Qué Es América Latina

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INSTITUTOSUPERIOR DE FORMACIÓN DOCENTE Nº 13

Asignatura: HISTORIA SOCIO POLÍTICA LATINOAMERICANA Y ARGENTINA


Área: FORMACIÓN GENERAL
REGIMEN: CARRERA- PROFESORADO DE EDUCACIÓN PRIMARIA-
-PROFESORADO DE EDUCACIÓN INICIAL-
Profesor: Carrasco Oscar
Comisiones: 4º PEP –Plan de Estudio Nº 639-
4º PEI- Plan de Estudio Nº 640-
Año: 2023
Rouquié, Alan.
América Latina.
Introducción al Extremo Occidente.
Ed. Siglo Veintiuno.
Primera edición. México, 1989.
________________________________________
¿Qué es América Latina?
Puede parecer paradójico comenzar a hablar de un "área cultural" mencionando la
precariedad de su definición. Por singular que pueda parecer, el concepto mismo de América
Latina representa un problema. No es inútil pues intentar precisarlo, recordar su historia y
hasta criticar su uso. De empleo corriente hoy en la mayoría de los países del mundo y en la
nomenclatura internacional, no tiene todo el privilegio del rigor. Un poco al estilo del más
reciente y muy ambiguo "Tercer Mundo", ese término a veces parece ser fuente de confusión
más que instrumento de delimitación preciso.
¿Qué se entiende geográficamente por América Latina? ¿El conjunto de los países de
América del Sur y América Central? Desde luego, pero según los geógrafos México
pertenece a América del Norte. ¿Quizá para simplificar debemos conformarnos con englobar
bajo esta denominación a las naciones al sur del río Bravo? Pero entonces habría que admitir
que Guyana y Belice donde se habla inglés y el Surinam de habla holandesa forman parte de
América Latina. A primera vista se trata de un concepto cultural. Y nos inclinaríamos a
pensar que cubre exclusivamente las naciones de cultura latina de América. Ahora bien,
aunque con Quebec, Canadá sea infinitamente más latina que Belice y tanto como Puerto
Rico, estado libre asociado de Estados Unidos, nunca nadie ha pensado incluirlo, ni siquiera
al nivel de su provincia francohablante, en su subconjunto latinoamericano.
Más allá de estas imprecisiones, podríamos pensar en descubrir una identidad subcontinental
fuerte, tejida de diversas solidaridades, ya sea que se refieran a una cultura común o a
vínculos de otra naturaleza. Sin embargo, la diversidad misma de las naciones
latinoamericanas, amenaza con menospreciar esta justificación. La escasa densidad de las
relaciones económicas, y hasta culturales, de naciones que durante más de un siglo de vida
independiente se volvieron la espalda mirando deliberadamente hacia Europa o América del
Norte, las enormes disparidades entre países -ya sea desde el ángulo del tamaño como del
potencial económico o del papel regional-no favorecen una real conciencia unitaria, a pesar
de las oleadas de retórica obligada que este tema no deja de provocar.
Por eso uno se interroga sobre la existencia misma de América Latina. De Luis Alberto
Sánchez en Perú a Leopoldo Zea en México, los intelectuales se han planteado la cuestión sin
dar respuesta definitiva. Lo que está en tela de juicio no es sólo la dimensión unitaria de la
denominación y la identidad que encierra frente a la pluralidad de las sociedades de la
América llamada latina. En efecto, en ese caso, para poner el acento en la diversidad y evitar
cualquier tentación generalizante, bastaría con eludir la cuestión hablando, como por lo
demás se ha hecho, de "Américas latinas". Este término tiene la ventaja de reconocer una de
las dificultades, pero al precio de acentuar la dimensión cultural. Ahora bien, también plantea
un problema.
¿Por qué latina?
¿Qué abarca esta etiqueta ampliamente aceptada hoy? ¿De dónde viene? Las evidencias del
sentido común desaparecen pronto en el caso de hechos sociales y culturales. ¿Son latinas
esas Américas negras descritas por Roger Bastide? ¿Latinas la sociedad de Guatemala donde
el 50% de la población desciende de los mayas y habla lenguas indígenas, y la de las sierras
ecuatorianas donde domina el quechua? ¿Latino el Paraguay guaraní, la Patagonia de los
agricultores galeses, la Santa Catarina brasileña poblada de alemanes así como el sur chileno?
En realidad, se hace referencia a la cultura de los conquistadores y de los colonizadores
españoles y portugueses para designar formaciones sociales de componentes múltiples. Se
comprende así a nuestros amigos españoles y muchos otros que hablan más fácilmente de
América hispana, y hasta, para no ignorar el componente de habla portuguesa del que es
heredero el gigantesco Brasil, de Iberoamérica. En efecto el epíteto latina tiene una historia
aun cuando Haití, francohablante en sus élites, puede hoy servir de coartada: aparece en
Francia bajo Napoleón III, vinculado al gran designio de "ayudar" a las naciones "latinas" de
América a detener la expansión de Estados Unidos. La desafortunada locura mexicana fue la
realización concreta de esta idea grandiosa. La latinidad tenía la ventaja, al borrar los
vínculos particulares de España con una parte del Nuevo Mundo, de dar a Francia legítimos
deberes para con esas "hermanas" americanas católicas y romanas. Esa latinidad fue
combatida por Madrid en nombre de la hispanidad y de los derechos de la madre patria,
donde el término América Latina sigue sin tener derecho de ciudadanía. Estados Unidos, por
su parte, opuso el panamericanismo a esa máquina de guerra europea antes de adoptar esa
denominación vertical conforme a sus propósitos y que contribuyó a propagar.
