4 VVerdugo Estallido Social

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Estallido social en Chile: una lectura de la pobreza

y la desigualdad en clave de respeto y reconocimiento


Verónica Verdugo Bonvallet*

Resumen
En el presente trabajo se reflexiona sobre la forma en que se construye so-
cialmente la demanda ciudadana por una reforma estructural en el marco
del denominado estallido social iniciado en octubre de 2019 en Chile, cues-
tión que remite a una discusión de fondo sobre el modelo de sociedad al
que los actores implicados aspiran. Dado que los significados orientan la
acción, nos parece fundamental ahondar sobre las nociones de respeto y
dignidad que están en la base de la protesta social de la ciudadanía movili-
zada, interpelando el modelo neoliberal y sus efectos permanentes sobre la
precarización de la vida. Es así como, a partir de la teoría del reconocimien-
to de Honneth y de una investigación realizada por la autora entre 2009 y
2013 en Santiago de Chile1 sobre la significación del respeto en el mundo
de la pobreza, el análisis se focaliza en la forma en que, a partir de dichas
nociones, la sociedad se relaciona con la pobreza y con la desigualdad. En
el escenario de una convivencia problemática de significados que apuntan
a modelos distintos de sociedad, este trabajo busca contribuir a desmitificar
la cultura de la desigualdad que naturaliza el abuso e impide forjar una
sociedad de semejantes.
Palabras clave: estallido social, desigualdad, pobreza, respeto, reconocimiento.

Abstract
The present paper reflects on the way in which citizen demand for a
structural reform is socially constructed in the framework of the so-called
social outbreak started in October 2019 in Chile, which ultimately refers

* Universidad Católica Silva Henríquez. Correo electrónico: [email protected]

Artículo recibido: 15/04/2020 Artículo aprobado: 10/08/2020


MIRÍADA. Año 13, N.º 17 (2021), pp. 127-153.
© Universidad del Salvador. Facultad de Ciencias Sociales. Instituto de Investigación en
Ciencias Sociales (IDICSO). ISSN: 1851-9431

1
Estudio de carácter cualitativo, realizado en el sector de Lo Hermida de la Comuna de
Peñalolén en Santiago de Chile. El trabajo de campo incluyó un total de 25 entrevistas en
profundidad: 14 individuales y 11 grupales.
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to a substantive discussion on the model of society longed by the actors


involved. Given that meanings guide action, it seems fundamental to us
to delve into the notions of respect and dignity that are at the base of the
social protest of mobilized citizens, challenging the neoliberal model and
its permanent effects on the precariousness of daily life. Thus, based on
the Recognition theory by Honneth and an investigation carried out by
the author between 2009 and 2013 in Santiago, Chile, on the significance of
respect in the world of poverty, the analysis focuses on the form in which,
based on these notions, society is related to poverty and inequality. In the
context of a problematic coexistence of meanings that point to different
models of society, this work seeks to contribute to demystifying the culture
of inequality that naturalizes abuse and prevents forging a society of peers.
Keywords: social outbreak, inequality, poverty, respect, recognition.

En nuestro estudio sobre la significación del respeto en el mundo de la po-


breza, nos planteamos el supuesto de que esta última ubica a los pobres en
una posición de desigualdad en sus opciones de acceso al respeto, aspecto
que pensábamos se expresaba en dimensiones tanto materiales como sim-
bólicas. En dicha investigación, pudimos comprobar que el respeto aparece
directamente vinculado a sus experiencias vitales en una compleja relación
disonante, estructurada en torno a las expectativas que genera el deber ser
de este principio universal y su experiencia de vida marcada por la pobreza
y el irrespeto. Observamos también que la pobreza es significada como el
principal obstáculo para la realización de la dignidad humana y que las
personas que viven en esta situación aspiran a una integración social plena.
Este anhelo emerge de la conciencia de la dignidad intrínseca del ser huma-
no y de la convicción de que la pobreza es un producto social.
En los últimos años, se ha generado evidencia empírica que reafirma es-
tos resultados y muestra el malestar de las personas asociado a la frustración
de expectativas de respeto y dignidad (Araujo, 2019; Frei, 2016; Programa
de Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2012, 2017; Zilveti, 2016).
Con la emergencia del estallido social de octubre de2019, dicho malestar
se hace omnipresente, lo que promueve un debate profundo en todo nivel
sobre las posibilidades que ofrece la sociedad chilena de vivir dignamente.
Uno de los aspectos que resulta particularmente relevante de la crisis social
y política que subyace al estallido es que el descontento generalizado que
ocasiona la desigualdad presente en el país interpela la dignidad igualitaria
que, en términos formales, tienen todas las personas. Ello significa que la
discusión excede los límites de la pobreza y de una concepción minimalista

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del bienestar, proyectándose a las condiciones de vida y patrones de inte-


gración del conjunto de la sociedad. Como plantea Canales (2007), el debate
incluye aquella zona que está entre la línea de la pobreza y la línea de la
inclusión social plena, es decir, a aquellos ciudadanos que, pese a no ser
pobres o no serlo de manera permanente, viven precariamente y carecen de
los recursos suficientes para garantizar su autonomía económica y social.
En efecto, si bien Chile, como otros países de América Latina, experi-
menta un siglo xxi con la presencia pública, cada vez más activa, de mo-
vimientos sociales que demandan una inclusión social plena2, antes de oc-
tubre de 2019 no había un reconocimiento transversal por parte de toda la
población de las profundas desigualdades que genera el modelo neoliberal.
Más aún, algunos estudios daban cuenta de la incorporación creciente en la
sociedad de valores del ideario neoliberal, como la atribución de la pobreza
y la desigualdad a causas individuales por parte de un porcentaje no menor
de la ciudadanía; la importancia de la meritocracia como vía para el éxito y
la integración social o la presencia extendida en la sociedad de experiencias
de malos tratos vinculados a variables, tales como la posición social, el lugar
de residencia, la vestimenta y el trabajo u ocupación desempeñado (Centro
de Estudios Públicos [CEP], 2015; Pontificia Universidad Católica de Chile
y GFK Adimark, 2018; PNUD, 2017; Zilveti, 2016).
El país gozaba de una suerte de admiración que lo ubicaba como ejem-
plo de estabilidad, orden y desarrollo económico, donde no cabía la inde-
seada “violencia” observada con distancia en otros países de la región. Si
bien ya teníamos indicios de un descontento creciente con la sociedad de
parte de la ciudadanía3, este nunca antes se había expresado de una manera
tal radical y multiforme en una demanda masiva, sistemática y transversal
de respeto y dignidad. Aunque no es posible afirmar que esto constituya
una derrota cultural del neoliberalismo, con el despertar de octubre de 2019
se produjo un quiebre en la “normalidad”: la protesta social y el debate pro-
fundo presentes en las calles, en los ámbitos académico y político, medios
de comunicación y redes sociales movieron los cimientos que afirmaban
los significados hegemónicos atribuidos al denominado “milagro chileno”.

2
Entre muchos otros, cabe destacar las movilizaciones desarrolladas por el movimiento estu-
diantil a partir de 2006 contra el modelo educativo chileno y el sistema en general; el trabajo
de defensa de los derechos humanos de la diversidad sexual y de género, desarrollado por
el Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh) desde la década de los 90;
el movimiento No más AFP, que tomó fuerza a partir de 2013, la ola feminista chilena o re-
volución feminista chilena de 2018, que involucró a la mayoría de las universidades chilenas.
3
Sobre estos aspectos, ver Fernández, García y Tironi (2008); Fundación Superación de la
Pobreza (FSP) (2010); PNUD (2000, 2002, 2009, 2012, 2017); y Villatoro (2004).

