Erizo 6

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Reconocer la propia valía

« Son muy bonitos», dijo la mujer, casi sin pensarlo, mientras abría el regalo

cuidadosamente envuelto por su marido y extraía un par de pendientes de diamantes


que hacían juego con su anillo de boda. Sin reconocer su gran valor, le dio las gracias
con poco entusiasmo.
Su marido, ignorante de la falta de interés de su mujer por aquel regalo, estaba
radiante al ver a su mujer tan complacida. En una ocasión, ella había mencionado que le
gustaría tener aquel par de pendientes. Él había ahorrado un poco cada mes durante
años para comprarlos. El problema era que su mujer, creyendo que era imposible que
el marido se pudiera permitir pagar diamantes de verdad, pensó que eran zirconitas, un
material sintético que se parece a los diamantes de verdad pero que es más barato.
Durante los meses que siguieron, la mujer se puso los pendientes sin prestarles
mucha atención. No tenía cuidado cuando se los ponía ni cuando se los quitaba, y al final
acabó por perder uno. Cuando se lo dijo a su marido, él se preocupó mucho. Solo
entonces ella se dio cuenta de que los diamantes eran de verdad. El valor de las piedras
nunca cambió. Lo que había cambiado era el aprecio que les tenía.
Del mismo modo, es esencial que los adolescentes se den cuenta de que, sin importar
cuánto se aprecien a sí mismos en el momento presente, su valía es extraordinaria. Eso
es algo que nunca cambia.
Muchos de los seminarios y programas escolares de formación sobre autoestima se
quedan a medias si no conducen a sus participantes de la autoestima del pasado a la
valía propia del presente. Una de las mejores formas de conectar con los adolescentes
es ayudarles a darse cuenta de su gran valía.

Fuentes internas y externas de autoestima


Existen fuentes de autoestima externas e internas. Externamente, los adultos debemos
darnos cuenta de que la autoestima no es tanto algo que le damos a alguien como algo
que debemos dejar de arrebatar. Internamente, los adolescentes deben darse cuenta de
que su valía nunca cambia, sin importar cómo les traten los demás. Como sucede con los
diamantes, aunque su autoestima se desmorone, su valor sigue siendo extraordinario.
La verdadera autoestima es la medida de nuestro potencial como seres humanos.
Proviene de cada uno de nosotros de forma individual a medida que nos conocemos a
nosotros mismos. Los adolescentes necesitan darse cuenta de que son únicos y poseen
gran valía para los demás y para ellos mismos. Su autoestima se verá incrementada a
medida que descubren su valor.
Una joven que conocemos tuvo problemas de autoestima durante sus años de
adolescencia. Le dijo a Brad: «Menganita y Fulanita me dijeron que estoy demasiado
gorda, y la otra y la de más allá me dijeron que no soy divertida. No soy tan guapa ni
popular como mi mejor amiga. Ningún chico me ha propuesto una cita jamás».
Brad le preguntó: «¿Has ido alguna vez a la casa de la risa para ver los espejos?».
«Sí», dijo ella, «pero ¿qué tiene eso que ver?»
Él explicó: «Esos espejos distorsionan la verdad. Si nos creemos que la imagen de
nosotros mismos que vemos en ellos es verdad, podríamos tener problemas. ¿Te
imaginas cómo sería peinarte o maquillarte con uno de esos espejos? Sucede lo mismo
con la autoestima. Usar los ojos de otras personas como tus únicos espejos puede darte
una visión distorsionada».
Los adolescentes deben aprender que lo que los demás piensen o digan acerca de
ellos es una fuente de información, pero no puede ser la única.
El escritor George D. Durrant dijo: «Lo que los demás piensen de mí ya no es la fuerza
impulsora que fue una vez». Es a ese punto al que todos debemos llegar: hacer que la
autoestima sea menos externa (basada en lo que digan los demás y su influencia) y más
interna (basada en lo que nos decimos a nosotros mismos y nuestra influencia en
nosotros mismos).
Brad solía enseñar a chicos de sexto grado antes de dedicarse a la enseñanza
universitaria. Él sabe que, después de las reuniones entre padres y profesores o de las
jornadas de puertas abiertas, a menudo la gente se acerca a los profesores y les dice algo
amable. Un espectador ocasional podría preguntarse si esos elogios son la fuente de
autoestima de los profesores. Lo que ese espectador no ve u oye son los comentarios
envidiosos de otros miembros del claustro o las cartas hirientes que en ocasiones envían
los padres, criticando incluso los esfuerzos más sinceros de esos profesores que
trabajan en un ámbito tan público. No oyen los comentarios maliciosos o las
observaciones cortantes de algunos estudiantes. Para los profesores cuya única fuente
de autoestima es lo que digan los demás, dichos comentarios negativos podrían
conducir a su dimisión.
A pesar de ello, la mayor parte de los profesores hace lo que hace por motivos
internos, esto es, para servir a los demás y hacer que las cosas cambien. Esta motivación
aporta equilibrio. Da igual cuánta gente exprese alabanzas después de una jornada de
puertas abiertas si el profesor no se siente satisfecho con su propósito y su trabajo. Por
otro lado, algunos pueden criticar a un profesor o encontrarle fallos, pero eso no será el
fin del mundo si el profesor está genuinamente satisfecho con lo que ofrece. Al igual que
los profesores, los adolescentes pueden ser conscientes de su propia valía sin importar
cómo los demás elijan apreciarlos.

