No va vestida on el tipo de ropa que lleva para


trabajar: vaqueros desgastados, una sudadera roja y

deportivas negras.

Al verme, sus ojos se abren y puedo leer en ellos la


sorpresa:

—¿Se puede saber qué haces tú aquí?


13
Riley

Dejo las bolsas sobre la pequeña isla que separa la cocina


del salón y miro a Evan enfadada. Pero ¿quién le ha dado

permiso para venir hasta aquí? Esto sobrepasa por mucho la


relación de jefe-empleada.

—¿De dónde has sacado mi dirección?

—Estaba en tu currículum. —Se levanta del sofá con

expresión seria.

—O sea, ¿te has aprovechado de que eres mi jefe para

descubrir donde vivo y venir hasta aquí? Podría denunciarte


por acoso.

—No he venido a acosarte. Aunque es verdad que he


sobrepasado los límites viniendo hasta aquí, pero

necesitaba hablar contigo.

—Yo no tengo nada de lo que hablar contigo. Creo que

todo ha quedado aclarado esta mañana.


Me muerdo el labio y me cruzo de brazos. Lily nos mira

primero a uno y después al otro como si estuviera

presenciando un partido de tenis.

—Debes haber cabreado mucho a mi hermana para que

te hable así —dice Lily a Evan como queriendo decir: «Te la


has cargado, tío».

—No, esta mañana no hemos aclarado nada, porque has

hablado tú, no yo.

—Has tenido tu oportunidad para hacerlo y te has


quedado mudo.

—Me has pillado desprevenido. Soy una persona que

necesita su tiempo para gestionar este tipo de… cosas.

Parece sincero, pero su supuesta sinceridad ha perdido

toda la credibilidad tras mi descubrimiento ayer noche.

Además, no me hace nada de gracia que haya venido hasta

aquí. Me avergüenza que vea donde vivo.

—Está bien, hablemos, pero no aquí. —Me dirijo hacia la

puerta y con un movimiento de mano le pido que me siga.

Lo hace tras despedirse de Lily cuya mirada de interés capto

antes de cerrar la puerta tras de mí.


Le pido que me siga por la calle hasta llegar a Carlo’s.

Saludo a Carlo con la mano y nos sentamos en una de las

mesas más apartadas. Por suerte aún es pronto y el local

está prácticamente vacío. Cuando viene Carlo a tomarnos

nota mira a Evan con interés, pero no dice nada. Yo me pido

una cola y Evan un café solo. Nada de pizzas. Esto no es


una cita. Quizás no haya sido buena idea traerlo a uno de

mis sitios favoritos del barrio, pero no se me ocurría otro

lugar donde poder hablar con tranquilidad.

—Tú dirás —le digo una vez tenemos la cola y el café

sobre la mesa.

Veo como se retuerce las manos, con un gesto que ya le

he visto hacer antes en alguna reunión a la que he asistido.

Es el típico gesto que hace cuando está nervioso.

—Lo mío con Olivia es… complicado.

—¿Complicado? Ya, claro. Una explicación muy


elaborada. ¿Y has venido hasta aquí para decirme eso?

Porque podías habértelo currado más...

—Aún no había acabado —dice lanzándome una mirada

mortificada. Se pasa una mano por el pelo castaño y resopla


—. Lo mío con Olivia es complicado. Nos conocemos desde

siempre, es más, nuestros padres planearon nuestro enlace

prácticamente antes de que naciéramos. Lo nuestro siempre


ha sido más una imposición que otra cosa, al menos para

mí. No siento nada por ella, ni ahora ni nunca. Y aunque

técnicamente es cierto que cuando coincidimos en aquel

ascensor Olivia y yo éramos pareja a ojos del mundo, no lo

éramos de verdad. Yo salía con otras chicas y ella lo

aceptaba porque conocía de sobras mis sentimientos. De

hecho, tenemos un pacto desde el principio: puedo salir con

otras siempre y cuando sea discreto y deje de hacerlo

cuando nos casemos. Así que no, no te besé implicado

emocionalmente con otra persona.

Escucho su explicación con los ojos muy abiertos.

Confieso que no me esperaba nada así. Incluso dudo unos

segundos sobre si lo que me está diciendo es real o una

excusa barata. Por su forma de mirarme diría que no

miente.

—¿Me estás diciendo que te vas a casar con alguien al

que no quieres por conveniencia? —pregunto incrédula.


—Sí, eso es justo lo que acabo de decirte.

—Pero eso no tiene ningún tipo de sentido —digo yo

completamente descolocada—. ¿Vas a prostituir toda tu vida

por dinero?

Le lanzo una mirada que, sin querer, suena reprobatoria.

Pero es que me parece alucinante que hoy en día aún haya

gente que se case por interés y no por amor. Él me devuelve

una mirada dolida, supongo que no esperaba que le juzgara

de esta manera.

—No tengo otra opción. Y si la tuviera, ¿qué más da?

¿Cuál es la alternativa? ¿Casarme con alguien por amor

hasta que algo se tuerza y nos divorciemos como lo hicieron

mis padres?

—No todas las relaciones terminan mal. Mis padres se

querían, veinte años después de casarse seguían

queriéndose y sé que mamá a día de hoy lo sigue queriendo

a pesar de que ya no está con nosotros. No todas las

relaciones están destinadas a fracasar, Evan.

—Todo nace y muere. Todo tiene fecha de caducidad.

—Hablas del amor como si fuera un yogurt.


—Hablo del amor como lo que es: algo efímero.

Niego con la cabeza, indignada por sus palabras.

—Efímera es la vida como para jodérnosla

compartiéndola con alguien al que no queremos.

—No has entendido nada. En mi mundo las cosas son

así.

—Las cosas son como queremos que sean. Además, eso

no te exime de todo lo que pasó entre nosotros hace siete

años. De lo que me dijiste. Del beso que me diste. Ayer me

preguntaste si un año después de nuestro encuentro seguía

pensando en ti. Te respondí que sí, pero no te expliqué lo

mucho que deseaba volver a verte. Incluso después de la

muerte de mi padre tenía una fantasía recurrente en la que

tú venías a buscarme y arrojabas un poco de luz a la

oscuridad que cubrían mis días. Estaba cubierta de mierda y

tu recuerdo era mi bote salvavidas. Y, de repente, descubro

que tú estabas comprometido con otra y que lo que ocurrió

dentro de aquel ascensor solo fue un juego para ti.

Tarda unos minutos en responder, minutos en los que

nos envuelve un tenso silencio. Cuando responde, lo hace


poco a poco, mirándome tan intensamente que un

estremecimiento me sube por la espalda hasta la nuca.

—No fue un juego, Riley. Fue la primera vez en mi vida

que conecté de con alguien de verdad. En aquel momento

no pensé en Olivia, porque ella para mí nunca ha sido nada.

Solo pensé en que eras una chica demasiado alucinante

como para no querer conocerte más. Y por eso te busqué un


año después, porque no conseguía olvidarte. No sé lo que

hubiera pasado con Olivia si te hubiera encontrado. No


pensé más allá del hecho de volver a verte.

Sus palabras me golpean con fuerza. Pero intento no


exteriorizar lo que me han provocado. Porque, por muy

bonitas que sean, la realidad, su realidad, es que va a


casarse con otra en unos meses.

—De acuerdo, respeto tus circunstancias, aunque no las

entiendo, y te agradezco que las hayas compartido


conmigo. Siento si esta mañana he sido poco profesional

con mi actitud, no volverá a suceder.

—Yo quiero disculparme por lo que te dije ayer cuando


te subiste en el taxi. Estuvo fuera de lugar.
—¿Y por qué lo hiciste?

Evan se encoge de hombros y pierde su mirada dentro


de la tacita de café.

—Me gustó hablar contigo. Fue como retroceder en el


tiempo y supongo que me dejé llevar por eso.

Su explicación no me convence, pero acabo dibujando

una sonrisa melancólica.

—Te acordabas de la frase, lo sabía.

Levanta su mirada del café para clavarla en la mía. Sus

ojos me observan con tanta intensidad que me siento


intimidada.

—Recuerdo aquella noche mejor que algunos años de mi

vida.

De repente el aire se espesa y algo eléctrico nos


envuelve. Mi mente viaja atrás en el tiempo. Él, yo, siete

años atrás en un ascensor. Palabras que fluyen… y un beso


de cuento de hadas.

Trago saliva y destierro de mi mente todos aquellos


recuerdos para volverlos a encerrar en un cajón.
—¿Nos vamos? —pregunto levantándome de la silla.

Evan paga la cuenta, nos despedimos de Carlo y


salimos.

Una vez fuera él insiste en acompañarme de vuelta a


casa, pero le digo que prefiero estar sola.

Después de nuestra conversación, necesito andar un

rato y reflexionar sobre lo que hemos hablado. Siento un


dolor sordo en el corazón cuyo origen no entiendo. ¿Cómo

puede afectarme tanto lo que haga alguien al que apenas


conozco? No lo sé y tampoco sé si quiero saber la respuesta

a esa pregunta. En cualquier caso, algo me dice que, sea lo


que sea lo que está empezando a nacer entre Evan y yo,

debe parar antes de que salga malherida. Porque Evan es


de los que hacen ese tipo de herida que no llega a

cicatrizar, que no se convierte en costra, que sangra y


sangra hasta destrozarte.
14
Evan

El aeropuerto está abarrotado de gente que, al igual que


Jake y Harper, vienen a pasar Acción de Gracias con su

familia. Adam, Lena y yo, hemos decidido venir a buscarlos


para pasar la tarde juntos.

A mi lado, Lena está comiéndose un enorme cucurucho


de pistacho, y es que hemos pasado al lado de una

heladería y ha tenido antojo. Hay que admitir que el


embarazo le sienta bien. Su pelo castaño parece más suave

y brillante que nunca, y la piel de su rostro reluce. Está de


cuatro meses y, según Adam, va de antojo en antojo. Por

eso, a pesar de que estamos en noviembre y hace frío,


hemos tenido que hacer una pequeña parada de camino a

la zona de «Llegadas» para que se comprara el helado.

Es increíble lo mucho que mi amigo ha cambiado desde

que conoció a Lena. Está más centrado en todo, no ha


vuelto a drogarse y es un alcohólico rehabilitado. Solo me
hace falta verle para saber que está más feliz de lo que ha

estado nunca.

Ahora nos encontramos frente a la puerta donde van

desfilando los recién aterrizados. Según nuestro cálculos,

Jake y Harper deben estar a punto de salir porque su avión


hace rato que ha llegado.

La puerta se abre y un grupo de personas empiezan a

salir por ella.

—¡Ahí están! —exclama Lena señalando a nuestros


amigos. Van de la mano y arrastran con ellos unas maletas.

Harper sonríe al vernos y sale corriendo hacia nuestra

dirección abandonando por el camino la maleta que Jake

recoge poniendo los ojos en blanco. Nada más llegar hasta

donde nos encontramos, salta sobre Lena y empieza a

hablarle a su tripa con una voz aguda que nos hace reír a

todos.

—Yo soy la tía Harper, y cuando nazcas prometo

mimarte más que nadie en el mundo.

—Oh, sí. Doy fe de ello. Ya ha colocado una cuna en la

habitación de invitado para cuando vengáis —explica Jake


haciendo rodar los ojos.

—¡Pero si aún faltan meses hasta entonces! Nosotros no

hemos empezado ni a preparar la habitación del bebé. —

Lena se acaricia la tripa mientras mira a Harper divertida.

—¿Y ya habéis decidido los nombres? —interviene Jake.

—Aún no nos hemos puesto de acuerdo. —Adam se

encoge de hombros con pesar—. Lena quiere fastidiar la

vida de nuestro vástago poniéndole un nombre absurdo, así

cuando vaya al cole y pasen lista se reirán de él y le

quitarán el bocadillo en el recreo.

—Aulani es un nombre bonito, es hawaiano y unisex,

sirve tanto para niño como para niña, algo que nos va genial

teniendo en cuenta que no queremos saber el sexo hasta el

día del nacimiento. No creo que sea absurdo para nada, ni

que sea el motivo para que le quiten el bocadillo en el

recreo a nuestro hijo —se queja Lena.

—A mí me gusta mucho el nombre, nena. Yo estoy

contigo. —Harper coge del brazo a Lena y echa a andar con

ella hacia la salida.


—Eh, hobbit, ¡te olvidas de la maleta! —grita Jake a su

novia, pero esta hace ver que no lo escucha mientras se

aleja de nosotros. Hobbit es un diminutivo que Jake suele


usar para llamarla porque Harper es muy menuda. Resopla

y nos mira a Adam y a mí refunfuñando—. Menudo morro.

Encima que se pasa tres pueblos metiendo todo su

vestuario en la maleta, me la hace llevar a mí —se queja, y

con razón porque la maleta de ella dobla en tamaño a la de

él.

—Anda, yo te ayudo —digo cogiendo el asa.

—Gracias, tío.

Echamos a andar por el aeropuerto hasta la salida

donde nos espera el chófer de Adam para llevarnos hasta su

casa, donde cenaremos. Colocamos las maletas en el

maletero, entramos en el vehículo y nos dirigimos hacia

Fifht Avenue.

Una vez en el piso de Adam, pedimos unas pizzas y nos

sentamos alrededor de la mesa a charlar, poniéndonos al

día sobre el trabajo, los planes de futuro y demás temas de

conversación que van saliendo sobre la marcha.


Jake nos explica que ha conseguido que una galería

exponga sus fotos y lo celebramos con un brindis. Harper ha

llegado a los 500.000 seguidores en Instagram y también

parece irle bien con su blog de moda. Adam está muy

atareado en el trabajo, aunque piensa pedir una excedencia

de unos meses para cuidar al bebé junto a Lena. Y Lena ha

conseguido un ascenso en The Chronicle, el periódico en el

que trabaja y que, además, pertenece a mi Grupo Editorial.

—Oye, Evan, ¿y qué tal va la organización de la boda? —

se interesa Lena.

—Bueno, Olivia se está encargando de casi todo, así que

supongo que será la boda del año —explico yo.

—Aún estás a tiempo de anular la boda. —Harper

canturrea a mi lado mirándome de soslayo.

—Sabes que no. —Niego con la cabeza.

—¿Y qué hay de la chica esa de la que me hablaste? —

pregunta Jake mirándome mientras se come uno de los

pastelitos que han sacado para picar tras la cena.

—¿Qué chica? —Adam frunce el ceño hacia mi dirección

y siento la mirada de Lena y Harper sobre mí.


Genial, el bocazas de Jake acaba de meter la pata hasta

el fondo. No he hablado de Riley a nadie más, ni siquiera a

Adam y Lena con los que he quedado varias veces desde

entonces.

—No hay ninguna chica. —Levanto una ceja intentando

que Jake capte el mensaje, pero o no lo capta o lo capta y le

da igual.

—Sí, joder, hablo de la chica esa que trabaja para ti. Tu

secretaria.

—¿Quieres tirarte a tu secretaria? —pregunta Adam con

los ojos como platos.

—¿Qué? ¡Por supuesto que no! —exclamo fingiendo

indignación.

—Por supuesto que sí —insiste Jake que parece muy

divertido con la situación.

—Oye, ¿puedes callarte de una vez? —Le lanzo una

mirada asesina, pero él me mira con una sonrisa entre

dientes.
—¿Por qué no sabía yo nada de la existencia de una

chica? —pregunta Adam mirándome con el ceño fruncido—.

No sabía que teníamos secretos.

—Y no tenemos secretos, es solo que necesitaba hablar

con alguien de ella y Jake era el único que conocía nuestra

historia.

—¿Vuestra historia? ¿Qué historia? —Lena parece muy


interesada y Harper a mi lado también.

A regañadientes, les explico todo. Les explico lo del

ascensor, la química que surgió entre nosotros y el beso que


le di antes de marcharme. Los cuatro siguen mi relato con

mucha atención. Las chicas suspiran un par de veces. Adam


me mira receloso. Cuando termino, es este último el que

habla primero: —¿Se puede saber por qué Jake conocía esa
historia y yo no?

—Se la expliqué un día que quedó conmigo a solas


porque quería hablarme de Harper sin que estuvieras

presente, porque aquí el señorito temía que le mataras por


haberse acostado con la mejor amiga de tu chica y quería
pedirme consejo.
—¿Le pediste consejo sobre mí? —Harper mira a Jake
burlona.

—Así que esto viene de lejos, ¿desde cuándo quedáis sin

mí? —pregunta Adam ofendido.

—A ver, cariño, no te pongas celosón que solo fue una

vez y fue inocente —le responde Jake haciendo morritos


como si fuera a darle un beso.

—Yo nunca he tenido secretos para vosotros, y así me lo

pagáis. Quedando a solas y haciéndoos confidencias a mis


espaldas.

—Shht, amor, eso ahora no importa, quiero saber que ha

ocurrido con esa chica —dice Lena tocándole el brazo.

—Eso, eso, ¿qué ha pasado con la chica? ¿Habéis vuelto


a coincidir? La verdad es que la historia del ascensor es

súper romántica —dice Harper soltando un suspiro soñador.

—¿Qué si hemos vuelto a coincidir? Es mi nueva

secretaria… —murmuro recibiendo como respuesta de las


dos chicas un «ohhh» emocionado.
—Y como buen amigo le recomendé que aprovechara
estos meses que le quedan antes de la boda para tener una

aventura con ella. —Jake me guiña un ojo orgulloso de sí


mismo y su consejo.

—¿Estás loco? Es su empleada y, además, se va a casar

en nada. Imagina que esto se filtra a la prensa, sería un


horror —le contradice Harper.

—Pero es una pena que no aproveche esta casualidad


que le ha brindado el destino por casarse con alguien al que

ni siquiera ama. —Para mi sorpresa, Lena empieza a llorar


como si le acabara de anunciar que me quedan tres meses

de vida. Adam le pasa un kleenex y esta se moca con él de


forma dramática—. Lo siento, por culpa del embarazo estoy

súper sensible.

Sé que mis amigos me dicen todo esto para ayudarme,


pero lo único que consiguen con sus palabras es ponerme

más nervioso. Además, con Riley la cosa ya está cerrada.


Han pasado dos semanas desde que hablamos en aquella

pizzería y ahora nuestro trato es cordial sin más. ¿Qué me


gusta? Pues sí, sigo pensando lo mismo que dije aquella
noche en el ascensor: creo que es una chica de la que

podría enamorarme. Pero como no voy a tener la


oportunidad de conocerla más, eso es algo que nunca podrá

ocurrir.

Mis amigos siguen dándome su opinión hasta que les


digo que no quiero seguir hablando de esto. A pesar de que

se mueren de ganas por seguir haciéndolo, aceptan y


empezamos a hablar de la liga de fútbol americano, aunque

confieso que mis pensamientos están lejos, muy lejos de


aquí...
15
Riley

—Tía, estas galletas están de muerte —dice Katie con una


sonrisa en la cara mientras coge una nueva galleta de la

bandeja que he dejado en la sala de descanso.

Mañana es fiesta en la oficina porque es Acción de

Gracias y ayer por la noche hice galletas de chocolate para


traer hoy.

—Dios, que buen culo le hace el traje a tu jefe. —Sigo la


mirada de Katie hacia el otro lado del vidrio de la sala

acristalada, donde Evan mantiene una conversación con la


encargada de recursos humanos.

En este momento sonríe y su preciosa sonrisa ilumina su


rostro. Un cosquilleo se irradia por mi vientre y mis mejillas

se sonrojan sin que pueda hacer nada para evitarlo.

Carraspeo y me cruzo de brazos mientras sostengo con

fuerza la taza de café entre las manos, disimulando el


impacto que su sonrisa ha tenido en mí.

—No deberías hablar así de un superior.


—Oh, venga, será el hijo del jefazo, pero está cañón.

Lástima que vaya a casarse con la estúpida de Olivia. —Se

mete el último trozo de galleta que le queda en la boca y

pone los ojos en blanco.

—¿Conoces a su prometida?

—¿Qué si la conozco? Aquí todos la conocemos. Suele

venir una vez al mes pavoneándose como si ella fuera

nuestra dueña o algo. Es… insufrible, no sé por qué Evan se

casa con ella.

Katie hace una mueca con la boca y cambia de tema. Yo

me quedo con las ganas de explicarle el motivo real por el

que Evan va a casarse con alguien al que no quiere y al que


nadie parece soportar. Pero me callo; si hay algo que sé

hacer bien es guardar secretos. En séptimo, cuando Ginger

me confesó que le gustaban las chicas, guardé el secreto

bajo mil candados hasta que decidió hacerlo público.

Termino el café y regreso a mi sitio. Poco después, Evan


se detiene frente a mi mesa y me pregunta si puedo pasar

un momento a su despacho a coger unas notas para un

correo que quiere que envíe a uno de sus colaboradores. Le


digo que sí, cojo la libretita, entro con él y empiezo a

escribir lo que me dicta de forma rápida y eficiente. Cuando

termino, le dedico una sonrisa que intento que sea sincera y

le hago una de esas preguntas que suelen hacerse para

quedar bien en estas fechas:

—¿Vas a pasar Acción de Gracias con tu familia?

Niega con la cabeza.

—Me temo que este año me toca pasar Acción de

Gracias solo.

—¿Y eso?

Acción de Gracias es una de mis celebraciones


preferidas ya que es el pistoletazo de salida a la época

navideña, una de las más especiales del año. En casa lo

celebramos a lo grande. Mamá se encarga del pavo y yo de

la tarta.

—Mi padre se ha ido a Aspen con su nueva novia de


turno y mi madre ha regresado a Bali, así que no tengo con

quién celebrarlo, la verdad.


—¿Y tu prometida? —Quizás es una pregunta demasiado

íntima para hacérsela, pero no puedo evitarlo.

—Está fuera de la ciudad —dice en un encogimiento de

hombros.

Que no quiera pasar Acción de Gracias con la que será

su mujer es raro, pero eso ya lo sabe, no hace falta que yo

se lo recuerde.

—Pero es triste pasar Acción de Gracias solo. —Hago un

mohín.

—No te creas. Dormiré hasta tarde, me quedaré en

pijama y pediré el pavo a domicilio en algún restaurante.

—¡No puedes hacer eso! —exclamo indignada—. Es un

sacrilegio. No puedes pasar Acción de Gracias solo. Es

inconcebible. Si no tienes donde ir, ven a mi casa. Mamá

prepara la mejor salsa de arándanos del mundo, y no es por

echarme flores, pero mi tarta de calabaza tampoco está

nada mal.

—¿No será demasiado… raro? —Evan alza una ceja

hacia mi dirección.
—Creo que tú y yo hemos roto el techo del termómetro

de rarezas —admito—. Pero no puedo dejarte cenar solo en

Acción de Gracias como si fueras un indigente.

—No sé si es buena idea. No quiero que os sintáis

incómodas con la presencia de un extraño en casa en un día

tan especial.

—Nah. Mamá es muy sociable, le encantarás. A Lily ya la

conoces. Y a mí no me caes mal del todo —bromeo.

Sé que entre nosotros las cosas están raras después de

la conversación del otro día. También sé que lo que le estoy

proponiendo es confuso. Pero la idea de que Evan pase solo

Acción de Gracias comiendo pavo recalentado me produce

tristeza. Puede que se trate de un pavo recalentado de un

restaurante super pijo, pero nada es comparable a una


buena cena casera. Papá siempre lo decía.

Evan me mira dubitativo hasta que una pequeña sonrisa

se dibuja en sus labios.

—Está bien, Iré. Pero si en algún momento cambias de

opinión…
—Genial —le interrumpo—. Pues te espero mañana a las

cinco. No hace falta que te diga dónde vivo porque eso ya lo

sabes. Trae hambre y ganas de responder preguntas a las

cotillas de mi madre y mi hermana.

Le devuelvo la sonrisa y salgo del despacho con una

extraña sensación recorriéndome el cuerpo.


16
Evan

Estoy frente al edifico de Riley sin saber muy bien qué


hacer. Riley ayer me invitó a pasar Acción de Gracias con

ella y su familia, pero a pesar de que acepté, esta situación


sigue pareciéndome rara.

Rara de cojones.

Traigo conmigo unas flores y una botella de vino cara.

Hace años que no celebro Acción de Gracias y es una


festividad que me trae recuerdos amargos. De pequeño,

cuando mamá aún vivía con nosotros, Acción de Gracias era


uno de mis días favoritos del año, porque mamá lo convertía

en todo un acontecimiento, pero al marcharse ella, perdió

su gracia.

—¿Es que no piensas entrar? —pregunta una voz tras de

mí.

Me giro y me encuentro con Lily acercándose con su silla


de ruedas. Lleva una bolsa sobre el regazo. Sigue

impactándome ver a una chica tan joven con su minusvalía,


aunque es imposible sentir compasión por ella porque su

sonrisa ilumina su cara e irradia optimismo.

—Solo estaba… admirando el edifico —digo lo primero

que se me pasa por la cabeza y eso provoca que Lily se ría a

carcajadas.

—Ya, claro, como si nuestro edificio se pudiera

«admirar». —Alza las cejas y yo sonrío porque me ha pillado

y tiene toda la razón del mundo porque es feo a más no

poder.

—En realidad me estaba preguntando si está bien que

acuda a vuestra cena. No quiero molestar en un día tan

especial.

—Si mi hermana te ha invitado es por qué no molestas.

Es un día muy importante para nuestra familia, Riley no te

habría dicho de venir si no fueras una buena persona a la

que quisiera tener con nosotras.

—No soy buena persona —le discuto. Mi respuesta le

provoca una nueva carcajada.

—Qué mal concepto tienes sobre ti mismo.


—Es que, ¿qué significa ser buena persona? Para mí una

buena persona es Gandhi o la Madre Teresa de Calcuta. Si

usamos esa vara de medir yo soy un patán.

—Si usas esa vara de medir todos lo somos.

Sonrío. Esta chica tiene la misma capacidad de réplica

que Riley y sabe cómo hacerme sentir cómodo.

—¿Te han dicho alguna vez que para ser muy joven eres

muy lista?

—Bueno, según mis profesores podría serlo más si

hablara menos y prestara atención a lo que dicen, pero… sí,

supongo que lo soy. —Se fija en las flores que llevo y sonríe

—. ¿Margaritas? Son las preferidas de mi hermana. ¿Cómo

lo sabías?

Por qué me lo dijo hace siete años dentro de un


ascensor y me acuerdo de todo lo que me dijo entonces,
pero en vez de eso, digo:

—Cuestión de suerte, supongo.

—Ya. Cuestión de suerte. —Alza una ceja pizpireta y

suspira—. ¿Entramos?
Afirmo con la cabeza y la sigo hacia interior.

Saca las llaves, abre la puerta del piso y entra seguida

de mí. Nada más pasar el umbral, un olor delicioso me

golpea las fosas nasales. La decoración del piso está llena

de motivos otoñales, con guirnaldas de piñas, adornos de


calabazas, jarrones con girasoles y centros de mesa con

velas y hojas secas. Es… acogedor. Y bonito.

—Bienvenido, tú debes ser Evan —dice una mujer que

sin duda es la madre de Riley y Lily. Al igual que Riley tiene

el pelo muy rizado y los ojos oscuros. Además, su rostro es

afable y su mirada cálida.

—El mismo. Encantado de conocerla señora Foster.

—Oh, cielo, llámame Ashia.

—De acuerdo. Gracias por dejarme venir, Ashia. —Le

ofrezco el ramo de margaritas y la botella de vino y ella

sonríe.

—¿Margaritas? A Riley le encantarán, son sus preferidas.

—Lily a mi lado esconde una sonrisa burlona—. No tenías

que haberte molestado—. Me coge del brazo y me lleva

hasta la zona de la cocina. La diminuta isla está llena de


platos a medio preparar—. Riley está en su habitación

cambiándose, se ha puesto perdida cocinando.

Mira hacia una de las puertas, la que debe ser de su

habitación, y trago saliva imaginándomela desnuda. Dios,

sé que no debería hacerlo. Que es mi empleada y que

cerramos lo nuestro el otro día de forma amigable. Pero es

que la imagen del cuerpo desnudo de Riley me pone.

Mucho. Demasiado.

—Ashia, debo admitir que todo tiene una pinta

estupenda —digo concentrándome en algo que no me haga


quedar como un pervertido.

—Pues aún sabe mejor. —Me guiña un ojo, saca un

jarrón de un armario y, tras verter agua en el grifo, coloca

las margaritas.

Escucho el sonido de una puerta chirriar tras de mí y me

giro. Riley me sonríe y siento un cosquilleo cálido trepar por

mi tripa. Joder, está preciosa. Lleva el pelo suelto

desparramado sobre los hombros, un vestido con falda de

vuelo de color granate y, en los pies, unos botines color

camel.
—¿Te has puesto perdida cocinando? —le pregunto con

una sonrisa divertida fingiendo no mirarle el escote

sugerente que le hace ese vestido.

—Siempre se pone perdida cuando cocina —dice Lily


tras dejar el contenido de la bolsa que llevaba en el regazo

sobre la mesa. Compras de última hora, supongo—. Es como

si perdiera el mundo de vista y solo importara lo que está

haciendo en ese momento. Deberías verla, acaba cubierta

de harina hasta las cejas.

Me la imagino al instante. La harina cubriendo su rostro

tostado, bajando por ese escote que perfila dos pechos de

buen tamaño... Y entonces pienso en lo mucho que me

gustaría tenerla en mi cocina para ensuciarme con ella

haciendo otras cosas que no son cocinar.

Vale, creo que tengo que relajarme y dejar de dar rienda

suelta a mis fantasías.

—Lily, no es necesario que des esa información, gracias

—dice Riley acercándose a mí.

—De nada. —Se ríe entre dientes y empieza a remover

un bol, divertida.
—Evan, bienvenido al Acción de Gracias típico de los

Foster. —Me sonríe de una forma cálida y el cosquilleo en mi

tripa aumenta de intensidad.

No debería haber venido. No me gusta sentir lo que

siento cuando la tengo cerca. Me hace sentir cosas que

nunca he sentido antes y que no quiero empezar a sentir

ahora, a pocos meses de la boda.

—¿Y estas margaritas? —pregunta mirando el jarrón que

ha dejado su madre en medio de la pequeña mesa de


comedor ya servida con platos, cubiertos y centros de

mesa.

—Las ha traído Evan.

Puedo ver el momento exacto en que sus ojos se

iluminan y conectan con los míos.

—Son mis preferidas.

No digo nada, creo que no hace falta, que los dos hemos

viajado en el tiempo dentro de aquel ascensor lleno de


confidencias. Sabe que me he acordado de nuestra
conversación y yo sé que le ha gustado que lo hiciera por la

forma en la que sus labios se arquean hacia arriba.


—Bueno, chicos, ¿nos ayudáis a terminar la cena? —
pregunta Ashia señalándonos la mesa con los platos a

medio terminar.

Nos pasamos la siguiente hora acabando de preparar el


banquete para la cena envueltos en una conversación

amena y divertida. Riley, su madre y su hermana se


complementan muy bien y, aunque componen una familia

pequeña, no puedo evitar sentir una punzada de envidia.


Me llevo bien con mi madre y tolero a mi padre, pero no

formamos ni de lejos un equipo tan bien compenetrado.

Sobre las seis de la tarde Ashia saca el pavo relleno del


horno y nos sentamos alrededor de la mesa donde ya están

el resto de platos: puré de patatas, judías verdes, mazorcas


de maíz y otros platos deliciosos.

—Antes de empezar a cenar, como siempre, es el

momento de dar las gracias por algo importante que nos


ocurrido este año —dice Ashia mirando a sus hijas con una

mirada cargada de ternura—. Empiezo yo. Doy las gracias


por dos hijas maravillosas a las que quiero con locura,

porque hayamos tenido un año de buena salud y por qué


Riley haya encontrado un buen trabajo con un buen jefe. —
Me mira de reojo, sonríe y le devuelvo la sonrisa. Luego

mira a Lily—. Ahora te toca a ti, cariño.

—Vale, pues yo doy las gracias porque hayan hecho una


rampa de accesibilidad en el recreo del colegio, por fin

puedo salir al patio sin que el conserje tenga que cargarme


—explica contenta—. También doy las gracias porque

Lauren James no haya ganado la presidencia de estudiantes,


es una zor…

—¡Lily! Ni se te ocurra terminar esa frase. Además, en


esta casa no nos alegramos de las desgracias ajenas.

—Vale —dice Lily enfurruñada.

—¿Riley? —Ashia pasa el turno de palabra a su hija


mayor mientras lanza una mirada reprobatoria a la

pequeña.

—Yo doy las gracias por que ha sido un buen año en el


que no nos ha faltado nada y que ha traído muchas cosas

buenas a nuestra vida. —¿Son imaginaciones mías o me ha


mirado de soslayo al decir la última parte de esa frase?

—Evan, te toca —me recuerda Lily mirándome.


—Eh, sí, claro. —Me aclaro la garganta antes de seguir

—. Yo doy las gracias por tener la suerte de compartir el día


de hoy con tres chicas maravillosas.

Mis palabras son recibidas entre sonrisas. Lily me llama

pelota, Ashia me da las gracias por el halago y Riley me


mira con una sonrisa enigmática que soy incapaz de

desentrañar.

Ashia trincha el pavo y lo reparte. Solo llevarme el


tenedor a la boca tengo que admitir que está realmente

delicioso, así que no puedo evitar felicitarla.

—Antes era mi marido el que se encargaba de hacer el


pavo. —Mira hacia una repisa donde hay la foto de un

hombre moreno abrazado a una Ashia mucho más joven—.