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“No son treinta pesos4, sino treinta años de abuso” era una de las consignas
que, junto con revelar un malestar subjetivo anclado en las experiencias de
las personas, hacía emerger el otro Chile. En este proceso, se observa con ni-
tidez la deslegitimación de las autoridades y sus instituciones en todo nivel,
significadas como ineficaces y carentes de voluntad política para atender a
las necesidades de la población. De ahí que la diferenciación izquierda/de-
recha pierde importancia para la ciudadanía ante la prolongada experiencia
de un ejercicio del poder que se cristaliza en el abuso y el privilegio. Así,
a la vez que se desnaturalizaban los estragos ocasionados por el modelo
al convertir derechos sociales en bienes que se transan en el mercado, se
visibilizaban los juegos de poder que en materia económica y política res-
guardaban los intereses de la elite.
A partir de lo anterior, el presente trabajo reflexiona sobre las nociones
de respeto y dignidad en el marco de la movilización ciudadana que se
inicia en octubre de 2019 en Chile. Se parte del supuesto de que, en la base
del estallido y de la respuesta del Gobierno y de los actores con poder para
enfrentarlo, existe una disputa esencial en torno a la creencia en la dignidad
igualitaria del conjunto de población. De ahí que la demanda de la ciuda-
danía por respeto y dignidad no genera reformas estructurales orientadas
a promover condiciones de vida dignas para todos, sino represión y accio-
nes nimias en materia social cuyo objetivo primordial es poner término a
la “violencia” y volver a la “normalidad”, manteniendo el statu quo. Para
abordar los significados subyacentes a la crisis social y política que vive el
país, en la reflexión que sigue intentaremos responder a las siguientes pre-
guntas: ¿de qué manera se construyen las nociones de respeto y dignidad
en el contexto del estallido social?; y ¿cómo se vincula dicha elaboración con
la pobreza y la desigualdad?
El trabajo se organiza en tres acápites. En el primero de ellos, hacemos
una breve contextualización de algunos de los principales hitos que dan
cuenta de la forma en que se suceden los hechos en el país desde octubre
de 2019 hasta la fecha en que se escribe este trabajo, así como de anteceden-
tes sobre las desigualdades profundas que comprometen la posibilidad de
desarrollar una vida digna en Chile. En un segundo momento, se presenta
una conceptualización en torno a las nociones de respeto y dignidad y sus
vínculos con los fenómenos de la pobreza y la desigualdad en el marco de
la crisis que vive el país y de la teoría del reconocimiento de Honneth. Por
último, a modo de síntesis, se esbozan algunas consideraciones finales que
se desprenden del análisis.

4
Refiere al alza de 30 pesos en la tarifa del metro que dio origen a la evasión masiva de estu-
diantes, punto de inicio del estallido social en Chile.
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Del inicio del estallido social a la caída del mito del “milagro chileno”.
Breve cronología y reseña del Chile desigual
El 14 de octubre de 2019 es considerado como el inicio del estallido social en
Chile, cuando los estudiantes secundarios evaden masivamente el pago del
metro en Santiago luego de un aumento de 305 pesos en la tarifa. Ocurrido
este hecho, en pocos días, emergen y se intensifican movilizaciones en todo
el territorio nacional que denuncian abusos en distintos ámbitos del bienestar
y exigen derechos sociales básicos y cambios estructurales a nivel nacional.
Entre los hechos ocurridos en el marco de las movilizaciones está la quema
simultánea de varias estaciones del metro en Santiago. A pesar de la trans-
versalidad y sistematicidad que adquiere la protesta, el Gobierno no asume
la gravedad de los hechos y arremete con una fuerte represión por parte de la
policía. Esto se lleva al extremo el día 19 del mismo mes, cuando el presidente
Piñera decreta estado de emergencia y posteriormente toque de queda en
diferentes ciudades. Un día después se dirige a toda la nación, interpretando
los hechos ocurridos como una guerra en la que, según sus propias palabras,
el país se enfrenta a un “enemigo poderoso, implacable, que no respeta a
nada ni a nadie y que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin
ningún límite” (Lucero y Guerra, 2019, párr. 2). Tras estas medidas, la ciuda-
danía responde con la denominada “marcha más grande de la historia”, que
concentró el 25 de octubre en Santiago a más de un millón doscientas mil
personas. Dos días después, el presidente Piñera anuncia el levantamiento
del estado de emergencia y saca a los militares de las calles.
Ante la persistencia de una radicalizada y multitudinaria movilización
ciudadana, el 30 de octubre el presidente informa que no se realizarán en
Chile ni el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) ni la Con-
ferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP25, eventos
internacionales de gran trascendencia para su gobierno. En un escenario
donde las movilizaciones persisten en todo el país, el 10 de noviembre el
presidente ratifica el inicio de un proceso para establecer una nueva Consti-
tución. En los días siguientes se da inicio a un duro proceso de negociación
entre el Gobierno y la oposición que se traduce, el 15 de noviembre, en el
denominado acuerdo histórico. Ambos sectores pactan la realización de un
plebiscito en el que la ciudadanía podría decidir si quería o no una nueva
Constitución, acto eleccionario que se planifica inicialmente para el 26 de
abril6 de 2020. Días después, el 24 de noviembre, el presidente Piñera anun-

5
El aumento en el valor del ticket desde 800 a 830 CLP (peso chileno) representa un alza de
0,042 dólares calculado con el valor del dólar de la fecha del alza.
6
Dada la pandemia que afecta al país y al mundo provocada por el COVID-19, se acordó
reprogramar el plebiscito para el 25 de octubre de 2020.
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cia un proyecto que da facultades a las Fuerzas Armadas de Chile para co-
laborar en la protección de infraestructura crítica sin necesidad de declarar
estado de excepción constitucional (este aún se encuentra en trámite en el
Congreso).
Entre los meses de octubre y diciembre de 2019, la represión de las Fuer-
zas Armadas y de orden es brutal, cometiéndose graves violaciones a los
derechos humanos. De acuerdo con antecedentes recopilados por Amnistía
Internacional, más de 13.000 personas fueron heridas durante los dos pri-
meros meses de protestas; se registraron más de 2500 denuncias de vio-
laciones a los derechos humanos, de las que más de 1500 corresponden a
tortura y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes, y más de 100 eran
delitos de carácter sexual cometidos por funcionarios públicos. Adicional-
mente, hasta diciembre se registraron más de 350 casos de traumas oculares
causados fundamentalmente por perdigones de escopeta (Amnistía Inter-
nacional, 2020). Estos hechos, que, en opinión de Amnistía Internacional,
constituyen la peor crisis de derechos humanos en el país posdictadura mi-
litar de Pinochet comprometen seriamente nuestra democracia7. Si bien la
movilización social tuvo una baja en febrero de 2020, periodo de vacaciones
en Chile, se esperaba una fuerte reactivación en marzo al reiniciarse las acti-
vidades laborales y académicas. No obstante, la pandemia provocada por el
COVID-19 ha concentrado al país en el enfrentamiento de la crisis sanitaria,
lo que ha puesto en pausa la demanda ciudadana y la respuesta frente a
esta. Al momento en que se escribe este trabajo, nos encontramos en confi-
namiento en la Región Metropolitana y otras ciudades del país.
No es una tarea fácil explicar el conjunto de factores que, de manera
entreverada, están en la base de la crisis social y política por la que atraviesa
un país donde la desigualdad ha alcanzado niveles vergonzosos, la insti-
tucionalidad no da garantía de respeto a los derechos de las personas, y
las autoridades han perdido la legitimidad ante la opinión pública. Resulta
ilustrador, sin embargo, detenernos en algunos antecedentes que explican
el malestar y la demanda ciudadana.
En primer lugar, es necesario señalar que la desigualdad socioeconó-
mica en Chile no es un fenómeno nuevo ni reciente. Pese a que sus meca-
nismos y formas de expresión han cambiado, es posible identificar algunas
constantes históricas, como la sucesión de elites que concentran gran parte
de las riquezas y un sector mayoritario de la sociedad en situación econó-

