Iii Sesion

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III SESION Los sacramentos de la curación (Penitencia y Unción de los enfermos).

En esta tercera sesión nos concentraremos en los llamados sacramentos de la curación. La


enfermedad y sobre todo la muerte son realidades inseparables de todo hombre o mujer y
analógicamente lo son las enfermedades del alma y la muerte del alma, los pecado veniales
o mortales. Vernos como Dio se acerca a nuestra condición humana regalándonos dos
sacramentos que nos ayudan a vivir la enfermedad y la muerte, y a salir del pecado.

1. El sacramento de la unción de los enfermos

a) Enfermedad, pecado y sanación


Hemos visto el ciclo vital que la Iglesia acompaña con propio Ciclo Vital, con sus
Sacramentos, fuentes de Vida. En la segunda sesión hemos visto el nacimiento,
crecimiento, alimentación, maduración (Iniciación cristiana); en la cuarta veremos los
sacramentos de la vocación al servicio de los demás que acrecientan con nuevos hijos de la
carne y del espíritu el mundo y la Iglesia (orden y matrimonio); y ahora en esta III SESION
nos corresponde estudiar los sacramentos de la enfermedad, muerte y pecado (Penitencia y
Unción de los enfermos).
Así comparecen la vida y la muerte, la salud y la enfermedad.
La enfermedad
Con respecto a la enfermedad (males en general) tenemos que el mal moral (o pecado)
que es curado por el sacramento de la penitencia, y el mal físico (enfermedad y muerte
física) que es sanado por la unción de los enfermos.
Estudiaremos brevemente la enfermedad en el plan de Dios, la curación en el Nuevo
Testamento y la Unción.
La unción es a la penitencia lo que la confirmación al bautismo, su complemento y
consumación.
Enfermedad y pecado y unciones.
En muchas culturas la enfermedad se considera una maldición por lo pecado personales.
Es cierto que el origen de todo mal está en el pecado, y concretamente en le pecado
original. Pero la revelación cristiana con su culminación en Jesucristo nos abre a una
comprensión mas amplia de la enfermedad y por tanto de la muerte. No solo como
purificación sino también como incorporación a la misión redentora de Cristo.
Es la pregunta de los apóstoles a Jesús ante el ciego de nacimiento: ¿quién peco, éste o
sus padres?
Si en una época temprana de la revelación la enfermedad se ve como consecuencia del
pecado (así por ejemplo muchos salmos de súplicas por la enfermedad van muy unidos a la
contrición por los pecados), y que Dios que castiga el pecado con males y enfermedades; en
una época posterior -por ejemplo, en el libro de Job- ya aparece una consideración más
amplia y profunda.
No podemos estudiar con profundidad este hermoso libro, pero el mal se puede ver aquí
en una triple dimensión: como purificación por las culpas, como prueba para la fe y
finalmente como una experiencia teológica de comprensión de Dios y “entrar” en su
misterio: Job termina diciendo “antes te conocía solo de oídas ahora mis ojos te han visto”.
La enfermedad irá apareciendo en el N. Testamento como una manera de incorporarse a
quien no tenía y pecado y sufrió el dolor y la muerte como manera de salvarnos a todos. La
enfermedad en la perspectiva de la co-redención, incorporación a Cristo en cuento Víctima.
Y porque es víctima voluntaria y amorosa puede ofrecer eso por nuestros pecados. La
enfermedad bien llevada -y aquí entra la unción de los enfermos- es salvación par ale
mundo.
En la consideración de este tratado podremos entender como los males se transforman
en bienes. Así como las aguas salinas y amargas del mar cuando suben se transforman en
aguas limpias y purificadoras de las lluvias, así la enfermedad unida al sacramento es un
bien que nos eleva a Cristo.
El antiguo adagio: poenae sunt pennae: las penas son plumas (alas).
a) Las unciones
En el AT se practicaban tres tipos de unciones: para los reyes, para los profetas y para
los sacerdotes. También para los altares. Todo esto era una seña de santificación, quedaban
de alguna manera separados -qadosh, santificados- para el culto o misión divina.
Así estas sunciones preparan al Medías, el UNGIDO de Dios. Ungido por el E. Santo en
el día de su encarnación.
También las unciones (aceite/olivos) significaban el amor y los banquetes, las comidas
expresando el júbilo por la fiesta. Así María de Betania unge el cuerpo de Jesús en el
banquete.
Finalmente, el poder curativo del aceite, o por lo menos de alivio para las heridas. A ves
mezclado con vino o con bálsamo. Así el buen samaritano pone vino y aceite para curar las
heridas o por lo menos aliviarlas.
Este efecto curativo del aceite está presente e lo enfermos. Mas que nada como un don
de la exuberancia de la benevolencia divina.
b) Jesús y los enfermos
Nos apasiona ver a Jesús curando a una gran cantidad de enfermos, tanto que Jesús es
considerado el Gran Medico divino, que pasó haciendo el bien, curando a muchos de sus
dolencias. Sería largo detenernos en cada una de las curaciones “mayores” 8con nombre y
circunstancias) y las curaciones “menores” (muchos anónimos a los que imponía las manos
uno por uno).
No solo curó, sino que dio a los Apóstoles el poder de curar. En la iglesia primitiva a unos
de los carismas era el de sanación. Jesús cura el cuerpo y el alma. La Iglesia también, y
tiene dos sacramentos específicos, la penitencia y la unción de enfermos.
Los dos textos neotestamentarios donde aparece la unión entre unción y enfermedad son:
Mc, 6, 7-13 y Santiago 5, 14-15