Esa América conquistada por los españoles y los portugueses es bastante latina, al menos
hasta 1930 en la formación de sus élites donde la cultura francesa reina exclusivamente.
¿Quiere esto decir que esa América sólo es latina por sus "preponderantes" y sus oligarquías,
que la América del primer ocupante y de los de abajo que sólo recoge migajas de latinidad y
resiste a la cultura del conquistador representa por sí solo la autenticidad del subcontinente?
Los intelectuales de la década de los treinta, particularmente en los países andinos, que
descubrían al indígena olvidado, desconocido, lo creyeron. Haya de la Torre, poderosa
personalidad política peruana, propuso incluso una nueva denominación regional:
"Indoamérica". Tendrá menos éxito que el indigenismo literario en el que se inscribe o el
partido político de vocación continental al cual Haya dio origen. El indio no tiene mucho
éxito en América ante las clases dirigentes. Marginado y excluido de la sociedad nacional, es
culturalmente minoritario en todos los grandes estados e incluso en los de viejas
civilizaciones precolombinas y de fuerte presencia indígena. Así, según el último censo
(1980), de 66 millones de habitantes sólo había en México 2 millones de no hispanohablantes
y menos de 7 millones de mexicanos que conocían una o varias lenguas indígenas. Podemos
seguir soñando, con Jacques Soustelle, imaginando un México "que a semejanza del Japón
hubiera podido conservar en lo esencial su personalidad autóctona sin dejar de introducirse en
el mundo de hoy". No fue así, y ese continente está condenado al mestizaje y a la síntesis
cultural.
No obstante, incluso en los países más "blancos" la trama indígena jamás está totalmente
ausente y participa claramente en la conformación de la fisonomía nacional. Esa América,
según la expresión de Sandino, es "indolatina".
Si bien la definición latina del subcontinente no abarca integral ni adecuadamente realidades
multiformes y en evolución, no por ello podemos abandonar una etiqueta evocadora retomada
hoy por todos y particularmente por los propios interesados ("nosotros los latinos"). Esos
señalamientos tenían por único objetivo subrayar que el concepto América Latina no es ni
plenamente cultural ni solamente geográfico. Utilizaremos pues ese término cómodo, pero
con conocimiento de cause, es decir sin ignorar sus límites y sus ambigüedades. América
Latina existe, pero sólo por oposición y desde fuera. Lo cual significa que los
"latinoamericanos" en cuanto categoría no representan ninguna realidad tangible más allá de
vagas extrapolaciones o de generalizaciones cobardes. Lo cual significa también que el
término posee una dimensión oculta que complete su acepción.
Una América periférica. . .
A primera vista, nos hallamos frente a una América marcada por la colonización española y
portuguesa (y hasta francesa en Haití) que se define por contraste con la América
anglosajona. Así pues, allí se habla español y portugués en lo esencial, a pesar de florecientes
culturas precolombinas y hasta de núcleos inmigratorios recientes más o menos bien
asimilados. Sin embargo, la ausencia de Canadá (a pesar de Quebec) en ese conjunto y el
hecho de que organismos internacionales como el SELA o el BID incluyan entre los estados
latinoamericanos a Trinidad y Tobago, Las Bahamas y Guyana dan al perfil de la "otra
América" una innegable coloración socioeconómica y hasta geopolítica.
Todas esas naciones, cualesquiera que sean su riqueza y su prosperidad, ocupan en efecto el
mismo lugar en la discrepancia Norte-Sur. Aparecen en vías de desarrollo o de
industrialización y ninguna forma parte del "centro" desarrollado. Dicho de otra manera, esos
países se inscriben entre los estados de la "periferia" del mundo industrial. Pero tienen por
añadidura varias particularidades comunes.
Todos dependen históricamente del mercado mundial como productores de materias primas y
de bienes alimentarios (en ello el estaño de Bolivia no es diferente de la nuez moscada de
Granada), pero igualmente del "centro", que determina las fluctuaciones de precios, les
proporciona tecnología civil y militar, los capitales y los modelos culturales. Notable
particularidad e innegable factor de unidad, todos esos países situados en el "hemisferio
occidental" se hallan a diversos niveles en la esfera de influencia inmediata de la primera
potencia industrial del mundo que es también la primera nación capitalista. Peligroso
privilegio que ninguna otra región del Tercer Mundo comparte. A este respecto, los 3 000
kilómetros de frontera entre México y Estados Unidos constituyen un fenómeno único. La
famosa "cortina de tortillas" que fascina a millones de mexicanos candidatos a la inmigración
clandestina en el país más rico del planeta, forma una línea de demarcación a la vez cultural y
socioeconómica excesivamente cargada de valor simbólico.