7
Esta brutal violación a los derechos humanos en Chile ha sido documentada también por
los informes emitidos por Human Rights Watch (HRW), la Comisión Interamericana de De-
rechos Humanos (CIDH) y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos (ACNUDH).
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mica y social desaventajada (PNUD, 2017). Cabe hacer mención especial al


periodo de dictadura militar de Pinochet (1973-1989), cuando el país expe-
rimentó una transformación profunda en términos económicos y sociales8,
con efectos significativos sobre la estructura de desigualdad (PNUD, 2017).
Con el advenimiento de la democracia, el modelo económico impuesto en
dictadura militar no se cambia, permaneciendo en manos de privados con
una lógica de mercado la administración de ámbitos fundamentales para la
vida de las personas, como lo son la previsión, la salud, la educación, entre
muchos otros. Transcurridas tres décadas desde el término de la dictadura,
las desigualdades en el país no solo no desaparecen, sino que aumentan. De
acuerdo a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
(2019), el nivel de desigualdad en materia de ingresos es enorme: en 2017 el
50 % de los hogares menos favorecidos accedió solo al 2,1 % de la riqueza
neta del país, el 10 % más rico concentró el 66,5 % del total, mientras que el
1 % más adinerado obtuvo el 26,5 % de la riqueza.
En la actualidad, la vida se ha precarizado de manera tal que un sector
importante de la población vive lo que Bayón (2015) denomina una integra-
ción excluyente que le impide una participación igualitaria en la sociedad.
De acuerdo con Duran y Kremerman, (2019), el 50 % de los trabajadores
chilenos gana menos de $400.0009, y prácticamente 7 de cada 10, menos de
$550.000 líquidos; 1,1 millones de asalariados no poseen contrato de trabajo,
y el 80 % gana menos de $412.000. Del mismo modo, en Chile se registran
más de 770.000 subempleados, de este total el 50 % gana menos de $150.000.
Con respecto al tema previsional, los antecedentes proporcionados por Gál-
vez y Kremerman (2019) evidencian que Chile experimenta una grave crisis
que compromete seriamente el bienestar de la mayor parte de la población.
A marzo de 2019, el 50 % de los 708.000 jubilados que recibieron una pen-
sión de vejez por edad obtuvieron menos de $151.00010, cifra que desciende
a $133.000 si no se incluyera el Aporte Previsional Solidario del Estado11. Si

8
Entre muchos otros aspectos que dan cuenta de dicha transformación, se pueden mencio-
nar los siguientes: la instalación de un Estado residual que concentra su labor exclusivamen-
te en la pobreza y deposita en los individuos la responsabilidad principal en el logro de su
bienestar, privatización de empresas públicas, aumento de la desigualdad debido a ajustes
recesivos que causan desempleo y disminución de los ingresos, supresión y represión de los
sindicatos, establecimiento de las bases de una economía desregulada y abierta al exterior
(PNUD, 2017).
9
Aproximadamente 480 dólares, cifra que en Chile puede cubrir tan solo el arriendo de una
vivienda o el arancel mensual de una carrera universitaria.
10
190 dólares.
El Aporte Previsional Solidario (APS) de vejez es un beneficio que otorga el Estado de
11

Chile a quienes han cotizado en el Sistema de Pensiones contributivo. Pueden acceder a


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se observa el tramo de personas que cotizaron entre 30 y 35 años en su vida


laboral, se constata que el 50 % recibió una pensión menor a $293.30012, va-
lor que está por debajo del salario mínimo13. Los datos correspondientes al
año 2018 son más críticos aún: el 50 % de los 124.000 pensionados ese año,
a través de su ahorro y la rentabilidad obtenida por las administradoras de
fondos de pensiones (AFP), solo lograron autofinanciar una pensión menor
a $48.000; y el 50 % de quienes cotizaron entre 30 y 35 años en su vida la-
boral pudieron autofinanciar una pensión menor a $246.000, equivalente al
82 % del salario mínimo14. En cuanto a la pobreza medida por ingresos, si
bien se mira con optimismo el indicador oficial que muestra una baja sos-
tenida desde 2006, cuando alcanzaba a 29,1 % de la población, hasta 2017,
cuando alcanzaba 8,6 % (Ministerio de Desarrollo Social y Familia, 2017);
otros estudios muestran que mediciones más exigentes aumentarían consi-
derablemente esta cifra, lo que demuestra una robusta relación entre bajos
salarios, bajas pensiones y pobreza. En efecto, si la medición considerara
exclusivamente los ingresos del mundo del trabajo15 (ingresos laborales y
pensiones contributivas) en la perspectiva de evaluar la suficiencia de este
tipo de recursos para mantener a los hogares fuera de la pobreza, se cons-
tata que la pobreza en Chile pasaría de un 8,6 % a un 29,4 %. El desglose de
esta última cifra permite observar la importancia que tiene cada uno de los
componentes del ingreso total en la medición. Si no se consideran los subsi-
dios y transferencias que entrega el Estado, se pasa de un 8,6 % a 12,5 %; si
tampoco se considera el alquiler imputado, aumentaría a 24 %. Finalmente,
si en relación con los ingresos autónomos, se consideran únicamente los in-
gresos del trabajo y las pensiones contributivas, dejando fuera los ingresos
de capital, la pobreza ascendería al 29,4 % señalado precedentemente. La
conclusión de todo esto es que, si las personas en Chile dependieran solo
de los ingresos del trabajo (en su etapa de jubilación, reflejados en el monto
de las pensiones), 3 de cada 10 de ellas estarían bajo la línea de la pobreza16,

este aquellas personas que tienen una pensión base inferior o igual a la Pensión Máxima
con Aporte Solidario (PMAS) y reúnen los requisitos de edad, focalización y residencia que
señala la Ley N.° 20.255.
12
372 dólares.
13
En Chile actualmente el sueldo mínimo asciende a $320.500, lo que equivale a 416 dólares.
14
Cálculo estimado de acuerdo al monto vigente del sueldo mínimo al momento en que se
hizo el estudio, equivalente a $301.000.
15
La metodología oficial del Ministerio de Desarrollo Social y Familia compara el ingreso to-
tal per cápita (ingresos del trabajo, pensiones y capital, subsidios transferidos por el Estado
y el alquiler imputado) con la línea de la pobreza y pobreza extrema.
Ello sin considerar la pobreza multidimensional que afecta a un 20,7 % de la población en
16

Chile (3.530.889 personas). Es importante tener presente, además, que un porcentaje impor-
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pasando de 1,5 millones a 5,2 millones de personas en esta situación (Durán


y Kremerman, 2018).
En el contexto de estos exiguos ingresos, la población presenta un nivel
importante de deuda. Por una parte, de acuerdo con la VIII Encuesta de
Presupuestos Familiares (EPF) del Instituto Nacional de Estadísticas (INE)
(2018), más del 70 % de los hogares está endeudado, lo que quiere decir
que sus gastos mensuales superan a sus ingresos mensuales. Por otra parte,
según el sistema de cuentas nacionales del Banco Central de Chile, en el
primer semestre de 2019, la deuda total de los hogares asciende a un 73,5 %
de sus ingresos disponibles anuales. Finalmente, los antecedentes propor-
cionados por el XXIV Informe de Deuda Personal Universidad San Sebas-
tián - Equifax muestran que en Chile más de 11 millones de personas están
endeudadas, cifra que equivale a más del 80 % de los mayores de 18 años,
de los cuales 4,6 millones están morosos, teniendo un monto promedio de
morosidad de $1.754.52517 (Durán y Kremerman, 2019).
Desde el punto de vista del bienestar subjetivo, se dispone de antece-
dentes que demuestran que la población en Chile presenta un fuerte des-
contento con la desigualdad, cuestión que excede los límites de lo económi-
co y se proyecta a otras dimensiones. En efecto, de acuerdo con Frei (2016),
la igualdad de trato en Chile aparece como el mandato moral más urgente,
aspecto que, desde un punto de vista normativo, correspondería al impe-
rativo categórico a partir del cual se evalúan las relaciones sociales. Es im-
portante señalar que, de todas las materias abordadas en el estudio, este
aspecto constituye el único argumento compartido por todos los grupos es-
tudiados sin distinción de clase, edad o sexo. Estos datos se ven reafirmados
por el PNUD (2017), que advierte que al 67 % de la población le molestan
mucho las desigualdades existentes en aspectos tales como el acceso a la
salud y a la educación, así como en cuanto al mayor respeto y dignidad con
que se trata a algunas personas.
Los antecedentes expuestos precedentemente muestran que la desigual-
dad constituye un rasgo estructural del orden social presente en Chile que
impide la integración plena a un sector mayoritario de la ciudadanía y lo
condena a una vida precaria que compromete seriamente su dignidad. En
este complejo escenario, una ciudadanía cada vez más crítica y disconforme
revindica el respeto como sustento de un cambio estructural coherente con
la dignidad igualitaria que poseen todas las personas.