Recuerdo que dejó la receta escrita en el primer cajón de la

cocina para que supiera cómo hacerlo en caso de que él no


pudiera, porque el único año en el que lo intenté hacer yo

siguiendo una receta de Martha Stewart acabamos cenando


en el McDonald’s.

—Fue asqueroso, estaba crudo por dentro —dice Riley


riendo—. Pero nos lo pasamos bien en el McDonald’s
—Y fue aquel año que iniciamos la tradición de que papá

tocara el saxo después de la cena… —murmura Lily


soltando un suspiro nostálgico.

Se nota que lo echan de menos, y es normal, yo también

suelo echar de menos mi antigua vida, la vida de mi


infancia, cuando mis padres aún se querían y vivíamos

como una familia feliz.

Las horas van pasando y después de la comida Riley

saca una tarta de calabaza que tiene una pinta estupenda.


Aunque estoy a punto de reventar me sirvo un buen trozo

que me como con ganas.

—¡Joder! ¡Qué buena está! —exclamo dando vida a mis


pensamientos.

—¿A qué sí? Es la mejor, aunque sus galletas con ositos


de gominolas son mi dulce preferido. —Lily me sonríe con la
boca llena de tarta.

La tele está encendida. Hemos visto la repetición del


desfile de Macy’s que se ha hecho esta mañana y ahora

están dando un reportaje sobre Nueva York en Navidad.


Cuando sale la pista de patinaje del Rockefeller Center con
el enorme árbol de Navidad iluminado de fondo, Lily suspira
a mi lado.

—Echo tanto de menos no poder patinar sobre hielo… —

dice con los ojos clavados en la pantalla—. Me encantaba ir


a la pista de patinaje de Rockefeller, y luego tomarnos un

chocolate caliente en uno de los puestos ambulantes que


hay cerca.

Veo como Riley la mira, con pena e impotencia, algo que

entiendo porque no hay nada que pueda hacer para


devolverle esa parcela de su vida. Es algo tan imposible

como ver nevar en pleno agosto.

—Pero bueno, tampoco es para tanto, hay un millón de


cosas que puedo hacer en su lugar. Como, por ejemplo,

daros una paliza al Monopoly, ¿jugamos?

La noche pasa entre partidas de Monopoly y el juego de

las películas que, por cierto, se me da fatal. Cuando quiero


darme cuenta es medianoche, Lily está bostezando y sé que

ha llegado el momento de marcharme.

Pido un taxi desde una aplicación móvil, me despido


agradeciéndoles de corazón la invitación y Riley insiste en
esperar el taxi fuera conmigo.

—Hacía años que no pasaba un Acción de Gracias tan


perfecto. Gracias.

Riley sonríe. Tiene la nariz ligeramente enrojecida por el


frío.

—No tienes que darme las gracias por nada. A mamá y

Lily les ha gustado tenerte con nosotras.

—¿Solo a ellas? —pregunto alzando una ceja y

ganándome una sonrisa.

—Puede que a mí también me haya gustado.

—Con que puede, ¿eh?

Una sonrisa pícara se desliza en sus labios.

—¿Necesitas que lo diga en voz alta para inflar tu ego?

—Necesito que lo digas en voz alta porque me

encantaría que fuera verdad.

Su mirada y la mía vuelven a conectar. No dice nada,


pero su forma de mirarme es tan intensa que abrasa. Justo

en este momento un taxi aparece cruzando la esquina y se


detiene frente a nosotros. El taxista baja la ventanilla y
pregunta por mí.

—Bueno, supongo que nos veremos el lunes —digo yo


levantando una mano a modo de despedida.

Abro la puerta del coche y escucho la voz de Riley tras


de mí llamándome. La miro interrogativo.

—Evan Dankworth, me ha gustado pasar Acción de


Gracias contigo.

Y tras decir esto, da media vuelta y se va, dejándome

con una sonrisa tonta en los labios.


17
Evan

—¿Te invitó a su casa por Acción de Gracias? —Adam bebe


de su vaso y me mira con las cejas alzadas sorprendido por

la información que acabo de compartir con él y Jake.

Estamos en nuestro reservado del Club Hush, al que

hacía meses que no veníamos. Que mis amigos tengan


relaciones formales tiene mucho que ver con esto, pues

antes lo frecuentamos todas las semanas.

Harper y Lena se han quedado en casa para tener una

de sus noches de chicas y nosotros hemos decidido salir y


pasar el rato como en los viejos tiempos.

—Sí, pero solo porque le daba pena que pasara el día


solo.

—Ya, claro. —Jake me mira burlón mientras observa a la

multitud danzar al ritmo de la música a nuestro alrededor.

—Que es verdad. Solo me invitó cuando le expliqué que


no tenía planes para Acción de Gracias.
—Lo que yo no entiendo es porque no nos lo dijiste a

nosotros. —Adam me mira interrogativo—. De haber sabido

que te quedabas solo te habríamos dicho de venir a casa.

—Ya sabéis que Acción de Gracias no me gusta. Desde

que mis padres se separaron que paso de celebrarlo —


respondo algo esquivo.

Adam asiente y Jake me pasa un brazo por los hombros.

—Aquí lo importante es que Riley te invitó a su casa.

Cuenta, cuenta, ¿qué pasó? ¿Pudiste meterle el relleno en el


pavo?

El comentario desagradable de Jake hace que Adam

suelte una carcajada en el mismo momento que intentaba

tragar, por lo que parte de la bebida que tenía en la boca

acaba sobre la mesa a propulsión.

—Joder, tío, no vuelvas a hacer una comparación tan

asquerosa —digo yo.

—Pues a mí me ha parecido muy ocurrente —dice Adam

aun riendo.
—Asquerosa o no yo quiero saber la respuesta —añade

Jake.

Pongo los ojos en blanco y les explico todo lo que

sucedió ayer, que el único pavo que se rellenó fue el que

nos comimos y que lo pasé muy bien con Riley, Lily y su

madre. Hago un resumen breve, conciso, intentando así que

podamos cambiar de tema.

—Pero a ver, Evan, ¿soy yo el único que ve raro que, en

vez de pasar Acción de Gracias con tu prometida, lo pases

con tu secretaria? —pregunta Jake con tono jocoso.

—Olivia se marchó a Los Hamptons con sus amigas,


prefiero pegarme un tiro antes que ir con ellas.

—¿Y eso no te dice nada? —Adam me mira con una ceja

alzada a mi dirección.

—Chicos, no os montéis una película de Ciencia Ficción,

solo cenamos, ¿vale? No pasó nada raro entre nosotros.

Fuimos… Dos amigos compartiendo un pavo delicioso. —

Miro a Jake que está a punto de abrir la boca—. Como

vuelvas a hacer una broma sobre pavos y rellenos te doy

una patada en las pelotas.


¿Qué si estoy obviando cosas vitales como la forma en

la que Riley y yo nos miramos durante la cena? Sí, soy

consciente de que lo estoy haciendo.

—Que agresivo te pones, colega —dice Jake bebiendo de

su copa—. Deberías reflexionar sobre ello, porque cuando


hablo de Olivia no te pones tan sobreprotector.

Ahí le ha dado de lleno. Jake suele hacer comentarios

despectivos sobre Olivia a menudo, pero yo paso de

defenderla la mayoría de las veces. Es mi prometida, sí,

pero es que la mayoría de apreciaciones que hacen mis

amigos sobre ella son ciertas y se las gana a pulso. En

cambio, no sé porque no soporto que hagan comentarios

malintencionados sobre Riley. Es como si tuviera que

defenderla de posibles agravios. Porque no se lo merece.

Porque Riley es… simplemente Riley.

—La verdad es que tengo mucha curiosidad por conocer

a esa chica —interviene Adam mirándome con un brillo en

los ojos—. Algo me dice que debe tratarse de una persona

muy especial.

—¿Por qué lo dices? —Frunzo el ceño.


—Porque se te pone cara de gilipollas cuando hablas de

ella. Y porque sueles ser muy exigente con todo.

Solo gruño como respuesta. Me gustaría desmentir lo

que ha dicho, pero reconozco que no me quedan fuerzas

para hacerlo. Porque tiene razón: Riley es especial. Ya lo era

hace siete años y sigue siéndolo ahora.

—Me estoy metiendo en un lío, ¿verdad? —pregunto tras

varios segundos de silencio.

Jake y Adam comparten una mirada significativa. Es Jake

quién habla:

—Depende lo que consideres un lío, tío. Ya te lo dije

hace unas semanas. Disfruta de estos meses de libertad

antes de casarte con Olivia. Si te gusta esa chica, ten una

aventura con ella.

—Habló el cazador cazado —bromeo, aunque confieso

que sus palabras me tocan en un sitio muy hondo.

—Y a toda honra. Esa pelirroja es lo mejor que me podía

haber pasado en la vida.


—Lo mismo pienso yo de Lena, aunque sus antojos en

medio de la madrugada de estas últimas semanas me

tengan hecho polvo —dice Adam.

Yo me limito a sonreír a medias, con la mirada fija en el


movimiento de la gente que nos rodea. Pienso en Olivia y en

lo poco que falta para que nuestras vidas se unan para

siempre. Pienso en Riley, y en el cosquilleo que baja por mi

tripa cuando pienso en ella y en su forma de mirarme y

sonreír.

Pues sí, creo que yo solito puedo responderme a la

pregunta: Me estoy metiendo en un lío.


18
Riley

Es lunes, hace solo cuatro días desde Acción de Gracias y


me he pasado todo el fin de semana pensando en Evan. Sí,

sé que no debería hacerlo, que se va a casar dentro de unos


meses y que, por si eso no fuera suficiente, es mi jefe, pero

no soy dueña de mis pensamientos. Ojalá lo fuera, pero no


lo soy.

La cena de Acción de Gracias con Evan fue... súper


especial. Es la primera vez desde la muerte de papá que

mamá no acaba llorando desconsolada recordándole.


Además, congenió tan bien con nosotras… Fue como si

fuera parte de la familia.

En este instante estoy sentada en mi escritorio y no


hago más que girarme en dirección a los ascensores a ver si

lo veo llegar. Hoy se ha pasado la mañana fuera de reunión

en reunión, es la hora de comer y no creo que tarde en


regresar.
Intento distraerme con el trabajo, pero cada dos por tres

recuerdo la forma de mirarnos durante la cena. Solo una

persona antes me hizo sentir lo mismo que Evan el otro día:

El Evan con el que coincidí en el ascensor hace siete años

atrás. Cuando él me mira siento que me ve, pero que me ve


de verdad. Lo sentí hace siete años y lo siento ahora, a

pesar de todos mis intentos por mantenerme alejada de él

desde que nos reencontramos.

En unos de estos avistamientos, veo salir del ascensor a


dos chicos y dos chicas que se dirigen hacia aquí sonrientes.

No me suenan de nada, pero se detienen en mi mostrador.

—Hola, estamos buscando a Evan, ¿puedes decirle que

hemos venido a secuestrarlo para comer? —pregunta una

chica pelirroja bajita muy mona que me hace sonreír al

instante. Además, me suena mucho y no sé de qué.

Va acompañada de otra chica castaña que por su tripita

incipiente diría que está embarazada y por dos chicos que

son muy pero que muy atractivos. Ambos son morenos,

pero uno tiene los ojos azules y el otro los tiene de color

verde.
—En este momento no se encuentra aquí, aunque no

creo que tarde en llegar —explico.

—Ah, genial. Pues si no te molesta lo esperamos aquí

contigo —señala mi mesa y yo la miro con los ojos muy

abiertos

—¿Aquí? —pregunto desconcertada.

—Tú eres Riley, ¿verdad?

¿Cómo saben mi nombre? No respondo, la castaña

interviene por mí.

—Harper, no seas grosera, la chica debe tener trabajo

que atender, seguro que molestamos.

—¿Molestamos? —Sus ojos se abren de forma expresiva

y me miran.

—Ehhhh… bueno... —No sé qué decir.

Detrás suyo el moreno de ojos verdes deja escapar una

carcajada.

—Eso es un no. Ves, Lena, no molestamos.


—¿Se puede saber qué estáis haciendo aquí? —La voz

de Evan me hace soltar un suspiro de alivio, es el salvador

de esta situación tan incómoda.

—Nos volvemos a San Francisco esta tarde y hemos

pensado en ir a comer todos juntos antes de que salga el


vuelo. —Explica el chico de ojos verdes con una sonrisa.

—¿Y por qué estáis acosando a mi secretaria? —

pregunta con el ceño fruncido.

—No nos ha dado tiempo a acosarla, acabamos de llegar

—dice la pelirroja haciendo un mohín.

Yo me quedo con ganas de preguntar por qué demonios

querrían acosarme. Eso unido a que sepan mi nombre me

hace sospechar que Evan les ha hablado de mí.

—Espero que mis amigos no te hayan dicho ninguna

impertinencia. Pueden llegar a ser muy molestos si se lo

proponen —me dice ignorando las quejas de sus amigos a

sus espaldas.

—Está bien, tranquilo. La verdad es que acaban de

llegar —digo dando la razón a la pelirroja que mira a Evan

con cara angelical.


Evan me sonríe, pone los ojos en blanco y se gira hacia

sus amigos

—Chicos, dejo las cosas en el despacho y nos vamos a

comer.

—Vale, ¿y tú tienes planes? —La pelirroja vuelve a la

carga—. Podrías venir con nosotros.

La castaña ahoga una carcajada con una mano, el chico

de ojos azules mira hacia otro lado también evitando reírse

y el de los ojos verdes se toca el puente de la nariz

divertido. Evan se limita a fruncir el ceño con

incomprensión. Está claro que la idea de llevarme con ellos

a comer no le agrada, y a ver, lo entiendo, son sus amigos y

yo no pinto nada, pero antes de que pueda abrir la boca la

pelirroja interviene una vez más:

—Venga, ¿qué me dices? Nos lo pasaremos bien y así al

fin habrá equilibrio entre chicos y chicas.

—Mira, la verdad es que tengo mucho lío aquí…

—Pero en algún momento tendrás que comer, ¿no?

—Eh… Si, claro.


—Pues no se hable más, te vienes con nosotros. A ti no

te importa que venga, ¿verdad, Evan? —Y ahí está, esa

sonrisa angelical que estoy segura de que es fingida.

—No, claro que no —responde entre dientes mirándola


con cara de asesino en serie.

—¿Ves? Eres bienvenida. Coge un abrigo que hoy hace

un día especialmente frío. —Luego mira a su amigo—. Os

esperamos abajo, ¿vale? No tardéis.

Tras decir esto, los cuatro se dan media vuelta y

regresan por donde han venido. Cuando desaparecen dentro

de uno de los ascensores dejo escapar un suspiro y miro a

Evan que parece contrariado.

—Oye, no tengo por qué ir.

—¿Qué? —Niega con la cabeza—. Quiero que vengas, es

solo que odio que mis amigos actúen de esta manera sin

preguntar primero.

—Y ¿por qué parecen tan interesados en mí?

Se muerde el labio, se pasa una mano por el pelo y me

mira a través de sus penetrantes ojos ámbar.


—Quizás, solo quizás, haya sido tan estúpido como para

explicarles nuestra historia.

¿Nuestra... historia? ¿Hay una historia que contar?

—¿Y por qué les hablaste de… nosotros? —digo la última

palabra consciente de lo raro que suena ese «nosotros».

—Por qué soy estúpido, ya te lo he dicho. —Se encoge


de hombros, pero no paso por alto que haya omitido

responder mi pregunta—. Bueno, voy a dejar las cosas en el


despacho y nos vamos.

Afirmo con la cabeza y mientras él deja sus cosas dentro


yo cojo mi abrigo de paño y me lo pongo.

Sus amigos nos esperan fuera y al salir el frío de finales

de noviembre nos da la bienvenida. El cielo está


encapotado, a punto de llover y me alegro de llevar el pelo

recogido en un moño, porque si no ahora mismo se me


habría encrespado doblando su volumen.

Caminamos un par de manzanas y acabamos en un


restaurante de aspecto moderno cuyo maître, nada más
llegar, nos acompaña a una mesa reservada en medio de la

sala. Es una mesa redonda perfecta para conversar viendo


la cara de tus acompañantes. Se nota que es un restaurante
de lujo por los manteles de lino, los mil cubiertos y vasos

que no sé para qué sirven y la carta que me hace abrir los


ojos nada más ver el precio de cada plato.

—¿70 dólares por una ensalada? La ropa que llevo

cuesta menos que eso —digo en voz alta atrayendo la


mirada de todos. Se me sonrojan las mejillas al instante.

Seguro que ellos se bañan con billetes, pero yo no me


puedo permitir gastarme la mitad de mi sueldo en una

comida—. Oye, gracias por la invitación, pero este lugar


está fuera de mi presupuesto. Tendría que vender un órgano

para pagar lo que vale un plato.

—Cielo, no te preocupes por nada, invitamos nosotros —


dice la pelirroja tocándome el brazo con suavidad.

—No nos conocemos de nada, no me sentiría cómoda

con que pagaras tú.

—Pero yo he insistido en que vinieras. Anda, quédate,

por favor.

Me mira con ojos suplicantes y acabo aceptando. Y es


así como me entero de que el chico de los ojos verdes, que
se llama Jake, es el primogénito del propietario de la cadena
de hoteles Lawler. Aunque trabaja como fotógrafo y ha

renunciado a seguir con el negocio familiar supongo que


debe seguir recibiendo una buena suma de dinero en

dividendos. Cuando la chica me explica que trabaja en el


mundo de la moda desde las redes sociales y su blog, caigo

enseguida en quién es y porqué me sonaba. Es Harper


Smith, la sigo en Instagram, me gusta mucho como viste,

con looks sencillos, pero con personalidad. Cuando Lily se


entere de que he comido con ella morirá de envidia.

La otra pareja la forma el presidente de la multinacional

Lawler y Lena, su mujer, que trabaja como articulista en The


Chronicle, un periódico que pertenece a Dankworth

Publishing Company. No sé si lo hace por empatía o porque


le nace explicármelo, pero Lena me cuenta que antes de

conocer a Adam pasaba por un mal momento económico,

La cena fluye, los amigos de Evan son muy majos. De


hecho, el más reservado en la mesa es él, que apenas dice

nada. Estamos hablando de los planes navideños de cada


uno cuando una sombra se proyecta sobre la mesa al lado
de Evan. Todos levantamos la mirada y vemos como este

languidece.

—Hola amor, yo también me alegro de verte.


19
Evan

Olivia me mira con una sonrisa en los labios. ¿Qué demonios


hace aquí? Si no fuera imposible diría que me ha seguido.

Miro de reojo a Riley sentada a mi lado. Parece algo tensa y


no me extraña, porque Olivia la mira con un gesto de

reprobación que no pasa inadvertido.

Tras los primeros segundos dejándome llevar por la

sorpresa, finjo una sonrisa y le pregunto: —¿Qué haces tú


aquí?

—Había quedado con Emily, pero acaba de llamarme


para decirme que no va a poder venir. Estaba a punto de

marcharme cuando os he visto y he pensado, ¡qué

casualidad!

—Sí, que casualidad —mascullo.

No me creo esta casualidad ni de coña. Además, sé de

sobras que su amiga Emily nunca le dejaría tirada. Es algo


así como su esclava y siempre va tras ella. Se cortaría una

mano antes de faltar a una cita con Olivia.


—Bueno, pues ya que estáis aquí y yo aún tengo que

comer, no os importará que me una a vosotros, ¿verdad? —

Repasa a mis amigos con la mirada dedicándoles una

sonrisa fingida.

Jake hace una mueca de desagrado con la boca, Harper


arruga la nariz, Lena desvía su mirada hacia otro lado y

Adam alza las cejas. Nadie dice nada y ella interpreta el

silencio como una afirmación. Coge una silla de otra mesa y

la pega a mi lado golpeando a Riley en el proceso.

—Querida, ¿te importaría apartarte un poco? —

pregunta una vez sentada.

Riley mueve un poco su silla y Olivia interviene de


nuevo:

—¿Podrías moverte un poco más? Es que me llega el

aroma de tu perfume barato y me están entrando náuseas.

Dios, que mala es. Si el olor fresco de Riley me encanta.

Voy a salir en su defensa, pero la propia Riley se me

adelanta.

—Pues mira, no pienso moverme. Yo estaba aquí

primero y tienes más lugares donde sentarte, lugares en los


que no te llegará el olor de mi perfume barato.

Olivia abre mucho los ojos, debe ser una de las pocas

veces en su vida que alguien responde una de sus borderías

con tanta hostilidad.

—¿Y esta quién es? —pregunta mirándome a mí.

—Es Riley, mi secretaria.

—¿Y desde cuándo comemos con secretarias? —se jacta

menospreciándola.

—Las secretarias somos personas, lo sabes, ¿no? —

pregunta Riley ganándose una mirada airada de Olivia.

—Sí, lo sé. Pero por norma no suelo salir por ahí con

personas que se visten con ropa que parece de la

beneficencia, y más en un sitio como este donde viene lo

mejorcito de la ciudad. Tenemos una reputación que

mantener.

Ahora sí que se ha pasado. Aprieto la mandíbula

dispuesto a hacerla callar, pero, de nuevo, Riley se me

adelanta: —Sí, lo confieso, este vestido lo compré rebajado

en una tienda del barrio. No me avergüenza decirlo. Lo que


sí me avergonzaría es que mi reputación dependiera de la

vestimenta de la persona con la que comparto mesa para

comer.

Harper que está frente a mí extingue una carcajada.

Jake y Adam desvían las miradas divertidos y Lena sonríe sin


disimulo. Creo que acaba de ganarse el respeto de mis

amigos.

Olivia me mira mostrándose indignada, pero sé que

capta por mi mirada que no voy a hacer nada por

defenderla, así que resopla, pide una ensalada a un

camarero que pasa por ahí y no vuelve a meterse con ella,

al menos durante los siguientes minutos. Sin embargo, la

calma dura poco, porque enseguida fija su mirada en Lena y

dice: —Uy, Lena, has engordado mucho, ¿no?

—No está gorda, está embarazada de cuatro meses —

dice Adam con una mirada asesina.

—¿Solo de cuatro? ¿Es que lleva gemelos?

—No, Olivia, solo lleva un bebé —digo intentando que no

siga por ahí.


—Pues esa barriga parece de ocho meses como mínimo.

Yo de ti cuidaría la línea. No querrás engordar y que Adam

pase de ti, ¿verdad?

—No pienso tolerar… —empieza a decir Adam, pero

Lena le toca el brazo y susurra:

—Déjalo estar, no vale la pena.

—Oye, Olivia, ¿sabes una cosa? Lo suyo es temporal, en

cambio, tu imbecilidad no tiene cura —interviene Riley

dejando la servilleta que tenía sobre las rodillas encima de

la mesa con un golpe seco—. Y ahora si me disculpáis…

Riley se levanta y se dirige hacia la puerta de salida.

Olivia suelta un exabrupto y me mira con enfado: —¿Has

visto cómo me ha hablado? Cariño, espero que la despidas.

Me ha faltado al respeto.

Pero me da igual lo que me dice porque me levanto de

la mesa y salgo corriendo tras Riley. Consigo alcanzarla

antes de que cruce la calle.

—Eh, espera.
La coja de la muñeca y hago que se gire. Sus ojos echan

chispas.

—Tu prometida es la persona más desagradable que he

conocido nunca, así que no me vayas a echar bronca por


haberle puesto en su sitio. Y podía haber sido más chunga,

que soy de Queens.

—No pensaba echarte bronca. Yo… lo siento —digo

sincero.

—Tú no debes disculparte, no has hecho nada.

—Pero es mi prometida.

—Eso solo te hace culpable de ser masoca casándote

con ella.

Hago un mohín, pero no respondo porque sé que tiene

razón.

—Aún no es tarde para regresar y terminarnos la comida

—sugiero.

—No, déjalo. Prefiero tragar cuchillas de afeitar antes de

volver a ese restaurante con ella. Mejor regreso al trabajo.

—Pues me voy contigo.


—¿Seguro que quieres que te vean conmigo? Ya sabes,

con mi vestido de beneficencia y mi perfume barato…

Eso hace que se me escape una carcajada.

—Creo que correré el riesgo.

Reprendemos el camino de regreso a nuestro edificio y

no puedo evitar reírme entre dientes al recordar la cara que


ha puesto Olivia con las palabras de Riley. Esta me observa

interrogativa.

—Perdona, es que la forma en la que has hablado a

Olivia ha sido… alucinante.

A Riley mi comentario le hace sonreír.

—Deberías defender su honor, no alabarme.

—Yo solo defiendo a quién se lo merece, y créeme, sé de

sobras que Olivia no se lo merece.

Ella me mira de reojo, pero no dice nada. Sé lo que debe

estar pensando. Que no entiende por qué demonios me


caso con ella.

Cuando llegamos a la oficina, yo entro en mi despacho y

Riley se queda en su escritorio. Necesito sentarme y


descansar un rato.

Saco el móvil y veo la decena de llamadas perdidas que


tengo, todas ellas de Olivia. Además, me ha dejado un

mensaje de buzón de voz que escucho frotándome el


puente de la nariz: —Espero que sea la última vez que me

dejas plantada de esta manera. Además, después de


marcharte esos idiotas que tienes como amigos se han
marchado también y me he quedado sola. Yo, Olivia
Goldman, me he quedado sola con mi ensalada en uno de
los restaurantes más prestigiosos de la ciudad. Tendremos
que hablar largo y tendido sobre todo esto. Creo que
deberías dejar de verlos. No me gusta nada lo que me han
dicho antes de irse. Ah, y espero también que ya hayas
despedido a tu secretaria. ¿Quién se ha creído que es para
hablarme así? En fin, llámame cuando escuches esto.

¿Dejar de ver a mis amigos? ¿Está loca? Suelto un

bufido y justo en ese momento me llega un mensaje de Jake


en el grupo que compartimos con Adam: Jake: Profeso

admiración absoluta por Riley en este momento.

Adam: Somos dos.


Jake: Más bien tres, porque Harper no ja dejado de
hablar de ella desde que hemos llegado al aeropuerto.

Adam: En ese caso cuatro, porque Lena también estaba

flipada por su forma de defenderla.

No puedo evitar esbozar una pequeña sonrisa. Sé que

no debería, pero me siento orgulloso. Sí, me siento orgulloso


por como mi secretaria se ha defendido de la mujer con la

que me voy a casar.

Jake: Por cierto, es posible que Olivia te llame cabreada


porque después de que tú te marcharas nos hemos

venido arriba y le hemos dicho un par de cosas que no


creo que le hayan hecho mucha gracia.

Pongo los ojos en blanco, pero se me escapa una sonrisa


entre los labios.

Evan: Llegas tarde. Me ha dejado un mensaje en el

buzón de voz donde poco le faltaba para pedirme vuestra


extradición al Polo Norte.

Jake: ¿Y no puede ser a un lugar más caluroso? El frío

me deja las pelotas del tamaño de canicas.


Evan: ¿Lo único que te importa de emigrar al Polo Norte

es el tamaño en el que querían reducidas tus pelotas?

Jake: Hombre, ahora que lo dices también me importa


que el pequeño Jake acabe convertido en un cacahuete.

Adam: Joder, tío, ¿cuántas veces te tenemos que decir


que no llames así a tu polla?

Jake: ¿Y cuántas veces os tengo que decir que es un

buen nombre? A Harper le gusta.

Niego con la cabeza y cierro la conversación. Enciendo


el ordenador e intento concentrarme en un informe que me

han mandado desde contabilidad, pero soy incapaz de leer


ni una sola frase. Pienso en Riley, en Olivia, en lo distintas

que son. En lo bien que me hace sentir una, en la


indiferencia que siento por la otra. Curioso que vaya a

casarme con la segunda.


20
Riley

Es 23 de diciembre y Nueva York huele a Navidad. Las calles


están llenas de luces, las tiendas de decoración navideña y

los singles más emblemáticos suenan por todas partes


como fiel recordatorio de que nos encontramos en una de

las épocas más mágicas del año.

Estas últimas semanas han pasado tan rápidas que

apenas he sido consciente de dejarlas atrás. Han sido unas


semanas algo caóticas, ya que con la llegada de la Navidad

había mucho que hacer. Esta noche es la gran Gala de


Navidad que Dankworth Publishing celebra cada año y,

como secretaria de Evan Dankworth, he tenido que mandar


invitaciones a toda su lista de contactos y encargarme de

parte de los preparativos.

La gala se celebra en una de las plantas del edificio

donde trabajamos, que está habilitada para ello. Por lo que


me han explicado es allí donde se organizan todas las

convenciones y fiestas. Una empresa de organización de


eventos se encarga de decorar la sala, contratar el catering

y elegir al DJ que pinchará música esta noche. Según Katie

va a ser una noche increíble, como todas las anteriores,

pero yo no lo veré porque no pienso ir.

—Pero, ¿por qué no piensas ir? —me pregunta Evan.


Hemos repasado la agenda de esta mañana y, como ya es

costumbre en estas últimas semanas, tras eso, hemos

empezado a hablar de nuestras cosas. Cuando me ha

preguntado si me apetecía la fiesta de esta noche y le he


dicho que no iría, su ceño se ha fruncido con extrañeza—. Si

eres una fanática de la Navidad.

—Hombre, yo no me llamaría fanática, eso es exagerarlo

mucho.

—Si tienes como tono de móvil un villancico navideño.

—Vale, es posible que la Navidad me guste un poquito

—admito—. Pero no podría ir a esa fiesta ni que quisiera

hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque no tengo nada que ponerme.


Y es cierto. Katie y las demás secretarias de planta

llevan toda la semana hablándome de los vestidos que van

a llevar para la gala. Todos escandalosamente caros. Hay un

dress code que se debe seguir en este tipo de eventos, y mi


situación económica no me lo permite.

Evan me observa con detenimiento, pero no insiste.

Estas últimas semanas nuestra relación ha… avanzado.

Nuestra relación de amistad, claro. Porque eso es lo que

somos: dos personas que se están conociendo y que se

caen bien. Puede que sienta burbujas en el estómago

cuando lo miro, que me detenga más de la cuenta en sus

labios cuando habla o que fantasee en lamerle el torso

musculoso que se adivina bajo su ropa, pero entre nosotros

no hay nada más que una amistad emergente que empezó

a fraguarse el día que comimos con sus amigos y su

prometida.

Su prometida, otro de los motivos por los que no pienso

ir a esa gala. Será la acompañante de Evan toda la noche y

la detesto (algo que, por cierto, estoy convencida que es

mutuo).
—Es una lástima que no vengas, la verdad, porque estoy

convencido de que habrías disfrutado mucho.

—Quizás el próximo año.

—Quizás.

Y ahí están: nuestras miradas prendiendo de un hilo


invisible cargado de electricidad. Últimamente no dejamos

de mirarnos así: como si fuéramos dos imanes atrayéndose

el uno al otro. El corazón empieza a bombearme más rápido

y tengo que hacer un verdadero acopio de contención para

no soltar un suspiro cuando lo veo morderse el labio inferior.

Salgo del despacho con la excusa de terminar de hacer

unas gestiones para esta tarde y me voy directa al baño

para mirarme en el espejo y respirar con profundidad. ¿Qué

demonios me pasa con este chico? Cojo aire y llamo a

Ginger.

—Recuérdame porque no puedo sentir nada por Evan —

le pido sin darle tiempo a responder cuando descuelga el

teléfono.

—¿Porque es tu jefe y está a punto de casarse? —dice

con tono cansado, porque me ha repetido esto más de una


vez en los últimos días.

—Gracias, es lo que necesitaba oír.

La oigo reír.

—¿Va todo bien leona mía?

—Creo que sí. No sé, todo es tan… confuso. Cuando nos

miramos es como… no sé, como si el mundo desapareciera

y el tiempo se detuviera.

—Ya. —Hace una leve pausa—. Pero la realidad es que ni

el mundo desaparece ni el tiempo se detiene. Él sigue

siendo tu jefe y en alguna parte sigue existiendo la chica

con la que va a casarse.

Su comentario es como un jarro de agua fría. Tiene

razón, una vez más la tiene.

—Supongo que todo será más fácil una vez se haya


casado y sea irreversible.

—Supongo. —Vuelve a hacerse un silencio—. ¿Necesitas

que te aclare algo más? Porque estoy tatuándole el culo a

un tío.

—No, gracias. Hablamos luego.


Apago el móvil y suelto un suspiro clavando mi mirada

en los ojos que se reflejan en el espejo. Ginger tiene razón,

debo desterrar al fondo de mi mente cualquier fantasía

donde Evan y yo podamos tener un futuro, porque eso es

imposible.

###

Llego a casa sobre las dos, ya que hoy solo se trabaja

hasta el mediodía. Estoy sola, así que me hago un sándwich

de pollo y me tumbo en el sofá a ver la reposición de alguna

serie antigua hasta que me quedo dormida. No sé cuánto

tiempo llevo cuando llaman a la puerta. Abro los ojos

mirando la hora en el móvil. Apenas son las cuatro y no

espero a nadie. Sea quién sea la persona que está al otro

lado de la puerta no ceja en su empeño y vuelve a llamar al

timbre.

Me levanto fastidiada creyendo que será algún tipo

queriendo venderme algo, pero cuando miro por la mirilla

me encuentro a un señor con una gorra con el logo de una


conocida empresa de mensajería. Frunzo el ceño porque,

que yo sepa, no hemos pedido nada.

Abro la puerta y el hombre en cuestión me tiende la

enorme caja que sostiene entre las manos. Una cinta sedosa

de color rojo recorre en cruz su superficie hasta acabar en

un enorme lazo en el centro.