Quizá podríamos clasificar entre las naciones latinoamericanas a todos los países del
continente americano en vías de desarrollo, independientemente de su lengua y su cultura, tan
cierto es que a nadie se le ocurriría incluir en la opulenta América anglosajona a las Antillas
anglohablantes o a Guyana. Tan cierto es también que en esa zona la política domina mucho
más que la geografía-¿acaso el presidente Reagan no incluyó recientemente, en nombre de los
eventuales beneficiarios de su iniciativa de la Cuenca del Caribe (Caribbean Basin Initiative),
a El Salvador que sólo tiene fachada marítima en el Pacífico? En todo caso, ¿por qué no
seguir a quienes, haciendo a un lado la geografía, proponen llamar "América del Sur" a la
parte "pobre" y no desarrollada del continente?
...que pertenece culturalmente a Occidente
Con relación al resto del mundo en desarrollo la singularidad del subcontinente "latino"
también es flagrante. Forma parte, para emplear la frase de Valéry, de un mundo "deducido":
una "invención" de Europa que por la conquista entró a la esfera cultural occidental. Las
civilizaciones precolombinas, en crisis para algunos en el momento de la llegada de los
españoles, no resistieron en efecto a los invasores que impusieron sus lenguas, pero también
sus valores y religión. Los propios indígenas y los africanos llevados como esclavos a ese
"Nuevo Mundo" adoptaron bajo diversas formas sincréticas la religión cristiana. Brasil es hoy
la primera nación católica del mundo. Todo ello da a la región un lugar aparte en el mundo
subdesarrollado. Por ello América Latina aparece como el Tercer Mundo de Occidente o el
occidente del Tercer Mundo. Lugar ambiguo si así puede decirse en el que el colonizado se
identifica con el colonizador.
Así pues, no podría sorprendernos que el conjunto de los países latinoamericanos haya
propuesto en la ONU, en 1982, contra el sentir de los países afroasiáticos recién
descolonizados, que la organización internacional celebre a Cristóbal Colón y el
"descubrimiento" de América. A diferencia de África o Asia, ¿acaso ese continente no es una
provincia a veces lejana, cierto, pero siempre reconocible, de nuestra civilización, que ha
ahogado, ocultado, absorbido los elementos culturales y étnicos preexistentes?
Ese carácter "europeo" de las sociedades de América Latina tiene consecuencias evidentes
sobre el desarrollo socioeconómico de los países involucrados. La continuidad con Occidente
facilita los intercambios culturales y técnicos que no tienen ningún obstáculo lingüístico o
ideológico. La fluidez de las corrientes migratorias del Viejo Mundo al Nuevo ha
multiplicado las transferencias de conocimientos y capitales. Asimismo, las naciones de
América Latina aparecen en la estratificación internacional como una especie de "clase
media", o sea en una situación intermedia. Entre las naciones en transición sólo una, Haití,
pertenece al grupo de los países menos avanzados (PMA), en compañía de numerosos
compañeros de infortunio asiáticos y africanos (pero con un ingreso per cápita igual a más del
doble del de Chad o Etiopía). La mayoría de los grandes países de América Latina tienen
economías semi-industriales (dada que la industria entra en un 20 o 30% en la composición
del PNB) y los tres grandes, Brasil, México y Argentina, se sitúan entre los nuevos países
industrializados (los NIC de la nomenclatura de la ONU). Los indicadores de modernización
colocan a Brasil, México, Chile, Colombia, Cuba y Venezuela por encima de los países
africanos y de la mayoría de las naciones de Asia (salvo las ciudades-estados). A este
respecto Argentina y Uruguay se hallan entre los países avanzados.
Si más allá de esos grandes rasgos, se buscan los factores de homogeneidad de un conjunto
que no es ni Occidente ni el Tercer Mundo, pero que a menudo aparece como síntesis o
yuxtaposición de los dos, nos damos cuenta de que casi todos proceden del exterior del
subcontinente, sobre todo si volvemos a una acepción restrictiva de América Latina, es decir
esencialmente cultural y clásica: Las antiguas colonias de España y Portugal en el Nuevo
Mundo.
Paralelismo de las evoluciones históricas
Si bien la existencia de una América Latina es problemática, si la diversidad de las
sociedades y las economías se impone, si la separación de las diferentes naciones es un
elemento básico de su funcionamiento, no por ello deja de ser cierto que una relativa unidad
de destino, más sufrida que elegida, acerca a las "repúblicas hermanas". Puede leerse en las
grandes frases de la historia, y percibirse en la identidad de los problemas y las situaciones a
las cuales esas naciones se enfrentan hoy.
Las antiguas colonias de España y Portugal, políticamente independientes (con excepción de
Cuba que no se emancipa sino hasta 1898) desde el primer cuarto del siglo XIX, están más
cerca en eso de Estados Unidos que de los países recién descolonizados de África o Asia. Sin
embargo, siglo y medio de vida independiente no podría hacer olvidar la profunda influencia
de tres siglos de colonización (1530-1820 aproximadamente) que marcaron de manera
irreversible las configuraciones sociales y labraron el singular destino de las futuras naciones.
A partir de la independencia, los estados del subcontinente recorren-con diferencias y retrasos
en el caso de ciertos países-grosso modo trayectorias paralelas en las cuales aparecen
períodos claramente discernibles.
