Guerras de Africa en La Antiguedad Por El Teniente General D Crispin

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INFORMES.

I.
GUERRAS DE ÁFRICA E N LA ANTIGÜEDAD,
POR EL TENIEXTE GENERAL D. CRISPIN X. DE SANDOVAL.
Las guerras de África en la antigüedad se titula el nuevo li­
bro del Excmo. Sr. Teniente General D. Crispin Ximenez de
Sandoval, cuyo exámen se sirvió encomendarme nuestro digno
Director en 21 de Noviembre último para que diese cuenta á esta
Real Academia del concepto que pudiera merecerme.
Forma un tomo de 420 páginas en 4.°, y va adornado de un
mapa de la parte septentrional del África, dibujado por D. Emi­
lio Yalverde y Álvarez.
El libro reúne, á una oportunidad para todos perceptible en
las circunstancias actuales, el estudio más concienzudo de las
varias luchas á que ha servido de teatro el vasto territorio á que
se contrae, tan instructivas, como para el historiador, para el
estadista y el hombre de guerra, llamados en él, hoy más que
nunca, al planteamiento y resolución de problemas políticos y
militares del mayor alcance. Y que esa ha debido ser la mira
preferente del autor, la de advertir, para contigencias futuras,
de los riesgos que pudieran correrse en casos semejantes á los
señalados en su obra, lo prueba el que, al título, ya trascrito, de
ella, añade seguidamente el de Lecciones históricas y de doctrina
militar tomadas de los mejores textos conocidos, carácter precep­
tivo que después extiende á la política más propia para con pue­
blos, si próximos geográficamente, muy distantes de nosotros en
cultura y aspiraciones.
Para, de todos modos, apreciar el mérito del libro del General
Sandoval, áun cuando de suponer por el del bellísimo de Aljula-
n-ota, tan justamente celebrado en esta docta corporación, hay
que entrar en el estudio detallado de los varios capítulos que lo
componen y de las conclusiones, sobre todo, que deduce, dignas
del más detenido exámen por lo que importan ó pueden importar
á nuestra patria.
Ya en el Prólogo establece el principio, en esta Academia
inconcuso, de ser la Historia el guía más seguro en las operacio­
nes de la vida, aduciendo, para darle fuerza, textos de los filóso­
fos más distinguidos. Y como se dirige más principalmente á mi­
litares, el autor recuerda, en apoyo de su opinión, la autorizadí­
sima del emperador Napoleón, que nos ha sido transmitida por
el conde de Las Cases en el Memorial de Santa Elena. «Haced
la guerra ofensiva, decía el Capitán del siglo, como Alejandro,
Aníbal, César, Gustavo Adolfo, Turena, el príncipe Eugenio y
Federico; leed y releed la historia de sus ochenta y ocho campa­
ñas y modelaos por ellos: éste es el solo medio de llegar á ser ca­
pitán y de sorprender los secretos del arte...»
Ya ven los señores Académicos que en este rudo y áspero
ejercicio de la guerra entra por mucho el estudio de la historia,
que es la experiencia adquirida en el recuerdo de las grandes
empresas, y el ejemplo de los que las ejecutaron. Porque el
genio de la guerra, que es el conjunto de cualidades, potentes
todas y perfectamente equilibradas en el que las posee, ese com­
puesto admirable en que se funde la materia, las armas, el terreno,
con el espíritu generador de las fuerzas morales, el talento, el
carácter, el prestigio, tiene por primera de entre ellas la expe­
riencia ajena, como antes he dicho, revelada en los libros. Como
nuestro Cárlos Y con los Comentarios de César, han recorrido el
mundo los grandes capitanes más célebres cargados de la doc­
trina de Tucidides, Xenofonte, Yegecio, Maquiavelo y tantos
otros como se han ocupado en transmitirnos la suya ó la de sus
ídolos en la guerra. Napoleón, ese monstruo de fortuna, cual la
entendían los antiguos, que ha dejado en el mundo rastro tan lu­
minoso para todo género de inteligencias, se hacía acompañar de
una biblioteca en miniatura que él llamaba de campo. Pues bien:
para sólo la parte histórica encargó á M. de Bourrienne la ad­
quisición de los libros que á continuación se enumeran en copia
y traducción de una nota que le entregó el gran Emperador, es­
crita de su propia mano. Héla aquí: Historia.—Plutarco—Tu-
rena.—Conde■—Villars.—Luxemburgo.—Duguesclin.— Sajonia.
—Memorias de los mariscales de Francia.—Presidente Reinault.