Reconocer el valor individual


Un modo excelente de ayudar a los adolescentes a ser conscientes de su valor como
individuos es involucrarlos en servir a los demás. Un líder de la juventud le dijo una vez
a Brad: «Los jóvenes con la autoestima baja están en un ciclo descendente. Servir a los
demás es lo que rompe ese ciclo. Al estar ocupados sirviendo, animando y sanando a los
demás, ni siquiera se dan cuenta de que se están ayudando a sí mismos».
En su libro Lighten Up!, Chieko Okazaki escribió: «En la actualidad oímos hablar
mucho de la autoestima. La autoestima, el tipo de autoestima que de verdad importa,
proviene de una relación personal con los demás. No de una relación de segunda mano
basada en escuchar a alguien hablar sobre nosotros, sino de una relación personal
basada en conversar, experimentar el amor de los demás y servirles18». Cuando
cultivamos en los adolescentes una sana preocupación por los demás, disminuimos los
efectos de su insana preocupación por sí mismos.
Cuando era adolescente, la madre de Jerrick se mudó desde un pequeño pueblo de
Idaho a Las Vegas, Nevada. El instituto que le tocaba por zona tenía más estudiantes que
habitantes tenía su pueblo, y la idea de tener tantos compañeros la intimidaba. Estaba
preocupada, como cualquier persona en un nuevo entorno, por hacer amigos y encajar
en su escuela. En lugar de querer ser popular con los deportes o compitiendo con los
demás por ser la mejor vestida, o incluso despreciando a los demás en un intento de
parecer interesante, eligió centrarse en ser constructiva y animar a los demás. Cada día
hacía un esfuerzo consciente por conocer los nombres de la gente. Cuando se cruzaba
con alguien por el pasillo, le saludaba por su nombre. Era su humilde modo de mostrar
que los otros le importaban, y, como le importaban los demás, estaba menos centrada
en sí misma. Como consecuencia, la gente que se encontraba en los pasillos y en clase
estaba segura de que la madre de Jerrick realmente se preocupaba por ellos, y querían
ser sus amigos.
Jerrick recuerda la vez en que decidió presentarse a unas elecciones estudiantiles.
Mientras le ofrecía consejo y ánimo, su madre le dijo: «Tú solo saluda a la gente por los
pasillos por su nombre y muéstrate de verdad interesado por ellos. Te votarán cuando
vean que estás pensando en ellos». Aquella filosofía funcionó con Jerrick como lo había
hecho con su madre. Al mismo tiempo que las relaciones con sus compañeros se hacían
más profundas, su confianza también crecía. Se centraba menos en las imperfecciones
que percibía de sí mismo al centrarse más en sus relaciones con los demás.
Brad pasó una mala época en secundaria. Un chico que no tiene cualidades para jugar
bien a baloncesto a menudo lo pasa mal en la escuela primaria y ya en la secundaria
agoniza. Los estudiantes de su escuela secundaria provenían de distintas escuelas
primarias, y muchos de los que se sentían inseguros se metían con los demás.
De algún modo, en aquella confusión, Brad acabó en la parte más baja del orden
jerárquico. Cada día tenía que enfrentarse a amenazas, rechazo y críticas hirientes por
parte de sus compañeros de clase. Una vez encasillado en este papel, nada de lo que
hacía funcionaba. Si intentaba hablar y mostrarse amistoso, se reían de él. Si no lo hacía,
pasaba lo mismo de todos modos. Odiaba el dolor y el sufrimiento que sentía, pero, y
esa es la clave, dentro de todo, no se odiaba a sí mismo.
Brad siempre sintió que no le conocían. Gracias a las alabanzas, la aceptación y el
apoyo que recibía de sus padres y de sus primos, Brad se gustaba a sí mismo. Gracias a
que sabía que era valioso, se valoraba. El hecho de no gustar a los chicos de su nueva
escuela no era para él la prueba de que era una mala persona. Más bien era la prueba de
que no le conocían.
A medida que Brad y sus compañeros fueron creciendo y madurando, acabaron por
conocerse mejor. Brad era extraordinario ayudando a los demás, y sus esfuerzos le
comportaron aceptación. La autoestima de Brad había sido puesta a prueba, pero,
gracias al conocimiento que poseía de su verdadera valía, pudo capear la tempestad.
Gracias a que le importaba más ser un amigo para los demás que encontrar amigos para
sí mismo, se centró en el exterior y encontró aceptación.