Después llamó a los doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos; y les dio autoridad sobre
los espíritus inmundos. Y les mandó que no llevasen nada para el camino, sino solamente
bordón; ni alforja, ni pan, ni dinero en el cinto, sino que calzasen sandalias, y no vistiesen
dos túnicas. Y les dijo: Dondequiera que entréis en una casa, posad en ella hasta que
salgáis de aquel lugar. Y si en algún lugar no os recibieren ni os oyeren, salid de allí, y
sacudid el polvo que está debajo de vuestros pies, para testimonio a ellos. De cierto os digo
que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para los de Sodoma y Gomorra, que
para aquella ciudad. Y saliendo, predicaban que los hombres se arrepintiesen. Y echaban
fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos, y los sanaban.

¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los presbíteros de la iglesia, y oren por él,
ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el
Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados.
Aquí se ve:
El Rito: enfermos, presbíteros, ungir; y,
Los Efectos: salvar (en sentido amplio, sanar, salvar), lo levantará se traduce por aliviar
confortar, y perdonar los pecados.
La Iglesia ha resumido esta historia diciendo que el sacramento de la unción fue instituido
por Cristo (sanando enfermos), insinuado por Marcos, y promulgado por Santiago.

c) Forma, materia y efectos del sacramento de la Unción

El Catecismo del Iglesia establece:

1513 La Constitución apostólica Sacram Unctionem Infirmorum del 30 de noviembre de


1972, de conformidad con el Concilio Vaticano II estableció que, en adelante, en el rito
romano, se observara lo que sigue:

«El sacramento de la Unción de los enfermos se administra a los gravemente enfermos


ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite de oliva debidamente bendecido o, según
las circunstancias, con otro aceite de plantas, y pronunciando una sola vez estas
palabras: Per istam sanctam unctionem et suam piissimam misericordiam adiuvet te
Dominus gratia Spiritus Sancti, ut a peccatis liberatum te salvet atque propitius
allevet ("Por esta santa unción, y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la
gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te
conforte en tu enfermedad")

1514 La Unción de los enfermos "no es un sacramento sólo para aquellos que están a punto
de morir. Por eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo cuando el fiel empieza a
estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez"

1515 Si un enfermo que recibió la unción recupera la salud, puede, en caso de nueva
enfermedad grave, recibir de nuevo este sacramento. En el curso de la misma enfermedad,
el sacramento puede ser reiterado si la enfermedad se agrava. Es apropiado recibir la
Unción de los enfermos antes de una operación importante. Y esto mismo puede aplicarse a
las personas de edad avanzada cuyas fuerzas se debilitan.

Y en cuanto a los efectos, señala:

Un don particular del Espíritu Santo.

La unión a la Pasión de Cristo.

Una gracia eclesial.

Una preparación para el último tránsito.

d) Atención pastoral de enfermos

En los aspectos pastorales nos podríamos ahora detener en una adecuada pastoral de
enfermos -cada vez más necesaria por la longevidad que experimentamos- y dentro de ésta
el momento de la unción.

Existe todavía en muchos lugares un temor a llamar al sacerdote, pues la unción vine
identificada con la extremaunción o sea ya con el momento de la muerte: parecería que el
sacerdote es el causante de la muerte en el imaginario de muchas personas. Y se le tema,
cuando deberías llamársele a tiempo cuando, en lo posible, el enfermo pueda recibirla en
estado de lucidez y confesar previamente sus pecados. En el llamado rito continuo se
administra primero la confesión, luego la unción y finalmente el viatico.