Primeramente, comienza para los estados recién emancipados lo que el historiador Tulio
Halperín Donghi ha llamado la "larga espera", durante la cual la destrucción del Estado
colonial no permite aún la instauración de un nuevo orden. Mientras a esas balbucientes
naciones les es difícil hallar un papel a su medida, las repúblicas hispanas atraviesan largos
períodos de turbulencias anárquicas donde se despliega el desorden depredador de señores de
la guerra (los caudillos), y el Brasil independiente parece prolongar sin sobresaltos, bajo la
égida de la monarquía unitaria de los Braganza y del emperador Pedro I, el statu quo colonial.
Entre 1850 y 1880, con raras excepciones concernientes a algunas pequeñas repúblicas de
América Central o del Caribe, las naciones del subcontinente entran en la "edad económica",
que algunos han bautizado como "orden neocolonial": Las economías latinoamericanas, y por
consiguiente las sociedades, se integran al mercado internacional. Producen y exportan
materias primas. Importan bienes manufacturados. Mecanismo esencial de la nueva división
internacional del trabajo que se efectúa bajo la égida de Gran Bretaña, cada país se
especializa en algunos productos, y a veces en uno solo.
Es entre 1880 y 1930 cuando ese nuevo orden alcanza su punto máximo. Los países del
subcontinente viven en el apogeo de un crecimiento extravertido que lleva en sí la ilusión de
un progreso indefinido en el marco de una dependencia aceptada por sus beneficiarios locales
y racionalizada en nombre de la teoría de las ventajas comparativas. La crisis de 1929 pondrá
fin a la embriagadora euforia de esta "bella época", de la cual la mayoría de los trabajadores
está por supuesto excluida, al de organizar las corrientes comerciales. El final del mundo
liberal es también el de la hegemonía británica. Estados Unidos, ya dominante en su traspatio
caribeño, sustituirá la preponderancia del Reino Unido por la suya y se convertirá en la
metrópoli exclusiva de toda la región. Asimismo, el período que comienza es determinado
por, las relaciones de América del Norte con los países de la región o, más precisamente, por
los tipos de políticas latinoamericanas que Washington pone en práctica sucesivamente. Sin
embargo, paralelamente a esta periodización internacional, se inscriben fases económicas
muy diferenciadas, sin que por lo demás pueda discernirse un lazo causal evidente.
Esta periodización sólo tiene valor de punto de referencia y su objetivo es subrayar que, más
allá de las especificidades nacionales, algunos fenómenos comunes rebasan las fronteras. Las
similitudes no se derivan simplemente de la historia, sin que se hallan igualmente en
estructuras análogas y problemas idénticos.
Relaciones con
Estados Unidos Modelo de
desarrollo
1933-1960 Política de buena vecindad, escasamente intervencionista. Industrialización
autónoma que sustituye importaciones. Producción industrial destinada al mercado nacional y
que sobre todo utiliza capitales nacionales.
1960 Crisis de las relaciones interamericanas, en respuesta al desafío castrista; política de
contención del comunismo, dado que el activismo de Estados Unidos adopta diversas formas,
desde la ayuda económica hasta la intervención militar directa o indirecta. La sustitución de
importaciones entra en crisis. Halla su límite en las capacidades tecnológicas y financieras de
los países de la zona para la producción de bienes duraderos o de equipo. Se asiste a la
"internacionalización de los mercados nacionales" a través del establecimiento de sucursales
de las grandes sociedades multinacionales en la industria.
Semejanzas de las obligaciones y las estructuras
Las similitudes no podrían ser sobrestimadas. Con todo, historias paralelas han forjado
realidades que, sin ser semejantes, tienen numerosos puntos comunes que las distinguen, por
lo demás, de otras regiones del mundo desarrollado o subdesarrollado. Sólo mencionaremos
tres: 1. La concentración de la propiedad de la tierra. La distribución desigual de la propiedad
territorial es una característica común de los países de la región. Es independiente de la
conciencia que de ella tienen los actores y no siempre aparece como una fuente de tensiones
sociales o de debate político. No obstante, el predominio de la gran propiedad agraria tiene
consecuencias evidentes sobre la modernización de la agricultura, así como sobre la creación
de un sector industrial eficaz. Afecta directamente la influencia social y por tanto el sistema
político. El fenómeno de la gran propiedad va a la par con la proliferación de
micropropiedades exiguas y antieconómicas. Si bien esta tendencia se remonta a la época
colonial, no ha cesado hasta nuestros días: la conquista patrimonial continuada aparece como
un elemento/situación permanente a escala continental a la cual sólo escapan las revoluciones
agrarias radicales (Cuba). Algunos indicadores evaluados en cifras permitirán definir las
ideas, a pesar del alcance necesariamente limitado de estadísticas que abarca el conjunto
subcontinental tomado como un todo indiferenciado: el 1.4% de las propiedades de más de
1000 hectáreas concentraba hacia 1960 el 65% de la superficie total, mientras el 72.6% de las
unidades más pequeñas-de menos de 20 hectáreas-sólo abarcaban el 3.7% de las superficies.
Desde la publicación de estos datos es poco probable que se hayan dado cambios que puedan
modificar su significado global.