.—Cronología. — Marlborough. — Príncipe Eugenio. — Historia
filosófica de las Indias.—De Alemania. —Cárlos XII.—Eitsago
sóbrelas costumbres de las naciones.—Pedro el Gratule.—Polibio.
—Justino.—Amiano.—Tácito.—Tito Licio. — Thucidides.— Ver-
fot. —Dosima.—Federico II.
jOómo no había de fascinar á las muchedumbres, que ciegas
de entusiasmo le seguían, quien, genio verdaderamente oriental,
cultivaba así su extraordinario talentol
Hé aquí por qué y para qué ha compuesto su libro el General
Sandoval. ¿Cómo no han de enseiíar las experiencias en él acu­
muladas? ¿Por qué no han de aprovecharse, al verlas cada día
más autorizadas con ejemplos recientísimos en el mismo teatro,
y con actores en nada diferentes á los que en él se nos repre­
sentan?
Los primeros que el General Sandoval nos pone en estudio, son
naturalmente el griego Agatocles y los romanos Régulo y Man-
lio; aquél, dando el ejemplo, que después reprodujeron Tarif y
Cortés, de destruir sus naves para evitar todo conato de reti­
rada en los suyos, y Régulo, el sublime, tan conocido y celebrado,
de preferir la muerte á un momento de pausa en la marcha, ya
iniciada, del engrandecimiento de su patria.
Pero la desgracia del ilustre romano se debe á un hombre
de guerra culto y adiestrado en la incesante contienda de las re­
públicas helénicas, y su ejemplo puede tomarse como de una lu­
cha equilibrada, pues que, según dice, y con razón, un escritor mo­
derno, «de todas las influencias capaces de contribuirá la forma­
ción de un buen ejército, la más eficaz es, sin disputa, la del jefe
que lo mande.» Xantipo ordenó á los cartagineses, como hubiera
podido hacerlo con los lacedemonios, sus compatriotas; y en la ba­
talla de Túnez puede decirse que volvió á plantearse el problema,
poco ántes puesto en estudio por Pirro, entre la legión y la fa-
Tomo IX. 10
]:¡£ BOLETÍN de da real academia de da historia.
lange, hasta con el mismo aditamento de los elefantes con que el
célebre epirota había sorprendido á los romanos en Italia.
Á la primera guerra púnica siguió la sublevación de los mer­
cenarios. Si no era fácil se entendieran galos, españoles, griegos
y númidas que, áun con otros de distantes partes, compo­
nían por lo regular los ejércitos cartagineses, en cambio, y
así lo reconoce Polibio, una vez lanzados por los caminos
de la rebelión, se entregarían á los excesos más grandes. Hasta
en Europa y en época de la mayor cultura, se han visto ejércitos
de una composición similar, la de los auxiliares que en el si­
glo XYI llevaban el nombre de Naciones, ejerciendo actos de
increíble ferocidad contra hombres y objetos dignos de la mayor
veneración. Cartago castigó, sin embargo, álos mercenarios como
entónces se usaba, con su completo exterminio.
No deja de ser instructivo el artículo en que trata ese asunto
el General Sandoval, que no desperdicia ocasión para sacar doc­
trina que pueda aplicarse á cuantos objetos contribuyan al estu­
dio y conocimiento del arte militar. Pero donde á sus aficiones
arqueólógicas militares, de que tan galana prueba ha dado en va­
rios de sus escritos, reúne el criterio eminentemente técnico que
resplandece en el de Aljabarrota y las Memorias sobre la Argelia,
es en el exáraen de la segunda guerra pánica. Después de once
años de una lucha tan excepcional que, á los movimientos ofensi­
vos de uno de los beligerantes en Italia, se resiste con los que el
otro ejecuta en España, se encuentran junto á Cartago Aníbal
y Escipion, los dos hombres de guerra más ilustres de su tiempo.
El sitio de sus operaciones, la presencia allí del héroe cartaginés,
llamado de Italia como última esperanza ya de la patria, vencida
en sus dos generales Asdrúbal y Sifosx, salvada por el valor in­
comparable de un puñado de españoles que, como en el Metanro,
prefirieron i la vida la honra de su raza; y el aislamiento en que
aparecía Cartago, reducida á ocupar escasísimo número de posi­
ciones en su. derredor, hacían presentir un desenlace funesto para
su causa en un plazo no largo, quizás inmediato. Y así debió te­
merlo el mismo vencedor del Trasimeno y Canas, porque, negando
á su gobierno autoridad y competencia para la premura que le
imponía en su acción militar, anduvo esquivando el combate,
hasta que, reforzado por Magon, su hermano, y el núrnida Ty -
clieo, se situó en Zama como para cortar á Escipion sus comuni­
caciones con el interior y provocarle á una batalla.