Quiénes son los adolescentes en realidad


Lo mejor que podemos hacer para ayudar a la gente joven a mejorar su autoestima es
ayudarlos a descubrir quiénes son en realidad. De este modo descubrirán su propia
valía, y, cuando la conozcan, su autoestima se incrementará.
Mientras uno de nuestros amigos concluía un seminario de autoestima que había
impartido, un hombre se acercó a la parte delantera de la sala y pidió: «¿Puedo decir
algo?». Nuestro amigo le acercó el micrófono y aquel hombre contó esta historia:
Cuando tenía ocho años me encantaba el béisbol. Tenía los cromos de todos los
jugadores. Mi padre ahorró un dinero para enviarme a un campamento de béisbol
dirigido por un jugador estrella.
El primer día, aquel famoso que dirigía el campamento, que era algo engreído,
sacó una lista de nombres y preguntó: «¿Dónde está Esteban?». Mi nombre se
pronuncia con f en lugar de con b. Lo había pronunciado mal a propósito.
Me encogí cuando todos empezaron a reírse.
El entrenador continuó llamándome: «Esteban, ¿estás aquí? ¡Hola, Esteban!».
Me sentía cada vez peor. Todos se reían. Fue la peor experiencia de mi vida hasta
aquel momento. Cuando llegué a casa le dije a mi padre que nunca más jugaría al
béisbol.
Mi padre era un hombre sabio y esperó unos cuantos años. Entonces, un jugador
retirado llegó a la ciudad y comenzó una liga infantil. Papá hizo un aparte con el
entrenador y le dijo: «A mi hijo le encanta el béisbol, pero tuvo una mala experiencia
con un entrenador». Y le contó toda la historia.
El nuevo entrenador dijo: «Envíemelo para las pruebas».
Entré en el equipo con dificultades, pero a medida que la temporada avanzaba
mejoré. Y entonces sucedió que, durante un partido, el equipo estaba en una situación
de vida o muerte. Las bases estaban ocupadas y era mi turno para batear. Pensé que
el entrenador iba a sacar a un bateador emergente en lugar de a mí, pero no lo hizo.
Se acercó, me rodeó con su brazo y dijo: «Stefan, puedes hacerlo. Soy tu entrenador y
estaré contigo todo el tiempo. Puedes hacerlo».
Me dirigí hasta la plataforma y el lanzador lanzó la bola. No la saqué de la cancha,
pero le lancé una bolea tan profunda al centrocampista que permitió que el corredor
de la tercera llegara a la base. Nuestro equipo ganó el partido.