Una adecuada pastoral de enfermos, en la que también pueden participar laicos, incluye la
visita la enfermo, una adecuada catequesis acerca del sentido de la enfermedad y de la
muerte. El fiel bautizado por su sacerdocio común puede ofreces víctimas espirituales (y en
este caso sensibles, su enfermedad) por los pecados de todo el mundo, unirse a la pasión de
Jesucristo y vivificar con su dolor a todo el cuerpo de la Iglesia: como dice S. Pablo: sufro
en mi carne lo que le falta a la Pasión de Cristo en favor de su cuerpo que es la Iglesia.
En estas visitas se puede rezar por y con el enfermo, confortarlo y acompañarlo: muy
necesaria hoy en día cuando la eutanasia cunde en la mentalidad de muchos y
frecuentemente la desean por la soledad más que por el dolor.

El sacerdote llevará el sacramento de la confesión y el de la unción. Administrará también


si lo desea la Comunión al enfermo y todo eso lo confortará.

La Unción se practica con el óleo bendecido por el obispo el jueves santo, llamado oleo d
ellos enfermos (distinto del santo crisma que se usa para la confirmación), aplicándolo a la
frente y manos del enfermo haciendo en ellas la señal de la cruz y diciendo una sola vez:
POR ESTA SANTA UNCIÓN Y POR SU BONDADOSA MISERICORDIA, TE AYUDE
EL SEÑOR CON LA GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO, PARA QUE, LIBRE DE TUS
PECADOS, TE CONCEDA LA SALVACIÓN Y TE CONFORTE EN TU
ENFERMEDAD.»

Hagamos notar que como en todo sacramento está presente no solo el sujeto y el sacerdote,
el signo sacramental, la gracias, sino el Espíritu Santo y la Iglesia. Toda ella mediante la
comunión de los santos está junto al enfermo para ayudarlo y al moribundo especialmente.
Y él está unido a toda la Iglesia para ayudarla con sus dolores a ser más santa. Esto se hace
ms visible si la familia compaña el rito de la unción ya sea en la casa o en el hospital.

2. Confesión o penitencia o reconciliación.

2.1 La Misericordia de Dios


Conviene enmarcar este gran sacramento -tal vez olvidado, poco practicada, difícil en
cierto modo, muy necesario por otro- en el gran misterio de la Misericordia divina. Un
misterio asombroso por el cual Dios se acerca a nuestra condición humana pecadora para
personarnos. Por eso es el sacramento de los pecados, pero sobre todo de la alegría, de la
reconciliación con Dios.
Enmarquemos por tanto este gran sacramento en toda la historia humana.
La Revelación de la Misericordia de Dios en la Sagrada Escritura
a) La alianza
Pecado y misericordia, miseria humana y misericordia divina: este es el gran marco de
la Revelación, de la historia de la salvación. La Biblia nos ofrece como clave interpretativa
de esta historia los conceptos de alianza, el pacto de amor que Dios ha hecho con la
humanidad a través del pueblo de Israel, y como contrapartida la ruptura de esa alianza y la
sucesiva y la conversión en Israel
La alianza es la gran categoría bíblica: en el Edén con Adán y Eva y sus descendientes,
los hizo a su imagen y semejanza.
Por eso el pecado será romper o dañar esa imagen. El pecado es traición a la alianza,
separación, infidelidad. Como una mujer infiel a su marido fiel (puede ser viceversa)
presenta muchas veces la Biblia el pecado de Israel, la idolatría. R ejemplo el becerro de
oro en el monte Sinaí, y la imagen gráfica de Moisés rompiendo las tablas de la ley.
Una imagen lejanísima pero algo expresiva se puede ver con esta noticia algo reciente:
Un hombre disfrazado de anciana en silla de ruedas le lanzó un pastel a la Mona
Lisa, la famosa pintura de Leonardo da Vinci en el museo del Louvre, en París.