—¿Riley Foster? —pregunta.

—Soy yo —respondo en un hilillo de voz—. Pero no he


pedido nada.

—Pues el paquete viene a tu nombre.

Cojo el paquete sin entender nada y el repartidor se va.


Cierro la puerta de una patada y me dirijo hacia el sofá de

nuevo. Dejo el paquete en la mesa de centro y, temblorosa,


deshago el lazo. Subo la tapa de la caja y me encuentro con

un papel rojo que me afano en apartar. Lo que me


encuentro dentro es un vestido de raso de color crema muy

elegante. Es largo, con escote en forma de V y entallado en


la zona del pecho hasta la cintura. Tiene pinta de caro, es el

típico vestido que ves puesto a las actrices sobre la


alfombra roja la noche de los Óscar. Al cogerlo, un sobre cae
sobre mis pies. Lo cojo y leo la tarjetita adjunta:

Ahora ya tienes algo que ponerte por si cambias de opinión y decides venir
a la fiesta esta noche.

No está firmada, pero sé perfectamente quién es el


remitente.

Justo en este momento, la puerta de casa se abre y

entra Lily que me encuentra en el salón con el vestido


alzado admirando su preciosa caída.

—¿Se puede saber de dónde has sacado eso? —


pregunta con los ojos como platos.

—Es un regalo.

—Pero ¿tú sabes cuánto vale ese vestido?

Se dirige hacia la habitación a toda prisa y regresa


segundos después con una revista abierta entre las manos.

Me señala una foto y yo me quedo de piedra al ver que se


trata mi vestido. En letra pequeña pone el precio que tiene:

5.999€. Abro la boca alucinada y Lily emocionada.

—¿Te lo ha regalado Evan?


—¿Qué? —respondo al acto. Si fuera posible me pondría
colorada, pero soy tan morena que no se refleja eso en mi

tono de piel.

—Seguro que te lo ha regalado él. ¿Quién más podría


permitirse algo así? Además, el otro día me fijé en la forma

en la que os mirabais… Saltaban chispas.

—No digas bobadas, Lily. Es mi jefe, y se va a casar en

unos meses —me repito el mantra de siempre.

—Pues yo estoy convencida de que le gustas, si no, ¿por


qué iba a comprarte un vestido tan caro?

Eso me pregunto yo, pero respondo otra cosa:

—Hoy se celebra la gala de Navidad en el Grupo


Editorial y le dije que no iba a ir porque no tenía qué

ponerme. Sentiría lástima por mí…

—Nadie se gasta 6 de los grandes por lástima. Y ahora

que tienes ese vestido tienes que ir —me dice Lily con los
ojos iluminados.

—No sé, no me apetece mucho, la verdad.


Pienso en Olivia, y en que Evan va a estar con ella. No

quiero encontrármela, y más después de lo que pasó entre


nosotras en aquella comida con los amigos de Evan. Me

consta que le ha pedido a Evan que me despida. No es algo


que él me haya contado, pero hace un par de semanas

Olivia pasó por la oficina y, al verme, se le puso cara de


acelga, como si no esperaba verme ahí.

—Venga, Riley, ¿cuántas veces tendrás la oportunidad

de llevar un vestido como ese? Yo te ayudaré a arreglarte.

Y sin esperar mi respuesta, coge mi mano y tira de ella


hacia nuestra habitación.
21
Riley

Salgo del taxi y me dirijo a la puerta del edificio con los


nervios ascendiendo por mi tripa. He quedado con Katie en

la entrada, así que cuando llego la busco entre la


marabunta de gente elegantemente vestida que hay hoy

aquí.

Es ella la que me encuentra a mí. Su voz me llega desde

detrás:

—¿Riley?

Me giro y me encuentro con su cara desencajada. Sus


ojos y su boca se abren escrutándome sin dar crédito a lo

que ve.

—Señorita Foster, ¿de dónde demonios ha sacado usted

ese pedazo de vestido? Está espectacular. —Termina con un

silbido que me hace sonreír.

Además del precioso vestido que Evan me ha regalado,


llevo unos zapatos negros de tacón que, pese a ser una

baratija, quedan escondidos bajo los bajos de la falda. El


pelo lo llevo suelto, rizado, como a mí me gusta. Lily quería

alisármelo, pero creo que llevar el pelo así es una de mis

señas de identidad. El maquillaje es discreto, aunque Lily ha

insistido en que me aplicara carmín rojo en los labios.

Hoy me siento guapa, elegante, lo admito.

—Tú tampoco estás nada mal —le devuelvo el halago y

no miento. Se ha recogido el pelo rubio en un moño y ha

enfundado su cuerpo en un vestido azul medianoche que le

queda como un guante.

—Anda, calla, calla. Paso completamente desapercibida

a tu lado. — Se ríe cuando un chico pasa por nuestro lado

lanzándome una mirada seductora—. Venga, bombón,


vamos junto al resto.

Nos acercamos a un grupo que hay a nuestra izquierda

compuesto por el resto de secretarias y subimos juntos a la

sala donde se organiza la gala. Nos hacen enseñar nuestros

pases nada más salir del ascensor para entrar a la sala que
han dejado preciosa.

La decoración es muy elegante pese a ser navideña,

todo es en tonos plateados y azules. Hay guirnaldas,


muérdago, espumillón y un enorme árbol de Navidad blanco

lleno de regalos en los bajos decora un rincón. La sala está

llena de mesas altas en las que descansan bandejas con

canapés que son rellenadas cuidadosamente por los

camareros vestidos de esmoquin que no dejan de entrar y

salir de uno de los laterales. Canciones navideñas ayudan a


amenizar el ambiente. En este momento suena All I Want for

Christmas Is You de Mariah Carey.

Paseo mi mirada por la sala buscando con ella al

responsable de que al final me encuentre aquí hoy, pero no

lo encuentro. Quiero darle las gracias. Quiero decirle que no


tenía por qué haberlo hecho. Pero todas esas palabras

mueren en mi boca cuando al final lo localizo entre un

corrillo de gente con Olivia cogida del brazo. Él sonríe

mientras habla y ella le mira con posesión.

Enseguida me arrepiento de haber venido. Olivia está


increíble. Lleva un vestido negro que se ajusta a su cuerpo

perfecto sin un gramo de grasa y el pelo color caramelo

semirrecogido en suaves ondas. Ella me pilla mirándola y

puedo ver como sus ojos me taladran con odio mientras se

agarra a Evan con más fuerza.


—Uy, la reina de las nieves acaba de lanzarte una

mirada fulminante. Chica, ¿qué le has hecho? —me

pregunta Katie.

—¿Yo? Nada —finjo inocencia.

Nos dirigimos hacia la zona de bebidas. Necesito beber

algo y olvidar, así que me uno al resto y me pido un

Cosmopolitan. Después, localizamos a un grupo de chicos

que hablan distendidos en una de las mesas del fondo y nos

unimos a ellos. Son del departamento de publicidad y

alguna vez hemos almorzado juntos.

Intento no buscar a Evan con la mirada, pero es

inevitable que lo haga. Y sé que él me ha visto, porque más

de una vez mi mirada choca con la suya. Y quizás son

imaginaciones mías, pero su forma de mirarme es… fuego.

Hay fuego en su mirada.

Greg, uno de los chicos, intenta entablar conversación

conmigo. Sé que le gusto. Las veces que hemos coincidido

juntos, se ha acercado para preguntarme sobre mi vida. Es

mono. Es alto, delgado y tiene un pelo rojizo revuelto

bastante sexy. En otro momento de mi vida me dejaría


cortejar, pero lo que siento por Evan es demasiado intenso

(y confuso) como para dejarme llevar por otro.

Aun así, esta noche le sigo la corriente. Acepto una copa

de champán cuando me la tiende y le acompaño a la zona

habilitada como pista de baile cuando esta empieza a

llenarse. Bajan un poco la intensidad de las luces para dar

intimidad. Bailamos junto al resto del grupo. Katie parece

coquetear con otro de los chicos. Sigo el ritmo intentando

ignorar todas las veces en las que Evan y yo cruzamos la

mirada por casualidad. ¿O lo hacemos de forma

premeditada?

En un momento dado, algo mareada por el alcohol y el

baile, decido que necesito un respiro y me separo del resto

en busca de un poco de aire fresco. A Greg le digo que voy

al baño porque sé que si le digo la verdad insistirá en

acompañarme.

Me pierdo entre la gente que abarrota la sala y acabo

saliendo a la terraza desde la que se puede ver gran parte

de la ciudad de Nueva York. Han instalado estufas de

exterior que calientan el ambiente y guirnaldas de luces


cuelgan de un lado al otro como si fueran luciérnagas

moviéndose en la oscuridad. A un lado hay una pérgola

cubierta de espumillón y más guirnaldas de luces.

—¿Quién es el chico con el que bailabas?

Me giro al oír la voz de Evan a mi espalda. De cerca aún

me parece que está más guapo vestido de frac.

—Greg, de publicidad. ¿Por?

—Te miraba como si fueras un caramelo que quisiera

comerse. ¿Os estáis viendo? —Me hace la pregunta alzando

las cejas de una forma significativa.

—Hombre, teniendo en cuenta que trabajamos en la

misma empresa y en la misma planta, pues sí, nos vemos a

menudo.

—Fuera de aquí, me refiero.

—No sabía que los jefes hicieran este tipo de preguntas

tan personales —digo moviendo la cabeza de un lado al otro

con reprobación.

—No te lo pregunto como jefe, te lo pregunto cómo… —


Calla unos segundos pensando en cómo etiquetarnos,
cuando lo hace noto la duda en su tono de voz—: Como

amigo.

—Como amigo, ¿eh? Pues mira, no, no nos hemos visto

y no creo que nos veamos. Ya sabes lo que dicen: Es mejor

no mezclar el trabajo con el placer.

Sé que al decir esto estoy hablando implícitamente de

nosotros. De esto que nos pasa y de lo que nunca hemos


hablado. Sus ojos relucen y una sonrisa torcida, gamberra,

se dibuja en sus labios.

—Excepto si trabajas como señorita de compañía.

—Ah, claro, excepto en ese caso que, por suerte, no es

el mío.

Nuestros ojos se enganchan una vez más esta noche.


Puedo notar la tensión espesando el aire que nos envuelve.

—Me alegro de que al final hayas venido. Te queda muy


bien. —Hace un gesto para señalar el vestido que se amolda

a mi cuerpo.

—Sí, sobre eso… Gracias. No tenías por qué regalarme


nada.
—No tenía, pero quería. Tómatelo como un regalo de
Navidad. Además, me apetecía verte con él puesto. —

Seguido de ese comentario me mira de arriba a abajo con


una sonrisilla en los labios, como si le gustase lo que ve—.

Me alegro de haber acertado con la talla.

—Sí, si algún día esto de ganar millones en el mercado


editorial no te convence podrías convertirte en dependiente

en una tienda de ropa.

—Gracias por la sugerencia. Lo pensaré.

Nos sonreímos, cómplices. A nuestro alrededor decenas

de personas conversan y ríen disfrutando de la velada. Es


una fiesta preciosa, y eso me hace pensar que, en alguna
parte, Olivia le estará esperando. Un sentimiento amargo se

adueña de mi estómago al pensarlo.

—¿Dónde has dejado a tu prometida? —pregunto

dejándome llevar por este sentimiento y enfatizando la


última palabra.

La sonrisa cómplice desaparece al mencionarla.

—La he dejado hablando con sus amigas. No dejan de


hablar de los preparativos de la boda y me estaba
aburriendo como una ostra.

—¿Los preparativos de tu boda? —Esta vez enfatizo el


hecho de que es su boda y que no tiene sentido de que

hable de ella como si fuera algo ajeno.

Está punto de decir algo cuando un hombre canoso nos

interrumpe. No he tenido el placer de conocerlo en persona,


pero he visto su foto centenares de veces. Se trata de

Dankworth padre, el jefe jefísimo de este lugar y el padre de


Evan. Aunque debe rondar la sesentena, es un hombre

atractivo que guarda muchas semejanzas con su hijo.

—Evan, querido, te estábamos buscando.

—Ahora mismo voy. Perdona, estaba hablando con ella.

—Evan me señala y sonríe—. Es Riley.

El padre de Evan me lanza una mirada intentando


identificarme, sin éxito.

—¿Riley…?

—Foster, Riley Foster. Soy la secretaria de Evan —


explico con una breve inclinación de cabeza.
Al escuchar que soy su secretaria, pierde rápidamente el

interés por mí. Supongo que soy algo así como una mierda
en su zapato. Algo con lo que te topas sin querer y que solo

piensas en quitarte de encima.

—Evan, te necesitamos dentro —se dirige de nuevo a su


hijo.

—Vale, ahora mismo voy. —Me mira de reojo y su padre

le responde con una mirada seria. Le falta decir: ¿Qué


demonios haces perdiendo el tiempo con una simple

plebeya?

—Ahora —insiste.

Evan pone los ojos en blanco, me mira una última vez

como pidiendo disculpas por el tono arisco de su padre y


entra con él al interior de la sala. Yo decido que ya he

tomado el aire por suficiente tiempo así que entro también.


Por el camino me encuentro con Adam, Lena, Harper y Jake,

los amigos de Evan, y nos saludamos de forma afectuosa.


Tras esto, busco a mis compañeros entre la muchedumbre,

pero mientras intento encontrarlos la música se apaga, la


luz se enciende y en el escenario donde está el DJ aparece
el padre de Evan seguido de Evan, Olivia y otro señor que

no reconozco. Este primero empieza a hablar:

—Gracias por haber asistido un año más a nuestra gala


de Navidad. Los que venís año tras año sabéis que esta es

una de nuestras celebraciones más esperadas. La Navidad


es una época para compartir con aquellos que queremos.

Este año en Dankworth ha sido un año lleno de muchas


cosas buenas. Hemos sacado una nueva revista al mercado

y hemos aumentado en un 20% nuestros beneficios


anuales, y todo esto no lo habríamos logrado sin vosotros,

los que estáis aquí y los que hacéis de nuestro Grupo


Editorial lo que es. —Se escuchan aplausos, incluso algún

silbido. El padre de Evan sonríe algo tirante—: Aprovecho


esta ocasión para hablaros también de un hito que tendrá

lugar el año que viene. —Mira a su hijo y a Olivia y se me


congela el corazón—. Mi hijo y su preciosa prometida Olivia

por fin van a unirse en sagrado matrimonio, uniendo así


también nuestras familias. Olivia, ya sabes que te quiero

como una hija, no sabes lo feliz que me hace vuestro


enlace.
Olivia sonríe y el señor Dankworth le abraza. El otro
señor debe ser su padre porque le da la mano con una

sonrisa. Siento como algo me arde en el estómago. Es la


certeza de que a mí no me abrazaría nunca de la misma
manera. Recuerdo la forma en la que me ha mirado en la

terraza y me muerdo el labio. Es obvio que Evan y yo


pertenecemos a dos mundos distintos.

Trago saliva y decido que ya he tenido suficiente fiesta


por hoy. Quiero irme a casa. Salgo de la sala, cojo el
ascensor y busco un taxi. Cuando estoy a punto de llegar a

casa, el móvil vibra dentro de mi bolso. Lo saco y veo que


tengo un mensaje.

Número desconocido: ¿Dónde te has metido? No te


encuentro por ninguna parte.

Sé que es Evan por la foto que tiene de perfil. En ella

sale muy guapo, sonriendo a la cámara de una forma


perezosa. Me guardo su número.

Riley: Me he marchado ya.

Evan: ¡¿Ya?! Pero si lo mejor estaba por llegar…

Riley: Estaba cansada.


Evan: Ya… Has huido del Fred ese que te tiraba la caña
todo el rato, ¿no?

Riley: Se llama Greg, no Fred, y no, no huía de él.

Evan: ¿Entonces de quién huías?

Escribiendo, escribiendo…

Evan: ¿De mí?

Noto como el corazón empieza a bombear más rápido

dentro de mi pecho.

Riley: ¿Y por qué iba a huir de ti? ¿Acaso tengo motivos?

Evan: Quizás estaba tan irresistible esta noche que has

temido lanzarte a mis brazos en un arranque de locura.

Riley: Ja, ja, ja. Estabas guapo, no lo negaré, pero

tampoco tanto para eso.

Evan: No puedo decir lo mismo…

Riley: ¿Yo no estaba guapa?

Evan: Oh, sí que lo estabas… Tanto que en un arranque


de locura no sé qué hubiera podido hacer.
Se me arruga el corazón con esa última frase. Porque sé
que no es real.

Riley: Te hubiera costado un poco hacer nada con Olivia


colgada del brazo.

Evan: Olivia nunca ha sido un impedimento para


conseguir mis objetivos.

Inspiro aire y lo dejo ir despacio recordando mi mantra:


Evan es mi jefe. Evan va a casarse.

Riley: Será mejor que dejes el alcohol y te pases al agua

porque estás diciendo tonterías. Buenas noches, Evan.

Evan: ¿Esta es tu sutil manera de terminar con esta


conversación?

El taxi se detiene frente a mi casa, pago lo que me


parece un dineral y me bajo. Sigo respondiendo mientras

entro en el piso.

Riley: Acabo de llegar a casa y quiero acostarme. Y sí,


quiero terminar con esta conversación que no nos lleva a

ninguna parte. Disfruta de tu fiesta y de tu prometida.


Felices fiestas.
Cierro el móvil para evitar leer su respuesta. Necesito
desintoxicarme de él, dejar de pensar en sus ojos ambarinos

mirándome como si fuera algo especial. Suerte que mañana


no trabajo y en la editorial nos dan unos días de fiesta para
pasar estos días en familia, así no tendré que verle...
22
Riley

Hoy es 24 de diciembre. Esta noche, Santa Claus, con la


infatigable ayuda de sus renos, repartirá ilusión por todas

las casas. Bueno, en algunas más que otras. En la nuestra


hace años que los regalos son más simbólicos que reales,

aunque eso no hace que disfrutemos menos de este día tan


especial.

En casa, tenemos una tradición para este día que


repetimos todos los años: nos vestimos con unos pijamas

navideños idénticos y vemos películas de Navidad


tumbadas en el sofá mientras comemos toda clase de

porquerías hasta que caemos rendidas de sueño. Ginger


siempre se apunta con nosotras a este plan, y es que desde

que se marchó de casa y cortó la relación con su familia, no

tiene a nadie con quién pasar la Navidad. Emma regresa a

Ohio a pasar las fiestas con su familia, y como aún no saben


que tiene pareja y que esta es mujer, no se atreve a llevarla

consigo.
Así que aquí estamos las cuatro, sentadas en el sofá a

las nueve de la noche mientras fuera hace un frío que pela.

Este año hemos comprado unos pijamas con estampados

rojos y blancos. Puede que la calidad sea dudosa, los

compré a precio de ganga en Aliexpress, pero quedan muy


vistosos. Acabamos de ver Love Actually, que es la película

que vemos todos los años sin excepción, y Lily apuesta por

poner ahora la de Serendipity, que es otra de nuestras

preferidas.

Mientras me zampo yo sola una bolsa de palomitas

dulces, no puedo dejar de leer en bucle el último mensaje

que Evan me mandó ayer por la noche y que leí justo antes
de acostarme:

Evan: ¿Sabes la verdad de por qué te he comprado ese

vestido? No soportaba la idea de no verte esta noche.

Esa es la verdad. Y sé que no debería decírtelo, porque

soy tu jefe y me casaré en pocos meses. Pero me hubiera


gustado pasar esta velada contigo, a tu lado, disfrutando

de esa sonrisa capaz de iluminar la ciudad entera. Feliz

Navidad, Riley Foster.


—¿Qué es lo que miras todo el rato con esa cara de

tonta? —me pregunta Ginger mirándome de reojo. Lleva el

pelo verde recogido en un moño flojo a lo alto de la cabeza.

Apago el móvil, lo dejo sobre la mesa y me muerde la

uña del dedo meñique.

—Creo que voy a buscarme otro trabajo —susurro con


cuidado de que mamá y Lily no me escuchen. Están en el

otro extremo del sofá concentradas en la película.

—¿Estás loca? —susurra a su vez mirándome con los

ojos muy abiertos—. No encontrarás en ningún sitio un

trabajo como ese.

—No puedo seguir trabajando ahí, Ginger.

—¿Por qué?

—Empiezo a sentir cosas por Evan, y ya no puedo

ignorarlo más.

—¿Vas a renunciar a un trabajo de puta madre por un

tío? ¿En serio? ¡Riley!

Las palabras de Ginger me hacen encogerme sobre mí

misma. Noto su mirada escrutadora y, al verme vulnerable,


relaja la expresión y suspira.

—Te gusta de verdad… —No es una pregunta, es una

afirmación.

No respondo, me meto un puñado de palomitas en la

boca y fijo mi mirada en la pantalla. Es mi manera de decirle

que no quiero hablar más del tema.

La película avanza, pero yo no puedo dejar de pensar en

Evan y su mensaje. Sé que Ginger tiene razón, pero no creo

que pueda trabajar con él sintiendo lo que siento cuando lo

tengo cerca. No es sano para mí, porque Evan es un

imposible. Y si le tengo cerca mucho tiempo mis

sentimientos no dejarán de crecer y crecer y entonces

sufriré aún más de lo que voy a sufrir ahora.

No sé qué hora es cuando llaman a la puerta. Mamá, Lily

y yo nos miramos extrañadas pues no esperamos que

venga nadie. Me levanto yo, voy hacia la puerta y miro por

la mirilla. Se me acelera el corazón al ver que al otro lado

está Evan. ¿Qué hace aquí?

Me quedo unos segundos parada sin saber qué hacer. El

corazón me late tan rápido que parece que vaya a salir


rodando de un momento a otro.

—¿Quién es? —pregunta mamá desde el sofá.

Me tiemblan las manos, pero intento disimular mi

nerviosismo, aunque no lo consigo.

—Es... Evan.

—¿Evan tu jefe? —pregunta Ginger sin salir de su

asombro.

—Sí, Evan mi jefe —respondo yo consciente de que este

debe estar escuchando esta conversación desde el otro lado

de la puerta.

—Pues no seas maleducada y ábrele —me ordena mamá

con el ceño fruncido.

—Eso, ábrele. A lo mejor nos acompaña a ver pelis —

dice mi hermana.

—Seguro que tiene algo mejor que hacer que eso. —

Haciendo caso a todo el mundo, abro la puerta.

Evan me recibe con una sonrisa pícara en los labios.

Efectivamente, ha escuchado la conversación.


—Ho, ho, ho —exclama haciendo sonar una campanilla

que trae en una mano. En la otra lleva un gorro de Santa

Claus que se pone tras guiñarme un ojo—. Bonito pijama.

—¿Qué haces tú aquí? —pregunto avergonzada por mi


atuendo navideño.

—Cielo, ¿qué forma es esa de tratar a los invitados?

Evan, cariño, pasa —dice mamá acercándose a la puerta

tras de mí.

Me hago a un lado y Evan pasa al interior de la casa.

Saluda a mamá, a Lily y se presenta a Ginger que le mira

escéptica.

—Estamos viendo unas pelis navideñas, Evan, ¿te

apuntas? —pregunta Lily haciéndole un hueco en el sofá.

—Lo siento pequeña, pero tengo mejores planes para ti.

—¿Para mí? —Los ojos de Lily se iluminan.

—Sí, para ti. Esta noche me convierto en Santa para

hacer realidad uno de tus sueños.

—¿Dónde? —pregunto yo desconfiada.


—Lo sabréis cuando lleguemos. Por supuesto, estáis

invitadas todas a venir. Poneos ropa cómoda.

Nos sonríe una última vez y sale de casa. Mamá y Lily se

miran entre sonrisas y van a vestirse siguiendo sus órdenes.

Yo también lo hago, pero un poco desquiciada, ¿a qué

demonios juega Evan? ¿Por qué se presenta aquí una noche

como hoy?

—¿Qué se trae entre manos? —me pregunta Ginger.

—La verdad es que no tengo la más mínima idea.

Salimos fuera donde nos espera un coche adaptado, por


lo que Lily puede subirse sola por una rampa. Tras una hora

de trayecto que se me hace eterna en la que Lily, Evan y


mamá llevan todo el peso de la conversación, el coche se

detiene delante del Rockefeller Center. El enorme árbol de


Navidad iluminado nos da la bienvenida. Cuando bajamos y

me fijo en la pista de patinaje, me sorprende verla vacía. Es


una de las pistas de patinaje más concurridas de Nueva York

y abren todos los días hasta las 12 de la madrugada. Suele


estar siempre llena, y más en un día como hoy.
—¿Por qué no hay nadie patinando? —pregunto con el
ceño fruncido.

—Quizás porque he comprado todas las entradas para

hoy. —Evan me dedica una sonrisa de medio lado mientras


saca de su bolsillo un puñado de recibos.

—¿Y por qué harías eso?

—Ahora lo entenderás.

Nos dirigimos hacia la pista de patinaje y, cuando


llegamos a la entrada, un señor nos ofrece unos patines. Lily

los mira con anhelo y Evan se avanza diciendo:

—Para ti tengo algo mucho mejor.

El señor aparece de nuevo con una especie de trineo

con un sillín en uno de los extremos y unas cuchillas en la


parte inferior. Todos miramos dicho aparato sin saber qué

es.

—Es un Flap Side, se usa para el hockey sobre hielo


adaptado —explica Evan con una sonrisa algo tímida que a

mí me llega al corazón—. Para deslizarte tienes que usar


unos sticks. Rob es monitor de Flap Side y te enseñará cómo
hacerlo. Sé que no es lo mismo que patinar, pero…

No sigue hablando y todos nos fijamos en Lily. Sus ojos

acaban de llenarse de lágrimas y una sonrisa enorme


ilumina su cara.

—¿Podré patinar?

—Podrás patinar. Además, tienes toda la pista para ti


sola.

Un escalofrío sube por mi espina dorsal. Miro a Evan y


dejo escapar un suspiro. Que haya hecho todo esto por Lily

es… demasiado para no dejar caer todos mis muros. Mamá


también parece emocionada. En cambio, Ginger no las tiene

todas consigo. Lo sé por su ceño fruncido.

Pero ya da igual lo que Ginger piense, porque mi


corazón palpita emocionado, y cuando Lily empieza

deslizarse por la pista con la ayuda de los sticks y las


indicaciones de Rob… Creo que voy a morir de amor.

Durante las dos horas siguientes patinamos. Hace frío,

pero yo siento un calor abrasador en el pecho. Evan


también se apunta a patinar, y jugamos a perseguirnos

entre risas bajo la atenta mirada de mamá y Ginger.

A las doce en punto, es hora de partir. Devolvemos los


patines y el Flap Side, subimos de nuevo al coche, y

regresamos a casa.

Me quedo con la mirada fija en la ventanilla observando


la ciudad al otro lado. Las luces, los colores, la gente. Y

cuando no miro el exterior, mis ojos se cruzan con los de


Evan, que me observan con intensidad.

Cuando llegamos a casa, Lily se despide de Evan con un


abrazo y un beso en la mejilla. Mamá también le abraza.
Ginger se limita a mover la cabeza a modo de despedida.

Cuando entran dentro de la casa y nos dejan solos fuera, en


la intemperie de la noche, Evan alza una ceja divertido.

—Creo que a tu amiga no le caigo muy bien.

—No estás en su lista de personas favoritas —admito.

—¿Y eso por qué?

Nos desafiamos con la mirada. Sus ojos ambarinos

relucen.
—¿A qué ha venido lo de hoy? Si este es algún truco de

niño rico para que me lance a tus brazos…

Evan agranda los ojos, sorprendido.

—¿Eso es lo que piensas de mí? ¿Qué montaría todo

esto para meterme entre tus piernas? ¿En serio me crees


tan básico?

—¿Entonces…?

—Mira, Riley, hacía tiempo que no pasaba un Acción de


Gracias tan especial como el que disfruté el otro día a

vuestro lado. Quería agradeceros la forma en la que me


tratasteis. Me hicisteis sentir en casa. Parte de la familia. Y

Lily es una chica muy especial, se merece poder disfrutar de


la vida con la misma intensidad que el resto de la gente.

La sonrisa que me dedica tras soltar estas palabras me

toca el corazón.

—Evan Dankworth, hoy has hecho muy feliz a mi


hermana.

—¿Y a ti? —Le miro interrogativa sin entender—: ¿A ti


también te he hecho feliz?
—La felicidad de Lily es mi felicidad, así que sí.

—Bien. Justo eso es lo que quería oír. Quiero que seas


feliz.

Su mirada y la mía conectan y siento un pellizco en el


corazón. Nos miramos en silencio unos segundos,
demasiados para que el pulso no se me acelere y la tensión

no nos envuelva.

—Evan, no puedo seguir trabajando para ti —digo con

un hilillo de voz.

Mis palabras le sorprenden. Agranda los ojos y niega con


la cabeza.

—¿Por qué?

—Porque me gustas. Mucho. Demasiado. Me gustaste


hace siete años y me sigues gustando ahora. Y no quiero

dejar que esto vaya a más, Evan. No quiero sufrir.

Mis palabras surten en él el efecto esperado. Sus ojos


me miran desconcertados pero ninguna palabra se desliza

por su garganta. Acepto su silencio como comprensión. Así


que dibujo una pequeña sonrisa en los labios, me pongo de
puntillas y dejo un beso en su mejilla derecha.

—Gracias por todo.

Doy media vuelta sintiendo como algo dentro de mí se


rompe. ¿Y si es esta la última vez que nos vemos? Supongo

que el lunes debería mandar mi carta de renuncia al trabajo.


Sé que esto va a ser un duro golpe para la economía

familiar, pero no se me ocurre otra solución para no acabar


demasiado herida. De hecho, ya lo estoy un poco.

Esa línea de pensamiento se ve interrumpida por la

mano de Evan agarrando mi muñeca para detenerme. No


dice nada y me giro para mirarlo. Sus ojos relucen como dos

estrellas en el firmamento.

—No quiero que sufras, pero quiero que sigas trabajando

para mí —susurra.

—No creo que pueda… —Trago saliva.

—Inténtalo.

—¿Por qué? —Trago saliva sin dejar de estar


enganchada a sus ojos.
—Porque la simple idea de dejar de verte hace que un
nudo se me instale justo aquí. —Convierte su mano en un

puño y se aprieta la boca del estómago.

—Evan… Vas a casarte —le recuerdo.

—¿Y qué? ¿Acaso eso invalida el hecho de que estoy


loco por ti?

Cierro los ojos con fuerza y niego con la cabeza al oír


sus palabras, pero él se acerca a mí hasta que nuestros
cuerpos se tocan y su nariz queda pegada a la mía.

—Vas a hacerme daño —susurro con el pulso acelerado.

—Ambos vamos a hacernos daño. Pero valdrá la pena.


Yo haré que el tiempo que dure nuestra historia, aunque sea

breve, valga la pena.

—¿Quieres empezar una relación cuyo final ya está

escrito?

—Sí. Prefiero unos meses contigo que toda una


eternidad sin ti.

Supongo que soy facilona. Que me dejo engatusar por


sus palabras. Que estas se abren paso por mi organismo
hasta instalarse en las ganas que tengo de besarle. Porque
estas ganas son las que me impulsan a vencer los

centímetros que separan mi cuerpo del suyo y lanzarme


sobre sus labios.

Nuestras bocas chocan en un chasquido. Pierdo el

equilibro y Evan me sostiene agarrándome por la cintura.


Nuestros labios encajan como si fueran dos piezas de un
mismo rompecabezas. Recuerdo el beso que nos dimos
hace siete años, y nada tiene que envidiar a este beso. Es

dulce pero apasionado. Tranquilo pero lleno de intensidad.

Abro la boca y dejo que su lengua vaya al encuentro de

la mía. Nuestras humedades se rozan, reconociéndose y


saboreándose.

Seguimos instalados en este beso durante un buen rato

más, solo separándonos para coger aire y volver a mezclar


nuestras salivas. Sus besos me producen ternura, ternura
y… excitación. Todo mi cuerpo tiembla entre sus caricias y
quiere más. Y sé que él también quiere más porque noto el
bulto de su miembro contra mis caderas.
—Evan —digo separándome de él con la voz

entrecortada.

—¿Mmmm? —Evan abre los ojos y me mira, respirando


con dificultad. Sus ojos están oscurecidos y sus labios

hinchados.

—Llévame a tu casa.

—¿Estás… segura? —pregunta tragando saliva con


dificultad.

—Lo estoy.

Una sonrisa fugaz se dibuja en sus labios. Abre la puerta


del coche y me hace entrar con un ademán en la parte

trasera. Luego entra él y se sienta a mi lado. Le indica al


conductor una dirección y nos vamos.

Antes de perderme de nuevo en los besos de Evan


consigo escribir un mensaje a mamá:

Riley: No me esperéis despiertas. Evan me ha invitado a

tomar algo esta noche para celebrar la Navidad. Mañana


por la mañana estaré ahí con vosotras para abrir los
regalos. Os quiero.
Guardo el móvil antes de recibir un mensaje de

respuesta. No quiero leer nada. No quiero que nada me


estropee el sabor que Evan deja en mi boca.
23
Evan

Me gusta besar a Riley. Lo que siento cuando la beso no se


parece en nada que haya sentido antes. Bueno, sí. Me

recuerda al sabor que dejó su saliva en mi boca hace siete


años atrás. Fue tal el impacto que fui a buscarla un año más

tarde cuando me di cuenta de que, a pesar de conocer a


otras chicas, siempre volvía al recuerdo de aquella noche de

Halloween.