Debemos ayudar a los adolescentes a ignorar las voces denigrantes de quienes les
rodean y a escuchar su voz interior, la voz que les dice: «¡Puedes hacerlo! Sabes que
puedes». En esos momentos vislumbran quiénes son en realidad, y alguien que ha
tenido esta visión no volverá a ser el mismo.
El piloto de la estufa de gas de Jerrick se estropeó hace poco. Para ponerla en
marcha, Jerrick tenía que usar un encendedor que prendiese la llama. Los
adolescentes son como esa estufa. Esa voz en su interior, la voz que les pero tuvo
una mala experiencia con un entrenador». Y le contó toda la historia.
El nuevo entrenador dijo: «Envíemelo para las pruebas».
Entré en el equipo con dificultades, pero a medida que la temporada avanzaba
mejoré. Y entonces sucedió que, durante un partido, el equipo estaba en una situación
de vida o muerte. Las bases estaban ocupadas y era mi turno para batear. Pensé que
el entrenador iba a sacar a un bateador emergente en lugar de a mí, pero no lo hizo.
Se acercó, me rodeó con su brazo y dijo: «Stefan, puedes hacerlo. Soy tu entrenador y
estaré contigo todo el tiempo. Puedes hacerlo».
Me dirigí hasta la plataforma y el lanzador lanzó la bola. No la saqué de la cancha,
pero le lancé una bolea tan profunda al centrocampista que permitió que el corredor
de la tercera llegara a la base. Nuestro equipo ganó el partido.

Debemos ayudar a los adolescentes a ignorar las voces denigrantes de quienes les
rodean y a escuchar su voz interior, la voz que les dice: «¡Puedes hacerlo! Sabes que
puedes». En esos momentos vislumbran quiénes son en realidad, y alguien que ha
tenido esta visión no volverá a ser el mismo.
El piloto de la estufa de gas de Jerrick se estropeó hace poco. Para ponerla en marcha,
Jerrick tenía que usar un encendedor que prendiese la llama. Los adolescentes son como
esa estufa. Esa voz en su interior, la voz que les dice que pueden conseguirlo, puede
apagarse ocasionalmente por culpa de las voces degradantes que la rodean. Cuando eso
sucede, debemos convertirnos en sus encendedores y darles apoyo positivo hasta que
vuelvan a oír esa voz interior.
¿Cómo saber si te estás ganando la confianza de tu erizo? A veces, aun después de que
hayas conseguido agarrarlo, puede hacerse una bola. La clave en esta situación es ¡no
tener miedo! Después de unos minutos, el erizo se desenrollará y comenzará a explorar,
y será entonces cuando sabremos que estamos en el camino hacia una relación de
confianza.

¿Cómo pueden los padres saber si los adolescentes están ganando confianza en sí
mismos? Si los adolescentes empiezan a servir a los demás y a cultivar una preocupación
saludable por los otros; si empiezan a disminuir los efectos de los sentimientos
negativos hacia sí mismos, y si se aceptan a sí mismos al empezar a comprender su valía
única e individual, sabremos que los adolescentes están en el buen camino hacia un
conocimiento sano de quiénes son realmente. Con los erizos y con los adolescentes,
nuestros pacientes esfuerzos valen la pena. Nuestros hijos adolescentes pueden llegar a
reconocer su extraordinaria valía y potencial.