El General Sandoval describe la de Zama en los términos
mismos que Polibio, la autoridad mayor en la historia de los Es-
cipiones. Y, como á Polibio en este caso, sigue nuestro autor, en­
tre los clásicos griegos y romanos, para cada una de las campañas
que se ha propuesto narrar, á aquel que, por coetáneo y, si es
posible, testigo presencial, considera más digno de fe ó más ins­
tructivo en el fin militar á que dirige sus investigaciones. Y para
que se vea lo escrupuloso que en ese punto y en el de sus estudios
geográflco-militares se muestra el General Sandoval, voy á tras­
ladar de su obra dos cortos párrafos, dedicados á examinar la si­
tuación de Zama y los antecedentes que le han guiado para la
descripción de la batalla reñida en sus inmediaciones.
Dice así en ellos: «lleva indebidamente esta batalla el nom­
bre de Zama, pues que tuvo lugar á bastante distancia de aquella
población y muy cerca de la de Naragara; sin que pueda caber
duda en esto, por la narración de Polibio y por lo que convence
el razonamiento hecho por Dureau de la Malle para identificar
los lugares en su obra La Algerie, Histoire des Guerres de Bo-
mains, de Byzantins et de Vandales. Después de todo, la situación
de esa ciudad de Zama, que no debe confundirse con otra de igual
nombre que fuó la última corte del rey Juba I, no se halla toda­
vía fijada con exactitud, y por eso está sin señalar en el mapa
del Depósito de la Guerra de París: Mármol, y otros con él, la
identifican con Zamora, pueblo muy distante en la actual pro­
vincia de Constantina; algunos pretenden colocarla en una loca­
lidad llamada Zuarin, otros en Zag ó en Zuam, pero todos, guiados
más que en datos geográficos, en la remota semejanza de pronun­
ciación; únicamente Pellissier, en su Description de la Begence de
Tunis, apoya con varias razones su opinión en favor de Zuam. Y
en cnanto al señalamiento del campo de batalla, que tampoco es
posible designarlo con entera seguridad, debe leerse un artículo
del espitan francés Mr. J. Lewal, inserto en el núm. 8 de la Be-
vite Africaine, Argel, Diciembre de 1857.»
Esto en cnanto á la situación de Zama, que Polibio dice se
hallaba á cinco jornadas al S. O. de Gartago y hace pocos meses
ha dado por perfectamente conocida un escritor francés en una
descripción altamente poética de la batalla que decidió de la su­
premacía romana en el litoral del Mediterráneo; que respecto á
las fuentes de que se ha servido en su trabajo, dice el General
Sandoval: «mucho se ha discutido acerca de esta batalla y del
mérito de los dos célebres generales; mas no existiendo sobre ella
otras noticias que las que dan Polibio, Tito Livio y Apiano (los
cuales están algo discordes), y ninguna procedente de los carta­
gineses, porque desgraciadamente se perdió para la historia la
relación escrita por el mismo Aníbal, que parece llegó á ver Po­
libio, es muy aventurada cualquiera crítica que se pretenda ha­
cer ó cualquiera alteración en los textos originales qu>e nos tras­
mitieron aquellos autores. De consiguiente, por apreciables que
sean como estudios militares los comentarios del caballero de
Folard, dominado siempre por su pasión á las excelencias del
arte táctico romano, según él lo comprendía, las remotas re­
flexiones de Guischardt, y la más moderna descripción del teniente
coronel Macdongall, nunca pueden sobreponerse á los primitivos
relatos históricos.»
Ya ve la Academia con qué mesura y precaución camina el
autor de las Guerras de África por la áspera senda de sus inves­
tigaciones históricas; no senda, sino dédalo, inextricable á veces,
en que tantos se han perdido al tomar por hilo guiador las de­
ducciones, más ó menos lógicas, de otros, ó las que su saber y
experiencia, su amor propio quizás, han podido sugerirles.
Pues así como para las empresas de los Escipiones, que fue­
ron coronadas con la destrucción de Gartago, se vale el General
Sandoval de Polibio, que asistió á ella como maestro y camarada
del ilustre debelador de la ciudad fenicia, así en la guerra de Yu-
gurta acude á Salustio, y en las civiles á Hircio, ya que César
no pueda suministrarle la relación de sus hechos en África, por
no haber llegado á nosotros, si la escribió, esa parte de sus ines­
timables Comentarios.