Y ahora aquí estoy, dentro de un coche adaptado,

besando a la chica que hace semanas que me vuelve loco.


Enredo mi mano en su pelo rizado, comprobando lo

agradable que es al tacto pese a ese aspecto tan


ensortijado que tiene. Mi boca en su boca. La otra mano

descubriendo cada una de sus curvas. Gemidos.

Chasquidos. Necesidad.

Cuando llegamos delante del edificio en el que vivo, nos


despedimos del chófer, saludamos al portero y entramos. En

el ascensor, volvemos a enredarnos en besos y caricias.


—No me puedo creer que esté haciendo esto —susurra

ella contra mis labios.

—Joder, ni yo. Pero qué bueno que así sea.

La toco por encima del pantalón vaquero que lleva y

gime. Ver su boca entreabierta con muestras de placer me


pone tan cachondo que noto mi polla hincharse al instante.

Quiero poseerla. Aquí, ahora.

Así que no lo pienso mucho cuando aprieto el botón del

ascensor que sirve para detenerlo en caso de necesidad.

—¿Qué has hecho? —pregunta Riley tras el pequeño

bote que ha pegado el ascensor al detenerse.

—No puedo ni quiero esperar un segundo más para


follarte.

Mis palabras surten el efecto deseado. Riley suelta un

jadeo y saqueo su boca con la mía. Le desabrocho los

pantalones con un movimiento y meto una mano dentro de


sus braguitas. Riley gime más fuerte cuando mis dedos

rozan su clítoris. Me bebo sus jadeos llenándome de

excitación. Me pone verla disfrutar con mis manos.


—Estoy a punto —susurra.

—No quiero que termines así —le susurro en el oído.

Le quito el pantalón que ella empuja a un lado de una

patada junto a sus braguitas. Después soy yo el que se

deshace del suyo, seguido del bóxer, aunque antes cojo un

condón que guardo en uno de los bolsillos y me lo pongo.

Su mirada se clava en mi polla que ahora mismo está

completamente hinchada. Le gusta lo que ve, y así me lo

hace saber cogiéndola con la mano y haciendo movimientos

circulares.

Durante unos instantes nos miramos a los ojos. Y sé que

ella ve lo mismo que estoy viendo yo: deseo y ganas.

Venzo los centímetros que nos separan y la cojo en

volandas. Sus piernas se enredan en mi cintura y la empujo

contra una de las paredes del ascensor para poder cargarla

mejor.

—¿Preparada? —pregunto contra su boca.

—Lléname de ti.
Muevo las caderas hacia delante y me ayudo con una

mano para penetrarla. Ambos soltamos un suspiro aliviado

cuando entro dentro de ella en una embestida rápida y


certera. He estado alimentado las ganas durante

demasiadas semanas como para que no querer quemarlas

rápido.

Empiezo a moverme hacia delante y hacia atrás. El

sonido de nuestros cuerpos chocando lo llena todo. Sus

piernas enredadas en mi cadera aprietan más fuerte.

Abandono su boca para hundir mi cara entre sus pechos.

A pesar de llevar un jersey grueso se adivinan grandes y

perfectos. Me muero por arrancarle la ropa que le queda

para metérmelos en la boca. Todo llegará.

Entro y salgo de su interior una vez tras otra entre más

jadeos y gemidos. Sé que está a punto de correrse cuando

mi nombre escapa de su boca en un susurro y se muerde el

labio. Así que aumento la intensidad de las embestidas.

Quiero alcanzar el orgasmo con ella.

Y eso hacemos.
Ella se corre entre gemidos y temblores y yo me vacío

dentro de ella con una última estocada a la que acompaña

un gruñido ronco.

La dejo con cuidado en el suelo y nuestras frentes se

chocan. Respiramos entrecortadamente mirándonos a los

ojos. Ha sido un polvo alucinante. De los mejores de mi

vida.

Justo en este momento, el sonido de una voz nos hace

pegar un respingo:

—¿Va todo bien? Ha saltado la alarma de que uno de los

ascensores se ha detenido. —Es la voz del portero.

Riley y yo nos miramos y disimulamos una carcajada

vistiéndonos a toda prisa.

—Sí, sí, todo perfecto. La verdad es que no sabemos qué


ha podido pasar, ¿un fallo mecánico? —pregunto en un tono

que intenta ser serio pero que no acaba de disimular la

sonrisa de mis labios. A mi lado, Riley se ríe.

—Voy a ver la sala de mandos —dice él.


—Perfecto, nosotros de aquí no nos moveremos —

respondo yo a la vez que vuelvo a apretar el botón que

permite al ascensor proseguir su recorrido—. Vaya, creo que

no necesitarás ir a ningún sitio, porque el ascensor se ha

puesto en funcionamiento solo. Pues nada, ya hemos

llegado a nuestra planta. Gracias por todo.

—Qué cosa más rara… —murmura él.

Salimos del ascensor a mandíbula batiente. Cojo la

mano de Riley y la conduzco hasta la puerta de mi

apartamento. Sus labios gruesos parecen aún más gruesos

de lo hinchados que están por nuestros besos. Me encanta

el color de su piel. Parece hecha de canela.

Cuando entramos al interior, Riley parece fascinada.

Supongo que nada tiene que ver con su pequeño piso de

Queens. Le enseño todas las estancias mientras ella abre

los ojos llena de curiosidad. Me he dado cuenta de que Riley

lo mira todo así: como si quisiera comerse el mundo por los

ojos.

Acabamos en el salón. Yo sirvo un par de copas con vino

tinto y nos sentamos en el sofá, a recuperar fuerzas.


Riley da un trago al vino y me mira con una sonrisa

entre avergonzada y divertida.

—¿En qué piensas?

—En que lo nuestro es quedarnos atrapados en los

ascensores —dice ella con una sonrisa que arrebola sus

mejillas.

—¿Hace siete años te hubieras dejado hacer dentro de

ese ascensor lo que hemos hecho hoy? —pregunto


malicioso.

—Por supuesto que no, no voy por ahí quitándome los


pantalones delante de desconocidos. Y menos en un

ascensor. —Frunce el ceño—. ¿Tú?

—Por supuesto que sí. Tuve ganas de hacer lo que


hemos hecho esta noche desde el momento en el que nos

quedamos atrapados en él.

—Era menor de edad. Pervertido…

Me río entre dientes, pero tengo que darle la razón. Era

menor de edad, pero no hubiera dudado en echar un polvo


con ella si se hubiera presentado la ocasión.
Nos quedamos unos segundos en silencio,
observándonos a los ojos mientras damos sorbos a nuestras

copas.

—¿Te arrepientes de lo que ha pasado? —pregunto.

Ella tarda en responder. Lo hace tras mirar unos

segundos al techo evaluando su respuesta. Luego me mira y


sonríe.

—Curiosamente… no. ¿Tú?

—Curiosamente… tampoco.

Me inclino hacia delante para besarla, pero ella me para


con un movimiento de mano.

—Espera.

Frunzo el ceño decepcionado por su rechazo.

—¿Qué ocurre?

—Antes de que pase lo que sea que tenga que pasar,


creo que es necesario poner ciertas normas. —Cuadra los

hombros, se acaba el contenido de la copa y me mira muy


seria.
—Tú sí que sabes cómo cortar el rollo —murmuro
enfurruñado.

—Evan, antes he sido sincera contigo al decirte que no

quiero sufrir. Y no soy tonta, sé que después de cruzar la


puerta que he cruzado hoy voy a sufrir de todos modos.

Pero quiero evitar que la caída me destroce. Así que


hagámoslo bien. ¿De acuerdo?

Me jode reconocer que tiene razón. Que nuestra historia


llega en el peor momento posible, porque es así. Olivia no

deja de machacarme con asuntos de la boda y yo me siento


cada día un poco más ajeno a todo, como si nada de eso

fuera conmigo. Pero no quiero renunciar a Riley. Por primera


vez en mucho tiempo deseo de verdad tener algo con

alguien. Quiero disfrutarlo al máximo. Pero entiendo a Riley.


Y no quiero hacerle daño.

—Está bien —concedo.

—Bien. En ese caso deberíamos fijar los límites de lo que

sea que vayamos a tener. Por ejemplo, queda totalmente


prohibido mantener encuentros de cualquier tipo en la

oficina. No podemos arriesgarnos a que nos pillen. Ya no


solo porque mi puesto de trabajo se vea comprometido.

Sino porque esas cosas luego se saben y acabaría afectando


a mis trabajos en el futuro —dice casi sin pestañear de una

forma tan sensata que me deja sin argumentos para llevarle


la contraria—. Además, debemos ser súper discretos. No

queremos que la prensa se haga eco de lo nuestro,


¿verdad? Imagínate, seguro que acabaríamos ocupando la
portada de alguna revista del corazón.

—Coincido en todo lo que has dicho.

—También creo que deberíamos poner una fecha de


finalización, ¿sabes? Cómo en los contratos de trabajo, para

que de esta forma nos hagamos a la idea de cuándo


terminará todo.

—Supongo que lo lógico sería hasta el día de la boda —

sugiero yo.

—No, creo que es mejor para los dos que esto se rompa

antes, para tener unas semanas ambos para aceptar que lo


nuestro ha terminado y que vas a casarte. —Me parece

razonable, así que acepto su propuesta con un movimiento


de cabeza, aunque a mí me gustaría poder disfrutar de esto
hasta el final, pero entiendo lo que dice. No sé si podría

casarme con Olivia tras pasar la noche anterior entre los


brazos de Riley—. Y, por último, tienes que prometerme

que, en cuanto esto se acabe, me buscarás otro puesto en


la empresa. Puede ser en otro departamento, me da igual,

pero no soportaría seguir trabajando para ti después de


todo.

Se me cierra la garganta ante esa idea. Quizás suene

ingenuo o egoísta, pero me gustaba la idea de seguir


viéndola a diario, aunque ya no pudiera tocarla.

—Eso es injusto.

—Injusto es pretender que siga viéndote todos los días


perteneciendo a otra.

Esa afirmación es un dardo directo al corazón. Pero no


puedo discutírselo. Me gusta pensar que soy libre, pero no
lo soy. O no de la forma que me gustaría. Así que inhalo aire

y suelto un suspiro.

—De acuerdo, trato hecho.

—Perfecto.
—¿Necesitas que lo pongamos por escrito? —pregunto
intentando contrarrestar la tensión que se ha quedado

flotando en el ambiente.

—No hace falta, me fío de tu palabra.

Me sonríe y yo me agarro a esa sonrisa. Porque tiene


una de las sonrisas más maravillosas que he visto nunca y

porque me muero de ganas de volver a poseerla.

Le cojo la copa que, vacía, aún tiene entre las manos, y

la dejo sobre el centro de mesa, al lado de la mía. Me acerco


poco a poco a ella. Levanto su barbilla con suavidad para
obligarla a mirarme a los ojos.

—Prometo esforzarme para que todo esto valga la pena,


¿vale? —Afirma la cabeza y me acerco lentamente hasta

que nuestras bocas vuelven a encajar—. Y pienso empezar


ahora mismo.

—Aún no hemos puesto fecha para la ruptura —me

recuerda.

—Ya lo haremos en otro momento, ¿de acuerdo?


Me pongo de rodillas frente a ella y le quito los
pantalones de nuevo. A continuación, hundo mi rostro entre

sus piernas, aspirando su aroma a través de las braguitas.


Ella gime, cogiéndome del pelo y arqueándose hacia atrás

sobre el sofá.

Dejo que mi lengua baile sobre el punto más sensible de


su anatomía por encima de la ropa. Gime, y cuando suplica

más entre susurros, me deshago de las braguitas y hundo


mi lengua entre sus pliegues. Siento cómo se remueve

entera, como tiembla en cada movimiento que dibuja mi


lengua sobre su clítoris. Soplo, lamo, soplo y vuelvo a lamer.

Y cuando veo que está a punto, introduzco dos dedos dentro


de ella y empiezo a follarla con ellos. Poco después, se corre
en un temblor que recorre su cuerpo de arriba a abajo.

Me relamo los labios, me siento a su lado de nuevo y le


beso en la boca. Ella responde a ese beso con otro y se
pone a horcajadas sobre mí.

—Yo también quiero que merezca la pena… —murmura


contra mi oreja mientras se restriega sobre mi miembro que
aún está guardado dentro del pantalón.
Entiendo lo que quiere decir con eso y me muerdo el
labio notando como de mi polla se endurece al instante.

—Y lo harás, pero no aquí. —Sin darle tiempo a


reaccionar me levanto con ella sobre mi hombro como si
fuera un saco de patatas. Le doy una palmada en el trasero

y ella se ríe.

La dejo con cuidado sobre la cama de mi habitación.


Está desnuda de cintura para abajo pero aún lleva puesto el

jersey. Necesito tocar lo que hay debajo, así que me siento a


su lado y, tras depositar un beso sobre su hombro, se lo
quito. Se la saco con cuidado por la cabeza, y luego me
deshago del sujetador.

Ahí están, sus dos pechos, tan grandes y perfectos como


había imaginado. Me lanzo sobre ellos con ganas de
saborearlos, pero Riley me detiene apartándome de un

empujón.

—Ahora me toca a mí —dice poniéndose a cuatro patas.

Se me seca la boca cuando de otro empujón me tumba


sobre la cama y me quita primero el pantalón y después los
calzoncillos. Desde donde estoy puedo ver sus pechos
moverse de un lado al otro mientras ella se acerca a mi
miembro con cara de vicio.

—¿Rápido o lento? —pregunta sin dejar de mirarme.

—Rápido. Destrózamela.

Ella sonríe pícara, coge mi polla entre las manos y se la


mete en la boca hasta el fondo. Su lengua acaricia mi carne

ofreciéndome un placer instantáneo que me hace jadear. Me


cojo a la colcha, cierro los ojos y me muerdo el labio cuando
su boca empieza a subir y bajar por mi tronco.

—Joder, nena, vaya puta maravilla —digo entre jadeos.

Adivino una sonrisa en sus labios mientras sigue

subiendo y bajando por mi erección, cada vez más rápido,


cada vez con más intensidad. Se ayuda de una mano para
que las sensaciones se multipliquen. Me acaricia los
testículos, les da un pequeño tirón y vuelve a meterse mi

polla en la boca hasta provocarse una pequeña arcada.

Después de eso, solo le basta un par de movimientos


para llevarme al límite.
—Riley, me voy a correr, ostia puta —exclamo entre

dientes.

Se lo he dicho para que pueda apartarse llegado el caso,


pero en vez de eso, cuando exploto en un orgasmo increíble

se lo traga todo sin dejar de mirarme. Ha sido una de las


mejores mamadas de mi vida. Eso o es ella que lo magnifica
todo.

—Ha sido brutal —digo sintiendo el alivio que suele


producir la llegada del orgasmo—. Anda, ven para aquí. —Le
pido tirando de ella para que se ponga a mi altura.

Riley me sonríe, se da la vuelta y yo le abrazo por


detrás, dejando un beso en su nuca.

—Eres increíble —susurro.

—Tú también lo eres, Evan Dankworth.

Nos quedamos un rato así, abrazados. Fuera la magia de


la Navidad sigue haciendo de las suyas. Yo solo puedo
pensar que tenerla entre mis brazos es el mejor regalo que

me han podido hacer nunca.


24
Riley

Beso a Evan una última vez dentro del coche y salgo a la


calle sintiendo como el frío se cuela por cada resquicio de

mi cuerpo. Son las seis de la mañana y aún no ha


amanecido, así que cuando entro en casa espero

encontrarme a todo el mundo durmiendo. Sin embargo,


nada más pisar la sala de estar, me encuentro a mamá

despierta con una taza de té en las manos y una lamparita


encendida. Ha abierto el sofá cama, que es donde duerme

habitualmente, pero por la forma en la que me mira, llena


de preocupación, me hace saber que no ha dormido nada.

—¿Qué haces despierta? —pregunto intentando


disimular los nervios que recorren cada partícula de mi ser,

porque la nube en la que flotaba acaba de lanzarme de lleno

a la tierra.

—Riley, cariño, ¿dónde has estado? —pregunta muy


seria. Deja la taza sobre la mesita auxiliar que tiene al lado

y me escruta con intensidad.


—He estado por ahí con Evan, ya te lo dije en el

mensaje. Hemos estado hablando y… eso.

—¿Y eso? —Su ceja se alza—. Cariño, ¿ya sabes dónde

te estás metiendo?

Trago saliva notando algo atascado en la garganta.


Acabo de pasar la mejor noche de toda mi vida y no me

apetece para nada tener esta conversación.

—Mamá, todo está bien. Hemos pasado un rato juntos,

hemos hablado… No te montes películas.

Mamá me mira con cariño.

—No hace falta que me expliques nada, pero tampoco

hace falta que me mientas. Solo necesito mirarte para saber


que Evan y tú habéis hecho algo más que hablar esta

noche. Solo quiero que me digas que eres consciente de lo

que estás haciendo, porque él va a casarse y no va a dejar a

su prometida por ti.

Niego con la cabeza antes de hablar.

—Evan no es de esos, mamá. Sé perfectamente que no

va a romper su compromiso. No es de los que mienten para


llevarte a la cama.

Veo el desconcierto brillar en su mirada.

—¿Entonces? ¿A qué estáis jugando?

—No estamos jugando, mamá. Y no me apetece hablar

de esto contigo. No te lo tomes a mal, sabes que te quiero,

pero preferiría que te mantuvieras al margen.

Sé que de alguna manera mis palabras le han dolido,

pero aun así no rechista. Mamá puede ser muchas cosas,

pero sabe cuándo es mejor no insistir en algo.

—Está bien, si no quieres hablarlo conmigo quizás

quieras hacerlo con Ginger. Nos costó mucho convencerla


para que se quedara a pasar la noche cuando le dijimos que

te habías ido, pero lo conseguimos.

Afirmo con la cabeza consciente de lo dolida que debe

estar Ginger conmigo por haberme ido sin decirle nada

después de todas sus advertencias.

Me acerco a mamá, le doy un beso en la mejilla y entro

a mi dormitorio. En la litera de abajo Lily ronca como una

condenada. Sé que Ginger me espera en mi cama, en la


litera de arriba. Subo por las escalerillas y la veo dormir con

la boca abierta y el pelo verde desparramado por la

almohada. Le toco el brazo con cuidado para que me deje


sitio y ella entreabre los ojos adormiladas. Al verme, se

mueve hacia su izquierda y yo ocupo el hueco libre.

—Hueles a fluidos corporales —dice en un susurro con la

voz pastosa y los ojos entrecerrados—. Así que al final te lo

has tirado. —Su voz suena demasiado alta y le pido con un

Shhhht muy vehemente que baje el volumen, porque lo


último que quiero es que Lily se despierte y se entere de

todo.

—No huelo a nada porque me he duchado antes de

venir.

—Entonces no lo desmientes.

—Ginger… —Suelto un suspiro—. Siento haberte

decepcionado, pero no he podido evitarlo. —Me muerdo el

labio y rectifico enseguida—: Bueno, sí, podía haberlo

evitado. Pero no quise, la verdad. Evan me gusta mucho,

demasiado, y al final me he dejado llevar.


Ginger me mira a través de sus ojos claros. Tiene una de

esas miradas que parecen capaces de atravesarte por

dentro y ver todo lo que escondes.

—No estoy decepcionada. Estoy preocupada. Porque

esto tiene pinta de acabar muy mal. Y no quiero que te

rompan el corazón.

—A todos nos rompen el corazón alguna vez, y nadie se

muere por eso.

—Lo sé, lo sé.

—No puedes pretender que esté encerrada en una urna


de cristal para que no me hieran. Tengo que vivir, y vivir

significa sumar cicatrices que te hacen más fuerte.

—Está bien, está bien. Mientras solo sea una cicatriz y

no un virus mortal, supongo que no me queda otra


alternativa que aceptarlo —refunfuña soltando un suspiro—.

Pero me vas a tener que explicar cómo piensas salir con un

tío que está a punto de casarse sin que se entere nadie.

Evito poner los ojos en blanco y paso a relatarle las

normas que hemos establecido para que lo nuestro sea el

secreto mejor guardado de la historia. Ginger se limita a


mirarme escéptica, pero cuando termino se encoge de

hombros y no hace ningún comentario sobre el tema.

—¿No vas a decir nada? —pregunto.

—Prefiero mantenerme a la expectativa…

—Piensas que estoy cometiendo una locura, ¿verdad?

—De las grandes, pero ¿sabes qué? Aquí estaré yo para

ayudarte cuando te caigas.

Me da un beso en la frente, se tapa con el edredón y

bosteza. Sé lo que significa es o. Es tarde y, dentro de nada,

Lily se despertará excitada para que vayamos a abrir los

regalos, por lo que es mejor que durmamos un rato.

Ginger se da la vuelta mirando hacia la pared y yo lo

hago en el sentido contrario. Cuando me duermo lo hago

con la cantinela de que esto, lo mío con Evan, va a salir

bien, aunque tenga fecha de caducidad, aunque no sea mío

al 100%, porque no me he sentido más viva en toda mi vida

y eso tiene que significar algo.


26
Evan

La cena de Navidad en casa de mi padre suele ser todo un


acontecimiento. A pesar de haberse convertido en todo un

cínico, le gusta celebrar esta festividad por todo lo alto,


invitando a todos sus amigos y conocidos. En este día,

convierte su mansión en un paraíso navideño decorado con


mucho gusto. Hay guirnaldas, objetos decorativos y

espumillón por todas partes. Renos, campanas, Santa Claus


y muérdago son los motivos navideños más presentes este

año.

No puedo evitar pensar en Riley y en lo mucho que le

gustaría estar aquí, ¡con lo que a ella le gusta la Navidad!


Además, la casa de mi padre suele despertar mucha

admiración a todo aquel que la ve por primera vez. Es una

casa de principios de siglo pasado situada en una de las

zonas más prestigiosas del Upper East Side. Es grande, con


un hall espacioso, una escalera de mármol que sube hacia

las estancias de la parte superior y un salón y comedor


capaz de albergar a un equipo de fútbol entero sin que falte

espacio.

De pequeño me encantaba vivir aquí. Mamá hacía de

este lugar un sitio agradable que olía siempre a tarta de

manzana y lavanda. Pero desde que se fue se convirtió en


un sitio frío donde solía pasar el tiempo solo, porque papá

se refugió en el trabajo y, aparte de las asistentas, nunca

había nadie en casa.

—Aquí está, el hijo pródigo —dice papá cuando entro en


el salón donde me reciben una enorme cantidad de

invitados, todos ellos vestidos con sus mejores galas.

Papá me palmea la espalda y me presenta a unos


inversores rusos mientras mi mente divaga en otras cosas.

Porque vuelvo a pensar en Riley y en la noche estupenda

que pasamos ayer.

Justo cuando puedo escaparme de la conversación con

la excusa de ir a por una copa, es Olivia quién se cuelga de


mi brazo.

—Hola amor —me saluda dándome un beso en la

mejilla.
Huele a perfume y a maquillaje caro. Y está guapa. Se

ha puesto un vestido rojo con un escote sugerente y una

tela suave y sedosa. Sin embargo, no provoca ningún tipo

de reacción en mí.

—¿Hace mucho que has llegado? —pregunto.

—No, qué va, lo acabo de hacer. He venido con papá. —


Me señala al señor Goldman que está hablando con un

grupo de gente unos metros más allá.

—Luego lo saludaré. Iba a por una copa —digo

intentando zafarme de ella también con esa excusa.

—Pues espera, que te acompaño.

Respondo con un gruñido y voy a la barra donde se

sirven de bebidas con Olivia del brazo. Me pido un gin-tonic

y ella se pide un Martini.

—Por cierto, aun no has respondido a mis últimos

correos —dice con un tono de voz acusador.

Alzo una ceja intentando recordar qué correos suyos

tengo pendientes responder, pero no lo recuerdo.


—Prometo revisar la bandeja de entrada mañana por la

mañana —digo para evitar un sinfín de reproches.

—Tengo la sensación de que no te tomas en serio

nuestra boda, Evan. Al menos podrías esforzarte en

disimular que te importa un cuerno.

El camarero deja nuestras copas sobre la barra a

tiempo. Cojo la mía, le doy un sorbo y miro a Olivia con aire

cansado. Porque así es como me siento de la boda y de ella:

cansado. Cansado de sus exigencias y sus sermones.

—Nunca te prometí que me ilusionaría con la boda. El

trato que hicimos es que el día en cuestión me presente en

la iglesia y suelte el Sí quiero, y eso pienso cumplirlo.

Mis palabras le repatean, y así me lo hace saber

mordiéndose el labio con indignación.

—Y ahora si me disculpas tengo algo que hacer. —En

realidad es mentira, pero no quiero seguir hablando con

ella, así que cojo la copa y desaparezco de la sala en

dirección al despacho de papá. Entro dentro y salgo al

pequeño balcón anexo que da al jardín exterior intentando

encontrar un poco de aire fresco.


Hace frío, aun así, se agradece la tranquilidad. Me siento

en el suelo, saco el móvil y hago la llamada que tengo

pendiente hacer desde esta mañana.

—Hola mamá, ¡Feliz Navidad! —exclamo cuando mamá

responde a la llamada al segundo tono con voz adormilada.

—Aunque teóricamente en Bali son las cuatro de la

madrugada del día siguiente, feliz Navidad a ti también.

—Joder, siempre olvido que hay 13 horas de diferencia

horaria. Es como si vivieras en el futuro. Siento haberte

despertado.

—No te preocupes, cariño. Me encanta que hayas

llamado. ¿Estás en la cena de papá?

—Sí, escondido en el balcón de su despacho.

Mamá se ríe al otro lado del hilo telefónico.

—¿Y eso por qué? Con el frío que debe hacer en estas

fechas en Nueva York. ¿De quién te escondes?

—De la gente.

—¿De la gente en general o de tu prometida en

particular?
Gruño como respuesta, ganándome otra carcajada de

mamá, que para acabar de levantarse está muy graciosilla.

—¿Que tengas que esconderte de tu prometida no te

dice nada?

—No empieces con eso por favor.

—Está bien, cariño. Entonces explícame, ¿qué tal la

fiesta?

—Como todos los años. Mucha gente, mucha

decoración, mucha comida.

—¿Ha traído tu padre alguna de sus zorritas?

—¡Mamá! —la regaño soltando un suspiro—. No las

llames así. Y sí, ha traído a una novia, aunque no recuerdo

cómo se llamaba. ¿Lucy? ¿Linda? Creo que su nombre

empieza por L, aunque no estoy seguro.

—¿Es mayor que tú al menos?

—De eso tampoco estoy seguro —admito, porque la

chica rubia que he visto de refilón y que papá llevó ayer a la

fiesta de la empresa tiene una de esas bellezas atemporales


que bien podría pertenecer a una de 20 o a una de 40.
—Tu padre…

—Mamá, no te he llamado para que sueltes bilis contra

papá, así que zanjemos el tema. ¿Tú cómo estás? —Me

pongo un poco borde porque con mis padres siempre es la

misma historia. Son incapaces de darse una tregua.

—Bien, cielo. Ayer por la mañana pasé el día en la playa,

y por la tarde cayó tal chaparrón que me quedé en casa


tranquilamente escribiendo.

—¿Ya te has puesto con el siguiente libro?

—Por supuesto. Tengo a mi editor entusiasmado con él.


A todo esto, ¿cuándo piensas venir a verme? Llevo años

esperando que te pases por aquí.

—Bali no me cae precisamente aquí al lado mamá. Y


tengo mucho trabajo.

—Digo yo que porque faltes una semana no pasará


nada. Además, te casas en pocos meses y estoy segura de

que después de eso no vendrás. Olivia no te dejará.

Otra nueva púa lanzada sobre mi futuro matrimonio.


Pongo los ojos en blanco.
—Vale, mamá, intentaré hacerte una visita antes de
casarme. Ahora voy a colgar y dejar que sigas durmiendo.

—De acuerdo, mi niño. Te quiero.

—Y yo, mamá, y yo.

Cuelgo la llamada y miro el móvil tentado en llamar a


Riley. Pero sé que no debo hacerlo. Ella debe estar

celebrando su cena navideña con su madre, su hermana y


Ginger, la amiga que parece odiarme sin conocerme. Seguro

que es una cena fantástica, íntima y hogareña, como la que


vivimos el día de Acción de Gracias, nada que ver con la

pantomima que papá siempre monta en casa este día.

Guardo el móvil en el pantalón y pienso en lo que me ha


dicho mamá sobre Bali. Es cierto que lleva años viviendo allí

y que siempre me insiste en que vaya. Quizás ha llegado el


momento de hacerlo. No me iría mal escapar unos días a la

playa, para relajarme, aunque… aunque me apetece tanto


estar con Riley que no quiero desperdiciar un solo día junto

a ella. A no ser que…

Una idea toma forma en mi cabeza y, de pronto, la idea


de ir a Bali me parece perfecta.
26
Evan

—¿A Bali? —Miro a Evan con los ojos muy abiertos. Estamos
en su cama, desnudos, después de una sesión más que

provechosa de sexo salvaje.

—Sí, a Bali. Mi madre hace tiempo que insiste en que

vaya y he pensado que es un plan perfecto para estar juntos


sin preocuparnos por ser vistos.

Parpadeo. No puede estar hablando en serio. Porque, no


habla en serio, ¿verdad?

Salgo de la cama y me pongo su camisa que estaba


tirada sobre el suelo.

—Evan Dankworth, creo que acabas de beberte el poco


juicio que te quedaba —le digo con los brazos en jarras.

—¿Por qué no? Yo puedo cogerme una semana de

vacaciones sin problemas. Para eso soy el hijo del jefe. Y si

yo no trabajo, tú tampoco, ¡eres mi secretaria!


—No puedo permitirme un viaje a Bali —le recuerdo

empezando a caminar de un lado al otro de la habitación,

nerviosa. Evan me sigue con la mirada.

—Pero yo sí que puedo, y quiero pagártelo.

—No quiero ser una mantenida, Evan.

—Vale, puedes pagármelo en toneladas de sexo cuando

lleguemos. A mí eso me vale.

—¿Eso no es lo que hacen las prostitutas? —Sé que lo

suyo ha sido una broma, pero no puedo evitar ponerme a la


defensiva.

Evan me mira sorprendido y levanta las manos a modo

de disculpa.

—Eh, no quería ofenderte, Riley. Si te he dado a

entender eso, lo siento, no era mi intención.

—Lo sé. —Suelto un bufido y me vuelvo a sentar con él

en la cama—. Pero nunca llevaré bien que me regales cosas.

Soy una chica autosuficiente. Llevo toda la vida valiéndome

por mí misma, luchando para estar donde estoy. No quiero

conseguir cosas solo porque me acuesto contigo.


Evan me aparta el pelo que ahora mismo llevo suelto

sobre los hombros y me besa con delicadeza el cuello.

—Nunca conseguirás cosas solo porque te acuestas

conmigo, chica de pelo indomable. Está claro que eso entra

dentro del pack de lo que hacemos. Pero nunca intentaría

comprarte con dinero. Te he dicho lo de Bali porque me

haría ilusión ir contigo. Sé que a mi madre le encantarás y

podremos estar juntos sin preocuparnos de quién mira.

—Sería raro que yo fuera contigo si vas a casarte con

Olivia… —murmuro.

—A mi madre no le gusta Olivia. La tolera y ya está,


pero lleva tiempo presionándome para que no me case con

ella. Quizás no entenderá muy bien que hago contigo a

pocos meses de la boda, pero lo respetará, porque así es mi

madre: un alma libre que no intenta juzgar a los demás.

Le miro pensando en su propuesta. Es una locura.


Primero porque ni siquiera he viajado nunca en avión. Y

segundo porque, ¿Bali dónde demonios está? Creo que ni

siquiera sabría ubicarlo en un mapa.


—No sé, Evan, solo hace un par de días que

empezamos… esto. —Nos señalo con un encogimiento de

hombros.

—Quizás es un poco precipitado, pero tampoco es que

nos sobre tiempo para estar juntos. Mira, hagamos una


cosa, piénsatelo estos días y me respondes la semana que

viene. Me gustaría ir la última semana de enero, porque en

febrero suele haber un pico de trabajo y no puedo faltar.

—De acuerdo, lo pensaré —acepto, porque pensarlo

puedo pensarlo, aunque en un 99% mi respuesta va a ser

negativa. No es solo que sea una locura, es que la idea de

irme a Bali con Evan me asusta. Son más recuerdos que

luego tendré que encerrar en un cajón para siempre.

Evan tira de mí y me besa en la boca. Cuando su lengua

se interna en mi interior suelto un gemido y él suelta otro.

—Tengo otra proposición de la que no pienso aceptar un

no como respuesta —me dice lamiéndome la oreja.

Yo siento como ardo por dentro y subo mi mano por su

pierna hasta alcanzar su miembro que ya empieza a estar

otra vez hinchado.


—Creo que esta proposición me gustará —digo

avanzándome a lo que creo que va a decir.

—Quiero que pases la noche de Fin de Año conmigo —

dice ahora contra mi boca.

Me separo de él como si quemase y le miro a los ojos sin

entender nada. Porque yo me esperaba una proposición

guarra y sucia, no lo que acaba de decir.

—Celebraré Fin de Año con mis amigos en casa de Adam

y Lena. Ella ya está de cinco meses y no le apetece salir por

ahí como solemos hacer siempre.