2. La antigüedad de la independencia, así como los modelos de desarrollo adoptados han
determinado la singularidad de los procesos de modernización. Para resumir, a una
industrialización tardía y escasamente autónoma correspondió una urbanización fuerte,
anterior al nacimiento de la industria. El excesivo desarrollo del sector terciario de las
economías es el efecto más aparente de una urbanización refugio, vinculada a los factores de
expulsión del campo debidos a la concentración territorial.
No es casual que se prevea que de continuar la actual evolución, la ciudad de México y Sao
Paulo serán en el año 2000 las dos ciudades más grandes del mundo, con 31 y 26 millones de
habitantes respectivamente.
3. La amplitud de los contrastes regionales es también resultado de la urbanización
concentrada, de las particularidades de las estructuras agrarias y de la industrialización. Así,
dentro de cada país se reproduce el esquema planetario que opone un centro opulento a
periferias miserables. Los contrastes internos son más flagrantes que en la mayoría de los
países en vías de desarrollo. Al grado de que, tras haber descrito asépticamente estas
disparidades bajo la etiqueta de "dualismo social", se ha llegado a hablar de "colonialismo
interno". Por su parte, los sociólogos han evocado acertadamente la "simultaneidad de lo no
contemporáneo", pero ésta no se limita a la pintoresca evocación de indios en la edad de
piedra que viven a dos pasos de laboratorios científicos ultramodernos. En Brasil, el estado de
Ceará en el nordeste ocupa el tercer lugar en el mundo, tras dos de los países menos
avanzados, por la mortalidad infantil, ¡mientras Sao Paulo tiene la primera industria
farmacéutica del continente, algunos de los hospitales más modernos del mundo y Río gozan
de una reputación internacional en cuanto a la cirugía estética! Para continuar con Brasil,
"tierra de contrastes", si así se le puede llamar, un economista brasileño pudo decir con cierta
razón que su país se parecía al Imperio británico en la época de la reina Victoria, si África,
India y Gran Bretaña hubieran sido reunidas en un mismo territorio.
Podríamos intentar multiplicar las similitudes y las concomitancias. Los rasgos compartidos
no están ausentes. No se limitan, como veremos en los siguientes capítulos, a esas
características estructurales. El término América Latina, si se le da un contenido ampliamente
extracultural, desigual pues una realidad discernible y específica. Sin embargo, esta
especificidad fuerte, innegable, rebasa las peripecias socioeconómicas. Se inscribe en el
tiempo y el espacio regionales. Antes de formar parte del Tercer Mundo, esta América es el
Nuevo Mundo "descubierto" en el siglo XV y conquistado en el XVI. Posee, según Pierre
Chaunu, su tiempo propio, un "tiempo americano" "más denso, más cargado de modificación,
por lo tanto que corre más rápido que el nuestro", producto de una "historia acelerada" hecha
de una "gigantesca recuperación" que comienza con la prehistoria del continente, tardíamente
poblado, probablemente por migraciones. Quizá podría pensarse asimismo en la pluralidad,
en la variedad de ese "tiempo americano", y en su estiramiento, es decir en sus virtudes
conservadoras. No sólo los indios neolíticos se rozan aquí o allá con las técnicas de punta del
último cuarto del siglo XX, sino que las sociedades latinoamericanas aparecen como
verdaderos conservatorios de formas sociales superadas en el resto del mundo occidental,
incluso como "museos políticos" donde las sustituciones de élites se efectúan por
yuxtaposición más que por eliminación. Por lo demás, ¿acaso no es cierto, como señalaba
Alfred Métraux, que "las especies animales hoy extintas se han mantenido en América hasta
una fecha mucho más reciente que en el Viejo Mundo"?
También se ha podido hablar de una "naturaleza americana", no sólo para subrayar la
desmesura de los elementos y el gigantismo del espacio que no deben nada al hombre, sino
para señalar la huella singular de éste en el paisaje. La naturaleza ha sido violada y agredida
por la depredación y el desperdicio de una "agricultura minera" (René Dumont) que la ha
dejado "no salvaje sino disminuida" (Claude LéviStrauss) y por tanto poco humanizada, a
semejanza de un continente conquistado. Sobra decir cuánto nos equivocaríamos al ignorar
los fenómenos transnacionales en el estudio de este conjunto regional.
DIVERSIDAD DE LAS SOCIEDADES, SINGULARIDAD DE LAS NACIONES
Un destino colectivo forjado por evoluciones paralelas, una misma pertenencia cultural a
Occidente y una dependencia multiforme en relación con un centro único situado en el mismo
continente: los factores de unidad rebasan fortaleciendo la sorprendente continuidad
lingüística de la América de habla portuguesa y, a fortiori, de la América española; al llegar
de nuestra Europa exigua y fraccionada siempre nos sorprende hallar la misma lengua y a
veces la misma atmósfera de una capital a otra separada por cerca de 8 000 kilómetros y
nueve horas de avión. Sin embargo, a esta homogeneidad responde una no menos grande
heterogeneidad de naciones contiguas. Las disparidades entre países saltan a la vista. Su
tamaño, ante todo. Es evidente que Brasil, quinto Estado del mundo por su superficie, gigante
de 8.5 millones de km2, es decir igual a 15 veces Francia y 97 veces Portugal, su madre
patria, no puede ni medirse ni confundirse con el "pulgarcito" del istmo centroamericano, El
Salvador, más pequeño que Bélgica, con sus 21000 km2. Haciendo a un lado la variable
lingüística que diferencia a Brasil de todos sus vecinos, podemos retener cierta cantidad de
criterios sencillos que dan cuenta de la diversidad de los estados y las sociedades. En el caso
de los primeros, la geopolítica domina, y sobre todo la situación en relación con el centro
hegemónico norteamericano; en el de las segundas conviene tomar en cuenta los
componentes etnoculturales de la población, y los niveles de evolución social, a fin de poner
un poco de orden en el mosaico continental.