Las otras alianzas que Dios va restaurando -cada vez que el hombre rompe con
Dios, Éste lo busca de nuevo, para preparar la alianza nueva y eterna en Jesucristo. Esas
son: la alianza llamada proto evangelio después del pecado, la de Noé, la de Abraham, la de
Moisés, la de los variados profetas, la de David y finalmente la de Jesucristo. Ocurren en
los montes: Edén, Ararat, Moria, Sinaí, Carmelo, Sion y finalmente el monte Calvario.
Alianza en hebreo se dice BERIT.
La misericordia: a través de esta historia se va revelando la misericordia de Dios. El
término bíblico es RAHAMIN/ RAHUM, que hace referencia al seno materno, a las
entrañas. Como una madre se apiada por su hijo así Dios tiene misericordia de nosotros.
b) La conversión
Es la misericordia como don la que provoca en el hombre la conversión del corazón, es
la llamada del Amor que hace que el hombre responda con el arrepentimiento. La palabra
hebrea es SHUB y hace referencia tanto a un sentido físico cambiar de ruta, volver a
rehacer el camino, como aun sentido interior, cambiar el corazón, las disposiciones.
La llamada a la conversión es el gran ministerio de los profetas: han roto las relaciones
con Dios, han quebrantado la alianza, han dejado de lado la ley, hay que convertirse y
volver a vivirla.
La penitencia: fruto de la conversión, o señal de ella, es la penitencia: en la historia de
Israel tenemos tres tipos de penitencia, la misma circuncisión, aunque era el ingreso al
pueblo tenía un carácter penitencial por el derramamiento de sangre o el dolor. Así se va a ir
preparando el derramamiento de sangre del Único que puede borrar realmente los pecados,
Jesucristo. La sangre es signo de vida, es ofrecer algo de la vida a Dios.
Luego están los múltiples sacrificios u ofrendas de victimas animales, derramando su
sangre y finalmente el gran día de la Expiación o Yom Kippur en la que el sumo sacerdote
entraba en el santuario (sancta Sanctorum) para ofrecer reparación por todos los pecados
del pueblo.
La secuencia de eventos para entender el marco en el que se dará el sacramento de la
Penitencia es: Alianza, pecado, misericordia, conversión y penitencia.
2.2. Jesucristo y la nueva alianza.
Jesús vine a establecer la definitiva alianza de Dios con la humanidad. En el monte
calvario, derramando su sangre. El pecado viene ahora expresado con la palabra griega
HAMARTIA, errar en el blanco, desviarse del camino, fallar, pero que en el lenguaje de
San Pablo y de San Juan (ANOMIA) significa como una fuerza contraria a la fuerza de vida
de Dios, del amor de Dios, del E. Santo, que domina al hombre, como Satanás que lo
domina y lo hace esclavo. Será principalmente la ausencia de Espíritu, la muerte del alma,
el rechazo del amor, de la comunión con Dios.
Pecado de muerte y no de muerte: ya el levítico hablaba de pecados de muerte que
merecían la pena de muerte y la exclusión del pueblo y otros que no y podían ser expiados
con sacrificios reparatorios. San Juan también nos habla de pecado de muerte que matan el
alma, rompen totalmente la comunión Dios y pecado no de muerte. A la luz de estos textos
y de la experiencia humana, San Agustín ya habla de pecado leves o veniales y lo letales o
mortífera crimina, los pecados graves. Unos conlleven solo pena temporal y los otros, pena
eterna.
Frente e a toda esta dura realidad del pecado humano, Jesucristo nos llama a la
conversión.
a) La metanoia en el N. Testamento
La voz SHUB es ahora traducida por METANOIA, conversión, cambio de mente,
arrepentimiento. Lo hace San Juan Bautista y después con una fuerza y sentido totalmente
nuevos el mismo Jesucristo., que se presenta a sí mismo como Mesías, pero no como Rey
sino como el Siervo doliente que carga con los pecados de todos
El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios está al llegar: convertíos y creed en el
Evangelio
La nueva alianza y el pecado
Cristo llama a la conversión: la metanoia a la que llama Jesús es un don, un don de
la misericordia de Dios. Una llamada de Dios, un don provocado no tanto por el temor
(como en los profetas y todavía en Juan Bautista) sino por el amor.
Entonces si es un nuevo don, la clave será la revelación de la misericordia del Padre
a) Jesús se solidariza con la suerte del hombre, asumiendo en todo su condición
(menos el pecado). Vive y sufre con el género humano. Vive como un gran don de
Dios a la humanidad
b) Jesús acoge al pecado, son innumerables escenas del evangelio: la mujer adultera,
Zaqueo, el buen ladrón, Leví, la mujer pecadora,
c) Y además perdona los pecados como al paralitico de Cafarnaúm, la mujer pecadora,
la adúltera, etc.
d) Jesús finalmente revela la misericordia del Padre, especialmente en las llamadas
parábolas de la misericordia, oveja perdida, dracma perdida y el hijo pródigo.