tante de la población se encuentra en situación de pobreza por ingresos y multidimensional


(590.614 personas) (Ministerio de Desarrollo Social y Familia, 2017).
17
Más de 2200 dólares.
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Dignidad y respeto: mínimos sociales para una convivencia social ar-


mónica
El estallido social de octubre de 2019 remeció a Chile y puso en el centro
de la agenda pública cuestiones tan fundamentales e insuficientemente
abordadas por las ciencias sociales como la dignidad y el respeto. La trans-
versalidad e intensidad con que aparecen en la protesta ciudadana dan
cuenta de una sensibilidad colectiva que les otorga un lugar protagónico
en la construcción de una sociedad más justa y democrática, así como de la
complejidad y los desafíos que encierra su materialización en una sociedad
como la chilena. Ello ha contribuido a resituar su importancia en el mundo
académico, social, político y cultural, para constituir actualmente un tema
obligado de debate y de preocupación en distintos niveles.
Desde el punto de vista simbólico, el 18 de octubre se inicia un proceso
interesante de resignificación masiva de algunas representaciones hegemó-
nicas del denominado “milagro chileno”. La movilización adquiere un ca-
rácter claramente anticapitalista y antineoliberal que interpela al sistema.
En este contexto, adquieren visibilidad las violencias que genera el modelo,
expresadas en la pobreza, la vulnerabilidad y la desigualdad, en el trato
diferenciado, en la incertidumbre de vivir al día, en la tolerancia al me-
nosprecio, en la falta de respeto y, en definitiva, en la producción de ciu-
dadanías de primera y segunda categoría. Desde esta perspectiva, se hace
evidente que el problema no se sitúa, como se ha venido sosteniendo, solo
en aquellos que entran en la categoría de pobres, sino en las condiciones
de vida de la mayoría de la población. No obstante que algunos estudios
habían documentado que estar sobre la línea de la pobreza no era sinónimo
de bienestar, ni menos de integración social (Araujo y Martuccelli, 2011;
Canales, 2007; Durán y Kremerman, 2018; Ministerio de Desarrollo Social y
Familia, 2017), esta vez era la sociedad en su conjunto la que lo ratificaba y,
mejor aún, demandaba como nunca antes en la historia un cambio radical
orientado a romper con la mercantilización del sistema.
A la par, desde las autoridades y defensores del modelo, se alzaron con
vehemencia nociones como guerra, orden, violencia, delincuencia, vanda-
lismo, normalidad, todas las cuales integran una arquitectura conceptual
que criminaliza la protesta y busca mantener el statu quo. En el contexto
de una convivencia problemática de significados que dan cuenta de una
disputa en torno a la creencia en la dignidad igualitaria del conjunto de la
población, es fundamental detenernos en la forma en que aparecen en el
marco de la protesta social, así como en sus implicancias para una salida de-
mocrática que permita avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria.
En la movilización ciudadana, la palabra dignidad se hizo omnipresen-
te, se manifiesta de manera transversal y reiterada como fundamento que
136
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legitima la demanda por derechos sociales básicos en consignas tales como


“hasta que la dignidad se haga costumbre” y “el pueblo está en la calle
pidiendo dignidad”. Simbólicamente, esto se plasma en el bautismo ciu-
dadano del principal centro de celebraciones y protestas de Santiago, Plaza
Baquedano, conocido popularmente como Plaza Italia, el que a partir de
octubre pasa a llamarse Plaza de la Dignidad18.
La referencia a la dignidad es sustancial, condensa el conjunto de de-
mandas de la ciudadanía en todos los ámbitos del bienestar19. El coro de
un persistente “Chile despertó” transmite el mensaje de que la dignidad
ha tomado un lugar protagónico a la hora de pensar en la forma en que se
organiza la vida social y se evalúa la democracia. Por lo mismo, no se trata
de un arrebato momentáneo después del cual el país volverá a aquella “nor-
malidad” que naturaliza el abuso y la desigualdad. Lo que está en cuestión
es el valor fundamental e inalienable de toda persona con independencia de
sus características particulares y el consecuente respeto que estas merecen
en virtud de su calidad de seres humanos.
Como es sabido, más allá del debate que en la actualidad ha generado
su concepción de la dignidad humana, es Kant quien recupera el concepto
anclado en un sustento religioso, cimentándolo en la razón. Así afirma:
El hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no
solo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; debe
en todas sus acciones, no solo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a
los demás seres racionales, ser considerado siempre al mismo tiempo como
fin (Kant, 1785/1980, p. 83).
El filósofo reconoce el valor insustituible de la vida humana, así como
la inadmisibilidad de cualquier tipo de instrumentalización. La idea pri-
mordial de que el hombre es un fin en sí mismo permite ubicar la dignidad
humana hasta nuestros días como un referente ético indiscutible teórica,
política, social y culturalmente.
Esta propiedad intrínseca de las personas constituye a la vez el funda-
mento de la necesidad de respetarlas toda vez que el reconocimiento del
valor de la dignidad humana se vuelve real en la medida que se cristaliza
en acciones concretas. En la Metafísica de las costumbres, Kant (1980) concibe

18
Las autoridades evalúan la formalización de este acto ciudadano, ya materializado en los
mensajes que transmiten las redes sociales, los medios de comunicación y en general en el
diálogo cotidiano de la ciudadanía.
19
Las demandas presentes en la protesta social no son aisladas, remiten a un sistema de vida
digna. Entre ellas, se puede mencionar pensiones, salud, educación, justicia social, nueva
constitución, empleo y sueldos dignos, derechos humanos y no más impunidad. Para mayo-
res antecedentes sobre estos aspectos, ver NUDESOC (2020).
137
Miríada. Año 13 No. 17 (2021) 127-153

al respeto como un derecho cuya realización implica reciprocidad, otorgán-


dole un lugar esencial en la vida social: “todo hombre tiene un legítimo
derecho al respeto de sus semejantes y también él está obligado a lo mis-
mo, recíprocamente, con respecto a cada uno de ellos” (p. 335). Desde esta
perspectiva, el desprecio a los demás constituye para el autor la negación
del respeto que se debe al hombre en general y, por lo tanto, en cualquier
circunstancia lo considera contrario al deber. Para Honneth (2010), es justa-
mente esta concepción kantiana del ser humano la que otorga al concepto
de respeto la función de máximo principio de toda moral.
Con relación a estos aspectos, es importante subrayar que, en el contexto
de la crisis social y política que enfrenta Chile, los conceptos de dignidad y
respeto no aparecen como una mera abstracción, se vinculan directamente
a las condiciones materiales de vida de las personas y a las posibilidades de
integración social que ofrece o no la sociedad. Tal como sostiene Verdugo
(2015), la importancia que adquiere el respeto en la vida social se fundamenta
en el hecho de que atraviesa todas las dimensiones de la experiencia humana,
ubicándose su foco central en torno al eje igualdad-diferencia y, en definitiva,
en cuanto al conflicto entre igualdad formal e igualdad sustantiva. Por lo mis-
mo, la evaluación que hacen las personas de sentirse o no dignas y respetadas
depende de la concreción de este principio en la vida real, cuestión que exce-
de los límites de la justicia distributiva. En nuestra calidad de seres sociales,
las nociones de dignidad y respeto se encuentran profundamente enraiza-
das en nuestra experiencia de vida, en las relaciones que establecemos en la
sociedad y en la apreciación que tenemos de nosotros mismos. Desde esta
perspectiva, el respeto es el marco general en el que se circunscriben las rela-
ciones y vínculos sociales que tienen lugar en la experiencia de las personas.
Representa el ideal de igualdad que condensa las expectativas socialmente
estandarizadas respecto de la forma en que debiera organizarse la vida social.
En este proceso de mayor lucidez social, es pertinente hablar de pobre-
zas y desigualdades, ya que se trata de fenómenos que salen de lo estricta-
mente económico/material, para proyectarse a una concepción más integral
del bienestar. Como plantea Sen (1995), este último abarca funcionamientos
elementales, como estar alimentado, tener buena salud, evitar posibles en-
fermedades, y realizaciones más complejas, tales como ser feliz, tener digni-
dad o participar en comunidad. De ahí que la demanda por dignidad busca
salir de la lógica minimalista de subsidios y bonos estatales que mantienen
a las personas en los bordes de la línea de la pobreza, de una integración
excluyente que no permite plena autonomía, de la lucha diaria por sobre-
vivir a la precariedad y a la vulnerabilidad y de una vivencia diaria de des-
igualdad de dignidades donde valen más aquellos que poseen una posición
privilegiada en la estructura social.
138
Verdugo Bonvallet, V. / Estallido social en Chile: una lectura de la pobreza y la desigualdad...