—¿Y a tu prometida ya le parecerá bien que no pases

esa noche con ella? —No puedo evitar hacer la pregunta con

cierta condescendencia, porque estamos hablando de una

de las festividades más importantes del año.

—A mi prometida ya le he dicho que este año no cuente

conmigo. Quiere ir con sus amigas y sus parejas a un club

súper exclusivo a pasar la noche y yo quiero hacerlo con mis

amigos, que son mi familia.

—No sé si es buena idea, Evan. Apenas conozco a tus

amigos. ¿No les importará que me acople es un día tan


importante?

—Se nota que no los conoces. Ellos están deseando que

te acoples. Los dejaste maravillados con tu réplica a Olivia

durante la comida del otro día.

Me sabe mal darle tantas negativas en un mismo día,

pero es que no hace más que intentar involucrarme en su

vida, como si lo nuestro no fuera algo temporal, como si

nuestra historia no tuviera ya un final escrito.

—Evan, ¿estás seguro que quieres que vaya contigo a

esa fiesta? —pregunto mirándole a los ojos.

—Si tienes que preguntarlo es que no he sido muy

vehemente pidiéndote que vinieras conmigo.

—Será raro empezar contigo el año sabiendo que no

podré terminarlo…

—Riley…

—Pero está bien. Pienso hacer esta concesión. Iré

contigo a esa fiesta y pasaremos juntos el fin de año. Pero lo

de Bali ya te adelanto que será un NO.

—Tú piénsalo, mi chica…


Su forma de decir mi chica me arruga el corazón. Ojalá

no me hablara de esa manera, como si significara algo de

verdad. Porque cada día que pasa sé que lo nuestro va a

doler un poquito más cuando termine.

Acaricia con ternura mi costado, ahí donde tengo el

tatuaje de papá y sonríe. Después coloca una mano tras mi

nuca y empuja mi boca hacia la suya. Cierro los ojos y me


dejo empapar de su saliva y su olor. Me encanta como

huele. Huele a fresco, a ropa tendida, a libertad.

—Y ahora voy a recompensarte por ello —dice

mirándome a los ojos con los suyos completamente


oscurecidos.

Suelto un jadeo cuando me quita la camisa

desnudándome de nuevo. Hunde su rostro contra mis


pechos y lame un pezón mientras pellizca el otro. Suelto un

quejido cuando con su mano libre dibuja círculos sobre mi


pubis.

Sigue lamiendo mis pechos e introduce un dedo entre


mis pliegues para tocar mi clítoris. Jadeo apretándome
contra él y recibe ese movimiento como deseo de más.
Abandona mis pechos y se desliza hacia abajo hasta
colocarse entre mis piernas. Pronto el dedo es sustituido por

su lengua que dibuja espirales en mi interior llenándome de


placer.

He estado con muchos chicos antes, nunca me he

quejado de sus artes amatorias, pero con Evan siempre es


más. Con él las sensaciones se multiplican. Es como si

supiera siempre que hacer para tenerme a punto, a su


entera disposición.

Estoy tan cachonda que muevo las caderas intentando

incrementar la ficción. Este movimiento lo vuelve loco,


porque aumenta la intensidad de sus caricias. Cuando

pienso que ya no puedo más, que voy a explotar, se retira,


dejándome un poco frustrada. Pero la frustración

desaparece enseguida cuando coge un condón de la mesilla


de noche y se lo pone, porque sé que lo que está por llegar

es igual de bueno.

—Ponte sobre mis rodillas —ordena sentándose


arrodillado sobre el colchón.
Obedezco casi hipnotizada, con ganas de perseguir el
orgasmo que se ha quedado a medio camino. Me siento

sobre su regazo y, con una mano, introduzco su miembro


dentro de mí. Con esta postura lo siento profundo y tiro la

cabeza hacia atrás sobre su hombro para tener un punto de


apoyo mientras empiezo a moverme, galopando encima de

él.

Evan me marca el ritmo con un movimiento de caderas


y subo y bajo en un movimiento rápido y necesitado.

Jadeamos y una perla de sudor se desliza por mi frente.


Nuestros cuerpos chocan una vez más y siento como el

orgasmo llega para arrasar con todo.

Mi cuerpo vibra, se expande y por unos instantes el

mundo entero desaparece: Olivia, la boda, el trabajo… Solo


quedamos Evan y yo, y, durante esos instantes, todo parece

posible.

Sí, Evan va a destrozarme. Pero no importa, porque lo


que estoy viviendo con él vale para una vida entera.
27
Riley

Me meso el cabello y miro a Lily esperando que me dé su


visto bueno. Acabo de vestirme para la fiesta de Nochevieja

en casa de Adam y Lena. Me he puesto un vestido negro de


marca que compré en la Sección de oportunidades en

Macy’s. Es sencillo pero elegante, perfecto para la ocasión.


El pelo me lo he dejado suelto sobre los hombros.

—Me encanta como te queda ese labial rojo oscuro —


dice Lily con una sonrisa—. Estás preciosa.

—Gracias, pequeña.

No suelo maquillarme mucho, pero he hecho una

excepción por esta vez. Me he puesto un poco de sombra de


ojos en los párpados, me he rizado las pestañas y me he

pintado los labios con un carmín que me regaló Ginger por

Navidad.

Cojo el bolso de dentro el armario y guardo unas


cuantas cosas en él mientras Lily me mira con una sonrisa
divertida que me hace alzar una ceja. Está sentada en su

silla de ruedas, comiendo un palito de regaliz rojo.

—¿Por qué me miras así?

—Has quedado con Evan, ¿verdad?

Hago una mueca y noto como las mejillas se me

arrebolan. No quiero hablar con ella de esto, pero a una

pregunta directa solo puedo responder con otra respuesta

igual de directa.

—Sí, he quedado con él y con unos amigos suyos.

—¿Estáis saliendo juntos? —pregunta acentuando esa

sonrisa que tiene dibujada en la cara.

No respondo. Me muerdo el labio y me siento frente a

ella, en la silla que hay delante del escritorio de nuestra

habitación.

—Cariño, Evan y yo no estamos saliendo. Solo somos

dos personas que pasan algo de tiempo juntos y se

divierten.

—¿Es por qué va a casarse con otra?


Su pregunta me pilla desprevenida. No sabía que estaba

enterada de su compromiso.

—Supongo que sí —intento ser franca.

—Evan me gusta. Es muy buena persona. Es una pena

que ya esté con otra…

No respondo a ese comentario. Estos últimos días

intento no pensar en ello. Porque cada vez que pienso en

que va a casarse con otra en unos meses algo dentro de mí

se resquebraja un poco.

—Lily, te quiero mucho, lo sabes, ¿verdad? —pregunto

sin venir a cuento, por la sola necesidad de que sepa lo

mucho que me importa.

—Yo también te quiero, hermanita. Y no sabes lo mucho

que agradezco todos los esfuerzos que has hecho a lo largo

de estos últimos años para hacerme feliz.

La abrazo y el olor a regaliz rojo me pica en la nariz.


Sonrío contra su pelo, le doy un beso en la frente y le

susurro flojito:

—Por ti y por mamá iría al fin del mundo.


Cuando me yergo de nuevo puedo ver la emoción

brillando en sus ojos.

###

Evan pasa a buscarme a las siete en punto con un taxi.

Adam y Lena viven en Fifth Avenue, en uno de esos edificios

que parecen sacados de una producción cinematográfica.

Cuando llamamos a la puerta del apartamento y

llamamos al timbre, abre Lena. Lleva un vestido de lana

blanco que se ajusta a su figura y marca a la perfección su

barriga de embarazada. El efecto del embarazo se nota en

la piel de su rostro que reluce de una forma especial.

Una sonrisa se dibuja en sus labios para recibirnos con

un cálido abrazo. A pesar de no conocernos mucho, me

coge del brazo y me hace un tour por el piso sin dejar de

sonreír. En el salón, sentados en el sofá, están Adam, Harper

y Jake, charlando animadamente mientras beben unas

cervezas.

—Pues ya estamos todos —dice Lena invitándome a

sentarme en el sofá junto al resto.


La charla sigue. Están hablando de fútbol y, aunque yo

no tengo ni idea sobre deportes, intento participar en la

conversación cuando puedo. De nuevo noto como encajo

con ellos. No es algo fácil teniendo en cuenta que me he

criado en un barrio chungo como el mío, pero se nota que, a

pesar de tener dinero, son personas sencillas y honestas.

Algo que, en muchas ocasiones, no va de la mano con tener

dinero, precisamente.

—Bueno, chicos, creo que es hora de que vayáis a cazar

la cena —dice Lena cuando falta poco para las nueve—.

Hemos contratado un catering, pero hoy tenían tantas

reservas que no hacían entrega a domicilio —me explica

haciendo un mohín.

Adam y Jake se levantan sin rechistar, pero Evan se

queda sentado a mi lado.

—¿Qué haces, tío? —le pregunta Jake con un alzamiento

de cejas—. Ha dicho que vayamos los chicos, y hasta donde

yo sé entre las piernas tienes algo colgando.

Evan se ríe entre dientes y niega con la cabeza.

—No pienso irme y dejar a Riley aquí.


—Oye, que no nos la vamos a comer —dice Harper

poniendo los ojos en blanco—. O bueno, puede que lo

hagamos si tardáis mucho en traer la cena, porque es tarde

y me estoy muriendo de hambre.

Evan me mira de soslayo como buscando mi aprobación.

—No te preocupes por mí. Sé cuidarme solita.

—¿Estás segura? —Entrecierra los ojos, titubeante.

—Que sí, anda, ve.

A pesar de que parece algo contrariado, se levanta del

sofá y se va con los chicos a por la cena. Yo me quedo con

Lena y Harper, que nada más quedarnos solas deciden

centrar la charla en mí,

—Bueno, y ahora que estamos solas, ¿podemos

preguntarte qué es lo que pasa entre Evan y tú? —pregunta

Harper.

—Pensaba que él ya os había puesto al corriente de todo

—digo yo con las cejas alzadas mientras intento mantener

las manos ocupadas pelando un cacahuete.


—Sabemos que tenéis una especie de acuerdo, sí, pero

¿hay alguna posibilidad de que no se case con la Bruja Mala

del Oeste? —Lena me mira esperanzada.

—No, lo siento, él siempre me ha dejado muy claro que

la boda seguía en pie.

—A este chico no sé qué le pasa, ¿por qué insiste en ser

infeliz toda su vida con esa? —Harper mira a Lena que se


encoge de hombros.

Yo no entro en la discusión porque la verdad hablar de

esto me hace sentir incómoda. Quizás no haya sido buena


idea decirle a Evan que se marche.

—Es una pena que se case con alguien al que no quiere


cuando está claro que está loco por ti —me dice Lena

soltando un suspiro.

—Solo hace falta fijarse en cómo te mira. Nunca le he


visto mirar así a nadie.

—Chicas, no querría parecer borde ni nada por el estilo,


pero preferiría no hablar de esto. Lo que haga con Evan con
su vida es algo que solo le concierne a él, por mucho que no

estemos de acuerdo con sus decisiones —digo de forma


taxativa. Nunca me ha gustado andarme con rodeos y si
algo no me gusta lo digo de forma directa.

—Perdónanos, no queríamos incomodarte. —Lena me

toca el brazo en un gesto cariñoso—. Es solo que tú nos


gustas, creemos que eres la pieza que falta para completar

nuestra pequeña familia. Y nos duele que Evan sea tan


cabezota como para no verlo también.

Sus palabras me llegan. Lo dice de corazón y la verdad

es que yo también noto el buen feeling que hay entre los


seis. Pero Evan siempre fue muy claro con sus intenciones.

Es una de las personas más sinceras que conozco. No te


promete la luna si sabe que no puede bajártela.

—A mí también me gustáis y agradezco tus palabras,

pero Evan es libre de tomar sus propias decisiones y


nosotros solo podemos entenderlas y respetarlas.

—Es difícil entender y respetar que quiera joderse la


vida con Olivia, pero bueno, supongo que tienes razón. —

Harper suelta un bufido y se cruza de brazos, resignada.

—Al fin y al cabo, es su vida. Él decide como vivirla —


digo yo sintiendo como algo comprime mi pecho.
Porque es su vida, sí, pero también es la mía. Es todos
los posibles futuros juntos que no podrán ser porque él ha

decidido pasarlos junto a otra.

Lena, que parece empatizar conmigo, cambia de tema y


me enseña una ecografía de su embarazo. Se la ve muy

feliz y contenta, aunque me confiesa que empieza a no


dormir bien por las noches por culpa del bombo incipiente y

de los movimientos nocturnos de karateka de su pequeño.

Los chicos no tardan en llegar con la cena. Nada más

dejar las bolsas en la cocina, Evan se acerca a mí y me


pregunta en un susurro si Harper y Lena se han

comportado. Le dijo que sí, porque a pesar de todo no lo


han hecho con mala intención, se nota que están

preocupadas por su amigo. Entre todos, preparamos la


mesa y servimos la cena que está deliciosa.

Hablamos, reímos, nos lo pasamos bien a medida que

las agujas del reloj se acercan más a la medianoche.


Cuando falta media hora para el gran momento, Adam

enciende el televisor donde están retransmitiendo el Ball


Drop de Times Square. La zona, como cada año, está a
reventar de gente. Yo nunca he ido a ver el espectáculo en

directo, pero todos los años lo he visto en el televisor con


mamá y Lily.

Para amenizar el tiempo, ponen música de fondo.

Harper convence a Jake, no sin mucho insistir, para que


baile con ella una canción de Frank Sinatra. Lena está medio

adormilada sobre el hombro de Adam. Evan y yo nos


limitamos a hablar sobre cualquier cosa mientras en el

televisor todos están cada vez más emocionados y


expectantes.

—¿Qué le pides a este nuevo año? —pregunta Evan en

un susurro.

Lo pienso. ¿Qué le pido al año nuevo? Este que dejamos


atrás ha sido bastante bueno conmigo. He encontrado un

buen trabajo, me ha traído a Evan y la salud de mi familia


no ha empeorado, que ya es mucho.

—No sé, creo que le pido que sea igual de bueno que el
año que despedimos —digo yo tras mi breve reflexión—.

¿Tú?
—¿La verdad? —Sus ojos se fijan en los míos con

intensidad—. Crear instantes eternos a tu lado.

Trago saliva. Sus ojos centellan y yo noto un nudo en el


corazón.

—No lo hagas.

—¿El qué?

—Decirme cosas que lo hagan todo más difícil.

—Vente conmigo a Bali —dice como respuesta.

Justo en este momento, Harper junto a Jake se sienta al


sofá con el mando en la mano y sube el volumen del

televisor.

—Faltan cinco minutos.

Los nervios se palpan en el ambiente. Adam mira a Lena

con adoración, supongo que pensando en el bebé que está


de camino. Harper y Jake también comparten una mirada
significativa. Se nota que entre ellos hay amor del bueno.

Los segundos pasan y aprovecho este momento de


silencio expectante para pensar en este último año. La

imagen de Evan es la que más aparece en mi cabeza.


Reencontrarlo, empezar a trabajar junto a él… Ha hecho de
este año uno de los más especiales de mi vida.

Pienso en él, en mí, en Bali… En poder estar con él sin

temer a ser vistos.

—¡Un minuto! —exclama Lena dando una palmada.

Nos concentramos en la pantalla donde poco a poco

llega el momento, hasta que la bola encendida desciende y


el confeti colorea Time Square. Aquí hay vítores, silbidos y

gritos de alegría. Los amigos de Evan se besan mientras


nosotros nos miramos emocionados antes de besarnos
también. Sus labios acarician los míos y nos separamos con

una sonrisa en los labios.

—De acuerdo —digo con la voz tomada. Evan frunce el

ceño y le aclaro mis palabras—: Iré contigo a Bali.

Sus ojos brillan y una sonrisa bobalicona se dibuja en


sus labios.

—¿Seguro?

—Seguro. Quiero vivir la experiencia de estar contigo en


un sitio donde nadie nos conozca, donde solo seamos dos
personas disfrutando el uno del otro sin tener que
escondernos.

Su mirada y la mía quedan prendidas la una de la otra,

pero antes de que podamos decir nada más, los demás nos
abrazan y nos besan para celebrar el año nuevo.

Descorchan una botella de champán y brindamos por este


año que acaba de empezar. Adam y Lena brindan con zumo

de manzana.

Y mientras brindamos yo no puedo dejar de pensar en lo

especial que será recorrer el mundo entero de la mano de


Evan y su sonrisa.
28
Evan

He dejado a Riley en su casa y ahora estoy entrando al


edificio donde vivo. Aunque le he pedido que se quede

conmigo esta noche, ella ha rechazado mi invitación


alegando que quería llegar a casa para abrazar a su

hermana y su madre, con las que suele pasar esta noche


todos los años.

Me he llevado una decepción, no lo voy a negar, pero


entiendo que el vínculo que Riley tiene con su familia es

mucho más estrecho que el que yo tengo con la mía.


Además, ha aceptado venir a Bali conmigo y eso lo

compensa todo. Pasar con ella una semana entera sin


preocuparme de posibles rumores será una puta maravilla.

Salgo del ascensor, pongo la llave en la cerradura y abro

sin tener que darle dos vueltas. Frunzo el ceño porque estoy

convencido de que eché el cerrojo al salir. Siempre lo hago.

Trago saliva porque me veo venir lo que me encontraré

a continuación. Y no me equivoco. En la sala de estar no hay


nadie, pero en el dormitorio me encuentro a Olivia tumbada

sobre la cama. Va vestida con un picardías de color negro

con transparencias que no deja nada a la imaginación y

tiene una bandeja con dos copas y una cubitera con

champán a su lado.

—¿Qué haces aquí? —pregunto con la ira hirviéndome la

sangre.

No hay nada que odie más que no respeten mis

decisiones. Y Olivia siempre desoye las mías.

—El portero te ha vuelto a dejar subir, ¿verdad? Tendré

que hablar seriamente con él.

—No te pongas así, la última vez bien que disfrutaste de

mi visita…

Se arrastra por la cama a cuatro patas dedicándome una

mirada felina que me revuelve el estómago. Porque no era a

ella a quién quería tener en mi cama hoy.

—Olivia…

—El otro día en casa de tu padre te noté muy frío, más

de costumbre, y no me gusta verte así a tan pocas semanas


de la boda.

—Me viste frío porque estoy frío, Olivia. Y más frío me

voy a poner como no salgas de mi cama ahora mismo y te

vayas a tu casa. —Suena a amenaza y lo es. No debería

alterarme de esta manera con la que será mi esposa dentro

de poco, pero no puedo evitarlo.

—Pues a eso he venido, a calentarte… —Salta de la

cama y se acerca a mí contoneándose. Cuando llega a mi

altura se pone de puntillas con intención de besarme, pero

yo la aparto con delicadeza.

—Te he dicho que te marches.

—Eso dices siempre, y siempre acabas sucumbiendo a

mí… —Coge la hebilla del cinturón y empieza a

desabrocharlo. Yo resoplo y aparto sus manos negando con

la cabeza.

—Olivia quiero que te quede claro que entre nosotros

dos no va a volver a pasar nada. Hasta el día de nuestra

boda olvídate de mí, porque no tendré nada contigo.

—¡Pero eres mi prometido!


—No recuerdo que eso me obligue a follar contigo —digo

aflojándome la corbata.

Ella me desafía con la mirada. Su cabreo es palpable,

pero me da igual. Sería incapaz de tocarla. Ahora mismo soy

leal a Riley. Es ella la que me hormiguea la piel cuando me


toca. La mujer con la que quiero acostarme y cuyo rostro

quiero ver al despertar.

—Está bien.

Se muerde el labio y empieza a vestirse con la ropa que

ha dejado sobre una silla. Cuando termina se acerca a mí

con los ojos llenos de ira.

—El 20 de enero he quedado con Paola, la wedding

planner, para que elijamos la tarta. Era el único día que


podía quedar el pastelero, está muy ocupado con otros

encargos.

—Pues tendrás que elegirla tú solita, porque yo estaré

fuera.

—¿Cómo que estarás fuera? —Su ceño se frunce.

—Me voy de viaje a Bali a ver a mi madre.


—¿Y es necesario que vayas esa semana? Seguro que, a

tu madre, la hippie, no le molestará que vayas en otra

fecha. —No me pasa desapercibido el tono de desdén que

usa al dirigirse a mamá. La antipatía entre mamá y Olivia es

bidireccional.

—Pues no, ya he comprado los billetes y no pienso

cambiarlos.

—¿Tan poco te importa nuestra boda? —Sus ojos se

aguan, pero no me compadezco de ella para nada, porque

sé que lo hacen por la impotencia de no poder conseguir lo


que quiere, cosa que suele conseguir siempre.

—Me caso contigo, ¿acaso no es eso suficiente?

No me responde. Coge su bolso, su abrigo y sale de la

habitación sin decir nada más. Poco después oigo el sonido

de la puerta de entrada cerrarse en un sonoro portazo. Yo

me siento al borde de la cama y me froto la cara, cansado.

Un nudo en el pecho me sobresalta de lleno junto a un

pensamiento. Un pensamiento que nunca había tenido

antes y que llega para cuestionarme. ¿Y si casarme con

Olivia es un error?
Trago saliva, cojo una de las copas vacías y la lleno de

champán. Ahora es tarde para echarse atrás con la boda.

Además, casarme con ella es lo correcto.

¿O no?
29
Riley

Casi un día entero es lo que dura el vuelo de Nueva York a


Bali con escala en Seúl. 22 horas y 45 minutos para ser

exactos. Es la primera vez que subo en un avión y confieso


que no me muero de ganas de repetir la experiencia,

aunque tenga que hacerlo en unos días para la vuelta. A


pesar de volar en primera y estar sentados en unas butacas

cómodas, las turbulencias no me han dejado dormir.

Cuando salimos del avión y pisamos tierra firme, estoy a

punto de tirarme al suelo y besarlo, aliviada.

Mientras volábamos he aprovechado para leer una guía

turística que me compré en Amazon sobre Bali y he

aprendido algunas cosas como, por ejemplo, que Bali es


tanto una isla como una provincia de Indonesia, que es

conocida con el nombre de La Isla de los dioses y que tiene

más de 10.000 templos.

Recogemos nuestro equipaje en las cintas

transportadoras y tras enseñar nuestro pasaporte, salimos a


la zona de llegadas. Se me acelera el corazón cuando

distingo a la madre de Evan entre la multitud. Sé que es ella

porque he visto su foto en decena de medios. Al fin y al

cabo, es una de las escritoras de misterio más famosas del

país y yo he leído todos sus libros. Parece una mujer muy


moderna si nos guiamos por su peinado o su forma de

vestir. Lleva un vestido estampado floreado de tonos

marrones y rojos que la hacen parecer más joven de lo que

probablemente es.

Evan se acerca a su madre y esta le abraza con cariño.

Le da un beso en la frente y luego lo observa unos segundos

sin decir nada, de forma escrutadora.

—¿Qué es ese brillo que veo en tus ojos, hijo? —

pregunta esbozando una pequeña sonrisa.

—Es el brillo de conocer por fin el hogar de mi madre.

—Diría que su origen es otro distinto, pero me vale

como respuesta. —Luego me mira, alza las cejas y sonríe—.


¿No me vas a presentar a tu amiga?

—Sí, por supuesto. Ella es Riley Foster, ya te he hablado

de ella, mamá. Riley, ella es mi madre Samantha Hobbes.


Las dos nos miramos con una sonrisa desde la distancia.

La suya es intensa como si quisiera adivinar que intenciones

tengo para con su hijo. La mía es reservada, porque no sé

muy bien que le ha explicado Evan de nosotros a su madre,

solo me dijo que no tendríamos que temer por nada.

—Venga, chicos, tenemos un taxi esperando fuera —dice

echando a andar por el aeropuerto hacia el exterior.

Nosotros le seguimos arrastrando las pesadas maletas.

Fuera, el taxista balinés nos ayuda a colocarlas en el

maletero, nos subimos y empieza a conducir. Desde la

carretera, Bali me parece como un sueño exótico y

maravilloso lleno de espesa vegetación por todas partes.

Samantha aprovecha el trayecto para hablarnos de Bali,

de los balineses y su espiritualidad.

Llegamos a casa de Samantha media hora más tarde.

Cuando vislumbro el inmueble desde el exterior, no puedo


evitar quedarme anonadada con lo que veo. Es una casa de

diseño contemporáneo con un jardín precioso con estanque

incluido y piscina frente al mar.


—Joder, mamá, este lugar es una pasada —dice Evan

cuando entramos en la casa seguidos del taxista que se ha

ofrecido a llevar nuestras maletas.

Y es que el interior de la casa es increíble. Está lleno de

luz, el techo es abovedado y las paredes están hechas con


paneles de madera, aunque un gran número de ellas son

puertas de vidrio corredizas que permiten ver el exterior.

—Estoy un poco aislada de las ciudades más turísticas,

pero me gusta justamente por eso, la zona no está tan

masificada como otras de la isla.

—¿Dónde dejo las maletas, señora? —pregunta el

taxista en un inglés un poco torpe.

Samantha nos mira y con una sonrisa le pide que le

sigamos por el pasillo. Se detiene frente a una puerta que al

abrirla me deja con la boca abierta. Se trata de un

dormitorio de grandes dimensiones, con una enorme cama

con dosel y unas puertas de vidrio correderas que dan a una

gran terraza con vistas al mar.

—Supongo que querréis compartir habitación —dice

Samantha a su hijo con una sonrisa divertida. Evan no


responde y yo la miro azorada. Está claro que Evan le ha

explicado lo nuestro y ella no parece para nada

escandalizada—. Bueno, os dejo para que os instaléis.

Abandona la habitación y nos quedamos a solas. Lo

primero que hago, antes incluso de deshacer las maletas, es

correr hacia las puertas de vidrio, abrirlas y salir a la

terraza. El olor a salitre me salpica en la nariz e inhalo

hondo. La estampa que se ve desde aquí es de ensueño.

Evan me sigue, me coge de la cintura por detrás y me besa

el pelo.

—¿Cómo es que tu madre terminó aquí?

Noto como titube detrás de mí.

—Supongo que era el lugar más alejado de mi padre que

encontró.

—También está alejada de ti.

Me giro y le miro. Sé que la historia entre sus padres fue

un poco tortuosa, pero no puedo creer que exista alguien

que se aleje tantos kilómetros de casa solo para huir de una

persona a la que quiso un día.


—Viene mucho por Nueva York. Tiene un apartamento

en Manhattan y pasa largas temporadas ahí también. Pero

hay que admitir que la ciudad poco tiene que envidiar este

paraje.

—Completamente de acuerdo en eso —digo volviendo a

fijar mi mirada en el azul del mar.

Supongo que Bali es un buen sitio si lo que buscas es

huir y encontrarte a ti mismo.

###

Después de deshacer las maletas decidimos salir a

inspeccionar la zona, aunque hace más de 24 horas que no

duermo prefiero hacerlo más tarde para estabilizar lo

máximo el jet lag.

La casa se encuentra al borde de la península de Bukit,

una meseta de piedra caliza en el extremo más meridional

de Bali, bordeando un acantilado sobre el Océano Índico.

Decidimos acercarnos a Pandawa Beach, la playa más


cercana, de arena gruesa y poca profundidad, y lo hacemos

con prendas de tela vaporosa, porque hace un calor húmedo

y pegajoso.

Aunque no nos hemos puesto el bañador, nos mojamos

los pies. El agua es cristalina. Es una de esas playas

paradisíacas de color turquesa que se ven en los folletos de

viajes y que te hacen soñar en lugares remotos.

Hace calor, aunque el cielo que hasta hace poco era de

un azul intenso se ha encapotado anunciando tormenta.

—Es el monzón —dice Evan besándome la mano y


mirando el cielo—. La estación húmeda con sus lluvias

tropicales dura hasta abril.

Aunque nos afanamos en llegar a la casa, la lluvia nos

pilla de camino calándonos hasta los huesos. Echamos a


correr por la cuesta que lleva hasta la casa entre

carcajadas. Encontramos a Samantha en el salón, sentada


en el sofá mientras lee un libro y toma una taza de té. La

saludamos entre risas y nos dirigimos hacia nuestra


habitación donde nos damos una ducha compartida en el
baño privado que hay dentro.
Mentiría si dijera que solo nos duchamos, porque
aprovechamos la oportunidad para meternos mano

mientras el agua cubre nuestros cuerpos resbaladizos. Nos


tocamos, nos comemos, nos follamos contra la pared y,

cuando terminamos, nos ponemos ropa cómoda y nos


dirigimos hacia el salón a hacer compañía a Samantha.

—¿Os apetece acompañarme con el té?

—A mí sí, mamá, ¿Riley? —Evan me mira con una

sonrisa postorgasmo que me hace sonreír.

—Por supuesto.

—Marchando entonces. —Deja el libro sobre el sofá y se

dirige a la cocina.

Justo en el espacio de tiempo que tarda en regresar con


una bandeja con dos tazas y una tetera humeante, Evan

recibe una llamada del trabajo y sale al exterior a atenderla,


debajo del pórtico que lo resguarda de la lluvia. Así que nos

quedamos Samantha y yo a solas.

—¿Trabajo? —pregunta Samantha mirando a su hijo al

otro lado de la puerta de vidrio. Yo afirmo con la cabeza y


ella resopla—. ¿No lo pueden dejar tranquilo ni en
vacaciones? —Yo no digo nada, prefiero no meterme en
estas cosas porque nunca sabes si vas a salir escaldada.

Además, es algo que solo concierne a Evan. Si a él le está


bien que le llamen en vacaciones quién soy yo para

criticarlo—. En fin, cuéntame algo de ti, cielo. Evan me


comentó que trabajas para él.

—Sí, soy su secretaria.

—Ajá, ¿y te gusta el trabajo?

—Sí, la verdad es que no me puedo quejar. No es el


trabajo con el que soñé de pequeña, pero paga las facturas

y me tratan bien.

—¿Y cuál es el trabajo con el que soñaste de pequeña?

—Siempre he soñado en ser repostera. Me encanta

hacer pasteles y galletas, pierdo la noción del tiempo


cuando cocino. —Tengo la taza de té entre las manos. Está

caliente y humeante y reconforta.

—¿Y por qué eres secretaria, entonces?

Medito la respuesta. No me esperaba semejante

interrogatorio, porque apenas nos conocemos, pero


explicarle la muerte de papá y la discapacidad de Lily en

una primera conversación me parece demasiado. Así que


opto por un resumen aproximado:

—Porque la vida se complicó y mi sueño acabó yéndose

al traste.

—La vida suele complicarse con demasiada facilidad,


me temo. Al fin y al cabo, por eso llegué yo a Bali.

Ella me dedica una sonrisa cargada de complicidad y yo


se la devuelvo.

—Este lugar es precioso.

—Es magia en estado puro.

Afirmo con la cabeza perdiendo mi mirada hacia el


exterior, allí donde la franja del mar se confunde con la del

cielo.

—¿Puedo hacerte otra pregunta personal? —pregunta


Samantha haciendo que vuelva a mirarla.

—Supongo que sí.

—¿Por qué mi hijo se empeña en casarse con Olivia


cuando es evidente que está enamorado de ti?
Su pregunta es como un proyectil que impacta en mi

estómago. Me muerdo el labio y me toco el pelo en un gesto


algo nervioso. Pero enseguida me recompongo y me encojo

de hombros.

—Eso no es algo que yo pueda responder, Samantha.


Por otro lado, no creo que Evan esté enamorado de mí.

—Por descontado que lo está, Riley. Conozco a mi hijo, y


el brillo que hay en su mirada cuando te mira no es casual.

Antes de que pueda decir nada, Evan entra en el salón.

Tiene el pelo castaño despeinado, aunque lo primero en lo


que me fijo cuando me mira es el interior de sus ojos ámbar

que, tal como dice Samantha, brillan con intensidad.

—Bueno, pues ya está, no creo que me vuelvan a llamar

hasta mañana. ¿De qué estabais hablando? —dice mientras


se sienta a mi lado y coge su taza de té entre las manos.

—De cosas de chicas. —Samantha me guiña un ojo.

—O sea, de mí. —Alza una ceja.

Samantha suelta una carcajada y cambia de tema, pero


yo apenas me puedo concentrar en la conversación. Soy
incapaz de sacarme de la cabeza el brillo en la mirada de
Evan.
30
Evan

Bali es un lugar increíble, con una cultura única y una


gastronomía deliciosa. No me extraña que mamá haya

decidido pasar gran parte de su año aquí.

Llevamos cinco días en Bali y ya estamos enamorados

de este sitio. Hablo en plural porque sé que a Riley también


le está gustando mucho. Hemos visitado un montón de

templos, arrozales y lagos, aunque tengo que hacer una


mención especial a Tanah Lot, el templo del mar, un templo

hinduista localizado a lo alto de un islote y a pocos metros


de un acantilado. No pudimos entrar porque la entrada está

restringida para los no hinduistas, pero lo vimos desde fuera


y nos encantó.

Aunque lo que más me está gustando de este viaje, es

poder besar a Riley sin miedo de que algún periodista nos

vea y acabemos siendo portada de alguna revista del


corazón. Tampoco es que lo hagamos demasiado, somos

prudentes, porque Bali es un lugar muy turístico y quién


sabe la de estadounidenses que hay visitando la isla. Sin ir

más lejos, ayer choqué con un hombre en uno de los

bazares colocados fuera de un templo que me miró como si

me conociera, y eso no me gustó ni un pelo.

Hoy toca visitar Ubud, uno de los principales centros


artísticos y culturales de Bali, acompañados de mi madre.