Invitaciones a la acción

¿Cómo puede ayudar a los adolescentes a reconocer su propia valía? He aquí algunas
ideas sobre las que pensar:

• ¿Por qué razones puede que usted tuviera baja autoestima en su


adolescencia? ¿Cómo puede ayudar a su hijo adolescente el hecho
de que usted comparta con él sus experiencias?
• ¿Cómo pueden usted y su adolescente iniciar alguna actividad de
servicio a los demás significativa?
• Piense en algún momento en el que reconoció la extraordinaria
valía de su hijo. Cuéntele dicha experiencia. ¿Cómo puede seguir
expresando su fe en el potencial de su hijo?
Ayude a los adolescentes a desarrollar
una buena imagen de sí mismos

H acia el final de octavo curso, el club de ciencia de la escuela secundaria de

Jerrick participó en una competición estatal. Dos amigos y él fueron escogidos para
representar a la escuela. Tenían que ofrecer una presentación con sus ideas para crear
una infraestructura urbana respetuosa con el entorno, y a continuación participar en
una sesión de preguntas y respuestas. Aunque estar delante de tanta gente daba miedo,
así como no saber qué preguntas iban a hacerles, Jerrick y sus amigos lo hicieron bien.
Su escuela lo hizo mejor que nunca aquel año, y aquello ayudó a que los presentadores
se sintieran especialmente bien con su trabajo.
Cuando unos meses después Jerrick y sus amigos entraron en el instituto,
descubrieron que, después de las clases, los chicos populares no perdían el tiempo en
las aulas de ciencia. A los tres presentadores les seguía gustando la ciencia, pero por
culpa de la presión de sus compañeros escogieron seguir por caminos distintos en el
instituto. Aunque al acabar la secundaria tenían la autoestima bien alta, todos tuvieron
que luchar contra su baja autoestima durante el período de adaptación al instituto.
La lucha de una de estas adolescentes contra la baja autoestima fue muy difícil. Como
era tan inteligente, empezó a ser el blanco del acoso de otros estudiantes. También se
metían con ella a causa de su peso. Poco a poco, dejó que las percepciones de los otros
empezaran a afectar a la imagen que tenía de sí misma. Empezó a pasar tiempo con otras
personas, a consumir drogas y alcohol y a saltarse las clases. Como no dejaba de meterse
en problemas, al final la cambiaron a otro instituto. Tristemente, aquella joven brillante
no fue capaz de estar a la altura de su potencial. Estuvo más cerca de ello en la
secundaria de lo que lo está hoy en día.
Para que los adolescentes tengan una autoestima elevada, necesitan desarrollar una
imagen de sí mismos positiva. Eso no quiere decir que tengan que ajustarse al estándar
de perfección de los medios de comunicación, de hecho no deberían hacerlo, pero tienen
que sentirse cómodos consigo mismos. Al ayudarles a entender la diferencia entre la
realidad y el ideal, a cuidar del bienestar de su cuerpo, a abandonar el hábito poco
saludable de compararse con los demás y a adoptar hábitos saludables en su lugar, los
adolescentes pueden empezar a cosechar los beneficios de tener una autoestima
elevada.