Dignidad es experiencia vivida, es la expresión de una vida que merece


la pena vivir, en palabras de Sen (1995), remite a la autonomía o libertad de
las personas para llevar adelante la vida que tienen razones para valorar.
Desde esta perspectiva, el contenido del concepto de respeto cobra sentido
en toda su magnitud; lo que se busca es consideración, atención, miramien-
to, acatamiento, veneración, sentimiento de estimación (Gómez de Silva,
1998). Por lo mismo, la lucha por el respeto en un contexto de pobreza y
desigualdad demanda necesariamente una evaluación crítica del sistema,
atender a las condiciones de vida que produce y reproduce un modelo cen-
trado en la acumulación de riqueza para unos pocos (Verdugo, 2015).
La voz de la ciudadanía constituye entonces un llamado a reubicar la
dignidad humana en el centro, como fundamento de la organización de
la vida social. Ello va en la línea de los postulados de Esquirol (2006), para
quien la esencia del respeto se encuentra en lo que él denomina la “mirada
atenta”, aproximación que excede los límites del mero ver o percibir y pasa
a ser sinónima de “mirada ética”. La pertinencia de este tipo de mirada, sos-
tiene, se funda en el hecho de que ignorar o ser indiferente con alguien en
las relaciones interpersonales tiene una significación moral: ignorar a otro
contrasta con tenerlo en cuenta, atenderlo o considerarlo. Así, el respeto es
posible porque vemos, cualidad que nos conecta con el mundo, nos orienta
para la vida y nos permite discernir lo valioso e importante (Esquirol, 2006;
Verdugo, 2015).
La fuerza que adquieren el respeto y la dignidad en la actualidad es cohe-
rente con el momento histórico social que nos toca vivir, tal como afirma Ta-
ylor (2006), la formulación privilegiada para establecer el principio de respeto
en Occidente moderno se ha dado en forma de derechos. La institucionaliza-
ción del valor supremo de la dignidad humana y la consecuente necesidad
de respetarla se realiza a partir de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, la que desde su artículo 1 advierte: “todos los seres humanos nacen
libres e iguales en dignidad y derechos” (Asamblea General de la ONU, 1948).
Agrega, además, un mandato de reciprocidad sin el cual es impracticable su
expresión en la vida social: “dotados como están de razón y conciencia, deben
comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Tomando como base la
dignidad humana, este instrumento de alcance global, en su preámbulo, alude
al compromiso de las naciones de velar por la expresión de la dignidad huma-
na en la vida social “considerando que los Estados Miembros se han compro-
metido a asegurar, en cooperación con la Organización de las Naciones Uni-
das, el respeto universal y efectivo a los derechos y libertades fundamentales
del hombre” (Asamblea General de la ONU, 1948, preámbulo).
Ahora bien, no obstante que existe bastante acuerdo sobre la centralidad
que adquieren la dignidad y el respeto para una convivencia social demo-
139
Miríada. Año 13 No. 17 (2021) 127-153

crática e igualitaria, son evidentes las dificultades que plantea su realiza-


ción en la vida social. Sennett (2003) aborda este conflicto en los siguientes
términos: “la invocación de la dignidad como ‘valor universal’ no da por
sí misma ninguna pista acerca de la manera de practicar el respeto mutuo
inclusivo” (p. 69). Desde su perspectiva, la conducta que expresa respeto
no solo es escasa, sino que está desigualmente distribuida en la sociedad.
Entre otros aspectos, como plantea Verdugo (2015), dicha desigualdad en
el acceso al respeto se relaciona con el potencial de respetabilidad que po-
seen las personas, “referido a la probabilidad de ser respetadas en virtud
de determinados atributos20, cuya dotación o ausencia en distintos grados
y combinaciones es valorada en un determinado contexto y escenario so-
cial” (p. 41). Ello significa que en la práctica el respeto es concebido como
un bien restringido al que, si bien todos son merecedores, no siempre es
posible acceder y en el que se visualizan distintos ámbitos y grados de ac-
ceso. En el marco de la complejidad que ello plantea, es importante señalar
que, aun cuando el respeto constituye un principio altamente valorado en la
sociedad contemporánea, permanece todavía como un principio abstracto,
respecto del cual no se han especificado del todo sus modos de ponderación
y aplicación. Como afirma Honneth (2010), creemos que la esencia de lo que
entendemos por una vida satisfactoria debe estar ligada necesariamente a
la concepción de cómo y en calidad de qué los individuos se reconocen los
unos a los otros, lo que requiere detenerse en las cualidades deseables o
requeridas de las relaciones que los sujetos sostienen entre sí.
En la perspectiva de avanzar en un concepto de dignidad orientado a su
concreción en la vida social, se ha generado un amplio debate en el ámbito
de la filosofía que busca transitar desde del carácter amplio e individualista
que estaría en la base de la formulación kantiana de dignidad hacia una
concepción colectiva y relacional, cuestión que consideramos particular-
mente relevante en sociedades proclives a la desigualdad y exclusión social
como la chilena. En tal sentido, Morales (2018) da cuenta de la reformula-

20
Las fuentes del respeto aluden a aquellos atributos que facultan a las personas para alcan-
zar respeto a sí mismas y a los demás y se organizan en dos categorías: atributos de primer y
segundo orden. La primera de ellas se encuentra conformada por la calidad de ser humano
y proyecta una idea de respeto universal e igualitario que se cristaliza en el merecimiento
de todos a ser respetados. Por su parte, la categoría atributos de segundo orden refiere a
una constelación amplia de estos de naturaleza diversa que, siendo naturales o adquiridos,
pueden tener carácter biológico, económico, social, cultural, de poder o conductual. Entre
ellos, algunos pueden ser de orden más estructural, como el origen social y económico, o
más particular y circunstancial, como el detentar un cargo o poder en algún ámbito en un
momento específico. Esta multiplicidad de fuentes enfatiza la desigualdad y se cristaliza en
el acceso, por lo tanto, son las que en definitiva posibilitarán o no a las personas experimen-
tar el respeto en sus vidas cotidianas (Verdugo, 2015).
140
Verdugo Bonvallet, V. / Estallido social en Chile: una lectura de la pobreza y la desigualdad...

