Ciancio M.B - El Desierto en La Obra de Sarmiento

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El desierto en la obra de Sarmiento

María Belén Ciancio

1. La categoría de desierto

C uando Sarmiento se refiere en el Facundo al “mal” que


aqueja a la República Argentina afirma que es la estensión (sic):
el desierto la rodea por todas partes y se le insinúa en las
entrañas. La imagen del desierto es frecuente en la literatura de
la época, José Hernández y Esteban Echeverría también ubican
sus obras en este locus. Podría decirse que aparece como un
tópico de la época. En el texto mencionado de Sarmiento se
muestra vinculado a impresiones de peligro, inseguridad, espacio
vacío, soledad, límite, pero también poesía:
¿Qué impresiones ha de dejar en el habitante de la República
Argentina el simple acto de clavar los ojos en el horizonte y
ver […] y no ver nada? Porque cuanto más hunde los ojos en
aquel horizonte incierto, vaporoso, indefinido, más se le aleja,
más lo fascina, lo confunde y lo sume en la contemplación
y la duda. ¿Dónde termina aquel mundo que quiere en vano
penetrar?. No lo sabe! ¿Qué hay más allá de lo que ve? La
soledad, el peligro, el salvaje, la muerte. He aquí ya la poesía
(Sarmiento, D. F., 1962, 46).
Este desierto que aparece en los primeros capítulos de Fa-
cundo como un “teatro” del drama que el autor se dispone a
narrar, es también mencionado como un límite impreciso de
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la República. La imagen del campo argentino, que Sarmiento


pinta con lo que él llama una “tintura asiática”, en donde el
autor compara a las montoneras con “hordas beduinas” y a la
tarea civilizadora con la colonización del Norte de África, se
contrapone a la imagen de Buenos Aires, ciudad que:
… fuera ya la Babilonia Americana si el espíritu de la Pampa
no hubiese soplado sobre ella, i si no ahogase en las fuentes
el tributo de riqueza que los ríos i las provincias tienen que
llevarla siempre (Ibídem, 28).
Entre otros aspectos podría señalarse una de las característi-
cas de las categorías de civilización y de barbarie que aparecen
a lo largo de toda su obra: la diferencia ciudad–campo como
espacios de sociabilidad distintos. La dispersión de los asenta-
mientos, el nomadismo, la soledad, la distancia, provocan en el
campo la “desaparición de la sociedad”, donde han quedado el
feudalismo y el atraso en comparación con la ciudad ilustrada.
Esta descripción eludiría, retomando el análisis de Arturo Roig,
los modos de organización de las comunidades indígenas. (Cfr.
Roig, A., 1985).
En los últimos capítulos de Facundo Sarmiento dedica varias
páginas a Rosas y a las distintas formas de gobierno, mencio-
nando las expediciones al Sur. Se trata del tema de “asegurar” y
“ensanchar” los límites de la provincia de Buenos Aires primero,
y luego los de la República. El nombre que el Restaurador se
da a sí mismo, entonces, es de Héroe del desierto. Dice al
respecto el autor de Facundo:
… ¿qué cosa más bella que asegurar la frontera de la Repú-
blica hacia el Sud, escojiendo un gran río por límite con los
indios, i resguardándola con una cadena de fuertes? (Sar-
miento, D. F., 1962, 211).
Estas palabras muestran un tratamiento del espacio distinto
al que abre la obra: ya no se trata del bosquejo del “teatro
de los acontecimientos”, ni de la poética del espacio, ni de su
influencia en el carácter y la palabra de quien lo habita, sino de
un “aseguramiento” por medio del trazado de límites. Se trata
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entonces de pensar los límites de la República, proponiendo


una frontera que se materializa en la construcción de fuertes.
En una nota al pie de página Sarmiento critica a Rosas y los
resultados de su campaña:
Por un sistema de política inexplicable, Rosas prohíbe a los
gobiernos de frontera emprender expedición alguna contra los
indios, dejando que invadan periódicamente el pais i asolen
mas de doscientas leguas de frontera. Esto es lo que Rosas
no hizo como debió hacerlo en la tan decantada expedición
al Sur, cuyos resultados fueron efímeros, dejando subsistente
el mal, que ha tomado después mayor agravación que antes.
(Sarmiento, D. F., 1915, p.210).