Ya al recordar aquella jornada memorable, epílogo del drama
de más de un siglo en que se disputó el imperio de Occidente,
aparece en la obra del General Sandoval, no sólo revelado, sino
en ejecución, su pensamiento de dar á conocer el carácter de las
guerras africanas. En las Breves Reflexiones con que termina el
capítulo I; con el conocimiento ya de las guerras de Cartago y
aquella de Masinisa donde la fe romana, igualmente censurable
que en Sagunto, corrió parejas con la púnica, tan decantada por
lo pérfida; con el conocimiento, repito, de unas luchas en que, al
lado ó enfrente de las legiones, al lado ó enfrente de la falange,
tan rivales en su valor técnico cual en los elementos de su com­
posición, se presentan los que ofrecen el teatro de la lucha y sus
habitantes, aquél con su suelo y su clima especiales, y éstos con
su carácter y espíritu belicoso, que son el objeto .de la obra, el
general Sandoval los expone de la manera que va á ver la Aca­
demia.
«Bajo el punto de vista, dice, exclusivo de la guerra, es inne­
gable que abundan ejemplos que utilizar para el estudio del arte
en su dilatada esfera, en aquellas tan sangrientas y prolongadas
luchas en que eran principales contendientes los Estados más po-
derosos de la époea, yfiguraron ála cabeza de los ejércitos hom­
bres tan célebres como Régulo Xantipo, Amílcar, Aníbal, Masi­
nisa y los Escipiones. Y por lo que respecta á la especialidad de
las guerras de África, esto es, á las circunstancias que le son ca­
racterísticas, tenemos ya consignadas en este primer capítulo va­
lias expediciones marítimas importantes con numerosas tropas de
desembarco sobre aquel continente; hemos seguido las marchas,
los trabajos ejecutados en campaña y en sitios de plazas; el apro­
vechamiento ó descuido de los accidentes del terreno, de las ar­
mas y elementos de que se disponía por los beligerantes en las
operaciones y batallas; se han dado á conocer las cualidades y
propensiones más salientes en el carácter de los pueblos africanos,
fáciles de arrastrar á la sublevación, ligeros en dar y faltar á
su palabra; y por último se han presentado en escena esos gue­
rreros númidas tan ágiles y atrevidos en su modo de combatir,
mejores para hostilizar que para la resistencia, y teniendo ya
por costumbre, que legaron á sus descendientes, el dispersarse en
fuga al menor contratiempo, para volver á reunirse á gran dis­
tancia del lugar donde sufrían un revés de la fortuna.»
Ahí está sintéticamente expuesto el objeto á que se dirige el
trabajo de mi digno ó ilustrado compañero el General Sandoval.
Porque si llega á demostrar que los africanos de la zona septen-
trional ban conservado esos rasgos característicos que hicieron
tan difícil y lenta su sumisión, sin llegar, aún así, á ser ésta com­
pleta ni incondicional en sus distintas regiones, podrá luego ex­
plicar los obstáculos encontrados no hace mucho por nuestros
vecinos los franceses para su establecimiento en la Argelia, y los
que ahora pueden hallar en el que intentan, por más que otra
cosa digan, en la regencia de Túnez, asiento de la antigua
provincia cartaginesa y objeto preferente de las invasiones en
aquella costa.
La guerra de Yugurta es la más instructiva bajo ese punto
de vista. Inspirándose, quizás, en el espectáculo, que había pre­
senciado, de la ruina de Numancia, y apoyado en una astucia,
modelo acabado de la de su raza, acompañada de un valor ver­
daderamente heróieo, templado en tanto y tanto ejemplo de pe­
ricia militar como había recibido á las órdenes de Escipion, no
sabemos si proyectó, pero sí que llevó á efecto, nna campaña
que no deja de tener sus puntos de semejanza con la de la ciu­
dad celtibérica.
Igual'número de cónsules desacreditados; preocupación se­
mejante en Roma; tiempo casi el mismo de lucha, rara vez inter­
rumpida, y un nuevo Escipion en aquel Metelo, depuesto por las
intrigas de Mario; la prisión, por fin, del Húmida por la discor­
dia, tan característica en sus compatriotas como en los nuestros.
Existe, sin embargo, entre otras, una diferencia que redunda en
la mayor gloria de nuestro país. Yugurta sostuvo tanto tiempo
la lucha á favor de nna astucia política tan eficaz como vil y
cobarde filé la venalidad de los cónsules enviados para comba­
tirle. Si Numancia llegó á ser terror de Boma, fué en guerra
abierta y generosa, venciendo por el valor y espíritu de inde­
pendencia innatos en sus hijos, y sucumbiendo ante la disciplina
de un enemigo que sólo en ella podía encontrar el éxito de su
empresa.