ción de Apel y Habermas del concepto desde el universalismo monológico


formal de Kant hacia un universalismo dialógico formal:
Si la razón humana es dialógica, entonces, para decidir qué normas son o
no morales —y también (por ende) válidas—, debe realizarse un diálogo
entre los distintos afectados por ellas, a fin de llegar a una convicción co-
lectiva de que tales o cuales normas son correctas. Esto sería sobre la base
a una racionalidad comunicativa, es decir, a aquella que considera a los
involucrados en el diálogo como interlocutores válidos, legitimados para
exponer en condiciones de simetría sus puntos de vista, los que deberán ser
tenidos en cuenta de manera significativa al momento de la decisión final,
pues se aspira a que este acuerdo satisfaga los intereses de todos los partici-
pantes. Se persigue el logro de un consenso entre ellos en un discurso, pues
la adecuación a la ley como consideración de normas válidas y universali-
zables ya no es tarea del individuo como ser aislado —en su fuero interno,
como pensaba Kant—, sino que aflora de todos los individuos afectados
por ellas (pp. 49-50).
Con relación a estos aspectos, Honneth (2010), para quien la categoría
hegeliana del reconocimiento constituye la herramienta conceptual más
adecuada para descifrar las experiencias sociales de injusticia y compren-
der la fuente motivacional de las luchas sociales, afirma que en la Moder-
nidad es posible apreciar tres esferas de reconocimiento con sus propios
principios, sobre los cuales no es posible deliberar libremente porque están
siempre presentes, están dados. Desde su perspectiva, la deliberación se
encuentra encarnada en ciertas circunstancias históricas ya dadas en una
cultura histórica (Honneth, citado en Pereira, 2010). Para el autor, los miem-
bros de la sociedad solo son integrados en ella gracias a mecanismos de
reconocimiento mutuo, los que resultan controvertidos y, por lo mismo, son
objeto de una lucha por el reconocimiento (Honneth, 2011).
Desde esta aproximación, se asume que la dignidad y su realización se
construyen colectivamente en el marco de relaciones intersubjetivas de re-
conocimiento recíproco. Su sentido y concreción remiten necesariamente al
contexto sociohistórico en que esta sea demandada, a la estructura social del
reconocimiento y a los parámetros definidos para una convivencia social sig-
nificada como respetuosa. En el caso que nos ocupa, habría que preguntarse
cuáles son esos parámetros: ¿hasta qué punto la ciudadanía se constituye en
Chile como un interlocutor válido para erigir las bases de lo que se denomina
una vida digna? ¿Existe voluntad política para realizar este proceso desde
los actores que detentan poder en distintos niveles? ¿Cuál es la concepción
de dignidad que subyace a las acciones emprendidas por parte de las autori-
dades hacia la ciudadanía? Parafraseando a Simmel (2002), interesa la forma
en que la sociedad construye la pobreza y la desigualdad que originan la de-

141
Miríada. Año 13 No. 17 (2021) 127-153

manda de dignidad y respeto. En su célebre ensayo El Pobre (Simmel, 2002),


al evaluar críticamente la asistencia, el autor profundiza en el sentido interior
del socorro y en las motivaciones que estaban en la base de la asistencia, mu-
chas de las cuales no tenían como sustento el derecho del pobre, quien solo
constituía un medio para fines políticos, religiosos o sociales. Este asunto es
vital toda vez que la forma en que se significa a las personas que protestan y
las circunstancias que motivan sus demandas determina los cursos de acción
del Estado y de los distintos actores con poder para generar reformas. Dichas
significaciones tienen efectos prácticos, muestran los caminos posibles en
cuanto a lo socialmente tolerable en términos del acceso efectivo a derechos
de las personas. Aunque la ciudadanía reciba una respuesta positiva que re-
suelva sus necesidades, sigue siendo importante el fundamento que subyace
a tal acción. Lo sustantivo es ¿qué lugar ocupan las nociones de respeto y
dignidad humana y la construcción colectiva de su realización en el curso de
los acontecimientos? Con relación a estos aspectos, coincidimos con Simmel
en que, desde el punto de vista social, el derecho del necesitado es el funda-
mento de la asistencia. Solo en la medida que se admite este derecho, es po-
sible abordar fenómenos como la pobreza y la desigualdad sin arbitrariedad,
evitando que dependan de la situación financiera accidental u otros factores
inseguros (Simmel, 2002). Si el derecho de la ciudadanía a una vida digna en
Chile no es el fundamento de la acción del Estado y de todos aquellos actores
con poder de decisión, se corre el riesgo, como veía el autor, de transformar
al necesitado en un medio para otros fines: “Ese individuo es, para la forma
abstracta moderna de la beneficencia, la acción final, pero en modo alguno
su fin último, que sólo consiste en la protección y fomento de la comunidad”
(Simmel, 2002, p. 222).
El examen de algunas acciones y significados que afloran como respues-
ta para enfrentar el estallido social en Chile proporciona pistas respecto de
los límites impuestos a la dignidad humana de un sector mayoritario de la
población y al consecuente respeto que merece. Los acontecimientos mues-
tran que el bienestar del conjunto de la sociedad no constituye el fin último
de la acción del Estado y de los distintos actores que detentan poder para
avanzar hacia el establecimiento de condiciones que permitan el reconoci-
miento mutuo.
Durante el estallido social, hemos podido observar cómo la respuesta
a la protesta social ha estado motivada primariamente por la necesidad de
poner término a la “violencia” y volver a la “normalidad”, más que por una
convicción profunda de que la realización de la dignidad humana supone
una sociedad más justa, igualitaria y democrática. Entre los meses de octu-
bre y diciembre de 2019, en la medida que persistía y se radicalizaba la mo-
vilización, los defensores del modelo neoliberal se sintieron amenazados y
142
Verdugo Bonvallet, V. / Estallido social en Chile: una lectura de la pobreza y la desigualdad...

fueron flexibilizando sus posiciones21.Llegaron incluso al punto de aceptar


algo que días antes consideraban inadmisible, a saber: un plebiscito para
decidir sobre la elaboración de una nueva Constitución que deje atrás la
que nos rige, elaborada e impuesta en dictadura militar. Lamentablemente,
pese a que los partidos oficialistas en su conjunto fueron parte del acuerdo
político firmado en noviembre de 2019 para llamar a este referéndum, al
poco tiempo, cuando baja la intensidad de las movilizaciones, dan un paso
atrás declarando públicamente que llamarán a rechazar el cambio constitu-
cional y se comprometen activamente en la campaña por el rechazo22.
Esta y otras acciones, como la propuesta del Gobierno de una agenda so-
cial minimalista que no compromete con reformas estructurales al modelo
económico, evidencian que lo que ha primado es una motivación política
orientada a mantener el statu quo. Se trata, como advertía Simmel, de que la
ciudadanía no se convierta en un enemigo activo y dañino para la sociedad.
Recuérdese el comunicado oficial del presidente Piñera a pocos días del inicio
del estallido social: “el país se enfrenta a un enemigo poderoso, implacable,
que no respeta a nada ni a nadie y que está dispuesto a usar la violencia y la
delincuencia sin ningún límite” (Lucero y Guerra, 2019, párr. 2), ignorando
con ello a la mayoría de la ciudadanía organizada que de manera multitudi-
naria y pacífica había salido a las calles a luchar por una sociedad más justa.
En este proceso, las palabras orden, violencia, delincuencia, vandalismo, normali-
dad adquieren preponderancia en los discursos del oficialismo y se traducen
en propuestas como la agenda de seguridad23 del presidente Piñera. En es-
trecha relación con lo anterior, la noción de violencia se restringe exclusiva-
mente a los manifestantes y a los destrozos e incendios generados durante la
protesta, sin aplicarse a la violencia sistemática que vive cotidianamente un
sector importante de la ciudadanía excluida de la sociedad, ni a la brutalidad
de las violaciones a los derechos humanos ejercida por la Policía.
En la cronología que incluimos al principio de este trabajo, aparecen con
nitidez dos aspectos que marcan de manera elocuente la forma en que el

21
Con una ceguera política de proporciones, en un inicio las autoridades subestimaron la
magnitud del descontento social. A modo de ejemplo, se puede citar la célebre frase del
expresidente de Metro, Clemente Pérez, a dos días de la evasión masiva que dio inicio al
estallido social: “cabros, esto no prendió” (Tudela, 2019, párr. 1), aludiendo a que los jóvenes
no tendrían apoyo de la población.
22
Al momento en que se escribe este trabajo es difícil observar la forma en que se materia-
lizará dicho compromiso, dado que la pandemia por COVID-19 ha redefinido la acción del
país en esta y otras materias.
23
Refiere a medidas para fortalecer el orden público y resguardar la seguridad ciudadana,
tales como un proyecto de Ley Antisaqueos y la discusión inmediata al proyecto de Ley
Antiencapuchados.
143
Miríada. Año 13 No. 17 (2021) 127-153