Si la designación de “mal” que aqueja a la República corres-


ponde en los primeros capítulos a la extensión y si el “remedio”
para el mismo era el desarrollo del transporte, la industriali-
zación, la construcción de ciudades, la agricultura, etc., hacia
el final de la obra el “mal” es atribuido al “salvaje”. Una cierta
resonancia aparece en la palabra “malón”. Un ineludible proceso
de transvaloración se ha producido desde el momento en que
el indígena es considerado extranjero e invasor en su propia
tierra, y así excluido del proyecto de nación.
En Conflicto y armonías de la razas en América, texto
influido por las ideas racistas de Herbert Spencer, vuelve a
aparecer la categoría de desierto cuando Sarmiento se refiere a
la creación del Virreinato de la Plata. Menciona allí como “tie-
rras desiertas”: “el Chaco del Norte, la Patagonia, Tierra del
fuego e Islas del Sur”. Esta clasificación no respondería a una
noción estrictamente geográfica de “desierto” (si consideramos la
definición del diccionario Espasa Calpe: “territorio generalmente
llano que a consecuencia de la falta de agua carece de vegeta-
ción”), lo cual salta a la vista con la inclusión del Chaco en la
enumeración; sino más bien apuntaría a un aspecto demográfico
como sinónimo de despoblado. Ahora bien, si consideramos la
presencia de las culturas indígenas en el Sur y el Norte del
país: ¿se producía con tal denominación una “desertización”,
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la construcción de una categoría que justificaría el atropello


de las culturas indígenas? Es probable que existieran entonces
zonas desérticas en la Argentina, pero el término adquiere cierta
desmesura que se traslada al discurso oficial de la generación
del ‘80. Hay un texto que continúa y desarrolla el proyecto de
“avance” sobre los territorios que ya aparece esbozado hacia
el final de Facundo. En el capítulo séptimo de Argirópolis, O
la capital de Los Estados Confederados del Río de la Plata,
titulado: “Del poder nacional”, Sarmiento vuelve a plantear un
sistema de fortificaciones. El proyecto consistía en erigir, desde
Bahía Blanca hasta la cordillera de Los Andes, un fuerte cada
diez leguas que serviría de núcleo a una ciudad. Tal sistema
de construcción serviría de “límite final a la República por el
Sud” y suponía además el asentamiento de “colonos militares”
que tendrían a su cargo la tarea de diezmar a los indígenas.
El mismo proyecto contaba para el Norte del país en un terri-
torio en que: La circunstancia de ser habitado por los indios
muestra que la población cristiana puede medrar allí. (Cfr.
Ramos, J., 1989). En el texto mencionado aparece por un lado
la connotación ideológica de la imagen de “desierto” en cuan-
to “despoblado”. Sarmiento mismo menciona que el territorio
está habitado, y por otro lado la cuestión de una “coloniza-
ción militar” que muchas veces no está asociada al discurso
sarmientino ya que en la mayoría de sus obras el autor habla
de “colonización agrícola”. En ese proyecto se contaba con la
creación de una institución: El “Departamento de Topografía”,
el cual estaría encargado de los trabajos de reconocimiento,
mensuración, y “enajenación de las tierras baldías” para que
los inmigrantes las cultiven.
Con lo expuesto anteriormente podría preguntarse si la no-
ción de “desierto”, más que responder a una descripción geo-
gráfica o demográfica, en realidad operó como una categoría
programática, con connotaciones socioculturales y políticas, para
designar todo aquello que se encontraba “fuera” de lo que se
consideraba “espacio civilizado”; ordenando no sólo las demar-
caciones y fronteras de los territorios, sino inscribiendo sus
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diversas connotaciones sobre las culturas que habitaban en él.


