Tareas Del Diacono

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LAS TAREAS DEL DIACONADO PERMANENTE (II)

por Mons. Adolfo González Montes

Queridos diocesanos:

Una vez que hemos hablado de la instauración del diaconado permanente en


nuestra Iglesia diocesana, hemos de describir también su cometido en la Iglesia y
las facultades de que dispone para ejercer el ministerio propio.

El Vaticano II en al Constitución sobre la Iglesia dice que los diáconos reciben el


sacramento del Orden mediante la imposición de manos del Obispo y la plegaria
de ordenación que la acompaña, “para realizar un servicio no para ejercer el
sacerdocio”, de suerte que, “fortalecidos con la gracia del sacramento, en
comunión con el Obispo y sus presbíteros, están al servicio del pueblo de Dios en
el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad” (n. 29).

Aunque los primeros diáconos que conocemos y de los cuales habla el Libro de
los Hechos de los Apóstoles fueron elegidos para “servir a las mesas” (Hech 6,2) y
así facilitar la tarea de predicación de los Apóstoles, enseguida vemos que
algunos de ellos, como Esteban y Felipe, ejercen con elocuencia y sabiduría la
predicación. La evolución posterior del diaconado extendió definitivamente el
ministerio diaconal a la liturgia y a la predicación, además del ejercicio de la
caridad de la Iglesia para con los pobres y necesitados. Los obispos confiaron a
los diáconos tareas administrativas y de organización, llegando en la Iglesia
antigua a desempeñar un cometido relevante como colaboradores inmediatos,
confiándoles misiones de representación y organización y administración
eclesiástica.

El diácono no sólo asiste al Obispo y a los presbíteros en la celebración de la Misa


y de los oficios divinos, también preside de forma propia, bajo la autoridad del
Obispo, las celebraciones sacramentales de la asamblea cristiana, enumeradas
como sigue por el Concilio en el lugar citado: “administrar solemnemente el
bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir en nombre de la Iglesia a la
celebración del matrimonio y darle la bendición, llevar el viático a los enfermos,
leer la Sagrada Escritura a los fieles, enseñar y animar al pueblo, presidir el culto y
la oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir los funerales y los
entierros”.

Son acciones que realiza en virtud del propio ministerio recibido en la ordenación y
que le colocan en la presidencia de la asamblea cristiana según su grado. El
diácono carece de la autoridad magisterial de los presbíteros como colaboradores
inmediatos del Obispo, pues sólo por delegación de éste y de los presbíteros,
ejercen autorizadamente los diáconos la función de predicar. Los diáconos no
ejercen en ningún modo las acciones sacerdotales propias del Obispo y de los
presbíteros: oficiar la santa Misa y administrar el perdón de los pecados mediante
la absolución. En la liturgia el diácono aparece como ejecutor de la comunicación
entre la asamblea y el Obispo y sacerdotes que ofician. Corresponde a los
diáconos de modo propio procesionar el Evangeliario (libro de los evangelios) y
proclamar solemnemente el Evangelio, dirigir las preces litánicas y recitar las
preces de súplica en la asamblea, y disponer las ofrendas. Por tener confiadas
determinadas acciones caritativas y administrativas de la Iglesia, son ellos los que
en la llamada “elevación menor” de la Misa, mientras el Obispo o el presbítero
recitan la doxología o alabanza solemne con la que concluye la plegaria
eucarística antes del Padrenuestro, y elevan la Hostia consagrada, los diáconos a
su vez elevan el cáliz.

El ejercicio de la caridad conviene particularmente a los diáconos, que prestan así


valiosa ayuda a la organización asistencial y promocional de la Iglesia en favor de
los pobres y necesitados. También ejercen aquellas tareas de administración
diocesana y parroquial que les confíe el Obispo y los presbíteros, dando una
impronta ministerial al trabajo profesional del voluntariado cristiano que
desempeña tareas de este orden. Donde escasean las vocaciones sacerdotales el
ministerio de los diáconos resulta de particular valor y estima. El Directorio para
los diáconos permanentes dice que este ministerio “supone la estabilidad en este
orden” y que, por tanto, sólo “una rarísima excepción” podría llevar a diáconos
permanentes no casados o viudos al ministerio sacerdotal (Directorio, n. 5). Es
decir, el diaconado permanente es de por vida, y el diácono permanente ha de
vivirlo como verdadera consagración de vida al servicio del Evangelio y de la
Iglesia.

Con mi afecto y bendición.

+ Adolfo González Montes


Obispo de Almería
Almería, a 15 de julio de 2007
EL DIACONADO PERMANENTE EN NUESTRA IGLESIA

Queridos diocesanos:

Ha llegado el momento de ordenar los primeros diáconos permanentes de la


diócesis de Almería. El diaconado permanente existió en la Iglesia antigua y
algunos de nuestros santos más venerados fueron diáconos, como san Lorenzo y
san Vicente.