Nada más llegar lo primero que hacemos es visitar el

Monkey Forest, una reserva natural enorme cerca del centro

histórico con densos bosques y una población de cientos de


monos que campan a sus anchas. Mamá insiste en hacer un

itinerario que nos lleva por templos y estatuas que invitan al

relax y la reflexión.

Cuando terminamos, nos acercamos al Art Market, un

mercadillo con todo tipo de objetos de artesanía local. Y

después de comprar algunos recuerdos varios, nos vamos a

comer a un restaurante cerca de ahí.

La verdad es que tras visitar otro templo y callejear un

rato, Riley y yo estamos reventados, pero mamá parece no

tener prisa por marcharse. De hecho, nos insta a visitar a un

amigo suyo en el pueblo, que vive algo alejado del centro,


en una enorme casa tradicional balinesa formada por un

conjunto de cabañas alrededor de un patio central lleno de

plantas y elementos místicos. Hay mucha gente de diversas

generaciones por todas partes, incluso un par de críos

jugando a la pelota en un rincón.

—Samantha, tú venir antes de lo esperado —dice un

hombre que sale de la nada y se acerca a nosotros con una

sonrisa desdentada dibujada en la cara.

No sé qué edad debe tener, pero su pelo es

completamente blanco, algo que contrasta mucho con su

tez morena.

—He venido a presentarte a mi hijo Evan. Te he hablado

mucho de él.

Los ojos oscuros y rasgados del hombre brillan hacia mi

dirección.

—¿Este ser tu Evan?

—Este es mi Evan, sí.

—Bueno, hasta donde yo sé, no soy de nadie —bromeo,

porque la forma que tiene de mirarme el hombre, como si


pudiera ver a través de mí, da un poco de yuyu.

—¿Y tú ser? —pregunta de nuevo el hombre mirando a

Riley.

—Yo me llamo Riley Foster, soy amiga de la familia —se

presenta ella con una sonrisa algo nerviosa que capto

enseguida. Y no me extraña que esté nerviosa, porque este

hombre emite una vibración… muy espiritual.

—Yo ser I Gede Aditya, bienvenidos a mi hogar —dice sin

dejar de sonreír. Se gira hacia una chica que está justo

detrás nuestro y le dice algo en balinés que no entendemos.

Luego, con un gesto, nos pide que le sigamos hacia el

porche de una de las cabañas, donde nos sentamos en el

suelo, sobre unas esterillas y frente a una mesita de centro.

La chica a la que ha hablado I Gede Aditya no tarda en

regresar con unas pequeñas tazas que deja sobre la mesita

y que llena con un humeante y especiado té.

—¿Yo poder ver tu mano? —me pregunta I Gede Aditya

mirándome con intensidad.

—¿Mi mano? —pregunto un poco descolocado.


—I Gede Aditya es chamán, tiene el don de la

precognición y puede leer el futuro a través de las líneas de

la mano.

—¿Es adivino? —pregunta Riley a mi lado casi tan

alucinada como yo.

—Yo no ser adivino, yo ser capaz de leer en interior de

las personas.

—Oiga, no quiero parecer maleducado, pero no tengo

nada de fe en estas cosas. Soy demasiado racional para

creer que nuestro futuro está ya escrito y que nosotros solo

somos simples títeres del destino.

—Si no crees en ello, no te importará dejar que I Gede

Aditya eche un ojo a tu mano, ¿verdad? —Mamá me mira

con una sonrisa enigmática.

La verdad es que no me gustan las situaciones que no

puedo controlar, y algo me dice que esta es una de esas

situaciones.

—Está bien —cedo abriendo la palma de mi mano hacia

él porque no quiero discutir más sobre el tema. I Gede

Aditya la coge con cuidado y la examina como si en ella se


hallase la respuesta a los grandes enigmas de la

humanidad.

Poco después, señala una de las líneas con el dedo y

sonríe.

—Tener mucha salud. Mucho dinero. Morir de viejo. Ser

muy afortunado, Evan —dice I Gede Aditya sin mutar para

nada la expresión de su rostro—. Tú conocer el gran amor de

tu vida antes del gran error de tu vida. —Deja mi mano y la

palmea suavemente—. Tú tener que escuchar tu corazón

para ser feliz. Corazón tener la respuesta a todas tus

preguntas.

Trago saliva incapaz de decir nada y cierro y abro mi

mano como si me picase. Las palabras de I Gede Aditya han

resonado fuerte dentro de mí, pero esbozo una sonrisa

escéptica para disimular mi inquietud.

—Ahora ser turno de señorita —dice I Gede Aditya

mirando a Riley.

Ella duda, me mira de soslayo, pero acaba por tenderle

la mano. Supongo que no quiere hacerle el feo.


I Gede Aditya mira su mano con la misma intensidad

que antes ha mirado la mía. Su sonrisa se vuelve aún más

enigmática si cabe.

—Tener una infancia difícil, pero tú superar

adversidades. Chica fuerte. —Tras decir esto, pasa su dedo

por el centro de la mano con delicadeza—. Curioso; línea de

corazón idéntica a Evan. —Vuelve a coger mi mano sin pedir


permiso y la pone al lado de la de Riley, admirado. Yo solo

veo un entramado de líneas en nuestras palmas, la verdad


—. Ser almas gemelas.

Riley me mira de reojo y cierra la mano, guardándosela


rápidamente sobre el regazo. Yo también recupero la mía. I

Gede Aditya no hace ningún otro comentario, se limita a


hablar con mamá sobre cuestiones espirituales que no

entiendo. Y así pasamos el rato, hasta que mamá dice que


es hora de irnos y nos despedimos de I Gede Aditya con un

apretón de manos.

—Tener cuidado en carretera. Lluvia ser intensa.

Los tres miramos el cielo sin nubes, no parece que vaya


a llover, pero en cuanto subimos al coche del vehículo
privado que mamá a contratado, unas pequeñas nubes se
forman en el cielo y, al cabo de pocos minutos, una intensa

cortina de lluvia cae sobre nosotros.

Llegamos a casa en el doble de tiempo de lo esperado, y


es que las carreteras en Bali no son las mejores del mundo.

Riley desaparece en nuestra habitación tras decir que


quiere darse una ducha y yo me quedo con mamá tomando

un té calentito en el salón.

—¿Te ha costado mucho convencer a tu amigo el


«chamán» para que diga lo que ha dicho? —Dibujo unas

comillas en el aire cuando digo la palabra chamán.

—¿Qué insinúas? —Mamá alza las cejas aparentemente


indignada por mi comentario—. Si I Gede Aditya te oyera se

ofendería mucho. Él nunca haría falsas predicciones a


cambio de dinero. Sería una ofensa a sus dioses y a sus

ancestros.

—Solo digo que es curioso que intente convencerme de

que Riley es mi alma gemela sabiendo como sé que estás


deseando que no me case con Olivia.
—No quiero que te cases con Olivia, pero nunca urdiría
un plan tan ordinario para que no lo hicieras.

La miro con desconfianza. Fuera, la lluvia golpea con

fuerza toda superficie que encuentra a su paso.

—¿De qué conoces a ese tipo?

—Ese tipo tiene nombre así que haz el favor de usarlo.

—Me regaña con seriedad—. Conozco a I Gede Aditya de la


primera vez que vine a Bali, como turista. El guía que se

encargó de enseñarme Ubud me recomendó visitarlo y I


Gede Aditya me recibió con una sonrisa enorme y un

augurio: Vivirás en Bali y aquí te encontrarás a ti misma y


construirás un hogar. Por aquel entonces estaba perdida,

acababa de dejar a tu padre. Y Bali se convirtió en ese


hogar que anhelaba. Desde entonces visito a I Gede Aditya

cada vez que voy a Ubud.

Nos quedamos en silencio los siguientes minutos


mientras vemos la lluvia caer. Me termino el té, me disculpo

por mi comentario y me voy hacia el dormitorio. Me


encuentro a Riley tumbada sobre la cama, con una toalla
alrededor del cuerpo y otra en la cabeza mientras teclea en

su móvil.

—¿Qué haces? —pregunto.

Me siento a su lado y le doy un beso en el hombro.

—Respondo un mensaje de Ginger.

—¿Sigue pensando que soy un monstruo y que no


deberías haber venido conmigo?

Ella se gira y me mira arrugando su nariz de duende.

—No piensa que eres un monstruo, solo piensa que vas

a partirme el corazón y que va a tener que recoger los


pedazos. Y sí, sigue pensando que haber venido a Bali

contigo es un error, pero ya está hecho.

—¿Tú crees que es un error?

—Por supuesto que no. Gracias a eso he descubierto que

eres mi alma gemela.

—Percibo cierto recochineo en el tono de tu voz…

—Para nada. —Una sonrisa burlona se dibuja en sus


labios y yo no puedo estarme de plantarle un beso para
comérmela entera.

—No podemos negar que está siendo un viaje

entretenido.

—Sí, lo es. Este lugar es un paraíso. Es una lástima que

tengamos que volver. Me quedaría aquí para siempre, entre


arrozales, templos, playas y monos.

—Algún día regresarás.

—Sí, supongo que sí. Pero sin ti.

Su mirada me quema como si fuera fuego. Aún tenemos


unos meses para nosotros, para dar rienda suelta a nuestra

historia, pero yo últimamente también pienso en el final. En


lo duro que será decirle adiós para siempre para casarme

con alguien al que apenas soporto.

Pero en vez de regodearme en eso, decido volver a

besarla, esta vez con más intensidad. Mi lengua baila dentro


de su boca y su sabor se funde con el mío. No sabría decir a
que sabe, solo sé que me vuelve loco, que es adictivo y que

seguiría besándola hasta deshidratarme.


Mis manos vuelan hacia su cabeza. Deshago el nudo de
la toalla y dejo que su pelo húmedo se desparrame sobre

sus hombros. Luego, sigo con la otra toalla, la que cubre ese
cuerpo que no me harto de venerar. Mis manos suben y
bajan por sus curvas y una de ellas se detiene entre sus

muslos mientras la otra aprieta uno de sus pechos. Ella


gime, se arquea y pide más cuando mi dedo acaricia su

clítoris.

Dejo de besarla en la boca y empiezo un camino


descendente hasta cubrir con la lengua sus pliegues, su

centro de placer. Gime más alto, jadea y yo le penetro con


dos dedos mientras mi lengua dibuja espirales en su

interior. Sé que está a punto de correrse por la forma en la


que se arquea, pero no me deja terminar. Me empuja con

suavidad y con los ojos llenos de deseo me quita la camisa


primero y los pantalones y los calzoncillos después. Y antes

de que pueda decir o hacer nada, se sube sobre mi regazo,


coge mi polla y la conduce hacia su interior.

Su cueva me recibe prieta, caliente y gruño como


respuesta al placer que siento. Ella sube y baja sus caderas
haciéndome enloquecer, pero entre la neblina del gozo,
recuerdo algo:

—No me he puesto condón.

—Tomo la píldora —dice ella sin dejar de moverse. Sus


tetas rebotan siguiendo el movimiento. De repente se

detiene y me mira contrariada—. Yo estoy bien, es decir,


siempre tomo precauciones...

—Yo también estoy limpio. Me hago análisis con

periodicidad.

—Entonces… —Vuelve a moverse de nuevo y jadeo,

porque sentirla así, sin nada de por medio, es un jodido


nirvana.

Le cojo de las caderas y le marco el ritmo, cada vez más


rápido. Estoy al borde del orgasmo y quiero que se corra
conmigo, así que desvío una de mis manos entre sus
piernas y acaricio su clítoris. Riley se muerde el labio y un

gemido ahogado escapa de su garganta.

Poco después, nos corremos. Primero ella, segundos


después yo.
Le doy un último beso en la boca y, con la respiración
entrecortada, ruedo a un lado.

—Creo que podría pasarme la vida entera follando


contigo.

Riley se ríe entre dientes. Unas gotas de sudor caen por


su frente. Nos miramos de lado, respirando con resuello.

No decimos nada. Nos limitamos a mirarnos mientras


fuera el sonido de la lluvia lo llena todo. Aunque hay algo
que no puedo dejar de pensar, y es en las palabras de I
Gede Aditya. ¿Y si tiene razón? ¿Y si Riley es el amor de mi
vida?

—¿Y si no me caso? —pregunto en voz alta.

Los ojos de Riley se agrandan.

—¿Es que el orgasmo te ha dejado lelo? —pregunta

Riley incrédula.

—Hablaba en serio antes, Riley. Me pasaría una vida


entera follando contigo, ¿por qué no deshacerme del único

escollo que me prohíbe hacerlo? —Me siento sobre el


colchón y ella me sigue con la mirada con cierto recelo.
—Definitivamente has perdido la poca cordura que te
quedaba.

—¿Recuerdas lo que te dije aquella noche dentro del


ascensor hace siete años? Te dije que creía que podría
enamorarme de ti. Y ahora ya no lo creo, estoy seguro de

ello, porque ya lo estoy. Riley Foster, nunca he sentido por


nadie lo que siento estando contigo.

Riley se pasa una mano por el pelo aún húmedo y niega


con la cabeza. Parece nerviosa, y su nerviosismo me
desconcierta.

—No sabes lo que dices. Hablas bajo los efectos del


polvo que acabamos de echar. —Mientras habla, se ha
levantado y ha empezado a vestirse con la ropa que tenía
preparada sobre una silla.

—¿Por qué pareces asustada?

—Porque lo estoy, Evan, porque sé que todo lo que me


dices no es real, te estás dejando llevar por el embrujo de
esta isla remota donde todo parece posible. Pero sé que es
solo eso, un espejismo, y que, en unos días, cuando
regresemos a casa, este embrujo desaparecerá, la rutina
volverá y te darás cuenta de que nada ha cambiado. Que

tienes que casarte con Olivia y que lo nuestro tiene fecha de


caducidad.

—¿Y si te prometo que no cambiaré de opinión? —digo.

Me pongo los calzoncillos y me acerco a ella que tiembla


con la mirada perdida. Le cojo de las manos y le obligo a
mirarme a los ojos—. ¿Y si anulo la boda y me quedo
contigo?

—Te arrepentirás, lo sé. Porque cuando te comprometes,


lo haces hasta la última consecuencia. Eres la persona más
leal que conozco. Y te comprometiste con Olivia. —Empieza

a negar con la cabeza y yo le sujeto la barbilla para


obligarla a seguir mirándome.

—Lo soy, pero, ante todo, quiero ser leal a mí mismo y a

lo que siento.

—Evan…

—Riley, te quiero. Empecé a quererte hace siete años


dentro de aquel ascensor, y sigo queriéndote ahora. Nunca
creí que conocería a alguien que tirara por tierra mi credo,

pero contigo soy capaz de imaginar un futuro con final feliz.


Los ojos de Riley brillan al escuchar mis palabras.

—A penas nos conocemos, Evan. No puedes quererme.

—¿Acaso no me quieres tú a mí?

Tarda en responder, pero cuando lo hace, sus mejillas de


tez oscura se salpican de rojo:

—Te quiero como nunca creí que querría nadie.

—Entonces confía en mí. Lo solucionaré todo y


podremos estar juntos sin tener que escondernos más.
Quiero gritarle al mundo que eres mi chica.

Como respuesta, Riley me besa. Le cojo de la cintura y


encadeno su beso con otro.

Puede que haya tomado la decisión fruto de un arrebato,


algo que no es típico en mí, pero, de repente, me siento
más ligero, como si acabara de quitarme un peso de mil
toneladas de encima.

Riley dice que para celebrarlo va a preparar una tarta y


se va de la habitación dejándome solo, mirando la lluvia
torrencial que sigue cayendo fuera. Me acabo de vestir, me

siento sobre la cama y el móvil vibra dentro del bolsillo de


mi pantalón. Es un mensaje de Olivia con una foto de las

invitaciones ya impresas:

Olivia: Mañana mismo Paola se encargará de

mandárselas a los invitados.

Me muerdo el labio, incómodo, pero decidido. Así que


respondo:

Evan: No las mandes todavía, tenemos que hablar


sobre la boda. El martes vuelvo de Bali. Nos vemos
entonces, ¿ok?

Vuelvo a guardar el móvil y me siento en paz.

Quizás I Gede Aditya no lee el futuro de verdad. Quizás I


Gede Aditya, como bien dice, solo lee el interior de las
personas y les marca el camino a seguir. Sea como sea,
ahora que he tomado la decisión, estoy convencido de que

esta es la correcta.
31
Riley

Ayer llegamos a Nueva York. Decir adiós a Bali me costó


mucho más de lo que jamás hubiera imaginado, quizás

porque este viaje lo ha cambiado todo. Ha sido un punto de


inflexión en mi vida. Bueno, en nuestras vidas, porque Evan

ha tomado una decisión difícil con consecuencias inciertas.

Me encuentro en casa, intentando recuperarme del jet

lag del viaje. Estoy en la cocina, horneando galletas con


ositos de gominola. Mamá está trabajando y Lily está en

clase, así que estoy sola, disfrutando de la nube cálida y


esponjosa en la que estoy flotando.

Evan me ha enviado un mensaje para decirme que ha

quedado esta tarde con Olivia para romper el compromiso.


Siento una mezcla de nervios, expectación y esperanza por

lo que puede derivarse de ello. Estar con Evan sin tener que

escondernos será una experiencia inigualable. Quiero


besarle delante de todo el mundo por el simple placer de

hacerlo.
Saco las galletas del horno y las dejo enfriar sobre la

rendija que hay encima de la encimera. Me saco el delantal

y me dirijo hacia el baño con intención de darme una ducha

cuando alguien llama al timbre.

Frunzo el ceño porque no espero visita. Me acerco a la


puerta y miro por la mirilla quedándome helada al instante,

porque la persona que se encuentra al otro lado no es otra

que Olivia. Sí, la Olivia de Evan.

Me meso el pelo nerviosa, sin saber muy bien que hacer.


El timbre vuelve a sonar. ¿Qué hace aquí? ¿Debería

permanecer en silencio y hacer ver que no estoy en casa?

Supongo que eso sería lo más cómodo, pero yo no soy el

tipo de persona que se esconde ante las dificultades.

Siempre he dado la cara y esta vez no va a ser distinto.

Así que abro la puerta y, con los brazos cruzados y la

barbilla alta, pregunto:

—¿Qué haces tú aquí?

—Tenemos que hablar —dice ella quitándose las gafas

de sol que lleva puestas y que le dan cierto aire de mafiosa.


Pasa por mi lado dándome un empujón y entra en el

piso. Inhalo hondo, tragándome las ganas de echarla de un

tirón de pelos. Cierro la puerta y la sigo hasta el salón donde

se queda de pie mirándolo todo con desprecio. Va vestida

con una gabardina negra y lleva entre las manos una

carpetita azul. Es tan condenadamente perfecta que hace


destacar aún más la imperfección de nuestro piso. Y mi

propia imperfección, porque voy vestida con un pijama de

ositos que ha vivido mejores tiempos.

—¿Qué quieres?

—Que dejes a Evan. Hoy a poder ser.

—¿Disculpa? —Parpadeo desconcertada con sus

palabras. No solo porque haya insinuado que estoy con

Evan, sino por su petición.

—Mira, no me voy a andar por las ramas, sé que Evan y

tú tenéis una aventura. Sé que habéis estado jugando a ser


novios en Bali, contraté a un detective privado para que le

siguiera porque algo me olía. Llevaba semanas muy raro. —

De repente recuerdo aquel hombre extraño mirándonos en

Bali, Evan y yo teníamos la sensación de que nos reconocía.


¿Sería él el detective? —Y no es que me importe mucho,

Evan ha tenido otros affaires antes y nunca le he dado

importancia. Pero resulta que el pobre se ha encaprichado


contigo y ha perdido el norte. Sé que pretende dejarme esta

tarde y, como comprenderás, eso no puedo permitirlo.

—¿Ah, no? ¿Y qué harás para prohibírselo? —pregunto

con la rabia bulléndome en la sangre.

—¿Yo? Nada, el trabajo lo hará tú. Quedarás con él y

romperás lo que sea que tengáis o de lo contrario lo

pagarás muy caro.

La seguridad con la que dice estas palabras me deja la

boca seca. ¿Qué se cree? ¿Qué puede venir aquí y

amenazarme? No estamos en una película de instituto

donde la animadora amedrenta a la pobre chica sin recursos

que comparte clases con ella sin que se defienda. Esta es la

vida real.

—De eso nada, si has venido aquí para eso, olvídalo,

porque no hay nada con lo que me puedas chantajear para

que haga tal cosa.


—¿Seguro? —La sonrisa condescendiente que dibuja en

sus labios me repatea—. Antes de decir nada yo me leería

esto. —Me ofrece la carpetita que lleva en la mano con

suficiencia. Yo la miro sin intención de cogerla, pero ella

insiste—: Yo de ti la miraría, seguro que la información que

hay dentro es de tu interés.

Resoplo, cojo la carpeta y la abro. La bilis asciende por

mi garganta en el mismo momento que entiendo lo que hay

dentro.

Se trata de un informe con el nombre de mamá con sus


datos personales junto a un montón de papeles que

demuestran que vive en el país de forma ilegal.

—¿De dónde has sacado esto? —pregunto apretando los

dientes con fuerza.

—Eso es lo de menos, ¿no te parece? Lo importante es

que la información es verídica y que basta con enviar una

copia de este informe a inmigración para que la deporten a

su país. ¿Qué tal el tiempo por Jamaica?

—Mi madre no te ha hecho nada, no la metas en esto —

digo entre dientes ante su sonrisa imperturbable.


—Que se vea o no implicada en esto es decisión tuya.

—No seas cínica.

—No soy cínica. Tienes dos posibilidades: Romper con

Evan y que este informe termine en la trituradora de

papeles o seguir con él y que tu madre tenga que decir

adiós a Nueva York para siempre. Al final, tú decides.

Ya sospechaba que Olivia era mala persona, pero esto

no hace más que confirmarlo. Mi madre, mi querida y

sacrificada madre, se ha deslomado para sacar nuestra

familia adelante, sobre todo desde la muerte de papá. Más

de una vez ha intentado sacarse la ciudadanía

estadounidense, pero siempre le han puesto pegas que lo

ha ido retrasando. Lily y yo la tenemos porque nacimos aquí

y mamá se la merece tanto como nosotras porque ama este

país como si lo llevara bajo la piel. Deportarla a Jamaica

sería fatal para ella. Ya no le queda nadie en su país de

origen. ¿Y qué hay de nosotras, sus hijas? No soportaría no

tener a mamá aquí conmigo. Ella es mi pilar más necesario.

Y sé que nosotras lo somos para ella.


—¿De verdad vas a caer tan bajo de denunciar a mi

madre a las autoridades para salirte con la tuya?

—Como buena patriota que soy, mi deber es hacerlo.

—Eres patética —prácticamente escupo mientras mis

manos tiemblan.

Mis palabras no parecen tener ningún eco en ella, se


limita a mirarme como si fuera algo insignificante. Una parte

de mí quiere creer que Olivia no sería capaz de hacer algo


así, que solo se está marcando un farol, pero la otra sabe de

sobras que es la típica persona capaz de lo que sea para


conseguir lo que quiere. Y quiere a Evan.

—Bueno, pues no me queda nada más que decir. —Hace


ademán de irse, pero antes de llegar a la puerta se gira

para mirarme—. Bueno, sí, una última cosa. Necesito que lo


dejes antes de que le vea esta tarde. Si por cualquier

motivo Evan anula nuestra boda, el informe acabará en


manos de la policía.

—Que deje a Evan no te asegura que quiera casarse

contigo —le digo con los puños y los dientes apretados.


—Pues ya puedes ir pensando la manera de convencerle
para que lo haga.

Me mira una última vez y sale del piso sin despedirse,

dejando la puerta abierta. Yo me siento como si la pata de


un enorme elefante me presionara el pecho. Miro los

papeles que me ha dado Olivia una última vez antes de


romperlos a trocitos muy pequeños entre mis manos. Estos

caen como nieve cubriendo el suelo.

Pienso en Evan, en su sonrisa, en esa manera que tiene


de mirarme cuando estamos rodeados de gente que me

hace sentir tan especial. En sus besos, sus caricias y sus


gemidos cuando nos entregamos al placer. Pienso en Evan y

siento como algo dentro de mí se rompe de la misma


manera que se han roto esos papeles segundos antes.

Porque no hay opción.

Que deporten a mamá no es una opción.


32
Evan

Riley: ¿Dónde estás? Necesito hablar contigo con


urgencia.

Evan: Estoy comiendo con Adam y luego he quedado

con Olivia. ¿No podemos vernos a la noche?

Riley: No, tiene que ser ahora.

Frunzo el ceño tras leer el último mensaje que Riley me

ha enviado. Puedo notar desde aquí la ansiedad que


desprenden sus palabras. ¿Habrá ocurrido algo? La llamo,

pero no me coge el teléfono. Chasqueo la lengua,


preocupado. A mi lado, Adam me interroga con un

levantamiento de cejas.

Adam y yo hemos quedado para comer en un

restaurante cerca de su trabajo. Quería contarle en persona

la decisión que he tomado de romper mi compromiso con

Olivia, y se ha puesto tan contento con la noticia que ha


llamado a Lena aquí mismo para explicárselo.
—Lo siento, tío, tengo que marcharme —le explico

pidiéndole la cuenta a uno de los camareros con un gesto.

—¿Y eso?

—Es Riley, necesita verme. —Saco la tarjeta de la

cartera y la paso por el datáfono cuando el camarero me lo


tiende.

Me despido de Adam, salgo del restaurante y paro a un

taxi. Tengo una extraña sensación recorriéndome el cuerpo.

Como una intuición. Una intuición que me dice que algo


malo ha pasado.

Nada más darle la dirección de Riley al taxista, envío un

nuevo mensaje:

Evan: Estoy yendo para tu casa. ¿Va todo bien?

Riley: No, no vengas para casa, por favor. ¿Te acuerdas

de Carlo’s, la pizzería aquella a la que te llevé hace un

tiempo? Mejor nos vemos ahí.

No ha respondido a mi pregunta y el hecho de que no

quiera verme en su casa me hace fruncir el ceño. Aun así,


no insisto, solo deseo llegar cuanto antes para perderme en

sus ojos y descubrir cuál es el motivo de su congoja.

Quizás está nerviosa por lo de esta tarde. Sé que el

tema de Olivia le inquieta, al fin y al cabo, no es solo la

boda, después de romper con ella tendré que hablar con mi

padre y plantar cara a las consecuencias económicas que

eso represente para el negocio, pues es probable que el

señor Goldman, el padre de Olivia, decida dejar de invertir

dinero en nuestras publicaciones y a día de hoy es nuestro

mayor cliente.

Cuando llego a Carlo’s, pago al taxista y bajo del coche.

Nada más entrar, localizo a Riley sentada en una mesa

apartada del resto. Me acerco a ella esperando recibir una

sonrisa, pero nada más lejos de la realidad. Sus ojos

parecen enrojecidos, su mirada perdida y el rictus de sus

labios amargo. Lleva el pelo rizado recogido en un moño


bajo y lleva puesto un chándal viejo, como si se hubiera

vestido con lo primero que hubiera pillado en el armario.

—¿Estás bien? —pregunto nada más sentarme. Sobre la

mesa hay una infusión de hierbas que parece haberse


tomado en mi espera.

Riley se muerde el labio y traga saliva al mirarme a los

ojos.

—Evan, hay algo que tengo que decirte. —Yo afirmo con

la cabeza para alentarla a que siga—. He estado pensando

en lo nuestro, y no estoy segura de nada. Creo que nos

estamos precipitando. Apenas nos conocemos. ¿Cuánto

tiempo llevamos viéndonos? Poco más de un mes. No

puedes tirar toda tu vida por la borda por un mes.

Parpadeo, desconcertado.

—¿Qué insinúas con eso?

—No rompas tu compromiso con Olivia por algo que ni

siquiera sabes si tendrá futuro.

—¿Y por qué no tendría que tener futuro? —pregunto yo

cada vez más descolocado.

—Porque he tenido esta noche para pensar y la verdad

es que no estoy segura de lo que siento por ti. Todo ha ido

demasiado rápido, y ahora que he podido pararme a


meditarlo, no lo veo nada claro. —No deja de jugar con la

servilleta de papel mientras habla, sin mirarme.

Sus palabras parecen vacilantes, como si les faltara esa

seguridad que suele imprimir en todo lo que dice.

—Yo no tengo dudas sobre mis sentimientos, Riley. Estoy

seguro de que te quiero.

—No digas eso. No es verdad, no me quieres, no me

conoces lo suficiente para hacerlo. —Sigue sin mirarme y

esto me está poniendo cada vez más nervioso.

—Riley, ¿puedes hacer el favor de mirarme a los ojos y


explicarme a qué viene todo esto?

Riley levanta la barbilla y sus ojos chocan con los míos.

De pronto, parecen un cascarón vacío, inertes, sin vida.

—Ya te lo he dicho, creo que deberíamos darnos un

tiempo antes de que hagas algo de lo que te puedas

arrepentir toda la vida.

—No hablas en serio, habla el miedo por ti. Solo estás

asustada porque sabes que hacer oficial lo nuestro no será


fácil. Pero no importa lo difícil que sea, chica de pelo

indomable, lo superaremos juntos.

Riley resopla, se pasa una mano por el pelo que lleva

suelo por los hombros y se muerde el labio exasperada.

—Evan, no me estás entendiendo. Lo que estoy

intentando decirte es que es mejor que dejemos de vernos.

No quiero hacerte daño, pero no puedo seguir con esto sin

estar segura de lo que siento.

—Me estás tomando el pelo, ¿verdad? —Me río

amargamente y me cruzo de brazos—. No me jodas, Riley,

no hace ni cuarenta y ocho horas estábamos decididos a

intentarlo de verdad y ahora me sales con que quieres que

dejemos de vernos y que no sabes lo que sientes. ¿Pues

sabes qué? Que no me creo una mierda, una persona no

pasa de querer a otra a no quererla de un día para el otro.

Aquí hay algo más y será mejor que me lo cuentes todo

antes de que saque mis propias conclusiones.

—Evan… —Sus ojos se aguan y puedo ver como sus


manos tiemblan sujetando la servilleta—. ¿Por qué me lo
haces tan difícil? ¿Por qué no aceptas lo que te digo sin

más?

—Porque estoy a punto de poner mi vida patas arriba

por ti y me parece injusto que no seas sincera conmigo.

—Eso es lo que estoy intentando decirte, que no quiero

que pongas tu vida patas arriba por mí.

—¿Entonces qué quieres?

Cierra los ojos unos segundos antes de volver a abrirlos.

—No rompas tu compromiso con Olivia. Siempre has


tenido razón respecto al amor y los sentimientos. Todo tiene

fecha de caducidad. Incluso lo nuestro.

Reconozco sus palabras porque son las mismas que usé

yo hace unos meses con ella en este mismo lugar. Pero


desde entonces todo ha cambiado. Ya no soy el mismo Evan

escéptico que era entonces.

—¿Estás segura de que es eso lo que quieres?

—Sí, lo estoy.

Sus palabras dicen una cosa, pero su rostro parece decir

la contraria. Además, su cuerpo está en tensión, como si


fuera a salir corriendo de un momento al otro. No entiendo
nada. Hace 48 horas, en Bali, sus ojos parecían querer

dármelo todo, y ahora me quedo sin nada. La decepción me


quema por dentro. La decepción mezclada con otra cosa

más punzante que me desgarra las entrañas.

—Si eso es lo que quieres... entendido. Seguiré adelante


con la boda y aceptaré que ya no quieras verme más.

Afirma con la cabeza y aparta de nuevo la mirada. Esa

es su manera de hacerme saber que no le queda nada más


por decir. Así que me levanto, suelto un billete sobre la

mesa, aunque no he tomado nada, miro a Riley fijamente


durante unos segundos y me voy de aquí.

Una parte de mí espera que salga corriendo detrás de

mí y me detenga, que me diga que se lo ha pensado mejor,


que solo está agobiada por todo lo que se nos viene encima.

Pero la otra parte sabe que si ha tomado esta decisión lo ha


hecho tras meditarlo, porque no es una persona que

funcione por impulsos en las cosas importantes.

Cojo otro taxi y me voy directo a casa. Necesito digerir

lo que ha pasado mientras en mi cabeza no dejo de


visualizar toda nuestra historia como si fuera el tráiler de
una película. Todo lo que hemos vivido ha sido tan intenso,

tan bonito y abrumador que es imposible que no lo recuerde


para siempre. Porque nunca he querido a nadie como he

querido a Riley. Porque estoy seguro de que ella es la única


persona en el mundo capaz de hacerme creer en un para

siempre.

Por la tarde veo a Olivia y finalmente le digo que envíe


las invitaciones de boda. Ella ni siquiera me pregunta el

motivo de mi mutismo cuando empieza a hablarme de todos


los preparativos. Mi cabeza está en otra parte, en un lugar

paralelo donde mi historia con Riley aún existe y puedo


seguir disfrutando de su sonrisa mientras le beso.

Al día siguiente ir al trabajo me supone un agobio


tremendo, por tener que verla, pero a la vez, necesito

hacerlo, necesito disfrutar de su presencia, aunque sea a


distancia, aunque sea tras la pátina de la indiferencia.

Cuando llego a la oficina me sorprende no verla en su

sitio. En su lugar hay una mujer que no conozco ordenando


los cajones del escritorio. Debe tener unos cuarenta años y

lleva un moño tirante a lo Rottenmeier.