Ahora bien: si en el Comentario Crítico que á ese capítulo de­
dica el General Sandoval apunta la comparación de Abd-el-
Kader con Yugurta, al describir, en el siguiente, las guerras ci­
viles de los romanos en África y la acción militar de Saburra,
teniente de Juba, contra los partidarios de César, vuelve á su
tema del carácter y manera de pelear de los africanos. «Mostrá­
ronse, dice, enténces los númidas lo mismo que en las guerras
anteriores, y como se verán en las sucesivas, siempre consecuen­
tes en sus costumbres y manera instintiva de pelear; ligeros y
diestros jinetes, tan prontos para amagar como para herir; rea­
cios al órden, á la disciplina y formación; practicando por regla
invariable la dispersión instantánea y la reunión después pronta
é inesperada; y consistiendo su plan constante de batalla cu
acosar y envolver por los flancos y retaguardia.»
Ya vé la Academia cómo va nuestro autor ligando sus razo­
namientos con los hechos históricos para ir trayendo hasta nos­
otros el cuhninante por su perpetuidad de la manera de ser de
nuestros vecinos del otro lado del estrecho gaditano. Porque en
ese capítulo de la guerra civil entre César y los pompeyanos, y
después en el IV de las sublevaciones y guerras clurantela domina­
ción romana hasta el siglo V, lo mismo con Tacfarinas, el heróico
Garamante que, según la frase de Tácito, «por huir la infamia
del cautiverio, murió, no sin venganza, metiéndose por las armas
enemigas,» que con Firmus, jefe, tres siglos y medio después, de
los kábilas de la Argelia, y con Gildon, su hermano, se viene
observando la sucesión de actos semejantes y conducta igual en
los íncolas del África á punto de hacer exclamar al General Sali­
doval que «las expediciones de los franceses, en nuestra época,
contra los kábilas de la Argelia, la manera de batirse éstos y
su sumisión, una vez vencidos, parecen reminiscencias de las
campañas del conde Teodosio descritas por Amiano Marcelino.»
Pero cruzan el estrecho los vándalos al abandonar las risue­
ñas márgenes del Bétis, llamados, como saben perfectamente los
señores académicos, por el conde Bonifacio; se esparcen por el
litoral sin respetar el convenio que celebraran con el delegado
imperial, lo arrollau y persiguen hasta Hipona, donde, después
de esfuerzos inútiles, tiene que capitular y embarcarse para
Europa. Genserico va seguido de multitud de aliados africanos,
áridos, dice el historiador español, de pillaje y de sacudir la
vieja dominación romana, con lo que, no tan sólo se enseñoreó
pronto de gran parte del país, sino que dos años después sus
naves surcaban el Mediterráneo, tomando tierra sus fieros tri­
pulantes en varias de las islas próximas y hasta en la embocadu­
ra del Tlber para penetrar eu Roma misma como auxiliares de la
emperatriz Eudoxia.
El establecimiento, con todo, de los vándalos en África fué
como el de sus sucesores, los godos, en España, el de un campa­
mento que destruyó luego Belisario para, muy pronto después,
desaparecer de toda la costa el de los impelíales á impulso del
huracán islamita que desde la Meca se extendió con velocidad
increíble á la Persia, el Egipto y hasta las columnas de Hércules,
cubriendo la tierra de desolación y luto. Y en la parte de África
á que se contrae el trabajo del General Sandoval, fué, á la ter­
cera vez de intentarla, tan rápida y ejecutiva la conquista, que
sólo puede comprenderse por el arraigo también que tomó inme­
diatamente, hasta sustentarse todavía con su mismo espíritu
yemenita y el dogma religioso que la acompañara. «Indicios de
común origen, dice el General, aunque remoto y tradicional,
existían entre los habitantes indígenas y la gran familia ismae­
lita de los árabes; en los usos y costumbres tenían bastantes
puntos de contacto; la vida nómada de muchas de sus pequeñas
nacionalidades ó tribus; la sobriedad, la inclinación á la guerra,
y al pillaje se hermanaban en ambas razas, así como en los idio­
mas de raíz semítica y en los tipos físicos se pretende también
había cierta conformidad.» «A esos rasgos, añade, característi­
cos de los naturales, agregábase igualmente notable analogía en
algunas condiciones del suelo: las arenosas llanuras de la Cire-
náica y de la Tripolitana, como todas las planicies meridionales
de la Bizacena y de la Numidia, donde crecen las palmeras,
donde se crían tan ágiles caballos como sufridas y ligeras castas
de camellos, y donde el sol se siente con el mismo ardor que en
la península arábiga, se les presentaba como una continuación
de su propia tierra á los infatigables hijos del Hedchaz y el Yé-
men, brindándoles, además, para poseerla, la famosa fertilidad
de los valles y lomas de sus montañas, y la riqueza de los esta­
blecimientos bizantinos del litoral.»