Según Diana Sorensen, en El Facundo y la construcción de
la cultura argentina, cuando Sarmiento comienza el capítulo
primero, “Aspecto físico de la república argentina. Caracteres,
hábitos e ideas que enjendra”, con una descripción de las lla-
nuras y la Pampa, está recurriendo a un texto de Humboldt:
Sobre estepas y desiertos. Sarmiento no conoce, según Soren-
sen, los territorios que describe. El locus más bárbaro de su
obra, aquel desierto que rodea a las ciudades, está construido
a partir de la literatura de viajes, de exploradores, en boga en
esa época. El sistema de comparación que varios autores deno-
minan orientalismo (Cfr. Sorensen, D., 1998) y que aparece en
Facundo, funciona desde ciertos paradigmas interpretativos como
formas de representación del Oriente generalmente asociadas
al proyecto napoleónico de dominación de Egipto. Ese mode-
lo, según Sorensen, descansa sobre taxonomías descriptivas,
registros de territorios, estadísticas, descripción de paisajes
y otras formas discursivas que domesticaron el planeta y lo
hicieron reconocible.

2. La conquista del “desierto”

Quizá el desierto sea en la literatura y en la poesía una


metáfora de la soledad y el abandono. Es también una ima-
gen frecuente en la literatura religiosa. Y después de tantas
vueltas del mundo, de tantas exploraciones, colonizaciones,
inmigraciones, turismo aventura: vuelve a aparecer durante
el siglo veinte. Es el lugar donde Saint Exupery encuentra
al Principito, es uno de los laberintos de Borges en Los dos
reyes y los dos laberintos, es donde transcurre Aballay de
Mario di Benedetto.
En el comienzo de Facundo es el lugar de la palabra poética
del cantor, y el escenario del drama. En el discurso decimonó-
nico oficial funcionó como una categoría con una fuerte carga
ideológica que designaba “espacios vacíos”, que era necesario
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anexar al territorio de la República. Los puntos extremos de


la Argentina, tomando como referencia central a Buenos Aires,
eran considerados “desierto”, “territorio baldío”, y su aspecto
ideológico se mostraría en el hecho de que tanto en la obra de
Sarmiento como en la del general Roca existía una conciencia
de que estos espacios no estaban despoblados ni eran infértiles.
La idea de desierto entonces se extiende tanto que pareciera
denominar a todo el país. La Argentina estaría rodeada de un
gran Sahara (El título de la introducción del libro de Halperin
Dongui que estudia este período es precisamente: Una Nación
para el desierto). Esta denominación (que es correlativa en
la cartografía de la época a la de “tierras vírgenes”, “espacios
vacíos”, “territorios baldíos” y que sirvió para designar desde
la Patagonia hasta el Sudán) se trasladará a la generación de
1880 y será la que titule la expedición del general Julio Argen-
tino Roca como la “campaña al desierto”. Tal proyecto, según
lo ha señalado David Viñas, podría enmarcarse dentro de una
etapa superior de la conquista española. Sin embargo, durante
el período roquista la visión de la Patagonia ya no coincide
con la versión, a veces denominada mítica, de las crónicas de
Pigafetta, ni con los relatos que se tejieron durante la época
colonial, y que evocaban la “edad de oro” como los de Tra-
palanda o la “Ciudad encantada de los Césares”. Estos relatos
se contraponen a la visión que se despliega a lo largo de la
obra de Sarmiento donde aparece la categoría de “desierto” y
la de “extensión” como un “mal”. Donde se han desmitificado
en un sentido, para mitificarlas en otro, las condiciones de un
territorio que había que “colonizar” a partir de la agricultura
y con el apoyo de las fuerzas militares. Durante el roquismo
funcionará la misma designación con el mismo encubrimiento
desde la propaganda oficial, puesto que se enumeraba entre
las ventajas de la expedición al “desierto”:
… aislar a los habitantes de las Pampas y adquirir territorios
fertilísimos, aptos para toda clase de cultivos y cubiertos de
pastos, aguas y bosques abundantes (Roca, J. A., en: Zeba-
llos, E., 1960, 65).
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Dentro del proyecto de reforma agraria que Sarmiento planteó


