Leer, No Leer
Leer, No Leer
Leer, No Leer
La experiencia lectora de Pilar Navarrete le lleva a unas reflexiones sobre cuándo y por qué
se empieza y qué le da la lectura a la vida.
Cuando uno ha pasado toda la vida leyendo no recuerda cuándo y cómo empezó a
hacerlo. (…) En cambio, no resulta difícil acordarse del porqué, o imaginarlo. Empecé a
leer por soledad, por aburrimiento. No sé cómo me encontré con el primer libro,
probablemente un cuento de pocas páginas con dibujos muy figurativos, muy obvios, y un
texto rimado, en estrofas muy fáciles y con un poder narrativo inmejorable. Aún lo
recuerdo… “…cuando se cayó aquel día la palomita ¿doña cotorra que hacía? Tras un árbol se
escondía. Viendo al ave desangrarse, temió de sangre mancharse. Por no ensuciarse el vestido, abandonó así
a un herido…” ¡Qué delicia!
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Hay que tener ante los libros la misma actitud que ante las personas a la hora de
crear amigos. Dar una oportunidad. A veces en el primer encuentro o las veinte primeras
páginas descubrís que te falta interés. Puede que el libro necesite una segunda oportunidad.
Pero si te sigue inspirando poco, si te aburre, si se aleja de tu geografía afectiva… dejalo y
vete a por otro. No hay que perder el tiempo: ¡hay tanto por leer!
Con los libros, como con las personas, no sólo se depende del buen ojo para la
elección, sino de la buena suerte. Ahora bien, ya decía Schopenhauer que la suerte echa las
cartas y nosotros jugamos.
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Un poco más tarde, ya fuera del armario, en varios sentidos, le hinqué el diente a
Freud, Nietzsche y los marxistas. Estaba en la etapa de leer para saber. Con el tiempo, los
caminos de la lectura se abrían espléndidamente hacia autores y títulos de la más variada
condición. Trituraba sin grandes exigencias, raramente cerraba un libro sin haberlo bebido
hasta el final.
Después, a medida que la vida iba generando las obligaciones que toda vida
produce por razones puramente biológicas —ganarse el pan, pagar el alquiler, criar a un
hijo, etc.— esos caminos se fueron estrechando y comencé a ser selectiva, exigente,
insobornable y fetichista. Es la época (rondando los treinta) en que el lector ya sabe lo que
le gusta, busca poco, no pierde el tiempo, entroniza a sus autores favoritos y reduce, en
mucho, la curiosidad por los demás. Renuncia también a su afán de saber hablar de libros y
de títulos para demostrar su acervo. De hecho, no le importa olvidar los títulos de lo que
va leyendo, sólo quiere leer lo que tiene una garantía de interesarle y distraerle de la
monotonía de lo cotidiano. Degusta, paladea, disfruta de la lectura como de un
psicotrópico, se anestesia o se estimula con ella. Es su droga.
Es preciso saber que la belleza de los libros es cambiante, como la de las personas,
según cómo les dé la luz, el viento, la temperatura. Un libro puede resultar espeso en un
momento dado y en la segunda visión aparecer claro como el día; o triste la primera vez y
tremendamente humorístico la siguiente; o sencillo en una primera lectura y deslumbrante
en la última. O hermoso en sus orígenes y repulsivo veinte años después. En general, uno
es fruto de sus lecturas y sus lecturas responden a su forma de ser. Borges decía: “…mis
libros son tan parte de mí como ese rostro de sienes grises y de grises ojos que vanamente busco en los
cristales…” y también, aunque no recuerdo la cita textual, que muchas veces tenía la
sensación de haber vivido su vida más a través de los libros que en la propia realidad.
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pintan futuros apocalípticos—, que las bibliotecas, las librerías tradicionales y los lectores
de hoy, estamos abocados al fracaso y a la extinción. Decía Joaquín Rodríguez, en su
trabajo “La vida después de google” que se imagina un futuro en el que desaparezca el
libro, más que el futuro en el que el libro digital se imponga al libro de papel. Mario
Muschnik y Sanchez Ron compartían en gran medida esta reflexión.
¿Es aterrador? No. Lo será para quienes nos metimos detrás de una cortina o una
puerta a solucionar nuestra soledad y a aprender lo que era la vida con un libro en las
manos. O sea, dos generaciones como mucho. Pero hoy, probablemente, hay otras formas
de pasar los malos tragos y otros instrumentos — ¿quién es capaz de decir mejores o
peores?— de tomar conciencia de la realidad, puesto que la realidad es otra y lo será
todavía mucho más. El buen lector ha aprendido, justamente en los libros, la lección de
que primum vivere, deinde philosophare: “primero vivir y luego filosofar”. O, lo que es lo mismo:
intenta ser feliz y no te comas el coco. La verdad no habita sólo en el hombre interior, sino
que el hombre es el mundo, y es en el mundo donde se conoce al hombre.
Hay muchos otros problemas que solucionar antes de solucionar el de los bajos
índices de lectura; por ejemplo el bajo índice de igualdad, de justicia social, de respeto por
los demás y de generosidad hacia el débil. Además ¿qué son las estadísticas aparte de unas
cifras que se acomodan al eslogan que queremos publicitar, o al contrario si nos resulta
conveniente? Las únicas cifras más o menos ciertas son las de venta de libros. Pero
compramos libros como tantas otras cosas, por el valor simbólico, por la urgencia de
regalar, por exclusión, si no se nos ocurre otra cosa… Las cifras de lectura y, no digamos,
las de comprensión y aprovechamiento de la lectura son tan irreales como las de salud
sexual. Y buscar las cifras de que los libros leídos hayan podido mejorar la calidad espiritual
del ser humano, sería ya calcular el número de plumas de los querubines de la corte
celestial.
Caballud Albiac, Mercedes (Coord.) (2011). Pan de lectura. Sugerencias para un plan de lectura,
escritura y expresión oral. Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de
Aragón. Primera edición.