Lo conservaron hasta hoy las Iglesias orientales, y restaurado en nuestros días


por el Vaticano II en la Iglesia Católica, muchas Iglesias diocesanas cuentan con
este ministerio. Han pasado muchos años desde el último Concilio hasta que la
Iglesia de Almería ha tomado la decisión de instaurar el diaconado permanente.
Las Constituciones del IV Sínodo diocesano, aprobadas en 1999 por mi
Predecesor, incluyeron oportunas consideraciones sobre este ministerio y la
conveniencia de su instauración, no sin definir su cometido propio, orientado con
preferencia a las «zonas pastorales con mayor necesidad, en grandes parroquias
donde sea necesario este ministerio», sin excluir su presencia y acción en los
organismos diocesanos y en aquellos oficios pastorales que el Obispo considere
oportuno confiar a los diáconos permanentes. El Sínodo urgía asimismo la
elaboración de un directorio o una normativa diocesana y se expresaba sobre la
conveniencia de una buena formación de estos diáconos.

Con el propósito de secundar la decisión del Concilio, la Conferencia


Episcopal Española se ocupó de orientar la instauración, creando muy pronto un
«Comité para el Diaconado» y elaborando unas pautas u orientaciones sobre la
formación y el ministerio de loa diáconos permanentes. Más recientemente, con la
experiencia adquirida después de algunas décadas de postconcilio, la LXXXIII
Asamblea Plenaria de la Conferencia aprobó en 2000 nuevas «Normas básicas
para la formación de los diáconos permanentes en las diócesis españolas». Con
ello se aclimataba a nuestras necesidades y situación eclesial las «Normas»
elaboradas conjuntamente por las Congregaciones romanas para la Educación
católica y para el Clero, de 22 de febrero de 1998. Estas Normas están
acompañadas del «Directorio para el ministerio y vida de los diáconos», de la
misma fecha.

A mi llegada a la diócesis, quise consultar de nuevo al Consejo presbiteral


sobre la instauración del diaconado permanente, rogándole se expresara
confirmando la decisión sinodal o no. Una vez ratificada la decisión, llevamos a
cabo la instauración mediante decreto episcopal 30/2005 (26 diciembre); y
constituimos la «Comisión diocesana para el Diaconado permanente», encargada
de aplicar los planes de formación y seguimiento espiritual y pastoral de los
candidatos y su preparación inmediata a la ordenación mediante la recepción del
Sacramento del Orden sagrado.

Los candidatos que vamos a ordenar, Dios mediante, el próximo 15 de julio,


han cursado los estudios pertinentes: uno el currículo completo de Teología, el
otro el currículo completo de Ciencias Religiosas. Tras la graduación académica,
ambos han dedicado dos años más a la preparación específicamente pastoral,
espiritual y canónica bajo al dirección del Obispo y según la programación
elaborada por la mencionada Comisión diocesana.

Conviene ahora aclarar lo siguiente: 1º. Que nos diáconos permanentes son
clérigos y se distinguen de los diáconos transeúntes, en que estos últimos pasan
(“transitan”) por el diaconado camino del presbiterado, mientras los permanentes
no, pues como su nombre indica «permanecen» como diáconos. 2º. Los diáconos
permanentes no son sacerdotes, meta a la que aspiran los diáconos transeúntes y
que alcanzarán recibiendo el Sacramento del Presbiterado. 3º. Sin embargo, el
diaconado permanente es un verdadero sacramento, al ser participación del
Sacramento del Orden, que los diáconos reciben para el ejercicio no sacerdotal de
su ministerio propio. 4º. Hay que aclarar todavía que la disciplina de la Iglesia
latina exige para todos los diáconos transeúntes la observancia de la ley del
celibato sin excepción, pero no la exige para los diáconos permanentes. La
mayoría de ellos son, por esta razón, varones casados, verdaderamente probados
por la ejemplaridad de su vida matrimonial y familiar.

Se explica que no puedan acceder al diaconado permanente, en el caso de


varones casados, sino después de haber cumplido 35 años, facilitando así que los
candidatos casados hayan vivido cristianamente su matrimonio. Los diáconos
permanentes han de adherirse, a este propósito, de forma plena, privada y
públicamente, sin restricciones al magisterio de la Iglesia sobre la vida conyugal,
la familia y la educación de los hijos. Se explica también así que la ley de la Iglesia
exija a los candidatos casados el consentimiento de su mujer, llamada sin duda a
facilitar a su marido el ejercicio de su ministerio, cuando no a colaborar con él
estrechamente en él y compartir así unidos el compromiso apostólico singular de
esposos cristianos.

Hay también un diaconado permanente célibe, de particular significado para


varones consagrados, miembros de institutos religiosos masculinos que son
laicales (es decir, no sacerdotales) y de institutos seculares (para seglares). Uno y
otro estado de vida cristiana, celibato y matrimonio, contribuyen a enriquecer el
ejercicio del ministerio del diácono permanente en la Iglesia. Seguiremos hablando
de ello, pero por hoy basta.

Con mi afecto y bendición.

Almería, 8 de julio de 2007

+ Adolfo González Montes


Obispo de Almería

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