Con el fin de las guerras que el General Sandoval llama muy
propiamente clásicas, y el de los clásicos sus historiadores, la
lección militar que se ha propuesto tiene que tomar rumbo dife­
rente, aunque dirija al mismo, al único objetivo suyo. En cada
una de las obras que ha consultado hasta entónces, en la de
César como en la de Polibio, en Plutarco como en Amiano Mar­
celino, en todas las que han servido para conservar la memoria
del pueblo-rey, se junta á la narración de los sucesos más impor­
tantes lo que ahora se llama la filosofía de la historia, represen­
tada en los militares por consideraciones, sentencias ó avisos
que ponen de relieve el genio de los pueblos vencidos, su orga­
nismo bélico y sus maneras diferentes de hacerlo eficaz para la
defensa nacional. Y nuestro autor, excogitando las ideas y hasta
las frases que considera como más elocuentes, en el sentido
como en la forma, para conducir á sus lectores á la meta que ha
levantado por término de tan ardua labor, va en ella sucesiva­
mente escalonando aquellas consideraciones y sentencias que
lian de demostrar en este caso la perpetuidad en el carácter, en
las costumbres militares y en la aspiración constante de los pue­
blos africanos del Septentrión á su independencia y aislamiento.
Y esas consideraciones y sentencias, verdaderos avisos, repito,
que, al fijar la atención del lector militar sobre ellos, le advierten
de la conducta que le conviene seguir, como en el estudio, en la
resolución délos problemas que en un porvenir más ó mónos próxi­
mo puede estar llamado á resolver, van además anotados en
distinto carácter de letra para que los clave en su memoria como
jalones que necesita plantar sucesivamente en dirección de aquella
meta á que hace poco me refería. Reunidos esos apotegmas, for­
marían un pequeño estudio militar del mayor interés, de una im­
portancia que han hecho crecer sobremanera nuestra guerra
de 1860 y la actual campaña de los franceses en la Argelia y
Túnez.
En vez de borrarse esos rasgos característicos de la fisono­
mía moral del pueblo africano con el tiempo y el roce de sus
principales y más inteligentes tribus con las nacionalidades cultas
que han acudido á su suelo, las mantuvo sin defigurarse ni mez­
clarse, no parece sino que los ahondó hasta su primitiva traza ó
el lincamiento, si así puede decirse, de su origen. Ha sucedido,
en nuestro sentir, aún más. Aquella cultura, por algunos tan
decantada, que, arrancando de Bagdag y Damasco, recorrió todo
ese camino del litoral africano para alcanzar su apogeo en la
española Córdoba, templo de las letras y de las artes en los pri-
meros siglos del islamismo, ha desaparecido de entre nuestros
vecinos del otro lado del mar, hasta el punto de que casi, casi,
podemos considerarlos como sumidos en la barbarie de sus ante­
pasados prehistóricos. Tales sou su ignorancia, sus instintos de
crueldad y de repulsión á cnanto constituye hoy la existencia
social del mundo civilizado que tienen á su frente, tan próximo
á él y buscando su trato.
El General Sandoval describe la invasión musulmana y su
fácil establecimiento en África, así como explica su estabilidad,
puede decirse que indestructible; valiéndose, para ello, délos
datos que le han proporcionado las obras de los arabistas más
distinguidos. No es sólo el viaje oficial que verificó con el ilus­
trado capitán D. Antonio Madera, cuyo talento y luces contri­
buyeron tanto al éxito de las Memorias sobre la Argelia, el que
pudo proporcionarle los conocimientos necesarios para la pre­
sente obra: cuatro ó seis expediciones más á aquellos países,
inclusa la de la guerra de 1860, tan rica en experiencias; el
exárnen de todos los archivos de Europa, lo mismo que en el
Escorial, en París, Lóndres y Viena, y un estudio incesante de
muchísimos años, le han conducido á la formación de una biblio­
grafia africana, la más rica de las conocidas hasta ahora.
Como el libro en cuyo exárnen me estoy ocupando, esa biblio­
grafía estaba destinada á yacer en la oscuridad por la modestia
de su autor y el retraimiento á que sus dolencias le han redu­
cido; y sin los ruegos de sus amigos y la energía é inteligente
iniciativa del General marqués de San Roman, su camarada de
siempre, perderíase para las letras una obra que será tan glo­
riosa para la patria como para el que la ha formado á fuerza-
de vigilias, de dispendios y talento.