b) El origen en Cristo del poder de perdonar pecados de la Iglesia


Ya hemo visto como Jesús perdona los pecados. Y da a la iglesia, a los apóstoles ese
mismo poder. La gente se asombre de que Dios haya dado poder para perdonar lo pecados.
Es algo grande, un sacramento muy importante en la vida de la Iglesia y de cualquier
persona.
El Poder de atar y desatar en Mateo:
Mt 16, 17-19Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás,
porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te
digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares
en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los
cielos.
Mt 18, 15-18 Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él
solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o
dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo
a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. De cierto os digo que
todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será
desatado en el cielo.
El poder en Juan 20, 19-23
Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas
cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino
Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró
las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. Entonces Jesús les
dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo
dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados,
les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.
La Iglesia ha entendido que N. Señor dio a la Iglesia este poder, este sacramento.
En CIC (1446) lo enseña así.
Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros
pecadores de su Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el
pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal y lesionado la comunión eclesial. El
sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de
recuperar la gracia de la justificación. Los Padres de la Iglesia presentan este sacramento
como "la segunda tabla (de salvación) después del naufragio que es la pérdida de la gracia"
(Concilio de Trento: DS 1542; cf Tertuliano, De paenitentia 4, 2).

2.3 La penitencia sacramental en la Iglesia


Pasamos ahora a estudiar como la penitencia sacramental se ha vivido a lo largo de la
tradición de la Iglesia, sobre todo distinguiendo entre la penitencia pública y la privada.
a) Penitencia publica
La Iglesia primitiva animada por el Espíritu Santo vive en la santidad de la gracia
pascual de Cristo. Es tal la fuerza de santidad que a la distancia de los siglos nos parece que
la penitencia para quienes han incurrido en pecados, es algo duro y fuerte Los cristianos se
saben portadores de santidad (hagióforos o neumatóforos). El bautismo ha marcado
grandemente sus vidas y esta santidad alcanza un gran relieve en comparación con el
paganismo. Las actas de los mártires son elocuentes en la conversión de los paganos a ver
la capacidad de perdón de los cristianos y la fortaleza para sufrir el martirio por la fe. Hay
una presencia muy notoria del Resucitado en sus vidas.
De ahí que los pecadores al formar parte del cuerpo místico de la Iglesia son
considerados también un lastre que afecta a todos. Un poco de mala lavadura puede hacer
fermentar toda la masa. Por eso habitualmente para los pecados más graves y sobre todo
públicos como la apostasía, el adulterio y el homicidio existe la excomunión de la Iglesia,
la necesidad de hacer una gran penitencia antes de ser nuevamente reconciliados.
La excomunión no tiene un sentido de reprobación total o de rechazo, sino medicinal, es
el sometimiento del pecador a la mediación de la Iglesia que ora para que se arrepienta y
vuelva a la comunión eclesial
La penitencia antigua es un proceso complejo, pero en síntesis funcionaba más o menos
así.
El pecador publico (también privado, pero de pecados muy graves) confiesa su pecado
al obispo, este le impone la llamada penitencia canónica (establecida con reglas, según el
pecado, por un tiempo mas o menos largo, normalmente un año o más) y luego arrepentido
y cumpliendo la penitencia vuelve (normalmente en pascua) y es absuelto por el obispo. Lo
normal es que la absolución de este tipo de ententes ocurriera solamente una vez al año.
Los actos penitenciales son los recomendados en el Evangelio: oración, ayuno, limosna,
prácticas de mortificación y de caridad.
La penitencia publica y la absolución en la antigüedad se hacía solamente una vez en la
vida. Variaban las praxis según los lugares sobre qué hacer con alguno que reincidía en algo
grave.
Especialmente importante fue el caso de los lapsi, caídos, aquellos que en el tiempo de
San Cipriano sacrificaban a los dioses según la sentencia del emperador. Hobo quienes
obtenía de la autoridad un libelo como si hubieran sacrificado (libellatici) y otros cristianos
que realmente por miedo lo hacían (sacrificati). Cuando acabó la persecución y quisieron
reconciliarse con la Iglesia, la disciplina fue dura y había dudas sobre qué hacer: alguno
pensaba que no se podían reintegrar y otros que sí, siempre que lo juzgara el obispo, no
cualquier sacerdote. Hubo un concilio dedicado a este tema. El Concilio de Cartago (251)
que decide que los libellatici sean reconciliados en seguida, si se han arrepentido y hecho
penitencia, mientras que los sacrificati deben hacer penitencia toda su vida y serán
absueltos en el momento de la muerte.
Este esquema del sacramento de la penitencia canónica y publica estuvo en vigor más o
menos 6 siglos. Desde el S. VI en adelante -gracias a la confesión monástica, en los
monasterios- se va abriendo camino la penitencia privada y la reiteración del sacramento.
b) La penitencia privada.
El nombre se refiere al tipo de penitencia ya que la confesión del pecado y la absolución
siempre han sido personales, y la reintegración siempre ha sido antes y ahora mediadas por
la Iglesia, no existe una privatización del sacramento, porque la Iglesia entera está
involucrada en la reconciliación de los pecados y la absolución se obtiene por el ministerio
de las llaves de la Iglesia y de la jurisdicción que deben tener los sacerdotes.