..."Tan cerca de Estados Unidos": potencias emergentes y "repúblicas bananeras"
Conocemos la triste reflexión del presidente Porfirio Díaz (1876-1911) sobre México: "[. . .]
Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos." Sin duda sabía de qué hablaba, dada que la
república imperial había amputado a su país la mitad de su territorio en 1848 durante la
guerra que siguió a la anexión de Texas por Estados Unidos. Los actuales estados
norteamericanos de California, Arizona, Nuevo México y, además de Texas, una parte de
Utah, Colorado, Oklahoma y Kansas (o sea unos 2.2 millones de km2) pertenecían a México
antes del tratado de Guadalupe Hidalgo.
La dominación de Estados Unidos es hoy particularmente notoria en este "Mediterráneo
americano" que forman, entre el istmo centroamericano y el arco de las Antillas, el golfo de
México y el mar Caribe. Ese mare nostrum es considerado por Washington como la frontera
sur estratégica de Estados Unidos: supuestamente todo lo que afecta a esta zona afecta
directamente la seguridad del país "líder del mundo libre". El control de los estrechos y del
canal interoceánico, así como de los posibles trazados de nuevos pasos del Atlántico al
Pacífico, es considerado vital para Estados Unidos: la comunicación marítima entre las costas
este y oeste transforma, es cierto, el canal de Panamá en una vía de agua doméstica, mientras
las líneas de comunicación con los aliados europeos serían puestas en peligro, según se dice,
por una presencia hostil en el conjunto de las Grandes Antillas. Sea lo que fuere, los estados
ribereños insulares o continentales están en libertad vigilada. La soberanía de las naciones
bañadas por el "logo americano" está limitada por los intereses nacionales de la metrópoli
septentrional. Desde Theodore Roosevelt, que no se conformó con "tomar Panamá", donde
Estados Unidos impuso en 1903 el enclave colonial del canal, éste se ha arrogado un poder de
policía internacional en la zona, ya sea controlando directamente las finanzas de estados en
apuros, o haciendo desembarcar a los marinos para poner fin al "relajamiento general de los
lazos de la sociedad civilizada" en los países vecinos meridionales. Por ello Nicaragua fue
ocupada militarmente de 1912 a 1925, y luego nuevamente de 1926 a 1933, Haití de 1915 a
1934, la República Dominicana de 1916 a 1924. Finalmente, Cuba sólo se liberó del yugo
español en 1898 para convertirse en semiprotectorado, dado que la enmienda Platt de 1901
impuesta por los vencedores de la guerra hispanoamericana preveía un derecho de
intervención permanente de Estados Unidos en la isla cada vez que el gobierno no pareciera
capaz de "garantizar el respeto a las vidas, los bienes y las libertades". Esta cláusula
incorporada a la Constitución cubana presidió de hecho las relaciones desiguales entre ambos
países hasta 1959.
Esta puntillosa hegemonía no cambió ni sus métodos ni sus objetivos a la hora de los misiles
intercontinentales. Las tropas estadounidenses intervinieron en la República Dominicana en
1965 para evitar una "nueva Cuba", y en octubre de 1983 en la pequeña isla de Granada para
echar a un gobierno de tipo castrista. La ayuda poco discreta de Washington a las guerrillas
contrarrevolucionarias de Nicaragua hostiles al poder sandinista obedece a las mismas
preocupaciones si no es que a los mismos reflejos. Más generalmente, la exasperación
neocolonial estadounidense ha conducido a Estados Unidos a apoyar en la zona a cualquier
régimen con tal de que fuera claramente proestadounidense y a derrocar o por lo menos a
desestabilizar, a cualquier gobierno que intentaba sacudirse la tutela del hermano mayor, o
afectaba sus intereses privados y más generalmente el modo de producción capitalista.
Además de su situación geoestratégica, los estados de la zona de influencia norteamericana,
con excepción de México, son pequeños, de población reducida (el peligroso Nicaragua tiene
menos de 3 millones de habitantes, ¡o sea aproximadamente el número de inmigrantes
hispanos de Los Ángeles!), cuando no se trata de microestados como los que componen el
polvo insular de las pequeñas Antillas: ¡es comprensible que Granada "la roja" y sus 120 000
habitantes no podían oponer mucha resistencia militar al cuerpo expedicionario de la primera
potencia mundial! Es evidente que las posibilidades económicas de esos estados entre los
cuales se hallan los más pobres y atrasados del subcontinente, no compensan ni su exigüidad
ni su infortunio geopolítico. A causa de la importancia histórica de la monoexportación
agrícola, algunas de esas repúblicas tropicales han recibido el sobrenombre despreciativo y
cada vez menos exacto de repúblicas bananeras: dado que las grandes sociedades fruteras
norteamericanas, la United Fruit, sus competidoras o sus filiales ejercieron allí durante mucho
tiempo un poder casi absoluto. Todo lo contrario ocurre con los estados más alejados de
América del Sur.