La realidad versus el ideal


Uno de nuestros pasatiempos favoritos es ver películas en familia. Cuando vemos una
película, como público se nos pide que dejemos la realidad en suspenso por un tiempo
y que entremos en el mundo mágico de la película. Donde esto se hace más evidente es
en la popular serie de películas de Disney y Pixar, Toy Story.
En Toy Story, los juguetes de Andy cobran vida siempre que él u otros humanos no
andan cerca. Los juguetes viven muchas aventuras y hacen nuevas amistades, a la vez
que se ayudan entre sí a superar sus problemas. Por supuesto, todos sabemos que los
juguetes no cobran vida en la realidad, pero los niños más pequeños a menudo lo creen.
A la hermana pequeña de Jerrick le pasa, y Jerrick incluso admite que cuando era niño
solía fingir que sus caballeros de juguete podían hablar. Brad solía tener marionetas que
en su mente de niño parecían gente de verdad.
Los niños crecen y comienzan a distinguir entre la ficción y la realidad, lo que no es
real y lo que sí. A pesar de ello, los adolescentes a menudo experimentan dificultades
para distinguir entre lo real y lo ideal, las realidades de la vida versus los ideales a los
que constantemente se ven expuestos a través de las revistas, las películas, Internet y
los medios de comunicación. Como padres, debemos jugar con nuestros hijos y
estimular su imaginación durante la infancia, pero debemos ayudar a los adolescentes
a distinguir entre lo real y lo ideal.
Un padre que conocemos describe lo real versus lo ideal de la siguiente manera:
«Cuando vemos una película solo vemos una parte de la ecuación. Cuando intentas
pensar en 360 grados descubres todo lo que hay en la película: los decorados, las
cámaras, los directores, las tomas descartadas, el maquillaje, los dobles profesionales.
Los adolescentes deben pensar del mismo modo acerca de sus vidas. Ante la foto
perfecta de una preciosa modelo en Internet, deben ser capaces de ver la imagen
completa: los peluqueros, los maquilladores, los expertos en Photoshop… De esa
manera, verán la realidad de la imagen ideal (e irreal)».
Al ayudar a los adolescentes a darse cuenta de que solo están viendo una parte de la
imagen, cuando alguien les presente un ideal entenderán que es poco sano y peligroso
esperar ajustarse al mundo de ficción de los medios de comunicación. Los niños
maduran cuando se dan cuenta de que sus juguetes no tienen vida propia. La autoestima
de los adolescentes también madura cuando se dan cuenta de que está bien ser real y
no ajustarse a un ideal imposible.

Bienestar físico
En una noche de marzo especialmente fría, Jerrick y su compañero de habitación, Chris,
decidieron ir a hacer unas canastas a una pista descubierta iluminada que quedaba
cerca de su apartamento. Ambos acababan de dejar atrás una semana muy ocupada y
necesitaban relajarse desesperadamente. Un intenso uno contra uno parecía el
remedio perfecto para tal situación.
Con una espalda dolorida, un labio hinchado y tras un par de horas de intenso
ejercicio, decidieron dejarlo (para consternación de Jerrick, que quería tomarse la
revancha con desespero después de que Chris le ganara bastantes veces). Volvieron a
casa caminando, haciendo bromas y divirtiéndose mientras intentaban hablar, pues
tenían la boca entumecida por el frío.
Después de una larga ducha caliente, Jerrick todavía estaba temblando. «Creo que
estoy pillando un resfriado», le dijo a Chris. «Me voy a meter en la cama temprano».
«Venga ya», bromeó Chris, «lo que pasa es que te sientes mal porque te he dado un
montón de palizas en la cancha».
Jerrick le siguió el juego: «Sí, eso es. Seguro que me encontraré mejor mañana por la
mañana cuando haya olvidado esta noche». Deseaba desesperadamente sentirse mejor
al día siguiente, pero tenía la sensación de que las cosas no iban a mejorar tan pronto.
A la mañana siguiente, Jerrick despertó con fiebre y un dolor de espalda intenso.
Tomó algo de medicación e intentó dormir, pero el dolor iba empeorando. Al rato tenía
también náuseas y deshidratación. Acudió a la consulta del médico y descubrió, para su
consternación, que estaba aquejado por la maldición familiar: piedras en el riñón.
Durante los días siguientes, Jerrick pasó la mayor parte del tiempo hecho un ovillo en
el sofá, excepto el día que estuvo en urgencias enganchado a un gotero. Al final las
piedras salieron (¡ay!) y pudo regresar a su vida normal.
Durante una cita de seguimiento, el doctor de Jerrick quiso conocer su estilo de vida
para intentar disminuir el riesgo de que desarrollara más piedras.
—¿Fuma usted o bebe alcohol? —preguntó el médico.
—No —respondió él.
—¿Bebe suficiente agua?
—Eso creo.
—¿Toma refrescos o café?
—Bueno, me tomo un par de latas de refresco al día. Me ayuda a mantenerme
despierto —respondió Jerrick.
Su doctor le explicó que había estudios que demostraban que tomar una lata de
refresco al día incrementaba el riesgo de padecer piedras en el riñón. Jerrick dejó de
tomar refrescos con cafeína desde aquel día y, por si acaso, empezó a beber más agua
todos los días. «Haría lo que fuera para evitar volver a tener piedras en el riñón», dijo.
Aunque Jerrick pensaba que estaba bastante sano —hacía ejercicio regularmente,
dormía lo suficiente y comía de forma equilibrada—, aquellas latas de refresco
contribuyeron a un dolor que desearía no haber sentido nunca. Esperaba notar
beneficios físicos por beber menos refrescos, y los notó. Lo que no esperaba, sin
embargo, fueron los beneficios mentales y emocionales que experimentó como
resultado directo de su cambio de dieta. Tenía un mayor control sobre su estado de
ánimo, mayor concentración y mejor energía desde que no bebía refrescos. Cualquier
cambio positivo en la salud aporta este tipo de ventajas. Los adolescentes necesitan
entender que comer de manera adecuada y cuidar de sus cuerpos no solo mejorará su
salud física, sino que dichos esfuerzos tendrán beneficios en su salud mental y
emocional. Afectará a cómo se sienten consigo mismos.