Gobierno y representantes del oficialismo abordan la crisis. Por una parte,


se despliega una represión brutal hacia la ciudadanía construida como ene-
migo público, especialmente los jóvenes, y, por otra, se generan acciones ni-
mias24 que no tienen ninguna incidencia sobre la estructura de la desigual-
dad en el país. Al decir de Honneth (2011), este tipo de respuesta desconoce
la trascendencia política de la experiencia del menosprecio y la humillación
que viven miles de chilenos en su lucha diaria para sobrellevar la pobreza
y la desigualdad.
Esto se ve acompañado de la violencia simbólica implicada en actos y
declaraciones de autoridades públicas, percibidas por la ciudadanía como
burlas humillantes. En efecto, dichas expresiones revelan indiferencia o
desconocimiento del daño a la dignidad humana provocado por las con-
diciones de vida que enfrenta la ciudadanía que protesta, cuestión que
incluso puede interpretarse como la validación de la existencia de una
desigualdad de dignidades. Ejemplos claros de ello son el planteamiento
de Juan Andrés Fontaine, quien fue ministro de Economía hasta octubre
de 2019, en cuanto a que la ciudadanía debía “levantarse más temprano”
(CNN Chile, 2019a, párr. 1) para evitar los efectos del alza en el pasaje del
metro25; la afirmación de la entonces vocera de Gobierno, Cecilia Pérez, en
el sentido que “de repente somos tan cuestionadores en cosas que son tan
humanas” (CNN Chile, 2019b, párr. 2), frente a las críticas que recibió el
presidente Piñera tras ser sorprendido el 18 de octubre cenando en un res-
taurante en Vitacura26, en momentos en que se registraban graves inciden-
tes en Santiago; las declaraciones del ministro de Salud Jaime Mañalich, con
relación a que en Chile “la salud pública es una de las mejores del planeta”
y que “estamos llenos de felicitaciones en los libros de reclamos de la Co-
misión de Medicina Preventiva e Invalidez (COMPIN). La gente nos ama,
nos pone esquelas” (El Desconcierto, 2020, párr. 1); los agravios de clase de
partidarios del oficialismo en la vía pública hacia los manifestantes, como

24
De acuerdo al NUDESOC (2020), la agenda social con que el Gobierno ha dado respuesta
a la crisis social y política que enfrenta el país es considerada insuficiente por la ciudadanía
en tanto no reflejaría la profundidad ni la pluralidad de las demandas planteadas. En efecto,
en una escala de 0 a 10, donde 0 es lo más insuficiente y 10 es lo más suficiente, el 94,2 % de
los encuestados tiene una valoración igual o menor a 4. Entre las razones que explican su
posición, se puede señalar lo siguiente: “No significa una disminución en la desigualdad de
manera significativa” (74,6 %), “no se hace cargo de las denuncias de violaciones a los DD.
HH.” (73,0 %), “no toca los elementos estructurales del modelo económico actual” (71,4 %),
“hay derechos sociales sobre los que no se plantean medidas” (65,5 %), “nada va a cambiar
si es que no se cambia la constitución” (62,4 %).
25
El ferrocarril metropolitano tiene tarifas diferenciadas en distintos horarios.
26
Comuna de altos ingresos en Santiago.
144
Verdugo Bonvallet, V. / Estallido social en Chile: una lectura de la pobreza y la desigualdad...

el caso de un vecino de la Dehesa27 que le dice a un manifestante: “ándate


a tu población28, roto” (Delgado, 2019, párr. 4). Este tipo de hechos no se
circunscribe al período analizado, ha estado presente desde antes que se
originara el estallido social, contribuyendo al malestar ciudadano. Entre los
más recientes, se puede mencionar una entrevista de julio de 2019 sobre las
largas esperas en la atención de salud, en la que el entonces subsecretario
de Redes Asistenciales Luis Castillo afirmó: “algunos pacientes van tempra-
no a consultorios porque es un elemento de reunión social29” (CNN Chile,
2019c, párr. 3). En este desafortunado listado de desaciertos se incluye tam-
bién el llamado que hizo el 8 de octubre el entonces ministro de Hacienda,
Felipe Larraín, a comprar flores, tras conocerse que el índice de precios al
consumidor (IPC) no había registrado variación durante el mes de septiem-
bre: “[Hay que] destacar a los románticos que han caído las flores, el precio
de las flores, así que los que quieran regalar flores en este mes, las flores
han caído un 3,7 %” (CNN Chile, 2019d, párr. 3). Finalmente, no podemos
dejar de mencionar la fotografía relajada y sonriente que se tomó el presi-
dente Piñera el 3 de abril de 2020 en Plaza Dignidad (Cooperativa, 2020),
aprovechándose del hecho de que nos encontrábamos en plena cuarentena
por COVID-19, acto considerado por la ciudadanía como una provocación
y una burla hacia la población y sus demandas.
Esta aproximación a la realidad social por parte de representantes del
oficialismo desconoce, como diría Honneth (2011), la lucha por el reconoci-
miento y la legitimidad de las pretensiones que dirige la población a la so-
ciedad, así como el sufrimiento generado por causas sociales. La demanda
ciudadana presente en la crisis social y política que enfrenta el país remite
a experiencias de injusticia que pueden ser entendidas como un continuo
de formas de negación del reconocimiento —de faltas de respeto— cuyas
diferencias estén determinadas por las cualidades o capacidades que los
afectados consideran injustificadamente no reconocidas o no respetadas
(Fraser y Honneth, 2006).
En efecto, en un país donde la gestión de la vida se hace compleja para
un sector importante de la ciudadanía y la conciencia de la desigualdad se
acrecienta, este tipo de declaraciones se concibe como una falta de respeto
que pone en tela de juicio el valor de la vida y la dignidad de las personas.
27
Barrio de la comuna de Lo Barnechea ubicado al noreste de Santiago. Habitado por fami-
lias de altos ingresos, corresponde a uno de los sectores más exclusivos de la capital.
28
En Chile se denomina “poblaciones” a aquellos asentamientos urbanos de bajos ingresos.
29
En Chile los tiempos de espera en los consultorios y, en general, la oportunidad y la ca-
lidad en la atención pública de salud constituyen un problema crítico que genera un gran
descontento ciudadano. Para mayores antecedentes sobre estos aspectos, ver Bedregal et al.
(2017) y PNUD (2017).
145
Miríada. Año 13 No. 17 (2021) 127-153

Desde esta línea de argumentación, la demanda por dignidad puede ser in-
terpretada en términos honnethianos como expresión de la violación de las
reivindicaciones bien fundamentadas del reconocimiento. Lo que se busca
es atender al alcance colectivo y relacional del concepto de dignidad, esta-
blecer en la relación con el otro los términos de una vida que puede ser de-
nominada como digna. La lucha de la ciudadanía movilizada por alcanzar
pensiones dignas, por un sueldo mínimo decente, por un acceso oportuno
y de calidad a la salud y a la educación, por disponer de medicamentos a
un precio justo, por un trato respetuoso sin distinción de género, clase o
condición social no son intrascendentes, representan mínimos sociales que
requieren un nuevo pacto social. Se trata de una “lucha por el reconoci-
miento”, tal como la denominara Hegel (1807/1966) hace más de dos siglos
atrás, cuya relectura desde Honneth (1997) apunta a las condiciones estruc-
turales que permitan que dichas aspiraciones puedan concretarse. La lucha
por el reconocimiento implica entonces tanto elementos simbólicos como
materiales.
Con relación a estos aspectos es importante mencionar que, en la En-
cuesta CEP de diciembre de 2019, la pregunta “¿cuáles son los tres proble-
mas a los que debería dedicar mayor esfuerzo en solucionar el gobierno?”
obtuvo un total de dieciséis problemas relevados, siendo los cuatro prime-
ros pensiones, salud, educación y sueldos. Este estudio mostró además que
el 55 % de la ciudadanía apoyó las manifestaciones iniciadas en octubre. Del
mismo modo, la encuesta Zona Cero, realizada por el Núcleo de Sociología
Contingente (NUDESOC) de la Universidad de Chile durante noviembre
de 2019 en Plaza de la Dignidad, mostró que el 55 % de los manifestantes
cuenta con estudios superiores, que su promedio de edad es de 33 años
y que la gran mayoría, 64,2 %, no participa en organizaciones vinculadas
a la movilización. En tal sentido, una de las principales conclusiones que
arroja es que, al tratarse de adultos jóvenes que conocen la realidad social y
poseen educación, pueden asistir a una manifestación por una noción clara
y lógica hacia las demandas que allí se plantean (NUDESOC, 2020). Estos
antecedentes contradicen las ideas que sectores del oficialismo han tratado
de difundir, en el sentido de que se trata mayoritariamente de adolescentes
y desadaptados cuyo único objetivo es producir daño.
La realización de la dignidad interpela al sistema, demanda reformas
estructurales por una sociedad más justa en la que, como diría Sen (2000),
más que como acumulación de riquezas, el desarrollo sea entendido como
un proceso integrado de expansión de las libertades fundamentales de que
disfrutan los individuos. Por lo mismo, sostengo que es fundamental dejar
de ubicar al respeto como una cuestión de orden estrictamente moral, des-
vinculada de los procesos estructurales que explican la emergencia, persis-
146
Verdugo Bonvallet, V. / Estallido social en Chile: una lectura de la pobreza y la desigualdad...

tencia y profundización de fenómenos como la pobreza y la desigualdad.