en muchas de sus obras, influido en una primera etapa por
las ideas de Charles Fourier (Cfr. Pisano, 1980), se proponía la
parcelación de los latifundios, el avance sobre los territorios con
la idea de colonizar a partir del cultivo de la tierra en lugar
de la continuación del modelo de explotación del pastoreo y
las grandes haciendas. Pero ese proyecto estaba atravesado por
presupuestos étnicos que marginaban a los nativos, cuando no
proponían la violencia, a partir de una “colonización militar”. El
proceso de transformación hacia el capitalismo que irá imponién-
dose en la Argentina a fines del siglo XIX se verá sin embargo
completamente realizado a partir del positivismo que encuentra
en la generación de 1880 a sus representantes en el gobierno,
y uno de los hechos que sirvieron a la campaña proselitista del
general Roca fue precisamente la “campaña al desierto” mientras
se desempeñaba en su cargo militar. La estrategia de Alsina
siendo ministro de Avellaneda fue más bien de defensa ante los
“malones”. Propuso un alambrado que uniera los fortines, luego
un terraplén y finalmente se decidió por excavar una zanja con
un muro interno de césped que se extendía desde Italó, al sur
de Córdoba, hasta Bahía Blanca (el entonces ministro de guerra
dijo haberse inspirado en la Muralla China). Roca, por su parte,
consideró insuficiente este tipo de políticas y acometió con una
estrategia de ataque agregando al sistema de fortificaciones y el
telégrafo, la utilización del rifle Remington.
Si, como lo ha señalado David Viñas, la Campaña al Desier-
to, el discurso del roquismo y la literatura oficial de frontera
de la época (Estanislao Zeballos, Álvaro Barros, Manuel Olas-
coaga, Nicasio Oroño, entre otros) funcionan como el epílogo de
la conquista española, el periodismo que apoyó la candidatura
de Roca no dudó en recuperar de manera apologética la figura
de los adelantados, como Pedro de Mendoza. Es decir que se
estableció un parentesco entre el conquistador victoriano del
s. XIX con el clásico conquistador renacentista. ¿Se realizó
de ese modo una recuperación del pasado que ponía de su
lado a la conquista española refinándola con los ideales de
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orden y progreso y de “supervivencia del más apto”, propios


del positivismo? Es el momento en que se asume la impor-
tancia estratégica y comercial de la Patagonia, difícilmente la
“extensión” podía ser considerada un “mal”. Ya no se trataba,
como durante el período colonial, de la extracción del oro,
sino de la toma de posesión de la tierra, y para justificar el
avance de determinados intereses se englobó todo un territorio
en la categoría de “desierto” y se cometió un genocidio contra
sus habitantes.
Una de las tesis de Facundo es la de la influencia del
“medio físico” en el carácter (en el lenguaje, en el modo de
organización social, etc., del hombre que lo habita). A lo largo
de este trabajo hemos visto cómo la cuestión de la espacialidad
en la obra de Sarmiento refiere desde un primer momento a
la imagen del “desierto”. Este locus, tal como aparece para
designar gran parte del territorio, fue extrapolado de la lite-
ratura europea. La descripción del espacio fue revelando a su
vez los conflictos sociales que el autor de Facundo consideraba
apremiantes para la organización de la Nación. Los diferentes
modos de organización social en la ciudad y en el campo es
uno de los ejes del libro que remite a su vez a la polaridad
fundamental: civilización–barbarie. Estas categorías que impusie-
ron, desde el origen, una división, una antítesis en el modo en
que la cultura argentina y los argentinos se piensan, influyeron
en la configuración del espacio y los territorios nacionales. Si
al comienzo de este texto Sarmiento describió con errores,
extrapolaciones, etc., un espacio y su influencia en el carácter
argentino, esbozando al mismo tiempo un mapa de los distintos
lenguajes que se entrecruzan en los límites del espacio “civili-
zado” y el espacio “bárbaro”, hacia el final de la obra aparece
ya un programa de ensanchamiento de fronteras. En este sen-
tido, entonces, la descripción del espacio empieza ya a adquirir
connotaciones programáticas que se irán afianzando a lo largo
de su obra. Aquí hemos analizado el programa establecido en
Argirópolis como una continuación de esta primera propuesta
que aparece en Facundo.
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En relación a la categoría de “desierto” tal como la usa


Sarmiento podrían señalarse algunas conclusiones parciales:
– no respondía simplemente a una descripción geográfica.
– en relación a su connotación demográfica se usó para desig-
nar territorios que sí estaban habitados (aspecto ideológico
del término que se extendió desmesuradamente)
– durante el siglo XIX funcionó no sólo como un locus lite-
rario o como una metáfora de la soledad y el abandono,
sino titulando uno de los programas oficiales (la Conquista
al Desierto).
– como categoría fue inventada.