La comparación
Un joven que conocemos fue educado en casa durante la mayor parte de los años de la
escuela elemental, así que había tenido poco contacto con otros niños más allá de sus
propios hermanos. Debido a un cambio en las circunstancias familiares, aquel joven
entró en la escuela pública en séptimo curso. Se puede entender el choque que este
chico, recién salido de un ambiente cariñoso con poca negatividad, experimentó
mientras aprendía los pormenores de la escuela secundaria.
Un día, aquel chico llegó a casa y declaró: «¡No soy nadie!».
Su madre preguntó: «¿Por qué dices eso?». El chico explicó: «Algunos chicos de la
escuela se han reído de mi ropa y me han dicho que no encajo. Dicen que no soy nadie,
y eso es lo que soy. Llevo ropa heredada, mamá. Nadie va a querer andar con esto», dijo,
señalándose a sí mismo. El entorno nuevo y los nuevos compañeros del chico le habían
influido de forma negativa.
Por desgracia, muchos adolescentes se sienten igual porque se comparan con sus
compañeros. Dicen: «Mi ropa no es tan nueva como la suya», «no soy tan buena en
deporte como ella» o «su teléfono móvil es más chulo que el mío». Aunque cierto grado
de comparación resulta normal y puede ayudar a los adolescentes a empujarse a ser
mejores, demasiada comparación puede ser insana y es tóxica para la autoestima. Los
adolescentes que tienen peor imagen de sí mismos a menudo pasan la mayor parte de
su tiempo comparándose con los demás en las redes sociales y en la vida real.
Podemos ayudar a los adolescentes a concentrarse en encontrar lo bueno que hay en
sí mismos. Al hacerlo, los adolescentes aprenderán que hay una opinión que importa
más que las demás: la suya propia.