—¿Dónde está Riley? —pregunto con el corazón


acelerado al adelantarme a lo que sucede.

—Ayer por la tarde presentó su carta de dimisión. Yo soy


Josephine y seré tu secretaria hasta que contraten a una
nueva —dice con una sonrisa tirante.

Le devuelvo la sonrisa con la misma rigidez y entro en el


despacho sintiendo como la rabia me bulle por dentro.

Me siento en el escritorio y saco el móvil del bolsillo.

Llamo a Riley, pero no me responde, así que decido


mandarle un mensaje:

Evan: Acabo de llegar al trabajo y me han dicho que te

has despedido. ¿Por qué? Teníamos un trato, Riley.


Aunque la cosa entre nosotros haya acabado así, lo iba a

cumplir igualmente. Soy un hombre de palabra. Te


hubiera cambiado de departamento, no hacía falta que

dejaras el trabajo. Sé lo mucho que lo necesitas.

Riley no tarda en mandarme un mensaje de vuelta:


Riley: Es lo mejor para los dos, Evan. Si nos siguiéramos

viendo a diario todo sería más difícil y más confuso.


Deseo de corazón que te vaya bien en la vida porque

bien sé que te lo mereces.

Golpeo el móvil sobre la mesa sintiendo como la furia se


desata en mi interior. Un pensamiento me persigue.

No volveré a ver a Riley.

Nunca, jamás.

Y, con este pensamiento, le digo a la nueva secretaria

que entre para repasar la agenda del día. Porque, aunque


esté hecho mierda, aunque esté destrozado, la vida sigue.

Un poco más gris, pero sigue.


33
Evan

—¡Ponme otra! —grito al camarero que hay frente mí en la


barra.

—Eh, no, colega. —Adam pone una mano sobre mi

hombro y mira al camarero a su vez—. ¿Tenéis café? ¿Sí?

Mejor un café bien cargado, gracias.

—Yo no quiero café. Quiero otro whisky.

—De eso nada, tío, acabas de beberte tu peso en whisky


y son solo las siete de la tarde.

—Habló el alcohólico rehabilitado. Antes molabas.

—¿Antes? ¿Cuándo? ¿Cuándo estaba al borde del coma

etílico todos los fines de semana? ¡Ya ves si molaba!

Le miro arrepentido enseguida por mis palabras. Tiene

razón, él más que nadie sabe lo que es ser adicto, pero hoy

necesito vaciar la cabeza de pensamientos y la única

manera de conseguirlo es con alcohol. Quiero dejar de


pensar en Riley. Quiero dejar de preguntarme por qué ha
decidido acabar con lo nuestro de esta manera, de un día

para el otro y sin previo aviso.

Adam y yo estamos sentados en la barra de un pub

irlandés que hemos encontrado cerca de su piso en Fifth

Avenue. Cuando le he mandado un mensaje pidiendo verle


para contarle mis penas, hemos salido a la calle y este es el

primer sitio que hemos encontrado.

—Lo siento, tío. Soy un bocazas. No me hagas caso hoy

porque no sé ni lo que me digo.

—Yo siento lo de Riley, sé que te habías ilusionado

mucho con ella y también sé que es una chica genial. Pero

nadie se muere de esto, aunque ahora pueda parecerte el


fin del mundo. Lo que no entiendo es porque sigues

adelante con la boda. Que no haya funcionado con ella no

significa que no pueda funcionar con otra y si te casas con

Olivia no tendrás esa posibilidad.

—Es que si no es con ella no quiero con nadie,


¿entiendes? —le digo sintiendo como si me hubieran

rebanado el corazón con una hoja de afeitar.


—Eso lo dices ahora porque la ruptura está próxima,

pero en unas semanas lo verás distinto.

—No, Adam, en unas semanas lo veré igual. Llevo años

escondiendo mi corazón tras una enorme muralla de piedra,

sin dejar entrar a nadie, y me iba bien así. Dejar que Riley

derribara esa muralla fue un error y ahora estoy pagando

las consecuencias.

—No seas dramático…

—¿Si Lena te dejara porque no está segura de sus

sentimientos hacia ti cómo te sentirías?

—No es lo mismo, tío, Lena es mi mujer, estamos

casados y vamos a tener un hijo juntos.

—Pero ella también te dejó en su momento, ¿cómo te

sentiste entonces? —Sé que no juego limpio al recordarle

aquella época. Tras la muerte de su padre, poco después de

conocer a Lena, Adam se escudó en su antiguo yo y volvió a

beber y a drogarse. Lena le dejó y ese fue el revulsivo que

necesitó él para tocar fondo, volver a rehabilitación y luchar

de nuevo por ella.


—Sí, lo estaba. Pero también estaba convencido de que

Lena era la mujer con la que quería compartir el resto de mi

vida.

—¿Y si te dijera que yo también pensaba que Riley era

esa mujer?

###

Tras un rato más en el pub, Adam me convence para

que me quede a dormir esta noche en su casa. Al verme,

Lena me da un abrazo, a pesar de que tiene que ponerse de

lado porque su barriga de embarazada es tan prominente

que empieza a afectar a su movilidad.

Me preparan la habitación de invitados y tardo un

segundo en caer redondo en la cama y quedarme dormido.

Al día siguiente me despierta el sonido de unos golpes

contra la pared. Me despierto con la cabeza embotada por


culpa de la resaca enorme que me gané ayer a base de

copas de whisky.
Me levanto, me aseo en el baño, me visto con algo de

ropa que Adam me ha dejado sobre una silla, miro la hora

en el móvil y salgo al pasillo. La habitación contigua tiene la

puerta abierta y me encuentro con Lena vestida con un

mono vaquero premamá, un moño alto y un martillo entre

las manos.

—¡Ay, no! ¿Te he despertado? —Me mira culpable.

—Tranquila, igualmente es tarde, debería estar

trabajando.

—No te preocupes. Adam ha llamado a tu trabajo antes

de marcharse para decir que hoy te ausentarás, que no te

encontrabas bien.

—Joder, de maravilla, porque me encuentro como si un

camión me hubiera pasado por encima.

Entro en la habitación y sonrío al ver que se trata del

cuarto del bebé. Las paredes están pintadas de amarillo

pálido y unos vinilos de El Principito decoran algunos

rincones. Hay una cuna de madera blanca a un lado, una

alfombra suave en el suelo y, al otro lado, es donde se

encuentra Lena, montando unos estantes.


—¿Y ya le parece bien a Adam que hagas tú eso? —

pregunto escéptico.

—Pues mira, lo que le parezca a Adam o lo que le deje

de parecer me da igual. Soy una mujer adulta y


empoderada, no necesito el permiso de un hombre para

hacer bricolaje, que estoy embarazada, no enferma.

—Vale, vale, solo era un comentario. —Levanto las

manos a modo de disculpa.

—Perdona, Evan, es que últimamente estoy un poco

susceptible. —Hace un mohín—. Me paso el día en casa,

aburrida. No sé porque en el periódico me han obligado a

coger la baja a los seis meses, ¡si me encuentro bien!

—Es la política de la empresa, no quieren arriesgarse a

que te pongas de parto en medio de una reunión —le digo,

porque el periódico en el que trabaja forma parte del Grupo

Editorial de nuestra familia y me conozco los estatutos—.

Ahora tienes que pensar en el pequeñajo o pequeñaja que

está por llegar.

—Lo hago, es solo que a veces me gustaría que todo

fuera más fácil para las mujeres. Convertirse en madre nos


obliga a poner en pausa nuestra vida profesional.

—Es cuestión de unos meses, luego podrás volver a

estar al pie del cañón.

—Sí, supongo que sí. —Deja el martillo sobre uno de los

estantes que acaba de montar y me sonríe—. Hay gofres en

la cocina. Ven, te acompañaré en el desayuno mientras me

tomo un café, descafeinado, por supuesto.

Nos dirigimos a la cocina, pongo unos gofres en un


plato, los baño con sirope de chocolate y me siento con él

en la isleta. Lena me tiende una taza llena de café para mí y


se sienta a mi lado con otra sin cafeína para ella.

Hablamos un poco, sobre todo. Se nota que está


intentando no tocar el tema de Riley, y se lo agradezco

porque no me apetece hablar de ello.

Justo en este momento, llaman a la puerta.

Lena se levanta, desaparece y vuelve a aparecer pocos

segundos después seguida de Jake, que al verme niega con


la cabeza y pone los ojos en blanco.

—Pues Adam tenía razón, estás hecho un asco, tío.


—¿Qué haces aquí?

—Hacer de niñera. Anda, termina de desayunar que nos


vamos por ahí.

—No necesito niñera —me quejo.

—Y yo no necesito que me lleves la contraria.

Le miro con los ojos entrecerrados, pero no digo nada

más. Me termino los gofres, cojo el abrigo, nos despedimos


de Lena y salimos a la calle. Ha nevado y las calles están
tamizadas de blanco. A pesar de la nieve, decidimos dar una

vuelta por Central Park. Nueva York tiene un encanto


especial en días como hoy.

—¿Estás bien? —pregunta tras pedir café en un puesto


callejero.

Yo tardo en responder, fijando mi vista en el cielo

plomizo.

—No, pero lo estaré.

Jake afirma con la cabeza y pasa un brazo por mis

hombros. De repente, me siento reconfortado y no puedo


evitar pensar en la suerte que tengo de tener dos amigos
que, por encima de todo, son familia y siempre están a mi
lado.
34
Riley

—¿Helado de oreo o de brownie? —pregunta Ginger sacando


las dos tarrinas del congelador.

—De Oreo, siempre de Oreo.

Afirma con la cabeza, coge dos cucharas y se sienta a

mi lado en el sofá, compartiendo la manta de cuadros. Llevo


desde que dejé a Evan ayer por la tarde en su casa. Estoy

hecha unos zorros: con el pelo sucio y enredado y vestida


con un pijama de felpa de Ginger que me va algo prieto y

que saca a relucir todas mis lorzas.

—Comer helado mientras nieva fuera es extrañamente

reconfortante —digo yo con la boca llena de helado.

Ginger afirma con la cabeza y desvía la mirada hacia el

exterior. Los copos de nieve danzan en el aire cada vez con

más fuerza.

—La verdad es que yo sigo flipando con el hecho de que


la Olivia esa haya decidido amenazarte con denunciar a tu

madre a Inmigración si no dejabas a Evan. Menuda zorra.


—¿Sabes lo que me da más rabia? Que no hay nada que

pueda hacer para cambiar la situación. Es un callejón sin

salida.

—A mí me da pena Evan. Es decir, va a casarse con esa

bruja sin saber lo que es capaz de hacer para retenerle.

Me muerdo el labio y aguanto las ganas de ponerme a

llorar de nuevo. Llevo desde ayer llorando, y es que es tanta

la injusticia que siento que no sé cómo gestionar mis

emociones. Tener que renunciar a Evan queriéndole como le


quiero… Aún puedo notar su mirada decepcionada clavada

en mí. Estaba dolido y, aunque me moría de ganas de saltar

por encima de la mesa para darle un beso y confesarle que

todo lo que le estaba diciendo era mentira y que aún le

quería, tuve que fingir indiferencia mientras le soltaba

aquello.

Desde ayer me duele el corazón. Está hecho añicos. Y

no sé cuánto tiempo tardaré en conseguir que vuelva a

estar entero, ni siquiera estoy segura de que vaya a poder

reconstruirlo del todo.


Hundo la cuchara en el helado y me lo meto en la boca

intentando que el dulce esconda un poco el sabor amargo

que siento ahora mismo.

—Lo que no entiendo es porque has dejado también el

trabajo. Podías haberte cambiado de departamento como te

sugirió, tía. Necesitas el dinero.

—Lo sé, pero la simple idea de encontrármelo por el

pasillo o coincidir con él en el ascensor o en una reunión me

pone enferma. No creo que lo soportase.

Ginger se mete la cuchara llena de helado dentro de la

boca y suspira.

—¿Y qué vas a hacer ahora?

—Volveré a trabajar en el puesto de tacos y de camarera

en el bar. He llamado y me han dicho que puedo volver

cuando quiera.

—Pero esos trabajos son una mierda.

—Son una mierda, pero los necesito hasta que

encuentre otra cosa.

Ella firma con la cabeza y hace morritos.


—¿Sabes qué? He tenido una idea. Hay mucha gente

que viene al estudio a tatuarse frases y palabras en chino.

Podría averiguar cómo se escribe «Olivia Goldman es una


zorra» en mandarín y tatuarlo de forma sistemática, total,

todos se fían de que lo que les tatúo se corresponde a lo

que me piden, como si yo fuera una experta en el idioma o

algo. De esta forma, en poco más de un año, Nueva York

estaría plagado de gente poniendo a Olivia en el lugar que

le corresponde.

Pongo los ojos en blanco ante sus ideas de bombero,

pero se me escapa una sonrisa.

—Sería una opción interesante si no hubiera riesgo de

que acabaras entre rejas.

Se ríe entre dientes y se encoge de hombros mientras

lame su cuchara.

—Estaría monísima con uno de esos trajes rollo Orange

Is The New Black.

—Eso no lo dudo. Serías la presa más glamurosa del

lugar, pero, por suerte, no vamos a tener que verlo.


Hundo la cuchara en el helado y Ginger me mira de

reojo, compasiva.

—Siento que lo tuyo con Evan no haya podido ser.

—Oh, venga, si llevas taladrándome para que lo dejara

desde que empezó esta historia.

—Creí que te haría daño y que no te merecía, pero

estaba dispuesto a romper su compromiso por ti, así que

supongo que me equivoqué.

Dibujo una sonrisa triste en los labios al recordar aquella

tarde en Bali en la que nos dijimos nuestro primer te quiero


y donde pensamos que lo nuestro sería posible. Parece que

haya pasado una eternidad y lo cierto es que apenas han

pasado unos días.

—Yo siento que no hayas ido a trabajar hoy y que Emma


tenga que cubrirte.

—No pasa nada, cielo. Para mí tú siempre serás mi

prioridad.

Me da un beso en la coronilla y me apoyo en su pecho

mientras pienso en lo duro que va a ser vivir con el


interrogante de lo que hubiera pasado entre Evan y yo de

haber tenido la posibilidad de intentarlo.


35
Evan

Ha pasado un mes desde que Riley y yo lo dejamos y la vida


parece haberse detenido. Los días pasan, pero la sensación

de quietud es total. A mi alrededor la vida sigue: ha nevado


dos veces más en Nueva York, los preparativos de la boda

van viento en popa y a Lena le falta solo un mes para salir


de cuentas. La vida sigue, pero yo me siento estancado,

como si la mía se hubiera quedado congelada el día que


Riley decidió acabar con lo nuestro.

Mamá vuelve a estar en Nueva York y he quedado con


ella para tomar un café cerca del apartamento que tiene en

Manhattan. Es una visita exprés, para hablar con el editor.


Mañana vuelve a Bali.

—Menudo frío del demonio hace en esta ciudad.

Siempre que vuelvo encuentro una nueva excusa para

volver a marcharme —dice abrazándose a sí misma.

Lleva puesto un abrigo grueso, guantes, bufanda, gorro

y unas botas altísimas por encima del pantalón. Hoy no


nieva, pero el cielo está plomizo y parece que vaya a

empezar a llover en cualquier momento.

Entramos en un café de mobiliario ecléctico, lámparas

de techo colgantes y pared revestida en ladrillo pintado de

blanco. Es uno de esos lugares modernos donde sirven


cupcakes, galletas decoradas, té de mil sabores en tazas de

porcelana y cafés con todo tipo de combinaciones.

Enseguida pienso en Riley y en lo mucho que le gustaría

estar aquí.

Mamá elige la mesa, al lado de un gran ventanal que

tiene impreso el nombre del café y pedimos. Yo un café solo

y mamá un té y un cupcake red velvet.

—¿Cómo estás, cariño? —pregunta mamá tras dar un

sorbo al té. Me mira a través de sus ojos sabios y sé, sin que

tenga que especificarlo, que su pregunta tiene que ver con

Riley.

La llamé en su momento para explicárselo todo, al fin y


al cabo, ella fue cómplice de lo nuestro en Bali.

—Bien. Ya estoy recuperado. Fue un chasco en el

momento, pero ahora creo que fue lo mejor que pudo pasar
—digo moviendo la cucharita dentro del café.

—No hace falta que disimules conmigo, cariño. Sé que

estás dolido. Te conozco. Siempre fuiste un niño muy

sensible, y lo sigues siendo de adulto, aunque te esfuerces

por disimularlo.

—El mundo no está hecho para los sensibles, mamá, así


que intento esconder mi sensibilidad bajo capas de dureza.

—Mientras la dureza no te convierta en un cínico...

—Un poco de cinismo nunca viene mal.

—Depende. Si estás a punto de casarte con alguien al

que no amas por cinismo, es un error.

Resoplo. Es lo último que necesito. Otra de sus

regañinas condescendientes.

—No me caso por cinismo. Me caso porque es lo mejor

para todos. Y no tengo ningún motivo para no hacerlo.

—¿Es lo mejor para todos? ¿Seguro? —Fija sus ojos en


mí arqueando las cejas con suavidad.

—Mamá, no insistas con el tema, por favor. Es lo mejor

para mí, ya sabes que…


—No me refiero a ti, cielo. Me refiero a Olivia. En cierto

modo, tu forma de pensar es un poco egoísta.

Dibujo una sonrisa escéptica en los labios.

—Estás de coña, ¿no?

—Para nada. Cuando hablas de esa boda siempre dices


que es lo correcto, lo mejor para el negocio, pero ¿te has

parado a pensar en Olivia?

—Si me caso con ella es porque está obsesionada

conmigo —le recuerdo, frunciendo el ceño porque no acabo

de ver por dónde van los tiros de esta conversación ni que

está intentando conseguir con ese cambio de estrategia

argumental.

—Sí, ella quiere casarse contigo porque siente algo por

ti. Llámalo amor, llámalo obsesión o capricho. Pero te desea

a su lado. Tú te casas con ella por interés. No sientes

absolutamente nada por su persona. Ella debe pensar que

una vez te cases con ella serás suyo y aprenderás a

quererla, pero ambos sabemos que eso no va a pasar. Y a la

larga eso no solo te hará infeliz a ti, también la hará infeliz a

ella.
Parpadeo confuso ante esa perspectiva que yo nunca

había valorado. Quizás porque Olivia es tan egoísta y mala

persona que es difícil pensar que tiene sentimientos, como

cualquiera.

—Puede ser que tengas razón, pero eso es algo que ya

solucionaremos cuando pase. Ahora mismo solo tengo una

opción sino quiero poner en peligro las inversiones del señor

Goldman.

—Yo solo digo que, incluso ella, se merece encontrar a

alguien que la quiera.

Me quedo en silencio, mirando la taza del café que ya

está vacía, pero no tengo mucho tiempo para reflexionar

sobre sus palabras, porque el móvil vibra dentro del bolsillo

del pantalón.

Miro la pantalla, es Adam.

Nada más descolgar el teléfono me llega su voz nerviosa

al otro lado del hilo telefónico:

—Evan, estamos de camino al hospital. Lena acaba de

romper aguas.
La garganta se me cierra de golpe.

—¿No es demasiado pronto? —pregunto levantándome

de la silla de un salto mientras aviso a un camarero con la

mano libre. Mamá me interroga con la mirada, preocupada


—. Es Adam, Lena se ha puesto de parto —le explico

tapando el micrófono del móvil con la mano.

—No sé, tío, no nos lo esperábamos. Estábamos

paseando tranquilamente cuando nos hemos parado a

comprar un perrito caliente en un puesto callejero porque a

Lena se le había antojado, y al dar el primer mordisco ha

creído que se había meado encima. Pero al ver que no podía

controlarlo y que la cantidad de agua era mucha, enseguida

nos hemos dado cuenta de que había roto aguas.

—Voy para allá. —Echo un billete sobre la mesa, beso a

mamá en la cabeza que me susurra un «dale un beso de mi

parte» y salgo del establecimiento.

—No hace falta, aún no tiene contracciones, no sé

cuánto puede durar esto.

—Dure lo que dure, quiero estar a vuestro lado.

Un suspiro de alivio me llega del otro lado.


—¿Puedes llamar a Jake y explicárselo? Acabamos de

llegar al hospital y me gustaría no tener que estar

pendiente del móvil.

—Yo me encargo de todo. Tú cuida de Lena y del

renacuajo o renacuaja que está por nacer.

—Gracias, tío. —Cuelga la llamada.

Detengo a un taxi, me subo, le doy la dirección del

hospital y llamo a Jake que está en una sesión de fotos y


que me promete que, tanto él y como Harper, volarán hacia

aquí en el primer vuelo que encuentren.

En unes horas, nuestra pequeña familia estará

compuesta por una personita más. Y sí, lo confieso, esa idea


me hace dibujar una sonrisa tonta en los labios.
36
Evan

Aulani Walter ha nacido tras más de quince horas de parto,


a las 10:00 de la mañana un jueves gélido y lluvioso. Ha

sido niño, ha pesado dos kilos y medio y ha medido 48


centímetros. Tiene los ojos de su padre, de un azul muy

intenso, la nariz de su madre, y cuatro pelos mal repartidos


en la cabeza de un rubio casi blanco. Es diminuto, se nota

que ha abandonado la barriguita de su mamá antes de


tiempo, y el traje que le han puesto le va tan grande que le

han tenido que hacer varias vueltas en las mangas.

En la sala de espera he estado con la madre de Adam,

esperando hasta que este ha salido con el traje verde del


quirófano bañado en lágrimas y nos ha dado la noticia de

que el pequeño ya había nacido y que todo había ido bien.

Han tardado unas horas en subirle a la habitación. Han

querido hacer unas pruebas al pequeño para comprobar que


todo estuviera correcto al haber nacido antes de tiempo,

pero según parece no tiene ninguna secuela.


Y ahí es donde nos encontramos, en la habitación

privada de Lena y Adam, disfrutando de la visión del bebé

diminuto que duerme en los brazos de su madre.

—¿Cómo estás? —pregunto a Lena que mira a su hijo

con los ojos brillantes.

—Cansada, pero feliz. Es tan… pequeño. Los médicos no

nos han sabido decir porqué se ha adelantado el parto.

—Aulani tenía ganas de salir y conocer mundo —dice

Adam mirando con una sonrisa a su esposa.

—¿Cómo has conseguido que aceptara ese nombre? —

pregunto divertido al oírselo decir a Adam.

—Digamos que le di una buena razón para que lo


hiciera. —Sube y baja las cejas de forma sugerente y yo no

puedo evitar reírme.

—Jake y Harper están de camino. Yo pasaré por casa a

dormir un poco, darme una ducha y volveré en un rato para


ver cómo estáis y si necesitáis algo —digo, porque he

pasado la noche en la sala de esperas dando cabezadas y

estoy molido.
—Vale, tío. Gracias.

###

Apenas consigo dormir dos horas. Me siento agitado, y

es que el día de hoy es demasiado intenso como para


relajarme y dormir. Así que me doy una ducha rápida y paso

por un centro comercial para comprar ropa de bebé

prematuro para Aulani. Salgo de la tienda una hora más

tarde con cinco bolsas llenas de prendas hasta los topes.

Cuando llego al hospital, Jake y Harper ya han llegado.


Harper está sentada en la camilla junto a Lena, tocando las

manitas de Aulani mientras lo mira con fascinación mientras

Jake y Adam charlan a un lado.

Dejo las bolsas sobre un mueble, y Jake y yo nos

llevamos a Adam a la cafetería para que coma algo ya que


lleva desde ayer por la tarde sin probar bocado.

—Tíos, estoy como flotando en una jodida nube —dice

Adam con la boca llena de sándwich de pollo.


Yo me he pedido un café y Jake un refresco de cola.

—Ahora que eres padre vas a tener que comportarte

como el tío adulto y responsable que se supone que eres —

dice Jake con una sonrisa burlona impresa en los labios.

—No me lo recuerdes porque nos dan el alta mañana

por la mañana y estoy cagado de miedo. Esta noche apenas

he podido dormir mirando a Aulani por temor a que dejara

de respirar. Ha habido un momento en el que he llamado a

una enfermera porque estaba convencido de que su pecho

no se movía. Cuando se lo he dicho, esta me ha mirado

como si estuviera pirado, ha puesto los ojos en blanco y ha

susurrado: «Ay, los padres primerizos…».

—Todo simpatía.

—El caso es que para cualquier duda solo tenemos que

apretar un botón y una enfermera viene a ayudarnos. Pero a

partir de mañana estaremos solos.

—Eso es fácil, contrata a alguien para que vaya a

vuestra casa y os ayude —sugiere Jake.

—Lena no quiere, dice que piensa criar a nuestros hijos

como cualquier otra mujer normal, sin lujos ni excesos.


—Ya sabes que Lena es una mujer de principios.

Adam y Jake afirman con la cabeza dándome razón.

—Hablando de mujeres con principios, le ofrecí a Riley

un puesto de secretaria tal y como me pediste, pero no lo

aceptó. Desde Recursos Humanos me dijeron que rechazó la

oferta alegando que no quería conseguir un trabajo por

enchufe.

—Maldita testaruda —gruño yo entre dientes. Porque sí,

le pedí a Adam que colocara a Riley en su empresa porque

sé lo mucho que necesita el dinero. Además, trabaja bien,

fue una recomendación profesional.

—¿No has vuelto a hablar con ella? —me pregunta Jake.

Niego con la cabeza y ninguno de los dos vuelve a

sacarla a colación porque ambos saben que sigue


doliéndome. Volvemos a hablar de Aulani, de lo flipante que

es que un ser vivo salga de las entrañas de una mujer y de

todas las cosas que le esperan. Tiene una larga lista de

primeras veces que completar.

Poco después volvemos a la habitación. Lena acaba de

dar el pecho al pequeño, está despierto y nos mira con los


ojos muy abiertos, aunque no es capaz de fijar la mirada

aún. Debe ser fascinante ver por primera vez, aunque sé

que aún no es capaz de distinguir lo que hay a su alrededor.

Harper se acerca a Jake y le susurra al oído algo que


puedo oír desde aquí:

—¿Podemos hacer uno igual? Es tan mono…

—Creo que aún es pronto para eso, pequeño Hobbit,

pero si quieres podemos entrenar las veces que sean

necesarias hasta que llegue el momento.

Jake la abraza por detrás y deja un beso en su hombro.

Suspiro ante esa imagen y ahora miro a Adam, que abraza a

su mujer mientras esta sostiene a Aulani. No puedo evitar

sentir cierta envidia hacia mis amigos. Ambos han

encontrado a una persona que les completa, alguien por el

que sienten un amor tan desbordante que han sido capaces

de luchar por él hasta las últimas consecuencias.

El eco de las palabras de mi madre al respecto de Olivia

regresa a mí. ¿Y si tiene razón? ¿Y si Olivia también se

merece encontrar a alguien que la quiera como Jake quiere

a Harper o Adam a Lena? Yo sé que nunca podría


convertirme en esa persona. Para mí, casarme con Olivia es

solo un trámite necesario para tener contento al mayor

inversor de nuestras publicaciones. Una mera transacción

financiera. No siento nada por ella, nunca lo he sentido y

nunca lo sentiré.

¿Y si existe en algún lugar alguien perfecto para ella? ¿Y

si casándose conmigo le hago renunciar a encontrar a esa


persona?

Después de todo, ella no es la única egoísta.

Yo también lo soy.

Y ha llegado el momento de que eso cambie.


37
Evan

Dejo pasar unos días antes de tomar la determinación que


empezó a fraguarse gracias a la charla con mi madre. Me

gusta tomar las decisiones tras haberlas meditado un


tiempo, sobre todo cuando estas pueden cambiar el

transcurso de toda mi vida. Con Riley fue fácil dejarme


llevar por el impulso, porque a cambio ganaba algo

importante. La ganaba a ella. En cambio, romper mi


compromiso con Olivia ahora será duro y no tendrá ninguna

recompensa. Enfadaré a Olivia, al señor Goldman y a mi


padre. Y no tendré los brazos cálidos de Riley ni sus besos

tiernos como consuelo.

Quedo con Olivia en la que iba a ser nuestra casa y la

espero sentado en el sofá del salón. Ya está completamente

decorada con muebles modernos y de tonos neutros. Todo

es aséptico, demasiado minimalista para mi gusto. Íbamos a


vivir en un dúplex de alto standing en uno de los edificios

más emblemáticos del Upper East Side.


Olivia aparece media hora más tarde de lo acordado. Lo

hace entre suspiros y una bolsa enorme entre las manos.

—Perdona, amor, me he entretenido comprando en la

tienda que Gucci tiene en Fifth Avenue. Me ha atendido una

chica que se movía al ritmo de las tortugas. Ya me he


encargado de hacerle saber a su jefe que era una

incompetente y que debería despedirla. Tendrías que

haberle visto la cara mientras hablaba con él, se ha puesto

a llorar alegando que si iba tan lenta es porque estaba


embarazada, ¡que poco profesional!

Cojo aire intentando retener en mi boca las palabras que

pugnan por salir para hacerle saber que la única

incompetente aquí es ella. Incompetente en inteligencia

emocional. Pero me muerdo la lengua porque mi cometido

ahora es otro.

—¿Puedes sentarte? —le digo sin más.

—Por supuesto. —Deja la bolsa al suelo y se sienta a mi


lado sin dejar de parlotear sobre lo mucho que odia caminar

por Nueva York los días de nieve, y es que ayer por la noche

volvió a nevar.
—Oye, Olivia, necesito que hablemos de algo, ¿puedes

prestarme atención durante unos minutos?

—Uy, que serio te has puesto de repente. —Frunce el

ceño—. ¿Ha pasado algo?

—No y sí. Es… complicado.

—Cuánta ambigüedad…

—A ver, sé que lo que te voy a decir te va a hacer daño,

que es inoportuno y que va a suponer aguantar habladurías

durante meses, pero creo que es necesario.

—Evan, me estás asustando.

—Olivia, quiero que anulemos la boda.

—¿Qué? —Sus ojos se abren desmesuradamente.

—Ya sé que parece precipitado, pero es lo mejor para los

dos. Yo no te quiero, Olivia. Y eso no va a cambiar nunca.

—No sabes lo que estás diciendo. —Poco a poco la

expresión de su rostro muda al enfado absoluto. Es algo

para lo que estaba preparado ya que conozco a Olivia lo

suficiente como para anticiparme a sus reacciones—.

Nosotros estamos destinados a estar juntos, Evan. Desde


siempre. Con el tiempo tus sentimientos hacia mí

cambiarán. Me querrás y seremos felices.

—Eso no pasará, Olivia, es lo que estoy intentando

decirte. Iba a casarme contigo sabiendo que lo nuestro

estaba condenado al fracaso. Que nunca podría hacerte


feliz, ni tú a mí. Por eso creo que lo mejor para ambos es

cancelar el compromiso y ahorrarnos años de desdicha.

—No puedes hacerme esto, Evan. No voy a permitirlo. —

Olivia se levanta del sofá y da una patada a la bolsa que

traía consigo llena de rabia—. No puedes dejarme, si lo

haces os arruinaréis porque papá dejará de invertir dinero

en vuestro negocio.

—Sería un golpe duro, no voy a negarlo, pero saldríamos

adelante. Buscaría nuevos inversores.

—Eres mío, Evan. ¡¡Me perteneces!! —grita fuera de sí.

—No pertenezco a nadie, Olivia. En todo caso, me

pertenezco a mí mismo. Soy libre.

Sus ojos se clavan en los míos con el odio brillando en

sus pupilas.
—Ella está implicada en esto, ¿verdad?

—¿Ella? —pregunto sin comprender.

—Sí, ella. Tu secretaria.

—¿Te refieres a Riley? —La incomprensión asciende por

mi garganta.

—Sí, me refiero a Riley, la chica a la que te llevaste

contigo a Bali.

—¿Cómo sabes tú eso? —pregunto empezando a

cabrearme yo—. Déjalo, da igual, no importa. Lo que hiciera

o dejara de hacer no es de tu incumbencia. Teníamos un

trato, ¿recuerdas?

—Teníamos un trato, sí, pero lo rompiste en el momento

en el que te involucraste emocionalmente con ella.

—Sea como sea, no la metas a en esto. —Me pongo de


pie enfrentándome a ella.

—Ella ya está metida en esto —dice con los ojos

centelleantes.

—¿Qué quieres decir? —pregunto desconcertado.


—Oh, venga, no me trates de estúpida. Te lo ha dicho,

¿verdad?

—¿El qué?

—Te ha explicado que sé que su madre es una sin

papeles que vive de forma ilegal en el país y que la

coaccioné con ello para que te dejara.

Sus palabras me dejan en shock. Abro la boca incapaz

de decir nada. De repente, todo empieza a tener sentido.

Todo encaja. Que me dejara de un día para el otro. Sus ojos

perdidos en el infinito. La sensación de que me estaba

escondiendo algo…

Noto como un remolino de sentimientos se forma en mi

interior mientras intento digerir este descubrimiento.

—¿Qué hiciste qué? —es lo único que soy capaz de

articular.

—¿No lo sabías? —Ahora es pánico lo que leo en sus

ojos.

—¿Amenazaste a Riley con denunciar a su madre a

Inmigración para que me dejara? ¿Cómo pudiste ser tan


ruin?

Sus ojos se llenan de lágrimas y cae de rodillas frente a

mí, cogiéndome de los pantalones.

—Te estaba perdiendo, Evan. Cuando me enviaste aquel

mensaje diciendo que no mandara las invitaciones de boda

sabía que querías dejarme… Y no podía permitirlo. Entré en

pánico.

