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EL ATRAPANIEBLAS: LECTURA Y VIVENCIA DEL EVANGELIO DESDE

NUEVA RINCONADA, PAMPLONA ALTA, SAN JUAN DE MIRAFLORES,


CONO SUR DE LIMA. PERU

III DOMINGO TIEMPO DE CUARESMA . CICLO B. Jn 2, 13-25.


J La indignación de Jesús porque han convertido el templo en un
mercado.
J Destruyan este templo y en tres días lo levantaré: Jesús hablaba
del templo de su propio cuerpo.
J El gesto profético de Jesús vale también para nuestras
comunidades cristianas.
J El escándalo de las listas de precios de los sacramentos en las
parroquias.
J Contribuir a las necesidades de los sacerdotes y de las parroquias
con las donaciones libres en la cesta de las ofrendas y no con la
venta de sacramentos.

La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, narra la entrega de la


ley, de los Diez mandamientos por Dios a Moisés. Con ello Dios quiere dotar a
la humanidad de una constitución que asegure tanto las libertades individuales
como colectivas y proteja contra cualquier forma de atropello de los derechos
más elementales. Los Diez mandamientos ponen de relieve los deberes
esenciales de la persona humana. Del Decálogo deriva un compromiso que
implica no sólo lo que se refiere a la fidelidad al único Dios verdadero, sino
también las relaciones sociales dentro del pueblo de la Alianza. Estas últimas
están reguladas especialmente por lo que ha sido llamado el derecho del
pobre: “si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos, no endurecerás tu
corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y
le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia”. El don de la
liberación en la tierra prometida, la Alianza del Sinaí y el Decálogo están, por
tanto, íntimamente unidos por una praxis que debe regular el desarrollo de la
sociedad en la justicia y en la solidaridad.

Dios tiene sus derechos cuyo reconocimiento revierte siempre en


beneficio del hombre, porque la gloria de Dios es que el hombre viva. Jesús
reivindica el derecho de Dios a ser reconocido y adorado. Por eso interviene de
una forma tan contundente cuando ve que el templo se ha convertido en un
medio de utilizar a Dios en beneficio de los intereses de quienes detentan el
poder religioso. Jesús no puede tolerar que en el templo se haga negocio, que
se desvirtúe el carácter sagrado y se llegue a un descarado aprovechamiento
de los pobres y grita: “Quiten esto de aquí; no conviertan en mercado la
casa de mi Padre”.

Cuando Jesús llega al templo de Jerusalén, acompañado de sus


discípulos, para celebrar las fiestas de la Pascua, se encuentra con un
espectáculo inesperado: vendedores de bueyes, ovejas y palomas ofreciendo a
los peregrinos los animales que necesitan para sacrificarlos en honor a Dios.
Cambistas instalados en sus mesas, traficando con el cambio de monedas
paganas por la única moneda oficial aceptada por los sacerdotes. Jesús se
llena de indignación y con un látigo saca del recinto sagrado a los animales,
vuelca las mesas de los cambistas, echando por tierra las monedas. Lo que
ven sus ojos no tiene nada que ver con el verdadero culto a su Padre. La
religión del Templo se ha convertido en un negocio donde los sacerdotes
buscan ingresos y donde los peregrinos tratan de comprar a Dios con sus
ofrendas.

San Juan, a diferencia de los otros evangelistas, añade al relato


evangélico un diálogo con los judíos en el que Jesús afirma de manera
solemne que, tras la destrucción del Templo, Él “lo levantará en tres días”.
Nadie puede entender lo que dice. Por eso el evangelista añade: “Jesús
hablaba del templo de su cuerpo”. Juan escribe su evangelio cuando el
Templo de Jerusalén ya ha sido destruido. Muchos judíos se sentían
huérfanos. El Templo era el corazón de su religión. Por eso el evangelista
recuerda a los seguidores de Jesús que no han de sentir nostalgia por el viejo
templo. Jesús, destruido por las autoridades religiosas, pero resucitado por el
Padre, es el nuevo templo, el lugar para el encuentro con Dios.