c) Las raíces antropológicas de la conversión


En todos los sacramentos observamos cómo Dios sale al encuentro del ser humano y sus
necesidades, específicas. Peor quizá en ninguno como en la penitencia, pues
antropológicamente el hombre de todos los tiempos ha necesitado del perdón, de la
expiación y de la purificación: lo siente en él mismo.
Ha habido ritos de expiación y catarsis en todas las culturas. Los pueblos antiguos
experimentaban las rupturas con la divinidad que asociaban a las catástrofes naturales,
alguien había violado algunos elementos de sus leyes, trasgredido algo que había
desencadenado las fueras del mal y había que expiar y reparar.
Es la experiencia del mundo griego con sus catarsis, en el genero de la tragedia (Esquilo)
con grandes lamentos y sollozos. El espectado se identifica con el actor y logra expulsar los
sentimientos para ser así mejor ciudadanos.
Esto se parece a la conversión religiosa, donde palabras como purgación, culpa,
expiación, cambio moral son del vocabulario habitual. Solo que en estos tiempos la noción
de pecado y por tanto de penitencia ha decaído mucho: el gran pecado de nuestro tiempo es
haber perdido la noción de pecada señalaban ya hace tiempo los Papas recientes desde
Pablo VI en adelante.
Pero quiera o no los actos negativos del pasado influyen en el presente, quedan en el
subconsciente, determina los sentimientos actuales, y no podemos ser felices mientras no
sepamos que hacer con nuestro pasado especialmente si éste has sido negativo. Hasta que
encontramos la libertad, la liberación (a veces en la psicología, que lo hace, pero no del
topo) cuando alguien (Dios) nos dice “tú no eres así, eso es solo parte de ti, tu puedes
empezar de nuevo, tu eres mucho mejor. Cuando encontramos la liberación somos felices.
Y eso es lo que hace Dios en el plano sacramental, perdonando los pecados, para que
aprendamos también a perdonar a los demás y a perdonarnos a nosotros mismos.
Un sacramento medicinal, de curación y sanación. No tiene necesidad de médico los
sanos sino los enfermos. (Mt 9, 12-13). El signo sacramental está dado por e penitente y por
el sacerdote (en nombre de Dios). La grandeza del hombre es reconocer su miseria y la de
Dios, perdonarlo. Los dos elementos principales son la contrición y la absolución, uno lo
aporta el hombre y el otro Dios por medio del sacerdote. A la contrición, siguen la
confesión de los pecados y la satisfacción por los mismo.
La penitencia ha sido instituida como sacramento para la sanación integral del
bautizado, para que recupere la armonía y la comunión con Dos, la Iglesia y los demás,
también con el cosmos.
2.4 Después de este gran marco eclesial e histórico, pasamos al sacramento en sí.
a) el Ritual
El ritual del sacramento tiene 3 formas
Rito para reconciliar a un solo penitente, suele ser la forma habitual
Rito para reconciliar a varios penitentes con confesión y absolución individual (son
las llamadas jornadas penitenciales)
Rito para reconciliar a muchos penitentes con confesión y absolución general, son
casos excepcionales como terremotos, u otras catástrofes (una caída de un avión, un
hundimiento de un barco, cuando no hay tiempo para escuchar la confesión individual del
todos. En caso de salir ilesos hay que confesar luego individualmente lo pecado absueltos
en forma general.
Entre las cuestiones pastorales podemos detenernos brevemente en:

b) Qué hacer cuando el penitente no se ha confesado desde hace muchos años


Qué condiciones hay que exigirle. Que decir de La integridad necesaria para una
confesión valida y fructuosa. Y la práctica de la confesión frecuente.
Recordemos la estructura fundamental del sacramento de la penitencia
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «A través de los cambios que la
disciplina y la celebración de este sacramento han experimentado a lo largo de los siglos, se
descubre una misma estructura fundamental. Comprende dos elementos igualmente
esenciales: por una parte, los actos del hombre que se convierte bajo la acción del Espíritu
Santo, a saber, la contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción; y, por otra parte,
la acción de Dios por el ministerio de la Iglesia. Por medio del obispo y de sus presbíteros,
la Iglesia, en nombre de Jesucristo, concede el perdón de los pecados, determina la
modalidad de la satisfacción, ora también por el pecador y hace penitencia con él. Así el
pecador es curado y restablecido en la comunión eclesial».
El fundamento de esta doctrina, que reconoce la existencia de dos elementos
igualmente esenciales en la constitución del sacramento (los actos del penitente y la
absolución del sacerdote), se encuentra en la tradición viva de la Iglesia. Dicha doctrina fue
elaborada por la teología medieval del siglo XIII, en particular por santo Tomás de
Aquino y ha sido recogida por el Magisterio solemne de la Iglesia.
Según esta comprensión del signo sacramental de la penitencia, los actos personales
del penitente y la absolución del ministro de Cristo y de la Iglesia no operan cada uno por
su propia cuenta en el proceso de la justificación del pecador, sino en conjunto, en una
unidad orgánica de significación y de causa. Tanto en la comprensión de santo Tomás
como en las enseñanzas del Concilio de Trento, es en la absolución del sacerdote donde se
encuentra principalmente la virtud y el perfeccionamiento del sacramento. Pero está claro
que también los actos del penitente (la manifestación de su contrición, la confesión de sus
pecados, el cumplimiento de las obras penitenciales), convergen en la constitución
ontológica del sacramento y concurren dinámicamente en la remisión del pecado y de sus
consecuencias (es decir, de la pena eterna y de las llamadas “penas temporales”). De aquí la
necesidad e importancia de que el penitente realice tales actos.
Dicho con otras palabras: el sacerdote siempre debe ayudar al penitente para que
reciba con fruto la absolución; pero no puede nunca sustituirle. Si el penitente no
contribuye como debe a la constitución del signo sacramental (al menos con lo mínimo,
teniendo en cuenta las circunstancias en las que se encuentre) no habrá sacramento. Por otra
parte, el sacerdote jamás puede impartir arbitrariamente la absolución; sólo puede absolver
al penitente que, contrito, manifiesta sus pecados y tiene la voluntad de reparar por ellos; de
lo contrario su absolución estará privada de valor sacramental.
Si el penitente no se confiesa desde hace mucho tiempo, es normal que, aun
haciendo un buen examen de conciencia, no se acuerde de muchos pecados mortales. Como
se sabe, para recibir válidamente el sacramento de la Confesión, es necesaria la integridad
formal de la acusación de los pecados; es decir, se precisa que el penitente se arrepienta y
manifieste todos los pecados mortales que recuerda, en su especie y número al menos
aproximado, cometidos después de la última confesión bien hecha (cfr. CIC c. 988 § 1);
En general, el sacerdote puede ayudar al penitente para que confiese los pecados que
recuerda, y que quizá por algunas circunstancias del momento no ha dicho (p. ej. poco
hábito de examen, emoción ante una confesión después de mucho tiempo sin acudir, etc.).
Para eso basta que, una vez que el penitente ha terminado la acusación, le pregunte
amablemente: ¿recuerda algo más que quiera confesar? No obstante, no es oportuno
exigir al penitente lo que aquí y ahora no puede dar. Es decir, no hay que inquietarse si da
la impresión de que la confesión no alcanzará la integridad material (es decir que diga todos
los pecados graves en su número y especie). Lo importante es que, teniendo en cuenta las
circunstancias del penitente, y sin agobios, se le ayude a arrepentirse de los pecados que
recuerda, a examinarse del modo mejor posible;
En cuanto al arrepentimiento del penitente, muchas veces bastará que muestre una
disposición a reorientar su conducta, aunque sea todavía imperfecta, para impartir
válidamente la absolución;