Pienso en Ashia, en lo mucho que trabaja para sacar


adelante a su familia. En lo mal que lo pasó cuando perdió a

su marido. En lo buena que ha sido siempre conmigo. No


puedo creerme que haya estado a punto de joderle la vida

solo para recuperarme. Sabía que Olivia podía ser mala


persona, pero nunca la creí tan cruel.

—Ahora sí que me has perdido, y para siempre.

Le miro una última vez y salgo del piso con el sonido de


su llanto persiguiéndome hasta que cierro la puerta con un

portazo tras de mí.


38
Riley

Estoy durmiendo plácidamente cuando una mano me sujeta


del tobillo del pie que he sacado por debajo del edredón y

empieza a zarandearlo.

—¡¡Riley!!¡¡Mira esto!! —Es la voz de Lily.

Gruño medio adormilada que me deje en paz, mientras


escondo la cabeza sobre la almohada.

—Riley, es importante —insiste mi hermana.

—Tengo sueño, ayer llegué casi a las cinco.

—Seguro que lo que tengo que enseñarte te quita el


sueño.

Con ese último comentario consigue llamar mi atención.


Saco la almohada de sobre mi cabeza y miro hacia abajo de

la litera, donde Lily me ofrece su móvil con una expresión

enigmática en el rostro.

Lo cojo y leo el titular de la noticia que hay en la


pantalla: «Se cancela la boda de Evan Dankworth y Olivia
Goldman por diferencias irreconciliables». Suelto un taco y

sigo leyendo la noticia con el corazón desbocado y el pulso

acelerado. Básicamente explican que han decidido romper

el compromiso por mutuo acuerdo y que los implicados se

habían negado a hacer declaraciones.

—Evan no se casa —dice Lily en voz alta.

Bajo de la litera y me siento en la cama de abajo

sintiendo un torbellino de emociones en mi interior. No sé

qué ha podido pasar y la incerteza se convierte en un


agujero negro que me come por dentro. Porque Olivia sigue

sabiendo lo de mamá y no sé en qué lugar queda todo el

asunto después de esto. ¿Será capaz de denunciarla por

despecho?

—¿Por qué no estás contenta? —me pregunta de nuevo

con el ceño fruncido—. No se casa, pensaba que la noticia te

alegraría.

—¿Y por qué iba a alegrarme? —pregunto haciéndome


la tonta mientras le devuelvo el móvil, porque se supone

que ella es ajena a nuestra historia.


—Hermanita, no soy tonta. Sé que entre Evan y tú había

algo. Nadie lleva a patinar sobre hielo a una inválida

cualquiera solo por altruismo. —Alza las cejas y me mira con

intensidad.

—Tú no eres una inválida cualquiera. Eres especial.

—Seré especial, pero no ingenua. Las semanas


posteriores al día de Navidad has estado súper feliz, como

en una nube, todo el día con la sonrisa grabada en la cara.

Además, ¿quién se va a Bali por un viaje de negocios? Lo

que no sé es que pasó entre vosotros luego para que

dejaras el trabajo y te convirtieras en la definición gráfica de

la lamentación.

Siempre olvido que puedo llegar a ser demasiado

transparente. Es algo que me esfuerzo por cambiar, pero

supongo que está inscrito en mi ADN. No puedo esconder

mis emociones.

—¿Te importa si no hablamos de esto?

—De acuerdo. Tú misma. Solo quería darte la noticia

antes de marcharme al instituto.


Me coge el móvil con un gesto brusco y sale de la

habitación con la mochila en el regazo. Yo me froto las

sienes, busco mi móvil y decido navegar por varias revistas


digitales buscando más información sobre Evan y Olivia,

pero la verdad es que no encuentro nada.

Es temprano, pero la verdad es que ya no tengo sueño.

La noticia me ha desvelado del todo. Aprovecho la mañana

para limpiar la casa y probar una nueva receta de tarta de

zanahoria. Estoy preparando el buttercream cuando llaman

al teléfono fijo de casa. Respondo colocándome el aparato

entre el hombro y el oído, sin dejar de batir.

—¿Señorita Foster? Le llamo de la escuela Sant

Andrews. Hemos recibido su inscripción para el curso que

viene, pero necesitaríamos que se personase una mañana

para poder tomarle las medidas para el uniforme.

—¿Perdón? —Abro mucho los ojos intentando digerir

todo lo que dice.

—En Sant Andrews todos nuestros alumnos deben llevar

un uniforme de cocina diseñado especialmente para


nosotros. Si no puede venir puede enviarnos las medidas

usted misma por correo electrónico.

—Oiga, creo que se equivoca. Yo no me he inscrito a

ningún curso.

—Pues tengo entre las manos el formulario con sus

datos y el recibo con el pago.

—Debe ser un error —digo cada vez más desconcertada.

—¿Usted es Riley Foster?

—Sí.

—Entonces no hay ningún error.

Me quedo en blanco, sin saber qué decir. Porque es

obvio que yo no he rellenado ningún formulario. Mucho

menos sería capaz de pagar el importe de un curso entero

en una escuela de cocina tan cara.

—Perdone, ¿podría decirme el nombre que figura en el

recibo?

—No consta ningún nombre, señorita. Mire, hagamos

una cosa. Yo le dejo mi contacto y cuando se aclare me

llama y hablamos sobre el tema del uniforme.


Anoto el número que me canta y cuelgo. Creo que no es

muy difícil adivinar quién es el responsable de todo esto. El

único capaz de pagar algo así sin arruinarse: Evan. El mismo

que intentó convencer a su amigo Adam Walter para que

me ofreciera un trabajo como secretaria en su empresa, con

lo que yo odio la caridad y el enchufismo.

Cojo el móvil y le escribo un mensaje, desconcertada,

enfadada… y también un poco emocionada, no lo voy a

negar. Porque tengo un cosquilleo en el vientre que

asciende hasta mi pecho con cada respiración.

Riley: ¿Me has pagado un curso en la escuela de Sant

Andrews? ¿Estás loco? Por favor, llama y anúlalo, no

puedo aceptarlo.

Para mi sorpresa, el mensaje es leído, pero no

respondido.

Y así me paso el día: mirando el móvil cada dos

segundos por si a Evan le da por dar señales de vida. Pero

no lo hace, no responde, y cada minuto que paso sin


respuesta siento los nervios agujereándome por dentro más

fuerte.
Tengo que irme a trabajar al puesto de tacos y después

al bar, así que decido apagar el móvil y concentrarme en el

trabajo porque de lo contrario sé que me pasaré la tarde y

la noche mirando el aparato como una posesa.

La tarde en el puesto de tacos pasa demasiado lenta

para mi gusto. Además, no estoy concentrada, por lo que

acabo tirando una bandeja y rompiendo un vaso


ganándome una bronca del encargado.

Por la noche, muerta de cansancio porque dormir cuatro


horas es lo que tiene, me dirijo al bar donde trabajo de

camarera. Me cambio en el vestidor y me pongo unos


vaqueros ceñidos, una camiseta con escote y unos botines

con tacón alto. Si fuera por mí atendería a los clientes en


chándal y zapatillas de deporte, pero las directrices del jefe

son claras, además, así me dan más propinas, porque la


mayoría de nuestros asiduos son hombres. Sí, lo sé, es

asqueroso que te den más dinero por enseñar carne, pero


yo no he hecho las reglas machistas de esta sociedad, solo
intento sobrevivir con ellas.
La noche es frenética. Apenas encuentro cinco minutos
para descansar y comer algo. Los pies me matan sobre los

tacones y la clientela hoy está especialmente pesada. Será


que es viernes y los viernes transforman a cualquiera.

Sobre las once de la noche, cuando estoy a punto de

aprovechar un momento de calma para cogerme mis 15


minutos de descanso, se acerca Joey, mi compañera, con

una sonrisa pizpireta en los labios.

—Tienes que atender la mesa trece. —Señala una mesa


del fondo que desde aquí no se ve bien.

—¿Y eso por qué? Esa mesa es tuya.

—Lo sé, pero el tío me ha dado cien pavos para que le


atiendas tú. Debes ser su tipo.

—¿Me has vendido por cien dólares?

—Cariño, por cien dólares vendo hasta a mi madre.

Pongo los ojos en blanco, pero no rechisto. No es el


primer hombre que pide que le atienda yo porque le gustan

las chicas de color. Y aunque sea repulsivo que alguien


quiera que le sirva solo por el color de mi piel, es lo que hay.
Además, espero que me dé una buena propina.

Me acerco hacia la mesa poniendo mi mejor cara de

pocos amigos y pregunto, fijando la mirada en el bloc de


notas y no en la persona que tengo delante:

—¿Qué te pongo?

—Una vida a tu lado. —Su voz. Esa voz. La voz capaz de


acelerar mi pulso y hacer temblar todos mis cimientos.

Levanto la cabeza y me enfrento a su rostro, ese rostro


de facciones perfectamente esculpidas que me vuelve loca.

Lleva un traje gris oscuro, una corbata azul y el pelo algo


despeinado. Sus ojos ambarinos brillan al chocar con los

míos. Noto un cosquilleo ascender por mi vientre.

—¿Qué haces aquí?

—He ido a tu casa y tu madre me ha dicho dónde podía

encontrarte. —Una sonrisa tímida se dibuja en sus labios y


mi estómago se contrae—. He venido a por ti, chica de pelo
indomable.
Mis ojos se aguan y durante una fracción de segundo la

esperanza ensombrece al miedo. Pero enseguida recuerdo a


Olivia y su amenaza y, tras comprobar que nadie nos

observa mirando a lado y lado, intento disfrazar la emoción


que me provoca verle después de semanas echándolo de

menos con indiferencia fingida.

—Evan, no tengo tiempo para esto, siento que hayas


venido para nada, pero…

—Lo sé todo —dice con seguridad, con la sonrisilla aun

asomando en sus labios.

Yo trago saliva, sin comprender el alcance de ese


«todo».

—¿Qué quieres decir?

—¿Podemos hablar en un lugar más íntimo? —pregunta


con un alzamiento de cejas.

Yo me muerdo el labio, afirmo con la cabeza y le digo


que me siga hasta el almacén donde guardamos las bebidas

para reponer. El jefe no está, por lo que puedo ausentarme


cinco minutos sin miedo de tener que sufrir después su ira.

Cuando cierro la puerta tras de mí, entiendo de inmediato el


error que ha sido hacer esto, porque Evan llena todo el

espacio con su presencia y me duele tenerle tan cerca sin


poder tocarle.

Me apoyo contra la puerta del almacén, intentando

mantener una distancia prudencial entre su cuerpo y el mío.

—Puedes acercarte, no voy a morderte.

—Prefiero quedarme aquí, gracias. ¿De qué querías que

habláramos?

Él suspira, resignado, y mete las manos dentro de los

bolsillos.

—Sé lo de Olivia, lo que te dijo para alejarte de mí. Se le


escapó en la discusión que tuvimos cuando quise romper el

compromiso.

—¿Quisiste romper el compromiso? —pregunto

desconcertada, porque había supuesto que después de todo


se casaría con ella sin poner su boda en tela de juicio.

—Sí, es una historia larga de contar que ahora mismo no

viene a cuento. El caso es que comprendí que no podía


casarme con ella y cuando se lo dije creyó que tú estabas
involucrada… Por lo que se le escapó lo de tu madre.

Noto la angustia punzándome el corazón y me toco el

pelo, nerviosa.

—¿Y qué ha pasado? ¿Va a denunciarla? Dime que no,


por favor, mi madre no conoce a nadie en Jamaica.

—Ey, tranquila… —Se acerca a mí lentamente hasta


posar una mano en mi mejilla—. No va a denunciarla porque

no hay nada que denunciar.

Le miro entrecerrando los ojos.

—¿Qué quieres decir?

Sonríe, retira la mano de mi cara, saca un papel doblado

del bolsillo de su pantalón y me lo tiende. Lo desdoblo con


cuidado, como si fuera un tesoro. Se trata de un permiso de

nacionalidad provisional para mamá, con sus datos


personales y una duración de seis meses.

—¿Qué es esto? —le pregunto, aunque su contenido es

evidente.
—Conozco a gente en las altas esferas. Es una de las
ventajas de ser el propietario de uno de los periódicos más

influyentes del país: siempre hay alguien dispuesto a


hacerte un favor.

—¿Esto significa que mamá ya es ciudadana de los

Estados Unidos? —pregunto ilusionada.

—Bueno, esto significa que durante seis meses no

tendrá que preocuparse de nada, pero para ser ciudadana


estadounidense de forma oficial tendrá que pasar un

pequeño examen en el que le harán preguntas sobre


historia y política.

La presión me puede. Escuchar decir a Evan que mamá

no tendrá que preocuparse de nada, que no van a


deportarla, consigue sacar fuera todas las emociones
reprimidas. Así que las lágrimas resbalan por mis mejillas

sin control. Hacía tiempo que no lloraba así, de esta


manera, sin poder hacer nada para reprimir el llanto.

—Eh, eh, nena, tranquila. —Se acerca más a mí y me

limpia las lágrimas con los pulgares. Está tan cerca que
puedo notar el calor que desprende su cuerpo a través de la
ropa.

—No sabes lo mal que lo he pasado todo este tiempo.


Cada vez que llamaban a la puerta temía que fuera la
policía queriendo llevarse a mi madre. Además, tuve que

renunciar a ti, mentirte, decirte que no te quería cuando no


he dejado nunca de quererte. Y tú me creíste tan fácil… Han
sido las semanas más horribles de toda mi vida…

Sus brazos me rodean y Evan me aprieta a él con


fuerza. Apoyo mi barbilla en la curva de su cuello y aspiro su
olor, ese olor a perfume masculino caro que tanto me gusta.

—Siento que hayas pasado por todo esto, y siento sobre


todo no haber estado a tu lado. Siempre supe que había
algo más que no me estabas contando, pero nunca imaginé
que Olivia estaba implicada en ello. Pero ya soy libre, Riley.

Ya soy libre para vivir lo nuestro.

Se separa un poco de mí para mirarme a los ojos que

siguen empañados en lágrimas. Sus pulgares siguen


acariciando mis mejillas, haciendo espirales sobre la piel
desnuda y las mariposas se expanden por mi estómago
hasta otras partes de mi cuerpo.

—Y ahora… ¿qué? —pregunto con un hilillo de voz.

—¿Ahora? —Una sonrisa pícara se dibuja en sus labios—.


Ahora mismo me apetece arrancarte la ropa y empezar a
recuperar el tiempo perdido por todas las noches de estas
semanas que no he podido hacerte el amor.

Sus palabras conectan enseguida con mi entrepierna


cargándola de deseo sexual, pero me reprimo.

—Me refería de ahora en adelante. A nosotros.

—Bueno… —Hunde su nariz en mi pelo y me susurra lo

siguiente al oído—: Amarnos hasta que la vida se agote


entre los dedos me parece una buena forma de encarar el
futuro.

Sonrío contra su pecho y sus manos dibujan las curvas


de mi cuerpo con delicadeza. Me separo un poco para
mirarle a los ojos, unos ojos cargados de ganas, de deseo.
Como los míos. Nuestras bocas se acercan poco a poco

hasta que nuestros labios encajan en un beso perfecto,


suave pero firme, dulce pero cargado de intención.
Mientras nuestros labios se retan en besos

encadenados, nuestras manos juegan a descubrirse de


nuevo. Demasiados días sin tocarle, sin rozar su piel, sin
arrancarle un suspiro. Cuando su lengua se abre camino
dentro de mi boca, sé que no voy a ser capaz de detener a
nuestros cuerpos en la búsqueda del placer. Solo espero que

mi jefe no vuelva ni que ninguna de mis compañeras decida


entrar por nada ahora mismo.

—¿Me has inscrito en Sant Andrews? —digo entre jadeos

cuando una de sus manos se cuela bajo mis braguitas.

—¿Podemos hablar de eso en otro momento? —pregunta

él arrancándome un gemido cuando acaricia mi clítoris.

—Podemos.

Tenemos poco tiempo, así que hacemos volar la ropa y


encajamos nuestros cuerpos desnudos contra la puerta del
almacén. Yo enrosco mis piernas en su cintura y él me

penetra en una embestida dura que me arranca un nuevo


gemido.

Echaba tanto de menos esto, tenerlo dentro, que soy

incapaz de pensar en nada más que no sea en el sonido de


nuestros cuerpos chocando en cada embestida o en el

placer que recorre cada parte de mi organismo cuando me


penetra.

No tardamos en precipitarnos hacia el orgasmo, un

orgasmo que se adueña de cada partícula de mi ser y me


hace volar cogida de su mano.

Desde luego tiene razón: Amarnos hasta que la vida se


nos agote entre los dedos es una buena forma de encarar el
futuro.
Epílogo
Riley

Unos meses después, en Acción de Gracias…

Me miro una última vez en el espejo y salgo del cuarto de


baño. En el salón me espera Evan, ya vestido para la

ocasión con unos vaqueros ceñidos oscuros y una camisa


gris que le queda tan bien que parece cosida sobres su

torso. Al verme, una sonrisa traviesa se dibuja en sus labios.

—Bufff… Estás para comerte —dice. Y se acerca a mí

para plantarme un beso en los labios.

Llevo un vestido de vuelo de color azul oscuro y unos

botines negros con un poco de tacón. El pelo lo he dejado


suelto sobre los hombros. No es nada del otro mundo, pero

a él le gusta decirme que estoy preciosa me ponga lo que

me ponga. Con una bolsa de basura como vestido me diría

lo mismo.

Una mano se cuela por debajo de la falda de mi vestido

y yo lo aparto con una risita entre dientes.


—No tenemos tiempo para juegos, llegaremos tarde a

casa de mi madre.

—No sé si voy a aguantar toda la cena sin meterte

mano…

—Pues tendrás que hacerlo porque estará tu madre


también.

—Mi madre no se escandaliza fácilmente.

—Pero la mía sí.

Se muerde el labio y me da una palmadita en el trasero.


Yo me río y cogemos los abrigos, la tarta de calabaza que he

preparado para la ocasión y salimos de su apartamento.

Aunque podría referirme a él también como mi


apartamento, porque paso más tiempo aquí que en mi casa.

Un taxi nos espera delante del portal y tardamos algo

menos de veinte minutos en llegar a casa de mi madre, que

ya no vive en Queens. Evan se empeñó en comprarle un


piso en Manhattan, uno accesible para Lily con cuatro

habitaciones, dos cuartos de baño y una cocina-comedor

enorme. No sirvió de nada decirle que no queríamos


caridad, porque según él la familia está para ayudarse y

nosotros éramos familia.

Han sido unos meses… duros. Muy duros. Sobre todo,

para él que ha tenido que lidiar con un padre cabreado por

romper su compromiso con Olivia, con una bajada en los

ingresos del Grupo Editorial y con un personaje influyente

como el señor Goldman en su contra. Pese a todo, poco a

poco, con paciencia y esmero, casi todo ha vuelto a su

cauce. Su padre le ha perdonado a pesar de no estar

contento con nuestra relación y ha conseguido estabilizar

los ingresos de la empresa apostando por nuevos


patrocinadores. Lo del señor Goldman es un poco más

complicado, pero bueno, tiempo al tiempo. Los rumores

dicen que Oliva ha empezado a verse con un Lord que vive

en Nueva York.

Una vez en el piso de mamá, Lily sale a nuestro


encuentro. Está preciosa con el pelo recogido y un vestido

verde botella lleno de brillantina. Nos mira, coge la tarta

que llevo entre las manos colocándola en su regazo y nos

acompaña a la cocina. Un montón de platos esperan a ser


servidos sobre la isla de cocina. El delicioso aroma del pavo

nos llega desde el horno cerrado.

—¿Crees que he hecho comida suficiente para tu

madre? —pregunta mamá a Evan nada más entrar por la

puerta.

—Creo que has hecho comida suficiente para todo un

regimiento —respondo yo por él.

—Es una escritora famosa, estará acostumbrada a

grandes banquetes —dice mamá algo azorada.

—No te preocupes, Ashia, mi madre es una persona

súper normal y, además, está deseando conocerte a ti, no a

tu comida. Aunque sirvieras patatas de bolsa y

hamburguesas, ella sería feliz.

Las palabras de Evan parecen reconfortarla un poco.

Ayudamos a mamá con la comida mientras charlamos

tranquilamente. Hablamos un poco de todo: del nuevo

trabajo de mamá como vendedora en unos grandes

almacenes, de lo mucho que me gustan a mí las clases de

cocina en Sant Andrews, de que Emma por fin ha confesado

a sus padres que es lesbiana y que ha llevado a Ginger a su


casa por Acción de Gracias y de la buena nueva que nos

anunciaron Adam y Lena ayer.

—¿Lena vuelve a estar embarazada? ¿Pero cuánto

tiempo tiene su bebé? Era muy pequeño aún —dice mamá,

que adora que le contemos los cotilleos de nuestro grupito

de amigos. Los conoce a todos y tiene una debilidad

especial por Jake y su lengua de encantador de serpientes.

—Tiene nueve meses y créeme cuando te digo que no

ha sido intencionado —dice Evan riéndose.

—Cómo estaba dando el pecho y hacía meses que no le

bajaba el periodo pensaba que no pasaría nada por tener un

desliz y… ¡Pam! Bombo al canto.

—Además de mellizos.

—¿Mellizos? —Mamá nos mira con los ojos como platos


—. Si de uno en uno esto de la maternidad es una

pesadilla… no me imagino con dos a la vez.

Llaman al timbre. Lily, que estaba mirando el televisor,

va a abrir y aparece poco después con Samantha que lleva

una botella de vino tinto entre las manos.


Hacemos las presentaciones y el buen rollo se palpa en

el ambiente. Mamá y Samantha conectan enseguida, y

acaban mandándonos fuera de la cocina para acabar de

hacer ellas la cena mientras cotillean.

Va a ser un Acción de Gracias muy especial. Será el

primero que mamá celebre como ciudadana americana de

pleno derecho, Pasó el examen de nacionalidad en verano.

Por otro lado, este Acción de Gracias es el primero que

Samantha pasa en Estados Unidos desde su divorcio con el

padre de Evan, y el primero que celebra desde entonces.

Evan y yo nos sentamos en el sofá al lado de Lily y

vemos una reposición de una serie antigua. Yo lo hago

sumida en mis pensamientos.

—¿En qué piensas? —me pregunta Evan al oído en un

susurro.

Le miro y tardo en responder unos segundos hasta que

consigo condensar todos mis pensamientos en una sola

frase.

—En que soy feliz, Evan. Más feliz de lo que he sido

nunca.
Mis palabras dibujan una sonrisa en sus labios.

Fuera, la oscuridad sume la ciudad en sus sombras.

Dentro, el sonido de las carcajadas de nuestras madres

mientras cocinan es el preludio de una cena de Acción de

Gracias que se prevé inolvidable.


Extra
Harper

Doce años después…

—Chicas, ¡a este paso vamos a perder el avión! —exclamo


exasperada de pie frente a la puerta la entrada.

Jake me mira encogiéndose de hombros, resignado. Y es

que nuestras hijas no son precisamente un ejemplo en

puntualidad. Supongo que es normal teniendo en cuenta


que están en esa etapa tonta en la que aún no son

adolescentes pero están dejando de ser unas niñas.

—¡¿Chicas?! —Alzo la voz una vez más a ver si se dan

por aludidas.

La primera en aparecer es Yun, con su pelo negro y lacio

suelto sobre los hombros y el ceño fruncido. No es que esté

enfadada, es que nuestra hija no es precisamente la alegría

personificada. El ceño fruncido es su estado natural desde


que la trajimos a casa desde Pekín y pocas veces la verás

sonreír.
Como habrás adivinado, Yun es adoptada. La adoptamos

cuando Jake y yo descubrimos que teníamos dificultades

para concebir. Después de un año intentando quedarnos

embarazados sin éxito, fuimos a una clínica donde nos

hicieron un estudio y nos dijeron que nuestra probabilidad


de tener hijos propios era inferior a un 10%.

Al principio fue un palo, lo pasamos mal, pero decidimos

que, si no podíamos ser padres de forma natural, lo

seríamos de algún bebé que necesitara un hogar. Y así


llegamos hasta Yun. Fue ver su foto en la agencia de

adopción y saber que esa niña de ceño fruncido estaba

destinada a ser nuestra hija.

—¿Y tu hermana? —pregunta Jake alzando las cejas.

—Ha sacado toda la ropa del armario y aún no ha

decidido que quiere ponerse.

—¡Pero si le dejé la ropa preparada ayer por la noche

sobre la silla del escritorio!

Yun se encoge de hombros y yo resoplo. Me dirijo hacia

su habitación donde la encuentro en pijama sujetando en


una mano un jersey amarillo de punto y en la otra una blusa

estampada con lunares.

—Cariño, ¿puedes vestirte de una vez? Tenemos que

estar en el aeropuerto dentro de una hora, a este paso no

llegamos.

—¡Es que no me gusta la ropa que tengo! —exclama


enfurruñada.

—Pero si tienes decenas de prendas de ropa, Blake,

seguro que encuentras algo que te guste.

Blake me mira morruda, tocándose el pelo, ese pelo

pelirrojo que ha heredado de mí, excepto por el hecho de

que el suyo es liso y no rizado. En cambio, los ojos verdes

que me observan retadores desde la distancia son como los

de su padre.

¿Que como es posible que tuviéramos a Blake tras aquel

diagnóstico fatal? Supongo que fue cuestión de suerte,

porque me quedé embarazada poco después de que Yun

llegara a nuestro hogar y lo llenara todo de luz con sus

gorjeos de bebé.

—Pensaba que querías ir a Disneyland —insisto.


—Y quiero. Pero también quiero estar guapa —dice

cruzándose de brazos.

—Eso es fácil, cielo, porque eres guapa.

—Eso lo dices porque eres mi madre.

Suelto un suspiro y me siento en la cama, frente a ella.


La maternidad no es un campo de rosas como nos lo pintan

en los anuncios, más bien es un campo de minas.

—A ver, ¿a qué viene esa preocupación repentina por tu

belleza?

Ella me mira dubitativa y acaba sentándose a mi lado.

—Es que no vamos a estar solos, mamá, van a venir los

Walter y los Dankworth y quiero causar buena impresión.

—Pero cielo, si son como de la familia —digo sin

comprender, porque quedamos prácticamente todas las

semanas. No son precisamente unos desconocidos.

—Es que el otro día Aulani le dijo a Callie que estaba

muy guapa, y yo también quiero estarlo. —Callie es la

primogénita de Evan y Riley, que tiene la misma edad que


nuestra Blake y que nació a los nueve meses exactos tras

su boda. Un par de años después tuvieron otro hijo: Neal.

—¿Todo esto es por Aulani? —pregunto intentando

reprimir una sonrisa.

—Quizás...

Que tus amigos y tú tengáis hijos de la misma edad es

un poco peligroso. De hecho, era algo de lo que Jake y yo ya

habíamos hablado. Incluso bromeamos con el hecho de

convertirnos en consuegros. Pero ambos somos conscientes

de que a esta edad los sentimientos son muy veletas, y lo

que hoy te encanta mañana puede hastiarte.

Hay que decir que ha sido una bendición compartir la

paternidad con nuestros amigos. Aquí la que tiene un

máster en ser madre es Lena, que tiene 5 hijos. Después de

Aulani tuvo a los gemelos Taylor y Alex, tres años después

nació Payton y uno más tarde Lauren. Todos niños. Si Lauren

nació fue con la esperanza de que fuera una niña. Yo no sé

cómo Adam y ella no han perdido la cordura aún, porque si

yo hay días que tengo ganas de tirarme por una ventana


con solo dos niñas a mi cargo, no me quiero imaginar con

cinco.

Blake me mira con sus ojos de corderito y yo aprieto su

mano con cariño.

—Mira, cielo, el mejor consejo que te puedo dar como

mujer además de como madre es que nunca debes vestirte

de una forma determinada para gustar a un chico. Si le

gustas debe ser por cómo eres.

—¿Así enamoraste tú a papá?

Se me escapa una risita ante su pregunta.

—Bueno, supongo que sí, entre otras cosas.

—Yo algún día quiero casarme con alguien tan guapo

como papá, como hiciste tú —dice ella con los ojos

soñadores.

Que Blake profesa una admiración profunda hacia su

padre es una realidad. Y sus palabras me hacen viajar a

aquella boda un tanto loca que protagonizamos Jake y yo

hace más de una década en Las Vegas. Nos casó Elvis


Presley una noche cualquiera sin haberlo planeado. Fue

divertido, impulsivo, un poco como nosotros.

—Y lo harás, Blake. Un día conocerás a un hombre que

te dará alas cuando tengas miedo a volar. —Mis palabras le

hacen sonreír—. Pero ahora tienes que vestirte, porque si no

vamos a perder el vuelo a Orlando y los Walter y los

Dankworth nos están esperando ya.

—Vale. —Me da un beso en la mejilla y yo salgo de la

habitación con la esperanza de no tener que volver a


buscarla.

Mientras camino por el pasillo no puedo evitar mirar las

fotos que hay colgadas en la pared y llenarme de nostalgia.


Al ver una de mi padre sosteniendo a Yun en brazos se me

aguan los ojos al recordar que ya no está entre nosotros,


que murió hace dos años y que le echo de menos.

Desde entonces vivimos en Nueva York otra vez.


Convencí a mamá de que se viniera también. Los padres de

Jake nos ofrecieron su antiguo apartamento en el hotel, pero


preferimos comprarnos nuestro propio piso ya que no nos
acababa de convencer que las niñas vivieran en un sitio tan
concurrido de gente desconocida. Ahora ese apartamento
Jake lo usa sobre todo como estudio para revelar sus fotos y

yo como almacén para todos los envíos que me hacen las


marcas para que promocione su ropa o productos en las

redes sociales y el blog.

También lo usamos para otros fines menos lucrativos, ya


me entendéis... Aunque nuestra actividad sexual ya no es

tan frenética como hace unos años, seguimos amándonos


con mucha frecuencia.

—¿Cómo va la cosa? —me pregunta Jake cuando llego al

recibidor. Las maletas esperan en fila a su lado.

—Todo controlado —le respondo con un guiño de ojos.

Y con esta premisa le cojo la mano, nos damos un beso

consiguiendo que Yun nos mire con cara de asco y espero a

que Blake salga para disfrutar de la magia de Disneyland

junto a nuestros mejores amigos.


¿No quieres perderte ninguna
de mis novelas?

Hola, soy Ella Valentine, la autora de esta novela. Quiero


darte las gracias por leer la historia de Evan y Riley, la

tercera entrega de la serie Multimillonario &.

Si te ha gustado esta novela te pediría un pequeño favor:

escribe tu valoración en Amazon. Para ti supondrán solo 5


minutos, a mí me animará a seguir escribiendo.

Por otro lado, si quieres estar al día de todo lo que publique,


puedes hacerlo mediante mi página de Facebook o

Instagram:

https://www.facebook.com/ellavalentineautora/

https://www.instagram.com/ellavalentineautora/

También puedes seguirme en mi página de autor de


Amazon, para que sea el propio Amazon quién te avise de

mis nuevas publicaciones ;—).

https://www.amazon.es/l/B07SGG42T8

¡Gracias!
Otras publicaciones de Ella
Valentine

Multimillonario & Canalla


(Multimillonario & 1)
Adam Walter ha tenido una vida de excesos: drogas,

alcohol, mujeres… Pero ahora que ha salido de la clínica de

desintoxicación y está a punto de asumir un cargo en la

multinacional que dirige su padre, necesita limpiar su

reputación con urgencia. Para ello contrata a un especialista


en la rehabilitación de personajes públicos, quién le asegura
que la mejor forma de conseguirlo es fingiendo una relación

estable con una chica normal.

Esa chica normal es Lena Murphy, quién no lo ha tenido fácil

en la vida: sus padres murieron cuando ella era

adolescente, no tiene familia y apenas puede llegar a fin de

mes. Lena acaba de perder su trabajo y necesita encontrar

otro de forma desesperada, así que cuando le proponen

hacerse pasar por la novia del heredero de una de las

fortunas más importantes de Nueva York por una generosa

cuantía de dinero, acaba aceptando por pura necesidad.

Adam y Lena tendrán que fingir ser pareja, pero ¿dónde

acaba la mentira y empieza la verdad?

Sigue el enlace para leer


Multimillonario & Rebelde
(Multimillonario & 2)
Jake Lawler es el heredero de una de las cadenas hoteleras

más importantes del país. Su ambición en la vida es la de

acostarse con una mujer distinta cada noche y seguir el

camino que otros han trazado para él, dejando de lado sus

propios sueños y aspiraciones. Su vida es tranquila y


rutinaria, pero todo cambia la noche en la que una pelirroja

bajita con mucho carácter aparece en su puerta dispuesta a

poner su mundo del revés.

Esa chica pelirroja, bajita y con mucho carácter es Harper

Smith, quién está pasando por un mal momento: ha dejado

el trabajo, ha roto con su novio y no tiene donde vivir.

Harper necesita poner en orden su vida, pero unas copas de


más y una noche de sexo alucinante con el tipo más

detestable y egocéntrico del planeta, sirven para

desordenarla aún más.

Harper no está dispuesta a repetir lo que considera que ha

sido un error enorme.

Jake se muere de ganas de repetirlo.

¿Podrá Harper ignorar la atracción irresistible que Jake

ejerce sobre ella? ¿Conseguirá Jake que Harper vuelva a


caer en sus redes?

Sigue el enlace para leer

También podría gustarte