En este nuevo templo que es Jesús, para adorar a Dios no basta el


incienso ni las aclamaciones litúrgicas solemnes. Los verdaderos adoradores
son aquellos que viven ante Dios en espíritu y en verdad. La verdadera
adoración consiste en vivir con el Espíritu de Jesús en la verdad del evangelio.
Sin esto el culto es adoración vacía. Las puertas de este nuevo templo que es
Jesús están abiertas a todos. Nadie está excluido. Pueden entrar en él los
pecadores, los impuros e incluso los paganos. El Dios que habita en Jesús es
de todos y para todos. En este templo no se hace discriminación alguna. Por
eso hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde
todos nos podamos sentir en la “casa del Padre”. Una casa acogedora y
cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni
discrimina. Una casa donde aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos
más desvalidos de Dios y no sólo nuestro propio interés.

Tenemos que preguntarnos qué religión es la nuestra. Si hace crecer


nuestra compasión por los que sufren o nos permite vivir tranquilos en nuestro
bienestar. Si alimenta nuestros propios intereses o nos pone a trabajar por un
mundo más humano. Si se parece a la religión del templo judío, Jesús no
bendeciría esa religión. No podemos reducir nuestras relaciones a comercio
interesado, pensando que en la vida todo consiste en vender y comprar,
sacando el máximo provecho a los demás. Es fácil entonces la tentación de
negociar incluso con Dios. Se le obsequia con algún culto para quedar bien con
Él, se pagan misas o se hacen promesas para obtener de Él algún beneficio, se
cumplen ritos para tenerlo a nuestro favor. Lo grave es olvidar que Dios es
amor, y el amor no se compra. Por algo decía Jesús que Dios quiere amor y no
sacrificios. “Quien no practica la justicia, y quien no ama a su hermano, no
es de Dios”.

El gesto profético que Jesús hizo en el templo causó diversas


reacciones: unos le cuestionan y otros le dan su aprobación. La acción de
Jesús es una muestra de su total desacuerdo con la situación y el sistema
predominante de la época. Han invertido las funciones del templo de ser casa
de oración a ser un lugar donde tramitar los negocios. Esta denuncia de Jesús
se dirige también al sistema que regula nuestras comunidades eclesiales.
Quizás hayamos convertido nuestras iglesias en puros lugares de trámite de
papeles y venta de sacramentos sin preocuparnos de la vida de sus miembros.
La acción profética de Jesús nos hace reflexionar sobre el sentido de nuestra
relación con Dios.

Hay personas que cuando me piden una misa por sus difuntos, o un
bautizo o una boda lo primero que preguntan es cuánto tienen que pagar y
muchos se sorprenden cuando les digo que los sacramentos no se pagan si no
que se da una ofrenda de forma libre para el mantenimiento del sacerdote y de
la parroquia. Hace unos días una persona se quedó sorprendida cuando le dije
esto y dijo que en todos los sitios que conoce se paga por la misa. En alguna
ocasión algún compañero sacerdote e incluso algunos laicos me han
recriminado que haga esto y lo remito a lo que el Papa Francisco ha dicho en
varios ocasiones sobre el pago por celebrar sacramentos como misas, bautizos
y bodas. En muchas iglesias, dice el Santo Padre, lo primero que te encuentras
es una lista de precios lo cual es un escándalo.

Es verdad, que los fieles tienen el deber de mantener a la iglesia y hay


que sensibilizarlos para que contribuyan a las necesidades de los sacerdotes y
de las parroquias, pero de forma voluntaria, como un donativo que se pone en
la cesta de las ofrendas, no con una lista de precios como si la Iglesia fuera un
comercio más. Hay que evitar hasta la más pequeña apariencia de negociación
o comercio y tener en cuenta que “se recomienda encarecidamente a los
sacerdotes que celebren la Misa por las intenciones de los fieles, sobre
todo de los más necesitados, aunque no reciban ningún estipendio”.
Además, el Papa pide a los sacerdotes que sean “virtuosos” en el uso del
dinero, tanto con un estilo de vida sobrio y sin excesos en el plano personal,
como con una gestión de los bienes parroquiales transparente y acorde con las
necesidades reales de los fieles, sobre todo de los más pobres y necesitados.

P. JOSE LUIS CALVO VICENTE

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