Por otro lado, el proyecto de la reforma agraria, modelo de


colonización y de progreso, se da paralelamente al proyecto
de avance de las fronteras, en donde funciona la categoría
analizada. En relación al tema de la delimitación del espacio
de la Nación influyó también una determinada categorización
racial, que se sistematiza en Conflicto… acerca de quiénes eran
los habitantes ideales del suelo argentino. Hemos visto cómo,
en una idealización, el inmigrante de origen europeo es consi-
derado el colonizador del nuevo espacio que se ha conquistado.
La generación del ‘80 fue la que estableció las simientes del
estado liberal, apoyándose entre otros en el discurso de Sar-
miento. En relación al tema del espacio, fue entonces cuando
se terminó de concretar el proyecto de anexión de territorios y
demarcación de fronteras. A partir del positivismo y del desa-
rrollo de las ciencias aplicadas el espacio se vuelve objeto de
conocimiento. En las obras de Estanislao Zeballos, por ejemplo,
se desmitifican las nociones vagas de la Pampa, y adquieren
preponderancia la cartografía, la topografía, la geografía, etc.;
se dan a conocer los distintos climas, pasturas, accidentes
geológicos de toda una región que ya no era inconmensurable.
Se produce entonces una resignificación del binomio “civiliza-
ción–barbarie”. Si para Sarmiento “barbarie” aludía al pasado
colonial hispánico, al gaucho, a los modos de vida en el campo,
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y finalmente al indígena, en el discurso de Zeballos la figura


del gaucho es revalorada a partir de la imagen del “soldado de
frontera”. La designación de “bárbaro” en el autor de La Con-
quista de las quince mil leguas queda delimitada al indígena,
de ahí que Zeballos en relación a la historia de la conquista
del desierto termina homologando a Sarmiento con quien fuera
su peor enemigo, Rosas.
Al paradigma cientificista que funciona en Zeballos, también
influido por la obra de Alexander Von Humbolt, se añade el mo-
delo de la conquista norteamericana del Far West, y la existencia
de determinados intereses económicos que apoyaron la campaña
al desierto. Si en la obra de Sarmiento aparecen confundidas
las regiones y sus particularidades, en el texto Viaje al país
de lo araucanos es notable el interés por delimitar y dejar
asentadas las distintas posibilidades de explotación de cada
territorio. Considerando el discurso de Zeballos en relación al
tema de la nacionalidad, podríamos señalar que ésta se afianzó
a partir de pensar otro enemigo, el indígena, y tratar el asunto
como una guerra. En este sentido, la obra de Roca se inscribe
en la misma idea de nacionalidad. Si durante las guerras de
independencia la nacionalidad comienza a pensarse en relación
opuesta a los realistas españoles, durante el roquismo la figura
del adelantado y el conquistador es recuperada en relación al
proyecto de conquista del desierto.
Con lo expuesto intentamos destacar el aspecto construido
y social de la noción de desierto, y cómo la designación de
“espacios vacíos” responde más bien a la de “espacios vacia-
dos”. La operatividad de la categoría de “desierto” durante el
período roquista supone además un cambio de orientación
con respecto al proyecto que Sarmiento había esgrimido. Éste
proponía resolver a partir de la reforma agraria y la educación
el problema de la dicotomía ciudad–campo, transformando lo
que se consideraba “un mal” en la posibilidad de un mayor
desarrollo de la riqueza a partir del modelo agroexportador
que se instaló finalmente con el positivismo.
Si se consideran las cosmogonías mapuches y tehuelches se
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pone en evidencia que aquel espacio que se consideraba una


nada, un vacío, una extensión sin límites, un desierto, estaba
en realidad ordenado, significado, finalmente: habitado.

Bibliografía

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