c) La confesión frecuente de pecados veniales

La confesión frecuente
El Catecismo enseña que “sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los
pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia (cfr. Concilio de
Trento: DS 1680; CIC c. 988, §2). En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales
ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por
Cristo, a progresar en la vida del Espíritu” (n. 1458).
Es lo que suele denominarse “confesión frecuente” en la literatura espiritual (vid.
Benedikt Baur, La confesión frecuente), sin que se especifique la magnitud de la frecuencia
―semanal, quincenal, mensual, etc.―, que sería la adecuada para cada alma en particular.
En las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia pueden encontrarse algunas
afirmaciones sobre la confesión frecuente y los beneficios que reporta al cristiano que la
practica con buenas disposiciones. Por ejemplo:
a) Pío XII, en la Encíclica Mystici Corporis (29-VI-1943) afirmó que “el piadoso
uso de la confesión frecuente, introducido por la Iglesia no sin una inspiración del Espíritu
Santo, (…) aumenta el justo conocimiento propio, crece la humildad cristiana, se
desarraigan las malas costumbres, se hace frente a la tibieza e indolencia espiritual, se
purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable dirección de las
conciencias y aumenta la gracia en virtud del sacramento”.
b) Juan Pablo II, en la Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia (2-XII-
1984), escribió: “Aun sabiendo y enseñando que los pecados veniales son perdonados
también de otros modos —piénsese en los actos de dolor, en las obras de caridad, en la
oración, en los ritos penitenciales—, la Iglesia no cesa de recordar a todos la riqueza
singular del momento sacramental también con referencia a tales pecados. El recurso
frecuente al Sacramento —al que están obligadas algunas categorías de fieles— refuerza la
conciencia de que también los pecados menores ofenden a Dios y dañan a la Iglesia,
Cuerpo de Cristo, y su celebración es para ellos «la ocasión y el estímulo para conformarse
más íntimamente a Cristo y a hacerse más dóciles a la voz del Espíritu» (Ordo
Paenitentiae, 7b). Sobre todo hay que subrayar el hecho de que la gracia propia de la
celebración sacramental tiene una gran virtud terapéutica y contribuye a quitar las raíces
mismas del pecado” (n. 32).
La práctica de la confesión frecuente: Contrición y examen.
Tanto para la confesión de los pecados mortales como para la de los veniales y otras
faltas, es condición imprescindible la contrición, que “es «un dolor del alma y una
detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar» (Conc. de
Trento, Doctrina sobre el sacramento de la Penitencia, c. 4: DS 1676)” (Catecismo, n.
1451).
Se trata de un dolor de carácter sobrenatural ―tanto en la llamada contrición
perfecta como en la imperfecta (Catecismo, nn. 1452-1453) ―, que conlleva el deseo
también sobrenatural de solicitar el perdón y la ayuda divina a través del sacramento de la
Penitencia. Este dolor sobrenatural puede tener un reflejo en la sensibilidad humana o no
tenerlo, según las particularidades del penitente, en forma de deseo o incluso de rechazo,
que se presentan de muy diversos modos según cada persona y sus circunstancias. Este
reflejo en la sensibilidad humana ni aumenta ni disminuye el dolor sobrenatural: es este
último el que rige el comportamiento del cristiano para acercarse a recibir el sacramento de
la Penitencia. Aun sintiendo en sí mismo el deseo o la falta de él en su sensibilidad humana
―por vergüenza, por la sensación de rutina, de no encontrar materia en el examen, de que
son siempre los mismo pecados y faltas, etc.―, el penitente se mueve por la fe y el amor a
Dios para acercarse al sacramento, sin dejarse frenar por las sensaciones humanas.
Un buen examen de conciencia es, junto a la gracia de Dios, un medio
imprescindible para que el cristiano vaya descubriendo lo que hay en él y en sus obras que
no se corresponde con su vocación de hijo de Dios en Cristo, llamado a la santidad. “Si
luchas de verdad, necesitas hacer examen de conciencia. Cuida el examen diario: mira si
sientes dolor de Amor, porque no tratas a Nuestro Señor como debieras” (Surco, n. 142). El
examen de conciencia conduce a la finura de alma y con ella a la casi necesidad para el
alma enamorada de acudir a Jesús en busca de su perdón y de su ayuda mediante la
confesión frecuente.

Como conclusión de esta parte se espera haber profundizado en el concepto de enfermedad


y muerte en los planes de Dios, y como El sale al paso para aliviarnos las enfermedades y
darnos vida en vez de muerte. La enfermedad y el pecado son realidades antropológicas de
toda criatura y Dios con sus sacramentos de la Unción y de la Confesión o reconciliación
nos cura el cuerpo y el alma, nos une más estrechamente a la Pasión de N. Señor y nos da la
nueva vida bautismales si la hubiéramos perdido por el pecado mortal. Agradecimiento a
Dios por los sacramentos de la curación cristina y practicarlos frecuentemente.

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