Los estados de la América meridional, con excepción de aquellos que, en la fachada caribeña
son producto de una descolonización reciente (Guyana, Surinam) y que podríamos asimilar a
las naciones del "Mediterráneo americano", son a la vez que lejanos de Estados Unidos, más
grandes y más ricos: los dos más extensos de la región, Brasil y Argentina, son también los
dos países más industrializados del subcontinente. Su voz cuenta, su autonomía política es
antigua. Por lo demás, las naciones de América del Sur jamás han padecido alguna
intervención militar directa de Estados Unidos, quien para con ellos utiliza estrategias más
sutiles o por lo menos más indirectas. Pero también la fascinación del American way of life
se da en menor medida, y vigorosas culturas nacionales, además de la influencia preservada
de Europa, hacen fracasar allí una "cocacolonización" a la cual raros países escapan más al
norte en esta América intermedia donde Washington dicta la ley.
De esta "clase media" a la cual pertenece igualmente México-que a pesar de Porfirio Díaz y
la fatalidad geográfica, cuenta con la fuerza de sus 2 millones de km2, sus aproximadamente
80 millones de habitantes y su personalidad cultural y política-se desprenden estados capaces
de individualizarse en la escena internacional y cuyo perfil propio se destaca claramente
sobre un conjunto latinoamericano condenado todavía ayer a la imitación y aún hoy en
mucho al anonimato bajo una tutela paternal y condescendiente. Así vemos surgir potencias
medias que a veces aspiran a desempeñar un papel regional y hasta extracontinental. Sin
embargo ningún determinismo da cuenta directamente de ese vigoroso avance. La presencia
de un valorizado en el mercado mundial o una coyuntura favorable pueden elevar a un país a
la categoría de los "grandes" del subcontinente: recientemente ése fue el caso de Venezuela,
promovida por el boom petrolero. La ruptura con la metrópoli, una inversión de alianza o de
sujeción pudieron dar a un pequeño país una situación sin relación con su importancia
específica: fue el caso de la Cuba castrista, a partir de 1960, y la Nicaragua sandinista parece
querer seguir hoy, en un registro menor, el peligroso camino tomado por su hermana mayor.
Si bien la clasificación de los estados está sujeta a las modificaciones de la historia, la de las
sociedades es más estable y quizá más significativa para nuestro propósito.
Clima, población y sociedades.
No es fácil dividir subconjuntos regionales que tengan alguna coherencia en el continente,
dada que la historia a menudo contradice la geografía. Así, Panamá, ex provincia colombiana,
al igual que México no forma parte de América Central que se reduce a los cinco estados
federados durante la independencia en el territorio de la capitanía general de Guatemala. Lo
cual no impide que entre América del Sur y Estados Unidos exista por imposible que parezca
una "América media", zona de transición y de un establecimiento humano antiguo, lugar de
brillantes civilizaciones precolombinas en tierras de un volcanismo que no ha dicho su última
palabra, y que desde todos los puntos de vista posee una personalidad propia. En América del
Sur generalmente se distingue una América templada que ocupa el "cono sur" del continente
y que comprende a Argentina, Uruguay y Chile, que por su clima, sus cultivos y su población
es la parte más cercana al Viejo Mundo, y una América tropical, en donde generalmente se
clasifica a los países andinos, Paraguay y Brasil. Por lo demás este último difícilmente se deja
etiquetar. País continente que tiene fronteras con todas las naciones sudamericanas, excepto
Ecuador y Chile, comprende en efecto un sur templado, poblado de europeos que se dedican
a cultivos mediterráneos. Sin embargo Chile, país andino si lo es, parece más templado que
tropical; en cuanto a Bolivia, andina ciertamente, también es parcialmente tropical, pero
vinculada históricamente a la América templada, mientras que Colombia y Venezuela son a
diferentes grados a la vez andinos y caribeños. Puede verse la dificultad de establecer esas
clasificaciones.
Podemos pensar que la población es un indicador mejor y más manejable para una tipología
rigurosa. Es cierto que se encuentra cierta correspondencia entre climas y poblaciones, en
conexión sobre todo con los tipos de culturas históricamente privilegiadas. En efecto la
distribución regional de los tres componentes de la población americana-el sustrato
amerindio, los descendientes de la mano de obra esclava africana, y la inmigración europea
del siglo XIX-dibuja zonas de dominante identificable. Decimos dominante, pues las
naciones mestizas son las más numerosas y, a menudo, en sociedades de población compleja,
se yuxtaponen espacios étnicamente homogéneos. Así, en Colombia, los resguardos
indígenas de las "tierras frías" de altura a menudo están en contacto con los valles "negros"
de las "tierras calientes". Groseramente, podemos sin embargo distinguir: una zona de densa
población india que abarca la América media y el noroeste de América del Sur, donde
florecieron las grandes civilizaciones; de las Américas negras al noreste en el perímetro
caribeño, Antillas y Brasil, ligadas a la gran especulación azucarera de la época colonial
sobre todo; y finalmente un sur, pero sobre todo un sureste "blanco", tierra templada que
recibió a la mano de obra libre europea, que se diseminó allí a partir del último cuarto del
siglo XIX.