Apariencia
Aunque constantemente intentamos enseñar a los adolescentes que lo que de verdad
importa es el interior, no podemos cambiar el hecho de que basan gran parte de su
autoestima en su apariencia. Los jóvenes se atormentan con su piel y con su peso en un
extraño período de sus vidas, en una etapa llena de acné, en la que tienen falta de
coordinación en los miembros, llevan aparatos dentales y pegan estirones. Se centran
más en la lista de defectos ue se encuentran a sí mismos en lugar de fijarse en las cosas
que les gustan de sí mismos.
En la vieja película ¿Qué pasa con Bob?, el personaje Bob Wiley no deja de repetir: «Me
siento bien. Me siento fantástico. Me siento maravillosamente bien». Es su modo de
disimular cómo se siente respecto a la situación en que se encuentra, situación que la
mayoría diría que ni es buena, ni fantástica ni maravillosa. De un modo parecido, los
adolescentes a menudo fingen lo que piensan respecto a una situación diciéndose: «Me
siento bien. Me siento fantástico. Me siento maravillosamente bien». A pesar de ello, se
hace más difícil cuando intentan decirse a sí mismos: «Estoy guapo. Me veo estupendo.
Tengo un aspecto fantástico». Para ayudar a los adolescentes a sentirse bien con su
aspecto, debemos elogiar algo bueno sobre ellos de forma auténtica. Esto hará
maravillas con su autoestima. Todos tenemos cosas que secretamente nos gustan de
nosotros mismos, y cosas que no. Cuando los padres y otros miembros de la familia
validan las buenas, se compensan las actuaciones de aquellos que acentúan las malas.
Jerrick recuerda una ocasión en que fue a la boda de un familiar lejano a quien no
había visto en muchos meses. Sabía que algunos de sus sobrinos adolescentes estaban
pasándolo mal con los deberes y a la hora de hacer amigos, así que intentó prestarles
más atención y pasar tiempo con ellos. Cuando vio que el primero de sus primos entraba
por la puerta, se acercó a él y se dio cuenta de que llevaba una bonita corbata. Incluso el
nudo tenía la forma perfecta. Era evidente que aquel joven se había tomado su tiempo
para que quedara bien. Jerrick le dijo: «¡Me gusta tu corbata! Has hecho una gran
elección. ¡Se ve increíble!». La sonrisa y el «gracias» posterior de su primo hicieron saber
a Jerrick que su cumplido no había sido en vano.

Después de que el erizo empiece a explorar, podemos coger una golosina con una mano
y ofrecérsela con mucho cuidado. Al ofrecerle algo al erizo de vez en cuando mientras
lo sostenemos en los brazos, le ayudaremos a aprender a disfrutar de ser abrazado. A
medida que los adolescentes exploran el mundo cambiante que se extiende a su
alrededor, podemos ayudarles a sentirse mejor consigo mismos. Podemos recordarles
cómo distinguir lo real de lo ideal, y ayudarles a conseguir bienestar físico y a dejar de
compararse con los demás. Del mismo modo que ofrecemos golosinas al erizo, podemos
elogiar sinceramente a los adolescentes por su apariencia y sus logros, y de esta manera
empezarán a desarrollar una imagen positiva de sí mismos.
Invitaciones a la acción

¿Cómo ayudar a los adolescentes a sentirse mejor consigo mismos? He aquí algunas
claves cuya práctica marcará la diferencia:

• ¿Cómo distingue usted sus expectativas de las de los demás?


¿Cuáles son sus expectativas respecto a su hijo adolescente? ¿Cómo
puede ajustar dichas expectativas para ser más positivo y/o
razonable?
• ¿Cómo promueve el bienestar físico de su hijo? ¿De qué otras
maneras puede promoverlo sin que sea un mandato? ¿Qué tipo de
ejemplo ofrece usted?
• Piense en una ocasión en la que se haya comparado con los
demás. ¿Qué aprendió de ello? ¿Cómo puede compartir con su hijo
lo que aprendió de aquella experiencia?
• ¿Qué le parece el aspecto de su hijo adolescente? ¿Qué elogios
sinceros podría hacerle? ¿Cómo puede elogiarlo de manera
sistemática?

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