Schuff, N. - Los Acertijos de La Esfinge

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Los acertijos de la Esfinge

Desde el monte Ficio, posado sobre una roca negra, un monstruo


asesino acechaba1 los campos de Tebas2. Su nombre era Esfinge. Tenía
cara de mujer y zarpas de león. También podía volar. Sus grandes alas
de buitre estaban manchadas con sangre.
Hombres fuertes como toros y veloces como el rayo la habían
combatido sin éxito.
La madre de la Esfinge, Quimera, tenía cuerpo de serpiente, ca-
beza de león, y vomitaba fuego. El padre, llamado Ortro, era un perro
feroz con dos cabezas. Una familia ejemplar.
La Esfinge controlaba montes y caminos desde la altura.
Cuando avistaba a su presa, se acercaba volando y se posaba ante
ella. En ese punto, hacía algo inesperado: formulaba una pregunta
misteriosa, que exigía una respuesta precisa.
Si la víctima superaba el temor y conseguía hablar, su contes-
tación debía ser exacta. Si se equivocaba, la Esfinge la atrapaba,
devoraba su carne en el aire y escupía sus huesos sobre la tierra.
Todos los días, un joven de Tebas se ofrecía para enfrentar al
monstruo. Todas las noches, la familia de ese joven lloraba su muerte.
La única manera de vencer a la Esfinge era responder bien su acertijo3.

1 Acechar: aguardar cautelosamente con algún propósito.


2 Tebas: antigua ciudad de Grecia, en Beocia.
3 Acertijo: adivinanza o enigma que se propone como pasatiempo.

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Versiones de Nicolás Schuff

Pero pasaban las semanas y nadie lo lograba. Unos morían y


otros lloraban. Y el ánimo del pueblo, cada vez más negro, era un pozo
en el que todos se hundían lentamente.
El rey de Tebas estaba desolado. Era un hombre bajo y fuer-
te llamado Creonte.
Creonte tenía un hijo, el príncipe Hemón. Una noche, después
de cenar, padre e hijo salieron a mirar el cielo estrellado. Estuvieron
un rato en silencio. Luego Hemón dijo:
—Tomé una decisión. Mañana enfrentaré a la Esfinge.
A Creonte le complacía el valor de su hijo, pero lo quería dema-
siado para perderlo.
—No vayas —dijo. Y agregó en un susurro. —Morirás.
—Tal vez corra esa suerte —replicó Hemón—. O la contraria.
¿Cómo saberlo? Además nadie se atreve ya a recoger las cosechas. Los
campos están secos, los sembradíos arruinados. Tarde o temprano
moriremos de hambre.
Creonte suspiró.
—Tiene que haber otra solución —insistió.
Pero Hemón estaba decidido. Al día siguiente, temprano, se des-
pidió de su padre y salió al camino. Era un día claro. Creonte miró a
su hijo hasta que fue un punto en la distancia. Entonces volvió al
palacio y esperó.
Esperó toda la tarde y toda la noche, en silencio, sentado en una
silla. El sol volvió a salir y a ocultarse, y Creonte siguió esperando. Al
tercer día, supo que su hijo ya no volvería4. Entonces ocultó la cara

4 Hemón: si bien en este relato el hijo de Creonte muere, en la tragedia Antígona,


de Sófocles (495-406 a. C.), es el prometido de Antígona, una de las hijas que
Edipo tuvo con la reina Yocasta. Cuando Antífona es sepultada viva por desobe-
decer una ley que prohibía enterrar a los atacantes de Tebas, entre los cuales se
encontraba otro hijo de Edipo, Polinices, Hemón se quita la vida.
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Seres que hacen temblar...

entre las manos y lloró. Lloró hasta que se le secaron los ojos. Luego
reunió a un consejo y ordenó divulgar una noticia en toda Grecia. La
noticia decía que él, Creonte, cedería el reino de Tebas a cualquiera
que se enfrentara a la Esfinge y resolviera su enigma.
La noticia se difundió pronto de boca en boca y de pueblo en
pueblo. A las afueras de Tebas llegaron hombres de los sitios más re-
motos. Uno a uno eran devorados por la Esfinge.
La noticia llegó, también, a oídos de un joven llamado Edipo5.
Edipo había nacido en Tebas, pero no lo sabía. Había sido adoptado
por una familia sustituta6 y criado en otra ciudad. Ahora vagaba por los
caminos, porque a sus oídos habían llegado rumores de que sería el asesi-
no de su padre y el esposo de su propia madre. Esta horrible revelación lo
había decidido a abandonar a quienes creía que eran sus verdaderos proge-
nitores. Precisamente se dirigía a Tebas cuando oyó hablar de la Esfinge.
Una mañana, después de días de andar, Edipo se topó con man-
chas de sangre y restos humanos en el camino. Supo entonces que
estaba cerca de su destino y también, seguramente, de la famosa Es-
finge. Levantó la vista. No lejos de allí se elevaba el monte Ficio.