Utilizando las mismas variables, el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro ha propuesto una
tipología que no carece de atractivo aun cuando podamos juzgarla ideológicamente
artificiosa. Distingue tres categorías de sociedades: los pueblos testigos, los pueblos
trasplantados y los pueblos nuevos. Los pueblos testigos en sus variedades mesoamericana o
andina, son los descendientes de las grandes civilizaciones azteca, maya e inca. Corresponden
pues a esos países donde la población de indígenas es relativamente elevada, lo cual significa
entre otras cosas que una importante fracción de la población habla otra lengua vernácula y
que en las comunidades autóctonas ha hecho poca mella la civilización europea. Así ocurre
en el caso de la América media, Guatemala con cerca de 50% de indígenas, pero también
Nicaragua o El Salvador que sólo cuenta con el 20%, muy aculturados, y Honduras con
menos del 10% (cifras que deben manejarse con todas las reservas que merece la definición
de indígena en ese continente). México igualmente con apenas el 15% de ciudadanos que
hablan una lengua india pero que tiene concentraciones muy grandes en algunos estados del
sur (Oaxaca, Chiapas, Yucatán), y reivindica el pasado de los "vencidos" en su ideología
nacional. En la zona incaica, los indígenas que hablan quechua y aymará constituyen hasta el
50% de la población de Perú, de Bolivia y de Ecuador, también allí con grandes
concentraciones en las zonas rurales montañosas.
Los pueblos transplantados, forman la América blanca: simétricos de los angloamericanos del
norte, son los rioplatenses de Uruguay y Argentina. En esas tierras de población reciente
donde indígenas nómadas de escaso nivel cultural fueron despiadadamente eliminados antes
de la oleada inmigratoria, nació una especie de Europa austral. Sin embargo esos espacios
aparentemente abiertos, al igual que Nueva Zelanda, Australia o Estados Unidos, presentan
características sociales diferentes, lo cual explica su evolución posterior. Su singularidad es
fuerte. Los argentinos se enorgullecían a principios de siglo de ser el "único país blanco al sur
de Canadá". Y esas prolongaciones del Viejo Mundo que por mucho tiempo ignoraron el
continente no se sentían muy "sudamericanas" que digamos sino hasta fechas recientes.
Finalmente los pueblos nuevos, entre los cuales Darcy Ribeiro coloca a Brasil, Colombia,
Venezuela, así como a Chile y las Antillas, son producto del mestizaje biológico y cultural.
Para él, allí está la verdadera América, aquella, donde en el crisol racial de dimensiones
planetarias, se forja la "raza cósmica" del futuro cantado por José Vasconcelos. Esa
clasificación, incluso así jerarquizada, posee cierta lógica y contribuye a dar una apreciación
global más clara de la rosa de los vientos latinoamericana.
Sin querer multiplicar las clasificaciones, no es inútil introducir una última, basada en la
homogeneidad cultural y la importancia del sector tradicional de la sociedad. Estas tipologías
son tan arbitrarias como los criterios elegidos para construirlas, pero indudablemente son
indispensables para aportar los matices necesarios para un estudio transversal de los
fenómenos sociales continentales.
Si se toma como indicador la más o menos grande homogeneidad cultural, estimándosela en
función del grado de integración social y de la existencia de una o varias culturas en el seno
de la sociedad nacional, es posible discernir tres grupos:
-Homogéneos: Argentina, Chile, Uruguay; en un menor grade Haití, El Salvador y
Venezuela.
-Heterogéneos: Guatemala, Ecuador, Bolivia, Perú.
-En vías de homogeneización: Brasil, México, Colombia. Los criterios de semejante
clasificación pueden ser considerados eminentemente subjetivos. El grado de tradicionalismo
puede medirse mejor pues las más de las veces coinciden con la importancia del sector
agrario y del analfabetismo. Bajo este ángulo estarían los países más tradicionales como:
Haití, Honduras, Paraguay, El Salvador, Guatemala y Bolivia, mientras serían modernas las
sociedades de Argentina, Chile, Uruguay, Colombia y Venezuela o Cuba.
La multiplicación de las tipologías permite circunscribir cierta cantidad de países en los dos
extremos de la cadena; da una idea aproximativa, grosera, es verdad, pero útil, de las
diferencias y, por consiguiente, del abanico de realidades sociales heterogéneas que se
ocultan bajo la etiqueta abarca todo de América Latina, sin por ello ceder a los espejismos del
particularismo nacional y de la singularidad histórica. Dos dimensiones capitales que sin
embargo no proporcionan las claves que buscamos, ya que éstas sólo pueden provenir de un
incesante vaivén entre los múltiples niveles de una aprehensión global de las similitudes y las
diferencias, de lo continental a lo local pasando por la nación y la región.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
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