Ello ha favorecido la invisibilización y subvaloración de los efectos nocivos
que genera la ausencia de este principio en la vida social, obstaculizando a
la vez la institucionalización de principios de reconocimiento mutuo para el
conjunto de la sociedad (Verdugo, 2015).
Entendemos que la demanda transversal de dignidad y respeto en Chile
constituye una oportunidad histórica de reubicar a la persona en el lugar
que le corresponde, y forjar así una sociedad de semejantes en la que todos
sean reconocidos e incluidos como tales y se sientan parte. El logro de este
objetivo es condición necesaria para la estabilidad democrática y la recupe-
ración de la confianza de la ciudadanía.
¿De qué manera es posible entonces lograr una salida democrática a la
crisis? La respuesta va en el sentido de una construcción colectiva de la
dignidad en la vida social, en los términos planteados por Apel y Haber-
mas (Morales, 2018). Ello implica escuchar la voz de la ciudadanía y gene-
rar acciones coherentes con esa escucha. Retomando a Honneth (Fraser y
Honneth, 2006), entendemos que la superación de la “violencia”, que tanto
preocupa al oficialismo, no se resuelve con represión, sino con la institucio-
nalización de principios de reconocimiento mutuo que permitan una par-
ticipación igualitaria a todos los integrantes de la sociedad. Coincidimos
con el autor en que las sociedades podrán representar estructuras legítimas
de ordenación en la medida que sus miembros sientan que estas están en
condiciones de garantizar relaciones fiables de reconocimiento mutuo en
distintos niveles. De ahí que el punto de referencia de una concepción de
la justicia social para él debe estar dado por la calidad de las relaciones
sociales de reconocimiento, lo que se fundamenta en el hecho de que las
posibilidades que los sujetos tienen de desarrollar su autonomía individual
dependerían de que sean capaces de desarrollar una autorrelación intacta a
través de la experiencia del reconocimiento social (Fraser y Honneth, 2006).

A modo de síntesis
La desigualdad y la pobreza son problemas de carácter estructural que tie-
nen un impacto en el ejercicio ciudadano de la población, en la democracia
y en la estabilidad de los países. En Chile estos fenómenos tienen su origen
en la distribución desigual de recursos y de oportunidades que produce un
modelo neoliberal centrado en la acumulación de riquezas para unos pocos.
El desigual reparto del bienestar generado por dicho modelo ha tenido en el
país efectos devastadores sobre una ciudadanía cada vez más consciente de
que demanda reformas estructurales en el aquí y en el ahora.
Con anterioridad al 18 de octubre de 2019, la responsabilidad del mode-
lo neoliberal en la producción y reproducción de estos fenómenos se diluía
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ante un discurso hegemónico conservador y moralizante que ubicaba a la


meritocracia como mecanismo de ascenso social y criminalizaba la protesta.
En este proceso, cobraba centralidad la construcción de las pobrezas y las
desigualdades que enfrenta la población como problemas de responsabili-
dad individual, promoviendo con ello su naturalización y la desresponsa-
bilización del Estado.
El despertar de octubre representa un quiebre interesante en la sociedad
chilena, en el sentido de una mayor y masiva visibilidad de los efectos del
modelo sobre la vida y la dignidad de las personas, lo que se traduce en una
movilización histórica con un sello marcadamente anticapitalista y antineo-
liberal. Si bien no se puede afirmar que esto constituya una derrota cultural
del modelo, muchos de los mitos que lo asocian con éxito y desarrollo son
relativizados o desechados, hecho que interpela al Estado y a todos los ac-
tores que detentan poder en distintos ámbitos y niveles.
En el contexto de la crisis social y política que enfrenta el país, dignidad
y respeto representan mínimos sociales para un nuevo pacto social, siendo
relevados como fundamento de toda acción pública. De ahí que la voz de
la ciudadanía movilizada representa un desafío para la sociedad chilena en
términos de deconstruir aquellas respuestas minimalistas en materia social
que, junto con mantener a un sector importante de la ciudadanía excluido
de los beneficios de la sociedad, afirman la idea de la existencia de una des-
igualdad de dignidades.
Creemos que, junto con el abordaje de los aspectos materiales de la
pobreza y la desigualdad, la profundización de la democracia en el país
requiere atender a las dimensiones simbólicas que los acompañan. Es fun-
damental problematizar la forma en que se han venido construyendo estos
problemas y las respuestas de políticas para enfrentarlos, resignificar los
contenidos de los conceptos centrales que han estado en la base de las de-
cisiones públicas. Por lo mismo, es necesario insistir en el hecho de que el
carácter relacional de la pobreza y de la desigualdad exige ubicarlas en los
contextos sociohistóricos, institucionales y espaciales en los que tienen lu-
gar. Su superación involucra al conjunto de la sociedad, revisar críticamen-
te los significados que afirman las estructuras que generan desventaja social
para muchos y privilegios para unos pocos y tomar una posición en pro de
la dignidad humana. Creemos que esta última debe ser el principio rector
que justifique y dé sentido a la organización de la vida social. En este pro-
ceso, una nueva Constitución para Chile es la base indiscutible de un nuevo
pacto social en el que la dignidad y el respeto encuentren canales de institu-
cionalización y dejen de ser meras aspiraciones eternamente incumplidas.
Parafraseando a Honneth (Fraser y Honneth, 2006), uno de los principales
desafíos que enfrenta Chile apunta en el sentido de la institucionalización
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de principios de reconocimiento mutuo que permitan a todas las personas


relacionarse como sujetos libres e iguales en la sociedad.
Si bien nuestro análisis está condicionado por la cercanía del fenómeno
examinado y por la pausa en el proceso de movilización ciudadana gene-
rada por una pandemia que tiene comprometido al país y al mundo en
enfrentar la crisis sanitaria, creemos que los hechos ocurridos a partir de
octubre de 2019 marcan un hito histórico en cuanto a la expresión de senti-
mientos de injusticia y a la intolerancia de la ciudadanía hacia un modelo
que produce y reproduce desigualdades y pobrezas, así como en cuanto al
rechazo hacia los actores e instituciones que lo sustentan. La dignidad y el
respeto están al centro en la sociedad chilena, no hay vuelta atrás, espere-
mos que el Estado y, en general, todos los actores que detentan poder en
ámbitos diversos, comprendan las reales proporciones implicadas en este
despertar de la ciudadanía y actúen en consecuencia. En ello se juegan la
democracia, la paz social, la legitimidad de nuestras instituciones y autori-
dades y las posibilidades de desarrollo de un país que posee los recursos
para que todos puedan vivir una vida que merezca la pena ser vivida.
Lo anterior es particularmente relevante si se considera que la preca-
riedad de las condiciones de vida de un sector importante de la ciudada-
nía se ha visto brutalmente exacerbada entre los meses de marzo y julio
del presente año por los efectos adversos del COVID-19 en la economía
y en la sociedad en general. De acuerdo al INE, la tasa de desocupación
nacional en el trimestre marzo-mayo alcanzó un 11,2 %, y la estimación del
total de ocupados decreció en 16,5 % (INE, 2020), cifras que podrían seguir
aumentando con la crisis. En el alarmante escenario que se avecina, cobra
sentido preguntarse si las decisiones públicas irán en el sentido de evitar la
humillación y el desprecio a la vida y a la dignidad humana que conlleva la
forma de organización social que nos rige en la actualidad y si, como diría
Honneth (Pereira, 2010), Chile asumirá el desafío de garantizar a todos los
integrantes de la sociedad una vida buena y justa.

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