5 Edipo: héroe tebano, hijo de Layo y Yocasta. Un oráculo, es decir, la respuesta


que los sacerdotes y sacerdotisas daban a las preguntas que los antiguos grie-
gos hacían a sus dioses, había vaticinado que el niño mataría a su padre y se
casaría con su madre; por eso, cuando Edipo nació, Layo ordenó a un sirvien-
te que lo llevara al bosque y lo matara. Apiadado del bebé, el criado lo colgó
por los pies, de ahí el nombre Edipo, que en griego quiere decir “el de los pies
hinchados”. Fue encontrado por un campesino que lo entregó a los reyes de
Corinto, quienes lo criaron como hijo. Durante un banquete un invitado aludió
al funesto oráculo, y Edipo huyó de la casa de sus padres adoptivos para evi-
tar el desastre. Sin embargo, se encaminaba hacia su destino: en su huida, sin
saber quién era, mató a Layo y desposó a Yocasta, su verdadera madre. La his-
toria de cómo descubrió su identidad real se refiere en la tragedia Edipo rey,
de Sófocles (495-406 a. C.).
6 Sustituta: persona que hace las veces de otra. En este caso, se refiere a la familia
que adoptó a Edipo.

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Versiones de Nicolás Schuff

Edipo siguió camino, escrutando el horizonte, oyendo solo sus


pasos y el viento en la hierba. De pronto, una sombra se proyectó sobre
la tierra. Edipo miró hacia el cielo. Alcanzó a ver a una criatura pla-
neando sobre su cabeza, a varios metros de altura, pero el sol lo en-
candiló7. Se restregó los ojos. Cuando volvió a abrirlos, la Esfinge es-
taba delante suyo, inmóvil, con las alas desplegadas y los ojos brillan-
tes como brasas encendidas.
Edipo se estremeció. El corazón le latía con fuerza. Al fin, se so-
brepuso al temor, respiró hondo y habló.
—Quienquiera que seas —ordenó—, te exijo que me dejes
pasar. Voy hacia Tebas.
—Podrás pasar —dijo la Esfinge—, si contestas correctamente a
mi pregunta.
—Haz tu pregunta, entonces, y no perdamos más tiempo.
La Esfinge torció la boca en una mueca parecida a una sonrisa.
—Muy bien —dijo—. Pero debes saber que si contestas mal no
tendrás otra oportunidad.
—Lo sé —dijo Edipo.
—Entonces responde lo siguiente —desafió la Esfinge—. ¿Cuál
es el ser vivo que camina en cuatro patas al alba, en dos al mediodía
y en tres al atardecer?
Edipo se tomó unos instantes. Debía llegar a Tebas. Quería des-
cansar, después de tantos días de marcha. De pronto, el temor se des-
vaneció de su pecho y supo la respuesta al enigma. Esta apareció en
su mente con claridad, como un pez que salta en el aire y brilla al sol,
justo antes de volver a hundirse en el agua.

7 Encandilar: deslumbrar presentando de un golpe la vista a un exceso de luz.

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Seres que hacen temblar...

—Ese ser es el hombre —respondió—. Al nacer, gatea. Cuando


crece, anda erguido. Y al envejecer, debe ayudarse con un bastón.
Dicho esto, Edipo aguardó con expresión serena. El rostro feme-
nino de la Esfinge, en cambio, se arrugó de furia, se llenó de sangre,
se hinchó y deformó en una mueca horrenda y torturada. Abrió la
boca, lanzó un gemido y, dando grandes zancadas con sus patas de
león, se arrojó al vacío desde el borde de un barranco.
Edipo siguió sus pasos y se asomó al precipicio, para cerciorarse
de que el monstruo no vivía.
En efecto, el cuerpo de la Esfinge yacía destrozado bajo el sol,
entre las rocas.
Edipo entró en la ciudad, donde lo recibieron con honores.
Por la noche se organizó un banquete para celebrar su triunfo y
la liberación de Tebas.
Creonte cumplió su promesa y Edipo fue coronado rey.
Tiempo más tarde, sin embargo, el joven llegaría a conocer la
terrible verdad sobre su identidad.
Pero esa, como se dice, es otra historia.

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