Digo esto porque así podrá la Academia formarse una idea,
siquier imperfecta, de lo concienzudas que deben ser la narra­
ción de las guerras y dominación arábigas y las observaciones
con que nuestro autor la salpica y comenta, importantísimas
todas, así para el objeto casi exclusivo á que se destinan, como
para la explicación de aquellas irrupciones, auxiliares ó ene­
migas de los musulmanes españoles, rechazadas tan ejecutiva­
mente por nuestros antepasados en Calatañazor, las Navas y el
Salado.
Las guerras, pues, de los Almorávides, de los Almohades,
de Abel-el-Humen, y la expedición de San Luis, última de sus
tan inútiles como generosas empresas en África, son tratadas
con gran criterio por el General Sandoval en el capítulo VII y
con la intención militar que caracteriza toda su obra.
No necesito sino leer el epígrafe del capítulo V III para que
la Academia comprenda su importancia. Dice así: «Conclusión.—
Ojeada general retrospectiva.—Cotejo de sucesos antiguos y
modernos y anotaciones doctrinales deducidas....—Considera­
ciones finales, militares y políticas, respecto á las empresas de
África.»
De la revista abreviada que pasa el General Sandoval á los
sucesos, latamente historiados en los capítulos anteriores, deduce
en ése conclusiones político-militares que, con el cotejo que en
seguida presenta de ellos y los modernos más sobresalientes de­
mostrando que «en África más que en ninguna parte pasan los
siglos, pero los hombres y las costumbres quedan inmutables,»
según dice un escritor francés, «llama la atención, estas son sus
palabras, hácia dos consideraciones que creemos entrañan todo
el interés de la materia, á saber: la concerniente al modo de ini­
ciarse las conquistas, y lo que atañe á que se consoliden ó á que
se pierdan.»
«El' acometerlas, dice más adelante, al empezarlas no es cosa
difícil, mas la cuestión está en conocer á dónde y hasta dónde
se llevarán; si se cuenta con los medios y recursos que exigirán
sus contingencias futuras, y tener la seguridad de poder afron­
tar las complicaciones que surjan. Por eso, añade, se requiere
detenido estudio, profunda meditación y preparación muy anti­
cipada, para resolver una empresa formal sin que asalte el
temor de tardío arrepentimiento.»
De esta convicción deduce el general Sandoval la inutilidad
de la ocuparon de puntos del literal marroquí el dia que se de­
clarara la guerra al Imperio, ocupación de que surgiría este,
para él, fatal dilema, que á propósito subraya: O él abandono ó la
extensión indefinida del dominio, si no se quisiera conservar á per­
petuidad semejante adquisición. Pero como antes y después de esa
observación multiplica los razonamientos y los ejemplos de
operaciones desgraciadas en su marcha al interior, resulta que
para el General Sandoval, y él mismo lo dice, «en nada puede
pensarse sobre adquisición territorial en África, ó es preciso
decidirse porque sea en escala mayor en la conquista y ocupa­
ción de extensas comarcas ó provincias, y por consiguiente con­
sagrando á ello un ejército sin limitación de fuerza ni de tiempo
y sin que espanten los desembolsos.»
Esto es tanto como declarar imposible toda empresa en
África; y nosotros los espadóles no podemos conformarnos con
la idea de tal conclusión. Porque desde el ensanche dado hace
tiempo por los franceses á su ocupación en la Argelia, desde el
reciente establecimiento de sus tropas en Túnez y, sobre todo,
ante el peligro, cada dia más inminente, de que, cruzando el Mu-
luya, su frontera con Marruecos, se extiendan por el litoral ó se
dirijan rectamente á Pez. España no puede permanecer indife­
rente. Un día llegaría á ver rodeados sus establecimientos de la
costa africana por esos peligrosísimos vecinos ó por los ingleses
que, en tal conflicto, no abandonarían intereses de la cuantía
que representa la presencia de sus rivales seculares en la orilla
del Estrecho opuesta á Gibraltar; y en uno ú otro caso los per­
dería nuestra patria, la única nación á quien nadie puede dispu­
tar la legitimidad de su derecho á ambas.
