La Posmodernidad. Nuevo Régimen de Verdad.
La Posmodernidad. Nuevo Régimen de Verdad.
La Posmodernidad. Nuevo Régimen de Verdad.
El término posmodernidad puede ser identificado, como lo hace Habermas, con las
coordenadas de la corriente francesa contemporánea de Bataille a Derrida, pasando
por Foucault, con particular atención al movimiento de la deconstrucción de
indudable actualidad y notoria resonancia en la intelectualidad local. Las
oposiciones binarias que rigen en Occidente -sujeto/objeto, apariencia/realidad,
voz/escritura, etc. construyen una jerarquía de valores nada inocentes, que busca
garantizar la verdad y sirve para excluir y devaluar los términos inferiores de la
oposición. Metafísica binaria que privilegia la realidad y no la apariencia, el hablar y
no el escribir, la razón y no la naturaleza, al hombre y no a la mujer. Hace falta una
deconstrucción completa de la filosofía moderna y una nueva práctica filosófica. La
era moderna nació con el establecimiento de la subjetividad como principio
constructivo de la totalidad. No obstante, la subjetividad es un efecto de los
discursos o textos en los que estamos situados. Al hacerse cargo de lo anterior, se
puede entender por qué el mundo postmoderno se caracteriza por una multiplicidad
de juegos de lenguaje que compiten entre sí, pero tal que ninguno puede reclamar
la legitimidad definitiva de su forma de mostrar el mundo.
Esto nos instala al margen del discurso de la tradición literaria (estética) occidental.
Tal vez de ahí provenga la vitalidad de los engendros del discurso periférico, en Los
Márgenes de la Filosofía como dirá Derrida. La destotalización del mundo moderno
exige eliminar la nostalgia del todo y la unidad. Como características de lo que
Foucault ha denominado la episteme posmoderna podrían mencionarse las
siguientes: deconstrucción, descentración, diseminación, discontinuidad, dispersión.
Estos términos expresan el rechazo del cogito que se había convertido en algo
propio y característico de la filosofía occidental, con lo cual surge una “obsesión
epistemológica” por los fragmentos.
El microrrelato tiene una diferencia de dimensión respecto del metarrelato, pero esta
diferencia es fundamental, ya que sólo pretende dar sentido a una parte delimitada
de la realidad y de la existencia. Cada uno de nosotros tiene diferentes
microrrelatos, probablemente desgajados de metarrelatos, que entre ellos pueden
ser contradictorios, pero el ser humano postmoderno no vive esta contradicción
porque él mismo ha deslindado cada una de esta esfera hasta convertirlas en
fragmentos. El hombre postmoderno vive la vida como un conjunto de fragmentos
independientes entre sí, pasando de unas posiciones a otras sin ningún sentimiento
de contradicción interna, puesto éste entiende que no tiene nada que ver una cosa
con otra. Pero esto no quiere decir que los microrrelatos no sean cambiables sin
mayor esfuerzo, ya que los microrrelatos responden al criterio fundamental de
utilidad, esto es, son de tipo pragmáticos. Ahora bien, si no hay metarrelatos
tampoco hay utopías. La única utopía posible –si acaso pudiera todavía haber una–
es la huida del mundo y de la sociedad y por la conformación del espacio utópico en
el seno de la intimidad, con determinados elementos degradados de las tradiciones
orientales, de los nuevos orientalismos. Es una utopía fragmentada para un mundo
fragmentado, una religión muy propia de la Posmodernidad, sin sacrificios y sin
privaciones.
¿En qué punto nos encontramos ahora? Sin duda en el dominio de la interpretación
y la sobreinterpretación. Las interpretaciones dotan de sentido a los hechos. La
interpretación es una condición necesaria para que podamos conocer la realidad,
para que nos podamos relacionar con ella. La interpretación cuaja en la tradición y
es el conocimiento de nuestras formas de interpretación el objeto de la ciencia
central de la Posmodernidad: la Hermenéutica. La Hermenéutica tiene sus orígenes
en los principios del conocimiento humano, no en vano Aristóteles escribe una
tratado sobre la interpretación.