Ante esa eventualidad, no sólo es conveniente, sino que urge
apoderarnos del promontorio que forma el pequeño Atlas entre
el cabo del Agua, donde termina por Oriente uno de sus rama­
les enfrente de las Chafarinas y la desembocadura del Sebü en
la costa occidental. No disputaré aquí sobre el mayor ó menor
alcance que deba darse al dicho del Cardenal Cisneros y á las
cláusulas contradictorias del testamento de Isabel la Católica y
del de D. Fernando, su marido, acerca de nuestros intereses
religiosos y políticos en África; pero á unos y otros se une ahora
la satisfacción del honor nacional y, aún más, la suprema necesi­
dad de nuestra independencia, imposible de mantener más ade-,
laiite en otras condiciones.
Hé allí la parte del libro del General Saiuloval en que se
atreve á apartarse de sus autorizadas opiniones el que suscribe
este informe. Y cree poderlo hacer con alguna confianza, porque,
sea por sospechar, que al fin ha de prevalecer la opinión general,
sea por abarcar, entre otras, esa hipótesis, el General Sandoval
da en seguida los consejos más sabios sobre la conducta que
debe observarse en el caso de ejecutar alguna empresa en
África.
Tal es el nuevo libro del general Sandoval, trabajo intere­
santísimo que en nada desmerece del de Aljubarrota, tan cele­
brado, repito, en esta Real Academia, ni de los otros muchos
que lian valido á su autor la autoridad de que disfruta en el
ejército. Objeto altamente patriótico, verdad histórica ya reco­
nocida, dicción sóbria y elegante en las ocasiones, sobre todo,
propias, enseñanza útil, más que nunca, en las actuales circuns­
tancias; todo lo reúne la obra para los hombres, particularmente
á quienes la patria puede un día confiar sus destinos y el honor
de sus armas. Es la quinta esencia de las prácticas de muchos
siglos y de la meditación y la tarea de largos años dedicados
casi exclusivamente al estudio de un país tan interesante como
el africano próximo á nosotros, y á la prueba moral y material
desús habitantes. Y no tómela Academia estos elogios por efecto
de una inclinación amistosa.de un espíritu de compañerismo en el
que tal juicio la ofrece hoy, que, aun sin negar esos sentimientos
hácia quien tanto los merece por su extraordinario mérito y re­
levantes servicios, ama todavía más la verdad y no había de
ocultarla á esta respetable corporación, burlando así la con­
fianza que en él ha puesto. ¿Qué mayor garantía, de otra parte,
que las Reales órdenes de 11 de enero y 21 de abril últimos, in­
sertas al fin del tomo, disponiendo la formación del presupuesto
y la impresión de la obra por cuenta del Estado? La primera de
esas soberanas disposiciones dice, además, que: «en consideración
á los excelentes informes emitidos por el Director general de In­
fantería y la Junta Superior consultiva de Guerra sobre tan im­
portante trabajo, así como del servicio eminente que con ello ha
prestado en esta ocasión tan distinguido Oficial general, aparte
de los que ya cuenta en su larga y honrosa carrera militar, que
demuestra una vez más la ilustrada aplicación, experiencia y
conocimientos generales que en tan altas dotes posee, se ha ser­
vido (S. M. el Rey) disponer, como público testimonio de ello, se
conceda á dicho Oficial general la gran cruz del Mérito Militar
de las designadas para premiar servicios especiales....» etc.
Creo, pues, que debería pasarse un oficio de gracias al señor
General marqués de San Roman para que, á su vez, las transmita
al General Sandoval, con la expresión del honroso concepto que
su obra ha merecido de esta Real Academia, si es que los seño­
res académicos encuentran fundado el que, sin el aliño con que
otros lo revestirían, tiene hoy la honra de presentarle el último
de ellos.
Madrid 9 de Diciembre de 1881.—José Gómez de Arteche.

II.
NOTICIA DE ALGUNOS RESTOS ESCULTÓRICOS
DE LA ÉPOCA ROMANA.

En cumplimiento de la comisión que se sirvió conferirme el


Sr. Director accidental, voy á informar á la Academia sobre las
ocho copias fotográficas que tuve el honor de presentarla por en­
cargo de nuestro correspondiente en Málaga, el Sr. D. Francisco
Guillen y Robles, en las cuales se encuentran reproducidas va­
rias de las estátuas, relieves y otras antigüedades que conservan
en su hacienda de la Concepción, próxima á aquella ciudad, los
excelentísimos señores marqueses de Casa-Loring.
Hace algun tiempo que estos señores constrüyeron sobre una
pequeña colina de la expresada granja ó casa de campo un tem­
plo de estilo griego y órden dórico, cuya forma le hace aparecer
próstylo, tetrástylo y eíistylo, estando resguardado su interior por
ligera techumbre de cristales, á fin de preservar los objetos que

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